Escribir, con vos.

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Escribir, con vos.

Con prรณlogo de Carlos Skliar

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TALLER DE ESCRITURA ESCUELA DANTE ALIGHIERI VILLA CONSTITUCIร N CICLO 2018


© Escuela Dante Alighieri Escribir, con vos. es una producción a partir del trabajo realizado por los alumnos del Taller de Escritura en la Escuela Dante Alighieri de Villa Constitución, durante el ciclo lectivo 2018.




Escribir, con vos.

Compartimos el relato de esta experiencia escolar que vivimos en una escuela secundaria: Elegimos algunas páginas del libro Escribir, tan solos de Carlos Skliar, las que más nos gustaban, las que nosotras, las profes, habíamos marcado doblando la hoja o subrayando con un lápiz, las que admiramos de entrada, las que movilizaron nuestra piel, las que nos hicieron recordar a algún escritor, allá perdido por la memoria, las que quisimos, las que se nos antojaron, ésas, las nuestras… Dijimos más o menos diez, pero en el piso empezaron a acumularse veinte, treinta, tal vez algunas más… Estaban allí, sobre el granito tibio del suelo, en medio, aletargadas, rodeadas de bancos desordenados, suspendidas en la intriga de un montón de adolescentes llenos de vida… Adolescentes como sombras que vinieron invitados por nosotras a ver qué pasaba, sólo eso. Ya habíamos experimentado momentos de escritura en el aula con todos ellos, una ventana tímida que había dejado asomarse a uno mismo, que había mostrado que allí, seguramente, había algo, algo más, o mucho tal vez, a la espera… En ese momento, necesitábamos contener nuestras ganas, nuestras expectativas por contagiar anticipadamente lo que imaginábamos podía pasar. Hacer silencio, aquietar nuestros impulsos, hablar sin tanto énfasis, sin tanta decoración, sólo lo justo, lo necesario, lo mínimo… Para que alguna inquietud surja, si quiere, si puede, a su tiempo, sin tiempo. Eran chicos de distintos cursos, de tercero a quinto, unos veinte en total. Unos pocos ya nos esperaban afuera del salón, minutos antes de la hora convenida. Algunos prometieron venir y no llegaron, otros se asomaron y se fueron al recreo, otros que no habíamos convocado quisieron saber de qué se trataba… Afuera el ruido, un golpe de puerta, otro, el roce quejoso sobre la cerradura… Adentro: las hojas en el piso, miradas y unas pocas palabras triviales, y en el devenir: la «soledad» a flor de piel, en el

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Escribir, con vos. Más que una aventura literaria


instante previo, ese milésimo instante previo, minúsculo, innombrable, imperceptible, a la invitación de lo posible. «Éstas son fotocopias sacadas al azar, del nuevo libro del escritor y ensayista Carlos Skliar. Ya lo escucharon nombrar muchos de ustedes. La idea que les proponemos es inventar juntos un nuevo espacio de palabras… Palabras leídas, resaltadas, copiadas, imaginadas, creadas… a partir de la obra del autor Escribir tan solos, recientemente publicada.» Continuamos: «un espacio colectivo desde el encuentro de cada uno con el texto propuesto. ¿Qué hacer? Pueden elegir una frase y compartirla, escribir a partir de ella lo que les despierte, escribir a partir de lo que un compañero escribe sobre una frase del autor, darla vueltas, reescribirla, ir más allá, inventar, soñar, hablar… Lo que quieran, lo que cada uno… desee.» Para empezar, nos zambullimos en las hojas del piso, las fuimos tocando curiosamente, las fuimos tomando, eligiéndolas a simple vista, una a una, hasta que todas tuvieron dueño, al menos por ahora. «A mí me gusta ésta. ¿Puedo leerla?», dijo uno de ellos. Un fragmento breve, intenso. Lo vio, lo encontró, lo dijo en voz alta; era del escritor, de algún modo era también suyo. Se había apropiado de él con la simple lectura, las palabras extrañas se confundieron con su voz ronca… hubo un animarse inicial para habilitar un lugar y tiempo distinto, incipiente. Así, algunos fueron compartiendo distintas expresiones de las hojas y nombrándolas sin permiso una tras otra. No sabíamos bien qué podía suceder. Pero estábamos ahí, al acecho de cualquier gesto mínimo. «Podemos compartirlas en un espacio virtual», sugerimos en una intervención tímida. Intercambiamos opiniones a partir de los beneficios y dificultades de distintas redes sociales. «Sí, reunirnos es complicado», afirmó uno de ellos. Finalmente, acordamos hacer un facebook común, privado, al menos por ahora, para comenzar a subir lo que se dijo, lo que podía decirse, para leer, leernos y escribir a partir de las palabras «robadas» de las páginas desordenadas del libro. Lo que vino después, fue más que nada entusiasmo: abrir un tiempo y espacio común donde el autor del libro pueda leernos, deconstruir y sentir lo que inspiró en cada uno de nosotros y luego, encontrarnos en un escrito compartido. Cada experiencia educativa es una imagen de escuela. Tiene un entre, un lugar, un encuentro, pertenencia. Una imagen para una escuela que ya no es la de antaño. Experiencias para potenciar, fortalecer, encontrarnos en las diferencias. Para volver así a la escuela como territorio, de un modo singular, intenso, diferencial de existir, que a su vez es potencia que se multiplica, que se expande, contagia. Hay una fuerza


sensible que moviliza, hay deseos, pasión, intensidades que vibran. Hay movimiento, un flujo de vida que clama, sin saberlo, ser albergado en un modo original de decir. La dialogía, el encuentro como construcción, produce al mismo mundo como acontecimiento desde la conversación, la escucha, la palabra, el sentir, habitando el espacio, pero fundamentalmente un tiempo distinto, de multitudes que necesitan liberarse de las ataduras, de los preconceptos, de los supuestos, del horizonte previsible. Necesitamos mirarnos, fundirnos en emociones, abrazos, para pensarnos, sentirnos, transformarnos, en un acto intensamente creativo, desde la ética de cada situación y no desde la utilidad de cada recurso productivo de una moralidad agobiante. La diferencia, la singularidad está en mí, en el otro, en un nosotros de diálogo y composición.

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Mariela y Carina



Escribir, NO tan solos. Por Carlos Skliar

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I Una conversación —tanto como una lectura— comienza cuando puede, en cualquier momento y jamás acaba en tanto la memoria suele, frágilmente, recomponerla o reconstruirla en fragmentos que nunca serán del todo transparentes a lo dicho, a lo leído. Una conversación —como una lectura— no es lo mismo que un experimento de diálogo, según el cual las partes toman turnos, aguardan, preguntan y responden con una alternancia serena. Una conversación es la unidad mínima de una comunidad de amistades, cuya síntesis es la afección, el tumulto, la superposición, el desborde. Una conversación no tiene tema específico. Si de verdad se conversa —si de verdad se lee—, enseguida las cuestiones se derivan hacia la deriva y su resultado es siempre la perplejidad, como cuando nos preguntamos: ¿de qué estábamos conversando? Una conversación es un conglomerado de rostros, gestos, voces y silencios. Es el cuerpo quien conversa, no el conocimiento previo. Una pregunta arquea el cuerpo y una posible respuesta lo inclina hacia delante. Las palabras inesperadas sacuden, despiertan, encienden, ofenden, desesperan, revuelven. Una conversación es lo contrario del porque lo digo yo. El yo no tiene ninguna trascendencia en la conversación ni en la lectura porque se diluye en la potencia del nosotros. Una conversación —una lectura— tiene como límite la indiferencia, el abandono, el quitar el cuerpo, el irse.

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Para Élides Aranda, Mía Azula, Ornella Correa, Octavio Lanciotti Panichelli, Lucía Nuñez, Lucía Pellegrini, Priscila Arrúa, Juana Domínguez, Anna García, Lautaro Marrón, Daniel Stafforte, Carina Galano y Mariela Lenzi.


Una conversación no busca acuerdos o desacuerdos, sino tensiones entre dos o más biografías que se presentan a la hora de encontrarse. Una conversación reúne a, por lo menos, dos fragilidades. Solo la confesión de la mutua fragilidad —es decir, lo que no sabemos, lo que no podemos— instala una relación conversadora, lectora. Una conversación es una atmósfera irrecuperable de la cual sobrevive, apenas, el recuerdo de un texto. Una conversación —una lectura— es, esencialmente, un gesto pedagógico, en tanto educar pueda ser comprendido como el modo de conversar a propósito de qué haremos con el mundo y con la vida. Como gesto pedagógico conversar se dirige no tanto a aquello que las cosas son en su débil esencia sino a aquello que hay en las cosas. Se conversa no tanto sobre un texto sino sobre sus efectos en uno, se conversa no tanto sobre un saber sino sobre sus resonancias en nosotros, se conversa no para saber sino para mantener tensa las dudas esenciales: el amor, la muerte, el destino, el tiempo, si todo lo que hemos vivido, vivimos ahora o viviremos después, es sueño o pesadilla, sueño y pesadilla. Una conversación, al fin y al cabo, abre una brecha en el tiempo, lo perfora, lo detiene, crea una pausa necesaria. Es la única materia de la que está hecha la posibilidad de ausentarse de la urgencia y de la prisa. Exactamente igual que lo que ocurre con la lectura. Una conversación no resuelve la soledad originaria con la que venimos y nos despedimos al mundo. Pero es su aliada incondicional. La soledad y la conversación —y la lectura— no sólo no son contradictorias, sino que se nutren mutuamente: se conversa con los demás y con uno mismo. Un libro es, en cierto modo, un elogio a la conversación. Se conversa desde el inicio hasta el final. Sus páginas están pobladas de voces distintas, modos de ver diferentes, puntos de partida y puntos de vista a veces intensamente opuestos. Pero quien da lugar a la conversación es el autor, aquel que se propone convidar, invitar a determinados cuerpos a decir, desdecir y volver a decir. Pero una conversación —como una lectura— no es apenas una toma de posición; es, sobre todo, una forma de exposición: nos exponemos a la intemperie de la incomprensión, de la intraducibilidad, de lo que no somos capaces de decir, de la impotencia. Y nos exponemos, también, a aquello que vendrá y que no puede saberse de antemano: nos exponemos a otra exposición. Porque de todo ello se trata una conversación, porque todo ello es la lectura: el ins-


II Cuando se escribe sobre lo que se lee es posible que lo escrito no se despegue del texto original. Hay cuestiones, como la soledad, que inundan el cuerpo —como caricia o como padecimiento— y escribir sobre ella es ignorar si al final estaremos al resguardo de un refugio íntimo o a la intemperie de la desolación. Yo he leído aquello que un grupo de estudiantes y docentes de la escuela Dante Alighieri han hecho aquí con mi escritura, a partir de su propia escritura. Y no puedo más que sentirme grato y honrado porque nada más quiere quien escribe que percibir los ecos de lo escrito, que la escritura no acabe nunca, que sigamos viviendo porque seguimos escribiendo y leyendo. Nada más hondo que apreciar una escritura como respuesta, como reflejo, como espejo. Se trata de unos efectos de unos lectores que escriben, y de los cuales nunca sabremos lo suficiente o lo ignoramos por completo. Efectos siempre en rebelión, en rebeldía en relación al texto original; efectos que no son complacientes ni hostiles, sino muestras de afección de todo lo que puede ocurrir en una escuela, en un grupo, en unos cuerpos, cuando se recibe con amorosidad una escritura de otro. Y la escritura resultante parece tomar otro aire, otro rumbo: es su propia respiración la que dicta sus travesías cuando ya muestra con nitidez y lucidez que se ha separado del original para encontrar la propia voz. Esto es lo que aquí leo, contra todas las indignas suposiciones de los adultos que se jactan de los jóvenes por su supuesta impericia e impotencia: que cuando se crea la atmósfera de lectura todo parece posible e incluso imposible. Escribir sobre la soledad, entonces, es admitir que somos frágiles y que algo está a punto de romperse o recomponerse. No se trata de la calidad de los textos resultantes, ni qué se hará con ellos más adelante: se trata, eso sí, de lo que se ha hecho durante el hacer, de encontrar motivos para que la vida no sea solo que la que nos ha tocado en suerte y poder construir motivos para que esa vida se vuelva múltiple, honda. Los textos aquí reunidos muestran con la fuerza de la palabra que «todo está en todo» y que conversar (leer, escribir) sobre la soledad puede llevarnos a todas las conversaciones del mundo, las que ya se han hecho y las que pueden hacerse si nos miramos a los ojos, si nos escuchamos, si creemos de verdad que cualquiera puede tomar la palabra y exponer en carne viva sus deseos, sus miedos, sus fantasmas, su vitalidad.

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tante en que el mundo parece, y de verdad es, mucho más hondo, más bello y menos banal que de costumbre.



En primer lugar, hay que escribir, naturalmente. Luego, hay que seguir escribiendo. (Skliar, 2017, p. 37)



Soledad delicada, sin espesor, continua, delgada, como si fuese un océano que nos obliga a una mirada paciente, sin la prisa de las horas ni la de los vendavales. (Skliar, 2017, p. 99) Sabemos de la soledad y de su oscuridad porque sabemos de la compañía que acontece ese universo compartido, del movimiento y del desorden que genera otro alguien. Por un momento, te demuestra que no volverás a hundirte en ese vacío de soledad, en el abismo de otros mundos, que sólo aturden la existencia de tu mundo. La compañía vuelve a callar, te despertás lejos de ese océano que hoy tus labios sangran al describirlo. Volvés a caer en ese abismo, ese abismo que es una mezcla de movimientos, donde sólo hay incógnitas, miradas sofocantes y ayudas irreales. Lucía ¿No será la soledad lo único que nos queda, cuándo ya no queda nada? ¿No será la soledad la única sensación pura y bella del simple hecho de seguir vivo? Lucía La soledad… nacimos solos, todos llevamos la palabra soledad con nosotros… Es sólo una palabra con un sentido ya impuesto… solo una palabra. Ornella

Cuando llega el silencio, causado por una ausencia, por un vacío, por la pérdida de una pieza del rompecabezas, también llega la melancolía, los recuerdos, el desear que vuelvan los sonidos, la música, la alegría. Fantaseamos con la posibilidad de que todo vuelva a ser como antes, pero el tiempo pasa y el sonido no regresa; nos acostumbramos al silencio, abandonamos la esperanza y la fantasía, nos aferramos al pasado, nos convencemos de que la música no es cosa nuestra. Abrazamos al silencio. Y así, sin darnos cuenta, nos terminamos convirtiendo en eso que tanto odiábamos: en ausencia. Una ausencia que es sólo una consecuencia de otra ausencia. Octavio

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Pensar en los pocos instantes en que es posible callarse de verdad, recubrirse enteramente de silencio, ser cómplice de nada, ausentarse y sentir que estamos al mismo tiempo presentes en esa ausencia. (ídem)


La interrupción a la soledad es la obsesión que las grandes ciudades tienen, que insiste en identificar la soledad como lo solitario, y lo solitario como una enfermedad malvada e incurable. (Skliar, 2017, p. 99) Es vista, la soledad como la posibilidad de no estar tan solos, tal vez por eso asusta tanto. Élides

Nos desconocemos. La escisión ya no es entre cuerpo y alma, espíritu y pensamiento, mente y sangre, sino a la altura del diafragma, en la respiración: como si lo extraño, lo lejano, lo ostensiblemente diferente ya no fuera lo ajeno. (ibídem, 53) Nos desconocemos. Y quizás, desconocer a ese otro que nos habita, se vuelva necesario. Ya que, a veces, ser yo, ser otro y ser muchos, implica perderme, una y otra vez. Para conocerme y reconocerme, en un ser y en un tiempo infinito. Lucía

Escribir —insiste Lispector— es prolongar el tiempo, encontrar el tiempo al interior del tiempo, hacer que los segundos sean partículas, milímetros, átomos, trazar hilos de carne en el centro mismo del tiempo metálico, permanecer en vez de escabullirse, no dejar que las horas pasen sino hacer que pasen palabras en las horas. (ibídem, 91) Vivimos en tiempos líquidos, vivimos el día a día y esto nos hace olvidar lo mucho que tenemos… no somos completamente conscientes de que lo podemos perder, de que nada es eterno, pensamos que mientras estemos, éstos también. Tal vez, jamás aprendamos a valorar las cosas mientras las tenemos y, tal vez, jamás dejemos de sufrir cada vez que las perdemos, por más que hayamos tropezado más de una vez con la misma piedra. Mía

Al decir: Yo soy, es probable que una ligera sonrisa nos cruce el rostro, como un rastro de satisfacción. O si dicen: Tú eres, todo se vuelve meridiana claridad. Pero tam-


bién decimos: Nosotros somos, y un toldo de hojas y frutos se desmorona desde lo más alto hacia la tierra seca. Decimos: Nosotros somos, y se escuchan los alaridos de todos los ausentes. (ibídem, 28) Lo detestable es lo que somos, lo que negamos ser. Detestamos lo que somos y somos lo que detestamos. Tal vez, favorable sería detestar lo detestable. Élides

Estoy rodeada de multitudes y la angustiosa soledad se apodera de mí. Estoy sola y, para mi grata sorpresa, soy una muy buena compañía. (ibídem, 91) Estamos rodeados de seres humanos carentes de humanidad, solos, perdidos, pensando que nuestra propia compañía es buena pero, ¿cómo saber que lo es, si nunca tuvimos otra? Tal vez, somos nuestro peor enemigo y nunca lo sabremos. Tal vez somos nuestra propia destrucción. Tal vez ya estamos rotos. Sólo tal vez, pero nadie nunca se dará cuenta. Octavio

El ruido mata los pensamientos. (ibídem, 184) Obstruye… a veces no es necesario… miradas pensantes que ocultan sentimientos y miles de palabras viajan en el silencio pleno buscando aquella mirada expectante para allí desvanecerse. Ornella

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Cuando te desconocés, tomás el camino sublime, donde nadie está oculto, donde sos como sos, donde pensás, donde existís. O el camino sinuoso hipócrita que lleva consigo una máscara como pretexto de sinceridad. Sublime: aquel camino que te lleva a conocerte, solo un poco, aunque sea sólo un poco. Deja que el tiempo fluya. Sé quién sos, conozco tu ausencia. Líbrate de la simulación. La notoria esencia, pide apartar tu oculto. Ornella



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La soledad es un laberinto que asume la forma de la encrucijada de lo humano —y del escribir y del leer—: el laberinto como mapa y territorio a la vez, y no ya como una pérdida momentánea y accidental del rumbo; el laberinto que vuelve ineficaces las líneas rectas, los círculos cerrados, las latitudes y las longitudes, los trazados y las brújulas, que son apenas el artificio con el que se disimula lo escabroso de la travesía de los cuerpos. (Skliar, 2017, p. 24) Oscuros, perdidos, marginados. Extraños que se pierden en la noche y le temen a la luz del día. Imitan, buscan marcas, sienten el vacío. Viven bajo las máscaras, ocultos detrás del humo. Perseguidos por las almas que vagan en pena buscando nuevas adicciones, Buscando la compañía de otros adictos. Jugando en un tablero donde nadie puede ganar, donde está prohibido perder. Así juegan, siempre juegan. A veces me pregunto si aún pienso por mi cuenta. Siempre me pregunto: ¿Cuándo fue que me convertí en el reflejo de mi propio espejo? Superficialidad. Octavio

Tratamos de llenarnos… trato de llenarme, depende sólo de mí, busco aquella compañía imprescindible que me acompañe y haga que mi felicidad sea más grande, aunque eso no quiere decir que no sea feliz por mí misma. Felicidad, hablemos de felicidad, ¿qué es la felicidad? Para muchos es leer un frondoso libro, para otros un abrazo lleno de sentimientos, un simple momento o escuchar la apacible música llena de significados. Busquemos la felicidad. No nos quedemos flotando en aquel mismo lugar, con el mismo aire. Seamos más que eso. Esforcémonos, escuchemos, aprendamos y contemplemos todo aquello que nos gusta, lo que nos hace feliz, lo que nos llena el alma. Ornella

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Tratamos de vivir solos, prescindiendo de toda compañía. (ídem)


La soledad es una alteridad que no nos entiende, o una intimidad que no se dirige a nosotros, sino a nuestras vidas. (Skliar, 2017, p. 24) ¿Quién soy? Hace unos meses me hice esta pregunta por primera vez en toda mi vida y me cuesta entender cómo es que todavía no pude hallar respuesta. Y cuando digo «por primera vez» me refiero a una primera vez en serio. Me cansé de lo superficial, de lo que todos ven a simple vista. ¿Quién soy? Soy Mía. Quiero ir más allá de eso, quiero indagarme, quiero descubrirme, quiero conocerme, quiero buscarme y de una buena vez por todas, encontrarme. Quiero saber que soy más que un nombre y apellido, más que un número o una nota. Soy lo que mi mirada transmite, soy lo que mi boca dice, soy lo que mi cuerpo hace, soy lo que mi mente piensa, soy lo que mi corazón siente. Mía ¿Quiénes somos? Nos indagamos, nos descubrimos, nos conocemos, nos buscamos… ¿Somos cerrados, absolutos? ¿O somos tránsito, experiencia? Quizá toda experiencia sea una invasión que nos corrompe para liberarnos. Una irrupción que vuelve a liberarnos con intención de corrompernos. Quizá este eterno desencuentro sea esencial para engendrarnos y reinventarnos, vertiginosamente. Una y otra y otra vez. Lucía

Si se ama y se escriben versos la vida continúa, la vida es ese durante de la duración del tiempo porque allí se mueven el ritmo, la pasión y la hondura de la respiración humana. Pero si un buen o un mal día se deja de escribir y, enseguida, de amar ¿qué queda de la vida, qué hay en la vida? (ibídem, 148) Cuando vivimos escribimos inconscientemente, escribimos en el aire, en la tierra, mensajes ocultos casi imperceptibles al ocupado ojo del ser humano, marcamos a fuego nuestra historia, en nuestra piel, huesos y venas. Escribimos en los recuerdos, en una mirada, en un abrazo. Escribimos en otros, sin su consentimiento y viceversa. A veces, quisiéramos poder borrar lo que fue escrito, ese capítulo, ese párrafo, esa oración o una simple palabra, muchas veces nos gustaría poder borrar el libro entero. Pero no podemos, ya fue escrito, ya fuimos marcados, hay que aprender a convivir con ello. Octavio


Nadie se detuvo a mirar y mi fogata se apagó. (ibídem, 224) Cuando el fuego se extingue es cuando verdaderamente comenzamos a valorar el calor y el brillo que emanaba. Cuando una persona muere, finalmente valoramos cada uno de los latidos de su corazón. Cuando un artista muere, su arte cobra valor, se hace inmortal. ¿Acaso las estrellas que nos maravillan ya no se han apagado? Exacto. Ya no arden. Y aún así su brillo, lo que queda de él, nos sigue haciendo soñar. Octavio

La pregunta por la soledad irrumpe y nos sumerge en desasosiego. Desasosiego propio del ser, que es soledad. Soledad pensada como virtud o castigo. Considerada decisión, capaz de ser ignorada o necesariamente adquirida. Vaciada de contenido, neutralizada, encasillada en atributo o mera característica. Pero, ¿no será la soledad una existencia? ¿No seremos, en tanto ser, soledad? A cada instante y convincentemente, o convenientemente convencidos, la definimos como un simple modo de estar. Un mal hábito a nivel social, una falta de compañía, o un remanso, o una tranquilidad, o un alejarse del caos, de la vorágine. Y así, de un modo, u otro, u otro, la confundimos con lo solitario. Y quizás, el verdadero desafío, resida en ser singularidades, potencias, soledades. Desde puntos de vista que dialoguen, desde experiencias particulares que conversen, que se contaminen por otras soledades. Soledades que, en conjunto, se dibujen. Para ello, es necesario comprender que no somos absolutos, cerrados. Que somos al-

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Escribir la soledad, como si fuera un objeto pequeño. Porque están solos los paraguas perdidos, las miradas que no se han visto, el declive del sendero interrumpido por las hierbas crecidas, las caricias en el aire que no alcanzaron otro cuerpo, la llamada a la puerta errada, el abrazo de una niña huérfana, el paso del tren por una estación perdida, la enfermedad del sonido alto, el delirio que no es considerado sensatez, el instinto abandonado en el altar de los argumentos. Pero la celebración de lo pequeño no puede disimular el hecho abrupto, la peor de las interrupciones: los niños también se mueren, o son asesinados, o crecen y dejan de ser infancia. (ibídem, 258)


teridades, tránsitos, otros. Que soledad y solitario, no son sinónimos. Que las soledades también pueden ser en compañía. Quizás, la soledad es lo que realmente somos. Y es esto lo que nos sumerge en un eterno desasosiego. Sin embargo, el desasosiego es propio, es motor del ser. Y el ser, como soledad, no debe asustarnos. Porque el ser como soledad es el principio del encuentro. Lucía

El fuego también nos consume y todo se echa a perder por miedo a quemarse. (Skliar, 2017, p. 24) Arriesga, no guardes las palabras cuando todas quieren expresarse, no te quemes. Ornella


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Referencias bibliográficas Skliar, Carlos, 2017. Escribir, tan solos. Madrid, Mármara Ediciones

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Élides Aranda Anna García Daniel Stafforte Lautaro Marrón Priscila Arrúa Juana Domínguez


Taller de Escritura

Taller de Imágenes

Alumnos Élides Aranda Mía Azula Ornella Correa Octavio Lanciotti Panichelli Lucía Nuñez Lucía Pellegrini

Alumnos Élides Aranda Priscila Arrúa Juana Domínguez Anna García Lautaro Marrón Daniel Stafforte

Docentes Carina Galano Mariela Lenzi

Docentes Mariela Cerdán Matías Martín



Diseñado por Patricio Escobedo (www.ofardi.com ar) usando las tipografías Alegraya Sans, Alegraya Sans SC de Juan Pablo del Peral (www.fonts.google.com)



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