2 de junio 2014
Conferencia en Fundación Balmaceda “Liberales por una nueva Constitución” Por Vlado Mirosevic Verdugo
(1)El origen liberal de las Constituciones y la democracia. El liberalismo tiene su origen en el humanismo del Renacimiento, en aquellos hombres que cuestionaron el Estado teocéntrico que dominaba la época, de la mano de la fe de una Iglesia Católica todopoderosa. Posteriormente ese movimiento cultural e intelectual derivó en cuestionar los dogmas que explicaban religiosamente el poder político en manos de señores feudales y monarcas. Ese humanismo separa la divinidad de la creación humana. Ese poder político medieval de uso discrecional y arbitrario, fue una de las primeras causas de los luchadores por la libertad: exigir al monarca un decálogo de derechos políticos que garantizaran mínimos de convivencia y respeto. La resistencia de los detentores del poder fue larga y las batallas fueron duras. He ahí el inicio de las Constituciones. Los contractualistas como John Locke y la Ilustración de Immanuel Kant nutren de contenido político y filosófico a los que reivindicaron al pueblo como el único soberano y por tanto como el único Poder Constituyente posible[1]. El triunfo de la Revolución Francesa marca el inicio de la modernidad y el triunfo del liberalismo –desde ahí en adelante como el consenso de nuestra época. Con la puesta en cuestión del Viejo Régimen, de monarquía absoluta, se inicia la consagración del corazón del liberalismo que nos acompaña hasta nuestros días. En palabras de Kant: “La Ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad. La incapacidad significa la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro. Esta incapacidad es culpable porque su causa no reside en la falta de inteligencia sino de decisión y valor para servirse por sí mismo de ella sin la tutela de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propia razón!: he aquí el lema de la ilustración”. Somos herederos de esa tradición moderna y nuestro mundo también lo es. El liberalismo se ha transformado en un consenso civilizatorio para Occidente. Un ejemplo de aquella aceptación general es la separación de los poderes del Estado, enunciados primero por Locke y posteriormente por Montesquieu.
Así entonces, para los primeros liberales la Constitución fue la herramienta para resguardar un conjunto de derechos políticos y a su vez de dibujar un “nosotros”. Por tanto ese consenso liberal no acepta otro mecanismo donde no sea el propio Soberano el que le de forma política a ese “nosotros”, a esa comunidad política. El liberalismo no acepta otro camino, ni menos una Constitución hecha por un dictador, cualquiera sea tu tipo.
(2)La orientación conservadora y autoritaria de nuestra Constitución. El ideario político bajo el cual Jaime Guzmán inspiró la Constitución del 80, se explica en tres corrientes. Por una parte, la vieja tradición conservadora de Julio Philippi y Jaime Eyzaguirre. La corriente nacionalista de Alberto Edwards, Francisco Antonio Encina o Mario Góngora. Y finalmente el neoliberalismo de Hayek y la Escuela de Chicago. Estamos en frente de una elaboración conceptual que mezcla catolicismo radical, capitalismo y autoritarismo, concluyendo así probablemente en la versión más coherente y efectiva del pensamiento conservador chileno. Guzmán se acerca al concepto de libertad desde una perspectiva del combate contra los socialismos reales, dejando en evidencia que lo que realmente le importa cuidar en el corazón de la Constitución es la propiedad privada y el orden conservador, y no necesariamente la libertad y la democracia, ni mucho menos la igualdad. Sin embargo hay algunos aspectos de la Constitución que dicen referencia a la libertad que son valiosos, como son los derechos individuales, la propiedad privada, libertades de asociación, de iniciativa y de empresas, y también el recurso de protección individual o a diferencia de la Constitución de 1925 hacer referencia a la igual dignidad y derechos de todas las personas. Ideas de corte claramente liberal con las cuales me siento afín. Sin embargo, hay otros como la libertad de enseñanza que comparto en principio, pero que en la actualidad son sobreargumentados para defender un sistema educacional donde nuestras escuelas son de las más segregadas del planeta. De la misma manera, si bien comparto la idea de que el mejor escenario donde se puede ejercer la autonomía y el esfuerzo individual es en una economía abierta y de mercado, otra cosa es compartir con Guzmán su influencia de Von Hayek sobre su odio y negación permanente al Estado, y con esto a los bienes públicos. De la influencia de Hayek y Milton Friedman deriva la idea de que libertad e igualdad son valores incompatibles. Una sociedad que busca ambas, no conseguirá ni la una ni la otra. Frente a lo cual uno podría recordar las palabras del profesor Louis Hartz, “uno puede meterse en multitud de argumentos inútiles si afirma la liberalidad de una sociedad liberal de una manera matemáticamente absoluta”. Pues aquello es lo que hizo Guzmán, plasmar la liberalidad de Hayek y Friedman de manera absoluta.
Frente a lo cual uno podría rebatir que es un hecho conocido que la libertad entre desiguales conduce fatalmente a la injusticia[2]. Basta leer al profesor Agustín Squella para apreciar la plena complementaridad histórica y en la génesis del liberalismo, que tuvieron siempre la libertad y la igualdad como principios inseparables. Pero esa es otra discusión. De esta manera Guzmán abraza un ideario de la derecha norteamericana que proviene de la tradición del gran propietario en Europa. Una tradición que ama el capitalismo y que teme a la democracia. A su vez, el tratamiento que le da Guzmán al concepto de autoridad está marcado por la herencia de Diego Portales, una figura exaltada por la dictadura y que junto a la influencia de la época que ejerció sobre la Junta Militar la figura de Franco, representan un idea acabada de tiranía tolerada. Si uno pudiera resumir lo que significa para Guzmán su idea de autoridad podríamos afirmar que representa primariamente el orden conservador, la seguridad, la jerarquía, el rango social, la obligación de clase, y la tradición. De ahí se desprende su concepción de Estado concentrador del poder, celoso por repartirlo y desconfiado en que los territorios u otros actores puedan ejercer prudentemente y por si mismos ese poder. De esta manera, el diseño de Guzmán fue frenar la soberanía popular, utilizando el concepto de “democracia protegida”, poniendo así a los herederos de la dictadura como garantes de cualquier reforma o cambio político. En definitiva protegiendo a la democracia de sus propios ciudadanos[3], siendo Guzmán uno de los más explícitos en legitimar que sea la Junta quien dote de las normas constitucionales y no sean los ciudadanos quienes se den identidad y forma política. A su vez, Guzmán desarrolla un catolicismo de corte fundamentalista, expresando dicho ideario en la Constitución, como muestran la consagración del derecho a la vida y la definición de la “familia como el núcleo de la sociedad”. Naturalmente bajo una definición de familia bajo los límites de la concepción católica. Es justamente esa mixtura entre amor incondicional a la libertad de iniciativa, junto a un catolicismo radical y un temor a la auténtica democracia, es lo que podemos llamar un auténtico neoconservadurismo. Aquello, bastante más parecido a Ronald Reagan y Margaret Thatcher, pero bajo un gobierno de facto. Al entender el pensamiento político de Guzmán y entender las circunstancias bajo las cuales realizó la apropiación indebida del Poder Constituyente, es posible afirmar que la Constitución del 80 representa una desviación de la tradición constitucionalista de corte liberal. De la misma manera que los viejos liberales pipiolos –como Infante, Freire y Tupper debieron defender la inspiración liberal y federal de su Constitución de 1826 frente al conservadurismo
autoritario de Portales y compañía, los pipiolos del siglo XXI debemos defender la vieja tradición liberal que emana de las Constituciones y enfrentar la elaboración católica, neoliberal y autoritaria de Guzmán.
(3)¿Por qué los liberales queremos una nueva Constitución?. No es necesario ser de izquierda para querer una nueva Constitución. Aquello va más allá y como ya dijimos, el poder soberano representa una convención occidental producto de la Ilustración, la modernidad y donde le debemos mucho al liberalismo. Por lo tanto, cualquier liberal debiese ver como un valor superior que las reglas del juego de una comunidad sean fijadas de forma consensual por esa misma comunidad. Ese principio fue violado con absoluta conciencia por parte de la Comisión Constituyente de la Junta de Gobierno. Basta leer a Guzmán cuando afirmó en 1974 que gobierno no requiere de cumplir con este principio de soberanía ya que “ha asumido el poder total, de modo que es solo responsable de sus actos ante Dios y la historia”[4]. Por tanto una democracia tutelada no puede ser digno de defensa por parte de cualquier liberal. Las tutelas de un grupo o de una minoría por sobre las grandes mayorías, no hacen otra cosa que torcer los principios de liberalismo político donde todos los miembros de la comunidad han “nacidos iguales” y ningún miembro tienen mayor potestad para fijar reglas por sobre la voluntad de sus pares. Ya lo decía Francisco Bilbao “no tenemos el derecho de delegar la soberanía y tenemos el deber de ser inmediata, permanente y directamente soberanos [de nosotros mismos]”. Aquel principio de liberalismo político fue violado decidida e intencionalmente por Guzmán y los miembros de la comisión creadora de la Constitución del 80, arrojándose ser ellos el Poder Constituyente, amparados en una situación de excepción en tiempos de crisis política. Para ningún liberal esto debiese muy digno de celebrar. Es por eso, los liberales chilenos, que venimos de una larga tradición y corriente democrática, nunca aceptando al poder autoritario, hoy reclamamos una nueva Constitución hecha en democracia. Siendo esta condición, factor clave en su resultado, ya que entendemos que no da lo mismo las circunstancias y los mecanismos bajo los cuales se fijen las reglas del juego de una sociedad, siendo sus mecanismos una forma de alcanzar la legitimidad que toda República requiere para llamarse tal. Ser liberales nos obliga a reconocer y tener una posición crítica ante todo tipo de dogmatismos, los que sin duda permanecen intocados en la Constitución del 80 y condicionan nuestra existencia y convivencia, dogmatismos constitucionales, que se esmeran por conservar vigente
una Constitución inspirada en la Guerra Fría y los traumas del pasado. Por suerte, Chile y el mundo han cambiado y los chilenos nos merecemos una Constitución moderna, hecha en democracia y bajo el consenso mayoritario, sin exclusiones. Como ya dijimos, para todo liberal no da lo mismo quién y cómo se fijen las reglas del juego de una sociedad. Dicho Poder Constituyente es un derecho irrenunciable por parte del pueblo, ya que la facultad de establecer la Constitución Política siempre recaerá en el pueblo.Tal como lo consagró el artículo 28 de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1793, “Un pueblo tiene siempre el derecho a revisar, reformar y cambiar su constitución. Una generación no puede imponer sus leyes a las generaciones futuras”. Aquello debe hacerse utilizando todos los mecanismos que la propia democracia ofrece, sin descartar la Asamblea Constituyente, como un mecanismo dentro del Estado de derecho para diseñar de forma pluralista una Carta Magna de amplia legitimidad nacional. En la última conferencia Nº 59 de la Internacional Liberal se aprobó una resolución que hace mención explicita en apoyo a la necesidad de una nueva Constitución para Chile, hecha en democracia. Muchos delegados del resto del mundo no podían creer que aún mantuviésemos la Constitución hecha por Pinochet, dado que somos el único país de América Latina que mantiene el texto después de las dictaduras militares que azotaron la región. Dentro de las familias de liberales en el mundo, la que probablemente sea para nosotros la más cercana y la que mejor nos representa, es la del liberalismo reformista de Europa, que desde una posición de centro laico, ha impulsado un liberalismo igualitario, en alternativa al liberalismo exagerado y fundamentalista de aquellos que en la derecha quieren la desregulación total. Es decir, para nosotros la mejor forma de combatir el neoliberalismo de derechas es desde el liberalismo igualitario en un centro razonable, y no precisamente desde las formulas de izquierdas. Basta entender el caso del FDP alemán, para concluir que el fanatismo economicista y obsesivo con reducir el Estado a como de lugar, finalmente termina representando a un pequeño grupo de la sociedad, razón por la cual el FDP perdió su representación parlamentaria en un sistema proporcional que da grandes facilidades a los grupos para ingresar al parlamento. Aún así perdió la representación, producto de que el partido giró más a la derecha que la Canciller Angela Merker.
(4)Primeros trazos de una nueva Carta Magna. Siguiendo con esa línea del liberalismo igualitario o reformista, hay ahí trestrazos que debiésemos tener en cuenta a la hora de redactar una nueva Constitución.
Dado que la Constitución dibuja el régimen político, la primera propuesta es despojar a Chile del sistema ultrapresidencialista que consagró el autoritarismo portaliano de Guzmán en la Constitución del 80. La segunda propuesta es dotar a Chile de un sistema semifederal donde el poder se desconcentre de la capital y los territorios participen de el, a diferencia de lo que sucede hoy, bajo el centralismo feroz, también herencia de Portales. A su vez, la Constitución debiese tener una mención más explícita respecto al Estado laico, garantizando la neutralidad del Estado en materias religiosas y valóricas, evitando que dichas creencias legítimas por lo demás puedan influir indebidamente en la esfera de las libertades individuales, donde el Estado no tiene legitimidad alguna de interferir, como nos recuerda John Stuart Mill. Si bien las tres propuestas son de corte liberal, la última referida al Estado laico representa a mi juicio una “clausula pétrea”, es decir, una disposición legal sobre la cual no se admite modificación ya que aquello representaría una variación sustantiva de lo que conocemos como democracia liberal. Me parece que el principio de Estado no confesional es una disposición tan permanente como el Artículo 1 referida a que “las personas nacen libres e iguales en dignidad y derechos” o el Artículo 4 que hace alusión a Chile como una república democrática. De esta manera, a mi juicio no basta con eliminar cualquier mención hacia una religión oficial o con consagrar la libertad de credo en la Constitución, es necesario una mención expresa que garantice que en la esfera de lo individual, ninguna libertad personal será interferida por las creencias religiosas de ningún tipo. Eso es realmente un Estado liberal y laico. Sin embargo, las normas que si pueden tener variabilidad según la voluntad del Congreso, son aquellas dos primeras propuestas referidas al régimen político, que pueden ser modificadas al cambiar la Constitución. El sistema presidencial chilenocuenta con demasiado poder frente al Congreso y las discusiones que se dan en su interior. El Presidente tiene una tutela sobre el Congreso y éste en muchos casos no opera como su necesario contrapeso. En este sentido se hace necesario modificar las reducidas materias sobre las cuales los parlamentarios pueden tener iniciativa ya que actualmente sólo el 20% de las discusiones legislativas son mociones parlamentarias y el 80% restante son mensajes presidenciales. Este semipresidencialismo debe ir acompañado de una reforma al Congreso, de tal forma de contar con uno de Cámara única. A su vez el sistema semifederal significa que Chile cuente con verdaderos Gobiernos Regional. Aquello requiere de la elección democrática de los Presidentes Regionales, como sucede en toda América Latina y la OCDE. El resto es intervencionismo presidencial heredado de la Colonia Española.
A su vez, los gobiernos regionales deben contar con billetera propia. Un sistema semifederal requiere de que al menos el 50% de los fondos públicos sean administrados por gobiernos locales y regionales. Actualmente es sólo el 15% del total del presupuesto nacional. No está demás mencionar lo que Fernando Atria ha llamado las trampas de la Constitución del 80 o sus candados. Aquí hay cuatro grandes tópicos que merecen reformas: (a) Aquellas referidas a los quórum necesario para la modificación de las leyes orgánicas constitucional. (b) Sistema electoral binominal. (c) Control preventivo del Tribunal Constitucional. (d) Los quórum de reforma constitucional. Para terminar, me gustaría someter a discusión con qué intensidad una nueva Constitución debiese contar con las garantías hacia los derechos sociales universales. Digo lo anterior porque soy fiel partidario de una sociedad con mercado, pero otra cosa es una sociedad completamente de mercado. En la primera los derechos sociales juegan un papel y aquello significa cuestionar el rol meramente subsidiario del Estado, y en la segunda –sociedad de mercado la ausencia de los bienes públicos nos conduce a la sociedad del “sálvense quien pueda”.
(5)Cierre final Como dijimos al inicio, nuestra República esta inspirada en una vieja tradición de liberalismo democrático. La elaboración conservadora y autoritaria que construye Jaime Guzmán, no hacen otra cosa que torcer o bajo su concepto “corregir” los principios democráticos. La Constitución del 80 consagra una democracia protegida o tutelada que no representa a los liberales. La Constitución de Guzmán no cuenta con la legitimidad contractual mínima, tiene un vicio de origen y se requiere una nueva Constitución redactada en democracia. [1] KANT, Immanuel. “¿Qué es la Ilustración?”. 1784. [2] Boletín Informativo: Masones adherentes a Ricardo Lagos. Santiago, 24 de Noviembre de 199. [3] ATRIA, Fernando. “La Constitución tramposa”. LOM, Santiago de Chile, 2013, pág. 45. [4] Comisión Constituyente, Sesión 68: 23.