Gabriel saucedo pies ligeros

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IV Congresso Internacional de Investigação e Desenvolvimento Sócio-cultural Guadalajara, Jalisco (México), 19 a 21 de Outubro de 2006

Pies ligeros Gabriel Saucedo Arteaga Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán (México) Palabras clave: Tarahumaras, corredores, migración, Chihuahua, narrativa.

Este escrito es el relato de algunas experiencias en el trabajo de campo con la población indígena tarahumara, para mostrar algunos elementos culturales. Tiene como objetivo difundir, entre la población indígena y mestiza de Chihuahua, un poco de la información y observaciones que se realizan en la investigación antropológica. Por otro lado se busca utilizar formas de escritura narrativa como una propuesta para la relación entre la literatura y el trabajo antropológico. El escrito está en primera persona, pero se evita intencionalmente describir al autor, ya que no es relevante si es conocido o no, por los lectores o escuchas.

This writing is the story of some field work experiences with the tarahumara indigenous population, to show some cultural elements. It has the objective to diffuse, among the indigenous and mestizo population of Chihuahua , some information and observations that are carried out in the anthropological research. On the other hand, it is looked for to use writing narrative forms as a proposal for the relationship between the literature and the anthropological work. It is used the first person form on this writing, but it is avoided intentionally to describe to the author, since it is not important if it is known or not, for the readers or listeners.

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Este escrito es el relato de algunas experiencias en el trabajo de campo con la población indígena tarahumara, para mostrar algunos elementos culturales. Tiene como objetivo difundir, entre la población indígena y mestiza de Chihuahua, un poco de la información y observaciones que se realizan en la investigación antropológica. Por otro lado se busca utilizar formas de escritura narrativa como una propuesta para la relación entre la literatura y el trabajo antropológico. El escrito está en primera persona, pero se evita intencionalmente describir al autor, ya que no es relevante si es conocido o no, por los lectores o escuchas.

En el Estado más grande de México, Chihuahua, habita un grupo indígena conocido como tarahumara. Sin embargo ellos se llaman así mismos: rarámuri, que significa “pies ligeros”. Durante muchos años los rarámuri vivieron en las grandes llanuras del norte y poco a poco han sido arrinconados en las regiones más inhóspitas de la Sierra Madre Occidental, de aquel Estado. Si bien hay otros grupos étnicos en la región como los pimas, guarojios y tepehuanos, el grupo más numeroso es el rarámuri, unos 60 mil. Las primeras noticias que tenemos sobre los rarámuri las encontramos en los relatos de las fundaciones de misiones religiosas. Con gran asombro los misioneros y después los viajeros, periodistas, científicos y turistas han enumerado muchas de las hazañas de estos indígenas mexicanos. Las expresiones más o menos sería de esta manera: “pueden correr durante varios días” “Son capaces de cazar a un venado persiguiéndolo hasta que el animal desfallece de cansancio”. Un cardiólogo, después de medirlos y evaluar sus capacidades físicas de resistencia los llamó “los modernos espartanos”, porque según él, posiblemente no exista otro grupo humano que haya llevado a tal extremo su acondicionamiento físico. Una nutrióloga calculó que los corredores gastan hasta 10 mil kilocalorías, en 24 horas, lo cual puede ser el límite máximo en el hombre. Los antropólogos que han vivido con ellos comentan que el sueño de todo joven tarahumara es llegar a ser un gran corredor. AGIR – Associação para a Investigação e Desenvolvimento Sócio-cultural http://www.agir.pt - agir.associacao@gmail.com – associacao.agir@gmail.com

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Cualquier sensato que visite la sierra tarahumara, puede llegar a la conclusión de que se necesita una muy buena capacidad física para poder vivir entre aquellos grandes barrancos; considerados mucho más profundos y extensos que el Gran Cañón del Colorado, en los Estados Unidos. Además el visitante necesitará también una buena condición para poder conocer una familia de indígenas rarámuri, ya que no viven generalmente en pueblos sino en unidades domésticas. Otra gran dificultad es que su estilo de vida tradicional es seminómada, cazadores, recolectores y practican una incipientes agricultura y cría de cabras, principalmente. Durante el invierno es común que los rarámuri bajen de las montañas para refugiarse del frío, y en el verano vuelven a las partes altas de la sierra para evitar el calor intenso. Todo esto implica una gran movilidad de los indígenas, en un amplio territorio. Sin muchas pertenencias ni gran apego a ellas, estas familias emprenden con gran facilidad grandes viajes a veces sólo para conocer, por ejemplo una ciudad. La primera vez que conocimos a los rarámuri fue en Creel, una ciudad pequeña que se localiza a la entrada de la sierra tarahumara. Era noviembre y ya se sentía un poco de frío. Casi era medio día y la ciudad estaba desierta, apenas unas cuantas personas caminaban por el centro. Pronto nos dimos cuenta de algunas mantas que colgaban de los postes, en especial de una que atravesaba la calle principal y que decía: “Meta” Sin buscar otra información nos metimos al restaurante más cercano; ahí nos comentaron que se trataba de una carrera tradicional en Chihuahua, en la cual participan gentes de muchas partes, inclusive extranjeros, pero el gran atractivo eran los corredores tarahumaras. En realidad se trataba de tres competencias simultaneas, pues una era de 20 kilómetros, otra el maratón de 40, pero también había una de 100. Por supuesto que nos quedamos asombrados, ¡100 kilóoometros! Y lo único que atinamos a preguntarnos fue: “cuándo van a llegar”. No supimos la hora en que se inició la carrera, pero un poco después de la una de la tarde se empezó a escuchar una especie de ruido, que después de convirtió en voces, gritos, pasos y llamadas de sirena de alguna ambulancia distante. Más tarde los gritos alertaban que los corredores ya venían por el río, que fulano venía adelante. Rápidamente nos sentimos AGIR – Associação para a Investigação e Desenvolvimento Sócio-cultural http://www.agir.pt - agir.associacao@gmail.com – associacao.agir@gmail.com

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contagiados y quedamos en una espera impaciente. La gente salió de todos lados. La calle principal, antes vacía, ahora tenía dos grandes vallas de unos 500 o 900 metros de longitud. Sacamos las cámaras y buscamos acomodarnos en el mejor lugar, pensamos que sería la meta. Ahí, justo cuando vayan cruzando la línea de llegada, les tomaríamos unas buenas fotos a los corredores. Parados en medio de la calle y detrás de la manta esperamos, con la expectativa de unos cazadores: el pulso se aceleró y las manos empezaron a sudar un poco. El dueño del restaurante pasó cerca de nosotros diciendo “van a ganar los tarahumaras, en la sierra sólo los tarahumaras pueden ganar”. Todo pasó muy rápido, desde el momento en que apareció el corredor, cruzó la meta y lo persiguieron los admiradores. La foto salió muy mala. Todo fue tan breve. Tan rápido que no tuvimos tiempo de casi nada. En realidad más que tomar la foto tratábamos de ver quién era el ganador. Los corredores estaban muy cerca y pronto fuimos a tomarles otras fotos, ya en mejores condiciones, más quietos. El primer lugar lo ganó un rarámuri, el segundo un joven del Estado de México y el tercero otro indígena. Lo que resultó más sorprendente es que estos ganadores compitieron en la carrera del los 100 kilómetros y fueron los primeros en llegar. Poco a poco empezaron a llegar otros competidores más; una mujer corría con zapatos de plástico, vestido y rebozo. Durante las siguientes dos o tres horas continuaron llegando los rezagados. La calle empezó a vaciarse poco a poco, aunque todavía faltaban algunos corredores. Por la noche salimos a buscar un lugar en dónde cenar, ya era muy tarde y sólo encontramos un restaurante abierto. Estábamos en la plática de sobremesa cuando se volvió a escuchar la sirena de la ambulancia. La calle desierta volvió a cubrirse con algunos curiosos; y pronto supimos que sólo faltaba un corredor por llegar. O sea que si hacemos un cálculo muy conservador, ese competidor llevaba más de 16 horas corriendo. La gente se asombraba y aplaudía ese gran esfuerzo; sólo al pasar frente a nosotros vimos que se trataba de una mujer joven, citadina, que su cara irradiaba alegría y gran satisfacción de haber podido terminar una carrera de ¡100 kilóometros! Varias cosas llamaban mucho nuestra AGIR – Associação para a Investigação e Desenvolvimento Sócio-cultural http://www.agir.pt - agir.associacao@gmail.com – associacao.agir@gmail.com

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atención: tanto los indígenas como muchos otros corredores eran más bien delgados y no muy altos. ¿Cómo pueden hacer tal gasto de energía? Nos preguntábamos, ¿quién había gastado más emergía, los ganadores o la valerosa joven que llegó casi a las 12 de la noche? Al día siguiente la noticia y las fotos salieron en el periódico del estado y la reseña comentaba que el tarahumara ganador ya había obtenido algunos triunfos en Nueva York, Los Ángeles y otras ciudades importantes. Nos fuimos después a la sierra tarahumara, visitamos varias comunidades y conocimos algunas familias. Los niños y las mujeres rarámuri no parecían nada extraordinario, comparados con personas de otras etnias indígenas. Bueno quizá la piel estaba muy brillosa, quizá las mujeres lucían un poco más robustas que los hombres y algunas con sobrepeso. Los hombres eran más bien de talla media, no muy altos y no muy bajos. Don Agustín, el promotor de salud de Aboriachi, era delgado y de piel dorada. Cuando él supo que no teníamos vehículo para salir de la comunidad, con toda tranquilidad nos dijo que nos fuéramos caminando. Nos aseguró “se hace una hora si atraviesan por el monte; solamente tiene que seguir esta vereda y llegan bien”. “No se pierden -dijo don Agustín- sólo sigan el camino y no se salgan”. La verdad es que algo no salio muy bien, pues sólo después de cinco horas de caminar, pudimos llegar a la carretera. Menos mal que era sólo una hora, según don Agustín. En ese momento nos preguntamos; si nos habíamos perdido, si caminábamos tan lento, o si en realidad don Agustín caminaba en una hora todo ese tramo. Días después nos dirigíamos hacia la Mesa de la Hierbabuena, una comunidad de la baja sierra tarahumara. La señora Guadalupe de unos 30 años de edad era la promotora de salud. En una ocasión Lupita nos acompaño a visitar una casa en plena ladera del cerro. Subíamos a paso lento y un poco cansados, sobre una gran laja de piedra, cuando escuchamos unos cantos muy alegres de un par de hermosos pericos que venían hacia nosotros, como a unos diez metros de altura. Rápidamente Lupita empezó a buscar por el suelo y decía ¡una piedra, una piedra! y nada. En toda la laja no se encontraba una piedra suelta. “Si hubiera encontrado una piedra me los hubiera bajado”, exclamó Lupita con toda seguridad. La AGIR – Associação para a Investigação e Desenvolvimento Sócio-cultural http://www.agir.pt - agir.associacao@gmail.com – associacao.agir@gmail.com

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volteamos a ver con incredulidad. Nosotros ni siquiera hubiéramos pensado en lanzar una piedra a esa altura y mucho menos con la puntería como para pegarles a unos pájaros en pleno vuelo. Y así, sin ver nada extraordinario en la sierra, regresamos a la ciudad. Hay que decir que después de salir de Aboriachi, uno de nosotros terminó en el hospital por deshidratación; y al regresar de la Mesa, todos habíamos perdido entre el 5 y 10 % del peso corporal, en unos cuantos días, pero fuera de ahí, nada extraordinario. Muchos indígenas tarahumaras salen de la sierra por hambre, frío y en busca de trabajo, hacia las ciudades más grandes del estado: Delicias, Cuahutenoc, Juárez y Chihuahua. Por esta razón el gobierno y algunas agrupaciones civiles y religiosas han construido viviendas para los indígenas; en alguna zona marginal de la ciudad, claro. Un funcionario nos platicó que el gobierno no quiere construir más casas para los indígenas, porque “no sea que se quieran venir todos los de la sierra”. En un estudio que consultamos reportaban que -en la ciudad de Chihuahua- había más de dos mil indígenas, distribuidos en unos 100 asentamientos urbanos, pero la mayoría de estos son lugares pequeños, únicamente para albergar a una o dos familias. Lo cierto es que es más fácil encontrar indígenas en la ciudad, que en la sierra. Por ejemplo en un asentamiento urbano grande viven cerca de 75 familias, en otro hay unas 120. Manuelita, una mujer mestiza y de la ciudad, ayudó en la construcción de un asentamiento para que pudieran vivir 25 familias rarámuri, en un barrio de clase media. Esta señora nos platicó toda la hazaña de la construcción y un poco de la historia de cada una de las familias que ahí viven, así como de otras que ya se han ido. Durante varios días visitamos ese asentamiento urbano, llamado por los rarámuri, Pino Alto. En el primer sábado de nuestra visita, el lugar estaba casi vacío, pues según Manuelita todos andaban en la carrera. El domingo tampoco había gente, pues unos estaban en la carrera y otros en el mercado. Pasaron varios días para que pudiéramos ubicar el lugar de la carrera y varias semanas más para que al fin pudiéramos ver, de qué se trataba esa competencia. Lo que resultó un poco aburrido fue todo eso de los preparativos para la carrera: quiénes van a competir, qué apuestan, quién apuesta qué. Bueno lo único que se AGIR – Associação para a Investigação e Desenvolvimento Sócio-cultural http://www.agir.pt - agir.associacao@gmail.com – associacao.agir@gmail.com

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puede ver claramente es a dos grupos distantes de mujeres sentadas en la calle y cerca de ellas un montón de vestidos, blusas, mantas y hasta jabones; una señora robusta que va y viene, y que según dicen es la que hace los amarres de las apuestas; el tiempo pasa y pasa, hasta que uno se aburre y se va porque ya es muy noche. Dicen que la carrera puede empezar a las 10, 11 o 12 de la noche, pero también ha empezado en la madrugada. Así con mucha suerte, un día al fin pudimos ver una carrera. Llegamos a la orilla de un río rumbo a la salida a Ciudad Juárez, en la parte norte de la ciudad de Chihuahua. Después de acostumbrarnos un poco a la oscuridad empezamos a ver que a lo lejos y bordeando el río venían corriendo los competidores. Conforme se acercaron notamos que en realidad eran como veinte corredores divididos en dos bandos. Nos explicaron que sólo compiten dos personas, los otros corren para apoyar a su favorito; le dan pinole –agua con maíz tostadole alumbran el camino y le avisan hacia donde se va la pelota de madera, que cada uno debe ir pateando durante toda la competencia. Un cálculo de la distancia que debían de recorrer nos llevó a la conclusión de que eran menos de dos kilómetros, aunque el problema es el número de vueltas que deben de realizar, lo cual depende de si son hombres, mujeres o niños los que estén compitiendo. En esa ocasión eran dos muchachas de unos 12 o 13 años, por lo que debían de dar unas 15 vueltas. En lugar de pelota, las mujeres llevan una vara en la mano con la que van ensartando y lanzando –una y otra vez- con mucha destreza, un pequeño aro de alambre, recubierto de tela, de unos diez centímetros de diámetro. A la carrera de mujeres le llaman ariweta y a la de hombres carrera de bola. Con el paso de los días fuimos identificando otros sitios para las carreras, pero en ninguna ocasión vimos que terminara alguna. Un mañana que visitamos a los rarámuri, encontramos que la gente seguía comentando la carrera de la noche anterior. En esa ocasión nos acompañaba un nutriólogo de 1.80 de estatura, fornido, de gesto alegre y muy platicador. Nos acercamos al grupo de rarámuri y sintiéndonos en confianza saludamos al estilo rarámuri: Quíra –algo así como hola- . Después de un rato, el hombre más canoso y de más edad del grupo, se le quedó viendo a AGIR – Associação para a Investigação e Desenvolvimento Sócio-cultural http://www.agir.pt - agir.associacao@gmail.com – associacao.agir@gmail.com

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nuestro amigo y sin dejar de verlo a los ojos le dijo “como ve si le aguanto una carrera a usted” Carlos –el nutriólogo- sonrió nerviosamente y contestó “no pues sí, y de seguro me gana. Yo no llego corriendo ni al poste de la esquina” Poco a poco nos dimos cuenta que casi cualquier persona puede ser un corredor, claro que los mejores están delgados, pero pareciera que sólo se trata de encontrar a otro competidor. También hay algunos corredores que continuamente se retan, apuestan entre ellos y entrenan de manera cotidiana. Supimos que algunas mujeres, que son muy buenas corredoras, se llevan a entrenar a las niñas, pero eso tampoco lo vimos. Las carreras dejaron de impresionarnos y nos dedicamos más a conocer la vida cotidiana. Volvimos al asentamiento -Pino Alto- con Manuelita y una noche que permanecimos más tiempo del acostumbrado, notamos que los niños y la abuela, -como le decían a Manuelitase reunían para rezar y cantar en el fondo del patio; de frente a una imagen de la virgen de Guadalupe, empotrada en la pared y alumbrada con una veladora. Algunas voces rezaban al unísono, pero no faltaban los adelantados y los atrasados, los distraídos y los que todavía ni siquiera podían hablar, pero algún ruido hacían. Así por casualidad nos dimos cuenta de un ritual religioso, casi íntimo y en momentos muy tierno. Al día siguiente, cerca de las dos de la tarde, doña Manuelita le llamó la atención a Daniel, un muchacho muy alto que apenas tenía unos 14 años. ¿Dónde están tus hermanos Daniel, ya regresaron? “No abuela”, -le contestó Daniel. Con gesto severo insistía Manuelita ¿Pero dónde están? Daniel sólo se encogía de hombros sin decir palabra. Ahí pasamos todo el día y esperamos el anochecer para video-grabar el ritual religioso, apenas descubierto. Nos dimos cuenta que Daniel era el organizador: llamaba a todos los niños, prendía la veladora y cuando todo estaba listo iba y le decía a Manuelita “ya abuela, ya están todos” En esa ocasión rezaron el rosario y casi al final empezaron a decir algunas peticiones: por el Papa, por el obispo, por los enfermos. Cada quién hacía alguna petición. Daniel pidió, para que

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aparecieran sus hermanos, y alguien le completo: “para que no se los lleve el DIF*”. Todos se pusieron a cantar y así terminó el ritual. “Si oyeran que bonito cantan cuando están todos” comentó Manuelita, con una expresión muy alegre en su cara. Terminado el ritual, Manuelita nos preguntó que si queríamos visitar a una familia rarámuri que vivía en otra colonia y se ofrecía a acompañarnos, a pesar de ser un poco tarde. La visita a esa familia nos llevó más de dos horas, así que regresamos a Pino Alto después de las once de la noche. Apenas nos acercábamos al asentamiento cuando Manuelita dijo para si misma “no han llegado” ¿Qué pasa? -Le preguntamos a la señora. En la puerta del asentamiento estaban varias señoras, sentadas en la baqueta. “Es que de seguro no han regresado los niños” -dijo Manuelita. No indagamos más y nos fuimos a cenar y a dormir, pues había que levantarse temprano al día siguiente. Antes de las siete de la mañana estábamos llegando, nuevamente a Pino Alto. Nos resultó extraño que varias señoras rarámuri ya estuvieran barriendo la calle. En los días anteriores, a esas horas las señoras estaban en sus casas y algunas todavía durmiendo, pues era época de vacaciones escolares. Manuelita salió a recibirnos y su cara mostraba mucho cansancio. ¿Cómo esta? –preguntamos. “Pues miren sin dormir, toda la noche la pasamos con la policía”. Con un movimiento, de su cabeza y ojos, nos señaló a las señoras - y dijo: “Y aquellas están, una enojada y las otras llorando porque las regañaron en el DIF. Lo bueno es que ya aparecieron los niños”. Anoche empezamos a averiguar –dijo Manuelita- y nos dijeron que una señora vio a los niños, en la mañana, por la avenida 8; que otra los encontró por la calle de Ocampo, y cuando en la noche llamamos a la policía nos dijeron que los detuvieron en El Palomar: porque estaban nadando en la fuente. Después los niños le contaron a la abuela, que querían nadar en la fuente que hizo Patricio –el gobernador del estado-, en el parque que esta como a diez cuadras de Pino Alto, pero cuando los niños llegaron a la fuente, no tenía agua, así *

DIF, Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia. Institución del gobierno federal para la asistencia social. las acciones del DIF se incluye la atención en albergues, guarderías, custodias legales, adopciones entre otras. AGIR – Associação para a Investigação e Desenvolvimento Sócio-cultural http://www.agir.pt - agir.associacao@gmail.com – associacao.agir@gmail.com

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que decidieron ir al Palomar: un centro de esparcimiento popular, a unos cinco kilómetros de distancia. Nosotros no entendíamos muy bien toda esa historia, así que únicamente se nos ocurrió preguntar: ¿y dónde están los perdidos? Manuelita nuevamente hizo su movimiento de cabeza y ojos y dijo “han de estar durmiendo” No le dimos mucha importancia a ese asunto y nos dedicamos a lo nuestro. Al mediodía estábamos, entre papeles y notas, revisando algunas actas de nacimiento. Manuelita como siempre, ayudándonos y explicándonos, para aclarar las dudas: con eso de los nombres de las gentes. ¡Qué lío! Pues resulta que los rarámuri tampoco tienen mucho apego a su nombre propio y no les importa cambiarlo alguna vez. Al parecer sin motivo aparente un adulto o un niño, decide que la señora de la tienda lo conozca como Lalito, sus amigos lo llaman Miguelito y en las actas, pues hay que adivinar. Bueno, en un caso le preguntamos a la mamá de un niño y ella afirmó que no sabía como se llamaba su hijo: un muchacho de 12 años, pero dijo “sus amigos le dicen pelos”. En esos enredos estábamos cuando Manuelita dijo, con voz baja “mírenlos, ahí están los perdidos” Todos, levantamos la cara y volteamos hacia la puerta del salón. Poco a poco fuimos bajando la vista. Nos encontramos con los tres niños, uno junto al otro y con una cara de gran tranquilidad. En ese momento nos dimos cuenta que ¡el más grande de ellos no tenía los cinco años de edad! Sólo entonces comprendimos por que estaba tan preocupada Manuelita; tratamos de imaginar cómo habrían cruzado las anchas avenidas -de cuatro y seis carriles- y los puentes ¿Cómo pudieron irse caminado hasta el Palomar? si esta re-lejos. Atentamente estábamos viéndolos, tratando de imaginar, de comprender, cuando alguien simplemente exclamó ¡éstos pies ligeros! P.D. Porque tenía que contarlo.

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