Cubierta Epidemias solapas 8.0_Maquetación 1 13/03/12 14:23 Página 1
El libro recoge las conferencias del ciclo Desde la Memoria, dedicado en esta ocasión a los Virreinatos, en conmemoración del bicentenario de la independencia de la América Latina. Historiadores de la Ciencia analizan el desarrollo científico y de las instituciones dedicadas a su cultivo en Hispanoamérica y en España durante el periodo colonial. Esperamos contribuir a la difusión de un tema no demasiado conocido ni por el público, ni por los especialistas.
D E S D E
L A
M E M O R I A
HISTORIA, MEDICINA Y CIENCIA EN TIEMPO DE...
Los Virreinatos Este libro es el resultado del ciclo de conferencias que, con el mismo t铆tulo, organiz贸 la Fundaci贸n de Ciencias de la Salud, en marzo de 2011, bajo la direcci贸n de Javier Puerto.
Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, electrónico o mecánico, comprendidas la reprografía y el tratamiento informático. © 2012 Fundación de Ciencias de la Salud y © Los autores: M. Frías Núñez, A. Gomis Blanco, A. González Bueno, M.L. López Terrada, M. Lucena Giraldo, C. Naranjo Orovio, G. Olagüe de Ros, M.Á. Puig-Samper Fundación de Ciencias de la Salud C/ Severo Ochoa, 2. Parque Tecnológico de Madrid. 28760 Tres Cantos (Madrid). Tel.: +34 91 353 01 50. Fax: +34 91 350 54 20 email: info@fcs.es web: www.fcs.es Coordinación editorial: Carmen Boto Rodríguez Edición: Ergon. C/ Arboleda, 1. 28221 Majadahonda (Madrid) ISBN: 978-84-15351-07-8 Imagen de portada: D. José de la Serna y Martínez de Hinojosa (1770-1832), último virrey de Perú
Autores
Marcelo Frías Núñez Profesor Titular. Facultad de Humanidades, Comunicación y Documentación, Universidad Carlos III de Madrid Alberto Gomis Blanco Catedrático de Historia de la Ciencia. Universidad de Alcalá de Henares Antonio González Bueno Profesor Titular. Facultad de Farmacia. Universidad Complutense de Madrid María Luz López Terrada Investigadora científica. Instituto de Historia de la Medicina y de la Ciencia “López Piñero”. Universidad de Valencia, CSIC Manuel Lucena Giraldo Investigador científico. Centro de Ciencias Humanas y Sociales, CSIC Consuelo Naranjo Orovio Profesora de Investigación y Directora del Instituto de Historia del Centro de Ciencias Humanas y Sociales, CSIC Guillermo Olagüe de Ros Catedrático de Historia de la Ciencia. Universidad de Granada Miguel Ángel Puig-Samper Profesor de Investigación y Director del Departamento de Publicaciones, CSIC
Indice
1 Introducción J. Puerto
I. Ciencia y sanidad en la Colombia y el México coloniales 9 Ciencia y medicina en la Nueva Granada M. Frías Núñez 33 Botánica, medicina y minería en la Nueva España ilustrada M.Á. Puig-Samper
II. Instituciones y fármacos 61 Las primeras plantas medicinales americanas conocidas en Europa M.L. López Terrada 83 Sanidad y Ciencia en el Perú colonial A. González Bueno
III. Viajeros y científicos 105 Expediciones y ciencia en el Caribe insular, siglos XVIII y XIX C. Naranjo Orovio 133 En el borde de Occidente. Viajes y expediciones a la Amazonía M. Lucena Giraldo
IV. Balances provisionales 157 Las enfermedades viajeras G. Olagüe de Ros 203 Alimentos, medicamentos y otros productos viajeros A. Gomis Blanco
Introducción Javier Puerto
Desde el año 2010 vienen celebrándose conmemoraciones de la independencia de España en la mayoría de los países latinoamericanos, varias de las cuales han tenido resonancia en nuestro país. A muchos españoles de mi generación nos educaron, en principio, en la creencia católica de nuestros padres y luego nos educamos por nuestra cuenta en el materialismo histórico de nuestros amigos y maestros. Ambos conducen, ineludiblemente, al sentimiento de culpa. La primera por su basamento judaico; la segunda a causa de lo mismo y del afán permanente de autocrítica. Desde esa posición sentimental, los intelectuales españoles acaso seamos los más proclives del universo a aceptar las leyendas negras sobre nuestro devenir histórico. Quienes tan críticos somos con casi todo, ese asunto lo asumimos, en muchas ocasiones, de forma absolutamente acrítica. Las sucesivas revisiones de la Historia, los procesos de memoria histórica, además de caer en vicios intolerables para cualquier aprendiz de historiador, como el presentismo, se convierten, casi siempre, en un ajuste de cuentas con compatriotas de otras ideologías o practicantes de dife-
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rentes metodologías científicas, adobados con una porción de lanzadas al toro muerto, que no sirven sino para enconar los rencores. Los españoles, neutrales en todas las confrontaciones internacionales desde la Guerra de la Independencia hasta la del Golfo, consideramos inaceptable cualquier confrontación bélica, eso sí, siempre que no sea civil. Por varias de estas consideraciones, hemos preferido organizar este ciclo de conferencias sobre algo todavía desgraciadamente muy desconocido: la actividad científica de los españoles y de los criollos durante el tiempo de la colonia; un tema muy familiar para los conferenciantes y lamentablemente casi ignorado por el público en general y la mayoría de los historiadores. Hace unas semanas recibí un libro del Instituto de España. En el mismo se hacía un recorrido metodológico por los practicantes de la Historia en nuestro país y, aparte de los de la Ciencia, no creo que dejara fuera a ningún otro. En la actualidad, los movimientos autodenominados bolivarianos se hacen eco de una leyenda negra que habla de pueblos idílicos, masacrados por feroces españoles. Los pueblos no eran idílicos y los españoles sí eran feroces en su mayoría, pero el imperialismo español, situado en su época, desde mi perspectiva personal, resiste la comparación con cualquier otro. Lo hace para bien, desde el punto de vista ético, aunque no tanto desde el económico y mucho menos en el proceso de descolonización, pero eso, como señalaba recientemente Vargas Llosa, es problema de los criollos que lo capitanearon y han dispuesto de dos siglos para corregir las disfunciones y abusos heredados. Si la generación de historiadores de la Ciencia a la que pertenezco es recordada colectivamente por algo en el futuro, lo será, sin lugar a
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dudas, gracias al inmenso esfuerzo efectuado a lo largo de veinticinco años en la comprensión del fenómeno hispano-americano. Empleo ahora ese término pues me refiero a cuando América pertenecía en su mayoría, junto a las Islas Filipinas, a España. Hace algunos años, Miguel Ángel Puig-Samper y Francisco Pelayo presentaron, en un Congreso Internacional de Historia de la Ciencia, la bibliografía sobre el tema, y ya se trataba de un librito de dimensiones más que considerables. José Luis Peset, dirigió un gran programa de investigación que nos permitió a muchos dedicarnos al asunto durante varios años. En el Ateneo de Madrid se celebraron varias sesiones sobre expediciones científicas, recogidas en un estupendo libro. Antonio Lafuente escribió su tesis doctoral sobre Jorge Juan y Antonio de Ulloa y luego impulsó varias investigaciones; lo mismo que Horacio Capel, desde su cátedra de Geografía de Barcelona, o Miguel Ángel Puig-Samper y el círculo de quienes trabajaban en el Real Jardín Botánico; Andrés Galera y Juan Pimentel, se ocuparon de Malaspina y de diversos aspectos de las expediciones; Belén Brañas, de Juan de Cuellar; Francisco Pelayo, de Löfling… Se hicieron exposiciones sobre la expedición de Ruiz, Pavón y Dombey; sobre la efectuada a la Nueva España; acerca de la de Malaspina o Humboldt… Se escribieron tesis doctorales y libros para estudiar a los personajes fundamentales de las aventuras científicas y a algunos de los secundarios… Se estudió la minería, la farmacología y el conocimiento de la naturaleza americana por José Pardo Tomás, María Luz López Terrada, Raquel
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Álvarez, los fallecidos José María López Piñero y José Sala. Joaquín Fernández se ocupó de Félix de Azara. El también fallecido Ignacio Tascón, al igual que Nicolás García Tapia, estudió la ingeniería americana. Isabel Vicente Maroto y el grupo de Valladolid abordaron otros aspectos. En fin, todos nos dedicamos, durante muchos años, a investigar el desarrollo de la ciencia y las instituciones científicas en Hispanoamérica y en España durante el periodo colonial; por eso no ha sido nada fácil organizar estas conferencias. Mediante las mismas se trata de poner de relieve lo que se hizo en esas tierras mientras pertenecieron a España, lo cual no quiere decir, ni mucho menos, que se busque un tono hagiográfico hacia la actividad imperialista, ni tampoco lo contrario, simplemente el rigor histórico. Marcelo Frías y José Luis Peset son unos de los grandes expertos en Mutis y en la Nueva Granada. Celestino Mutis se ocupó de la Medicina, de la Astronomía –hubo de defender muy tardíamente a Copérnico– de las Matemáticas, de la Minería y de la Botánica. Fue apreciado por Linneo y Humboldt; él sólo consiguió establecer la base para el posterior desarrollo de la ciencia colombiana y muchos de sus discípulos se integraron entre quienes deseaban la independencia de la colonia: es difícil dar más a su tierra de adopción. Miguel Ángel Puig-Samper es un gran conocedor de la Nueva España colonial y también de la ciencia española del exilio guerra civilista en México, además de haber escrito páginas preciosas sobre Humboldt, Darwin y otras muchas materias. Aquí se ocupará de la Ciencia en la Nueva España, en donde, entre otras cosas, se erigió una Escuela de Minería, fundamental en el desarrollo científico-tecnológico del México inde-
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pendiente, y se creó un Jardín Botánico y su director, el boticario Vicente Cervantes, fue uno de los pocos aceptados, tras la independencia, con la doble nacionalidad. María Luz López Terrada se ocupará del análisis de la introducción de medicamentos americanos en Europa, una de las principales ilusiones durante el Renacimiento y la Ilustración, aunque la falta de conocimientos farmacológicos no permitió resultados eficaces. Antonio González Bueno ha explicado, como yo mismo, el aspecto farmacológico o terapéutico de las expediciones botánicas, pero se especializó, junto a Raúl Rodríguez Nozal, en la expedición peruano chilena de Hipólito Ruiz y José Pavón. Consuelo Naranjo nos ha explicado lo que sabemos sobre el Caribe, no sólo acerca de los viajeros, también de las instituciones, como el Jardín Botánico de Cuba, y no se ha detenido en la colonia, sino que ha perdurado en su esfuerzo tras la independencia que, obviamente, será de las últimas en celebrarse. Manuel Lucena Giraldo, además de escribir esclarecedores trabajos sobre el imperialismo, se va a ocupar, en esta ocasión, de algo conflictivo en su momento e incluso en la actualidad, la actividad en las fronteras del mundo amazónico. Por fin haremos dos balances, entre los muchos que podían hacerse. Guillermo Olagüe, que el año pasado nos habló de la viruela, una enfermedad que exportamos a las Indias para desgracia de los indígenas privados de defensas para ella, este año tratará del mal de bubas, el mal francés o la sífilis, la enfermedad que asoló Europa hasta el descubrimiento de la microbiología, la bala mágica, el Salvarsán y sobre todo los antibióticos.
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Y por último, Alberto Gomis nos explicará los muchos productos naturales viajeros, de Europa a América y de América a Europa, sin los cuales, entre otras cosas, no sería posible nuestra famosa dieta mediterránea. Todos estos conocimientos forman parte de la Historia de España y de la de América y no, precisamente, de lo peor de la misma. Al ser un balance parcial, quedan fuera aspectos y personas que he mencionado, pero la calidad de los ponentes permitirá hacernos una idea de conjunto que no deberíamos perder de vista, de cara al conocimiento del pasado y a la comprensión del presente. Muchas acciones se organizaron con fines no demasiado altruistas, pero acabaron siendo provechosas para quienes las ejecutaron y para los pueblos en donde se llevaron a cabo. Se produjo una gran apertura de horizontes intelectuales y científicos y un mestizaje no sólo entre las personas, sino entre los productos, de los cuales no nos aprovechamos demasiado ni los españoles ni los americanos, pero salió beneficiada la humanidad en su conjunto. Para acabar, permítanme parafrasear a Casimiro Gómez Ortega, el director de las expediciones botánicas desde Madrid, en una carta al secretario Gálvez y al monarca Carlos III, en donde se resume la intención última del programa ilustrado de expediciones científicas, que además poseen una indudable actualidad: Doce naturalistas, químicos y mineralogistas buscando productos en América, darían a Su Majestad mucho más provecho que un ejército de cien mil hombres a la conquista de nuevas tierras. Que se diviertan y les sea de provecho.
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I. Ciencia y sanidad en la Colombia y el MĂŠxico coloniales
Ciencia y medicina en la Nueva Granada Marcelo Frías Núñez
Abordar una temática tan amplia como la Ciencia y la Medicina en Nueva Granada en el tiempo limitado que nos han aconsejado los organizadores de estas jornadas supone una tarea un tanto osada. Parece, ciertamente, una tarea difícilmente abordable, pretender abarcar al menos una parte significativa de los procesos que con Ciencia y Medicina podemos relacionar a lo largo de la presencia española en este territorio americano, durante toda la etapa colonial. Y preciso el término de “etapa colonial”, pues la región neogranadina no se convierte en Virreinato hasta el siglo XVIII. Hasta el siglo XVIII había perdurado la primitiva organización a base de dos virreinatos: Nueva España, con cinco audiencias y diecinueve gobernaciones, y Perú, con cinco audiencias y diez gobernaciones. Pero lo desmesurado del territorio, el peligro extranjero, el contrabando y la misma política reformista determinaron una subdivisión que originó la existencia ya de cuatro virreinatos en el siglo XVIII. Precisamente este siglo XVIII y los primeros años del XIX tendrán alguno de los referentes científicos y médicos más señalados en la historia neogranadina, en torno a lo que supuso la labor de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada, bajo Este trabajo se enmarca dentro de los proyectos HAR2009-12418/HIST, MICINN y CSD008-00077, MICINN.
Ciencia y medicina en la Nueva Granada
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la dirección del médico gaditano José Celestino Mutis, de lo que les hablaré más adelante. Antes, quiero agradecer al profesor Javier Puerto, como director de este ciclo sobre los virreinatos y a la Fundación de Ciencias de la Salud, de la que el profesor Puerto es Patrono, la deferencia que han tenido invitándome a participar en el ciclo Desde la Memoria: Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de Los Virreinatos, encargándome que me ocupara de hablarles de Ciencia y Medicina en Nueva Granada. Tratar de Ciencia y Medicina en Nueva Granada conlleva obligatoriamente abordar temáticas de las que les hablarán en próximas jornadas de este ciclo: Botánica, Medicina, Minería, Medicamentos americanos, Viajes y viajeros científicos. El hecho de ser la persona que inicie este ciclo me va a permitir abordar alguno de ellos, con la complicidad de saber que soy el primero que les habla de ellos, y que ciertamente verán completados –muy bien completados, tendría que señalar, dada la calidad de los conferenciantes previstos en las próximas jornadas–. Adaptándome al tiempo previsto para esta intervención, como les decía, voy a presentarles tres elementos seleccionados sobre la Ciencia y la Medicina neogranadinas. Como toda elección, ésta es selectiva, pero creo que las tres alusiones y los momentos que conllevan significan un cambio que va más allá de su propia referencia científica o médica. Las tres suponen un “antes y un después” en el desarrollo histórico de la Nueva Granada, con repercusiones que irán mucho más allá de su propio territorio. Como ya les adelantaba en el inicio, el siglo XVIII es la referencia principal en esta temática. Con todo, intentando contemplar al menos una parte de la historia colonial no virreinal, en el caso de la Nueva Granada, interpretando el sentido de este ciclo, les daré en primer lugar alguna pincelada de momentos, actuaciones y significación del que yo considero personaje clave en esta etapa anterior y también referente para la historia de la medicina y de la cirugía. En un segundo momento ya
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me instalaré en el siglo XVIII, destacando la labor llevada a cabo por Mutis, al que les citaba al principio, y el proyecto que sirvió de referente obligado a la ciencia neogranadina de aquellos años. Finalmente, les presentaré una propuesta sanitaria que supone, ya en el periodo final del virreinato y de la presencia colonial española, un cambio conceptual en la temática concreta de la percepción de la enfermedad.
La historia que no nació en el siglo XVIII Como acertadamente señala Estela Restrepo1, ya desde comienzos del siglo XVI encontramos como muchos médicos europeos habían experimentado con hierbas americanas, y algunos describían sus características y propiedades. La descripción de los diversos seres del territorio americano llegaba a Europa a través de España, con relatos como los de Fernández de Oviedo (1535), Sahagún (1560), De Las Casas (1566), Hernández (1571) o Acosta (1591). Sin entrar ahora a valorar las aportaciones de cada uno de ellos, nos encontramos en 1565 con la publicación de un libro en lengua romance en el que se anunciaban “las cosas que traen de nuestras Indias occidentales que sirven al uso de la medicina”. Libro que sería traducido muy pronto al conjunto de las lenguas más utilizadas en la Europa de entonces: al latín, al inglés, al francés, al italiano, al alemán y también, aunque de forma parcial, al holandés. Estoy haciendo referencia, como seguramente hayan adivinado, a la obra de Nicolás Monardes, considerado el primer gran autor sobre las especies medicinales del continente americano2. La obra de Monardes es la primera que puso realmente en circulación en Europa el conjunto de tesoros botánicos americanos y se cons1
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RESTREPO ZEA, E. “Del Arte Común de Curar a España y las Indias Occidentales”, Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, 24, 1997, pp. 351-357. MONARDES, N. Primera y segunda y tercera partes de la Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias occidentales, Sevilla, 1574. Utilizamos la edición de DENOT, E. y SATANOWSKY, N. N. Monardes. Herbolaria de Indias, Turner, México, 1990.
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tituyó rápidamente en fuente imprescindible tanto para los interesados en la Historia Natural, como para aquellos interesados en el uso de hierbas con propiedades curativas. Así, son abordadas plantas de la Nueva Granada que ya habían sido conocidas por los primeros españoles que habían llegado al litoral caribeño de la actual Colombia, entre ellas: el guayacán, la pimienta luenga, las habas, el pipinichi, el tabaco, la cebadilla, la trementina, la canela, el ruibarbo o la guayaba3. Antes del siglo XVIII y desde los primeros viajes de Colón, entre los españoles que llegaban a América se encontraban tanto médicos como cirujanos, aunque la mayor parte de ellos no nos han dejado escritas sus experiencias. Sin embargo, como señala Hugo Sotomayor, para el territorio de lo que es la actual Colombia conocemos al menos tres textos de estos siglos. Uno corresponde al siglo XVI, titulado Milicia y descripción de las Indias, del soldado Bernardo de Vargas Machuca, del que hay una primera edición contemporánea en 18924. Los otros escritos son del siglo XVII. El primero, Discursos medicinales, del médico portugués Juan Méndez Nieto, redactado en Cartagena de Indias, en 1607 y posteriormente publicado en España5. El segundo es la obra del cirujano Pedro López de León, Pratica y Teorica de las apostemas6, que fue publicada por primera vez en Sevilla, en 1628, alcanzando hasta cinco reediciones en el siglo XVII. López de León ejerció 3 4
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RESTREPO ZEA, E. op. cit., p . 352. SOTOMAYOR, H. “Cirujano licenciado Pedro López de León y su libro Práctica y Teórica de las Apostemas (siglo XVII)”, Repertorio de Medicina y Cirugía, 18 (1), 2009, pp. 53-64. Sotomayor indica que el libro de Vargas Machuca se terminó de redactar en 1595 pero “sólo se publicó en Madrid en 1892”. Sin embargo, en esta edición de 1892 –Librería de V. Suárez– se señala la primera impresión en Madrid, en 1599. Una edición más reciente es la de M. Cuesta Domingo y F. López-Ríos Fernández, publicada en Valladolid, Seminario Iberoamericano de descubrimiento, 2003. MÉNDEZ NIETO, J. Discursos medicinales, compuesto por el licenciado…, manuscrito fechado en Cartagena de Indias en 1607. Una edición reciente es la de L. Sánchez Granjel, con transcripción de G. del Ser Quijano y L.E. Rodríguez-San Pedro, Editado por la Universidad de Salamanca y la Junta de Castilla y León en 1989. El manuscrito original se encuentra en la Universidad de Salamanca. Un interesante interpretación sobre su figura es la de M. Lux Martelo, “El Licenciado Juan Méndez Nieto, un mediador cultural: apropiación y transmisión de saberes en el Nuevo Mundo”, Historia crítica, nº 31, 2006, pp. 53-76. LÓPEZ DE LEÓN, P. Pratica y Teorica de las apostemas en general y particular. Cuestiones y praticas de cirugía de heridas, llagas y otras cosas nuevas y particulares, Sevilla, 1628.
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en la ciudad sevillana, donde se publicó la primera edición de su obra, pero ésta era el resultado de sus trabajos durante más de treinta años en tierras del Nuevo Reino de Granada, donde había llegado en la última década del siglo XVI como médico del presidio de las galeras. Su laboriosa dedicación con los vecinos de Cartagena de Indias, tuvo también extensión a otros grupos entre los que encontramos marineros, condenados a galeras, reclusos del presidio y también los pacientes del Hospital de San Sebastián. La importancia de López de León como cirujano radica en las presentaciones iconográficas de instrumentos utilizados en cirugía. Obra quirúrgica que ha sido considerada como el primer referente del Nuevo Reino de Granada y quizás también pionero en toda América. López de Léon hace acertadas descripciones de enfermedades hoy conocidas como el escorbuto, disenterías, pleuritis, bocio o sífilis, pero son sus procedimientos quirúrgicos, y los dibujos de los instrumentos que usó y fabricó lo que le hacen especialmente singular, como ha señalado el experto en museología médica Felipe Cid7. Veamos algunas de estas representaciones: en la figura 1, se pueden reconocer, tal como ha identificado Hugo Sotomayor8, en los dibujos identificados con los números 1, 9 y 13 aquellos cortantes de tipo escoplos; en los 2, 3 y 12: diferentes tipos de cuchillos, en el 8: una segueta; en los números 20, 21 y 22 parecen representarse elementos para intervenir en fracturas y amputaciones, y con el número 28 encontramos dos decenas de tipos de cauterio. En la figura 2, encontramos, con los números 29, 30, 31 y 32 unos cauterios con sus cañas; los objetos identificados como 34, 35 y 36 parecen ser unas ventosas. Estos dibujos de instrumentos quirúrgicos de hierro y de los procesos para su elaboración son considerados como una referencia impres7 8
SOTOMAYOR, H. op. cit., 53-64. Idem, p. 54.
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FIGURA 1. LÓPEZ DE LEÓN, P. Pratica y Teorica de las apostemas, Sevilla, 1628. (Fuente: SOTOMAYOR, H. “Cirujano licenciado Pedro López de León y su libro Práctica y Teórica de las Apostemas (siglo XVII)”, Repertorio de Medicina y Cirugía, 18 (1), 2009, pp. 53-64.
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FIGURA 2. LÓPEZ DE LEÓN, P. Pratica y Teorica de las apostemas, Sevilla, 1628. (Fuente: SOTOMAYOR, H. “Cirujano licenciado Pedro López de León y su libro Práctica y Teórica de las Apostemas (siglo XVII)”, Repertorio de Medicina y Cirugía, 18 (1), 2009, pp. 53-64).
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cindible tanto desde la perspectiva museológica médica general y como colombiana en particular. El único parangón en la historia médica colombiana, señala Sotomayor, pueden ser los objetos descritos por Juan de Vargas, de Santafé de Bogotá, en testamento, en 1633, sobre el que ha trabajado y publicado recientemente Paula Ronderos9.
La Expedición que –casi– todo lo abarca La segunda pincelada, como les adelantaba al principio, pertenece ya al siglo XVIII –prolongándose en los primeros años del XIX–, en unos momentos en que Nueva Granada ya se ha convertido en nuevo Virreinato, con independencia del de Perú, y un siglo clave también en lo que se refiere a ciencia y medicina en el Virreinato. El virreinato del Nuevo Reino de Granada se había conformado de manera definitiva en 1739 con la integración de los territorios de Nueva Granada, Venezuela y Quito, abarcando una extensión superior a los tres millones de kilómetros cuadrados. La llegada del siglo XVIII trajo una época de decadencia y crisis. En estos años, hubieron de dedicarse grandes sumas al esfuerzo militar necesario para frenar las incursiones piratas en la costa caribeña, al tiempo que los virreyes implantaron nuevos impuestos –dentro de la reorganización fiscal del virreinato–. Y referente científico clave, sin duda, como exponente de las empresas que se estaban apoyando desde la metrópoli, por la Corona Española, pero también por las propias dinámicas que generó en Nueva Granada fue la Real Expedición Botánica. Una Expedición, denominada Botá9
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RONDEROS, P. “De objetos a artefactos: el oficio de la barbería en el Nuevo Reino de Granada del siglo XVII”, en La huella de los objetos, segundas jornadas internacionalesde arte, historia y cultura colonial; 2008 mayo 2124; Bogotá: Museo de Arte Colonial, Museo Iglesia Santa Clara.
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nica, pero que en realidad se convirtió en toda una institución científica en las tierras neogranadinas10. Y en ella, debemos destacar la figura de un médico gaditano que se puso al frente de este proyecto expedicionario. Se ha venido señalando en la mayor parte de los estudios y trabajos sobre las actividades de José Celestino Mutis en el destacado papel que ocupa entre las personalidades hispanocolombianas que han aportado un empuje decisivo en el complejo mundo de la actividad científica. Es en este sentido donde su figura destaca con luz propia. Mutis, cuyo referente se asocia principalmente a los trabajos botánicos, abarcó muchos otros campos de la ciencia: medicina, minería, astronomía, matemáticas11. Es por ello necesario que nos centremos en un primer momento en el personaje. La primera cuestión que se plantea es la manera de abordar su figura, similar pero con claras diferencias a la de otros personajes semejantes del siglo XVIII que se movieron entre las actividades científicas y otras muchas ocupaciones. ¿Cómo debemos tratar la labor de estos personajes? ¿Cómo estudiar sus múltiples actividades? ¿Como “científicos”? ¿Como “gestores científicos”? En el caso de Mutis y del Nuevo Reino de Granada no hay dudas sobre su labor científica; su propia formación en medicina, la práctica médica que desarrolló, su continua aplicación a las novedades de la botánica lo avalan desde esta perspectiva. Junto a ello, y en línea con sus intereses variados, encontramos también su dedicación docente a las matemáticas o su acercamiento a la astronomía. Sin embargo, considero que tan relevante o más fue su labor de gestión en todo el desarrollo científico del Nuevo Reino de Granada: pro10
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FRÍAS NÚÑEZ, M. Tras el Dorado Vegetal. José Celestino Mutis y la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada (1783-1808), Diputación Provincial, Sevilla, 1993. FRÍAS NÚÑEZ, M. “José Celestino Mutis: History of a Passion”, Mutis and The Royal Botanical Expedition to the Nuevo Reyno de Granada, CSIC/Lunwerg Ed., Barcelona, Madrid, México, 2008, pp. 4-8.
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yectos de explotaciones mineras en la Montuosa, en Pamplona y en las minas del Real de El Sapo, en Ibagué, sus tentativas empresariales y comerciales al frente de la quina, la canela o el té de Bogotá aparecen en esta dirección. Esta perspectiva de gestor de la ciencia también quedaría de manifiesto en otras facetas más académicas, como sus propuestas de planes de estudio universitarios y en su participación en la construcción del Observatorio Astronómico. Evidentemente, aún destaca más en este sentido toda su labor dirigiendo ese gran proyecto que le ha dado renombre más allá del mundo científico hispanocolombiano: la Expedición Botánica. De todas las facetas que acabamos de mencionar querría hacer mención a su interés por las explotaciones mineras. Su intento de conseguir un mejor rendimiendo en ellas le haría compaginar minería e historia natural. El negativo juicio que le inspiró el estado de los trabajos mineros a punto estuvo de hacerle abandonar el virreinato y de marchar a Suecia con el objetivo de instruirse en las materias propias de la minería. Concretamente Mutis cuestionaba el método tradicional que se empleba, el de amalgamación, defendiendo la conveniencia de potenciar la técnica de fundición. Sin embargo, pudieron más con él sus intereses de naturalista y su proyecto de estudio de la flora del Nuevo Reino de Granada. Es así que, desde 1783, con la aprobación oficial del proyecto de Expedición Botánica, se abría un nuevo espacio en el quehacer científico. Ya no estamos hablando de la actuación personal de un individuo sino de un amplio proyecto que se convertiría en el eje vertebrador de las aspiraciones científicas de gran parte de la sociedad neogranadina. No les voy a hacer un listado de todas las actividades y realizaciones de esta expedición a lo largo de 25 años, pero sí señalarles alguno de los elementos que he considerado clave a lo largo de una dilatada trayectoria de acercamiento a lo que históricamente supuso este proyecto de Expedición Científica.
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a) Desde la dirección del proyecto iban a estar presentes las referencias ilustradas. Mutis se había formado como tal y así proyectaba una visión de racionalidad en su acercamiento a las posibles explotaciones de la naturaleza y al aprovechamiento de sus recursos. El sentido de “lo útil” estará presente en todas sus actividades, y en el caso de las plantas, nos queda su deseo de ir descubriendo la posible utilidad de cada una de ellas. Propiedades medicinales e intereses comerciales se darán a menudo la mano en este recorrido. b) En dicho interés por las posibles aplicaciones de los recursos, tres plantas iban a centrar su interés y parte importante de sus actividades: la quina, la canela y el té. Admitido ya por la práctica totalidad de la historiografía sobre Mutis, la obsesión por la quina marcó gran parte del devenir, no solo de sus actividades personales, sino de todo el proyecto de Expedición. Labor que tuvo su implicación asimismo en gran parte del Virreinato neogranadino. Una quina deseada desde Europa, cuyas cualidades eran destacadas desde los púlpitos científicos12, en una época donde las fiebres tercianas hacían estragos, y que se iba a convertir en la cuestión que centró los intereses de médicos y botánicos13. Las expectativas creadas en torno a ella tienen su reflejo a partir de 1785 cuando se llegó incluso a conformar un plan de monopolio real del específico14. c) La canela dio lugar a prácticas similares. En el caso de este producto desde fechas tempranas se sabía que la planta americana no era la Cinnamomum, la canela que comerciaban los holandeses. Pero no por ello se desistió de trabajar su explotación e intentar aprovechar sus posi12
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FRÍAS, M. “La Matière Médicale américaine: Le sujet du quinquina et les Dictionnaires d’Histoire Naturelle”, Biological and Medical Sciences, Brepols Publishers, Belgium, 2002, pp. 83-93. FRÍAS NÚÑEZ, M. “Teoría y práctica sobre la quina entre los siglos XVIII y XIX”, Medicina e Historia, (Monográfico) Barcelona, 2003. Sobre el establecimiento del Estanco de las Quinas, sus incidencias y reales resoluciones, AGI, Indiferente General, 1554. Archivo del Real Jardín Botánico de Madrid (ARJBM), III, Documentación oficial, Informes. M. FRÍAS, op. cit., 1993, pp. 196-206.
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bles utilidades15. Aún hoy hay más sombras que claros en la decisión de abandonar el interés por la canela americana hacia 1790, y la salida de ésta de los intereses de la Expedición. Falta de confianza desde la dirección, pero seguramente también otras prioridades se estaban imponiendo con el traslado de los expedicionarios aquel año desde la población de Mariquita a la capital Santa Fé16. d) Por su parte, el té, denominado “de Bogotá”, contó con un desarrollo particular, pero con circunstancias y características comunes a los otros dos ramos que les acabo de citar. Como sucedía con la canela, el té de Bogotá suponía la posibilidad de ofrecer a la Corona española un producto que pudiera competir en este campo con las otras naciones. La canela americana apareció, como les he señalado anteriormente, como una posibilidad de competir con el comercio de la canela de Ceilán. El té de Bogotá, por su parte, se presentaba como un producto idóneo en competencia con el té de China. Y en otro orden de funciones, el té de Bogotá también tuvo similitudes con la planta de la quina. Se hicieron igualmente acopios a gran escala, con un mecanismo similar al de la quina de recolección, almacenamiento y envío posterior a la península. En el caso del té de Bogotá, fue la Corona española la que puso fin a las expectativas que había despertado esta planta17. e) Aparece claro, por lo tanto, cómo el proyecto de esta Expedición científica conllevó y alentó el impulso de una incipiente industria comercial en el virreinato neogranadino. El interés y los consiguientes proyectos y trabajos sobre la quina y el té dieron lugar a unas dinámicas 15
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FRÍAS, M. y GALERA, A. (Ed.) Pedro Fernández de Cevallos. La ruta de la canela americana, Editorial Dastin, 2002. FRÍAS, M. y GALERA, A. “La región de “Canelos” y el referente de la canela en el continente americano”, Miríada Hispánica, 2011, University of Virginia/Valencia, pp. 31-51. FRÍAS, M. op. cit., 1993, pp. 231-244. Examen del té de Bogotá, por GÓMEZ ORTEGA, C. 1786, ARJBM, III, Documentación oficial, Informes. FRÍAS, M. op. cit., 1993, pp. 211-222.
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de auténtica empresa: los cosecheros entregaban sus colecciones, éstas eran almacenadas en Mariquita y en Honda desde donde se preparaba el envío hacia la Península. Para el transporte en el virreinato se estableció un sistema a través del río Magdalena, desde Honda hasta Cartagena, y desde aquí por la ruta oceánica salían hacia España. Los trabajos de la Expedición sirvieron asimismo para configurar una serie de dinámicas y relaciones laborales que revitalizaron la vida comercial del virreinato. Asimismo, contribuyó a despertar inquietudes culturales y científicas en las distintas poblaciones a las que iban llegando los ecos de las labores de los expedicionarios, síntoma del propio movimiento de la sociedad neogranadina. Todo ello dio lugar a diferentes colaboraciones, muchas veces espontáneas, con la propia Expedición. f ) Sin embargo, la consagración de la Expedición y de su propio proyecto entre los círculos científicos fue el trabajo sobre la Flora de Bogotá, que permitió la identificación de numerosísimas especies vegetales del Nuevo Reino de Granada. Los trabajos sobre la Flora dieron lugar a una potenciación de la práctica pictórica naturalista, con la necesaria aportación de los dibujantes y pintores naturaslitas. La creación de una escuela botánica de dibujo es otra referencia clave en la proyección de la Expedición. g) La Expedición Botánica estableció un rígido sistema vertical de trabajo, cuyo análisis nos permite ampliar el conocimiento de la estructura de una empresa científica. En la cúspide se hallaba Mutis en tanto que director de los trabajos, pero también como regulador del comportamiento y relaciones diarias de los trabajadores. Este aspecto, de connotaciones marcadamente paternalistas, iba a plantear continuos problemas, sobre todo con algunos pintores. Esta constatación nos ha hecho abrir una nueva mirada sobre las implicaciones sociales de un proyecto científico, ciertamente paradigmático en el caso que nos ocupa.
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Edificios-Obras, 4 Escribientes, 1 Mantenimiento, 3 Material oficina, 3 Esclavos, 3 Criados-Herb., 2
Gastos de la Quinta, 2 Pers. cientDirecc., 30
Acop. y otros gastos, 8
Gasto diario, 13
Pintores, 30
FIGURA 3. Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada Gastos generales Etapa de Mariquita (1783-1790) (Porcentajes). (Fuente: FRÍAS NÚÑEZ, M. “Aspectos económicos y comerciales de las expediciones científicas: el proyecto del Nuevo Reino de Granada”, José Celestino Mutis en el bicentenario de su fallecimiento (18082008), Real Academia Nacional de Farmacia, Madrid, 2009, pp. 249).
En los cuadros que acompañamos podemos ver con detalle algunos de estos aspectos principales del día a día de la Expedición. En la figura 3: Porcentajes de Gastos Generales durante la Etapa de Mariquita, entre 1783 y 1790; en la figura 4: Porcentajes de Gastos Generales durante la Etapa de Santa Fé, entre 1791 y 1808; y en la figura 5: una comparativa de las principales partidas de los gastos generales. Mejor que curar: prevenir con la propia enfermedad El tercer elemento o pincelada que les señalaba al principio, en línea con la solicitud de los organizadores de estas jornadas, tiene que ver tam-
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Escribientes, 5 Instrumentos, 1 Mantenimiento, 5 Material oficina, 2 Esclavos, 1 Criados-Herb., 2 Acop. y otros gastos, 2
Pers. cientDirecc., 27
Gasto diario, 15
Pintores, 39
FIGURA 4. Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada Gastos generales Etapa de Santa Fe (1791-1808) (Porcentajes). (Fuente: FRÍAS NÚÑEZ, M. “Aspectos económicos y comerciales de las expediciones científicas: el proyecto del Nuevo Reino de Granada”, José Celestino Mutis en el bicentenario de su fallecimiento (18082008), Real Academia Nacional de Farmacia, Madrid, 2009, pp. 250.
bién con el siglo XVIII y mantiene asimismo relación con la labor de Mutis, aunque en este caso igualmente tiene una proyección mucho mayor. En el elemento que ahora les propongo, la cuestión es claramente médica, en cuanto que concierne a las epidemias de viruelas y su manera de abordarlas. Y no voy ahora a relatarles pormenorizadamente las circunstancias que acaecieron en la lucha contra estas epidemias, que ya hemos recogido en otros trabajos. Baste ahora recordar la imagen trágica que la viruela había dejado tradicionalmente, en América igual que en Europa. El temor a estas epidemias iba a estar presente, por lo tanto, en las distintas dinámicas que encontramos en el virreinato. Una aproximación conceptual a este referente nos permite:
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s o c. ores ario stos erb. avos cina nte ent i rec Di Pint sto d ros ga os-H Escl ial ofi nimi cribie t e r ien Es Ga . y ot Criad ate Mant s. c M p r e o P Ac Etapa de Mariquita (1783-1790)
Etapa de Santa Fé (1791-1808)
FIGURA 5. Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada. Comparativa - Principales partidas Gastos generales - Etapas Mariquita - Santa Fe. (Fuente: FRÍAS NÚÑEZ, M. “Aspectos económicos y comerciales de las expediciones científicas: el proyecto del Nuevo Reino de Granada”, José Celestino Mutis en el bicentenario de su fallecimiento (1808-2008), Real Academia Nacional de Farmacia, Madrid, 2009, pp. 250).
a) Profundizar en el papel de la institucionalización como fenómeno canalizador de la implantación de estructuras científicas. b) Delimitar los agentes que intervienen en el proceso epidémico. c) Valorar el papel del individuo como fenómeno en el proceso histórico a través de su relación con la enfermedad. d) Estudiar la repercusión de las epidemias de viruelas en la sociedad neogranadina, como posible causa de los cambios en la concepción de la enfermedad y como impulsora de una sociedad que camina en su diferenciación de la española peninsular.
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Vamos a detenernos en cada una de ellas. a) La lucha contra la viruela ha sido resaltada desde su vertiente institucionalizadora tanto en España como en América. Ya hemos hecho referencia en otras circunstancias al elemento institucionalizador en cuanto a su potenciación a lo largo del siglo XIX18. Es, sin embargo, a mediados del siglo XVIII cuando se comienzan a sentar las bases de este proceso que intentaron concretar espacios institucionales, desde una doble vertiente: los planteamientos teóricos y la práctica médica. No se trata de valorar la efectividad de los tratamientos, sino de abordarlos como fenómenos canalizadores de la implantación de estructuras científicas, en la medida que se potencia el principio de racionalidad, la reglamentación y el seguimiento de la lucha contra las epidemias. Las epidemias de viruela, y la lucha que se mantuvo frente a ellas, marcaron el intento de sentar las bases de una actuación metódica, producto del análisis y la experimentación. Aquí debemos hacer referencia a la originalidad de la Expedición de la Vacuna, ya en el siglo XIX, dirigida por Balmis y Salvany, en la medida en que se trataba de una Expedición médica19. Y dentro de la tradición expedicionaria y aventurera, tanto europea como española, esto significaba un cambio cualitativo. Ya no se estaban estableciendo proyectos de descubrimientos o conquistas del tipo tradicional, ni siquiera de los que primaron en las expediciones científicas que se sucedieron a lo largo del siglo XVIII. En una clara consonancia con las nuevas tendencias que en materia de sanidad e higiene pública se habían ido imponiendo durante el siglo, la Expedición de la Vacuna pretende otro tipo de conquista, la de erradicar la enfermedad, la de combatir y prevenir las 18
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FRÍAS, M. y GALERA, A. “Aspectos médico-sanitarios en la institucionalización científica en los inicios del siglo XIX”, IX Congreso de la SEHCYT, Cádiz, 2006, pp. 295-302. AGI, Indiferente General, 1558-A. RAMÍREZ MARTÍN, S.M. La salud del Imperio. La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, Doce Calles, 2002.
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epidemias de viruela, una apuesta por la salud pública. Y en este caso también aparece el tema institucionalizador. La Expedición de la Vacuna es institucionalizadora, como proyecto de la Corona española. Tenemos noticias de la llegada de la vacuna al virreinato neogranadino y otras regiones del continente americano antes de la Expedición de Balmis y Salvany. Sin embargo, ninguna de esas acciones contaba con la organización y respaldo institucional que tuvo la Expedición de la Vacuna. La actuación de Salvany en el virreinato contribuyó, además, a potenciar una serie de actuaciones, como las formaciones de Juntas de Vacunación, que darían un fuerte impulso al proceso institucionalizador de la medicina en Nueva Granada20. b) Esta apuesta de la Corona española por la salud aparece entremezclada con las propias aspiraciones de la sociedad neogranadina. El cuadro que nos ayuda a entenderlo viene marcado por la diversidad de agentes que intervienen en el proceso epidémico y que podemos abordarlos desde tres niveles: 1. Normativas y disposiciones oficiales emanadas desde la Corona. Es, sin duda, el nivel que aparece más homogéneo. Sus intereses y objetivos inciden en la potenciación de la concepción de utilidad pública, en línea con la preocupación de los ilustrados en conservar la población y al intento de control de la epidemia y de la propia población. 2. La administración virreinal aparece en el segundo nivel. Aquí se van a compartir muchas de las orientaciones del anterior nivel, aun20
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Archivo Nacional de Colombia, Colonia, Miscelánea, tomo 2. FRÍAS NÚÑEZ, M. “Planes de establecimiento de Juntas Centrales de Vacuna en la institucionalización de la medicina en Colombia”, Enfermedad, clínica y patología. Estudios sobre el origen y desarrollo de la Medicina Contemporánea, Madrid, Editorial Complutense, 1993, pp. 89-102. RAMÍREZ MARTÍN, S. “Las Juntas de Vacuna, prolongación de la obra sanitaria de la “Real Expedición Filantrópica de la Vacuna” (1803-1810)”, Ars Médica. Revista de Humanidades, Vol.2, nº2, noviembre, 2003, pp. 314-317.
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que también irán marcándose las diferencias. Los propios virreyes serán los principales protagonistas de este grupo y se encontrarán con una doble dinámica. De un lado, como ejecutores de las normas que llegan desde las instancias gubernativas. Por otro, a través de las propias reglamentaciones del virreinato, más cercanas a la realidad americana. El resto de autoridades locales conforman un subgrupo, especialmente los gobernadores provinciales y, sobre todo, los cabildos. Este subgrupo marcaría un paso mayor aún en el acercamiento a la realidad social del virreinato: junto a las motivaciones e intereses oficiales, aparecen ahora elementos particulares, en círculos más íntimos, como es la preocupación de dichos dirigentes por su propia situación personal y la de su familia. 3. El tercer nivel aparece copado por el grueso de la población del virreinato. Las familias distinguidas y los propios médicos permiten conformar un subgrupo diferenciado. Los representantes de la Iglesia estarían incluidos en un segundo subgrupo, mientras que el tercero estaría compuesto por la plebe. En este nivel vamos a encontrar un interés doble entre las motivaciones “profesionales” y los condicionamientos personales. José Ignacio de Pombo, comerciante de Cartagena, es un claro ejemplo de esta situación. En Pombo van a confluir su preocupación por la incidencia de la viruela en la posible falta de trabajadores, con los condicionantes y preocupaciones de protección de su familia frente a la epidemia. Doble perspectiva que también van a vivir los médicos del virreinato. Mientras, la plebe, tendrá la preocupación casi única de salvar la propia vida. c) Como les adelantaba antes, en la cuestión de la medicina también tenemos que hacer referencia al papel del individuo como fenómeno en el proceso histórico: las iniciativas particulares en el virreinato, tanto de autoridades como de vecinos, fueron un complemento decisivo a las acciones institucionales. Esta individualidad, que sin duda estaba inmersa en
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una sociedad que condicionaba sus actuaciones, dio forma y realidad a una larga serie de Instrucciones, Métodos, etc., que no tendrían su verdadero sentido si nos quedásemos únicamente en su aspecto normativo. Aquí, la figura de Mutis vuelve a aparecer con una especial significación. Como les dije hace unos momentos, la complejidad y los agentes que intervienen en el proceso son numerosos. Pero también es evidente que el estudio de la lucha contra la viruela, sin el referente histórico de Mutis, quedaría muy incompleto. Mutis aglutinó los esfuerzos contras las epidemias, figurando como autor y responsable de las Instrucciones para una mejor aplicación de la inoculación, así como del Método para curar las viruelas, estando igualmente detrás de los informes que el virrey Caballero y Góngora envió al ministro Gálvez; él fue, asimismo, el encargado de instruir a los comisionados que tenían que buscar la vacuna en el virreinato21. d) Ante el peligro que suponía la viruela, la decisión de tomar medidas preventivas antes de la llegada y contagio de la enfermedad había llevado a adoptar, en primer lugar, la técnica de la inoculación, y posteriormente, la de la vacunación. La polémica generada por este principio inoculador-vacunador se puede advertir desde tres prismas. Uno primero de carácter médico: se trataba de saber si había que inocular, de qué manera y con qué precauciones. La segunda mirada tiene un carácter ideológico: a partir de la idea de que la naturaleza podía modificarse con la aplicación de la técnica. Por último, una cuestión psicológica: nadie quería ser el primero en experimentar una nueva práctica que consistía en introducir parte de la enfermedad como medida preventiva. El combate contra la viruela nos permite abordar desde la medicina un proceso de transformación de la sociedad neogranadina. Frente a una defensa tradicionalmente pasiva aparecen una serie de medidas preven21
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ARJBM, III, Medicina. FRÍAS NÚÑEZ, M. Enfermedad y sociedad en la crisis colonial del Antiguo Régimen. (Nueva Granada en el tránsito del siglo XVIII al XIX: Las epidemias de viruelas), Madrid, CSIC, 1992.
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tivas, que he venido denominando como defensa activa. Una apuesta, al mismo tiempo, por prácticas audaces y métodos eficaces, tras los que aparece un efectivo cambio de mentalidad en el conjunto de la sociedad. Las dinámicas en las que se dan continuidad estas prácticas son realmente confusas. Así, por ejemplo, vamos a ver coincidir la defensa de un método preventivo como la inoculación, con ritos tradicionales como las rogativas, en los que la influencia divina seguirá siendo protagonista. Esta última claramente potenciada desde las estancias eclesiásticas, que intentaban asimismo mantener su cuota de influencia. Terminando Creo, porque ya es tiempo de ir finalizando, que estos elementos que les acabo de presentar reflejan tres maneras de abordar la historia que pueden servir de referente para futuros trabajos de investigación. El estudio de los dibujos y procedimientos de Pedro Pérez de León nos permiten situar el origen de la práctica de una disciplina que tendría un apogeo bastante posterior, pero que ya en el siglo XVII mostraba una técnica muy desarrollada. El referente de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada, nos sirve a su vez como elemento aglutinador, como referente de conjunto para abordar una sociedad que apuesta por el saber, con distintos objetivos y quizás con intereses enfrentados, pero con una idea común: apertura al conocimiento y a la mejora general de su territorio. Por su parte, las epidemas de viruela y la lucha contra ellas, primero desde el propio virreinato neogranadino y posteriormente desde un ambicioso proyecto estatal español, nos adentran en otra posibilidad de estudio social y nos permite constatar el cambio de una sociedad que, frente a anteriores etapas de conformismo estaba, ahora, dispuesta a plantarse frente a las adversidades. Eran tiempos políticos también donde se esta-
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ban asentando nuevos rumbos y que, tras la invasión napoleónica de la península, empezarían a despegar definitivamente hacia su nueva configuración en república Colombiana. Bibliografía – DENOT, E. y SATANOWSKY, N. N. Monardes. Herbolaria de Indias, Turner, México, 1990. –
DE VARGAS MACHUCA, B. Milicia y descripción de las Indias, Madrid, 1599.
– FRÍAS NÚÑEZ, M. Enfermedad y sociedad en la crisis colonial del Antiguo Régimen. (Nueva Granada en el tránsito del siglo XVIII al XIX: Las epidemias de viruelas), Madrid, CSIC, 1992. – ——— Tras el Dorado Vegetal. José Celestino Mutis y la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada (1783-1808), Diputación Provincial, Sevilla, 1993. – ——— “Planes de establecimiento de Juntas Centrales de Vacuna en la institucionalización de la medicina en Colombia”, Enfermedad, clínica y patología. Estudios sobre el origen y desarrollo de la Medicina Contemporánea, Madrid, Editorial Complutense, 1993, pp. 89-102. – ——— “La Matière Médicale américaine: Le sujet du quinquina et les Dictionnaires d’Histoire Naturelle”, Biological and Medical Sciences, Brepols Publishers, Belgium, 2002, pp. 83-93. – ——— “Teoría y práctica sobre la quina entre los siglos XVIII y XIX”, Medicina e Historia, (Monográfico) Barcelona, 2003. – ——— “José Celestino Mutis: History of a Passion”, Mutis and The Royal Botanical Expedition to the Nuevo Reyno de Granada, CSIC/Lunwerg Ed., Barcelona, Madrid, México, 2008, pp. 4-8. – ——— “Aspectos económicos y comerciales de las expediciones científicas: el proyecto del Nuevo Reino de Granada”, José Celestino Mutis en el bicentenario de su fallecimiento (1808-2008), Real Academia Nacional de Farmacia, Madrid, 2009, pp. 239-253.
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– FRÍAS M. y GALERA A. (ED.) Pedro Fernández de Cevallos. La ruta de la canela americana, Editorial Dastin, 2002. – ———, “Aspectos médico-sanitarios en la institucionalización científica en los inicios del siglo XIX”, IX Congreso de la SEHCYT, Cádiz, 2006, pp. 295302. – ———, “La región de “Canelos” y el referente de la canela en el continente americano”, Miríada Hispánica, 2011, University of Virginia/Valencia, pp. 31-51. – LÓPEZ DE LEÓN, P. Práctica y Teórica de las apostemas, Sevilla, 1628. – LUX MARTELO, M. “El Licenciado Juan Méndez Nieto, un mediador cultural: apropiación y transmisión de saberes en el Nuevo Mundo”, Historia crítica, nº 31, 2006, pp. 53-76. – MONARDES, N. Primera y segunda y tercera partes de la Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias occidentales, Sevilla, 1574. – RAMÍREZ MARTÍN, S.M. La salud del Imperio. La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, Doce Calles, 2002. – ——— “Las Juntas de Vacuna, prolongación de la obra sanitaria de la “Real Expedición Filantrópica de la Vacuna” (1803-1810)”, Ars Médica. Revista de Humanidades, Vol.2, nº2, noviembre, 2003, pp. 314-317. – RESTREPO ZEA, E. “Del Arte Común de Curar a España y las Indias Occidentales”, Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, 24, 1997, pp. 351-357. – RONDEROS, P. “De objetos a artefactos: el oficio de la barbería en el Nuevo Reino de Granada del siglo XVII”, en La huella de los objetos, segundas jornadas internacionalesde arte, historia y cultura colonial; 2008 mayo 21-24; Bogotá: Museo de Arte Colonial, Museo Iglesia Santa Clara. – SOTOMAYOR, H. “Cirujano licenciado Pedro López de León y su libro Práctica y Teórica de las Apostemas (siglo XVII)”, Repertorio de Medicina y Cirugía, 18(1), 2009, pp. 53-64, 2009.
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Botánica, medicina y minería en la Nueva España ilustrada Miguel Ángel Puig-Samper
Al analizar el movimiento científico que se produce en Nueva España en el último tercio del siglo XVIII, hay que destacar sin duda dos episodios fundamentales: la llegada a territorio novohispano de la llamada Real Expedición Botánica a Nueva España, con sus implicaciones en la educación, la medicina, la botánica, la zoología y las reformas en México, y la aparición de Fausto de Elhuyar y de Alejandro de Humboldt en el entorno del Real Seminario de Minería de México. La Real Expedición Botánica a Nueva España (1787-1803), más conocida como Expedición de Sessé y Mociño, tuvo un enorme impacto en la ciencia y la cultura del Virreinato de Nueva España, favorecida por el auge que a finales del siglo XVIII tuvo la pujante comunidad intelectual novohispana, entre la que podemos recordar a personajes como José Antonio Alzate, Luis Montaña, Clavijero, Díaz de Gamarra, Velázquez de León, Gama, etc. La Expedición formó parte del proyecto ilustrado de exploración científica de las colonias ultramarinas que impulsó el Proyecto de investigación HAR2010-2133-C03-02 del Ministerio de Ciencia e Innovación “Naturalistas y viajeros en el mundo hispánico. Aspectos institucionales, científicos y docentes”.
Botánica, medicina y minería en la Nueva España ilustrada
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nuevo orden político español, cuya finalidad más importante consistió en realizar el estudio más completo de los recursos naturales americanos, poniendo énfasis en el inventario de los productos vegetales, especialmente los utilizados en la terapéutica medicinal, además, en este caso, de intentar la recuperación de la obra práctica del protomédico de Felipe II, Francisco Hernández, que ya en el siglo XVI había visitado este mismo territorio con fines parecidos. Antes de que se decidiera la organización de una expedición oficial a Nueva España, que cumpliera unos objetivos similares a los encomendados a las expediciones botánicas de Perú y Nueva Granada, el médico aragonés Martín de Sessé ya consideraba la idea de establecer un Jardín Botánico y una cátedra de botánica en la capital mexicana. Desde la Isla de Cuba, propuso al director del Real Jardín Botánico madrileño, Casimiro Gómez Ortega, –en carta fechada en La Habana el 30 de enero de 1785– después de exponerle su intención de pasar a México acompañando al Conde de Gálvez, “establecer Cathedra de Botanica con Jardín, a que convida el fértil e inculto terreno que hay dentro de Palacio contiguo a la Universidad”. Para ello sugería el envío de algún discípulo aventajado que pudiera hacerse cargo de este cometido, además de proponer la organización de una Academia de Medicina Teórico-Práctica similar a la implantada en la Península. En ambas instituciones se impartiría la docencia de la Botánica a los estudiantes de los tres ramos de la Medicina (Medicina, Cirugía y Farmacia), siguiendo los nuevos principios del Sistema Linneano, de manera también similar a lo que ya se hacía en la metrópoli. Se buscaba el conocimiento de las plantas novohispanas y serviría además para la necesaria reforma del Protomedicato y de la estructura sanitaria de Nueva España. Asimismo el futuro Jardín Botánico serviría de precioso depósito de las producciones naturales de la América Septentrional, que posteriormente podrían ser trasladadas a la Península para enriquecer los fondos de las dos institu-
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ciones ilustradas de mayor importancia: el Real Jardín Botánico y el Real Gabinete de Historia Natural de Madrid. Unos años antes, el Cronista del Consejo de Indias, Juan Bautista Muñoz, encontró en la Biblioteca de los jesuitas expulsos del Colegio Imperial de Madrid, cinco volúmenes manuscritos de la Historia Natural de Nueva España del Protomédico de Felipe II, Francisco Hernández, quien en 1570 había sido enviado a esos territorios de ultramar para estudiar las plantas medicinales y todo lo referente a la Historia Natural. El resultado de esta primera expedición científica al Nuevo Mundo fue la recolección de miles de plantas, animales y minerales, numerosos dibujos de las especies exóticas recogidas, gran cantidad de datos y descripciones (más de 3000 de las plantas recolectadas, 500 de animales y unos 35 minerales). La obra, que había desaparecido en 1761 en el incendio de El Escorial, aunque incompleta, podría recuperarse para la Ciencia y el Estado, aprobándose su publicación en 1784. El encargo recayó en Casimiro Gómez Ortega, a quien había pasado la obra manuscrita para su preparación y posterior edición. Para realizar esta tarea, creyó que era necesario completarla con los posibles manuscritos y dibujos que podían encontrarse en México, para lo cual la propuesta de Martín de Sessé no podía ser más oportuna, puesto que a los objetivos que éste señalaba en su correspondencia con el primer catedrático del Real Jardín Botánico de Madrid, se podía muy bien sumar la localización de este material de Francisco Hernández y a la vez profundizar más en el conocimiento del mundo natural novohispano. A lo largo de ese mismo año de 1785 y en los primeros meses de 1786, Sessé le exponía su plan inicial, ofreciéndose a viajar por el territorio novohispano. El planteamiento coincidía plenamente con el de Gómez Ortega, quien junto con el Intendente del Jardín madrileño, José Pérez Caballero, y el 2º Catedrático de la misma institución, Antonio Palau, concedieron a Sessé el título de Comisionado por la ciudad de México para que diese
Botánica, medicina y minería en la Nueva España ilustrada
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noticias de las plantas y demás producciones vegetales de Nueva España que por su interés mereciesen ser enviadas al Real Jardín Botánico. Formación del grupo expedicionario El proyecto fue aprobado por Carlos III, según consta en la Real Orden de 27 de octubre de 1786. En ella se ordenaba establecer en Nueva España el Jardín Botánico, la Cátedra de Botánica y la formación de una Real Expedición que debía “formar los dibujos, recoger las producciones naturales e ilustrar y completar los manuscritos de Francisco Hernandez”, originándose por tanto como una ampliación de la que se había realizado dos siglos antes. Casimiro Gómez Ortega seleccionó la plantilla de expedicionarios y determinó los aspectos financieros de la misma, siguiendo las mismas directrices que la experiencia le había proporcionado con los botánicos enviados al Perú y Chile. El grupo expedicionario quedó conformado en marzo de 1787 de la siguiente forma: Martín de Sessé, director de la Expedición y del Jardín; Vicente Cervantes, Catedrático de Botánica; José Longinos Martínez, Naturalista; Juan del Castillo y Jaime Senseve como Botánicos, extendiéndoseles los correspondientes títulos. El Rey se expresaba de la siguiente manera: “Por cuanto conviene a mi servicio, y al bien de mis Vasallos, que a exemplo de lo que de mi Real Orden se está executando en los Reynos del Perú, y Santa Fé, se examinen, dibujen y describan metódicamente las producciones naturales de mis fértiles Dominios de la Nueva España, no solo con el objeto general, e importante de promover los progresos de las Ciencias Phisicas, desterrando las dudas, y adulteraciones, que hay en la Medicina, Tintura, y otras Artes útiles, y aumentar el comercio, sino también con el especial de suplir, ilustrar y perfeccionar con arreglo al estado actual de las mismas Cien-
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cias Naturales, los escritos originales que dexó el Proto-Médico de Felipe Segundo por fruto de la expedición de igual naturaleza, que costeó aquel Monarca, y hasta ahora no ha producido las completas utilidades, que debían esperarse de ella”. Más adelante la misma Real Orden señalaba las condiciones que debería observar el Director del Jardín Botánico y de la Expedición, Martín de Sessé, a las que se añadirían otras Instrucciones que debían regir la Empresa: “Primera. Deberá ser su mansión en aquel Reyno con la expresada comisión por espacio de seis años: Segunda: Gozará el sueldo de dos mil pesos, moneda de Indias, en cada un año desde el dia que incorporándose los demás Socios de la expedición se dé principio a ella, y se le satisfarán por cualquiera Caxas Reales de aquel Reyno, a que se halle más próximo para las observaciones de su encargo. Tercera: Durante sus viages por aquel Reyno para los expresados fines gozará el sueldo doble para subvenir a los precisos gastos, que con este motivo le ocurran. Quarta: Quando se verifique su regreso a España se le asistirá por mi Real Hacienda con la mitad del sueldo que gozó en Nueva España, interim se le de otro distinto, y formaliza y presenta su obra completa que debe ser el fruto de su trabajo. Quinta: Que de cuenta de mi Real Hacienda se le proberá de Libros e Instrumentos de su profesión para el exercicio de ella”. El proyecto de Sessé tuvo buena acogida entre las autoridades virreinales y las capas dirigentes de la sociedad novohispana, aunque los problemas pronto empezaron a surgir entre el Director de la expedición y algunos de los miembros más relevantes de las instituciones sanitarias. Los inconvenientes debieron surgir desde el momento en que Sessé tomó la iniciativa “de solicitar la visita de Medicina y Boticas de este Reyno que hace muchos años no se ha hecho sino por comisión a un médico de las ciudades mas populosas”, con la intención de ordenar e inspeccionar la sanidad del Virreinato. Desde ese momento, Sessé fue sumando
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adversarios en el seno del Protomedicato y la Universidad, que dificultaron la buena marcha de la Expedición. Desde su llegada a México y hasta que los documentos oficiales llegaran a esta ciudad, Sessé continuaba desempeñando su cometido como Correspondiente del Jardín Botánico de Madrid en México y solucionando los encargos que Gómez Ortega le indicaba. Le remitió los productos naturales que en sus cortas excursiones él mismo recolectó, así como los que sus colaboradores le proporcionaron, como es el caso de las 33 muestras de plantas procedentes del real de minas de Sombrerete, de la semillas de Bulpinos y del Zorrillo, que eran plantas medicinales que por sus portentosos efectos podrían sustituir al mercurio en la curación del gálico (sífilis) y que había experimentado en el Hospital de San Juan de Dios que tenía a su cargo, esperando perfeccionar sus ensayos para popularizarlas como remedios médicos. El Jardín Botánico de México y la cátedra de botánica Martín Sessé quería construir el Jardín Botánico en los terrenos del Colegio de San Pedro y San Pablo, pero las dificultades interpuestas por la Junta Municipal del Colegio de San Gregorio y el compromiso anterior con el Seminario de San Carlos de los Naturales, obligaron a buscar otro lugar. Sessé encontró un lugar adecuado para los fines perseguidos en el terreno conocido como “Potrero de Atlampa”, situado junto al Paseo Bucareli, cercano al acueducto del Salto del Agua y al Real Hospital de Indios. El cuidado práctico del jardín fue encomendado en 1790 al Jardinero Mayor Jacinto López, enviado desde la corte madrileña por el ministro Porlier. Además, Martín de Sessé y Vicente Cervantes iniciaron la búsqueda de un lugar adecuado para comenzar las clases de botánica. Ignacio Castera, arquitecto mayor de la ciudad, les propuso la venta de una casa
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situada en el Potrero de Atlampa por unos 35.000 pesos, aunque poco después decidió cedérsela en préstamo hasta 1792. Esta casa disponía de un pequeño jardín, en el que Cervantes, desde su llegada a México acondicionó el terreno y realizó algunas plantaciones de especies vegetales traídas de España por él mismo, así como de zonas próximas al Potrero. Sessé y Cervantes, apoyados por Constanzó, sugirieron entonces el traslado desde los pantanosos terrenos de Atlampa al bosque de Chapultepec, el lugar donde los Gálvez habían proyectado la construcción de un palacio residencial, ya que los diferentes niveles del cerro, donde se localizaba el lugar elegido, permitían un cultivo muy variado de diferentes especies vegetales; las plantas según su naturaleza y hábito podrían desarrollarse bien: en las faldas del cerro, orientadas al sur y oeste, se pondrían las de clima caliente; en las que miraban al norte y este, las de climas fríos; y en el pie del cerro, las que nacían en sitios bajos y húmedos. El virrey Revillagigedo estudió este proyecto y finalmente decidió ofrecer a los botánicos el pequeño jardín del Palacio Real para que cultivasen las especies necesarias para la enseñanza, mientras que las viviendas de los profesores quedaban en las casas contiguas al propio Palacio. Así, el jardín de Chapultepec se destinaba a la creación de un parque público en el que los botánicos podrían aclimatar diferentes especies americanas y llevar de tarde en tarde a sus alumnos. Desde entonces el Jardín Botánico y la Cátedra quedaron establecidos en el Palacio virreinal del Zócalo, en pleno centro de la ciudad y contiguo al lugar donde en tiempos pasados se encontraba el gran templo de los aztecas, donde permaneció hasta 1820. El Jardín fue inaugurado solemnemente en un acto público el 1 de mayo de 1788, en la Universidad mexicana, con asistencia de las personalidades más relevantes de la ciudad. Dio comienzo con un discurso inaugural a cargo de Sessé en el que alababa a la Corona por esta fundación, esbozaba los progresos de la botánica, explicaba la “Utilidad a la Religión, a la Humanidad y al
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Estado”, fijando especialmente su atención en las aplicaciones a la medicina y a la agricultura, y finalmente intentaba atraer a los jóvenes al estudio de la botánica a través del sistema de Linneo. Al día siguiente se abrió el Curso de Botánica, con una introducción a cargo de Cervantes sobre los principales sistemas botánicos que ha tenido esta ciencia, resaltando finalmente las ventajas y progresos que ha tenido ésta con el establecido por Linneo. También se leyeron el Reglamento y el Plan de Enseñanza del Jardín, para que los discípulos se estimularan con los privilegios concedidos por el Rey. Cervantes empleaba más de dos meses con los alumnos en el ejercicio práctico de las “descripciones botánicas” según los Aforismos de Linneo, pues al parecer éstas resultaban de difícil comprensión, sobre todo a médicos, farmacéuticos y cirujanos, alumnos mayoritarios en sus clases, formados según los preceptos tradicionales. Para el público conocimiento de las actividades del Jardín se utilizaron los mismos procedimientos que en la metrópoli: los discursos inaugurales y los ejercicios literarios con “actuantes” al final del curso, en los que, en general, se hacía una apología de la botánica, y se realizaba la determinación práctica de alguna planta, de la que se señalaban sus virtudes y usos. La apertura de la cátedra de botánica generó un clima de inquietud intelectual sin precedentes, que tuvo su culminación en la gran controversia científica e ideológico-política entre los intelectuales criollos y los peninsulares. Es de destacar en este sentido la establecida entre el sabio polígrafo mexicano José Antonio Alzate y el recién incorporado catedrático Cervantes en torno a los “sistemas nomenclaturales científicos”. Durante el segundo curso, en 1789, destacaron dos alumnos que luego tuvieron un importante papel como miembros de la expedición a Nueva España: José Mariano Mociño y José Maldonado. La trascendencia científica y profesional que tuvieron los cursos de botánica en México puede apreciarse por los numerosos profesores de Medicina,
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Cirugía y Farmacia que sostuvieron actos públicos de Botánica en la Universidad y por los que asistieron a los cursos, entre los que sobresalen por su categoría científica algunos de los que tanto han significado para la ciencia novohispana, como Luis Montaña, Daniel O’Sullivan, Ignacio Pérez de León, Dionisio Larreategui, Andrés del Rio, Miguel Costanzó, José Joaquín Altamirano, etc… En 1803, con la vuelta de los expedicionarios a España, Cervantes permaneció en México, como catedrático y luego como director del Real Jardín Botánico, hasta la Independencia en 1820. Consumada ésta, continuó trabajando hasta su muerte en 1829, siendo considerado por el nuevo régimen como un benefactor y admirado por su intensa labor científica y profesional. Los expedicionarios, a veces juntos y otras divididos en grupos, recorrieron extensas regiones naturales de Nueva España en distintos viajes y comisiones, desde Vancouver en Canadá, hasta el estrecho del Darién en Panamá; desde el Pacífico hasta las islas de Cuba y Puerto Rico. Herborizaron y recolectaron las producciones naturales de los tres reinos de la naturaleza para mandarlos a la capital mexicana, donde eran clasificados y estudiados, para ser posteriormente enviados al Gabinete de Historia Natural y Jardín Botánico de Madrid. Las primeras actividades de campo tenían por objeto conocer el funcionamiento del equipo humano en las tareas exploratorias, así como la recolección de materiales botánicos y zoológicos de las zonas periféricas de la ciudad de México. Las tres primeras campañas naturalistas A mediados de 1788, José Longinos Martínez se unió a Sessé y a Jaime Senseve, en estas tareas y los tres expedicionarios realizaron la “primera
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campaña general”, instalándose el día 12 en el poblado de San Ángel, para explorar las inmediaciones de la capital y los montes circunvecinos, donde la mayor parte de las plantas observadas no resultaron novedosas. Desde San Ángel, Sessé regresaba cada tres o cuatro días a la capital para resolver los trámites oficiales encaminados a obtener subvenciones y apoyo económico. Se alejaron 18 leguas del Valle de México hacia zonas subtropicales, estableciendo su base de operaciones en San Agustín de las Cuevas durante los meses de julio, agosto y septiembre y desde esta última localidad, a lo largo de noviembre recorrieron Yecapixtla, Xochitlán y el valle de Cuautla del actual estado de Morelos. Coincidiendo con la finalización del primer curso de botánica, regresaron en dos grupos para asistir al acto público que iba a tener lugar en la capital. Uno de ellos, formado por Longinos y Echeverría lo hizo a través de Mexicalcingo, desde donde partió hacia Tierra Fría y Toluca. Allí se encontró el famoso árbol de las manitas –Chiratodendron pentadactylon– que se trató de reproducir por estacas y ácodos, tarea que siempre resultó infructuosa. Llegaron a México el 7 de diciembre, mientras Sessé, con el otro grupo, lo hizo por la misma ruta que había empleado antes, llegando a la capital el 30 de noviembre. En estos últimos recorridos no obtuvieron grandes resultados en cuanto a la obtención de especímenes, debido a la mala época del año en que se desarrollaron y también por las grandes dificultades que presentaba el escarpado terreno. A pesar de todo, en esta campaña se recolectaron entre 550 y 600 especies de plantas, principalmente de las montañas, de las que más de 66 eran nuevas o desconocidas. A partir de ese momento se incorporaron a la Expedición, Castillo, que acababa de llegar de Puerto Rico, el 17 de julio de 1788 sumándose a las tareas expedicionarias un mes después, así como los dos dibujantes, Vicente de la Cerda y Atanasio Echeverría, considerado este último por Humboldt como uno de los mejores dibujantes botánicos de su época, por lo que
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todo estaba dispuesto para emprender la segunda excursión hasta la costa del Pacífico. Esta segunda campaña comenzó en marzo de 1789, trasladándose a Cuernavaca donde llegaron el 19 de ese mismo mes y en la que establecieron su base de operaciones. En esta localidad el naturalista Longinos se dirigió a José Clavijo y Fajardo, Vicedirector del Real Gabinete de Historia Natural de Madrid, dándole noticia de la remesa que hizo en el mes de febrero de un cajón de aves de las inmediaciones de la ciudad de México. Le adjuntaba también una lista con las 35 aves y 3 mamíferos y le comentaba que en el tiempo que llevaba en México había reconocido y arreglado metódicamente muchas colecciones de minerales. Desde Cuernavaca se trasladaron hacia Tepeltapa, Huahuestla, Xonacatla, atravesando el río Balsas hasta Tixtla, Acahuitzotla y Chilpancingo, pasando por el conocido Cañón del Zopilote, hasta llegar a la sierra de Igualatlaco y Mazatlán. En agosto del mismo año, el grupo se encontraba en Chilapa (prácticamente sin salir del estado de Guerrero) y más adelante se encaminaron hacía Ocotito y Xaltianguis en dirección a Acapulco, de donde regresaron a la capital mexicana el 28 de diciembre de 1789. En esta segunda campaña, en la que hay que destacar la labor científica de Juan del Castillo en la ruta de Acapulco, los expedicionarios lograron reunir 372 especies en el herbario, de las cuales 106 eran nuevas, y los pintores llegaron a dibujar 180 láminas botánicas. La tercera etapa de su recorrido por México, la más ambiciosa de las efectuadas hasta el momento, partió de la capital mexicana con rumbo hacia el norte, a las regiones de Michoacán y Sonora, tocando las costas del Pacífico al sur o suroeste de Colima. Participaron Sessé, Castillo, los dos dibujantes y los recién incorporados Mociño y Maldonado, sin la concurrencia de Longinos y Senseve. Estos últimos permanecieron en la capital mexicana debido a que el primero estaba en desacuerdo con las directrices que marcaba el director de la expedición y se dedicó a orga-
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nizar un Gabinete de Historia Natural, mientras que Senseve quedó bajo la dirección de Cervantes para dedicarse a la disección de animales. La incorporación de Mociño y Maldonado se produjo por iniciativa de Sessé, ante la necesidad de cubrir la plaza que obligadamente tenía que abandonar Senseve. Desde ese momento, Mociño y Maldonado fueron incorporados como miembros de la Expedición Botánica, con las consiguientes ventajas derivadas de las mayores posibilidades que permitieron la división del grupo expedicionario por varios rumbos. La tercera campaña se inició el 17 de mayo de 1790, fecha en la que los expedicionarios salieron de la capital de México hacia Tlasnepantla y San Juan del Río. A continuación inspeccionaron las ciudades mineras de Querétaro, San Miguel Allende y Guanajuato, para adentrarse en dirección sur hasta la capital michoacana de Valladolid, la actual Morelia, donde establecieron su centro de operaciones, tras bordear la parte noroccidental del lago de Cuitzeo. Desde la misma capital michoacana planificaron su segundo recorrido hacia el sur para visitar la región del lago de Pátzcuaro y continuar hacia la llamada Tierra Caliente. Reconocieron las aguas termales de Cointzio acompañados por el Intendente Riaño y el alférez real José Bernardo Foncerrada. Posteriormente, el grupo de científicos y sus acompañantes se encaminaron hacia las zonas próximas al volcán del Jorullo. A mediados de septiembre los expedicionarios se dirigieron en dirección oeste hacia Tingambato y Uruapan, en cuyos alrededores recogieron 13 especies nuevas, una en Tingambato y las restantes en Uruapan. En esta última ciudad antes de la salida hacia la Tierra Caliente del oeste michoacano, los expedicionarios recorrieron el valle del río Cupatizio, al sur de la ciudad, para contemplar y disfrutar de la belleza natural de la catarata de Zararacua. Posteriormente se encaminaron hacia Parácuaro y Apatzingán, donde recolectaron una gran cantidad de especies vegetales.
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En dirección hacia la costa del Pacífico vía San Juan de los Plátanos, Santa Ana Amatlán y Tomatlán llegaron en diciembre a Tepalcatepec y desde aquí entraron en la provincia de Jalisco, a través de las difíciles montañas que delimitan el territorio por el valle del río Ahuijullo hasta Coahuayana, localidad costera y centro poblacional de gran importancia en la zona meridional de Michoacán y adyacente con el actual Estado de Colima. En febrero de 1791 se encontraban en Colima, desde donde se dirigieron en dirección norte hasta Zapotlán, ya en Jalisco, para encaminarse más tarde a Sayula y Guadalajara, en donde permanecieron por espacio de cuatro meses, clasificando todo el material recogido y planificando la continuación de su itinerario. Uno de los vegetales más apreciados recogidos en este viaje por las costas del Pacífico fueron las nueces moscadas que Cervantes con tanto interés les había sugerido que le enviaran para cultivarlas en el jardín mexicano y para enviarlas al de Madrid. Desde Guadalajara fue remitido el herbario completo de esta excursión, que constaba de 172 especies, de las que más de 53 eran nuevas y que sumadas con las especies contenidas en los dos herbarios correspondientes a las dos campañas anteriores, arrojan una cifra de más de 1.000 especies recolectadas, de las que aproximadamente la cuarta parte eran nuevas. Fueron dibujadas 100 nuevas plantas, pero el aporte fundamental en cuanto a los resultados de esta 3ª excursión fue la recopilación, ordenación y redacción de datos botánicos que los expedicionarios realizaron durante su permanencia en Guadalajara, como resumen de los tres años anteriores de viajes, más los de ese mismo año, que se plasmó en el manuscrito denominado Plantas de Nueva España. Asimismo, en el terreno de la zoología, es muy probable que una gran parte del manuscrito referente a la ornitología mexicana se elaborase en esa misma localidad y en esta misma fecha. En esta zona del centro-occidente de México, el grupo de naturalistas se dividió en dos secciones: Mociño, Castillo y Echeverría se enca-
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minaron al norte por la falda de la Sierra Madre, cruzándola por el Puerto de las Canelas en dirección a Los Álamos, donde el grupo se encontraba en octubre. Seguidamente, se adentraron en la sierra de los Tarahumaras (Chihuahua), donde Castillo enfermó gravemente, y a continuación en la de los Tepehuanes en Durango, localidad que visitaron en enero de 1792, hasta alcanzar Aguascalientes, lugar de encuentro con el otro grupo expedicionario. Éste, formado por Sessé, De la Cerda y Maldonado, recorrió las provincias de Sinaloa y Ostumuri, así como las misiones del río Yaqui, tras lo cual regresaron a Aguascalientes pasando con rumbo norte por Ahuacatlán, Tequepexpan, Santa María del Oro y Tepic en Nayarit, donde se encontraban el 12 de agosto de 1791. Longinos y Senseve emprendieron su viaje el 20 de enero de 1791, saliendo de la ciudad de México para explorar la Alta y Baja California. Sus planes consistían en embarcarse en el puerto de San Blas para El Loreto y recorrer la península de California, donde pensaban permanecer algún tiempo para reconocer sus minas y costas hasta donde le fuera posible para después atravesar el golfo y regresar a las costas de Sonora y Sinaloa y de aquí a la capital de México. El resultado de más de tres años de exploraciones y actividades naturalistas fue el haber recorrido 2000 leguas, embarcándose 5 veces por el golfo de California, realizando numerosos estudios y recolecciones de materiales zoológicos, botánicos y mineralógicos. En cuanto a la expedición principal, las dos secciones del grupo expedicionario se reunieron en Aguascalientes como estaba previsto, y en esta localidad Sessé recibió la orden del virrey Revillagigedo, con fecha 21 de diciembre de 1791, para que una comisión de naturalistas se incorporara a la Expedición de Límites que se dirigía a la Isla de Nutka, bajo el mando del navegante Juan Francisco de la Bodega y Quadra, comandante del Departamento de San Blas. Los naturalistas elegidos para la misión fueron Mociño, Maldonado y el dibujante Echeverría, que fueron llegando
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por separado a San Blas procedentes de las distintas localidades donde se encontraban en esas fechas. La llegada a la pintoresca isla de Nutka después de una travesía sin percances, se produjo el 29 de abril de 1792. Fueron recibidos cordialmente por los nativos encabezados por su jefe Macuina, como expresa el propio Mociño en su obra “Noticias de Nutka”, que fue redactada por el naturalista a su regreso en la capital mexicana y que con su relevante información y vivo estilo literario, permite conocer los pormenores de la estancia y actividades de los expedicionarios. Mientras tanto, Sessé y los compañeros que formaban su grupo, Castillo y De la Cerda, emprendieron su regreso desde Aguascalientes a la capital mexicana, en la que permanecieron más de un año, desde principios de 1792 hasta mediados de 1793. Sessé se incorporó de nuevo a sus tareas en la dirección del Jardín Botánico y se dedicó a resolver los problemas surgidos con el Protomedicato y la Universidad, en relación a la suspensión de los actos públicos de botánica de los dos años anteriores. La exploración del sureste de México La nueva fase de la Expedición por territorio mexicano estaba planificada a principios de 1793, para recorrer los grandes territorios del este y del sur, que lindaban con el Golfo de México. La expedición, nuevamente, quedó dividida en dos grupos: Mociño, junto con Castillo y De la Cerda recorrerían la Mixteca, costas de Tabasco y de Tehuantepec; mientras Sessé, del Villar y Echeverría se dirigirían hacia la Huasteca. Mociño y de la Cerda emprendieron su marcha desde la ciudad de México, el 20 de abril de 1793, hacia la sierra de Papalotipac y la Mixteca, por donde anduvieron más de dos meses y medio, sin que pudiera acompañarles Juan del Castillo, puesto que dos días antes de la salida había sufrido un agravamiento de la enfermedad contraída en la región Tarahumara. A continuación los dos expedicionarios llegaron a Córdoba, donde se unieron al otro grupo, que al mando de Sessé había llegado a
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esta ciudad veracruzana después de haber recorrido Jalapa, Huatusco y Puebla de Perote. Reunido todo el grupo expedicionario en Córdoba en el mes de julio, decidieron alterar los planes, dirigiéndose todos juntos hacia la región costera de Veracruz. La llegada de los expedicionarios a estas regiones del golfo de México coincidió con las erupciones del volcán de San Martín, situado en las cercanías de San Andrés de Tuxtla, que llevaba en actividad desde primeros de marzo de 1793. Las trágicas noticias llegaron a la capital mexicana y para remediar esta serie de calamidades el virrey Revillagigedo ordenó que se formase una comisión de investigación, que estudiase los orígenes y las consecuencias que este fenómeno provocó. Sessé encargó a Mociño, junto a Julián del Villar y Atanasio Echeverría observar y describir los fenómenos telúricos que en la cumbre se estaban produciendo, así como de recoger materiales volcánicos. El resultado de esta investigación lo expuso en sendos informes que proporcionó a las autoridades locales y el que dirigió al virrey, conocido como “Descripción del volcán de Tuxtla”. La Real Expedición Botánica en la periferia del Virreinato En el mes de junio de 1794 finalizaban los seis años de la Expedición Botánica de Nueva España, de acuerdo con lo prefijado en las Instrucciones, habiendo recorrido más de tres mil leguas, pero por diversas causas, aún no se había podido llevar a cabo el reconocimiento previsto de los territorios de la franja sur del Virreinato –la raya de Guatemala– de sumo interés para sus investigaciones. Las continuas peticiones que se hicieron desde México a Madrid dio como resultado la prórroga de la Expedición Botánica a Nueva España, para recorrer en el término de dos años el Reino de Guatemala y las Islas de Barlovento. Estas últimas eran igualmente ricas en bálsamos y otros productos naturales de mucho interés para el comercio y la medicina, por lo que su exploración y estudio
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resultaba igualmente muy conveniente. A tal fin se formaron dos grupos expedicionarios: al Reino de Guatemala irían Mociño, Longinos y De la Cerda, en tanto que a las Islas de Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico lo harían Sessé, Senseve y Echeverría. El 22 de abril salieron de la capital mexicana camino de Puebla donde estaban dos días después; de allí partieron hacia el puerto de Veracruz donde embarcaron, el 5 de Mayo de 1795, en la fragata Santa Águeda con destino a La Habana donde llegaron el 30 de mayo. Martín de Sessé estableció contacto con la Sociedad Patriótica y el Real Consulado de La Habana, que propiciaron la formación como botánico del médico habanero José Estévez y Cantal. Asimismo, Sessé hizo los primeros planes para el establecimiento de un Jardín Botánico en La Habana. El 4 de marzo de 1796 partieron Sessé y Estévez, junto a Senseve y el pintor Echeverría, a bordo de la fragata Gloria, rumbo a Puerto Rico, donde describieron más de trescientas especies vegetales, muchas de ellas desconocidas para la ciencia, como resultado de una exploración alrededor de casi toda la Isla, que se prolongó hasta el 12 de mayo de 1797, como resultado del bloqueo inglés al puerto de San Juan, que inmovilizó a los expedicionarios. En junio, ya en La Habana, Sessé pudo conectar sus actividades con las de la Comisión Real de Guantánamo, que dirigía el conde de Mopox, para hacer una exploración del occidente cubano antes de su vuelta definitiva a México en 1798. En relación a la prórroga de dos años para explorar los nuevos territorios centroamericanos y pese a la inicial oposición de uno de los miembros elegidos para la misma, José Longinos Martínez, los otros dos naturalistas, Mociño y de la Cerda, junto a Julián del Villar, partieron hacia el sureste de México y Centroamérica. Cuando el grupo de Mociño llegó a la capital guatemalteca, Longinos ya llevaba en esta ciudad más de 5 meses y se encontraba trabajando en la formación de su nuevo Gabinete de Historia Natural, que estaba a punto de inaugurarse. Su viaje, que
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duró aproximadamente un año, se inició unos días después de que el grupo de Mociño abandonara la capital mexicana. Desde la llegada de los dos grupos de naturalistas a la capital guatemalteca, éstos se mantuvieron ocupados los meses restantes de ese año de 1796 en las tareas que Longinos había considerado prioritarias desde el inicio de la Expedición Botánica y que no fueron otras que la de dedicar sus esfuerzos a la instalación de un nuevo Gabinete de Historia Natural, como ya había hecho en la capital del Virreinato. La Sociedad Económica de Amigos del País de Guatemala prestó todo su apoyo a Longinos para llevar a buen fin su proyecto de museo de ciencias naturales. En toda la estancia centroamericana la colaboración y el entusiasmo por los trabajos científicos de la Real Expedición marcaron el inicio del despegue renovador en el ámbito de la ciencia y la técnica en el Reino. La apertura del Gabinete de Historia Natural fue una fiesta, una ceremonia científica y un hecho cultural de trascendencia histórica para Centroamérica. El día 9 de diciembre de 1796, a las cuatro de la tarde se inauguró el primer Gabinete de Historia Natural de Guatemala. Los alumnos que se formaron en el Gabinete, entre los que destacaron Pascasio Ortiz de Letona y Mariano A. Larrave, también consiguieron aprender el número de plantas tintóreas que conoció Linneo, especificando qué parte de la planta era la útil y qué preparación necesitaba para el uso de los tintes. En el campo de la zoología, aprendieron algunas nociones prácticas en la disección y embalsamado de animales. Mociño y de la Cerda, a principios de 1797, salieron de Nueva Guatemala y emprendieron sus exploraciones por gran parte de Centroamérica. Iniciaron su recorrido por la región suroccidental de la Capitanía General, en una trayectoria ceñida en todo momento a la fachada sur de la costa del Pacífico, que probablemente era la alternativa más favorable que se les ocurrió por ser esta franja de territorio la más habitada, y que presentaba
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menos riesgos para su aventurada expedición. El camino de herradura partía de la capital de Guatemala dirigiéndose hacia Nicaragua, a través de los pueblos de Petapa, Xalpatlauac, Atiquizaya, Sonsonate, San Salvador y San Miguel. Proseguía por los pueblos de Nacaome y Choluteca y se adentraba en la circunscripción nicaragüense atravesando las localidades de Zomoto, El Viejo, León, Managua, Masaya, Granada, San Juan del Sur y Nicoya. A lo largo del trayecto, el trabajo de campo fue exhaustivo, las herborizaciones, recogida de datos y dibujos de las distintas especies, fueron constantes por todas las localidades por donde pasaron, pero no sólo Mociño y de la Cerda se dedicaron a las actividades naturalistas fundamentales de su comisión, sino que en cada lugar que visitaron procuraron analizar los asuntos de interés científico que llamaban su atención, realizando experimentos y colaborando con las autoridades locales. Mociño, tras sus recorridos por las regiones productoras de añil en este Reino, hizo observaciones y numerosos ensayos y experimentos que plasmó en una “Memoria” sobre esta planta utilitaria, que fue publicada por la Real Sociedad Económica de Guatemala. Además realizó el reconocimiento del mineral de azogue en la localidad de Ocozocoautla, en la Intendencia de Chiapas. En la capital de dicha Intendencia combatió la epidemia de “vitíligo”, denominada lepra de Chiapas, por iniciativa del obispo de Ciudad Real, con su habilidad y generosidad, aportando los medicamentos precisos, con lo que consiguió la curación de muchos de los afectados. El regreso de los expedicionarios, la medicina mexicana y los intentos de publicación En 1799 todo el grupo expedicionario se encontraba en la ciudad de México, excepto los dos miembros más desafortunados que habían fallecido a consecuencia de las enfermedades contraídas en las exploraciones
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por las intrincadas e insalubres regiones de Nueva España, Longinos y Castillo, y el pintor Atanasio Echeverría que se había quedado en Cuba agregado a la expedición del Conde de Mopox, que ya estaba dispuesta para su regreso a España. El resto de los naturalistas y sus colaboradores se dedicaron a partir de esta fecha a preparar el retorno a la Península. Mientras tanto, se ocuparon de la preparación de los materiales (la organización de los manuscritos de la futura Flora Mexicana, complementada con su correspondiente iconografía, herbarios, ejemplares zoológicos, etc.) que deberían llevar consigo, tras muchos años de exploraciones y estudios por tierras novohispanas, además de realizar los duplicados que habrían de quedarse en México, para que sirvieran a las clases de botánica que Cervantes continuaba impartiendo en una de las salas del palacio virreinal. Además, Sessé propuso la creación de las denominadas Salas de Observación en los hospitales generales de San Andrés y Real de Naturales de la capital mexicana. En ellas se analizaron las virtudes terapéuticas de las plantas medicinales indígenas basándose en la observación y experimentación clínica de los efectos curativos que ejercían sobre los enfermos, con vistas a su aplicación a la medicina, a la farmacopea y a la formación de una flora médica indígena de Nueva España. Como se indicó al comienzo, la expedición contribuyó parcialmente a la modernización de la medicina novohispana, aún apegada a los usos tradicionales. En el campo universitario, hay que recordar que las cátedras entre 1775 y 1833 en la Universidad eran Prima de Medicina, Vísperas de Medicina, Método Medendi, Anatomía y Cirugía y Astrología y Matemáticas, en tanto que en el Colegio de Cirugía se enseñaba Anatomía, Operaciones teóricas y prácticas y Fisiología. A estas enseñanzas sanitarias habría que añadir más tarde la propia cátedra de Botánica en 1788 y en 1804 la cátedra de Medicina práctica en el Hospital de San Andrés, impartida por Luis José Montaña. La vía de la modernización había comenzado un tiempo antes, ya que poco después de establecido en Cádiz el Colegio de Cirugía, se
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abrió una institución similar en la Ciudad de México, en el Hospital Real de Naturales (1768), para impartir la cátedra de anatomía práctica. El doctor Manuel Moreno fue su primer director. Los cursos se inauguraron en 1770 con demostraciones anatómicas realizadas por Andrés Montaner y Virgili, sobrino de Pedro Virgili, catedrático de anatomía, ayudante de cirujano mayor de la Real Armada y maestro honorario del Real Colegio de Cirugía de Barcelona. Desde 1803 hasta su disolución en 1822 dirigió el Colegio el malagueño Antonio Serrano, quien además ocupaba plaza de cirujano en los Hospitales Reales de Naturales y San Andrés, puestos desde los que luchó por modernizar la medicina frente al Protomedicato. A finales de 1803, después de 16 años de Expedición por la Nueva España, Sessé y Mociño –ya en Madrid– reanudaron sus actividades e iniciaron el rescate y ordenamiento de todos los materiales que habían ido remitiendo al Real Jardín Botánico durante sus exploraciones, así como de los demás materiales que ellos mismos habían traído a la Península, intentando reunir en un solo contingente todos los dibujos, manuscritos y especímenes de herbario. Estos, debidamente estudiados y ordenados, serían utilizados para la publicación de la Flora Mexicana, pero el convulsionado panorama político español desde principios del siglo XIX contribuyó a que este legado científico no fuera aprovechado en su momento y que sufriera multitud de avatares, pérdidas, ventas, etc.., sin obtener la rentabilidad científica que tanto podría haber significado para la ciencia española. En fin, la obra no se pudo acabar, Sessé falleció en 1808 y Mociño se encargó a partir de entonces de todo lo referente a la Expedición, de ordenar y clasificar todos los materiales e intentar concluir un Prodromus de la Flora de México. Más adelante por los avatares sufridos por el botánico mexicano, este cometido quedó sin efecto aunque su persistencia le hizo concebir la esperanza, a su regreso del exilio, de plantear
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nuevamente esta posibilidad, lo que no pudo ni siquiera intentarse pues el botánico murió al poco tiempo de regresar a Barcelona. La dispersión sufrida por los materiales desde el exilio del botánico mexicano en Montpellier en 1814, hasta la muy reciente pérdida para el patrimonio científico español de la mayor parte de la Iconografía en 1981, no impidió que los resultados de la Expedición se dieran a conocer a lo largo de este dilatado período, aunque parcialmente. En varios países, incluido España, diversas publicaciones se encargaron de su difusión, pero el ir apareciendo incompletos y diseminados en periódicos, revistas, monografías, repertorios botánicos y formando parte de grandes tratados les ha restado la brillantez y el valor que sin duda hubieran tenido si su estudio y edición como obra de conjunto se hubiera realizado justo en el tiempo en que la comunidad botánica internacional los demandaba. Aparte de los trabajos publicados por los propios protagonistas de la Expedición Botánica en Nueva España, la mayor parte de las descripciones de las especies de la flora novohispana, propiamente dichas, salvo claro está la gran mayoría de las que integran la Flora de Guatemala, fueron apareciendo sucesivamente en otros trabajos impresos a lo largo de los siglos XIX y XX. Ahora bien, los mayores frutos de la Expedición Botánica a Nueva España se plasmaron en la compilación de miles de descripciones y datos botánicos de la flora novohispana, que consiguieron finalmente aparecer como las dos obras póstumas de Sessé y Mociño: Plantae Novae Hispaniae y Flora Mexicana. Las “Plantas de Nueva España” y la “Flora Mexicana” aparecieron por entregas, entre 1887 y 1891 la primera y desde esta última fecha hasta 1897 la segunda, como apéndice de la revista La Naturaleza, periódico de la Sociedad Mexicana de Historia Natural. La segunda edición de ambas fue realizada por la Secretaría de Fomento del gobierno mexicano en 1893 y 1894, con motivo de la Exposición Internacional de Chicago celebrada en el primero de esos años.
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La tercera gran contribución de la Expedición Botánica de Nueva España al frustrado proyecto ilustrado de elaboración de las “Floras Americanas”, fue la aportada por el botánico de la Comisión de Centroamérica, José Mariano Mociño. Este, como resultado de sus herborizaciones, confeccionó la Flora de Guatemala. La última gran contribución de la Real Expedición Botánica a Nueva España, la Ornitología de Nueva España, que ha sido recientemente descubierta, todavía se conserva inédita y está actualmente en estudio, siendo probablemente la contribución zoológica más relevante de la expedición.
Algunos apuntes sobre la minería mexicana Es de sobra conocida la importancia de la minería mexicana, especialmente la de la plata, para las arcas de la corona española a lo largo de toda la época virreinal, aunque lo es menos el proceso de transformación que sufrió en el siglo XVIII como consecuencia de la asociación de los mineros relevantes, los cambios legales y la introducción de nuevas tecnologías en la minería de Nueva España. El primer hito de algún alcance fue el escrito de Francisco Javier Gamboa, abogado de la Real Cancillería de México y diputado del Consulado de la Nueva España, que dio a conocer en Madrid, en 1761, sus Comentarios a las Ordenanzas de minas dedicados al Católico Rey nuestro Señor, Don Carlos III…, en tanto que el segundo vino de la mano de Juan Lucas de Lassaga, Regidor de la Ciudad y Juez Contador de Menores y Albaceazgos, y de Joaquín Velázquez de León, Abogado de la Real Audiencia y antiguo catedrático de Matemáticas de la Universidad mexicana. Se produjo en 1774 con la publicación en México, por Felipe de Zúñiga y Ontiveros, de la Representación que a nombre de la Minería de esta Nueva España hacen al Rey nuestro Señor los Apoderados de ella.., con la que se proponía la reordenación del mundo minero novohispano.
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Pero el suceso fundamental para estos intentos de renovación legal y técnica se produjo con la llegada en 1788 de Fausto de Elhuyar (17551833), uno de los descubridores del wolframio junto a su hermano Juan José, con técnicos alemanes, entre ellos Federico Sonneschmidt y Luis Lindner, para renovar la minería mexicana, lo que termina de consolidarse con la apertura en 1792 del Real Seminario de Minería en México, una especie de Freiberg hispano, que probablemente fue una de las instituciones de más prestigio en el mundo iberoamericano. Sólo hay que recordar la participación en esta institución de Andrés Manuel del Río (1764-1849), el descubridor del vanadio (eritronio) y autor de unos modernos Elementos de Orictognosia en 1795, así como la de Alexander von Humboldt, también presente como profesor del Seminario durante su estancia en Nueva España en 1803. Además fue suya la Introducción a la Pasigrafía geológica que acompañó a la segunda edición en 1805 de la obra de su colega Andrés Manuel del Río para uso de los alumnos del Colegio minero.
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II. Instituciones y fรกrmacos
Las primeras plantas medicinales americanas conocidas en Europa María Luz López Terrada
Introducción Como es bien sabido, la medicina académica que se practicaba en los siglos XVI y XVII había nacido en el mundo mediterráneo, como resultado del cruce y mestizaje entre las ricas tradiciones sanadoras de los pueblos que vivían en el sur de Europa, el norte de África y el Próximo Oriente. Sin embargo hubo un momento en el que intervino el llamado “mundo atlántico”. En esta nueva fase de su complejísima evolución, la medicina occidental se transformó a partir de las interacciones de los pueblos de Europa, Asia y América. Así, desde el siglo XVI, la consolidación de las rutas marinas de larga distancia avivaron sucesivas oleadas de hibridación cultural que tuvieron un significativo impacto en la práctica médica. Sanadores y pacientes viajaron a través de estas nuevas rutas intercambiando remedios, textos médicos, nociones y conceptos sobre salud y enfermedad, y drogas maravillosas. Estas personas fueron los princiEste trabajo ha sido realizado en el marco del Proyecto de investigación HAR2009–11030-C02-02 financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación.
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pales agentes de las nuevas estrategias de recolección, organización y ordenación de las ingentes cantidades de nueva información sobre el cuerpo humano y el mundo natural. Porque, en los siglos XVI y XVII la observación, descripción y acumulación de datos y la exhibición de los objetos en jardines y gabinetes o colecciones de todo tipo (además de las ilustraciones) fueron los medios por los cuales la naturaleza fue catalogada, presentada al público y conocida cada vez más1. Como se ha señalado recientemente, los europeos de esta época hicieron de la conquista y conocimiento de la naturaleza un imperativo político. Esto dio lugar a importantes innovaciones en diferentes disciplinas en plena y profunda transformación, como era la historia natural o la materia médica. Las plantas se consideraron de otra manera y se convirtieron poco a poco en objetos de estudio por sí mismas, y los estudiosos se fueron alejando de los acercamientos simbólicos y emblemáticos. Así surgieron nuevos conceptos de la naturaleza que correspondían a su vez a cambios materiales y políticos. También apareció un nuevo discurso que dio lugar a un profundo cambio en las actitudes hacia el mundo natural, en las relaciones entre los objetos naturales y artificiales y en su representación artística, cambios que se produjeron a la vez que un nuevo comercio mundial y un nuevo imperialismo. Todo ello unido a lo que en los estudios históricos más clásicos se ha venido considerando la gran renovación de la materia médica renacentista, a saber, la confluencia del humanismo y su crítica textual de los clásicos, lo que implicó un nuevo acercamiento a los textos biomédicos griegos y romanos, con la inclusión de la botánica entre los estudios académicos, par-
1
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OGILVIE, B.W. (2006). The science of describing: natural history in Renaissance Europe. Chicago, University of Chicago Press; ARBER, A. (1986). Herbals, their Origin and Evolution. A Chapter in the History of Botany, 14701650. Cambridge, Cambridge University Press. REEDS, K. (1991).Botany in medieval and Renaissance universities. New York, Garland Publishing; SMITH, P.; FINDLEN, P. (eds.) (2002). Merchants & marvels: commerce, science, and art in early modern Europe. New York, Routledge, pp. 1-19; COOK, H.J. (2007). Matters of exchange: commerce, medicine, and science in the Dutch Golden Age. New Haven, Yale University Press, 82-132.
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ticularmente los estudios médicos universitarios. A este respecto no hay que olvidar que la gran mayoría de cultivadores de la botánica de este periodo se habían formado en las Universidades como médicos2. Por otro lado y, sin duda alguna, la Monarquía Hispánica era entonces una potencia política y económica en expansión, con un enorme ámbito geográfico para colonizar, por lo que resultaba imperativo conocer las características de la naturaleza de los nuevos territorios para poder dominarlos, controlarlos y explotarlos. Ello llevó, inevitablemente, a la Monarquía Hispánica a adquirir una posición central en la circulación del conocimiento científico, en especial en los aspectos más vinculados a la conquista y explotación de los nuevos territorios americanos. Por eso no puede extrañar que en el ámbito hispánico se originara la producción más importante de textos conteniendo las primeras descripciones de la naturaleza americana3. Los estudios en relación con la materia médica europea y las recientes posiciones con respecto a la expansión colonial hispana permiten hablar de la decisiva influencia que tuvieron determinados textos y personajes en la difusión en el mundo europeo de los conocimientos que se tenían de las plantas –y consecuentemente de los medicamentos– de un territorio de tal magnitud como América Central y del Sur. El Nuevo Mundo, como lo muestra la gran cantidad de literatura de todo tipo de género publicada por todo el Viejo Continente, estaba siendo asimilado al imaginario europeo. Sin embargo, por ley sólo tenían acceso 2
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SCHIEBINGER, L.; SWAN, C. (eds.) (2005). Colonial Botany. Science, Commerce and Politics in Early Modern World. Philadelphia, University of Pennsylvania Press; OGILVIE, B.W. (2006) y OGILVIE, B.W. (2003). “The Many Books of Nature”: Renaissance Naturalists and Information Overload”, Journal of the History of Ideas, 2003, 2940, p. 33. LÓPEZ PIÑERO, J.M. (1979). Ciencia y técnica en la sociedad española de los siglos XVI y XVII. Barcelona, Labor, 279-308; NAVARRO BROTONS, V.; EAMON, W. (eds.), Más allá de la Leyenda Negra. España y la Revolución Científica. Beyond the Black Legend: Spain and the Scientific Revolution. Valencia, Instituto de Historia de la ciencia y documentación López Piñero, 2007, especialmente “Iberian Science in an Imperial Setting,” 89-147.
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a la América colonizada los habitantes de Castilla. Aquí queremos recordar que los castellanos (y otros pocos súbditos de la corona) fueron los primeros que tuvieron acceso a América y, consecuentemente los primeros europeos en nombrar, describir, catalogar y representar las primeras noticias de plantas medicinales americanas. La asimilación en Europa de las plantas americanas fue un complejo proceso que condujo a profundos cambios en la sociedad y en la cultura europea. Su introducción y uso dieron lugar a importantes cambios en la alimentación y en los medicamentos hasta entonces utilizados por los europeos, pero también en los jardines y en el paisaje, las drogas, las maderas, los colorantes y otras muchas cosas de aplicación práctica. Por ello, voy a limitarme a tratar de reconstruir como se inició el proceso de conocimiento de las plantas medicinales americanas a partir de la llamada “Crónica de Indias”, es decir, de las primeras noticias y descripciones de las mismas publicadas en Europa4.
Las fuentes: la Crónica de Indias El descubrimiento, la conquista y la colonización de América por los españoles dieron origen a un tipo de narración situada entre la crónica medieval castellana y los textos historiográficos renacentistas, y bautizada como “Crónica de Indias” casi desde su aparición. Se trata de un género literario que, por su contenido, podríamos situar entre la geografía, la historia, el relato de viaje, la etnografía y la historia natural. Son narraciones, realizadas desde la perspectiva de las dos primeras generaciones de colonizadores europeos, así como de los procesos de domina4
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Este tema ha sido ampliamente tratado en: PARDO TOMÁS, J.; LÓPEZ TERRADA, M.L. (1993). Las primeras noticias sobre plantas americanas en las relaciones de viaje y crónicas de Indias, 1493-1553, Valencia, Instituto de Estudios Documentales e Históricos sobre la Ciencia, y LÓPEZ PIÑERO J.M.; LÓPEZ TERRADA, M.L. (1997). La influencia española en la introducción en Europa de las plantas americanas (1493-1623), Valencia, Instituto de Estudios Documentales e Históricos sobre la Ciencia.
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ción cultural, religiosa y política que ellos mismos llevaron a cabo. Aunque, en este sentido genérico, se trata de obras similares, el grupo de textos es muy heterogéneo, tanto por su estructura interna, como por el perfil de sus autores y los objetivos con que los redactaron. En todos los casos, sin embargo, ofrecen en conjunto de información muy variado sobre la naturaleza americana durante el primer período de contacto europeo con el Nuevo Mundo. Hay que tener presente que la mayor parte de los cronistas cuyas obras vamos a mencionar se sirvieron de la cosmografía de la Antigüedad, aunque al mismo tiempo la estuvieran refutando, para obtener una mejor comprensión del Nuevo Mundo que estaban describiendo, utilizando textos clásicos para encontrar referentes directos que explicaran el Descubrimiento, así como apoyándose en el criterio de auctoritas no sólo de los clásicos grecolatinos, sino también de las Escrituras y de la Patrística5. Dado el tema que nos ocupa, hay que señalar que en toda Crónica de Indias el interés por la naturaleza exótica y su descripción es sólo un elemento más. Así, la imagen de América y la concepción de la naturaleza del Nuevo Mundo que va a transmitir la Crónica de Indias dependió, en gran medida (y entre otras cosas), de la interpretación que hicieron los cronistas de los textos clásicos y su adaptación para la descripción de la naturaleza que estaban realizando. Como señaló hace ya más de cincuenta años Edmundo O’Gorman, América “antes de ser una realidad fue una prefiguración fabulosa de la cultura Europea6”. Los textos de la Crónica de Indias que voy a utilizar no han sido elegidos aleatoriamente, sino que reúnen unas características específicas. En primer lugar, son impresos, lo que supone, en principio, que tuvieron una difusión y un número de lectores potencialmente mayor que 5
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BERCHANSKI, J.C.; OLIVER, J.L.; PIUZZI, O.J. “Algunas concepciones de la Historia vigentes en la Historiografía Indiana del siglo XVI”, Parte II. En: http://es.shvoong.com/humanities/h_history/1708333-algunas-concepciones-la-historia-vigentes/ O’GORMAN, E. (1958). La invención de América. México, FCE.
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si hubieran permanecido manuscritas. En segundo, pertenecen a la primera fase del conocimiento europeo del territorio americano. Por último, todas ellas contienen información sobre la naturaleza americana. Hay que tener en cuenta que solamente una parte de las Crónicas de Indias fueron impresas en la época, y que hubo muchas que permanecieron manuscritas hasta bien entrado el siglo XIX. En algunos casos fueron precisamente éstas últimas las que contenían una mayor cantidad de información sobre la naturaleza y las plantas americanas. Las primeras noticias sobre la naturaleza del Nuevo Mundo fueron, lógicamente, las contenidas en los textos del mismo Cristóbal Colón, así como en otros escritos sobre los llamados ‘primeros viajes de Descubrimiento’, como el del médico sevillano Diego Álvarez Chanca. Los más influyentes de esta fase fueron, sin duda, el Mundus Novus (1504) de Amerigo Vespucci (1454-1512) y las Decades (1511-1521) de Pietro Martire d’Anghiera (1454-1526), que durante su larga vida cortesana en Castilla castellanizó su nombre como Pedro Mártir de Anglería. A esta fase inicial siguió otra, encabezada por el Sumario (1526) y la primera parte de la Historia general y natural de las Indias (1535), de Gonzalo Fernández de Oviedo (1478-1557), el único autor de la época que se propuso expresamente describir la naturaleza americana y sus productos. En un segundo plano pueden situarse las Cartas de relación (15221524), de Hernán Cortés (1485-1547), y las narraciones de Cabeza de Vaca, los Naufragios (1542) y los Comentarios (1555). Tras la de Oviedo, las obras más influyentes fueron la Historia de las Indias (1552), de Francisco López de Gómara (1511-1566) y la Chronica del Peru (1553), de Pedro Cieza de León (1520-1554)7. Cada uno de estos textos describió una parte diferente de los territorios americanos y, consecuentemente, de la geografía, la flora, la fauna, 7
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Cf. PARDO; LÓPEZ (1993), p. 17-135.
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etc. De igual modo no todos los autores antes mencionados percibieron de igual modo la naturaleza americana, ni por consiguiente, las noticias y descripciones que plasmaron en sus obras tienen el mismo carácter. En ellos pueden encontrarse diversas noticias acerca de los productos medicinales americanos, ya que sus autores, sin formación médica, tuvieron que enfrentarse a determinados problemas de salud y encontraron testimonios directos del uso y efecto de determinas plantas, bien de los propios colonizadores, bien entre las diversas poblaciones indígenas. A partir de la información contenida en estos textos8, y hasta mediados del siglo XVI, los tratados europeos de botánica y materia médica incluyeron escasas noticias sobre las plantas americanas, casi todas procedentes de la información proporcionada por estas primeras noticias. En ningún texto se recogen más de seis o siete especies de origen americano. El análisis en detalle de los principales textos botánicos de la época permite comprobar que se refieren principalmente a especies que se habían introducido realmente a través de la Península Ibérica, donde crecían de forma espontánea o cultivada, aunque a menudo se desconocía este hecho y también su procedencia del Nuevo Mundo. Quizás, el ejemplo más significativo a este respecto sea el del maíz, reproducido y estudiado tanto por Ruelle como por los llamados “padres alemanes de la botánica” (Otto Brunfels, Hieronimus Bock y Leonhart Fuchs), y denominado Turcicum frumento, es decir, trigo turco, de donde se consideraba que procedía. Algo similar ocurrió con el pimiento o la calabaza. Muy diferente fue la historia de otra planta de origen americano introducida y conocida desde los primeros contactos: el guayaco, cuyo origen se conocía perfectamente y que generó una amplia literatura especializada en relación con la dedicada al morbo gallico9. Así, hasta las fun8
9
Cf. “Traducciones y ediciones en otros países de las primeras noticias y descripciones españolas de plantas americanas”. En: LÓPEZ PIÑERO y LÓPEZ TERRADA (1997), p. 24-30. Sobre las numerosas publicaciones que se le dedicaron cf. VÖTTINER-PLETZ, P. (1990), Lignum sanctum. Zur therapeutische Verwendung des Guajak vom 16. bis 20.Jahrhundert, Frankfurt am Main, Govi-Verlag.
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damentales contribuciones de Nicolás Monardes y de Francisco Hernández, en los años sesenta y setenta del siglo XVI, el conocimiento europeo de la materia médica americana fue muy fragmentario, y sin un acercamiento científico a las plantas medicinales usadas en los diversos sistemas médicos amerindios para incorporar nuevos remedios medicinales asimilables a las concepciones médicas europeas de la época10. Lógicamente, lo que más interesó a los cronistas fueron los productos comestibles y los remedios medicinales. De este modo, casi la mitad de plantas descritas en estas crónicas, ochenta en total, pueden ser consideradas alimentos, mientras que las cincuenta especies de uso medicinal suponen un poco más de la cuarta parte. El tercer grupo, las cuarenta y siete plantas restantes, está compuesto por productos con usos muy determinados, diferentes al alimenticio o medicinal, como los colorantes o los árboles maderables, y menciones o descripciones de plantas sin ningún uso determinado11.
Las medicinas del Nuevo Mundo El medio centenar de especies botánicas de uso medicinal que aparecen mencionadas o descritas en nuestros textos puede agruparse en tres grandes apartados. En primer lugar, las viejas plantas medicinales, aquellas plantas comunes a los dos continentes, cuyo uso, por tanto, era cono10
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Sobre Monardes cf. LÓPEZ PIÑERO, J.M. (1989), La Historia Medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales (1565-1574) de Nicolás Monardes. Edición facsímil y estudio introductorio, Madrid, Ministerio de Sanidad y Consumo y LÓPEZ PIÑERO, J. M. (1990), Las nuevas medicinas americanas en la obra (1565-1574) de Nicolás Monardes, Asclepio, 42, 3-68. Sobre Francisco Hernández: SOMOLINOS D’ARDOIS, G. (1960), Vida y obra de Francisco Hernández. En: Francisco Hernández Obras completas, México, Universidad Nacional de México, vol. I, pp. 95-440; LÓPEZ PIÑERO, J.M.; PARDO TOMÁS, J. (1996), La influencia de Francisco Hernández (1515-1587) en la constitución de la botánica y la materia médica modernas, Valencia, Instituto de Estudios Documentales e Históricos sobre la Ciencia y VAREY, S.; CHABRÁN, R.; WEINER, D.B. Searching for the secrets of nature: the life and works of Dr. Francisco Hernández. Stanford, Stanford University Press, 2000. Todas las plantas mencionadas en las Crónicas de Indias mencionadas han sido estudiadas en su totalidad y con detalla en PARDO; LÓPEZ (1993), p. 143-251.
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cido, generalmente, por los europeos; en segundo lo que podríamos denominar los nuevos viejos remedios, es decir, remedios procedentes de plantas nuevas, pero por haber observado un uso común con el de sus parientes usados en Europa (pero de procedencia exótica) fueron asimilados con facilidad e incorporados como sucedáneos. Por último, las nuevas medicinas, plantas de origen exclusivamente americano, cuyo uso medicinal, en la mayor parte de los casos, fue conocido gracias a la observación de las costumbres de los indígenas y aplicado posteriormente por los colonizadores. Las viejas plantas medicinales Los remedios pertenecientes a este primer grupo tienen, lógicamente, un interés menor para nosotros, puesto que su uso quedó restringido al propio suelo americano o, excepcionalmente, se llevó a Europa, compitiendo con el producto autóctono. Así, por ejemplo, el culantro (Eryngium foetidum L.), la escamonea (Convulvulus scammonia L.), el malvavisco (Malvaviscus sp.), la manzanilla (Matricaria chamomila L.) o el poleo (Satureja brownei Briq.) americanos, tenían su correspondiente europeo y su uso medicinal databa, en muchos casos, de la Antigüedad clásica. Lo que los europeos hicieron fue reconocer las especies americanas semejantes y limitarse a utilizarlas de acuerdo con su propia tradición12. Los nuevos viejos remedios Las plantas descritas en las Crónicas pertenecientes al segundo apartado se refieren a algo más de una veintena de especies, pero algunas de ellas tuvieron una escasa o nula difusión en Europa. Las que sí gozaron de esta difusión se pueden agrupar según el uso medicinal para el 12
Ibídem, 281, 284, 301 y 315.
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que fueron utilizadas de acuerdo con el galenismo de la medicina académica europea. Es decir en resinas, purgantes, bálsamos y sudoríficos. 1. Las resinas Los cronistas, excepto Álvarez Chanca, no se interesaron gran cosa por la presencia de estos productos, salvo en casos muy concretos y movidos más por un interés comercial que de otro tipo. Ello explica la abundancia e imprecisión de referencias a resinas medicinales con nombres europeos (anime, anime album, eneldo blanco, trementina, almáciga, etc.) junto a la ausencia de descripciones detalladas de las plantas de donde se extraían tales resinas. Por lo tanto, es muy difícil establecer identificaciones precisas en la mayoría de los casos. No ocurre así con la descripción que López de Gómara hizo del liquidámbar americano, donde ofreció también el nombre náhuatl del árbol de donde se extraía, el ocotzotl (Liquidambar styraciflua L.): “ocozotles es árbol grande y hermoso, las hojas como yedra; cuyo licor, que llaman liquidámbar, cura heridas, y mezclado con polvos de su mesma corteza es gentil perfume y olor suave13”. En las fechas en que esto se escribió esta resina había sido ya identificada como efectivo sustituto del liquidámbar clásico (L. orientalis Miller). En otras ocasiones, el uso medicinal de la planta en cuestión no se había desarrollado aún completamente. Por ejemplo, en el caso del molle (Schinus molle L.), que cuando fue descrito por Cieza y López de Gómara no se conocía todavía el uso medicinal de su resina, limitándose el aprovechamiento a la corteza, las hojas y los frutos, como bien recogen dichos 13
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LÓPEZ DE GÓMARA (1946). Hispania Victrix. Primera y segunda parte de la Historia General de las Indias, con todo el descubrimiento y cosas notables que han acaecido desde que se ganaron hasta el año 1551; con la conquista de México y de Nueva España. Madrid, Atlas, 452.
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autores. Fue la descripción de este árbol que hizo Cieza la que fue transmitida a los cultivadores de la botánica europeas de finales del siglo XVI, gracias a la traducción literal al latín que incluyó Clusius en su Exoticarum14. 2. Los purgantes Por lo que respecta a los purgantes, es sabido la importancia que tuvieron en la terapéutica europea de la época, de base galénica. En las plantas de este uso que recogen las obras analizadas, es muy pertinente la división en dos grandes grupos con la que iniciábamos este apartado. 2.1. Del primer grupo, el de aquellos productos que ya se conocían en el Viejo Mundo y que tenían en América una variedad distinta, por lo que se usaron como sucedáneos. Los casos más significativos son el de la cañafístula y el de las higueras del infierno. La cañafístula del Viejo Mundo es la Cassia fistula L., de origen asiático. La especie americana es Cassia grandis L., cuya diferencia fundamental con la anterior es su mayor grosor, característica que todos los autores registraron en sus descripciones. Por ejemplo, en la de Cabeza de Vaca, que señalaba así las diferencias entre ambas: “de dentro es muy melosa, no hay diferencia en nada de la que se trae de las otras partes a España, salvo ser más gruesa y algo áspera en el gusto15”. La descripción de Fernández de Oviedo destaca, además, su información sobre la temprana aclimatación de ejemplares de C. fistula L. en la Española. Este mismo autor es quien nos ofreció la descripción de las llamadas higueras del infierno, una de las denominaciones tradicionales del árbol del ricino. En este caso, Oviedo no percibió la diferencia existente entre 14 15
CLUSIUS, C. (1605), Exoticorum libri decem ..., [Antverpiae], Ex officina Plantiniana Raphelengii, p. 322. NUÑEZ CABEZA DE VACA, A. (1946), Naufragios y comentarios. Madrid, Atlas, p. 576.
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el ricino (Ricinus communis L.), el tártago (Euphorbia lathyris L., que en la terminología de los boticarios de la época, como recogió el propio Oviedo, se confundía también con el ricino, ambas de la familia de las Euforbiáceas), y el que con el tiempo sería conocido como ricino americano (Jatropha curcas L.), que es probablemente lo que el autor vio en Santo Domingo. 2.2. Del segundo grupo, el de los purgantes de origen americano, debe destacarse otra especie de Jatropha, concretamente J. multifida L. (=Curcas multifidus Endl.), que es la que Oviedo describió como “avellanas purgativas”. El uso de este purgante “se aprendió de los indios”, como escribió el propio cronista, y pronto fue aceptado e incluso se exportó a la Península ibérica, informando que los boticarios habían bautizado este remedio con el nombre de ben (ben magnum, para diferenciarlo del conocido desde la Antigüedad como ben parvum), además de relatar como los colonizadores habían ido probando el efecto purgante de estas “avellanas”: “porque nuestros médicos no las conocían ni las sabían aplicar16”. Otros dos purgantes de origen americano fueron también asimilados tras las observaciones de su uso por parte de los indígenas, como nos cuentan, respectivamente, Fernández de Oviedo y Cieza. El primero de ellos describió la llamada “hierba y” (probablemente una especie de Ipomoea), que usaban para purgarse los pobladores de la Española y del Darién, indicando incluso el modo de preparación. Por su parte, Cieza, en la región de la actual Cartagena de Indias, experimentó en su propia persona los efectos purgantes del “bejuco de la estrella” (Aristolochia fragantísima Ruiz), cuyo benéfico efecto comparó al del ruibarbo, quizás el más preciado de los purgantes clásicos. Por ello, quiero volver a insistir en la condición de sucedáneos que tuvieron una buena parte de 16
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PARDO; LÓPEZ (1993), p. 212-213.
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los productos americanos que se asimilaron a la materia médica europea, de manera bastante más temprana y de modo más general de lo que pudiera pensarse en un principio17. 3. Los bálsamos El tercer grupo de remedios medicinales que suponían un capítulo importante en la terapéutica de la época era el de los bálsamos. El bálsamo clásico por antonomasia procedía de Egipto y la costa de Judea (Commiphora opobalsamum (L.) Engl.) y la rareza del mismo, había generado ya desde la Edad Media una serie de imitaciones y una búsqueda constante de sucedáneos con efectos similares. Por lo tanto, no es extraño que desde los primeros años de la colonización del Nuevo Mundo se buscara insistentemente un “bálsamo” americano18. El primer bálsamo del que se obtuvieron resultados satisfactorios fue el que se elaboró a partir del árbol llamado goaconax de los taínos de la Española, que se convirtió en una especia de panacea para las heridas. La historia de su descubrimiento y fabricación fue narrada detalladamente por Fernández de Oviedo en la Historia General y Natural. Por él sabemos que hubo incluso un privilegio imperial otorgado al “inventor” de tal bálsamo, Antón de Villasancta, quien al parecer había aprendido el remedio de su mujer indígena19. El goaconax probablemente se obtenía de una Euforbiácea del género Croton. Sin embargo, hay autores que mantienen para este árbol la misma identificación que para los demás bálsamos americanos; es decir, afirman que se trata de una especie del género Myroxylon. 17 18
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Ibídem, 213-214 FOLCH ANDREU, R. Los bálsamos en tiempos pretéritos. Boletín de la Sociedad Española de Historia de la Farmacia, 19, (1959), 49-58. SCHNEIDER, W. (1968-1975), Lexikon zur Arzneimittelgeschichte. Sachwörterbuch zur Geschichte der pharmazeutischen Botanik, Chemie, Mineralogie, Pharmakologie, Zoologie, Frankfurt am Main, Govi-Verla, vol. V/1, 355-357. FERNÁNDEZ DE OVIEDO, G. (1535), La historia general de las Indias, Sevilla, en la emprenta de Juan Crombergerm f. 93v-94v y PARDO; LÓPEZ (1993), 216-217.
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En efecto, tanto el “xilo” de los mexicas que describe López de Gómara, como el bálsamo aludido por Anglería, parecen ser especies diferentes de Myroxylon (generalmente M. balsamum L., en sus diferentes variedades) y fueron los bálsamos elaborados a partir de estas plantas los que se difundieron ampliamente por toda Europa, alcanzando gran éxito como sustitutos del bálsamo clásico, casi imposible de obtener ya en aquella época. De hecho, el bálsamo ocupa un importante lugar en la obra que difundió en Europa las plantas medicinales americanas: el texto de Monardes. Como es bien sabido, este texto fue traducido al latín por el naturalista Carolus Clusius y profusamente anotado. Cabe recordar aquí, que las traducciones de Clusius de los textos de Monardes y Acosta supusieron un punto de inflexión del conocimiento científico de las plantas americanas entre los cultivadores de la botánica europeos20. Pues bien, en el capítulo de los bálsamos, como buen seguidor del humanismo científico, Clusius tuvo especial interés en “recuperar” los productos curativos citados por los clásicos, esforzándose en identificarlos incluso con las “nuevas medicinas” americanas, igual que hicieron la mayoría de los naturalistas de su tiempo. Ello explica, por ejemplo, que se negara a aceptar la desaparición del “opobálsamo” clásico, afirmando que continuaba obteniéndose “en la Arabia feliz” y en “cierto lugar de Egipto cercano a El Cairo”. En realidad, el “balsamum orientale verum” había desaparecido ya del comercio durante la Edad Media y continuó siendo extraordinariamente raro durante los primeros tiempos modernos. Frente a ello, le dedica breves comentarios a dos bálsamos de origen americano, 20
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La figura del naturalista Carolus Clusius ha sido objeto de numerosos estudios, además de los clásicos, como el de HUNGER, F.W.T. (1927-1942), Charles de l’Escluse (Carolus Clusius) Nederlandsch Kruidkunge (1526-1609), ‘s-Gravenhage, M. Nijhoff, su figura ha sido objeto de un renovado interés como lo demuestra “The Clusius Project” (Scaliger Institute of Leiden University ): www.Clusiusproject.leidenuniv.nl/index.php3?m=24&c023. Cf. EGMOND, F. (2007), The Clusius Project: Carolus Clusius and the Sixteenth-Century Botany in the context of the New cultural History of Science, Berichte zur Wissenschaftgeschichte, 30, 66-8 y EGMOND, F; HOFTIJZER, P.; VISSER, R.P.W. (eds).( 2007), Carolus Clusius. Towards a cultural history of a Renaissance naturalist, Amsterdam, o COOK, H.J. (2007), 84-104.
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el bálsamo de Perú y el bálsamo de Tolú, del que había conseguido las primeras muestras de su “licor” en 1581 y 1582, lo que ilustra el proceso de difusión de una novedad terapéutica tan importante21. Las nuevas medicinas 1. El guayaco y la zarzaparrilla En este repaso de los productos medicinales de origen americano descritos en las primeras relaciones y crónicas, hemos dejado para el final los dos que quizá sean los más conocidos: el guayaco y la zarzaparrilla, ambos utilizados como sudoríficos y empleados, sobre todo, como medicamentos contra una nueva enfermedad, el morbo gallico. El remedio medicinal americano que primero, de forma más rápida y más conocido en toda Europa durante las tres primeras décadas posteriores a la llegada de Colón al Nuevo Mundo fue, sin duda, el guayaco (Guaiacum officinale L. / G. sanctum L.). Esta gran y temprana difusión estuvo asociada a su utilización como remedio contra el morbo gallico y produjo una abundante literatura en torno a su preparación y efectos, además de dar lugar a lucrativos negocios22. Extrañamente, en ninguno de los textos colombinos se recogen menciones al guayaco. El primero de nuestros autores que describió la planta y su uso fue Fernández de Oviedo, en el Sumario (1526). Años más tarde, en su Historia (1535), amplió considerablemente su exposición, hablando ya de las dos especies diferentes de Guaiacum y exponiendo la idea, que luego sería repetida por otros autores y tratadistas europeos, del origen americano tanto de la enfermedad, como del remedio más excelente para curarla: 21 22
CLUSISUS (1605), 304-305. Un amplio y detallado estudio de la temprana introducción y difusión del guayaco en Europa, así como de las publicaciones en torno al uso del mismo en LÓPEZ PIÑERO, J.M. (2005). Atlas y diccionario histórico de las plantas medicinales. Valencia, Faximil Edicions digitals.
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“así como es común el mal de las búas en todas estas partes, quiere la misericordia divina que así sea el remedio comunicado e se halle para curar esta dolencia; pero aunque en otras partes se halle esta enfermedad, el origen donde los cristianos vieron las búas e experimentaron e vieron curarlas y experimentar el árbol del guayacán fue en esta isla Española23”. Los textos de Oviedo sobre el guayaco tuvieron una amplia repercusión en Europa, debido precisamente a la enorme popularidad alcanzada por este remedio medicinal. También Anglería y López de Gómara se ocuparon del guayaco en sus respectivas obras y su información fue reproducida en los textos europeos sobre materia médica24. En cuanto al otro remedio americano usado contra el morbo gallico, la zarzaparrilla (Smilax officinalis Humb. y especies afines), su hallazgo fue tardío, pero fue uno de los nuevos productos que superaron con creces a su competidor europeo (la zarzaparrilla europea). Aunque, como veremos, hay descripciones anteriores, fue Monardes, que ha sido considerado un “clásico” de la farmacognosia25, el que ofreció la primera exposición completa del uso de esta planta como medicamento, detallando su preparación y administración en forma de jarabe, polvo y agua. Además estableció una división entre la zarzaparrilla de México, la de Quito y la de Honduras que se mantuvo en los tratados de materia médica hasta el siglo XIX26. Sin embargo, diez años antes de la obra de Monardes, Cieza de León hizo una clara referencia a la misma, distinguiéndola claramente de la zarzaparrilla del Viejo Mundo (Smilax aspera L.). La descripción de Cieza es muy interesante, tanto por la riqueza de deta23 24
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FERNÁNDEZ DE OVIEDO (1535), 92v. Un estudio pormenorizado de la difusión de estos textos en LÓPEZ PIÑERO, J.M. y LÓPEZ TERRADA M.L. (1997), p. 31-35. TSCHIRCH (1909-1927), vol. I/3, p. 774-787. LÓPEZ PIÑERO, J.M. (1990), 43.
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lles, como por las precisas informaciones que dio sobre el modo de aplicarse. Entre otras cosas, el cronista del Perú describió como se administraba el remedio: “Las raíces de esta yerba son provechosas para muchas enfermedades, y más para el mal de bubas y dolores que causa a los hombres esta pestífera enfermedad; y así, los que quieren sanar, con meterse en un aposento caliente y que esté abrigado, de manera que la frialdad o aire no dañe al enfermo, con solamente purgarse y comer viandas delicadas y de dieta y beber del agua de estas raíces, las cuales cuecen lo que conviene para aquel efecto, y sacada el agua, que sale muy clara y no de mal sabor ni ninguno olor, dándola a beber al enfermo algunos días, sin le hacer otro beneficio, purga la maletía del cuerpo de tal manera que en breve queda más sano que antes estaba27”. También merece destacarse que Cieza mencionó específicamente la zarzaparrilla originaria de Guayaquil, que pocos años después Monardes, quizá conocedor de la Crónica, recomendaría como la “mejor y de mayores efectos”. La zarzaparrilla americana fue pues no sólo un sucedáneo de la europea, sino el primer sucedáneo de una nueva medicina (el guayaco), cuya importancia era tan grande y su comercio tan interesante que generó rápidamente la necesidad de buscar alternativas similares. 2. Cuatro drogas americanas: la cohoba, el tabaco, la coca y los hongos alucinógenos Quiero terminar haciendo mención a cuatro plantas americanas, que se podrían calificar de drogas, pero que han tenido un uso como reme-
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CIEZA DE LEÓN, P. Obras completas. Madrid, CSIC, vol. 1. pp. 78-79.
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dios medicinales. Me estoy refiriendo a la cohoba, el tabaco, la coca y los hongos alucinógenos. Una de las características comunes a todas las culturas amerindias en el momento de la llegada de los europeos era el uso de drogas con fines, sobre todo, religiosos o rituales. Esta peculiaridad no pasó desapercibida, lógicamente, a los primeros observadores y viajeros del Viejo Mundo. En especial, atrajo poderosamente su atención la costumbre de inhalar el humo de algunas de estas sustancias. Por todo ello, las primeras alusiones al uso de estas drogas centran más su atención en el modo de utilizarlas y en sus efectos, que en la descripción de la planta o plantas empleadas en la elaboración de las “ahumadas” o “sahumerios que estos indios hacen”, como repiten una y otra vez las fuentes. En la región antillana, la primera en ser conocida, los indios taínos usaban diversas hierbas para fumar. Es muy difícil identificar con precisión a qué hierba se refieren las diversas alusiones de los autores. Especialmente, en el caso de la cohoba (Anadenanthera peregrina (Piptadenia) ) y el tabaco (Nicotiana tabacum L. y especies afines), resulta imposible distinguir entre una y otra hierba, ya que el modo de tomarlas era muy similar. La referencia de Cristóbal Colón en su primer viaje a unas “yerbas para tomar sus sahumerios” fue atribuida, ya desde Las Casas, al tabaco, aunque bien pudiera referirse a otras hierbas28. Fernández de Oviedo, por su parte, fue el primero en describir la planta de Nicotiana, pero no la asoció al vocablo taíno “tabaco”, que tanto para él como para Las Casas designaba el instrumento de madera con el que los indios lo fumaban. Conviene precisar que tanto Oviedo como otros autores no comprendieron con precisión el uso del tabaco entre los indígenas. En todos los pueblos precolombinos la planta, como 28
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PARDO; LÓPEZ (1993), 224-228.
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hemos apuntado, tenía usos ceremoniales, mágico religiosos y medicinales. Sin embargo, los primeros testimonios tan sólo reflejan los efectos producidos por el tabaco –especialmente el sueño– entre los que lo fumaban y están teñidos de consideraciones moralizantes acerca de la “depravación” de los fumadores indígenas: “usaban los indios de esta isla [Española] entre otros sus vicios uno muy malo, que es tomar unas ahumadas que ellos llaman tabaco, para salir de sentido; y esto hacían con el humo de cierta hierba, que a lo que yo he podido entender, es de calidad del beleño29”. Sin embargo, la adopción de esta práctica por parte de los españoles parece que fue muy temprana, no sólo como costumbre, sino también como remedio medicinal contra el morbo gallico, como reflejó el mismo Oviedo: “sé que ya algunos cristianos lo usaban, en especial los que estaban tocados del mal de las búas, porque dicen los tales que en aquel tiempo que están así transportados no sienten los dolores de su enfermedad30”. Cabe señalar que el tabaco fue introducido en Europa por los españoles inmediatamente después del descubrimiento. El primer estudio farmacológico fue el de Nicolás Monardes, que también incluye la primera figura impresa de la planta31. Muy distinto era el caso del uso de la coca, que se hallaba igualmente muy extendido entre las diversas culturas precolombinas, pero especialmente las de la región andina. Los amerindios no solían fumar coca, sino que mascaban las hojas de la planta (Erytroxylum coca Lam.), a veces 29 30 31
FERNÁNDEZ DE OVIEDO (1535), 47r. Ibídem. MONARDES, N. (1580). Primera, y segunda y tercera partes de la Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales, Sevilla, en Casa de Fernando Díaz, pp. 32r-39r.
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junto con otras hierbas, difíciles de identificar con precisión. Por otra parte, la finalidad del consumo de la coca no era exclusivamente de tipo mágico religioso, ya que se utilizaba también en otros muchos aspectos de la vida cotidiana indígena. Tradicionalmente, la primera referencia europea a esta planta se ha considerado que es la de Anglería, que la denominó hai, al relatar su uso por los indios caribe como producto para ennegrecer los dientes, además de ser su cultivo principal. De hecho, hayo sigue siendo la denominación de la coca en la actual Colombia. Por su parte, López de Gómara la llamó ahí, porque probablemente basó su información en Anglería, como puede deducirse de las similitudes entre las respectivas descripciones32. El nombre “coca” procede en realidad del quéchua kúkka y por ello, lógicamente, esta denominación aparece solamente en la Crónica de Cieza de León. Es en esta obra donde más ampliamente se trata de la planta, su cultivo, su comercio y las características de su consumo. Gracias a las observaciones de Cieza, nos es posible conocer cómo los españoles participaron desde muy pronto en el cultivo y el comercio de la coca, afirmando incluso que “algunos están en España ricos con lo que hubieron del valor desta coca, mercándola y tornándola a vender33”. Por último, debemos hacer referencia a otro tipo de droga, peculiar de las culturas mesoamericanas, que recogió, en un breve fragmento el cronista López de Gómara. Nos referimos a la costumbre de ingerir un tipo de hongos alucinógenos, los llamados teunanacatl (Psilocybe mexi32 33
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PARDO; LÓPEZ (1993), 229-232. CIEZA (1984-85), 121. Cieza le dedica a esta planta todo el capítulo 96, cuyo título es “Cómo en todas las más de las Indias usaron los naturales dellas traer hierba o raíces en la boca, y de la preciada hierba llamada coca, que se cría en muchas partes deste reino”.
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cana Heim. y especies afines), cuya traducción castellana vendría a ser algo similar a “carne de dios”. El consumo de dichos hongos formaba parte de los rituales mágico religiosos de casi todos los pueblos mesoamericanos y sus propiedades alucinógenas fueron destacadas por el cronista de este modo: “se les antoja ver culebras, tigres, caimanes, y peces que los tragan y otras muchas visiones que los espantan34”; si bien no supo comprender la función que este comportamiento tenía dentro del mundo religioso mexica.
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LÓPEZ DE GÓMARA (1946), p. 441.
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Sanidad y Ciencia en el Perú virreinal Antonio González Bueno
Los límites territoriales del Virreinato El Virreinato del Perú fue una entidad territorial creada mediante las Leyes Nuevas para la Gobernación de las Indias, promulgadas por Real Cédula de Carlos I firmada en Barcelona, el 20 de noviembre de 1542; en él quedaron integradas las Gobernaciones de Nueva Castilla, Nueva Toledo, Río de la Plata, Quito, Río San Juan, Popayán y las comarcas australes hasta el estrecho de Magallanes, fundadas por los primeros conquistadores; a la Ciudad de los Reyes, su capital, fue trasladada la sede de la Real Audiencia de Panamá. Los límites del Virreinato peruano se fueron expandiendo a través de los procesos de colonización que llevaron a los españoles a dominar las llanuras y cejas de montaña próximas a sus primeros establecimientos. A lo largo de sus más de 250 años de pervivencia, el Virreinato varía sustancialmente sus límites territoriales; en su primera demarcación comprendía el extenso espacio que media entre Panamá y Chile, de norte a sur, a excepción de la actual Venezuela y, hacia el este, hasta la Argentina, con la excepción del Brasil, que pertenecía al dominio portugués; al final de su historia abarcó los territorios que hoy componen las Repú-
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blicas de Bolivia, Chile, Ecuador y Perú, a los que quedó limitado tras las reformas borbónicas1. Aun cuando, en algún momento de su historia, las Audiencias de Panamá, Chile –e incluso Buenos Aires– estuvieron vinculadas al Virreinato del Perú, gozaron de cierta independencia política al estar bajo el gobierno de un Capitán general. La imagen que de estos territorios llegó a Europa ha estado imbuida de un carácter mítico como no ha tenido ninguna de las otras posesiones españoles en tierras americanas: el Perú ha pasado a ser sinónimo de riqueza, alrededor suyo giran otros nombres de igual sentido metafórico: Jauja, El Dorado, el Gran Pahití, asentados en el enorme impacto producido en Europa por los tesoros y la plata de los incas, maridados con el origen seductor de las leyendas, de origen bíblico y medieval, con que los hicieron acompañar los cronistas de Indias2. Hacia 1527, uno de los cronistas de la conquista, quizás Juan de Sámano, Francisco de Xerez o algún avezado marino, describía el territorio como “una provinçia que se dize el perú, que es en la misma costa de tierra firme en la parte del mar del sur de donde es la cibdad de panamá (…) que entrando la tierra dentro, detras una sierra que se haze grande, avia muchos pueblos a do avia mucha cantidad de oro, y que la tierra hera muy llana y enchuta…”3. Y más de 250 años después, en el enero de 1792, José Hipólito Unanue (1755-1833) –bajo la firma de Aristio– 1
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El virreinato del Perú inició tardíamente su independencia de la Corona española; hasta 1814 fue el foco de la resistencia realista en América del Sur. Sobre los límites del Perú colonial cf. Teodoro HAMPE MARTÍNEZ. “La división gubernativa, hacendística y judicial en el Virreinato del Perú (siglos XVI-XVII)”. Revista de Indias, 48(182/183): 59-85. Madrid, 1988; Raúl PORRAS BARRENECHEA y Alberto WAGNER DE REYNA. Historia de los límites del Perú. Lima: Editorial Universitaria, 1981. Un asunto tratado por Peter T. BRADLEY. “La fascinación europea con el Perú y expediciones al mar del sur en el siglo XVII”. Revista de Indias, 48(182/183): 257-283. Madrid, 1988. El texto en Francisco DE XEREZ [Concepción BRAVO GUERREIRA, ed]. Verdadera Relación de la Conquista del Perú. Madrid: Historia 16, 1985 (cf. p. 175-176). El Corpus diacrónico del español (CORDE) atribuye la descripción a Juan de Sámano; sobre la autoría cf. Concepción BRAVO GUERREIRA. “¿Fue Francisco de Xerez el autor de la Relación de Sámano?”. Anuario de Estudios Americanos. 33: 35-55. Sevilla. 1978 y Francisco CARRILLO. Cartas y cronistas del descubrimiento y la conquista. Lima: Horizonte, 1987.
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seguía alimentando la misma sensación de riqueza al referirse al valle de Vitoc, en la provincia de Huánuco, cuyas tierras “rendían tres cosechas al año, en tal abundancia que (…) era respecto de las Provincias colindantes lo que Sicilia para el Imperio Romano. Á la fecundidad del suelo une la bondad del clima…”4. De estas míticas riquezas peruanas, la España metropolitana sólo tuvo ojos para las minas de plata y oro, sometidas a un sistema de extracción intensiva durante el XVI y gran parte del XVII, que empezó a decaer con la entrada del XVIII; de entre las muchas minas explotadas por la Corona española, la de Potosí fue sin duda el más grande yacimiento. De su suelo salieron las dos terceras partes de la plata con la que el Perú abasteció a la Corte española, hasta que en 1776 pasara a formar parte del Virreinato del Río de la Plata5. Desde luego, Potosí no fue la única explotación minera peruana; y el último cuarto del XVIII y las primeras décadas del XIX conocieron un significativo aumento de la producción minera en el Virreinato peruano, pese a la trasferencia del Alto Perú –y sus productivas minas– al nuevo Virreinato de la Plata6. Pero no es de la explotación directa de los recursos naturales de lo que habremos de ocuparnos, sino de ofrecer unas pinceladas generales sobre la institucionalización de los saberes y prácticas científicas en el Perú colonial. Vaya por delante que este proceso es un fenómeno esencialmente urbano y que queda vinculado, hasta bien avanzado el XVIII, a unas elites locales de procedencia metropolitana, por lo que sólo en las 4
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ARISTIO [José Hipólito UNANUE]. “Repoblación del valle de Vitoc”. Mercurio Peruano, 4(107): 27-33. Lima, 1792. [La cita en p. 28]. Antonio Acosta señala cómo en la década de 1540, tras el comienzo de la explotación de Potosí, el comercio del Perú llegó a absorber casi el 60% del mantenido por las colonias con la metrópoli y que las remesas peruanas supusieron, pese a su irregularidad, porcentajes superiores al 50% de las remitidas a la Corona desde las tierras americanas (Cf. Antonio ACOSTA. “Estado, clases y Real Hacienda en los inicios de la conquista del Perú”. Revista de Indias, 66(236): 57-86. Madrid, 2006). John R. FISHER. “Redes de poder en el Virreinato del Perú, 1776-1824: los burócratas”. Revista de Indias, 66(236): 149-164. Madrid, 2006.
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grandes urbes, en las que los asentamientos de españoles y criollos cobran protagonismo, se desarrollarán las estructuras sociales, económicas y físicas que permitan la implantación y desarrollo de una sanidad y de una ciencia afín al modelo europeo. Como dejamos avanzado, este proceso de introducción de nuevos saberes y nuevas prácticas cobra especial protagonismo durante el XVIII. La llegada de los Borbones a la Corona española supone un cambio de perspectiva frente a los territorios coloniales; reflejo de la propia situación de cambio que se vive en la metrópoli. Durante el siglo XVII la Corte española había dado la espalda al riquísimo acervo cultural y económico de sus colonias. Pero en el XVIII retomó su primitiva actitud descubridora y lo hizo con entusiasmo. El proceso de reformas borbónicas pasa por una racionalización de la administración colonial, en un intento de aproximación a lo realizado por otros imperios y estas reformas tienen su base en dos puntales: el aumento de la población activa y el fomento de la educación7. De manera indirecta, las reformas borbónicas implican una transformación sanitaria; el aumento de la población, sometida a un dramático descenso en el Perú durante los últimos tiempos del Virreinato8, supone una apuesta por mejorar las condiciones de vida que, en el caso de los trabajadores, va unido a un aumento de la producción. Buena parte de las medidas desarrolladas durante la dinastía Borbónica tienen como destinatario un grupo social hasta entonces poco valorado, la pobla7
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Sobre la implantación de las reformas borbónicas en el territorio peruano cf. Scarlett O’PHELANV (comp.). El Perú en el siglo XVIII. La era borbónica. Lima: Instituto Riva-Agüero, 1999. Los resultados de estas reformas, en especial para la economía del Virreinato, han sido puestos en entredicho por John R. FISHER. El Perú Borbónico, 1756-1824. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2000. Los datos que aporta Luis NAVARRO GARCÍA (Intendencias en Indias. Sevilla: CSIC, 1959) son contundentes: entre 1650 y 1825 la población del Perú pasa de 1,6 millones de habitantes a 1,4 millones; por el contrario, el Virreinato de Nueva España, en el mismo período, aumenta de 3,8 millones a 6,8 millones de habitantes.
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ción libre mestiza, que se configura como el mejor reservorio de mano de obra en un nuevo modelo económico de carácter mercantilista9. Mas no avancemos en el tiempo y ocupémonos primero de la estructura sanitaria virreinal, hasta donde nos es conocida.
La sanidad en el Virreinato El proceso de institucionalización de la sanidad de ‘tipo europeo’ en el territorio del Virreinato peruano sigue, en sus inicios, la misma andadura que para el resto de los territorios coloniales: junto a las tropas de conquista llegan algunos médicos –y sobre todo cirujanos romancistas– portadores de los sistemas vigentes en la metrópoli; se unen a ellos miembros de algunas órdenes religiosas que organizan centros de atención hospitalaria destinados bien a los españoles bien a los naturales10. Apenas fundada la Ciudad de los Reyes, bajo el gobierno de Francisco Pizarro (1478-1541), aún bajo el ámbito territorial de la Nueva Castilla, se cedieron los terrenos para que los Dominicos levantaran una enfermería y casa-albergue u hospital establecido, en marzo de 1538, bajo la denominación de Rinconada de Santo Domingo, concebido como una solución transitoria en la que –de manera excepcional– indios y españoles comparten espacio; éste, como las salas destinadas a mujeres enfermas en el Beaterio de las Camilas, tendrá una existencia fugaz.
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Cf. Emilio QUEVEDO. “El conflicto entre tradiciones científicas modernas europeas y americanas en el campo de la Medicina en la América Latina colonial”. En: Antonio LAFUENTE, Alberto ELENA y María Luisa ORTEGA (eds.). Mundialización de la ciencia y cultura colonial: 269-286. Madrid: Doce Calles, 1993. Entre los primeros médicos y cirujanos europeos que pisaron el territorio del Virreinato peruano figuran el doctor Hernando de Sepúlveda, para quien se señala el año 1537 como el de su llegada a Lima; con anterioridad, dos bachilleres, Enríquez y Marín, ambos cirujanos, acompañaron al ejército de Diego Almagro, en 1535, por tierras chilenas (cf. Oswaldo SALAVERRY. “La medicina en el Virreinato del Perú”. En: Javier PUERTO (dir.). Ciencia y técnica en Latinoamérica en el período virreinal, 1: 301-369. Madrid: TF editores, 2005).
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En 1549, pacificado ya el territorio, y por especial interés de fray Jerónimo de Loayza (1498-1575), arzobispo y protector de los indígenas, se abren las puertas del Hospital de Santa Ana de los Naturales; poco después, hacia 1556, sería el nuevo Hospital de la Ciudad –o de los españoles– el que entraría en funcionamiento, bajo la denominación de Hospital de San Andrés, dedicado a la atención de varones. Ambos, el de Santa Ana y el de San Andrés, quedaron bajo la administración conjunta de un mayordomo designado por sus respectivos patronos: el Arzobispado y el Cabildo, aunque por poco tiempo, hasta la organización del Protomedicato peruano. De 1559 data la fundación del Hospital de San Cosme y San Damián [vulgo de la Caridad], destinado a pobres enfermas, a cargo de una hermandad seglar, la de la Caridad, de la que acabaría tomando su nombre11. En enero de 1552, el arzobispo Jerónimo de Loayza instaló, procedente de Sevilla, la primera botica al estilo europeo en los solares del Hospital de Santa Ana de los Naturales, que habría de prestar servicio a éste y al de San Andrés, con el que estaba administrativamente vinculado; su entrada en funcionamiento fue inmediata, corrió a cargo del boticario Francisco de Bilbao, quien quedaba formalmente autorizado para preparar medicamentos destinados al ámbito extrahospitalario. Con la botica entró en la Ciudad de los Reyes una pequeña biblioteca para el uso del boticario: un Modus faciendi de fray Bernardino de Laredo, el Banquete de los Caballeros del doctor Ávila, un Mesué y un ‘Vocabulario de Antonio’, quizás el español-latino que escribiera Elio Antonio de Nebrija (1444-1522)12. No debió ser éste el primer boticario asentado en Lima; en 1538 ya estaba activa la botica de Juan Rodríguez, de la que se surtió el propio Francisco Pizarro (ca. 1478-1541)13. 11
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HESPERIÓPHYLO [José ROSSI RUBÍ]. “Historia de la Hermandad, y Hospital de la Caridad”. Mercurio Peruano, 1(2): 9-16. Lima, 1791. Miguel RABÍ CHARA. “La primera botica de los hospitales de la ciudad de Lima en el siglo XVI”. Asclepio, 52(1): 269-280. Madrid, 2000 . Cf. Oswaldo SALAVERRY. Op. cit. nota 10, p. 336.
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No sólo la Ciudad de los Reyes tuvo hospitales gestionados al modo europeo; en mayo de 1575 se fundó, en el puerto de El Callao, el Hospital del Espíritu Santo, bajo el patrocinio de un grupo de navieros, reconstruido, tras los terremotos de 1687 y el seísmo de 1746, siempre al amparo económico de marinos mercantes. En torno al Hospital del Espíritu Santo se estableció, hacia 1657, una academia para la preparación de pilotos, a la que quedó aneja una Cátedra de Matemáticas fundada por el virrey Luis Enríquez de Guzmán (ca. 1600-ca. 1663), quien designó como primer catedrático al peruano Francisco Ruiz Lozano (1607-1677), nombrado luego Cosmógrafo Mayor del Virreinato. A este mismo Hospital se agregó, hacia 1780, una Escuela Práctica de Medicina, precursora del Colegio de Medicina de San Femando14. Y fueron más los hospitales fundados en el Virreinato, algunos de corta vida institucional; recordemos, entre otros, el de San Sebastián, en Trujillo (1551), el de San Lázaro (1555) y el de Nuestra Señora de los Remedios (1556), ambos en Cuzco, o el de San Juan, en Arequipa (1559), la mayor parte de ellos debidos a la caridad privada15. Con ánimo de trasladar al Virreinato del Perú la misma estructura organizativa de la sanidad metropolitana, Felipe II instauró, en 1570, el Protomedicato General de Lima, destinado a reglamentar y regular la práctica de las profesiones sanitarias en el Perú. En 1569 llegó a Lima Antonio Sánchez de Renedo (m. 1579), el primero en ostentar la dirección del Protomedicato limeño, pero no el primer protomédico en estas tierras, honor que recae en Hernando de Sepúlveda, comisionado por Carlos V, presente en la Ciudad de los Reyes en 1537, cuando ésta aún
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Miguel RABÍ CHARA. “Un capítulo inédito: el traslado del Hospital del Espíritu Santo de Lima a Bellavista (1750)”. Asclepio, 47(1): 123-133. Madrid, 1995. Cf. Oswaldo SALAVERRY. Op. cit. nota 10.
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se encontraba en plena construcción, y al que el Cabildo de la Ciudad nombró ‘protomédico sustituto”16. Simultáneamente a la puesta en funcionamiento de estos primeros centros hospitalarios, también por iniciativa de los Dominicos, se funda la Universidad Mayor de San Marcos de Lima, inaugurada en 1551, quizás la institución de educación superior más antigua del continente americano. A ésta siguieron la de San Antonio Abad, en el Cuzco, activa en 1598, la de San Cristóbal de Huamanga, fundada en 1677, y la Universidad de San Agustín de Arequipa, cuya apertura se fecha en 171417. Aunque el protomédico Sánchez Renedo ejerció como Rector de la Universidad de San Marcos entre 1573 y 1577, los estudios de Medicina no tuvieron espacio propio en el ámbito universitario hasta que el virrey Luis Jerónimo Fernández de Cabrera Bobadilla (1589-1647), conde de Chinchón, proveyera la Cátedra de Prima de Medicina, en abril de 1635, para su médico de Cámara, Juan de la Vega; y otra Cátedra de Vísperas, por esas mismas fechas, ocupada inicialmente por Jerónimo Andrés Rocha. Mediante Real Cédula de 1646 se dispuso que el Protomédico de Lima, y médico del Virrey, fuera a la vez catedrático de Prima de Medicina. No obstante, estos datos no deben llevarnos a engaño: ni los centros de asistencia hospitalaria estaban atendidos por profesionales de la salud, ni las universidades peruanas, centradas en el proceso de cristianización del territorio colonial, impartieron cátedras médicas con sufi16
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El Tribunal del Protomedicato peruano, que llegó a extender su jurisdicción hasta Buenos Aires, fue abolido en diciembre de 1848; quedó sustituido por la Junta Directiva de Medicina. Sobre el Protomédico en el Perú cf. John TATE LANNING. The Royal Protomedicato: the regulation of the medical professions in the Spanish Empire. Durham [NC]: Duke University Press, 1985; y Abraham ZAVALA BATLLE. “El Protomedicato en el Perú”. Acta Médica Peruana, 27(2): 151-157. Lima, 2010. Sobre el proceso de fundación de centros de enseñanza superior en América latina cf. Alfred B. THOMAS. Latin America. A History. New York: The Macmillan Co., 1956.
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ciente continuidad como para que de ella egresaran los profesionales que el territorio necesitaba. La presencia de médicos y farmacéuticos en territorio peruano parece condicionada a los que, formados en la metrópoli, deciden emprender el largo e inseguro camino de las Indias18. Sólo quien pudiera permitírselo dispondría de su propio médico, formado en la metrópoli, y con quien viajará cuando la Corona le otorgue las prebendas que le inciten a trasladarse al Virreinato19. Los naturales seguirán confiando en sus curanderos, los españoles pobres y los indios destribalizados serán atendidos por las órdenes religiosas en las instalaciones fundadas por éstas. Nada habremos de decir de los esclavos, para sus ‘propietarios’ resultaba más costoso proporcionarles los cuidados necesarios que adquirir otro nuevo que los sustituyera20. Los datos que ofrece el médico criollo Hipólito Unanue, en su discurso inaugural del anfiteatro anatómico de la Universidad de San Marcos21, corriendo el noviembre de 1792, parecen concluyentes: 18
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El resto de las profesiones sanitarias no corrió mejor suerte; valga, de nuevo, el testimonio de José Hipólito UNANUE: “Á imitacion de los hombres sin instruccion ni conciencia que encontráron su subsistencia en la práctica de la Medicina: unas mujeres incapaces y por lo regular de esfera humilde, se apoderaron de la delicada parte de la Cirugía, que cuida del exórdio de la humanidad; del Arte de partear, cuyo exercicio pide virtud, calidad y ciencia. (…). Su capricho y arrojo ha privado al Perú, en innumerables momentos, del nuevo habitante con que la Naturaleza benéfica pretendía reparar sus pérdidas, y de unas madres fecundas que podían hacérselas olvidar” (Op. cit. nota 4, p. 107). Sobre la ausencia de médicos, debidamente formados, en los primeros años de la colonización, daba cuenta José Hipólito UNANUE. “En el siglo de la Conquista no había en el Perú otros Médicos que los venidos de Europa. El célebre Pedro de Osma dice de ellos á Monardes: ob Medicorum huc á vobis commeantium magna ex parte negligentiam et inscitiam, quibus Publica utilitas (quam tamen summam præstare possent) curae non est, sed ut quæstui dumtaxat serviant, Epist. ad Nicol. Monardis e Lima in Peru, ad 26 decembris 1568. En ella misma asegura que las yerbas, y demas drogas medicinales de estos países no aprovechaban por falta de método en su administración… ex quibus sine methodo ante usurpatis, nullum auxilium percipiebamus. En el Tom. II del Mercur. Pág. 72. cité esta Carta, y dí razon de la profesion de Pedro de Osma, a quien Monardes compara a Dioscorides”. (Op. cit. nota 4, p. 96). No obstante quedan noticias de algunos hospitales expresamente destinados a ellos, tal el Hospital Real de Pobres Negros, fundado por el agustino fray Bartolomé Vadillo, en la Lima de 1651 y reconstruido, tras el terremoto de 1687 (Cf. SALAVERRY. Op. cit. nota 10, p. 329-332). El anfiteatro anatómico, instaurado éste 1792, tuvo su sede inicial en el Real Hospital de San Andrés de los Españoles.
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“En el siglo 16 el gusto dominante de nuestra Nacion estaba á favor de la Teología Escolástica, de la Filosofía de Aristóteles y del Derecho Civil de los romanos. (…) Para la Medicina se designáron dos Cátedras, una de Prima y otra de Vísperas, proveyéndose únicamente la primera en el doctor Antonio Sánchez Renedo; pero no habiéndosele señalado sueldo alguno, con el Doctor Renedo se acabaron las Cátedras y Catedráticos de Medicina. Por esto, no es de extrañar que cuando en 1637 se deliberaba sobre su restauracion, asegurase el Doctor Huerta, que habiendo florecido un crecido número de Doctores en Teología, Artes y Leyes, numerándose en aquel año mas de ciento en Lima, en 70 años corridos después de la fundacion de la Universidad solo se habian conocido tres o cuatro Doctores Médicos que, habiendo estudiado en otras partes, se incorporaron en ella (…) La suma necesidad y escasez de estos (…) diéron motivo á que en el año de 1638 se fundasen de nuevo las Cátedras de Prima y de Vísperas de Medicina (…) Despues se añadieron las Cátedras de Método y Anatomía, cuyos Profesores, sin renta, han sido hasta ahora Catedráticos in partibus o Catedráticos de anillo. Faltando por estas razones la enseñanza pública de la Medicina en la Real Escuela, y no habiendo Colegios que la supliesen, no se han hecho en esta facultad los progresos que se debían, con gran detrimento de la salud pública…”22. Tampoco esta restauración del XVII gozó del éxito esperado, quizás por la propia oposición interna con que contó en el claustro universitario23. En julio de 1660 se unió a las de Prima y Vísperas, una Cáte22
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José Hipólito UNANUE. “Decadencia y Restauración del Perú. Oración inaugural que, para la estrena y abertura [sic] del Anfiteatro anatómico, dijo en la Real Universidad de San Marcos el día 21 de noviembre de 1792 el doctor…”, Mercurio Peruano, 7(218-222): 82-127. Lima, 1793 [La cita en pág. 98-99]. Como relata el propio UNANUE: “En el Claustro tenido en la Real Universidad de San Marcos en 1637, para resolver la fundacion de dos Cátedras de Medicina, se opuso el Doct. Monzo de Huerta, Catedrático Jubilado de lengua Quechua, por ser constante que los Indios curaban mejor que los Médicos, sanando á los que estos habían desahuciado, y por haber muchos que por haber estado algun tiempo en los Hospitales, de solo la experiencia que han tenido curan muy acertadamente sin ser Médicos, como Martín Sánchez y Juan Ximenes…”. (Op. cit. nota 22, p. 97).
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dra de Método de Galeno; habrá que esperar hasta 1722 para que la Universidad de Lima dispusiera de una Cátedra de Anatomía, y ésta –como las anteriores– fue fundamentalmente teórica, asentada en la tradición hipocrática24. Sólo en 1788, cuando esta Cátedra de Anatomía fuera ocupada por José Hipólito Unanue (1755-1833), se promoverá en ella un cambio hacia los nuevos sistemas médicos de uso común en Europa25. En torno a Unanue se articulará un grupo de ilustrados interesados en la ciencia europea; los nombres de Cosme Bueno, Gabriel Moreno o José Manuel Dávalos, deben ser especialmente recordados; algunos de ellos, Unanue en cabeza, verán recompensados sus desvelos con el nombramiento de correspondientes de la Real Academia Médica Matritense; no obstante, hasta 1815 el Virreinato no contará con una institución expresamente dedicada a la enseñanza de la Medicina y la Cirugía: el Colegio de Medicina y Cirugía de San Fernando, de notoria importancia en los años del Perú independiente26.
La ciencia virreinal El proceso de creación de nuevas estructuras científicas se desarrolla, en el Virreinato del Perú y en el resto de los virreinatos ameri-
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José Hipólito UNANUE. Op. cit. nota 22, (cf, p. 85). Aún en la segunda mitad del XVII ve la luz el texto de Juan DE FIGUEROA. Opusculo de astrologia en medicina, y de los terminos, y partes de la astronomia necessarias para el uso della... En Lima: [s.n.], 1660. Cf. Jean-Pierre CLÉMENT. “Decadencia y restauración de la medicina peruana a finales del siglo XVIII”. Asclepio, 39(2): 217-238. Madrid, 1987. Algunos de los documentos fundacionales del Colegio de Medicina y Cirugía de Lima, conservados en el Archivo General de Indias (Sevilla), están reproducidos en la selección realizada por Francisco MURILLO CAMPOS y Diego BERMÚDEZ CAMACHO para la Real Academia de Farmacia (cf. Anales de la Real Academia de Farmacia, 23(1): 70-90. Madrid, 1957). Sobre José Hipólito Unanue y su influencia en el desarrollo de la medicina peruana cf. John E. WOODHAM. “The influence of Hipolito Unanue on peruvian medical science, 1789-1820: a reappraisal.” The Hispanic American Historical Review, 50: 693-714. Pittsburgh, 1970.
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canos, a la sombra de las expediciones científicas enviadas desde la Corte27. El fomento de las ciencias útiles, una de las características de la política ilustrada, sería reconocido como necesario por quienes, desde los territorios coloniales, apoyaron las reformas propiciadas por la nueva dinastía28; Hipólito Unanue escribiría en 1792: “Las Ciencias naturales son de primera necesidad en el Perú, atendidos los frutos que él ofrece, y han sido las más olvidadas. No presentando giro ni premio, casi nadie las ha cultivado; así todo lo que depende de ellas, ó se ha dejado de hacer, o se ha practicado por un ciego empirismo. (…) La Física, la Mecánica, la Geometría, la Arquitectura subterránea, la Química y Docimástica forman hoy las delicias de muchos que, al abrigo de la protección [del virrey Gil de Taboada], no pueden ménos que hacer rápidos progresos que resulten á favor de la Minería y la Agricultura”29.
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Hasta el extremo que Marcos Cueto llegó a escribir, al ocuparse de las reformas sanitarias: “En Lima (…) sería la Expedición Botánica de Ruiz y Pavón (1777-1788) la que crearía un nuevo ambiente cultural; en torno al cual comenzaría a surgir un creciente interés por la ciencia moderna y por el uso de la herbolaria, característica distintiva de la medican moderna, desde Sydenham y Boerhaave” (Marcos CUETO. “Las expediciones botánicas, la Ilustración española y la francesa y su papel en la institucionalización de la enseñanza médica en la América colonial, durante los siglos XVIII y XIX”. En: Alejandro R. DÍEZ TORRE, Tomás MALLO y Daniel PACHECO (eds.). De la Ciencia Ilustrada a la Ciencia Romántica. Actas de las II Jornadas sobre ‘España y las expediciones científicas en América y Filipinas’: 377-397. Madrid: Doce Calles, 1993 (La cita en p. 384). Sobre el apoyo del grupo de intelectuales vinculados a la Sociedad Patriótica de Amantes del País a las reformas borbónicas cf. Pedro M. GUIBOVICH PÉREZ. “Alcances y límites de un proyecto ilustrado: la Sociedad de Amantes del País y el Mercurio Peruano”. Histórica, 29(2): 45-66. Lima, 2005. “Se puede decir que el periódico se volvió el vocero de la autoridad, que se sirvió de este medio para difundir sus postulados entre los miembros de la sociedad, en particular entre la elite dirigente…” (Op. cit. p.58). Así lo reconoce José Hipólito UNANUE. “Si la práctica medica del Perú solo empezó á desear merecer con justicia el título de tal á los principios del siglo 18, de la Cirugía se supo únicamente el nombre casi hasta mediados del propio siglo, hasta que la ilustró en él el feliz Delgar” (Op. cit. nota 22, p. 106). El cirujano, de origen francés, Martín Delgar llegó a Perú en 1744, trabajó en un hospital de la gran mina de plata de Potosí, en el Alto Perú; se interesó por la terapéutica indígena, de la que dejó algunos testimonios (Cf. Adam WARREN. “Recetarios: sus autores y lectores en el Perú colonial”. Histórica, 33(1): 11-41. Lima, 2009).
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Para entonces ya se había llevado a cabo la Expedición franco-española al Virreinato del Perú, no la primera de las expediciones europeas que hoyaron el territorio, pero sin duda la que más repercusión tuvo en el ámbito colonial. La anunciada partida de la Expedición peruano-chilena hacia la metrópoli, y la previsible demanda de material americano para las labores de inventariado y clasificación que habrían de realizarse en la Corte30, motivó la propuesta, formulada por Casimiro Gómez Ortega (1741-1818) en 1786, de que Juan José Tafalla (1755-1811), el discípulo formado por Hipólito Ruiz (1754-1816) y José Pavón (1754-1840), se integrara en el claustro de la Universidad de San Marcos31. En Lima, al igual que ocurriera en otros virreinatos, la propuesta provocó recelos por parte del claustro universitario y las reticencias del Real Tribunal del Protomedicato, por lo que suponía de alteración de sus respectivas estructuras organizativas. Pero, en contra de lo acontecido en otros territorios coloniales, los ilustrados criollos limeños apoyaron la introducción del nuevo sistema linneano. Carl Linné entró en el Perú de las manos de los botánicos, españoles y franceses, que conformaron la Real Expedición, pero la difusión de su sistema no se produjo en el Virreinato a través de la enseñanza reglada de la Botánica –como sí ocurrió en México–, sino por mediación de la Sociedad Académica de Amantes del País de Lima y, en particular, de la revista que éstos editaron, el Mercurio Peruano. No son pocos los artí30
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“... para responder a las dudas y preguntas que desde Madrid se les hiciese, y aumentar la obra [Flora Peruviana et Chilensis] con nuevos descubrimientos que fuesen haciendo...” (Carta de Hipólito Ruiz a José Gálvez. Huánuco, 12-VI-1786. Archivo del Museo Nacional de Ciencias Naturales (Madrid) [Arch. MNCN], Expediciones, doc. 111). Sobre la difusión de la Botánica linneana en los territorios coloniales españoles cf. Antonio GONZÁLEZ BUENO. “Plantas y luces: la Botánica de la Ilustración en la América hispana.” En: Karl KOHUT y Sonia V. ROSE (eds.). La formación de la cultura virreinal. III: el siglo XVIII: 107-128. Madrid / Frankfurt: Iberoamericana / Vervuert Verlag, 2006.
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culos de cariz botánico e impronta linneana aparecidos en las páginas de esta revista32, pero es obligado referirse, al menos, a las contribuciones de José Hipólito Unanue y del padre Francisco González Laguna. Bajo la firma de Aristio –José Hipólito Unanue– se publicó, en las páginas del Mercurio Peruano aparecidas en 1791, una “Introducción a la descripción científica de las plantas del Perú”33, modelo de asimilación de los principios linneanos, a la que siguieron otras memorias sobre el tabaco o la coca, construidas -en lo que a la formulación taxonómica respecta- según las ideas del “príncipe de los sexualistas”. José Hipólito Unanue no fue el único divulgador del sistema linneano en el Perú; las páginas del Mercurio Peruano editadas en 1794 incluyen una memoria sobre la “Necesidad de una Historia Natural Científica”, firmada por el padre González Laguna, un alegato más sobre la conveniencia de utilizar los sistemas linneanos de clasificación y nomenclatura para el inventario de la Naturaleza peruana34. Conviene detenerse unos momentos en las palabras de este religioso de Agonizantes, corresponsal del Real Jardín Botánico de Madrid y que tanto apoyo prestó a la Expedición dirigida por Hipólito Ruiz, redactadas ya finalizado el siglo XVIII, en 1794: “Entre muchos de nosotros todavía esta ciencia [la Botánica] se reputa pueril, impertinente, é inútil, todavía se oye, la Historia Natural no esta recibida en el estado Político ni Eclesiástico nunca ha merecido Cátedras en las Universidades, ni Aulas en nuestras Escuelas; como si las 32
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Jean-Pierre CLÉMENT (El Mercurio Peruano. 1790-1795. Frankfurt / Madrid: Vervuert / Iberoamericana, 19971998. 2 vols.) se ha ocupado de este asunto con extensión y profundidad envidiables. ARISTIO [José Hipólito UNANUE]. “Botánica. Introducción a la descripción científica de las plantas del Perú”. Mercurio Peruano, 2(43/44): 68-86. Lima, 1791. Francisco GONZÁLEZ LAGUNA. “Necesidad de la Historia natural científica”. Mercurio Peruano, 10(316/319): 25-58. Lima, 1794.
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nuestras fueran las de todo el mundo, ó solo las ciencias que las obtienen fuesen las únicas que hacen feliz al hombre…”35. La decisión de crear en el seno de la Universidad de San Marcos una Cátedra de Botánica se produce mediante una Real Orden, firmada el 18 de marzo de 1787, en la cual se ordena la dotación de esta plaza en favor de Juan José Tafalla36; era éste el modo, diseñado desde la Corte, para asegurar la continua remisión de materiales, precisados para los trabajos florísticos de los expedicionarios en la metrópoli37. El silencio administrativo, fiel reflejo de los intereses de los claustrales universitarios, acompañó a la decisión regia38. La creación de tal Cátedra suponía, de facto, la integración de su titular entre los jueces examinadores del Real Tribunal del Protomedicato; conocedor, por propia experiencia, de cómo conseguir el objetivo propuesto, Casimiro Gómez Ortega sugerirá a Francisco Cerdá, Primer Oficial de la Secretaría de Gracia y Justicia para el Despacho de Indias, en escrito reservado fechado el 18 de noviembre de 1791: “la reforma del Protomedicato [de Lima] a imitación de lo que se ha hecho con el de Madrid y lo que se está pensando con el de México.”39
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Francisco GONZÁLEZ LAGUNA. Op. cit. nota 34, pág. 30-31. Cf. Borrador de la Real Orden de 18 de marzo de 1787 dirigida, desde El Pardo, al Superintendente Subdelegado de la Real Hacienda de Lima (Arch. MNCN, expediciones, doc. 120). “Deseoso también Su Magestad de que se radiquen y propaguen por medio de la enseñanza los conocimientos de Botánica o Historia natural (lo que podrá lograrse sin gravamen del Real Erario) quiere que mediante en la Universidad Literaria de esa capital habrá o debe haber una Cátedra de simples o de Materia médica para lo que se necesita el conocimiento de las yervas se confiere sin perjuicios de tercero al Botánico Agregado a cuyas órdenes ha de estar el Dibujante, con la obligación de enseñar la Botánica theórica y práctica y de continuar las exploraciones, Herbarios, Dibujos y remesas que se les encarguen...” (Real Orden, 18-III-1787. Arch. MNCN, expediciones, doc. 120). Algunos ilustrados peruanos actuaron en sentido contrario, tal el protomédico Juan Joseph Aguirre, tan contrario a ésta y otras reformas promovidas –incluso– desde el propio Virreinato; es de destacar –por el contrario– el reiterado apoyo del padre González Laguna a las propuestas de Juan José Tafalla; cf., entre otros documentos, el informe remitido a Antonio Porlier, con fecha 16 de abril de 1790 (Arch. MNCN, expediciones, doc, 171). Carta de Casimiro Gómez Ortega a Francisco Cerdá. Madrid, 18-XI-1791 (Arch. MNCN, expediciones, doc. 182).
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Pero Lima está muy alejada de la Corte, y las decisiones del Soberano tardan en llegar, y mucho más en cumplirse, en particular cuando hay intereses profesionales y personales encontrados; de nuevo el silencio y la inamovilidad administrativa serán la repuesta ofrecida por las cúpulas virreinales. La Cátedra de Botánica sería creada a comienzos de 1796 y otorgada ‘interinamente’ al médico mulato Juan Manuel Dávalos, candidato afín al Real Tribunal, formado científicamente en Francia40. Mientras tal ocurría, Juan José Tafalla se hallaba herborizando en las montañas de Huánuco; a su vuelta a Lima exigió –y obtuvo– el cumplimiento de la Real Orden de 1787 –dictada once años atrás–41. Juan José Tafalla, de origen hispano y carente de formación académica como médico, pudo ocuparse de la docencia apenas un año; en 1799 salía hacia la Audiencia de Quito, donde habría de dedicarse al estudio de los quinos, un producto de trascendental interés para la economía de la Corona y, especialmente, para las de los grupos –hispanos, peruanos y novo-granadinos– enfrascados en monopolizar su comercio42. Juan José Tafalla permaneció en los quinares de Quito hasta 1808. A su regreso a Lima, coincidente con la creación del Colegio de Medicina y Cirugía de San Fernando, en el que tanta intervención tuvo el médico José Hipólito Unanue, volvió a ocuparse de la enseñanza de la Botánica en esta institución; sus trabajos de campo –esta vez en terri40
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Eduardo ESTRELLA. “Introducción histórica: la expedición de Juan Tafalla a la Real Audiencia de Quito (17991808) y la Flora Huayaquilensis”. En: Juan José TAFALLA (Eduardo ESTRELLA, ed.). Flora Huayaquilensis sive descriptiones et iconesplantarum Huayaquilensiumj secundum systema linneanum digestae: XIII-CVI. Madrid: ICONA / CSIC, 1989), que ha estudiado documentalmente la cuestión en archivos peruanos, señala el 30 de enero de 1796 como la fecha de posesión de la Cátedra por Juan Manuel Dávalos. Juan José Tafalla tomó posesión de la Cátedra el 10 de julio de 1797 (cf. Eduardo ESTRELLA. Op. cit. nota 40, p. XXVI). Los trabajos florísticos de Juan José Tafalla en la Audiencia de Quito, realizados entre 1799 y 1809, su “Flora Huayaquilensis”, han sido editados por Eduardo ESTRELLA (Flora Huayaquilensis sive descriptiones et iconesplantarum Huayaquilensiumj secundum systema linneanum digestae. Madrid: ICONA / CSIC, 1989).
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torio chileno– le llevaron a renunciar a la docencia a los pocos meses, fue sustituido por su discípulo Juan Agustín Manzanilla. Desde fines de 1810 hasta los comienzos de 1811, Juan José Tafalla dictó algunas clases de Botánica en el Colegio de San Fernando; fueron los últimos actos públicos de su vida. A su muerte, acaecida el 1 de octubre de 1811, se hizo cargo de la Cátedra de Botánica, ya de manera definitiva, Juan Agustín Manzanilla, esta vez con el apoyo del, entonces, protomédico José Hipólito Unanue43. Las enseñanzas botánicas impartidas en el Real Colegio peruano siguen la misma estructura de clases teóricas y prácticas implantada en el Real Jardín de Madrid y la docencia se realizó ateniéndose, de manera estricta, a los planteamientos del sistema linneano; para la enseñanza práctica se fundó, en 1808, un jardín anejo al Real Colegio, cuya dirección era inherente a la Cátedra de Botánica. La Botánica, la ciencia amable, no fue la única de las disciplinas científicas que conoció un cierto desarrollado al calor de las luces ilustradas. Desde las páginas del Mercurio Peruano se desvela el interés por las nuevas teorías de Lavoisier, Morveau y Fourcroy en el caso de la Química, de la mano de José Coquette y Fajardo44; o de Newton en el de la Física, como lo hacía por las de Sydenham o Boerhaave en el campo médico, o 43
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Juan Agustín Manzanilla no permaneció en la Cátedra mucho años, hubo de retirarse por problemas de demencia; en 1820 impartía la materia Francisco Paula (cf. Eduardo ESTRELLA. Op. cit. nota 40, p. LVI). José Hipólito Unanue ocupó la plaza que la muerte de Juan Aguirre (13-XI-1807) dejara vacante, contaba con el apoyo explícito del virrey José Abasal. José COQUETTE. “Química Física. Carta dirigida á la Sociedad remitiendole una obra intitulada, Principios de Química Física, para servir de introducción á la Historia Natural del Perú”. Mercurio Peruano, 6(183): 74-81; 6(184): 82-89; 6(185): 90-97; 6(186): 98-105. 2 tablas; 6(187): 106-113. Lima, 1792. “Memoria sobre la necesidad de perfeccionar y reformar la nomenclatura de la química, leída en la Junta pública de la Academia Real de las Ciencias de París, por Mr. Lavoisier”. Mercurio Peruano, 9(305): 218-225; 9(306): 226-228. Lima, 1793. “Memoria sobre la explicación de los principios de la nomenclatura metodica, leida á la Academia el 2 de Mayo 1787. Por Mr. Fourcroy” Mercurio Peruano, 9(306): 228-232; 9(307): 234-241; 9(308): 243-250; 9(309): 251252. Lima, 1793. “Memoria para la explicación de la tabla de nomenclatura por Mr. De Fourcroy” Mercurio Peruano, 9(309): 252-258; 9(310): 259-264. Lima, 1793.
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las de Linneo para el mundo natural, como ya hemos dejado apuntado más arriba45. Pese a su extraordinaria importancia, el Mercurio Peruano no fue el único papel periódico limeño en el que tuvieron cabida las noticias de ciencia; con anterioridad se publicó el Diario de Lima, curioso, erudito, económico y comercial, mantenido por el periodista madrileño Francisco Antonio Cabello y Mesa (bajo el alias de ‘Jaime Báusate y Mesa’) activo por espacio de casi tres años, entre 1790 y 1793, de inferior calidad en sus contenidos, pero donde podían leerse algunas informaciones geográficas, matemáticas y médicas46. La aparición del Mercurio Peruano, en 1791, frenó la iniciativa de este empresario, pero en las páginas de su diario, que pasa por ser el primero en tierras de la América española, contó con firmas de interés como la del catedrático de la Universidad Mayor de San Marcos, Cosme Bueno (1711-1798)47. De modo que, al menos en los años finales del XVIII, quizás como consecuencia de un movimiento iniciado en los centrales del siglo, es posible definir una elite colonial que manifiesta un interés por las nuevas ciencias, y lo hacen de manera pública. Es posible que este movimiento responda a las reformas emprendidas por la dinastía Borbónica en los territorios americanos, y que –en alguna medida– este interés nazca, entre una minoría urbana y acomodada, como un proceso de mimetización con las propias estructuras metropolitanas que, en cualquier caso, se vio fecundado por la propia idiosincrasia –cultural y social– 45
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Del contenido científico del Mercurio Peruano se ha ocupado, por extenso, Jean-Pierre CLÉMENT. Op. cit. nota 32, (cf. vol. 1: 107-130). Sobre la actividad periodística de ‘Jaime Báusate y Mesa’ cf. Mónica Patricia MARTINI. Francisco Antonio Cabello y Mesa: un publicista ilustrado de dos mundos (1786-1824). Buenos Aires: Instituto de Investigaciones sobre Identidad Cultural, Universidad del Salvador, 1998. La actividad científica de este ilustrado ha sido estudiada por D.W. MCPHEETERS. “The distinguished peruvian scholar Cosme Bueno 1711-1798”. The Hispanic American Historical Review, 35(4): 484-491. Pittsburgh, 1955; Joan Manuel MORALES CAMA y Marco Antonio MORALES CAMA. La Ilustración en Lima: vida y obra del doctor Cosme Bueno y Alegre (1711-1798). Lima: [s.n.], 2010.
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del territorio americano en el que se produce esta manifestación de adhesión a los modelos de ciencia desarrollados en el continente europeo. Quizás en el trato con las plantas sea donde mejor se aprecie este particular sistema de mimetización de la ciencia adaptada a la idiosincrasia local: ya dejamos señalado la aceptación de los principios nomenclaturales establecidos por el naturalista sueco; pero el interés de los botánicos peruanos se centrará en las producciones locales cuya excepcional importancia conocen –el caso de la quina o de la coca resultan especialmente ilustrativos48– y a las que dedican particulares estudios; sus trabajos nos muestran a un grupo de hombres comprometidos con la realidad económica del territorio, centrados en la aplicación práctica de sus recursos, no sólo en la difusión vacía de las nuevas teorías científicas, sino en su puesta en práctica ante la realidad en la que se sienten inmersos. Se trata de mirar –y hacer ver– con otros ojos la realidad peruana. En palabras de Jacinto Calero, promotor del Mercurio Peruano, formuladas en 1790: “La escasez de noticias que tenemos del País mismo que habitamos y del interior y los ningunos vehículos, que se proporcionan para hacer cundir en el Orbe literario nuestras nociones, son las causas de donde nace, que un Reino como el Peruano, tan favorecido en la naturaleza de la benignidad del Clima, y en la opulencia del Suelo, apenas ocupa un lugar muy reducido en el cuadro primitivo del Universo que nos trazan los Historiadores…”49.
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Jean-Pierre CLÉMENT. “La coca du Pérou ou la passion botanique au XVIII ème siècle”. En: Nouveau Monde et renouveau de l’Histoire Naturelle, 1: 65-84. Paris: Université de la Sorbonne Nouvelle-Paris III, 1986. Prospecto del papel periodico intitulado Mercurio Peruano de Historia, Literatura, y noticias pública, que á nombre de una Sociedad de Amantes del País, y como uno de ellos, promete dar á luz Don Jacinto Calero y Moreira. [Lima]: en la Imprenta Real de niños expósitos, 1790 (cf. p. 4).
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III. Viajeros y cientĂficos
Expediciones y ciencia en el Caribe insular, siglos XVIII-XIX Consuelo Naranjo Orovio
El siglo XVIII es conocido como el siglo de las Luces y de la Ilustración. Es el siglo en el que la ciencia pasó a ocupar un lugar central dotando al hombre de una fuerza extraordinaria a partir de la toma de conciencia de su capacidad para transformar la historia y el mundo. Junto al saber y la ciencia, el siglo XVIII fue también el siglo de los grandes viajes. En este siglo, Ilustración, ciencia y las expediciones científicas son los tres elementos interdependientes que actuaron de manera coordinada. Esta conexión es la que obliga a trabajar las expediciones, la ciencia y los científicos como partes de un proyecto y de un mundo que dirigía su mirada a la conquista del saber. En esa conquista del saber, la aventura expedicionaria fue una etapa más. Sin embargo, esta breve explicación quedaría incompleta si no analizamos la búsqueda del saber en un contexto y un período determinado como fue el siglo XVIII y gran parte del XIX, en el que obtener mayores conocimientos sobre los recursos naturales, las poblaciones y los territorios fue una necesidad inherente a la gestión de los EstaEste trabajo forma parte del proyecto de investigación HAR2009-09844, financiado por el MICINN (España).
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dos y, sobre todo, para logar controlar y explotar de una manera más racional los territorios coloniales de Ultramar. El desarrollo de la ciencia necesitó y se sirvió de la expansión territorial y colonial, y fue esta presencia colonial la que contribuyó en gran medida al avance científico. Las expediciones colaboraron en el progreso de la ciencia a la vez que dotaron a los gobiernos europeos de información de los recursos naturales de sus colonias que fue de suma importancia para controlar e iniciar una explotación más racional y provechosa de éstas. A través de las expediciones, de sus resultados y aplicaciones en los territorios coloniales y en las metrópolis podemos entender mejor la conexión y dependencia de la ciencia europea, metropolitana, y la colonial. Como apuntan algunos autores, la ciencia formó parte del proceso de colonización y las colonias americanas fueron enclaves para la organización de la ciencia fuera de Europa en el siglo XVIII (McClellan, 1984). En este sentido, quiero destacar que la ciencia fue el elemento principal en la puesta en marcha de algunas políticas gubernamentales cuyo objetivo era el crecimiento económico de las colonias. El desarrollo que alcanzaron en los territorios americanos la medicina, la botánica y en general la historia natural guarda relación con lo dicho. En otras palabras, como han demostrado varios estudiosos del tema, las expediciones fueron un instrumento utilizado por las metrópolis (España, Francia, Inglaterra, Alemania) para obtener mayores recursos de sus colonias a la vez que contribuyeron a la globalización y al desarrollo del conocimiento científico, tanto en los centros de poder como en las colonias (Sellés, Peset y Lafuente, 1988; Peset, 1985 y 1987; Puig-Samper, 1991b y 2010; Puig-Samper y Pelayo, 1995; Bernabéu, 2000; entre otros muchos). En este marco de interacción, en el que la circulación del conocimiento científico es uno de los protagonistas, es como les propongo que revisemos el alcance
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y desarrollo de las expediciones científicas a América y, en concreto al Caribe insular.
Las expediciones al Caribe insular: ciencia, defensa, control y explotación de los territorios A partir de esta rápida explicación, vamos a pasar a estudiar las causas que motivaron el envío de expediciones al Caribe insular en los siglos XVIII y XIX. Junto al interés científico para el conocimiento y aprovechamiento de los recursos naturales, como pieza del programa del Reformismo y que comparte con las expediciones enviadas a los virreinatos de Nueva España y Nueva Granada, hay determinadas características que motivaron que las potencias europeas pusieran su mirada en el Caribe. Dominar esta zona se convirtió en un objetivo principal para España, Francia e Inglaterra, no sólo por la riqueza que en ellas se generaba por la explotación de sus recursos, sobre todo de la agricultura cañera, sino también por su posición estratégica. Las islas fueron concebidas como plataforma de la conquista de tierra firme, además de garantes y testigos del tráfico mercantil entre Europa y América. Es por ello, que las luchas europeas también se dirimieron en el siglo XVIII en otros escenarios extraeuropeos y se trasladaron al Caribe. Ejemplos de la rivalidad imperial son la toma de La Habana por los ingleses en 1762-1762, de Trinidad en 1797, el asalto a San Juan de Puerto Rico en 1797, o de la cesión a Francia en 1795 de la parte este de la Española, la actual República Dominicana. En este marco, algunas de las expediciones tuvieron como objetivo reconocer el territorio para asegurar su defensa, sobre todo tras la ofensiva inglesa. A este fin respondieron los viajes de Alejandro O’Reilly, enviado a Cuba y Puerto Rico tras la ocupación de La Habana por los ingleses en 1762-1763 con el fin de emprender refor-
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mas en la administración civil y militar. Para ello realizó un minucioso examen del sistema defensivo, las fortificaciones y el ejército de las plazas principales que España tenía en el Caribe, La Habana y San Juan de Puerto Rico, que visitó en 1764 y 1765 respectivamente. En sus informes manifestó la necesidad de reorganizar desde un punto de vista militar ambas islas, reforzar su sistema defensivo y poner en marcha reformas que rentabilizasen estos territorios. Para ello se tomaron algunas medidas destinadas a activar la economía, tales como la diversificación de la agricultura de exportación, el impulso del comercio a través de la creación de compañías mercantiles, la apertura de nuevos puertos y, en el caso de Cuba, se reconstruyó el Arsenal de La Habana. Las reformas acometidas en los aspectos militar y administrativo dieron como resultado la implantación de un nuevo reglamento de milicias y su reestructuración, dentro de la cual estuvo la creación de milicias disciplinarias en Puerto Rico, el aumento de las dotaciones del ejército, y la instauración de la Intendencia en Cuba y en Puerto Rico en 1764 y 1765 respectivamente. Las obras de fortificación y amurallamiento acometidas por presencia por Alejandro O’Reilly culminaron el sistema defensivo de estas plazas antillanas. En La Habana se reconstruyeron las fortalezas de La Fuerza, La Punta y El Morro, la muralla de la ciudad, y se comenzó la construcción de otras fortalezas como La Cabaña, Atarés y el Príncipe; en este proyecto se edificaron varias baterías, la Pastora y el Polvorín y se remodelaron los castillos de El Príncipe en La Habana, El Morro en Santiago, y San Severino en Matanzas. En San Juan se llevaron diversas obras, iniciándose la construcción del Castillo de San Cristóbal y acometiéndose varias obras en otros edificios defensivos como el Morro y la Fortaleza. Este sistema defensivo pasó la prueba al resistir el ataque inglés de 1797 a la ciudadela de San Juan (Cruz de Arrigoitia, 2004). En sus informes también aparecen datos sobre el estado de la población y sus costumbres. La Memoria de O’Reilly sobre Puerto Rico, editada por
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Tapia en Biblioteca Histórica, en 1854, pasó a ser un texto fundacional de la historia insular, como posteriormente ocurrió con la obra de André Pierre Ledrú (Torres Ramírez, 1969). El desarrollo del libre comercio en 1765 y la necesidad de asegurar las rutas comerciales entre La Habana y Veracruz requirió tener un mayor conocimiento del sistema defensivo y militar de las islas del Caribe, así como de su cartografía. Además, era preciso tener planos locales y regionales en los que apoyarse para lanzar una política de integración y activación del comercio. A estos objetivos respondieron otras exploraciones como el reconocimiento de la costa norte de Cuba del conde de Macuriges (1765), y la expedición de carácter hidrográfico de Ventura Barcaíztegui (1790) y la comandada por Cosme de Churruca y Elorza (1792), conocida como Expedición al Atlas de la América Septentrional cuyo fin era el levantamiento cartográfico del Golfo de México, Florida, Tierra Firme y Antillas. El nombramiento de Antonio Valdés, en 1783, como responsable de la Secretaría de Marina e Indias y el de José Mazarredo, en 1786, como comandante de las tres compañías de guardias marinas (Cádiz, Ferrol y Cartagena) fue decisivo para poner en marcha el proyecto de reconocimiento cartográfico del Caribe (Puig-Samper, 1991a; González-Ripoll, 1991a y 1991b; Bernabéu, 1988). Era preciso controlar el territorio para impedir no sólo que ingleses o franceses lo ocuparan, sino también para frenar la entrada de corsarios y piratas y dificultar el contrabando que se realizaba por las costas más alejadas del centro y que permanecían despobladas. Asimismo, en estos años, finales del siglo XVIII, otro acontecimiento estremeció al mundo. Me refiero a la Revolución Haitiana de 1791, la primera revolución protagonizada por los esclavos y que desembocó en el primer Estado dirigido por antiguos esclavos negros. El miedo que causó esta revolución al hacer tambalear los cimientos de la civilización euro-
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pea provocó una alerta que se tradujo, entre otras consecuencias, en el reforzamiento del sistema defensivo para evitar la entrada de exesclavos desde Saint Domingue o de posibles invasiones haitianas que ponían en peligro el mantenimiento del orden colonial que contó con la esclavitud como garante (González-Ripoll, Naranjo, Ferrer, García, Opatrn´y, 2004). Haití, símbolo de libertad para muchos, pasó a ser un icono del miedo para otros. Esta revolución además de dar un nuevo rumbo a la historia, estuvo presente en los planes y proyectos que a partir de entonces hicieron los gobiernos, sobre todo los de aquellos territorios cercanos a Haití que temían tanto por su seguridad física como por la posible entrada de ideas que pondrían en peligro la estabilidad social y económica de las colonias. Los reconocimientos geográficos, las expediciones y comisiones que sucedieron a 1791 tuvieron entre sus objetivos el amurallamiento y la defensa de los países frentes a posibles invasiones haitianas. El llamado desde entonces “miedo al negro” se propagó con rapidez y prendió con fuerza sobre todo en los espacios en los que la esclavitud era el principal motor económico y el soporte del poder colonial. Como hemos explicado en otros estudios, la Revolución Haitiana introdujo nuevos contenidos en las propuestas emanadas por el reformismo, y junto a las ideas propiamente ilustradas emergió con fuerza la necesidad de poblar la isla con colonos blancos (Naranjo Orovio, 2004 y 2009). Los reconocimientos geográficos y militares de los años siguientes respondieron a estos fines. Para estudiarlo nos detendremos en dos expediciones de Cuba, la de Ventura Barcaíztegui, 1790-1793, y la Real Comisión del conde de Mopox y Jaruco, 1796-1802. Ambas tuvieron entre sus prioridades el reconocimiento de la zona este de la isla, en concreto las costas de Guantánamo y Nipe, que por su cercanía a Saint Domingue y Jamaica y su despoblación, representaban un peligro tanto para la seguridad del país como para el mantenimiento del poder colonial de España.
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El expediente sobre la creación de una población con el nombre de Alcudia Carolina, en la bahía de Guantánamo, fechado entre 1793 y 1794, y que por su contenido atribuimos a la expedición de Barcaíztegui, recoge los objetivos perseguidos por el reformismo. En el primer informe, titulado “Idea sobre los establecimientos teórico prácticos de agricultura según convienen a la América: con un análisis de la actual población y cultivos de la interesante isla de Cuba”, se describe cómo debían fundarse pueblos a lo largo del territorio cubano: bahía de Guantánamo, bahía de Nipe, Puerto Escondido o Cabañas. Con la creación de nuevas poblaciones se perseguía tanto fomentar la riqueza e impulsar el comercio nacional como aumentar el sistema defensivo. “Sola la isla de Cuba vale un reino… y en cualquier caso, cueste lo que cueste a España le conviene mantenerla, por eso, ¿no sería mejor poblarla? […] La soledad de estas costas quedaría suplida con la superflua población de otras ciudades ya que, apuntaba “estas colonias nuevas forman el más precioso y feliz destino para los vagos, ociosos y desvalidos de aquellos vastos países donde es muy arriesgada su existencia”. Se dispuso que cada población tuviera 8 bergantines de 250 toneladas y 4 barcos de 40 toneladas que servirían “para ejercitar en tiempos de paz a gentes que serán muy útiles en tiempos de guerra”. Junto a este primer informe sobre población, Barcaíztegui elaboró otro titulado “De la Ysla de Cuba en general”, en el que resaltaba la bonanza del clima, la abundancia de maderas para la construcción y la fertilidad de las tierras, sobre todo si se comparaba con las más pobres de Santo Domingo y Puerto Rico. En el tercer informe titulado “De la punta oriental y costa meridional de la Ysla de Cuba”, el marino destacaba la posición estratégica de algunos puntos de esta isla, lo que a su juicio hacía que Cuba fuera uno de los lugares más óptimos que tenía el imperio español. En este sentido destacaba que Guantánamo era el lugar más adecuado para establecer una base estratégica de la
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Marina con el fin de mantener y abastecer una escuadra que, en caso de necesidad, auxiliaría a otros territorios americanos de Tierra Firme y serviría para defenderse de los ataques procedentes de Guarico (Haití) o de los asaltos de los ingleses con base en Jamaica. Barcaíztegui preveía el abastecimiento de las escuadras, ejércitos y flotas en el cuarto informe, “De las tierras que pueden cultivarse en el Guantánamo, con una idea de sus posibles productos”, en el que examinaba los recursos naturales que podrían explotarse y comercializarse. Según sus cálculos, si en cada puerto de la isla de Cuba se estableciesen colonos, en diez años se duplicaría la producción de azúcar y se triplicaría la de otros productos como el café, el algodón y el añil. Puesto que Santiago de Cuba era la única ciudad fortificada, el establecimiento de nuevas poblaciones y la creación de milicias contribuirían a defender la costa y a controlar el contrabando sobre todo por los puertos Cabañas, Guantánamo y Puerto Escondido, y las playas Juraguá, Juraguacito, Aguadores y Guacaibón. La colonización podría seguir hacia el norte, por el camino de Baracoa, donde los terrenos abandonados eran aún más abundantes. En un quinto informe Barcaíztegui detallaba la manera en la que debía realizarse la colonización: “Sobre los lugarcillos de labradores premiados anualmente por su aplicación a la agricultura de América y plan para poblar la Bahía del Guantánamo”. Para poner en marcha el proyecto preveían que se instalasen en la costa de Guantánamo 1.800 labradores, repartidos en 18 barrios iguales, a los que se les entregaría 120 pesos al año para su manutención, vestido y cama, y asistencia médica. Las nuevas poblaciones también servirían de academias teórico-prácticas de agricultura, a la vez que habría regimientos de tropa o de milicias que ayudarían a la defensa del país si fuera necesario. Según Barcaíztegui, la ciudad, llamada Regimiento de la Alcudia Carolina, sería un experimento que, en el caso de resultar
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positivo, se utilizaría como modelo para crear otras poblaciones (Naranjo Orovio, 2004). Los resultados de la expedición de Barcaíztegui se concentran en algunos planos de los puertos situados en la parte oriental de Cuba desde la punta de Maisi a Nuevitas (Mata, Nuevitas, Baracoa, Maravi, Navas, Cayaguaneque, Taco, Jaragua, Cayo de Moa, Mata, Baracoa, Yaguaneque, Cananova, Cebollas, Tanamo, Cabonico y Livia, Nipe, Banes, Sama, Naranjo, Vita, Bariay, Jururu, Gibara, Puerto Padre, Manati y Nueva Grandes o del Bayamo) y en tres mapas: Carta esférica de la parte oriental de Cuba, desde el puerto de Santiago de Cuba a la punta de Maisi y desde ella a Maternillo (1793); Carta esférica de la costa meridional, parte de la septentrional e islas de Cuba desde punta Maisi hasta el cabo de San Antonio (1793), y el mapa de la Bahía de Guantánamo y sus inmediaciones (completado en 1797 por Ramón Arrospide) (González-Ripoll, 1991). En 1792 se puso en marcha una ambiciosa expedición destinada a cartografiar el Atlas de la América Septentrional, que comprendía el seno mexicano, es decir, todas las islas del Caribe hasta la costa septentrional de las entonces provincias Unidas de América. A Cosme de Churruca y Elorza se le encomendó levantar la cartografía de las islas, mientras que Joaquín Francisco Fidalgo fue el encargado del reconocimiento del Golfo de México. En su viaje, Churruca visitó Trinidad, Puerto Rico, y verificaron la posición de otras islas menores como Saint Thomas, Antigua, Vieques, Culebra, Tórtola, Islas Vírgenes, Sombrero, Barbudo, Isla Redonda, Granada, Saba, entre otras (González-Ripoll, 1995; Martín Merás, 1993). Los resultados de la expedición de Cosme de Churruca fueron agrupados y publicados en tres fases. En 1802 se editaron la Carta esférica de las Antillas y la Carta geométrica de la isla de Puerto Rico; en 1804 la Carta esférica de las Islas Caribe de Sotavento, y en 1811 la Carta esférica de los canales entre las islas de San
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Martín, San Bartolomé y Anguila. Estas publicaciones contienen planos de distintos territorios que se levantaron durante el recorrido: Carta Esférica de la isla de Trinidad (1792); Plano geométrico de la boca de los Dragos de Trinidad (1792); Carta esférica de la isla de Granada (1793); Planos de las islas de Saba, San Eustaquio, San Cristóbal, Nieves y Monserrat (1793); Carta esférica del canal entre Puerto Rico y Santo Domingo (1793); Carta esférica de las islas Vírgenes (1793); Carta general de las islas de Barlovento hasta el puerto capital de Santo Domingo desde Trinidad de Barlovento (1794); Carta esférica de Puerto Rico y sus adyacentes (1794); Plano de la isla de Martinica (1795); Carta esférica de una parte de las islas Antillas de Barlovento (1795). Sin duda, una expedición que respondió a todos los fines hasta ahora comentados fue la Real Comisión de Guantánamo enviada a Cuba en 1796 y que permaneció en la isla hasta 1802. Con esta exploración, también conocida como la expedición del Conde de Mopox y Jaruco, integrante de la elite habanera que dirigió la Comisión, la Corona se propuso reconocer todo el territorio para tener un conocimiento más exhaustivo de la flora, la fauna y sus recursos naturales, y precisar qué lugares eran los más óptimos para establecer poblaciones. Partiendo desde Guantánamo, los expedicionarios recorrieron toda la isla, hasta llegar a la Isla de Pinos, actual isla de la Juventud. Los objetivos eran el fomento de la isla (económico y poblacional); el control de territorio, a través del cual sería posible conseguir una integración territorial que favorecería el comercio interior y exterior, y la defensa de Cuba. Los participantes en la Comisión generaron unos valiosos y exhaustivos informes sobre las posibilidades que ofrecía Cuba para su fomento: desde la creación de ciudades para defender la isla, la construcción de caminos, hasta la edificación de puertos para facilitar el comercio interior y exterior. Se tuvo especial interés en explorar la parte oriental por su proximidad a Haití. En este sentido hay que destacar el reco-
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rrido y los proyectos de fundación de ciudades en Guantánamo o en Nuevitas, así como en zonas en los que era preciso construir un puerto. En la parte suroriental, Guantánamo y Nipe fueron las zonas elegidas para crear poblaciones; en la costa meridional la ciudad se proyectó en Jagua, y en la costa noroeste se eligió Mariel, en donde se construiría un puerto con similares utilidades al de Matanzas. Agustín de Blondo y Zabala fue el encargado de elaborar las memorias de Mariel. El contenido científico (estudio y recolección de plantas, animales y minerales) se delegó en el botánico Baltasar Manuel Boldo, quien contó con José Guío como dibujante, y posteriormente a José Estévez que, tras la muerte de Boldo en 1799, se encargó de terminar la primera flora de Cuba; Francisco Remírez fue responsable de los estudios mineralógicos, y los ingenieros Francisco y Félix Lemaur, y Juan Pro de la Cruz realizaron los estudios de ingeniería y prospección (Puig-Samper, 1991c; Naranjo Orovio, 1991). Hay que destacar la acertada visión de los ingenieros que participaron en la Comisión sobre las necesidades de la isla y los proyectos que idearon. En muchos casos, estos proyectos se realizaron años más tarde, como fue la creación de la ciudad y puerto de Cienfuegos, en 1818, cuya fundación, en la bahía de Jagua, ya se sugirió en los informes de la Comisión. En otras ocasiones, las ideas que contenían los informes sirvieron de base a otros proyectos. Me refiero a la propuesta de construir un canal de navegación entre Güines, una zona productora de azúcar, y La Habana, con el fin transportar el azúcar a La Habana para su exportación, o bien las maderas hasta el Arsenal para la construcción de barcos para la Armada y defensa. Aunque esta obra de ingeniería no se realizó, en 1837 estos dos puntos fueron conectados por el ferrocarril. Guantánamo ocupó un lugar central en los objetivos de esta expedición. Debido a su importancia, fue el conde de Mopox quien se
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encargó personalmente del reconocimiento de su territorio, en cuya descripción de la bahía utilizó el informe de Barcaíztegui. Este proyecto, junto al de la construcción del canal de Güines, fue el que generó más informes y planos. Uno de los primeros cometidos fue el establecimiento de dos poblaciones (La Paz y Alcudia) en un punto estratégico tanto para la defensa como para incentivar el comercio. Situadas en la desembocadura de un río, se comunicarían con la ciudad más próxima e importante, Santiago de Cuba, a través de un camino. Para su poblamiento se preveía el asentamiento de 150 familias de España (Canarias, Cataluña y Galicia), así como de colonos procedentes de otras partes de la isla. Además de estas ciudades, el ingenio de la Comisión, José Martínez, presentó un proyecto para la creación de otra ciudad en Guantánamo a partir de tierras donadas por el Estado que se poblarían con familias procedentes de Santo Domingo, por colonos extranjeros que fueran católicos, agricultores europeos vecinos de Cuba y por hijos del país elegidos a sorteo y que cumplieran algunas condiciones, como ser pobres sin bienes, blancos “de calidad” y menores de 24 años. La población comenzaría con 50 vecinos cuyo número iría aumentando hasta 150 en el segundo y tercer año, hasta llegar a 300 vecinos en el quinto año, cuando se daba por finalizada la empresa. Como en otros proyectos de colonización, el Estado o la empresa que lo patrocinara daría a los colonos algunas facilidades para su establecimiento: donación de tierras, aperos de labranza y animales de corral, así como la autorización para el corte de maderas destinadas a la construcción de una casa en el pueblo siguiendo las indicaciones dadas a tal fin, y la exención de pagar tributos durante los primeros años. A cambio, los colonos se comprometían a cultivar al menos tres cuartas partes de la tierra. Colonización y defensa fueron los objetivos resaltados en todas las memorias enviadas por los expedicionarios. Los participantes en la Real Comisión de Guantánamo elaboraron varios informes sobre la
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necesidad y conveniencia de establecer poblaciones en distintas partes de la isla donde se asentarían los refugiados de Santo Domingo que ayudarían al fomento económico de la isla. Algunos de estos informes enviados a España tras el reconocimiento de la bahía de Nipe por Agustín de Blondo y Zabala, en 1799 y 1802, recogen uno de los principales fines perseguidos por esta expedición, como era auxiliar y fomentar el comercio con España, y conservar los dominios en esa parte de América, cuya fertilidad y situación hacían de ella una zona clave en la política de la monarquía. Agustín de Blondo y Zabala fue también el encargado de reconocer la costa norte. Tras su examen propuso habilitar el puerto de Mariel y crear una ciudad con similares fines defensivos y económicos a los ya expuestos. La proximidad del nuevo puerto a las zonas productoras de azúcar y café produciría un aumento del comercio al poderse enviar directamente sin tener que llevarlos a La Habana, lo cual a su vez reduciría el precio final de los productos. Otra de las zonas que recibió gran atención para establecer una ciudad fue la bahía de Jagua. Los comisionados fueron los ingenieros Félix y Francisco Lemaur. En su amplio y detallado informe, del 30 de junio de 1798, destacaban las ventajas económicas y defensivas de esta zona y proponían un plan para su colonización. Similar a este proyecto, Mopox presentó otro para crear una ciudad en terrenos de su propiedad en la jurisdicción de La Habana, en la zona de mayor producción azucarera del momento. En 1803 creó la ciudad de Nueva Paz, que en pocos años comenzó a desarrollarse: en 1807 contaba con 360 labradores, a los que se les había donado dos caballerías para cultivar tabaco y tenían 58 casas para curar el tabaco, cuya cosecha ascendía a 1.584 arrobas anuales. Como Subinspector General de las Tropas de la Isla de Cuba, Mopox también se preocupó de evaluar el estado defensivo de la isla y la composición del ejército. En 1797presentó al Príncipe de la Paz un ambicioso proyecto que contenía un plan de reforma del Ejército que iba
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desde el aumento y creación de nuevas milicias, el traslado del Batallón Fijo de Santo Domingo a la isla, hasta el refuerzo de la artillería con la integración de individuos negros y mulatos, pertenecientes al grupo denominado “población de color libre”. En la memoria que el conde de Mopox envió a Godoy, el 30 de junio de 1806, insistía en la urgencia de reforzar el sistema defensivo de la isla sobre todo tras la Revolución Haitiana a la que hacía referencia con las siguientes palabras: “…que quien recuerda los principios que ha tenido la insurrección de la isla de Santo Domingo penetra el corazón del hombre, reconoce el estado de esta isla y prevé las contingencias que en lo futuro pueden resultar…”1. La expedición del conde de Mopox sirve también de ejemplo para demostrar la conexión entre la ciencia y la política colonial, y revelar hasta qué punto los intereses metropolitanos y criollos eran convergentes en el período que estamos analizando. El estudio de los proyectos y debates generados en el Real Consulado de Agricultura y Comercio de la Habana en los años anteriores a la Comisión Real de Guantánamo relacionados con la construcción de una red de caminos que facilitara el transporte y el comercio en el interior de la isla pone de manifiesto lo que venimos planteando, ya que muchos de las demandas de estos criollos coinciden con las propuestas que los comisionados de la expedición de Mopox y Jaruco enviaron a España para poner en marcha la explotación y el fomento de la isla. Algunos de estos proyectos fueron desarrollados años después, como fue la creación en la bahía de Jagua de la ciudad Fernandina de Jagua por Luis de Clouet en 1818 (actual Cienfuegos).
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Servicio Histórico Militar (Madrid), Signatura 4-2-9-12.
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La otra expedición que recorrió Cuba a finales del siglo XVIII procedía del virreinato de Nueva España, conocida como Expedición Botánica a Nueva España, inició sus trabajos en 1786. En 1794 Martín de Sessé, director de la expedición, solicitó a Carlos IV una prórroga de dos años para explorar las islas de Cuba, Puerto Rico y Santo Domingo, así como gran parte de Centroamérica. A finales de 1794 Sessé tenía el permiso para comenzar su viaje en la primavera de 1795. Organizados en dos grupos, el primero partió hacia Cuba en mayo de 1795, y estaría compuesto por Martín de Sessé, Jaime Senseve y Atanasio Echevarría; a ellos se les unió el médico cubano José Estévez (PuigSamper, 1991d). En su recorrido por estas islas entre 1795 y 1798 los expedicionarios recolectaron plantas, hicieron estudios ictiológicos y se relacionaron con algunos miembros de las elites interesados en estudiar botánica y química con un fin utilitarista. Este fue el caso de Nicolás Calvo de la Puerta quien en 1793 había presentado a la Sociedad Económica de Amigos del País de la Habana una propuesta para crear una escuela de agricultura. Durante la estancia de Martín Sessé en Cuba tenemos constancia de que compaginó sus investigaciones con el asesoramiento en materia botánica a algunos científicos criollos. En 1796 Sessé, Estévez y el dibujante Atanasio Echeverría se dirigieron a Puerto Rico, donde recolectaron plantas y describieron unas 300 que eran desconocidas en Europa. La expedición no pudo terminar su viaje y realizar los objetivos perseguidos debido a las revueltas de Santo Domingo y la declaración de guerra contra Inglaterra. Tras la exploración de Puerto Rico, los expedicionarios tuvieron que regresar a La Habana. A su regreso a Cuba en 1797, se unieron a los trabajos que realizaban los científicos de la Real Comisión de Guantánamo, incorporándose a esta expedición Estévez y Echeverría. Resultados de la exploración de Cuba fueron el inventario botánico, obra de Sessé, la Flora de Cuba, elaborada por Boldo y continuada por Estévez tras su muerte en 1799, una colección de láminas de plantas e insectos que dibujó Guío y un repertorio de aves y peces obra del pintor Echeve-
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rría (Fernández de Caleya, Puig-Samper, Zamudio, Valero y Maldonado, 1998). Otro aspecto importante en el estudio de las expediciones científicas al Caribe insular es el estudio de las islas como laboratorios de experimentación por ser enclaves en los que se desarrolló una agricultura comercial a partir del café, el cacao y sobre todo del azúcar; su desarrollo repercutió de manera directa en el crecimiento económico de Europa. Buscar la rentabilidad económica motivó el desarrollo y la aplicación de la medicina, la botánica o el ensayo de nuevos cultivos y técnicas agrícolas. La experimentación de plantas, en especial aunque no sólo de diversos tipos de caña, fue uno de los pilares de la ciencia en esta zona cuyo crecimiento dependía de la puesta en marcha de nuevos cultivos y variedades de caña de azúcar que hicieran más rentable su cultivo. Las Memorias de la Sociedad Económica de Amigos del País La Habana (1793), y el Papel Periódico de la Havana (1790) recogen los debates mantenidos en las instituciones científicas de la época de las Antillas y de Europa sobre los avances agrícolas y el modo de adaptarlos a los trópicos. La Sociedad Económica de Amigos del País concentró parte de sus esfuerzos a estudiar proyectos de desarrollo agrícola orientado a reorganizar la agricultura cubana. Las propuestas de Juan Manuel O’Farrill y Nicolás Calvo de la Puerta, quienes en 1793 abogaron por la utilidad de la botánica para el desarrollo agrícola y por la conveniencia de fundar escuelas agrícolas, o los proyectos del hacendado cubano José María Calvo que en 1818 propuso la creación de una escuela de agricultura práctica, fundamentando en su “Castilla rústica” el criterio de organizar cursos gratuitos para el cultivo y ensayo de plantas útiles, así como estimular a los agricultores a introducir nuevos cultivos y maquinaria agrícola mediante la convocatoria de premios, coinciden con los intereses y estudios botánicos y agrícolas rea-
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lizados por las expediciones científicas. Así mismo, el Jardín Botánico de La Habana, creado en 1817 en parte como resultado del interés suscitado por estas expediciones, fue uno de los lugares de experimentación de nuevas técnicas y cultivos; en él se fundó una cátedra para la enseñanza de la botánica; posteriormente el Instituto de Investigaciones Químicas, de 1848, contribuyó al desarrollo de nuevas técnicas y su aplicación a la agricultura (Puig-Samper y Valero, 2000). Este afán por la experimentación, impulsado por los intereses económicos, metropolitanos y criollos, también motivó algunos viajes a Europa y a otras zonas donde se cultivaba azúcar con el fin de aprender nuevas técnicas e introducir variedades de caña que contribuyeran a modernizar la agricultura cubana (González-Ripoll, 1999, 2002, 2004). Desde las cátedras universitarias o desde las instituciones académicas, como la Real Academia de Ciencias Médicas y Físicas de la Habana (1861), el Liceo de Guanabacoa, el Liceo de la Habana, o la Sociedad de Antropología de la isla de Cuba (1877), la medicina ocupó un lugar central. En estas instituciones se desarrollaron intensos debates sobre las enfermedades de los trópicos, la capacidad de aclimatación del hombre blanco, las posibilidades de adaptación de diferentes poblaciones al trabajo en estas latitudes, así como sobre la higiene y las características fisiológicas de las poblaciones. La variabilidad de las poblaciones en el Caribe constituyó uno elemento fundamental para la experimentación de teorías médicas y antropológicas (Pruna y García González, 1989; García González, 2008).
Recuento de otras expediciones El Caribe fue también lugar de tránsito de otras expediciones que no fueron enviadas por la Corona española pero que recalaron en Cuba y Puerto Rico. Me refiero al reconocimiento de Puerto Rico de André
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Pierre Ledrú, en 1798, como botánico, y del dibujante Antonio González, integrantes de la expedición de La Belle Angélique comandada por Nicolas Baudin, y a los viajes a Cuba de Alexander von Humboldt. Resultado de la visita del botánico André Pierre Ledrú a Puerto Rico en 1797 son unas memorias recogidas en la obra Viaje a la Isla de Puerto Rico, publicada en 1810 en francés y en 1863 traducidas al español. El fin de esta expedición era recolectar muestras de animales, plantas y minerales destinados a las colecciones del Museo de Historia Natural de París, y observar las costumbres de los habitantes. Junto con la Historia geográfica, civil y natural de la Isla de San Juan Bautista de Puerto Rico de Íñigo Abbad y Lasierra, publicada en 1788, y la Memoria de Alejandro de O’Reilly, la obra de Ledrú, que basó parte de su relato en los datos procedentes de Abbad y Lasierra y de Ledrú, constituye una de las primeras descripciones que tenemos de muchas partes de Puerto Rico. Esto ha motivado que durante mucho tiempo la historiografía la haya considerado una de las obras de referencia para acercarse a la vida y costumbres de los últimos años del siglo XVIII sin cuestionar el grado de veracidad y en qué medida el relato elaborado a posteriori de su viaje es en parte una recreación novelada (Ledrú, en prensa; González, 2007). Sin duda, el viaje a estos mares más notorio fue el del científico Alejandro de Humboldt que visitó Cuba en dos ocasiones, 1800-1801 y 1804, acompañado del botánico Aimé Bonpland. A su llegada, Humboldt encontró un mundo reducido al azúcar, a la plantación y a los esclavos. Arribó a una isla que en un espacio breve de tiempo había transformado su estructura demográfica, su sociedad, su cultura y sus campos. Una isla que despegaba de forma vertiginosa, a cambio de lo cual la elite supo negociar y brindar su lealtad a la metrópoli. La “siempre fiel isla de Cuba” se transformaba en el principal baluarte del poder colonial español en América a la vez que su oligarquía iba con-
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solidando su poder, poder económico, social y lentamente político. Un poder que supo inteligentemente manejar a favor de sus intereses mientras que éstos fueron convergentes con los de la metrópoli. La esclavitud, que para unos era fuente de riqueza y arma para el mantenimiento del poder colonial, para Humboldt suponía un sistema obsoleto que provocaría la destrucción de las metrópolis y así lo expuso en el Ensayo política de la isla de Cuba, publicado en 1826 y traducida al español un año después. Durante su primera estancia, Humboldt y Bonpland visitaron algunas localidades cercanas a La Habana, como Guanabacoa, Regla, Managua, Bejucal, el valle de Güines o San Antonio de las Vegas; algunos ingenios azucareros de influyentes hacendados, como el ingenio La Holanda de Nicolás Calvo de la Puerta y el ingenio Río Blanco del conde de Mopox y de Jaruco; la Isla de Pinos, la bahía de Jagua, el Río Bravo y la Villa de Trinidad. El contacto con varios miembros de la elite intelectual posibilitó que, a su regreso a La Habana en 1804, el naturalista alemán recogiera la información que había sido solicitado en su anterior estancia a Andrés de Jáuregui, Francisco de Arango y Parreño y Antonio del Valle Hernández, quienes pusieron en sus manos datos relativos al comercio, la población, la esclavitud, la agricultura y la producción azucarera. Estas informaciones sobre la población, en especial sobre los esclavos, le sirvieron a Humboldt para emprender estimaciones sobre el crecimiento de la población, el comercio, o las riquezas del país. Estos datos, junto con las observaciones de carácter científico sobre la botánica, la meteorología, la geografía, etc., motivan que su obra sea una referencia obligada para conocer la Cuba de principios del siglo XIX. En los comentarios que Humboldt escribió en su Ensayo sobre la Isla de Cuba sobre la población americana estuvieron presentes en todo momento los acontecimientos de Saint Domingue. El terror, el ver-
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dadero miedo de las elites ante la Revolución Haitiana se manifiesta en las distintas obras de Humboldt. El miedo al negro, el fantasma de la negritud que planeó desde 1791 por toda América y que conmocionó también a las elites europeas, hizo que Humboldt se mostrase crítico con la esclavitud, no sólo porque era un sistema que atentaba a la dignidad y a los derechos del hombre, sino también porque podía llegar a ser la causa de estallidos revolucionarios. Sus palabras fueron condenadas a pesar de coincidir con el sentir de los hacendados y las autoridades, que tenían muy presentes unos hechos sangrientos y sentían el miedo ante el asalto de la “barbarie”: “Cuando por la influencia de circunstancias extraordinarias sean menos los temores, y cuando los países en que el amontonamiento de esclavos haya dado a la sociedad la mezcla funesta de elementos heterogéneos, sean arrastrados, quizás a pesar suyo, a una guerra exterior, las disensiones civiles brotarán con toda su violencia y las familias europeas, que no tienen culpa de un orden de cosas que no han creado, estarán expuestas a los mayores peligros”. En otra parte del Ensayo sobre la Isla de Cuba apuntaba: “La isla de Cuba puede liberarse mejor que las demás Antillas del naufragio común; porque cuenta con 455.000 hombres libres, no siendo los esclavos más que 260.000 y puede preparar gradualmente la abolición de la esclavitud, valiéndose para ello de medidas humanas y prudentes […] Los principios de una política limitada y mezquina, que guía a los gobernantes de las islas muy pequeñas, verdaderos talleres, dependientes de la Europa y no habitados por hombres que abandonan el territorio luego que se han enriquecido suficientemente, no pueden convenir a un país, casi tan grande como la Inglaterra, lleno de ciudades populo-
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sas y cuyos habitantes establecidos de padres a hijos, hace muchos siglos, lejos de considerarse como extranjeros en el suelo americano, muy por el contrario le tienen el mismo cariño como si fuera su patria. La población de la isla de Cuba, que quizás antes de cincuenta años se acrecentará de un millón, puede abrir, por sus consumos mismos, un campo inmenso a la industria indígena. Si el tráfico de los negros cesa enteramente, los esclavos pasarán poco a poco a la condición de hombres libres, y la sociedad arreglada por sí misma, sin hallarse expuesta a los vaivenes violentos de las conmociones civiles, volverá a entrar en el camino señalado por la naturaleza a toda sociedad numerosa e instruida” (Humboldt, 1998: 174, 348-349). La publicación del Ensayo político de la isla de Cuba en 1826 en el que vertía sus comentarios y análisis sobre el sistema social y económico de Cuba y condenaba la esclavitud le enfrentó a los grandes hacendados y comerciantes criollos y metropolitanos. Como primera medida para frenar y silenciar sus críticas, en 1827 las autoridades mandaron decomisar y retirar el Ensayo de las librerías de La Habana. En el período que estudiamos, la otra gran isla de la que tenemos una descripción importante como resultado del viaje de un hombre interesado por la ciencia es Santo Domingo. Su exploración fue realizada por Mederic-Luis-Elie Moreau de Saint-Méry. Abogado martiniqués asentado en Cap François, fue miembro del Consejo Superior de la colonia y perteneció a los círculos intelectuales más distinguidos: correspondiente de academias provinciales francesas y Cercle des Philadelphes, una institución surgida en 1784 en Saint Domingue bajo el espíritu de la Ilustración interesada en el desarrollo económico y cultural de esta colonia, así como en la ciencia y de manera especial en la medicina. El interés de sus miembros, médicos, abogados, hacendados, etc., por las cuestiones relativas al crecimiento económico, a la esclavitud y a la historia natural (sobre todo zoología) se recogen en
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la publicación de 1787 de Quenstions relatives a l’Agriculture de Saint Domingue y la publicación en 1790 del Journal de Medecine, Chirurgie, Pharmacie de la que además de sus artículos científicos hay que destacar que fue la primera revista con estas características publicada en América (McClellan, 1984). En 1783 Moreau de Saint-Méry, alentado por el espíritu del conocimiento, realizó un viaje por toda la isla. Su obra hay que estudiarla en el contexto en que se produjo y teniendo en cuenta las motivaciones que impulsaron al viajero a escribirla. Como ha señalado Mª Dolores González-Ripoll, Moreau de Saint-Méry “ejemplifica la visión colonial dentro de la colonia del criollo perteneciente a la elite blanca y devenido en hombre útil para su respectiva metrópoli” (GonzálezRipoll, 2004). El resultado fue la publicación de dos obras, una sobre la parte española de Santo Domingo editada en 1796 y otra sobre Saint Domingue publicada en dos volúmenes en 1797-1798 (Moreau de Saint-Méry, 1796, 1797-1798). El libro de Saint Domingue representa una de las obras de mayor importancia por el número y el valor de los documentos que incluye, así como por la información de primera mano sobre la agricultura, la población, la geografía y el desarrollo científico de la colonia y los intereses de la elite reunida alrededor del Cercle des Philadelphes de introducir los avances científicos que repercutieran en el desarrollo de la agricultura en una colonia que en estos años era la mayor productora de azúcar. Para la parte española, su mirada es la de un espectador, la de un viajero no científico por lo que los relatos y sus imágenes no tienen un calado profundo; estima la población, describe las costumbres haciendo, en ocasiones, un contrapunteo entre las culturas francesa y la española, describe entre otros aspectos la tenencia de la tierra, la situación de los esclavos y apunta algunos elementos que, a su juicio, provocan el retraso económico de la colonia hispana. Su obra también refiere los beneficios que Francia obtendría si se anexionara la parte española de la isla. En este caso, apunta el autor, para
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reforzar la defensa de toda la isla sería preciso construir una fortaleza y un arsenal marítimo en la bahía de Samaná. Este libro tiene el valor de contener las primeras descripciones sistemáticas de muchos aspectos de Santo Domingo, por lo que se ha convertido en una obra de referencia para la historia del siglo XVIII. Respecto a la información de Saint Domingue, como se ha apuntado, constituye una obra de primera mano para conocer el esplendor intelectual que la colonia francesa alcanzó en los años previos a la revolución de 1791.
A modo de conclusiones Las expediciones, los viajeros y los científicos contribuyeron a poner en relación y en movimiento no sólo mercancías y hombres, sino también ideas y conocimientos. A través de ellas se ofreció una nueva imagen de América. Por otra parte, ayudaron a que los criollos tomaran conciencia de su riqueza y de su potencialidad. Las expediciones sirvieron para establecer los límites geográficos, lo cual contribuyó a incrementar el conocimiento de los criollos sobre su territorio, a que lo aprehendieran como propio, al igual que sus frutos, riqueza y población. Esto significó un paso importante en el proceso de la formación de la criollidad, ya que favorecieron el asentamiento de las bases de lo propio a partir de la descripción de lo particular, de lo americano. Desde este punto de vista, a nivel simbólico, algunos países consideran a determinadas expediciones como un segundo descubrimiento por haberles dotado de instrumentos de los que se valieron para reivindicar lo particular y su derecho a la independencia. Muchos de los informes derivados de estas expediciones fueron la base para la puesta en marcha de proyectos de colonización y creación de ciudades, así como para el desarrollo de nuevos cultivos o el inicio de instituciones científicas. Las luces y la modernidad que introduje-
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ron no serían desterradas de estos territorios cuyas elites, apoyadas en los nuevos avances de la ciencia y creyendo que la educación era una de las vías para alcanzar el progreso, supieron compaginar educación, ciencia y crecimiento económico, iniciando la escritura de su historia y el camino hacia la futura nación.
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En el borde de Occidente. Viajes y expediciones a la Amazonía Manuel Lucena Giraldo
Todos los días escuchamos cientos de veces la palabra globalización. Es más, podríamos afirmar que sin lugar a dudas se ha convertido en el término que designa la contienda actual entre opuestos absolutos. A un lado, se sitúan aquellos que defienden por encima de toda consideración que la unificación mundial de comunicaciones y capitales sitúa a la humanidad en el desbordamiento de una era de desarrollo planetario, una era de homología e identificación entre el espacio del mundo y las fronteras, abiertas como nunca antes, promesa de un futuro al alcance de la mano. Al otro, haciendo abundante uso de esas mismas facilidades de comunicación instantánea, están quienes plantean el riesgo sistémico que conlleva, o la necesidad de ponerle límites, como si ello fuera posible. Ni unos ni otros suelen ser conscientes de que no se trata de un proceso iniciado en los años ochenta del siglo XX, sino que es muy anterior. Tampoco tienen en cuenta en toda su relevancia los elementos culturales que han configurado la globalización. Tanto si ésta ha comenzado según piensan algunos hace unos 5.000 años, con el desarrollo de la agricultura, la disposición de excedentes, Proyecto MCINN FFI2010-20876, Epistemología histórica: historia de las emociones.
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la fundación de ciudades y el desarrollo del estado teocrático y militar, como si cuenta sólo con 500 años, como señaló Adam Smith, que enfatizó la importancia del descubrimiento de América y el paso del cabo de Buena Esperanza en su desarrollo, lo importante es determinar la manera en que unas culturas se han relacionado con otras1. O cómo han operado prejuicios, proselitismos y francas asimetrías de percepción en sus encuentros, narrados de manera habitual en la literatura de viajes. Nuestro caso se va a ocupar de una geografía concreta, la selva amazónica, y de un período de especial relevancia. Este se corresponde con el reformismo borbónico, que pretendió actualizar las estructuras de la monarquía española durante la segunda mitad del siglo XVIII, e implementó procesos sustanciales.
El proyecto de delimitación Las relaciones entre Portugal y España tuvieron un motivo de contienda permanente desde el siglo XVI hasta el siglo XVIII a causa de la gran expansión lusa en el Nuevo Mundo. Hacia 1740 se había convertido en inminente disputa fronteriza. La definición de las áreas de soberanía parecía imprescindible para evitar un conflicto directo, pero había un nuevo factor que aconsejaba la búsqueda de algún tipo de negociación. El control del espacio y los mercados se había convertido en un elemento básico de la carrera colonial. Tanto España como Portugal afrontaban proyectos de renovación que demandaban un estricto control de sus vastos territorios americanos, en particular en la Amazonía. El rey portugués José I tuvo que esperar a la muerte de Felipe V en 1746 para lograr que España acogiera un proyecto de dirimir los pro-
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FERNÁNDEZ-ARMESTO, F. (2006) Los conquistadores del horizonte. Una historia global de la exploración, Barcelona, Destino, pp. 29-40.
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blemas fronterizos mutuos en Asia y América. A pesar de la complejidad de las negociaciones, que duraron cerca de tres años, el 13 de enero de 1750 los plenipotenciarios concluyeron el Tratado de Madrid, cuya característica principal fue el reparto de América del Sur en dos áreas de influencia, el Amazonas para Portugal y El Plata para España2. En el articulado se determinó el curso de la línea divisoria en el Nuevo Mundo; Portugal cedió a España el control sobre el Río de la Plata y las islas Filipinas. España otorgó a los lusos el control de la vasta frontera amazónica. La determinación sobre el terreno de la línea divisoria quedó reservada a dos grandes expediciones de límites, cuyo modelo fue militar. Estuvieron divididas en unidades de demarcación, las partidas, compuestas por un comisario de cada nación, geógrafos, cartógrafos, astrónomos, dibujantes, capellanes, cirujanos, tropa de escolta, personal auxiliar e indígenas de servicio. Según se decidió por los ministros de estado respectivos, la expedición del norte debía ocuparse del trazado de la línea desde los montes de Guayana y confines de Surinam junto a la actual Venezuela hasta la boca del río Jaurú, en el Mato Grosso brasileño. Por su parte, la expedición del sur iría desde allí hasta Castillos Grandes, en el Uruguay. Pronto quedó claro que los futuros expedicionarios tendrían como fin principal el trazado de la línea divisoria, pero también recibirían otro tipo de cometidos, unos propósitos secundarios, como consecuencia de la filosofía política reformista que había gestado el proyecto delimitador. Así, en el caso de la expedición del norte, conocida inicialmente como “del Marañón” pero finalmente bautizada “del Orinoco”, recibieron la orden de obtener noticias sobre las provincias venezolanas a atravesar y las comunicaciones fluviales. También debían fundar pueblos de españoles para defender las fronteras, atraer y dominar a los caribes, pactar con los esclavos huidos de las plantaciones costeras 2
LUCENA GIRALDO, M. (1993) Laboratorio tropical. La expedición de límites al Orinoco, 1750-1767, Ediciones Monte Avila-CSIC, p. 65 y ss.
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holandesas al interior del continente y hasta estudiar el cacao y la canela de la selva con vistas a su posible cultivo y beneficio. Las Instrucciones para la demarcación del norte de la línea divisoria de junio de 1752 y otras cédulas posteriores organizaron la expedición con gran detenimiento. Sus miembros viajarían a Cumaná, capital de la Nueva Andalucía, en el oriente de Venezuela, donde el gobernador les debía proveer de todo lo necesario para adentrarse al interior del continente. Tras remontar el Orinoco cruzarían al Amazonas por el caño Casiquiare, a fin de reunirse con los portugueses en la localidad de Mariuá, sobre el río Negro. Allí se instalaría un “palacio de las demarcaciones” para comenzar los trabajos, según el modelo de la paz de los Pirineos de 1659 entre España y Francia, celebrada en pleno río Bidasoa: “Se ha de hacer una casa de madera o tienda de campaña que sirva para tener las conferencias que se deben hacer [...] ordenándose la referida casa de suerte que en ella haya dos entradas diferentes, una para que entre el comisario principal español y otra para el portugués, poniendo dentro de la referida casa una mesa redonda con dos sillas para los dichos comisarios, las cuales han de estar con el respaldo vuelto a las puertas por donde éstos entran. Además de estas sillas pondrán después los taburetes que sean necesarios para los dos secretarios”3. Los trabajos de fijación de la línea divisoria fueron organizados de modo muy preciso. En Mariuá se reuniría la primera partida para trazar el límite desde el río Javarí hasta el Japurá, ascendiendo luego hacia los montes que se creía existían entre los ríos Orinoco y Amazonas. Una segunda partida debía definir la latitud intermedia entre los ríos Madeira y Mamoré para dirigirse luego hacia el Javarí. La tercera partida fijaría la línea desde la boca del Mamoré hasta el lugar donde el Jaurú vierte 3
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Carta de José de Carvajal a S. M., S/F, S/L, Archivo General de Simancas (En adelante AGS), Estado, 7403.
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sus aguas al Paraguay. Desde allí el trazado de la línea estaría a cargo de la expedición del sur. Aunque no era fácil definir el perfil del expedicionario ideal para llevar a cabo semejante tarea, estaba claro que debía representar con lealtad a la monarquía reformista y tener una buena preparación científica y técnica, resistencia física, dotes de mando y capacidad para sobrellevar las dificultades con entereza. Tres marinos, José de Iturriaga, Antonio de Urrutia y José Solano, y un militar, Eugenio de Alvarado, fueron elegidos como comisarios. El equipo expedicionario se completó con los marinos cosmógrafos Ignacio Milhau, Vicente Doz y Nicolás Guerrero, el piloto Santiago Zuloaga, el instrumentario Apolinar Díez de la Fuente, el astrónomo jesuita Francisco Javier Haller y el botánico Pedro Löfling, un discípulo de Linneo entonces residente en España. Cirujanos, pilotines y personal auxiliar completaron la comitiva. Mientras los preparativos de la expedición del norte llegaban a término, la gran polémica desencadenada por la ejecución del Tratado de Madrid en el sur del continente, con la Guerra guaranítica y el enfrentamiento de los expedicionarios con los jesuitas y los indios, obligó a que los preparativos se efectuaran en el mayor sigilo. A comienzos de 1754 se encontraban, por fin, terminados. Había sido necesario comprar una fragata, la Inmaculada Concepción, y fletar el navío Santa Ana de la Real compañía guipuzcoana, que disfrutaba del comercio exclusivo del cacao venezolano, para disponer del espacio requerido. La búsqueda de libros e instrumental científico se había encargado al comisario José Solano, que había obtenido en Londres y París las dotaciones necesarias4. Por fin, el 15 de febrero
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Entre los instrumentos remitidos para la expedición se contaron un telescopio reflectante de 18 pulgadas, un cuadrante astronómico de un pie de radio, microscopios, cuartos de círculo de uno y dos pies de radio, planchetas, teodolitos, estuches de compases, pantómetra y semicírculo, compases de barra, un pedómetro, globos, relojes astronómicos, telescopios, telescopios de refacción de 8 y 15 pies de largo con micrómetros, lentes, anteojos, micrómetros, máquinas neumáticas, termómetros, tubos para barómetros, un microscopio de incidencia, barras magnéticas, un péndulo y cuatro cámaras oscuras; LUCENA GIRALDO, M. (1993) pp. 132-133.
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de 1754 a las 7.30 de la mañana, tuvo lugar la partida de Cádiz hacia el Nuevo Mundo. La expedición del Orinoco hasta el paso de los raudales Santa Inés de Cumaná estaba situada a un cuarto de legua de la costa oriental venezolana, sobre el valle del río Manzanares. Aunque funcionaba como escala de los barcos que venían de Europa y tenían destino en La Guaira, su importancia distaba de ser la que había tenido en la gran era de la explotación perlífera, finalizada a principios del siglo anterior. La llegada de los expedicionarios tuvo lugar el 10 de abril, tras un viaje caracterizado por la falta de brisas y repetidas calmas. Una vez alojados “en las mejores casas que permitía el país”, comenzaron los trabajos científicos y organizativos. El primer comisario, José de Iturriaga, comunicó al gobernador Mateo Gual sus necesidades, ciertamente extraordinarias. Pues le ordenó entregarle doce lanchas o piraguas y tres o cuatro goletas o balandras artilladas para desplazarse a la ciudad de Guayana, además de otras 25 lanchas, seis curiaras (canoas indígenas), 250 indios bogas (remeros), tasajo (carne seca) y cazabe para un año, todo ello acompañado de cien hombres de tropa y cuatro oficiales baquianos, acostumbrados al país, antes de adentrarse en el Orinoco. El proceso de ruptura entre Iturriaga y Gual, causado tanto por las desorbitadas necesidades de la expedición como por viejos rencores personales, tuvo graves consecuencias. Sólo la ayuda de las gobernaciones vecinas y la capacidad organizativa de los comisarios, que llegaron a promover la construcción de un astillero para contar con embarcaciones adecuadas, hizo posible el avance. En agosto de 1754 partió un primer convoy. Aunque el destino final era Guayana, Solano se encaminó a la isla de Trinidad a solucionar los problemas de transporte, Urrutia se dedicó a reconocer la costa y Alvarado se acercó a las posesiones holandesas en misión de espionaje. En Cumaná permanecieron Iturriaga y
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el equipo de naturalistas, que se ocupó bajo la dirección de Löfling en labores de herborización. Allí adelantaron los trabajos de la “Flora cumanensis”, primera hecha en América según la taxonomía linneana. En marzo de 1755 recibieron la orden de dirigirse a Guayana por tierra, a través de los llanos de Barcelona. Tras vadear el río Güere, Löfling y sus hombres llegaron al caserío de Muitaco, donde tomaron una piragua que los acercó a Santo Tomé de Guayana. El resto de los expedicionarios había sufrido toda suerte de dificultades. José Solano y los guardamarinas que lo acompañaban para instruirse, según el exitoso modelo llevado a la práctica la década anterior por Jorge Juan y Antonio de Ulloa durante la expedición del grado de meridiano al Ecuador, se habían dirigido a las islas de Margarita y Trinidad. El conjunto de trabajos consistía en mediciones astronómicas, levantamientos cartográficos, estudios de temperatura y pluviosidad5. Urrutia y Alvarado, que habían tomado la ruta de la costa, pasaron la desembocadura del Orinoco por la boca de Navíos y remontaron el río para reunirse con sus compañeros. En enero de 1755, las fiebres causaron la muerte a Urrutia mientras se dedicaba a trabajos cartográficos; fue el primero de una larga serie de fallecimientos. Su compañero Alvarado, lejos de amilanarse, se entregó a una frenética actividad. Primero estuvo en Caroní y luego se radicó en Altagracia. Su labor se encaminó a completar un amplio cuestionario que le había entregado Iturriaga y por eso preparó informes sobre las misiones, la quina, el sistema fluvial y el mito de El Dorado, que no tuvo inconveniente en calificar de “fábula dañina”. Aunque llevara el pomposo nombre de ciudad, lo cierto es que Santo Tomé de Guayana era una castigada aldea, reubicada y despoblada numerosas veces desde su fundación en 1595 y habitada entonces por unos 150 soldados y sus familias. Cuando la mayor parte de los expedicionarios se 5
LUCENA GIRALDO, M. Ed. (1999) Viajes a la Guayana Ilustrada, Caracas, BBV-Banco Provincial, pp. 165178.
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reunieron allí, en julio de 1755, habían pagado un alto precio. El primer comisario llegó “derrotado de los aguaceros y crecientes del río [y] dejando atrás la mitad de su convoy”. Casi todos se encontraban tan enfermos que en septiembre pasaron a las cercanas misiones capuchinas a restablecerse. Una carta del instrumentario Apolinar Díez de la Fuente a un amigo suyo señaló por entonces: “No quiero cansar a vuestra merced con noticias melancólicas [...] Sólo le digo que hemos quedado de toda la expedición la mitad, unos mancos y otros tullidos y los demás muriéndose, yo escapé en una tabla en la primera turbonada con todos los sacramentos”6. Entre las bajas más sensibles se encontraba la del botánico Löfling, que se había adentrado en las misiones del Caroní para evitar que el invierno lo dejara aislado en el interior. Su muerte en febrero de 1756 desintegró el equipo de botánicos, que desertaron o fueron incorporados a otras tareas. A pesar de la gravedad de la situación y para sorpresa de todos, el primer comisario Iturriaga no mostró intención de moverse de inmediato hacia el Amazonas, porque según argumentó creía poder acabar con los caribes, aliados de los holandeses del Esequibo, que desde hacía tiempo eran “los dueños del Orinoco”. En esas circunstancias, los comisarios que quedaban, Alvarado y Solano, tomaron en febrero de 1756 el camino de los peligrosos raudales del Orinoco (agrupaciones de rocas, islotes y rápidos), con la esperanza de abrir el camino hacia río Negro, donde los portugueses llevaban tres años esperándoles. Solano, acompañado de 126 indígenas y 13 soldados, se dirigió a los raudales en un convoy que constaba de ocho champanes de carga, una piragua de cocina, tres falúas, tres piraguas y tres curiaras para la pesca. Tras aproximarse a un peligroso despeñadero, logró atravesarlo. Fue un momento trascendental en la historia de la selva amazónica, porque terminó con un verdadero mito, según el cual eran infranqueables. El paso hacia el Amazonas quedaba abierto. 6
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Carta de Apolinar Díez de la Fuente a Manuel Sánchez de Orellana, Caroní, 8 de diciembre de 1755, AGS, Estado, 7389.
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Años de exploración y poblamiento Aunque el paso de los raudales de Atures y Maipures era muy importante, los comisarios carecían de motivos para estar satisfechos. Habían transcurrido dos años y medio desde su llegada a América. Es cierto que algunos de los propósitos secundarios se habían cumplido, pero la consecución del fin principal, el trazado de la línea divisoria con los portugueses, ni siquiera había comenzado. A las bajas producidas se sumaba una alarmante falta de recursos; mientras la expedición no solucionara sus dificultades logísticas, el acercamiento a río Negro era inviable. Una junta de comisarios intentó solventar el problema con varias decisiones. Mientras Iturriaga debía adelantarse a los raudales con todas las fuerzas disponibles, José Solano recibió el encargo de viajar a la capital virreinal, Santafé de Bogotá, a pedir auxilios. Por otra parte, Juan Ignacio de Madariaga viajaría a España a poner en conocimiento de las autoridades lo ocurrido y solicitar ayuda. En el tiempo transcurrido desde la partida de Cádiz en 1754, los cambios políticos habían sido considerables. Mientras el rey Fernando VI languidecía camino de la locura para acabar muriendo de “melancolía involutiva”, el marqués de la Ensenada había sido víctima de una intriga palaciega, y José de Carvajal, principal impulsor del Tratado de Madrid, había fallecido. Los nuevos ministros, Ricardo Wall y Julián de Arriaga, dudaban de la utilidad de unas expediciones de límites caras y problemáticas. Para colmo, el emisario de Iturriaga incumplió su misión y obtuvo un destino menos peligroso. Sólo la necesidad de cumplir un tratado en el que el rey había empeñado su palabra, junto a la posible rentabilidad a largo plazo del proyecto delimitador como parte de las reformas borbónicas, justificó la continuidad. Además de algunas reprobaciones, órdenes y ascensos, Wall y Arriaga enviaron desde España al Orinoco personal, víveres, pertrechos y sobre todo dinero. La resolución más importante fue el nombramiento del mili-
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tar José Diguja como cuarto comisario y gobernador de Nueva Andalucía. La lección se había aprendido. Con Diguja no sólo se incorporaba un militar con experiencia del terreno, sino que se americanizaba la expedición para asegurar su viabilidad. En febrero de 1757, José Solano tomó el camino de la capital bogotana en la esperanza de ser escuchado por el virrey Solís, según pidió Iturriaga, “con amor y compasión”. Aunque se trataba de una ruta conocida desde hacía tiempo a través del río Meta, no dejaba de tener sus riesgos. El viaje duró 53 días, de los que 18 fueron de navegación a vela y los 33 restantes Solano fue por tierra, “atravesando las elevadas y escabrosas sierras de la América Meridional llamadas los Andes”. La visita, que se prolongó hasta finales de año, logró que el virrey entregara 100.000 pesos para la expedición, además de hombres y pertrechos. A su retorno en enero de 1758 al cuartel general en Cabruta, Solano experimentó una nueva sorpresa. Pese a los esfuerzos de todos, el primer comisario Iturriaga seguía sin desplazarse al Alto Orinoco. Sus excusas parecían fundamentadas. El enfrentamiento de los jesuitas con los indígenas Guaipunabis creaba allí una situación de peligro, y la retirada de los comisarios portugueses obligaba a esperar a sus sustitutos. En realidad, Iturriaga carecía de interés por avanzar al Amazonas. Lo que le preocupaba era hostigar a los holandeses y a los caribes con el fin de lograr el dominio español en el Orinoco Medio. Heredero de la estrategia regional de la Compañía guipuzcoana, de la que había sido director, su objetivo era el control de la ruta de la Guayana con Venezuela y Santafé de Bogotá, el camino transversal llanero y continental. El propósito era convertir la región en una enorme plantación tropical, al modo de las islas del Caribe no hispánico. A tal efecto, había ordenado a Vicente Doz y Nicolás Guerrero el reconocimiento del río Apure con el objetivo de establecer comunicaciones entre el Orinoco y los llanos. A fines de 1758 volvió a enviar a Vicente Doz a cartografiar el terreno comprendido entre los ríos Cuchivero y Caura, en busca de lugares para establecer “pueblos de españoles”. Cuatro meses después de su regreso fundaron Ciudad Real
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y Real Corona. Desde allí los españoles pudieron por fin controlar el territorio circundante del Orinoco medio e impedir con garantías de éxito la presencia caribe y el contrabando holandés. Entre 1759 y 1761 se pusieron las bases para la definitiva transformación de la Guayana, desde el Alto Amazonas hasta la frontera brasileña en un territorio integrado al imperio español. Este cambio fue posible gracias a una estrategia basada en dos circunstancias: el valor del territorio amazónico para los españoles en general y la expedición en particular, y la inestabilidad de las relaciones entre los indígenas a causa de la presencia de las misiones jesuitas en el norte y la presión de esclavistas y comerciantes portugueses en el sur. El método seguido por los expedicionarios para entrar en el Alto Orinoco y consolidar su presencia intentó una cierta línea cooperativa. Su principal representante, José Solano, se presentó como socio y benefactor ante los indígenas en el momento preciso, cuando los portugueses estaban exterminando a los Manao. En febrero de 1758, Solano emprendió un nuevo viaje hacia el raudal de Maipures sin alardes de fuerza, en una falúa tripulada por veinte remeros indígenas. A continuación, se acercó al pueblo del jefe Crucero y pactó la fundación de San Fernando de Atabapo en un sitio escogido por ambos. Tras nombrar a las autoridades –Crucero fue designado cacique principal– se comenzaron las labranzas, se procedió al bautizo y adoctrinamiento de los niños y se buscaron pobladores en las gobernaciones vecinas. A finales de año, el pueblo ya contaba con 200 habitantes. Con su existencia, la expedición de límites se garantizó la base de aprovisionamiento que requería para el desplazamiento a río Negro y el propio Amazonas. Por otra parte, el control de la vital ruta de los raudales del Orinoco fue asegurado por Solano mediante la amistad de otros grupos indígenas, a los que extendió en marzo de 1759 el compromiso logrado con Crucero. El acuerdo estableció una verdadera Pax hispánica en la región, cuya manifestación más destacada fue la existencia de una red de pue-
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blos que permitiría a los expedicionarios avanzar hacia el sur. Comenzaba en la misión jesuita de Atures y seguía por San José de Maipures, San Fernando de Atabapo, Santa Bárbara, Buena Guardia de Nuestra Señora de Guadalupe, San Felipe y San Carlos de Río Negro, junto a la frontera portuguesa. La consolidación de la presencia expedicionaria en el Alto Orinoco y las alucinantes exploraciones del nacimiento del río (sólo en 1951 se conocieron sus fuentes) debió mucho a los viajes de Simón Santos, Francisco Fernández de Bobadilla y Apolinar Díez de la Fuente. El dos de agosto de 1759 Santos partió de San Fernando en compañía del sargento Francisco Fernández de Bobadilla. Mientras el primero debía atraerse a los indígenas del Casiquiare y recoger bastimentos, el segundo tenía como misión alcanzar la aldea portuguesa de Mariuá y preparar el avance de la comitiva hasta aquella localidad. El diez de septiembre ambos llegaron al caño Mutuiti, lugar al que iba destinado Santos con orden de establecer nuevas fundaciones. Fernández de Bobadilla, por su parte, alcanzó a principios de octubre el primer pueblo portugués, Tomare. Un día de camino más abajo se encontraba Mariuá, rebautizada como Barcelos, donde lo recibió el teniente coronel Sousa Filgueiras, representante del gobernador luso. Habían pasado seis años desde el comienzo de la expedición en la costa venezolana. En enero de 1760 Fernández de Bobadilla tomó el camino de regreso, llevando noticias de todo lo sucedido a los portugueses desde 1753 y un mensaje conciliador para el primer comisario Iturriaga. Tras dejar atrás San Carlos de Río Negro, Fernández de Bobadilla llegó al caño Casiquiare y ocho días después, en la boca del Orinoco, se encontró con Apolinar Díez de la Fuente. En el camino a San Fernando de Atabapo invirtió cuatro días, llegando a la citada localidad el 10 de marzo. Había tardado solamente 42 días, un verdadero éxito. A finales de 1759, el alférez Santos había fundado San Carlos y San Felipe, un pueblo enfrente del otro, poco más abajo de la entrada del
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caño Casiquiare en río Negro, afluente del Amazonas. Aunque en algún momento Solano soñó con establecer un fuerte español todavía más al sur, la frontera hispano-portuguesa permanecería de hecho en San Carlos hasta el final del período colonial. Esta apertura de la ruta de Río Negro a través del Casiquiare parece ser próxima en el tiempo al hallazgo de una vía alternativa que iba en parte por tierra a través del arrastradero que comunica la cabecera del caño Tuamini, afluente del Atabapo, con el caño Pimichín, que entra en río Negro. El descubrimiento, realizado seguramente en 1759 por Nicolás Guerrero, permitió el ahorro de treinta días de navegación. En esta fructífera etapa las exploraciones fueron continuas. En diciembre de 1759 Apolinar Díez de la Fuente partió de San Fernando de Atabapo, con órdenes de Solano de reconocer los cacahuales silvestres de los ríos Padamo y Ocamo. También de explorar las márgenes y cabecera del Orinoco, buscar lugares aptos para fundar pueblos de indios y españoles y erigir un fuerte en el extremo septentrional del caño Casiquiare. Díez de la Fuente siguió la ruta habitual de remontada del Orinoco. El día 7 de aquel mes llegó a Santa Bárbara. El emplazamiento, según indicó en su Diario, le pareció adecuado: “Hallé aparente [el lugar] y conforme con lo que se me encarga, por ser abundante de aguas, maderas, tierra de labor y demás requisitos necesarios para la economía de una población”. Tras explorar el curso de los ríos, fundó en el extremo orinoqués del caño Casiquiare el fuerte de Buena Guardia. A comienzos de 1760 continuó viaje hacia las cabeceras del Orinoco. El encuentro con los indígenas fue pacífico: “El día 9 vino un fusilero con siete indios Maquiritares que me traían un regalo del capitán Guarape, que constaba de cazabe, frutas y animalejos del país compuestos a su moda”. Después de intercambiar con ellos regalos por víveres, exploró los cacahuales del Padamo y el Ocamo y en marzo continuó viaje. Este se iba haciendo más difícil por lo sinuoso y estrecho del cauce, la lluvia
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y la falta de provisiones. Incluso los indígenas acompañantes abandonaron la exploración. Lo que consideraron el “descubrimiento” del origen del Orinoco tuvo lugar el 11 de abril. Aunque Díez de la Fuente creyó que el nacimiento del gran río estaba en el raudal de los Guaicas, lo que no era cierto, se trató de una verdadera hazaña7. El regreso, por otra parte, fue muy rápido: el 26 de abril alcanzaron San Fernando de Atabapo. Las noticias sobre las riquezas naturales, la disposición a urbanizarse de los indígenas y la existencia de rutas fluviales abiertas fueron las razones que llevaron a José Solano a encargar a Apolinar Díez de la Fuente una nueva exploración de las cabeceras del Orinoco, que tuvo lugar entre agosto y octubre de 1760. Con grandes dificultades por la falta de alimentos, ya que sólo tenían cazabe, el pan de la selva, lograron fundar La Esmeralda en un paraje que parecía idóneo para establecer un pueblo de españoles. A finales de año volvieron a Ciudad Real, cuartel general de la expedición. Entre 1756 y 1759 el segundo comisario Eugenio de Alvarado permaneció recluido en las misiones jesuitas, dedicado a calumniar a Iturriaga y a preparar escritos contra la Compañía de Jesús que en el futuro le rendirían considerables dividendos políticos. Sólo una orden tajante a Iturriaga logró que lo incorporara de nuevo a las tareas de exploración. A finales de 1759 Alvarado partió para Santafé de Bogotá con el objetivo de abrir una ruta desde el Alto Orinoco hacia el interior del Virreinato de Nueva Granada por los ríos Guaviare, Ariare y Guayabero, que debía solucionar los problemas de abastecimiento. Tras un viaje muy dificultoso, logró alcanzar la capital virreinal y entrevistarse con el virrey Solís. Gracias a una actividad febril, logró organizar el abastecimiento por los ríos Ariari y Guaviare, al precio de enfrentarse con casi todos los estamentos sociales del reino. Aunque su proyecto de apertura del que 7
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GRELIER, J. (1953) “La expedición franco-venezolana al Alto Orinoco en 1951”, Boletín de la Academia nacional de la historia, Nº 142, Caracas, ANH, p. 18.
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sería conocido como Camino de Apiay no se llevó a la práctica, el problema básico al que se había enfrentado, la apertura de una ruta transversal que uniera el Caribe con los Andes, sería objeto de distintos intentos de resolución en las décadas posteriores. Mientras Solano culminaba su proyecto de ocupación del Alto Orinoco y el Amazonas y Alvarado se entretenía en la apertura de la ruta virreinal, el primer comisario José de Iturriaga había permanecido fiel a su plan de fundación en el Orinoco Medio, destinado a acabar con el poder de los caribes. A mediados de 1760, los capitanes pobladores de Ciudad Real y Real Corona intentaban captar voluntarios para impedir que sus pueblos tomaran el carácter de colonia penal con el que acabarían revestidos8. Los acontecimientos en la península impondrían un cambio inmediato. Al morir Fernando VI el 10 de agosto de 1759, había desaparecido el último de los grandes personajes alrededor de los cuales se había construido el sueño del entendimiento entre las potencias ibéricas. Su sucesor, Carlos III, tenía una opinión formada sobre el negocio de la línea divisoria. Su hombre de confianza en el reino de las Dos Sicilias, Bernardo Tanucci, había aconsejado ya en 1755 anular el Tratado de Madrid, al que aludió como la “mal proyectada permuta [del Amazonas por el Plata]”. No es de extrañar que uno de los primeros actos de gobierno del nuevo monarca fuera ordenar la detención de los trabajos de los expedicionarios en América, en espera de una decisión definitiva. Cinco meses después, un oficio de la corte comunicaba al embajador portugués la anulación del acuerdo diplomático. Su acta de defunción, el Tratado de El Pardo, firmado el 12 de febrero de 1761, señaló casi como único argumento que todo debía ser “como si el referido [acuerdo] de 13 de enero de 1750 con los demás que de él se siguieron nunca hubiesen existido”. 8
LUCENA GIRALDO, M. (1988) “Gente de infame condición. Sociedad y familia en Ciudad Real del Orinoco, 1759-1767”, Revista Complutense de Historia de América, 24, pp. 177-191.
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El Dorado amazónico y la tensión fronteriza Durante los meses siguientes, comisarios, oficiales, tropas de escolta e indígenas, peones y bogas, que sumaban un contingente cercano a 800 personas, retornaron desde el Amazonas y el Orinoco a sus lugares de origen. Pero no todos. José de Iturriaga decidió permanecer en el Orinoco como comandante general de Nuevas Poblaciones. En 1762 se dirigió al ministro de Indias pidiendo que le enviaran mulas, recipientes de cobre y esclavos a fin de establecer unas plantaciones de caña de azúcar que creía serían muy provechosas para el rey y sus súbditos. Alucinado por el éxito económico de las Antillas británicas y francesas, Iturriaga creía poder construir en la selva de Guayana una especie de nuevo Dorado, racional y geométrico, una utopía azucarera de la que serían excluidos los indígenas (trabajadores flojos e indolentes según su opinión), molestos misioneros y pequeños propietarios. El proceso de exploración del territorio venezolano hasta la independencia estuvo condicionado por estos planes grandiosos. Hay que recordar a este respecto las nuevas exploraciones hacia el origen del Orinoco y los ríos Padamo y Ocamo, en busca de cacao silvestre, efectuadas en 1764. O la tentativa de Apolinar Díez de la Fuente en 1767 para alcanzar el sitio de La Esmeralda, donde permaneció ocupado en poblar, buscar minerales y explorar cacahuales silvestres. La tensión regional no decreció con el final de la expedición al Orinoco: todo lo contrario. En octubre de 1768, el ministro de Indias Julián de Arriaga inquirió al nuevo gobernador de Guayana, el capitán de artillería Manuel Centurión, sobre lo sucedido en los experimentos con los recursos naturales que se habían hecho durante la última década. En su respuesta, se mostró cauto. El problema según expresó no era la falta de recursos naturales, sino la carencia de poblaciones: “Hallo, Excmo. Sr., imposibilidad de comerciarse al presente los abundantes cacahuales que expresa por lo remoto de aquellos parajes sin civil población, y por esta razón destituidos de los auxilios que facilita el comercio”.
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Aquella era una opinión muy importante, porque el todavía capitán Centurión, guiado por una férrea voluntad y decidido a extender a toda costa el poder del rey contra indígenas díscolos y misioneros demasiado independientes, mejoraría en los años siguientes la defensa del Orinoco, promovería diversas exploraciones y llevaría a la máxima expresión la teoría de la frontera efectiva como frontera poblada. No es difícil comprender su extraordinario interés en la cartografía y su voluntad, casi obsesiva, de que se conociera la última región amazónica desconocida para los españoles, el Parime, en la actual frontera de Venezuela con el norte de Brasil. Conseguir llegar hasta allí, a la mítica tierra de la laguna dorada, fue su obsesión, porque representaba el triunfo sobre díscolos misioneros, indios no reducidos y los tradicionales enemigos de la corona en la región, holandeses y portugueses. A tal fin, Centurión promovió una serie de exploraciones que constituyeron la última búsqueda de El Dorado. La primera de ellas salió de Angostura junto al Orinoco en enero de 1772, y estuvo a cargo del teniente Nicolás Martínez, a quien acompañaron dos franciscanos observantes, un sargento, un cabo, doce soldados, un cosmógrafo y dos intérpretes. Tras remontar el Caura hacia el interior del continente, se dirigieron al cercano río Cuato, donde decidieron permanecer en espera de la estación lluviosa. Poco después alcanzaron el río Paragua y el Paraguamusi, donde se les unieron refuerzos, pero el riesgo de quedar aislados les obligó a regresar a La Barceloneta, a la que llegaron el 24 de septiembre de aquel mismo año. Apenas unos meses después, en marzo de 1773, salió de Angostura la Real expedición de la Parima. Comandada por el teniente Vicente Díez de la Fuente, constaba de 125 hombres e indios auxiliares. Una vez alcanzado el Alto Paragua, un grupo de expedicionarios se adelantó al Uraricoera y el Tacutú, donde gracias a las alianzas establecidas con los indígenas fundaron los pueblos de Santa Rosa de Curaricara, San Juan Bautista de Cada Cada y Santa Bárbara, que representaron la máxima expansión alcanzada por los españoles en aquella región amazónica.
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Durante los meses siguientes, se dedicaron a consolidar las posiciones obtenidas. Hacia 1775 la tensión regional alcanzó su punto culminante, ya que a la saturación de noticias sobre la situación de holandeses, portugueses y españoles se sumaron las cada vez más violentas revueltas indígenas. Pese a todo, en octubre de 1775 el gobernador Centurión promovió una tercera expedición al Parime, que fue puesta a cargo del venezolano Antonio López, a quien acompañaron, entre otros, el célebre intérprete de caribes Isidoro Rondón, treinta indígenas y un minero. Tras partir de Guirior, los expedicionarios atravesaron los pueblos del Parime, ascendieron el río Tacutú hasta el cerro Apucuamo o Dorado y tomaron diversas muestras de mineral. A su regreso, fueron apresados en la boca del río Mao por un contingente portugués, que les trasladó de inmediato al Pará9. Con la captura de esos hombres devino el fin del sueño doradista de Manuel Centurión, aunque la dinámica de las exploraciones no se detendría.
La comisión del Marañón Ante el estado de guerra no declarada entre las monarquías española y portuguesa, el rey de Francia Luis XVI ofreció en 1775 su mediación para resolver las diferencias: era un intento de atraer a Portugal a la alianza hispano-francesa sellada en los Pactos de Familia. El todopoderoso marqués de Pombal, ministro luso, contestó a la oferta en términos ambiguos, pero solicitó al ministro de Estado español, marqués de Grimaldi, el inicio de conversaciones. Estas no fructificaron, de modo que en 1776 se produjo un conflicto armado, que pilló al aliado preferente
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LUCENA GIRALDO, M. (1992) “La última búsqueda de El Dorado. Las Expediciones al Parime (1770-1776)”, Iberoamericana Pragensia, XXVI, 67-86.
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de Portugal, Gran Bretaña, en posición de debilidad por el comienzo de la revuelta de los colonos de América del Norte: la guerra de independencia de Estados Unidos había comenzado. Aunque una gran expedición contra los portugueses que partió de Cádiz en noviembre de 1776 hacia la isla de Santa Catalina al mando de Pedro de Cevallos, primer virrey del Río de la Plata, logró grandes éxitos, el aislamiento diplomático, la muerte del rey y la destitución del marqués de Pombal en febrero de 1777 en el caso de Portugal, y en el español la sustitución del marqués de Grimaldi por el conde de Floridablanca, la continuidad de la relación dinástica con la corona lusa y el riesgo de un ataque británico, acabaron llevando de nuevo a la negociación a las monarquías ibéricas. Los plenipotenciarios se pusieron de acuerdo con una rapidez inusual y firmaron el 1 de octubre de 1777 en San Ildefonso un Tratado preliminar de límites de las posesiones respectivas en América y Asia. Fue, por tanto, un instrumento diplomático concebido con un carácter temporal, en espera de que se pudiera elaborar un acuerdo definitivo. Constaba de 24 artículos y debía servir de base para uno de perpetua e indisoluble amistad, uno de paz y otro definitivo de límites. No representó, por tanto, la culminación del desarrollo y la evolución del problema fronterizo luso-hispano, sino un cese de hostilidades, un statu quo a partir del cual se podía empezar la verdadera negociación. Tras hacer votos por una paz perpetua, el Tratado ratificaba otros precedentes y fijaba las posesiones mutuas. Quedaban para España la Colonia de Sacramento, la isla de San Gabriel y los siete pueblos del Paraguay, cuya entrega había causado la Guerra Guaranítica en 1754. Para Portugal, Río Grande de San Pedro y el Yacuí, además de grandes áreas amazónicas. Una zona neutral separaría los dominios de ambas coronas. En Asia, Portugal renunció a sus derechos sobre las islas Marianas y Filipinas y por unos artículos separados en África cedió Annobón y Fernando Poo, a fin de que
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España se estableciera allí y comerciara con esclavos en las costas vecinas. Entre los artículos VII y XII se fijó la línea divisoria continental, que en la Amazonía quedó definida de forma muy similar a la de 1750, si bien pretendió resguardar los establecimientos portugueses de los ríos Japurá y Negro sin afectar a los españoles, o evitar intromisiones mutuas en las zonas señaladas como neutrales. La puesta en marcha de la demarcación amazónica fue difícil. Tras interminables debates de la junta de límites, una instrucción de 1778 señaló que una “cuarta partida”, encargada del trazado en la zona más septentrional del continente, partiría de San Fernando de Pebas, en la Audiencia quiteña, y bajaría hasta la desembocadura del río Japurá en el Amazonas. Tras reunirse con los portugueses, el comisario y sus hombres llevarían adelante el trazado en los confines del virreinato peruano, la audiencia quiteña, el virreinato de Nueva Granada y la capitanía general de Venezuela, hasta el final de la línea divisoria en el océano Atlántico. Las tareas de organización de la que sería conocida como comisión del Marañón fueron encargadas al antiguo comisario de límites y virrey de la Nueva Granada, Manuel Antonio de Flores. Este designó como primer comisario a Ramón García de León Pizarro (que causaría baja), al ingeniero militar Francisco de Requena y Herrera como su ayudante, al capitán de milicias Felipe de Arechua como segundo comisario y al antiguo instrumentario de la expedición del Orinoco Apolinar Díez de la Fuente como astrónomo. También fueron incorporados dibujantes, capellán, cirujano y personal de apoyo. Requena, que como ingeniero militar era el único con formación técnica, se tuvo que ocupar en solitario del mando político y científico de la comisión. Los augurios bajo los que comenzó no pudieron ser peores. Además del cambio de personal, los instrumentos para la demarcación (cuarto de circulo, péndulo o reloj astronómico, anteojo, teodolito, relojes, micrómetro, termómetro, agujas y barómetro) no llegaron hasta
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1782, e incluso el mapa destinado a los trabajos de delimitación se perdió en el correo. Los expedicionarios partieron en enero de 1780 de Quito hacia el Amazonas. Tras pasar por Omagua, su llegada a la fortaleza de Tabatinga –estratégico punto de reunión con los portugueses que debía ser entregado a los españoles– tuvo lugar el 7 de marzo de 1781. Las primeras diferencias se produjeron entonces. Según indicaba el artículo XX del tratado, la localidad y la margen norte del Amazonas desde la entrada del río Javarí hasta la boca más occidental del Japurá pasarían a España, pero una discusión sobre la indemnización a pagar paralizó su entrega a Requena. La petición portuguesa de entrega de los fuertes españoles de Río Negro, además de escandalizar al comisario español, aumentó las suspicacias. Pese a todo, en julio de 1781 los expedicionarios comenzaron los trabajos en el Javarí, en cuya boca colocaron un obelisco de señalización. Al mes siguiente, partieron con el fin de determinar cuál era la boca más occidental del Japurá, cuestión que se habría de convertir en el escollo básico de la delimitación amazónica. Tras una pequeña exploración regresaron a Tefé. La situación de los expedicionarios españoles era pésima; Requena estaba enfermo, carecía de astrónomo y tenía problemas logísticos por los obstáculos de los portugueses al suministro de víveres y embarcaciones desde Mainas y el Orinoco10. Sobreponiéndose a los contratiempos, en febrero de 1782 partieron a un nuevo intento de demarcación del Japurá. Después de navegar con grandes dificultades por rápidos y cataratas, españoles y portugueses lograron llegar a la boca del río Apaporis y subieron hasta el río Yarí o de los Engaños. La fiebre y la disentería les obligaron a retornar. En junio de 1782 reiniciaron el ascenso del Apaporis, pero la dificultad del terreno y las epidemias les obligaron a regresar definitivamente a Tefé, donde llegaron al mes siguiente. A partir de este momento, entra10
LUCENA GIRALDO, M. Ed. (1991) Francisco de Requena. Ilustrados y bárbaros. Diario de la exploración de límites al Amazonas (1782), Madrid, Alianza Editorial, p. 65 y ss.
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ron en una fase de parálisis. Las diferencias sobre la entrega de Tabatinga, la situación de la boca más occidental del río Japurá y el trazado de una línea que dejara cubiertos los establecimientos portugueses entre los ríos Japurá y Negro sin perjudicar a los españoles del Orinoco no se resolvieron. Nuevas exploraciones de los ríos Japurá, Apaporis, Mesai y de los Engaños e interminables consultas a las cortes peninsulares no sirvieron de nada. Por fin, a fines de 1790, después de permanecer más de cuatro años en Tefé sin resultado alguno, Requena decidió retirarse a la gobernación de Mainas, dando término a su tarea en el Amazonas11. En 1793 regresó a España. Su sucesor fue el gobernador de Mainas Diego Calvo, que preparó para su remisión los mapas y manuscritos de la Comisión, enviados a España en 1796. La disolución definitiva no tuvo lugar hasta 1804; aunque la colaboración hispano-portuguesa en la tarea de delimitación se había mostrado inviable, todo lo ocurrido desde mediados de siglo había transformado la región para siempre. Como ha señalado Neil Safier, “los trazos de la presencia humana a menudo eluden los espacios fronterizos de los mapas imperiales”12. Aquel borde selvático de Occidente en el que se había convertido la Amazonía sería ya también, para siempre, una frontera abierta de la globalización.
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BEERMAN, E (1996) Francisco Requena: La expedición de límites. Amazonia, 1779-1795, Madrid, Compañía Literaria, p. 52. SAFIER, N. (2009) The confines of the colony. Boundaries, Ethnographic landscapes and Imperial cartography in Iberoamerica”, Ackerman, J. R. Ed. The imperial Map. Cartography and the mastery of Empire, Chicago, University Press, p. 183.
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IV. Balances provisionales
Las enfermedades viajeras Guillermo Olagüe de Ros
Salud y enfermedad en la América anterior a la Conquista: El mito del Edén precolombino Hace ya tiempo quedó claramente demostrado que la América prehispánica estuvo sometida a las mismas condiciones morbosas que Europa. No existió pues un paraíso que desapareció tras la llegada de los españoles. En su revisión sobre el tema, Austin Alchon (1999) ofrece un panorama detallado de las difíciles condiciones de vida de las poblaciones americanas en esa fase previa. Por otro lado, la existencia de prácticas curativas, tanto en el México anterior a la llegada de Hernán Cortés como en la cultura inca (Hernández Rodríguez, 1982; Verano y Lombardi, 1999; Cárdenas de la Peña, 2003; Ortiz de Montellano, 2003; Mandujano Sánchez y cols., 2003; Musso, 2004) y de medidas de salud pública (Harvey, 1981) hablan a favor de la no existencia de ese edén americano. Finalmente, diversos estudios de Francisco Guerra y María del Carmen Sánchez-Téllez han puesto de evidencia un sinfín de enfermedades que ya estaban presentes antes de la conquista española (Guerra, 1988a y 1988b; Guerra y Sánchez-Téllez, 1990; Sánchez-Téllez y Guerra, 1986).
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En este trabajo pretendo ofrecer un panorama general sobre la enfermedad en el mundo americano. En primer lugar trataré de algunos de los males que ya existían antes de la presencia de los españoles, o bien, que surgieron como propios tras su llegada, y en segundo término abordaré las consecuencias del intercambio epidemiológico, es decir, de las enfermedades nativas de ese mundo americano que se introdujeron en Europa, y de las de este continente, que eran desconocidas en América, y que fueron exportadas como resultas de los viajes al Nuevo Mundo. No es mi objetivo narrar detalladamente cada una de las patologías, aunque procuraré dar cuenta del momento en que, por primera vez, las enfermedades procedentes de Europa eclosionaron en la América hispana. Por razones obvias me extenderé con más detalle en la viruela, enfermedad desconocida en América, importada de España y que tuvo consecuencias realmente catastróficas. La presencia de la viruela en el Nuevo Mundo movió a Carlos IV en 1803 a programar una Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, cuestión que también abordaré, la primera empresa a gran escala preventiva contra esta enfermedad, gracias a que Edward Jenner, un médico inglés, había descubierto un método efectivo contra la misma en 1796. Una última observación que debo hacer es que la identificación de algunas de las enfermedades que más adelante comentaré se ha hecho, históricamente, en base a los testimonios escritos dejados por los cronistas, o bien a partir de restos humanos, en aquellas con afectación ósea. Sin embargo, la unanimidad entre los estudiosos en cuanto al diagnóstico no ha sido absoluta, dado que el cuadro clínico descrito en varias de ellas es bastante parecido. Durante mucho tiempo se pensó, por ejemplo, que la primera epidemia importada por los españoles en América, concretamente en La Española en 1493, fue de viruela, pero interpretaciones más recientes han concluido que se trató de gripe suina. Esta falta de unanimidad en algunos diagnósticos retrospectivos da razón de que algunos procesos analizados por mí hayan sido considerados por otros analistas como enfermedades distintas.
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El Cocoliztli Una de esas enfermedades propias, que afectó fundamentalmente a jóvenes indios de amplias zonas de México, fue el cocoliztli, un término náhuatl que significa enfermedad o pestilencia. En la última década un grupo de historiadores, encabezados por Acuña Soto, en una serie de trabajos que citaré a lo largo de esta exposición, han analizado esta patología y han demostrado con bastante convicción que no fue importada por los europeos y que fue propia de México, estallando de forma inusitada apenas 20 años después de la conquista española. Sus devastadores efectos desde el punto de vista poblacional, especialmente las crisis de 1545-48 y 1576-1578, las mejor conocidas, incluso superaron a algunas de las epidemias aparecidas tras la llegada de los europeos1. Según Carral Cuevas, como consecuencia de estos dos brotes epidémicos de cocoliztli las autoridades españolas modificaron su política de encomiendas a perpetuidad y emprendieron medidas activas de protección de las poblaciones nativas2. Se han conservado dos testimonios, de Francisco Hernández y Alonso López de Hinojosa, en los que se describe minuciosamente la sintomatología y patocronia de los afectados precisamente durante el brote de 1576, uno de los más terroríficos. Según Hernández “Las fiebres eran contagiosas, abrasadoras y continuas, mas todas pestilentes, y en gran parte letales. La lengua seca y negra. Sed intensa, orinas de color verde marino, verde vegetal y negro, mas de cuando en cuando pasando la coloración verdosa a la pálida. Pulsos frecuentes y rápidos, más pequeños y débiles. De vez en cuando hasta nulos. Los ojos y todo el cuerpo amarillos. Seguía delirio y convulsión, postemas detrás de una o ambas orejas, y tumor duro y doloroso, dolor
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ACUÑA-SOTO, R.; STAHLE, D.W.; CLEAVELAND, M.K.; THERRELL, M.D. (2002). CARRAL CUEVAS (2008).
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de corazón, pecho y vientre, temblor y gran angustia y disenterías. La sangre que salía al cortar una vena era de color verde o muy pálido, seca y sin ninguna serosidad… Les manaba sangre de los oídos; a muchos en verdad fluíales la sangre de la nariz, de los que recaían casi ninguno se salvaba. Con el flujo de la sangre de la nariz muchos se salvaban, los demás perecían. Los atacados de disentería en su mayor parte ordinariamente se salvaban, ni los abscesos detrás de la oreja eran mortales… sino que espontáneamente maduraban…”3. Por su parte, el jesuita López de Hinojosa (1525-1597) se expresaba así: “… los enfermos tenían excesiva sed. Nunca se hartaban de agua, porque eran tanto el calor del veneno que en el estómago y corazón tenían, que les subían aquellos humos al cerebro que a dos días se tornaban locos… Se paraban los heridos de este mal muy amarillos y atiriciados. La orina que hechaban (sic) los enfermos era muy retinta, como vino bloque y… muy gruesa y espesa. Los que orinaban mucho eran los que vivían”4. Además de estos dos brotes, Acuña Soto y colaboradores han identificado hasta doce epidemias más de esta enfermedad en el México hispano5. 3
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Francisco Hernández (1517-1587) fue comisionado por Felipe II para estudiar la historia natural de Nueva España. En México fue testigo de las autopsias practicadas por López de Hinojosa. En los años 50, Somolinos d’Ardois dio a luz el testimonio de Hernández acerca de esta enfermedad, que se había conservado en el Archivo del Ministerio de Hacienda en Madrid (MARR, J.S.; KIRACOFE, J.B. (2000), pág. 348). El texto de Hernández en: CUENYA MATEOS (1997), pp. 25-26. LÓPEZ DE HINOJOSA, A. (1578). Suma y recopilación de cirugía con un arte para sangrar muy útil y provechosa. México, Antonio Ricardo. Hinojosa, con Juan de la Fuente, realizó la primera autopsia en Nueva España, en el Hospital Real de Indios, precisamente a un indio fallecido de cocoliztli. De la obra de López de Hinojosa se hizo una segunda edición en 1595 (México, Pedro Balli). El fragmento de López de Hinojosa en CUENYA MATEOS, op. cit., pág. 26. 1559, 1566, 1576, 1587, 1592, 1601, 1604, 1606, 1613, 1624, 1642, 1736 y 1813-1815. de ellas, las de 1736 y 12813 fueron, tras las dos ya citadas, muy malignas (ACUÑA-SOTO, R.; CALDERÓN ROMERO, L. y MAGUIRE, J.H., 2000). En el caso concreto de Puebla, VOLLMER (1973) ha mostrado que el brote de 1736 fue de más importancia que el de 1576-78, un 32% frente al 18%.
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El cocoliztli se caracterizó, pues, por tratarse de una fiebre hemorrágica, que se acompañaba de sed intensa, dolor de cabeza, confusión y delirio, gangrena de los labios, ictericia, erupciones petequiales, pústulas y abscesos posauriculares, congestión pulmonar, hemoptisis, dolor en tórax y abdomen, y en su fase final de ansiedad, delirio, convulsiones y coma. Las hemorragias eran fundamentalmente nasales, por boca, ojos, oídos y pulmones6. Su curso era muy rápido, apenas cuatro días, y solía terminar con la muerte del paciente, normalmente jóvenes nativos en torno a la treintena. Acuña Soto (2002, 2004, 2005 y 2008) y Therrel y colaboradores (2004) han concedido a los cambios climáticos un papel fundamental en el curso de la enfermedad7. En efecto, en las dos epidemias del siglo XVI el cocoliztli estalló en periodos de abundantes lluvias tras grandes sequías, que favorecieron la difusión del proceso. Además, la enfermedad surgió y se expandió en las zonas interiores de México, no afectando a las planicies costeras, mucho más cálidas. Acuña (2002) apunta a que el cocoliztli fue causado por un virus, siendo roedores su reservorio natural. Las pésimas condiciones de vida de la población indígena contribuyeron a la expansión del virus, probablemente un arenavirus o hantavirus, aún no identificado pero que quizás sigue latente esperando condiciones favorables para su eclosión (Acuña Soto y cols., 2008). Los efectos en la población de los dos episodios comentados fueron muy importantes. Acuña Soto y colaboradores (2002), y QuintanillaSorio (2005) han estimado que la mortalidad por esta fiebre hemorrágica fue muy parecida a la epidemia de peste negra europea de 1348. La crisis de 1545 supuso la pérdida de entre 12 y 15 millones de habitan6 7
MARR, J.S.; KIRACOFE, J.B. (2000). Otros estudiosos también han advertido de la importancia de las variaciones climáticas en México. Concretamente, ENDFIELD, Georgina. (2007), ha señalado las consecuencias de los periodos de sequía y grandes lluvias en el curso de la economía mexicana de los siglos XVII y XVIII.
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tes (un 80% de la población nativa), y en la de 1576 falleció más del 50% de los cuatro millones que habían sobrevivido a la primera epidemia (Acuña Soto y colaboradores, 2002 y 2004). México no recuperaría la población indígena a los niveles previos a la presencia de esta enfermedad hasta entrados el siglo XIX. Pinta o Mal de Pinto También conocida como ccara, carate, overia, o enfermedad de León Blanco (en honor de este estudioso cubano que aisló al germen causal), es una treponematosis causada por el treponema carateum, de transmisión no sexual, con mayor incidencia en poblaciones con malas condiciones higiénicas, y que cursa con una decoloración intensa de la piel. Se desconoce el vector de la enfermedad, aunque su transmisión es posible a partir de pequeñas heridas en piel. Es la treponematosis más antigua. Los casos se concentran con más abundancia en México, América Central y del Sur, especialmente en Perú y Venezuela. Hay testimonios acerca de la misma desde la época de la dominación hispánica (Weiss, 1947; Márquez, 1956; Vegas y Medina, 1960-1961). Leishmaniosis americana, espundia, uta, o úlcera de los chicleros Es un proceso patológico causado por distintos tipos de leishmania, un protozoo aclimatado en amplias zonas, siendo diversos animales su reservorio habitual (roedores y perros). El vector que transmite la enfermedad al hombre es un mosquito flebotomo. En oriente produce la leishmaniosis cutánea, y su radio de acción alcanza también a África. La otra forma, la visceral, conocida a partir del siglo XIX, se denomina kalaazar, y es mucho más grave y mortal que la cutánea. Esta segunda forma tuvo amplia difusión en España a principios del siglo XX. Gustavo Pittaluga (1876-1956) fue el primero en describir la enfermedad en 1912 en Tortosa. Dos años después, Francisco Camacho Aleixandre y Fidel Fernández Martínez (1890-1942) hallaron nuevos pacientes de kala-
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azar en las costas de Granada y Almería (Olagüe de Ros, 2001). La enfermedad no ha desparecido totalmente de nuestra península. En los últimos años, además, se han notificado coinfecciones de kala azar y sida. En América, la enfermedad está prácticamente presente en todo el continente sudamericano y se manifiesta de diversas formas. En la península del Yucatán la responsable es la leishmania tropica mexicana, y cursa con una única úlcera que perdura durante unos seis meses (úlcera de los chicleros), localizada preferentemente en el pabellón de la oreja. En la Amazonía, Panamá y Paraguay se conoce a esta enfermedad como espundia, y su responsable es la leishmania brasiliensis. Se inicia con una úlcera que al cabo de 5 a 25 años se extiende a boca y recto. La tercera forma es la uta, y es más abundante en Perú y Argentina. Cursa con lesiones en nariz y boca. Algunas cerámicas antropomorfas de la cultura Tomaco-La Tolita de Colombia y Ecuador, que presentan ulceraciones nasales y pérdida total de la nariz, se han interpretado como representación de esta patología. Finalmente la leishmaniosis leproide ocurre en Venezuela, produce nódulos cutáneos no ulcerativos que, en ocasiones, son difíciles de distinguir de los propios de la lepra, de ahí su nombre. Hay diversos testimonios de la época hispánica que evidencian la presencia de esta enfermedad de manera clara (Guerra y Sánchez-Téllez, 1990). Se calcula que en torno a doce millones de habitantes padecen este proceso en todo el mundo (Allison, 1995a). Verruga peruana, enfermedad de Carrión, o fiebre de La Oroya Es un endemismo propio de Perú, Ecuador y Colombia, causado por la Bartonella Bacilliformis, y transmitida por el mosquito hembra del Phlebotomus Verrucarum, que es exclusivo de los países citados8. El germen parasita en la sangre humana, dando lugar a una intensa anemia 8
Se llama así en honor del médico peruano de origen argentino Alberto Leopoldo Barton Thompson (1870-1950), que fue quien describió en 1905, por primera vez, a este agente causal (GONZÁLES, R. y cols., 2007).
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hemolítica con fiebre (Fiebre de La Oroya) a la que sigue la erupción cutánea que se conoce como “Verruga Peruana”, y que evoluciona en varias fases: miliar, nodular y mular. Se han conservado cerámicas incaicas antropomorfas en las que, probablemente, se muestran pacientes afectos de este proceso. Es muy posible que los conquistadores españoles llegaran a tener conocimiento de la misma. Hay abundantes testimonios escritos que la describen claramente. Por ejemplo Guerra y Sánchez-Téllez (1990) recogen el testimonio de Antonio de Herrera y Tordesillas (1601), que en su Historia general de los hechos de los castellanos en las Islas y Tierra Firme del Mar Océano, la comenta de esta manera: “aconteció acostarse sanos [los conquistadores] y levantarse hinchados y algunos muertos, otros con los miembros encogidos, tardando 20 días en sanar. Nacíanles verrugas encima de los ojos y por todo el cuerpo con grandes dolores que causaban impedimento y fealdad, y dábales pena no saberse curar enfermedad tan contagiosa. Los que se las cortaban se desangraban tanto que pocos escaparon”9. En el siglo XIX tuvo lugar, en el transcurso de la construcción del ferrocarril de Lima a La Oroya, un brote epidémico de notables proporciones. Daniel Alcides Carrión (1857-1885), un estudiante de medicina, se auto inoculó la enfermedad para demostrar que este brote era una fase en la evolución de un único proceso. Por desgracia, Carrión falleció a consecuencia del mismo (Pamo Reyna, 2003; García-Cáceres, 2006). Treponematosis Junto al Mal de Pinto, que ya he comentado, en las poblaciones indígenas americanas se dieron otras treponematosis, además de la sífilis, como 9
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GUERRA y SÁNCHEZ TÉLLEZ (1990), pág. 34.
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la fambresia, bubas, pian o yaws, causada por el treponema pertenue, y la treponárida o sífilis endémica, debida al treponema pallidum endemicum. Hay una abundante literatura acerca de la evolución biológica de los gérmenes responsables de las treponematosis. Sin extenderme en la teoría que defiende que todos los gérmenes de este grupo son consecuencia de una evolución natural a partir de un germen común (unitaria), o bien que son diferentes y que han sufrido un proceso de mutación (evolucionista), parece estar claro que una buena parte de las treponematosis ya existían en América antes de la llegada de los españoles. Se han encontrado abundantes restos óseos precolombinos con lesiones causadas por treponemas. Con todo, como ha señalado Kiple (1995) en relación con estas enfermedades, el debate no se ha cerrado, pues “no existe todavía consenso acerca de su lugar o lugares de origen, ni sobre su antigüedad”10. En la frambesia lo característico son las lesiones cutáneas, que evolucionan a una hiperqueratosis, y gomas en huesos. Hay evidencia de su presencia en el Perú precolombino. Además, hay abundantes testimonios literarios que hablan positivamente de su existencia antes de la llegada de los españoles (Guerra, 1990). La sífilis treponárida o endémica, también conocida como bejel, es típica de la infancia. Se inicia con lesiones orales y erupción en axilas. Cuando alcanza al hueso, con preferencia la tibia, produce una periostitis (tibia en sable). A veces, no es fácil distinguir las lesiones cutáneas y óseas de la frambesia y los de la sífilis venérea. La Ciguatera Es una intoxicación como resultas de la ingesta humana de peces carnívoros que, al comerse a su vez a los herbívoros, ingieren también la 10
KIPLE (1995), pág. 1055.
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ciguatoxina de la que estos son portadores. La toxina es producida por un dinoflagelado (gambierodiscus toxicus), que vive en algas o en el coral, en los mares tropicales. Se calcula que anualmente se envenenan unas 50.000 personas. El cuadro clínico es florido, con afectación neurológica, gastrointestinal, cardiorrespiratoria y alteración vegetativa, suele durar días, aunque algunas manifestaciones neurológicas perduran a veces años (Laurent y cols., 2005; Kipping y cols., 2006). Una de las más acabadas descripciones de esta contaminación se debe a Antonio Parra, que le dedicó un epígrafe en su Descripción de diferentes piezas de Historia Natural, las más del ramo marítimo, publicada en 1787 en La Habana (Imprenta de la Capitanía General)11. La frecuencia de viajes turísticos a países tropicales da cuenta de la existencia de casos de ciguatera en personas foráneas que han comido peces emponzoñados y manifiestan el cuadro clínico de regreso a su país de origen. La presencia de algunos casos en Canarias por ingesta de peces portadores de la ciguatoxina capturados en aguas de esas islas en los años 2008 y 2009 ha llevado al gobierno de esa Comunidad Autónoma a establecer una normativa de intervención en caso de aparición de la enfermedad (Protocolo de actuación para la vigilancia…, 2009). El intercambio epidemiológico Presencia en Europa de enfermedades procedentes del mundo americano 1. La enfermedad de Chagas, Tripanosomiasis cruzi o Tripanosomiasis americana Hay testimonios bastante sólidos acerca de la presencia de esta patología en momias de más de dos mil años procedentes del Valle de Tara11
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PARRA, A. (1787). Siguatèra, págs. 105-111. Comentarios de otros tratadistas que también analizaron la enfermedad en: MIRA GUTIÉRREZ (1989).
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paca, al norte de Chile. Además de cerámicas mochicas que muestran las lesiones ocasionadas por esta enfermedad, Guerra y Sánchez-Téllez (1990) han dado cuenta de abundantes vestigios de portugueses de los siglos XVI a XVIII en los que se describen de manera clara los síntomas y signos de la misma. Actualmente es una enfermedad endémica en amplias zonas de Suramérica, del Caribe y áreas de los Estados Unidos, siendo originaria de Brasil. Está producida por el Tripanosoma cruzi, un protozoo que vive en una amplia variedad de animales domésticos y salvajes (perros, gatos, armadillos, monos y otros más). Su transmisión al hombre precisa de vectores, básicamente insectos (conocidos en Argentina como vinchucas, en Ecuador como chinchorros y en Perú como chirimachas), los cuales depositan sus heces, que están repletas de tripanosomas, en aquellos lugares donde han mordido, con lo que se inicia el ciclo reproductivo de la enfermedad. El proceso morboso evoluciona en tres fases: una aguda, que dura aproximadamente un mes, cursa con fiebre, adenitis y alteraciones oculares. La mortalidad se da en un 10% de los afectados, y es debida a miocarditis y alteraciones pulmonares. Los que sobreviven entran en una fase intermedia, que puede durar hasta veinte años, en la cual no hay manifestaciones clínicas, aunque existen alteraciones del esófago, del ritmo cardíaco y de la motilidad peristáltica intestinal. La etapa crónica es el principal motivo de defunción en áreas endémicas, los pacientes presentan hipertrofia cardiaca y alteraciones del aparato digestivo, megacolon o megaesófago (Allison, 1995b). El inicial conocimiento científico de la misma se debió a Carlos Chagas (1879-1934), un médico brasileño, que describió el agente causal, el vector y sus principales notas epidemiológicas por primera vez en 1909. Recientemente, Portús Vinyeta (2009) ha advertido que entre la población sudamericana residente en España hay índices relativamente altos de personas que padecen este mal (entre 48.000 y 87.000 personas). La lle-
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gada de los vectores, las transfusiones sanguíneas u otras modalidades, pueden ser causa de una presencia preocupante de casos en nuestro país. 2. Fiebre amarilla o vómito negro Es una enfermedad causada por un virus del grupo B, y que es transmitida por el Aedes aegypti, al igual que el dengue. Cuenta con una abundante polisemia, pero me referiré a ella con los dos nombres que figuran en el encabezado, pues expresan muy gráficamente sus síntomas más llamativos: ictericia y hemorragias, fundamentalmente gástricas e intestinales; se acompaña además de fiebre elevada y dolor de cabeza. Antaño fue un proceso con altas tasas de mortalidad (de un 20 a un 70%), aunque en la actualidad se han reducido muy significativamente (Cooper y Kiple, 1995). Es propia de países con clima templado, con mayor incidencia en los meses de verano, y con una presencia menos constante en las ciudades del interior. Es muy probable que la fiebre amarilla hiciera presencia en el mundo americano a partir de 1498, tras el tercer viaje de Colón que, antes de atracar en América, hizo escala en la Islas de Cabo Verde, en la que probablemente la fiebre amarilla era ya endémica, a partir del foco africano del Golfo de Guinea. El hecho es que cuando desembarcó la tripulación de Colón en la isla de Santiago, muchos de los marineros ya sufrían el mal, lo que le obligó a abandonar rápidamente la isla (Guerra y SánchezTéllez, 1990). Es decir, la enfermedad, de origen africano, fue introducida por los españoles, aunque bien es cierto que todavía no ha quedado resuelto definitivamente el posible origen americano de la misma. Se sabe de la presencia de epidemias de vómito negro en la península de Yucatán en 1648, y en La Habana en 1649. En Europa hay constancia de su presencia en Lisboa en 1723. A partir del último cuarto de ese siglo Cádiz se verá azotada frecuentemente por su presencia y ya, de forma bastante regular, aparecerá en buena parte
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de las ciudades portuarias españolas. En 1800, por ejemplo, hizo acto de presencia en Sevilla, ocasionando una notable mortandad, y en Cádiz, donde falleció un 15% de la población (Hermosilla Molina, 1978; Iglesias Rodríguez, 1987). En 1804 brotó de nuevo en Cádiz y alrededores, y en Alicante (Pascual Artiaga, 2002). Las epidemias malagueñas de 1741, 1803-1804, 1813 y 1821 fueron estudiadas muy detenidamente por Juan Luis Carrillo y Luis García Ballester en 1980. Hay información precisa, además, sobre el brote de 1821 en Barcelona y Palma de Mallorca (Gaspar García, 1992; Moll, 1993). En Barcelona el foco originario fue un navío procedente de La Habana, El Gran Turco, que cuando atracó ya contaba con enfermos de esta dolencia. Cuando en diciembre se levantó el cordón sanitario que se había impuesto como una medida de lucha contra la enfermedad se estimó que durante el tiempo de la epidemia habían fallecido en torno a 8.900 personas, unas 30 a 40 diarias. El temor en Francia por su presencia movió a Luis XVIII a crear un cordón sanitario en la frontera, para impedir el paso de personas, y además creó una comisión de médicos para estudiarla, de los que A. Mazet falleció como consecuencia de la enfermedad. De nuevo Barcelona conoció la presencia del vómito negro en 1870, que se cebó en el barrio de La Barceloneta y dejó más de 1.200 muertos (Artigas Raventós, 1974; Canela Soler y cols., 2009). A pesar de no ser habituales los brotes epidémicos en ciudades del interior, en Granada se dio uno de mediana intensidad, en agosto de 1804, quizás procedente de malagueños, que se cobró unas 40 víctimas (Jiménez Ortiz, 1974). En Madrid apareció en 1878 y fue éste, quizás, el último brote en España en el siglo XIX. En la Figura 1 ofrezco una distribución témporo-espacial de las epidemias de vómito negro en España en los siglos XVIII y XIX.
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Barcelona
Madrid
1821, 1870
1878
Tortosa 1821
Palma de Mallorca Sevilla
1821, 1870
Murcia 1804
1800, 1819
Alicante 1804
Puerto de Sta. María 1819
Cádiz
Cartagena
Jerez
1804, 1810-1811
1819
Málaga
1741, (1803), 1813, 1821 1730, 1733, 1800, 1804, 18101811, 1813, 1819
Islas Canarias
1838, 1846-1847, 1862-1863
Fuente: Rodríguez Ocaña (2010), p. 151
FIGURA 1. Epidemias de fiebre amarilla en España. Siglos XVIII-XIX.
En la actualidad la fiebre amarilla sigue siendo un problema de salud pública muy importante, especialmente en África –sobre todo en Ghana y Nigeria– y América Latina. Según la Organización Mundial de la Salud, el vómito negro se cobra anualmente más de 50.000 vidas, siendo 206.000 los nuevos afectados por el mal12. 3. El dengue Es una patología ampliamente diseminada en el mundo, especialmente en las zonas tropicales y subtropicales. El causante es un flavivirus que es transmitido tras la mordedura del mosquito Aedes aegypti, en los trópicos, o el Aedes albopictus (mosquito tigre) en las zonas menos 12
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http://portalinfomed.sld.cu/socbio.
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templadas, como Europa y los Estados Unidos de América. La presencia del Aedes albopictus en zonas templadas ha causado cierto temor entre los epidemiólogos, por lo que supone de posible presencia de dengue en zonas antaño libres del mismo. Las tres manifestaciones más típicas del dengue son fiebre muy alta, erupción rojiza en la piel del tronco y de las extremidades, pero no en la cara, fotofobia, y dolor de cabeza. Una complicación grave es la aparición de hemorragias, que son muy graves en los niños, pudiéndoles ocasionar la muerte (McSherry, 1995). La enfermedad es endémica en las regiones subtropicales de América, en África, Asia y Australia. La variante de dengue hemorrágico se localiza fundamentalmente en Asia, aunque se han dado brotes en otras áreas geográficas. En América la primera epidemia documentada de esta enfermedad fue en Panamá, en 1699. En Perú hay noticias de brotes en 1700 y 1818 (Maguiñas Vargas y cols., 2005). Laval, por su parte, ha analizado un brote chileno autóctono de 1889 (Laval R., 2001). A modo de resumen se puede decir que desde hace 200 años, y con intervalos de unos diez, se han presentado episodios epidémicos de esta infección en el continente americano. El primer episodio con demostración serológica tuvo lugar en Trinidad en 1953-1954. Hay acuerdo en que las primeras epidemias de dengue en España tuvieron lugar en Cádiz y Sevilla entre 1784 y 1788. La gaditana de 1784 fue conocida como la pantomima o la piadosa por su escasa mortalidad. En la siguiente centuria se dio otra que afectó a Canarias, Cádiz (1864) y otros puntos de la costa del Mediterráneo (López-Vélez y Molina Moreno, 2005). La presencia del Aedes aegypti en amplias zonas de Europa da razón del estallido ocasional de episodios, algunos francamente virulentos, como el de 1927-1928, que afectó a Grecia, produciendo altas tasas de morbilidad, aunque con una discreta mortalidad, y que también alcanzó a Andalucía, especialmente en Sevilla, Córdoba, Granada y Alme-
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ría. Los afectados fueron más de 200.000, y popularmente fue conocida como “El Colorado”. El reciente descubrimiento del Aedes albopictus en algunas zonas de España, fundamentalmente en Cataluña, ha hecho saltar las alarmas ante la posibilidad de que pudieran darse nuevos brotes epidémicos en nuestro país (Bueno Marí y Jiménez Peydró, 2010). Los frecuentes viajes turísticos a zonas tropicales han aumentado la incidencia y la presencia de casos en España (Valerio y cols., 2006 y Martínez Oviedo y cols., 2010). Así, en el período 2002 a 2005 se confirmó la existencia de 57 infectados en personas que habían viajado a los trópicos (Muñoz y cols., 2008). El cambio climático puede favorecer en un futuro la presencia en España de algunos vectores transmisores de enfermedades, como el dengue, la encefalitis del Nilo occidental, la malaria, la leishmaniosis y la fiebre del valle del Rift (López Vélez y Molina Moreno, 2005)13. La presencia de enfermedades europeas en el mundo americano No cabe duda que la introducción de patologías comunes en Europa en un territorio virgen de ellas, como era el continente americano, supuso una catástrofe demográfica de proporciones descomunales. Mª Carmen Sánchez-Téllez y Francisco Guerra (1986) han estimado que, por ejemplo, la población de México y América Central pasó de unos 25 millones de habitantes a poco más de dos millones, mientras que en Perú disminuyó a un millón y medio de un total de seis millones. En este punto abordaré alguna de esas enfermedades que azotaron al continente americano.
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Rolland ZELL (2004) también ha relacionado las alteraciones climáticas con los estallidos de crisis epidémicas, como la malaria, el dengue y la fiebre del Nilo occidental, aunque añade otros elementos, como el uso de pesticidas, la deforestación y los cambios en las políticas de salud pública, demográfica y social.
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1. Sarampión o tepitonzahuatl (pequeña lepra) (1531) Es una viriasis altamente contagiosa, de mayor afectación en la infancia, que ocasiona en los países en vías de desarrollo unos 50 millones de nuevos casos, con una mortalidad francamente alta (en torno a millón y medio), causada por un virus de la familia paramyxoviridae (Morbillivirus) que tiene en los humanos su único reservorio. Clínicamente se acompaña de erupción cutánea rojiza, tos y conjuntivitis, y puede complicarse con infecciones microbianas sobreañadidas. Es una de las enfermedades más contagiosas, bien por las secreciones nasales y faríngeas, o simplemente por contacto directo. Está ampliamente distribuida en el mundo, y en los países en vías de desarrollo ocasiona anualmente unos 50 millones de casos nuevos, con una mortalidad de cerca de un millón y medio (Kim-Farley, 1995). El primer brote en suelo americano tuvo lugar, parece ser, en Santo Domingo a fines de 1495; de allí pasó a Puerto Rico (1508) y se extendió ampliamente por el Caribe. En el continente hizo acto de presencia en Panamá (1523), en México hacia 1531, a partir de un marinero “herido de sarampión”, y en poco tiempo se generalizó por toda Centroamérica (Cordero del Campillo, 2001). Los indígenas lo denominaron tepitonzahuatl (pequeña lepra, o pequeños granos) (Zinsser, 1935). 2. Gripe (1493) El 9 de diciembre de 1493, cuando desembarca Colón en la Española, se desencadenó la primera epidemia traída por los españoles en tierras americanas: la gripe. La enfermedad, en su variedad suina, diezmó a la mitad a los españoles, y entre los indios sus efectos fueron catastróficos. Se ha estimado que pereció más del 90% de la población nativa, y dejó desiertas muchas otras islas caribeñas, pues sus habitantes fueron reclutados para reemplazar a los de la Española, que fallecían masivamente en el curso de la enfermedad. En el continente la gripe estalló
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en México en 1521 y a continuación en 1545, episodio que se acompañó de una elevada mortandad. Más tarde, en 1552, hizo su presencia en Brasil. El brote primigenio de 1493 se debió a cerdos, y probablemente también por caballos, que Colón había traído consigo durante su escala en las Islas Canarias y que, al decir de algunos cronistas, una vez fueron desembarcados en la isla estaban perdidos. El agente etiológico de este estallido parece ser que fue el virus gripal tipo A, el mismo que siglos después causaría la gripe española de 1918 (Sánchez-Téllez y Guerra, 1986; Guerra, 1988a y 1988b; Cordero del Campillo, 2001)14. 3. Las nuevas enfermedades surgidas en el Renacimiento y su presencia en América: la modorra o modorrilla (1514), el tifus exantemático, tabardillo, pintas, o matlazahuatl (1526), y la difteria o garrotillo Como es sabido, una de las notas distintivas de la clínica del Renacimiento fue la aparición de enfermedades nuevas, procesos que hasta entonces no habían sido advertidos por los médicos europeos. Su presencia permitió a los clínicos estudiarlos con mayor libertad y ofrecieron descripciones francamente acertadas y muy detallistas. Nos referimos al morbo gálico o sífilis, el sudor inglés, o gripe, el tifus exantemático, la difteria y la modorra. Tales males también viajaron a América con los expedicionarios españoles. Puesto que la sífilis ya fue abordada en el ciclo de conferencias del pasado año dedicado a Las Epidemias, me centraré en exponer algunas ideas y datos sobre la incidencia de las restantes en el mundo americano15. 3.1. La modorra o modorrilla En 1505, Gaspar Torella, uno de los más renombrados clínicos de la España renacentista, describió en su Consilium de modorrilla (Roma 14
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Otros estudiosos, sin embargo, han cuestionado que esta primera epidemia de 1493 fuera de gripe, como Noble David COOK (2002). OLAGÜE DE ROS (2010).
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y Salamanca, 1505; Pavía, 1521), un nuevo cuadro clínico caracterizado por: “… una fiebre moderada, alienación mental y perturbación de los “sentidos interiores”, algunos al segundo o tercer día de persistir el dolor de cabeza, la pesadez y la fiebre que les perturbaba en su interior, reían y, al poco, lloraban; y así, al séptimo día o antes, se encontraban en una situación limite. Algunos reían, aunque no lloraban, arrancándose el pelo en el lecho, revolviendo lienzos y coberteras, sin responder a pregunta alguna; y fallecían con una moderada aspereza lingual… Otros yacían boca arriba con cierta tristeza, sin querer responder a preguntas, y, si a veces respondían, lo hacían con angustia, ansiedad y casi afligiéndose por ello. En otros, en cambio, al segundo o tercer día la fiebre aumentaba mucho, acompañándose de sed intensa y sequedad de boca, inquietud, ira, genio y furor, y trastornos de la imaginación. A veces se echaban las manos a los ojos…”. Esta “nueva” enfermedad, modorra o modorrilla, pues el sopor era uno de sus manifestaciones más características, procedente de Flandes, se expandió rápidamente por la Península. Constan brotes epidémicos de la misma en 1521 (Sevilla), 1522 (Segovia y Valencia) y 1540 (Burgos). Recientemente, Justo Hernández (2010) ha analizado la presencia de la modorra en las Islas Canarias, que hizo su presencia durante la conquista de las mismas por las tropas castellanas en el invierno de 1494 a 1495. Los soldados castellanos permanecieron indemnes, mientras que la población guanche quedó diezmada por la modorrilla (entre un 15 a un 30% de fallecidos). Parece ser que el primer episodio en América tuvo lugar en 1514 en el curso de la expedición de Pedro Arias de Ávila (1443–1531) a Santa María Antigua de Darién (actual Colombia). La mitad del cuerpo expedicionario de Arias sucumbió a la misma. Bernal Díaz del Castillo, en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, (1568) y Fran-
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cisco López de Gómara describieron la muerte de Luis Ponce de León en la ciudad de México en 1526, por causa de la modorra: “Enfermó de modorra de esta manera […] Fue asaltado por una fiebre muy alta, y por cuatro días entró en sueño profundo con pérdida de los sentidos… al noveno día falleció…” La crisis más intensa tuvo lugar en 1526, y de ella Hernán Cortés dio cuenta a Carlos V en septiembre de ese año. Se ha interpretado la modorra como una forma de tifus, meningitis cerebro espinal o, más probablemente, una epidemia de meningitis letárgica (Fontoura, 2009; Hernández, 2011). 3.2. El tabardillo o tifus exantemático Hay dos formas de tifus que cursan con un cuadro clínico parecido, lo que en ocasiones ha hecho difícil su diferenciación. El tabardillo o tifus epidémico está causado por una rickettsia (r. prowazekii) que se transmite a través del piojo (pediculus humani corporis). Su aparición está muy condicionada por las malas condiciones de vida de los seres humanos. Tras un primer periodo de intensa fiebre y postración, que puede durar una semana, a continuación le aparecen al paciente lesiones en piel, primero rojizas y en un momento sucesivo de color más oscuro. En los casos de peor evolución se pueden llegar al coma y la muerte. El tifus murino, de cuadro clínico suave, está causado por la rickettsia typhi, que vive en la rata, siendo el vector la mosca de la rata, la Xenopsylla cheopis (Harden, 1995). La enfermedad estuvo muy presente en la España Medieval y del Renacimiento. Hay noticias de algunos importantes brotes –1393-1394, 1553 y 1582– en Sevilla; en Castilla (1557), y en 1568-1570, descrito por Luis de Toro, en el curso de la rebelión de los moriscos granadinos y su posterior dispersión por tierras de Castilla. La repetida presencia del tabardillo da razón de la abundancia de textos médicos describiendo el
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mismo, como los de Francisco Bravo (1570), Luis Mercado y Luis de Toro (1574), Alfonso López de Corella (1574), Agustín de Farfán (1579), Juan de Carmona (1582), Luis de Lemos (1585) y Nicolás Bocangelino (1600), entre otros16. La primera noticia sobre la presencia del tabardillo en América da cuenta de una epidemia en Veracruz, México, en 1526, tras la llegada a esa ciudad de una flota comandada por Luis Ponce de León, que falleció como consecuencia de este mal. A partir de esa fecha la repetición de brotes epidémicos en México fue relativamente frecuente, como por ejemplo en 1541. Aunque he incluido al tabardillo en el grupo de enfermedades que se introdujeron en América, hay fundadas sospechas de que ya estaba presente entre los aztecas antes de la llegada de Cortés. Lo cierto es que en el siglo XVI en torno a dos millones de indios mexicanos fallecieron por causa de esta enfermedad (Harden, 1995). La primera exposición clínica en el mundo americano se debe a Francisco Bravo (1570). En el primer escrito que compone su Opera Medicinalia, Bravo ofreció una magnífica descripción del tifus, basada en su dilatada experiencia tanto en España como en México, en donde residía desde hacía unos diez años. Casi un cuarto de siglo después el agustino Agustín de Farfán dio a luz, también México, su Tratado breve de medicina (México, Pedro Ocharte, 1592), en el cual consagró dos capítulos del Libro tercero a tratar del tabardete, e incluyó para su tratamiento algún producto de la materia médica tradicional americana17. 16
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CARMONA, Juan Ignacio. (2005) ha dedicado un capítulo de su monografía (Tifus) a estudiar detenidamente la presencia del tabardillo en la España del Renacimiento (pp. 79-94). Presta una gran atención a la epidemia sevillana de 1582. En opinión de ACUÑA SOTO y cols. (2000), Farfán también habló de la epidemia de cocoliztli de 1576 en el Libro tercero de su Tratado, en el capítulo dedicado a la “calentura de la sangre corrompida y su cura” (op. cit., pp. 238-248).
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3.3. El garrotillo o difteria Está producida por el Corynebacterium diphteriae, o bacilo de KlebsLöffer, que produce en paladar, amígdalas y faringe unas membranas características. Durante los brotes epidémicos el germen de la difteria puede ser infectado por un virus que es el causante de la elaboración de una exotoxina altamente letal, pues puede producir una mortalidad entre el 30 y 50% de la población infantil. El periodo de incubación es corto, dos a cuatro días, tras el cual el germen produce un exudado membranoso en la faringe. La primera descripción precisa de esta enfermedad se debe a Areteo de Capadocia, pero a partir del siglo XVI, con “nuevos ojos”, mereció la atención de los más notables clínicos europeos y españoles, como Juan de Villareal, Cristóbal Pérez de Herrera y Alonso de los Ruizes y Fontecha. Una espléndida descripción la ofreció Francisco Valles en sus Commentaria in libris Hippocratis (1569): “Los enfermos se sofocan, la lengua se hace lívida, redonda y encorvada, lo mismo que les pasa a los que son estrangulados por el aro, con las manos o de cualquier otro modo… la estrechez de la zona anatómica estrangula, aunque sea con una tumefacción mínima. Esta enfermedad consiste en un flemón erisipelatoide ciertamente pequeño, pues esta zona no puede resistir una grande ni siquiera una hora, pero que se apodera de la garganta por dentro… Hay tensión en los tendones posteriores cervicales y el aliento es exiguo porque no se puede respirar bien el aire al no dilatarse el tórax….”18. Durante el último cuarto del siglo XVI y primero del siguiente, la difteria se presentó en España en seis ocasiones, y de aquí se expandió a Italia. 18
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Cit. por LÓPEZ PIÑERO (2010), pág. 278.
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De la difusión de esta enfermedad en el mundo americano poscolombino hay pocos análisis. Se desconoce el momento de su introducción. Parece ser que en Quito se dio un brote de garrotillo en 1606. La aparición de la difteria en Chile fue tardía, en 1816, importada de la vecina Argentina, con otros brotes epidémicos en 1830, 1850 y 1876 (Laval R, 2003a). En la actualidad, tras la introducción de la vacuna, se dan brotes aislados, como en Ecuador (1994-1995) y Colombia (2000). 4. El paludismo o malaria No hay consenso absoluto acerca del origen de esta enfermedad en el mundo americano. Frente a algunos autores que defienden su presencia con anterioridad a la llegada de los españoles, otros descartan tajantemente esta opción. Guerra (1990), por su parte, la considera una enfermedad controvertida en cuanto a su origen y argumenta que, quizás, existió en América antes de la Conquista y que fue el resultado de una mutación del agente causal, pues reconoce la existencia de un paludismo en primates debido al plasmodium brasilianum y al p. simium. Karasch (1995) estima que hubo malaria precolombina y que fue la responsable del cuadro febril que padecieron los incas cuando invadieron el Alto Amazonas. Ello no es óbice para que el paludismo, además, fuera importado desde Europa, continente en el que existían entonces focos endémicos muy importantes. Lo que sí que está claro es que la malaria por plasmodium falciparum no existió antes del Descubrimiento. 5. La viruela, o zahuatl (gran lepra) La viruela es una enfermedad de dilatada presencia en Oriente. Es lógico, pues, que las primeras medidas en contra de este mal se dieran en ese ámbito geográfico. En China, por ejemplo, su presencia se remonta a la dinastía Han (siglos III a. C. a III d.C.), y para prevenirla era frecuente la técnica de la inoculación por vía nasal, es decir, se soplaba en las narices de una persona sana polvo de costras procedentes de una
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enferma que estaba en curso de curación. Por su parte, en la India era una casta de brahmanes la encargada de inocular (thika) por medio de finas agujas en cuyo extremo iba una gota de viruela extraída de un enfermo (Kocchar, 1999). En el mundo occidental la viruela cuenta con testimonios de su presencia por lo menos desde la Edad Media. En sus orígenes fue una enfermedad discreta, que afectaba mayormente a la población infantil y que cursaba con fiebre y erupción cutánea. Pero a partir del siglo XVII se hizo más virulenta, con elevadas tasas de mortalidad, especialmente en la infancia; y los que lograban sobrevivir o bien quedaban ciegos, o estériles, o con deformidades importantes. El siglo XVIII fue, pues, de predomino total de esta enfermedad, una vez la peste fue amainando su virulencia. La presencia de la viruela en América ha sido motivo de largas controversias, fundamentalmente en relación con su primera aparición tras la llegada de los españoles y en cuanto a los posteriores episodios. Hay cierto consenso en que el primer brote de esta enfermedad estalló en Santo Domingo en diciembre de 1518, a raíz de la llegada de un barco portugués que transportaba esclavos negros enfermos de dicho mal. En escaso tiempo, todas las Antillas sufrieron sus efectos. En el continente la enfermedad fue introducida en 1520 por las tropas de Pánfilo de Narváez, un capitán español procedente de Cuba al que se le había encomendado arrestar a Hernán Cortés. Uno de los porteadores de Narváez, un negro enfermo de viruela, fue el origen de la rápida expansión de la enfermedad en México y el resto continente. Como cuenta Bernal Díaz del Castillo en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, la enfermedad procedió de: “un negro que traías lleno de viruela, que harto negro fue para la Nueva España, que fue la causa que se pegase e hinchiese toda la tie180
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rra dellas, de lo cual hobo gran mortandad que, según decían los indios, jamás tal enfermedad tuvieron, y como no la conocían, lavábanse muchas veces, y a esta causa murieron gran cantidad dellos. Por manera que negra la ventura de Narváez, y más prietas la muerte de tanta gente sin ser cristiana”19. Por su parte, Bernardino de Sahagún en su Historia de las cosas de la Nueva España (ca. 1540-1580), relata de esta forma tan gráfica la expansión de la enfermedad en México: “Antes que los españoles que están en Tlaxcala, viniesen a conquistar a México dio una grande pestilencia de viruelas a todos los indios, en el mes que llamaban tepeilhuitl, que es al fin de Septiembre. Desta pestilencia murieron muchos indios; tenían todo el cuerpo y toda la cara y todos los miembros tan llenos y lastimados de viruelas que no se podían bullir ni menear de un lugar, ni volver de un lado a otro, y si alguno los meneaba daban voces. Esta pestilencia mata gentes sin número. Muchas murieron de hambre porque no había quien pudiese hacer comidas; los que escaparon de esta pestilencia quedaron con las caras ahoyadas y algunos ojos quebrados. Duró la fuerza desta pestilencia sesenta días, y después que fue aflojando en México, fue hacia Chalco”20. Precisamente, Tenochtitlán, la capital, asediada por Cortés, fue conquistada gracias a que contó con un inesperado aliado, una terrible epidemia de viruelas, enfermedad que había sido introducido en dicha ciudad por un indio portador de la misma. Parece ser, también, que durante este asedio además de la viruela hizo acto de presencia la gripe (Guerra, 1988). En 1521 la viruela ya era una realidad en Guatemala, y en 1525 en Perú. En la actual Colombia hizo su presencia en 1558, y
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Cit. por CORDERO DEL CAMPILLO (2001), pág. 603. Cit. por FRANCO PAREDES y cols. (2004), pág. 322.
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reapareció en 1564 y 1587. En Chile estalló en 1561. Es decir, en apenas medio siglo toda Sudamérica había conocido ya los funestos efectos de esta enfermedad (García-Cáceres, 2003; Gutiérrez Beltrán, 2007; Laval, 2003c). Es difícil establecer de manera fidedigna cuantas personas se inocularon en Europa contra la viruela en el siglo XVIII. Los datos son dispares, aunque ya he adelantado que su éxito fue relativo. Edwardes (1902) por ejemplo, ofreció en su historia de la viruela en este continente datos muy precisos sobre el desigual progreso de las inoculaciones en distintos países a lo largo del siglo XVIII. El 14 de mayo de 1796, sábado, Edward Jenner (1749-1823), un cirujano y médico inglés que ejercía en el medio rural, inoculaba pus procedente de llagas de la mano de Sarah Nelmes, que había contraído al ordeñar una de las vacas, de nombre Blossom, a James Phipps, de ocho años de edad. Nelmes nunca había padecido de viruelas, ni tampoco todas aquellas personas que trabajan en granjas y ordeñaban a las vacas en Gloucestershire, condado en el que ejercía su profesión Jenner, incluso aunque hubiera un brote de viruelas en la zona. A los pocos días aparecieron en el lugar donde Jenner había hecho las incisiones pústulas que paulatinamente fueron remitiendo. James apenas tuvo molestias y finalmente se recuperó por completo. El 1 de julio de ese mismo año inoculó a James pus de viruela humana, pero el niño no experimentó ninguno de los síntomas propios de la enfermedad. Es decir, la viruela vacuna (cowpox) había impedido la aparición de la viruela humana (smallpox). El hallazgo de Jenner revolucionaba la lucha contra la viruela, pues lo que había conseguido era reproducir en el niño la viruela de las vacas, una enfermedad benigna para los humanos, no contagiosa, pero que les inmunizaba definitivamente contra la temible viruela humana. Por ello y para diferenciarla de la inoculación se la dominó vacunación (Fisher, 1991; Tuells Hernández, 2007; Riedel, 2008).
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Dos años después Jenner publicaba a su costa, puesto que la Royal Society desestimó editarla, una obrita de apenas 70 páginas, An inquiry into the causes and effects of the variolae vaccinae, cuyo precio de venta eran 7 chelines y 6 peniques, en la que daba cuenta de los resultados que había obtenido durante ese tiempo en 27 sujetos con el nuevo proceder. La difusión del hallazgo de Jenner fue espectacular en toda Europa. Su Inquiry fue traducido a casi todos los idiomas, salvo al castellano. En España la práctica de la vacunación conoció una rápida difusión en sus primeros años de aplicación, gracias especialmente a la febril actividad desplegada por individualidades concretas. Pero algunos de los más decididos partidarios de la nueva técnica comenzaron a denunciar, ya en fechas tempranas, crecientes dificultades en su expansión. Estos obstáculos también se dieron en otros países europeos, pero en nuestro caso la ausencia de una potente infraestructura burocrática contribuyó sensiblemente a esta retracción. 5.1. La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna (1803-1806) Pocas empresas científicas hispanas cuentan con una bibliografía tan extensa como diversa en cuanto a la valoración de la aventura expedicionaria de Balmis21. En general todas reconocen el esfuerzo de la Corona hispana. Sin embargo, en los últimos años algunos estudiosos americanos vienen cuestionando la importancia del evento, sobre la base de que antes de Balmis la vacuna ya era de práctica común en América y estimando, además, que hasta cierto punto el plan de Balmis interfirió con las infraestructuras criollas, lo que fue origen de frecuentes conflictos. 21
Además de los trabajos que se citan en el texto, recomiendo la consulta de los de COOK (1942), DÍAZ DE YRAOLA, (1948), SMITH (1974), RIGAU-PÉREZ (1992), y RAMÍREZ MARTÍN (2003, 2004 y 2007). Vid. también: IRISARRI AGUIRE (2007); RIZZI, (2007), CORTÉS RIVEROY (2008), OLAGÜE DE ROS (2010-2011). Recientemente la revista Canelobre, que edita la Diputación de Alicante, ha dedicado monográficamente su último número (57) (2010-2011) al estudio histórico de la viruela y a analizar detenidamente la Expedición de Balmis.
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En 1802 Lima padeció una epidemia variolosa de grandes consecuencias. Santa Fe, por ejemplo, mermó su población en casi un quince por ciento del total de sus habitantes. Conocida la existencia de la vacuna jenneriana, el virrey de Nueva Granada solicitó a Madrid el envío del fluido. A finales de ese mismo año, Carlos IV requirió el parecer del Consejo de Indias, que se mostró totalmente de acuerdo en difundir el nuevo invento en las Colonias americanas. Casi simultáneamente dos médicos, José Flores y Francisco Xavier de Balmis, apoyaron de forma entusiasta la idea. José Flores (1751-1814) había nacido en América, concretamente en Guatemala, y formaba parte de la camarilla de médicos del monarca. En febrero de 1803 redactó un informe de 10 puntos para garantizar la llegada de la vacuna a América. Para garantizar la expansión de la práctica Flores entendía que, una vez llegada la expedición, el organismo más idóneo para regular su difusión eran las Reales Audiencias de cada lugar. Por su parte, Francisco Xavier de Balmis remitió al Ministro Caballero un detallado informe sobre la cuestión, bastante diferente al de Flores. Para Balmis bastaba con fletar un único navío, al que se incorporarían una veintena de niños procedentes de Madrid y de un hospicio gallego, pues a su entender eran estos últimos sujetos acostumbrados ya a la mar. El lugar de partida sería probablemente La Coruña, pues era desde 1764 el lugar de donde partían los navíos con el correo a La Habana, Montevideo y Buenos Aires. La Coruña, era, pues, el puerto español con mejores conexiones con la América hispana. Desde allí, y tras hacer escala en las islas Canarias, finalmente el buque pondría rumbo a las colonias americanas. De la propagación se encargarían unas nuevas Juntas de Vacunación, que se irían creando en función de las necesidades y de la expansión de la vacuna. Una vez consultados los Cirujanos de Cámara de su Majestad Carlos IV –junta integrada por los prestigiosos Antonio Gimbernat, Ignacio Lacaba y Leonardo Galli– se seleccionó el 23 de junio de 1803 el proyecto de Balmis.
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Tres meses después, el uno de septiembre, Carlos IV, que había sufrido también en su familia las consecuencias de la viruela, promulgó un edicto dirigido a todos los habitantes de las colonias españolas de América y Asia en el que les comunicaba la próxima llegada de una expedición encaminada a vacunar gratuitamente a la población, la masiva instrucción en la vacuna contra la viruela, la organización de juntas encargadas del control y difusión de la vacuna y las medidas oportunas para el mantenimiento de suero fresco para ulteriores vacunaciones. Todos y cada uno de los lugares de arribada de la futura expedición fueron instruidos por la Corona para que facilitaran en su momento la labor de los recién llegados. Al Comandante de Canarias se le demanda que haga un recibimiento acorde con la importancia de la misión. Al de Puerto Rico que le preste los remedios necesarios para proseguir su andadura. Al de La Habana que le facilite niños a Balmis, si así se le pide. El informe de Balmis de junio de 1803, un Reglamento que deberán observar los Empleados de la expedición destinada a conducir y propagar la inoculación de la verdadera vacuna en los cuatro Virreinatos de Américas y provincias del Yucatán y Caracas y en las Islas Antillas, muestra la capacidad organizativa de Balmis y de que estaba pendiente hasta el último detalle en relación con la esperada expedición. Hasta el invierno de ese año no partió la expedición, pues previamente tuvieron que resolverse problemas diversos, como la selección del navío, la contratación del capitán –que fue el vizcaíno Pedro del Barco y España–, de la marinería y de los técnicos encargados de la difusión del invento de Jenner. La expedición se financió, descartadas otras posibles fuentes, con cargo a la Real Hacienda, tal como establecía el monarca. Que fuera el alicantino Francisco Xavier de Balmis y Berenguer (17531819) el escogido por la Junta de Cirujanos de Cámara en junio de 1803 para dirigir la expedición no fue accidental. En efecto, además de por
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su doble condición de médico y cirujano –desde 1795 era cirujano honorario de Cámara de Carlos IV y bachiller en medicina por Toledo desde 1797–, Balmis contaba con una amplia estancia profesional en América de más de diez años y se había destacado como un ferviente defensor y propagador de la vacuna antivariólica de Jenner y como naturalista. En ese mismo año de 1803 Balmis había publicado la traducción castellana, con una amplia introducción original del propio Balmis, del Tratado histórico y práctico de la vacuna del francés Jacques Louis Moreau de la Sarthe, que incluía una magnífica lámina explicativa de las diferentes etapas de la pústula vacunal, con lo que se le facilitaba al profano conocer de primera mano si la vacuna había prendido correctamente (Balaguer, 1987). De resultas de su primera estancia en América (1781-1792) Balmis publicó en Madrid una monografía sobre las propiedades curativas para la sífilis y la escrófula del ágave y de la begonia, dos plantas autóctonas de aquellas tierras. Tras la Real Expedición Balmis regresó a España, pero marchó otra vez a México en 1810 por su frontal oposición a la presencia de los franceses en la península. De nuevo en España desde 1813, Fernando VII le nombró Cirujano de Cámara y miembro de la Junta Superior de Cirugía, falleciendo en Madrid en 1819 (Balaguer Perigüell, 1996). Junto a Balmis integraron la expedición el cirujano catalán José Salvany y Lleopart (n. 1777) –subdirector–, que fallecería en el curso de la expedición en Cochabamba, los practicantes Francisco Pastor Balmis –sobrino de Francisco Xavier e hijo de su hermana Micaela y con gran experiencia en la vacunación que aprendió y realizó con gran frecuencia junto a su tío– y Rafael Lozano Pérez; los enfermeros Basilio Bolaños, Pedro Ortega y Antonio Pastor, y los ayudantes Manuel Julián Grajales (n. 1778), originario de Toledo, cirujano y médico, y Antonio Gutiérrez Robredo (1773), el discípulo predilecto del Balmis. Francisco y Antonio Pastor regresaron a la península en 1810. El capitán de la nave fue, como ya adelanté, el vizcaíno Pedro del Barco y España, que, al regresar
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la expedición vacunífera, fue nombrado Teniente de Navío (Balaguer Perigüell y Ballester Añón, s.a.). La presencia de los niños era capital, pues eran el reservorio de la linfa, ya que cada semana eran vacunados dos de ellos. Esta era, pues, una ingeniosa forma de garantizar el éxito de la expedición y, por tanto, de la llegada de vacuna fresca a las diferentes colonias durante el trayecto. Además del salario de Balmis, la expedición contó con 90.000 reales de vellón, cantidad que incluía el flete del navío y los sueldos de los miembros que acompañaban a Balmis. En la dotación se incluyó un buen botiquín, con lienzos, vidrios, barómetros y termómetros, y 500 ejemplares de la traducción, ya mencionada, que Balmis había hecho de la obra de Moreau de la Sarthe, al objeto de donarla en aquellas lugares por donde pasara el grupo vacunador. La expedición se completaba con veintidós niños, una vez descartado otro que quedó en tierra al estar enfermo, de la Casa de Expósitos de La Coruña, de edades comprendidas entre los tres y nueve años, a los que acompañaban la directora de la misma, Isabel Sendales Gómez que, una vez en América, se estableció definitivamente en Puebla de los Ángeles. Se conoce el nombre de la mayoría de ellos: Benito Vélez, por ejemplo, era hijo adoptivo de la directora; otros, como Tomás Metitón y Juan Antonio, fallecieron en el curso del viaje. Cuatro eran madrileños y el resto gallegos. La mayoría –siete– eran de tres años de edad; ocho, de seis y siete años, dos de cinco y nueve, y uno de ocho. Las subexpediciones a otros lugares, una vez llegados a América, se nutrieron de nuevos niños que cumplieron el mismo papel que los hispanos. Estas nuevas vacunaciones se practicaron con infantes de Puerto Rico, venezolanos, cuatro esclavos cubanos que compró Balmis, veintiséis mejicanos, cuatro filipinos y un chino. El grueso de los niños españoles se quedó en México y el hijo adoptivo de la Directora, Isabel Sendales, marchó con su madre y Balmis a Manila. No se tiene más noticias sobre el devenir de los niños. Pero no cabe duda que, aun
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en el anonimato, prestaron un gran servicio a la humanidad doliente (Bicentenario de la “Real Expedición Filantrópica de la Vacuna”..., 2004). Tras rechazar otras posibilidades, como recurrir a los barcos correo, finalmente se optó por la corbeta María Pita, un navío de 160 toneladas que servía perfectamente para los fines de Balmis. El 30 de noviembre de 1803 partía de La Coruña la expedición al completo que, diez días después, arribaba al puerto de Santa Cruz de Tenerife, donde fueron recibidos de forma calurosa por las autoridades y la población de la isla. En Tenerife se estableció un centro vacunal para la expansión de la linfa por todas las islas del archipiélago. Desde cada isla se enviaron niños a Tenerife para ser vacunados y, así, servir de reservorio una vez regresaban a sus lugares de procedencia. La primera escala americana fue Puerto Rico, donde permaneció la nave hasta el día 12 de marzo de 1804. El fin último del viaje, la expansión de la vacuna, no pudo cumplirse cabalmente en la isla, pues desde finales de 1803, es decir, al poco de la partida del navío de La Coruña, el médico de origen catalán Francisco Oller Ferrer, con linfa procedente de la isla de Santo Tomás, venía vacunando regularmente a toda la población, con el aplauso de las autoridades civiles y religiosas de Puerto Rico. Se calcula que Oller vacunó, hasta la llegada de Balmis, a una media de cinco mil personas en un solo mes. El recibimiento a Balmis no fue, pues, tan caluroso como se podía esperar. Durante su estancia, Balmis se enfrentó duramente con Oller, pues entendía que las vacunaciones practicadas por el catalán lo habían sido de forma apresurada y con escasas garantías de éxito, por lo que solicitó al Gobernador la revacunación de toda la población y que le facilitara más niños. Pero como el Gobernador tomó partido por Oller, Balmis tuvo que desistir de su intento. Con menos niños de los previstos por Balmis, la expedición llegó a Puerto Cabello, en la Capitanía General de Venezuela (Archila, 1969). Inmediatamente se procedió a vacunar a veintiocho niños. Como el viaje
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había sido muy tormentoso y solo se disponía de un niño vacunado, Balmis tomó la decisión de dividir la expedición en dos grupos; uno liderado por el propio Balmis, y el segundo por Manuel Julián Grajales, con un mismo destino: Caracas. El grupo de Julián Grajales, a bordo del navío Rambli, llevaba además dos niños con linfa lista. Balmis, por su parte, arribó a Caracas por el interior el 28 de marzo. Finalmente, Salvany, que se había quedado en Puerto Cabello vacunando, se unió a Balmis y Julián Grajales en la capital venezolana. En Caracas se constituyó también una Junta Central de Vacuna –modélica en cuanto a su eficacia y fines– encargada de dar continuidad a las vacunaciones una vez abandonaran la Capitanía de Venezuela Balmis y sus compañeros de viaje. Además de Caracas, otras ciudades, como Maracaibo y Valencia, también se beneficiaron de la presencia de Balmis y su grupo. De nuevo Balmis tomó la decisión de fragmentar en dos grupos la misión. Uno, comandado por José Salvany y Lleopart, su segundo de a bordo, con cuatro niños se encaminaría hacia el sur, Perú, Santa Fe y Buenos Aires, y el otro, al mando de Balmis y con seis niños marcharía hacia Centroamérica. Al igual que en Caracas, también se programó la creación en cada capital de una Junta Central de Vacunación. Salvany, a bordo de un nuevo barco, el bergantín San Luis, partió del puerto de La Guayra el ocho de mayo. A pesar de que días después el navío naufragó en la desembocadura del río Magdalena, el grupo de Salvany, tras varias peripecias, llegó a Cartagena de Indias el 24 de mayo, vacunándose más de dos mil niños, y el 17 de diciembre a Santa Fe, capital del virreinato, en donde fundaron una Junta de Vacunación y una de Sanidad. A Quito llegaron el 16 de julio del siguiente año y los niños fueron recibidos como auténticos héroes. A Lima arribaron un poco antes, el 23 de mayo, en donde fueron recibidos con cierta hostilidad, quizás porque buena parte de la población estaba ya vacunada y porque algunos vacunadores habían convertido esta práctica preventiva en un rentable negocio.
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Una de las escasas experiencias gratas que recibió Salvany en Lima se la proporcionó Hipólito Unanue, profesor de anatomía, que le ofreció una digna recepción ante el claustro de la Universidad de San Marcos. Salvany, que nunca gozó de una buena salud, fallecía en Cochabamba, como ya adelanté, el 31 de junio de 1810, probablemente por una tuberculosis pulmonar y otros males. Manuel Julián Grajales, su subalterno, se responsabilizó de continuar la labor, llegando hasta Valparaíso y más adelante a Santiago de Chile, la capital. Aunque su objetivo era llegar al Virreinato del Río de la Plata, las insurrecciones políticas contra la metrópolis obligaron a la Expedición a poner rumbo rápidamente hacia el norte. Finalmente, regresaron en enero de 1812 a Perú. El grupo de Balmis llegó a La Habana, y no a Santiago que era su objetivo, el 26 de mayo de 1804. La vacuna ya había sido introducida en la isla desde Puerto Rico por el ya mencionado Francisco Oller Ferrer, hecho que no mermó en absoluto la importancia de la misión. La recepción fue muy positiva y la colaboración de las autoridades fue notable. Se calcula que más de diez mil personas fueron vacunadas en la isla de Cuba. El único contratiempo lo provocó el Capitán general de la Isla, que se negó a facilitar a Balmis más niños para proseguir su derrotero, lo que suplió con la compra de unos esclavos y con un chivo voluntario que prestaba sus servicios en el ejército. La siguiente etapa del trayecto, México, era ya bien conocida por Balmis a raíz de su anterior estancia en América. Desde aquí el grupo de Balmis recorrió buena parte de la América Central: Guatemala, Veracruz, Jalapa y, finalmente, a la capital del Virreinato, México, a donde llegaron en el mes de julio. Tras una intensa campaña vacunal por la principales ciudades del país –se calcula que fueron más de 100.000 las personas beneficiadas– y la creación de un buen número de Juntas de Vacunación, el día 8 de febrero, y a bordo del buque Magallanes, zarparon los expedicionarios –Balmis, sus ayudantes y veintiséis niños– del puerto de
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Veracruz con destino a Manila, en cuyo puerto atracaron tras un viaje azaroso y lleno de incomodidades para los niños, por falta de colaboración del capitán de la nave, el 15 de abril de 1805. Al día siguiente empezaron las vacunaciones, a pesar del frío recibimiento de las autoridades de las islas, que no se molestaron en acudir a puerto para recibir a los viajeros. En agosto los vacunados sobrepasaban los 9.000. Cinco meses después de su llegada, el 3 de septiembre de 1805, Balmis emprendía un nuevo derrotero a bordo de la fragata Diligencia con destino a China, concretamente a la colonia portuguesa de Macao, y Cantón, con tres niños y algunos colaboradores. A pesar de los esfuerzos de Balmis, apenas una veintena de personas fueron vacunadas. En febrero de 1806 Balmis, que entendía que su misión de expandir la vacunación había concluido satisfactoriamente, decidió regresar a España. Aprovechando que el navío portugués Bom Jesús de Alem tenía previsto partir de Macao en esas fechas, Balmis decidió embarcarse y regresar a Europa. Primero se hizo escala en la isla de Santa Elena (junio de 1806). Poco antes de proseguir el viaje el Gobernador de la isla le entregó a Balmis un paquete que había llegado hacia varios años y que contenía una carta de Jenner y linfa vacunal. En agosto el Bom Jesús de Alem entraba en Lisboa. Finalmente, el siete de septiembre Balmis era recibido con todos los honores en San Ildefonso por el rey Carlos IV. Tras estos cuatro años, algunas pérdidas humanas, técnicos principalmente, como Salvany, unos niños, los originariamente venidos de España, que quedaron de por siempre en América, salvo los que fallecieron en el curso de tan prolongada expedición, cientos de miles de vacunaciones positivas fueron el mejor balance final de la expedición filantrópica. La Expedición Filantrópica de la Vacuna fue elogiosamente comentada por las principales figuras de la ciencia y de la política de su tiempo, incluido el propio Edward Jenner.
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Bien es cierto que, como ya he adelantado, por muchos lugares por donde pasaron los expedicionarios la vacunación jenneriana ya era conocida y practicada con cierta regularidad, lo que ocasionó en algunos casos conflictos de competencia entre los expedicionarios y las autoridades locales. En Puerto Rico, uno de los primeros destinos de la María Pita, Francisco Oller y Tomás Prieto venían ya vacunando desde finales de 1803 con pus procedente de la vecina isla de Saint Thomas, como ya indiqué. En marzo del siguiente año prácticamente no existía niño en la isla que no se hubiera beneficiado del descubrimiento de Edward Jenner. En México, gracias a las gestiones del virrey Iturrigaray, que consiguió que Tomás Romay Chacón (1764-1849) le remitiera pus vacunal, se empezó a vacunar en abril en Veracruz, en mayo de 1804 en la península de Yucatán y a finales de ese mismo mes en la ciudad de México. No se olvide que Balmis no llegó a tierra mexicana hasta junio de ese mismo año, cuando ya se habían vacunado casi quinientos niños en la Casa de Niños Expósitos de la capital azteca (Aceves Pastrana y Morales Cosme, 1997). Desde Veracruz la vacuna llegó a Guatemala en mayo de 1804, siendo el médico Narciso Esparragosa el encargado de difundirla en el territorio. También en Cuba la vacunación era ya conocida desde febrero de 1804 merced a los desvelos del ya nombrado Tomás Romay, con linfa procedente de Puerto Rico, que inició la práctica en la isla a partir de tres niños procedentes de la isla vecina (López Espinosa , 2007). Por su parte, en Venezuela fue introducida desde Puerto Rico, mediante un envío del ya mencionado Francisco Oller. Cuando Manuel Julián Grajales llegó a Chile en 1807 la vacuna ya era usada en buena parte del territorio. En Montevideo, y con pus vacunal conservado entre cristales y proporcionado por un capitán de un navío negrero portugués, el cirujano Cristóbal Martín vacunó con éxito a cuatro niños. Desde aquí la vacuna se expandió a Argentina en julio de 1805 (Rizzi, 2007), y a Chile, que conoció las primeras prácticas vacunales en octubre de 1805, antes,
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pues de la venida de Grajales (Laval R, 2003b). Desde Buenos Aires la vacuna se remitió a Lima por barcos que transportaban el correo y se generalizó desde octubre de 1805, tras un previo intento fallido en 1802 a cargo del ya mencionado Hipólito Unanue. Es precisamente con linfa de Buenos Aires cuando empiezan las primeras inoculaciones en Lima en octubre de 1805 (Balaguer Perigüell y Ballester Añón, s.a.). Los conflictos entre Balmis y las autoridades locales americanas, que han sido puesto de manifiesto por diversos historiadores, hay que entenderlos en el contexto de las acciones llevadas a cabo en la mayoría de los países europeos para garantizar la expansión de la práctica vacunal. En Francia y en buena parte de los estados italianos, por ejemplo, modelo que siguió nuestro país, se crearon Comités de Vacunación, fuertemente jerarquizados, controlados y muy centralizados. Ese era el organigrama que Balmis quiso llevar a Hispanoamérica, a través de las Juntas de Vacunación, como la de Guatemala (1805), con relativa autonomía entre ellas y a cuyo frente estaban las autoridades locales, que chocaron frontalmente con las medidas descentralizadas que en las colonias habían puesto en práctica antes de la llegada de Balmis las autoridades locales. En algunos lugares, incluso, se boicoteó la creación de dichas Juntas. No fue, pues, tanto el carácter rígido y autoritario de Balmis el causante de los litigios, si no más bien dos modos muy diferentes de garantizar las vacunaciones, el centralizado, que defendía Balmis, y el autóctono, espontáneo y sin excesivo control, aunque bien es cierto que consiguió ciertos éxitos. Pero muchas de las campañas vacunales previas a la llegada de Balmis y sus expedicionarios fracasaron estrepitosamente por falta de control. Por otro lado, este modelo que defendía Balmis reproducía a escala el vigente en el estado borbónico en materia de salud pública. Es decir, un organismo central, la Suprema Junta de Sanidad, y unas Juntas de Sanidad de Puerto y Juntas de Sanidad locales y regionales en la periferia (Ramírez Martín, 2004).
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En otros lugares, sin embargo, la llegada de los españoles fue recibida con gran entusiasmo, pues eran zonas en las que todavía era desconocida desde el punto de vista práctico la vacuna jenneriana, aunque se tenían noticias impresas de sus ventajas, como ya he señalado en el caso de Caracas. La Expedición Filantrópica cumplió con creces sus objetivos, básicamente la expansión vacunal, aunque el fluido jenneriano ya fuera conocido en algunos lugares. Pero ello no merma sus logros. Además, puso a prueba la capacidad organizativa de un estado, el hispano, que programó de forma muy eficaz tal aventura. La Expedición de Balmis es, sin duda, la primera campaña preventiva de vacunación en masa de la edad moderna contra una enfermedad letal y constituye, hasta el descubrimiento de la vacunación contra el cólera por el también español Jaime Ferrán y Clúa en 1885, la principal aportación de la medicina española a la salud pública de todos los tiempos. La lucha contra la viruela había comenzando de la mejor manera posible. En 1980 la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró erradicada de todo el globo terráqueo tan mortífera enfermedad. Bibliografía – ACEVES PASTRANA, P. y MORALES COSME, A. (1997). Conflictos y negociaciones en las expediciones de Balmis. Estudios de Historia Novohispana, 17, 171-200. – ACUÑA-SOTO, R.; CALDERÓN ROMERO, L. y MAGUIRE, J.H. (2000). Large Epidemics of Hemorrhagic Fevers in Mexico 1545-1815. Am. J. Trop. Med. Hyg., 62 (6), 733-739; ACUÑA-SOTO, R.; STAHLE, D.W. y CLEAVELAND, M.K.; THERRELL, M.D. (2002). Megadrought and Megadeath in 16th Century Mexico. Rev Biomed., 13, 289-292; ACUÑA-SOTO, R.; STAHLE, D.W.; THERRELL, M.D.; GRIFFIN, R.D. y CLEAVELAND, M.K. (2004). When half of the population died: the epidemic of hemorrhagic fevers of 1576 in Mexico.
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Alimentos, medicamentos y otros productos viajeros Alberto Gomis Blanco
Introducción Con el descubrimiento de América se inició un extraordinario proceso de intercambio de alimentos, medicamentos y otros productos entre el Viejo Mundo y el Nuevo. Como consecuencia, del mismo, se produciría un cambio substancial en los sistemas de alimentación en Europa, al tiempo que se adquirían nuevos hábitos y se probaban las aplicaciones de nuevos productos naturales. ¿Alguien entendería, hoy en día, nuestra cocina sin el tomate o la patata? ¿los dulces sin el chocolate? o la polémica desencadenada entre los defensores y detractores del tabaco, si no fuera por el extraordinario consumo que se han hecho de estos cuatro artículos. Y, sin embargo, se trata, tan sólo, de algunos de los muchos productos americanos que llegaron a Europa en distintos momentos Resulta evidente que, desde los primeros viajes de Cristóbal Colón, el primer virrey de América, los expedicionarios fueron encontrando productos naturales que les eran desconocidos. Colón, tras desembarcar en Palos de vuelta de su primer viaje, marchó a Barcelona donde se encon-
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traban los Reyes Católicos y, allí, el día 3 de abril de 1493 les presentó el oro y demás cosas que traía del otro mundo: “todo aquello, excepto el oro, era nuevo (…) Loaron los papagayos por ser de muy hermoso colores (…) Probaron el aji1, especia de los indios, que les quemó la lengua, y las batatas, que son raíces dulces, y los gallipavos, que son mejores que los pavos y las gallinas. Maravilláronse que no hubiese trigo allá, sino que todos comiesen pan de aquel maiz”2. Y a la vuelta del segundo viaje, que les llevó a las islas de Dominica y Guadalupe, el médico sevillano Diego Álvarez Chanca, el primer científico en el Nuevo Mundo, dirigió una amplia carta al cabildo de su ciudad en la que, junto al animado relato de los múltiples sucesos acaecidos en el transcurso del mismo, figuran algunas buenas descripciones de la naturaleza antillana3. Al final, de la misma, figura un detallado catálogo botánico de las plantas por él observadas. Sin embargo, serían cronistas posteriores quienes pusieron un verdadero empeño en la descripción y clasificación de los productos de la naturaleza americana y, a consecuencia del interés que sus relatos suscitaron, muchos de ellos serían llevados al Viejo Mundo. Repasaremos algunos, encuadrándolos en tres apartados. En el primero referiremos algunos de los alimentos que más contribuyeron, con posterioridad, a la alimentación de los europeos; en el segundo, unos pocos medicamentos; mientras que en el tercero, recogeremos otros productos que también viajaron hacia el Viejo Mundo. Al tabaco le dedicaremos capítulo aparte, sirviéndonos de nexo de unión entre los apartados segundo y tercero. 1 2 3
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Chile o pimiento. LÓPEZ DE GOMARA, F. Historia General de las Indias. Madrid, Calpe, 1922. Cfr. tomo 1, pág. 46. PANIAGUA, J.A. El Doctor Chanca y su obra médica. Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1977.
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Alimentos Antes de pasar a ocuparme de los alimentos que nos llegaron de América, hay que recordar que el descubrimiento de América supuso un intercambio bidireccional. En los primeros tiempos, se enviaba desde la metrópoli a las nuevas tierras americanas todo tipo de víveres, con objeto de servir de alimentación a descubridores, soldados, clérigos y restos de expedicionarios. Con mucha rapidez, en las tierras conquistadas, se introdujo el cultivo del trigo, la vid y el olivo. Pero los españoles que llegaron a las Indias no pudieron sustraerse de consumir los alimentos que encontraban a su paso, por tres razones. Por un lado, la simple curiosidad ante lo desconocido. Por otro, el afán de conocimiento científico que estuvo presente en algunos expedicionarios, como fue el caso de Francisco Hernández, a quien Felipe II comisionó en 1570 para el estudio de los productos naturales del virreinato de Nueva España y que, durante los seis años que pasó en aquel, realizó un extraordinario acopio de productos de la naturaleza americana4. La tercera razón, pero tal vez fuera la más determinante, el haberse agotado en diferentes momentos los víveres que portaban consigo, lo que debió resultar bastante frecuente en los primeros años y durante las expediciones de conquista5. Como contrapartida a los envíos de la metrópoli, fueron llegando, a ésta, noticias de los hallazgos y los nuevos productos alimenticios. Es muy extensa la relación de los que viajaron hacia Europa. Ya hemos citado al tomate, cuyo cultivo no comenzó en Europa hasta el siglo XVI, la patata, que fue uno de los productos que más tardaron en descubrir los 4
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A consecuencia de la expedición, desarrollada entre los años 1570 y 1577, resultó una obra enciclopédica en la que se describían 2.900 especies vegetales del Nuevo Mundo, gran parte de la cual se perdió en el incendio acaecido en la Biblioteca y Monasterio de San Lorenzo de El Escorial el día 7 de junio de 1671. PÉREZ SAMPER, M.A. “La integración de los productos americanos en los sistemas alimentarios mediterráneos” En: XIV Jornades d´Estudis Històrics Locals. La Mediterrània, àrea de convergència de sistemas alimentaris (segles V-XVIII): 89-148. Palma, Institut d´Estudis Baleàrics, 1996. Cfr. págs. 90-91.
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españoles en América, y el chocolate, la bebida de los dioses aztecas y mayas. Referiré algo de cada uno de estos alimentos de origen vegetal, así como también del maíz, los chiles, la piña y el cacahuete, y de un animal, el pavo. Señalar, también, que dichos productos no cambiarían de repente los hábitos alimenticios de españoles, europeos, asiáticos o africanos, sino que fueron haciéndose, poco a poco, un espacio dentro de ellos, bien porque se asociaron a productos similares que ya consumían, como en el caso del pavo, pues la carne de ave era la más apreciada de la época; del maíz, que al ser un cereal, ocupó su lugar dentro de éstos, pero sin desbancar al trigo; o los chiles que se hicieron hueco entre las verduras y alcanzaron un gran protagonismo como condimento y, por tanto, como una alternativa a las especias orientales. Maíz El maíz (Zea mays L.) constituía en el siglo XV la base de la alimentación de las culturas precolombinas. Colón ya se topó con la planta en su primera viaje y la anotó en su diario el día 16 de octubre de 1492 con el nombre de panizo, por ser la planta más parecida que él conocía6. Luego, casi todos los cronistas reflejaron sus virtudes como alimento y describieron las formas de su cultivo y consumo en América. Entre ellos, el jesuita José de Acosta, que había llegado formando parte de la tercera expedición de los Jesuitas al Perú, y que como consecuencia de sus viajes por el virreinato, que en la época que él lo recorrió cubría una inmensa área, incluyendo gran parte de lo que es en la actualidad Chile7, consignó en su Historia Natural y Moral de las Indias, aparecida en 1590, como: 6 7
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Ibídem. Cfr. pág. 99. BEDDALL, B.G. “El P. José de Acosta y la posición de su Historia natural y moral de las Indias en la historia de la ciencia”. En: ACOSTA, J. de. Historia Natural y Moral de las Indias: 11-97. Valencia, Hispaniae Scientia, 1977.
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“El pan de los Indios es el mayz: comenlo comúnmente cozido assi en granos y caliente, que llaman ellos Mote: como comen los Chinas y Japones el arroz tambien cozido consu agua caliente. Algunas vezes lo comen tostado; ay mayz redondo y gruesso, como lo de los Lucanas, que lo comen Españoles por golosina tostado, y tiene mejor sabor que garvanços tostados. Otro modo de comerñe mas regalado es moliendo el mayz, y haziendo de su harina massa y dellas unas tortillas …”8. También había sido muy positivo el juicio de Nicolás Monardes, que en su Historia Medicinal: de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales, obra que consta de tres partes aparecidas, en 1565, 1571 y 1574, respectivamente, lo consideraba un alimento “de tanta sustancia como nuestro trigo”9. Parece lógico que los primeros cultivos del maíz en España y Europa se realizaran a comienzos del siglo XVI en Canarias y Andalucía, por la estrecha relación de estas regiones con América. No debieron de tardar mucho en llegar a Castilla. No obstante, no se generalizarían por toda la Península hasta el siglo XVII, siendo en el norte donde el maíz, asociado a la alimentación humana y animal, se convertiría en el cereal básico. Hay que anotar como mientras que en algunas regiones de España sólo se empleaba como forraje para los animales, en otras se utilizó para la elaboración de pan y la preparación de gachas cocidas con agua. Aunque, entre nosotros, no admitía comparación el pan de trigo con el pan de maíz, su consumo fue desplazando a otros cereales menores que eran preparados hervidos, en lugar de amasados y cocidos. La aparición de la enfermedad de la pelagra, en aquellas regiones en las que el maíz había adquirido elevado protagonismo en la dieta, supuso un freno 8 9
ACOSTA, J. DE. Historia Natural y Moral de las Indias. Sevilla, Juan de León, 1590. Cfr. pág. 237. MONARDES, N. Primera y Segunda y Tercera Partes. De la Historia Medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales. Sevilla, en casa de Fernando Díaz, 1580. Cfr. f. 95.
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en su expansión, quedando relegado su empleo a la alimentación animal. Actualmente el maíz debe ser considerado como la mayor aportación alimenticia del continente americano. La extensión y producción del grano mesoamericano no ha parado de aumentar en el último medio siglo, hasta el punto que se disputa con el arroz el primer puesto mundial en cuanto a volumen de producción. Tomate La planta del tomate (género Lycopersicon L.) es originaria de América del Sur, de donde pasó a Mesoamérica como hierba silvestre por el proceso de domesticación. Cuando los expedicionarios llegaron a Tenochtitlan en 1519 pudieron comprobar la gran cantidad de clases de tomates que se comercializaban en el mercado de Tlateloco, pues su empleo resultaba esencial en la preparación de múltiples platos. Al respecto, el cronista fray Bernardino de Sahagún en su Historia general de las cosas de la Nueva España señala como la mayoría de los estofados, guisos y salsas que se comercializaban en los mercados de México en el siglo XVI estaban confeccionados con tomates rojos y verdes10. Por su parte, José de Acosta en la obra reseñada, recoge que: “… son frescos y sanos, y es un género de granos gruessos xugosos y hazen gustosa salsa, y por si son buenos de comer”11. La planta del tomate debió de llegar a España luego de la conquista de México y de aquí pasar a Italia. En ambos países su aceptación fue rapidísima, produciéndose un sincretismo perfecto entre tres productos, el 10
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SAHAGÚN, B. de. Historia general de las cosas de la Nueva España. Madrid, Alianza Editorial, 1988. Cfr. volumen 2, págs. 613 y 618. ACOSTA, J. DE., 1590. Cfr. pág. 247.
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propio tomate, la pimienta y el aceite de oliva, de origen geográfico tan diferente12. En 1592 el sacerdote Gregorio de Ríos, responsable del jardín botánico de Aranjuez, publicó la primera referencia escrita, aunque bastante imprecisa, del cultivo del tomate, al que llama pomate, en España13. El tomate se hace protagonista en las obras de algunos autores del Siglo de Oro y aparece representado, junto a unas calabazas, en el cuadro de Bartolomé Murillo La cocina de los ángeles, pintado para el convento franciscano de Sevilla. A finales del siglo XVIII el empleo del tomate se habría difundido ampliamente en España e Italia, si bien sería el siglo XIX el del triunfo del tomate, como atestiguan los recetarios de la época14. Hoy en día, el tomate no puede faltar en la cocina mediterránea, ni el ketchup o cátchup, la salsa de tomate condimentada con vinagre, azúcar y sal, en la cocina rápida. Chiles Bajo las denominaciones de chile, ají, pimiento o guindilla encontramos el fruto picante de dos solanáceas (Capsicum annuum L. y Capsicum frutescens L.) originarias de México, Centroamérica y Sudamérica, emparentadas con el tomate y de las que existen variedades de muchos tamaños, formas y colores. Ya hemos señalado como Colón se lo dio a probar a los Reyes Católicos en 1493. Por ello, resulta normal, que el chile se convirtiera, en poco tiempo, en el substituto de la pimienta, pues entre otras razones su importación resultaba más económica que traer la pimienta de Oriente. 12
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La pimienta es de origen asiático y el aceite de oliva mediterráneo. Cfr. LORA GONZÁLEZ, A. “La contribución americana a la dieta europea” En: ¡A Comer¡ Alimentación y Cultura. Catálogo de la exposición. Museo Nacional de Antropología: 35-47. Madrid, Ministerio de Educación y Cultura, 1998. DE LOS RÍOS, G. Agricultura de jardines que trata de la manera que se han de criar, governar, y conservar las plantas. Madrid, por P. Madrigal, 1592. PÉREZ SAMPER, M.A. 1996. Cfr. págs. 108-110.
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Por esta razón, muy tempranamente se organizó un comercio de chile de América a España, si bien no tuvo el éxito que Colón le había pronosticado, ya que pronto entró en competencia con el cultivado en España y otros países europeos15. Monardes bajo la denominación “De la pimienta de las Indias”, que incluye dentro de las plantas medicinales, apunta: “No quiero dexar de dezir de la Pimienta que traen de las Indias, que no solo sirve a medicina, pero es excelentissima: la qual es conocida en toda España, porque no ay jardin, ni huerta, ni maceton que no la tenga sembrada, por la hermosura de fruto que lleva”16. Hoy en día los chiles siguen incorporándose, como antaño, a diversos platos. La única transculturación sufrida por estas especies tiene que ver con las variedades que se cultivan en cada región del mundo. Patata La papa o patata (Solanum tuberosum L.) fue uno de los productos que más tardaron en descubrir los españoles. La palabra patata, viene del español, aunque algunos ven un anglicismo, del inglés “potato”; papa sigue empleándose en América, Andalucía y Canarias. Anteriormente al descubrimiento de América la papa se cultivaba en algunas regiones de América y, por lo que parece, su gran propagación se debió a los incas. Las primeras menciones a este tubérculo se encuentran en los escritos de los primeros cronistas de la América del Sur, como Pedro Cieza de León (Crónica del Perú), Agustín de Zarate (Historia del descubrimiento y conquista de la provincia del Perú) y Francisco López de Gomara 15 16
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PÉREZ SAMPER, M.A. 1996. Cfr. págs. 111. MONARDES, N., 1580. Cfr. f. 19.
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(Historia general de las Indias). El primero de los nombrados debió conocerlas hacia 1538, describiéndolas años más tarde del modo siguiente: “De los mantenimientos naturales fuera del maíz, hay otros dos que se tienen por principal bastimento entre los indios: al uno llaman papas, que es a manera de turmas de tierra, el cual después de cocido queda tan tierno por dentro como castaña cocida …”17. Tras las menciones, fue importada al Viejo Mundo. En nuestra Península parece que las primeras patatas fueron cultivadas en Galicia, tal vez porque algunos navíos regresaran a puertos gallegos. Sin embargo, en 1567 ya se cargaban patatas canarias en el puerto de Isletas, en Gran Canarias, con destino a Amberes18. De España, donde apenas tuvo difusión, pasó a Italia y, de allí, a Alemania, donde se las llamó Kartoffel. Algunos historiadores apuntan la prioridad de los ingleses en la introducción del tubérculo en Europa. Se basan en que las islas Británicas obtuvieron esta planta de su colonia de Virginia, de donde debió llevarlas Francis Drake en 1590. Sin embargo, el cultivó de patatas no se difundió hasta el siglo XVII, primero en Irlanda, luego en Inglaterra. Francia y España no se lanzaron a la práctica de este cultivo hasta la segunda mitad del siglo XVIII y, sobre todo, para que éste se volviese, en poco tiempo, un componente importante de la alimentación de los ciudadanos de ambos países. Para conseguir esto, fue necesario emprender una verdadera campaña «publicitaria» de la patata, al frente del cual se pusieron algunos médicos, farmacéuticos, higienistas y botánicos, entre otros. Los franceses le dieron el nombre definitivo en francés de pomme de terre, lo que hizo Duhamel de Monceau en 1762. 17 18
CIEZA DE LEÓN, P. Crónica del Perú. Madrid, Sarpe, 1985. Cfr. pág. 57. RODRÍGUEZ GALDO, M.X. “Introducción y difusión del cultivo de la patata en España (siglos XVIXVIII)”. En: LÓPEZ LINAJE, J. (ed) La patata en España. Historia y Agroecología del tubérculo andino: 99-126. Madrid, Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino, 2008. Cfr. pág. 107.
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Siete años después, en 1769, la Academia de Besançon ofreció un premio a la memoria que propusiese el producto vegetal más capaz para sustituir provisionalmente al pan. El primer premio, fallado dos años más tarde, recayó en el farmacéutico militar francés Antoine Parmentier que, habiendo conocido la patata en Alemania, hizo de ella el tema de su disertación, titulando Examen chymique des pommes de terres, que vio la luz en París en 177319. De Francia, donde su cultivo se extendió, los efectos repercutieron en los ilustrados españoles que, con ascendencia sobre los gobernantes reformistas de los reinados de Carlos III (17591788) y Carlos IV (1788-1908), resultarían decisivos para que la patata entrara, en España, en la cocina del pueblo llano20. Piña Los españoles encontraron en el Nuevo Mundo gran variedad de frutas, como la chirimoya, la papaya, la guayaba, la piña americana y un largo etcétera. De todas ella, la piña o ananá (Ananas comosus L.) era la más apreciada por los indígenas y también lo fue por los conquistadores, así lo señala Monardes: “Las Piñas, son una fruta la más celebrada que ay en todas las Indias, assi de los mismos Indios, como de los Españoles, llamanse piñas por la semejanza que tiene este fruto con nuestras piñas ….”21. Originaria de la cuenca del Paraná-Paraguay, Colón la encontró, durante su segundo viaje, en la isla de Guadalupe. Luego, mereció la atención de muchos cronistas, entre ellos de Gonzalo Fernández de 19
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PARMENTIER, A. Examen chymique des pommes de terre. Dans lequel on traite des Parties conflituantes du Bled. Paris, Chez Didot, 1773. LÓPEZ LINAGE, J. “La patata entra en la cocina del pueblo llano”. En: LÓPEZ LINAGE, J. (ed) La patata en España. Historia y Agroecología del tubérculo andino: 269-331. Madrid, Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino, 2008. Cfr. pág. 304. MONARDES, N., 1580. Cfr. f. 82v.
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Oviedo que trató de ella, tanto en el Sumario de la Historia Natural de las Indias que se publicó en 1526, como en la más amplia Historia General y Natural de las Indias, cuya primera parte apareció impresa en 1535. En el Sumario apunta: “Hay una fruta que se llaman piñas, que nasce en unas plantas como cardos (…) y huele esta fruta mejor que los melocotones, y toda la casa huele por una o dos de ellas, y es tan suave fruta, que creo es una de las mejores del mundo, y de más lindo y suave sabor y vista, y parescen en el gusto como melocotones, que mucho sabor tengan de duraznos, y es carnosa como el durazno, salvo que tiene briznas como el cardo, pero muy sutiles…”22. En el siglo XVI las piñas americanas debían consumirse en España en conserva, fundamentalmente en almíbar. Su aclimatación no debió comenzar hasta finales de ese siglo o principio del siguiente. Cacahuete El cacahuete, maní o gonça avellanada (Arachis hypogaea, L.), como lo denominó Colon en su primer viaje, es un alimento cuyo consumo apenas sufrió cambios tras la salida de América, si bien se hizo muy popular en los campos africanos, donde su cultivo aporta el 25% de la producción mundial23. La semilla del cacahuete debe ser plantada en tierra cada año, después de la helada, cosechándose de 4 a 5 meses más tarde. Monardes la llamó “fruta que se cría debaxo de tierra”, señalando que se la habían enviado del Perú y que era muy hermosa de ver y muy sabrosa 22
23
FERNÁNDEZ DE OVIEDO, G. De la Natural Historia de las Indias (Sumario de Historia Natural de las Indias). Con un estudio preliminar y notas por Enrique Álvarez López. Madrid, Editorial Summa, 1942. Cfr. págs. 165-166. LORA GONZÁLEZ, A., 1998. Cfr. pág. 38
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de comer24. A finales del siglo XVIII y comienzos del XIX se asistió en España a una amplia polémica sobre la introducción de esta leguminosa, ya que se discutió sobre su rentabilidad frente a otros cultivos. Sirvió de detonante la memoria sobre el aceite del cacahuete redactada por Francisco Tabares de Ulloa, canónigo prebendo de la Santa Iglesia Metropolitana de Valencia, en 1798, en la que narra como fue el arzobispo de Valencia Francisco de Fabián y Fuero quien veinte años antes la había mandado traer de América junto con otras plantas indígenas de aquel continente, con objeto de enriquecer el Jardín Botánico que había formado en la villa de Puzol25. Cacao y chocolate El árbol del cacao (Theobroma cacao L.) parece ser originario de la zona oriental de los Andes, si bien alcanzó una gran difusión por toda Centroamérica. Aunque Colón ya lo registró en su diario el 22 de diciembre de 1492, no fue hasta la conquista de México cuando empezó a otorgársele un papel destacado en la elaboración de muchas bebidas, entre las que destacaba el “chocolatl”. Los españoles se familiarizan con él en la corte azteca, donde se consumía habitualmente. El chocolate tiene su materia prima más importante en el cacao. En México se preparaba mezclando sus semillas con achiote, chile, vainilla y otras especias, pétalos de flores aromáticas y, con ocasión de algunas ceremonias, hongos y semillas alucinógenas. Toda la mezcla se calentaba hasta conseguir una pasta homogénea que se podía moldear en forma de pequeñas tabletas. La bebida se obtenía luego de introducir una tableta en agua caliente y su posterior disolución. En algunos casos se añadía 24 25
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MONARDES, N., 1580. Cfr. f. 85v. FERNÁNDEZ, J.; GOMIS A.; LACALLE, J. y PELAYO, F. “El aprovechamiento por parte de España de las materias primas agrícolas de América en los siglos XVIII y XIX: La polémica del cultivo del cacahuete”. En: El científico español ante su historia. La Ciencia Española entre 1750-1850: 201-221. Madrid, Diputación Provincial de Madrid, 1980. Cfr. págs. 211-218.
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“arolle” (harina de maíz) para espesarlo. Su sabor era intenso y amargo y, tal vez, esta fuera la causa de su poca repercusión cuando Hernán Cortes lo trajo consigo en su regreso a España en 152826. Desde el principio, el chocolate fue motivo de críticas y alabanzas, ya que mientras que para algunos era bebida malsana e indigesta, otros veían en ella propiedades medicinales. Francisco Hernández recoge en su Historia de las plantas de Nueva España las diferentes bebidas que se preparaban con cacao y sus virtudes, si bien, señala, que tomado en exceso resulta perjudicial para la salud. Muy pronto el chocolate se convirtió en una bebida de prestigio en España, hasta el punto de que la familia real española era una gran consumidora. Lo recibían, habitualmente como obsequio, de los Virreyes de Indias. Cuando alguna Infanta contraía matrimonio y marchaba a otras Cortes, en su ajuar no podía faltar el chocolate27. Al tiempo que el consumo del chocolate fue extendiéndose, el debate sobre si el mismo quebrantaba o no el ayuno a los ojos de la religión, también. Los cristianos sostuvieron, en un principio, que el chocolate era una especie de refresco que apagaba la sed, pero sin alimentar28. Tan interesada interpretación no prosperó. El doctor Juan de Cardenas, en 1591, señalaba que una pechuga de ave molida y desatada en caldo también se bebía y que todos admitían que rompía el ayuno29. En la misma línea, el licenciado Antonio de León Pinelo, relator del Consejo de Indias, compuso el tratado Question moral. Si el chocolate quebranta el ayuno 26 27 28
29
PÉREZ SAMPER, M.A. 1996. Cfr. pág. 115. PÉREZ SAMPER, M.A. 1996. Cfr. pág. 118. GONZÁLEZ TASCÓN, I. y FERNÁNDEZ PÉREZ, J. “Del «chocolatl» de los aztecas a la Compañía Guipuzcoana de Caracas”. En: FERNÁNDEZ PÉREZ, J. y GONZÁLEZ TASCÓN, I. (eds.) La agricultura viajera. Cultivos y manufacturas de plantas industriales y alimentarias en España y en la América virreinal: 125-135. Barcelona, Lunwerg Editores, S.A, 1990. Cfr. p. 134. CARDENAS, J. de Problemas y secretos maravillosos de las Indias. México, Pedro Ocharte, 1591.
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eclesiástico en donde, luego de reconocer la rápida incorporación de la bebida en los hábitos de los españoles y de referir las distintas formas de prepararlo, señala que en España se la habían añadido nuevos ingredientes, como frutos secos, almendras, avellanas y nueces, además de especias venidas de Oriente, como canela y clavo, pimienta negra, jengibre y nuez moscada30. Pavo De los animales que nos llegaron del Nuevo Mundo, el pavo (Melegris gallipavo L.), ha sido el más importante desde el punto de vista de la alimentación humana. Fue importado por los jesuitas, que los criaron en gran cantidad. Brillat-Savarin (1755-1825) que, aunque fue legislador, magistrado y diputado de la Asamblea francesa, es más recordado como gastrónomo y escritor, señaló que: “el pavo es con toda seguridad uno de los mejores regalos que el nuevo mundo hizo al viejo”31. En América era posible encontrar al pavo en estado salvaje, pero también doméstico. Los aztecas lo denominaban “uexelot”, de ahí el actual nombre mejicano de guajolote. No pueden faltar múltiples descripciones de ellos en las obras de nuestros cronistas. Así Fernández de Oviedo señalaba: “Hay unos pavos rubios y otros negros (…) y son de mejor comer que los de España. Estos pavos son salvajes, y algunos hay domésticos en las casas, que los toman pequeños. Los ballesteros matan muchos de ellos, porque los hay en mucha cantidad. Dicen algunos que el 30
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LEÓN PINELO, A. DE. Question moral. Si el chocolate quebranta el ayuno eclesiástico. Tratase de otras bebidas y confecciones que se usan en varias Provincias. Madrid, por la viuda de Iuan González, 1636. Cfr. fol. 8-9. BRILLAT-SAVARIN. Fisiología del Gusto (Meditaciones gastronómicas) Buenos Aires, Editorial Losada S.A., 1939. Cfr. pag. 71.
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pavo es bermejo y la pava negra; otros dicen que son de dos géneros (…) Vale un pavo de éstos un ducado, y a veces un castellano o peso de oro, que es tanto como en España un real para lo gastar…”32. Los pavos hermosos de España, a los que se refería el cronista Fernández de Oviedo, eran los pavos reales, que ciertamente son de gran hermosura, pero de carne insípida.
Medicamentos En diferentes intervenciones de este ciclo sobre “Los Virreinatos” ha quedado suficientemente expuesto como el Viejo Mundo también se benefició de las posibilidades curativas de algunas plantas americanas. Por ello, me limitaré a apuntar algo de dos árboles y una planta de las que se extraían medicinas que todavía se utilizan, aunque ahora, éstas, se obtengan mediante su síntesis en el laboratorio. Me refiero a la quina, el curare y la coca. Quina La quina se obtenía de la corteza del árbol de ese nombre y se empleó, durante muchísimo tiempo, para combatir la malaria. No tenemos pruebas de que en el año 1513 en que los primeros españoles llegaron al Perú los indígenas conocieran ya las propiedades antipiréticas de la corteza de quina. Sin embargo, algunos de los naturalistas que más tarde investigaron en la zona, como Arrot y La Condamine, o Jussieu en Loja, oyeron hablar de que sí las conocían, si bien habrían preferido ocultarlas. Estos indígenas emplearon durante mucho tiempo el nombre de “cascarilla”, frente al de quina de los europeos, para referir este remedio.
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FERNÁNDEZ DE OVIEDO, G., 1942. Cfr. págs. 117-118.
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Cuenta la leyenda que fue Francisca Hernández, condesa de Chinchón y esposa del virrey del Perú, la primera europea curada de tercianas con corteza de quina. El hecho tuvo lugar en 1638, cuando al encontrase enferma con «los fríos», su sirviente india Zuma le echó en el agua unos polvos para que sanara. Zuma fue sorprendida y acusada de intentar envenenar a la condesa, por lo que fue condenada a muerte junto con su marido, si bien la aristócrata evitó la ejecución. Los indios desvelaron, entonces, los poderes curativos de la corteza de quina y, a partir de ese momento, fue más común su empleo en el tratamiento del paludismo33. La leyenda ha sido desacreditada por numerosos historiadores, pero tuvo mucho que ver con un hecho estrictamente científico, cual fue el de la nominación científica del arbusto por el sueco Linneo en la primera mitad del siglo XVIII. Éste, en honor a la condesa de Chinchón, dio el nombre genérico Cinchona a este género de la familia de las rubiáceas, pero, con la particularidad de que mal informado sobre la manera de deletrear dicho nombre, escribió Cinchona en vez de «Chinchona», comenzando por Ch, como debió de haber sido. Si bien cabe pensar que en algún momento algún navegante pudo llevar a España o Italia alguna muestra de quina, fueron los Jesuitas los primeros que de manera deliberada enviaron ésta al Padre Lugo (a partir de 1643 cardenal Juan de Lugo). El Padre Lugo, uno de los curados con la quina, solicitó al médico del Papa, Gabriel Fonseca, ensayar la eficacia del nuevo remedio. De ahí el sinónimo, también utilizado, de “Corteza de los Jesuitas”. A pesar del gran beneficio que el descubrimiento de la quina supuso para la humanidad, sus méritos no fueron inmediatamente reconocidos, 33
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BLANCO, E. y MORALES, R. “Plantas curativas y drogas, intercambio entre dos mundos” En: FERNÁNDEZ PÉREZ, J. y GONZÁLEZ TASCÓN, I. (eds.) La agricultura viajera. Cultivos y manufacturas de plantas industriales y alimentarias en España y en la América virreinal: 83-95. Barcelona, Lunwerg Editores, S.A., 1990 Cfr. p. 85.
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pues se desencadenó una fuerte controversia acerca de su valor medicinal, entre diferentes escuelas y médicos. En todo caso, a principios del siglo XVIII el comercio de la corteza de la quina estaba muy extendido en Loja, y las buenas quinas debían proceder de esa comarca, debiendo justificarse su procedencia por escrito. En la segunda mitad del siglo XVIII los árboles de la quina siguieron siendo buscados y estudiados, contándose como muy notables las expediciones de José Celestino Mutis al Nuevo Reino de Granada y de Hipólito Ruiz y José Pavón al de Perú. En 1820 los farmacéuticos franceses Pelletier y Caventou aislaron la quinina, el principal alcaloide de los muchos que contiene la corteza del árbol de la quina. Pese a ello, durante el siglo XIX, todavía se intentó la aclimatación del árbol en diferentes regiones, como el proyecto que se desarrolló en el Real Colegio de San José de Manila, capital de Filipinas, cuando su administración todavía dependía de España34. Curare El curare es una sustancia que se extrae, principalmente, de la corteza del maracure (Strychnos toxicaria), una planta leñosa, trepadora, que abundaba en Centroamérica y Sudamérica. Los indígenas de esas regiones la colocaban en las puntas de sus flechas como veneno mortífero en sus cacerías y con ella mataron a no pocos españoles, entre ellos Alonso de Ojeda y Juan de la Cosa. Según la leyenda, su preparación corría a cargo de las mujeres ancianas de los poblados que, durante su elaboración, quedaban medio muertas por los humos nocivos que se desprendían35. 34
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La documentación sobre el intento de ensayar, en el año 1878, el cultivo del árbol de la quina en las haciendas del Real Colegio de San José de Manila se conserva en el Archivo de la Real Academia de Farmacia (Legajo 138, expediente 3). BLANCO, E. y MORALES, R., 1990. Cfr. pág. 88.
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Contiene un alcaloide, la curarina, que actualmente sólo se emplea como anestésico en medicina, con objeto de conseguir una relajación muscular durante la cirugía. Coca La coca (Erythroxylum coca Lam.) es una planta arbustiva que alcanza hasta los 5 metros, de corteza rojiza, hojas de hasta 5 centímetros y flores amarillas pequeñas. Se recolectan sus hojas, que se dejan fermentar durante un corto período de tiempo. Los indígenas de Sudamérica las masticaban o tomaban en infusión como estimulante y analgésico antes de la llegada de los españoles36, aunque algunos también la empleaban para eliminar el hambre. Monardes da una descripción bastante completa de la planta, en la tercera parte de su Historia37, apuntando las formas y finalidades de su uso general entre los Indios. Luego de señalar que, para combatir la fatiga, el hambre y la sed masticaban sus hojas mezcladas con polvo de conchas calcinadas, dice: “Quando se quieren emborrachar, o estar algo fuera de juyzio mezclan con la Coca hojas de Tabaco, y chupan lo todo junto, y andan como fuera de si como un hombre borracho, que es cosa que les da grande contentamiento estar de aquella manera”38. En el siglo XIX consiguió extraerse el principio activo de sus hojas, la cocaína. Se trata de un alcaloide con acción anestésica local, que en medicina se emplea como narcótico o anestésico, si bien se trata de una sustancia que produce hábito o drogodependencia. 36 37 38
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Ibídem., Cfr. pág. 87. MONARDES, N., 1580. Cfr. f. 93-94. Ibídem. Cfr. f. 93v.
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El tabaco Mención aparte merece la planta del tabaco, una de las primeras que llamó la atención de Colón y los primeros navegantes tras llegar a América en 1492. Los primeros indígenas que observaron haciendo uso de ella, lo fueron con un tizón en la mano, pero como el uso de la planta estaba muy extendido por el Nuevo Mundo, con el tiempo fueron observándose indígenas que usaban pipas y pequeños tubos bifurcados, otros que lo consumían en polvo y los que masticaban hojas de tabaco. La mayoría de las comunidades la conocían y la empleaban, a veces con fin placentero, otras como ritual y en ocasiones con carácter mágico39. La aceptación del tabaco por los conquistadores, la forma de su penetración en el Viejo Mundo, los usos que arraigaron más rápidamente y cuáles fueron las capas sociales que primero se habituaron a su consumo presentan todavía algunos interrogantes. Se cree que las primeras simientes de la planta llegaron tempranamente a localidades de sur de España y que fueron médicos e investigadores los primeros interesados en conocer sus cualidades fundamentales y ensayar sus propiedades medicinales. Destacó en esta labor Nicolás Monardes, a quien algunos reconocen como el primer cultivador del tabaco en la península, concretamente en el jardín botánico que tenía en la calle Sierpes40. En su libro La Historia Medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales, sitúa un grabado de la planta al comienzo de la segunda parte y dedica un amplio capítulo al estudio de sus grandes virtudes, que comienza: “Esta Yerva que comúnmente llaman Tabaco, es yerva muy antigua y conocida entre los Indios: mayormente entre los de nueva España: 39
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RODRÍGUEZ GORDILLO, J.M. “El tabaco: del uso medicinal a la industrialización”. En: FERNÁNDEZ PÉREZ, J. y GONZÁLEZ TASCÓN, I. (eds.) La agricultura viajera. Cultivos y manufacturas de plantas industriales y alimentarias en la España y en la América virreinal: 53-81. Barcelona, Lunwerg Editores S.A., 1990. Ibídem. Cfr. pág. 55.
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que después que se ganaron aquellos reynos, de nuestros Españoles: enseñados por los Indios, se aprovecharon della, en las heridas que en la guerra recibian: curandose con ella, con grande aprovechamiento de todos”41. Más adelante, pasa revista a las virtudes curativas de las hojas del tabaco, las más de las veces consistentes en aplicaciones locales de las hojas calentadas “entre ceniza o rescoldo muy caliente”, o bien “majadas” o “hechas una pelotilla” o “borujo”. Estaban indicadas para los dolores de cabeza, estómago, ijada, muelas y otras partes del cuerpo42. La traducción de la obra de Monardes a las principales lenguas contribuiría, que duda cabe, a la expansión del tabaco y su uso medicinal fue ganando espacio en farmacopeas, herbarios, diccionarios y textos de medicina. Con anterioridad, el embajador francés en Lisboa, Jean Nicot, había enviado en 1560 a su soberana, Catalina de Médicis, unas hojas de tabaco molidas (rapé), con la pretensión de aliviar sus migrañas. La reina se mostró encantada con este remedio y se trasformó en una activa propagadora de su uso. Diversos personajes de la nobleza introducirían su consumo en el resto de las cortes europeas. En la corte española de Felipe II serían la princesa de Éboli y don Juan de Austria los defensores de su uso, siendo tal su aceptación y, por tanto, la demanda del producto que ya en 1620 se construía en Sevilla la primera fábrica de tabaco (tabaco en polvo) y poco después se construía otra en Cádiz (cigarros). El floreciente comercio del tabaco no pasaría inadvertido para los gobiernos, que vieron en él una importante fuente de ingresos por la vía de los impuestos.
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MONARDES, N., 1580. Cfr. f. 32. LÓPEZ PIÑERO, J.M., “Introducción”. En: MONARDES, N. La Historia Medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales (1565-1574): 1-74. Madrid, Ministerio de Sanidad y Consumo, 1989. Cfr. pág. 49.
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No tardaron en aparecer las primeras manifestaciones sobre los efectos nocivos del nuevo hábito. La polémica entre los partidarios de su empleo y los detractores del mismo ya había comenzado en las primeras décadas del siglo XVII, cuando gracias a su empleo medicinal se asiste a la gran eclosión de la industria tabaquera. El siglo XIX supondría la introducción del cigarrillo, en cuya diseminación jugaron un papel importante los soldados. Así, se cuenta que en la guerra entre Turquía y Egipto (1832) a los soldados de este último país se les ocurrió rellenar los cartuchos de sus fusiles con picadura de tabaco, creando así el primer cigarrillo. Unos años más tarde (1865) aparecería la primera máquina manufacturera de cigarrillos y a partir de ahí se asistiría a la extensión en el hábito de fumar cigarrillos, la forma actualmente más común de consumir tabaco y en torno a la cual, pese a que se la asocian un elevado número de enfermedades, se mueve una potente industria.
Otros productos viajeros El tabaco me ha servido de nexo de unión con otros productos viajeros y, aunque fueron muchos más los productos que se intercambiaron entre uno y otro lado del Atlántico, quiero detenerme de manera más especial en las plantas tintóreas americanas, ya que, en el Viejo Mundo, el número y eficacia de los tintes aumentó sobremanera luego del descubrimiento de América43. Las culturas indígenas americanas, muy interesadas en dotar de color toda clase de objetos, emplearon desde época muy temprana toda una serie de colorantes naturales con los que recubrir sus figuras de culto, edificaciones, adornos, vajillas, textiles, etc. En ocasiones, combinaban las sustancias vistosas que extraían 43
GOMIS BLANCO, A. “La tintura y las plantas tintóreas americanas”. En: FERNÁNDEZ PÉREZ, J. y GONZÁLEZ TASCÓN, I. (eds.) La agricultura viajera. Cultivos y manufacturas de plantas industriales y alimentarias en la España y en la América virreinal: 195-211. Barcelona, Lunwerg Editores S.A, 1990.
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de los vegetales con objetos diversos, como piedras, conchas, metales y plumas polícromas. Repasaremos, brevemente, dos de estas plantas tintóreas, para detenernos, finalmente, en la cochinilla44. Palo de Campeche El palo de Campeche (Haematoxylon campechianum L.) fue el principal colorante que los españoles trajeron a Europa. Los indígenas lo empleaban mediante una sencilla maceración a partir de la madera desmenuzada de este árbol, cuya distribución correspondía con el área de México y América Central, para teñir telas de color rojo púrpura. Su componente tintóreo es la hemateina, si bien no se encuentra como tal en el árbol, y si bajo la forma de hematoxilina. Achiote El achiote (Bixa orellana L.) es otro colorante cuyo empleo estaba generalizado entre los indígenas. El arbusto crece en terrenos abiertos de los trópicos y zonas subtropicales de la América austral, siendo sus semillas las que se emplean para la tintura, pues de ellas, por maceración, se extrae una substancia de color roja. En Guatemala el achiote alcanzó mucha importancia en la época colonial, lo que motivó que el cabildo de la capital le fijara gravámenes por primera vez el 12 de enero de 1644. Está compuesto, además de por diversos ácidos grasos (palmítico, esteárico, arachídico y oleíco), por dos substancias colorantes, la orellina que es amarilla y soluble en agua, y la bixina, que es roja, insoluble en agua, pero soluble en grasas45. 44
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CABELLO CARRO, P. “Tinturas y colorantes de la América indígena” En: Catálogo de la exposición plantas tintóreas y su uso: 47-71. Madrid, Real Jardín Botánico – CSIC, 1982. PATIÑO, V.M. Plantas cultivadas y animales domésticos en América equinoccial. Tomo III. Fibras, Medicinas, Misceláneas. Cali, Imprenta Departamental, 1967. Cfr. pág. 146.
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Cochinilla Me ocuparé, por último, de la cochinilla (Dactylopius coccus Costa). Se trata de un insecto, concretamente de un hemíptero homóptero fitófago, perteneciente a la familia de la Cocidos, cuya cría y explotación va ligada al cultivo del nopal americano. Originario de México, presenta acentuado dimorfismo sexual, ya que mientras que los machos son blanquecinos, las hembras son de color rojo sangre. Durante mucho tiempo no existió certeza de lo qué eran las cochinillas, lo cual no impidió que fueran apreciadas como agentes tintóreos y que muy rápidamente comenzara su importación. José de Acosta, en su Historia Natural y Moral de las Indias, al referir los tunales, que era como se denominaban en las regiones por él recorridas los nopales, escribió: “Ay otros tunales, que aunque no dan este fruto, lo estiman mucho mas, y lo cultivan con gran cuydado, porque aunque no dan fruta de tunas, dan empero el beneficio de la Grana. Porque en las hojas de este árbol, quando es bien cultivado, nacen unos gusanillos pegados a ella, y cubiertos de cierta telilla delgada: los quales dedicadamente cogen, y son la Cochinilla tan afamada de Indias, con que tiñen la Grana fina: dexanlos secar, y así secos los traen a España, que es una gruesa y rica mercadería: vale la arroba de esta Cochinilla o Grana muchos ducados. En la flota del año ochenta y siete vinieron cinco mil y seyscientas y setenta y siete arrobas de Grana, que montaron doscientos y ochenta y tres mil y setecientos y cincuenta pesos, y de ordinario viene cada año semejante riqueza”46. No faltaron quienes consideraban a la cochinilla como el fruto del árbol y esto explica que se le diese el nombre de grana. Fue el criollo José 46
ACOSTA, J. DE, 1590. Cfr. págs.254-255.
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Antonio de Alzate y Ramírez quien, a finales del siglo XVIII, en su Memoria en que se trata del insecto Grana o Cochinilla aclararía completamente la naturaleza y medio de propagación de este insecto, así como el modo más idóneo para matarlas (en hornos de poco calor) y prepararlas47. La aclimatación de la cochinilla en las Islas Canarias, Andalucía, Valencia e Islas Baleares no se emprendería hasta los comienzos del siglo XIX48. En las primeras con indudable éxito.
Corolario Hasta hace poco más de cinco siglos, las civilizaciones del Viejo Mundo tan sólo controlaban el 20% de la superficie de los continentes. Tras el descubrimiento de América, y poco a poco, el hombre llegó a conocer la totalidad del planeta. Los logros biológicos (alimentos, medicamentos, especies tintóreas) alcanzados en estos cinco siglos superan, con mucho, los objetivos de las primeras expediciones enviadas por la Corona de Castilla de buscar oro y metales preciosos. Pensemos que la cosecha de patatas de un año alcanza más valor que todo el oro y la plata que se extrajo del Nuevo Mundo a lo largo del tiempo. Así, en el año 2006 supuso, a precio de consumidor, 184.000 millones de dólares. Hoy en día la patata se produce en 148 de los 198 países del mundo49. Y este es sólo uno de los productos de los Virreinatos que viajaron al Viejo Mundo.
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ALZATE, J.A. DE. Memoria en que se trata del insecto Grana o Cochinilla, de su naturaleza y serie, de su vida, como también del método para propagarla y reducirla al estado en que forma uno de los ramos más útiles del Comercio, 1795. PÉREZ ARCAS, L. Elementos de Zoología, 5ª edición. Madrid, 1883. Cfr. pág. 455. Estos datos figuran en la introducción del capítulo de MASSON MEISS, L. “La papa entre las grandes culturas andinas”, En: LÓPEZ LINAGE, J. (ed.). La patata en España: historia y agroecología del tubérculo andino: 11-88. Madrid, Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino, 2008.
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Cubierta Epidemias solapas 8.0_Maquetación 1 13/03/12 14:23 Página 1
El libro recoge las conferencias del ciclo Desde la Memoria, dedicado en esta ocasión a los Virreinatos, en conmemoración del bicentenario de la independencia de la América Latina. Historiadores de la Ciencia analizan el desarrollo científico y de las instituciones dedicadas a su cultivo en Hispanoamérica y en España durante el periodo colonial. Esperamos contribuir a la difusión de un tema no demasiado conocido ni por el público, ni por los especialistas.