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Dr. Guillermo Rodríguez

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Paula Malerbi

Paula Malerbi

Tratamientos del malestar en la época: los psicofármacos en cuestión

Dr. Guillermo Rodríguez (San Isidro)

Introducción

Nos encontramos en la clínica con sujetos que reflejan en sus presentaciones, el malestar propio de la época. Los motivos de consulta característicos de nuestro tiempo (ansiedad, ataques de pánico, depresión), se relacionan con las condiciones culturales y económicas en las que vivimos. ¿Cómo se responde desde la salud mental al malestar de nuestra época? Al parecer, de forma global, en gran medida con psicofármacos. Con relación a esto, ¿cuál es la posición que conviene en la clínica actual? ¿En qué medida los psicofármacos pueden ser realmente útiles?

Consideraciones sobre la época

En la actualidad el empuje al consumo y a la productividad ha traído consecuencias en el malestar de los sujetos. Vivimos en una época en la que cada segundo debe ser productivo, se han eliminado los momentos de ocio, de contemplación, de reflexión. Como escribe Mark Fisher en Realismo Capitalista, “la vida y el trabajo se vuelven inseparables. El capital persigue al sujeto hasta cuando está durmiendo. El tiempo deja de ser lineal y se vuelve caótico, se rompe en divisiones puntiformes”. Este aspecto, generado por las exigencias del mercado, se ha potenciado desde que comenzó la pandemia del coronavirus. “Gracias” a las posibilidades

que brinda la tecnología, podemos comunicarnos permanentemente y trabajar desde nuestras casas. Podemos pasar de una reunión a otra haciendo un clic. Ya no hay excusas para no estar constantemente en actividad. Surgen los llamados ataques de pánico y la “depresión” como modos de respuesta característicos de nuestra época, siempre distintos con relación a cada singularidad.

A este malestar actual, el mismo mercado ofrece productos diseñados por la ciencia, que con sus avances siempre tiene respuestas para “solucionar” cualquier problema, para obturar cualquier falta, excluyendo de esta forma al sujeto.

La práctica psiquiátrica en la actualidad

Estas características de nuestra época se reflejan en la práctica de la psiquiatría. Nos hallamos (aún) en la era del manual DSM. A pesar de haber sido cuestionado desde diferentes ámbitos, este manual continúa predominando en la práctica. Se utiliza como referencia para diagnosticar pacientes, para la transmisión de casos, para cuestiones administrativas. La psiquiatría que promueve el DSM es el correlato de lo que propone y exige el mercado a los sujetos: Estar perfectamente adaptados, no tener conflictos, angustia ni tristeza, y continuar en actividad, producción y consumo. Cualquier comportamiento o manifestación psíquica que se aparte de esto, es un trastorno, un conjunto de síntomas que deben ser eliminados. Situaciones del ciclo vital como duelos o problemas familiares se encuentran enumerados en este listado de enfermedades. Esto tiende a patologizar cualquier aspecto de la vida que se separe un poco de lo que se espera de los sujetos, y como consecuencia, a sobremedicar. En este sentido, parece haber una tendencia a interpretar cualquier momento de tristeza como un “trastorno depresivo”, o momentos de angustia como “ataques de pánico”, con la consecuente prescripción de medicamentos indicados por protocolo para estas “patologías”. Esta oferta de diagnósticos realizada por el mercado a través de las clasificaciones actuales, y muchas veces certificada por los médicos, es finalmente apropiada por los pacientes,

a los que se escucha en ocasiones nombrarse como “depresivos” luego de pasar unos días sin ganas de trabajar, y luego solicitar la prescripción de determinado antidepresivo para corregirlo.

Psiquiatría y medicina

En la psiquiatría actual, la psiquiatría representada por el DSM predomina la concepción que piensa a las enfermedades mentales como un problema de la biología, del organismo, una enfermedad más dentro de la medicina. Un trastorno, un defecto químico, que debe ser solucionado con un medicamento. De esta manera, no se toman en cuenta los factores subjetivos que intervienen en todo padecimiento relacionado a la salud mental.

La psiquiatra inglesa Joanna Moncrieff denomina al paradigma predominante en la actualidad, “modelo centrado en la patología”, el cual afirma que los psicofármacos funcionan porque corrigen defectos biológicos causantes de los trastornos mentales. Esta concepción justifica la hipótesis que considera a las patologías mentales como provenientes del cerebro o del cuerpo, como las otras enfermedades de la medicina. Moncrieff afirma que la evidencia de una asociación causal entre variaciones biológicas y los síntomas psiquiátricos es escasa. “Pero si objetamos -dice- la idea de que los psicofármacos tienen como blanco una enfermedad, se hace difícil sostener la noción de que los trastornos mentales son similares a las enfermedades médicas, y así, asimilar la práctica de la psiquiatría a aquella de la medicina”.

Moncrieff critica la concepción que proclama que las enfermedades mentales son causadas por defectos químicos, afirmando que no existe evidencia científica para asegurar esto. Más allá de las certezas que aspire a proporcionar la ciencia, se trata de una posición clínica: ¿Consideramos a las enfermedades mentales como producidas exclusivamente en el cerebro por un desbalance químico, el cual debe ser corregido con un fármaco? ¿O el sujeto tiene responsabilidad en lo que le sucede? ¿Apostamos a eliminar el malestar (tarea imposible de todos modos)? ¿O a la construcción de un saber en relación con él?

Dr. Guillermo Rodríguez

El uso de los psicofármacos

Los psicofármacos no corrigen defectos químicos responsables de “trastornos”, pero sabemos que producen mediante sus acciones químicas, modificaciones en la vida afectiva, en los pensamientos, y en la relación con el mundo exterior. Generalizando, se puede decir que producen un efecto anestésico, recordando que el primer psicofármaco, la clorpromazina, fue diseñado a partir de un anestésico en 1950. Tomando esto, podemos decir que en determinadas situaciones es necesario anestesiar, apaciguar algo que se vuelve intolerable y no es posible poner en palabras. En los casos graves, de brotes psicóticos, por ejemplo, queda más clara esta utilidad. Pero en las crisis de angustia intensas cierta temperación de ese desborde puede favorecer la puesta en palabras y el trabajo subjetivo.

En los casos de ciertos pacientes melancolizados (para diferenciarlos del término “depresión”, diagnóstico tan frecuentemente realizado en la actualidad que ya no resulta útil) en los que la pérdida de vitalidad no les permite hacer actividades, que se encuentran en un estado de inhibición del que no pueden salir, la medicación puede ser utilizada como ayuda para salir de ese estancamiento.

Estos cambios que generan los fármacos surgen en ocasiones a partir de sus propiedades químicas, pero lo importante es que siempre producen efectos en la subjetividad. Como afirma Eric Laurent en ¿Cómo tragarse la píldora?: “Todo medicamento es inseparable de una acción subjetiva… No hay posibilidad de separar el medicamento de su sujeto, el sueño de la pureza química es una ilusión”. Por este motivo al indicar un fármaco es importante la forma en que se lo nombra, teniendo en cuenta las particularidades del caso, comunicando al paciente qué se espera de él, y posteriormente interpretando sus efectos.

El medicamento es inseparable de su acción subjetiva, por lo tanto, el tratamiento de un paciente por salud mental no se puede dividir. La medicación es parte del tratamiento psicológico, así como sus consecuencias subjetivas forman parte del tratamiento psiquiátrico. Es necesaria la conversación entre psiquiatría y psicología para aportar tanto sobre los objetivos y efectos de la medicación, como con relación a la dirección del tratamiento.

Finalizando

En la actualidad encontramos que con frecuencia la prescripción de psicofármacos es realizada de manera automática, por protocolo, y muchas veces como primera intervención ante respuestas habituales de la vida como la angustia o la tristeza. En estos casos podemos decir que la utilización del medicamento iría en la dirección que el mercado espera de nosotros, cumpliendo la función de intentar eliminar el malestar, y obturando la pregunta del sujeto sobre su responsabilidad en lo que le sucede.

A esto podemos oponer otra forma de considerarlo: como una herramienta a la que se puede recurrir en algunos casos, a partir de la escucha del malestar singular del sujeto. Utilizarlo como un recurso en el marco del tratamiento a través de la palabra, no como un tratamiento aislado que produciría únicamente efectos químicos. Apostando a la construcción de un saber que el sujeto podrá hacer con relación a su malestar. Una ayuda para hacer hablar al síntoma, en lugar de hacerlo callar.

Dr. Guillermo Rodríguez

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