Volumen 1
Cuentos y leyendas de Perquín y Nahuaterique Publicado por: Fundación para el Desarrollo Educativo Morazán en Acción FUNDEMAC. Colaboración: Estudiantes de tercer ciclo y bachillerato del Complejo Educativo, Rancho Quemado (Perquín, Morazán. El Salvador). Con el apoyo de: Ayuda en Acción. Texto y edición: Equipo de FUNDEMAC. Yolani Romero (consultora externa). Diseño e impresión: Luis Cabrera (Diseñador gráfico). Ilustración: Aracely Cabrera. Versión: Abril de 2016.
® Prohibida su reproducción Total o Parcial sin autorización de FUNDEMAC.
ÍNDICE Prólogo
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Cuentos y leyendas Mazula
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Sucia-Ciguanaba-Descarnada
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Pero que no pase a más
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Los guacalitos de oro
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Tío Conejo se moría de sed
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Tío Conejo y la luna de queso
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Tío Coyote y Tío Conejo comiendo zapotes
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El rodillón de Tío Conejo
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Tío Conejo y la raja de leña
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Tío Conejo y la piedra
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El caballero
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El tocador y el chorro
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Cerro El Volcancillo
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La Llorona
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El duende Cipitío
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Cueva Cukinka
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La zorra y los zorritos
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El novio penoso
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El pobre, el hacha y el gallo
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La garza y su noviazgo
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Juan Haragán
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La mujer coyota
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El compadre rico y el compadre pobre
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El Señor Jesús y su discípulo
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La princesa “Soy Fuego”
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Gustos entre los gustos y los diez cabales
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Pedro, San Pedro y el Señor
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El esperanzano
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Un león viejo imposibilitado para la caza
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Raspadito
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La ceguera de mentiras
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Mi abuelo
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La única tortilla
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Tabajiote
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María pan bueno
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Un rey “construyendo un barco”
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La leyenda de Serapio
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El cadejo
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La hija de la perra
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La muerte del brujo de Nahuaterique
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Cuentos cortos y picarescos El padre
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La visita de la muerte
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Las historias de Rogelio
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El mujeriego
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Pequeñas escenas de la vida antigua El tercio de leña y los noviazgos
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La seña de la saliva
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El respeto
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Los viajes de antaño
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Las personas que más terreno han tenido en Perquín y cómo los obtuvieron
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Leones
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PRÓLOGO La tradición oral es una riqueza que además de unir a los pueblos, refuerza su identidad y el cariño por la tierra donde se nace. En el oriental departamento salvadoreño de Morazán, como en cualquier sitio del mundo, la gente ha tejido cuentos, leyendas y anécdotas con la consabida mezcla de realidad e imaginación; relatos que han pasado de generación en generación, avivando conversaciones, recuerdos y el apego a este terruño. Con todo aprecio y respeto a sus habitantes, en la Fundación para el Desarrollo Educativo Morazán en Acción (FUNDEMAC), hemos recopilado narraciones compartidas por vecinos y vecinas del cantón Rancho Quemado (Perquín, Morazán) y Nahuaterique (territorio delimitado, hoy jurisdicción hondureña) con el deseo de preservar esta riqueza cultural para que los nuevos hombres y mujeres que pueblen estos lares, recuerden el pasado que les hermana e identifica. Esperamos también que esta compilación sea un bonito recuerdo para que quienes han paseado por este territorio, rememoren rostros, lugares y momentos agradables aquí vividos. Hablar de Morazán es hablar de bellos parajes colmados de naturaleza, de la entereza y el coraje de sus habitantes frente a momentos adversos, como el vivido en la década de los 80 del siglo pasado, cuando esta zona fue uno de los escenarios más cruentos del conflicto armado que vivió el país. Tras el dolor de aquellos años, la vida se abre paso ante el empuje de estas gentes que se aferran cada día a sus ansias de seguir siempre hacia adelante, un anhelo que compartimos y acompañamos en FUNDEMAC desde hace muchos años; tiempo en el que no ha cesado nuestro trabajo para que los niños y las niñas de Morazán tengan acceso a una educación de calidad que les brinde mejores oportunidades en el futuro. Estas páginas recogen cuentos, leyendas y anécdotas aderezadas por decires y recuerdos de campesinos y campesinas; historias enmarcadas -principalmente- en la campiña salvadoreña, llenas de nocturnidad, lloros, escalofríos, risas y picardías, una combinación que seguramente disfrutará y le hará transportarse a tiempos pasados. Esperamos que estas letras sirvan para sumarse a las iniciativas que buscan la integración centroamericana y se convierta en un recurso bibliográfico de nuestra cultura para que pueda ser disfrutado por la comunidad salvadoreña viviendo tanto dentro como fuera del país. Reiteramos nuestro deseo de que estos relatos sean un aporte más para conservar la memoria, la identidad y la cultura de Morazán, además de un sencillo acto de retribución y agradecimiento para quienes han compartido junto a FUNDEMAC alegrías, afanes y, sobre todo, su esfuerzo para alcanzar una vida mejor. Agustín Fernández Presidente Junta Directiva FUNDEMAC
“La cultura es el ejercicio profundo de la identidad”. Julio Cortázar.
Mazula
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era un pequeño cimiento de la supuesta casa que construía aquel hombre al que todos imaginaban, pero nunca nadie había visto.
Con el misterio llegaron las especulaciones, la gente comenzó a creer que el cerro estaba encantado y Mazula era un duende que se convertía en pájaro durante el día. Ante la duda, un grupo de valientes se acercó todo lo que pudo al lugar de donde provenían los ruidos nocturnos y lo único que escucharon fueron mugidos y pasos de personas que cesaban cada vez que ellos se acercaban; a la vista lo único que había
Los habitantes están ahora más aliviados, mas no son pocos los que creen que Mazula pudo haber hecho rico a Nahuaterique, pues aseguran que bajo el cerro Audencia hay metales preciosos que quedan a la vista cuando en el suelo aparecen piedritas de oro y otras de color rojizo; además, es una tierra fértil en la que se obtiene cosecha abundante de maíz. Ante esa abundancia de la tierra salta una duda: quizás el ruidoso trabajo de Mazula en la oscurana era para buscar oro y no para construir una casa, como todos pensaban.
rropado por la oscuridad de la noche de Nahuaterique, Mazula construía afanosamente su casa en la punta del cerro que llevaba el nombre de su mujer: Audencia. Poco a poco el cerro crecía sin ninguna explicación. Cada noche era lo mismo, los vecinos escuchaban a lo lejos martilleos, ruidos de carreteras que iban y venían cargando piedras; palas y piochas que rompían la tierra; gallinas, burros, gallos y jolotes, lo extraño es que al amanecer no veían nada, solo pisadas en el monte.
El temor creció entre los vecinos, y para que aquello no pasara a más llamaron a un sacerdote que vino desde San Miguel para bendecir el cerro y plantar una cruz. El cerro no creció más, y Mazula con Audencia prefirieron irse a fundar la ciudad de San Pedro Sula.
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Sucia Ciguanaba Descarnada
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uchos enamorados y amigos del trago han caído en las redes de una mujer en apariencia hermosa. Aparece siempre por las noches, en especial en aquellas que hace luna llena; camina solitaria en el campo abierto y a veces se aparece bajo algún árbol, lavando en una quebrada o caminando por su orilla. Se trata de la Sucia o Ciguanaba, la misma que para engatusar a los hombres se hace pasar por sus novias mientras van camino a visitarlas. Con engaños y besos los va llevando hasta el río mientras oculta su cara bajo su larga melena; de repente, cuando ellos se acercan, comienza a reír a carcajadas, descubre sus grandes pechos y su cara desfigurada. Le crecen las uñas y pregunta a los hombres “¿querés teta?”, “acá está tu teta”, dice entre risotadas, ofreciendo y lanzando los pechos sobre su espalda. Cuando los enamorados han caído bajo su embrujo se les eriza la piel y algunos quedan paralizados, aturdidos; otros pierden el rumbo o echan a correr despavoridos por los montes. Los que tienen la suerte de llegar a sus casas, entran muertos de miedo, con los nervios de punta sin poder pronunciar una palabra, es necesario buscar una cura para volverlos a la normalidad. Los que se llevan la peor parte enloquecen o son arrastrados por ella río abajo. Dicen que para contrarrestar su embrujo hay que hablarle de la Virgen María.
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En las ciudades, la mujer aparece siempre bonita en las carreteras, pide a los automovilistas que la acerquen a algún lugar, y cuando ellos aceptan y tratan de enamorarla; la mujer cubre siempre su cara, pero cuando está bien cerca de los conductores, se gira para mostrarles su cráneo ensangrentado, por eso es que la llaman también “la Descarnada”.
Pero que no pase a más
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na anciana vivía sola en su casa y nunca daba posada a nadie aunque se lo pidieran entre lágrimas. Un hombre joven se propuso convencerla para que le diera posada y esperó a que llegara una tarde que anunciaba tormenta. Cuando todo estaba oscuro, tocó desesperadamente la puerta de la casa de la anciana hasta que logró que ella saliera. Le suplicó que le diera posada porque se aproximaba una tormenta muy fuerte. La señora se negó reiteradamente y le propuso caminar un poco más hasta llegar a las casas que estaban más adelante en el camino, “ahí te darán posada”, le aseguró. Ella temía que se tratara de un pícaro o un delincuente. El hombre dijo que no podía seguir porque la lluvia estaba por caer y un problema en su pierna le impedía caminar de prisa. Después de tanto insistir, la señora accedió a que se quedara en el patio de su casa, mientras ella entró y se encerró. Cuando la lluvia por fin cayó con toda su fuerza, el viento mojó todo y los chanchos de la señora también se protegieron del agua en el mismo corredor, pronto se hizo un charco y el hombre tocó y tocó nuevamente la puerta para que la señora lo dejara pasar. “Déjeme pasar por favor, se ha hecho un gran charco y ahí están los chanchos”, decía desesperado; finalmente la anciana cedió y lo dejó entrar a la casa para que se acomodara en el suelo. “Permítame dormir aunque sea en la orillita de la cama”, le insistía a la temerosa señora, que se negó repetidamente, él gritaba por el frío y ella por fin accedió diciendo “pero que no pase a más”.
Estando en la orilla de la cama, el huésped seguía quejándose por el frío y poco a poco se acercaba cada vez más a la señora. “Sos un pícaro, sos un pícaro” decía ella, pero para entonces ya lo tenía encima. Con resignación y tratando de poner un poco de distancia ella insistía diciendo “pero que no pase a más, ji ji ji, pero que no pase a más”.
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Los guacalitos de oro
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on Victoriano Pereira tenía un terreno muy grande en el que además de su casa construyó una laguna en la que permitía que sus vecinos se bañaran. Cada día, al terminar las clases, los niños y las niñas corrían a bañar en la laguna, se tiraban de panza y pasaban grandes momentos. Se corrió la voz de que la laguna estaba encantada y que en ella aparecía la ciguanaba; no obstante, la gente no dejó de llegar, atraída por el baño y
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los guacalitos de oro con los que muchos decían haber tropezado y visto que se hundían de nuevo. Grandes y chicos se tiraban de panza sobre el chorro de agua del que aparentemente brotaban los guacalitos, sin tener ningún resultado. Los más viejos del pueblo recuerdan que cuando eran niños veían flotar los guacalitos de oro, pero era una ilusión que se desvanecía pronto, pues mucha gente se lanzaba a la poza queriendo tomar uno y nadie lo logró. De aquella laguna también salían ruidos por las noches y los vecinos los atribuían a los espantos que moran en las quebradas. Ahora eso ya no es tan frecuente, pero varios moradores recuerdan que una vez intentaron drenar toda el agua de la laguna, y eso no ocurrió a pesar de su pequeño tamaño; al contrario, el agua corría sin cesar porque en el lecho de aquella poza fluía abundantemente un río cercano, el mismo que pudo arrastrar hasta sus confines los codiciados guacalitos de oro.
Tío Conejo se moría de sed
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staba un día Tío Conejo con mucha sed y a pesar de que tenía cerca un pozo no podía ir porque ahí estaba Tío Coyote esperando para comérselo. Desesperado por conseguir agua para saciar su sed, Tío Conejo comenzó a caminar por el monte y se encontró a un hombre que recogía sus colmenas y llevaba atado a su cintura un tecomate. Tío Conejo planeó cómo hacer para romper el tecomate y disfrutar del agua que él creía que estaba dentro. Decidido, consiguió una piedra con la que golpeó la base de aquel depósito, pero su mala suerte fue tal que de él no salió agua, si no miel con la que se untó todos los dedos. Con la miel escurriéndole por las manos, Tío Conejo empezó a rodar por el monte hasta untar todo su cuerpo con el dulce líquido y las hojas que se le iban pegando. Al final no pudo más y llegó hasta el pozo en el que estaba Tío Coyote, quien le preguntó cómo se llamaba y Tío Conejo respondió: “Yo, Hurasquín del Monte”. “Si ves un conejo que acaba de pasar para abajo, dile que puede venir a tomar agua aquí, y tú también tienes permiso”, dijo sospechosamente Tío Coyote. Mientras tanto, el colmenero se asombró al ver su tecomate vacío y quebrado de la base; el Tío Conejo se le acercó arrepentido y confesó que él había hecho eso para evitar que Tío Coyote se lo comiera.
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Tío Conejo y la luna de queso
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na gran luna llena se reflejaba en el fondo del pozo que miraba absorto Tío Conejo, él había prometido darle a Tío Coyote un queso para que se lo comiera, como había intentado en ocasiones anteriores. Astutamente, Tío Conejo dijo a Tío Coyote que debía beber toda el agua para poder obtener el queso que estaba en el pozo, y Tío Coyote aceptó el reto, bebió y bebió agua y cuando por fin la terminó toda comenzó a salirse por su trasero. Preocupado, Tío Coyote pidió auxilio a Tío Conejo, quien corrió a una planta de chichicaste para cortar un poco y ponérselo como tapón. Tío Coyote estaba enfurecido y gritaba que se le salía el agua. Frente a él, el conejo reía porque por fin se vengaba de Tío Coyote que hacía unos días lo había amenazado con comérselo.
Tío Coyote y Tío Conejo comiendo zapotes
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n lo alto de un árbol, Tío Conejo saboreaba unos zapotes maduros y dulces, pero al rato apareció Tío Coyote hambriento, pidiéndole que bajara para comérselo. Tío Conejo, muerto de miedo, pensó rápidamente qué podía hacer para salvar su pellejo y le propuso un trato: darle los zapotes más ricos y maduros del árbol, y si aun así quería comérselo, él bajaría. Tío Coyote aceptó y esperó con ansias el primer zapote.
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“Abrí bien la boca que va el primero”, gritó desde lo alto el conejo, y lanzó el primer zapote directo a la boca de Tío Coyote que quedó encantado con el dulce sabor. Cuando tocaba tirar el segundo zapote, Tío Conejo eligió uno que aún no estaba maduro y lo dejó caer con gran fuerza. Al instante se escucharon los gritos de Tío Coyote porque el zapote le había quebrado los dientes. El pícaro conejo bajó a toda velocidad del árbol y huyó burlándose de Tío Coyote al que le decía “¡adiós Tío Coyote dientes quebrados!”.
Días después ambos volvieron a encontrarse y Tío Coyote dijo a Tío Conejo que esta vez se lo comería. Nuevamente el conejo ideó un plan y le dijo que en lugar de comérselo a él, se comiera la gallinita asada que estaba esperando que le trajeran, pero debían de cambiar de lugar y Tío Coyote debía meterse en el bolso grande de cuero en el que tenían atrapado al conejo para comérselo.
El Coyote no lo pensó dos veces y se metió al bolso a la espera de la comida prometida, al poco tiempo llegó la dueña de la casa y él pensó que finalmente venía su gallinita, pero lo que recibió fue un acertado puyón con un espetón caliente. Así, por segunda vez, el conejo hizo caer en la trampa a Tío Coyote que quedó esta vez sin gallina y quemado.
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El rodillón de Tío Conejo
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ndaba Tío Conejo un día por el bosque y encontró una cueva sola que era de otro animal, se fue hasta el fondo y se acostó tranquilamente. Cerca de ahí pasó el león y llegó hasta el frente de la cueva, metió una de sus patas para ver qué había dentro; su sorpresa fue cuando al tocar algo, una fuerte voz preguntó: “¿quién me toca el rodillón?”. El del vozarrón no era nadie más que el ingenioso conejo, haciendo creer que al interior de la cueva había un animal grande de temer. Esa fue precisamente la reacción del león que al escuchar aquella gran voz, se asustó y dijo: “mejor me voy, si esa es solo la rodilla cómo será el resto del cuerpo”. Espantado, no esperó más y se alejó de la cueva con miedo.
Tío Conejo y la raja de leña
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staba un día Tío Conejo cortando leña con un hacha, cuando apareció Tío Coyote con hambre y ganas de comérselo. El siempre astuto Tío Conejo captó sus intenciones desde el primer momento y comenzó a urdir un plan para esquivarlo como fuera. Tío Coyote le dijo al conejo que le prestara el hacha para ayudarle a cortar la leña, pero éste le respondió que se la daba si a cambio metía las manos en el corte que había hecho con el hacha.
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Lo mismo le ocurrió al tigre cuando se acercó e intentó averiguar qué había al interior de aquella caverna. De esa forma, el listo de Tío Conejo logró salvarse de grandes fieras que podían haberlo devorado.
Como tenía mucha hambre, Tío Coyote no lo pensó mucho y metió las manos, pero al instante las sintió atadas y no podía soltarse por más que lo intentaba. Rápidamente se desesperó y quedó en evidencia cuando dijo a Tío Conejo que no se lo comería, pero que lo soltara ya.
Después de tantos ruegos, Tío Conejo accedió y le pidió que pusiera las manos para soltárselas. Al quedar libre, Tío Coyote salió corriendo y prometió que no volvería a molestar más a Tío Conejo.
Tío Conejo y la piedra
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ío Conejo tenía varios días de andar huyendo de Tío Coyote para que no se lo comiera, pero un día por fin ambos se juntaron. Tío Conejo estaba sosteniendo una piedra con sus dos patas delanteras. “Hoy sí, este será el día que te comeré”, le dijo Tío Coyote al conejo, pero él contestó que si dejaba caer esa piedra, el mundo se caería, así que sería mejor que lo ayudara a sostenerla y se lo comiera después si quería.
A regañadientes, Tío Coyote tomó la piedra y Tío Conejo se la puso sobre el hombro, hizo como que iba a buscar algo para sostenerla, pero después se metió un poco en el bosque y se fue, así quedó Tío Coyote sosteniendo la piedra hasta este día.
El Caballero
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or los caminos de Perquín y San Francisco Gotera, cuando la noche lo abarca todo, sale sobre su caballo este misterioso caballero. No son pocos los que dicen haberlo encontrado e incluso saludado sin que él devolviera el saludo. Entre las diez de la noche y la medianoche, el caballero recorre sin prisa los caminos de tierra entre los pueblos o las empedradas calles céntricas. Algunos, solo escuchan el paso del caballo y se preguntan “¿quién será el que pasea tan noche?”, otros lo han confundido con algún conocido e incluso lo han visto y saludado sin que él pronuncie una palabra, no falta quien asegura que se trata de un hombre sin cabeza. Vestido finamente de negro, el caballero va sobre lujosa montura a lomos de su caballo blanco. Cuentan, quienes lo han cruzado en su camino, que al acercarse a él han sentido los pies y la cabeza pesada.
Que vaya por las calles a tan altas horas de la noche no es señal de cosa buena, dicen las personas que lo han visto, y los que no, aseguran que si llegaran a encontrárselo, seguramente sentirían miedo.
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El tocador y el chorro
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adie lo ve, pero toda la gente lo escucha cuando llega a un lugar. El característico “toc, toc, toc”, con suavidad, sobre una superficie anuncia la llegada de “el tocador”; pero su presencia también es temida porque cada vez que llega y toca cualquier parte (una pared, una puerta) es para anunciar que morirá una persona cercana o alguien que vive en la zona. Este espíritu travieso busca llamar la atención y hay gente que cuenta cómo de repente se apagan y encienden las luces de sus vehículos por la noche. Quienes lo “conocen” ya saben que se trata de él y no se asustan, pero una persona que no está familiarizada con él, tiene miedo y hasta puede llegar a enfermar. “El tocador” llega siempre de noche y su mal presagio es bien conocido por todas las personas en los sitios que visita. Hay quienes dicen saber de su existencia desde que tienen uso de razón, y por eso ya no los asusta, lo que siempre los deja pensando y pensando es su ya reconocido e inquietante “toc, toc, toc”. Algo parecido pasa con “el chorro”, esa caída de agua que se oye fuerte pocos momentos antes de que inicie o cese la lluvia; después se queda un largo rato en silencio. Nadie va hasta el lugar donde cae porque estar ahí produce una sensación fea, parece un lugar encantado que sobrecoge. Su caída es también presagio de temporal o de sequía.
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Cerro El Volcancillo
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n este cerro encantado de Perquín dicen que aparece la ciguanaba, el Cipitío o el cadejo negro, y cuando eso ocurre se escuchan ruidos de huesitos de esqueleto o de botellas, pero no se ve nada. A veces, cuando estos personajes aparecen, la gente pierde el camino. El Volcancillo también tiene fama de ser un lugar rico donde aparecen pepitas de oro, pues según cuentan los habitantes de los lugares aledaños, hace mucho tiempo ahí había una mata de oro que cada año cortaba una familia diferente.
Aquella fue una buena época en que no había envidia, egoísmo ni ambición; se vivía en paz y todo se compartía. Fue en ese tiempo que el cerro paró de crecer tras el conjuro de un sacerdote, y se quedó en los 80 metros de altura que conserva hasta ahora. Cuentan que la tierra de El Volcancillo es muy fértil y que desde un lugar lejano antes se veía ganado pastando, pero al llegar a la planicie no había huellas o seña alguna de los animales, algo que intrigaba mucho a la gente. Años después, tres hermanos tomaron para sí el cerro, lo dividieron en tres partes iguales y cada uno puso sus límites.
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La llorona
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na brisa suave recorre los nocturnos campos de Marcala. Es “la llorona” que va penando la falta de su pequeño hijo, su alma no se resigna a tal pérdida y vaga cada noche en busca de su niño. Cuando se acerca la medianoche, esta antigua y hermosa mujer, vaga por los bosques en los que hace mucho tiempo fue sumamente feliz; ahora solo queda en ella un dolor que la consume sin descanso.
En la oscuridad, desde el resguardo de sus casas, la gente reconoce bien aquel desgarrador llanto. Aunque nunca la han visto, el lloro de la mujer estremece, eriza la piel y da miedo; es entonces cuando muchos rezan una oración contra los malos espíritus. Afuera puede soplar un viento suave o uno fuerte, como de remolino, es señal que “la llorona” va desconsolada en busca de su hijo.
El duende Cipitío
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namorado hasta la médula, así es el Cipitío, un duende que pierde la cabeza por las mujeres solteras y bonitas. Cuando pone el ojo en una de ellas, no la deja en paz hasta que logra enamorarla.
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Con música, flores y piedritas que les lanza mientras lavan o hacen otra tarea, el Cipitío comienza a acercarse a la que le ha robado el corazón; al principio algunas se asustan, pero al final logra enamorarlas con las dulces melodías que interpreta con diferentes instrumentos musicales que toca hábilmente. Este duende errante gusta de aparecerse a las muchachas bonitas en pozos y lagunas, es pequeño, gordito y barrigón, y siempre cubre su cabeza con un gran sombrero. Unos dicen que es hijo de “la llorona” o de “la Ciguanaba”.
Una vez, el Cipitío se enamoró de una muchacha y la hostigó tanto que el papá de ella, decidió con su mujer que se irían de ese lugar para que dejara de perseguirla, pues a todos lados donde iba la joven, iba adelante de ella. El día que decidieron marcharse, la familia de la muchacha tomó todas sus pertenencias, pero a medio camino el papá preocupado preguntó por los petates, y unos pasos más adelante el Cipitío contestó: “aquí los llevo yo”. Otros dicen que el Cipitío tiene los pies al revés y que le gusta trenzar las colas de los caballos o adornarlas con flores.
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Cueva Cukinka
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erca de la comunidad Los Patios está una laja alta que al fondo tiene una poza de agua donde casi se forma una cueva. Al caer tres gotas seguidas suenan: “cu-kin-ka” y eso ha dado el nombre al lugar. Otro fenómeno llama la atención en ese sitio, y es que al fondo de la poza está un montoncito de piedras bien ordenadas, las personas lo desarman, pero al darse la vuelta, vuelven a estar amontonadas, como si no hubiese pasado nada. Hay gente que teme acercarse a la Cukinka, no por estos pequeños fenómenos, si no por sucesos como la muerte de un señor que un día quiso secar la poza y tras cavar una pequeña zanja, falleció esa misma noche por una fuerte fiebre. Otros cuentan que a esa cueva llevan también hombres “pactados”, los cuales son guiados hasta el fondo del lugar por un acompañante que los “entrega” a una voz que asiente desde la profundidad. Algunos “pactados” han logrado escapar pero lo pagan caro, pues si no mueren, enferman gravemente.
La zorra y los zorritos
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amá zorra tenía cuatro zorritos y debía salir a trabajar para ganar el alimento de todos. Preocupada por no tener con quién dejar a los zorritos, contrató a Tío Conejo para que los cuidara durante el día. El nuevo empleado era muy hacendoso, tenía todo limpio y ordenado, y a los zorritos bien alimentados. Cuando al final del día regresaba la
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zorra, siempre preguntaba al conejo si los zorritos habían comido y éste respondía que sí. Un día se le ocurrió a Tío Conejo matar un zorrito para hacerlo en sopa. Por la tarde, cuando regresó la zorra, preguntó nuevamente si los zorritos habían comido y el conejo respondió afirmativamente, incluso agregó que quizás no iban a querer que ella los amamantara porque ya estaban llenos. Después, el conejo preguntó a la zorra si quería tomar sopita de gallina que había hecho, y ella respondió que sí; al finalizar dijo “está sabrosa” y pidió que le llevara a los zorritos para amamantarlos. El conejo llevó a los tres zorritos
y todos mamaron, pero cuando tocaba llevar al cuarto, llevo de nuevo al primero y ya no quiso mamar. Al día siguiente el conejo hizo lo mismo, preparó otra sopa con el segundo zorrito, la ofreció como sopa de gallina a la zorra al final del día, ésta comió y amamantó de nuevo a los zorritos. En ese son, el conejo mató a los cuatro zorritos, y cuando no tuvo ninguno para llevar a la zorra cuando ella los pidió para amamantarlos, Tío Conejo le confesó que ella se los había comido en sopa y ni cuenta se había dado. La zorra enfurecida se abalanzó sobre el conejo que corrió despavorido.
El novio penoso
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ste era un joven tan tímido que no tenía valor para hablarle a la muchacha de la que estaba enamorado. Varias veces tomó coraje para expresarle sus sentimientos, y se dirigía a la casa de ella, pero al estar cerca la timidez volvía y no podía pronunciar una palabra. Así pasaba aquel pobre muchacho: cada día iba a la casa de su enamorada, la veía y se regresaba sin decir ni pío. El padre de la joven se dio cuenta de lo que ocurría e invitó al muchacho a almorzar un día a su casa. Cuando ese día llegó el novio llevó, para la ocasión, un bonito sombrero. Sentados a la mesa, el enamorado fue nuevamente presa de su timidez y tuvo la alocada idea de esconder su comida debajo del sombrero, ahí metió las tortillas calientes y algo de carne frita; de repente una mezcla de sudor y manteca bajaba desde su cabeza hasta la barbilla. “Qué calor hace, ¿está caliente verdad?” decía, y el padre de la novia respondía que sí. Después de aguantar con el mejor talante que pudo, el novio finalmente se despidió. Ya estaba por terminar aquel suplicio para él cuando al salir
de la casa, trabó su sombrero en un alambre que estaba en el patio y todas las tortillas cayeron al piso. Fue tal la vergüenza de aquel joven penoso, que echó a correr sin atender los gritos del padre de la muchacha que lo llamaba para darle el sombrero.
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El pobre, El hacha y El gallo
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n forastero pasó por un pueblo y pidió posada a una señora. Cuando entró a la casa vio un hacha que le gustó mucho y pensó en llevársela a la mañana siguiente cuando se fuera. La señora lo atendió muy bien, y por la noche el hombre le dijo que se iría temprano. Dicho y hecho, a la mañana siguiente, cuando la señora preguntó por él, ya se había ido y el hacha tampoco estaba. Siguió el forastero su camino y llegó a otro sitio al día siguiente. Pediré posada en la primera casa que vea aquí, dijo. Al llegar al pueblo, encontró la
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casa de otra señora que amablemente le sirvió comida y lo atendió a cuerpo de rey. Al mirar por la casa, el hombre pícaro le echó el ojo a un gallo elegante y dijo en su mente: “ese me lo llevo cuando me vaya”. Por la noche, agradeció a la señora sus atenciones y le dijo que saldría bien temprano por la mañana para seguir su camino. “Se irá cuando cante el primer gallo”, le dijo ella, y él respondió: “cantará cuando ya vaya en el camino”. Efectivamente, el gallo cantó cuando iba en el camino porque se lo robó.
La garza y su noviazgo
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ndaba la garza muy contenta de ser la novia del Tío Tigre hasta que un día conoció al Tío Conejo en una tienda y comenzó a hablar con él. Ella le preguntó si vivía ahí y el conejo respondió que no, pero le contó que tenía muchas posesiones, entre ellas una mula y una bestia. La garza curiosa preguntó cómo era esa bestia y él dijo: como el tigre, pero si usted se casa conmigo, vengo montado en ella.
Cuando por fin logró librarse del tramposo conejo, el tigre lo persiguió de nuevo para vengarse, pero rápidamente se escondió tras el esqueleto de un venado. El tigre se acercó a los huesos y preguntó “¿por qué terminaste así?”. Ni lento ni perezoso, el conejo fingió la voz y respondió: “por una maldición del conejo”. El tigre salió corriendo sin querer saber más de su ya ex novia y del conejo bribón.
Más tarde, el tigre encontró a la garza muy cambiada, y finalmente terminó sabiendo que se debía a que ya se había hecho novia del conejo. El tigre, encachimbado, salió corriendo en busca del conejo para reclamarle por haberle robado a la novia, y cuando por fin lo encontró le dijo que se lo comería, pero el conejo se escondió en una mata de pitahaya, aprovechando lo escabroso del terreno. Con su característica sagacidad, el conejo le dijo al tigre que venía de un combate y le hizo una propuesta: que se lo comiera en la planicie; pero, mientras tanto, le pidió que llevara sobre su lomo y cuando se cansara lo llevaría él. Cuando por fin llegaron a la parte plana de aquel sitio, Tío Conejo le pidió tiempo al tigre para una diligencia y salió corriendo donde Tía Araña para que le prestara los frenos, la cincha y las espuelas. Cuando se vieron nuevamente, el conejo subió a lomos del tigre, y éste extrañado le preguntaba para qué se había puesto la cincha, los frenos y las espuelas, y el conejo contestó que eran adornos. Cuando lo puyaba con las espuelas el tigre se dio cuenta para qué eran realmente aquellas espuelas. Luego llegaron frente a la garza, quien se convenció de que el conejo realmente tenía una bestia como le había contado.
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Juan haragán1 La mujer coyota
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uando el amor no entiende de razones, hombres como Juan Haragán salen bien librados. Este joven ocioso se enamoró nada más y nada menos que de una princesa, pero el rey temía que su hija se quedara con un hombre tan holgazán. El temor del rey no era infundado, su hija en realidad estaba enamorada del joven sin oficio y rogaba a su padre que le diera una oportunidad para que su enamorado demostrara cuánto la quería. Después de tanta súplica, Dios escuchó a la enamorada princesa y una mañana se escuchó un repique fuerte de campanas. El rey extrañado tuvo un agradable y extraño presentimiento que acertó: el que repicaba arrebatadamente las campanas era Juan Haragán, era la señal de amor que estaban esperando, y lo que le valió para casarse con la princesa y quedarse a vivir en el palacio.
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a historia de la coyota es un poco confusa, mientras algunos aseguran que se trataba de una empleada doméstica que se convertía en coyota por las noches, otros creen que era una madre soltera que por las noches se volvía coyota para buscar comida para sus hijos, pues se vivía una crisis muy grave. En lo que todos coinciden es que esa mujer se dedicaba a la brujería, y esas son personas que vacían su alma en un huacal. Cuentan que una noche, un señor encontró un huacal con un líquido espeso, y aquello no era más que el alma de la coyota, quien durante el día era mujer, pero al llegar la noche se convertía en coyota. Para regresar a su forma humana, la coyota debía ir cada mañana a beber del huacal donde había vaciado su alma, pero ya no pudo hacer eso y quedó atrapada en el cuerpo del animal. Dicen las personas que cuando dejan sus casas solas, le piden a la coyota que cuide sus animales y pertenencias, y que ella entiende bien porque como mujer que fue, sabe bien las preocupaciones de los y las habitantes por conservar sus bienes.
1 Este cuento puede ser un relato que ha llegado hasta el territorio y no es propio de él, pero es adoptado por los y las habitantes como tal, ya que se cuenta en diversos espacios a los niños y las niñas.
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El compadre rico y el compadre pobre
L
legó el compadre pobre a visitar al compadre rico y éste le regaló un chancho para que lo engordaran, vendieran y luego le compraran ropa a los niños y a las niñas, a quienes el compadre rico apadrinaba. El compadre pobre regresó feliz con el cerdo y contó a sus hijos que el padrino lo mandaba a regalar, pero debían engordarlo para venderlo bien y comprar ropa. Los niños iban con una matata por todas partes buscando frutas para el animal que felizmente comía lo que le daban. Después de un tiempo el chancho se puso grandísimo y gordo. Llegó el compadre rico a visitar al pobre y preguntó por el cerdo que le había regalado a sus ahijados. El compadre pobre fue a mostrarle lo grande y bien alimentado que estaba, y entonces el compadre rico y codicioso le dijo que ninguno de sus cerdos estaba así de gordo y mejor se llevaría ese.
El compadre pobre se molestó y le recordó al rico que había regalado el animal a sus hijos para que lo vendieran y compraran ropa, no para que lo engordaran y se lo devolvieran; aun así, el compadre rico insistía en llevarse al cerdo, pero cuando el pobre se negó lo amenazó con denunciarlo. Pocos días después del incidente, llegó a la casa del compadre pobre una cita del juez por la denuncia que había puesto en su contra el compadre rico. Resignado, el pobrecito pidió a su mujer que le preparara algo de comer, pues el juzgado estaba a un día de camino. La mujer preparó un montón de tortillas y puso una cebolla a su marido para ir a atender la cita del juez. Cuando llegó a un pueblo pidió posada y se encontró con que su compadre rico también ya había adelantado camino y se hospedaba en el mismo lugar con otro hombre rico. A ambos los trataban a cuerpo de rey, y al pobre apenas lo dejaron que se quedara en el corredor. Cuando llegó la hora de comer, los ricos saboreaban deliciosos platos y el pobre sacó su rimero de tortillas, la cebolla y empezó a comer. El fuerte olor de la cebolla llegó hasta donde estaba la esposa embarazada del segundo hombre rico, y se le antojó comerla.
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Todo el mundo en la posada empezó a buscar de dónde provenía el olor a la cebolla, hasta que dieron con el compadre pobre cuando ya se la había terminado. El deseo de la mujer por comer cebolla no cesaba, y pidió que le dieran aunque sea el mantel en el que estaba envuelta, para comerse una tortilla con el olor de la cebolla. Aquella situación fue tan extrema que al no consumar su deseo, la mujer terminó perdiendo al hijo que esperaba. El compadre pobre, apenado, aseguraba que si tuviese otra cebolla con gusto se la habría dado, pero solo tenía esa que recién se había comido. Furioso por la pérdida de su mujer, el segundo hombre rico dijo que también demandaría al compadre pobre por haber provocado esta situación. Triste y ya con dos denuncias a cuestas, el pobrecito siguió su camino para llegar a tiempo a la cita con el juez; delante de él iban su compadre rico y el otro hombre acaudalado que también lo denunciaría. Andando, andando, los dos hombres ricos encontraron a un hombre desesperado por sacar del lodo a su burra; ellos solo vieron, pero no quisieron ayudarle para no ensuciar sus ropas, y le dijeron que atrás de ellos venía otro que le ayudaría. Cuando el compadre pobre llegó donde estaba el hombre con la burra, puso a un lado su maleta y decidió ayudarlo, así mientras el pobrecito tiraba de la cola, el otro halaba el cabestro. Era tal la fuerza con que jaloneaban al animal, que el compadre pobre terminó cortándole la cola, y el dueño -muy enojado- dijo que también lo denunciaría. “¿Cómo voy a hacer con tres denuncias?”, se preguntaba el compadre pobre al ir caminando. De repente, vio unos acantilados y tomó la decisión de lanzarse al vacío para acabar de una vez con su vida y con el problema de las dichosas denuncias. Tanta fue la mala suerte que al tirarse
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cayó sobre un par de hermanos que pescaban en su pequeña barca, y mató sobre el que cayó con más fuerza. El pescador que sobrevivió sintió dolor, pero también un gran enojo por la muerte de su hermano, y al igual que los tres hombres anteriores, amenazó con denunciar al compadre pobre a pesar de sus insistentes pedidos de disculpa. Cuando por fin llegó ante el juez, el compadre pobre estaba afligido, pero le explicó lo sucedido en el caso del chancho. Al terminar, el juez determinó que como el compadre rico le dio el chancho al compadre pobre y éste lo crió con su familia, el rico debía pagarle cien pesos por la crianza del animal, y después podía ir a traerlo. Fue así como el compadre pobre recibió los cien pesos por el cerdo en disputa. Luego de escuchar lo ocurrido con la cebolla que ocasionó el antojo y el aborto de la mujer del segundo hombre rico, el juez preguntó al denunciante qué era lo que quería y él respondió que a su mujer embarazada como estaba. En el caso de la burra, el dueño pidió que se la devolviera con cola; mientras que el hermano del pescador muerto pidió que se pusiera una por otra. Haciéndole guiños de complicidad al compadre pobre, el juez dijo que el hombre rico debía darle su mujer al pobrecito, y si no, tendría que pagarle cien pesos. “Y vos -dijo al pescador-te vas a tirar para que sea una por otra”, pero se negó y todos quedaron libres de culpa en ese caso. El juez dijo al compadre pobre que como a la burra ya no le saldría cola, la aprovechara para utilizarla en su trabajo y así hizo. Después, el pobre fue por la mujer del hombre rico para llevársela y regresarla embarazada, pero el marido se negó y a cambio debió pagar cien colones. Al final el pobrecito salió bien librado tras enfrentar cuatro denuncias en su contra.
El Señor Jesús y su discípulo
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alió el Señor Jesús a caminar junto a su discípulo y cuando estaban por pasar por un lugar donde había varios puestos de ventas, le pidió que no tomara nada porque si no tendría problemas. Al principio el discípulo hizo caso, pero al seguir caminando le dio hambre y con disimulo tomó pan de un canasto. Jesús preguntó qué lugar era en el que estaban, y el discípulo no podía contestar porque tenía en la boca un gran bocado de pan, pero como pudo botó un pedazo, contestó y guardó el resto en su bolsillo. Por el camino encontraron a un hombre y una mujer que estaban casados, pero se habían escondido y Jesús los sacó a la calle. Siguieron andando y más adelante se toparon con un hombre y una mujer que tenían sus respectivos matrimonios, pero aun así el hombre enamoraba a esa mujer. Al verlos, Jesús los cubrió y el discípulo se quedó sorprendido de que los encubriera.
Llegaron a otro sitio y el Señor preguntó cómo se llamaba. Justo en ese momento el discípulo acababa de meterse otro pedazo de pan a la boca, y como no respondía, Jesús le preguntó si estaba enojado porque lo había llevado lejos y el discípulo algo respondió. Al poco tiempo de seguir andando, confundido y un poco molesto, el discípulo confrontó al Señor al decirle que no entendía por qué sacó a la calle a la primera pareja que estaba junta a pesar de ser ambos personas libres, y a la segunda pareja -que tanto el hombre como la mujer tenían sus propios matrimonios, los cubrió más. Jesús le respondió que hacía eso como señal de que aquellos que roben poquito andarán en boca de todos, y aquellos que roben mucho tendrán todas las leyes a su favor y no les pasará nada.
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La princesa soy fuego 2
H
abía una princesa que todo el tiempo respondía a todo “soy fuego”, el rey desesperado dijo que casaría a su hija con el primero que la hiciera hablar más de tres palabras. Comenzaron a llegar los caballeros y cada vez que la saludaban la princesa respondía con su acostumbrado “soy fuego”, desilusionados los visitantes se iban sin decir más. Llegó la noticia del ofrecimiento del rey a los oídos de tres hermanos, uno de ellos era medio tonto, pero los dos listos pensaron en ir a probar suerte con la princesa, pues temían que el otro echara a perder todo. El bobo, que al final no lo era tanto, se dio cuenta de los planes de los otros dos y no se descuidaba de ellos; allá donde iban, iba él también. Los dos hermanos comenzaron el viaje rumbo al palacio para hablarle a la princesa, pero atrás de ellos iba el tontito. Al poco tiempo de caminar se
dieron cuenta que los venía siguiendo y dijeron resignados que ya que estaba ahí lo dejarían seguir. El bobo no los perdía de vista, pasaron por un lugar donde estaba una casa sola y él entró; ahí encontró un cumbo que adentro tenía huevos de gallina y tomó uno pensando que podía servirle más adelante, lo guardó en su matata y siguió caminando; encontró un palo y un poco de caca de vaca que también guardó. Llegaron al pueblo donde estaba el palacio y los dos hermanos buscaron una posada, luego llegó el momento de ir a saludar a la princesa, primero fue uno y al estar frente a ella le dijo “buenos días”, pero ella respondió con su habitual “soy fuego”, eso bastó para que el pretendiente se retirara. Al regresar, el otro le preguntó cómo le había ido y el primer hermano dijo que mal porque la princesa solo dijo “soy fuego”. Ahora voy a ver que tal me va a mí dijo el segundo hermano y se fue al palacio. Saludó a la princesa con un “buenos días, niña”, pero fue la misma historia. “Mandemos a este tonto, aunque sea una regañada que se cache”, pensaron los hermanos y le dijeron que fueran a pasear por allí. Cuando el tontito llegó ante la princesa, le dio los buenos días también y ella contestó con su consabido “soy fuego”, pero el tonto le dijo: “pues cósame este huevo”, “¿dónde está la leña?” espetó la princesa, y al instante escuchó: “aquí está la leña”, ya enfurecida le soltó un “váyase al estiércol”, y él tonto ni lento ni perezoso respondió “aquí está el estiércol”. El rey no podía creerlo, al fin un hombre había logrado que su hija dijera más que su habitual “soy fuego”. Sin más tardanza preparó la boda y el tonto se casó con la princesa que todos habían intentado seducir.
2 Ídem
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Gustos entre los gustos y los diez cabales3
H
abía una vez, un rey que pedía “gusto entre los gustos y los diez cabales”, y el que le llevara eso se casaría con su hija. Los pretendientes comenzaron a llegar y a llevarle al rey ricos platillos, pero él solo los miraba y decía que quería “gusto entre los gustos y los diez cabales”, y así cada vez que llegaba uno y otro. Ante tanto desaire del soberano, los hombres ya no sabían qué llevarle, no podían dar a qué se refería con aquello de gusto entre los gustos y los diez cabales. Iba un hombre sobre su caballo y se acercó a una casa que estaba a la orilla del camino porque tenía sed, en ella encontró a un muchacho cociendo agua para hacer frijoles con puyazo. Bajó del caballo y pidió que le regalara agua, de paso aprovechó para preguntarle qué hacía y el joven respondió que cazaba a los que iban y venían. “¿Dónde está tu madre?” preguntó el caballero y el joven respondió que “estaba por ahí en un cuartito sufriendo los resultados de gustos pasados”. Con esas palabras se refirió a su madre que recién había parido y estaba con su bebé. Un tanto sorprendido con las respuestas del muchacho, el hombre agradeció el agua y siguió su camino. El forastero avanzó un poco más y pensó que aquel cipote era bien fregado, pero quizás podía darle alguna idea de lo que quería el rey, entonces dio la media vuelta y se regresó a la casa del muchacho a quien preguntó si no sabía qué era eso de “gusto entre los gustos y los diez cabales”.
El cipote respondió que le decía si le daba 100 pesos, “50” regateó el caballero; “100”, insistió el muchacho, “75” ofreció el otro, “no, 100 y si no, no le digo nada” recalcó. Al final el hombre aceptó y el joven empezó a armar una tuza en la que puso un poquito de sal y lo amarró; además le confesó que ese era el gusto entre los gustos, también le enseñó los diez dedos de las manos que eran los diez cabales. Fue el caballero ante el rey y le entregó un cartucho de sal que era el gusto entre los gustos, luego el monarca preguntó “¿y los diez cabales?”, y el hombre le mostró los diez dedos de las manos. Sorprendido el rey de que alguien hubiese acertado lo que quería, tuvo que cumplir con lo dicho y casó al caballero con la princesa.
3 Ídem
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Pedro, San Pedro y El Señor
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ste hombre llamado Pedro andaba en busca de trabajo desde hacía mucho tiempo. Después de tanto buscar, por fin dio con un hombre que necesitaba trabajadores y le pidió que se quedara trabajando con él en su casa el tiempo que quisiera, pues había mucho por hacer. Pedro aceptó porque quería trabajar en un solo lugar, así pasaba los días entre diferentes tareas: una vez barría, otra hacía mandados de la casa o trabajaba con el machete, y entre tanto quehacer era casi un hijo de casa. Después de tres años de trabajo, Pedro decidió ir a ver a su mujer e hijos, y pidió al patrón el dinero por lo trabajado todo ese tiempo. El jefe ordenó a otra empleada que prepararan tortillas para que Pedro llevara para el camino, después se buscó en la bolsa y le dio de pago un real y medio. El trabajador tomó el dinero con mucha rabia, pero no dijo nada y se fue, en el camino pensó que desquitaría toda su cólera dándole una paliza al primero que encontrara. Estaba furioso por el pago miserable que le dio el patrón después de tres años duramente trabajados. Con un corvito en la mano siguió su ruta. Más adelante en el mismo camino de Pedro, y sabedores de sus pensamientos y su sentir, estaban El Señor y San Pedro, ambos acordaron que le quitarían el real y medio porque sería su condenación. El Señor le pidió a San Pedro que se convirtiera en anciano y esperara a Pedro en el camino para pedirle limosna. Pedro pensó que aquel hombre sería el primero que golpearía, pero al escuchar que le pedía limosna, le dio un medio, no sin antes contarle que le habían pagado real y medio por tres años de trabajo.
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La escena y la conversación se repitió un tiempo después, solo que el que se había disfrazado de anciano en ese momento era El Señor. Desconsolado el hombre le dio otro medio, y el anciano le agradeció y le deseó bendiciones. “Que me vaya bien o mal a quién le importa”, dijo entre dientes Pedro. Siguió caminando muy triste cuando volvió a aparecer en el camino un tercer anciano, Pedro no pudo negarse a su pedido de limosna y le dio el dinero que le había quedado. Enfurecido volvió a restarle importancia a la bendición y agradecimiento final del viejo. Cuando avanzó más aparecieron dos ancianos, y Pedro se quejó que primero salieron de uno en uno y ahora ya salían en pareja. Al acercarse a ellos pensó que le pedirían algo, pero no lo hicieron porque sabían que no llevaba nada. Los ancianos preguntaron a Pedro para dónde iba, y él respondió que seguiría andando. Los viejos se ofrecieron a hacerle compañía en el camino y Pedro pensó que quizás lo que en realidad querían era quitarle su comida, por eso les aclaró que no llevaba nada. Le contestaron que no se preocupara por eso porque ahora ellos verían por él, y comenzaron a caminar juntos. Al llegar a un pueblo, los ancianos dijeron al hombre que fuera a la casa de una mujer que estaba barriendo el patio, y le pidiera que le regalara un chivo de su manada. En un principio Pedro se negó y dijo que le daba vergüenza ir a pedir; además les recordó que ellos dijeron que le darían comida. Después pensó que sería mejor decirle a la mujer que uno de los ancianos pedía que le regalara un chivo.
Un poco titubeante Pedro se acercó a la mujer, que en realidad era la Virgen María, y le pidió que le regalara el chivo; ella le señaló la laza y le dijo que fuera y tomará el que quisiera. Muy contento, Pedro regresó donde los ancianos con el chivo prieto que lazó, y aunque pidió regalado el chivo, les dijo que lo había pedido en nombre de uno de ellos. El Señor le dijo: “yo sabía que te lo iba a regalar”. Después acamparon, El Señor y San Pedro se fueron a buscar tortillas mientras Pedro asaba el chivo. Cuando los otros regresaron, él ya se había comido el corazón del animal y ofreció a sus acompañantes el resto de la carne para que comieran. También dijo que le hubiese gustado comerse el hígado, pero el chivo prieto no tenía. Siguieron los tres por el campo y llegaron a un río caudaloso, ahí El Señor lanzó sobre el agua un manto que llevaba sobre los hombros y pasó sobre la creciente, luego San Pedro hizo lo mismo. Pedro lanzó también su manto, pensando que él haría igual que los otros dos, pero se hundió. El Señor le preguntó si no tenía hígado el chivo y Pedro respondió que no y al instante se hundió más, así una segunda vez hasta que aceptó que sí tenía y él se lo había comido; dicho eso El Señor
hizo desaparecer el río y Pedro salió a nado en la otra orilla. Después de un tiempo juntos, Pedro se separó de los dos acompañantes y se fue donde un rey, a quien le dijo que conocía un hombre que podía hacer niña a su esposa. El soberano preguntó quién era ese hombre y dónde estaba; Pedro contestó que descansaba en las afueras de la ciudad, así que se unió a los soldados del rey y los guió hasta donde estaban El Señor y San Pedro, y cuando estaba a una distancia cerca de ellos señaló que uno de esos era el hombre que debían llevar al rey. Cuando llevaron a El Señor ante el monarca, éste le pidió que hiciera niña a su esposa. El Señor pidió que quemarán 100 carretadas de leña y cuando se hizo esto, lanzó a la reina en la hoguera hasta convertirla en ceniza. Cuando se apagó el fuego, agarró un poco de ceniza en la palma de su mano y la mezcló con vino, luego la sopló y de repente cayó frente a él, de pie, la niña. Sorprendido, el rey preguntó a El Señor cuánto le debía, pero él respondió que se arreglara con Pedro que fue quien lo recomendó. El monarca seguía asombrado y le dijo a El Señor que debía pagarle a él porque fue quien hizo la obra.
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El Señor se fue y al final el rey tuvo que arreglarse con Pedro a quien pagó 100 pesos. Ya iba de camino Pedro cuando se acordó de los otros dos y se regresó donde el rey para pedirle los otros 200 pesos, para tener 100 pesos cada uno. San Pedro y El Señor rechazaron el dinero que Pedro les ofreció argumentando que lo tomara él porque ellos no acostumbraban a andar dinero. Después a Pedro se le ocurrió que le diría al rey que podía convertir en niña a su mamá, y así fue, hizo todo lo que antes había hecho El Señor. Cuando ya se estaba reduciendo todo a ceniza, pidió al monarca que le llevara todo el pan y el vino de la ciudad, y en su mente decía que el rey no sabía para quién trabajaba porque él sería el que se daría el gusto.
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El truco no salía por más que Pedro mezclaba la ceniza con el vino, fue entonces que apareció El Señor y le preguntó nuevamente si el chivo no tenía hígado. Enojado, Pedro le respondió que no, pero le reprochó que aun a punto de morir le siguiera haciendo la misma pregunta. En seguida El Señor sopló la ceniza y apareció la niña. Acto seguido el rey se acercó para pagarle, pero El Señor pidió nuevamente que diera los 300 pesos a Pedro. Estando de nuevo los tres, Pedro dijo que iría por tortillas para comer, pero al regresar donde había dejado a los otros dos encontró solamente a un ermitaño orando.
El esperanzano
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n hombre se enamoró perdidamente de una muchacha y le preguntó si lo querría si viniera con un montón de mulas. Ella desdeñosa respondía que quién iba a querer a un indio feo. “¿Y si me vieras venir con una partida de ganado y el toro rejero mugiendo adelante, me querrías, niña?”, preguntó de nuevo el hombre y obtuvo la misma respuesta. El apasionado no desistía y volvía a preguntar a la muchacha si lo querría si viniera panzón y chorreado, ella por fin aceptó y el indio decía contento: “es que yo soy enamorado hasta el cogote”.
Un león viejo imposibilitado para la caza
U
n león astuto se metió a su cueva y se hizo el enfermo para poder comer. Pronto comenzaron a visitarlo los animales del bosque, y al primero que entró lo devoró.
La zorra, que también era muy lista, pasó a saludar al león y éste le preguntó por qué no entraba, “no entro porque a juzgar por lo que he visto, son muchos los que entran y pocos los que salen”, le respondió.
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Raspadito res hombres fueron a comprar comida a la casa de una señora, y ella temía que su marido los encontrara ahí porque era muy celoso.
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entonces ella contestó que no había “conqué”, “yo con raspadito como”, dijo el marido y salió “raspadito” corriendo de su escondite.
La mujer les dijo que les vendería la comida, pero que se quedaran escondiditos porque su esposo era bien enojado. También les preguntó sus nombres, y el primero de ellos dijo que se llamaba “unos y otros”; el segundo tenía por nombre “raspadito” y el tercero “ni uno siquiera”.
Muy enojado el esposo gruñó: “así que vos andas con unos y otros”, y al momento escapó el segundo hombre frente a sus ojos. El ofendido marido agarró la pistola pensando que mataría a uno siquiera, y fue en ese momento que el tercer cliente salió huyendo. Casi sin proponérselo, el marido se libró de los tres hombres en poco tiempo.
Al poco tiempo llegó el esposo hambriento y pidió a su mujer que le sirviera algo de comida,
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La ceguera de mentiras
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na mujer engañaba a su esposo y éste se dio cuenta. Con un amigo, el hombre planeó una trampa para su esposa. Ella tenía varias gallinas y el amigo fue y le dijo que las vendiera porque la sopa de gallina dejaba ciega a la gente sin que se dieran cuenta. Después de eso, la mujer comenzó a darle sopa de gallina a su marido y él se quejaba cada día porque apenas veía. La mujer se alegró al ver que la sopa de gallina hacía efecto y llamó a su amante para que se viniera. Un día el esposo pidió a su mujer que le alcanzara el fusil porque se quería despedir de él antes de venderlo. Lo tomó, y haciendo como que no veía, apuntó hacia donde estaba el amante, mientras recordaba que cuando él miraba y salía a cazar no había presa que se le escapara; eso era lo que decía cuando dio en el blanco, el amante cayó muerto en el momento y la mujer sin decir nada no podía creer cómo su marido había apuntado tan bien si no veía.
un fuerte dolor de estómago. Dicho y hecho, el marido llegó un día a la casa y fingió frente a su mujer aquel dolor tan fuerte que lo “mató” en el momento. Recién ocurrido todo, el amigo del esposo llegó y preguntó a la mujer por lo ocurrido; ella le explicó y al final le dijo que no se preocupara porque ya estaba él ahí para sustituir al marido, solo que tenía el defecto de hacerse pipí por las noches en la cama. Cuando dijo eso la mujer respondió algo aliviada que no había problema porque el otro se hacía pupú. Con eso se dio cuenta el supuesto difunto que recién “muerto” él, su mujer ya lo criticaba con el otro. Se enojó tanto que en ese mismo momento “resucitó” y le reclamó. El amigo le recordaba que tenía razón cuando le aseguraba que esa mujer no lo quería.
Pasado un tiempo, la esposa dejó de dar la sopa de gallina a su marido y este siguió haciendo como si estaba ciego, pero poco a poco empezó a decir que sentía que recuperaba la vista. El amigo del esposo le insistió en que esa mujer no lo quería y que lo comprobara haciéndose como que caía muerto por
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Mi abuelo
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ace unos 80 años, arriba de la casa de un abuelo había un lugar que le decían “el gritadero”, y a las nueve de la noche se oía que un hombre gritaba, bajaba montado sobre su caballo y pasaba frente a su casa. Un día el abuelo lo esperó con la escopeta cargada con unos tiros que había curado con ajo y ruda, y cuando vio que el hombre comenzó a bajar, le disparó y acertó.
Después ya no bajaba el hombre si no un animalito blanco que molestaba a los perros y se iba. El abuelo también le disparó al animal y ya no volvió, fue entonces que pensó que quizás no era un espíritu si no alguien que hacía brujería.
La única tortilla
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ran tres hombres que tenían una sola tortilla con un huevo. El más inteligente de los tres propuso que se fueran a dormir y que al día siguiente tomaría la tortilla y el huevo el que hubiese tenido el mejor sueño.
Cuando amaneció, el primero contó que había soñado que estaba en un lugar lejano donde se casó, lo hicieron rey y había mucha comida, tanta que incluso sobraba. El segundo hombre contó que soñó su muerte, pero la comida era abundante. Llegó el turno del tercero, quien confesó que por la noche sintió mucha hambre y se levantó a comerse la tortilla y el huevo, por eso menos mal que los dos habían comido de sobra en los lugares a los que soñaron que fueron. Menos mal que era el más tonto, decían los otros dos mientras se miraban furiosos y asombrados.
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Tabajiote
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abía un hombre bien bravo, jefe de un grupo de cinco jornaleros, al que decían de apodo “tabajiote”; pero aquel que osaba llamarlo así más de dos veces, lo descabezaba. Un día, cuando estaban todos los trabajadores reunidos, uno dijo que él se atrevía a decirle “tabajiote” más de una vez sin que le hiciera nada. Los demás se reían de su osadía, pero al final aceptaron pagarle 100 pesos cada uno si cumplía y sobrevivía. El jornalero trabajó el primer día y así toda la semana, entonces llamó al patrón y le dijo: “mire, aquí trabajé una vez, aquí tabaji ota4, aquí tabaji ota y aquí tabaji ota”. Escondidos, sus compañeros de trabajo escuchaban como había dicho tres veces el apodo al jefe sin que él se diera cuenta ni le hiciera nada. Cuando el trabajador terminó de explicar y se fue, al poco tiempo el patrón se dio cuenta que aquel atrevido le había dicho su apodo y él hasta ahora se percataba. Para entonces el intrépido empleado ya iba lejos, pero a sus compañeros no les quedó más remedio que cumplir y pagarle 100 pesos cada uno porque hizo tal cual dijo.
4 Tabaji ota es una forma compactada de “trabajé otra”, refiriéndose a las veces que había trabajado.
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María pan bueno
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sta señora, de Perquín, murió en la cárcel acusada de haber matado de una cuchillada a un hombre. La llamaban “María pan bueno”, y a ella le molestaba tanto eso que perseguía a la persona que le decía así y le daba una cachimbeada. Un hombre llamado Clotario dijo que él la llamaría “María pan bueno” sin que le hiciera nada. Cuando la vio, le dijo: “Mire doña María, me han contado que estos sinvergüenzas le andan diciendo Marillita pan bueno”, a lo que ella asentía. “Cuando le digan Marillita pan bueno, avíseme; usted es una señora de respeto, ¿por qué le van a andar diciendo Marillita pan bueno?”, insistía el hombre, mientras ella respondía que sí. Los amigos de Clotario no podían creerlo y escuchaban asombrado lo que les contaba.
Un rey construyendo un barco 5
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abía un rey que dijo que casaría a su hija con aquel que construyera un barco capaz de desplazarse por agua y tierra, y que además adivinara todo lo que él quisiera. Si hacía así, heredaría su reino, pero si al terminar el día no había hecho el trabajo, lo mataría. Una señora tenía tres hijos, y el más pequeño era de inteligencia escasa. El primer hijo le dijo a su madre que había escuchado en la radio que el rey quería que le construyeran un barco y él iría a ver
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si lo podía hacer él. Decidido, el joven pidió a su madre que le preparara una gallina para el camino y ella así hizo. Salió el hombre bien temprano y llegó frente al rey, al que le ofreció hacer el barco; la respuesta que escuchó del soberano es que si a la tarde no estaba hecho, moriría.
5 También es un cuento que tiene características que no son propias de la región, aunque cabe apuntar la mezcla de éstos, con aquellas características propias de la idiosincrasia del territorio.
El joven se fue al bosque con su hacha al hombro, al llegar comenzó a ver los árboles e iba evaluando cuáles tenían buena madera. Sin darse cuenta ya era mediodía y le dio hambre, así que se sentó a comer para seguir trabajando después. En eso estaba cuando apareció un anciano que le preguntó si le regalaba comida, pero la respuesta del joven es que no le daría porque apenas alcanzaba para él. Después de comer, el aspirante a constructor de barco se quedó dormido. Horas después el anciano se acercó a él y lo movió para despertarlo porque ya era tarde. Cuando por fin logró que se incorporara le preguntó si ya había hecho el barco, pero eso no había ocurrido. Preocupado, el muchacho regresó ante el rey y al no tener nada construido, lo mató. La madre, al ver que no regresaba su hijo, asumió que el rey lo había matado. El segundo de los hijos dijo que ahora iría él a construir ese barco
que quería el monarca. La señora insistió en que no fuera porque si había muerto su hermano que tenía más experiencia, qué no le ocurriría a él. La decisión estaba tomada y el hijo pidió a su mamá que también le preparara su gallina para llevar de comer, ya que saldría a la mañana siguiente bien temprano. Al llegar ante el rey se presentó y al poco tiempo tomó camino a la montaña, ahí encontró las huellas de su hermano, vio un árbol que le pareció bueno para su barco y comenzó a cortarlo hasta que lo derribó. Después paró para almorzar y retomar más tarde el trabajo, justo en ese momento apareció otra vez el viejo entre los árboles y quien también le preguntó si le daría comida, pero el muchacho respondió que no porque era poca. Cuando terminó de almorzar el joven se acostó y se quedó dormido, pasaron las horas y ya casi al final de la tarde, el anciano lo jaloneaba para que despertara, pues era hora de ir ante el rey y ver lo que había hecho. Acongojado el hombre tomó el camino de regreso y fue llegar y morir a manos del monarca. Con gran dolor, la madre sospechó que su segundo vástago había sido asesinado por el rey, por eso cuando el tercer hijo (el de poco pensamiento) dijo que ahora iría él, la señora le pidió desesperada que no lo hiciera porque seguro iría a que lo matara el soberano también.
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El tercer hermano, con gran determinación, insistió en que iría y pidió a su progenitora que preparara la gallina, aunque estuviese clueca. Inició el camino, fue a saludar al rey y luego se internó en el bosque, ahí vio el árbol que había cortado su segundo hermano. “Voy a comer antes de trabajar”, dijo el joven y cuando iba a empezar a hacerlo, apareció el anciano y le pidió comida, a lo que el muchacho estuvo de acuerdo. Después que los dos comieron, el tercer hermano se durmió como lo hicieron los otros dos, pero cuando el viejo lo despertó por la tarde, puso ante él el barco que el rey quería. Cuando ya iba de camino donde el monarca, encontró el joven a un hombre con una yunta de bueyes enyugados; le preguntó qué pasaba y éste le dijo que esos bueyes no le alcanzaban para un bocado y que mejor se los comería de un bocado, así que tal cual hizo. El muchacho le preguntó cómo se llamaba y respondió que Comín, acto seguido lo invitó a irse con él en el barco y como aceptó lo metió y siguió su camino. Más adelante encontraron a un hombre junto a una poza, que dijo que no le alcanzaba para beber. El muchacho le preguntó si podía tomarse toda el agua de una sola vez, y al responder que sí, en poco tiempo había quedado solo la tierra del fondo. Este se llamaba Bebín y también se sumó a la tripulación. Siguiendo su ruta, llegó a un llano donde estaba un hombre con el machete en la mano viendo hacia arriba de una montaña y calculando que aquello no le alcanzaría para sacar un tercio de leña. A los pocos minutos comenzó a cortar las ramas que ya caían hechas leña. Cuando vio lo que hacía, el joven le preguntó el nombre y respondió que se llamaba Podín, después lo invitó a sumarse al barco, y tras su aceptación siguieron. Continuaron avanzando y encontraron un hombre con un 226 al hombro, mirando al cielo, quería bajar un zancudo de un disparo. Le pidió al muchacho que pusiera la mano y casi al instante cayó sobre ella el insecto muerto. Éste se llamaba
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Tirín y también aceptó sumarse a la tripulación cuando el joven le hizo el ofrecimiento. En otra planicie que estaba más adelante encontraron a un hombre que miraba el terreno y pensaba que lo cruzaba de un lado a otro con solo uno o dos pasos. Su cálculo fue acertado y el muchacho asombrado le preguntó cómo se llamaba, él respondió: “Botas de Fierro”, y también fue invitado a unirse a los que iban en el barco. Cuando estaban por llegar a la ciudad donde permanecía el rey, vieron a un hombre acostado de lado, como escuchando la tierra. El joven le preguntó que hacía y él contestó que escuchaba al rey que decía que estaba esperando a un muchacho. “Yo soy”, respondió el joven. Este hombre se llamaba “El Que Todo Lo Sabe”, y también se subió con todos al barco. Dios le había ayudado a aquel joven a hacer todo, el rey lo estaba esperando y le dijo que al día siguiente le dejaría una nueva tarea y si no la hacía, morirían todos. Cuando amaneció, el rey pidió que mataran 25 bueyes, y luego ordenó a todos aquellos hombres que no dejaran nada de comida porque si no los mataría. El muchacho llamó a Comín y acabó con toda la comida en un plis plas. El rey pensó entonces en pedirle que se bebieran toda el agua de un lago que estaba cerca y eso fue precisamente lo que hizo Bebín. Espantado, el rey no podía creer lo que veía y se las ingeniaba para pedirles cosas cada vez más difíciles de hacer y así poder matarlos. Vio el soberano un gran cerro y pidió que lo partieran en tres y los pedazos los pusieran en diferentes lugares. El muchacho llamó para eso a Podín y éste solo metía las manos y sacaba los grandes pedazos de tierra que iba a colocar a lugares lejanos.
6 Fusil.
El rey seguía asombrándose y pensativo pidió que le trajeran un vaso con agua de una pila que estaba cerca. “Botas de Fierro”, se apuntó para esa tarea, pero cuando llegó a la pila encontró una muchacha que empezó a coquetearle y a pedirle que se pusiera un anillo que ella le ofrecía; al principio él se negó, pero cuando lo hizo, cayó muerto. “El Que Todo Lo Sabe” dijo al joven que “Botas de Fierro” había muerto en la pila a la que fue a traer agua. Cuando el tirador escuchó eso hizo un disparo y al momento revivió “Botas de Fierro” como un milagro, ya vivo, llevó al rey el vaso con agua. Al final, el monarca se dio por vencido y dejó que su hija se casara con aquel muchacho intrépido y listo, y que todos sus acompañantes se quedaran a vivir en su reino.
La leyenda de Serapio
E
n el río que divide los departamentos de Intibucá y La Paz en Honduras, había una poza que se llamaba Serapio, igual que un muchacho del municipio de Santa Elena. Él era el hombre más rico de su comunidad, tenía muchos bienes, así un día aparecía con una mesa, al siguiente con una cama, un colchón nuevo y cada vez más cosas.
Paso el tiempo y el joven comenzó a extrañar su vida anterior. Decidió regresar a la poza para rescatar los libros y volver a hacer un pacto con el diablo, pero cuando llegó, una fuerza muy grande lo atrajo hasta el fondo de la poza y murió ahogado. Nunca se encontró su cuerpo ni los libros, y la poza lleva ahora su nombre.
Dicen que todas las noches se le aparecía a Serapio una mulita negra que le servía para hacer negocios, y cuando se montaba en ella, de repente, ya aparecía en El Salvador. La gente extrañada de lo que le pasaba a aquel hombre, comenzó a investigar y se dieron cuenta que tenía un pacto con el diablo, por eso le mandaba la mulita cargada de dinero para que comprara muchas cosas y viajes que eran largos los hacía en poco tiempo. Al saber aquello, mandaron a llamar a un cura, y él le pidió a Serapio que amarrara sus libros de hechicería y los tirara al fondo de la poza para deshacerse de todo ese maleficio. Serapio obedeció y de repente ya no tuvo nada.
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El cadejo
Dicen que el cadejo negro es malo y el blanco es bueno, pero igual produce miedo.
A
unque nadie lo ha visto con claridad, muchos coinciden en describir al cadejo como una especie de gato pequeño que a veces es de color blanco y otras de color negro. Unos, en cambio, ven algo que vuela, pero no alcanzan a distinguir bien qué es, solo ven la sombra que a medida que caminan se les cruza en el camino y les eriza la piel. Hay casos de gente que recuerda haber ido a caballo y tenido que desmontar porque el animal se queda paralizado; pero cuando han comenzado a caminar, se han desorientado porque el cadejo los confunde y hacen que pierdan el camino. A medida que caminan, comienzan a desesperarse y sin saber cómo, logran llegar a sus casas abatidos, con fiebre y cansados.
La hija de la perra
U
na perra tuvo un parto del que nació una niña. Nadie entendía como sucedió aquello, pero así fue, la niña fue amamantada y criada por el animal. Todos en el pueblo sabían que la niña era hija de la perra, y así creció hasta convertirse en una muchacha hermosa. Llegó al lugar un joven que venía de otra parte y al conocer a la hija de la perra se enamoró de ella. Cuando estaban a punto de casarse, una señora chismosa se acercó al muchacho y le contó que su prometida era hija de una perra. Al novio le entró miedo y a pesar de estar muy enamorado abandonó a la muchacha, quien cayó en una depresión tan profunda que la llevó finalmente a la tumba. Cuando la estaban velando en la iglesia, llegó la señora chismosa, y como el ataúd no tenía vidrío, la joven revivió en ese momento y la agarró de la cara hasta quitarle la lengua. “Por tu maldita lengua no fui feliz”, le dijo y se quedó con la lengua entre sus manos.
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Por más que trataron, no pudieron quitarle la lengua a la joven que se fue así a la tumba.
La muerte del brujo de Nahuaterique
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or las noches, llegaba a los corrales de las casas un animal que tenía la forma de una gran lechuza y le chupaba la sangre a las gallinas. Un hombre esperó con su fusil para matar a aquel animal que estaba acabando con las gallinas de todos. Cuando era medianoche, apareció algo volando, a él le pareció ver a una lechuza de gran tamaño y le disparó dos veces. Al momento volaron un montón de plumas, pero el hombre no alcanzó a ver nada más.
A la mañana siguiente, fue el dueño de la casa al lugar donde habían caído todas las plumas, pues quería saber de qué animal se trataba exactamente, pero no había nada, ni siquiera una pluma. Después de pasada una semana de aquel hecho, se enteraron que en Nahuaterique había muerto un brujo que vivía en unas cuevas, y murió precisamente por un disparo que recibió.
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El padre
M
andaron a un muchacho con un burro para que trajera al nuevo padre. Al llegar, se saludaron y comenzaron el camino. Después de andar un buen tramo, al sacerdote le dio hambre y pararon para que comiera. El cura ofreció de su comida a los acompañantes, pero ellos agradecieron amablemente y dijeron que no. Al poco tiempo retomaron el camino y después de tres horas pararon de nuevo porque había un río. El burro aprovechó para tomar agua, pero también se orinó en el río. El muchacho enojado exclamó: “¡este burro, se parece al padre!”. El religioso alcanzó a escuchar la queja, y molesto preguntó por qué lo comparaba con el animal.
al padre el etcétera que ellos creían que tanto le gustaba. Aquel pedazo de carne saltaba y se deslizaba por todo el plato. El padre quería tomarla con los cubiertos y darle una mordida, pero no podía, parecía hule; al final se dio por vencido y preguntó qué era lo que le habían servido. Los parroquianos contestaron que era el etcétera que él había dicho que le gustaba, o sea el miembro del burro. El padre se quedó asombrado de la confusión de los vecinos, y les aclaró que con etcétera no se refería a eso, si no a todas las demás cosas que también le gusta comer.
El joven respondió que en lugar de orinar en lo seco el animal lo había hecho en el agua, igual que él hacía un momento ofreció comida a los otros y no a él que se moría de hambre. El sacerdote guardó silencio. Al llegar al pueblo, la gente salió a saludar al padre. Era aquella una comunidad de gente muy humilde y le preguntaron al recién llegado que le gustaba comer; él respondió que le gustaba esto, aquello y lo otro, y al final dijo etcétera, encerrando todo. Extrañados, los vecinos se preguntaban qué era ese etcétera que el cura había dicho y creyeron que se refería al miembro del burro. Decidieron matar un burro para dárselo a comer y le sirvieron
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La visita de la muerte
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un hombre que era médico se le apareció la muerte y le dijo que cuando ella se posara sobre los pies de una persona es porque se le llevaría e iba a morir en poco tiempo, pero si lo hacía sobre la cabeza tenía cura. Un grupo de gente quiso tentar a la muerte, dijeron que estaban enfermas a pesar de estar sanas y mandaron a llamar al doctor. Cuando el profesional llegó, vio que la muerte estaba sobre los pies de una mujer que se hacía pasar por enferma y respondió que él ya no podía hacer nada porque no tenía cura. Extrañada, la mujer se quejó porque el doctor no la atendía, pero él insistió en que ya no podía hacer nada.
Todos se asustaron con lo ocurrido, y dijeron que aquel doctor tenía pacto con la muerte. Otro hombre estaba tan enojado que se quejaba diciendo que ojalá se lo llevara la muerte. Por la noche tocaron a su puerta y era la muerte que le dijo que venía a llevarlo como él había pedido. Arrepentido, el hombre decía que solo estaba bromeando.
Al poco tiempo de marcharse el médico, la mujer tuvo un dolor muy fuerte y murió en minutos.
Las historias de Rogelio
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icen que hace un tiempo había una anciana coqueta que ya era abuela. Una vez se encontró con un muchacho que empezó a enamorarla y le dijo que más tarde andaría por un cerro cercano. Ambos acordaron que ella estaría pendiente de ver si él le hacía una señal para ver qué hacían.
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Así fue, la señora miraba y miraba el cerro y de repente vio que algo le hacía señas; ni lenta ni perezosa se fue hasta allá. Al llegar se dio cuenta que lo que se movía era la cola de un caballo, pero su mala suerte fue tal que en ese momento cayó una gran tormenta y bajó toda empapada.
En el camino de regreso se encontró unos muchachos a los que también coqueteó, uno de ellos la convenció y se fueron juntos; pero al poco tiempo llegaron tres muchachas que los vieron y empezaron a gritarle al hombre que la soltara porque para eso estaban ellas que eran jóvenes. La anciana molesta les gritaba que los dejaran tranquilos porque ella estaba con el hombre por su gusto. “Lo que es gana, es gana” decía espantando a las muchachas.
El mujeriego Había un hombre tan mujeriego que el diablo se lo pidió a Dios porque jugaba demasiado con las mujeres. Dios estuvo de acuerdo y el diablo se convirtió en una muchacha bonita que comenzó a cuentearlo. Al final el diablo, convertido en mujer, convenció al hombre y cuando estaban juntos comenzó a transformarse mostrando sus grandes cachos y uñas. “¡Mejor!, de los cachos la voy a agarrar”, decía el libidinoso bromeando. “Soy el diablo y a llevarte vengo”, le dijo Satanás. El otro en su desconcierto decía que gracias a Dios ni el diablo se le había escapado. Acordarse de Dios en ese momento, sin proponérselo, fue lo que lo salvó de que se lo llevara el diablo.
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El tercio de leña El respeto y los noviazgos Antes, cuando un muchacho quería tener novia, iba a la casa de ella y dejaba en el patio un tercio de leña; si a la semana la familia de la muchacha no lo había agarrado y quemado, el enamorado debía llevársela de nuevo y entender que no daban permiso para ser novios. Cuando la leña había sido utilizada era señal que el joven podía llegar a la casa de su enamorada.
La seña de la saliva Hace muchos años, las personas mayores criaban de forma muy estricta a sus hijos e hijas, cuando querían que algo se hiciera rápido, escupían al suelo y lo que habían pedido debía estar hecho antes que se secara la saliva.
Antiguamente los niños y las niñas saludaban con gran reverencia a los ancianos y las ancianas. Se hincaban frente a sus mayores y les decían “bendito alabado”. La gente también era muy respetuosa de las cosas ajenas, si alguien regalaba algo a un niño, niña o adolescente, la mamá investigaba quién se lo había dado, o si se encontraba algo que era de otra persona, se guardaba hasta que apareciera a reclamarlo.
Los viajes de antaño Dicen los más viejos, que antes viajar a San Miguel era una gran travesía porque el viaje duraba quince días7. La gente iba en carreta, y cuando anochecía paraban en diferentes lugares (Llano Alegre, Río Seco) para dormir y seguir su camino al día siguiente. 7 San Miguel es el departamento que se encuentra próximo a Morazán
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Iban a San Miguel a comprar todas las cosas que no tenían, y ellos llevaban a vender ocote y aguarrás. Cuando conseguían todo, comenzaban el camino de regreso.
Como la necesidad era mucha, la gente llegaba con sus papeles de propiedad de la tierra para que se los cambiara por sacos de maíz para comer u otra cosa que necesitaran.
En aquel tiempo era todo más tranquilo y se respetaba más la vida de la gente. También vendían tablas para puertas en Jocoaitique, 20 reales costaban ya puestas y las llevaban con bueyes.
Otro de los grandes hacendados de Perquín fue uno llamado Ildo Umaña. Un campesino llegó donde él y le ofreció su terreno en mil colones. Umaña fue a sacar esa cantidad de dinero solo en billetes de un colón, luego le dijo al vendedor que pusiera su sombrero boca arriba y comenzó a llenárselo con los billetes.
Muchos crecieron usando caites y estudiaron poco porque la escuela estaba a dos horas de camino; además, en época de invierno debían ayudar a sus padres a hacer la milpa. Una escuela estaba en El Zancudo y otra en Los Patios. La gente también viajaba a Joateca a vender maíz y frijoles, y allá compraban azúcar y dulce que ellos no tenían. El pedacito de dulce valía 15 centavos. Para entonces había pocas casas y muchos huatales, no estaban todas las colonias que están ahora por el cementerio en Gotera.
Las personas que más terreno han tenido en Perquín y cómo los obtuvieron Filadelfo Varela se llamaba un hombre que tenía gran cantidad de terrenos. Desde Barrancones hasta Perquín era suyo.
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Cuando el sombrero estuvo lleno y se había formado hasta un volcán de billetes, el campesino le dijo que ya no pusiera más porque quizás se estaban pasando de la cantidad acordada. De esa forma engañosa Umaña obtuvo algunos terrenos.
Leones
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Antes era más común ver leones, la gente incluso los cazaba con sus fusiles o escopetas; pero ahora casi no se ven. Hay algunos que dicen que quedan pocos por las montañas y se escuchan sus rugidos en las fincas que están en las partes altas, o que han visto grandes huellas por Piña Castilla, cerca de Perquín, donde al parecer está la cueva de una leona. Estos animales acostumbraban salir en el bosque, los conocedores dicen que el olor a pólvora los ahuyenta.
8 En realidad, lo que los y las habitantes conocen como leones, son pumas.
GLOSARIO Palabras/ salvadoreñismos: Chancho:
Cerdo.
Chichicaste:
Planta que se encuentra en el territorio, con hojas con pequeñas espinas que lastiman la piel.
Coyota:
Hembra del coyote.
Compadre:
Hombre que apadrina a los hijos o las hijas de otra persona. Amigo, camarada.
Cumbo:
Recipiente para guardar comida, materiales, etc.
Cachar:
Tomar, agarrar, coger con las manos algo que cae.
Cipote/cipota:
Persona de entre 0 y 20 años. Se considera cipote o cipota a cualquier niño, niña, adolescente o joven.
Corvito:
Machete pequeño con punta arqueada.
Cachimbeada:
Golpiza, tunda.
Chivo:
Crío o macho de la cabra.
Cuentearlo:
Cortejarlo, decirle cosas bonitas una mujer que gusta de un hombre.
Cachos:
Cuernos.
Caite:
Sandalia utilizada en la zona rural, elaborada generalmente de suela de caucho (llanta) y cuero.
Engatusar:
Mentir o adular a alguien con un fin específico.
Encachimbado:
Enojado, bravo, furioso.
Guacal, Guacalitos:
Recipiente de diversos materiales, elaborado generalmente para agarrar agua, lavar, guardar cosas.
Huatal:
Lugar cuya vegetación o maleza es muy densa.
Jolote:
Pavo.
Jornalero:
Hombre que trabaja en actividades agrícolas y que recibe un pago por día trabajado o cantidad de producto cosechada.
Lodo:
Fango, barro.
Lechuza:
Ave rapaz nocturna parecida al búho.
mata:
Arbusto.
Machete:
Herramienta utilizada en el campo. También es catalogada como un arma corta, parecida a un cuchillo.
Matata:
Bolso elaborado de pitas de diferentes plantas, generalmente usada en la zona rural.
Ocote:
Árbol con madera que contiene mucha resina y es utilizado para hacer o encender fuego.
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Puyón:
Daño en el cuerpo, realizado con cualquier objeto punzante.
Pepitas:
Trozos pequeños de algo.
Petate:
Tejido elaborado a base de fibras de una planta conocida como palma. Tiene diversos usos domésticos.
Pitahaya:
Fruta llamada también “fruto del dragón”.
Peso (colón):
Llamada así a la antigua moneda salvadoreña “colón”, sustituida en 2001 por el dólar estadounidense.
Puyazo:
Carne de res muy sabrosa.
Pipí:
Orín.
Pupú:
Heces.
Rimero:
Conjunto de objetos puestos uno sobre otros.
Rodillón:
Rodilla grande.
Ruda:
Planta medicinal y que se relaciona a la limpia de la hechicería.
Tecomate:
Recipiente para portar líquidos, elaborado de una planta parecida a la calabaza, conocida en El Salvador como jícaro o morro.
Temporal:
Lapso en que caen intensas tormentas ininterrumpidas.
Tortilla:
Alimento básico de la dieta salvadoreña, preparada con masa de maíz, que suele acompañar la mayoría de las comidas.
Tuza:
Hoja que envuelve la mazorca de maíz.
Yunta:
Par de bueyes que empujan cargas y son utilizados en actividades agrícolas.
Zapote:
Fruta cultivada mayormente en Centroamérica. Muy dulce y sabrosa.
Modismos/expresiones: Curar algo:
Mejorar la utilidad de algo, mejorar el sabor de un alimento. Se realiza a través de diversos procedimientos y con esto se garantiza mayor durabilidad.
En un plis plas:
Inmediatamente, rápidamente.
Gallinita asada/ sopita de gallina:
Alimentos propios del campo elaborado a base de gallinas criadas por las familias (gallinas indias, que no son de granjas).
Real y medio:
Cantidad de dinero utilizado a principios del siglo pasado.
Ser fregado o fregada:
Malo o mala. También se usa para indicar que una persona es muy inteligente, suspicaz.
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