O.J.D.: E.G.M.: 28 Tarifa: MÁLAGA Área:
Impreso por Francisco Rincón Durán. Prohibida su reproducción.
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Fecha: 05/08/2013 Sección: MALAGA EL MUNDO. LUNES 5 DE AGOSTO DE 2013 Páginas: 28
Agenda mínima > QUÉ LEER Reflejos en el ojo de un hombre de Nancy Huston, en Galaxia Gutenberg, polémico ensayo en que la escritora canadiense revela las contradicciones entre las tesis de la sociología feminista del pasado siglo y las convicciones genéticas de hombres y mujeres que nos hacen tan deliciosamente diferentes. Vivimos en una sociedad que niega la diferencia entre sexos al tiempo que las exacerba a través de la industria de la belleza y la pornografía. > QUÉ ESCUCHAR Blame It On My Youth, de Keith Jarrett Trio, de su disco The Cure, un estándar sublime para uno de los pesos pesados del jazz de todos los tiempos. Decir que es una pieza deliciosa es resultar idiotas frente a todo cuanto evoca esta melodía.
MAREA DE LETRAS (CAPÍTULO V) Un libro de la escritora canadiense Nancy Huston nos reveló hace meses hasta qué punto hombres y mujeres seguimos siendo objeto de controversia y deliciosamente distintos. Algunas corrientes de opinión quisieron cambiar en un siglo lo que la genética determinó hace cuatro millones de años.
La mirada, la caza, la espera MANUEL MATEO PÉREZ
A principios de este año apareció un libro titulado Reflejos en el ojo de un hombre, escrito por Nancy Huston, con el que trató de desmontar la vieja tesis feminista de que la diferencia entre los sexos es el resultado de las construcciones sociales. Construcciones levantadas en el pasado siglo, convendría recordar. Resumiéndolo mucho, el libro nos recuerda que hombres y mujeres bajamos de los árboles hace cuatro millones de años y que desde entonces la genética dictamina casi todo cuanto hacemos, de modo que cambiar el comportamiento acechante del macho en tan solo un siglo es cuando menos una tarea complicada por mucho que se haya avanzado. ‘El hombre mira, observa y caza; la mujer espera, seduce y selecciona’, nos han dicho. Y desde esas realidades, orientadas en último extremo a tareas últimas de la reproducción, el hom-
bre se ha adaptado mejor que la mujer a los cambios, ha mostrado un selectivo civilizador mayor al contener sus ímpetus, sus deseos y el animalismo con el que fue engendrado. A eso la historia lo ha denominado cultura y ha ido
El hombre se ha adaptado mejor que la mujer a los cambios acompañada, por un lado, de una madeja de normas de seducción que buscaba el acoplamiento de los sexos, y por otro, de leyes que penalizaban los comportamientos torcidos. En palabras de la escritora Huston la naturaleza no es políticamente correcta. «Solo el ser hu-
mano lo puede lograr ser», asegura. De todas las especies animales solo los humanos machos se han convencido de que lanzarse sobre la hembra sin su consentimiento es un acto censurable y según sus valores éticos algo imperdonable. Cultura y genética son dos estadios de controversia. Lo fueron en el pasado y los filósofos más avezados amenazan con que lo seguirán siendo en los próximos siglos. No hay consenso. Allí donde los teóricos de la cultura aseguran que la historia del hombre se sostiene desde el aprendizaje de los errores y los aciertos, los genetistas nos recuerdan que el ADN que corre por nuestra sangre, que impregna nuestra piel, que está presente en nuestras uñas y en los pelos caídos que atascan la ducha son los mismos que poseían los hombres de la prehistoria y aún antes. Son muy osadas las opiniones de la escritora Huston cuando di-
ce que las mujeres que más se maquillan son aquellas que han mantenido con el padre una relación más tormentosa, aquellas no han sabido mantener de pequeñas la distancia adecuada. En uno de sus párrafos llega a decir: «El
En palabras de la escritora Huston la naturaleza no es políticamente correcta padre levanta el vestido… y pega. En adelante la relación entre caricias y violencia será estrecha». Huston cree que si una chica ha sufrido violencia por parte de hombres a los que quiere, buscará el amor con forma de violencia. Que si han destrozado las fronteras de su cuerpo, le costará percibir la diferencia entre mío y tuyo,
entre dentro y fuera. Yo creo que la esposa del filósofo búlgaro Tzvetan Todorov se pasa de rosca al aseverar con tanta rotundidad – ¿cuánto habrá de él en sus afirmaciones?–, pero su libro y sus polémicas declaraciones en prensa los días del lanzamiento del ensayo han contribuido a demostrarnos hasta qué punto hombres y mujeres seguimos preocupados por nuestras diferencias y nuestra borrascosa manera de entendernos a nosotros mismos y enfrentarnos a todo cuanto existe ahí fuera. El hombre mira y la mujer se siente observada. Se maquilla y se viste para competir y adquirir rango de notoriedad. Y al sentirse centro de atención le cabe la posibilidad de aceptar con agrado la mirada de él o de rechazarla a la espera de otro que la aborde. La mirada del hombre es polinizadora. Pasea no por uno sino por cuantos cuerpos despiertan su deseo. Sale de casa deprimido por los quehaceres diarios, pero el hallazgo de una mujer curvilínea, de sugerentes pechos, desata en él una suerte de atracción que solo consiguen enfriar los andamios de la educación, el peso de la historia y eso tan complejo que denominamos cultura. Esa es la razón por la que desde pequeños los hombres hayan sido conscientes de la irrefrenable fuerza que imanta su mirada y la necesidad de gestionarla, de ocultarla o disimularla. Y las mujeres de administrar su inevitable invasión, conscientes de su valor de abrir o cerrar para siempre la puerta de sus secretos.