Viaje por la mente de un musulman

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“Los norteamericanos responderán positivamente a la sinceridad y la franqueza de la obra. Este libro nos muestra la penetrante sabiduría que un ser humano es capaz de alcanzar…” (Frank Vogel, Facultad de Derecho de Harvard) “Este libro desempeñará un papel fundamental en las aulas de estudios religiosos (incluida la mía)” (Crear Douglas, Departamento de Estudios Religiosos, Universidad Estatal de California, Northridge) “El Dr. Hathout aborda asuntos vitales que los fieles de ninguna comunidad religiosa pueden ignorar… El autor guía al lector por la vía del discurso intelectual antes trazado por grandes intelectuales musulmanes de la talla del Imam al-Gazzali” (Sulayman Nyang, Universidad de Howard)

Hassan Hathout

READING THE MUSLIM MIND

Este autor de vasta cultura enciclopédica (doctor en medicina, pensador, conferenciante y poeta) conduce al lector a través de un periplo completo en torno al Islam. Para semejante viaje, nos apresta las alforjas con una aguda y lúcida “anatomía” de la vida islámica al tiempo que nos desvela, con incisiva claridad, la guía interior, el pensamiento que subyace a la práctica, el espíritu de la letra y la Razón Última, Dios. Este iluminador viaje invita a la reflexión a los no musulmanes y a cuantos el Dr. Hathout denomina, con acierto, “seguidores de la tradición judeo-cristiano-islámica”. Para los musulmanes, se trata de un viaje de reafirmación de la fe que provee de respuestas vitales y oportunas a los dilemas de la vida en el nuevo milenio. Viaje por la mente de un musulmán aborda, desde la perspectiva islámica, asuntos fundamentales de nuestro tiempo. En este trabajo sensato, cálido y estimulante, el Dr. Hathout le habla a la humanidad en la Edad del Egoísmo, el “Microteísmo” y la Impiedad. El autor de esta invitación a la esperanza sostiene que, cuando una “masa crítica mínima” comienza a comprender y a colaborar, un cambio real es posible. Ser conocido por lo que uno realmente es constituye un derecho humano básico, afirma el Dr. Hathout. El lector encontrará aquí el Islam tal cual es y el mundo, tal cual podría llegar a ser.

VIAJE POR LA MENTE DE UN MUSULMÁN READING THE MUSLIM MIND

VIAJE POR LA MENTE DE UN MUSULMÁN

De vez en cuando aparece un libro capaz de, persona a persona, cambiar nuestro modo de ver el mundo. Viaje por la mente de un musulmán es uno de esos libros. El Dr. Hassan Hathout parte de una observación muy simple: toda una vida a caballo entre dos culturas (el autor nació en Egipto, residió primeramente en Gran Bretaña y más tarde, durante más de una década, en los EE.UU.) le hizo darse cuenta de que “el Islam es conocido en Occidente precisamente por lo que no es”.

Hassan Hathout Prólogo de Ahmad Zaki Yamani Dirección y supervisión de la traducción: Dr. Bahige Mulla Huech



VIAJE POR LA MENTE DE UN MUSULMร N

Hassan Hathout Prรณlogo de Ahmad Zaki Yamani Direcciรณn y supervisiรณn de la traducciรณn: Dr. Bahige Mulla Huech


© American Trust Publications, USA Todos los derechos reservados. Título original: 1997 Reading the Muslim mind/ Hassan Hathout; with a foreword by Ahmad Zaki Yamani. Edición en Español 2011 © Dirección y supervisión de la traducción: Dr. Bahige Mulla Huech Traducción: Manuel García Feria Maquetación: NG Areagrafica Corrección tipografica/estilo: Débora Alvarez Coordinación Editorial: Manel Díaz D.l. Impreso en España

La ilustración de la cubierta, diseñada por el autor, representa la visualización de un encefalograma como símbolo del título.


DEDICADO A LOS COMPROMETIDOS CON EL AMOR, LA VERDAD Y LA FAMILIA HUMANA

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AGRADECIMIENTOS Doy gracias a Dios por haberme permitido escribir este libro después de tanto tiempo, aunque al final lo hiciera durante mi confinamiento en un periodo de convalecencia. De no haber sido por ello, seguramente lo habría aplazado para un futuro que quizás nunca hubiera llegado en la vana ilusión de que está uno “demasiado ocupado”. Como dice el Corán (4:19): “Puede ser que os desagrade algo en lo que Dios ha depositado mucho mérito”1. El profeta Muhammad dijo: “El que es desagradecido con las otras personas, también lo es con Dios”. Reconozco pues, agradecido, el inmenso apoyo y ayuda prestados por mi esposa Salonas. No me ha sorprendido, porque siempre ha sido así desde que nos casamos hace cincuenta y tres años. También debo expresar mi agradecimiento a mis hermanos y amigos, quienes siempre me han incitado a escribir, argumentado con razón que un libro escrito es más duradero que prolíficos discursos, por muy necesarios que éstos sean. Le estoy particularmente agradecido a mi entrañable amiga doña Carol de Mars, por revisar el texto voluntariamente y ofrecerme un inestimable consejo editorial. Siempre estaré en deuda con mi editor, por hacer la tarea de este trabajo fácil y placentera. Por último, aunque no en menor medida, quisiera agradecer a la señorita Hedab Tarifi haber cargado con la penosa tarea de mecanografiar el manuscrito con prontitud, sin cansarse jamás cuando se le pedían modificaciones y reajustes. Que Dios les recompense a todos ellos. Hassan Hathout. 1 El término “Sunna” designa literalmente una “forma, curso, regla, modo o conducta de vida”. En la literatura islámica se usa en el sentido de ejemplo o modo de vida del profeta Muhammad y es la segunda fuente básica de la Ley islámica. (Nota del Ed.)

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ÍNDICE

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PRÓLOGO, POR SHEIKH AHMAD ZAKI YAMANI

PREFACIO Capítulo I ¿DIOS? Capítulo II BUENO, ¿Y QUÉ? El credo del Islam Capítulo III EL ISLAM Y “LOS OTROS” Los pueblos del libro Doctrina diferencial Judios Cristianos Capítulo IV ANATOMÍA DEL ISLAM DESCRIPCIÓN GENERAL DE LA SHARÍA Las fuentes de la Sharía Fines de la Sharía Iglesia y Estado Democracia EL FUERO INTERNO Los cinco pilares del Islam Moral islámica Degustando el Corán Así habló el Profeta Capítulo V CUESTIONES DE ACTUALIDAD Nuevo orden mundial Yihad Familia y revolución sexual Ética biomédica Reproducción Donación de órganos y trasplantes Definición de muerte Eutanasia Ingeniería genética EPÍLOGO GLOSARIO ÍNDICE TEMÁTICO

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PRÓLOGO Sheikh Ahmad Zaki Yamani1 De todas las religiones existentes, el Islam es la única que no debe su nombre a una tribu o persona: el Judaísmo, por ejemplo, toma su nombre de Judea; el Cristianismo, de Cristo; el Budismo, de Buda. El Islam no debe su nombre al profeta Muhammad, la paz y la bendición de Dios sean sobre él. A pesar de la tendencia de ciertos orientalistas del pasado a usar términos como “mahometismo” y “mahometanos”, los musulmanes no aceptan esas denominaciones para su fe ni para sí mismos. La palabra “Islam” deriva de dos fuentes: taslim, que significa “sumisión”, o “subordinación” y salam, que significa “paz”. El Islam es, esencialmente un “modo de vida”, una ideología integral que gobierna la relación entre el hombre y su Creador y las relaciones entre el ser humano y sus semejantes. La relación entre el ser humano y el Todopoderoso se define por la sumisión total de la criatura hacia la voluntad de su Creador. Este es el significado esencial y general de la palabra “Islam”. El término, por tanto, no se limita a la fe revelada a través del profeta Muhammad. De hecho, el Corán se refiere a diversos profetas (la paz de Dios sea sobre ellos) 1 Sheikh Ahmad Zaki Yamani es ex ministro de petróleo y recursos minerales del Reino de la Arabia Saudí y uno de los más consumados hombres de Estado de nuestro tiempo. Por sus propios méritos es también un erudito del Islam y uno de los que participan anualmente en el curso de Sharía islámica que se imparte en la Facultad de Derecho de la Universidad de Harvard. Su obra The Everlasting Sharia (Saudi Publishing House, 1970), así como sus numerosos escritos y conferencias, han presentado la realidad del Islam de una forma encomiable. Es el fundador y presidente de Alfurqan: The Islamic Heritage Foundation, cuyo objetivo es la preservación, custodia y publicación de manuscritos islámicos antiguos.

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que vivieron con anterioridad al profeta Muhammad como “musulmanes”. Así pues, según nos enseña el Corán, la religión de Abrahán y la de todos los profetas era, en realidad, el Islam: […] porque es continuación de la fe que Abrahán proclamaba. Es Él quien os denominó musulmanes en los Libros precedentes y también en éste (Corán). (Sed, pues, dignos de este título) para que el Enviado dé su testimonio de haber cumplido con vosotros y de que vosotros habéis cumplido con el prójimo y para que vosotros también deis testimonio (ante Dios de que se les ha comunicado el Mensaje) a los mortales. (Corán 22:78) Por otro lado, las relaciones de los seres humanos entre sí se rigen por la segunda raiz de la que deriva la palabra “Islam”, es decir, la “paz”. La paz implica, por supuesto, tolerancia y misericordia. Al describir al musulmán, nuestro Profeta nos dice que “el musulmán es aquel de cuya lengua y de cuyas manos están a salvo otros musulmanes”. El Profeta a menudo insistió en su elogio a la tolerancia y a la persona tolerante, así como en su afirmación de que “Dios es misericordioso con el tolerante, aquel que es tolerante vendiendo y es tolerante comprando”. En tiempo de guerra, las normas que rigen los conflictos —por tomar prestada una expresión del vocabulario militar moderno— ordenan que el musulmán sólo entablará combate con el no musulmán si es agredido por éste. De ello depende que los musulmanes cuenten o no con el consentimiento divino para luchar. En palabras del Corán (22:39): “A partir de este momento, a quienes sufren agresiones les está permitida la defensa armada, aunque Dios es poderoso para otorgarles la victoria”. La relación entre los musulmanes y los no musulmanes, en general, y los pueblos del Libro, en particular, es una cuestión polifacética y que merece más atención de la que se

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le puede dispensar en una introducción de estas características. Baste con decir que los dos principios que subyacen a esa relación son la tolerancia y la paz. Eso es lo que ordenan el Corán y los dichos del Profeta. Los sucesos históricos que contradicen estos principios deben ser atribuidos a los musulmanes implicados y no al Islam, igual que los modos de proceder no cristianos deben ser atribuidos a los cristianos como individuos, y no a las enseñanzas de Jesucristo (la paz de Dios sea sobre Él). Un paso más allá, el musulmán, que debe estar en paz con los otros, debe también estarlo consigo mismo. Éste es un efecto inexcusable de la total sumisión del musulmán a la voluntad de Dios. El Islam es único en la compatibilidad y armonía que genera entre los aspectos espirituales y materiales de la existencia. Las enseñanzas espirituales de su fe controlan y canalizan la conducta del musulmán en los asuntos materiales. Bien lo saben cuantos están familiarizados con las leyes islámicas relativas a las transacciones comerciales y a la conducta personal. Los actos de culto en el Islam, por otra parte, son una mezcla de súplica verbal y movimientos físicos cuyo propósito es confirmar y subrayar la esencia espiritual. Las oraciones diarias preceptivas del musulmán, por ejemplo, contienen varios movimientos corporales. La posición de inclinación (ruku´, en árabe) representa la humildad del musulmán ante la grandeza de su Señor y se ejecuta al tiempo que se repiten las palabras prescritas para esta postura: “¡Glorificado sea mi Señor el Grandioso!”. De igual modo, la posición de postración (suyud), representa lo insignificante de la existencia humana ante la infinita majestuosidad Divina, y en su humilde postura el servidor repite las palabras prescritas: “¡Glorificado sea mi Señor el Altísimo!”. Estas posturas y movimientos expresan el deseo del musulmán de servir a su Señor y Creador depositando su confianza y su fe en Su misericordia y en Su gracia. La inclinación y las postraciones re-

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verenciales- reservadas a Dios solo - expresan la extrema humildad del musulmán, la cual se reserva para Dios sólo, y para nadie más. A los musulmanes, el Corán les enseña a decir: “Sólo a Ti servimos, y sólo a Ti nos encomendamos” (Corán 1:5). Por el contrario, la relación con el resto de los seres humanos se basa, según la fe islámica, en la igualdad. La historia de la humanidad ha sido testigo del paso de diversas civilizaciones: la china, la faraónica, la griega, la persa y la romana; también, de la civilización islámica. Cada una de las civilizaciones que precedieron al Islam es celebrada por cierto aspecto distintivo y propio. Así, mientras que la filosofía prosperó en la civilización griega, en la romana lo hizo principalmente la arquitectura. La civilización islámica se destaca por el auge que conoció en los más importantes campos del conocimiento, tales como la medicina, la astronomía, la química, las matemáticas, la filosofía y la arquitectura. Pero si algo distingue verdaderamente a la civilización islámica respecto a sus predecesoras es que conocemos el momento exacto de la historia en que nació, y que no es otro que la fecha en que la fe islámica le fue revelada al Profeta en el siglo VII d.C. A otras civilizaciones les llevó siglos de evolución alcanzar una forma reconocible. Carecen de un comienzo exacto en el tiempo, o de una fecha de nacimiento, si se nos permite la expresión. Por añadidura, mientras que otras civilizaciones son fruto del contexto social que las vio nacer, los árabes que habitaban La Meca en el siglo VII no hubieran podido instaurar una civilización cuyo distintivo es el conocimiento, puesto que en su mayoría eran ignorantes e iletrados. Fue la llamada del profeta Muhammad, la paz y la bendición de Dios sean sobre él, (en adelante, P y B) lo que los sacudió en lo más profundo de su ser y puso del revés toda su estructura social. Aquella llamada y aquel Mensaje Divino que los habían transformado partieron hacia todas las direcciones del mundo conocido y cambiaron el curso de la historia.

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En verdad, no todas las costumbres que regían entre las tribus árabes en época preislámica fueron abolidas por el Corán y la Sunna del Profeta2. Algunas fueron validadas; otras, modificadas e integradas en el nuevo orden legal y moral y, por supuesto, aquellas que contradecían las enseñanzas islámicas fueron abolidas. Algunas de aquellas costumbres que no habían sido abordadas por el Corán o por la Sunna lo fueron más adelante por los juristas y eruditos encargados de interpretar los textos originales. Y fue a través de ellos, y de sus conclusiones, como los remanentes de algunas de aquellas antiguas y reprobables costumbres beduinas lograron colarse en la Sharía (o corpus del Derecho islámico). Esta parte de la Sharía, como veremos más adelante, no es inmutable y debe estar abierta, en todas las épocas, al examen de juristas cualificados. Aunque se trata de un tema demasiado extenso y complejo para ser tratado aquí en profundidad, uno o dos ejemplos del ámbito de la ley de familia resultarán ilustrativos. La poliginia y el derecho de los hombres a repudiar a sus esposas ad nutum eran ampliamente aceptados y ejercidos en la Arabia preislámica. Al varón se le permitía tener tantas esposas como le viniera en gana, repudiarlas y cambiarlas sin restricciones. Este estado de cosas se mantuvo durante la primera mitad de la vida del Profeta, la paz y la bendición de Dios sean sobre Él. El Islam limitó el número de coesposas simultáneas permitidas al varón e impuso como condición al efectivo ejercicio del derecho a la poliginia la capacidad del esposo para tratar a todas las coesposas de forma equitativa. En realidad, el derecho, limitado, a la poliginia estaba 2 El término “Sunna” designa literalmente una “forma, curso, regla, modo o conducta de vida así como Normas jurídicas, máximas o actos del Profeta”. En la literatura islámica se usa en el sentido de ejemplo o modo de vida del profeta Muhammad y es la segunda fuente básica de la Ley islámica. (Nota del Ed.)

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originalmente muy vinculado a situaciones en las que los varones tenían a su cargo niños huérfanos. El Corán amenaza a quienes se adueñan de la propiedad que legítimamente le corresponde a los huérfanos de la siguiente manera: “Quienes devoran injustamente la hacienda de los huérfanos están llenando sus entrañas con fuego. Éstos serán, ineludiblemente, abrasados en el Tártaro” (Corán 4:10). Esos musulmanes a los que se les había confiado la propiedad de los huérfanos se sintieron alarmados y, temiendo que parte de dicha propiedad mezclada con la suya propia para ser destinada a la inversión pudiese inadvertidamente negarse a los huérfanos, trataron de devolver al Profeta la propiedad de los huérfanos para evitar obrar en contra de la ley divina. Entonces fue revelado otro versículo coránico: No os caséis con vuestras pupilas si teméis no poder satisfacer sus derechos, ya que podéis casaros con otras mujeres, dos, tres o cuatro, de las que os plazcan. Pero si aún teméis no proceder con justicia respecto a sus derechos, limitaos a una sola (esposa) o conformaos con las (esclavas) que os pertenecen. Así evitaréis cometer excesos. (Corán 4:3) Por desgracia, los musulmanes abusaron a menudo de la tolerancia hacia la poligamia del Corán, sin apenas considerar las condiciones bajo las cuales se suponía que podía ejercerse. De hecho, antes que considerar con la mayor cautela las circunstancias en las cuales era permitida y las condiciones que ordenaban su ejercicio, el derecho a la poligamia fue interpretado por los varones de ciertas sociedades simplemente como una licencia para mantener múltiples relaciones sexuales. Especialmente los musulmanes árabes, cuando se enriquecían, hacían de la poliginia la norma antes que la excepción y, aunque no excedían el límite de cuatro coesposas simultáneas, cuando les apetecía cambiar sim-

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plemente se divorciaban de una. Usaban el divorcio para satisfacer placeres mundanos aún sabedores de que, como dijo del Profeta, la paz y la bendición de Dios sean sobre Él: “Entre todas lo lícito, el divorcio es lo más odioso a los ojos de Dios”. De hecho, el Corán establece con toda claridad cómo se debe aplicar esta desagradable licencia legal. Cuando la relación marital se vuelve tensa y se deteriora, el primer recurso debe ser acudir al arbitraje. “Pero si presumís desacuerdo entre ambos cónyuges, apelad a un árbitro de la familia de él y a otro de la familia de ella. Si ambos cónyuges desean la reconciliación, Dios les ayudará a llegar a un acuerdo.” (Corán 4:35) En caso de que el arbitraje falle, el marido podrá dictar un primer divorcio, cuyo efecto quedará en suspenso por un periodo de tres meses y diez días. Transcurrido este plazo el divorcio cobrará efecto y el matrimonio quedará disuelto. Durante ese tiempo, la esposa debe permanecer en el hogar conyugal con objeto de que el esposo pueda reconsiderar la disolución del matrimonio (un remedio que, aunque legal, es tan aborrecido a los ojos de Dios). Esta situación se puede repetir dos veces. Si ocurre una tercera vez, el matrimonio se disuelve y ambos esposos quedan divorciados para siempre, salvo que la mujer contraiga posterior matrimonio con otro hombre y dicho matrimonio sea también disuelto. Según el Corán: El divorcio revocable podrá efectuarse sólo por dos veces, después de las cuales no cabe sino convivir dignamente o separarse con decoro. (Corán 2:229) Si el marido se divorcia de la mujer (por tercera e irrevocable vez), no podrá volver a tomarla por esposa antes de que ella se haya casado con otro y se haya divorciado de él. En este caso, y sin reproche para ninguno de los dos, podrán contraer un nuevo matrimonio, siempre que tengan la firme voluntad de observar

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las leyes de Dios. (Corán 2:230) A pesar de lo claro que es el Corán en esta materia, los varones musulmanes dictan a veces la fórmula legal del divorcio por triplicado. Algunos juristas musulmanes, deseosos de preservar el periodo que el Corán concede a los esposos para recapacitar, establecieron que la fórmula de divorcio dictada por triplicado de forma simultánea cuentan como un solo divorcio revocable. Sin embargo, Omar ibn al-Jattab, segundo califa después del Profeta, al ver que la gente trataba un asunto tán grave, como el divorcio, con falta de responsabilidad, ordenó que a partir de entonces los tres divorcios dictados en unidad de acto contaran, en efecto, como tres. Por otra parte, las enseñanzas del Profeta establecen que un hombre no puede repudiar a su esposa en determinadas circunstancias. Por ejemplo, cuando la esposa se encuentra menstruando, o entre dos ciclos menstruales si en dicho periodo ha habido acceso carnal (adviértase que el coito está prohibido durante la menstruación). A Abd Allah ibn Omar, uno de los coevos del Profeta, que había incumplido esta norma, el Profeta le ordenó volver con su esposa. Las lamentables prácticas comunes en algunas sociedades islámicas han inducido a ciertos observadores a una visión distorsionada de nuestro sistema legal. Por el contrario, la Sharía, concretamente en lo concerniente a la mujer y a las normas constitucionales, constituye un sistema legal único a la protección y a la capacidad de organizar la vida social e individual. Desafortunadamente estos aspectos tan brillantes de la Sharía, un sistema legal que sirve a la humanidad como ningún otro, se han visto eclipsados por la tendencia de algunos musulmanes a exagerar la dureza del concepto de sanción en el Islam. Esta tendencia es fruto de un serio mal entendimiento del Islam en el que los musulmanes, y no digamos los orientalistas extranjeros, han incurrido. El Islam no fue

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revelado para amputar la mano al ladrón o lapidar al adúltero, antes bien para proteger y salvaguardar la dignidad humana. La dureza del castigo para quien infringe la ley debe ser entendida como un elemento disuasorio y no aplicable de forma automática. Prueba de ello la tenemos en los numerosos obstáculos que han de salvarse antes de proceder a la aplicación del castigo. De hecho, la carga de la prueba es tan pesada que ejecutar el castigo puede ser prácticamente imposible. No es de extrañar, por tanto, que la sociedad genuinamente islámica se caracterice por la bondad y la armonía. Éstos son algunos de los requisitos que el Islam exige para el establecimiento de una civilización dotada de un orden elevado. Y, por supuesto, las unidades que componen esta sociedad civilizada, esto es, los seres humanos, han de estar a la altura y moldeados por los ideales que su Creador hizo explícitos. Sin embargo, la fascinación de las tentaciones mundanas ha menoscabado la adhesión de los musulmanes a los dictados del Señor y no es realista esperar encontrar en la sociedad islámica de hoy día a muchos cuya conducta y comportamiento sean totalmente islámicos. En mi propia experiencia vital me he encontrado sólo con un puñado, y puedo afirmar categóricamente que el Dr. Hassan Hathout es uno de ellos. Por ello me sentí muy complacido cuando me pidió que escribiera un prólogo para su libro Viaje por la mente de un musulmán. Leer sus pensamientos, antes incluso de leer su libro, me ayudó a embarcarme en un viaje al mundo de los “ideales realistas”. El Dr. Hathout entiende el Islam en su sentido verdadero y como debe entenderse. Su fe en Dios y en Su unicidad no es sólo el resultado de aceptar la revelación divina y las enseñanzas del Profeta. Es, también, el fruto de un poderoso ejercicio intelectual presidido por la lógica y la razón. Un esfuerzo intelectual que es perfectamente acorde con las numerosas exhortaciones a pensar, reflexionar y deliberar sobre el universo y

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sobre su propia existencia en él, y a aumentar su conocimiento sobre el Creador, que el Corán dirige de continuo al hombre: La creación del cielo y de la Tierra y la secuencia de la noche y el día conllevan evidencias prodigiosas para los dotados de raciocinio. (Corán 3:190) Éstos invocan a Dios en cualquier (circunstancia o situación) y meditan sobre la creación del cielo y de la Tierra, diciendo: “¡Señor nuestro! No has creado en balde todo esto. Glorificado seas”. (Corán 3:191) El primer capítulo del libro, titulado “¿Dios?”, traza la senda que conduce al musulmán al conocimiento de su Señor y facilita la fe y la total aceptación. Su estilo es a un tiempo convincente para el joven y persuasivo para el adulto maduro y no creyente. Seguidamente, el análisis lógico de los factores que señalan a la existencia de Dios lo conduce en el segundo capítulo al análisis de las consecuencias de la existencia de Dios en la vida del hombre, la resurrección, la vida eterna y la diferencia entre el hombre y la bestia, en las tres religiones monoteístas más importantes cuyo origen común se remonta a la persona del patriarca Abrahán: el Judaísmo, el Cristianismo y el Islam. El tercer capítulo nos muestra una interesante y objetiva exposición de las relaciones entre el Islam y las otras dos religiones. Al lector no musulmán y desconocedor del Islam le sorprenderán los vínculos que unen al Islam, en especial, con el Cristianismo. El Corán nos dice: “Y verás que los más amistosos con ellos son quienes declaran: ‘Somos cristianos’, porque hay entre ellos sacerdotes y monjes y porque no se comportan con altanería” (Corán 5:82). La civilización islámica ha dejado una clara impronta en la occidental a través de diversas disciplinas y artes. Ésta proporcionó al mundo occidental la base sobre la que

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construir su propia civilización. Los muchos términos árabes directamente adaptados o a través de sus traducciones así nos lo indican. Un ejemplo. La palabra árabe para “universidad” es “yami´a” y tiene su origen en la palabra yami´, que significa la mezquita mayor de una ciudad o localidad3. Las mezquitas fueron los lugares donde se enseñaron por primera vez disciplinas como la medicina, la astronomía y el derecho a estudiantes que se sentaban en círculo alrededor de sus maestros. Occidente, emulando ese sistema, también estableció edificios concretos para la enseñanza a los que se asignó un nombre latino cuyo significado se corresponde perfectamente con el del término árabe “yami´”: “universitas”, lo que daría lugar en inglés a “university” y en español a “universidad”. El estudiante musulmán, una vez finalizados con éxito sus estudios, obtenía la “ijaza”, términos árabe del que es traducción literal la palabra “licenciatura” con que se conoce en diversos países europeos el grado académico correspondiente. Debería saberse también que el pasado distanciamiento entre musulmanes y cristianos tuvo raíces políticas. No fue causado por el advenimiento del Islam como religión y, como el autor señala, describir a la civilización dominante en nuestros días como “judeo-cristiana” es faltar a la verdad. Hacer tal cosa equivale a borrar hechos históricos probados que muestran la considerable influencia de los primeros musulmanes sobre la civilización dominante en nuestros días; mucho mayor, de hecho, que la hebrea. Por ello, es bastante más acertado describir la civilización actual como judeo-cristiano-islámica. Este capítulo prueba la gran estima que el Corán muestra hacia Moisés, el profeta de los hebreos. La historia de la lucha de Moisés y su pueblo se repite muchas veces en el Corán. No debemos olvidar que el nombre de Moisés aparece en el Corán en muchas más ocasiones que el de nuestro profeta Muhammad, la paz y 3 En español, la Aljama. (Nota de los traductores)

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la bendición de Dios sean sobre ambos. Nombres de profetas como Ismael, Isaac, Jacob, Moisés, Aarón, David, Salomón y José son populares entre los musulmanes. Todo esto indica, en definitiva, que la disputa entre musulmanes y judíos es de naturaleza política, no religiosa. De hecho, los hebreos probablemente serían los primeros en admitir que disfrutaron de mayor seguridad y mejor trato bajo la égida del Estado islámico que bajo ninguna otra. Cuando el gobierno islámico tocó a su fin en España, los hebreos huyeron de los nuevos gobernantes en busca de otro Estado islámico, el otomano. Por estas mismas razones, los lazos de tolerancia y de cooperación entre el mundo islámico y el cristiano pueden ser extremadamente fuertes si se dan las necesarias condiciones de sinceridad y voluntad política. Las diferencias entre las dos religiones no inducen a la enemistad y existen suficientes intereses comunes que justifican poner fin a la larga lista de injusticias que se han cometido y se siguen cometiendo contra los musulmanes. Ha llegado el momento de poner fin a todo eso y de borrar juntos la amargura y el resentimiento erigidos a través del tiempo. El capítulo cuarto, uno de los más largos e importantes de la obra, analiza la anatomía del Islam. El Dr. Hathout repasa brevemente la Sharía, o cuerpo de la Ley islámica, la separación entre religión y Estado y la democracia. A continuación aborda el aspecto espiritual del Islam, es decir, las cuestiones relativas al culto y al mensaje moral que impusieron disciplina a los musulmanes y sembraron en ellos la semilla de la compasión, la misericordia y el amor por todo lo bueno. Tan solo desearía añadir a la tan interesante exposición de la Sharía del Dr. Hathout un punto que me parece importante: debe hacerse una clara distinción entre, por una parte, las reglas y mandatos coránicos —muy escasos en número— y las normas contenidas en las palabras probadas y los hechos del Profeta, todo lo cual constituye una fuente de derecho sagrada e inmutable; y, por otra parte, el cuerpo extenso de opiniones legales generadas por los juristas musulmanes y los

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eruditos de las diferentes escuelas a lo largo del tiempo. Estas últimas no son religiosamente vinculantes para los musulmanes y por ello no son consideradas sagradas e inmutables. Una de las fuentes de la Ley islámica es la que los juristas denominan masalih mursala, expresión que podríamos traducir libremente como “interés público”. Los primeros juristas usaron esta fuente para establecer nuevas reglas con las que abordar situaciones inexistentes en la época del Profeta y que, por consiguiente, no aparecen recogidas en los textos (esto es, en el Corán y la Sunna). Algunos, un poco más allá, emplearon el principio de interés público a modo de guía para la interpretación de los textos. Y otros juristas, aún más allá, en caso de conflicto entre el interés público y los textos fundamentales del Islam, llegaron a dar preferencia al primero, paso bastante radical y difícil de concebir. La búsqueda de soluciones para los nuevos problemas que surgen con el devenir del tiempo y los consiguientes cambios en las necesidades de la comunidad islámica continúa incesante. De ahí que la Sharía tenía, ineludiblemente que evolucionar. En realidad, su evolución comenzó muy poco después de la muerte del Profeta, y una de las figuras más osadas en este sentido fue Omar ibn Al-Jattab, el segundo califa, el cual llegó incluso a adaptar o suspender algunas de las normas contenidas en el Corán4. La presente introducción no es, en modo alguno, el lugar idóneo para dar una explicación completa sobre estos temas. Me limitaré, pues, a distinguir las dos grandes escuelas de pensamiento en materia de ijtihad o razonamiento jurídico: la primera se decanta a favor de una estrecha observancia del texto y de su interpretación 4 Sin embargo, las decisiones del califa Omar no eran arbitrarias, pues se basaban en su inteligencia e interpretación de los mandamientos coránicos y de su aplicación real. En todas las ocasiones consultó a los discípulos del Profeta con mayor formación, quienes estuvieron presentes y constituyeron su consejo consultivo. Y todos ellos se mostraron conformes. (Nota del Ed.)

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literal, sin complicarse demasiado en sus fines; la segunda se decanta por los fines y por la razón última subyacente a la norma. El Dr. Hathout narra la historia de los soldados a quienes se les ordenó no hacer el asr (la oración de media tarde) hasta llegar al territorio de los Banu Quraida. Cuando la hora de la oración del asr se acercaba a su fin sin que hubiesen arribado a su destino, algunos eligieron orar interpretando la orden del Profeta, no en el sentido de que debían abstenerse de rezar, sino en el de que debían dirigirse con gran diligencia a su objetivo. El resto de los soldados eligieron la interpretación literal de la orden del Profeta y se abstuvieron de rezar hasta que no alcanzaran su destino. Posteriormente, el Profeta (la paz y la bendición de Dios sean sobre Él) aprobó ambas interpretaciones, pues ambas se habían basado en premisas fundadas. Omar ibn Al-Jattab en su ijtihad pertenecía a la escuela centrada más en la sabiduría y el propósito de las normas que en la literalidad de los textos. Mi lectura de las opiniones del Dr. Hathout sobre cómo interpretar las normas, adaptarlas o desarrollarlas para abarcar situaciones nuevas y en constante cambio me indica que se inclina por la misma escuela. El autor ha obrado correctamente al abordar la relación entre Islam y democracia. El gobierno islámico, tal y como está recogido en el Corán y la Sunna, no incluye una forma específica de sistema constitucional. Lo que hacen los textos es, más bien, sentar los principios básicos en los cuales debe basarse toda constitución. El gobernante será elegido y gobernará con sujeción a la Ley. Los asuntos de la comunidad serán gestionados mediante decisión de la mayoría, lo cual es la esencia misma del sistema de la shura (decisión deliberativa o deliberación). El Profeta, en su calidad de jefe del Estado islámico, estaba sujeto al sistema de la shura siempre que sus acciones no hubieran sido dictadas por revelación divina. Cómo poner en práctica el principio de shura es algo que debe dilucidarse a la vista de las ne-

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cesidades y circunstancias de cada tiempo y lugar. De este modo, la flexibilidad, elemento vital, queda garantizada. Extendámonos por un momento en la historia del califato de Omar. Éste normalmente celebraba la shura en la mezquita. Si se trataba de un asunto difícil y que requería una extensa deliberación, se llevaba consigo a todos los participantes en las consultas hasta un lugar abierto fuera de la ciudad. Allí podían permanecer días discutiendo el asunto hasta alcanzar una decisión mayoritaria y que, para el gobernante, pasaba a ser vinculante. Además del gobierno de la mayoría conforme al sistema de shura, el Islam estableció firmemente el concepto de derechos humanos. Libertad de culto, libertad de expresión, libertad ambulatoria (de viajar y cambiar el lugar de residencia dentro del territorio nacional) e igualdad de todos los ciudadanos son principios que fueron consagrados por el Islam mucho antes de que otras naciones iniciaran el tortuoso camino que finalmente los condujo a incluirlos en sus sistemas jurídicos y políticos. Desafortunadamente, mucho han cambiado las cosas desde los primeros tiempos del Islam y bastantes de las características originarias del sistema constitucional islámico se han ido erosionando. En determinados países islámicos, uno no puede evitar la impresión de que existe una aversión definitiva entre Islam y democracia. El autor ofrece una clara y sucinta explicación de los cinco pilares del Islam. El musulmán generalmente los aprende en la infancia. El objetivo es ofrecer al lector no musulmán una imagen clara de cómo el musulmán se afana por lograr la perfección en su relación con el Creador, en materia de culto y mediante el cumplimiento de los mandatos y las prohibiciones de Dios en su conducta diaria. Esta última parte de la vida del musulmán, es decir, su modo de proceder hacia los demás, es lo que más rápidamente llama la atención del observador. Aquí, el modelo moral establecido por el Islam es elevado e impregna todos los aspectos de la vida, haciendo al verdadero

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musulmán generoso, convivencional y modesto, esforzado en hacer el bien a sus hermanos musulmanes en la misma medida en que lo haría con sus propios familiares y amigos. El autor cita excelentes ejemplos del Corán y de la Sunna que han influido a los musulmanes a lo largo de los siglos y que pueden ofrecer al no musulmán una vívida imagen del Islam. El capítulo quinto y último aborda temas políticos y sociales sobre los que existe una gran controversia en todo el mundo. Las opiniones del autor y las soluciones que propone son reflejo de su profunda comprensión de la Sharía islámica y de sus principios morales. Algunos musulmanes podrían diferir de las teorías o conclusiones del autor. Pero estas discrepancias de opinión son bienvenidas en el Islam y el mandato de nuestro Profeta es que “aquel que se afane en indagar la verdad sobre un punto y halle la respuesta correcta ganará doble galardón. Aquel que se afane y no halle la verdad, obtendrá un solo galardón”. Desde mi punto de vista, la decisión del Dr. Hathout de buscar el espíritu y la razón última de los textos, más que estrictamente su significado literal, le valdrá doble galardón.

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PREFACIO

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Nací en Egipto durante la época de la ocupación británica. Este hecho ha sido muy importante en mi vida. “Cuando me quedé embarazada de ti —me recordaba mi madre una vez y otra vez desde que tuve uso de razón—, juré llamarte Hassan y consagrarte a expulsar a los británicos de Egipto”. Aquello se me quedó grabado. ¿El resultado? No tuve una infancia despreocupada ni una adolescencia delincuente. ¡Existía una causa y un propósito en mi vida! Mi generación siguió los pasos de las generaciones previas que habían combatido, con todos los medios necesarios, contra la ocupación británica. Para los británicos, sus gobiernos egipcios y sus substitutos, nosotros éramos unos terroristas; pero para el resto del país y del mundo, éramos luchadores por la libertad. Nos sentimos felices de ver el fin de la ocupación británica. Posteriormente, cuando vivía en Inglaterra, donde continué mis estudios, sentí amor y admiración por el pueblo británico. Me di cuenta de que los pueblos pueden ser muy disconformes con la política exterior de sus líderes y gobernantes. Lo mismo me ocurrió después, cuando llegué a los Estados Unidos de Norteamérica para establecer mi hogar en este país. La seriedad y la determinación alimentaron mi vida de estudiante. Mis calificaciones clínicas en Obstetricia y Ginecología fueron altas. Luego, para afianzar una sólida base académica obtuve mi doctorado en la Universidad de Edimburgo, Escocia. Mi tesis doctoral se tituló Estudios sobre la embriogénesis humana normal y anormal. Tuve la satisfacción de lograr el sueño de mi vida y ser profesor universitario, jefe de mi departamento, médico clínico, científico y docente, y de alcanzar un alto estatus en mis círculos profesionales a nivel regional, nacional e internacional. Todo ello, en cambio, no era más que uno de los dos pulmones que necesitaba para respirar. Mi verdadera pasión era el estudio de la religión, en primer lugar la mía, pero también las demás. Mis lecturas no eran menos extensas que las de los estudiantes de religión, pero mi experiencia en ciencia y medi-


cina me proveyeron de una inestimable herramienta con la que reflexionar sobre mi religión, comprenderla y explicarla. Como persona bicultural y bilingüe pude darme cuenta de que el Islam es muy bien conocido en Occidente precisamente por lo que no es (y algunas veces siento que los musulmanes tienen algo de culpa). Difamar el Islam se ha convertido en el objetivo de determinados grupos políticos y de los medios de comunicación y de entretenimiento. Creo firmemente en el derecho humano básico de ser conocido por lo que uno es. También creo que la paz, la armonía y la bondad sólo pueden basarse en el correcto entendimiento mutuo, y no en mitos o falsedades. Sólo así los hombres y las mujeres alcanzarán a discernir las verdaderas similitudes y diferencias y entonces, probablemente, llegarán a respetar estas últimas y accederán a tolerarlas y a vivir con ellas. En este sentido, esta obra es una humilde contribución a favor del Islam, la fe de más de un billón de hermanos en este planeta. Lo presento con amor. El amor es de Dios y el odio es del Diablo.

Hassan Hathout

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Capítulo I

¿DIOS?

“¿Tú crees en Dios?”, le pregunté en cierta ocasión a mi nieta. “¡Por supuesto!”, me espetó, casi con displicencia. Y añadió: “¡Eso dice mamá!”. Entonces cogí uno de sus libros y le pregunté: “¿Quién ha escrito este libro?”. Sin dudarlo leyó el nombre del autor. “Imagínate —continué con mi argumentación— que le quito la portada, donde aparece el nombre del autor, y te digo que este libro se ha escrito él solito, ¿qué dirías entonces?”. Su respuesta fue, por supuesto, un enfático “¡Imposible!”. El resto de la conversación vino a dejar claro, de forma sencilla y lógica, que de igual modo que un libro prueba la existencia de su escritor, la creación prueba la existencia de su Creador. Directa y simple, es ésta una idea clave en la forma de pensar de los musulmanes. Puede que un proceso intelectual similar fuera el que condujo al patriarca Abrahán (también conocido en el Islam como “el padre de los profetas”) a encontrar a Dios. Convencido de la falsedad de los ídolos que su pueblo había esculpido y adorado, empezó a buscar elementos de la naturaleza dotados de dignidad divina, como las estrellas, la Luna y el Sol, y descubrió que todos obedecían a ciertas leyes; así que comenzó a reflexionar sobre el Uno que las había establecido. La narración coránica de estos acontecimientos es de lo más interesante: A Abrahán le vamos a descubrir la realidad del reino del Cielo y el de la Tierra (como le descubrimos el error de la idolatría), para que sea uno de los plenamente convencidos. Así pues, cuando la noche le envolvía y vio un astro, dijo: “¡Éste podría

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¿DIOS?

ser mi Señor!”. Pero cuando se puso, dijo: “No es digno de mí adorar lo que se oculta (tras la línea del horizonte)”. Cuando vio la Luna brillando, dijo: “¡Ésta podría ser mi Señor!”. Pero cuando se puso, dijo: “Si mi Señor no me iluminara, sería uno de los errantes”. Y cuando vio el Sol radiante, dijo: “¡Éste podría ser mi Señor! ¡Éste es más grande!”. Pero cuando se puso, dijo: “¡Pueblo mío! Yo me libro de vuestra idolatría”. (Corán 6:75-78) Sin embargo, la idea de Dios no es tan popular como uno pudiera imaginarse. Me sorprendió la cantidad de ateos que había entre mis colegas científicos de los círculos académicos europeos y norteamericanos, y no sólo entre los que procedían del antiguo Bloque del Este. Yo mismo me esforcé en ser ateo durante una época de mi vida. En mi país de origen, Egipto, se puso de moda entre los estudiantes universitarios, justo después de la Segunda Guerra Mundial, ser ateo. Traté de ajustarme a mis pares, pero jamás pude hacerme a la idea de un universo sin Dios. Finalmente dejé estar el asunto. Hasta que una tarde abrí el diccionario buscando una palabra y me asaltó una idea: supongamos que alguien afirmara que el orden infalible de las palabras en el diccionario es el resultado de una explosión que tuvo lugar en la imprenta, la cual causó que los tipos —es decir, las letras de plomo que se usan para imprimir— volaran por los aires y cayeran justo, justo, en orden alfabético y en la forma en que aparecen en el diccionario. ¡Sencillamente no podría tragármelo! Si Él es el Creador último, entonces nada puede ser “más” que Él en ningún sentido; en caso contrario, Él sería menos de algún modo, tendría límites, y eso choca frontalmente con el concepto de Ser Último o Causa Primera de los filósofos. Sus dimensiones, en todos Sus atributos, pueden ser expresadas en términos de infinito. De hecho, en matemáticas se reconoce el infinito como un hecho matemático y para expresarlo se utiliza un signo especial. Ni que decir tiene,

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nosotros no podemos comprender lo que significa realmente el infinito. Es natural, puesto que nosotros somos finitos y la finitud no puede comprender la infinitud. De ahí, por tanto, que Dios nos pueda comprender a nosotros, pero nosotros, seres finitos, no podamos comprenderlo a Él. Lo conocemos a través de la inteligencia de Sus signos y a través de Sus manifestaciones en Su creación. Y puesto que la infinitud no puede dividirse en dos, tres o más partes (es un hecho matemático), debemos concluir que no puede haber un Dios para los judíos, otro para los cristianos, otro para los musulmanes, otro para los hindúes, incluso otro para los ateos, etcétera. ¡Dios es uno! La Unicidad de Dios está en la raíz de la fe islámica y de las creencias de los musulmanes. El pronombre “Él”, usado para referirse a Dios, no tiene connotaciones de género. Por supuesto que no. Dios está por encima de categorizaciones lingüísticas limitadas y arbitrarias. Y continuando con los usos lingüísticos, debemos recordar que algunas lenguas (incluidos el inglés y el español) no tienen una palabra concreta para referirse al Único Supremo Creador. Por ello, para diferenciar a Dios de los dioses que son obra del hombre es preciso utilizar mayúscula, en el primer caso, y minúsculas, en el segundo. Otras lenguas reservan un nombre especial para Él. En árabe, Su nombre es Allah. Cuando leemos “Dios”, God (en inglés), Dieu (en francés), Adonai (en hebreo) o Allah (en árabe), no cabe confusión. En mis conferencias me han preguntado más de una vez: “Si le da culto a Dios, entonces, ¿quién es Allah?” Aunque a veces la confusión no es tan inocente. Hay personas muy eruditas que enseñan que los musulmanes no dan culto a Dios; que tienen un dios diferente, y que lo llaman Allah.

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Capítulo II

BUENO, ¿Y QUÉ? El credo del Islam

Alguno se estará preguntando: “Dios existe. Bueno, ¿y qué? ¿Por qué habría de preocuparme a mí si Dios existe? ¿No es ésa una cuestión erudita? ¿No es una cosa de teólogos y filósofos? ¿Qué implicaciones prácticas tiene Su existencia (o no existencia) para la sociedad humana?” Asumimos, pues, que Dios existe y que Él es el Creador. El estudio de Su creación muestra sin duda que nosotros, los seres humanos, destacamos frente al resto de los seres que componen la creación y que hemos podido estudiar hasta el momento. Desde el átomo hasta la galaxia, todos obedecen a unas leyes. Los átomos y moléculas que moran en nuestro interior son iguales a los que existen en la naturaleza y obedecen a las mismas leyes. Cuando esas moléculas se hacen más complejas y forman el ADN, ese ingrediente básico de la vida capaz de autoreplicarse, la Química se funde con la Biología. La Biología también tiene sus propias leyes. En este aspecto, somos sorprendentemente similares a los animales superiores. En el colegio me enseñaron que el Hombre (genérico, hombres y mujeres) ocupa la cúspide del reino animal. No obstante, nos resistimos a reconocernos como animales. Compartimos biología con los animales en el sentido de que poseemos sistema circulatorio, respiratorio, digestivo, inmunitario, locomotor, órganos motrices, sensoriales y reproductivos, etcétera, pero también sabemos que no es eso lo que nos hace humanos. De entre todas las especies conocidas,

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somos la única que ha superado las barreras de la biología. Somos seres suprabiológicos. Para nosotros, la biología no es la guía suprema de conducta. Compartimos los mismos instintos e impulsos pero, mientras que los animales responden a ellos de forma automática, nuestra respuesta está regulada por mecanismos complejos que van más allá de aquello para lo que estamos programados. Se nos ha dado una biología animal, pero hemos cruzado los umbrales de la biología para adentrarnos en el reino de los valores, de los principios y de la espiritualidad. Ciertamente, se podría afirmar que somos criaturas espirituales alojadas en contenedores biológicos (nuestros cuerpos). Aquellos que en esta vida no tienen otra preocupación que atender a las necesidades (y a la avidez) de su aspecto biológico y no están a la altura de su capacidad espiritual, al menos en sentido figurado, bien podrían ser descritos como animales. Estudiando al hombre nos damos cuenta de que el Creador nos ha dotado de cuatro características cardinales únicas en nuestra especie: conocimiento, capacidad para distinguir entre el bien y el mal, libre albedrío y responsabilidad para dar cuenta de nuestras acciones. Conocimiento. Estamos dotados de un amor al conocimiento y de un deseo innato de acrecentarlo más y más. Nuestra mente está diseñada para observar, imaginar, racionalizar, analizar, experimentar y obtener conclusiones. Anhelamos conocer el pasado y el futuro y descifrar la naturaleza que mora en nuestro interior y que rodea. Registramos dicho conocimiento y lo transferimos en las más variadas formas. Capacidad para distinguir entre el bien y el mal. Sería simplicista afirmar que el bien en todo momento se muestra atractivo y el mal, repulsivo. La vida humana es compleja; la mente se deja confundir, se inclina proclive a la racionalización, y el mal puede resultar muy tentador. Todo eso puede confundirnos. Pero nuestra capacidad para distinguir entre el

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BUENO, ¿Y QUE?

bien y el mal siempre está ahí. Libre albedrío. Nuestra libertad de elección parte de la “autonomía” con la que el Creador ha dotado a nuestra especie. Por supuesto, esta libertad no es absoluta y se extiende a una esfera limitada, más allá de la cual deja de existir. Sin embargo, dentro de esta esfera, la libertad constituye un valor cardinal de suprema importancia en la vida humana. Obligación de dar cuenta de nuestras acciones. La libertad para elegir es la condición que sustenta esta obligación. Que cargamos con la responsabilidad por nuestras elecciones es algo que forma parte de nuestra naturaleza. No es algo que se haya inventado la religión: incluso en una sociedad atea, si te saltas un semáforo serás multado. En el ámbito de la religión, la responsabilidad implica que sólo si somos libres deberemos afrontar el juicio o el Día del Juicio. La libertad, por tanto, es el núcleo y la esencia del ser humano, tanto desde una perspectiva religiosa como secular. Dios creó a una especie que debe afrontar la responsabilidad de sus acciones. Dicho de otro modo, Dios creó una especie cuyo distintivo es la libertad. Cuanto supere nuestra capacidad de elección es obra del “destino” y, ni que decir tiene, no habremos de responder por ello. Somos esa especie que no para de darle vueltas a la cabeza y de tomar decisiones. A menudo, emocionalmente, vacilamos aunque sepamos lo que es correcto y lo que no lo es. Es entonces cuando debemos recurrir a nuestra fuerza de voluntad y a nuestra facultad de autocontrol; de otro modo incurriremos en el error y habremos de afrontar las consecuencias de nuestros actos. Los animales están exentos de esta continua batalla consigo mismos; carentes de sentido de la culpa, simplemente hacen lo que les dicta su instinto. Las Escrituras nos dicen, por otra parte, que los ángeles hacen solamente el bien, porque son incapaces de hacer el mal. Todos los demás, por tanto, responden a una programación;

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nosotros, respondemos a nuestra capacidad para elegir. He aquí lo novedoso de la humanidad. Y he aquí por qué Dios, según las Escrituras, ordenó a los ángeles inclinarse ante Adán, aunque ellos fuesen inmunes al pecado y Adán no, y ellos Le obedecieron. Detengámonos en este punto un momento y consideremos el universo y al hombre. Cuanto mayor sea nuestro conocimiento científico del universo, mayor será nuestra certidumbre de vivir en un universo de ecuaciones en tan precario equilibrio que el más ligero desorden conduciría a una catástrofe cósmica. Ahora pensemos en la sociedad humana. Pensemos en esas personas que viven lo que llamamos una vida de equivocación, maldad o pecado, disfrutan y al final, mueren. Otros, en cambio, emplean su vida luchando por la verdad, por la justicia, padeciendo a causa de sus ideales y, al final, mueren. ¿Es eso todo? ¿Es la muerte el fin último para ambas vidas? Algo en nuestro interior se resiste a aceptarlo. ¿Dónde queda entonces la obligación de responder por nuestras acciones? Si la muerte fuera el fin, entonces la vida humana chocaría frontalmente con el delicado equilibrio que domina el universo todo. La conclusión sólo puede ser una: la muerte no puede ser el final. A la muerte no puede seguirle la nada. Debe seguirle otra vida en la cual el equilibrio se recupera y se rinden cuentas. Esa otra vida es el más allá del que nos hablan las religiones, aquella en la que las personas serán juzgadas por Dios, el Juez Supremo, en el Día del Juicio. Dios nos hace libres y responsables de responder por nuestras acciones. No somos criaturas perfectas. Nadie nos pide que lo seamos. Nuestro deber es obrar de la mejor manera que sepamos ante la dificultad y la tentación, aunque a menudo ello no implique que no nos podamos equivocar. Nos afanamos día a día; nuestra vida es una batalla constante. Es razonable, pues, que Dios reconozca nuestros esfuer-

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zos, aprecie nuestra lucha y nos ame como a Su más noble criatura. A Él le deleitará en verdad ver que superamos la prueba pese a ser libres para elegir. Y la mejor manera de responder a esta responsabilidad es no olvidar que Él es el Último Recurso, nuestro Señor, y tener presente el bien y el mal tal como Él nos lo ha mostrado, y no olvidar nunca que el Día del Juicio llegará inexorablemente. Con ese fin, Él selecciona a determinados miembros de la familia humana y se pone en contacto con ellos a Su modo (hablándoles directamente, mediante tablas escritas, por inspiración o a través de un ángel) y les asigna la tarea de transmitir su mensaje a sus semejantes: adorar a Dios y sólo a Dios, hacer el bien y abstenerse del mal, y siempre recordar que en el Día del Juicio Final habremos inexorablemente de responder ante Él por nuestras acciones. En esto consiste el concepto de profecía. A lo largo de la historia, la humanidad ha recibido un gran número de profetas y mensajeros. Algunos de los eslabones de esta larga cadena profética son expresamente mencionados por Dios en las Escrituras; a otros les dictó las Escrituras, y a otros, por último, les otorgó el poder de obrar ciertos milagros. Los tres últimos y grandes profetas de esta cadena son las principales figuras de las religiones monoteístas abrahámicas, es decir, del Judaísmo, el Cristianismo y el Islam. Estas tres figuras son descendientes del profeta Abrahán: Muhammad, por parte de Ismael, y Moisés y Jesús, por parte de Isaac (Ismael e Isaac eran ambos hijos de Abrahán). En este punto se hace necesario señalar que, para los judíos, la cadena profética finaliza con el Judaísmo. Para ellos, Jesús no fue el Mesías, ni su madre, María, fue la mujer casta que pretendía ser. Ellos continúan esperando al Mesías y niegan que el Cristianismo sea una religión de origen divino. Para los cristianos, la cadena profética termina con el Cristianismo, aunque reconocen el Judaísmo como religión divina (lo que los judíos no les reconocen a ellos).

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Los musulmanes, por su parte, reconocen al Judaísmo y al Cristianismo el carácter de religiones basadas en la revelación divina, a pesar de que ni los hebreos ni los cristianos se lo reconocen al Islam ni consideran a Muhammad un verdadero profeta y un mensajero de Dios. Forma parte de la fe de todo musulmán (es decir, de toda persona que profesa el Islam) creer en Moisés y en Jesús, así como en las Escrituras que les fueron reveladas, y creer en toda la cadena profética anterior. En el Corán, la escritura del Islam, considerada por los musulmanes como verdadera Palabra de Dios, los musulmanes leen: (¡Creyentes!) En materia de fe, Él ha instituido para vosotros preceptos (inmutables); son los revelados (tanto) a Noé como a ti (Muhammad), a Abrahán, a Moisés y a Jesús: arraigad en la fe. No mantengáis disensiones acerca de ella. A los idólatras les resulta penoso abrazar la fe a la que les invitas. Sin embargo, Dios atrae a la fe a quien Él quiere y dirige hacia ella a quien recurre arrepentido a Él. (Corán 42:13) Antes de continuar, podría resultar útil al lector no musulmán una somera información acerca del Corán. Los musulmanes creen que el Corán es la palabra de Dios mismo, textual y literalmente transmitida por el ángel Gabriel al profeta Muhammad. Es un libro del tamaño del Nuevo Testamento, aunque no fue revelado en su totalidad de una sola vez. Llegó en forma de pasajes cortos en los que se abordan diversos temas y se comentan diversas cuestiones e incidentes. Su revelación se completó a lo largo de veintitrés años. En cuanto el profeta Muhammad recibía un pasaje del Corán, se lo comunicaba a sus seguidores haciendo preceder la cita por las palabras “Dios ha dicho”. Tras la cita, finalizaba diciendo: “Esa es la palabra de Dios”. Esas dos expresiones servían a modo de comillas para que se distinguiera bien el comienzo y el final de la cita. Los nuevos versículos eran entregados inmediatamente a la memoria colectiva, así

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como se recogían por escrito sobre los soportes de escritura entonces disponibles. Una vez que la revelación del Corán fue completada, Muhammad le dio el orden definitivo que actualmente conserva (y que no necesariamente sigue el orden cronológico de la revelación; ese nuevo orden responde a la instrucción divina). Desde entonces, el Corán se ha conservado en su lengua y forma originales, palabra por palabra y letra a letra. En este sentido, el Corán es único. Una vez traducido, deja de llamarse Corán para pasar a denominarse “traducción de los significados del Corán”, puesto que toda traducción es obra de la interpretación humana, y no la Palabra original de Dios. El Corán está escrito en lengua árabe y es considerado un milagro literario inimitable. En la época del Profeta, el Corán desafió a los árabes a que lo emularan y, pese al orgullo de los árabes por su pericia literaria, hubieron de reconocerse vencidos. En esa época, algunos de los más acérrimos enemigos del Islam abrazaron la fe con sólo oír sus pasajes.

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Capítulo III

EL ISLAM Y “LOS OTROS” Según el Corán, todos y cada uno de los seres humanos han sido honrados con la virtud de serlo, sin distinción de raza, origen o creencia. El Corán nos dice: Hemos distinguido a los hijos de Adán (con extraordinarias prerrogativas. Los hemos dotado de excelsas facultades físicas e intelectuales). Les hemos proporcionado medios de transporte terrestre y marítimo, les hemos favorecido con todo lo sano y delicioso y les hemos otorgado el más alto grado de dignidad que pueden ostentar Nuestras criaturas. (Corán 17:70) El Islam subraya la unidad de la humanidad como una sola familia: “¡Humanos! Acatad a vuestro Señor, que os ha generado de un solo ser, del cual creó a su pareja y de ambos propagó innumerables hombres y mujeres” (Corán 4:1). Todas las personas disfrutan de derechos humanos en condiciones de igualdad, incluido el derecho a elegir libremente y sin coacción la religión, ya que en el seno del Islam el espacio ocupado por el “otro” se haya bien conservado y protegido. El Islam no es una religión exclusivista, y a ningún ser humano, forme parte del clero o no, le es permitido poner límites a la misericordia y al perdón de Dios, o hablar en Su nombre otorgando el premio o el castigo. El juez último es Dios mismo: “Luego, terminaréis compareciendo ante vuestro Señor y Él, entonces, os revelará el motivo de vuestro desacuerdo” (Corán 6:164).

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LOS PUEBLOS DEL LIBRO Judíos y cristianos De entre toda la humanidad, los hebreos y los cristianos son los más cercanos a los musulmanes y, por ello, se les ha otorgado el título honorífico de Pueblos del Libro. Son, como nosotros, creyentes del Dios Único y receptores de Sus Escrituras. Comparten con nosotros la fe en la cadena profética y muchos de nuestros amigos judíos y cristianos se sorprenden cuando conocen que los profetas bíblicos son también profetas del Islam. Las tres religiones comparten un código moral común. El Corán dice: (¡Musulmanes!) Proclamad: “Nosotros creemos en Dios y en lo que nos ha sido revelado y en lo que fue revelado a Abrahán, a Ismael, a Isaac, a Jacob y a los profetas de las tribus israelitas, así como en lo que fue revelado a Moisés y a Jesús, y en lo que el Señor reveló a los demás profetas. No hacemos ninguna distinción entre ellos”. (Proclamad): “Nosotros nos hemos sometido a Su voluntad”. (Corán 2:136) La palabra “Islam” significa literalmente “subordinación a la voluntad de Dios”. El Islam permite a los musulmanes comer los alimentos que les ofrecen los Pueblos del Libro (a no ser que estén expresamente prohibidos, como el alcohol y el cerdo), así como ofrecerles alimento en correspondencia: De hoy en adelante, os es lícito lo deleitable de los alimentos, así como la carne de los animales sacrificados por la gente de la Biblia, lo mismo que los vuestros también son lícitos para ellos. (5:5) Es más, a un varón musulmán le está permitido contraer matrimonio (la más íntima de las relaciones posibles,

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así como lazo sagrado) con una mujer judía o cristiana: Os es también lícito casaros con las (mujeres) libres y decentes musulmanas y también con las (mujeres) libres y decentes judías o cristianas, con tal de que las dotéis y seáis vosotros también decentes, no incurriendo en delito de lascivia ni teniendo amantes. (Corán 5:5) En tal situación, no le es lícito al esposo musulmán obligar a su esposa a convertirse al Islam ya que ello contradeciría el mandamiento islámico: “no cabe coacción en materia de religión” (Corán 2:256). Es deber islámico del esposo musulmán garantizar que su esposa pueda ejercer su derecho al culto de acuerdo con su propia fe. En un Estado islámico, los Pueblos del Libro se rigen por el principio según el cual “ellos disfrutan de nuestros mismos derechos y están obligados por nuestras mismas obligaciones”. Asimismo, tienen derecho a protección social y otros servicios proporcionados por el Estado. A los musulmanes se les prohíben actos de intolerancia en contra de los Pueblos del Libro, y el profeta Muhammad dijo: “El que haga daño a una persona de los Pueblos del Libro es como si me lo hiciera a mí mismo”. De hecho, la islámica fue desde el principio una sociedad plural. En cuanto que Muhammad inmigró a Medina para fundar el primer Estado islámico, todas las tribus que moraban en la ciudad, incluidas las judías, acordaron un tratado que garantizaba la libertad religiosa y la igualdad de derechos y deberes. El Islam no es una religión exclusivista. Es una llamada universal dirigida al género humano (no es una religión “árabe” u “oriental”, como muchos imaginan). Aunque se dirija a todos los seres humanos, incluyendo a los Pueblos del Libro, el hecho de que éstos no abracen la fe islámica no es razón

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para encasillarlos como enemigos o infieles. De hecho, el término “infiel” es de origen europeo y fue usado en la época de las Cruzadas para describir a los musulmanes. La bondad es reconocida por el Islam donde quiera que se encuentre. Pero no todos los de la Escritura son iguales. Hay entre ellos una multitud que se mantiene firme en la fe, pasan gran parte de la noche recitando el Libro de Dios y se postran (humildemente) ante Él. (Corán 3:113) Ningún individuo o grupo puede reclamar el monopolio de la misericordia de Dios o negársela a los otros: En cuanto a los verdaderos creyentes, judíos, cristianos o monoteístas (aconfesionales), que creen sinceramente en Dios y en el Último Día y actúan rectamente, serán premiados por su Señor y no tienen por qué sentir inquietud ni aprensión. (Corán 2:62) Doctrina diferencial Los aspectos compartidos por el Islam, el Judaísmo y el Cristianismo son incontables y nada tienen que ver con el concepto estereotipado de una gran parte de la población en Occidente. El Islam, de hecho, está más cercano a ambos, Cristianismo y Judaísmo, de lo que ellos lo están entre sí, ya que reconoce que ambas religiones están basadas en la revelación divina, en tanto que los hebreos no reconocen dicho carácter para ninguna de las dos restantes. A este respecto, el término “judeo-cristiano” es inapropiado para describir a la civilización actual y, en mi opinión, fue acuñado con el sólo propósito político de excluir a los musulmanes. Una descripción más apropiada de nuestra civilización actual podría ser “judeo-cristiano-islámica”, puesto que las tres religiones tienen sus raíces en la tradición abrahámica

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y la civilización islámica dio origen a la civilización actual. La islámica fue una civilización en cuyo seno musulmanes, judíos y cristianos gozaron de seguridad y justicia bajo un sistema de tolerancia y colaboración. Junto a sus puntos en común es conveniente considerar también las diferencias doctrinales entre el Islam y las otras comunidades de fe abrahámica. A continuación ofrecemos un esbozo general de esas diferencias. Nuestra intención no es en modo alguno generar confrontación o atacar al resto de credos, sino permitir a los lectores judíos y cristianos clarificar y reevaluar su postura hacia el Islam y abandonar ese manto de falsedad más que, por ignorancia y malentendido, tanta animosidad y mala voluntad ha generado y sigue generando. La más importante de estas diferencias quizá resida en cómo los musulmanes perciben a Dios y cómo Lo designan. Dios es eterno, infinito y absoluto en todos Sus atributos. No nos está permitido imaginarle una forma, designarlo de un modo tal que lo limite o reduzca en tanto que ser infinito. Para referirnos a Dios usamos los vocablos más reverentes. Por ello choca con la mentalidad islámica leer (en la Biblia) que Dios caminaba por el Jardín del Edén; que reunió a los ángeles y les dijo refiriéndose a Adán: “He aquí el hombre es como uno de nosotros”5; que después del diluvio lamentara lo que había hecho; que trabajara seis días y al séptimo descansara, o que alguien luchara con Él y a punto estuviera de vencerlo. Otro aspecto de discrepancia es el relativo a los profetas y mensajeros designados por Dios. Los musulmanes creen que éstos eran cuidadosamente elegidos por Dios para transmitir su mensaje y ser modelos de conducta frente a sus comunidades. Cada vez que una sociedad incurrió en la 5 Las citas de la Biblia están tomada de la versión de Valera Reina. (Nota de los traductores)

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idolatría o se desvió del código moral ordenado por Él, Dios le envió profetas y mensajeros con objeto de amonestarla y corregir su rumbo. Si fuera posible la perfección humana, los profetas y mensajeros de Dios serían su encarnación. La idea de que los profetas de Dios cometieran transgresiones serias contra Sus leyes, tal como figura en las descripciones bíblicas en que aparecen engañando y cometiendo pecados carnales (como la supuesta traición de Jacob a su hermano o el supuesto incesto de Lot con sus hermanas en estado de embriaguez), choca frontalmente con las enseñanzas islámicas. La única conclusión posible para los musulmanes es que tales descripciones de los profetas son el resultado de una interpolación humana en las Escrituras. Judios Los musulmanes a menudo se refieren a los judíos como “nuestros primos”, ya que Abrahán fue el antepasado común de Muhammad, por parte de Ismael, y de Israel (Jacob) y sus descendientes, por parte de Isaac. Como es sabido, hasta que ella alcanzó una edad avanzada, el matrimonio de Abrahán y de Sara resultó estéril. Antes del nacimiento de Isaac, el hijo de Sara, Abrahán había contraído matrimonio con Agar, la cual concibió y dio a luz a Ismael. Según el Corán, Dios, como forma de probar a Abrahán y en cumplimiento de su plan, le ordenó conducir a su único hijo Ismael al lugar que siglos después habría de ocupar la ciudad de La Meca, donde el profeta Muhammad finalmente nació. La angustia de Agar mientras buscaba agua para su hijo después de que se le acabasen las provisiones y el inesperado brote del manantial de Zam-Zam es conmemorado anualmente por los musulmanes entre los rituales que conforman la Peregrinación Mayor o Hach y mediante la visita a La Caaba, la primera construcción para el culto al Único Dios, erigida por Abrahán e Ismael. Dios también quiso que Sara, que para entonces hacía mucho

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que había superado la menopausia, concibiera y diera a luz a Isaac, el padre de Jacob, cuyo nombre fue modificado más tarde por el de Israel, padre de las Doce Tribus de Israel. A los musulmanes les entristece en cierto modo ver que muchos judíos y cristianos no consideran a Ismael hijo legítimo de Abrahán, ya que la versión bíblica describe a Agar como esposa de Abrahán y al tiempo sirvienta de Sara (Génesis 16:3). En mi ejemplar de la versión inglesa de la Biblia conocida como King James6, el nombre de Ismael se encuentra totalmente ausente del índice de materias y sólo fui capaz de recuperar la historia de Ismael buscando por Abrahán. El Génesis vuelve a referirse a Ismael como “su hijo [de Abrahán]” (16:16, 17:23, 25, 26, y 21:11), lo que hace imposible negar dicha paternidad. Es más, rastreando la parentela materna de las Doce Tribus de Israel, el Génesis narra que Israel contrajo matrimonio con sus dos primas, Raquel y Lea, y con sus dos sirvientas, Zilpa y Bilha, y de ellas cuatro nacieron los doce hijos de Israel. Y a nadie se le ha ocurrido que alguno de ellos fuese menos hijo de Israel porque su madre fuese una sirvienta. ¿Doble rasero? Recordemos que según Génesis 22:2, Dios le dijo a Abrahán: “Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré”. Los musulmanes creen que el nombre de Isaac fue incluido a propósito, ya que de ningún modo Isaac era el único hijo de Abrahán, el cual era (según Génesis 17:24-26) trece años más joven que Ismael, y ambos hijos estaban con vida cuando murió su padre. Esta dura prueba para Abrahán, su sumisión a Dios y su disposición a dar muerte a su único hijo (Ismael) son conmemoradas anualmente por los musulmanes como uno de los rituales de la Peregrinación Mayor o Hach. Para los musulmanes, ambos, Ismael e Isaac, fueron profetas y ambos 6 Authorized King James Version. Gran Bretaña: Collins World, 1975.

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fueron bendecidos y amados. El Corán alude aproximadamente unas cincuenta veces a los judíos o Hijos de Israel; a Moisés, unas ciento treinta y siete veces y a la Torá, en dieciocho ocasiones. Se les colma de generosos elogios y, también, se les hace objeto de una justa dosis de culpa y reprobación. Veamos unos ejemplos: Vosotros, israelitas: tened presente la (inconmensurable) gracia que concedí a vuestros antecesores y que les di la preferencia entre todos los pueblos de su tiempo. Guardaos del Día en que nadie podrá saldar nada a ningún otro y en el que no se aceptarán intercesiones ni rescate ni socorro alguno. (Recordad) cuando os salvamos de la gente de Faraón que os infligía duros sufrimientos, asesinaban a los varones y sojuzgaban a las mujeres. Fue una penosa prueba para vuestra fe, pero vuestro Señor dispuso que vuestros antecesores la pasaran (para que volváis a ser fieles a Él). (Recordad también) cuando os abrimos camino en el mar —ante vuestros ojos— para salvaros y anegar a la gente de Faraón. (Recordad que) a Moisés, (previo retiro espiritual) de cuarenta días, le citamos (para revelarle la Torá) y, estando con Nosotros, adorasteis el becerro, cometiendo un flagrante acto pagano. (Corán 2:47-52) A continuación, establecimos a los israelitas en una zona adecuada y les proporcionamos de lo bueno y de lo útil de sus frutos. No discreparon entre sí sino después de haber recibido la Ley. Tu Señor dirimirá sus discrepancias el día del Juicio. (Corán 10:93) Debe hacerse notar que cuando el Corán reprueba a los hebreos lo hace porque obraron en alguna manera que el Corán considera contraria al Judaísmo. También la Biblia pide a los hebreos explicaciones en varios pasajes por su desobediencia hacia Dios (por ejemplo, en 2.º de Reyes 17:7-23). El

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Corán, en cambio, no condena a los hebreos como pueblo, como tampoco denigra ni alaba a ningún grupo étnico o raza. Lo que sí hace el Corán es otorgarles la importancia debida por haber sido, durante tanto tiempo, los únicos en defender el monoteísmo en un mundo pagano o idólatra. Con la llegada del Cristianismo y del Islam, en cambio, la pretensión de tener el monopolio del monoteísmo deja de tener sentido y, con ello, el concepto de pueblo elegido al que los judíos se aferran hasta nuestros días. Eso es, al menos, lo que piensan cristianos y musulmanes. El Islam no apoya la idea de la existencia de un pueblo elegido. Dios dice en el Corán: ¡Mortales! Os hemos creado a todos de un solo hombre y de una sola mujer; sin embargo, os hemos distribuido en pueblos, tribus (y razas diversas), a fin de que os conozcáis (y os ayudéis) mutuamente. El más digno ante Dios es el que mejor cumple para con Él. (Corán 49:13) Las personas serán mejores o peores en función de su rectitud, no por las personas de las que desciendan. Ello se expresa en la versión coránica de la promesa de Dios a Abrahán: (¡Muhammad! Acuérdate de) cuando Abrahán fue puesto a prueba por su Señor al encomendarle unas tareas que cumplió. Le dijo: “Te voy a designar maestro modélico”. Solicitó él: “Y a mis descendientes (también, Señor)”. (Dios) le contestó: “Sí, pero esta designación no se extiende a ningún pagano”. (Corán 2:124) El conflicto actual entre árabes y judíos se debe a un énfasis miópico en la versión bíblica del Pacto ofrecido por Dios a Abrahán: “Y te daré a ti, y a tu descendencia después de ti, la tierra en que moras, toda la tierra de Canaán en heredad perpetua” (Génesis 17:8). La complejidad del pro-

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blema palestino deriva de la creencia de los hebreos de que la “semilla de Abrahán” los incluye solamente a ellos. Conforme a esto, buena parte del Judaísmo contemporáneo considera que tan sólo los hebreos tienen derecho a habitar la tierra que, hace menos de un siglo, estaba habitada fundamentalmente por musulmanes y cristianos palestinos, los cuales convivían en paz con una pequeña minoría hebrea. Posteriormente, la mayoría de aquellos palestinos fueron, de hecho, forzados a abandonar sus hogares y su tierra por los sionistas, fundadores del Estado contemporáneo de Israel7. Además, los Hijos de Israel que se han convertido al Cristianismo o al Islam son excluidos automáticamente de la actual “Ley de retorno” israelí, aunque sean legítimos descendientes de Israel (es decir, del Profeta Jacob, hijo de Isaac, hijo de Abrahán, o del primer hijo de Abrahán, Ismael). Ni los musulmanes ni los cristianos palestinos se ven a sí mismos como intrusos que deban irse o vivir como ciudadanos de segunda clase en su tierra, la tierra que ha pertenecido a sus ancestros durante milenios. Ellos a duras penas pueden tragarse declaraciones como la siguiente de Golda Meir: “Palestina, no hay nada que se llame palestinos”8, o aquella de Joseph Weitz, ex Director del Fondo Nacional Judío: “Entre nosotros, debe quedar claro que no hay sitio para los dos pueblos juntos en este país”9. Los musulmanes no consideran el problema palestino un conflicto religioso, sino un conflicto entre dos grupos con diferentes razones y fines. Su salida, de acuerdo con las tres religiones abrahámicas, requiere una solución pacífica. Y una solución pacífica verdadera debe sustentarse en la justicia y 7 Para una versión emotiva de ello puede consultarse la obra Blood Brothers de Elías Chacour (Grand Rapids: Chosen Books, 1984). 8 Sunday Times (London), 15 de junio de 1969. Citado en R. Garaudy, The case of Israel (London: Shorouk International, 1939, p. 37. 9 Davar (Israel), 29 de septiembre de 1967.

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en la imparcialidad. Sólo eso podría asegurar su permanencia. Una solución pacífica está lejos de ser el resultado de negociar el poderoso y el débil. Las negociaciones no pueden basarse en el argumento aquel de María Antonieta: “Si no tienen pan, ¿por qué no comen tarta?”. Claro que eso requiere hacer política con visión de futuro. A nuestro juicio, esta parte del mundo debería ser el punto de convergencia, y no de divergencia, de las tres religiones abrahámicas; allí donde el espíritu de tolerancia y devoción se manifieste celebrando la unidad en la diversidad. El sentido común y la religión apuntan en esa dirección, si todas las partes abrieran sus oídos y sus corazones a la voz de Dios. Históricamente, la relación entre musulmanes y hebreos ha tenido sus fluctuaciones, pero en modo alguno ello se ha debido a que el Islam haya albergado animosidad contra el Judaísmo como religión. De existir conflicto, éste fue localizado y se basó en razones justificables. Sin embargo, debemos reconocer que la historia de los musulmanes no siempre ha seguido fielmente las enseñanzas del Islam. Si judíos y cristianos fueron maltratados bajo el yugo de un gobierno dictatorial, los musulmanes siempre fueron los que se llevaron la peor parte. En el mundo islámico los hebreos nunca sufrieron nada parecido a las atrocidades que la Europa cristiana les infligió durante siglos, incluyendo en el presente siglo el Holocausto. En el seno de la Cristiandad los hebreos fueron tachados de deicidas y les hicieron pagar por ello con un pogrom detrás de otro. Incluso cuando el enemigo era el musulmán, Europa siempre incluyó a los judíos en el “daño colateral”. La primera Cruzada causó la masacre de miles de hebreos en Europa en virtud del siguiente razonamiento malvado: “Hemos emprendido una larga marcha para combatir a los enemigos de Dios en Oriente, y he aquí ante nuestros

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propios ojos a sus peores enemigos: los judíos. Encarguémonos de ellos primero”10. En 1492, tras la victoria de los Reyes Católicos sobre los musulmanes, los judíos fueron expulsados de España. Contradiciendo sus promesas previas, se prohibió a musulmanes y hebreos la práctica de su religión. Si no se convertían al Catolicismo eran condenados a muerte o expulsados. Un numeroso grupo de hebreos eligió ir a Turquía, a la sazón sede del Califato islámico, donde fueron generosamente recibidos. El Sultán otomano solía burlarse de los Reyes Católicos por haber expulsado a los judíos diciendo: “Ellos han empobrecido su reino para enriquecer el mío”. En la España musulmana, la contribución hebrea a la civilización fue muy notable. Quizás el ejemplo más célebre de este florecimiento sea el gran Maimónides, discípulo del filósofo musulmán Averroes de Córdoba, quien más tarde, en Egipto, se convirtió en el médico personal de Saladino (famoso por las Cruzadas). En su libro My people11 (que dio también lugar a una serie de televisión), Abba Eban, estudioso israelí, historiador y ex secretario de asuntos exteriores, afirma que los judíos sólo han sido tratados con justicia en dos ocasiones a lo largo de la historia: la primera, en la España musulmana y la segunda, en la actualidad, en los Estados Unidos de Norteamérica. A lo largo de los siglos, los ciudadanos judíos de los países islámicos han gozado de seguridad y prosperidad. Hasta hoy, numerosos países islámicos acogen considerables comunidades hebreas, a las cuales no les va peor que a sus compatriotas musulmanes o cristianos a pesar de las angustiosas repercusiones del problema palestino.

����������������� Cohn, Norman: The pursuit of the Millennium. Citado por Bamber Gascoigne, The Christians (London: Jonathan Cape, 1977), p. 113. ���������������� Ebban, Abba: My People. New York: Behrman, 1968.

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Cristianos (¡Muhammad!) Infórmales de lo que dice el Corán sobre María. (Un día, María) se apartó de su gente hacia un lugar al este (de su casa, para dedicarse al retiro espiritual). Allí se aisló de ellos y es allí a donde enviamos a nuestro espíritu (el arcángel Gabriel). Éste se presentó ante ella bajo las apariencias de un hombre perfecto. “Que el Clemente me guarde de ti. (Apártate de aquí) si eres un cumplidor para con Él”, le dijo (asustada). “Soy tan solo el emisario de tu Señor para agraciarte con un niño inmaculado”, dijo él. “¿Y cómo podría tener un niño si jamás se ha acercado un hombre a mí, ni he sido nunca una mujer disoluta?”, replicó. Él respondió: “Así será”. Tu Señor dice: “Eso me es fácil” y “haremos del (nacido) una maravilla prodigiosa para todas las generaciones y un (portador) de Nuestra clemencia (para quien le sigue)”. (En definitiva) esto es un decreto divino irrevocable. Así pues, le concibió y, por ende, se apartó a un lugar lejano. Los dolores del parto la forzaron a apoyar la espalda en el tronco de una palmera. Decía entonces: “¡Ojalá hubiera muerto antes o que fuese yo una desconocida para pasar (fácilmente) al olvido!”. (En este momento tan crítico, el arcángel Gabriel) la llamó desde el pie (de la colina): “No te apures. Tu Señor ha formado un riachuelo a tus pies; sacude el tronco de la palmera (para que) caigan, junto a ti, dátiles maduros y frescos. Come, pues, bebe y anímate. Y, si vieras a algún mortal, hazle entender: he hecho un voto de silencio al Clemente, por lo que no hablaré hoy con nadie”. Cuando ella regresó a su gente llevándole en brazos, la (censuraron) diciendo: “¡María! ¡Has cometido algo abominable! ¡Ah, hermanada con Aarón! ¡Tu padre no era un adúltero ni tu madre era una disoluta!”. Entonces ella señaló al (niño para que le preguntaran). Le dijeron: “¿Cómo quieres

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que hablemos con un recién nacido en la cuna aún?”. (En este preciso instante, Jesús) pronunció: “Yo soy un servidor de Dios. Él me ha concedido el Evangelio y me ha designado profeta. Él me ha hecho bendito dondequiera que esté, y me ha encomendado observar la oración y hacer donativos mientras viva. Ha hecho que sea solícito con mi madre y que no sea nunca ni altivo ni desdichado. Y (me ha otorgado) una paz (interna) que me acompañará desde el día en que nací hasta el día en que muera (después de mi regreso a la Tierra) y el día en que seré resucitado vivo (otra vez)”. (Corán 19:16-33) Ésta es la narración de la historia de Jesús tal y como aparece en el Corán. El Corán se refiere a él como “Jesús” en veinticinco ocasiones, como el “Mesías” en once, y como el “Hijo de María” sólo en dos ocasiones. A María se la menciona por su nombre treinta y cuatro veces, y como “la que conservó su castidad”, dos veces. Los musulmanes se sienten atónitos y mudos de asombro cuando leen a eruditos notables, a especialistas y, lo que es más doloroso de todo, a clérigos, describiendo al Islam y a los musulmanes como enemigos de Cristo. Por su parte, muchos cristianos ignorantes y desinformados se quedan atónitos cuando les hablamos del respeto y el amor que los musulmanes profesamos a Jesús y a María, aún cuando tengamos diferencias doctrinales. Basten las siguientes citas como ejemplo de la alta estima en la que son considerados Jesús y María en el Islam: ¡María! Dios te albricia (un hijo que nacerá gracias a) Su Verbo. Su nombre será Mesías, Jesús, hijo de María, noble en este mundo y en el otro, y será uno de los predilectos (de Dios). (Corán 3:45) Pues el Mesías, Jesús, hijo de María, no es más que un enviado de Dios, es (el producto de) la palabra “sé” y de un soplo que Él había dirigido a María. (Corán 4:171) Y recordad la historia de la que conservó su castidad, en la que

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soplamos algo de Nuestro espíritu e hicimos de ella y de su hijo toda una maravilla de Nuestro poder para la humanidad entera. (Corán 21:91) Una diferencia principal y obvia entre judíos y cristianos es su postura con respecto a Jesús, a quienes los musulmanes consideran un mensajero verdadero de Dios enviado a sus correligionarios hebreos. El Corán dice: ¡Creyentes! Secundad la fe de Dios como los discípulos de Jesús, hijo de María, cuando les llamó: “¿Quién me secunda para anunciar el Mensaje de Dios?”. “Nosotros secundaremos el Mensaje de Dios”, respondieron (de inmediato) los discípulos. (La consecuencia fue que una parte de los israelitas abrazaron la fe, mientras que la otra se rebeló contra ella. (Corán 61:14) Aquellos que rechazaron a Jesús y acusaron a su madre de no ser casta son reprendidos por el Corán una vez y otra: Asimismo, por no haber creído (en Jesús), por haber lanzado calumnias horrorosas contra María, y por haber afirmado: “Hemos matado al Ungido, Jesús, hijo de María, (quien se atribuye ser) el enviado de Dios”. Cuando la realidad es que ni le han matado ni le han crucificado, sino que les pareció que lo hacían. Luego discreparon entre sí y se quedaron con la duda sobre quién fue (el crucificado). No han podido saberlo a ciencia cierta, sino que se basaban en puras conjeturas. Pues, con toda certeza, no le mataron. Al contrario, Dios le elevó hasta sí. Dios es omnipotente y sabio. (Corán 4:156-158) El Islam, por tanto, absuelve completamente a los hebreos por haber derramado la sangre de Cristo. La creencia en que quien fue prendido y crucificado no fue Jesús (quizás se tratara de Judas Iscariote) también es defendida por una facción de los cristianos. Reprendiendo a los hebreos por no aceptar a Jesús el Corán dice:

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(¡Israelitas! Recordad que) nosotros dimos el Libro a Moisés y acto seguido enviamos sucesivos mensajeros; (el último de ellos) fue Jesús, hijo de María, a quien le dotamos con evidencias (proféticas) y le corroboramos con (Gabriel) el santo espíritu. (¡Israelitas!) ¿Es que cada vez que os viene un mensajero con órdenes que no os complacen os mostráis altivos, desmentís a unos y asesináis a otros? (Corán 2:87) Los musulmanes creen también en los milagros obrados por Jesús con el permiso de Dios, los cuales menciona el Corán: Entonces Dios dirá: “¡Jesús, hijo de María!, acuérdate de Mi merced para contigo y para con tu madre. (Acuérdate de que) yo te secundé con (Gabriel) el espíritu santo, de modo que hablaste a la gente desde tu tierna infancia y hasta la madurez. Te enseñé la escritura, la sabiduría, la Torá y el Evangelio12. (Te enseñé también a que), con mi permiso, configuraras , con barro, la figura de un ave, luego insuflaras en ella, convirtiéndola, con Mi permiso, en un ave (viviente). Y, con Mi permiso, curabas al ciego de nacimiento y al leproso y resucitabas a los muertos con Mi permiso. (Acuérdate también) de cuando te protegí de los israelitas cuando les presentaste las evidencias (de tu profecía). Entonces, los infieles te dijeron: “Esto no es más que pura magia”. (Corán 5:110) El elogio se extiende también a los seguidores sinceros de Jesús, tanto a los primeros cristianos como a aquellos de la época del profeta Muhammad: Después (de Noé y Abrahán y) de sucesivos enviados Nuestros, 12 En árabe se usa aquí el término Inyil, el cual es el libro original revelado al profeta Jesús (la paz sea sobre él). No existe en realidad como tal, aunque se han conservado pasajes del mismo en el Nuevo Testamento. (Nota del Ed.)

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enviamos a Jesús, hijo de María, le confiamos el Evangelio e infundimos piedad y compasión en los corazones de sus seguidores. (57:27) Y verás que los más amistosos con ellos son quienes declaran: “Somos cristianos”, porque hay entre ellos sacerdotes y monjes y porque no se comportan con altanería. (Corán 5:82) Veamos a continuación algunas de las diferencias doctrinales entre musulmanes y cristianos. La más importante es que los musulmanes, creyendo en la castidad de la virgen María, consideran que Jesús fue “creado” por Dios sin padre, no que fue “engendrado” por Dios. Para los musulmanes, Dios está por encima de semejantes caracterizaciones biológicas, ya que Él es el Eterno y el Absoluto, tal como se expresa en el Corán: (¡Muhammad!) Deja constancia de que “Dios es Uno. Dios es el Señor absoluto. Él no engendra ni ha sido engendrado, ni hay quien se pueda comparar a Él”. (Corán 112:1-4) Creer que Jesús es literalmente el hijo de Dios está en desacuerdo con la fe islámica (aunque metafóricamente sea aceptable decir que todos somos hijos de Dios). Del mismo modo es inaceptable la doctrina de que María es la madre de Dios. Tanto María como Jesús son seres humanos altamente reconocidos por el Islam, y el hecho de que Jesús naciera sin padre, de acuerdo con la doctrina islámica, no lo convierte en “el Hijo unigénito de Dios”. El Corán dice: “El caso (del nacimiento) de Jesús es, ante Dios, similar al de Adán, a quien creó de tierra; luego le ordenó: Sé, y fue”. (Corán 3:59) Según el Corán, Jesús nunca reclamó la divinidad para sí mismo o para su madre: El día del Juicio, Dios dirá: “¡Jesús, hijo de María! ¿Fuiste tú quien dijo a la gente: ‘Adoradme a mí y a mi madre como dos divinidades junto a Dios´?”. Jesús contestará entonces: “¡Loado

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seas! No es digno de mí decir lo que no tengo derecho (ni a pronunciar); si lo hubiera dicho, Tú lo habrías sabido. Tú conoces lo que guardo en mi intimidad, mientras que yo ignoro lo que hay en la Tuya, pues Tú eres quien conoce las realidades ocultas. No les transmití más que lo que Tú me has ordenado: ‘Adorad a Dios, mi Señor y el vuestro’. Yo fui testigo (de su disciplina) mientras estuve con ellos; mas, cuando me llevaste a mi fin, fuiste Tú Su celador. Tú eres el testigo de todos (los actos). Si quieres castigarles, servidores tuyos son; y si quieres perdonarles, Tú eres el poderoso y el juicioso”. (Corán 5:116-118) Los musulmanes, por consiguiente, se identifican con la siguiente afirmación atribuida a Jesús y que recoge el Nuevo Testamento: “¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino sólo uno, Dios”. (Marcos 10:18) De acuerdo con el Nuevo Testamento Jesús exclamó en la cruz: “Eloi, Eloi, lama samactani”, lo que podríamos traducir como: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Marcos 15:34). Obviamente, debe de haberle hablado a alguien distinto de sí mismo. Todo el concepto de la trinidad y del Dios trino no tiene lugar en el Islam: No habléis de Tres (dioses), ni volváis a pronunciarlo, porque es mejor para vosotros. Pues Dios es un Dios Uno. Él está muy por encima de tener un hijo. Suyo es cuanto hay en el Cielo y en la Tierra. (Corán 4:171) Los musulmanes no pueden concebir que la infinitud pueda dividirse o compartimentarse en tres, ni aceptar la deificación de Jesús o del Espíritu Santo. Nosotros mantenemos que Jesús nunca dijo nada acerca de las tres personas divinas en una “sola Divinidad” y que su concepto de Dios en modo alguno discrepó del de los primeros profetas, quienes predicaron la Unicidad (nunca la trinidad) de Dios. Además, el concepto de trinidad era desconocido entre los cristianos primitivos. Históricamente fue establecido como credo del Imperio Romano

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en el Concilio de Nicea del año 325 d.C. e impuesto con toda la fuerza del Imperio bajo el mandato del Emperador Constantino. La New Catholic Encyclopedia13 afirma que “la fórmula ‘un Dios en tres personas’ no quedó establecida firmemente en la vida cristiana y en su profesión de fe hasta el siglo IV”. Otro aspecto de discrepancia reside en el concepto de pecado original. De acuerdo con la Biblia, el diablo tentó a Eva para que comiese del árbol prohibido, ella tentó a Adán y cometieron pecado. Entonces, su castigo consistió en ser desterrados con oprobio al planeta Tierra, recayendo mayor culpa sobre Eva por haber sido la primera en pecar: “A la mujer dijo: Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos; y tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti” (Génesis: 3-16). La enseñanza general del Cristianismo es que todos los seres humanos heredan aquel pecado y cada recién nacido viene al mundo en pecado. En la versión coránica de este suceso el diablo tentó a los dos, a Adán y a Eva, los dos pecaron, los dos se arrepintieron, y los dos fueron perdonados. Y con ello acabó el pecado original: Lucifer, con el propósito de descubrirles lo que hasta entonces habían sido sus partes recatadas, (les) insinuó: “Vuestro Señor no os habría prohibido este árbol si no fuese porque (comiendo de sus frutos) os convertiréis en dos ángeles, o bien os quedaréis aquí eternamente”. Y juró ante ambos: “Soy un fiel consejero vuestro”. (Corán 7:20-21) Después del arrepentimiento de ambos “Más tarde, Dios inspiró a Adán el texto [de una súplica] y con ella le perdonó. Él es el Indulgente y el Misericordioso”, (Corán 2:37), Adán fue elevado al rango de la profecía y el ser humano, enviado al planeta ���New Catholic Encyclopedia, s.v. “The Holy Trinity”.

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Tierra como delegado de Dios. Satán juró seguirlos y corromperlos, pero Dios prometió orientarlos e inmunizarlos contra las conspiraciones de Satán, salvo a aquellos que quisieran volver la espalda a las directrices divinas. Por tanto, todo ser humano nace puro. Son nuestras malas acciones, libremente elegidas, las que posteriormente nos manchan y nos hacen pecadores. El pecado, según el Islam, no es algo que los niños hereden de sus padres. A este respecto, el Islam acentúa el carácter individual de la responsabilidad: “Quien camina a la luz de la Doctrina lo hace, en realidad, en beneficio propio, y que quien, por el contrario, se desvía, lo hace en detrimento propio. Nadie se cargará con culpas ajenas” (Corán 17:15). La idea del sacrificio en nombre ajeno es por ello también ajena al Islam y la afirmación de que Jesús, o cualquier otro, tuviera que dar la vida en expiación de los pecados humanos es inaceptable. El perdón de Dios en el Islam debe buscarse a través del sincero arrepentimiento y de la rectitud en el obrar, sin necesidad de derramamiento de sangre. La salvación se consigue por la gracia de Dios Si llegan a cometer un pecado mayor (no capital), o incluso venial, se acuerdan de la presencia de Dios, le piden perdón por sus pecados y deciden no reincidir, a sabiendas, en su conducta pecaminosa. Y ¿quién perdona los pecados, sino sólo Dios? (Corán 3:135) No existe pecado, por grande que sea, que no perdone Dios: (¡Muhammad!) Hazles saber: “¡Siervos míos que estáis sumidos en el pecado, no desesperéis de la compasión de Dios! Dios perdona todos los pecados, Él es el indulgente, el Compasivo”. (Corán 39:53) Según el profeta Muhammad Dios dice: “Hijo de Adán: si tú te me acercas cargado de pecado, te arrepientes y me adoras libre de idolatría, yo me acercaré a ti cargado de perdón”.

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Sin expiación del pecado por la sangre de Cristo ni idea de raza elegida (con los privilegios especiales que ello conlleva ante Dios), para los musulmanes, la mayor esperanza del perdón divino se materializa perdonando ellos mismos. El papel del perdón, ya sea entre individuos, tribus o naciones, está en la esencia del Islam. Incluso cuando la ley interviene para infringir un castigo acorde a la agresión, se anima a la víctima a perdonar: “Aunque una agresión debiera ser sancionada con una pena equivalente, a quien perdone y se reconcilie con el adversario Dios le recompensará, pues Él aborrece al agresor” (Corán 42:40); “Que les perdonen y les dispensen. ¿Acaso no os agrada que Dios os perdone?”. (Corán 24:22) Una persona puede pedir directamente a Dios su perdón en cualquier momento y lugar; él o ella no necesita de intermediario ni intercesión, ya que todas las personas, hombres y mujeres, tienen línea directa con su Creador: si gritan pidiendo misericordia y perdón, Él responde y perdona. No tiene cabida en el Islam acudir a un semejante mortal en busca de confesión, mediante la cual él diría algo como: “Puedes irte, hijo mío, has sido perdonado”. El perdón pertenece al dominio de Dios sólo, y nadie más está en situación de desempeñar su papel. De hecho, no existe la institución del clero en el Islam. Aunque existan los estudios de teología, no existe el sacerdocio. En la esperanza de que la misericordia de Dios es infinita, y puesto que sólo de Él depende respondernos con Su justicia (y Él es el absolutamente Justo) o con Su misericordia (y Él es el absolutamente Misericordioso), durante toda nuestra vida rogamos que Él nos conceda Su misericordia antes que Su justicia. Nuestro arrepentimiento deberá ser sincero y verdadero, y si es de corazón, se demostrará con acciones. Sería absurdo que alguien me robara la cartera y después se negara a devolvérmela repitiendo: “Perdóname, Señor” un millón de veces. La justicia debería aplicarse, en primer lugar, cuando se halle implicado un tercero.

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Estas diferencias doctrinales no son triviales ni deben ser ignoradas, aunque sería absurdo y contraproducente luchar u odiarse a causa de las mismas. El debate sobre las diferencias de creencias debería regirse por las éticas más elevadas de un debate civilizado: (¡Musulmanes!) No discutáis (sobre cuestiones religiosas) con los judíos o con los cristianos sino con los más refinados modales. Decidles: “Nosotros creemos en el Libro revelado a nosotros y en el revelado a vosotros. Nuestro Dios y el vuestro es el mismo, y nosotros nos sometemos por completo a Su voluntad”. (Corán 29:46) Pese a las serias diferencias entre las opiniones de cristianos y musulmanes, el Islam se muestra muy inclinado a exponer los puntos en común y a disfrutar de su amplitud: (¡Muhammad!) Convoca a la gente de la Biblia y diles: “Os invito a un acuerdo base entre todos nosotros: que no serviremos a nadie sino a Dios, que no le asociaremos copartícipe alguno, y que no nos tributaremos adoración unos a otros, en lugar de adorar a Dios”. Ahora bien, si lo rechazan, anúnciales: “Sed testigos de que somos (monoteístas) musulmanes”. (Corán 3:64) Por lo demás, nuestras relaciones deben seguir en paz y armonía. Una vez considerados los aspectos religiosos (doctrinales), no estaría de más analizar aquí brevemente la historia geopolítica del mundo islámico y de la Cristiandad. En la época del último profeta del Islam el mundo estaba dominado por dos grandes poderes: el Imperio Persa, en Oriente, y el Imperio Romano, en Occidente. Puesto que los persas eran adoradores del fuego y los romanos eran cristianos, las simpatías de los musulmanes naturalmente recayeron sobre estos últimos. Un largo conflicto militar había asolado los dos imperios y los albores del Islam fueron testigos de una época de

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derrotas para los cristianos. Sin embargo, el Corán profetizó que las tornas habrían de cambiar (como así ocurrió): Los bizantinos han sido vencidos en los confines del territorio; pero, después de su derrota, volverán a vencer dentro de pocos años. Todo está en manos de Dios, tanto antes como después (de este suceso). Pero el día (de su triunfo), los creyentes se regocijarán por la victoria que Dios otorgará (a los bizantinos sobre los persas). Él auxilia a quien Él quiere. Él es el Poderoso, el Compasivo. (Corán 30:2-5) Años después, el Islam se impuso en la Península Arábiga y se consolidó en forma de Estado y poder político emergente situado justo en el costado de los dos gigantescos imperios. Ambos lo veían como una seria amenaza y empezaron a instigar hostilidades en su contra haciendo uso de la clientela de tribus árabes y, posteriormente, de sus colosales fuerzas armadas. El resultado de aquella inevitable confrontación militar fue casi milagroso, si comparamos la pequeñez de las fuerzas islámicas, en número y en equipamiento, con la pujanza de sus adversarios. En Oriente, la dinastía persa tocaba a su fin y la población de sus anteriores dominios optó por el Islam casi en su totalidad. En Occidente, la autoridad del Imperio Romano era rechazada y, en menos de un siglo, un imperio islámico plural cubrió más de la mitad del mundo a la sazón conocido. La civilización islámica preservó el legado griego de ser aniquilada por la Iglesia e hizo que prosperaran disciplinas del conocimiento como la Medicina, la Química, la Física, la Astronomía, las Matemáticas (“álgebra” es una palabra árabe y alude a una ciencia inventada por los musulmanes), la Música, la Filosofía, etcétera, aparte de las Ciencias religiosas, la Literatura árabe y la Lingüística. Personas de todas las razas y religiones contribuyeron generosamente al desarrollo de esta civilización. Europa tuvo su primer desencuentro con la Edad Media al ser testigo de esta civilización que carecía de censura

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(religiosa o de cualquiera otra clase) sobre el pensamiento. El árabe era la lengua de la Ciencia; las primeras universidades europeas emplearon profesores musulmanes y durante muchos siglos usaron libros escritos por autores musulmanes. Europa aprendió de los filósofos griegos traduciendo sus obras del árabe y, cuando se inventó la imprenta, la mayor parte de su producción consistió en la traducción de fuentes árabes. Cuando el Estado “otomano” musulmán se debilitó, Europa contraatacó. Para ello fueron importantes hitos históricos las Cruzadas, en Oriente, y la victoria de los Reyes Católicos sobre la España islámica, en Occidente. Ello dio lugar en España al nacimiento de la Inquisición y la limpieza religiosa de musulmanes y judíos, despejó el camino para el descubrimiento del Nuevo Mundo, el reino de los conquistadores españoles, y el establecimiento del comercio estatal de esclavos. Las Cruzadas supusieron un intento de invadir directamente el corazón de las tierras del Islam. El ataque se justificaba a la sazón afirmando la intención de liberar de manos de los musulmanes los lugares sagrados judíos de Jerusalén. Durante un siglo, las Cruzadas suscitaron un furor religioso que aún hoy persiste en el pensamiento occidental y, de un modo u otro, moldea su cultura, aunque su principal corriente de opinión contemporánea las haya condenado calificándolas de guerras coloniales revestidas de Cristianismo cuando, en realidad, era tal su atrocidad que afrentan al propio Cristianismo. El término “cruzada” se ha acomodado en la lengua como palabra noble y de matices emotivos profundamente arraigados. Creemos, como tantos cristianos, sacerdotes y laicos, que la Cristiandad debería ser reeducada sobre las Cruzadas en un espíritu de introspección y de autoevaluación similar al seguido, con bastante éxito, en relación a la Inquisición española y al Holocausto alemán. Un esfuerzo concertado por reconocer el verdadero carácter de las Cruzadas podría ser un paso crucial para la preparación de un Nuevo Orden Mundial,

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abriría las puertas a la reconciliación entre dos bloques de la humanidad compuestos por más de un billón de personas cada uno y, quizás, podría impedir que desgracias similares sigan siendo disfrazadas bajo un aura de seudorreligiosidad,, como en Bosnia y en otras partes del mundo. A continuación, me limitaré a traer a colación algunas citas de autores cristianos relativas a las Cruzadas. He aquí cómo un cruzado nos describe la ocupación de Jerusalén durante la primera Cruzada, concretamente el 15 de julio de 1099: Con las espadas desenvainadas, nuestra gente corría por la ciudad; no perdonaban a nadie, ni siquiera a aquellos que suplicaban clemencia. Si hubieras estado allí, tus pies se habrían manchado de sangre hasta los tobillos. ¿Qué más podría contarte? A ninguno se le perdonó la vida. No perdonaron a las mujeres ni a los niños. Los caballos vadeaban la sangre hasta las rodillas, no, hasta la brida. Era un justo y maravilloso juicio de Dios.14 En 1202, la segunda Cruzada partió de Venecia. A su paso por la Constantinopla cristiana, la ciudad fue arrasada y se cometieron tales atrocidades que el Papa recriminó a sus propios cruzados diciendo: No alzasteis las espadas contra los infieles sino contra los cristianos. No fue Jerusalén la que tomasteis, sino Constantinopla. No os preocupasteis de las riquezas celestiales, sino de las materiales. No habéis respetado nada. Habéis violado a mujeres casadas, a viudas, incluso a monjas. Habéis expoliado los mismos santuarios de la iglesia de Dios, robado los objetos sagrados de los altares, saqueado innumerables imágenes y reliquias de santos. Por ello, no es de sorprender que la Iglesia grie-

����������������� Cohn, Norman. The pursuit of the Millennium. Citado en Bamber Gascoigne, The Christians (London: Jonathan Cape, 1977), 113.

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ga vea en vosotros la obra del Diablo.15 Si esto es lo que las Cruzadas hicieron con la Constantinopla cristiana, ya se puede uno imaginar lo que le hicieron a los musulmanes “infieles”. Sin embargo, el giro radical de opinión de la Santa Sede en su opinión acerca de los musulmanes constituye un momento clave de los tiempos modernos capaz de actuar como catalizador de un mejor entendimiento islamo-cristiano. Mientras que en 1095 el Papa Urbano II (también conocido como Urbano el Bendito), el primero en convocar las Cruzadas, calificaba a los musulmanes como “Pueblo sin Dios, idólatra, enemigo de Cristo, broza destinada al fuego eterno”, etcétera, en 1965, la encíclica Nostra Aetate de Pablo VI considera a los musulmanes bajo un prisma completamente distinto. “A los musulmanes, también, la Iglesia los ve con estima”, dice el documento, y continúa exponiendo que los musulmanes adoran al Dios único, el Dios de Abrahán, con quien la fe islámica se siente feliz de estar vinculada; dan culto, rezan, dan limosna; reverencian a Jesús y a su madre la Virgen, y lo consideran profeta y mensajero de Dios. Desde las Cruzadas, la relación entre Europa y el mundo islámico se ha visto distorsionada por la agenda colonialista de los países europeos. Tras la Primera Guerra Mundial, la práctica totalidad de los países islámicos cayeron en manos del colonialismo europeo. La larga lucha que siguió garantizó la independencia política, pero entonces el colonialismo simplemente adoptó otra forma: el neocolonialismo. El neocolonialismo, liderado por los Estados Unidos de Norteamérica, ya no se sustenta en la ocupación militar, sino en la influencia económica.

���������������������� Gascoigne, Bambe., The Christians. London: Jonathan Cape, 1977, 119.

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Capítulo IV

ANATOMÍA DEL ISLAM El término “religión”, tal y como se usa en Occidente, no transmite la plenitud de sentido del sistema comprehensivo (cuya influencia abarca todos los aspectos, tanto individuales como colectivos, de la vida) que es el Islam. El sentido total del Islam, para sus seguidores, se llama Sharía. La división de la Sharía en tres compartimentos estancos: culto, código moral y sistema legal, es puramente convencional, pues estos tres aspectos de la Sharía están íntimamente relacionados y forman un todo armónico. Lo que para el individuo es moralmente aceptable constituye el fundamento de la moral colectiva, y los sistemas morales no pueden existir al margen de la ley. El ser interno (la conciencia y las intenciones) y el ser externo (los actos y la conducta observable) deben mantenerse en armonía y sin conflicto. El culto, por su parte, prepara al individuo para entender la verdad del Islam. Si no es así, todo resultará fraudulento y falso.

DESCRIPCIÓN GENERAL Fuentes de la Sharía La fuente primordial de la Sharía es, naturalmente, el Corán, la palabra misma de Dios. El Corán aborda un amplio abanico de cuestiones: desde los principios de la fe16 hasta el 16 Véanse los capítulos 1 a 3.

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establecimiento de criterios morales absolutos y códigos de conducta permitida y prohibida. El Corán define los principios sobre los que se asienta el culto y el marco general de un sistema legislativo en el que se incluye la ley de familia, las normas económicas, el código penal, las normas de conducta en sociedad, los tratados, la ética en la guerra y en la paz, el modelo de gobierno (se le considera el precedente islámico de la democracia), los derechos humanos, las relaciones con terceros países y religiones, la herencia, los impuestos (azaque), etcétera. Puede afirmarse sin temor a errar que no existe un solo aspecto de la vida al que el Corán no haga referencia de un modo u otro. El Corán establece un marco de referencia básico y unos principios inmutables en relación al credo (`aqida) y al culto (`ibadat), mientras que la esfera de las normas que rigen las relación entre los ciudadanos (mu´amalat), salvo contadas excepciones, están sujetas a directrices generales de carácter flexible. Las constantes de la Sharía en materia de mu´amalat son, pues, muy escasas. Ello ha contribuido, y de qué forma, al desarrollo de la jurisprudencia (entendiendo por tal la ciencia de la derivación de normas); ha dado abrigo a diversas escuelas de pensamiento y ha amasado a lo largo de los siglos un inmenso caudal de opiniones adaptadas a diferentes contextos espaciales y temporales, todo lo cual viene a probar que la Sharía no es ni estática ni agotable. La segunda fuente de la Sharía es la Sunna “Normas, Reglas absolutas, Tradición” (conjunto de normas basadas en los actos, palabras o tácito asentimiento del profeta Muhammad), del profeta Muhammad, es decir, cuanto ordenó, prohibió, hizo o reconoció por asentimiento en su calidad de profeta. La Sunna, unas veces, explica el Corán; otras, ilustra en el plano de lo particular lo que en aquél aparece abordado de forma general y otras, en fin, lo completa en ciertas áreas. Las ciencias de la Sunna, especialmente la de la autenticación de los dichos del Profeta, representan posiblemente algunas de las disciplinas históricas más exactas.

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Las restricciones tan rigurosas que los compiladores de la Sunna se impusieron a la hora de reconstruir la cadena de testigos y transmisores de las palabras del Profeta, así como, sobre todo, sus honestos esfuerzos para asegurarse de que las tradiciones proféticas transmitidas no contradicen directa o indirectamente el Corán, los hechos probados o el sentido común, hacen de la Sunna una ciencia precisa. La tercera fuente de la Sharía, la analogía, aparece en escena cuando un asunto no ha sido expresamente resuelto por el Corán o la Sunna. La analogía consiste en una forma de razonamiento deductivo en el que un supuesto nuevo se hace equivaler a otro previamente solventado en el Corán y/o en la Sunna. Ijtihad (razonamiento o desarrollo jurídico) es el término árabe con que se alude a la utilización de pruebas previamente disponibles (ya sean religiosas, científicas, estadísticas o sociológicas) a fin de dilucidar, llegados a una encrucijada, cuál es el mejor camino a tomar, siempre que no contradiga el Corán o la Sunna, ni tampoco los fines supremos de la Sharía que abordaremos en breve. La Sharía, por tanto, no es un conjunto de normas rígido, inamovible, que debe ser imitado y aplicado en todo tiempo y lugar. La Sharía, por el contrario, ofrece al ingenio humano la posibilidad de afrontar situaciones mudables mediante normas evolutivas. En efecto, en el curso de la evolución de la ciencia de la jurisprudencia se han establecido normas jurídicas nuevas para situaciones inusitadas aplicando los principios derivados de la orientación y guía del Profeta y del Corán. Buen ejemplo de ello lo tenemos en el principio según el cual “la necesidad anula la prohibición”. Así, está prohibido comer carne de cerdo, sí, pero si ésta fuera el único alimento disponible para un viajero extraviado en el desierto, le sería permitida en la proporción necesaria para su supervivencia y hasta que dispusiese de un alimento no vedado. Entre otros ejemplos de normas de esta suerte cabe citar el conocido como “principio del mal menor”, según el cual es lícito el menor de dos males cuando su comisión evite la ocurrencia

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del mal mayor y no sea posible evitar ambos; el principio de subordinación de los intereses particulares al interés superior y el principio según el cual debe eliminarse la causa del daño. En cualquier caso, la norma principal es que, siempre que no se incurra en contradicción con el Corán o la Sunna, “allá donde florezca el bienestar reside la Ley de Dios”. Fines de la Sharía El fin supremo de la Sharía es el bienestar del hombre en este mundo y en el otro. En términos generales, y en orden de importancia, las necesidades de la comunidad se clasifican en insoslayables, ordinarias y complementarias (aquellas que hacen la vida más agradable). En la primera categoría se encuentran “los cinco fines de la Sharía”, a saber, la preservación y protección de: (1) La vida; (2) el intelecto; (3) la religión, y (4) las propiedades y posesiones, así como: (5) la procreación y preservación de las especies. Cada uno de estos fines se divide en categorías y subcategorías más detalladas, cada una de las cuales, a su vez, se rige por las normas morales y/o legales adecuadas a su caso. No es nuestra intención meternos en camisas de once varas, pues el tema es amplio y profundo. Así pues, nos limitaremos en lo que sigue a ofrecer un panorama general, aunque clarificador, del conjunto. Preservación y protección de la vida Este principio conlleva el derecho a la vida y el deber de protegerla, así como la prohibición de matar, aunque esta última prohibición incluye ciertas excepciones, como la guerra legítima o la decisión judicial. Buscar el modo de sanar cuando se está enfermo y de evitar cuanto quebrante la salud cuando se está sano son deberes islámicos. En consecuencia, también es deber del musulmán observar las normas sobre

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alimentación e higiene alimentaria, mantenerse en buena forma física y cuidar la higiene personal, del hogar, de la vía pública y del medio ambiente. Una asombrosa enseñanza de Muhammad establece que “para cada enfermedad, Dios ha creado una cura. Algunas son conocidas; otras, aún no”, lo que constituye un acicate a la investigación. Los principios básicos de la cuarentena sanitaria quedaron claros cuando Muhammad dijo: “Si hay peste en una ciudad y estás fuera de ella, no entres; si estás dentro, no salgas”. La agricultura es siempre loable. Entre las enseñanzas del profeta Muhammad en la materia se incluyen las siguientes: (1) si es llegado el Día del Juicio y en tu mano sostienes un retoño que plantar, apresúrate a hacerlo si puedes; (2) quienquiera que cultive la tierra será recompensado por cada criatura que se haya nutrido de su cosecha, incluso por las aves y las bestias, o por el ladrón que la saqueó; (3) ningún árbol será cortado o quemado con fines bélicos. La conciencia ecológica y el respeto por el medio ambiente son obligados. El Corán describe el ciclo del agua y Muhammad ordenó que se respetara y no se contaminara. “Ningún ave o animal será sacrificado salvo para servir de alimento”, nos enseña Muhammad. Es obligado, nos dice también, ser amable con los animales y no imponerles cargas excesivas.

Preservación y protección del intelecto El intelecto define al ser humano. Es la herramienta mediante la cual discernimos el bien y el mal y exploramos la creación de Dios que nos rodea y que mora en nuestro interior. La contemplación y la reflexión son deberes religiosos y el Corán condena a quienes, habiendo sido bendecidos con el intelecto, no lo usan. La libertad de pensamiento y de expresión son derechos humanos básicos.

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En el Islam, la búsqueda del conocimiento es, además de un derecho, un deber. La primera palabra revelada del Corán no es otra que el imperativo “¡Lee!” “No son iguales los que tienen conocimiento y los que no lo tienen, no son iguales la luz y la oscuridad”. “De sus siervos, Él prestará más atención al docto”. La investigación científica, que en la jerga jurídica islámica se denomina “el desvelamiento de la tradición de Dios en Su creación”, es un deber para cuantos estén capacitados para ella. El intelecto no puede ser víctima de la censura y nadie podrá invocar autoridad para ejercerla sobre otro. El intelecto debe ser protegido de la censura, sí, pero también de la represión, del miedo, de la ansiedad y del estrés. Cuanto entumezca o mate al intelecto es aborrecido; de ahí que el consumo de alcohol y de drogas esté absolutamente prohibido en el Islam, incluso en proporciones socialmente aceptables. Libertad religiosa Aunque numerosos eruditos islámicos priorizan la libertad religiosa, lo cierto es que el cumplimientos de los deberes religiosos es imposible sin contar previamente con la integridad de la vida y del intelecto. La libertad religiosa y de credo es un derecho básico del hombre, sea o no musulmán. Es contrario al Islam obligar a nadie a abrazarlo. “no cabe coacción en materia de religión”, ordena el Corán (2:256). Deberán construirse lugares de culto y su violación se entenderá una forma de propagar la corrupción sobre la tierra17. Si los musulmanes son atacados por razón de su religión tendrán el derecho y el deber de defenderse. 17 “Y si Dios no hubiera permitido que los justos mantuvieran a raya a los malvados (ni hubiera permitido al hombre defender el derecho contra los transgresores), muchas iglesias, monasterios, sinagogas y mezquitas donde se celebra frecuentemente el nombre de Dios habrían dejado de existir”. (Corán 22:40)

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Protección de la propiedad privada El derecho a la propiedad privada es inviolable y no existe objeción o límite en la acumulación de riqueza, siempre que se haya logrado mediante medios lícitos. Entre los medios de enriquecimiento ilícito descritos por el Islam destacan la usura, el engaño, el fraude, el robo y el monopolio. El Islam prescribe también las normas rectoras de los negocios e intercambios mercantiles. Los derechos asociados al capital están unidos y son paralelos a sus deberes. Entre los deberes asociados al capital se cuenta el pago de impuestos y tasas acordes a las necesidades sociales. El azaque es obligatorio y equivale aproximadamente al 2,5% de las rentas anuales. A las ganancias obtenidas de la agricultura, la ganadería, el sector inmobiliario y la industria se le aplican fórmulas fiscales específicas. El patrimonio individual es responsabilidad compartida de la comunidad: nadie podrá conducirse como si habitara una isla desierta. Procreación y preservación de las especies El matrimonio auténtico formalizado mediante escritura solemne es la única forma legítima de crear una familia y engendrar hijos (la Sharía, por otra parte, especifica los lazos familiares que fundan impedimento matrimonial). Se garantizan el derecho a la pureza del linaje (nacimientos legítimos de padres ciertos) y el derecho a conocer la identidad de ascendientes y descendientes. Se aconseja la lactancia materna, idealmente, durante dos años. Las relaciones extramatrimoniales (incluyendo el sexo prematrimonial) son pecaminosas y constituyen un delito punible si se contara con el testimonio de cuatro testigos probos. La planificación familiar mediante medios naturales o artificiales es lícita salvo que conlleve la destrucción de una vida, es decir, salvo que suponga el aborto, pues el feto

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tiene derecho a la vida, a la legítima, al legado mortis causa y al legado inter vivos. Los tratamientos de infertilidad y de reproducción asistida están igualmente permitidos, aunque sólo mediante medios lícitos y conformes a la Sharía. La adopción al estilo occidental no está permitida. El acogimiento familiar y el patronazgo de niños desvalidos se fomentan como un acto de caridad, aunque tales prácticas no se adornan con falaces invocaciones de lazo familiar que, en realidad, no existe. Los niños son informados de la verdad de sus orígenes. Si un hijo no biológico, una vez alcanzada la edad adulta propusiese matrimonio a un hijo biológico de la familia en cuyo seno ha crecido, la propuesta no podrá ser declinada invocando que son hermanos, porque no lo son. Los derechos y deberes conyugales y paterno-filiales se describen en detalle, así como la forma de conducirse en el ámbito familiar y las normas relativas a la herencia. Sostener económicamente a la familia es deber del esposo; la contribución económica de la esposa a las cargas familiares es voluntaria. Las mujeres tienen derecho a trabajar (siempre que ello sea compatible con la integridad de la familia), así como a la propiedad individual, la herencia y la educación. Hombres y mujeres tienen idéntico valor humano y espiritual y las obligaciones (y prohibiciones) del Islam se les aplican en condiciones de igualdad. Iglesia y Estado La determinación de Europa de separar Iglesia y Estado es sabia y prudente. El férreo control ejercido por la Iglesia en sus primeros tiempos sobre todos los aspectos de la vida (a pesar de las enseñanzas de las Escrituras) es completamente ajeno a Jesús. El poder ejercido por la Iglesia para impedir la libertad de pensamiento y el progreso científico está histó-

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ricamente bien atestiguado. Posteriormente los EE. UU, por idénticas razones, siguieron una política similar a la europea de separación Iglesia-Estado. Por añadidura se pretendía con ello evitar la predominancia de ningún credo religioso sobre los otros en una sociedad multiconfesional en la que, de lo contrario, la libertad religiosa hubiera devenido imposible. De hecho, muchos de los pioneros norteamericanos estaban en realidad huyendo de la intolerancia religiosa y la persecución que afligían a la Cristiandad europea. A nuestro juicio, la separación Iglesia-Estado es coherente con el ideario de base de la Cristiandad, cuyo objetivo original es purificar el alma y ennoblecer al ser humano, no tratar de organizar el Estado. El reino de Jesús, de acuerdo con el Nuevo Testamento, no era de este mundo. Recordemos que el Nuevo Testamento narra cómo cuando Jesús fue preguntado si era lícito pagar tributo al César de Roma se quedó mirando una moneda con la inscripción del César y dijo: “Dad al César lo que es del César y a Dios, lo que es de Dios”. Los musulmanes de los EE. UU, como cualesquiera otras personas justas, aprecian la idea de pluralismo que garantiza a todos la libertad religiosa, sin fanatismos ni persecuciones, lo cual indiscutiblemente coincide con las enseñanzas islámicas. Quizá sea oportuno recordar aquí la reserva que generalmente siente un gran número de musulmanes, cristianos y hebreos de EE. UU y Occidente para los que el principio de separación Iglesia-Estado ha sido mal empleado o manipulado para excluir a Dios y los valores universales de moralidad y decencia de Él recibidos de la vida diaria de la gente. El debate acerca de si Dios “ha muerto” ha hecho furor en los medios de comunicación norteamericanos durante las últimas cuatro décadas y ha dejado su impronta en buena parte de la población. Muchos de los que piensan que Dios no ha muerto han dejado en la práctica de reconocer Su autoridad para dictarnos, como individuos y como nación, lo que debemos

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hacer con nuestras vidas. Las llamadas de atención a favor de una conducta moral adecuada o contra la pornografía, las conductas licenciosas y otros males sociales son tachadas a menudo de violar la separación Iglesia-Estado. Lemas norteamericanos como “Una nación bajo Dios” y “En Dios confiamos” están actualmente empezando a dejar de tener sentido y, si todo continúa en la misma dirección, no tardarán en ser aprobadas enmiendas constitucionales que los eliminen. En Occidente, por otra parte, se observa una reacción de desaprobación y consternación universales cuando se oye que los musulmanes de los países islámicos desean ser gobernados por la Ley islámica. Condicionados por la desafortunada historia europea que condujo a la separación Iglesia-Estado, automáticamente aborrecen la idea, entendiéndola como una regresión a la edad tenebrosa en que Europa se debatía bajo la autoridad represiva de la Iglesia. Pero lo cierto es que ésta no es una conclusión válida, sencillamente porque la comparación en la que se basa tampoco lo es. Cuando estudiamos el Islam no podemos menos que concluir que el principio de separación Iglesia-Estado le es de todo punto inaplicable. Pues si en el Cristianismo no hay Estado, en el Islam no hay Iglesia. Es imposible, pues, proyectar una situación sobre la otra. En el Islam hay erudición religiosa, pero no hay ni clero ni institución sacerdotal. En determinados países islámicos existen graduados en estudios islámicos que, es cierto, utilizan un atuendo distintivo. Pero dicho atuendo carece de significado religioso, no los convierte en sacerdotes ni los hace superiores en ningún sentido al resto de los musulmanes. Atuendos de ese tipo no se usaron en los primeros tiempos del Islam; es algo que surgió posteriormente para permitir la identificación de un grupo social concreto. Es algo así como el uniforme de los militares y los policías o la bata blanca de los médicos. Pero el conocimiento y los estudios religiosos están abiertos a todos. La interpretación de la religión no está supeditada ni es el

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privilegio de ninguna élite; la erudición es apreciada y respetada, pero no santificada. Tampoco forma parte del Islam que sólo los eruditos en materia religiosa sean responsables de conducir el gobierno, ya que, obviamente, podrían carecer de la experiencia técnica necesaria. La función pública debe delegarse en base a criterios de cualificación personal y, por tanto, los puestos de la administración deben estar abiertos tanto a ciudadanos musulmanes como no musulmanes. Un rápido repaso a los fines de la Sharía antes esbozados muestra que su puesta en práctica, más allá de la esfera individual, se extiende al ámbito del gobierno. La Sharía, la constitución, es la fuente de la que emanan los textos legislativos y la base sobre la que se asientan las leyes. La secularización de las sociedades cristianas no es incompatible con el Cristianismo; pero no puede decirse lo mismo del Islam. Lo contrario supondría ignorar, abandonar o reemplazar muchos de los dictados del Corán y de la Sunna, contradiciendo el credo básico del Islam. Todo ello muestra que, aunque promuevan por igual la libertad religiosa y el derecho de autodeterminación, lo que es bueno para las sociedades cristianas podría no serlo para las islámicas. Islámico o cristiano, ningún país debería imponer a los demás sus criterios. Aunque por desgracia éste no parece ser el caso. Unilateralmente, Occidente tiende a impedir a los musulmanes gobernarse a sí mismos de acuerdo a su propia religión. Apoya a dictadores seculares o a otros que falazmente dicen ser islámicos, aunque en realidad están a años luz de proteger los derechos humanos, las libertades básicas de hombres y mujeres y el gobierno del pueblo para el pueblo, todo lo cual constituye el signo de identidad del verdadero gobierno islámico. De hecho, en la actualidad, no existe un Estado que realmente pueda considerarse representante del auténtico Estado islámico. Y cuando un proceso democrático robusto ha estado a punto de otorgar la victoria a un partido islámico, una paradójica y embara-

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zosa alianza entre las grandes democracias y las dictaduras imperantes interviene de inmediato para abortar el intento. No se le da la oportunidad de ser puesto a prueba. Las democracias, ¡ay!, se inclinan por el status quo antes que por la propia democracia. Una de las acusaciones que se esgrimen contra la pretensión de las naciones islámicas de ser gobernadas por leyes islámicas atañe al estatus de sus grupos minoritarios de ciudadanos cristianos y judíos. Pese al uso y abuso del argumento por los medios de comunicación y políticos, lo cierto es que carece de la menor credibilidad. Es un hecho poco conocido que el sistema islámico se distingue por permitir a las comunidades cristianas y judías conducirse jurídicamente de acuerdo con sus propios preceptos religiosos (sólo se trata, de todos modos, de algunos asuntos de familia: matrimonio, divorcio, herencia y similares). Por lo demás, y sin entrar en conflicto con sus Escrituras, las minorías son tratadas con justicia y, ante la ley, son iguales a la mayoría; ante una ley que la mayoría (independientemente de su convicción religiosa) reivindica como suya conforme a sólidos principios democráticos. No obstante, no seríamos del todo honestos si nos dejáramos en el tintero nuestras preocupaciones sobre la puesta en práctica de la Sharía. Algunos han relegado a la Sharía al terreno fácil de los eslóganes y al imperio de las emociones. Ciertos jóvenes exaltados la han convertido en arma de confrontación con los fieles de otras religiones. Pero, en realidad, la Sharía les exige hacer todo lo contrario, disipar temores, aliviar ansiedades y hacer gala de ese proceder ético que distingue en la práctica al correcto ciudadano. Este es el objetivo que la corriente mayoritaria de musulmanes y la inmensa mayoría de los movimientos islámicos persiguen activamente, aunque ello obtenga tan escasa repercusión en los medios de comunicación o en los círculos políticos profesionales occidentales.

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Los partidos políticos islámicos que se inclinan por la opción democrática también necesitan consejo. Portar durante la batalla electoral la seductora pancarta del Islam no les exime de informar con detalle al electorado del programa de gobierno con el que pretenden cumplir los fines de la Sharía. “Islam” no es la palabra mágica que soluciona los complejos problemas económicos, sociales y políticos que pesan sobre sus países. Deben diseñarse estudios técnicos y especializados, muy exhaustivos, que permitan encontrar las soluciones apropiadas a dichos problemas en el seno de la Sharía. El Islam exige a cuantos optan por la democracia que sean honestos en sus declaraciones y que no cometan la traición de explotar la retórica democrática hasta tomar el poder para abandonarla luego. Lo peor que puede ocurrirle a un partido islámico es ascender al poder por medios democráticos, incumplir sus promesas, negarse a reconocer su fracaso —pensando, erróneamente, que tal fracaso se atribuiría al Islam—, manipular o anular las siguientes elecciones negándole a la nación el derecho a sustituirles y, finalmente, convertirse, ay, en otra dictadura. Pero los partidos islámicos aún no han pasado esa prueba y sería, pues, injusto condenarlos sin derecho a juicio. Los adversarios de estos partidos islámicos, aferrados al poder contra la voluntad del pueblo, han demostrado ser un fracaso. Las grandes democracias del mundo deberían negarles su apoyo moral o de cualquier otro tipo. Si llegaran a alcanzar el poder, los partidos islámicos no deberían, a nuestro juicio, incurrir en el mismo error. No sólo se necesitan leyes islámicas. También se necesita talante islámico y, cómo no, integridad. Algunos ejemplos conocidos de gobiernos que presumen de gobernar según la Sharía carecen, a nuestro juicio, tanto de honestidad como de inteligencia de la Sharía. Porque limitar la Sharía a unos cuantos puntos escogidos del código penal sin tener en cuenta su marco general no es otra cosa que un fraude. Infringir crueles castigos por delitos nimios al tiempo que se deja pasar la corrupción masiva de los

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círculos de poder y su explotación codiciosa y sin el menor sentido de la responsabilidad de los recursos de la nación es algo que jamás podrá pasar por islámico. En el Islam, el gobernante es responsable ante la nación. Es su servidor, no su amo. Es contrario al Islam juzgar al pueblo llano y a los débiles, en tanto se le consienten los delitos a la nobleza. La Sharía debe llevarse a la práctica empezando por los cimientos, no por el tejado. Para frenar el crimen, el Islam adopta un enfoque en tres niveles, en este mismo orden el cultivo de la conciencia islámica (por medio de la educación y la orientación), la prevención (social y económica) de las situaciones conducentes al delito y, por último, la punición. En este mismo orden. De esa forma la ley no tiene límites. Democracia Últimamente se plantea a menudo si el Islam es compatible con la democracia. Llama la atención lo heterogéneo de quienes afirman que no lo es. No parecen tener nada más en común. A principios de siglo, grupos de la intelectualidad islámica se sintieron tan fascinados con Occidente que abogaron por la adopción de todo lo bueno, y de todo lo malo, de la experiencia occidental. Hoy, frente al declive moral y las injusticias políticas de Occidente, la desilusión es tal que, como reacción, muchos rechazan cuanto de allí venga, incluida la democracia. Los dictadores seculares de los países islámicos, desde luego, aborrecen la democracia por lo que son y tienen un interés personal en presentarla ante las masas musulmanas como un fenómeno no islámico. Dictadores que visten el atuendo islámico y se proclaman musulmanes también propagan la idea de que la democracia es ajena a la fe islámica y tienen en su séquito y en nómina a eruditos religiosos ávidos de representar tan maquiavélica función.

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En los medios de comunicación y en los círculos políticos occidentales, los adversarios tradicionales del Islam califican constantemente al Islam de religión antidemocrática en la que no tienen cabida los valores de la democracia. Su objetivo, claro, es hacer el Islam aún menos simpático a ojos de la opinión pública occidental con objeto de hacer posible y apetecible la demonización de los musulmanes y, de ese modo, facilitar la aceptación de las duras políticas y los posicionamientos injustos de sus gobiernos contra los musulmanes. A menudo sacan a colación la falta de democracia en la mayoría de los países islámicos. Pero lo que no dicen es que el único sostén de esos dictadores frente a las aspiraciones democráticas de los pueblos de Oriente Medio es el que les proporcionan las democracias occidentales. Probablemente no se puede comparar el sistema político islámico nacido a principios del siglo VII con las instituciones democráticas de Occidente, las cuales comenzaron a desarrollarse siglos después. Ni siquiera los sistemas democráticos occidentales son exactamente iguales entre sí; simplemente comparten los principios y la ideología que definen a la democracia. El Corán (hace catorce siglos) expuso explícitamente el principio consultivo de la shura, en virtud del cual se deben adoptar las decisiones por deliberación conjunta. Las aplicaciones prácticas de este principio en los primeros tiempos del Islam (es decir, en la época del Profeta y de sus sucesores inmediatos) hacen que lo podamos considerar el precursor de la democracia. En cuanto que profeta, Muhammad era obedecido sin reserva. Sin embargo, dejando aparte su función como transmisor e intérprete de la religión tal y como la recibía de Dios, el mismo Muhammad dejó claro que él era un ser humano normal incapaz de predecir el futuro y jamás pretendió tener un mayor conocimiento que otras personas en sus respectivas áreas de especialización. Por ejemplo, en la víspera de la batalla de Badr, el primero e históricamente más importante choque militar entre los musulmanes y la coalición de árabes idólatras, el Profeta

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trazó un plan militar para el despliegue de sus exiguas tropas. “¿Este plan es una revelación de Dios y debemos cumplirlo sin cuestionar o se trata de una mera opinión?”, le preguntó uno de sus seguidores, a lo que Muhammad contestó que se trataba ciertamente de lo último. Entonces, su compañero sugirió un despliegue alternativo. El Profeta aceptó el consejo y adoptó su plan. El resultado fue una victoria rotunda. Años después, los enemigos enviaron un gran ejército para atacar a los musulmanes en Medina. La opinión de Muhammad era permanecer en Medina y, desde allí, enfrentarse al enemigo. Sin embargo, las deliberaciones revelaron que la mayoría prefería marchar fuera y dar batalla al enemigo en el Monte Uhud, situado bastante lejos de Medina. Muhammad cedió a la opinión de la mayoría en virtud del principio de la shura. Los musulmanes lograron una victoria inicial. Entonces, un grupo de arqueros que estaba posicionado en la cima de la montaña, creyendo que la batalla había terminado, se unió a la persecución desobedeciendo las órdenes precisas del Profeta de no abandonar sus puestos de combate en ningún caso. Jaled ibn al Walid (un genio militar que estaba al frente de un regimiento de caballería enemigo), dándose cuenta de la debilidad en las filas musulmanas, rodeó la cima de la montaña y les sorprendió con un ataque por la retaguardia. Esto alteró el curso de la batalla y volvió las tornas contra de los musulmanes, que hubieron de retirarse tras sufrir numerosas bajas. Aunque hubo un doble fallo por parte de los musulmanes, poco después fueron revelados los siguientes versículos del Corán: (¡Muhammad!) Gracias a la mansedumbre que Dios ha depositado en ti te comportaste compasivamente (con los creyentes), ya que si hubieras sido áspero o inexorable se habrían apartado de ti. Así pues, perdónales, implórales el perdón y consúltales sobre los asuntos (de Estado). (Corán 3:159) La shura debe regir la vida a todos sus niveles. Debe ejercerse incluso en relación a asuntos aparentemente meno-

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res. El Corán afirma, por ejemplo, que la decisión de destetar a un niño debe tomarse tras consultarse (shura) mutuamente los padres y mostrar, ambos, su consentimiento. La muerte del Profeta supuso el fin del ciclo de la profecía: después de él, ya no habría más profetas. Por tanto, quien le habría de suceder sería un jefe de Estado. La selección de un sucesor tuvo lugar mediante un debate abierto con más de un aspirante, hasta que Abu Bakr, el compañero más cercano al Profeta, fue elegido por consenso para ser primer califa. En aquella ocasión, el principio islámico fue reiterado y enfatizado más que por ninguno otro por el propio Abu Bakr. Podemos resumir las principales reglas que rigen el proceso de selección de un dirigente y el papel que el mismo juega en la comunidad islámica de la siguiente forma: 1. El pueblo decide quién debe ocupar el puesto (Abu Bakr inmediatamente procedió a buscar la opinión de otros que no se hallaban presentes en la reunión para asegurarse de que se mostraban de acuerdo). 2. El cargo es condicional (“Obedecedme siempre que yo obedezca a Dios”, aseveraba el califa). 3. El derecho del pueblo a elegir al dirigente está unido a su derecho a retirarlo (Abu Bakr declaró que si actuaba contra la ley de Dios, el pueblo dejaría de deberle obediencia). 4. El gobernante es un empleado de la nación, contratado por el pueblo para llevar a cabo los deberes inherentes a su cargo (al ver que en sus primeros días de gobierno Abu Bakr continuaba al frente de su negocio para ganarse el sustento, el pueblo le impuso aceptar un salario equivalente a las ganancias de un musulmán medio, ni rico ni pobre, para que dejara de trabajar a tiempo completo). 5. El jefe de Estado no es un prisionero de la élite, de la nobleza ni de ningún grupo de presión concre-

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to. (“El que de entre vosotros sea débil —dijo—, sera fuerte conmigo hasta que le garantice lo que es debido. Y el que de entre vosotros sea fuerte, será débil conmigo hasta que de él tomemos lo que es debido”). En resumidas cuentas, se trata de lo opuesto a lo que ocurre en la mayoría de los países islámicos en nuestros días. No hay duda de que si las cosas hubiesen evolucionado en la dirección prescrita por el Islam, a medida de que el Estado islámico se extendía y la civilización islámica se desarrollaba en madurez y sofisticación, los musulmanes habrían logrado una forma de gobierno que habría aprobado lo mejor de las democracias modernas permaneciendo libre de sus defectos. Las cosas marcharon muy prometedoramente durante algún tiempo. El segundo califa, Omar, insistió aún más en que la nación debería apoyarlo cuando obrara bien y corregirlo cuando obrara mal. Ante tal aviso, un hombre le respondió: “Si te descarrías, te enderezaremos incluso tomando la espada”. “No serías bueno —añadió el califa—, si no hablases así, ni tampoco nosotros lo seríamos si no lo aceptáramos así”. Por desgracia, esta tendencia se quebró en uno de los incidentes más lamentables, si no el que más, de la historia islámica. El tercer califa, Uzmán tuvo que hacer frente a una rebelión que lo acusaba de nepotismo y fue asesinado. Uzmán fue sucedido de inmediato por el califa Alí, que era primo del Profeta, su yerno y una persona muy amada por él. Reunía también méritos personales muy destacables y, cuando fue elegido califa, los notables y las masas se volcaron en ofrecerle lealtad. Sin embargo, Muawiya, gobernador de Siria (entonces parte del vasto Estado islámico) se negó a jurarle fidelidad y finalmente marchó hacia Medina a la cabeza de un gran ejército. Su intención declarada era para castigar a los asesinos de Uzmán, el anterior califa (ambos eran de la tribu de los Omeyas); prefería la venganza a tener que esperar los resultados del largo proceso legal correspondiente. En

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el campo de batalla, la victoria fue para Alí, pero Muawiya era un hombre de recursos y contaba en su campamento con hombres muy astutos, así que se aseguró un arbitraje injusto. Un grupo de descontentos acusó a Muawiya y a Alí de asesinato, y finalmente acabaron asesinando a Alí. La nación quedó consternada tras las negociaciones. Hasan, el hijo mayor y sucesor de Alí, consintió en ceder el mando a Muawiya para evitar mayor derramamiento de sangre y le juró lealtad. Poco tiempo después, Muawiya, ya afianzado en el poder, volvió a conmocionar a la nación al obligarles, con la técnica del castigo y la recompensa, a prometer que aceptarían a su hijo Yazid como su sucesor. Husein, el segundo hijo de Alí, encabezó una revuelta contra Yazid (por aquella época ya habían muerto Muawiya y Hasan). Los habitantes de Irak le habían prometido a Husein apoyo, aunque terminaron abandonándolo por las artimañas y la brutalidad del gobierno central. Sin embargo, en lugar de huir o capitular, Husein y cincuenta leales seguidores se enfrentaron al ejército de Yazid, formado por varios cientos de miles de soldados, y lucharon valientemente hasta entregar su vida en Kerbalá. La dinastía Omeya reinó durante un siglo. Pero mucho tiempo después se demostró que lo ocurrido en Kerbalá fue el primer clavo en su ataúd. Este suceso marcó el nacimiento del chiismo, es decir, del movimiento perteneciente a la línea dura cuyos componentes se autodenominaban “partidarios” de Ali (en árabe, shi´a). El movimiento nació en realidad como medio de expresión de disidencia política, aunque no fuera posible separar en él política y religión en tanto que la lucha por la justicia es un mandato religioso. Conforme fue pasando el tiempo, el chiísmo tomó la forma de secta islámica y se centró en la creencia de que el derecho al califato correspondía a Alí y después de él, consecutivamente, a su progenie (al hijo mayor en la sucesión). Al escindirse en varias sectas, el chiismo adoptó diversas formas. La principal de estas sectas

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es la Duodecimana, según la cual, el decimosegundo de los sucesores (Imanes) de Alí, desaparecido misteriosamente en la infancia, volverá un día como el Mahdi18 esperado y reinará con justicia. Los chiíes constituyen cerca del diez por ciento de los musulmanes. Al resto, tradicionalmente se les conoce como suníes. Los chiíes tienden a guardarle rencor a los suníes por haber consentido con una autoridad injusta, pero todos creen en el único Corán y en la profecía de Muhammad. Los chiíes conmemoran cada año la batalla de Kerbalá y el martirio de Husein, y muchos se golpean lamentando con arrepentimiento que sus antepasados abandonaran a Husein en el momento más crítico de su lucha. Es un hecho evidente que los suníes a su vez, albergan las mismas simpatías y sentimientos hacia Alí y sus hijos, Hasan y Husein, y hacia sus familias. Dejemos por ahora la historia, tras esta breve exposición, y volvamos al tema de la democracia. El triste episodio histórico recién relatado sentó un desafortunado precedente para la transferencia personal del poder, no en virtud del compromiso de la nación, sino por la espada y el oro. Este desafortunado incidente ha corroído persistentemente la posterior historia islámica. Gobernantes déspotas han utilizado sin cesar a hombres entusiastas que han justificado y legitimado su injusto poder, en tanto que los que osaban decir la incómoda verdad lo pagaban con sus vidas o con su libertad. Si el califa era bueno, las cosas iban bien, y si era malo, todo iba mal. Lo segundo ocurría más a menudo, pero, en cualquier caso, la autoridad del pueblo y sus derechos sobre el gobernante quedaban socavados. A pesar de todo la civilización islámica floreció porque siempre ha habido quienes creían en el deber religioso de buscar el conocimiento, descollar en la ciencia y en la fundación de la civilización. Los gobiernos los apoya18 Al-Mahdi: Lit. “El que guía”, el líder recto que según profetizan algunos hadices vendrá y conducirá a los creyentes a la victoria en el Día del Juicio.

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ron en esas esferas pero no les permitieron hablar o escribir sobre los derechos del pueblo frente al gobernante o sobre las limitaciones de su poder absoluto. Si reflexionamos sobre la genialidad de la civilización islámica en otras áreas del conocimiento no podemos menos que observar que su producción escrita sobre los derechos constitucionales del pueblo, aunque convincentes y espléndidas, son muy escasas. A los hermanos musulmanes que se agitan contra la democracia, yo les diría que la democracia nunca ha sido el mal de la nación islámica. Sus males han sido, siempre, el despotismo y la dictadura. Si no queremos verlo en nuestra historia es que estamos ciegos. Y a aquellos que acusan al Islam de ser intolerante con la democracia yo les diría que se equivocan. Pero, dicho esto, también debemos añadir que Islam y democracia no son la misma cosa. En una democracia occidental, Dios podría ser vetado o derrotado en las urnas por el voto mayoritario. Bajo el Islam, la Constitución debe basarse en la Sharía. Por tanto, toda norma legislativa que entre en conflicto con la Sharía será inconstitucional. Pero con ese telón de fondo, el proceso democrático está plenamente garantizado. El resurgimiento islámico contemporáneo va más allá de la imagen ampliamente difundida de extremismo incendiario, violencia o despotismos seculares y cuasi religiosos. Una corriente mayoritaria culta y sosegada ha descubierto la realidad de la religión y se ha hecho consciente de las lecciones de la historia. No se alimenta de eslóganes vacíos contra el otro, sino de esfuerzos bien fundados que persiguen reformas justas. Después de todo, los eruditos islámicos hace mucho tiempo que determinaron que un Estado no islámico justo es mejor que un Estado islámico sumido en la tiranía y la injusticia.

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EL FUERO INTERNO Los cinco pilares del Islam Los capítulos 1 y 2 ya abordaron los artículos de la fe islámica. El profeta Muhammad los definía con las siguientes palabras: “Que crees en Dios, en Sus ángeles, en Sus Escrituras, en sus mensajeros, en el Día del Juicio Final y en el Destino o Predestinación” (aceptar la predestinación no supone negar la libre voluntad; la predestinación tiene que ver con aquello que escapa a nuestro control, sea bueno o malo). Anteriormente no tratamos de presentar estos artículos de fe como un “dogma”, es decir, como algo que deba ser aceptado ciegamente. Por el contrario, intentamos explicarlos de una manera lógica. Ésa es, ciertamente, la manera en que lo hace el Corán, el cual reta constantemente a la mente humana a pensar y le señala signos y cuestiones sobre las que reflexionar, no para imponerle una creencia sino para convencerlo. El credo del Islam (que hay un Solo Dios), junto con sus artículos de fe, es similar al de las otras religiones abrahámicas (el Cristianismo y el Judaísmo). Efectivamente, el Islam califica a los anteriores mensajeros de Dios y a sus seguidores de musulmanes y seguidores del Islam, tomando el término Islam en el sentido literal de sumisión a la voluntad de Dios. Tras presentar en este capítulo una visión general de la religión islámica y de la Sharía, trataremos a continuación un aspecto más específico del Islam: el relativo al culto. El culto es fundamental en el Islam, pues se centra en el musulmán en cuanto que individuo, siendo así que la colectividad islámica debe ser la suma de unidades saludables. Dicho de otro modo,

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el culto es importante porque el edificio debe construirse con bloques sólidos. El culto en el Islam gira obligatoriamente en torno a cinco ejes que el profeta Muhammad describe con las siguientes palabras: “El Islam se funda en cinco pilares: la declaración de fe (en árabe, shahada) en que solo hay un Dios y en que Muhammad es Su mensajero; la azalá (es decir, las oraciones preceptivas); el azaque (en árabe zakat, la aportación económica preceptiva); el ayuno diurno del mes de ramadán y la Peregrinación Mayor (Hach) cuando sea posible”. En otra ocasión, alguien pidió al Profeta que definiera qué es el Islam y respondió enumerando estos cinco pilares. Huelga decir que los edificios no se componen de pilares. Los pilares están para sostener edificios enteros. Aquellos que reducen el Islam al ámbito del culto ritual no entienden su naturaleza global e integradora ni el propósito de los actos de culto como elementos modeladores del carácter del devoto. Los “cinco pilares del Islam” son el mínimo exigido para el culto. Pero en realidad, cualquier acción lícita realizada con la intención de agradar a Dios es un acto de culto. La caridad, pues, no tienen límites: son actos de caridad incluso los detalles más nimios, como recibir a una persona sonriendo o retirar de la calle un objeto perturbador, actos todos que el profeta Muhammad encomendaba a los creyentes. Prácticamente todas las acciones, si son intencionadas, pueden ser actos legítimos de culto. A continuación comentaremos brevemente cada uno de estos cinco pilares. La profesión de fe. (en árabe, shahada). La declaración de fe islámica (“Doy fe de que sólo hay un Dios y de que Muhammad es Su mensajero”) es la clave de entrada al Islam. Pronunciarla con sinceridad delante de dos testigos es toda la formalidad que se requiere a los conversos para hacerse musulmanes. La shahada también se incluye en la llamada a la oración del almuédano (el adán) y se repite en todas

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las oraciones. Se trata de algo más que un mero formalismo verbal: cuando declaras que tomas a Dios como tu Dios estás diciendo que lo tomas a Él como el que modela y guía tu vida, rechazando otro tipo de influencias, sean personas, cosas, estados de ánimo o deseos. La persona que manifiesta que Muhammad es el mensajero de Dios se compromete a cumplir las instrucciones y enseñanzas de Muhammad y reconoce el origen divino de las mismas. A lo largo de los siglos se han escrito extensas obras en el ámbito de la jurisprudencia islámica y de la literatura explicando las implicaciones más profundas de esta simple frase: “Sólo hay un Dios y Muhammad es Su mensajero”. La azalá. La oración ritual del Islam, o azalá, es una entidad bien diferenciada. En cierto sentido es diferente a la oración en su sentido más amplio, esto es, al hecho de comunicar tus sentimientos a Dios en cualquier lugar y momento, pedirle Su guía, auxilio y perdón, lo que ordena el Corán y recomiendan otras religiones. La azalá, por el contrario, se distingue por tener una forma y un contenido especiales en los que cuerpo y espíritu se ven implicados armoniosamente. Se realiza cinco veces al día: al alba, al mediodía, a media tarde, al anochecer y por la noche. La azalá debe hacerse en lugar limpio (en casa, en la mezquita, en un parque, en el lugar de trabajo, etc.), individualmente o en grupo junto a otros musulmanes y/o musulmanas. Uno de los participantes varones guía la azalá y se le llama “imam” (lo que literalmente significa “director”). Cada una de estas cinco oraciones (salat) tiene una duración de varios minutos. Solamente la oración semanal del mediodía del viernes debe realizarse obligatoriamente en grupo, en la mezquita, y estar precedida de un sermón (jutba). El imam no es un sacerdote. Ni siquiera tiene que ser siempre la misma persona quien guie la oración. Pero al elegir quién habrá de hacer de imam se procura que sea un hombre estudioso y que conozca el Corán y la religión (hombres de

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negocios, trabajadores manuales, médicos, docentes, etc., y, por supuesto, eruditos religiosos, asumen usualmente esta responsabilidad). Para hacer la azalá hay que estar limpio y haber realizado la ablución o “alguado” (en árabe, wudu´), lo que implica asearse con agua la boca, los orificios nasales, la cara, los antebrazos hasta la altura de los codos y los pies, así como pasarse las manos mojadas por la cabeza y las orejas. Puede bastar una ablución para varias oraciones, pero debe repetirse si uno se queda dormido, orina, defeca o le sobreviene una flatulencia. Las relaciones sexuales obligan a realizar un baño completo antes de hacer la azalá. Las mujeres están exentas de la azalá durante la menstruación y el puerperio. Cuando dicho estado concluye, la mujer debe tomar un baño completo, y lo mismo debe hacer el hombre después de eyacular. Pero cualquiera puede orarle a Dios en cualquier momento mediante una súplica personal, con o sin alguado. Cada oración tiene virtualmente a Dios como audiencia, y se ejecuta en dirección a la Caaba (la primera de las mezquitas, construida por el patriarca Abrahán y su hijo Ismael para darle culto al Dios Uno en el lugar que largo tiempo después llegaría a ser la ciudad de La Meca, en la Arabia). Únicamente, en La Meca, los musulmanes permanecen de pie en círculos concéntricos alrededor de la Caaba para orar. Es una escena realmente impresionante. En el resto del mundo se reza de pie, formando filas paralelas orientadas hacia La Meca, sin dejar huecos entre los orantes. Las mujeres generalmente ocupan las filas de detrás. No se trata de una imposición religiosa, sino de una preferencia estética (las mujeres podrían sentirse incómodas con hombres a su espalda durante los movimientos de inclinación y postración). La oración comienza con las palabras Allahu Akbar, es decir, “Dios es el más Grande”. Al decir esas palabras, el

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devoto da la espalda al universo todo y se dirige sólo a Dios. Un elemento imprescindible en todas las oraciones es la recitación de la Fátiha o primera azora del Corán: En el nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso. Alabado sea Dios, Señor de los mundos. El Clemente, el Misericordioso. Dueño del día del Juicio. Sólo a Ti servimos, y sólo a Ti nos encomendamos. Condúcenos por el recto sendero, por el de aquellos a quienes has agraciado, no por el de los execrados ni el de los que andan descarriados. (Corán 1:1-7) El resto de la oración consiste en la recitación de pasajes adicionales del Corán, en la inclinación y en la postración ante Dios. Al inclinarse, el orante afirma con el corazón suplicante: “¡Glorificado sea mi Señor el Grandioso!”. Y cuando se reincorpora, en posición erguida, añade: “Allah escucha a quien lo alaba”. Seguidamente se posterna dos veces intercaladas por una sentada, y en cada posternación repite: “¡Glorificado sea mi Señor el Altísimo!”. La oración concluye con la postura sentada, reiterando la afirmación de fe (la shahada) y pidiendo la paz de Dios y Sus bendiciones para los profetas Muhammad, Abrahán, sus familias y seguidores. La oración, preceptiva o superogatoria, es un tesoro espiritual inmenso. Inspira paz, pureza y tranquilidad e infunde un continuo sentimiento de cercanía a Dios y conciencia de Él. Reduce sorprendentemente y hace manejable el estrés de la vida diaria. Al espaciarse cinco veces al día, incluyendo la de la mañana temprano, las oraciones suelen ayudar al devoto a mantener un nivel de bienestar terapéutico y prácticamente no dejan lugar en su consciencia a malos pensamientos o acciones. El azaque (en árabe, zakat). Gastar dinero en obras de caridad es altamente recomendable y a los musulmanes se les anima a emplear en ello todo el dinero que puedan: el cielo es el límite. Sin embargo el azaque, tercer pilar del Islam, es algo diferente. Frente a la caridad ordinaria, el azaque es precep-

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tivo, no voluntario, y lo que se da en concepto de azaque es una cantidad prefijada. En general, cubiertas las necesidades y los gastos, los bienes remanentes de la persona retenidos durante un año deben ser purificados mediante la entrega de un 2,5% de los mismos en concepto de azaque. El capital improductivo, de este modo, se penaliza al punto de que en unos cuarenta años se reduce a cero, lo que incentiva la inversión del dinero al servicio del interés público. Además de los bienes monetarios, otros beneficios económicos, incluyendo los industriales, agrícolas, ganaderos, inmobiliarios, etcétera, tienen sus fórmulas respectivas de gravamen por azaque que se detallan detenidamente en las obras especializadas. El zakat es el “derecho” que ostenta el pobre sobre la riqueza del rico. No es un acto de caridad optativa o de filantropía. En un Estado islámico, el gobierno es responsable de recolectar el azaque, fuente primaria de sus presupuestos que podrá completarse, en caso de necesidad, con otros sistemas tributarios legislados. El azaque puede entregarse a instituciones islámicas de beneficencia, las cuales son entonces las responsables de su justa distribución, o directamente al necesitado en lugares fuera del alcance de la Ley islámica (como los musulmanes que viven como minorías por todo el mundo o bajo un gobierno secular). Los necesitados no musulmanes pueden ser incluidos como beneficiarios. El zakat representa el nexo inquebrantable que une a los diferentes miembros de la comunidad, a los que el profeta Muhammad describe “como los órganos del cuerpo: si uno sufre, los otros se apresuran a auxiliarlo”. La palabra zakat significa literalmente “purificación”, o “acrecentamiento” y, en lenguaje económico, “deducción de lo debido”, lo que supone que uno purifica su dinero dándole al necesitado su justa porción del mismo. Cuando los musulmanes pagan el zakat tienen verdaderamente la impresión de estar invirtiendo ese dinero, no gastándolo.

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El ayuno diurno de ramadán (“siám” o “sawm”). El mes de ramadán es el noveno mes del calendario lunar y, dado que éste es once días más corto que el calendario solar gregoriano, el ramadán se adelanta once días cada año. Esto permite a una persona hacer el ayuno en diferentes estaciones del año y con diferentes condiciones climáticas a lo largo de su vida. Desde el amanecer hasta la caída del disco solar en el horizonte de todos los días del mes de ramadán los musulmanes no toman alimento ni bebida (ni siquiera agua). El sexo está también prohibido durante el día y, para proteger el ayuno, no se debe mostrar enfado o ninguna otra mala conducta. No es el ramadán un mes de hambre, ya que la nutrición y la hidratación quedan aseguradas durante la noche. Se recomienda, sin embargo, moderar la primera comida, tras la caída del sol, y la última, antes del alba. Están exentos de ayunar los enfermos, los niños, las madres lactantes y los ancianos. A medida que uno conquista el prurito de los hábitos cotidianos y aprende a soporta el hambre y la sed, el ramadán proporciona un entrenamiento de primer orden en autocontrol y fuerza de voluntad (¿y qué sería de la humanidad sin autocontrol?). El ayuno llega a ser una experiencia muy enriquecedora, pues nos enseña a trascender las penurias de nuestro ser material y a valorar nuestra dimensión espiritual. Este mes supone un periodo de renovación espiritual, de revitalización; es algo así como cargarse las pilas para el resto del año. Durante este mes se intensifican también, de forma característica, los actos de culto y de caridad. A su fin, los musulmanes celebran una de sus dos principales id (fiesta religiosa) —la otra tiene lugar al final del primordial acto (día diez) de Peregrinación— con una oración colectiva especial por la mañana, reuniones familiares y fiestas con los amigos. La Peregrinación Mayor (Hach). El Islam está tan estrechamente ligado a la misión monoteísta abrahámica que su quinto pilar (el Hach) consiste en la conmemoración formal

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de la obediencia prestada a Dios por el patriarca Abrahán. El profeta Abrahán (la paz sea sobre él) obedeció con mano firme a Dios en las muchas pruebas a las que hubo de enfrentarse a lo largo de su vida. En una de ellas, Dios le ordenó llevar a su esposa, Agar, y al que a la sazón era su único hijo, Ismael, a la, al parecer, desolada región occidental de la Arabia. Confiando en que todo iría bien si depositaba su fe en Dios, Abrahán dejó a su esposa y a su hijo en el lugar que un día llegaría a ser la ciudad de La Meca. Al poco de su partida, viendo que las provisiones se les agotaban, la madre de Ismael, presa de pánico y casi desesperada, comenzó a buscar agua. Fue una dura prueba. Entonces, de forma inesperada y milagrosa, brotó el manantial de Zam-Zam. Más tarde, Dios ordenó a Abrahán, quien periódicamente los visitaba, poner en pie con la ayuda de Ismael la primera construcción dedicada al culto de Dios e invitar a los creyentes a visitarla en peregrinación (Hach) para rendirLe culto. La prueba de fe más recia de la que hizo gala Abrahán fue no dudar cuando Dios le ordenó matar a su propio hijo, orden que obedeció espoleado por el mismo Ismael. Dios, considerando probada la sinceridad y la fe de Abrahán, rescató al niño a cambio del sacrificio de un carnero. Desde que se iniciara con Abrahán e Ismael, la Peregrinación no se ha interrumpido hasta hoy. Sin embargo, desafortunadamente, después de muchas generaciones, la gente cayó en el paganismo y transformó la Casa de Dios en una casa de ídolos. Cada tribu árabe pagana adoptó un ídolo, le dio un nombre y lo colocó en la Caaba. La época de peregrinación continuó siendo acatada pero, en lugar de dedicarse a la adoración a Dios, se convirtió en un tiempo de alegría y festividad, alcohol y vicio. Se improvisaron nuevos rituales como el de girar en torno a la Caaba semidesnudos, dando palmas, cantando y silbando. Aquella peregrinación adulterada supuso una muy notable prosperidad económica para los habitantes de La Meca, cuya economía se basaba en la peregrinación y en las dos caravanas comerciales anuales entre el Oriente (África

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y Asia) y el Norte (Siria y, más allá, el Imperio Bizantino). De resultas apareció un pseudoclero que hablaba en nombre de los dioses y en su nombre aceptaba ofrendas y plegarias. Durante siglos se mantuvo este estado de cosas entre esta rama de los descendientes de Abrahán (el linaje de Ismael). Y entonces, entre descendientes lejanos de Ismael, en el seno de la poderosa tribu de Quraish, nació Muhammad en el año 570 d.C. Su padre murió antes de que él naciera y su madre, cuando tenía 6 años. Muhammad fue criado por su abuelo y, cuando éste murió, por uno de sus tíos. A medida que crecía, toda la comunidad lo fue rodeando de respeto y admiración. A edad temprana fue conocido como “el Honesto”. Con veinticinco años de edad se casó con una viuda rica, Jadicha, para quien había trabajado como jefe de caravana y quien supo valorar su carácter. Ella era quince años mayor que él, pero vivieron felices unidos en matrimonio monogámico durante los siguientes veintiocho años, hasta que ella falleció. Muhammad nunca compartió la idolatría de su pueblo ni los errores que constituían la vida de los árabes preislámicos (la conocida como Yahiliya, o época de ignorancia). Muhammad frecuentaba una cueva en la cima de una montaña situada en las inmediaciones de La Meca para reflexionar y meditar. Durante una de aquellas visitas se le apareció el ángel Gabriel, le encargó la misión divina de la profecía y le transmitió la primera revelación del Corán: ¡Lee (el Corán) en el nombre del Señor, el Creador, el que crea al hombre de la mórula embrionaria! ¡Lee! Que Tu Señor es el más Munífico, el que instruyó en el uso del cálamo y el que instruye al hombre en lo que éste no pensaba poder llegar a saber. (Corán 96: 1-5) El mes era ramadán y la noche era la Noche del Destino, la Más Digna de todo el año (en árabe, laylatu-l-qadr).

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Muhammad estaba sobrecogido. Corrió a casa presa del pánico, y allí su esposa lo confortó y lo calmó diciéndole: “Juro por quien gobierna el alma de Jadicha, que tú serás el profeta de esta nación. Eres bondadoso con tu familia. Eres generoso con tu huésped. Ayudas al necesitado y la mentira no mancha tus labios. Dios no te fallará”. El ángel fue al encuentro de Muhammad una y otra vez. Aunque su misión trajese la verdad y marcase la vuelta de su pueblo al monoteísmo puro de Abrahán, nada podía ser más amenazador para la alianza entre los ricos y poderosos de La Meca y el clero idólatra, cuya existencia dependía del status quo. Durante trece años, Muhammad y sus seguidores fueron acosados, hasta que acabaron emigrando a Medina. Dios, a través del Corán, les permitió defenderse y fortalecer su posición allí. Finalmente, el ejército liderado por Muhammad conquistó La Meca y declaró una amnistía general para cuantos habían luchado contra los musulmanes y contra el Islam. Destruyeron los ídolos, depuraron la Caaba de Abrahán de todo paganismo y devolvieron la religión a su fuente primigenia. La peregrinación continuó celebrándose en su misma estación, y el quinto pilar del Islam se hizo obligatorio para todos los musulmanes y musulmanas una vez en la vida, siempre que sean físicamente capaces de peregrinar y su situación económica se lo permita. A pesar de los hechos bien conocidos detallados más arriba en esta extensa explicación, aún hay “expertos” y “estudiosos” que describen el Hach (la Peregrinación Mayor) simplemente como “un ritual pagano incorporado al Islam”. ¿No es esa causa suficiente para que el musulmán se sienta molesto? La peregrinación tiene lugar en el doceavo mes del calendario lunar, el cual se conoce como el mes del Hach (Du-lHicha). Ya era conocido cuando apareció el Islam, puesto que se trata de un acontecimiento abrahámico. Durante el Hach, las mujeres visten ropas normales que cubren la totalidad de su cuerpo, a excepción de la cara, los pies y las manos. Los

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hombres deben vestir dos piezas de tela descosida, sin otra ropa, excepto, quizás, unas sandalias y un cinturón. Este es el vestido de todos los peregrinos y todos parecen iguales, sin distinción de clase, unidos en la hermandad, prestos a ayudarse los unos a los otros cuando sea posible, pasando por alto y superando todas las diferencias de color, lengua, raza, etnia, nivel educativo, etcétera. Durante el Hach, sólo la bondad humana es visible, y sólo la pura creencia en que la humanidad es una familia única que da culto al Dios Uno. Nadie es apartado. Los miembros de una familia o de un grupo tratan de permanecer juntos para evitar que nadie se pierda entre la multitud. Los ritos de la Peregrinación Mayor islámica o Hach incluyen el culto a Dios en la Sagrada Mezquita de Meca, realizando 7 veces la circunvalación en torno a la Caaba, y 7 recorridos entre las colinas de Safa y Marwa, donde Agar, la madre del profeta Ismael, corrió desesperadamente en busca de agua para su hijo; la congregación en la explanada del Monte Arafat rezando y suplicando a Dios; detenerse ante los tres monolitos (donde el diablo trató de tentar a Abrahán para que no matara a su hijo) y apedrearlos como símbolo de superación de la tentación del diablo. Lo más destacado de la Fiesta de la Peregrinación Mayor islámica o Hach es la oración colectiva, el sermón del Aid al-Adha y, seguidamente, el sacrificio de un carnero u otra res (que se entrega a los pobres, aunque una parte se queda para la familia y amigos) siguiendo la tradición de Abrahán. Los musulmanes que no están realizando la Peregrinación Mayor o Hach celebran el Aid mediante una oración colectiva (incluyendo un sermón) y la ofrenda de un cordero. La fiesta del Id es un acontecimiento feliz. A la vista del enorme número de animales sacrificados en las afueras de La Meca durante el Hach, cantidad de carne que es imposible de consumir, las autoridades de la Arabia Saudí han establecido (con la correspondiente fatua o dictamen legal islámico)

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una fábrica de envasado de carne donde ésta es conservada y enlatada ó bien transportada fresca. Esa carne se envía paulatinamente a los pobres y necesitados del mundo islámico. Los esfuerzos para acomodar, controlar y facilitar los movimientos de la masa de peregrinos (al menos dos millones de personas), en un intervalo tan corto de tiempo y en un espacio tan restringido, son dignos de elogio.

Moral islámica La moral islámica es equiparable a la cristiana y a la judía en su forma pura prescrita en la Torá y el Inyil (el Evangelio en su versión original revelado a Jesús), sin el revisionismo al que la han sometido en los últimos tiempos ciertos grupos responsables de causar estragos en la tradición moral abrahámica, alterándola al punto de hacer que las inmoralidades de ayer parezcan las moralidades de hoy. Estas inmoralidades han sido disimuladas mediante nuevos términos inocuos y eufemísticos como “amor”, “gay”, “relaciones”, “pareja”, “amante”, etcétera, por cuantos esperaban que los nombres bonitos pudiesen camuflar (o fomentar) los pecados de antaño. Sin entrar en detalle, hemos considerado más interesante, en lugar de referirnos a asuntos concretos, introducir al lector directamente en la fuente de la moral islámica recogiendo unas citas del Corán y del Hadiz (palabras o adagios del profeta Muhammad). Es éste un tipo de información especialmente desconocido por el lector occidental, oculta tras sucesivas capas de adoctrinamiento negativo de los así llamados “expertos” y “especialistas”. Mil veces hemos leído y oído en la radio o la televisión que el Corán ordena a los musulmanes mentir, engañar o matar a los no musulma-

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nes; que Muhammad era un villano implacable, ebrio de sus propias ambiciones y entregado a la lujuria y la sensualidad. Hemos tratado de refutar falsedades y, a veces, incluso hemos logrado que se publique una respuesta o una disculpa. Pero el flujo de desinformación persiste. Con todo, gracias a nuestras diversas iniciativas, cada vez más personas están conociendo la verdad del Islam y, en cuanto que un mínimo grupo crítico logre discernir lo falso de lo verdadero, la campaña de malevolencia y estereotipos sobre la que más de uno ha basado su carrera verá su fin. La moral islámica no se ciñe a una lista de cosas permitidas y no permitidas. La moral islámica persigue modelar una personalidad que comprenda y acepte el papel del hombre como delegado de Dios en la tierra. Esto es, una persona deseosa de administrar la naturaleza que lo/la rodea y mora en su interior en armonía con las instrucciones de su Dueño (Dios). A continuación ofrecemos algunos pasajes significativos en la materia, sin otro orden que aquel en el que me vinieron a la memoria. Degustando el Corán 1. Los verdaderos servidores del Compasivo son los que se comportan con templanza y, cuando la gente ineducada les habla (en términos groseros), le contestan con urbanidad y buenos modales. Velan adorando al Señor. Rezan: “¡Señor! Líbranos del suplicio del Infierno, porque es agotador y duradero, pues es el más pésimo lugar, tanto para morada definitiva como para estancia temporal”. (Los verdaderos servidores) ni despilfarran ni escatiman, sino que gastan con moderación. No invocan a ninguna divinidad sino a Dios única y exclusivamente, no cometen un crimen mortal contra la vida que Dios ha declarado

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intocable a no ser por cumplir una justa sentencia (judicial firme y motivada). No mantienen relaciones sexuales pre o extramatrimoniales. Cualquiera que cometa uno de estos delitos sufrirá sus nefastas consecuencias. Tal (criminal) el día del Juicio será duramente castigado y eternamente encerrado y humillado (en el Infierno). No obstante, podrá lograr la salvación si (en vida) se arrepiente, (se enmienda), atiende sinceramente a los requisitos de la fe y practica actividades meritorias. A quien así proceda, Dios le borrará sus malas acciones pasadas e inscribirá en su lugar las buenas. Dios es ciertamente indulgente, misericordioso. A quien dé muestras de su sincero arrepentimiento y lleve a cabo obras meritorias, Dios le acogerá en Su beneplácito. Los verdaderos servidores no prestan falso testimonio ni mantienen conversaciones vanas con nadie cuando, por casualidad, se producen en su presencia, sino que adoptan una actitud acorde con la dignidad que la fe les otorga. No se hacen sordos y ciegos cuando son amonestados con la Palabra del Señor e imploran: “¡Señor! Haz que nuestras esposas y nuestra descendencia (en virtud de su correcta actitud frente a la fe) sean nuestro auténtico consuelo y haz que seamos modelo para los que cumplen bien (para con la fe)”. (25:63-74) 2. Apresuraos a obtener la indulgencia de vuestro Señor y (a ganar un puesto en) un Paraíso tan inmenso como el cielo y la Tierra juntos, preparado para los cumplidores de la Ley. (Los cumplidores de la Ley) hacen obras de caridad tanto en situaciones de bienestar como en las de dificultad (económica), reprimen su cólera y perdonan al prójimo. Dios estima a los que cumplen fielmente con Él. Si llegan a cometer un pecado mayor (no capital), o incluso venial, se acuerdan de la presencia de Dios, le piden perdón por sus pecados y deciden no reincidir,

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a sabiendas, en su conducta pecaminosa. ¿Quién perdona los pecados, sino sólo Dios? A ellos se les dará, en recompensa, el perdón de su Señor y el alojamiento eterno en lugares del Paraíso bajo los cuales fluyen arroyos. ¡Qué hermosa es la recompensa de los que practican el bien! (3:133-136) 3. Luqmán, aconsejando a su hijo, le dijo: “¡Hijo mío! No atribuyas a Dios deidad alguna, porque la idolatría es el pecado capital”. Hemos encomendado al hombre que trate a sus padres con sumo esmero, sobre todo a su madre, que le ha llevado (en su seno), sufriendo pena tras pena durante dos años, contando desde el momento de la concepción hasta el destete. ¡Sé agradecido para Conmigo y para con tus padres! Todos vosotros compareceréis ante Mí. Si se empeñan en que Me asociéis con otras deidades, sabiendo que esto es algo inconcebible, no les hagas caso. Sin embargo, sé siempre honrado con ellos; pero, por otra parte, mantente firme en el camino de quienes vuelven a Mí en todo. Todos compareceréis ante Mí y, entonces, os daré cuenta de cuanto habéis hecho”. “¡Hijo!” (añadió Luqmán), “ten presente que hasta el más mínimo de los hechos, aunque sea tan insignificante como un grano de mostaza escondido en el interior de una roca, o (esté volando) en el espacio cósmico, o (sepultado) en el fondo de la Tierra, Dios lo sacará a la luz (el día del Juicio), porque a Dios no le pasa nada desapercibido. Él conoce todo. ¡Hijo! Observa la oración. Incita al bien. Oponte al mal. Y ten paciencia ante lo que te pueda suceder; porque estas (cualidades) son parte integrante de la entereza. No vuelvas la cara a nadie ni te comportes jactanciosamente con nadie; porque Dios aborrece al jactancioso y al ostentoso. Camina con pausa. Habla en voz baja; porque la más desagradable de las voces es la del asno”. (31:13-19) 4. Que los conocidos por sus virtudes y su munificencia no juren que suspenderán la ayuda que prestaban a los parientes, a los

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menesterosos o a los que se han (entregado o) emigrado por la causa de Dios. Que les perdonen y les dispensen. ¿Acaso no os agrada que Dios os perdone? Dios es indulgente, compasivo. A aquellos que acusan de amancebamiento a las creyentes inocentes y honradas les será negada la misericordia divina tanto en este mundo como en el otro y, por consiguiente, sufrirán un terrible suplicio. (24:22-23) 5. La caridad no consiste en que os orientéis en (vuestras oraciones) hacia el Este o el Oeste, sino que es (ante todo): creer en Dios, en el Último Día, en los ángeles, en el Libro (revelado) y en los profetas, así como donar, a pesar del apego, una parte de los bienes propios a los parientes, huérfanos, pobres, viajeros insolventes, y (la disposición a) liberar cautivos y redimir esclavos. Y es también: observar las oraciones, abonar la contribución fiscal, cumplir los compromisos contraídos y mantener la constancia tanto en (situaciones de) apuro como en (el campo de) la batalla. (Mantener esta actitud es demostrar) ser verdaderos creyentes y verdaderos disciplinados. (2:177) 6. Por cierto que a los musulmanes y las musulmanas, a los creyentes y las creyentes, a los devotos y a las devotas, a los sinceros y las sinceras, a los perseverantes y las perseverantes, a los piadosos y las piadosas, a los donadores y las donadoras, a los ayunadores y las ayunadoras, a los honestos y las honestas, a los frecuentemente evocadores y las evocadoras de la presencia de Dios, Dios les tiene reservado el perdón y una excelente retribución. (33:35) 7. Dios prescribe la equidad, la benevolencia y la liberalidad para con los allegados y prohíbe las deshonestidades, las transgresiones y las agresiones. Él os exhorta a que lo tengáis bien presente. Cumplid con (vuestros) compromisos, cuando los hayáis contraído ante Dios. No violéis los juramentos, una vez

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ratificados solemnemente poniendo a Dios por testigo y garante de su cumplimiento, porque Dios está bien enterado de lo que (pensáis) hacer. (16:90-91) 8. El Señor ha resuelto que no rindáis culto a nadie sino a Él y que tratéis a los padres con suma bondad. Si (el cumplimiento del deber de cuidarles se prolongara hasta que) uno de los padres, o ambos, llegasen a edad avanzada, no les des a entender que te son una carga. No les dirijas palabras faltas de exquisitez ni les hagas reproches, sino que debes hablarles con cariño. Sé humilde y piadoso con ellos y suplica: “¡Señor mío! Sé misericordioso con ellos, pues me criaron piadosamente desde que yo era un recién nacido”. (17:23-24) 9. Es posible que Dios restablezca los lazos de afecto entre vosotros y los (infieles) con quienes os habéis enemistado. Dios lo puede todo. Dios es indulgente y compasivo. Dios no os prohíbe que seáis solícitos y ecuánimes con respecto a los (no musulmanes) que no han tomado una actitud abiertamente hostil contra vosotros ni os han deportado de vuestros hogares a causa de la fe que profesáis. Dios aprecia a los ecuánimes. (60:7-8) 10. ¡Creyentes! Sed permanentemente consecuentes con la fe en Dios. (Sed) testigos justos, y que la repulsa que sentís contra un enemigo no os mueva a ser injustos con él. Sed justos, porque (la justicia) es el mejor medio para aproximarse al cabal cumplimiento para con Dios. Tened a Dios siempre presente, porque Dios está bien enterado de cuanto hacéis. (5:8) 11. ¡Creyentes! Que ningún hombre se mofe de otro, porque podría ser que éste sea más digno que el primero, ni una mujer de otra, porque podría ser que esta última sea más digna que la primera. No os difaméis ni os motejéis mutuamente. ¡Qué

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abominable es recordar a alguien su mal pasado después de haber abrazado la fe! Quien no renuncie a esta práctica será considerado un inicuo. ¡Creyentes! Evitad el mal pensar en general, porque algunas suspicacias constituyen (de por sí) un delito. No fisguéis (los defectos) de nadie ni le critiquéis en su ausencia. ¿Le gustaría tal vez a alguno de vosotros comer del cadáver de su hermano? Si os repugna hacerlo (más os debería repugnar incurrir en alguna de estas abominables prácticas). Tened a Dios presente. Dios acogerá favorablemente a los arrepentidos y los recibirá en Su misericordia. (49:11-12) 12. No obstante, si ellos optan por la paz, opta tú también por ella y encomiéndate a Dios. Dios lo oye todo, lo sabe todo. (8:61) 13. No son equiparables el bueno y el mal comportamiento. Repele, pues, el mal proceder con el bueno y verás que de esta manera quien te declaraba su enemistad acabará convertido en tu amigo más ferviente. (41:34) 14. (¡Muhammad!) ¿Sabes en qué se caracteriza el que niega la fe? (Se caracteriza) en que suele expulsar al huérfano y no promover que se ofrezca sustento a los necesitados. Serán desgraciados, pues, los que (fingen) observar las oraciones pero, en realidad, no prestan la atención debida, hacen el bien simplemente para ser vistos y niegan la ayuda (al prójimo). (107:1-7) 15. ¡Desgraciados serán los defraudadores que, cuando compran, exigen que todo sea colmado y sobrante, pero, cuando venden, merman la medida y el peso! ¿Acaso no se dan cuenta de que serán resucitados para un Día trascendental, en el que todos acudirán para comparecer ante el Señor de los mundos?. (83:1-6)

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Así habló el Profeta 1. Ninguno de vosotros creerá de corazón hasta que desee para su hermano lo que desea para sí mismo. 2. Quien de vosotros advierta una mala acción, que lo subsane físicamente con la acción de su mano. Si no pudiera, entonces que lo haga con palabras. Si tampoco pudiera, que lo repruebe en su corazón, aunque esto es lo más débil en la fe. 3. Tu Señor (Dios) dice: ¡Oh hijo de Adán! Siempre que me llames y me ruegues te perdonaré lo que hayas cometido y no lo tomaré en cuenta. ¡Oh hijo de Adán! Aunque tus pecados alcanzaran las nubes del firmamento y luego me pidieras perdón, te perdonaría. ¡Oh hijo de Adán! Aunque vinieses ante mí con pecados del tamaño de la tierra, y te presentases ante mí con sincero arrepentimiento y sin haberme asociado con nadie, mi perdón sería igual de grande. 4. A Dios no le interesan vuestros aspectos y apariencias, sino vuestros corazones y acciones. 5. Las personas son todas tan iguales y parecidas como los dientes de un peine. Todos vosotros venís de Adán, y éste viene de la arcilla. El blanco no es mejor que el negro, ni el árabe es mejor que el no árabe, salvo por la piedad y el grado de cumplir para con Dios 6. El fuerte no es el que vence en la lucha. El fuerte es el que se controla cuando se irrita. 7. Un joven le preguntó al Profeta: “De todas las personas, ¿quién es el que merece más mi

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bondad?” El Profeta respondió: “Tu madre”. El hombre preguntó: “¿Y después?” El Profeta respondió: “Tu madre”. El hombre volvió a preguntar: “¿Y después?” El Profeta respondió: “Tu madre”. El hombre aún volvió a preguntar: “¿Y después?” El Profeta respondió: “Tu padre”. 8. Los mejores de entre vosotros son los que se portan mejor con sus esposas. Y entre vosotros, yo soy el mejor. 9. Le preguntaron al Profeta: “¿Un creyente de corazón podría cometer un acto de cobardía?” Y respondió: “Podrías, sí”. “¿Podría ser creyente aunque fuera un avaro?” Y respondió: “Podrías, sí”. Pero cuando le preguntaron: “¿Podría ser creyente si fuera un mentiroso?” El Profeta respondió: “No. Jamás”. 10. Un día caluroso de verano un hombre encontró un perro sediento junto a un pozo, incapaz de llegar al agua. Él se dijo: “Este perro tiene tanta sed como yo”. Entonces fue al pozo, llenó su zapato con agua y dio de beber al perro. Dios fue magnánimo con él y le perdonó sus pecados. 11. Las señales del hipócrita son tres: cuando habla miente, cuando hace una promesa la incumple, y cuando se le confía algo traiciona la confianza en él depositada. 12. Tu Señor dice: “Cuando mi servidor se acerca a mí un palmo de distancia yo me acerco a él un codo. Cuando él se acerca a mí un codo, yo voy a él con los brazos abiertos. Y cuando él viene a mí caminando, yo voy hacia él corriendo”.

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13. Tanto me insistía el arcángel Gabriel en que tratara bien a mi vecino que llegué a pensar que Dios haría de él uno de mis herederos.


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14. Cuando llegue el Día del Juicio se oirá una llamada diciendo: ¿Dónde están aquellos que perdonaban al prójimo? Que vengan a su Señor y recibirán sus recompensas. El que haya perdonado será admitido en el cielo. 15. ¡Oh, Dios! En Ti busco refugio frente al mal y el dolor. En Ti busco refugio frente a la cobardía y la mezquindad. En Ti busco refugio para no ser presa de las deudas o de la tiranía. 16. Cuando una abominación se haga lugar entre la gente y ellos la promuevan, Dios les infligirá una enfermedad desconocida para sus antepasados. 17. Las bebidas embriagantes son el origen de todos los males. 18. ¡Qué asombroso es el carácter del creyente! Todo repercute en su bien. Si recibe una dicha, la agradece (a Dios), y le hace bien. Si es golpeado por la adversidad, se muestra paciente, y también le hace bien. 19. Cuando una persona muere, nada deja que lo mantenga unido (a este mundo), excepto tres cosas (cuyas bendiciones lo alcanzarán incluso en el otro mundo): una obra pía, un conocimiento útil dejado para beneficio de los vivos y un hijo piadoso que suplique a Dios por él. 20. Entre todas las lícitas, el divorcio es la más odiosa a los ojos de Dios. El creyente debería (si ello le es posible) no abandonar a su esposa creyente: si encuentra en ella cosas que no le gustan, de seguro que también hallara otras que le agradan. 21. Son siete personas las que hallarán amparo a la sombra de Dios en el Día del Juicio, en esa hora en que no habrá otra sombra que la Suya: el

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gobernante justo; el joven educado en la obediencia a Dios; el hombre cuyo corazón se consagre a la mezquita; dos hermanos (o hermanas) cuya fraternidad esté consagrada a Dios; la persona que al recordar a Dios en la intimidad le acuden lágrimas a los ojos; el hombre al que una mujer bella trate de seducir y responda: “De ningún modo, yo temo a Dios”; y el hombre que practicó la caridad en silencio, de manera que su mano izquierda no sabía cuánto había dado su mano derecha. 22. Quien haya comido cebolla cruda y ajo debería mantenerse alejado de la oración colectiva de la mezquita (para que su fuerte olor no moleste a los demás). 23. Los que (religiosamente) acatan los mandamientos de Dios y los que no lo hacen son como aquel grupo de viajeros que compartían un barco, unos iban en la cubierta y otros bajo cubierta. Cuando estos últimos necesitaban agua tenían que subir a traerla, así que dijeron: “Hagamos directamente un agujero en nuestra parte del barco (para conseguir agua)”. Si los de arriba les hubieran permitido hacerlo, todos hubieran perecido. En cambio, si se lo impidieran, todos serían salvos. toma.

24. La mano que da es mejor que la mano que

25. El Profeta dijo: “Apoya a tu hermano, tanto si lleva la razón como si no la lleva”. Entonces le preguntaron: “Creemos que debemos apoyarlo si lleva razón, pero, ¿cómo podríamos apoyarlo si no la lleva?”. El Profeta contestó: “Evitando que haga mal, así es como debéis apoyarlo”. 26. Las naciones precedentes perecieron porque cuando el noble robaba, lo absolvían; en cambio, cuando era el débil quien robaba, lo castigaban.

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27. Trabaja para este mundo como si fueras a vivir para siempre y trabaja para el más allá como si fueras a morir mañana mismo. 28. Unos musulmanes pobres se quejaron al Profeta: “Los ricos se han quedado con todas las recompensas, rezan como nosotros, ayunan como nosotros y dan en caridad lo que sobra de sus bienes (lo cual no podemos igualar)”. El Profeta respondió: “¿Es que acaso Dios no os ha dado con qué hacer caridad? Pues cada oración que dirigís a Dios en su perfección es un acto de caridad. Cada vez que dais gracias a Dios es caridad. Decir que no hay más dios que Dios es caridad. Ordenar el bien y prohibir el mal es un acto de caridad. Asimismo, copular con vuestras esposas es un acto de caridad”. Ellos dijeron: “¿Acaso satisfaciendo uno su deseo se hace merecedor de recompensa?” Él dijo: “¿No pensáis que si uno satisficiera su deseo ilícitamente estaría pecando? Pues de la misma manera, si lo satisface lícitamente, será recompensado”. 29. Al Profeta se le preguntó sobre la mejor forma de cumplir con Dios. Él dijo: “Cumplid con Él como si lo vieseis, porque aunque no podáis verlo, Él sí os ve a vosotros”. 30. Ten presente a Dios, y Él estará a tu lado. Acuérdate de Dios en la bonanza y él se acordará de ti en la tribulación. Pues has de saber que lo que has pasado de largo no podía haberte sucedido. Y que lo que te ha sucedido no podrías haberlo pasado de largo. Y has de saber que la victoria llega con la paciencia, el alivio tras la aflicción y la calma sigue a la dificultad.

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Capítulo V

CUESTIONES DE ACTUALIDAD El Islam, en tanto que religión que engloba la totalidad de la existencia y no se reduce a los asuntos del culto o del lugar de culto, comparte las preocupaciones de la sociedad en su conjunto, de la cual forman parte los musulmanes. Naturalmente, los musulmanes desean compartir sus valores con los demás, hallar soluciones conjuntas y crear un espacio común para la resolución de los problemas. En este capítulo presentaremos el punto de vista islámico sobre algunas cuestiones de actualidad. Los temas han sido seleccionados con el fin concreto de examinar y demostrar la pertinencia de la perspectiva islámica para la vida diaria, más allá del plano teórico y del pensamiento abstracto. Los temas tratados en las páginas que siguen son: (1) el nuevo orden mundial; (2) la yihad; (3) la familia y la revolución sexual, y (4) la ética biomédica. En esta última materia se abordan los siguientes puntos: (a) reproducción; (b) donación de órganos y trasplantes; (c) definición de muerte; (d) eutanasia, y (e) ingeniería genética.

Nuevo orden mundial El desplome repentino del comunismo ha dado paso recientemente a la declaración de un nuevo orden mundial. El colapso del comunismo pilló por sorpresa a buena parte del mundo, pero la literatura islámica venía criticando desde

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hacía décadas a ambos regímenes, comunista y capitalista, y pronosticando su fin. En sus estudios comparativos, los eruditos musulmanes han mostrado cómo y dónde cada uno de estos sistemas se queda corto en comparación con un sistema independiente basado en las enseñanzas del Islam. Sería precipitado concluir que el colapso del comunismo prueba que el capitalismo llevaba razón. Ambos, comunismo y capitalismo, han fallado porque son ideologías materialistas inadecuadas para una especie que trasciende lo meramente material. Otra afirmación falaz de ambas ideologías —aunque lo lleven a campos opuestos— es que el individuo y la sociedad chocan en un conflicto irreconciliable. El comunismo trató de eliminar al individuo en favor de la sociedad. Pero, ¿qué es la sociedad sino una suma de individuos? El resultado inevitable fue una sociedad rota. El capitalismo, por su lado, exalta el individualismo y desproporcionadamente lo blinda contra las legítimas demandas sociales. Esto ha imbuido al individuo de un egoísmo justificable que, en su proyección exterior, se ha manifestado en forma de clasismo, corporativismo, racismo, esclavitud y colonialismo. El capitalismo se basa en la idea de que la única función y destino del capital es crecer sin límite. Cuando los mercados locales se saturan se buscan otros más lejanos en el Tercer Mundo. Una ceguera obvia (acaso intencionada) impide ver que es imposible un crecimiento infinito en el marco de un planeta finito. La carrera desenfrenada en busca de más y más dólares se conjuga con la promoción activa y planeada de modelos consumistas y de una calculada obsolescencia que no están destinados a satisfacer las necesidades, sino a colmar apetitos de comodidad, placer y lujo. Las fuentes naturales, algunas irremplazables, están siendo esquilmadas a un ritmo acelerado. Esta inclinación por el exceso se ceba en los recursos naturales. El Tercer Mundo ha sido objeto de una especial

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explotación en cuanto que mercado vital y fuente barata de mano de obra y de materias primas que se presume de usar y tirar. Y por si no bastara con despojar a sus habitantes de sus recursos naturales y materias primas a cambio de un precio ridículo (en comparación con el precio exorbitante que ellos pagan por los productos resultantes de sus materias primas), se les impide ejecutar proyectos que podrían mejorar su destino y hacerlos menos dependientes de los productos importados del Primer Mundo. Para evitar que el Tercer Mundo se desangre completamente, se le inyecta de forma regular capital fresco en forma de préstamos y ayudas para mantener su poder adquisitivo en beneficio del capital occidental. Por desgracia, sólo una pequeña fracción de esa ayuda alcanza a cubrir las necesidades de la gente. La mayor parte se la queda la élite autóctona, que compone la clase gobernante, así como su séquito de paladines del status quo. Éstos evitan el debate público sobre los términos y condiciones de los préstamos y las ayudas y bloquean todo intento de supervisar la gestión de la clase gobernante o de exigirles responsabilidades por su negligencia. Constriñen los derechos laborales, permiten medidas de seguridad en el trabajo muy laxas y se afanan en obstaculizar cualquier intento de destapar la repugnante corrupción que se ha convertido en la seña de identidad de los gobiernos del Tercer Mundo, incluida una parte considerable del mundo islámico. Todo esto parece explicar dos paradojas. La primera, que en numerosos países de Oriente Medio, cuanto más dinero inyecta Occidente, más se empobrece el país y mayor es su deuda. La segunda, la traición total de las principales democracias a los movimientos democráticos de Oriente Medio próximos a obtener el poder mediante procesos democráticos sólidos. Las democracias occidentales se alinean, infaliblemente, con los dictadores frente a las aspiraciones democráticas del pueblo. Llegado el caso, están dispuestas a apoyar a los dictadores incluso con el uso de la fuerza militar.

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La expresión estabilidad, objetivo declarado de toda la intervención occidental, equivale en términos reales a reservar para el capital extranjero las mejores oportunidades de explotación, incluso si ello supone la peor opción posible para las masas extranjeras. Ellos y las futuras generaciones heredarán una deuda creciente que su PIB será incapaz de sobrellevar, mucho menos de terminar de pagar. La población del Tercer Mundo conoce y sufre este estado de cosas. Ven sus consecuencias en sus propios hogares, en sus familias, en las oportunidades en extremo limitadas al alcance de sus hijos. Lo llaman “injusticia” y se afanan por cambiarlo, pero son brutalmente reprimidos. Los políticos occidentales participan en esta represión y, para justificarlo a los ojos de su propio pueblo, no dudan en emplear clichés propagandísticos (las víctimas erosionaban la estabilidad de su nación, cometían una flagrante agresión contra nuestros intereses nacionales, etc.) Hasta no hace mucho bastaba con tildar a los que persiguen la justicia de “comunistas”. Hoy, tras el derrumbe del comunismo, se les tilda de “fundamentalistas islámicos”. Una gigantesca maquinaria de medios de comunicación —propiedad de las grandes corporaciones y del gran capital— tiene por misión manipular y moldear el pensamiento del pueblo. Bajo su influjo, las masas de Occidente se han tragado hasta ahora el anzuelo y, candorosamente, aprueban las decisiones de sus políticos y los medios que adoptan para ejecutarlas. Aunque no es éste en realidad el peor error de la naturaleza sumisa e ingenua de los pueblos occidentales. Lo peor es que aún no se han dado cuenta de que el apetito voraz del capital y sus prácticas codiciosas no se limitan a lugares lejanos habitados por gentes extrañas y exóticas del Tercer Mundo. El gobierno y los big business no tienen empacho en obrar del mismo modo en casa y con sus ciudadanos. Obedecen los dictados de su principio más sagrado: “¡Más crecimiento, más capital, y más y más dólares!”. ¿Cómo explicar si no el traslado de importantes sectores industriales a Asia

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sudoriental o a cualquier otro lugar del mundo donde una mano de obra financiera y humanamente de saldo permite producir un producto final abaratado que, de vuelta a casa en Norteamérica, se sigue vendiendo al mismo precio? Durante el proceso, millones de trabajadores norteamericanos son abandonados y engrosan las filas del desempleo. Este capitalismo desenfrenado no puede continuar indefinidamente. Existen indicios claros de que pronto tocará a su fin; indicios que han sido atacados, ignorados e incluso ocultados, pero que siguen ahí, le guste o no a sus oponentes. Ni a la gallinita de los huevos de oro que son los recursos del planeta ni a los habitantes del Tercer Mundo les queda mucho fuelle. A menos que se produzca un cambio radical antes de que sea demasiado tarde, este planeta dejará finalmente de ser sostenible. Lo que se exige no es un mero cambio en las reglas, sino un giro en el corazón. Mientras que impere la mentalidad materialista sólo cabe esperar tratamientos sintomáticos que retrasen un poco más lo inevitable. En tanto la mentalidad imperante considere la interacción humana en términos de nosotros contra ellos, Norte contra Sur, explotador contra explotado, rico contra pobre, blanco contra persona de color, amos contra esclavos (o sirvientes), no hay esperanza de futuro. El barco de la humanidad acabará hundiéndose. Por muchos lujos que acumulen los pasajeros de de primera, acabará hundiéndose. No parece que las autoridades políticas y financieras posean la necesaria visión, sabiduría y destreza para imprimir al mundo un giro tan radical. Da pena ver cómo se empeñan en conducir a la humanidad tan al borde del abismo. La única esperanza es una campaña masiva para educar al pueblo, porque el pueblo, en tanto que votantes, es a la postre el árbitro final. Si se les exige cambiar, los políticos tendrán que suscribirse al cambio o hacerse a un lado.

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¿Y qué tiene que ver el Islam con todo esto? Los eruditos y pensadores musulmanes (no los terroristas y los extremistas que los medios de comunicación han utilizado para ridiculizar todo lo islámico) se han afanado durante décadas en definir un sistema islámico que, partiendo de la Sharía, aborde los problemas mundiales sin limitarse a repetir las fórmulas que sirvieron en épocas y circunstancias pasadas. Este sistema no debe ser considerado de carácter exclusivamente islámico o ideado estrictamente para musulmanes, ya que el bienestar de la humanidad es una preocupación común y, en esta aldea global cada vez más pequeña, todos afrontamos un destino compartido. A continuación describimos las principales características de este sistema. Autoridad sobre el hombre El hombre no es el ser supremo de este universo. El hombre es responsable ante el Ser Supremo, que es Dios. Como dijo Dostoievski,, sin Dios todo es posible, todo puede ser racionalizado y justificado. Cuando el hombre destrona a Dios incurre en el culto a sí mismo. La verdadera función del hombre en este universo es ser el representante y el apoderado de Dios. Esto significa que el hombre tiene pleno poder sobre la naturaleza para gobernar el planeta de acuerdo con las instrucciones del Creador, no guiado por sus propios impulsos y tentaciones. Ni la ciencia (un instrumento aún en pañales) ni la arrogancia (trampa mortal) deberían conducir al hombre a creerse Dios… Ojalá el hombre llegue a ser tan sabio. Posesión de bienes La propiedad es en última instancia de Dios, puesto que Él es el Creador. Nosotros sólo disfrutamos de un usufructo. Somos libres de poseer e incrementar, prácticamente de forma ilimitada, nuestra riqueza por medios lícitos si no

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perdemos de vista que el capital, además de derechos, implica obligaciones. La función primordial del capital no es crecer ad infinitum, sino cumplir con sus deberes para con la sociedad. La asunción (por parte del comunismo y del capitalismo) de que existe un conflicto ineludible entre el individuo y la sociedad no existe en el Islam. Para éste, la necesidad de un delicado equilibrio entre individuo y sociedad y de que se haga justicia a ambos es el punto de partida. Este equilibrio no se consigue sólo con el brazo férreo de la ley. Es también necesario un fuerte deseo de agradar a Dios que hace de la acción de dar una fuente continua de regocijo. Dios está siempre presente en la ecuación. Es una realidad viva, lo que desde una perspectiva materialista resulta por completo irrelevante y sin sentido. En el Islam se parte de la premisa de que Dios ha confiado el mantenimiento del pobre a la riqueza del rico. Con el nuevo orden mundial, este principio podría alcanzar proporciones internacionales. Este nuevo sistema es factible, por supuesto que lo es. Pero no bajo un sistema educativo exento de valores, ni sometidos a una oleada constante de adoctrinamiento mediático, ni en una sociedad complaciente con la injusticia. La sociedad actual es tan interdependiente que nadie puede vivir aislado, ni en el culmen de la riqueza ni en el fondo de la pobreza. Hace catorce siglos, Omar, el segundo califa del Islam, decretó que si un hombre muere en una ciudad por indigencia, sus habitantes están obligados a compensar por su muerte como si lo hubiesen asesinado entre todos. Como dijo el Profeta, la comunidad es “como los órganos del cuerpo: si uno sufre, los otros se apresuran a auxiliarlo”. Todo ciudadano tiene derecho a disfrutar de un mínimo nivel de comodidad (no sólo a subsistir) y, puesto que vivir de la caridad no es bueno, se colige que un empleo digno es un derecho

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de todos los individuos. En consecuencia, la tecnología que ahorre puestos de trabajo sólo será lícita cuando solucione un problema de falta de mano de obra, pero nunca cuando sirva para recortar empleos y arrojar a los trabajadores al paro. El hombre tiene prioridad sobre la máquina y la norma jurídica es que el interés común prima sobre el interés individual. Eso no implica frenar el avance tecnológico, sino que éste asuma, junto a los trabajadores, sus propias consecuencias. Se aconseja a los trabajadores, por otra parte, que adquieran participaciones en sus empresas para, de ese modo, difuminar la polarización entre ellos y el capital y permitirles mantener un interés legítimo en el progreso de la empresa. Otra norma del Islam es que el dinero no puede ser utilizado como instrumento para generar dinero salvo que ello conlleve alguna forma de actividad productiva; de ahí que la usura esté prohibida en el Islam. Mucho se ha escrito en las últimas décadas acerca de la banca sin usura (Riba) y, de hecho, cierto número de bancos, no sólo en los países islámicos, también en Europa y América, han comenzado a aplicarla con éxito. Igualdad La unidad de la especie humana en cuanto que una sola familia que comparte los antepasados comunes de Adán y Eva, junto con el concepto de igualdad inherente a los seres humanos, debería enseñarse a los niños desde una corta edad. Desgraciadamente, ciencia y religión fueron en otro tiempo usadas de forma muy desafortunada en Europa (y América) para fabricar las pruebas que demostraran la superioridad natural de la raza blanca (o aria) sobre las otras. Los argumentos falaces que sostenían ese postulado están hoy muertos y enterrados, pero su legado continúa. En la mayoría de las iglesias de Occidente, por ejemplo, se retrata a Jesús como un hombre blanco, rubio y con los ojos azules, a pesar de que los habitantes de Palestina tienen comúnmente el pelo negro y la piel morena.

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En Occidente existe una huella de racismo que prácticamente cubre todos los aspectos de la vida. La voluntad para cambiar eso aún exige un empujón adicional. Durante décadas se ha librado en Norteamérica una dura batalla por los derechos civiles. Pero por más que se haya logrado un avance notable, difícilmente se podría afirmar que el regusto amargo de la esclavitud ha desaparecido por completo. La igualdad, más que un conjunto de disposiciones legales, es un estado mental. El hombre negro norteamericano aún no ha oído de labios del hombre blanco un “lo siento” por la esclavitud, ese lunar en la historia de la civilización blanca (los norteamericanos no blancos japoneses, sin embargo, recibieron una disculpa y compensaciones económicas por su encarcelamiento durante la Segunda Guerra Mundial). Las tensiones raciales continúan eclosionando y, aunque censurables, los participantes en estos incidentes violentos a menudo pueden invocar justificaciones. Las recientes revueltas de Los Ángeles son un buen ejemplo19. Cada vez que se llama a la acción para mejorar la suerte de los negros norteamericanos, las respuestas, aunque a menudo útiles a corto plazo, no suelen abordar la raíz del problema. Ni las balas ni los dólares proporcionan soluciones reales y permanentes. Solamente habrá un cambio verdadero cuando todos sintamos, en lo más profundo de nuestro corazón, que los seres humanos somos todos hermanos y hermanas amados e iguales. Y eso no se promulga con leyes, porque es función de la educación. Para transformar nuestro mundo debemos realizar una revolución educativa total destinada a crear una sociedad compasiva y unida por encima de todas las barreras, y a dar nueva vida y sentido al principio de libertad, fraternidad e igualdad a nivel nacional y, también, a escala global. Para que el cambio sea efectivo, la reeducación de las naciones neocolonialistas debe unirse a un esfuerzo real por ����������������� Abril de 1992.

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su parte para promover el desarrollo del Tercer Mundo. Se calcula que sólo con los subsidios agrarios europeos se podría operar un cambio tal en el Tercer Mundo que desaparecería el hambre del mundo. La idea fue inmediatamente satirizada durante un encuentro (filantrópico) de ex ministros y primeros ministros de varios países europeos. Ni la abolición de los subsidios ni el desarrollo del Tercer Mundo fueron considerados opciones viables: la primera, por razones de conveniencia política; la segunda, por razones de estrategia política. Necesidad de autocontrol La facultad exclusivamente humana de autocontrol se ha deteriorado rápidamente y precisa ser restaurada. Aunque se trata de un elemento fundamental que distingue al hombre y al animal, la mentalidad moderna parece haberlo confundido por completo. Un hombre arrestado por disparar a los automóviles que pasaban por una autopista y matar a varias personas declaró que lo había hecho porque “tenía ganas de matar a alguien”. No es un caso aislado. Las estadísticas de criminalidad demuestran que las conductas extremadamente impulsivas y destructivas han dejado de ser una excepción para convertirse en un fenómeno social común. Cualquiera que vea las noticias en la televisión o lea los periódicos puede confirmarlo. La falta de un sistema sólido de valores y, como consecuencia, la subordinación a los impulsos y tentaciones son los factores subyacentes que han conducido a la gradual destrucción de la sociedad. Una clave para el cambio puede estar en la educación y en los medios de comunicación. Pero la educación debe basarse, además de en el conocimiento, en la creencia en lo que es correcto y en la certeza de que habremos de rendir cuentas ante un poder más alto. Sólo entonces la mayoría llegará a ser plenamente responsable de las consecuencias de su consciencia.

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Si existe el Día del Juicio, y no solo los musulmanes lo creen, no hay razones para envidiar a los magnates de los medios de comunicación, los cuales habrán de rendir cuentas por haber fomentado la violencia, la pornografía y la promiscuidad. Hablar con ligereza de lo impensable lo hace, naturalmente, posible. Nuestros jóvenes exploran y experimentan y la depravación y el descarrío se convierten en adicciones sociales. Por desgracia, ciertos Estados están sutilmente dando a su juventud el ejemplo de que se puede recurrir al poder puro y duro, sobre todo cuando se es infinitamente fuerte y tus adversarios son infinitamente débiles. Cuando los gigantes militares dirigen una agresión aceptada desplegando todas sus fuerzas para encontrar prácticamente ninguna resistencia, los valores y los principios suelen ser las primeras víctimas. Y si le sigue una agresión aún peor, los mismos gigantes se retiran porque “el objetivo no era fácil”. La falta de afecto a la vida humana es execrable, tanto si la atacan como si dejan de protegerla. Durante la Guerra del Golfo de 1991, cierto jefe militar comentó de forma contundente y reveladora: “Nosotros no estamos en el negocio de contar cuerpos”. Se refería, por supuesto, a los cadáveres del otro bando. Guerra y Paz Las reglas de la guerra en el Islam son muy claras y fueron explícitamente descritas por el profeta Muhammad en persona. La guerra puede tener un carácter defensivo o ir en contra de la opresión, dondequiera que ésta se encuentre, en pro de lo que hoy llamaríamos una “causa justa”. Se debe luchar sin causar daño a civiles inocentes o al medioambiente. La alianza para detener una agresión se expresa en el siguiente versículo coránico: (¡Creyentes!) Si se enfrentan dos grupos de fieles entre sí, mediad entre ambos. No obstante, si uno de ellos acomete al otro

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(en contra de los principios y resoluciones de la jurisdicción), luchad entonces contra el agresor hasta que vuelva a someterse a la Ley de Dios y, una vez sometido a ella, proceded a dirimir el litigio entre ambos conforme a la justicia y sed equitativos, ya que Dios estima a los que observan la equidad. (Corán 49:9) Se pueden establecer alianzas con los no musulmanes por una causa justa. Ejemplo de ello es el tratado acordado por el Profeta con los hebreos de Medina para defender conjuntamente la ciudad frente a los descreídos. Otro ejemplo es un tratado establecido entre las tribus de La Meca para apoyar al oprimido. Aunque aquel tratado se pactó mucho antes de la aparición del Islam, el Profeta comentó en cierta ocasión aludiendo al mismo: “Aquella fue una alianza anterior al Islam pero si yo, en el seno del Islam, hubiese sido invitado a participar, me hubiese unido a ella”. Las instrucciones explícitas del Profeta a sus ejércitos eran estrictas: debían luchar contra los beligerantes, no contra las mujeres, niños o ancianos. Tampoco debían dañarse los religiosos no musulmanas en sus monasterios o casas de culto, ni ser talados ni quemados los árboles del enemigo como acto de guerra, ni tomarse a animales como objetivo ni sacrificarlos, salvo si fueran a ser consumidos como alimento. Parece obvio que la puesta en práctica de esta admirable ética de guerra islámica en una guerra moderna requeriría un especial esfuerzo. La Primera Guerra Mundial fue probablemente el último conflicto bélico en el que fue posible limitar la lucha al personal militar. Desde la Guerra Civil Española, en los años treinta, las reglas empiezan a cambiar. La Segunda Guerra Mundial, la Guerra de Corea y la Guerra de Vietnam son ejemplo de ello. Las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki hablan por sí solas. Y qué decir de los bombardeos de alfombrado de la Guerra de Vietnam, y de sus zonas “libres de fuego”, cuyo objetivo era, además

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de asesinar a personas, animales y plantas, matar a la misma tierra. Hay quien puede pensar que esas normas de guerra islámicas son teóricas y no pueden aplicarse en la edad moderna. Pero no son solo los musulmanes los que ven el asunto desde otra perspectiva. Dado que la guerra moderna es tan devastadora, debería de dejar de ser considerada como opción para la resolución de conflictos. ¡La guerra debería estar tan obsoleta como la esclavitud! Fue un mal augurio que el nuevo orden mundial se anunciara con ocasión de un ataque militar masivo. Las decisiones posteriores hacen sospechar que el Nuevo Orden Mundial no es sino el viejo con un solo adversario, en vez de dos. Una humanidad que ha alcanzado un grado de civilización jamás antes conocido; una humanidad camino del tercer milenio, que lidera y festeja un Nuevo Orden Mundial, un mundo libre de guerras en el que existen instrumentos alternativos que permiten alcanzar soluciones justas para que reine la paz: todo eso ha dejado de ser un sueño imposible. ¿Por qué no podrían tribunales de justicia independientes resolver las diferencias entre las naciones? Después de todo, la guerra no da la razón a nadie, sólo demuestra quién es el más fuerte y quién posee mayor poder destructivo. Sería posible resolver los conflictos de forma justa si existieran tribunales con la capacidad y la voluntad de abordar honesta e imparcialmente los conflictos (esto excluye a las Naciones Unidas y al Consejo de Seguridad). El éxito de tal propuesta sólo depende de que los países civilizados decidan ser civilizados. Ello está de parte de la verdad, y nadie podría decir de ellos que estén en contra de la verdad, aunque lo estén. La verdad es un valor, y los políticos, por desgracia, se muestran ciegos a los valores. Esta es la verdadera amenaza a la que nos enfrentamos.

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¿Aceptará el poderoso la justicia dictada por la ley o se empeñará en creer que la fuerza da la razón? ¿Abandonará la industria militar su razón de ser? ¿Dejará de justificarse a sí misma con alguna que otra guerra de vez en cuando? ¿Se aceptará la justicia a la hora de repartirse el pastel de los recursos del mundo y el coste de reponerlos? Por supuesto que no. Para los amos del orden actual eso sería blasfemo, salvo que las cosas cambien, y el cambio no vendrá desde arriba. Vendrá de abajo, de las raíces. Ecología Para hacer dólares con los que pagar la comida, servir las deudas, armar al ejército, proteger a sus dictadores y satisfacer el insaciable apetito de sus gobernantes y de sus élites, la parte más pobre de la humanidad en el Tercer Mundo está condenada a esquilmar sus recursos naturales. La parte rica de la humanidad, con objeto de hacer al rico aún más rico para promover su consumismo y acrecentar sus lujos, el mundo industrializado, viola, envenena, contamina y asesina el ecosistema. Y todo esto ocurre en un momento en que la ciencia y la tecnología son capaces de influir sobre la biosfera de forma radical y sin precedentes. Y ocurre, además, en tiempo de paz, aparte de los daños devastadores y permanentes que una guerra moderna a gran escala sería capaz de producir. Pedimos prestado al futuro a un ritmo loco mientras que estimaciones lógicas y razonables nos dicen que estamos embarcando a las generaciones futuras en una deuda que no podrán pagar. Se han recomendado remedios y sugerido propuestas viables pero el obstáculo, como era de prever, han sido aquellos que manejan las riendas del poder, los custodios de un capitalismo descontrolado, codicioso, egoísta, glotón y falto de perspectiva. Como dice el Corán: Hay un tipo de gente que, cuando te habla de temas profanos, te causa admiración por su elocuencia y, además, pone a Dios

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por testigo de la fe que encierra su corazón, aun cuando en realidad es un enemigo inflexible de la misma. Y, en cuanto te deja, se dedica a corromper la sociedad y destruir sus recursos agropecuarios. Dios detesta la depravación. (Corán 2:204205) A pesar de la fuerte oposición planteada por el mundo de los grandes negocios, el movimiento ecologista al margen de la política ha experimentado un crecimiento continuo. Con ocasión del Día de la Tierra de 1990, cien millones de personas se manifestaron en ciento cuarenta países en lo que constituye la manifestación popular más numerosa conocida hasta la fecha. Los políticos no debieran olvidar esto si no quieren perder votos. Quizás sea el momento de crear una agencia ecológica internacional en la que participen los diferentes gobiernos del mundo con el compromiso previo de cumplir voluntariamente sus recomendaciones. Y sus recomendaciones, por supuesto, no deberían ignorar la justicia. Demografía La población mundial crece a un ritmo que supera con creces el de los recursos disponibles. La preocupación por la explosión demográfica parece, pues, de todo punto legítima. Puesto que el mayor incremento de población tiene lugar en el Tercer Mundo, éste ha sido acusado de conducta irresponsable y se ha convertido en el blanco de los reproches de Occidente. Se han considerado acciones disciplinarias y cierto número de países donantes, incluidos los Estados Unidos de América, han considerado la posibilidad de condicionar la ayuda a los logros alcanzados en la esfera del control de natalidad y de la planificación familiar. Lo que es peor, en un artículo titulado “¿Sería ahora Maquiavelo mejor guía para los médicos que Hipócrates?”20, ���World Health Forum, vol. 14, 1993, p. 105.

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el Dr. Jean Martin analiza algunas voces occidentales que cuestionan la idoneidad de ciertos programas de vacunación y de otras medidas de salud adoptadas en el Tercer Mundo, ya que permiten vivir y consumir recursos a un número demasiado elevado de niños, lo que a la larga hace que se repita el ciclo del hambre y la muerte. Para algunos, parece lógico sustituir el humanitarismo por el “pragmatismo”, de ahí la alusión a Maquiavelo. Que existe un problema, nadie puede negarlo. También es evidente la necesidad de suministrar a las familias que deseen utilizarlos (sin coerción) métodos anticonceptivos seguros, fiables y accesibles, lo que el Islam acepta sin el menor escrúpulo. El problema es que culpar únicamente a los países del Tercer Mundo del problema demográfico es faltar a la verdad. El asunto es complejo. Culpar al Tercer Mundo es ignorar que el nacimiento de un bebé en los Estados Unidos “acrecienta en más de cien veces la presión sobre los recursos del planeta y medioambientales que un nacimiento, digamos, en Bangladesh”, tal y como Paul y Anne Ehrlich, del Departamento de Ciencias Biológicas de la Universidad de Stanford, afirmaron en la revista National Geographic. Estos autores hacen notar también que, si los problemas demográficos mantienen pobres a los países pobres, los problemas demográficos de los países ricos están acabando con la capacidad del planeta para sostener la civilización21. Los medios para reducir el crecimiento demográfico del Tercer Mundo han sido objeto de debate (sobre todo en la Conferencia Mundial de Población de Bucarest, 1974). El precedente histórico (estudiar qué hizo descender en Europa la tasa de fertilidad) y el sentido común muestran que el desarrollo es la causa y no el resultado de un índice reducido de ����������������������������������� Citado por Michael Henderson en Hope for a Change (Salem: Grosvenor Books, 1991, p. 24).

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fertilidad. El desarrollo es la mejor de las píldoras anticonceptivas.. Que la inseguridad es también un estímulo natural para la fertilidad es también un fenómeno conocido. Sin embargo, los países capitalistas ponen un énfasis desproporcionadamente alto en la necesidad de regular la fertilidad en el Tercer Mundo. Más allá de consideraciones filantrópicas o altruistas, su interés se centra en el bienestar de la humanidad. En el número de verano de 1991 de la revista Foreign Affairs se publicó un estudio realizado por el Dr. Nicholas Eberstadt del American Enterprise Institute. El estudio, originalmente preparado para la conferencia del Ejército de los Estados Unidos sobre Planificación de Largo Alcance, alerta sobre las implicaciones para el orden político internacional y para el equilibrio de poder mundial del incremento proporcional de cifras en las naciones del Tercer Mundo. Dentro de tres generaciones, señala dicho autor, en Occidente ocho bisabuelos compartirán sólo cuatro o cinco descendientes; en buena parte de África y Oriente Medio, serán aproximadamente trescientos. Así pues, los países que lideran el presente serán las naciones más pequeñas del futuro. El National Security Study Memorandum 200 es un estudio sobre las “Implicaciones del Crecimiento demográfico mundial para la seguridad de los Estados Unidos y sus intereses en países extranjeros”22. Se trata de un documento muy instructivo sobre las complejas implicaciones políticas, económicas y militares del asunto y sobre la dura realidad del mundo en que vivimos. Los factores demográficos podrían ser la semilla de acciones revolucionarias así como favorecer la expropiación o restricción de los intereses económicos extranjeros. La pobreza, el crecimiento demográfico y la ju-

��������������������������������������������������������������������������� National Archives. Files of the National Security Study Memorandum 200. RG 273.

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ventud de la población23 generan urgentes necesidades de desarrollo, promueven la revisión de los términos y condiciones de la inversión extranjera e incluso fomentan el crecimiento militar al considerarse el servicio militar obligatorio una alternativa viable al desempleo. Hay momentos en que el citado documento da la impresión de que los países industrializados están ya preparando una guerra preventiva contra los países subdesarrollados. Estaríamos tentados de que debería prepararse un nuevo orden mundial para afrontar las necesidades de la aldea global, pues eso es en lo que se está convirtiendo nuestro planeta. No debería presuponerse como inevitable la división del mundo entre los que tienen y los que no y como consecuencia la lucha a muerte de ambas partes. Pero eso requiere del rico ser humilde, conformarse y renunciar por el bien común a muchos de los lujos que su estilo de vida actual conlleva. Sus lujos no son necesidades vitales, y su recompensa será la felicidad de cubrir las necesidades vitales de la mayor parte de la familia humana. ¿Qué puede haber que produzca más alegría? ¡Dios debe aparecer en la ecuación!

Yihad La palabra “yihad” ha sido usada frecuentemente por la prensa occidental durante las últimas décadas con el sentido más o menos directo de “guerra santa”. De hecho, el término “guerra santa” fue acuñado en Europa, en la época de las Cruzadas, con el significado de “guerra contra los musulmanes”. En realidad, el término “guerra santa” no tiene correspondencia en el léxico islámico, y yihad no es, ciertamente, su traducción. 23 Es un fenómeno común en los países del Tercer Mundo que la mayoría de la población sea joven como resultado de una acelerada tasa de nacimientos, especialmente entre los segmentos de población más joven, y una esperanza de vida menor que en los países desarrollados. (Nota del Ed.)

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En árabe, “yihad” significa “hacer un gran esfuerzo”, “afanarse”. En su sentido primigenio alude a una lucha interna, dentro de nosotros mismos, para deshacernos de las acciones o inclinaciones viles y ser constantes y perseverantes en la búsqueda de una elevada norma moral. En tanto que el Islam no se limita al ámbito de lo individual, antes bien abarca el bienestar de la sociedad y la humanidad en conjunto, el musulmán no debe tampoco limitar su esfuerzo a mejorarse a sí mismo sin tener en cuenta lo que sucede en su comunidad o en el mundo en general. De ahí el mandamiento coránico que ordena a la nación islámica “promover lo correcto y prevenir contra lo incorrecto” (Corán 3:104). Dicho deber no es exclusivo de los musulmanes, sino que se aplica a la especie humana en su totalidad, la cual, según el Corán es el apoderado de Dios en la tierra. Sin embargo, aunque los demás eludan esta responsabilidad, los musulmanes no pueden hacerlo. Los medios para cumplirla son variados y, en nuestro mundo moderno, incluye todo tipo de instrumentos legales, diplomáticos, arbitrales, económicos y políticos. El Islam no excluye el uso de la fuerza para frenar el mal, siempre que no haya otra alternativa viable. Si se enfrentan dos grupos de fieles entre sí, mediad entre ambos. No obstante, si uno de ellos acomete al otro, luchad entonces contra el agresor hasta que vuelva a someterse a la Ley de Dios. (Corán 49:9) La anterior referencia coránica es un precedente del principio de seguridad colectiva y de intervención conjunta para detener una agresión como quedó recogido, al menos en teoría, en la Carta de las Naciones Unidas. La intervención militar es, por tanto, una parte de la yihad y no su totalidad. El profeta Muhammad le recalcó esto a sus compañeros cuando, de regreso de una campaña militar, les dijo: “Hoy hemos vuelto de la yihad menor (la guerra) para acometer la yihad mayor (autocontrol y mejora)”.

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La yihad no está contra otras religiones y, ciertamente, no se dirige contra cristianos y judíos, como algunos medios de comunicación y círculos políticos quieren hacer ver. El Islam no lucha contra otras religiones. Cristianos y judíos son considerados por los musulmanes hermanos herederos de las tradiciones abrahámicas, adoradores del mismo Dios y seguidores de la tradición de Abrahán. Ya hemos mencionados los criterios rigurosos que se siguen en el Islam para poder definir una guerra como justa y sus límites morales y éticos. La guerra moderna no se adecúa a tales normas morales; por tanto, debería ser sustituida por alguna otra forma alternativa de resolución de conflictos si todas las partes acuerdan una fórmula justa. Una opinión pública mundial ilustrada y resuelta podría prevalecer sobre las mentalidades inclinadas hacia la guerra y controlarlas. La clave es un cambio en el corazón. Del mismo modo que en las relaciones interpersonales el perdón tiene un papel constructivo, también debería tenerlo en las relaciones internacionales, siempre que la justicia, y no la fuerza, sea el árbitro final. Debemos reiterar que, en honor a la verdad, pueblos de todas las tradiciones (no sólo musulmanes, cristianos y judíos) han tenido históricamente sus fallos a la hora de cumplir honestamente con los ideales más preclaros de sus respectivas religiones o filosofías. Todos hemos cometido errores, y seguiremos haciéndolo. Los musulmanes no son una excepción y, una vez tras otra, su religión ha sido instrumentalizada por tiranos ambiciosos o vulnerada por la plebe ignorante. Eso no dice nada contra la religión, pero demuestra cuán desesperadamente la humanidad necesita mejor educación, una preocupación más duradera por la dignidad humana, los derechos y las libertades, y una búsqueda vigilante de la justicia, incluso al precio de frenar la codicia política y económica.

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Familia y revolución sexual El profeta Muhammad dijo: “La mujer es la otra mitad del hombre”. Las unidades que conforman la humanidad no son hombres o mujeres individuales, sino un hombre y una mujer unidos en matrimonio y formando una familia (del mismo modo que la más minúscula gota de agua no es oxígeno e hidrógeno, sino la suma de ambos). Al igual que el Judaísmo, el Cristianismo y otras muchas religiones, el Islam establece que el emparejamiento de un hombre y una mujer para formar una familia constituye un vínculo sagrado. El Corán define ese vínculo como una “promesa solemne” que debe formalizarse y documentarse mediante un contrato de matrimonio. El matrimonio, que implica el compromiso de un esposo con el otro, establece derechos y responsabilidades conyugales y paterno-filiales. Los hijos tienen derecho a la legitimidad (esto es, a conocer la identidad de ambos padres y beneficiarse de la relación con los mismos, así como a nacer en el seno de un matrimonio válido), a ser criados con cariño, al desarrollo físico y espiritual y a la educación. El objetivo de todo ello es capacitarlos para hacer frente a la vida y asumir sus responsabilidades como ciudadanos maduros y de provecho. Cuando los padres se hacen viejos o se ven incapacitados de alguna forma es deber religioso de los hijos, sin mostrar impaciencia, cuidarlos y proporcionarles bienestar. Es un derecho debido a Dios. Pero es también un seguro a perpetuidad, ya que cumplir ese deber beneficia a los mismos hijos que lo cumplen, que algún día serán padres, se harán ancianos y necesitarán también que sus hijos los cuiden. La solidaridad familiar y la fortaleza de los lazos familiares son de vital importancia en el Islam. Estos vínculos se

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extienden, más allá de la familia nuclear, como círculos concéntricos definidos por los lazos de sangre. El Corán llama a esto “relación uterina”. Es un deber y un acto de caridad digno de recompensa portarse bien con los familiares consanguíneos prestándoles cuidado o apoyo económico en caso de necesidad. Después de que hayan muerto los padres, es deber de uno rezar por ellos e incluso mantener lazos de amistad con sus amigos, mostrarles cortesía y ofrecerles ayuda si se ven necesitados. En el Islam, el matrimonio conlleva dos funciones que sólo el matrimonio puede sostener. La primera de ellas es que cada parte debe cumplir la voluntad de la otra y, de ese modo, llegar a ser uno, física y espiritualmente: “Uno de Sus prodigios es haber creado de vuestra misma especie consortes con quienes disfrutáis del sosiego (mutuo) y haber suscitado entre vosotros (esposo y esposa), el afecto y la bondad” (Corán 30:21). La otra función es procrear y tener descendencia: “Dios os ha favorecido con cónyuges de vuestra misma naturaleza y de ellas os ha concedido hijos y nietos. Os ha favorecido también con todo lo bueno (de la vida). ¿Creen, pues, en lo falso y se niegan a reconocer la gracia de Dios?” (Corán 16:72). El matrimonio es el único ámbito legítimo para el sexo y la reproducción. Fuera del matrimonio, es un grave pecado. Incluso, en el Islam, puede ser un delito si cuatro testigos identifican a los infractores y testifican haber visto la cópula (no basta la apariencia o la posibilidad de que hayan copulado basándose en la postura o en cualquier otra circunstancia). Los criterios legales necesarios para que los testigos acusen a una persona de adulterio son estrictos y sirven para prácticamente evitar la posibilidad de una acusación falsa en un tema tan serio que podría romper la unidad familiar. Es digno de notar que los principios morales de castidad prematrimonial y fidelidad posmatrimonial dominaron otrora América y Occidente. Sin embargo, al incurrir más y más gente en el ateísmo y el microteísmo, el cambio ha sido

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inevitable. El ateísmo consiste en negar a Dios. El microteísmo consiste en reconocer a Dios, pero con un acatamiento reducido al extremo. Le damos culto, pero a nuestra manera. Visitamos los templos, normalmente los fines de semana, pero no permitimos a Dios que nos diga lo que tenemos que hacer con nuestra vida pública o privada. Esta erosión de la fe sentó el escenario para la “revolución sexual”, y todos los valores religiosos fueron objeto de una revisión radical. Es bien conocido que la revolución sexual no dio comienzo hasta los años sesenta. No fue el fruto de una evolución social progresiva y natural, sino de los esfuerzos bien planeados y concienzudos de quienes deseaban un cambio en las costumbres sociales relacionadas con el sexo. Todo empezó con la fascinación extrema de la sociedad hacia la ciencia y la tecnología que siguió al destierro de la iglesia de toda forma de interferencia en la vida pública. Convencidos de que la ciencia finalmente había destronado a la religión como fuente de conocimiento verdadero, muchos consideraron que la razón se había convertido en el árbitro supremo de todos los asuntos humanos. Los valores tradicionalmente reverenciados se subyugaron a sus nuevas normas. Sin embargo, en su precipitación y superficialidad, la gente había perdido de vista el hecho obvio de que la razón humana por sí misma, y como ella misma no puede menos que reconocer, es un instrumento imperfecto al que se le escapan juicios tan esenciales como las normas morales últimas. Que el hombre continua y diligentemente se afane en aumentar su conocimiento equivale a confesar que es mucho lo que resta por saber. De tener la certeza de saberlo todo y de que nuestra mente es perfecta hace ya tiempo que habríamos dejado de investigar sobre nuestra vida y cuanto nos rodea; tampoco tendríamos que invertir más en suntuosos fondos de investigación. Pero no es el caso. Como dice el Corán: “El saber que recibís es ínfimo” (Corán 17:85).

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El siguiente paso en el proceso de sustituir a Dios por el hombre tuvo lugar en el periodo de entreguerras con el movimiento denominado “Moralidad sin Dios”. Éste acusaba a la religión —no al error humano— de causar enemistad y conflicto entre las personas. Sus miembros afirmaban que pueden alcanzarse normas morales superiores sin necesidad de adscribirlas a ninguna religión, y llamaron a esas normas “actitudes morales independientes”. Aunque pocos se adscribieron a este movimiento de manera oficial, su filosofía fue poco a poco adquiriendo mayor importancia a medida que se perdía la confianza en la religión debido a las discrepancias entre la Biblia y los nuevos hallazgos científicos. Cuando la religión dejó de ser el centro, Dios fue destronado y se introdujeron nuevos códigos morales en los que las inmoralidades de ayer se convirtieron en las moralidades de hoy. El humanismo secular pudo finalmente declarar abiertamente que son los seres humanos quienes deben determinar los valores humanos sin referencia a criterios no humanos o sobrenaturales. Con el giro hacia el materialismo, valores como el honor, la castidad y la pureza se vuelven palabras vacías, moneda sin curso. Un abanico de diferentes formas de adoctrinamiento entró en juego para extender los límites de la libertad hasta abarcar el libertinaje y, en una sociedad que enfatizaba la individualidad, cualquier capricho se convierte en un derecho humano. La moralidad sufrió otro duro revés cuando la marea que golpeaba la sociedad alcanzó también a muchos de los guardianes tradicionales de la religión y de sus valores: el clero. El clero afectado, en vez de unirse a los libertarios, empezó cual caballo de Troya a elaborar desde la propia religión nuevas reinterpretaciones y exégesis de los textos tratando de hacer lícito y permisible lo que había sido ilícito y reprensible a lo largo de toda la historia de la religión. Muchos de estos sacerdotes fueron víctimas de los mismos gérmenes que se suponía que perseguían. Algunos incluso

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interpretaron la institución del celibato como un obstáculo al matrimonio, pero no un como obstáculo a las relaciones sexuales24. El resultado, como era de esperar, es la conducta sexual caótica de sociedades enteras. Al abandonar los valores de castidad extramatrimonial y de fidelidad matrimonial, el sexo como lazo especial entre el hombre y la mujer fue desacralizado. Se extendieron la promiscuidad sexual, las violaciones y los embarazos no deseados que acaban en aborto o en hijos no deseados, despojados de su derecho a una doble y legítima paternidad, o en hijos que ya no engendran hijos. La seguridad de la familia se ha visto erosionada al contar, incluso en el seno de familias estables, con un quince por ciento de hijos ilegítimos. Todo ello ha ido acompañado de problemas sanitarios debido a la propagación epidémica de enfermedades de transmisión sexual nuevas. Debido al incremento de la promiscuidad, enfermedades de transmisión sexual del pasado que creíamos haber superado hace mucho tiempo vuelven también a ser un problema social importante, sobre todo entre la juventud, ya que los organismos causantes de las mismas se han hecho resistentes a la terapia con antibióticos conocidos. Los musulmanes no tenemos confusión o duda acerca de qué es lícito y qué no lo es en nuestra religión. El Corán permanece en la forma original en que fue revelado, palabra por palabra y letra por letra. El Corán es la palabra divina (su traducción o interpretación en cualquier otra lengua, o incluso en árabe [la lengua del Corán], no puede llamarse Corán). Lo que el Corán califica como moral o como inmoral lo será para siempre. No hay posibilidad de diluirlo, manipularlo o racionalizarlo. No hay clero o eruditos con derecho o capacidad para someterlo a interpretaciones especiales. Ello 24 Keith L. Woodward y otros: “Gays in the Clergy”, Newsweek, 23 (febrero de 1987), p. 58.

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no quiere decir que los musulmanes sean por ello un pueblo virtuoso y libre de pecado. Por supuesto hay musulmanes que infringen su propia religión pecando y cometiendo abominaciones. Sin embargo, saben que lo que hacen es pecado, y les pesa en la conciencia hasta que desisten de hacerlo y se arrepienten ante Dios. Los musulmanes ciudadanos de comunidades no musulmanas donde los niños se encuentran rodeados de normas sociales y morales que chocan con las enseñanzas del Islam se enfrentan a un auténtico reto. Los musulmanes no están solos en esta tarea. También hay judíos, cristianos y otros que sostienen normas morales similares de origen divino y que se afanan por transmitir a sus hijos la creencia en ellas. La cooperación para lograr este fin está en marcha, y debería incrementarse entre los musulmanes y cuantos otros albergan creencias similares a las suyas, sean miembros del clero, seglares o asociaciones. La forma de proceder con nuestros hijos pasa por una primera introducción a Dios (véase el capítulo primero) y a la idea de que creer en Él equivale a aceptar y actuar conforme a Sus normas. Al seguir Sus normas nos da igual si otros lo hacen o no, puesto que estar del lado de Dios es estar en la mayoría (ya que la totalidad de Su creación obedece Sus leyes). La fe alimenta la seguridad que permite resistir la presión de los semejantes y los antojos de la tentación. “Todos lo hacen” no es una excusa. Esta “vacuna”, al dar a los niños un fondo de conocimiento sobre la fe, asegura su inmunidad mucho antes de que estén expuestos a la enfermedad, sea física o moral. De igual modo que un soldado se prepara para luchar antes de la batalla, y no durante la batalla, se debe discutir con el niño los problemas futuros para que él o ella decida con antelación qué posición tomar llegado el momento, cuando se le pida que fume, beba, tome drogas o practique el sexo.

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Poner en práctica la castidad prematrimonial es algo que va mucho más allá de meramente obedecer una norma (aunque, por supuesto, en último extremo se trata de que cuando Dios ordena, nosotros debemos oír y obedecer). Las charlas con jóvenes musulmanes y no musulmanes permiten presentar la cuestión de forma contundente únicamente acudiendo a argumentos intelectuales. Cuando se les pregunta: “¿Quién cree en la igualdad de los sexos?”, hay un voto unánime a favor. “¿Quién cree en la justicia?”, y nuevamente hay unanimidad. Entonces se afirma que no puede existir justicia en una relación entre dos partes en la que las consecuencias no son compartidas por las dos partes en condiciones de equidad, y todos se muestran de acuerdo. En una situación de liberalidad sexual, las consecuencias no son compartidas en condiciones de equidad, puesto que ella es siempre el perdedor, tanto si es abandonada, se queda embarazada y tiene que abortar, como si da a luz y entrega a su hijo en adopción o acaba teniendo que atenderlo sola y sin padre el resto de su vida. Una vez consideradas las consecuencias, cuando se formula la pregunta, “¿Es eso justo?”, el grito general es “¡No!”. El movimiento homosexual llegó con bastante retraso a la escena de la revolución sexual. La homosexualidad, por supuesto, no es una invención y ha existido en prácticamente todas las culturas y entre todos los pueblos, pero generalmente en número bastante menor que hoy. Ha florecido sólo en las dos últimas décadas o así gracias a la acción organizada de ciertos grupos de presión. Recuerdo haber asistido a simposios académicos que incluían comunicaciones en las que, con metodología científica, se “probaba” de forma experimental la seguridad del sexo anal. Eso fue a principios de los setenta. Las conclusiones iban tan en contra del sentido común que empecé, por primera vez en mi vida académica, a dudar de la honestidad de algunos investigadores. Poco después, la American Phychiatric Association declaró que la

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homosexualidad no debía de ser considerada una enfermedad, antes bien una orientación o variante sexual. El resto, es historia. Posteriormente la literatura médica describía un “síndrome intestinal del homosexual” y, seguidamente, era el sida el que llegaba a las noticias y se demostraba su relación con los hábitos homosexuales. Muy pronto el sida dejó de ser un problema médico y los doctores no pudieron aplicarle las normas y regulaciones usuales para erradicar la propagación de enfermedades infecciosas. El sida se convirtió en una cuestión política y el grupo homosexual creció hasta constituir un poder político capaz de intimidar a los cargos públicos y a las figuras políticas y de granjearse el apoyo de numerosos medios de comunicación, ambientes artísticos y miembros del clero. El sida, en vez de ser controlado, afectó al receptor de transfusiones, al drogadicto, al feto en el vientre de su madre, a los contactos heterosexuales con esposas (y con otras mujeres) y a quienes, de forma inadvertida, entraron en contacto con fluidos corporales contaminados. Se ha convertido en una epidemia global y se extiende a un ritmo preocupante. Los enfermos de sida encuentran en los musulmanes empatía, compasión y el mejor cuidado médico posible. Para los no infectados recomendamos un enfoque preventivo. Pero enfoque preventivo no significa usar condón: el único sexo seguro de verdad es la castidad prematrimonial y la fidelidad en el matrimonio. El debate en torno a la homosexualidad es intenso. “Sé tú mismo”, se dice, “y no te avergüences de ello”. Muchos jóvenes ignorantes empiezan entonces a experimentar para “descubrir” qué son. El consentimiento para mantener relaciones sexuales es un prerrequisito, y grupos de presión en Escandinavia intentan bajar la edad legalmente permitida para ello a los cuatro años. Anualmente se celebra en California un Día del Orgullo Gay al que los medios de comunicación dan cobertura informativa. En algunos distritos escolares se

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ha establecido un Mes del Orgullo Gay para acabar con la intolerancia y los prejuicios, y una pareja de dos hombres o dos mujeres se presenta como forma alternativa de familia. Recientemente, la ciencia ha comenzado a investigar una posible base anatómica o genética para la orientación homosexual. Los musulmanes no se dejan impresionar. Para nosotros el asunto es simple: nosotros no hacemos la religión; la recibimos y la obedecemos. No podemos imponer nuestras creencias a nadie, pero creemos en la veracidad de las enseñanzas del Corán y del profeta Muhammad, las cuales condenan de forma clara y explícita las prácticas homosexuales. Tenga uno o no esa orientación, albergue el “gen de la homosexualidad” o no, los deseos y sentimientos no pueden decidir la conducta. Uno puede sentir un fuerte deseo de hacer algo (de tener contacto homosexual, contacto heterosexual con una pareja que no es tu esposa, tomar alcohol, cometer un crimen violento o un robo) pero no por ello va a hacerlo. No le está permitido a un creyente ni a una creyente ejercer su libertad de elección cuando Dios o Su Enviado decretan algo. Quien no acata un decreto de Dios o de Su Enviado se hunde abiertamente en la perdición. (Corán 33:36) Los seres humanos tienen todos un gen incuestionable, sin el cual dejan de serlo: el gen del autocontrol.

La Bioética Esta sección aborda la perspectiva islámica acerca de materias que se hallan a la cabeza del debate bioético y sobre las que existe un consenso islámico.

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Reproducción Regulación de la fertilidad Anticoncepción. El Islam permite la contracepción siempre que no suponga alienar completamente la institución matrimonial de su función reproductiva. La contracepción ha sido practicada desde los tiempos del profeta Muhammad, aunque éste dejó claro que habría de ser producto de una decisión conjunta de los cónyuges. Para la nación islámica, de forma general, se recomienda la procreación y la multiplicación, aunque el Profeta daba más importancia a la calidad que a la cantidad. Una de sus predicciones proféticas más acertadas fue: “Llegará el día en que otras naciones caerán sobre vosotros como hambrientos sobre un plato de comida”. Cuando se le preguntó si sería por una cuestión de número, respondió: “No. Cuando llegue ese día seréis muchos pero (en calidad) seréis como la espuma en la superficie de un torrente”. A lo largo de la historia, los juristas musulmanes han permitido la planificación familiar por numerosas razones, desde salud y capacidad socioeconómica hasta la preocupación de la mujer por conservar su belleza. Tanto los métodos anticonceptivos naturales como artificiales son aceptables, puesto que no son dañinos y no actúan como abortivos. La anticoncepción debería ser elección de cada familia, sin coacción o presión alguna. Los países que adopten una política demográfica deberían disponer de amplias campañas educativas para asegurar la disponibilidad de la tecnología anticonceptiva, pero la decisión debe finalmente recaer en la familia. Con anterioridad hemos mostrado nuestras reservas sobre los planes demográficos diseñados por los países occidentales para el Tercer Mundo. En el Tercer Mundo son conscientes de la “guerra demográfica” que se libra para

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despojar a sus poblaciones del poder absoluto de las cifras o, en algunas áreas, para reducirlos a minoría. Se sienten alarmados por el hecho de que material anticonceptivo prohibido en los mismos países occidentales que lo producen sea abundantemente exportado a los países islámicos y del Tercer Mundo, comprometiendo las normas de seguridad. Se echa de menos una mayor inversión occidental en las fuentes locales de desarrollo del Tercer Mundo, así como la intención de transferir, con ese fin, la tecnología necesaria. Lactancia materna. Las enseñanzas islámicas aconsejan vivamente la lactancia materna. Se desaconseja como método de planificación familiar individual, pero se estima que, tomando como base un grupo o colectivo, constituye un método anticonceptivo más potente que todos los otros combinados a la vista del descenso de la tasa de fertilidad entre las mujeres lactantes. El Corán menciona la lactancia materna y afirma que, de forma natural, sería mejor que dure dos años. En el Islam, la alimentación materna es considerada algo más que un proceso nutricional o un método de planificación familiar. Es un “valor” en sí mismo y el lazo especial que crea tiene pleno reconocimiento. Así, si una mujer distinta a la madre biológica da el pecho a un niño, la situación creada genera un estatus especial en la Ley islámica que se denomina “maternidad de leche”. A la mujer, por su parte, se la denomina “madre de leche” del niño. Para acentuar su valor, a la “madre de leche” se le ha dado el estatus de madre natural en relación al matrimonio. Como resultado, los hijos naturales de esa mujer son considerados “hermanos de leche” del niño amamantado y, en consecuencia, incurren en impedimento de matrimonio. Dispositivo intrauterino (DIU). Si el dispositivo intrauterino provoca el aborto deja de ser un método anticonceptivo aceptable. En este caso el DIU no cumple su función de evitar la implantación. Las generaciones actuales de DIU incluyen un hilo de cobre que desprende iones espermicidas

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o progesterona que espesa el moco cervical y evita que lo penetre el esperma. Estos procedimientos innovadores sitúan al DIU en la categoría de dispositivo anticonceptivo, no de dispositivo abortivo. La Organización Mundial de la Salud así lo ha confirmado. Aborto. En las sociedades islámicas no hay grupos “a favor de la vida” y grupos “pro aborto libre”. El Islam considera el aborto en una esfera del todo diferente a la anticoncepción, ya que el primero supone la violación de una vida humana. La pregunta que surge de forma natural es si la expresión “vida humana” incluye la vida del feto en el útero. De acuerdo con la jurisprudencia islámica, sí. El Islam concede al feto el estatus de “dimma incompleta”. Dimma es la consideración legal que genera derechos y obligaciones, y la del feto es incompleta porque el feto tiene derechos, pero no obligaciones. Entre los derechos del feto cabe destacar los siguientes: 1. Si el marido fallece estando la esposa embarazada, el derecho hereditario reconoce al feto como heredero si nace vivo. Por tanto, a la espera del alumbramiento, el resto de herederos recibe sus porciones del caudal relicto de acuerdo a criterios preestablecidos tras reservar la porción correspondiente al nasciturus. 2. Si un feto es expulsado en cualquier momento del embarazo, muestra signos de vida (por ejemplo tose o se mueve) y después fallece, dicho feto tiene derecho a heredar lo que legalmente le corresponda de cualquiera de sus causahabientes fallecidos desde el momento en que dio comienzo el embarazo. Tras el fallecimiento del feto, el caudal heredado por el mismo pasa a sus herederos. 3. Si una mujer comete un delito penado con la muerte y queda acreditado que está embarazada, la ejecución se pospone hasta que dé a luz y amamante al nacido hasta el destete. Ello se aplica sin importar el tiempo de gestación, lo que demuestra que el feto

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tiene derecho a la vida desde el mismo momento de la concepción, ni si el embarazo es o no legítimo, ya que el feto concebido fuera del matrimonio también tiene derecho a la vida. Todas las escuelas jurídicas islámicas apoyan unánimemente esta norma. 4. Existe una sanción económica estipulada por causar un aborto, aunque no haya sido de forma intencionada. Se denomina “ghorra”. Y ello sin perjuicio de la pena que los tribunales competentes dicten en caso de que el aborto hubiera sido causado por una agresión o acción intencionada. Prohibir el aborto exige que se defina cuándo exactamente comienza la vida. Por ello, se trata de una cuestión que los musulmanes abordaron desde antiguo. Algunos juristas del pasado permitían el aborto antes de los cuatro meses; otros, antes de las siete semanas de gestación, dando por sentado que en esa primera etapa de la gestación no existe vida. Hace unos diez siglos, Al Ghazali, notable erudito, describió con acierto una fase de vida imperceptible anterior al momento en que la madre siente que el feto se mueve. Encuentros jurídicos recientes han reconsiderado el tema teniendo en cuenta las aplicaciones de la moderna tecnología y han concluido que para que se pueda afirmar que la vida del individuo ha comenzado el producto de la concepción debe cumplir todos los requisitos que siguen: (1) debe ser producto de un suceso claro y bien definido; (2) debe mostrar la característica fundamental de la vida: el crecimiento; (3) si su crecimiento no se interrumpe, debe evolucionar de forma natural, pasando por las consecutivas etapas de la vida conocidas; (4) debe contener el modelo genético característico de la especie humana en general, así como, en particular, el de un individuo humano único y concreto, y (5) no debe estar precedido de ninguna otra fase que combine las cuatro primeras. Obviamente estos postulados se refieren a la fertilización.

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No obstante, el aborto se permite cuando la prolongación del embarazo supone una seria amenaza para la madre. La Sharía considera a la madre la raíz y al feto, el retoño. El segundo habrá de ser sacrificado si ello es preciso para salvar a la primera. Hay voces que defienden también la admisibilidad del aborto en casos drásticos de anomalías congénitas y enfermedades fetales incompatibles con una vida factible, siempre que el aborto se practique antes del cuarto mes de gestación. Esterilización. A menos que se practique por prescripción médica, la esterilización está generalmente mal considerada. Se permite, sin embargo, a mujeres con un razonable número de hijos y que se aproximan al final de su vida reproductiva. Ambos esposos deben prestar consentimiento voluntario y bien informado. No se les prometerá un éxito seguro para revertir la situación en caso de que más adelante cambien de opinión. Ninguna política gubernativa debe presionar a las personas para que se esterilicen. Los médicos podrán negarse a realizar la operación si no están convencidos de que ello sea lo mejor para la paciente. Tratamientos de infertilidad La búsqueda de un embarazo es legítima y las personas pueden adoptar las medidas necesarias a tal fin siempre que quede acreditado que las mismas no violan la Sharía. Inseminación artificial. La inseminación artificial está permitida siempre que el esperma pertenezca al marido (IAM). El semen de un donante (IAD) no puede ser utilizado, puesto que la procreación sólo es legítima en el seno del matrimonio y con los elementos (los cónyuges) que lo forman. Fertilización in vitro (FIV). Este procedimiento (el popular “bebé probeta”) es islámicamente aceptable siempre que

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implique únicamente a los cónyuges, es decir, que se aplique en el seno de la institución matrimonial. Para ello es preciso que exista un contrato matrimonial válido y vigente. Puesto que la viudedad o el divorcio disuelven el contrato de matrimonio, una mujer no puede ser inseminada con el esperma almacenado en un banco de semen de su marido difunto o de un anterior marido. No se permite la inclusión en el proceso de un tercero, es decir, de una persona que no sea el esposo y la esposa portadores del material genético en cuestión (el esperma y el óvulo), ya que lo contrario constituiría una intrusión en el contrato de matrimonio. No se permite, pues, la utilización de esperma, óvulo ni útero “extraños” (para portar el embrión de una pareja). Subrogación de útero. La subrogación de útero, mediante la cual una mujer porta en su útero el feto de otra pareja, es totalmente inaceptable en el Islam, puesto que conlleva un embarazo extramatrimonial y genera una disociación entre los componentes biológicos y genéticos de la maternidad (los cuales deberían permanecer indisociados). El desacuerdo acerca de los derechos parentales de las madres de alquiler ha conducido a problemas legales y de diverso orden en Norteamérica. Que un contrato decida el destino de un feto es ciertamente deshumanizador, pues supone tratar al bebé como un objeto de compra-venta. Las consecuencias de ello a la larga se desconocen, pues nunca antes en la historia humana las mujeres habían elegido voluntariamente quedar embarazadas y parir con la intención previa de entregar a sus bebés a otros. Ello se hace, en la mayoría de los casos, por un precio estipulado reduciendo la maternidad de un “valor” a un bien. Si esto se convierte en una práctica establecida, sus efectos a largo plazo sobre los lazos intergeneracionales serán devastadores25. 25 Este criterio no ha sido sancionado unánimemente por los doctores del Islam ni por las academias de jurisprudencia islámica. (Nota del Dr. Bahige Mulla Huech).

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Donación de órganos y trasplantes El Corán dice: “Y quien salve una vida será como si salvara el mundo entero”. Quizás no exista mejor forma de cumplir este precepto que mediante el trasplante de órganos donados a fin de ocupar el lugar de partes vitales del cuerpo que no funcionen. Varias normas islámicas llevaron a esta conclusión. En principio, la violación del cuerpo humano, vivo o muerto, va contra las normas del Islam. Ello impediría diseccionar el cuerpo de un donante vivo o de un cadáver con objeto de extraer un órgano para ser donado. Sin embargo, otros dos preceptos resuelven la situación. El primero dice que “la necesidad impera sobre la prohibición”; el segundo es el “principio del mal menor”, según el cual es lícito el menor de dos males cuando su comisión evite la ocurrencia del mayor y no sea posible evitar ambos. Está permitida, pues, la donación de órganos y su trasplante porque salvar una vida es una necesidad de mayor peso que preservar la integridad de un cuerpo o un cadáver, y porque el daño al cuerpo de un donante es un mal menor que dejar morir a un paciente. Ello no deberá suponer peligro alguno para el donante siempre que sea médicamente comprobable. Cuando un donante (o el pariente más próximo de un donante fallecido) expresa su voluntad de donar deben tomarse medidas para asegurar que presta consentimiento de forma libre y voluntaria. Trasplante del tejido nervioso. Recientes experimentos han mostrado la eficacia del trasplante del tejido nervioso en el tratamiento de algunas enfermedades. Ello es lícito si su fuente es un feto animal o un feto humano expulsado espontáneamente y muerto de muerte natural. No es lícito sacrificar a un feto humano vivo o factible con ese propósito. Puede usarse tejido fetal tomado del producto de un aborto lícito (como el destinado a salvar la vida de la madre). No es lícito crear fetos o practicar abortos con el propósito de trasplantar tejidos.

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Feto anencefálico. El feto anencefálico es el resultado de una anomalía congénita según la cual éste carece de bóveda craneal y de hemisferios cerebrales. Aunque podría nacer con vida, finalmente morirá después de un periodo que podría alargarse hasta varios días. En tanto que permanezca con vida no podrá usarse como fuente para el trasplante de órganos. No se permite terminar artificialmente con su vida. Puede mantenerse con respiración asistida para conservar sus tejidos sanos hasta que su cerebro (bulbo raquídeo) muera. Sólo entonces se pueden extraer sus órganos. Trasplante de glándulas sexuales. No es lícito trasplantar testículos capaces de producir y liberar esperma, u ovarios capacitados para la ovulación, ya que ello conduciría a la confusión de la genealogía y a la concepción de bebés mediante gametos no unidos por un matrimonio verdadero, en tanto que dicho esperma y óvulos siempre pertenecerán al donante, y no al recipiente. No se aplica la prohibición a las glándulas sexuales estériles (que no producen gametos), aunque sean hormonalmente activas, aunque su uso no tiene cabida en la práctica clínica. Definición de muerte Ni que decir tiene que, la definición del momento en que tiene lugar el óbito es importante para la resolución de problemas médicos; por ejemplo, para determinar prescindir de la respiración asistida o cuándo se puede extraer un órgano vital para trasplante (el corazón, sin ir más lejos). Ello tiene además repercusiones jurídicas, por ejemplo, para la partición de la herencia y determinar el inicio del periodo de espera que debe guardar una viuda tras la muerte del esposo y antes de contraer nuevas nupcias (cuatro meses y diez días o, si está embarazada, hasta el fin de la gestación). Recientes encuentros jurídicos han aceptado una nueva definición de muerte basada en la muerte cerebral definitiva

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(incluyendo el bulbo raquídeo), aunque algunas funciones fisiológicas se mantengan mediante animación artificial. La nueva definición ha sido posible gracias a la analogía con una antigua norma jurídica que reconocía el concepto de “herida letal”. Hace siglos se determinó que si una persona era apuñalada y como consecuencia se producía la expulsión del intestino, ello constituye una herida de muerte incluso si la víctima continua moviéndose o mostrando otros signos de agonía (lo que técnicamente se conocen como “estar en convulsiones de agonía”). Si un segundo agresor acabase con la víctima causándole la muerte (completa), el cargo de asesinato continuaría dirigiéndose contra el primer agresor. El segundo sería acusado de homicidio, pero no de asesinato. A las personas con muerte cerebral cuyos órganos y sistemas sean mantenidos artificialmente se les ha concedido el estatus de “estar en convulsiones de agonía”, dado que su vuelta a la vida es científicamente imposible. Por ello, no sería un crimen si en tal caso se desconectara la animación, o si se le extrajese a esa persona el corazón vivo para trasplantárselo a un paciente cuyo corazón estuviese dañado sin recuperación posible.

Eutanasia La eutanasia ha sido legalmente aprobada en Holanda. En dos estados norteamericanos llegó a someterse a votación, pero la moción fue derrotada en las urnas. No obstante, su grupo de presión es cada vez más activo. El Islam tiene su propia visión de la eutanasia. Vida humana. La inviolabilidad de la vida humana fue decretada por Dios como principio básico antes incluso de los tiempos de Moisés, Jesús y Muhammad. En relación al asesinato de Abel por su hermano Caín (ambos hijos de Adán), Dios dice en el Corán:

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Como consecuencia (de este fratricidio), prescribimos a los israelitas que: “A quien mate a un individuo que no sea un homicida o un bandido, se le considerará como si hubiese asesinado a todo el mundo, y quien le salve será considerado como si hubiese salvado a todo el mundo”. (Corán 5:32). la pena que los tribunales competentes dicten en caso de que el aborto hubiera sido causado por una agresión o acción intencionada. El Corán también dice: “No matéis a ningún ser humano, salvo quien haya sido justamente (condenado a la pena capital)” (Corán 6:151 y 17:33). La Sharía define con gran detalle las condiciones bajo las cuales está permitido quitar la vida, ya sea en periodo de guerra o de paz (como concepto de Derecho Penal), y establece prerrequisitos rigurosos y diversas precauciones destinadas a restringir la posibilidad de la pena capital. ¿Existe el derecho al suicidio? El Islam no reconoce el derecho al suicidio, al que considera una violación de la vida. En tanto que no nos hemos creado a nosotros mismos, no somos dueños de nuestros cuerpos. Se nos ha confiado su cuidado, su crianza y su custodia. Dios es el Poseedor y el Dador, y su derecho a dar y tomar no puede ser vulnerado. En el Islam, atentar contra la propia vida es un crimen y un grave pecado. El Corán dice: “No os matéis (o destruyáis) a vosotros mismos” (Corán 4:29). El profeta Muhammad, para advertir contra el suicidio, dijo: “Quien se dé muerte con un instrumento de hierro, lo portará por siempre en el infierno. Quien tome veneno para suicidarse, permanecerá sorbiendo para siempre aquel veneno en el infierno. Quien se arroje por una montaña para suicidarse, permanecerá por siempre cayendo en las profundidades del infierno”. Eutanasia: “¿Muerte piadosa?” La Sharía enumera y especifica las condiciones que hacen permisible quitar la vida

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(esto es, las excepciones a la norma general de la inviolabilidad de la vida humana), y éstas no incluyen ni justifican la “muerte piadosa”. La vida humana tiene un valor intrínseco que debe ser respetado intrínsecamente y con independencia de las circunstancias. La idea de una vida que no merece la pena vivir no existe en el Islam. No es aceptable quitar la vida para evitar el sufrimiento. El profeta Muhammad dijo: “Tiempo ha hubo un hombre que sufría una molestia que colmaba su paciencia, así que cogió un cuchillo, se cortó la muñeca y se desangró hasta morir. Y Dios dijo: ‘Mi súbdito ha acelerado su fin, yo le niego el Paraíso’”. En otra ocasión, durante una campaña militar, un musulmán resultó muerto. Los compañeros del Profeta alabaron su heroísmo y destreza en la lucha. Sin embargo, para su sorpresa, el Profeta aseveró: “Su destino es el infierno”. Cuando indagaron la razón de aquella aseveración descubrieron que el hombre había resultado gravemente herido en la batalla, tras lo cual apoyó la empuñadura de su espada en el suelo y la hundió contra su pecho suicidándose. Según el Islamic Code of Medical Ethics26, aprobado en la Primera Conferencia Internacional sobre Medicina Islámica, “la muerte piadosa, al igual que el suicidio, no tiene otra base que el pensamiento ateo según el cual a nuestra vida en este mundo le sigue el vacío. Tampoco se acepta el dar muerte en caso de enfermedad dolorosa e irreversible, ya que no existe dolor humano que no pueda en su mayor parte ser superado mediante medicación o una adecuada neurocirugía”. Además, se le da una dimensión trascendente al dolor y al sufrimiento. La paciencia y el aguante son valores altamente considerados y premiados en el Islam: “(Sed perseverantes), ya que los perseverantes recibirán una compensación inmensurable” ���Islamic Code of Medical Ethics. Kuwait: Islamic Organization of Medical Sciences, 1981, p. 65.

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(Corán 39:10) y “Ten paciencia ante lo que te pueda suceder; porque estas (cualidades) son parte integrante de la entereza” (Corán 31:17). El profeta Muhammad nos enseña que “cuando el creyente es afligido por un dolor, aunque sea el de un pinchazo, una espina o algo mayor, Dios perdona sus pecados, y sus malas acciones son desechadas, igual que un árbol muda sus hojas”. Cuando los medios para prevenir o aliviar el dolor se quedan cortos puede invocarse, de forma muy eficiente, la dimensión espiritual para apoyar al paciente que cree que aceptar y enfrentar el dolor inevitable le recompensará en el más allá, la vida real y duradera. Esto podría ser intolerable para una persona que no crea en el más allá, pero para quien sí crea, la eutanasia es lo ciertamente intolerable. Factor económico. Existe una preocupación creciente por el coste financiero de mantener vivo al enfermo incurable y al senil. Tanto que algunos grupos proeutanasia han pasado de invocar el “derecho a morir” a invocar el “deber de morir”. Éstos reivindican que, cuando la máquina humana ha superado su tiempo productivo, su mantenimiento supone una carga intolerable para los segmentos productivos de la sociedad, y por ello debe ser eliminada, de forma abrupta y antes de que se produzca su deterioro gradual27. Esta lógica es completamente ajena al Islam. Los valores tienen prioridad sobre las consideraciones económicas. El cuidado del débil, del anciano y del desvalido es un valor en sí mismo por el que las personas deberían desear sacrificar tiempo, esfuerzo y dinero, y ello empieza, naturalmente, con los propios padres: �������������������� Atalli, Jacques: La medicine en accusation. Citado en Michel Solomon: L´Avenir de la Vie. Colección Les Visages de L´avenir. Paris: Seghers, 1981, pp. 273-275.

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El Señor ha resuelto que no rindáis culto a nadie sino a Él y que tratéis a los padres con suma bondad. Si (el cumplimiento del deber de cuidarles se prolongara hasta que) uno de los padres, o ambos, llegasen a edad avanzada, no les des a entender que te son una carga. No les dirijas palabras faltas de exquisitez ni les hagas reproches, sino que debes hablarles con cariño. Sé humilde y piadoso con ellos y suplica: “¡Señor mío! Sé misericordioso con ellos, pues me criaron piadosamente desde que yo era un recién nacido”. Vuestro Señor conoce a fondo vuestras intenciones. Si sois sinceros (y, sin querer, cometéis una falta con alguno de vuestros padres, pero al punto os apresuráis a tornar arrepentidos a Dios, sabed que) Él es indulgente con quienes se vuelven a Él sin dilación. (Corán 17:23-25) En tanto que dicha preocupación es una virtud ordenada y recompensada por Dios en este mundo y en el otro, los creyentes no la consideran una deuda sino una inversión. Para una comunidad materialista, dólar-céntrica, esta lógica carece de sentido. Pero no es el caso para la comunidad de la fe, consciente de Dios y orientada a los valores. Cuando los medios individuales no pueden cubrir el coste de los cuidados precisos, ello pasa a ser, según el Islam, responsabilidad colectiva de la sociedad, y las prioridades económicas son remodeladas con objeto de priorizar esos valores sobre los placeres (las personas ciertamente obtienen más placer en prestar atención a los valores que en perseguir banalidades). Un requisito previo, por supuesto, es la completa reorientación moral y espiritual de una sociedad que no sostenga tales premisas. Situaciones clínicas. En un contexto islámico, la cuestión de la eutanasia no se suele abordar y, si se hace, se la descarta sin más por ser ilegítima desde un punto de vista religioso. El paciente debe recibir toda la ayuda psicológica

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posible y toda la compasión que sus familiares y amigos puedan ofrecerle, incluyendo en ello a sus consejeros espirituales (religiosos). El facultativo debe igualmente participar en el proceso suministrando todas las medidas terapéuticas que permitan aliviar el dolor. El dilema surge cuando las dosis de analgésicos necesarios para aliviar el dolor se aproximan o alcanzan a las que podrían precipitar la muerte del paciente. En tal caso se podía invocar el buen hacer del médico para evitarlo. Sin embargo, desde un punto de vista religioso, el meollo del asunto radica en discernir la verdadera intención del doctor, si es matar o aliviar. La ley no puede verificar la intención. Pero, para el Islam, la intención no escapa al ojo de Dios, que todo lo escruta: “Él conoce las pérfidas miradas y cuantos secretos ocultan los corazones” (Corán 40:19). Los pecados que no se pueda acreditar que sean constitutivos de delito podrán escapar a la jurisdicción judicial, pero seguimos siendo responsables de ellos ante Dios. La investigación para encontrar remedios médicos para las enfermedades es obligatoria en el Islam en aplicación de dos preceptos del Profeta: “Busca el remedio, porque para cada enfermedad Dios ha creado una cura” y “tu cuerpo tiene derechos sobre ti”. No obstante, cuando el tratamiento no ofrece esperanza de cura deja de ser obligatorio. Esto es de aplicación por igual a medidas quirúrgicas y farmacológicas, así como, según la mayoría de los eruditos religiosos, a los equipos de animación artificial. Por otra parte, las necesidades comunes a las que tienen derecho todas las personas vivas, y que no se categorizan como “tratamientos”, son un asunto aparte. En esta esfera se incluyen el alimento, la bebida y los cuidados ordinarios de enfermería, todo lo cual se debe mantener mientras el paciente permanezca vivo. El Islamic Code of Medical Ethics afirma en la p. 67 que “en su defensa de la vida, los médicos deben ser conscientes de sus propios límites y no transgredirlos. Si científicamen-

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te no cabe duda de que la vida no puede ser restaurada no tiene sentido mantener diligentemente al paciente en un estado vegetativo por medios heroicos o preservarlo mediante congelación u otros medios artificiales. Lo que los médicos tienen por objetivo preservar es el proceso de la vida, no el proceso de la muerte. En ningún caso el facultativo adoptará una medida positiva para terminar con la vida del paciente”. Comentario La cuestión de la eutanasia no puede abordarse con independencia del contexto ideológico global de cada comunidad. Los musulmanes creen en Dios y en una Sharía de origen divino. Por ello, como es natural, tendrán un punto de vista diferente sobre la cuestión que las personas que no creen en Dios o que reconocen la existencia de Dios pero Le niegan toda autoridad para dictarnos lo que debemos o no debemos hacer. Para la mayor parte de la Cristiandad contemporánea, el concepto de separación de Iglesia y Estado se ha llevado al punto de excluir a Dios de todo lo humano, aunque se trate de asuntos del todo distintos. La experiencia con la eutanasia durante el siglo XX en la Alemania nazi fue muy ilustrativa. Fue aprobada, promovida y ejecutada por personal médico que podía hacer gala de la mayor inteligencia y estatus profesional. Sin embargo, una vez aceptada la idea de que existen “vidas que no merece la pena vivirlas” se tomaron decisiones que finalmente condujeron a los horrores subsecuentes. El grupo de presión a favor de la eutanasia se ha reagrupado en Holanda y ha tomado como objetivo Europa y América. Quienes se oponen a la eutanasia ponen en duda el supuesto libre consentimiento de los pacientes que, además de encontrarse en una situación personal tan extrema, tienen además que sufrir el saber la carga, psicológica y económica, que su enfermedad y tratamiento coloca sobre los hombros de sus familias. Por si fuera poco, el

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consentimiento prestado por la familia está abierto a la posibilidad de que surjan conflictos de intereses. El orden de batalla está preparado. El resultado, está por ver. En el Islam, desde luego, gracias a su fortaleza teológica, no existe tal conflicto. Ingeniería genética La ingeniería genética ha generado discusiones especialmente intensas entre los eruditos musulmanes, ya que en el Corán se alude expresamente al hecho de “desfigurar la naturaleza de la creación divina”. Según el Corán, Satanás tentó a Adán y a Eva para que pecaran comiendo del Árbol Prohibido. Después, se sintió consternado al ver que se arrepentían, eran perdonados y se les concedía el honor de poblar el planeta Tierra como representantes de Dios. Satanás, entonces, solicitó a Dios otra oportunidad para probar a Dios que los seres humanos no son, a la postre, tan dignos de confianza. Cuando Dios lo autorizó a tentar a los humanos (aunque dejándole claro que sólo podría tentar a aquellos que optaran por seguirlo), Satanás trató de confundirlos diciendo: “Me apoderaré de un determinado número de Tus servidores, les haré errar, les crearé vanas ilusiones, les ordenaré cortar las orejas del ganado (como señal de que ejercen prácticas paganas) y les mandaré también desfigurar la naturaleza de la creación divina” (Corán 118119). Estos versículos han influido grandemente en los eruditos y médicos musulmanes. Por ejemplo, tienen relación con las operaciones quirúrgicas de cambio de sexo mediantes las que varones se convierten en mujeres y viceversa. Aunque estos versículos claramente se aplican a cirugías tan radicales y antinaturales, el consenso es que no pueden invocarse para prohibir total y radicalmente toda forma de ingeniería genética. Si esos versículos se llevan demasiado lejos, ello generaría conflicto con un gran número de procedimientos

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CUESTIONES DE ACTUALIDAD

quirúrgicos curativos que, de igual modo, suponen cambiar de alguna manera la creación de Dios. El desarrollo científico de la ingeniería genética genera numerosos problemas éticos. La creación de nuevas bacterias virulentas para su uso como arma biológica fue motivo de profunda preocupación en los setenta, cuando por primera vez se describió la tecnología del ADN recombinante. Aplicaciones de ese tipo son claramente erróneas. Sin embargo, las aplicaciones destinadas a diagnosticar, mejorar, curar o prevenir enfermedades genéticas son aceptables e incluso recomendables. La sustitución genética se basa esencialmente en la cirugía de trasplante, aunque se desarrolla a nivel molecular. Las posibilidades farmacéuticas de la ingeniería genética pueden abrir perspectivas grandiosas en el tratamiento de numerosas enfermedades, y sus posibilidades agropecuarias podrían ayudar a solucionar el problema del hambre en el mundo. La preocupación principal en torno a la ingeniería genética reside en que genera un futuro desconocido e incierto. La posibilidad de injertar nuevos genes tanto en las células somáticas como en las germinales, afectando a las generaciones futuras, podría relacionarse más tarde con trágicas mutaciones que se autoperpetúan. Los inconvenientes de la radiación atómica, por ejemplo, no fueron evidentes durante algún tiempo, ni pudo repararse el daño causado. Los riesgos de la ingeniería genética son aún más serios. El intercambio de material genético entre especies prácticamente conlleva la creación de nuevas especies con características mixtas. No obstante, de obrar imprudentemente llevados por la inclinación humana a buscar lo desconocido y lo inalcanzable, la humanidad podría verse enfrentada a modos de vida aún inexistentes. Si eso ocurre, los científicos podrían pensar que todo está bajo control, cuando ése no es en verdad el caso. La manipulación de la descendencia humana podría extenderse incluso más allá de la lucha contra

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la enfermedad y conducir al cultivo de características físicas deseables, lo cual desembocaría en elitismo y discriminación contra las personas (normales) carentes de tales características. Algo peor aún sería manipular la conducta aislando los genes que la modelan. Interferir en la personalidad humana y su capacidad para afrontar la responsabilidad individual es sin duda algo que sería condenado por el Islam. La ingeniería genética atrae al gran capital cuyos inversores, indudablemente, buscarán en ella el máximo beneficio financiero. Muchos científicos ya han sustituido sus torres de marfil por otras de oro y el espíritu de cooperación abierta y altruista, por el del secreto comercial y la patente de nuevas formas de vida. Diversas voces han hecho públicas sus inquietudes morales relacionadas con la igualdad, la justicia y el bien común. Quizás sea éste el momento para un debate público global y para la formulación prospectiva de un código ético de ingeniería genética. Nos espera una larga historia que apenas acaba de comenzar.

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EPÍLOGO Sería una pena que este libro se leyera y se dejara a un lado, como cualquier otro. Incluso si el lector avisado creyera hasta la última palabra que he escrito y todo quedara ahí, también consideraría que mi propósito ha quedado truncado. Todo habrá sido en balde si lo cognitivo no diera paso a lo psicomotor. Si el conocimiento que se ofrece en esta obra no genera sentimientos en el corazón del lector y no se refleja en su conducta habrá sido tan estéril como un árbol sin frutos. Los corazones no pueden albergar el vacío. Éste siempre se llena de amor, de odio o de indiferencia. Ahora que soy viejo, después de toda una vida estudiando y reflexionando sobre la fe islámica, siento que mi corazón rebosa de amor. Es un amor universal y sin un destinatario concreto. Siento amor hacia mi prójimo, hacia los animales, hacia las aves, los árboles, la tierra y el Universo en que vivimos. Y, en el fondo de mi corazón, quisiera que ese amor fuera contagioso. El amor no puede sustituir a la política, la economía, la industria, la gestión, la mano de obra o los negocios; ni siquiera puede sustituir a la guerra. Pero las acciones de las personas están invariablemente marcadas por sus actitudes. Hasta ahora, las actitudes humanas han sido principalmente egoístas, codiciosas e insensibles, lo que por desgracia ha dejado su impronta a nivel individual e internacional. Pero si todo eso pudiera cambiar, todos seríamos felices, incluso aquellos que tuvieran que sacrificar su modo de vida por el bien común. La filosofía del amor como motivación básica no es nueva, pero la mayoría de la gente, hoy, no se la toma en serio. Esa filosofía se extiende más allá de la religión y la raza, de ahí que sea tan importante que quienes se sumen a ella abran los brazos y se unan. Ser minoría no es ningún

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impedimento si la curva de la felicidad continúa ascendiendo. Es una necesidad que siente toda la humanidad. La gente está harta de soluciones materialistas y de la decepción del ateísmo. Se palpa una sed de espiritualidad que clama por ser apagada. Si sólo una pequeña parte de la masa crítica que está deseando luchar por el bien y la decencia tomara la iniciativa podrían generar una reacción en cadena con un poder arrasador. El mundo cambiaría. Pero eso jamás ocurrirá sin un esfuerzo diligente y desinteresado por parte de aquellos que creen en la importancia de ese cambio. Deseo finalizar con el saludo islámico: ¡Que la paz sea con vosotros!

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GLOSARIO Id. Fiesta o festival. Los musulmanes tienen dos aids. El primero celebra la conclusión del ayuno de ramadán y el segundo, la obediencia a Dios del profeta Abrahán. Los musulmanes celebran estos aids con oraciones especiales en comunidad, actos de caridad y encuentros con familiares y amigos. Allah. Nombre propio en árabe del Dios Único, el Creador y Señor del universo, el Dios de Adán, Noé, Abrahán, Moisés, Jesús, Muhammad y todos los profetas. Allahu Akbar. Dios es más grande que todo lo demás. Los musulmanes recitan esta frase en el adán (o llamadas a la oración preceptiva), en sus rezos y, en cualquier momento, como súplica y plegaria a Dios. Caaba. Literalmente, una edificación en forma cúbica. La Caaba fue la primera “mezquita”, construida por el profeta Abrahán y su hijo Ismael en Meca para dar culto a Dios. Corán. El último libro revelado por Dios a modo de guía y misericordia para toda la humanidad. El Corán confirma lo que ha quedado de las auténticas revelaciones de Dios, conduce al hombre a adorar a Dios, instruye a la humanidad sobre Su verdadera naturaleza sobre Su deseo para la especie humana, así como explica la realidad y propósito de nuestra vida en la tierra. Fue revelado al profeta Muhammad a través del ángel Gabriel en un periodo de veintitrés años. Hach. Peregrinación, durante el mes de Du-l-Hicha, a la Caaba, que es la primera Casa construida para rendir culto a Dios por Abrahán y su hijo Ismael en el lugar que posteriormente sería conocido como La Meca (Arabia Saudí). El Hach concluye con la Fiesta del Sacrificio (Aid al Adha) y es obligatorio al menos una vez en la vida para todos los musulmanes que puedan, física y económicamente, permitirse el viaje a La Meca. Hadiz. Dichos del profeta Muhammad memorizados y recogidos por escrito por sus compañeros y, más tarde, compilados en varias colecciones. Entre estas colecciones, las de Bujari y Muslim son las conside-

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radas más auténticas. Otras colecciones auténticas son la Muwatta y las de al-Nisa´i, Ibn Maya, al-Tirmidi y Abu Dawud. Llamados en ocasiones “tradiciones”, los hadices constituyen la segunda fuente más importante del Derecho Islámico inmediatamente después del Corán. La ciencia del hadiz es muy escrupulosa a la hora de establece la autenticidad de un hadiz del Profeta y la credibilidad de sus transmisores. Imam. Persona que guía la oración colectiva o gobernante elegido por la comunidad. Inyil. Libro revelado por Dios al profeta Jesús para guía de los Hijos de Israel. Ya no existe como tal, pero partes del original pueden haber sobrevivido en los Evangelios. Islam. Literalmente, sumisión o rendición. Islam significa obediencia y sumisión a Dios. Islam también significa “paz”, lo que subraya el hecho de que sólo a través de la obediencia a Dios puede lograr la verdadera paz consigo mismo y con las otras criaturas de Dios que lo rodean. Cuantos creen y practica el Islam son musulmanes. El Corán nos enseña que desde la creación del mundo todos los profetas de Dios, en este sentido, fueron musulmanes y su mensaje esencial a la humanidad era el Islam, es decir, el mensaje de la paz y la obediencia a Dios. Iytihad. Literalmente significa “afanarse en”. En la tradición jurídica islámica es poner el máximo esfuerzo, a través del razonamiento jurídico, en el análisis de un problema o cuestión planteada con objeto de determinar el sentido o el objetivo real del Islam al respecto, en especial cuando no se dispone de guía en las fuentes originales (es decir, en el Corán y la Sunna). Ramadán. Noveno mes del calendario lunar, durante el cual los musulmanes sanos y adultos deben abstenerse de tomar comida y bebida y de mantener relaciones conyugales desde el amanecer hasta el anochecer. Ramadán se adelante once días cada año del calendario gregoriano, una bendición que asegura que ni los musulmanes del hemisferio norte ni los del hemisferio sur estarán obligados a ayunar siempre más o menos horas. Salat. Cada una de las cinco oraciones formalizadas del Islam, en las cuales los musulmanes recitan partes del Corán, se inclinan y postran

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GLOSARIO

en adoración. El salat o azalá permite a los musulmanes mantener una comunicación continua con su Creador al recordarles de continuo su alta misión moral y espiritual en esta vida. Sawm. Ayuno diurno. El sawm es obligatorio para los musulmanes durante el mes de ramadán y una práctica recomendada durante el resto del año. Ayunar entrena a los musulmanes en la obediencia a Dios, en la paciencia durante los tiempos difíciles y la compasión hacia los pobres. Como acto de culto, el sawm es una intensa experiencia espiritual que permite a los musulmanes conscientes profundizar en su relación con Dios. Shahada. Declaración de fe afirmando que Dios sólo hay uno, el Dios Uno y Verdadero, y que Muhammad es su servidor y mensajero. El único requisito para hacerse uno musulmán es recitar la shahada con convicción sincera. Sharía. La Ley islámica o cuerpo del Derecho Islámico, basada en el Corán y la Sunna del profeta Muhammad, así como, en los asuntos no resueltos en las dos fuentes anteriores, en el razonamiento jurídico (iytihad). Shi`a. Literalmente, “partidario de”. Alude a la minoría de musulmanes que creen que Ali, el primo y yerno del Profeta, era el legítimo heredero de éste, y no Abu Bakr (el primer califa) ni ningún otro. Aunque están perfectamente de acuerdo con los otros musulmanes respecto a los principios básicos del Islam, los chiíes han mantenido su identidad como grupo religioso diferenciado. Shura. Consultas mutuas. El Corán ordena a los musulmanes que adopten sus decisiones mediante la shura, lo cual implica que se deben elegir a dirigentes mediante mandato público y que los dirigentes deben consultar a aquellos a quienes representan a la hora de adoptar decisiones que les afectan. Los gobernantes musulmanes están obligados a respetar el procedimiento de shura. En el Islam no hay lugar para una dictadura. Sunna. Literalmente, “práctica” o “ejemplo”. La Sunna incluye los actos y dichos del profeta Muhammad y constituye una fuente de capital importancia en la Ley Islámica. Wudu o alguado. Abluciones. Para los musulmanes, hacer la azalá es ponerse frente a frente con el Señor, y para ese encuentro se

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preparan renovando mediante el alguado su estado de pureza física y mental. Para ello, con la intención expresa de adorar y rendir culto a Dios, se lavan las manos, los brazos, la cara y los pies con agua clara y se pasan los dedos mojados por la cabeza y el cuello. Yihad. Literalmente, lucha. Denota la lucha por la causa de Dios, ya esté dirigida al perfeccionamiento moral de uno mismo, a la reforma del propio carácter o, en un círculo social más amplio, a la lucha para frenar el mal y promover el bien, de forma pacífica y mediante una exhortación hermosa, pero también mediante el uso de la fuerza cuando la tiranía y la injusticia prevalecen privando al hombre de dignidad y libertad de pensamiento, creencia y expresión. Zakat o azaque. Literalmente, “purificación” y “crecimiento” (impuesto sobre la renta y el patrimonio). El azaque es preceptivo para todos los musulmanes que posean más bienes de los que legítimamente les son esenciales. Los musulmanes deben entregar un 2,5% del dinero que reste después de cubrir sus propias y legítimas necesidades para los pobres y necesitados.

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ÍNDICE TEMÁTICO A Ablución (ver también Wudu) Aborto Abrahán • Dios de Abrahán • Ismael y Abrahán • Patriarca Abrahán • Oración por Abrahán • El Corán y Abrahán • Religión de Abrahán Abrahámico • Credos abrahámicos • Religiones abrahámicas • Tradiciones abrahámicas Abu Bakr Adán Adopción Adoración Aid Alcohol Ali Allah (ver también Dios) Anencefálico (el feto) Ángel • Ángel Gabriel: Animales Árabe Ateísmo (ver también Dios)

Ayuno (de ramadán) Azaque (ver también Zakat) Azalá

B Biblia: • Bíblico C Caaba Capitalismo Caridad (ver también Azaque) Castidad (ver también María) Chiísmo Clero • El clero en el Islam (ver también Imam): Colonialismo Comunismo Concilio de Nicea (ver Nicea) Conocimiento Contracepción Corán • En árabe • El orden del Corán • Exhorta al hombre a pensar • Primera revelación coránica

• El ángel Gabriel y el Corán • Es la palabra de Dios • Los judíos y el Corán • Moralidad y Corán • Muhammad y el Corán • Los musulmanes creen en el Corán • Forma original • Recitación • Pasajes selectos del Corán • Sharía y Corán • Shura y Corán • Sunna y Corán Cristo (ver también Jesús) Cristiano • Las Cruzadas y los cristianos • Dios y los cristianos • El Islam y los cristianos • Jesús y los cristianos • Los judíos y los cristianos • Los musulmanes y los cristianos • El pecado original y los cristianos • La Trinidad y los cristianos Cristianismo Cruzadas

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D Declaración de fe (shahada) Democracia Destino Día del Juicio Final Dios • Creador • Existencia de Dios (ver también Ateísmo) • Es infinito • Juzga • Nombre de Dios • Es Uno, Unidad de Dios • Perdón de Dios • Sexo de Dios Divorcio DIU Donación de órgano (ver Transplantes) Drogas E Ecología España Esterilización Eutanasia Eva Evangelios (ver también Inyil) F Familia

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Fertilidad Fertilización in vitro Feto G Gabriel (ver Ángel) Guerra H Hach (Peregrinación Mayor) Hadiz Hagar Hasan (hijo de Ali) Hijo Hijos de Israel Holocausto Hombre (humanidad) • Comparación con los animales • Debe dar cuenta de sus acciones • Función del hombre Igualdad de todos • los hombres Homosexualidad Humanismo (secular) Husein (hijo de Alí) I Ídolo Imam Infertilidad Infidelidad Ingeniería genética

Inseminación artificial Inquisición Inyil Isaac Islam • Conversión al Islam • Cinco pilares del Islam • Llamamiento universal del Islam Islámico • Civilización Islámica: • Derecho o Ley islámica (ver también Sharía) • Estado islámico • Gobierno islámico • Imperio islámico • Movimientos islámicos • Países islámicos Ismael Israel Iytihad J Jacob Jadicha Jesús (ver también Cristo) • Crucifixión de Jesús • Es humano • Mensajero de Dios • Milagros de Jesús • Nuevo Testamento y Jesús • Similitud con Adán


ÍNDICE TEMÁTICO

Judaísmo Judeo-cristiano Judeo-cristiano-islámico Judíos • Corán y judíos • Cristianos y judíos: • Gobierno islámico y judíos • Islam y judíos • Musulmanes y judíos • Palestinos y judíos H Lactancia materna Libertad • Libertad de elección • Libertad de movimiento • Libertad religiosa • Libertad de expresión • Libertad de pensamiento M Mahdi Mahometismo Mal María (madre de Jesús) • Castidad de María Matrimonio Meca Medina Medios de comunicación Moisés

Moralidad Muerte • Definición de muerte • Muerte cerebral Mujeres Muhammad • Corán y Muhammad • Declaración de fe en la misión de • Muhammad • Descendiente de Abrahán • Es un ser humano • Los árabes y Muhammad • Los cristianos y Muhammad • Los judíos y Muhammad • Matrimonio de Muhammad • Muhammad y la profecía • Nacimiento de Muhammad • Sunna de Muhammad Musulmanes (ver también Islámico) • Creencias de los musulmanes • Colonialismo y musulmanes • Cristianos y musulmanes • Demonización de los musulmanes

• Dios y los musulmanes • Jesús y los musulmanes • Judíos y musulmanes • Palestina y musulmanes • Pueblos del Libro y • Musulmanes N Nuevo Orden Mundial Nicea Nostra Aetate (Encíclica) O Omar ibn al-Jattab Omeyas Oración (salat) P Palestinos Pablo VI (Papa) Paz Pecado Península Arábiga Perdón Peregrinación (ver Hach) Persa, Imperio Población, crecimiento Poligamia

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Profeta Pueblos del Libro Pueblo elegido R Racismo Ramadán (ver también Ayuno) Religión Romano, Imperio Reyes Católicos S Sara Satán Sawm (ver Ayuno y Ramadán) Secularismo Sexo Shahada (ver Declaración de fe). Sharía (ver también Islámico) • Fines de la Sharía • Sentido de la Sharía • Fuentes de la Sharía Sida Shura Subrogación de útero Suicidio Sunna Sunní

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T Tercer Mundo Torá Transplantes • De tejido nervioso • De órganos • De glándulas sexuales Trinidad U Urbano II (Papa) Usura V Vida (protección y santidad de la vida) W Wudu (ver Ablución) Y Yihad Z Zakat (ver Azaque)


“Los norteamericanos responderán positivamente a la sinceridad y la franqueza de la obra. Este libro nos muestra la penetrante sabiduría que un ser humano es capaz de alcanzar…” (Frank Vogel, Facultad de Derecho de Harvard) “Este libro desempeñará un papel fundamental en las aulas de estudios religiosos (incluida la mía)” (Crear Douglas, Departamento de Estudios Religiosos, Universidad Estatal de California, Northridge) “El Dr. Hathout aborda asuntos vitales que los fieles de ninguna comunidad religiosa pueden ignorar… El autor guía al lector por la vía del discurso intelectual antes trazado por grandes intelectuales musulmanes de la talla del Imam al-Gazzali” (Sulayman Nyang, Universidad de Howard)

Hassan Hathout

READING THE MUSLIM MIND

Este autor de vasta cultura enciclopédica (doctor en medicina, pensador, conferenciante y poeta) conduce al lector a través de un periplo completo en torno al Islam. Para semejante viaje, nos apresta las alforjas con una aguda y lúcida “anatomía” de la vida islámica al tiempo que nos desvela, con incisiva claridad, la guía interior, el pensamiento que subyace a la práctica, el espíritu de la letra y la Razón Última, Dios. Este iluminador viaje invita a la reflexión a los no musulmanes y a cuantos el Dr. Hathout denomina, con acierto, “seguidores de la tradición judeo-cristiano-islámica”. Para los musulmanes, se trata de un viaje de reafirmación de la fe que provee de respuestas vitales y oportunas a los dilemas de la vida en el nuevo milenio. Viaje por la mente de un musulmán aborda, desde la perspectiva islámica, asuntos fundamentales de nuestro tiempo. En este trabajo sensato, cálido y estimulante, el Dr. Hathout le habla a la humanidad en la Edad del Egoísmo, el “Microteísmo” y la Impiedad. El autor de esta invitación a la esperanza sostiene que, cuando una “masa crítica mínima” comienza a comprender y a colaborar, un cambio real es posible. Ser conocido por lo que uno realmente es constituye un derecho humano básico, afirma el Dr. Hathout. El lector encontrará aquí el Islam tal cual es y el mundo, tal cual podría llegar a ser.

VIAJE POR LA MENTE DE UN MUSULMÁN READING THE MUSLIM MIND

VIAJE POR LA MENTE DE UN MUSULMÁN

De vez en cuando aparece un libro capaz de, persona a persona, cambiar nuestro modo de ver el mundo. Viaje por la mente de un musulmán es uno de esos libros. El Dr. Hassan Hathout parte de una observación muy simple: toda una vida a caballo entre dos culturas (el autor nació en Egipto, residió primeramente en Gran Bretaña y más tarde, durante más de una década, en los EE.UU.) le hizo darse cuenta de que “el Islam es conocido en Occidente precisamente por lo que no es”.

Hassan Hathout Prólogo de Ahmad Zaki Yamani Dirección y supervisión de la traducción: Dr. Bahige Mulla Huech


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