Conversiones Dr. Enrique Cases Sacerdote www.teologiaparavivir.net
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Índice 1
2
3
4
Nicodemo, el buscador de la verdad ........................................................... 3 1.1
Parte 1 ........................................................................................... 5
1.2
Parte 2 ........................................................................................... 6
1.3
Parte 3 ........................................................................................... 8
1.4
Parte 4 ..........................................................................................10
1.5
Parte 5 ..........................................................................................12
El centurión un verdadero hombre ............................................................13 2.1
Parte 1 ..........................................................................................15
2.2
Parte 2 ..........................................................................................18
2.3
Parte 3 ..........................................................................................19
Los ciegos y la luz ...................................................................................19 3.1
Parte 1 ..........................................................................................20
3.2
Parte 2 ..........................................................................................21
3.3
Parte 3 ..........................................................................................22
3.4
Parte 4 ..........................................................................................23
Zaqueo come con Jesús y se convierte ......................................................24 4.1
Parte 1 ..........................................................................................26
4.2
Parte 2 ..........................................................................................27
4.3
Parte 3 ..........................................................................................28
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1 Nicodemo, el buscador de la verdad No todos los fariseos fueron una “raza de víboras”, el mismo San Pablo recuerda con gozo sus orígenes. Nicodemo es un claro ejemplo de un fariseo de buena fe, maestro de Israel, sincero, tímido y desasosegado, sin saber a qué carta quedarse. No está dispuesto echar por la borda todo lo que ha aprendido, la Ley y su cumplimiento, su posición, lo que es, pero la presencia de Jesús le desconcierta, por ello acude a Él, aunque con reservas. Juan habla tres veces de Nicodemo, señalándole como el que vino de noche a Jesús. La hora de la visita impresionó al Apóstol. ¿Fue temor o prudencia la visita a escondidas? El temor de acudir de día para hablar sinceramente con Jesús no era infundado, los hechos confirmarán los temores, y sus compañeros no pararán hasta matar a Cristo. Por otra parte, conviene no precipitarse en una decisión tan importante como aceptar que Jesús es verdaderamente el Mesías esperado, ¿y si era un farsante? Y al temor se une la prudencia. Los diálogos de Nicodemo con Cristo revelan las dudas de este buen hombre, y la luz que comenzaba a alumbrar en su corazón, pero que encontraba dificultades para establecerse. Pudo más el amor a la verdad que el temor y acudió a ver al Señor, pero de noche. Así cuenta Juan el primer encuentro: había entre los fariseos un hombre, llamado Nicodemo, judío influyente. Este vino a él de noche y le dijo: Rabbí, sabemos que has venido de parte de Dios como Maestro, pues nadie hace los prodigios que tú haces si Dios no está con él. El clima de la conversación es afable y respetuoso, pero al mismo tiempo exigente. Sus compañeros fariseos se declararon pronto contrarios a Jesús, a pesar de hechos patentes como los milagros y la autoridad con que hablaba Jesús. Se imponía la necesidad de una conversación totalmente sincera, sin discusiones apasionadas, con buena voluntad, y llegando al fondo, para aclarar la cuestión. El dilema era clave y no admitía dilación ¿era Jesús realmente el Mesías, o no? Admite que es Maestro, pues lo ha oído; también acepta que ha venido de parte de Dios, pues ha visto los milagros; pero, ¿es posible llegar más lejos? Ahí radica su duda y su búsqueda cautelosa. Entre los discípulos debió darse una cierta agitación cuando ven llegar a Nicodemo. Jesús era aceptado por la gente sencilla, también por algunos importantes como Jairo, que era arquisinagogo en Cafarnaúm; pero la mayoría de la gente importante y las autoridades, sobre todo de Jerusalén, no se pronunciaban en público sobre la mesianidad de Jesús, y en privado muchos le contradecían más o menos declaradamente. Los discípulos pensarían que por fin se abría paso entre los importantes el mensaje y la persona de Jesús. Un rayo de luz y alegría iluminaría sus corazones. Conocían ya algo lo difícil que sería la aceptación de Jesús por parte del alto estamento de la sociedad judía, pero no lo conocían todo, Jesús se lo desvelará. Pertenecía Nicodemo al Sanedrín y a la secta de los fariseos. En tiempos del Señor el Sanedrín tenía una gran importancia, era como el Tribunal Supremo. Es cierto que la autoridad suprema pertenecía a los romanos, y que el rey Herodes tenía unos determinados poderes, pero la autoridad religiosa, que también era jurídica en muchas cuestiones pertenecía al Sanedrín. Nicodemo tendría una información de primera mano en las más importantes cuestiones y habría decidido cosas de transcendencia en muchas ocasiones. Por otra parte era fariseo, es decir,
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Conversiones pertenecía al grupo de personas más estrictamente cumplidores de la ley y más espirituales; no como los saduceos que eran más materialistas y oportunistas en cuestiones políticas, o como los herodianos que defendían el poder del rey vasallo de Roma que era Herodes; pero tampoco eran extremistas políticos como los celotes, o extremistas religiosos como los esenios. Sabía bien lo que preguntaba, y sabía bien lo que se jugaba acercándose a Jesús. Los fariseos en su conjunto se oponían a Jesús porque les enfrentaba con su conciencia ante Dios. Eso les molestaba de una manera especial, porque se atribuían la exclusividad en interpretación de la ley y querían ser considerados como el prototipo de la fidelidad a la ley de Dios, y, por otra parte los defectos de muchos de ellos eran manifiestos. Nicodemo, sin embargo, conocería bien sus pecados ocultos y quizá se daba cuenta de lo falso de muchas de sus actitudes. Si era sincero, como así parece por su conducta posterior, aprobaría las críticas del Señor al fariseísmo. Estas críticas se pueden resumir en la hipocresía, pero se pueden concretar más. Jesús dice a los que le escuchan que si vuestra justicia no supera a la de los escribas y fariseos no entraréis en el reino de los cielos , eso equivale a acusar a los fariseos de incumplimiento de la ley de Dios, lo cual es muy fuerte para los que alardeaban de ser los más fieles cumplidores de ella. La avaricia parece ser otro de los defectos comunes entre ellos, ya que cuando Jesús enseñaba que no podéis servir a Dios y a las riquezas, oían estas cosas los fariseos, que son avaros y se mofaban de él. Su hipocresía queda gráficamente descrita por Jesús cuando les dice vosotros los fariseos limpiáis la copa y el plato por fuera, pero vuestro interior está lleno de rapiña y maldad, palabras que se completan con el llamarles sepulcros blanqueados. Jesús podría sacar a la luz pública en cualquier momento sus defectos. La raíz mala corruptora de la doctrina de los fariseos era que su corazón está lejos de Dios (...) enseñando preceptos humanos y que son guías ciegos, por ello oran de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas para ser vistos de los hombres, y cosas semejantes. Un ejemplo claro se advierte cuando con cinismo le presentaron a la mujer adúltera para que la condenase o quedase mal ante el pueblo, Jesús contesta diciendo que el que no tenga pecado tire la primera piedra, y se fueron todos temiendo la mirada y la palabra del Señor que podía descubrir en público sus pecados.
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1.1 Parte 1 Con este contexto, se entiende mejor la conversación de Nicodemo con Jesús. La introducción está llena de respeto y delicadeza, pero Jesús supera de inmediato las amabilidades corteses y va a lo hondo; necesita golpear con fortaleza para ver si sus palabras son sinceras, o son suaves por fuera, pero falsas por dentro. De hecho en otras ocasiones le preguntaron con suavidad similar escondiendo malicia, como cuando le hacen la capciosa pregunta sobre el tributo al Cesar pregunta que parecía imposible resolver sin caer en alguna contradicción. Jesús contestará a Nicodemo en dos niveles: primero hablando de una vida nueva, luego, cuando ve que no entiende, eleva su mirada haciéndole ver que su ciencia era muy poca y que necesita humildad para entender las verdades divinas. Así fue la respuesta del Señor: En verdad, en verdad te digo que si uno no nace de nuevo, no puede ver el Reino de Dios. Jesús centra su respuesta en la salvación que ha venido a traer. La nueva vida es una victoria sobre el pecado. San Juan de la Cruz comentando esa superación de las apetencias egoístas y las inclinaciones de la soberbia para poder ir entendiendo a Dios dice por eso se ha de desnudar el alma (...) de su entender, gustar y sentir, para que echando todo lo que es disímil y disconforme con Dios, venga a recibir semejanza de Dios (...); y así se transforma en Dios. Nicodemo no entiende la respuesta del Señor pues responde ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Acaso puede entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?. Es patente en esta respuesta la dificultad de Nicodemo para entender las palabras espirituales de Jesús. Su interpretación es humana. Quizá pensaba en las objeciones a la reencarnación defendida por los hindúes en el lejano Oriente y por los órficos y los pitagóricos y casi todos los grandes filósofos griegos en Occidente. La respuesta parece la típica de un intelectual acostumbrado a la discusión defensor de la unidad del ser humano. Lo seguro es que no entiende que se pueda dar un nuevo nacimiento eterno y espiritual. Jesús se lo aclara más a través de ejemplos. En verdad, en verdad te digo que si uno no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne, carne es; y lo nacido del Espíritu, espíritu es. No te sorprendas de que te he dicho que os he dicho que es preciso nacer de nuevo. El viento sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va, así es todo nacido del Espíritu. Jesús habla de algo conocido por Nicodemo: el bautismo con agua de Juan. Este bautismo era un símbolo a través del cual movía a penitencia a los que se acercaban a él; les movía a arrepentirse de sus pecados. Pero al añadir que el nacimiento es del agua y del espíritu le dice que se va añadir algo nuevo: la acción de Espíritu. Dios concederá con el nuevo bautismo el perdón pedido, y lo hace al modo divino, ya que no sólo perdona el pecado, sino que además eleva al hombre a la vida divina. La respuesta va precisando lo que quiere decir Jesús con la imagen del nuevo nacimiento. Nicodemo manifiesta a Jesús que no le entiende ¿Cómo puede ser esto? San Agustín explica esta incomprensión diciendo Nicodemo no saboreaba todavía ni este espíritu ni esta vida (...). No conoce otro nacimiento que el de Adán y Eva, e ignora el que se origina de Cristo y de la Iglesia. Sólo entiende la paternidad que engendra para la vida. Existen dos nacimientos; más él sólo tiene noticia de uno. Uno es de la tierra y otro es del Cielo; uno de la carne y otro del Cielo; uno de la carne y otro del Espíritu; uno de la mortalidad, otro de la eternidad; uno de hombre y mujer, y otro de Cristo y la Iglesia. Los dos son únicos. Ni uno ni otro se puede repetir.
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1.2 Parte 2 Los judíos no tenían el concepto de gracia, ya que se elaboró después en la Iglesia para poder entender mejor lo que Jesús anunciaba; pero sí empleaban la noción de soplo o de viento para explicar la acción de Dios que es Espíritu. Esa acción espiritual produciría un cambio interior en el hombre. Pero Nicodemo no entendió las palabras de Jesús ni cuando utiliza términos que están a su alcance. Existía un muro en Nicodemo para que entendiera las palabras del Señor y las aceptase. Era el muro de los prejuicios farisaicos, llenos de autosuficiencia. Era el muro de la visión humana poco abierta a lo sobrenatural. No en vano se dice que la soberbia intelectual es la más difícil de vencer. Era preciso destruir ese muro. Entonces Jesús emplea unas palabras aparentemente duras. Le dice ¿Tú eres maestro de Israel y lo ignoras? Es como decirle: no basta toda tu ciencia de maestro de Israel, ni siquiera tu buena voluntad, es necesario superar una barrera nueva. Jesús está llamando ignorante a uno de los más sabios del momento. Estas palabras podían ser recibidas mal por Nicodemo y decirle con arrogancia que él era sabio oficial, mientras que Jesús era un artesano sin estudios pues no ha frecuentado ninguna de las grandes escuelas de Israel: sería la reacción del orgullo. Pero no incurre en ella Nicodemo, porque busca sinceramente la verdad, le pesa demasiado el fardo de las interpretaciones sin vida, muy eruditas quizás, pero muertas o poco espirituales, sabe que ese modo de pensar le frena para poder entender. Para recibir la palabra de Dios es necesaria la humildad de los sencillos. Eso es lo que pretende Jesús: la búsqueda con humildad de la luz de Dios. Todo el que es de la verdad oye mi voz, dirá en sus discusiones en el Templo. No basta la inteligencia para creer y comprender el mensaje divino, es necesaria la humildad de la voluntad y el deseo de la verdad completa. Convenía superar el muro de la hipocresía, del legalismo, de la utilización de lo religioso con fines temporales, de la avaricia, de la impureza, es decir, es necesario convertirse y estar dispuesto a amar a Dios sobre todas las cosas de verdad. Quizá estos defectos influían sólo indirectamente en Nicodemo, pero estaban ahí, e impedían el paso a la luz sobrenatural y verdaderamente espiritual. Jesús le aclarará que ahí está la raíz del rechazo de sus amigos fariseos y del conjunto del Sanedrín. Necesitan convertirse con humildad y rechazar el pecado: En verdad, en verdad te digo que hablamos de lo que sabemos, y damos testimonio de lo que hemos visto, pero no recibís nuestro testimonio. Si os he hablado de cosas terrenas y no creéis, ¿cómo ibais a creer si os hablara de cosas celestiales? Pues nadie ha subido al Cielo, sino el que bajó del Cielo, el Hijo del Hombre. Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es preciso que sea levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea tenga vida eterna en él. Creer no es una consecuencia de la lógica o un fruto exclusivo del entendimiento humano. Creer es un acto del hombre entero que asiente a la palabra y a la luz de Dios, de ahí lo difícil que resulta a los soberbios y lo sencillo que es para los humildes. San Agustín decía que creer es pensar con asentimiento, con esta expresión resumía que en el acto de fe actúa tanto la inteligencia como la voluntad, es más, el último momento psicológico de la fe está en la voluntad pues decide el asentimiento del entendimiento en un juicio. Santo Tomas de Aquino dice que la fe es un acto del entendimiento, que asiente a una verdad divina por el imperio de la voluntad movida por la gracia divina, y añade la acción de la gracia como necesario para creer.
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Conversiones El concilio Vaticano II recoge esta doctrina diciendo que para profesar la fe es necesaria la gracia de Dios que previene y ayuda, y los auxilios internos del Espíritu Santo, que mueve el corazón y le convierte a Dios, abre los ojos de la mente y da a todos la suavidad en el aceptar y creer la verdad . La gracia no le faltó a Nicodemo, pero era necesaria su respuesta, y para ello necesitaba un asentimiento que reuniese humildad y mente abierta. ¿Creyó entonces Nicodemo? Parece que sí, pues su conducta posterior en el Sanedrín y en la crucifixión lo revelan como discípulo de Cristo. Jesús utilizó argumentos que le eran muy familiares. Le dice que el Hijo del Hombre será elevado como la serpiente en el desierto (cfr. Num 21,8-9). ¿Qué ocurrió en el desierto? que el pueblo elegido se rebeló murmurando contra Dios porque desconfiaba de su poder, y fue castigado con las picaduras de serpientes, pero la misericordia divina concedió a Moisés que al colocar una serpiente de metal en el campamento el que la mirase quedase curado. Con estas palabras le hablaba de un signo similar que sería la Cruz. Antes le habla de la humildad de Dios que baja del Cielo para que el hombre pueda superar el estado de pecado y de postración. Ahora le habla de un nuevo acto de humillación semejante al de la serpiente, ya que tendrá frutos de curación y de misericordia, pero sólo para los que quieran mirar, y eso sólo es posible por la humildad. Es admirable contemplar la actitud del Señor en esta conversación. Jesús dialoga con todos, se pone a su nivel. Habla al pueblo sencillo con parábolas pues los ejemplos son más comprensibles; el uso de la imaginación les era más accesible que la utilización de la mente abstracta. Con los discípulos profundiza más según van progresando en su entendimiento de las realidades sobrenaturales. Con los intelectuales como Nicodemo utiliza un lenguaje más elaborado. Cuando le ponen cuestiones difíciles las resuelve con una lucidez que a todos sorprende. Jesús está abierto siempre al diálogo, pero con autoridad, no buscando un punto medio donde confluyan opiniones diversas, sino dando la Verdad. La mayoría de los discípulos no seguían a Jesús físicamente -como es natural-, le seguían en el corazón por la fe. Este debió ser el caso de Nicodemo, que entraría pronto en contacto con José de Arimatea miembro también del Sanedrín. No sabemos si existían más seguidores silenciosos de Jesús en el Sanedrín, quizá sí los hubo, pero los evangelios sólo nos hablan de estos dos.
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1.3 Parte 3 A veces se ha interpretado la visita de Nicodemo a Jesús de noche como si fuese un acto de miedo a sus compañeros fariseos; pero no me parece que sea así. Aunque el interior de las personas suele ser muy complejo, y no es improbable un cierto temor, es más probable que predominase la prudencia. Nicodemo pensaría que si llegaba a la conclusión de que no debía creer en Jesús ¿para qué exponerse a críticas innecesarias?. Y si creía en Jesús le podía ayudar más permaneciendo dentro del Sanedrín, que marchando y manifestando su disconformidad con la mayoría desde fuera. Así sucedió en la fiesta de los Tabernáculos después de haber pasado un buen tiempo del encuentro con Jesús aquella bendita noche. La multitud estaba fuertemente dividida ante Jesús unos decían: Este es verdaderamente el Profeta. Otros: Este es el Cristo. En cambio otros replicaban: ¿Acaso el Cristo viene de Galilea? ¿No dice la Escritura que el Cristo viene de la descendencia de David y de la ciudad de Belén de donde viene David? No costaba mucho hacer una averiguación sobre María y José, e incluso investigar lo sucedido en Belén, pero el apasionamiento no admite estudios serios de la verdad. En el Sanedrín se reprodujo la discusión que se desarrollaba entre la multitud. La mayoría decía ¿Acaso alguien de las autoridades o de los fariseos ha creído en él? Pero esta gente que desconoce la ley, son unos malditos. No se molestan en mirar si algún fariseo cree en él sin presiones ni coacciones, y como Jesús demuestra una y otra vez, tampoco conocen la ley. Pero en este caso es Nicodemo el que sale en defensa del Señor pues les dijo ¿Es que nuestra ley juzga a un hombre sin haber oído antes y conocer lo que ha hecho? Le respondieron: ¿También tú eres de Galilea? investiga y te dará cuenta que ningún profeta surge de Galilea. Y se volvió cada uno a su casa. Es fácil imaginar el estado de ánimo de los que se separaban para acudir a sus casas. Nicodemo iría apesadumbrado de la dureza de corazón de sus compañeros. Los demás murmurarían de él, aunque el argumento que les da no cayó en saco roto, ya que el jueves Santo hicieron un simulacro de juicio para poder decir que se cumplía la ley, aunque estuviesen ofendiendo a Dios claramente y actuando contra la misma letra de la ley. En aquellos momentos tan agitados de la Semana Santa hay un aspecto que permite vislumbrar el alma de Nicodemo: sus argumentos son serenos y muy pensados. No ofende a nadie con insultos o con recriminaciones más o menos verdaderas. Se da en él la fortaleza de la verdad, pero no hay fanatismo, y mucho menos odio. Jesús insistía que toda la ley de Dios se reduce en amarle con todo el corazón, y que este amor debía extenderse a los demás, también a los que se manifestaban como enemigos. ¿Se había dado ya este paso en Nicodemo? Así lo parece, pues se ve en sus palabras más un ánimo de convencer que de vencer o destruir. Nicodemo, posiblemente respaldado por José de Arimatea, da la cara en público según su condición de conocedor de la ley y con la responsabilidad de pertenecer a las autoridades del pueblo elegido. No sería fácil esta defensa porque le comprometía. Muchos pensarían que se habría dejado convencer por el galileo, y el fantasma de la duda rondaría alrededor suyo a partir de entonces. ¿Será Nicodemo discípulo del galileo se dirían muchos? ¿Cree un fariseo del Sanedrín en Jesús? Es lógico pensar que algunos se sentirían animados a enterarse mejor sobre la persona de Jesús y quizá creer en El; pero otros tratarían a Nicodemo con el odio que ya tenían a Jesús, y que cada vez se manifestaba más violento.
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Conversiones Si observamos la conspiración para detener a Jesús, -juzgarle de un modo sumario y conseguir del Procurador romano su muerte-, vemos como Nicodemo tiene algo que ver en el modo de la intriga. La conjura consistía en enterarse a través de un traidor pagado de un lugar donde se le pudiese detener sin que el pueblo pudiese salir en su defensa. Tras reunirse de madrugada unos cuantos del Sanedrín en casa de uno de ellos, no en el lugar legal, buscan testigos falsos y amañados para condenarle. Después, antes de que el pueblo se entere, lo llevan al Procurador romano con argumentos capciosos para engañarle y conseguir que firmase su pena de muerte. En pocas horas estaba arreglado el enojoso asunto del galileo. No les convenía que Nicodemo estuviese presente en cada uno de los pasos de la conspiración, o al menos en los más importantes. Ni les interesaba que supiese quien era el traidor, pudiendo así avisar a Jesús sobre el momento de la detención, tampoco convenía que estuviese en la parodia de juicio, aunque esto era menos importante, pues con una mayoría bien preparada se conseguía igual el efecto de condenar al inocente.
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1.4 Parte 4 Los hechos sucedieron como había sido premeditados, quizá con la sorpresa de que Jesús no hiciese un milagro, ni que los suyos no defendiesen casi a su Maestro. Entre la detención y la condena transcurrieron menos de doce horas. Se consumó la sentencia hacia las doce del mediodía, cuando se realizaba en el Templo en sacrificio oficial del Cordero Pascual. Hacia las tres de la tarde muere Jesús en la Cruz. Aquí aparece de nuevo Nicodemo junto a José de Arimatea, éste rogó a Pilato que le dejara retirar el cuerpo de Jesús. Y Pilato se lo permitió. Vino, pues, y retiró su cuerpo. Nicodemo, el que había ido antes a Jesús de noche, vino trayendo una mezcla de mirra y áloe, como de cien libras. tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos, con los aromas, como es costumbre dar sepultura entre los judíos. En el lugar donde le crucificaron había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo en el que no había sido sepultado nadie, como era la Parasceve de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús. La actuación de Nicodemo y de José de Arimatea es valiente. El estado de tensión y de enfrentamiento era total- lleno de mentiras y de violencia, hasta la muerte del Jefe- hace comprensible que si los subordinados dan la cara se les haga seguir la misma suerte que Jesús, o peor. Nicodemo y José se estaban jugando la vida con el acto piadoso de enterrar el cuerpo muerto del Señor con el fin de evitar que se corrompa en la cruz, o lo tiren a la fosa común. Lucas aclara que José de Arimatea no ha consentido en la condena, ni en lo que os otros han ejecutado, es decir ha sido también valiente durante el simulacro de juicio. Hubiera sido muy fácil lamentarse y quedarse en casa para evitarse complicaciones. Nicodemo y José de Arimatea -discípulos ocultos de Cristo- interceden por El desde los altos cargos que ocupan. En la hora de la soledad, del abandono total y del desprecio..., entonces dan la cara audacter (Mc 15,43)..., ¡valentía heroica! La valentía heroica de Nicodemo y José contrasta con la actitud temerosa del primer encuentro con Jesús, cuando el primero acude de noche a hablar con el Señor. La fe ha crecido en ese tiempo, y con ella desaparecen los temores; ¿qué puede temer el que sabe en el bando del Salvador del mundo? Pero los temores no eran infundados. Era fácil que los matasen, más aún por los cargos que detentaban pues les convertían a los ojos de los conspiradores en presuntos cabecillas de una revuelta en favor del nazareno. Su fe fue más audaz que la de los mismos Apóstoles. Los hechos debieron suceder del siguiente modo: Jesús muere hacia las tres de la tarde. Un poco antes, o un poco después, Nicodemo y José acuden a Pilato. Es entonces cuando se hace aquella extraña noche sin sol al mediodía, tembló la tierra y se abrieron los sepulcros. Muchos de los que se burlaban y escarnecían a Jesús huyen despavoridos. Permanecerían allí María, Juan, las santas mujeres rezando, y los soldados muy a pesar suyo. Entonces irían Nicodemo y José de Arimatea a realizar aquel acto de caridad con el difunto. La fe de Nicodemo y de José de Arimatea es audaz, pero con una audacia que ya ha sido formada por Cristo. Su audacia es superación del temor a la muerte, pero también del deseo de venganza. No les hubiera sido difícil organizar un grupo de hombres armados y tomarse la justicia por su mano. Esto se ha dado muchas veces en la historia. Nicodemo y José actúan de otro modo, no se erigen en jueces de los asesinos. Saben que Jesús ha dejado que se consumara su muerte convirtiendo el asesinato en un sacrificio redentor. Jesús podía haberse defendido o permitir que los ángeles le defendiesen, pero no lo hizo. ¿Debían ellos seguir otro caminos que el
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Conversiones escogido por el Maestro? Ellos se unen a ese sacrificio protegiendo el cuerpo de Jesús que es la Víctima del Sacrificio. Desclavan el cuerpo de la cruz, lo limpian, lo ungen con mirra y áloes, aunque no llegan a embalsamarlo por la premura del tiempo, lo envuelven en una sábana, rodean la cabeza con un sudario y lo llevan a un sepulcro nuevo abierto en la roca.
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1.5 Parte 5 Es significativa la cantidad de perfumes para ungir el Cuerpo del Señor, unas cien libras, es decir, varios kilogramos. ¿Por qué tanto?, porque le quieren y la pobreza debe ser magnánima, no miseria. El pobre de espíritu debe ser sobrio en sus cosas personales y desprendido de las que usa; pero conviene que sea magnánimo cuando lo manda el amor, y, sobre todo el amor a Dios. En este caso se trata de un amor que, además, es desagravio por la crueldad y el odio con que había sido tratado el divino Cuerpo de Nuestro Señor. Nicodemo y José de Arimatea demuestran una vez más que han entendido a Jesús. Es bueno para el cristiano subir a la cruz con Nicodemo, José de Arimatea y Juan, para ayudar a desclavar el cuerpo de Jesús y descenderlo. Yo subiré con ellos al pie de la Cruz, me apretaré al Cuerpo frío, cadáver de Cristo, con el fuego de mi amor..., lo desclavaré con mis desagravios y mortificaciones..., lo envolveré con el lienzo de mi vida limpia, y lo enterraré en mi pecho de roca viva, de donde nadie me lo podrá arrancar, ¡y ahí, Señor, descansad! . Estas palabras del Beato Josemaría marcan un buen sendero para imitar audazmente los pasos de aquellos discípulos del Señor en cualquier momento de la vida. Vale la pena hacer actos de desagravio y de penitencia para limpiar el cuerpo de Cristo manchado por los pecados de los hombres, los nuestros también. Antes del entierro, y quizá antes de la limpieza, entregan el Cuerpo de Jesús a su Madre. Ella le ha visto morir, estuvo mirando el Cuerpo exangüe de su Hijo, contemplaría con dolor como le quitan los clavos, aunque lo hiciesen con toda la delicadeza posible. Después se abraza al Cuerpo de su divino Hijo. Las lágrimas de la Madre se derraman sobre la sangre del Hijo. Sangre y lágrimas unidas como lo estaban sus corazones. ¿Quién no se conmoverá al ver su dolor? María besaría sus llagas, heridas hondas y mortales, le arreglaría los cabellos, le limpiaría quizá como cuando era un Niño en sus brazos. Es fácil imaginar la fuerza de sus palabras cuando dijese: ¡Jesús! ¡Hijo mío!, aunque no se quejase diciendo ¿por qué?, pues bien sabía Ella el por qué. Con esfuerzo separarían a María del Cuerpo de Jesús, eran las seis o las siete de la tarde, anochecía. Debían cumplir el descanso de sábado. Lo llevan al sepulcro y lo cierran con aquella gran piedra. Sólo los que han visto tapar la sepultura de un ser querido pueden comprender el sentimiento de todos, especialmente el de María. Tienen fe, pero duele la separación. Tienen caridad, pero el pecado que ha causado tanto mal hiere; tienen esperanza, pero la voluntad debe levantar el ánimo que llora. Y se van. Nada más sabemos de Nicodemo y de José de Arimatea. Pero hemos contemplado el cambio interior de dos buscadores de la Verdad, que se han encontrado con Jesús. Han renacido a una vida nueva y han mirado al que sido levantado a lo alto y han recibido la salvación de Jesús. Sólo nos cabe imaginar el gozo con que vivirían la Resurrección de Jesús y la venida del Espíritu Santo, pero para ellos lo difícil estaba hecho.
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2 El centurión un verdadero hombre Un centurión pudo ser testigo privilegiado de todos los hechos del sacrificio de Cristo. Fue tan buen testigo que se convirtió en el momento de la muerte de Jesús. Estaba acostumbrado a este tipo de cosas, habría visto -y dirigido- bastantes crucifixiones, y no iba a dejarse impresionar por una más; no era un trabajo bonito, pero había que hacerlo, y este oficial (al que la tradición llama Longinos) no es fácilmente impresionable, pero puede captar mejor que otros las características peculiares de esta crucifixión. Primero pudo contemplar la debilidad de Pilato -su jefe- que consiente en la ejecución de un inocente, aunque intente disfrazar su injusticia con el gesto frívolo e hipócrita de lavarse las manos y decir que era inocente de la sangre de aquel justo. El centurión vio también el furor de la muchedumbre, la envidia feroz de los judíos importantes, las lágrimas de las mujeres de Jerusalén- tan pocas comparadas con la multitud que aclamaba a aquel hombre sólo unos días antes-. Para un romano no era fácil de entender lo que pasaba. Simón de Cirene sería forzado a llevar la Cruz de Cristo por mandato suyo cuando vio la extrema debilidad de Jesús. Después escucharía una a una las siete palabras del Señor en la Cruz y la conversión de uno de los ladrones. Quizá facilita la presencia de María al pie de la Cruz. Cada uno de estos hechos serían como luces, o como lanzadas en su alma, que unidas a la acción de la gracia le llevarían a la conversión. Un testigo puede serlo de muchas maneras. El centurión miraría las cosas como militar de carrera. No era un mercenario a sueldo como los que se burlaron de Jesús cuando le vieron caído después de la flagelación. Los centuriones eran militares en el más puro sentido de la palabra, es decir, hombres de honor, con sentido de la disciplina y de la lealtad. Un verdadero militar debe poseer muchas virtudes humanas si quiere desempeñar su tarea con un mínimo de dignidad. La guerra es una realidad ingrata e indeseable para todos. Es cierto que algunas guerras son justas porque se dan motivos de legítima defensa que las justifican, pero los que las viven sufren, y mucho. La historia ha sido pródiga en buenos y malos militares. Pero es posible decir que cuando son buenos, son muy buenos, ya que se enfrentan a tareas que exigen muchas virtudes humanas. Los militares deben ser valientes y disciplinados, fuertes y serenos, y estas virtudes les hacen ser muy hombres en el sentido de ser más perfectos que los que no saben ni defenderse. La calidad de los centuriones romanos debía ser muy alta en tiempos de Jesús, de hecho fueron numerosas las conversiones de ellos en la primera expansión de la Iglesia. Aquel centurión se convirtió en la muerte de Cristo; veamos cómo lo cuentan los evangelistas. Marcos dice que El centurión, que estaba de pie frente a Él, dijo al ver como expiró: verdaderamente este hombre era Hijo De Dios. Mateo añade que lo mismo dijeron los que guardaban a Jesús junto a Él; y Lucas precisa que dio gloria Dios y dijo: Este hombre era realmente justo. Los matices son importantes, pero, de momento, consideremos que un cambio así no suele darse de repente y examinemos la posible evolución del centurión que le lleva a la fe. El proceso empezaría con la sentencia de Pilato condenando a Jesús. A todo hombre de bien le duelen las injusticias, más aún si le afectan más o menos directamente. Duro debió ser para el centurión obedecer la orden de llevar al patíbulo a un inocente cargando con la cruz. Era disciplinado y cumple, pero le resultaría penosa la conducta del procurador. Ver a todo un gobernador romano doblegarse ante el
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Conversiones griterío de una chusma le sublevaría. Es muy posible que esperase la orden de dispersar a aquella gente que gritaba contra toda justicia, y lo haría con gusto, pero esa orden no llegó. Ver que Pilato, su jefe, es un cobarde le defraudó, ve que no estaba a la altura de los acontecimientos. Él, en cambio, tenía que obedecer ¡todo sea por Roma y la disciplina del glorioso ejercito!. Pero su sentido de la justicia le llevaba a mirar con buenos ojos a aquel inocente, víctima de una conjura. El trayecto de los condenados debió ser difícil. Las calles de Jerusalén que conducen a la puerta judiciaria son estrechas. Allí se acumularía una masa de cobardes. Más de una vez ordenaría cargar contra ellos para abrir paso, y más de un golpe contundente saldría de sus manos. ¡Bien podían haberse enfrentado con Jesús en el Templo cuando enseñaba, pero no se atrevían por la fuerte personalidad de Jesús y por la presencia de sus seguidores!. ¡Y ahora que le ven maltrecho se atreven los muy cobardes!
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2.1 Parte 1 ¿Y este Jesús por qué calla? ¿Y sus amigos por qué no le defienden? Cuando hablaba todos enmudecían por su sabiduría y la autoridad de sus palabras. Cuando un sabio calla será porque su silencio vale más que sus palabras. Pero, la verdad, no es fácil entender por qué no se defiende, ni por qué no le defienden. Él habría actuado de otro modo. Aquí hay algún misterio que no entiendo, se diría el centurión. Y su tendencia a la verdad le agudizaría la mente para entender lo que estaba pasando delante de sus ojos. Cuando comenzó la crucifixión su sorpresa creció. Jesús no toma el calmante que le ofrecen, ni se resiste a ser enclavado en la cruz, y, para colmo, perdona. Sus palabras le debieron desconcertar y le harían meditar Perdónales, porque no saben lo que hacen. ¡Perdona a los que le matan! Como buen soldado el centurión sabía que el perdón es una de las características de los grandes ante el enemigo derrotado. Quizá había visto la alegría de un soldado enemigo condenado y perdonado. Los emperadores eran más grandes cuando eran magnánimos que cuando eran crueles. Y aquel condenado perdona en lugar de pedir clemencia y pide a Dios que perdone. El centurión pudo ver el alma grande de Jesús hombre. Su primera palabra le ayuda a entender su silencio y su ausencia de defensa: se trataba de una cuestión religiosa. El hombre magnánimo capta por simpatía la grandeza de alma de los demás. La grandeza de Cristo es de un nivel que le asombraría. La segunda palabra de Jesús confirmó esta idea, pues la dirigió a uno de los ladrones que le pedía que se acordase de él en su reino. ¿Qué reino puede ofrecer alguien que va a morir? Y Jesús responde Hoy estarás conmigo en el Paraíso. Ahora comprende más, pues se trataba de un reino espiritual. Así se entienden muchas cosas. Esperan un paraíso. El centurión se lo representaría según las mitologías paganas; en ninguna religión falta la noción de premio y de castigo. Ese reino sería un reino de justicia verdadera. Sus años de lucha le llevaban a desconfiar de la justicia humana tan difícil y tan frágil. Ciertamente, sólo Dios puede ser justo plenamente. Era una esperanza grande para un buen hombre esperar en un reino de justicia verdadera. Pilato, escéptico, no creyó en ese reino, pero al ver la entereza de Jesús se despertaría con fuerza en el centurión su sentido de la justicia. La tercera palabra la dirige a su madre. No sabemos el papel que el centurión tuvo al permitir su presencia allí, pero no era usual, y es muy posible que fuese un acto de piedad con el que sabía era inocente. Entonces escucharía que decía a María y al muchacho joven palabras importantes. A Juan le dice he aquí a tu madre y a ella le dice Mujer, he aquí a tu hijo. El centurión no entendería todo el sentido espiritual de estas palabras a través de las cuales Jesús pide a su madre que sea madre espiritual de todos los hombres; pero sí debió entender bien el cariño entre el hijo y la madre, y como él se preocupaba de ella más que de sí mismo. Cuida de ella a través del joven valiente -el único hombre- allí presente, probablemente pariente de ellos, pensaría sin errar demasiado. El corazón se le debió encoger un poco al pensar en su madre y en sus familiares. Daba así un paso más en comprender que aquel hombre tan religioso no era inhumano, no era un desapegado de los cariños verdaderos. Es natural un movimiento de piedad en el centurión, y eso acerca a la fe. Pasaba el tiempo, y Jesús calló durante largo rato; el centurión meditaba. La gracia iría actuando en su corazón, como la semilla sembrada en buena tierra. Poco a
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Conversiones poco, pero viva. Hasta que Jesús habló de nuevo dijo con gran voz: Eloí, Eloí, lamá sabaktani que, traducido, es Dios mío ¿por qué me has desamparado? Ni él ni muchos de los judíos que estaban cerca entendieron estas palabras pensando que llamaba a Elías. El centurión preguntó y le debieron traducir, quizá le dijeron que eran las primeras de un salmo mesiánico que se estaban cumpliendo al pie de la letra en aquellos momentos. Pero él se quedaría en la literalidad de las palabras y se daría cuenta del dolor interno de Jesús ¿Cuanto sufre también en el alma? Y una nueva virtud humana afloraría en su interior: la compasión. Era fuerte, pero no era insensible. Sabía que Jesús era inocente, sabía que podía haberse escondido o defendido de modos naturales o sobrenaturales, pero que quería sufrir como pagando una deuda y los pecados de otros. Esta justicia sólo podía ser producto de un amor extraordinario. Pero ¡qué duro era aquello! No pudiendo consolarle en lo humano, quizá al ver a la madre, pensaría en que la mejor compasión era unirse a aquel valiente que tenía delante de sus ojos. Y los deseos de conocerle irían apareciendo cada vez más en el exterior.
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2.2 Parte 2 Por fin oyó una palabra que le daba la posibilidad de ayudar un poco al crucificado. Jesús dijo Tengo sed; el centurión se apresuraría para que le llevasen el líquido que estuviese más a mano. Le acercan una esponja mojada en vinagre, pero Jesús sólo la probó, no quería satisfacer la terrible sed propia de la fiebre y la pérdida de sangre, era la suya una sed espiritual. El centurión puede comprobar que la dureza del suplicio no ha hecho disminuir ni un ápice la voluntad de aquel hombre extraordinario. Jesús tenía sed de almas y cumplía la voluntad del Padre hasta en los más mínimos detalles. El centurión admira la fortaleza, tan patente en Jesús. Fue entonces cuando dijo Jesús: Todo está consumado. Ahora le quedaba más claro aún que estaba realizando una misión religiosa, extraña, pero real. ¿Qué es lo que estaba consumado? Algo que no se puede explicar solo con la lógica humana. Y la atención del centurión se centraría en comprender la verdad de lo que estaba pasando. Los hombres falsos o insinceros sólo se preocupan de sus problemas; los hombres sinceros buscan la verdad. La inquietud religiosa de aquel soldado llegaba a un punto culminante. Fue entonces cuando se produjo el momento decisivo de su conversión. Primero fue el gran grito de Jesús, después lo que dice en aquel grito, y por último la sorprendente reacción del cielo y la tierra. Escuchemos como lo narran los evangelistas. Y Jesús, dando una gran voz, dijo: 'En tus manos entrego mi espíritu'... Y era como la hora de sexta cuando se obscureció toda la tierra hasta la hora de nona, porque se eclipsó el sol... Y he aquí que el velo del Templo se rasgó de arriba a abajo. Tembló la tierra y las piedras se partieron. Los sepulcros se abrieron y resucitaron muchos cuerpos de santos que habían muerto. El gran grito manifiesta la fuerza que conservaba Jesús. La muerte de los crucificados era un apagarse lento en el que la asfixia y la debilidad eran determinantes. Cristo tiene fuerzas. Más que hablar grita. Su libertad en la hora de la muerte queda clara y el centurión es uno de los que mejor puede captar esa muerte libre. El grito de Jesús debió sobrecoger a todos. Los culpables se llenarían de temor pensando en un posible milagro. María al pie de la Cruz se alegró por ver el término de los padecimientos de su Hijo y la consumación de la Redención. El centurión tuvo un dato más: se trataba de una muerte extraordinaria. La última palabra de Jesús en la Cruz también es muy expresiva, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Palabras densas que el centurión captaría según su capacidad. Para un pagano los dioses eran lejanos y terribles, caprichosos y crueles. Pensar en Dios como Padre quedaba fuera de su comprensión, aunque en alguna ocasión pudiesen emplear la expresión. El centurión sabía que los judíos veneraban a un Dios único, pensar en ese Dios Creador como un Padre que quiere a sus hijos era una auténtica revelación. Si lo aceptaba toda su vida cambiaba. Además Jesús amaba al Padre de tal manera que su diálogo con Él no se rompía por la dureza del sacrificio que se estaba realizando allí. Aquel hombre noble pudo ver así unas relaciones paterno filiales extraordinarias. El Padre quería una misión dificilísima y el Hijo se abandonaba en la voluntad de su Padre cumpliéndola hasta el final.
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2.3 Parte 3 La noche repentina y el terremoto concluyeron la conversión del militar. Aquellos fenómenos nunca vistos en la naturaleza fueron para él como un grito de la Creación ante lo que los hombres habían sido capaces de hacer. Por un lado descubre que Jesús era realmente justo, es decir, era noble, fuerte, compasivo, piadoso, entero. Y por otro lado comprende que es más que un hombre bueno: Verdaderamente éste hombre era Hijo de Dios. Más adelante podrá saber que no todo acaba con la muerte y que aquel Hombre era, es y será por los siglos de los siglos. Y sabrá que no sólo era Hijo de Dios como hombre, sino que era el Hijo Unigénito de Dios. Pero nosotros podemos detenernos en el itinerario recorrido por un militar lleno de virtudes humanas que le conduce a la fe. Su trayectoria es inversa de los que condenaron a Jesús, los cuales, conociendo la Escrituras y practicando externamente la religión, eran personas humanamente deformes y falsas. No basta con un conocimiento teórico para llegar a Dios, es necesario ser correctamente humanos. Las virtudes humanas del centurión le permitieron convertirse a pesar de que la Cruz parecía el fracaso de un hombre. La mirada limpia permite comprender lo que los retorcidos poseedores de la Escritura rechazan. La gracia actúa con libertad porque no encuentra obstáculos en lo que podemos llamar un hombre de bien. Ciertamente cuando un alma se esfuerza por cultivar las virtudes humanas, su corazón está ya muy cerca de Cristo. El contraste con el joven rico es patente. El centurión es un hombre maduro y noble y descubre la luz por su mirada clara y limpia. El joven se alejó triste de Jesús porque le parecen duras las exigencias del Señor, y no las conocía todas porque era un teórico y la falta la experiencia de una madurez generosa.
3 Los ciegos y la luz La ceguera es siempre una enfermedad dura de soportar, pero en tiempos de Jesús lo era aún más que en la actualidad. La mayoría de los ciegos no podían realizar un oficio, y solían vivir mendigando. Eso les ocurría tanto a los ciegos de Jericó como al que pedía limosna en el Templo de Jerusalén. Jesús curó a muchos ciegos. La venida del Mesías es anunciada con frecuencia con ciegos que ven. Oirá aquel día los sordos las palabras del libro y desde la tiniebla y desde la oscuridad de los ojos oirán. Entonces se despegarán los ojos de los ciegos y las orejas de los sordos se abrirán. Yo te he formado para luz de las gentes, para abrir los ojos a los ciegos.
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3.1 Parte 1 Son muchos los que se encuentran en las páginas del evangelio. La curación de seis de ellos: dos de Cafarnaúm, dos de Jericó, uno de Betsaida y otro de Jerusalén es contada con detenimiento. Cuatro curaciones son repentinas, otra se realiza poco a poco, y la otra se realiza sin ser pedida. Los primeros piden con insistencia y con fe, el segundo pide con poca fe, el tercero recibe la vista en el Templo después de la fiesta de los Tabernáculos con mucho espectáculo. Tres modos distintos de realizar el mismo milagro tienen una lección para todos. Si los primeros milagros fueron para beneficiar a los que pedían luz desde su oscuridad, el ciego de Jerusalén recibe la vista del cuerpo para que otros reciban la luz de la fe. Comencemos por el ciego del Templo de Jerusalén, pues era ciego de nacimiento y nunca había conocido la luz. Era muy conocido de todos. Fue curado durante la fiesta de los Tabernáculos, dato que tiene su importancia, pues esta fiesta evoca el tiempo que los hebreos pasaron en el desierto siendo guiados por la luz de Dios, por eso se celebraba con un amplio despliegue de luces. La fiesta duraba ocho días, al comienzo del otoño. En la primera noche, se iluminaba intensamente el atrio de las mujeres con cuatro enormes lámparas que daban cierta claridad a toda Jerusalén. Con ello recordaban la nube luminosa, señal de la presencia de Dios, que guió a los israelitas por el desierto a su salida de Egipto. Fue probablemente en esta fiesta cuando Jesús habló de sí mismo como la "Luz" diciendo: Yo soy la luz del mundo, expresión de su divinidad, más aún dicha en el Templo y en esa fiesta, cuando quizá aún estaban encendidos los lucernarios, símbolos de Dios guiando a Israel. ¿Cómo no deducir que Jesús está diciendo ser el Dios vivo que ilumina al mundo? Las palabras confirman esta afirmación: el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. El salmo 36 dirigiéndose a Dios decía: en ti está la fuente de la vida, y en tu luz veremos la luz. Los judíos que oyen a Jesús se oponen a sus palabras diciendo que no basta su testimonio, Jesús les responde que no creen porque tienen mala voluntad, pero les da el signo de la curación del ciego de nacimiento. Así lo manifiesta a los discípulos cuando les dice que las obras de Dios se manifestarán en aquel ciego, ya que Él es la luz del mundo. El milagro sucedió lentamente, como con el deseo explícito de que todos se fijasen con atención. Fue así: Escupió en el suelo, hizo lodo con la saliva, aplicó el lodo en sus ojos y le dijo: Anda, lávate en la piscina de Siloé -que significa Enviado-. Fue, pues, se lavó y volvió con vista. Es de suponer que muchos seguirían al ciego. De hecho era manifiesta la voluntad del Señor de realizar un signo notorio. Quizá el ciego se resistía al no saber bien lo que estaban haciendo con él, quizá se dirigió ayudado por otros, confiando que podía realizarse algo prodigioso, pues había escuchado las palabras de aquel rabbí que hablaba con autoridad. La sorpresa al recuperar la vista sería enorme, más aún cuando nunca había conocido de un modo visible el mundo que le rodeaba. Su alegría fue desbordante, aunque pronto experimentó la malicia de algunos que vivían en unas tinieblas peores de las que él acababa de superar.
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3.2 Parte 2 El desarrollo de los acontecimientos posteriores es narrado por Juan con detenimiento. La resistencia a aceptar el milagro por parte de los fariseos, las preguntas al ciego y a sus padres, las respuestas llenas de cordura y sentido común, más claras aún ante la obcecación de los fariseos en cerrarse a la evidencia, y, por fin, su expulsión de la sinagoga. Una vez fuera del Templo, Jesús salió al encuentro del ciego vidente y sus miradas se cruzaron. El antiguo ciego nunca había visto a Jesús, aunque había escuchado su voz, pero le reconoce al oírle decir ¿Crees tú en el Hijo del hombre? El respondió: ¿Y quién es, Señor, para que crea en él? Le dijo Jesús: Lo has visto; el que contigo habla, ése es. Y él exclamó: Creo, Señor. Y se postró ante Él. Dijo Jesús: Yo he venido a este mundo para un juicio, para que los que no ven vean, y los que ven se vuelvan ciegos. El ciego por la fe adora a Jesús como Dios. Ahora tiene luz en los ojos del cuerpo y en los del alma. El mensaje no podía ser más claro para los que habían visto el milagro. Es como decirles: ¿no querías un signo que atestiguase mi sinceridad? pues aquí lo tenéis. El que no crea es por su culpa, no por falta de signos. Jesús es la Luz. Creer en Él es tener la luz para ver. La ceguera culpable del espíritu es peor que la del cuerpo. La soberbia de los fariseos les ciega para contemplar la verdad. Otra consecuencia a extraer de este milagro es ver la fe como luz. La fe es luz porque se descubre verdades antes desconocidas u oscuras. La fe divina es una auténtica iluminación. El que carece de estas luces ciertamente camina en las tinieblas: es un ciego. Vale la pena pedir a Dios esa luz de la fe. Entre los que no conocen a Cristo hay muchos hombres honrados que, por elemental miramiento, saben comportarse delicadamente: son sinceros, cordiales, educados. Si ellos y nosotros no nos oponemos a que Cristo cure la ceguera que todavía queda en nuestros ojos, si permitimos que el Señor nos aplique ese lodo que en sus manos, se convierte en el colirio más eficaz, percibiremos las realidades terrenas y vislumbraremos las eternas con una luz nueva, con la luz de la fe: habremos adquirido mirada limpia. En el ciego de Betsaida llama la atención la lentitud de la curación, pues tras cada imposición de manos de Jesús va viendo mejor las cosas. ¿No es esto un signo de cómo puede mejorar la visión sobrenatural de la cosas? Veamos el milagro: llegan a Betsaida y le traen un ciego suplicándole que le toque. Tomando de la mano al ciego le sacó fuera de la aldea, y poniendo saliva en sus ojos, le impuso las manos y le preguntó: ¿Ves algo? Y alzando la mirada dijo: veo a los hombres como árboles que andan. Después puso otra vez las manos sobre sus ojos y comenzó a ver y quedó curado de manera que veía con claridad todas las cosas.
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3.3 Parte 3 ¿Por qué actuó Jesús de esta manera tan distinta de la que utilizó con los otros ciegos? Veamos los hechos para entender mejor. Primero el ciego es conducido a Jesús por otros, que son los que suplican a Jesús que le toque. No es el ciego el que pide. Es de suponer que tendría poca fe en su curación; quizá sentiría como un escepticismo ante la curación, dejándose llevar por los suyos con más o menos pasividad. Pero al comenzar a ver, aunque fuera confusamente, debió cambiar su estado de ánimo. En el breve espacio de tiempo que estuvo con los ojos tapados por la mano de Jesús se plantearía con nitidez la alternativa: si creo, veo; si no creo, permanezco en la oscuridad. Y al asentarse la fe, se realiza el milagro. Jesús quería un crecimiento de su fe para adquirir la visión corporal. Esta iluminación progresiva es como un llamamiento a mejorar las disposiciones para recibir los dones de Dios. Jesús suscita con paciencia la buena disposición para que crea, y después realiza el milagro. Esta paciencia divina también la tiene con todo aquel cuya fe es débil. Da la gracia para creer y después se vuelca en el alma creyente, pero si no hubiese fe ¿de qué servirían todos los dones? La curación de dos ciegos en Cafarnaúm y de otros dos en Jericó fue repentina y muy similar. En los dos caso piden con insistencia y con doctrina ten piedad de nosotros, hijo de David, dicen los de Cafarnaúm. Los de Jericó piden diciendo: Señor, compadécete de nosotros, hijo de David. Después de ser interrogados por Jesús son curados de inmediato. Marcos es más explícito centrando la conversación de Jericó en uno de los ciegos llamado Bartimeo. No fue fácil para los ciegos de Jericó conseguir la curación. Seguía a Jesús una gran cantidad de gente con el consiguiente movimiento de personas, ruido y empujones. De hecho muchos conminaron a Bartimeo para que callase cuando gritaba intentando llamar la atención de Jesús, pero él gritaba mucho más, hasta que por fin Jesús se detiene. Es lógico pensar que los gritos de Bartimeo, o de los dos ciegos que nos dicen Mateo y Lucas, se oirían por todas partes; pero Jesús quiere esperar un poco para que perseveren en su petición. ¿No es un síntoma de poca fe desanimarse con facilidad? Cuando Bartimeo es llamado por Jesús él arrojó su manto y saltando llegó hasta Jesús. Este detalle revela la fe fuerte de Bartimeo, pues no parece que en medio de una muchedumbre pueda un ciego recuperar su manto, pero le molestaba para moverse hacia la voz de Cristo que le llamaba. Arroja de sí todo lo que le sobra para dirigirse hacia el Señor y se mueve sólo por el oído. Esto es la fe: moverse por lo oído y despegarse de todo lo que sobra. En una palabra la fe se manifiesta en la entrega. Este es el buen inicio del encuentro de Bartimeo con Jesús.
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3.4 Parte 4 Ya está Bartimeo ante Jesús. Su respiración estaría alterada y entrecortada, un poco por el trayecto hacia el Señor, con los empujones y los tropiezos lógicos en un ciego. Su corazón tendría la palpitación del que sabe puede ser curado pues se encuentra por fin está ante el Mesías tan esperado. Su proximidad haría que sintiesen mutuamente la respiración. Le siente, pero todavía no le ve. ¿Tendría Jesús una mirada dura o dulce? Entonces viene la gran pregunta de Jesús a Bartimeo ¿Qué quieres que te haga? La respuesta revelaría la fe de Bartimeo. Podía pedir una limosna, o justicia, o ser ayudado por sus familiares. Todo eso son cosas buenas, pero pide lo que sólo se puede pedir desde la fe: Maestro mío, que vea. Si no hubiera tenido fe, hubiera pensado que no era posible, y no lo hubiera pedido, o hubiera pedido algo más natural, pero desde la fe pide un milagro. Entonces Jesús le dijo: Anda, tu fe te ha salvado. Y al instante recobró la vista y le seguía por el camino2. Es fácil imaginar la alegría del ciego Bartimeo. Jesús concede muchos de sus milagros y de sus dones según lo que se le pide. Casi no tiene tiempo para escuchar cómo le prohibía que contase lo sucedido a nadie.Ni por un segundo piensa en hacerle caso, y no es pensable se disgustase Jesús ante tanto gozo. ¡Qué triste cosa sería recibir un don pequeño cuando se puede recibir uno extraordinario! ¡Qué gozoso es pedir cosas grandes y conseguirlas! Buena oración es la del buen Bartimeo: que vea. Así la recoge Surco Cuando se está a oscuras, cegada e inquieta el alma, hemos de acudir, como Bartimeo, a la Luz. Repite, grita, insiste con más fuerza."Domine, ut videam!"-¡Señor, que vea!... Y se hará el día en tus ojos, y podrás gozar con la luminaria que Él te concederá”. Es lógico, mirando a los ciegos curados por Jesús, pedir luces a Dios como lo hacía San Agustín: eres tú, luz eterna, luz de sabiduría, quien hablando a través de las nubes de la carne dices a los hombres: 'Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no nada en tinieblas, sino que poseerá la luz de la vida.(...) ¡Oh Señor! ardo abrasado por el deseo de la luz en tu presencia están todos mis deseos, y mis gemidos no se te ocultan. ¿Quién ve este deseo, ¡oh Dios mío! sino tú? ¿A quién pediré Dios sino a Dios? Haz que mi alma ensanche sus deseos y que, dilatado y hecho capacísimo el interior de mi corazón trate de llegar a la inteligencia de lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni llegó jamás al corazón del hombre". La luz se hará en nuestras almas según nuestra fe. Dios ilumina, pero debemos abrir los ojos y pedir tanto si vemos algo como si todavía estamos ciegos. Pidamos al Señor como Bartimeo: ¡Señor que vea!
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4 Zaqueo come con Jesús y se convierte Jericó fue testigo de dos hechos muy distintos, pero con un mismo final. Dos hombres se acercan a Jesús y creen en él. El final es el mismo pero el inicio del camino2 y los pasos de cada uno son muy diversos. Bartimeo es pobre y ciego, pero tiene mucha fe; Zaqueo es rico y no parece tener mucha fe, porque era publicano. Zaqueo conoció a Jesús después del ciego. Bartimeo consiguió la vista por la insistencia de su petición y seguía a Jesús glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al presenciarlo, alabó a Dios. La conmoción en Jericó ante el milagro debió ser grande. Todos se moverían a ver a aquel rabí que había curado a Bartimeo. Zaqueo también fue. Veamos el proceso de la conversión del pecador Zaqueo. Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos y rico. Intentaba ver a Jesús para conocerle, pero no podía a causa de la muchedumbre, porque era pequeño de estatura. Y adelantándose corriendo, subió a un sicómoro, para verle, porque iba a pasar por allí. Es posible que una cierta sonrisa suba a los labios ante estos comienzos tan originales. Zaqueo era rico y bajito. Quizá era orgulloso, pero la curiosidad pudo más que las posibles burlas de sus convecinos, y perdió para su bien la compostura durante unos momentos. El oficio de publicano era especialmente odiado por el pueblo porque eran colaboradores de los romanos cobrando impuestos, a los cuales añadían una sobretasa que se quedaban. Este sistema se prestaba a abusos, y era una manera de consolidar un poder extranjero contrario a la ley de Moisés, según los intérpretes de la Ley. Es posible que muchos publicanos no tuviesen nada de qué arrepentirse, pero el evangelio deja entrever que Zaqueo había abusado de su posición. Estaba mal visto por la mayoría, es lógico pensar que no le darían muchas facilidades para que se acercase a Jesús. Su estatura también era un problema. Quizá fue objeto de burlas en más de una ocasión. Las burlas afectan a los más sensibles, a otros les importan lo mismo que el soplar del viento. Algunos se acomplejan con sus defectos físicos llegando a hacer cosas extrañas como ponerse añadidos en el interior del zapato para parecer más altos o vistiendo de maneras estilizadas. Otros se quedan tan frescos ante las burlas de los normales, como si ser normal fuese un éxito, cuando muchas veces no es más que ser uno entre muchos, uno que no destaca en nada. A veces los fuertes al ser despreciados pueden llegar a ser crueles con los burladores. Zaqueo parece hombre de personalidad. Quería triunfar en lo económico -sin importarle los medios- y lo consigue. No le importan los reproches, ya que puede poner delante de los que hablan su dinero y una cierta ostentación. Es posible que incluso devolviese desprecio por desprecio. ¿No me queréis?, pues cuando tengáis que venir a pagar ya buscaré como no dejar pasar ni un milímetro. Como decía aquel inspector: a los amigos se les da la mano y a los enemigos con el reglamento. Y al que no pague se les sube los intereses, diga los diga la ley de Moisés sobre el año sabático. Y aquél que es más hosco procuraré que tenga que arrodillarse para pedir ayuda cuando lo necesite... La estatura de Zaqueo también debió ser un acicate para que su personalidad creciese. Es muy posible que en su infancia y juventud fuese objeto de burlas pues los niños suelen crueles en estas cuestiones. Quizá también en su madurez sería un motivo de desprecios, junto a la condición de publicano. Pero en lugar de achicarse
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Conversiones se crecería, consciente de que la grandeza de un hombre reside más en su inteligencia y su carácter que en el tamaño de sus huesos o en el color de su piel.
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4.1 Parte 1 Pero entre unas cosas y otras los más prestigiosos de Jericó le excluían de su trato. Quizá decía Zaqueo que le importaba poco. Pero las heridas duelen incluso a los fuertes, y es muy posible que un cierto orgullo herido permaneciese dentro de él, tanto cuando pasaban cerca suyo sin dirigirle la palabra, como cuando cuchicheaban a sus espaldas. Saberse objeto de murmuraciones y reaccionar con paz es cosa de santos, y no parece que sea el caso de Zaqueo, que, además, en el interior de conciencia no estaría tranquilo. Ese era el estado de las cosas cuando llega Jesús. Zaqueo quiere verle. No es fácil saber la profundidad de esos deseos de ver a Jesús, quizá fue sólo curiosidad. Quizá el milagro del ciego Bartimeo ha removido algo su conciencia. Pero encuentra un obstáculo: no le dejan pasar, y una muralla humana le impide el paso y la vista. ¡Aparta pequeño! ¿Ver tú, un pecador, al Rabbí de Nazaret? Las iras contenidas forman un muro para sus deseos. Pero Zaqueo es tenaz. Busca un árbol y se sube. La escena es un poco chusca. Hace falta valor para subirse al árbol para ver al rabbí famoso. No le importan las dicerías y las burlas. ¡No viene de una! pensaría. Y entonces le miró el Señor. Ciertamente le movió el Espíritu Santo para realizar aquella acción tan poco normal, pero también la curiosidad. Como en todos los que se acercan al Señor se mezclan los motivos humanos con la gracia de Dios. Entonces sucede el hecho sorprendente que cambió su vida Cuando Jesús llegó al lugar, levantando la vista, le dijo: Zaqueo, baja pronto, porque conviene que hoy me quede hoy me quede en tu casa. Zaqueo no acabaría de creer lo que estaba oyendo, el corazón le debió dar un salto en su interior. Todos miraban a lo alto del árbol. Como buen hombre de acción bajó rápido y lo recibió con gozo. Un cúmulo de pensamientos girarían en su mente: Jesús no me desprecia como los demás, su amabilidad no es pura cortesía sino que entra en mi casa y quiere comer conmigo como un amigo... Antes de pasar al desenlace de la conversión de Zaqueo, pensemos en la comida de Jesús y los suyos con Zaqueo y los suyos. ¡Qué humano se nos presenta Jesús! ¿Por qué a veces se nos presenta al Señor tan distante y lejano de las cosas sencillas que alegran a los hombres? Ya lo dijo el mismo Jesús comparando su actitud con la del Bautista: ¿Con quién compararé esta generación? es semejante a niños sentados en las plazas que, gritando a sus compañeros dicen: "Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado; hemos cantado un himno fúnebre, y no habéis llorado". Porque vino Juan, que no comía ni bebía, y dicen: "Tiene un demonio". Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: "He aquí un hombre comedor y bebedor, amigo de publicanos y pecadores". Mas la sabiduría se ha justificado con sus obras. Jesús es muy humano. Se mortifica hasta el extremo de ayunar cuarenta días y cuarenta noches, en sus caminatas predicando el Reino de Dios sería frecuente el hambre y la sed. Pero, no quiere que se note, quiere que todo hombre se sienta comprendido, y no se asusten ante un modo externamente poco amable. Por otra parte ¿Qué mejor manera de expresar la amistad que comer juntos los amigos? "Apostolado del almuerzo": es la vieja hospitalidad de los Patriarcas, con el calor fraternal de Betania. -Cuando se ejercita, parece que se entrevé a Jesús, que reside, como en casa de Lázaro, como en casa de Zaqueo, que se sentiría removido por aquella muestra de afecto.
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4.2 Parte 2 Bien sabía Zaqueo que Jesús se comprometía entrando en su casa y comiendo con él. Las críticas que se vertían sobre todo publicano se multiplicarían sobre el rabbí de Nazaret, aunque poco antes hubiese curado a un ciego, aunque sus palabras estuviesen llenas de luz y de amor. Zaqueo captaría rápidamente que Jesús buscaba su alma por encima de todos los prejuicios que cierran y endurecen los corazones. Jesús quiere demostrarle a Zaqueo que sabe querer, que el perdón es una muestra de cariño sobrenatural y humano. Además estaba el precedente del publicano Leví que también había invitado a un convite a Jesús cuando se convirtió y fue llamado a seguir al Señor como discípulo. ¡Gracias, Jesús mío!, porque has querido hacerte perfecto Hombre, con un Corazón amante amabilísimo , que ama hasta la muerte y sufre; que se llena de gozo y de dolor; que se entusiasma con los camino2s de los hombres, y nos muestra el que lleva al cielo; que se sujeta heroicamente al deber, y se conduce con misericordia; que vela por los pobres, y se conduce por la misericordia; que vela por los pobres y por los ricos; que cuida de los pecadores y de los justos... ¡Gracias, Jesús mío, y danos un corazón a la medida del Tuyo! Jesús nos enseña a ser muy humanos. Comer juntos equivale a decirle a Zaqueo: quiero ser amigo tuyo. También podía haberle dicho: baja del árbol que tengo que decirte unas cuantas cosas claras. Esto último hubiera sido bueno, pero es muy posible que ya desde el primer momento Zaqueo hubiese tenido una actitud cerrada, si no hostil. Jesús no se invita a comer en casa de Zaqueo por táctica, sino porque sabe que es el modo más rápido para que se dé cuenta de que es amado. Después vendrá el planteamiento del estado de su alma. Pero primero la amistad. Comer juntos es lo propio de la familia. También comen juntos los amigos. Las comidas de grupos grandes son menos íntimas, aunque también contienen un cierto grado de cordialidad. Comer juntos equivale a admitir a alguien en el ámbito de los amigos, o incluso en el ambiente familiar. El gesto de invitar a alguien a la propia casa o de dejarse invitar es una manera de decir que se quiere ser amigo. Jesús muestra que éste es el modo divino más habitual. Treinta años convivió El Verbo hecho carne con María y José y comían juntos, come con los discípulos en muchas ocasiones, con Lázaro y sus hermanas, con los de Emaús, con Simón el fariseo cuando se convirtió la Magdalena, con la familia de Pedro, en las bodas de Caná y es de suponer que en muchas otras ocasiones se dejaría invitar. En muchas de esas comidas surgirían preguntas que en público no se atrevían a hacer los que comían con El. Comiendo juntos los lazos de amistad se estrecharían, el camino2 hacia Dios se hacía grato y andador. La afabilidad es la virtud de la convivencia. San Francisco de Sales escribe que el espíritu de dulzura es el verdadero espíritu de Dios. La afabilidad es una manifestación de un conjunto de virtudes: humidad y caridad las primeras, pero también comprensión y fortaleza, esperanza y cordialidad, prudencia y templanza. Un hombre afable es un tesoro. No se puede ser afable si faltan las virtudes humanas. Aplicándolo al sacerdote dice Monseñor Álvaro del Portillo algo que sirve para todo cristiano: Los hombres, para su trato con sus semejantes en la vida social, si son buenos e inteligentes cultivan -ordinariamente sólo por razones humanas- una virtud que suele llamarse sociabilidad. También el sacerdote ha de hacer suya esta virtud, si no quiere encontrarse en situación de inferioridad al tratar con los demás hombres. Lo que los otros practican por motivos humanos, llévelo él a su conducta por una razón sobrenatural, es decir, por caridad.
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4.3 Parte 3 Ser muy sobrenaturales no excluye, sino que exige ser muy humanos. No se puede olvidar o descuidar lo humano si se quiere ser espiritual. No es comprensible la caridad unida a caras largas, modales bruscos o groserías. Jesús nos enseña un aspecto de ese ser muy humanos comiendo con Zaqueo y tratándole con amistad y afabilidad. Intentemos imaginarnos aquella comida. Primero Zaqueo correría a dar órdenes para arreglarlo todo. Mientras lo preparaban, haría llamar a sus amigos más íntimos: El Maestro viene a mi casa. Es muy posible que preparasen algún refresco. Todos mirarían a Jesús con respeto, aunque la sencillez y la sonrisa de Jesús irían apartando los posibles prejuicios y las rigideces. El tono de la conversación se iría haciendo más cordial. Alguno más tímido se iría atreviendo a intervenir. Jesús escucharía, aunque poco a poco sus palabras sería el centro de la conversación. Las cosas que diría las conocemos, porque los evangelios nos las han hecho llegar de muchas maneras. Pero el tono y la mirada tenemos que descubrirlo nosotros, aunque no cueste especial esfuerzo. Zaqueo comprobaría que Jesús le demostraba un afecto desproporcionado. ¿Qué verá en mí para que me trate tan bien? pensaría. Cada palabra y cada gesto de Jesús irían haciendo mella en la conciencia de Zaqueo. Es muy posible que Mateo ayudase en aquella comida, Zaqueo vería que uno de los más íntimos del Maestro había sido publicano como él; su presencia le estaba situando delante de sus responsabilidades ante Dios, pensaría que Mateo se había atrevido a dejar todo para seguir a Jesús. No era fácil, y Zaqueo valoraría más que otros la decisión de Mateo. Quizá le miraría de reojo y le veía alegre, cuando él tenía tantas preocupaciones... Sabía que no bastaba con decir que creía en Jesús, sino que debía cambiar su vida de raíz, cortar con el pecado costase lo que costase, y le costaba mucho pues lo más difícil para él era la restitución de lo que había defraudado a otros. La balanza estaría un tiempo indecisa, hasta que pudo más el amor de Jesús. Y se decidió. Zaqueo, de pie, dijo al Señor: Señor, doy la mitad de mis bienes a los pobres y si he defraudado en algo al alguien le devuelvo cuatro veces más. El gesto de Zaqueo es claro, quiere hacer su declaración en público, de pie. Que todos se enteren. Si hubo fraudes la restitución será generosa. Para los que no faltó a la justicia también habrá algo, pues ya se mueve en el ámbito de la caridad, y da la mitad de sus bienes a los pobres con generosidad. La alegría de Zaqueo es notoria. Ahora tiene un tesoro más grande que todos sus dineros. Es amigo de Jesús. Es amigo de Dios. Ya nadie le puede reprochar nada, porque nada reprochable habrá en su conducta. Jesús, que ha comido en su casa porque es su amigo, le ha enseñado el camino2. Cristo se une a esta alegría de una manera también explícita y clara. Jesús le dijo: Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también éste es hijo de Abraham; porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido. Es sorprendente lo que consigue la amistad ofrecida por Jesús a Zaqueo: una conversión, muchos bienes para los necesitados, y más justicia con el resto de los ciudadanos. ¿Hubiera conseguido el mismo efecto una recriminación publica de Zaqueo por parte de Jesús? No lo sabemos, pero es seguro que ésta es la manera más amable. Quizá la audacia y falta de respetos humanos de subirse al árbol para ver a Jesús -un pequeño gesto- hicieron de detonante de una explosión de alegría, de conversión, como ocurrió en el retorno del hijo pródigo a casa del Padre. Este es el caminos habitual de los cristianos para llevar almas a Dios: la amistad.
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Conversiones Es propio del amigo hacer el bien a los amigos, principalmente a aquellos que se encuentran más necesitados. Las actividades profesionales, las aficiones, la vecindad, ofrecen ocasiones de trato que se puede convertir en amistad. No se trata de ir mirando si alguien está subido en los árboles cuando nosotros pasamos, pero es posible que muchos estén esperando nuestro gesto de amistad para abrir la puerta a Dios. En la medida en la que la amistad es más íntima la conversación es más honda, la confianza es mayor, desaparecen las caretas con las que muchos se desenvuelven en la vida social y se habla con sinceridad de lo divino y de lo humano. El santo Cura de Ars decía que Así como muchas veces basta una mala conversación para perder una persona, no es raro tampoco que una conversación buena la convierta y la haga evitar el pecado. ¡Cuántas veces, después de haber conversado con alguien que nos habló del buen Dios, nos hemos sentido vivamente inclinados a Él y habremos propuesto portarnos mejor en adelante!... Esto es lo que multiplicaba tanto el número de los santos en los primeros tiempos de la Iglesia; en sus conversaciones se animaban unos a otros, conservaban constantemente el gusto y la inclinación hacia las cosas de Dios. El apostolado de los hombres cristianos de hoy, y de siempre, conviene que tenga su cauce privilegiado en la amistad. Al convivir se muestra la santidad como cosa natural y sencilla. Si este amigo hace las cosas bien, ¿por qué no hacerlo yo también? La atracción de tu trato amable ha de ensancharse en cantidad y calidad. Si no, tu apostolado se extinguirá en cenáculos inertes y cerrados Nosotros podemos imaginarnos la alegría del ciego de Jericó al ver la conversión de Zaqueo su convecino del cual había oído hablar tantas veces, le parecería un milagro casi mas difícil que el que él había experimentado. En su curación bastaba el poder de Dios, pero con Zaqueo hacía falta que se convirtiese y se desprendiese de muchas comodidades. Jesús con su gesto amistoso supo hacer brotar agua de lo que parecía desierto, y con abundancia. Aprendamos los cristianos a ser amigos incluso de los que parecen más lejos de nosotros. Para Jesús no hay distinción de personas. El que quiere seguir a Jesús debe derribar los muros que separan a los hombres con la amistad que es fruto del amor a Dios.
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