Seleccion Alicia 2011

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Alicia Amada Sánchez Martínez

2011

Selección del artista

Sonríes en la casa vacía


Contenido Biografía ..................................................................................................................... 2 Pecado......................................................................................................................... 3 Guiño .......................................................................................................................... 3 El Juego ...................................................................................................................... 4 La mesa ....................................................................................................................... 5 Fofa, negra y asquerosa .............................................................................................. 6 Monotonía................................................................................................................... 7 Espíritus ...................................................................................................................... 8 Voy a Llegar al fondo del hastío ................................................................................ 9 ALAS COJAS........................................................................................................... 10 La poesía no me roza ................................................................................................ 11 DESDE MÁS ALLÁ ................................................................................................ 12 Contra el castellano .................................................................................................. 13 Helena Borgia ........................................................................................................... 14

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Biografía

Alicia Amada Sánchez Martínez nació el 26 de Junio de 1983 en la cuidad de Santiago, en el seno de una rígida familia protestante. Su educación basada en las firmes doctrinas de la iglesia evangélica causa fuertes contradicciones con su carácter creativo, que busca constantemente encontrar espacios que le son negados. Amante de la poesía en la que encuentra el medio para comunicarse y crear, decide dedicarse a ella. Comienza sus estudios de literatura en el año 2009, con el poeta chileno Yuri Pérez. En el año 2010 obtiene el premio municipal de literatura de San Bernardo con la obra el nogal más alto, textos poéticos que muestran la contraposición con el arte y la religión, además de la experiencia y los sentimientos de un ser atrapado dentro de dogmas que le son insuficientes para alcanzar la belleza. Podemos ver en su obra la constante disyuntiva que significa para el artista la imposición de credos como verdad absoluta y la rebeldía ante esto. Antologada en libro La Caja de Pandora, escritores de san Bernardo, hoy prepara su libro Helena Borgia, del que presentamos una selección de textos

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Pecado

Yo no sueño, eso es pecado Pecado de hastío, función de nada Anhelo aquello que no se comprende La lejanía el velo del despojo

Guiño

He parido un crío muerto. Mudo y cojo. En la sala de parto las enfermeras se agolpan en mi entrepierna. Ni un espasmo. Ni un latido. Mi sollozo se escurre en este hospital sin ventanas, mientras con precisión la matrona realiza el raspaje. El olor de la anestesia me desvanece, pero no logra menguar este fastidio. Este bostezo uterino. Ya los médicos han abandonado la sala de parto, mirándome con un dejo de reproche. Firmaron el acta de defunción. El crío es un hibrido, entre prosa y verso es sólo un giño. Me han trasladado a posparto. Desde mi camilla puedo ver como las puertas desaparecen. Los paramédicos susurran sobre el nacimiento, los oigo con indiferencia. Mis piernas inmóviles recuperan su firmeza. Mientras el feto se acerca a mis pechos. Lo tomo, pero se revienta en mis manos. Escarcha las paredes del lugar. Una pintura surrealista del medioevo, se forma en mi cama. Y el sonido del verbo se torna flácido. Con el Bosco en mis uñas, traslado las escamas de mi niño a su cuna. La belleza de las enfermeras me sobrecoge. Ellas no darán a luz una criatura inútil. Les pido que me entreguen mi guagua. Pero un gesto de asco retuerce sus rostros, El pequeño camina por las salas, busca a su madre. Un soplo de sustantivos, artículos y piedras queda a su paso. Yo voy recogiendo las páginas Mi hijo está llorando, lo oigo desde las ventanas. Sé que no puede elevarse. Ya ha cuajado el adjetivo. Por eso se queja. Yo no tengo la habilidad de otras, estoy seca. Me sobrepongo del letargo entonces quito el suero que me inyectan. Levanto mis piernas abiertas. Pujo. Intento expulsar un halo, en cambio un chorro de orina inunda la habitación. Confieso que éste es el ademán de una poeta menor.

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El Juego Mamá, mi abuela habla de Cristo todo el día, del pecado, del infierno. Yo creo mami que su imagen potente es una condena. A veces me gusta jugar con mi abuela. Jugar a que los demonios de los que habla son reales. Entonces voy a su pieza fingiendo temor y angustia. Le cuento que veo espíritus en la pieza. Que se acercan dejándome inmóvil. “Ellos me dicen que estoy marcada. Me siento omnipotente, un poder maligno recorre mis venas. Yo intento liberarme y pierdo fuerzas, me siento triste”. Su cara se contorsiona y una ridícula sonrisa trata de arruinar mi travesura. Pero la detengo bajando la mirada para esbozar un llanto supremo Yo miro a mi abuela pidiendo ayuda, para eso pienso en el gatito que metí en la lavadora. Creo que los gatos son brujos, porque desde que lo tomé tenía esa perturbada expresión. Recuerdo que fue extraño, me sentí descubierta, pensé en dejarlo ir porque ya no tendría sentido seguir con el ritual de la muerte si mi presa lo sabía. Pero el enojo me invadió y decidí castigar al animal lo condené por brujo, porque no era criatura de Dios. Aunque en la iglesia hablan de arrepentimiento y perdón yo preferí basarme en el antiguo testamento porque no sabía si el gato se querría arrepentir. De todas maneras no hablaba. En fin, por eso decidí echarlo a la lavadora. Até a su cuello un cordón de las zapatillas preferidas de mi abuela. Los ojos del gato se estrellaron, como los huevos que ella prepara para el desayuno. Su lengua salió automáticamente. Pensé que era una señal.

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La mesa

Sentados en una mesa el padre, la madre, los hijos Pegada al techo los observo en silencio tejen zumbidos que llenan la habitación el aroma del té se acordona en sus sonrisas en un instante, un relámpago Sentados en la mesa el padre, la madre, los hijos se desollan El aroma de la canela, el cedrón, el té

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Fofa, negra y asquerosa

Mi padre se fue la semana pasada. No llegó del trabajo. Con la abuela estuvimos esperándolo hasta tarde, yo quería acostarme, pero ella insistía en que siguiera ahí. No sé para qué, mi papá sólo me dice buenas tardes y ya. Ni un beso, ni un abraso, ni siquiera me pregunta como he estado, sólo un saludo como a cualquiera y sigue con esa expresión imperturbable. De todos modos a mí no me interesaba su saludo, sólo saber que escondía, porque algo era. Tal vez estuvo todo este tiempo planeando su fuga, para que resultara realmente magistral, pero no creo que haya sido eso porque su huida no causo mucha revuelta en mi, además sé que para eso no es necesario tanto misterio. Él acá parecía no existir ni cuando estaba todo el día, sólo veía televisión. Yo siempre me paseaba entre mi papá y la tele, para sacarlo de esa especie de trance. Sé que no la estaba mirando, nadie puede estar tanto tiempo estático sin necesitar más que comida y no aburrirse. Por eso yo me paseaba mamá, aún sabiendo que me retaría y que de vez en cuando me daría un coscorrón si no se animaba a parase para darme un caliente correazo. Pero me sacrificaba, todo por mi oficio de investigador, ya sabes tengo una gran vocación, lo malo es que de mi padre nunca supe nada más que su nombre y que no faltaría jamás a una reunión de la iglesia, ah, y que trabajaba, digo trabajaba, porque ahora quizá ya no lo hace, tal vez volvió a su planeta o simplemente está entre nosotros en su verdadera condición “una fofa, negra y asquerosa barata”.

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Monotonía

Madre esta casa es una monotonía, por eso me gusta ir al colegio. Ya estoy en primero medio, aún no me hago de amigos, parece que me encuentran muy educadita porque no digo groserías. Aquí no están permitidas. Por eso me dicen “cartucha”, y deforme, pero no es real. Yo me parezco a ti y tú eres hermosa, es que me tienen envidia porque soy destacada en el curso, tengo las mejores calificaciones y nunca me ven estudiar. Siento que estoy más cerca de ti y más lejos del resto que me aburre, no me interesa lo que hablan. Me encierro en la lectura madre y siento que tu voz es la que descifra cada letra. Ahora estoy leyendo un libro que le robé a la abuela, de esos que eran tuyos, los que guarda con recelo, porque según ella son causa de tu “locura”. No entiende nada. Esconde otras cosas que te pertenecen, no sé lo que son, parecen ser un gran misterio, “Blasfemias” dice ella. El libro se llama “más allá del bien y el mal”, es de un filósofo alemán. Me llamó la atención que en su prefacio el autor se preguntara por la sexualidad de lo verdadero, “suponiendo que la verdad fuera mujer” y sobre la conquista de ésta “lo cierto es que la verdad no se ha dejado conquistar”. En ese momento se presentó frente a mí la imagen omnipotente de Dios como fuente de la verdad absoluta, tal como mi abuela me lo había inculcado, a pesar de ello madre yo no podía conformarme con esta apreciación, me lo había cuestionado, a Cristo a su iglesia, a esta verdad, sin embargo al ver el asunto tan lejos de su nombre, pensé en la fuerza que tenía sobre mí, sobre mi reducida mirada de este tema, recordé su presencia magnánima, omnisciente, omnipresente, esa condición desagradable, sicópata. Imagina cuando estoy en el baño, es que hasta orinar me resulta incómodo. Parece no respetar nada, a veces creo detestarlo, espero que no exista, aunque si no es así, porque seguro hay algún ser divino, un creador. Ruego que no sea como Dios Además de leer filosofía he robado uno que otro libro de poemas en el liceo. Tengo esa mala costumbre. Madre, no creas que me dedico a robar por todos lados y todo tipo de cosas, sólo, libros, no hago daño a nadie. Mis compañeros dicen que es FOME leer, que da sueño. En este país nadie parece importarle la literatura, la creen fácil, para ociosos, para mediocres. Sólo porque no beneficia económicamente. Por eso, los libros están mejor en mis manos en la escuela se ven tristes. Yo los cuido, los limpio, leo y vuelvo a leer, los quiero. Sobre todo los de poesía que son los que menos les gusta a mis compañeros. Dicen que la poesía es cursi, idiotas, no saben nada, lo único que hacen es tirar papeles en la sala de clases.

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Espíritus Hay espíritus en mi ventana, libros y cuadernos desde mi cama los miro buscando explicación entonces me aferro a tu mano, Helena, tu imagen los espanta te pido que los saques, que exorcices el rito pagano tu figura comienza a desvanecerse y un sudor baja por mi barbilla Me veo ahora en la habitación vacía enciendo el televisor para espantar el tiempo arrojo el montón de libros que descansan en el velador me arrebato necesito espantar el embrujo tomo las colchas de mi cama y las agito ellas se retuercen contra el aire Los lamentos se transforman en un solo llanto yo observo desde la esquina junto al tacho donde tiro mi ropa sucia comienzo a temblar, pierdo la posición de feto asustado y caigo en doloso parto al piso cierro las cortinas que adornan mi femenino rostro de macho como para inmovilizar el paso monótono del reloj Mi cama recupera su actitud de mueble una normalidad extraña invade el lugar una pregunta revolotea mi nuca, mi frente Helena?, Helena?, Helena?

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Voy a Llegar al fondo del hastío

Voy a llegar al fondo del hastío quizá así me veas recostada sobre nuestra cama aquella que no teorizó Ezra Pound

Compraré un manual que me diga cómo sembrar estrellas en heliotrópodos cómo nacer el día de la muerte de Cristo cómo arrancarte los ojos

Tal vez tatúe en mi pecho el mejor poema de Gabriela Mistral

Amarraré mi cuello al nogal más alto de tu casa para mirarte analizar el acto poético.

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ALAS COJAS

El viento te trajo a mí mientras revoloteaba con mis alas cojas, enterrando sus últimos versículos. Mientras escondía la caja musical para que mis padres no la vieran, para que no te vieran. Solía cruzar las calles desnuda desafiando el color de los gritos. Me despojaba frente a Cristo, para que observara mientras yo lanzaba la blasfema hermosa. Quise comprender su magnitud, ver a Lucifer, pero no pude. Solo salía al patio y con las nubes tomaba pinceles para dibujar una tumba. Y en un segundo sin rosas te invoque, pero como soy la bruja elegante, rápida como las cascadas, no te asomaste. Volando con tu pico cubierto de espinas te posaste en otro hombro. Aún así invoque los cantos y te tuve en mis dientes, soñaste jardines mientras viajábamos juntos al sepulcro.

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La poesía no me roza Yo estoy clamando esta noche una respuesta que no llega la poesía no me roza ni el ronroneo de tu sonrisa de gato ni siquiera tengo los ojos cálidos de mi hijo la inutilidad es un problema grave Ya no me inmuta tu indiferencia Una resignación extraña me ha invadido Quiero correr pero me quedo quieta me convenzo de que el amor es así te veo sentado sobre una piedra mientras tu pelo cae La poesía me ha abandonado Me he tomado el alprazolam correspondiente Eso calma un poco la constante pérdida Me volveré inalcanzable sin que lo notes Sin quebrar esa perfecta sonrisa de ejecutiva eficiente

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DESDE MÁS ALLÁ

He decidido escribir el crimen de toda literatura, observar el aire pasar entre los orificios de mi nariz. Hoy no siento nada real, me vienen imágenes desde más allá de los montes que habito. Lo verdadero se me presenta como una ola que arrastra la playa y la oculta, cosa que me agobia y me estira. Lo curioso es que nunca he sentido ser parte de esto, he nacido junto al azar como un gemelo inadvertido y me asusta no poder teorizarlo. Teorizar la causa de ser más de una. El miedo a la soledad me inclina a los rincones donde fui engendrada, sobre las faldas de Dios. Trago tierra cada mañana para convencerme que soy de aquí, pero siempre una voz me levanta. Tengo una marca sobre mi pecho, en mi mano y me alejo como si aquello provocara peste. Por eso me oculto tras una sonrisa, juego a ser normal, como todos, como mis padres, como Dios al que ellos agradecen. Madre, no insistas que faltó oración por mí. Sabes que nací condenada a este vació, que el sol me alumbra desde la espalda. Escucha mujer es que la poesía, me suaviza los rasgos de vez en vez, otras me deforma hasta el espanto. Esa es la incapacidad. Mírame aquí sentada frente a los trozos púrpuras de la mesa, cabalgando un sonido que viene desde los rincones, desde un aliento desconocido. Me divierto tomando licores, café, té mientras tú duermes junto al Salmo 91. Recuerdo cuando el susurro de la muerte se burlaba de mí porque tenía en la frente la tristura. Yo escribo con lápiz punzante frente a Cristo que todo lo ve y todo lo sabe.

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Contra el castellano

Yo acaricio sus letras en mis sábanas. Inquieta por sus desaciertos. Discuto sin palabras con las formas, elevando mis costillas. Miro entonces como sus imágenes suben buscando aire, inflándose hasta reventar. Quisieran ser bellas, por eso se arrebatan en mi útero, haciéndome caer. Yo no me levanto, porque no quiero, porque estoy gorda, abultada por sonidos bruscos. Pataleo en las calles, enfadada, con la rabia en mi lengua que se evade. Mis prosas no desean ser. Me dicen. Yo las consuelo, sin lograr creer mis excusas. Ellas quisieran haber sido escritas por otra. Este pujo de sonidos cansa. Los versos crujen a punto de doblarse, no como caligramas de molino, sino como rieles oxidados en el puente. Yo los corrijo una y otra vez, más de lo que ellos pueden notar, pero siguen siendo un feto imperfecto, sin rostro. Por eso me sufro, me levanto contra el castellano. Escribo en lengua desconocida. Aún así se eclipsan los tonos, los sonidos, el ritmo. Converso con Dios, protesto un halo para cada línea. Me pregunta por mí, por mi ascendencia, yo no sé contestar. De mis padres sé sólo, que son gente bastante tosca. Pienso en alguna clase de pacto que suavice mis gestos lingüísticos. Pero resulta que la palabra se me oculta cuando intento discutirlo. Un absurdo calor se levanta de las páginas en blanco, colma de ansiedad mis tentativas. “Se debe escribir en lengua que no sea materna” dijo Huidobro. Yo no intento, no conozco otra que no sea la misma. Invento palabras, que también me resultan ásperas. He pensado en hacerlo en Jerigoncio, pero sucede que lo he olvidado. Mi cerebro bloqueó parte de la infancia. Me explicó el médico. Es un insulto no saber comunicarse más que en mi torpe y reducida jerga. Escaseo de sutileza. Entonces ensayo el paso de gacela, marcha que me enseñaron en un taller de modelaje escolar. Me río, pienso en catalán, lengua que tampoco entiendo. Me siento bella, hasta que decido utilizar la técnica en mis poemas, escribir como este antílope, me digo. En que lengua no importa, aseguro. Mistral lo hizo en idioma nativo mejor que Vicente en francés y español. Pero yo, yo no logro el movimiento, esa agudeza, más parezco un pato doméstico corriendo entre los adjetivos, sustantivos y verbos. Por eso tomo libros, antologías, poéticas. Admiro la técnica, el oficio de aquellos y me hundo con mis recuerdos de infancia. Dónde está esa hermosura. Me pregunto. Voy al espejo y busco. Pero mi rostro no revela más que sus rasgos indecisos. Entonces pienso en el arte, recorro mi cuerpo. Me desnudo sobre las hojas, sondeando el gesto. Yo no he intentado disfrazarme de artista, esa actitud sospechosa me asquea. Sólo me importa escribir, por eso me levanto y afilo el lápiz con este modo prepotente. Me disperso en las paredes examinando el método. Mi mano es frágil, se dobla. Pretendo asediar el oído de Linh. Siempre he tenido la inquietud morbosa de robarle secretos al extinto. Aún más a un poeta. Por eso le pregunto sobre la palabra. Sobre su alma. Le pido hablarme en el lenguaje de la muerte. Pero un vaho incierto llena mi cabeza, todo secreto me parece inviolable. El lápiz cae nuevamente de mi mano.

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Helena Borgia I Mi nombre es Helena Borgia, la de los pórticos del tiempo, atormentada por siglos de viaje en viaje. Desafié a los mayores y seduje sus omnipotencias, quemé. He vagado en busca del silencio que apagué en la espalda del creador divino, él me deseó y yo comí de sus labios. Fui castigada. Condenada a la mortalidad aparente, a la búsqueda del horizonte. Los dioses ríen en complicidad con las rosas. He abierto los parpados en trozos de historia. La promiscuidad me ha abrazado vacía sin encontrar nada. Tengo en las manos una navaja y un reloj que me han entregado antes de lanzarme a la ruleta, la muerte. Pero volví a abrirme en el desierto. Mi nombre es Helena Borgia alucinación de una carne bella, primogénita raza, colérica. Cada noche dejo mi cuerpo en posesión de un Dios herido, salto de techo en techo buscando almas, me alimento de ojos calmos. Vuelvo a mi cama y ofrezco al que está un beso de embrujo, porque poseo toda la perversidad, dueña de una sangre espesa. Abatida por el sortilegio de mis avatares, mi especie posee almas más dispersas que el suicidio. II Yo soy. Atada, dolorida, saboreo en eterna lucha el amor. Dueña de de la desgracia fálica, de la factura del miembro. Mi presencia se estrella en las paredes. He amanecido en el nuevo siglo con el dolor femenino, con el punzón clavado en el vientre, he descubierto en la liberación femenina la esclavitud, la intención de aparentar ser hombre, raza menor. Me llamo Helena Borgia, colérica aullando fuera del siglo. Volveré a reinar, sin emularte, Dios.

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