Crítica de la geopolítica latinoamericana. Hacia una epistemología política. Autor: Nicolás Rojas Scherer
Abstract/Resumen El contexto de este artículo es el presente del conocimiento geopolítico. El proceso de integración regional ha dado lugar a una enorme acumulación de conocimiento, en el cual encontramos vertientes de distintas disciplinas y de una variedad de posiciones ideológicas. Este proceso histórico ha dado a un sinfín de análisis e interpretaciones de todo tipo. Así, el propósito de este estudio es el de cuestionar y relativizar ciertas premisas epistemológicas que guían el análisis geopolítico del proceso de integración regional. En particular, se buscará proponer nuevas bases para un conocimiento que busque cuestionar las premisas epistemológicas de orden positivista que aun forma parte de una gran proporción de las publicaciones en torno de la geopolítica latinoamericana.
Introducción El proceso de integración regional latinoamericano nace como un proyecto compartido por los grandes libertadores de Nuestra América. Desde los ejércitos libertadores de San Martín y Bolívar, la idea de una patria latinoamericana no ha dejado de ser parte de nuestro ethos. Condiciones lingüísticas y culturales habrían configurado un escenario extremadamente positivo para lograr esta ambiciosa utopía. Sin embargo, el proceso histórico devino muy diferente. Ya en el siglo XX, distintas iniciativas fueron ensayadas, pero complejidades propias de la época impidieron llevar adelante el proyecto integracionista. Con la constitución de UNASUR y el Consejo Sudamericano de Defensa en 2008 se crean los avances sustantivos más importantes del último tiempo. En esta investigación se examinarán ciertas premisas teóricas básicas para dar impulso a la concreción de una identidad sudamericana, no solo en materia de defensa, sino también política, social y cultural. Sin esta identidad, el proceso de integración puede ser vaciado de sentido. Lo que el estudio de la integración regional nos demuestra es que sin una identidad compartida, los lazos civiles, económicos, políticos y militares pueden quedar en el nivel institucional, pero no social y colectivo de cada uno de los pueblos sudamericanos. Para esto, este ensayo buscará poner en cuestión algunas premisas epistemológicas en las que se encuentra fundado el análisis de la integración regional. En especial, buscaremos un análisis alternativo al de una geopolítica latinoamericana de corte positivista, en la que el propio analista se concibe como un sujeto en el entramado de las posiciones de poder, pero que el conocimiento del que extrae sus análisis y conclusiones es neutro. La importancia de proponer un camino alternativo reside en que una epistemología del conocimiento positivista acompañada de un analista comprometido se vislumbra como un paso hacia un saber político, pero un paso insuficiente en tanto se aísla dicho conocimiento de las relaciones objetivas de poder que lo condicionan. De esta forma, el concepto de Estado Continental Industrial nos servirá como principio ordenador en torno del cual la idea de que una epistemología neutra no es posible, en tanto el conocimiento refleja, exterioriza y forma discursividad. Pues si bien el Estado Continental Industrial no es más que una idea, es una idea políticamente activa que encuentra cierto grado de concreción en el presente del proceso de integración regional. Puesto que la concreción de una identidad compartida tanto por los sudamericanos como por los latinoamericanos depende de la cristalización de iniciativas políticas, el conocimiento que sustenta y sirve de guía a dichas cristalizaciones institucionales se vislumbra como un saber activo y político, en tanto no se constriñe a los círculos académicos e institucionales.
Multipolarismo en el orden internacional: pensar el presente. El Tratado Constitutivo de la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR) ratificado en Brasilia, el 23 de mayo de 2008, contempla como objetivos prioritarios la construcción de un espacio regional integrado. En su artículo 2 propone como objetivo: “(…) construir, de manera participativa y consensuada, un espacio de integración y unión en lo cultural, social, económico y político entre sus pueblos” Así, la creación de una identidad sudamericana (Gregorio, 1997, Barrios, 2011) se encuentra favorecida, comprendida e incluida por la concreción de un espacio geográfico y geopolítico 1
construido en torno a unos ideales cristalizados en instituciones. La razón de ser de estas instituciones no es otra que el de asegurar el mantenimiento de la paz por medio de la cooperación regional. Pues es en el mantenimiento de la paz que las instituciones integracionistas pueden aspirar a consolidar una identidad propia para Sudamérica. Por otra parte, el ascenso del mundo asiático en el orden internacional ha puesto en cuestión varios de los presupuestos actuales sobre política internacional. Es en el mismo centro del capitalismo internacional que se anticipan y preparan escenarios en los que EEUU ya no dispondrá del primer lugar en el “Top Ten” de las potencias económicas. El ascenso de China al primer lugar 2
es ya un hecho reconocido por las clases dominantes de aquel país. Así, el pasaje de un mundo unipolar globalizado a uno multipolar globalizado donde los Estados Continentales Industriales sean los nodos de la interdependencia global en convivencia con actores no estatales – fundamentalmente corporaciones productivas, financieras, económicas y mediáticas, no parece lejano y aunque contenga promesas de pacificación y resolución de conflictos con un mayor respeto por el derecho internacional, este proceso no se encuentra exento de enormes dificultades. La idea de los Estados Continentales Industriales, sistematizada por Methol Ferré (2002), posee la virtud de permitirnos analizar el actual devenir de un sistema unipolar a uno multipolar en el marco de la globalización. En palabras de Barrios, “los Estados continentales industriales serán un poder político, económico, científico – tecnológico, militar y cultural con territorialidad geográfica de espacios continentales” (Barrios 2009: 37). Siempre siguiendo a Barrios, Latinoamérica es una
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No puede obviarse la dificultad de pensar Nuestra América desde distintas identidades y como dicha identidad ha ido variando en cada contexto histórico (Iberoamérica, América Latina, Indoamérica, etc.) En este ensayo nos concentraremos en Sudamérica fundamentalmente, lo que no excluye el hecho de que la identidad como tal se construye en torno de otros (en este caso, el mundo europeo, norteamericano, africano y asiático, principalmente). Para consultar la idea de la identidad como referencia de la otredad, ver Laclau y Mouffe, 2006. 2 Así lo revela el más reciente documento de la CIA, “Global Trends 2030: Alternative Worlds”
nación de unidad cultural en un todo heterogéneo. Esto es, es una nación cultural, donde Sudamérica es la masa continental y el espacio geopolítico donde puede materializarse la unidad continental. Pero además, el concepto permite extraer la síntesis necesaria para la acción política: el objetivo de UNASUR en tanto espacio geopolítico concebido para la integración sudamericana. Sin embargo, el hecho de que Latinoamérica pueda ser pensada como una “nación de identidad cultural” no borra las profundas contradicciones de las cuales han emergido las repúblicas latinoamericanas. “Desde los tiempos de Simón Bolívar y José de San Martín, la idea de la unidad latinoamericana fue construyéndose como un sueño, como un horizonte político compartido (…) Se integra lo diverso, se integra lo distinto, no para “volver” a una supuesta identidad rota preexistente, sino para crear, para construir una nueva” (Vásquez, Damoni y Flores, 2012: 17) sobre la memoria histórica de los pueblos existentes. Así, la historia de la integración es también la historia de la “balcanización” de Latinoamérica. De las divisiones en las que se crearon las repúblicas latinoamericanas de habla castellana y la diferenciación con el Brasil imperial durante el siglo XIX. Sobre este entramado de complejidades, el Estado Continental Industrial puede encontrar su realización sabiendo integrar las diferencias. Pero para que sea posible una integración de la diferencia como la que el concepto y la práctica nos invitan a pensar, el problema de la soberanía debe, así mismo, entenderse de otra forma. Para esto, es necesario replantear a la soberanía concebida como exclusiva y excluyente del Estado – Nación “mono étnico” (Barrios, 2009: 38). Y también aquella fórmula propuesta por el realismo político, en donde cada Estado velaba por su conservación, aun a costa del conflicto y la guerra 3
contra otros Estados (Ortiz, 2000). En la actualidad, la conservación se vuelve más eficaz en la medida en que se relaciona un Estado en un sistema de Estados multinacional y se da forma a la integración de soberanías en conjunción con soberanías particulares. Esto es, no anula la soberanía individual de cada Estado, pero si crea un marco común donde se integran dichas soberanías, articulando ciertos ejes imprescindibles para crear el marco cooperativo de la integración.
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Asimismo, una política que contemple el concepto de integración en un todo abarcativo – y considere a lo social, económico, cultural y otras dimensiones del ser humano además de la estatal - hace pertinente una reformulación del concepto de política. Para esto, pensar lo político como el 3
Aunque incluso en el realismo se acepta que moralidad y política son dos facetas de la vida humana en sociedad, las lecturas de Maquiavelo (y en especial del Príncipe) que hacían un énfasis en separar ambos aspectos serían dominantes para este enfoque analítico. Una interpretación opuesta respecto a Maquiavelo donde la moralidad es lo que sea mejor para el pueblo, puede encontrarse en Merleau – Ponty, 1964. 4 Para el caso de Sudamérica, en términos geopolíticos se ha planteado el eje Buenos Aires – Brasilia – Caracas como el más viable para construir un MERCOSUR ampliado. Esto es, un mercado común que integre las distintas cadenas productivas de la industria brasilera – argentina y que pueda ser surtida de energía por parte de Venezuela.
desdibujamiento de las fronteras del conocimiento para integrar distintas visiones de cómo articular el proceso de integración regional, nos permitirán analizarlo no solo en términos de geopolítica (con su foco puesto en la acción del Estado), sino también desde la lógica del poder. Claro que estamos muy lejos de aseverar que la geopolítica no se ocupa de las cuestiones del poder. Todo lo contrario, pues si bien las relaciones interestatales se encuentran mediadas por este tipo de relación, lo que ponemos en cuestión es el hecho de que el conocimiento geopolítico sea epistemológicamente neutro. Si bien no adscribimos a teorías posmodernas (como una “geopolítica crítica”), consideramos al conocimiento como un campo de fronteras en el que la determinación de los marcos conceptuales se encuentra traccionadas por operaciones de poder. La imagen del sabio como “consejero de Estado” no está sustraído de esta lógica, en tanto su conocimiento se enmarca en un sistema de relaciones en el que él (el sujeto y el saber) es parte actuante, pues la objetividad está construida por posiciones de sujeto. (Lefort, 2004)
La actualidad internacional ha hecho reaparecer a la geopolítica como disciplina propia, después de la degradación sufrida por la derrota del nazismo en Europa. Es así como el objeto de la geopolítica se centra en el Estado y sus relaciones tanto internas como externas. La geopolítica como disciplina se transforma en una ciencia “descriptiva” e “integradora” que estudia y deduce los efectos de la geografía para el Estado. “En consecuencia, su valor analítico y metodológico queda de relieve cuando dicho conocimiento neutro, es aplicado como instrumento de interpretación de una realidad concreta, la cual, obviamente, no es neutral sino que refleja interrelaciones geográficas y motivaciones políticas e ideológicas específicas” (Polgati, 2007: 35. Cursiva propia) Desde este punto de vista, la lógica de la geopolítica es la de las relaciones entre Estados y sociedades que habitan espacios tangibles. La lógica geográfica y la lógica política se transforman en una lógica de fronteras. Pues los datos analizados por los geopolíticos son tendencias político – sociales, no factores determinantes de procesos de construcción de relaciones espaciales. Así, el problema de la geopolítica es el problema de las múltiples fronteras en un mundo globalizado. Y si bien consideramos esta lógica de fronteras en el objeto de estudio como una propuesta metodológica valida y extremadamente útil para el campo de la geopolítica, creemos que es necesario “des objetivar” la disciplina. El conocimiento, en términos epistemológicos, se articula en torno de ejes discursivos que en la medida en que encuentran aplicación, van cristalizando ideas previamente analizadas. La geopolítica, como disciplina de fronteras y “asesora” de Príncipes, difícilmente pueda ser neutral en términos epistemológicos, en tanto sus consejos van configurando aquellas realidades que el poder determina. Iniciativas como la de UNASUR que mediante la cristalización de ciertos instrumentos de cooperación internacional se llevan a cabo en la dimensión de la política, al mismo tiempo crean nuevos modos de entender el mundo, de relacionarnos entre nosotros y forzar los limites tanto
materiales como simbólicos que se enmarcan en el ámbito de lo político. En este proceso, el conflicto se constituye en un factor intrínseco, en la medida en que los límites de lo posible se amplían y bajo su marco, mediante nuevas acciones crean (y re – crean) instituciones (Mouffe 2011). El conflicto, como nodo des – articulante del poder (o, en otras palabras, como caos inconmensurable y difícilmente cuantificable) desdibuja las fronteras, creando nuevos mapas que el conocimiento geopolítico analiza en la búsqueda de explicaciones. En pocas palabras, lo que afirmamos es que procesos como el de UNASUR han desdibujado fronteras y que tanto académicos, centros de estudio, analistas e instituciones del conocimiento han formado parte de aquel proceso. Y es que si bien en términos de la política actual Latino y Sudamericana, CELAC, UNASUR y el Consejo de Defensa Sudamericano (CDS) se convierten en la institucionalización del ideal de Simón Bolívar (Montarulli, 2008), manteniendo la soberanía de cada uno de los Estados, al mismo tiempo permiten pensar las políticas de integración en términos de un marco de seguridad cooperativa (Barrios 2009: 330) o integrada (Guevara 2009). La integración como seguridad cooperativa/integrada se vuelve el eje articulatorio en el cual la soberanía puede ser ubicada en el marco de un proyecto que articule las diferencias, sin provocar una anulación de la diversidad en el movimiento hacia la unidad. Es así como el marco de la integración regional permite expresar un análisis epistemológicamente comprometido, en el que los retazos del positivismo sean articulados en su justa proporción. El analista del proceso de integración regional no obvia el conflicto y las contradicciones. Pero tampoco busca la pureza del edificio conceptual. La idea del Estado Continental Industrial, legada a la posterioridad por Perón fue conceptualizada en medio de la acción política. Y como tal puede ser implementada, única forma de que el proceso de integración regional pueda erigirse en una realidad concreta para los pueblos de la región. La forma que adoptará el proceso de integración regional será mediada por el devenir de los acontecimientos históricos. Lo que podemos afirmar es la necesidad de avanzar hacia un marco común en el que la seguridad sea reinterpretada en términos cooperativas e integrativos. Para esto, una geopolítica epistemológicamente neutra se hace inviable, en la medida en que la reinterpretación del concepto de seguridad es ya una operación de poder. Sin embargo, esta operación está en curso, en tanto el proceso histórico tracciona el conocimiento. La radicalidad se hace política y se hace saber en tanto Nuestra América encuentra caminos alternativos de unidad.
Conclusión El 16 de diciembre de 2008, en la ciudad de Bahía en Brasil, se fundó el Consejo de Defensa Sudamericano (CDS). Sus tres objetivos principales buscan:
1) “Consolidar a América del Sur como una zona de paz, base para la estabilidad democrática y el desenvolvimiento integral de nuestros pueblos, y como una contribución a la paz mundial. 2) “Construir una identidad sudamericana en materia de defensa (…)” 3) “Generar consensos para fortalecer la cooperación regional en materia de defensa”
En el contexto político internacional actual, Sudamérica se consolida como la segunda región que, en materia de paz, ha logrado mantener y consolidar las relaciones entre sus Estados sin conflictos bélicos. En este contexto, la creación del CDS cumple el doble objetivo de: 1) mediante la publicación de información en materia de defensa, disminuir la incertidumbre entre los países de la región y 2) se articula como un espacio de interacción, ayudando a reducir las desconfianzas. Así, la creación de una institución como el CDS se configura en la cristalización estratégica de un imprescindible eslabón del Estado Continental Industrial. Para los efectos de este análisis, su fundación (al igual que el de CELAC y UNASUR) se constituye en un acto de poder. La reducción de desconfianzas en ámbitos de defensa impulsa el proceso de integración regional y da cabida a nuevas relaciones entre los Estados y sus instituciones militares. Dada la historia de violencia y conflicto por la que ha atravesado América Latina, transparentar de manera realista (y comedida) los gastos en defensa se transforma en un avance sustantivo que amplifica las opciones de poder de UNASUR. Si nos encontramos en el tránsito hacia un mundo multipolar globalizado, donde los Estados Continentales Industriales operarán como nodos articulatorios del poder global, Sudamérica encuentra su posibilidad de realización histórica en el avance realista de instituciones que aseguren un cierto marco de convergencia. En medio de este proceso, el análisis llevado a cabo por analistas, académicos e instituciones de interés internacional se encuentra mediado, influido y penetrado por relaciones de poder. Cómo pudimos establecer en este ensayo, el caso de la geopolítica latinoamericana es especialmente notorio. Una disciplina de este tipo, atravesada por relaciones de frontera, se vuelve localización de un conflicto entre saber y poder que sitúa al analista en posiciones de sujeto altamente permeables por dispositivos del conocimiento colonizadores y que crean la idea de una disciplina neutra. Esta situación da lugar a la imagen de un conocimiento apolítico, como si en última instancia el conocimiento no dependiera de aquel que investiga, demuestra y construye aquello que es objeto de su reflexión.
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