7 minute read
Cantar de Mio Cid: el honor y la honra
Pedro L. Llera
De grado le albergarían, mas ninguno se arriesgaba: que el rey don Alfonso al Cid le tenía grande saña. Antes de la noche, a Burgos llegó aquella real carta con severas prevenciones y fuertemente sellada: que a mío Cid Ruy Díaz nadie le diese posada, y si alguno se la diese supiera qué le esperaba: que perdería sus bienes y los ojos de la cara, y que además perdería salvación de cuerpo y alma. Gran dolor tenían todos aquellas gentes cristianas; se escondían de mio Cid, no osaban decirle nada. El Campeador, entonces, se dirigió a su posada; así que llegó a la puerta, encontrósela cerrada; por temor al rey Alfonso acordaron el cerrarla, tal que si no la rompiesen, no se abriría por nada. Los que van con mío Cid con grandes voces llamaban, mas los que dentro vivían no respondían palabra. Aguijó, entonces, mío Cid, hasta la puerta llegaba; sacó el pie de la estribera y en la puerta golpeaba, mas no se abría la puerta que estaba muy bien cerrada. Una niña de nueve años frente a mio Cid se para: «Cid Campeador, que en buena hora ceñisteis la espada, sabed que el rey lo ha vedado, anoche llegó su carta con severas prevenciones y fuertemente sellada. No nos atrevemos a daros asilo por nada, porque si no perderíamos nuestras haciendas y casas, y hasta podía costamos los ojos de nuestras caras.
Advertisement
¡Oh buen Cid!, en nuestro mal no habíais de ganar nada; que el Creador os proteja, Cid, con sus virtudes santas.»
Esto la niña le dijo y se volvió hacia su casa.
Ya vio el Cid que de su rey no podía esperar gracia. Partió de la puerta, entonces, por la ciudad aguijaba, llega hasta Santa María, y a su puerta descabalga; las rodillas hincó en tierra y de corazón rezaba. Cuando acaba su oración, de nuevo mío Cid cabalga.
Empieza el Cantar de Mio Cid con el destierro del héroe, acusado, falsa e injustamente, de corrupción: de haber robado parte de los impuestos que había recaudado para el Rey. Se trata de un delito muy español que se perpetúa a lo largo de los siglos, cual castigo bíblico. Aquí no hay pan para tanto chorizo.
Pero el Cid no es un ladrón. El juglar nos lo presenta como ejemplo ideal de caballero cristiano: buen esposo, buen padre (llora cuando se tiene que separar de ellas y se alegra con el reencuentro, se preocupa por ellas…), buen militar, valiente, generoso, justo… Hoy diríamos que el Cid es ejemplo de resiliencia (odio ese término tan de moda como innecesario): no se rinde, no se viene abajo ante las circunstancias adversas ni ante las injusticias sufridas. Ante la adversidad, ante la injusticia, en la tribulación, no se derrumba ni se echa a llorar ni tira la toalla. El Cid es ejemplo de fortaleza: «las rodillas hincón en tierra y de corazón rezaba./ Cuando acaba su oración, de nuevo Mio Cid cabalga». Reza y sigue adelante: carga con su cruz, la acepta y sigue adelante, sin rendirse.
¿Por qué? Porque el caballero cristiano vive en gracia de Dios y tiene la conciencia bien formada y tranquila. Sabe que, con el auxilio de la gracia de Dios, todo lo puede. Sabe que es bienaventurado el perseguido injustamente. Sabe que el único temor que ha de tener es el santo temor de Dios: el temor a pecar contra Dios y ofenderlo, que te convierte en un desgraciado y en un desalmado, porque des-graciado es quien no vive en gracia y quien pierde la gracia pierde su alma y entonces eres un desalmado, y eso es lo peor que le puede pasar a un ser humano. Por desgracia, vivimos
Las batallas entre cristianos y musulmanes en la península Ibérica impulsaron una literatura que narraba los enfrentamientos en los que destacaba un héroe. Se hizo a través de textos narrativos en verso, especialmente durante los siglos XII y XIII, transmitidos por juglares a veces con música y mímica. Ilustración: claseslengua.com en un mundo lleno de zombis, de seres humanos muertos a la vida de la gracia: por eso hay tanto mal, tanta corrupción, tanta crueldad. Por eso hay tantos ladrones, tantas violaciones, tantos asesinatos, tantas mentiras, tantos adulterios, tantas familias rotas, tanta desesperación, tanto suicidio, tanta depravación…
El caballero cristiano ama a Dios sobre todas las cosas, honra y protege a su familia; es justo, generoso, valiente; tiene fe y esperanza y vive amando al prójimo porque ama a Dios y se sabe amado por Dios… El caballero cristiano no miente, no roba, no mata al inocente; protege al débil, cuida a las mujeres y a los niños; tiene palabra: palabra de honor. El caballero cristiano firma un contrato con un apretón de manos, porque su palabra es sagrada.
En definitiva, un caballero cristiano (o una dama) cumple la Ley de Dios: ese es su código de honor. Un cristiano vive en gracia de Dios. Y un líder cristiano es ejemplo de caridad y su autoridad se funda en el ejemplo de su entrega y su servicio a los demás, especialmente a los más débiles y desfavorecidos.
El patriarcado está hoy muy mal visto. Pero el Cid se enternece con sus hijas y las cuida. Y exige justicia cuando sus maridos las maltratan. Y vaya si se hace justicia, porque quien pega, quien humilla, viola o asesina a una mujer no se merece más que la muerte. Nadie es más cobarde que quien maltrata a una mujer. El primer texto literario en español deja claro el desprecio y el rechazo más radical hacia la violencia contra las mujeres, que no es producto del patriarcado ni de la Cristiandad, sino del pecado del hombre. Quien mata o pega a una mujer siempre ha sido considerado un ruin, un bellaco, un cobarde y un animal indigno de llamarse hombre. La cultura cristiana no tolera los abusos ni la violencia contra las mujeres. Nunca lo ha tolerado.
Y si el Cid es ejemplo de caballero y de hombre de honor, los Infantes de Carrión son sus antagonistas: ejemplo de ruindad moral, de codicia, de cobardía y de maldad. Y quien vive así se merece la muerte, si no se arrepienten de sus pecados y se convierten. Los de Carrión son ejemplo de codicia y de soberbia: se casan con las hijas del Cid por dinero, pero ellos se sienten superiores al Cid y consideran que sus mujeres no son dignas de ellos. Orgullo, soberbia, maldad, cobardía… Porque nadie es más ruin ni más cobarde que quien azota a sus mujeres, abusa de su fuerza y pretende matarlas.
El Cantar de Mio Cid pretende enseñarnos, darnos una lección moral para la vida: Ten honor, vive en gracia de Dios, cumple los mandamientos, sé como Dios manda. Y no seas nunca un miserable, un sindiós, un sinvergüenza, un depravado, un impío; un soberbio, maltratador y cobarde. Como los que abusan de los débiles en el colegio y utilizan su fuerza para humillar al más débil, al friki, al gordo, al empollón, a la fea, al distinto…
El caballero cristiano no mira para otro lado cuando alguien es humillado y maltratado, sino que da la cara por el débil: lo defiende, lo protege, lo cuida.
Y un caballero no se aprovecha ni abusa de una mujer: nunca, bajo ningún concepto. Al contrario, respeta su dignidad y la sirve con educación, con respeto, con veneración, con reverencia: le abre la puerta, le cede el asiento, la trata con la dellcadeza y la estima que se merece una madre o una hermana o una esposa.
El Cid Campeador es uno de los personajes históricos españoles que más pasión levanta en toda nuestra historia. Con datos que se mezclan entre lo real y lo ficticio, Rodrigo Díaz de Vivar forjó su leyenda en el campo de batalla, para muchos como mercenario, para otros como un auténtico héroe español que acabó siendo uno de los guerreros más recordados de España. Ilustración: okdiario.com
Eso es el honor: ser fiel a un código moral, a la ley natural, a la Ley de Dios. Tener honor es ser santo, que es a lo que todos estamos llamados. Ser santo no es una cursilada pasada de moda: es una necesidad. El mundo necesita santos, porque impíos, ladrones, mentirosos y sinvergüenzas ya hay suficientes. Ser santo es ser un guerrero de Cristo: no un alfeñique ni un afeminado. Y hay que tener mucho valor para salir al mundo y decir “yo soy de Cristo” y no me corrompo, no miento, no me drogo, no me emborracho, no me acuesto con la primera o el primero que me encuentro en la discoteca o en el botellón. Yo no doy “putivueltas”, porque me respeto y respeto al otro o a la otra.
Yo no engaño a mi mujer ni abandono a mis hijos a su suerte, sino que lucho por mi familia, para que no les falte lo necesario para vivir con dignidad. Y no le pongo los cuernos a mi mujer, porque mi palabra es sagrada y los juramentos se cumplen. Yo no me dejo llevar por los impulsos, por los deseos sexuales ni por los sentimientos de enamoramiento engañosos. A mi mujer la quiero porque es mi mujer y no la cambio por nadie ni por nada del mundo, porque entre todas las mujeres del mundo, solo ella es ella.
¡Qué falta hacen en este momento de la historia hombres y mujeres de Dios! ¡Qué falta hace recuperar el, tan denostado hoy, concepto del honor!
¿Y la «honra», qué es? ¿Es lo mismo que el honor? No. La honra es lo que hoy llamamos prestigio, reputación, buen nombre… La honra y el honor pueden ir de la mano o no… Puedes tener prestigio y ser un cretino sin principios. Y pueden insultarte y desprestigiarte (fascista, ultracatólico, retrógrado, reaccionario, facha…) y ser un hombre y una mujer como Dios manda: una persona que vive la caridad, que ama a todos, que reza por todos (incluso por quienes te desprecian o te insultan).
La reputación que importa – la única que importa – es la que tengas delante de Dios. Ese es el juicio que importa. El de los demás, no. Y si todos te cierran las puertas y te quedas solo por ser como Dios manda y no como el mundo y el demonio quieren que seas, ¿qué haces?
Hinca la rodilla ante el sagrario, reza y sigue adelante. Nuestro camino es camino hacia Dios y aquí estamos de paso, peregrinos hacia nuestra Patria verdadera. Nuestro fin de trayecto es el cielo: allí está nuestra felicidad.
«Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo. No odiarás de corazón a tu hermano, pero reprenderás a tu prójimo, para que no cargues tú con su pecado. No te vengarás de los hijos de tu pueblo ni les guardarás rencor, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor». Lev. 19