Se ha ido. Ha empacado sus besos y se olvidó de los míos, arregló cuanto pudo, se fue sin hacer ruido, tenía los pies descalzos y las zapatillas en las manos, arrasó con todo, acabó con nada; envolvió hasta el aire y me echó al olvido.
Su sonrisa llegó una noche de verano triste con sonido de lluvia y blues, al tercer día se hizo canción en mis brazos y de pronto ya no quedaba espacio en mi cama para otra ilusión, le entregué cuanto pude y cuanto no.
En el momento en el que apretó mi herida supe que no era para mí, pero ahí estaba yo, suspendida en el tragaluz.
No sé qué duele más la herida que hierve dentro de mí hace meses o saber que se ha ido o peor aún saber que cualquiera se va pero no cualquiera se va sin irse.