YO, LÁZAR O
BASADA EN HECHOS REALES.
GABRIEL MELCHIOR Drama, muerte, espionaje y sexo en una misma historia difícil de olvidar. 1
Yo, Lรกzaro
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GABRIEL MELCHIOR
YO, LÁZARO
ISBN: 978-987-33-3399-6
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DEDICADO A LA DOCTORA T. UNA MUJER PERFECTA... CON DEFECTOS DE DOCTORA
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PRÓLOGO EXPLICATIVO Hay personas que al encontrarse con un desafío casi imposible y con obstáculos casi insalvables, deciden sin embargo enfrentar los hechos y luchar. Que esta historia sirva de inspiración para estos hombres y mujeres que nunca se rinden. Muy probablemente ésta sea la primera novela de médicos escrita desde el punto de vista del paciente. Siempre en la historia reciente hubo novelas escritas que alcanzaron el nivel de Best séller relatando historias de médicos heroicos enfrentándose a casos clínicos difíciles, en hospitales de ambiente difícil, con un entorno de colegas y enfermeras difícil, tratando pacientes difíciles y confrontando con sus respectivos familiares, también difíciles. Su vida fuera del hospital es igualmente difícil, a pesar de la casa “bien”, su auto deportivo y un buen disfrute del sexo de vez en cuando. Basta mencionar a Robin Cook (Coma), o Henry Denker (La doctora diagnostica), entre otros. Pero esta historia es diferente, sobre todo porque está basada en hechos verídicos. Básicamente abarca unos 26 años de mi vida en total, pero su centro es el período entre Septiembre de 2004 y Junio de 2006, o sea, desde que cerca de mi casa fui asaltado y baleado, y posteriormente enviado al hospital “de Lanús”, hasta la última consulta médica sobre mi caso que realicé en aquel nosocomio. Antes de relatar mi historia sopesé los pros y los contras, analicé con detenimiento las situaciones, hice acopio de memoria para recordar todo lo que me había pasado, y sobre todo, hacer cálculos de probabilidades acerca de posibles reacciones de parte del público lector y galenos. Por tal motivo decidí planificar la edición como si fuese una operación militar, con una mesa de gabinete conteniendo un mapa y banderitas que hay que mover de aquí para allá, en un ejercicio de plan de batalla. Primero llevé el manuscrito a varios abogados y conversé largamente con ellos sobre mi historia y las implicaciones que pudieran acarrearme. Casi todos me respondieron que para evitar acciones del tipo legal por parte de los protagonistas médicos, no los mencione por su nombre, en todo caso coloque únicamente la inicial de su apellido. En cuanto a los residentes y el personal no médico, no hay problema que mencione sus nombres pero no sus apellidos. Y por último, al mencionar el hospital, no lo nombre por su denominación completa, así que en el relato siempre es el hospital “de Lanús” (hay dos hospitales públicos principales en la localidad de Lanús, al sur del Gran Buenos Aires), y los dos tienen en su denominación el nombre de la localidad al final, o sea: “Hospital (aquí va el nombre) de Lanús”. Y a su vez, me aconsejaron que tratara de ser lo más ambiguo posible en los detalles de las instalaciones del nosocomio, eso explica algunos datos importantes que faltan en mi relato o agregados de ambientes y habitaciones que posiblemente el hospital en cuestión no posea. No había problema en solicitar la autorización respectiva, pero el meollo es que yo detesto los trámites y no me gusta pedir ayuda. De la vida aprendí a arreglármelas solo tanto como sea posible. El solo hecho de solicitar la Historia Clínica personal sobre mi caso, almacenado en los archivos del Hospital de Lanús para sacarle una copia, ya me parece un trabajo excepcional y por
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demás molesto, así que me las arreglé en reconstruir mi caso en base en mi propia experiencia de campo y los resúmenes de mi H.C. que solicité a finales de 2004 y principios del 2005. Pensé hipotéticamente sobre la base de la información y conocimiento de la personalidad de cada uno de los involucrados de qué pasaría si les hubiese solicitado autorización para nombrarlos con nombre y apellido y por extensión, también el nombre completo del hospital. Para empezar, el personal no médico del hospital, con un conocimiento básico de las cosas y el temor a encontrarse ante una situación extraña y desconocida para ellos como es ser mencionados en una novela, directamente me hubieran dicho que no sin más explicaciones. En tanto los médicos, desconfiados ante las implicancias que pudieran traerles mi relato y el hecho que quizás quedaran comprometidos seriamente, me hubieran exigido leer primero mi manuscrito con lupa, para después solicitarme como condición sine qua non de ser mencionados que haga modificaciones a mi relato que con seguridad los favorecería en su imagen, con una dosis de términos y conceptos médicos en muchos casos incomprensibles para el lector común, lo cual traería como consecuencia un desdibujamiento de la historia y la pérdida de gran parte de mi propio estilo y marca. Y por último, solicitar el permiso para mencionar el nombre completo del Hospital quizás implicaba hacer largos y molestos trámites ante el Ministerio de Salud Nacional y Provincial, y al final, el visto bueno de la dirección del nosocomio. Todo esto es demasiado para mí, así que mejor seguí los consejos de mis abogados. Luego llevé el manuscrito a un grupo de psicólogos. Como el hospital de Lanús tiene un equipo de psicólogos (que tuve el ingrato placer de conocer), es casi seguro que los médicos, astutos como son, les solicitarían a aquel equipo que leyera mi novela y sacara un perfil psicológico de mí mismo en caso de presentarse la posibilidad de confrontación directa y saber por anticipado a qué atenerse. Así que para impedir eso, los psicólogos me sugirieron que disfrazara mi personalidad en la historia tanto como pueda, sin temor a entrar en contradicciones (para confundir), y no ofrezca un perfil llano y limpio de mí mismo, sino que tratara de hacer todo lo contrario. Esto último parece algo paranoico, pero tengo mis razones. Al no existir antecedentes de una historia de este tipo ni ser ficticia, caí en la cuenta de encontrarme ante lo desconocido si esta obra sale a la luz. Me gustaría que la gente pueda apreciar lo que escribí y eso me dé el espaldarazo para continuar escribiendo otras historias, esta vez de ficción, para deleite de propios y extraños, y no convertirme en un Salman Rushdie que deba esconderme de la ira de algunos que quieren mi cabeza. Igual si Dios quiere y pudiera realizar una nueva edición de esta obra, tengo la expectativa de que pueda contar sin ambages con todos los nombres y apellidos y el nombre completo del Hospital, además de nuevos detalles clínicos sobre mi caso, en una versión recargada de este mismo libro. Pero de todas maneras, igual siento preocupación por los ecos que mi historia pueda producir. Al tener sólo conjeturas de lo que pudiera pasar, no puedo
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negar que decidí adoptar una posición defensiva y estar preparado para cualquier eventualidad. Argentina no es Estados Unidos o algún otro país desarrollado con plena libertad de expresión. A pesar de que la libertad de opiniones existe sobre el papel en la Constitución Nacional, es condicional en ciertos aspectos particulares. Si mi historia fuese publicada en Norteamérica, quizás hubiese sido sometida a debate y opiniones diversas que invitarían a la opinión pública a tomar sus propias conclusiones. Los protagonistas de mi novela, de ser nacidos en el país del norte, podrían haber reaccionado, sí, pero dentro de los límites de los derechos constitucionales del individuo y siendo conscientes también de mis propios derechos de expresión e ideas. Pero estamos en la Argentina, un país que colocó a los médicos en un pedestal y cubriéndolos de ropajes inmaculados, considerándolos héroes, al salvar vidas e idear nuevos métodos para aliviar el sufrimiento de las personas, muchas veces con escasos recursos. Aún aquí el médico es, ante todo, un Herr Doktor, y por lo tanto hay que respetarlo casi sin condiciones. A pesar que en los últimos años van creciendo exponencialmente los casos de mala praxis que van a juicio, igual los galenos argentinos no perdieron su imagen de supermanes salvadores del mundo, más en esta época convulsiva en que la violencia va in crecendo y las guardias de los hospitales públicos de todas las ciudades del país reciben una cantidad cada vez mayor de tanto víctimas como victimarios con heridas de arma blanca o de fuego. Los medios de difusión, en tanto, maximizan estos hechos y muchas veces ponen énfasis en casos médicos que parecían imposibles de resolver pero que sin embargo un grupo de galenos de algún hospital público, con esfuerzo y tesón, logró encontrar la salida al problema y así un paciente más sale a la calle entero y con los pies para adelante. Todo esto es muy loable y habla bien del excelente nivel de la medicina argentina, a pesar de faltar recursos para hacer más cosas en aras del bienestar del prójimo. Pero todo esto, a su vez, inhibe a cualquier crítica que pudiera haber acerca de lo que ocurre tras bastidores en los hospitales públicos de la Nación. Evaluando todo esto, es que busqué en lo posible y dentro de mi condición de ser humano en ser lo más justo y equitativo en cuanto a mis conclusiones sobre mi propia experiencia al pasar por el hospital de Lanús se refiere. En realidad casi no detecté grietas en cuanto al manejo que llevaron adelante los médicos de mi caso, sino más bien encontré fallas en las normas de procedimiento y doctrina en el manejo de casos clínicos como el mío. Dichas normas procedimentales existen así desde hace muchos años y posiblemente jamás cambien. Esto, muchas veces, viene del Ministerio de Salud hacia abajo, además de que los médicos están muy acostumbrados por lo general a manejar las cosas de determinada manera y no ven motivo (y mucho menos que alguien neófito se atreva a discutirlo), de hacer cambios que a la larga puedan ser beneficiosos para los pacientes del futuro. Y es así como llegamos a la intención real de este libro. Como está hecho para el lector común, no tiene demasiados detalles médicos, por lo tanto un galeno quizás lo encuentre con conceptos muy elementales de lo que ya conoce con detenimiento sobre la base de su experiencia y capacidad.
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Sin embargo, tengo la esperanza de que mi historia pueda servir de aprendizaje a las nuevas generaciones de jóvenes galenos. Los que actualmente dirigen hospitales y toman decisiones en los quirófanos no tienen arreglo, por eso quiero llegar a los jóvenes residentes con, insisto, la esperanza de que puedan aprender algo de mi propio caso médico y les sirva de enseñanza acerca de lo que hay que hacer y lo que no a la hora de atender un caso de similares características al mío. Mi experiencia no fue agradable y casi me cuesta la vida, así que en mi opinión es importante que alguien que acabe como yo en un hospital con un cuadro similar vea abreviado su sufrimiento gracias a que alguien leyó este libro y supo que determinadas normas existentes son modificables para el bien del paciente y que no deba pasar por lo mismo que pasé yo. Si esto se logra, siquiera con un solo caso, el hecho de haber escrito esta obra habrá valido la pena.
EL AUTOR BUENOS AIRES, AGOSTO DE 2007
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PRIMERA PARTE EL COMIENZO DE TODO
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UNO EL GÉNESIS El Hombre inteligente habla con autoridad cuando dirige su propia vida Platón Toda historia tiene sus antecedentes. Considero que el punto de partida de esta historia arranca en Mayo de 1980. Tenía 10 años y asistía al 5° grado de escuela primaria en el Colegio Don Bosco de Avellaneda. Un fin de semana de aquel mes, mi colegio ofrecía la exhibición de películas en su salón de actos. Allí pude ver la película Dos locos en el aire protagonizada por Palito Ortega, Carlitos Balá y Evangelina Salazar. Aquella película me dejó impactado y salí de allí con la firme decisión de ser aviador de la Fuerza Aérea Argentina. Una determinación que guiaría mi vida durante los siguientes 10 años, y más allá. Pero la vida comenzó a conspirar muy temprano contra mis planes. Cuando ingresé a la secundaria, en 1983, me costaba mucho ver con claridad la pizarra. En febrero de 1984 me diagnosticaron miopía y a partir de entonces utilicé anteojos. El obstáculo en mis planes me obligó a buscar la solución a mi problema. La única forma de corregir mi defecto en la vista en los ´80 era la queratropía radial, que consiste en hacer pequeñas incisiones alrededor de la córnea del ojo hasta corregir el defecto visual. Lamentablemente la falta de recursos (un problema de toda la vida), impidieron que pueda llevar adelante mi propósito. Casi al final de la década conocí la cirugía láser, que con solo 10 segundos exponiendo el ojo a aquel rayo se corrige el defecto visual, pero el costo económico de la operación es mayor que el método quirúrgico. En 1986 y por razones de estudio, viajé a La Paz, Bolivia, a finalizar la secundaria. El plan original contemplaba estar en aquel país uno o dos años, pero en realidad viví unos 12 años en la casa de los padres de mi padre. Finalicé mis estudios secundarios en 1989, y aún tenía esperanzas de ingresar a la Escuela de Aviación Militar de Córdoba, hasta el punto de solicitar los prospectos de ingreso, averiguar los trámites ante el consulado argentino en La Paz para homologar mi título de Bachiller y sopesar las alternativas para recuperar la vista normal. En 1990, ingresé al Shopping Sur de La Paz como Secretario de la Administración, gracias a la ayuda de uno de mis tíos. Allí estaría los siguientes dos años y medio y sería el mejor trabajo que tendría en ese país. Para 1991, al no lograr ninguno de los objetivos que me propuse en la década del ´80, y al mismo tiempo al llegar mi edad límite (para ser cadete de la Fuerza Aérea hay que tener un máximo de 21 años), renuncié abrumado por las circunstancias a ser militar. Sin embargo, la muerte de algo trajo a su vez el nacimiento de algo. A partir de entonces, tomé la decisión de que si no entraba a la Fuerza Aérea por la puerta delantera, lo haría por la trasera. Fue así como nació mi proyecto Blue Eagle. Sabía que para realizarlo era por demás impráctico usar una máquina de escribir, era mejor una computadora. El problema era que en aquel entonces no tenía conocimiento alguno de computación.
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Mi tío dejó el empleo de administrador del Shopping a mediados de 1992, y a partir de ahí mis días en aquel centro comercial estuvieron contados. El nuevo Administrador sólo me mantuvo en el cargo algunos meses más hasta adquirir el conocimiento suficiente de todo. Finalmente en Octubre de 1992 salí de allí con los pies para adelante, no sin antes recibir la visita en mi oficina de una promotora de cursos de computación, ofreciéndome un curso de Programador en Aplicaciones. Hice el curso a partir de Octubre de 1992 y egresé como programador un año después. Ahora ya tenía el conocimiento de computación necesario. Sólo faltaba poseer una computadora para comenzar mi proyecto. En 1995 conocí a un judío del cual me hice amigo y me vendió por unos 500 dólares (a facilidades), mi primera PC, una Epson modelo 1984 que contaba con dos floppys de 5¼, una enorme placa de memoria y carecía de disco rígido, con monitor ámbar y una impresora de matriz de punto. También me entregó todos los accesorios y programas originales. A partir de aquel año comencé a trabajar en Blue Eagle usando el procesador de texto Word Perfect versión 4.0 que funcionaba en el entorno DOS. Pero como en la vida, empecé a sufrir obstáculos. Primero la PC accidentalmente se infectó con el virus Miguel Ángel afectando a mi propio proyecto. Una vez limpiado, la PC comenzó entonces a mostrar síntomas de desgaste consecuencia de su antigüedad. Uno de los floppys de 5 ¼ quedó fuera de servicio y para colmo, a la Epson no se le ocurrió mejor idea que diseñar esa computadora de manera única, por lo cual el floppy roto no podía ser reemplazado por uno estándar. Al funcionar la PC solamente con discos flexibles, (en una unidad se cargaba el DOS, luego en la otra el programa y por último se quitaba el disco DOS para reemplazarlo por el diskette para almacenar archivos) fue el equivalente a que toda la PC quedara out. Así que me vi obligado a alquilar una PC para continuar con mi proyecto. Encontré un lugar en que asignaron en un principio un cubículo de cemento de 2 metros por uno y medio, iluminado con una bombilla eléctrica, una silla de madera barata y la PC con el programa Word Perfect pero esta vez en su versión 5.0. Así, en 1996 continué con mi proyecto, con un gasto considerable en recursos que siempre me escaseaban. En Mayo de 1997, a duras penas, concluí Blue Eagle, un proyecto de más de 500 páginas que hice encuadernar y despachar a Buenos Aires con la esperanza de que salga a la luz. Pero fue rechazado en todas partes. Para febrero de 1998 volví finalmente a Buenos Aires después de 12 años fuera del país y personalmente me ocupé de tratar de que Blue Eagle pueda salir adelante. Rechazado de todos lados, en Mayo de 1999 tiré la toalla y archivé el proyecto, y allí está desde entonces, acumulando polvo y humedad, junto con los discos de 5 ¼ originales, los borradores y todo lo demás. Sabía que si Blue Eagle fracasaba y no lograba el objetivo de alcanzar un mejor nivel de vida que me permita ser independiente, tener una familia y demás, pagaría terriblemente las consecuencias. Sólo algo como Blue Eagle puede cambiar mi vida, nada más. Y como de costumbre, yo siempre tengo razón. No bien retorné al país comencé a trabajar como ayudante de sastrería en el taller de costura de mi padre hasta Octubre de 1998, cuando conseguí un empleo como Administrador en una Agencia de remises. Allí estuve hasta Junio
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de 1999 cuando pasé a auxiliar administrativo en una empresa representante de una cadena de supermercados, hasta Mayo de 2000. Estuve un mes desocupado y en Junio conseguí un empleo como soporte técnico de computadoras para un centro de otorrinolaringología. Ganaba un sueldo aceptable pero allí solamente duré 30 días. A partir de entonces pasé varios meses por las bibliotecas de Capital Federal y usando su servicio de Internet gratis para enviar ejemplares de mi currículo vía e-mail, colocando avisos de ofrecido en los diarios Clarín, La Nación y la revista Segundamano y entregando personalmente en papel en las consultoras de Recursos Humanos. En sólo unos meses entregué cerca de 100 ejemplares en papel y más de 1000 por e-mail. Pero fueron los avisos de ofrecido los que me dieron mejor resultado. A mediados de Septiembre, obtuve un trabajo en administración en una empresa de servicios cloacales. Me duró unos 90 días y partir de allí todo fue en declive. En ese período tomé una iniciativa que conseguí de casualidad. En una edición dominical de finales de Julio de 2000 del diario Clarín descubrí un anuncio de un evento de informática que se realizaría en el Hotel Intercontinental Plaza a mediados de Agosto. Y así fue como comencé a asistir a todos los eventos y seminarios de informática que podía de Microsoft, IBM, Cisco Systems, Computer Associates, Oracle, y demás empresas de informática de renombre mundial. Calculo haber asistido en unos 6 años a más de 300 eventos informáticos. Siempre me agradaron los eventos en hoteles como el Sheraton de Buenos Aires o el Hilton. Había comida y bebida en abundancia y souvenirs para llevar, además de material de escritorio como lapiceras y blocs de notas. Me agradaba el ambiente cómodo y acogedor, y el hecho que dentro de aquellos eventos me separaba momentáneamente del mundo exterior y su realidad. Iba con la esperanza de acumular conocimientos sobre lo último en tecnología informática y que eso a su vez fuera un respaldo poderoso a la hora de encontrar un buen empleo, pero a la fecha los resultados obtenidos en ese sentido fueron nulos. Igual conservo en archivo documentación en software de múltiples aplicaciones, con la intención de algún día conseguir al menos un trabajo medianamente decente que me por fin me permita crecer económicamente. Entre 2000 y 2006 el envío de currículos vía e-mail respondiendo avisos en los diarios fue acompañado de incremento en conocimientos informáticos, pero sorprendentemente no obtuve nada a cambio. En épocas pasadas, los postulantes a un empleo trataban directamente con el empleador, pero ahora existen estas consultoras de Recursos Humanos que hacen más daño que ayuda. A pesar de haber varios reportes periodísticos sobre las deplorables elecciones de personal que hacen estas consultoras, aún siguen existiendo. Lo malo es que yo y miles de personas más son víctimas de esta situación. Está comprobado que las consultoras de RRHH no siempre se guían por la capacidad de las personas sino más bien por su linda carita. ¿Alguna vez vio a alguien bien parecido, hombre o mujer, desocupado?. ¿No?. Yo tampoco. Por algo muchos avisos clasificados de empleo especifican que el CV del postulante se envíe con foto, muestra oculta de un país que no quiere que el “cabecita negra”, sea parte de su imagen ni mucho menos.
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En 2001 fue el principio de mi crisis económica, a la par con los acontecimientos del país. Estuve cerca de 6 meses desocupado hasta que desbordado por las deudas y la presión familiar, me vi obligado a emplearme como mensajero en una... consultora de RRHH que a su vez representaba una conocida firma de cadena de venta de electrodomésticos. Fue el trabajo más duro y peor pagado de toda mi vida. Recuerdo que al principio me levantaba a eso de las 3:30 AM, entre vestirme y desayunar, salía de mi casa a las 4:30 y tenía 2 horas de viaje desde Lanús hasta el depósito de electrodomésticos en Villa Devoto al que finalmente llegaba a las 6:30. Una vez allí me entregaban 20 kilos de correspondencia y un mapa de un determinado sector de Capital Federal o Gran Buenos Aires. Por lo general caminaba por día un promedio de 200 cuadras o 20 kilómetros. Si era invierno sufría del frío exterior, si era verano era víctima de la insolación, la humedad y la deshidratación. Si la lluvia me sorprendía a mitad de mi jornada... había que aguantar y seguir. Si me sorprendía la noche repartía hasta que no pudiera ver los nombres de las calles y los números de las casas y finalmente volvía a la base. En ese triste y duro empleo estuve desde Junio de 2001 hasta Diciembre de 2003, cuando finalmente conseguí algo mejor. En Noviembre de 2001 conocí a José gracias a que él vio uno de mis avisos de ofrecido en el diario La Nación. Él necesitaba un programador en Microsoft Access para desarrollar una aplicación para una empresa multinacional así que decidí cooperar con él. Finalmente nos hicimos buenos amigos hasta el día de hoy. Me enseñó nuevas cosas respecto al manejo del sistema operativo Windows, su instalación, configuración y mantenimiento, además de enseñarme también sobre reparación de equipos. Estos conocimientos adquiridos me ayudarían mucho a conseguir mejores empleos... aunque no más redituables. En Marzo de 2002 José armó un improvisado cyber dentro de un restaurante de una cadena de clubes de deporte, en Villa Devoto. Rústico, con apenas 4 Pc´s diferentes en prestaciones y con una arrogante clientela adolescente que iba al club. Él no estaba en condiciones de pagarme, pero me facilitaba Internet sin límite para la búsqueda de empleo y registración a eventos de informática, practicar reparación de PC con equipos de clientes y aprendizaje sobre diversas versiones de Windows. Igual recibía dinero para viáticos que me servía para moverme en mi trabajo de mensajero. La combinación de ambos trabajos era extenuante. (Con el tiempo y los cambios sucesivos de horario en el trabajo de mensajería, logré finalmente salir de mi casa a las 6:30, pero volvía casi a las 23:00), pero por el momento no tenía alternativa. Hasta que en Julio de 2003 conocí a Augusto. Hombre maduro de cuarenta y tantos años, estatura y cuerpo medios, cabello gris, ojos claros y un rostro atractivo para ciertas mujeres, aunque a veces tenía mal genio y reaccionaba en ocasiones casi de manera histérica. Quizá por eso su mujer se separó de él. Él era dueño de un cyber vidriado y pequeño con entrepiso en una galería de Villa Devoto de 14 Pc´s todas iguales y en ese entonces le iba muy bien. Como ya tenía los conocimientos técnicos suficientes y a su vez conocía el manejo de ese tipo de negocio, fui contratado y comencé a trabajar a partir de mediados de Agosto del mismo año. En un período determinado de aquel año, desde Agosto a Octubre, tenía 3 trabajos, pero la suma total de ganancias, no llegaba
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ni siquiera a alcanzar un sueldo mínimo de un empleado común. Trabajaba más, por muy poco. José nunca obtuvo ganancias de su cyber. Desde el principio trabajó a pérdida y así fue hasta el día en que tuvo que cerrarlo, a principios de Octubre de 2003. Para ese entonces yo ya no estaba en condiciones de atenderlo y él a su vez había conseguido un buen empleo como asesor en una empresa importante. Me quedaban los trabajos de empleado en el cyber de Augusto y mi trabajo de mensajero. Ya para Noviembre de 2003, Augusto me anunciaba que abriría una sucursal de su negocio en Caballito. Recuerdo que las dos preguntas principales al respecto de mi parte fueron si era una zona relativamente segura y si había una comisaría cerca. Para lo primero, él me contestó que el barrio era tranquilo. Para lo segundo, la comisaría 11° estaba a dos cuadras del nuevo negocio. El cyber de Caballito lo armaba en sociedad con su tío, Osvaldo, hombre de unos 60 años, miope como yo y por eso usaba lentes, algo obeso. Tenía una personalidad muy astuta y eso lo descubrí casi desde el primer momento en que lo vi. Era un empresario dedicado a la fabricación e implementación de sistemas de tarjetas de identificación para empresas. Sus oficinas funcionaban en pleno centro de Buenos Aires, muy cerca del Congreso. Augusto me propuso a fines de Noviembre de 2003 un nuevo trabajo como empleado del nuevo cyber a partir de su inauguración el 15 de Diciembre. Obviamente acepté. El viernes 12 de Diciembre trabajé por última vez como mensajero y abandoné para siempre aquel empleo que a pesar de trabajar en regla y con todos los aportes patronales, igual ganaba menos que una miseria. Dios quiera que nunca más deba trabajar en un empleo como ése. A partir del 15 de Diciembre de 2003 comencé mi trabajo como empleado del nuevo cyber de 24 Pc´s nuevas de Caballito con Augusto y su tío como dueños por partes iguales. Al comienzo, como todo, había fuertes esperanzas de crecimiento. Mi horario laboral era entre las 17:00 y las 23:00, que poco después se amplió a las 24:00 de Lunes a Viernes. Los Sábados y Domingos de 14:00 a 24:00. El local era amplio, con frente de vidrio, con paredes pintadas de diferentes colores para darle un toque de modernismo, y un sótano enorme casi de la mitad de la superficie del cyber. Las Pc´s estaban en cubículos y sus CPUs con un cepo de barras de acero para evitar el robo. Además, contaban con una alarma con detectores de movimiento y un botón antipático para llamar a la policía si entraban delincuentes, Estaba bien iluminado y era sencillo de limpiar y mantener. Existía otro turno de 9:00 a 17:00 y los sábados de 9:00 a 14:00 que era cumplido por Germán, un muchacho del cual me hice amigo. Tenía veintitantos años, morocho, ojos marrones redondos, estatura media, cabello negro muy corto. Tenía un carácter agradable y tranquilo. Los días hábiles en las tardes, luego del trabajo en el cyber estudiaba análisis de sistemas, estaba casado con una atractiva joven rubia, y tenía un hijo. Vivía en un pequeño departamento alquilado en la zona de Villa Devoto. Llegó a ese puesto de trabajo por recomendación del tío de Augusto. Con el tiempo ambos nos entendíamos bien, así que conociendo su situación socioeconómica le preguntaba cómo hizo para tener pareja, un auto (tenía un Fiat Uno almacenado dentro de un contenedor, según él), y tener una familia. Su respuesta fue por demás simple.
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Cuando trabajaba en un empleo anterior, tenía a disposición el 100% de lo ganado, y mi padre me ayudó a juntar la plata para comprarme el auto. Ah, bueno. Así cualquiera. Si yo hubiera gozado de esas ventajas en un principio... quién sabe. Mientras todo esto me acontecía, los escasos recursos me impedían poder crecer económicamente como hubiera deseado, y llegar, al menos, a lo que había logrado Germán. Sin embargo, siempre busqué algún tipo de alternativa que haga de mi vida lo más próspera y llevadera posible. Siempre supe que si llegara a conocer a mi alma gemela, resolvería un 50% de mi vida. El otro 50% sería un trabajo redituable que me permitiera salir avante. El problema es que está demostrado científicamente que si un hombre no resuelve del todo el 50% económico difícilmente pueda conocer el 50% de pareja. Casi nunca la ecuación es a la inversa. Pero así y todo, intento resolver las cosas de alguna manera. Primero asistí a las reuniones de solas y solos, pero siempre sentí la sensación en aquellas reuniones de estar junto con lo que parece el sobrante de la sociedad, gente que no quiere nadie y le cuesta integrarse y formar (o volver a formar), una pareja. Solteros, viudos, separados, divorciados... algo que deprimía a pesar que los organizadores de esas reuniones de grupos de personas tratan siempre de hacerla lo más amena posible. Igual no sirve. Al menos para mí. Entonces pasé a Internet, la red de redes. Los primeros pasos, como todo, fueron difíciles y casi sin rumbo. Luego me fui encausando hacia los sitios de encuentros de amigos, aunque con resultados negativos, pese a enviar cientos y cientos de e-mails con mi perfil en búsqueda de alguna amiga. Así que finalmente acabé en el chat más utilizado del mundo: MSN Messenger, de Microsoft. Fui encontrando grupos de personas, y armando poco a poco contactos con los que podía, al menos, conversar y establecer una amistad aunque sea lejana. Los comienzos fueron ensayo y error, pero contaba con largas horas en el cyber de José para cometer todos los errores, hasta que finalmente me quedó un selecto grupo de 5 amigas. Cuatro, casualmente, eran todas de San Isidro, y la restante, que tenía el nick de FraüleinPVD, era de Capital Federal. Esto ocurría en mayo de 2002, apenas comenzaba a trabajar en el cyber de José. Las de San Isidro, entre idas y vueltas, se fueron borrando del chat por sí solas una a una. Alguna incluso alcanzó a darme su teléfono para conversar y conocer nuestras respectivas voces, pero las cosas no fueron más allá. Con otra intercambié fotos, pero tampoco las cosas avanzaron a un nuevo nivel. Pero la de Capital Federal se mantenía. Nuestras charlas pasaron del chat al email y nuestro intercambio siempre fue fluido. Así pude saber que era alemana (con razón lo de Fraülein -señorita- pero no sabía qué era PVD), que en ese entonces tenía 39 años y vivía hacía algunos años en Buenos Aires. Estaba separada y trabajaba en una empresa farmacéutica alemana. Esa misma empresa fue la que la trajo al país. Se consideraba delgada, unos 1,75 mts, cabello rubio, ojos azules, y un cuerpo que ella se esforzaba por mantenerlo lo más joven posible mediante gimnasia. Nunca me envió una foto suya por correo electrónico, pero ella sí me pidió la mía y se la envié sin chistar. Supuse que al ver mi foto, ella quizás se borre por sí sola de mi lista de contactos como -
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las chicas de San Isidro, pero para mi asombro, ella continuó contactándose conmigo. Me sorprendía su gran inteligencia (más tratándose de una mujer), y su amplio conocimiento del mundo y de historia reciente. Discutíamos mucho sobre diversos temas de actualidad y a veces llegábamos a conclusiones parecidas sobre esto o aquello. A principios de 2003, surgió un contacto espontáneo por parte de una mujer que me envió un e-mail que había visto uno de mis perfiles insertados en algún sitio de Internet de amistades. Luego de un par de intercambios por el ciberespacio, ella me dio su dirección y quedamos en vernos en su departamento. Salí del cyber más temprano y usando un colectivo pude desplazarme desde Villa Devoto hasta la avenida Callao (centro de la ciudad), y de allí caminar un par de calles en dirección al obelisco hasta un edificio de departamentos que no resaltaba en nada en comparación con los que le rodeaban. Cerca de las 21:00 horas y ya con la oscuridad dueña de la ciudad subí por el ascensor hasta el piso correspondiente y de allí me encaminé a su puerta. Toqué el timbre y me abrió la puerta una mujer madura de 42 años, cabello negro y tez morena con algunas arrugas, delgada, cabello negro largo, ojos oscuros y pequeños y labios delgados. Me hizo pasar a su departamento de dos ambientes, iluminado apenas por una lámpara lo cual hacía que la mayoría del inmueble estuviese en penumbras, con mobiliario algo anticuado con décadas de uso a cuestas pero que sin embargo estaba en buen estado y aceptablemente bien ubicados. Tenia en un extremo un amplio ventanal que daba a un balcón. Me hace sentar en un sillón de cuerina marrón delante de una pequeña mesa ratona y ella acerca una pequeña bandeja con tazas de café y un pote con azúcar. Esta mujer resultó ser una psicóloga que trabajaba para diversas empresas y más que una reunión amistosa ella lo encauzó en realidad como una entrevista con uno de sus pacientes y así se desenvolvió parte de nuestra conversación, tratando ella de indagar sobre mi vida y buscando contradicciones para así generar puntos de discusión. Como yo estoy entrenado para tratar con esta clase de elementos resolví de inmediato no darle demasiada información personal, girar la charla en sentido contrario tratando de saber sobre ella y sus actividades y dándole respuestas ambiguas y confusas a cada una de sus preguntas. Transcurridos exactamente 30 minutos, ella anunció que nuestra reunión había terminado y me despidió. Al menos estoe encuentro confirmaba lo que pienso acerca de los psicólogos. Pero la Fraülein se seguía manteniendo incólume en mi tráfico personal de correo electrónico. Todas pasaban y ella siempre quedaba. Para Mayo de 2003, ya conocía detalles precisos de mi vida, mi familia y mis actividades, cuando ella, finalmente, toma la decisión de encontrarnos personalmente. Me dio una dirección en el barrio de Belgrano y así un miércoles de medidos de aquel mes, quedamos en vernos a las 19:00 en su departamento. Y de paso me dio su nombre: Petra. Probablemente nunca en mi vida olvide aquel nombre de origen germano.
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Tomando en cuenta el anterior encuentro con la psicóloga y como acostumbro no cometer el mismo error dos veces, mi perspectiva era por demás escéptica, casi negativa. Sin embargo, era importante para mí volver a intentar y quizás lograr algo positivo. Aquel día no tuve jornada de mensajero (en promedio solamente trabajaba 10 días al mes), así que en lugar de llevar encima la vieja indumentaria de trabajo, pude en cambio vestirme con algo más adecuado para la ocasión. Como el tiempo estaba bastante fresco y al mismo tiempo trato siempre de mantener un cierto estilo británico en el vestir es que decidí llevar zapatos de cuero negro con suela de goma (no uso zapatos de suela lisa porque los considero poco prácticos), pantalón azul de paño con unas casi imperceptibles líneas blancas verticales. Camisa celeste desabotonada sólo del primer botón superior, cardigan azul y una campera amplia de color gris de mis favoritas. La había adquirido en una de las tiendas C & A a crédito. Era de tela sintética impermeable y a pesar de no ofrecer demasiado abrigo, igual me gustaban sus amplios bolsillos delanteros. También me llamaba la atención la etiqueta sobre su origen: “Hecho en Vietman”. Con apenas mi billetera, DNI, una guía de calles de bolsillo de la Capital Federal y un libro para leer en el viaje, desde las cercanías del cyber de José salí alrededor de las 17:30 para tomar el colectivo de la línea 80 que me llevaría hasta el punto culminante de su recorrido, las Barrancas de Belgrano. Al ser casi la hora pico en la que la gente deja sus trabajos para volver a casa, tardé más de una hora en llegar al final del trayecto del colectivo. Una vez llegado a destino, consulté mi guía para ubicar la dirección que me había dado Petra y calculé la distancia desde las Barrancas de Belgrano. Había que caminar varias cuadras y doblar aquí y allá. Consulté mi reloj: las 18:40. Había que apurarse. En Mayo es otoño en Buenos Aires y por consiguiente el sol se ocultaba más temprano. Las penumbras comenzaban a cubrir la ciudad y la iluminación artificial de la vía pública y edificios ya comenzaba a aparecer en diversos tonos de blanca y amarilla. Circulaba una brisa fresca que invitaba a refugiarse, así que apuré el paso y caminé con rapidez hasta llegar a la dirección final. Cuando llegué, encontré ante mí un edificio muy moderno, posiblemente construido hacía muy poco tiempo. En su mitad derecha tenía una rampa en pendiente que llevaba a una enorme puerta levadiza metálica de color gris oscuro de entrada al garaje. En su mitad izquierda, una entrada acristalada y bien iluminada, con un pequeño jardín delante con plantas bien cuidadas y un par de escalones de mármol rosado. El piso del vestíbulo también era de mármol rosa y estaba bien iluminado por lámparas dicroicas. Antes de llegar a las puertas dobles y en el lado derecho de ésta había un pilar en cuya parte superior estaba la consola de metal cromado con los botones para llamar a cada uno de los departamentos de aquel edificio. Por lo que podía apreciar, aquel inmueble tenía más de 12 pisos. En la parte superior de la consola había un altavoz y el lente de una cámara de seguridad. Oprimo el botón a cuyo lado tenía la indicación 7° D. ¿Wher ist? Soy yo, Gabriel, quedamos en vernos hoy a esta hora. Ah, sí, pasa.
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Y a continuación se acciona el portero eléctrico que me permite ingresar al edificio. En el vestíbulo, un hombre sentado delante de un pequeño escritorio de madera de pino con cara de pocos amigos y uniformado como guardia de seguridad dobla el diario que estaba leyendo y lo deposita sobre el mueble, tomando en cambio un libro de registros y una lapicera de uno de los bolsillos de su camisa. Le saludo pero él no me contesta. Anota fecha y hora en el extremo izquierdo de un renglón. ¿Me permite su identificación por favor? Le entrego mi Documento nacional de Identidad y él copia en el registro mis datos personales. ¿Motivo de su visita? Vengo a ver a la señorita Petra en el 7° D. El guardia me devuelve mi DNI sin verme. Señala con su pulgar derecho hacia atrás. Puede pasar. Los ascensores están avanzando por ese pasillo. Gracias. Dicen que el carácter de los porteros (y/o los guardias de seguridad) de un edificio muchas veces refleja la personalidad de sus copropietarios. De ser así en este caso, la gente que vivía en aquel inmueble definitivamente eran unos estirados de mierda. Mientras avanzo por el pasillo veo una cámara de seguridad vigilante en el sector de ascensores. Luego de avanzar unos pasos, me encuentro frente a tres ascensores de puertas metálicas dobles de acero pulido. Oprimo levemente el botón de llamaba y los indicadores digitales en la parte superior me mostraban que el ascensor del medio descendía rápidamente hasta la Planta Baja. Segundos después sus puertas dobles se abrían una voz femenina en off decía: Planta baja Ingreso al ascensor con un espejo en la pared opuesta a la puerta, bien iluminado con luz fluorescente, paredes también de acero pulido y consola del mismo material, con botones rasantes sensibles al tacto. Oprimo el 7. Nuevamente la voz femenina. Atención, se cierra la puerta. Mientras asciendo, escucho en aquel ascensor música funcional suave. Su andar era veloz casi al punto de sentir fuerzas G. Finalmente llego al séptimo piso y las puertas se abren. Séptimo piso. La electrónica reemplaza al hombre. Salgo del ascensor y camino por un pasillo bien iluminado con piso de mosaico antideslizante gris claro y paredes blancas impecables. Mientras avanzo camino al lado de puertas de madera pintadas de blanco opaco con sencillos ornamentos y con cerraduras y manijas de bronce perfectamente pulidas. Mis zapatos resuenan en aquel corredor tan silencioso y monástico. Finalmente me detengo ante la puerta con la letra D también de bronce pulido. A su derecha. Había un intercomunicador plástico cuadrado marca Siemens. Oprimo el botón y escucho en secuencia electrónica idéntica a la de la película Encuentros cercanos del tercer tipo. ¿Sind sie? Sí, soy yo
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¡Kommt! Escucho el zumbido eléctrico y empujo la puerta. Una vez dentro, veo un departamento pequeño pero bien equipado. Para empezar, estaba cubierto de pared a pared con una alfombra rojo oscura. Del lado derecho de puerta, una alta cómoda de madera pintada de blanco. Encima, una cajita negra de madera con caracteres chinos. Ya que mi mirada apuntaba a la derecha, veía a unos pocos pasos una puerta blanca orientada a un lado y la otra vista al frente. Después descubriría que la primera llevaba al baño y la segunda a la cocina. Al mirar hacia delante contemplo una cama de dos plazas, cubierta con un edredón blanco, franqueada por dos mesas de luz, cada una con su respectiva lámpara con cuerpo de porcelana. Todo aquel juego de muebles estaba cubierto con laca de color blanco. Opuesta a la cama y contra una pared y hacia la ventana, había un gran placard y al lado de éste, un tocador. Todo blanco. Por lo menos ya sabía del color favorito de Petra. A la izquierda de la puerta y cercano a un rincón había un juego de living compuesto de un sofá y tres sillones, todos con gruesos almohadones y revestidos de cuero blanco. En su centro, una mesita ratona rectangular de madera negra y superficie de vidrio templado. Por último, al fondo, había un enorme ventanal con marcos de aluminio y cubierto parcialmente por una gruesa cortina blanca. El ambiente tenía un perfume exquisito pero indefinible para mí, e iluminado solamente por una lámpara de pie ubicado entre la puerta y el sofá del living, con lo cual el resto del departamento casi estaba en penumbras. Pasa y siéntate, junge, enseguida estoy contigo- escucho decir desde detrás de la puerta del baño. Petra nunca me llamaría por mi nombre. Siempre me decía junge (muchacho en alemán). Alguna vez más adelante le preguntaría por qué y ella me contestaría que simplemente le costaba pronunciar mi nombre. Extraño. Me siento en el borde del amplio sofá y espero un par de minutos con gran expectativa. De pronto, de la puerta del baño sale una hermosa mujer rubia, alta y delgada. Sus cabellos caían en cascada sobre sus hombros, Tenía un rostro algo ovalado, con unos chispeantes y redondos ojos azules, labios delgados y con delicadas y casi imperceptibles arrugas propias de una mujer madura que sabe muy bien cómo cuidarse y mantenerse siempre bien. Estaba descalza y tenía unos pies delicados, pequeños. Vestía una bata de seda color blanco anudado con una cinta a la altura de sus caderas. Tenía una sonrisa que mostraba todos sus dientes y que cautivaba a cualquiera. Me pongo de pie a la vez que ella se acerca a mí lenta y seductoramente. Una vez frente a frente, ella me da un beso en mi mejilla izquierda. ¿Cómo estás, todo brunnen? Bien, Petra, gracias. ¿Llegaste bien? No tuve problemas- respondí con una sonrisa tímida. Petra me señala con su brazo izquierdo el living. Siéntate junge. ¿Quieres Kaffee? Sí, gracias Petra me deja otra vez al borde del sofá y girando sobre sus pies se dirige hacia la cocina, dejando su puerta entreabierta. Así que vuelvo a esperar.
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Mientras tanto, escucho el ruido de puertas, luego el entrechocar de vajilla, la corriente de agua saliendo de un grifo, el zumbido de una máquina de café expreso, otra vez vajilla, metal chocando contra vajilla y por último lo que parecía una plancha de metal golpeando contra una superficie dura. Petra vuelve sosteniendo con sus manos una bandeja de acero inoxidable que deposita sobre la mesa ratona. Sobre ésta veo dos pocillos con sus respectivos platos conteniendo café humeante. Otro platito de porcelana con galletitas rellenas de chocolate y una azucarera también de porcelana de diseño antiguo, con tapa, que Petra quita y extrae de su interior con la ayuda de una pequeña pinza un terrón de azúcar. ¿Cuántas? Dos, por favor. Siempre me gusta el café dulce. Petra deja caer dos terrones en mi pocillo y casi inmediatamente lo tomo por el plato para revolverlo con una cucharita. Bebo un sorbo. Exquisito. Llevó un año conocerte- comenté en un intento de iniciar conversación. Petra se inclina para tomar su café de la mesa a la vez que sonríe. Al hacer ese movimiento veo que debajo de su bata no tenía corpiño y por ende podía ver parte de unos senos no muy grandes pero firmes para su edad. Se incorpora acomodándose en un sillón ubicado hacia mi derecha. Quería saber todo de ti y conocerte más con detenimiento. Soy una extraña en tu país y no conozco muy bien a la gente de aquí y sus costumbres. Y como estoy sola debo tener cuidado, tú sabes. Entiendo-. Respondí comprensivo. -¿Vives acá hace mucho? Algunos años- me respondió Petra llevándose el pocillo a sus labios, sin dejar de mirarme. ¿Cómo van las cosas en tu trabajo? Brunnen. ¿Y a ti? Vamos sobreviviendo. Pero veo que acá estás muy cómoda. Es un lindo departamento. Danke, cuesta mantenerlo, pero con lo que gano y una empleada de limpieza por ahora está bien. Okay.-Bebí otro sorbo. Quería aprovechar que estaba humeante. No quería tomarlo tibio. Petra hacía todo muy delicadamente. Parecía poesía en movimiento. Suave, lento, con gracia. Al momento de sentarse en el sillón, ella decidió cruzar las piernas. Eran bien torneadas y tersas. Y sus pies eran preciosos. Un principio casi infalible que descubrí de las mujeres es que si uno ve primero sus pies y son hermosos, el resto de aquel ser femenino con seguridad también lo es. En cambio, si los pies son feos, regordetes o tienen arrugas o uñas deformes... mejor no perder el tiempo mirando el resto. Puede arruinarse el día. También su bata quedó más arriba de sus rodillas y al cambiar de posición cruzando y descruzando las piernas podía fugazmente ver parte de sus muslos. Ya comenzaba a subírseme la bilirrubina. Petra me miraba con curiosidad, aunque parecía que disfrutaba de su propio café. ¿Es café brasileño?- inquirí.
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Ja, ja, Brasilianischer Kaffee – asintió ella sonrienteYa me parecía.-repuse-¿Dónde lo conseguís el café? De tienda Bonafide cercana. Ya veo. Francamente en aquel primer encuentro y en parte por timidez y otra por discreción ya no percibía tener más argumentos para seguir conversando. Terminé mi café y comí un par de sus deliciosas galletitas marca Frac de elaboración chilena, que con seguridad las compraba en la misma tienda Bonafide. Dejé el pocillo vacío delicadamente sobre la bandeja. ¿Más Kaffee? No gracias.-respondí. Miré mi reloj. Eran pasadas las 20:00 y en Buenos Aires por la época del año ya era de noche y estaba fresco. Hice ademán de irme, incorporándome. Petra me miró sorprendida. ¿Ya te vas, junge? Eh, sí, no quiero molestar. –respondí tímidamente-. Me voy a mi casa y... No te vayas, junge. Quédate un poco más. Quítate tu jacke. Cuélgalo ahí- y me señala un colgador de pie al lado de la lámpara de pie y que no había visto al principio. Así que me dejo llevar y le hago caso. Cuelgo mi chaqueta gris de origen vietnamita en el colgador. Petra entonces se dirige al tocador y toma la silla que está delante del mueble y la trae delante del pie de la cama. Pon tu ropa aquí. ¿Mi ropa?.¿Porqué?-pregunté extrañado aunque mi subconsciente percibía lo que se venía encima. No quiero que te vayas sin que hagamos el amor- me respondió Petra con un tono de invitación en su voz. Si en ese momento decidía retirarme hubiera desperdiciado una gran oportunidad en mi vida y sería algo que quizá nunca me lo perdonaría. Así que me dejé llevar y comencé a quitarme la ropa. Petra contemplaba cada movimiento de mis manos y el depositar de cada una de mis prendas en la silla, hasta quedar únicamente con una remera y calzoncillos. Fue entonces cuando se acercó a mí. Quítate esto también.- y con sus propias manos me despojó de las prendas que quedaban sobre mi cuerpo. ¿Y ahora?. Acuéstate, junge. Obedezco y me acomodo desnudo como estaba en el lado izquierdo de la cama. Petra se quitó entonces la bata quedando como vino al mundo y se acerca a mí acomodándose del lado derecho. De alguna manera adivinó que no estaba preparado para esto así que abrió el cajón de la mesa de luz que estaba de su lado y extrajo un pequeño sobre plástico cuadrado, lo abrió con la ayuda de sus dientes y de él extrajo un preservativo. Con gran destreza estimuló mi pene para endurecerlo y una vez hecho esto enfundó el mismo con aquel profiláctico. Estamos listos. –anunció Petra. Francamente no hay mucho que detallar, pero pasadas las 21:30 estábamos exhaustos y yo me acomodé en mi lado de la cama respirando
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entrecortadamente. Petra estaba igual que yo. Por Dios, esta alemana es una pantera, recuerdo que pensé en aquel momento. Ella entonces vuelve a abrir el cajón de su mesa de luz y de él surgen un paquete de cigarrillos More mentolados y un encendedor Dupont. También extrae un cenicero de vidrio transparente repujado que deposita sobre el mueble. Toma un cigarrillo, se lo lleva a la boca y lo enciende, guardando después todo donde estaba. Veo cómo Petra hace letras O con cada bocanada. Gira hacía mí con el cigarrillo entre los dedos de su mando derecha. ¿Fumas, junge? No nunca. Tanto mejor. ¿Qué te pareció todo? Suponía que se refería al sexo. Sos una fiera, Petra. Ella se reía. Gracias. Tú tampoco has estado mal. Eres un muy buen amante. Gracias por el cumplido. No hay de qué. ¿Has tenido antes amantes como yo?. Para ser sincero, vos sos la primera. Petra abrió los ojos por el asombro. ¿Ah sí?. ¿En serio? Sí. ¿Por qué? Digamos que razones presupuestarias impiden que tenga amantes. El amor no es cuestión de dinero- me respondió Petra a la vez que me lanzaba una letra O de humo directamente a mi rostro. Créeme, Petra. En este país las mujeres ven primero el grosor de tu billetera antes de conversar sobre amor. En serio. Petra no quiso continuar con el debate y se dejó llevar por el juego de enviar señales de humo al aire con la letra O. Por mi parte no quise arruinar aquellos momentos maravillosos que había pasado con ella así que me levanté despacio, acercándome a mi ropa. Ella hizo lo mismo, aplasta lo que quedaba de su cigarrillo en el cenicero y se acercó a mí. Bañémonos, junge. Ambos tenemos sudor en nuestros cuerpos. No me dejé rogar. Petra me toma de la mano y juntos desnudos como estábamos entramos al baño a cruzar una mampara corrediza de vidrio opaco y marcos de aluminio hasta colocarnos debajo de la ducha. A mis 33 años, era la primera vez en mi vida que me bañaba junto a una mujer. Un poco tarde ¿no?. Cuando terminamos, miro mi reloj y eran pasadas las 22:00. Esta vez ya no podía quedarme por ningún otro motivo. Me vestí y me despedí de ella con un beso. Al darle la espalda para llegar a la puerta y antes de abrirla, Petra me sorprendió con algo impactante. Junge, yo no trabajo en una farmacéutica. Giré mi cabeza hacia ella que volvía a colocarse su bata y anudarla. ¿Ah, no? Atiendo diplomáticos. ¿Atendés?. No entiendo. Hago el amor con ellos, junge, así me gano la vida- me dijo, al mismo tiempo que me señalaba la cajita china-. Abre esa caja.
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Estiro mi brazo y abro la caja. En su interior había un montón de billetes de alta denominación tanto estadounidenses como Euros. Lancé un silbido. Hay una pequeña fortuna acá. Con eso mantengo mi nivel de vida. Sonamos. ¿Tengo que pagarle?. No tenía un centavo, pensé. No sabía esto Petra. De haber sabido hubiera traído mi billetera y... Eso era mentira porque la tal billetera no existía. Aún hoy sigue sin existir. Sin embargo Petra se acerca a mí y me acaricia la mejilla derecha con una mirada de compasión. No hay problema, junge. Esta vez va por mi cuenta. Pero cuando volvamos a vernos, trae unos 100 y con eso estará bien. ¿Cien dólares americanos?. Imposible Petra. Mi presupuesto es muy apretado-imploré. Cien de la moneda de tu país-contestó ella condescendiente. Bueno.-convine. Aunque sabía que en esa época para mí era prácticamente imposible juntar tal cantidad de plata. Nos despedimos prometiéndonos mantenernos en contacto. Salí de allí algo eufórico y a la vez fascinado. Petra era una mujer maravillosa, aunque aún no la conocía. Pero mis perspectivas por delante decían que habría tiempo para todas mis interrogantes sobre ella. Todo a su tiempo. Paciencia, paciencia. Por razones presupuestarias, durante el resto de 2003 y después de nuestro primer encuentro nos contactábamos por chat. Allí ella me confesó que FraüleinPVD era la contracción de la frase “Fraülein Petra von Deutschland" (señorita Petra de Alemania). Estábamos avanzando. El primero de Octubre, por e-mail, Petra me hace una invitación sorprendente. Me propone que nos encontremos en un pequeño aeródromo cercano a la Autopista Ricchieri y el camino de Cintura. Era una zona poco conocida por mí. Sólo pasé por allí una sola vez en mi vida, en 1979, con todos mis compañeros de 4° grado y al balneario Namuncurá, que se encuentra justo en la intersección de ambos caminos. Pese a esto, no tuve problemas en llegar y ubicar el aeródromo gracias a las indicaciones precisas que me había dado Petra. Al no poseer automóvil únicamente pude llegar hasta allá en colectivo. El aeródromo era más bien un anacronismo. Simplemente no existía allí una pista pavimentada, era solo un prado muy plano de césped. Además, era difícil reconocer que funcionaba en aquel paraje un aeródromo de no ser por la manga de viento flameante, la pequeña torre de control y una avioneta Piper Cub estacionada allá lejos. El horizonte comenzaba lentamente a ponerse naranja, adueñándose del cielo el atardecer y guardando al sol lentamente por el oeste. Circulaba una brisa fresca, que mitigaba un poco el calor primaveral. Petra estaba de pie hablando con un hombre con anteojos oscuros y enfundado en un mameluco. Llevaba puesto botas de cuero blanco, pantalón, un ceñido traje sastre y debajo una blusa, todo blanco. Su cabello estaba recogido en un rodete y sus ojos los cubrían un par de anteojos de sol Ray Ban. Me acerqué a ella y nos besamos en la mejilla. A pocos metros delante de ambos estaba posado sobre el césped un helicóptero RACA Hughes 500 de fabricación argentina con licencia estadounidense. Estaba pintado con líneas
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diagonales de varios colores dándole un toque moderno. Le hice a Petra la pregunta obvia: ¿Adónde vas? A una fiesta con unos amigos en una estancia de Santa Fe. ¿Sola? Petra sonríe ante mi ingenuidad. Es una fiesta de la colectividad alemana, Oktoberfest.¿Lo conoces? Ah, sí. Mucha música alemana, mucho baile alemán y por sobre todas las cosas mucha cerveza alemana.-repuse seriamente. Ella se reía de buena gana ante mi comentario. Algo así, ja, ja. Espero no llegar tarde. Tendría que haber viajado ayer pero no pude al estar ocupada. Me imagino lo que tendrías entre manos... comenté con sarcasmo. Petra al parecer no había escucha lo último que le había dicho. Alguien le dio luz verde al piloto para partir y se encaminó trotando hacia el helicóptero. Se sube a él y enciende el motor. Las aspas del rotor comienzan a girar lentamente y a continuación, funcionando a plena potencia, se oye el característico chop-chop-chop-chop-chop. Hora de partir. Petra me da un beso en la mejilla de despedida. Adiós, junge. Nos vemos dentro de una semana. Chau Petra-respondí levantando la voz para hacerme oír. Me quedo allí parado, azotado por la corriente de aire producida por el helicóptero, viendo cómo ella se sube al aparato y se coloca al lado del piloto, se coloca unos audífonos y la máquina asciende, gira en dirección al sol mortecino y se aleja en el horizonte. Tiempo después me enteraría por Dick que Petra fue llevada con el helicóptero hasta un pequeño aeródromo de la Provincia de Santa Fe, y de allí transbordó a un avión bimotor turbohélice Embraer Bandeirante EMB 110 Brasilia, de fabricación brasileña y con matrícula PP de Brasil. A pesar que en el momento del trasbordo era de noche, el avión despegó sin problemas hacia el norte. ¿Fue a festejar el Oktoberfest en Brasil?. Qué excéntrica. ¿Y quién es Dick?. Siga leyendo. Mi situación económica recién comenzaría a mejorar un poco a partir de Diciembre de 2003 cuando comencé a trabajar en el cyber de Caballito. Así que a Petra no la volvería a ver hasta la víspera de Navidad. Usé parte de mi aguinaldo para poner 100 pesos en su cajita china por primera vez. Ella me recibió primero con un café y luego una amena charla. Petra no tenía ningún apuro en hacer el amor y mi reloj marcaban las 13:00. Tenía tiempo hasta las 16:00 cuando debería encaminarme hacia el cyber y llegar allá justo a tiempo para las 17:00, hora de mi ingreso al trabajo. Para ese entonces ella ya conocía la mayor parte de mi vida reciente, los trabajos mal pagados que tuve y mi lenta recuperación económica, a la par con la situación del país. También le había contado sobre mis proyectos y habíamos discutido sobre acontecimientos de orden mundial, comprobando que Petra tenía un excepcional conocimiento de las cosas, más tratándose de una mujer. Así que Petra de alguna manera decidió devolverme la cortesía contándome su vida más menos completa. Afuera el sol brillaba y hacía mucho calor y humedad. Pero en aquel departamento el aire acondicionado susurraba y
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enviaba aire fresco a todo el ambiente. Por lo tanto me sentía cómodo y quería refrescarme lo más posible con aquella corriente de aire fresco y, de ser posible luego, usando la ducha, antes de salir otra vez al tórrido exterior. Petra estaba otra vez descalza y usando su bata de seda blanca anudada con una cinta del mismo color y tipo de tela. Yo me acomodo en el sofá y ella en el sillón de siempre ubicado en el lado derecho desde mi posición. Las cortinas estaban apenas entreabiertas, dejando pasar un poco de luz solar que se proyectaba hacia el dormitorio, así que nosotros teníamos como fuente de iluminación la lámpara de pie. Ella cruza sus piernas y comienza su relato, pensativa. Afortunadamente pude recordar casi toda su historia para plasmarla aquí. Nací en Octubre de 1964, en lo que en aquel entonces era Berlín Oriental. Mi madre era ama de casa y mi padre, policía. Él era un oficial de la Volkspolizei , o policía del pueblo. Un vopo- agregué. Ja. Según me contó después mi madre, vivíamos en un modesto departamento de un edificio construido después de la Segunda Guerra Mundial. Para ese entonces ya existía el muro de Berlín y las posibilidades de migrar al oeste eran prácticamente nulas. Ambos se habían conocido en la juventud comunista de Alemania Oriental. Estaban convencidos de las bondades y ventajas del paraíso socialista, así que se casaron y formaron una familia. Yo soy el único resultado de esa unión. Al poco tiempo, vinieron restricciones del gobierno de Ulbricht y eso se hizo sentir en mi casa. Mis padres debían alimentarme y a pesar de que mi madre se dedicó un poco a la costura y a mi padre lo ascendieron de grado, igual no alcanzaba. Teníamos techo, comida y mi padre viajaba a su puesto de trabajo en su propio automóvil, un Trabant. Pero con el tiempo se convencieron que las cosas en Berlín Occidental estaban mucho mejor. A pesar de estar la correspondencia censurada por el gobierno, mi madre alcanzó a enterarse que en su ciudad natal, Baden Baden, sus familiares estaban bien y vivían bien, sin mayores problemas económicos. Antes de construirse el muro, mis padres le dieron un vistazo al “decadente”, lado oeste de Berlín y pudieron ver con sus propios ojos la prosperidad que había en todas partes. La gente vestía bien, circulaban muchos autos y en los escaparates había artículos de todo tipo y en abundancia. A pesar de eso, decidieron casarse y tenerme a mí con la esperanza de que las cosas muy pronto en Alemania Oriental serían iguales o mejores que en Alemania Occidental. Pero no fue así, más bien fue para peor. Mientras me contaba esto venía a mi mente lo que conocía sobre la fascinante ciudad de Berlín, actual capital de una Alemania ya reunificada desde 1990. Aquella ciudad fue protagonista de muchos eventos históricos de nivel mundial. Los más recientes en el siglo XX fueron la batalla de Berlín, en Abril de 1945 y que marcaba el apogeo de la Segunda Guerra Mundial, y Hitler suicidándose en lo profundo de un bunker debajo de la cancillería de Reich. Los aliados ocupando victoriosos lo que quedaba de la capital alemana, en ruinas. Luego, en el comienzo de la Guerra Fría, fue el principal epicentro del conflicto entre el este y el oeste. En 1948, Stalin, dictador en ese entonces de la Unión
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Soviética, decidió asfixiar la mitad occidental de Berlín bloqueándola por tierra y agua. Partió del supuesto que los aliados occidentales tenían dos opciones: O ir a la guerra (¿ir a la guerra por los que fueron hace sólo unos meses sus enemigos?), o simplemente abandonar la ciudad, dejando en el desamparo a 2 millones de berlineses occidentales. No contaba con un tercer factor: No había bloqueado los pasillos aéreos, y eso fue porque desde el punto de vista logístico se consideraba imposible llevar por avión alimentos para tanta gente. Quizás a Stalin le vino a la mente el intento de los alemanes de abastecer por aire a sus sitiadas fuerzas durante la batalla de Stalingrado a fines de 1942, sin éxito, y que su resultado marcó el principio del fin de la maquinaria bélica nazi. Pero los estadounidenses, británicos y franceses sí pudieron organizar el envío de alimentos por aire a Berlín usando casi todos los aviones de transporte que tenían disponibles, las 24 horas, durante un año, y en casi cualquier condición climática. Así fue como el llamado Puente Aéreo de Berlín pasó a la historia como el mayor transporte de carga aérea de la historia. A excepción del levantamiento de trabajadores en Berlín Oriental en 1953 que fue aplastada por tanques soviéticos, la situación estuvo tranquila en ambos lados de la ciudad hasta más o menos 1958, cuando Nikita Kruschev, sucesor de Stalin como premier de la URSS, llamó a Berlín Occidental un “tumor canceroso” que había que extirpar en el plazo más breve. Para ese entonces la migración de berlineses orientales (y alemanes orientales) hacia Berlín Occidental iba creciendo. Entre la gente que buscaba nuevo aire había muchos trabajadores calificados tan necesarios en ese entonces en la reconstrucción de Alemania Oriental. Los controles fronterizos entre ambos lados de Berlín eran mínimos y había pocas restricciones, así que una parte cada vez más creciente de la población alemana oriental fluía hacia el occidente. Entonces a Walter Ulbricht, entonces premier de la RDA se le ocurrió una idea extrema: Construir un muro. Con eso se cortaría la migración de cuajo. Contando con el guiño soviético, un domingo de Agosto de 1961 y aprovechando el día de descanso de pueblos y gobiernos en el mundo occidental, se comenzó a construir un muro que dividiría a Berlín en dos durante los siguientes 28 años, hasta que cayó en 1989 marcando el fin de la Guerra Fría. Y en la Guerra Fría y el conflicto entre este y oeste fue el entorno que vio Petra cuando nació. Entonces fue cuando mis padres tomaron la decisión, por mi bien sobre todo, de viajar a Alemania Occidental, a Baden Baden. Mi padre no tenía ataduras debido a que su familia pereció durante la guerra así que él no dejaría a nadie al irse de Alemania del Este. Estaba harto de trabajar en lo alto de una torre de vigilancia del lado oriental del muro y viendo con sus binoculares lo bien que estaban los berlineses occidentales, lo bien iluminadas que estaban sus calles, el ruido de tráfico que llegaba a él y todo eso. Después de mucho pensar, decidieron que lo mejor era que primero debía cruzar clandestinamente la frontera con Alemania Occidental mi madre y yo, y él se les reuniría poco después en Baden Baden. Cerca de la navidad de 1964 y contando yo con dos meses de edad, y pagando un buen soborno, cruzamos en una noche lluviosa la frontera a través
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del Checkpoint Alfa, escondidas en el compartimiento secreto de un auto. Para que yo no hiciera ruido, mi madre me dio un somnífero para que estuviera dormida todo el viaje. Afortunadamente no hubo problemas y cruzamos la frontera. Una vez en territorio de Alemania Federal, viajamos en tren y ómnibus hasta llegar a Baden Baden y mi madre pudiera reunirse con sus tíos y encontrar un alojamiento para ambas. ¿Y qué pasó con tu padre?- indagué. A eso iba. Días después fue el turno de mi padre de huir, aunque lo haría de una manera muy desafortunada. Pensó que podría escapar a toda velocidad con su Trabant, así que una noche fue con su auto hasta el puesto fronterizo en la Puerta de Branderburgo, identificándose como oficial de la Volkspolizei. Al ver que los guardias comenzaron a desconfiar de él y de sus intenciones, se subió a su auto y aceleró a fondo. El Trabant es un auto con carrocería de plástico, así que solo bastó una ráfaga de ametralladora para dejarlo como un colador. A pesar de eso mi padre pudo sobrevivir, bajar del auto y correr en dirección a Occidente disparando con su pistola. Esta vez las ráfagas de ametralladora lo alcanzaron a él y terminó sobre el pavimento, muerto, a pocos metros del Checkpoint Charlie. Según recordaba, prácticamente todos los intentos de escape a Berlín Occidental estaban documentados y yo los conocía. Así que me extrañaba que nunca haya leído sobre aquel intento de escape en Diciembre de 1964 en la Puerta de Branderburgo, y eso se lo hice notar a Petra. Es porque mi padre era una oficial condecorado y considerado por el gobierno de Pankow como un hombre con brillante porvenir y ejemplo a seguir por los aspirantes a “vopos”, así que sería una vergüenza para los comunistas que alguien se entere en el oeste de aquel intento de fuga. Por eso a mi padre lo retiraron rápidamente de allí y limpiaron con mangueras en plena noche el charco de sangre por él dejado, y lo enterraron sin ceremonia ni cruz identificatoria en un rincón del cementerio de Berlín Oriental. Nunca supe de él y de lo que le había pasado hasta 1991, cuando se abrieron los archivos de la Stasi, la policía secreta de Alemania Oriental, y allí pude saberlo todo, aunque hasta el día de hoy aún sigo buscando la tumba de mi padre, ya que no hay referencias de ningún tipo de dónde exactamente está. Ojalá lo encuentres-contesté de manera automática. ¿Y cómo les fue a tu madre y a ti en Baden Baden?. Bien. Los tíos de mi madre nos ayudaron al principio con los gastos de alojamientos y comida hasta que mi madre pudo conseguir empleo como oficinista en una empresa. Mi padre ya no estaba así que era mi madre la que debía hacer también de padre para mí. Con el correr del tiempo intentó establecer una relación con un hombre. Al fin y al cabo, era bonita, tenía en ese entonces unos 29 años, rubia y con una bella figura. Ya veo a quién saliste- agregué. Petra me da una sonrisa condescendiente.
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Ja. Pero los hombres que la buscaban únicamente querían su cuerpo y nada más. Eso lo pude comprobar muchas veces, cuando mi madre me presentaba en casa a un “amigo", que nunca era el mismo dos veces. Y sobre todo años después, cuando por enfermedad de una maestra pude regresar de la schule más temprano. Entro a mi casa y mientras subo a mi habitación por las escaleras, escucho quejidos y ruidos en la habitación de mi madre. Tímidamente entreabrí la puerta y veo por primera vez a mi madre desnuda con un tipo montándosela por atrás. Para mí eso fue algo repugnante y casi iba corriendo al baño a vomitar. A la hora de la cena le pedí explicaciones a mi madre sobre lo que había visto en su habitación y ella trató de explicarme entre lágrimas, avergonzada, que se sentía sola desde que ya no estaba mi padre y que necesitaba que un hombre le diera afecto y cariño, y eso, a veces incluía sexo para obtener satisfacción y bienestar. También me explicó que trataba de conseguir un hombre bueno para ambas, como esposo para ella y padrastro para mí, pero que hasta este momento no pudo lograr nada. ¿Y entonces? Y entonces siguió con amantes casuales que circulaban por mi casa, hasta que yo ya era una adolescente y ella una mujer madura que a pesar de llegar a los 40, aún era una mujer bien conservada y atractiva. Pese a eso los hombres súbitamente desaparecieron de su vida. Se acostó con tantos hombres en Baden Baden que ya nadie la tomaba en serio para una relación duradera. Petra hace una pausa y hace fuerzas para seguir contando. Por lo visto lo que seguía era fuerte. Un día, volviendo de lo que ustedes llaman sekundärschule en alemán, nuevamente subo las escaleras y otra vez escucho quejidos en la habitación de mi madre, aunque esta vez eran provocados por una sola persona. Asomo mi cabeza y veo entonces a mi madre desnuda sobre su cama masturbándose furiosamente hasta alcanzar el orgasmo. Esta vez ya no sentí repugnancia sino más bien curiosidad. Así que dándome ingenio pude espiar desde entonces a mi madre y ver cómo se masturbaba en diferentes posiciones sobre su cama tratando de sentir como si un hombre la poseyera. Varías veces le decía a mi madre que me iba con unas amigas por el resto del día y salía por la puerta, pero entraba poco después por la puerta trasera de la casa que dejaba previamente sin traba y me escondía en algún rincón y si podía, en mi habitación. Así pude descubrir cómo mi madre, en días de calor por ejemplo, y sabiendo que estaría sola el resto del día, andaba desnuda por la casa y masturbándose en la cocina, en la sala, en el baño mientras se duchaba, otra vez en su dormitorio, y así provocándose orgasmo tras orgasmo. Era una ninfómana casi siempre insatisfecha. ¡Wow!- exclamé. Hasta que una noche de tormenta, ella va hacia mi habitación y me pide dormir con ella en su habitación porque se sentía sola y algo atemorizada por los truenos. Así que fui a acostarme y dormir con mi -
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madre, como no lo hacía desde hacía años. Una vez que nos acomodamos en la cama, ella del lado izquierdo y yo del derecho, mi madre otra vez comienza a masturbarse y a continuación a tocarme. Toma mi mano izquierda y la coloca sobre su entrepierna, y la mueve de arriba abajo lentamente buscándose placer. ¿Y vos qué hiciste? Nada. Por alguna razón que ni yo misma entiendo, me dejé llevar y permití que mi madre tuviera otro orgasmo a mi costa. Me daba pena. Pero aquella experiencia fue para mi madre un aliciente para que siga buscándome. No sé porqué lo hice, si para que se sienta bien o para descubrir yo misma lo que era el sexo, pero la cuestión es que mi madre y yo terminamos siendo amantes durante varios años. Con ella aprendí a masturbarme y conocer mis propias zonas erógenas. Eso me ayudó mucho cuando empecé a salir con muchachos. ¿Cuándo conociste a tu esposo? Fue en 1990. Karl Bradner era un hombre muy atractivo alto, fuerte y muy agradable. Trabajaba en una empresa multinacional alemana y para ese entonces estaba escalando posiciones en la empresa. Ésta tenía una subsidiaria en Baden Baden así que lo enviaron allí como ejecutivo. Viajando juntos en la misma dirección casi a diario en un ómnibus lo conocí y comenzamos a salir. A pesar de tener en ese entonces varios pretendientes... No los culpo por intentarlo.-acoté Petra me dirige una sonrisa pícara. Ja, ja, mi elección fue Karl. Nos casamos en 1992 y viajamos a Francia de Luna de Miel. Éramos muy felices y parecía que así lo seríamos el resto de nuestras vidas, o al menos eso creía ingenuamente yo. Tenía 28 años y apenas había estudiado idiomas en la Universität, y eso era toda mi visión del mundo. Así que cuando su empresa le propuso viajar a Südamerika, a este país en 1993, me encantó la idea. Y es acá donde las cosas comenzaron a salir mal- deduje. Ja. No bien llegamos a este país él comenzó a frecuentar fiestas de la colectividad alemana en Argentinien y círculos diplomáticos de la embajada alemana. En un principio parecía divertido, pero con el tiempo era para mí algo pesado debido a que él casi nunca estaba en casa por su trabajo y cuando por fin él tenía ratos libres, en lugar de aprovecharlos y estar juntos y solos él me llevaba a una de esas fiestas. Comencé a reprocharle este estado de cosas y él me contestó que esas reuniones le servían para encontrar nuevos contactos y personas que le sirvan para ascender puestos y promoverse, y que después todo sería para que ambos estuviéramos felices y tranquilos. Pero no fue así. Nein. Temí seguir al final el camino de mi madre, de estar en casa masturbándome por no tener un hombre cerca. Así las cosas estuvieron un año hasta 1994, cuando él me dijo que me dejaba, que había conocido una chica argentina que estaba muy enamorada de él y que deseaba casarse. Me prometió que me pasaría una pensión y
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que estaría bien. Yo no quería volver a Baden Baden con mi madre, así que decidí arriesgarme y quedarme aquí. Él se fue de vuelta a Alemania con su novia y se casaron allá. Sé que tienen dos hijos y que viven cerca de Munich. Aún hoy Karl me sigue enviando mes tras mes los cheques de la pensión, pero ese dinero apenas cubre una parte de mis gastos. ¿Y cómo siguió tu vida? Al no conocer a nadie en tu país, con mi familia muy lejos, en Alemania, lo único que podía hacer era seguir asistiendo a esas fiestas diplomáticas. Así me hice de amigos y contactos, que sin embargo no me ayudaron a conseguir un empleo. Y así terminaste haciendo lo que hacés... Exacto. Muchos hombres querían acostarse conmigo así que para que no me pase lo mismo que a mi madre de convertirme en una mujer objeto a cambio de nada, les exigía a cada uno una fuerte suma de dinero si querían estar entre mis piernas. Algunos me mandaron al diablo, pero otros, con buen nivel económico, no tuvieron problemas en pagar lo que les pedía y así es como llegamos al día de hoy, convertida en una prostituta de alto vuelo que se acuesta con la diplomacia de varios países ante el gobierno de Buenos Aires. Interesante. Y ahora estoy yo en tu lista. Petra me sonríe con mucha bondad. Tú eres distinto, junge, tú no eres como la gente arrogante y petulante con la cual debo acostarme. No te compares con esa gente ni seas como ellos, por favor. No tienes idea de lo perversos que son. Quedate tranquila que no seré jamás como ellos. -Le tranquilicé. Petra se incorpora de su sillón como un abuelo luego de terminar de contar un cuento. Vamos a la cama, junge. Ella me ayuda a quitar mis prendas y una vez hecho esto, Petra se quita su bata y terminamos en la cama. Después de hacer el amor, me voy a la ducha a refrescarme y salir a la calle en mejores condiciones para enfrentar el calor reinante. Así terminaba 2003. Habiendo dejado de trabajar como mensajero y con un nuevo y mejor trabajo atendiendo un cyber y con Petra como amante ocasional, a pesar del enorme gasto económico que me daba ella cada vez que iba a su departamento. Como todos, tenía mucho optimismo sobre lo que me depararía 2004. Nunca, ni remotamente, podía imaginar lo que me ocurriría aquel año que quedaría marcado a fuego por el resto de mi vida.
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DOS LA CRISIS La delincuencia es la búsqueda de bienestar por otros medios EL AUTOR Los seis primeros meses de 2004 fueron por demás rutinarios para mí. Transcurrieron casi como un soplo. Logré incluir dentro de mi presupuesto 100 pesos de gasto mensual extra que utilizaba para visitar a Petra una vez al mes y depositar aquel dinero en su cajita china. En aquel entonces (y aún hoy) era (y es), una sangría importante para mis limitados recursos, pero siempre consideré que era algo necesario para mi bienestar. El trabajo del cyber transcurría sin altibajos, con Germán trabajando de lunes a viernes en las mañanas y yo por las tardes más los sábados y domingos. Yo me dedicaba al mantenimiento de los equipos del cyber de Villa Devoto mientras que Germán mantenía las computadoras del cyber de Caballito. Él tenía el trabajo más liviano al mantener equipos con poco uso, mientras que los que yo debía atender contaban en ese entonces con 2 años de servicio ininterrumpido y ya delataban mucho desgaste, por lo tanto todas las semanas una o varias PC quedaban fuera de servicio y yo debía sufrir tratando de encontrar las fallas y resolver. Pese a todo, las cosas iban bien. El período de Enero a Junio de 2004 fue muy rutinario y casi sin mayores problemas. En ese entonces estaba ocupado invirtiendo dinero en hacerle mejoras a mi computadora (con la que escribí este libro). En mis ratos libres por las noches, cuando en el cyber había poca gente, aprovechaba para buscar por Internet empleo enviando mi currículo por e-mail una y otra vez, con la esperanza de encontrar por fin un buen empleo que pueda ayudarme a salir adelante. Como las mañanas y parte de las tardes de todos los días hábiles la tenía libre, aprovechaba para asistir a los eventos de informática en hoteles. Siempre me sentí, y aún me siento muy bien, emocionado y cómodo al asistir a esos eventos. Todo este estado de cosas se hizo trizas un lunes, 7 de Junio de 2004, más o menos pasadas las 19:30 horas, cuando dos personas con vestimenta de villeros y en ese momento no sabía de dónde habían salido, me asaltaron y apuntándome con un arma cada uno, me hicieron vaciar la caja registradora y llevado todo el dinero de la recaudación. Nunca voy a olvidar aquella noche. Entraron con la aparente intención de usar una e las PC para navegar por Internet. La utilizaron por apenas 5 minutos, pagaron y una vez hecho esto, uno de ellos, cara mongoloide, con barba rala, campera de cuero marrón y pantalones vaqueros se acomodó en el costado izquierdo del mostrador y el otro en la parte de adelante del mueble. El de barba se levanta la campera, mostrándome una pistola asomando de su cinturón, a la vez que el otro me apuntaba con otra pistola directamente a mi rostro, asomando el arma calibre 22 corto de acero inoxidable desde el borde del alto mostrador color gris claro. ¡Dame la plata! Se las di. Luego: ¡Agachate, agachate, no te muevas!
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Al principio hice eso pero apenas vi que salían del local me levanto viendo cómo huían cruzando la Avenida Díaz Vélez, corriendo como ratas. El cyber contaba en ese entonces con un dispositivo de alarma, ubicado detrás del mostrador y a la mano, que servía para resguardar el local de noche contra posibles incursiones de ladrones y además, su consola contaba, además de la botonera numérica para digitar el código de la alarma que permitía activarla o desactivarla, también tenía tres botones. Uno con la letra A (Ambulancia), otro con la letra B (Bomberos), y la última con la letra P (Policía). Así que apreté el botón con la letra P y la policía llegó diez minutos después del robo, a pesar que la comisaría 11 estaba a unos 200 metros del cyber. Llega un patrullero y de él descienden 2 policías que entrar en el negocio. Uno de ellos saca un talonario, lo apoya sobre el mostrador y toma mis datos personales y las circunstancias del robo, si había actuado a cara descubierta, si estaban armados, cuántos eran, qué se llevaron y, en caso de ser dinero, cuál era el monto. Yo les di todos esos datos y los policías me solicitaron antes de irse que debía formalizar la denuncia en la comisaría. Al momento, llamé por teléfono a los respectivos domicilios de Augusto y Osvaldo para comunicarles la mala novedad. La pérdida aquel día fue de unos 180 pesos, si mal no recuerdo. Sin embargo, Osvaldo me había aconsejado que no hiciera la denuncia ya que era, en su opinión, un trámite inútil y que no llevaba a ninguna parte. Además, identificar a uno de esos malvivientes puede llevar a que uno de sus cómplices tome represalias en contra de uno mismo. Ése es uno de los motivos por los cuales es difícil encarcelar a un delincuente, salvo que se lo pesque con las manos en la masa (caso que rara vez ocurre). Si la policía logra capturar al delincuente y todos sus cómplices, hay chance de hacer justicia y que todos ellos pasen un largo tiempo en la sombra. En cambio, si se captura a uno solo, el resto de sus “amigos”, se ocupan en “apretar”, a el o los testigos del hecho delictivo, hasta que, aislado(s), el(los) testigo(s) se echan atrás y el delincuente sale entonces libre al ya no tener acusadores. El problema es que la indiferencia ciudadana no resuelve nada, todo lo contrario. Fomenta la delincuencia. Está comprobado que cuando hay testigos que denuncian oportunamente un delito en proceso, éste puede ser conjurado por las fuerzas policiales casi en el momento. Un ejemplo ilustrativo de esto son las barras bravas de los diferentes clubes de fútbol de la Argentina. Quizá no se los pueda catalogar de delincuentes, pero varios miembros pasaron (y pasan) temporadas en la cárcel. Cuando las barras bravas aparecieron a principios de los ´80, en la época en que el último gobierno militar argentino se batía en retirada, la represión policial bastaba para ponerlos en cintura. La mayor libertad dentro de un contexto democrático trajo consigo una expansión en número de barras bravas, a consecuencia de lo cual muchas veces la policía se ve desbordada. Al notar que ya la represión era menor, se multiplicaron de manera inversamente proporcional los incidentes en las canchas de fútbol. Y una situación llevó a otra. Las barras bravas, entonces, se consideraron a sí mismos dueños de sectores de tribunas de estadios y ese terreno era disputado con la barra del equipo contrario, igualmente violenta. Así es como ocurren las batallas campales en las casi siempre hay heridos y muertos. Eso
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sí: Nadie vio nada, como ocurre a veces después de un hecho delictivo en la calle. Y una vez logrado esto, las barras bravas pasaron al siguiente nivel: Sencillamente se presentaron ante el presidente de cada club de fútbol a pedirles fuertes sumas de dinero para financiar gastos de viaje y estadía de la barra brava para “alentar” al equipo dentro y fuera del país. Obviamente que no lo pedían con cortesía. Entonces, muchos presidentes de clubes, suponiendo que se sacaban un problema de encima, les entregaron el dinero que pedían (extorsión encubierta, diría yo), así que la violencia en el fútbol salió de Buenos Aires y comenzó a aparecer en diferentes ciudades del país. Incluso hubo alguno que otro incidente en el exterior, que afortunadamente no fueron serios debido a que las barras bravas fuera del país no tenían la fuerza que tendrían dentro de la Argentina. Por último, los “jefes” de cada barra brava (casi todas tienen uno o varios jefes), exigen al presidente de cada club dinero adicional con diversos pretextos. Obtienen lo que piden y es así como varias personas lograron pasar de villeros a estirados en unos pocos años. Como perciben que su accionar es impune y sin retaliación, las barras bravas pasan entonces a amenazar de muerte a los jugadores del equipo contrario si ganan el partido, o amenazar de muerte a miembros destacados de la barra brava contraria, y así. ¿Testigos?, ¿denuncias?. Casi ninguna. Si hay elementos de barras bravas en la cárcel es porque las cámaras de seguridad instaladas desde hace varios años en los estadios fueron los testigos acusadores. Es por todo esto que la violencia en el fútbol seguirá por siempre, aunque la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), tome duras medidas y la seguridad policial quede reforzada. Y todas estas lecciones se aplican a la violencia urbana. Si los vecinos de un barrio no se ponen de acuerdo en coadyuvar con las fuerzas policiales, los delincuentes seguirán avanzando. Primero roban carteras en la calle, luego entran a los negocios, y por último atacan en los domicilios. Pasar de amenazar con un cuchillo a hacerlo con una pistola, y por último a asesinar gente. Y si éstos ven que los habitantes de aquel barrio viven con miedo, entonces la delincuencia se apodera de la zona, creyéndose dueños de la vida de cada persona del lugar y asaltando y matando cuando les dé la gana. La frase típicamente argentina de “no te metás”, solo favorece al hampa. Se debe reemplazar por “participar y denunciar”. El ser testigo de un asalto y correrse a un costado a la hora de denunciar, sólo lleva a que el delincuente poco después lo asalte a Ud... y posiblemente lo mate. O que alguien de su familia sea víctima de ese mismo asaltante. Como nadie lo denuncia, entonces ¿qué le impide seguir robando y matando?. Contra mi voluntad, decidí seguir el consejo de Osvaldo y no hacer la denuncia. Obviamente eso no resolvió nada. Para los delincuentes yo ya era un “punto”, o sea, un pichón al que se le podía robar una y otra vez. Pasaron cerca de dos semanas de tranquilidad, hasta que el sábado 19 de junio, si mal no recuerdo, volvieron. Esta vez eran 4 villeros, tres hombres y una mujer. Entraron a eso de las 20:00 provenientes de la heladería ubicada a
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pocos pasos del cyber y sobre la misma acera. Noté eso porque casi todos ellos tenían un cono de helado en la mano. Aprovechando que casi no había nadie en el cyber, salvo yo y un par de chicos que usaban las PC en su sector, muy al fondo del local. Prácticamente empujaron la puerta y se dirigieron directamente al mostrador a hacerme abrir la caja metálica y a llevarse el dinero. Las instrucciones eran siempre las mismas. Agachate, quedate tranquilo, dame la plata. Rodeado de 4 delincuentes y solo, no me quedó otra alternativa que obedecer. Como en el primer asalto comprobaron que entregaba la plata dócilmente, entonces decidieron esta vez conseguir algo más. Dame tu celular. ¡Pero lo necesito para trabajar!- protesté. Dame tu celular- insistieron. Era un Nokia 2160. Con él me comunicaba con clientes para diversos trabajos de computación. No tenía alternativa. Se los entregué. La mujer que estaba con ellos, entonces, toma una caja que contenía... nada. Como estaba nueva, supuso que dentro contenía algún componente de computación, así que se lo llevó. Por último, como me ordenaban que me mantuviera agachado, uno de ellos me puso de sombrero su cono de helado a medio terminar. Quizá bajo otras circunstancias esto último parezca cómico, pero el malviviente se aprovechó de una persona indefensa y a su merced para humillarla. Existen constancias de que a otros les va peor, como mujeres que son obligadas con un arma en la cabeza a practicarle sexo oral a su asaltante. Eso tampoco es gracioso. Una vez que se fueron, repetí el procedimiento anterior, apretando el botón P e inmediatamente ir al baño a limpiarme el cabello con agua. Por último, limpié el piso detrás del mostrador ya que había restos de helado. Llamé nuevamente a Augusto y su tío informándoles del nuevo asalto. Esta vez la policía tardó 20 minutos en llegar. Pero esta vez, sí haría la denuncia. Al cerrar el cyber me encaminé hacia la comisaría 11. Nunca antes en mi vida había pisado una comisaría y tampoco esperaba que llegara a hacerlo, pero las circunstancias me obligaron. La comisaría 11 de la Policía Federal Argentina está ubicada en la Avenida Díaz Vélez al 4600. La distancia que separaba la dependencia policial del cyber y del parque Centenario es la misma: 2 cuadras, encontrándose la comisaría en el medio. Es un edificio de 2 pisos, pintado de blanco, de apariencia moderna y lados rectos. Delante tiene un pequeño jardín con el mástil para la bandera nacional. A su lado derecho, un enorme portón azul, casi siempre abierto, daba acceso al garaje en donde se guardaban las patrullas dependientes de aquella comisaría y autos particulares de algunos policías. Las ventanas que dan hacia la calle son modernas, con marcos de color negro y vidrios polarizados. Su entrada son dos puertas de vidrio también de vidrio polarizado que franqueo a eso de las 10 de la noche para hacer la denuncia. En su interior, estaba todo montado como una típica oficina de atención al público. Un mostrador de madera a metros de la entrada hacia la cual el público debe acercarse, detrás de ésta, escritorios dispuestos en fila con expedientes y bandejas portapapeles cubriendo sus superficies. Hacia la izquierda había, sorprendentemente, una máquina de café accionada con
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monedas. Contra la pared y en el sector de recepción del público había afiches sobre recomendaciones ante el accionar delictivo en los hogares y esas cosas. Y en la parte superior, casi tocando el techo, había un afiche largo con el lema “Al Servicio de la Comunidad”, el lema de la Policía Federal Argentina. Por último, la pared del lado opuesto sólo contaba con ventanas que permitían ver la entrada al garaje. Al lado de las puertas de entrada había unas sillas plásticas de color negro montadas una al lado de la otra sobre un mismo armazón tubular del mismo color. El techo tenía paneles metálicos con luz fluorescente. Al ser un horario avanzado en la noche, sólo había un policía de guardia en esa oficina atendiendo al público y una solo par de luces fluorescentes encendidas, con lo que la daba al ambiente un aire mortecino. Debido a que había antes que yo una pareja de personas que querían denunciar el robo de su teléfono celular en el Parque Centenario, aproveché la espera para colocar unas monedas en la máquina expendedora y servirme un vaso de café. Desgraciadamente para mí éste resultó ser asqueroso. El último policía iba y venía atendiendo sus propios asuntos y a la gente en turno delante de mí, así que decidí volver a casa a descansar y hacer la denuncia el siguiente lunes. El lunes 21 de Junio a la tarde poco antes de entrar a trabajar al cyber, entré al edificio de la comisaría 11 a formalizar mi denuncia. Esta vez el ambiente era más animado. En cada escritorio detrás del mostrador había un policía trabajando. Otros se movían de aquí para allá llevando expedientes. Me acerqué al mostrador e hice notar a un uniformado el motivo de mi visita. Después de unos minutos, me hicieron pasar al interior rodeando el mostrador y los escritorios detrás. Luego de traspasar una puerta de madera en cuyo lado derecho había un vidrio rectangular semitransparente que permitía ver hacia el exterior. Una vez que entro un oficial me hace sentar delante de un escritorio metálico. Aquel policía tenía en su lado izquierdo una vieja computadora conectada a una también vieja impresora de matriz de punto. Entra al archivo con un formulario de denuncia ya previamente armado y con el teclado se ocupa de llenar los espacios vacíos a medida que me hace preguntas. ¿Nombre? ¿Apellido? ¿Edad? ¿Número de DNI? ¿Estado civil? ¿Domicilio? Respondo a esas preguntas y el oficial lo ingresa en la computadora. ¿Cómo fueron las circunstancias de los hechos? Paso a relatarle con el mayor detalle posible cómo fue el robo. ¿Cuánta plata se llevaron? Más o menos unos 120 pesos y mi teléfono celular ¿Puede identificar a los delincuentes? Sí puedo. Muy bien. Teclea un poco más y a continuación da la orden de imprimir. Una hoja de papel sale de la impresora conteniendo texto. El policía me lo entrega.
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Lea y verifique que esté todo en orden. Si es así, firme al pie, ponga su aclaración y número de DNI. Firmo y le devuelvo el papel conteniendo la denuncia. El policía entonces me entrega otro papel impreso, esta vez firmado por él y con el sello de la comisaría. Con esto va a Azopardo 670 a hacer los identikits. Bien, gracias. Días después voy al edificio de Azopardo 670, lugar en donde se acostumbra hacer el trámite para recabar el pasaporte, para subir unos pisos más arriba y llegar a la dependencia de identificación de malhechores. En el mostrador entrego el papel y me hacen pasar entonces a una de las computadoras dispuestas en fila. Aquel ambiente no era muy diferente del de la comisaría 11. Típicamente de administración pública. Me llamaba la atención las ventanas que daban a Puerto Madero, ya que aquel edificio estaba casi colindante con los límites de aquel novel y opulento barrio. Rodeo el mostrador y me siento delante de una de las computadoras dispuestas en fila de a tres y paralelas unas con otras a mirar rostros de delincuentes. Todos se parecían a los que me habían asaltado y al mismo tiempo ninguno se parecía. Antes había unos álbumes conteniendo fotos y había que voltear varias páginas antes de identificar a alguien. Ahora la informática simplifica el problema. Así que me pongo a ver rostro tras rostro en busca de alguien identificable, pero nada. ¿Jamás fueron capturados estos hijos de puta?. Igual me advirtieron que si en esa base de datos no los hallaba, encontrara personas parecidas para luego esas fotos modificarlas para aproximarlas lo más posible a los retratos de quienes me habían asaltado. Así que marco un par de fotos y a continuación procedemos con la ayuda de una mujer policía a modificar aquellas fotografías. Desde otra computadora colocada inmediatamente detrás del mostrador de recepción. Supuse que la Policía Federal tendría algún software sofisticado para hacer aquella tarea, pero en realidad vi que usaban programas de diseño gráfico accesibles al público como el Adobe Photoshop. Nada del otro mundo. Sentados juntos la mujer policía y yo nos ocupamos en hacer las modificaciones necesarias según mis indicaciones hasta llegar a un aceptable 85% de parecido en los rostros. El resultado final se imprimió y por último firmé al pie de cada foto impresa. Eso era todo. Desgraciadamente, la denuncia y la identificación de los delincuentes no hizo que éstos fuesen capturados ni mucho menos. Ni siquiera sintieron en lo más mínimo la presencia policial. En el cyber hubo algunos cambios. Para empezar, Osvaldo, una vez que salía de su oficina, se encaminaba directamente al local a llevarse toda la recaudación que hubiera en ese momento, dejando sólo un mínimo de dinero para entregar cambio a los clientes. Luego, como durante el día había un policía que durante sus horas libres hacía vigilancia casual durante el día, hasta las 19:00 (los delincuentes lo conocían y por eso robaban cuando éste se retiraba). Y esta vez le rogamos que extraordinariamente se quedara hasta las 22:00 a cambio de un dinero extra. Eso sólo duró un par de días. Por otra parte y como los otros negocios colindantes con el cyber (al lado de éste en sentido hacia el Parque Centenario había un kiosco y más allá, una -
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heladería), también eran víctimas de los mismos asaltantes, fue que Augusto conversó con los dueños de esos locales para prorratear el gasto de un guardia de seguridad. Las averiguaciones sobre custodia privada eran desalentadoras. Para empezar, era carísimo (alrededor de 2000 pesos por mes), y por lo general no venían armados. Con arma de fuego eran más caros aún. El margen de ganancia no daba ni remotamente para que el cyber por sí solo pueda costear semejante gasto. El problema era que tampoco se podía pagar con los recursos de los tres negocios combinados. Así que Augusto siguió averiguando en busca de un policía o ex policía que por menos dinero pueda efectuar la custodia de los tres negocios sólo en horas de la noche y mientras los locales estuvieran abiertos. Los vecinos del barrio conocían a los delincuentes que me habían asaltado ya 2 veces. Un buen día, una mujer que había traído a su hijo al cyber, me pasa un dato importante. Los que te robaron son conocidos del barrio. Son de las dos casas tomadas que hay cerca. ¿Ah sí?- pregunté. Hasta ese momento no sabía que existieran casas usurpadas por gente en aquella zona. Vinieron hace unos 10 años, y a partir de entonces empezaron los robos a las casas, a los locales, a toda hora. Juntamos firmas para que el Gobierno de la Ciudad desaloje esas casas, cambiamos al comisario de la 11, pero nada. Los delincuentes ya se creen dueños del barrio.- me aseguró aquella señora casi con angustia. ¿Y nadie los denuncia? Nadie se quiere meter. Era lo que decía. Al comprobar que los vecinos no hacían nada, decidieron avanzar hasta el punto de creerse los dueños de la zona y someter a los habitantes a su antojo, entre los cuales incidentalmente estaba yo. ¿Porqué el Gobierno de la Ciudad no los desaloja de las casas usurpadas y demuele estos inmuebles?. Porque la gente que vive allí (delincuentes incluidos), son un problema social, y por eso no se los puede desalojar. Un militar ex represor del último gobierno de facto que gobernó Argentina entre 1976 y 1983 es un criminal y un genocida, por lo tanto debe ser condenado. Un policía que accidentalmente en medio de un tiroteo disparó a una víctima inocente es considerado un caso de “gatillo fácil”, y por eso debe ser condenado a la cárcel. En cambio un delincuente que roba y mata a gente inocente con impunidad no es un criminal que debe ser condenado, sino un ”problema social” y por ende hay que encararlo como tal, permitiéndole que siga viviendo en el mismo lugar que por cierto no le pertenece y lo use como base de operaciones para hechos delictivos. Ellos huyen de un local al que acaban de robar corriendo lo más rápido que pueden porque saben que una vez a salvo dentro de la casa usurpada se necesita una orden judicial para sacarlos de allí. Y eso ya es un trámite. Es un problema social, no un delincuente. El dato que los delincuentes eran conocidos del barrio provenientes de las casas usurpadas de las cercanías me lo confirmarían varios clientes que venían al cyber.
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El sábado 3 de Julio, casi a las 21:00, otro golpe. Un niño villero llama a la puerta del cyber. No bien acciono el portero eléctrico y los dejo pasar, se cuela detrás de él el delincuente. Ya le conocía la cara y él lo sabía. Se coloca delante del mostrador. ¿Te acordás de mí? Sí. Bueno, dame todo lo que tenés. Esta vez había gente en las computadoras cercanas al mostrador de atención, pero no le preocupó en lo más mínimo al chorro. Eso demostraba el grado de audacia al que llegaban las cosas. Después de 2 robos exitosos, estaba más envalentonado y casi no necesitaba cómplices, sólo un niño. Rodea el mostrador hasta colocarse a mi lado. Otra vez. Agachate. Abrí la caja. Ni modo. Abro la caja y le doy la plata. Una moneda se cae al piso. ¡Levantá esa moneda! Le levanto la moneda y se la doy. Esta vez se llevaba poca plata (unos 70 pesos), así que no estaba satisfecho. ¡Levantate los pantalones! Supuso que tenía plata escondida dentro de mis medias, pero no era así. Envanecido, escucho de parte de él algunos comentarios inquietantes. Así que hablás con el custodio de la cuadra ¿no? Eso reafirmaba el hecho que esta rata inmunda vivía en el barrio. De lo contrario nunca se hubiera enterado de eso. No hablo con nadie- mentí Te vi el otro día en Lomas. El anterior fin de semana había pasado por la estación de tren de Lomas de Zamora en camino de visitar a un cliente. Por desgracia para mí él también pasaba casualmente por allí y me había visto. ¡No hagás la denuncia!. ¿Entendiste?. ¡Ya sé dónde vivís! Esto último me trajo algunos interrogantes a analizar mientras estuve en el hospital, meses después. En aquel momento quiso arrancar los altavoces de la computadora que usaba para control del cyber. ¡Sacalo! Así que le di una caja con un par de parlantes nuevos pero que yo sabía que uno de ellos no funcionaba. Tomá este-le dije. El chorro lo tomó y se lo pasó al niño que estaba delante del mostrador y que lo había acompañado. Mirá vos, usar niños para robar. Buena enseñanza para el futuro. Por último me repite la amenaza. ¡No vayás a hacer la denuncia o sino te mato!. ¡Ya sé dónde vivís!. Por último huyó como rata junto con su “amiguito”. Nuevamente accioné la alarma y esta vez el patrullero llegó a los 5 minutos. Cuando redactaban el informe, le pregunto a uno de ellos porqué pasaba esto. Su contestación era simple y a la vez espantosa. La única manera en que los agarramos es con las manos en la masa, pero eso casi nunca pasa...
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Normalmente cuando un par de delincuentes asaltan un local o un domicilio, dejan en la calle a un cómplice que hace de “campana”, es decir, un hombre que avisa (por lo general con un silbido), la aproximación de una patrulla policial para así huir a tiempo. Por ese motivo es difícil agarrarlos con las manos en la masa. ¿Pero nunca hicieron un operativo en esas casas tomadas?-pregunté aún nervioso por lo que me había pasado. Hace unos años hicimos un operativo. Secuestramos armas y detuvimos a varios, pero el juez dictó falta de mérito y los dejó libres. De haber existido la suficiente cantidad de testigos para identificarlos, quizás eso no hubiera ocurrido. No podía creer lo que escuchaba. Aquel último robo impulsó a Augusto a ir directamente a la comisaría 11 a hablar personalmente con el comisario de aquella seccional. Yo, mientras tanto, había adquirido por Internet una cámara de seguridad falsa e instalado delante del mostrador del cyber enfocado hacia el área de circulación de gente. Contaba con detector de movimiento que hacía que girara hacia uno u otro lado, así que se veía muy convincente. El Lunes 5 de Julio de 2004, ocurrió el último y quizás más insólito de los robos al cyber en los que fui protagonista. Gracias a las gestiones de Augusto, la comisaría 11 envió para vigilancia furtiva a dos agentes de civil. El plan original era que se quedaran navegando por Internet en las PC cercanas al mostrador hasta que aparecieran los chorros. De haber seguido aquella idea al pie de la letra posiblemente los delincuentes hubieran caído. Uno de ellos era joven, casi de mi edad. Cabello negro cortado al ras, estatura y cuerpo medianos, bigote fino, ojos y labios pequeños. El otro era más mayor, de unos cincuenta y tantos, cabello de color claro, corto y escaso, algo fornido, rostro surcado con arrugas y ojos medianos, inquietos. Ambos estaban armados y con radios sintonizados en la frecuencia policial. Se presentaron y me explicaron que estarían rondando por allí con la esperanza de capturar a los delincuentes in fraganti. De paso, le hago las mismas preguntas que le había hecho a aquel joven policía 48 horas atrás esta vez al policía de civil más viejo. Antes con un par de cachetadas el delincuente te decía quiénes eran sus cómplices, quién hace de campana, dónde operan y todo eso. Ahora no se les puede pegar porque resulta que los delincuentes tienen derechos, así que no se los puede obligar a nada. Las víctimas del hampa como nosotros también tenemos derechos a vivir en paz, y no con miedo permanente de que nos roben o nos maten. Un detalle que parece que algunas cabezas frescas en el gobierno y en las Organizaciones de Derechos Humanos olvidan. ¿Porqué no se puede hacer un allanamiento en las casas tomadas? Aquel viejo veterano chasquea la lengua. ¿Sabés lo que tiene que ocurrir para que un juez ordene allanar un domicilio? Claro, tiene que haber un muerto de por medio y que las pistas conduzcan a la casa usurpada, por ejemplo, o un operativo antidroga. Si es un caso de robo a mano armada, no es justificable. A veces creo que a la hora de combatir la delincuencia, el sistema se vuelve en contra de nosotros mismos y favorece el accionar delictivo.
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Se quedan un rato mirando por el local. Finalmente se aburren y el más joven me anuncia: Vamos a hacer un poco de inteligencia por la zona. Bueno-le respondo. No bien se van, a los 5 minutos escucho que patean a la puerta y otra vez vuelve el mismo chorro acompañado de un cómplice. No podía creerlo. El que me había amenazado el sábado anterior se coloca otra vez al lado mío con un arma en la cintura mientras que el otro me apunta desde el mostrador. La táctica de siempre. ¡Dame la plata! Le doy apenas unos 50 pesos. El sistema implantado por Osvaldo de llevarse más temprano parte de la recaudación funcionaba bien. ¡Dame tu celular! Ya me lo robaron- respondí. Ya había reemplazado mi Nokia 2160 que me habían robado por un Motorola Tango 300, pero en aquella ocasión el aparato estaba oculto. El que estaba en el mostrador, entonces, vio mi reloj de pulsera. ¡Dame tu reloj! Por unos segundos dudé en entregarle mi reloj. Esperaba que los policías de civil aparecieran para echarles el guante, pero parecía que se los había tragado la tierra. ¡Dame tu reloj!- insistió Me estaba arriesgando demasiado. Le entregué mi reloj a cuerda que a pesar de ser suizo, tenía un valor de reventa casi nulo. ¿Quién quiere hoy en día un reloj a cuerda?. ¡Agachate!- me ordenan Me agacho una vez más. Antes de irse, el hijo de puta al que ya le había visto la cara 4 veces toma del mostrador una botella de plástico de Coca Cola cuyo contenido estaba por la mitad y se la lleva. El colmo. Acciono la alarma. Los agentes de civil que supuestamente debían estar allí de forma permanente aparecieron desde una calle adyacente 5 minutos después. Esta vez hubo 4 patrulleros dando vueltas y tratando de rastrear a los delincuentes, pero en vano. Éstos, como las ratas que son, ya se habían metido en su madriguera cercana. Los siguientes días fueron tranquilos, pero gracias a que los agentes de civil estaban dentro de un Ford Falcon blanco de los ´80 estacionado frente al cyber. Igual ellos me advertían que no podían estar muchos días allí porque debían atender otros asuntos policiales igualmente importantes. Por lo general estaban hasta que cerraba el negocio (Augusto extraordinariamente me había autorizado a cerrar más temprano), y sólo en ese momento el Falcon con los agentes se iba de vuelta al garaje de la comisaría 11. Igual estaba seguro que los delincuentes conocían el auto ya que me parecía mucha coincidencia que todo transcurriera tan tranquilo mientras ellos estaban frente al cyber. Tal como lo habían anunciado, los agentes dejaron de cuidar las cercanías del negocio un par de días antes del feriado del 9 de Julio, día de la independencia. ¿Y después?. Aún no había definiciones sobre la contratación de custodia privada, y la cuestión con los delincuentes del barrio no estaba resuelta, así que nada les impedía volver otra vez a robar.
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Por esos días cerraba más temprano, pero por desgracia, era ya invierno y también anochecía más temprano. No puedo negar que el miedo me invadía al estar indefenso frente a aquellos constantes asaltos.¿Y si una noche venían drogados o borrachos y simplemente me disparaban?. ¿Qué harían si lo que robaran no lo consideraran suficiente?. Muchas preguntas. Pasé el feriado del 9 de Julio yendo al cine. El 10, volví al cyber a trabajar. Todo transcurrió más o menos tranquilo. El Domingo 11 por la noche y con el presentimiento de que algo pudiera ocurrir, bajé la persiana pasadas las 19:00 y dejé que la gente entrada y saliera por la pequeña abertura de la misma en la que se colocaba una pequeña puerta de cierre. A las 20:00 le coloqué a la persiana la puerta de cierre y con llave. Ya no recibiría más gente. A las 21:00 un villerito intentó abrir la pequeña puerta de la persiana y no pudo, así que se fue. Esto ya era demasiado. A las 22:00 y acompañado por los clientes que me quedaban, apagué las luces y salí del cyber. Al día siguiente, Lunes 12 de Julio de 2004, le comunicaba a Augusto que ya no trabajaría más en el cyber. Estaba harto de aquello. Mi presentimiento tuvo fundamento. Aquel mismo día pasé por el cyber a encontrarme con Osvaldo y de paso, usar una PC para ver mi correo electrónico. No había señal de Internet desde afuera así que el cyber estaba parado. De modo que me fui a navegar al cyber de la competencia, mucho más pequeño, de apenas unos 4 equipos, ubicado en diagonal enfrente nuestro. Entro a usar un equipo y cumplir con lo que quería hacer. El dueño de aquel local (maduro, de cuarenta y tantos, cabello negro, barba, ojos pequeños, algo rollizo). me conocía. Le comenté sobre lo que había pasado el día anterior. Él lo había visto todo. Te salvaste de un pelo. ¿Por qué? Mientras el pibito intentaba abrir la puerta de tu persiana, había un chorro escondido a un lado del local. Si vos le abrías, se te volvían a meter. Por una vez un robo pudo ser conjurado, y no gracias precisamente a la policía. Luego, como él siempre estaba afuera de su local mirando todo, tenía otro poco de información interesante sobre estos chorros. Los vi organizarse en grupos, para afanar un negocio u otro. No hacen las cosas así nomás. Ya me di cuenta.- contesté. Así que lograría descansar unos 15 días sin trabajar en el cyber. Esto fue así porque Augusto me suplantó en mi puesto de trabajo y mientras yo estuve cubriendo el suyo en el cyber de Villa Devoto por algunos días. No aceptó mi renuncia. Creo que entendió que no se podía trabajar en ese estado de cosas. Mientras, él se ocuparía de por fin encontrar a un policía de la brigada antisecuestros de la Federal que fuera de su horario de trabajo podía custodiar nuestro local junto con el kiosco y la heladería por un costo menor al de un guardia de seguridad privado. Comenzó a operar a mediados de aquel mes. Entraba a las 20:00 y se quedaba hasta más o menos la 1 de mañana cuando cerraba la heladería. Esto era de Lunes a Domingo. Y aquella custodia se mantendría incluso cuando el cyber cambió de dueño y, al menos, hasta el último día en que trabajé allí, a principios de Marzo de 2006. De ahí en más no tengo idea si la custodia continuó manteniéndose.
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Igual Augusto me dio un período de descanso de 15 días antes de volver a reincorporarme al cyber de Caballito, esta vez con custodia, a partir del primero de Agosto. Esos días fueron para mí un gran descanso para mi mente. Realmente aproveché al máximo aquellos momentos. Me hacía falta dejar atrás toda aquella pesadilla vivida y mirar hacia delante. Era invierno y la ciudad estaba fría, muy fría. La noche llegaba antes y la gente se refugiaba en sus casas más temprano. Esos 15 días los disfruté paseando por mi zona favorita de Buenos Aires, el microcentro, entrando en librerías y mirando libros en oferta, yendo al cine y asistiendo a seminarios de informática para estar al día con lo último. Y claro, también estaba Petra. A finales de aquel mes decidí hacerle una visita. Como no tenía la atadura del horario para ir a trabajar, le pregunté a ella si me podía recibir un día y si no había problema en quedarme en su departamento por el resto de la tarde hasta el anochecer. Ella me dijo que no había problema, ya que casualmente por esos días atendía a sus clientes por las mañanas y tenía mucho tiempo disponible en las tardes. Así que un miércoles de finales de Julio de 2004 visité a Petra a eso de las 14:00 horas. Como siempre, deposité al entrar mis 100 pesos en la cajita china. Y como siempre también, comenzamos nuestro encuentro con una buena taza de café brasileño. Aproveché para contarle sobre lo que me había pasado en mi trabajo en el cyber y ella no pudo evitar hacer exclamaciones de horror. Ella no negaba que existía delincuencia también en Alemania, pero no al nivel alcanzado en Argentina, por eso ella, me contaba, siempre frecuentaba lugares que ella conocía de Buenos Aires y procuraba siempre volver a su departamento lo más temprano posible. Luego, tuve mi dosis de buen sexo alemán y a continuación un buen baño bajo la ducha acompañado por Petra. Por último, ambos dormimos una siesta reparadora para recuperar energías. Yo me desperté aproximadamente a las 19:00 y volví a vestirme. Corrí parcialmente las cortinas y acerqué una silla para contemplar el anochecer de Buenos Aires, con sus luces multicolores titilando en todas partes y los ángulos rectos disparejos creados por edificios de departamentos cubriendo el horizonte. Arriba, la Luna llena se adueñaba del firmamento y despedía un fulgor particular. Casi hasta podía ver en detalle sus cráteres. Giro mi cabeza hacia adentro y contemplo a Petra durmiendo, acostada sobre su costado derecho, brazos y piernas parcialmente doblados y manos y pies apoyados sobre las sábanas. Dormía desnuda plácidamente, y eso era gracias a que el departamento tenía una buena calefacción. Me quedé absorto contemplándola. Dios, qué hermosa era. Sus pies, pequeños casi como los de una niña. Sus piernas bien torneadas y delgadas. Su entrepierna con la cantidad de vello púbico justa. No lo tenía como algunas mujeres, depilado, pero tampoco era una selva impenetrable. Sus caderas haciendo una graciosa curva casi aerodinámica. Sus pechos eran medianos, ni voluptuosos ni planos, con pezones y sus respectivas aureolas de tamaño discreto. Sus brazos eran delgados y sus manos delicadas y bien manicuradas. Dormía como una niña que soñaba con los ángeles. Pese a su edad, en ninguna parte de su cuerpo tenía arrugas, toda su piel era tersa y
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fresca. Sus cabellos rubios caían en abanico sobre su cama de sábanas de seda blanca. Al verla así, tan bella e inocente atrapada en sus sueños, me venía a la mente aquella maravillosa canción de Shirley Bassey Moonraker, banda sonora de la película de James Bond del mismo nombre. Ay, Petra. Porqué no sos una buena mujer que solo un hombre pueda poseer para siempre. La luna llena iluminaba con su luz su belleza femenina. Aquel momento fue como si el astro hubiese aparecido especialmente para presentar de manera estelar aquella hermosura sin par. Petra, entonces, despierta lentamente. Muy despacio, estira sus brazos y sus ojos claros perciben el brillo de la Luna. ¿Junge? Acá estoy, Petra. ¿Qué hora es?- pregunta en medio de un delicado bostezo. Las 8 de la noche, Petra, ya me voy. Me levanté de mi asiento, me acerqué a su cama y le di un beso de despedida en la frente. Ella me respondió con una sonrisa tierna. Caminé hacia la puerta y lo último que vi antes de cerrar y salir del departamento era su cuerpo desnudo incorporándose de la cama y cerrando las cortinas, bloqueando el paso de la luz de la Luna llena. Agosto fue un mes muy tranquilo. Pude conocer al custodio, de nombre Gastón, estatura y cuerpo medios, cabello enrulado color negro, rostro ovalado y ojos pequeños. Trabajaba en la brigada antisecuestros de la Policía Federal y por tal motivo portaba su arma reglamentaria Browning calibre 9mm de fabricación nacional que llevaba para ofrecer un factor disuasivo frente a los ladrones del barrio. Entraba a las 20:00 y cuidaba del cyber hasta la hora del cierre, a las 0:00 horas. Gracias a él la tranquilidad volvió otra vez al local y cada uno de nosotros pudo concentrarse otra vez en las actividades de rutina de siempre. Por lo que a mí respecta, no había mayores altibajos. Retornaba otra vez a mis actividades normales. Gastón era, en esa época, en ocasiones suplantado por Luis, un guardia jubilado del Servicio Penitenciario Federal de unos cincuenta y tantos años, morocho, tez cuadrada y con algunas arrugas que delataban su edad. Ojos pequeños y vivaces, y una personalidad propia de una persona que ya vio pasar a su alrededor el mundo y ya tiene ganas de simplemente descansar y permitir que todo transcurra más lentamente que antes, al contrario de Gastón, que aún tenía la juventud para hacer más y mejores cosas para el porvenir. Agosto pasa como un suspiro y llega Septiembre. Llegaba la primavera y con ella anochecía más tarde, hacía una temperatura más agradable y las proyecciones indicaban que mi situación económica seguiría siendo apenas aceptable, pero estable. Ya había recuperado lo que me habían robado y todo lo desagradable había quedado definitivamente atrás. Mi rutina de salida era siempre la misma. Cerraba el cyber a las 0:00 horas y me despedía del custodio, tomaba por lo general un colectivo de la línea 105 o 146 desde una esquina a unos 50 metros de mi lugar de trabajo. Con el colectivo que por lo general a esa hora llevaba muy pocos pasajeros cruzaba la capital a mitad de la noche hasta el microcentro, en un viaje de 30 minutos. Si
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viajaba en el 105 bajaba en Bartolomé Mitre esquina Maipú, si viajaba en el 146, en Maipú y Avenida Corrientes. En ambos casos quedaba cerca de la parada del colectivo de la línea 45 también con poco pasaje y que después de una hora de viaje finalmente me llevaba a Lanús, me dejaba a unas 3 cuadras de mi casa y caminaba hasta mi hogar, llegando a la 1:30 de la madrugada. Como mi trabajo no implicaba despertar temprano por la mañana, entonces no tenía problema en dormir bien y levantarme al día siguiente entre las 9:00 y 10:00 AM dando inicio de un nuevo día. Lo que ignoraba era que alguien estuvo estudiando mis movimientos y mi rutina desde el momento de bajar del colectivo de la línea 45 y mi desplazamiento a pie hasta mi casa. Recuerdo lo que había hecho el 22 de Septiembre de 2004. Estuve primero abocado en atender a una señora mayor en su domicilio ubicado en Villa Devoto con un problema en el modem de su PC. Le prometí volver al día siguiente con los repuestos necesarios. Más tarde, en la misma zona, me ocupé de reparar equipos fuera de servicio en el cyber de Augusto, quedando trabajo pendiente para el siguiente día. Mi trabajo en el cyber de Caballito fue sin inconvenientes. A las 0:00 horas del 23 de Septiembre de 2004 inicié el viaje de vuelta a casa como siempre. Cerca de la 1:30 bajé del colectivo de la línea 45 y comencé entonces mi caminata por la misma ruta hacia mi casa. Llegando al primer cruce de calle, veo pasar delante de mí una bicicleta con dos villeros. Una chica pedaleaba y otro muchacho con capucha estaba sentado sobre el manubrio. No les di mayor importancia y seguí caminando. Debía seguir recto por una calle vacía que llevaba directamente a mi casa. Dos cruces de calles más y finalmente me encontraría frente a la puerta de mi hogar para entrar y descansar. En ese entonces, cada vez que llegaba a un cruce de calzada no miraba hacia ambos lados tratando de ver si hay algún movimiento en las calles paralelas y por sobre todo si había alguien que avanzaba a la par que yo. Simplemente miraba al frente y avanzaba a paso ligero. Ése fue un grave error que me costaría muy caro. Si hubiera podido ver que aquellos dos villeros me seguían por una calle paralela con la bicicleta, posiblemente hubiera tomado alguna acción evasiva y echado mano a mi celular para quizás llamar a la policía. Pero desgraciadamente no fue así. Faltaban apenas un par de metros para llegar al último cruce de calles antes de llegar a mi casa, cuando la bicicleta con los villeros se cruza frente a mí, frena y el que estaba sobre el manubrio salta y corre hacia mí con una pistola calibre 22 plateada en su mano. Me quedé quieto. No había opción. Una vez que él llegó a mí apuntó el arma a mi cabeza. De rodillas, agachate. No había otra alternativa y tuve que obedecer. Me puse de rodillas de cara al frente de una casa oscurecida con un jardín delante y con una reja que separaba los límites del inmueble con la acera. Quedate quieto o te mato, ¿entendés?. Sacate la campera. Llevaba puesto una campera deportiva liviana de tela sintética azul con franjas diagonales celestes y grises al frente. Tenía varios años de uso pero estaba en un buen estado. Se la tuve que entregar al chorro. Sacate las zapatillas
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Me quito a continuación mis zapatillas de cuero blanco, de buena marca, apenas tenían un año de uso y su estreno fue repartiendo correspondencia como mensajero. Luego, esta rata inmunda salida del pozo me cachea completamente, quitándome de los bolsillos de mi camisa y pantalón mi billetera y mis monedas. Sorprendentemente, también me roba las llaves de mi casa. Me sustrae mi teléfono celular Motorola Tango 300, y mi carpeta conteniendo objetos de poco valor, como mi estuche redondo de plástico amarillo conteniendo CD-ROM´s de programas que utilizaba en mi trabajo, algunos diskettes, una vieja guía de calles de Capital Federal y Gran Buenos Aires y una cajita de cartón conteniendo modems de repuesto que usaría al día siguiente para reparar la computadora de aquella Señora mayor en Villa Devoto. Igual trato de arrojar la carpeta a través de la reja hacia el jardín de la casa, en un intento de estorbar en lo posible la labor de aquel hijo de puta. También me quitó mi reloj automático Seiko, regalo de mi hermano y que era lo más valioso que llevaba encima. Por lo general llevaba encima aún más objetos de valor, pero reduje eso a un mínimo como consecuencia de los robos sufridos en el cyber en los meses anteriores de Junio y Julio. Me deja que me incorpore. Ahora, andate caminando a tu casa.-me dijo a la vez que veía cómo tomaba todas mis cosas con sus manos. Lo que ocurrió a continuación fue todo muy confuso y aún trato de entrar en lo profundo de mi mente para reconstruir lo ocurrido, pero la cuestión es que el villero se puso de pie y comenzó a disparar. Los disparos los escuchaba como si fueran hechos en realidad por una pistola con balas de salva. Eso se vio reforzado porque no sentía en mi cuerpo los impactos de bala. Los proyectiles de una pistola calibre 22 viajan desde el cañón del arma aproximadamente a 260 metros por segundo. Tal velocidad hace que no se pueda “ver” a simple vista. El cuerpo humano está compuesto de piel, más abajo, el tejido por el cual corren vasos sanguíneos, nervios y más abajo, la cavidad en la que están alojados los órganos. El tejido ayuda a frenar el impulso de la bala, pero su gran velocidad hace que por lo general atraviese el tejido e impacte contra algún órgano vital, dañándolo y diezmando su capacidad normal de funcionamiento. Las balas de mayor calibre y con mayor velocidad de trayectoria pueden incluso atravesar de lado a lado un cuerpo humano. Primero me disparó a mi pierna derecha, luego a mi abdomen. A continuación gira a mi alrededor y mantiene una buena distancia para que no le pueda poner una mano encima y destrozarlo, y continúa disparando. Un proyectil atraviesa mi espalda y llega a mi tórax, dañando mi pulmón izquierdo. Por último, el siguiente disparo llega a mi cuello e impulsa mi cuerpo hacia atrás. Caigo al piso. Sentí ardor en mi garganta y mi respiración tenía un sonido anormal, similar a la del villano Darth Vader de la película La Guerra de las Galaxias. Eso era porque mi pulmón tenía una perforación y por ende una fuga por la que ahora se introducía sangre. Así que abrí mi boca en busca de aire y me arrastré hasta la reja de aquella casa y tomo lo que el ladrón no alcanzó a llevarse en su huida, como la guía de calles y la cajita de cartón con los módems. En ese momento no conocía la dimensión de mi situación.
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Cruzo la calle y veo hacia el lado derecho a algunas personas curiosas mirándome. Eran habitantes de las casas humildes cercanas. Luego miro hacia delante y descalzo sigo caminando hacia mi casa. Fue entonces cuando con mi mano izquierda palpo mi camisa a la altura en la que calculaba había recibido un impacto. Luego miro la palma de esa mano. Estaba empapada de sangre. ¡Oh, no!- reaccioné en voz alta con angustia. Realmente estaba en serios problemas. Llegué finalmente a mi casa y al no tener las llaves, toqué el timbre. Mi hermana estaba despierta y me abre la puerta. Ay, Gabriel- Es lo que alcanzo a escuchar. Entro a mi casa y me dirijo directamente hasta la habitación de mi madre. ¡Mamá, mamá!. ¡Ayudame mamá!- exclamé. Me senté al borde de la cama de mi cama y ella me sostenía, a la vez que ordenaba a mi hermana a gritos que llamara un remís. Ella no sabía en ese momento lo que me había pasado realmente. Afortunadamente el auto llegó a los poco minutos. Toda la familia subió. Delante y al lado del conductor mi hermano menor. Detrás, yo flanqueado por mi madre y mi hermana que me sostenían mientras el coche se desplazaba a gran velocidad hacia la Avenida 25 de Mayo y doblando en dirección a la estación de Lanús, avanzando algunas cuadras hasta llegar al centro asistencial que funciona las 24 horas. Mi madre y mi hermana me ayudan a bajar y caminamos hacia el interior del recinto pidiendo ayuda. Un médico de guardia se hace cargo de mí y me lleva hacia una sala y me acuesta sobre una camilla, asistido por una enfermera. ¿Qué te pasó? Me asaltaron y me dispararon. ¿Dónde? En el cuerpo, en la pierna... El médico levanta mis ropas y examina los impactos de bala rodeados de sangre manando hacia fuera. Acá no podemos hacer nada, te tenemos que llevarte al hospital- me anuncia la enfermera. Afuera escuchaba cómo mi madre lloraba, sostenida por mi hermana. Había oído todo y se enteraba para su horror la gravedad de mis heridas. Rápidamente médico y enfermera empujan mi camilla hacia una ambulancia Renault Trafic estacionada en el parqueadero del centro asistencial. Me suben a él, y mi hermano menor me acompaña. La ambulancia, entonces, enciende la sirena y avanza a gran velocidad hacia el hospital de Lanús. Todo lo que pude ver durante el viaje es la luz interior de la ambulancia, debido a que estaba acostado sobre la camilla y obviamente miraba hacia arriba. Minutos después llegamos a la Guardia del hospital de Lanús, el equivalente al ER Emergency de los hospitales de Estados Unidos. Manos solícitas hacen descender la camilla conmigo encima y deslizándose por una rampa se mueve hacia el interior del hospital. Por el momento yo sólo veo techos con tubos de luz fluorescente. Un policía aparece y se coloca a mi lado, caminando a la par del movimiento de la camilla. Llevaba en su mano un bloc de notas y una lapicera. ¿Qué te pasó?
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Me asaltaron ¿Dónde? Cerca de mi casa. ¿Cuántos eran? Dos personas. ¿Te dispararon? Sí. Para ese momento la sangre comenzaba a llenar mi garganta y dificultando el habla. Llego e ingreso a un recinto oscuro que en su interior había un equipo de rayos X. Para ese momento los residentes de cirugía que en ese momento estaban de guardia habían tomado mi caso en sus manos y ellos se encargan de acomodarme sobre la plataforma metálica acostado. Quieto.-me ordenan. Sacan placas y seguidamente me hacen doblar en dos, quedándome sentado. Para ese momento las hemorragias internas estaban haciendo mella en mi organismo y me sentía terriblemente mal. Continuaron sacándome más placas. Los residentes estaban estudiando a contraluz en el pasillo fuera de la sala de rayos X las radiografías obtenidas. Yo estaba pidiendo ayuda ya que me sentía descompuesto y temía desfallecer. Los residentes, entonces, nuevamente me colocaron en la camilla y me llevaron rápidamente hacia el quirófano. Llegado a la sala de cirugía mueven mi cuerpo a la mesa de operaciones. Una vez acostado allí, las enfermeras cortan mi ropa con tijeras. Ahí va hecha jirones mi pantalón vaquero de marca con poco uso, mi chompa negra y azul que había comprado en C & A años atrás, ahí va mi camisa deportiva de marca, mi remera y por último mi ropa interior. Una de las enfermeras hace un bollo con lo que ahora era un montón de restos de tela y lo arroja en un cesto. Miro hacia arriba y contemplo un gigantesco disco de lo que parecía ser un ovni, pero en realidad era la lámpara scialítica usada en todos los quirófanos del mundo. Redonda, sostenida gracias a un brazo y una pesada base, y que en su círculo metálico contiene 12 focos con vidrios también circulares. Alguien acerca a mi rostro una mascarilla. Respirá hondo. Eso hago y rápidamente me quedo dormido. Estaba a punto de entrar al infierno, al período de más dura prueba de toda mi vida, una vida que en ese momento pendía de un hilo muy fino que amenazaba con romperse.
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SEGUNDA PARTE LA PRUEBA MÁS DURA DE TODAS
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TRES CRUZANDO EL INFIERNO Me he tragado una buena buchada de veneno. —¡Tres veces sea bendito el consejo que me llegó! — Las entrañas me arden. La violencia del veneno me retuerce los miembros, me deforma, me tira al suelo. Me muero de sed, me asfixio, no puedo gritar. ¡Es el infierno, la pena eterna! ¡Ved cómo se elevan las llamas! ¡Ardo como es debido! ¡Venga, demonio! Fragmento de Una temporada en el infierno, de Arthur Rimbaud. Despierto de repente en la mañana de aquel jueves 23 de Septiembre de 2004. Estaba vivo aunque en muy malas condiciones. Mis pensamientos giraban en torno a las circunstancias que me habían llevado allí, y a las preguntas que empezaban con un: ¿Qué hubiese pasado si...? que hubiesen impedido que terminara en el hospital. Ese día tenía actividades por hacer y además estaba mi trabajo. Todo eso había quedado definitivamente truncado por tiempo indeterminado. ¿Y ahora?. Qué estupidez que fue todo esto, qué estupidez. – pensé en aquellos momentos. Me encontraba en un salón muy amplio con pocas camas, bien iluminado gracias a una profusión de luz fluorescente, y un piso de mosaico impecable y brillante. Las paredes, si mal no recuerdo, eran de color rosado y blanco. Estaba acostado sobre una cama muy alta, quizás a un metro del suelo. Había otras camas a los lados de la mía también con personas convalecientes y frente a mí a unos 3 metros por lo menos, más camas con más personas en posición horizontal. Estaba en terapia intensiva. Luego comienzo a mirarme yo mismo. Saliendo del costado izquierdo de mi cuerpo había dos gruesos tubos de drenaje de plástico transparente. Mi pecho estaba casi completamente vendado, al igual que una parte de mi abdomen. Además, tenía una sonda saliendo de una de las fosas nasales de mi nariz y en mi brazo derecho, estaba conectada otra sonda que recibía suero intravenoso, que estaba colgado en lo alto de una pértiga. Mi madre entra en aquel recinto. La veía un poco más calmada, pero igual se dibujaba una gran preocupación en su rostro. Sabía que estaba vivo pero no había un pronóstico claro sobre mi evolución. Se coloca en el lado izquierdo de mi cama y trata de darme tranquilidad. Hablé con los médicos y me dijeron que vas a estar bien, te vas a recuperar pronto y vas a volver a casa.... Asentí. Pero era consciente que mi futuro inmediato era incierto. Mi madre se va. No se podía permanecer mucho tiempo en aquella sala. Pero lo peor de todo era que sentía que no podía hablar ni respirar por la nariz. El aire ahora circulaba por una cánula de traqueotomía insertada en mi cuello. Y en ese momento mis pulmones estaban recibiendo aire insuficiente. ¿Qué hacer?. No tenía los medios para poder resolver el problema por mí mismo y para colmo, no podía llamar a la enfermera porque estaba mudo, ya que la cánula bloqueaba mis cuerdas vocales.
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Comencé entonces a golpear con mi mano derecha el armazón de mi cama, necesitaba llamar la atención de las enfermeras antes que me ahogara. Alcanzo a ver a una empleada de limpieza que me ve y le hago señas. Ya vienen las enfermeras-me anuncia. Mi instinto me decía que mentía, así que continué golpeando el costado de mi cama. Me estaba ahogando y necesitaba ayuda urgente. Finalmente, después de varios minutos llega una enfermera con cara de fastidio. Se coloca en el lado izquierdo de mi cama, cerca de mis drenajes. ¿Qué pasa? Trato de mover mis labios para que pueda leerlos y le hago señas señalando la traqueotomía. ¿Te ahogás? Junto a ella se acerca otra enfermera no menos jetona que me señala con su cabeza. ¿Qué le pasa? Dice que se ahoga. De mala gana me insertan un tubo en la abertura de la cánula y a continuación escucho un burbujeo. No me estaban aspirando la mucosidad acumulada y que restringía el paso de aire, sino que me nebulizaban, es decir, solamente ablandaban los mocos. En ese momento, eso no era de mucha ayuda. Entonces se acerca un médico vestido con un guardapolvo cerrado con cuello en V color celeste, similar al usado por los cirujanos. Se coloca en el lado derecho de mi cama y revisa mi estado. Lo miro y otra vez pronuncio las palabras moviendo mis labios muy despacio. El médico entendió lo que decía. ¿Te ahogás?. Es sólo una sensación psicológica. Mantené la calma Eso es lo que intentaba hacer, pero continuaba sin aire. La nebulización alivió un poco mi situación, pero no lo suficiente para respirar bien. Él está bien, no necesita estar acá, mándenlo a terapia intermediaordenó el médico, a la vez que se alejaba de mi cama. El proceso fue bastante expeditivo. Rápidamente trajeron una camilla y un par de enfermeros se ocuparon en sacarme de aquella cama. Todo lo que veía yo era el techo alternado con tubos fluorescentes encendidos. Una vez en la camilla, el techo parece moverse sobre mi cabeza, traspasamos una puerta y veo moverse un techo de otro color pero con la misma luz. Avanzamos hasta llegar a un punto determinado en que doblamos a la derecha y traspasamos otra entrada, avanzamos un par de pasos, giran la camilla en el sentido de las agujas del reloj y la acomodan al lado de otra cama, más baja que la anterior. Los enfermeros mueven otra vez mi cuerpo y lo colocan sobre aquel lecho. Por último se van y segundos después llega una enfermera a acomodar en el piso los baldes asépticos en que desembocaban los drenajes, coloca una pértiga en el lado izquierdo de mi cama y allí cuelga el bulbo de suero, yo le hago señas para que resuelva el problema que tenía entre manos de la falta de aire, pero no me hizo caso y se fue. Tiempo después, gracias al servicio de inteligencia por mí creado entre el personal no médico del hospital, me enteraría el porqué el personal del hospital me atendía tan mal. Al ser yo morocho y haber ingresado al nosocomio con heridas de bala, concluyeron que yo era un delincuente. El colmo absoluto de mi situación ya de por sí muy grave. Pasarían varios días antes que las enfermeras y los residentes de cirugía me atendieran aceptablemente bien.
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Aún mi cuerpo necesitaba desesperadamente aire y no lo obtenía, así que aquí también comencé a golpear el costado de la cama con insistencia. Finalmente una señora aparece y le hago señas. Ahora llamo a la enfermera. Y así sigo esperando. Mientras tanto, mi corazón palpita más rápido de lo normal. Tengo una sensación de impotencia al no poder hacer nada y a la vez, bronca al depender de una personas que me atienden cuando les da la gana y encima mal. Mi cuerpo tiembla e instintivamente adopto una posición fetal. Y así me encuentran los residentes acompañados de un cirujano mayor al que nunca conocería su nombre. Hombre maduro de estatura y cuerpo medios, tendría más o menos unos cincuenta y tantos años. Ojos y labios pequeños, cejas oscuras y medianamente delgadas, arrugas horizontales en la frente y por sobre todo, su cabeza parecía la lisa y redonda superficie de algún planeta, no tenía ni un solo pelo. De allí en más le llamaría “Blofeld” por su parecido al famoso villano de la película de James Bond Solo se vive dos veces, interpretado por Donald Pleasance. Escucho que los residentes informan sobre mi cuadro clínico. Blofeld, en cambio, ve cómo estoy temblando como una hoja. Deduce acertadamente que podía tener algún problema (no me acuerdo cuál), y da órdenes que me administren una inyección (tampoco me acuerdo cuál).A continuación se van. A ellos también traté de hacerles entender que me ahogaba, pero lo único que obtuve es que una de las residentes me diría que vendría enseguida la enfermera y eso fue todo. O sea lo mismo que nada. Continué golpeando el costado de mi cama hasta que una joven enfermera muy atractiva y con pecas, enfundada en su guardapolvo cerrado de color azul se acerca a mí y me inyecta algo en mi brazo izquierdo. Al poco tiempo mi corazón redujo su velocidad hasta que acabó latiendo al ritmo normal. Pero mi traqueotomía seguía siendo un problema. Por fin, la misma enfermera toma una sonda que estaba a la mano, enciende un aparato que estaba fuera de mi vista y lo introduce por la abertura de mi cánula. Veo cómo por la sonda salen mocos en abundancia. Al fin respiraba bien. Antes de irse, conecta una sonda a la cánula por la que recibía oxígeno puro. La traqueotomía es una de las técnicas médicas más antiguas de la historia de la humanidad. Fueron los antiguos egipcios quienes aplicaron técnicas primitivas de abrir la tráquea para permitir el paso del aire a los pulmones de un paciente lesionado en el cuello y/o la nariz allá por el 3600 A.C. Está documentado que la primera traqueotomía exitosa fue realizada por el médico italiano Antonio Musa Prasolava en el siglo XV. Sin embargo, la mortalidad posoperatoria de las traqueotomías fue siempre muy alta hasta principios del siglo XX, cuando en 1921 un tal Jackson demostró que manteniendo la cánula destapada y limpia y cuidando las condiciones de higiene del paciente la mortalidad podía reducirse a un nivel muy bajo. Esto último pude aprenderlo con conocimiento de causa. El método de practicar la traqueotomía es muy simple. Se hace una incisión vertical en el cuello y se crea así un orificio entre el segundo y tercer anillo traqueal y debajo de las cuerdas vocales. Este orificio se llama estoma y permite la colocación de una cánula que permite el paso de aire. Al ser colocada la cánula debajo de las cuerdas vocales éstas ya no reciben el aire de los pulmones, por tal razón el paciente no puede hablar.
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Una vez que la enfermera se fue, pude acomodarme en mi cama y dejar que el día transcurra lentamente. Pude entonces observar con atención el sitio en el que me encontraba. Era una habitación de aproximadamente tres metros de largo y cuatro de ancho. Con paredes pintadas de color verde hasta la mitad inferior. La otra mitad y el techo estaban pintados de blanco. Delante de mí y en un rincón de la habitación, a la derecha, había un armario vertical de color verde hecho con madera barata y que tenía solamente dos puertas, una arriba y otra abajo que daban acceso cada una a un compartimiento con un estante. Al principio cada puerta llevaba llave pero era algo en desuso para el momento aquél. El piso estaba revestido de baldosas plásticas del tipo flexiplast de color gris, lo que facilitaba la limpieza. En un hospital es imposible tener pisos de madera y mucho menos alfombras por cuestiones de higiene y sobre todo por lo costoso que sería limpiarlos. La pared que estaba a la derecha de mi cama tenía una ventana con una persiana verde levadiza que se encontraba baja. No se podía subir al encontrase rota la polea que se encarga de enrollarla. También se encontraba roto el picaporte de la ventana de apertura doble de marcos de metal y estaba cerrada con cinta adhesiva de tela blanca usaba en vendajes. Días después pasaría por mi habitación un hombre encargado del mantenimiento y al que le solicitamos que arregle aquella ventana. Para mi asombro, aquel hombre con overol color beige se encogió de hombros. Según él, nadie en el hospital compraba repuestos para las cosas que se rompían y parte del dinero asignado para mantenimiento alguien “se lo lleva a su casa”. Este comentario preferí en ese momento tomarlo como un simple rumor y con pinzas. Mi cama era un anacronismo en el siglo XXI. Acostumbrado a ver en las películas y series de TV camas de hospital que funcionaban con controles de mando eléctricos y mecanismo hidráulico, ésta era de armazón metálica, estaba a poco más de medio metro de altura del suelo (el doble de altura de una cama hogareña) y para levantar su respaldo o el pie de ésta se hacía girando unas manivelas que accionaban unos tornillos sin fin. Para eso se necesitaba la asistencia de otra persona. Así que si necesitaba subir o bajar mi cabecera alguien debía ir al pie de mi cama, tomar una de las manivelas y girarla, como si intentara poner en marcha un Ford modelo T, y con los mismos ruidos de tornillos y engranajes chirriantes necesitados de aceite y grasa. El colchón era de gomaespuma, cubierta con cuerina negra para facilitar su limpieza. Un colchón común usado en los hogares no sirve en un hospital debido a que está revestido de tela y limpiarlo de desechos orgánicos o sangre sería muy trabajoso y difícil. Tenía sábanas y cobertores blancos, supongo que eran de ese color para ver más fácilmente manchas y suciedad y lavarlo con prontitud. La habitación sólo tenía dos camas en su interior. En ese momento no podía ver a mi compañero de cuarto debido a que había entre ambos un biombo con ruedas, de armazón tubular metálica y tela blanca. Por último, la habitación contaba con un baño bien equipado y cómodo de unos 2 x 2 mts. aproximadamente y que contaba con un espejo, lavabo, inodoro y ducha con agua fría y caliente. La entrada a la habitación tenía una puerta pesada y grande revestida de fórmica opaca color beige claro con una lámina metálica como banda cubriendo su parte media y que únicamente se podía cerrar por fuera.
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Por último, la iluminación estaba compuesta por luz fluorescente en el techo y pequeños tubos, también fluorescentes, individuales y que se encontraban en la parte superior de la cabecera de cada cama. Mi madre llegó cerca del mediodía a mi encuentro. Sintió alivio al verme ya que había pasado primero por terapia intensiva y yo no estaba allí. Temiendo lo peor, preguntó desesperada a las enfermeras y ellas, al mismo tiempo que la tranquilizaban, le avisaron que en realidad estaba en una habitación de terapia intermedia, ubicada en el mismo piso. Aprovecho para, mediante señas, advertirle que el chorro me había robado también las llaves de casa, así que debía moverse rápidamente para cambiar las cerraduras de todas las puertas exteriores. Así lo haría mi madre. Al rato llegarían mi hermana y mi hermano menor. Sus rostros reflejaban que mi estado era muy impresionable. También llegaría mi otro hermano, tres años menor que yo y con el que tengo más afinidad, que con lágrimas en los ojos me besa la frente y se aleja. Aquello me dejó muy conmovido. Cerca de las 13:30 llegan 5 policías y se colocan delante de mi cama. Uno de ellos traía un bloc de notas y la visita era para que yo prestara declaración sobre las circunstancias del asalto del que fui víctima y que me dejaron en aquella cama de hospital con 4 impactos de bala. Mi madre fue la que les explicó que en ese momento no estaba en condiciones de hablar al tener una traqueotomía. Mi hermana sería la encargada de hacer la denuncia en nombre mío. Mucho tiempo después y cuando ya llevaba una vida completamente normal, mi madre me confesaría que los policías, al salir de mi habitación y después de ver mi estado, meneaban la cabeza negativamente. Y en parte esa reacción de los uniformados era también el pronóstico de los galenos, según pude enterarme después. En las condiciones en las que estaba, para ellos, mi esperanza de vida era de menos del 15%. Mi cuadro médico era demasiado complejo para que los médicos tuvieran una esperanza firme de que me recuperaría. Siempre supe que el cuerpo de una persona puede sufrir daños, pero quizás no hay nada más terrible que el espíritu de un ser humano roto. Es allí cuando la persona está irremisiblemente perdida. Por tal motivo, hacía tiempo que había tomado la decisión de nunca, nunca permitir que mi espíritu se doblegue, porque ése sería mi fin. Aquel principio se activaría de forma automática no bien desperté en terapia intensiva y sería mi principal sostén durante toda aquella internación, sobre todo en los primeros 15 días en los que parecía estar cruzando el infierno. Una vez que se fueron los policías, llega un enfermero a quitarme el catéter del extremo de mi vejiga. Eso explicaba porqué cuando orinaba sentía dolor. A partir de entonces y ante la imposibilidad de levantarme usaría un urinario con cuello largo y asa, de plástico color blanco, popularmente conocido en Argentina como papagayo aunque no le veo el parecido de aquel recipiente para orinar con el ave. Luego comencé a sentir convulsiones. Ahora que estaba mi familia uno de ellos pudo llamar a un enfermero para atenderme. Él me explicó que aquella sonda que salía de mi nariz era para desalojar los vómitos que pudiera tener. En ese mismo momento vomité un poco y aquel líquido viscoso salió por mi boca y no por aquella sonda. Al no tener nada para limpiarme por mí mismo tuve que
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dejarme hacer por aquel enfermero, como si fuera un bebé que acabara de hacer enchastre. Así que llegué a la siguiente conclusión. ¿Para qué servía entonces aquella sonda?. Además, me molestaba en mi nariz y garganta, por lo tanto procedí a quitármela y dejarla en el suelo. Ya tenía dos molestias menos. Pero sabía que hubiera sido peligroso quitarme el suero o los drenajes. Eso lo dejaría como estaba a pesar de las molestias. El suero hacía que mi brazo (ya sea izquierdo o derecho, según en donde estuviera colocado la vía intravenosa), provocaba que la extremidad estuviera permanentemente extendida e inmóvil. En cuanto a los drenajes, era peor. Mi cuerpo no podía girar para apoyarse en su lado izquierdo, y girar para el lado derecho era muy limitado. De todas maneras, y como los tubos estaban fijados a mi cuerpo con hilo quirúrgico, cualquier movimiento corporal que hacía me exponía a sentir un tirón en mi piel en los puntos de donde salían aquellos tubos, con el consiguiente dolor punzante. Luego estaba el problema de estar día y noche acostado. La piel necesita oxígeno para mantenerse y renovarse, que recibe a través de sus poros. Al estar éstos permanentemente cubiertos y sin la oxigenación necesaria, ésta comienza a escamarse, y si no recibe tratamiento adecuado pueden aparecer úlceras. Mi madre era consciente de esto y por eso consultó con las enfermeras sobre lo que se podría hacer. Ellas recomendaron frotar mi espalda con óleo calcáreo, normalmente usado para tratar paspaduras en los traseros de bebés. Mi madre compró un par de botellas plásticas de la farmacia de aquella crema y recibiría aquel óleo dos veces por día todas los días mientras estuve internado. Pero por otra parte, no solo era importante que mi espalda recibiera suficiente aire por cuestiones de piel, sino también por mis pulmones. No todo el aire que necesitan viene de las fosas nasales, sino que también necesitan lo que llega a través de la piel. Al no pasar el aire por mi espalda, esto provocó una acumulación de flemas en mis pulmones, con lo cual agravaba mi cuadro al sumarse el uso de una cánula en mi cuello que constantemente se llenaba de mocos. La cánula se llenaba de mucosidad constantemente, así que las enfermeras debían venir a aspirarla. En el ínterin, insistían una y otra vez que mi familia debía aprender el proceso de nebulización y aspiración de la cánula para que ésta se mantenga destapada. A mi familia le costaría mucho tiempo y esfuerzo aprender aquel proceso, vital para mí en aquellos momentos. Por último, sentía un permanente zumbido en mis oídos. Mediante señas le expliqué eso a mi hermana y ella me contestó que eso era producto de las detonaciones de la pistola del delincuente. El resto de aquel día y con mi situación relativamente controlada, pude ocupar mi mente en analizar lo sucedido. Para empezar, ¿de dónde había salido aquella rata inmunda que me había asaltado y disparado?. Todos los indicios apuntan a alguien salido de una de las villas miseria de Remedios de Escalada y cercanas a mi casa, pero también pude acordarme de lo que me había dicho aquella otra rata que vivía en una de las casas tomadas en el barrio de Caballito y que en uno de esos asaltos en el cyber en el que fui víctima, me advirtió que no lo denunciara, ya que él conocía mi domicilio. ¿Fue acaso uno de aquella banda?. Esto se reforzaba con el hecho que tanto los asaltantes al cyber como el que me tendió aquella emboscada a media cuadra de mi casa
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usaban pistolas calibre 22 cromadas. De confirmarse esto, francamente se tomaron muchas molestias para viajar desde Capital Federal, estudiar mis movimientos e interceptarme con una bicicleta. Y todo para robarme indumentaria y demás cosas que en conjunto tenían escaso valor, salvo quizás, por el teléfono celular y el reloj. En cuanto al efectivo, siempre tengo en mi billetera lo mínimo indispensable. Además, tenía otro dato. Antes de la ola de los 4 asaltos al cyber entre Junio y Julio de aquel año, nunca antes me habían robado. Cuando trabajaba en el cyber de José en Villa Devoto cotidianamente llegaba a mi casa cerca de la medianoche y varias veces inclusive llegué a la madrugada, lo mismo cuando comencé a trabajar en el cyber de Augusto en el mismo barrio de Capital. Desde que abrió el cyber de Caballito en diciembre de 2003 y hasta aquella fatídica noche siempre llegué a mi hogar pasada la medianoche y usando el mismo camino y todo sin novedad. Así que en mi opinión, si alguien profundiza un poco en mi caso, francamente recomiendo que no se descarte ninguna hipótesis. La posibilidad de que el asaltante haya sido de Lanús es plausible, pero también hay que tomar en cuenta otros hechos y factores. Así terminaría aquel 23 de Septiembre. En el hospital de Lanús en muy malas condiciones y con mi madre durmiendo sentada a lado de mi cama para poder atender cualquier necesidad que tuviera. Pese a lo difícil que era, traté de conciliar el sueño lo mejor posible. Al día siguiente, Viernes 24 de Septiembre, muy temprano, recibiría ante mi cama la ronda de residentes de cirugía, acompañado de los cirujanos mayores. Ese tipo de visitas las tendría de Lunes a Viernes durante todo el tiempo en que estuve internado. No se puede negar que es algo necesario para que los médicos mayores tengan un conocimiento in situ el estado del paciente y eso permita tomar decisiones, al mismo tiempo que coadyuva al aprendizaje de los residentes, pero por Dios, parece que los residentes se esfuerzan en hacerlo sentir a uno como un espécimen extraño que están contemplando con curiosidad e interés. “Y aquí tenemos un Tyrannosaurus rex, dinosaurio carnívoro y bípedo que habitó la tierra durante el periodo cretácico superior, hace más de 65 millones de años y...” Así era como los residentes lo contemplaban a uno. Eso nunca dejó de ser incómodo e irritante para mí. A veces incluso hasta sospeché que algunos de ellos tenían un cierto complejo de superioridad reforzado con el hecho de que residentes y cirujanos manejaban mi situación y yo nada podía hacer ni mucho menos hablar debido a mi estado, lo cual me dejaba en desventaja. Pero esta sería una dura lección que aprendería y me serviría de mucho cuando estuviese internado la siguiente vez, en Marzo de 2005. Después de la ronda de médicos, vendría una chica de las residentes con un carrito con ruedas. Era de construcción tubular, con un aro debajo en que se fijaba una bolsa para arrojar desechos. En la parte superior tenía un estante repleto de gasas, apósitos, rollos de cinta adhesiva de tela blanca y Pervinox, antiséptico líquido de color marrón que se usaba virtualmente para todo. Tenía unas empuñaduras similares a las de las sillas de ruedas para moverlo. La residente era algo baja de estatura y gordita, tendría veintitantos años, de rostro redondo, pecas en los pómulos, ojos que parecían guisantes y labios pequeños. Cabello castaño enrulado y levantado radialmente alrededor de su
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cabeza. Se coloca en sus manos guantes de hule quirúrgicos y se acerca a mí a renovarme las vendas. Mi madre le llamaría por alguna razón Teresita, aunque su nombre era otro. Ella fue la encargada de cambiar mis vendajes casi todos los días mientras estuve internado. Procede primero a quitar el vendaje de mi abdomen. Allí descubro que tenía una incisión vertical inmediatamente encima de mi ombligo que ahora estaba cerrada con puntos de sutura, de unos 10 centímetros de longitud. Arroja el vendaje al interior de la bolsa de desechos, limpia la herida con una gasa empapada de Pervinox y también la arroja a la bolsa de desperdicios. Toma entonces una bolsa de papel que abre rompiéndola y extrayendo de su interior un apósito. Lo coloca sobre las puntadas y lo fija con cinta adhesiva. Luego pasa a mi pecho. Quita el enorme vendaje, descubriendo ante mí el corte más grande de todos, de unos 30 centímetros de longitud y que cruzaba todo el lado izquierdo de mi tórax horizontalmente. La residente repite la operación hecha con la herida anterior y ese lado del pecho recibe vendajes nuevos. Por último pasa a mi cuello y quita el vendaje que cubría parte del mismo. Todo el procedimiento anterior repetido otra vez. Finalmente reemplaza los vendajes alrededor de los tubos de drenaje y se coloca de cuclillas en el lado izquierdo de mi cama, para revisar los baldes asépticos y comprobar que todo esté bien. Eso era todo. Todos los días ella repetiría aquella rutina manteniendo siempre la higiene necesaria en mis heridas y favoreciendo su cicatrización. Sin embargo, la traqueotomía era mi principal problema durante aquellos días. Para empezar, los comienzos fueron duros para mi familia de aprender a mantener una disciplina de nebulizar primero y aspirar después para que pueda respirar. En más de una ocasión mi cánula quedaba obstruida y entonces había que llamar de urgencia a las enfermeras para que se ocupen de mí. Aspirar la traqueotomía fué la peor tortura recibida por mí todos los días mientras tuve aquella cánula en mi cuello. Al introducir la sonda de aspiración, no solamente ésta sacaba los mocos, sino también el aire en mis pulmones y también sangre, al lesionar el extremo de la sonda en sus continuas introducciones las paredes de la tráquea. Al faltar el aire mientras me aspiraban, mi cuerpo instintivamente se impulsaba hacia adelante buscando oxígeno. Era terrible. La sonda de aspiración en su labor y yo levantando la mitad de mi cuerpo violentamente hacia delante, para después dejarme caer otra vez en mi cama. Todo esto me provocaba irritación y molestias de toda índole y siempre las lágrimas corrían por mi rostro luego de cada “sesión”. Y esto había que repetirlo una y otra vez, tanto de día como de noche, en un intervalo que iba de 2 a 4 horas. Nebulización, aspiración, nebulización, aspiración... Jamás pude acostumbrarme a aquella cánula. Aquel viernes 24 mi madre me trajo un cuaderno con una lapicera para que pudiera comunicarme con las personas. De ahí en más escribiría mis inquietudes a mano con letra de imprenta para que mi interlocutor pueda leerlas y responder, y así mantener una conversación medianamente aceptable.
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Varias de las amigas de mi madre se enteraron de mi desgracia y se acercaron a acompañarla de a ratos en el hospital y de paso ver mi estado. Eran personas que no había visto durante 20 ó 25 años y que ahora se reencontraban conmigo. Por lo general conversaban con mi madre pero yo lograba mantener una charla con ellas escribiéndoles lo que quería decirles en mi cuaderno. A lo largo de todo el período de internación se sucederían estas visitas y al menos tanto mi madre como yo teníamos algo de compañía. Uno de los primeros encargos que le hice a mi madre fue darle un par de números de teléfono y nombres de personas con las que ella debía contactarse y comunicar mi situación. Uno de ellos fue José, que vino a mi encuentro pasadas apenas 48 horas. Al verme, opinaba que porqué la desgracia que me aquejaba no le puede pasar a una persona mayor como él, en lugar de que quede afectada alguien más joven como yo. Eso fue algo muy conmovedor. Y también vinieron mis jefes del cyber, Augusto y su tío. Primero fueron personalmente a mi casa a dejar la totalidad de mi sueldo, y poco después, me visitaron. Mediante mi cuaderno pude comunicarme con ellos y enterarme de las novedades del negocio, quién ocupaba ahora mi puesto de trabajo que de golpe dejé vacante por motivos de fuerza mayor y demás detalles. Vendrían más o menos una vez por semana durante aquel mes, y no obtendría de ellos más que mi sueldo completo, nada de asignaciones extra por accidente, enfermedad o lo que fuese que puede obtener un empleado promedio “en blanco”, que su empleador se encarga de depositarle todos los aportes patronales según ley. Al momento de escribir estas líneas, salvo mi trabajo de 90 días en una empresa contratista de instalación de cloacas y alcantarillado municipal, y los 30 meses como mensajero para una firma de electrodomésticos, nunca tuve un trabajo en regla, siempre fue “en negro”, y en este momento de gran necesidad para mí estaba pagando las consecuencias, al usar mis ingresos económicos para cubrir gastos extras como compra de contraste para estudios clínicos o mientras estuve como paciente ambulatorio, alimentos especiales de uso parenteral y que debían ser pasados por una sonda. Un trabajo “en negro”, quizás asegure tener al menos un empleo, pero mi propia experiencia demostró que eso es un arma de doble filo. Si en el ambiente laboral, ocurre una desgracia que puede provocarle lesiones al empleado, por ejemplo, el patrón puede considerase a sí mismo no estar obligado a prestar asistencia alguna. Favor tomar nota de esto. Mi internación era una rutina por demás aburrida por momentos, pero en ocasiones había un poco de acción. Nunca voy a olvidar la primera vez que los residentes me visitaron con una orden en la mano para sacarme radiografías. Con un esfuerzo increíble, me levanté de la cama ayudado por mi madre y una enfermera, desciendo muy lentamente y me acomodo en una silla de ruedas al que le habían colocado almohadas para mi mayor comodidad. Una vez sentado, la enfermera cierra el paso de suero, y deposita vía y bulbo en mi regazo, junto con los baldes asépticos de los drenajes. Por último mi madre me cubre lo mejor posible con una sábana. Estábamos listos para salir. Al pasar por delante de la cama de mi compañero de cuarto rumbo a la salida, pude verlo por primera vez. Era un hombre mayor que frisaba los 60 años, y a quien le habían diagnosticado cáncer. Estaba sentado sobre su cama desnudo
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de la cintura para arriba y me llamaba la atención su panza roja, arrugada y con una enorme cicatriz. Sin embargo no había perdido su aplomo. A verme pasar, levanta su pulgar derecho hacia arriba. ¡Fuerza Gabriel! Yo le respondo con el mismo gesto. Avanzar por el pasillo lentamente en dirección a los ascensores era un espectáculo dantesco doble. Por un lado, veía pasar a mi lado personas con una bolsa de colostomía colgada a la altura del abdomen, familiares y amigos que se abrazaban con lágrimas en los ojos, villeritos con ropa holgada que estaban allí parados delante de la entrada a sus habitaciones despreocupadamente, ancianos, enfermeras y gente que iba y venía. La luz fluorescente proyectaba sobre ellos luz blanca y también sombras negras, incrementando el dramatismo del cuadro. Pero por otra parte, toda esa gente también me miraba a mí y en sus rostros se dibujaban curiosidad, impresión y espanto. Siempre traté de no absorber aquellas reacciones. Al llegar al ascensor, yo y mi silla de ruedas más mis acompañantes ocupábamos toda la cabina y no había lugar para nadie más. Bajábamos hasta el piso correspondiente y luego avanzábamos hacia la entrada de radiología, acompañados por el residente. A pesar de estar muy débil y en malas condiciones, casi siempre me obligaban a ponerme de pie y sostenerme como podía. Mi madre se ocupaba en acomodarme en el suelo los baldes de drenajes y el suero y yo debía levantar el pecho y no respirar. Las placas obtenidas eran por lo general del tórax y en ocasiones, tanto de frente como de costado. Para una persona normal aquello es casi juego de niños, pero para mí en las condiciones en que me encontraba era casi una hazaña. Ésa fue la primera vez en que pude ver las balas calibre 22 en mi cuerpo. Parecían dos supositorios de color blanco, muy cerca uno del otro en medio de mi tórax. El objetivo de los médicos era ver la evolución de mi pulmón izquierdo y si existía acumulación de flemas, además de ver el nivel de líquidos existente y que en ese momento los estaba desalojando de mi organismo los drenajes. Aquellas primeras placas no mostraban grandes avances y había que esperar algunos días más hasta intentar sacarme nuevas placas y observar cambios. Durante las siguientes semanas acabaría familiarizándome con los equipos de Rayos X del hospital de Lanús, casi todos marca Siemens de fabricación brasileña (¿no hay equipos hechos en el país, por el amor de Dios?). Estaban bastante desgastados, pero por lo visto aún cumplían su función. Ya conocía los rayos X de chequeos médicos que me hice varias veces a lo largo de mi vida y por ende no era nada nuevo para mí sacarme una radiografía. Básicamente el cuerpo se coloca ante una placa sensible y un haz de electrones (los rayos X), son disparados hacia el paciente por unos segundos. El tiempo del paciente expuesto a los rayos depende de su grosor, el tejido a estudiar y el grado de nitidez deseado en la imagen. Hace décadas que se sabe que es peligroso exponer por mucho tiempo el cuerpo humano a los rayos descubiertos por el alemán Wilhelm Conrad Roentgen en 1895, así que hoy en día la exposición del cuerpo a los Rayos X es más o menos la misma en tiempo
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a la que uno se expone al sacarse una simple fotografía, así que no hay peligro. Al pasar los días, los médicos tenían curiosidad por saber más acerca de mi evolución, así que una mañana los residentes se acercan a mí y tratan de averiguar el grado de cicatrización de mi cuello, así que me traen una taza enorme de porcelana normalmente usada para tomar café, llena de azul de metileno. El azul de metileno es una de las sustancias más asquerosas creadas por el hombre para estudios clínicos. En sabor es peor que el aceite de ricino utilizado desde antaño como laxante. Se utiliza normalmente para tratar una condición llamada methemoglobinemia (nivel anormal de methahemoglobina en la sangre), pero por lo general es usado para teñir ciertas partes del cuerpo antes o después de una cirugía. Como su nombre lo indica, es un líquido espeso de color azul intenso que a simple vista parece pintura (y sabe a pintura). En mi caso, me hicieron tomar varios sorbos de aquel líquido horrible para ver por dónde se fugaba en mi cuello. Como tenía conciencia que eso ayudaba en mi tratamiento, tomé lo que pude soportando su sabor con estoicismo. A la fecha, ignoro el diagnóstico que pudieron haber obtenido y si lograron despejar algunas dudas, ya que el azul de metileno, luego que lo tomara, comenzó a colarse por las puntadas en mi cuello, tiñendo de azul el vendaje, y saliendo incluso por la cánula de traqueotomía. Auxiliares de la Cruz Roja tuvieron después que limpiar todo eso. Los muchachos y chicas auxiliares de la Cruz Roja Argentina eran, digamos, la gente más agradable para entenderse. No eran los soberbios médicos y residentes ni tampoco las jetonas enfermeras, pero su labor en el hospital en aquel entonces era meramente complementaria al de enfermería. En mi caso, todos los días me tomaban la temperatura y la presión, anotando todo en un papel pegado en la pared frente a mi cama para tal fin. A veces llegaron a cambiarme algún vendaje y sobre todo eran los encargados de higienizarme con esponjas, usando jabón y Pervinox. Inclusive llegaron una vez a lavarme el cabello con champú. Por lo menos esta labor me ayudaba a estar limpio y en las mejores condiciones posibles. Una persona como yo podía oler mal después de varios días sin acicalarse a pesar de no hacer movimiento alguno que provoque transpiración y acumulación de suciedad en la piel, así que los auxiliares de la Cruz Roja resolvían ese problema. La Cruz Roja estuvo siempre presente mientras estuve internado entre Septiembre y Octubre de 2004, pero jamás los vi en mi siguiente internación en Marzo de 2005. Nunca supe el porqué. Todo lo que una persona hace normalmente por sí mismo y casi a ojos cerrados, en mi estado de ese entonces necesitaba ayuda. Así que mi madre primero, y la enfermera privada después que la reemplazó, se ocupaban de algo tan simple como cortarme las uñas de manos y pies, y afeitarme con una máquina eléctrica, labor esta última muy difícil y delicada al estar cerca de mi mentón la traqueotomía. Pero lo que yo quería era verme lo mejor posible y no como un miserable abandonado de Dios. Igual fue inevitable estar con barba de varios días mientras estuve internado. Si hay algo que yo pude deducir de mi cuadro médico, es que estoy seguro que los residentes aprendieron mucho de mí, ya que a excepción de un análisis rectal, todo lo demás en cuanto a estudios clínicos me lo hicieron mientras
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estuve internado en aquellos terribles días de mi vida entre Septiembre y Octubre de 2004 en el hospital de Lanús. Al parecer las placas de Rayos X mostraban con claridad el grado de evolución de mi pulmón izquierdo, pero no el nivel de líquidos remanentes en mi cuerpo, así que para saber si los drenajes lograron desalojar todo o aún había que dejar que sigan aquellos tubos en mi cuerpo, es que a continuación me enviaron a hacerme una ecografía. Nuevamente trepar a una silla de ruedas y hacerme llevar con un camillero acompañado de mi madre. El camillero era un tipo pintoresco. Tendría unos cincuenta y tantos años, cabello gris y un ojo desviado, se consideraba a sí mismo como alguien bien contactado con el sindicalismo y sobre todo con los de la Corriente Clasista y Combativa (CCC), de Raúl Castells (poco después que yo saliera del hospital de alta, Raúl Castells sufrió una recaída y fue internado por un día en el Hospital de Lanús. Cuando al líder popular lo enfocaban las cámaras de TV y los periodistas con sus micrófonos, este camillero estaba detrás de él, como Figuretti). También lo vi cruzarse varias veces con la doctora T. mostrándole petitorios dirigidos a la dirección del hospital. (sobre la doctora T. relataré en el próximo capítulo y subsiguientes). Así que este hombre pintoresco movía mi silla de ruedas hacia Ecografía, mientras en el camino se cruzaba con otros miembros del personal no médico y conversaba sobre reuniones, mitines, paros, petitorios y otras palabrejas incluidas dentro del diccionario del proletariado. A nuestro alrededor, y por ser ese momento de mañana, había un gran tránsito de gente, a la vez de observar moverse camillas con personas de un lado a otro. Ecografía estaba casi enfrente de Radiología, eso explicaba porqué había tanta gente en el hall y sentada en las bancas de espera acomodadas junto a las paredes. Después de un buen rato de espera delante de la entrada a ecografía, alguien de adentro nos hace señas para entrar. Normalmente la ecografía o ultrasonido es popularmente usado para que las mujeres embarazadas puedan ver a través de un monitor a su bebé en gestación y de ser posible determinar su sexo. Como su nombre lo indica, las imágenes se logran gracias a la emisión de sonidos en la frecuencia de un millón de ciclos por segundo, o Hertzios, con lo cual es inaudible para el oído humano (aunque tengo curiosidad por saber si los perros lo pueden escuchar). Estos sonidos son generados por un transductor, que normalmente se coloca sobre el paciente y a veces dentro de éste. Se encarga de emitir los sonidos y recibir los ecos recibidos. Para mejorar la acústica, se coloca sobre la región a estudiar una sustancia gelatinosa. No sirve para ver tejido o hueso (para eso están los rayos X o la tomografía computada), pero sí para ver líquidos alojados en el cuerpo o quistes. La ecografía tiene un cierto parecido con el radar, que emite una onda de radiofrecuencia a un objeto y a continuación recibe el rebote de la onda al chocar con éste, logrando obtener en una pantalla información de su tamaño, velocidad y altitud, en caso de que el objeto sea un avión. Pero insisto que el parecido es lejano. Entro a la sala de ecografía, un lugar en penumbras y que como consecuencia de eso se podía ver muy poco de su interior. El camillero me ayuda a acomodarme sobre una camilla y una médica a continuación coloca aquel líquido gelatinoso y frío en el costado izquierdo de mi abdomen y cerca de mis drenajes. Coloca en transductor sobre la superficie de mi piel cubierta de
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gelatina y lo mueve lentamente, observando las imágenes en blanco y negro en un monitor. El estudio duró sólo unos minutos. Luego, la doctora hace imprimir un par de imágenes obtenidas en un papel muy pequeño. Seguidamente toma otro papel del tamaño de la mitad de una hoja tamaño carta y que en su encabezado figuraba el nombre completo del hospital y más abajo la leyenda “SERVICIO DE DIAGNÓSTICO POR IMÁGENES”. Era una hoja Ad-hoc con renglones hecha especialmente para ser llenada según corresponda a cada caso. Luego que la médica anota sus impresiones en aquella hoja, coloca su sello y firma el papel, abrocha junto a ésta las imágenes impresas, y se lo entrega al camillero. Por último volvemos juntos a mi habitación. Nunca supe a qué conclusiones llegaron los galenos, pero lo que sí me consta es que un par de días después dos residentes procedieron a quitarme uno de los drenajes, quedando el otro. Aquella misma noche comencé a perder sangre por la abertura en la que antes estaba el drenaje. Mi madre tuvo que salir corriendo en busca de los cirujanos de guardia. Poco después una residente tuvo que coser la abertura con hilo quirúrgico para que quedara bien cerrada. Problema resuelto. Y esto era uno de algunas de las situaciones con las que me encontré cotidianamente mientras estuve internado. A pesar de tener el brazo inmóvil y extendido tanto como podía, muchas veces la aguja de vía intravenosa que enviaba suero se desviaba de la vena circulatoria y entonces comenzaba a gotear suero directamente a través del tejido de mi brazo, provocándome flebitis, o trombosis venosa superficial (TVS). Esto provocaba que en la parte de mi brazo en la que estaba conectada la vía intravenosa se inflamara y me provocara dolor y a veces, fiebre. Se resolvía después de varios días aplicando hielo sobre la inflamación. Mientras tanto, las enfermeras cambiaban la vía intravenosa al otro brazo. Vanesa, así se llamaba una de las enfermeras que me atendió no bien quedé internado en terapia intermedia. Un buen día, al cambiarme el suero, se pincha un dedo de la mano. Ni corta ni perezosa llamó a la Asociación de Riesgos de Trabajo (ART), y al día siguiente tenía una representante de dicho organismo delante de mí acompañada de la enfermera en cuestión. Como al parecer yo era un paciente de riesgo, procedieron a sacarme una muestra de sangre y después ambas se fueron. Ya debía soportar a un muchachito del laboratorio que me extraía sangre todos los días, y ahora esto... No pude mandar a Vanesa a la mierda porque tenía la traqueotomía, eso la salvó de salir de mi habitación colorada como un tomate y humillada por mí. Maldita sea, como si no tuviese suficientes problemas. Y los graciosos galenos, viendo que al parecer tenía cara de felicidad, decidieron agregarme algo para hacerme sufrir. Dieron la orden a las enfermeras de que todos los días me inyectaran hierro por vía intramuscular, es decir, aplicado en el trasero. Aquellas inyecciones eran terriblemente dolorosas (se sentía como si me inyectaran cemento), y esto repercutía por todo mi cuerpo por espacio de más o menos media hora. A principios de Octubre de 2004, llegó para mí la etapa de definiciones. Los médicos querían saber cómo evolucionaba mi cuello y si estaba en condiciones de que lo pueda usar normalmente. Primero, solicitaron a mi madre que comprara en una farmacia Triyosom G.I que es un líquido de contraste
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radiológico usado para estudios gastrointestinales. Una vez que mi madre gastó 25 dólares estadounidenses en ese líquido importado, me enviaron a seriografía, acompañado de Mariana, una de las residentes. Bonita, baja de estatura, cabello castaño en bucles, ojos oscuros redondos, pecas en el rostro y como todas las petisas, con mal genio. A ella le asignaron la tarea de llevarme en la silla de ruedas hasta el seriógrafo. El seriógrafo es un derivado de los equipos de rayos X, pero mucho más sofisticado. Tiene una mesa basculante que se puede colocar verticalmente a 90° u horizontalmente a 180°. Al pie de dicha mesa había una plataforma elevable que se podía ubicar según las necesidades. Cuenta con un intensificador de imágenes y un tubo de rayos X, conectado a un monitor para ver las imágenes en tiempo real. Al igual que los equipos de radiología, la persona que asista al paciente debe llevar por lo general protector antirradiación. También tiene una cabina con los mandos para su uso manual u operarlo en modalidad de exposición automática. El equipo permite obtener placas de rayos X en serie, de ahí el nombre, y dichos estudios, además, tienen como nombre seriada, siendo la más común la gastroduodenal. Los seriógrafos más modernos permiten ver las imágenes a colores y en tres dimensiones, pero el del hospital de Lanús era un equipo marca Siemens convencional que mostraba imágenes en blanco y negro y en dos dimensiones. Haciendo la comparación entre los seriógrafos de última generación y éste, el del hospital de Lanús cargaba varios años a cuestas prestando servicio, pero funcionaba bien. Según me contaría después la doctora T.; años antes, cuando el hospital de Lanús no contaba con un seriógrafo, a los pacientes a quienes se les debía hacer estudios con este tipo de equipo se los derivaba al hospital Rivadavia, ubicado en el barrio de Palermo, Capital Federal. Imagino el trámite y el papeleo que había que hacer para mover a un paciente hasta allá y devolverlo otra vez al hospital. En mi caso, y dada mi condición en aquel entonces, hubieran tenido que llevarme en ambulancia al hospital Rivadavia ida y vuelta. Afortunadamente no ocurrió así. Una vez que nos tocó el turno, el encargado del seriógrafo nos hizo pasar. La habitación era espaciosa e iluminada desde una pared con luz fluorescente. El ambiente era fresco, posiblemente porque el equipo de aire acondicionado ubicado cerca de la ventana cerrada y con la persiana baja estaba funcionando. Una vez que mi madre me acerca lo suficiente al seriógrafo, me incorporo como puedo, a la vez que la mesa basculante la giran hasta colocarla en posición vertical y mueven la plataforma elevable para que yo pueda mantenerme sentado. Mariana me ayuda a acomodar en el piso el balde de drenaje y en una de mis manos el bulbo de suero con la vía enrollada lo mejor posible. Poco después me trae una jarra conteniendo contraste e instruyéndome para que lo tome y lo retenga en mi boca. Eso hice. El monitor mostraba que el intensificador de imágenes estaba en posición sobre el área de mi cuello. Estábamos listos. ¡Tragá despacio!- me ordenan desde la cabina Trago lentamente. ¡Ahora tragá el resto normal!
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Obedezco. El contraste se ve en las imágenes de un color negro intenso. Supongo que para un médico debe ser fascinante ver el fluir de aquel líquido por el esófago en caída libre hasta el estómago. Mariana trae más contraste en otra jarra y repetimos todo otra vez. Mientras hacía eso, pensé que aquello era un estudio rutinario normal, una mera formalidad antes que los médicos ordenaran que vuelva a alimentarme normalmente. Pero me equivocaba. Mariana observa las placas obtenidas a contraluz y una vez que estábamos todos afuera, me entero de las malas noticias. Tiene una fístula, no pude alimentarse por ahora- sentenció Mariana. Después me enteraría que específicamente lo que tenía era una fístula traqueoesofágica (TEF - tracheoesophageal fístula). A grandes rasgos, es una abertura anormal entre la tráquea y el esófago. Se sobreentiende que tanto la tráquea como el esófago son dos tubos separados que cruzan interiormente por el cuello, el primero transporta aire a los pulmones mientras que el segundo alimentos y líquidos al estómago, así que no pueden estar interconectados entre sí, pero eso es la fístula traqueoesofágica, establece un anormal canal de conexión entre tráquea y esófago. No hay problema si por la fístula escapa aire de la tráquea y va a parar al estómago, ya que éste se encarga de expulsarlo en forma de gases o eructos. El inconveniente es a la inversa, cuando los alimentos que van por el esófago se desvían por la fístula y van a parar a los pulmones ocasionando un problema catastrófico. Normalmente los casos de fístulas traqueoesofágicas están en bebés recién nacidos que tienen aquella abertura como defecto de nacimiento. En mi caso, ignoro cómo se produjo, si fue consecuencia del impacto de bala en mi cuello o una secuela de la operación de cervicotomía. Simplemente no lo sé. Por eso mismo los médicos, al enterarse de esto, recomendaron que no debía alimentarme por nada del mundo hasta decidir los pasos a seguir. El procedimiento más común es lisa y llanamente abrir el cuello y cerrar la fístula quirúrgicamente, pero los galenos de cirugía no se inclinaban a esa decisión tan fácilmente debido a que al momento de diagnosticar la fístula habían pasado apenas 10 días desde mi operación de cuello, así que éste estaba en plena etapa de evolución. ¿volver a abrir el cuello otra vez tan pronto?. Así que los médicos decidieron que por el momento había que dejar todo como estaba y debía someterme a más estudios y esperar que las cosas continuaran evolucionando de manera favorable. La esperanza más optimista era que la fístula podría cerrarse por sí sola. Así que había que esperar, esperar. Desgraciadamente para mí las cosas no evolucionarían para bien, sino todo lo contrario. Así que los residentes empezaron a venir más seguido a mi habitación para llevarme con la silla de ruedas a someterme a nuevos estudios. Querían ver la fístula desde otra perspectiva, así que primero pasamos por los rayos X y esta vez me sacaron placas del cuello, mostrando en detalle, entre otras cosas, la cánula de traqueotomía y la bala calibre 22 alojada allí. Luego me pasaron por primera vez a tomografía computada. Siempre supuse que aquel equipo era para viejos y pacientes con cáncer u problemas óseos.
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Nunca me imagine que yo algún día pasaría mi cuerpo por uno de esos equipos. La tomografía axial computarizada (TAC), también llamado escáner, fue recibida con los brazos abiertos por los médicos que necesitaban un equipo que permitiera ver partes del cuerpo humano sin usar tratamientos invasivos empleando contraste o aire. Inventado en los años ´70, es en esencia, un equipo de rayos X pero con la diferencia de que el paciente es colocado sobre una plataforma en torno de un anillo y éste gira alrededor de la persona emitiendo un haz de rayos X en 160 puntos diferentes. Unos cristales situados en lugares opuestos reciben y registran la absorción de distintos espesores de tejidos y huesos. Los datos se procesan y se emiten de manera transaxial a una computadora y finalmente los resultados son vistos a través del monitor. La ventaja es que con la misma intensidad de radiación de un equipo de rayos X convencional se puede ver una imagen 100 veces superior. Los primeros equipos eran enormes y caros, y su utilización tediosa, pero con el perfeccionamiento y los microchips se pudo reducir su tamaño y hacerlos más fáciles de utilizar. Actualmente existen equipos TAC que permiten ver imágenes del cuerpo humano a colores y en tres dimensiones. Pero en el caso del hospital de Lanús y al igual que con el seriógrafo, el equipo TAC existente era convencional y solamente se podía ver imágenes en blanco y negro y en dos dimensiones. Sin embargo, según me pude enterar después, el equipo TAC del hospital tenía pocos años de uso. Y eso lo sospeché no bien entré al vestíbulo de tomografía computada. Para empezar, su entrada era una puerta de vidrio templado, única en todo el hospital. Adentro, se veía todo muy nuevo, con piso de mosaico antideslizante blanco, paredes y techos también blancos y luz fluorescente que le daba el toque final de brillantez. La recepción era un mostrador con plataforma de madera lustrada. Detrás de él había un hombre maduro de camisa y corbata y con gafas sentado delante de una computadora que en apariencia parecía ser la más moderna del nosocomio. Y atrás de hombre y máquina, una enorme estantería con compartimientos, casi todos ocupados con expedientes y placas. La sala de espera era impecable, con butacas de plástico en lugar de las bancas de madera. Aquel sitio pertenecía a otro mundo, como la embajada de una potencia ubicada en un país pobre. ¿Aún seguía en el hospital de Lanús?. Mi madre y yo esperamos en la sala de espera la llegada de un residente de cirugía para realizar el estudio. No podía esperar mucho tiempo. Mi cánula se estaba llenando de mucosidad otra vez y ésta salía por la abertura por sí sola. Por suerte mi madre tuvo la previsión de traer apósitos para limpiarme, igual que a un bebé que se enchastra todo con la comida, a pesar del babero. Finalmente llega Hernán, un residente de cirugía de veintitantos años, alto, morocho de cabello largo lacio de color negro con raya al medio, delgado y de nariz aguileña. En aquel entonces creo que sentía cierta simpatía por mí y mi situación. En ese entonces el futuro de mi cuadro clínico era incierto y tanto él como sus colegas lo sabían. Llevaba puesto el uniforme de cirujano de pantalón y camisa cerrada con cuello en V color celeste oscuro y con el logo en el costado izquierdo del pecho de la Cooperadora del Hospital. Se hace anunciar en el mostrador y después de unos minutos y ver la salida de otro paciente transportado en camilla pero que se veía en mejores condiciones que yo, Hernán empuja mi silla de ruedas dejando a mi madre en la sala de espera.
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Giramos a la derecha y avanzamos por un pasillo hasta encontrarme en la sala con el TAC, el núcleo en el que giraba toda aquella dependencia del hospital de Lanús. A diferencia de aparatos similares que conocía por documentales de TV y libros, éste me parecía muy simple. Básicamente era una plataforma con un anillo en forma de rosquilla. Ese era todo el TAC. Hacía frío. Hernán me explicó que el aire acondicionado allí funcionaba a pleno para mantener refrigerados los equipos. Bueno... Hernán me ayuda a acostarme sobre la plataforma. Coloca el balde de drenaje en el piso y el bulbo con suero sobre mi abdomen. No había problema ya que el área de interés era mi cuello y por allí pasaría el anillo, no más debajo de mi cuerpo. Mantené cerrados los ojos y escuchá lo que te ordenen- me indicó Hernán. De acuerdo. Una vez que Hernán se ubica en la cabina de mando y están todos listos, cierro los ojos y el proceso comienza. El anillo hace un zumbido y comienza a girar a gran velocidad. Las órdenes que escucho fueron previamente grabadas por alguien que hablaba español con acento extranjero. Siempre era lo mismo. Respire. Y después: No respire. Obedecía según me indicaba y el anillo se detenía y a continuación volvía a girar vertiginosamente con un zumbido. Respire. No respire. Cuando el zumbido cesa, Hernán me ayuda a acomodarme otra vez en la silla de ruedas y una vez conmigo sentado, me empuja de vuelta a la salida. Ignoro lo que obtuvieron los galenos sobre las imágenes obtenidas con el TAC (en ese entonces estaba muy ignorante de mi propio caso por falta de información, falencia que resolvería después), pero lo que sí sé es que a continuación me enviaron a fibroscopia para ver en vivo y en directo el estado de mi esófago. El fibroscopio es muy similar en características al endoscopio, aparato que detallo más adelante. Compuesto por un tubo flexible conteniendo miles de haces de fibras ópticas que transportan luz y permiten ver imágenes, con el fibroscopio se puede ver el interior de las fosas nasales, la faringe, laringe, la tráquea y otros órganos. En su extremo superior cuenta con un visor por el cual el médico puede ver el avance y tener una visión del área a estudiar en detalle. En mi caso, debían observar si el esófago estaba en buen estado, si se podía ver la fístula y, en última instancia, si era factible introducir por mi nariz una sonda nasogástrica para alimentarme. Mi madre me lleva al consultorio de otorrinolaringología. Aquella mañana el hospital desbordaba de gente y yo mismo y mi estado llamaban mucho la atención. Finalmente me reciben pero una chica rubia y atractiva que nunca pude identificar me lleva a su vez a otra sala (dentro del consultorio de endoscopia, según me enteraría después), hasta colocarme delante del fibroscopio. Esta joven primero me introduce un gel en mi fosa nasal derecha, para a continuación introducir lentamente el fibroscopio por allí. La molestia que sentía
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era apenas soportable y además al pasar el extremo de aquel aparato por mi garganta siento molestias y comienzo a toser. Finalmente y viendo a través del visor ella había llegado al sitio que le interesaba ver y mueve el fibroscopio para observar todo el panorama de mi esófago. Descubre, para mi alivio, que al menos mis cuerdas vocales estaban en buen estado y no tenían daño alguno. Cuando culmina todo y volvemos con mi madre otra vez a la entrada de otorrino, veo a un hombre obeso, maduro, cabello rubio oscuro cortado al rape, con el atuendo de cirujano de ropa de dos piezas color azul oscuro y con el logo de la Cooperadora del Hospital, y muy parecido de rostro al actor estadounidense Brian Dennehy. Era un tipo que al parecer tenía mucho tiempo libre, ya que lo veía en todas partes en el hospital y así sería hasta el último día en que estaría internado allí. Nunca supe su nombre, así que de allí en más lo llamaría “Brian”. Al volver a otorrino, la chica que me había examinado toma mi historia y escribe en mi Historia Clínica, a la vez que mencionaba en voz alta lo que plasmaba en papel, que era recomendable que pudiera usar una sonda nasogástrica para alimentarme. Si había recomendado eso era porque sospecho que encontró la fístula y pudo verla. Poco después, encargaron a Marcelo la tarea de colocarme la sonda. Marcelo era uno de los residentes de cirugía. Tenía más o menos mi estatura (unos 1,80 mts), cabezo rizado negro, ojos redondos y pardos, si mal no recuerdo, mirada seria, mentón cuadrado, buen pibe, bah. Él fue que con el tiempo se preocuparía más por mi caso que ningún otro residente, algo que hasta el día de hoy le agradezco infinitamente y que nunca olvidaré. Pero la sonda y Marcelo es como un árbitro mexicano más el seleccionado alemán de fútbol en un partido del Mundial. Una combinación mortal. Aquella tarde de principios de Octubre de 2004 lo comprobaría. Lo peor es que normalmente se necesitan dos para insertar una sonda nasogástrica, pero él decidió hacerlo solo. Estado acostado en mi cama Marcelo me coloca gel en mi fosa nasal derecha. Luego comienza a introducir la sonda lentamente. Otra vez esa irritación en mis fosas nasales. Tragá-me ordena Eso hago pero mi garganta detecta aquel objeto extraño y comienzo a toser. Tragá, tragá- insiste. Se refería a la acción en mi garganta como si intentara tragar algún sólido, pero hacer eso era muy difícil. Mi cuerpo se convulsiona, lágrimas abundantes salen de mis ojos, reacciono haciendo arcadas para vomitar, pero mi estómago está vacío por falta de alimento desde hacía casi 15 días. Seguí tragando. Marcelo sigue introduciendo la sonda más y más. Yo me agarro con mis manos de la cama, esto era una tortura insoportable. De la cánula sale despedida mucosidad. Parecía que estaba a punto de colapsar. Lo aguantaba porque era consciente que por el momento no había alternativa para volver a comer. Tragá un poco más. Finalmente queda afuera sólo unos pocos centímetros y la tortura cesa. A continuación le extiende una orden a mi madre para que me lleve a radiología a comprobar la ubicación del extremo de la sonda.
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Ya de noche vamos a radiología. Por primera vez me hacen acostar en la plataforma en lugar de estar parado para sacarme la placa. Una vez hecho esto volvemos a mi habitación. A la madrugada del siguiente día, un residente pelón y jetón identificado como G. me despierta quitándome la sonda sin pedir permiso y casi de forma brusca.: Flaco, te colocaron mal la sonda. Después te la volvemos a colocar. Nunca me gustó que me llamara “flaco”. Él estuvo en el quirófano de guardia para ayudar en mi complicada operación para reparar mis heridas de bala, pero eso no le daba derecho de hablarme así. Hijo de puta. A la mañana siguiente, en la ronda de residentes, Marcelo quedó extrañado al ver que ya no tenía la sonda. ¿Te sacaste la sonda?-me pregunto en tono de reproche. Yo le señalé con el dedo a su colega pelado. Allí mismo y en presencia mía, los residentes en pleno le decían a Marcelo que la placa obtenida la noche anterior mostraba que la sonda nasogástrica no fue derecho por el esófago, sino que se desvió por la fístula y descendido por la tráquea hasta mi pulmón derecho. Las branquias del mismo no quedaron lesionadas por el extremo de la sonda de pura casualidad. Marcelo intentó justificarse argumentando mis arcadas y demás reacciones al recibir la sonda, que a él le parecían propias de que la estaba introduciendo normalmente, etc, etc. Error. Craso error. Aquella placa Marcelo se la llevó y según él desapareció sin dejar rastro en una reunión de Ateneo de médicos. No me sorprende. Era algo demasiado incriminatorio para que yo la conservara en archivo y se sometiera tiempo después a un examen más detenido por parte de un especialista... Si los galenos ordenaban pasarme alimento por esa sonda, con seguridad ése hubiese sido mi fin. Descartada por el momento la cuestión de la sonda. Más estudios, pero esta vez en mi propia habitación. Primero recibí la visita de un especialista en cabeza y cuello que procedió a examinarme a simple vista el estado de la traqueotomía, la evolución por fuera de mi cuello y lo que expulsaba por la cánula. Su diagnóstico final no ofrecía nada nuevo. Luego vino el doctor V., el cirujano mayor que me había operado en la guardia y reparado lo mejor posible mi cuerpo de los balazos. Un hombre de cuarenta y tantos años, morocho, cabello negro corto y aplastado en la parte superior, algunas arrugas en su frente, ojos y labios pequeños. Tenía un parecido notable con el maestro que tuve en 5° grado en el Colegio Don Bosco de Avellaneda, allá por 1980. Jorge Sorondo, se llamada. Yo acabaría llamándole “el doctor bueno”, por la sencilla razón que fue el único cirujano mayor sexo masculino con el que tuve mejor comunicación y a su vez él se tomó la molestia de sonreírme de vez en cuando, algo extraordinario en un médico de su nivel. Siempre especulo hasta el día de hoy de cómo se hubiera manejado mi caso con el doctor V. en lugar de la doctora T. Ante todo entre hombres nos entendemos y creo haber encontrado cierta afinidad en cuando la conversación sobre detalles de mi caso se refiere. No niego que si el doctor bueno hubiese
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manejado mi caso de principio a fin me hubiese perdido el glamour de la galena rubia, pero al hospital fui para que me salvaran la vida y no para admirar faldas. Qué hubiese pasado si mi caso lo hubiese manejado hasta el final el doctor V.... Pero en aquellos días la doctora T. aún no había entrado en mi vida y era el doctor V. el encargado de manejar mi caso. Me visita y procede a examinar su obra, el cuello cosido consecuencia de una cervicotomía y la cánula. En un momento determinado de su examen procede a tapar la abertura de la cánula. ¿Cómo te llamás?- me pregunta. Me llamo Gabriel- con gran esfuerzo respondo con una voz apenas audible. De nuevo, ¿cómo te llamás?- repite Me llamo Gabriel- vuelvo a contestar casi sin aliento. El doctor V. quita el dedo de la abertura de la cánula y vuelvo a respirar. Pronóstico. Nada concreto, según le comunica el doctor V. a mi familia. Igual ordena a los residentes que reemplacen mi cánula por una nueva. Al día siguiente los residentes reemplazan mi cánula conectada a un tubo de oxígeno por otra N° 8 que solamente tenía la abertura delantera y eso era todo. De allí en más dependería del aire ambiental para respirar y ya no tendría oxígeno puro como auxiliar. Esa cánula casi me costaría la vida. En sólo unos días desde el 1 al 10 de Octubre de 2004, me pasaría de todo, y todo mal. Primero fueron unos temblores que sentí un buen día con una sensación de frío indescriptible. Estaba con mi hermano y él, por más abrigo que me colocaba sobre mis cobertores, no solucionaba el problema y para colmo aquel temblor era algo persistente que recorría todo mi cuerpo. Tuvo que llamar a las enfermeras y éstas a su vez llamaron a los residentes, que tomaron muestras de sangre de ambos brazos y ordenaron a las enfermeras que por lo pronto me pasaran por la vía ibuprofeno, hasta saber los resultados de los análisis de mi sangre en el laboratorio y ver los pasos a seguir. Habia contraído una bacteriemia. O dicho de otra manera, presencia de bacterias infecciosas en mi sangre, lo cual explicaba el temblor por mi cuerpo de pies a cabeza. Y lo peor es que no sería la última vez. Y una cosa, por desgracia, llevó a la otra. La conclusión de laboratorio era que había contraído un virus de hospital, así que a partir de allí recibiría tratamiento con antibióticos. Tiempo después, en una edición de la Revista Muy Interesante de Julio de 2007, en un artículo central sobre el sistema inmunológico, me enteraría de las investigaciones hechas por el Dr. Peter Greenberg, catedrádico y director de microbiología de la Universidad de Washington, en Estados Unidos. Después de 20 años de investigaciones, descubrió que las bacterias tienen la particularidad de organizarse en grupos como pandillas de delincuentes gracias a un intercambio de señales luminosas entre sí, algo que él llama quórum sensing, creando biopelículas en las que proliferan las bacterias, que tienden a adherirse a la superficie más próxima y a partir de allí reproducirse. A pesar de encontrarse que determinados tipos de bacterias no necesitan de quórum
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sensing para organizarse y multiplicarse, las de tipo resistentes a los antibióticos, por ejemplo, son las que más desarrollan biopelículas y quórum. Este tipo de bacterias provocan infecciones en dispositivos como por ejemplo, la cánula de traqueotomía. Y en mi caso, la infección estaba alojada justamente allí. Eso quedaría confirmado por la doctora V. , una de las cirujanas mayores que frisaba los cincuenta años, morocha, cabello enrulado castaño que le caía en bucles sobre sus hombros y apariencia de directora de escuela. De todos sus colegas, ella defendía la idea que con fístula y todo debía alimentarme normalmente, o al menos intentarlo. Así fue como la conocí. En mí aquella mujer agradable en el trato me despertó cierta simpatía. Sin embargo, no era cirujana de cabeza y cuello (lástima), sino de abdomen. Qué hubiese pasado si mi caso lo hubiera manejado la doctora V... En medio de mi tratamiento con antibióticos, la doctora V. hace acto de presencia frente a mi cama y le comunica a mi hermana las buenas y malas noticias: Los pulmones están evolucionando bien, pero el cuello está evolucionando mal. Si la cosa no mejora, puede existir la posibilidad de que la infección en el cuello pueda pasar a los pulmones, así que estamos barajando la posibilidad de practicar una operación. No era necesario ser experto en bacteriología y/o infectología para saber las fatales consecuencias que me acarrearía si la infección, por el momento en mi cuello, se propagase. Y los antibióticos no estaban funcionando por lo que mi temperatura corporal fluctuaba entre los 38 y 40° C., así que mis ataques de bacteriemia eran continuos y persistentes. En el medio, otro problema: las placas que me sacaban constantemente de repente mostraban que había un remanente importante de líquido en mi cuerpo, fuera de cualquier órgano, o sea, en donde no debería estar. Había que colocarme otro tubo de drenaje. Oh, no... Nicolás, un muchacho con pinta de intelectual con sus gafas, y un compañero también residente como él, fueron asignados para insertarme un nuevo tubo con su respectivo balde aséptico en el costado de mi cuerpo. Un día miércoles, si mal no recuerdo, me llevan al quirófano. De paso, me anuncian que lo harían con anestesia local, o sea, solo en el área a tratar. En silla de ruedas y sosteniendo el otro drenaje y el suero llegué finalmente al piso de quirófanos, un área que conocería mejor en lo sucesivo gracias a las siguientes operaciones de las cuales sería protagonista directo. Quedé sorprendido por lo moderno y bien equipado que eran las salas. En una de ellas, idéntica a la de cualquier quirófano moderno del mundo, me colocan en la mesa de operaciones y asistido por dos enfermeras, Nicolás y su compañero proceden a operarme. Ignoro cuánto de anestesia usaron, pero de lo que sí sé es que sentí cuando abrieron un boquete en el costado izquierdo en mi cuerpo, cuando se abrieron paso entre mis costillas y cuando insertaron el tubo. Por último sentí cada puntada al coser y asegurar el drenaje. El dolor que sentí en todo el proceso fue infinito. Transpiraba por todos lados, mis ojos derramaban lágrimas por el sufrimiento y las enfermeras podían ver
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eso, así que trataban en lo posible de instar a los residentes que terminaran todo cuanto antes. De no haber tenido la cánula, posiblemente hubiese gritado con todas mis fuerzas por el dolor indescriptible que sentía por aquella intervención quirúrgica. Fueron los 60 minutos más terribles de mi vida y sentí alivio cuando terminaron, como un torturado al que le dejaron de aplicar picana eléctrica. Pero lo peor estaba aún por llegar. No recuerdo la fecha, pero sí sé que fue a las 5 de la mañana de un sábado. De repente, la cánula de traqueotomía estaba obstruida y no pasaba el aire. Ya me había pasado en otras ocasiones, así que con el aire que aún tenía en mis pulmones mantuve la calma y dejé que mi madre llamara a la enfermera. Fue un enfermero el que me asistió. Hombre de aspecto provinciano y que rondaba la cincuentena. Tomó el aspirador y procedió a introducirlo en la abertura de la cánula para quitar la mucosidad. Pero los mocos no salían. Se habían secado dentro de la cánula y formado una masa compacta que no se podía sacar fácilmente. Así que el enfermero procede con el plan B. Traer una jeringa llena de agua. La idea era mojar la mucosidad para ablandarla y así facilitar la aspiración. El problema era que en el ínterin yo me estaba ahogando y en mis pulmones ya no había más aire, así que mi cuerpo buscaba aire de afuera... y el aire no llegaba. Comencé a sentir pánico y terror. Veía cómo el enfermero inyectaba agua y otra vez me aspiraba... nada. De nuevo, y nada. Al faltarme oxígeno en los pulmones, también mi cerebro se quedaría sin él, la misma sensación de un piloto de combate al ascender vertiginosamente con su avión sin tener el traje anti G. La fuerza de gravedad hace que su sangre descienda y el cerebro se quede sin aire, perdiendo el conocimiento. Eso mismo me pasó a mí en ese momento. Fue entonces cuando el enfermero llamó de emergencia a los residentes que estaban de guardia. Ellos insistieron en continuar tratando de quitar la mucosidad inyectando dentro de la cánula agua para luego aspirar. En casos como éste, en cualquier hospital del mundo, el procedimiento de emergencia consiste en simplemente quitar la cánula tapada y listo. Pero en esta situación límite, a nadie se le ocurrió hacer eso. A nadie. Inevitablemente tuve un paro respiratorio. Como nunca antes, tuve a ambos lados de mi cama al ángel blanco de la vida y al ángel negro de la muerte. Ambos caminan juntos por todos los hospitales del planeta y deciden quién vive y quién muere. El ángel negro me observa y sospecha que por fin me llevará al otro mundo. Señor Víctor Sueiro: Si Ud. leyera estas líneas, le confieso que no ví ningún túnel, ninguna luz, ni tampoco a mis parientes muertos en el más allá. Simplemente oscuridad total, la más absoluta y negra que se pueda conocer. Así que concluyo que posiblemente me encontré ante las puertas del infierno. Jesús, profundamente conmovido otra vez, vino al sepulcro. Era una cueva, y tenía una piedra puesta encima. Dijo Jesús: Quitad la piedra. Marta, la hermana del que había muerto, le dijo: Señor, hiede ya, porque es de cuatro días. Jesús le dijo: ¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?.
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Entonces quitaron la piedra de donde había sido puesto el muerto. Y Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo: Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que tú me has enviado. Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz: ¡Lázaro, ven fuera! Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: Desatadle, y dejadle ir. (Evangelio según San Juan. Capítulo 11, versículos 38 al 44) El ángel blanco de la vida y el ángel negro de la muerte se miraron fijamente. Y el ángel negro parpadeó primero. Primero fue ver la oscuridad. Luego, siento que mi respiración hace un ronroneo continuo. Me da la impresión de estar boca abajo. Abro los ojos. No. Estaba boca arriba. Dos residentes me observan. Te desvaneciste, pero ya estás bien- me anuncia uno de ellos. Eso no era verdad. En mi muñeca derecha tenía la marca de dos puntadas. Ahí me habían conectado el electrocardiógrafo portátil que ahora estaba delante de mi cama, junto con una mesita con ruedas llena de implementos médicos. Había enfermeras moviéndose a mi alrededor. El auxiliar encargado que usar el equipo que arroja las lecturas del ritmo cardíaco arranca la cinta milimetrada que mostraba una línea negra casi recta. ¡El susto que nos diste!- exclamó Yo hice entonces el gesto con la mano derecha de agitar a la vez que lo movía hacia arriba con la palma extendida. Los residentes movían negativamente la cabeza. Estuve a medio pelo de morir. Ni siquiera a un pelo. El domingo, a la misma hora, me ocurrió lo mismo. Sólo que esta vez el enfermero estaba más ducho gracias a la experiencia del día anterior y esta ocasión sí pudo quitar la mucosidad antes de desmayarme otra vez. Al siguiente lunes, los residentes en su rutinaria ronda y en mi presencia, informaban a los cirujanos mayores sobre el hecho que tuve un paro respiratorio. Nunca pude averiguar sobre los detalles que efectivamente informaron al detalle, ni lo que figura al respecto en mi Historia Clínica. Pero lo que sí es seguro es que tanto los médicos como mi familia aprenderían valiosas lecciones de aquello. Por un lado, los cirujanos me asignarían una kinesióloga. Por el otro, mi madre se dio cuenta que ya no daba abasto ante las crisis creadas debido a mi grave estado, con la cánula tapándose y que casi me cuesta la vida y una infección galopante que no se curaba con los antibióticos que el hospital tenía disponibles. Así que de inmediato se movilizó para conseguirme una enfermera privada. Mucha gente, al saber mi experiencia, opina que si no me morí fue porque no era mi hora. O quizás porque en el cielo no soy bienvenido y el infierno está casi sin cupo.
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Igual opino que como Dios tiene gran amor por los hombres, estoy seguro que el paraíso debe estar lleno de mujeres desnudas, así que morir no debe ser tan malo. Ya no había mucho por hacer con respecto a mi caso. Ya no se trataba de la fístula que en ese momento ocupaba un lugar secundario, sino de la infección que me aquejaba y me mantenía con una fiebre altísima. Había bajado de peso por haber estado sólo recibiendo suero y como consecuencia de ello mi sistema inmunológico estaba por el piso, algo que favoreció al virus de hospital que ahora tenía en mi cuello. Los cirujanos debían tomar una decisión, y rápido. Mi expectativa de vida era de días, quizás horas. Houston, we have a problem. Resolvieron reunirse en una junta médica para tratar mi caso y decidir los pasos a seguir... y fue entonces cuando se asoma entre ellos una atractiva y madura galena rubia que levanta la mano para ofrecerse a hacer la operación que me salvaría la vida.
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CUATRO UNA LUZ AL FINAL DEL TÚNEL (La Doctora T.) En cada acto médico debe estar presente el respeto por el paciente y los conceptos éticos y morales; entonces la ciencia y la conciencia estarán siempre del mismo lado, del lado de la humanidad. Dr. René Favaloro Tal como estaban las cosas, si la infección lograba expandirse desde el cuello hacia los pulmones, muy probablemente mis días estaban contados en este mundo. Sin embargo, existía la posibilidad de ser operado. Era una alternativa que ya barajaban los médicos, pero nadie, nadie se tomó la molestia de avisar sobre el tipo de operación que me iban a hacer. Hasta ese momento, supuse que la operación era para cerrar la fístula existente en mi cuello y que impedía que pudiera ingerir por la boca líquidos o sólidos, nada más. Uno de los grandes defectos de los médicos (al menos los del Hospital de Lanús), era que no decían toda la verdad. Aprendería a partir de ese momento y en lo sucesivo de que los galenos tenían la maldita costumbre de decirle a uno la verdad a último momento, con lo cual acababa enfrentándome con una desagradable sorpresa. Esa situación se repetiría una y otra vez durante mi convalecencia en el hospital y fuera de él, y llevaría a tomar mi decisión de buscar fuentes dentro del hospital que me mantengan al tanto de lo que pasa para, al menos, poder reaccionar a tiempo antes de que los médicos me lancen otro balde de agua fría. La estrategia no siempre funcionó, pero sí me ayudó a ejercer cierto control de la situación. Estaba persuadido de que si me dejaba llevar por los médicos y su accionar doctrinario, estaba perdido. Estoy seguro que el estilo médico de no decirle al paciente toda la verdad es doctrina en ese hospital. Lo aplicaron conmigo, lo aplicaron con todos los pacientes que pasaron por allí antes que yo y seguirán aplicando la misma norma a todos los pacientes del futuro. Mal, mal. Frente a eso, decidí crear mis propias normas al momento de tratar con médicos. Son principios muy útiles y de carácter universal, apto para todos. 1) Los médicos no siempre tienen razón. 2) Los médicos no tienen todas las respuestas. 3) Por ningún motivo, razón, ni circunstancia se debe creer y seguir fielmente las decisiones y manera de pensar del médico, siguiendo una actitud prusiana de obediencia hacia el Herr Doktor. Busque siempre una segunda opinión e incluso una tercera (en otro hospital o clínica, no sea tan estúpido de buscar la opinión en el mismo nosocomio). Manténgase debidamente informado de su caso con la mayor cantidad de datos posible de diversas fuentes. Este método lo practica, por ejemplo, el estadounidense promedio y da buenos resultados. 4) Para el médico, Ud. es un caso más a tratar, no EL CASO A TRATAR. No lo olvide. 5) Por tal razón, y tomando en cuenta que muy posiblemente su vida esté en juego como fue en mi caso, no dude en perseguirlos, presionarlos, molestarlos. Hágales la vida miserable si es posible, pero obtenga a cambio la mejor atención posible en aras de una mejor y más pronta
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recuperación. Esta doctrina fue mi contrarréplica a la normativa médica del trato al paciente. La aplicaría hasta el último día, sin arrepentirme absolutamente de nada. Todo lo contrario. Soy consciente de haber cometido algunos errores que hicieron que mi convalecencia se alargara más de los debido y analizando las cosas en retrospectiva, si hubiera actuado de manera más eficiente y rodeado de un entorno más fiable, quizás todo hubiera salido mejor. Y también está mi Servicio de Inteligencia. Al parecer mi caso fue algo excepcional en la historia del hospital de Lanús. Todo el que me conoció allí sabe lo difícil que fue para mí salir adelante y recuperarme, sobre todo en el período más álgido de Septiembre a Octubre de 2004. Algunas enfermeras e incluso quizás un par de residentes de cirugía llegaron a sentir simpatía hacia mí en mi lucha por la vida. Apenas pude estar en condiciones de estar fuerte para caminar por la calle pude cultivar la amistad con esa gente. En casi 2 años obtendría de ellos muchísimo en cuanto se refiere a la mentalidad y personalidad del médico promedio, además de captar opiniones “de pasillo” sobre mi estado y que para mí resultaron muy útiles para saber a qué atenerme y actuar en consecuencia. Todos los miembros de este grupo eran personal no médico del hospital. No puedo decir, por ejemplo: “el asistente de endoscopia me dijo que...”, o “la enfermera que trabaja en rayos X me informó que...”, porque en el hospital de Lanús sabrían enseguida de quiénes son con nombre y apellido y éstos quedarían comprometidos seriamente. Por eso los junto en un grupo bajo el nombre de “inteligencia”, a falta de un nombre mejor. Pueden ser todos y cada uno de los miembros del personal no médico... o una parte, o unos pocos. Yo no los usaba para mis fines. Solamente les pedía el favor de que me avisaran que si se enteraban algo relacionado con mi caso me informen que se los iba a agradecer mucho. Nadie tuvo obligación alguna conmigo de hacer eso. Además, normalmente los visitaba en sus respectivos domicilios y tomaba mate o café o gaseosas (cuando tuve finalmente el esófago funcionando) mientras conversaba con ellos largamente. Lo interesante de todo es que no solamente me enteraba sobre nuevos detalles sobre mi caso, sino que también de anécdotas y hechos tras bastidores en el hospital que a mí me resultaron interesantes y picarescos. Algunas cosas me parecieron reprobables (caso de Paula fea), y otros hilarantes e increíbles, como relataré más adelante. Sin embargo, son consciente que estas anécdotas con caracteres similares ocurren en cualquier hospital del mundo. Igual, inteligencia me costó caro debido a los gastos en viáticos, presentes, bebidas, alimentos y afines que llevaba a las casas de estas personas. Cuando desactivé todo a principios de Junio de 2006 sentí un enorme alivio, sobre todo para mis siempre menguados bolsillos. Pero hubiera dado mucho más si hubiera podido “reclutar”, a alguien de entre los residentes. El caudal de información que hubiera recibido entonces hubiese sido casi enciclopédico y me hubiese enterado de todo prima facie y en tiempo real, al mejor estilo informático. Nunca pude lograrlo. Marcelo fue lo más cercano a alguien de entre los residentes que más o menos me comentaba algo, pero siempre lo que me decía era insuficiente. Me hubiera gustado mucho cultivar su amistad pero no fue posible. Lástima. Si los médicos me hubieran dicho toda la verdad y nunca me hubieran mentido
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usando como excusa el paraguas de “la evolución”, no me hubiese visto obligado a su vez a tomar estas medidas y aplicar una doctrina de entendimiento. En mi opinión, están demasiado acostumbrados a tratar con pacientes y familiares que por lo general son conformistas y con un respeto visceral y profundo hacia el Herr Doktor, quienes siempre dicen: “Sí doctor”, “gracias doctor”, “está bien doctor”, “bueno doctor”, y así. Y cuando reciben del galeno un balde de agua fría (o algo peor), responden por lo general con un “y bueno doctor ¿qué se le va a hacer?, las cosas son así...” ¡PERO YO NO SOY ESA CLASE DE GENTE!. Mi temperatura se mantenía al nivel de los 38°C y a veces más, con lo cual mi cuerpo temblaba sin poder dominarlo, como consecuencia de la infección existente. Los antibióticos no surtían ningún efecto, debido a que el causante de mi infección era un virus de hospital cuya mutación lo hacía resistente a los fármacos. Existían dos alternativas que me hubieran salvado del bisturí de la doctora T., ambas son de origen ruso y una es una historia, mientras que la otra es un método. Lamentablemente ninguna de estas dos opciones existía en el hospital de Lanús (y dudo mucho que existan a futuro), con lo cual mi garganta pasó a ser cortada una vez más. Leí una vez en una edición de Mayo de 1966 de Selecciones del Reader´s Digest un artículo titulado “El hombre que murió cuatro veces”. En 1962, el eminente físico de origen azerbaijano Liev Davídovich Landau sufrió un grave accidente automovilístico que lo puso al borde de la muerte. Al tratarse de una eminencia en el campo de la física, el entonces gobierno soviético movilizó a la élite de la élite de galenos disponibles para tratar a Landau. En un momento determinado de su convalecencia, como en mi caso, tuvo graves infecciones que eran resistentes a casi todos los fármacos soviéticos. Con suma urgencia, Moscú solicitó a Occidente los antibióticos que necesitaban para tratar de frenar las infecciones de Landau. Poco después, incluso solicitaron la asistencia de médicos eminentes del entonces mundo libre para que viajen a Moscú y examinen a Landau. El físico logró recuperarse (aunque no totalmente), justo a tiempo para recibir su Premio Nobel de Física ese mismo año. Y todo esto en plena Guerra Fría. Como yo no soy una eminencia ni mucho menos, nadie en el hospital, ni en el gobierno, se iba a tomar la molestia de conseguir antibióticos más eficaces de origen estadounidense (por ejemplo), para tratar mi infección. Había que arreglarse con lo que había... y no funcionó. Tampoco recibí ningún Premio Nobel. No me sorprende. El otro es un método que leí en la revista Muy Interesante de Junio de 2006, acerca de la fagoterapia. Es un método ampliamente usado en Rusia desde hace décadas, también conocido como bacteriófago. En esencia, son virus que se adhieren a las bacterias responsables de la infección, le transmiten su ADN, y poco después, el proceso provoca que la bacteria infecciosa se destruya desde adentro. Esto a grandes rasgos. El método se usa, precisamente, para tratar infecciones resistentes a los antibióticos. Al haber cada día más tipos de virus de hospital en el mundo, la fagoterapia se convierte cada vez más en occidente en una alternativa para tratar diversas infecciones. El problema es que el hospital de Lanús no tiene una dependencia de
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fagoterapia... ni ningún hospital público o privado del país. Quizás el Instituto Malbrán o el CONICET tenga gente que estudie a los fagos, pero no estoy seguro de eso. ¿Me hubiera salvado de ser operado si mi infección hubiese sido tratada con fagos?. Muy, pero muy buena pregunta. En fin, debía enfrentar resignadamente a mi destino. Un sábado a la noche de principios de Octubre de 2004, al notar finalmente que la fiebre que tenía no bajaba con nada, llega Nicolás, el residente con pinta de intelectual a darme la noticia. Mi madre estaba presente al lado de mi cama. Le traigo buenas noticias- le dice con tono de esperanza a mi madrelo vamos a operar. Prepárelo que lo llevamos enseguida al quirófano. Mucho que prepararme no había, por cierto. Eleniya recién empezaba a trabajar como enfermera privada, (Elena era una atractiva enfermera de 43 años entonces, algo rellena pero con un buen cuerpo, morocha, rostro redondo, labios delgados, cejas muy finas y ojos pequeños y marrones, pelo teñido de rubio y enrulado en bucles), y por ende, mi situación con la cánula se mantenía bajo control, además de contar con una kinesióloga asignada por los médicos para que me asista sobre la acumulación de flema en los pulmones y mucosidad en la traqueotomía, de lunes a viernes. Esa noche, supuse que me llevaban al quirófano para cerrar la fístula que impedía que me alimentara como cualquier mortal. No sé en qué consistía la operación para tratar la infección de mi cuello. Le entrego mis anteojos a mi madre. Por ahora no los iba a necesitar. Al rato llega la silla de ruedas para llevarme al quirófano. Descuelgan el suero y recogen los tanques conectados a las mangueras de drenaje, y una vez con todo eso en mis manos, me llevan lentamente hacia los ascensores. Una vez allí, entro en uno de ellos y alguien marca el piso para llevarme a los quirófanos. El ascensor se mueve, se detiene y se abren las puertas. Otra vez entro al ambiente pulcro y moderno de los quirófanos. Ya había uno reservado para mí con personal esperándome. Al llegar, manos solícitas me ayudan a colocarme una vez más en la mesa de operaciones. Hola. Miro hacia arriba. Alguien me saluda. Hola. Era el anestesiólogo. Me dio su nombre, pero hoy no lo recuerdo. Quizás porque en ese momento mi cánula otra vez me causaba problemas. Le pido con señas que la aspire. Afortunadamente tenía a la mano un buen aspirador y vuelvo a respirar bien. Ya para ese momento estaba todo el equipo de enfermeras y asistentes que iban a participar en mi operación. Fue cuando llega a la sala una atractiva rubia vestida con la ropa de cirugía. Se acerca a mí y me saluda amistosamente. Hola. Soy la que te va a operar. ¿Estás bien?.- Y me sonríe. Asentí. Debido a que no tenía los anteojos puestos, veía a una rubia joven como la doctora asignada para esta operación. Después con las gafas puestas y al recibirla en mi habitación comprobaría la realidad. Pero francamente en ese momento no estaba para saludos protocolares. Estaba en deplorables condiciones, más delgado que de costumbre, con una barba incipiente, sin haber pasado por una ducha desde hacía semanas (apenas remojado con esponja por los auxiliares de la Cruz Roja), y muy débil por falta de alimento. El anestesiólogo me coloca la mascarilla, una vez más. Respirá hondo.
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Me quedé dormido. Las operaciones quirúrgicas las comparo con un lanzamiento espacial. Cualquier cosa puede salir mal. Al igual que lanzar un ingenio tripulado al espacio, participan varias personas responsables de un rol determinado que deben cumplir bien para que la operación sea un éxito. Si se presenta una eventualidad, hay que pensar rápido para salvar la situación y seguir adelante con la misión... perdón, con la operación. Una vez que todo termina bien, ya habrá tiempo para hacer una evaluación y medir resultados. Sin embargo, hay algo que me quedó siempre como una incógnita flotando en mi mente hasta el día de hoy. La herida de bala la recibí en el lado derecho de mi cuello y allí fue donde el doctor V. hizo el corte para abrir y reparar el daño. La bala también está en esa área. ¿Por qué entonces la doctora T. me operó del lado izquierdo de mi cuello haciéndome una abertura nueva?. ¿Porque le quedaba cómodo operar de ese lado?. ¿Porque sabía que la bala estaba del otro lado y no quería tropezarse con ella y así le surja alguna complicación nueva en medio de la operación?. Sin saber mucho de medicina, estoy casi convencido de que de haberme operado del lado derecho, al limpiarme la infección de mi cuello la doctora se hubiera encontrado con la bala y probablemente, de paso, me la hubiera extraído. Para mí hubiese sido maravilloso. Pero operó del otro lado, y la bala sigue ahí. Ahora no necesito un cirujano para que me extraiga el proyectil... necesito a Mandrake. Así de complejo se ve todo. Ningún cirujano en el mundo se arriesgaría a quitar esa bala de ahí. Maldita sea. Eso me pasa por no haber tenido datos acerca de lo que me iban a hacer e imponer mi autoridad absoluta de paciente para tomar decisiones. No volvería a ocurrir. Cuando meses después, le pedí explicaciones a la doctora, ésta me dijo que me operó del lado izquierdo porque allí ya tenía una abertura en donde se colocaba una sonda Pezzer (eso es mentira, antes de esa operación no tenía sonda alguna, sólo la traqueotomía, y consta en mi Historia Clínica). Y gracias a ella la cicatriz en mi cuello es más grande de lo que hubiera sido: cruza todo mi cuello de lado a lado y asciende hacia arriba varios centímetros. Para colmo, no es tratable con cirugía plástica. ¿Algo más?. Al quedarme dormido, pude dejarme llevar por un remanso de paz y tranquilidad, un corte en el diario sufrimiento. El problema es que al parecer estoy tan comprometido incluso subconscientemente, en el proyecto Blue Eagle que nunca pensé que llegaría a soñar con algo semejante mientras la cirujana se encargaba de cerrar la fístula en mi cuello y desinfectarlo. Estaba vestido de piloto, en una sala bien iluminada junto con otros pilotos, todos sentados en pupitres. El jefe de escuadrilla explica enfrente nuestro y sobre un mapa del Atlántico Sur colgado en la pared las características de la misión a cumplir. Nos explica sobre la trayectoria de vuelo, la altitud, el punto de encuentro con las chanchas (aviones cisterna Hércules KC-130 para reabastecimiento de combustible en vuelo), y por supuesto, los blancos: buques de guerra británicos operando en el estrecho de San Carlos. Los ingleses preparaban un desembarco en esa área y era nuestra misión impedirlo. Esta vez llevaríamos bombas Expal de fabricación española, de
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caída libre frenado con paracaídas, de 250 kilos. No íbamos a usar las MK 17 inglesas porque, a pesar de ser devastadoras contra un buque (garantizan el hundimiento del mismo), hubo problemas en la activación de la espoleta al lanzarlas a baja altura y muchas de ellas no estallaban. Lo más interesante de eso era que lo sabíamos gracias a la BBC de Londres. Una vez hechas las explicaciones, El capitán da por concluido el briefing y todos nos encaminamos hacia nuestros aviones. El sol se levantaba despacio en el horizonte patagónico y nuestros aviones estaban a espaldas de él: Skyhawks A4C. Los artificieros, como dicen los españoles, ya habían cargado las Expal debajo del soporte ventral. Debajo de cada ala, los tanques suplementarios de combustible y sobresaliendo de la nariz del avión, el tubo pitot para reabastecimiento de combustible. Nuestros aviones eran los únicos en la Fuerza Aérea con ese dispositivo. Eso, y el hecho que contábamos con más de 70 aviones Skyhawk de las versiones B, C y Q (estos últimos navales), era el motivo por el cual nosotros éramos la punta de lanza a clavar contra los ingleses. Subo lentamente a mi aparato por la escalerilla con el casco de vuelo en la mano y me acomodo en la carlinga. Me coloco el casco en mi cabeza y ajusto las correas con ayuda de personal de tierra. Pruebo el oxígeno de mi mascarilla. Bien. Confío en que las bombas estén bien ajustadas y todo el instrumental funcione perfectamente. Alguien del personal de tierra me desea buena suerte y quita la escalerilla del costado de mi avión. Otro, los calces de las ruedas que quedan liberadas para rodar por la pista. Prendo la turbina y ésta enciende con un siseo primero, un zumbido después. Una vez recibida la autorización de la torre de control, bajo la cubierta y la ajusto. Ahora el zumbido de la turbina es menor. A continuación y con un leve empuje mi avión rueda lentamente hacia la cabecera de la pista. En la misma somos tres que vamos a despegar al mismo tiempo. A una señal, aceleramos y pasamos como un bólido al lado del mástil con la enseña patria flameando furiosamente con los vientos secos provenientes de la cordillera. Tiro de la palanca y me elevo, estoy en el aire. Luego de dar un par de vueltas para ganar altura, los tres nos dirigimos hacia la vastedad sin fin del Mar Argentino. Teníamos radar, equipo de radio VHF e incluso nuestros aviones eran de los pocos equipados con el sistema Omega 8 de navegación a larga distancia. Nada de eso podíamos usar. Los ingleses podrían interceptar nuestras comunicaciones y detectar las ondas de radar provenientes de la nariz de nuestros aviones. Luego de al parecer volar con un tiempo sin fin sobre agua y más agua, nos encontramos con la chanchas. Son dos (las únicas disponibles). Nos acercamos despacio y con un mínimo de velocidad. Esto siempre era una maniobra complicada y difícil. Los tres nos reabastecemos de sólo una de ellas. Posiblemente la otra esté en vuelo reservado para otra sección de aviones. Me siento más tranquilo cuando veo el indicador de combustible subir otra vez. Ahora sí tendríamos suficiente para llegar a Malvinas. Una vez que nos separamos de los KC-130 bajamos de altitud hasta casi rozar las olas. No debíamos ser detectados por los radares ingleses. La succión de la toma de aire de la turbina eleva agua salada que baña el parabrisas. La sal de mar queda adherida al mismo y ya habíamos comprobado que eso por el momento no tenía arreglo. Seguimos hasta encontrarnos con la costa
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malvinense. En un determinado punto debíamos virar y enfilar hacia el estrecho de San Carlos. El tiempo era bueno y los ingleses sabían que eso presagiaba ataques aéreos, así que nos estaban esperando. No bien nos vieron salir de detrás de las elevaciones de la isla Soledad comenzaron a dispararnos. Era un verdadero espectáculo de fuegos artificiales, saetas luminosas que rozan nuestros aviones, estelas con llamas que nos persiguen, espontáneas nubes negras que aparecen delante nuestro, y lo que parece ser granizo que golpea el fuselaje. Pero yo estoy concentrado en buscar un blanco con el colimador y arrojar mis bombas. De repente, está delante de mí: una fragata. Al parecer sus tripulantes ya me ven dirigirme hacia ellos y me disparan con todo lo que tienen. Tengo que actuar rápido porque los segundos pasan y el barco está cada vez más grande. Cuando lo tengo a buena distancia, suelto las bombas y salgo de allí cuanto antes y con maniobras evasivas. Escucho explosiones, pero no estoy seguro si son mis bombas explotando contra el blanco o las bombas de los otros aviones... o uno de los A4 explotando en el aire derribado por los antiaéreos británicos. Tomo curso de retorno a la base. Ojalá que no aparezcan los Harrier. No tengo defensa alguna contra ellos. Ahora sólo pienso en encontrarme con las “chanchas” y reabastecerme de combustible para volver a la base. Al mirar los instrumentos, veo que está todo bien, excepto por el indicador de combustible cuya aguja desciende más rápido de lo debido. Giro mi cabeza hacia atrás a izquierda y derecha y ahí está: una pequeña estela blanca sale de mi ala derecha. Tengo un problema. Si se me acaba el combustible antes de llegar tendré que eyectarme y caer en el helado mar Argentino, con pocas posibilidades de sobrevivir si no me rescatan enseguida. Ahora tengo mis sentidos concentrados en el horizonte y en indicador de combustible. Ruego a Dios llegar. Como una providencia,, justo cuando el indicador marcaba casi vacío, tengo al alcance visual el Hércules KC130 de reabastecimiento de combustible en vuelo. Me aproximo. Ojalá pueda conectarme a la manguera de combustible que emerge de la parte trasera del fuselaje del KC130 a la primera vez. No creo tener otra oportunidad. Las corrientes de aire y la velocidad a la que se desplazan ambos aviones conspiran para lograr una buena conexión. Al ser mi A4 un avión jet, vuelo a velocidad mínima, ya que el KC130 es turbohélice y vuela a velocidad máxima para equipararse a la velocidad de mi avión, pero esto también es un factor limitante en la acción del reabastecimiento. Ya faltan unos metros. La manguera se mueve por la acción de las corrientes de aire, pero finalmente logro hacer contacto y el combustible fluye hacia mis vacíos tanques, y el indicador en mi tablero de instrumentos vuelve a subir. ¡Uf!. Sin embargo. Tengo un problema pendiente. Tengo los tanques del ala derecha perforados y tienen pérdida de combustible – notifico por radio. De la “chancha” acusan recibo y me ofrecen acompañarme hasta el continente con la manguera conectada a mi avión. Acepto agradecido. Al tener a la costa a la vista, me separo del KC130 y con el combustible que
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quedan en mis tanques enfilo hacia la base. Puedo llegar. Aviso por radio a la base de mi llegada y del problema de la perdida de combustible. Momentos después veo la pista de aterrizaje. ¿Bajará el tren de aterrizaje?. ¿Estarán bien las ruedas?. ¿Están en buen estado los flaps y los frenos?. ¿Tendré entero el timón de cola?, ¿Responderán los mandos?. No bien pude posar las ruedas en la pista comenzaron a despejarse lentamente todas las dudas. Necesité casi toda la extensión de la pista para el aterrizaje, pero finalmente logré parar el A4 y levantar la cúpula de plexiglás, quitarme el casco y respirar el gélido aire patagónico, que se encarga de secar el sudor que cubre mi rostro. Que alivio. Al caminar despacio hacia la sala de pilotos para el debriefing, me cruzo con otro de los pilotos que había volado en la misma sección que la mía. Éramos tres. ¿Y el otro?. Creo que no vuelve. Me dice. Eso es malo. En cada misión alguien no vuelve. Malo. En esos instantes mientras estamos llegando a la entrada de la sala de pilotos mi compañero me mira fijamente y me señala mi cuello. ¿Qué tenés en el cuello?.Creo que sangra. Me toco mi cuello sobresaltado ¿Mi cuello?. ¿Qué tiene?.
Despierto en mi habitación, sobre mi cama. Miro hacia la ventana. Es de noche y mi cama está iluminada por la luz fluorescente ubicada en la pared encima de mi cabecera. Aún respiro por la traqueotomía, pero ahora, cada vez que trago saliva siento un dolor punzante en mi garganta. Tengo un grueso vendaje en mi cuello. En ese momento, sólo sabía que me habían operado el cuello para cerrarme la fístula que tenía y resolver lo de la infección en mi cuello. Y si estaba allí vivo y entero era porque al parecer la operación salió bien. Elena está a mi lado mirándome. ¿Qué hora es?- le pregunto haciéndole señas con mi muñeca izquierda. Elena consulta su pequeño reloj. Las 3 de la mañana. Ya estamos en Domingo. Creo que es mejor dormir un poco. Empieza otro día. Elena estaría aquí hasta las 6 AM. Y a partir de allí miembros de mi familia por turnos, me acompañarían. Aquel día fue algo rutinario. Aspiración de mi cánula, renovación de los bulbos de suero y control por parte de las enfermeras de la cantidad de orina que estoy acumulando a lo largo del día. Ya no hay más antibióticos. A partir del Lunes es cuando comienzo a percibir la real dimensión de la situación. Luego de la ronda de los residentes que se ocupan subconscientemente de hacerme sentir como un extraño fenómeno circense, llega el personaje central de esta historia, la doctora T. En ese momento no tenía idea de cómo se llamaba y me llevaría muchos días deducir su nombre y apellido. Sobre todo su apellido. Era extraño. ¿Cuál era su origen?. Con seguridad es europeo, pero ¿de dónde?. Comienzo a rastrear el mapa de Europa. Nada en concreto. Primero deduzco que su apellido es de origen checo, eslovaco; paso hacia Europa central y veo que posiblemente sea
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austriaco, o alemán, subo hacia el norte y veo que también puede ser de origen escandinavo, aunque esa posibilidad me resulta muy débil. Bajando con el dedo hacia el Mediterráneo, surge también la posibilidad de que es de origen italiano. Luego trato de buscar una palabra similar a su apellido, y el resultado es que puede ser de origen vasco. El único problema es que ella no se parece en nada a un vasco de la península ibérica ni remotamente. Finalmente, concluyo que su apellido puede ser de origen polaco o ¿ruso?. Pero es sólo una teoría. Solo ella misma tiene la respuesta definitiva. Pero aquel lunes teníamos otras prioridades. Ahora tengo los lentes puestos y veo a una atractiva mujer madura de ojos claros, redondos y cabellos color trigo, largos y que llegaban hasta sus hombros. Traía ella misma el carrito con los implementos de curación, Pervinox y jeringas. Se acerca a mí despacio y me quita el vendaje de mi cuello. A continuación empapa gasas con Pervinox y limpia el área que fue operada. En ese momento es cuando descubro que algo acuoso corre desde mi cuello por gravedad hacia abajo. ¿Qué pasa acá? Vas a tener que usar una crema cicatrizante para que la piel no te quede en carne viva por la saliva. Tomando en cuenta la suma de desgracias que ya debía llevar a cuestas relacionada con mi caso, ahora tenía otro problema adicional. Ya no tenía más infección y quizás tampoco una fístula, pero ahora tenía un agujero en mi cuello del cual escapaba la saliva que tragaba, lo mismo que cualquier líquido que entrara por mi boca. Para resolver los daños causados por la bala de una mal nacido delincuente y un virus de hospital, tuve que pagar un precio, por lo visto. La doctora T. al parecer es delgada, pero de eso no estoy seguro ya que su guardapolvo blanco está todo abierto y cubre su físico. Debido a la altura en la que me encuentro sobre la cama, tampoco veo sus piernas. Yo a mis hijos llevo una crema que hacen en la farmacia que es muy buena. Voy a encargar que te traigan una. Aquel pedido con la clásica burocracia hospitalaria llevaría varios días. Mientras tanto me aplican la crema Coloplast, hecha en Dinamarca (probablemente recibida en el hospital de Lanús a través de un donativo) y con un aroma parecido al del adhesivo de contacto que se usa para pegar suelas de zapatos, y también tiene el mismo color que éste y además, forma sobre mi piel una capa mucosa de color beige que al secarse cuesta mucho quitarla en seco sin lastimar la piel. Siempre había que usar agua para sacar ese moco. Lo que ocurre en los días siguientes es una sucesión interminable de experimentos con mi cuello. El objetivo buscado por los médicos y residentes es atrapar la saliva que escapa del agujero en mi cuello y almacenarlo en un recipiente intercambiable. Probaron de todo: primero trataron de adherir alrededor del agujero una bolsa de colostomía para bebés (las bolsas de colostomía se usan para acumular desechos orgánicos, se colocan sobre una abertura hecha en el intestino para que el cuerpo expulse los excrementos, por ejemplo, en esa bolsa en lugar de usar el ano), luego probaron con bolsas de colostomía para adultos, bolsas que almacenaron alguna vez algún instrumento medico o directamente cualquier bolsa de nylon. Nada resultó. La saliva que salía de mi cuello se encargaba de despegar esas bolsas de mi cuello y continuaba corriendo sobre mi cuerpo. También se probó colocando apósitos en el mismo lugar con la esperanza que
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absorbiera la saliva y la retenga. Funcionaba, pero sólo por unos minutos, después había que cambiar el apósito o directamente dejar que la naturaleza siga su curso. En el mismo sentido se probó con una toalla. En el ínterin, la piel alrededor de mi cuello se disolvía por la acción corrosiva de mi saliva (por algo el cuerpo la usa para deglutir alimentos), y comenzaba a aparecer la carne viva. Al hacerme la curación diaria Teresita me pasaba una gasa con Pervinox por allí y el ardor era insoportable, sólo calmado cuando pasaban por la piel herida crema cicatrizante. A la doctota T. la veo más seguido, supervisa mi evolución y en una ocasión también intenta colocar una bolsa alrededor del agujero... que me dura una media hora más o menos. Recuerdo ese día. Hice que Elena la busque para que me vuelva a colocar todo de nuevo. Según Elena, la doctora T. le prometió volver enseguida (nunca volvió), a la vez que llegaba la gente de la farmacia a traerme la famosa crema cicatrizante de manufactura casera en un envase plástico diminuto. No me duraría ni una semana. Me acuerdo que le pido al pelón que me trajo esa crema milagrosa que usan los hijos de la doctora T. si ubica a la médica en cuestión porque tenía un problema entre manos en ese momento. Ya la llamamos- me responde Le insisto que la necesito urgente. Ya la llamamos- me repite. Es inútil. Estoy comunicándome con un farmacéutico autista o alguien a quien le gusta esquivar el bulto. Luego mi madre llama a algún residente y viene Marcelo a auxiliarme. El problema era que no sabía qué hacer debido a que al mirar por el interior del agujero en mi cuello se veía a su vez dos orificios. Yo no lo sabía entonces, pero ambos orificios eran en realidad mi esófago cortado en dos y puesto al descubierto al aire para que pueda ir bajando paulatinamente la inflamación producida por la infección y la subsiguiente operación de la doctora T. ¿Cuál era el orificio que venía desde mi boca y cuál el que iba directamente a mi estómago?. Marcelo por prudencia no pudo ayudarme y dejó todo como estaba. Al día siguiente vino a mi cama la doctora T. con el carrito con implementos de curación. Algo molesta, explica a Paula fea (la única residente que la acompañaba aquel día), las características del agujero, cuál orificio iba al estomago y cuál venía desde mi boca. De paso, prueba de nuevo colocar otra bolsa en mi cuello con crema cicatrizante y todo lo demás. Como siempre, al cabo de un par de horas la saliva volvía a escaparse y correr por mi cuerpo. Como estaba acostado, el líquido también corría por encima de mi hombro izquierdo y caía sobre mi almohada, mojándola. Los días pasan y sigo recibiendo de Lunes a Viernes ( los fines de semana seguía librado a mi suerte) a la Kinesióloga para la sesión torturante de aspiración de la cánula de traqueotomía. Cada vez que coloca la sonda de aspiración hasta el fondo de la traqueotomía pierdo aire y mi cuerpo se proyecta violentamente hacia delante, a la vez que por instinto abro la boca buscando aire. Me aspira una y otra vez, quitando mucosidad y sangre de mi garganta, mientras mi cuerpo se sacude con violencia contra el respaldo de mi cama. Luego me hace voltear hacia un lado y otro para auscultar mis pulmones con el estetoscopio escuchando mi respiración y tratando de ubicar mucosidad
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remanente en mis pulmones. Por último, me hace sentar sobre la cama para que haga ejercicios con los brazos, a la vez que me pide probar respirar a intervalos y en secuencia, mientras ella escuchaba las reacciones de mis pulmones a través de su estetoscopio. En esos días, siempre me llamaba la atención sus zapatos de hombre color marrón con suela negra todoterreno que usaba. Era algo gordita, tenía una belleza natural y apacible en su rostro, y el cabello de color castaño rizado cayéndole siempre sobre sus hombros, pero lo que más me llamaba la atención de ella eran sus zapatos. Siempre me recomendaba que hiciera ejercicios, pero estaba demasiado débil para hacer algo. Mi madre le respondía a todo lo que recomendaba que sí. Sin embargo, el problema de la piel irritada y en carne viva alrededor del agujero en mi cuello persistía. Nicolás, el muchacho con pinta de intelectual de todo el grupo de residentes, le recomendó a mi madre que compre barniz para madera, lo pase con pincel sobre el área cercana al agujero así se forma una capa impermeable que la saliva no podría penetrar. La pregunta existente era. ¿Cómo se quitaría ese barniz después?. ¿Cómo quedaría la piel al estar cubierta por barniz?. Si había que usar solventes para quitar ese barniz, ¿qué consecuencias podría traer eso?. Mi madre compró el barniz y lo trajo al hospital, pero para ese entonces, la situación se manejaba bien con la crema cicatrizante y el Coloplast. Afortunadamente no fue necesario usar el barniz. Para saber la evolución de mi cuello luego de la operación de la doctora T. me llevaron otra vez a la sala de tomografía computada. Mi madre se encargó de llevarme en silla de ruedas por el ascensor y por los pasillos hasta llegar a la sala. Los residentes ya habían notificado en la recepción de la sala del estudio con el tomógrafo lo que debían hacerme. Hernán era el residente encargado de supervisarlo todo. Después de esperar varios minutos en la antesala de paredes y techo blancos y piso de mosaico claro, iluminado profusamente con luz fluorescente, me llega el turno de entrar. Apenas entro en la sala en la que está el equipo de tomografía computada, siento un frío gélido en el ambiente. El aire acondicionado está funcionando a pleno al parecer, según Hernán, para evitar que los equipos recalienten y perjudiquen el funcionamiento del tomógrafo. Es un equipo que vale millones y había que cuidarlo. ¿Y si yo me estoy congelando en ese ambiente?. Es un detalle menor. Hernán me ayuda a colocarme sobre la plataforma. Me acomoda sobre mi cuerpo mis sueros y los drenajes, y me recuerda que debo mantener los ojos cerrados en todo momento, no sea que el haz de rayos encargado de scanear mi cuerpo y que gira por el aro que rodea la plataforma y por extensión, a mí mismo, lesione mis ojos. A partir de allí, mi mente se mueve al compás de la banda sonora de la película de James Bond On Her Majesty´s Secret Service. De cuando en cuando escucho un zumbido que sube en intensidad y luego se detiene, y vuelve a empezar, a la vez que escucho una voz grababa en español con acento extranjero: Respire. Y Luego:
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No respire. Y así. Después de varios minutos muy largos, termina la sesión y Hernán me ayuda a colocarme otra vez en mi silla de ruedas. De paso, me comunica que las imágenes obtenidas con el equipo de tomografía computada no muestran fístula alguna. Por lo visto, la doctora T. cerró la fuga a la vez que desinfectar mi cuello. Gracias a Dios. Mientras salgo de allí, veo fugazmente un aparato de TV conectado al servicio de cable. Cómo extrañaba esos placeres comunes para muchos. Ese día a Hernán se le ocurre una idea con respecto a retener la saliva que sale de mi cuello. Me lleva de vuelta a mi habitación. Sale en busca de implementos médicos y vuelve. Hace algo que parece más bien sacado de la serie de TV MacGyver. Veo que había traído una vía para sueros, una hojilla curva usada como bisturí, crema cicatrizante, hijo quirúrgico, un pequeño bulbo plástico vacío. No entendía nada. Se sienta sobre mi cama y a un costado de mí. No tragués saliva- me pide todo el tiempo Hernán. Me esfuerzo en acumular saliva en mi boca y expulsarla en un apósito mientras él trabaja en mi cuello. Trato de ver lo que hace. Coloca la vía por un extremo dentro del agujero en mi cuello. Luego, el otro extremo dentro del pequeño bulbo plástico. Trata de asegurar todo con hilo quirúrgico haciendo que la vía esté cosida por dos puntos a mi piel (procedimiento poco agradable), y vendajes. Finalmente quedó todo listo. Tragá saliva- me pide. Trago y la saliva sale por la vía y se deposita en el bulbo. Funciona. Satisfecho, Hernán me va dejándome con su invento colgado de mi cuello. De todo lo que habían probado los médicos, esto era lo más prometedor. Al día siguiente la doctora T. le hace algunas mejoras. Aprovecho para comentarle que la tomografía muestra que la fístula ya no está allí. Y claro que no está, yo la cerré- me responde como si mi pregunta hubiese sido superflua sobre algo que para todos (menos para mí), resultaba obvio. Sin embargo, el sistema tenía una falla: no tenía salida de aire, por lo que cada vez que tragaba saliva e iba por la vía hacia el bulbo se producía un efecto de vacío, con lo cual el líquido volvía por succión de vuelta a mi cuello y eso me producía tos, reacción natural al bloquearse la garganta. Afortunadamente, sabía cuál era la solución. Ese día mi enfermera particular decidió quedarse un par de horas más a cuidarme así que aproveché la oportunidad. Cortá el bulbo y hacele un agujero- le pedí a Elena Elena con la ayuda de unas tijeras realiza un boquete en el bulbo. El sistema, entonces, comenzó a funcionar bien. La saliva iba hasta el bulbo plástico y una vez que se llenaba se vaciaba en el baño y así sucesivamente. Fue lo más aproximado de un método para tragar saliva normalmente sin problemas y sin afectar a la piel circundante al agujero en mi cuello. El único problema fue que aquel invento de Hernán duró solo 24 horas. Al día siguiente vino Teresita a hacerme la curación de rutina. Al limpiar el sector del cuello con el agujero se despegó la vía con todo e hilo quirúrgico. A causa de la humedad y la saliva que no dejaba de salir, ya no se pudo volver a colocar todo como estaba. ¡Maldita sea!. Al final, mandamos todo al diablo. En lo sucesivo, escupiría toda la saliva
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acumulada en mi boca en un recipiente, y así lo haría hasta marzo de 2005 cuando el doctor V. me realizó la operación de esofagostoma que cerró la abertura y volvió a unir los extremos de mi esófago. Elena me trajo desde su casa un recipiente plástico para que lo use como escupidera. Aún hoy conservo ese recipiente como recuerdo de aquellos días. Hernán, en una de sus visitas para ver mi estado, ya se había olvidado que su invento quedó descartado, pero sí me sugirió que tape la abertura de la cánula con el dedo y hable. Yo le hacía caso y entonces de mi boca salía una voz débil, pero audible. Sin embargo, debía hacer mucho esfuerzo para hablar, a la vez que me quedaba sin aire. Por lo menos, confirmaba que mis cuerdas vocales estaban bien y al parecer sin daños. Mi situación, al escuchar lo que informaban los residentes a los médicos mayores en cada ronda todas las mañanas, era que me estaba estabilizando y evolucionando muy bien. Elena me aspiraba la cánula en las noches y la Kinesióloga repetía la operación a la vez que auscultaba mis pulmones en las mañanas. Mi familia estaba más o menos preparada para aspirarme la cánula, y en situaciones serías, se hacían cargo las enfermeras y en última instancia, los residentes quienes me volteaban a un costado para facilitar la acción. Casi siempre la traqueotomía se tapaba por sangre coagulada o mucosidad seca. Un buen día, uno de los enfermeros (un petiso con anteojos, unos 40 y tantos años, físico medio, rostro cuadrado y moreno que las malas lenguas opinaban que era homosexual), trajo hasta mi habitación una bomba eléctrica que tenía un mayor poder de aspiración que el tubo que salía de la pared. Funcionaba bien, pero era muy ruidosa. Con la noche y el silencio, el ruido era más notorio, despertando del letargo a mi compañero de habitación y escuchándose hasta en el pasillo. Elena y todos los demás usarían esa bomba hasta el último día en que tendría esa maldita cánula. A propósito. ¿Cuándo nos vamos?. Le pregunto a la doctora T. cuánto tiempo más estaría allí con el agujero en mi cuello y cuándo volvería a casa. Tenés para un mes más – me aclara. ¿Un mes así?. Oh, no... Apenas comenzaba la tercera semana de internación en el hospital, ¿y debía completar cuatro semanas más para que mi cuello vuelva a estar como antes?. Pero esa tercera semana sería positiva. Con una diferencia de un par de días, los residentes me quitan los tubos de drenaje y cierran las aberturas en el costado de mi cuerpo con vendaje. Como no soy Cristo, de mi costado sale sangre pero no agua. El procedimiento para extraer los drenajes es siempre el mismo. Me voltean a un costado, con un bisturí los residentes cortan los hilos que sujetaban los tubos a mi cuerpo y mientras un residente me sostiene, el otro toma con ambas manos el tubo a la vez que me ordena: No respires. Contengo la respiración mientras ellos quitan el tubo de mi cuerpo y cierran la abertura con vendaje. Luego me avisan que respire normalmente. Luego, la mejor noticia de todas: En una de las rondas, le escucho decir al jefe de residentes, el patilludo G., siempre con su ropa verde de cirujano con el logo de “Clínica Banfield”, la sugerencia esperada: Tenemos que sacarle la traqueotomía ¿para qué la queremos?. Por lo visto la cánula ya no tenía razón de ser y había que quitarla, pero había antes que hacer una comprobación. Se expidió una orden para llevarme a
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otorrinolaringología para revisar mi garganta y el estado de mis cuerdas vocales. Mi madre me lleva por el ascensor hasta el piso correspondiente a los consultorios de otorrinolaringología. Luego de esperar un rato en el pasillo acompañado de gente ocasional esperando turno para ser atendidos, entro con mi silla de ruedas a la sala. Otorrinolaringología ya me resultaba familiar porque semanas antes pasé por allí con el propósito de evaluar la posibilidad de insertarme una sonda nasogástrica... con las consecuencias del caso, gracias a Marcelo. Al entrar, había una chica joven, morocha, acostada sobre una camilla esperando que la atiendan. Un asistente me lleva hacia el fondo de la habitación y una vez allí, gira mi silla de ruedas 180° para colocarme de espaldas a la ventana. El médico de turno aquel día aparece ante mí con un spray. Abrí la boca y sacá la lengua- me ordena. Hago lo que me dice y con el spray aplica un líquido en mi lengua. Ésta comienza a adormecerse. Pasaron varios minutos y el médico vuelve con sus manos enfundadas en guantes de látex, una pequeña espátula en su mano derecha y un espejuelo redondo encima de su frente. Enciende una lámpara de alto poder ubicado detrás de mí, su luminosidad queda reflejada en su espejuelo y eso a su vez proyecta luz dentro de mi boca para ver su interior. Abrí la boca lo más que puedas y sacá la lengua- vuelve a ordenarme. Lo hago y el otorrinolaringólogo introduce su espátula dentro y revisa su interior. Al parecer no encuentra nada anormal. Cerrá la boca y tapate la traqueotomía. – me pide a continuación. Le hago caso. Decí “a” Aaaaaaaaaaa... Decí “hola”. Hola. Bien. Mientras el otorrinolaringólogo hace sus anotaciones en mi H.C. yo aprovecho para charlar un poco con uno de los asistentes, que resultó ser de nacionalidad ecuatoriana, sobre mi caso y de cómo tenía una lesión en mi cuello. En eso, la chica tendida sobre la camilla comienza a gritar. Otro de los asistentes allí le aspiraba al parecer cerumen de su oído derecho y eso le provocaba mucho dolor. ¡Basta, basta!, ¡me duele!.¡Quitámelo, quitámelo!. Tuvo de ir el médico hacia ella para tomar el control de la situación y resolver. En lo que a mí respecta, no había motivos para que continúe con la odiada cánula puesta. Sin embargo, el médico otorrino recomendaba esperar un par de días más. Para ese entonces, afortunadamente la situación con mi traqueotomía la tenía más o menos controlada, con Elena aspirando la cánula en las noches, la kinesióloga en las mañanas (sólo días hábiles), y mi familia durante el resto del día y los fines de semana. El colmo sería que en las 72 horas subsiguientes se vuelva a tapar la cánula, por eso era importante mantener la disciplina de nebulizar la abertura cada hora y después aspirar. Es increíble como un aparato tan simple cause tantos trastornos. Al mismo tiempo, los residentes continuaban apareciendo por mi habitación con
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órdenes de llevarme a la sala de rayos X, otra tortura. Es algo rutinario y simple para cualquiera, pero con mi debilidad eso era una hazaña, sobre todo en las ocasiones en que me pedían que me ponga de pie y apoye mi pecho contra la placa metálica dentro de la cual insertan otra placa con la película. Era sólo cuestión de un par de minutos estar de pie, proyectar mi pecho hacia delante y contener la respiración mientras accionan el aparato desde una habitación segura y se saca la placa de rayos X, pero para mí que desde hacía 3 semanas que me alimentaba con suero solamente era algo extenuante. Afortunadamente había allí unas agarraderas para sostenerme con mis brazos, de lo contrario hubiese sido imposible mantenerme parado. Creo que era vox populi dentro del hospital que yo evolucionaba en todos los aspectos favorablemente. Los médicos finalmente tomaron la decisión de alimentarme por sonda. Para ello insertaron un tubo por el agujero en mi cuello y de allí por el orificio que iba hacia mi estómago. Una vez que el extremo del tubo llegó hasta allí, los residentes colocaron en el otro extremo una jeringa y aspiraron el aire del mismo hasta que emergió un líquido transparente, ligeramente más espeso que el agua: jugo gástrico. Igual tuve que ir a la sala de Rayos X a verificar que efectivamente el extremo de la sonda estaba dentro de mi estómago. Una vez verificado esto, la posta se pasó a la gente de nutrición, quienes me trajeron unos sachets de Nutrisol, alimento concentrado y elaborado en forma de lácteo, de fabricación holandesa, pero importado al país por laboratorios Bagó. Según pude leer, era un alimento que tenía todo lo necesario para el organismo. Cada sachet contenía 1 litro con un total de 1000 calorías. La dosis recomendada para mí era al menos 2 sachets por día. No siempre se lograba eso. El problema del alimento era que el líquido lácteo resultaba demasiado espeso, con lo cual había que disolverlo con dextrosa, así que más o menos recibía por la sonda, por goteo, 1 litro de Nutrisol con 1 litro de dextrosa. Ahora, sumada a la vía intravenosa por donde fluía el suero, se sumaba otras dos que colgaban de la pértiga, que en un determinado punto se unían y se interconectaban a la sonda que llegaba hasta mi estómago. Igual no pude librarme de varias ocasiones más en las que contraje bacteriemia. La sensación de impotencia al no poder controlar los temblores que cruzaban todo mi cuerpo era indescriptible. Era algo que llegaba sin aviso previo y en cualquier momento. El frío que sentía no podía conjurarse con abrigo alguno y los temblores eran algo continuo que parecía no detenerse nunca. Me temblaban los dientes, mis labios, mis pies, todo. Elena resolvía en parte la situación colocándome compresas empapadas con agua helada sobre mi pecho, bajo mis axilas y en mi entrepierna. Las compresas había que cambiarlas constantemente para asegurar que mi cuerpo recibiera el mayor frío posible del agua. Esto me hacía sentir más helado aún, pero a la larga funcionaba y el temblor descendía hasta llegar a cero. De vez en cuando las enfermeras me colocaban por vía intravenosa ibuprofeno, que ayudaba a neutralizar la bacteriemia. Pero en ocasiones, el ibuprofeno no llegaba a tiempo. El récord fue un día en que estuve cerca de una hora con los temblores (es peligroso tener bacteriemia por un tiempo prolongado). Fue un sábado a la noche en la que todos los cirujanos estaban ocupados en la guardia del hospital. Para recibir ibuprofeno había que recibir previamente autorización de uno de los residentes por lo menos. Georgina, una
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de las enfermeras, los buscó en la sala reservada para ellos... y no había nadie. Luego los buscó usando los altoparlantes del hospital, y tampoco. Finalmente tuvo que verse obligada a desplazarse hasta la Guardia y encontrar como sea a uno de ellos para recibir autorización para administrarme ibuprofeno. A estas alturas, ese tipo de situaciones las tomaba con filosófica resignación. También ocurrían incidentes curiosos. En otra de esas largas noches se produjo una fuerte tormenta. Como la ventana estaba asegurada con cinta para vendajes, no pudo resistir la acción del viento y se abrió de golpe dejando entrar a la habitación viento, frío y algo de lluvia. Yo en ese momento escuchaba a través de mi Discman el Theme from Antarctica de Vangelis mientras veía cómo Elena y otro enfermero luchaban por colocar más cinta a la ventana para asegurarla, pero el viento era demasiado fuerte. Finalmente trabaron la misma con un tubo doblado y así quedó desde entonces. Gracias al Nutrisol, por primera vez en semanas ponía en funcionamiento mis intestinos e iba al baño a hacer mis necesidades. Elena aprovechaba esos momentos en que estaba en el baño para lavarme un poco. Ya no tenía los drenajes y por ende tenía más libertad de movimiento. Antes de volver a acostarme embadurnada mi espalda con óleo calcáreo y así dormía. Cuando era necesario nebulizaba y luego aspiraba la traqueotomía. Lamentablemente esos eran los momentos, en los que su rostro estaba cerca del mío en el momento de aspirarme en que sentía que Elena tenía mal aliento y necesitaba tomarse unas mentitas con urgencia. Incluso en una de esas noches Elena trajo hasta la habitación una balanza de pesas. Pude levantarme, acercarme a la balanza y mantenerme en pie gracias a la alimentación recibida que me daba un poco más de energía para desplazarme. Una vez puesto en la balanza descubrí la consecuencia de haber recibido sólo suero durante 3 semanas: pesaba sólo 57 Kilos, cuando hasta el 23 de Septiembre de 2004 pesaba 72. definitivamente estaba desnutrido. Para colmo de males, la doctora T. insistía en que debía aumentar de peso para volver a operarme y cerrarme el boquete en mi cuello. Pero, ¿cómo hacerlo?. Finalmente llegó el día. Luego de la pesada ronda de las mañanas, vuelven a rodearme varios residentes para quitarme de forma definitiva la cánula de traqueotomía. Antes, averiguaron si era necesario que estuvieran supervisando la acción la gente de otorrinolaringología. Ellos dijeron que no era necesario que estuvieran allí, así que uno de ellos finalmente me extrajo con cuidado la cánula y la tiró a la basura. Mi garganta reaccionó a eso con mucha tos, y luego todo se estabilizó. Otra vez respiraba por la nariz, como antes. Pero, ¿cómo cerrar el agujero dejado por la cánula?. Se cierra solo y sin vendajes- respondió uno de los residentes. Gabriel, uno de los enfermeros que tuvo en su momento una cánula similar, confirmó aquel dato. Al fin podía respirar normalmente. La mucosidad volvía a mis fosas nasales y todo mi aparato respiratorio trabajaba a pleno. Sin embargo, los ahogos, el hecho de haber tenido un paro respiratorio y haber sufrido lo indecible en cuerpo y alma, amén de haber visto mocos y sangre saliendo de mi garganta a través de una sonda de aspiración, me crearon un trauma que hasta el día de
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hoy no pude recuperarme del todo. Siento pánico en ambientes cerrados y con el aire enrarecido por ejemplo, algo con lo que antes lidiaba sin problemas. Esa misma mañana llega la kinesióloga, y esta vez me doy el gusto de hacerle gestos de burla con mis manos haciéndole notar que esta vez no iba a torturarme con la sonda de aspiración. Pero al parecer alguien le pasó el soplo así que esta vez no traía sondas ni nada. Sólo su estetoscopio alrededor de su cuello. Como siempre, revisó mis pulmones, y concluyó que tenía menos flema depositada en mis pulmones que antes. El trabajo de la kinesióloga que en un principio era para impedir que tuviera otro paro respiratorio por causa de taponamiento de cánula, estaba llegando a su fin. Como siempre, insistía en que hiciera ejercicios de brazos para favorecer una mejor respiración y funcionamiento de mis pulmones. Lástima, iba a extrañar sus zapatos de hombre. Estaba recuperando mi voz, aunque del agujero dejado por la traqueotomía escapaba aire y no podía hablar mucho. Sonaba como si estuviera afónico, pero mi voz volvía otra vez. A los residentes les regocijaba escucharme hablar por primera vez. Personalmente esperaba que mi voz fuese otra. Siempre me gustó la voz de Pancho Ibáñez, pero la naturaleza hizo que volviera a tener mi tono de voz original. A muchas enfermeras les agradaba ver que podía hablar, que me alimentaba bien y que ya no tenía los drenajes, pero eso no me libraba de recibir la muy dolorosa inyección de hierro en mi trasero. El cierre del agujero dejado por la traqueotomía fue sorprendentemente rápido. En unas 72 horas ya casi no quedaba rastro de la abertura. Eso permitió recuperar la casi totalidad del volumen de mi voz, aunque faltaba bastante para que todo vuelva a la normalidad. La doctora T. me visitaba viendo mi estado, y como siempre, recalcaba una y otra vez que aumente de peso. También me decía: Sabés lo que me costaste en el quirófano?. ¿Sabés todo lo azul que tuve que limpiar?. ¿Sabés lo que... Y no sería la última vez que escucharía esas mismas palabras. ¿Acaso quería un soborno o algo por el estilo por sus servicios?. Pero uno de los problemas existentes en la alimentación por sonda era que la dextrosa no siempre alcanzaba a diluir el alimento láctico, y como consecuencia de ello la sonda de alimentación se tapaba una y otra vez, con lo que debían asistirme Elena y otras enfermeras a destapar la sonda con la ayuda de jeringas llenas de agua. Yo veía cómo el alimento líquido salía de lo profundo de mi cuerpo por aspiración con la ayuda de una jeringa introducida en uno de los extremos de la sonda, para a continuación introducir otra jeringa con agua con la esperanza de diluir el taponamiento y dejar la sonda libre para que continúe el flujo de Nutrisol a mi estómago. Era un trabajo difícil, pero si no se resolvía había que cambiar la sonda por otra, proceso pesado, dado que debían verificar que un extremo estaba en mi estómago, y para ello debían llevarme a rayos X a sacarme una placa y todo eso. Además, estaba el goteo del alimento. Si recibía demasiado goteo, eso me provocaba fuertes dolores de estómago y náuseas, y si el goteo era escaso, recibía insuficiente alimento, con lo cual mi entretenimiento diario consistía en
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regular el flujo del goteo de alimento y dextrosa para asegurar la corriente constante por la sonda y tratar de evitar en lo posible que se tapone, pero esto último casi nunca lo lograba. Al año siguiente descubriría que el hospital contaba con un equipo electrónico capaz de regular el correcto flujo de alimento y dextrosa al organismo por sonda e impedir el taponamiento de la misma. El porqué nunca yo tuve ese equipo a mi disposición en Octubre de 2004 ni en Marzo de 2005 es un misterio. Como siempre, recibía visitas. Augusto y su tío me venían a ver. Al observar el alimento que recibía por sonda, Augusto comentaba que su madre recibía el mismo alimento en sus últimos días y que debía administrarlo diluido porque el mismo era muy espeso. Por lo visto no era el único que pasó por esa situación. También llegaban las amigas de mi madre que podían ver que evolucionaba bien, lo mismo que algunas enfermeras que más que nada querían escuchar mi voz. Desde el comienzo me había comunicado con ellas mediante señas y escribiendo instrucciones a mi familia para que ellos a su vez hablen por mí. Ahora no era necesario todo eso. Norma, una enfermera madura de cabello rubio teñido y cuerpo interesante, venía a verme en las noches con su uniforme de enfermera color negro que la hacía ver muy sexy. No olvidaba el hecho que me prestó ayuda en los días difíciles en los que se tapaba la traqueotomía. Su voz de sirena realmente seducía a cualquiera. ¡Ay Normita! ¡Quién te tuviera!. En esos días tenía optimismo en que todo terminaría bien. Deseaba que se completara el mes impuesto por la doctora T. para volver al quirófano y me vuelvan a dejar mi esófago como estaba y volver a comer y beber normalmente como cualquier hijo de vecino. Al cumplirse la cuarta semana, tanto yo como mi familia recibiríamos una muy desagradable sorpresa.. Un balde de agua helada recibido de golpe y que nos dejó a todos shockeados. La sorpresa fue total y era algo para lo cual ni mi familia ni yo estábamos preparados. Aquello reforzó mi decisión de obtener información de otras fuentes (mi red de inteligencia), y ejercer control sobre mi caso y no dejarme llevar por los médicos nunca más. Lo recuerdo. Fue un lunes a fines de Octubre de 2004. Después de la rutinaria ronda de residentes. Para ese entonces había apenas pasado una semana desde el inicio del periodo total de 1 mes fijado por la doctora T. para mi recuperación de la operación realizada por ella. Luego de cumplido el periodo, suponía, el agujero en mi cuello quedaría cerrado y volvería a comer. Aquel lunes se desenvolvieron las cosas de forma atropellada por parte de los médicos, casi de forma prepotente. A mi madre se le ocurrió consultar a “Teresita”, la residente gordita y pecosa sobre mi evolución, y ahí fue cuando se enteró de la funesta noticia. Hablaron en la entrada a mi habitación, por ende pude escuchar la charla: ...Él tiene un periodo de convalecencia de tres meses, tiene que quedarse en casa y volver en tres meses. ¿Cómo?- mi madre quedó estupefacta al escuchar eso. Aquello para ella era terrible. ¿Cómo podía yo alimentarme en casa?. ¿Y cómo haría ella para cuidarme?. ¿Cómo se llevaría la situación adelante?. ¿Cómo...
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No terminaba de digerir la noticia cuando llega a mi habitación una nutricionista con un papel fotocopiado, enmendado y con líneas resaltadas con marcador fosforescente, más otros trozos de papel abrochados al mismo. Contenía la lista de alimentos y la manera de prepararlos (todos licuados y pasados por tamiz, desde luego), para poder introducirlos por la sonda con una jeringa sin aguja. Por lo visto los médicos tomaron la decisión de que debía mandarme a mudar de allí y alimentarme por la sonda que salía de mi cuello, que haría de cordón umbilical para mantenerme vivo por unos 3 meses. Al ver eso mi madre estaba fuera de sí, no podía creer lo que pasaba. La nutricionista trataba de calmarla, sobre todo porque ella, después de todo, no tenía nada que ver en el asunto. Alguien la envió allí a entregarle el papel y un tarro de LK (alimento balanceado en polvo) de muestra. En cuanto pudo, salió de allí disparada. A partir de allí mi confianza hacia los médicos empezó a bajar. Empezó a subir cuando me debatía entre la vida y la muerte en las primeras 2 semanas de convalecencia, llegó al pico máximo cuando me operó la doctora T. y se mantuvo así 1 semana completa. Ahora comenzaba a bajar lentamente... y seguiría bajando, sobre todo porque en cuanto al período de recuperación para volver a ser operado no me mentirían una, sino dos veces. Llega una de las enfermeras y mi madre le exterioriza su desesperación ante la situación que debía confrontar sin saber cómo. No entendía porqué los médicos tomaron la decisión arbitraria de mandarme a casa así y que me deba alimentarme con líquidos durante los próximos 90 días. Vaya a hablar con la directora- fue la sugerencia de la enfermera, al tiempo que miraba el suero colgado en lo alto y luego me inyectaba otra muy dolorosa inyección de hierro en mi trasero. Mi madre va hacia la dirección del hospital a quejarse de la situación. Al parecer allí decidieron mantener distancia del asunto hasta tanto no tuvieran el informe de los médicos que manejaban mi caso. Mi madre no insistió más. Igual hubiera resultado inútil. Los médicos bajaron el martillo y el fallo era inapelable. Así de simple. Poco después vuelve la molesta ronda de residentes. ¡Cómo detestaba sentirme visto como un fenómeno!. Esta vez, los cirujanos mayores se colocan en el lado izquierdo de mi cama, quienes me contemplan con sobriedad. Escucho a uno de ellos decirle a los residentes. ¿Sabe que su convalecencia va para rato? Sí sabe- Respondió uno de los residentes. Era pasado el mediodía y el sol brillaba con el calor primaveral de octubre. Estaba allí tendido como siempre en mi lecho, y aún sin poder asimilar del todo aquel balde de agua fría. ¿Volver a mi casa en esas condiciones?. ¿Con una sonda colocada en mi cuello?. Al día siguiente, martes, vuelven los residentes en su ronda diaria y me preguntan si deseo que me vaya a mi casa como paciente ambulatorio o que me quede allí durante los próximos 3 meses. Desgraciadamente para mí, no había alternativa. Odiaba reconocerlo, pero 24 horas después de sentir como si una locomotora me llevara por delante, tuve tiempo de analizar la situación con detenimiento y ya había sacado mis conclusiones y tomado algunas decisiones. Francamente la manera en que los médicos comunicaron la decisión sobre mi caso a mi madre y a mí no me gustó para nada, pero
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lamentablemente, insisto, no tenía opción. Me voy a mi casa- les respondí de mala gana. Claro, él puede decidir, es mayor de edad- le escucho decir a una de las residentes. Por lo visto, ya se habían enterado de la reacción de mi madre y de que se resistía a que me den el alta en esas condiciones. Los chismes corrían aquí a la velocidad de la luz... El miércoles, el enfermero petiso, miope y delicado me quita todas las vías que tenía en mi brazo y se lleva los bulbos todavía con restos de suero. Solamente me queda las vías que sale desde la bolsa de Nutrisol y la de dextrosa, interconectadas a la sonda que va directamente a mi estomago. Como siempre, mi entretenimiento era vigilar que el goteo no sea demasiado o muy poco, y llamar a la enfermera cuando la sonda quedaba tapada. El jueves, 28 de Octubre de 2004, me dan el alta. Sorprendentemente, la doctora T. no sabía nada acerca de que debía desocupar la cama. No sería la última vez en que la atractiva doctora de ojos claros y cabellos color trigo era ignorante de mi caso en varios momentos en el futuro. ¡Ay, doctora!. La cosa fue así: Llega, por última vez, la ronda de residentes con los médicos mayores, la doctora T. estaba entre ellos. Casi no había nada que decir con respecto a mi caso, estaba bien y debía irme. Presentaban el hecho consumado. En adelante debía ser ambulatorio y me iba de alta ese día. Al parecer, la doctora T. quedó muy sorprendida por esto, al enterarse de uno de sus colegas mientras salían de mi habitación. Hoy se va- le dice uno de los cirujanos mayores. ¿Cómo que se va?- reacciona sorprendida, la doctora. Ella voltea su cabeza y me mira mientras continúa caminado hacia la salida. Yo también la miro y le hago señas. Ahora vuelvo- me alcanza a decir. La espero. Para ese entonces mi madre estaba un poco más tranquila y resignada. No había nada que pudiéramos hacer por el momento. Llega la doctora T. cerca del mediodía y se coloca en el lado izquierdo de mi cama. Mi madre, como siempre, está en el derecho. Tenía su guardapolvo blanco desabotonado, llevaba puesto un pantalón vaquero y una musculosa de color azul, si mal no recuerdo. El conjunto, definitivamente, apuntaba a agregar juventud a su vida. La musculosa era corta de forma premeditada y mostraba su ombligo con total desparpajo. En ese momento me hubiera gustado hacerle un hisopado a aquel hoyito y tomar muestras. A lo mejor descubro materia interesante, como tierra de su hogar o restos de tejido de alguna de sus prendas... Acá estoy, llegué en cuanto pude- comenzó a decir. Mi madre le cuenta la situación en que debía llevarme a casa con una sonda colgada de mi cuello. Pero la doctora T. ya no estaba sorprendida. Sus colegas se ocuparon de interiorizarla sobre la novedad. A continuación da una larga lista de alimentos que podría mi madre preparar para pasar por la sonda. Tenía un conocimiento excepcional sobre nutrición, pero en realidad casi no aportaba nada nuevo a la lista entregada a mi madre por la nutricionista días atrás. Por último, insistía una vez más en que debía subir de peso y que se encargaría de mi caso. En una semana debía volver al hospital a visitarla a su
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consultorio ubicado en planta baja. Si había paro de personal no médico como ocurría habitualmente, entonces debía buscarla en el penúltimo piso del hospital, en la oficina de médicos cirujanos. Una vez definido todo eso. Se despide de nosotros. Supongo que ella y su ombligo tenían otros asuntos que atender. Poco después, llega Nicolás a entregarme el papel con las instrucciones para convalecer en mi casa. 1) Bañarme con jabón neutro ( el que se usa para lavar la ropa). 2) Dieta de alimentos licuados inyectados por sonda 3) Hierro líquido durante las comidas. (Al menos no me lo tengo que inyectar). 4) Ejercicios de respiración diarios. 5) Control de mi evolución a través del consultorio de la doctora T. El papel tenía la fecha 28/10/04 y el Sello y firma de Nicolás. Es todo. Mi madre, ayudada por mi hermano menor y mi hermana recogen las cosas mientras yo trato de vestirme lo mejor posible. Eran cerca de las 13:00 horas del 28 de Octubre de 2004. Estuve un total de 35 días en el hospital de Lanús, en la mayor prueba de toda mi vida. Me ahogué varias veces y casi me voy al otro mundo, y conocí las limitaciones y la resistencia de mi cuerpo. La conclusión fue que la labor de los médicos, unida a mi fuerza de voluntad y al hecho que tenía 34 años coadyuvaron a que pueda salir adelante. Si cualquiera de esos 3 factores hubiera fallado con seguridad no hubiera vivido para contarlo. Cuando recuerdo mi salida al hospital, hago una comparación con un soldado que luchó durante días y noches varias batallas con su vida en juego y en busca de la victoria final para volver a casa. Creo tener una historia de ese tipo. 11 de Junio de 1967.El paracaidista Benjamín Ben Ami Había hecho un largo recorrido por el desierto del Sinaí. Había sido desembarcado desde un helicóptero días atrás junto con otros paracaidistas para apoyar el avance de la columna acorazada israelí que avanzaba por el lado sur de la península a las órdenes del general Ariel Sharon. Fueron días y noches de combates contra posiciones egipcias muy bien defendidas, a la vez que en el medio del desierto se desataba un enorme duelo de tanques israelíes y egipcios como no se había visto desde la Segunda Guerra Mundial en el Norte de África. Afortunadamente los egipcios no pudieron reforzar sus posiciones gracias a que sus columnas con refuerzos y abastecimientos eran bombardeadas con napalm por aviones Fouga Magíster de la Heyl ´Ha Avir . Ahora no eran más que montones de hierros carbonizados que los israelíes debían correrlos a un lado del camino en su avance. Fue una lucha constante casi sin descanso, pero hoy, 11 de Junio, él y algunos de sus compañeros habían llegado a una de las orillas del Canal de Suez. Benjamín levanta sus binoculares colgados sobre su pecho y los enfoca hacia el norte del canal, donde descubre a lo lejos barcos hundidos que impiden el normal tránsito marítimo. Nasser, el presidente egipcio, los hizo cargar con cemento y hundirlos para bloquear el canal. Luego gira sobre sí mismo hasta enfocar el desierto por el cual vino. En el horizonte se ven negras columnas de
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humo de tanques y camiones egipcios en llamas, y encima del humo, una escuadrilla de Fouga Magíster que vuelan de regreso a Israel. Ya no hay nada más que bombardear. Benjamín se coloca de rodillas en la orilla misma del canal, toma un poco de agua dulce con su mano derecha y la prueba. Luego se moja un poco la cara y llena su casco cubierto por una red y con una banda de goma en el borde con el líquido para luego echárselo en la cabeza. Disfrutaba esto en medio del calor sofocante del desierto. Estaba agradecido de haber llegado a la meta. Estaba vivo, entero y sabía que lo peor había pasado. Mientras estaba de rodillas, extrae un pequeño libro de oraciones, regalo de su padre. Hojea algunas páginas hasta encontrar la indicada. Con reverencia, recita cuidando cada palabra que sale de sus resecos labios: Ose shalom bimromav hu iaase shalom alenu veal kol israel beimru amen – "El que hace la paz en las alturas, hará paz para nosotros, y sobre todo Israel, y digamos amén". Quedó allí con los ojos cerrados unos minutos, y luego se incorporó, girando y volviéndose al Sinaí, y caminado lentamente, paso a paso, de vuelta a casa. Después de caminar un par de horas con su equipo y la metralleta UZI en sus manos llega a su encuentro dando tumbos sobre la arena fina un jeep UAZ de fabricación soviética, cuyo conductor toca bocina y agita una mano hacia él. Ben Ami, apunta sus binoculares hacia el vehículo y descubre a su amigo Jonathan Berger, paracaidista como él. Se habían entrenado juntos y combatido juntos en el desierto, viendo el infierno y cómo algunos de sus amigos encontraron la muerte en ese inhóspito paisaje. Ambos tenían casi la misma edad (unos 20 años), y casi el mismo físico endurecido y elástico producto del duro entrenamiento de varias semanas en el desierto de Neguev. También casi la misma estatura de 1,75 mts. La diferencia quedaba en sus rostros. Benjamín tenía un rostro casi cuadrado, mentón amplio y cabellera enrulada de color negro y cortado casi al ras. Sus ojos pequeños y oscuros mostraban poco y ocultaban mucho de su vida y realidad. Tenía labios medianos y unos dientes blancos y bien formados que mostraba al respirar por la boca en busca de aire refrescante para su cuerpo. Jonathan tenía una cara más aria, cabello rubio y ojos azules rasgados, y rostro más redondeado y que siempre mostraba alegría y optimismo juvenil. Al parecer esas virtudes le ayudaron a encontrar ese jeep capturado a los egipcios. Jonathan se detiene de un brusco frenazo al lado de su amigo. ¡Hola!. ¿Vuelves a casa caminando?. ¿De dónde conseguiste ese jeep?. Jonathan se ríe. Estaba casi eufórico. ¡Ah!. Lo encontré por ahí. A propósito, ¿No te enteraste? ¿De qué? ¡Terminó la guerra!. Nasser pidió un alto el fuego. Lo oí por la radio ¡ganamos!. Benjamín murmuró agradeciendo a Dios. Fue un alivio y a la vez como si se quitara un gran peso en su cuerpo. Volvía la paz. Pero había un detalle: ¿Me vas a llevar a casa en este jeep?.
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¡Sí!. ¿Porqué no?- fue la respuesta de Jonathan. ¿De dónde saca tanto optimismo? Pero Ben Ami era más realista. ¿De dónde vamos a sacar combustible? Ya veremos- responde Jonathan sin perder el aplomo. Pero al manejar un jeep egipcio por ahí podía hacerlos blanco de su propio bando. Afortunadamente el vehículo tenía un radio y una extensa antena, a la que se podía fijar una bandera israelí. Benjamín recordó que tenía una, guardada en su mochila. La llevaba consigo en caso de necesidad, de ocupar una posición enemiga e identificarla para los propios por ejemplo... o para que sus compañeros cubran su cuerpo con ella en caso de que él muriera. Por suerte esto último no fue necesario. Ben Ami deja su mochila y la UZI en el jeep verde, el color usado por el ejército soviético apto para operar en un escenario europeo, pero con distintivos egipcios. Camina hacia la parte trasera, dobla la antena hasta tener la punta de la misma a la altura de su cara y fija allí su pequeña bandera blanca de bandas azules y la estrella de David en el centro. Una vez hecho esto la suelta y ve con satisfacción cómo la enseña de su país ondea al compás del viento del Sinaí. Se sube al jeep y mira con una sonrisa a su compañero: Volvamos a Eretz Israel. A Eretz Israel- responde Jonathan, al tiempo que acciona la palanca de cambios del UAZ y éste da un brinco, avanzando tortuoso por el desierto, con el sol en el cenit y el cielo limpio de nubes, mudos testigos del resultado de las batallas ocurridas en los últimos días. Camiones, tanques y cañones de ambos bandos destruidos, y cadáveres árabes y judíos compartiendo la arena calcinante. Pero Benjamín Ben Ami estaba vivo y esperando que la paz sea duradera. -
Aún me sentía mareado al salir de mi habitación. Caminaba torpemente mientras reconocía el lugar. Un pasillo largo y bien iluminado por luz fluorescente. Miro hacia la derecha y veo unas puertas dobles de madera con ventanas simples de vidrio y de forma cuadrada, con papeles pegados a la misma. Recuerdo haber visto cerca de los ascensores ubicados afuera en el vestíbulo a una mujer morocha con cara de villera pero con el cabello rubio teñido, una musculosa rosada y unos pantalones ajustados de color blanco que le hacían resaltar su amplio trasero. Definitivamente ese atuendo la hacía ver muy puta, pero creo que su acompañante, un corpulento hombre de mirada asesina, no le importaba. ¿Era su pareja o su chulo?. Sin embargo, ese enorme culo femenino me recordaba que, después de todo, vivir vale la pena. Con mi madre y mi hermano menor acompañándome salimos al vestíbulo y subimos a uno de los ascensores, que nos llevó a planta baja. Yo estaba demasiado débil para cargar algún bulto. Una vez allí, nos acercamos hacia la entrada principal del hospital a esperar un remís que nos lleve de vuelta a casa. Fueron varios minutos en los que tuve que esperar sentado sobre uno de los bultos, arrimado a una de las enormes puertas de metal verde y vidrio del hospital giradas hacia adentro y viendo cómo la gente entraba y salía. Por fin, llega el remís que convenientemente ingresa al hospital y se estaciona delante de la entrada principal. Subimos y el auto enfila hacia mi casa. Pero las peripecias no terminan ahí.
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Llegamos a casa y mi familia me acomoda en una de las sillas plegables de madera ubicadas en el comedor, de cara al televisor. Al fin volvía a ver la TV por cable después de tanto tiempo. La extrañaba. Mi madre trata de improvisar una pértiga lo suficientemente larga para sostener la Bolsa de Nutrisol traída del hospital. No hubo caso de resolver el problema. En eso, tengo ganas de ir al baño. Una vez que salgo y me coloco delante del espejo del botiquín para ver mi aspecto, siento que algo se desliza de mi cuello. La sonda se sale de mi cuerpo por sí sola y cae al piso. Mi madre, al ver esto, entra en pánico y le manda a mi hermano menor llamar a otro remís que me lleve de vuelta al hospital. Llegamos a la Guardia, donde veo filas de camillas cada una con alguien encima, médicos y enfermeras atareados caminando aquí y allá. El ambiente era deprimente, similar a un hospital de campaña, con moribundos sufriendo y poca gente para atenderlos. La luz opaca del atardecer le daba un toque mortecino al lugar. En una de esas camillas, ubicada en el pasillo, estaba un villero victima de una bala en el estómago que me había visitado días antes a mi habitación, por cortesía de Elena. Estaba desnudo de la cintura para arriba y sosteniendo su bolsa de colostomía. Me saluda y le pregunto que hace ahí. Se me infectó en el lugar donde tengo colocada la bolsa y tuve que volver- me responde con cansancio y resignación. Debe ser muy jodido eso de mantener limpia el área en la cual se conecta la bolsa con los intestinos. Como por allí circulan heces, no sería tarea fácil para quien no cuenta con una buena disciplina y determinación. Encuentro al paso a una enfermera y le expongo mi problema. Me responde que nadie en la Guardia sabría cómo colocarme otra vez la sonda así que me sugiere que vuelva otra vez al piso en donde están los cirujanos. Así que el mismo día vuelvo al hospital de Lanús y otra vez al piso en el cual estuve internado durante 35 días, a buscar a un cirujano para que me vuelva a colocar otra sonda, mientras camino por los pasillos, me cruzo con Georgina que me ve extrañada. ¿Qué pasó? Nada, se le salió la sonda- fue la respuesta de mi hermano. Mientras camino, siento que el pasillo gira levemente y pierdo el equilibrio. Estoy muy débil para mantenerme en pie. Me apoyo en una pared y el pasillo vuelve a sus ángulos normales. Finalmente llego a la sala de residentes y golpeo la puerta. Nicolás abre la misma y me mira perplejo. Se me salió la sonda y necesito que me vuelvan a colocar otra. – le pido. ¿Cómo que se salió? Se salió- insisto- ¿me ponés otra?. Esperá un momento.- y luego agrega- esperame en el pasillo que ahora voy. Espero junto con mi hermano menor en el pasillo. Luego de un par de minutos llega a mi encuentro Nicolás con todos los implementos necesarios: una hoja de bisturí, guantes de látex, una sonda, una jeringa sin aguja, hilo quirúrgico, algodón, vendas y cinta adhesiva. Me lleva junto a mi hermano hacia un cubículo ubicado a una lado de la entrada doble al piso. Allí me hace sentar sobre una mesa. En ese lugar estrecho de apenas 1,5 x 3 mts. Hay cajas de
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suero Rivero apiladas en un rincón junto a la puerta y en el lado izquierdo de la mesa en la cual estaba sentado. En el lado derecho un estante tipo mecano que llegaba hasta el techo y hacia el fondo del recinto, con implementos médicos. Enfrente había un estante más pequeño hecho de madera y conteniendo historias clínicas apoyadas sobre su canto en forma vertical, entre ellas estaba la mía. Lo descubrí por el número de mi DNI que se veía desde el borde de una de las tapas de la carpeta. Nicolás trabaja lenta pero de forma eficiente. Se coloca los guantes de látex, abre el boquete en mi cuello lo más posible para ver los agujeros de los extremos seccionados de mi esófago. Le hace señas a mi hermano para que se acerque y mire el agujero en mi cuello. Acá hay dos agujeros, ¿ves?. El de arriba es el que viene de la boca y el de abajo el que baja al estómago. Si se vuelve a salir, ponen la sonda en el agujero de abajo. ¿Está bien?. Está bien- responde mi hermano. Por suerte nunca fue necesario llevar a cabo ese procedimiento de emergencia. Toma la nueva sonda y la introduce lentamente por el agujero que conduce a mi estómago, empuja hasta que sólo sobresalen unos centímetros del tubo saliendo de mi cuello. Toma su estetoscopio y coloca la pieza receptora a la altura de mi estómago, al mismo tiempo que llena la jeringa de aire y la coloca en el extremo de la sonda. Acciona la misma y con el estetoscopio escucha el zumbido del aire en mi estómago. La sonda está bien colocada. Con una aguja punza en un punto de mi hombro causándome mucho dolor. Luego usa el hilo quirúrgico para fijar la sonda a mi hombro cosiéndola al mismo con dos puntadas poco agradables. Por último cubre el agujero de mi cuello con venda y cinta adhesiva. Listo. Nicolás está satisfecho por el trabajo. Gracias- le alcanzo a decir. Así terminó la primera parte de mi historia internado allí. Supuestamente debía estar así hasta Enero de 2005 cuando la doctora T. volvería a cerrarme el agujero para comer y beber normalmente. Aprendí valiosas lecciones de aquello. Una de ellas era que debía mantenerme informado sobre mi estado. Aprovecharía mi nueva amistad con el personal no médico del hospital quienes serían mis ojos y oídos y me mantendrían al tanto sobre mi caso. Ejercería control sobre mi situación y buscaría interiorizarme de todo. Haría todo lo que estuviera a mi alcance para resolver todo a la mayor brevedad. Tenía cierto y casi ingenuo optimismo de que quizá para Noviembre obtendría el peso corporal suficiente para así en Diciembre ser operado y quizás celebrar la Navidad como una persona normal. Sin embargo, mi prejuicio anterior sobre los hospitales públicos, que eran recintos en los que una persona quedaba condenada a morir en lugar de recuperarse, había desaparecido. Sin embargo, quedó un punto oscuro que hasta la fecha no lo tengo muy claro. En una de sus visitas a mi habitación, la doctora T. me recalcaba otra vez lo que yo le costé en el quirófano tras unas 3 horas limpiando la infección en mi cuello y todo eso, y a su vez aquel día me dijo algo más: En la junta médica yo fui la única que levantó la mano y quería operarte. Nadie quería hacer ese trabajo, así que me ofrecí a hacerlo yo.
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¿What?. A ver si entendí: ella fue la que valientemente se ofreció como mártir para hacer una operación que ninguno de sus otros colegas quería hacer. O al menos eso es lo que me está dando a entender la doctora T. De ser esto cierto, ¿cuáles eran las alternativas de solución al problema de infección de mi cuello que ofrecían sus colegas?. ¿Continuar con el tratamiento con unos antibióticos que no servían o sencillamente cruzarse de brazos y dejar avanzar la infección a otras áreas más vitales de mi cuerpo y morir?. Sin embargo parte de la “hazaña” reclamada por la doctora T. tiene dos contradicciones: Una es el hecho que días antes de ser operado por ella su colega la doctora V. (la única defensora de que debía alimentarme y tragar normalmente con cánula y todo), visitó mi habitación y comunicó a mi hermana sobre la satisfactoria evolución de uno de mis pulmones dañados por una de las balas, pero que el cuello evolucionaba mal y si el tratamiento por antibióticos no funcionaba debía ser operado. Además, fui operado un sábado y ese día, según supe después, la doctora T. cumplía su turno en la Guardia del hospital como todos los sábados, además de ser ella misma cirujana especializada en cabeza y cuello con lo cual concluimos que a esta hermosa doctora rubia le iba a tocar operarme de cualquier manera. Con mi red de inteligencia funcionando y mi voluntad de alcanzar la meta preestablecida, estaba seguro de lograr mi propósito. O al menos, eso creía al finalizar Octubre de 2004.
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TERCERA PARTE INTERMEZZO
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CINCO MALDITA SEAS, DOCTORA T. No hay peor desgracia que vivir bajo la férula de los médicos y ser esclavo de sus caprichos. Federico El Grande A mi madre le costó mucho trabajo adaptarse a la nueva realidad. Licuar alimentos y filtrarlos para que pasen por la sonda fue para ella algo muy difícil. Mi familia pagaba las consecuencias del carecer yo de una pareja que pueda cuidarme en tal difícil momento. Estaba las 24 horas en mi casa y así sería durante las siguientes 4 semanas. La alimentación era un desafío cotidiano a base de prueba y error. No bien volví del hospital, decidí ducharme solo por primera vez, y mi madre por precaución colocó una silla plástica de jardín en el baño en caso que no pudiera mantenerme en pie. Por suerte no fue necesaria y pude bañarme normalmente con jabón neutro, como lo pedían los médicos. El agua se colaba por el agujero en mi cuello y mi garganta se inundaba, pero no me perjudicaba eso. Era difícil licuar manzana y naranja por ejemplo, tamizarlo e introducírmelo con una jeringa gigante de 60 c.c. (la más grande existente en mercado) para inyectar los alimentos y que lleguen al estómago. En promedio, esas jeringas me duraban unos 15 días máximo antes de comprar nuevas. Usaba dos de ellas: una para pasar los alimentos y la otra para llenarla con agua que al inyectarse después de la alimentación, limpiaba la sonda y la mantenía libre de obstrucciones. El tarro de LK era costoso (unos 20 pesos c/u) y en promedio consumía 2 por semana aproximadamente. Pero era lo que la gente de nutrición pedía para mi alimentación. Licuar fideos o arroz era extenuante, sobre todo si llevaban salsa o carne picada. La polenta tapaba la sonda, por más que se la filtraba bien. Los de nutrición sugerían que se usara un filtro de café pero resultaba imposible filtrar con eso. Casi todo el alimento quedaba dentro del filtro mientras que del mismo sólo salían unas gotas de líquido. Finalmente cambiamos al filtro de té, más práctico, aunque igual costaba filtrar todo. Por lo general colocaba la comida licuada y convertida en pulpa en el filtro y con la ayuda de una cucharita ejercía presión constante para que el liquido resultante salga por abajo y se deposite en una taza. Una vez que se filtró todo, tomo una de las jeringas y succiono el líquido de la taza y me lo inyecto al cuerpo por el extremo de la sonda. El alimento restante se tiraba. Todo un desperdicio. Estoy convencido que en ese proceso se perdía un mínimo de 50% de los nutrientes de la comida. Eso explicaba porqué mi cuerpo no recuperaba su peso, como descubriría después. Y por último, todo el alimento debía pasar por la sonda tibio. Si lo inyectaba frío, el efecto era tener diarrea, y si lo pasaba muy caliente, además de sentir la quemazón por la sonda y en el estómago, al ir al baño a hacer la necesidad específica, digamos que el esfuerzo era con dolor como si estuviera pariendo. Por eso los nutricionistas recomiendan siempre que el alimento se pase por la
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sonda tibio. Otro detalle que aprendí por prueba y error. Todos los días debía cambiar los vendajes que cubrían el agujero en mi cuello. Mi madre se encargaba de hacer eso. Quitaba el vendaje anterior, limpiaba el área con Pervinox, colocaba un poco de Hipoglós (crema cicatrizante), para cubrir las partes de la piel en las que podía acumularse saliva y por último cubría todo con vendajes. Los primeros días los vendajes usados mostraban en la gasa una mancha color marrón claro, que luego cambió a amarillo y por último despareció por sí misma. Exactamente una semana después de salir del hospital, el jueves 4 de Noviembre de 2004, llegaba a la planta baja del nosocomio a encontrarme con la doctora T. Era un día gris con amenaza de lluvia. Como siempre, había paro y el sector de consultorios externos estaba casi vacío. Tratando de tener una apariencia de lo más digna, llevaba el clásico atuendo de pantalón negro de tela de estación verano, una camisa gris claro y, a pesar de ser primavera, un cardigan negro. Yo no me acordaba de la recomendación de subir al piso y buscarla a la sala de cirujanos, así que mi familia y yo preguntamos por ella a una enfermera ubicada en la puerta de su consultorio. La doctora T. obviamente no estaba allí por el paro del personal no médico, pero muy amablemente se tomó la molestia de buscarla hasta la oficina de médicos en el penúltimo piso del hospital y avisarle que estaba allí. Mi familia se ubicó en la sala de espera a la vez que yo esperaba a la doctora en la puerta de su consultorio quien no tardó mucho en llegar. Me hizo pasar al mismo que por cierto, no tenía nada de extraordinario. Unos 3 x 3 metros más o menos, un amplio ventanal atrás cubierto de una cortina blanca, Todo pintado de blanco, gris claro y amarillo. El armario de metal con puertas de vidrio en el que supuestamente debía haber medicamentos, pero en realidad éste estaba vacío. Un escritorio de metal casi en el centro de la habitación, y debajo de la ventana, una camilla metálica con respaldo movible y acolchado cubierto de cuerina negra. Había envases cilíndricos de acero inoxidable con manija para gasas, colocadas sobre una mesita de metal color verde claro. Y también estaba el conocido biombo revestido de tela blanca. Todo iluminado con un par de tubos fluorescentes en lo alto del cielorraso blanco. El equipamiento estaba bien pero en cuanto lo que uno espera en un consultorio médico, como muestras gratis de medicamentos, simplemente no existían. Con el tiempo descubriría que todos los consultorios externos del hospital de Lanús tenían las mismas características. La consulta fue rápida. La doctora T. insistía otra vez con el aumento de peso. La meta a alcanzar era subir por lo menos unos 10 kilos (conozco mi metabolismo y sabía en ese momento que alcanzar ese peso alimentándome por sonda era casi imposible). Por primera vez me enteraba que una vez alcanzado el peso ideal me harían una endoscopia. Me observó un poco la abertura en mi cuello quitándome los vendajes. Le pedí que volviera a colocarme todo de nuevo untando el área con crema cicatrizante. No tengo crema acá- me responde con un tono de desesperanza la doctora. Busca un poco por el consultorio y no encuentra nada así que sale unos minutos y vuelve con un pequeño pomo de crema cicatrizante y completa así la operación de cubrirme bien el buraco con la sonda. Era todo por ese día. Quedamos en que volvería en un par de semanas.
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Al salir, la doctora habla un poco con mi madre y luego camina grácilmente hacia los ascensores, a la vez que mi madre, mi hermano y yo caminamos lentamente por el pasillo en busca de la entrada principal para tomar un remís de vuelta a casa. Mientras esperaba el ascensor, la doctora T. giró su cabeza y me miraba fijamente caminar y alejarme de ella. Yo también miraba aquel rostro maduro con uniforme de médica y su cabello color trigo recogido en un rodete y sus ojos claros apuntando hacia mí. Hasta el día de hoy siento curiosidad por saber lo que pasaba por la mente de la doctora T. mientras nos mirábamos. En fin... Vienen Augusto y su tío a mi casa. Ven cómo estoy y me traen parte de mi sueldo. También necesitaban saber cuándo volvería a trabajar. Cuanto antes, mejor. Y también discutiríamos sobre cuestiones legales. Dado que en el cyber trabajaba en negro, ambos sabían que al haberme ocurrido semejante desgracia ellos se encontraban en una posición difícil. Ninguno de los dos estaba dispuesto a aportar dinero de sus propios bolsillos personales para mis gastos de recuperación, todo debía salir del cyber, y como el cyber no generaba precisamente buenas ganancias... lo lamento. En esa, y en todas las visitas subsiguientes siempre ponían énfasis en que la vía legal no era beneficiosa para nadie, que era costosa y larga, y que al final lo obtenido en metálico por mí por daños y perjuicios sería muy poco. Yo les respondía que era mejor por el momento hacer un pacto entre caballeros y mantener el status quo como estaba. Ya resolvería las cosas a mi favor más adelante. Firmaría los recibos que me colocaban delante con cualquier firma (no la que figura en mi DNI.). En ellos siempre el concepto decía “Servicio Técnico de PC” y no “Sueldo por el mes de...”. Supongo que ellos buscaban cubrirse las espaldas de cualquier modo. Igual los recibos estaban hechos con papel común, sin membretes ni nada. Durante esa época estaba en desventaja, convaleciente y con recursos económicos escasos, y mi familia no podía hacer gran cosa por mí en el caso que deba hacerles juicio. Así que resolví dejar las cosas como estaban y esperar el momento adecuado para atacar. También Augusto y su tío Osvaldo hacían cosas extrañas al principio, como estacionar el auto la unas calles de mi casa. Francamente, tenía muchos desafíos que superar por delante. Mi madre probó energizarme, por recomendación mía, con cerveza malta, huevos y azúcar, todo batido. En el pasado, los médicos recomendaban eso para los niños, ya que les proveía de hierro y otros nutrientes para el crecimiento. No hubo problemas en pasarlo por la sonda y francamente me ayudó mucho, pero el alto costo de la cerveza malta hizo que probáramos alternativas más económicas. Elena y su hermana Gabriela (también enfermera, mayor que ella y que también me atendió mientras estuve en el hospital), me visitaban y veían mi evolución. A pesar que la casa de gaby está a unas calles de la mía, ambas hermanas se perdieron la primera vez en que trataron de ubicar mi dirección. Típico de las mujeres. Para ese entonces, aún era la noticia del momento en el hospital de Lanús. Según los que me contaban ambas, había mucha gente en el hospital que
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estaba sorprendida por haber salido adelante desde mi crítica situación de al principio de mi internación, con 4 balas encima, una traqueotomía, tubos de drenaje saliendo de un costado de mi cuerpo, suero intravenoso, una infección en mi cuello y el hecho que me ahogaba una y otra vez con la cánula y casi perdiera la vida por esa causa. Mi caso, al menos desde el punto de vista del hospital, no fue para nada rutinario, eso era seguro. Venían a comer un poco y ver mi evolución, a la vez que Elena daba algunas ideas para contrarrestar el taponamiento de la sonda, algo que procurábamos que ocurriera muy rara vez, pero que ocurría igual. El truco era el mismo aplicado en el hospital: extraer el alimento que obstruye el tubo haciendo succión con una jeringa, y luego inyectar agua. Repetía el proceso hasta que la sonda estaba libre. Debía escupir la saliva todo el tiempo, de lo contrario se escapaba por la abertura en mi cuello. La solución fue utilizar un recipiente de plástico que me obsequió Elena y que en un principio lo usaba en el hospital y ahora lo usaba en mi casa. Después de llenarlo hasta un poco más de un cuarto de su capacidad, lo vaciaba en la pileta de la cocina y lo lavaba para volverlo a usar. Lo interesante era cuando la saliva del recipiente quedaba en el recipiente durante la noche, y a la mañana siguiente me encontraba con un caldo de cultivo. Así serían todas las mañanas durante varios meses. Siempre me hubiera gustado estudiar aquella saliva fermentada con un microscopio e identificar las bacterias que se generaban allí. Cuando salía a la calle, usaba el equipo “portátil”: un frasquito verde con tapa a rosca de color azul de plástico, que en un principio contenía vaselina mentolada y lo usaba para escupir mientras estaba fuera de casa. Al ser pequeño (cabía en la palma de mi mano), se llenaba rápido y era entonces cuando debía buscar el cesto de desperdicios más cercano y vaciarlo para repetir el ciclo. Tenía un límite de tiempo para estar en la calle, y por varias razones: 1) Debía cumplir con mi cuota de alimentación diaria y con los intervalos de digestión necesarios, ya que era imposible tragar grandes volúmenes de alimento en un corto espacio de tiempo sin sufrir indigestión y náuseas, como lo comprobaría a base de prueba y error. 2) Ante todo, la saliva está compuesta de agua, y el escupir todo el tiempo sin que el cuerpo pueda reponer ese líquido puede causar deshidratación. Y la época en la que estuve convaleciente (de Noviembre de 2004 a Marzo 2005, justo en el período de más calor), hacía que mi permanencia en la calle fuera muy breve, debido a que escupía la saliva y transpiraba a la vez y no podía reponer el líquido bebiendo como cualquiera, había que pasarlo por sonda y hacer eso en la vía pública hubiese sido muy incómodo para mí y muy impresionable para el transeúnte promedio. 3) Si tenía hambre en la calle no hubiera podido comer como cualquier persona, así que debía hacerlo en casa. 4) También habían otros peligros adicionales como por ejemplo si sufriera alguna descompensación por el calor (algo de difícil solución, incluso si hubiera recibido atención médica y encontrado ésta que me
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alimentaba sólo por sonda, probablemente los médicos, en caso de terminar en otro hospital, hubieran pedido instrucciones al hospital de Lanús para lidiar con el problema). Lo mismo si en caso de lluvia, el vendaje se mojara y se desprendiera quedando la abertura en mi cuello expuesta a los elementos, etc., etc. Por lo menos tenía todo el tiempo del mundo para mirar TV por cable y recuperar el tiempo perdido. Además de mirar mi canal favorito, The History Channel, hacía, como todo el mundo, zapping en busca de buenas películas. Era mi entretenimiento entre las comidas. Durante mi convalecencia seguía todos los capítulos de la serie ER Emergency. Yo veía a la serie desde su primera temporada en TV en Latinoamérica, en 1994, pero debido a mi estado y mi vivencia reciente en el hospital de Lanús, me sentía muy identificado por la vida cotidiana de médicos, enfermeras y pacientes del Hospital General de Chicago. Por lo menos, me daba el lujo de levantarme tarde, pero lo que más me irritaba era, al sintonizar el canal Todo Noticias, escuchar a la periodista Silvia Martínez, a las 9 de la mañana decir con una sonrisa: ¡Buen día, remolones!. Si hubiera tenido a la mano un fusil de asalto AK-47, le hubiera disparado, pero igual no hubiese logrado nada: destruía mi televisor, pero no a ella. Enterarse de las noticias del día tiene un precio, por lo visto. También me aficioné al canal europaeuropa, sobre todo porque ofrece una alternativa al cine estadounidense: películas europeas poco conocidas en Latinoamérica. Una serie me llamó la atención: El Decálogo, hecho por la TV polaca en 1988 y dirigida por Krzysztof Kiéslowski. Tal como su nombre lo indica, son diez capítulos cada uno basado en los Diez Mandamientos. Cada uno tiene una hora de duración, y todos fueron filmados en un complejo de departamentos en los suburbios de Varsovia. En casi todos los capítulos aparece un hombre rubio, sin diálogo alguno, que es mudo testigo de las vivencias de los protagonistas de la serie. Para que el equipo de producción, él era “el ángel”, pero para los taxistas que lo llevaban todos los días a filmar, era “el diablo”. Lo que más me llamó la atención de la serie son los finales: casi siempre, lisa y llanamente, terminan en la nada, con lo cual a uno le queda siempre un sabor indefinido en la boca: el final no es ni bueno ni malo, simplemente es un final abrupto, shockeante, curioso. Por ejemplo, el capítulo 1,titulado “Jeden”, cuenta la historia de Krzysztof y su hijo de diez años, Pawel. El padre enseña al hijo los principios de la vida de un modo laico, a pesar de la oposición de sus familiares católicos. En su hogar, Krzysztof reemplaza a Dios con una PC de la época que utiliza para todo, necesidades domésticas, agenda, juegos. Llegada la navidad, el pequeño Pawel recibe un par de patines y está ansioso de estrenarlos en un lago congelado cercano. Pero había que saber primero si el hielo era lo suficientemente grueso para ser seguro, así que su padre hace los cálculos en su computadora y ésta le dice que el grosor del hielo es aceptable. Su hijo Pawel sale a patinar al lago... y el hielo se rompe bajo sus pies y muere congelado. El capítulo 4 es la historia de un hombre maduro y su hija adoptiva de 19 años, que viven tranquilamente en su departamento hasta que ella descubre
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repentinamente en el fondo de un cajón un sobre con el título “para cuando yo muera” y es allí cuando la chica, llega a su mente la situación de que a pesar de que sabía quién era su madre, no sabía quién era su padre biológico. Su padre adoptivo le muestra entonces una foto mostrando a la madre de ella y tres hombres. Cualquiera de ellos era su padre, pero ¿quién?. ¿Y qué contiene la carta?.¿Qué dice?. El capítulo 5, titulado “No matarás”, cuenta la historia de Jacek, un campesino que comete asesinato y es condenado a la horca, y su joven abogado Piotr que busca salvarle la vida. El final es terrible, y da para pensar. El último, el capítulo 10, es la historia de dos hermanos de mundos opuestos y que se reencuentran al morir el padre de ambos, filatelista empedernido y con su departamento con alarma y ventanas enrejadas. Los hermanos desactivan la alarma y uno de ellos, el más joven, reemplaza ésta por un perro gigantesco. ¿Porqué tanta seguridad?. El motivo era obvio: había allí una colección de estampillas valuada en 250 millones de zlotys, la moneda polaca (más o menos unos 60 millones de dólares USA). Tratan de vender la colección y es cuando conocen a un filatelista que conocía al fallecido y en medio de tratativas e idas y vueltas les pide a ambos hermanos análisis de sangre. ¿Para qué?. Éstos le entregan los resultados de los análisis y es ahí que el filatelista les explica el porqué: su hija agoniza y necesita un transplante de riñón, así que les hace un trato: sabe que el padre de ambos tenía una serie rara de estampillas que por sí sola vale dos terceras partes de los 250 millones pero que le falta una estampilla para estar completa. Así que él les daría la estampilla faltante a cambio de uno de los riñones del hermano mayor. Éste después de mucho cavilar acepta... y en el momento de hacer el transplante ladrones cortan con acetileno una reja, acarician al perro guardián que dócilmente no hace nada, entran al departamento del fallecido filatelista y roban la colección de estampillas, así que ambos hermanos tienen sólo una estampilla rara y eso es todo. ¿Cómo hicieron para entrar con el perro dentro?. De casualidad ambos hermanos ven en la calle al filatelista del transplante reuniéndose con otros colegas, todos llevando consigo perros de la misma raza que los hermanos ellos tenían en el departamento. Pero el que más me gustó de toda la serie es el Decálogo 6, “No amarás”, que tenía como protagonistas principales a Grazyna Szapolowska en el papel de Magda y Olaf Lubazenko en el papel de Tomek. Tomek, un tímido joven de 19 años empleado de la oficina de correos, siente deseos por su vecina madura Magda, soltera de varios amantes, aficionada al trompo y a la pintura y que vive en el departamento de enfrente, y Tomek la espía por la ventana usando un telescopio robado. No lo culpo: Grazyna Szapolowska era muy, muy hermosa en 1988. Posiblemente en su lugar hubiera hecho lo mismo. Tomek vive en un departamento de un amigo que está fuera del país y le hace compañía a la madre de éste. Como tenía tiempo de sobra y los capítulos de El Decálogo eran (y son) emitidos una y otra vez en europaeuropa, me aficioné a analizar y fijarme en ciertos detalles que nadie se fija del capítulo 6, detalles quizá muy estúpidos, pero que para mí no lo son. Eran una especie de ejercicio mental, de probar mi capacidad de análisis y conocimiento y a la vez verificar que mi cerebro funcionaba bien y no sufrió daño alguno mientras estuve en el hospital.
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En el comienzo del capítulo, cuando Tomek ve por su telescopio a Magda recibiendo en su departamento al amante de turno, exactamente a las 20:30 horas. Tomek sabe cuándo poner el ojo en el telescopio gracias a un reloj despertador regulado a esa hora (¿un Ruhla a cuerda fabricado en Alemania Oriental?). Lo que ve no le gusta a Tomek y lo resuelve llamando al servicio de emergencia de gas, denunciando una fuga... y dando la dirección del departamento de Magda. Así que llega al complejo de departamentos un Lada de fabricación soviética con sirena (el parque automotor polaco era poco variado en ese entonces, sólo había autos fabricados en el mundo comunista), del servicio de emergencia de gas, del cual bajan dos técnicos y llegan al departamento de Magda, mientras ella y su amante están en la cama besuqueándose y todo eso. Suena el timbre insistentemente en su departamento y Magda debe dejar el cuerpo masculino que tiene entre manos y abrir la puerta, dejando entrar a los gasistas. A pesar de las protestas de Magda, éstos abren la cocina y revisan todo. Una vez que estuvieron seguros que no había fuga, se fueron. Después de ese incidente, la situación se enfrió y Magda ya no quería saber más nada con nadie en ese momento. Tomek, testigo de todo esto a través de su telescopio, sonríe: se anotó un tanto. Más adelante, Luego de que Magda fuera a la oficina de correos a retirar un giro de dinero que no existe (el recibo se lo había dejado Tomek en el buzón correspondiente al número del depto. de ella sólo para que ésta vaya a la oficina de correos y así verla). La secuencia es: No hay giro y Magda discute con el personal del correo para después salir de allí de mal humor. Tomek la persigue y cuando la alcanza, le confiesa que la espía. Ella, consternada, lo manda al diablo. Llegada la noche y estando ambos en sus respectivos departamentos, Magda mueve su cama para hacerla más visible frente a su ventana y a continuación hace señas de que quiere hablar por teléfono con él. Llama Tomek a su deseable vecina. ¿Hallo? Moví la cama para ti. ¿ves? Sí. Que lo disfrutes. Llega el amante de la noche anterior, se acuestan y en el medio de los arrumacos, Magda le avisa que un muchacho los espía en ese momento. El hombre sale a buscar a Tomek y grita desde afuera que salga. Éste sale (mal hecho), para recibir una trompada y tener un ojo en compota. Al día siguiente Tomek llega al departamento de Magda con la leche (se hizo lechero también para verla), y se ven cara a cara. Magda le pregunta porqué hace todo esto. Porque la amo- contesta Tomek. ¿Qué quieres de mí?.¿Besarme?. ¿Hacerme el amor?. Nada. ¿Cómo nada?- pregunta sorprendida Magda. Nada. Magda está a punto de entrar a su departamento y cerrar la puerta cuando Tomek le propone:
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¿Quiere esta noche que nos veamos en una confitería a tomar un helado? Al parecer le dijo que sí, porque Tomek salió al exterior con su carro de leche como loco y cruzándose de paso con “el diablo”. A la noche se ven en la confitería y allí Tomek le confiesa todo: Que la espía hace un año, que sabía de ella gracias a su amigo (que también la espiaba), quien le prestó el departamento y no estaba porque era soldado y servía en ese entonces con los cascos azules de la ONU, que estudiaba búlgaro y pensaba luego estudiar portugués. Magda quiso que Tomek le volviera a decir porqué hacía todo esto. Porque la amo- le responde el mozalbete muy despacio. Eso no existe- le responde Magda. Sí. No –insiste Magda. Magda se sentía acosada por aquel muchacho de 19 años que la deseaba. Le llevaba la leche todos los días, interceptaba su correspondencia, sabía su dirección y su número telefónico, le mandaba al servicio de emergencia de gas... Pero eso no importaba en ese momento. Salen de la confitería y toman el ómnibus para finalmente llegar juntos al departamento de ella. La anciana que vive con Tomek usa también el telescopio para ver lo que ocurre en el departamento de enfrente. Éste es el clímax del capítulo 6. Magda está sólo con un camisón cortísimo y debajo está sólo su piel y nada más. Se acerca a Tomek que está sentado en un sillón frotándose las manos muy nervioso por lo que ocurre. Magda se acerca a él y se coloca de cuclillas. ¿Sabes que debajo de mi camisón estoy desnuda? Sí- responde Tomek mirando hacia abajo. Cuando una mujer desea estar íntimamente con un hombre, se mojale avisa Magda, colocándose de cuclillas frente a él. Ella le toma las manos a Tomek y las coloca sobre sus piernas, en ese momento se escuchan sonidos acuosos de la entrepierna de Magda. Francamente, la Szapolowska estaba muy, muy mojada. Récord Guinness. Los ruidos la hacían ver como si en su entrepierna hubiera un litro de fluido vaginal por lo menos. Tomek se excita y a la vez reacciona espantado. Todo esto es muy nuevo para él. Magda juzga que pudo haber eyaculado y lo manda al baño. Tomek directamente sale de allí corriendo. En la escena no hubo desnudos, ni escenas sexuales ni nada que una persona común y corriente pudiera esperar. ¿Por qué?. Hay que tomar en cuenta que El Decálogo se hizo en 1988 en Polonia. En esa época el país tenía un gobierno comunista y era gobernado con puño de hierro por el general Wojciech Jaruzelski apoyado en gran parte por los tanques soviéticos estacionados allí. Aún faltaba un año para la caída del muro de Berlín y a pesar de que el sindicato Solidaridad de Lech Walesa (desde la clandestinidad), presagiaba nuevos vientos, nadie sospechaba lo que la historia tenía preparada para Polonia y el mundo comunista dirigido por la entonces Unión Soviética. ¿Y si Krzysztof Kiéslowski hubiera hecho su obra maestra en una Polonia libre, hubiera cambiado las cosas?. Es imposible preguntarle eso porque el director -
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polaco murió en 1996. Así que queda la incógnita. Quizá preguntándole a la Szapolowska se pueda despejar la duda. Creo que hizo un desnudo en otra película, pero igual todo se resume en conjeturas. Volviendo a la historia, Tomek sale corriendo y una vez afuera, mientras camina hacia el bloque de departamentos en el que vive, se cruza de nuevo con “el diablo” Magda usa el reverso de uno de sus cuadros para escribir un mensaje y pegarlo en su ventana. Dice: Przybywaja wybaczenie (ven, perdóname). Toma el teléfono y levanta el tubo como un modo de hacerle señas de que quiere hablar. Recuerda algo y toma de lo alto de un armario una caja que abre y extrae de allí unos binoculares de teatro. Ahora es ella la que espía a Tomek. Pero él está con la mente en otra parte. Decepcionado y deprimido por lo que pasó, entra a su departamento, va a baño tal como le recomendó Magda, pero para tomar una hoja de afeitar y cortarse las venas. Ella poco después solo ve desde su ventana la ambulancia (un Lada ruso Break), salir hacia el hospital desde la entrada del edificio de Tomek y una anciana que lentamente vuelve al inmueble. En eso suena el timbre. Magda ve por la mirilla de su puerta a su amante. No tenía ganas de verlo. Jestem nie (no estoy)- dice Magda a la puerta y luego escucha pasos alejándose. Magda descubre que Tomek olvidó su abrigo. Se pone entonces un impermeable negro y unos zapatos con taco y va hacia el departamento del muchacho a devolver la prenda. Una vez allí, se encuentra con la anciana, que le avisa que Tomek está en el hospital, aunque no es grave. Sabe que él estaba en su departamento, así que le muestra el telescopio y el reloj despertador regulado para las 8:30. Magda se va. A partir de allí, todo ocurre más o menos rápido: Cada día Magda usa sus binoculares para ver la ventana de su vecino y ver si volvió del hospital. Va a la oficina de correo a ver si vuelve a trabajar. Se levanta temprano para esperar la leche. Una noche suena su teléfono y contesta. ¿Hallo?. ¿Eres tú Tomek? Al parecer en el ínterin estuvo reflexionando, así que le dice a un teléfono mudo. Wy jestescie. ¿mnie Tomek?. Wy jestescie. (Tienes razón. ¿me oyes Tomek?. Tienes razón). Magda descubrió la existencia del amor. Finalmente una mañana asoma su rostro por la vidriera de la oficina de correos y allí está Tomek con las muñecas vendadas y concentrado en su trabajo. En eso voltea la mirada y ve a Magda, quien le sonríe y entra, acercándose despacio hacia la ventanilla desde la cual Tomek atiende a los clientes. Lo que ocurre a continuación es imprevisible. Ya no la espío- le dice. Magda se queda de una pieza y... FIN. Terminó el capítulo 6 de El Decálogo. ¿Así nada más?. Tal cual. Qué historia. Guardo en archivo una foto de la bella Grazyna Szapolowska que obtuve de un website polaco, como un recuerdo de esta actriz casi desconocida en occidente. Trato de averiguar si su nombre tiene algún
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significado en polaco. Pero también me entretenía mirando otros canales. Por la misma época que estaba convaleciente, Cinecanal estrenada por cable la última película de James Bond Die Another Day (Otro día para morir). A la vez que TNT mostraba todas las películas de James Bond 007 desde la primera a la última (Dios bendiga a TNT). Y también sintonizaba canales como Utilísima, simplemente para ver a la bella mujer madura que dirigía el programa en ese momento. Aún hoy sigo haciendo eso. No tengo idea de qué programas se emiten en ese canal ni qué contenido tienen. Sólo me interesa la hermosa mujer que veo no bien lo sintonizo. Si viviéramos en un país árabe y yo fuera un jeque, sin duda que les propondría a todas las mujeres de Utilísima formar un harén. Pero en el fondo, tenía conciencia que todo lo que me hubiese perdido de no haber salido con vida del Hospital de Lanús. Sin embargo, con respecto a mi convalecencia, tenía una incógnita. ¿Qué pasaría si llegara a resfriarme?. El procedimiento estándar que seguía para combatir la gripe incluía ingerir aspirinas, pero ahora eso no era posible, y molerlas para pasarlas por la sonda diluidas en té demandaba mucho tiempo y esfuerzo. Fue cuando recordé el poder del ibuprofeno como analgésico al aplacar mis ataques de bacteriemia. El hospital me administraba el ibuprofeno por vía intravenosa, por ende, existía una versión líquida del mismo. Llamé a José y le pregunté si su hija, entre las muestras médicas que recibía, tenía ibuprofeno líquido. Luego de consultar me dijo que sí y me suministró un par de frascos. Así que al contraer gripe (ocurrió un par de veces mientras tenía la sonda), frotaba mi pecho y cuello con vaselina mentolada, para a continuación pasarme con una pequeña jeringa el ibuprofeno líquido y luego té tibio. Funcionaba: al día siguiente estaba como nuevo. A lo largo de todo el mes de Noviembre de 2004, sentía que mi cuerpo recuperaba su energía. Tenía más libertad de movimiento y parecía haberme recuperado del todo. Casi me consideraba normal y capaz de volver a la actividad, pero era la sonda la que distorsionaba todo el cuadro. Antes de la fecha de una nueva visita al consultorio de la doctora T., me visita Elena. Recuerdo que en ese preciso instante estaba en plena sesión de alimentación cuando ella decide que debía caminar para digerir bien. Realmente me sentía ridículo dando vueltas por la mesa de la cocina y volver al comedor. No volvería a hacer eso. También venían a mi hogar Augusto y su tío. La discusión volvía una y otra vez al tema de un eventual juicio iniciado por mí y las dificultades que podrían ocurrir para ambas partes. También trataban de averiguar si podía volver a trabajar. Insistían en que todo se resolviera cuanto antes. El cinismo de ambos no tenía límites. A pesar de tener TV, libros y música, el encierro me aburría bastante. Mi madre insistía en que debía estar en casa y no salir, pero yo opinaba que podía salir al exterior aunque sea por un breve período de tiempo. La única manera de resolver esto era que consultara la cuestión con la doctora T. en presencia de mi madre. Estaba seguro de resolver todo en mi favor. También quería preguntarle sobre la protuberancia existente donde debía estar la nuez de Adán. Al tocarlo se sentía muy duro. ¿Al operarme la doctora T. movió algún hueso de la tráquea?.
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Cuando finalmente llegó el día, más o menos el 18 de Noviembre de 2004, había llegado la hora de la verdad. Si lograba alcanzar el peso necesario, podían realizarme la endoscopia y a continuación el cierre del hoyo en mi cuello. Aún tenía ilusiones de poder estar bien para las navidades. Así que llego en remís al hospital de Lanús con mi madre y mi hermano menor. Eran casi las 10:30 AM de un día bueno con pocas nubes y fresco. Antes, entro a la farmacia que está enfrente para pesarme. Resultó ser una de esas balanzas computarizadas a las que hay introducir una moneda y el resultado sale impreso en una tira de papel en el que se lee fecha, hora, el peso y la talla de la persona, gracias a que la balanza cuenta también con un sensor que mide la altura de la persona. Pero a mí solamente me interesaba el peso. Los resultados eran malos: Continuaba en los 57 kilos. Recuperé energía mas no peso. Mi cuerpo no respondía adecuadamente a la alimentación por sonda. Con ese resultado dentro de mi agenda que llevaba conmigo para anotar las futuras reuniones con la doctora y tomar nota de lo que sea necesario, llego al penúltimo piso del hospital, debido a que su consultorio externo estaba cerrado debido al paro (otra vez), del personal no médico. Ella me recibe en la entrada del penúltimo piso. Estaba espléndida como siempre, con sus cabellos color trigo sueltos, su guardapolvo blanco desabotonado y una sonrisa dibujada en su rostro. Respetuosamente me acerco y le estrecho la mano. Ante aquel saludo, la doctora queda un poco desilusionada. ¿Me das la mano?.Pensé que me ibas a dar un beso. D´accord. De allí en más le iba a dar un besito en la mejilla como saludo, si eso es lo que quería. Le muestro los datos. No era lo que ambos esperábamos. ¿Recomendaciones?. ¿Podés esperar?. Tengo que ir a operar y vuelvo- me avisa la doctora. Le dije que sí. Salí al hall exterior a sentarme y esperar. Mientras tanto, mi madre sale a comprar sandwiches de miga para los residentes de cirugía y masitas para la doctora T. como muestra de agradecimiento por los servicios prestados a mi persona. Lo hizo a pesar de mi negativa. Primero, porque era un enorme gasto, y segundo porque los médicos, al fin y al cabo, conocen sus deberes, obligaciones y los riesgos propios de su profesión, así que aquellos regalos me parecían superfluos. Una hora después, llega mi madre con dos paquetes. Le entrega a uno de los residentes el paquete conteniendo los sandwiches de miga y a una enfermera conocida el paquete con las masitas para la doctora T. Pasado el mediodía, llega la doctora y discutimos detalles sobre los pasos a seguir. ¿Cuándo vuelvo doctora?. En dos semanas- me responde. ¿Ud. movió algún hueso al operarme?. No. ¿Y porqué tengo esta protuberancia en mi cuello?. Posiblemente sea una acumulación de grasa – responde la doctora mirando a mi madre. Tiempo después descubriría que la protuberancia en cuestión era en realidad
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una inflamación post- operatoria. Pasarían varias semanas antes que aquella hinchazón despareciera por completo. Continúo con las preguntas. ¿Puedo salir a la calle sin problemas?. Sí, podés, ¿por qué no?. Mi madre le pide sugerencias para subir de peso. La doctora T. le responde que probara con crema, por ejemplo, que tiene un alto contenido de calorías. Pero yo sabía que mi cuerpo no resistiría eso Me empalago con el dulce- agregué mirando a ambas mujeres. La doctora me mira extrañada. Poco después mi madre le haría caso a la doctora y me inyectaría crema, con funestas consecuencias. ¿Le gustan las masitas?- Le pregunta mi madre. Sí, ¿porqué? Porque le dejamos un regalito, unas masitas- le responde mi madre con una sonrisa. Me encantan los regalos- responde la doctora con un tono meloso en su voz. Así que le gustan los regalos. Tomo nota de eso. Eso era todo por aquel día. Nos despedimos de ella y en remís nos dirigimos hacia los patrones de mi madre, que conozco desde hace casi 30 años. Querían verme cómo estaba. Realmente estaba normal y ante cualquier persona así me veía, ya que la sonda permanecía oculta bajo mi camisa. Sin embargo, todo esto a mi madre le dejaba los nervios de punta. Una vez que llegamos a casa, compró un pote de crema y me inyectó parte de su contenido por la sonda. Tal como me temía, mi estómago reaccionó mal ante tantas calorías y tuve que ir corriendo al baño a vomitar. La escena que ofrecía era muy fea. Mi boca hacía las arcadas para expulsar el vómito, pero en realidad el líquido salía por la abertura de mi cuello. Era un triste espectáculo circense. Mi madre volvió a intentar unos días después, y con los mismos resultados. Un descubrimiento más a base de prueba y error. Así que volvimos a la dieta anterior de alimentos comunes licuados y filtrados, naranjas exprimidas y mezcladas con un poco de hierro líquido, jugos de bananas y manzanas, un poco de té de vez en cuando... Debido a que la alimentación no pasaba por las glándulas gustativas de mi boca, no sentía absolutamente nada del líquido que circulaba por la sonda. Sólo si estaba muy caliente o muy frío, así que podían inyectarme agua del Riachuelo o Aceite de Ricino y no sentir absolutamente nada. Durante aquel período era sólo mi estómago el que debía juzgar lo que era bueno para mi organismo. Llega el 2 de Diciembre de 2004, de nuevo hay paro así que otra vez vuelvo al piso en el que estuve internado y a la entrada de la oficina reservada a los cirujanos. Miro mi reloj digital: 10:30 AM. Esta vez voy acompañado sólo con mi hermano menor. Antes, había ingresado nuevamente a la farmacia ubicada enfrente del hospital para pesarme y obtener el ticket con la información. Lamentablemente seguía en los 57 Kilos. Mi cuerpo no respondía. Luego de esperar unos minutos, llega la doctora T. y esta vez le doy un besito en una de sus mejillas y por primera vez siento ese perfume maravilloso que
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emana de su cuerpo. Le muestro el ticket, pero la doctora ni siquiera lo mira. Prefiero pesarte yo- me anuncia la doctora con rostro inexpresivo. ¿Con la balanza de pesas?. ¿Qué diferencia de datos esperaba obtener frente a una balanza computarizada?. Como es inútil discutir con una mujer, me dejé llevar por la doctora por el largo pasillo, rodeando enfermeras con sus carritos repletos de gasas, ampollas, jeringas y vendajes. El oxigenero moviendo un carro ad – hoc con un enorme tanque de oxígeno con destino desconocido, y algunos residentes yendo de aquí para allá, además de familiares y amigos de internados circulando para completar el cuadro en constante movimiento. Mientras, yo seguía a la doctora T. que atisbaba a través de la entrada de cada habitación en busca de la balanza. Yo preferí que ella asome la cabeza. Yo no estaba en condiciones para mirar gente en diversos grados de convalecencia. Llegamos al final de pasillo y damos la vuelta, nuevamente esquivando los cotidianos obstáculos hospitalarios. Finalmente, la doctora mira una entrada y allí estaba la balanza. Entramos y en la habitación había solo un paciente mayor de edad rodeado de sus familiares. Afortunadamente no se lo veía en mal estado. La doctora saluda y pide permiso para usar la balanza. Una vez hecho esto, me coloco de pie sobre el aparato, mirando hacia la pared. La doctora T. mueve las pesas hasta obtener el balance deseado y el peso. ¿Resultado?. 57 Kilos. Vaya, qué diferencia. Una vez que la doctora descubre que sigo bajo de peso, vamos hacia la sala de enfermeras. Al entrar saludo a algunas enfermeras que me conocían y se sorprenden al verme casi completamente recuperado y comentan entre ellas sus impresiones sobre mí. Vamos hacia el fondo de la sala, iluminada con la omnipresente luz fluorescente. En el centro estaba ubicado un viejo escritorio metálico, en un rincón, un armario de metal oscuro de dos puertas, en otro rincón, un equipo completo de nebulización. En las paredes había carteles con anuncios de jornadas médicas y anuncios gubernamentales. Tomo asiento en una silla metálica y espero a la doctora que sale un momento y vuelve con una bolsa de Nutrisol que obtuvo de alguna parte. Se coloca de pie a mi lado, pone la bolsa de alimento lácteo sobre el escritorio y lee con atención las indicaciones. Yo sabía lo que buscaba. Tiene sólo 1000 calorías- le anuncio. La doctora T. al parecer no me escucha y sigue leyendo. Luego, después de convencerse que efectivamente tenía 1000 calorías, le pregunto cuánto mínimamente debía subir de peso. Por lo menos unos 5 kilos- me responde a la vez que busca una lapicera en los bolsillos de su guardapolvo. Al menos bajaron sus pretensiones de peso. 5 kilos era algo más fácil de alcanzar que los 10 kilos originales, pero la dieta que llevaba adelante no me ayudaba a llegar a la meta propuesta ni remotamente. Así que la doctora decide cambiar de táctica. Salimos de allí a ubicarnos cerca de la entrada al piso y casualmente había allí una mesa que la doctora usa para apoyar un par de trozos de papel rectangular cortados para mano para hacer recetas. Toma su lapicera y me pide mi número de Historia Clínica: No tengo idea- le respondo.
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Dame tu número de DNI. Le doy mi número de Documento Nacional de Identidad. Tu número de DNI es el de tu historia clínica- me anuncia la doctora a la vez que anota esos datos en lo alto de la hoja de papel. Escribe: “Paciente intervenido x lesión de arma de fuego – Esofagostoma. Se alimenta c/comida (ilegible) En (ilegible) de (ilegible) jeringa – requiere restablecimiento estado proteinico para preparación para operación (ilegible) evolución y tto (tratamiento). 2/12/04 La doctora pone su sello en que se lee su nombre y apellido, abajo el titulo Especialista en cirugía y por último lo que parece ser su número de licencia de médica nacional y provincial. Luego toma otro papel rectangular y anota: Vale (ilegible). Interconsulta c/Nutrición. 2/12/04. Por último, usando otra vez su sello automático Trodat estampa su Nombre, cargo y números de licencia y finalmente firma el papel. ¿Nos vemos en una semana? Bueno. Mejor de dos semanas- le sugiero, pensándolo mejor. OK.- me responde la doctora T. mirando sus recetas. Andá a la planta baja, al consultorio de Nutrición, y entregá esto. A ver si te cambian la dieta para puedas subir de peso- me instruye la doctora. Me despido de ella y mi hermano menor y yo vamos hacia la planta baja. No tenía sentido volver a ver a la doctora T. si no alcanzaba antes el peso mínimo necesario para pasar entonces al siguiente nivel. Llego al amplio recinto de los consultorios de planta baja. En el centro había asientos de espera dispuestos en filas y que ahora estaban vacíos por el paro. A los lados y enfrentados habían paredes hechas de Durlock y alternadas cada tres metros con puertas dobles, que eran las entradas a los consultorios según la especialidad. En lo alto, el techo al parecer era de fibra de vidrio color claro, lo que permitía el ingreso de la luz exterior. Comienzo a buscar la puerta con el cartel “Nutrición”. Sabía que del lado norte estaban los consultorios de cirugía y sus especialidades, así que busco por el lado sur. Avanzo y miro los carteles hasta que finalmente lo encuentro. Golpeo la puerta y me atiende una enfermera baja de estatura, cabello rubio teñido con rulos que se estiraban desesperadamente hacia fuera, y con su uniforme azul oscuro de enfermera con el membrete de la Cooperadora del Hospital estampado a un lado. A juzgar por su apergaminado rostro, si no tenía 60 años se acercaba bastante. ¿Qué necesitás? Me mandan de cirugía con esto- le respondo. Lee las recetas “made by doctora T.” Esperá un momento. Cierra la puerta. Al rato sale una atractiva mujer rubia con pecas en el rostro, unos 1.70 de alto, cara redonda, ojos claros y labios gruesos. Era joven y tenía en sus manos las recetas. Luego de saludarme, mira una vez más las recetas.
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Mirá, estamos ahora de paro, así que volvé la semana próxima. Estoy a la mañana a partir de las 8:30 hasta las 11:30 Todos los días- me anuncia a la vez que anota en el reverso de una de las recetas su nombre y apellido y los horarios en que está disponible. OK. Gracias.- Le respondo. No había nada que hacer por el momento. Volvería a la semana siguiente. Debido a que mi madre se ponía nerviosa cada vez de llegaba al hospital y a mi hermano menor no lo veía muy entusiasta por acompañarme, tomé la decisión de manejar mi situación yo solo. Además, eso me daba más libertad de movimientos y de expresión a la hora de conversar con los médicos sobre mi caso. A mi madre aquella idea en un principio no le gustó para nada, pero tuvo que resignarse. Al fin y al cabo era mayor de edad. Mis primeros viajes solo al hospital serían en remís, pero finalmente debido a la cercanía del hospital con mi casa el resto de mi período como paciente ambulatorio haría mis viajes a pie. Caminaba con mi frasquito en la mano y escupía en él hasta llenarlo y vaciarlo sobre el césped de alguna casa por la que casualmente transitaba en ese momento. Cuando en la primera semana de diciembre de 2004 llego al hospital, era la primera vez que no buscaba a la doctora T. Esta vez iba al consultorio externo de Nutrición y así sería por todo el resto del mes. Llego por primera vez a Nutrición el Lunes 6 de Diciembre de 2004, esta vez no había paro y no bien entré al hospital por un acceso lateral ocurría lo habitual: El hall con las ventanillas para solicitar turno estaba lleno. Todos los asientos dispuestos en fila para espera estaban ocupados y había mucha gente formando una larga fila en forma de lombriz hacia cuyo extremo desembocaba en un estrecho paso marcado por jóvenes voluntarios del hospital uniformados con pecheras. En lo alto, un indicador digital mostraba el número de turno y la ventanilla correspondiente. Las ventanillas en línea eran similares a las conocidas de caja de los bancos, con la diferencia de que en lugar de ver al otro lado de la ventanilla al/la tradicional cajero/a jetón/a habían asistentes jetones del hospital. A la derecha un cubículo cerrado hecho con Durlock y puertas dobles con el cartel “Orientación al paciente”, que se accedía por una rampa, también con su propia fila de gente, aunque más reducida. La inmensa mayoría de las personas que llegan al hospital son de clase baja, de condición humilde. Para ellos, este lugar es la única alternativa que les queda para aliviar su sufrimiento y reducir su dolor, ya que sus muy escasos recursos no le alcanzan para una Asistencia Médica prepaga, sobre todo porque las prepagas tienen la mala costumbre en Argentina de incrementar las cuotas con cualquier excusa, igual que los colegios privados. En ambos casos, la gente que maneja esas Instituciones médicas y de educación no permiten que su margen de ganancias (ya de por sí amplio), se reduzca en lo más mínimo, así que no bien alguien que depende de ellos les pide aumento y/o hay incremento de precios de materiales automáticamente le achacan el aumento al público sin pudor alguno. Este es uno de tantos motivos del porqué en Argentina hay unos pocos malnacidos que acaparan una gruesa parte de los recursos económicos del país, mientras que la mayoría debe conformarse con lo que queda... una torta económica que a veces amenaza con hacerse cada vez más pequeña. -
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Una vez que ingreso al sector de ventanillas debo girar a la izquierda y pasar unas puertas dobles (siempre abiertas), para ingresar al área de consultorios externos. Por último giro a la derecha y camino hasta llegar a la puerta con el cartel “Nutrición”. Todos los asientos de espera estaban ocupados y en cada entrada a cada consultorio había una aglomeración de gente, sobre todo enfrente de donde yo estaba, en las puertas de cirugía y sus especialidades. Pero Nutrición no era mucho menos. También tenía su propio grupo de gente alrededor de la entrada. Cada tanto salía afuera una enfermera con cara de pocos amigos con una lista de pacientes con turno a los que anunciaba en voz alta por nombre y apellido. Como yo no tenía turno (no lo necesitaba porque era paciente ambulatorio recomendado desde cirugía). Me abrí paso entre la gente para mostrarle a la enfermera mis recetas de la doctora T. y decirle que ya había conversado con una nutricionista y que no necesitaba turno para verla. Pasá- me dice Entro y me encuentro con un estrecho pasillo. De un lado, pegados a la pared de Durlock había mesas cercanas a cada entrada llenas de papeles y carpetas de Historias Clínicas Personales. También había pegadas a la pared con cinta adhesiva carteles publicitarios hechos por laboratorios conocidos y otros no tanto de diversos medicamentos novedosos. Del lado opuesto del pasillo había una pared hecha de ladrillos y cemento y pintada toda de blanco, con las entradas de puertas simples a los consultorios médicos. El pasillo no tendría más de un metro de ancho, así que debía constantemente hacerme a un lado para dejar pasar a pacientes por atenderse que entran, otros ya atendidos que salen, enfermeras con papeles y carpetas en la mano y médicos en sus guardapolvos moviéndose de un extremo al otro del estrecho corredor. Finalmente la enfermera que me había hecho pasar me atiende: ¿Nombre? Gabriel. ¿Apellido? Melchior. ¿Edad? 34. ¿Número de Documento? 21 millones..... Esperá. Sigo esperando y haciéndome fideo para dar paso a la gente que circula por el estrecho corredor. Esto parece un viaje en colectivo en hora pico. Luego, la enfermera entra al consultorio unos momentos y sale. Pasá. Entro y la nutricionista (licenciada en nutrición de apellido S., aunque yo la llamaría “la nutricionista croata”, porque su apellido la delatada como descendiente de aquel pueblo), está sentada detrás de su sencillo escritorio de metal. A un lado, hay otro escritorio de metal con otra mujer de guardapolvo blanco, que juzgo como nutricionista también y que comparte el consultorio con la croata. Por lo demás, el esquema y el equipamiento era similar al consultorio externo de la doctora T. y todos los demás consultorios. La joven, rubia y atractiva nutricionista croata anota algo en una planilla y a continuación entrelaza sus manos sobre su escritorio y me pregunta sobre mi
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problema. Si hubiera sido sincero y la persona frente a mí haya sido de sexo masculino, posiblemente le hubiese dicho: ¡La doctora T. anda rompiéndome las pelotas desde hace dos meses con el aumento de peso, y ya me tiene podrido con eso!. ¡Tengo ganas de darle una patada en el culo y que aterrice en la punta de la chimenea del hospital!. Pero en realidad fui más diplomático y le expliqué que seguí escrupulosamente las instrucciones de la “otra” gente que trabaja en la “otra” oficina de nutrición del hospital y logré que mi cuerpo recuperara la energía y vitalidad casi por completo, pero sin lograr aumentar de peso ni un gramo, y ésa era la condición sine qua non que pedía esta graciosa galena rubia para volver a operarme del cuello y así otra vez comer y beber normalmente. La nutricionista se pone de pie y me pide que me acerque a la balanza de pesas, ubicada a lado de la puerta y detrás del sitio en el que encontraba sentado. ¿Otra vez pesarme?. Me paro, giro sobre mí mismo y en un par de pasos ya estaba posicionado sobre la balanza, junto a la croata que movía ágilmente las pesas. 57 kilos 800 gramos. Si las cosas seguían así, iba a tener que armar con Microsoft Excel un cuadro comparativo de pesaje realizado por la doctora T., la nutricionista y la balanza computarizada que utilizaba. Si el resultado final siempre era 57, entonces debía jugarlo a la quiniela, qué sé yo... Una vez convencida, la nutricionista y yo volvemos a sentarnos frente a frente en el escritorio. Veo cómo ella toma un papel blanco tamaño carta y escribe una dieta al parecer a la medida de mis necesidades: -Leche entera fluida (en envase Tetra Brik) 3000 cm3 -Azúcar 13 cucharadas soperas. -Maizena (Almidón de maíz) 1 cucharada sopera al ras -Huevo 1 unidad-Claras (de huevo obviamente), 3 unidades -Aceite 2 cucharadas de Té Pasar todo a temperatura TIBIA. Más abajo escribe: -Administrar: Administrar 8 tomas de 380 cm3 cada una cada 2hs. Luego de cada toma enjuagar c/agua hervida o mineral a temperatura tibia. (Realizar la preparación x la mañana, dejarlo en recipiente c/tapa en heladera, calentar a baño de María cada porción). Y por último anota la fecha 6/12/04 y el peso de mi cuerpo aquel día. Me recomienda que vuelva la semana siguiente para hacer seguimiento y ver mi evolución.¡Yes, mam!. ¡Palabra de Boy Scout! Me despido de ella y camino por los pasillos en dirección a los ascensores. Esperaba que esto funcionase porque si no, un día venía a ver a la doctora T. con botas de alpinista con punta de acero en mis pies y entonces... Y esa era mi intención en ese momento: Verla. El motivo no era para consulta de rutina. Quería que me reemplazara la sonda de mi cuello. Durante un mes por aquel tubo pasaron diferentes substancias y como consecuencia de ello la misma cambió del color transparente a óxido, además de acumularse restos de
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alimento seco en las paredes de la sonda. No quería arriesgarme a sufrir una infección, así que nuevamente subo hasta el piso penúltimo y me acerco a la base de operaciones de los cirujanos. En el camino saludo a enfermeras y residentes que me conocían y de paso me preguntaban cómo estaba. Yo a su vez, preguntaba dónde diablos estaba la doctora T. La respuesta era siempre la misma: No tengo idea, no la ví, no sé... Con el tiempo me acostumbraría a aquella respuesta cada vez que buscaba a mi doctora de cabellos color trigo y exquisito perfume. Después de esperar por unos minutos, aparece desde uno de los extremos del pasillo caminando con la mirada en la nada la doctora T. Le hago señas y me acerco a ella para darle un besito en la mejilla y sentir por unos segundos aquel perfume embriagador. De paso le miro los pies colocados en zapatos femeninos descubiertos sin taco. ¡Diablos!. ¡Tiene los pies de Patoruzú!. Pero aún así son muy bellos. Le explico la situación. Está bien, ahora le digo a Paula que te lo cambie. ¿Quién?. ¿Paula fea?. ¡Oh, no!. Oh, sí. Después de otros tantos minutos parado cerca de la entrada al piso y escupiendo mi saliva en mi frasquito color verde, aparece Paula fea con los implementos necesarios en sus manos y ordenándome que la siga a la pequeña habitación que sirve de almacén de cajas de suero y archivo de historias clínicas de pacientes internados en ese momento en aquel piso. Una vez adentro, me quito la camisa y el vendaje que cubría la abertura del cuello. Ella se coloca en sus manos guantes de látex. ¿Cómo estás?- Me pregunta. Bien. ¿Viste que era mejor que te quedaras en casa?- refiriéndose a mi decisión 40 días atrás de quedarme internado o irme a casa. Como elegí lo segundo, y coincidía con la opinión de los médicos, era por eso que ahora Paula me lo recordaba. Pero no me gustaba escuchar eso, así que guardé silencio. Mientras, Paula extrae de mi cuello la vieja sonda y la arroja dentro de una caja de cartón vacía que originalmente contenía sueros. La veo y descubro que estaba más deteriorada y sucia de lo que suponía. En esencia, Paula fea repetía la operación realizada por su colega Nicolás semanas atrás. Colocaba la sonda nueva (nunca supe si era de tipo Foley o Pezzer, aunque siempre procuraba que sea el modelo con pico conector verde, ya que era de diámetro más ancho), empujaba con sus dedos la sonda hasta que sobresalieran de mi cuello sólo unos 20 centímetros de la misma, cortaba con una hoja de bisturí el pico verde para por último cubrir la abertura con gasa y cinta adhesiva blanca. Listo. Toma un trozo de papel rectangular y anota una orden para Rayos X. Sacate una radiografía para ver si la punta de la sonda está en tu estómago- me ordena. Le respondo que sí, me pongo la camisa y salgo de allí nuevamente hacia los ascensores. Una vez que llega uno me subo a él y marco el piso correspondiente. Al llegar, camino por otro corredor cruzándome con público hasta llegar a la ventanilla de atención al paciente para Rayos X y le entrego el
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papel. Espere- Me dice una mujer madura poco agraciada. Le hago caso y espero unos minutos hasta que un asistente toma mi papel y me indica que lo siga. Vamos hacia el interior de una de las salas de Rayos X y como cirugía solicitaba una placa de abdomen, me pide que me acueste sobre una plataforma metálica. Otra vez vuelvo a encontrarme con mi viejo amigo el equipo de rayos X Siemens de fabricación brasileña. Luego de acomodar todo, el asistente me pide que no respire y se refugia en su habitáculo con ventana de vidrio blindado. Escucho un ¡click! y... listo. Me incorporo y otra vez lo sigo afuera. A uno de los lados de la entrada a la sección de Radiología había un aparato encargado de crear las placas. Una vez que sale la mía el asistente me la entrega y con ella vuelvo vía ascensor al piso de terapia intermedia, donde también se encuentran los headquarters de los cirujanos. Encuentro al paso a la redonda Paula fea y le muestro la placa. Ella la ve a contraluz unos segundos, me la devuelve y me dice que está la sonda en posición. Bien. Vuelvo a casa. Era todo por aquel día. El perfume de la doctora T. bien valía un Potosí... o un poema, o una historia. Yo sabía que estaba casada, pero ¿y si fuese soltera?. ¿Cómo dormiría en los días de verano?. Yo me la imagino durmiendo plácidamente solo con aquel perfume emanando de su cuerpo mientras la noche se encarga de velar por su descanso. Como que a ella le falta algo ¿no?. ¡Ah, sí!. Las ventanas de su habitación abiertas de par en par para que todo su ser sea bañado por la brisa fresca de la noche... y el aparatito eléctrico encendido con su respectiva tableta matamoscas para que los insectos no perturben su sueño. Ahora sí el cuadro está completo. Pero dejémonos de pavadas y pasemos a asuntos más serios. A mi madre le vino de perlas el dejar de preparar la alimentación variada anterior y reemplazarla por algo más compacto. Simplemente colocaba todos los ingredientes de la dieta recomendada por la croata en una cacerola colocada sobre una hornalla de la cocina encendida, mezclaba todo y a continuación lo almacenaba en envases plásticos con tapa, para a continuación conservarlo en heladera. De allí yo tomaba uno de ellos, vertía parte de su contenido en una taza grande de café, calentaba todo en baño maría, tomaba una jeringa, inyectaba agua por la sonda colgada en mi cuello para a continuación tomar otra llena del preparado y enviar su contenido a mi estómago. Afortunadamente, mi cuerpo lo toleró bien y no hubo problemas. Nunca pude medir los 380cm3 que pedía la nutricionista, así que por cálculo intuitivo, llenaba dos tazas grandes, una al tope y otra por la mitad, y eso era lo que me inyectaba. Igual comprobaría después que dos tazas llenas administradas de un golpe mi cuerpo no lo toleraba y poco después vomitaba todo. Y menos que eso me impedía llegar a la meta de consumir todo el preparado en un día. El 10 de Diciembre de 2004 vuelvo con la nutricionista croata. Ella vuelve a pesarme. De paso, me pregunta si tuve problemas al ingerir el preparado. Le dije que no. Pero la balanza se niega a darme buenas noticias. Sigo en los 57 kilos 800
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gramos. La nutricionista me pide el papel que me entregó con la dieta hacía una semana. Afortunadamente lo llevaba encima y se lo entrego. Hace modificaciones. En lugar de 3 litros de leche, ahora son 3 litros y medio. En lugar de 13 cucharadas soperas de azúcar, ahora son 15. El almidón de maíz de 1 cuchara sopera, ahora son 2. Me recomienda que vuelva en una semana. El 15 de Diciembre vuelvo y nuevamente la nutricionista me pregunta ni tenía problemas con la alimentación. Le respondí que no. Vuelve a pesarme. La balanza despierta de su sopor y las pesas se mueven tímidamente para mostrar la lectura de 58 Kilos 200 gramos. Aún estamos lejos de la meta y ya estamos a mitad de diciembre. Presiento que será imposible llegar en condiciones para navidad. Al ver que toleraba bien la dieta, la nutricionista sube la apuesta. Seguiría con los 3 litros y medio de leche, pero esta vez sería leche con hierro. Las cucharadas de azúcar serían ahora 18 y las cucharadas de aceite, 4. Volvería en una semana. ¿Existía la leche con hierro?. La respuesta es sí, y aún existe. A mi madre le costó un poco encontrar esa leche en los supermercados, hasta que encontró Leche La Serenísima con hierro, en envase Tetra Brik e identificada con letras color marrón. Al ser el lácteo más completo de todos, también era (y es) el más caro de todos. Entonces ahí fue que caí en la cuenta del porqué no conocía con anterioridad este tipo de leche con hierro. El 21 de Diciembre, la balanza se muestra más optimista. El peso marcado era 59 Kilos redondos. Avanzamos. La nutricionista hace las últimas modificaciones hasta llegar a la norma definitiva que me alimentaría en los siguientes meses hasta volver al quirófano en Marzo de 2005. Las cucharadas de Aceite serían 5 así que mi dieta final era: Leche entera con hierro 3500cm3 Azúcar 18 cucharadas soperas Maizena 2 cucharadas soperas al ras Huevo 1 unidad. Claras de huevo 3 unidades. Aceite 5 cucharadas de té. Administración: 8 tomas de 430cm3 cada una cada 2 horas. También me advirtió la nutricionista que ya no podía hacer más modificaciones a la dieta ni agregarle más nada porque mi cuerpo ya no toleraría mayor inyección de calorías en mayor volumen y en el mismo espacio de tiempo. De paso, le pregunté en qué parte de su dieta estaba unos de los componentes más básicos y necesarios para el organismo: la sal. No se ve en la dieta pero dentro de los componentes hay sal- me responde de forma un poco ambigua. Paso por Nutrición nuevamente el 28 de Diciembre y mi peso era entonces de 60 Kilos. Prácticamente había alcanzado la meta. A este paso, para la mitad de Enero de 2005 llegaría a subir los famosos 5 kilos de la doctora T. No había tiempo que perder. Comienzo a buscarla en su consultorio externo. Ya para el Jueves 23 de
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Diciembre la busco allí y me recibe una enfermera con cierto sobrepeso, cabello corto castaño y ojos claros, que jamás pronunciaba el apellido de la doctora T. bien. No sabía si venía al consultorio ese día o no, así que me hace esperar. Eran las 9:00 AM de un día caluroso y un cielo casi sin nubes. Espero pacientemente sentado fuera del consultorio hasta las 11:00 cuando la enfermera me anuncia tanto a mí como a la numerosa gente que también la esperaba para consulta que la doctora T. no vendría aquel día. En realidad fue todo hecho por deducción propia de la enfermera. Al no saber si la doctora T. iba a llegar al hospital a recibir gente en su consultorio, directamente hizo esperar a todo el mundo hasta pasada la hora en que la doctora debía haber llegado, las 10:30 AM. Como pasó ese tiempo y la graciosa galena no apareció, entonces la enfermera nos manda a todos a casa hasta la próxima ocasión y listo. Y todo esto ocurría en el 2004, ya en el siglo XXI y con comunicaciones modernas como los teléfonos celulares por ejemplo, con los cuales la doctora rubia pudo tomarse la molestia de avisar a su enfermera asistente por anticipado que aquel día no vendría y así no hacer esperar en vano a tanta gente mientras sufre de calor y en mi caso, de incumplir con mi puntillosa cuota alimentaria que casualmente hago debido a sus exigencias. Y no sería la última vez en que la doctora T. me haría esto. Ésa sería la parte más oscura de su personalidad. No me gusta que nadie, ni mucho menos una mujer, me deje plantado y ella perpetraría aquella acción una y otra y otra vez. Siempre la odié por eso. No llegaría a tiempo ni siquiera a mi operación. El siguiente jueves 30 de Diciembre pasaría lo mismo, y encima, otra vez paro de personal. ¡Uf!. Para ese entonces ya mi sonda insertada por Paula fea había cumplido su ciclo de 1 mes de uso y quería cambiarla por otra nueva, así que subo al piso de los cirujanos y busco a un residente que me haga el cambio. Y encuentro a Marcelo que se ofrece a hacerme el favor. El problema es que Marcelo, el residente con el que tenía mejor comunicación, tenía un extraño Karma con las sondas. Ya me había insertado una nasogástrica meses atrás y al pasar a través de la fístula que tenía en el cuello su extremo fue a parar a mi tórax estando a sólo milímetros de lesionar uno de mis pulmones. Bueh, le doy otra oportunidad de amigo. Otra vez vamos a la pequeña habitación que sirve como depósito de sueros y archivo de H.C. de pacientes internados. Marcelo repite toda la operación hecha por sus antecesores Nicolás y Paula, con la diferencia que me inserta una sonda de pico conector azul, no verde. Seguía sin saber si ésta era Foley o Pezzer, pero el diámetro respecto a la anterior era de un par de milímetros menos. Esa pequeña diferencia sería terrible para mí después. Por último me manda a Rayos X para comprobar que el extremo de la sonda esté dentro de mi estómago. Como tenía más confianza con él, indagué sobre los horarios y días de trabajo de la doctora T. Opera los lunes, atiende en su consultorio los jueves, vuelve a operar los viernes y hace guardia los sábados- me responde. Luego averiguo por la enfermera Gabriela los números de teléfono del hospital y los números internos correspondientes a cirugía y a la guardia del nosocomio. Esta vez mi rubia doctora no escaparía. Así termino 2004, un año casi para olvidar dado que siempre lo voy a recordar por el resto de mi vida como el de más dura prueba que jamás tuve que
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afrontar. En Nochebuena y Año Nuevo me senté a la mesa con mi familia y levanté la copa con sidra para brindar, pero eso era todo lo que podía hacer. La sonda que me insertó Marcelo estaba dentro de mi estómago, pero ubicada en mala posición, por lo cual tuve que cambiar mi dieta de 430cm3 cada dos horas a 215cm3 cada hora para que mi estómago tolere todo mejor. El Sábado 1 de Enero de 2005 lo recibí vomitando: intenté inyectarme un poco más de la norma (para no desperdiciar alimento), y al final todo fue por la alcantarilla. Mientras el primer día del año miraba por TNT todas las películas de James Bond 007 (en una maratón que duró casi dos días y medio). Tomaba el teléfono y llamaba al hospital y a continuación marcaba el interno correspondiente a guardia. Estuve así toda una tarde intentando una y otra vez hasta que por fin a eso de las 17:00 pude contactarme con ella. ¿Con la doctora T.? Si, soy yo. Soy Gabriel Melchior, el paciente de la sonda en el cuello, no sé si se acuerda... Ah, si, ¿cómo estás? Bien. Mire, la llamaba para decirle que conseguí el peso que quería. Entonces hay que hacerte la endoscopia. Exacto. Además quiero que me cambie la sonda que la tengo mal colocada. Venite el próximo Jueves al consultorio. Si no estoy, buscame en el piso.. Bueno. Chau. Chau. Hubo paro otra vez el Jueves 6 de Enero de 2005, así que la busqué en el piso de siempre. Y la doctora T. me tenía preparado un lindo regalito de los Reyes Magos. Nos encontramos e ingresamos a la sala de enfermeras para de allí hablar en la habitación desde la cual hacía un mes atrás tomó ella la decisión de ordenar una dieta enriquecida en calorías a Nutrición. Le muestro el papel de la nutricionista croata y la evolución en el peso. Le pregunto sobre su ausencia los 15 días anteriores y si se había tomado la molestia de avisar a alguien. Hace 15 días avisé que no venía y la semana pasada estaba de licencia- me responde. Traduzco: Yo avisé y yo no tengo la culpa de que nadie, excepto yo misma, supiera de mi ausencia. (ya que en el hospital, como de costumbre, nadie sabía nada de ella y su paradero). Iríamos a Endoscopia a hablar con el que parecía ser el contacto de la doctora T. allí, un hombre de nombre y apellido que empezaban con la misma letra: F. F. Pero antes... Si todo sale bien en endoscopia, pasarías a hacerte los estudios prequirúrgicos y programamos tu operación para Marzo. Te doy ese mes porque te veo muy ansioso, sino por mí te opero en Mayo o Junio. Quedé estupefacto. Abrí los ojos y mi boca desmesuradamente por el asombro.
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Este era el Balde de Agua Fría Parte II: la secuela. Feliz día de Reyes. Mirá lo que encuentro debajo del árbol de Navidad. Había llegado a cumplir 90 días desde el alta del hospital para pasar a ser paciente ambulatorio, al término de los cuales en teoría volvería a internarme y esta graciosa galena cerraría el hoyo en mi cuello. Cumplí en alcanzar a duras penas en tiempo y forma el peso mínimo y todo. Y ahora me encontraba con el planteo que estaría en esas condiciones 2 meses más. Para mí 60 días más alimentándome por sonda era otra dura piedra para cargar junto con las demás. ¡Pero yo necesito volver a mis actividades normales!- protesté. A continuación la doctora T. me responde con lo que en Argentina se conoce como “sanata”, y en Latinoamérica como “cantinfleo”. Al igual que el diálogo hecho en sus películas por el legendario Mario Moreno “Cantinflas”, que hablaba mucho sin decir nada, la doctora T. me da un largo argumento que me encargo de asimilar y filtrar y capturo la información que me transmitía de que debía resignarme y seguir con SU plan y postergar mis actividades para más adelante. Miro a mi alrededor: no había nada para usar como arma u objeto contundente. No la mataría, pero algo le debía hacer. No podía hacerme esto e irse así nomás.¡No podía hacerme esto!. Pero si la sacudía, la doctora T. no atendería más mi caso y entonces mi situación se complicaría. Decidí imponer la sensatez. Esto era un desastre. Maldita seas, doctora T. ¡¡¡MALDITA SEAS!!!. Me preguntaba en ese momento cuánta plata ganaría vendiendo varios kilos de maduro fiambre humano en fetas... Una vez que me entrega mi “obsequio” de Reyes Magos, vamos hacia los ascensores y de allí, al piso correspondiente al consultorio de endoscopia. Caminamos por el corredor con menos público, ya que había paro y estábamos cerca del mediodía. Llegamos al consultorio, me pide que la espere afuera para a continuación entrar allí. Obedezco mientras escupo mi saliva en mi frasquito verde con bronca. Sale a los pocos minutos y se acerca a mí. Venite el próximo Jueves a las 8:30. Posiblemente me atrase porque tengo que llevar a mi hija a la colonia (de vacaciones), pero vos igual estate acá 8:30 y preguntá por F. F. que ya le avisé que te tenés que hacer un estudio. Yo voy a estar porque necesito dirigir todo, ellos no van a saber lo que necesito estudiar... Okey. Y Traé un video cassette virgen para grabar el estudio y que lo tengas. Bueno. Me despido de ella y camino con paso lento en dirección a mi hogar, tratando de comprender lo que había pasado. Luego de analizar atentamente los hechos, para cuando llegué a mi casa casi 40 minutos después, ya había extraído ciertas conclusiones. Dos meses antes, en Noviembre de 2004, sabía que debía resolver mi situación a más tardar en Enero del siguiente año porque si no, llegaba el período de vacaciones que abarcan los dos primeros meses del año y la actividad económica en el país desciende drásticamente, y estaba seguro que
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en el ámbito de estos médicos de holgada situación económica no era la excepción. Ya para ese entonces le había preguntado a la doctora T. cuándo eran sus vacaciones. En febrero – me anunció. Y al decirme eso, se refería a todo el mes de febrero, no a los 15 días de vacaciones del argentino promedio. Las virtudes de la medicina. Así que al anunciarme la doctora T. su decisión de operarme para Marzo, lo había hecho sin meditarlo ni discutirlo conmigo, o sea que pasara lo que pasara, aunque hubiera subido los 10 kilos originales exigidos por ella con o sin ayuda de la nutricionista croata, aunque mi situación hubiese sido excepcionalmente mejor de lo logrado por mí para Enero de 2005, igual la doctora me operaba para Marzo de todos modos, con lo cual todo se reducía a una simple decisión egoísta de su parte: me dejaba condenado a seguir alimentándome por sonda dos meses más sencillamente para permitir que ella y sus colegas cirujanos y residentes disfruten de sus vacaciones con tranquilidad. Así de simple. La decisión de operarme en Marzo ya la tenía bajo la manga al momento de verla el 6 de Enero, sin importar los resultados que le hubiese mostrado sobre mi evolución y aumento de peso ni tampoco los resultados que arrojasen los estudios de endoscopia. Si el argumento esgrimido tanto por ella como por sus colegas sobre que sus vacaciones se las merecen más que nadie porque se pasan el año trabajando bajo presión salvando vidas y todo eso, para mí en particular eso es irrelevante. La razón es sencilla. Para Enero de 2005, yo no disfrutaba de vacaciones desde hacía 25 años es decir, desde 1980 cuando con mis padres viajé a Córdoba durante 15 días. En todos esos años me pasó de todo: Salí del país y me ausenté 12 años, tuve la mala suerte de tener trabajos mal pagados siempre y con un sueldo miserable que apenas me alcanzaba para vivir, ni hablar de vacaciones. Y en el momento en que la doctora rubia me comunica su decisión, Augusto y su Tío me avisan que ya no podían pagarme más mi sueldo completo de 500 pesos y lo reducían a 200, a razón de 50 pesos por semana, con el argumento de que el movimiento del cyber bajó por las vacaciones del prójimo. Así que sobre llovido, mojado. ¿Mi evolución, quizás?. Una de las cosas que descubrí es que los médicos utilizan el argumento de la evolución como una tarjeta VIP que les da acceso a todos lados. ¿Porqué fulano no se recupera?. La evolución. ¿Porqué mengano se recuperaba lo más bien y de golpe se murió?. La evolución. ¿Porqué zutano debe irse a casa así como está?. Debe evolucionar en casa. La evolución, la evolución, la evolución. Aquélla palabreja darwiniana es usada por los médicos con cualquier excusa y bajo cualquier circunstancia. Y en mi caso en particular, estoy seguro que el motivo (argumentativo) por el cual me patearon mi operación para Marzo fue también por la evolución. Cualquier cosa échenle la culpa a la evolución. También descubriría a través de la doctora T. que los médicos tomaban (y toman) decisiones impunemente sin encontrar oposición alguna, con lo cual podría decirse que hoy por hoy están muy envanecidos. El propósito central de este libro es hacer notar por mi parte varias cosas que no me gustaron para nada sobre mi convalecencia desde Noviembre de 2004 a Marzo de 2005 y tratar que transmitir valiosas lecciones a otras personas (médicos y pacientes), con la esperanza, sobre todo para un paciente que tenga la desgracia que
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tener un cuadro clínico similar al que tuve yo, de que no le pase lo que a mí me pasó, y que su sufrimiento sea reducido tanto como sea posible. ¿Porqué inteligencia no me advirtió sobre lo que se me venía encima?. La decisión estaba dentro de la mente de la doctora T. y al parecer no se la había dicho a nadie, y si lo hizo, esas personas se guardaron muy bien de no difundirlo a terceros... y menos al personal no médico. Por eso no estaba enterado de nada. Fue en aquel momento en que estuve barajando seriamente la posibilidad de iniciar algún tipo de acción legal contra la doctora T. El problema era que en Enero de 2005 había vacaciones judiciales también y la actividad volvía... para Marzo. Cualquier tipo de acción llevada a cabo en su contra hubiera llevado como contrapartida el abandono por parte de la doctora T. de mi caso hasta que las cosas quedasen aclaradas, y eso podía llevar meses... durante los cuales seguiría alimentándome por sonda. Al final de cuentas, ella ganaba y yo perdía. También podía hacer una interconsulta con otro hospital sobre mi caso y tratar de obtener informes favorables que mostrasen lo injustificado de esperar hasta Marzo, pero era un trámite que implicaba que el hospital en cuestión solicitaba formalmente mi H.C. al hospital de Lanús y como mi caso era demasiado conocido allí, esto hubiera llamado mucho la atención y yo no quería ser víctima de chismes “de pasillo”. Así que al final tomé la decisión de soportar todo con frío estoicismo y dejar que todo esto pasara para luego escribir un libro al respecto. Este libro. No me gusta perder en manos de una mujer, doctora T. Nada personal. Llega el Jueves 13 de Enero de 2005, el día del estudio de endoscopia. Llegué a eso de las 8:00 AM. Luego de anunciarme a través de la ventanilla del consultorio, me hacen pasar. Una enfermera morocha de edad madura, algo gordita y de baja estatura hace que la siga por un pasillo y finalmente me hace pasar amablemente al consultorio propiamente dicho de endoscopia. Era ésta una habitación de 3 x 3 mts, repleta de mobiliario y equipos. Apenas entro, a la izquierda de la entrada hay un armario de dos puertas de más de dos metros de alto. Al fondo, una pequeña mesa y sobre ésta, colgada de la pared, una gigantesca tabla de madera pintada de verde con viejos instrumentos de endoscopia obsoletos clavados al mismo y ordenados por tamaño. A la derecha, una camilla con patas zancudas que elevaban al paciente acostado a más de un metro de altura. Y por último, detrás de la camilla y al lado de la puerta de entrada, el equipo completo de endoscopia montado sobre estantes tipo “mecano”: video caseteras Sony de uso profesional, monitores Sony Trinitron de 14 pulgadas, y colgado a un lado de los estantes, los endoscopios, que me hacían recordar vagamente a los “centinelas” de la película Matrix. El endoscopio es un instrumento de 8 a 10mm de diámetro que utiliza tecnología de fibra óptica, con aproximadamente unas 20.000 fibras de cuarzo. El tubo tiene dentro un sistema de iluminación y visión, un tubo para bombeo de aire y otro para irrigar suero. También a través del mismo tubo se pueden introducir instrumentos especiales para cortar o pinzar, por ejemplo. El endoscopio funciona básicamente iluminando el objeto a estudiar y esto es recogido por el haz de fibras ópticas, para finalmente ver la imagen a través de los monitores. En un principio, el endoscopio se usaba sólo para estudios
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clínicos, pero ahora, gracias a su facilidad de introducir a través de él diversos instrumentos, es un valioso auxiliar para operaciones de microcirugía. Y ese instrumento estaban por introducirme aquel 13 de Enero. La enfermera me invitó a sentarme sobre la camilla. Para lograr eso tuve que utilizar unos peldaños de madera para tal fin que me permitieron subir y sentarme. Luego, la enfermera en su mano un spray que ya conocía desde otorrino. Abrí la boca y sacá la lengua- me pide con una sonrisa. Si me lo dice así... obedezco y del spray sale un líquido que salpica mi lengua con una sabor agrio. Segundos después mi paladar queda adormecido. A la vez la enfermera me entrega unas fundas hechas con fliselina para cubrir mis zapatos, ya que el estudio me lo harían estando acostado. Por último, la enfermera me entrega unos apósitos para que pueda escupir y reemplazar temporalmente mi frasquito verde. Ahora solamente debía esperar la llegada de los especialistas y a Su Majestad la doctora T. que solo sabe Dios a qué hora llegará, con su compromiso de llevar a su hija a la colonia y afines. Mientras, miro hacia fuera por la pequeña ventana ubicada delante de la camilla. No había mucho que ver, excepto que la mañana empezaba con un cielo despejado y un sol a pleno, que presagiaba una temperatura en constante ascenso, acorde con la estación. Miro hacia abajo y veo una construcción baja de color blanco con trecho de chapa ondulada, conectada con el edificio principal del hospital gracias a una callejuela de una vía. En eso, observo la llegada de un vehículo de tres puertas, un Volkswagen Gol de fabricación brasileña color bordeaux que se estaciona en la entrada abierta de aquella construcción. De él baja una atractiva mujer madura de cabello castaño, musculosa roja y pantalón de tela marrón que resalta un buen culo. Abre la escotilla trasera del auto y extrae unos objetos livianos pero voluminosos que se encarga ella misma de llevar al interior del inmueble. Después de un par de traslados de aquellas cosas y comprobar que el maletero de su auto quedó vacío, cierra la escotilla, acomoda su lindo trasero en el asiento del conductor del Gol y se va por la misma callejuela que le permitió llegar allí. Ah, los pequeños placeres de la vida. En eso, llegan los especialistas de endoscopia, dos hombres que parecen casi hermanos por el parecido físico, y no me hubiera sorprendido que tuviesen casi la misma edad. Uno de ellos es F. F. con una calvicie que avanza en su cabeza de forma irreversible, y pelos grises, bigote del mismo color y lentes de armazón de metal cuadrados. Físico delgado y con una piel que delata visitas constantes a la cama de luz ultravioleta (afortunadamente yo no necesito eso, soy bronceado por naturaleza), según parece. Llevaba puesto el uniforme del hospital: pantalón de tela azul oscuro con cintura ajustable con cordel, y camisa sin botones de mismo color con el logotipo de la Cooperadora del Hospital de Lanús a un lado bordado en color rojo y negro. Su compañero llevaba el uniforme de médico estándar, zapatos negros, pantalón gris de estación, camisa blanca y el infaltable guardapolvo blanco desabotonado. Me saluda estrechándome la mano con una sonrisa tímida y de sus labios delgados sale una voz suave, afín a una personalidad apacible libre de altibajos. Tanto F. F. Como su colega se sientan en sendas sillas metálicas que rodean la pequeña mesa. El compañero de F. F. De repente se pone de pie y abre ambas puertas del armario, mostrando en su interior un equipo minicomponente de audio. Toma un disco compacto y lo inserta en el aparato y
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acciona el botón de play. En el ambiente casi de inmediato se llena con los acordes que sólo la música clásica puede ofrecer. En aquel momento miraba mi reloj: las 9:00 AM. Y la reina de Tanganica todavía no llegaba. Esa preocupación impidió apuntar mis sentidos hacia aquella melodía y tratar de reconocer la pieza que escuchaba en aquel momento, sobre todo al deducir que inclusive el estudio podía suspenderse si la doctora T. no llegaba a tiempo. En eso, F. F. me “sugiere”, que espere afuera. Ni modo. Me saco las fundas de mis zapatos y desciendo de la camilla para esperar afuera sentado en el pasillo como un chiquillo malcriado al que acabaran de castigar. Como sabía que de una forma u otra iba a perder tiempo esperando, había llevado conmigo un libro, El Don de Volar, de Richard Bach. Me pongo a leer y de vez en cuando miro por encima de mi lectura en todas direcciones. La enfermera que me había atendido minutos antes iba que aquí para allá sin destino fijo. En el techo, la luz fluorescente encapsulada dentro de cubiertas rectangulares de acrílico blanco iluminan profusamente el lugar. Posiblemente en algunos rincones había altavoces a través de los cuales se escuchaba la música que inundaba el ambiente. Delante de mí había una pileta de acero inoxidable que no se usaba por lo visto ya que tenía encima una bolsa enorme de plástico repleta de implementos médicos. Miro a ambos lados del pasillo y veo varios armarios de metal y vidrio con medicamentos y frascos con líquidos diversos, más sillas, tanques de oxígeno, pértigas para colgar sueros... Mirar tantas cosas me abrumaba. Mejor seguía leyendo. Finalmente a las 9:30 escucho unos pasos. Zapatos femeninos con taco. Miro hacia mi izquierda en dirección a la entrada al consultorio y alcanzo a ver, efectivamente, dos zapatos femeninos con tacos con sus respectivos pies que avanzan casi en tándem, primero un pie, luego el otro colocado delante del anterior, y así sucesivamente. Por alguna razón, la banda sonora de la película Dr. Strangelove. (Dr. Insólito), venia a mi mente al ver esos pasos aproximándose hacia mí. Estando mi libro abierto en mi regazo, siento un perfume familiar y a continuación veo un cuerpo femenino cubierto con un guardapolvo blanco desabotonado que acababa de colocarse delante de mí. Subo la mirada y veo una falda de color indefinido, luego una musculosa escotada marrón (creo), que muestra parte de unos pechos interesantes. Un collar artesanal barato y por último el rostro de la doctora T. que al parecer tiene la mente en la acción a seguir. Están todos?- me pregunta refiriéndose a los de endoscopia. Sí, están adentro- le respondo de mala gana. ¿Se demoró mucho?- le pregunto en tono sarcástico, pero ella no me escuchó porque en ese instante entraba en la sala de endoscopia a hablar con F. F. Y compañía. Por lo visto, también adentro le reclamaron su demora, porque sale de allí caminando en dirección a la entrada del consultorio y le escucho balbucear: Mirá si YO no voy a llevar a mi hija a la colonia para venir acá antes. Qué difícil es la convivencia y mantener ciertas relaciones ¿no?. En fin, leo un poco más e instantes después tengo delante de mí a la doctora T. acompañado de F. F. Ella le explica a grandes rasgos lo que hay que hacer hablando y gesticulando con sus brazos. En eso una delicada mano abre el cuello de mi camisa a un lado poniendo al descubierto el vendaje en mi cuello y
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parte de la sonda de alimentación con su tapón. Permiso, Gabriel- le escucho decir a la doctora. Yo no le respondí ni con un sí ni con un no, pero igual la doctora T. desprende el vendaje y muestra a F. F. la abertura en mi cuello y le explica que el endoscopio había que insertarlo por ahí para ver el estado de mi esófago en toda su longitud. A todo esto F. F. asentía y respondía todo que sí. Bueno... Todos volvemos al interior de la sala. El médico (identificado más tarde como W. Jefe de Endoscopia), se acerca a los monitores y toma un teclado ubicado debajo de los mismos. Teclea algo y luego: ¿Nombre del paciente? Bond, James Bond. (mentira, no dije eso). Gabriel- respondo. ¿Apellido? Melchior ¿Número de H.C.? 21 millones... ¿Edad? 34. Al escuchar esto último, la doctora T. exclama sorprendida: ¿34?. Yo pensé que tenías menos edad. Todos en el piso te decían el chico, el chico... La ventaja de vivir tranquilo y dormir bien- le respondo con seriedad. Esto me hace acordar a un médico joven muy capaz que a veces en la guardia hace lo imposible por salvar vidas. Cuando todos consideran el caso perdido, él insiste hasta resolver el caso- comenta la doctora con admiración. Yo, fiel a mis principios, le respondo: Que se la banque. Está para eso. – le dije con dureza. Luego me fijo en su collar de 50 centavos. ¿No puede colgarse en el cuello algo mejor?. Si me cuelgo otra cosa me la afanan- me dice la doctora. Quedé sorprendido al enterarme que la palabra “afanar” está en el léxico de mi doctora. Aprovecho para hacerle recuerdo de su “amable” decisión. Supongo que para el día de mi cumpleaños voy a estar operado- le digo. ¿Cuándo es tu cumpleaños?. El 5 de Marzo. ¿En serio?. Yo también cumplo años el 5 de Marzo. ¿EH?. ¿Usted cumple años el mismo día que yo?. Mirá vos. Sí. Vuelvo a subir a la camilla y a colocarme las fundas en mis zapatos. Como esta vez va en serio, dejo mi Teléfono Celular Motorola Tango 300, mi libro, mis anteojos y mi agenda azul sobre un estante al lado de la camilla, además de quitarme la camisa. La enfermera se aproxima y otra vez coloca anestésico en mi lengua. Esta vez me dicen que me acueste. Obedezco y una vez hecho esto, me piden que ladee mi cuerpo para que todo el frente del mismo apunte hacia ellos.
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La doctora T. se aproxima hacia mí. Volviendo al tema... ¿Cuántos años cumple?. ¿36? Ella sonríe ante el cumplido. 42. Pero no se lo digas a nadie- me responde con una sonrisa. ¿42?. A juzgar por su apariencia, por lo visto el trabajo de los médicos de los hospitales públicos acelera su envejecimiento... pero aún así sigue siendo muy hermosa. En el ambiente, creo escuchar la Sinfonía No. 2 en Do Mayor, de Brahms. Todo listo. Me colocan un soporte dentro de mi boca con un hoyo en el centro, a través del cual se introduce el endoscopio. Eso impide que mi boca se cierre estando el aparato dentro. La enfermera se acerca a mí con apósitos en sus manos y F. F. me introduce el endoscopio lentamente. Escucho ruidos y líquido en movimiento dentro de mi boca. El aparato continúa avanzando hasta llegar al comienzo de mi esófago. Mientras, la doctora T. y F. F. ven todo a través de los monitores. Al llegar a mi garganta, mi cuerpo reacciona naturalmente ante aquel objeto extraño y comienzo a toser repetidamente. Como el endoscopio sigue avanzando, la tos se convierte en arcadas y sensación de náuseas. Ése el motivo por el cual, para hacerse un estudio de endoscopia siempre recomiendan al paciente que vaya el día del estudio en ayunas. Si yo me hubiera alimentado por la mañana, con seguridad mi desayuno hubiera salido hacia fuera en forma de vómito en esos momentos. Pero ya la doctora T. me había avisado sobre asistir en ayunas, así que lo único que salía por mi boca era saliva en cantidad y nada más. Mientras introduce el endoscopio, a F. F. le llama la atención el diámetro reducido de mi esófago. Al no haberlo usado para comer desde hacía meses, el mismo se redujo en anchura al de un bebé, fenómeno que se conoce como anastomosis. Por allí sólo podían pasar líquidos. Introducir cualquier sólido, por blando que sea, era para mí un suicidio ya que quedaba atrapado en la garganta. Se lo comenta a la doctora T. Y claro, ¿sabés hace cuánto que no come?. Como mi esófago estaba cortado en dos, el endoscopio llega hasta el final de la primera mitad de mi tubo digestivo, alcanzando una barrera infranqueable. No puedo avanzar más. – Avisa F. F. Bueno, metamos el endoscopio por la abertura- ordena la doctora. F. F. quita el endoscopio de mi boca. No bien sale la enfermera me quita el soporte de mi boca y me acerca un apósito. Escupí todo, para eso está- me dice. Obedezco y expulso toda la saliva y un poco de flema en el apósito. La enfermera cierra el apósito y lo tira a la basura y me da otro para que me limpie la boca. Fin de la primera parte (la más fácil). Ahora viene el plato fuerte. La doctora T. quita la sonda de mi cuello por completo. F. F. intenta introducir el endoscopio por la abertura. No entra. No lo puedo meter- se queja F.F. Bueno, pará- le responde la doctora. Surge en su mano una jeringa, y de su otra mano, una ampolleta. Toma una aguja y la coloca en la jeringa, para a continuación romper la parte superior de la ampolleta e introducir el extremo de la jeringa y absorber su contenido. Me pide que voltee la mirada hacia la pared. Otra vez escucho el maldito
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comentario: ¿Sabés lo que me costaste en el quirófano?. ¿Lo que me costó limpiar la infección?. ¿Tres horas parada luchando, limpiando carne azul?. Dios mío... Siento un dolor punzante. La doctora T. pincha mi cuello e inyecta aquel líquido de la ampolleta. Anestesia. Casi al instante no siento nada en el área del hoyo en mi cuello. La doctora toma una hoja de bisturí y corta el agujero para hacerlo más grande. Luego, coloca un apósito en el área y ésta rápidamente queda empapada de sangre. Mi sangre. Giro la cabeza y miro aquel apósito color rojo intenso. No mires- me indica la doctora. Tomo mi frasquito verde y hago ademán de escupir, pero la doctora T. detecta la maniobra. No escupas. Yo tengo apósito acá, Vos tragá saliva que yo la limpio. ¿Iba a escupir?. Ah, sí, yo vi que hacía eso- agrega la enfermera, refiriéndose a lo que vio no bien entré al consultorio. Ni modo. Trago la saliva y sale por el agujero. La doctora limpia mi cuello el líquido con apósitos no bien lo ve salir. F. F. introduce el endoscopio por el hoyo agrandado de mi cuello y esta vez sí entra. Comienza la penetración. Escucho en el ambiente Obertura 1812, de Tchaikovski. Mientras el compositor ruso describe a través de la melodía musical la retirada de Napoleón de Rusia, yo sufro la invasión de un endoscopio por la segunda mitad de mi esófago hasta mi estómago. Una vez que llegan allí, siento que algo serpentea en su interior. Tanto la doctora T. como F. F. querían ver las paredes de mi órgano digestivo, encontrando pequeñas lesiones producidas por el extremo de la sonda de alimentación. Afortunadamente, eran leves. Por lo demás, el conducto digestivo estaba en buen estado. No podía ser de otra manera, no lo usaba desde hacía meses. La pesadilla llega a su fin. F.F. quita el endoscopio de mi cuerpo y lo limpia cuidadosamente antes de colocarlo en su sitio. Yo aún sigo acostado y la doctora T. limpiando toda la saliva que sale por mi abertura. F.F. se acerca a continuación al escritorio junto con su colega y toma asiento. Aprovecha para hacer un comentario irónico: Dolió mucho ¿no?. Ya me introdujeron un tubo de drenaje casi sin anestesia, con eso le digo todo- le respondí. La doctora T. no puede evitar meterse en la charla dejándose llevar por sus instintos femeninos. ¿Cómo que te metieron un tubo de drenaje sin anestesia? Un par de residentes amigos suyos- contesté mientras me incorporaba. Me vuelvo a colocar la camisa, a la vez que observo a la doctora T. mirar hacia ambos especialistas y conversar sobre mi caso y elaborar el informe. La enfermera había desaparecido. F. F. coloca sobre el escritorio un talonario de hojas tamaño A4 con el membrete del Hospital y del Servicio de Gastroenterología Todas las hojas tienen debajo otra que es usada como copia, para lo cual se escribe usando
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papel carbónico entre ambas. Toma una lapicera y anota según lo que la doctora T. le dice, algo que me deja algo sorprendido. Intercambian opiniones en lenguaje médico que yo no entiendo, pero es la doctora la que decide sobre lo que debe aparecer en el informe. Mientras F. F. finalizaba el informe, bajo de la camilla y me coloco al lado de la doctora T. e intercambio opiniones con ella sobre los medievales instrumentos para endoscopia que se usaban antes de la era digital y que ahora estaban exhibidos en lo alto de la pared. En eso, me fijo en su panza, algo protuberante y que distorsionaba su figura. ¿Estaba embarazada?. Si era así, por lo visto tenía un marido entusiasta de las maniobras en la horizontal. No lo culpo. ¿Está esperando?- le susurro. La doctora mira hacia su panza y la toca con ambas manos. Sonríe. No, es panza, no estoy esperando. Hoy por hoy, poseo una fotocopia de aquel reporte de endoscopia del 13 de Enero de 2005, pero F. F. escribe peor que la doctora T. con lo cual el 80% de lo que dice el mismo es ilegible. Como soy orgulloso y no acostumbro pedir ayuda, no quise solicitar a algún farmacéutico, experto en descifrar jeroglíficos de galenos lo que dice aquel informe, con lo cual preferí dejar su contenido en el misterio. En él está la clave si en aquel momento estaba efectivamente apto para ser operado contra la decisión de la doctora T. de patearme mi intervención quirúrgica para Marzo. Sin embargo, los estudios prequirúrgicos que me haría a continuación apuntaron a que estaba en buen estado de salud, y es casi seguro que el estudio de endoscopia también opinaba lo mismo. La doctora T. quería irse de vacaciones, nomás. Lo demás (y los demás) no importaban. Me despedí efusivamente de los especialistas de endoscopia, tomo mis cosas y salgo de allí siguiendo a la doctora T. por el pasillo hacia la salida. En eso, giro mi cabeza hacia la izquierda y veo al omnipresente Brian Dehneny hablando con alguien. Le pregunto a la doctora T. quién diablos es. Es un proctólogo muy capaz- me responde la doctora sin aminorar el paso. Ah. La proctología (especialidad médica que se refiere a revisación de traseros), es algo, digamos, fascinante, sobre todo si los culos a revisar son jóvenes y femeninos, o si el proctólogo es mujer, los traseros a manipular fuesen masculinos, firmes, pequeños y duros. Ser médico puede ser divertido, después de todo, como la fascinación casi fetichista de la doctora T. de operar cuellos, aunque estoy seguro que si el cogote a operar fuera de algún familiar suyo y de ella dependiera que salga con bien, su fascinación se desinflaría a partir de entonces como un globo. Caminamos hacia los ascensores. Aún había trabajo que hacer. Antes que nada no tenía la sonda que funcionaba como cordón umbilical y que me mantenía con vida, así que debíamos subir al piso de terapia intermedia y que la doctora T. me coloque una sonda nueva. En el camino me pregunta cuándo cae el 5 de Marzo. Yo le contesto que sábado, noticia que la doctora rubia lamenta debido a que ese día estaría de guardia. Y bueno, que espere un año más así coincide la fecha con su día de descanso y listo. Una vez allí, me coloca la sonda Foley o Pezzer de pico verde,
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extraordinariamente ancha y larga. Con una hoja de bisturí ella hábilmente corta lo sobrante (la que la misma originalmente sobresalía por fuera hasta llegarme al ombligo, demasiado larga), para finalmente colocarme otro vendaje y que cubra la abertura en mi cuello. De paso le pregunto cuánto agrandó mi hoyo en endoscopia. No corté mucho- me responde. En mi casa, cuando mi madre me hizo la curación de aquel día confirmaría ese dato. Luego, bajamos nuevamente, esta vez por la escaleras. En el camino, la doctora se cruza con gente que la saluda y le muestra papeles y hacen que se detenga a cada momento. A mi no me queda otra que tolerar esto con resignación, mientras de mi mente llega el soundtrack de la película Ha llegado el águila de Lalo Schifrin, basada en la novela de Jack Higgins . Muy adecuado para el momento. Volvemos al piso de endoscopia pero pasamos delante del mismo y llegamos a Rayos X. La doctora hace la orden en un papel usado y cortado a mano de hacerme una placa de abdomen delante de la ventanilla de rayos. En eso, veo sus manos y sus gruesos dedos con talco de los guantes de látex que usó en endoscopia. Como consecuencia de su oficio, ella no puede tener hábitos femeninos como pintarse las uñas, ya que el esmalte es muy contaminante a la hora de operar. Tampoco podía llevar el anillo de prisionera (de casada), ya que el mismo podía engancharse en alguna tripa, por ejemplo, con funestas consecuencias. Pero me sorprendían sus gruesos dedos. Esperaba de una cirujana manos femeninas más delicadas, suaves, y éstas parecían de lavandera. A pesar que la ausencia del anillo despertaba ciertas esperanzas para gente como uno, nunca más volví a ver sus manos. Era lo único de su cuerpo que no me gustaba. Gracias a la doctora entramos rápidamente y me hacen otra placa con rayos Roentgen para ver si el extremo de la sonda estaba efectivamente dentro de mi estómago. Tanto la doctora T. como yo vemos después la placa a contraluz y todo está en orden. Ya que estamos allí, la doctora T. busca a una tal Vanina que al parecer es su contacto para que me haga el estudio de seriada gastroduodenal. En ese momento no sabía qué era eso y para colmo la doctora mencionaba el estudio como “la seriada”. Tampoco me dijo que necesitaba conseguir Triyosom G. I. Para el mismo. El mes de Enero transcurre no sin altibajos. Mi madre me mencionó el mes anterior que debía obtener algún subsidio del gobierno por mi convalecencia, ya que el maldito Augusto y su tío siempre se negaron descaradamente a eso. Para eso necesitaba un certificado médico, Así que tuve que ir por esos días a buscar a la doctora T. para que lo haga y de paso, ver la posibilidad de sacar una copia de mi Historia Clínica. Por lo segundo no se comprometía demasiado, pero por lo primero decide acercarse a la ventanilla de recepción de internaciones y carpetas de H.C. que atiende una mujer madura y algo gordita, cabello rubio oscuro y a pesar de usar anteojos aún conservaba mucho atractivo. La doctora T. se inclina hacia la ventanilla Necesito que me hagas un resumen de Historia Clínica, para una
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subvención- ordena. Se dice subsidio, pedazo de... Pero al mismo tiempo contemplaba a la doctora. Inclinada como estaba, con su guardapolvo desbotonado como siempre, y debajo de éste un vestido de una pieza con un escote discreto y festoneado de colores en franjas angulares que la cubría hasta sus rodillas, así que podía ver el resto de sus piernas. Eran bastante gruesas por cierto, consecuencia quizá de pasar largas horas de pie en un quirófano y caminar muy poco. En mi opinión, como no puede operar sentada y su trabajo le obliga a caminar sólo por los pasillos del hospital, su única opción para volver a tener unas bellas piernas es caminar... y mucho. El ejercicio con aparatos puede ser extenuante después de una agotadora jornada. Hay ocasiones en que se debe dejar el auto en casa y sacrificar un poco de exhibición de status y viajar más en transporte público y caminar más. Eso si es que la doctora lo desea, claro está. Esto es sólo una opinión mía, es todo. Quedamos en vernos la siguiente semana. En realidad yo debía encargarme de obtener de ellos el certificado médico y el resumen de historia clínica y la doctora T. debía suministrarme las órdenes para los estudios prequirúrgicos. Así que tenía actividad por delante. Lo primero que obtuve días después fue el resumen de mi historia clínica. Al encontrar aquel día a la doctora T. en el pasillo del piso de siempre ésta a su vez le encarga a Paula fea que confeccione el resumen de mi H.C. y Paula a su vez me pregunta las fechas de entrada y salida del hospital. Se las doy y ella va hacia la sala de residentes y al rato vuelve con una simple hoja de papel con el resumen anotado en su puño y letra. En mis manos tenía por primera vez información (aunque breve) de mi tratamiento en aquellos difíciles días de Septiembre y Octubre de 2004. Lo leo. En aquel entonces no entendía nada, pero con el tiempo pude descifrar su contenido. Resumen de Historia Clínica Paciente: Melchior Gabriel Fecha de Ingreso: 22/09/04 Fecha de Egreso: 4/11/04 (en realidad salí del hospital el 26/10/04 no entiendo porqué puso esa fecha) Cirugía: laparotomía exploradora x haf (¡?). APBA (¡?) bilateral y cervicotomía + sutura faringe Respiración: lesión esofágica. Se realizó (ilegible) de (ilegible). Se (ilegible) en plan de reconstrucción. Paula fea lo firma así nomás sin sello y sólo con su Nro. de matrícula de médica. Pocos minutos después me cruzo en el piso con Marcelo y le pido que al papel le coloque su sello y firma. Así queda. Vayamos por partes: Laparotomía exploratoria: del griego littré, incisión de flanco, y ashurts partes blandas debajo de las costillas, laparotomía exploradora es la incisión de las paredes del abdomen con el fin de lograr un estado de situación. Los
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anglosajones le llaman también laparotomía diagnóstica. Es una práctica quirúrgica que se practica casi sin cambios desde mediados del siglo XIX. En mi caso estoy seguro que esa práctica se llevó a cabo para observar y detectar el daño causado por el proyectil impactado contra mi abdomen. Cervicotomía: A grandes rasgos, incisión y operación en el área del cuello. Por lo general se practica para extirpar ganglios o tumores, pero en mi caso fue para reparar el daño causado por la bala que impactó allí y dañó mi esófago y/o faringe. Aún trato de averiguar qué diablos es haf y APBA. Maldita jerga médica. Además, faltaba el tipo de operación practicada en mi pulmón, pero más o menos se iba armando el rompecabezas de mi caso. Luego, le pediría a la doctora T. que me confeccionara un certificado médico cuyo tenor al final tuve que hacerlo yo. En aquella oportunidad le entregué un manuscrito y ella, sorprendentemente, lo transcribió en la sala de cirujanos a otra hoja de papel con sellos del hospital de Lanús palabra por palabra de su puño y letra, mientras yo esperaba en el lugar de siempre mientras leía La muerte en el arrozal, del periodista alemán Peter Scholl-Latour sobre sus experiencias en Vietnam desde la Guerra de Indochina, pasando con el conflicto con los estadounidenses, la reunificación del país y la guerra con China. Siempre iba equipado para esperar. La doctora T. me había dicho que ella quería supervisar personalmente el estudio de seriada gastroduodenal así que quedamos en vernos un viernes a eso de las 10:00 AM. Ni remotamente me imaginé en aquel entonces que aquel estudio sería mi peor pesadilla que se sumaban a las ya existentes. Llega el viernes y a las diez de la mañana estaba puntualmente en el piso. Pregunto por ella y como de costumbre nadie sabe dónde está. Espero hasta el mediodía y finalmente le entrego un pequeño papel cuadrado a Marcelo con una nota: Doctora: La esperé desde las 10:00 hasta las 12:00 ¡Y Usted no apareció! Favor llamarme a los Nros. de Tel. ...................... para ver qué hacemos Gabriel. (Después inteligencia me comunicaría que aquel día estuvo ocupada operando el estómago de algún fulano. ¿Porqué no pudo prever la doctora aquello y así no haberme hecho estar allí en vano?). Lo más tragicómico de todo es que aquellas operaciones se programan con días de anticipación. Y me fui del hospital a atender otros asuntos. Yo sabía que no me llamaría así que al día siguiente sábado tuve que llamar varias veces al hospital y por extensión a la guardia para ubicarla. Finalmente alguien no identificado habla de parte de ella solicitándome que pase por el hospital a la 10:00 del siguiente lunes. El lunes siguiente estaba allí puntualmente pese a los nubarrones y la amenaza de lluvia. Ella aparece a las 10:30 con cara de pocos amigos y un pequeño apósito adhesivo cruzando parte de su ceja derecha. La saludo mirando aquella pequeña herida. ¿Qué le pasó? ¿¡Respecto a qué!? – me contesta con brusquedad la doctora T. Si le contestaba aludiendo al plantón del viernes anterior estaba seguro que me
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comía crudo, así que decidí irme por la tangente. Su herida en la ceja. Me caí. ¿Se cayó, o se golpeó contra algo... o alguien?. De todas maneras no era de mi incumbencia. Te voy a dar las órdenes para que te hagas los estudios prequirúrgicos. Esperá acá. Obedezco mientras sigo con la lectura de mi libro sobre Vietnam. Ella se dirige hacia la sala de cirujanos. Definitivamente aquel día la doctora no estaba de buen humor y en parte estaba seguro que era consecuencia de haber recibido la nota de manos de Marcelo. Ay, doctora. Al rato sale de la sala de cirujanos con los clásicos papeles rectangulares usados y cortados a mano y cuyas carillas en blanco tenían en la parte superior el sello “CIRUGÍA”. Se coloca a mi lado y con un bolígrafo barato escribe las órdenes. Aprovecho para indagar algo del viernes anterior. Estuvo operando el viernes hasta las 2 de la tarde ¿no?. Estuve operando, como es mi función- me contesta la doctora siempre en mal tono y sin despegar los ojos de lo que hacía. Mejor no indago más. Por lo visto yo tenía que verme obligado a entender su bronca por lo sucedido y a mí que me parta un rayo. Finalmente termina las notas, les coloca su sello y firma y me las entrega. Las leo a ver qué estudios quiere que me haga. Electrocardiograma Radiografía de Tórax de frente Riesgo quirúrgico (¿riesgo quirúrgico?) Seriada gastroduodenal Análisis de laboratorio con muestras de sangre y orina Me voy de allí y por ascensor llego al nivel de las ventanillas para solicitar turno. Al llegar me encuentro con una fila larga de gente. Demasiadas personas para mi gusto, así que voy por las escaleras hacia Rayos X y me acerco a su ventanilla a solicitar turno. Me lo dan para mediados de febrero. Por las escaleras bajo otra vez y cerca de la salida ubico al laboratorio para pedir turno... pero está cerrado. Vuelvo a las ventanillas a pedir turno, saco número y espero. Cuando por fin alcanzo a ver de cerca a uno de los asistentes jetones a través del vidrio con ranura semicircular en su base me encuentro con una sorpresa desagradable. Busca mis datos en una vieja computadora. Su número de documento es 21 millones.... Sí. No entiendo. Acá en la computadora aparece que su número de D.N.I. con 3 como último dígito. Mi último dígito es 8 – le respondí. El operador profundiza mis datos en la computadora. Ingresado el 23/09/04, laparoscopia, cervicotomía... ¿Usted es Melchior Gabriel?. Sí. Está con el último dígito de su DNI. cambiado. Acá está con un 3 y en realidad es un 8. Eso es grave. Puede haber un juicio por esto. Oh, no... Lo último que me faltaba. ¿Cómo arreglo esto?- le pregunto.
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Vaya a internación y hable con Juan. Y dígale que le arregle esto. Esperé e hice la cola como todos, y en vano. Ahora me encuentro con esta insólita situación. Obviamente no pude sacar turno para ningún estudio debido a que debía arreglar esto primero. Algún imbécil malnacido y que vive en una nube de pedo equivocó un dígito en mi Nro. de H.C. y ahora debía arreglar eso o si no todos mis estudios quedarían detenidos. Maldita sea. Siguiendo indicaciones del asistente en la ventanilla camino por el pasillo de aquel piso hasta llegar a toparme con un enorme cartel que dice INTERNACION. Entro allí y me encuentro con un mostrador de madera colocado de costado a su entrada. Sobre la misma había una bandeja con el rótulo “fallecidos”, con una respetable pila de legajos de gente que ya no estaba en el mundo. No podía negar que un frío glacial corrió por mi columna vertebral. También habían dos grandes cuadernos de registros que no alcancé a identificar. Era una gigantesca habitación de techo alto dividida en compartimientos con mamparas de madera y ventanales con vidrio catedral que no permitían ver a través. Al fondo y frente a mí había una puerta de madera de la cual sale una asistente que me pregunta a quién buscaba. Busco a Juan. ¿Sobre qué asunto? Tengo un problema con mi número de H.C. y me dijeron que tengo que hablar con él. Espere.- me indica y entra a la puerta frente a mí. Al rato la asistente sale de allí y me indica que pase y entro a una oficina pequeña y con algo de desorden. Me acerco a un escritorio metálico repleto de papeles y carpetas y detrás del mismo sentado a un hombre relativamente joven, quizás de mi edad, piel morena, algo obeso, poco pelo negro en su cabeza casi esférica, ojos redondos y gafas pequeñas de marco metálico de color negro. La Oficina también tenía unas grandes ventanas que dejaban pasar ampliamente la luz de un sol que comenzaba a asomarse de las nubes. Le explico la situación. Llamame la próxima semana que te lo arreglo –me dice mientras anota en un papel su Nro. de teléfono del hospital. Y me lo entrega. ¿Me podés arreglar eso en la computadora para empezar?- le sugiero. Sí, vos llamame- me insiste. Juan tenía toda la apariencia de un burócrata, así que sabía de entrada que debía patearle muchas veces el trasero para lograr que corrija mi número de H. C. tanto en la computadora como en la carpeta misma. Y no me equivoqué. Arreglar un sencillo cambio de Número de H.C. me llevaría un mes en el que tuve que hacer muchas llamadas y visitas personales a la oficina de Internación. Así que decidí enviarle una carta a la directora del hospital. La escribí en mi PC explicando mi situación, y una vez impresa, la llevo la siguiente semana de Enero al hospital, aprovechando una nueva cita en nutrición para deslizarle el sobre con la nota debajo de la puerta de su despacho. Lo que ocurrió a continuación fue muy interesante. Según inteligencia, la directora ordena que mi H. C. vaya al departamento de Legales, y me abren una carpeta nueva... con el último dígito de mi H. C. también equivocado. Ahora mi Historia Clínica estaba dividida en dos tomos: Uno del 2004 y otro
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nuevo del 2005, y así se mantendría por el resto del aquel año. Voy a nutrición aquel 21 de Enero a ver por última vez a la atractiva, pecosa y rubia nutricionista croata. Como siempre me pregunta si sufro algún colateral por la alimentación y le digo que no. Pasó a pesarme y la balanza indica 61 kilos, y ese peso corporal se mantendría hasta volver a internarme en Marzo. No había visto a la nutricionista durante las dos primeras semanas de Enero debido a que estaba de vacaciones, o algo por el estilo. Como última orden, me pasa a su colega que trabaja en su mismo consultorio para que ésta me haga una orden de análisis de laboratorio con muestra de orina, y una ecografía. ¿Tenés Obra Social?- me pregunta. Si tuviera Obra Social no estaría acá- le respondo con seriedad. No nos quiere- agrega la croata desde su escritorio. ¡Si supiera!. Al salir de nutrición y mientras camino en dirección al exterior veo venir hacia mí a la doctora T. Ella me mira con seriedad y no me saluda y yo adopto la misma postura sin detenerme. Si en ese momento le hubiera dicho algo bajo mi statu quo personal, con seguridad sería la frase de Bart Simpson: ¡Que se coma mis calzoncillos y se tire a un pozo!. La siguiente semana buscaría a la doctora T. para su supervisión de la seriada gastroduodenal. Ella le pasa la pelota a Paula fea para que se haga cargo. Parece que la graciosa galena delegaba todo a la misma persona según las necesidades. ¿Favoritismo?. Puede ser. Un día de aquellos veo que ambas se encuentran y se abrazan efusivamente como viejas amigas de muchos años, aunque inteligencia nunca me dijo nada en ese sentido. Sigo a Paula fea quien tiene una mirada aburrida. Por alguna extraña razón incomprensible, bajamos por la escalera hacia el piso inmediato inferior de terapia ligera y entramos al pasillo de las habitaciones de internados por la puerta doble. Yo me quedo allí parado como un autista mientras escupía en mi frasquito la saliva porque supuse que ella haría algo allí y volvería. Volvió. ¿Qué hacés ahí?. Seguime. Pensé que entrabas y salías- le respondí. No, vos seguime- insiste ella en tono de reproche. La sigo. Llegamos a los ascensores de uno de los extremos del pasillo y descendemos hasta el piso correspondiente. Caminamos por el pasillo hasta Rayos X a encontrarnos con Vanina. ¿Trajiste contraste?- me pregunta Paula fea. Quedé perplejo. No, la doctora T. no me dijo que había que traer contraste- respondí sin salir de mi asombro. Qué mal te veo- agrega Paula, refiriéndose a un elemento vital faltante para el estudio. Mientras espero sentado en una banca, Paula a continuación se encuentra con Vanina y le pregunta si hay contraste para un estudio. Ella le contesta que hay muy poco, insuficiente para hacerme el estudio. (Siempre tenían poco contraste sin importar la fecha o la época del año). Esta era la segunda vez que intentaba hacerme el estudio, y había fracasado, sobre todo porque la doctora T. no se tomó la molestia de avisarme que debía traer contraste para hacerme el estudio. Fue así cómo descubría en qué consistía la seriada gastroduodenal.
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Realmente no estaba de buen humor mientras me aproximaba a ambas mujeres que se encontraban en un punto equidistante entre la ventanilla de recepción y la entrada a las salas de rayos X. Vanina me miraba con una sonrisa condescendiente mientras Paula fea me recomendaba que comprara contraste. El mismo se compraba en las farmacias mediante una receta, pero Paula anota la marca Triyosom G.I. al dorso de un pedazo de papel... y con eso debía arreglarme. No me quedó más remedio que llamar a mi amigo José y pedirle que se contactara con su hija médica para que me confeccionara una receta para comprar el Triyosom y debido a la reducción de los aportes de Augusto, también que me prestara dinero para comprarlo. Afortunadamente José de buena gana no solo me suministró la receta sino que compró usando su propia Obra Social el Triyosom, así lo adquiría con un importante descuento. El 26 de Enero, me hago la ecografía junto con Vanina que no sabía qué diablos hacía allí, en un consultorio casi idéntico, pero más amplio al que me habían hecho un estudio similar en Octubre de 2004 y estaba en el mismo piso y a un par de metros de distancia. Al mismo tiempo, obtenía los resultados de laboratorio y con ellos me fui a Nutrición. Cuando llegué, me avisaban que la nutricionista croata no estaba por licencia o algo parecido, así que me derivan con un médico de apellido P. que no tenía la menor idea sobre mi caso, así que revisa mis estudios de laboratorio y mi ecografía. Los resultados mostraban que estaba todo bien, salvo que mi hígado requería un poco de atención. Yo tenía la explicación para eso: consumía (y aún consumo), un promedio de 220 litros de Coca Cola al año en botellas de 600 c.c c/u además de esporádicos consumos de tazas de café, sobre todo en los eventos informáticos, así que eso afectó un poco mi hígado y eso quedó reflejado en los estudios. Lamentablemente, ese detalle lo dejé en segundo plano debido a que lo prioritario en aquel entonces era mi cuello. Después vería el hígado para más adelante. Con esto culminaba mi capítulo con la gente de Nurtrición. Por último, por vía telefónica, pediría turno al hospital para los estudios restantes (dándoles el Nro. de mi DNI con el último dígito errado para ganar tiempo) y el mismo día del frustrado estudio con Paula fea obtendría los turnos de análisis de laboratorio solicitado tanto por la doctora T. como nutrición. Así terminaba Enero de 2005, gracias a Dios. Febrero sería para mí un mes de intensa actividad en todos los ámbitos. La primera semana arrancamos mal. Decidí aparecer días antes de que la doctora T. se fuese de vacaciones para intentar, una vez más, hacerme la seriada gastroduodenal, y esta vez llevaba un frasco de Triyosom G.I. Ya había intentado pasar por rayos X a hablar con Vanina y ella, de mal talante me pide que para hacer el estudio necesito un cirujano sí o sí, así que no me queda otra alternativa que subir al piso del Cuartel General de los cirujanos y residentes cirujanos a pedir la asistencia de uno de ellos. Lo que ocurrió a continuación y por espacio de varias horas mientras estaba parado como un verdadero estúpido esperando la asistencia de alguien para hacerme el estudio fue algo sacado de una película muda con la banda sonora de la película The Sting (El Golpe) y todo. Por ende, voy a tratar de recrearlo de esa manera, con cuadros
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de imágenes descriptivas y cuadros de diálogo, igual que en una película muda en blanco y negro. Cuadro: Estoy parado en el lugar de siempre estando en el piso en el cual estuve internado durante un mes. La actividad sigue siendo la misma, con enfermeras moviéndose de aquí para allá por el pasillo, familiares y amigos visitando pacientes. Pregunto a la gente que me conoce dónde está la doctora T. y si la habían visto por allí. La respuesta es la misma de siempre. No sé para qué pierdo tiempo preguntando. Finalmente aparece la doctora T. e ingresa al habitáculo de recepción de H.C. Nos saludamos. Diálogo: Yo: Vengo a hacerme la seriada. Doctora T: Ah, ¿venís a hacerte la seriada?. Qué bien. Yo: Sí. Cuadro: Luego de hablar brevemente con la mujer que trabaja en recepción , sale de allí y camina lentamente hacia la sala de cirujanos... y no vuelve a salir de allí. Poco después, se colocan cerca de mí un villero en silla de ruedas acompañado de su amigo que se encargó de empujar el vehículo con su contenido hasta allí. Esperan mientras conversan de temas inconsistentes y en eso, aparece Blofeld que parece conocerlos y el de la silla de ruedas le alcanza una placa de rayos X que el médico de testa pulida mira con interés a contraluz. Luego, Blofeld se dirige hacia la sala de cirujanos y los villeros se internan por uno de los lados del pasillo. Luego, se cruza en mi camino Mariana, proveniente de la sala de los residentes: Diálogo: Yo: Necesito que alguien me acompañe para hacerme la seriada Mariana: Bueno, esperá. Cuadro: Se va mientras sigo esperando. Poco después pasa por allí il capo de los cirujanos, el doctor L. que me contempla fugazmente con indiferencia y se interna en la sala de cirujanos. Pasa cerca de mí Paula fea. Diálogo: Yo: Necesito que alguien me acompañe para hacerme la seriada. Paula fea: Esperá a ver si alguien está o voy yo. Cuadro: Mientras contemplo a la atractiva y esbelta mujer madura de cabello castaño corto que hace de guardia de seguridad caminando un poco de aquí para allá, (después me enteraría que era casada, lástima), vuelve Mariana a cruzarse en mi camino. Me acerco a ella con la intención de definir mi situación. Diálogo: Yo: ¿Y? ¿Me podés acompañar?. Mariana: Eh..... Lo que pasa es que la mitad de nosotros está de vacaciones y....
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Cuadro: Luego de escuchar los balbuceos de Mariana, la descarto. Me queda Paula que cruza velozmente el pasillo para salir del piso en busca de las escaleras o los ascensores. Diálogo: Yo: ¿Y? ¿Me podés... Paula fea: No te puedo atender ahora porque....! Cuadro: Paula fea sale de allí y ya no la vuelvo a ver (maldita gorda pelotuda). Al rato, aparece la doctora V. y se coloca a mi lado y me mira curiosa (¿qué quiere de mí?). Diálogo: Doctora V: ¿Buscás a alguien?. Yo: Busco a cualquier cirujano (la doctora V. es cirujana). Cuadro: la doctora V. se encoge de hombros como que conmigo no es la cosa y se va. Maravilloso. Cuadro: Es inútil. No hay caso. Por lo menos esto confirma lo que pienso de las mujeres. Me voy. Diálogo: Yo: @,*$&?*! Cuadro: Salgo al exterior y me dejo bañar por el sol veraniego, camino lentamente a mi casa a cumplir con mi dieta alimenticia de aquel día. Diálogo: Yo: @,*$&?*! Existe un viejo chiste que circula en Internet que dice que no es ningún secreto de que los médicos tienen un instinto de superioridad que los hace creerse dioses. Pero lo que los cirujanos creen, es que Dios tiene el complejo de creerse médico. Malditos galenos arrogantes. Lo más interesante de todo es que yo no fui el único en percibir esto. Casi todo el personal no médico que debía convivir con ellos en el hospital tenían el mismo concepto que yo. Inteligencia de manera unánime pensaba que los médicos adolecían de una excesiva y molesta altanería. Yo prefiero hacer una comparación entre los médicos y otra gente que también salvan vidas en este mundo y su nivel de sentido común y don de gentes. Obviamente que los médicos son los más engreídos, pero el caso es que los bomberos salvan vidas, y no andan creyéndose divinos. Lo mismo para los policías que cada día y con el auge de la inseguridad deben arriesgar sus vidas por sus semejantes. Incluso los militares en tiempos de guerra deben salvar vidas de su propio pueblo defendiendo la Nación. Y en un enfoque más cercano, están los Médicos Sin Fronteras y los de la Cruz Roja que deben trabajar en malas condiciones en medio de conflictos armados, literalmente dando sus vidas por salvar la de otros, sin distinguir raza, religión o bando. Y a diferencia de estos médicos de hospitales del cafecito a la mañana y el viaje al nosocomio en su auto último modelo, que de vez en cuando reciben alabanzas de pacientes con cartas pegadas en la entrada del hospital y
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empiezan con un “ Gracias al doctor fulanito por...”, sus colegas que trabajan en guerras y epidemias a veces no tienen elementos básicos para salvar a sus semejantes e incluso pierden la vida en algún rincón olvidado del mundo, sin tener a veces ni siquiera una tumba digna, ni mucho menos una carta de agradecimiento. Doy gracias a Dios de tener el conocimiento necesario para poder tener una vara con la cual medir a estos graciosos galenos. Y viendo las cosas en retrospectiva, francamente los hombres y mujeres cirujanos del hospital de Lanús no tienen excusa. Gracias a que estaba en un lugar privilegiado, yo no los veía corriendo de aquí para allá frenéticamente salvando gente y por eso no tuvieron tiempo de asistirme. ¿Llenando informes de casos de pacientes?. A ver: Todos los cirujanos y residentes estaban llenando montañas de reportes mientras yo esperaba, ¿al mismo tiempo?. Creo que la única explicación posible es que el café que servían allí aquel día habrá sido muy bueno y las masitas obsequiadas por pacientes agradecidos por demás apetitosas y suculentas... mientras yo trababa de resolver mi situación para volver a comer y beber como un ser humano normal. Finalmente, decidí cambiar de táctica: Fui hacia la ventanilla de Rayos X a pedir turno para la seriada gastroduodenal descartando a Vanina. Al diablo con ella. Me dieron turno para la tercera semana de febrero. Con eso, ya tenía fecha para todos los estudios y ahora simplemente debía anotar en agenda e ir a realizarme un estudio tras de otro. Todos se realizarían para febrero así que cuando la doctora T. retorne de sus vacaciones ya tendría todo lo que había pedido. Una vez organizado todo, pude avocarme a atender otros asuntos más personales y menos médicos. Lo primero era resolver mis necesidades sexuales. Habían pasado varios meses sin actividad, y Elena decidió dejarme colgado justo cuando estaba a punto de resolver este aspecto con ella (desgraciada mal parida), así que no me quedaba otra opción que volver con Petra. Después de tanta vorágine y de estar al borde de la muerte, necesitaba saber si mi “Cañón de París”, aún tenía la capacidad de bombardear París. Me contacto con Petra por Internet, poniéndola al corriente de todo y el porqué no nos veíamos desde Septiembre del año anterior. Asustada y preocupada, me dijo que podía ir a verla cuando quisiese en horas de la mañana. Yo tendría prioridad y procuraría atender diplomáticos a la tarde. Igual Buenos Aires tenía menos gente por el período de vacaciones y eso también se sentía entre los extranjeros de las embajadas quienes al percibir una baja de la actividad en el país querían aprovechar para tomarse licencia y volver a sus países de origen aunque sea brevemente. En una pausa entre estudios hospitalarios me dirigí hacia la Capital Federal en el tren urbano eléctrico desde Lanús hasta Constitución. Mientras el tren resopla accionando los frenos para detenerse en uno de los andenes de la estación terminal de la Línea Roca escucho el tema The Living Daylights, del grupo sueco A-ha. El tren se detiene y se escucha el sonido chassss! de la apertura de las puertas. Salgo del tren, camino y sigo a la multitud de gente que hace lo mismo y todos nos dirigimos hacia los pasos de salida más adelante, mientras esquivo puestos ambulantes y escucho por los altoparlantes los horarios de salida de
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varias formaciones de trenes diesel y eléctricos estacionados en sus respectivos andenes. Yo encuentro un cesto de basura en mi camino y vacío el contenido de mi frasquito verde. Paso por el control de salida y entrego mi boleto, para ingresar al hall central de la estación y a partir de allí los pasajeros que iban conmigo en el tren se dispersan en todas direcciones. Aún hay obras de reconstrucción de la Estación terminal de Constitución así que debo rodear andamios y mamparas de madera prensada que demarcan sectores de la estación en obras. Finalmente salgo al exterior y a la luz de un sol brillante y caliente acorde con la época veraniega. Consideré que para llegar al barrio de Belgrano tal como estaba era mejor ir en taxi (para mí es un lujo excepcional viajar en taxi). Llego a la acera sobre la calle Brasil y contemplo por unos instantes la vorágine de Constitución con el incesante movimiento de colectivos, gente, taxis y vehículos. Es un pandemonio de flujo continuo. Me acerco hacia la fila de taxis que estacionan esperando pasajeros y villeritos que se encargan de guiar a la gente hacia los mismos y abrirles y cerrarles la puerta de los coches. Uno de éstos descubre mis intenciones y me indica un Mercedes sedán. Según sé es el único Mercedes Benz que circula como taxi en Buenos Aires. Por lo general se lo ve por la zona sniffer de la ciudad ¿qué hace en Constitución?. El villerito abre la puerta trasera derecha y subo al vehículo. Cuando cierra, logro ver su rostro envuelto con una capucha. Por mi mente cruzaron en segundos los terribles momentos cuando aquella rata inmunda con una capucha me disparó a metros de mi casa y me provocó tantos trastornos. Me imagino que esperaba de mí una propina pero aquel mandamás solo recibió de mi parte una mirada glacial, casi de odio. Saludo al chofer del taxi y le indico la dirección de Belgrano además de darle la ruta: por la Avenida 9 de Julio, luego por Avenida de Libertador, Figueroa Alcorta, monumento a los españoles, Plaza Italia, Avenida Cabildo y de allí hasta llegar al edificio de Petra. Quería disfrutar del viaje por la ciudad. Avanzamos y no bien tomamos por el carril central de la Avenida 9 de Julio nos sigue a distancia prudente otro Mercedes cupé blanco de la década de 1960. El Mercedes llega hasta la intersección con Avenida de Mayo y con el otro Mercedes blanco detrás nuestro a unos 50 metros de nosotros. Fue una casualidad que lo haya visto. Fue porque mi rostro buscaba ver en todas direcciones y volver a ver el centro de Buenos Aires. Lo que me hubiera perdido si moría. Miro a la derecha y veo a los transeúntes caminar pesadamente bajo el sol y el calor de febrero. Los colectivos estacionan en fila un detrás de otro en sus respectivas paradas y otros vehículos nos acompañan por la misma vía, todos con prisa y tratando de hacerle trampa a los semáforos. Ese es uno de los motivos por el cual hay tantos accidentes de tránsito en la Argentina. Miro a mi izquierda y veo en lo alto de la terraza de un edificio el cartel luminoso de la Mercedes Benz que tiene unos 50 años en aquel sitio. Ya cerca del obelisco, rodeamos el monumento y allí entre los cortes de semáforo el Mercedes blanco debe detenerse y nos alejamos de él rápidamente. Pero es temporal. Aquel auto no bien tiene el semáforo en verde acelera y vuelve a acercarse a nosotros. Trato de ver a su conductor, un hombre maduro con lentes oscuros. Me sonreía al percibir que yo voltee mi cabeza para observarlo por unos segundos. Bajo un poco la ventanilla y saco un poco mi mano por una abertura
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de pocos centímetros con mi frasquito verde y lo volteo para vaciarlo sobre el pavimento. El taxista mira lo que hago por el espejo retrovisor levantando las cejas. Continuamos hasta el final de la Avenida 9 Julio y tomamos la Avenida del Libertador. El calor en el exterior era sofocante pero yo estaba cómodo en mi asiento en el interior silencioso del aquel Mercedes y escuchando sólo el susurro del aire acondicionado del auto. Al tomar por Avenida del Libertador supuse que perderíamos al Mercedes blanco, que todo era una coincidencia de que ambos autos se movían momentáneamente por la misma Avenida troncal del Buenos Aires, pero no: aquel vehículo clásico con la estrella de tres puntas en su radiador igual que nuestro taxi, seguía a unos 50 metros, ni más ni menos. Al tomar la Avenida Figueroa Alcorta comienzo a ver a los estirados que circulan por las aceras y viven en esa zona. Estaba ya dentro de la zona sniffer de Buenos Aires. Al avanzar pasando por la Facultad de Derecho, el Centro Municipal de Exposiciones y galerías de arte, llegamos al área cercana a los Bosques de Palermo, y observando gente “bien” que trota por las plazas y parques (o intentando hacerlo), de ambos sexos y diferentes edades, en su ropa deportiva de marca y bebiendo en cada parada Gatorade o agua mineral. Varios de ellos mientras trotan tienen en sus oídos auriculares. Nunca llegué a entender del todo la parafernalia de los estirados cada vez que hacen algo. Malditas sanguijuelas del pueblo. Nos detenemos en un semáforo a punto de tomar la Avenida Sarmiento y el monumento a los españoles. Miro por curiosidad hacia atrás. El Mercedes blanco sigue ahí. Creo que es mejor dejarlo en paz con resignación y disfrutar del resto del viaje. Abro la puerta y nuevamente extiendo mi brazo y volteo mi frasquito vaciando su contenido de saliva. Quizás no había mejor sitio en Buenos Aires para hacer esto. El taxista vuelve a ver aquello por su espejo retrovisor. Esta vez no se queda callado. ¿Tiene asma? Debido a que nunca nadie en la historia vio a alguien escupir acercándose a los labios un frasquito siempre creen que es un aparato para el asma. Esa observación sobre mí la tendría en todas partes, vaya adonde vaya. No, es un frasquito que uso para escupir mi saliva. No puedo tragarme mi saliva. Y le explico brevemente sobre lo que me pasó y la abertura en mi cuello y la alimentación por sonda. El taxista quedó espantado por todo lo que escuchó de mí. Como toda la gente que trabaja circulando por las calles, veía a la inseguridad muy de cerca. Avanzamos por la Avenida Sarmiento y pasamos por un lado a la Embajada de la actual Roma: Estados Unidos. En una entrada lateral veo una fila de gente en busca de visa para emigrar al centro del actual imperio mundial. También policías y patrulleros apostados en lugares estratégicos como un factor de disuasión frente a posibles atentados. Si fuera por mí, alejaría a los policías muy lejos para que Al Qaeda u otra organización terrorista hagan lo que quieran con aquella embajada. Realmente no merecen los estadounidenses mi compasión ni mucho menos por lo que hacen en el mundo.
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Finalmente llegamos a Plaza Italia y rodeamos la Sede de la Sociedad Rural Argentina y enfilamos por la Avenida Cabildo. Estamos en la etapa final. Una vez que penetramos en el barrio de Belgrano por la Avenida Cabildo le doy al chofer indicaciones de por dónde debe ir y los giros que debe hacer hasta finalmente detenerse frente al moderno edificio en el que vive Petra. Pago al chofer por el viaje (una pequeña fortuna para mis parámetros), y luego de agradecerle por el paseo desciendo de aquel sedán Mercedes, único taxi de la ciudad de este tipo, para caminar lentamente atravesando la acera y llegando al portero eléctrico, pero debido a las puertas de ingreso estaban abiertas porque el portero estaba limpiando el vestíbulo, entro directamente y me cruzo con el hombre de la seguridad privada que me saluda y me pregunta por mi estado de salud. Ya me conocía y sabía casi con seguridad por Petra de lo que me había pasado. Estoy bien, gracias a Dios. Pero todavía debo alimentarme por sonda. ¿Te sacaron las balas?- me pregunta con curiosidad. No, no me pueden sacar las balas.- repuse Tuviste suerte. No era tu hora.- Agrega el guardia con un dejo de pesar en su voz. Sí. Cambio de tema. ¿Está Petra? No la vi salir, así que debe estar en su departamento. Paso a verla entonces- le digo mirando hacia los ascensores. Me despido de él y llego a los ascensores a presionar el botón de llamado. Cuando llega uno de ellos y abre las puertas ingreso al mismo y aprieto levemente el botón con el número 7. Otra vez escucho la voz electrónica que dice “atención, se cierra la puerta”. Mientras el ascensor se eleva hacia el séptimo piso escucho como sonido ambiental la segunda parte de Exercise to Gibraltar . Qué extraño. Escucho “séptimo piso” y salgo del ascensor para caminar lentamente hasta la puerta de madera pintada de blanco opaco con la letra D de bronce en el centro superior de la misma. Acciono el portero eléctrico marca Siemens con los acordes de Encuentros cercanos del tercer tipo. ¿Was? Soy yo, Petra, Gabriel. Escucho rápidos pasos y al abrir la puerta Petra me mira boquiabierta y con una mirada de asombro. ¡Mein Gott!. ¡Estás bien! Era la primera vez que Petra me abrazaba maternalmente. No puedo negar que disfruté mucho aquellos instantes. Sí Petra, estoy bien, gracias a Dios- alcancé a balbucear. Petra se separa de mí apoyando ambas manos sobre mis hombros, contemplándome de arriba abajo. -´ Estás entero. Estoy bien, Petra, no te preocupes. De golpe Petra recuerda que tiene la puerta abierta aún conmigo en su umbral. Petra me acerca hacia ella y la cierra. Pasa, pasa, cuéntame qué te ha pasado. ¿Quieres café? No puedo comer ni beber nada, Petra.
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¿Porqué?. Le muestro el tubo que sale de mi cuello abriendo levemente el cuello de mi camisa. Petra no puede evitar una mirada de horror. No puedo comer y beber absolutamente nada. Todo debe pasarlo por una sonda. Igual te agradezco. Siempre me gustó tu café brasileño. Petra me invita a sentarme, todavía con congoja en su rostro. Lo importante es que estás vivo y bien. ¿Cuántas balas fueron?. Cuatro. Taume süss...- ¿Atraparon a los delincuentes? Estaba muy oscuro y no alcancé a verles las caras. ¿Cómo haces para alimentarte? Le explico brevemente el procedimiento, el uso de las jeringas y la composición de la dieta que debo seguir. Mein Gott.¿Cuándo te vuelven a operar? En Marzo, si todo sale bien. En estos días debo hacerme los estudios prequirúrgicos y tenerlos listos para el próximo mes para así volver a internarme y que me cierren la abertura en mi cuello. ¿Te molesta la herida en el cuello?. ¿Y las balas?.-me pregunta con interés. Las balas no me molestan, pero la abertura en mi cuello no sangra ni nada, y tampoco me molesta. Ya me acostumbré a la sonda. Petra entonces encauza el motivo de mi visita. Me extrañabas, junge. Vine a disfrutar del buen sexo alemán que vos solamente me podés dar- respondí con un tono de complicidad. Pero no te quiero lastimar y tocar tu sonda... ¿Estás seguro que puedes tener sexo?.- Petra tenía una mirada de preocupación. No te preocupes, voy a estar acostado en la cama y cualquier cosa yo te indico.- Le respondo para tranquilizarla. Después de analizarlo mucho, había llegado a la conclusión que la única forma de hacer el amor con Petra era que yo debería estar acostado de espaldas a la cama y ella a horcajadas sobre mí a la altura de mis caderas, lista para la copulación. No podía usar el frasquito para escupir, por eso llevaba una pequeña toalla blanca para cubrir la abertura de mi cuello con la intención de dejar correr la saliva y que la toalla absorbiera aquel líquido transparente y corrosivo que el cuerpo usa para disolver alimentos y que a mí únicamente servía en aquellos días para mantener mi boca húmeda y nada más. Petra era muy femenina y delicada y ésa era una de las virtudes que más admiraba de ella además de su inteligencia, así que percibí que estaba algo impresionada por mi sonda y el vendaje en mi cuello y eso no ayudaría a que el ambiente sea relajado y adecuado para que la sesión de sexo sea gratificante para ambos. Petra va hacia el baño por unos momentos y mientras aproveché para desnudarme y acostarme sobre su cama tendida con sábanas y almohadas de color azul oscuro que armonizaba perfectamente con el resto del mobiliario blanco y rojo. Petra vuelve completamente desnuda y se sienta al borde de la cama, a mi lado. Su cara mostraba una situación que ella no creía manejar bien.
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¿Qué hacemos junge?- me pregunta Petra exhalando aire por su boca. Yo no me voy a mover, vos hacé lo tuyo.- le digo con un tono calmo. Okey. Acomodo la pequeña toalla sobre la sonda y ésta queda cubierta, a la vez que con mi brazo izquierdo apoyo mi frasquito verde y mis lentes sobre la mesa de luz. Ella observa mis cicatrices producto de mis operaciones pero no dice nada. Estaba listo. Petra hace lo suyo como siempre y una vez que consideró que el momento era el adecuado me coloca el condón (primera vez que lo hacía, siempre esa labor la realizaba yo mismo), y se coloca a horcajadas sobre mí, acomodándose hasta lograr la penetración. Después de varios minutos logramos alcanzar un espectacular orgasmo que alcanzamos casi al mismo tiempo, pero para Petra fue como una labor que por fin estaba terminada e inmediatamente debía ocuparse de otras cosas. Me di cuenta de ello cuando una vez que quedó relajada se quitó de mi cuerpo y volvió a sentarse a mi lado mirando hacia el piso. Yo me mantuve en silencio y me levanté de su cama viendo en una de sus almohadas una mancha producida por mi saliva. Mejor quedarse callado y decir nada. Rápidamente me vestí mientras ella se incorporaba despacio y al ver mis cosas sobre su mesa de luz comenzó a pasármelas lentamente una a una mirándome con preocupación. Cuando por fin estaba listo Petra se acerca hacia mí y me da un beso en mi mejilla izquierda y me acaricia con una de sus manos la derecha. Su cara mostraba tristeza. Vuelve cuando estés bien, junge. No me des nada esta vez. E inmediatamente me da la espalda y vuelve al baño a acicalarse la entrepierna. Yo observaba su maravillosa desnudez mientras se alejaba de mí caminando grácilmente y moviendo las caderas y sus glúteos a un ritmo sincronizado y todo cubierto por aquella piel tan blanca y sus cabellos rubios que flameaban al compás de su cuerpo. Ay Petra, porqué sos una prostituta fina en lugar de ser una buena mujer de la cual uno pueda enamorarse. Salí de allí de vuelta a mi casa. Logré lo que me proponía: mi cañón de París continuaba disparando con la misma cadencia y rango de tiro de siempre, pero también a pesar de eso sabía que mi encuentro con Petra había sido un fracaso por la sonda. Cuando llegué finalmente a mi casa estaba exhausto y dormí una siesta reparadora por un par de horas para después continuar con la rutina de alimentación. Fue inevitable acordarme de la madre de la doctora T. por lo ocurrido. Por lo menos esta vez el encuentro me salió gratis. -
El siguiente punto a atacar fue el de la reinserción laboral. Resucitando viejos clientes que había cultivado antes de mi desgracia, y comunicándoles a todos de lo que me había pasado pude volver a la actividad como antes, aunque sólo en horas de la mañana en que el calor del verano por lo general apretaba menos y así a mas tardar a eso de las 14:00 horas estaba de vuelta en mi casa cumpliendo la rutina de inyecciones de dieta líquida rica en calorías por la sonda.
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Uno de ellos era mi amigo Néstor, hombre independiente con su negocio de atelier (enmarcado de cuadros), en Vicente López que le permitían mantenerse él y su familia con lo esencial. Hombre de unos 40 y tantos años, pelo enrulado negro y arrugas en su rostro que refleja trabajo y tranquilidad, fue el primer cliente a atender y proveerle de accesorios para su modesta computadora, lo cual me daba un motivo para estar activo y de paso lograr algunos ingresos monetarios necesarios. Al haberse hecho mi amigo, le preocupaba mi estado y en esos días de febrero de 2005 lamentaba no poder invitarme nada de comer ni beber ya que no estaba en condiciones. Su opinión al respecto era casi la misma que la mía. ¿Así que los médicos se fueron de vacaciones y te dejaron así?. Así es. Qué hijos de puta- agregaba Néstor, en un fiel reflejo de mi pensamiento. Un hombre al que aprendí a apreciar mucho y que disfrutaría luego, cuando mi tubo digestivo funcionara como antes, de sus almuerzos sencillos pero familiares y los ratos en los que bebíamos cerveza helada. Lástima, hoy por diversas circunstancias no logro encontrarme con él. Pero lo más insólito fue una llamada de una empresa naviera en el centro de la Capital Federal para una entrevista laboral. Durante años colocaba avisos gratuitos de ofrecido en la sección de Jóvenes Profesionales de los diarios Clarín y La Nación, gracias a los cuales pude conseguir empleo o en su defecto trabajos de programación para pequeñas empresas y particulares. Siempre estuve, incluso hasta hoy, buscando un trabajo de oficina en el centro debido a ser para mí una zona estratégica en la cual está todo lo que necesito, además de estar en la ruta del colectivo de la línea 45. Esas entrevistas de trabajo ocurrían (y ocurren), virtualmente cada vez que muere un obispo, por lo cual era una oportunidad única que no podía darme el lujo de rechazar. Pero tenía la sonda en mi cuello y la alimentación diaria. ¿Cómo podía trabajar así?. Imposible. Y haciendo cálculos, sabía que no estaría recuperado hasta el mes de Abril. ¿Me esperaría mi posible empleador durantes 2 meses para integrarme en mi nuevo puesto de trabajo?. No lo creo. Si la doctora T. me hubiese operado en Enero como estaba programado al principio, hubiera tenido chance de recuperarme para febrero y quizás ese trabajo hubiera sido mío y probablemente hubiera mejorado mi bienestar económico tan necesario para mí. Así que lo único que pude hacer fue ir hasta las oficinas de la empresa naviera ubicada sobre la calle Lima, entre las Avenidas Independencia y Belgrano (hoy en ese sitio hay una librería), y dejarles bajo puerta un sobre con mi currículo. Maldita seas, doctora T. También le dije a Augusto que podía brindarle soporte técnico a su cyber en Villa Devoto. Mucha gente que me conocía allí se sorprendieron del buen estado en el que me encontraba pese a recibir 4 balazos, aunque el soporte que le brindaba al cyber siempre Augusto se negó a pagarlo usando como argumento que ya me pagaba una asignación mensual a cambio de nada.
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Repasemos: Trabajaba en negro con él, nunca me dio la asignación por enfermedad y/o accidente, sólo mi sueldo completo hasta diciembre de 2004, no me pagó el aguinaldo, me rebajó a partir de Enero mi asignación mensual de 500 a 200 pesos y ahora ni siquiera me pagaba la asignación extra por reparar computadoras de su cyber. con una sonda en mi cuello. Ya me las va a pagar todas juntas. También por las mismas fechas me enteraría que el subsidio solicitado al Estado Nacional fracasó debido a que no estaba discapacitado (el no poder comer y beber normalmente no es una discapacidad para el Gobierno), así que debía arreglarme con mis limitados ingresos y hacer malabarismos para proveerme de medicamentos y vendajes necesarios en mi convalecencia. Que pase la siguiente desgracia, por favor. Un día pleno de sol de aquel febrero de 2005 decidí tomarme el 45 que me dejó en Piedras y Avenida de Mayo y de allí caminé hacia la Plaza de Mayo, lugar central y testigo de múltiples acontecimientos que cambiaron la historia argentina. Caminé despacio entre los transeúntes que caminaban deprisa aunque un poco más lentamente para no transpirar demasiado, vendedores de banderas y souvenirs para turistas referentes a nuestro país y al caminar por una de las veredas de baldosas cuadriculadas de color rosa oscuro, desfilan por mis costados bancos con diversas personas sentadas en posturas diversas de descanso o leyendo algo y las infaltables parejas de enamorados. Apenas alcancé el círculo blanco radial con pañoletas blancas pintadas en sus bordes, símbolo de las madres de Plaza de Mayo y que rodean la pirámide de Mayo, busco un banca libre. Era de mañana así que el sol ascendía lentamente desde atrás del Comando en Jefe del Ejército argentino, ubicado más allá sobre la avenida Paseo Colón. Una vez que encontré una banca vacía de cara al mástil en cuyo tope flamea una enorme bandera nacional, me senté allí. Creo que era un lugar inmejorable para reflexionar y pensar sobre lo que me había pasado, en esa plaza histórica y frente a la enseña patria y detrás de ésta, la Casa Rosada. Este país me había visto nacer en su seno, me ha dado educación y cobijo, y también trabajo para vivir, pero también me ha dado decepciones acerca de su historia pasada y presente de personas que usaron al país para enriquecerse y perjudicar al resto de los hijos de este suelo, también me ha dado incertidumbre sobre mi presente y futuro, me ha dado un estado de inseguridad y desprotección ante el auge del hampa, y por sobre todas las cosas no me ha dado felicidad y bienestar. Este país al que amo profundamente me curó mis heridas, pero también su estado de cosas fue la que provocó mis lesiones. Me ha dado conocimiento, pero no me sirve para tener un empleo digno. Las hijas de este país son bellas, pero el país y sus circunstancias sociales impiden que pueda estar con una de ellas y formar una familia. ¿Qué debo hacer?. ¿Cómo resolver el dilema?. ¿Debo trastocar mi amor por odio hacia este país y levantar el puño contra mi bandera?. ¿Acaso debo desahogarme y sacar todo lo malo de este país que tuve que absorber y escupirlo sobre mi bandera?.
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Esa bandera fue en la que el General Manuel Belgrano puso toda su fe cuando la creó, una bandera que seguiría todo un pueblo mientras exista un país llamado Argentina. También es la bandera que usó el Libertador San Martín como inspiración y guía para emprender la liberación de Chile y Perú. Fue la que usó el marino irlandés Guillermo Brown cuando sus naves corsarias mantuvieron a raya a la flota brasileña en la guerra contra ese país, la bandera que enarboló Lucio N. Mansilla en la Vuelta de Obligado en defensa de la soberanía frente a agresores británicos y franceses, y también fue la bandera que flameó en Malvinas en diferentes circunstancias y épocas, y la que flamea en el Polo Sur marcando la presencia de nuestro país en el continente blanco. Es la bandera que llevan nuestros ejércitos, barcos y aviones, la que usa el presidente en su investidura y que sirve de inspiración a niños argentinos en las escuelas al ser las nuevas generaciones que guiarán nuestros destinos en el futuro. Yo no podría levantar mi puño de odio contra mi bandera por lo que me había ocurrido. Sería como el amor de mi vida: alguien a quien debo perdonarle todo y amarle incondicionalmente. Y si mi país se ve amenazado por fuerzas externas que amenazan a nuestro pueblo, posiblemente esa bandera sea la guía para luchar y dar la vida por el país y un futuro en libertad y paz. Me levanto de mi banco y camino lentamente de vuelta hacia Avenida de Mayo en dirección a la calle en la que circula el 45 que me llevará de vuelta a mi casa. Al mismo tiempo, una bandada de palomas se levanta del suelo y vuela hacia el cielo, cruzando aquella bandera que flamea orgullosa llevada por una refrescante brisa que es un bálsamo que alivia el calor de aquel día. Debo seguir viviendo con la frente en alto. En el hospital de Lanús iba avanzando con los estudios prequirúrgicos. Obtenía la radiografía de tórax vista de frente y también conseguía llegar al laboratorio con la muestra de orina, en uno de esos días a las 7 de la mañana, a sentarme en un asiento de plástico que formaba parte de una fila de asientos idénticos apoyados sobre caños y patas de metal y detrás de éstos más filas de los mismos asientos hasta una pared divisoria con los baños. Había que sacar número y esperar. Había una persona que coordinaba todo recibiendo consultas de gente e indicándoles que había que sacar número y esperar. Yo ya tenía un número así que lo único que podía hacer era esperar y leer un buen libro. El verano era algo que hacía sufrir a la gente, incluso en los hospitales. Lo noté aquel día al ver a una chica delgada de piel morena y cabello negro largo y lacio, vestida modestamente con jeans y una musculosa azul que de repente se sintió mal e inclinó su cabeza hacia el suelo, vomitando. El hombre que coordinaba todo giró hacia ella el turboventilador adosado con un brazo a la pared y que giraba al máximo. Yo no estaba para ver esas cosas así que me levanté, me acerqué a un cesto de desperdicios a vaciar mi frasquito y sentarme en otro asiento más atrás. Desde mi posición veía a mi derecha el pasillo que me llevó hasta allí con circulación de gente. A un costado del mismo y frente a mí veía el bar del hospital con médicos desayunando. Siempre tenía parroquianos de todo tipo el bar, sobre todo en las mañanas.
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El laboratorio abría más o menos a las 8. Una vez que abrieron las puertas y la ventanilla ocupé mi sitio en una fila de gente, armada por el coordinador. Una vez que me tocó el turno entré por una puerta al interior del laboratorio y me encuentro delante de un escritorio para la entrega del frasco de orina. Una vez hecho esto sigo avanzando hacia una serie de cubículos con equipo básico de primeros auxilios y cajas con abundancia de jeringas descartables para la toma de muestras de sangre. Por lo general cada cubículo tiene capacidad para dos personas en la entrega de muestras de sangre, pero también había cubículos para una persona. Cuando me llega el turno, entro en un cubículo para dos. Dentro veo a lo que probablemente eran asistentes de enfermería sentados detrás de pequeños escritorios metálicos cuyo único propósito era el de que una persona apoye su brazo desnudo. Mi compañero de cubículo resultó ser, sorprendentemente, un bebé de apenas un año y medio de edad llevado en brazos por su madre. A pesar de las tranquilizadoras palabras tanto de la madre como de la asistente hacia el bebé, éste no paraba de llorar, y su llanto fue aún mayor no bien sintió el pinchazo en su pequeño brazo. Me partía el alma ver aquello. En ese momento yo a su vez recibía una jeringa en mi antebrazo y éste se llenaba con mi propia sangre, y mi dolor en ese momento era doble por mí mismo y por aquel bebé que debía sufrir a tan temprana edad. Salí de allí con un pedazo de algodón sobre el punto de extracción de mi vital líquido y el brazo doblado, y así quedé por unos minutos. El siguiente paso fue el electrocardiograma. Otro madrugón. Esperar delante de una puerta con el rótulo “Cardiología” junto con una pequeña multitud de personas a las 8 de la mañana hasta que sale alguien con una lista hecha con computadora en un papel continuo e impreso con una vieja impresora de matriz de punto. En él estaban los nombres de las personas que tenían turno aquel día, y entre ellas estaba yo. A medida que eran llamados, la gente entraba de a una atravesando aquella puerta, minutos después salía para a continuación ser llamada la siguiente, y así hasta que por fin sonó mi nombre y apellido y pude entrar. Una vez adentro no tenía nada de extraordinario con respecto a otras salas y consultorios del hospital. Sus instalaciones la hacían parecer más a las de un hospital de Europa Oriental que de este lado del mundo. Techo iluminado con la omnipresente luz fluorescente, piso de mosaico. Paredes pintadas y en algunas partes revestidas de azulejos, mamparas de madera pintada de blanco y vidrio catedral incoloro.
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Alguien me llama a entrar más hasta llegar a un cubículo con una camilla alta, y a un costado una pequeña mesa metálica con el electrocardiógrafo. Detrás de todo esto un amplio ventanal de vidrio catedral dejaba pasar la luz exterior. El equipo en sí se veía muy usado y con bastantes años a cuestas, pero aún cumplía su cometido. Una maraña de cables grises en cuyos extremos tienen boquillas de diferentes colores, cada una con una de metal salen del equipo como tentáculos de un pulpo. Una mujer madura y algo gordita, cara morena y cabello teñido de rubio y en rizos que le llegaban a los hombros (no comprendo porqué a la gente morocha le gusta teñirse de rubio ¿no entienden que no les queda el color?), y me pide que me quite la camisa, todo lo electrónico que llevaba encima y me acueste. Obedezco dejando sobre una repisa mi camisa y mi teléfono celular y acostándome sobre la camilla boca arriba. A aquella mujer vestida con un guardapolvo celeste oscuro le llamaba mucho la atención las varias cicatrices que cruzaban mi cuerpo. Tuviste varias operaciones ¿no?- me pregunta para iniciar una conversación. Sí, tuve unas cuantas. ¿Qué te pasó? Sufrí un asalto y me dieron 4 tiros. La reacción de aquella mujer ante la noticia demostraba una vez más que mi caso resultaba por demás extraordinario en aquel hospital, a pesar de recibir a gente baleada todo el tiempo, consecuencia de la inseguridad imperante. Me apoya sobre mi pecho varias de aquellas boquillas semiesféricas. Al colocarlas acciona la válvula en la parte superior de cada una creando un vacío que las mantiene en su sitio con firmeza. El otro día vi en Pompeya a alguien que le habían quitado un collar. ¡Qué barbaridad!. No se puede andar por la calle. Usted lo ha dicho.- agregué mirando al techo. Acciona unos controles y la máquina analógica comienza a funcionar, imprimiendo sobre una cinta de papel milimetrada una línea continua con forma angular, mostrando las fluctuaciones producidas por los latidos de mi corazón. La charla derivó después en cuestiones relacionadas con la inseguridad, la sonda en mi cuello y cuándo volvía a internarme. Cuando finalmente salí de allí, tenía en mis manos la cinta con la lectura del electrocardiógrafo. Había finalizado con éxito otro estudio. Me faltaban sólo dos. Por esos mismos días una patrulla policial llega frente a mi casa y de él desciende un teniente, que me entrega una citación para declarar en la Comisaría de Remedios de Escalada sobre el asalto que había sufrido a metros de mi casa. Días después, en horas del mediodía y con el omnipresente sol en su cenit castigando la tierra llego caminando desde mi casa a la comisaría y busco al teniente. Era la primera vez que efectuaba una denuncia en el Gran Buenos Aires, ya que todas las anteriores las había efectuado en la Comisaría 11 de Caballito por los asaltos al cyber.
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Luego de llegar a una modesta comisaría y anunciarme ante una mujer policía sentada detrás de un mostrador, espero unos minutos y a continuación paso a una pequeña oficina austera y con muebles viejos y a sentarme en una silla frente al teniente que se encontraba sentado detrás de un viejo escritorio de madera y frente a él una máquina de escribir, un aparato que era un anacronismo en plena edad digital. Lo que ocurre a continuación es para mí ya algo rutinario, prestar declaración sobre los hechos acerca de cómo me habían asaltado, el sitio, la hora, qué me habían robado, cuántos eran y bajo qué circunstancias y situación me habían disparado. El teniente había descubierto la sonda en mi cuello y me preguntó si aquello tenía solución. Yo le contesté que sí. También me preguntó si podía identificar a los que me habían asaltado, y le contesté que no, por desgracia. Una vez que termina de escribir con original y copia al carbón, quita el papel con mi declaración y me pide que lo lea y si está todo conforme, que lo firme. Finalmente me extiende una citación para ir al médico policial para que pueda estudiar el estado de mis heridas. Y eso era todo. Mientras cumplía con la rutina diaria de inyectarme alimento pensaba en la doctora T., mi graciosa doctora madura de bello rostro, perfume exquisito y cabellos color trigo y en cómo estaría pasando sus vacaciones en ese momento. Ya me lo imaginaba. En las playas de Aruba, con Luis Miguel cantándole Cuando calienta el sol y ella sobre una camilla boca abajo desnuda y con una toalla cubriéndole el trasero. A la mano un refrescante aperitivo a base de piña colada con un sorbete y su respectiva rodaja de fruta. A su lado y de pie un rubio joven, atractivo y musculoso masajeando su espalda con aceites. El sudor que corre por el cuerpo de aquel hombre por el tórrido calor y los óleos en sus manos crean un olor peculiar, casi afrodisíaco. Su estrecho traje de baño resalta algo muy abultado en su entrepierna, que muchas mujeres en el mundo enloquecerían por tener adentro. ¡Ah!. Qué bella que es la vida para algunos. Yo mientras tanto me inyectaba cada hora con una jeringa de 60 cm3. unos 190 c.c. de alimento rico en calorías para mantener el peso mínimo por ella exigida para ser operado nuevamente. Yo solamente tenía una grabación de U2 y escuchaba with or without you o i still haven´t found what i´m looking for. Y no tenía una atractiva rubia que me hiciera unos masajes. Tampoco hubiese sido posible. La sonda podría haber estorbado esa labor. Y me encontraba en Lanús, Provincia de Buenos Aires. Dicen que en la vida unos nacen estrella y otros estrellados. Estoy seguro que la doctora T. y yo pertenecemos a categorías diferentes y no es necesario averiguar mucho para saber a cuál pertenezco yo. Aunque en honor a la verdad nunca supe adónde fue de vacaciones la doctora T. durante el mes de febrero de 2005. Y si fue con su familia no creo que haya sido tan maravillosa como me la imaginé yo. No es lo mismo ir de vacaciones solo que con la familia. Ya comprobaría eso después.
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Tercera semana de febrero de 2005. Cautelosamente llego a eso de las 9:00 AM a intentar por cuarta vez hacerme la seriada gastroduodenal. Aquel día tenía el turno y ya había descartado a Vanina. Me acerco a la oficina de los residentes de cirugía y me encuentro con el jefe de ellos en aquel entonces, el patilludo G. y le pido que alguien me acompañe para realizar el estudio. G. siempre con su uniforme médico de la Clínica Banfield , entra a la oficina y le escucho ordenar que alguien de los allí presentes me acompañara. Luego, al ver que aún sigo allí... Bajá que ahora va alguien para allá. ¿A qué hora es el estudio?. A las diez. Bajá que ahora va alguien- repite. Tomo el ascensor muy en calma y desciendo al piso en que se encuentra la salas de rayos X y el aparato marca Siemens con la camilla abatible en diversos ángulos y la repisa elevable para el caso de hacer el estudio con la persona parada o sentada. Estaba en ayunas a solicitud del hospital y según normas médicas (en vano, porque la seriada apuntaba a ver el estado de mi esófago solamente). Por lo general se usa bario, pero por alguna razón los médicos del hospital de Lanús insisten que se use Triyosom G.I. importado de España y cuyo valor en pesos es de acuerdo a la cotización del dólar estadounidense. Además, debía comprarlo uno mismo. No bien estaba allí sentado sobre una banca me cruzo con Vanina que se acerca a mí sorprendida y me pregunta que hacía por allí. Hoy tengo turno para hacerme la seriada y ya baja alguien de arriba a acompañarme- le digo. Vanina me mira sorprendida. Yo no sabía nada- me responde encogiéndose de hombros.- Nadie me dijo nada. Yo no sabía si reír o llorar al escuchar eso. Preferí tomarlo con filosofía y entender que al fin y al cabo posiblemente era una mujer con cabeza de chorlito y por eso ocurrían estas cosas. Un minuto después baja uno de los residentes. Quedé sorprendido por la rapidez en que llegó. Nunca llegué a memorizar su nombre. Sí pude apreciar que entraba a las salas de rayos X a buscar a Vanina (una vez que habló conmigo fue para allá), e instantes después aquél me llama para que me acerque. Camino lentamente hacia el interior del sector de las salas de rayos X y avanzo por un pasillo hasta el fondo, de cara a la puerta de entrada al salón con el seriógrafo Siemens. El residente me invita a pasar. Una vez adentro, me encontraba en el mismo sitio que a principios de Octubre de 2004 y después de realizar un estudio idéntico al que estaba a punto de hacerme en aquellos momentos, Mariana me comunicaba que tenía una fístula en el esófago y por lo tanto no podía alimentarme normalmente, lo cual no ayudó a levantar el ánimo y tomando en cuenta que mi cuerpo estaba muy estropeado y respiraba a través de una traqueotomía, francamente no estaba en condiciones de recibir esas noticias. Aquel hecho fue el primer capítulo de una historia que esa mañana de febrero de 2005 me esforzaba en darle un final.
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El residente me pregunta ¿Cómo estás?. Yo le contesto que bien. Y a continuación me pregunta si había traído el contraste. Le respondo que sí y le entrego la caja con el frasco de Triyosom con mucho cuidado como si fuese algo inestable y con tendencia a estallar. Vanina estaba allí preparando el equipo. El residente me pide que deje mis cosas sobre una mesa ocupada con cajas de material médico. Dejo allí mi celular, mi agenda y el libro Muerte y resurrección de Hiroshima, de Peter Jungk, sobre los acontecimientos ocurridos por varios de los sobrevivientes de aquella ciudad japonesa después de la caída de una bomba atómica el 6 de Agosto de 1945. También un sobre para llevar placas y papeles que necesitaba para hacer otros trámites en el día. Quería quitarme la camisa también, pero el residente me dice junto con Vanina que me miraba con curiosidad: Déjatela puesta, está bien así. Si se moja no importa, lo importante es que salga bien el estudio. Para qué le habré hecho caso... Me coloco sobre la cama basculante en posición horizontal. Una vez que estaba todo listo, el residente inyecta Triyosom por la sonda. Mal hecho. Eso no demostraba nada. Contraste desperdiciado. Cambian la posición de la cama basculante a vertical y quedo de pie. El residente me da una taza con Triyosom y me pide que tome un sorbo de la taza y que lo retenga en mi boca. Eso hice. A continuación se coloca dentro del refugio antibombas (perdón, el habitáculo con vidrio blindado con los controles del equipo Siemens), y desde allí me pide que trague muy despacio. Mientras tragaba el contraste lo más lentamente que podía, Vanina veía las imágenes de rayos X de mi cuello y parte de mis pulmones a través de un monitor de TV y sacaba placas de las mismas a solicitud del residente. Tal como me temía, el contraste salía por la abertura en mi cuello y corría por mi cuerpo, mojando mi camisa y la cintura de mis pantalones. Lo peor fue que el proceso tuve que repetirlo un par de veces más, así que cuando todo terminó tenía mi camisa y parte de mis pantalones manchados con contraste. Aterrizo con mis pies en el suelo mientras el residente ve las placas obtenidas colocándolas delante de una pantalla de acrílico blanco iluminada desde atrás. - ¿Cuándo tenés que verte con la doctota T.?- me pregunta sin dejar de mirar las placas. - El 3 de Marzo.- le digo mientras me arreglo lo mejor posible y tomo mis cosas. - Bueno, decile a la doctora T. que todo se ve bien. Tu esófago está bien, por lo que veo. - Okey. Recibo una de las placas obtenidas y me despido de ellos para luego subir de vuelta al piso de la oficina de los residentes. Casualmente encuentro a Hernán y le pido que me vuelva a colocarme vendajes sobre la abertura en mi cuello (que habían sido quitados para hacerme el estudio). Hernán me lleva al interior de la sala de enfermeras y allí diestramente me coloca el vendaje de nuevo. Una de las enfermeras que estaban de descanso y tomando un té sentada delante de una mesa miraba la escena con mucha curiosidad, como si nunca hubiera visto algo parecido
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Cuando finalmente salgo del hospital, me dirijo al Banco de la Nación Argentina sucursal Lanús a hacer un trámite. El sol estaba en su apogeo y se encargó de secar el contraste que manchaba mi camisa, formando una costra amarillenta. Y mi jornada de actividades no terminaba aquel día. Debía ir hacia la estación de Remedios de Escalada, cruzar un puente sobre las vías de la línea Roca y llegar a la calle y el número correspondiente a las oficinas del médico policial a hacerme el examen de mi estado y el grado de mis lesiones. Cuando finalmente llego, veo que ya había gente allí, tanto hombres como mujeres, en la sala de espera con bancas y de apariencia antigua, con varias décadas a cuestas. Veo una fila de puertas desde las cuales médicos llamaban a que pasaba el siguiente y una vez que terminaba con una persona, entraba otra y así en una cadena sin fin. En uno de los rincones de aquella sala y al lado de una ventana había un mostrador viejo de madera oscura y encima de ésta una vitrina rectangular y en su interior filas de barras de jabón para lavar ropa con diferentes perforaciones. Un cartel en la parte superior decía “efecto de proyectiles de diferentes calibres de armas de fuego” o algo parecido. Allí veía desde los pequeños agujeros provocados por balas calibre 22 (las mismas que aún hoy llevo en mi cuerpo), hasta disparos de escopetas de perdigones y proyectiles calibre 50 que normalmente lo usan sólo militares, al igual de una barra de jabón que recibió impactos de proyectiles calibre 7,62 mm que por lo general lo usan fusiles de asalto como los FAL. Estas últimas perforaciones en los jabones eran enormes y asustaban sólo viéndolas. Debido al auge de la inseguridad en la Argentina, lamentablemente hay bandas de delincuentes bien organizadas que usan armamento de guerra y por eso estaban esas barras de jabón allí para mostrarlas a la gente común. Al ver el efecto de las balas calibre 22 sobre uno de esos jabones me sentía afortunado ya que eran las que aparentemente provocaban menos daño. Cualquier otro efecto con otro calibre allí expuesto provocaba más daños, por lo visto. Me siento sobre una de las bancas y espero mi turno. No había números así que todo era por orden de llegada. Junto a mí había lo que parecía una colección del horror: Una chica con múltiples cortes en el cuerpo, un hombre con ojos en compota, una mujer mayor con un brazo entablillado, otro hombre aparentemente de mi edad con un vendaje cubriendo parte de su cabeza... todo aquello era la realidad del incremento de la violencia en nuestro país, y sin salida aparente. A veces me pregunto si el aumento del caudal de información e imágenes al alcance del individuo no trajo consigo también como un colateral acciones agresivas que antes no se veían tanto. Desde el Génesis siempre hubo violencia, pero a medida que el hombre avanzó en la historia y lograba cada vez más avances en ciencia y tecnología eso trajo a su vez más excesos por parte del ser humano. ¿Esto tendrá un fin?.
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Finalmente escucho desde detrás de una puerta el grito ¡que pase el que sigue!, y entro en una amplia habitación casi desprovista de mobiliario, paredes descascaradas, y una gran ventana que permitía la entrada de lleno del sol matinal y que inundaba toda la habitación, Veo un médico cansado de edad madura, calvicie y un fino bigote por encima de unos labios delgados. Tenía unos ojos pequeños y de color claro con un par de arrugas alrededor de sus órbitas. Llevaba un guardapolvo azul claro con mangas cortas y que tomaba sentado notas en una planilla apoyada sobre un viejo escritorio. Me dice que me siente en una silla vieja de armazón metálica. Luego me pide la orden de examen expedida por la Comisaría de Remedios de Escalada. Se la entrego y el médico se pone de pie y se acerca hacia mí que continúo sentado. - A ver, abra la camisa así puedo ver sus lesiones. Abro mi camisa y el médico examina primero la cicatriz en el cuello. Operación en cuello y alimentación por sonda- anuncia para sí en voz alta. Continúa mirando la cicatriz horizontal que cruza casi la mitad en mi pecho. Toracotomía izquierda. Mira la cicatriz vertical encima de mi ombligo. ¡Hum!. Posible laparotomía exploradora. Y por último le muestro el costado de mi cuerpo. Y los drenajes- finaliza.- ¿Tenés algún resumen de tu Historia Clínica o certificado médico?. Sí, tengo, le respondo con naturalidad y le acerco a su escritorio fotocopias de ambas cosas. Le digo que se puede quedar con ambos papeles, si quiere. No, está bien- me responde mientras lee el contenido de ambas hojas de papel. Luego de leer deposita ambos papeles al borde de su escritorio para que los tome y me mira cruzando las manos. ¿Qué te pasó? Me asaltaron cerca de mi casa y me dieron 4 balazos. ¿Agarraron a los delincuentes? No pude identificarlos porque estaba muy oscuro. De repente el médico reacciona como si se acordara de algo. ¡4 tiros!. ¡Y estás entero!. Sí. Esperá, ahora vuelvo.- el médico se levanta y cruza la habitación rodeando la silla en la que me encontraba sentado e ingresó por una entrada abierta a mi derecha que lo llevó a su vez a otra puerta que atravesó, perdiéndose de vista. Al rato vuelve con otro colega más joven que él y uniformado con la misma ropa, y luego de observarme le cuenta lo que vio y porqué estaba allí. El médico calvo se vuelve a acomodar detrás de su viejo escritorio, con su colega frente a él de pie que luego de enterarse de la novedad vuelve otra vez a su oficina. Ya que entrábamos en confianza, le pregunto porqué no me quitan las balas.
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Porque las balas se pueden quitar, pero al hacerlo te harían más daño que otra cosa- me explica- para llegar a la bala te pueden cortar nervios, músculo y demás y vas a quedar así.- y se coloca en una postura que lo hacía parecer a Stephen Hawking- por eso es que las balas no se pueden sacar. Se sacan de las articulaciones porque después de unos 6 años estando en una extremidad que se mueve todo el tiempo la bala destila plomo y puede envenenar a la persona y se muere. Pero las que están en el cuerpo atrapadas en el tejido se dejan. ¿Pero las balas se mueven? El médico mueve negativamente la cabeza. Se encapsulan con una capa de grasa creada por el mismo cuerpo y ahí se quedan. Ah, bueno- respondí más tranquilo. Una vez que el médico toma mis datos personales y anota todo en su planilla me deja ir. Cuando estoy en la puerta a punto de dejar aquella habitación envejecida escucho un comentario sarcástico. Hasta el próximo balazo- me despide el médico con una sonrisa. Aquel comentario no me causó ninguna gracia. -
En la recta final, paso a buscar los resultados de los análisis de laboratorio hechos con computadora, y lo único que me faltaba era el riesgo quirúrgico. Por esos días, mi madre me anunciaba durante una de sus curaciones nocturnas de todos los días para cubrir la abertura en mi cuello que la “bola” que estaba a la altura de mi nuez, había dejado de existir. Rápidamente voy al baño y me miro al espejo del botiquín. Ahora la cicatriz en mi cuello se podía ver en toda su dimensión y la “bola” que en Noviembre de 2004 la doctora T. me había dicho que era acumulación de grasa resultó ser una inflamación consecuencia de la última operación de cuello. La abertura expuesta al aire posibilitó que aquella hinchazón se redujera poco a poco hasta desparecer. Un principio básico de la medicina siempre dice que “el aire es un buen desinfectante”, y por eso en muchos procedimientos quirúrgicos los cirujanos dejan partes expuestas al ambiente para eliminar la existencia de alguna infección, por eso la doctora T. me dejó con la abertura en el cuello, era lo que el manual de cirugía recomendaba para un cuello con infección como fue mi caso. Un problema menos. Finalmente, el Lunes 28 de Febrero de 2005 voy al sector de consultorios externos del hospital de Lanús a mezclarme con toda esa gente que llenaba los asientos de espera, se aglomeraba delante de las puertas de los consultorios y desfilaba en fila india ante las ventanillas de solicitud de turnos, en un hormigueo incesante de personas. Creo que el Bolero de Ravel hubiera estado a tono con aquel movimiento de gente que ocurría todas las mañanas de Lunes a Viernes (excepto los días de paro) en el hospital de Lanús. Me ubico delante del consultorio en cuya entrada dice “cardiología”, ya que allí debía hacerme el estudio de riesgo quirúrgico. Allí me encuentro con un vecino que vive al lado de mi casa que debía hacer una consulta sobre su corazón y aprovechamos para charlar un poco sobre cuestiones triviales para pasar el tiempo.
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Cuando me llegó el turno, me hacen pasar a uno de los consultorios tan familiares para mí en los últimos meses. Esta vez detrás del escritorio había un médico mayor de edad, rostro arrugado y lentes de marcos de color negro, y escaso cabello ondulado gris. Una vez que me siento frente a él, me pide la cinta con la lectura del electrocardiograma para quedársela. Se la entrego, a la vez que me señala la camilla colocada contra una de las paredes y parcialmente protegida por un biombo de tela blanca. Siéntese sobre la camilla. Me retrepo sobre la camilla. Desabotone un poco su camisa. Me desabotono la camisa parcialmente. El médico se acerca a mí y apoya sobre mi pecho el la pieza circular de su estetoscopio. Sigo sus indicaciones. Inspire. Exhale. Inspire. Exhale Bien. Puede bajar de la camilla Vuelvo a sentarme delante de su escritorio y a continuación me solicita la radiografía de Tórax y el análisis de laboratorio. Me muestro todo y toma notas en mi H.C. tomo II del 2005 que tenía pocas hojas. Esa historia clínica estaba allí gracias a que le gané por cansancio a Juan de internación y un buen día modificó en mi presencia el número de mi H. C., cambiando el último dígito con el número 3 por el 8, aunque no logré hacer ese mismo arreglo en mi H.C. principal de 2004 debido a que se encontraba en el departamento de Legales del hospital. De repente el médico me decía que eso era todo y me despedía para atender al siguiente paciente. ¿Eso era todo?. Yo pensé que el riesgo quirúrgico era algo más complejo y que ameritaba uso de equipos computarizados o analógicos. En el último día de Febrero de 2005 tenía todos los estudios que me había solicitado la doctora T. y estaba listo y preparado para volver al quirófano y ser operado por última vez para volver a comer y beber como antes. Mi siguiente objetivo era el siguiente jueves 3 de Marzo de 2005 a encontrarme otra vez con mi galena rubia y ponerle ante sus narices todo lo que había pedido.
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Pero viendo las cosas en retrospectiva, el prolongado período de convalecencia desde Noviembre de 2004 a Marzo de 2005 no me cierra. Sobre todo por aquella decisión de Enero de 2005 en la cual la doctora T. me pateaba mi operación de cuello para Marzo para irse tranquilamente de vacaciones. A mi me gustaría que algún día haya algún grupo de médicos extranjeros (nacionales no ni mucho menos del mismo hospital de Lanús debido a que podrían buscar un enfoque parcial de las cosas en solidaridad con la doctora T. invocando su profesionalismo, trayectoria y experiencia), que analicen con objetividad e imparcialidad este período que llamo intermezzo y tratar de despejar esto que a la fecha no me cierra. ¿Porqué tomó la decisión de no operarme en Enero y prolongar mi convalecencia dos meses más?. Quizás dos meses a simple vista no parezca nada, pero eran 60 días, de 24 horas cada una y en período de verano en la cual me pasaba la vida escupiendo en un recipiente plástico toda mi saliva cuando estaba en mi casa y en un frasquito cuando estaba en la calle, horas y horas usando una jeringa e inyectándome un alimento que no degustaba a través de un cordón umbilical que me mantenía con vida que era aquella sonda que debía cambiar una vez al mes para evitar infecciones causada por un uso demasiado prolongado para la misma, gastos en material de primeros auxilios como apósitos, gasas, vendajes para cubrir la abertura en mi cuello y protegerla de los elementos, gasto en Triyosom para la famosa seriada que tanto trabajo me costó lograr, trabajo a tiempo parcial para financiar mi convalecencia, sin contar los obstáculos personales que se cruzaron en mi camino. Tomando en cuenta lo que tuve que luchar para sobrevivir, esto último no lo merecía, y eso es indiscutible. Si esto hubiese ocurrido en la Edad Media, en plena inquisición, no hubiera dudado ni por un segundo en acusar a la doctora T. ante los inquisidores de haber abierto un agujero en mi cuello para que por allí pudiera entrar el demonio. Condenarla hubiese sido facilísimo. ¿Es una mujer y dice ser médica?. ¡Es una bruja!. ¡Llevadla a la hoguera! Así que hubiera visto a la doctora T. empalada y gritando de dolor al ser quemada viva mientras yo me río a carcajadas hasta las lágrimas. ¿Le duele mucho doctora?. A mí también me dolió mucho cuando me aspiraban la traqueotomía, también me dolió cuando me inyectaban hierro en mi trasero, cuando me colocaron un drenaje casi sin anestesia, cuando me colocaron una sonda nasogástrica que fue a parar a mis pulmones en lugar de mi estómago, cuando me cosían la sonda en mi cuello a la piel para que ésta no se moviera, cada vez que me colocaban una vía de suero, cuando debían quitarme la traqueotomía llena de mocos para lavarla y volverla a colocar, cuando me sacaban todos los días muestras de sangre, cuando sufrí ataques de bacteriemia y todo mi cuerpo temblaba, cuando después de ser operada por Ud. me dolía el cuello al tragar saliva, hasta el solo hecho de moverme en cualquier postura me provocaba dolor. ¡dolor!, ¡dolor!, ¡dolor!. A veces me pregunto si los médicos son conscientes de cómo afectan sus decisiones la vida de sus respectivos pacientes.
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Existe también la posibilidad que el argumento de la doctora y/o sus colegas sea la inflamación en mi cuello, los tiempos para hacerme los estudios, el resultado de la endoscopia y demás, pero principios de 2005 también coincidía con el período de vacaciones y estos galenos no renunciarían a eso por nada del mundo. Si hubiese estado en condiciones en otro período del año, ¿qué decisión hubiera tomado la doctora T.?. También existe la posibilidad que, de ser analizado esto, la conclusión sea que la rubia doctora hizo un buen trabajo y que las cosas no podrían haber sido mejor bajo las circunstancias particulares de mi caso. Si es así, sería yo el primero en corregir aspectos que he escrito y a su vez tendría una duda menos. Pero de todos modos, estoy muy interesado en que sea analizado esto. Si sirve para abreviar y mejorar el tratamiento de otros pacientes con un cuadro clínico similar al que tuve yo, entonces mi esfuerzo de escribir y documentar todo mi caso habrá valido la pena. Por cierto, las órdenes de estudio de la doctora T. implicaron que, exceptuando un análisis rectal, habían estudiado todo mi cuerpo. En reciprocidad, yo también estuve estudiando a una persona, y también tenía los detalles completos.
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CUARTA PARTE POR UN CAMINO ABRUPTO
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SEIS MISIÓN: IMPOSIBLE Elegimos ir a la Luna en esta década y hacer las otras cosas no porque ellas sean fáciles, sino porque son difíciles. Porque esta meta nos servirá para organizar y valorar lo mejor de nuestras energías y habilidades John F. Kennedy Señores galenos del Hospital de Lanús: ¿disfrutaron mucho, pero mucho de sus vacaciones?. ¿Quedaron bien bronceados?. Muy bien, entonces, ¿podrían tener la amabilidad de operarme de una puñetera vez, malditos sean?. Jueves, 3 de Marzo de 2005, 10:00 AM. Había llegado ½ hora antes de la estelar aparición de la doctora T. para atender a las multitudes de gente humilde que la buscaba cada jueves con sus ayes. Me hago anunciar con su enfermera asistente, esa gorda de cabello corto que nunca me cayó simpática, y que de paso me anote en la lista para que la doctora T. pudiera atenderme. Me anota, pero logro ver por encima de su hombro que delante de mi nombre había un montón de nombres de gente que había llegado allí desde muy temprano. ¡Maldición!. Esto va para rato. Me siento en una de aquellas butacas de plástico de color azul y abro mi libro El Don de Volar, de Richard Bach, cuya lectura había interrumpido en Enero para leer un libro sobre Vietnam y otro sobre Hiroshima. Tomando en cuenta que allí estaría durante mucho, mucho tiempo, estaba seguro que alcanzaría a leer mi libro hasta la última página. Y no me equivocaba. También traía un paquete envuelto en papel de regalo y un sobre. Días antes, mientras caminaba por la peatonal de Lomas de Zamora, entré casualmente en una librería y buscando algo interesante, encontré de oferta el libro Internet para médicos, de PC Users. Pensando en ella y tomando en cuenta la proximidad de su (nuestro), cumpleaños, lo compré. Siempre regalo libros a la gente que aprecio, por la simple razón que no sé regalar otra cosa. En el sobre había una tarjeta de cumpleaños extraída de mis archivos. No era precisamente para una mujer madura como ella, ya que los dibujos que tenía aquella tarjeta eran de Looney Tunes, o sea, Bugs Bunny y sus amigos, pero necesitaba aprovechar esas tarjetas guardadas en archivo. En la tapa se leía “¿cuántos años cumplís?”, y al abrirlo, se completaba con un: “¿y encima los festejás?. Feliz cumple”. Por supuesto, también traía todos mis estudios. Inclusive había hecho con papel madera dos sobres a medida para las radiografías. Uno de ellos llevaba en mis manos en aquel momento. 10:30 AM. Llega la doctora T. al lado norte de consultorios externos del Hospital de Lanús por una puerta lateral, igual que una estrella al ingresar a un teatro, por eso digo que su aparición es estelar. De repente aparece en la entrada del consultorio de cirugía y al reconocerla la gente se apelotona a su alrededor. Yo me quedo sentado leyendo. Todos los pacientes son llamados por orden de llegada y yo ya estaba anotado así que no era necesario más esfuerzos por el momento. Una vez que hablaron con la doctora T. toda la gente vuelve a sentarse en sus respectivos asientos a esperar. Mientras leo, veo un par de chiquillos que
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inquietos van de aquí para allá. En una de esas ocasiones, alcanzan a tomar mi frasquito verde con saliva depositado junto a una butaca vacía a mi lado. En un rápido reflejo se los quito de las manos. Dos mujeres que vieron aquello se echan a reír. No sé que gracia tendrá esto. Cuestión de ignorancia, supongo. El sol comienza a ascender en el cielo a medida que avanza la mañana. Su luz se cuela por el techo transparente y hace que los consultorios externos estén cada vez más iluminados. Veo que la gente lentamente comienza a irse y aquel sector a quedarse cada vez más vacío, algo que incluso se percibe en el consultorio de cirugía. Las butacas a mi alrededor quedan desocupadas y yo sigo allí. En una de esas ocasiones, la doctora T. sale de su consultorio y alcanza a verme. Luego, estudia la lista y pregunta a su asistente qué pacientes quedaban. Mi nombre y apellido lo conocía, así que estaba por demás enterada de que la esperaba. ¿A qué viene todo esto?. Ya verá. Por alguna razón yo era el penúltimo en la lista, así que a eso de las 12:00 del mediodía la enfermera llama a los últimos tres que quedábamos allí y nos hace entrar al consultorio, para sentarnos en otras sillas de plástico directamente frente a la entrada del mismo. Apenas nos acomodamos sale la doctora T. de su consultorio y me ve. Sabía porqué estaba allí. Trajiste todos los estudios? Asentí. Entra a su consultorio y hace pasar a la persona cuyo turno estaba antes que el mío. Cuando me toca a mí entrar me sorprende con un anuncio. Andá arriba a ver a la doctora V. ¿La doctora R.? La doctora V. Ella está al tanto de tu caso. Andá a verla y mostrale los estudios. Y le llama la atención a su enfermera asistente, que casualmente estaba cerca nuestro. Este paciente (señalándome), hace dos horas que tendría que haber sido atendido. A ver: Estaba en su lista de pacientes para atender aquel día, me vio y a su vez conocía perfectamente mi nombre, por ende, sabía que la esperaba, ¿y sale con semejante reacción?. Ay, doctora... Existe un motivo por el cual el apellido de la colega de la doctora T. (la doctora V.), lo confundía con “R”, pero debido a que no estoy autorizado no puedo explicar el porqué. Le hice caso a la galena rubia y camino por un pasillo hacia los ascensores, tomo uno de ellos y una vez más estaba en el piso en el que estuve internado entre Septiembre y Octubre de 2004 y en el que también estaban las salas de cirujanos y residentes. Me ubico en el lugar de siempre esperando que la doctora V. se cruce en mi camino. Aquella doctora fue la que defendía la postura de alimentarme normalmente por la boca a principios de Octubre del año anterior cuando todos sus colegas se oponían. También fue la que trató de colocarme una bolsa de colostomía en la abertura de mi cuello para retener la saliva que salía por allí, aunque en vano, y también fue la doctora que se desentendió del asunto el día que necesitaba un cirujano para que me asista en el estudio de seriada gastroduodenal, al igual que todas sus colegas de sexo femenino. Era morocha, cabello castaño, y posiblemente con algunos
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años más que la doctora T., pero su carácter agradable la hacía más accesible y comunicativa que su colega rubia. Pero de todos modos, la doctora V. no apareció y a eso de las 12:30 apareció la doctora T. por allí. Al verme me pide mis estudios y se los entrego, todos dentro del sobre de papel madera con las placas. Entra rápidamente a la sala de cirujanos y aprovecho para aproximarme a la entrada de la misma, y la veo mirando mis radiografías. Vuelve hacia mí. ¿Dónde están los estudios de laboratorio? Está todo dentro del sobre, doctora, busque bien- le respondo aburrido. Vuelve a la sala de cirujanos y veo que mete la mano del sobre y extrae lo que buscaba. Mujer tenías que ser. Pasan varios minutos dentro. Ya cuando eran pasadas las 13:00 sale de la sala la doctora T. acompañado de su colega especialista de cabeza y cuello como ella, el doctor V.,el doctor bueno. Él había operado por primera vez mi cuello (cervicotomía), la noche fatídica que pasé por el quirófano de guardia con 4 impactos de bala y sangrando por dentro y por fuera. Examinó mi cuello mientras estaba internado para ver mi evolución y recomendó a los residentes con energía que cambiaran mi traqueotomía por una nueva. Creo que mi caso le perteneció de alguna manera hasta que mi cuello se infectó y nuevamente pasé al quirófano un sábado a la noche para ser operado por la doctora T. y a partir de allí ella tomó la posta. Ahora veía a ambos juntos examinando mi caso. El doctor V. me pide que lo mire y que levante levemente el mentón. Eso hago y coloca sus manos debajo del mismo, mirando mi cuello y su apariencia. Se ve bien, - asegura con tranquilidad. ¿Me dice que está todo bien después de echar una mirada de sólo segundos?. ¡Qué capo!. Sin embargo el doctor V. me tendría un regalo de cumpleaños. No sería tan grave como el regalo de reyes de la doctora T., pero sí fue algo inesperado. ¿Te acordás que tuviste una traqueotomía? Sí- cómo no me iba a acordar de aquello. Bueno, voy a necesitar que te hagas otro estudio para saber el estado de tu garganta y cuello por dentro a ver si está todo bien, y sobre todo saber cómo cicatrizó el lugar en donde estuvo la cánula. Y agrega algo que me entusiasma: Y si el estudio te lo hacés mañana y sale todo bien, te opero el sábado- anuncia. Vaya, entre hombres nos entendemos. Que me haga acordar al darme el alta para invitarle un trago. Pero la doctora T. no compartía la iniciativa de su colega. No esperaba que el tejido se desinflamara tan pronto- me dice con un claro tono de decepción en su voz y refiriéndose a “la bola”. Definitivamente la doctora T. quería operarme a mediados de año y mientras tanto continuara alimentándome por sonda. Había veces que a esta galena rubia la odiaba con todas mis fuerzas y aquel era uno de esos momentos. Casualmente había junto a nosotros una mesita con ruedas usada por las enfermeras para llevar a las habitaciones implementos médicos. Como su superficie estaba despejada la doctora coloca allí mis estudios y uno de sus
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papeles usados para hacer recetas. Como la mesita es baja, ella debe inclinarse para escribir una nueva orden de estudio para mí, y yo aprovecho la oportunidad para contemplar su postura y mirarle parte de sus pechos, pies, cabello, sentir su perfume... en fin, todo lo posible. Todo formaba parte de mi estudio. Mientras escribía la orden, la doctora T. remata: Él piensa que estamos haciendo todo muy lentamente, es muy ansioso- le confía a su colega el doctor bueno. Y el doctor V. me mira y me da una explicación que hasta la fecha nunca llegué a entenderla, debido a que fue todo un “cantinfleo” o “sanata”, según cómo se lo interprete. Yo preferí guardar silencio. Francamente, la doctora T. y yo estábamos molestos por lo mismo. La diferencia, claro está, era que mirábamos la cuestión desde extremos opuestos. Ella creía que era muy ansioso en resolver mi caso, y yo creía que ella manejaba las cosas muy lentamente para mi gusto. Mientras escribe, pregunta algo que me sorprende: ¿Qué le pongo a la orden?- le pregunta a su colega. El doctor V. le explica brevemente lo que necesita obtener del estudio. ¿Debía preguntar qué escribir?. No entiendo nada. Cuando finalmente termina de hacer la orden, el doctor V. me repite que si tengo listo el estudio mañana, el sábado me opera. Nos estrechamos la mano, agradeciéndole por todo. En aquel momento me preguntaba cómo hubiera sido mi caso manejado desde el principio por el doctor V. Uno de los defectos que reconozco tener es que mientras que con hombres me comunico perfectamente en el lenguaje de Marte, ocurre con contrario con las mujeres al no entender el lenguaje de Venus, consecuencia directa de no haber tenido casi amigas ni jamás una novia en mi vida para tratar de aprender algo de idioma venusino. A pesar de estar bien documentado al respecto, aún las mujeres son algo desconocido para mí, y eso a pesar de tener a Petra. Quizás sea por eso que nunca alcancé de entenderme del todo con la doctora T. Admiraba su belleza de rubia mujer madura (siempre las rubias maduras fueron mi debilidad), pero no entendía lo que salía de su microscópico cerebro de mujer y salía por su boca. La doctora T. coloca su automático Trodat encima del papel y estampa su sello y lo firma. Debía ver a una tal doctora N. Para que me haga el estudio. De paso me vuelve a preguntar: ¿Dónde están los análisis de laboratorio? Estaban frente a ella, sobre la mesita, así que se los señalo. Ah. Miro mi reloj digital: las 13:30 PM. Nunca antes había estado tanto tiempo en el hospital. Estaba atrasadísimo para mi dieta diaria. Debía salir de allí cuanto antes. No creo que llegue ahora al consultorio a pedir turno- le digo a la doctora enseñándole mi reloj. No llegás, pero mañana a la mañana la encontrás en su consultorio. ¿sabés dónde queda? No. Vas hasta la planta baja. En lugar de salir hacia fuera, vas en sentido contrario.
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Pasando el laboratorio. Pasando el laboratorio. Llegás al fondo del pasillo y doblás a la izquierda y ahí está el consultorio de la doctora N. La buscás y le das este papel para que te haga el estudio. De golpe me puse a pensar en este detalle: ¿Porqué este estudio no podría habérmelo hecho el mes anterior junto con los demás en lugar de hacérmelo casi a último momento?. ¿No pudo haberme dado la doctora la orden junto con las demás?. Eso mismo le pregunto en aquel momento y ella levanta la mirada hacia arriba , lo mismo que sus manos. Esto es cosa del doctor V. según parece. Aproveché para tratar de intercambiar opiniones acerca de mi caso. Le había llevado un papel impreso de un dibujo de un esófago bajado de internet para que me muestre dónde exactamente estaba mi lesión. Lo malo era que mi dibujo mostraba la parte baja del esófago y no el área del cuello y la doctora T. me lo hizo saber. También quería revisar con ella lo que estaban a punto de hacerme en el quirófano, basado en algunos datos también bajados de internet, pero al respecto la doctora T. fue cortante. No me gusta esto. No está todo en internet.- me argumenta con cierta molestia. Nunca más volvería a hacer eso. En lo sucesivo cualquier documentación que recopilaría con respecto a mi caso iría a parar a mi archivo y no la compartiría ni con ella ni con nadie. La doctora T. se despide de mí recomendándome que apenas tenga el estudio vuelva a verla. Aprovecho para entregarle el regalo y el sobre. Ambos estábamos ofuscados por todo, pero debía darle el regalo de todas maneras. Feliz cumpleaños- le digo. Igualmente- me responde ella a la vez que vuelve a la sala de residentes. A través de los ascensores retorno a la planta baja y aprovecho para hacer lo que se dice en la jerga militar, un reconocimiento del área. Sigo las indicaciones de la doctora T. y encuentro el consultorio de la doctora N. Ya sabía adónde debía ir al día siguiente temprano. Pero viendo las cosas en retrospectiva, estoy casi persuadido de que lo que intentó hacer el doctor V. era tenderme una zancadilla. Si el estudio mostraba anomalías en mi cuello, tendría un poderoso argumento para postergar mi operación indefinidamente... y la doctora T. se frotaría las manos. Conque ésas tenemos ¿eh?. Y con respecto a la información que está en internet y que la doctora T. le resultaba insuficiente y pobre, días antes de internarme y como consecuencia de haber tomado mi decisión de quitarles a los galenos toda mi confianza por sobre todo al haberme dejado plantado aquel día de febrero en que nadie quería asistirme para hacerme la seriada gastroduodenal, comencé a documentarme sobre la operación que me iban a hacer, para evitar sorpresas y malos tragos. Así fue como me enteré que la operación que estaban a punto de practicarme se llamaba esofagostoma con interposición de colon, y que consistía básicamente en quitar 3 centímetros de mi intestino delgado para colocarlo como un “empalme” que una los dos cabos seccionados de mi esófago (cuando a la doctora T. le pregunté si me había cortado de lado a lado mi esófago ella se negó, algo que me dejó muy sorprendido, a pesar de que el -
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corte se notaba casi a simple vista mirando hacia el interior de mi abertura en el cuello), en una operación que duraba aproximadamente 3 horas y con un tiempo de convalecencia para el paciente de 7 a 10 días. Aunque ya para esas fechas tenía mis dudas de que el hospital de Lanús me dejara convaleciente solo de 7 a 10 días. Tenía el mal presentimiento de que mi internación duraría más que eso, y no me equivocaría. La historia del procedimiento conocido como esofagostoma es interesante. Tiene más o menos unos 90 años de historia, cuando los cirujanos intentaron al principio reparar lesiones en el esófago usando como “parches”, partes de intestino. Pero recién hace unos 50 años que se perfecciona el procedimiento usando partes del colon del mismo paciente en las operaciones de esofagostoma, y así se mantiene el método casi sin cambios desde entonces. Todo esto a grandes rasgos. Más detalles en internet. Con mi servicio de inteligencia funcionando a full, y con toda la información necesaria sobre lo que me esperaba en los próximos días, estaba listo para la acción. Todas las lecciones del pasado reciente habían sido bien aprendidas. Al día siguiente viernes, 4 de Marzo de 2005 y tomando en cuenta la proximidad del otoño, la mañana de aquel día no era muy calurosa como en días anteriores. Tenía en mis manos el diario Clarín de aquel día, adquirido en el kiosco ubicado fuera del hospital. Una vez que entro al consultorio, me sorprende que tenga filas de asientos plásticos como los que se encuentran frente al laboratorio y en los consultorios externos. Me hago anunciar ante una joven enfermera asistente (las enfermeras se vuelven cada vez más irritantes a medida que van envejeciendo), explicándole mi situación y el porqué estaba allí. Me dice que espere y entra a una puerta. Poco después sale acompañada de la doctora N. cuyo apellido suena fonéticamente parecido al de un conocido tenista argentino de origen cordobés, y su nombre creo que era el mismo que el de pila de la doctora T. (mal augurio). No veía en ella nada extraordinario: cabello negro largo, madura de más de cuatro décadas, cuerpo mediano que delataba su edad, unos 1,70 mts. más o menos, lentes recetados de marco metálico, según creo, sobre sus ojos. Me mira y al tiempo que la saludo le explico el motivo de mi paso por su consultorio. Lee la orden de estudio. ¿Quién da la orden?- Y lee al pie del papel -¿T.?. A ver, pase- me ordena. Entro a su consultorio que a pesar de ser más oscuro que los otros consultorios a los que estoy acostumbrado, éste es más amplio y acogedor, y hasta cómodo. Realmente la doctora N. Trabajaba en un lugar envidiable. Me siento frente a ella en un escritorio bastante aceptable en comparación con los demás ubicados en diferentes lugares del hospital, e intento convencerla de mi necesidad. Mire, necesito que en lo posible ver si me podría hacerme el estudio hoy, ya que tengo la operación reservada para mañana... Pero la doctora N. me para en seco. Sí, pero mis tiempos no lo permiten, por más que en cirugía te hayan dicho que te operan mañana. Las cosas no se hacen así a las apuradas. Luego, me interroga: ¿Porqué tenés la abertura en el cuello?
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Una infección. ¿Qué la provocó? Una traqueotomía ¿Porqué tenías una traqueotomía? Por una fístula traqueoesofágica ¿Y porqué tenías una fístula? Por herida de arma de fuego. Ah. ¡Pffffff!. Esto pinta feo. Algo me decía que las cosas no saldrían tan fácilmente. Siempre tenía algún obstáculo por delante, y casi siempre provocado por alguien de forma premeditada y haciendo uso (o abuso) de su autoridad. La historia de mi vida. Para colmo, ésta era una mujer, así que ni intento discutir. ¿Cuándo puede hacerme el estudio entonces? El lunes. A las ocho. En endoscopia. Está en... Ya sé dónde está. Ya fui por ahí- le interrumpí. Ah, bueno- la doctora N. hace otra orden en un papel y le pone su sello, y me lo entrega- con esto venís el Lunes, ¡en ayunas!. Y traeme placas de tu cuello. Okey, gracias. Me pongo de pie y salgo de allí. ¡Dios!.¿Porqué tiene que ser todo tan difícil?. Dame fuerzas y mucha paciencia... para no acabar convirtiéndome en un asesino serial de médicos. Así que cumplo mis 35 años alimentándome por sonda en casa y no en un quirófano con el doctor V. cerrándome la abertura en mi cuello. Aún hoy me pregunto que si hubiera logrado hacerme el estudio aquel viernes el doctor V. hubiera cumplido su promesa, sobre todo porque los sábados estaba la doctora T. de guardia. Aunque parezca difícil de creer hoy en día, aquella sencilla decisión administrativa de la doctora N. de postergarme mi estudio 72 horas tendría terribles consecuencias para mí. Si me lo hubiera hecho aquel 4 de Marzo posiblemente hubiese sido operado por el doctor V. al día siguiente y mi convalecencia duraría hasta mediados de Marzo, para por fin recibir el alta. Pero el estudio me lo hizo el 7, y a pesar de haber sido internado aquel mismo día, estaría en el hospital ocupando una cama ocioso durante 11 días en los que incluyo un intento de operación de mi cuello abortado, saliendo por fin del hospital recién a principios de Abril. Tiene fundamento eso de que las decisiones del presente pueden afectar nuestro futuro. La decisión de la doctora N. afectó mi futuro para mal, con lo cual se convirtió en una candidata para mandarla a cierta parte fétida del mundo. Llega el lunes 7 de Marzo de 2005. 8:00 AM en punto. Amenaza de lluvia con nubarrones grises y algún goteo desde el cielo aquí y allá. Llego al hospital de Lanús desde mi casa caminando, como siempre. Por las dudas, llevo encima un impermeable negro, además de un sobre con mis radiografías más recientes del cuello. Se siento en una banca frente a la entrada de endoscopia y espero a que abran la ventanilla, algo que hace el personal de aquel consultorio muy lentamente a eso de las 8:30 AM. Como soy el primero de entre un pequeño grupo de tres o cuatro personas, le paso por una abertura de la ventanilla la orden de la doctora N. Poco después me hacen pasar al interior
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de aquel consultorio ya familiar para mí. La doctora N. había entrado por la parte trasera del mismo y entra a una habitación que yo no conocía. Me encuentro con la enfermera que me había asistido en Enero en el estudio de endoscopia con F.F. y nos saludamos. En recepción me dicen que pase y entro a una habitación muy bien iluminada tanto por luz fluorescente como por un gran ventanal con una vista envidiable de parte de la zona de clase media de Lanús, con sus casas con techos de tejas de dos aguas. Era parecido en equipamiento al de endoscopia, aunque más grande en tamaño, y el equipo existente sólo tenía de similitud sus monitores de TV, por lo demás, me daba la impresión de ser aquel equipo una mezcla de sillón de dentista y seriógrafo. La doctora N. toma notas en su escritorio que da hacia la ventana. Yo me siento en una pequeña sillita en un rincón, pegado a uno de los lados de la ventana. Me sentía un escolar castigado allí. Si me ponían el bonete en la cabeza estábamos hechos. La doctora N. me pide las placas. Yo las extraigo del sobre papel madera y se las extiendo con mi brazo. Son las más recientes que tengo, datan de Octubre de 2004, no tengo otras- le explico en un acceso de justificación. La doctora N. mira las placas a contraluz. Para ser sincero y sin desmerecer a nadie, no había mucha información útil en esas placas de rayos X de mi cuello. En una de ellas aparecía incluso la traqueotomía, y tenía mis dudas si llegara a encontrar la fístula que tenía en aquellos días. La doctora N. me devuelve las placas. Bueno. ¿Viniste en ayunas? Sí. Ponete cómodo y recostate en esa camilla- me ordena. Me quito el impermeable y dejo mis cosas sobre la pequeña silla en la que estaba sentado, para acercarme a continuación a aquella camilla en la que me acuesto. La doctora N. me pide que poye mi cuerpo sobre el costado izquierdo, mirando en sentido opuesto a la ventana, y eso hago. Previamente una enfermera asistente me había colocado la ya conocida anestesia en spray en mi lengua para que ésta quede adormecida, además del aparato plástico con el hoyo dentro para que apriete con mis dientes. Lo demás fue muy parecido a la endoscopia. La doctora N. se sienta cerca mío y me coloca a través de mi boca un endoscopio y tal como hizo F. F. dos meses atrás, a través de los monitores puede ver el estado de mi garganta. Mientras tanto, mi cuerpo trata de rechazar aquel cuerpo extraño y siento convulsiones, y mis lágrimas corren por mis mejillas, como cuando me aspiraban la traqueotomía. No encuentro fístula ni lesión alguna, ni tampoco cicatrices, por ahora veo todo normal.- me asegura la doctora N. Todo esto me parecía superfluo. Definitivamente fue un intento del doctor V. de colocarme una zancadilla. La fístula traqueoesofagica ya no existía desde Octubre de 2004 después de la operación de la doctora T. y según imágenes del tomógrafo. Estoy seguro que ya para Enero de 2005 en la endoscopia la doctora T. y F.F. no habían detectado lesión alguna en mi cuello. El porqué la galena rubia guardó silencio cuando su colega había pedido el estudio es un misterio para mí. Afortunadamente este estudio duró apenas unos minutos. Al fin y al cabo, no
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había nada interesante para mirar. Rápidamente la doctora N. me quita de la boca el endoscopio y la enfermera tiene lista cerca de mi boca un apósito para que escupa a la vez que me limpio las lágrimas como puedo. Todo había terminado. La doctora N. me entrega un papel con el membrete del hospital de Lanús y más abajo con un dibujo del contorno del cuerpo humano visto de frente, más abajo veía notas de la doctora N. escrita en jeroglífico médico. Lo poco que podía leer y entender era que decía que no había lesiones ni fístula y estaba mi cuello normal apto para operación. Me pongo el impermeable y salgo de allí a gran velocidad. Mientras camino por el pasillo hasta el sector de escaleras y ascensores me acuerdo de las placas que había olvidado en el consultorio, así que vuelvo a endoscopia. Cuando vuelvo a entrar, un jetón me avisa que cierre la puerta al salir. Ah, no me di cuenta, disculpe, pensé que cerraba sola- alcancé a decirle sarcástico por no mandarlo a la mierda. Vuelvo al consultorio a encontrarme con la doctora N. que aún seguía allí y avisándole que me olvidaba el sobre con mis placas de cuello. Estás tan emocionado que te los olvidaste- me dice la doctora con una sonrisa. Salgo de endoscopia y retomo el camino anterior. Cuando llego al hall del piso en donde están los ascensores y las escaleras me encuentro con la doctora T. hablando con otro colega. Le agito el estudio en su rostro. Ella lo toma y lo lee brevemente. Bueno, subí y mostrale al doctor V. – me sugiere. Bueno. Subo por las escaleras tomando de dos en dos los escalones hasta llegar al piso de terapia intermedia, cruzo una vez más las puertas dobles y una vez más me posiciono en el lugar de siempre esperando que se cruce en mi camino el doctor V. Y una vez más, la que se cruza en mi camino es la doctora T. que sin decirme nada entra a la sala de residentes y minutos después sale de allí el patilludo G., jefe de residentes en aquel entonces y con su segunda piel, el guardapolvo verde de Clínica Banfield. Trae un formulario consigo. Me pide mis datos personales y mi DNI. Llena esos datos en el formulario y me lo entrega: es la orden de internación. Bajá a internación y que te den un número de habitación y después buscame- me ordena. Okey- le digo a la vez que salgo pitando de allí. No era necesario ser detective para saber cómo fue que G. me dio la orden de internación y quién le había dado la instrucción para que así lo hiciera. Llego a internación y busco al encargado de dar los números de habitación y me atiende un tipo con la cabeza afeitada a lo Kojak y lentes de marcos de metal dorado. Con un chupetín en su boca era Telly Savalas. Le entrego el formulario y me dice que espere. Y la espera duró más de hora y media. El pelón no tenía ningún apuro. Maldito burócrata. A aquel hombre con cabeza de bola de billar mal lustrada ya lo conocía desde mi anterior internación. Pasaba todos los días de habitación en habitación pasando lista de los internados. Era un trabajo poco envidiable. A mí no me gustaría andar con una lista asomándome en cada habitación y viendo a
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gente con distintos grados de dolor, sufrimiento y esperanzas para preguntarle por su nombre y así hacer una marca en mi lista de nombres. Mientras espero, me da la sensación de escuchar en el ambiente el tema The Empire March, de John Williams. ¿Por qué?. Ah, ya veo, es ella. Reconocería esa cabellera color trigo en cualquier parte del Universo. Caminaba por el pasillo en dirección a la Guardia acompañado posiblemente de una víctim... un paciente. Después de una hora y media (lo que dura una película promedio), el Kojak trucho me entrega el número de habitación en la que estaría internado. Vamos avanzando. Vuelvo otra vez al piso de terapia intermedia. Me cruzo con Mariana y le pregunto dónde diablos está G. ¿G?. Debe estar por ahí- me responde. Quien me manda a preguntarle a una mujer. A los pocos minutos, afortunadamente, aparece G. y le entrego de vuelta el formulario con el número de habitación. Bueno, traé tus cosas para internarte- me anuncia. Bien, bien. Luego de hacer un trámite para mi amigo José en el barrio de Once, vuelvo a mi casa a tomar mis cosas. Ya tenía todo organizado con varios días de anticipación. Tenía un bolso blanco con el membrete de Consolidar Salud que me había obsequiado José años antes y al que le había llenado ya con el equipo personal de supervivencia hospitalaria. Llevaba una radio Tonomac multibanda pequeña con pilas, un Discman Sony y algunos Cd´s. Pijama y pantuflas mismo color para que hagan juego, óleo calcáreo para mi espalda, Mentisan boliviano, Pervinox y alcohol en sendos envases plásticos con pico vertedor, máquina de afeitar eléctrica Braun, cepillo de dientes y dentífrico, apósitos, gasas y cinta adhesiva de tela blanca, un sachet de Nutrisol, mi teléfono celular Nokia 2160 hecho a medida con su respectiva batería y cargador de pared, el recipiente grande para escupir que usaba en casa, regalo de Elena, ropa interior, algodón, el libro La suma de todos los miedos de Tom Clancy y el libro Los cañones de Navarone de Allistair Maclean, envases de plástico duro con gel en su interior para congelar para el caso de contraer flebitis y mi brazo quede inflamado, una jeringa, enjuague bucal, toalla, papel higiénico, jabón de tocador, todos los estudios en una carpeta y las placas más recientes, y creo que eso era todo. Únicamente por razones prácticas debía cargar solamente ese bolso ya de por sí pesado por las cosas que llevaba en su interior. Como mi madre estaba trabajando cuando recibí la novedad y debía ir cuanto antes al hospital, ya que por la gestión hecha a José estaba atrasado, le dejé sobre una de las mesas de luz una nota avisándole que me internaba y que me buscara en el piso inmediato inferior al que yo estuve internado el año anterior, de terapia ligera. Sabía que como tendría mucho tiempo libre los libros que llevaba los iba a terminar de leer enseguida, así que dejé una pila de libros a la vista en mi habitación y que les pediría a mis familiares a medida que los iba necesitando. Así que salí de mi casa y me fui caminando hasta el hospital de Lanús con el bolso a cuestas. Ya eran cerca de las 16:00 horas cuando por fin llegué al piso de terapia ligera. Luego de preguntar al guardia de seguridad por dónde debía ir para encontrar el número de mi habitación, camino hasta la entrada del número que me correspondía y me encuentro con Marcelo que casualmente
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me buscaba. Luego de saludarlo veo que mi compañero de habitación era un hombre con barba y poca ropa, con una pierna enyesada levantada con cabestrante y pesas. ¿Qué hacés acá?- le pregunto. Vine a sacarte muestras de sangre- me responde- pensé que ya estabas acá. Bueno, sí, tuve algo que hacer. Rápidamente me quito el impermeable y me remango la camisa del lado derecho para que me tome la muestra de sangre de pie frente a él. Marcelo introduce la jeringa en mi antebrazo y extrae un poco de mi vital elemento. Anota algo en un papel y con él enrolla la jeringa con mi sangre. Haceme un favor- me pide ¿Qué? Bajá a laboratorio y entregá esto- y dicho esto me da la jeringa. Bueno. ¿Tenés tus estudios? Abro mi bolso y saco la carpeta y el sobre con las placas. Tranquilo, tranquilo- me dice. Tranquilo nada, no hay tiempo que perder. De la carpeta extraigo los estudios de laboratorio y de endoscopia. Del sobre, la placa de tórax. Lo demás quedaba en mi poder. Así que hoy estás de vuelta en el hospital- me comenta No tenés idea de lo que costó- le respondo ¿Qué te dijo la doctora T.? Nada, creo que me odia, no me quiere ni ver- le dije con sinceridad. Y claro, la perseguiste tanto- agrega Marcelo con una sonrisa a la vez que se marcha. Así que ése era el pensamiento de los residentes de cirugía (ya que estoy seguro que la opinión de Marcelo era similar a la de sus colegas). Realmente la doctora T. no sabía nada de persecuciones. Si realmente la hubiese perseguido, hubiese aplicado el plan B de hacerle la vida miserable, arruinarle la vida incluso estando en su casa y, averiguando con Dick, inclusive echarle a perder sus vacaciones, aunque se hubiese ido a Aruba o al culo del mundo. El método para hacerle la vida miserable a una persona como la doctora T. es un secreto, pero cuando me comunicó aquel 6 de Enero su decisión de postergar mi convalecencia 2 meses más, realmente quería destrozarla de alguna manera. Sólo el discernimiento posterior de la situación en frío y el razonamiento analítico impidieron que hiciera algo que nunca me gustaría hacerle a una persona porque no es agradable. Por fin estaba internado y en la recta final hacia la operación para cerrarme la abertura en mi cuello y así comer y beber como Dios manda. Antes de cambiarme de ropa bajo a la planta baja hacia el laboratorio y entrego la jeringa con mi sangre por la puerta trasera del mismo. Poco después mi madre llega a mi habitación y me encuentra ya cambiado con pijamas y pantuflas. Cuando a las enfermeras que pasaban les pido que me coloquen Nutrisol en una pértiga no me hacen caso. Supongo que necesitan la orden de los médicos. Y esta es: colocarme suero intravenoso. ¿Por qué?. Porque sí. Tal parece que cualquiera que entra al hospital le colocan suero Rivero lo necesite o no, y en mi caso no lo necesitaba, ya que me alimentaba por sonda. Igual le pedí a mi madre que
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me enviara de casa la dieta con las jeringas y demás implementos para alimentarme. Entre tanto trajín no había alcanzado a alimentarme aquel día, aunque no sentía hambre. Mi madre me traería todo al día siguiente. No bien se fue Marcelo entraron dos muchachos amigos de mi compañero de cuarto a saludarlo. Tenían aspecto de villeros y eso me hizo fruncir el ceño. Uno de ellos me saluda y me pregunta porqué estoy allí. Le comento brevemente mi caso y en medio de la conversación, sale la cuestión de las balas y el hecho que a mí no me las hayan quitado. No te sacan las balas- me dice el villero vestido con shorts y una camiseta de fútbol de un equipo paraguayo- a mí no me las sacaron tampoco, mirá- y dicho esto se levanta la camiseta y me muestra su costado izquierdo, donde se podía apreciar el proyectil casi a flor de piel. Una vez que me muestra esto, se va con su amigo. Menos mal. Así terminaba aquel 7 de Marzo de 2005, un día en que gracias a mi empuje e iniciativa había alcanzado la meta de internarme y lograr el objetivo de volver a ser un ser humano normal, en lugar de ser un burdo remedo de bebé en gestación con un cordón umbilical de plástico para mantenerme vivo. Me acomodo en mi cama, e inicio la lectura de La suma de todos los miedos, de Tom Clancy. Francamente la novela tenía poco parecido con la versión cinematográfica hecha en el 2002 con Ben Affleck y Morgan Freeman. Una de las cosas que aprendería de escritores como Clancy era la importancia de documentarme bien antes de escribir un libro del tipo Thriller. Mi proyecto Blue Eagle seguía ese patrón aunque debía mejorarlo bastante, ya que lo había escrito en 1997 y quedó desactualizado. De todos modos, la novela de Clancy que tenía en mis manos en aquel momento no dejaba de ser atrapante y daba ganas de no dejarla de leer hasta terminarla. La misma emoción sentí años antes con su otro libro que fue su primer éxito y el que también se realizaría una película en 1990, La caza al Octubre Rojo. Enciendo mi radio Tonomac y sintonizo FM Federal, mi radio favorita. Por la ventana veo que la noche se adueña de Lanús y la luces se multiplican titilantes hacia el horizonte. Yo trato de terminar bien mi día leyendo y escuchando buena música. Sin embargo, no todo era vino y rosas. No bien me acomodo en mi cama cuando un enfermero que reemplaza mi suero me dice: Te compadezco por el compañero que tenés. ¿Por qué?- le pregunto extrañado. Ya vas a ver- insiste a la vez que se marcha. El compañero en cuestión era un hombre de unos cuarenta y tantos años, delgado, alto a juzgar por la longitud de la cama que era ocupada por su cuerpo. Barba negra mal cortada y un rostro arrugado que irradiaba sufrimiento y privaciones de toda la vida. Casi no tenía ropa alguna, según él, cuando comencé a charlar, era porque se la habían robado en el hospital. Tenía sólo un calzoncillo que parecía más un taparrabo y lo hacía parecer al Cristo recién bajado de la cruz. Me había dado su nombre, pero lo olvidé. Me comentaba que era evangelista y que estaba allí porque tuvo un accidente con un tren. Yo me preguntaba en realidad qué tipo de accidente tendría, ya que casi siempre la persona que era pasada por arriba por un tren se convertía en una masa informe de carne, tripas y sangre. Él tenía las piernas escayoladas, así que lo
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más probable era que se había caído de un tren, ya que si sus piernas habían golpeado contra el mismo o algo así directamente no las tendría. Cerca de la madrugada, una enfermera morocha y algo obesa ve mi suero casi vacío y lo cambia por otro lleno. Siento lástima por vos. ¿Porqué?- le pregunto algo adormilado y con mis ojos encandilados por la luz fluorescente del techo. Por el compañero que tenés, es insoportable. ¿Ah, si?, hasta ahora no tuve problemas- le repuse. Una vez que me había atendido pasa a mi compañero y le inyecta en el antebrazo derecho algo que éste necesita mucho porque veo que le extiende el brazo casi con ansiedad. ¿Algún analgésico?. Al día siguiente mi madre me trae todos los elementos necesarios para alimentarme por sonda. Mi compañero ve aquello con mucha curiosidad. El alimento me lo traía en termos y envases plásticos envueltos con repasadores gruesos para que no perdieran el calor. Obviamente comencé a inyectarme por sonda el alimento almacenado en los envases plásticos y dejaba el de los termos para lo último. Con eso, un poco de lectura de Tom Clancy (todas las enfermeras que entraban en la habitación les llamaba la atención el libro y el título que llevaba), y música me hacían la vida de internado más llevadera y menos monótona. Aquel día, 8 de marzo, día diáfano en comparación con el anterior, mientras cumplía con el proceso de alimentación entran unos tipos de traje y corbata y maletines. Hablan con mi compañero acerca de un proceso judicial con respecto a su accidente de tren. Una vez que se van, el barbudo hombre me dice con su voz cansina: Todos los abogados son unos ladrones, quieren plata. Si hay algo que tienen en común los abogados con los delincuentes es que ambos le roban a la gente honesta. La diferencia, claro está, es que los abogados al menos lo hacen diplomáticamente. Mi madre me visitaba a diario, sobre todo porque por las tardes debía llevarse los envases y los termos vacíos y a la mañana temprano antes de ir a su trabajo traerlos llenos para alimentarme durante el día. Esa labor debía hacerla una mujer, sí, pero no ella, alguien que por desgracia no existe aún en mi vida, y es algo que no me canso de repetirlo. Al poco tiempo descubrí porqué las enfermeras me decían que sentían lástima por mí por el compañero de cuarto. Primero fue la solicitud de éste de darle agua, algo que como un samaritano no tuve problemas en darle. Luego me pidió que le ayudara a quitarle las pesas y cabestrantes (me negué, desde luego) porque quería caminar e irse. A continuación pedía más agua y el urinario, o que le acomodara la almohada, e incluso que le rascara una de sus piernas. Ése fue apenas el comienzo. A la noche necesitaba su inyección, o abrigo, o agua, no sé. La cuestión era que en el momento que me aprestaba a dormir comenzaba a gritar. Enfermeraaaaaaaaaa! Doctoraaaaaaaaaaaa! Doctorrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr! Enfermeraaaaaaaaaa!
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Y así. Cuando finalmente llegaba la enfermera (molesta, desde luego). ¡¿Qué querés?! Quiero pichicata- respondía el hombre. ¡Ahora viene la doctora y te da algo!- le gritaba la enfermera, y se iba, cerrando la puerta para que sus gritos no se escucharan por el pasillo (y a mí que me parta un rayo). Enfermeraaaaaaaaaa! Doctoraaaaaaaaaaaa! Doctorrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr! Enfermeraaaaaaaaaa! Solamente podía dormir cuando él se cansaba de gritar y a su vez se dormía. Pero de todos modos, dormía poco y mal. En esos días me daba cuenta lo bien que funcionaba mi servicio de inteligencia, tan duramente cultivado a lo largo de los últimos meses. Cuando aquella semana estaba a punto de terminar, me pasan un reporte para que lo lea: “Los médicos se olvidaron que estás internado acá. Recién se enteraron porque te vieron de casualidad”. ¡¿Quéeeeeeee?!. Oh, no. Oh, sí. En una de sus visitas, tuve que pedirle a mi madre que averiguara acerca de mi situación en la sala de residentes. Fue hasta allí y se encontró con Paula fea que le presenta a mi madre el planteo del electrocardiograma que formaba parte de mis estudios prequirúrgicos. Tenía un mes de antigüedad (me lo había hecho a principios de febrero), y necesitaban otro electro más reciente, ya que ése al parecer no les servía. Todo eso me parecía absolutamente ridículo. En casos como ése, el hospital poseía un electrocardiógrafo portátil y a su vez los residentes simplemente expedían la orden y el aparato llegaba a la habitación de uno para hacer un electro en el momento. Eso ya lo sabía porque me lo habían hecho cuando estuve internado el año anterior, y esta vez no vi ningún movimiento de los residentes de cirugía en ese sentido. ¡Déjense de joder!. Debido a que estaba en condiciones de levantarme y caminar sin problemas a pesar del suero (cargaba la pértiga con el suero colgando del mismo como si fuese un estandarte y listo), y conocía mejor los mecanismos del hospital gracias a mis idas y venidas del nosocomio en los últimos meses, sabía a quiénes patearles el trasero para que me hicieran un nuevo electrocardiograma. Incluso estaba dispuesto a buscar y encontrar a la doctora T. para que me expidiera una orden e ir así en pijamas hasta el piso de cardiología y pedir otra cinta milimetrada con las líneas que mostraran los latidos de mi corazón. Estaba decidido a actuar y que las cosas ocurran. Todas las lecciones del pasado reciente habían sido bien aprendidas. Mi madre fue la que me calmó. Insistió por su cuenta en la sala de residentes y Paula fea le había dicho que se tranquilizara, que los estudios que tenían servían y que ya me iban a dar fecha para la operación. Eso está mejor. ¿Cómo inteligencia me pasó el reporte?. Es sencillo: primero algún(a) enfermera(o), se enteró de un comentario de los residentes de cirugía sobre el descubrimiento casual de mí internado en el hospital, en el piso de terapia ligera. Luego éste(a) va a una de las pequeñas habitaciones cerradas y sin
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ventanas existentes en el hospital (que algunas malas lenguas dicen que se usan para encuentros sexuales furtivos), y allí coloca sobre una mesa una máquina Enigma, de fabricación alemana. Acomoda los 5 rotores que posee y escribe (a simple vista Enigma parece una máquina de escribir) el mensaje encriptado que va por un cable que sale del aparato y que está conectado a una pequeña antena parabólica que se encarga de enviar el mensaje vía satélite hasta una residencia cerca de Pilar, al norte de Buenos Aires, que posee un teletipo que recibe el mensaje y de allí pasa a una computadora que lo descifra y lo imprime en una hoja de papel. Por último, un mensajero me trae ese papel hasta mi habitación para que lo lea, lo devuelva y firme acusando recibo del mismo. Todo esto para enterarme de algo que salió del piso inmediato superior al que yo estaba internado. Simple ¿no?. Pero igual mi convalecencia no era apacible. Mi compañero de cuarto hacía cosas muy desagradables con tal que lo atendieran. En realidad, todo lo que necesitaba era que sus piernas se recuperasen lo suficiente para que pudiera salir del hospital por sus propios medios. Según él nadie sabía que estaba allí y por eso no había familiares o amigos que lo visitaran. Además, insistía que sus pocas pertenencias se las habían robado, así que debía estar inmóvil con las consecuencias lógicas para su espalda, sin visitas y casi sin ropa. Supongo que sufría dolores y de allí que pedía “pichicata”. Como según su parecer no recibía atención suficiente, gritaba de día y de noche pidiendo por las enfermeras o los médicos, y por consiguiente resolvió comportarse como un niño rebelde. Primero fue tirar la botella plástica de agua desde su mesa de luz al piso y derramar su contenido, luego trata de voltear la misma mesita, para por último hacerse encima en líquidos y sólidos, así que una de esas noches ya casi no pude dormir no solamente por sus gritos, sino también por el olor nauseabundo de su excremento y orines. Las enfermeras debían verse obligadas a cambiarle las sábanas y lavarle las manos con caca en una palangana, y mandar a alguien a que limpie el piso de los desechos que produjo. Pero todo eso duraba poco. Mi compañero de cuarto se esforzaba en crear inmundicia a su alrededor y para sí mismo. Finalmente, a eso de las 3:00 AM y luego que estar en esa habitación unas larguísimas 48 horas, una enfermera morocha y obesa llega al lado de mi cama en su visita rutinaria y me avisa que podía trasladarme a otra habitación. Está de más decir que lo agradecí infinitamente. Tomé mis cosas y me dirigí hacia el final del pasillo y allí me encuentro con otro pasillo más corto que corre en sentido transversal, doblo a la derecha y encuentro el número de mi nueva habitación. Allí había una muchacho que dormía, así que no prendí la luz y acomodé mis cosas en el armario en total oscuridad. Ya habría tiempo a la mañana siguiente para organizarme y avisar a mi familia de mi nueva ubicación. Cuando amanecía, pude descubrir el cambio. Allí estaba un joven que necesitaba hacerse un operación en su rodilla derecha. Ya tenía fecha así que solo esperaba en su cama. Con mi celular llamo a mi madre avisando dónde estaba. Kojak descubrió mi traslado de casualidad, cuando pasaba lista por las habitaciones todos los días, así que hizo las correcciones y siguió su camino.
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Allí estaba mucho más tranquilo. Haciendo reconocimiento del área pude saber que estaba ubicado frente a las habitaciones reservadas para delincuentes, algo que noté no bien vi a policías de custodia en sus puertas sentados en sillas plegables y mirando una TV colocada en el pasillo para ellos. También estaba cerca de las habitaciones aisladas para pacientes con enfermedades contagiosas, y en el otro extremo del pasillo, la sala de enfermería. Saber todo esto era importante. También en esas caminatas pude ver a una viejito interesante que iba de aquí para allá vestido con su pijama a rayas verticales y pantuflas. Caminaba arrastrando sus pies sin rumbo fijo. Se rumoreaba que estaba internado de manera permanente. Había llegado al hospital con una dolencia cardíaca y desde entonces vivía allí. Al parecer se llevaba bien con todos, aunque las enfermeras se cansaban de decirle una y otra vez que vuelva a su habitación. El viejito siempre caminaba de aquí para allá. Más adelante me enteraría por mí mismo que no era el único que hacía eso. Mientras estaba en mi habitación leyendo y escuchando música, veo un frenesí de enfermeras y residentes corriendo hacia la habitación del viejito, ubicada frente a la mía, entre las habitaciones de los delincuentes y de aislamiento. También escucho por los altavoces de los pasillos del hospital: Oxigenero, oxigenero, presentarse en la habitación... Así que minutos después escucho el pesado rodar el carro del oxigenero con un tanque lleno dirigiéndose al centro de la acción. ¿Se muere el viejito?. Más o menos una hora después escucho resoplidos de alivio por parte de enfermeras y médicos. El viejito comió pollo y se atragantó con un hueso del ave que quedó en su garganta, ahogándose (una terrible sensación que conocía muy bien). De alguna manera lograron resolver el problema y el viejito vivía. Eso es lo que ocurría cuando en el hospital no servían pollo seguido. El viejito con seguridad no había probado aquello en mucho tiempo y comió con demasiado entusiasmo. Sin embargo yo no estaba para pensar en pollo, ni comida alguna por el momento. A mi nuevo compañero de habitación lo llevan al quirófano. Era la hora. Su familia estaba enterada así que allí estaban sus padres y su novia esperando que saliera con bien de la operación. Tres horas después vuelve aún semi anestesiado y con dolor en su rodilla recién operada. Un enfermera coloca suero y anestésicos intravenosos en su antebrazo derecho. Minutos después surten efecto y se siente mejor, aunque está un poco hambriento. Su novia se ocupa de darle algo de comer y de beber. A ese factor me refería al mencionar mi falencia en mi necesidad de cuidado en el hospital. Ahora que estaba mucho mejor resolvería muchas cosas por mí mismo, no había alternativa. Mi madre como todos los días me traía el alimento especial, y una vez más llamaba la atención de la gente que rodeaba al muchacho de la rodilla viéndome inyectarme el líquido blanco y tibio por un tubo plástico hacia lo profundo de mis entrañas. El enterarse del motivo por el que estaba allí dio pie a una conversación sobre la inseguridad imperante. El padre del muchacho me contaba que vivían en Lanús cerca del límite con Lomas de Zamora, en un barrio que por desgracia estaba cerca de una villa, así que conocía a los
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delincuentes que salían de allí, que viajaban en transporte público para robar en la Capital Federal y volver por los mismos medios, que robaban a sus vecinos y que estaban amenazados en conjunto por si a éstos se les ocurría denunciar a aquéllos a la policía. E incluso me contó sobre un delincuente que robaba por el barrio, quedó herido en una pierna, fue al hospital, y salió de ahí moviéndose con una muleta... y así como estaba seguía robando. Formaba parte de la escoria que se drogaba y bebía y una vez que se les acaba el efectivo volvían a robar. Como toda la gente que llegó a conocer mi caso, esta familia consideraba que había tenido mucha suerte y que después de todo, tuve un Dios aparte en mis momentos más terribles. Yo en lo único que pensaba en ese momento era el acierto de poseer como medio de comunicación un Nokia 2160 hecho a medida. Al no tener pantalla color, ni cámara, ni capacidad de enviar mensajes de texto y además ser de gran tamaño en comparación con los celulares más modernos, sabía que la rata que me lo robara tendría que metérselo en el culo ya que mi celular (que aún utilizo con gran satisfacción), tiene actualmente un valor de reventa casi nulo. Después de un par de días, al muchacho le dieron el alta. Envidiaba su rápida evolución y su salida (aunque con la rodilla aún enyesada y moviéndose con muletas). Como su caso era más traumatológico que quirúrgico, no podía compararlo con mi propio caso. Lo bueno fue que tuve durante un par de días la habitación para mí solo. Realmente disfruté aquellos días, aunque estuve ocupado resolviendo asuntos pendientes del mundo exterior con mi teléfono celular. Caminaba hacia la ventana y contemplaba atardeceres en los que el sol inundaba Lanús con una tonalidad ocre para pasar luego a rojiza y por último azul ante la llegada de la noche y Lanús se producía una constelación de luces que titilaban como diamantes. En la caída de la tarde veía a la palomas de ciudad llegar al pie de las ventanas para descansar brevemente después de una jornada de vuelo y búsqueda de alimento, para a continuación acurrucarse en algún hueco en el entretecho del hospital. Siempre creo que aquellas palomas son mensajeras de esperanza en aquel nosocomio. Si no estuvieran allí el hospital de Lanús carecería de algo importante. Cuando llegaba la noche sentía que no estaba en Lanús sino en Varsovia, tal como la mostró en su momento Krzysztof Kiéslowski en El Decálogo. Una noche con un firmamento oscuro y plagado de estrellas, con una Luna perezosa que le cuesta mostrase en plenitud, y en la superficie un horizonte sin fin de luces con diversos tonos de amarillo y blanco y diferentes tamaños. Las noches de Varsovia son para mí también las noches de Lanús. Una oportunidad para beber algo mientras los ojos se recrean ante aquel panorama. Yo miraba todo esto desde mi ventana casi con nostalgia, vestido con un pijama y unas pantuflas que hacían juego, sosteniendo con mi mano la pértiga con el suero colgando de él y deseando que en el futuro inmediato todo saliera bien. Las palomas que aterrizaban en la ventana eran un buen augurio. Desde mi pequeña radio Tonomac de onda corta escuchaba mientras tanto a Louis Armstrong cantando What a wonderful World con esa voz tan cavernosa que caracterizaba a este genial trompetista.
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En ese momento una madre feliz recibe en sus brazos de manos de una enfermera a su bebé, en el sector de pediatría. Un par de pisos más arriba, una madre llora sin consuelo la pérdida de su hijo llevado al otro mundo por una enfermedad incurable. Alguien sale del hospital de alta, acompañado de familiares y dando gracias a Dios que todo haya salido bien. Al mismo tiempo, alguien sufre una complicación repentina en su estado de salud y hacia él van corriendo médicos y enfermeras a estabilizarlo. Lo derivan a terapia intensiva. En la Guardia, gente de diversas edades y ambos sexos ocupan camillas con todo tipo de dolencias y heridas. Las enfermeras y médicos van de aquí para allá tratando de calmar los ayes, las quejas, los reclamos de piedad y auxilio. Ahuyentar a la muerte, en un sector en el que está más presente como en ningún otro lugar del hospital. El hospital de Lanús, como todos los hospitales del mundo, nunca está en paz. Siempre ocurre algo, para bien o para mal. Nace, vive y muere gente casi a diario, convirtiéndose casi en una caja de resonancia de la actual situación social de la población. Desde mi perspectiva mirando hacia fuera de pie por la ventana hacia la noche de Lanús, solitario en mi habitación, sosteniendo mi suero, parecía que había paz, pero eso era relativo y engañoso y lo sabía. El ángel blanco de la vida y el negro de la muerte pasaban constantemente por la puerta de mi habitación, eligiendo quiénes se irían de allí por sus propios medios y quiénes se irían de allí en un cajón. El sábado 14 de Marzo de 2005 ocurren novedades. Primero llega una mujer algo envejecida y con kilos de más, cabello enrulado y de color rubio gastado y con guardapolvo blanco, pregunta por mi nombre y también si tenía obra social. No, no tengo. La mujer consulta unos papeles. ¿No tuvo Obra Social en OSECAC? Sí, tuve. ¿Se acuerda más o menos hasta qué fecha hizo aportes?. Hasta diciembre de 2003. Gracias- y se marcha. Nunca supe de cómo sabía el hospital que tuve Obra Social a través de OSECAC, ni tampoco para qué querían saber ese dato. Tomando en cuenta que tuve esa Obra Social durante la época en que fui mensajero, y mi sueldo era una miseria y por ende los aportes hechos no sumaban más de 50 pesos en total acumulados durante dos años y medio, si el hospital quería quedarse con el dinero invocando leyes o normas vigentes por mí que hagan lo que les venga en gana. Luego aparece una chica proveniente de hemoterapia. Pregunta por mí y a continuación me anuncia que para el lunes 14 debían presentarse un mínimo de 2 personas de mi familia a donar sangre a eso de las 8:00 AM. A esas alturas ya sabía que me operarían aquel mismo día. Cuando llega mi madre a visitarme le paso el dato para que avise a mis hermanos que debían llegar el lunes al hospital a donar sangre para así pueda ser operado. Al día siguiente, Domingo 13 de Marzo, cerca del mediodía y mientras leía, aparece en mi habitación un hombre de la seguridad privada. Pregunta por mí y
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me avisa que había una llamada telefónica para mí. Tomé mi pértiga con el suero y me calcé las pantuflas, para luego salir de mi habitación, doblar a la izquierda y caminar hasta el sector de entrada al piso por puertas dobles, allí estaba la sala de enfermeras con una ventanilla con una abertura semicircular en su parte inferior por la cual podía meter mi mano y tomar el tubo del teléfono que estaba al otro lado de la ventanilla y sobre un escritorio. Tuve que inclinarme un poco para acercar la bocina a mi oído. ¿Hola? Hola, ¿Gabriel?. Sí. Soy la doctora T. Estaba sorprendido. No hablaba con ella desde que me había internado el pasado 6 de marzo. ¿Qué tal doctora?. ¿cómo anda?. Bien, ¿y vos? Bien. Mañana te van a operar. Alguien le pasó el soplo que me operarían al día siguiente. Yo no voy a estar porque tengo un trámite importante que debo hacer . Bueno.- le respondí con resignación. Pero inmediatamente reaccioné¿Y quién me va a operar?. El doctor V. es un doctor muy capaz, no te preocupes. E inmediatamente agrega: Quedate tranquilo, no te va a pasar nada, todo va la salir bien. Vos quedate tranqui.- me dice en un tono calmo y conciliador. En realidad la operación en sí era la menor de mis preocupaciones. Me preocupaba más el posoperatorio, en cómo iba a quedar luego de salir del quirófano. Gracias por los regalos, la verdad es que nunca me habían hecho regalos así. A juzgar por el tono conmovedor y emocional con que me decía aquello, ella era una persona a quien le gustaban los regalos, tal como lo había confesado meses atrás, pero que rara vez los recibía. Bueno, espero que le sirva el libro. Sí, sí, me va a servir, es muy útil. Bueno doctora, nos vemos, pásela bien.- le dije a modo de despedida. Igualmente, suerte- me responde la doctora T. Chau. Chau. No esperaba aquel llamado, y estuve pensando en ello el resto de aquel día. Por lo visto la doctora T. se preocupaba un poco por mí. Un poco. Finalmente llega el gran día, lunes 14 de Marzo de 2005. Llega a mi habitación un enfermero con la camilla y me dice que debo desnudarme. Obedezco y bajo el suero de la pértiga y cierro el flujo con la pinza colocada en un sitio equidistante de la vía. Me acuesto en la camilla y acomodo el bulbo de suero sobre mi pecho. Estaba listo. El camillero me lleva hacia los ascensores grandes ubicados en ambos extremos del piso de terapia ligera. Cierra la puerta y asciendo hasta el piso de
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quirófanos. Una vez allí, mi camilla es empujada hacia una sala enorme con una larga pileta color cemento con grifos colocados uno al lado del otro despidiendo chorros de agua. Había varios cirujanos que se lavaban minuciosamente las manos con jabón neutro, o sea, el de lavar ropa. Mi camilla sigue viaje hasta entrar en uno de los quirófanos. Una vez allí me pasan a otra camilla, la usada para operaciones. Una vez allí estudio mi entorno. El quirófano en sí era moderno y casi no tenía nada que envidiar con una sala de operaciones tipo de un país desarrollado. A mi lado estaba el osciloscopio digital marca Philips con pantalla que muestran lecturas de ritmo cardíaco y presión arterial. Todo estaba profusamente iluminado por luz fluorescente, aunque no vi luz ultravioleta en ningún lado, ni tampoco el quirófano era cerrado. Siempre estaba con la entrada abierta de par en par. En lo alto tenía una claraboya acristalada y a su alrededor al parecer tenía asientos para que otros médicos puedan disfrutar con pochoclo y gaseosa del show, (perdón, de la operación). Afortunadamente, después me enteraría que estaba fuera de uso. También en un rincón y empotrado en el pared al lado de la ventana cubierta con una cortina de tela blanca estaba el equipo de aire acondicionado que estaba en pleno funcionamiento. Todas las paredes estaban pintadas de color claro. Por último, en otro rincón, estaban las mesitas de ruedas con los instrumentos quirúrgicos, supuestamente ya esterilizados y listos para usar. Minutos después llegan la instrumentadora y la enfermera asistente que me saludan y me preguntan cómo me va. Ambas eran jóvenes, delgadas y morochas, vestidas con pantalones y camisas sin botones color azul oscuro con el infaltable logo de la cooperadora del hospital. Esperan juntas la llegada del cirujano, que gracias a la doctora T. sabía que era el doctor V., un buen tipo según las pocas ocasiones que tuve la oportunidad de hablar con él. Era el mismo que me había operado del cuello lesionado por uno de los proyectiles calibre 22 y ahora cumplía con literalmente cerrar un ciclo con mi caso clínico. Si todo salía bien, volvería a comer y beber por la boca como antes. Llega uno de los residentes de cirugía. Lo recordaba porque él junto con su colega Nicolás me habían colocado un tubo de drenaje que cada vez que me acordaba sentía un dolor en mi costado izquierdo. Aprovecho para preguntarle sobre el paradero de su colega: Está en Neuquen- me responde. También le pregunto sobre la gordita pecosa que todos los días me hacía las curaciones, que mi madre le llamaba teresita, aunque sabía que ése no era su nombre. La trasladaron- contesta. Luego me explica el procedimiento, aunque yo le aclaro que ya sabía lo que me iban a hacer y cómo se llamaba la operación que me iban a practicar. La charla deriva en de cómo fui a parar allí y la cantidad de proyectiles que tengo en mi cuerpo. Tuviste mucha suerte- me dice. Viniendo de un residente de cirugía que veía baleados todas las semanas, lo tomé como un cumplido. El residente se va y al rato llega el doctor V. acompañado de un colega y el proctólogo del hospital, a quien yo le llamo Brian Dehneny que a estas alturas
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ya me parece el Dios del hospital, omnipresente en todos lados menos en su consultorio. ¿Qué pasa Don Brian?, ¿no hay culos interesantes para ver hoy?. El doctor V. se acerca a la abertura en mi cuello y la abre con sus dedos para mostrar a sus colegas los dos extremos visibles de mi esófago y el procedimiento quirúrgico a seguir. Yo aproveché para agregar: Esto está fácil, doctor. Esto está muy fácil- me responde el doctor bueno con alegría. A eso yo le llamo dar confianza al paciente. Luego de contemplar mi caso, el doctor V. y sus colegas se van. Llega a continuación el anestesiólogo y me conecta las ventosas que a su vez están conectadas al equipo electrónico de medición de pulsaciones y presión. Inmediatamente veo que el monitor muestra líneas eléctricas ondulantes provenientes de mi propio cuerpo. Me pongo a charlar un poco con las asistentes y en algún momento de la conversación salió a flote la cuestión de las relaciones de pareja. Ya que estábamos en confianza, me jugué por confesar el perfil de mujer que busco. Yo quisiera una mujer rubia y atractiva como la doctora T. ¿Y con ese carácter?- me pregunta una de ellas. Por lo visto yo no era el único que descubrió el lado oscuro de la galena rubia. No con esa personalidad, aunque convengamos que todavía la doctora T. es muy atractiva- respondí en un intento de resaltar lo bueno y minimizar lo malo de ella. Sí, es linda- concordó la otra. Los minutos pasan y ellas finalmente se sientan en una banca próxima a la ventana. Finalmente llega una mujer y se coloca al lado mío. No hay sangre suficiente, así que la operación queda suspendida. ¿Qué?- pregunto perplejo. Se reprograma para otro día- agrega. Y se va. Llega el anestesiólogo y me quita cuidadosamente las ventosas del cuerpo y detrás llega el camillero para llevarme de vuelta a mi habitación. Vuelve a cargarme en una camilla y salgo de la sala de operaciones sin pena ni gloria, paso por los lavamanos de los cirujanos y por último me colocan sobre una plataforma móvil, se abre una compuerta y mi cuerpo se mueve de costado con plataforma y todo hacia fuera (me siento hamburguesa para cocinar), para por último ser cargado en otra camilla y de allí a los ascensores y de vuelta a mi habitación. Operación abortada. Para colmo, hasta que llegue la nueva fecha para ser operado tendría que continuar con el régimen de alimentación por sonda. El problema era que la sonda me la había quitado en el quirófano porque consideré que ya no era necesaria. Tendría que ir a la sala de cirujanos residentes a que me coloquen otra. ¡Maldita sea!. Apenas llego a mi habitación me visto y coloco el suero en su lugar y abro la pinza para que el fluido continúe de vuelta a mis venas. Al rato llega mi madre y mis hermanos y les comunico la mala noticia. Ahora debía patear traseros para que la nueva fecha de operación sea cuanto antes, y de paso que me coloquen una sonda nueva. Ya era mediodía y el sol brillaba a pleno afuera. Afortunadamente no hacía demasiado calor. Llega Mariana a mi habitación (no recuerdo exactamente para qué), y discutió con mi madre largamente sobre la suspensión de mi
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operación a último momento. Mi familia había donado sangre, ¿qué más querían?. Mariana, una petisa que muchas veces mostraba su mal genio, lo hacía una vez más reaccionando contra mi madre, argumentando que la culpa que mi intervención quirúrgica se haya suspendido fue de hemoterapia, que no nos avisó a mí ni a mi familia con más anticipación sobre donar sangre. Mi madre discutía con ella pero yo sabía que eso era inútil. No se podía contra el mal carácter de la petisa residente de cirugía. Yo en ese momento tenía otras preocupaciones. Debía hacerme colocar una sonda de alimentación nueva y de paso averiguar por mi cuenta y a través de inteligencia lo que había pasado aquel día. Así que lo primero que hice fue subir al piso de terapia intermedia y a las oficinas de los cirujanos. Allí me encuentro con la doctora V. que se encontraba en la oficina de los residentes al parecer buscando algunos papeles. Me llamaba la atención su indumentaria. Debajo de su desabotonado guardapolvo blanco tenía una blusa y un pantalón de botamangas anchas de colores psicodélicos. Parecía escapada de Woodstock 1969. A eso yo le llamo tener mal gusto en el vestir. Doctora hippie. Decidí conversar con ella mientras esperaba a algún residente que saliera de los quirófanos para colocarme otra sonda, ya que sabía que la jerarquía de la doctora V. le impedía hacer eso. Primero le manifesté lo que me había ocurrido (pero ella ya lo sabía, qué rápido corren los chismes en el hospital), para escuchar de parte de ella también que en todo caso la culpa la tenía la gente de hemoterapia. Luego traté de indagar sobre la próxima fecha en la cual podían operarme. La doctora V. me daba la pauta de que quizás haya un quirófano para mí el siguiente viernes 18 de marzo. Bueno, eso era algo. Momentos después llegan los residentes en tropel recién llegados de los quirófanos. Intercepto a Hernán que se encarga de colocarme una sonda nueva y probarla haciendo salir de ella jugo gástrico. Su extremo estaba dentro de mi estómago. El único problema era que la sonda no estaba fijada a mi cuello con vendajes, así que no bien llegué a mi habitación el extremo en mi estómago sale por la abertura en mi cuello y se deposita en mis manos. Otra vez al piso de los cirujanos a hacerme colocar otra. Esta vez el trámite llevaría horas. Recién a eso de las 16:30 Marcelo se encarga de colocarme de nuevo otra sonda. Mientras lo hace en el recinto de siempre, rodeado de Historias Clínicas y sueros, alcanza a ver el interior de mi abertura. Cicatrizó muy bien, está bárbaro- me dice tranquilamente. Sí, pero igual me tienen que implantar un pedazo de colon ahí- le respondo compungido. Marcelo suspira mientras me coloca la sonda. No te quejés, acá hay internado un muchacho que también recibió un balazo como vos en el cuello y tiene todo el lado derecho paralizado. Sabía el motivo. Por el cuello pasan, además del conducto respiratorio y digestivo, también los nervios que vienen del cerebro y que sirven para comunicar las órdenes eléctricas que transmite para mover extremidades. A quedar cortadas, es igual que si en un hogar se cortaran los cables de energía eléctrica desde la calle. La red zonal de electricidad funciona, pero a nuestra
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casa no llega luz. En el caso del aquel paciente, la bala cortó los nervios que el cerebro usa para enviar las órdenes de mover la pierna y brazos derechos. Y si el tipo era diestro, estaba en serios problemas. Casi con seguridad estaría de por vida en silla de ruedas o con muletas, ya que con una pierna y un brazo izquierdos funcionando no se podía llegar muy lejos. Preferí no decir más nada. Y Marcelo, fiel a su Karma, coloca la sonda en mi estómago, aunque en una mala posición. Afortunadamente mi dieta me empezó a caer mal recién faltando sólo un par de días de la nueva fecha para mi operación. Averigüé a través de inteligencia lo que había pasado. La información resultante era contradictoria. Cirugía le echaba la culpa a hemoterapia sobre la suspensión de mi operación ya que éstos me avisaron a último momento sobre la necesidad de que mi familia debía donar sangre necesaria para mi intervención quirúrgica, a pesar de que aquellos habían pasado el dato con varios días de anticipación, pero hemoterapia, a su vez, decía que cirugía le había avisado sobre la fecha de mi operación recién el pasado Viernes 11 de Marzo, así que por eso me avisaron sobre donar sangre al día siguiente. Ambos se señalaban con el dedo, acusándose mutuamente. Los logros tienen muchos padres, pero las fracasos son huérfanos. Y eso se ponía de manifiesto en este caso. Lo malo es que gran perdedor de todo esto era yo, ni cirugía ni hemoterapia perdían nada. Y ése no sería el único problema a afrontar. Casi a la mitad de aquella semana y en horas de la noche, mientras escuchaba música con mi Discman, llega una hombre a sacudirme en mi habitación oscura, suponiendo que yo dormía. ¿Qué?- exclamo con sorpresa y molestia a la vez. ¿Gabriel. ? Sí, ¿qué pasa? Me mandan de la dirección a trasladarlo a otra habitación. Ésta la necesito desocupada para mujeres- me anuncia. ¿Cuándo la necesita? Ahora mismo- me responde. Apenas prendí la luz y el tipo (un camillero con pinta de miserable), introduce en la habitación una camilla para que haga de portaequipaje. Literalmente el malnacido aquél me echó de ahí, con la excusa de que la habitación la necesitaba completamente desocupada para internar dos mujeres. (Esa habitación nunca fue ocupada hasta el día en que fui operado). Pero ése no fue el final de la anécdota. Me indica una habitación casi en mitad del pasillo principal, casualmente al lado de la primera habitación que ocupé el 6 de Marzo con el gritón (Enfermeraaaaaaaaaa!, Doctoraaaaaaaaaaaa!, Doctorrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr!, Enfermeraaaaaaaaaa), y al entrar me encuentro que mi compañero de habitación,, un villero con pocas cosas en su parte del armario verde. Prendí la luz de la habitación y acomodé mis pertenencias, recibiendo lo que el camillero tenía sobre su camilla. Mi cama era apta para traumatología, ya que tenía un armazón tubular y cromado estilo mecano en forma de paralelpípedo, montado sobre el lecho. Viendo esto, el camillero exclama: Por lo menos acá tenés techito.
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Porqué no te vas a la concha de tu madre- pensé para mí. Una vez que se fue, aproveché para conocer a mi compañero de cuarto. Le conté el motivo por el cual estaba allí, cosa que, sorprendentemente, no le llamó mucho la atención. ¿Por qué?. Lo que escuché de él a continuación me dio un escalofrío. El hospital me acomodó con el enemigo. Estaba en mi casa una noche cuando llegaron tres tipos armados y empezaron a disparar. Yo me pude esconder en el baño pero igual me dieron en el brazo. Por suerte llegó mi hermano con un amigo a mi casa disparando y mató a uno y dejó herido al otro y el tercero creo que escapó. A ver: ¿Porqué estaba en su casa y así nomás entró gente a tirotearlo así como así?. ¿Y de cómo su hermano tenía un arma de fuego?. ¿Tu hermano es policía o de seguridad? No- me responde lo más tranquilo. Luego me cuenta que vive cerca de Ingeniero Budge, en Lomas de Zamora (sector del Gran Buenos Aires con abundancia de villas miseria), y allí fue el tiroteo. Estando herido, su hermano y amigos lo cargaron en la plataforma de carga de una camioneta y lo llevaron al hospital de Lomas, pero allí no había una cama para él, así que con la camioneta fueron al hospital de Lanús y allí estaba. Y de paso, me muestra otras cicatrices en su cuerpo de operaciones anteriores. Me llamó la atención sobre todo una enorme cicatriz vertical en el costado interior de su muslo izquierdo, por lo cual mostraba que no era la primera vez que lo habían tiroteado. Fue un delincuente el que me llevó al hospital de Lanús, y el nosocomio al parecer no tuvo mejor idea que como “terapia” de recuperación colocarme al lado de un delincuente. No lo podía creer. ¿Porqué la policía no lo tenía detenido?. Porque casi con seguridad entró a la Guardia del Hospital como herido en el brazo por un accidente o algo así, y como la bala no quedó alojada allí, sino que traspasó lado a lado su brazo derecho, astillando el cúbito, entonces podía pasar como lesionado por un hecho casual y circunstancial. En ese momento tenía su extremidad enyesada y estaba a la espera de ser operado por un traumatólogo que al parecer le colocaría unas placas en el hueso roto para facilitar su recuperación y uso normal del brazo. Ay, Dios. A partir de entonces dormía con un ojo abierto. Y al día siguiente, cuando mi madre me llevó el alimento en termos, le pedí que se llevara todo lo de valor que tenía, dejando sólo lo indispensable. Así fue como se llevó mi Discman y mi radio Tonomac, y el libro de Tom Clancy, dejándome sólo con Los Cañones de Navarone de Allistair Maclean, interesante novela de la Segunda Guerra Mundial de un grupo comando británico que entra en la Grecia ocupada por los nazis para destruir los supercañones alemanes ubicados en la península de Navarone. De esta historia ficticia se hizo una película en 1961 interpretada por Gregory Peck y Anthony Quinn. Para colmo, en la habitación de enfrente había un viejo, fumador empedernido que como consecuencia de su vicio tenía una voz ronca y cáncer en el pulmón que al parecer estaba internado para tratamiento o algo por el estilo. En las noches, sacaba una silla en medio del pasillo y hablaba en voz alta, en
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ocasiones con mi compañero de cuarto y perturbando mi sueño. Miércoles, 16 de Marzo de 2005. Faltan 48 horas para mi operación. Al villero que ocupa la cama contigua a la mí lo llevan al quirófano y vuelve unas 3 horas después con su brazo derecho operado y con aullidos de dolor. Una atractiva enfermera morocha, anteojos de marco metálico y con cabello teñido de rubio le coloca en esa misma articulación una vía de suero interconectada con otra que enviaba un analgésico líquido, así que debía moverse lo menos posible teniendo la pértiga a su lado. El problema fue que se movió y al rato me pide ayuda que llame a la enfermera para que le arregle las vías, debido que manaba sangre desde el punto en el cual la aguja penetraba en una de sus venas. Salgo al pasillo y encuentro a la morocha rubia y le explico la situación, así que un rato después llega y resuelve el problema, llamando a continuación a la encargada de limpieza para que pase el trapo por la sangre derramada en el piso. Poco después, el villero me pide que llame al de seguridad, que al parecer era su amigo. Eso hice y cuando llega éste percibo que ambos hablan en un lenguaje extraño: Guaraní. Mi compañero de cuarto le dice algo al guarda, que hace anotaciones en un papel y luego se va. Según pude averiguar después, el guarda debía llamar al hermano del villero avisando sobre su condición y que viniera al hospital cuanto antes. Jueves, 17 de Marzo de 2005, faltan 24 horas para la operación. Muy temprano, a eso de las 7:00 AM llega el hermano de mi compañero de cuarto, acompañado de su novia paraguaya. Le trae comida y bebida y hablan entre sí en guaraní. Más o menos una hora después, veo pasar delante de la entrada de mi habitación a los cirujanos residentes acompañados de los cirujanos mayores en la ronda habitual, y entre ellos estaba la doctora T. que sigue al grupo casi rezagada. Yo mientras tanto me alimentaba y por alguna razón me cayó mal en el estómago, provocándome que fuera al baño a vomitar. Lo malo fue que no solamente salió lo que me había inyectado, sino también jugo gástrico, que debido a sus propiedades ácidas y al caer sobre mi chomba, la arruinó completamente, destiñéndola. Intenté colocar la prenda sumergida en agua en una palangana, pero fue en vano. Lástima, era una chomba de marca. Afortunadamente tenía otra chomba de reserva, así que me cambié de ropa, me coloqué un short de tela azul, y con pantuflas subí al piso superior para buscar a la doctora T. y ajustar detalles sobre mi operación al día siguiente. No bien llego al sitio de siempre veo a la galena rubia hablando largamente con su teléfono celular. Mientras espero, me cruzo con Vanesa y le pido que me dé Reliverán en una jeringa. Ella accede y me inyecto el calmante para mi estómago, sintiéndome un poco mejor. La doctora T. me ve y me da la espalda, apoyándose levemente sobre una mesita rodante para implementos médicos que casualmente estaba ubicado a un lado del pasillo de acceso a las salas de residentes y cirujanos mayores. Yo no tenía impaciencia, admiraba la postura sexy que acababa de adoptar mi doctora tratando de adivinar la figura de su cuerpo debajo de su guardapolvo blanco así que tenía distracción suficiente para esperarla. En el ínterin, cruza entre ambos en dirección a su sala la doctora V. y le pregunto si al día siguiente me operaban.
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Sí- me responde si aminorar su paso. Finalmente la doctora T. corta la comunicación de su teléfono y se voltea para verme. Me acerco a ella. ¿Cómo anda, doctora? Ahora bien,- me responde con una sonrisa a la vez que le doy el acostumbrado besito en una de sus mejillas y disfruto por unos segundos de su maravilloso perfume. Y ya que nos conocíamos desde hacía ya varios meses, aproveché para dispararle un piropo, a ver cómo reaccionaba. Con binoculares en la mano, di la orden de hacer fuego con la artillería. (¡Fuego!) Cada día más linda doctora, ¿cómo hace?. A la doctora T. no se le movió un pelo, y me miró sin expresión alguna. Con mis binoculares veo que el proyectil impacta contra un búnker... y no hace mella. (¡Ceasefire!, ¡ceasefire!) La artillería no funcionaba, después probaría con misiles. No importa, sigo con los negocios. Estaba hablando por teléfono, no sé si te acordás que no estuve el lunes... Sí. Tenía que ir a tribunales, pude ganar un juicio que si lo perdía me embargaban la casa... mi marido es constructor y... Así que su marido se dedicaba al oficio de apilar ladrillos. Tomando en cuenta que ella era médica cirujana y su esposo era constructor, estaba seguro que no vivían precisamente en una casa prefabricaba, sino en algo mucho, pero mucho más grande. Y si ambos no contaban con tiempo ya que lo tenían consumido en sus respectivos trabajos, alguien en su hogar estaría con una paga pasándole el plumero y todo eso. Si la doctora T. y su familia no pertenecían a la minoría del segmento social ABC1 de alto poder adquisitivo, andaban muy cerca. Pero la rubia galena estaba excitada por las buenas noticias así que continuaba hablando. Desenmascaramos a un abogado que... ¿Desenmascararon a un abogado?- pensé. De repente caí en la cuenta. ¿Porqué tenía un juicio entre manos?. ¿Era un juicio por mala praxis?- le pregunté a quemarropa, preocupado. La doctora T. frenó en seco. ¿Mala praxis?- no, no- me responde con timidez. Volvió el color natural a mi cara, de la palidez anterior. Gracias a Dios. Cambio de tema. Imagino que Ud. mañana será de la partida- le insinué. No estoy segura si mañana me asignan a tu operación- me responde a la defensiva. ¿Pero entonces quién me opera? El doctor V. ya lo conocés. El doctor bueno. A pesar de todo lo que había ocurrido entre ambos, yo quería que fuese la doctora T. la encargada de cerrarme la abertura en mi cuello. Al fin
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y al cabo, yo era su caso. En aquellos momentos sentía que ella, luego de venir desde Grecia con la llama olímpica y poco antes de llegar al estadio, el doctor V. se la arrebata para una entrada triunfal e inaugura los juegos. No me parecía justo, pero era una cuestión interna en la cual yo no tenía ni voz ni voto, así que no podía intervenir. Cuando te vi hoy en tu habitación alimentándote me pareció raro, pensé ¿se operó el lunes y ya se levanta de la cama para alimentarse?.- me dice la doctora, casi divertida. Debido a que yo era muy conocido entre gran parte del personal del hospital, todo el mundo sabía que mi operación había sido abortada a último momento por falta de sangre y pospuesta para otro día. Todos lo sabían... menos la que manejaba desde hacía meses mi caso, o sea ella. Ay, doctora. Con razón el mundo entero opina que todas las rubias vienen con una lobotomía hecha de origen. Continúo obteniendo información de interés. Una vez operado, ¿me suben a este piso? Venís a terapia intermedia directamente, pero si tenemos que implantarte un trozo de colon en tu cuello, vas a terapia intensiva. Esto último no me gustó nada. ¿Terapia intensiva?. Esas dos palabras me causaban mucha preocupación. ¿Me colocan una sonda nasogástrica durante la operación? Sí, obvio- me responde ella como si mi pregunta fuera superflua. Me gustaría que Ud. estuviera allí para colaborar con el doctor V. ante cualquier eventualidad- le pedí en un tono de ruego. No puedo pasar por encima del doctor V. Eso no era lo que quería decir. Dos cabezas piensan mejor que una, y si ocurría algo malo en medio de mi operación, la doctora T. podía tomar allí alguna iniciativa o hacer alguna sugerencia que salvara la situación. Pero con eso no pretendía que ella se ponga encima de su colega ni nada parecido. ¿Cómo hago para que ya que estamos ahí aprovechen para sacarme la bala en la pierna? Hacele una marca y en el quirófano pueden aprovechar para sacarla. Pero igual no me hacía muchas ilusiones al respecto. Para cerrar mi cuello me operarían, obviamente, boca arriba, y para sacarme la bala ubicada en la parte posterior de mi muslo derecho debían voltear mi cuerpo en la mesa de operaciones y colocarme boca abajo para hacer una pequeña incisión con el bisturí y extraerme el proyectil. Algo casi imposible. Me despedí de la doctora T. y momentos después llega el patilludo G. a mi encuentro, mostrándome un formulario en que aparecían los nombres de los pacientes a operar para el día siguiente. Faltaba yo en la lista. Coloca el papel sobre la pared. ¿Nombre y Apellido? Melchior, Gabriel. ¿Edad? 35 ¿Número de Historia?(clínica) 21 millones... Mientras anotaba todo eso, veo que en su muñeca tenía un magnífico reloj Tag Heuer deportivo.
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Te cambio de reloj- le digo a la vez que le muestro mi reloj digital imitación Casio. G. mira mi reloj y a continuación me dirige una mirada de desaprobación, y se va. Está bien, pensé. Algún día no muy lejano voy a tener un Omega Speedmaster y ya vas a ver... ¿Porqué este reloj en especial?. Sencillo. Fue el primer reloj en ir al espacio con las misiones Géminis, de la NASA, en 1965. Edward White, el primer astronauta norteamericano en hacer una caminata espacial, tenía un Speedmaster en su muñeca. Y además, es el único reloj que llegó a la Luna. En la famosa foto del astronauta Neil Armstrong de pie sobre la superficie de la Luna, se en su muñeca un Omega Speedmaster. Por eso me gustaría algún día poseer uno de esos relojes, y entonces me voy a divertir proponiéndole de nuevo hacer un canje de relojes a G. a ver la cara que pone. Obviamente que no haría ningún canje. Apenas se fue G. llega Paula linda con mis estudios prequirúrgicos en la mano, agarrados con un sujetador. El sobre que contenían mis radiografías había desaparecido y éstas estaban al aire, junto con todo lo demás. Algo alcancé a escuchar a paulita acerca de que faltaba algo allí y eso me hizo reaccionar. No falta absolutamente nada- le digo enérgicamente. Paula linda revisa otra vez todo. Sí está todo- me contesta con una sonrisa conciliadora. Paulita se va y con eso termina mi gestión. Vuelvo a mi habitación a la espera de los acontecimientos. Sabía que la doctora T. tenía una responsabilidad entre manos al operarme. Como siempre, comparo una operación con un lanzamiento espacial. Cualquier cosa puede salir mal. Hipotéticamente, el Ministerio de Salud Nacional y Provincial le encarga una importante función a cumplir, que es la de salvar vidas. Si las cosas fueran hechas al estilo de Misión Imposible sería más o menos así: -
La doctora T. llega a una habitación oscura, húmeda y olvidada en el subsuelo del hospital, usada a veces para encuentros sexuales furtivos. Aún se siente en el ambiente el olor a mujer, a hombre, a sudor. Allí, sobre una rústica mesa aún con restos de semen de la última vez hay una grabadora de cinta magnetofónica. Y al lado de ésta, un sobre manila. Acciona la grabadora y la cinta comienza a girar, a la vez que la doctora abre el sobre y saca su contenido. Buenos días, doctora T.- Se escucha la voz de un hombre maduro y tranquilo por los parlantes de la grabadora. La galena rubia estudia lo que tiene entre manos: papeles y radiografías. Mis estudios prequirúrgicos. Ésos son los estudios prequirúrgicos de su paciente, Gabriel, que ya conoce. Actualmente se alimenta por sonda como consecuencia de una herida de arma de fuego, una fístula traqueoesofágica y una posterior infección que Ud. tuvo que resolver mediante una intervención en quirófano y le produjo la abertura en su cuello por el cual pasa la sonda de alimentación. Todo eso la doctora T. ya lo sabía. Suspira mientras hojea los estudios y mira las radiografías a contraluz, gracias a un bombillo colgado por sus cables
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desde lo alto del techo. Al parecer estaba todo en orden. Su misión, doctora, si es que decide aceptarla, es practicarle a su paciente un esofagostoma con interposición de colon, para reparar su esófago y así pueda volver a comer y beber normalmente. La doctora T. guarda los estudios otra vez dentro del sobre manila para llevárselos y mirarlos con sus colegas. Como siempre, en caso de complicaciones, si su paciente muere en el quirófano o queda peor que antes, olvidaremos que alguna vez le dimos la licencia de médica. ¿capische? La galena rubia contempla la grabadora con mucha seriedad. Ya había escuchado esas advertencias antes. ¿algo más?. Esta grabación se autodestruirá dentro de 5 segundos. Buena suerte, doctora. La galena rubia sale de allí rumbo a los ascensores con aire pensativo. Había trabajo que hacer. ¡POOF! Una vez en mi cuarto continúo alimentándome por sonda. Aquel sería el último día en que usaría la dieta de la atractiva, pecosa y rubia nutricionista croata. Llega mi madre y le paso lo detalles para el día siguiente y lo que hay que hacer. Me iban a trasladar de piso así que necesitaba que alguien cargara con mis cosas mientras estaba en el quirófano. Mi madre tomó nota de todo y se fue con los termos vacíos del alimento que había consumido hasta aquel momento durante la jornada. A media tarde llega Marcelo con una muestra médica de un purgante. A ver el medicamento sabía su intención. Tenés que tomar esto para limpiar tus intestinos... Porque necesitan quitar tres centímetros de colon y ponerlo en mi cuello ¿no?- agregué. Sí, tomalo y evacuá todo lo que puedas, hasta que el excremento salga convertido en agua. Eso era demasiado pedir. Bueno. Mañana temprano te pasamos a buscar-me anuncia, y se va. Marcelo siempre fue el mejor aliado que tuve entre los cirujanos. Lamento hasta el día de hoy que no haya sido mi amigo. La poca información que me suministró desde dentro de su ámbito me resultó muy valiosa. De todos los residentes, siempre ha sido el más interiorizado en mi caso. Ya en la noche del 16 de Marzo y antes de irse a su casa pasó por mi habitación para averiguar sobre la fecha de mi próxima operación y si había hablado con los cirujanos mayores al respecto. Su único defecto fueron las sondas, pero por lo demás fue un buen tipo. Al ingerir el purgante por sonda volvieron los dolores de estómago, hasta el punto que volví a vomitar. Mientras estaba en el baño, llega una enfermera a auxiliarme. Querés Reliverán?. Sí- le contesto entre jadeos. Me trae el analgésico estomacal en una jeringa, me la inyecto y poco después me siento otra vez un poco mejor. Cuando llega la noche Marcelo hace su ronda y una vez que pasa frente a mi habitación la enfermera le informa lo que
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había pasado. En realidad había vomitado el alimento que había ingerido aquel día y todo el purgante. Marcelo entonces decidió doblar la apuesta. Denle Manitol por la sonda- ordena a la vez que lo anota en una planilla de control para la enfermeras, y lo firma. La enfermera obedece y me coloca Manitol por la sonda en un flujo continuo. Casi inmediatamente siento terribles dolores en mi estómago, voy al baño a cada momento a evacuar pero el dolor persiste, hasta tal punto que no aguanté más y desconecté el Manitol de mi sonda. Una de las enfermeras (casualmente la que me había sacado de la habitación del gritón semanas atrás), en su ronda llega a mi cama y ve el Manitol colgando de la pértiga y su vía desconectada de mi sonda. Le expliqué el porqué. Así y todo fue a buscar al residente de turno aquella noche que resultó ser Hernán, que llega a mi habitación (enfermera soplona). Necesitás evacuar todo lo que tengas en tus intestinos hasta que sólo salga agua, lo necesitamos limpio para la operación de mañana. Lo único que lográs con esto es perjudicarte vos mismo- me dice en mal tono. Yo juraría que Hernán era más simpático el año anterior. Ahora era más jetón. ¿Acaso se casó o algo así?. La enfermera vuelve a conectarme el Manitol y otra vez vuelven los insoportables dolores de estómago, otra vez las idas al baño a evacuar. Aquella noche casi no pude dormir por los dolores y los cólicos. Sentía que aquel Manitol me arrancaba hasta el alma para expulsarlo por el ano. Finalmente, a eso de las 3:00 AM del 18 de Marzo, logré que lo evacuado fuera un líquido acuoso y turbio, color amarillo. Para que Hernán pueda verlo hago esto en una pelela en lugar de usar el inodoro. Era algo muy poco pudoroso pero no tenía alternativa. Hernán llega poco después y ve en el baño lo que había expulsado y al irse escuché decirle que estaba bien. Me quito el Manitol una vez más, y una vez más llega la enfermera para hacerme notar aquello, pero yo le respondí de que ya no lo necesitaba y que el residente estaba de acuerdo, con lo cual pongo fin a la discusión. Igual sentía terribles retortijones en mi estómago, y casi no pude dormir. El viernes 18 de Marzo de 2005, el día de la operación recibí la llegada del día viendo por la ventana cómo amanecía en Lanús, a la vez que el sol se asomaba tímidamente por el horizonte aún en el aire se podía apreciar un amplio vaho de rocío, y en las casas las luces se apagaban una a una. Estaba fresco y húmedo el ambiente en el exterior y lo sentí no bien abrí un poco la ventana para permitir la entrada de aire. Acomodé mis cosas lo mejor que pude y le encargué a mi compañero villero de que no se afane nada y que mi hermano pasaría por mis cosas. A las 7:00 AM llega el camillero para llevarme. Toma una hoja de papel y la lee. ¿Melchior Gabriel?. Sí, soy yo. Al quirófano- me anuncia en un tono seco. Porqué los camilleros serán tan educados me pregunto. Me quito toda la ropa y desnudo subo a la camilla. Era la hora. Mientras me deslizaba acostado sobre la camilla hacia el ascensor pensaba en lo que había pasado y en el esfuerzo que tuve que hacer prácticamente solo para llegar hasta aquel momento. En cierta forma me sentía muy orgulloso de
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mí mismo. Pese a los obstáculos, a los cortocircuitos con la doctora T., al error en mi número de mi H.C., a la escasez de dinero y a mi convalecencia, había alcanzado la meta. Y sabía que el mérito era exclusivamente mío. Había llegado hasta allí porque tuve la determinación para lograrlo. Nuevamente llego al piso de quirófanos, paso con la camilla al lado de la fila de grifos expulsando agua a presión mientras cirujanos ponen sus manos debajo una y otra vez hasta que queden superlimpias. Finalmente me acomodan en una sala y me pasan de la camilla a la mesa de operaciones. Me da la impresión que es la misma sala del lunes anterior. Llega la asistente de cirugía y la instrumentadora. A una de ellas le piso que apague el aire acondicionado porque tenía mucho frío. Yo, mientras tanto, aún sentía los cólicos y no sabía qué postura adoptar para sentirme mejor. Trataba de incorporarme parcialmente con la esperanza que otra posición corporal me aliviara los terribles dolores de estómago, pero en vano. Llega primero el anestesista y me coloca las ventosas y el sensor en uno de mis dedos de la mano para que el electrocardiógrafo digital Philips pueda operar. Minutos después, aparece el doctor V. por mi lado derecho. Eleva su cuerpo parcialmente por encima del mío para observar nuevamente como la última vez la abertura en mi cuello. Algo tenía que decir. Yo no tengo miedo doctor, ¿y usted?. Yo tampoco- me contesta con una sonrisa. Luego el doctor V. se va. Escucho voces de médicos hablando entre ellos en la entrada al quirófano. Reconozco una de ellas. Gracias por el purgante, me siento bárbaro- le grito a Hernán con todo el sarcasmo del mundo. Él no me contesta. Llega a mi encuentro Paula linda. Me encuentra parcialmente incorporado en la camilla por el dolor de estómago. ¿Te duele?- me pregunta ella. Es insoportable- le respondo a la vez que veo cómo ella coloca delicadamente una de sus frágiles manos sobre mi panza. Que todas las médicas fuesen como ella sería fantástico. Y también aparece poco después en la entrada su tocaya, Paula fea. Como de costumbre, con su carácter tan irritante. Necesita atención masculina, eso es seguro. No deberías estar acá, no querías tomar el purgante para lavar los intestinos- me grita desde donde estaba en mal tono. Me lavé los intestinos bien con Manitol, y tu amigo Hernán lo sabe, así que no jorobés- le contesté en el mismo tono que ella. Afortunadamente la discusión terminó ahí. Se desprenden las ventosas al incorporarme otra vez y el anestesista vuelve a colocármelas, advirtiéndome que no vuelva a moverme. Le pido disculpas y aguanto el dolor estomacal como puedo. Comenzaba la cuenta regresiva. Diez... Realmente estaba aterrorizado por el hecho de que sacaran un pedazo de mis intestinos para colocarlo en mi cuello. Fue en ese momento cuando lloré, lloré por lo que me había costado llegar hasta aquel quirófano para ser operado, por
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haber sufrido esta desgracia, por el hecho de que casi me voy al otro mundo, por todo. Aproveche aquellos momentos para desahogarme, y mi llanto retumbaba en las paredes de la sala de operaciones. Muy rara vez lloro, en cada muerte de obispo, como dicen. Nueve... Aparece a mi lado el anestesista, seguramente escuchó mis lágrimas. ¿Qué pasa? Nada, la emoción- le respondí. Ocho... Aparece la doctora T. caminando y deteniéndose en el lado derecho de mi camilla. Llevaba el atuendo de cirujana. Pantalones y camisa sin botones color rojo, y un gorro de fliselina cubriendo sus cabellos color trigo previamente recogidos en un rodete. Voy a estar en tu operación- me anunciaba mi doctora, yéndose por donde vino poco después. Sonreí, si estaba la doctora T. las cosas saldrían bien. Estaba más tranquilo y distendido. Siete... Vuelven a prender el aire acondicionado y pido una vez más que lo apaguen porque sentía mucho frío. Estaba desnudo debajo de las sábanas, por Dios. Seis... El anestesista se coloca a mi lado y ya no se separa de mí. Las cosas comenzaban a moverse más aprisa. Cinco... ¿Hay sangre suficiente? Sus familiares ya donaron sangre el lunes pasado, así que supongo que hay. – escucho desde afuera una conversación entre dos personas refiriéndose a mi caso. Cuatro... Revisan la vía de suero que sale de mi brazo izquierdo. Éste y mi otro brazo lo acomodan sobre dos apoyabrazos articulados que salen de la misma mesa de operaciones, haciéndome parecer crucificado. Tres... El anestesista me acomoda la mascarilla de oxígeno, aunque sabía que por ésta fluía también anestésico. Gracias por todo- alcancé a decirle. No hay de qué- me responde el anestesiólogo con su voz parcialmente cubierta por la mascarilla. Dos... Sancta Maria, Mater Dei, Ora pro nobis, es lo último que balbuceo antes de quedarme dormido. Uno. Llega el doctor V. y comprobado que estaba anestesiado, comienza la operación acompañado por la doctora T. como cirujana asistente y Paula linda. El instrumental está a su disposición y listo. Bisturí. La instrumentadora le pasa el bisturí y con él el doctor V. hace una incisión sobre la cicatriz anterior dejada por la operación de la doctora T. Al abrir la carne mana sangre y hay que drenarla.
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Take Off!, and launch!.
Lo único que soñé fue con el videoclip de Queen y su tema Radio Ga Ga cuando me desperté. Aún estaba en el quirófano. ¿Qué hora es?. Estás recién operado, no hables- me responde alguien. Insisto. ¿Qué hora es? Las 11 y media. Hice rápidamente mis cálculos. Desde que salí de mi habitación pasadas las 7 AM, la espera en el quirófano y demás, la operación había durado aproximadamente unas tres horas. ¿La doctora T.? Fue a la sala de cirujanos- me responde la misma voz. Mi camilla comienza a moverse, fue en ese momento cuando me acordé acerca del procedimiento quirúrgico y levanté las sábanas para mirarme la panza. Alguien advirtió lo que hacía. Cerramos el esófago sin quitar colon- escucho decir. Gracias a Dios. En ese momento respiré aliviado. Mi camilla se desliza por el piso gracias a sus ruedas y se estaciona fuera del área de quirófanos, cerca de los ascensores. Allí quedo estacionado y en ese momento noto que me estoy ahogando, percibo acumulación de flema en mi garganta y mucosa en mi nariz. El fantasma de la traqueotomía vuelve a mí otra vez. Aviso con señas que me ahogo. Es una sensación. Mantené la calma y respirá normal.- me responde quien resultó ser alguien que al parecer participó en mi operación, un hombre más o menos de mi edad, algo corpulento, estatura media y tez morena. Adopté el procedimiento normal en estos casos, colocarme de costado y tratar de expulsar por lo menos la flema de mi garganta. Como no veía cooperación en aquel momento y no llevaba nada encima, parte de líquido viscoso salió por mi boca y cayendo sobre la camilla y el piso. Paula linda vio aquello así que fue con la persona que habló conmigo todo el tiempo hacia el quirófano a buscar apósitos, mientras hablaban sobre situaciones internas del hospital. En un momento determinado su charla resultaba tan interesante para ambos que se quedaron conversando frente a la entrada del quirófano en donde instantes antes fui operado, así que me vi obligado a chasquear mis dedos para llamar su atención y acercarse a mí. Finalmente ambos se acercan y se sientan ubicándose al costado de mi camilla. El hombre que me habló desde el principio me acercó un apósito a la boca y aproveché para expulsar toda la flema en mi garganta. A su vez me soné la nariz sacando todos los mocos que podía para que él pudiera limpiármelo con otro apósito. Fue algo poco elegante, pero no tenía alternativa, ya que no llevaba nada encima y aunque hubiera intentado llevar un pañuelo para arreglármelas por mí mismo no podía ingresarlo al ambiente aséptico del quirófano. Paula fea sale de la sala de operaciones y me mira con desdén. Yo le hago señas en el sentido que me gustaría que termine degollada, pasándome el dedo índice izquierdo por mi vendado cuello.
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No me quiere, me odia- dice Paula al aire. ¿Cómo adivinaste?. Y lo peor de todo era que ella era la pupila de la doctora T. Malo, malo. Finalmente me llevan a los ascensores y bajo hacia el piso de terapia intermedia. El camillero mueve rápidamente la camilla conmigo encima, aún colocado de costado a lo largo del largo pasillo que ya a esas alturas conocía de memoria. A mitad del mismo cruzo raudamente la entrada de puertas dobles por la que entré tantas veces cuando era paciente ambulatorio y allí está mi hermano Juan con un amigo suyo. Le hice señas para que me siguiera y lo hace, seguido por detrás por su amigo, un muchacho de físico y estatura media y con barba. Finalmente llegamos hasta la habitación que me correspondía y me colocaron sobre una cama, una enfermera que iba junto con nosotros acomoda el suero en lo alto de una pértiga y luego se va. Mecánicamente extiendo mi brazo derecho para dejar fluir el suero a mis venas. Una vez más aproveché el momento para preguntar por la doctora T. y me informan que está en la sala de cirujanos. Eso no era muy lejos de donde yo estaba, ahora que me encontraba en el piso de terapia intermedia. Una vez que me quedé solo con mi hermano y su amigo que se encontraba al pie de mi cama, volví a llorar, aliviado por el hecho de que pudieron cerrar mi esófago sin quitar colon, o de lo contrario hubiera estado en terapia intensiva. Mi hermano se acercó a mí y me preguntó porqué lloraba y le expliqué brevemente todo. Él trató de consolarme como pudo. Segundos después entraba una enfermera a la que yo ya conocía del año anterior, de unos 50 años, delgada, cabello castaño que le llegaba a los hombros casi desordenados y rostro que delataba su edad por las arrugas que se veían aquí y allá. Verifica el flujo de suero y le pido que me coloque analgésico también. Obviamente no me hace caso y se va. Finalmente llega la doctora T. Entra a mi habitación con su guardapolvo blanco desbotonado y vestida con un pantalón vaquero ajustado y una musculosa de color indefinido. Enganchada a una de las solapas de su guardapolvo blanco había una credencial en la que se leía el nombre completo del Hospital de Lanús, mas abajo el nombre y apellido de la doctora T. y por último su cargo JEFA DE GUARDIA. Extiendo mi brazo fuera de la cama con la esperanza de que tome mi mano entre las suyas pero lo que obtengo es que me la estreche como si estuviéramos cerrando un trato o algo así, y luego se separa de mí hasta colocarse delante de mi cama. Aquello me dejó perplejo. Mi hermano estaba al lado mío junto con la pértiga de suero. Allí fue cuando caí en la cuenta de porqué usaba la doctora T. jeans ajustados. Estas prendas resultan ser unos buenos apuntaladores de estructuras con riesgo de derrumbe, y quizás por eso la doctora T. (y muchas mujeres de su edad) usaban los pantalones vaqueros ajustados que les da la temporal ilusión de que sus traseros están aún firmes y duros, y no flojos y caídos como cuando lo ven estando desnudas frente al espejo. Y la musculosa mostraba que la galena rubia quería aún verse casi como una adolescente. Pero a decir verdad, así madura como estaba se veía muy hermosa y sexy. Fue más sencillo de lo que pensamos- comenzó a hablar dirigiéndose a mi hermano- encontramos las puntas del esófago como una colostomía- y junta ambas manos formando puños y
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colocándolos uno al lado de otro, de costado- así que no fue necesario quitar colon. Entonces me hicieron tomar Manitol al pedo- le respondí con enojo. No sabíamos con los que nos íbamos a encontrar, así que no fue al pedo- me responde la doctora. Y continúa su relato con gran pasión y excitación, lo cual confirmaba que tenía un gusto casi fetichista por cortar cogotes. Le cerramos el esófago y a partir de ahora se va a ir inflamando hasta cerrarse alrededor de la sonda. Posiblemente aparezca otra fístula, pero eso ya lo tenemos previsto. Es importante que trate de no tragar porque la saliva va a disolver las puntadas. Como él está acostumbrado a escupir toda la saliva, si lo sigue haciendo eso nos va ayudar mucho. Mi hermano asentía a todo lo que decía. A continuación la doctora habla con la enfermera veterana sobre el tratamiento a seguir conmigo. Tal como lo tenía previsto, necesitaba analgésicos, pero a pesar de haber estado internado anteriormente no sabían si tenían alergia a determinados medicamentos, así que la enfermera le informa a la doctora T. que antes harían una prueba para ver mi tolerancia. La galena rubia, entonces, estuvo a punto de prescribir ibuprofeno cuando intervine: No soy alérgico a nada- dije dirigiéndome a ambas. Entonces denle diplofenac- ordena la doctora T. a la enfermera. Por último la doctora T. se despidió de nosotros a la vez que la enfermera me administraba diplofenac líquido por vía intravenosa. Una vez que me quedé solo con mi hermano y su amigo pude armar un cuadro de situación de mi estado. Tal como me informé con anticipación, al salir del quirófano tendría una sonda nasogástrica y eso era precisamente lo que salía de una de mis fosas nasales. La enfermera se ocupó de conectar su extremo a una botella descartable que alguna vez contenía gaseosa. Una vez que me convencí de respirar normalmente pude voltearme hasta acostarme boca arriba, siempre con el brazo extendido para permitir el paso del suero y el analgésico. Mi cuello estaba vendado pero no lo movía demasiado dado que era consciente que estaba recién operado y si lo hacía las suturas en mi cuello podían romperse y reabrirse la herida. Pude por fin estudiar el lugar en donde estaba y descubrir a mi compañero de habitación, un hombre maduro y corpulento de casi 50 años, calvo y de ojos claros de nombre Mario. Estaba acompañado de su esposa, morocha de cabellos negros largos y lacios, delgada y que tenía al menos unos 15 años menos que él. Según podía ver, era un hombre de recursos ya que tenía un insuperable equipamiento para todas sus necesidades, hasta el punto que le ofreció a mi hermano ayudarme en lo que necesitara. Mi hermano agradeció el gesto pero yo tenía todo lo necesario. Solo faltaba que mi madre me trajera todo lo que se había llevado al estar en una habitación con un delincuente. Cuando mi hermano pasó por mi habitación anterior confirmó mis sospechas. Sí, tenía una pinta de chorizo bárbara. ¿Viste?. Yo te dije- agrega el amigo a mi hermano. Luego llegó la ronda de cirujanos. Estaban todos los residentes además de Blofeld y el jefe de cirujanos, el doctor L. Los residentes exponen mi caso, la operación que me habían practicado y en las condiciones en las que me
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encontraba en aquel momento. Me había enterado gracias a inteligencia que tanto el doctor V. como la doctora T. estaban de acuerdo con administrarme alimento por la sonda de inmediato, y eso justamente le recordaban los residentes al jefe de cirujanos, pero éste, en mi presencia se negó a que me administren alimento alguno, con el argumento de que debía expulsar por la sonda restos de sangre coagulada que pudo correr por mi esófago hasta el estómago mientras me operaban. Debía sacarlo todo y por eso la sonda estaba interconectaba con una vía en cuyo extremo había una jeringa que se utilizaría para hacer succión en la sonda y extraer líquido coagulado desde mi estómago. Si había algo que me diferenciaba del doctor L. y toda su trayectoria en el ejercicio de la medicina era que la única persona que conocía con detenimiento mi cuerpo era yo mismo. La experiencia de toda la vida me había enseñado que mi estómago toleraba mejor cualquier dolencia o malestar con alimentos livianos e incluso tomando gaseosa. Si lo tengo vacío sólo empeoraba las cosas y eso me producía náuseas expulsando flema. Si lo tenía con alimentos livianos y algo de bebida, tenía grandes chances de que mi cuerpo funcionara normalmente y el proceso digestivo culminara en el baño. Lo que más me sorprendía era que no todos sus colegas estaban de acuerdo, pero el doctor L. Impuso su autoridad de jefe y las cosas quedaron así. Las consecuencias no tardarían en producirse. Mi estómago, privado de alimento, se volvió menos tolerante a lo depositado allí consecuencia de mi operación y entonces comencé a tener fuertes náuseas que a veces se aliviaban bombeando mi estómago con la jeringa. En ocasiones las enfermeras, si mal no recuerdo, debían administrarme Reliverán. Mi madre llegó a mi habitación en horas de la noche de aquel largo día 18 de Marzo de 2005.Ya no traía los termos con los alimentos. Yo estaba dispuesto a patear la decisión del doctor L. y alimentarme de todas maneras usando la dieta de siempre, pero mi madre prefería seguir las indicaciones de los médicos y a su vez no podía lograr que las enfermeras me facilitaran Nutrisol o algo similar, así que me encontraba atado de pies y manos y una vez más, los doctores ganaban y yo perdía. Y así estuve durante casi una semana, sin probar bocado alguno. Conocí a mi compañero de habitación, Mario. Era Arquitecto y constructor y estaba allí por una infección de páncreas. Gracias a su profesión estaba dentro del segmento de alto poder adquisitivo, y por ende, estuvo a punto a internarse en una clínica privada, pero los costos de internación y tratamiento de su dolencia eran al parecer demasiados incluso para él y por eso estaba en un hospital público como el de Lanús. Se encontraba internado desde Enero de 2005 y su problema de páncreas era algo que en un principio era sólo una pequeña molestia que no le dio importancia y prefirió priorizar sus actividades hasta que su situación empeoró y no le quedó más remedio que estar en cama. Pasó el tórrido calor de verano de principios de año (lo noté al ver un ventilador común entre sus cosas), y aún no tenía una definición de su caso. Su esposa iba y venía cuidándolo y preocupándose por su estado. Tenía amistades, compañeros de otras habitaciones que lo visitaban y se movían libremente debido a que estaban allí por problemas cardíacos y esperaban fecha para ser trasladados a un hospital de Avellaneda que contaba con equipos y elementos necesarios para cirugías de corazón. Como había una
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lista de espera estas personas debían convalecer hasta que les llegara el turno y puedan ser trasladados. Sufrieron infartos así que era peligroso que volvieran a sus casas, de ahí el porqué estaban en el hospital por lapso indefinido. Pero en el fondo los envidiaba un poco ya que podían moverse, comer y beber libremente. Las primeras noches mi madre pasó la noche conmigo sentada en una silla plegable. Mario había contratado los servicios de varias enfermeras del hospital que fuera de su horario de trabajo lo atendían por la noche. Aquella primera noche internado allí del 18 al 19 de Marzo estuvo Norma. Recordaba mi internación y le contaba mi caso a Mario. El año pasado estaba peor y tenía sondas por todos lados, parecía un marciano- decía refiriéndose a mí. Al día siguiente me atiende Gabriel, que también ya me conocía de antes. El año pasado estabas hecho fruta, pero ahora te ves mejor... Y el 19 de Marzo, Martes, llega la petisa de Mariana a hacerme la primera curación. Me pide que levante la cabeza de la almohada para desenroscar el vendaje que me habían colocado en el quirófano. Quedaste bien, después de todo lo que pasaste- me confía cuando se acerca a mí a quitarme el vendaje. ¿Cómo sabés eso? Estuve en tu operación. El doctor V. nos mostró cómo se veía tu esófago antes de cerrarlo. ¿Nos mostró?. O sea que además de ella había más de un residente. Una vez más me convertí en un espectáculo de anatomía humana. Hasta el día de hoy me pregunto si hay una pauta legal para que el paciente pueda tener autoridad para negar este tipo de situaciones aprovechándose que uno está en la mesa de operaciones y anestesiado. Cuando por fin me lo quita, veo que estaba empapado en sangre. Lo reemplaza por un vendaje más sencillo. De paso, le pido que vacíe en el baño el recipiente plástico que me había regalado Elena el año anterior para escupir toda mi saliva. Al rato llega la doctora T. y no se habla del asunto de mi alimentación. Solamente venía por mi estado y cómo me encontraba. No quiero ver en un espejo cómo quedó la cicatriz en mi cuello- le decía eso en un acceso de preocupación. Cortamos sobre la cicatriz anterior, así que se va a ver todo igual- me responde. Bien, una preocupación menos. Aparte de mis náuseas, no tenía mayores problemas, Las enfermeras cambiaban periódicamente mi suero y me quitan el analgésico. Al mismo tiempo, la inflamación posoperatoria ejercía presión sobre la sonda que pasaba por mi esófago, causándome gran dolor. Probé entonces ingerir un poco de agua... y ésta, sorprendentemente, casi queda estacionada en mi garganta. Mi esófago tenía casi con seguridad el diámetro del de un recién nacido. La ingesta de agua a pequeños sorbos aliviaba en algo el dolor, y a su vez practicaba el abandonado ejercicio de tragar, tan normal para cualquiera pero que para mí era algo nuevo después de seis meses alimentándome por sonda. Una de las enfermeras que me atendía, cambiando mi suero, conversamos brevemente y de repente surge la doctora T. en la conversación. Su tono
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mientras hablaba de ella demostraba de que no la apreciaba mucho que digamos. ¿La doctora T.?. ¡Ja!. Una vez le dio su número de teléfono celular a una paciente y ésta la llamaba a cada rato por cualquier pavada. Incluso dicen que mientras operaba sonaba su celular y era esta paciente que ya estaba como ambulatoria y le pedía ayuda. La doctora T. quedó podrida (fastidiada) por eso. Bueno, por lo menos ya sabía que no debía pedirle el número de teléfono celular a la galena rubia. De todos modos, nunca me hubiera resultado de utilidad. Al día siguiente de mi operación llega la fastidiosa ronda de residentes con los cirujanos mayores. Allí me entero, de boca de Paula fea, de la realidad de mi caso sobre la ausencia de alimentos: El doctor V. dijo que sí, la doctora T. dijo que sí, pero el doctor L. Dijo que no. También escuchaba de G. el capo de los residentes que manifestaba el hecho que cuidaba mucho mi cuello recién operado escupiendo toda mi saliva. Sabía que, para todos los cirujanos, eso era muy positivo. Lo negativo era que se confirmaba que el satánico doctor L. Impuso su autoridad por encima de sus colegas para que no reciba alimento alguno. Otro día uno de los enfermeros que también cambia mi suero charla un poco conmigo y aprovecho para quejarme de la falta de equipos de tecnología en el hospital. Los equipos de tecnología se los afanan los médicos- me confía. Mirá vos los medicuchos. Por lo menos sabía que mi servicio de inteligencia funcionaba bien. Mi compañero Mario evolucionaba mal, su páncreas no se curaba, todo lo contrario. Para empezar, debido a su corpulencia era muy difícil colocarle una vía intravenosa en el brazo, así que los residentes de cirugía le colocaron una vía central en una vena que ubicaron en su cuello. Debido a su condición se alimentaba sólo con alimento líquido de 1000 calorías, lo mismo que utilicé yo el año anterior. Comenzó a tener fiebre e intentaron bajársela mediante analgésicos, pero su temperatura subía hasta que llegaron los temblores. Bacteriemia, tan terriblemente familiar para mí. Entonces le administraron antibióticos e hicieron estudios para ver el estado de su páncreas. Las drogas no resolvían el problema, así que no quedaba otra alternativa que operarlo. ¿Alguna infección se cura con antibióticos en este hospital?. Una de esas noches en las que mi madre hacía vigilia al lado de mi cama, escucho gritos abajo. Nuestra habitación se encontraba a la altura de la guardia así que Mario y yo no despertamos casi al mismo tiempo. Eran mujeres villeras que se peleaban en la entrada de la Guardia por algún familiar o amigo que acababa de ingresar de urgencia. Gritos, histeria y sobreabundancia de insultos. ¡Ay, Dios!. ¡La villa, la villa!. En otra de esas noches agitadas, internan a una mujer herida de bala. Según inteligencia, fue herida por un familiar suyo que alcanzó a matar a la hija de esta mujer y ahora estaba dispuesto incluso a buscarla hasta el hospital y asesinarla sin más trámite. Sabedores del peligro, el nosocomio reforzó la
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seguridad en todos los accesos y cada visita debía demostrar que iba a visitar a algún conocido y llevar un pase. Afortunadamente mi madre era conocida por todas las enfermeras así que no tuvo mayores problemas en entrar para verme y quedarse al lado de mi cama. De paso, descubro que transpiro un poco. Al parecer, tragar agua para aliviar el dolor me dio algo de fiebre. Afortunadamente el enfermero de turno aquella noche me administra ibuprofeno y me siento mejor. De paso me comenta: No me da demasiado gusto verte, pero igual me alegra que estés bien. Era el mismo enfermero que me asistió aquella madrugada en la que tuve un paro cardíaco y estuve a punto de irme a mejor vida, consecuencia del taponamiento de mi traqueotomía. Estoy seguro sintió que tuvo un trabajo muy duro aquella noche. La esposa de Mario me daba una mano a veces. Vaciaba el recipiente de saliva en el baño, me prestaba el ejemplar del día del Diario la Nación que acostumbraba leer su esposo e incluso me llevaba un vaso con agua mineral para mis acostumbrados sorbos para aliviar el dolor en mi cuello. Y ya que estamos con el dolor, ella me presta un ejemplar de la revista Noticias en la que justamente aparecía una introducción al nuevo libro del hindú Deepak Chopra para resistir y superar el dolor. Lo leí por completo... y el dolor en mi cuello seguía ahí, así que el método de Chopra al menos a mí no me funcionó. Preferí concentrarme en una lectura más instructiva. Mi madre me compró el ejemplar de aquel mes de la Revista Selecciones del Reader´s Digest en la que descubro la sección “Crónicas Femeninas” de Gabriela Acher. Sus ocurrencias acerca de las desventuras de las mujeres me hacen reír a carcajadas. ¡Esta Acher!. ¿De dónde sacará las ideas?. Gracias a ella y a la dibujante Maitena Burundarena tengo conciencia de que las mujeres son más estúpidas de lo que me había supuesto. También leo la revista Muy Interesante y sus artículos de contenido científico. Trato de dejar que los días transcurran libre y apaciblemente, aunque no siempre se puede lograr eso. En otro de esos días, escucho los gritos de una chica. ¡No!, ¡No!. ¡Se fue!. ¡Nooooooooooooo!. ¡Porqueeeee!. Se murió alguien. Inteligencia me informaría que era un hombre maduro, padre de familia, con una enfermedad. En un momento determinado se quedó sin voluntad para seguir luchando por su vida y se dejó llevar lentamente hacia el puerto de la muerte. Los gritos de la chica se prolongaron por unas dos doras. Nadie la contenía en ese difícil momento, solo le acercaron un silla y eso fue todo. Eso me enseñaba dos cosas importantes. 1) Tenía razón: nunca hay que permitir que un momento de prueba se doblegue el espíritu propio o de lo contrario estamos perdidos. 2) los psicólogos del hospital nunca estaban cuando se los necesitaba. Después descubriría para qué estaban. Mientras avanzaba la tarde de aquel día pleno de altibajos para todos, escuchaba con mi Discman el tema de Nancy Sinatra You only live twice (Sólo se vive dos veces), banda sonora de la película de James Bond del mismo nombre. Mientras veía a través de la ventana el ocultar del sol detrás del horizonte con un firmamento que iba de celeste a un azul cada vez más oscuro,
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dejo que mis sentidos se dejen llevar por la música. Finalmente llega una mañana la doctora V. a la habitación. Me saluda porque ya me conocía y aprovecho para pedirle que haga lo posible en ordenar que me administren alimento. Ella, con una sonrisa, me responde que haría lo posible. A continuación se sienta en el borde de la cama de Mario, le toma una de sus manos y se la acaricia, anunciándole suavemente que sería operado del páncreas y posiblemente esté en terapia intensiva por unos días. Esa era la clase de afecto que esperaba de la doctora T. y no que me estreche mi mano como concluyendo un negocio. Mario era un hombre casado con una mujer más joven que él y yo era soltero. Al dueño del ingenio azucarero le dan más azúcar de regalo y al que toma amargo todos los días que se joda. En fin... Apenas sale la doctora V. escucho que le grita a G. porqué no recibía alimento. Tímidamente el jefe de residentes de cirugía le informa que eran órdenes del doctor L. Llega el camillero y Mario se sube a él hacia su destino. Antes que eso y debido a su incertidumbre sobre lo que le esperaba me había preguntado sobre porqué el hospital pedía familiares que donaran sangre, si debía temer más la operación o el posoperatorio, y si llevaría encima drenajes, además de otros detalles. Yo respondí con calma a todas sus preguntas. Al fin y al cabo era ya un veterano de las visitas al quirófano y quizás no había en el hospital otra persona mejor que yo para explicarle lo que le esperaba. Una vez que se fue, su esposa y familia se ocupó en llevarse todas sus pertenencias hasta que al fin me quedé solo en la habitación. El sol entraba por la ventana de la habitación dándole mayor luz y trataba de disfrutar de aquel día, pese a las náuseas y al hecho que debía levantarme de la cama para vaciar el recipiente con saliva y acicalarme un poco. El contraste con el año anterior en el que apenas podía moverme era notable. Una vez más, alguien se encargaría que echar todo a perder. En internación se enteraron que había dos habitaciones con personas solas, así que juzgaron que debían mover de sitio al que consideraban que podía moverse y que ocupe la otra habitación con la otra persona sola y así queda un cuarto libre para mujeres. A eso de las 17:00 llega el camillero imbécil que me había acomodado días antes con un delincuente, pidiéndome una vez más que me vaya de ahí y que me traslade a otra habitación. Yo le respondí que debía esperar a mi familia para que pueda moverme con mis cosas. El camillero vuelve a las 18:00 y a las 18:30 insistiendo en que debía moverme. Por falta de alimento desde hacía varios días, estaba muy débil, de lo contrario casi con seguridad lo agarraba a trompadas. Hijo de puta. Llega mi madre y entre ambos trasladamos mis cosas a mi nueva habitación. Cuando la doctora T. me enviaría a los psicólogos sobre mi “ansiedad” por irme del hospital me acordaría sobre la manera como el nosocomio me manipulaba como un peón de ajedrez de una habitación a otra sin que pueda convalecer en paz hasta que me dieran el alta. Finalmente llego a mi nueva habitación y acomodo mis cosas en el armario verde de madera barata, presente en todas las habitaciones. Mi compañero de
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habitación resultó ser afortunadamente un hombre mayor con una afección cardiaca. Después inteligencia me informaría sobre Mario. La doctora V. apenas abrió el cuerpo de aquel hombre encontró el páncreas con abundante pus que hubo que drenar. Ésa era la raíz de la infección. Afortunadamente el órgano pudo repararse y Mario fue, como estaba previsto, a terapia intensiva. Sus drenajes eran apenas un par de bulbos de suero vacíos. Tuvo suerte, aunque debía alimentarse por sonda por mucho tiempo. Una vez que estuve instalado en mi nueva habitación Tuve que afrontar un nuevo desafío: El estar acostado por un tiempo prolongado impedía que mi espalda respirara libremente y eso a su vez provocaba una acumulación de flemas en mis pulmones. Era una situación que ya conocía de mi internación anterior así que lo resolví permaneciendo largas horas sentado en la silla plegable que había traído mi madre desde casa. Y así era como me encontraban los médicos en sus rondas diarias. En una de esas rondas, me visitó el doctor V. acompañado de la doctora T. y un residente. Me preguntaron cómo estaba y cómo me sentía. Aproveché una vez más para pedir alimentación y el doctor V. expidió, por fin, la orden. Denle el alimento. La doctora T. agrega: Es posible que aparezca una nueva fístula, pero en caso de que así sea se podrá tapar deglutiendo sólidos, así que no habrá problema. Aquellas palabras me dejaron muy sorprendido. Hasta el día de hoy me resulta incomprensible el hecho que una fístula pueda cerrarse mientras uno se alimenta normalmente. Atando cabos me daba cuenta porqué el año anterior la doctora V. recomendaba que intentara alimentarme normalmente. El único problema fue que todos sus colegas se oponían a eso... y se impuso la decisión de la mayoría. Si me hubiera alimentado normalmente en Octubre de 2004 con fístula y todo probablemente mi organismo hubiese estado con las defensas en óptimas condiciones y resistido el virus de hospital que me infectó el cuello, hizo que la doctora T. lo operara y me alimentara por sonda durante unos 6 meses para estar internado de nuevo y vuelto a operar en Marzo de 2005. Estoy seguro que este punto en particular es una buena fuente para análisis y discusión. Estoy muy sorprendido que una fístula se pueda cerrar comiendo, eso no lo sabía- le dije a la doctora T. No recuerdo lo que me contestó, aunque sí agradecí al doctor V. por haberse tomado la molestia en verme. Francamente, al ver a ambos juntos examinando mi caso me hacía sentir importante. Aquella noche Gabriela la enfermera colocaría el envase de lo que parecía ser leche chocolatada pero en realidad eran 1000 calorías de alimento concentrado con vitaminas, proteínas y minerales. Aquello fue muy bienvenido para mí. Al poco tiempo me sentía más fuerte e iba al baño a hacer mis necesidades como cualquier ser humano. En una de sus rondas, el satánico doctor L. se encontró ante el hecho consumado y no le quedó otra alternativa de dejar las cosas así. Igual hubiera sido mal visto dar contraorden y me quiten el alimento. La ración era similar a la del año anterior, dos envases de alimento (2 litros) por día. Esta vez no era Nutrisol sino un concentrado de origen estadounidense. Y
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una vez más, debía vigilar el goteo tanto del alimento como de la dextrosa encargada de disolver el líquido lácteo espeso para que pueda pasar sin problemas por la sonda. Tal como pasó en 2004, si goteaba demasiado alimento me provocaría náuseas, y si goteaba poco no llegaría a cubrir mis necesidades mínimas de alimentación diaria. Igual la sonda se taponaba constantemente y las enfermeras debían destapar la vía con agua. La historia volvía a repetirse. Por aquel entonces me visitan José y nuestro amigo Jorge, que me encuentran con la sonda nasogástrica entrando por una de mis fosas nasales y fluyendo a través de ella alimento disuelto en dextrosa. Augusto y su tío jamás me visitarían mientras estuve internado en aquel período. Y así transcurrían los días sentado en mi asiento plegable. En ocasiones pasaba Paula linda a ver el papel con los mis índices de presión y temperatura y llenaba de color aquella jornada (envidio profundamente a su pareja, si la tiene). La esposa de Mario pasa por allí y me entero que su esposo estaba internado en la habitación contigua, así que con mi pértiga a cuestas lo visito para ver cómo estaba. De paso, logro que me presten de vez en cuando el ejemplar del día del diario La Nación. Termino del leer Los Cañones de Navarone y hago traer de mi casa Historia de la Guerra Fría, obra cumbre en dos tomos escrita por el francés André Fontaine. A pesar de haber sido escrita en 1967 y editada al español en 1970, es una obra fascinante. Siempre me gustó el estilo literario francés contemporáneo. Ya había leído anteriormente la obra, pero quería leerla una vez más porque es una de mis favoritas. Lo más interesante del caso es que el trabajo de Fontaine es imposible de encontrar en la Argentina, por lo cual yo me considero privilegiado al poseer casi el único ejemplar existente en el país. Extrañaba mucho a mi mascota y ver televisión. Varios pacientes traían sus televisores pequeños para, por lo menos, ver canales abiertos, pero a mi eso no me hubiese servido de nada debido a que en mi opinión más del 90% de lo que emite la TV argentina es pura basura, con reality shows, programas de chismes, telenovelas con libretos similares a otras telenovelas vistas antes y con contenidos sexuales para hacerlas más potables, noticieros escandalosos y con falta de objetividad y concursos baratos que sin embargo atraen al ciudadano promedio. Para mí la persona que tiene semejantes preferencias no es digna de ser tomada en serio en cuanto a sus opiniones y grado de conocimientos. Y si para colmo lee revistas de chismes, sólo noticias deportivas y diarios amarillistas menos aún. Extrañaba mi canal favorito, The History Channel, y toda su programación. Lo veía desde su aparición en la TV por cable en el 2000 y me volví un fanático del canal “H”. E incluso alcancé a memorizar la introducción de un ciclo que ya no se emite hoy en día, Relatos de Armas: “Las armas de fuego han desempeñado un papel importante en la historia. Su invención es alabada y denunciada y a servido tanto a héroes como a villanos y carga una responsabilidad moral. Entender las armas de fuego es comprender mejor la historia”. De ese ciclo, recuerdo que mis programas favoritos eran armas alemanas de la Segunda Guerra Mundial y Las armas de Israel.
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MI compañero de cama se va y quedo solo otra vez. Estaba harto de que me movieran así que le pedí a Gabriela que haga algo para que me quedara en esa habitación. Esta vez estaba en mejores condiciones de salud y si volvía otra vez el camillero iba a terminar lastimado y no se saldría con la suya. Afortunadamente esta vez fue un paciente el que entró a la habitación a ocupar la cama libre. Se trababa de otro hombre mayor con problemas del corazón que también esperaba su turno para ser trasladado a Avellaneda y ser operado del corazón. Buen tipo. Nos llevamos bien desde el principio. El resto de mi convalecencia sería relativamente tranquila, leyendo sentado de día y escuchando música clásica por radio Amadeus en las noches. Creo que por fin todo terminaría en paz. ¿O no?. Primero fue un ruido en mi cuello en forma de ronquido de gato, apenas audible. Luego siento que escapa aire de alguna parte de mis puntadas de mi operación de esofagostoma, pero una noche siento algo húmedo e instintivamente me toco el área suturada y luego observo las yemas de mis dedos. Gotas de agua. Tengo otra fístula. Alarmado, me levanto de mi cama y voy a buscar a los residentes. Llego hasta la sala en donde se reúnen y golpeo la puerta. Nadie. Espero en mi habitación y a través de las enfermeras hago que éstas encuentren a Mariana y se acerque a mi habitación. Contempla las puntadas en mi cuello y confirma que por éstas se escurre un poco de agua. Pasa la novedad a los cirujanos mayores. Era el 26 de Marzo de 2005, sábado. Pasó poco más de una semana desde mi operación. Al día siguiente, Domingo 27, Hernán me lleva una taza de azul de metileno y me pidió que lo tragara a sorbos, y eso hice. Estuve casi todo aquel día tragando aquel asqueroso líquido hasta que a eso de las 16:00 el azul de metileno se escapa por una pequeña abertura en mi cuello. Pero eso no fue lo peor de todo. Una vez comprobado que tenía una nueva fístula, entro al baño a lavarme los dientes y enjuagarme la boca con la esperanza de quitarme el horrible sabor de boca. Al inclinarme sobre el lavamanos para expulsar el dentífrico disuelto en agua, un chorro de azul de metileno cae desde mi cuello. Ver eso fue infinitamente espantoso, pero mantuve la compostura. El lunes siguiente, con la ronda de cirujanos, los residentes le comunican al doctor L. la novedad. No es grave, se le va a cerrar solo- aseveró. Bueno, en esta ocasión el satánico doctor L. dio en el clavo. Y por una vez, recibía confianza de parte de un médico, lo cual, obviamente, me infundía ánimos. Poco después llegaban el doctor V. acompañado de la doctora T. Ya estaban al tanto de la aparición de la fístula. Me preguntan cómo me siento. Yo le describo al doctor V. sobre lo ocurrido el día anterior y el chorro de azul de metileno que salió de mi cuello cuando entré al baño. ¿Y el azul de metileno salió de tu cuello después de unas dos horas de ingerir el líquido?- me pregunta el doctor bueno. Sí, así es- le respondo con gravedad. No es serio- agrega el doctor V.- se va a cerrar en poco tiempo.
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En el peor de los casos, la fístula se podrá cerrar comiendo normalmente- acota la doctora T. No terminaba de comprender cómo una fístula podría cerrarse deglutiendo. La lógica indicaba que la fístula podría, en cambio, mantenerse abierta e incluso agrandarse. Pero si la doctora T. lo decía... y aunque tuviera razón, seguía sin entender porqué el año anterior los médicos no querían que me alimentara por la boca con una fístula similar. Uno de los residentes pasó por esos días, acompañado de una residente nueva, a mi habitación a revisar rutinariamente el papel adherido a la pared con las lecturas de presión arterial y temperatura corporal y, en ocasiones, cantidad de orina diaria. Mientras estudian el papel con los índices de aquel día, el residente explica a su compañera brevemente mi caso, y llega al aspecto de la fístula en mi cuello que acababa de surgir: Tiene una fístula en su cuello, pero eso era algo inevitable- le escucho decir a su colega femenina, y luego se van. Francamente no investigué con detenimiento sobre la evolución posoperatoria de los esofagostomas, pero estoy casi seguro que es normal, en la mayoría de los casos, que surja una fístula, a juzgar sobre todo por la información recopilada por los diferentes cirujanos del hospital de Lanús apenas salí del quirófano y a medida que evolucionaba mi condición estando internado. Bueno, creo que ya no tendría más sorpresas. Según los médicos, simplemente tendría que esperar tranquilo a que la fístula cerraría sola y terminaría bien. Okey. Ya sabía con seguridad que de esa habitación ya no me moverían, mi compañero de cuarto era un buen tipo, me alimentaba por sonda y lo de la fístula era sólo un contratiempo. Por lo demás podía convalecer tranquilo, o sea, en paz. ¿O no?. Ese mismo día de la visita de la doctora T. y su colega el doctor V. y mientras leía el diario La Nación, prestada por la esposa de Mario, llegan cerca del mediodía tres individuos (un hombre y dos mujeres), que se acercan a mí sonrientes. Éstos estaban con guardapolvos blancos, así que descarté que fueran evangelistas o clochards que pidan dinero. Sólo podían ser... Hola. ¿Gabriel? Sí, soy yo- respondí colocándome en guardia. Nos mandó la doctora T. y entendemos que tenés un problema... me dice una mujer madura de cabellos negros enrulados y sonrisa diabólica. Oh, no... son psicólogos. Lidié con ellos durante casi 30 años y nunca, nunca me resolvieron nada. Mis problemas internos aún siguen allí sobre todo porque mi entorno se niega a cambiar, así que no hay nada que hacer. Además, me considero un activista de la ejecución, lo cual choca con las “conclusiones y recomendaciones” teóricas de los psicólogos que casi rayan en doctrinas que se pueden leer en cualquier manual. Siento lástima por la gente “bien” que gasta considerables sumas de dinero en estos personajes con consultorios elegantes y acogedores y una gran cuenta bancaria. Hacía años que concluí que la única persona capaz de resolver mis propios problemas, mentales o materiales, soy yo mismo. Siempre aprendí aspectos de la vida a base de ensayo y error, mediante análisis de situaciones suscitadas y autocrítica. Así pude encontrar soluciones eficaces para cada problema. No pude resolver -
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hasta ahora, sin embargo, lo de encontrar un buen empleo en el que pueda sentirme a gusto y progresar por falta de oportunidades, cuestiones sociales, competitivas y el entorno globalizado actual, algo que es muy difícil de resolver para mí con los elementos que tengo a disposición. Y lo de la pareja viene enganchado con lo anterior. Las mujeres son muy materialistas y hoy por hoy el amor es algo secundario en el trato de unidad entre hombres y mujeres. Son dos asignaturas pendientes que debo resolver solo, y no con “conclusiones y recomendaciones”, de un psicólogo que engorde su billetera a costa mía. Nunca voy a olvidar una psicóloga que vivía en la calle Ferré, a metros de la una plaza que está entre las calles 9 de Julio e Ituzaingó, en Lanús Este. Vivia en una casa moderna, enorme similar a una casa de la clase media estadounidense, con un frente con jardín y garage para 2 autos, algo excepcional en Argentina. Los vehiculos que tenían en la época que yo iba hacia esa casa, a principios de 1985, eran mportados, uno de ellos era un Citroën Cx Pallas, color dorado, de los cuales sólo había unos pocos en circulación de lo costosos que eran. Iba por lo general con mi padre a las consultas y cada una de ellas recuerdo que eran muy caras. Finalmente acababa con una mujer madura,de cabelo negro . ojos astutos y voz que denotaba que estaba acostumbrada a dirgir. Cada vez que iba a una sesión básicamente se ocupaba en desacreditarme a mí por cualquier cosa que dijera, y en cambio defender a rajatabla a mi familia. Eso no llevaba a ninguna parte. Para marzo del mismo año me fui de ahí, sin resultados y sin soluciones. Lo que sí aprendí es que por el resto de mi vida no permitiría que mi esfuerzo o mis recursos sirvan para engrosar los bolsillos de alguien más próspero que yo. Por otra parte, estos personajes siempre decían allá por los ’80 que a los adolescentes no hay que ponerles límites estrictos, hay que ser flexibles con ellos, usar psicología a la hora de lidiar con ellos, tratar de acercarse a ellos como sus amigos, etc. Y el resultado final son una manga de tarados que creen que tienen el derecho de llevarse el mundo por delante, incluso a sus propios padres, hacer lo que se les da la gana y suponer que porque gracias a sus padres tienen acceso a dinero fácil, no es necesario trabajar y al mismo tiempo, sentirse unos ganadores, dedicando sus vidas a la joda, la bebida, la droga y el sexo promiscuo. Las normas estrictas de disciplina, trabajo, responsabilidad y respeto por sus mayores eran primitivas para los psicólogos, así que siempre aconsejaron cambiar la doctrina de educación para los hijos a un estilo más didáctico y moderno acorde con los nuevos tiempos. Y ahora millones de padres en el mundo pagan las consecuencias. Basta sacar unos cuantos testimonios de padres de adolescentes de cualquier parte del mundo para ver la dimensión de lo que ocurre con estos chicos en el siglo XXI. Una vez, en un programa de televisión, debatían sobre el comportamiento de los adolescentes en los viajes de egresados a Bariloche cada año. Se suponía que iban hasta allá para conocer la nieve, esquiar y divertirse sanamente, pero en cambio no bien llegan, van directamente a las discotecas a bailar y beber y tener sexo en cualquier rincón (yo no entiendo para qué entonces quieren ir a Bariloche cuando esa misma joda la encuentran en Buenos Aires o sus ciudades de origen). Al fin y al cabo, la nieve es sólo para las fotos ¿no?. Volviendo al punto, una conocida periodista hablada en el programa sobre su incursión a una de estas discotecas y el hecho de que encontró a una “criatura”
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(una chica de 18 años), en el baño de damas, desarreglada y casi con los ojos en blanco (todos los fines de semana a la madrugada, cerca de las discotecas de Buenos Aires, se ven muchas de esas “criaturas” en condiciones similares). Estoy seguro que a la “criatura” en cuestión sus padres le dijeron que se cuide, que no beba, que no tenga sexo promiscuo, que no se drogue, que se divierta sanamente, etc., etc. Y la “criatura”, muy segura de sí misma hizo lo que se le dio la gana, y por eso la periodista la encontró en el baño de damas de una discoteca de Bariloche en tan deplorables condiciones. Cuando analizo todo esto, concluyo que en gran parte los psicólogos cargan con la culpa de lo que aconsejan teóricamente y que en la práctica no solo no funciona sino que produce efectos contraproducentes o inclusive agravan la situación. Por eso siento una gran desconfianza y rechazo a estos aprendices baratos de Freud. La doctora T. nos dijo que tenés ciertas ansiedades que nos gustaría que compartas con nosotros y nos cuentes un poquito- me sugiere la mujer de cabello enrulado siempre con su sonrisa. Sus otros acompañantes eran una chica de unos veintitantos años, algo obesa, blanca y de cabello enrulado rojizo mal peinado, y un muchacho también de veintitantos, morocho, estatura baja, cabello corto y peinado. Este último tenía un bloc de notas y una lapicera. Se sentó al borde de mi cama listo para registrar lo que pudiera decir. No tengo ninguna ansiedad- contesté, tratando de controlar mi furiano quiero que ocurra lo mismo que el año pasado. Una convalecencia demasiado prolongada puede provocar que contraiga una nueva infección producida por un virus de hospital y mi evolución vaya para atrás. Estoy financieramente quebrado, y ya no puedo darme el lujo de alargar esto más de la cuenta. Si por ejemplo me pide el hospital otra vez que compre contraste, no podría subvencionarlo. Los tres escuchaban con atención lo que decía y el muchacho tomaba notas. Viendo las cosas en retrospectiva, caigo en la cuenta que la mujer del cabello negro era con seguridad la psicóloga del hospital y los otros dos practicantes, así que de paso que analizaban mi “problema”, aprendían a mi costa. Qué maravilla. Bueno, vamos a estudiar lo que nos dijiste y te vamos a volver a visitar,¿está bien?. Me dice la sonriente, enrulada y madura psicóloga. Okey. Y se van con sus notas. Fui sincero en lo que les dije. No quería que ocurriera lo mismo que en Octubre de 2004 que contraje una infección en mi cuello provocado por un virus de hospital y que los antibióticos no pudieron resolver, así que acabé en el quirófano, salgo con un agujero en mi cuello y 6 meses alimentándome con sonda. ¿Y si eso volvía a pasar?. Por eso insistí en recibir alimento para mantener mis defensas altas. Tenía que irme de allí cuanto antes, ya que mi bajo peso demostraba que no estaba en óptimas condiciones y por ende me encontraba vulnerable. Por otra parte, no podía alargar esto más de la cuenta ya que necesitaba trabajar y recuperarme económicamente. La aparición de los”locólogos”, me tomó por sorpresa, pero no sería la última de aquel día.
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No bien retomé la lectura, llega la doctora T. y directamente se sienta en el borde de mi cama. Vos no vas a estar acá más de lo necesario, estamos al tanto de tu caso y... La pose que había adoptado al borde de mi cama era por demás sugestiva, pero la situación no era para contemplarla. Directamente decidí no escuchar lo que me decía y responderle todo que sí. Al parecer quedó satisfecha porque se fue de allí convencida de tener razón en todo. Ilusa. Pero aquello fue la mayor torpeza que haya cometido la doctora T. y nunca se lo perdonaría. Cualquier persona sensata hubiera asimilado la información de los psicólogos y quedado en el molde, pero ella fue directamente a verme y tratar de aclarar lo que nunca quedaría en claro. ¡DOCTORA TORPE!. Por último viene la ronda de médicos y el doctor L. ve que mi sonda está anormalmente larga y ordena que se verifique que el extremo esté dentro de mi estómago. Para asegurarse de eso encomendaron a Marcelo. Él era el residente más cercano a mí y lo consideraba un amigo. Mientras caminábamos hacia los ascensores para ir al piso de Radiología me confía: Te echaron a los psicólogos encima. ¿Quién dio la orden?- pregunté al entrar con él al ascensor La doctora “T”- me respondió mientras el ascensor cerraba sus puertas Y lo dijo así, con la inicial sin pronunciar todo el apellido completo de la galena rubia. ¿Pero por qué?. ¡Si yo no dije nada!- protesté Ya se, ya sé, pero vos ya sabés cómo es ella. Está molesta porque la perseguiste. Conque era eso. Habíamos llegado al piso y caminábamos por el corredor mientras Marcelo seguía hablando. Además, te viene bien hablar con un psicólogo, por lo que manejaste tu convalecencia como ambulatorio vos solo- me dice en un tono conciliatorio. Finalmente entramos a la sección de Radiología y caminamos hasta la puerta de entrada al seriógrafo. ¿Otra vez?. Una vez adentro, el operador (no era Vanina, gracias a Dios), mueve la mesa basculante a posición horizontal y me acuesto por mis propios medios. Mueve el intensificador de imagen a la altura de mi estómago para ver la posición de mi sonda. Las imágenes de Rayos X vistas por el monitor mostraban que había que empujar las sonda más hacia dentro. Yo tengo un Karma con vos y las sondas... me dice Marcelo a la vez que se inclina sobre mí y empuja la sonda por mi nariz hacia dentro. La experiencia no fue agradable. El avance de la sonda me causaba irritación en la nariz y una persistente molestia en mi garganta, lo que me provocaba tos. Finalmente, el monitor mostraba lo que todos querían ver: el extremo de la sonda bien adentro de mi estómago. La tortura terminó. La sonda está bien. Marcelo y yo volvemos a los ascensores hasta el piso de terapia intermedia, yo a mi habitación y él a sus quehaceres. Una vez que acomodé en la pértiga el envase con el alimento, la dextrosa y el suero y me pude sentar en la silla plegable, pude por fin pensar en lo sucedido.
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A la doctora T. al parecer le quedó un forúnculo en su cuello debido a que yo la perseguí durante el período de intermezzo entre Noviembre de 2004 a Marzo de 2005. Casualmente, yo también tenía otro forúnculo en mi cuello por haber cumplido a cabalidad el período de 3 meses de convalecencia ambulatoria para subir de peso y encontrarme en condiciones para ser operado en tiempo y forma en Enero de 2005, cuando ella me patea la operación para Marzo para así irse de vacaciones de lo más pancha. Así que su decisión de enviarme a los psicólogos fue para reafirmar su posición y asegurarse de que ella tiene toda la razón. ¿Se volvió loca?. En la ronda de residentes de aquel día, alguien menciona que en la planilla relacionada con mi caso figuraba de repente visitas de psicólogos. Es algo de la doctora T. – responde Marcelo con algo de molestia en su voz. Eso quería decir que una vez más la galena rubia tomó la decisión de mandarme a los locólogos de manera unilateral, sin consultar ni comentarlo con nadie y haciendo simplemente uso de su autoridad. También explicaba porqué inteligencia no me había advertido de lo que se me vino encima, ya que no se podía saber lo que estaba dentro de la mente de la doctora T. Me consolaba saber que a los mejores servicios de inteligencia del mundo les pasa más o menos lo mismo. No se puede saber lo que está dentro de la mente de alguien. De todas maneras, estaba seguro de haber manejado la situación extremadamente bien. Nada me impedía desahogar toda mi bronca con los locólogos, pero eso hubiera sido anotado con cuidado y confiado a la galena rubia, con lo cual lo único que hubiera logrado era reforzar su posición y debilitar la mía. Así que les dije sólo lo esencial que quería que supieran y nada más. El resto ya me ocuparía en resolverlo por mi cuenta a futuro. Son años de experiencia en tratar con estos monigotes.... En lo sucesivo y todas las restantes visitas de los psicólogos (sólo venían a verme los practicantes), decidí aplicar la táctica de desinformación y cantinfleo. Hablaba mucho y les decía poco. En un momento determinado, me pregunta la chica gordita sobre mi estado civil. Cuando le dije que era soltero, me pregunta a su vez el porqué. Le contesté que por razones presupuestarias. ¿Pero eso qué tiene que ver?. No siempre se necesita dinero para tener una pareja... -me asegura ella con una sonrisa apenas visible. A partir de allí empecé a sospechar que esos dos eran unos locos fugados de pabellón psiquiátrico del hospital y disfrazados de psicólogos, lo cual para un(a) chiflado(a) era muy fácil de hacer, dadas las similitudes de mentalidad. Dick en una ocasión me había mostrado un manual de principios de los 80 de la KGB, traducido al español, perteneciente al Directorio de desinformación. Debido a que sólo lo podía ver en su presencia sin poder llevármelo ni copiarlo, me las ingenié para leer lo esencial acerca de cómo desinformar al adversario. Esos métodos los usé con precisión con los jóvenes locólogos presuntamente fugados del pabellón psiquiátrico hasta la última vez que nos vimos. Habíamos quedado antes de ser dado de alta que me derivarían con un psicólogo de los consultorios externos, pero eso quedó en la nada. Menos mal. Igual no hubiera resuelto nada con eso. Mucha gente, incluyendo mi madre, me sugirieron sobre la necesidad de que debía hablar con un psicólogo sobre mi experiencia y todo lo que me había
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pasado. Mi postura absoluta y completamente arrogante y de autosuficiencia es que no hay nada que yo solo no pueda resolver. Este mismo libro da fe de ello. Por otra parte, si un virus de hospital me causaba una nueva infección en mi cuello, tenía todo resuelto: buscaba a la doctora T. , la desmayaba de una trompada, la llevaba cargando al quirófano, la desnudaba completamente, la acuesto en la mesa de operaciones, le coloco encima la sábana aséptica e inmediatamente le opero el cuello. Una vez terminada mi labor, me voy y cierro la puerta del quirófano. Cuando se despertara, se encontraría con una sonda saliendo del lado izquierdo de su garganta, así que se vestiría y una vez que se presentara delante de mí le diría: Trate de subir de peso, vaya a nutrición y que le den una dieta rica en calorías, hágase todos los estudios prequirúrgicos y vuelva en unos 6 meses. ¿De acuerdo?. Al mismo tiempo, usaría a un equipo de locólogos para que la estudien de cerca y ver sus reacciones y en cómo sobrelleva su situación. No sea que sufra algún ataque de “ansiedad”. Afortunadamente esa fue la última emoción fuerte. El resto de mi convalecencia fue, al fin, en paz. Pude leer con tranquilidad una de mis obras favoritas, Historia de la Guerra Fría. Mientras los días pasaban, visitaba a Mario a ver cómo estaba. En una de esas visitas, descubrí que el flujo de su alimentación y la dextrosa eran reguladas con un equipo electrónico acoplado a la pértiga con los líquidos. Consiguió eso gracias a que mandó una carta quejándose de la falta de atención adecuada a sus necesidades. Eso explicaba porqué entraban las enfermeras más seguido a su habitación. Como yo no presenté ninguna carta, seguía recibiendo la atención de siempre y regulando a mano el flujo de alimento y dextrosa, con los taponamientos colaterales de la sonda. En una de esas asambleas del personal no médico, previas a uno de los acostumbrados paros, Gabriela (quinta vocal de su sindicato o algo así), trae a su hermana Elena a visitarme. Siempre me pregunté si ella sería lo suficientemente sinvergüenza como para volver a verme después que me rechazó a principios de año, en un momento de grandes necesidades para mí y justo cuando estábamos a punto de tener sexo. Un buen día me sale con que conoció otro hombre y que se iba a juntar con él y asunto concluido. Después me enteraría que aquel día en que me visitó, Elena estaba ya preñada (no embarazada, preñada). Ya me había confiado meses atrás que quería tener otro hijo. Yo no estaba dispuesto a ser su semental porque cualquier relación con Elena era de amantes y nada más. Por lo menos me hubiera ahorrado la plata gastada en Petra, pero como dije, a último momento ella se echó atrás. Por lo visto, había encontrado el semental acorde a su nivel social y que de paso la dejó preñada. En fin... En la conversación, me decía que debía ser menos arrogante y más humilde. (cómo se nota que no conoce a la gente con la que trato), y otras cosas que no recuerdo. Luego se fue y no la volvería a ver. Tengo muchas cosas por las cuales agradecerle al haberme atendido en un momento crítico de mi vida y haberme ayudado a salir adelante después de mi paro cardíaco y cuando los médicos consideraron que mi caso era casi sin esperanza. Pero por otra parte, puede irse a la misma mierda. Sobre todo porque al lavarme ella alcanzó a conocer mi cuerpo y yo no tuve la menor oportunidad de conocer el suyo. Así no se vale.
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Sábado, 2 de Abril de 2005. La doctora T. llega en la noche a mi habitación acompañada de su pupila Paula fea. Yo estaba acostado y con la lámpara fluorescente de pared encendida, leyendo. La galena rubia se sienta en la silla plegable a mi lado y Paula fea al borde de mi cama. Vamos a ver la posibilidad de quitarte la sonda- me anuncia la doctora T. Paula fea, mientras tanto, hojea el libro que estaba leyendo. Aquello fue para mí como si hubiese tocado las tablas de los Diez Mandamientos escritos con el dedo de Dios. Miré a mi alrededor a ver si encontraba algún objeto contundente para darle en la cabeza. Luego de darme la noticia, la doctora T. se va. Paula fea deja mi libro y la sigue. Si inteligencia me hubiera informado que iban juntas al baño no me hubiera sorprendido en lo más mínimo. ¡Ah!. ¡Esas charlas íntimas femeninas con los chorros de orina como telón de fondo!. Siempre se supo que las mujeres se confían secretos íntimos estando en el baño. ¡La información que se puede obtener colocando un micrófono en los baños de damas!. También aquella noche, por la radio, me enteraba del fallecimiento de Su Santidad Juan Pablo II. Fue el único Papa en visitar la Argentina (y dos veces, en 1982 en plena Guerra de Malvinas y en 1987). Yo lo vi de cerca cuando visitó Bolivia en Mayo de 1988, cuando fue al Palacio Quemado (Sede presidencial), en La Paz en su papamóvil, prestado de la Argentina, a ver al entonces presidente Víctor Paz Estenssoro. Fue el pontífice al que llegué a conocer mejor. Qué pequeño me sentía al enterarme de la muerte de un grande entre los hombres. Mi madre me trajo las tiradas extraordinarias de los diarios Clarín y la Nación sobre Juan Pablo II que leí al día siguiente Domingo 3 de Abril y que posteriormente fueron a parar a mi archivo. Como yo, también recibió al menos un tiro. Y como yo, también en sus últimos momentos le colocaron una sonda nasogástrica para que se alimentara. Qué terrible. El lunes 4 de Abril fue pleno de actividades. Llega Mariana con la orden de ir al seriógrafo conmigo. Esta vez el objetivo era probar si estaba en condiciones de tragar, ya que mi esófago estuvo inactivo varios meses y se encontraba muy encogido (posible estenosis). Una vez apoyado en la mesa basculante, esta vez en posición vertical, me hacen beber lentamente bario con sabor a frutilla. Por alguna causa, por más esfuerzos que hacía no tragaba bien. Eso no era bueno. Cuando vuelvo a mi habitación Mariana alcance a decirme que posiblemente necesite alguien que me enseñara a tragar otra vez. Existía incluso la posibilidad de que sufriera disfagia, o sea dificultad en la deglución. A lo largo del día practiqué tragar tomando agua. Cuando llego la ronda de los médicos, les había comunicado que tragaba agua bastante bien. Entonces está curado- comentó la doctora V. a sus colegas. El ser dado de alta era sólo cuestión de tiempo. La doctora T. me visitó aquel día y me anticipó que debía hacerme estudios posteriores. ¿Y quién va a manejar mi caso?- le pregunto. Yo- me anuncia divertida la galena rubia. Bueh, hay cosas peores -pensé en ese momento.
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El martes 5 de Abril lo volvemos a intentar con Mariana en el seriógrafo. Esta vez trago muy bien. No hay disfagia. Se obtiene una placa y me la entregan. En la tarde de aquel mismo día, ocurre un momento histórico en mi vida. Llega a mi habitación Mariana, con sus manos enfundadas en guantes de látex. Yo estaba acostado y la miraba con atención. Despedite de la sonda- me anunció- y dicho esto quita la sonda de mi cuerpo por mi nariz, llevándola al baño. Ya estaba en condiciones de volver a alimentarme por la boca, después de tanto tiempo. Gracias- le dije. Salí al pasillo, liberado de la sonda y las vías (estas últimas me las habían quitado días atrás al producírseme una flebitis en mi muñeca izquierda), así que estaba libre por completo. Fui a la habitación de Mario saltando de alegría y mostrándole que ya no tenía sonda. Volvería a ser un ser humano normal. Gracias a Dios. Aquel mismo día, y por primera vez desde Septiembre de 2004, tomaba sopa por mi boca y sentía su sabor. La sopa de hospital era insípida, pero para mí eso no importaba en aquel momento. Mi madre me compró una botella plástica de Coca Cola de 600 c.c. y yogurt bebible. Maravilloso, maravilloso. Disfrutaba todo lo que pasaba por mi boca e iba a mi estómago. Estaba muy emocionado. El miércoles 6 de Abril, por la mañana, pasa delante de la puerta de mi habitación al patilludo G. acompañado de un cirujano mayor, Blofeld. Este paciente está por salir de alta- le dice G. a Blofeld, señalándome con el dedo. Salir del hospital era sólo cuestión de horas. Al mediodía, Marcelo se acerca a mi cama, me entrega un papel y me estrecha la mano. Me daban el alta. ¿Me hacés una orden para el cirujano plástico y otro para la doctora T.?- le pido. ¿Todavía querés volver al quirófano?- me pregunta extrañado Marcelo- Yo en tu lugar no vuelvo más-.Pero igual accede a mi solicitud. El a su vez, me solicita mi numero de teléfono para que su madre se comunicara conmigo y darle clases de computación. Me despido de él. Francamente, me hubiese gustado ser su amigo. Uno no siempre puede conseguir lo que quiere. Llamo a mi madre a su trabajo comunicándole la buena noticia. Empaco mis cosas. Cuando mi madre llegó, ya tenía todo listo. Hora de irse. Ya no volvería a internarme en el hospital de Lanús. Casi dejaba mi vida allí, pero simplemente elegí otro día para morir (Die another day), igual que el título de una película de James Bond. Cuando con mi madre llegamos al ascensor, el de seguridad llega a nuestro encuentro para que le demos mi nombre y apellido para así anotarlo en su planilla como paciente que dejaba el hospital de alta. Al llegar a la Planta baja, salimos por la Guardia y me cruzo con el doctor V. que estaba en el quiosco cercano a la entrada de la misma comprando algo. Adiós, doctor- me despedí. Al verme, sonríe y me estrecha la mano. ¡Qué bien!. ¿Cómo estás?. Bien, doctor, bien, gracias por todo- respondí con humildad.
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¡A ver si algún día nos sacamos una foto!- exclamó el doctor bueno con efusividad. Sí doctor, cómo no.- le respondí con una sonrisa. Recién tendría una cámara digital en el 2006, pero la invitación para invitarle a tomar un trago al doctor V. aún sigue en pie. En la caseta de guardia al lado de la entrada del hospital para autos notificamos nuestra salida y lo que llevábamos consigo. Una vez en la calle, tomamos un remís que nos llevó a casa. Todo había terminado. ¿Qué pasó con la máquina Enigma?. Puesssss... digamos que alguien la sacó del hospital clandestinamente en un bolso con ropa sucia. Y guiño un ojo al decir esto. -
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QUINTA PARTE LA POSGUERRA
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SIETE ¡AY, DOCTORA! El arte de la medicina consiste en mantener al paciente en buen estado de ánimo mientras la Naturaleza le va curando. Voltaire 24 Horas después de salir del hospital vuelvo otra vez al nosocomio a encontrarme con la doctora T. Me hubiera gustado hacerme dar de alta aquel día así coordinar todo con la galena rubia, pero eso no fue posible. Por falta de presupuesto (la internación me causó mucho desgaste económico), compro apenas un paquete de caramelos para mi doctora. Como una vez más el personal no médico estaba de paro, tuve que subir hasta el piso de los cirujanos para buscarla. De paso, saludo a los otros pacientes. Al caminar por aquel pasillo tan familiar para mí, encuentro a la doctora T. hablando con un colega. Me acerco a ella y le doy el ya tradicional besito en la mejilla y de paso siento su abrumador perfume. ¿Me podés esperar?. Tengo que ver a un paciente- me sugiere. No hay problema- es mi respuesta calma. A su colega escucho que le dice a la galena rubia. Tengo un caso que me gustaría que viera... Y dicho esto, él y la doctora se colocan mascarillas para entrar a una de las habitaciones de la sección de aislamiento. Yo mientras tanto, espero. A pesar de ya no tener una sonda en mi cuello, aún escupía mi saliva por el frasquito “portátil” de plástico color verde. Son sólo unos minutos. La doctora T. retorna de aislamiento y salgo a su encuentro para recibir instrucciones sobre cómo sigue lo mío. Mientras caminamos por el pasillo rumbo a la sala de cirujanos, le confío. Me hubiera gustado ser dado de alta hoy. A mí también- me responde la doctora T., casi como una confidencia también. Ella observa que sigo usando mi frasquito. ¿Todavía seguís escupiendo la saliva? ¡Nadie me dijo nada!. ¿Qué hago?. Tragá la saliva normalmente- me sugiere la doctora. Cuando llegamos a la entrada del cuartel de los cirujanos residentes y mayores, le pido que rehaga la solicitud de turno para los cirujanos plásticos, ya que el turno para la doctora T. y los encargados de arreglar mis cicatrices en mi cuerpo Marcelo los colocó en un mismo papel, así que éste no me servía. Me quedo allí unos momentos y la doctora T. entra a la sala de cirujanos y sale con un papel con la orden de turno para cirugía plástica. Para verla a ella no era necesario un papel. Nos vemos en tres semanas- me anuncia- como siempre, si no estoy en los consultorios externos por un paro, buscame acá. Y traé la placa que te sacaron de tu cuello. Okey. Y me marcho. Las relaciones entre la doctora T. y yo se normalizarían durante este período. Y
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no era para menos. Ya no había cuestiones importantes en mi caso, sólo exámenes de rutina. Aunque no me libraría de los “plantazos”. A partir de aquel día mi madre me compraba sobres de sopa instantánea y yogurt bebible para poder alimentarme. Había salido del hospital pesando 57 kilos otra vez y debía recuperar peso. No bien llegué a mi casa me preparé una sopa con pequeños trozos de papas. Al ingerir, uno de esos pequeños pedazos (del tamaño de una pila de un reloj de pulsera), quedó trabado en mi esófago muy reducido en diámetro y estuve a un tris de ahogarme. Pensé rápidamente y antes de quedarme sin aire, en aplicar los procedimientos de emergencia, como golpear con violencia mi espalda contra la pared. Finalmente, probé en toser y eso funcionó. El trozo de papa salió expulsado por mi boca. Debía tener más cuidado la próxima vez. Tal como me habían anunciado los médicos, para esas fechas no había fístula. Cerró por sí sola. Gracias a Dios. Para Abril de 2005, me ocupé en normalizar rápidamente mi situación personal. Conversando con Augusto, logré descansar la primera semana de aquel mes y a mediados de la siguiente semana volví a la actividad en el cyber de Villa Devoto. Fue una decisión acertada de su parte ya que aún no me consideraba listo para volver al otro cyber en Caballito. Trabajé en horas de la tarde hasta la noche, de lunes a Viernes, durante el resto del mes. Me sentía a gusto en ese sitio, pese a los adolescentes arrogantes y maleducados de clase media alta que lo frecuentaban, pero el cyber de Villa Devoto ya no daba las ganancias de antaño, y tenía los días contados. Una vez de retorno a mis actividades, tomé la decisión de reconectar mi situación con Petra. Hacía dos meses que no disparaba mi “cañón de Paris”. Ya en febrero comprobé que gracias a Dios funcionaba bien así que necesitaba restablecer cuanto antes una de mis principales necesidades básicas. Establecí contacto con ella vía e-mail y quedamos en vernos al principio el 20 de Abril en su departamento, pero casi a último momento me envía otro correo electrónico solicitándome mi número de teléfono celular para llamarme y pautar un encuentro nuevo. El Jueves 21 de Abril, por la noche y estando en mi casa a punto de dormir, suena mi celular Nokia 2160 hecho a medida. ¿Junge? Si, ¿Petra? Ja, ¿quieres verme?. Esta mina le gusta hacerse desear, pensé. Si, quiero verte, ya estoy recuperado. Brunnen, yo debo ver a alguien en San Isidro. ¿Podemos vernos allá?. Está bien. ¿Dónde? Dime qué lugar te parece bien y allí te veo. Pienso, pienso, pienso... ¿Qué te parece el espigón de Martínez? Okey. Allí a las 11 de la mañana. Bueno, chau Petra, mañana a las 11 Auf Wiedersehen, junge. Cuelgo y armo mi agenda para el día siguiente.
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El viaje fue sencillo. Con el colectivo de la línea 45 hasta Retiro, y luego el tren con aire acondicionado hasta la estación Martínez. De allí me fui caminando hasta el espigón. Cuando estuve ubicado en el lugar convenido miro mi reloj digital: eran las 10:50. Así que me quedé esperando al borde de la calle General Pacheco y la vía del Tren de la Costa. Tenía mis dudas sobre la aparición de Petra, si lograría ubicar el lugar y en qué forma aparecería por allí, aunque sospechaba que seguramente llegaría en taxi. Pero a las 11 con puntualidad alemana llega un automóvil Audi Quattro Turbo cupé modelo 1984 color negro. Cruza la vía del tren y estaciona en la entrada que da acceso al espigón. Del vehículo se apea una atractiva mujer rubia vestida con pantalón y traje de tela color blanco y blusa de seda del mismo color. Al cerrar la puerta del conductor me mira a través de su anteojos oscuros Ray Ban y me sonríe. Se quita los lentes y se acerca a mí caminando seductoramente pero con cierta dificultad debido al terreno con unos zapatos sencillos de tacón bajo color negro. Junge, ¿cómo estás? Bien, Petra, estoy bien- le respondo dándole un beso en sus labios con mucha suavidad. Ella responde al beso y sonríe. Te ves bien. ¿Ya no usas un tubo para comer?. No Petra, ya estoy empezando a comer y beber normalmente. Me alegro por ti, junge. Aún tenemos tiempo. ¿Te parece charlar un poco?. Claro, no hay problema. Caminemos hacia el espigón y ahí hablamos.- le sugerí con timidez. Estaba vestido bien, siempre tratando de seguir el estilo conservador británico, con pantalones de casimir color gris claro con cuadriculados, camisa gris claro, y pullover de lana con escote en V del mismo color. Sin embargo me sentía algo modesto frente a la ampulosidad de la indumentaria de Petra. Caminamos lentamente por un pasillo de tierra que nos condujo a un malecón de madera con barandas que a su vez nos llevó al espigón. En el aire se sentía el aroma marino proveniente del Río de la Plata. A los lejos sobre el horizonte estaba un buque portacontenedores inmóvil. Hacia la derecha y siguiendo la línea de la costa se veía a lo lejos Buenos Aires y los opulentos edificios del nuevo barrio de Puerto Madero. El día estaba con cielo despejado, aunque corría una brisa fría que envolvía nuestros cuerpos. Una vez allí, Petra me pregunta interesada sobre mi estado de salud, cuánto tiempo estuve internado, cómo fue mi operación, y qué estaba comiendo en aquellos días. Yo respondí a todas sus preguntas con calma y con el menor dramatismo posible. Una vez que mi persona se agotaba como tema de conversación, le pregunto a ella qué hacía por San Isidro. Visité a un viejo de casi 80 años. Mucho dinero pero poca vida. Obviamente con problemas para moverse así que a cambio de una buena suma de dinero me vi obligada a venir... Hizo una pausa para aclarar un poco su garganta. Necesitaba mis atenciones, y yo aguantando su olor a viejo le hice algunas caricias y demás. Desnuda- agregué. Claro, pero al viejo ya no le funcionaban sus genitales ni siquiera para orinar bien, así que no hicimos nada.
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Todo esto me lo contaba con total desapasionamiento, casi con frialdad, mientras veía la inmensidad del mar color marrón claro. Pero en el fondo era comprensible. Por un lado, era su “trabajo” así que tomaba el asunto como algo rutinario, y por el otro atender a un estirado mal nacido que estaba en las últimas, envejecido, apergaminado y oliendo mal nunca podrá ser algo precisamente agradable. Por lo menos le alargaste un tiempo más de vida a un viejo, y de paso te ganaste unos mangos. Por supuesto- me responde con una sonrisa y cruzando los brazos. Ambos contemplamos por un par de minutos el horizonte marítimo y la tranquilidad y paz de nuestro alrededor. No había nadie en las cercanías y estábamos solos, pero de repente parecía que aquella reunión podría dejarse llevar por el aburrimiento y la apatía, por lo tanto rompí aquel silencio. Esto no es Hamburgo, pero se acerca- dije mirando hacia el mar. No, no es Hamburgo- concordó ella. Pero tenemos mucha más costa y con vista al Océano Atlántico, algo que Alemania no tiene- agregué guiñándole un ojo. Petra sigue observando el mar cruzada de brazos. Pero su fuerza naval es reducida, ya no tienen un portaaviones y por eso sus costas y aguas territoriales están precariamente defendidas. Los británicos aprovechan eso para infiltrar sus submarinos nucleares y vigilarlos a placer. Quedé asombrado de sus conocimientos militares y estratégicos. Era la primera vez que la escuchaba hablar así. ¿Eso te lo dijo algunos de tus clientes ingleses?- le pregunté alarmado. Guardó silencio y siguió observando el agua y las aves. Su rostro reflejaba que no iba a hablar más del tema. Pero por otra parte descubrí que había más confianza entre ambos en aquel momento. Creí que era el momento de indagar algo más en su vida. Desde hacía tiempo que no conversábamos sobre ella y sabía que era ése el momento. Como estuve fuera de circulación durante varios meses, creo que enterarme de algunas historias picantes me pondrían otra vez a tono. Me pregunto cuáles fueron tus situaciones sexuales más insólitas-le digo a Petra y casi dejando caer al descuido el comentario. Ella no se inmuta y mira brevemente hacia arriba. Casualmente se escuchan ruidos de aves en ese momento. Luego apunta la mirada otra vez hacia el horizonte marino. Una vez, un diplomático, al llegar a su casa mucho más temprano que de costumbre, escucha quejidos en la alcoba. Sube las escaleras despacio. Pensó que su hijo de 15 años debutaba con alguna novia así que su plan era entreabrir la puerta, comprobar su sospecha y cerrar para después volver a irse a la calle y regresar más tarde. Al ejecutar la idea, comprobó que efectivamente su hijo estaba debutando sexualmente, pero con su madre de 40 años. El pobre tipo quedó asombrado al ver a su esposa y a su hijo desnudos haciendo el amor como locos. Igual siguió su plan al pie de la letra y volvió más tarde a casa, encontrando todo normal. Su mujer mirando la TV en la sala y su hijo estudiando en su habitación. Con el tiempo y
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haciendo preguntas aquí y allá al servicio doméstico e interrogando con indirectas a su mujer y a su hijo descubrió con horror que ambos tenían relaciones desde hacía unos 3 años, apenas a él lo ascendieron en el servicio diplomático y lo trasladaron a Buenos Aires como Secretario adjunto de su embajada o algo así. Sus largas horas en el trabajo, los cocteles con amigos y las recepciones diplomáticas hicieron que su esposa estuviera desatendida así que echó mano a lo que tenía más cerca para satisfacerse sexualmente. Todo esto me lo contó él apenas comenzó a requerir de mis “servicios”. Wow!- exclamé. En otra ocasión, una chica adolescente “bien”, sufría lo que parecía ser mucha ansiedad, con accesos de furia espontánea y llanto también espontáneo. Los padres la llevaron a los psicólogos quienes no acertaban a saber si tenía esquizofrenia, depresión o estrés. Finalmente, su madre de alguna manera pudo develar que simplemente su hija necesitaba de un hombre y eso era todo. Su hija era muy tímida, así que la madre no podía ocuparse de buscar entre los acartonados hijos de diplomáticos a alguien interesante. No sabía qué hacer. De casualidad y en sus charlas con amigas se enteró de mí y de mis atenciones a algunos hombres del cuerpo diplomático, así que se contactó conmigo casi como una madre desesperada pidiéndome si la podía ayudar. ¿Y vos qué le dijiste?- pregunté interesado. Al principio me resistí, ya que me considero heterosexual y aquello me recordó las experiencias que tuve con mi madre, pero me rogó tanto que al final accedí y ella me trajo a mi departamento a su hija virgen. Hasta ahora viene la chica acompañada de su madre una vez por semana para su “terapia”, y la madre me lo agradece diciéndome que ahora su hija cambió y estaba mucho mejor y más amigable. Impresionante- comenté con asombro. Me pregunto qué usás para satisfacer las necesidades de esta niña. Sólo te puedo decir que uso un consolador con arnés, perdió su virginidad conmigo, y no te puedo dar más detalles. Estaba conforme. De repente, veo que Petra otra vez mira hacia arriba llevándose esta vez el dedo índice a su mentón. Y Después... bueno, siempre están los sadomasoquistas a los que los azoto un poco, pero yo no uso cuero ni nada porque no me gusta. Los viejos fofos que toman Viagra y esperan hacer una hazaña en la cama, los hijos adolescentes que a veces los envían sus padres, clientes míos también, para que debuten conmigo... ¿Porqué no tenés clientes argentinos?- pregunté de repente. Porque son presumidos, engreídos, arrogantes y demasiado seguros de sí mismos. Además, estoy segura que para ellos seré como un trofeo de algún campeonato que usarán para a su vez presumir con sus amistades que también querrán acostarse conmigo, en una cadena sin fin. Quiero siempre tener la clientela de lo más exclusiva posible, por eso únicamente me acuesto con diplomáticos. Ni siquiera acepto ministros de tu país ni nada. No aceptaría como cliente ni al
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Presidente de Argentina. ¿Y entonces porqué estás conmigo Petra?. Yo también soy argentino. Petra toma mi rostro con ambas manos y me da un pequeño beso en mis labios. Sonríe sin mostrar los dientes y sin quitar las manos de mi cara. Su rostro estaba apenas a dos palmos del mío Tú eres distinto, junge. Eres un muchacho moreno y sencillo, que no se parece en nada al argentino corriente que conozco. Además, debes recordar que tardaste un año en conocerme en persona. Hice eso a propósito para saber tus reales intenciones y saber cómo eras. Ah, bueno, estoy más tranquilo.- respondí con otra sonrisa. Petra vuelve a besarme suavemente e inmediatamente se despega de mí. ¿Qué más quieres saber? ¿Con diplomáticos de cuántos países te acostás?. Toda Europa Occidental, Escandinavia, Estados Unidos y Canadá. ¿Nadie de Europa Oriental? Tengo un ruso gordo que últimamente viene a mi departamento. Paga bien, por eso lo recibo. Siempre viene con su guardaespaldas. ¿Y los israelíes? Petra me dirige una mirada fulminante. No me acuesto con judíos- me contesta casi con brusquedad. Me arrepentí al instante de haber hecho esa pregunta. Perdón, no sabía que no te caían bien los judíos. No importa- Petra recupera su semblante y estaba otra vez calma. ¿Y Asia?. ¿Oceanía? Sólo australianos y neocelandeses. Nadie de Asia. Okey. ¿Latinoamericanos? No me atraen los latinos. Pero yo soy latino. Pero como te dije antes, tú eres diferente. Petra me mira fijamente con interés. Tengo hambre, voy a almorzar. Si puedes comer, yo invito. Sí, no hay problema- contesté enseguida. Al fin y al cabo, no siempre en la historia de la humanidad una mujer invita a un hombre a comer. ¿Seguro?- me pregunta Petra preocupada. Sí, seguro, hay alimentos blandos que puedo deglutir. Excepto carne y pan. Todo lo demás lo puedo comer. Brunnen. Y dicho esto, caminamos de vuelta hacia su auto. Cuando teníamos al Audi a la vista, le pregunté de dónde lo consiguió. A un diplomático alemán lo atendí tan bien varias veces que en agradecimiento me regaló el auto. Está impecable y en orden. Me lo dio apenas retornó a Alemania para trabajar en la Cancillería en Berlín, según me dijo. Pero a mi me parece que no quería llevarlo de vuelta a Alemania ni tampoco venderlo, así que me lo dio por mis servicios prestados a la Heimat.- exclamó Petra muy divertida. Estas rubias... Subimos al coche y Petra enfila ágilmente el Audi negro hacia la Avenida del Libertador. Una vez llegados, doblamos y enfilamos por ésta a buena velocidad -
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en dirección a la Capital Federal. Petra maneja con seguridad y muy hábilmente el auto. Por las dudas, abrocho mi cinturón. Al observar el tablero, veo que posee un magnífico equipo de audio Blaupunkt AM/FM con reproductor de cassettes, original del auto. Le pido a Petra si lo puedo encender así escuchamos música mientras avanzamos y ella asiente sin sacar los ojos del pavimento. Sintonizo la radio y escucho el tema de la Oreja de Van Gogh Rosas, pero Petra hace una mueca de desaprobación. No le gusta la música latina. Sigo moviendo el dial de la radio. De repente escucho por los altavoces del auto el maravilloso tema musical de Kenny Loggins, Meet Me Halfway de la Película Over The Top, de 1987, cuyo protagonista es Sylvester Stallone en la que actúa haciendo pulseadas. Mientras, el Audi se desliza raudamente en dirección a la Capital Federal por la Avenida del Libertador, pasando por costosas residencias de los estirados de la zona. Entreabro sólo un poco el vidrio de la puerta para dejar pasar el aire. Cuanto menos contaminación circundante entre al auto, tanto mejor. Cuando teníamos a la vista la Avenida General Paz, por la radio se escucha Smooth Operator, de Sade. Buen tema para entrar en ambiente. Finalmente, una vez que cruzamos el Monumento a los españoles, Petra estaciona el Audi frente a un restaurant ubicado frente a Plaza Alemania, con mesas y sillas de aluminio ubicadas fuera del establecimiento, sobre la vereda. Era un lugar que ya lo conocía de antes debido a que un amigo de José vive muy cerca de allí y en ocasiones debía auxiliarlo en cuestiones administrativas, ya que el pobre hombre de apellido patricio no tiene idea en cómo se maneja una PC ni tampoco tiene ganas de aprender. Una vez que bajamos del auto y Petra lo asegura yo la sigo. Veo que casi todas las mesas exteriores estaban ocupadas por estirados de ambos sexos y diferentes edades conversando de sus cosas mientras comen y beben. Entramos al establecimiento y Petra ubica una mesa colocada al lado del amplio ventanal de vidrio que daba a la Avenida y al mismo tiempo a la vista de su Audi. Una vez que nos sentamos tomamos las carpetas con el menú de la casa y lo estudiamos detenidamente. Yo, obviamente, buscaba algo que pudiera comer sin problemas y que fuera lo más blando posible. Tenía 35 años pero apenas podía deglutir lo mismo que un niño de 2 años. Aún mi esófago no tenía el diámetro normal. Llega rápidamente una señorita bien acicalada, con su pelo castaño teñido hecho un rodete atrás y con el uniforme del restaurant cubriendo su cuerpo. En sus manos llevaba un bloc de notas y una birome, lista para tomar notas. Petra me mira esperando que hablara primero. Quiero un pollo... ¿Qué parte?- pregunta la mesera sin despegar sus ojos del bloc. La que tenga más carne. Pechuga- me contesta a la vez que anota. Con ensalada rusa. De bebida una Coca-Cola. Una Coca- repite la mesera moviendo su birome sobre el papel. ¿Tiene la botella de seiscientos? Sólo la botella de vidrio. Bueno, déme esa. Después pido el postre. Muy bien. ¿Y usted?- la mesera dirige la mirada a Petra. La misma orden- responde Petra mirándome fijamente.
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¿Lo mismo que el Señor?- la mesera busca confirmación. Sí, lo mismo. Muy bien, ya les traigo el pedido- y dicho esto la mesera se va. Quedamos mirándonos unos instantes. Luego indago por curiosidad: ¿Porqué pediste lo mismo que yo?. Pensé que ibas a pedir otra cosa, algo más... excéntrico. No quería hacerte sentir incómodo. Podría haber pedido algo con pescado o carne, pero ahora sé que esas cosas no puedes comer, así que pensé que para evitar que me veas comer lo que tú todavía no puedes, es preferible que mejor comamos ambos lo mismo y listo. Muy amable de su parte. ¿Porqué elegiste este lugar?- disparé ¿No te gusta? Está lleno de estirados. La gente de la clase alta no te cae bien, ¿eh, junge?. Tiene sus méritos la gente que trabajó duro para lograr un buen puesto en la vida, pero la mayoría de la gente de clase alta en este país alcanzó su riqueza a costa de explotar al pueblo, de chantajear y extorsionar al gobierno de turno para proteger e incrementar sus intereses y violando todos y cada uno de los Diez Mandamientos, por decirlo así. Por eso esta gente se ganó mi infinito desprecio.- le respondí en voz baja y mirando con disimulo a mi alrededor. ¿Nunca tuviste novia?- preguntó Petra cambiando bruscamente de tema. No. ¿Warum? Porque las mujeres de este país son unas muertas de hambre, Petra. Siempre anduve escaso de recursos, así que ninguna mujer me tomó jamás en serio, pero si tuviera cara de billete, sería otra cosa. El objetivo de la mujer argentina de hoy es claro: tener como pareja un tipo con plata. El problema es que debido sobre todo a la globalización los tipos con plata son cada vez más escasos, así que muchas mujeres hacen lo siguiente: encuentran a un hombre solo. Si tiene plata, se pegan a él como sanguijuela, sin importar si el pobre diablo es viejo y feo. Luego se abren de piernas con mucha facilidad y se dejan embarazar por él, lo cual obliga en casi todos los casos a formalizar la relación. Después de un tiempo viviendo bajo un mismo techo y un par de críos a cuestas ella decide divorciarse y llevarse los hijos, y de paso, quitarle al hombre todo lo que se pueda: casa, auto, negocio (si lo tiene), sus ingresos mensuales... en fin, todo por lo que aquel hombre vivió y trabajó duramente. Así que ella es feliz teniendo de repente un inmueble, un auto y un ingreso mensual asegurado durante muchos años, a la vez de aprovechar su repentina libertad teniendo sexo casual con cuando hombre se cruce en su camino, mientras que su “ex”, está durmiendo en una plaza tapándose con cartones, convertido en un clochard. Ése es el motivo por el cual el Universo de las relaciones duraderas y la estructura familiar está muy enrarecida y los solos y solas del mundo son cada vez más, entre los cuales por desgracia me incluyo yo.
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Llega la mesera con una bandeja y acomoda los platos delante nuestro conteniendo ensalada rusa fría y pollo cocinado al spiedo y aún humeante. Por último nos coloca una botella de Coca Cola a un lado de cada uno de nuestros platos y las destapa con gran agilidad. Todo el proceso fue por demás eficiente e impecable. Que lo disfruten- nos dice la mesera con una sonrisa mostrando sus dientes blancos. Gracias- respondo yo. Danke – responde Petra. Mientras comemos, Petra me observa de soslayo y yo hago lo propio. La rubia alemana hace todo el proceso de acomodar el alimento en el tenedor y llevárselo a la boca de una forma muy femenina, casi en el colmo de la delicadeza. Incluso el proceso de beber era exquisito. Apenas llenaba su vaso un cuarto y bebía pequeños sorbos con mucha lentitud. Yo, por el contrario, llenaba el vaso casi hasta el tope y comía masticando en demasía hasta asegurarme que la ensalada rusa y sobre todo el pollo estuvieran dentro de mi boca convertidos en una pasta de una espesura similar a la del alimento para bebés, para por fin tragar muy despacio. El vaso con Coca Cola lo tenía muy a mano para el caso urgente de que algo quedara atrapado en mi aún estrecho esófago y deba usar líquido para empujar la comida hacia abajo antes de correr el riesgo de ahogarme. Petra me miraba con cierta preocupación, como una madre mirando a su pequeño hijo aprendiendo a comer sin ayuda. Decidí distraerla de sus pensamientos. ¿Llegaste a conocer a tus abuelos? Petra mastica delicadamente y traga. Luego me responde mirándome a mí y a su plato. Nunca mis padres me contaron mucho de mis abuelos. Sé que el padre de mi padre era piloto de la Luftwaffe y al final de la guerra pilotaba aviones jets tratando de hostigar las oleadas de bombarderos aliados que atacaban mi país. En una de esas misiones, aterriza de vuelta en una autobahn de emergencia porque su avión estaba averiado y no se supo más de él. ¿Tenés idea qué avión usaba tu abuelo al final de la guerra?. Un Messerschmitt Me-262. Lo recuerdo porque mi padre me lo decía. ¿Y tu otro abuelo? El padre de mi madre era empleado y en 1945 formaba parte del Volksturm. Con un panzerfaust lo enviaron a enfrentar a los tanques soviéticos que entraban a Berlín y tampoco se supo nada más de él. Por lo visto ambos murieron en 1945 casi al mismo tiempo. Así parece. Cuando terminamos de comer, pedimos como postre helado. Yo de chocolate y ella de frutilla. Mientras nos llevábamos a la boca cuchara tras cucharada de helado Petra me observaba maternalmente. Ojalá algún día consigas una buena mujer, junge, te lo mereces. Vos sos lo más cercano a una pareja que tengo, Petra. Petra sonríe y toma mi mano derecha por unos instantes. Luego toma de su pequeña cartera de cuero color blanco una billetera también de cuero, pero de color negro, y de éste extrae una tarjeta de crédito dorada. Vaya, se nota que a
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Petra le va muy bien. Paga el importe del almuerzo (mucho más caro que lo que vale en el microcentro), y nos vamos. Salimos del restaurant y sorteamos las mesas con gente “bien”, descendientes de las bostas de animales de ganado. Antes de llegar al Audi Petra se detiene, me da un beso y me dice algo que no esperaba: Adiós junge, llámame o envíame un mail. Yo debo ver a alguien ahora en mi departamento. Espero que estés bien del todo pronto. Y dicho esto se sube a su Audi y se va uniéndose al tránsito de la Avenida del Libertador y quedando yo en una pieza. ¡Pero Petra, yo necesito del buen sexo alemán!. ¡Hace meses que no hago el amor!. ¡El cañón de París, El Gran Berta, el..! ¡Maldita sea!. El Jueves 21 de Abril de 2005, en un día espléndido y fresco por cierto, me encuentro en el consultorio de la doctora T. en Planta Baja, en un ala nueva del hospital de Lanús construida especialmente para albergar los consultorios externos de diversas especialidades. Siempre me llamó la atención el techo acalanado transparente que permitía que la luz del día inunde todo el recinto. Ya conocía el salón de memoria hasta el punto de moverme como anguila esquivando pacientes en espera y persiguiendo viejas enfermeras jetonas, buscándolas para estar en lista para mi atención. En el consultorio de cirugía de la doctora T. y sus colegas eso no era una excepción y ya tenía asumido que debía esperar un mínimo de 2 horas para ser atendido por la galena rubia, así que llevé como de costumbre un libro para leer y espero con resignación mi turno. Cuando por fin me llaman me recibe la doctora T. en su moderno pero austero consultorio completamente carente de colores vivos y que en cambio invita a la depresión más que a la reanimación. Me pregunto quiénes fueron los imbéciles a quienes se les ocurrió que los mejores colores para las paredes de los hospitales deben ser el gris combinado con el blanco. La doctora T. me saluda y yo me siento delante de su escritorio metálico. Me pregunta sobre mi estado de salud y sobre lo que voy deglutiendo. Al respecto le muestro una hoja de papel confeccionada por mí mismo en computadora (y que aún conservo en archivo), con una lista muy detallada de los alimentos que ya podía ingerir hasta esa fecha y lo que aún no podía tragar, que se sintetizaba básicamente en pan, carne y pescado. Pude percibir que ella mira el papel colocado sobre su escritorio por pura cortesía. Lo miraba sin leerlo. No podía creerlo. Tenés la placa de la última seriada?- me pregunta. Sí- le respondo y le paso la radiografía. La doctora T. se incorpora con la placa en su mano, gira sobre sí misma y avanza dos pasos, la coloca sobre la pantalla luminosa de acrílico blanco que está a su espalda contra la pared y mira con mucha atención la imagen. Analizando aquello en retrospectiva, soy conciente que la galena rubia nunca había visto esa placa y ésa era la primera vez, pero por otra parte la imagen databa del 5 de Abril, 24 horas antes de ser dado de alta. Desde esa fecha a esta altura mi esófago había evolucionado rapidísimo y aún hoy sigo convencido que si me sacaban aquel 21 de Abril otra placa con el seriógrafo y la comparaban con aquella del día 5 las diferencias hubiesen sido notables, por lo cual la información que buscaba la galena rubia mirando aquella placa
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estaba (y estoy) seguro que era insuficiente. Además, me llamaba mucho la atención el grado de concentración de la doctora T. y sus sentidos al mirar aquella radiografía. En ese entonces estaba de moda la novela El Código Da Vinci de Dan Brown, así que recordando pasajes de esa novela, si lo que la galena rubia buscaba en esa placa era alguna clave o quizás la imagen de María Magdalena pues... Me devuelve la placa de Roentgen. Hay que hacerte nuevos estudios- me anuncia.-vamos a fijarte fecha para una nueva seriada con contraste. Hay que ver cómo está tu cuello y cómo se comporta y si cicatrizó bien, si no hay fístulas y la forma que tiene. La imagen me muestra que tu esófago tiene una ligera forma de embudo en el punto que operamos y se ensancha más abajo, así que quiero verificar eso con la seriada y de paso ver cómo tragás. Bien- convengo- ¿para cuándo? Llamame para coordinar fecha o sino directamente venite el jueves próximo. De repente me acorde que la siguiente semana tenía en agenda un evento de informática en un hotel (de los imperdibles), y además se bautizaba mi sobrina, por lo tanto mi agenda estaba apretada. ¿Podemos moverlo para el jueves subsiguiente, 12 de Mayo? Bueno- concede la galena rubia. Igual ya no había apuro. Me despido de ella con el ya acostumbrado besito en una de sus mejillas para disfrutar de paso de su perfume y me voy para ocuparme del turno para el cirujano plástico. A principios de la primera semana de Mayo acudo por primera vez al consultorio del cirujano plástico para resolver la cuestión de mis cicatrices. La espera resulta más extenuante todavía que en los consultorios de cirugía, pero me distraigo contemplando a una bella rubia madura, esbelta y con un culo por demás interesante. Iba vestida con una polera blanca que resaltaban unos pechos apetitosos, un pantalón buzo deportivo color negro que delineaba muy bien su figura, zapatillas blancas, cabello lacio que le caía sobre sus hombros y flequillo que cubría su frente, ojos azules con forma de guisante y labios medianos. Francamente no sé para qué iba a atenderse a cirugía plástica si estaba bárbara y sexualmente deseable. El problema era que estaba antes que yo en los turnos así que veo cómo su redondo y tentador culo se mueve al vaivén de sus pasos de tenista hasta el interior del consultorio. Afortunadamente no esperé más que unos minutos más privado del espectáculo femenino. Me hacen pasar al interior de un consultorio igual a todos en aquel sector y me recibe una mujer joven, morena, cabello negro recogido atrás con un broche común. Iba vestida con su guardapolvo blanco y cosa curiosa, llevaba un pañolón de seda anudado a su cuello. Todas las veces que nos veríamos cara a cara ella llevaba su pañolón al cuello, como si escondiera algo debajo de su barbilla y que no debía mostrar. Yo también necesitaba (y necesito) pañolones para cubrir la enorme cicatriz que cruza todo mi cuello lado a lado, pero razones presupuestarias hicieron que por aquellos días llevara camisa con corbata para resolver el problema.
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Me hace sentar sobre una camilla y comenzamos por lo visible. Ella primero revisa mi cicatriz en el cuello, tanteándolo con sus dedos y mirándolo con atención. Me pregunta hacía cuánto me habían operado. Hace dos meses- le contesto. Hay que esperar un año para ver cómo evoluciona- me responde. Tengo otras cicatrices que tienen casi un año. ¿A ver?- me pregunta curiosa. Me quito la ropa quedando desnudo de la cintura para arriba. La médica tantea entonces con sus dedos la enorme y gruesa cicatriz que cruza la mitad izquierda de mi tórax. ¿Se puede borrar? Podemos estirar la piel, pero siempre puede volver a abrirse, y en el mejor de los casos te va a quedar una línea- me responde siempre mirando la cicatriz. Pero para mí (y aún hoy), sigo prefiriendo que quede una línea delgada y casi imperceptible a simple vista que la franja rojo oscuro que hasta hoy tengo y se ve bien de lejos. ¿Hace cuanto tenés esta cicatriz? Desde Septiembre del año pasado. La médica se separa de mí unos momentos y busca a un colega en el pasillo. Instantes después vuelve con un muchacho joven de ojos claros, escaso pelo y vestido con uniforme de cirujano, pantalón y camisa sin botones de cuello cerrado color azul oscuro y con el infaltable logo de la cooperadora del hospital en el lado izquierdo de su pecho. La morocha explica brevemente mi caso así que su colega caucásico me explica: Por ahora tratate las cicatrices con crema. Uso Contractubex. El Contractubex es bueno, pero... ¿Se pueden borrar las cicatrices?- interrumpí. Por ahora usá parches de silicona y Contractubex, y volvé en unos meses para ver la posibilidad de operarte- me responde con un tono condescendiente. Muy bien. No tenía sentido continuar debatiendo sobre lo mismo ya que era inútil. La cirujana plástica cuyo tono de voz la delataba como alguien del interior del país toma notas en mi Historia Clínica sentada en su escritorio a la vez que yo me visto y salgo de allí. Ya para Mayo de 2005 sabía que entraba en un nuevo período con el Hospital de Lanús: Encontrarme con muros. No iba a obtener del nosocomio más de lo que ya había obtenido. Lo esencial con respecto a mi caso ya había quedado resuelto y cualquier otra cosa no tenía mayor importancia, así que no conseguiría nada más. Y el tiempo me daría la razón. Ya en el primer encuentro con la doctora T. al día siguiente de ser dado de alta le había comentado sobre mi intención de tratarme mis cicatrices con cirugía plástica y ella me respondió que los cirujanos plásticos no se atreverían a tratar quirúrgicamente la cicatriz en mi cuello y casi con seguridad me recomendarían el uso de cremas cicatrizantes. (valga la redundancia). Gracias a José descubrí por casualidad el Contractubex, crema cicatrizante
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creada por farmacéuticos alemanes y envasada por un laboratorio argentino, específicamente para tratar cicatrices generadas por operaciones quirúrgicas. Usé una muestra médica en febrero de 2005 en mi cuello y pude ver los resultados casi inmediatos en la cicatriz, al pasar éste de un color oscuro a otro más claro y natural, aproximándose al tono del resto de mi piel. Apenas tuve recursos disponibles comencé a comprar con regularidad Contractubex para tratar todas las cicatrices en mi cuerpo. Sin embargo, y a pesar de sus maravillosos atributos, la crema alemana no reemplaza al cirujano plástico y por problemas presupuestarios no puedo adquirirlo ni usarlo con la regularidad deseada. Su posología recomienda usar la crema varias veces por día, pero eso implicaba que la crema me durara apenas una semana, así por economía lo uso día por medio una sola vez, y así logro que cada pomo me dure unos 2 meses. Aún así la escasez de recursos me hace difícil su adquisición acorde a mis necesidades. Sin embargo, en días de verano la transpiración mezclada con la crema provocaba escozor en las partes tratadas. En cuanto a los parches de silicona directamente decidí no tomarlo en cuenta al no poder incluirlo en mi presupuesto. En cuanto a las balas... bueno, ésa era otra cuestión. Comencé a investigar en esos días por mi cuenta a través de Internet y descubrí que los cirujanos de todo el mundo únicamente quitan proyectiles alojados dentro de órganos vitales y que estorban su normal funcionamiento, o cerca de la columna vertebral que las hace muy peligrosas, o en articulaciones que podrían perjudicar la normal locomoción del individuo, o en el cerebro (aunque esto último depende de la profundidad en donde haya quedado alojada la bala. Si ésta está muy adentro los neurocirujanos la dejan allí). Lo mismo se aplicaba a los proyectiles alojados en mi cuerpo. Las placas de rayos X muestran que están muy profundamente dentro de mi tórax y abdomen. Y, según la galena rubia, nadie se atrevería a quitar la bala alojada en el lado derecho de mi cuello. Sólo queda la bala en la pierna como única capaz de ser extraída. Estaba empezando a encontrarme con muros en el Hospital de Lanús. El Sábado 7 de Mayo de 2005 asistí con un traje gris oscuro nuevo y corbata al bautismo de mi sobrina, en la Catedral de San Isidro. Mientras contemplaba la majestuosidad del interior de la catedral me preguntaba porqué Lanús no tenía una iglesia similar. Hasta Avellaneda tenía su Catedral, inaugurada en 1981 en reemplazo de otra más antigua. Yo asistí a la inauguración, vestido como monaguillo y representando al Colegio Don Bosco de Avellaneda, en el que era estudiante. Yo siempre escuché decir de mucha gente que todo lugar puede ser bueno para alabar a Dios. Entonces, ¿porqué San Isidro no tiene algo más modesto?. Pero ése no era el motivo por el cual estaba allí, mi sobrina sería bautizada juntos con un grupo de otros niños y el momento en la tarde de aquel día en la catedral era solemne. En el momento de iniciarse la ceremonia decidí ubicarme lejos, en un lugar discreto. Pero por alguna razón, mientras mi sobrina era bautizada, sentía que yo también era nuevamente bautizado. El Señor de alguna manera daba óleos a alguien que volvió de la muerte y ha vuelto a nacer, dándole la bienvenida a un mundo nuevo. Cristo hizo que alguien salga de su tumba y ahora era bautizado en espíritu.
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El bautismo de Lázaro. La fiesta subsiguiente fue animada y con abundancia de comida, entre ellas un gran asado, así que aproveché para dar un paso más al ingerir chorizo, preparándome para la ingestión de carne y que haría que mi esófago fuera 100% normal. Gracias a Dios, no tuve mayores problemas al comer pollo, chorizo y alimentos fácilmente masticables. Luego de un fantástico evento de IBM en Mayo de 2005 y el bautizo de mi sobrina volví a mis actividades normales en el cyber, esta vez en Villa Devoto. Los viernes eran los días de mayor actividad, lo cual obligaba a atender hasta la medianoche. El primer viernes en que acabé hasta altas horas de la noche, hice el viaje en un colectivo que me llevó desde Devoto hasta el microcentro y de allí tome el 45 que me dejó a tres cuadras de mi casa. Volvía a repetir el trayecto a pie hasta mi casa y que la última vez casi me resultaría fatal. Mientras camino por la calle que me lleva a mi casa, al llegar a un cruce de calles miro a la derecha hacia las esquinas de la calle paralela y veo varios villeros conversando, un par de ellos montaban bicicletas. Al instante, comencé a correr hasta mi casa, y una vez que crucé la puerta y la cerré detrás de mí con llave volvió mi corazón a su posición original. Nunca más volvería a hacer eso. El jueves 12 de Mayo de 2005, llego al hospital a buscar a la doctora T. para ir al seriógrafo. Me tomé la molestia de usar el mismo traje que llevé en el bautizo de mi sobrina, con la esperanza de impresionarla. Pero cuando llegué a su consultorio externo como siempre atestada de gente, una doctora T. descubre mi presencia en la puerta de entrada a su consultorio y me comunica que no había forma de hacer el estudio aquel día, y que volviera la semana siguiente. Tantas molestias para nada, pensé. El traje lo guardé en el armario y allí quedó desde entonces. Al siguiente jueves 19 de Mayo consideraba que las puntadas que aún estaban en la cicatriz más reciente en mi cuello ya era hora que sean quitadas, así que aquel día entré al hospital (otra vez de paro), con la intención de que al menos me quiten las puntadas. Mientras asciendo por las escaleras veo que en el piso de radiología una asamblea improvisada por parte del personal no médico del hospital. Veía a varios sentados en las bancas usadas para espera y acomodadas allí en redondo, mientras un par de personas de pie en el centro hablaban sobre las acciones a seguir, o “plan de lucha”, como ellos les llaman. Finalmente por las escaleras llego al piso de terapia intermedia y me ubico esta vez frente a los ascensores. Miro mi reloj: las 10:30 AM. Minutos después llega la doctora que aparece al salir de uno de los ascensores y descubre mi presencia, caminando sin detenerse en dirección a la entrada de puertas dobles del piso. Sabía porqué estaba allí. Vamos a tener que posponerlo otra vez el estudio por el paro... ¿Me saca los puntos?- alcanzo a decirle sin dejar que termine su frase. La doctora T. se aproxima a mí y mira con atención el lado izquierdo de mi cuello, aún con puntadas. No sabía que todavía tenés los puntos. A ver, vamos.-Y dicho esto la
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sigo hasta la oficina de enfermeras. ¿La doctora que maneja mi caso no sabía que todavía tenía los puntos en mi cuello?. Ay, doctora. Entramos a la oficina y aprovecho para saludar a las enfermeras que me conocían. Norma estaba allí y me da un beso en la mejilla, sorprendida por lo bien que me encontraba, en comparación con mi estado en Octubre de 2004, menos de un año atrás. Todas las enfermeras allí presentes opinaban lo mismo. Estando ambos de pie, la doctora hábilmente toma una pinza y comienza a descoser las puntadas en mi cuello. ¡Au!- al estirar los hilos quirúrgicos, hacía lo mismo con mi piel y eso me provocaba dolor. La doctora T. detiene todo. Necesito una hoja de bisturí- pide la galena rubia a las enfermeras. Una de ellas sale en busca el elemento. Aprovecho para contemplarla. Estaba muy envejecida y su rostro mostraba un cansancio indescriptible. Se la ve muy cansada-le digo- ¿no durmió bien? Mucho trabajo- responde ella. ¿Dónde está la asamblea del personal no médico? En el centro del piso de radiología. Tenemos que bajar por otro lado para fijar fecha para la seriada. Están reunidos y lo único que hacen es bla, bla, bla, y bla. La doctora T. me dirige una mirada grave ante mi comentario. Pero era la verdad. Me molestaban esas reuniones y paros que no resolvían nada e hice notar de alguna manera eso. Minutos después llega la enfermera con un pequeño sobre de papel aluminio conteniendo la hoja de bisturí. La doctora T. toma la hoja y culmina el trabajo, aunque queda un punto remanente que queda en mi cuello y que yo le llamo desde entonces “la firma T.” por el apellido de la galena rubia. Ese punto es en realidad la punta de un trozo de hilo cuyo extremo está en el interior de mi cuello y resulta muy difícil de extraer sin provocar nuevas lesiones, así que posiblemente ese trozo de hilo quirúrgico quede allí para siempre. La idea de ir al seriógrafo queda descartada, pero al despedirnos, la galena rubia me arroja un comentario que me deja helado: Igual la piel con el tiempo hubiera tapado las puntadas y no se hubiera notado nada. ¿Qué?. ¡Ay, doctora!. En lo que restaba del mes y hasta principios de Junio todo se redujo a visitas inútiles en busca de la famosa fecha para el seriógrafo, pero como ya tenía experiencia en ese tipo de situaciones decidí aprovechar esas idas y venidas al hospital para pedirle a la doctora T. algunos favores y así sacar algo en limpio. Lo sorprendente era que me decía todo que sí, sin problemas. Doctora, ¿me hace unas recetas para...? Sí. Eran recetas para obtener algún fármaco necesario para mi persona y que pudiera obtenerlo en la farmacia del hospital. Doctora, ¿puede hacerme un resumen de mi historia clínica?
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Sí Necesitaba un resumen de mi H.C. para obtener un subsidio con la esperanza de recuperar, al menos en parte, las pérdidas económicas . Doctora, ¿quiere casarse conmigo? ¿Sí también?. Esta última pregunta, obviamente, no se la hice. Ella ya anda acompañada. Sin embargo, después de muchas idas y vueltas pude obtener un nuevo resumen de mi H.C. que resultó ser peor que el anterior. Aunque escrito con computadora, la hoja de papel no tenía el membrete del hospital, sólo el sello y la firma de la galena rubia, así que no sé hasta la fecha qué tanta validez tenga para trámites. Pero a pesar de todo aquel resumen completaba algunas piezas faltantes de mi rompecabezas respecto a mi situación mientras estuve internado en el hospital tanto en Octubre de 2004 como en Marzo de 2005. Como no fue hecho con esa letra indescifrable de los médicos (gracias a Dios), pude entender el 100% de su contenido. Servicio de Cirugía General Paciente: Gabriel Melchior Antecedentes quirúrgicos: Laparotomía exploradora por herida de arma de fuego, toracotomía izquierda y cervicotomía con sutura faringea. Reexploración cervical drenaje de absceso y esofagostoma cervical. Operación realizada: Cervicotomía izquierda liberación de cabos esofágicos anamastosis de término terminal de los mismos en dos planos. Algunas cosas ya las sabía gracias al resumen de mi H.C. que obtuve de Paula fea a principios de 2005 y que detallé en el capítulo anterior, así que solamente detallo lo nuevo descubierto en este resumen: Toracotomía: A grandes rasgos, procedimiento quirúrgico para abrir el pecho para acceder a los pulmones, esófago, traquea, aorta, corazón y diafragma. Según el caso, puede ser hecho a la derecha o izquierda del tórax, aunque a veces se hace una pequeña incisión en la parte frontal del mismo. Normalmente se practica para extracción de tumores, pero en mi caso fue para reparar el daño causado en mi pulmón izquierdo por una bala calibre 22. En esta misma operación me colocaron los drenajes, esos enormes tubos que desembocaban en sendos baldes asépticos. También como consecuencia de esta operación me colocaron la infame cánula de traqueotomía que casi me cuesta la vida, y la sonda nasogástrica que me quité en el primer día de convalecencia. Liberación de cabos esofágicos: Es un procedimiento practicado normalmente en caso que en el cuello (como en mi caso), ocurra una infección que no pueda ser combatida con éxito con antibióticos. Existe un axioma en la medicina moderna que reza: “no hay mejor antiséptico que el aire”, y por eso la galena rubia me dejó aquel agujero en mi cuello para que pudiera “ventilarse” y
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erradicar la infección que llevaba en mi cuello a principios de Octubre de 2004. Parte de la infección fue limpiada en aquella operación, pero para completar el proceso era necesario exponer el cuello al ambiente externo. Por lo menos con esto quedó despejado una gran incógnita con respecto al agujero en mi cuello con el que tuve que convivir durante varios meses. Reconozco que en un principio lo que me había hecho la doctora T. me parecía un invento chino, pero con esto quedó aclarado que sólo llevó a cabo una práctica quirúrgica “de manual”, sin nada extraordinario. Gracias a esto pude lograr tener todas las piezas del rompecabezas y tener así el cuadro completo, aunque al no haber podido echar mano de mi Historia Clínica aún hoy no tengo forma de ver cada pieza de la misma de cerca y estudiarlas en detalle. El 31 de mayo Augusto cierra el cyber de Villa Devoto para siempre, jaqueada por la creciente competencia en la zona, el desgaste de los equipos y el incremento de los alquileres. Yo ayudé en dos días a desmontar el negocio parte por parte, lo cual reflejaba mi rápida recuperación física. Para principios de Junio, había vuelto a mi total normalidad. Ya podía ingerir el 100% de los alimentos existentes y eso era muy bueno. Todo lo demás ya no tenía prisa alguna, así que la cuestión del estudio con el seriógrafo lo tomaba con total calma. Esta vez no había necesidad de “perseguir” a la galena rubia así que me daba lo mismo si el estudio clínico se efectuaba el día del Juicio Final. Mi prioridad era retomar mis actividades normales, y satisfacer mis necesidades básicas con Petra. A pesar de su almuerzo de cortesía me había dejado plantado a la hora de ir a su departamento y necesitaba buscarla para compensar eso. Ya tenía una rubia que acostumbraba dejarme plantado, así que dos rubias que me hagan lo mismo era demasiado para mí. Así que mantuve informada a Petra sobre mis avances en mi salud y quedamos en vernos a principios de Junio en su departamento. Al llegar a su edificio en una tarde demasiado fresca y nubosa para mi gusto, me llamaba la atención que en la puerta del edificio estuviera estacionado un automóvil negro marca GAZ 13 Chaika de fabricación soviética. Decidí acercarme al coche y observar su tablero de instrumentos, todo escrito con caracteres cirílicos. En el lado derecho de parabrisas tenía adosado la autorización correspondiente para circular en Buenos Aires. Miro su parte delantera y veo que aún tenía la matrícula rusa original. Quien sea el dueño del coche se tomó muchas molestias para cruzar el mundo con él. A eso yo le llamo ser fanático de su auto. Entro al edificio y me reconoce el holgazán guardia de seguridad que me pregunta cómo estaba y algunos detalles concernientes a mi internación, convalecencia y si en ese momento podía comer bien. Respondo con calma a todas sus preguntas y a su vez le consulto si sabía que Petra estaba en su departamento. Sí, vino a verla un ruso. Ése es su auto- me respondió señalando el Chaika. Okey, gracias. Una vez que llego al séptimo piso, y mientras avanzo por el pasillo en dirección a la puerta con la letra D veo que frente a esa entrada había un hombre robusto con aspecto de luchador retirado y un rostro siniestro que parecía haber sido
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repasado con las orugas de un tanque, pozos en ambas mejillas que denotaban que tuvo varicela alguna vez y con unas manos enormes y cruzadas delante de él, y unos pequeños ojos con actitud alerta. Lo único notable en él era su traje gris bien planchado, pero con una protuberancia debajo de su axila izquierda. Para mí era obvio lo que significaba aquello. Me mira con desconfianza. Yo simplemente no sabía que actitud tomar frente a él. En eso, sale del departamento de Petra un hombre corpulento y obeso, cabeza redonda y con escaso pelo color plata peinado hacia atrás, ojos azules, mejillas sonrosadas que lo delataban como un gran bebedor y una amplia sonrisa que lo hacía ver como el típico gordo bonachón, aunque tenía un aura de cierto oscurantismo. Veo como se detiene en la puerta y le lanza a Petra una beso con su mano derecha. Vy sdelali men'a ischerpannym l'ubvi, zamechatel'noj svetlovolosoj zhenschiny. YA nikogda ne sobirayus' zabyvat' Vas. YA pokroyu vashi nogi poceluyev snova. Y una vez dicho esto, se fue hacia los ascensores acompañado de su guardaespaldas que cuando podía me echaba una ojo, siempre alerta ante cualquier anormalidad en su entorno. Entro al departamento y veo asombrado cómo Petra se encontraba desnuda sobre su cama boca abajo, masturbándose con energía. Yo no sabía qué hacer. Simplemente me quedé allí parado cerca de la entrada hasta que Petra tiene su orgasmo y resuella como un caballo, aliviada. Se levanta y ve que estaba allí. Hola junge. ¿Quién era Goldfinger? ¿Wher?. El ruso con guardaespaldas que acaba de salir. Petra se acerca a mí y me da un beso en la mejilla, y yo siento algo de aroma a sudor emanando de su cuerpo. Me mira fijamente con sus manos apoyadas en mis hombros. El ruso que una vez te hablé, el único hombre de Europa Oriental que atiendo porque paga muy bien. Lo malo es que me toca mucho en mis partes íntimas y me deja muy insatisfecha, así que debo masturbarme para alcanzar el orgasmo y sentirme bien. Ah. Voy a bañarme. Si quieres, puedes preparar café, ya conoces la cocina- y dicho esto mueve su cuerpo desnudo al interior del baño y alcanzo a escuchar el sonido de la ducha. Okey. De repente me acordé de sus emolumentos, así que di media vuelta y me dirigí al mueble en cuya parte superior tenía la cajita china de madera. La abro y descubro una gran cantidad de dólares USA y Euros. Yo deposito mis humildes 100 pesos argentinos y cierro la cajita. Luego camino despacio hacia la cocina. Al pasar frente al baño, cuya puerta estaba abierta de par en par veo a Petra frotando su cuerpo con jabón de tocador y su cabello rubio mojado y apelmazado. ¿No querés que te acompañe y te frote la espalda? Petra reaccionó indiferente ante mi pregunta.
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No, gracias, ya termino. Prepara el Kaffee que salgo enseguida- me responde a la vez que frota sus cabellos con champú. Bueno. Siempre supe cómo preparar un buen café. Busqué en la alacena y encontré el paquete Bonafide de café brasileño. Afortunadamente tenía una cafetera eléctrica y con ella hice el café. Llevó algún tiempo, pero Petra, como buena mujer que es, se tomó su tiempo para estar lista. En un instante escuché el ruido del accionar de un aerosol y en otro momento, el secador de pelo. Así que para cuando colocaba la bandeja sobre la mesa ratona con dos tazas de café humeante aún debí esperar un par de minutos más hasta que Petra finalmente salió del baño enfundada en su bata de baño color blanco. Nos sentamos juntos en el mismo sofá y coloca azúcar en el interior de las taza más cercana a ella, revuelve delicadamente con una cucharita y bebe un sorbo. Levanta las cejas y asiente. Brunnen Me alegro que te guste. Petra deposita la taza muy despacio sobre su respectivo platito ubicado sobre la bandeja y me mira con una sonrisa. ¿Ya puedes comer todo? Sí. Ya estoy normal- le respondo casi con timidez y mirando mi taza. Vuelve a la cocina y busca en la alacena una lata rectangular roja. Quiero que probemos algo. Okey. Vuelvo a la cocina y en la alacena efectivamente encuentro una lata roja conteniendo un budín de frutas de aspecto muy fino. Era importado, a juzgar por el idioma inglés escrito en todos los lados. Se lo llevo a Petra y se lo muestro. Esto es. Trae un cuchillo. Primer cajón lado izquierdo de la cocina. Sigo sus indicaciones y encuentro un cuchillo largo y delgado con borde dentado usado normalmente para cortar pastel. Otra vez retorno al lado de Petra al tiempo que ella coloca el budín sobre la bandeja le paso el cuchillo para que corte un par de rebanadas. Una vez hecho esto, me pasa una rebanada y la pruebo. Exquisito. A partir de aquel día considero que no hay nada mejor en el mundo que tomar un buen café con budín frutado. Petra por lo visto tenía hambre. Me pide que traiga a la mesa ratona más café a la vez que devoramos la mitad del budín. Una vez que estuvimos satisfechos, le pregunto preocupado si esta vez ocurrirá lo mismo que cuando almorzamos en Barrio Norte. Ella captó al instante lo que quería decir y rió a carcajadas. No junge, no, esta vez sí vamos a hacer el amor, disfrutar del buen sexo alemán que a ti te gusta. Vamos. Me toma de la mano y avanzamos hacia el pie de su cama. Me ayuda a desvestirme. Cuando estoy de Adán ella deja caer su bata al piso y nos acostamos. Ah, necesitaba esto. Cuando terminó todo y estábamos exhaustos, ella recuerda algo mientras busca en el cajón de una de las mesas de luz un paquete de cigarrillos More mentolados. ¿Porqué al ruso le dices Goldfinger? -
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Porque tiene un gran parecido al actor que interpretó al traficante de oro inglés Goldfinger en la película de James Bond, tu compatriota Gert Fröbe. Ah, ya veo. ¿te gustan la películas de James Bond? Vi todas sus películas y conozco muchos detalles de cada una. Y tengo un par de los libros originales escritos por Ian Fleming.. Petra coloca en sus labios un cigarrillo More y lo prende con su encendedor Dupont de oro. Toma una pitada y expulsa el humo haciendo una pequeña O con sus labios. Te parecerá raro, pero yo tengo un hábito de James Bond. Volteo mi cabeza hacia ella y la miro con atención. ¿Ah, si?. ¿Cuál?. Ella se incorpora levemente e introduce una de sus manos debajo de la almohada moviéndola de un lado a otro, buscando algo. Por fin lo encuentra y lo saca a la superficie. Era una pistola automática Walther P99 Compact. Pequeña, con buen balance e ideal para ser manipulada por una mujer. Según lo que pude averiguar después, es calibre 9mm con un cargador de 10 balas, fabricado con materiales compuestos y empuñadura intercambiable para diferentes manos, y hasta tiene un riel en la parte superior para mira láser o telescópica. Petra la toma por su empuñadura y la apunta hacia el techo, cerca de su rostro. Era un notable contraste para mí ver ese hermoso cuerpo femenino desnudo y el arma de fuego. A eso sí que yo le llamaría erotismo mortal. Lo tengo por si acaso alguno de mis clientes se quiere pasar de listo o se atreve a tratarme mal. Lo hago porque a diferencia de otras de mis “colegas”, yo no tengo un chulo, proxeneta, o como se llame, ni nadie que me cuide. Francamente, yo no estaba preparado en esos días para mirar pistolas. Encima estaba desnudo, así que me sentía por demás indefenso. Bueno, guardalo- le pedí sopesando cada palabra. Petra percibió mi temor, así que sonríe y guarda la pistola otra vez debajo de la almohada. Se acerca a mí con una sonrisa amplia y me besa tiernamente. Jamás te haría daño a ti, junge. Por cierto, ¿sabes que tú eres el único al que yo permito que me bese?. Gracias, Petra De nada. -
Durante aquel mes de Junio pude recomponer rápidamente mis actividades hasta alcanzar el mismo nivel de Septiembre de 2004, con la diferencia, claro está, que estaba un año más viejo, tenía espantosas cicatrices y 4 plomos en mi cuerpo. El único colateral descubierto por mí fue que no podía tolerar una conversación sostenida por un tiempo determinado ya que rápidamente me quedaba afónico y casi sin voz. Afortunadamente, ese problema se resolvió por sí solo durante los siguientes meses. Con Petra también pude recuperar el tiempo perdido. El presupuesto que tenía en aquella época me permitía visitarla más a menudo. Eso me posibilitó conocerla un poco más y también a sus clientes. En una de sus visitas, me cruzo en el pasillo camino a su departamento con un hombre más o menos de mi estatura, aunque más delgado, cabello rojizo, rizado y corto, cuyo color
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también lo tenía en sus pestañas, piel blancuzca con sobreabundancia de pecas en su rostro, ojos azules redondos y pequeños, nariz aguileña y labios delgados. Caminaba algo encorvado y al cruzarse a mi lado en sentido contrario hacia los ascensores, veo cómo sonríe estúpidamente y luego silba Rule Britannia. Un cliente satisfecho, ¿eh?. En otra ocasión le envío un e-mail y Petra me responde invitándome a verla por la mañana (siempre la visitaba por las tardes). Si vienes en la mañana, te invito café con schnapps- me propone. Como nunca había probado los schnapps alemanes, acepté sin vacilar. Esa fría mañana de finales de Junio de 2005 desayuno con Petra y a continuación charlamos un poco sobre temas varios cuando ella decide mostrarme parte de los obsequios de sus clientes. Me lleva a un placard blanco y abre una de sus puertas. En su interior y sobre sendos estantes había una verdadera colección de alta tecnología: telescopios, miras infrarrojas, varios teléfonos celulares, un maletín de aluminio, binoculares, una caja con cartuchos 9mm (con seguridad de su pistola Walter), una notebook, una cámara fotográfica Pentax con lente teleobjetivo... ¿De dónde sacaste todo esto?- le pregunte asombrado a la vez que señalaba con mis manos todo aquello. Obsequios de mis clientes- me responde Petra con tranquilidad a la vez que contempla sus cosas igual que yo. ¿Las municiones también te las regalaron? No, eso lo compré yo, igual que la laptop y uno de los celulares. Me pregunto para qué te regalaron celulares... Para que me comunique íntimamente con varios de mis clientes sin que sus esposas lo sepan. Ah. Pero supuse que tus regalos eran joyas, relojes... Petra se cruza de brazos y observa todo con aire pensativo. No sé en qué pensaban, pero supongo que si sus mujeres descubrían que sus esposos compraban relojes y joyas que no eran para ellas, hubieran despertado sospechas y discusiones de pareja, así que me trajeron esto. ¿ Y tus clientes que te decían cuando te regalaban estas cosas?. Que es una de las mejores cosas que fabrican en su país, que me va a ser útil algún día, que me querían dar algo perdurable en lugar de unas flores que se marchitan pronto... Al mencionar lo de las flores, Petra suspiró y su rostro reflejaba algo de tristeza. Hasta mujeres como ella reclaman un poco de afecto y atención de vez en cuando. En ese momento apoyé mi brazo derecho sobre sus hombros y le sonreí. Petra me mira con gratitud y apoya su rostro sobre mi pecho. Sus clientes le pagarán bien y le darán regalos, pero hay algo que nunca le darían a la rubia alemana: Amor. Y ella lo necesitaba en aquel entonces en abundancia. Pobre Petra. Por fin llegó el día del estudio con el seriógrafo. Después de tantas idas y vueltas, a finales de Junio de 2005 estábamos la doctora T. el asistente para el manejo del equipo (que afortunadamente no era Vanina), y yo. Aquella mañana fresca de invierno estábamos los tres parados alrededor de la entrada a la sala
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esperando que culminara el estudio con otro paciente allí dentro. En el ínterin, aproveché para deslizar el siguiente comentario: Nuevamente estoy acá para un nuevo estudio. Aquella frase mía llamó la atención del asistente. ¿Ya estuviste acá antes?. Claro, ¿sabés cuántas seriadas se hizo?- acotó la doctora T. Sale el paciente de la sala acompañado de una enfermera. A continuación entra el asistente a preparar todo, cerrando la puerta tras de sí. Quedamos sólo la galena rubia y yo al lado de la entrada. ¿Qué quiere encontrar?- le pregunto a la doctora T. con curiosidad. Ella se encontraba apoyada en la pared sólo con su trasero, la espalda levemente inclinada hacia delante y sus manos dentro de los bolsillos de su guardapolvo blanco desabotonado. Miraba fijamente hacia un punto equidistante delante de ella. Quiero ver si tu esófago tiene forma normal o evolucionó en forma de embudo. En aquel instante recordé que a veces tenía cierta dificultad en tragar alimentos sólidos. Por alguna causa quedaban momentáneamente atrapadas en medio de mi esófago, a la altura de donde fue operado, hasta que a fuerza de tragar un par de veces más, el alimento finalmente y para mi alivio se deslizaba hacia abajo. Esa situación se la expliqué a la doctora T. Tiemblo al pensar eso- me responde sin cambiar de postura. Sale el asistente, un hombre de edad madura, algo pasado de peso y con cabellos grises cortos, con el uniforme estándar del hospital que usan todos por allí. Pasen- nos invita. Entramos y una vez dentro del ya familiar recinto escucho música popular de una radio colocada cerca del seriógrafo con un volumen alto. El asistente me ordena que deje mis cosas en un pequeño habitáculo con estantes llenos de formularios en desuso. Dejo sobre una mesa mi campera, mi teléfono celular, mis lentes, reloj y mi agenda personal. Me acerco al seriógrafo y el asistente gira la mesa basculante a posición vertical. Mueve la plataforma de apoyo hacia abajo para que me pueda colocar de pie. A continuación mueve el intensificador de imágenes hasta poder ver por los monitores mi boca y cuello en detalle. Por último me acerca un vaso lleno de bario con sabor a frutilla. Menos mal que no me hicieron comprar Triyosom, en aquel entonces no estaba en condiciones de comprar contraste otra vez. Tomá un poco y retenelo en la boca- me indica.-Mové la cabeza a tu izquierda, como para sacarte una foto para el DNI, levantá un poco el mentón. Listo, no te muevas. Tomo un sorbo y lo retengo en la boca. El asistente vuelve a su refugio antiatómico (perdón, la cabina con los controles del seriógrafo), acompañado de la doctora T. ¿Voy a estallar?. Tragá! - me ordenan. Trago, pero el organismo humano tiene la capacidad de empujar los líquidos hacia el estómago a gran velocidad, la suficiente para que el asistente no tuviera tiempo de reaccionar con rapidez y sacar una placa. Tomá otro sorbo y esta vez tragá más lento!- me grita el asistente exasperado desde la seguridad de su cabina.
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Es imposible que pueda tragar en cámara lenta, así que esta vez trago el bario en secuencia. Esta vez sí ven por el monitor cómo el líquido que se ve de color negro intenso se desliza por mi esófago en menor caudal y más lentamente. La doctora T. ordena entonces sacar placas. Está bien, tragá todo!. Tomo lo que quedaba de bario y lo trago. ¿Eso es todo?. No. El asistente vuelve con otro vaso lleno de bario y me lo coloca en mi mano derecha. Otra vez me dice que no me mueva, tome otro sorbo y lo retenga en la boca para repetir todo otra vez. Para aquel momento el bario, a pesar de estar saborizado con frutilla, me parecía algo desagradable. Mi idea una vez que saliera de allí era tomar una Coca Cola de 600 c.c. para quitarme el sabor del bario en mi boca. Cuando sacaron las últimas placas el asistente me anuncia que eso era todo y que podía bajar de la cama basculante. Menos mal. Sería la última vez que visitaría el seriógrafo. Después de tantos estudios que me hicieron con aquel equipo marca Siemens, me despedía de aquella sala sin pena ni gloria. Simplemente tenía alivio al saber que era la última vez. Vuelvo al habitáculo a tomar mis cosas. Para ese entonces el asistente salió a buscar las placas reveladas. Yo contemplo a la doctora T. de abajo hacia arriba. Empiezo por sus zapatos, sigo por sus piernas, su cuerpo cubierto por su guardapolvo blanco y sus brazos cruzados y mirada pensativa dirigida aún hacia el monitor que mostraba una imagen congelada de parte de mi esófago. ¡Ah, si ambos estuviéramos en otro lugar y en otras circunstancias! Me imaginaba a la galena rubia en esa misma postura pero al borde de un risco cubierto de césped mirando hacia un horizonte marítimo en un día frío y ventoso. Yo me acerco a ella sigilosamente sin que me vea hasta colocarme detrás de su espalda y cubrirla con un chal grueso de paño peinado de color marrón claro, que retiene su calor y la hace sentir más confortable. El viento que viene desde el mar barre su rostro y lleva a mi nariz en oleadas aquel maravilloso perfume que me deja alucinado y viendo mi entorno con todos los colores de arco iris. Acerco mi mano hacia su cabello batido por la brisa y lo separo despacio de su oído derecho. Acerco mis labios a él y le susurro: ¿En qué piensa, doctora?. Esa es la pregunta que le hago en la realidad, pero a más de dos metros de distancia. ¿En qué piensa, doctora?. En nada, miraba lo último que te sacamos- me responde sin atreverse a confesarme sus pensamientos. Una vez que yo estaba listo salimos al pasillo hacia el habitáculo en cuyo interior tienen un proyector para ver las placas casi de inmediato una vez obtenidas de los equipos de rayos X y el seriógrafo. La doctora T. entra allí, contempla las placas obtenidas y escucho decirle al asistente del seriógrafo lo que a mí no se atrevió a confiar. Me parece que tiene lesiones ventriculares acá... Lo sospeché desde un principio. Cuando vi a la galena rubia contemplar fijamente el monitor del seriógrafo la curiosidad me llevó a hacer lo mismo. Se veía mi esófago con algunas ramificaciones saliendo del mismo. ¿Fístulas?. Me preguntaba si por aquellas ramificaciones se escapaban líquidos que
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terminaban en cualquier parte de mi cuerpo. Si eso era así, tenía problemas serios. Y la doctora T. abrigaba los mismos temores, así que una vez fuera del sector de radiología me anuncia el siguiente paso. Vamos a hacerte una endoscopia. ¿Cuándo? Hablo con F.F. a ver cuándo me da un turno. Aprovecho en ese momento para darle un obsequio. Como a ella le encantan los regalos, cada vez que nos encontrábamos le daba algo, obtenido del material de escritorio excedente que conseguía en los eventos de informática, por eso cada cosa que le daba por lo general contenía las palabras Microsoft, IBM o Computer Associates. Esta vez le obsequiaba con un talonario de notas con su estuche portable, y una birome, todo eso con el sello de Cisco Systems y envuelto en celofán. Siempre me traés algo... me dice como una reacción instintiva. Es algo que a mí no me sirve, así que se lo traje- le respondí torpemente porque no sabía qué otra cosa decir. A mí sí me sirve, gracias.- me contesta con una amplia sonrisa la doctora T. que a mí me obliga a bajar la cabeza tímidamente. Luego la galena rubia vuelve a radiología a conversar con algunas personas, para más tarde volver conmigo. Llamame para que vayamos a hacerte la endoscopia. Bueno. Me despido de ella y vuelvo a mis actividades normales. En el primer kiosco que encuentro compro una botella plástica de 600 c.c. de Coca Cola. Y rápidamente me quito el sabor de bario. Parte de los equipos del cerrado cyber del Villa Devoto fueron a parar al cyber de Caballito. Una tarde por esos mismos días pasaba por allí y mientras estaba sentado delante de una PC cercana al mostrador navegando en internet, Mariano (mi reemplazante en el cyber los días hábiles), le da una computadora para navegar a un hombre de aspecto siniestro que no se parecía al habitante promedio del barrio, que es de clase media. Conversa con Mariano y se encamina hacia el fondo a su PC asignada. Minutos después vuelve al mostrador y habla acerca de la idea de Mariano de demandar a Augusto por desavenencias laborales o algo así. Conozco un buen abogado que te puede dar una mano...le escucho decirle a Mariano con seguridad en su voz. Definitivamente ésa era una de las ratas que vivía en una de las casas tomadas de las cercanías. Al escuchar eso, entendía porqué los delincuentes que habitaban esos antros pudieron prosperar con su raid delictivo durante tantos años. Tenían hasta abogados que los hacían salir de la cárcel para seguir robando e intimidando a la gente del barrio. En ese momento me preguntaba qué clase de mierda sería aquel abogado que liberaba delincuentes. Y por sobre todas las cosas, me preguntaba si semejante inmundicia podía dormir tranquila mientras sus clientes robaban y mataban por las noches a inocentes. Mariano no le cobra a aquel hombre vestido como un auténtico villero y se despiden como buenos amigos. Eso me intrigó así que me acerqué al
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muchacho que cubría mi puesto casi desde que fui al hospital de Lanús a finales de Septiembre de 2004. Es mejor tenerlos de amigos que de enemigos- me comenta Mariano, sentado fuera de la vista del público, oculto por el mostrador gris. ¿Es amigo de los que me robaron?- le pregunto. Los que robaron acá siempre fueron los mismos. Los que te robaron a vos, lo que se llevaron la Playstation el año pasado, el que entró a robar con custodio y todo, son los mismos del barrio. Recordé lo de la Playstation. En una de las visitas a mi casa de Augusto con su tío, Allá por Noviembre de 2004 y cuando había pasado poco menos de un mes desde que había salido del hospital, les pregunté sobre cómo iba todo por el cyber de Caballito y Augusto me contó que a finales de Octubre un par de chorros entraron a eso de las 14:00 (hora en que estaba Germán atendiendo), con un plan bien establecido. Uno de ellos hizo que Germán se agachara detrás del mostrador amenazándolo con un arma mientras otros dos iban directamente hacia el fondo del cyber a robar una de las dos Playstation disponibles para el público, ubicadas dentro de cajones con llave en unos muebles sencillos ad-hoc para televisores. Forzaron uno de los cajones y desconectaron el aparato con sus joysticks de su respectivo televisor, para luego huir con él corriendo, como las ratas que son. Como consecuencia de ello Augusto tuvo que mover el Playstation restante al cyber de Devoto que allí estaría más seguro. Lo del chorro que entró a robar habiendo custodia en el cyber fue de lo más insólito. Ocurrió poco después del robo del Playstation, en horas de la noche. Entró y sin más amenazó con un arma que parecía de juguete a Mariano y se llevó la recaudación (apenas unos 50 pesos porque el tío de Augusto, antes de ir a su casa pasaba por el cyber diariamente a retirar todo el dinero y esto ocurrió después de esa rutina). Pero lo interesante fue que se cruzó con el custodio y luego de lo que pareció un intercambio de palabras más que acciones concretas, el custodio dejó ir al chorro. Augusto le descontó lo robado al salario del hombre que supuestamente debía cubrir el cyber en la noche por semejante torpeza. Por otra parte, la acción de Mariano por lo que acababa de ver era comprensible. Era vecino del barrio y quizás se cruzaba con esa escoria casi diariamente, así que para él era una cuestión de autoprotección. El uso de la PC lo cubría él de su bolsillo y listo. Pero así no es como se combate a la inseguridad. Así se la estimula. Sábado, 2 de Julio de 2005. Una vez más llamo una y otra vez a la guardia del hospital de Lanús hasta ubicar a la doctora T. para coordinar nuestro encuentro el siguiente Lunes 4 y realizar la endoscopia. ¿A qué hora quedamos doctora?. A las 8:30- me responde la galena rubia desde el otro extremo del tubo. Okey. Parafraseando el título de la más famosa novela de “gabo” García Márquez, reconozco que esa conversación por teléfono no lo presentí como una “crónica de un plantazo anunciado”, pero viendo en retrospectiva los hechos, fue realmente así.
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El lunes 4 de Julio de 2005, independence day del imperio americano, estaba a las 8:30 en punto en el piso de siempre y ubicado en el lugar de siempre esperando a la galena rubia. Esta vez ni siquiera me molesté en preguntar a sus colegas o al personal no médico sobre su paradero. Tomé el libro que llevaba encima, El motín del Caine de Herman Wouk y me dispuse a leerlo. Miro mi reloj: Las 9:00, 9:30, y mientras contemplo la actividad rutinaria del hospital a mi alrededor. Los familiares apelotonándose en el hall puertas afuera del piso para entrar a las 10:00, los estirados médicos de medicina general y cirugía moviéndose de aquí para allá con legajos y placas en sus manos, aparentemente sin rumbo fijo, aunque la mayoría iba a su respectiva cueva a charlar cursilerías, tomar café y comer los obsequios alimenticios de pacientes agradecidos. También veía a las enfermeras que a diferencia de los médicos por lo menos me saludaban y me preguntaban cómo estaba. Veía a la atractiva guardia de seguridad exhibiéndose un poco a mi alrededor y la madura aunque aún hermosa recepcionista de la ventanilla de entradas haciendo su trabajo rutinario con los papeles y carpetas de pacientes. A las 10:00 llega la doctora T. Veo que debajo de su guardapolvo blanco siempre desabotonado llevaba un vestido largo de color oscuro y tela gruesa y sus pies estaban enfundados en botas altas de cuero negro de la década del ´80. Si hay algo que tanto las médicas como las maestras no entienden es que las botas altas negras no combinan con el guardapolvo blanco. ¿Lo entenderán alguna vez?. Al verme, ostentosamente mira su reloj y exclama en voz alta para que la escuche, sin detenerse hacia la guarida de cirujanos: ¡Todavía no es hora de atender a pacientes!. No podía creer que estuviera escuchando eso. Recuerdo que bajé la mirada y moví la cabeza negativamente a la vez que colocaba los dedos de mi mano derecha en mi frente como si me doliera la cabeza. Todavía tuve que esperar media hora más. A la 10:30 llega la doctora T. a mi encuentro. Su voz estaba algo atrofiada seguramente por haber gritado demasiado en los días anteriores. ¿Cómo estás? Bien- le contesté secamente. ¿Cómo se siente tu cuello? A veces siento comezón y me transpira en la cicatriz Eso no es nada. Pero pierdo la voz muy rápido. Necesito que me dé una orden para el otorrinolaringólogo. Posiblemente sea un colateral de tu evolución- convino la doctora T. Así es. Necesito saber lo que pasa. Bueno. Vamos abajo. Bajamos juntos por las escaleras. En el camino, como siempre, salen a su encuentro colegas comentándole brevemente sobre algún caso o alguien del personal no médico con algún papel conteniendo un petitorio a la dirección del hospital o algo parecido. Mientras bajamos despacio esquivando familiares de pacientes, le hago la pregunta inevitable. ¿Fue a la cancha el fin de semana? No tenés idea lo que fue la guardia el sábado—me contestó ella casi arrastrando las palabras.
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Por lo visto tuvo que tratar con un grupo de villeros de nivel educativo bajo que en determinados momentos comenzaron a gritar y a chillar, a la vez que insultar a viva voz a la gente que le rodea. Todas las guardias de todos los hospitales públicos de país deben lidiar con el mismo problema, un fenómeno que crece a la par del aumento de la violencia urbana. Por fin llegamos al piso de endoscopia. La doctora T. me indica que espere en el pasillo y ella entra para hablar con F.F. Yo mientras tanto, me siento y sigo leyendo mi libro. Al rato ella sale y se coloca delante de mí. Yo sigo sentado. Tenés turno el miércoles a las 8:30 para el estudio de endoscopia. Buscalo a F.F. que ya está al tanto. ¿Me estás escuchando?. Como estaba afónica supuso que no escuchaba lo que me decía. Sí, la escucho bien.- respondí tranquilamente. Bueno, yo no voy a poder estar, pero F.F. me va a pasar después el resultado del estudio. Hoy quedamos a las 8:30 en vernos, no a las 10:30- acoté a quemarropa. ¿Eh?. Lo hablamos el sábado pasado por teléfono. Teníamos que vernos hoy a las 8:30. La respuesta que me dio era propia de una chica tontita. Ay, se me pasó… Francamente en ese instante miraba mi pie enfundado en un zapato de cuero negro con suela de goma, miraba como objetivo de mi pie su maduro trasero y otra vez miraba mi zapato. Consideré seriamente aplicar la ley de causa y efecto. Preferí cambiar de tema. Necesito que me haga una orden para el otorrino y otra para el cirujano de tórax para ver el asunto de mis balas. ¿Quién es el médico de tórax? El doctor M., aunque no sé... Ya sabía a esas alturas que tanto ella como sus colegas eran por demás escépticos sobre extraerme los proyectiles de mi cuerpo, salvo que se encontraran muy cerca de la superficie de mi piel, algo que no era mi caso. Pero al menos debía intentarlo. Hágame las órdenes y yo me arreglo- le instruí. La galena rubia extrae del bolsillo superior de su guardapolvo blanco una birome y de otro de sus bolsillos de abajo un manojo de papeles recortados con el sello “CIRUGÍA” en su parte superior. Mientras hace las órdenes saco del bolsillo de mi camisa una lapicera verde con el sello AMD (Advanced Micro Devices), y se lo coloco en el bolsillo superior de su prenda. Siento cómo la birome roza un poco la superficie de su pecho, así que pruebo extraerlo de su bolsillo y volverlo a colocar un par de veces. Ella ni se inmuta. Es un regalo, ojalá le sirva. Gracias- me responde sin dejar de escribir en sus papelitos. Por último les estampa a ambos papeles su sello personal, los firma y me los entrega. Cualquier cosa o problemas que tengas llamame. Sabía lo espantosamente difícil que era ubicarla, pero igual agradecí el gesto.
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Aquel sería la última vez que vería a la doctora T. No la volví a ver desde entonces. Ella se despidió de mí y caminó por el pasillo hacia los ascensores. Yo me incorporé y miré por última vez a aquel ser femenino caminar delicadamente mientras su guardapolvo desabotonado flameaba gracias a corrientes de aire. Sus cabellos color trigo se movían en vaivén al compás de todo su cuerpo. Sus brazos estaban un poco abiertos como marcando espacio para su andar. Mientras la contemplaba sentía que una gota de sudor cruzaba mi mejilla. Qué extraño, estamos en invierno. Segundos después, mis ojos se ponen acuosos y de ellos salen más gotas de sudor. ¿Los ojos transpiran?. Qué raro. Au revoir, cher docteur. Adiós, querida doctora. Caminé en sentido contrario a la doctora T. hacia unas escaleras que ya conocía y que me llevarían a la planta baja, a la salida y el camino a mi casa. Mientras caminaba por las calles frías recordaba aquel estupendo bolero titulado Usted, cantado magistralmente por Luis Miguel. Envidio profundamente al marido de la galena rubia.
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OCHO INFORMACIÓN DE INTELIGENCIA Odio a ese maldito de James Bond. Me encantaría matarlo. Sean Connery Es oportuno hacer un paréntesis antes de terminar con esta historia. Al principio parecerá no haber relación entre una cosa y otra, pero no hay que dejarse llevar por las primeras impresiones. Todo comenzó en Mayo de 1991. Para ese entonces ya había tomado la decisión de realizar el proyecto Blue Eagle y de los pasos a seguir para aprender computación y así poder llevar mi plan a cabo. Mientras trabajaba como secretario de la Administración en el Shopping Sur de La Paz, Bolivia, recibí en mi oficina una invitación del Consulado de la República Argentina para asistir a una reunión de la colectividad argentina con motivo de las fiestas mayas (recordación del 25 de Mayo, fiesta patria). Sin pensarlo dos veces, asistí. Si mal no recuerdo, la reunión arrancó a eso de las 20:00 horas. Yo llegué minutos antes al tercer piso del edificio del Banco de La Nación Argentina, ubicado sobre la avenida 16 de Julio, pleno centro de La Paz y en donde en aquel entonces estaba el consulado argentino. Acorde con la ocasión me vestí con saco y corbata. La reunión se haría en las oficinas, pero los escritorios y demás mobiliario se movió de sitio para tener todo el piso despejado. Luego de las presentaciones de rigor por parte del embajador y cantar el Himno Nacional Argentino, pasamos al asalto de la comida y bebida disponible. Recuerdo que ésa fue la primera y última vez que probé whisky, y no me gustó para nada. Me pareció aguardiente. Ni siquiera le tomé el gusto combinándolo con Coca Cola. Tanto mejor. Sorprendentemente yo era la única persona que había asistido sola. Todos habían ido acompañados o encontrándose con amigos allí mismo. Eso no me afectó debido a que la vida ya hacía mucho que me forzó a adaptarme a la soledad. Para ese entonces habían pasado 5 años desde que salí de Buenos Aires para vivir por un tiempo con los padres de mi padre. Había terminado la secundaria en Bolivia en 1989 y en ese entonces no quería irme del país por la razón que estaba en un buen empleo que me permitía crecer económicamente, así que el regreso a Argentina lo tenía, digamos, en trámite. Era un lugar cómodo y elegante, como corresponde al de una representación diplomática. Estaba con el piso cubierto de pared a pared con una gruesa alfombra azul que a juzgar por los cuadros y redondeles oscuros dejados por los muebles removidos, tenía algunos años de uso. Paredes revestidas de madera y techo de láminas metálicas intercalados con tubos de luz fluorescente. Si hubiera trabajado en un lugar como ése hubiese sido como tocar el cielo con las manos. Alguien notó que estaba solo sin relacionarme con nadie, ocupado degustando buena comida y bebiendo litros de Coca Cola con hielo. Ya eran pasadas las 21:00 y mi límite impuesto era hasta las 22:00 para volver a casa. Mientras estaba ocupado tomando otro vaso de Coca con hielo para bajar la ingente cantidad de comida que fue a mi estómago, alguien se me acerca. Era calvo,
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aunque con cabello negro peinado hacia atrás con fijador en sus sienes. Era más o menos unos 5 centímetros más alto que yo. Nariz aguileña, ojos grises y labios delgados, rostro redondo que parecía cortado con cincel, algo quemado por el sol seco de La Paz en sus pómulos, que lo hacía ver como alguien que se pasaba la vida bebiendo, pero no tenía panza. En cambio, llevaba puesto un traje azul claro de tela delgada con chaleco, camisa blanca y corbata negra. Me extiende su mano. Se la estrecho y siento una mano grande, pero firme. ¿Estás solo?- me pregunta una voz gruesa, casi cavernosa. Mas o menos- respondo con timidez. Yo también- agrega con una sonrisa. ¿Cómo te llamás? Gabriel. ¿Y Ud.? Dick. ¿Dick?. Ése no es un nombre argentino- acoté levantando mis cejas De mis años viviendo en Estados Unidos- me contestó con otra sonrisa.- Todos me llaman así desde hace muchos años. Ah. Podés tutearme si querés. Muy bien, Dick. Y el resto de la velada estuvimos enfrascados intercambiando preguntas sobre nuestros respectivos trabajos. Así supe que era un funcionario del consulado y que a su vez trabajaba en la Agregaduría Cultural de la Embajada, que estaba un piso más arriba. Yo, por razones que aún sigo sin comprender del porqué, le confié mis intenciones sobre mi proyecto secreto. Quizá fue porque trabajaba en la sección Cultural y por ende supuse que a través de él tendría mejor acceso a la biblioteca del Consulado que estaba en el cuarto piso, para recabar diversa información militar y de inteligencia. Cuando necesités información para tu proyecto, buscame- me prometió Bueno, Gracias. Ése fue el punto de partida de mi amistad con Dick Aiello. Jamás me dijo su verdadero nombre y nunca pude verlo con fisonomía similar dos veces, entre otras cosas. Pasaron un par de años y algunas cosas cada vez más negativas para mí. En 1992 al retirase mi tío y protector del Shopping Sur mis días estuvieron contados, así que me fui en Octubre de ese año y a partir de entonces fue un apogeo que me llevó a malos trabajos y muy escasos ingresos que me obligaron a empeñar, uno a uno, los bienes adquiridos durante mi trabajo en el Shopping. Sin embargo, antes de irme de allí, tuve la decisión acertada de usar parte de mi indemnización para pagar al contado un curso de programador de computadoras. Con él adquirí los conocimientos necesarios para manejar una PC. Sólo faltaba tener la computadora. En 1995 conocí a un judío del cual me hice amigo y él me vendió por unos 500 dólares mi primera PC, una Epson. Con ella aprendí a usar el procesador de texto Word Perfect y así a partir de ese año pude empezar con el proyecto Blue Eagle. La naturaleza misma del proyecto implicaba recabar información (la mayoría de las novelas se hacen sobre la base de una investigación previa por parte del escritor), y yo no podía confiar en la información acumulada en mi cerebro de lo aprendido en la Biblioteca Nacional de Aeronáutica entre 1983 y 1985, ni tampoco en lo que tenía en mi
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biblioteca privada. Además, estaba muy lejos de Buenos Aires, así que la única alternativa que me quedaba era usar la carta franca que me había dado Dick para recabar información de la biblioteca del Consulado (que para ese año ya se encontraba en la planta baja de la embajada argentina). Así que fui para allá a buscarlo a mediados de 1995, en una mañana templada, seca y soleada, propia de una ciudad ubicada a más de 4000 metros sobre el nivel del mar. Allí no existe el frío extremo ni el calor extremo, sólo un clima templado y fresco, casi con una temperatura constante durante prácticamente todo el año. La embajada de la República Argentina en La Paz está ubicada en la esquina de las calles Aspiazu y Sánchez Lima, en el barrio de Sopocachi, zona residencial con habitantes de clase media alta y clase alta. Es una casa señorial de estilo clásico pintada completamente de blanco, aunque cuando la vi por primera vez me hacía acordar vagamente a la Casa Rosada. Tiene dos pisos y un techo de dos aguas, rodeado de un discreto jardín y una verja alta. A lo largo de los 12 años que viví allá tuve oportunidad de conocer parte de su interior, su entrada de puertas dobles de madera y vidrio, su amplio, elegante y abovedado vestíbulo todo pintado de blanco y con piso de mosaico siempre bien lustrado. Había una columna que franqueaba el acceso a una amplia escalera que ascendía en caracol hacia el piso superior. En esa columna colgaba un gran cuadro con la fotografía a colores del crucero ARA General Belgrano. Frente a ésta y al lado de las puertas dobles de entrada, otro cuadro con la lista de los 55 fallecidos de la Fuerza Aérea en la Guerra de Malvinas. La biblioteca se había mudado apretadamente en una habitación de techo alto y que se accedía al llegar al vestíbulo y girar a la izquierda. El salón de lectura era otra habitación que en realidad era el salón de reuniones con una gigantesca mesa de madera lustrada y sillas altas también de madera de estilo clásico. Se llegaba a ella saliendo por una puerta lateral de la biblioteca que daba acceso al hall central y cruzando diagonalmente ésta. El consulado se había mudado para ese entonces al subsuelo del edificio de la embajada, y se ingresaba por una entrada que daba a la calle Sánchez Lima. Entré un par de veces allí y no parecía tener la amplitud de aquel piso en el edificio del Banco de la Nación Argentina. Al parecer sufrieron recortes presupuestarios en el Gobierno de Menem y por eso hubo que achicar y reorganizar todo. Y la Agregaduría Militar no fue la excepción. Durante la década del ´80 ocupaba una casa en un lugar distinto y cercano a la embajada. Ahora estaba en la misma representación diplomática y se accedía por una puerta reja lateral a la entrada principal de la embajada, sobre la calle Aspiazu. Y hacia allí me dirigí yo para buscar a Dick y rogando que no lo hayan trasladado a otro país o de vuelta a Buenos Aires. Toco el timbre y me recibe un funcionario al que le anuncio que buscaba información militar general. Me hace pasar por un sendero que lleva a una puerta negra de madera (como todas las de la embajada, menos la principal que eran dobles), hacia el interior de una oficina en la que veía apelotonados libros, revistas militares e incluso sobre una silla al lado de la entrada, apilados, manuales de instrucción de las Fuerzas Armadas estadounidenses, escritas en español especialmente para los militares latinoamericanos. El funcionario me deja de pie entre la puerta y la silla con los manuales americanos de tapas celestes de cartulina y encuadernados toscamente. Esos
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manuales para mí eran familiares, pero algunos ejemplares míos databan de la década de los ´50 y éstos eran más recientes. Un grito llama mi atención hacia una puerta en el fondo de aquella oficina. ¡Coronel!. Y segundos después surge Dick desde la misma puerta abierta, pero desde la posición en la que me encontraba, no podía ver su interior. Estaba muy cambiado, ya no tenía los pómulos quemados por el sol, su nariz era más chata y asombrosamente, tenía cabello en toda su cabeza, de color gris oscuro y cortado al rape. Le doy la mano y me presento haciéndole recuerdo de nuestra charla hacía cuatro años atrás. Sí, lo recuerdo- me responde seriamente. ¿Acaso llegué en mal momento?. Pensé. Necesito información militar para mi proyecto que... ¿De qué tipo?- exclama Dick con una pregunta que cortó de un sablazo mi frase que no pude terminar. Militar, creo que aeronáutica me serviría por ahora. Veo qué te consigo. Vení en un par de días y mientras tanto buscá en la biblioteca lo que necesitás. Okey. Dick estaba de muy mal humor y se notaba por el mal tono con que me dirigía la palabra. Esto no es Buenos Aires así que no te hagás ilusiones sobre lo que te consiga. Te sugiero que tratés de arreglarte como puedas. Y dicho esto me dio la espalda y volvió sobre sus pasos hasta desaparecer por aquella puerta abierta. Bueno, no le costaba nada decir “gracias y hasta luego”, pensé en aquel momento a la vez que salía de allí para volver a entrar a la embajada, esta vez por la puerta principal y de allí a la biblioteca. La información que obtendría era por demás insuficiente para mis necesidades. Solo conseguí para leer ejemplares del libro La Guerra Inaudita de Rubén O. Moro, Dios y los Halcones de Pablo Marcos Carballo y los dos tomos de Ejército Argentino: Conflicto Malvinas. También un libro al que le tengo especial afecto y que lamentablemente no tengo un ejemplar en mi biblioteca: Fuerza Aérea Argentina: 25 años al servicio del país, hecho en el año en que nací, 1970. Ancho, de tapa dura de color rojo y con sobrecubiertas de papel aluminio. La primera vez que vi ese libro fue en una biblioteca pública ubicada en Deheza y Caaguazú (actual Eva Perón), en Lanús, en 1980. Lo volvería a ver en la Biblioteca Nacional de Aeronáutica en 1983 y ahora me volvía a encontrar con el libro ya en 1988 cuando visité la biblioteca del consulado por primera vez, y también en 1995. No tengo constancia que la Fuerza Aérea haya publicado posteriormente una obra semejante años después. Lástima. Y eso era todo lo que tenía la biblioteca, así que tuve que insistir varias veces ante la puerta de la agregaduría militar hasta ganarle por cansancio a Dick que finalmente me entregó unos ejemplares de la revista Aeroespacio que no me sirvieron para nada. Ni modo. Me las arreglaría solo, como siempre. Así que improvisando empecé a escribir. Y los obstáculos no tardaron en llegar. Primero fue el virus Miguel Angel, tan de moda en los años ´90. Se encontraba en uno de los diskettes de 5 ¼ de mi curso de programación y accidentalmente
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cometí el error de introducirlo en mi computadora. Mi proyecto quedó contaminado con él así que tuve que conseguir a alguien que “limpiara” mi PC y mis diskettes. Y una desgracia llevó a la otra. Para ese entonces era Febrero de 1996 y ya tenía la tercera parte del proyecto realizado. Con mis escasos recursos a duras penas pude llevar mi PC a la casa de un técnico y poco después, los discos. Un buen día voy a la casa del muchacho a buscar mi computadora y discos y llevarlas de vuelta a mi casa, cuando el técnico me anuncia algo devastador. Me robaron. ¿Cómo que te robaron?. ¿Qué te robaron?. Inquirí preocupado. Anteanoche volvía a casa cuando me abordaron dos con navajas y se llevaron mi mochila. Ahí estaba tu disco que traía de sacarle el virus en el laboratorio de un amigo. Oh, no... Me vas a disculpar. Si puedo hacer algo para compensarte. No había nada en el Universo capaz de compensar esa pérdida. Ni siquiera agarrarlo a golpes. Hubiera sido un buen deshogo, pero nada más. Al fin y al cabo él también había sufrido pérdidas con el robo. Por no menos no me cobró por poner en condiciones mi computadora y limpiar mis diskettes de Miguel Ángel y otras alimañas en código binario. Decidí seguir con el proyecto como si nada hubiese pasado. Tiempo después aparecía en los Kioscos de La Paz el primer ejemplar de Tiempos del Mundo, semanario de noticias internacionales hecho en Argentina. Lo compro y me dispongo a leerlo en la Plaza del Estudiante, ubicada al final de la Avenida 18 de Julio y cerca del Edificio de la UMSA (Universidad Mayor de San Andrés), cuando alguien me aborda con una pregunta espontánea. El día estaba con pocas nubes pero muy fresco y una brisa fría invitaba más a quedarse en casa que andar por la calle. Se sienta alguien a mi lado en la banca sin fin de aquella plazoleta circular. Era un hombre con cabello negro cortado al ras, ojos grises y bigote estilo Tom Selleck, campera de anorak marrón y pantalones sport gruesos de color verde oscuro, con zapatos marrones todoterreno. ¿Cómo anda tu proyecto? Miré asombrado a aquel hombre al que me costaba reconocer. ¿Dick? ¿Cómo estás? Me sorprendía su sonrisa y su tono afable, muy distinto a su recibimiento agresivo de la vez que nos vimos en 1995. Y se lo hice notar. Disculpame, lo que pasa era que estaba en medio de una discusión fuerte con mis colegas. ¿Colegas?. ¿Sos militar?. ¿Coronel?. Trabajo en realidad en inteligencia, pero no te puedo decir nada más y te pido que no sigas preguntando. Decidí no insistir. Me robaron un diskette con la tercera parte de mi proyecto- le confesé con amargura a la vez que doblaba mi periódico. Ya sé, fue la inteligencia británica.
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Si en ese momento hubiese llevado un sombrero, con seguridad éste hubiera salido disparado hacia arriba desde mi cabeza por mi asombro. Apenas pude articular palabra y hacer la pregunta instintiva: ¿El MI6? Ajá. No entendía nada. ¿Pero porqué?. ¡Si es un proyecto estilo Tom Clancy!. Dick tranquilamente extrae de uno de los bolsillos interiores de su anorak un tubo de color metálico que desenrosca por un extremo y extrae un cigarro envuelto en celofán. Libera el cigarro de su envoltorio y hace un bollo con el celofán para finalmente arrojarlo al suelo. Casi con ceremonia extrae de otro bolsillo externo una pequeña guillotina para puros, corta un extremo del suyo y por último se guarda la guillotina para sacar un encendedor Dupont de oro. Enciende su cigarro y le da unas chupadas. Rápidamente en mi nariz sentía el olor a tabaco fuerte. Mira hacia el cielo, disfrutando de su cigarro y como si leyera la respuesta que necesitaba en el firmamento. Seguramente te vieron ir y volver de la Embajada y el Consulado. Quizás hasta te vieron conmigo, hasta pudieron enterarse de alguna manera tu investigación y trabajo. Es algo que no lo tengo con claridad, pero la cuestión es que tu diskette apareció en la Embajada Británica y de allí fue por valija diplomática hasta Londres. De ahí en más perdimos el rastro. La inseguridad imperante en La Paz era mínima, casi inexistente. Era una ciudad bastante segura, en la que uno podía caminar tranquilamente por casi cualquier sitio en la madrugada (hacer eso mismo en Buenos Aires es suicida). Así que tenía esa pregunta del porqué le habían robado la mochila a aquel muchacho que estaba encargado del mantenimiento de mi equipo y discos. Ahora Dick despejaba esa incógnita pero abría otro interrogante. No entendía qué información útil podía extraer el MI6 de la primera parte de mi proyecto. Dick observaba mi cara y estoy seguro que en mi rostro pudo haber visualizado un signo de interrogación enorme cruzando mi rostro, así que buscó que yo mismo resolviera el misterio. ¿Tu proyecto contenía un hipotético plan de rearme de nuestras Fuerzas Armadas? Estuve a punto de no responderle, pero... Más o menos. ¿Y una teoría de hipótesis de guerra con Gran Bretaña? Algo parecido. ¿Y un posible plan de asalto a Malvinas? Sí, pero con logística y armamentos que no tenemos- me defendí. Ahí lo tenés. Todo encaja- y dicho esto le da otra chupada a su cigarro con gesto triunfal, mirando hacia delante. Para ese entonces ya tenía en mi mente la idea de terminar con Blue Eagle y después tratar de rehacer lo perdido, pero yo siempre trato de cometer un error y aprender de él para no repetirlo. ¿Qué sugerís?- le pregunté como buscando protección. Vas a tener que someter tu proyecto a revisión.—me contestó mirándome fijamente y apuntándome con su puro humeante. ¿Con quién?
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Conmigo. Una vez que lo terminés pasámelo y dejame que lo estudie. De ahí te doy la opinión sobre lo que va o lo que no. Es mejor filtrarlo antes de que lo envíes a Buenos Aires, porque eso es lo que tenés pensado hacer ¿no? Sip. Pasame tu proyecto terminado en diskettes y yo me ocupo de mirarlo en una computadora. Una vez que yo lo corrija imprimilo así como te lo doy y lo mandás a Buenos Aires. Yo no quiero que mi proyecto pierda su esencia ni identidad- le advertí. Tranquilo, hacete la idea que sólo le voy a hacer correcciones de ortografía- me contestó Dick con calma entre bocanadas de humo. ¿Tenía alternativa?. En ese momento no se me ocurrían muchas, dadas mis limitaciones existentes en ese tiempo. Tratá de agregarle detalles militares y de inteligencia a cualquier dato incompleto que encuentres- le pedí. Okey. Quedamos así. Una vez que lo termine, ¿te lo llevo a la embajada directamente? No. Mandame una carta a una casilla cuyo número te voy a dar ahora- y dicho esto saca un bloc cuadrado de papel de los usados en las oficinas para pequeñas notas, y luego aparece en sus dedos una lapicera Cross de oro y anota un número, despega el papel del bloc y me lo entrega- en la carta decí que llegás a La Paz y querés que te reciba, lo que quieras, pero no menciones tu proyecto ni remotamente, ¿estamos?. Estamos- convengo a la vez que guardo el papel en uno de los bolsillos de mi pantalón. Antes de despedirnos me entrega un regalo que extrajo de su anorak. Un libro titulado La Argentina y sus derechos humanos, hecho con seguridad por el gobierno militar de Videla y a pesar de no tener fecha de impresión, calculaba que fue hecho entre finales de 1977 y principios de 1978. Era un libro que según Dick, “ni las Madres de Plaza de Mayo tenían”. Al hojearlo, no mostraba nada nuevo: Imágenes de militares muertos por el terrorismo en la década del ´70, fotos y datos breves de terroristas del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), y Montoneros, y al final del libro, reproducciones de la publicidad negativa contra el gobierno militar argentino proveniente de Europa a propósito de la cercanía del Mundial de fútbol Argentina 1978. Fue entonces cuando caí en la cuenta que en 1996 se cumplían 20 años del golpe militar del 24 de Marzo de 1976. ¿Porqué me daría aquel libro Dick?. Nunca me lo dijo. Ese libro fue creado con seguridad para repartir por las embajadas argentinas de todo el mundo como una propaganda contra las noticias que salían de Argentina en esa época sobre el terrorismo de Estado y los desaparecidos. Esto último se caía de maduro debido a que incluso contenía una carta de presentación que venía suelta con el libro. Igual por razones de seguridad personal, decidí dejar ese libro en el extranjero y no traerlo a Argentina. No volví a ver a Dick hasta Mayo de 1997, cuando terminé con mucho sacrificio y enormes gastos Blue Eagle. Como si ya no hubiera tenido suficientes desgracias, en la segunda mitad de 1996 se rompió uno de los floppys de 5 ¼ de mi PC (tenía dos, uno para cargar el DOS y a continuación el programa a -
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usar y el otro para colocar un diskette para almacenar el o los archivos creados), y para colmo, a los de Epson no se les ocurrió mejor idea de hacer esos floppys de diseño único, así que no eran estándar y no había repuestos debido sobre todo a que mi computadora era modelo 1984 y los repuestos para esa PC dejaron de existir hacía ya mucho. Así que tuve que gastar enormes sumas en alquilar una PC para terminar mi proyecto. Y como una frutilla última para terminar de decorar el pastel, al usar una computadora ajena se enteraron varias personas sobre lo que hacía. Ay, Dios... Una vez que lo terminé, le entregué los diskettes de 5 ¼ a Dick para que revisara el proyecto. En cuanto al programa usado, evolucioné desde el Word Perfect versión 4.0 que funcionaba en un entorno de DOS hasta la versión 6.0 que operaba bajo Windows 95, el sistema operativo más reciente que había en aquel entonces. Dick tuvo los diskettes una semana, luego me los devolvió por correo a retirar directamente de las oficinas centrales de Correos de Bolivia. Al verlos, casi no censuró nada ni agregó nada. Sólo correcciones de frases y nada más. Eso fue lo que imprimí, encuaderné para por último enviarlo a Buenos Aires, con tapa y contratapa diseñadas por mí por computadora y todo. Pero el proyecto fracasó miserablemente y actualmente está en mi archivo. Igual busco la revancha. Desde hace casi una década que estoy elaborando una nueva versión de Blue Eagle, ya que éste data de 1997 y quedó desactualizado y anticuado frente a los acontecimientos nacionales y mundiales desde aquel año a la fecha. Y Dick sabe que quiero la revancha y esta vez ambos estamos dispuestos a inyectarle nueva vida y conocimientos al proyecto. No volví a ver a Dick hasta Agosto de 2000, ya en Buenos Aires. Nos encontramos en plena calle Talcahuano al 1000 en un atardecer fresco y soleado, mientras caminaba yendo por las consultoras de RRHH y dejando ejemplares de mi Currículo en búsqueda de empleo, ya que me había quedado desocupado en Mayo de aquel año y el trabajo subsiguiente que conseguí en Junio apenas me duró un mes. Nos reunimos en un café de la avenida Corrientes y Talcahuano y aproveché para ponerlo al día de lo que había pasado con el proyecto Blue Eagle. A Dick le había ya profetizado años antes que si mi proyecto no tenía éxito pagaría terriblemente las consecuencias por lapso indefinido, y como siempre, yo tenía razón. Siempre la tengo. Así que debía hacer el trabajo de un empleado a cambio de sueldos miserables que hacen que mi progreso económico sea muy reducido y lento, a diferencia de otros de mi generación que ya estaban casados, con hijos y un auto. Eso no era (y no es), justo. Dick me pone al día con sus actividades en la medida de sus posibilidades. En 1998 se retiró de la embajada en Bolivia, volvió a Buenos Aires y ahora al parecer seguía dedicándose a tareas de inteligencia, pero en el sector privado. Aprovechó nuestro encuentro sentados ante nuestros respectivos cafés humeantes y mientras veíamos el tránsito de la avenida Corrientes y el movimiento de transeúntes, para rezongar contra la SIDE que según él, había degenerado demasiado, convirtiéndose en una organización pelele de la CIA y además dedicándose más a la seguridad interior que en obtener información de inteligencia que puede ser vital para los intereses de la República Argentina. Además, según él, los gobiernos democráticos desde Alfonsín en adelante se ocuparon en recortar con saña los gastos militares,
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entre ellos los de la inteligencia militar de las tres armas, así que para aquel año 2000 estábamos peor equipados y entrenados que en 1982, y también con un menor flujo de información de inteligencia, lo cual, según él, podía ser peligroso para la seguridad de la Nación. Mucho de lo que me decía ya lo sabía. Cada vez la Argentina tenía menos armamento disponible y en óptimas condiciones, servicio militar optativo y cada vez menos plata para mantener las fuerzas militares listas para defender al país, todo como consecuencia de la acción demagógica de los gobiernos democráticos desde 1983 para restringir al máximo cualquier poder a los militares, casi como una acción vengativa contra las acciones de aquéllos mientras estuvieron en el gobierno entre 1976 y 1983. El único problema es que pocos se dan cuenta que el castigo amplio contra los militares trae como consecuencia que hoy por hoy, estamos en un estado de casi incapacidad para defender el país. Tampoco se puede prescindir de las Fuerzas Armadas como muchos quisieran ya que el contexto geopolítico de Argentina es complejo, con Chile formidablemente bien equipado al nivel de cualquier país de la OTAN y la base británica en Malvinas detrás del cual los kelpers se escudan mientras asumen actitudes desafiantes ante nuestros reclamos de soberanía. A partir de 2000, nos encontramos una vez al año, en diferentes sitios de Buenos Aires. Para vernos, Dick me enviaba una e-mail a mi casilla de correo electrónico en donde me especifica día, hora y lugar de encuentro. Nunca decido yo cuándo y dónde vernos. Esa práctica se mantiene hasta el día de hoy. En 2001, por ejemplo, me hizo ir al Palais de Glace, ubicado en Barrio Norte, a finales de Octubre. Había una exhibición de algún tipo, aunque no recuerdo si era de pintura o escultura, y eso era por un motivo: mientras miraba una imagen en una de sus paredes, cerca de mí se posiciona una mujer de unos 50 y tantos años pero muy bien conservada, con seguridad gracias a la cirugía estética, tratamientos de belleza y spa, cabello castaño hasta sus hombros muy lacio (también gracias a tratamiento), maquillaje apenas visible y dientes perfectos. Vestía una falda y trajecito sastre de casimir gris oscuro, zapatos de cuero negro de taco bajo y una blusa de seda blanca desabotonado en sólo un par de botones para separar lo suficiente el cuello de la prenda. Iba acompañada de lo que parecía ser su hija ya que ésta agarraba el brazo de la mujer mayor. La chica que posiblemente tendría unos veintitantos, iba vestida con un vestido rosa entallado y de falta muy corta, con volados, más propio de uso en niñas que alguien de su edad pero que sin embargo resaltaba sus caderas y busto. Cabello rubio recogido en un rodete y como maquillaje sólo sombra en sus párpados y lápiz labial de color rojo intenso en sus labios. Ambas estaban murmurando entre sí y sonriendo discretamente mientras se acercaron a mí a contemplar la misma imagen que yo. Fue entonces cuando ambas cambian su semblante a otro más serio y me miran como si yo fuese algún nativo exótico proveniente de lejanas tierras, para después retirarse y continuando con sus murmuraciones. Éste es otro de los motivos por lo cuales siento un profundo desprecio por la gente “bien” tanto de este país como de cualquier lugar del mundo. Como están acostumbrados a vivir en su cosmos opulento, se extrañan y reaccionan con torpeza y altanería al salir al exterior y encontrarse con gente común como yo.
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¡Pero porqué no vuelven a la bosta de donde nacieron!. ¡Vuelvan a sus orígenes!. ¡Vayan, vayan!, pensé. Poco después llegó Dick y de allí nos encaminamos hasta una plaza cercana a sentarnos y disfrutar del día que poco a poco se iba nublando presagiando tormenta. Recuerdo que lo primero que le pedí era que en lo sucesivo no nos veamos más en la zona sniffer de Buenos Aires ya que para andar por allí necesitaba una máscara antigás y no estaba con ganas de llevar eso, y también le expliqué de la manera más detallada posible lo que pienso de los estirados que vivían por aquella zona. Todo lo que hizo Dick entonces fue reírse y asentir. De allí en más nos reunimos siempre en algún punto de mí “área de operaciones” dentro del centro y microcentro de Buenos Aires. Fue entonces cuando pude conocer un poco más de él. Yo vivo por acá, por eso es que me queda cómodo que nos veamos cerca de mi casa. ¿En qué calle vivís?. Indagué. Pero Dick eludió la pregunta. No te lo puedo decir. Ni siquiera te puedo decir cerca de qué plaza o avenida vivo. Sólo te digo que vivo en esta zona estirada y nada más. Bueno- contesté conforme. Como siempre, era inútil insistir. Pero al menos obtuve una concesión. Sabía que nunca lograría que nos viéramos en Lanús, cerca de mi casa, y por otro lado no soportaba la idea de siquiera pasar por vía aérea por la zona sniffer, así que quedamos en vernos en un punto intermedio que a él le resultaba accesible desde Barrio Norte y a mí me resultaba fácil llegar con el colectivo de la línea 45. Y así fue desde entonces. En esa reunión en particular de 2001 conversamos sobre los acontecimientos recientes de los atentados contra el World Trade Center el 11 de Septiembre y la posterior reacción de George W. Bush al invadir Afganistán. Ambos coincidíamos que luego de los atentados terroristas, el pueblo estadounidense pedía acción a su gobierno, pero como esta vez el ataque no fue hecho por un país sino por un enemigo que actúa en las sombras, lo más sensato que les pareció a los estadounidenses para usar su musculatura militar era invadir Afganistán, matar talibanes (y muchos civiles), y perseguir a Osama Bin Laden, el líder de la organización terrorista Al- Qaeda y que estaba detrás de los atentados. Los resultados fueron que hasta la fecha a Osama no lo encuentran por ninguna parte y por otra parte crearon caos en un país cuyo gobierno títere de Estados Unidos apenas tiene influencia sobre su capital, Kabul, y el resto del país es disputado por diversas tribus e incluso remanentes de talibanes que aún combaten. El aspecto de Dick no había variado mucho aquel año aunque ese día y mientras estuvimos reunidos no se quitó sus anteojos de sol Ray- Ban para nada. Y cuando nos separamos, se subió a un vehículo Isuzu Trooper de color verde oliva, idéntico a los que usa el ejército, pero sin la escarapela blanquiceleste ni el número de serie distintivo con las iniciales EA en sus puertas delanteras. El 2002, ya en plena crisis económica general, y yo encontrándome trabajando de mensajero para sobrevivir, nos vemos en un café de Avenida de Mayo para conversar. El tema central fue la situación general y el hecho que el entonces presidente Eduardo Duhalde casi debía mendigar a Estados Unidos y al Fondo -
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Monetario Internacional (FMI). Fue una época humillante en la que debíamos tolerar declaraciones como la de Anne Krueger, la número 2 de FMI que sugería que debíamos pagar nuestras deudas entregando territorio, y soportando las visitas de Anoop Singh, en encargado del Hemisferio Occidental del FMI para revisar nuestros libros contables antes de aprobarnos un crédito. Nadie en el mundo daba dos centavos por la Argentina, y sin embargo nuestro país pudo volver a levantarse, así que al resto del planeta pudimos darnos el lujo de mostrarles el famoso gesto obsceno del dedo en alto. Bien por nosotros. A partir de 2003 y a la par de la situación del país mis recursos económicos mejoraron un poco, pero continuaba de mensajero. Cuando nos volvimos a ver, le expliqué a Dick mi situación y mi imposibilidad de conseguir un buen empleo que me permitiera salir adelante. En esta reunión mi amigo había traído un maletín con una notebook en su interior. El lugar fue una oficina, casi desocupada en el microcentro, de paredes sucias y con un piso de madera gastado, pero que sin embargo daba cobijo de aquel día gris con fuerte lluvia que parecía incrementar el frío invernal de Agosto. Apenas había un par de sillas viejas de cuerina y plástico y un oxidado escritorio de metal gris. Pero era mobiliario suficiente para conectar la notebook y que Dick me mostrara algo por demás interesante. No te puedo conseguir trabajo, pero por lo menos te puedo enseñar algo de la vida íntima de algunas personas que rechazaron tu currículo- me anuncia a la vez que apoya la computadora portátil, la abre y enciende. Lo que me mostró fue algo difícil de creer, pero muy verosímil. Ésta es una mina que labura en una de esas consultoras de RRHH, tiene un alto puesto y es la que toma las decisiones sobre la gente que puede trabajar y que no. Recibió tu CV hace un par de meses y lo mandó al archivo, favoreciendo a otro. Hija de puta. Así que como consuelo te muestro lo que hace los fines de semana.me anunció con un aire de presentador circense. Por la pantalla de la notebook veo un video aficionado en que ve veía primero un automóvil Renault Clio último modelo llegando a la entrada de una estancia rústica del campo argentino. Del vehículo baja una atractiva mujer de cabello pelirrojo largo hasta los hombros, buen cuerpo, traje sastre con pantalones ajustados y botas con taco. Su rostro se veía distorsionado. ¿Porqué no veo su cara? Por tu seguridad no puedo mostrarte la cara de nadie. Haceme caso, lo hago por tu bien- me contestó Dick calmadamente. Inmediatamente cambia la escena y ahora la mujer se encontraba en un establo. Estaba completamente desnuda acomodándose debajo de un caballo, doblándose en dos. Veo cómo ella aproxima su trasero al pene del caballo, toma éste con sus manos y se lo coloca en la entrada de su vagina, para por último hacer el movimiento de vaivén de mete y saca. Asombroso. Va todos los fines de semana a esa estancia a hacer de yeguacomenta Dick mirando lo mismo que yo. ¿No tiene pareja?
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Tuvo un par de pretendientes estirados pero las relaciones no avanzaron. Probó tener relaciones con una mujer madura e incluso con un negro. Me parece que el negro le hizo ver lo que buscaba- deduje pensativamente. ¿Una pija cuanto más grande mejor?. Ajá. No se me había ocurrido- reflexionó Dick. Mientras, mirábamos por el video cómo ella tenía un gran orgasmo, al igual que el caballo, que expulsa un enorme chorro de líquido seminal. Un estanciero con vestimenta típica de gaucho retiene al animal que se mueve y relincha un poco. Vaya, vaya. Hasta ahora nadie sospecha de su vida íntima. Vos la ves cualquier día de la semana siempre tan elegante y femenina en su trabajo, manejando todo seriamente y eligiendo quiénes deben trabajar y quiénes no. Viviendo en un departamento de Palermo y con relaciones normales de amigas, fiestas privadas y demás. Pero el fin de semana se convierte en una yegua, literalmente hablando- agregué. Tal cual. Con eso satisface sus necesidades sexuales. Con un caballo. Lo mejor de esto es que ella paga a la estancia para dejarse coger con el pingo. Mirá vos. A continuación Dick me muestra otros videos aficionados de otras personas que yo no conocía pero era la gente que como si tal cosa rechazó en algún momento mi CV, así que para él mi consuelo debía ser ver que al fin y al cabo todos ellos son unos pobres diablos degenerados, que en su vida normal eran gente “bien”, eficiente y seria con sus labores e incluso siendo entrevistados por revistas de management y del mundo empresarial, haciendo alarde de sus acciones que impulsan la empresa o consultora de RRHH en la que trabajan, pero en su vida íntima tenían aberraciones muy extrañas. Y eso era lo que me mostraba Dick. Un gerente maduro y gordo que le gustaba drogarse y practicar sadomasoquismo, dos mujeres que dirigían una pyme y cada vez que podían se enfrascaban en una pequeña orgía lésbica organizada en el departamento de una de ellas, otra mujer licenciada en administración de empresas y que le gustaba dejarse copular por su perro doberman, otro tipo, director de una fábrica, que se vestía de mujer y así salía un sábado por la noche a hacerse desear por otros hombres en alguna discoteca. A medida que veía aquellos videos, cambiaba de repugnancia a excitación y otra vez a repugnancia. Pero por sobre todas las cosas, tenía curiosidad por saber más. ¿Cómo sabés que toda esta gente rechazó mi currículo? Tengo una idea de adónde fueron a parar ejemplares de tu CV vía email.- me respondió Dick con seguridad mientras extraía de uno de los bolsillos internos de su traje, colgado en el espaldar de su asiento, su cigarrera de oro. ¿Cómo los encontraste? Mi trabajo de inteligencia implica conocer gente con detenimiento. En algún momento me tropecé con éstos- dijo señalando la pantalla con -
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el dedo- así que archivé lo más morboso de ellos en la computadora para mostrártelos. Lástima que no veo sus rostros- le dije. Por tu seguridad... Ya sé, ya sé. ¿Cómo los filmaste? Dick extrae de su cigarrera un cigarrillo Gauloises francés rubio y lo prende con su encendedor Dupont. La tecnología ayuda a miniaturizar los lentes hasta hacerlos invisibles a simple vista. No te puedo decir más. Ah. Al menos sabía que los videos eran con seguridad argentinos por las breves conversaciones (lo poco que se entendía), que alcanzaba a escuchar. Los datos eran insuficientes pero era consciente que de Dick no obtendría mayor información. Pero no estaba de más intentarlo. ¿Puedo llevarme en CD-ROM copia de los videos? No-me respondió Dick en un tono autoritario y que no daba lugar a réplicas. Bueh. Y eso era una pequeña muestra del mundo underground de la Argentina, un mundo oscuro que también poseen todos los demás países. Parece que los progresos en ciencia, tecnología y sobre todo ocio trajo consigo una gradual corrupción social. El mundo que uno ve a simple vista es casi como lo describía El manual del alumno bonaerense, que leía en la escuela primaria, con las actividades y personas que formando una amalgama, son un barrio, localidad, provincia y país, mientras que el mundo underground (subterráneo), es el mundo tras paredes y puertas que no se ve a simple vista y en la que el ser humano a veces da rienda suelta a sus bajos instintos amparándose en la privacidad de un reducto casual o su hogar. La masificación de los medios de comunicación e Internet permitieron que este submundo sea cada vez más notorio. Es algo así como una cloaca que luego de una fuerte tormenta se desborda y deja ver en la superficie toda la podredumbre fétida. Un ejemplo de ello son los homicidios que alcanzan notoriedad pública. Cuando se hace seguimiento de los mismos por la prensa se descubre que detrás del crimen hay a veces un trasfondo de corrupción y sexo bizarro. Y como el ser humano tiene cierta atracción por lo morboso, es que los medios le dan a esos casos amplia publicidad. Al fin y al cabo, hay que dar al público lo que quiere ¿no?. Como a mí me fascina la política exterior y a él también, discutimos también sobre la invasión a Irak por parte de Estados Unidos el 22 de Marzo de 2003. A pesar que el mundo entero le dijo que no lo haga, George W. Bush invadió igual, sólo porque le molestaba la existencia de Saddam Hussein, el entonces presidente de Irak. Estoy convencido que también fue en parte una acción demagógica para mostrar al pueblo estadounidense que aquél actúa frente al terrorismo por el ataque del 11 de Septiembre de 2001. Lo malo es que luego de la invasión y derrocamiento de Hussein, indirectamente las fuerzas estadounidenses implantaron el terrorismo en un país donde antes no existía, con Osama Bin Laden como gran beneficiario. Y el gobierno títere que sucedió al dictador iraquí, al igual que en Afganistán, apenas tiene poder fuera de la capital, Bagdad. Además, Bush invadió Irak con la excusa que almacenaba
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armas de destrucción masiva. Aún hoy el mundo se pregunta dónde están esas armas. Hay dos cosas que me gustaría preguntar algún día al pueblo estadounidense. 1) Los familiares de las víctimas de los atentados a las Torres Gemelas, ¿se sienten satisfechos y duermen tranquilos sabiendo que su gobierno vengó a cada víctima del atentado del 11 de Septiembre liquidando quizá unas 400 o 500 personas, la mayoría civiles, en ultramar?. Si algunos de ellos, para colmo reeligió al que hoy en día es el tipo más odiado del mundo (más odiado que Bin Laden inclusive), entonces quiere decir que sí, que estarían aprobando lo que la administración Bush hizo en Irak y Afganistán. 2) Para un habitante de un vecindario típico como el que se ve en Los Simpsons. Suponga que un buen día llegan a su barrio fuerzas militares de ocupación apoyados con tanques y helicópteros. Rodean completamente la zona en la que vive y en que Usted conoce a cada persona del vecindario ya que las ve todos los días, en la iglesia, en Halloween y en navidad. Luego, soldados armados hasta los dientes avanzan en grupos hasta la puerta de su casa, la tiran abajo de una patada y tomándole del cuello lo obligan a que salga al jardín delantero con las manos en la nuca, mientras los soldados no dejan de apuntarle con sus armas. A su esposa le ocurre exactamente lo mismo, y también sus niños deben tener las manos en alto a pesar de llorar aterrorizados por lo que ocurre. Por último, sin más ni más lo suben a un camión y se lo llevan a prisión para interrogatorio, junto con varios de sus vecinos y amigos. Y sus familiares no saben si los van a volver a ver o si Usted y otros acaban siendo trasladados a alguna prisión distante al otro lado del mundo, como Siberia o Guantánamo, Cuba. De paso, en la prisión le dicen que Usted es un terrorista y que no tiene derecho a nada, y en cambio, sus captores tienen derecho a torturarlo cuantas veces les dé la gana porque una ley de su presidente les autoriza a eso. ¿Cómo se sentiría Usted, vecino de un barrio de clase media de un suburbio típico de Estados Unidos, si eso le llegara a ocurrir?. Pues eso es lo que hacen sus fuerzas militares casi todos los días en Irak y Afganistán. ¿Ésa es la manera de implantar la libertad y la democracia en un país?. Los estadounidenses al parecer no leen historia. Cuando Grecia se expandió para convertirse en un imperio, los helenos consideraron que la democracia griega era lo mejor que podían ofrecer a sus nuevos dominios. Los romanos opinaron lo mismo sobre su sistema de gobierno al tener su propio imperio, y también Napoleón pensó que la Liberté, Egalité, Fraternité era lo mejor para Europa y por eso llevó adelante su plan de conquista. Y ahora Estados Unidos tienen ese pensamiento, buscan imponer su sistema en otros países por la fuerza y que luego estos pueblos ya sometidos consuman hamburguesas Mac Donald´s y Coca Cola, y usen celulares Motorola. Para Thomas Friedman, autor del libro The Lexus and The Olive Tree, (Tradición versus innovación) eso es lo mejor que le puede pasar al mundo, el American Style. Sr. Friedman, por favor, no me haga reír. El 2004 fue de alerta roja. Apenas pude moverme por mis propios medios luego de mi desgracia, Dick se contactó conmigo en Noviembre de 2004 vía e-mail para anunciar nuestra reunión en una plaza dentro del nuevo y altanero barrio de Puerto Madero. El 45 me dejaba a un kilómetro del lugar pero el 33 (ramal
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que sale de la parada del 45 en Remedios de Escalada), a unas pocas cuadras, así que tomé ese colectivo y bajé frente a la Facultad de Ingeniería, para luego caminar en dirección a la costa, hacia Puerto Madero. Una vez mi trabajo de mensajero me llevó por allí, y también algunos seminarios de informática así que estaba familiarizado con la zona y no tuve dificultades en llegar a la plaza en cuestión, que en realidad resultó ser el parque Micaela Bastidas. Allí me encontró Dick y juntos caminamos un poco contemplando césped, árboles y algunas personas que paseaban por allí. Como toda la gente en ese entonces y que me conocía, Dick estaba muy preocupado sobre mi estado de salud. Estuve reunido con él unas dos horas en aquel parque poniéndolo al día de todo lo sucedido. Él a pesar de llevar ropa deportiva, zapatillas y hasta un reproductor de mp3 con los auriculares rodeando su cuello (obviamente todo el conjunto de primera marca y lo mejor que el dinero podía comprar), pudo guardar en uno de los bolsillos de su pantalón deportivo una libreta de apuntes y un bolígrafo. Le conté con el mayor detalle posible todo lo que sabía sobre los asaltos que sufrí en el cyber y por sobre todas las cosas, el asalto a 50 metros de mi casa en que recibí 4 balazos y casi termino tocando el arpa. Le di descripciones, lugares, costumbres, métodos, en fin, todo lo que sabía. Dick tomó nota de todo eso en su libreta llenado página tras página con sus apuntes. Ambos sabíamos que con agarrar al chorro sólo se resuelve una parte del problema. Hay que encontrar también a todos sus cómplices para extirpar el tumor social por completo y que no vuelva a crecer. Nos sentamos juntos sobre el césped luego de nuestra caminata, respirando un poco y en silencio, escuchando el sonido de la naturaleza y más lejos, el ruido urbano de Buenos Aires. Como estaba sobre el pasto, vaciaba mi frasquito verde para escupir directamente arrojando su contenido a mi alrededor. Luego me hizo la pregunta que me hacía todo el mundo en aquel entonces. ¿Te resististe al tipo que te disparó? No. Cuando denunciaste los robos en tu cyber. ¿hiciste los identikits? Sí ¿Y? Nada. Los chorros siguen circulando por el barrio. Puede que tengan algún “trato”, con la comisaría 11 Pero entonces no entiendo porqué uno de ellos, en el tercer robo, me amenazó diciéndome que no haga la denuncia. Claro- Dick anota eso en su libreta.- Pero vos me dijiste que en el último robo, cuando salieron los de la brigada de tu local a dar una vuelta, los chorros aprovecharon para entrar y te afanaron otra vez. Como son del barrio posiblemente los chorros conozcan a los de la brigada. Esto se refuerza cuando ellos estuvieron estacionados con un Falcon blanco frente al cyber. Esos días todo estuvo muy tranquilo. Demasiada casualidad. Ajá. ¿Y pensás que el que te disparó es conocido de los chorros de Caballito? Cuando me robaron por tercera vez, también me advirtieron que sabían dónde vivía. Eso fue porque uno de ellos me vio en Lomas de Zamora a fines de Junio 2004. Pero si es así, francamente se
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tomaron muchas molestias en llevar una bicicleta de Capital Federal a Lanús, estudiar mis movimientos para por último robarme a metros de mi casa. Lo más probable es que el chorro de Lanús sea de una de las villas cerca de mi casa, pero igual no descarto nada. Posiblemente uno de esos chorros, el que te vio en Lomas, viva en realidad en la zona sur del Gran Buenos Aires y no en una de las casa tomadas de Caballito, que por ahí la usa sólo de aguantadero para salir a afanar por el barrio- reflexionó Dick, pensativo- así que él y su amiga hayan sido los que te interceptaron aquella madrugada. ¿Pudiste verlos? Sólo por unos segundos, pero no para memorizar su cara lo suficiente e identificarlo. Sin embargo... ¿Qué? Estoy seguro que bajo hipnosis puedo volver a aquel momento y verlo otra vez. Sobre esa premisa podría hacer un identikit.- exclamé entusiasmado. Dick pensó en lo que acaba de decirle por unos segundos, y luego su cabeza asentía, señal que yo tenía razón y que no había otra alternativa para resolver el caso. Es difícil, pero voy a hacer algunas llamadas y hablar con viejos amigos para ver si te consigo un buen hipnotizador- aseguró Dick. Bien. Aiello termina de tomar unas notas en su libreta y la cierra, guardando la misma y su bolígrafo otra vez en su bolsillo. Gira su cabeza y me mira fijamente. Te seré sincero. Yo vivo de trabajar en tareas de inteligencia para el sector privado y eso me consume casi todo mi tiempo. Apenas me queda para estar en mi departamento y cogerme a alguna veterana estirada e insatisfecha de mi barrio. Pero eso no quiere decir que no tenga contactos en las Fuerzas Armadas y en la Policía Federal y provincial de cualquier parte del país. Voy a ocuparme en ayudarte a hacer justicia y agarrar a ésos que te afanaron en tu cyber y sobre todo el que te disparó cerca de tu casa. Yo hago mis llamadas y averiguo acá y allá tratando de armar el rompecabezas, a ver si al final armamos un expediente lo suficientemente sólido para echarles el guante y paguen por lo que te hicieron. Gracias. Pero eso va a llevar mucho tiempo, estoy hablando de meses- me advirtió Dick- hay que infiltrar gente y que averigüe todo lo que se pueda sobre estos chorros y todos sus cómplices. Esto es como juntar pedacitos de papel hasta formar una hoja con un mensaje y leerlo. Pero quedate tranquilo, van a caer. Bueno. Por ahora lo inmediato va a ser que siempre, vayas a donde vayas, tengas al menos un policía de uniforme o civil cerca tuyo. Voy a mover los hilos para que tengas una discreta escolta, mientras camines, o viajes en cualquier medio de transporte o andes por tu barrio, en cualquier momento y lugar. Estés en el subte en hora pico o llegando a tu casa a las 2 de la mañana siempre vas a ver un
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policía o un patrullero cerca. Eso lo vas a tener por lapso indefinido.me aseguró Dick. Okey. Gracias. ¿Pero cómo va a saber la policía por dónde ando? Eso dejámelo a mí. Es metodología de inteligencia- me respondió Dick guiñándome un ojo. Bueno. ¿No sería ideal también que puedas interceptar sus comunicaciones telefónicas y de Internet?. Ellos son unos villeros que se quieren parecer al resto- le aseguré. Pero Dick reaccionó algo molesto ante mi sugerencia. Vos dejá los métodos de inteligencia a mí que yo sé qué hacer y cómo hacerlo. Vos ocuparte en recuperarte y volver a la normalidad. A partir de hoy andá tranquilo que siempre va a estar alguien cuidando tus espaldas. Yo me ocupo de todo. Si necesitás alguna droga especial que acá no se consiga avisame la próxima vez que nos veamos que yo te la consigo en el exterior y te la traigo. Del costo no te hagás problema. Gracias. Te considero ante todo un amigo que ahora está en desgracia y debo ayudarte. Nos vemos en dos semanas. Si necesitás hacerte estudios en una clínica privada y no lo podés pagar avisame cuando nos veamos que yo me ocupo de que te hagás todos los estudios que necesités sin cargo. Bueno. Dick se incorpora y yo hago lo propio. Bien. Es todo- me estrecha su mano- suerte. Cuidate mucho. Nos vemos en dos semanas. Yo te mando el mail. Okey. Nos separamos y mientras él cruza el parque en dirección norte yo voy por la calle Vera Peñaloza hasta salir de aquel barrio estirado y finalmente aparecer al costado de la Facultad de Ingeniería, cruzar la Avenida Paseo Colón y tomar el 33 de vuelta a Lanús. Lo de los estudios clínicos estuvo, digamos, desfasado en el tiempo. En Noviembre de 2004 estaba abocado en aumentar de peso y mis relaciones con la doctora T. eran relativamente normales. El momento de hacerme estudios privados y escuchar segundas opiniones de médicos especialistas era entre Enero y Febrero de 2005, cuando la galena rubia tomó la decisión de postergar mi operación para Marzo sin más ni más, así ella y sus colegas disfrutaban tranquilamente de sus vacaciones. El problema fue que durante ese período no vi a Dick para confiarle mi necesidad de buscar discretamente una segunda opinión en base a estudios clínicos precisos y tratar de dilucidar si la decisión de la doctora T. tenía fundamento o sencillamente fue una decisión egoísta, como cualquier medida tomada con cualquier paciente sumiso en el pasado o presente y no dándole éste oposición. Fue una época en que parecía que la galena rubia tenía toda la suerte del mundo y yo toda la mala suerte, y éste fue uno de los aspectos que por desfase no pude usar para volcar las cosas de alguna manera a mi favor. También noté a partir de finales de 2004 la medida más notoria de Dick. A partir de entonces pude notar la presencia policial en todas partes adonde iba. Sea que estuviera en un colectivo lleno de gente yendo a su trabajo,
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caminando por la Avenida 25 de Mayo en Lanús, viajando en el último subte de las 10 de la noche o sentado en alguna plaza de Capital o Gran Buenos Aires, siempre estaba cerca de mí algún policía o un patrullero. El hecho de tener un “ángel de la guarda” esté donde esté, en cualquier momento y lugar, es un estado de cosas que se mantiene hasta el día de hoy. Gracias a Dios... y a Dick. Con él nos volvimos a ver a principios de Diciembre, esta vez en Plaza Lavalle, en pleno centro de Buenos Aires y cerca del obelisco. Otra vez me preguntó como estaba y cómo evolucionaba. Yo le detallé todo mi caso y mi situación en el hospital de Lanús, las idas y venidas y el tratamiento de nutrición que debía hacer en ese entonces con la nutricionista croata para subir de peso. Le confié a Dick que me hubiese gustado volver a comer y beber normalmente justo para las navidades, pero como transcurrían los acontecimientos, eso era imposible. Dick me dio una palmadas en la espalda diciéndome que tomara las cosas con calma. Yo lancé un resoplido. De todas maneras no podía hacer otra cosa. Mi cuerpo no respondía, todo era cuestión de subir 5 kilos más con líquidos, por todos los diablos. Aprovechó el encuentro para comunicarme que sus investigaciones avanzaban lentamente, pero con seguridad. Recién la cosa estaba en embrión, pero en unos meses me prometía tener alguna novedad. Vení, vamos,-me invita. ¿Adónde? Vamos, vamos, es una sorpresa-me insiste Dick con una sonrisa. Estacionado sobre la calle Tucumán Dick tenía su Isuzu Trooper color verde oliva militar. Subimos al vehículo y él con gran agilidad de desliza a través del tránsito en dirección al barrio de Once. Como acostumbraba hacer en aquel entonces, de cuando en cuando debía bajar la ventanilla y dejar escapar un poco del frescor producido por el aire acondicionado en el habitáculo para vaciar mi frasquito verde de saliva. Me gustaba lo silenciosa y suave que era aquella 4 x 4 de origen japonés, así que me acomodé lo mejor posible en mi asiento y me dejé llevar escuchando el susurro del aire frío que me aislaba del clima cálido del exterior, a la vez que escuchaba por los altavoces del vehículo Nessun Dorma!, de Puccini No sabía que te gustaba la ópera-comenté Dick me responde sin dejar de ver el camino delante suyo. Me gusta la música clásica y la ópera. Tengo una buena colección de discos en mi casa. Ah. Pero Dick a la vez percibió mi estado de quietud en que me encontraba. Vos necesitás un vehículo de éstos- me sugiere con una sonrisa. Me gustaría, pero si ando con esta 4 x 4 por Lanús me la afanan enseguida, o peor, me secuestran- le contesté con un tono de desilusión. Claro. Una vez que llegamos a la Avenida Pueyrredón, ya en el barrio de Once, Dick gira en la primera calle que le permite doblar a la derecha para enfilar hacia Palermo. Aún estaba intrigado de adónde me estaba llevando, pero en ese momento estaba con pocas ganas de hacer preguntas. Estaba cómodo, fresco gracias al aire acondicionado, paseando por Buenos Aires como no lo hacía
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desde antes que me balearan y a su vez escuchando buena música como Laudate Dominum, de Mozart, en aquellos precisos instantes en que enfilábamos al estirado Palermo, así que todos estos factores actuaban como una poderosa droga que en mí causaba un efecto sedante. Cuando Llegamos a Palermo, Dick atraviesa el barrio y llega hasta Avenida del Libertador, luego dobla a la izquierda en dirección norte hasta el estadio de River, hace un giro y finalmente se detiene frente a las instalaciones del Tiro Federal Argentino. Ingresa y el hombre que habita la caseta de entrada y mueve la barrera lo deja pasar, saludándolo con una venia. No me sorprendía aquello. Dick estaciona junto con otros autos en un espacio con superficie de grava y tierra y finalmente descendemos para caminar hacia el edificio del Tiro Federal. Una vez que ingresamos allí, Dick muestra sus credenciales y a alguien que le franquea la entrada le escucho decir: Adelante, coronel, buenos días. La primera vez que escuché que a Dick le llamaban coronel fue hace ya muchos años, en Bolivia, y ahora lo volvía a escuchar. Yo en varios de nuestros encuentros me atreví también a llamarlo coronel, pero Dick no se inmutaba, como si no le hubiese dicho nada. Y ahora pasaba lo mismo. No se daba por aludido ante aquel saludo. Llegamos a un sector de casilleros. Dick abre uno de ellos y extrae un bolso deportivo color negro, lo cierra y me hace una seña para que lo siga. Finalmente aparecimos en el polígono de tiro. Nos acomodamos en un compartimiento individual, franqueado solo por paredes divisorias a los lados. Era uno de varios ubicados lado a lado, algunos ocupados por otros tiradores que disparaban a blancos delante de ellos, en línea recta a una distancia de más de 20 metros. Dick dejó el bolso en el piso, lo abrió y de él extrajo un arma clásica y algo anticuada para el siglo XXI: una Browning automática calibre 9 mm., tipo Colt 1911, de fabricación nacional y que aún sigue siendo la pistola de norma para las Fuerzas Armadas y de seguridad en Argentina. De una manera muy profesional, Dick la revisa, le introduce el cargador, tira del percutor y se para abriendo las piernas y estirando su brazo derecho con la pistola en su extremo como si todo el conjunto formara una sola pieza de su cuerpo. Se toma unos segundos para apuntar bien, como si estuviese en medio de una competición olímpica. Dispara hacia un blanco clásico de anillos concéntricos. Las detonaciones me parecían ruidosas, pero no desconocidas. Tanto para mí como para muchos ciudadanos en Argentina, los disparos de armas de fuego no son extraños, consecuencia de la inseguridad imperante. Después de vaciar el cargador, Dick hace traer el blanco hacia él y una vez que lo tiene en sus manos lo estudia con satisfacción. Todos los tiros fueron al centro, incluso unos disparos fueron encima de otros formando agujeros enormes. Definitivamente se merecía la medalla de oro. Luego, se inclina hacia su bolso para extraer otro cargador y hace el cambio del cargador vacío por otro con munición de su pistola. Vuelve a tirar del percutor y me mira con atención. ¿Viste cómo lo hice? Más o menos- le respondí, dudoso. Bien, acercate que te enseño. Me ubico en el cubículo y frente a mí, había un blanco nuevo que había reemplazado al anterior perforado por Dick. Éste se ubica detrás de mí. Me
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ayuda a colocarme los anteojos protectores encima de mis gafas y los audifonos en mis oídos, con uno de ellos desplazado levemente de mi oreja derecha para así escuchar instrucciones. Separá las piernas, erguido el cuerpo. La pierna derecha un poco más delante de la izquierda. Eso hago. Tenés que sentir el arma y familiarizarte con ella. Miro la Browning en mi mano derecha. Era algo pesada y quizá grande para que yo pueda manejarla con comodidad. Sigo escuchando indicaciones de Dick en mi oído libre. El arma tiene que formar una sola pieza con tu brazo. Como nunca usaste una, te aconsejo que la tomes con ambas manos. La derecha debe empuñar la pistola, la izquierda, sostener y absorber parte del retroceso del arma para que no sea tu mano derecha la que reciba todo el empujón y termines con el brazo derecho lesionado. Bien. Tenés que concentrarte en el blanco. Tenés que crear una línea imaginaria desde tu brazo, pasando por el cañón, la mira y de ahí hasta el centro del blanco. Si no lográs dar en el centro no importa, seguí usando tu línea imaginaria para corregir y apuntar cada vez mejor hasta que lo hagás bien. Okey.- reconozco que estaba un poco nervioso en aquel momento. Dispará un tiro, luego mirá adónde fue a parar y ajustá la trayectoria de disparo, volvé a tirar y así hasta dar en el centro. ¿Listo?. Listo. Dick me ajusta los auriculares y retrocede un paso. ¡Dispará! Hago fuego. Siento la detonación y el retroceso del arma. Como en ese entonces tenía apenas unos 57 Kilos, aquel disparo lo sentí en ambos brazos y en el resto de mi cuerpo hasta la cintura. Hago un esfuerzo por mirar por los anteojos protectores el blanco, más adelante. Al parecer, el tiro fue a parar muy arriba, casi fuera de la superficie del blanco. Dick mueve mi auricular derecho y me dice al oído. Aprendé y corregí la trayectoria. Asentí, esta vez bajo levemente el arma y vuelvo a apuntar. Después de disparar, descubro que sorprendentemente el tiro fue esta vez abajo, muy lejos del centro. Mantené la calma y tomate tu tiempo.- me sugiere Dick. Le hice caso y disparé el resto de la ronda de munición con mucha calma, dándome a mí mismo el tiempo para concentrarme y hacer correcciones tiro tras tiro. Finalmente, cuando vacié el cargador y viene a mí el blanco, lo estudio y veo que casi todos fueron alrededor y sólo uno se acercó al centro. Dick me da unas palmadas en mi espalda. Nada mal para un principiante- me dice con una sonrisa. Sí, pero para mí es mejor un arma más liviana que ésta. Pero sirve ahora para practicar. ¿No tenés una Glock?- pregunté. Tengo a la mejor de las Glock.
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Dick toma la Browning de mi mano y vuelve a inclinarse frente a su bolso. Guarda el arma y en cambio extrae una Glock 18 C, de fabricación austríaca. Un arma demasiado poderosa para ser usada en el ambiente urbano. De acuerdo con lo que pude averiguar después, es una pistola común y corriente, pero moviendo una palanquita al costado del arma se convierte en una ametralladora capaz de disparar 700 balas por minuto. Calibre 9 mm. Parabellum, lleva un cartucho de 30 balas que sobresale bastante de la empuñadura, con lo cual no se puede llevar como cualquier pistola en el sobaco, pero no hay problema si se lleva en la cintura. Para poseer tal tipo de arma se necesita una autorización especial del Ministerio de Defensa, pero Dick no creo que tenga ese problema. Éste se incorpora y se dibuja en sus labios una sonrisa diabólica, contemplando aquella arma. Esto lo compré en uno de mis viajes. Vas a ver lo que es capaz de hacer. Cambiamos de posiciones y Dick se ubica con la pistola ametralladora frente a un nuevo blanco. Adopta una postura de arquero con su mano izquierda apoyada en su cadera y dispara. Las ráfagas hacen pedazos el blanco, reduciéndolo casi a confeti. Era realmente impresionante aquel poder de fuego en una sola mano. Aquello llamó la atención de los otros tiradores que se acercaron a nosotros, algunos de ellos con los auriculares y anteojos protectores puestos. Dick, mientras tanto, estaba eufórico. Vuelve a cargar el arma y me pasa rápidamente auriculares y protector. Tirá, tirá, no olvidés lo que te enseñé. Okey. Frente a un nuevo blanco, apunto y disparo. Las ráfagas me provocan temblores que cruzan todo mi cuerpo. Necesitaba un mejor físico para disparar esa arma. En mis condiciones era muy costoso y de gran esfuerzo. Sin embargo, con un arma así, casi no era necesario tener buena puntería. Aquellos disparos eran devastadores y destruían el blanco, así que no había forma de saber con exactitud la ubicación de los impactos. No quería ni pensar lo que haría con un cuerpo humano tal poder de fuego. Vacío el cargador y le devuelvo el arma a Dick, que me mira exultante. ¿Qué te parece? Es un arma tremenda. Decile al que te disparó que te vuelva a afanar y yo te doy esta pistola ametralladora. Después que le disparés ni su madre lo va a poder reconocer. Ya veo. Dick toma su arma, mirándola como un trofeo de campeonato, a la vez que la gente a nuestro alrededor le pregunta de dónde la consiguió, cuánto le costó, cuál es su alcance y rango de disparo, el calibre, el tipo de munición, si era parabellum... Dick contestaba a las preguntas despacio y como todo un experto. Yo mientras tanto, contemplé mi camisa. Al disparar no pude utilizar mi frasquito verde para escupir, así que tuve que tragar normalmente la saliva y ésta salió por el agujero “made by doctora T”, corriendo por mi cuerpo, mojando mi camisa y la cintura de mi pantalón. Afortunadamente era verano y aquello podía
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confundirse como sudor y a su vez sabía que el calor imperante secaría mi ropa rápidamente. Dick guarda el bolso deportivo negro con las armas en su casillero y salimos de allí. Volvemos a subir al Isuzu Trooper y salimos a la Avenida del Libertador. Esta vez por los altavoces del vehículo escucho la Sinfonía No. 9 Coral, de Beethoven. Muy adecuado para el momento. Dick sonreía por haber causado semejante impresión en el polígono de tiro. ¿Dónde te dejo? En Retiro, de ahí tomo el 45 y vos vas en línea recta a casa, supongo. Okey. ¿Qué te pareció? ¿Porqué hiciste eso? Supuse que después de lo que te pasó, tendrías cierto trauma por las armas de fuego. Mi intención era quitarte el temor por las armas y a su vez darte seguridad, demostrándote que vos también podés tener capacidad de defenderte de los chorros hijos de puta que te robaron. ¿hice mal?. No, te agradezco- contesté asintiendo.-Igual no tengo permiso para portar armas. ¿Y qué?. Los chorros tampoco. No me entendés, posiblemente ésta sea la primera y última vez que dispare con un arma. No tengo presupuesto para comprar una pistola ni tampoco para sacar el permiso. Y ahora tengo otras prioridades- le aclaré a Dick mirándolo con fijeza. Dick se detiene ante un semáforo en rojo y me mira seriamente, sin soltar sus manos del volante. Igual es un comienzo. La policía no va a agarrar a los delincuentes, sino yo. Y en caso de urgencia en la que tu propia vida o la de otro esté en tus manos, puede que lo que aprendiste en el Tiro Federal te sea útil y puedas vivir para contarlo, o salvar una vida. Entiendo- convine. Además, nunca se sabe lo que nos depara el futuro así que nunca digas nunca. No respondí. Preferí volver a disfrutar del viaje por la Avenida del Libertador hasta Retiro mientras escuchaba la Pasión según San Mateo, de Bach. Cuando teníamos el Hotel Sheraton a la vista que se encuentra frente a la estación de tren de Retiro, me explicó sobre las nuevas medidas de comunicación de emergencia. En caso de urgencia extrema, podía llamar a un número de teléfono celular (cuyo número cambiaba sorpresivamente, notificándome tal cambio de antemano por e-mail), comunicando mi problema. Recibido el mensaje, se activaba una cadena de unas 5 personas que se pasaban el mensaje rápidamente unos a otros, ya sea por e-mail, por teléfono, por un chat, o incluso personalmente. También se contemplaba dar el aviso en clave usando un equipo de radioaficionado. Según los cálculos, en un máximo de 2 horas Dick quedaría notificado de mi urgencia y movería hombres y elementos según la situación. En caso de que yo no estuviera en condiciones de dar el aviso y como yo cuento con una discreta escolta, éstas están capacitadas para dar la alarma por el circuito radioeléctrico y de allí Dick se enteraría de los acontecimientos para entrar en acción. Y también, Dick me pidió autorización
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para interceptar mis comunicaciones, y yo le di esa autorización sin vacilar. Días después le entregaría vía e-mail encriptado todos mis códigos de acceso para que en caso que mis comunicaciones se detuvieran súbitamente Dick pueda descubrirlo rápido y averiguar lo que pasa. Dick me dejó frente a la Plaza San Martín y allí nos despedimos, deseándonos mutuamente felices fiestas. Aquellas navidades sería atípicas para mí, sin poder brindar con sidra ni comer pan dulce. Pero nuestro mejor encuentro fue el último día de año 2005. Quedamos en vernos más o menos a las 13:30 en Plaza San Martín, en una jornada soleada y muy calurosa. Tomé el 45 semirápido cerca de mi casa a las 12:00. Teóricamente el viaje desde Lanús hasta Retiro demora una hora, quizás un poco menos, con el servicio semirápido que va por la avenida Pavón derecho desde Lanús hasta el Puente Pueyrredón que cruza el Riachuelo y empalma con la autopista 9 de Julio hasta Constitución, avanza derecho por Bernardo de Irigoyen hasta Hipólito Yrigoyen para adentrarse en el microcentro y salir finalmente a la Plaza San Martín y a Retiro. El problema es el creciente tránsito, consecuencia del exponencial incremento del parque automotor argentino en los últimos años que provoca congestionamientos de tráfico a casi cualquier hora, con los picos a la mañana temprano (de entrada a la capital), y a última hora de la tarde (de salida). Así que previendo la eventualidad, decidí tener un margen de media hora en caso de que el colectivo avance a paso de hombre una vez que llegue al centro de la ciudad. Afortunadamente llegué al costado del edificio Kavanagh puntualmente a las 13:00 horas y de allí caminé despacio hacia la Plaza San Martín. El calor daba la sensación de que todo estaba ardiendo: los vehículos, los edificios, el asfalto, la gente... Luego de ascender por unos peldaños de cemento algo erosionados por el tiempo llego a la superficie de la plaza y camino hacia una banca desocupada, con vista al Hotel Marriott (o como diablos se llame ese hotel que antes tenía como nombre Plaza) y el comienzo de la peatonal calle Florida. Una vez que me siento pasa por allí casualmente un vendedor ambulante de gaseosas y le compro una botella plástica de Coca Cola de 600 c.c. fría. Debido al calor, tomo un buen sorbo bebiéndolo directamente de su boca. Ah. La pausa que refresca, pensé. Supuse que quizás Dick me haría esperar así que llevé para leer y pasar el tiempo el libro Cazador de Espías, de Peter Wright. Además, tenía en mis manos una gruesa carpeta con información recopilada aquel año sobre tecnología informática. Desde que comencé a asistir a eventos de computación de las principales empresas del mundo en 2000, tuve la esperanza de usar esos datos para encontrar un empleo, al menos, mediadamente decente, pero a la fecha no conseguí nada. Le comenté a Dick esto y él se mostró muy interesado en recibir esa información. En realidad no consigo nada Top Secret, sino lo que está accesible al público común. Las carpetas contenían por lo generall folletería y alguno que otro CD-ROM con software nuevo de algún fabricante. Ya que no puedo utilizar todo ese nuevo caudal de información para conseguir un buen trabajo pues... que lo aproveche Dick para sus fines. Entre sorbo y sorbo de Coca Cola, leo con tranquilidad, disfrutando mi encuentro con aquella Plaza tan agradable, que para mí es como una bisagra entre el microcentro y el comienzo de la zona sniffer de la capital. Apacible, con
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arbóles frondosos que dan cobijo y sombra, un pequeño parque para niños con arenero y el monumento a los caídos en la Guerra de Malvinas, que mira hacia la plaza Fuerza Aérea Argentina (ex plaza británica), y que cuenta con un mástil en cuyo extremo flamea una enorme bandera argentina y una guardia que se rota entre las tres fuerzas. También la plaza cuenta con un prado en declive, encima del monumento a Malvinas y que la gente lo usa para echarse sobre el césped y reposar un rato. Siempre me gustó la Plaza San Martín así que aprobaba que Dick eligiera aquel sitio como punto de encuentro. Siempre sospeché que antes que nos viéramos Dick haría un reconocimiento de la Plaza y alrededores, en busca de gente “conocida” que no tendría que estar por allí. Precauciones propias de su oficio. Pero a pesar de eso, a las 13:30 estaba sentándose a mi lado, vestido con un pantalón sport y saco de verano color beige claro, camisa blanca con una corbata también blanca y mocasines italianos marrón claro. Llevaba consigo un maletín de cuero marrón. A pesar que mi camisa con delgadas rayas blancas y grises desabotonado en la parte superior, pantalón de verano negro y zapatos del mismo color con suela de goma me daba una apariencia conservadora y elegante, igual me sentía como un plebeyo ante la presencia de Dick y su fina y bien planchada indumentaria que irradiaba opulencia. Me sorprendió sobre todo su cabello. Era rubio y cortado al rape, y por primera vez lo veía con una barba bien cortada, también rubia. Increíble. Parece que nunca voy a llegar a conocer el verdadero rostro de este hombre. Se quita sus anteojos Ray Ban y los guarda en uno de los bolsillos internos de su saco. ¿Cómo estás? Bien. ¿Viniste por la línea Cambrai? Era otro de los métodos de inteligencia básica que me había enseñado Dick. A cada línea de los subterraneos de Buenos Aires le puso un nombre, relacionado directamente con la letra que identifica a cada línea. Así, la línea A era Aegis, la línea B, Bond (este nombre lo sugerí yo porque las formaciones japonesas compradas de segunda mano en 1998 y que circulan en la línea B son ídenticos al vagón que se ve en la pelicula de James Bond de 1967 Sólo se vive dos veces, así que no quiero ni pensar el tiempo de uso de esos vagones), la linea C era la línea Cambrai, la línea D, Dédalo, la E,Eolo, y la H, Hades. Por lo tanto, podía enviar un mensaje de texto por el celular, por ejemplo, con el mensaje “voy por Cambrai y doblo por Dédalo”, y nadie tendría idea de qué significaba ese mensaje. Vine con el 45. Dick asintió. ¿Cómo anda tu laburo? Sigo con el cyber los fines de semana y trabajo en una empresa que vende Software de gestión. Lo maneja un ingeniero, o algo así. ¿Cómo se llama? Le doy el nombre. Dick se lleva la mano derecha la mentón, pensativo. ¿Es comunista? Sí, ¿cómo sabés? Me suena el nombre. Estoy seguro de haberlo leído en algún lado.
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Cambia su postura pensativa y me mira con interés. Aprovecho para entregarle la carpeta con información sobre tecnología informática de punta. Dick me lo agradece y guarda ésta en su maletín. ¿Te recuperaste del todo? Más o menos. Aún tengo las balas y las cicatrices. ¿No te pudieron sacar las balas?. ¿Porqué?. A esas alturas ya estaba acostumbrado a escuchar ese interrogante una y otra vez. Aunque supuse que Dick estaba empapado sobre el tema, así que me sorprendió un poco esa pregunta viniendo de él. Excepto la de la pierna derecha, todas las demás quedaron muy profundamente en mi cuerpo. Me tienen que cortar como una milanesa para llegar a las balas y extraerlas, y después de la operación posiblemente quede en muy malas condiciones así que por ahora es mejor dejarlas ahí. ¿De qué calibre son las balas? 22. Siempre dicen que esas balas corren por el cuerpo- me asegura Dick con cierta aprensión en su voz. Sólo sé que se quedan en su sitio y no se mueven, se encapsulan con una capa de grasa y ahí quedan- le respondo con seguridad. Ah. Igual tengo pensado sacarme una radiografía por año del tórax para monitorear la ubicación de los proyectiles. ¿Y las cicatrices? Esa pregunta descargó cierta irritación en mí. Los cirujanos plásticos de ese hospital son unos inútiles inoperantes, Dick. Cada vez que voy no se comprometen a operarme y borrarme las cicatrices y en cambio me salen con eso que debo ponerme parches de silicona y crema cicatrizante. No es que no pueden hacerlo. No quieren. A mí me parece que todo se reduce a una cuestión de dinero. Si voy a un cirujano plástico privado y le llevo una valija llena de billetes, estoy seguro que no solamente me borra todas las cicatrices sino que de yapa me cambia la cara para parecerme a Brad Pitt. Dick se reía de buena gana ante mi idea de ir a un cirujano plástico privado. Pero yo no había terminado. Además, como soy una persona solidaria, estaría cumpliendo con una obra de bien. Dick me miró con extrañeza. ¿Por qué? Porque con el dinero cumplo con el deber solidario de ayudar a uno de esos hijos de puta plásticos privados a que puedan cambiar su 4 x 4, cumplir con su sueño de viajar por el Caribe o comprarse una casa en un country “cheto”. Dick se reía a boca floja. Claro, claro, tenés razón Hay que ayudar a los más necesitados. ¿Cómo anda tu doctora T.?
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Ni idea. Supongo que seguirá en lo suyo- respondí encogiéndome de hombros. Dick extrae de su maletín un legajo de cartulina roja con el membrete “SECRETO” y me lo entrega. Mirá esto. Abro el legajo e inmediatamente veo en la primera página lo que parece ser un currículo vitae con una fotografía tamaño carnet en su encabezado. Le paso la yema de mis dedos y descubro que esa foto estaba impresa en el papel. Comienzo a leer: “Nombre y Apellido:” “Lugar y fecha de nacimiento:” “Edad:” “Domicilio:” “Teléfono/Celular:” “Estado Civil:” “Parientes:” Esto era muy interesante. ¿De dónde lo sacaste? Eso no te lo puedo decir. Ni modo. Volteo la primera página y sigo leyendo: “Estudios Primarios/Secundarios:” “Universidad de...” Me pregunto qué le habrá decidido a estudiar medicina. Todavía no pude averiguar eso- me respondió Dick, acomodándose mejor en la banca y mirando hacia arriba, contemplando las copas de los árboles. “Egresado de medicina en el año... especialidad en cirugía.” “Residencia en el hospital...” “Ejerce su profesión en el hospital... a partir del año...” Era muy interesante lo que leía. La vida completa de una persona en pocas páginas. “Actualmente trabaja en el hospital en cirugía, ascendiendo normalmente de posición de acuerdo a méritos y...” Más abajo leo un punto fascinante. “Perfil psicológico.” ¿Cómo averiguaste cómo le funciona la cabeza a esta persona? Ya que dije que no te lo puedo decir- insistió Dick, absorto en mirar hacia arriba. Lo poco que memoricé fue más o menos así: “Buen carácter, aunque a veces tiene mal genio... con ambiciones propias de su profesión, en su psiquis se acumula años de trabajar bajo presión y en situaciones límite, que a su vez queda reflejado en su organismo y apariencia exterior...” ¡Vaya!- pensé. Pero había algo más. “Tiene ambición de ascender de puesto hacia nuevos niveles jerárquicos y considera que estando en un alto cargo puede hacer cambios sustanciales en el hospital en el que trabaja. Sin embargo, es consciente que la política ejerce influencia y tiene su importancia -
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en decisiones institucionales y que debe también tomar cierto control de ello para impulsar cambios positivos.” Qué interesante, pero qué interesante. Volteo la página y leo el encabezado “perfil médico”.¿Y esto? “La documentación existente muestra que tiene un recórd casi perfecto de operaciones exitosas” Eso era imposible. Ningún cirujano del mundo tiene un recórd perfecto de operaciones. Siempre se les muere uno o varios pacientes en la mesa de operaciones por errores intencionados o accidentales que no supieron resolver a tiempo y un ser humano vivo se les escapó de las manos. Esto está mal- le hice notar a Dick- nadie tiene un récord perfecto en cirugía. Dick mira el punto del legajo que le señalo con el dedo. Tenés razón. Pero las conjeturas que tenemos son vagas y con escasa base. Sospechamos que los errores fueron “tapados”, haciendo desaparecer la documentación incriminatoria de la Historia Clínica del paciente, o existe quizá una cierta complicidad entre los médicos de cubrirse entre sí en caso de mala praxis con consecuencias fatales. Puede que entre ellos exista la norma “hoy vos me cubrís a mí, y yo mañana te cubro a vos”. De repente me acordé de aquella placa en que aparecía la sonda nasogástrica que me había colocado Marcelo en Octubre de 2004 y que su extremo, en lugar de acabar en mi estómago pasó por la fístula que tenía en mi cuello y fue a mi pulmón derecho con peligro latente de provocar lesiones. Por suerte fue quitada a tiempo porque si por esa sonda hubiese circulado alimentación líquida, las consecuencias para mí hubiesen sido catastróficas. Esa placa de rayos X desapareció misteriosamente en una reunión de Ateneo. Empiezo a sospechar que todo es posible. Los médicos saben perfectamente sobre el incremento de los juicios por mala praxis- continuó Dick-así que todo método para cubrirse en caso de apuro sirve. Es raro el legajo de un cirujano importante que tenga constancia de errores, salvo que haya un juicio de por medio por algo lo suficientemente grave que no haya forma de cubrirlo con la tapa más grande del mundo, así que casi por inercia ese error termina en su expediente. Si no queda estampado eso, llamaría mucho la atención. ¿entendés? Entiendo. Pero como te dije, lo que tenemos son conjeturas. Llevaría tiempo desenredar y averiguar con detenimiento el trasfondo de todo. Ajá. Faltaba algo en aquel legajo. ¿Su vida sexual? ¿Eh? Su vida sexual. ¿Para qué?-me preguntó Dick frunciendo el ceño. Es sencillo. Está comprobado que la vida sexual de una persona ejerce influencia en su comportamiento de su vida cotidiana y con sus semejantes. Si coge bien, quiere decir que es una persona con la
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que se puede tratar sin problemas, pero si el sexo es un eslabón perdido, es irritante y difícil de tratar. Tenés razón- convino Dick- te lo averiguo. Bien. Me interesaría saber eso y si tiene, o tuvo, uno o varios amantes. Okey. Cierro el legajo y se lo devuelvo. Pero entonces caí en la cuenta que posiblemente no se puede tener ni estudiar el legajo profesional de una persona, en este caso de alguien que conocía del hospital. ¿Esto es legal?. Che, ¿tener una copia de un expediente es legal?- pregunté a Dick con alarma. Dick agita el legajo y me responde con seguridad. Esto es una recopilación de datos obtenidos aquí y allá, no una fotocopia de un legajo, así que quedate tranquilo. Destruilo- sugerí- después los datos que te pedí me lo podés decir verbalmente. Lo destruyo, no te preocupes. Yo por lo pronto olvidaría del nombre que vi en aquel expediente. Dick guarda el legajo en su maletín y lo cierra, colocando éste sobre su regazo. De un bolsillo interno de su saco extrae su cigarrera y su encendedor Dupont. Se lleva a los labios un Gauloises (siempre me olvido de preguntarle porqué le gustan los cigarrillos franceses), lo enciende y le da una suave pitada. El humo resultante sale por partes iguales por sus fosas nasales y su boca. Guarda cigarrera y encendedor de oro de vuelta en el bolsillo de su saco y queda un rato pensativo. Finalmente habla con calma, como un maestro dando máximas de sabiduría a un discípulo. Tienen fiestitas interesantes, tus médicos ¿Eh? ¿Sabías que todos los años los médicos de tu hospital hacen una fiestita en hemoterapia, con motivo de la promoción de residentes? No lo sabía.- contesté con sinceridad-¿y? Dick le da otra pitada a su cigarrillo. En la inmediata posguerra en Alemania, los billetes Reichsmarks de Hitler no valían nada, así que los alemanes usaban como moneda los cigarrillos, e incluso había un valor determinado según el tipo. Un Camel americano valía el doble que un Gauloises francés. Supongo que los alemanes consideraban que los cigarrillos estadounidenses eran mejores o por cuestiones de rivalidad francoalemana. Por es un punto importante en la historia de esos cigarrillos franceses que le gustaban a Dick. Pero ése no era el asunto que estábamos tratando. Corre el alcohol y la cerveza que da miedo- continúa Dick, mirando con atención el cilindro de su cigarrillo en posición vertical. ¿Ah, si? Siempre es bueno para gente que trabaja en un laburo tan jodido como el de médico de un hospital público tener una válvula de escape, pero el año pasado se les fué la mano. ¿Porqué?.¿Qué pasó?- lo miré, intrigado. Una médica tomó tanto y quedó tan borracha que varios de sus colegas aprovecharon para cogérsela. ¿A quién?.
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Me dio el nombre. Quedé estupefacto. QUEEEEEEEEEEEE!!! Esa misma. ¡Pero cada vez que se cruzaba conmigo se daba ínfulas de señora respetable!- exclamé Las apariencias engañan, ya te lo mostré- me respondió Dick, siempre con calma- y ahora que me hiciste acordar, te voy a mostrar algo, después. No puedo creerlo- agregué mirando un punto en el piso delante de mí. ¿Y esto cuándo pasó? No tengo la fecha exacta, pero fue más o menos entre la primera y segunda reunión que tuvimos el año pasado. A ver: finales de Noviembre y principios de Diciembre de 2004. En la época que trataba de recuperar peso y el momento en que la galena rubia me enviaba con la nutricionista croata. Pero te reitero que no tengo una fecha exacta. Lo que sí es seguro es que fue a fin del año pasado. Esas fiestitas no se hacen a mitad de año ni al principio cuando todos se van de vacaciones. ¿Y cómo hicieron para garchársela? Hemoterapia es una sala con muchos recovecos- me aseguró Dick.¿La conocés?. No, pero mi familia pasó por ahí para donar sangre necesaria para mi esofagostoma. Tendría que preguntarle a ellos. Preguntá. Tiene compartimientos y rincones aptos para llevar a alguien y coger un poco. Camillas no faltan- exclama Dick con una sonrisa y dándole otra pitada a su cigarrillo francés. Me puse rápidamente a pensar. La gente tiene un subconsciente que a veces actúa como defensa cuando el consciente no funciona por, digamos, efectos del alcohol. Hay casos de personas que tienen rígidos principios y éstos son difícilmente volteados bajo los efectos de la bebida. Puede hablar incoherencias y andar errático, pero si a una persona así se la lleva a la cama para sexo, muchas veces su subconsciente actúa para resistir, en el caso de una mujer, o quizás dejarse llevar, en el caso de un hombre, aunque todo esto es teoría. Posiblemente esta mujer tenía deseos sexuales reprimidos que dio rienda suelta estando ebria y por eso dejó que le bajaran la bombacha y la penetraran. Mirá vos los medicuchos. ¿Tenés más detalles? Por ahora eso es todo.- me respondió Dick dando un soplido con humo de tabaco. ¿Esta información está confirmada? Es un rumor. Todavía no tengo datos para respaldar lo que te dije y que tenga confirmación. Me pregunto cómo habrá amanecido esta mujer en cuestión, con o sin bombacha, y si ésta estaba al derecho o al revés y todo eso. Y por sobre todas las cosas, si se dio cuenta de lo que le pasó.-dije pensando en voz alta. Dame tiempo para que te averigue todo eso. De repente se me ocurrió una idea.
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Le voy a preguntar sobre esto a mi servicio de inteligencia. ¿Todavía tenés a gente del personal no médico del hospital de Lanús pasándote información?- preguntó Dick levantando las cejas. No. Eso está casi desactivado, pero puedo saludarlos con motivo del año nuevo y de paso indagar sobre esto a ver qué saben. Bueno, me parece bien. Pero igual me interesa este chisme, es bueno. Averiguá si esta mujer tuvo o tiene uno o varios amantes, con quién o quiénes coge o cogió, y todo eso. Dick toma su libreta de apuntes y anota todo. Luego la guarda otra vez en un bolsillo de su saco. Okey. ¿Para qué querés esa información? Para nada. Me entero, me río y después me olvido de todo.¿Entendés? Claro.-Dick arroja la colilla de su cigarrillo al piso y la aplasta con su zapato derecho.- Y antes de seguir te muestro esto antes que me olvide y luego seguimos tratando asuntos. De su maletín extrae su Notebook que abre y enciende gracias a sus baterías. Una vez que finaliza de cargar el sistema operativo busca un archivo de video que ejecuta. Otro video amateur. El lente enfoca hacia una sala de estar elegante aunque decorada con sencillez, típica de una casa de clase media alta. Las imágenes eran en blanco y negro. De golpe aparece una atractiva mujer de treinta y tantos años con una buena figura, cabellos rubios que le llegaban hasta los hombros, vestida con traje sastre y pantalones grises, que tomaba de la mano a un adolescente vestido con pantalones deportivos cortos y una remera blanca con dibujos, y que tendría unos... ¿Qué edad tiene el chico? Trece años- me responde Dick mirando de soslayo a su alrededor. Ah. Ambos se colocan de pie frente a un sofá de gruesos almohadones, se abrazan y se besan como apasionados amantes, a la vez que se quitan la ropa. Ella desnuda con rapidez al chico, se pone de cuclillas y le practica sexo oral. ¿Quién es el muchacho? Su hijo- responde Dick tranquilamente. ¿Ah, si? Difícil de creer ¿no? No para mí. Se sabe que el incesto es tabú en la sociedad moderna, pero siempre a lo largo de la historia, ha existido. En el libro de Génesis se lee cómo las hijas de Lot emborracharon a su padre para tener relaciones sexuales con éste y tener descendencia. O las relaciones íntimas de Lucrecia Borgia con su padre, y tantos otros casos en todo el mundo. No hay estadísticas exactas del porcentaje de personas a nivel mundial involucradas en alguna relación incestuosa, pero cálculos estimativos van del 15 al 20% de la población del planeta. De todos los tipos de incesto, el más notorio es el de padre e hija, ya que éste por lo general es forzado por parte del padre en contra de la voluntad de la hija, produciendo en ella traumas psicológicos que muchas veces se llevan de por -
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vida. Estas experiencias a veces provocan en estas mujeres violadas en su propia casa una inhibición a la hora de relacionarse con un hombre. Pero el de madre e hijo es tan común como el de padre e hija pero menos estudiado. ¿Por qué?. La mayoría de estas relaciones son de mutuo consentimiento. Además, el hijo adquiere experiencia sexual con su madre que luego lo vuelca en una relación de pareja seria con otra mujer. Hay casos de que estas relaciones duran años sin consecuencias psicológicas para ninguno de los involucrados, todo lo contrario. Incluso puede producirse un renacer en la sexualidad de madre e hijo y un estado placentero que no se rompe fácilmente. Por ende, casi no hay denuncias por casos de incesto madre e hijo y por el contrario sobreabundan los de padre e hija, entre otros. Sobre los estudios de incesto lo descubrí por Internet. Libros sobre incesto padre e hija hay miles, pero de madre e hijo sólo unos pocos, o forman parte de un estudio sobre incesto más general y de todos los tipos. Se sospecha (es una posibilidad, insisto), que las relaciones incestuosas se incrementaron en los últimos años como consecuencia directamente proporcional de las familias monoparentales, de padres y madres divorcados que solos deben criar, educar y mantener a sus hijos. Así que, para el caso de la madre desatendida, a veces echa mano de lo que tiene más cerca para satisfacerse sexualmente, casi siempre con gran placer por parte del hijo. Y esto era lo que veía en ese video. A pesar de ver sus rostros difusos y el sonido era malo, igual no dejaba de ser un video muy erótico. ¿Cómo colocaste el lente? Lo escondí dentro de una estatuilla hueca de vidrio templado oscuro, por eso se ve en blanco y negro. ¿Y nunca se dieron cuenta de ese lente? Para que lo descubrieran tendrían que romper la estatuilla- me contestó Dick, indudable-pero igual ese lente ya lo quité hace semanas. La mujer queda completamente desnuda y su hijo toma sus senos y mama de cada uno de ellos como si fuera un bebé. Se coloca de cuclillas y también él le practica sexo oral a ella. Se acuestan sobre la alfombra y dan rienda suelta a las caricias y a los besos repartidos a lo largo de ambos cuerpos. Ahora viene lo bueno- me anuncia Dick señalando la pantalla. La mujer se apoya sobre los asientos en una postura canina, de espaldas a su hijo y abre las piernas. Éste frota un poco los genitales de su madre, quizás buscando obtener lubricación suficiente, para luego penetrarla. La acción dura algunos minutos hasta que se escuchan exhalaciones y gritos de placer por el orgasmo alcanzado por ambos al mismo tiempo. Vaya, vaya. ¿Ésta es otra que rechazó mi CV?- pregunto divertido. No. Actualmente trabajo para unos empresarios importantes que me contrataron para obtener información de todo tipo sobre ella, y casi por accidente me tropecé con esto. Pero hay algo más. ¿Qué? Hace unos días ella fue al ginecólogo y éste le confirmó que está embarazada. ¿Está embarazada de su propio hijo?. Tal cual. ¿te sorprende?
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No tanto. No tenés idea de los casos de este tipo que hay en el mundo- le respondí casi como dándole una lección académica. Por lo poco que pude indagar, la relación entre ambos es reciente. Empezó a partir del alejamiento del padre del chico del hogar por divorcio, este año. Ella es una mujer muy lujuriosa, así que probó primero relacionarse con otros hombres y al parecer no funcionó, luego masturbándose y como que una cosa llevó a la otra, acabó encamándose con su hijo. La decisión de embarazarse de él es exclusiva de la madre y casi fue algo espontáneo, pero no se lo quitó de la mente hasta consumarlo. Y ambos vimos eso. Dick guarda la notebook otra vez en su maletín. ¿Y esto cómo sigue?-le pregunté Mis clientes quieren firmar un acuerdo comercial que ella rechaza, en representación de la empresa donde trabaja... ¿Ella es Directora de una empresa? Gerente General. Gana muy bien. La cuestión es que entonces resuelven contratarme para escarbar en su vida a ver si encontraba algún lado oscuro y secreto de ella misma y así fue como me encontré con la relación incestuosa con su hijo... Entonces van a usar la información que obtuviste para chantajearla y conseguir lo que quieren- agregué con lógica. Dick levanta sus manos. Yo vivo de esto y me pagan muy bien, así es como mantengo una vida cómoda. Pero a ella no le queda opción. Si esto se hace público... ...Esta familia queda destruída- me dice Dick completando mi frase.Ella va presa, su hijo con su padre y el bebé... bueno, si nace normal, a alguna familia adoptiva. Dudo que ella lo pueda conservar. Así que como vos dijiste, no tiene salida. ¿Pero cómo puede haber gente que es tan ruin y caer tan bajo para conseguir sus propósitos?- pregunté preocupado. Esto es apenas la punta del iceberg. Mi trabajo de inteligencia en el sector privado es esencialmente para que unos puedan sacar ventaja sobre otros. Es un mundo donde no se toman prisioneros y muy exigente. Hay gente que no gana mucha guita sólo porque trabaja duro, también es por corrupción, trampas, extorsión, amenazas y demás. Lo que me decía Dick con un tono de absoluta convicción era algo que yo sabía desde hacía mucho, y ése es uno de los motivos por los cuales desprecio a la gente de clase alta. Muchos de ellos no obtuvieron su riqueza con honradez y trabajo duro, sino jugando muy sucio a costa de otros. ¿Y ahora qué vas a hacer? Dick se encoge de hombros. Lo de siempre. Armo el legajo y el material audiovisual que obtuve y se los entrego a mis clientes y que ellos decidan qué hacer. Me da lástima la mina porque estoy seguro que siente un gran amor por su hijo y por eso decidió tener un bebé con él, pero no puedo hacer nada. Podés hacerte el boludo- sugerí. -
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Dick reflexionó unos momentos. Dejá que lo piense y la próxima vez que nos veamos te cuento cómo fue todo- me responde Dick guiñándome un ojo. ¿Me podés dar una copia de ese video?- le pregunté con una sonrisa. ¡No! Bueh, al menos lo intenté. Dick vuelve a retomar el tema anterior, antes del video. Así que tu experiencia la vas a contar en un libro- exclamó con una sonrisa. Tiempo atrás le había comentado sobre contar todo lo que me había pasado en una historia verídica. Esa es la idea- actualmente tengo muy avanzado el proyecto- le respondí entusiasmado. Sabés en qué te estás metiendo ¿no?. Más o menos. A los médicos del hospital de Lanús posiblemente no les guste lo que escribas. Ya lo sé, por eso ya hice una interconsulta con abogados, que me dijeron, entre otras cosas, que no mencione nombres completos de la gente involucrada en mi caso médico y que el hospital no lo mencione tampoco con su nombre completo, y cuando deba describir el nosocomio lo haga con la mayor ambigüedad posible. Pero apenas se enteren que armaste una red de inteligencia en el hospital, van a querer tu cabeza- aseveró Dick. Retorna la irritación a mí. Eso fue porque me ocultaron información sobre mi caso y me mintieron, Dick, ¡me mintieron!. Al principio de mi internación sabía poco y nada sobre mi situación. Parece que me tomaban por ignorante, sin mencionar que los médicos tuvieron al principio el prejuicio de que yo era un delincuente y por eso los primeros días me atendían para la mierda. Cuando apenas cumplí un mes, y cuando supuse que me faltaba poco para volver a comer, sorpresivamente me salen con que mi recuperación llevaría tres meses más, y cuando cumplo con ese plazo en tiempo y forma, la doctora T. me viene con el planteo de mover mi operación otros dos meses. Así ella y sus colegas se iban tranquilos de vacaciones- agregó Dick señalándome con su dedo índice derecho. Es lo que sospecho. Al final concluí que era casi como un titere que los galenos del hospital manejaban a su antojo, así que armé la red de inteligencia con el fin de ejercer control sobre mi caso y tomar decisiones. Bien. Pero te pueden acusar de meterte en la vida de otros. Eso fue accidental. Al reunirme con cada uno de mis “agentes”, la cosa siempre arrancó charlando sobre las actividades particulares de cada uno para hacerlos sentir cómodos y en confianza conmigo y así abordar aspectos de mi caso sin tapujos. No podía visitarlos en sus casas e ir al grano a sacarles información sobre lo mío porque hubiera parecido demasiado brusco y me hubieran rechazado. Así
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que el enterarme sobre chismes del hospital fue algo casual que yo no busqué, digamos que es un residual de la información sobre mí mismo que era lo que me interesaba. ¿Y qué tanto supiste? Pensé unos segundos llevándome mi mano derecha al mentón y entrecerrando un poco los ojos, haciendo memoria y enumerando con los dedos de mis manos. El pico máximo fue en Junio de este año. Sabía quién se cogía a quién, quién era el o la amante de quién, quién era lesbiana, homosexual o bisexual, quién se drogaba, quién se automedicaba echando mano de las drogas de la farmacia del hospital, la política que había dentro, los sueldos miserables del personal no médico, la huelgas, las quejas internas, el carácter y personalidad de cada médico cirujano... Entre ellos la doctora T.- agrega Dick guiñándome un ojo. Sí, la galena rubia era tema de interés porque la considero una mujer fascinante. Porque es rubia y madura. Dick me tocó una fibra sensible. Desde hacía años que él sabía que yo tengo debilidad por las rubias, y más si tienen de 30 años hacia delante. Más de una vez le pedí a Dick que me relacionara con alguna de las veteranas con las que él se acuesta pero siempre esquivó mi pedido, posiblemente por cuestiones de diferencia social y costumbres, supongo, digo, pienso, me parece. Nunca me llevé bien con morochas. En cambio, con mujeres como Petra estoy a las mil maravillas, con la nutricionista croata todo anduvo sobre ruedas mientras manejó mi caso, y la doctora T. es una atractiva galena rubia que a pesar de los cortocircuitos pasados entre ambos, confieso que me dejó fascinado. Sé que es fruto prohibido al estar casada, pero por Dios, no la puedo olvidar. Ojalá que la mujer de mi vida (si algún día aparece), sea rubia, de lo contrario... Bueno, sí, puede ser. Pero mi búsqueda era para conocer a cada uno de ellos y saber cómo manejarlos para conseguir lo que quería. Recuperarme más y mejor. Conoce a tu enemigo. Ellos no son mis enemigos, Dick. Me salvaron la vida, y eso para mí vale mucho. Dick insiste. Pero van a ser tus enemigos. Si tu proyecto sale a la luz y una o varias copias de éste caen en el hospital de Lanús, casi con seguridad no les va a gustar nada de lo que lean y posiblemente quieran tomar alguna medida en contra tuya. Esto no es el mundo desarrollado con amplitud y total libertad de opiniones. Argentina es un país en el cual la libertad de expresión tiene sus límites. En el caso de los médicos, la opinión pública los considera algo así como ángeles salvadores al trabajar en situaciones críticas en los hospitales públicos, así que eso los hace en cierta forma intocables. Sus aparentes hazañas hacen que cualquier cagada que hagan sea insignificante, y eso incluye los procedimientos a seguir con los pacientes. Hasta los vicios y/o perversiones que tengan no tienen
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importancia si están a la madrugada en una Guardia salvando vidas. Ésa es la realidad, Gabriel. Pero los médicos únicamente cumplen con su trabajo, no es que arriesgan sus vidas al servicio de sus semejantes o algo por el estilo. Ellos marcan tarjeta como todos. Y por lo que pude ver no lo hacen precisamente gratis, a juzgar por los autos último modelo, importados y 4 x 4 que llenan el estacionamiento del hospital de Lanús. Ya sé, ya sé. Mi libro quiero que se use como aprendizaje, Dick, no como un medio de confrontación. Ellos no lo van a tomar así. Las posibilidades sobre qué tipo que reacción van a adoptar son muchas, pero casi ninguna es positiva. No me sorprendería que incluso una copia de tu libro se la pasen a los psicólogos del hospital a ver si estás loco o algo parecido. Con eso pueden reforzar cualquier posición que adopten en contra tuya. Adopté un aire de suficiencia. Eso también lo tenía previsto, Dick. El manuscrito se lo pasé a un par de psicólogos que me recomendaron que mi personalidad debe estar cubierta por un camouflage, o sea que en lo posible no describa mi personalidad y trate de agregarle contradicciones y falsedades para que nadie pueda sacar un perfil de mí mismo leyendo el libro. No me salió barato pero estoy seguro que la táctica va a funcionar. Muy bien. Veo que estás aprendiendo rápido sobre métodos de inteligencia.- aprobó Dick asintiendo.-pero eso no quita que debamos pensar acerca de qué hacer en caso de que los galenos reaccionen. Un juicio, por ejemplo. En teoría, con lo que tienen con mi H.C. más mi libro no van a tener mucha base sustentable. Además, algo así puede llevar años y ellos tienen pocas chances de ganar y yo, poco que perder. Aunque ganaran un juicio en contra mía, salvo mi PC, electrónicos y quizás algunos libros no me van a poder sacar más nada porque siempre fui insolvente. En cambio, si yo gano, posiblemente pueda obtener una casa, un auto gratis y una renta durante muchos años. Ésa es la hipótesis que discutí con mis abogados y que es la más plausible, Dick. En situaciones como ésta siempre fui un guerrillero. ¡Che Guevara, leí tu libro y supe aplicarlo al mundo actual!. Bueno. Pero igual debemos analizar esto frente a cualquier eventualidad que te puedas encontrar. Lo malo es que esto no tiene precedentes. Exacto, así que tenemos que discutir posibles hipótesis. Y así nos pusimos a hacer análisis acerca de posibles situaciones y hechos que pudieran producirse. Empezamos por una hipotética reunión de galenos para adoptar una posición común, otra de personal no médico por lo mismo, y luego otra de todo el personal en pleno. Pasamos por una posición oficial del hospital, e incluso una combinación de todo esto. Así que creo que voy a obtener datos útiles de todo y de todos en caso de necesidad. Pese a tus precauciones igual hay que adoptar una táctica. El plan es que si en caso de un juicio, dejarlos que avancen hasta que él, o ella, o ellos y su abogado o abogados
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supongan que ya te tienen con la soga al cuello, y entonces usamos las cartas que tengamos. Eso era pasar un límite. No se trataba de obtener datos de gente a la que hay que vencer en cualquier circunstancia, sino de personas que me atendieron en momentos extremos de mi vida y quienes me salvaron la vida. No era lo mismo, pero por otra parte, mi historia podría irritar a más de uno y que eso lleve a que determinadas cosas sucedan... Está bien, Dick, pero que yo no me entere. No quiero saber nada de nada de lo que hagas, pero todo con una condición. Si no pasa nada, quiero que después de un tiempo la información que tengas quede completamente destruída. Yo aún creo en los principios básicos de honestidad, honradez y de hacer lo correcto, así que si ellos no molestan, yo tampoco. ¿De acuerdo?- le advertí señalándole con el dedo. Okey, no te digo nada y hago la mía-respondió Dick, asintiendo. ¿Cuándo va a salir tu proyecto? Lo tengo previsto para 2006. Tomate un año sabático. Necesito tiempo para recopilar información. ¡Pero necesito la plata el año próximo!- protesté. Haceme caso. Sacalo a la luz en 2007. Tenemos que acumular arsenal para lo que ocurra. Maldita sea. Tenía razón. Considero un par de cosas más. ¿Qué pasa si alguien viene a mi casa y terminamos a las trompadas? Me avisás y él o ellos van a terminar en el hospital en menos de 12 horas. ¿Y si deciden escarcharme en conjunto? Si te mando una force de frappe, lo único que vamos a lograr es crear un mártir y empeorar las cosas. Podemos instalar cámaras ocultas en tu casa que nos ayudaría a identificar a los revoltosos y después agarralos uno a uno al mismo tiempo. La force de frappe únicamente serviría para reprimir a algunos villeros que quieran aprovecharse de la situación. Okey. Pero la conclusión a la que llegamos era que podíamos armar muchas hipótesis, pero al final, debíamos esperar a que sucedan los acontecimientos para así tomar las acciones más adecuadas. El tema de los médicos y yo quedó agotado así que pasamos a otra cuestión igualmente importante. ¿Cómo avanzamos con la cuestión de los delincuentes?-pregunté con interés. No te pude conseguir todavía un buen hipnotizador. Hay chantas por todos lados y los que dicen ser buenos tienen aparición en los medios, por lo tanto no sirven. ¿Hay más información de estas ratas inmundas? La información que tengo por ahora es fragmentaria por falta de tiempo, pero igual obtuve un par de cosas. Los que te atacaron son los mismos que te robaban en el cyber, pero quedate tranquilo que lo van a pagar. Los de las casas usurpadas que vivían del cyber tuyo están bien organizados para afanar en el barrio. No todos los chorros
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viven en esas casas. Vienen de otros sitios de Capital Federal y Gran Buenos Aires y usan esas casas como aguantaderos. Es por lo general uno que dirige gente para asaltar un negocio que si ven que al dueño de éste lo pueden tomar “de punto” como en tu caso, le afanan una y otra vez, pero con asaltantes distintos para dificultar la posterior pesquisa policial. El botín de lo robado les permite mantener un abogado para casos de necesidad, y también el hecho que se manejen en banda les ayuda a protegerse unos a otros. Así que si la policía captura a uno de ellos y es identificado por un testigo, sus cómplices se ocupan de “apretar”, a éste o amenazarlo, así la causa se cae y el delincuente sale libre. Por eso es importante agarrarlos a todos a la vez Exacto. Todos tienen que caer, así que hay que seguir recopilando información de inteligencia hasta tener lo suficiente para cazarlos, como las ratas que son. Sin embargo, había temores que afloraban en mi mente. En caso que me pase algo Dick... Éste reaccionó sorprendido ante mi frase. ¿Qué te puede pasar?. Durante un año armé una gigantesca estructura alrededor tuyo. Si siquiera vos te caés al piso y te raspás, yo te aseguro que a todos esos hijos de puta, sean quienes sean, les va a caer toda la mierda del mundo encima antes de 12 horas. No va a haber un agujero lo suficientemente profundo para que se puedan esconder. Por más que contraten a un killer, o a un grupo comando, o lo que fuere, igual pagan. Vos para mí sos como un desafío. Si algo te pasa, para mí sería como un fracaso, y a mí no me gusta perder, ¿estamos? ¿Tus muchachos usan Ford Falcon verdes? No, usamos Ford Eco Sport, pero eso no viene al caso. Quedate tranquilo que vos, hoy por hoy sos uno de los tipos mejor custodiados del mundo, y tan discreta que nadie puede darse cuenta. Pero igual Dick. Si algo me pasa, jurame que vos te vas a ocupar en cazarlos a todos. Dick notó mucha aprensión en mí. Iba a decir algo y continuar con la discusión, pero luego su rostro cambió a resignación y lanzó un soplido. Está bien, te juro que yo me ocupo de todo. Gracias, es importante eso. ¿Sabés algo del que me disparó y su amiga cómplice? Uno de ellos es el mismo que fue varias veces a robarte al cyber. La mujer posiblemente es la misma que entró un día a tu laburo a robarte con tus amigos y sus helados, como me contaste. Así que ya tenemos la noción de quiénes fueron. Te robaron las llaves de tu casa porque tenían previsto entrar y llevarte tus cosas y dejarte en bolas. Como te dispararon, desecharon la idea. Bien. En ese momento vuelve el vendedor ambulante ofreciendo gaseosas frías y Dick aprovecha su cercanía para comprarle dos botellas plásticas de Coca Cola de 600 c.c. con sus respectivos sorbetes. A mí me entrega uno de ellas y yo lo recibo agradecido. Hacía mucho calor y bebo a grandes sorbos hasta
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sentir un poco de frescor dentro de mi cuerpo. Aún faltaba mucho por conversar. Dick, necesito que me hagas un favor fácil para vos. ¿Qué necesitás? Si logro que mi proyecto tenga éxito, voy a necesitar los datos de Ónix. Con él quiero resolver dos cosas muy importantes en mi vida. Lo de mi media naranja y el pase de facturas de cuestiones pendientes. La solución de ambas cosas es vital para mí. ¿Y no lo podés conseguir esos datos por tu cuenta?. Hay una revista que le hizo una entrevista, pero no creo que éstos me entreguen la dirección de Ónix así nomás. Por eso necesito que me consigas el dato e invertir en él el 100% de los recursos generados en el proyecto. No quiero tener la plata encima ni 24 horas para no estimular a la delincuencia. ¿No tenés pareja todavía? No, todo es cuestión de dinero y eso me escasea. Pero estoy seguro que una vez que tenga efectivo vas a ver cómo la hija de mil puta, sea quien sea, va a aparecer. Hoy en día el amor es un accesorio secundario. Pero te podés levantar a alguien por ahí... Existe un 99% de posibilidades que acabe levantándome a una mosquita muerta que crea que conmigo se salva para toda la vida. No. Tengo que resolverlo de otra manera. Dick asintió para después llevarse a la boca el sorbete y tomar un poco de Coca Cola. Continúo hablando. Así que ya esperé demasiado, tanto como 20 años, así que no puedo esperar más y quiero resolver esto de una manera contundente. Sino, voy a llegar a los 40 y tener que verme obligado a adoptar y crear una familia de la nada. ¿Y lo de las facturas? Hay cosas malas que me ocurrieron en la vida, y en la mayoría de los casos provocados por gente de forma premeditada y que luego continuaron viviendo con sus vidas de lo más pancho, incluso en mejor situación que yo, así que quiero resolver todo eso a mi favor. Entiendo. Y la única persona que conozco que puede hacer el “talonario de facturas” que me sirva y pueda compensarse todo a mi favor es Ónix. ¿Y después? ¿Después?. Me voy de vacaciones a Aruba durante un mes. Solo o acompañado no hay diferencia. Me tiro en una playa bien pachorriento y disfruto del sol y el aire del mar, comenzando una nueva vida. Un renacer, Dick. Ajá. Además, deseo algo más. ¿Qué? Acostarme con ella, una sola vez, y eso es todo. Ése es mi deseo. ¿No te la podés levantar?
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No, Dick, eso no va a funcionar. Ya hice algunas pruebas piloto y fracasé, así que posiblemente necesite aplicar un plan B, y por las dudas, tener un plan C. El plan B. son métodos no convencionales. ¿Y el plan C.? Es un proyecto similar a éste que ya lo tengo avanzado en un 50%. Si el plan B. fracasa y ella se resiste, aplico el plan C. Si resistiendo al plan B. quiso cuidar su dignidad, después del plan C. eso va a ser lo único que le va a quedar, porque todo lo demás posiblemente lo pierda. Pero igual quiero resolverlo por el plan B. por eso necesito que me consigas el dato que te pedí. Bueno. Estoy harto de perder Dick, harto. La gente es cada vez más mierda y encontrar gente buena es cada vez más difícil. La evolución social y económica hace que gente como yo no pueda crecer y desarrollarse económica y socialmente creando una familia y un entorno en el que uno pueda sentirse cómodo. Si mi proyecto Blue Eagle hubiera tenido éxito, mi vida hubiese dado un giro de 180° y ahora estaría casado y con familia, casa y auto como debe ser, pero tuve la desgracia de cruzarse con muchos hijos de puta que impidieron eso, y eso me llevó a que pague las consecuencias. Las 4 balas que llevo en mi cuerpo es consecuencia indirecta de aquel fracaso. Así que quiero resolver algunas cosas de una buena vez. Después de volver de Aruba, quiero ir todos los días a la Biblioteca Nacional de Aeronáutica con mi notebook a reescribir Blue Eagle y volver a empezar. ¿Ya tenés todos los datos? Sí, pero igual necesito de vos para armar los datos de inteligencia. Insisto que debo revisarlo antes de que lo imprimas- acotó Dick señalándome con la botella de Coca Cola. Quedate tranquilo que voy a tener cuidado con la hipótesis de guerra con Gran Bretaña. Y esta vez voy a crear dispositivos de seguridad para que mi proyecto no pueda ser robado por MI 6 de nuevo. Me parece bien. Y fue en ese momento cuando Dick me pregunta algo que me dejó perplejo. ¿Cómo andás con Petra? ¿Con quién? No te hagás el boludo. Petra Orloff, tu amiga que vive en Belgrano y que te la cogés de vez en cuando. Era la primera vez que escuchaba el apellido de Petra. Pero Dick no había terminado con las sorpresas. Agente de la BND. ¿Qué? Trabaja para la inteligencia alemana, la BND. ¿No lo sabías? No. – respondí con franqueza. Por eso se acuesta sólo con diplomáticos. ¿O creías que lo hacía sólo por delicadeza?. No sabía qué decir. Yo... bueno, no sé... -
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Rápidamente hice que mi cerebro comenzara a trabajar. La BND (Bundesnachrichtendienst, Servicio de Inteligencia Federal) de Alemania viene a ser el sucesor de la Abwehr del Almirante Canaris de los tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Es el equivalente alemán de la CIA estadounidense, el MI 6 británico o el SDECE francés, o sea, está dedicado a la inteligencia exterior. Actualmente su sede se divide en Pullach, cerca de Munich, y Berlín, aunque se tiene pensado para el 2011 unificar ambas sedes en la capital alemana. Se sabe que posee unas 200 reparticiones esparcidas en territorio alemán y emplea a unas 6000 personas, 10% de ellos militares de la Bundeswehr. Nació en 1946 de la mano del infame general Gehlen, un ex nazi convertido en anticomunista y que trabajaba para los estadounidenses. Su misión era recopilar información de inteligencia sobre los comunistas y los soviéticos que aquel entonces ocupaban una parte de Alemania y un sector de Berlín. Gehlen armó una supuesta red que suministraba información de primera mano a los americanos (y que después se descubrió que todo era una charada), y que absorbía grandes sumas de dinero estadounidense. A pesar de eso, la llamada “Organización Gehlen”, se mantuvo y sobre esa base en 1956 se creó la BND. Gehlen siguió al mando de esta nueva organización hasta 1968. Durante la Guerra Fría, la BND tenía, entre otras cosas, a agentes dobles trabajando en la entonces Alemania Oriental. Actualmente se considera la BND una organización eficiente de tipo europeo, aunque no cuenta con los gigantescos recursos de la CIA, igual sirve a los propósitos del Gobierno alemán al que sirve. Dick extrae otro folio de su maletín que llevaba el sello MUY SECRETO. Lo abre y comenzó a leerlo. Petra Orloff, nacida el 4 de Abril de 1964 en Berlín Oriental. Rubia, 1,78 mts. De estatura, 70 kilos, físico medio y bien formado a pesar de su edad. Ojos azules, labios medios. Estado civil divorciada. Estuvo casada con un tal Karl Bradner, ejecutivo de una multinacional alemana, nacido en 1962 y que actualmente vive en Alemania con una argentina. Hasta aquel momento no me contaba nada que yo no supiera. Su abuelo materno fue contador y durante la Segunda Guerra Mundial llegó a formar parte de la Volkstürm, o ejército popular. Combatió con un panzerfaust durante la Batalla de Berlín, a finales de Abril de 1945 y nunca más se supo de él. Su abuelo paterno fue piloto de caza nocturna de la Luftwaffe. Llegó a servir en la jadgechswader 242, con cazas a reacción Messerschmitt 262. A principios de 1945 luego de un ataque contra bombarderos británicos, su avión quedó averiado e intentó aterrizar de emergencia en una autobahn, y tampoco se supo más de él. Están, muertos, sin duda- agregué. Posiblemente. Dick siguió leyendo. La madre de Petra era ama de casa y su padre, miembro de la Volkspolizei (policía del pueblo). Un Vopo. Así se los llamaba
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Sí. Después que nació Petra, sus padres llegaron a la conclusión que no iban a prosperar en Alemania Oriental bajo el régimen comunista y así planificaron el escape. Primero se fugó la madre con Petra aún bebé a fines de 1964, escondidas en un compartimiento especial entre el asiento trasero y el piso de un auto. Así cruzaron la frontera a Alemania Occidental. De ahí viajaron a Baden Baden en donde la madre de Petra tenía parientes. Cerca de la navidad de ese año y por la noche, el padre de Petra intenta escapar con un Trabant por la puerta de Branderburgo, en Berlín, pero es descubierto y luego de un tiroteo, el padre de Petra cae acribillado a sólo metros del Checkpoint Charlie. Eso ya lo sabía. ¿Te contó ella algo de su vida? Hace un par de años, sí. Te tiene confianza-afirmó Dick. Y siguió leyendo. Ya viuda, viviendo en una casa modesta en Baden Baden, al poco tiempo pudo conseguir un empleo para mantener a su hijita. Con los años intentó recomponer su vida teniendo relaciones de pareja con varios hombres pero al parecer no resultaron. Tenía sexo con ellos, pero sin más compromisos. Ya madura y Petra siendo adolescente, existen rumores que afirman que a instancias de la madre ambas tuvieron relaciones incestuosas durante varios años. No son rumores, es verdad, ella me lo dijo- le confié a Dick. ¿Ah, si?. Hacemos los arreglos- dicho esto Dick toma su lapicera de oro Cross y hace las correcciones en el legajo. Y sigue leyendo. Conoció a Karl Bradner a principios de los ´90 cuando él era un empleaducho de la multinacional alemana que casualmente tenía una subsidiaria en Baden Baden. Luego de unos 3 años, se casan y Petra deja la casa de su madre, enviándole a ésta una pensión mensual hasta el día de hoy. Bradner se va promocionando puesto tras puesto en su empresa hasta que a principios de 1994 le ofrecen a éste un cargo en Buenos Aires y la pareja se viene para acá. A partir de ahí el matrimonio se va en declive. Karl conoce a una atractiva morocha de unos 29 años y se van juntos a Alemania, y Petra queda acá abandonada. Pobre mina- comenté ¿Pobre mina?. Al acudir a los cocteles diplomáticos, conoce a un funcionario de la embajada alemana que luego de una breve relación tórrida de amantes, le ofrece trabajar para el gobierno a cambio de un buen ingreso que le iba a asegurar el bienestar económico de por vida. Casi la misma manera como nos conocimos nosotros, con la diferencia que gracias a Dios no cogimos. Dick ríe ante lo que decía. Sí, tenés razón. Así que vuelve a Alemania en 1996 a seguir un curso de entrenamiento de espionaje y contrainteligencia en la BND. Casi al instante, sus instructores detectaron que su belleza era su mejor carta para obtener información, aunque en el curso de idiomas, -
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descubrieron que ella no lograba hablar ningún idioma sin hacerlo con acento alemán. Eso lo mantiene hasta el día de hoy. Habla un español latinoamericano con fuerte acento germano.- le aseguré a Dick. Ajá. Así que primero la asignaron en tareas administrativas y de interpretación de información de inteligencia en las oficinas de la BND en Pullach y Berlín, pasando a diferentes reparticiones acá y allá por toda Alemania. Finalmente, sus superiores de la BND, en 1998, piensan una maniobra audaz de usar a Petra para obtener información sobre la personalidad y debilidades de diplomáticos apostados en Buenos Aires, así que le hacen preparación y adoctrinamiento finales y la envían para acá de vuelta a fines de 1999. ¿Pero porqué Buenos Aires? Porque Petra ya conocía esta ciudad y tenía conocimiento del cuerpo diplomático y sus reuniones, así que era un ambiente en el que ella estaba familiarizada y por eso la envían para acá. Vivió en diversos departamentos, siempre a nombre de terceros, desde la propiedad horizontal hasta la cuenta de luz, y siempre en el sector sniffer como vos decís, de Belgrano, Barrio Norte, Recoleta, Palermo.... Ahora vive en Belgrano. Sí ya sé, lo confirmé en febrero de este año cuando vos te fuiste a su departamento, convaleciente como estabas. ¿Cómo sabés? ¿Te acordás del Mercedes blanco? Abrí los ojos y mi boca de asombro, y a continuación giré mi rostro hacia él. ¿Fuiste vos hijo de puta el que me siguió hasta el departamento de Petra? Así es. ¿Porqué? Para cuidarte. ¿Y cómo supiste por dónde andaba para así seguirme? El dispositivo de seguridad alrededor tuyo. Ah. A comienzos de 2000 se hace de la clientela, y los resultados no se hacen esperar. La BND comienza a recibir información de diplomáticos que posteriormente, cuando salen de Argentina y vuelven a su país de origen o a Europa, la BND los extorsiona con sus debilidades en cuanto a vicios y aberraciones sexuales para extraerles información clasificada de sus respectivos gobiernos. Vaya, esa parte no la sabía. Sin embargo, Petra resultó ser antisemita y eso es algo que a sus jefes de la BND les saca de quicio porque les gustaría que ella se relacionara con israelíes. Tampoco se acuesta con árabes, ni negros, ni asiáticos. Por eso y cuando comenzó acá la crisis en 2002, la BND pensó seriamente en sacarla de circulación y traerla de vuelta a Alemania a un escritorio en sus oficinas, pero finalmente decidieron que lo que suministraba era valioso y la dejaron seguir, pero hasta
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hoy la BND no pudo resolver en cómo atender a la gente que Petra no quiere recibir por cuestiones raciales y religiosas. Tampoco recibe a latinoamericanos- agregué. Y es así como llegamos a la gran incógnita- anunció Dick cerrando el legajo y guardándolo otra vez dentro del maletín. Nadie entiende en dónde encajás vos, porqué Petra te tiene tanta confianza, te considera más que a un cliente, te cobra menos de la décima parte que le cobra a otros, y porqué te confía detalles de su vida y todo eso, porque estoy seguro que vos sabés fácilmente al menos dos terceras partes de lo que tenemos en archivo ¿no?. Más o menos. Yo tampoco lo entiendo, Dick. Y eso que no tengo carisma con las mujeres. ¿Te mostró algo de lo que usa de alta tecnología? Ella me mostró lo que parecían ser regalos de sus clientes. ¿Y su arma? Una Walther P99 Compact. Ideal para una mujer-acotó Dick con una sonrisa. ¿Algo más?. Tiene una notebook con un software de rastreo de satélites militares. Aunque no tengo idea para qué usa eso. Creo que su sistema de comunicaciones es directo, o sea que quizás tenga una parabólica... ... que parece una antena de televisión por cable en la terraza de su edificio- agregó Dick completando la frase. Sí, con el que seguramente hace que la notebook se conecte directamente vía satélite con Alemania. Pero por más que lo pienso y analizo, no tengo idea del porqué Petra tiene un programa de rastreo de satélites militares. Dick piensa por unos segundos lo que le acababa de decir. Yo tampoco me doy una idea. Pero lo investigamos y vemos qué sacamos. ¿Qué reacción puede tener el gobierno alemán si nos quejamos de las actividades de Petra acá?. ¿Qué país puede reconocer tener elementos de inteligencia en el exterior?. Berlín no va a decir “sí, reconocemos que tenemos agentes de la BND operando en Buenos Aires”. Lo van a negar, como haría cualquier otro gobierno en su sano juicio. ¿Contrainteligencia de la Federal sabe de Petra? No. ¿Por? Porque no está haciendo labores de espionaje en contra de nuestro país, simplemente se acuesta con diplomáticos y les saca su lado oscuro a cada uno. ¿Detenerla?. ¿Con qué acusación?.¿Coger y sacar confidencias de sus clientes?. ¡Por favor!. Hay cosas más importantes para hacer. ¿Algo más, Dick?- al decir esto, no pude evitar dar un resoplido. ¿Te contó del submarino? ¿Eh?. ¿Qué submarino? El submarino nuclear británico que espía nuestras maniobras navales.
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Nada, ni idea- en ese momento estaba como perdido en otra dimensión. Es verdad, existe y lo hace desde hace años- me decía Dick con convicción. Posiblemente se lo contó su cliente británico. ¿Quién? Un tipo que una vez vi. Pelirrojo y con cara de estúpido. Ah. Voy a averiguarlo- me contestó Dick, pensativo. Volvimos al punto. ¿La Armada sabe de esto? Sí. ¿Y? No pueden hacer nada. Sufre de falta de presupuesto como el resto de las fuerzas, y como consecuencia de eso su capacidad antisubmarina es limitada. Si Podríamos incrementar notablemente el radio de acción de los Super Tracker por ejemplo, despegando de un portaaviones, tendríamos más espacio marítimo cubierto y al menos algo más de disuasión frente a las incursiones británicas. El bimotor Grumman S-2 Tracker fué la respuesta a la necesidad de la US Navy de contar con un avión que detecte y hunda submarinos que opere en portaaviones, misión que antes la cumplían dos aviones, uno que detectaba y otro que llevaba las armas. En servicio desde los años ´50, los Estados Unidos los reemplazaron ya a fines de los ´60 por aviones más eficientes. La Armada Argentina adquirió los suyos en 1962, operando desde el portaaviones Independencia primero y 25 de Mayo después. Su uso durante la Guerra de Malvinas fue muy limitado y se demostró que su equipamiento electrónico no servía para detectar submarinos de última generación como los de propulsión nuclear que desplegó Gran Bretaña en el Atlántico Sur... salvo que estuvieran cerca de la superficie y se los viera a simple vista. Después de la Guerra, parte del equipamiento electrónico de los Tracker fue reemplazado por equipos de fabricación nacional. Ya en los ´90, la Armada consideró que valía la pena alargar la vida útil de estos aviones y por eso se reemplazaron en Israel sus viejos motores de émbolo por turbohélices, entre otras cosas. A falta de portaaviones, la Armada Argentina debe confiar en la detección antisubmarina de largo alcance a los aviones Lockheed P-3 Orion, turbohélices de cuatro motores derivados de la versión civil L 188 Super Electra. En cuanto a los Tracker... bueno, fueron diseñados para operar en misiones de corto alcance desde portaaviones, así que no me queda claro el uso práctico que tienen ahora estos aviones al operar desde tierra. Dick le da un sorbo a su Coca Cola y continúa hablando. Sospechamos que el submarino nuclear de ataque británico tiene como misión no sólo monitorear y hacer inteligencia electrónica de nuestras maniobras navales, sino que en caso de intento por parte nuestra de volver a enviar una Task Force a Malvinas, el submarino tiene órdenes de entorpecer la acción hundiendo tantos barcos nuestros como sea posible. Por lo visto lo tienen todo bien planeado- comenté -
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Y eso no es todo. Sabemos que los ingleses tienen un puesto de escucha en Malvinas, cuyas antenas apuntan hacia nosotros. Actualmente lo usan para inteligencia electrónica y escucha de nuestras comunicaciones militares, sobre todo cuando hacemos maniobras terrestres y aéreas en la Patagonia. Esto se complementa con la información satelital que obtienen. La orden de respuesta bélica británica está más o menos armado así: En caso de envío de nuestra flota, los satélites avisan al submarino que entre en acción, a su vez dispara la alarma en Malvinas que hace despegar los aviones Tornado que salgan al encuentro de nuestras escuadrillas de ataque, y al mismo tiempo, la alarma llega a Gran Bretaña que alista rápidamente una fuerza de choque y la embarca en aviones de transporte que sin escalas y con reabastecimiento de combustible en vuelo llegan a Malvinas en unas horas para reforzar la guarnición que está allí. Hay logística en el archipiélago suficiente para equipar un ejército. Todo esto bien coordinado hace que los ingleses nos hagan pagar caro nuestro “boleto de entrada” a Malvinas. ¿Y cuál es nuestra hipótesis de guerra al respecto? Eso no te lo puedo decir. Es secreto. Entonces voy a tener que inventar una para Blue Eagle. Igual me la tenés que mostrar para que le lea. ¿Pero porqué te preocupa lo que escriba? Dick lanzó un resoplido. Digamos que lo que puedas escribir sea demasiado lógico y razonable. No te puedo dar más explicaciones. Pero volviendo al tema del submarino inglés... Necesitamos cubrir una mayor superficie del Mar Argentino y eso se logra llevando los Tracker en un portaaviones... que no tenemos. El único portaaviones que poseía la Armada Argentina, el 25 de Mayo, fue retirado del servicio en 1996 y desguazado en la India. Igual no daba para más. Era una vieja nave clase Illustrious británica de la Segunda Guerra Mundial y posteriormente vendido a la marina holandesa. De éstos Argentina lo adquirió en 1969 para reemplazar al Independencia, otro portaaviones de la Segunda Guerra, en servicio desde 1958. A pesar de haber sido varias veces modernizado, y con un plan a mediados de los ´90 de modernizarlo otra vez, la Armada considero que debido a la vejez del navío ya no valía la pena invertir más en él y por eso lo retiraron del servicio. Lo malo fue que debido a la crisis presupuestaria que desde hace muchos años sufren las Fuerzas Armadas (consecuencia de recortes llevados adelante por diversos gobiernos desde 1983 como “castigo” al último gobierno de facto y los desaparecidos), no hay dinero para comprar otro portaaviones. Brasil, por ejemplo, tuvo más suerte. Reemplazó su propio portaaviones clase Illustrious (El Minas Gerais), por un portaaviones francés, que anteriormente se llamaba Foch y en la Armada Brasileña se llama Sao Paulo. Los franceses tenían también a la venta su gemelo, el Clemenceau, pero los marinos argentinos mostraron sus bolsillos vacíos. Brasil es el único país de América Latina con portaaviones. Y la Armada Argentina tiene que pedir prestado de vez en cuando el buque brasileño para prácticas de despegue y aterrizaje en este tipo de navíos. Una vergüenza. -
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Lo peor es que casi no hay oferta en el mundo de portaaviones livianos en buen estado. La opción sería construir uno nuevo desde cero, quizá usando la infraestructura astillera argentina y empleando mano de obra nacional, usando planos y licencia de otro país, por ejemplo, Alemania, y quizás colocándole electrónica y sistemas de defensa israelíes. El problema es que un portaaviones completamente equipado es carísimo (entre 500 y 800 millones de dólares), y nadie en el gobierno va a aprobar semejante salida de capital. Así que mientras tanto, salvo que tengamos un milagroso golpe de suerte y los pesquemos con las manos en la masa, los británicos seguirán haciendo de las suyas por el Mar Argentino. Sabía lo que Dick pensaba, y yo era de la misma opinión que él. Parece que nadie se da cuenta que hoy las Fuerzas Armadas la componen un 95% de personas que no tuvo nada que ver con el gobierno del Proceso, y que la Defensa Nacional es tan vital como la educación y la salud en la vida de un país, y que forma parte de la política exterior. Si tenemos unas Fuerzas Armadas débiles, los británicos siempre van a mostrar su altanera arrogancia a la hora de rechazar nuestras solicitudes de negociar la soberanía sobre Malvinas. Si tuviéramos armas nucleares, los británicos sí que estarían interesados en devolvernos las Malvinas. La idea de Dick era por demás extrema. La Argentina desde hace décadas que posee la tecnología completa del procesamiento de uranio para fabricar armas nucleares, pero firmó también el Tratado de No Proliferación Nuclear y lo ratificó; y desde hace años que Estados Unidos se lleva todo nuestro uranio enriquecido para impedir que caiga en manos de terroristas, por ejemplo. Y aunque quisiera fabricar armas, Brasil se sentiría amenazado y haría lo mismo, ya que también posee la tecnología nuclear casi del mismo nivel que Argentina. Y por último, por más que nos salgamos con la nuestra, los británicos serían los primeros de reaccionar y poner el grito en el cielo, señalándonos con el dedo acusador desde la ONU como un país peligroso, como lo fue el Irak de Saddam Hussein o Corea del Norte hoy. Sería demasiado Dick. Sólo necesitamos reequipar a nuestras Fuerzas Armadas hasta que alcancen el mismo nivel que cualquier país de la OTAN, como Chile. Pero no tenemos diez mil millones de dólares, que es lo mínimo para reequiparnos, y tenemos a los ingleses que estarían viendo con lupa cada adquisición que hagamos. Era verdad. Un botón de muestra lo fue la adquisición de aviones A4M Skyhawk a principios de los ´90. Para impedir que la Fuerza Aérea virtualmente desapareciera por falta de aviones operativos, el gobierno autorizó la compra de aviones que reemplazaran a los viejos Skyhawk A4B y C veteranos de Malvinas. A pesar que había en oferta aviones más pesados y con mejores prestaciones como el F8 Crusader, la Fuerza Aérea consideró que para minimizar costos de entrenamiento y adaptación a nuevas aeronaves, era mejor comprar el mismo Skyhawk en servicio pero de una versión mejorada. Cuando se cerró la operación de compra de 36 aviones (que debían reemplazar a los 62 A4B y C que la Fuerza Aérea alguna vez tuvo en servicio), más o menos en 1993, los británicos se enteraron que los aviones vendidos por
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Estados Unidos serían modernizados con la tecnología electrónica más reciente, capacidad de lanzar armas inteligentes y radares de largo alcance Westinghouse APG-66, los mismos que usaban en aquel entonces los cazas F18 Hornet en servicio en la US Navy. Así que presionaron a los estadounidenses para que los A4M llegaran a Argentina sin radares, pero eso hubiera sido una victoria a lo pirro. Nada impedía que desde el edificio Cóndor alguien tomara el teléfono y se pusiera en contacto con los israelíes para equipar de electrónica y radares de largo alcance a los aviones recién comprados. En Londres estoy seguro que la gente del Whitehall y el Ministerio de Defensa británico pensaron lo mismo así que no insistieron demasiado, y los A4M llegaron en 1997 a Buenos Aires con los radares APG-66 (que hoy los estadounidenses los consideran casi obsoletos), a 7 millones de dólares cada uno (muy caros, los brasileños compraron aviones similares a Nueva Zelanda por sólo 2 millones cada uno), y privatizando nuestra Fábrica Militar de Aviones. Actualmente la Fuerza Aérea insiste en tratar de usarlos como aviones interceptores, a pesar que son sólo cazabombarderos, y por último, las maniobras conjuntas con cazas F-16 de la USAF demostraron que contra aviones más modernos los A4M sufren un 50% de pérdidas en el aire. Y los chilenos tienen aviones F-16. En ese momento, hay un cambio de guardia en el monumento a los caídos en la Guerra de las Malvinas. Fuerza Aérea reemplaza al Ejército. Volteo la mirada y veo el paso marcial de los guardias marchando hacia los vestidores reservados para ellos en la Plaza. Con el calor, no envidio la labor de estos muchachos que deben estar rígidos con el fusil en alto bajo el sol del verano bonaerense, y siendo víctimas de los turistas que les sacan fotos. El debate no resuelve nada Dick. El pueblo no perdona lo que los militares hicieron cuando estuvo Videla en el poder y por eso las cosas están como están. Por ahora nadie va a aprobar partidas extras para defensa y ambos lo sabemos. Lo único que podemos hacer es lo que ahora hace el presidente Kirchner. Hacerles difícil la vida a los isleños tanto como sea posible. Y mientras tanto los británicos van a seguir adoptando su política de no innovar, ni negociar ni nada. ¿Qué crees que pueden opinar los británicos si les echamos en cara lo del submarino y su sistema de defensa de Malvinas? Sería entre nada, o decir flemáticamente que ellos “tienen derecho a la defensa del archipiélago y sus habitantes” o algo así. Los ingleses son unos hipócritas, Dick. Hacen las cosas según su conveniencia. Durante la Guerra de Malvinas, ellos insistían que nosotros cumpliéramos con las resoluciones de la ONU, pero ahora ellos se hacen los boludos frentes a los varios llamados de las Naciones Unidas para que Argentina y Gran Bretaña se sienten a negociar. Ya sé, ya sé. Y le expliqué a continuación lo que yo llamo La teoría de Guernsey. Guernsey es una isla ubicada en el Canal de la Mancha, más cerca de la costa francesa que de la británica. Junto a la isla Jersey forman las islas del canal o anglonormandas. A pesar de su ubicación geográfica, Guernsey pertenece a la
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corona británica. Durante la Segunda Guerra Mundial, fue el único pedazo de territorio británico ocupado por los alemanes. Y ahora pasamos a mi teoría. Hipotéticamente, supongamos que a mediados del siglo XIX un buque de guerra argentino llega a Guernsey, ocupa militarmente la isla y el gobierno argentino inicia su colonización con súbditos argentinos. Gran Bretaña, en lugar de reaccionar mediante acciones bélicas, reclama la soberanía de la isla por vía diplomática, y así lo hace hasta bien entrado el siglo XX, en que la pérfida Albión continúa su reclamo a través de la ONU. El gobierno de Buenos Aires simplemente responde que la voluntad de los isleños es continuar siendo argentinos y que por ende tienen derecho a la autodeterminación. Ahora bien, ¿cuál sería la reacción británica ante nuestra postura?. ¿Tolerarían tener una isla que les pertenece, usurpada y ocupada por argentinos cerca de sus costas?. Son muy buenas preguntas que a los británicos les puede resultar muy difícil de responder. Además, todo es una cuestión de conveniencia. El deseo de los habitantes de Hong Kong era seguir siendo súbditos británicos, pero eso no impidió que Gran Bretaña entregada aquel enclave a China en 1997. ¿La razón?. China es una potencia mundial, y con capacidad nuclear. Y cada vez más China gravita decisivamente en el Extremo Oriente, y gracias a su creciente comercio, en la balanza económica mundial. Para los británicos era más conveniente tener como amigos a los chinos que de contrincantes por Hong Kong, y por eso la devolvieron a China sin mucho trámite. En cambio, la República Argentina es para los ingleses, un país sudamericano más del conjunto. Y saben de sobra que las Fuerzas Armadas argentinas están muy reducidas y peor equipadas que en 1982. Y en cuanto a la economía mundial, Argentina aporta un 0,5% así que si el país desaparece de la faz de la tierra, sería tapa de diarios, pero a Wall Street no se le movería ni un pelo. Así que para los británicos, Argentina viene a ser algo así como un cachorro que ladra y hace mucho ruido pero que no muerde. Eso explica porqué la cuestión Malvinas es el último de los temas a tratar por el Whitehall, al revés de nuestra cancillería que considera que la cuestión de las islas del Atlántico Sur son prioridad absoluta. Por eso se necesita reforzar la política exterior nacional mediante unas Fuerzas Armadas bien equipadas y entrenadas. Dick asintió a todo lo que le había contado, y me felicitó por mi teoría de la isla de Guernsey. A esta altura del partido ya agotábamos nuestra conversación y ambos estábamos agobiados por el calor. Ya habíamos agotado nuestra ración de Coca Cola, pero eso no compensó el volumen de sudor expulsado por nuestros cuerpos. ¿Falta algo más por conversar? Creo que no. Por último, le pedí que si mi emblemático Celular Nokia 2160 hecho a medida podría modernizarlo agregándole GPS y pantalla color. Pero Dick insistió que debía más bien reemplazar mi viejo celular por otro. Por último, le sugerí sobre la posibilidad de agregarle algún dispositivo de seguridad contra robos. Después de discutir un poco, llegamos al acuerdo que en cuanto se pueda a mi teléfono se le agregue una cápsula de ácido que se pueda activar (y derramar su contenido), no bien haga una llamada a mi celular desde un teléfono público,
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así al chorro le queda un celular inservible que no lo va a poder vender ni como repuesto. Era hora de marcharse. Me levanto y no bien avanzo dos pasos Dick me lanza una pregunta, aún sentado en la banca. Aún la querés a ella ¿no? Súbitamente una brisa agita los árboles de la plaza y aquel aire fresco lo siento como un bálsamo que alivia un poco el calor que sentía. Lo que balbuceé en respuesta fue tapado por el ruido de los árboles. Sí, la quiero. Y giro mi cabeza para agregar: Pero el amor no sirve de nada en esto ¿no? Y me alejo de él avanzando por la peatonal Florida y deteniéndome en el primer kiosko que encuentro para comprar otra Coca Cola de 600 c.c. helada. Luego, encuentro un locutorio y llamo a Petra, pidiéndole si me podría recibir. Ella me dijo que sí así que tomo el subte línea C y haciendo combinación en Diagonal Norte, sigo con la línea D hasta el Barrio de Belgrano y de allí camino varias cuadras hasta llegar al departamento de Petra. Mientras viajaba en el subte, trataba de imaginar los detalles faltantes de aquella fiestita en Hemoterapia en el hospital de Lanús a finales de 2004, el momento en que a la mujer le bajan la bombacha descubriendo su cola y su entrepierna, su vello púbico, la penetración, la excitación, el orgasmo... y que pase el que sigue. ¿Y a ella?. ¿Le gusta?. ¿Se toca los pechos?. ¿Grita de placer?. ¿Pide más y más?. ¿Pasa su mano por su entrepierna para tomar el pene y acomodárselo en la entrada de su vagina?. ¿Se frota la entrepierna para darse más excitación?. ¿Se mete un dedo en el ano?. Con todos esos pensamientos lujuriosos llego al departamento de Petra y apenas ella me abre la puerta y casi sin preámbulos, la tomo con ambos brazos, la arrojo boca abajo sobre su cama, le arranco la bombacha y la violo. Petra, sorprendentemente, casi no opone resistencia. Una vez que alcanzo el clímax (era la primera vez que la penetraba sin condón), me separo de ella y avanzo hasta el pie de la cama, caigo de bruces al piso y comienzo a llorar. Petra, maternalmente, viene hacia mí y me abraza. Entre lágrimas, alcanzo a decirle. Perdoname Petra, perdoname. Está bien junge, está bien. Y así estuvimos un largo rato. Ya habría tiempo después para las explicaciones. Si a Dick le pudiera dedicar un tema musical, éste sería Goldfinger, en la versión de London Magic Cords. Me considero un fanático de los London Magic Cords.
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SEXTA PARTE EPÍLOGO
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NUEVE NO HAY CASO, ES EL SISTEMA Es una verdad indiscutible que el conjunto del pueblo de cada país desea sinceramente su prosperidad; pero es igualmente irrefutable que no posee el discernimiento y la estabilidad necesarios para un gobierno sistemático. Alexander Hamilton Después de mi encuentro con la doctora T. confirmé en Endoscopia la fecha de mi estudio para el miércoles 6 de Julio de 2005. Un día antes asistía a mi turno para otorrinolaringología, cerca del mediodía. Al golpear la puerta de madera del consultorio, me recibe una enfermera vieja y jetona, con cabello rubio teñido desordenado, baja de estatura y floja de carnes. ¿Qué necesitás? Tengo turno para otorrino- anuncié mostrando mi orden expedida por la doctora T. La enfermera la lee unos momentos y me devuelve el papel. ¿Sabés quién es el médico que te asignaron? No. Averiguá qué médico te asignaron sino no te pueden atender. Y dicho esto me cierra la puerta en la cara. Maldita vieja mal cogida. Como ya estaba muy “canchero” acerca de cómo funcionaban las cosas en el hospital de Lanús, rápidamente bajo hasta llegar a las ventanillas de solicitud de turnos. Salteando la fila de gente que pedía turnos para atención, llego a una de las ventanillas, les doy mis datos y obtengo la información por computadora acerca de quién era el médico asignado para atenderme en otorrinolaringología. Así que teniendo la información vuelvo al consultorio, golpeo la puerta y otra vez me recibe la misma vieja. ¿Y? Abajo me dijeron que me atiende el doctor fulano. Entonces te va a atender el doctor mengano- me responde la enfermera en mal tono y otra vez me cierra la puerta en mi cara. Mis mayores deseos para que Dios en su infinita piedad por la humanidad despache a esta vieja muy pronto al infierno, pensé. Así que me siento en una banca de madera con respaldo y espero, tratando de mantener la calma y no pensar en cómo acelerar la llegada de la muerte de esa vieja. Para desgracia de los pacientes que pasan por el hospital de Lanús, enfermeras viejas y resentidas sociales como ésas había muchas, trabajando todos los días. Ay, Dios... Minutos después, la puerta del consultorio se abre y la vieja me hace señas. A su lado, asomaba el rostro de un hombre anciano enfundado en guardapolvo blanco. ¡Vení, vení, pasá!.¡Dále! Camino despacio y entro al consultorio. Caminá hasta el fondo que el médico ya te atiende- me anuncia la vieja. Desde la puerta de entrada giro entonces a la derecha y camino hasta el fondo del recinto, encontrándome con un consultorio que parecía casi de otro tiempo.
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Tenía un amplio ventanal con vidrios catedral que dejaba pasar la luz solar, iluminando ampliamente la habitación. Me siento en una silla y miro a mi alrededor: Casi todo el mobiliario tendría unos 50 años cuando menos. Al lado mío una lámpara con un lente cóncavo que aún funcionaba, y cuya luz quedaba reflejada en el espejuelo que llevaba el galeno fijado a la cabeza para iluminar el interior de la boca del paciente. Hoy se usan lámparas halógenas para tal fin. Finalmente llega el galeno, un hombre entrado en años, estatura y físico medios, y pelo y barba blancos, que lo hacía parecer al abuelito de Heidi. Me saluda y me atiende muy amablemente. Le explico brevemente el motivo de mi visita y los antecedentes de mi caso. El médico enfunda sus manos con guantes de látex, se acomoda el espejuelo y se sienta delante de mí con un palito plano y de bordes redondeados en su mano derecha. Enciende la lámpara con lente de aumento. Abra la boca. Eso hago. Introduce el palito dentro de mi boca y observa con atención su interior, gracias a la luz reflejada en su espejuelo. Diga “A” Aaaaaaaaaaa. Diga “E” Eeeeeeeeeee. Diga eaeaeapepé Eaeaeapepé (mentira, esto último no me lo pidió). Mira con atención moviendo delicadamente el palito y por último lo extrae. Está bien, cierre la boca. Le hago caso. No veo a simple vista que tenga problemas en la faringe o en las cuerdas vocales. Sin embargo, para estar seguros te vamos a hacer una fibroscopia. Quedamos el próximo Jueves a la mañana. ¿Está bien?. Sí doctor, gracias. Me despido de él y camino por el pasillo en línea recta hasta Endoscopia a confirmar mi turno para el día siguiente. Mientras espero en una banca a que me atiendan, veo a lo lejos al abuelito de Heidi, vestido con pantalón marrón y saco de lana beige espigado, caminando hacia la salida con un gordo maletín negro en su mano izquierda. Por lo visto yo era su último paciente aquel día. El Miércoles, 6 de Julio de 2005, a las 8:30 de la mañana, entro otra vez al pequeño consultorio de endoscopia. Otra vez me encuentro con F.F. y su colega y nos estrechamos la mano. Antes de empezar, F.F. abre el armario metálico que en su interior estaba el equipo de audio, coloca un CD en su bandeja y aprieta el botón de reproducción. Casi al instante, escucho la maravillosa banda sonora de la pelicula Cinema Paradiso, de Ennio Morricone. Es la banda sonora de Cinema Paradiso. Exactamente- me responde con una sonrisa el colega de F.F. Sigo la rutina del último estudio de Enero de aquel año, colocándone fundas de fliselina para cubrir mis zapatos, anestesia en spray para adormecer mi lengua, y a continuación me echo en la camilla sobre mi costado izquierdo. Esta vez no
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estaba la doctora T. presente (por eso pudimos comenzar con el estudio más temprano). F.F. toma el endoscopio y lo introduce en mi boca, llegando con la punta hasta mi garganta y avanzando por mi esófago. Mi organismo, al detectar un cuerpo extraño, reacciona y hago arcadas, intentando toser. Quedate quieto- me ordena. Hago lo que puedo y el endoscopio transmite las imágenes a colores por los monitores Sony Trinitron. No se veía nada anormal. F.F. extrae el endoscopio. Todavía faltaba para terminar. En ese momento escuché una nueva melodía de Cinema Paradiso. La reconocí al instante y la relacioné con las respectivas escenas de la película. Ésta es la parte en la que se produce el incendio del cine- anuncié. Ésta es la parte que se quema el cine- repite el colega de F. F. confirmando el dato. A continuación, éste reemplaza a F.F. y toma el endoscopio. Esta vez iba en serio. El endoscopio pasa de la garganta y explora el esófago, en busca de las lesiones ventriculares que vio la doctora T. por las placas obtenidas por el seriógrafo. No encuentro la lesiones que vio la doctora T. Es un paciente muy sufrido- comentó F.F. ,que de los dos era el que más conocía mi caso. Las imágenes mostraban un esófago al parecer normal. A mi pedido, grabaron las imágenes en un video VHS, el mismo que usé en Enero de 2005 (aunque al grabar borraron el estudio de endoscopia de aquel mes, quedando sólo el más reciente). Después de comprobar que todo estaba bien. El colega de F.F. extrae el endoscopio y damos punto final al estudio. Al incorporarme, les comento que todavía me espera una fibroscopia al día siguiente. Una vez más espero afuera mientras ambos confeccionan el informe final. F.F. sale del consultorio y me entrega el papel, asegurándome que una copia del mismo se la entregarían a la doctora T. Di las gracias y me fui de allí. Pese a la tortura, aún hoy considero que los estudios de endoscopia fueron los más agradables que tuve. Me pregunto si F.F. y su colega tenían conocimientos de musicoterapia. El informe de endoscopia que aún conservo en archivo, se entiende un poco mejor que el anterior, pero al leerlo y no comprender determinadas palabras, no logro formar frases coherentes y por consiguiente no es posible transcribirlo para su comprensión en este libro. Al día siguiente, 7 de Julio de 2005 por la mañana, voy al recinto vecino al de endoscopia para el estudio de fibroscopia. En una pequeña sala sencilla pero más moderna que la de otorrinolaringología, me recibe el Doctor que se parecía al abuelito de Heidi, y esta vez estaba acompañada de una enfermera más joven y amable, que introduce un poco de crema lubricante en mis fosas nasales. De una manera muy diplomática, el médico explica lo que se iba a hacer aquel día, quizás con el fin de darme tranquilidad. Toma la sonda, muy similar al endoscopio, pero más delgado, y lo introduce lentamente por mi fosa nasal derecha. Avanza muy lentamente, a la vez que el médico miraba el extremo de la sonda gracias a un visor monóculo y en la que apoyaba uno de sus ojos.
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Después de avanzar un poco por el interior de mi nariz, se encuentra con un tabique que impide seguir avanzando. El galeno saca el fibroscopio. Me encontré con un tabique, así que vamos a intentar por la otra fosa. La enfermera limpia el extremo del fibroscopio y el médico lo introduce esta vez por mi fosa nasal izquierda. Esta vez pasa y el extremo del instrumento por fin alcanza a ver en detalle mi garganta. Siento el objeto extraño y comienzo a toser, aunque sabía que debía soportarlo porque sino no obtendría respuestas. Este estudio lo había solicitado yo, no la doctora T. , Así que debía saber porqué perdía voz a medida que hablaba por un tiempo prolongado. Luego de algunos minutos, el médico retira para mi alivio el fibroscopio dando punto final al estudio. Está todo normal, faringe, cuerdas vocales y garganta están bien. Okey, gracias. Doctor- agradecí. No volvería a ver a aquel médico anciano tan agradable y que se parecía al abuelito de Heidi. Aquel sería el último estudio hecho por mí en el hospital de Lanús. El sábado 9 de Julio, día de la independencia argentina, llamé desde el teléfono del cyber en el cual estaba trabajando a la Guardia del hospital de Lanús, buscando a la doctora T. para preguntarle cómo seguía mi caso. Una y otra vez llamaba al hospital, y como respuesta escuchaba la voz de otra persona que me decía que la doctora estaba operando, que no la encontraban, que volviera a llamar en unas horas... Que se vaya a la mierda, pensé. Ya estaba cansado de tener que verme siempre obligado a perseguirla como un pretendiente que está loco por ella. Estaba harto. Aquel sábado 9 de Julio de 2005 me declaraba a mí mismo oficialmente de alta y permitirme seguir con mi vida normalmente. Lo primero que hice fue, lógicamente, estar con Petra. Con la llegada del invierno de aquel año llego a su departamento en Belgrano. Cuando camino por el pasillo del séptimo piso que lleva a su puerta, me cruzo en sentido contrario con una mujer delgada, madura, con un rostro muy atractivo, cabello castaño corto, labios delgados pintados de rojo y un discreto maquillaje. Vestía zapatos negros y una falda larga floreada, blusa blanca y un chaleco negro de paño abierto en el frente. Llevaba un bolso grande de cuerina color negro colgado de su hombro izquierdo y que ella oprimía las asas unidas con su mano izquierda. Caminaba con prisa, al punto de ignorar mi presencia. A mi modo de ver vestía como una típica estadounidense. Cuando entré al departamento le pregunté a Petra si conocía a aquella mujer. ¿Te acuerdas de la adolescente que atiendo? Sí, me acuerdo. Ahora su madre quiere el mismo trato- agregó Petra con una sonrisaparece que su esposo no la atiende y quiso probar conmigo. ¿Y?. ¿Le gustó? Me prometió volver y me besó en los labios como pocos los hicieron. Sí, definitivamente le gustó.
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Volvería a principios de Agosto. Petra deja la puerta abierta y entro sigilosamente. No se la veía por ningún lado. Deposito mis 100 pesos dentro de la cajita china sobre el mueble ubicado al lado derecho de la puerta, como siempre. Cierra la puerta, junge, que ya estoy contigo-me dice Petra asomando su cabeza con sus cabellos llenos de espuma de champú. Bueno. Al instante, percibo una mesa de vidrio que no había visto antes. Muy delante de su cama y rodeado de seis sillas de caños cromados con almohadones de terciopelo azul mullidos. Era un juego de comedor. Pero lo más interesante era la notebook IBM Think Pad colocada sobre la mesa. Tenía activado el protector de pantalla así que apoyo la yema de mi dedo índice sobre el pad ubicado delante del teclado y muevo el dedo, como moviendo un mouse. El protector desaparece y veo en la pantalla un mapamundi con trayectoria de satélites. Conocía un programa parecido que había visto en 1995 en la sede del Radio Club de La Paz, Bolivia, pero este software que veía diez años después era mucho más avanzado y escrito en alemán. En el extremo inferior izquierdo tenía un cuadro con información en alemán como Name des Satelliten (tipo de satélite),Art (tipo), Art von Bahnen (tipo de órbita), Flugbahn (trayectoria), azimut, Apogäum (apogeo), Erdnähe (perigeo), y charakteristisch (características). Había un cursor que al marcar sobre cualquier punto que se movía sobre el mapamundi, aparecía la información sobre ese satélite en aquel cuadro. Comencé a marcar puntos al azar, y finalmente descubrí que ningún satélite mostrado en esa pantalla era civil. Todos eran militares. De repente escucho un pequeño zumbido y tomé mi celular Nokia 2160 hecho a medida. No tenía señal. Estiro su antena. Nada. Camino un poco alrededor de la laptop y me acerco a la ventana. La señal de mi celular vuelve. Vuelvo a la mesa de comedor y otra vez pierdo señal. Sigo hacia el armario de Petra y la señal de mi Nokia sigue distorsionada. Camino de allí hacia la puerta de entrada al departamento y la señal vuelve. Por lo visto, la notebook está conectada de manera inalámbrica a una antena muy potente para que distorsione la señal de mi teléfono celular. Nada que hacer. Vuelvo a colocarme delante de la computadora portátil. El mapamundi era una constelación de líneas curvas, cada una con un punto en movimiento. Yo ya conocía a la mayoría de los satélites estadounidenses y rusos, y también los de otros países. Al mover el cursor, quería en realidad buscar los satélites militares latinoamericanos, como el que tiene Chile supuestamente para comunicaciones militares solamente, o el satélite que Brasil tenía pensado poner en órbita para guiar las armas inteligentes desarrolladas por el brazilian military-industrial complex. Luego traté de encontrar en el programa algún sucher (buscador). En ese momento de repente me preguntaba divertido si existía algún satélite con nombre Goldeneye. Estaba concentrado delante de la notebook tratando de encontrar el buscador de satélites, que con seguridad tendría el programa alemán en alguna parte, cuando una delicada mano femenina cierra de golpe la notebook. Giro mi cabeza hacia la derecha y veo a Petra más furiosa que nunca.
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¿Wer zu Ihnen sagte, daß Sie meinen Computer wiederholen können?. ¡Sie sind dumm und ein Idiot!. ¡Er würde werfen von hier eines Stoßes haben!. ¡Schwein !. ¡Sohn des Weibchens! Por una cuestión de conveniencia personal, prefiero no traducir lo que Petra me dijo. Ante semejante reacción sólo pude dibujar con mis labios mi mejor sonrisa y tratar de cambiar de tema. ¿Hacemos el amor? Tampoco me conviene decir cómo terminó todo con ella aquel día. -
Septiembre de 2005. Vuelvo otra vez al consultorio externo de cirugía plástica. Y una vez más me encuentro con aquella morocha provinciana con cuello cubierto con un pañolón. El encuentro fue más bien una copia al carbónico del anterior meses atrás. Me desnudo de la cintura para arriba, ella palpa con sus dedos mis cicatrices y por último llama a su colega caucásico que opina que por ahora me haga tratar con parches de silicona y Contractubex para dentro de algún tiempo optar por una posible intervención quirúrgica. Pura demagogia. A su vez, la provinciana me plantea que volviera cuando la cicatriz en mi cuello cumpliera un año, o sea en Abril de 2006. Ya volvería a Cirugía Plástica. El encuentro con el cirujano especialista en Tórax fue más complicado. Por el resto del año 2005 una y otra vez llamo por teléfono al hospital pidiendo turno y ya por falta de tiempo al tener compromisos, ya por paros del personal no médico, ya por olvido, no asistía al encuentro del médico que me podría dar alguna respuesta con respecto de las balas en mi cuerpo y la posibilidad de extraerlas... Aunque esa posibilidad sea muy difícil y remota. Mi situación con el Augusto, su tío y el cyber nunca fue la misma. Apenas volví a la actividad en Caballito, sólo trabajé los fines de semana, y así sería hasta el último día. Mi rutina los fines de semana era más o menos así: Abría a las 13:00, y me reservaba el derecho de admisión, o sea, no dejaba entrar a las personas con pinta de villeros, por la sencilla razón que el barrio es de clase media y los villeros casi con seguridad venían de las casas usurpadas de las cercanías, y alguno de ellos, podría ser cómplice de delincuentes o peor, alguien que buscaba confianza conmigo para el día menos pensado caerme en el negocio con un arma en la mano. Cuando oscurecía, sentía aprensión y preocupación hasta que pasadas las 20:00 llegaba el custodio privado. Así, con alguien armado con una 9mm en su cintura y ubicado en la puerta del cyber trabajaba tranquilo hasta la hora de cierre, las 0:00 horas. Una vez que cerraba el local, tomaba el colectivo de la línea 112 desde el Parque Centenario, en Caballito, hasta Lanús, frente a la estación de tren, y por último tomaba un remís que me llevaba hasta la puerta de mi casa. Cada vez que bajaba del auto, entraba corriendo a mi casa y una vez dentro cerraba la puerta con llave. Sólo en ese momento respiraba tranquilo. Y este proceso lo hacía los sábados y los domingos. El problema era que ganaba unos 50 pesos por fin de semana, y los gastos de viáticos y comidas sumaban unos 20 pesos, así que me quedaban limpios apenas unos 30 pesos
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(menos de 10 dólares), con lo cual casi iba al cyber por amor al arte más que para ganar dinero. Y todo por culpa de la inseguridad. César trabajaba por las mañanas y Mariano por las tardes de Lunes a Viernes. Germán tuvo la suerte de conseguir otro empleo de programador en el Ministerio de Salud a principios de 2005 y se fue. César era un hombre mayor de cincuenta y tantos años, menudo, cabello blanco, y que vivía a sólo unas calles del negocio. Mariano también vivía cerca, pero era de unos veintitantos, delgado, muy comunicativo y muy conocido en el barrio. Tuvo conflictos con Augusto que por alguna razón pudieron resolverse. Meses después, más o menos en la época en que el cyber cambiaba de dueños, Mariano renunció y pudo obtener de indemnización unos 2000 pesos. Augusto, a pesar de no haber cubierto mis gastos médicos cuando estuve convalesciente, y encima haber rebajado mi asignación mensual en Enero de 2005 a menos de la mitad, justo en el momento más álgido de mi situación como paciente ambulatorio, me entregó unos 200 pesos cuando vendió el cyber haciéndome firmar un recibo que decía, más o menos, que renunciaba a cualquier reclamo posterior o algo por el estilo. Igual a ese recibo (sin valor alguno), le puse cualquier firma. Considero que el caso de Augusto, su tío y yo no es un caso cerrado. Tiene final abierto. Esto ocurría en Noviembre de 2005. El cyber pasó entonces a otras manos y casi de entrada no tuve buena comunicación con los nuevos dueños. Éstos eran cuatro (tres hombres y una mujer), todos maduros y que trabajaban en una clínica de las cercanías. Augusto, al venderles el cyber, les había mentido sobre los ingresos y ganancias reales que generaba el local, así que los cuatro descubrieron una vez que el negocio pasó a sus manos, que las cosas no eran como las esperaban y prácticamente no había dinero para repartirse entre ellos, y así sería hasta el día en que dejé de trabajar. En Diciembre de 2005, reclamé mi aguinaldo y los nuevos dueños se negaron a pagármelo, debido a que apenas hacía un mes que estaban como dueños del cyber. Y Augusto... bueno, él me hizo firmar un recibo por 200 pesos hacía un mes atrás, sin más reclamos de mi parte... Cuando la gente es una hija de puta, lo es, y cuando a veces no merece comprensión alguna, es por alguna razón. Tuve que tolerar trabajar en negro y soportar todo tipo de abusos hasta el final. Sin embargo, por asesoría legal estoy buscando la manera de cobrármelas todas juntas. Nadie va a hacer justicia por mí, sólo yo mismo. Una vez alejado Mariano del cyber, César buscó constantemente ocupar un mayor espacio de influencia e importancia frente a los nuevos dueños. Eso, obviamente, conspiró en mi contra. Mariano, por ejemplo, fue reemplazado por un sobrino de César. Así que estas acciones, sumado al hecho que siempre tuve desinteligencias con los nuevos dueños, hicieron que finalmente fuera despedido el sábado 4 de Marzo de 2006, un día antes de mi cumpleaños. Reunidos en un bar cercano, dos de los dueños y yo me explicaron brevemente las razones por las que ya no me necesitaban y me entregaron una indemnización de 300 pesos. Era el final. Así me fui de aquel cyber. En cierta forma sentí un gran alivio. Allí me pasó de todo. Conocí a la delincuencia cara a cara y volviendo de aquel trabajo a mi casa, una noche de Septiembre de 2004 alguien me asalta a metros de mi casa
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y me dispara 4 veces. Francamente me iba de allí sin pena ni gloria. Quizás más pena que gloria. Tomé la decisión de nunca más volver a trabajar como empleado de un negocio. Igual no estaba completamente ocioso. Ya en Junio de 2005 y por recomendación de José, comienzo a trabajar como técnico de PC a las órdenes de un ingeniero dueño de una empresa que comercializa software de gestión para pymes. A pesar de ganar una miseria, y de no estar del todo de acuerdo con sus prácticas comerciales, aún hoy sigo trabajando con este ingeniero comunista de doctrina, y capitalista perverso de hecho. Me llevó mucho tiempo adaptarme al nuevo trabajo y a su vez que tanto él como su familia (es una empresa familiar), me dieran algunas migajas de confianza. De vez en cuando debo escucharlo acerca de las maravillas del mundo comunista en la época de Guerra Fría, por ejemplo, pero para él, por desgracia yo soy un interlocutor que fue educado y formado sobre la base de doctrina y costumbres estrictamente occidentales, algo de lo cual me siento muy orgulloso, por lo cual jamás nos vamos a entender en una charla intelectual sobre cuestiones de ideología. Como me cuenta siempre sus experiencias sobre sus viajes al otrora mundo comunista, para mí él es como el título de la primera novela de éxito de John Le Carré, El espía que vino del frío. Igual sigo en la búsqueda de otro empleo más redituable, pero hasta ahora sin éxito. Mi edad actual e inclusive el hecho de no ser un rubio ario, sino todo lo contrario, hacen que no consiga un buen trabajo con un buen sueldo, así que sigo sin poder llegar a metas más altas como tener pareja y quizás formar una familia. Las mujeres hipócritas dicen que todo es amor, pero los hechos demuestran que todo es cuestión de dinero. Por ahora no hay nada que hacer al respecto. En Diciembre de 2005 aproveché las cercanías de las fiestas navideñas para darle un obsequio a la doctora T. Como sabía que era difícil ubicarla y yo no estaba con ganas de esperarla en alguna parte del hospital como un estúpido, hice lo siguiente: primero probé buscarla los sábados en la guardia, pero ubicarla allí era imposible. O estaba ocupada operando o simplemente nadie sabía dónde estaba, como siempre. Llevaba aquellos días como obsequio navideño un programa de computadora de un juego de ajedrez, enfundado en una bolsa de papel blanca con las siglas IBM. Como no tuve éxito en ubicarla y yo no quería perder tiempo esperándola, decidí finalmente bajar de Internet una poesía para una doctora, le cambié el nombre del autor y le puse en su lugar el mío, y también cambié su título, por el de A mi doctora, y cuyo texto es como sigue: Bondadosa galena de las almas sufridas De un tormento amoroso fugaz y solitario, Es tu augusto diván descanso en el calvario Del crucífero llanto que anegaba mi herida. Reverente respeto la grata medicina Que dieran a mis penas tus magníficas manos,
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Hechas dardos y flores, hechas luces y arcanos, Brotados de tu esencia con magia sensitiva. Atenta prescribieron con répices de vida -y con exquisito dulzor samaritanomelifluos avatares tus blanquísimas manos, en hojas de gardenia, clavel y siempreviva Amorosa y serena, tú mis noches vigilas Y besas mis pupilas para dejar guardados -con la sabia pericia de tu don bienamado¡Un poema amoroso que en mi pecho suspira!
Gabriel En esos días me encontré con la enfermera Gabriela, que a la vez que me contaba sobre la novedad de su hermana Elena (finalmente encontró un semental que le dio un hijo que dio a Luz en Noviembre, y de paso él se quedó viviendo con ella), aproveché para darle el regalo del juego de ajedrez que originalmente iba para la doctora T. a cambio de pegar en sitios estratégicos 5 ejemplares de aquel poema. Gabriela cumplió puntualmente con mi pedido, pegándolo en la puerta de la sala de residentes de cirugía y la ventana de la sala de enfermeras, en ambos extremos del pasillo del piso de terapia intermedia y por último en la vitrina reservada para comunicados en la entrada principal del hospital. En esos días estaba muy ocupado atendiendo otros asuntos y con los preparativos para Navidad, así que no tuve tiempo de consultar con inteligencia sobre la reacción que tuvo la galena rubia al leer aquel poema pegado muy cerca de la entrada a la oficina de cirujanos. Aún esto sigue siendo para mí una incógnita. En las fiestas navideñas de Diciembre de 2005 pude, esta vez sí, comer pan dulce y beber sidra como todos, y así recibí el año 2006, viendo por TNT, por última vez, algunas de las mejores películas de James Bond. Al igual que todos, comenzaba el nuevo año con renovada esperanza. Una de las cosas positivas que logré obtener de mi experiencia fue el aumento substancial de peso. Durante décadas, siempre fui una persona muy delgada que nunca llegaba a los 72 kilos de peso. Intenté por todos los medios de aumentar de peso hasta llegar a los 80 kilos, pero en vano. A partir de 2005 comencé a subir de peso hasta llegar a los increíbles 90 kilos actuales. Yo siempre pienso que los plomos que llevo encima pesan más de lo que creí. Continué con la búsqueda de respuestas acerca de la extracción de mis proyectiles, hasta que finalmente llegué a encontrar a la que considero es la máxima autoridad mundial en el tratamiento de heridas de arma de fuego: La Cruz Roja Internacional. De Internet obtuve el informe titulado Heridas de guerra : tratamiento quirúrgico básico : principios y prácticas del tratamiento quirúrgico de heridas causadas por proyectiles o explosiones. (Este reporte se
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consigue impreso por unos 5 euros, pero se puede bajar del ciberespacio gratis). Y detalla a grandes rasgos sobre el ambiente de campaña quirúrgico ideal en medio de conflictos armados, la recepción y tratamiento de heridos por balas o minas antipersonales, los tipos de operación según cada caso específico, etc. etc. Pero hay un párrafo de este folleto que me interesa en el capítulo titulado “CIRUGIA DE LAS HERIDAS: TÉCNICA QUIRÚRGICA”: ...No obstante, los pequeños fragmentos metálicos incrustados son difíciles de localizar y su extracción es innecesaria y aventurada. Si se eliminan juntamente con el tejido que requiere escisión, tanto mejor, pero no debe efectuarse una exploración para buscarlos. Prolongar la operación para localizar balas y fragmentos residuales en tejidos no dañados es innecesario y peligroso; éstos deberán eliminarse más tarde si provocan síntomas. Tiempo después, en un artículo de la revista Selecciones del Reader´s Digest de Febrero de 2007 titulado “Recibir un balazo”, reafirmaba aquella doctrina de la Cruz Roja. No conviene realizar intervenciones quirúrgicas para extraer balas porque la operación en sí podría causar más daño que beneficio. Por eso existe el axioma a nivel mundial entre los cirujanos sobre dejar los proyectiles alojados en el cuerpo en donde queden, salvo que hayan quedado incrustados en lugares críticos del cuerpo, como expliqué capítulos atrás. Conozco al menos dos excepciones a la regla. Juan Pablo II y Ronald Reagan. Ambos sufrieron atentados el mismo año, 1981, por apenas dos meses de diferencia. Primero fue Reagan, en ese entonces presidente de Estados Unidos con apenas dos meses en el cargo. Saliendo de un hotel y segundos antes de subir a su limosina presidencial, en Marzo de 1981, un loco llamado Hinkley le disparó y aquel mismo auto llevó a Reagan rápidamente al hospital. Al principio los cirujanos, siguiendo la doctrina médica, querían ocuparse solamente en reparar los órganos dañados y dejar la bala en el cuerpo del presidente, pero los del Servicio Secreto de Estados Unidos insistieron en que el proyectil sea extraído porque se sospechaba que era explosivo. Así que los cirujanos tuvieron trabajo extra buscando en el cuerpo de Reagan aquella bala, hasta que uno de ellos se le ocurrió usar una delgada vara metálica e introducirla lentamente en el orificio de entrada del proyectil, hasta encontrarse con un obstáculo duro. Así encontraron la bala y pudieron extraerla. Juan Pablo II entraba en la plaza San Pedro en el Vaticano sobre un jeep blanco el 13 de Mayo de 1981 cuando Mohammed Alí Agca le disparó. Al igual que Reagan, ese mismo vehículo llevó a Su Santidad directamente al hospital. Una vez allí, los galenos le extrajeron el proyectil calibre 9 mm a Karol Wojtila del intestino y de paso le quitaron unos 50 centímetros de colon. Y gracias a Dios, tuvimos a Juan Pablo II hasta abril de 2005, cuando falleció por causas naturales. Una vez más, vuelvo a sospechar que para conseguir lo que uno quiere se debe tener poder e influencia en el mundo. Sin embargo, a la fecha no me doy por vencido. ¿Acaso no se puede extraer proyectiles usando microcirugía?.¿No se puede introducir un endoscopio y guiarlo con imágenes en tiempo real de rayos X o resonancia magnética para guiar el aparato hasta la bala y extraerla, sin necesidad de hacer grandes cortes con bisturí en el cuerpo del paciente en técnicas quirúrgicas comunes?.
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Incluso me aventuro más allá. ¿Y si el endoscopio es manejado por un robot, que es más preciso y no sufre de posibles temblores de pulso como un humano?. Quizás parezcan ideas fantásticas, pero la tecnología descrita por mí líneas arriba existe, incluyendo el robot para practicar operaciones quirúrgicas de alta complejidad. Por alguna razón, considero que los israelíes tienen la tecnología para desarrollar un robot semejante. Parto del supuesto que como ellos conocen como pocos las heridas de armas de fuego como consecuencia de sus continuas escaramuzas con los palestinos, quizás (quizás), sean ellos los más interesados en desarrollar un equipo semejante para extraer con éxito proyectiles y/o esquirlas. Pero las balas en mi cuerpo deben salir. No me hago la idea de cargar por el resto de mi vida con estos 4 plomos. Tengo una pequeña anécdota sobre mi experiencia en el hospital de Lanús. En una de mis varias visitas al seriógrafo para ver el estado de mi esófago, en Marzo de 2005, fui llevado a este equipo por Marcelo y unos residentes noveles. Las imágenes mostraban con claridad, como puntos negros, las balas calibre 22 en mi cuello y tórax. Una vez terminado el estudio, y mientras caminábamos hacia los ascensores, uno de los “colegas”, de Marcelo exclamó en tono sarcástico. ¿Adónde fuiste que tenés tantas balas?. ¿A Malvinas?. Aquellos comentarios no me causaron ninguna gracia y simplemente me limité a responder que eran consecuencia de un asalto sufrido. Si esos proyectiles hubiesen sido británicos consecuencia de haber combatido en Malvinas, posiblemente los hubiera llevado con orgullo, pero en realidad son proyectiles salidos de una pistola perteneciente a una rata inmunda que sabe Dios de qué agujero podrido salió para robarme y de paso dispararme. Por esto también me interesa que las balas de mi cuerpo salgan. Al comenzar 2006, lo primero que hice fue juntar pequeños trozos de papel con nombres y teléfonos de varios de mis “agentes” del personal no médico del hospital de Lanús. Ya no tenía recursos para visitarlos uno a uno y llevarles alimentos y bebida y crear un ambiente ameno para charlar, así que me limité en llamarlos por teléfono desde cabinas públicas e indagar sobre la “fiestita” de los cirujanos en hemoterapia a finales de 2004 y tratar de saber sobre la veracidad del dato que me había dado Dick, que a una de las médicas le habían echado uno o varios polvos. Al final, después de muchas llamadas, obtuve un asombroso 33% de sí, de no, y de no sé. Los del sí confirmaban el dato: “Sí, le dieron para que tenga”. El otro 33% lo negaba: “No, los médicos serían incapaces de hacer algo así, son gente seria y...”, y por último los restantes opinaban que no tenían idea de lo que les estaba hablando, aunque tiempo después, por e-mail encriptado, Dick, al mismo tiempo que me anunciaba que sabía de mis averiguraciones, me decía que la gente que no tiene idea de nada, es en su mayoría, personas que lo saben todo pero que en realidad no se quieren comprometer en un asunto tan peliagudo. Además, me sugería que no perdiera tiempo en averiguar esos rumores, que él se encargaría a su tiempo de darme todos los detalles eróticos del asunto... si los había.
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Así que me quedaban un probable de dos terceras partes de personas a quienes pregunté que confirmaban mis datos. Vaya, vaya. Inmediatamente después de eso, rompí en mil pedazos aquellos papelitos con nombres y teléfonos y les prendí fuego, esparciendo las cenizas por el jardín. A partir de esas fechas procuraría olvidar aquellos datos del staff de inteligencia. Febrero de 2006. Después de exactamente 26 años, me iba de vacaciones, aunque por razones presupuestarias no podía descansar 15 días como todo argentino promedio. Fui a Mar del Plata (no la conocía), a hacer una visita de Jefe de Estado de 72 horas. Salí de la estación de tren de Constitución más o menos a las 18:00 horas del Lunes 13 de Febrero, disfrutaría plenamente los días 14, 15 y 16 y volvería a Buenos Aires el 17 partiendo de la estación de tren de Mar del Plata a las 7 de la mañana. Así fue el plan. ¿Qué tiene que ver esto con mi historia?. Mucho. El Martes 14 , un día espectacularmente soleado pero sin demasiado calor, hice un reconocimiento del área de las playas de Mar del Plata y alrededores. Luego de descubrir que todos los bañistas giles se apelotonaban en la playa Bristol y sus cercanías, caminé en dirección sur por el Boulevard Marítimo Patricio Peralta Ramos en búsqueda de playas más tranquilas. Luego de caminar unas 10 cuadras, y frente a un monumento a la aviación, encontré una playa casi vacía. En aquel instante, contemplé a una hermosa rubia de quizás unos treintitantos años, con un bikini de una pieza color oscuro, cuerpo medio pero con una aceptable figura, caminando de un extremo a otro de aquel pedazo de playa delimitado por bloques de cemento, mientras dejaba que la toalla que tomaba con sus manos y cubría su espalda sea batida por el viento marino. Iba y venía. Yo estaba extasiado viéndola. Tomé la decisión de que aquella era la playa elegida por mí al día siguiente. Y aquel espectáculo haría que pensara en la doctora T. a lo largo de todas mi cortas vacaciones. Al día siguiente, miércoles 15, después del mediodía, salí de mi alojamiento con el esquema de vestimenta Afrika Korps, esto era, pantalones cortos de tela color beige, camisa con bolsillos, una gorra negra con el logo de IBM y en mis manos, una sombrilla y una reposera de tubo plegable. Fui directamente a la playa reconocida por mí el día anterior y a pesar de ya no encontrar a la rubia. Igual me quedé allí a disfrutar del sol. Una vez montadas la reposera y la sombrilla, únicamente me quité la camisa. Debajo tenía una musculosa color azul que usé en un principio durante mi convalecencia en Marzo de 2005 en el hospital. Luego me acerqué a las olas que golpeaban furiosamente el borde la playa. Los primeros embates del mar me dejaron sorprendido, no esperaba que el agua tuviera la fuerza de empujar a una persona. No me atreví a sumergirme en el agua debido a que por instinto vigilaba mis cosas en la playa y evitar a tiempo sufrir un robo. Podría decirse que mi indumentaria de baño era más apropiada para un mundo de principios del siglo XX que de principios del siglo XXI, pero no tenía alternativa. No deseaba que otras personas vieran las espantosas cicatrices que tengo en mi cuerpo producto de las operaciones quirúrgicas a las que fui sometido. Consideré que llamaría mucho la atención y captaría, quizás, miradas de horror y espanto. Al día siguiente, Jueves 16 de Febrero, repetiría todo aquel proceso, al volver a la misma playa y bañarme con una indumentaria similar. Era demasiado que se
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viera claramente la cicatriz que cruzaba mi cuello de lado a lado como si me hubiesen degollado, así que no quería captar la atención mostrando también las de mi tórax y abdomen. Pude también conocer el inicio de la noche marplatense y caminar por la peatonal San Martín, que comienza en la playa, cerca del casino, y desemboca en la catedral de Mar del Plata. Averigüé en aquel templo los horarios de misa y así pude asistir al caer la noche, a las misas diarias que ofrecía aquella iglesia. Desde que salí del hospital vivo y entero, tengo mucho que agradecer a Dios. Me llamaba la atención el hecho de encontrar siempre como asistentes a misa a gente muy joven, o muy mayor. Desde mi discreta posición al fondo del templo, mientras transcurría la misa, podía ver un montón de mujeres mayores de 40 años en los bancos de más adelante. Casi todas ellas tenían cabello rubio teñido y pelos enrulados en mayor o en menor medida, así que lo que veía desde mi banca mucho más atrás era un vergel de arbustos secos. La noche en Mar del Plata era casi tan fascinante como el día. Se escuchaba el sonido de las olas golpeando la playa, a veces suavemente, a veces como un pequeño trueno. Mi última noche del Jueves 16, acababa de salir de misa y volviendo por la peatonal salí otra vez a la playa. Decidí caminar un poco por la plaza Colón, enfrente del hotel Provincial y el Casino de Mar del Plata cuando me encuentro con una agradable sorpresa. En ese momento entendía porqué mi subconsciente me obligaba a pensar en la doctora T. Una rubia me lleva a otra rubia. Iluminada por un farol que despedía una potente luz blanca, veía a una hermosa rubia de pie mirando con curiosidad y de brazos cruzados la entrada al casino desde el borde de la plaza, enfrente. Vestía pantalones cortos y chomba color blanco, zapatillas de tela con zoquetes del mismo color, dando la apariencia de una tenista profesional, pero su rostro agraciado y delicadamente femenino era el de una mujer madura... una madura alemana. Me acerqué a ella, soprendido. ¡Petra!. ¿Qué hacés acá?.- es lo primero que le dije, tomándole de su brazo izquierdo. Petra me ve y queda tan sorprendida como yo. ¡Junge!.-exclamó dándome un beso en mi mejilla derecha-¿qué haces tú aquí?. Estoy de vacaciones, pero mañana vuelvo a Buenos Aires. ¿Y vos?. La rubia alemana quedó pensativa unos momentos. No me quiso decir el verdadero motivo por el cual estaba ahí. Pues... paseando un poco por aquí. Siempre quise conocer Mar del Plata. Desde que estoy en Argentina varias veces oí hablar de este lugar así que decidí venir. Parece que teníamos algo en común. ¿Desde hace cuándo que estás en Mar del Plata? Desde el fin de semana pasado. ¿Y tú? Estoy desde el Lunes, y me voy mañana. Has estado poco tiempo aquí... reflexionó Petra. No fue fácil reunir la plata para tener estas cortas vacacionesrespondí. ¿ Cuánto tiempo más vas a estar aquí?
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Posiblemente el próximo fin de semana me tome el avión de vuelta a Buenos Aires... no lo sé. Allá tampoco tengo mucho que hacer, y tampoco quiero volver a Alemania a temblar de frío. Ya veo. Las ventajas de tener recursos. ¿Viaja a Mar de Plata ida y vuelta en avión?. Vaya. Bueno, espero verte a fin de mes en tu departamento- le sugerí tratando de seguir con el hilo de la conversación. No te preocupes, junge. Allí estaré. Nos quedamos mirándonos unos segundos. Trataba de percibir los pensamientos de Petra a través de sus ojos, pero no tuve éxito. Quizás consecuencia de las sombras creadas por aquel farol de luz blanca. De repente a Petra se le ocurrió una idea. Tengo una invitación para ir a una fiesta y no tengo acompañante. ¿Quieres venir?. Sabía que esa reunión era de estirados, pero también sabía que no tendría otra oportunidad de asistir a una fiesta hasta posiblemente muchos años. Acepté. De acuerdo. Pero no tengo ropa apropiada. Petra me mira unos instantes y se ríe con ganas. No hay problema, junge. Tengo ropa para ti para la ocasión que tengo en la habitación de mi hotel. ¿Y cuál es tu hotel?. Aquel.- y Petra señala el hotel Provincial.- me gustaba su vista al mar. Para ese entonces ya conocía los antecedentes de Petra gracias a Dick, así que me hubiera gustado saber qué alias usó para registrase en el hotel. Bueno, vamos- respondí conforme.-Pero en la fiesta voy a estar muy poco tiempo. Llego, saludo, como y bebo un poco y me vuelvo a mi pensión. Mañana me tengo que levantar muy temprano para estar en la estación de tren y volver a Buenos Aires. De acuerdo, junge. Sabía que ibas a aceptar. Mientras cruzábamos la calle en dirección al Hotel Provincial me preguntaba qué tanto conocía Petra de mí. Cuando entramos a su habitación (la suite más lujosa y con vista al océano Atlántico), Petra se quita su ropa deportiva rápidamente y desnuda se dirige al baño a ducharse. Apenas escucho el ruido de fluir del agua a través de la ducha, Petra me grita. ¡Pruébate el traje en el armario!. ¡Yo salgo enseguida! Obedezco y abro una de las puertas dobles de un placard. En su interior, colgada, había abundancia de fina ropa femenina, y entre ellas, resaltando, un smoking negro. Me quito la ropa y me pruebo aquel atuendo. Tuve dificultades con la faja que sostenía mis pantalones y el moño, pero afortunadamente el conjunto me quedaba bien, ni ajustado, ni holgado. Faltaba un detalle. Giro mi cabeza en dirección a la puerta del baño abierta y de él veo salir a Petra secándose el cabello con una toalla. Desnuda, desde luego. ¿Y los zapatos? En el mismo armario, abajo. -
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Vuelvo a abrir la misma puerta del placard y en su piso veo, entre hileras de calzado femenino, un par de zapatos finos de color negro de cuerina plastificada, con cordones, que tienen la ventaja de necesitar sólo un trapo húmedo para mantenerse brillantes. También había sobre los zapatos un par de medias nuevas del mismo color. Llevé ambas cosas a la cama y me senté en su borde a probarme aquello. Petra, sin apuro alguno en siquiera ponerse ropa interior, se sienta frente a un tocador. Encima de él, un secador de pelo que enciende y lo coloca sobre su cabello mojado. Mientras, descubro que los zapatos me quedaban bien. Me apretaban un poco en los costados de mis pies, pero eso era sólo una molestia menor. Me incorporé y me dirigí al baño. Me miro al espejo. ¡Guau!. ¡Parezco James Bond!- exclamé. Petra no me respondió. Posiblemente no me oyó por el ruido de su secador de pelo. No pude evitar hacer gestos como sacándome una pistola del interior de mi saco, apuntando al espejo con aquella arma imaginaria formada con mis dedos, como si fuese el agente 007. Sin embargo, mis anteojos distorsionaban el cuadro. Se supone que James Bond no lleva lentes y por sobre todas las cosas, no es morocho como yo. Bueno, pienso que no se puede tener todo. Salgo y me coloco delante del espejo del tocador. Petra me ve mientras toma un cepillo y se peina sus rubios cabellos. Te queda bien, ya los suponía. Báñate junge. Hay cosas para hombres como máquina de afeitar y colonia encima del lavabo. Te espero, igual me falta arreglarme. Okey. Vuelvo a quitarme el smoking. Y deposito delicadamente el conjunto sobre la amplia cama y los zapatos y medias en el piso cerca de éste. Entro al baño, aún húmedo y con un penetrante aroma a mujer, y finalmente me ubico debajo de la ducha. Una vez que salgo de allí, quito parte del empañado del espejo y abro el botiquín. Allí, entre potes de crema, maquillaje y demás accesorios de uso femenino, había una maquinilla de afeitar convencional con hojilla, brocha, y pomo con crema de afeitar. Hacía 15 años que no me afeitaba así, siempre utilicé por razones prácticas y económicas una afeitadora eléctrica, así que tuve que hacer memoria y tratar de afeitarme sin hacer enchastre y por sobre todo, no cortarme el rostro. Afortunadamente todo salió bien. Guardo todo otra vez en donde estaba. Busco, y encuentro, un envase de after shave en aerosol y rocío con él la parte baja de mi rostro, provocándome ardor. Por último, encuentro en el botiquín un antitranspirante para las axilas y una colonia for men, y les doy un buen uso. Tomo un peine y acomodo un poco mi cabello cortado al ras. Estaba bien acicalado. Vuelvo a la habitación y me visto otra vez con el smoking y los zapatos. Me hubiera gustado tener talco para pies, pero eso era lo único que no había. Para ese momento Petra vestía un vestido negro brillante con escotes pronunciados en V adelante y atrás, y su borde llegaba apenas hasta sus rodillas. Zapatos negros, y una pequeña cartera del mismo color completaban el conjunto. Vestida y discretamente maquillada como estaba, Petra camina hacia el teléfono y luego de discar un número pide a la Administración del hotel un automóvil. Cuelga el tubo y se acerca a mí. Por Dios, estaba espléndida. Te ves brunnen, junge. Muy bien.
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Vos también estás bárbara, como para comerte- respondí contestando aquel cumplido con otro. Al verla, no pude evitar pasar la punta de mi lengua por mis labios. En aquel instante me prometí a mí mismo que al volver de la fiesta le haría el amor. Estaba determinado a llevarme un buen recuerdo de Mar del Plata. A los pocos minutos, suena el teléfono. Petra contesta. Bien, gracias. Cuelga el tubo y toma discretamente mi brazo derecho, que doblo formando un asa. Vamos. Vamos- repito. Afuera, nos esperaba un Ford Focus color plata. Subimos a él y el auto nos lleva hasta un edificio muy lujoso, muy cerca del Hotel, a juzgar por el corto trayecto recorrido. Estacionamos frente al inmueble y bajamos. En la entrada, dos hombres en trajes negros nos reciben con una sonrisa y nos invitan a pasar. Cruzamos el vestíbulo, seguimos por un pasillo bien iluminado y de paredes color rosa y piso alfombrado negro, hasta finalmente desembocar en un jardín con una piscina, arbustos y postes de luz en dos filas negros con conos que los protegía de los elementos. Éstas, junto con los arbustos, rodeaban la piscina y bordeaban unos corredores por los que circulaban los invitados a aquella fiesta, todos estirados de la sociedad marplatense y bonaerense. A pesar de encontrarnos al aire libre, igual sentía un olor penetrante a perfume fino tanto femenino como masculino... y también olía la hipocresía y la petulancia propia de gente de esta calaña. Un tipo recibe a Petra efusivamente. Vestía un extraño smoking gris, llevaba una barba parcialmente plateada y ojos grises que advertían con él había que ponerse en guardia. Al sonreír, sus arrugas marcaban todo su rostro, como un acordeón que acabara de plegarse. ¡Hanna!, ¡qué sorpresa!. ¡Viniste! ¿Hanna? Petra responde al saludo dejándose besar y de paso tolerar por unos segundos aquellos pelos grises rozando su cara. Me presentó como “un amigo”, y yo sólo me limité a estrechar la mano de aquel hombre y decirle “mucho gusto”. ¡Hanna!, ¡Vení!, ¡te presento a unos amigos!. Petra me mira interrogante y yo le hago señas que vaya con él. Una vez recibida mi aprobación, ella se deja tironear por el brazo por aquel individuo que lo lleva al interior de la reunión. Yo nada podía hacer. En aquel momento un barman me coloca frente a mi cara una bandeja con canapés, y otro me flanquea por mi izquierda con otra bandeja con bebidas. Como siempre, elijo un vaso con Coca Cola y hielo. Agradecí a ambos y los dos barman se fueron a atender a otros invitados. Miré mi reloj: las 20:30. Durante la velada me limité a hacer lo mismo que cuando asistía a los eventos de informática en hoteles: simplemente navegaba de aquí para allá, esquivando gente que conversaba animadamente de sus cosas, e interceptando a los barman parta seguir comiendo y bebiendo hasta que no pueda más. De cuando en cuando, veía a Petra conversando con diversos hombres y mujeres, casi siempre con un vaso de bebida en su mano. Ella también de cuando en cuando me veía. -
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Afortunadamente a eso de las 21:30, Petra se quería ir. Por lo que pude ver había varios hombres que haciendo alarde de macho argentino conquistador de mujeres, la cortejaban, pero yo sabía que lo que ellos querían en realidad era llevársela a la cama y nada más. Veía cómo Petra comenzó a sentirse incómoda ante tales avances y cada vez le costaba más desembarazarse de aquellos hombres que colocaban frente a ella sus bien parecidos rostros y su “chamullo”, para obtener lo que querían. Tuve que ir a su rescate. Cuando me vio a su lado, sacó de su bolso su teléfono celular y me lo alcanzó. Llama al auto- me ordena a la vez que con sus manos debía contener a un par de hombres algo pasados de copas que casi se le echaban encima. Busco en su Celular Sony Ericsson su directorio telefónico personal y únicamente encuentro un número que dice “Hotel”. Lo marco y una voz muy amable me contesta. Hotel Provincial, buenas noches. Explico que un Ford Focus Gris recogió a la señorita Hanna que ocupa la “suite presidencial” (eso creía yo), y que por favor retornara al sitio en donde la dejó para volver otra vez al hotel. Mi explicación era por demás ambigua, pero por suerte mi interlocutor era inteligente y pudo por su cuenta atar cabos y enviar al Focus que se estacionó en la puerta de aquel edificio a eso de las 21:50. Tomo a Petra del brazo y la saco rápidamente de allí. Un tipo insistía en seguirla como un paparazzi. Cuando estamos a mitad del pasillo que llevaba al vestíbulo, el hombre de smoking gris y barba de pirata nos alcanza. ¡Hanna!, ¿te vas tan pronto? No me siento bien- responde Petra, mirando hacia atrás y sin aminorar el paso, llevado por mí. Está muy descompuesta- agregué yo Aquel hombre se detuvo y observó llegar a la salida Que te recuperes- alcancé a escuchar. Y eso fue lo último de aquella fiesta. Para cuando el Adonis ebrio llegó a nosotros con un vaso en su mano derecha, el Focus partía de allí con Petra y yo adentro. Miro hacia atrás por el parabrisas trasero y veo a aquel tipo parado en la vereda frente a la entrada del edificio como un verdadero estúpido. Ése es uno de los defectos de los estirados. Acostumbrados a casi siempre conseguir lo que quieren, cuando no logran obtener algo, se quedan duros como autistas, sin saber qué hacer. En fin... Ambos respiramos aliviados. Petra toma su bolso y extrae un pañuelo para secarse delicadamente el sudor de su rostro. No dijimos ni una palabra. Cuando el auto finalmente estaciona frente a la entrada del Hotel Provincial, descendemos. Yo en ese momento, me entusiasmaba al saber lo que vendría a continuación, pero Petra, una vez que estábamos juntos, ella tomándome del brazo y ambos mirando la entrada al hotel, cambia de opinión y me mira con una sonrisa dibujada en su rostro. Caminemos un poco- me propone. Bueno- contesté. Igual no tenía sentido apurarla para entrar la su habitación, asi que en ese momento consideré que mejor le seguía la corriente.
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Caminamos juntos lentamente, rodeando el Casino y llegando hacia el borde mismo de la playa. Del mar nos llegaba un viento fresco que bañaba nuestros cuerpos y me causaba escalofríos. A Petra no le iba mejor, veía cómo el brazo que tomaba el mío se le erizaban los vellos rubios y su cabello era agitado a la vez que su rostro denotaba que tenía frío. Petra entonces, se cruza los brazos frente a su pecho, buscando protección. Yo decidí entonces que pese a que tenía frío, mejor comportarme como un caballero y cubrir su espalda con mi chaqueta. A continuación era yo quien se cruzaba de brazos. Petra miraba fijamente las olas golpear la playa y el horizonte oceánico. ¿Cuáles son tus metas, junge? ¿Qué?- reaccioné sorprendido. ¿Cuáles son sus metas a alcanzar en el futuro? Son varias, Petra. Empieza por conseguir un trabajo más digno, tratar de armar un pequeño emprendimiento que me permita ser independiente, crecer en conocimiento informático... ¿Nunca piensas en tener una mujer, una familia, hijos? Notaba por primera vez en Petra un tono conmovedor en su voz. Creo que su pregunta era un reflejo de sus propios pensamientos. Sí, Petra, siempre pienso en eso. Cada noche ruego a Dios encontrar a mi alma gemela. Pero cada día no ocurre nada y estoy igual. Solo. Petra suspiró. Ya somos dos. Pero por ahora te tengo a vos, y así puedo seguir por la vida como estoy. Si no estuvieras más en mi vida... no sé cómo resolvería ciertas cosas. Yo solamente te doy sexo, junge. Pero te considero mi mejor amiga, no una amante ocasional. Si no no hubiera ido con vos a la fiesta ¿no?. Ahí escuché que me presentaste como tu amigo, así que vos me considerás igual a mí. Petra me besa suavemente en mis labios y me sonríe. Sí, junge, eres mi amigo y muy buen amante. Me alegraba saber eso. ¿Alguien te ha hecho alguna vez daño? Mucha gente, Petra. El hecho de encontrarme como estoy es por culpa de muchas personas que se ocuparon de fastidiarme e impedir que creciera económicamente. Este país es eminentemente racista aunque lo niegue la gente y no quiere que morochos como yo ocupen lugares destacados en la vida socioeconómica del país. Mi país no es mejor. Ya lo sé, por eso me gustaría visitar y conocer Alemania y tu ciudad, Baden Baden, pero me preocupa por otro lado las corrientes racistas de los neonazis y todo eso. Quizás como turista no tengas problemas. Ojalá. A mí no me ha ido mejor, junge. Ya te he contado como ha sido mi vida, por eso hago lo que hago para vivir. Y prefiero no pensar en mi pasado. Aún tengo esperanzas para mi futuro. Yo no concuerdo con vos, Petra. La gente que me causó daño vive su vida mejor que yo, y no sienten remordimiento alguno por el
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perjuicio que me ocasionaron, todo lo contrario. Hasta la doctora T. y la gente del hospital de Lanús que me salvaron la vida me pusieron varias veces piedras en el camino. Mi idea es que Dios fue muy indulgente con ellos, así que considero que apenas cuente con recursos debo torcer todas esas cosas a mi favor, sin importar el tiempo que me lleve. Petra me miró sorprendida y boquiabierta. ¿Pero cómo?. ¿Vengándote?. ¿matarlos? No soy un homicida Petra. Hay métodos más sutiles y mucho más efectivos de pasar factura que matando. Eso no sirve. Hay cosas en las que la mente es más mortal que un arma. Petra me toma bruscamente de mi brazo. Me sorprende eso de ti, junge. No pensé que fueras así. ¿Acaso esos pensamientos te hacen sentir bien? Miré a Petra con mucha seriedad. Me mantienen con vida cada día. La permanente escasez de recursos durante décadas y nunca haber tenido pareja no es bueno para la vida de nadie, sobre todo cuando ves que la gente de tu generación consigue con facilidad lo que vos no podés alcanzar ni remotamente. Entonces hay que buscar un motivo, un gran motivo que justifique el estar vivo. ¿Y eso fue lo que te mantuvo vivo en el hospital?. ¿Eh?. En parte, sí. Cada vez que sufría pensaba en la rata inmunda que me disparó y que me mandó al hospital al borde de la muerte, y sabiendo que ese hijo de puta andaba por ahí como si nada, mientras yo la pasaba muy mal por las heridas que me provocó. Entonces nació en mí el sentido de salir adelante y tener determinación de luchar contra este sistema de mierda que produce basura como ésa. Y acá estoy. Con varias cicatrices y 4 balas en mi cuerpo, pero vivo. Petra tenía los ojos enrojecidos. Sus labios hacían una mueca. Quisiera ser tuya para siempre, junge, pero no puedo. Me duele que hayas sufrido, pero por favor, olvida todo. Yo voy a estar aquí, contigo, siempre. No pienses en venganzas, piensa en mí, junge. Lo voy a intentar- le contesté no muy convencido de mis propias palabras. Ella me abraza y solloza en mi hombro derecho. Yo también sufro, junge, sufro mucho.-me dijo en medio de su llanto.A veces desearía no haber tenido el cuerpo que tengo. Quise salir de esa fiesta porque esos hombres me acosaban, me querían tocar, me daban asco. Me di cuenta. Pero estamos juntos. Sí Petra, estamos juntos. Quedamos abrazados y la gente que circulaba por allí nos miraba curiosos. Para ellos, había alguien que parecía un mozo de algún bar abrazando a una chica rubia con escasa ropa. Decidí entonces llevarla al hotel y no llamar más la atención en la calle. Ya eran más de las 22:30 y al día siguiente debía levantarme temprano para viajar de vuelta a Buenos Aires. Vamos-le dije.
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Petra asintió a la vez que limpiaba las lágrimas de su rostro con su mano izquierda. Ella pasaba su brazo derecho por mi espalda y yo le rodeaba sus hombros con mi brazo izquierdo. Y así caminamos lentamente hasta el Hotel Provincial. Juntos llegamos a su lujosa habitación. Una vez dentro, lo primero que hago es quitarme el smoking y volver a mi indumentaria informal. Yo siempre tuve la firme decisión de vestir de etiqueta el día de mi boda... si algún día llegara ese feliz acontecimiento, pero Petra me obligó aquella noche a replantear esa premisa. Elle se limpiaba el rostro con un pañuelo facial que tomó de uno de sus cajones de su tocador. Una vez que estaba de ropa interior y estaba a punto de colocarme mis pantalones vaqueros y mi chomba, Petra me detuvo. Espera, no te vistas todavía. Y contemplo asombrado cómo ella levanta y se quita aquel vestido de seda negro y quedando desnuda al instante. ¿Fuiste a la fiesta sin ropa interior?- pregunté con asombro. Nadie lo notó ¿no?.- me contestó con una mirada pícara. A mí me parece que sí, Petra. En la fiesta parecías una perra en celo acosada por muchos perros que te seguían por todos lados. Pero tú eres mi hund, ahora. Así que finalmente hicimos el amor en aquella enorme y mullida cama. Cerca de la medianoche pude por fin despedir a Petra con un beso y salir del Hotel rumbo a mi más humilde pensión a dormir. Mientras caminaba veía a varios villeros circulando sin rumbo fijo, posiblemente en búsqueda de alguna víctima para quitarle la cartera. Un amigo que conocí en el cyber me había contado que Mar del Plata era una ciudad tranquila hasta que un candidato a la intendencia, para obtener votos a favor, hizo migrar grupos de villeros de Buenos Aires a Mar del Plata. Logró su propósito de salir elegido, pero por otro lado indirectamente instauró la inseguridad en un lugar donde antes no existía. Ahora el nivel de violencia del hampa en la Perla del Atlántico es igual que en el área metropolitana de Buenos Aires. Incluso cuando la gente llega de vacaciones a Mar del Plata, los delincuentes hacen lo mismo, viajando con ellos, así que a mucha gente se le arruinan sus vacaciones y pierden objetos de valor y dinero, víctimas de asaltos a mano armada, ya sea de los delincuentes locales o de los que llegaron de Buenos Aires. Así que a esas víctimas ven de repente sus vacaciones frustradas y deben volver a casa con un trago muy amargo. Y yo no quería ser una víctima más de esa escoria, así que mientras caminaba tan rápido como podía miraba a mi alrededor todo el tiempo, siempre alerta. Sin embargo, mientras me aproximaba a mi pensión pude ver, siempre a una cuadra de distancia y circulando por la avenida que bordeaba la playa, un patrullero. Cuando finalmente llego a la entrada de la pensión y abro la puerta con la llave, veo otro patrullero pasando frente a mí por la calle muy lentamente. Por lo visto el dispositivo de seguridad de Dick funcionaba incluso en mis vacaciones. Maravilloso. Una vez dentro de mi habitación, enciendo la lámpara sobre mi mesita de luz y vuelvo a estar tranquilo. Pensé en todo lo que había pasado. Mi visita de Jefe de Estado a Mar del Plata había terminado. Ahora sólo me quedaba descansar. El revolcón que tuve con Petra me había dejado exhausto, así que temía no
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poder levantarme temprano para llegar a tomar mi tren a tiempo, así que hice mi equipaje y dejé todo listo para salir. Miré mi reloj: pasadas las 24:00. Apenas pude dormir, siempre preocupado por no poder levantarme a tiempo para salir, varias veces encendía la luz de la lámpara a mi lado y miraba mi reloj de pulsera: 3:30, 4:40, 5:10, hasta llegar a las 6:00 y levantarme. Me despedí del administrador de la pensión (un croata muy simpático), y tomé el remís que me acercó a la estación de tren aquella mañana del Viernes 17 de Febrero de 2006. Subí a mi tren y cuando partía de vuelta a Buenos Aires, ajusté lo mejor que pude mi equipaje para dificultar cualquier intento de robo, bajé un poco el respaldo de mi butaca pullman y me dispuse a dormir. Y dormí como un tronco casi hasta llegar a Constitución, estación terminal en Buenos Aires. Qué buenos recuerdos que me llevé de Mar del Plata. El 5 de Marzo de 2006 volví a ver a Petra en su departamento de Belgrano. Era el día de mi cumpleaños y para no mí había mejor regalo que disfrutar del buen sexo alemán. Cuando me aproximo a su puerta caminando por el pasillo, veo frente a su entrada a aquel luchador retirado, guardaespaldas de Goldfinger, el cliente ruso de Petra. Estaba sorprendido por su presencia allí porque en la entrada al edificio no había visto el automóvil GAZ 13 Chaika color negro. Seguramente lograron estacionarlo en el interior del estacionamiento en el subsuelo del mismo edificio para no llamar la atención. Aún era verano y el guardaespaldas tenía la chaqueta sostenida por su mano izquierda, como la garra de un ave de rapiña tomando su presa. Ahora sí podía ver el bulto debajo de su sobaco izquierdo. Era una pistolera con una automática Makarov. De repente, sale un sudoroso y cansado hombre obeso vestido con pantalones y camisa blanca, y al igual que su guardaespaldas, tomando su saco con una mano y en la otra, un pañuelo para limpiarse su rostro algo rosado por tomar tanto vodka. Gira sobre sus zapatos también blancos y mira al interior del departamento de Petra. Krasivyj, Krasivyj, chto zamechatel'nyye momenty, kotoryye eto tratit s Vami. YA nahozhus' v vashem poroge, i ya uzhe toskuyu bez Vas. YA vozvraschus', krasavica. Cuando finalmente entro, Siento el ambiente fresco del aire acondicionado. Petra camina desnuda hacia el baño, diciéndome que vaya a la heladera en su cocina a tomar Coca Cola fría, algo que yo agradezco para reponer parte del agua de mi cuerpo perdida a través del sudor. Pongo mis 100 pesos en la cajita china, camino hacia la cocina y al pasar delante de la puerta del baño abierta, veo cómo Petra bajo el chorro de una ducha fría se masturbaba y se metía un dedo en el ano, buscando desesperadamente el orgasmo, ya que el ruso, una vez más, la había dejado insatisfecha. Llego a la cocina, abro la puerta de la heladera y saco de un estante de la antepuerta una botella plástica de Coca Cola de 600 c.c y la tomé con avidez en búsqueda de refrescar mi cuerpo, aunque no estaba seguro que mi calor corporal era solamente consecuencia del verano. Principios de Abril de 2006, 8:00 AM. Martes. Por fin, después de varias idas y vueltas asistía al consultorio externo de cirugía para ser atendido por el especialista en cirugía de Tórax. Tanto la doctora T. como Paula linda me habían recomendado a un médico de apellido M. Pero finalmente el hospital me
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asignó un cirujano de apellido V., que pese a ser un apellido con la misma inicial del doctor bueno, era distinto, pero por razones obvias no puedo dar más detalles. Así que para diferenciarlo en el relato y evitar confusiones, al cirujano de tórax lo voy a identificar de ahora en más como el doctor V./Tórax. Llevaba conmigo un sobre de papel madera conteniendo placas del 2004 de mi tórax, abdomen y cuello mostrando las balas en mi cuerpo. Buscaba respuestas con respecto a las balas en mi cuerpo. Aunque para ese entonces ya sabía lo que podía esperar, igual quería que la posición del cirujano y por extensión, del hospital, quedara por escrito en mi Historia Clínica. Un médico delgado, bronceado, con un bigote, escaso cabello oscuro en la parte superior y enfundado como todos en su guardapolvo blanco desabotonado se asoma por las puertas dobles de entrada a los consultorios con una lista en su mano. Como siempre, había mucha gente alrededor, ansiosa por ser atendida. El galeno llama al primero en su lista. Melchior, Gabriel. Fue la primera vez (y la última), en que sería atendido tan rápidamente y casi sin esperar. Supongo que entre hombres nos entendemos y con las mujeres (la doctora T. en particular), eran siempre las cosas más difíciles. Inteligencia me había pasado información previa, meses atrás, sobre aquel galeno. Era un hombre que se jactaba siempre diciendo que una vez que tomaba un par de copas no había mujer que se resistiera, médica o no. Una de las enfermeras del hospital incluso me contó cómo fue su experiencia sexual con el doctor V./Tórax. Éste la llevó a un albergue transitorio en su costoso auto último modelo (como no podía ser de otra manera), y una vez en una habitación, desnudos, ella le pidió que usara preservativo. ¿Para qué?- preguntó él extrañado. Porque sí. Si no, no hay nada- le respondió ella. Pero conociendo a aquella enfermera madura y sobre todo su rostro de media india, francamente concluí que V./Tórax no tenía muy buen gusto que digamos. Supongo que para él, esa mujer era una estrella más para pintar a un lado de su pene. V./Tórax me invita a pasar a su consultorio, al lado de que acostumbraba usar la galena rubia los jueves. Sobre su escritorio estaba mi H.C. Ambos no sentamos casi al mismo tiempo en nuestras respectivas sillas frente a frente con el escritorio en el medio. Tenía un rostro tímido, casi retraído. Dígame, ¿qué lo trae por acá? Tengo balas en mi tórax y necesito evaluar la posibilidad de sacarlasy dicho esto le muestro mis radiografías. Él las mira por unos segundos hacia arriba a contraluz. ¿Siente molestias por esas balas? No, nada. Solamente se pueden quitar las balas si están cerca de la superficie de la piel... A ver, me interesa sus antecedentes. Y revisa mi H.C. leyendo brevemente algunas páginas con mis antecedentes médicos. Al parecer, para ese entonces el tomo I de mi Historia Clínica de 2004 fue finalmente unificado con el tomo II de 2005. Aparentemente se había resuelto lo del problema del último dígito erróneo de mi número de DNI. y que provocó que la parte principal de mis antecedentes clínicos fueran a parar al departamento de Legales del hospital. Igual hasta el día de hoy tengo la
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incógnita en saber si en aquel legajo estaban todas y cada una de las páginas sin enmiendas ni raspaduras de mi Historia Clínica desde el momento en que había ingresado en agonía a la Guardia del hospital a finales de Septiembre de 2004 a la fecha. Me sorprendía la manera de hablar de V./Tórax. Tartamudeaba un poco e incluso siseaba. ¿Éste es el “levantador de minas” que me describió inteligencia?. ¡No puede ser!. En mi mente mis pensamientos se desviaban un poco del verdadero propósito de mi visita allí. Pero me esforcé en seguir con lo importante.. Tengo entendido que las balas se mueven por el cuerpo. No.-y gesticula con sus manos a la vez que me explica-se encapsulan cubriéndose con una capa de grasa corporal y ahí se quedan. El galeno adivinó mis preocupaciones así que toma de uno de los bolsillos de su guardapolvo blanco un manojo de papeles recortados con el sello CIRUGIA, los apoya sobre el escritorio y se dispone a escribir con su birome. Para su tranquilidad, le voy a extender una orden para que se tome unas placas de tórax. Frente y costado, por favor- agregué. El doctor V./Tórax escribe la orden y me la entrega. Cuando le saquen las placas, vuelva a verme- me sugiere. Agradezco por todo y me despido de él, saliendo rápidamente y sin pérdida de tiempo hacia radiología. Cuando asciendo por las escaleras hasta el piso de Radiología, me encuentro por casualidad con Hemoterapia. Nunca me había llamado la atención aquella dependencia pero desde lo que me había enterado ahora despertaba mi interés. Aquel día descubriría porqué allí se hacían “fiestitas”. Para empezar, tenía una única puerta de entrada cerca de las ventanas del frontis del nosocomio. No tenía ventanas interiores hacia el pasillo, sólo las que daban a la calle. Colindaba separado por una pared solamente con tomografía computada. Calculé desde afuera sus dimensiones aproximadas y su superficie interior era por demás respetable, ideal para reuniones de muchas personas. Hemoterapia era casi una isla en las instalaciones del hospital. Sabía que habían otros consultorios similares en tamaño y características como otorrinolaringología, pero supongo que por estar aquél más accesible por escaleras y ascensores era ideal para llegar con facilidad y pasar el rato aprovechando la excusa de la promoción de residentes. Caminé por el pasillo ya familiar para mí, pasando por pacientes ambulatorios sentados en bancas frente a otros consultorios hasta finalmente desembocar en Radiología. Extiendo en la ventanilla de recepción el papel del doctor V./Tórax y me hacen esperar unos minutos. Luego me hacen pasar y por última vez me hago sacar radiografías con el equipo Siemens hecho en Brasil. Una vez que me entregan las placas busco una buena fuente de luz en el techo frente a la entrada de Radiología. Tomé la placa de aquel día de mi tórax de frente y la comparé con la misma pero de Octubre de 2004. Las balas, evidentemente, no se habían movido. Idéntico resultado obtuve al ver mi tórax de costado viendo las placas de Abril de 2006 contra la de Octubre de 2004.
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Junio de 2006. Fin de una etapa en mi vida. Varias cosas terminaron al mismo tiempo. Faltaba solamente la consulta en cirugía plástica, así que asistí el 6 de Junio (aniversario del desembarco en Normandía), a las 8:30 frente a la puerta del consultorio de los “plásticos”, que al igual que todos los demás consultorios externos, había mucha gente apelotonada alrededor de la entrada de puertas dobles. Me hice anunciar por la enfermera, una mujer de cincuenta y pico de años, baja de estatura, algo obesa y con cabello teñido de rubio enrulado, vestida con el guardapolvo cerrado de color azul con el logo de la cooperadora del hospital. Nunca pude ser atendido puntualmente en cirugía plástica, y aquel día no era la excepción. Al parecer los pacientes ambulatorios con necesidad de reemplazarles vendajes y hacerles curaciones eran prioridad, así que estas personas llegaban, se los hacía pasar rápidamente y los demás (como yo), que sigan esperando y se jodan. No entendía porqué el hospital no poseía dos consultorios de cirugía plástica, uno para practicar curaciones y otro para consultas. Infraestructura y personal no le faltaban, ¿cuál era el problema entonces?. Así que veía impotente cómo había gente que llegaba, entraba y salía rápido, y yo como un imbécil esperando. Las, 9:00, las 9:30, las 10:00 y seguía allí. Mi celular repiqueteaba y desde la oficina me llamaban porque había trabajo que hacer. Esto estaba por colmarme la paciencia. Finalmente a las 10:30, dos horas después del horario fijado previamente para mi consulta, la enfermera se acuerda de mí y me hace pasar. En el consultorio me recibe un corpulento muchacho pelado de apellido L. (muy parecido al apellido de un conocido cómico del fútbol), enfundado en un guardapolvo cerrado de color verde de manga corta, y me pregunta cómo estoy. Mal, hace dos horas que estoy esperando. Estamos atendiendo a otra gente- me responde éste, secamente. El motivo de mi visita era tratar de lograr que por fin operaran mis cicatrices, pero por desgracia a este tipo lo veía por primera vez, y él no tenía idea de mis anteriores consultas por cirugía plástica. Me hace quitar mi ropa y otra vez quedo desnudo de la cintura para arriba. Ni siquiera se tomó la molestia de mirarlas de cerca. Sencillamente y de una manera por demás arrogante se siento en una silla al lado de su escritorio y frente a mí y desde allí da su diagnóstico. Son cicatrices queloides, y no se pueden operar. Simplemente te las podés tratar con parches de silicona y Contractubex. Ya uso eso. ¿Pero te colocás bien los parches, contra tu cuerpo?. Sí. Bueno, te hago una receta de parches de silicona. Y agrega: Éste es un hospital público, así que hay que bancárselas. Hay que atender gente y si tenés que esperar más de la cuenta, lo lamento por vos. A veces me pregunto si ése era un argumento para cubrir su propia mediocridad. En ese momento entra un muchacho delgado con barba, enfundado en un guardapolvo blanco y sonrisa estúpida. Toma mi H.C.
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depositada en el escritorio y se sienta en otra silla frente al pelón. Reclina el asiento y hojea mi legajo como si fuese una vulgar revista de chismes. ¿Es la historia clínica de este hombre? Sí.- responde L. Hubiese impuesto mi autoridad de paciente y negado la lectura de aquella documentación personal, pero no hubiese obtenido nada. Lo hubieran visto más tarde de todos modos apenas me fuese de allí. Maldito hijo de puta. Déme la receta de parches de silicona- le pedí a L. al tiempo que volví a vestirme. El pelón me extiende la receta y con eso concluye la sesión. Aquella fue la peor consulta que jamás tuve en el hospital de Lanús, y también sería la última. Sabía que si debía volver allí directamente las cosas terminarían a las trompadas. Cada vez que me acuerdo de aquella consulta aprieto los dientes y cierro mis puños con una bronca infinita. Hijos de mil puta. No tienen voluntad de hacer nada. Nunca logré que traten mis cicatrices quirúrgicamente. El Contractubex no hace milagros, ¡manga de pelotudos!. La información. Por esas mismas fechas transcurre el Mundial de Fútbol Alemania 2006. El partido entre Argentina y Serbia y Montenegro fue el viernes 16 de Junio, así que por última vez, y por curiosidad, decidí averiguar si la galena rubia operaría aquel día. El único problema era que ya no me acordaba de quiénes eran mis “agentes” de inteligencia. Así que traté de resolverlo tratando de llamar por teléfono a cirugía y enfermería y buscando averiguar con el mayor disimulo posible si la doctora T. operaría aquel día. Apenas si obtuve información de dos personas que creían que posiblemente la galena rubia tenía asignada operaciones para aquel viernes. Colgué el teléfono. Ése fue mi último reporte de inteligencia y la información era por demás mala. No los volvería a utilizar más. Se acabó. Así que aquel viernes 16 se desarrolla aquel histórico encuentro en que Argentina golea a Serbia y Montenegro por 6 a 0. Y Mientras todos gritábamos ¡GOOOOOOOOOOOOOOLLLL!, varias veces, la galena rubia, en el hospital de Lanús, escuchaba esos gritos mientras operaba. Querida y bienamada doctora: no se puede estar en todos lados. Y así termina mi historia. Considero que aún faltan asuntos pendientes que resolver. Para empezar, los delincuentes que entraron 4 veces a robarme al cyber entre Junio y Julio de 2004 aún están libres. El delincuente que me disparó a fines de Septiembre de 2004 y casi me mata está libre, al igual que su cómplice. Los 4 proyectiles alojados en mi cuerpo aún están allí. Y las cicatrices que cruzan mi cuerpo aún las trato con Contractubex. Aún no pude resolver las obligaciones laborales que Augusto y su tío debían cumplir mientras estuve convaleciente. Probablemente eso deba resolverlo por la vía legal. No pude hacerlo en su momento por motivos económicos, pero debo resolver a favor eso y obtener la compensación debida. Y por supuesto, está la reacción que pueda suscitar en los círculos médicos mi historia. Analizamos la cuestión con Dick Aiello y concluimos que existe un 85%
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de probabilidades que los galenos en general reaccionen negativamente, e incluso agresivamente. Así que por todo esto mi historia, con seguridad, tendrá secuela. Y por último está Petra. Tal como lo había prometido alguna vez, días antes del inicio del Mundial de Fútbol viajó de regreso a Alemania a disfrutar de espectáculo deportivo y de paso, disfrutar de unas vacaciones en Baden Baden. Aunque en realidad se tomó un año sabático porque concluyó que se rompió el culo trabajando (eso era verdad, daba fe de ello), y se lo merecía. Tiempo después volví a su departamento de Belgrano pero en realidad ella ya no vivía allí. El edificio había cambiado de Administración y seguridad y el 7 D era ocupado por otra gente. Hasta el momento de escribir estas líneas no tengo novedades sobre Petra Orloff, agente al servicio de la BND. Casi al borde de Junio de 2006 y del comienzo del mundial vería a Petra por última vez. Como de costumbre llego a su departamento en horas de la tarde de un día otoñal y fresco. Aquel día le tenía a Petra una pequeña sorpresa. Agité un billete estadounidense. Te traje 100 dólares- le anuncio triunfalmente a PetraQué bien, junge-me responde Petra-yo también tengo una sorpresa. Me recibió desnuda y así andaba por el departamento. Eso lo hacía a pedido mío. Meses atrás le había dicho que era muy hermosa y que me encantaba verla desnuda moviéndose de aquí para allá. Antes llevaba puesta una bata blanca. Nunca supe si disfrutaba más haciéndole el amor o contemplarla como Eva en el Paraiso. Ella accedió, pero siempre recalcándome de que era un degenerado, pero siempre su tono al decírmelo era por demás meloso. Así que va a la cocina y vuelve con un balde de metal cromado, que en su interior sobresalía una botella de Champaña Chandon. Posiblemente en otras partes del mundo beban Dom Perignon o Bollinger, pero en Argentina hay solamente Chandon. Con una mano y apretándola contra su cuerpo, el balde con el champán, con la otra mano, sostenía dos copas de cristal boca abajo. Yo en ese momento creí alucinar y veía en realidad a una rubia con cabellos color trigo desnuda acostándose en la cama y apoyando su cabeza contra el respaldo, sin soltar lo que tenía entre manos. Ven, junge, celebremos. No nos vamos a ver en mucho tiempo. Petra deja las copas en la cama y toma un control remoto que apunta hacia el equipo de audio frente a ella. Al instante se escucha la banda sonora de la película de James Bond The spy who loved me (La espía que me amó). Sonreí. Me sorprendiste, Petra. Abre la botella, junge. Me quito la ropa y me acerco a ella. Petra se corre en la cama para hacerme lugar y me siento al lado. Con esfuerzo destapo la champaña y sirvo dos copas. Una para mí y otra le doy a la rubia alemana. ¿Porqué brindamos? Petra cierra los ojos un momento sin perder su sonrisa Por nuestro futuro. ¿Nuestro futuro?
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Espero que nos veamos en Alemania y conozcas Baden Baden. Las aguas termales pueden hacer milagros con tus cicatrices. Si voy a Alemania, quiero que hagamos algo. ¿Qué? Que nos veamos en Berlín, en el puente Glenicke. ¿Porqué allí? Porque me parece un sitio romántico para estar juntos. Petra me da un beso en mis labios y siento un perfume exquisito emanando de su cuerpo. ¿Realmente estoy con ella o con...? Selbstverständlich. Bebimos un par de copas más y dejé el balde a un costado de la cama, en el piso. Estábamos listos para disfrutar del placer. Me pongo encima de ella y siento otra vez ese perfume embriagador. Instintivamente acaricio aquellos cabellos color trigo y veo ese rostro tan conocido por mí, y sintiendo que mi sueño aquel día se hacía realidad. Casi de la nada de mis ojos se deslizan lágrimas. Te quiero. Petra me mira divertida desde su posición. No entendía lo que ocurría. ¿Me quieres junge?. ¿Qué pasa? Me limpié mis lágrimas y miro el rostro de Petra. Nada, todo está bien. Y fue entonces cuando me acordé de algo importante. Petra, ¿vos sos una espía? Nein, ¿Por qué? No te creo. ¿Ah, si?. Interrógame. Me acerco a ella y la beso suavemente. Ella me rodea con sus brazos y abre instintivamente las piernas. Por último apaga la luz. ¿Estás pensando en mí, junge? Estoy concentrado en lo que hago. -
ISBN: 978-987-33-3399-6
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