LA BOTICA DE SAN IGNACIO FARMACIAS DEL SIGLO XVIII EN EL MUSEO DE VALLADOLID
EXPOSICIÓN ORGANIZACIÓN, DISEÑO Y COORDINACIÓN:
Museo de Valladolid PRODUCCIÓN GENERAL: Grupo Página, s.l. MONTAJE: David Nistal Alfonso CARTELERÍA. Fotografía: Taller de la Imagen Impresión: Editorial Sever-Cuesta Impresión de paneles: Videotel VÍDEO. Guión: Museo de Valladolid Producción: VL
CATÁLOGO © Museo de Valladolid EDICIÓN: Junta de Castilla y León. Museo de Valladolid COORDINACIÓN: Eloísa Wattenberg García. Directora del Museo TEXTOS: Antonio Bellido Blanco
Enrique Echevarría Alonso-Cortés Antonio Martín Plaza Anastasio Rojo Vega FOTOGRAFÍAS: Taller de la Imagen
Hospices civils de Beaune Museo del Hermitage
Juan de Dios Jódar Teófanes Egido López Fernando Pérez Rodríguez-Aragón Eloísa Wattenberg García Archivo Municipal de Valladolid Museo de Valladolid Museo Nacional de Artes Decorativas
IMPRESIÓN: Editorial Sever-Cuesta I.S.B.N.: 978-84-9718-596-7 Depósito Legal: VA-1.043/2009
Para referencias bibliográficas sobre esta publicación: WATTENBERG GARCÍA, Eloísa (coord.) (2009): “La botica de San Ignacio. Farmacias del siglo XVIII en el Museo de Valladolid”. Valladolid. Junta de Castilla y León. Impreso en España. Printed in Spain Reservados todos los derechos. De conformidad con lo dispuesto en el art. 534 bis del Código Penal vigente, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes reprodujeran o plagiaren, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica en cualquier soporte electrónico o mecánico, incluidas fotocopias, grabaciones u otros sistemas retribuibles de información, sin el preceptivo permiso por escrito del editor.
LA BOTICA DE SAN IGNACIO FARMACIAS DEL SIGLO XVIII EN EL MUSEO DE VALLADOLID
JUNTA DE CASTILLA Y LEÓN 2009
EL ESTABLECIMIENTO DE BOTICAS en el seno de las fundaciones religiosas tiene su origen en los monasterios benedictinos. Desde la Edad Media, los monjes encargados de atender y cuidar a los enfermos fueron introduciendo la práctica de la medicina y los remedios curativos más elementales en sus clausuras, haciendo con ello necesario la existencia de un espacio dedicado al almacenamiento de productos y confección de medicamentos, y de huertos o jardines botánicos para cultivar las plantas medicinales de uso más común. Según la regla o constituciones que regían la vida de las órdenes religiosas, sus boticas alcanzaron mayor o menor entidad pero fueron, en general, piezas habituales en los monasterios, complemento de las propias enfermerías que, en casos, también estuvieron abiertas a la acción caritativa y al despacho de medicamentos al público. Con el tiempo las boticas monásticas españolas llegaron a tener gran importancia en el ámbito de la sanidad nacional, tanta como para que, en el siglo XVIII, el Colegio de Boticarios de Madrid reclamara al Consejo de Castilla su cierre, por considerar que las órdenes religiosas ejercían la profesión farmacéutica en competencia con los boticarios seglares y sin las obligaciones que a éstos se les exigía. A consecuencia de este pleito y aunque se prohibió al clero abrir boticas nuevas, en 1761 se decidió finalmente autorizar que las comunidades religiosas que las tenían pudieran seguir con ellas, pero obligándose a tenerlas bajo la responsabilidad de un boticario seglar que hubiera superado el examen del Real Tribunal del Protomedicato, y a someterse a visitas de inspección. Sobre ese telón de fondo se desenvolvía en Valladolid la vida de las farmacias monásticas hasta el siglo XIX, cuando conocieron su ocaso, en el que fueron determinantes algunos acontecimientos históricos: la Guerra de la Independencia, la Desamortización de Mendizábal y, con anterioridad y muy en particular, la expulsión de la Compañía de Jesús de los territorios de la Corona española en 1767. Restos de aquellas boticas fueron a parar con el tiempo al Museo de Valladolid, mediante compras o donativos y, fundamentalmente, mediante el depósito realizado por la Diputación Provincial, en el Museo, de la mayor parte del botamen del Colegio de San Ignacio, el cual tenía la Diputación bajo su tutela como gestora del Hospital Provincial. Aquí se encontraba dicho botamen por haberlo recibido del antiguo Hospital de la Resurrección, al que se había asignado la botica de los Jesuitas tras su expulsión. Considerando el interés de difundir estos singulares fondos de su colección, el Museo de Valladolid presenta ahora esta muestra en la que, con inmejorable disposición, han colaborado la Diputación Provincial y el Colegio de Farmacéuticos de Valladolid, contribuyendo así, junto con la Consejería de Cultura y Turismo, a enriquecer la labor de difusión del patrimonio de Castilla y León que promueven nuestros museos provinciales. Mª José Salgueiro Cortiñas Consejera de Cultura y Turismo
AL CONSTITUIRSE EN EL SIGLO XIX, el Museo recibió numerosas donaciones particulares, entre las que se encontraban varios botes de botica procedentes del monasterio de San Benito, del Colegio de San Ignacio y de la Cartuja de Aniago. Andando el tiempo, la Diputación cedió en depósito al Museo un importante lote de piezas de Talavera que se venían conservando hasta entonces en el Hospital Provincial, procedentes de la botica que la Compañía de Jesús tuvo en Valladolid, en su Colegio de San Ignacio. El considerable volumen de este depósito y la carencia de espacio en el Museo viene obligando a que sólo sean unas piezas representativas de las antiguas farmacias vallisoletanas las que figuren en su exposición permanente, por lo que con esta exposición se brinda la ocasión de apreciar en su conjunto la totalidad de los fondos del Museo relacionados con las boticas que albergaron en otro tiempo los conventos más célebres de Valladolid. El protagonismo que adquiere en tal contexto el botamen de la botica del Colegio de San Ignacio conservado en el Museo da lugar a que, a la exposición, se incorporen los pocos testimonios de su colección vinculados a la Compañía de Jesús. Por otra parte el hecho de que la muestra trate un tema relacionado con la medicina y la salud, como es el de la farmacia, sirve de excusa –si bien forzada, amparada en el afán de dar a conocer fondos inéditos– a que se incluya también en la muestra, como contraste, algunos objetos de carácter etnográfico relacionados de alguna manera con la medicina popular de la época. Para completar la presentación, un vídeo alude a estas y otras boticas conventuales en el conjunto de la provincia de Valladolid, de las que se tiene alguna noticia tanto arqueológica como documental. Con esta breve introducción vaya también el agradecimiento sincero a las personas que, con amabilidad e interés, han prestado su colaboración al Museo: Anastasio Rojo, profesor de Historia de la Medicina; Teófanes Egido, Cronista de la Ciudad; Juan de Dios Jódar, Antonio Martín Plaza y Juan Ángel Pérez, del Colegio de Farmacéuticos de Valladolid; Pilar Rodríguez Marín, directora de la Biblioteca histórica de Santa Cruz; Ana Feijoo y Rosa Callejo, directora y archivera, respectivamente, del Archivo Municipal de Valladolid; Isabel Rodríguez, conservadora del Museo Nacional de Artes Decorativas; Bruno François, conservador encargado de las colecciones de los Hospicios civiles de Beaune; y Olga Novoseltseva, del Museo del Hermitage. Sin su ayuda esta exposición hubiera sido bien distinta.
Eloísa Wattenberg Directora del Museo
San Ignacio de Loyola. Medallón relicario. Museo de Valladolid
ÍNDICE
I LA BOTICA DE SAN IGNACIO ELOÍSA WATTENBERG GARCÍA
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II OTRAS BOTICAS CONVENTUALES VALLISOLETANAS DEL SIGLO XVIII ELOÍSA WATTENBERG GARCÍA
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III EL BOTAMEN MONÁSTICO EN EL MUSEO DE VALLADOLID: UNA PERSPECTIVA ARQUEOLÓGICA FERNANDO PÉREZ RODRÍGUEZ-ARAGÓN
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IV LA FARMACOPEA VALLISOLETANA DE FINALES DEL SIGLO XVIII ANASTASIO ROJO VEGA
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V LAS BOTICAS MONÁSTICAS TEÓFANES EGIDO LÓPEZ
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VI EL BOTICARIO EN SU BOTICA ANTONIO MARTÍN PLAZA JUAN DE DIOS JÓDAR PEREÑA
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VII SALUD SIN BOTICA, TALISMANES Y REMEDIOS POPULARES EN LA COLECCIÓN DEL MUSEO ANTONIO BELLIDO BLANCO
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VIII CONSERVACIÓN DEL BOTAMEN DEL MUSEO DE VALLADOLID. DEL SINDETIKÓN AL IMEDIO ENRIQUE ECHEVARRÍA ALONSO-CORTÉS
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IX CATÁLOGO FERNANDO PÉREZ RODRÍGUEZ-ARAGÓN ELOÍSA WATTENBERG GARCÍA ANTONIO BELLIDO BLANCO
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APÉNDICE: Inventario y tasación de la Botica de San Ignacio ELOÍSA WATTENBERG GARCÍA
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BIBLIOGRAFÍA
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I LA BOTICA DE SAN IGNACIO Eloísa Wattenberg García
L A PRIMERA FARMACIA DE LA Compañía de Jesús surge en Roma a mediados del siglo XVI, junto a la casa profesa, donde se instaló un local destinado a servir de enfermería. Pronto alcanzó renombre dentro de la Orden y no tardó en alentar el establecimiento de boticas en muchas casas jesuitas haciéndose así habitual que las fundaciones –colegios y casas profesas– de la Compañía de Jesús, primero en Europa y luego en América, contaran con farmacia propia.
abundante botamen de cerámica y vidrio, bien surtidas de productos, drogas y medicinas, y con instrumental y libros especializados a la altura del mejor nivel científico. J. L. Valverde habla de las numerosas farmacias jesuíticas administradas rigurosa e independientemente, que atendían las necesidades terapéuticas de los propios colegios, pero también dispensaban remedios y medicinas al público obteniendo apreciables ingresos de esta actividad.
En general, en los conventos jesuitas, bajo la recomendación de San Ignacio de Loyola en las constituciones de su Fundación: “el cuidado competente de mirar como se conserva para el divino servicio la salud y fuerzas corporales…”, hubo grandes boticas cuya importancia, afianzada en la impronta científica que los seguidores de San Ignacio imprimieron a sus múltiples quehaceres, es ineludible en la historia de la farmacia de la Edad Moderna.
En Valladolid, en el siglo XVIII, tenían botica el convento de San Pablo, el monasterio de San Benito y el Colegio de San Ignacio. El convento de San Francisco la debió suprimir a finales del siglo XVII, cuando consta que todas sus medicinas fueron adquiridas por un boticario de la ciudad. De la existencia de todas ellas, entre 1751 y 1752, deja constancia el Catastro del Marqués de la Ensenada, dando cuenta de su importancia por las ganancias que proporcionaban. Sabemos así que los ingresos de la de los jesuitas vallisoletanos, que en ese momento eran de 8.800 reales, la
La documentación conservada al respecto es copiosa y deja constancia de lo bien dotadas que estuvieron, con
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situaban en importancia por detrás de la de San Benito, con 33.000 reales y de la de San Pablo que declaraba ingresar 27.500 reales de vellón cada año. A esta farmacia de la Compañía de Jesús se refería Manuel Canesi Acevedo, en su Historia de Valladolid, de 1750, como una preciosa botica que la comunidad tenía en su clausura para utilidad suya y bien común. Anotaba su realización en 1733 y su situación, a continuación del Colegio, por la parte que mira a la parroquia de San Miguel, que se encontraba en la actual plaza de su nombre. Esta noticia de Canesi viene haciendo entender que la botica se encontraba en la misma plaza, pero recientes investigaciones de Pía Senent, que se dan aquí en primicia, permiten conocer que en realidad estaba ubicada en la zona del Colegio más cercana a San Benito, aproximadamente en el actual nº 6 de la calle Doctor Cazalla, lo que no contradice que fuera por la parte que mira a la parroquia de San Miguel. Según Senent, la dependencia de la botica medía 45 pies (unos 12,40 metros), en la parte que daba a la calle Doctor Cazalla y 90 pies (unos 24,75 metros) hacia el interior. Esto sin contar un pequeño patio donde estaba el pozo. Ocupaba un polígono irregular de unos 307 metros cuadrados, divididos en dos plantas, terminando en un ángulo afilado, correspondiente al extremo del edificio del Colegio. Las obras para su construcción se constatan en la documentación conservada en el Archivo Histórico Nacional donde se recogen pagos efectuados en ese año, relacionados con piedra de sillería, pasos de escalera y materiales empleados en la fábrica, así como con los trabajos para abrir cimientos en la calle. Pero para conocer realmente la entidad de la botica del Colegio de San Ignacio, la fuente documental principal es el inventario que de ella se realizó tras el forzoso abandono del colegio a raíz de la expulsión de la Compañía de Jesús en 1767. El 2 de abril de ese año se 14
hacía pública la Pragmática Sanción de Carlos III expulsando de España a los Jesuitas que, al día siguiente, fueron apremiados a abandonar sus casas. En Valladolid como en todos los lugares donde estaban establecidos clérigos regulares de la Compañía se procedió a la ocupación de sus archivos, papeles de toda especie, biblioteca común, libros y escritos de aposentos… y todos los caudales y demás efectos de importancia… sólo se les permitió llevar el breviario y un hatillo de ropa para partir en carruajes, provistos de una exigua pensión vitalicia de concesión real, hacia los puertos donde debían embarcar para trasladarse a Italia. Ventura Pérez, el diarista vallisoletano, narra así lo acontecido: “Año de 1767, día 3 de abril, amanecieron cercados de soldados de a caballo los tres colegios de padres de la Compañía de Jesús, de que causó mucha admiración a toda la ciudad, sin saber el motivo, habiéndoles tomado la noche antes el corregidor y otros dos jueces, cada uno en su colegio, las llaves de todo, sin dejarles a los religiosos mas que el claustro, hasta que el sábado 4 del dicho, a las siete de la mañana, en calesas y mulas, los despacharon a todos; sólo quedaron dos enfermos y el procurador de cada colegio para hacer inventarios de todos sus bienes…” Con posterioridad a estos hechos, se dieron órdenes para hacer los inventarios de todos los efectos y decidir su destino y por Real Provisión de 22 de septiembre de 1767, se decidió que la botica del noviciado de Villagarcía de Campos fuera trasladada al Hospital Real de Toro. En cuanto a la de San Ignacio, la Junta encargada de su destino buscó quien la regentase y administrase sin encontrar a nadie que quisiera hacerse cargo de ella. Años más tarde en 1770, un boticario vallisoletano, Pedro Álvarez Trabajo, mostró interés en adquirirla, pero al año siguiente se resolvió su cesión al Hospital de la Resurrección de Valladolid, aunque ésta no llegó a hacerse efectiva hasta 1775. De las gestiones de venta y de la detallada comprobación del inventario de productos y enseres que se hace
Colegio de San Ignacio en el plano de Ventura Seco. 1738. Archivo Municipal de Valladolid
tras este acuerdo de cesión se extraen datos que, como complemento de otras fuentes, resultan ser verdaderamente expresivos tanto para conocer el contenido de productos y medicamentos como para intuir la configuración de la botica. Se dice que la misma tenía casa y corral con pozo. La casa estaba distante de la construcción del colegio, aunque unida a él y carecía de acceso directo desde la calle para la clientela, pues se despachaba a través de una reja. En el momento de la cesión se manda cerrar o dividir la comunicación de la farmacia con el edificio del colegio y se decide, además, abrir una puerta a la calle para la entrada y uso de la botica, junto a la reja por donde se despachaba.
Constaba de una pieza principal –con división en medio y la reja a la calle– donde se encontraba el grueso del botamen de Talavera: botes grandes “de a tercia” (se supone que se quiere decir como de un tercio de vara: algo menos de treinta centímetros) y ungüentarios (algo más pequeños); había también redomas de vidrio con sus rótulos adornados al óleo para aceites, jarabes, mieles, vinos y vinagres, aguas simples y compuestas, zumos e infusiones, todo colocado en estantes nuevos y pintados; cordialeras (aquí parece entenderse como estantes para recipientes pequeños) con botecitos y orcitas talaveranas para extractos y confecciones, todos con sus escudos y rótulos; otras cordialeras con botecitos cuadrados y redondos para tinturas y espíritus; y completando esta habitación principal, un lote de doscientas noventa y cinco cajas de 15
Félix Palacios. Palestra pharmacéutica Chymico-Galénica. 1706. Instrumentos químico-farmacéuticos. Biblioteca de Santa Cruz, Universidad de Valladolid
madera para hierbas que estaban colocadas en la pared, pintadas con sus rótulos y todas con sus tapas. Un segundo cuarto era el estudio del boticario. Allí había botes llenos y vacíos, redomas de a tres azumbres (unos seis litros), algunos barrales (redomas de más o menos una arroba de capacidad) y una cordialera con orcitas que contenían medicamentos. También había dos escritorios –uno de ellos tenía cuatro navetas y era un lapidario–, unas mesas y un armario de celosías. En otro cuarto estaba instalado un horno destilatorio y numerosos recipientes y pucias un tipo de olla que se tapaba con otra similar para elaborar infusiones y cocimientos. 16
En la parte de arriba, que aparece referida como botica alta, había un cuarto que era de droguería. También había allí medicinas compuestas, botes para simientes, raíces, frutos y cortezas, animales y sus partes, tierras y piedras, polvos y extractos; orzas con confecciones y conservas; botecitos cordialeros; y redomas de varios tamaños; alambiques o pucias de vidrio, botes, botellas y orzuelas de vidrio, además de botecitos volatineros –se supone que para líquidos volátiles–, ramilleteros y ampollitas de vidrio. Había también drogas simples y emplastos envueltos en papeles. En una despensilla o cuarto excusado de la botica se guardaban unos pocos productos y recipientes vacíos;
y en el desván había una reserva de recipientes de vidrio: redomas, castañas y cestos con botecitos ramilleteros, balsameros y varias redomitas. Al lado, en un cuarto de hierbas se conservaban raíces, flores, frutos, hierbas y leños, repartidos en banastas, escriños, cestos, talegos y cajones. Además, estaba el laboratorio con sus instrumentos y utensilios: alquitaras pequeñas de bronce, baño de vapor y peroles. Había una prensa en la pared con su suelo de piedra, almireces grandes y pequeños de metal, morteros de piedra, escalfador, prensa de mano, tamices, retortas de vidrio y de barro, tinajas grandes para agua, etc… Finalmente, otros enseres recogidos en la bodega, como peroles, cazos, hornos de hierro portátiles, una alquitara muy grande, dos hornos de reverbero, losas de preparar molidos con sus moletas, crisoles y matraces…, completaba el fondo de productos y utensilios farmacéuticos. En el conjunto de todas estas dependencias había un botamen que alcanzaba un total de 1.727 piezas de Talavera, valoradas en 5.834,50 reales; más de 1.500 recipientes de vidrio, valorados en 4.037 reales; y 295 cajas de madera para hierbas que, a cinco reales cada una, suponían 1.475 reales. Todo ello, incluyendo los productos que contenían estos recipientes, las estanterías, el arca de víboras y la mesa de la sala principal se valoró en 490.316 reales de vellón. Tras la cesión de la botica al Hospital de la Resurrección no hay constancia documental de cuando pudo llevarse a efecto su traslado, pero debió hacerse en 1790 o 1791, pues coincide que en este último año se hace una copia del inventario original, seguramente para comprobación, a la vez que el Hospicio de pobres, que estaba en la plaza de las Brígidas, deja de abastecerse de dicha farmacia. Años después de la cesión, en 1779, el administrador general del Hospital de la Resurrección, don Juan Francisco Sotoca y Galiano ya había encomendado la
botica a don Manuel Bellogín Tovera, maestro en el Arte de Boticario y primer miembro de la conocida dinastía farmacéutica vallisoletana, quien recibió la ya entonces farmacia del Hospital bajo fianza de 8.788 reales de vellón. Él seguiría atendiendo la botica tras el traslado, pues hasta 1805, su hijo, Andrés Avelino Bellogín no le sucede como gerente de la farmacia, cargo que ocupó hasta 1817. Entre 1830 y 1866 el Hospital es gestionado por el Ayuntamiento, periodo del que existe un inventario fechado en 1836, en el que el botamen registrado aparece sensiblemente menguado. A modo indicativo, se nombran 29 jarrones talaveranos, lo que rebaja visiblemente los 43 que se inventariaban en origen. Por referencia de Pascual Madoz, de 1850, sabemos que por entonces la botica del hospital estaba contratada en 7.700 reales anuales “sin incluir las sanguijuelas y leches”, pero nada dice respecto a su contenido. Inventarios de 1869, 1870 y 1872 citan de forma sucinta los enseres que tenía, entre los que ya sólo se encontraban 18 jarrones de Talavera. En 1883 otro inventario cita en la rebotica 40 redomas antiguas de vidrio de varios tamaños, 100 botes de loza antigua de Talavera de forma de arcaduz, 80 de otros tamaños y 14 jarrones con dos asas y fondo taladrado. Cifras que hablan por sí mismas de la progresiva destrucción del conjunto farmacéutico. Cinco años más tarde, en 1888, el Hospital de la Resurrección fue abandonado, pasando a un edificio nuevo en el Prado de la Magdalena que se inauguraba en 1889 como Hospital Provincial dependiente de la Diputación. Dotado entonces de modernas instalaciones, también tenía, según explica Casimiro González García Valladolid, una magnífica botica a la que iría a parar el botamen superviviente del antiguo Colegio de San Ignacio. En ella debió permanecer hasta que, en 1963, gran parte de los ya pocos restos que de él quedaban, fueron definitivamente destinados por la 17
Diputación Provincial al Museo donde se conservan y han sido restaurados con motivo de esta exposición. En la actualidad, el botamen guardado en el Museo está formado por diez jarrones o ánforas y dos tapaderas (Iº: D1963-1/142 al 153) y ciento cuarenta y siete botes de Talavera de diferentes tamaños (Iº: 52, 53, 1. ABRÓTANO 6. AGÁRICO BLANCO 11. ARENARIA 16. AVENA 21. BELLADONA, H. 26. BUCHÚ, HOJAS 31. CAÑA, R. 36. CÁSCARA SAGRADA 41. CEREZA R. DE 46. COLA 51. CUERNO DE CIERVO 56. ESCORZONERA, R. 61. GAYUBA, HOJAS 66. HIDRASTIS, RAÍZ 71. HYOSCYAMUS 76. LIMÓN, C. 81. MOSTAZA, P. 86. PALO JAVON 91. PLOMO, EMPº 96. RATANIA, R. 101. RUDA 106. SEN, POL. HOJAS DE 111. TOMILLO 116. VIGO, EMPLASTO
2. ACHICORIA, R. 3. ACORO 4. ADORMIDERAS 5. AGAR-AGAR 7. ALMÁCIGA 8. AMAPOLA, FLOR 9. ANCUSA, R. 10. ANGÉLICA, POL. 12. ARNICA, FLOR 13. ARROZ 14. ARROZ, HARINA DE 15. ARTEMISA 17. AVENA, HARINA 18. AZÚCAR TAMIZADO 19. AZÚCAR 20. BELEÑO, HOJAS DE 22. BENJUÍ 23. BERROS 24. BOLDO, HOJAS DE 25. BRIONIA 27. CAFÉ DE BELLOTAS 28. CALABAZA, SEM. 29. CÁLAMO 30. CANELA POLVO DE 32. CARBÓN Y QUINA, P. 33. CARBONATO PLOMO 34. CARBONATO SÓDICO 35. CARRAGAHEN 37. CENTAURA 38. CENTAURA 39. CENTAURA 40. CENTENO HARINA 42. CLORATO POTÁSICO 43. CLORURO SÓDICO 44. CLORURO SÓDICO 45. COCA. POLVO HOJAS 27. CÓLCHICOS, BULBOS 48. COLOFONIA 49. COLOMBO RAÍZ 50. CONDURANGO, C. 52. CINARA SCOLYMUS, H. 53. DIAQUILÓN. EMP. 54. DIGITAL. POL. HOJAS 55. DULCAMARA 57. ESPERMA BALLENA 58. ESTORAQUE 59. ESTRAMONIO, HOJAS 60. ESTROFANTO, SEM. 62. GENCIANA, RAÍZ 63. GOMA-LACA 64. GRAMA, RAÍZ DE 65. GRANADOC. RAÍZ 67. HINOJO 68. HINOJO, POL. 69. HIPERICON 70. HIPERICON 72. IPECACUANA R. 73. IPECACUANA, R. 74. JABORANDI, H. 75. JALAPA, R. 77. MAÍZ, HARINA 78. MALVA, H. 79. MENTA, HOJAS 80. MENTA, HOJAS 82. NARANJAS AMAAS C. 83. NITR. POTÁSICO 84. NUEZ VÓMICA 85. ORÉGANO 87. PARAFINA 53º 88. PELITRE, R. 89. PIEDRAPÓMEZ, POL. 90. PIMIENTA TABASCO 92. QUINA CALISAYA, C. 93. QUINA LOJA, 94. RANAS MERCURIO, EMPTO 95. RATANIA, POL. 97. REGALI: COMPTO, P. 98. RELALIZ, R. 99. RESINA PINO 100. ROSA, HOJAS 102. SALVADO 103. SANGRE DRAGO 104. SAÚCO, FLOR DE 105. SEN, HOJAS 107. SUCIN. G. R 108. SULFURO POTAº 109. SULFURO POTÁSICO 110. TANINO 112. TORVISCO, RAÍZ 113. TREMENTINA 114. TÚRBIT, R. DE 115. VALERIANA, RAÍZ 117. VIOLETA, FLOR 118. ZARAGATONA 119. ZUMAQUE
Además de estos recipientes que custodia el Museo, se depositaron otros veintidós botes y dos ánforas en la Colegiata de Villagarcía de Campos.
Bicarbonato potásico, Cebadilla, Culantrillo, Helecho madre, Arcilla, Incienso, H. eucalipto, Quina calisaya, H. eucalipto, R. Altes, Sanguinaria y Cebada.
En el Colegio de Santa Cruz, en dependencias del Rectorado se encuentran dos ánforas, procedentes del Museo Arqueológico (Iº 5960 y 5961).
A este botamen conocido que se encuentra bajo la gestión de instituciones públicas debe añadirse el existente en manos de particulares, como los tres botes de la colección del Colegio de Farmacéuticos de Valladolid.
La Diputación Provincial, en su sede de Ramón y Cajal, conserva cuatro ánforas, y en el hospital siquiátrico Doctor Villacián un ánfora incompleta y trece botes con las siguientes cartelas: Bálsamo tranquilo, 18
3398, 3399, 5958, 5959 y D1963-1/ 1 a 141). De las ánforas, dos están completas y conservan la tapa, cuatro han perdido las asas y otras cuatro conservan sólo una original. Hay además dos redomas (Iº: 5956 y 5957). La mayoría de los botes conservan cartelas –que han de corresponder a los últimos años de su uso– en las que se leen los siguientes contenidos:
El inventario del contenido general de la botica jesuítica en 1767, queda recogido en el apéndice que se incluye al final de esta publicación.
II OTRAS BOTICAS CONVENTUALES VALLISOLETANAS DEL SIGLO XVIII Eloísa Wattenberg García
EN VALLADOLID, MUY CERCA DEL COLEGIO de San Ignacio, se encontraban las farmacias del Monasterio de San Benito el Real y del Convento de San Pablo, de frailes dominicos. Fuera de la capital tenían botica la propia Compañía de Jesús en su noviciado de Villagarcía de Campos; los cartujos de Aniago; los dominicos del Convento de San Pedro de Medina de Rioseco; los
monasterios cistercienses de La Santa Espina y de Matallana; la abadía premonstratense de Retuerta; y los monasterios de jerónimos de La Mejorada y la Armedilla. A buen seguro que otros conventos también tuvieron sus boticas, como, sin ir más lejos, en la propia ciudad, el convento del Carmen Calzado en cuya excavación se
Vista parcial de Valladolid en L’Espagne à vol d’oiseau. A. Guesdon, h. 1850. Museo de Valladolid
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Botamen de la farmacia de San Benito el Real 20
hallaron platos de su enfermería, o el convento de San Agustín, pero la falta de noticias documentales y, principalmente, de restos materiales, impiden traer aquí su comentario.
San Benito el Real. Valladolid En el monasterio debió existir farmacia desde antiguo. Documentada desde el siglo XV, se ubicó, al parecer, en la acera de San Francisco. En la segunda mitad del siglo XVI, en los planos que realizara Juan del Rivero Rada planteando el complejo monacal en sintonía con el urbanismo emanado de la Plaza Mayor y sus aledaños tras el incendio de la ciudad en 1561, se señalaba una dependencia para botica en el extremo suroeste del patio de la enfermería, dando a entender que el monasterio disponía de ella. Con anterioridad a 1640, la botica benedictina estuvo a cargo de Fray Antonio Castell, boticario de Montserrat, famoso por su obra Theorica y practica de boticarios. A mediados del siglo XVIII era la más importante de la ciudad. Noticias de esa época la sitúan “contigua al monasterio”, con “reja a la calle Rinconada”, produciendo entonces ingresos de 33.000 reales. Era, al parecer, una casa de dos plantas con jardín que se derribó en 1838 cuando se hizo el fuerte militar de San Benito. Desde 1762 y por imposición legal a raíz del litigio surgido entre las boticas conventuales y el Colegio de Boticarios de Madrid, contó con un boticario seglar, aprobado por el Tribunal del Protomedicato. Rosa María Basante, que ha investigado los boticarios que estuvieron al frente de la botica benedictina en la segunda mitad del siglo XVIII, documenta la regencia de diez boticarios seglares desde aquella fecha –1762– hasta fin de siglo. También fue regente de la botica, entre los años 1766 y 1774, fray Miguel del Álamo a quien se encargará la labor de tasación de la botica de los jesuitas del Colegio de San Ignacio, en 1771, antes de su cesión al hospital de la Resurrección.
El monasterio de San Benito en el plano de Ventura Seco. 1738. Archivo Municipal de Valladolid
Anastasio Rojo recoge así la descripción que Ángel Bellogín hizo de la farmacia benedictina antes de que desapareciera por completo: “La botica era un paralelogramo de gran altura y artesonada techumbre, recortada por monumental cornisa de recortado arquitrabe, sostenido por fuertes pilastras estriadas de elegante capitel… toda de nogal viejo y sanísimo… y el espacio todo alrededor del recinto le ocupaba una rica colección de tinajas y jarrones empotrados en los marcos circulares de la tarimilla. 21
el escudo de la casa, formado por dos cuarteles con un castillo y un león rampante, sosteniendo un báculo episcopal; encuadraban estos cuarteles en una graciosa ménsula, rematada por una corona condal, y sobre ésta dominaba un gran sombrero de obispo, de cuyos lados pendían sendos cordones tejidos con tres borlas, que suman seis a cada lado… Los jarrones o tinajas eran… con dos asas que, arrancando de la parte media del cuello, caen con ligera oblicuidad hasta terminar, a la línea de mayor diámetro, en dos toscas cariátides o mascarones; entre las asas y el reborde de la boca rodea el cuello un filete azul y, debajo de éste, en ambos lados, se lee el nombre del monasterio; a uno y otro se ostenta, ocupando todo el cuerpo, un gran escudo de Castilla… todo él rematado por una gran corona imperial, que bien pudiera ser la del nieto de Isabel primera…”.
Almirez de bronce de San Benito el Real. 1823. Colegio de Farmacéuticos de Valladolid
Sobre éstos, dejando libre un espacio conveniente para manejarlos, comenzaban las tablas de la anaquelería, de cuyas andanas mayores, cinco estaban literalmente cuajadas de botes grandes en número de 500, otras cinco con 300 redomas y las estrechas o cordialeras con 240 botes pequeños la una y número igual de redomitas la otra… Los botes todos, grandes y pequeños, de un pie a seis pulgadas de altura, eran de forma sensiblemente cilíndrica, con una depresión a la parte media que los hacía muy manejables y les prestaba cierta esbeltez; su decoración, de esmalte azul, comenzaba por la base con una tarjeta que contenía el nombre de la sustancia; sobre ésta un sello circular del Monasterio y encima, llenando toda la parte anterior, 22
“Un Santo Cristo de regular talla coronaba el mueble donde se custodiaban las doce piedras preciosas de uso farmacológico. Dos lámparas de cristal, en forma de campana, que desempeñaban sus funciones por la noche, auxiliadas por un enorme velón de cuatro mecheros y verde pantalla”. De esta hermosa botica de San Benito el Real, el Museo conserva dos ánforas o jarrones con inscripción de su pertenencia, adornados con el escudo real (Iº 79 y 80) y ocho botes con la siguiente decoración y cartelas de contenido: Con escudo del Monasterio: R. de LIRIO DE F (Iº 57); SE. CUCUMER (Iº 56); PVL. ANTIC=Acc.C (Iº 58). Con cartela de contenido en diagonal: R. BISTORT (Iº 54); R. ASAR (Iº 55); PVL. SANTON (Iº 68); CALIBS. PP (Iº 66); PReC. ALB. (Iº 67). Otras piezas de botamen se encuentran en colecciones particulares y un testimonio singular, un gran mortero de bronce con su mano, fechado en 1823, se guarda en el Colegio de farmacéuticos de Valladolid. Consta en la leyenda que recorre su contorno: “soy de sn Benito el real de Valladolid se fvndio sdo administrador f Yldefonso Gafate año 1823”.
El Convento de San Pablo en el plano de Ventura Seco. 1738. Archivo Municipal de Valladolid
Convento de San Pablo. Valladolid De la botica de este convento dominicano apenas se guardan noticias, a pesar de que, por sus ingresos –27.500 reales– en 1752, sólo era superada por la del monasterio de San Benito. Se puede documentar que a finales del XV o comienzos del XVI se hizo enfermería en la zona del claustro principal, de lo que cabe deducir, a falta de otra información, que la botica estaría aneja. En 1762 se hace mención de ella con ocasión del alojamiento de tropas francesas en el claustro alto del convento, para lo que se hizo una escalera “por cima de la botica”, pero nada se conoce de su contenido ni de su botamen del que pueden dar idea los dos
Botes con escudo de la Orden de Santo Domingo. Colegio de Farmacéuticos de Valladolid
botes con escudo de la Orden de Santo Domingo que se conservan en la colección Carranza o los de la colección del Colegio de Farmacéuticos de Valladolid. La botica debió mantenerse hasta que las tropas francesas arrasaron el convento en la Guerra de la Independencia.
Convento de San Francisco. Valladolid No tenía ya botica en la época que nos atañe, pues no aparece mencionada en el Catastro de Ensenada, pero la hubo de tener con anterioridad, pues en 1607 se 23
documenta el fallecimiento del que era su boticario y en 1692 consta que Juan Manuel Navarro adquiere “todas las medicinas y adherentes” al convento, para la botica que él tenía en la Puerta del Campo.
estantes y recipientes. Se menciona también un corredor y, en él, dos cajonerías pintadas de encarnado y dorado, de cuarenta y nueve cajones, “que servían a la botica vieja”. Se añadía a la botica una biblioteca, en la que figuraban varias farmacopeas; obras de Félix Palacios, Juan de Loeches, León Fusch, libros de plantas,…
Casa del noviciado de la Compañía de Jesús. Villagarcía de Campos
Como ya se ha dicho, es posible que alguna muestra del botamen quedara en Villagarcía al servicio del hospital, pero no hay ninguna constancia de ello, pues las dos ánforas y veintidos botes que se conservan en la Colegiata de San Luis proceden, como los del Museo de Valladolid, del antiguo hospital provincial, heredero de la farmacia del Colegio de San Ignacio, y fueron depositados allí por la Diputación Provincial en 1961.
La botica estaba vinculada al hospital de la Magdalena fundado por doña Magdalena de Ulloa y según se anota en el catastro del Marqués de la Ensenada proporcionaba seis mil reales anuales. C. Pérez Picón escribe acerca de ella: “tenía en los estantes adosados a sus paredes un centenar de ánforas grandes y más de seiscientos botes de Talavera, además de otros muchos recipientes de vidrio” que, seguramente, fueran muy similares a los del colegio de Valladolid. Hubo de ser una de las más importantes, afamadas y, quizá, mejor dotadas de la Compañía de Jesús en España, pues la Real Provisión de Carlos III de 1767, sobre el destino de los bienes confiscados a los jesuitas a raíz de su expulsión, la menciona expresamente, junto a la del Colegio Imperial de Madrid, disponiendo que se aplicara al Real Hospital de Toro. El Archivo de la Diputación de Zamora conserva documentación de inventarios y de la entrega del botamen al hospital toresano que, al parecer, se lleva a efecto en 1771. Datos del inventario que se lleva a cabo tras la expulsión de los jesuitas permiten saber que tenía dos plantas. En la de abajo, había una estancia principal en medio de la cual estaba una mesa de nogal de tres varas de largo. Tenía además rebotica con ventana a la huerta del colegio, con varias andanas fijas bien provistas de botes “azules y blancos”, redomas de vidrio, cántaros de Talavera pintados de azul, ollas que se citan como “zamoranas” y otras de “Perigüela” (Pereruela). Había, además, encima de la botica un cuarto donde se hallaban cincuenta y ocho de estas ollas zamoranas, y un segundo cuarto, también con 24
Convento de San Pedro Mártir. Medina de Rioseco De sus inventarios deduce A. Martín Plaza que tuvo una botica importante. En 1741 sus enseres fueron tasados en 4.304 reales, otras valoraciones posteriores indican la disminución de instrumentos y la existencia, en 1779 de un botamen compuesto por doscientos ochenta y tres botes y veinticuatro orzas de Talavera fina. En 1752 estaba a su cargo Antonio Benito, boticario. Figura que podía ganar en un año cinco mil reales y que gastaba en asistir a los pobres otros cinco mil. La colección Carranza conserva un ejemplar de su botamen con escudo.
Real Cartuja de Aniago. Villanueva de Duero En 1409, el obispo de Segovia, Juan Vázquez de Cepeda compró al Concejo de Valladolid el lugar de Aniago para fundar un monasterio-hospital de canónigos regulares, donde se restaurase el oficio y el rito
Cartuja de Aniago: Arco de entrada y paso a la farmacia. Estado actual de la dependencia de la botica; detalle de los restos de pinturas e inscripción
hispano-visigótico. No fue posible y, en 1441, la reina Doña María, esposa de Juan II, que ejercía su patronato, otorgó carta de donación a favor de la Orden Cartuja para que fundase un monasterio. De ahí que el cenobio tuviera como escudo las armas reales de Castilla y León por habérselo concedido este monarca en 1445, armas que aparecen en el botamen de su botica sobre águila bicéfala explayada bajo corona imperial, que sostiene con sus garras una cadena similar a la del collar del Toisón de la que pende cruz de
ocho puntas que, sin datos que permitan fechar el botamen, podría entenderse de la Orden de Sancti Espiritu o, quizá, de la Orden de Carlos III. Según recoge el catastro del Marqués de la Ensenada, tenía su botica que servía para uso de los monjes y 25
Cartuja de Aniago: botes de farmacia. Museo de Valladolid
para algunos pueblos de las cercanías, lo que proporcionaba una utilidad de mil quinientos reales de vellón, disponiendo de un mancebo para el despacho que percibía mil cien reales. La botica, según cita López Campuzano, estuvo localizada en la zona del claustro de los hermanos conversos, o en las edificaciones destinadas a los oficios u obediencias, probablemente anexa a la barbería tal como 26
ocurre en los monasterios cartujos, y tendría su jardín botánico, como acostumbraban a tener las boticas cartujanas. Hoy, sin embargo, lo único que se puede constatar, como indicaba Ortega y Rubio, en 1895, es que su última ubicación fue al lado de la puerta principal, donde existe una ruinosa dependencia cuyos muros conservan vestigios de pintura policroma entre los que se ve un gran escudo compuesto, en el que se adivinan
las armas de España y otras bajo capelo de tres borlas, con castillo, león y ave María, quizá las del prior del monasterio. A ambos lados del escudo figuran dos águilas en posición dorsal –de las que una se conserva casi completa y otra apenas muestra el dibujo de su cabeza–, y la siguiente inscripción: “y el varón prudente no la aborrecerá” que permite deducir la leyenda: “El altísimo crió la medicina de la tierra y el varón prudente no la aborrecerá”, procedente del Eclesiástico y que, con
esas mismas palabras, recoge Fray Juan de Pineda, fraile menor, en el diálogo “diecisieteno” de la segunda parte de su obra la Agricultura Cristiana. Esta decoración quizá pueda relacionarse con el priorato de don Antonio Ordóñez, entre 1770 y 1789, que se preocupó de atender no sólo cuestiones espirituales, sino también las necesidades materiales del monasterio. El Museo conserva dos botes completos de Talavera, de la serie azul, con águila bicéfala coronada e inscripción de la cartuja (Iº 51 y 59), y dos más con águila bicéfala (Iº 63 y 64) sin inscripción que se suponen también procedentes de ella.
Monasterio de Nuestra Señora de San Pedro de la Santa Espina. Castromonte Según el catastro de Ensenada, realizado en 1752, sus monjes tenían botica dentro de clausura. Estaba destinada a sus enfermos y sólo anotaba ganancias de quinientos reales por lo que se despachaba a forasteros de los alrededores. Encargado de la botica estaba el padre fray Matías Villares que cultivaba un importante jardín botánico. En el Palacio Real de Madrid se conserva un manuscrito, de ocho folios, dado a conocer recientemente por Basante Pol y González Bueno, en el que se hace relación de las especies botánicas que allí había. Su título “Plantas que contiene el Jardín de la Botica del Monastº de la S Espina; or n de S n Bern do según los autores modernos Linneo Tournefort y otros. Año de 1780” da idea de su abundante variedad
Monasterio de la Santa Espina. Jarrón de farmacia. Museo Nacional de Artes Decorativas
y de los conocimientos botánicos de su boticario. Casimiro Gómez Ortega, primer catedrático del Real Jardín Botánico, en el tomo VI de la Flora española, de 1784, cita a fray Matías Villares en el monasterio de la Santa Espina como experto en botánica que venía verificando los buenos efectos del cocimiento de la Polygala, de la que despachaba anualmente “considerables porciones con felicidad para los pacientes de dolor de costado”. 27
Monasterio de Santa María de Matallana. Villalba de los Alcores Tenía una botica dentro de clausura, de la que se servían los religiosos y algunos jornaleros. Un plano del siglo XVIII la sitúa en el patio de la hospedería, próxima a la puerta de carros que era acceso al compás principal. En 1751 estaba administrada por fray Agustín Felipe, de dicha comunidad, proporcionando al año mil cien reales de vellón. Como el resto del monasterio, debió ser saqueada por las tropas francesas en 1808. En la actualidad se conservan algunos botes en la colección Carranza y en el Museo de la Farmacia Hispana, todos con el escudo de la Orden del Císter.
Abadía de Santa María de Retuerta. Sardón de Duero
Polygala serpyllacea. Herbario de Anastasio Rojo
El monasterio, de la Orden del Císter, sufrió gran expolio durante la ocupación francesa y su botica fue robada. De ella se conserva un cántaro en el Museo Nacional de Artes decorativas, en el que figura un escudo compuesto, ornado de rocalla y follaje bajo corona real, que incluye los blasones de la Orden del Císter de la congregación de Castilla y del monasterio con sus símbolos: corona de espinas y llaves de San Pedro. Quizá también provenga de aquí, como apunta J. de Vicente, una orcita conservada en el Museo Arqueológico, Etnográfico e Histórico vasco de Bilbao con escudo del Císter y tiara con las llaves de San Pedro. 28
La botica debía estar al servicio exclusivo de la comunidad religiosa ya que en el apartado dedicado a la Villa de Retuerta, en el catastro del Marqués de la Ensenada, nada se dice de ella. Sin embargo cabe presumir su existencia y la de su jardín botánico anejo en el siglo XVIII, pues en la compilación de datos del monasterio, fechada en 1786, se anota que en 1669 se hizo de mampostería la fachada que daba al jardín de la botica, que se encontraría ubicado en el lugar que solía ocupar en todas las abadías, limitando al poniente con el capítulo y locutorios.
Monasteriode Nuestra Señora de la Mejorada. Olmedo A mediados del siglo XVIII tenía botica en su clausura de la que se servían toda clase de personas de la villa y su entorno. No se tiene noticia de su botamen, posiblemente con escudo de la Orden de San Jerónimo como los ya mencionados.
Almirez de bronce y botes de farmacia del convento de la Armedilla. Colegio de Farmaceúticos de Valladolid
Monasterio de Santa María de la Armedilla. Cogeces del Monte En 1752 contaba con un boticario que recibía 1.600 reales al año. De su existencia se conservan buenos testimonios en el Colegio de Farmacéuticos de
Valladolid: dos botes de farmacia con escudo de la Orden de San Jerónimo y un magnífico mortero de bronce que está fechado en 1763 y tiene la siguiente inscripción: “es para el combento de la arnedilla siendo boticario F iph de Sta Maria 1763”.
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III EL BOTAMEN MONÁSTICO EN EL MUSEO DE VALLADOLID: UNA PERSPECTIVA ARQUEOLÓGICA Fernando Pérez Rodríguez-Aragón
EN EL IDIOMA CASTELLANO se denomina botamen al conjunto de los botes o recipientes de barro vidriado que se utilizaban tradicionalmente en las oficinas de farmacia para guardar los medicamentos o para almacenar en las debidas condiciones los ingredientes utilizados en su preparación. Durante la Edad Moderna, estas cerámicas de farmacia estaban integradas por un reducido repertorio de formas. Se trataba sobre todo de botes o albarelos, utilizados especialmente para conservar sustancias sólidas, aunque en versiones de menor tamaño podían también contener bálsamos y ungüentos (los llamados ungüentarios) y preparaciones como las píldoras o los trociscos (denominándose entonces pildoreros). Junto a los botes, se emplearon también las orzas (para sólidos de un cierto tamaño o que debían usarse en gran cantidad), los cántaros y jarrones (para las aguas destiladas) y, menos frecuentemente, botellas y vasijas con un pitorro vertedor (denominadas a veces canillas, porrones o botijos). En el Museo de Valladolid se conserva una buena representación de estos recipientes de farmacia proveniente de las boticas conventuales del Monasterio
de San Benito el Real, de la Cartuja de Aniago y, sobre todo, del Colegio de San Ignacio de Valladolid. La presencia de los botámenes de las dos primeras instituciones es puramente testimonial (dos jarrones y ocho botes de San Benito; dos botes de Aniago). Sin embargo, del botamen de la farmacia del antiguo Colegio de San Ignacio de Valladolid se conserva en nuestro Museo un nutrido conjunto de recipientes: diez “ánforas” o jarrones con dos de sus tapaderas y ciento cuarenta y siete botes.
Algunas consideraciones generales sobre los botes de farmacia Mientras que jarrones, orzas y canillas no tenían un uso exclusivamente farmacéutico, el bote de farmacia o albarelo, era una vasija diseñada exclusivamente para su disposición en los anaqueles de las boticas, utilizándose en origen para contener medicamentos o especias. Se trata de un recipiente cerrado de tendencia cilíndrica con la boca ancha y el cuello corto. Su forma de tubo o cañón, que permite un mejor 31
aprovechamiento del espacio de las estanterías, evolucionaría con el tiempo. En su versión clásica bajomedieval los botes de farmacia se estrechaban en su parte central, lo que posibilita el paso de los dedos para asirlos por el centro y retirarlos del estante. También suelen presentar un grueso pie anular, lo que reforzaba el aislamiento del contenido del recipiente y confería mayor estabilidad a éste. La forma saliente del labio o reborde permitía atar con un cordel la tapa, formada comunmente por una hoja de pergamino o de tela encerada. La forma medieval del tarro de farmacia permanecería vigente, con pocas variaciones, hasta finales del siglo XVIII, época en la que con las nuevas corrientes neoclásicas y la generalización de la porcelana, tendieron a difundirse nuevas morfologías, como la urna o copa de pie alto. Por lo que se refiere a los términos castellanos empleados para designar a los botes de farmacia, cabe preferir las palabras bote (del catalán pot) y tarro (del latín terraceum) al italianismo albarelo. Este último vocablo, aunque aparece en los inventarios hispanos desde al menos el siglo XVII, sólo recientemente (ed. 1983) ha sido admitido en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua. En Italia el término albarelloalberello era ya frecuente en el siglo XIV con el mismo sentido actual (por ejemplo en la Divina Comedia y en otras obras de Dante). Su origen y etimología son muy discutidos ya que algunos suponen que esta palabra habría sido importada desde Oriente como los propios recipientes cerámicos que designaba, mientras que otros creen que deriva del latín. Así, se suele repetir que albarello procedería del persa al-barani con el significado de “vaso para especias” o “vaso para drogas”, aunque en realidad deben referirse a al-barni (recipiente de barro), de donde vendría el árabe al-barniyyah (ánfora). Un papiro del siglo XIII 32
hallado en las excavaciones del puerto de Quseir alQadim, en la costa egipcia del Mar Rojo utiliza esta palabra (barniyyah) para referirse a siete recipientes que transportaban aceite para lucernas. De ella proviene el árabe hispano alburníyya, que daría origen al español albornía (vasija grande de barro vidriado) que en los inventarios vallisoletanos del siglo XVI servía todavía para designar a los cántaros de farmacia. Según otros autores albarello procedería de la palabra árabe al-birâm (en plural al-burmâ), derivada a su vez del verbo barâma (tornear). Los lingüistas italianos han señalado, sin embargo, que en un documento de Pisa de 1196 ya se menciona un “parvum albarellum de terra cum globo”, expresión que parece referirse a uno de estos tarros cerámicos con su tapa de pergamino. Según este razonamiento el término albarelo designaría en origen un recipiente hecho de madera, ya que si no, la precisión “de terra” sería superflua. En cuanto a la palabra en sí, para algunos procedería de albaro/albarello (chopo) y ésta del latino albarius (blanco), aunque para otros se trataría del diminutivo alberello (arbolillo). Esta última presunta etimología se ha querido relacionar también con la idea, errónea pero muy repetida en cierta bibliografía anglosajona, de que la forma de los albarelos imitaba la de los segmentos de la caña de bambú, que habrían podido ser utilizados para transportar los medicamentos asiáticos desde Extremo Oriente hasta los países islámicos.
El estudio de la cerámica de farmacia desde la óptica arqueológica El estudio de los botes de farmacia, y de las lozas decoradas en general, se ha efectuado tradicionalmente desde la perspectiva de la Historia del Arte,
donde eran contemplados como una parte de las llamadas “artes menores”. Estos trabajos se centraban en las producciones cerámicas de carácter más lujoso y ornamentado, apreciando sobre todo el valor estético de las vasijas, que se ilustraban fotográficamente y eran analizadas desde un punto de vista eminentemente estilístico. Este tipo de investigación llegaba como mucho a la pesquisa de tipo histórico-documental, apreciando la presencia de este tipo de recipientes en los contratos de los alfareros, en los inventarios de las boticas o en los fletes de los barcos. Tan sólo recientemente se ha comenzado a aplicar al estudio de las cerámicas medievales y modernas la metodología desarrollada por la ciencia arqueológica, que valora no tanto los recipientes en sí mismos como su pertenencia a unos contextos, ya sean éstos de fabricación, de uso o de amortización. Además, el dibujo arqueológico de los recipientes y la elaboración de tablas de formas y repertorios de motivos decorativos permiten obviar la subjetividad del análisis estilístico tradicional y afinar las cronologías. Esto se logra gracias a la seriación tipológica y a la datación cruzada con las fechas absolutas que aparecen en las propias cerámicas o son atribuibles a éstas en virtud de los contextos estratigráficos. Desde esta nueva perspectiva cabe investigar los botes, orzas y jarrones de las boticas desde una multitud de aspectos inéditos. Así, se pueden estudiar las tecnologías y los procesos productivos empleados en la fabricación de los recipientes, mediante el análisis químico de las arcillas y la caracterización mineralógica y microestructural de las pastas, esmaltes y pigmentos. El estudio comparativo de esta analítica facilita la determinación de la procedencia de las vasijas con mucha mayor fiabilidad. Por otro lado, la investigación documental tradicional, conjugada con la localización de los recipientes de farmacia en las excavaciones arqueológicas, permite un mejor conocimiento de su empleo como contenedores en el transporte de especias y productos medicinales, o de su uso para
guardar medicamentos en farmacias y hospitales. Esta perspectiva arqueológica encuentra su más pleno significado en los excepcionales casos en los que ha sido posible excavar una farmacia con todo su contenido: Charles K. Williams ha podido estudiar la botica de un hospital instalado en Corinto en la segunda mitad del siglo XIII por la Orden de San Juan de Jerusalén y que fue destruido, al parecer, durante una razzia de los almogávares catalanes en 1312.
El origen de la cerámica de farmacia El mundo islámico medieval logró conservar y transmitir hasta nosotros el saber médico y farmacéutico de la Antigüedad clásica: el Canon de Avicena normalizó las doctrinas de Hipócrates y Galeno, mientras que la Materia Médica de Dioscórides fue objeto de múltiples comentarios y ampliaciones. Se procedió además a recopilar la mayor cantidad de información posible sobre las plantas medicinales de un territorio muy extenso: el Norte de África, al-Andalus, Siria, Iraq y la Península Arábiga, tarea que culminaría con las obras del malagueño Ibn al-Baytar. La cultura islámica heredó también del mundo grecorromano la técnica para fabricar cerámicas recubiertas de un barniz vidriado transparente a base de plomo. Su combinación con la tradición mesopotámica de los vedríos alcalinos opacos daría lugar en el siglo VIII al desarrollo de la loza, cerámica recubierta de un barniz vidriado de color blanco, que utiliza como fundente el plomo pero que consigue su característico color gracias al estaño. El dominio de la técnica de los vidriados permitiría fabricar recipientes cerámicos recubiertos tanto al interior como al exterior de una capa de vedrío que facilitaba la conservación de las sustancias medicinales a salvo de la luz, del calor y de la humedad. 33
Bote y orza balaustre. Raqqa (Siria). Siglo XIII
Los recipientes específicos de las boticas parecen haberse limitado en la época islámica a dos formas fundamentales, una de ellas cilíndrica: el bote, utilizado para guardar las drogas secas, y otra bulbosa, a menudo con asas o con un alto cuello: la orza o vaso en forma de balaustre, especialmente apropiada para guardar los jarabes y electuarios. En el mundo islámico se fabricarían desde fechas muy tempranas botes susceptibles de un uso farmacéutico. Los primeros botes de cerámica vidriada aparecieron probablemente en Iraq durante la fase inicial del dominio de los califas Abasíes, época en la que Basora era uno de los principales centros productores de cerámica. Robert B. Mason ha publicado una serie de desechos de cocción de los siglos IX/X conservados en el Metropolitan Museum de Nueva York y procedentes de un horno de al-Zubayr/Basora Antigua. Entre ellos hay cuatro tarros cilíndricos, desprovistos de cuello y rematados en un ligero reborde. Dos están 34
solamente bizcochados, mientras que otro aparece recubierto de un vidriado blanco estannífero sobre el que se han dispuesto brochazos radiales de color turquesa de cobre y púrpura de manganeso. Por su tamaño, forma y escasa altura estos recipientes parecen más aptos para servir que para conservar especias; no obstante, la forma de su reborde permitiría atar sobre ellos una tapa de material orgánico, al modo de los botes de farmacia, por lo que se pudieron utilizar también para comercializar pomadas o grasas perfumadas. Tan sólo uno de ellos, fragmentado, de mayor tamaño y recubierto en su exterior por un vidriado de color turquesa, pudiera haber servido para almacenar especias o productos medicinales. Habría que citar además una serie de tarros que muestran las características propias de las cerámicas fabricadas durante el siglo X en Transoxiania y en el Este de Irán bajo el dominio de la dinastía persa samaní. Se trata de cerámicas modeladas a torno y
recubiertas de un engobe blanquecino, sobre el que se disponía una decoración coloreada en rojo de hierro y negro de manganeso que era a veces retocada con la punta de un buril antes de ser recubierta por un vidriado traslúcido incoloro a base de plomo. En el Museo de Arte de Cleveland se conserva un tarro cilíndrico (CMA 1996.298) procedente de Samarcanda (Uzbekistán) que presenta sobre el cuerpo una inscripción cúfica pintada en negro; la leyenda contiene un proverbio atribuido al profeta Mahoma exhortando a la modestia, por lo que cabe pensar que este bote pudiera haber servido para contener algún tipo de cosmético. En la exposición Terres secretes de Samarcande se expuso otro tarro, más esbelto y de perfil ligeramente troncocónico, que se decora con una elegante inscripción pintada en rojo y negro, con detalles a buril. La misma tendencia troncocónica y técnicas decorativas muestra otro bote del Museo del Louvre (MAO 864) procedente de Bamiyan (Afghanistán) que presenta sobre el cuerpo una decoración vegetal a base de dobles palmetas y una pseudo-inscripción sobre el hombro. Con la decadencia del califato abasí algunos alfareros iraquíes fabricantes de cerámicas de lujo se trasladaron a Egipto atraídos por el esplendor de la corte allí establecida por el califato chiita de los Fatimíes, instalándose en el barrio artesanal de Fustat, capital administrativa muy cercana a la ciudad palatina de El Cairo. Estos ceramistas llevaban consigo las tecnologías del vidriado blanco de estaño y de las decoraciones de reflejo dorado. Se trata de una técnica ornamental muy compleja y costosa que permitía conseguir vasijas “brillantes como el sol”. Estas cerámicas llegaban a recibir hasta tres cocciones: en las dos primeras, realizadas en una atmósfera rica en oxígeno y a alta temperatura, se cocían la pasta de los recipientes y el vidriado que los recubría. Seguidamente, las vasijas se decoraban con un compuesto formado por óxidos de plata y cobre, mezclados con almagre y diluidos en vinagre, tras de lo cual sufrían una nueva cocción en una atmósfera
pobre en oxígeno y a baja temperatura. En este proceso los óxidos de plata y cobre se convertían en finas partículas de metal puro, de grosor nanométrico, que mediante un proceso de intercambio iónico quedaban integradas en la superficie del vidriado. Finalmente, los recipientes eran lavados y, al desaparecer las cenizas, en su superficie aparecía la decoración de reflejo, de tono más o menos verdoso, dorado o rojizo, y con un brillo fuertemente metálico. En el Egipto fatimí se desarrollaría además en la segunda mitad del siglo XI la “pasta de piedra” silícea: una mezcla de 10 partes de cuarzo, 1 parte de frita de vidrio y 1 parte de arcilla. La pasta de piedra, de color blanco, sería fundamental para el desarrollo de la cerámica islámica posterior pues proporcionaba el fondo adecuado para la ejecución de decoraciones pintadas bajo un vidriado transparente, la denominada cerámica decorada “bajo cubierta”. Desconocemos cómo pudieron ser los botes de farmacia del Egipto fatimí, si bien en la Colección del Aga Khan de Toronto (AKM 00548) se conserva una orza balaustre de inicios del siglo XI recubierta de un esmalte estannífero blanco y decorada con reflejo dorado, de modo que los motivos ornamentales quedan “en reserva”, esto es en blanco. Esta orza presenta un diseño de cintas entrelazadas e inscripciones árabes en letra cúfica foliada que repiten el lema “bendición, perfecta y completa”; además el fondo dorado presenta detalles a buril que remarcan los registros decorativos y dibujan pequeñas espirales esgrafiadas. Fustat fue destruida violentamente en la segunda mitad del siglo XII y Saladino aboliría poco después el califato fatimí, restableciendo el dominio sunnita sobre Egipto. Los alfareros de Fustat no tuvieron más remedio que trasladarse hasta Siria y Persia, entonces bajo el dominio de los sultanes de la dinastía turca de los Selyúcidas, en busca de una clientela que apreciase las costosas cerámicas que ellos fabricaban. En el Irán selyúcida de los siglos XII-XIII se produjeron cerámicas de farmacia fabricadas en “pasta de piedra” y decoradas en una multitud de técnicas y 35
estilos, destacando entre todas ellas el lustre o reflejo dorado. Los botes de farmacia de la Persia selyúcida tienen formas troncocónicas y perfiles redondeados, presentando una gran variedad de técnicas decorativas. Por lo general poseen un hombro bien marcado casi horizontal, el cuello cilíndrico o troncocónico y las paredes ligeramente convexas. Su ornamentación suele presentar inscripciones en el cuerpo o en el cuello del tipo “Gloria, prosperidad y salud” que sólo de una manera muy indirecta pudieran considerarse relacionadas con la materia médica.
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Cabe destacar especialmente un bote del Museo del Louvre (OA 5930) de torneado algo irregular y decorado con reflejo metálico. Esta pieza, presenta una serie de motivos figurados dejados “en reserva” blanca sobre el fondo dorado. El tema principal es una figura humana sentada, que aparece repetida cinco veces, ocupando la mayor parte del cuerpo del recipiente. Frisos de guirnaldas de círculos pintados en dorado combinados con el motivo del “gran ojo”, enmarcan y articulan la decoración. Encima del hombro se dispone una faja corrida con la representación de tres zorros persiguiendo a una liebre, todo ello muy naturalista. Cabe mencionar también otro tarro del Louvre (OA 6475) y un bote del Victoria and Albert Museum (369-1892) que muestran un esquema de tipo arquitectónico que cobija unos complejos motivos de desarrollo vertical realizados con la misma técnica.
El procedimiento de ornamentación de otros tarros persas se revela más sencillo: los recipientes están simplemente pintados en azul cobalto o negro de cromo, “bajo cubierta”. Decorados con esta técnica, cabe citar un bote del Smithsonian (S.1997.116) y otro del Louvre (OA 6043). El primero está decorado con unos sencillos pares de listas azules bajo la cubierta incolora. El segundo, de cuerpo facetado fabricado a molde, presenta una decoración de guirnaldas formada por palmetas verticales dejadas “en reserva” sobre el fondo negro, todo ello bajo una cubierta azul. El uso de moldes para elaborar los botes de farmacia permitía producir éstos de una manera más industrial, abaratando los costes al facilitar la labor del torneado de los recipientes. Se conformaron así multitud de albarelos de panza gallonada (Louvre OA 7871.70 y OA 7871.71) y botes con decoración en relieve (Fitzwilliam Museum C.112-1935), recubiertos todos ellos por lo general de un vidriado azul. No será hasta una época posterior, bajo el dominio de la dinastía mogol de los Il-khanidas y por influencia siria, que los botes de farmacia persas adquieran un perfil entallado, al cual añaden una panza inferior redondeada, tal y como se puede apreciar en un tarro del Metropolitan Museum de Nueva York (57.61.12), que está provisto de una tapadera cónica puntiaguda y decorado con un diseño en blanco y oro sobre fondo azul de lapislázuli, en técnica lâjvardina.
Algunos botes de farmacia persas están fabricados en el llamado “estilo de siluetas”. Los vasos así decorados se recubrían con un engobe negro de cromo, que luego era raspado y excavado de tal manera que los motivos decorativos quedaban recortados en negro sobre el fondo blanco de la pasta. Finalmente, se aplicaba un vidriado transparente coloreado, por lo general en verde turquesa de cobre. Estos botes suelen mostrar elaboradas inscripciones en letra cúfica, así un ejemplar del Fitzwilliam Museum de Cambridge (C.428-1991) y otro del Museo del Louvre (OA 6693) provisto este último de una puntiaguda tapadera en forma de cúpula.
Durante el siglo XII, la parte occidental del imperio Selyúcida se fragmentó en pequeños estados independientes que Saladino volvería a reunificar, para fundar el sultanato Ayyubí. Los Ayyubíes basaban su poderío militar en el uso como soldados de esclavos de origen turco, que en 1250 se sublevaron, creando el estado Mameluco. Los albarelos fabricados en el Norte de Siria bajo el dominio Ayyubí, en la ciudad de al-Raqqa, y luego bajo los Mamelucos en los alfares de Damasco, se exportaron a Europa en abundancia, especialmente a partir de 1344, tras el levantamiento del embargo comercial decretado por el Papa.
Se suele atribuir a los alfares de Raqqa un vistoso conjunto de albarelos con decoración de reflejo dorado que presentan un cuerpo poliédrico de perfil entallado y la sección poligonal: Metropolitan Museum of Art (48.113.12), Louvre (OA 7873), Royal Ontario Museum (959.187.41), Science Museum de Londres (A42880 y A42881), Museo Calouste Gulbelkian de Lisboa… Unas líneas verticales azules pintadas “bajo cubierta” sobre las aristas del cuerpo separan las facetas del recipiente. Éstas aparecen recubiertas por una decoración de guirnaldas vegetales, alternando las bandas en las que predominan los motivos en reserva con otras en las que prevalecen los motivos dorados. En reserva aparecen roleos de gruesas hojas carnosas (y más raramente inscripciones), mientras que en las otras bandas se disponen sartas verticales de pequeños motivos perfilados a base de hojitas y puntos. El cuello suele mostrar bandas pseudocaligráficas realizadas con la misma técnica. Se conocen también pequeñas orzas en forma de balaustre pertenecientes a estas series y decoradas con los mismos motivos, sólo que dispuestos en bandas horizontales: Metropolitan Museum (1948.113.13), Fitzwilliam Museum de Cambridge (C.62-1935), así como otras orzas de mediano tamaño que pese a su forma ovoide muestran las costillas azules y la organización decorativa vertical propias de los botes de farmacia: Metropolitan Musseum (48.113.4), Smithsonian (F.1908.116). Los talleres de Raqqa cesarían su producción a raíz del saqueo mongol de 1259, Damasco continuó la fabricación de estas cerámicas aunque la influencia de la porcelana china Yuan pondría de moda en el siglo XIV otro tipo de decoraciones en las que predominaba el color azul. Los alfares de Damasco fabricaron a lo largo de los siglos XIV y XV un gran número de albarelos y orzas en forma de balaustre en los que se exportaban electuarios y mercancías de alto precio, como la célebre “confitura de Damasco”. Muchos de estos vasos se han conservado, exponiéndose en la actualidad en nuestros Museos. Algunos de ellos están pintados en el
llamado “estilo de Sultanabad” (dibujos realizados en color negro iluminados con toques azules) o simplemente decorados en color azul cobalto sobre el fondo blanco del recipiente. Estas ornamentaciones se caracterizan por el uso abundante de las guirnaldas de zarcillos y por los fondos formados por pequeños motivos vegetales, puntos o rayados espirales, entre los que a veces se introducen figuras de animales, manifestando en ocasiones una influencia china muy acusada. Este es el caso de un albarelo de la David Collection de Copenhage (6/2006) que muestra cuatro pájaros de gran tamaño sobre un fondo de follaje menudo. Estas aves están dibujadas formando una especie de tira pre-cinematográfica: cada uno de ellos abre un poco más el pico que su inmediato vecino, de tal manera que sometido el vaso a la rotación de un torno de mano el pájaro parecería cantar. Otro bote muy similar, éste decorado con grullas, se conserva en el Metropolitan Museum de Nueva York (10.105). Este mismo tipo de ornamentación animal aparece sobre el cuello de un vaso en forma de balaustre del Victoria and Albert Museum (483-1864) que tiene el cuerpo decorado con una gran inscripción, enmarcada arriba y abajo por otros dos frisos epigráficos. A veces estos epígrafes se convertían en el motivo principal de los botes de farmacia, como en un albarelo conservado en el Musée National de Céramique, en Sèvres (MNC 8386) que muestra el cuerpo recorrido en toda su altura por una inscripción arábiga cuyas letras se destacan sobre un follaje menudo, todo ello en azul cobalto. Este bote habría contenido un afrodisiaco a juzgar por una de las lecturas propuestas para la leyenda. En este mismo museo se conservan más vasos epigráficos en forma de balaustre (MNC 51131, MNC1 2596), pudiéndose citar asimismo otro ejemplar del Fitzwilliam Museum (C.544-1991) y un ejemplar, excepcional por diversos motivos, del Museo del Louvre (MAO 618), con una larga inscripción describiendo un procedimiento adivinatorio referente a las propiedades del almizcle. 37
Se ha dicho que estos rótulos en árabe pudieran aludir a las virtudes de las sustancias contenidas en los recipientes de farmacia, pero por lo general se trata de simples invocaciones propiciatorias de carácter muy general deseando Gloria, Felicidad, Bendición, Alegría, Fortuna, Gracia…, las cuales aparecen también sobre otro tipo de vasijas. Tan sólo en el caso de leyendas como ni’ma shafiya (gracia sanadora) o sulala daima (larga progenie) cabe pensar que pudieran tener una función profiláctica o hacer referencia a sustancias que, como el gengibre o el almizcle, pudieran servir para curar la impotencia o suscitar la pasión. En otras ocasiones se trata de pseudo-inscripciones, que se han querido relacionar con el uso de fórmulas mágicas con fines curativos, lo cual resulta más dudoso. En todo caso, es posible que la presencia de estas leyendas o alafias de significado misterioso haya podido incrementar el prestigio del contenido de estos recipientes, especialmente en Occidente. Los albarelos sirios llegarían a ser apreciados como mercancía en sí y no sólo por el contenido que transportaban: un inventario de los bienes del rey Carlos V de Francia, realizado en 1389, menciona “un bote de Damasco lleno de gengibre verde”, mientras que un boticario de Barcelona contabilizaba en 1364 “59 botes de Damasco”. En las excavaciones recientemente realizadas en la ciudad de Barcelona se han localizado diversos recipientes de farmacia que se han atribuido a los alfares sirios: una pequeña orza en forma de balaustre pintada en negro bajo cubierta verde habría sido fabricada en Raqqa, mientras que el fondo de otra orza con decoración en azul y negro bajo vedrío incoloro y los restos de la parte inferior de un bote pintado con menudas hojas azules se pueden atribuir a los talleres damascenos. Estos albarelos de Damasco fueron pronto imitados tanto en España, en Málaga y Manises, como en Italia, constituyendo así el origen directo de nuestros botes de farmacia. Las exportaciones maniseras lograrían hacerles una fuerte competencia, pese a lo cual los botes sirios seguirían llegando 38
a Occidente. Un ejemplar del siglo XV del Museo del Louvre (Ucad 4288), idéntico a otros albarelos recientemente subastados en Londres por Sotheby’s (Sale L06220 Lot 108-109), muestra una decoración en azul y blanco de inspiración china en la que aparece inserto el blasón de la ciudad de Florencia. Este hecho abona la idea de que estos albarelos fueron fabricados en Siria de acuerdo con las características especificadas por un comitente occidental.
La cerámica de farmacia fabricada en España durante la Edad Media Carlos Cano ha subrayado la posibilidad de que cierto tipo de botes de tendencia cilíndrica aparecidos en las cercanías de Córdoba, en las excavaciones de la ciudad palaciega de Madinat al-Zahra, hubieran podido formar parte del botamen de la farmacia califal. Si así fuera, los primeros recipientes cerámicos de farmacia habrían sido introducidos en la Península Ibérica en la segunda mitad del siglo X. Estas vasijas tienen un perfil algo rechoncho y el fondo plano; lejos de presentar la entalladura propia de los albarelos bajomedievales muestran, por el contrario, un cierto éntasis y alguno de ellos es ligeramente troncocónico, en consonancia con la forma de los botes samaníes contemporáneos. Los recipientes cordobeses tienen su interior impermeabilizado con un vidriado de plomo de color miel, mientras que el exterior fue revestido con un esmalte blanco de estaño sobre el que se pintaron motivos diversos en verde cobre y negro manganeso. Su tamaño tiende a ser pequeño. El mayor, que tiene una altura de 32 cm., posee dos pequeñas asas y está decorado con la inscripción al-Mulk, “el poder” o “el imperio”. Esta loza de vedrío estannífero y decorada en “verde y manganeso” parece haber sido introducida por artesanos venidos directamente de Oriente para trabajar en la decoración y equipamiento del palacio de los califas omeyas de Córdoba.
En las excavaciones efectuadas por Ricardo Izquierdo en la antigua ciudad de Vascos (Navalmoralejo, Toledo) se encontró la parte superior de dos recipientes fragmentados con decoración de “cuerda seca” parcial de época taifa (siglo XI) que fueron publicados como botes de perfil cilíndrico. Relativamente esbeltos para su cronología, podría tratarse en realidad de los cuellos de vasijas cerradas contenedoras de líquidos, tipo jarra o redoma de cuerpo ovoide. En todo caso, su falta de impermeabilización interior impediría su consideración como botes de farmacia. Ignoramos si los alfares murcianos, almerienses y malagueños productores de loza dorada en los siglos XII-XIII llegarían a confeccionar recipientes de farmacia. En todo caso los albarelos propiamente dichos, con su perfil entallado, probablemente no se fabricaron en la Península hasta el siglo XIV, elaborándose tanto en la Málaga nazarí como en los alfares mudéjares de Valencia y Cataluña. A tenor de los estudios de Isabel Flores, los botes de farmacia nazaríes son muy escasos, presentando la forma angulosa propia de los albarelos de origen sirio. Estos recipientes aparecen articulados en cinco partes: el pie es anular, seguido de una zona troncocónica que enlaza con el cuerpo: éste se muestra cilíndrico y entallado, a veces aun con una arcaica tendencia troncocónica; el hombro generalmente aparece moldurado mientras que el cuello, no muy alto, se abre para rematar en el labio. Algunos tarros muestran decoraciones en azul cobalto y reflejo dorado, aunque los ejemplares más comunes se conformaban con un simple vidriado de color verde turquesa por el exterior mientras que al interior están recubiertos de un vedrío de plomo de tono melado. Los alfareros valencianos fabricaron a lo largo de los siglos XIV y XV gran cantidad de recipientes de farmacia con decoraciones pintadas en verde y morado, azul y dorado, y azul. Estos “pots” (botes) y terraços” (tarros y jarrones) de loza estannífera se convertirían
en piezas muy demandadas por farmacéuticos y especieros. En el inventario de las pertenencias de Arnau de Torrell, “apothecari de la ciutat de Valencia”, se relacionan hasta 284 botes de variado contenido. En otra lista, en este caso de los bienes del especiero P. Maço se contabilizan treinta y cinco docenas de botes de especias, azules, además de otros 14 botes y 10 tarros. De la entidad de los pedidos da testimonio el encargo recibido por el alfarero Maymó Albanne en 1414 para fabricar 720 botes según la muestra que se le entregaba, ya que estos recipientes podían ser de diferentes formas y tamaños. Así, en 1394 la compañía genovesa de Francesco Datini compraba al moro Ameto de Manises 37 albarelos grandes, 35 medianos y 276 pequeños. En 1417 el mercader valenciano Joan Nicholau le encargaba a Hacen Muça, maestro alfarero de Manises, botes y tarros de loza dorada, provistos de tapadera y dos asas, de cuatro, dos y una libras “para poner distintas cantidades de gengibre verde”. De entre las diferentes producciones de los talleres mudéjares valencianos, la loza decorada en verde y morado tradicionalmente atribuida a Paterna (aunque se fabricara igualmente en Manises y en otros centros menores) refleja la influencia de otras manufacturas análogas, difundidas a partir de la segunda mitad del siglo XIII por buena parte del Occidente mediterráneo (Italia, Sur de Francia, Norte de África) y dentro de España, en Cataluña y Teruel. Esta producción aparece referida en algunos inventarios de la época como “pintat de vert e negre” o simplemente “vert”, mientras que los alfareros la calificaban de “obra de contrafeyt” (contrahecho) aludiendo a su menor calidad respecto de las lozas decoradas en azul y dorado. Los botes valencianos con decoración en verde y morado del siglo XIV suelen mostrar una forma cilíndrica alargada, simple o con un breve hombro, bastante similar a la que presentan los albarelos decorados con estos colores fabricados en Marsella o Montpellier por las mismas fechas. Como ejemplo de estos recipientes cabe reseñar un albarelo valenciano de loza pintada en verde y 39
morado que se conserva en el Cleveland Museum of Art (1943.276) y cuya fabricación en Paterna parece segura por ostentar el emblema heráldico de los Luna. Está decorado en dos fajas: la superior ocupada por los blasones, mientras que en la inferior aparecen dos conejos afrontados en torno a un róleo vegetal. Presenta un leve hombro y el borde ligeramente vuelto. La loza dorada valenciana, en su inmensa mayoría en realidad azul y dorada, pudo ser el resultado de la emigración al reino de Valencia de alfareros procedentes de Málaga y Murcia, apareciendo documentada en Manises, su principal centro productor desde 1325. Esta obra “de terra daurada” era cara y laboriosa ya que requería tres cocciones. Se trata de una producción que los alfareros valencianos denominaban “obra (digna) del Papa” y para la cual los talleres bajomedievales hispánicos de Valencia y Málaga imitaron el perfil quebrado y la forma angulosa propia de los albarelos sirios, de ahí que en un texto de 1392 los propios botes valencianos sean calificados de “pots de terra… domesquins” (damascenos). Se trata de botes cilíndricos de entalladura acusada, con cuello alto y hombro bien diferenciados. Su decoración queda organizada por los motivos en color azul cobalto, ya que éstos eran pintados antes de la segunda cocción, mientras que la decoración en lustre dorado quedaba fijada durante la tercera cochura. No obstante, en el Museo González Martí se conserva un albarelo hallado en las excavaciones de Manises que muestra una ornamentación de inspiración nazarí realizada exclusivamente en reflejo dorado. La decoración está formada por una serie de piñas de entrelazo dispuestas alternativamente hacia arriba, en forma de “árboles de la vida”, y hacia abajo, a manera de “lámparas” colgantes. Su forma cilíndrica de perfil simple y aspecto arcaizante es la misma que presentan los botes de la producción verde y morada. Por todo ello pudiera tratarse de uno de los más antiguos albarelos valencianos de loza dorada. 40
Los botes bajomedievales valencianos de loza azul y dorada de las denominadas “series clásicas” son muy abundantes, como corresponde a una producción cerámica realizada a gran escala y que comerciantes italianos y catalanes exportaban con regularidad a los puertos de Italia, Inglaterra y los Países Bajos, desde donde era redistribuida hasta lugares aun más lejanos. En el caso de los botes de farmacia el objeto del comercio muchas veces no era tanto los recipientes en sí mismos, como su contenido: jarabes medicinales o gengibre verde. Cabría explicar así, en todo caso, la llegada de los botes de farmacia valencianos a sitios tan remotos como Trondheim (Noruega). Por la documentación de la época sabemos de otras mercancías que eran transportadas también en “botes”: azúcar refinado, mermelada, pasas, almendras confitadas o fruta escarchada, aunque probablemente se trate de otro tipo de recipientes de mayor tamaño en cerámica común. Entre los albarelos valencianos de las “series clásicas” decoradas en azul y dorado destacan por su belleza los botes con decoraciones “islamizantes” que muestran un variado repertorio de motivos vegetales y geométricos de abolengo nazarí: piñas, palmetas, zarcillos, ataurique, lirios, arcos secantes, retículas, dameros… Cabe destacar entre muchos otros recipientes igualmente sobresalientes un bote del Museo Cluny de París (2119) que está organizado en bandas horizontales por una serie de decoraciones dibujadas con grueso trazo azul rellenas luego con pequeñas espirales de reflejo. Dos frisos epigráficos que repiten los lemas árabes al-mulk (el poder) y al–áfya (buena salud) enmarcan el cuerpo del recipiente, mientras que en el centro destaca una faja central de piñas o “lámparas” de entrelazo separadas por pequeñas cartelas verticales de alafias y sobre el cuello se dispone una serie de palmetas acostadas. Separando todos estos frisos aparecen pequeñas zonas de reflejo con motivos en reserva. Estas decoraciones islamizantes se verán sustituidas al discurrir el siglo XV por ornamentaciones de carácter gótico desarrolladas sobre fondos rellenos
Botes valencianos. Paterna y Manises. Siglos XIV-XV
con motivos vegetales esterotipados: “flores de puntos”, “hojas de brionia, “de perejil”, “de helecho”… que pueden aparecer rodeando figuras de animales, florones, letras góticas y motivos heráldicos, como escudos o coronas. En la segunda mitad del siglo XV alcanzaron una enorme difusión los botes de farmacia decorados con hileras horizontales de hojas de hiedra, alternativamente azules y doradas. Con este tipo de botes se dotó un gran número de farmacias hospitalarias francesas: Louhans, Pont Saint-Esprit, Yssingeaux…, apareciendo también representados en numerosas obras de arte de la época. La producción de los botes decorados con hojas de hiedra parece alcanzar los inicios del siglo XVI, con ornamentaciones de ejecución cada vez más mecánica y repetitiva. En la loza decorada en azul, que los textos denominan “obra de pinzell”, se fabricaron botes de farmacia
o “pots blaus” que muestran también las formas angulosas de origen sirio, mientras que su decoración imita la propia de la loza azul y dorada contemporánea, con decoraciones “islamizantes”, a base de bandas de alafias, retículas de entrelazos… o de carácter gótico, con animales o florones rodeados de follajes. Resultan especialmente abundantes dentro de estas lozas azules los botes de la denominada “serie de la castaña”, así llamada porque la decoración aparece dominada por unos grandes discos envueltos en una orla radiada. También existió una producción catalana bajomedieval de botes de farmacia, a la que cabe atribuir fechas relativamente tempranas, habida cuenta de los ejemplares aparecidos en los rellenos de las bóvedas de la Iglesia del Carmen de Manresa, construida entre 1330-1350. Se trata de botes de loza estannífera que copian las formas angulosas y el cuello alto de los 41
albarelos sirios contemporáneos. Las piezas más antiguas presentan una decoración pintada en verde y morado con motivos de origen islámico: piñas o palmetas, muy geometrizados y rellenos de retícula. Los botes barceloneses del siglo XV muestran, por el contrario, una decoración de estilo predominantemente gótico y pintada en azul cobalto, a base de amplias flores de cardo o largas palmetas de hoja plumosa que abarcan toda la altura del cuerpo del recipiente. Estos recipientes presentan frecuentemente un aspecto “chorreante”, de ahí el nombre de pots blaus regalats que recibían. Cabe apuntar además la producción a partir de mediados de dicho siglo de botes que presentaban estos mismos motivos pero realizados en reflejo dorado sobre fondo azul, lo que pudiera testimoniar la presencia en Barcelona de alfareros valencianos. Estos potos operis cathalonie se exportaban por todo el sur de Francia, en cuyas boticas se utilizaron para contener opiáceos, conservas cítricas, mitrídato… Finalmente, podemos señalar además que también los alfares de Teruel fabricaron en el siglo XV recipientes de farmacia en loza con decoraciones pintadas en verde y morado que imitaban las de la cerámica valenciana contemporánea. Se conocen además albarelos y orzas turolenses decorados con un motivo heráldico formado por fajas de veros y la divisa AVE MARIA que habría que fechar ya en el primer cuarto del siglo XVI, a juzgar por las características de la letra.
La cerámica de farmacia en la Corona de Castilla durante la Edad Moderna Con la generalización del uso de los botes de farmacia en Occidente se comenzaron a producir recipientes más modestos y de carácter meramente utilitario y que serían fabricados por los principales alfares moriscos del interior de la Península, así Sevilla, Toledo o Talavera de la Reina, en la Corona de Castilla, o Teruel en Aragón. 42
El descubrimiento de América y la centralización del comercio de Indias a través de la Casa de Contratación de Sevilla, ocasionaría el desarrollo de los alfares sevillanos, que muy pronto iniciaron una producción masiva de loza para abastecer a los colonos de los nuevos territorios americanos. Las excavaciones de La Isabela, la primera población española de América, de corta vida (1494-1497), han proporcionado un centenar de botes de farmacia que aún mantenían las formas angulosas propias de los albarelos bajomedievales. Aproximadamente la mitad de ellos están fabricados en cerámica común provista de un vidriado opaco de tono melado, resultado de la adición de un óxido de hierro al vedrío de plomo. El resto de los botes están elaborados en loza esmaltada por el exterior en azul cobalto, del tipo que los arqueólogos anglosajones denominan “Caparra Blue”. Se trata de cerámicas de producción sevillana que también aparecen frecuentemente en el resto de los asentamientos caribeños de la primera mitad del siglo XVI. Los botes de loza lisa servían también para equipar el ajuar de las modestas farmacias de los barcos, como ha demostrado la excavación de los pecios de la Armada Invencible (1588): así la nao “Trinidad Valencera” fue provista de medicamentos contenidos en botes de loza blanca sevillana de rechonchas proporciones. Hacia mediados del siglo XVI se pondrían de moda las lozas jaspeadas en color azul, según demuestran los botámenes del Hospital de Tavera en Toledo y del monasterio de El Escorial, o en Medina del Campo la botica del Hospital Simón Ruiz, que procede de la del boticario Juan de Tordesillas, fechable hacia 1590. La decoración jaspeada se conseguía pulverizando con una cánula o salpicando con una brocha el azul de cobalto sobre el blanco de estaño o sobre otro azul de tono más claro, a imitación del esmalte berettino de las cerámicas ligures. La cerámica de la farmacia de El Escorial ilustra perfectamente las características de los botámenes de este momento, integrados fundamentalmente por botes, orzas y cántaros. Los botes
presentan variadas proporciones y formas evolucionadas a partir de las propias de los albarelos valencianos del siglo XV: hombro marcado, cuello cilíndrico con el labio saliente y cuerpo central entallado limitado por unas aristas todavía bien marcadas. Se conocen también orcitas de perfil ovoide, corto cuello vertical y relativamente marcado y labio engrosado. Los cántaros presentan el cuerpo ovoide y un cuello cilíndrico de perfiles rectos, de cuyo centro parten horizontalmente dos asas que luego caen verticales para remater sobre el hombro del recipiente en una máscara de grutesco fabricada a molde. El pulverizado de estas vasijas es muy fino, dejando en reserva las zonas donde posteriormente se pintaron a pincel en azul las armas del monasterio, con la parrilla de San Lorenzo, y el escudo de la Orden Jerónima, así como las cartelas para indicar el contenido de las vasijas. Finalmente, se añadieron al jaspeado brochazos circulares de color amarillo y se colorearon los blasones en amarillo, naranja y azul claro. Con o sin jaspear, el color azul sería el propio de los recipientes de las farmacias durante todo el siglo XVI, de modo que en la documentación vallisoletana recogida por Anastasio Rojo se citan expresamente los “botes azules de botica” (botica de Bernal 1526; botica de Cristóbal Rodríguez 1550; 1579), y las “albornías azules, grandes” (1579) o “de botica” (1595). Aunque los tarros del Hospital de Tavera fueron fabricados en Toledo, el botamen de El Escorial fue elaborado ya en Talavera de la Reina, población en la que a partir de finales del siglo XVI y gracias a la localización de los areneros de Mejorada se logró producir loza esmaltada de un blanco lechoso de gran calidad. A partir de entonces esta población abastecería de loza fina las mesas nobles, los refectorios y las boticas de buena parte de España. Los alfares talaveranos fabricaron a lo largo de los siglos XVII y XVIII innumerables recipientes de farmacia de las denominadas series “heráldicas”, que llevan como única decoración los escudos de las instituciones eclesiásticas propietarias de las boticas pintados en
azul cobalto. Se trata fundamentalmente de botes, pero también de orzas y cántaros, que presentan en sus frentes el blasón correspondiente, acompañado o no del nombre del monasterio y de una cartela o rótulo para indicar el contenido. A lo largo del siglo XVII los botes mantendrían todavía un corto cuello cilíndrico y el hombro separado del cuerpo central por una carena o arista, si bien en el último tercio del siglo XVII comenzaron a hacerse frecuentes los albarelos de hombros redondeados, que prolongan sin solución de continuidad el cuerpo del recipiente. Estos cambios formales fueron también acompañados de una evolución de las decoraciones: en el siglo XVII el escudo monástico suele aparecer rodeado por un marco de recortes simétricos, cuyas formas geométricas se rizan imitando cueros o pergaminos. Sin embargo, en el siglo XVIII los escudos aparecerán enmarcados por barrocos follajes de hojas carnosas, adoptando a veces formas ovales o circulares, y presentando en ocasiones sus campos en blanco para servir como rótulo en el que escribir el nombre de los productos medicinales. Algunas boticas poseían, sin embargo, recipientes de un carácter más suntuoso. Así, se conocen botes de farmacia talaveranos pertenecientes a la serie “de recortes” geométricos, esto es decorados con ferronèries manieristas de influencia flamenca pintadas en azul, amarillo y naranja. Estos botes de finales del siglo XVI fueron fabricados sin duda para una botica muy principal, pues sabemos que los alfares de Talavera también produjeron orzas de gran tamaño y botes con las armas monásticas escurialenses insertas en una decoración de este tipo; sin embargo, estas vasijas no tenían como destino la botica de El Escorial, sino la ornamentación de las salas del propio monasterio. También se conocen botes y orzas de farmacia con decoraciones figurativas de la serie de “rayado naranja” tricolor, propia ya del siglo XVII, y grandes orzas y botes en forma de barril de la serie “de los helechos”, que imitaba las decoraciones chinescas de la loza de 43
Pintor “seminarista” de Talavera rematando la decoración de un jarrón
Delf. Con la llegada del siglo XVIII y el advenimiento de la nueva dinastía borbónica, los pintores de la cerámica de Talavera desarrollaron complejas ornamentaciones paisajísticas que mostraban las influencias artísticas del barroco italiano y francés. Durante buena parte del siglo XVIII las boticas de los monasterios de la Corona de Castilla encargarán a los alfares talaveranos cántaros, jarrones, barriles y orzas pertenecientes a las series “de escenas azules realistas” y “de escenas azules con árboles de troncos paralelos”, mientras que la decoración de los botes se limitaba a los blasones de la serie “heráldica barroca”. En la segunda mitad del siglo XVIII se siguen fabricando en Talavera botes, orzas y jarrones decorados 44
más modestamente con los motivos propios de la serie “de la rosa”: una gran flor azul representada de frente o de perfil, y, sobre los cántaros, formando ramos. También se conocen algunos raros albarelos talaveranos con las minuciosas decoraciones de la serie “de puntilla”, que imitan a las producciones de la Real Fábrica de Alcora. Cabe apuntar finalmente que la botica del vallisoletano Monasterio de Matallana se dotó de botes y orzas en los que la heráldica de Congregación del Císter de Castilla aparecía rodeada de un marco de molduras en el que se enganchaban ramos de flores relacionables con las ornamentaciones de estética rococó de las llamadas series “de ramos azules”.
Estudio arqueológico del botamen monástico del Museo de Valladolid Como señalábamos al principio, en el Museo se conserva un interesante conjunto de cerámicas de farmacia procedente de diversas boticas monásticas de la provincia. Se trata de botes, cántaros y jarrones de loza que, a juzgar por el esmalte de color blanco lechoso que los recubre, fueron fabricados en Talavera de la Reina. Estos recipientes presentan una pasta arcillosa de color crema o beige claro, con un fuerte contenido calcáreo, que los alfareros de Talavera preparaban a partir de las arcillas de la vecina localidad de Calera. Una vez torneadas las vasijas y tras sufrir una primera cocción, se aplicaba su característico esmalte, elaborado con las arenas de Mejorada, que según la Historia de Talavera escrita por Fr. Andrés de Torrejón en 1596 era “muy menuda en extremo y tan blanda como seda”. A estas arenas se les añadía plomo, para rebajar el punto de fusión de la sílicie, y óxido de estaño, como opacificante. Con todo ello se realizaba una frita, calcinando los óxidos metálicos y la arena para hacer el vidriado, que luego se molía y refinaba para, una vez diluido, aplicarlo sobre la vasija ya bizcochada. Esta aplicación se realizaba por inmersión, introduciendo los recipientes en el esmalte líquido. Con el esmalte en crudo, una vez seco, se pintaba la decoración azul a base de zafre, preparación mineral de óxidos de cobalto. Esta tarea pictórica, estaba encomendada a los dibujantes, que según las Ordenanzas de Talavera de 1751 se dividían en dos categorías: los “coloristas”, de menor nivel, autores de decoraciones sencillas y “escudos llanos”, y los “seminaristas”, responsables de las decoraciones más complicadas, incluidos los “escudos de follaje”. Según recientes estudios analíticos, algunas cerámicas talaveranas recibieron con posterioridad a la decoración una fina capa de vidriado de plomo y sílice, carente de
opacificantes, la cual actuaría como capa protectora durante la cocción, proporcionando un brillo adicional. Una vez realizadas todas estas tareas, los recipientes recibían una segunda cocción que confería a esmalte y decoraciones el color, brillo y aspecto característicos. Entre los recipientes de farmacia conservados en el Museo de Valladolid destacan por su número y calidad artística los botes y jarrones procedentes de la farmacia del Colegio de San Ignacio de Valladolid. Según la Historia de Valladolid de Manuel Canesi y documentación conservada en el Archivo Histórico Nacional, esta botica fue construida en 1733, fecha que también se puede hacer extensible al encargo de su botamen. En el Inventario de la botica de esta institución, realizado en 1767 a raíz de que la Pragmática Sanción decretara el extrañamiento de los Jesuitas, los recipientes de cerámica son clasificados en “botes de Talavera fina con sus escudos para raíces, gomas, polvos, simiente, flores, frutos, ungüentos, leños, cortezas”. Dentro de éstos distinguía los botes de mayor tamaño “botes de a tercia (de vara)” y los “botes de a cuarta, que vulgarmente se llaman ungüentarios”. Además se mencionan los “botecitos de cordialeras… de Talavera fina” que son “botecitos… de a media cuarta y otros algo más pequeños, para extractos y confecciones”. Se cita también la presencia de “orzas grandes de a tercia”, de “orcitas de Talavera fina de cuarta de alto, con su escudo azul” y otras “de poco más de media cuarta de alto”, así como “cántaros o ánforas de Talavera fina, con ramos azules y escudo de Jesús, de cabida de cántara poco más o menos, en cuyas vasijas están las aguas destiladas”. En total se registraban 1.727 piezas de Talavera y más de 1.500 recipientes de vidrio, que junto con 295 cajas para hierbas completaban la dotación del botamen del Colegio de San Ignacio de Valladolid. En el Museo se conservan 147 botes procedentes de esta farmacia, de los cuales 132 “de a tercia”, que miden 29 cm. de altura; 4 “de a cuarta” (22,5 cm.) y 11 “de cordialeras” (10/15,5 cm.). Independientemente de su tamaño, todos estos tarros presentan una forma similar. 45
El cuerpo entallado muestra un perfil suavemente redondeado que se prolonga sin solución de continuidad para formar el hombro, separado por un simple resalte del cuello; éste es corto y vertical, rematando en un borde de labio exvasado. También en la parte inferior del recipiente el cuerpo se redondea para rematar en el pie anular. En el frente de los botes se representa un escudo oval coronado que está enmarcado por carnosas hojas de acanto que muestran varias intensidades de azul cobalto. Este blasón encierra el emblema de la Compañía de Jesús: las siglas IHS, con una cruz que surge del centro de la hache central y los tres clavos de la crucifixión. En la parte inferior de los botes se dispone una cartela en blanco para escribir el nombre del medicamento, la cual aparece enmarcada por una decoración lineal a base de eses, grupos de tres hojas y pequeños trazos curvos. Los diez “cántaros o ánforas” responden a un mismo tipo. Se trata de jarrones de 44 cm. de altura que tienen un cuerpo de tendencia ovoide, relativamente bajo aunque provisto de un alto cuello troncocónico que remata en un grueso labio marcado. En el cuello, bajo el labio, se dispone una moldura de media caña, existiendo además un pequeño baquetón reforzando la unión entre el cuello y el cuerpo de recipiente. De la parte superior del hombro nacen dos asas de perfil curvo y sección oval, moldeadas en forma de Medusa o monstruo anguípedo, las cuales van a morir a la mitad de la altura del recipiente. En la base se dispone un grueso anillo de apoyo, cuya parte inferior también aparece recubierta de esmalte. Estos jarrones presentan en ambos frentes una ornamentación pintada en color azul cobalto encuadrable dentro de la “serie de escenas azules con árboles de troncos paralelos”. Sin embargo aquí el motivo principal es un clípeo o escudo circular coronado que encierra el emblema jesuítico con el monograma de Jesús, rodeado por un marco con adornos barrocos del que cuelgan guirnaldas de frutos; todo ello sostenido por una minúscula cabeza de angelote. El motivo heráldico aparece flanqueado 46
por dos árboles de tres troncos paralelos que asientan sobre rocas circulares, insertándose en un paisaje de esquema simétrico en cuyo fondo se disponen pequeños matorrales. Rellenando las enjutas alrededor del escudo, se muestra un variado repertorio de elementos secundarios que difieren de unos jarrones a otros: arbustos de varios tipos, pequeños edificios de cubiertas planas, aves, mariposas… Bajo las asas y en la parte posterior del cuello aparecen motivos similares pero de mayor tamaño: perros, edificios, conejos, un leopardo, un jabalí…; en el frente del cuello se dispone una cartela con marco de eses del mismo tipo que la que veíamos en la parte inferior de los botes. Correspondientes a estos jarrones, se conservan también dos tapaderas que tienen forma de casquete esférico y rematan en un asidero abalaustrado. Estas tapaderas están decoradas con pequeños paisajes en los que intervienen el mismo tipo de motivos que acabamos de describir: árboles de tres troncos, arbustos de hojas plumosas, edificios, perros… mientras que sobre la bola del pomo se dispone una cenefa de gallones. Por las mismas fechas en que fuera fabricado el botamen del Colegio de San Ignacio de Valladolid, los alfares talaveranos recibieron el encargo de otra farmacia jesuítica del que salieron botes muy similares en forma y decoración (Colección Carranza Tv-61/T105 y Tv-62/T106; Botica-Museo de Sestao) que se diferencian de los albarelos vallisoletanos en que el emblema de los jesuitas tiene como soporte un escudo coronado de tipo convencional. Probablemente se trate de la misma botica a la que pertenecieron los dos cántaros conservados en la Colección Beltrán y Musitu, que muestran estos mismos escudos insertos en un paisaje muy similar al de los jarrones vallisoletanos, aunque la calidad del pintor sea algo inferior. Procedentes de la farmacia del Monasterio de San Benito el Real se conservan en el Museo ocho botes y dos cántaros. Por sus características, estos recipientes parecen responder a dos encargos diferentes.
Jarrón o “ánfora” talaverana. Farmacia del Colegio de San Ignacio. Hacia 1733 47
Al encargo más antiguo corresponderían dos botes de a tercia (28 cm. de altura) y tres pildoreros (12,5 cm.). Estos tarros aunque presentan el hombro redondeado, conservan aún la carena de la parte inferior del recipiente, mostrando un cuello ligeramente troncocónico y relativamente alto. El esmalte blanco sólo cubre de forma parcial e incompleta la parte inferior del pie de los recipientes, mientras que la decoración pintada en azul se reduce a una cartela oblícua con marco de recortes y pináculos en la que se indica el contenido de los botes: R. ASAR y R. BISTORT, en el caso de los botes, y PVl. SANtON, PReC. AlB, y CALIbS. PP, en el de los pildoreros. En la parte baja de los recipientes figura el nombre abreviado del monasterio: S(an) B(eni)TO EL R(ea)L. Esta misma leyenda, con idénticas abreviaturas y tipos de letra, presentan los dos cántaros de San Benito presentes en el Museo, por lo que seguramente formaron parte del mismo encargo. Se trata de grandes recipientes (53 cm. de altura) de cuerpo ovoide, hombros elevados y alto cuello troncónico que remata en un grueso labio de sección triangular. Bajo éste se dispone en relieve una moldura de media caña y, más abajo, dos finísimos baquetones. Del centro del cuello surgen horizontales dos robustas asas de sección acintada que luego caen de modo abrupto para rematar en una máscara leonina. En la parte inferior del recipiente se dispone un grueso anillo de apoyo. Estos cántaros muestran en ambos frentes un escudo coronado con las armas reales de Castilla y León. Este escudo aparece enmarcado en su parte superior por unos recortes de los que pende el collar del Toisón de Oro. En los laterales el marco de recortes se transforma en un follaje de carnosas hojas de acanto, por lo que cabe considerar esta ornamentación como propia del inicio de la serie heráldica barroca. Un listel pintado remarca por debajo la moldura del cuello, en cuyo frente se ha pintado el nombre abreviado de la institución monástica: S(an) B(eni)TO EL R(ea)L. La forma de este tipo de cántaros no había experimentado grandes cambios entre los 48
siglos XVI y XVII: el cuello, inicialmente cilíndrico, adoptaría progresivamente una forma troncocónica, a la vez que el remate de las asas se desplazaba desde la parte superior del cuerpo al centro del recipiente. Cántaros de perfil muy similar son frecuentes a inicios del siglo XVIII, pudiéndose citar un cántaro de la Colección González Zamora (IGZ nº 1.386) con decoración de la serie “heráldica Austria” fechable hacia 1700-1725 y, en especial, un ejemplar de la Colección Carranza (Tv-96/T318), que muestra una decoración de la serie “de escenas polícromas realistas” que se ha datado en el intervalo 1680-1705. Comentaremos, finalmente que en poder de la señora Martín Pinto Bellogín, descendiente de una ilustre dinastía de farmacéuticos vallisoletanos se conservan dos cántaros, dos botes, dos ungüentarios y un pildorero pertenecientes a este mismo encargo de cerámicas, que se podría fechar en el último tercio del siglo XVII. A otro encargo o comisión más reciente, que probablemente haya que poner en relación con la reforma y ampliación de la botica de San Benito durante el mandato abacial de Fr. Andrés de Chávarri (17411745), corresponden dos botes (27,5 cm.) y un pildorero (14,8 cm.) que tienen un perfil muy similar al de los tarros del Colegio de San Ignacio: cuerpo entallado de perfiles redondeados, cuello corto vertical, labio exvasado y pie anular. En el frente de estos albarelos y situado bajo un capelo con tres órdenes de borlas figura un escudo coronado rodeado de hojas carnosas que muestra las armas del monasterio: un castillo y un león rampante sosteniendo el báculo abacial. Bajo el escudo y sirviéndole de peana se dispone una cartela rodeada de recortes y, sobre ella un círculo con el nombre del monasterio: S(an) / BENITO / EL REAL o S(an) / BENITO / EL RE(A)L, dependiendo del tamaño de la vasija. En el interior de las cartelas el pintor del alfar escribió el contenido de cada una de las vasijas: SE.CVCVMER. en uno de los botes y PVL.ANT. ACC.C. en el pildorero, mientras que en el caso del segundo bote, la indicación de su destino original
Cántaro talaverano. Botica de San Benito el Real. Hacia 1670-1700 49
Botes talaveranos. Boticas de San Benito el Real y del Colegio de San Ignacio.
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está oculta por una etiqueta de papel en la que se puede leer “R. de Lirio de F.” En la Colección Martín Pinto se conservan un bote, un ungüentario, tres pildoreros y dos orzas con las características de este mismo encargo. Otra orza se ha publicado como perteneciente a la Colección de Eduardo Lezcano.
militar rematado en una estrella de ocho puntas. Abajo, a los lados se dispone la leyenda CART(uj)A DE ANIAGO. La extrema calidad de dibujo de este motivo contrasta con la tosca cartela rectangular de remates flordelisados situada inmediatamente debajo, sin duda obra de distinta mano.
Finalmente, en el Museo se guardan dos botes (27 cm. de altura) que proceden de la botica de la Cartuja de Aniago (Villanueva de Duero). Estos recipientes tienen un esbelto cuerpo de hombros redondeados que está delimitado aun por una arista en la parte inferior del recipiente. Dos resaltes separan el hombro del cuello, cilíndrico y relativamente elevado. En su frente se dispone un escudo oval con las armas de Castilla y León que descansa sobre un águila bicéfala, explayada y coronada, de cuyas garras pende un collar de orden
En la Colección de la Señora Martín Pinto se conservan dos orzas que tienen el mismo dibujo y leyenda que estos botes, conociéndose también orcitas de un tamaño algo menor. En el Museo de la Farmacia Hispana se conserva además otro bote de esta misma botica, perteneciente acaso a un encargo posterior, pues su decoración es distinta y su forma parece más evolucionada, presentando en el frente un escudo coronado con el follaje carnoso propio de la serie “heráldica barroca” y la leyenda R(ea)L CARTUJA DE ANIAGO.
IV LA FARMACOPEA VALLISOLETANA DE FINALES DEL SIGLO XVIII Anastasio Rojo Vega
POR FARMACOPEA , O MATERIA MÉDICA MEDICINAL, han entendido los médicos, desde que la medicina es científica, es decir desde Hipócrates de Cos y el siglo V a.C., el conjunto de remedios de los tres grandes reinos de la Naturaleza, vegetal, animal y mineral, utilizables para combatir síntomas y signos de enfermedades y la enfermedad misma. A estos productos más simples y evidentes se unieron, andando el tiempo, algunos que podrían ser definidos vagamente como químicos, por mejor decir alquímicos; y los verdaderamente químicos, a partir del Renacimiento, constituyendo unos y otros, todos, la base de la Terapéutica del siglo XVIII. Naturalmente, los recursos existentes en cada población española o europea, las existencias de sus farmacias y boticas, estaban directa e íntimamente relacionados con lo que los médicos locales recetaban, lo cual venía condicionado por el tipo de medicina que practicaban, la teoría y el sistema médico que abrazaban.
No eran amontonamientos de semillas, raíces, polvos y ungüentos sin sentido, eran elementos farmacológicos ofertados en virtud de un sentido científico y un por qué. En Valladolid, la medicina del siglo XVIII se debate entre la modernidad y la tradición. En el XVII, a la vista de los inventarios de bibliotecas de médicos que se han conservado en el Archivo Histórico Provincial, circularon generosamente los libros de la escuela Iatroquímica y tanto los recursos químicos como los nuevos medicamentos, sea la quina, fueron aceptados sin condiciones por los médicos de mayor fama, caso de Gaspar Bravo de Sobremonte, que lo fue de Carlos II, aunque buscando siempre las razones de su eficacia en la teoría más afín a la Medicina Dogmática, que en Valladolid era tanto como decir hipocrática. Así el mencionado Bravo, catedrático de la Facultad, en el tomo V de su Operum medicinalium, impreso en Lyon de Francia el año 1684, página 178, escribe: “Ergo 51
Paracelsi Spagyrica remedia utiliter admittenda à Medicina Dogmatica, seu Pharmaceutica pro morbis rationali methodo curandis… Ergo pro usu Dogmaticorum recipienda sunt remedia spagyrica sub eorum pharmacopoea pro debito usu”. El principal problema, tanto de la medicina local como de la propia ciudad en el siglo XVIII, no era tanto el desconocer las doctrinas que se estaban desarrollando en el resto de Europa, como la falta de medios económicos, que alcanzaba a vecinos e instituciones. Un alto nivel de pobreza envolvía a los unos y a las otras. A ello debe achacarse la escasa producción de textos científicos impresos y la sucesión de proyectos del Colegio Médico abortados, como por ejemplo la construcción del, durante siglos, ansiado Anfiteatro para la práctica de la Anatomía. Lo más numeroso de lo dado a la imprenta lo constituyen unos cuantos folletos, que son más réplicas consecutivas a polémicas y enfrentamientos entre la propia clase médica local, que trabajos de enjundia: Satisfacción pública a una poco secreta calumnia sobre la cuasi universal constitución pleurítico-catarral del año 1716 (1717), Disertación apologética de la hidrofobia contra lo que establece el doctor don Manuel Sobrón (1752), Reflexiones del Dr. D. Félix Martínez López Catedrático de Vísperas de Medicina en la Real Universidad de Valladolid, sobre las enfermedades que se pueden originar de resultas de la inundación… del Río Esgueva (1788), Reflexiones sobre las Reflexiones del doctor don Félix Martínez (1788), o Discurso crítico-histórico-físico-médico sobre las Reflexiones de los Señores el doctor don Félix López… y don Narciso Muñoz (1788).
En el fondo de las discusiones se esconden las diferentes posturas adoptadas por los profesionales de la medicina en función de su adscripción a tal o cual forma de entender la fisiología y la patología. El siglo XVIII ha sido titulado por F.H. Garrison “La edad de las teorías y de los sistemas”, y unas y otros 52
determinaron, qué farmacopea, qué simples, y qué composiciones debía haber en las estanterías de las farmacias, cuáles productos sí y por qué, y cuáles no. Tales sistemas pueden ser reducidos a lo que sigue: 1. Teoría Gris, o animista, de Stahl (1660-1734). Defendía que la enfermedad era una perturbación de las funciones vitales del cuerpo, causada por las actividades mal orientadas del alma. Dudaba de la eficacia de drogas como el opio y la quina y prefería la práctica de copiosas sangrías, el empleo de píldoras balsámicas, y los remedios ‘secretos’, como el Elixir de Propiedad o los Polvos temperantes que figuran en la Farmacopea Universal de Jourdan, traducida por Avilés y Aceñero. 2. Iatromecánica de Hoffmann (1660-1742), para quien las enfermedades agudas eran debidas a espasmos músculo-nerviosos, y las crónicas a atonía, causas a las que se unían defectos de excreción. Con estas premisas, ya puede suponerse que la medicación recomendada por sus partidarios acogía preferentemente sedantes, tónicos, alterantes y evacuantes. 3. Teoría nerviosa de Cullen (1710-1790). Consideraba que la vida era una función procedente de la llamada fuerza nerviosa, o energía nerviosa. La salud y el tono normal de las partes derivaba de la energía emanada del sistema nervioso. Fue un gran impulsor, por ello, de los medicamentos tónicos, como el vino, el alcanfor y la quina, y enemigo de laxantes y evacuantes. 4. Teoría browniana, o brownianismo, de John Brown (1735-1788), para quien la vida era un estado mantenido gracias a una continua estimulación emanada del medio ambiente. Así, la enfermedad se generaba por una inadecuada estimulación, bien por exceso, bien por defecto de la misma, dando lugar a procesos esténicos y asténicos respectivamente. La farmacología browniana recomendaba sedantes en el primero de los casos y excitantes en el segundo.
Detalle de la portada del libro de Johan Schröder, Pharmacopeia medico-chymica sive thesaurus pharmacologicus…Procede de la librería del desaparecido convento de San Francisco, de Valladolid. Biblioteca de Santa Cruz, Universidad de Valladolid
5. Vitalismo de Bordeu (1722-1776), entre otros; puesto que también ha sido llamado ‘Teoría de las cuatro B’, por Bordeu, Barthez, Bichat y Bouchut. Defendía la presencia de vita propria en cada partícula del organismo. Ponía especial énfasis en los procesos de motilidad y sensibilidad. 6. Magnetismo animal, o mesmerismo, de Franz A. Mesmer (1734-1815), quien sostenía la íntima relación y el influjo de la fuerza magnética de imanes y de la propia Tierra, del Universo en suma, sobre los fenómenos fisiológicos y patológicos del organismo. Tuvo un reverdecimiento hace unos pocos años, bajo la forma de las famosas pulseras y aguas magnéticas que todos recordamos. 7. Homeopatía de Samuel C. F. Hahnemann (17551843). Doctrina surgida al observarse que la corteza de quina provocaba lo que parecían enfermedades, o accesos febriles. Hahnemann llegó así a la conclusión de que las enfermedades podrían curarse provocando, mediante substancias medicamentosas especiales o nunca antes empleadas en la nueva forma que proponía, fenómenos análogos a
los que determinaban su patología. Los productos farmacológicos más habituales de este nuevo sistema fueron tinturas y soluciones. Modulada parcialmente por las teorías y los sistemas expuestos, la farmacología vallisoletana del siglo XVIII se muestra ecléctica, aunque inclinada más a lo antiguo que a lo moderno, así, en el inventario de los anaqueles de las estanterías de la botica jesuítica vallisoletana –expuesto más pormenorizadamente en otra parte de esta publicación– nos encontramos con productos en uso desde la Antigüedad clásica, a los que se añaden otros bien conocidos desde la Edad Media y compuestos del XVI, tomados de Agrippa von Nettesheimm (1486-1535), Lorenzo Alderete (+1557), Arceo (1493-1573), Paracelso (1497-1541), Jean Fernel (1497-1558), Juan Fragoso (1530-1597), Girolamo Fracastoro (1483-1553), Jacques Dubois (14781555), o Giovanni de Vigo (1460-1519). Del XVII, con una clara tendencia espagírica, son citados Robert Boile (1627-1691), Oswald Croll (15601609), J.R. Glauber (1604-1688), Richard Morton (1635-1698), y Pierre de la Poterie (fl 1645). 53
Las referencias al XVIII se resuelven con la Pharmacopea matritense, Joao Curvo Semedo (1635-1719), Musitano (1635-1714), Jacques le Mort (16501718), Hoffmann, con su bálsamo de la vida, empleado para fortificar el estómago y los intestinos, actuar contra las parálisis y combatir los zumbidos de oídos; y los españoles Félix Palacios, Francisco Suárez de Ribera, Diego Mateo Zapata y Juan de Vidós. Pero quizás más interesantes que los nombres rotulados en los botes, sean los botes mismos, por cuanto se ve claramente cómo algunos de los productos de sus primitivas etiquetas ya no existen, habiendo sido ocupado su lugar por otros nuevos. Un bote de Talavera era caro y así se entienden las anotaciones por las que el escribano explica “un bote de tal cosa, pero dentro tiene tal otra”. Son medicamentos que han perdido su vigencia –sustituidos–, cuyos recipientes han sido tomados para otros más de moda –sustituyentes–. ¿Cuáles son los fármacos o preparaciones que han perdido sitio en la botica jesuítica, representante de la farmacopea vallisoletana del XVIII? Sobre todo aguas y zumos, seguidas a distancia por electuarios, extractos, polvos, jarabes, emplastos y vinos. ¿Y cuáles son los nuevos simples, o compuestos, que han comido el terreno a los que dominaban farmacopea en el momento en que se mandaron hacer los botes? Sobre todo aguas. Muchas aguas nuevas: de cerezas negras, de fresas, de achicorias, de peonía, de toronjil, de cicuta, de olor, de perejil, de mastuerzo, de altea, de cal, de celidonia, de verbena, de arrayán, de nueces verdes, de hierba mora, de esencia de tomillo, de flor de nogal, de claveles… La reina de todas las aguas de la botica en el momento del inventario era el agua de lavazos de antimonio, que llenaba diez recipientes anteriormente destinados a otras cosas. También aguardientes normal y de hierbas antiparalíticas; aceites “de sacar leche”, armanita, romero, cicuta, 54
cohombrillos y coloquíntida; conservas de fumaria y satiriones; miel cocida, lavaciones de precipitado blanco de mercurio, cardenillo, mollejas de pavo, y unos cuantos zumos, de camuesas, membrillo, granadas… dominando a todos en cantidad el zumo de agraz. Ahora bien, al margen de lo dicho, el medicamentoestrella, casi medicamento-milagro del siglo XVIII español, era la quina. El nombre y la razón de su introductor en Europa ha sido objeto de una polémica que aún no se ha solventado por completo. Para unos fue, sin duda, la condesa de Chinchón, doña Ana Osorio, esposa del Virrey del Perú, de la cual, Manuel Hernández de Gregorio en el Prólogo a El Arcano de la Quina (1828) de Mutis, escribe: “La Quina primitiva, que después de tantas controversias acerca de a cuál de las especies botánicas descubiertas posteriormente pertenece, y que aún no se ha averiguado si es la naranjada de Mutis, o la oficinal de Linneo, fue descubierta por los indios, y experimentada por ellos mismos para curar las fiebres muchos años antes de nuestra conquista de las Américas. Un corregidor de Loja después de haberla recibido de mano de un indio, y experimentado él mismo sus felices efectos en 1636, se la regaló en 1638 al Virrey del nuevo reino de Granada, don Jerónimo Fernández de Cabrera, conde de Chinchón, de donde tomó el nombre de Cinchona; y la condesa su esposa, después de haberla hecho ensayar con felices resultados en el hospital de Lima, fue la primera europea que experimentó sus maravillosos efectos”. Efectivamente, así se consideró por la mayor parte de los estudioso: la condesa española, al estilo de Lady Mary Wortley Montagu con la inoculación de la viruela, habría sido la primera en introducir la quina en la Farmacología del Viejo Mundo, y por ello y por ella el género de las quinas sigue recibiendo todavía el nombre botánico de Cinchona.
Planta de quina officinalis, en el libro Icones plantarum medicinalium de J. J. Plenck. 1788-1794. Biblioteca de Santa Cruz, Universidad de Valladolid 55
Un galeno, que se esconde bajo el pseudónimo de Eusebio Philadelfo, escribe en el Semanario de Agricultura de 1798 acerca de “La ignorancia en que vivimos relativamente a la corteza peruana o quina, (conocida con el nombre genérico de chinchona)”. La más famosa y cotizada en la época en que los jesuitas tenían botica en Valladolid, era la anaranjada, o calisaya así en el mismo Semanario de arriba se continúa “esta especie se conoce en la península con el nombre de calisaya”. Pero no todo el mundo estuvo, ni está, de acuerdo con la importancia de doña Ana –¿fue anecdótico lo suyo?– prefiriendo proponer a los Jesuitas como los verdaderos publicitarios y distribuidores de la droga en territorio europeo. El propio Manuel Hernández de Gregorio, aún decantándose por la de Chinchón, continúa: “Con tan alta recomendación vino a ser objeto de especulación por los Jesuitas; estos después la trajeron a España en el año de 1640, y la empezaron a recomendar con buen éxito; y en 1649 ya empezó a generalizarse su uso con el nombre de polvos de los Jesuitas [también con los de pulvis iesuitarum y pulvis patrum]. En 1679 todavía era la Quina un secreto para los ingleses [Se refiere a Robert Talbor (1642-1681), inventor de un remede anglois, consistente en una infusión de vino con quina, que vendió por un alto precio al monarca francés]; y hasta el año 1682 [Le Remede anglois pour la guerison des fievres, publié par ordre du Roy, por Nicolas Blegny, París 1682] no se hicieron públicas en Europa sus grandes virtudes; pero desde aquella época ya empezó a ser objeto de un comercio general”. Curiosamente, el remedio fue rechazado por parte de la población, sobre todo por la más pobre, atemorizada por los efectos que decían producía su uso, poco entendidos por la medicina académica de la época. Eran tales que imposibilitaban, decían, el desempeño de un régimen de vida normal; y recordemos que fueron 56
semejantes efectos lo que inspiraron la teoría homeopática, el Similia similibus, de Hahnemann: “Corrió su crédito aunque con mil contradicciones, hijas de la preocupación de los pueblos, cuyas sencillas gentes rehusaban su uso, prefiriendo ser víctimas de unas atroces y malignas fiebres antes que sujetarse al uso de la Quina, bajo el absurdo pretexto de que volvían a repetir con mayor fuerza que antes, si no se observaba un régimen dietético absoluto y prohibitivo de cuarenta días. Y como una de tantas prohibiciones a que sujetaba este ridículo régimen, la más principal consistía en no mojarse las manos ni los pies en los cuarenta días de su duración, decían, y decían muy bien, que la Quina sólo era buena para algunos pocos de los ricos que podían abstenerse de una operación tan necesaria para la vida común del excesivo número de pobres, y aún de gentes acomodadas, que tienen que fregar, lavar y trabajar en el campo y en las fábricas…”. Pese a todos los recelos, la quina fue abriéndose paso en el tratamiento de una de las enfermedades endémicas más frecuentes, molestas y peligrosas de la época: el paludismo, generalmente conocido bajo los términos populares de tercianas, cuartanas, o simplemente calenturas, a secas. Frente a él, las boticas de los conventos jesuíticos fueron puntos clave de distribución de uno de los primeros específicos, del único remedio efectivo conocido contra ellas. Cuando la Grande Armée francesa entró en Valladolid el año 1808, sus cirujanos se mostraron sorprendidos por la cantidad y la calidad de las quinas halladas en la ciudad, solicitando a su República tomase nota, para tener a Francia tan excelentemente provista de la droga como lo estaba España: “Sería deseable que nuestras farmacias estuviesen suficientemente provistas de ella [de quina]; los enfermos podrían beneficiarse de una curación más rápida y segura”. Pero hubo otras novedades típicas y características de la época, que también se hicieron un sitio en los
anaqueles españoles, aunque más en la corte y en las ciudades importantes que en pueblos y villas, donde los profesionales de la sanidad permanecieron, por lo general, más apegados a los usos del pasado; tal vez porque los mismos vecinos no estaban muy dispuestos a que se hiciesen con ellos probaturas. Es el caso de la digital, popularizada por Withering (1741-1799), aunque utilizada ya en el XVI por Leonhard Fuchs (1501-1566). Habiendo observado el uso que de ella hacía una comadrona de Shropshire, y tras probarla con sus enfermos del corazón a partir de 1776, en 1783 consiguió verla introducida en la Farmacopea de Edimburgo. Su obra An Account of the Foxglove (Birmingham: M. Seinney, 1785), es considerado hoy un clásico de la medicina. Y lo mismo podría decirse de la belladona de Van Swieten (1700-1772) y de su licor mercurial; del licor arsenical de Fowler, del agua vegeto-mineral de Goulard, de los polvos de Dower, de la ratania, de los bálsamos de Tolú y del Perú, de la angostura, del ágave, o de la begonia, que merecieron páginas médicas en distintas imprentas españolas. Todo el saber farmacológico acumulado por España en este siglo y toda la nueva filosofía terapéutica del momento, fueron concentrados en una Pharmacopea matritensis (1739), heredera de la Palestra farmacéutica (1706) de Félix Palacios, que a partir de 1794 pasó a llamarse Pharmacopea hispana, con múltiples ediciones. Éste debía ser el espíritu farmacológico del Siglo de las Luces, en expresión de Palacios: “Son tan innumerables las Farmacopeas, Dispensarios, Lexicones, Bibliotecas, y otra muchas obras Farmacéuticas de los Antiguos, y Modernos, y tanta la diversidad de opiniones entre los Autores, cerca de la elaboración de las Medicinas, tanto Galénicas, como Chímicas, que a los principiantes es causa de grandes confusiones, y puede resultar en detrimento de los enfermos, y en particular hallándose en
muchos Autores muchas medicinas, que especuladas, y anatomizadas, se halla que las virtudes que les atribuyen, y nombres con las que las llaman son fantásticos, que no tienen más fundamento que el querer, o hacerlas grandes para adquirir crédito… Mi intención, Amigo Lector, no ha sido ofrecer Arcanos, Quintas Esencias, Panaceas, Alcaest, Clisos, Medicinas universales, ni otros semejantes medicamentos, pues estos nombres sólo sirven, o de ocultar el medicamento, quitándole su verdadero nombre, u de querer llamarlo con tan revesado término, para hacer creer, que tienen innumerables virtudes, que sus Autores les atribuyen; siendo lo más común, que experimentados, no producen tales efectos: sólo ha sido explicar, y poner en nuestro idioma los principios, y fundamentos Farmacéuticos Chimico-Galénicos más probables, y que los más doctos Profesores de la Medicina siguen; y al mismo tiempo las descripciones de las medicinas más usuales en Madrid…”. Dentro de la pobreza documental, rastros difusos de concretos intereses científicos vallisoletanos por la Terapéutica nos quedan en algunos apuntes de sus Academias ilustradas, la Regia Académica Médicopráctica del Espíritu Santo (1731) y la Real Academia de Cirugía (1786). Así, en la sesión de 23 de mayo de 1732 de la primera de ellas se trató de la Defensa y uso de la Panacea Mercurial para remedio de un enfermo galicado que antes había padecido tercianas y curádose estas con quina : dudose si antes de la cuarentena podía dicho galicado ser curado con dicha Panacea sin el riesgo de excitar la reversión de las tercianas.
En 1803, Hernández de Gregorio se reía del maravilloso remedio discutido por los académicos vallisoletanos –simple muriate de mercurio sublimado, según él–, en el Diccionario elemental, anotando: “PANACEA MERCURIAL. Éste es uno de los muchos nombres fantásticos con que los antiguos profesores engrandecían sus medicinas: tales son, por ejemplo, la panacea aurea, la panacea antimonial, y 57
la panacea mercurial, que suponían ser remedios universales. La panacea mercurial, que antes era el objeto más decantado y más importante de los antiguos Médicos, y que ocupaba el mejor lugar de las boticas, hoy con justa razón merece el olvido de los cuerdos profesores…”
Curvo Semedo y de los polvos purgantes de Aylhaud. Todas ellas recorrieron la península, pero en Valladolid se trató, más que ningún otro, el tema del charlatanismo en general como competencia ilegítima en el ejercicio de la profesión. A él se dedicaron la sesión
En otras juntas y reuniones se hicieron consideraciones Sobre las aguas minero-medicinales de Tamames, So-
Argüello, médico del hospital de San Bernabé y San Antolín de Palencia, en colaboración con un compañero, titulado Discurso sobre el charlatanismo médico y
bre la naturaleza, facultades, efectos y modos de obrar del mercurio en la curación del morbo gállico, Sobre cierta bebida de vino con cierta mezcla, que se dio a una mujer, con la que en diez horas murió soporosa, y Sobre la electricidad y sus maravillosos efectos para la curación de varias especies de enfermedades, habiendo presentado a un soldado dragón del Regimiento de Villaviciosa, a quien por medio de la electricidad curó de una perlesía, que no se había podido vencer con los demás remedios. El practicante de
electrizaciones a orillas del Pisuerga, y el introductor de la técnica de Volta, amén de defensor de la inoculación y posteriormente de la vacunación contra la viruela, era el catedrático médico Félix Martínez López. Otro tema que afloró en las sesiones académicas fue el del charlatanismo. En la España de la época se suscitaron varias polémicas que hicieron bastante ruido, entre las más sonadas las centradas en la composición de la triaca, a la que cabe ligar la consulta hecha por los médicos de Zaragoza a la universidad de Montpellier en 1762, sobre: “¿Es mejor, para preparar la tríaca, hacer cocer las víboras con sal o con eneldo, y hacerlas pasta para formar trociscos con pan, o desecarlas y pulverizarlas? ¿Cuál es la fórmula para obtener una tríaca más potente?” Porque la cosa tenía su búsilis. Los antiguos creían que la víbora tenía el veneno repartido por todo el cuerpo y que era capaz de matar porque cuando se irritaba se le subía a la cabeza, a los colmillos. De modo que para emplear las víboras en farmacia había primero que liarse a palos con ellas… Y también las que hubo en torno al uso del antimonio, de las sangrías, de las aguas, de los remedios de 58
Sobre los daños enormes que causan en España los charlatanes y curanderos, y un folleto, obra de don Agustín
quirúrgico que en obsequio de la verdad, desengaño de crédulos y destierro de curanderos lo escribieron y publican don Agustín Argüello, Cirujano de ejército… y don Juan José de Aróstegui, segundo cirujano de dicho hospital [de Palencia], en Valladolid: Imprenta de la Real
Chancillería, 1796. Como impreso en Valladolid en 1729, edición que tenemos en nuestras manos, pero constando como impresor el valenciano Antonio Bordázar, debe señalarse también El mundo engañado de los falsos médicos, del veronés José Gazola. Es que, pese a todos los pesares y protestas del Colegio Médico, por la ciudad corrían libre y abundantemente los libros de autores despreciados por los académicos, pero venerados por la gente común, que, veían en ellos la posibilidad de curarse por medio de la automedicación, sean la Medicina y cirugía doméstica, necessaria a los pobres, y familiar a los ricos…
(Valencia: Juan de Bordazar y Artazu, 1705) de Felipe Borbón, o El médico de sí mismo. Modo práctico de curar toda dolencia con el vario, i admirable uso de el agua (Pamplona: herederos de Martínez, 1754), fir-
mado por el doctor José Ignacio Carballo, pero en realidad escrito por el fraile agustino Vicente Ferrer Gorráiz, émulo de Benito Jerónimo Feijoo y del jesuita leonés José Francisco de Isla, predicador en Valladolid y residente largos años en Villagarcía de Campos, que decía de los médicos “que sin enterarse de la enfermedad más que en grueso o de montón, toman el pulso aceleradamente, empuñan o arrebatan la pluma, que en sus manos es rigurosamente cañón de
artillería, y no tanto escriben cuanto fulminan, o disparan receta sobre receta, medicamento sobre medicamento, venga o no venga, el primero que les ocurre la fantasía, y sofocan al pobre enfermo, que muere quizá aun más de apoplejía de remedios, que de repleción de males”. Pues bien, una de tales obritas libres mereció ser impresa en Valladolid, en el taller de Alonso de Riego, el año de 1750 –es la que he manejado, aunque se citan al menos dos ediciones anteriores de 1739, que puede ser una confusión con la edición francesa de Lyon del mismo año, y de 1748– tras salir de la pluma de un nuevo jesuita, el padre Francisco de Moya y Correa, autor después de ella de Triunfo sagrado de la conciencia (1751), Respuesta… a los defensores de las Comedias (1753), y Nuevo Triunfo de la conciencia (1753). Firmada con el pseudónimo de Francisco de Monroy Olaso –empleó también el de Ramiro Cayore y Fonseca, se tituló Obras Médico-Chirurgicas de Madama Fouquet, Economía de la salud del cuerpo humano: Ahorro de médicos, cirujanos y botica: Prontuario de secretos caseros, fáciles, y seguros en la práctica, sin cifras Médicas, para que todos puedan usar de ellos en bien de los Pobres, y Enfermos. Sacados y comprados de los médicos y cirujanos más famosos de toda Europa, con la solicitud, y caudales de la dicha insigne Matrona (Abuela del Mariscal de Francia Mr el Duque de BELLE-ISLE, bien célebre en nuestros tiempos) para curar por sí misma en los Pobres todo género de males, aún los que hasta ahora han sido tenidos por incurables: Traducidos (Conforme a la Impresión correcta, y añadida, que se hizo en León de Francia, año de 1739) de el Francés a la lengua Castellana, POR FRANCISCO MONROY, Y OLASO, Aumentados, al fin de esta primera Parte, de un Alphabeto breve, pero muy útil, y curioso, de los varios Remedios, Yervas, Frutas, Raizes, Azeytes, resinas, y otras cosas medicinales nuevamente descubiertas en la América… En Valladolid: En la Imprenta de Alonso
del Riego, Año de 1750.
Obras medico-chirurgicas de Madama Fouquet… Valladolid, 1750
Teniendo en cuenta que el original, traducido al español, solamente decía Los remedios caritativos de Madame Fouquet, para curar con poco gasto toda suerte de males, tanto internos como externos, inveterados, y que han pasado hasta el presente por incurables, se ven a
las claras las intenciones del jesuita traductor. Era, eso, un libro para curarse sin médicos, y que, sin embargo, fue aprobado por el doctor Miguel González Mercadillo “del Gremio, y Claustro de la Universidad de Valladolid, y Catedrático de Prima de Medicina en ella”, y por don Juan de Hornillos, “Médico Titular de la Ciudad de Burgos, Cabeza de Castilla”. El catedrático vallisoletano escurrió el bulto como pudo, con unos versos del poeta Claudiano: Et quae divisa beatos / Efficiunt, in te collecta tenes; mientras el 59
burgalés echaba mano de otros de no recordaba quién, “un Poeta”: Delectum è multis hoc cape, lector, opus / Hoc legat, & relegat, quisquis medicamina querat. Con la iglesia, y con la poderosa Compañía de Jesús, habían topado. ¿Ejemplo de los remedios ofrecidos por el jesuita en su traducción vallisoletana? Cierra la obra y su Segunda Parte, el Agua de Napembre: “Toma de la bugla, de la sanícula, de betónica, de agrimonia, de llantén, de consuelda mayor, y de la menor, madreselva, de cada cosa un puño; de la manzanilla, de la maravilla, de artemisa, de hierba buena, de cada cosa medio puño; de romero, de salvia, de cada cosa la cuarta parte de un puño, de cogollos, o pimpollos, de zarza. Limpia bien todas estas plantas, y mételas en una cazuela vidriada con azumbre y media de vino blanco; las dejarás remojar, en él, por seis horas; después de lo cual
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echarás todo en un alambique con una libra de miel, y lo pondrás a destilar. Este licor es maravilloso contra toda suerte de llagas lavándolas con él, y aplicándoles después una hoja de berza roja, o un paño. Los heridos beberán de ella medio vaso, dos veces al día. Es excelente contra los catarros, bebiendo de ellas, y frotando la cabeza, el cuello, y la espina de la espalda”. Dicho libro, que debió estar, con seguridad, en la rebotica de la farmacia de los jesuitas de Valladolid, al lado de obras clásicas de Mesué y Laguna y otras de médicos y farmacólogos ilustrados, es una muestra de lo que podíamos encontrar en la citada botica y en la ciudad durante este siglo XVIII: Tradición, Modernidad y Charlatanismo. Todo en la medida que la magra economía local permitía.
V LAS BOTICAS MONÁSTICAS Teófanes Egido López
EL CUIDADO DE LOS CUERPOS tuvo también su espacio en la botica de los monasterios, que no fue tan idealizada como el refectorio. Se hizo imprescindible en órdenes con vocación hospedera y de atención a peregrinos como eran la de San Benito y sus ramificaciones posteriores. Con el tiempo, algunos conventos de órdenes mendicantes dispondrían también de sus boticas, más necesarias en hospitalarios como los de San Juan de Dios. Todas ellas proporcionaban remedios a los de dentro y atendían la demanda exterior, no sin conflictos con los seglares del mismo oficio, boticas, éstas, más estudiadas que las monacales.
Ventajas de los monasterios Los monasterios, en efecto, reunían las condiciones necesarias para la farmacopea antigua, con sus confines sin delimitación definida y con tantas conexiones
con la teología, la filosofía y la misma alquimia, conocimientos que, de hecho y con frecuencia, solía tener el “padre boticario” o “maestro boticario”. Además, la tradición, tan celosamente cuidada dentro de cada una de las familias religiosas, halló una de sus expresiones peculiares en la transmisión de las fórmulas boticarias como lote del patrimonio del monasterio que, cual herencia preciosa, había que conservar. Prescindiendo de consideraciones que pueden tener su buena dosis de especulación, las boticas de los monasterios contaban con más ventajas que las seglares. Entre ellas, y en primer lugar, con las humanas: en tiempos con abundancia de monjes y de frailes, el de boticario era un oficio conventual valorado, que podía proveerse con monjes preparados, capacitados para superar los exámenes gremiales de maestría, los prescritos por el Protomedicato cuando éste se establezca, e incluso para escribir obras teóricas y prácticas para la formación de los demás boticarios. 61
Para los saberes teóricos y prácticos eran imprescindibles los libros. Y aunque las investigaciones actuales confirmen la existencia de libros relacionados con esta profesión en las casas de médicos y de algunos boticarios, nunca pudieron competir con las bibliotecas que tenían a su disposición los padres o hermanos boticarios en la librería conventual o en la especializada, y a veces abundante, coleccionada en la propia botica, como acontecía en Burgos o en Villagarcía de Campos. Por último, la farmacopea era sustancialmente botánica, con las plantas o sus extractos como materia prima para la mayor parte de los remedios. Hasta la aparición de jardines botánicos, con sus monopolios, sobre todo de ciertas reservas americanas, los huertos y herbolarios de la botica o del padre boticario serían casi siempre un privilegio de los monasterios, descritos y admirados por observadores sensibles como, por ejemplo, Jovellanos, que rompe la lacónica frialdad de sus diarios cuando ensalza las variedades y los primores de algunas de estas huertas. Las tierras de Castilla y León contaron con una dotación farmacéutica abundante, y a veces conflictiva, que formaban una red bastante completa de boticas monásticas y, en menor medida, conventuales. Tuvieron importancia desigual, naturalmente, y atendieron a la demanda local y comarcal, como sucedía con los benedictinos de Sahagún, Silos, Oña, más aun en San Millán de la Cogolla. El modelo más completo fue el de San Juan de Burgos, que sobrepasó el radio de acción habitual, con padres boticarios que la fueron dotando de infraestructuras, de instrumental adecuado, ampliando la huerta y enriqueciéndola con hierbas y plantas, de rica biblioteca, y haciendo de ella una especie de editorial tal y como entonces se entendía y al mismo tiempo librería de obras redactadas por boticarios señeros del siglo XVII. Entre éstos destacó el padre Esteban de Villa (presente en la botica durante más de cuarenta años, desde 1616 hasta 1660) con sus escritos y propuestas innovadoras, a medio camino entre la medicina tradicional y el entusiasmo por la 62
Botica benedictina. Jacques Laudin (1627-1695) esmalte de Limoges. Museo del Hermitage, San Petersburgo
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terapéutica química que se impondrá después: historiadores de la introducción de la ciencia moderna en España le consideran como uno de los “novatores” precoces.
En Valladolid La botica de San Benito el Real, documentada desde la segunda mitad del siglo XV, plantea interrogantes que no se han podido aclarar todavía. No se acaba de conocer con exactitud su localización puesto que en el siglo XV y principios del XVI se habla de boticas, así, en plural, que fueron transferidas al monasterio para financiar una capilla en su iglesia; pero esas boticas se situaban en la acera de san Francisco, en la plaza del mercado. Más tarde, en los planos para el nuevo monasterio aparece consignado el espacio destinado a la botica en una parte, la del poniente, donde no estuvo en realidad. En otras ocasiones se habla de la Rinconada, en el lado opuesto y cerca del monasterio. Entre tantas incertidumbres y como dice L. Rodríguez Martínez, lo indudable es que fue propiedad de los monjes aunque, al menos en ciertos tiempos, estuviese arrendada; que existía la huerta del boticario; que la botica fue cuidada con interés y que, como la de San Juan de Burgos, contó con boticarios excepcionales, para cuya formación y estudio pedían tiempo los Capítulos Generales. El más conocido fue fray Antonio Castell, llamado de Montserrat por su pericia y que escribió el libro Teoría y práctica de boticarios (Barcelona, 1592). En el siglo XVIII, la de San Benito era la botica más demandada en Valladolid, y, a tenor de los datos fiables que proporciona el Catastro del marqués de la Ensenada, que se fija en el producto fiscal, ella sola rentaba más que las seis de seglares que se censan y más también que la jesuita de San Ignacio y que la más considerable de los dominicos de San Pablo. Como casi todas las conocidas, también en este siglo XVIII la botica de San Benito se modernizó en su funcionamiento ateniéndose a la legislación ilustrada, 64
en sus instalaciones y en el botamen, casi todo él de cerámica talaverana. Aunque nos hayamos fijado en las boticas preferentemente benedictinas, no fueron las únicas, ni mucho menos, en suministrar remedios para dentro y fuera de sus reductos. Jerónimos, cartujos, por supuesto la orden de San Juan de Dios, dispusieron de ellas en diferentes lugares, concretamente en Valladolid. Sin salir de la ciudad y de sus contornos, la de los dominicos de San Pablo era la segunda en rentabilidad y, por lo tanto y presumiblemente, en actividad. Todas las farmacias clericales siguieron la misma suerte o desventura cuando, por 1835, fueron desamortizados los bienes de frailes y monjes, y sus boticas, con los recipientes, fueron transferidas a compradores que, en pocos casos, las conservaron y, en los más, iniciaron la carrera de la dispersión. Pero antes que estas desamortizaciones decimonónicas había tenido lugar la de las temporalidades de los jesuitas cuando, a principios de abril de 1767, fueron expulsados de todos los dominios de la monarquía española. Por lo que se refiere a las boticas, esta desamortización de los ilustrados fue mucho más racional que las posteriores. Las providencias reales que regularon el destino de las temporalidades se fijaron en las boticas más importantes: las de Madrid y del Colegio de Villagarcía. Regentada, como las demás de la orden, no por un padre sino por un hermano coadjutor cualificado, tenía un volumen muy considerable y venía atendiendo las necesidades del numeroso colegio que daba vida a la villa, del antiguo hospital de la Magdalena y de los pueblos aledaños. A juzgar por los distintos inventarios que se confeccionaron y las noticias recogidas por Pérez Picón, la botica estuvo muy bien dotada en instalaciones, contaba con su biblioteca y con recipientes para los simples más variados, cuyo destino inmediato fue el Hospital Real de Toro. Suerte parecida corrió la otra botica jesuítica del colegio vallisoletano de San Ignacio. Sus inventarios
Plato de enfermería, hallado en las excavaciones arqueológicas del desaparecido convento del Carmen Calzado. Valladolid
hablan de una rica dotación, a la que, según los argumentos convincentes de E. Wattenberg, pertenecen las piezas abundantes que, con el anagrama inconfundible de la Compañía de Jesús, se conservan en distintos depósitos, después que a finales del siglo XVIII fueran transferidas al Hospital de la Resurrección.
antaño. Existe documentación protocolaria, la generada por inspecciones (visitas) y por los pleitos en que las boticas monásticas se vieron envueltas, inventarios de sus enseres, y han pervivido también, cual reliquias y como referencia la más apreciable, restos más o menos abundantes de los continentes con las denominaciones de sus contenidos medicinales.
Reliquias
Estos recipientes, en cuanto elementos más bien arqueológicos y algunos, como los de San Benito el Real, tan hermosos, han sido estudiados con generosidad por historiadores de la heráldica religiosa y corporativa, de la cerámica y del vidrio. Gracias a ellos puede deducirse el interés y el valor de estos documentos
De aquel patrimonio boticario ha quedado un resto, no excesivo por supuesto pero sí elocuente para, al menos, sospechar lo que supuso esta actividad cordial e imprescindible en los monasterios y conventos de
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excepcionales, de los alfares y fábricas, entre las cuales las talaveranas se van imponiendo de forma decisiva con las renovaciones del siglo XVIII. De esta suerte, se han conservado restos mermados de romanas, pesos y medidas, de morteros y almireces de piedra o de metal, prensas, hornillos, alambiques y alquitaras para mezclas y destilaciones. En mayor cuantía se pueden admirar cántaros, jarrones, orzas, albarelos, botes de cerámica o de vidrio, redomas, pildoreros, todo en sus formas y series variadas. Casi siempre llevan, junto al escudo e inscripción de la botica y el monasterio respectivos, el nombre de los remedios que contenían. La antigua terapéutica se manifiesta de esta suerte en recipientes y cajonerías con la denominación de plantas medicinales, de simples y compuesto, de productos químicos, de drogas. Es una tentación difícil de soslayar el recuerdo de aquellas medicinas tradicionales, a cuyo repertorio se incorporaron sin tardar, las nuevas llegadas de las Indias, y que durante siglos socorrieron en las dolencias, para cuya sanación, no debe olvidarse, la religiosidad colectiva contaba con el recurso de la oración a
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santos terapeutas debidamente especializados. En cuanto a los remedios terrenos, los de las boticas, inscripciones y cartelas permiten leer los medicamentos procedentes de vegetales, de animales, de minerales, y aguas variadas. Eran los emplastos habituales desde los de mostaza hasta el de esperma de ballena; jarabes de plantas innumerables y extractos; enjundias de gallina, de caballo, de las víboras imprescindibles en el estanque viborario de cualquier jardín de boticario que se preciase; nitratos, cloruros, píldoras, elixires; calmantes como las aguas de mejorana, de borrajas, de azahar, de saúco, de valeriana; estimulantes de tabaco, de todas las especias, de café de bellotas, agua de Guayacán, hipecacuana. Había variedad de quina, sobre todo en las boticas de San Ignacio y de Villagarcía de Campos, puesto que los jesuitas fueron los más tempranos y encariñados propagandistas de antifébrico tan eficaz. Y si bien es cierto que ninguna de las triacas igualó en fama, en demanda y en secretismo a la triaca magna, especialidad de San Juan de Burgos, también los jesuitas (no eran los únicos) ofrecían la triaca divina, y, como peculiar, el agua de habas de san Ignacio.
VI EL BOTICARIO EN SU BOTICA Antonio Martín Plaza Juan de Dios Jódar Pereña
EL BOTICARIO ESPAÑOL DEL SIGLO XVIII es ya un profesional cualificado y socialmente reconocido, que debía superar una serie de exámenes y pruebas para poder establecer su botica o regentar las que poseían las distintas instituciones civiles y religiosas.
acepción de boticaria como mujer del boticario se sigue conservando en el diccionario de la Real Academia Española, aunque actualmente en España el número de farmacéuticas es más del doble que el de farmacéuticos) y, las menos, por un mancebo.
Disponía de un enorme arsenal terapéutico, en cuya eficacia no vamos a entrar ahora, en su mayor parte heredado del más puro galenismo de épocas pasadas aunque, a partir de la mitad de ese siglo, el boticario va asumiendo, poquito a poco, los avances químicos procedentes de los países europeos.
También recolecta y prepara para su uso las plantas medicinales que cuida amorosamente en el huerto que posee próximo a su botica. En él encontramos en ocasiones especies exóticas muy apreciadas, cuya parte activa, en otro caso, debe adquirir a tratantes y mercaderes o, cuando se trata de órdenes religiosas, son traídas a las boticas de los conventos y monasterios desde sus misiones en América, Asia o África.
Conoce multitud de operaciones, como son la trituración, levigación, extracción, disolución, maceración, percolación y destilación, entre otras, que tiene que realizar a diario en su botica. Las más de las veces las realiza sólo o ayudado, en el caso del farmacéutico rural, por su mujer, “la boticaria” (curiosamente la
Es tanto el trabajo que debe desarrollar el boticario, que no es raro encontrar que estos profesionales tengan que delegar en otra persona para efectuar las cuentas testamentarias que les atañen, o para pleitos, 67
cobro de deudas de medicinas o de otro tipo e, incluso, en más de una ocasión, tuvieron que facultar a algún familiar o amigo para celebrar su casamiento por poder. Esta esclavitud a que estaba sometido el boticario por su oficio, tuvo reflejo en la Real Cédula del rey D. Felipe IV de trece de marzo de 1650 y confirmada por sus sucesores “…y por los Señores del Consejo Real está mandado que por la causa pública que redunda en beneficio universal de la salud, a los boticarios de todo el reino no se les apremie a oficio, carga ni causa alguna que les pueda ocupar, divertir y distraer de la continua asistencia personal a ella, así para la composición de las medicinas, como para buen despacho en ellas…”
A continuación traemos unos ejemplos de remedios habituales en las boticas del siglo XVIII tal y como se describen en farmacopeas y formularios de la época.
Lexía de los jaboneros De kali (Sal de Tártaro) 4 libras. De cal 6 libras. De Agua destilada 32 libras. Se mezclarán 4 libras de agua de cal y se mantendrá así esta mezcla por una hora; pasada la qual se añadirán el Kali y lo restante del agua. Entonces se cocerá la mezcla por un cuarto de hora y se colará fría. Se ha estimado capaz de disolver cálculos de la orina y, con esta mira, se ha administrado en dosis considerables y por largo tiempo en muchos casos. No obstante no han correspondido enteramente a los deseos de estas pruebas ni ha dexado de tener malas conseqüencias el uso de un remedio tan activo, por cuya razón se le ha sustituido últimamente en los males nefríticos al álcali vegetal sobresaturado de ayre fixo, baxo el nombre de agua mefítica alcalina. 68
Bálsamo peruviano con hiel De hiel de toro tres drachmas. Del Bálsamo del Perú una drachma. Mézclense. Se mandaba instilar quando parecía conveniente en el oído en aquellos casos en que la continua evacuación de material fétido indica la alteración de sus secreciones. La hiel que entre en él, posee también la propiedad de ablandar el cerumen, de suerte que facilita su expulsión por medio de un simple xeringatorio.
Cerato de xabon De litargirio levigado, una libra. De vinagre, ocho libras. De xabón, ocho onzas. De Aceite de olivas y cera amarilla, una libra de cada cosa. En su preparación es menester proceder con la mayor cautela. Se mezclarán los tres primeros ingredientes y cocerán suavemente hasta que se haya evaporado toda humedad y, entonces, se añadirán la cera y el aceite ya mezclados al fuego. Toda la mezcla, desde el principio hasta el fin, se ha de agitar de continuo, sin lo qual se echará todo a perder. Esta fórmula es muy conveniente en las fracturas y también el calidad de apósito exterior para las úlceras, porque posee un grado muy conducente de propiedad adhesiva, y también las propiedades comunes a un remedio Saturnino.
Lavativa de tabaco De la Yerba de Tabaco seca, ocho drachmas. De agua hirviendo, una libra. Se infundirá el Tabaco en el Agua por espacio de diez minutos. Éste es un clister de Tabaco que se usa en las hernias estranguladas para efectuar la reducción del
El boticario Claude Morelot en su botica, pintado por Michel Charles Coquelet Souville. 1751. Musee des Hospices civils de Beaune
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intestino salido. Obra excitando náuseas y disminuyendo la facultad vital en el sistema, lo que a veces produce hasta un grado terrible. Este modo de administrar el tabaco es igualmente eficaz y menos indeterminado en la dosis, que su uso por medio del humo, que es a lo que recurren mucho prácticos.
Tintura de menjuí compuesta De menjuí, tres onzas. De estoraque colado, dos onzas. De Bálsamo de Tolú, una onza. De Aloës sucotrina, media onza. De Espíritu de Vino rectificado, dos libras. Se ordena que se digieran estos ingredientes a fuego manso por tres días, y que se filtre la tintura. Se ha padecido una grosera equivocación en usar generalmente este tópico como estìptico en las heridas recientes, en que seguramente es dañoso no sólo por sus propiedades estimulantes, sino
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también por la separación de las resinas que se verifica al mezclarse con la sangre. Estas forman una sustancia que impide absolutamente lo que más se desea en semejantes casos, y es que los labios o bordes de las heridas se pongan en contacto, y se unan por primera intención. Su aplicación propiamente es para úlceras que van con lentitud. Uno de sus importantísimos usos es el de formar una cubierta mecánica para las heridas hechas en la cutis por algunas fracturas complicadas. En éstas nos proponemos por objeto precaver la entrada de ayre para facilitar la naturaleza de la unión del hueso como si fuera una simple fractura. Para efectuar este método muy preferible de curación, se requiere algún cuidado en la aplicación de la tintura, que se aplica comúnmente en planchuelas de hilas puestas unas sobre otras, de suerte que tapen el orificio. Es de gran conseqüencia al hacer esto precaver que la Tintura no pase a la herida, por cuya razón sería quizás muy del caso cubrirla con un pedacito de gamuza antes de que se emplee más profusamente la Tintura.
VII SALUD SIN BOTICA, TALISMANES Y REMEDIOS POPULARES EN LA COLECCIÓN DEL MUSEO Antonio Bellido Blanco
L A MEDICINA ESPAÑOLA PROTAGONIZA un gran avance en sus estudios y en sus medios de lucha contra las enfermedades durante el siglo XVIII. La llegada de los Borbones y el avance ilustrado propiciaron un nuevo clima en el que se procuraron mejores condiciones higiénicas, que posibilitaron la prevención de epidemias, y la formación de médicos más cualificados. La actitud supersticiosa mantenida por el pueblo llano con anterioridad, y bien reflejada en la literatura de los siglos XVI y XVII, comienza su ocaso en el siglo XVIII como puede apreciarse, por ejemplo, en las invectivas del padre Feijoo. Pero esta renovación se daba sobre todo en las clases cultas, puesto que muchas personas continuaron recurriendo abundantemente a conjuradores, curanderos y sanadores. De hecho su actividad se ha mantenido hasta hoy y aún pueden encontrarse algunos activos en pueblos de Castilla y León. Así mismo un personaje, en teoría tan anacrónico e irreal, como la bruja se ha mantenido presente en el imaginario de las gentes de esta región al menos hasta las últimas décadas del siglo XX, según ha constatado Juan Francisco Blanco.
Las boticas, que en el siglo XVIII se encontraban establecidas en las principales localidades de toda España, no dejaban de ser un elemento de lujo que no todos podían pagar, como ha puesto de relieve Margarita Moretón para el territorio vallisoletano. Las gentes más humildes recurrían, y han seguido haciéndolo hasta la actualidad, a muy diversos remedios curativos que podían estar fácilmente al alcance de cualquiera. De este modo se servían de emplastos, cocciones y otros preparados, básicamente de origen vegetal y animal, cuyo conocimiento solía transmitirse de madres a hijas dentro del ámbito familiar. Otra posibilidad eran los conjuros y oraciones, en muchas ocasiones secretos y que no debían ser revelados por quien los conocía, a riesgo de perder su efectividad. En este apartado, el uso del lenguaje como instrumento mágico se creía que podía provocar la actuación de las fuerzas de la naturaleza y una de sus aplicaciones era el rito curativo. Juan Francisco Blanco recoge muchos de los conjuros y remedios utilizados en Salamanca, Zamora, Segovia y León con intenciones tan diversas 71
como sanar las quemaduras, las nubes de los ojos, las picaduras de serpiente, la erisipela, la ictericia o las verrugas, entre otros males. Una vía más de lucha frente a la amenaza de la enfermedad se basa en el recurso a la intercesión divina. La forma más efectiva pasa por visitar un santuario y lograr la intervención de determinado santo o virgen. Dentro de Valladolid, por ejemplo, el padre César Morán recoge la noticia de que el día de la fiesta de la Virgen de la Encina en una ermita de Castrodeza se sigue un ritual basado en el poder curativo de las aguas para proceder a la curación de los niños herniados. El ceremonial consistía en que los niños enfermos pasasen, cogidos de la mano de sus padres, por encima de un pozo cuyas aguas se creía que estaban dotadas de virtud sanadora. Con igual intención terapéutica se procede a portar medallas y cruces de reconocida efectividad contra determinados males, así como colgantes con reliquias de santos. Dentro de este grupo, pero en la esfera de lo profano, tienen cabida numerosos y muy diversos amuletos. Por amuleto podría entenderse aquel objeto al que se atribuye el poder de proteger contra sortilegios, enfermedades, accidentes y otros males; todo ello dentro del ámbito de lo supersticioso.
Métodos de prevención y protección. Amuletos No hay por qué sorprenderse de la importante presencia de los amuletos todavía durante el siglo XVIII, la época que nos interesa aquí. Los amuletos han existido desde tiempos muy remotos y aun hoy seguimos sirviéndonos de ellos. Entre los símbolos protectores cristianos activos actualmente están las medallas con la efigie de santos y vírgenes, las cruces, las cintas o “medidas” de la Virgen del Pilar o las pulseras con imágenes de santos, pero –fuera del ámbito religioso– 72
también siguen portándose castañas contra las hemorroides, por ejemplo. En una encuesta sobre prácticas supersticiosas en la provincia de Salamanca, realizada a principios de los años ochenta, Juan Francisco Blanco constató el recuerdo del uso de amuletos para colgar de la cuna (evangelios, rosarios, reliquias, higas y estampas) y de la ropa de los niños (medallas, medias lunas, evangelios, higas y rosarios). El poder del amuleto puede proceder de varias fuentes. Por un lado está el material de fabricación, que constituye un elemento de suma importancia, puesto que algunos tienen propiedades consustanciales, que no alcanzan otros parecidos. La obra De las virtudes y propiedades de las piedras preciosas (1598), escrita por Gaspar de Morales, da buena cuenta de los peculiares dones de distintas piedras. Otros factores que influyen son además la forma y el contacto con alguna fuente de poder. Según estos elementos, su finalidad será diversa. Algunos podían llevarse a modo de joya, colgando de collares, del pecho o en sartas (brazaleras), en brazaletes, en pendientes o cosidos sobre el vestido. Otros se encerraban en saquitos de seda o cajitas. Muchos eran de uso particular, aunque también se encuentran los que sirven para protección de casas, colgados o grabados en puertas, ventanas y tejados. E incluso se dibujaban o marcaban sobre herramientas y utensilios. La colección del Museo de Valladolid cuenta con un pequeño conjunto de estos talismanes que, por su morfología, podrían haber sido elaborados en los siglos XVII-XVIII. Su presencia en el Museo deriva de las donaciones realizadas por distintos individuos vallisoletanos entre 1876 y 1880, coincidiendo con la creación de la Galería Arqueológica por parte de la Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción. Las personas que las entregaron al Museo no fueron humildes vecinos de la ciudad, sino “particulares que por su posición y especiales conocimientos, tienen en
Relicarios, amuletos y tabaqueras. Museo de Valladolid
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su poder objetos de importancia”, según señala la Comisión encargada de formar la primitiva Galería Arqueológica. Esto nos indica que, para las clases vallisoletanas más cultas, al final del siglo XIX los amuletos no tenían ninguna fuerza sanadora ni protectora y lo que les hacía destacar era su evidente antigüedad. No obstante, en el ámbito popular del siglo anterior aun se consideraba que mantenían poderes especiales. La búsqueda en algunas de las cartas de dote de finales del siglo XVIII y principios del XIX, a través de sus correspondientes inventarios de bienes, permite constatar la presencia de distintos amuletos por toda la provincia vallisoletana. Por citar sólo unos pocos ejemplos, recogemos aquí la posesión de “dijes compuestos con cinco medallas, un relicario, una cruz y una higa” (Tordesillas, 1788), así como “un relicario con varios dijes y medallas de plata” (Valladolid, 1806). En otro de los inventarios se menciona “un corazón de azabache engarzado en plata” (Tordesillas, 1791) y uno más “una mano de coral fino” (Villalón, 1815). Pocas décadas después, a mediados del XIX, en inventarios similares se comprueba la desaparición de las alusiones a todo tipo de amuletos, lo que confirmaría la impresión de que en unas pocas décadas han perdido la estima que anteriormente habían merecido. Eso no descarta que siguieran usándose en determinados contextos durante el siglo XIX y aun en el XX, como ha destacado Mª Ángela Franco. Francisco Rodríguez Pascual refiere cómo en Carbajales de Alba (Zamora) el párroco organizó en agosto de 1999 una pequeña exposición con “objetos mágicos y religiosos” que todavía guardaban en sus casas los vecinos, aunque ya con un valor más artístico y sentimental que protector. Entre los objetos reunidos había relicarios, medallas, escapularios, bendiciones de San Francisco, evangelios, lignum crucis, higas, talismanes y amuletos. Haciendo una revisión de las piezas del Museo de Valladolid, se han seleccionado para esta exposición varios amuletos religiosos. El primero es una cruz de 74
Caravaca, que se usaba con intenciones tan variopintas como favorecer el alumbramiento, proteger de la rabia y el rayo y contra el mal de ojo. Estas cruces siguen un esquema general que se repite, con sus dos brazos horizontales, Cristo en el anverso y Virgen en el reverso y generalmente con dos ángeles flanqueando la parte inferior. La del Museo carece de los ángeles, pero cuenta con los símbolos de la Pasión en el anverso y una inscripción alusiva a la Virgen en el reverso. En el mismo grupo, un relicario colgante presenta la imagen en relieve de una Virgen, que podría ser la segoviana de Nieva (aunque carece del cetro que acostumbra a portar en la mano derecha). Y otro relicario muestra una pintura de San Antonio de Padua, venerado como recuperador de objetos perdidos, patrono de los enamorados y auxiliador contra los poderes diabólicos y contra la fiebre. Una pieza de similar dedicación y composición a esta última se encuentra en el Centro de Investigación del Patrimonio Etnológico de Madrid –CIPE– (MT09656). En el reverso de las medallas se presentan diminutos fragmentos, casi inapreciables pero vistosamente enmarcados, de telas procedentes de la vestimenta de diversas imágenes de santas y Vírgenes –en el caso de la primera– y de huesos asociados a varios santos y una maderita vinculada al lignum crucis –en la de San Antonio. De carácter profano guarda el Museo diversos talismanes. El tipo de representación más singular es la higa, con forma de puño cerrado que muestra el dedo pulgar entre el índice y el corazón, en gesto de protección. Las higas tienen la función de salvaguardar frente a los maleficios; y no nos referimos sólo a los causados por las brujas. En el mundo popular es frecuente la creencia de que cualquier individuo puede “aojar” o provocar el mal de ojo, enfermando a personas y animales. La encuesta del Ateneo de Madrid de 1901 sobre tradiciones populares, muestra cómo se acusa de provocar este mal a brujas, gitanos y personas extrañas, pero también a mujeres que se encuentran
menstruando o en la menopausia, e incluso a gentes con “rasgos anómalos” (pelo rojo, entrecejo, bizquera, ojo tuerto…). En otros casos resulta frecuente pensar que es un vecino quien lanza el maleficio, dentro de un contexto de tensiones sociales. Los niños en los primeros años de su vida eran una de las víctimas más sensibles al mal de ojo. De nuevo la encuesta del Ateneo mencionada nos permite conocer que en Valladolid se utilizaban amuletos o evangelios suspendidos del cuello o del fajero de los niños para librarles de esta maldición. En Medina del Campo hay una alusión a que en tiempos anteriores se usaba un objeto de azabache contra el mal de ojo, aunque sin especificar si éste adoptaba la forma de higa o no. Las mujeres también tenían que hacer uso de las higas, puesto que necesitaban protección especial durante el embarazo y la menstruación. Como se ha aludido más arriba, el material es un factor fundamental en la elaboración del amuleto. Las higas del Museo han sido elaboradas con azabache, coral o piedra. El azabache es una variedad dura y compacta del lignito, quebradizo, negro y brillante, susceptible de ser pulido. Se le atribuyen numerosos poderes. Podrían destacarse que hace huir a los demonios y que provoca que baje la menstruación. También hay quien defiende su bondad para cuidar la vista. Se talla y se trabaja para darle diversas formas (cuentas, conchas o imágenes), pero quizás la más conocida sea la de higa. Aunque se encuentran piezas elaboradas desde la Edad Media, su auge se produce en los siglos XVII y XVIII especialmente en el Noroeste de la península Ibérica. Alarcón considera que las de elaboración más decorada corresponden al siglo XVI, eliminándose los símbolos en las posteriores. Las dos piezas del Museo de Valladolid son muy semejantes a otras del CIPE que han sido fechadas hacia la segunda mitad del siglo XVII. De sus rasgos más destacados cabe apuntar el corazón excavado en la palma y las manos representadas a la altura de la muñeca.
El coral sirve para detener las hemorragias y también contra el alunamiento y el vómito. Se talla con forma de higa y de cuerno, pero sobre todo como cuentas para collares. La higa de coral del Museo ha perdido uno de los dedos, que iba sujeto al resto de la mano con un vástago de hierro. Otro amuleto más son las gotas de leche. Las mujeres que daban de amamantar a sus hijos usaban piedras blanquecinas, en especial ágatas, para asegurar que los niños se alimentasen bien y que a ellas no se les cortase el flujo de leche. El uso de las piedras de leche se mantuvo entre las amas de cría hasta inicios del siglo XX, según constata José Manuel Fraile. El ágata se talla y pule dándole una apariencia brillante y forma esférica o de gota. Su uso es femenino y los colgantes se colocan sobre el seno, puesto que su finalidad es propiciar que venga la leche. Así mismo protegen contra los males que pueden afectar a los pechos, como tumores, grietas y endurecimiento. En estos casos suelen ser ágatas de tonos blanquecinos hasta marrones, pero si su finalidad es evitar los flujos de sangre, se utilizan las de tonos anaranjados y rojizos. Otras propiedades de las ágatas se refieren a preservar de la peste y curar de las mordeduras del escorpión y la víbora. Algunas están partidas en dos, a modo de valvas, y se articulan con una bisagra que permite abrirlas. En este caso suelen tener en su interior un par de huecos que permiten depositar unas gotas de leche que potencian la efectividad del amuleto. Así ocurre en una de las del Museo, con dos oquedades en cada lado de la piedra, que quedan separadas además por una lámina de plata. El último talismán que comentamos es una castaña engastada para servir como colgante. Las castañas servían para proteger de muy variadas enfermedades y podían llevarlas tanto hombres como mujeres. Carmen Baroja alude a que preservaban a los niños de 75
tumores, quistes y “también de la envidia”, mientras que Concepción Alarcón recoge su uso contra la erisipela, el usagre, el dolor de oídos y las hemorroides. Estos amuletos podían combinarse con imágenes aprovechando el cerco de plata donde se engastan. Se colocan en éste laminitas de ese mismo material sobre las que se soldaban relieves de vírgenes y cristos, como es el caso de la pieza vallisoletana.
El tabaco en polvo y las tabaqueras Procedente de América, cuando el tabaco se introduce en Europa comienza a ser fumado, pero en la segunda mitad del siglo XVI se populariza su uso de forma aspirada por la nariz o esnifada (tabaco en polvo o rapé). Parece que su difusión estuvo propiciada porque sirvió para curar unas migrañas a Catalina de Médicis, la esposa del rey francés Enrique II. Tras la edición, entre 1565 y 1574, de la obra de Nicolás Monardes titulada Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales, los años siguientes y durante el siglo XVII se publican numerosos libros que divulgan las propiedades beneficiosas del tabaco, como los de Juan de Cárdenas, Francisco Hernández, Juan de Castro, Cristóbal Hayo y J. Leander. Para el éxito de su práctica terapéutica fue importante su procedencia exótica y su uso habitual por los nativos americanos, así como la apariencia agradable de las hojas y el buen aroma que desprende preparado en polvo. Este afán por destacar las facultades medicinales del tabaco al defenderlo se debió a la necesidad de justificar su uso, en la misma línea que se hizo con otros productos oriundos de América como el azúcar o el cacao. Todavía en 1796 Antonio Lavedan destaca los muchos beneficios del uso del tabaco y, aunque considera más conveniente su consumo en humo, también el de polvo 76
le resulta muy saludable. Reconoce la mayor suciedad de este segundo, explicando que “el uso del tabaco en polvo no permite mucha limpieza, porque luego que es tomado a muchos les hace estornudar, y moquear con expulsión de lagrimas por los ojos, y flemas por la boca”. Entre sus aplicaciones tópicas menciona la curación de las heridas, la eliminación de piojos de la cabeza y los gusanos “de las partes exteriores y de los oidos”, amén de aliviar la soledad y aclarar el entendimiento. Dice además que el tabaco en polvo “mundifica y limpia el cerebro de sus excrementos haciendolos evacuar por la nariz y boca sensiblemente y por otras partes; ayuda a la digestión del estomago y expulsión de los excrementos y humedades del pecho; hace despedir las ventosidades del cuerpo por alto y baxo, y del cerebro mediante estornudos; pone libres las vías de respiración (…); alivia los dolores de cabeza, los zumbidos de los oidos, y prohibe las destilaciones de la cabeza al pecho, y otras partes con la evacuacion que provoca por boca y narices, y se ha visto que los que tienen dolores de gota y males de orina no padecen tanto, ni las mugeres molestadas de achaques de madre”. Desde al menos 1558 se conoce el éxito del tabaco en polvo, si bien su comercialización generalizada en Europa se da a partir de los primeros años del siglo XVII. Hasta ese momento se conseguía en las farmacias, pero su elevada demanda obligó a crear tiendas especializadas y a regular su comercio en Castilla en 1634. Desde entonces España se especializa en la elaboración de un tabaco en polvo sin mezcla, donde destacaba el aroma natural y cuyo grano era muy fino, como una especie de talco. Al mismo tiempo, en Francia se generalizó otro tabaco en polvo conocido como rapé que se aderezaba con otras sustancias, como almendras amargas, clavo y nuez moscada. Para su fabricación, las hojas de tabaco se dejan fermentar más tiempo que cuando se destinan a fumar, y después se muelen y tamizan. Aquí el producto final consiste en unas ralladuras pequeñísimas. El rapé se clasifica según su grano en fino, semigrueso o grueso.
En los siglos XVII y XVIII el rapé fue muy habitual entre los aristócratas y burgueses de la clase alta europea, pues era considerado rasgo de elegancia y distinción, pero además se creía firmemente en sus propiedades medicinales: que despejaba el aparato respiratorio, limpiaba el cerebro y eliminaba los malos humores, sirviendo como remedio para el asma y el tratamiento de las cefaleas. Pero como las modas son variables y siempre están sujetas a la necesidad de novedades, en la segunda mitad del siglo XVIII cambiaron los hábitos de consumo, produciéndose la popularización del rapé a la vez que los más adinerados lo abandonaban y pasaban a consumir cigarros puros. El uso del rapé se mantendría con amplia circulación hasta las primeras décadas del XX. Para su consumo era indispensable llevar el tabaco en pequeñas tabaqueras de porcelana, metal, carey, madera o hueso. Sobre la forma de tomar el rapé, García Ramón escribe en 1881 los movimientos necesarios y pasos a seguir: 1. Tomar la tabaquera con la mano derecha, 2. Pasar la tabaquera a la mano izquierda, 3. Dar dos golpecitos, 4. Abrir la tabaquera, 5. Presentar la tabaquera a la asistencia, 6. Recoger la tabaquera, 7. Reunir el tabaco, dando un golpecito en el costado de la tabaquera, 8. Dar una pulgarada y coger el polvo entre el índice y el pulgar, 9. Conservar algún tiempo el tabaco entre los dedos, 10. Llevarse el tabaco a la nariz, 11. Sorber con fuerza, con las dos ventanillas de la nariz y sin hacer muecas, y 11. Cerrar la tabaquera; estornudar, escupir y sonarse. Las cajas de tabaco son muy frecuentes durante todo el siglo XVIII. Contamos con la fortuna de que en una de las tabaqueras del Museo se haya escrito la fecha de 1798, que proporciona la referencia exacta de su elaboración. Mientras las piezas más suntuosas se elaboran en oro, concha o marfil y se adornan con piedras preciosas y esmaltes, las incluidas en la exposición tienen un aspecto pastoril y no pasan de usar cuerno y madera. Frente a las ricas iconografías de las primeras, con escenas costumbristas, mitológicas o
Plantas de tabaco, en el libro Flora Perubiana et chilensis…, de Hipólito Ruiz y José Pavón (1798-1802)
finos retratos, en éstas se encuentran sencillos motivos vegetales, animales o geométricos que a veces ocultan símbolos populares de protección o fecundidad. Los reconocidos orfebres o artesanos autores de las primeras, con negocios bien establecidos y reglamentados, nada tienen que ver con las manos habilidosas de quienes elaboran las tabaqueras populares y que sólo ocasionalmente dejan constancia de su nombre. Las cajas de cuerno no son extrañas en el área salmantina. En el CIPE se conservan al menos un par de tabaqueras que guardan gran semejanza con las del 77
Museo de Valladolid. Una de ellas (CE008573), fechada en 1789, resulta muy similar a la pieza 2.297 por el diseño de su orla, la presencia de una inscripción en las paredes (aunque con diferente tipo de letra, quizás debido a la mayor extensión del texto en la pieza del CIPE) y el motivo heráldico de la base. Esto nos induce a pensar que los dos estuches del Museo de Valladolid habrían sido realizados en los últimos años del siglo XVIII, por más que este tipo de labores en cuerno continuaran realizándose durante el siglo XIX. Junto a las cajas que contenían el tabaco en polvo, se utilizaron también los fusiques, que adoptan forma alargada de pomo, están dotados de un aspecto más humilde y en su mayoría han sido elaborados en madera trabajada a torno. Mientras las tabaqueras se abrían y se cogía un pellizco de tabaco, que se aspiraba
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directamente por la nariz desde los dedos, en los fusiques los agujeros perforados en uno de sus extremos permitían verter una pequeña porción del rapé en el empeine de la mano y aspirarlo desde ahí, sin necesidad de abrir el recipiente. El fusique del Museo de Valladolid que se muestra en esta exposición resulta una pieza de gran originalidad, puesto que su estructura parece estar constituida por la pinza de un crustáceo de gran tamaño (quizás un bogavante o un cangrejo). Curiosamente un amuleto del CIPE (nº 10.093) presenta una forma similar, aunque algo menor –si bien la identificación dada al objeto en este caso es la de una copia en escayola del diente de un mamífero marino–. Resulta difícil datar esta tabaquera, aunque por su morfología es casi seguro que se elaborase con anterioridad al siglo XIX.
VIII CONSERVACIÓN DEL BOTAMEN DEL MUSEO DE VALLADOLID. DEL SINDETIKÓN AL IMEDIO Enrique Echevarría Alonso-Cortés
UNA CARACTERÍSTICA ESPECIAL del conjunto de recipientes de todo tipo (cerámica, vidrio, etc.) que poseían las antiguas farmacias, es la del uso continuado durante siglos en similar actividad para la que fueron creados, o en todo caso la fácil reutilización de los mismos para diversas funciones. De esta manera, objetos que normalmente ingresarían en los museos como materiales arqueológicos “fosilizados”, se han transformado previamente en testimonios etnográficos por conservarse “al aire”, y muestran alteraciones y huellas de uso que no suelen tener las piezas halladas en excavación. Las intervenciones que se han realizado en el conjunto del botamen del Museo de Valladolid (procedentes de distintas instituciones religiosas: Cartuja de Aniago, Colegio de San Ignacio, Monasterio de San Benito de Valladolid, etc.…) han permitido observar patologías específicas. Los tratamientos realizados con motivo de la exposición temporal han consistido en general en limpiezas, consolidaciones y fijaciones de vidriado tendentes a garantizar la estabilidad física
de las piezas, mejorando apoyos y re-creándolos cuando se habían perdido, reintegraciones volumétricas también con carácter consolidante y finalmente alguna reintegración de color para completar la unidad visual de las piezas. La mayor parte de los daños observados en los tipos de recipientes conservados (botes y jarrones) son de tipo mecánico: roturas y desconchones debidos a golpes y problemas de manipulación, originados a su vez por el gran peso en el caso de los jarrones y la fragilidad de los botes, que tienen paredes de entre 2 y 5 mm. Los cántaros y jarrones muestran por otra parte, la maestría de los alfareros que los realizaron, quienes les dieron el grosor necesario en anillos de pies y bocas (entre 15 y 20 mm.), las zonas de mayor esfuerzo y desgaste de las piezas, y sin embargo intentaron reducir al máximo el peso en las finas paredes debajo del galbo o panza (2-3 mm. en una zona de rotura). Tecnológicamente hablando, los vidriados de plomoestaño son cubrientes y de buena calidad, con pocos 79
Jarrón 147, reverso con laguna y asa reintegrada, antes y después de la intervención
poros o rechupes, sólo observados en algunos casos sobre las zonas de cenefas de esmalte azul de cobalto o “zafre”. El borrado de los letreros o cartelas de pintura negra pintadas post-cocción tanto en los botes como en los jarrones, se ha debido a varios factores. El primero sería el uso continuado, con la simple erosión física de los letreros, que en algunos casos se observa a medio camino del borrado o corrimiento parcial de las letras, sea por el sudor humano o por una limpieza inadecuada con disolventes. El caso siguiente es el del borrado completo de la leyenda, por haberse reutilizado botes o jarrones, posiblemente en otra farmacia y para otro uso o con distinto contenido del original. En otro caso (un jarrón) se tapó la cartela original con una etiqueta de papel adherida con una cola orgánica. 80
Jarrón 144, reparación de época conservada y anillo de sustentación e intervenciones en los bordes
En el Inventario de la botica del Hospital de la Resurrección de 1833, aparece una mención a los “14 jarrones con dos asas y fondo taladrado” lo que indicaría un posible uso de algunas de “las anforas” o jarrones de San Ignacio como aguamaniles, y nos indica que en
Jarrón "Emoliente" 143, base y lateral antes y después de la intervención
dicha fecha ya se habían realizado los orificios en los mismos. La observación e intervención ha mostrado que al menos un jarrón tuvo un orificio grande más o menos circular con paredes regularizadas (es decir, limadas) para un uso indeterminado. El resto de los jarrones conservados presentan también en la base orificios más pequeños taponados con corchos o con
reparaciones de “época” mediante mortero de cal o yeso y un trozo plano de loza estannífera vidriado por ambas caras (quizás un fragmento de tintero o especiero), o mediante un papel encolado (en un jarrón que contenía hierbas medicinales). En un caso concreto, ya que dicha reparación sobresale de la altura del pie original, ha sido necesario realizar un pie o anillo 81
Bote 141, base antes y después de la intervención.
supletorio reversible para que la pieza asiente sin peligro de rotura. Finalmente otro de los jarrones había perdido totalmente su base por rotura, en parte debido a la extrema delgadez de una zona de la pared inferior (2-3 mm. frente a una media de 7-10 mm.). Esto indica un fallo original de la pieza pero también la pericia del alfarero-tornero para realizar paredes más finas cuando convenía. Las dos tapaderas conservadas, presentaban lagunas importantes en el ala y pomo superior de agarre, fruto de sucesivos golpes, roturas y manipulación. En uno de dichos pomos, la capa de vidriado había saltado en varias zonas, generando lagunas y amenazaba con desprenderse totalmente del soporte, lo que ha requerido su fijación y consolidación. En cuanto a los albarelos, muestran todos los estados de conservación posibles: roturas o desconchones por golpes, pérdida de bordes o fondos, uniones con ceras, 82
antiguos adhesivos a base de colas orgánicas o los primeros sintéticos (como el sindetikon y otros), cintas de papel pegadas con cola a los fragmentos cerámicos, cintas de tela o “esparadrapo” (muy usado alrededor de 1960-70), etc. A su fragilidad por la delgadez de las paredes, se suma la precaria estabilidad por forma y peso en caso de golpe o choque, lo que por otro lado aseguraba un flujo constante de encargos en las alfarerías u obradores de loza, de los que se ha afirmado que durante siglos tenían en las farmacias a sus principales clientes. Sobre los desconchones de la capa blanca vidriada pueden hacerse algunas precisiones. Bastantes de los golpes que han recibido los jarrones intervenidos provocaban inmediatamente o a posteriori, si no la rotura al menos el craquelado concéntrico de la capa de vidriado y más adelante la separación del soporte. Tanto en jarrones como en botes, a menudo un golpe ha quedado registrado como un craquelado en círculo,
Tapa de jarrón 152, antes y después de intervención.
a partir del cual se inician uno o varios “pelos” (grietas en terminología de anticuarios y coleccionistas). Algunas de dichas grietas, se resuelven más adelante en rotura de un fragmento, especialmente en las zonas del borde superior, o en desprendimientos de vidriado en las capas gruesas de los jarrones. Cuatro de los diez jarrones de los jesuitas conservados en el Museo presentan pérdida de una de las asas, posiblemente por golpe o por la mala y difícil manipulación de los mismos, otros cuatro carecen de ambas asas y finalmente dos de ellos las conservaban intactas.
En los labios y zona de bordes superiores, se observa a simple vista la erosión del vidriado hasta aparecer la superficie porosa, con manchas oscuras de suciedad introducida en los poros. No se han observado degradaciones de tipo químico debidas a productos corrosivos, posiblemente porque dichas substancias se conservarían en recipientes de vidrio, mientras que la suciedad general más abundante parece consistir en melazas, mieles y productos grasos que, como criterio básico, se han mantenido en el interior de los recipientes para futuros análisis.
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IX CATÁLOGO Fernando Pérez Rodríguez-Aragón Eloísa Wattenberg García Antonio Bellido Blanco
Recipientes de farmacia Loza de Talavera Hacia 1733 Botica de San Ignacio 44 x 43 | 15 x 20,5 | 29 x 12 | 22,5 x 10 | 15,5 x 7,3 y 10,5 x 6 cm. Iº 52, 53, 3398-3399, 5958-5959, D-1963-1/1-151
Conjunto de recipientes del botamen de la farmacia del Colegio de San Ignacio de Valladolid que se compone de diez jarrones, dos tapaderas, ciento cuarenta y dos botes, cuatro ungüentarios y once pildoreros. Los jarrones presentan la forma de cántaro panzudo provisto de dos asas moldeadas en forma de Medusa o monstruo anguípedo, mostrando en ambos frentes una ornamentación de tipo paisajístico característica de la loza talaverana de la “serie de escenas azules con árboles de troncos paralelos”, aunque aquí el motivo principal sea un escudo circular coronado con el emblema de la orden de los Jesuitas. Las tapaderas de los jarrones muestran una decoración paisajística de carácter similar. Los tarros, por su parte, presentan en el frente un escudo oval coronado y una cartela en blanco con marco de eses para escribir el nombre del contenido. [FPR]
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Recipientes de farmacia Loza de Talavera 1670-1700 y hacia 1741-1745 Botica de San Benito 53 x 42 | 28 x 11 | 12,5 x 6 | 27,5 x 10 | 15 x 7,5 | 27,5 x 10 | 15 x 7,5 cm. Iº 80, 90, 54 a 58 y 66 a 68.
Vasijas farmacia que pertenecieron al botamen del monasterio de San Benito el Real de Valladolid y que, habida cuenta de sus características, deben pertenecer a encargos realizados en dos momentos diferentes. En el último tercio del siglo XVII se fabricarían los dos grandes cántaros o jarrones, dos botes y tres pildoreros. Los primeros tienen un alto cuello troncocónico y dos asas que rematan en máscaras leoninas; mostrando pintado en azul sobre la panza un gran escudo coronado con las armas reales de Castilla y León y el collar del Toisón de Oro. Sobre el cuello de los cántaros aparece el nombre de la institución monástica: S(an) B(eni)TO EL R(ea)L, nombre abreviado que figura también en la parte baja de los tarros, cuya decoración se reduce a una cartela oblícua con marco de recortes y pináculos indicando el contenido de los recipientes: R. ASAR y R. BISTORT, en el caso de los botes, y PVl. SANtON, PReC. AlB, y CALIbS. PP, en el de los pildoreros. Posteriormente, con motivo de la reforma y ampliación de la botica de San Benito, realizada durante el mandato abacial de Fr. Andrés de Chávarri (17411745), el monasterio encargaría más recipientes a los alfares de Talavera, correspondiendo a este encargo otros dos botes y un pildorero. Estos tarros muestran en su frente, pintado en azul, un escudo coronado rodeado de hojas carnosas con las armas monásticas: un castillo y un león rampante sosteniendo el báculo abacial, todo ello situado bajo un capelo con tres órdenes de borlas; bajo el escudo y sirviéndole de peana se dispone una cartela rodeada de recortes y, sobre ella, un medallón con con el nombre del monasterio, abreviado como S(an) / BENITO / EL REAL o S(an) / BENITO / EL RE(A)L, dependiendo del tamaño del recipiente. En el interior de las cartelas el alfarero pintó el contenido de cada una de las vasijas: SE. CVCVMER., en uno de los botes y PVL.ANT.ACC.C. en el pildorero. En el otro bote la indicación de su destino original permanece oculta por una etiqueta de papel en la que se puede leer “R. de Lirio de F.”. [FPR]
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Recipientes de farmacia Loza de Talavera 1700-1730 Botica de la Cartuja de Aniago 27,5 x 11,7 cm. Iº 51 y 59.
Muestran en su frente, pintada en azul, un águila bicéfala, explayada y coronada, de cuyas garras pende un collar de orden militar rematado en una estrella de ocho puntas; sobre la misma se dispone un escudo oval con las armas de Castilla y León. Debajo del águila, a los lados, se dispone la leyenda: CART(uj)A - DE ANIAGO. La extrema calidad de dibujo de esta decoración contrasta con la tosca cartela rectangular de remates flordelisados situada en la parte inferior de los botes. [FPR]
Redomas con cartela “Rosar. Si… y Aq. Yazmini” Vidrio y pintura al óleo o temple oleoso s. XVIII Botica de San Ignacio 30,8 x 19 | 28,5 x 17 cm. Iº 5.956 y 5.957
Son recipientes de base circular que van estrechando hacia el cuello su volumen hasta alcanzar un diámetro abarcable con la mano. El borde vuelve hacia fuera en ancha pestaña para contribuir a asegurar su manipulación. Covarrubias, en su obra Tesoro de la lengua castellana, de 1611, explica que se llama redoma a este tipo de vasija porque después de ser doblada en el grueso del vidrio, se cuece en el fuego y se doma o recuece dos veces. Tienen cartelas dispuestas en diagonal, pintadas sobre el vidrio en blanco y rojo “al olio, con sus adornos”, que indican sus contenidos: Agua de jazmín y, posiblemente, sirope de rosas. Cuando se hace inventario de la botica de San Ignacio, las redomas de distintos tamaños se mencionan muchas veces. Eran recipientes abundantes en las oficinas de farmacia por ser los más utilizados para contener líquidos, aceites, jarabes y mieles. [EWG]
87
Redomitas Vidrio s. XVIII 11,5 x 6,4 | 11,6 x 6,3 | 10,5 x 6 cm. Iº 162, 163 y 164
Tienen una base plana circular, cuerpo en forma de pera y borde vuelto, representando un tipo de contenedor de vidrio muy abundante en las boticas de la época. Se usaban para guardar o dispensar medicamentos cordiales que se administraban en pequeñas cantidades, en forma de píldoras y gotas para mejorar o recuperar el tono vital. Quizá por derivación –como hace Ángel Bellogín cuando describía la farmacia de San Benito el Real– se llamaban “cordialeras” a los estantes estrechos, donde se reunían estos recipientes de pequeño tamaño, tanto de vidrio como de loza, que eran aludidos frecuentemente como “botecitos de cordialera”. [EWG] Vaso brocal Vídrio s. XVIII 11 x 9 cm. Iº 165
Representa a un tipo de bote de vidrio muy corriente y abundante en las farmacias de la época. Tiene base circular, cuerpo algo estrechado y un saliente bajo la boca que recuerda la forma de un brocal, de ahí su nombre, para mejor asirlo y evitar que el recipiente se resbalara entre las manos. Se destinaba a guardar todo tipo de productos que quedaban cerrados por un papel o pergamino atado con un cordel. [EWG]
Frascos para líquidos Vídrio s. XVIII 25 x 2,7 | 24,4 x 3,3 | 25,2 x 2,4 cm. Iº 166, 167 y 168
Su forma alargada y cuello estrecho contribuirían a evitar la evaporación, lo que indica que estas botellitas cilíndricas pudieron utilizarse para conservar extractos volátiles o sustancias cuyos componentes perdieran propiedades en otro tipo de recipiente. [EWG]
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Ponderal de 8 libras castellanas Latón s. XVII - XVIII 11,5 x 13 x 7 cm. Iº 10.271
Las pesas y medidas utilizadas por los boticarios tenían como referencia el Marco castellano, establecido como unidad de peso por Felipe II en 1591. Siendo desde entonces de uso corriente en las boticas, es normal que el inventario de la botica de San Ignacio se cite “un marco de media libra” entre los instrumentos para el despacho. Este ponderal de vasos encajados que conserva el Museo no es el citado en el inventario de la botica, pero es representativo de los utilizados en la época. Es una caja troncocónica, de bronce, decorada en toda su superficie exterior con motivos geométricos y florales realizados con punzón. Tiene tapa articulada, con los elementos de cierre sobrepuestos sujetos por remaches, y gran asa para su transporte. Está formado por vasos de distinto tamaño, perfectamente calibrados, de forma que el vaso mayor, que se llama “guardador” pesa lo mismo que la suma de los demás: 4 libras; el siguiente pesa la mitad del anterior y la suma de los demás; y así hasta ocho piezas que contiene. Responde a las características de los ponderales fabricados en Alemania, en la ciudad de Nuremberg, desde donde se distribuían a otros países, en general ya ajustados a sus correspondientes leyes ponderales, o pendientes de su comprobación en el lugar de destino. Las tres piezas menores originales debieron perderse, siendo sustituidas por otras procedentes de otro u otros juegos; en la más pequeña consta la marca M coronada, igual a la utilizada en el contraste de algunas pesas por el platero, marcador de Corte, Eugenio Melcón, en el tercer cuarto del siglo XVIII. En la tapa muestra las marcas de peso –que como ya se ha indicado es de 8 libras– entre dos flores de lis, y de taller: tres candados, símbolo que parece responder al utilizado en Nuremberg, según indica Fernando Ramos, por los maestros artesanos apellidados Weinmann entre 1667 y 1711, y también por Erasmus Fleischmann desde 1711 hasta, probablemente, 1751. [EWG] Almirez Bronce s. XVIII 8,5 x 14 cm. Iº 10.355
De forma troncocónica, base expandida y borde exvasado. Está decorado al estilo barroco, con cuatro balaustres y figuras de escudos fajados sobre águilas bicéfalas coronadas. Un motivo heráldico meramente ornamental destinado a la producción en serie de este tipo concreto de almirez, si observamos que existen modelos exactos, de las mismas dimensiones, como el que se encuentra en la colección del Palacio de Perelada, en Gerona. En el inventario de la botica de San Ignacio, entre los enseres que se encontraban en el despacho y laboratorio, se citan un almirez de marfil, tres de vidrio, uno de plomo, seis de bronce, dos de ellos de entre cuatro y siete arrobas, y cuatro morteros de piedra. Otros cuatro, dos de ellos muy grandes, y también de piedra se hallaban en la bodega, lo que confirma que eran instrumentos esenciales en las boticas, por su utilidad para triturar los diversos componentes en la elaboración de los medicamentos. [EWG]
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Atril de altar plegable Madera de conífera lacada, madreperla y oro s. XVI-XVII 34,5 x 32 x 28 cm. Anónimo japonés Iº 11.304
Está formado por dos piezas de madera ensambladas en forma de tijera, lo que permite su apertura y cierre para ser usado o guardado. Está lacado en negro con decoración geométrica y de ramajes, hojas y flores, algunas de ellas incrustadas en nácar. Estas características lo adscriben al arte japonés, dentro del estilo namban, del periodo Momoyama (1573 y 1615), estilo que surge de los contactos comerciales entre Japón y Europa, sobre todo con Portugal, en la segunda mitad del siglo XVI y principios del XVII, coincidiendo con la presencia de los misioneros de la Compañía de Jesús. Como en el botamen de la farmacia, en el frente de este atril figura el anagrama del nombre de Jesús, lo que hace pensar en su posible procedencia del Colegio de la Compañía en nuestra ciudad, en cuya iglesia, la actual parroquia de San Miguel, se conservan otros tres atriles muy similares. [EWG]
Jarro Loza común vallisoletana s. XVII 14,4 x 12,7 cm. C/ Doctor Cazalla, 8 (Valladolid) Iº 1995-16/
Jarro borracho que muestra cuerpo globular, pie anular poco marcado y cuello recto vertical. Éste finalizaría en un borde recto (no conservado) en el que rematarían dos asas de sección semicircular que arrancan de la panza del recipiente. Pasta rojiza con desgrasante calizo; esmalte estannífero muy ligero que trasparenta el color de la pasta y que el exterior no alcanza a cubrir el pie y la parte inferior del cuerpo. El jarro está decorado en ambos frentes con el anagrama del nombre de Jesús superado por una cruz azul, tal y como aparece en el emblema de la orden de los Jesuitas. De ejecución muy deficiente, su esmalte se adhirió al de las vasijas adyacentes durante la cocción, mostrando además salpicaduras de vedrío verde, lo que evidencia su fabricación en los talleres de loza basta de la ciudad. Esta vasija fue hallada en el relleno de un hoyo, utilizado como vertedero en el siglo XVIII, al realizar el control arqueológico de la construcción de un edificio en el solar donde estuviera situado antiguamente el refectorio del Colegio de San Ignacio de Valladolid. [FPR]
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Medallón-relicario de San Ignacio de Loyola Óleo sobre cobre, cristal y papel s. XVIII 9 x 5,4 x 1,8 cm. Iº 11.305
Es de forma oval y está constituido por un marco o cerco de cobre dorado y dos cristales pulidos y biselados. Entre éstos y componiendo las dos caras del relicario, un retrato de San Ignacio, pintado al óleo sobre plancha de cobre, y un panelito de cartón forrado de tela roja, sobre la que, con filigrana de papel –que se ha dorado, intercalando además en ella algunos trocitos de papel azul– se ha delimitado un círculo central para insertar la reliquia del Santo, que no se conserva. Restos de pegamento en esta zona indican su pérdida. Representa al fundador de la Compañía de Jesús en efigie de medio cuerpo. Mira hacia la izquierda y lleva sus manos a la derecha sosteniendo y señalando una cartela con el lema de su fundación: Ad maior(em) Dei Glo(riam) (A mayor gloria de Dios). Viste ropas litúrgicas, al estilo de como fuera pintado por Rubens, con alba y casulla de rico brocado, apartándose de la imagen adusta y austera de los primeros tiempos, con vestido oscuro de sacerdote, tal como aparece en el retrato de J. del Conte y en las imágenes que difundieron los grabados flamencos, en especial los firmados por Hieronimus Wierix. Se dice que el Santo nunca se dejó retratar, siendo por tanto sus representaciones póstumas. Dos de ellas son las consideradas más fieles: la realizada por Alonso Sánchez Coello, basada en una mascarilla mortuoria y la que hiciera Jacopino del Conte, el mismo año de su muerte, en 1556. En esta última parece haberse inspirado el grabado de Giovanni Girolamo Frezza, de 1692, en el que se basa la estampa anónima que sirve de modelo al retrato de este relicario. Este grabado, del que se conserva un ejemplar en la Biblioteca Nacional, parece haberse difundido en España a fines del siglo XVII o comienzos del XVIII, época a la que corresponde este relicario. [EWG]
San Ignacio de Loyola G.G. Frezza. Roma 1692. BNE
San Ignacio de Loyola Anónimo. BNE
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Medalla conmemorativa Plata grabada y dorada 1610-1622 6 x 5,3 cm. Iº 1.204
Anverso: B. IGNATIVS LOIOLA SOCIET IESU FUNDATOR. Busto de San Ignacio de Loyola, de perfil, mirando a la izquierda. Viste sotana y capa de cuello alzado con pliegues y motivos punteados –picados de lustre– como adorno. Reverso: DONAVIT ILLI NOMEN QUOD EST SUPER OMNE NOMEN. Inscripción que está tomada de la carta de San Pablo a los Filipenses, queriendo expresar con ella que San Ignacio dio a su Compañía “el nombre (de Jesús) que está sobre todo nombre”. En el centro, el anagrama del nombre de Jesús que fue utilizado como sello de la Compañía que fundara San Ignacio: IHS que es abreviatura del nombre de Jesús en griego IHSUS (H es la mayúscula de la letra eta y se pronuncia como e); la cruz sobre la H fue en origen un pequeño trazo que indicaba la abreviatura del nombre pero, cuando ésta se escribía con minúsculas, ese trazo puesto sobre el palo de la h se convirtió en cruz y como tal pasó también a la grafía mayúscula. Debajo aparecen tres clavos –en origen un lirio estilizado de tres pétalos– que son los de la crucifixión de Cristo y el símbolo de los votos religiosos de los miembros de la Compañía: pobreza, castidad y obediencia. Los rayos que rodean este anagrama vienen a simbolizar las palabras del profeta Malaquías que aludió a Cristo como sol de justicia. Leyenda y anagrama destacan sobre fondo negro pintado, o lacado, que parece simular esmalte negro, igual que el color rojo entre los rayos de sol. La B. de beato indica que la medalla puede ser conmemorativa o estar hecha tras la beatificación del Santo que tuvo lugar en 1610 por el papa Paulo V, siendo en todo caso anterior a 1622, año en que fue canonizado por Gregorio XV. La imagen parece inspirarse aquí en uno de los grabados del flamenco Hieronimus Wierix, anterior a 1619, o quizá, más directamente, en el retrato del santo realizado por Giusepe Franchi, posterior a 1608-1610, que se conserva en la Pinacoteca Ambrosiana. Fue donada al Museo en 1879, año de su creación oficial. [EWG]
San Ignacio de Loyola. G. Franchi p. 1608-1610. Pinacoteca ambrosiana
Medalla conmemorativa Cobre s. XVII 4,8 x 4,6 cm. Iº 4.341
Anverso: B. IGNATIVS LOIOLA SOCIET IESU FUNDATOR Reverso: DONAVIT ILLI NOMEN QUOD EST SUPER OMNE NOMEN En el centro: IHS y tres clavos, emblema de la Compañía. Está muy desgastada y repite el modelo de la anterior con muy ligera variación.
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Cruz de Caravaca Metal dorado 10,5 x 5,3 x 0,3 cm. Iº 128
Cruz patriarcal de metal laminado y grabado, con motivos en bajo relieve. En el anverso aparece la figura del Crucificado, con los símbolos de la Pasión (escalera, clavos, tenazas y otros) en el brazo horizontal mayor y en la parte inferior del vertical muestra la calavera y, encima, un cáliz; cuenta además con una cartela en la parte superior con la leyenda “INRI”. En el reverso se presenta la Inmaculada, sobre creciente lunar y cabeza de angelito, con leyenda corrida en el brazo horizontal mayor y parte inferior del vertical: “SINPECADO / +ORIGINAL”. Agujero circular en la parte superior para suspensión. [ABB]
Medalla-relicario de la Virgen Hierro, metal dorado, papel, tela y vidrio 8,2 x 6,2 x 1 cm. Iº 340
Medalla con cerco de hierro con tres cordoncillos y anilla de suspensión. El interior es una chapa rectangular recortada, de metal dorado e impresa con un bajo relieve de la Virgen. Ésta aparece dentro de una hornacina con arco carpanel y presenta dos lamparillas colgadas a los lados. Porta corona rodeada de un halo circular y se cubre con un amplio manto, a la vez que sujeta al Niño a su izquierda. En el reverso se dispone una lámina de papel recortada con una serie de huecos donde se ordenan las reliquias, que son trocitos de tela. Según las leyendas, escritas con tinta sobre el papel, corresponden a la “capa de sta Teresa”, “de la tunica de la Virgen”, “belo i toca de sta Magdalena” y “tunica de la B. Roxas”. Un gran agujero central deja ver el negativo de la chapa de la Virgen. Viriles en ambos lados, estando sujeto el del reverso con un alambre de metal dorado. [ABB]
Medalla-relicario de San Antonio de Padua Hierro, papel, tela, hilo de oro, vidrio y hueso 6,3 x 5 x 0,7 cm. Iº 400
Medalla con cerco de hierro ornado con triple cordón segmentado y anilla de suspensión. En el anverso se muestra una pintura de medio cuerpo de San Antonio con hábito franciscano, sosteniendo al Niño en brazos. El reverso tiene un conjunto de celdillas elaboradas con formas circulares y de sección de círculo empleando telas de colores y papel, donde se contienen las reliquias. Éstas parecen consistir en fragmentos diminutos de hueso, madera y otros materiales que habrían sido sujetos con algún tipo de resina o cola. En el centro, en un hueco con forma de concha y sobre una tela de color ocre, se ha representado una cruz con pedestal. Las inscripciones escritas con tinta negra y roja sobre el papel se refieren a Santa Camila, San Ignacio de Loyola, el Lignum Crucis y otros. Viriles en ambos lados. [ABB]
93
Higa Piedra de aspecto marmóreo y color marrón. Quizás alabastro 7,9 x 3 x 2,4 cm. Iº 281
Mano izquierda con cuatro columnillas caladas en la muñeca y extremo con anilla para suspensión. Falta el dedo índice. [ABB]
Higa Azabache y plata 11,5 x 2,2 x 2,2 cm. Iº 1.207
Mano izquierda calada con puño de manga y dos representaciones de manos derechas en la muñeca; en la palma de la mano se ha grabado un corazón. Tiene enmangue de plata, decorado con triángulos rallados, que presenta anilla para suspensión. En el inventario figura que se usaba para niños. [ABB]
Higa Azabache y plata 8,2 x 3,2 x 2; (longitud cadena) 12,2 cm. Iº 11.129
Mano izquierda calada con un corazón grabado en la palma y cuatro manos caladas en la muñeca. Tiene enmangue de plata con borde dentado, decoración de triángulos alternos lisos y rallados y anilla para suspensión. Va sujeta a una cadena de eslabones dobles. Presenta una grieta, posteriormente pegada, en la zona de los dedos pulgar e índice. [ABB]
Higa Coral y hierro 3,3 x 2,2 x 1,4 cm. Iº 2.323
Mano derecha, en la que falta el dedo corazón, que iría sujeto con un vástago de hierro que sobresale del hueco donde se disponía. Ha perdido la pieza de enmangue, pero en donde estaba se conservan restos de algún tipo de resina o adhesivo en el que se ha marcado una línea dentada del borde. [ABB]
94
Castaña Castaña y plata 6,2 x 5,1 diámetro x 3,1 cm. Iº 2.057
Cuenta con engaste de plata con cordoncillo, con cerco de picos (cada uno con tres líneas incisas a modo de ramo) y dos bandas rectangulares ovales dispuestas a modo de cruz. Éstas se cruzan en el centro de cada una de las caras y en esa intersección hay una representación en relieve de Jesús Crucificado, en un lado, y la Virgen con el Niño, en el otro. El aro de sujeción es del tipo de “barril”. [ABB]
Gota de leche Ágata y plata 4,9 x 2,5 x 0,8 cm. Iº 186
La piedra es de color marrón violáceo y uno de sus lados es plano, mientras que en el otro se han realizado tres gallones longitudinales por pulimento. Está engastada en plata con anilla para suspensión en la zona opuesta al vértice. El engaste va decorado con un cordón a cada lado y sustenta la piedra en su lado convexo con resaltes dentados. [ABB]
Gota de leche Ágata y plata 4,2 x 2,2 x 1,6 cm. Iº 491
La piedra es de color violáceo con vetas blancas y anaranjadas, con forma de gota, y está partida una de sus mitades. El engaste es acordonado de plata, con anilla para suspensión en el vértice y tiene resaltes dentados en ambos lados. En la base de la piedra, el cordón presenta una bisagra, mientras que se cierra en la parte superior gracias a un apéndice con muesca que sujeta una anilla. En el interior las dos mitades presentan un par de agujeros semiesféricos en cada cara y se separan con una chapita de plata en forma de gota, hoy rota pero originalmente articulada en la visagra. [ABB]
95
Fusique Pinza de crustáceo y metal dorado (Tapa) 6,1 x 4,9 cm. (longitud) 14,4. cm. (pulverizador) 1,4 de diámetro Iº 8
Pinza de sección tendente a triangular, con estrechamientos en la arista convexa y, opuesta a éste, un par de protuberancias semiesféricas. La base presenta una tapa metálica articulada con bisagra. Encima de la bisagra se desarrolla una chapa que abraza una de las protuberancias, y que se decora con una línea en zigzag incisa. En el vértice superior se dispone una chapa doble soldada que ocupa una tercera parte de la pinza y que remata en una esferilla achatada con nueve agujeros. Las chapas tienen bordes con resaltes semicirculares, en el centro de cada uno se dispone un clavo para su sujeción. Conserva algunos restos de polvo de tabaco en el interior. [ABB]
Tabaquera Cuerno, madera y hierro 2,4 x 6,5 x 6,2 cm. Iº 2.211
Caja de forma casi circular, con paredes de lámina de asta y una pieza de madera en la tapa, para asegurar su cierre, sujeta a ésta mediante cuatro clavos. La tapa se articula con una bisagra metálica y tiene una pequeña pestaña en el lado opuesto. Se ha decorado exteriormente con talla de motivos animales, vegetales y geométricos. En la tapa el centro lo ocupa un motivo de ramo con flores y palmas que surgen de un corazón. A ambos lados del corazón hay dos peces, unidos por la cola, y bajo éstos sendos pájaros y debajo de cada uno una flor. Rodea la composición una orla dentada. Las paredes presentan un friso corrido con un motivo repetido de hojas, salvo la bisagra, donde se ha reservado espacio para una cartela con la fecha “1798”. En la base se ha representado una flor hexapétala dentro de una orla circular. [ABB]
Tabaquera Cuerno, madera y latón 2,7 x 8 x 6,9 cm. Iº 2.297
Caja de forma oval, con paredes de lámina de asta y una pieza de madera en la tapa, para asegurar su cierre, sujeta a ésta mediante ocho clavos. La tapa se articula con una bisagra y tiene una pequeña pestaña en el lado opuesto. Se ha decorado exteriormente con talla de motivos vegetales, geométricos y religiosos. En la tapa se presenta, dentro de una serie de orlas ovales dentadas y acordonadas, un rombo central rodeado de bandas alargadas orientadas casi de forma paralela. Todos los motivos se rellenan con líneas en zigzag. En las paredes, dentro de un friso enmarcado con líneas en zigzag, se dispone una sucesión de volutas que surgen de una esquematización de concha bajo la bisagra. La mitad frontal del friso lo ocupa la inscripción “VIVA MI DUEÑO”. En la base se dispone una cartela rectangular, con dos lados cóncavos, que contiene un escudo con tiara y llaves pontificias. En el exterior de cada uno de los lados de la cartela hay un corazón atravesado por dos flechas. [ABB]
RESTAURACIÓN de piezas que figuran en la exposición: —Centro de Restauración de Bienes Culturales de la Junta de Castilla y León: J. C. Martín García. J. Angulo Maldonado —Museo de Valladolid: Enrique Echevarría Alonso-Cortés 96
APÉNDICE Inventario y tasación de la Botica de San Ignacio Eloísa Wattenberg García
El contenido original de la Botica del Colegio de San Ignacio, tal y como se encontraba en 1767, se refleja en el inventario realizado tras la expulsión de la Compañía de Jesús. Su copia, conservada en el
Archivo Histórico Provincial de Valladolid, se transcribe a continuación, con la alteración de haber sido ordenado alfabéticamente en lo tocante a los productos que se enumeran.
“Copia de un inventario y tasación de todos los efectos de la botica cuando estaba en el colegio de San Ignacio de esta Ciudad. El original quedó en el oficio de Joaquín Ballesteros, escribano del número por quien está dada dicha copia (no tiene fecha) Pieza principal del despacho con reja a la calle Talavera
Primeramente, cuarenta y tres cántaros o ánforas de Talavera fina con ramos azules y escudo de Jesús de cabida de cántara, poco más o menos, en cuyas vasijas están las aguas destiladas para el uso común, las cuales taso y regulo en Confección Amech compuesta Conserva de ciruelas silvestres Diacatolicón compuesto Electuario diaprunis compuesto Hiera picra Resina de logoelion
Confección mezcletta Conserva de rosa rubia Electuario de bayas de laurel Electuario diaprunis simple Higos
Conserva de ciruelas Conserva de rosas pérsicas Electuario diacatolicón compuesto Electuario Indo menor Loción de pulmón de zorro
Conserva de ciruelas purgante Diacatolicón Electuario diafenicón menor Hiera magna Miel común
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Botes de Talavera fina con sus escudos para raíces, gomas, polvos, simientes, frutos, flores, ungüentos, leños, cortezas –Seiscientos noventa y ocho– Ungüentos Adecpes Amarillo Aragón Blanco alcanforado Caralejas Cordial de Gaynero Diafenicon Gumi elemi Maumético Obtarmico Plomo alcanforado Rosado sandalino
Agripa Ambusta Artánica Blanco común Cerato para los dolores de junttura de pobres Diafenicon Iris Media confección Onulatu Pro Scabie Rubio
Alabastro Andosilla Aureo Blanco sarraceno Ceratto pectoral
Alderete Anodino Balsámico Cal Cetrino
Altea compuesto Antirreumático Bálsamo arcedo Calabaza Cinabrio
Altea simple Apostolorum Bayas de laurel Cantáridas Condesa
Defensivo de bolo Egipciaco Litargirio Mercurio ordinario Palma Refrigerante Tabaco
Desopilativo de bazo Escoria ferri Magistral Minio canforado Parabatina de musitano Resumptivum Tuzia
Desopilativo de Hígado Fuerte Magnitico Negro de oídos Pectoral Rosado Zacarías
Desopilativo de zumos Gabón Marciatón Nervino Pleurítico Rosado
Acelgas Albarraz Altarajazas Avena Calabaza Catapucia mayor Coloquíntidas Espliego Lechuga Malvas Mostaza Oruga Rábanos Seselios Mansilenses Yeros
Adormideras blancas Albas Altea Bardana Cañamones Catapucia menor Cominos Fresno Lentejas Malvas reales Nabos Peonía Rosas rubias Toronjil Zanahorias
Adormideras negras Alcarabea Amis Beleño Cardamomo menor Cebollas Cominos rústicos Fumaria Limón Mastuerzo Naranjas Pepinos Ruda Turbit
Agno casto Alegría Ammeos Bérberos Cardamomo menor Cerifolio Dauco Hinojo Linaza Melones Negrilla Perejil común Sandías Verdolagas
Ajedrea Algodón Aretania Berza Cardo santo Cidra Escarola Hinojo romano Lino Membrillos Nísperos Perejil macedónico Santónico Violetas
Acíbar sucotrino Arábiga Catto o tierra japónica Estoraque Incienso fino Palo santo Tacamaca
Alcanfor Asafétida Cerezo Euforbio Junípero Sagapeno Tierra cadmia
Almáciga Bdelio Cola de pescado Gálbano Limón Sarcocola Tierra de Almagro
Almea Bolo arménico común Creta Hiedra Menjui Saúco Tierra de vitriolo para dulcificar en vino
Amoníaco Bolo arménico oriental Drago común Hinojo Mirra Succino blanco Tierra japónica
Tragacanto
Yeso
Alumbre de Holanda Armenia Coral blanco Hematites Oropimente
Alumbre de pluma Bitumen judaico Coral rubio Imán Pómez
Alumbre quemado Bórax mineral Cristal Judaica Sanganarda
Amatistas Cal lavada Cristal montano Lince Talco
Simientes Acedera Albahaca Alolbas Arroz Berzas rubias Cártamo Cilantro Espárragos Imperatoria Llantén Mijo Oriagas Puerros Saxifragia blanca Yeros
Gomas Acíbar hepático Animecopal Caraña Enebro Incienso Opopónaco Succino rubio
Tierra para clarificar zumos Tierra sellada
Piedras Aguila Antimonio crudo Calamina Cristal tártaro Lipis
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Alabastro Antimonio crudo molido Cárabe rubio Esponja Mármol
Excrementos metálicos Acero Escoria de hierro Litargirio de oro
Albayalde Estaño Minio
Azabache Limaduras de cobre Plomo quemado
Azufre vivo molido Limaduras de hierro Tucia
Caparrosa Limaduras de hierro Vitriolo calcinado
Cardenillo Litargirio Vitriolo rubio
Frutos Abrojos Almendras dulces Azufaifas Bayas de saúco Ciruelas pasas Fresas secas Grana de Paraíso Mirabolanos chébulos Nueces moscadas Pimienta negra
Agallas Alquequenjes Bayas de brusco Bayas de yezgos Ciruelas silvestres Fruto de clavo Higos Mirabolanos índicos Nueces verdes Piñones
Alcaparras Anacardos Bayas de enebro Been blanco Cuculi Fruto de cubebas Membrillos Moras Pasas Populos
Algarrobas de Valencia Arroz Bayas de hiedra Bellotas de encina Dátiles Garbanzos rubios Mirabolanos beléricos Nenúfares Pimienta blanca Uvas de lobo
Almendras amargas Avellanas Bayas de laurel Cinosbastos Farro Grama tintorum Mirabolanos cetrinos Nísperos Pimienta larga Zarzamora
Leños Bochox Nefrítico Sasafrás
Bochox con flor Palo de avellano Visco
Ciprés Rodino Visco quercino
Fresno Sándalo blanco
Leño lentisco Sándalo cetrino
Musco quercino Sándalo rubio
Alcaparras Arísaro Bardana Borrajas Cálamo aromático Cedoaria Cipero longo Cúrcuma Doronico Escrofularia Filipéndula Hermodátiles Lirio Ninfea Perejil Rábanos Rubia tinctorum Serpentaria virginiana Tusilago Yelbos
Angélica Aristoloquia larga Beleño Brionia Caña Celidonia Cipero rotundo Dauco Endivia Espica céltica Fresno Imperatoria Lirio de Florencia Ortigas Peucedano Rábanos silvestres Sasafrás Sin rótulo Uñas gatas Zanahorias
Raíces Acederas Antora Aro Berbasco Brusco Cariofilata China Consuelda mayor Decrete Enebro blanco Espica nardo Galanga Jalapa Mandrágora Pelitre Poligonato Rapóntico Satyrios Taraxacón Valeriana
Acoro vulgar Apio Artanica Berberos Buglosa Carnila Cinoglosa Consuelda menor Dictamo blanco Enebro negro Esula campana Genciana Jenjibre Mechoacán Pentafilón Poligonato Rapóntico Saxifragia menor Tormentila Valeriana
Agarico Argentina Asaro Bistorta Butua Cebolla albarrana Cinos bastos Costo Doronico Eringio Esula menor Helechos Lentisco Mevatamatico (?) Peonía Potentilla Romaza Serpentaria Turbit Verbena
Cortezas Alcaparras Cidra Macias Saúco
Alcornoque Corteza casia lígnea Naranja Taray
Bellotas Encina Naranjas dulces Taray
Cañafístula Estercores Nueces verdes
Cáscaras de huevo Fresno Palo santo
Castañas Limón Quina
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Flores Alamo blanco Caléndula Claveles Habas Ninfea Salvia
Azafrán Caprifolio, tiene flor Claveles Ligustro Nueces Saúco
Azahar Cardo santo Claveles Lirio Olivo Taray
Azucenas Cardo santo Coclearia Lirio de los valles Peonía Tila
Belis menor Cártamo Díctamo de Creta Malvas Prímula veris Verbasco
Borrajas Cártamo Esquenanto Malvaviscos Retama
Buglosa Cerezas Folio índico Melocotón Romero
Animales y sus partes Bazo de cochino Conchas de galápago estiércol de buey estiércol de ganso estiércol de pavón Hieles de cerdo Hormigas secas Lombrices secas Príapo de ciervo Rasuras de cuerno de ciervo Sangre de cabrito Sangre de toro Testículos de toro
Cantáridas Corazón de lobo estiércol de caballo estiércol de jabalí estiércol de perro Hígado de lobo Intestinos Mandíbula del pez lucio Príapo de toro Rasuras de cuerno de ciervo quemado Sangre de castrón Sangre de toro Uña de buey
Carne mummia Corazón de toro estiércol de cabras estiércol de paloma estiércol de puerco Hígado de puerco (tiene sal común) Jibia Nidos de golondrinas Pulmón de zorro, su sangre, hígado Rasuras de marfil
Cáscaras de huevo Cuajo de cordero estiércol de cigüeña estiércol de pavo Estincos marinos Hígado de toro Lombrices secas Pezuñas de cochino Pulmones de lobo Sangre de ánade
Cochinilla o mil pies Escarabajos estiércol de gallina estiércol de pavo Gusanos de seda Hormigas Lombrices secas Pezuñas de liebre Rasuras de cuerno de ciervo Sangre de asno
Sangre de cerdo Sangre de tórtola Uña de caballo
Sangre de perro Testículos de jabalí Uña de la gran bestia
Sangre de toro Testículos de lobo
Sales Nativas Cristal tártaro
Sal amoníaca
Sal catártica
Sal de compas
Sal de tártaro crudo
Sal nitro
Sal prunela
Concretos Azúcar piedra
Láudano
Maná
Sebos y enjundias Cerato irino mercurial Ungüento de ad achoras (?) Ungüento de ratoncillos
Cerato irino mercurial Ungüento de berenjena Ungüento de tomates
Hisopo húmedo Ungüento de cal Ungüento de vejiga de jabalí
Sebo de buey Ungüento de pobres Ungüento paralítico
Sebo de corzo Ungüento de prorregio Ungüento pérsico
Harinas Harina de almidón
Harina de habas
Polvos simples Acíbar sucotrino Arrayán Caparrosa calcinada Hierbabuena Malvas, violetas, parietaria Polipodio Raíz de butua Rosa rubia
100
Ajenjos Betónica Cardo santo Hojas de sen Manzanilla Purgantes Raíz de caragahen Saxifragia
Altea Brionia Centaurea menor Hojas de sen Michoacan Quina Regaliz Vidrio
Altea Brionia Énula campana Jalapa Palo santo Quina gruesa Restrictivos Zarzaparrilla
Aristoloquia larga Cangrejos de río Escordio Lirio Papa Benedicto Raíz de aro Romero
Aristoloquia rotunda Caña Goma amoníaca Malvas Peonía Raíz de aro Rosa rubia
Pulpas Cañafístola
Cañafístola
Cañafístola para ayudas
Pulpa de cañafístola
Tamarindo
Tamarindos
Tamarindos para cocciones
Electuarios Alternantes y Confecciones Cordiales y Conservas y Leches Cera diacoloquíntidos Conserva de raíz de lirio Tríaca esmeraldas
Conserva de escaramujos Conserva de salvia
Conserva de flor de amapola Electuario de rosa tanabela
Conserva de membrillos Loc de adormideras blancas
Conserva de membrillos Maná de sal apio
Tabletas Azafrán de Marte aperitivo Tabletas altea
Bálsamo de María Tabletas pectorales
Gelatina de cuerno de ciervo Tabletas pectorales compuestas
Gelatina de cuerno de ciervo Tabletas pectorales compuestas
Orcitas de Talavera fina de cuarta de alto, con su escudo azul, diez y siete, que tienen las conservas siguientes: Conservas Bálsamo cicatrizante Café Conservas de satirones Electuario anthidrópico Electuario de sasafrás Electuario de tamarindos Electuario diascordium fracastorei Electuario drásena Tríaca magna
Conserva de bayas de enebro Electuario antídoto emagogo Electuario de tártaro Electuario estomático
Conserva de bayas Junípero Electuario aperiens Electuario de zumo de rosas Electuario panchymagogum
Conserva de guinda Electuario boyleani Electuario diacartamo Loción de tusílago
Hasta aquí son los botes de Talavera que tienen rótulos y los restantes hasta los 698 se hallan sin rótulos y vacíos pero colocados y haciendo juego con los demás. Adviértase que en el número de los 698 botes de Talavera que arriba se dice ser de a tercia en alto, se hallan entre estos ciento y seis de a cuarta, que vulgarmente se llaman ungüentarios. Cordialeras de Talavera fina de botecitos, unos de a media cuarta y otros algo más pequeños para extractos y confecciones. Botecitos de Talavera con sus escudos y rótulos cordialeros son doscientos y cincuenta, cuyo contenido es el siguiente: Extractos y confecciones Acíbar Azafrán Elaterio Énula campana Extracto de abrótano
Agraz Bayas de hiedra Eléboro blanco Epítimo Extracto de acacoa
Extracto de Alkekenges Extracto de bistorta Extracto de católico Extracto de centáurea Extracto de díctamo blanco
Extracto de alquimila Extracto de cabila Extracto de cedoaria Extracto de centáurea Extracto de díctamo crético
Agraz Bayas de hiedra Eléboro negro Epítimo Extracto de adormideras blancas Extracto de antifebril Extracto de cabila Extracto de celidonia Extracto de cicamosa menor Extracto de doradilla
Extracto de eufrasia Extracto de genciana
Extracto de eupatorio Extracto de genciana
Extracto de febrífugo Extracto de hipérico
Agrimonia Brionia Eléboro negro Extracto de abrótano Extracto de agárico
Apio Celidonia Énula campana Extracto de abrótano Extracto de Alkekenges
Extracto de ásaro Extracto de cardo santo Extracto de centáurea Extracto de coliquíntidos Extracto de electuario (tiene triacal) Extracto de fumaria Extracto de hisopo
Extracto de bistorta Extracto de cardo santo Extracto de centáurea Extracto de consuelda Extracto de eringio Extracto de genciana Extracto de licociana verde […] 101
[…] Extracto de lirio de los valles
Extracto de marte aperitivo
Extracto de pentafibon
Extracto de perejil
Extracto de romero Extracto de triacal Extracto de verbena Genciana Lirios
Extracto de ruda Extracto de turbit Extracto de verdolagas Hierbabuena Los residuos del agua del Carmen Peonía Residuo del agua de golondrinas Sabina Yezgos
Palo santo Regaliz Sabina Toronjil
Extracto de mastuerzo acuático Extracto de raiz de brionia Extracto de ruda Extracto de turbit Extracto de zarzaparrilla Hipoquístidos Nueces Peonía Residuos de agua de brionia compuesta Salvia Yezgos
Extracto de nueces Extracto de residuo contra la gota Extracto de ruibarbo Extracto de turbit Extracto de zarzaparrilla Junípero Opio
Extracto de nueces verde Extracto de residuos de agua de brionia compuesta Extracto de ruibarbo Extracto de tusilago Extracto de zarzaparrilla Junípero Ortigas
Pimpinela Sabina
Raíz de bardana Sabina
Tormentila
Tormentila
Electuarios Confección de jacintos Electuario de tres sándalos Tríaca diatessarum
Electuario de filonio pérsico Electuario diagridio
Electuario de los tres sándalos Lach de pino
Orcitas de Talavera en las cordialeras de poco más de a media cuarta de alto. Hay treinta y tienen lo siguiente: Confección contra el esputo de sangre Confección de alquermes Confección de mitrídato Conserva de buglosa Conserva de membrillo Conserva de ruda (tiene conserva de satirones) Electuario de los tres sándalos Filonio pérsico Salvia Tríaca diatessarum
Confección contra el mal de piedras Confección de antora Conserva de betónica Conserva de flor de amapolas Conserva de peonía (tiene conserva de fumaria) Conserva de violetas Electuario de rosata nobela Filonio romano Sin rótulo y vacía Tríaca magna
Confección cordial contra melancolía Confección de jacintos Conserva de borrajas Conserva de geranio Conserva de romero Conserva purgante Electuario emagogo Looch sanum et expertum Tríaca de esmeraldas
Y aquí se completa el número de las treinta orcitas de a media cuarta poco más Extractos
102
Antiapoplética Conserva de violetas Electuario peruviano Extracto de arrayán
Conserva de flor de malvas Electuario de cártamo (tiene su flor) Euphorbium (tiene mollejas de pavo) Extracto de brionia
Extracto de escorzonera Extracto de rubia
Extracto de nueces
Conserva de rosas pérsicas Electuario de peonía Extracto de arrayán Extracto de doradilla (tiene polvos de camello) Extracto de rubia
Polvos Acíbar Alumbre quemado Azúcar de Saturno Bolo armónico oriental Cañas tostadas Coca Esperma de ballena Genciana Hollín Lombrices de tierra Nitro pelao
Agarico Anís Azufre Butua Carminantes del Papa Benedicto Corteza de granadas Esponja corizera Goma arábiga Incienso Manzanilla Pez griega
Ajenjos Arón Bardana Cabeza de gato tostada Cáscaras de huevo Cuerno de ciervo quemado Esponja marina Goma de palo santo Jacintos molidos Mecereón Piedra magnética
Albayalde Arrayán Betónica Calamina Castelinos de ciervo contra flujos de sangre Escoria de hierro preparada Esponja simple Hígado de azufre Licontriérticos Minio Piedra medicamentosa
Raíz contrayerba Ruda Sándalo rubio Tierra de Santa Marta Víboras
Raíz de aro Sal de estaño Sasafras Tierra sellada Virga aurea
Regaliz Sal prunela Secundinas de mujer Tríaca celeste Visco quercino
Régulo de antimonio Sándalo blanco Tártaro crudo Turbit Vitriolo blanco
Almáciga Arsénico blanco Betónica Cañas sin tostar Cedoaria Especies de airios Estómago de gallina Hojas de moral Lirio de Florencia Nitro Purgantes (tiene polvos para clarificar jarabes) Rosa rubia Sándalo cetrino Té índico Víboras
Hasta aquí son los botecitos de cordialera de Talavera que tienen rótulo y los restantes hasta doscientos y cincuenta se hallan sin rótulos y vacíos pero colocados con los demás en los estantes. Redomas de vidrio de varias magnitudes cuatrocientas ochenta. Cuyos rótulos al óleo con sus adornos y contenido es el siguiente: Aceites por decocción y expresión Aceite de calabaza Alegría
Adormideras Alhelíes
Agripa Almástiga
Agripa Almendras amargas
Almendras dulces sin jugo Antipleurético Azafrán Bálsamo tranquilo Cachorros Castóreo Cuatro simientes frías Escorpiones Euforbio real Lagarto Lirios Meliloto Nicociano Raposo Rosas Alefangino Saúco Yedgos.
Altea Aparicio Azucenas Bálsamo tranquilo Calabaza Cohombrillos amargos Desopilativo de zumos Esperma de ranas Flor de verbasco Lentisco Lombrices Membrillos Nieve Resolutivo Ruda Solotro Yemas de huevos
Altea Aparicio Azucenas Bayas de laurel Calabaza Coloquintides Eneldo Espica nardi Hierbabuena Lino Lombrices Mil pies ntipleurítico Retama Ruda Verbena Ypericón
Altramuces Aragón Balsaminas Berenjenas Candela regia Cortezas de alcaparras Enula campana Espliego Hormigas Lirio Manzanilla Naranjas agrias Nueces Ricino (?) Ruda hecho con aceite de lino Violetas Zorro
Ajenjos Almendras dulces con jugo Anís Arrayán Bálsamo de cachorros Betónica Carralejas Cortezas de alcaparras Erizos terrestres Euforbio Jazmines Lirio de los valles Marciaton Nenúfares Palo santo Rosa Salvia Violetas
103
Jarabes Acederas Ajenjos Antirreumático Azúcar rosado (tiene agua de labazos de antimonio) Borrajas Cártamo Claveles Cortezas de naranja Erismo simple Flor de melocotón Granadas dulces Jarabe Lirios Moras
Acero Alkekenges Arrayan Azufaifas
Adormideras blancas Altea de Fernelio Artemisa Bálsamo blanco
Agraz Amapolas Aureo Berberos
Agraz Ameos Aureo Berberos
Calabaza Cerezas dulces Claveles Culantrillo Escabiosa Flor de tila Hiedra terrestre Larga vida Llantén Ninfeo
Camuesas Chicorias con ruibarbo Cloclearia Dos raíces con vinagre Escabiosa Fumaria Hierbabuena Limón (tiene arrope) Lombrices Parietaria
Cantueso Chicorias simple Coral Emético cidoneao Escorzonera Grama Hierbabuena Limones Marrubio Pasas de Corinto
Pérsico solutivo Raíces con vinagre Rosado de azúcar Tabaco Tusilago Voilan
Príncipe Raíces sin vinagre Rosas rubias Taraxacón Verdolagas Zarzaparrilla
Quermes Regaliz Rosas secas Termentina Vinagre Zumo de cidras
Quina Rey Salvia Tormentila Violado de una infusión
Cardo santo Ciruelas silvestres Corteza de cidra Endrinas Escorzonera Granadas agrias Hisopo Linaria Membrillos Pérsico (tiene labazos de antimonio) Rábanos Romero Solatro Toronjil Violetas de nueve infusiones
Centaura Príncipe (tiene posos)
Membrillos aromática Romero
Mercuriales Rosada de heridas
Mieles Arrope de saúco Nueces
Miba de pasas de corinto Rosada de heridas (tiene lavaciones de antimonio)
Vinos y vinagres Vinagre compuesto con cal viva (tiene aceite que saca la leche) Vinagre de oximel scilítico Vinagre de oximel simple (tiene aceite de almendras amargas) Vinagre de vinagre rosado Vinagre esquilítico Vinagre rosado (?) Vino santo
Vinagre de olor Vinagre de oximel scilítico (tiene posos de jarabes para fermentar) Vinagre de Saturno Vinagre destilado Vinagre rosado Vinagre simple
Aguas simples y compuestas
104
Aguardiente destilado con verbasco de adormideras blancas (tiene agua de espliego) de agua de Altea de aluminosa de guindo
de acederas
de acederas
de acederas
de achicorias
de agrimonia
de agrimonia
de agrimonia
de agrimonia
de agua de amapolas de amapolas
de agua de cebada de amapolas (tiene agua de flor de nogal) de arrayán
de ajenjo de anagalis
de ajenjos de anagalis
de anís
de apio
de artemisa
de artemisa
de artemisa
de artemisa
de azahar
de azahar
de artemisa (tiene aceite de coloquíntidos) de azahar (tiene de claveles)
de azahar
de azahar
de azucenas de borrajas
de azahar (tiene lavaciones de antimonio diaforético) de betónica de borrajas
de buglosa
de buglosa
de buglosa
de azahar (tiene lavaciones de antimonio diaforético) de betónica de borrajas (tiene agua de arrayán) de buglosa
de azofaifas de betónica (tiene agua de cerezas negras) de borrajas (tiene flor de manzanilla) de buglosa (tiene lavaciones de antimonio anforético) de cabezas de rosas (tiene agua de perejil) de calabaza
de azucenas de borrajas
de buglosa (tiene zumo de agraz) de cal
de cabeza de rosa
de cabezas de rosa (tiene agua de bayas de enebro) de cal
de camuesas (tiene agua de olor) de cardo de María de cebada
de camuesas (tiene agua de cantueso de verbena) de cardo de María de cardo santo de cebada con tintura elástica de celidonia
de cantueso
de centaura de cerezas de chicorias
de centaura menor de cerezas de chicorias
de cerefolio de cerezas de chicorias
de cerezas de cerezas de chicorias
de chicorias de coclearia de culantrillo
de chicorias de consuelda real de culantrillo de escabiosa
de cidra de corteza de cidra de culantrillo (tiene de milflores) de escabiosa
de escarola
de emtifolio (tiene zumo de camuesas) de escabiosa (tiene agua de claveles) de escarola
de chicorias de consuelda real de culantrillo (tiene de mastuerzo) de escabiosa
de escarolas
de escordio
de escordio
de escorzonera
de escorzonera
de estrella mar
de escorzonera (tiene de perejil) de estrella matrisaria
de escabiosa (tiene agua esencial de tomillo) de escarola (tiene agua de verbena) de escordio (tiene aceite de romero) de espliego
de estrella mar (tiene de espliego) de eufrasia (tiene agua de de eufraxia (tiene agua nueces verdes) de lavaciones de antimonio) de fumaria de fumaria
de estrella matrisaria
de escordio (tiene lavaciones de antimonio diaforético) de escarola (tiene lavaciones de antimonio diaforético) de escordio (tiene agua de escorzonera) de espliego (dice cocimiento pujino) de eufrasia
de fresas
de fresas
de grama
de grama
de cantueso de cardo santo (tiene de cerezas) de centaura de cerezas de cerezas (tiene agua de cidra) de chicorias de cidra de cortezas de naranja de doradilla (tiene agua de salvia) de escabiosa
de eufrasia de fresas (tiene agua de manzanilla) de grama de guindas de guindas (tiene agua esencial de tomillo) de habas de hinojo de lechugas de lirio de los valles de llantén
de grama de guindas de guindas (tiene de toronjil) de habas de jarabe de limón (tiene agua de Altea) de lechugas de lirios de los valles (tiene zumo de agraz) de llantén
de cal
de escabiosa (tiene agua de fresas) de escarola
de cabezas de rosas de cal
de cardo santo de celidonia
de grama (tiene zumo de agraz) de guindas de guindas de guindas (tiene agua de bayas de enebro) de guindas (tiene llantén) de habas
de guindas de guindas (tiene agua de verbena) de habas
de hierbabuena de jazmines (tiene agua de celidonia menor) de lechugas de llantén
de hierbabuena de jazmines (tiene lavaciones de antimonio) de lechugas de llantén
de hinojo de las lavaciones de antimonio diaforético de lirio de los valles de llantén
de llantén
de llantén (tiene agua de pericón)
de llantén (tiene zumo de agraz) […] 105
[…] de lúpulos
de lúpulos (tiene agua de peonías) de manzanilla de manzanilla de mercuriales de mil flores de moras (tiene lavaciones de de naranjas precipitado blanco de mercurio) de nueces verdes de nueces verdes de olor de olor (tiene agua de cal) de parietaria (tiene agua de parietaria (tiene de uñas gatas) aguardiente con hierbas antiparalíticas) de peonía (tiene agua de cal) de perejil de pimpinela de pimpinela de rábanos de rábanos de ranas de rosas blancas
de regaliz de rosas blancas
de rosas rubias de rosas rubias de ruda (tiene agua celidonia) de sabina de salatro (tiene de de salbia hierba mora) de sandía de sandías (tiene agua de ninfea) de sanguinaria de sanguinaria (tiene aceite decohombrillos) de saúco de saúco (tiene de mastuerzo) de suero de suero de tila de tila de toronjil de toronjil (tiene zumo de agraz) de trifolio (tiene agua de lirios) de tusilago de verbena de verbena de verdolagas de verdolagas de vulneraria de vulneraria
106
de ysopo
de ysopo
de Zerulea Roja de Vidós
Espirituosa de hinojo
de malvas
de malvas
de manzanilla
de melones de milflores de ninfea
de melones de milflores de ninfea
de olor de paretaria
de olor de parietaria
de peonía
de peonía
de mercuriales de moras de ninfea (tiene miel cocida) de olor de parietaria (tiene agua de cicuta) de peonía
de perejil de poleo de rábanos (tiene de mastuerzo) de regaliz de rosas blancas de ruda de sabina de salvia
de persicaria de pimpinela de poleo de rábanos de rábanos (tiene tintura purgante que no puede servir) de romero de rosa rubia de rosas blancas (tiene de de rosas pérsicas chicorias) de ruda de ruda de salatro de salatro de sandía de sandía
de sanguinaria
de sanguinaria
de sanguinaria
de sanguinarias (tiene agua de nueces verdes) de suero
de saúco
de saúco
de suero
de suero
de suero de toda cidra de toronjil alcanforada
de tila de toda cidra de tomillo de trifolio
de tila de tormentila de toronjil de trifolio
de tusilago de verbena de verdolagas de vulneraria
de tusilago de verbena de violetas de vulneraria
de verbasco de verbena de violetas de vulneraria (tiene agua de llantén) de zelidonia
de ysopo (tiene zumo de agraz) de zarzaparrilla (tiene agua de lechugas) Para lombrices Parietaria
Primera de cal
Zumos e infusiones Agua de agraz (tiene zumo de flor de verbasco) Infusión de regaliz (tiene zumo de camuesas) Infusión de rosas pérsicas
Infusión de borrajas
Infusión de rosas rubias Infusión de rosas rubias (tiene aceite de artanita) Zumo de agraz (tiene zumo de rosas rubias) Zumo de camuesas Zumo de limón Zumo de mercuriales (tiene agua de claveles)
Infusión de rosa pérsica
Infusión de granadas dulces Infusión de rosas pérsicas
Infusión de rosas pérsicas
Infusión de rosas pérsicas
Infusión de rosas rubias Infusión de rosas rubias (tiene zumo de membrillo) Zumo de albérchigos (tiene lavaciones de antimonio) Zumo de cidra (tiene zumo de agraz) Zumo de limón (tiene zumo de fresas) Zumo de moras silvestres
Infusión de rosas rubias Zumo de agraz Zumo de amapolas Zumo de ciruelas silvestres Zumo de limones (tiene zumo de granadas) Zumo de violetas (tiene membrillo)
Infusión de limón
Infusión de moras
Infusión de rosas pérsicas
Infusión de rosas pérsicas
Infusión de rosas pérsicas (tiene zumo de agraz) Infusión de rosas rubias Zumo de agraz (tiene zumo de camuesas) Zumo de arrayán
Infusión de rosas rubias
Infusión de rosas rubias Zumo de agraz (tiene zumo de llantén) Zumo de calabaza (tiene su agua) Zumo de granadas agrias (tiene Zumo de granadas agrias zumo de membrillo) (tiene zumo de rosa pérsica) Zumo de membrillos Zumo de membrillos
Aceites por infusión Aceite de Aragón Aceite de manzanilla Aceite de saúco
Aceite de arrayán Aceite de marceantón Aceite de yedgos
Aceite de artanica Aceite de nueces Aceite rosado de rosas rubias
Aceite de eneldo Aceite de pericón Aceite rosado onfancino
Frascos de vidrio de cabida de media cántara poco más o menos, catorce cuyos rótulos y contenidos es que sigue: Agua de anís
Aguardiente
Arrope de vino
Vacío
Vinagre fuerte
Zumo de agraz
Zumo de granadas
Zumo de granadas (tiene aguardiente)
Zumo de moras
Miel clarificada (tiene zumo de granadas) Zumo de arrayán
Rodomiel de azúcar (tiene zumo de agraz) Zumo de ciruelas silvestres
Tres redomas de cabida de cántara poco más o menos, tienen lo siguiente: Agua esencial de ajenjos
Aguardiente
Aguardiente refinado
Diez y seis botes grandes de vidrio de poco menos de una vara de alto, que tienen lo siguiente: Enjundia de caballo Harina de alholvas Harina de lentejas Manteca de vaca
Enjundia de gallina Harina de altramuces Harina de lino Manteca de vaca
Enjundia de oso Harina de cebada Harina de trigo Ungüento rosado
Enjundia de pavo Harina de habas Manteca de azahar Ungüento rosado
Cordialera de botecitos de vidrio de boca ancha para polvos simples y compuestos, de seis dedos de alto poco más o menos, cuyos rótulos y contenido es el siguiente: 107
Polvos simples y compuestos Acero preparado Antiótico de polterio Azafrán de Marte Azufre de antimonio de panacea aurea Bezoárdico jovial Cárabe preparado Contrahierba Cráneo humano
Agridio sulfurado marcial Antitísicos de Hali Azafrán de Marte Berzoárdicos de zapata
Amusco dulce Aromáticos rosados Azafrán de Marte astringente Bezoárdico animal
Antiasmáticos Azafrán Azúcar de tormentila Bezoárdico de ciervo
Antimonio diaforético Azafrán de los metales lavado Azúcar piedra Bezoárdico ex tribus de ribera
Bezoárdico mineral Carne mummia Coral blanco preparado Cristal montano
Butua Cascarilla Coral rubio preparado Cristal tártaro
del Marqués Diarro de nabaz (diarrodón Abbad) Estiércol de lagarto Gemenis sin especies Jacintos orientales Lachacán Letitia de galeno Mercurio fusco Norsinos Perlas preparadas Piedra de lince preparada Piedra lipis Príapo de toro Resina de jalapa Sangre de castrón Tabletas de manus cristi Uña de la gran bestia
Diaforético común Diatren piperón
Diamagaritón frio Escorpiones calcinados
Calomelanos de Riberio Ceirope mineral Coralina Cuerno de ciervo preparado filosóficamente Diambra Espodio o marfil quemado
Caquéticos Quercetano Cinabrio nativo preparado Cornachinos Cuerno de ciervo quemado preparado Diamorón Estéricos de Junhen
Estomáticos de Quercetano Goma de tragacanto Jalapa Láudano opiado Los tres sándalos Milpies Ojos de cangrejo preparado Pez lucio Piedra hematites preparado Piedra pómez preparado Purgantes Rosados de nobela Sangre de drago fina Testículo de castóreo Vidrio de antimonio
Febrífugos sin quina Guteta Jibia Lavativos de Bulando Madreperlas preparado Mirabolanos cetrinos Palo santo Piedra bezoar oriental Piedra imán preparada Polvos de Juanes Quina tostada Rótulas cristalinas de ribera Santónico Tierra de vitriolo Zarzaparrilla
Flor de azufre Flor de cardenillo Intestino de lobo Jacintos occidentales preparados Kermés mineral Lacerta viridis Leche de machacán Leche de tierra Maná piedra de alumbre Marfil Nefríticos de Palacios Nísperos Papa Benedicto Para los ojos Piedra de cananor preparada Piedra de contrahierba compuesta Piedra judaica preparada Piedra lázuli preparada Precipitado blanco Príapo de ciervos Raíz de China Rasuras escamonea Ruibarbo Ruibarbo tostado Sen Serpentaria virgínea Tragacanto frio Tuzia
Cordialera de píldoras y botecitos de boca ancha, tiene setenta y dos, y tienen lo siguiente: Píldoras Aceite de hiera Estoraque Flores de priora ematitis Marciales Píldoras ad gorream
Aceite de hiera de tribus Familiares Francfort Mateo stark Píldoras agarico
Píldoras ante cibum
Píldoras antiasmáticas
Píldoras arábigas
Píldoras artríticas
Píldoras balsámicas de Morton Píldoras cinoglosa Píldoras creta Píldoras fumaria Polvos de caña tostada
Píldoras béchicas blancas Píldoras cocias mayores Píldoras creta palmaria Píldoras indas Polvos de hiera simple de galeno Sucino cratonis
Sine quibus Tierra sellada preparada
108
Armoníaco Febrífuga Hermodátiles Panquinagogas Píldoras agregativas
Bontii Febrífuga Hiera con agarico Perpetuas Píldoras alefanginas (tiene píldoras de quina) Píldoras anticólicas (tiene Píldoras antiepilépticas píldoras ad gorroneam) Píldoras assarieret Píldoras astringentes (tiene dos pastillas febrífugas) Píldoras béchicas negras Píldoras cathólicas Píldoras cocias menores Píldoras comunes Píldoras Duobus Píldoras estípticas Píldoras Lucis minores Píldoras mercuriales Poly crestra Quercetano
Píldoras chalibeatae Píldoras contra flujo de vientre Píldoras fétidas mayores Píldoras piedra lázuli Ruibarbo
Sudoríficas
Termentina
Tartáreas scroder
Estomáticas Fécula de raíz de oro Lucis minores Píldoras ad gonorream Píldoras angélicas Píldoras antipocondríacas Píldoras aureas de Nicolao
Cordialera de trociscos, tiene setenta botecitos como los de arriba que tienen lo siguiente: Trociscos Ad gonorream Alhandal Azafrán Diarrodón Galia alefangina Magna haedrycoon andromachi Rasis Trociscos de Ramich
Agáricos Alipto moscate Bérberos Escila Galia alefangina Minio Rasis con apio Turcus
Agnocasto Alkekenges Cárabe Espodio Galia moscata Mirra Ruibarbo Víboras
Ajenjos Alumbre Ciphios Estaño de muich Galia sebelina Piedra divina Sucinos
Alcanfor Andrómaco Cortezas de alcaparras Eupatorio Gordonio Plumbios de rolando Tierra sellada
Los restantes hasta los setenta, están vacíos y sin rótulos. En otra cordialera hay treinta y seis botecitos de la misma altura y hechura que los de arriba, en los que hay los siguientes: Aceite de nuez moscada Cáscaras de huevo calcinadas Erizo calcinado Marquesitas preparadas Polvos contra caída Polvos de cantáridas Polvos estornutatorios
Anís Cáscaras de huevo preparado Esperma de ballena Nísperos Polvos contra disentería Polvos de genciana Pro incontinencia orines
Camisa de culebra Coloquíntidas Flores de antimonio Plomo preparado Polvos contra vermes Polvos de gutagamba Santónico molido
Canela Costo Hierbabuena Polvo de turbit Polvos de añil Polvos de mirra Tártaro emético
Cangrejos de río Creta preparada Hormigas Polvos Borri Polvos de azufre según Vidós Polvos de piedra imán Vidrio preparado
Cordialera de frasquitos cuadrados de cuarta de alto, como cuarenta para las sales y como setenta redondos, algo más pequeños, para tinturas y espíritus Sales Admirable Glauber Armoníaco Centaura Escabiosa Genciana Madreperlas Nitro antimonial Retama Tártaro Vitriolo
Agraz Armoníaco aperitiva Chicorias Escorzonera Habas Mancilla Nitro nitrado Ruda Tártaro soluble
Agrimonia Artemisa Coral hecha con vinagre Febrífuga de Silvio Hierbabuena Marcial soluble Oleosa aromática de Silvio Sabina Tártaro vitriolado
Ajenjos Arcano duplicado Cardo santo Celidonia Crémor de cinabrio nativo Eneldo Fija de hollín Fumaria Hinojo Hiperico Marte aperitiva Nitro Peonía Policresta Saturno Taray Tierra foliata de tártaro Toronjil
Tinturas, en botes redondos Anticólica Bálsamo anodino Coral Mirra Saturno
Antimonio Bálsamo de Butua Hiperico Opio carminante Succino
Azafrán Bezoardica Kermes Piedra hematites aperitiva Uterina
Azufre Canela Láudano líquido Piedra hematites astringente
Balsámica Castóreo Marte aperitiva Purgante
109
Espíritus, en botes redondos Anís Cerezas Flor de cardenillo rectificado Lombrices Sal armoníaca Silvio Víboras
Anís Clavos Gotas anglicanas Nitro ácido Sal dulce Succinos Vino alcanforado
Carminativo Cuerno de ciervo Hollín Nitro dulce Salino Tártaro rectificado Vitriolo
Centaurea menor Cuerno de ciervo succinado Jabón Papel Salvia Teriacal de Crollius Volátil de sal armónica
Cera Flor de cardenillo Licor anodino Ruda Sangre de castrón Triacal alcanforado
Cantueso Cominos rústicos Cuerno de ciervo Hinojo Manteca de antimonio Panacea mercurial Sal volátil de sucino Víboras
Cidra Cortezas de limón Destilado de salvia Hinojo destilado Mejorana Para la sordera Salvia Víboras
Aceites destilados en ramilleteros y frasquitos redondos Aguardiente Cinabrio de antimonio Cortezas de limón Ento de venus Hollín Nitro perlado Romero Succino
Ajenjos Clavo Cortezas de naranja Esmeraldas preparadas Hollín Nitro referado Ruda Tintura elástica
Canela Clavos Cortezas de naranja Hinojo Leche de azufre Palosanto Sabina Tomillo
Otra cordialera de frascos de a cuarta de alto cuadrados y redondos con aguas compuestas: Spíritus, elixires Espíritus Agua antiasmática
Agua antipoplética de longia
Agua bálsamo galbaneto de Paracelso Agua de anadino Agua de canela Agua de hormigas
Agua benedicta de Vulando
Agua carmelitana
Agua de apopleptica Agua de canela lacticiniosa Agua de negro perubiano
Agua flor de canela
Agua fuerte
Agua triacal espirituosa
Agua vitae de ribera
Agua vitae de ribera
Agua de azufre anisado Agua de cathólico Agua de policresto según Lemort Agua oftálmica de Quercetano Agua vitae mulierum
Espíritu de ajenjos
Espíritu de bayas de junípero
Espíritu de cassia lignea Espíritu de mastuerzo
Espíritu aromático volátil de Silvio Espíritu de cedoaria Espíritu de nitro dulce
Espíritu de corteza de cidra Espíritu de poleo
Espíritu de hierbabuena Espíritu de romero
Espíritu de salvia
Espíritu de víboras
Espíritu de vino
Espíritu de vino compuesto para la sordera
Agua contra la gorronea Agua de alcancinado Agua de azufre trementinado Agua de brionia compuesta Agua de copaiba Agua de golondrinas compuesta Agua de San Gerónimo Agua espirituosa para la gota Agua para la gangrena según Vidós Aguardiente
Espíritu de carminativo de Silvio Espíritu de lombrices Espíritu de sal armoníaco anisado Espíritu de vitriolo
Espíritu oleoso aromático de Silvio
Elixires Antiopileótico de propietatis de Paracelso Vitae menor 110
Bálsamo de Hoffman de tintura de ajenjos esencial
de la salud Estomacal de Hoffman
de leche virginal Estomático Hoffman
Aceites destilados de alcanfor de espliego de papel
de anís de espliego por expresión de piedra
de azabache de hollín de succino
de Benjui de jabón de tártaro
de cuerno de ciervo de ladrillos de trementina
de cuerno de ciervo succina de momordio de vitriolo
Esencias o tinturas ajenjos
Esencia de cidra
Esencia de naranjas
Esencia de ruda
Tintura áurea
Hasta aquí solas son las redomas medianas y pequeñas, frascos grandes y pequeños, y pomitos de cordialeras que están colocados en sus estantes y cordialeras y siguen cajas de hierbas, raíces, frutos, flores... que son doscientas y veinte y dos, todas con sus tapas y colocadas en la pared pintadas con sus rótulos y que son y su contenido el siguiente: Raíces Alentejil Beleños Buglosa Eamones Estepas Hinojo Perejil Sínfito mayor Vincetóxico
Altea Bistorta Chicorias Eléboro blanco Filipéndula Lirio Poligonato Sínfito menor Yezgos
Apio Borrajas Cípero longo Enula campana Genciana Malvas Polipodio Tormentila Zarzaparrilla
Aro Brionia Cípero rotundo Eringio Grama Pentafilón Regaliz Turbit
Bardana menor Brusco Cohombrillo amargo Espárragos Helechos Peonía Rubia tintorum Uñas gatas
Acederas Anagalis Balsamina Branca ursina Caprifolio Celidonia menor Culantrillo Estela mayor Hinojo (tiene simiente) Lúpulos Melilotos Poleo montano Salvia hortense Simiente de eneldo Tomillos
Agrimonia Ancusa Bartética Buglosa Cardo de María Cerifolio Doradilla Eupatorio de Mesué Hisopo Malvas ordinarias Mijo del sol Pulmonaria Salvia silvestre Simiente de malva Toronjil
Ajedrea Aquilegia Betónica Bursa pastoris Cardo santo Chicorias Eneldo Hierba romana Hojas de lentisco Malvaviscos Ojos de nísperos Romero Senecio Tamarix Virga áurea
Albahaca Artemisa Betónica Calaminta Cariofilata Cinoglosa Escabiosa Hierbabuena Linaria Matricaria Pimpinela Ruda Serpilio Tanaceto Yedgos
Balaustrias Lirio de los valles Tilo
Bayas de saúco Manzanilla Violetas
Borrajas Romero
Buglosa Rosas rubias
Hierbas Abrótano Alquimila Avena Borrajas Camedrios Celidonia Corona de rey Escrofularia Hierbabuena silvestre Llatén Mejorana Poleo Sabina Simiente de ajenjos Te de España
Flores Amapolas Espliego Saúco
111
Frutos Adormideras blancas Bérberos
Adormideras negras Cortezas de granada
Alquequenjes Laurel
Arrayán Simiente de hinojo
Azufaifas
Abrojos Bayas de hiedra Cantueso Cerato Escordio Hepática blanca
Abrótano Becabunga Cauda equina Cicuta Esinaria Hiedra arbórea
Abrótano macho Beleño Cebada Coclearia Eufrasia Hiedra terrestre
Alholbas Canchilagia Centáurea menor Erisimo Fumaria Hierba menor
Hierba mercuriales Hojas de laurel Laureola Mastuerzo acuático Orégano Pistoloquia o aristoloquia
Hipericón Hojas de moral Leño de sasafrás Menta Orminio Pulicaria menor
Hojas de encina Hojas de sauce y su palo Lingua cervina Mirifolio Palo santo Pulicaria tierca
Salatro
Sanguinaria mayor
Sanguinaria menor
Algarrobas de Valencia Caléndula Centáurea mayor Dauco Filipéndula (tiene su raíz) Hierba geranez (tiene simiente de melón) Hojas de énula campana Hojas de sen de Barcelona Malva real Ninfea Parietaria Rasuras de cuerno de ciervo sus puntas Saponaria
Saxifragia Tusílago Vinca pervinca
Simiente de bérberos Una caja con varias hierbas Virga pastoris
Taraxacón Una caja con varias simientes Visco coercino
Timbra Verbasco Zumaque
Hierbas
Hojas de fresas Hojas de violeta Marrubios Nueces de ciprés Pimpollos de zarza Rasuras de palo santo Saúco (tiene bayas de enebro) Trifolio adorato oloroso Verbena
Cajas de emplastos y otras cosas que están al pie de los estantes pegadas al suelo, también pintadas con sus rótulos, son setenta y tres: Emplastos Abrótano Azufre (tiene cañamones) Carminativo de Silvio Cicuta Contra rotura de pele Diaquilón con alumbre Dipalma o de acacia Estyptico de crolio Gálbano común Magnético arsenical Minio regio quemado Paracelso Pez negra Refrigerante Varios colores
Absalón Bayas de laurel Centaurea Ciprés (tiene varias cosas) Contra rotura magistral Diaquilón gomado Enchibaduras Febrífugo Grazia Dei Marcasitas Negro de Palacios Parpasalar (tiene cuerno de ciervo quemado) Philago Resina
Anodino (tiene cardenillo) Benedicto de musitano Cera amarilla Cohombrillos amargos Cultela meum Diaquilón mayor Espadrapos blancos Féminis Gubulem Marcial de Ribera Negro de Vidós Pele de anguila
Antipodágrico Betónica Cera blanca Cojendico Diafenicón Diaquilón menor Espermacceti Ferramenta Guillén Serven Matricaria Panes de rosa Pez con azufre
Azafrán Blanco de Vidós Cerato blanco Confortativo de Vigo Diaforético de Lu Diasufuris virulando Estomaticón Filii zachariae Iris Meliloto Para los callos Pez griega
Piubios Tacamaca
Ranas con mercurio Termentina de Ribera
Ranas simple Triafármaco
Hasta aquí son todas las vasijas de Talavera, vidrio y cajas de madera, que se halla todo colocado en sus estantes y cordialeras, nuevos y pintados, en la pieza principal de la botica que sin embargo de haber una división en medio se reputa por una sala, por seguir el orden en todo de la primera separación. 112
En la pieza principal y segunda separación se hallan seis alazadas a ras del suelo que tiene varias medicinas sin orden ni uniformidad en pucheros, ollas, orzas, botellas, botes de hojadelata, cazuelas… Varias medicinas Aceite de almendras dulces sin fuego
Aceite de angélica
Aceite de balsamina en dos redomitas
Aceite de escarabajos
Aceite de espliego
Aceite de gamones
Aceite de gato
Aceite de ladrillos
Aceite de laurel por expresión
Aceite de sapos
Aceite de sucino craso
Agua carmelitana
Agua celeste
Agua de golondrinas
Agua de naranjas
Agua destilada con el residuo de agua del Carmen
Azúcar común
Bálsamo anodino
Bálsamo cathólico
Bálsamo de flor hipericón
Bálsamo de la Meca
Bálsamo de zarzaparrilla
Bálsamo romero
Bálsamo verde por lo matritense Borras de basalicón
Cerato pectoral muy rancio
Colirio romano
Conserva de coclearia
Electuario antitísico
Emplasto de poligonato
Enjundia de gato
Enjundia de gato
Enjundia de gato
Enjundia de pavo
Esencia de ancolea
Esencia de clavo
Esencia de rosa rubia
Espíritu de cuerno de ciervo
Espíritu de mastuerzo
Espíritu de nitro ácido
Espíritu de sal armoníaco
Extracto antipoplético hecho de los residuos del agua antipoplética
Extracto de escabiosa
Hisopo húmedo
Jarabe antirreumático
Jarabe antirreumático, purgante y sudorífico
Jarabe de camuesas
Jarabe de laca
Láudano de purcio en dos vejigas
Leche de tierra
Liquidámbar
Manteca de azahar en bote de hojalata
Manteca de azahar tríaca
Manteca de cerdo
Manteca de cochino
Manteca saturno
Mercurio compuesto
Miel virgen en tres orcitas
Minio
Piedra cananor
Piedra hematites preparada
Polvos de eufrasia
Pomada
Pulpa de tamarindo
Sal de artemisa
Sal de labazos de estaño azogue
Sal de tártaro
Solución de madre de perlas
Tintura de la China
Tintura de sal de tártaro
Trementina blanca
Trementina de Quio
Tríaca magna
Tríaca magna
Ungüento basalicón
Ungüento contra lombrices
Ungüento de cal
Ungüento de camuesas
Ungüento de estoraque
Ungüento de media confección
Ungüento de pobres
Ungüento de pobres
Ungüento de pobres
Ungüento de sapos
Ungüento de tomates
Ungüento rubio
Unto de hierro
Vinagre de acero
Zumo de arrayán
Zumo de graolas
Zumo de limón
Zumo de membrillos
Zumo de naranjas
Zumo solano
Todo lo hasta aquí dicho se instala en la pieza principal de la botica en dos separaciones que tiene.
Cuarto segundo que servía de estudio al padre boticario tiene lo siguiente: Cuarenta redomas a tres azumbres poco más o menos, con sus rótulos y adornos al óleo, las que se hallan vacías a excepción de diez o doce que tienen infusión de rosas y algunas aceites. Una castaña de a media cántara con agua de cerezas por fermentación Cinco frascos de a media cántara de spíritu de vino Cuatro barrales nuevos vacíos Tártaro vitriolo Aceite de Yanis... 113
Cuarenta y siete botes de Talavera sin rótulos, nuevos y vacíos de a tercia de alto con sus escudos azulados y sólo uno tiene como cuatro onzas de polvos de cúrcuma, que se hallan en una cordialera y en dicha cordialera hay doce orcitas de a cuarta de alto con sus escudos y rótulos que contienen lo siguiente: Confección litóntrica Electuario astringente
Conserva de escordio Electuario diacoliquíntidos
Conserva de flor de romero Conserva de sínfito Flor de malvas Hiedra terrestre
Conserva de violetas Loc. de pino
Electuario antifebril
Treinta botes de Talavera con sus escudos azules vacíos Leche de tierra
Cera amarilla
Maná común
Maná común muy rancio
Azúcar piedra
Quina
En un escritorio pequeño con cuatro navetas está la pedrería siguiente: Pedrería Almizcle oriental Granates ordinarios Perlas occidentales Topacios orientales
Ambar gris Jacintos ordinarios Perlas orientales
Crisolitos Jacintos orientales Piedra lazuli ordinario
Esmeraldas Ojos comunes Piedra oriental
Granates finos Pastillas para olor Topacios ordinarios
Todo lo cual se halla dentro de las navetas del lapidario o escritorio.
Tercer cuarto que es donde está el horno Primeramente tiene este cuarto un horno destilatorio con cuarenta puzias, cabezas y recipientes correspondientes: Ruibarbo, una arquita Azafrán romano Ojos de tila Lengua cervina Rasuras de cuerno de ciervo Miel común Benjuí Incienso en pasta, de Portugal
En un cajón de la botica principal hay lo siguiente: Azúcar piedra Canela en rama Hierba de Paraguay Piedra bezoar occidental preparada Sal volátil de cuerno de ciervo
Bálsamo de María Emplasto de té Hígado de lobo Piedra cordial de Goa Sangre de castrón
Bolas de marfil (5) Escarmonea de Alepo Madre de perlas Piedra lazuli occidental ordinaria Té fino
Calaguala Esperma de ballena Margaritas preparadas Piedras bezoares occidentales (4 grandes) Víboras
Canela en polvo Estoraque Ocasinica Sal volátil de cuerno de ciervo
Todo lo cual hasta aquí contenido está y se halla en la botica principal, segundo cuarto que servía de estudio, y en el tercero y último que es donde está el horno destilatorio. 114
Cuarto de arriba de droguería y medicinas compuestas Primeramente hay en los estantes ciento y veinte y siete botes de Talavera fina con sus escudos de Jesús y sus rótulos que son y el contenido en ellos los siguientes: Simientes Adormideras blancas Alcarabea Brusco Dauco Perejil Zaragatona
Adormideras negras Algodón Cardamomo mayor Eneldos Rapóntico
Albarraz Anjeos Cardamomo menor Higuera infernal Santónico
Albarraz Apio Catapucia mayor Mastuerzo Simiente de alegría
Albarraz Beleños Cubebas Mostaza Verdolagas
Raíces Aro
Bejuquillo
Bistorta
Cedoarita
Ceduarita
Contrahierba
Contrahierba
Pastinaca
Frutos y cortezas Almendras Dátiles
Anacardos Grana de kermes
Canela Grana de kermes
Clavo de especia Macias
Cochinilla o grana fina Nueces moscadas
Cortezas de palo santo Piñones rancios
Estiércol de pavo real Madres de perlas Sangre de liebres
Hígado de erizo Madres de perlas preparadas Testículos de castorio
Bálsamo blanco Harina de jalapa Tierra sellada
Coral blanco preparado Piedra lipit Vitriolo blanco
Animales y sus partes Cangrejos de río Hígado de espodio Madres de perlas preparadas Uña de la gran bestia (cuatro pezuñas y mitades)
Carne mummia Madre de perlas Ojos de cangrejo
Cochinillas y sus partes o mil pies Madres de perlas Ojos de cangrejos
Tierras y piedras Alabastro Coral blanco preparado Piedra medicamentosa Vitriolo romano
Apio Cristal montano preparado Piedra pulverizada
Azabache Extracto católico Tierra de Santa Marta
Polvos Antimonio Azufre vivo malo Eléboro negro Maná de Esculapio Polvos de ojos de cangrejo Raíz de aro Sándalos rubios Zarzaparrilla
Antimonio Cangrejos de río con todas sus partes Eléboro negro Mechoacán Polvos de río Sándalos blancos Sen
Antimonio Cangrejos de río con todos sus miembros Enjundia de jabalí Ojos de cangrejos Polvos dentríficos Sándalos cetrinos Sen
Bistorta Enula campana
Brionia Rubio
Azúcar de saturno Cáscaras de huevos
Azufre Cuerno de ciervo
Jalapa Pimiente negra Polvos para provocar el parto Sándalos cetrinos Triaca de esmeraldas
Jalapa Polvos de azufre Polvos para provocar los meses Sándalos rubios Tucia
Extractos Algarrobas de Valencia Enula campana
Brionia Sabina
Cardo santo Sabina
Eléboro negro
115
En nueve orzas de Talavera fina de a cuarta y una pequeña que tienen lo siguiente: Confección anacardil Tríaca de esmeraldas
Conserva contra mal de piedra Tríaca magna
Conserva de eringio Tríaca magna
Conserva de rosas blancas Tríaca magna
Sin rótulo Tríaca magna
Hay en este cuarto ciento cuarenta y un botes de Talavera fina de a tercia sin rótulos y vacíos. Los ciento y cuatro están debajo de un estante y los restantes colocados en los de arriba. Setenta y ocho botecitos de Talavera cordialeros, unos de a media cuarta y otros algo más pequeños cuyos rótulos y contenido es el siguiente: Antihéctico de poterio Camisas de culebras
Arábigas Carbón de piedra
Aristoloquia Extracto antipestilencia
Féculas de brionia Nueces vómicas Píldoras cochias Píldoras fétidas
Hierba paris Palo de hierro Píldoras contra lombrices Píldoras sinequibus
Láudano opiado muy antiguo Pelotillas para fuentes Píldoras de acero Piñones para memoria
Polvos de cáscaras de huevo Polvos de golondrinas
Polvos de limaduras de acero
Polvos para gusanos Tabaco para destilaciones Trociscos de mirra
Polvos para matar gusanos Tres pimientas Unicornio
Polvos para mal de orina Topacios ordinarios Trociscos de opio y solimán
Armoníaco Extracto de azafrán antiguo y malo Limaduras de cobre Piedra cananor preparada Píldoras de critapalma Polvos de arañas
Balsamina Fécula de brionia
Loc sanum et expertum Píldoras antiugico Píldoras familiares Polvos de cabezas de víboras Polvos de piedras de palomas Polvos de víboras apolilladas Polvos para retención de meses Raíz de las apostemas Tríaca diatesaron Trociscos de agárico
Los restantes hasta los setenta y ocho están sin rótulos y vacíos colocados en los estantes. Treinta y siete redomas de botica grandes, medianas y pequeñas con sus rótulos que tienen lo siguiente: Aceite de lagarto Aguarrás Espíritu vitriolo Sal de centaurea
Aceite de trementina Aguarrás Espíritu volátil oleoso aromático de Silvio Sal de tártaro
Aceite monordico Aguarrás Sal cardo santo
Aceite varnit Azufre ácido Sal de ajenjos
Agua de brionia compuesta Bálsamo de copaiba Sal de ajenjos
Las restantes hasta treinta y siete están vacías. Castañas de vidrio de a media cántara hay diez y tienen lo siguiente: Aceite de almendras Agua vulneraria
Aceite de nueces Aguarrás
Agua de llantén Espíritu de hierbabuena
Agua fuerte Espíritu de nitro
Agua histérica Espíritu de nitro
Alambiques o puzias de vidrio de cabida de dos azumbres poco más o menos hay treinta y tienen lo siguiente: Bayas de algarrobas de Valencia Cantáridas Enjundia de caballo Mechoacán Raíz de ásaro Simiente de anís
Bayas de brusco Conserva de guindas Enjundia de gallina Nitro purificado Raíz de china Simiente de beleño
Bolo arménico oriental Cráneo humano Enjundia de oso Pulpa de coliquíntidas Raíz de galanga Simiente de llantén
Café Díctamo de creta Espinacardo Pulpa de raíz de pelitre Rasuras de marfil Spica céltica
Cálamo aromático Enjundia de caballo Madre de clavo Raíz de aristoloquia Sangre de drago fina Succino amarillo de Asturias
Frascos de vidrio como de azumbre hay veinte, tienen lo siguiente: Agua antiapoplética Agua de hormigas Espíritu de ajenjos Espíritu de bayas de enebro
Agua vite mulierum Espíritu de hierbabuena
Los restantes hasta los veinte están vacíos. 116
Agua vite mulierum Espíritu de tomillo
Carminativo de torvisco Sal de habas
Espíritu de ajenjos
Botellas de vidrio blanco, once, que tienen lo siguiente: Aceite de petróleo Espíritu de coclearia hecho con aguardiente Triacal espirituosa
Agua de golondrinas compuesta Espíritu de lombrices hecho con espíritu de bono
Agua de San Jerónimo Espíritu de sal vitriolada según Glaubero
Espíritu de cerezas con espíritu Espíritu de claveles de vino hecho con aguardiente Espíritu de veros hecho Espíritu para la sordera con aguardiente
Botes de vidrio de más de a tercia, hasta treinta y dos y tienen lo siguiente: Alumbre de pluma
Bdelio
Charilla
de benjuí de sagapeno legítima Extracto de quina Hiera Peras medicamentosas marciales Succino en una olla
de cato de serpentaria virginiana Folio índico Incienso fino Raíz de antora
de laca de bejuquillos Goma de hinojo Manteca de cacao Sal armoníaca purificada
Confección de orbietano o alifica con antrino para fiebres malignas de ojos de cangrejo Dientes de jabalí Goma de palosanto Nitro purificado Sarcocola
de almástiga de opopónaco ordinario Extracto católico Hiedra Ojos de cangrejo preparados Succino
Orzuelas de vidrio de a media cuarta de alto, veinte y cuatro. Tienen lo siguiente: Aceite de nuez moscada Antimonio diaforético común Enjundia de hombre Estiércol de lagarto Jacintos ordinarios Leche de tierra
Antimonio diaforético marcial Arsénico blanco Extracto de azafrán Flor de azufre Limaduras de cobre Manteca de cacao
Piedra calaminas Precipitado rubio
Piedra de águila Sucino blanco preparado
Piedra de águila Rubíes ordinarios
Azafrán de marte aperitivo preparado Huevos de hormigas Mercurio dulce y calomelanos de Riberio Piedra hematites preparada Piedra magnética arsenical Tierra de Santa Marta
Botes de vidrio de a cuarta. Doce, que tienen lo siguiente: Coral rubio preparado Nitro purificado
Enjundia de lobo Sal de saturno
Enjundia de oso Sal de saturno
Esperma de ballena Succino blanco preparado
Flor de azufre Té fino
Nitro purificado Té fino
En dicho cuarto hay en una cordialera noventa botecitos de vidrio: es a saber: ramilleteros, botecitos de boca ancha para los polvos y ampollitas que tienen lo siguiente: Aceite de aceite destilado Aceite de anís Aceite de azabache Aceite de bayas de laurel Aceite de clavos de ajenjos Aceite de clavos Aceite de cuerno de ciervo Aceite de cuerno de ciervo Aceite de cuerno de ciervo Aceite de cuerno de destilado fétido fétido fétido ciervo succinado Aceite de cuerno de ciervo Aceite de escorpiones fétido Aceite de hinojo Aceite de jabón Aceite de ladrillo sucinado Aceite de mejorana Aceite de ratones Aceite de romero Aceite de salvia Aceite esencial de ajenjos Aceite esencial de cortezas Aceite esencial de hierbabuena Aceite esencial de junípero Aceite esencial de mejorana Aceite esencial de naranjas Aceite esencial de salvia Aceite sucino Aceite vitriolo Agua de golondrinos compuesta Agua nefrítica Azafrán de los metales Azafrán de marte con azufre Bálsamo espitéstico Canela Cartamos untuosos Casto verdadero Destilado de víboras fétido Enjundia de culebra Enjundia de garduña Enjundia de hombre Enjundia de raposo Erizo calcinado Esmeraldas ordinarias Espíritu de azúcar Espíritu de cerezas Espíritu de cuerno de ciervo Espíritu de cuerno de ciervo Espíritu de cuerno de ciervo Espíritu de escorpiones Espíritu de hollín Espíritu de sal común Espíritu de sal volátil armoníaco Espíritu de tártaro rectificado Espíritu de trementina Espíritu triacal Fécula de raíz de aro Flor de antimonio Flor de benjui Marquesitas Panacea mercurial Polvos contra caídas Polvos de río Sal común Sal de centaurea menor Sal de escorzonera Sal de peonía Sal dulce Tártaro emético Vino de antimonio 117
Los restantes hasta noventa están vacíos y sin rótulo. Botes de hojadelata que tienen lo siguiente: Polvos capitales Polvos de goma junípero
Polvos de alcanfor Polvos de cristal tártaro Polvos de goma junípero escogida Polvos de guta gamba
Polvos de goma arábiga Polvos de incienso
Polvos de goma armoníaco
Drogas simples envueltas en papeles: Acacia verdadera Asafétida Canchalagua
Agallas Azúcar piedra (en una caja) Capullos de seda
Agarico Azul esmalte Caraña
Ciruelas secas Díctamo blanco Extracto de zabila Goma de cerezo Oro pimente Pimienta blanca Quina Sal de ojos de cangrejo de río
Cola de pescado Esponja coricera Galanga Goma de limón Piedra alumbre Pimienta negra Raíz de butua Sal de Vacíamadrid (en una tinaja) Sangre de drago Succino blanco Vitriolo blanco
Sándalo rubio Simiente de cidra Una uña de la gran bestia
Contrayerba Euforbio Gálbano Greda Piedra hematites Pimiento largo Raíz de calaguala Sal gema
Animecopal Balaustrias Caraña simple y compuesta con dos cocos grandes Cortezas de palo santo Extracto de hipoquístidos Goma almea Leño rodino Piedra imán Polvos de río Sal ancorca Sándalo blanco
Antimonio de aujas Baya aristoloquia Cardenillo Cristal tártaro Extracto de regaliz Goma armoníaca Mandíbula de pez lucio Piedra judaica Polvos de spicanardo Sal armoníaca Sándalo cetrino
Sen de Barcelona Tacamaca
Sen de Barcelona Testículos de castorio
Seséleos mansilenses Tuzia
Emplastos en papeles sobre un estante: alcalino alcanforado de alabaduras diaquilón gomado negro de Vidós
confortativo de higo de diapalma diaquilón ireato Paracelso
confortativo de higo de gálbano compuesto diaquilón mayor
contra rotura de pelle de ranas con mercurio gálbano crocato
de abrótano diaforético Minsich matrical usual
Todo lo hasta aquí contenido está en el cuarto de la droguería.
Despensilla o cuarto escusado de botica Que tiene lo siguiente: Azúcar hepático Cortezas de alcaparras Raíz angélica cardelina Sándalos rubios molidos
Bayas de junípero Cuerno de ciervo (en una carga) Raíz de genciana Sasafrás
Conchas de la mar Julia Raíz de hinojo Simiente de ruda
Coral blanco Palo santo Raíz de peucédano Succino amarillo (en una olla)
Coralina Piedra pómez Sal de Vacíamadrid
Bodega Tiene lo siguiente: Aceite de alacranes (en Aceite de almendras amargas un frasco) (en una castaña) Anís (en una tinaja) Goma de euforbio Pez griega Simiente de mostaza 118
Aceite de almendras dulces Aceite de enebro (en dos tinajas) (en una redoma) Harina de linaza Laúdano
Polvos de toda usina (en una olla) Resina Trementina purificada Ungüento de carralejas
Siete redomas de a cántara (vacías) Ungüento de pobres
Alolbas Manteca de azahar (en un bote de hojalata) Simiente de cilantro
Desván Tiene el desván como ochenta redomas vacías, cuarenta castañas poco más o menos de a media cántara, tres cestos con botecitos ramilleteros, balsameros y varias redomitas.
Cuarto de yerbas Y en él varias hierbas, raíces, flores, frutos y leños en banastas, escriños, cestos, talegos, cajones... Con lo que se da fin del inventario de los géneros de botica y vasijas en que están. Y siguen los instrumentos y utensilios de dicha botica. Instrumentos para el despacho: Primeramente tres pesos uno mediano y tres pequeños Un granatero Dos sin horadar para el despacho Un embudo de metal Otro de marfil con su mano de lo mismo
Un marco de a media libra Tres medidas pequeñas en metal para aceites Tres espátulas de bronce Un almirez pequeño de mano de metal Doce espátulas de hierro
Pesas sueltas hasta una libra Tres cacetas horadadas Tres cucharas de lo mismo Tres almireces de vidrio
Cuarto del elaboratorio Instrumentos y utensilios: Cinco alquitaras, las cuatro pequeñas como de a cuarta y la otra de a media cántara, todas de bronce, con sus cabezas Baño de vapor de cobre de a media cántara Cuatro peroles de cobre de a media cuartilla otro de a media cántara Siete cazos de azófar medianos Cazos de cobre, tres Seis cacitos de hierro
Tres peroles de azófar medianos
Prensa: Una prensa en la pared con dos tornillos de yerro y el suelo de ella de piedra Una cazoleta de cobre con su piso de lo mismo Otra cazoleta de yerro Una palanca de madera, para la prensa, con su punta y arco de yerro Dos carolíticas de bronce donde fijan los tornillos de la prensa Una garra de cobre mediana y muy usada Almireces grandes de metal como de seis a siete arrobas uno, y otro como de cuatro a cinco, con sus manos de yerro Otros dos pequeños de bronce Otro algo mayor con su mano de yerro de peso de veinte libras poco más o menos Un escalfador con su cabeza pequeña como de a tres cuartillos Trébedes de yerro tres y una, y una grande y tres pequeñas Tenazas de la lumbre dos, tres paletas de yerro Dos morillos de yerro Un velón de metal de un mechero Otro de cuatro mecheros sin pantalla Una romana grande y otra mediana con sus pilones Un azadón de yerro viejo de Peto Un brasero de yerro viejo Un hondón de alquitara de cobre muy viejo Una prensa de mano con dos tornillos
[…] 119
[…] Un herradón de madera Un cajón de herramientas de yerro, que son azuela, martillo, dos tuercas y algún yerro viejo Un banco de respaldo y dos mesas, una con dos cajones y la otra sin ellos Tres escaleras de mano Tres escabeles de nogal Dos banquillas de pino Veintidós tornillos grandes y medianos Treinta cedacillos de varios tamaños Siete recipientes grandes y pequeños Tres rallos de hojadelata Veintidós retortas de vidrio medianas y tres grandes Cinco retortas de barro Veintiuna cabezas de vidrio Quince piezas de barro nuevas y viejas Un brasero de yerro muy viejo Una sierra de mano pequeña Una mano de almirez de yerro Un almirez de plomo con su mano Otra prensa de mano pequeña Dos instrumentos para mangas de colar grandes Otros dos más pequeños Dos morteros medianos de piedra Otros dos pequeños Tres tinajas grandes para agua Una piedra nueva para dos prensas Doce mangas de estameña Siete coladeras de lienzo Otras tres de estameña
Bodega Primeramente un perol de azófar grande como de a tres cántaras, con sus asas de cobre; pesa veinte libras Tres peroles de cobre pequeños Otros tres de azófar medianos Quince tinajas de barro grandes y pequeñas Dos peroles de cobre medianos Una tapadera de yerro grande Tres hornos de yerro portátiles Dos morteros muy grandes Ocho cazos de azófar medianos y pequeños Siete cazos de cobre medianos Dos cacitos de lo mismo Dos espumaderas grandes de cobre Tres de azófar Veintitrés cacitos de yerro para emplastos Una alquitara muy grande con tres llaves, en tres pedazos. Con inclusión de las cabezas pesa 6 arrobas y 5 libras Un lagarcito con su viga y uso y piedra Dos morteros de piedra medianos Dos cacitos de cobre para sacar aceite Cuatro tinajas vidriadas para aceite y la una tiene una poquita 120
Un perol de cobre mediano Una hacha de yerro Otro perolito viejo Dos hornos de reverbero con sus retortas embutidas Embudos de vidrio, siete Losas de preparar con sus moletas, tres Alambiques de vidrio con sus cabezas, doce Crisoles de varios tamaños, veinticuatro Matraces de cuello largo, dos con sus cabezas Últimamente, un horno destilatorio, que queda arriba dicho, con que se da fin al inventario de instrumentos, utensilios del elaboratorio y demás necesario para el despacho.
Talavera Cántaros hay cuarenta y tres, a treinta reales cada uno........................................................................................................................................................................ 1.290 r Botes de a tercia hay mil doscientos cincuenta y tres, a tres reales cada uno .............................................................................................................................. 3.759 r Orzas grandes de a tercia hay veinticuatro, a cuatro reales ................................................................................................................................................................. 96 r Botecitos de cordialera hay trescientos veintiocho, a real y medio ................................................................................................................................................... 492 r Orcitas de a cuarta y algunas menos hay setenta y nueve, a dos reales y medio......................................................................................................................... 197,50 r
Vidrio Redomas de aguas, zumos, aceites, etc. hay seiscientas noventa. Su peso, grandes con pequeñas, será a dos libras y media cada una que son mil setecientas veinte y cinco libras, a real y medio libra, importan.............................................................................................................. 2.587 r Botes de cordialera, así como para polvos, píldoras, etc. como también ramilleteros y frasquitos para espíritus, sales, etc. hay en la cordialeras como seiscientos, que a seis cuartos unos con otros pueden valer como ............................................................................................. 450 r Redomas de a cántara hay como una docena ............................................................................................................................................................................................ 100 r Castañas de a media cántara hay como cincuenta................................................................................................................................................................................... 200 r Frascos grandes de a media cántara hay catorce ..................................................................................................................................................................................... 196 r Frascos de azumbre, como diez y seis .......................................................................................................................................................................................................... 48 r Botes grandes de vidrio, diez y seis............................................................................................................................................................................................................... 48 r Botellas, dos........................................................................................................................................................................................................................................................... 6r Frascos más pequeños de a cuarta, cuarenta y cuatro ........................................................................................................................................................................... 88 r Alambiques, treinta.............................................................................................................................................................................................................................................. 90 r Orzas de a cuarta, veinticuatro ....................................................................................................................................................................................................................... 24 r Hay en el desván y en varias lacenas, varios botes de balsameros, frasquitos, etc. que todo ello valdrá como................................................................. 200 r
Maderas Cajas para yerbas, emplastos, etc., pintadas y con sus rótulos, hay doscientas noventa y cinco, a cinco reales............................................................... 1.475 r Los estantes de la botica, rebotica, etc., tienen de tabla, pies derechos, como ciento y cincuenta ducados de madera................................................. 1.550 r Arca de víboras, mesa del despacho con cuatro cajones ....................................................................................................................................................................... 300 r
Importa el total de esta tasación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
490.316
Es copia el original que queda en mi poder a que hago referencia. Don Joachin Ballesteros”.
121
Frontispicio del libro Materia Médica de Carlos Linneo. 1749. Biblioteca del Real Jardín Botánico de Madrid 122
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DIRECCIONES DE I NTERNET EN LAS QUE ES POSIBLE VER LOS ALBARELOS CITADOS EN EL TEXTO: —Victoria and Albert Museum, http://collections.vam.ac.uk —The Fitzwilliam Museum, http://www-cm.fitzmuseum.cam.ac.uk —The Metropolitan Museum of Art, http://www.metmuseum.org —The Cleveland Museum of Art, http://www.clemusart.com —Musée du Louvre, http://www.louvre.fr —Musée national de céramique-Sèvres – RMN, http://www.musee-ceramique-sevres.fr —Réunion des Musées Nationaux, http://www.photo.rmn.fr —The David Collection, http://www.davidmus.dk —Fuente de imágenes para varios museos: http://www.scholarsresource.com 126
A día 1 de diciembre de 2009, martes, festividad de San Eloy, se terminó de imprimir en los talleres de la editorial Sever Cuesta.