20 años utopia parkway 1995-2015

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20 aĂąos utopia parkway 1995 - 2015

www.galeriautopiaparkway.com

Utopia Parkway GalerĂ­a de Arte





20 años Utopia Parkway 1995 – 2015

madrid U T O P I A P A R K WAY


Edita: Utopia Parkway, Galería de Arte Textos: Lola Crespo Enrique Andrés Ruiz Juan Manuel Bonet Jorge Curioca Dibujo: Miguel Galano Diseño y maquetación: Leticia Zarza Cuidado de la edición: Marta Comesaña

Reina, 11  28004 Madrid  Tel.: 915328844 www.galeriautopiaparkway.com  info@galeriautopiaparkway.com


Sumario Veinte años de Utopia 1995–2015 Lola Crespo 7 En un cumpleaños (Apuntes de Historia del aire) Enrique Andrés Ruiz 21 Utopia Parkway como plataforma generacional Juan Manuel Bonet 33 Interminable homenaje Jorge Curioca 47 Fotografías 53



veinte aùos de utopia 1995 – 2015 Lola Crespo



Chema Peralta y Lola Crespo en “ la pequeña Utopia”, 2004. Fotografía José Ferrero


Utopia Parkway. Miguel Galano, 2004. Ă“leo sobre lino, 35 x 27 cm.


Hace ahora veinte años Ricardo y yo nos lanzamos a la aventura de abrir una galería de arte en Madrid con poca experiencia en el difícil mercado del arte, limitado presupuesto y enorme ilusión. Por aquel entonces el pintor que llegaría a ser un emblema de la galería, Chema Peralta, ya estaba en nuestras vidas, y medio en broma pero bastante en serio solíamos decir que habíamos concebido el proyecto primordialmente para él y los tres visitamos incontables locales hasta dar con el de Augusto Figueroa, 5, descubierto por Ricardo e inmediatamente aprobado por Chema y por mí. Se trataba de un interior de apenas 65 metros cuadrados al que se le había amputado la parte comercial que daba a la calle. Enclavado en una casa galdosiana más que centenaria y abandonado desde hacía años, presentaba un aspecto lamentable que requería una completa remodelación. Sin embargo, con solo dos ventanas, techos altos y muchos metros de pared resultaba ideal para la actividad que íbamos a emprender. Con la perspectiva del tiempo transcurrido se puede afirmar que la elección fue un acierto –el primero– porque una buena reforma y sobre todo el talento de los artistas llegarían a convertir aquella pequeña trastienda en un lugar de culto en el que se cimentaría Utopia Parkway. Siguiendo con la estela de los golpes de suerte, el segundo fue contar con la generosa ayuda de Juan Manuel Bonet al que admirábamos en la distancia –por continuar con los símiles religiosos, diría que casi con devoción– y al que conocí personalmente a raíz de matricularme en el seminario “Solitarios del arte” dirigido por él en el Círculo de Bellas Artes. El curso además de extraordinario fue seminal, de él surgió la idea de llamar a la galería Utopia Parkway en homenaje al poeta del box art Joseph Cornell y sobre todo nos brindó la oportunidad de contarle el proyecto a quien –no descubro nada diciendo esto, pero me apetece mucho hacerlo– lo ha sido todo en la escena del arte contemporáneo español sin abdicar nunca de 11


ninguno de sus principios. De forma inmediata se ofreció a colaborar con un texto de presentación y visitó nuestro pequeño local en obras: habíamos quedado en una cafetería aledaña casualmente decorada con diferentes estampas de cuadros de Edward Hopper, al verlas Juan Manuel, asombrado, comentó que esa era la mejor prueba del éxito de un pintor. El hecho bastante inusual al tratarse de un artista contemporáneo americano se explicaba porque los dueños del bar eran cubanos. Nosotros, a la sazón devotos de Hopper, interpretamos la anécdota como un buen augurio. A ese primer texto de presentación siguieron otros y aunque al poco a Juan Manuel le nombraron director del IVAM y posteriormente del Reina Sofía, siempre encontró tiempo para escribir para nosotros, que huelga decir, éramos poco menos que cero dentro de la escena del arte contemporáneo madrileño y ni qué decir tiene que del español. Él fue el que nos puso en contacto con Miguel Galano, al que había descubierto en las Becas Endesa y que resultó no tener galería en Madrid. Sin ninguna duda Utopia Parkway y buena parte de sus pintores le deben mucho a su generosidad, su erudición siempre exenta de pedantería y a su enorme carisma. El tercer pilar fundamental para el proyecto fue la edición de catálogos que corrió a cargo de Ricardo y se convirtió rápidamente en una seña de identidad de la galería. Personalizados, cuidados de forma exquisita y generosamente producidos en unos años de grave crisis económica decían mucho de cuál era la filosofía de Utopia Parkway. Empezar desde abajo, buscar, encontrar, enseñar y promocionar a nuevos artistas, crear un estilo ajeno a la moda, era el propósito y a él sirvió de forma extraordinaria una actividad editorial sostenida en el tiempo que fue sacando a la luz una hornada de noveles de diferentes disciplinas entre las que pronto destacó una pintura emergente machaconamente negada desde una supuesta modernidad. Para abordar tamaña ambición contamos con la impagable colaboración de un buen número de críticos de arte, escritores y poetas que aceptaron escribir textos para artistas en la mayoría de los casos 12


completamente desconocidos y en muchos para una primera exposición individual. Como ya he apuntado antes, clave para conseguir algo así fue el hecho de que la edición fuera obra de Ricardo, excelente en su oficio y entregado con entusiasmo a la tarea. Así, durante aquellos primeros diez años en Augusto Figueroa escribieron catálogos para Utopia Parkway además del anteriormente citado Juan Manuel Bonet y su padre Antonio Bonet Correa, José María Parreño, Enrique Andrés Ruiz, Francisco Calvo Serraller, Federico Granell, Andrés Trapiello, José Jiménez Lozano y John Berger entre otros muchos: la nómina es demasiado extensa para citar a todos y sería exhaustivo hacerlo, sin embargo, un vistazo a estos nombres da una idea bastante clara del planteamiento abierto de la galería en el que siempre primó la libertad de culto por encima de otro tipo de consideraciones. Por aquel entonces se hablaba de “línea” para referirse a las características que definían a un espacio, pero nosotros nunca nos sentimos cómodos con el término y preferíamos hablar de un cierto estilo que incluía no solo la forma de ver sino también la de hacer. Algo similar a lo que dice Rafael de Paula al referirse a su trayectoria: “yo no sé sí he sido un buen torero, lo que sí he sido es una clase de torero”. Aquellos emocionantes primeros años de galería los vivimos entre la ilusión y el asombro, ilusión por lo que hacíamos y asombro porque nos parecía imposible que fuéramos capaces de hacerlo. Especial mención merecen las personas que nos ayudaron a lo largo del proyecto, que fueron muchas, todas enormemente generosas y competentes sin cuya decisiva colaboración habría sido imposible que unos neófitos llegaran a organizar algo tan complejo. Miryam Anllo fue la primera, gracias a sus conocimientos del sector y a su condición de diseñadora gráfica, Utopia Parkway abrió sus puertas con profesionalidad. La siguiente fue Ana Espuela que contaba con la experiencia de haber trabajado en la emblemática Buades. Poseedora de una enorme capacidad de trabajo, excelente organizadora y con grandes dotes para las relaciones públicas, su paso por la galería fue más que positivo. Tras ella, la encantadora María Moreno, delicada artista, también diseñadora 13


gráfica, imposible olvidar su gran calidad humana, su fino humor y sutil inteligencia. De la querida Claudia Munera, excelente ceramista colombiana prematuramente desaparecida hace ya demasiados años, hay tanto que decir que resulta imposible hacerlo aquí, aunaba cultura y dulzura como nadie, sus piezas siempre están cerca de mí en la galería y en casa acompañando su imborrable recuerdo. Esther Revuelta fue la última procedente del entorno cercano, también artista, compartía espacio en el histórico estudio fundado por Francisco Cortijo en la calle Magdalena de Madrid. Su presencia fue una inyección de energía en momentos en los que las fuerzas empezaban a flaquear y su ayuda muy importante. También realizó una deliciosa exposición individual en la galería. Greta López Chicheri inauguró el periodo de becarias, su juventud y perenne sonrisa nos cautivó pronto a todos y triunfó allí donde antes habían fracasado tantos al ser capaz de introducirme en los rudimentos de la informática. En la actualidad forma parte de la nómina de pintoras de Utopia Parkway en donde ha realizado dos individuales y sendas colectivas. Tras Greta, que estuvo dos años con nosotros, vino Carmen Lizcano del Burgo, lectora impenitente y como la mayoría de las anteriores, dotada de un gran sentido del humor, a ella debemos la frase “chica utopia una vez, chica utopia para siempre”, que tan bien define la relación que la galería mantiene con sus ayudantes. Durante su estancia finalizó la época de Augusto Figueroa y sobre Carmen recayó gran parte del peso del traslado a Reina, 11. Leticia Zarza y Anita Fiorino estrenaron el nuevo espacio de Reina, 11, pamplonesa y napolitana respectivamente coincidieron en el tiempo y formaron un tándem perfecto, Anita se encargaba de atender la sala y Leticia, gran gestora de los asuntos de administración, también ayudaba a Ricardo en la edición de catálogos. En apenas seis meses se hizo imprescindible y aún hoy continua colaborando con nosotros a pesar de dirigir su propio estudio de arte. El ciclo de becarias lo cierra Paloma Sainz Millán, culta, cosmopolita, bailarina y cinéfila, era impecable en su trabajo y tenía el mejor inglés que se ha 14


hablado nunca en la galería. Tras su estancia con nosotros fue becada en Pekín. A Joanna Poliwka le tocaron los tiempos más duros vividos en Utopia Parkway ya que al poco de empezar a trabajar con nosotros a Ricardo le diagnosticaron Esclerosis Lateral Amiotrófica. Inteligente, elegante, excelente relaciones públicas y cómo no, también dueña de un gran humor. Joanna fue mucho más que una ayudante, fue una amiga siempre cómplice en las difíciles situaciones que tuvimos que afrontar. Después de la muerte de Ricardo, acaecida el 29 de mayo de 2010, justo cuando la galería celebraba con una colectiva de retrato y autorretrato, “La frontera de lo visible”, 15 años de actividad, Omar Duque, que había sido asistente de Ricardo hasta el final, me ayudó a continuar en el día a día del trabajo, nadie como él para hacerlo, con excelentes dotes organizativas puso en orden el almacén, inventarió los catálogos aprovechando la experiencia que había adquirido ayudando a Ricardo a ordenar su biblioteca y me mantuvo a flote. Cuando abandonó Madrid le sustituyó Arnold López, exbailarín, buen lector y extraordinario relaciones públicas, conecta de inmediato con la actividad de la galería. Su entrega, contagioso optimismo y perenne buen humor hacen mucho más llevaderos los delicados momentos que se viven en el sector. Por último, dos menciones especiales, por su calado y por lo prolongado de su actuación en la actividad de la galería, una para Erika Babatz, gran amiga y colaboradora de Utopia Parkway desde sus inicios, a ella debemos el diseño de nuestra página web y su gestión hasta hace bien poco. Excelente fotógrafa ha expuesto de forma individual y colectiva en la galería. Y otra para Leo García Navarro, habitual colaborador de Ricardo en la edición de catálogos, autor del diseño de muchos de ellos, también de la colección Cuadernos de Utopía y en general de la imagen gráfica de la galería. A esos primeros tiempos de emoción, ilusión y asombro sucedieron los de la consolidación, la apuesta definitiva por la pintura 15


emergente aunque siempre sin renunciar otros soportes, especialmente a la fotografía, presente desde el comienzo en las programaciones de Utopia Parkway y el desencuentro con arco. A este último merece la pena dedicar unas líneas. Transcurridos los primeros más o menos ocho años –cito de memoria porque me he propuesto confiar exclusivamente en ella para escribir este breve relato– y empujados por artistas y coleccionistas que consideraban poco menos que imprescindible para la supervivencia de la galería la presencia en la feria madrileña, decidimos aplicar y sin encomendarnos ni a dios, ni al diablo, es decir, sin enchufe, ni recomendación alguna de por medio, cumplimentamos un formulario del que recuerdo una pregunta bastante asombrosa, era la siguiente “¿A cuántos fotógrafos representa su galería?”, sigo citando de memoria pero me parece recordar que también había otra relativa al número de artistas extranjeros. A las aplicaciones añadimos nuestra propuesta, la programación de la temporada anterior con las invitaciones y catálogos correspondientes a cada exposición y las críticas recibidas en cada una de ellas. Ni qué decir tiene que la nota otorgada a nuestra propuesta no fue suficiente para acceder a la feria. Hay que explicar a los no iniciados en el asunto que el encargado de puntuar es un comité de selección que también se puntúa y aprueba a sí mismo. En fin, para no hacer esto más tedioso de lo que en sí mismo es, solo decir que repetimos la misma operación cinco veces consecutivas con idéntico resultado. Precisar que a la vez que nosotros insistíamos en vano, iban cayendo buen número de galerías, sobre todo madrileñas, porque para participar en arco es importante ser de provincias o en su defecto del extranjero ya que esta feria se caracteriza por una extraña filosofía mezcla de falso cosmopolitismo e indisimulado provincianismo cuya consecuencia ha sido no colocar en el mercado internacional a un solo artista español en toda su ya larga historia. En cuanto a nosotros, doce años después de este lamentable episodio, podemos afirmar que los que pensaban que arco era imprescindible para la supervivencia de la galería estaban equivocados, muy 16


al contrario hemos visto como un buen número de agraciados con el premio de la participación en la feria madrileña han ido cerrando sus espacios mientras que nosotros de forma bastante milagrosa, todo hay que decirlo, todavía seguimos abiertos e incluso nos trasladamos en 2006 a un espacio más amplio. No cabe duda, hay vida más allá de arco, solo hay que contar con artistas extraordinarios y coleccionistas con criterio. Por lo demás, ya lo dice el tango: veinte años no son nada, en el mundo en general y en el muy particular del arte todavía menos.

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en un cumpleaños (Apuntes de Historia del aire) Enrique Andrés Ruiz



Por esas calles que suben, en Madrid, hacia lo alto de Hortaleza desde la especie de vaguada más o menos enrasada que viene a conformar el Paseo de Recoletos, es una gloria ver y oír según se van asentando los atardeceres tibios de la primavera, desde el nivel de la acera, los roleos de los vencejos en sus giros secantes a la línea de los tejados, que por los tramos más angostos parecen mutuamente acercarse. En mayo de 1995, igual que veinte años después, los vencejos chillaban y giraban mientras la sombra del anochecer iba cubriendo los lienzos de las casas y el cielo pasaba del azul al rosa y por fin al blanco usado con el que el día se despedía ya con bastantes horas de luz a la espalda (tal y como recogían, recuerdo, algunas pinturas que en su momento fue tejiendo con estos pocos elementos Alfonso Albacete). Y si hablamos de pinturas y pintores y de estas calles, podemos decir, sin pensarlo mucho, que por aquí hay, y ha habido, unas cuantas, bastantes galerías de arte. Las aceras de bordillos rotos. Los portales cerrados con gruesas puertas de casetones y enmarcaduras pintadas con muchas manos de verde oscuro, de las que a veces sale una chica joven, guapa, rubia, con botas de militar. Los restaurantes nuevos, finos, de este barrio que se hizo fino hará cosa de diez o doce años. Las tiendas, que a esas horas tiran sobre la calle mantos de luz cremosa, amarilla. Pero si en concreto –o sea, parándonos a pensar– hablamos de eso, de pinturas y pintores y no de arte contemporáneo o arte en general, acabaremos comprobando que las galerías ya no son ni fueron tantas, sino solo algunas, porque las demás resultan más bien ser tiendas de eso otro. Entre las galerías de pintores y pinturas, y de fotógrafos y fotografías (o sea, de cosas concretas, no generales), es decir, entre las galerías a las que un aficionado todavía puede ir en busca de renovar esa relación cordial, afectiva –por eso es afición– con una especie determinada y particular de objetos (y no, por tanto, con cualquier cosa que solo resulte artística en general), está desde hace veinte años la galería 23


Utopia Parkway. Esos veinte años son la suma a partes iguales de los primeros nueve que estuvo instalada en una minúscula medio portería de vigas viejas y paredes alabeadas de la calle Augusto Figueroa (parece mentira pero lo recuerdo todo muy borroso y casi no me acuerdo del interior: el portal umbroso, a tramos las baldosas de dibujo hidráulico, el arranque gastado de la escalera, los cubos de basura que a veces alguien mueve a saltos hacia la calle, su sonido…) y de los otros diez que en este mayo de ahora ha cumplido desde que quedó instalada en otro local muy distinto por allí por donde la calle de la Reina va llegando a su cima, más amplio, de evocaciones quizá un poco seventies (sobre todo en la entrada, con un algo de comedor de club financiero: puerta de cristal, en un paño de pared el mármol pálido, techo bajo, el aplique de luz matizada…). Y el caso es que en 2015, como en 1995, los vencejos chillan al atardecer y giran en círculos incesantes, por momentos enloquecidos, mientras la calle –aquella calle de entonces y esta calle de ahora, en el mismo barrio y en la misma remonta hacia el alcor– se vuelve turbia, gris, anegada en sombra. Y muchas veces, al subir hacia la actual Utopia, todavía he creído por algún instante que iba caminando por la otra calle vieja y que era la trasera de la conciergerie aquella lo que aún me aguardaba, con su portal sombrío y sus cubos de basura. Pero han pasado veinte años. Los vencejos siguen girando en el aire, sus gritos histéricos. En este barrio, y en los otros, han abierto galerías de arte contemporáneo que, muchas veces, han cerrado. Otras que son sencillamente actuales, también han cerrado, pero puede que entre estas, hechas como están para la afición cordial de los aficionados hacia una particularidad concreta de objetos y desde luego por la afición de los dueños, sean menos las clausuradas. La afición es tenaz, endémica, insistente (si no, no sería, claro está, afición); cambia poco, o nada, de objeto de amor, y quisiera en realidad que ese objeto fuera siempre el mismo y a la vez siempre nuevo, continuamente renovado, actualizado, rejuvenecido, como si el encuentro del aficionado con el objeto de su afición pudiera consistir siempre en una primera vez. 24


Así les ocurre, creo yo, a los aficionados a los toros y naturalmente a quienes tienen la afición de la pintura. Pero no puede ocurrir lo mismo con quien no parece tener sino algún interés público, político, quizá económico pero en todo caso general (o sea, no particular, no afectivo, no concreto ni íntimo) por el Arte, de tal manera que es en este momento en el que el Arte adquiere su mayúscula eminente e institucional, la mayúscula que lo enuncia como la cosa política que es, separándolo para siempre de las artes concretas y pequeñas en las que vuelcan su afición los aficionados. Y desde este punto de vista y en estos veinte años, en la galería Utopia Parkway casi no ha cambiado nada (nada, como venía a decir el poema de Rosales, sino lo más querido: en 2010 moría nuestro querido amigo Ricardo Navarro y todos los cambios son, al lado de esta circunstancia, mucho más irrelevantes desde entonces). En los carteles de programación, en los hábitos que llevan a unos cuantos hacia la galería Utopia, algunos nombres permanecen desde el puro principio, un manojo de pintores, algunos fotógrafos, ciertos coleccionistas, cierto público, los habituales: unos cuantos. En el puro arranque de la ocurrencia que tuvieron en 1995 Lola Crespo y Ricardo Navarro ya estaba, por ejemplo, el pintor Chema Peralta. Tengo el pequeño catálogo con el que la galería conmemoraba, en el mayo siguiente de los vencejos de 1996, el primer año transcurrido de la aventura; es un librito de aire casi fantasy, con un planisferio celeste de color añil en cubierta y filos dorados; las pinturas de entonces de Chema Peralta eran también casi fantasy, con algunas resonancias italianas y otras, quizá, de pintores como Carlos Alcolea; Chema, el gran pintor que es hoy Chema Peralta, seco, puro, luminoso (ya nada fantasy), misteriosamente mínimo y máximo a la vez, es el pintor primero de la galería Utopia, yo lo veo así. Al pintor segundo (hablo de un cierto orden temporal) lo trajo hasta aquí muy pronto Juan Manuel Bonet, que fue, creo, quien le sugirió a Lola el propio nombre de la galería en recuerdo de la dirección en la que tenía el taller Joseph Cornell; este pintor de cabecera es Miguel Galano, el prodigioso pintor Miguel 25


Galano al que los aficionados vuelven una y otra vez con la seguridad de encontrar pinturas vivas ante las que la afición queda renovada, abrevada en esa su especie de sed. Y puede que con Concha GómezAcebo y Alberto Pina –campos de fútbol entre bloques de viviendas iluminadas, colegios al atardecer, camionetas en los polígonos al sol de la mañana…– Chema Peralta y Miguel Galano formen el cuadro, el cartel más duradero de Utopia, el más parecido a lo que, a vista de veinte años, parece ya una base de sustentación de la galería. De estos carteles de asiduos fueron cayendo algunos nombres cuyas exposiciones, sin embargo, fueron para los aficionados inolvidables, pienso en Fernando Martín Godoy, en Sara Quintero. Y aparecieron otros nombres con los que la galería fue construyendo un perfil reconocible, uno muy lejos de cualquier generalidad, concreto, fiel, hecho de la afición a una pintura figurativa actual, educada, por lo común ajena a los juegos irónicos o conceptuales tanto como a la codificación realista, muy antigua y muy moderna a la vez: Elena Goñi, Alejandra Roux, Chechu Álava, Greta Chicheri, Manolo Valencia, Iker Serrano… llegaron poco a poco. Lo cual no impidió exposiciones extrarradiales a ese perfil o más extrañas al modelo, como las del abstracto José Bellosillo o las del extrarradial inasible que es Juan Manuel Fernández Pera, las de Jana Kasalová... (ni impedirá, según parece, la próxima de ese particular pintor de abstracciones cristalinas que es Javier Victorero). Y ha habido fotógrafos: Ignacio Evangelista, Pedro Monjardín, amigo de la galería donde los haya, Erika Babatz, Florian Bolk, que ya estaba entre los veteroamigos de 1995, y sobre todo José Ferrero (la estupenda serie de los pinos romanos: el tempietto de San Pietro in Montorio, la reciente exposición –“La barrera oceánica”– a propósito de la construcción asturiana de Pablo Maojo y el relato visual de su durée…); y también escultores, o escultor: Manolo Lafora quizá constituya la contribución más ajustada de ese arte a la identidad de esta casa… Además de vencejos, por el cielo de este barrio vuelan cornejas, cucos, urracas y, según los días, hasta algunos halcones, más o menos 26


peregrinos. También Aristófanes, en Las aves, se sirvió de las variedades de los volátiles para relacionar unos oficios concretos, unas artes que no son el Arte, trabajos que no son el Trabajo…: la muralla misma de su feliz Ciudad de los pájaros estaría construida con aportaciones de todos: treinta mil grullas traerían las piedras de los cimientos, las cigüeñas fabricarían los ladrillos, las avefrías acarrearían al agua, las golondrinas transportarían el barro, etc. Que una galería, en fin, como Utopia Parkway cumpla veinte años de existencia da para pensar en las variadas clases de volátiles que van por el aire, pero también en las paradojas y contradicciones que han venido sucediendo durante todo este tiempo en el mundo del arte español, que también va por el aire (aunque esté por los suelos); pero sobre todo en la transformación del arte en Arte, que es, me parece a mí, lo más importante de todo lo sucedido. Porque el hecho es que el catálogo de especies va camino de la uniformidad (a pesar de que el discurso propague una diversidad o pluralidad de hecho inexistente), una vez alcanzada la institucionalización oficializada del Arte mayúsculo y su sistema de vigilancia y policía a cargo de los agentes de eso que se ha acabado llamando terriblemente “el sector del AC”. Y por todo eso la resistencia de Utopia y la lealtad a la propia afición y a la de sus amigos, que viven en país distinto del de las componendas institucionales y persisten en volar por un aire en libertad como el de la ciudad de Aristófanes, se hace admirable, heroica. La primera paradoja a señalar a propósito es que no pocas de las galerías abiertas a la orden de los tiempos –las de Arte en general– han cerrado (eso quiere decir que los tiempos en realidad desprecian a quienes les declaran su obediencia ciega o se muestran excesivamente dóciles o regalosos con esas sus órdenes). Pero la segunda paradoja que se echa a ver tiene también relación con el tiempo, con el régimen vigente de Tiempo o temporalidad institucional, y se hace algo más insidiosa. Todo porque la diferencia entre la actualidad y la contemporaneidad contiene una determinación fundamentalmente política; la calificación de una galería (o de un artista o de un crítico 27


o un director de museo) como “contemporáneos” significa ante todo una habilitación oficial obtenida al hacerse reconocible un específico timbre canoro según un cierto sistema de contraseñas, mediante la que resultan autorizados por lo visto a circular, ejercer y manejarse en el mundo institucional del Arte pero sin cuya obtención (como ocurre con la expedición de las etiquetas de las denominaciones de origen de los quesos) no está permitido estar, mejor dicho, no parece posible ser dentro de esa pompa de jabón en que consiste la ciudad del artificio político, por demás tan ajena al aire en el que vuelan los pájaros libres. Y no se entiende: si en efecto y según ha quedado ya solidificado sobre los manuales especializados, la temporalidad secuencial o episódica del tardovanguardismo, con su relato argumental, quedó definitivamente cancelada a comienzos de los años 80 del siglo pasado; si la Historia, en fin, –también la del arte– ha dejado de escribirse sobre el patrón de esa trama nerviosa en permanente expectativa de desenlace, entonces ¿por qué la policía cultural vigila con celo inconcebible por el cumplimiento de la sincronía entre lo que es y lo que debe ser propio de nuestros tiempos? A mí solo se me ocurre para explicarlo que únicamente en la pompa de jabón en que consiste la cultura contemporánea con su Arte y todo, resulta cumplida la plenitud sincrónica del tiempo que los relatos finalistas prometían, pese a que la realidad, no obstante, se empeñe (gracias a Dios) en su negación. Se trata, pues, de ver realizada la Idea, aunque sea fuera de la realidad, en un futuropresente creado exprofeso dentro de unos hangares especializados. Así que la utopía de los museos y Utopia Parkway son cosas bien distintas, la verdad; fuera de la pompa, la vida concreta sigue viviendo en el aire por el que vuelan los vencejos. Y una última cosa, que no llega a paradoja, para terminar y para dar las gracias a la galería Utopia por que los aficionados tengamos donde respirar el aire de la vida a resguardo de esa narración institucional que es, decíamos, elaborada como placebo de la realización, aunque sea ficticia, de aquel Futuro sobre el que ya nos prevenían Elías Canetti y Agustín García Calvo como del mayor de los timos. Y es 28


que la generalización o totalización del Arte no creo que consista sino en una más de la serie de absolutos entre cuyas ruedas languidecen o se mueren las cosas concretas (como la pintura o la fotografía…) que probablemente arranque de aquel propiamente económico –el Trabajo– en el que Carlos Marx veía el elemento indiferenciado en el que se había de transformar lo antes cualitativo para resultar ahora por completo cuantificable; es decir, que lo que hasta entonces habían sido, en plural, los trabajos (los de las aves aquellas y su ciudad en libertad, sin ir más lejos, la labranza, la talla, el amasado, la carga, el lañado, la confección) pasara a ser ahora –venía a decir Marx– únicamente “Trabajo” destinado a su más fácil, desafectiva computación; así también, al fin, se nos vendrá a la mano el giro tras el cual lo únicamente decisivo para una afición, la particular condición aquella en la que antes establecíamos el vínculo cordial de la imaginación con un objeto –la pintura, la fotografía, la escultura– ha sido ahora suplantado por otro lazo no ya de afección, sino de interés productivo (que puede ser profesional, profesoral, institucional, económico o especulativo), no hecho, pues, de carne y vida en un arte particular y en su fibra concreta –su carne, su vida–, sino fabricado en una generalización virtual estrictamente cuantitativa a la que solo podemos llamar Arte cuando, así las cosas, lo comprobamos refractario al afecto, desnudo de cualidad. Pero así canta en el aire enrarecido la canción vigente del Tiempo, la música sin música del régimen de la temporalidad establecida al que los interesados y los crédulos obedecen con gran escrúpulo y casi espontánea vigilancia. Porque fuera de allí, claro está, los vencejos siguen girando a su aire y gritando en los atardeceres de mayo, y los aficionados siguen subiendo por esas calles de Madrid como quien se dirige a una cava subterránea o a una catacumba de resistentes en la que el tal aire libre parece preservado y que podría muy bien ser aquella Cave of Making de la que hablaba Auden, de tal suerte que estas palabras se convertirían así como en una acción de gracias a Lola, a Ricardo, Thanksgiving for a Habitat… 29





utopia parkway como plataforma generacional* Juan Manuel Bonet

* Extraído del libro que próximamente publicará Hércules Astur Ediciones sobre el pintor Miguel Galano.



A la hora de intentar reflexionar sobre cómo el solitario radical que es Galano, que padece fobia social, y que muchas veces en sociedad se cierra y termina balbuceando –pero que cuando se “abre”, puede ser la persona más sociable del mundo–, está inscrito en un tejido generacional, supraindividual, parece evidente que hay que dirigir la mirada hacia Utopia Parkway, una galería de arte madrileña fundada en 1995 por Lola Crespo, asistida por su marido, el siempre recordado Ricardo Navarro. Utopia Parkway fue bautizada así por “culpa” mía, porque Lola asistió a un curso que dirigí algo antes en el Círculo de Bellas Artes, y que se tituló “Solitarios del arte” –un título que le pedí prestado a Helmut N. Bachmann– y en el cual una de las dos conferencias que di fue sobre Joseph Cornell, el solitario de Utopia Parkway, Flushing, NY, unas señas que han dado juego, pues además de esta galería, hay que recordar que Utopia Parkway: The Life and Work of Joseph Cornell (1997) se titula la mejor biografía de aquel viajero inmóvil, escrita por Deborah Solomon. (La otra conferencia fue sobre Rothko). También habla mucho de la morada cornelliana Dore Ashton en su estupendo libro olla podrida sobre el artista. La galería estuvo primero en la calle de Augusto Figueroa, al fondo de un inverosímil patinillo, en un “diminuto local que parecía como trasera de chiscón de portería” (Enrique Andrés Ruiz dixit). Marcos Ricardo Barnatán, poeta que en su faceta plástica lleva años haciendo cajas y reclamándose explícitamente de Cornell, en su mencionada primera reseña sobre Galano hablaba con mucha gracia de Utopia Parkway como una “pequeña y mágica galería, que es como una caja de su santo patrono, Joseph Cornell”. El soso y anodino exterior del edificio, sin señal alguna de que ahí existía un comercio de obras de arte, sería objeto en 2004 35


de un “tableautin” galanesco. Reseñando en La Razón la individual celebrada ahí en 1999 por el pintor, Eugenio Castro consideraba, en un artículo titulado “A ambos lados del espejo”, que aquel era “un espacio preciso para el recogimiento que estas obras requieren”. Desde 2006 Utopia está en un local más moderno, y abierto a la calle, concretamente a la de la Reina, paralela al arranque de la Gran Vía. Quien solo se asome al arte una vez al año, es decir, en arco, y me consta que existe esa especie de amateurs de “una vez al año no hace daño”, no sabrá jamás de la existencia de lo que en esta ínsula se cuece, porque la galería nunca ha sido admitida en la que lo queramos o no es nuestra feria más concurrida. Empleo esta palabra, ínsula, porque tanto en su primera ubicación, como en la actual, se trata de eso, de una isla figurativa en un mar galerístico, el madrileño, donde por ese lado solo han ido realmente Estampa y My Name’s Lolita (en sus comienzos emanación de la casa madre valenciana), a las cuales se añadió, desgraciadamente por demasiado poco tiempo, Muelle 27. En esa misma onda, fuera de la capital habría que evocar a Juan Riancho y su Siboney en Santander, y la Galería 16 en San Sebastián mientras vivió Gonzalo Sánchez, más otra sala desgraciadamente pasado ella también, Arco Romano, de Medinaceli, un sueño personal de Pepe Arense, sueño asimismo desaparecido con él. (A quien le interese la historia galerística española –a mí desde luego me interesa, y mucho–, remito al respecto a las respectivas necrológicas que les he dedicado en ABC a estos dos grandes galeristas; necrológicas fácilmente encontrables ambas en la hemeroteca digital del diario de Vocento). 1997 fue la fecha de la primera individual de Galano en Utopia Parkway. En el catálogo, coeditado por Vértice –que aquel año, al igual que los dos anteriores, llevaba al pintor a arco–, y de unas generosas sesenta y dos páginas, va mi “Imagen primera de Miguel Galano”, un título a lo Rafael Alberti, y un texto en el cual ubico al pintor entre nuestros “solitarios del arte” (Bachmann, precisamente), y dentro de la tradición de la cual ya entonces empezaba a reclamarse. Frente a la reproducción de Ecce Homo, enseñado por Vértice en arco, un poema 36


de Carlos Lencero desde Sevilla. De ese ya lejano 1997 a esta parte, en Utopia Parkway, Galano ha coincidido con un extraordinario plantel de artistas. Entre ellos destacar a Chechu Álava, a la hoy brasileña Concha Gómez-Acebo, a Elena Goñi, a Fernando Martín Godoy, a Merche Olabe, a Chema Peralta, a Alberto Pina, a la argentina Alejandra Roux, a un Manuel Valencia del cual me gustan mucho los diarios sincopados y cosmopolitas. Los acompañan fotógrafos como Ignacio Evangelista, José Ferrero Villares o Pedro Monjardín. Recientemente a punto estuvo de sumárseles Carlos García-Alix, mas finalmente (por desgracia para sus compañeros, y para la galería) no fue así. Hay que mencionar también a otros que ahí han expuesto, pero que ya no lo hacen, como Almudena Armenta con sus cajas encantadas también en la tradición cornelliana, el lírico y hondo José Bellosillo, Juan Manuel Fernández Pera –paisajista esencial, pero también cronista de su propio interior (aquel inverosímil e inolvidable apartamento por Cuatro Caminos), y autor de un cordial y magnífico retrato de un Galano meditabundo–, el checo Ricardo Kocí al cual en una ocasión volví a saludar en su Praga, Manuel Lafora, el geómetra Christian Prat, Sara Quintero o la neosurrealista Yolanda Tabanera. En las colectivas temáticas se han visto además obras, en gran mezcla de generaciones, de Alfredo Alcaín, Melquiades Álvarez, Eduardo Arroyo, Dis Berlin, Belén Franco, Ciuco Gutiérrez, Jesús González de la Torre, Angie Kaak, Juan Carlos Lázaro, Pedro Osés, Esther Revuelta… Las seis individuales celebradas hasta la fecha por Galano en Utopia han encontrado un importante eco crítico en la prensa madrileña un eco desde luego bastante superior al que han recibido otros compañeros suyos de generación. Hay que mencionar a este respecto artículos de Enrique Andrés Ruiz, Marcos Ricardo Barnatán, Eugenio Castro, Carlos García-Osuna, Fernando Huici, José María Parreño, Abel H. Pozuelo, el llorado Dámaso Santos Amestoy (a cuya memoria está dedicado el presente texto), Víctor Zarza… Dossier de prensa de la primera de sus exposiciones utopistas, 37


la celebrada en 1997. Marcos Ricardo Barnatán la reseña en el suplemento “Metrópoli” de El Mundo, titulándola “Claroscuro asturiano”; además de comentar lo antes referido de la galería como caja cornelliana, lo considera “pintor a contracorriente de las modas”. Fernando Huici, en El País, y bajo el título “La melancolía de Miguel Galano”, lo ve como autor de cuadros donde “como espectros cincelados en la bruma, con incisiva certeza, el islote, el libro o la rosa se erigen en emblemas de una insondable conciencia melancólica”. José María Parreño, por último, publicó su reseña, “Miguel Galano, el ojo despierto”, en la cual lo considera “un realista bajo la niebla”, en ABC, donde la narradora Mercedes Soriano también aludió a la muestra en una de sus columnas. Destacar, a la altura de la individual de 1999, un artículo de Dámaso Santos Amestoy titulado “La inundación de los figurativos”, en el semanario Tiempo, un artículo más general, pero en el cual habla de Galano con total entusiasmo y entrega, ya que tras subrayar que “en la verdad de su pintura se reconoce el aire de familia, el parentesco espiritual con cierto Giacometti, con el Zoran Music más hondo, con lo estremecedor de Joseph Sima, con la tradición barroca española”, termina así: “¡Qué gran descubrimiento! ¡Qué pintor!”. En clave colectivas, ha estado presente Galano en las que Utopia Parkway ha dedicado al autorretrato (2002 y bajo el título “El otro que va conmigo. Autorretratos”, en el catálogo se menciona a Galano como el inspirador de la muestra), al retrato (2003), a ambos géneros mezclados (2010, bajo el título “La frontera de lo visible”), al jardín (2006, y bajo el título ferlosiano “Semanas en el jardín”, catálogo prologado por Raúl Eguizábal), y al planeta de los toros –para mí tan lejano, pero que Lola Crespo vive con pasión– (1998, exposición en homenaje a Francisco Rivera Ordóñez, coincidiendo con la Feria de San Isidro). Para la última de estas colectivas, Galano pintó un enigmático retrato en rojos del torero detrás de su muleta, muy elogiado por José María Parreño en su reseña abecedaria de la colectiva. (Y en el tarjetón, un capote galanesco, reducido a su mínima expresión). 38


En la misma onda, hay que mencionar, en 2009, una colectiva celebrada en el Museo de Bellas Artes de Albacete –cerca del arte ibérico y de Benjamín Palencia, natural de un pueblo de la provincia–, simpáticamente titulada “Utopía en Albacete”, con catálogo prologado por Enrique Andrés Ruiz, y en la cual figuraron pintores de la galería, seleccionados o premiados en la Bienal de la ciudad castellana, en cuya edición de 2002 nuestro pintor vio como fue adquirido su cuadro El Norte. Del mismo 2009 es otra, “En la pintura”, comisariada por Dámaso Santos Amestoy –que iba a desaparecer bien poco después, dedicándole nuestro pintor a su memoria su individual barcelonesa de ese mismo año– para la galería coruñesa de Teresa Taxes, y en la cual incluyó al asturiano, junto a Bellosillo, Fernández Pera, Urbano Lugrís Vadillo –hijo del antes mencionado Urbano Lugrís, y que ha desarrollado una visión ensoñada y automatista del Atlántico, territorio que conoce bien en su condición de marino–, Chema Peralta, y Javier Victorero. Siempre a propósito de Utopia, hay que mencionar el decisivo papel que en esa aventura ha tenido el ya mencionado marido de Lola Crespo, el desaparecido (en 2010, tras larga enfermedad) Ricardo Navarro, un gran editor (dentro del equipo de la delegación madrileña de una casa de tanto relieve como la mexicana Fondo de Cultura Económica), y una gran persona. Él fue quien logró darle a cuantas publicaciones editó la sala –que hoy, desgraciadamente, ha renunciado, por razones económicas, a lo gutenbergiano–, un sello inconfundible y perdurable. Entre sus hallazgos, aquel para la exposición galanesca de 2009: un mínimo cuaderno parodiando los de postales, y en el cual como en aquellos, estas pueden recortarse según una línea de puntos. (Sobre esta figura tan importante en esta historia, ver, en 2012, Querido Ricardo, el cuarto de los Cuadernos de Utopía, editado por la galería al año siguiente, en el cual escriben Federico Álvarez, Enrique Andrés Ruiz, Joaquín Díez-Canedo, Francisco GómezPorro, José María Parreño y otros de sus amigos, reproduciéndose además la necrológica que le dediqué en ABC. Como frontispicio, San 39


Francisco en meditación, el citado retrato galanesco del editor como San Francisco de Asís. Ver también el quinto de esos cuadernos, su Diario de África, de 1983. Más el catálogo de la colectiva, celebrada en 2011, Utopia Live: En memoria de Ricardo Navarro, integrada por algo de lo que los propietarios de la sala fueron quedándose para su colección particular). A propósito de Dámaso Santos Amestoy, cuya sabiduría y cuyo humor incisivo y por momentos sarcástico tanto nos faltan, quiero subrayar la importancia del texto más extenso de cuantos dedicó a Galano, y que es de 2008, y que está en el catálogo –desgraciadamente solo disponible, signo de los tiempos, en soporte cd-rom– de la citada exposición “El mar y la noche”, quinta de las suyas en la galería. Texto muy damasiano, interminablemente conversacional, que adopta la forma de una carta al pintor, y empieza, por lo tanto, “Querido Miguel”. Texto con deliberada voluntad de antología digamos “hilada” y por momentos casi caótico, como de conversación de café, con profusión de citas ajenas –aunque yo la había iniciado, renuncio a su enumeración, porque daría una idea falsa de su contenido, aunque no quiero dejar de apuntar a la oportunidad de algunas de sus referencias, por ejemplo a Unamuno, Bergamín, Ramón Gaya o María Zambrano–, pero tan bien hiladas, tan conduciendo a conclusiones de raíz poética, y… acertadas, respecto de la obra en torno a la cual reflexiona. De la exposición, por ejemplo, dice esto, sencillamente extraordinario, incluso aunque sea una manifiesta exageración: “además de oscura, es prácticamente monocroma; como pintada con hollín”. Y qué bien que recuerde, aunque ya sea un tópico, el inmortal verso de Quevedo: “Solo lo fugitivo permanece y dura”. De las idas y venidas del pintor a Madrid principalmente debido a la actividad utopista, surgen en 2005 tres cuadritos sobre el Jardín Botánico. En uno de ellos el protagonista son, tras los árboles, las entrevistas edificaciones del Paseo del Prado. El Jardín, uno de los grandes símbolos de nuestro Siglo de las Luces, es, con el vecino Retiro, uno de los pulmones –una vez más creo que es la palabra adecuada– de 40


Madrid. Recordemos el homenaje, ahí, de unos cuantos escritores a Mallarmé del 14 de octubre de 1923, con Mauricio Bacarisse, Bergamín, Enrique Díez Canedo, Juan Ramón Jiménez, Eugenio d’Ors –que en 1925 titularía Cinco minutos de silencio su siguiente tomo del Glosario–, José Ortega y Gasset y Alfonso Reyes –que es quien tuvo la iniciativa–, entre otros. El Paseo del Prado, objeto de otra feliz visión galanesca, con sus edificios rosas y ocres, es un espacio en el cual están el clasicista monumento a precisamente Eugenio d’Ors, y la muy maciza, enladrillada y chiriquiana mole de Sindicatos (1949), la obra maestra de Rafael Aburto y Francisco Cabrero, mole que tanto me gusta contemplar en los limpios crepúsculos veraniegos madrileños, por ejemplo desde la terraza, casi a su sombra, del apartamento del colecionista Álvaro Villacieros. Aquel de los tres cuadros del Botánico al fondo del cual asoma la ciudad, está en una interesante colección cartagenera, la del arquitecto Martín Lejárraga, uno de los impulsores, con Charris, de esa singular institución que es allá La Naval. Para el catálogo de la muestra utopista, la de aquel mismo año 2005, donde se vieron esos cuadros, compuse un poema al respecto, igual que los compusieron, para otros cuadros de la misma exposición, Enrique Andrés Ruiz, Francisco Gómez-Porro, Ángel Guache, Ramón Mayrata, José Luis Piquero, y Santos Amestoy. (Aburto, fallecido en 2014, más que centenario, también fue pintor. La exposición que le dedicó, precisamente en 2005, el Ministerio de la Vivienda en su sala de los Arcos de los Nuevos Ministerios –más chiriquianismo…–, incluía algunos de sus cuadros, aunque inesperadamente son más bien expresionistas, y poco tienen que ver con Sindicatos, edificio que por cierto frecuenté asiduamente cuando el período final de Pueblo, con los Dámaso Santos padre e hijo; los ascensores como cangilones, a los cuales uno subía con dificultad… y con miedo).

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Madrid en el Botánico A Miguel Galano Cielo tan blanco, el alma errante, súbitamente es el silencio, cinco minutos de silencio, el recortarse de los árboles del Botánico. Alrededor, las casas del mil ochocientos, los cuadros, la gran mole roja metafísica sindical, las casetas de los libros. Cielo tan blanco, el alma errante.

De ese mismo Madrid arbolado, que solo he visto pintado, y muy bien, mole sindical incluida, por una colega de Galano, una pintora irlandesa de nuestros días, Eithne Jordan, que alguna vez ha traido a arco la dublinesa Rubicon Gallery, nos hablan, algo después, en 2007, un cuadrito galanesco tan intensamente azul como aquel autorretrato teatral de marras, e inspirado en una fuente en el Paseo del Prado que casi tiene algo de fondo de antañón decorado teatral, y la felicísima visión nocturna, especialmente sombría, de los libreros en el Paseo del Prado, que además de poseer un valor intrínseco por la atmósfera misteriosa que en ella reina –siempre la poesía que nace de ver cerrado y desierto un lugar habitualmente frecuentado, esa poesía que nutre el Pim Pam Pum (1925) de Carlos Sáenz de Tejada: la verbena vista al amanecer del día siguiente…–, posee un valor documental, al constituir un testimonio de la época en que, efectivamente, los libreros de la Cuesta de Moyano estaban, provisionalmente, ahí, en unas casetas de prestado, debido a las obras de remodelación en esa calle tan popular para los amantes madrileños del papel impreso. (Obras después de las cuales por mi parte tengo claro que la Cuesta quedó… peor. Por lo demás, a más de un librero le he oído añorar 42


aquel emplazamiento provisional). En 2010 surgen leves y profundas evocaciones de San Lorenzo de El Escorial, sobre papel: Paseo para Felipe II, Parque de la Casita del Príncipe, y Tarde escurialense y clara, título este último que es todo un programa.

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interminable homenaje Jorge Curioca


Ricardo Navarro en el parque del Retiro en 1982. FotografĂ­a Dj Floro.


Conocí a Ricardo en el otoño de 2006. Entré a trabajar en el Fondo de Cultura Económica de España, en la sede de Madrid, en un edificio que siempre pensé como idóneo para filmar una película de terror. Yo venía perseguido por mis propios fantasmas y Ricardo cumplió un rol clave en ayudarme a ahuyentarlos. Mi labor en el Fondo era múltiple, desde hacer bases de datos para darle orden a la monstruosa bodega hasta investigar sobre ciertos autores para valorar la conveniencia de su publicación. Fui recibido en esa nueva familia como un miembro más, lejos de la idea hiperburocratizada que tenía de la institución. Una familia-tribu reducida y algo excéntrica donde el editor jugaba, sin buscarlo, el papel de gurú. A día de hoy no he conocido a otro con tanto cariño por el papel: por su calidad, su peso y sus posibilidades. Lo que cualquiera reconocería como una verdadera pasión, por la forma estrechamente ligada al contenido. Poseedor de una incansable curiosidad, Ricardo, como gran mayéutico, hacía parecer en cada conversación que el que aprendía era él, y no dudo que así fuera –nunca perdió esa mirada de niño–, pero tampoco dudo de su consciencia de saber que no había mejor manera de transmitir su conocimiento, con incansable generosidad. Desarrollamos juntos un proyecto sobre autores mexicanos, algunos olvidados y otros jóvenes que escribían sus primeros textos, con el afán de unir generaciones en la autenticidad; una colección que daría a conocer a los lectores españoles las particularidades y la vitalidad de una literatura variada y en constante movimiento. Desgraciadamente el proyecto no llegó a culminarse, pero sé que lo pondría muy contento saber que prácticamente todos esos escritores que entonces elegimos hoy están publicados y reeditados por editoriales grandes y pequeñas y que no quedó todo en letra muerta, que este grupo que formamos en la imaginación encontró finalmente nuevos lectores. Su fascinación por México era casi del tamaño de su 49


ojo para descubrir el talento, no solo en el terreno literario sino en el dream team que formó con Lola en la aventura quijotesca que supuso la creación de Utopia Parkway. La unión de dos miradas finas y arriesgadas que dan forma a una apuesta ejemplar y resiliente, en la que consiguieron la rara conjunción de impulsar a artistas muy diversos pero conectados por un hilo fuerte y delicado hasta el punto de construir un sello único que sigue en expansión. Cada catálogo de cada exposición suponía una pieza de edición hecha como para ser exhibida en una vitrina abierta que permitiera al visitante olfatearla y tocarla. Ejecutaba sus obras con una parsimonia y una precisión capaces de desesperar –¿otra personal manifestación de rebeldía?– a cualquiera inmerso en el flujo acelerado impuesto por los tiempos recientes. Me pregunto a día de hoy qué aventuras editoriales proyectaría; ¿estaría involucrado en nuevos planteamientos con libros electrónicos?, ¿se mantendría exclusivamente en el papel como un acto de resistencia física en la calidez que lo caracterizaba?, ¿qué movimientos novedosos y qué defensas encararía? De lo que no cabe duda es que muchos jóvenes –y algunos ya no tanto– que tuvimos la suerte de aprender de él, nos hacemos continuas preguntas en una conversación interminable, al tiempo que avanzamos pasito a pasito por los imprevisibles terrenos de la edición. Sin conformismos y sin pensar que las cosas son como son y ya está. El ejemplo heredado es el de alguien que supo correr riesgos con olfato de elefante africano; sus lances no correspondían a los de un suicida, sino a los de un aventurero que se ha entrenado por años antes de emprender la expedición por nuevos territorios. El capitán de un barco que nunca se tomó a sí mismo demasiado en serio, y al que por eso mismo, ligado a su conocimiento y riesgo, se le admiraba; un maestro de extraordinaria juventud que supo formar una relación profunda con autores y colaboradores, finalmente amigos. Característica que también se ve reflejada en la relación que Lola ha mantenido con los artistas que alberga en su Utopia Parkway. Una coherencia y una flexibilidad que han permitido resistir todo tipo de tormentas. Como punta de lanza también se manifiestan en la galería; desde la creación 50


de la página web, una elegante referencia para los espacios virtuales de emprendedores jóvenes, hasta la apuesta por artistas que de no haber sido por Utopia Parkway probablemente ahora mismo seguirían naufragando, agarrados bien fuerte al tronco de su talento. Ricardo no se entiende sin Lola ni Lola sin Ricardo; representan para muchos un dueto fantástico, casi como superhéroes que trabajan todavía en equipo desde diferentes planos de la realidad. Me detengo para reconocer que resulta complicado evitar el tono elegíaco –tan contrario al espíritu de Ricardo– al escribir un texto de este tipo, pero sale lo que sale desde el fondo: palabras concentradas y con reiteraciones, que se quedan cortas; será que se ha escrito mucho sobre Ricardo, aunque nunca lo suficiente… Venzo pues el pudor y a riesgo de que la espiral se convierta en círculo, aquí comparto el correo electrónico con el que respondí a la invitación a participar en este homenaje, a corazón abierto y con la copa en alto por el gran amigo, por Lola, por la galería y por las utopías que vencen al desencanto: 20/9/14 ¡Querida Lola! Me ha emocionado de manera extraordinaria recibir tu mensaje. Sin duda Ricardo nos ha dejado una huella honda y su ejemplo sigue vivo en muchos sentidos. Me maravilla que siga estableciendo conexiones y solo puedo sonreír al recordarlo. No puedo hablar en pasado: lo quiero y lo admiro como a un maestro y un amigo. Recuerdo con claridad cuando me contó que habían ganado el primer, segundo y tercer lugar de un premio europeo tres pintores de Utopia Parkway; de los esfuerzos tuyos para luchar contra las mafias de los galeristas; del mimo y la dedicación en tu labor; de su implicación en la bellísima edición de cada uno de los catálogos (que aún 51


conservo), y me dejaba con la boca abierta, pensando que así me gustaría construir una vida con una pareja –puedo decir contento que en eso estoy, siguiendo uno de sus ejemplos y haciendo equipo con una jerezana que me trajo de vuelta a México. Aquí lo he traído muy cerca al sumarme a un proyecto editorial (filodecaballos) en el que Ricardo es una referencia constante; no solo por su cuidadísima y talentosa labor, sino también por su generosidad, su calidez y su sentido del humor en muy gozosas conversaciones de las que uno quisiera que no terminaran nunca, pero vuelvo al presente y me doy cuenta que no lo han hecho. En fin, que no hay fin. Me faltan (y me faltarán) palabras para hablar de Ricardo desde mi particular perspectiva, pero por supuesto que acepto participar como mejor pueda en ese homenaje; de veras que es un honor y una alegría que me conmueve recibir esa invitación de tu parte, Lola. Muchas gracias. Ahora mismo me vienen más recuerdos, pero los reservo para ese texto que estaré encantado de escribir. Seguimos en conexión... :) Vayan mis mejores energías y deseos y un muy fuerte abrazo en la cercanía, Jorge Curioca Ciudad de México, marzo de 2015

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fotografĂ­as















20 años utopia parkway

1995 – 2015

se terminó de imprimir y encuadernar en Madrid en mayo de 2015.




20 aĂąos utopia parkway 1995 - 2015

www.galeriautopiaparkway.com

Utopia Parkway GalerĂ­a de Arte


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