El gozo de vivir eucaristia (1)

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EL GOZO DE VIVIR Y CELEBRAR LA EUCARISTÍA DE LA IGLESIA



Gerardo Soler Quintillá

EL GOZO DE VIVIR Y CELEBRAR LA EUCARISTÍA DE LA IGLESIA

Prólogo del Emmo. y Rvdmo. Sr. Dr. D. Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, Cardenal Arzobispo de Tegucigalpa (Honduras)


La FUNDACIÓN PEDRO FARNÉS tiene como finalidad la promoción de la sagrada Liturgia que ha sido el trabajo y la vida de D. Pedro Farnés Scherer. A iniciativa de la familia cristiana Bontoux-Serres de Barcelona, que ha aportado el patrimonio fundacional, y con la ayuda y orientación de un pequeño grupo de presbíteros de diferentes diócesis de España se ha creado dicha Fundación. Pretende mantener y continuar la obra y los escritos de D. Pedro Farnés, quien ha cedido a la Fundación todos los derechos sobre sus libros y sus escritos y su biblioteca y archivo y ayudar al conocimiento más profundo y a la celebración más piadosa de los dones que el Señor dejó a su Iglesia en la Liturgia.

Fundación Pedro Farnés -”Liturgia Fovenda” Travessera de les Corts, 51. esc. derecha, 10º-1ª 08028 Barcelona Tel.: 93.334.02.48- Fax: 93.440.05.89 secretaria@fundacionpedrofarnes.org Primera edición: Enero de 2015 ISBN: 978-84-942942-1-1 DL B 2138-2015 Impresión y encuadernación: Arts Gràfiques Bobalà, SL Impreso en España Printed in Spain

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Prólogo

“EL GOZO DE VIVIR Y CELEBRAR LA EUCARISTÍA DE LA IGLESIA”

Es para mí una alegría prologar el libro de Mosén Gerardo Soler percibiendo desde los primeros renglones que leía, al connotado maestro, a un sacerdote con gran experiencia en la animación de la fe de su comunidad y con un catequeta formidable. Mi intuición quedó relegada y dio paso a una convicción: un libro es bueno si se lee con gusto y deja en el lector ideal compromisos, cuestionamientos profundos y deseos de empezar de nuevo. Después de rezar las Completas y antes de actualizarme con las revistas de aviación que son para mí como una deliciosa bebida refrescante, fui leyendo poco a poco El gozo de vivir y celebrar la Eucaristía de la Iglesia y en cada página que avanzaba me convencía siempre más que este libro estimula grandemente a vivir con gozo y a participar con amor y provecho el inestimable don de la Eucaristía. Fue una lectura pausada y saboreada. Para un Obispo centroamericano, como yo, la catequesis es una joya preciosa en el entramado de la vida eclesial. No se trata de un producto simplemente optativo, o de unas cuantas charlas más o menos consistentes que se puedan ofrecer de cualquier manera. Estoy seguro que donde funciona bien la Catequesis, hay hermosos frutos eclesiales, entre ellas las vocaciones a la vida matrimonial o, como me pasó a mí, a la vida consagrada. En la historia de muchos de nosotros, una clase de catequesis fue el origen de nuestra vocación. Por eso valoro tanto la catequesis doctrinal, la catequesis litúrgica y sacramental. Me encontré con este libro precioso y ahora me ha servido de entretenida lectura en clave de formación per5


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manente. La conversión pastoral comienza con la formación permanente. Y en tiempos de nueva evangelización urge tanto que los Obispos seamos los primeros Catequistas de nuestros pueblos. Me acuerdo de las primeras catequesis recibidas en las rodillas de mi madre y repasadas, tan cariñosamente, por mi tía. A mis siete años una catequesis hogareña sobre la santa Misa despertó en mí un deseo, todavía para mí inexplicable, “de hacer lo que el Padre hace cuando da la Misa”, y por eso, al regresar de las clases y los patios salesianos, algunas veces jugaba a decir la Misa. ¡Cuánto puede una catequesis! Ahora, siendo un Obispo con 36 años de ministerio episcopal, al saborear este libro y sorber hasta su última letra, inmediatamente he pensado que este es un texto precioso que merece darlo como regalo a mi clero. ¡Cuánto bien hará! Pienso con toda verdad que los seminaristas, las religiosas, religiosos y laicos que trabajan en la acción catequística al leer este libro van a sentirse solicitados a vivir personalmente con más fervor cada uno de los momentos, los espacios de silencio, los gestos, las palabras, las respuestas y los ritos que conforman la unidad indivisible de nuestra Eucaristía. ¡Qué riqueza tan grande! Al finalizar la lectura de este libro tan lindo y sustancioso, además de alabar a Dios por los dones de naturaleza y de gracia que otorga a sus hijos, pienso en el inmenso bien que el P. Gerardo Soler ha hecho a Honduras, cuando ha ofrecido su conocimiento y su experiencia en algunas ocasiones que nos ha visitado y ha animado talleres-encuentro de catequesis de gran altura y de mucho fruto. Por sus muchas experiencias el P. Gerardo conoce todos los climas y el genio e idiosincracia de muchos países, por eso al escribir lo hace con una visión realista y encarnada, con un lenguaje comprensible para todos, conduciendo pedagógicamente al lector desde un nivel del conocimiento intelectual y doctrinal hasta un acto de amor y fervor espiritual a la Eucaristía. Partiendo de la mente para llegar al corazón. No es este un tratado de teología dogmática, sino un libro capaz de convertirse en un trampolín que nos impulsa a la admiración del misterio de la Eucaristía de la Iglesia y predispone el corazón a la oración para llegar hasta la contemplación.

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PRÓLOGO

Considero muy profundas la eclesiología y la cristología de este libro, sintonizados al ritmo del corazón sacerdotal de Benedicto XVI, San Juan Pablo II y el Papa Francisco. Es un caldo con sustancia y de buen sabor. No creo que haya sido escrito para venderse en grandes volúmenes sino para tocar vidas, para animar la fe, para instruir y nutrir la fe de quienes sirven la catequesis o la necesitan. Cuando un escritor escribe para un público diletante sucede muchas veces que traza una línea esquizoide, quizás involuntariamente. Digo esto porque he conocido grandes profesores que dan su conferencia de una manera tan recursiva, dinámica y comprometida pero que al escribir parecen cambiar de personalidad, se revisten de excesiva rigurosidad, optando por escribir como expertos serios en su talante y seguros en sus postulados pero que escriben para ser admirados, no para ser comprendidos. Hay quienes para inspirarse como que se desdoblan y desde un escritorio aséptico y especulativo, quieren responder preguntas que nadie les ha hecho, impostar como algo novedoso temas trillados, debatir argumentos desfasados y aparentar una erudición vana que al final el tiempo castiga inexorablemente con el olvido. Pero en el caso del P. Gerardo, digo, no es así. Lo he visto desempeñándose como un animador vivaz y entusiasta. Ahora que lo he leído admiro su coherencia y su estilo tan noble, sostenido y convincente de escribir. Es él mismo, siempre acertado. Me ha encantado el libro. Los preámbulos no deben ser largos ni un prólogo debe tener más adjetivos calificativos que argumentos. Por eso mismo condenso mi participación en las palabras que quedan hoy escritas para que no se las lleve el viento. Queda aquí testificada mi valoración positiva sobre el libro El gozo de celebrar y vivir la Eucaristía de la Iglesia. Que ese gozo podamos un día compartirlo en el Cielo.

Tegucigalpa, 8 de diciembre de 2014 Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, SDB Cardenal Arzobispo de Tegucigalpa

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ABREVIATURAS

CEC DD DV EdE LG MRI OGMR PDV PO RICA SC

Catecismo de la Iglesia Católica Dies Domini Dei Verbum Ecclesia de Eucharistia Lumen Gentium Missale Romanum Institutio Generalis Missale Romanum = Instrucción General del Misal Romano Pastores dabo vobis Presbyterorum Ordinis Ritual de la Iniciación Cristiana de Adultos Sacrosanctum Concilium

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INTRODUCCIÓN

Bendigo al Señor que me ha dado tantas oportunidades para poder explicar las maravillas que celebramos en la Eucaristía. En las parroquias que he servido y sirvo, en tandas de Ejercicios Espirituales a sacerdotes, seminaristas y religiosas. Y no solamente explicar sino intentar vivir y hacer vivir. Todos esos apuntes, charlas, escritos, están ahí en estas páginas. Con un lenguaje sencillo pero profundo. Para que pueda llegar a tantas personas que tienen hambre de Eucaristía. Y también para que otras descubran las maravillas encerradas en la Eucaristía de la Iglesia. La Eucaristía nace de la experiencia del Señor Resucitado el “primer día de la semana”, en ese día que se llamó “Día del Señor”. También hoy podemos decir lo de aquellos cristianos de Abitane (siglo IV), el ser detenidos, acusados y torturados: “No podemos vivir sin celebrar la Eucaristía el Día del Señor”. El Papa San Juan Pablo II en la carta que escribió sobre el Domingo, el “Día del Señor”, dice: “Como he tenido oportunidad de recordar en otra ocasión, entre las numerosas actividades que desarrolla una parroquia “ninguna es tan vital o formativa para la comunidad como la celebración dominical del Día del Señor y su Eucaristía.” (DD 35) Para la vida espiritual de todo cristiano la Eucaristía tiene que ser el momento más importante de cada día y de cada domingo, ya que es “fuente y cima de toda la vida cristiana” (LG 11). “La sagrada Eucaristía, en efec11


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to, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo” (PO 5). El Papa Francisco también invita a los obispos y sacerdotes a que vivamos intensamente la Eucaristía de cada día: “Cuando no se nutre el ministerio con la oración, la escucha de la Palabra de Dios, la celebración diaria de la Eucaristía y también la asistencia al sacramento de la Penitencia, se termina inevitablemente perdiendo de vista el significado auténtico del propio servicio y la alegría que nace de una profunda comunión con Jesús… Por eso tenemos que ayudar a los obispos y a los sacerdotes a rezar, a escuchar la Palabra de Dios, que es el alimento diario, a celebrar cada día la Eucaristía y a ir a confesarse habitualmente” (Audiencia general del 26-3-14). He intentado ir siguiendo y comentando la Ordenación General del Misal Romano (tercera edición), para que se vea las riquezas teológicas y espirituales que el Misal encierra. El Papa San Juan Pablo II en su carta sobre la Eucarístia “La Iglesia vive de la Eucaristía” (EdE), nos invita a conocer y celebrar bien la Eucaristía de la Iglesia: “Por tanto, siento el deber de hacer una acuciante llamada de atención para que se observen con gran fidelidad las normas litúrgicas en la celebración eucarística. Son una expresión concreta de la auténtica eclesialidad de la Eucaristía” (EdE 52b). Y también recuerda el Papa que nosotros, pastores y fieles, no somos los amos, los propietarios de la Eucaristía, somos los servidores. “La liturgia nunca es propiedad privada de alguien, ni del celebrante ni de la comunidad en que se celebran los Misterios” (EdE 52b). Nuestro amor a la Iglesia nos lleva a conocer y hacer conocer la Eucaristía que la Iglesia quiere que celebremos: “El sacerdote que celebra fielmente la Misa según las normas litúrgicas y la comunidad que se adecúa a ellas, demuestran de manera silenciosa pero elocuente su amor por la Iglesia” (EdE 52b). Pongo al comienzo una bibliografía que puede estar al alcance de todos. Son libros escritos por liturgistas que son o han sido buenos amigos míos. Un agradecimiento cariñoso y cordial al Sr. Cardenal Oscar Andrés Rodríguez Madariaga, por sus palabras de presentación. Me hacen recordar

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INTRODUCCIÓN

momentos muy agradables que he vivido por tierras hondureñas explicando a tantos hermanos y hermanas la Eucaristía de la Iglesia. Una acción de gracias especial para la Sra. Carmen Benet que ha pintado los dibujos del libro con tanto cariño y tanta unción. Le agradezco de corazón este regalo que me ha hecho a mí y a todos los lectores. Bendigo al Señor por el don que el Espíritu Santo hizo a su Iglesia con el Concilio Vaticano II. Estamos viviendo intensamente los 50 años de la primera Constitución conciliar, precisamente sobre la Liturgia. Como escribía el Papa San Juan Pablo II “El Concilio Vaticano II ha sido el acontecimiento más importante de la Iglesia en el siglo xx” (Juan Pablo II, Tertio millenio adveniente). Sus dos primeras palabras, Sacrosanctum Concilium (SC), han dado nombre a esta Constitución, como si se quisiera dejar constancia tanto de su primacía cronológica como de su carácter de indicador de todas las finalidades del Concilio. El Sínodo extraordinario de los obispos del año 1985, reunido para celebrar el XX aniversario de la conclusión del Concilio, afirmó en la Relatio finalis: “La reforma litúrgica es el fruto más visible del Concilio Vaticano II”. Que se cumpla cada vez con más plenitud la afirmación del Papa San Juan Pablo II en la carta Vicesimus quintus annus: vivir la Liturgia como un hecho primariamente de orden espiritual. Que María, la Madre del Señor Resucitado y Glorioso, unida indisolublemente a su Hijo, sea nuestro modelo de cómo la Iglesia celebra y vive a su Señor. 14 de diciembre de 2014 Domingo III de Adviento “Gaudete” Gerardo Soler Quintillá gerardos@telefonica.net

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“NO PODEMOS VIVIR SIN CELEBRAR EL DÍA DEL SEÑOR”

En los pueblos más pequeños y en las grandes ciudades, resulta difícil celebrar y vivir el Domingo, el “Día del Señor”. Ese día que los cristianos llamamos “Día del Señor”, para los judíos es “el primer día de la semana”, para los romanos (en el Imperio romano) “día del sol”; era día de trabajo en los primeros siglos del cristianismo, y ello obligaba a los cristianos a reunirse para celebrar la Eucaristía antes de la salida del sol e ir después a sus ocupaciones. Un grupo de cristianos fueron detenidos, acusados y torturados porque se reunían para celebrar la Eucaristía, cosa que había prohibido el emperador Diocleciano (año 304). Al ser juzgados e interrogados por qué se habían reunido a pesar de la prohibición del emperador, respondieron: “Hemos hecho muy conscientemente esto de celebrar el Domingo, la Cena del Señor, porque no puede espaciarse la Cena del Señor y no podemos vivir sin celebrar el Día del Señor” (Acta de los mártires, D. Bueno, BAC 75, pp. 981-982). El Papa San Juan Pablo II escribió una Carta Apostólica sobre la santificación del Domingo, titulada “Dies Domini”, “Día del Señor”. Dice el Papa: “Este es un día que constituye el centro mismo de la vida cristiana. Si desde el principio de mi Pontificado no me he cansado de repetir: “¡No temáis!¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!”, en esta misma línea quisiera hoy invitar a todos con fuerza a descubrir de nuevo el Domingo: ¡No tengáis miedo de dar vuestro tiempo a Cristo” (Dies Domini, 7).

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EL DÍA DEL SEÑOR RESUCITADO

La revalorización del Domingo y su contenido teológico, se debe al Concilio Vaticano II, dice: “La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del día mismo de la Resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón “Día del Señor” o Domingo...” (SC 103). La celebración de la Eucaristía cada ocho días, cada “primer día” de la semana no es un invento de la Iglesia, es “una tradición apostólica que trae su origen del día mismo de la Resurrección de Cristo”. Una “tradición” enraizada en el corazón de nuestra fe: Cristo Resucitado. Es por tanto una “tradición” fundamental para los cristianos. El “primer día” de la semana los Apóstoles y sus seguidores celebran el Día de la Resurrección del Señor, con independencia de la práctica judía del sábado. Los Apóstoles experimentan a Jesucristo Resucitado en la tarde del “primer día de la semana”. Jesús Resucitado les muestra las señales de su pasión gloriosa, manos y costado, les explica las Escrituras (discípulos de Emaús), les hace donación de su Espíritu, parte el Pan y los envía. “En este Día, los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la Palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recuerden la Pasión, la Resurrección y la Gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios” (SC 103).

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DOMINGO, DÍA DEL SEÑOR RESUCITADO

La primera comunidad cristiana cada “primer día de la semana” celebra la Eucaristía y en ella comparte sus bienes para otras comunidades necesitadas. Nos lo cuenta S. Pablo (1Co 16,1-3): “En cuanto a la colecta en favor de los santos, haced también vosotros tal como mandé a las Iglesias de Galacia. Cada primer día de la semana, cada uno de vosotros reserve en su casa lo que haya podido ahorrar...”. El cambio del “primer día de la semana” a llamarle “Día del Señor” lo encontramos por primera vez en el libro del Apocalipsis (1,10): “Caí en éxtasis el Día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz...”. En la primera comunidad cristiana a Jesús Resucitado le llamaban “Kyrios”, “el Señor” y así a ese día “primero de la semana” los seguidores de Jesús comenzaron a decirle “Emera Kyriake”, “Día del Señor”. Del griego, hablado en los cuatro primeros siglos, se pasó al latín, “Dies Domini” “Día del Señor”. Del latín, nacieron nuestras lenguas que lo han traducido con la palabra “Domingo”. Deberíamos acostumbrarnos a decir: “¡Feliz Domingo!” Esta expresión equivale a decir: “¡Feliz Día de Señor”. Mucho más expresiva para nosotros que “buen fin de semana”. ¡Feliz Domingo a todos!

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EL DOMINGO, “DÍA DEL DON DEL ESPÍRITU”

Cristo Resucitado la tarde de Pascua, al “atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos... Sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo...” (Jn 20,22-23). La efusión del Espíritu Santo fue el gran Don del Señor Resucitado el Domingo de Pascua. También Domingo, cincuenta días después, sobre los Apóstoles y María: “De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso... Se les aparecieron unas lenguas como de fuego... Quedaron todos llenos del Espíritu Santo” (He 2,2-4). Pentecostés es el Misterio que anima permanentemente a la Iglesia. El Domingo, “Pascua de la semana” se convierte en el “Pentecostés de la semana”, donde los cristianos revivimos la experiencia gozosa de los Apóstoles con el Resucitado, dejándose vivificar por el soplo de su Espíritu (Dies Domini 28). El Espíritu Santo, “memoria” viva de la Iglesia (Jn 14,26) hace que la primera manifiestación del Señor Resucitado se renueve en el “hoy” de cada celebración. Y somos interpelados como Tomás: “Y no seas incrédulo sino creyente” (Jn 20,27). Hacemos profesión de la fe. El Credo que recitamos o cantamos cada Domingo expresa nuestra adhesión a Cristo y a su Evangelio. Y confesamos y adoramos como Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!” (Jn 20,28).

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EL DOMINGO, “DÍA DE LA IGLESIA” Y EL PRECEPTO DOMINICAL

Es muy importante lo que el Papa dice y habría que tenerlo en cuenta, tanto pastores como fieles: “Como he tenido oportunidad de recordar en otra ocasión, entre las numerosas actividades que desarrolla una parroquia ninguna es tan vital o formativa para la comunidad como la celebración dominical del Día del Señor y su Eucaristía” (Dies Domini 35). Y recuerda SC 42: “Hay que trabajar para que florezca el sentido de comunidad parroquial, sobre todo en la celebración común de la Misa dominical”. Al ser la Eucaristía el verdadero centro del Domingo, desde los primeros siglos, los pastores no han dejado de recordar a sus fieles la necesidad de participar en la Eucaristía. “Dejad todo en el Día del Señor y corred con diligencia a vuestras asambleas, porque es vuestra alabanza a Dios. Pues, ¿qué disculpa tendrán ante Dios aquellos que no se reúnen en el Día del Señor para escuchar la Palabra de vida y nutrirse con el alimento divino que es eterno?” (Didascalia de los Apóstoles, s. iii). El Código de Derecho Canónico, can 1247, dice: “El Domingo y las demás fiestas de precepto los fieles tienen obligación de participar en la Misa”. Y el Catecismo de la Iglesia Católica: “Los que deliberadamente faltan a esta obligación cometen un pecado grave” (CEC 2181).

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CELEBRACIÓN DE LOS SACRAMENTOS DE LA INICIACIÓN (BAUTISMO-CONFIRMACIÓN-EUCARISTÍA)

“Yo soy el buen Pastor. El Buen Pastor da la vida por las ovejas…”(Ju 10,11). Leemos en el Ritual de la Iniciciación cristiana de adultos: “De ordinario la iniciación de los adultos se celebra en la santa noche de la Vigilia Pascual… pero si la iniciación se celebra fuera del tiempo acostumbrado, procúrese que la celebración revista carácter pascual” (RICA 208-209). El Domingo del Buen Pastor puede ser muy apropiado para la celebración de los Sacramentos de la Iniciación (Bautismo-Confirmación-Eucaristía). Después de la homilía, los que serán bautizados, con sus padrinos van en procesión hacia la fuente bautismal cantando las letanías. Se pueden añadir algunos nombres de Santos. Se bendice el agua, fuera del tiempo pascual. En el tiempo de Pascua tenemos la bendecida en la Vigilia Pascual. A continuación la renuncia a Satanás y la profesión de fe que en el Bautismo de adultos adquieren pleno valor. La unción con el Óleo de los catecúmenos: “Que os fortalezca el poder de Cristo Salvador…”. El rito del Bautismo: el padrino o la madrina, o ambos, ponen la mano derecha sobre el hombro del elegido. Imposición de la vestidura blanca: “Os habéis transformado en nuevas criaturas…”. Entrega del cirio encendido del cirio pascual: “Habéis sido transformados en luz de Cristo…”. La celebración de la Confirmación en el presbiterio. La imposición de las manos sobre los que van a recibir la Confirmación: “…Envía sobre ellos el Espíritu Santo Paráclito… Recibe por esta Señal el Don del Espíritu Santo…”. Y la celebración de la Eucaristía en la que los neófitos (bautizados y confirmados) han de vivir con mucho fervor e intensidad. Pueden participar en la oración universal y en la procesión de las ofrendas. “Conviene que los neófitos reciban la sagrada Comunión bajo ambas 25


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especies, junto con los padrinos, madrinas, padres y cónyuges, más los catequistas seglares” (RICA 234).

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LA IGLESIA VIVE DE LA EUCARISTÍA

Se habla poco de la mistagogia, que quiere decir ir penetrando en el misterio que celebramos. El presbítero que preside tiene que ser “mistagogo”, que como un hermano, nos haga penetrar y gozar de las maravillas que celebramos en la Eucaristía. La mistagogia se produce no desde una experiencia antropológica o desde una pedagogía de la fe, sino desde la fuerza y experiencia divina, comunicación interior de Dios al hombre por medio de la Eucaristía y los demás sacramentos. Quiero intentar, con sencillez y humildad, hablar de la Eucaristía, para que sea vida de nuestra vida. Pocos años antes de morir, casi como un testamento, el Papa San Juan Pablo II nos escribió una carta-encíclica en la que de una manera muy vivencial dice lo que ha sido la Eucaristía para él. Ecclesia de Eucaristía (EdE), “La Iglesia vive de la Eucaristía”, se titula la carta-encíclica, firmada el jueves santo del año 2003. Dice el Papa al comienzo: “La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el misterio de la Iglesia” (EdE 1a). Experimentamos con gozo la presencia del Señor: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos” (Mt 28,20). En la transformación del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús. La Eucaristía nos da fuerza para el camino: “Desde que, en Pentecostés, la Iglesia, Pueblo de la Nueva Alianza, ha empezado su peregrinación hacia la patria celeste, este divino Sacramento ha marcado sus días, llenándolos de confiada esperanza” (EdE 1a). El gran tesoro de la Iglesia es la Eucaristía: “La sagrada Eucaristía, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida que da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo” (EdE 1b).

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LA EUCARISTÍA: FUENTE Y CULMINACIÓN DE TODA LA PREDICACIÓN EVANGÉLICA

Esta afirmación la hace el Concilio Vaticano II, en el Decreto “Presbyterorum ordinis” 5. Los sacramentos, todos los ministerios de la Iglesia y las obras de apostolado están íntimamente unidos con la Eucaristía y se ordenan a ella y de ella derivan. En la Eucaristía somos invitados y conducidos a ofrecernos a nosotros mismos, nuestros trabajos y todas nuestras cosas. “La Eucaristía aparece como la fuente y la culminación de toda la predicación evangélica… Los catecúmenos son poco a poco introducidos a la participación de la Eucaristía, sellados ya por el Bautismo y la Confirmación, se insertan, por la recepción de la Eucaristía, plenamente en el Cuerpo de Cristo” (PO 5). En la celebración de la Eucaristía podemos ofrecer a Dios Padre lo que más le agrada, el Cuerpo y la Sangre de su Hijo querido: “Te ofrecemos el Pan de vida y el Cáliz de salvación”. Y con El todos nuestros trabajos, nuestras actividades, todo el apostolado que hacemos como seguidores de Jesús y apóstoles suyos. Unas palabras de San Juan Pablo II dichas a los sacerdotes, pero aplicables a todos los seguidores de Jesús: “Las actividades pastorales del presbítero son múltiples, es fácil entender lo sometido que está al peligro de dispersión. El Concilio Vaticano II ha identificado en la caridad pastoral el vínculo que da unidad a su vida y sus actividades: «la caridad pastoral brota, sobre todo, del sacrificio eucarístico que, por eso, es el centro y raíz de toda la vida del presbítero» (PO 14). Se entiende, pues, lo importante que es para la vida espiritual del sacerdote, como para el bien de la Iglesia y del mundo, que ponga en práctica la recomendación conciliar de celebrar cotidianamente la Eucaristía, “la cual, aunque no puedan estar presentes los fieles, es ciertamente una acción de Cristo y de la Iglesia” (PO 13; CDC 904). (EdE 31b). 29



LA EUCARISTÍA ES EL SACRAMENTO POR EXCELENCIA DEL MISTERIO PASCUAL

Muchas veces se habla o se escribe sobre el “Misterio Pascual”. El Misterio Pascual es la “pasión de Cristo, su muerte y resurrección y su gloriosa ascensión” (Jueves santo por la tarde, Viernes santo, Sábado santo, Domingo de Pascua-Ascensión). Estos pasos de la vida de Cristo que nosotros los vamos viviendo en los diferentes momentos y circunstancias de nuestra vida y de nuestra muerte. El Misterio Pascual de Cristo es la realidad básica de la Liturgia y de toda la vida cristiana. “Del Misterio Pascual nace la Iglesia. Por eso la Eucaristía, que es el sacramento por excelencia del Misterio Pascual, está en el centro de la vida eclesial” (EdE 3). Misterio Pascual de Jesús fue su abandono, soledad, oración y traición en Getsemaní. Muchas veces podemos encontrarnos y pasar por eso mismo que pasó Jesús. “La agonía en Getsemaní ha sido la introducción a la agonía de la Cruz del Viernes Santo. A aquel lugar y a aquella «hora» vuelve espiritualmente todo presbítero que celebra la Santa Misa, junto con la comunidad cristiana que participa en ella” (EdE 4a). Jesús en el Cenáculo instituyó la Eucaristía, y en ese momento anticipó y concentró todo el Misterio Pascual que tenía que acontecer después. “La institución de la Eucaristía en el Cenáculo es un momento decisivo de su formación. Su fundamento y hontanar es todo el Triduo Pascual, que está incluido, anticipado y «concentrado» para siempre en el don eucarístico. En este don eucarístico Jesucristo entregaba a la Iglesia la actualización perenne del Misterio Pascual. Con él instituyó una misteriosa «contemporaneidad» entre aquel Triduo y el transcurrir de los siglos” (EdE 5a).

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LA EUCARISTÍA ADORADA

Se puede hablar, y lo intentaré, de la actitud profunda de adoración en la celebración de la Eucaristía, a lo largo de toda la celebración. La presencia de Cristo Resucitado, mejor dicho, las presencias del Resucitado en la Eucaristía, exigen de toda la comunidad celebrante, el ministro que preside y el pueblo santo de Dios que participa, una actitud de adoración gozosa, fuente de profunda espiritualidad. Es una riqueza inmensa la que el Concilio Vaticano II nos descubre: “Para realizar una obra tan grande, Cristo está siempre presente a su Iglesia sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de la Misa, sea en la persona del ministro, «ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz», sea sobre todo bajos las especies eucarísticas. Está presente con su virtud en los sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su Palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es Él quien habla. Está presente, por último, cuando la Iglesia suplica y canta Salmos, el mismo que prometió: “Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20) (SC 7). Son las diferentes presencias de Cristo Resucitado. Un enriquecimiento teológico del Vaticano II para todo el pueblo de Dios, pero todavía desconocido y poco vivido. Y una fuente de profunda y seria espiritualidad.

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PRESENCIA REAL PERMANENTE

Al Papa Beato Pablo VI le tocaron vivir tiempos duros de la etapa de los años del Concilio y posteriores, la contestación amarga y las dudas que se enseñaban sobre la presencia real de Jesús en el Pan y el Vino consagrados. Por eso el Papa escribe la encíclica Mysterium Fidei, (MF, publicada 3-IX-1965) en la que recuerda la doctrina de la Iglesia en algunos puntos, particularmente del tema de la transubstanciación eucarística. Dice el Papa: “Tal presencia se llama «real» no por exclusión, como si las otras no fueran reales, sino por antonomasia ya que es substancial, ya que por ella ciertamente se hace presente Cristo, Dios y hombre, entero e íntegro” (MF 39). Dos años después se publica la instrucción Eucharisticum Mysterium (EM, 25-V-1967), que quiere ser una síntesis de la doctrina eucaristíca que sea completa y orgánica. Recuerda los principales modos de presencia de Cristo en las celebraciones litúrgicas. “Siempre está presente en la asamblea de los fieles congregados en su nombre (Mt 18, 20). Está presente también en su Palabra, puesto que Él mismo habla cuando se leen en la Iglesia las Sagradas Escrituras. Pero en el sacrificio eucarístico está presente, sea en la persona del ministro, «ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz», sea sobre todo bajo las especies eucarísticas. En este sacramento, en efecto, se halla presente substancial y permanentemente de modo singular el Cristo total e íntegro, Dios y hombre. Esta presencia de Cristo bajo las especies se dice real no por exclusión, como si las otras no fueran reales, sino por excelencia” (EM 9).

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ADORAR, ADORACIÓN

En la fiesta del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo se nos invita a adorar a Jesús realmente presente en el Pan y el Vino de la Eucaristía. Actitud de adoración que deberíamos tener a lo largo de toda la celebración

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EL GOZO DE VIVIR Y CELEBRAR LA EUCARISTÍA DE LA IGLESIA

de la Misa. Ante el Dios realmente presente la actitud del hombre es la de “prosternarse ante”, “adorar”, “pros-kyneò”. Como Ezequiel: “Era la apariencia visible de la Gloria del Señor. Al contemplarla, caí rostro en tierra” (Ez 1,28), o como Saulo ante la luz transformadora de Cristo Resucitado, cae también en tierra (He 9,4). La adoración es la expresión a la vez espontánea y consciente, impuesta y voluntaria, de la reacción compleja del hombre impresionado por la proximidad de Dios. Toma conciencia de su pequeñez y pobreza, de su insignificancia y de su pecado, silencio adorante, veneración agradecida y gozo en todo su ser. Todo el ser queda como invadido, y se traduce hasta en gestos exteriores: arrodillarse, caer de rodillas, prosternarse, adorar. Pero la única adoración que agrada a Dios es la que viene del corazón. Adoración que es experiencia gozosa y profunda de Dios, y esta experiencia es transformadora. Es la actitud de los Magos de oriente: “Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo” (Mt 2,2) y “cayendo de rodillas lo adoraron” (Mt 2,11). O la del leproso que “se arrodilló y le dijo…” (Mt 8,2). O la de los que estaban en la barca: “se postraron ante Él diciendo: “Realmente eres Hijo de Dios” (Mt 14,33). Las mujeres, el día de Pascua: “De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: “«Alegraos». Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante Él” (Mt 28,9); y más tarde también los once: “Al verlo, ellos se postraron” (Mt 28,17). En la Ascensión del Señor: “Ellos se postraron ante Él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría” (Lc 24,52).

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ASOMBRO Y ADORACIÓN GOZOSA

El Papa San Juan Pablo II habla de “sentimientos de gran asombro y gratitud” ante el acontecimiento pascual y la Eucaristía que lo actualiza. “Este asombro ha de inundar siempre a la Iglesia, reunida en la celebración eucarística. Pero de modo especial, debe acompañar al ministro de la Eucaristía. En efecto, es él quien, gracias a la facultad concedida por el sacramento del Orden sacerdotal, realiza la consagración. Con la potestad que le viene del Cristo del Cenáculo, dice: «Esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros…» El sacerdote pronuncia estas palabras o, más bien, pone su boca y su voz a disposición de Aquel que las pronunció en el Cenáculo…” (EdE 5). Este asombro y esta actitud de adoración gozosa la hemos de tener y experimentar en nuestras celebraciones litúrgicas, anticipo de la Liturgia celestial: “En la Liturgia terrena pregustamos y tomamos parte en aquella Liturgia celestial que se celebra en la santa ciudad de Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos y donde Cristo está sentado a la diestra de Dios…” (SC 8). Actitud de adoración que será eterna: “Los veinticuatro ancianos se postran ante el que está sentado en el trono, adoran al que vive por los siglos de los siglos” (Ap 4,10). Adoración de los ángeles: “Y todos los ángeles que estaban de pie alrededor del trono y de los ancianos cayeron rostro a tierra ante el trono, y adoraron a Dios” (Ap 7,11). Y adoración de todos los pueblos: “Porque vendrán todas las naciones y se postrarán ante ti” (Ap 15,4).

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ADORACIÓN TRANSFORMANTE

Adoración transformante quiere decir que si es verdadera adoración, encuentro con el Señor, nuestra vida se va transformando al contacto con la Bondad, la Ternura, el Perdón, la Misericordia de Dios. Cristo es el Señor “ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo” (He 10,38) como Rey-Profeta-Sacerdote, “Sumo Sacerdote misericordioso y fiel” (Hbr 2,17). Y “Dios es uno, y único también el mediador entre Dios y los hombres: el hombre Cristo Jesús” (1Tim 2,5). Y Cristo ofrece al Padre, por el Espíritu Santo, un culto perfecto de adoración, de alabanza, de acción de gracias y de intercesión. Y nosotros como Jesucristo Resucitado, guiados por el Espíritu Santo, adoramos la Trinidad Santa y hacemos de nuestra vida un movimiento continuado y maravilloso: de la adoración a la alabanza, a la acción de gracias y a la súplica e intercesión; y de la súplica e intercesión a la adoración, a la acción de gracias y a la alabanza. A lo largo de toda la celebración de la Eucaristía podemos ir viviendo y experimentando estos momentos gozosos. El orante, consciente de la presencia amorosa y cariñosa del Señor Resucitado, adora y se siente transformado por el Resucitado, como los Apóstoles, las mujeres, Pablo. La experiencia profunda de Dios nos hace amar desde Dios lo que Él ama: a nosotros mismos, a los hermanos, al mundo. Y esa experiencia nos transforma.

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ADORAR “EN ESPÍRITU Y EN VERDAD” (Jn 4,24)

La mujer samaritana plantea a Jesús el lugar del verdadero culto, pero a ella le ha sido anticipada la “hora” de Jesús. Ya existe un lugar distinto de Jerusalén y de Garizim, un lugar en Espíritu y verdad, adecuado a Dios que es Espíritu. El culto que Dios quiere es el que ha de suscitar e inspirar el Espíritu de Dios; el que debe ser adorado es el Padre; el que hace posible esta adoración es el Espíritu Santo, y la luz en que se practica esta adoración es Cristo, Camino, Verdad y Vida (Jn 14,6), quien nos revela al Padre y nos transmite el Espíritu Santo. En esta adoración participa toda la persona: “Que el mismo Dios de la paz os santifique totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo se mantenga sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1Tes 5,23). El Cuerpo de Jesucristo Resucitado (Jn 2,19) es el único templo agradable al Padre. Y los que hemos “nacido del Espíritu” (Jn 3,8) nos asociamos a la adoración del Hijo en el que el Padre se complace (Mt 3,17) y podemos asociarnos “al espíritu de su Hijo, que clama: «¡Abba, Padre!» (Gal 4,6). Hasta que lleguemos al cielo donde no habrá ya templo: “Y en ella no vi santuario, pues el Señor, Dios todopoderoso, es su santuario, y también el Cordero” (Ap 21,22); ni de día ni de noche cesará la adoración: “Día y noche cantan sin pausa… y adoran al que vive por los siglos de los siglos” (Ap 4,8.10).

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PRESENCIA REAL DEL SEÑOR EN LA ASAMBLEA DE LOS FIELES

Cuando se habla de la presencia de Cristo en la comunidad de los fieles, el Concilio Vaticano II, relaciona esta presencia con la oración y la alabanza: “Está presente (Cristo) cuando la Iglesia suplica y canta Salmos, el mismo que prometió: «Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20)” (SC 7). La encíclica Mysterium Fidei añade una cita de S. Agustín: “Cristo ora por nosotros, ora en nosotros y es invocado por nosotros”. Presencia real del Señor ligada a la asamblea litúrgica, reunida “en el nombre del Señor”, es decir “con motivo del culto del nombre del Señor”. El pueblo santo de Dios ¿es conciente de que cuando se reúne en comunidad para orar, el Señor Resucitado y Glorioso está allí realmente presente? La dispersión de nuestros hermanos y hermanas en nuestras celebraciones, la superficialidad en nuestras sacristías antes de cualquier concelebración, o la exageración ruidosa del momento de la paz, son indicios que muestran que nuestra actitud no es la del que adora al Señor realmente presente en la comunidad reunida. Cuando la Constitución litúrgica del Vaticano II habla de la Liturgia de las Horas, dice: “Cuando los fieles oran juntamente con el sacerdote en la forma establecida, entonces es en verdad la voz de la misma Esposa que habla al Esposo; más aún, es la oración de Cristo, con su Cuerpo, al Padre” (SC 84). ¿Creemos de verdad cuando rezamos la Liturgia de las Horas que somos la comunidad esposa que habla al Esposo, o la voz de Cristo que da gracias al Padre?

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PRESENCIA REAL DE CRISTO EN LA PALABRA PROCLAMADA

“A fin de que la Mesa de la Palabra de Dios se prepare con más abundancia para los fieles, largius aperiantur, ábranse con mayor amplitud los tesoros de la Biblia…” (SC 51). Es la gran reforma del Concilio Vaticano II. Nunca, en toda la historia de la Iglesia, el pueblo de Dios había tenido en sus manos tanta abundancia de Palabra de Dios. “Está presente en su Palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es Él quien habla” (SC 7). Y en otro lugar dice: “…En la Liturgia Dios habla a su pueblo; Cristo sigue anunciando el Evangelio. Y el pueblo responde a Dios con el canto y la oración” (SC 33). Y la afirmación de la Constitución sobre la divina revelación: “La Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo…” (DV 21). Todavía no estamos convencidos de la importancia de la Palabra de Dios. Nuestras palabras o palabrerías, en la práctica son más importantes. Se atreven a suprimir lecturas de la Palabra de Dios, o a poner en su lugar palabra humana. Se va detrás de “novedades”, olvidando que la gran novedad de cada celebración es el descubrimiento de las “magnalia Dei”, de las maravillas que la Palabra de Dios nos hace vivir y experimentar. La importancia de la homilía mistagógica, de cada día y de cada domingo. El obispo o el presbítero que preside, como un hermano entre hermanos, nos toma de la mano y nos va introduciendo en el “Misterio” que celebramos. “Cor ad cor loquitur” dice S. Agustín; “el corazón habla al corazón”: me comunico desde mi intimidad, habiendo escuchado el corazón de Dios, y la experiencia de ese amor me lleva a comunicarme con los demás y con Dios mismo.

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PRESENCIA REAL DE CRISTO EN LA PERSONA DEL MINISTRO

Presencia de Cristo en la persona del ministro en la celebración de la Eucaristía y en la celebración de los otros sacramentos: “Está presente en la persona del ministro, «ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz»… Está presente con su virtud en los sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza” (SC 7). Se trata de la presencia real del Señor en el ministro que actúa in persona Christi, en la celebración de la Eucaristía y de los demás sacramentos. Es un camino de profunda y seria espiritualidad para el ministro que preside la comunidad de los hermanos. Los ornamentos, el alba, la estola y la casulla, son signos sencillos a través de los cuales se nos recuerda que quien preside es el Señor. Pero el Señor presente en la persona del que preside, de ahí que ha de tener las actitudes y sentimientos del Señor. Acoger a los hermanos como el Señor los acogería. Orar al Padre como el Señor oraría. Explicar su Palabra como Él lo hacía. Adorar al Señor Resucitado y Glorioso presente en la persona que preside. Ritualismo, dicen algunos. No, profundidad teológica, maravillas que celebramos y podemos vivir y hacer vivir a nuestros hermanos. Actitud gozosa de adoración al Señor Resucitado realmente presente en signos tan pobres.

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PRESENCIA REAL DE CRISTO EN LOS SACRAMENTOS

Cristo es el actor principal de los sacramentos, ya que los ha instituido y les ha dado la fuerza de salvación para la santificación de los hombres, para el culto al Padre ya que actúa en ellos con su virtud, con la fuerza del Espíritu Santo. Los sacramentos son acontecimientos de salvación en los que Dios interviene en la existencia de los hombres, por medio de Jesucristo y en el Espíritu Santo, en la Iglesia. “Está presente con su virtud en los sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza” (SC 7). Estamos preocupados, y con razón, porque muchos hoy no piden los sacramentos por motivos de fe. Y el cansancio de tantos catequistas que con toda ilusión han preparado a los niños o jóvenes, y una vez celebrado el sacramento, termina todo. Creo, que para nuestra vida espiritual y para la vivencia gozosa de lo que estamos celebrando, el que preside y la comunidad cristiana que le acompaña, han de saber prescindir de lo que les rodea y vivir intensamente la presencia real del Señor en aquel momento de la celebración. Cuando digo: “Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, toda la Santa Trinidad se hace presente. O cuando el obispo o el presbítero que confirman, extendiendo las manos en actitud epiclética y signa con el óleo santo, “ipsum Spiritum Sanctum accipiunt”, “reciben el mismo Espíritu Santo”, dice el Papa Beato Pablo VI en la Constitución apostólica sobre el sacramento de la Confirmación. Actitud de profunda adoración ante la presencia real de toda la Trinidad, el Padre que envía el Espíritu Santo con el que resucitó a su Hijo, como respuesta a la oración de la Iglesia. Y así de sacramento en sacramento, descubriendo las “magnalia Dei”, las grandezas del Señor, que celebramos y que nosotros humilde y gozosamente adoramos.

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PRESENCIA REAL DE CRISTO EN LA EUCARISTÍA

La Constitución conciliar sobre la Liturgia afirma la presencia de Cristo “en el sacrificio de la Misa, sea en la persona del ministro, ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz, sea bajo las especies eucarísticas” (SC 7). La encíclica Mysterium Fidei califica la presencia de “modo más sublime”, “presencia real por antonomasia” al tratarse de una presencia substancial. La presencia eucarística no excluye los otros modos de presencia, es inseparable de ellos. Cada modo de presencia del Señor guarda conexión con los demás, aunque cada uno tiene su propia peculiaridad. La presencia eucarística, representa el modo más eminente y es la cumbre de todas las demás, ya que en la Eucaristía “se hace presente Cristo, Dios y hombre, todo e íntegro”. Presencia en el ministro, obispo o presbítero, ya que son causa de la presencia del Cuerpo y Sangre de Cristo, por la fuerza del Espíritu Santo que el Padre envía. El sacerdote une su propia ofrenda a la ofrenda sacerdotal de Cristo. Y en ese momento el sacerdote hace posible la ofrenda de la Iglesia y la ofrenda de todos los fieles que participan del sacrificio de Cristo ofrecido por el ministerio del sacerdote (PO 5; LG 11). Presencia permanente, mientras subsistan las especies sacramentales. La Plegaria eucarística es “la más importante de las oraciones presidenciales” (OGMR 30). Actitud de adorante gratitud en la acción de gracias del Prefacio en el que se glorifica al Padre y se le da gracias por la obra de la salvación del Hijo. Toda la asamblea, en nombre de la creación, uniéndose a los santos del cielo, alaba al Padre y “al Cordero degollado…” (Ap 5,12), y canta gozosa el canto que dura siempre y no acabará jamás (Ap 4,8). Y hacemos memoria adorante, “anámnesis”, de todas las maravillas de Dios desde la creación a la muerte y resurrección del Señor, hasta que vuelva al final 53


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de los tiempos. La oración de la Iglesia es escuchada por el Padre, que en la “epíclesis” envía su Espíritu Santo y transforma el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de su Hijo querido. Actitud aún externa de adoración profunda. Y llega el momento culminante de nuestro sacerdocio bautismal y de nuestra confirmación. Nosotros ofrecemos y nos ofrecemos: “Te ofrecemos, Padre, el Pan de vida y el Cáliz de salvación” (Ple. Eu. IIª). El verdadero ofertorio de la Misa. Nuestra actitud de adoración y ofrenda como la de María, la Madre de Jesús, en el Calvario. Y la doxología final: la glorificación del Padre es el término de toda la obra de Cristo y de la Iglesia. “Por Cristo, con Él y en Él, a ti Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén”. Adoración gozosa, jubilosa.

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CELEBRAR LA EUCARISTÍA

Va entrando en el lenguaje corriente de nuestras comunidades cristianas la expresión “celebrar la Eucaristía”, participar en la “celebración de la Eucaristía”, ha sido una Eucaristía “bien celebrada”. Celebrar es algo vital, dinámico, activo, comunitario, festivo. Toda celebración cristiana es celebración de Jesucristo Resucitado y Glorioso. No podemos celebrar nada más. En la Eucaristía, en los Sacramentos, en la Liturgia de las Horas, en las Exequias, en celebraciones de la Palabra. Siempre es el Señor Resucitado que nos habla, que se hace presente, que actúa, que nos salva. Y esta presencia del Señor Resucitado habla y actúa en y a la comunidad reunida, pero también a cada uno personalmente. Es el Señor que habla y actúa, aquí, hoy, para nosotros. En cada celebración en la que participo me puedo preguntar: ¿qué me dice el Señor ahora, en este momento que paso, aquí en este lugar donde vivo o trabajo? Siempre la Palabra de Dios proclamada o el Sacramento celebrado me aplica la salvación del Señor para este momento concreto de mi vida. Pero también lo podríamos preguntar en plural, para nuestra comunidad concreta: ¿qué nos dice el Señor hoy a nuestra comunidad, en estas circunstancias concretas que estamos viviendo? Toda celebración es “memorial”, “actualiza”, hace presente para nosotros lo que la Palabra de Dios nos dice o lo que celebramos en el Sacramento. El Catecismo de la Iglesia Católica (CEC) en la segunda parte habla de la “Celebración del misterio cristiano”, y se pregunta “¿Quién celebra? ¿Cómo celebrar? ¿Cuándo celebrar? ¿Dónde celebrar?”

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¿QUIÉN CELEBRA?

Con la Carta apostólica Porta fidei, del 11 de octubre de 2011, el Papa Benedicto XVI ha proclamado un Año de la fe, que comenzó el 11 de octubre de 2012, en el 50 aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y concluyó el 24 de noviembre de 2013, solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del universo. La expresión inicial “Porta fidei” –la puerta de la fe-, está tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles: “Pablo y Bernabé, después de predicar el Evangelio en la ciudad de Derbe y de ganar bastantes discípulos volvieron a Antioquia… Al llegar, reunieron a la Iglesia, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe” (He 14,21.27). El Papa nos invita a estudiar y profundizar en los documentos principales del Concilio y en el Catecismo de la Iglesia Católica (CEC). Intento ser fiel a estos deseos del Papa. “¿Quién celebra?” y el Catecismo responde que la Liturgia es “acción” del “Cristo total” –Christus totus (CEC 1136). Quienes participamos en esta “acción”, en esta celebración, participamos ya de la Liturgia del cielo, allí donde la celebración es enteramente Comunión y Fiesta. “Vi un trono puesto en el cielo, y sobre el trono uno sentado… Día y noche cantan sin pausa: «Santo, Santo es el Señor Dios, el todopoderoso; el que era, es y ha de venir»” (Ap 4,2.8). Es el Señor Dios: “el Cordero, como degollado”. “Ya tenemos un Sumo Sacerdote que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios” (Hb 4,14). Y de ahí brota un río de Vida: “Y me mostró un río de agua de vida, que brotaba del trono de Dios y del Cordero” (Ap 22,1). Nos lo recuerda también la Constitución de Liturgia del Vaticano II: “En la Liturgia terrena pregustamos y tomamos parte en aquella Liturgia

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celestial que se celebra en la santa ciudad de Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos y donde Cristo está sentado a la diestra de Dios” (SC 8).

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¿QUIÉNES PARTICIPAN EN LA CELEBRACIÓN DE LA LITURGIA CELESTIAL?

El Señor Resucitado y Glorioso: “Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza” (Ap 5,12). Las Potencias celestiales participan en el servicio de la alabanza de Dios y en la realización de su designio: “Miré y escuché la voz de muchos ángeles alrededor del trono, de los vivientes y de los ancianos, y eran miles de miles, miríadas de miríadas…” (Ap 4-5). “Junto a Él estaban los serafines..., y se gritaban uno a otro diciendo: «¡Santo, santo, santo es el Señor del universo, llena está la tierra de su gloria!»” (Is 6,2-3). Participa también toda la creación, los cuatro Vivientes, los servidores de la Antigua y Nueva Alianza, los veinticuatro ancianos, el nuevo Pueblo santo de Dios, los ciento cuarenta y cuatro mil: “No dañéis a la tierra ni al mar ni a los árboles… Oí también el número de los sellados, ciento cuarenta y cuatro de todas las tribus de Israel” (Ap 7,1-8). “Miré y he aquí que el Cordero estaba de pie sobre el monte Sión, y con Él ciento cuarenta y cuatro mil que llevaban grabados en la frente su nombre y el nombre de su Padre” (Ap 14,1). Y los mártires, “degollados por causa de la Palabra de Dios y del testimonio que mantenían” (Ap 6,9). La Santa Madre de Dios: “Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida de sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza…” (Ap 12,21). Y la Iglesia, la esposa del Cordero: “Mira, te mostraré la novia, la esposa del Cordero” (Ap 21,9). Y el triunfo de la muchedumbre incontable y universal de los mártires-testigos cristianos en el cielo, de pie como el Cordero, en señal de victoria, vestidos con túnicas blancas, porque participan ya de la resurrección de Cristo: “Después de esto vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones,

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razas, pueblos y lenguas, de pie delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos” (Ap 7,9). Esta es la Liturgia celestial en la que participamos en nuestras celebraciones litúrgicas.

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LOS CELEBRANTES DE LA LITURGIA DE LOS SACRAMENTOS

Nos hemos preguntado quiénes participan con nosotros cuando celebramos la Eucaristía u otros Sacramentos. Y hemos contemplado las “magnalia Dei”, las maravillas de Dios. Participamos de la Liturgia celestial cuando participamos en la Liturgia que celebramos en la tierra. Es motivo de recogimiento, de alabanza, de adoración gozosa. Y aquí, ¿quiénes somos celebrantes de la Liturgia? Es toda la comunidad, el Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza quien celebra (CEC 1140): “Las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia, que es «sacramento de unidad», es decir, pueblo santo congregado y ordenado bajo la dirección de los Obispos. Por eso pertenecen a todo el cuerpo de la Iglesia, lo manifiestan y lo implican; pero cada uno de los miembros de este Cuerpo recibe un influjo diverso según la diversidad de órdenes, funciones y participación actual” (SC 26). Si es toda la comunidad reunida la que celebra, es conveniente descubrir y vivir el sentido comunitario de toda celebración: “Siempre que los ritos, cada cual según su naturaleza propia, admitan una celebración comunitaria, con asistencia y participación activa de los fieles, incúlquese que hay que preferirla, en cuanto sea posible, a una celebración individual o casi privada. Esto vale sobre todo para la celebración de la Misa, quedando siempre a salvo la naturaleza pública y social de toda Misa, y para la administración de los Sacramentos” (SC 27). La asamblea que celebra es la comunidad de los bautizados: “Los bautizados, en efecto, son consagrados por la regeneración y la unción del Espíritu Santo como casa espiritual y sacerdocio santo, para que, por medio de toda obra del hombre cristiano, ofrezcan sacrificios espirituales” (LG 10).

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EL SACERDOCIO COMÚN DE LOS FIELES Y EL SACERDOCIO MINISTERIAL O JERÁRQUICO

Toda la comunidad reunida es la que celebra, somos un pueblo sacerdotal. El “sacerdocio común” de los fieles y el sacerdocio ministerial tienen una misma fuente: Cristo, único sacerdote (CEC 1141): “El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico, aunque diferentes esencialmente y no sólo en grado, se ordenan, sin embargo, el uno al otro, pues ambos participan a su manera del único sacerdocio de Cristo” (LG 10). De ahí la responsabilidad de todos los fieles de ejercer ese sacerdocio común en cada celebración participando intensamente: “La santa madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas que exige la naturaleza de la Liturgia misma, y a la cual tiene derecho y obligación, en virtud del Bautismo, el pueblo cristiano, «linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido» (1Pe 2,9)” (SC 14). San Pablo escribe: “Pues, así como en un solo cuerpo tenemos muchos miembros, y no todos los miembros cumplen la misma función” (Rom 12, 4). Algunos son llamados por Dios en y por la Iglesia a un servicio especial de la comunidad. Estos servidores son escogidos y consagrados por el sacramento del Orden, por el cual el Espíritu Santo los hace aptos para actuar en representación de Cristo-Cabeza para el servicio de todos los miembros de la Iglesia: “El ministerio de los presbíteros, por estar unido con el Orden episcopal, participa de la autoridad con que Cristo mismo edifica, santifica y gobierna su cuerpo… Se confiere por aquel especial Sacramento con el que los presbíteros, por la unción del Espíritu Santo, quedan sellados con un carácter particular, y así se configuran con Cristo Sacerdote, de suerte que puedan obrar como en persona de Cristo cabe-

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za” (PO 2). El ministro ordenado es como el “icono” de Cristo Sacerdote. Por ser en la Eucaristía donde se manifiesta plenamente el sacramento de la Iglesia, es también en la presidencia de la Eucaristía donde el ministerio del obispo aparece en primer lugar, y en comunión con él, el de los presbíteros y los diáconos (CEC 1142).

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LA ALEGRÍA DEL MINISTERIO

Es el Señor quien nos llama a servir a nuestros hermanos en el ministerio sacerdotal. Una llamada para hacer presente en nuestras comunidades cristianas a Cristo Cabeza y Pastor de su pueblo. San Juan Pablo II escribía a los sacerdotes: “Con ánimo agradecido y lleno de admiración nos dirigimos a vosotros, que sois nuestros primeros cooperadores en el servicio apostólico… Vosotros lleváis el peso del ministerio sacerdotal y mantenéis el contacto diario con los fieles. Vosotros sois los ministros de la Eucaristía, los dispensadores de la misericordia divina en el Sacramento de la Penitencia, los consoladores de las almas, los guías de todos los fieles en las tempestuosas dificultades de la vida. Os saludamos con todo el corazón, os expresamos nuestra gratitud y os exhortamos a perseverar en este camino con ánimo alegre y decidido. No cedáis al desaliento. Nuestra obra no es nuestra, sino de Dios” (Pastores dabo vobis, 4). De ahí la importancia de la Eucaristía en la vida del presbítero, celebración gozosa para él personalmente. “Hemos nacido de la Eucaristía. Lo que decimos de toda la Iglesia, es decir, que «de Eucaristia vivit» (que vive de la Eucaristía), como he querido recordar en la reciente Encíclica, podemos afirmarlo también del sacerdocio ministerial: éste tiene su origen, vive, actúa y da frutos «de Eucaristía». No hay Eucaristía sin sacerdocio, como no existe sacerdocio sin Eucaristía” (San Juan Pablo II, Don y misterio, Madrid, 1996, 95). En la celebración de la Eucaristía el presbítero se comunica en plenitud: reza como Jesús hablaba al Padre, escucha y proclama la Palabra de Dios, como Jesús lo haría; acoge a los hermanos como Jesús los acogía; les habla como Jesús les hablaría. Por eso nos dice el Papa: “El ministerio ordenado, que nunca puede reducirse al aspecto funcional,

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pues afecta al ámbito del «ser», faculta al presbítero para actuar «in persona Christi» y culmina en el momento en que consagra el pan y el vino, repitiendo los gestos y las palabras de Jesús en la Última Cena. Ante esta realidad extraordinaria permanecemos atónitos y aturdidos: ¡con cuánta condescendencia humilde ha querido Dios unirse al hombre! Si estamos conmovidos ante el pesebre contemplando la encarnación del Verbo, ¿qué podemos sentir ante el altar, donde Cristo hace presente en el tiempo su Sacrificio mediante las pobres manos del sacerdote? No queda sino arrodillarse y adorar en silencio este gran misterio de fe.” (Carta de San Juan Pablo II a los sacerdotes. Jueves Santo de 2004). Demos gracias a Dios por este ministerio-servicio fundamental para la Eucaristía y la Iglesia.

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MINISTERIOS ORDENADOS Y MINISTERIOS INSTITUIDOS

En orden a ejercer las funciones del sacerdocio común de los fieles existen otros ministerios particulares, no consagrados por el sacramento del Orden, y cuyas funciones son determinadas por los obispos según las tradiciones litúrgicas y las necesidades pastorales. “Los acólitos, lectores, comentadores y cuantos pertenecen a la «schola cantorum» desempeñan un auténtico ministerio litúrgico” (SC 29). “Ministerio”, del latín ministerium, servicio, y minister, servidor. Cristo Jesús aparece como el “ministro” que “no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20,28). Hay ministerios ordenados: el diaconado, el presbiterado y el episcopado, por el sacramento del Orden se configuran a Cristo Pastor y Maestro. Y en la celebración litúrgica su ministerio es el de presidir en el nombre del Señor. Hay otros ministerios instituidos, del lector y de acólito, para ayudar a la comunidad cristiana al servicio de la Palabra (lector) y al servicio de los sacramentos, de la Eucaristía (acólito). Son ministerios propios de laicos que reciben el encargo oficial desde su identidad laical. Pero las Conferencias Episcopales pueden instituir otros ministerios: catequistas, salmistas, ministros extraordinarios de la Comunión, sacristanes. Los más numerosos son los que los laicos ejercen, de hecho, en la Liturgia: proclamación de las lecturas, animación del canto, servicio en torno al altar, catequesis, visita a enfermos, etc. Podemos decir que en la celebración de los sacramentos, de la Eucaristía, toda la asamblea es “liturgo”, cada cual según su función, pero en la “unidad del Espíritu” que actúa en todos (CEC 1144). Hemos de tener en cuenta esta recomendación conciliar: “En las celebraciones litúrgicas, cada cual, ministro o simple fiel, al desempeñar su oficio, hará todo y sólo aquello que le corresponde por la naturaleza de la acción y las normas litúrgicas” (SC 28). 67



¿CÓMO CELEBRAR? SIGNOS Y SÍMBOLOS

Una celebración de los sacramentos, de la Eucaristía, está llena de signos y símbolos. La pedagogía del Dios que nos salva tiene en cuenta la obra de la creación y de la cultura humana, como vemos en los acontecimientos del Antiguo Testamento y en la obra y persona de Jesús. El hombre, siendo un ser corporal y espiritual, expresa y percibe las realidades espirituales a través de signos y símbolos materiales. Y se comunica con los demás, mediante el lenguaje, gestos y acciones. Lo mismo sucede en su relación con Dios. Dios habla al hombre a través de la creación visible. El cosmos material se presenta a la inteligencia del hombre para que vea en él a su creador (CEC 1147): “Son necios por naturaleza todos los hombres que han ignorado a Dios y no han sido capaces de conocer al que es a partir de los bienes visibles, ni de reconocer al artífice fijándose en sus obras” (Sb 13,1). “Pues lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, son perceptibles para la inteligencia a partir de la creación del mundo a través de sus obras; de modo que son inexcusables” (Rom 1,20). La luz y la noche, el viento y el fuego, el agua y la tierra, el árbol y los frutos nos hablan de Dios, y simbolizan su grandeza y su proximidad. Y también nosotros podemos ver en estas realidades al Dios que nos santifica y nosotros le damos culto, le bendecimos y alabamos. Lo mismo podemos decir de los signos de nuestra vida social: lavar y ungir, partir el pan y compartir la copa pueden expresar la presencia gozosa del Señor que nos perdona, que nos penetra con su Espíritu, que nos regala su Cuerpo glorioso. También en las grandes religiones de la humanidad encontramos este sentido cósmico y simbólico de los ritos religiosos. La Liturgia de la Iglesia integra y santifica elementos de la creación y de la cultura humana y los hace signos de la gracia de la nueva creación en Jesucristo (CEC 1149). 69



NUESTRO CUERPO TAMBIÉN REZA

Gestos y posturas La persona humana engloba toda su unidad: espíritu y corporeidad. El hombre está en la presencia de Dios y expresa sus sentimientos interiores no sólo con la palabra, sino también con sus movimientos y gestos, con su mismo porte y postura corporal. Actitudes internas como el respeto, la disponibilidad, la humildad, la cercanía, la adoración, la espera confiada, la receptividad, se ven ya en la misma manera de estar corporalmente. Hay momentos de nuestro culto que resultan más expresivos y coherentes si los realizamos de rodillas o de pie o sentados. Nuestra celebración cristiana es comunitaria. Por eso el Misal pone como ideal esta expresión de unanimidad entre todos los que participan en la celebración. El gesto y la postura corporal del sacerdote, del diácono, de los ministros y de todo el pueblo hablan y expresan la actitud profunda de lo que estamos viviendo y celebrando. “El gesto y la postura corporal, tanto del sacerdote, del diácono y de los ministros, como del pueblo, deben contribuir a que toda la celebración resplandezca por su decoro y noble sencillez, de manera que pueda percibirse el verdadero y pleno significado de sus partes y se favorezca la participación de todos. Habrá que tomar en consideración, por consiguiente, lo establecido por esta Ordenación general, cuánto previene de la praxis secular del Rito romano y lo que aproveche al bien común espiritual del pueblo de Dios, más que al gusto o parecer privados. La postura corporal que han de observar todos los que toman parte en la celebración, es un 71


EL GOZO DE VIVIR Y CELEBRAR LA EUCARISTÍA DE LA IGLESIA

signo de la unidad de los miembros de la comunidad cristiana congregados para celebrar la sagrada Liturgia, ya que expresa y fomenta al mismo tiempo la unanimidad de todos los participantes” (OGMR 42). – De pie:“Los fieles estén de pie: desde el principio del canto de entrada, mientras el sacerdote se acerca al altar, hasta el final de la oración colecta; al canto del Aleluya que precede al Evangelio; durante la proclamación del mismo Evangelio; durante la profesión de fe y la oración de los fieles; y también desde la invitación «Orad, hermanos» que precede a la oración sobre las ofrendas hasta el final de la Misa, excepto en los momentos que luego se enumeran…” (OGMR 43). El estar de pie es propio de la persona humana, símbolo de su dignidad como señor de la creación. Estar de pie es signo de respeto a una persona más importante. Indica atención, disponibilidad hacia. Signo también del Resucitado. Jesús en la sinagoga de Nazaret: “Entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura” (Lc 4,16). El profeta para escuchar la Palabra de Dios: “Y me decía: «Hijo de hombre, ponte en pie y te hablaré»” (Ez 2,1). Los salvados y santos del cielo ante el Señor Resucitado y Glorioso: “Después de esto vi una muchedumbre inmensa que nadie podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero” (Ap 7,9). – Sentados: “En cambio, estarán sentados durante las lecturas y el Salmo responsorial que preceden al Evangelio; durante la homilía, y mientras se hace la preparación de los dones en el ofertorio; también, según la oportunidad, a lo largo del sagrado silencio que se observa después de la comunión…” (OGMR 43). Estar sentado expresa también muchas actitudes de la persona: que está en paz, distendida, que mira alguna cosa o piensa y medita. O también es la actitud del que enseña. Jesús, el Maestro, en el sermón de la montaña: “Al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo” (Mt 5,1).Y la gente le escucha sentada: “La gente que tenía sentada alrededor” (Mc 3,32). El gesto de escucha gozosa de María, la hermana de Marta: “Yendo ellos de

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Nuestro cuerpo también reza

camino, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su Palabra” (Lc 10,38-39). Y Jesús, cuando dejando a sus padres, se queda en el templo de Jerusalén: “Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas” (Lc 2,46). – De rodillas: “Estarán de rodillas durante la consagración, a no ser que lo impida la enfermedad o la estrechez del lugar o la aglomeración de los participantes o cualquier otra causa razonable. Y, quienes no se arrodillen en la consagración, harán una profunda inclinación mientras el sacerdote se arrodilla después de ella. Corresponde, no obstante, a la Conferencia de los Obispos según la norma del derecho, adaptar los gestos y posturas descritos en el Ordinario de la Misa, según la índole y las razonables tradiciones de cada pueblo. Pero siempre se habrá de procurar que haya una correspondencia adecuada con el sentido e índole de cada parte de la celebración. Allí donde sea costumbre que el pueblo permanezca de rodillas desde que termina la aclamación del Santo hasta el final de la plegaria eucarística y antes de la Comunión cuando el sacerdote dice: «Éste es el Cordero de Dios», es loable que dicha costumbre se mantenga. Para conseguir la uniformidad en los gestos y posturas dentro de una misma celebración, los fieles seguirán las moniciones que pronuncian el diácono o el ministro laico o el sacerdote, según lo dispuesto en el Misal” (OGMR 43). Es la actitud del penitente, del que se siente pecador, del que adora y se siente pequeño ante la grandeza del Señor. Es también la actitud del que pide, del que ora sintiéndose muy necesitado, como Jesús en el huerto de los Olivos: “Al llegar al sitio, les dijo: «Orad, para no caer en la tentación». Y se apartó de ellos como a un tiro de piedra y, arrodillado, oraba diciendo: «Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz» (Lc 22,40-42). Los hermanos de José se sienten culpables y se postran ante él: “José mandaba en el país y distribuía las raciones a todo el mundo. Vinieron, pues, los hermanos de José y se postraron ante él, rostro en tierra” (Gn 42, 6). La actitud adorante de todos los salvados ante el Cordero: “Cada vez que los vivientes dan gloria y honor y acción de gracias al que está sentado en el

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EL GOZO DE VIVIR Y CELEBRAR LA EUCARISTÍA DE LA IGLESIA

trono, al que vive por los siglos de los siglos, los veinticuatro ancianos se postran ante el que está sentado en el trono, adoran al que vive por los siglos de los siglos” (Ap 4, 9-10). Es muy importante no hacer polémica con las posturas corporales. Encontramos personas que no pueden arrodillarse, o que no pueden estar mucho rato de pie y han de permanecer sentadas. Lo que nos pide cada momento de la celebración y que expresamos con las posturas del cuerpo, si podemos, eso es lo importante. Escuchar, adorar, mirar, meditar. Procurar “que toda la celebración resplandezca por su decoro y noble sencillez”, y en la medida de lo posible sea “un signo de la unidad de los miembros de la comunidad cristiana” y no “al gusto o parecer privados”.

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“SILENCIO SAGRADO”

Es grande la importancia del silencio, callar y escuchar, en la celebración de la Eucaristía. Dice la Constitución conciliar sobre la Liturgia: “Para promover la participación activa se fomentarán las aclamaciones del pueblo, las respuestas, la salmodia, las antífonas, los cantos, y también las acciones o gestos y posturas corporales. Guárdese, además, a su debido tiempo, el silencio sagrado” (SC 30). Podemos preguntarnos si somos capaces de hacer silencio en nuestras celebraciones. Ya que para participar bien es necesario escuchar y luego meditar en silencio. Resulta agobiante en algunas celebraciones de la Eucaristía, la sucesión de palabras y palabras, oraciones, moniciones, cantos. La Eucaristía necesita de una atmósfera de serenidad y calma. “Escucha, Israel” (Dt 6,4): la escucha es la actitud permanente del antiguo y nuevo pueblo de Dios. Y la celebración litúrgica nos ha de educar a saber escuchar: “las lecturas de la Palabra de Dios deben ser escuchadas por todos con veneración” (OGMR 29). No solo hemos de escuchar con profunda atención la Palabra de Dios, sino también todas las oraciones de la Misa que el presbítero dirige a Dios en nombre nuestro: “la Plegaria eucarística exige que todos la escuchen con silencio y reverencia” (OGMR 78). Cuando escuchamos hemos de hacer propio lo que se proclama. La escucha no es una actitud pasiva, sino bien activa. Nosotros, la Iglesia, vamos creciendo por la escucha de la Palabra de Dios. La comunidad cristiana ha de ser una comunidad que escucha. Esta actitud de escucha exige humildad; escucha el que es humilde y reconoce que no lo sabe todo, que se siente pobre y pequeño ante las Maravillas de Dios que celebramos. Por eso no podemos ser orgullosos ni autosuficientes para celebrar y participar en la Eucaristía. Y el silencio nos

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ayuda a estar más atentos y participar mejor en lo que se dice y se hace en la celebración. El silencio nos hace penetrar en lo más profundo del misterio que celebramos. Y después ya saldrán de nuestro corazón, de nuestros labios las palabras y los cantos de alabanza, de adoración y de súplica. La actitud de silencio, exterior e interior, y la escucha atenta, hace posible que experimentemos y gocemos de las “magnalia Dei”, de las maravillas que celebramos.

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EL SILENCIO EN LA CELEBRACIÓN

También en la vida social existen momentos de silencio. Minutos de silencio que expresan el dolor de un pueblo o de un grupo grande de personas. En nuestras celebraciones los momentos de silencio tienen todavía más intensidad y profundidad. El Viernes Santo comenzamos la celebración en silencio, sin canto de entrada ni de saludo. Silencio adorante que nos hace entrar en el misterio que celebramos. Cuando el obispo impone las manos, en silencio, sobre el ordenando, y después de él todos los presbíteros concelebrantes. Silencio que en las diferentes partes de la Misa tiene su propio significado: “También, como parte de la celebración, ha de guardarse en su tiempo silencio sagrado. La naturaleza de este silencio depende del momento de la Misa en que se observa; por ejemplo, en el acto penitencial y después de la invitación a orar, los presentes se concentran en sí mismos; al terminar la lectura o la homilía, reflexionan brevemente sobre lo que han oído, después de la comunión, alaban a Dios en su corazón y oran” (OGMR 45). Silencio de examen, de petición de perdón, en el acto penitencial. Silencio orante, después de la invitación a orar. Silencio de reflexión después de haber escuchado la Palabra de Dios. Y silencio gozoso, adorante, de alabanza, después de la comunión. Es importante para los presbíteros y servidores del altar, y para todo el pueblo que participa en la Eucaristía, esta recomendación: “Es laudable que se guarde, ya antes de la misma celebración, silencio en la iglesia, en la sacristía, y en los lugares más próximos, a fin de que todos puedan disponerse adecuada y devotamente a las acciones sagradas” (OGMR 45). No se debería llenar la celebración de palabras y moniciones moralizantes. La celebración de la Eucaristía no es una clase, es una celebración. Hay

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una exigencia fundamental, para nosotros, los sacerdotes que presidimos: el que preside debe dar la impresión de estar penetrado de silencio y de orar él mismo y de introducir a los participantes en la oración ahorrándose las excesivas exhortaciones. Saber hacer silencio, saber escuchar, da profundidad a nuestras celebraciones y a nuestra oración. Como el joven Samuel: “habla, Señor, que tu siervo escucha” (1Sa 3,10). No se puede escuchar si no hay silencio interior y exterior, y el ritmo de la celebración no es sereno, es precipitado.

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IMPORTANCIA DEL CANTO EN LA MISA

Música y canto El canto es una manifestación de lo que vivimos y sentimos y celebramos. Expresa alabanza, adoración, alegría, dolor, súplica. En la celebración de la Eucaristía, de los Sacramentos o de la Liturgia de las Horas, es necesario tener muy presente lo que se nos dice: “El canto no ha de ser considerado en la Liturgia de las Horas como cierto ornato que se añade a la oración, como algo extrínseco, sino más bien como algo que dimana de lo profundo del espíritu del que ora y alaba a Dios, y pone de manifiesto de un modo pleno y perfecto la índole comunitaria del culto cristiano” (OGLH 270). El canto es señal de más solemnidad y de la unión de los corazones: “Se recomienda vivamente a los que rezan el Oficio en el coro o en común el uso del canto, como algo que responde mejor a la naturaleza de esta oración y que es, además, indicio de una mayor solemnidad y de una unión más profunda de los corazones al proferir las alabanzas divinas” (OGLH 268). Música y canto unidos estrechamente a lo que se celebra: “La música sagrada será tanto más santa cuanto más íntimamente esté unida a la acción litúrgica” (SC 112). S. Pablo animaba a sus comunidades a cantar gozosas: “Amonesta el Apóstol a los fieles que se reúnen esperando la venida de su Señor, que canten todos juntos con Salmos, himnos y cánticos inspirados (Col 3,16)”. Y el canto es señal de euforia del corazón y de amor: “El canto es una señal de euforia del corazón (He 2,46). De ahí que San Agustín diga, con razón: «Cantar es propio de quien ama»; y viene de tiempos muy antiguos el famoso proverbio: «Quien bien canta, ora dos veces»” (OGMR 39). Según las posibilidades de cada comunidad y tam-

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EL GOZO DE VIVIR Y CELEBRAR LA EUCARISTÍA DE LA IGLESIA

bién es conveniente hacer unas ciertas diferencias según las celebraciones litúrgica: “Téngase, por consiguiente, en gran estima el uso del canto en la celebración de la Misa, siempre teniendo en cuenta el carácter de cada pueblo y las posibilidades de cada asamblea litúrgica; aunque no siempre sea necesario, por ejemplo en las Misas feriales, usar el canto para todos los textos que de suyo se destinan a ser cantados, hay que procurar que de ningún modo falte el canto de los ministros y del pueblo en las celebraciones de los domingos y fiestas de precepto. Al hacer la selección de lo que de hecho se va a cantar, se dará preferencia a las partes que tienen mayor importancia, sobre todo a aquellas que deben cantar el sacerdote, el diácono o el lector, con respuesta del pueblo; o el sacerdote y el pueblo al mismo tiempo” (OGMR 40). La tradición musical de la Iglesia es un tesoro que hay que fomentar: “La tradición musical de la Iglesia universal constituye un tesoro de valor inestimable... El canto sagrado, unido a las palabras, constituye una parte necesaria o integral de la liturgia solemne. La música sacra, por consiguiente, será tanto más santa cuanto más íntimamente esté unida a la acción litúrgica, ya sea expresando con mayor delicadeza la oración o fomentando la unanimidad, ya sea enriqueciendo de mayor solemnidad los ritos sagrados” (SC 112). Tres criterios para el canto y la música según el Catecismo de la Iglesia Católica: “El canto y la música cumplen su función de signos de una manera más significativa cuanto «más estrechamente estén vinculadas a la acción litúrgica» (SC 112), según tres criterios principales: la belleza expresiva de la oración, la participación unánime de la asamblea en los momentos previstos y el carácter solemne de la celebración. Participan así de la finalidad de las palabras y de las acciones litúrgicas: la gloria de Dios y la santificación de los fieles” (CEC 1157)

Canto gregoriano y otros géneros de música Se ha considerado al canto “gregoriano” como el canto más propio de la Iglesia de occidente. Se desconoce el origen de este canto y se atribuye al papa San Gregorio Magno (590-604), pero es anterior a él. “En igualdad de circunstancias, hay que darle el primer lugar al canto gregoriano, al que se le reserva un puesto de honor entre todos los demás como propio

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Importancia del canto en la Misa

de la Liturgia romana. No se excluyen de ningún modo otros géneros de música sagrada, sobre todo la polifonía, con tal que respondan al espíritu de la acción litúrgica y favorezca la participación de todos los fieles. Y, ya que es cada día más frecuente el encuentro de fieles de diversas nacionalidades, conviene que esos mismos fieles sepan cantar todos a una en latín algunas de las partes del Ordinario de la Misa, sobre todo el símbolo de la fe y la Oración dominical en sus melodías más fáciles” (OGMR 41).

Los cantos del Ordinario de la Misa no pueden ser sustituidos por otros “Los cantos establecidos en el Ordinario de la Misa, por ejemplo, el «Cordero de Dios», no pueden substituirse por otros cantos” (OGMR 366).

Función ministerial del canto y la música en la Liturgia “Función ministerial”, es expresión del Concilio (SC 112). El canto es un ministerio. No tiene fin en sí mismo, no basta que el pueblo cante, sino que el canto sirva a la celebración y subraye el significado de cada una de las partes. No hay que cantar por cantar. Su expresión más perfecta es el canto de todo el pueblo de Dios congregado, porque el canto es un factor de unificación, manifiesta la índole comunitaria de la Liturgia y el protagonismo de la comunidad en la acción litúrgica. Entre las sugerencias que el Concilio hace a los compositores cristianos: “Los compositores verdaderamente cristianos deben sentirse llamados a cultivar la música sacra y a acrecentar su tesoro. Compongan obras que presenten las características de verdadera música sacra y que no sólo puedan ser cantadas por las mayores «scholae cantorum», sino que también estén al alcance de los coros más modestos, y fomenten la participación activa de toda la asamblea de los fieles. Los textos destinados al canto sagrado deben estar de acuerdo con la doctrina católica; más aún, deben tomarse principalmente de la Sagrada Escritura y de las fuentes litúrgicas” (SC 121). 81


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La funcionalidad del canto está al servicio de la oración. La música y el canto están unidos al rito que acompañan. Texto y música forman un todo unitario que, ligado armónicamente al momento que estamos viviendo, nos ayudan a profundizar en la experiencia litúrgica del misterio de Cristo celebrado. Entre estos tres elementos que contribuyen a la integridad de la misma acción litúrgica, conviene destacar el valor del texto.

Los cantos del ordinario de la Misa “Cantar la Misa y no cantar durante la Misa”. El canto no es una forma de amenizar la celebración, sino que se emplea la música para cantar los textos de la Liturgia. Al no respetar el texto litúrgico del Ordinario, se inventan “glorias”, “credos”, “santos”, “padrenuestros”. Y así se pierde la riqueza teológica, bíblica y litúrgica de los textos que la Iglesia nos hace rezar y cantar. Acto penitencial: el acto penitencial es una aclamación a Cristo. Gloria: nació como un himno para ser cantado. Hoy día se tiende a recitarlo. Convendría fomentar su canto comunitario. Pero que sea el texto de la Iglesia, con todas sus riquezas teológicas. No se puede empobrecer este texto venerable. Credo: generalmente no se canta. La fe la heredamos (Símbolo apostólico, siglo iv). Y no es profesión de fe cualquier cosa. Santo: es uno de los textos que conviene cantarlo siempre. Compuesto con varias perícopas bíblicas, del Antiguo y Nuevo Testamento; nos unimos a la gran Liturgia celeste donde la muchedumbre innumerable de los justos canta este himno ante el Cordero. Padre nuestro: el texto del Padre nuestro es el que el Misa Romano nos hace rezar o cantar. Para nosotros los cristianos el texto del Padre nuestro tiene un valor teológico, como afirman algunos exégetas son “ipsissima verba Iesu”, palabras del mismo Jesús. Tiene un gran valor ecuménico porque todas las Iglesias y confesiones cristianas rezamos con el mismo 82


Importancia del canto en la Misa

texto. Toda la comunidad ha de rezar o cantar esta oración, que es la oración de todo el pueblo de Dios. Cordero de Dios: acompaña el gesto de la fracción del pan.

Creatividad en la fidelidad Conviene señalar la valiosa labor de muchos autores, coros y asambleas litúrgicas. Y tener en cuenta algunas orientaciones prácticas: a) aspecto bíblico: recuperar la Palabra. En el canto no reina la melodía sino la Palabra. La música está al servicio de la Palabra y no al revés. La música ayuda a comprender lo que se canta y ha de conducir a la oración. Textos literales de la Sagrada Escritura o inspirados en ella; b) aspecto litúrgico: recuperar la “voz de la Liturgia”. Evitar la corruptela de modificar el texto oficial o sustituirlo por otros textos libres; respetar siempre los textos propios del Ordinario. Son los textos oficiales con los que la Iglesia quiere que celebremos y oremos. Ofrecen a nuestra oración el sello de la eclesialidad; c) aspecto comunitario: canto para la asamblea. El canto manifiesta la índole eclesial de la celebración. Por eso la Liturgia prefiere el canto comunitario de toda la asamblea al canto ejecutado solo por una persona o un coro. Hay momentos para el canto meditativo, que puede ejecutarlo un solista o coro; pero hay cantos y aclamaciones que por su significado conviene que sean cantados por la asamblea (entrada, antífona del Salmo, Amén de la Plegaria eucarística, Padre nuestro, Santo, Cordero de Dios, comunión); d) aspecto formativo: labor de discernimiento y selección. Se impone un discernimiento y selección de los cantos que invaden fugazmente los repertorios de muchas comunidades sin tener tiempo apenas para una digestión de su contenido. El canto no solo contiene unas verdades teológicas, sino que en el corazón de la Liturgia es teología cantada, orada, celebrada. El canto es un lugar litúrgico y un lugar teológico 83


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por medio del cual se ora y se expresa la fe. “La finalidad de la música sacra es «la gloria de Dios y la santificación de los fieles»” (SC 112).

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LA DIVERSIDAD DE LAS VESTIDURAS SAGRADAS

No es indiferente el modo de vestir de una persona, según para qué actividades y situaciones. Es una ley cultural, que tiene su fuerza pedagógica, el llevar especiales vestidos para especiales ocasiones, sean estas reuniones políticas o fiestas sociales. Hay vestidos de estar por casa, de trabajo o de fiesta. También en la celebración cristiana tiene el vestido su importancia. Además de obedecer a las leyes de la psicología humana, en este caso apuntará a la naturaleza del misterio que celebramos. Las vestiduras de los ministros en la celebración litúrgica no son signos de poder o de superioridad. Les recuerdan a ellos mismos, que ahora no están actuando como personas particulares, sino como ministros “in persona Christi” y también “in persona Ecclesiae” y que, por tanto, no son dueños ni de la celebración ni de la comunidad, son ministros. “En la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, no todos los miembros desempeñan un mismo oficio. Esta diversidad de funciones en la celebración de la Eucaristía se manifiesta exteriormente por la diversidad de las vestiduras sagradas, que por consiguiente, deben constituir un distintivo propio del oficio que desempeña cada ministro. Por otro lado, estas vestiduras deben contribuir al decoro de la misma acción sagrada. Las vestiduras con que se revisten los sacerdotes y los diáconos, así como los ministros laicos, conviene bendecirlas aportunamente, según el Ritual romano antes de ser destinadas al uso litúrgico” (OGMR 335). Para la vida espiritual del presbítero que preside y de los ministros que sirven en la celebración de la Misa u otros Sacramentos, es muy necesario el silencio antes de comenzar, cuando se revisten en la sacristía. Cada uno puesto en la presencia del Señor se prepara en su corazón para que en toda la 85


EL GOZO DE VIVIR Y CELEBRAR LA EUCARISTÍA DE LA IGLESIA

celebración sea Jesús, el Señor, quien brille con todo su resplandor. Por eso se recomienda el silencio en la sacristía antes de las celebraciones: “Es laudable que se guarde, ya antes de la misma celebración, silencio en la iglesia, en la sacristía, y en los lugares más próximos, a fin de que todos puedan disponerse adecuada y devotamente a las acciones sagradas” (OGMR 45). El alba, la vestidura de los ministros ordenados e instituidos: “La vestidura sagrada común para todos los ministros ordenados e instituidos de cualquier grado es el alba, que se ciñe con el cíngulo a la cintura, a no ser que esté hecha de tal modo que se ajusten al cuerpo sin cíngulo. Antes de ponerse el alba, si ésta no cubre totalmente el vestido común alrededor del cuello, empléese el amito” (OGMR 336). La casulla, la vestidura propia del sacerdote: “La vestidura propia del sacerdote celebrante, en la Misa y en otras acciones sagradas que directamente se relacionan con ella, es la casulla, mientras no se diga lo contrario, puesta sobre el alba y la estola” (OGMR 337). La dalmática, vestidura del diácono: “El vestido propio del diácono es la dalmática, que se pone sobre el alba y la estola; la dalmática, sin embargo, puede omitirse bien por necesidad, bien cuando se trate de un grado menor de solemnidad” (OGMR 338). Los acólitos, lectores y otros ministros laicos: “Los acólitos, lectores y los otros ministros laicos pueden vestir alba u otra vestidura legítimamente aprobada por la Conferencia de los Obispos en cada región” (OGMR 339). La estola del presbítero y del diácono: “La estola la lleva el sacerdote alrededor del cuello y pendiendo ante el pecho; en cambio, el diácono la lleva cruzada, desde el hombro izquierdo, pasando sobre el pecho, hacia el lado derecho del cuerpo, donde se sujeta” (OGMR 349). La capa pluvial: “La capa pluvial la lleva el sacerdote en las procesiones y en algunas otras acciones sagradas, según las rúbricas de cada rito particular” (OGMR 341).

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LA DIVERSIDAD DE LOS COLORES

La celebración de la Eucaristía y de los Sacramentos está llena de signos y símbolos. La pedagogía del Dios que nos salva tiene en cuenta la obra de la creación y de la cultura humana. El hombre, siendo un ser corporal y espiritual, expresa y percibe las realidades espirituales a través de signos y símbolos materiales. También los colores son signos para la vida de las personas y para la Liturgia. Cada cultura manifiesta sus sentimientos también con los signos del color: sentimientos de alegría, de fiesta, de pureza, de dolor. Hasta en el caminar y conducir los colores son muy importantes. El rojo puede indicar prohibición, peligro, pero también amor, dar la vida, martirio. El color verde, hoy tan extendido por la ecología. El blanco, color de fiesta, de alegría, de limpieza, de luz. El color morado, indica más austeridad. La diversidad de colores expresan los misterios de la fe: “La diversidad de colores en las vestiduras sagradas tiene como fin expresar con más eficacia, aún exteriormente, tanto las características de los misterios de la fe que se celebran como el sentido progresivo de la vida cristiana a lo largo del año litúrgico” (OGMR 345). “Por lo que toca al color de las vestiduras sagradas, obsérvese el uso tradicional, es decir: Blanco: a) el blanco se emplea en los Oficios y Misas del Tiempo Pascual y de Navidad; además, en las celebraciones del Señor que no sean de su Pasión, de la Santísima Virgen, de los Santos Ángeles, de los Santos no mártires, en las solemnidades de Todos los Santos (1 de noviembre) y de 87


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san Juan Bautista (24 de junio), y en las fiestas de san Juan Evangelista (27 de diciembre), de la Cátedra de san Pedro (22 de febrero) y de la Conversión de san Pablo (25 de enero). Rojo: b) El rojo se emplea el domingo de Pasión y el Viernes Santo, el domingo de Pentecostés, en las celebraciones de la Pasión del Señor, en las fiestas natalicias de Apóstoles y Evangelistas y en las celebraciones de los Santos mártires. Verde: c) El verde se emplea en los Oficios y Misas del tiempo ordinario. Morado: d) El morado o violeta se emplea en el tiempo de Adviento y de Cuaresma. Puede también usarse en los Oficios y Misas de difuntos. Negro: e) El negro puede usarse, donde sea tradicional, en las Misas de difuntos. Rosa: f) El rosa puede emplearse, donde sea tradicional, en los domingos Gaudete (III de Adviento) y Laetare (IV de Cuaresma)” (OGMR 346). “En las Misas rituales se emplea el color propio, o blanco o festivo; en las Misas por diversas necesidades, el color propio del día o del tiempo, o el color morado, si expresan índole penitencial y en las Misas votivas, el color conveniente a la Misa elegida o el color propio del día o del tiempo” (OGMR 347).

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“ESTE ES EL SACRAMENTO DE NUESTRA FE”

El día 11 de octubre del 2012, comenzó el Año de la Fe. Con la Carta apostólica Porta fidei, del 11 de octubre de 2011, el Papa Benedicto XVI proclamó un Año de la Fe, que comenzaría el 11 de octubre de 2012, en el 50 aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y concluyó el 24 de noviembre de 2013, solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del universo. La expresión inicial “Porta fidei” –la puerta de la fe–, está tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles: “Pablo y Bernabé, después de predicar el Evangelio en la ciudad de Derbe y de ganar bastantes discípulos, volvieron a Antioquia… Al llegar, reunieron a la Iglesia, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe” (He 14,21.27). El Papa nos invita a estudiar y profundizar en los documentos principales del Concilio y en el Catecismo de la Iglesia Católica (CEC). Intento ser fiel a estos deseos del Papa. El Año de la Fe fue una buena ocasión para profundizar y vivir la Eucaristía. La invitación del celebrante a toda la comunidad reunida después de la consagración del Pan y del Vino, nos muestra el misterio fundamental de nuestra fe: la Pascua del Señor, su pasión y muerte, su resurrección gloriosa y su venida definitiva: “Este es el Sacramento de nuestra fe”. Y la comunidad responde: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!”. Sí, el Sacramento de nuestra Fe es Cristo Resucitado entregado como Cuerpo para nosotros, “esperanza de la gloria”. A lo largo de todo este Año de la Fe he intentado explicar paso a paso algunos de los momentos de la celebración de la Eucaristía siguiendo lo que nos dice la Ordenación General del Misal Romano (tercera edición) (OGMR).

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LA MISA, ACCIÓN DE CRISTO Y DE TODO EL PUEBLO DE DIOS

Todo procede de la Fuente, que es la santa Trinidad. El Padre que por medio del Espíritu Santo nos envía a su Hijo. El Padre nos convoca y nos reúne, por la fuerza de su Espíritu Santo. Y estamos convocados por el Padre con el Espíritu para escuchar la Palabra que se hace Pan: “En la Misa o Cena del Señor el pueblo de Dios es congregado, bajo la presidencia del sacerdote, que actúa en la persona de Cristo, para celebrar el memorial del Señor o sacrificio eucarístico. De ahí que sea eminentemente válida, cuando se habla de la asamblea local de la santa Iglesia, aquella promesa de Cristo: «Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt 18,20). Pues en la celebración de la Misa, en la cual se perpetúa el sacrificio de la Cruz, Cristo está realmente presente en la misma asamblea congregada en su nombre, en la persona del ministro, en su Palabra y ciertamente de una manera sustancial y permanente en las especies eucarísticas” (OGMR 27). El sacerdote actúa “en la persona de Cristo”: importancia para su vida espiritual, que se prepare antes de la celebración, porque es Jesús que se hace presente por medio de su persona. Mejor dicho, desaparece la persona del sacerdote para transformarse en Jesús que acoge, que habla, que da su Palabra, que reza al Padre, que nos da a comer su Palabra y su Cuerpo glorioso. Presencia real de Jesús “en la misma asamblea congregada en su nombre”. Importancia del signo de asamblea que exige conversión y decisión por parte de los que participan en estar más juntos. “En su Palabra”: Jesús está realmente presente en la Palabra proclamada. Necesidad de buenos lectores, que se preparen, que conozcan y profundicen en la Palabra de Dios. Y por parte del celebrante que explique vitalmente la Palabra de Dios proclamada. Como un her-

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EL GOZO DE VIVIR Y CELEBRAR LA EUCARISTÍA DE LA IGLESIA

mano que toma de la mano a sus hermanos y los va introduciendo en el Misterio que se celebra (mistagogia). Y la actitud de profunda adoración a lo largo de toda la celebración, pero especialmente en la consagración y comunión: “y ciertamente de una manera sustancial y permanente en las especies eucarísticas”.

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ACCIÓN DE CRISTO, CABEZA DE LA IGLESIA Y MINISTRO PRINCIPAL

Cuesta entender en la práctica que cuando preparamos la celebración de la Eucaristía el más importante es Jesús. Es el Ministro principal. Los cantos, los lectores, la ornamentación del lugar de la celebración, toda la celebración tiene que ir impregnada de esa presencia real del Señor que nos preside, nos habla y actualiza para nosotros su pasión-muerte-resurrección gloriosa. Por eso la Eucaristía es algo más que un asunto de derecho o rúbricas: “La celebración de la Misa, como acción de Cristo y del pueblo de Dios ordenado jerárquicamente, es el centro de toda la vida cristiana para la Iglesia, universal y local, y para todos los fieles individualmente, ya que en ella se culmina la acción con que Dios santifica al mundo en Cristo, y el culto que los hombres tributan al Padre, adorándole por medio de Cristo, Hijo de Dios, en el Espíritu Santo. Además, de tal modo se recuerdan en ella los misterios de la Redención a lo largo del año, que, en cierto modo, se nos hacen presentes. Todas las demás acciones sagradas y cualesquiera obras de la vida cristiana se relacionan con ella, proceden de ella y a ella se ordenan” (OGMR 16). Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote de la Nueva Alianza, está presente y actúa en toda acción litúrgica. Y cada uno de nosotros según los distintos ministerios y carismas. La Eucaristía de cada día y de cada domingo “es el centro de toda la vida cristiana para la Iglesia, universal y local, y para todos los fieles individualmente”. De ahí la centralidad de la Misa en la vida cristiana y sacerdotal. La Eucaristía es la actualización del misterio salvador de la Pascua de Cristo y en ella culmina la obra descendente de Dios: “en ella se culmina la acción con que Dios santifica al mundo en Cristo”; y el culto ascendente del hombre: “y el culto que los hombres tributan al Padre, adorándole por

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medio de Cristo, Hijo de Dios, en el Espíritu Santo”. Lo que celebramos no son recuerdos de algo que pasó, sino realidades que se hacen presentes para nosotros, en esta celebración: “de tal modo se recuerdan en ella los misterios de la Redención a lo largo del año, que, en cierto modo, se nos hacen presentes”.

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NOSOTROS SACERDOTES

Jesucristo es el único Sacerdote, pero nosotros por el Bautismo y la Confirmación, hemos recibido el Espíritu Santo que nos hace sacerdotes-profetas-reyes. De ahí que los bautizados-confirmados, tenemos derecho y deber de participar en la Eucaristía, según los distintos ministerios: “Es, por tanto, de sumo interés que de tal modo se ordene la celebración de la Misa o Cena del Señor que ministros sagrados y fieles, participando cada uno según su condición, reciban de ella con más plenitud los frutos para cuya consecución instituyó Cristo nuestro Señor el sacrificio eucarístico de su Cuerpo y Sangre” (OGMR 17). Los que somos responsables de preparar y celebrar la Eucaristía hemos de tener presente: “que toda la celebración se dispone de modo que favorezca la consciente, activa y plena participación de los fieles, es decir, esa participación de cuerpo y alma, ferviente de fe, esperanza y caridad, que es la que la Iglesia desea, la que reclama su misma naturaleza y a la que tiene derecho y deber, el pueblo cristiano, por fuerza del Bautismo” (OGMR 18). Derecho y deber, participación de cuerpo y alma, ferviente de fe, esperanza y caridad. El que preside no es el que lo hace todo o hace y deshace a su antojo. Derecho y deber de cada bautizado de participar en la Eucaristía de la Iglesia: “Las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia..., por eso pertenecen a todo el Cuerpo de la Iglesia, lo manifiestan y lo implican; pero cada uno de los miembros de este Cuerpo recibe un influjo diverso según la diversidad de órdenes, funciones y participación actual” (SC 26). Un trabajo a realizar por parte de los responsables de la celebración es la formación litúrgica de los que participan: “En las celebraciones litúrgicas, cada cual, ministro o simple fiel, al desempeñar su oficio, hará todo y sólo aquello que le corresponde por la naturaleza de la acción y las normas litúrgicas” (SC 28) 95



SIGNO DE LA IGLESIA UNIVERSAL

Con la participación activa de todo el pueblo de Dios, la Eucaristía es una especial manifestación de la Iglesia universal. Nos lo recuerda el Concilio: “Como no le es posible al Obispo, siempre y en todas partes, presidir personalmente en su iglesia a toda la grey, debe por necesidad erigir diversas comunidades de fieles. Entre ellas sobresalen las parroquias, distribuidas localmente bajo un pastor que hace las veces del Obispo, ya que de alguna manera representan a la Iglesia visible establecida por todo el orbe” (SC 42). San Juan Pablo II, escribió una Carta Apostólica sobre la santificación del Domingo “Dies Domini”. Dice el Papa: “Como he tenido oportunidad de recordar en otra ocasión, entre las numerosas actividades que desarrolla una parroquia ninguna es tan vital o formativa para la comunidad como la celebración dominical del Día del Señor y su Eucaristía”. Recuerda SC 42: “Hay que trabajar para que florezca el sentido de comunidad parroquial, sobre todo en la celebración común de la Misa dominical”. La asamblea dominical es el lugar privilegiado de la unidad, en ella se celebra el sacramentum unitatis: la Iglesia pueblo reunido “por” y “en” la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Las familias cristianas viven una de las manifestaciones de su identidad y de su “ministerio” de “iglesias domésticas”. En las Misas dominicales de la parroquia, como “comunidad eucarística”, es normal que se encuentren los grupos, movimientos, asociaciones y las pequeñas comunidades religiosas (Dies Domini 35-36). Es importante subrayar lo que dice el Papa que “entre las numerosas actividades que desarrolla una parroquia ninguna es tan vital o formativa para la comunidad como la celebración dominical del Día del Señor y su Eucaristía”. A la celebración de la Eucaristía del Domingo viene un gru-

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po numeroso de personas que a otras actividades formativas, de reuniones, catequesis…, no va. De ahí la importancia de preparar y celebrar bien la Eucaristía. Se alimentan del Pan de la Palabra y de la Eucaristía; rezan a lo largo de la celebración y se encuentran como comunidad. En la formación permanente de los sacerdotes debería ser tema fundamental.

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PARTICIPACIÓN

La participación en la celebración de la Eucaristía no es una moda, es exigencia de nuestra participación en el sacerdocio de Cristo. Y se manifiesta en la participación consciente, plena y activa. “La santa madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas que exige la naturaleza de la Liturgia misma, y a la cual tiene derecho y obligación, en virtud del bautismo, el pueblo cristiano, linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido (1 Pe 2,9). Al reformar y fomentar la sagrada Liturgia hay que tener muy en cuenta esta plena y activa participación de todo el pueblo, porque es fuente primaria y necesaria en la que han de beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano, y, por lo mismo, los pastores de almas deben aspirar a ella con diligencia en toda su actuación pastoral por medio de una educación adecuada. Y como no se puede esperar que esto ocurra si antes los mismos pastores de almas no se impregnan totalmente del espíritu y de la fuerza de la Liturgia y llegan a ser maestros de la misma, es indispensable que se provea, antes que nada, a la educación litúrgica del clero” (SC 14). Participación “plena, consciente y activa” del celebrante y de toda la comunidad que participa. Tenemos “derecho” y “deber” de participar. Porque “es fuente primaria y necesaria en la que han de beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano”. El Concilio hace ya 50 años que lo dijo, pero se ha olvidado o no se ha tenido en cuenta en la formación permanente del clero: “Y como no se puede esperar que esto ocurra si antes los mismos pastores de almas no se impregnan totalmente del espíritu y de la fuerza de la Liturgia y llegan a ser maestros de la misma, es indispensable que se provea, antes que nada, a la educación litúrgica del clero” 99



FORMACIÓN PERMANENTE, NO COMO ESPECTADORES

A muchos pastores nos ha faltado la “diligencia y paciencia” en nuestra propia formación y la de nuestros hermanos. La reforma litúrgica del Concilio Vaticano II ha sido muy profunda, intensa y extensa. Y en ocasiones se ha aplicado con mucha rapidez y superficialidad. “Lex orandi, lex credendi”: lo que oramos, lo creemos. “Los pastores de almas fomenten con diligencia y paciencia la educación litúrgica y la participación activa de los fieles, interna y externa, conforme a su edad, condición, género de vida y grado de cultura religiosa, cumpliendo así una de las funciones principales del fiel dispensador de los misterios de Dios, y en este punto guíen a su rebaño no sólo de palabra, sino también con el ejemplo” (SC 19). Cada pastor ha de conocer bien a sus hermanos y con una delicadeza inmensa, fomentar con “diligencia y paciencia” la formación sobre las “Magnalia Dei”, “Maravillas de Dios” que celebramos, y hacerlo “conforme a su edad, condición, género de vida y grado de cultura religiosa”. Y hay una recomendación para nosotros los que presidimos la celebración: “y en este punto guíen a su rebaño no sólo de palabra, sino también con el ejemplo”. Predicar con el ejemplo. Motivo de conversión permanente para el presbítero. Y otra recomendación conciliar para los que somos pastores en nuestras comunidades: “La Iglesia con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que, comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones, participen consciente, piadosa y activamente en la acción sagrada” (SC 48). Ahí tenemos un gran trabajo que hemos de intentar realizar con ilusión.

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LA EUCARISTÍA EN LA VIDA DE LOS SANTOS Y LOS MÁRTIRES

La vida de los santos nos muestra con claridad lo importante y fundamental que ha sido la Eucaristía, la Misa, para ellos, cómo la han vivido y han encontrado la fuerza para su vida santa. Transcribo dos experiencias de lo que es la Misa para un santo canonizado y para un obispo, encarcelado y perseguido durante unos años. San Pedro Poveda, sacerdote diocesano, escribía: “Señor, que cada día celebre mejor el Santo Sacrificio; hace 36 años que recibí la ordenación de presbítero, ¿cuántos más viviré? Solo Dios lo sabe. A Él pido la gracia de no dejar de celebrar con fervor ni un solo día la santa Misa”. Y el cardenal Nguyen van Thuan contó, dando Ejercicios Espirituales al Papa y a la curia Romana, lo siguiente: “Cuando en 1975 me metieron en la cárcel, se abrió camino dentro de mí una pregunta angustiosa: «¿podré seguir celebrando la Eucaristía?» En el momento en que vino a faltar todo, la Eucaristía estuvo en la cumbre de mis pensamientos: el Pan de vida. «Si uno come de este Pan, vivirá para siempre; y el Pan que yo le voy a dar es mi carne para la vida del mundo» (Jn 6,51). Cuántas veces recordé la frase de los mártires de Abitane (s. iv), que decían: «No podemos vivir sin la celebración de la Eucaristía». Nunca podré expresar mi gran alegría: diariamente, con tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de la mano celebré la Misa. ¡Este era mi altar y esta era mi catedral! Era la verdadera medicina del alma y del cuerpo: «medicina» de inmortalidad, remedio para no morir, sino para vivir siempre en Jesucristo, como dice S. Ignacio de Antioquia”. (F. X. Nguyen van Thuan, Testigos de la Esperanza, Ciudad Nueva Madrid 2000, p. 144-145). Testimonios vivos de que la Eucaristía era para estos hermanos vida de su vida.

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CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTÍA

“Las dos partes de que consta la Misa, a saber: la Liturgia de la Palabra y la Eucaristía, están tan intimamente unidas, que constituyen un solo acto de culto” (SC 56; OGMR 28) LITURGIA DE LA PALABRA • 1ª Lectura

LITURGIA DE LA EUCARISTÍA Ritos introductorios a ...

• Salmo responsorial Ritos introductorios • 2ª Lectura a ... • Canto de entrada • Beso al altar • Saludo al pueblo • Acto penitencial • Señor, ten piedad • Gloria a Dios en el cielo • Oración colecta

• Aleluia

• Se prepara el altar • corporal • purificador • Misal • caliz

• EVANGELIO

• ALTAR • PLEGARIA EUCARÍSTICA (Acción de gracias/ Aclamación/ Anámnesis o memorial/ Epíclesis / Relato de la institución/ Anámnesis/ Oblación u ofertorio/ Epíclesis/ Intercesiones/ Doxología final)

• Preparación a la Comunión • y se presentan las ofrendas • Homilía • Padre nuestro • pan y vino • Rito de la paz • colecta • Credo • Fracción del Pan • se lava las manos • COMUNIÓN • Oración de los fieles • invitación a orar: • Oración después de la comunión “Orad, hermanos...” • Oración sobre las • LECCIONARIO • Rito de conclusión: ofrendas - SEDE • algunos avisos breves • saludo y bendición del sacerdote • AMBÓN • despedida del pueblo • beso al altar

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Liturgia de la palabra

“Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo” (Mt. 17,5)



RITOS INTRODUCTORIOS A LA LITURGIA DE LA PALABRA

Llamada gozosa del Padre Cada uno de los que vamos a participar en la celebración de la Eucaristía, somos llamados a un encuentro particular y gozoso con Dios Padre, por medio de Jesucristo, con la fuerza del Espíritu Santo. Llamada gozosa del Padre anterior al lugar y la hora de la celebración, en casa, en el trabajo. Por eso se dejan las ocupaciones, sin olvidarse de ellas, nos reunímos con otros y se constituye la asamblea litúrgica. Sabemos lo que vamos a hacer: estamos llamados a participar en un momento de la historia de la salvación: que participaremos en las dos mesas, de la Palabra y de la Eucaristía; que somos miembros del único pueblo de Dios; que hemos de formar un solo corazón y una sola alma, haciendo caer todas las barreras que se pueden interponer, de edad, nación, condición social, lengua. El paso de la calle a la celebración exige una transición suave. Un dejar cosas para atender a otras. Concentración hacia el Misterio y una apertura a los hermanos. Con los ritos introductorios, los ojos del espíritu se van aclimatando y preparando para reconocer al Señor en su Palabra y en el partir el Pan. La Misa es como una mesa grande, formada por dos mesas, unidas indisolublemente. La mesa de la Palabra de Dios y la mesa de la Eucaristía. “La Misa podemos decir que consta de dos partes: la Liturgia de la Palabra y la Liturgia eucarística, tan estrechamente unidas entre sí, que constituyen un solo acto de culto, ya que en la Misa se dispone la mesa, tanto de la Palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, en la que los fieles encuentran instrucción y alimento” (OGMR 28). Para poder participar bien en la Liturgia de la Palabra y de la Eucaristía, hay unos ritos llamados introductorios que nos preparan para poder participar intensamente. “Los 109


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ritos que preceden la Liturgia de la Palabra, es decir, el canto de entrada, el saludo, el acto penitencial, el Señor ten piedad, el Gloria y la oración colecta, tienen el carácter de exordio, introducción y preparación. Su finalidad es hacer que los fieles reunidos constituyan una comunión y se dispongan a oír como conviene la Palabra de Dios y a celebrar dignamente la Eucaristía” (OGMR 46).

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LA ENTRADA Y EL CANTO QUE LA ACOMPAÑA

El pueblo, la comunidad ya reunida, mientras entra el sacerdote y los ministros, canta el canto de entrada. La finalidad de este canto es abrir la celebración, fomentar la unión. Esto supone que todos estén reunidos, no dispersos por el templo. Este canto de entrada ha de manifestar el gozo por encontrarnos reunidos y puede expresar e insinuar la idea, o alguna idea central de la celebración. “Reunido el pueblo, mientras entra el sacerdote con el diácono y los ministros, se comienza el canto de entrada. El fin de este canto es abrir la celebración, fomentar la unión de quienes se han reunido e introducirles en el misterio del tiempo litúrgico o de la fiesta y acompañar la procesión del sacerdote y los ministros” (OGMR 47). Es de gran importancia el canto en la celebración de la Eucaristía: “Amonesta el Apóstol a los fieles que se reúnen esperando la venida de su Señor, que canten todos juntos con Salmos, himnos y cánticos inspirados (Col 3,16). El canto es una señal de euforia del corazón (He 2,46), De ahí que San Agustín diga con razón: «Cantar es propio de quien ama»; y viene de tiempos muy antiguos el famoso proverbio: «Quien bien canta, ora dos veces»” (OGMR 39). El canto de entrada acompaña a la procesión de entrada. Procesión también en la presentación de las ofrendas y en la comunión. Son los tres cantos procesionales que acompañan al rito y deben ajustarse a la duración del rito. “Si no hay canto de entrada, los fieles o algunos de ellos o un lector recitarán la antífona que aparece en el Misal. Si esto no es posible, la recitará al menos el mismo sacerdote, quien también puede adaptarla a modo de monición inicial” (OGMR 48). La actitud exterior de estar de pie manifiesta vigilancia, actitud del que vigila, del que reza, del que se dispone a comenzar un camino: “Los fieles estén

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de pie, desde el principio del canto de entrada, o mientras el sacerdote se acerca al altar, hasta el final de la oración colecta” (OGMR 43). Puede existir también el encargado de recibir a los fieles en la puerta del templo y acomodarlos. Especial atención a los niños, ancianos y a los forasteros: “Existen también, en algunas regiones, los encargados de recibir a los fieles a la puerta de la iglesia, acomodarlos en los puestos que les corresponden y ordenar las procesiones” (OGMR 105d).

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VENERACIÓN DEL ALTAR Y LA SEÑAL DE LA CRUZ

El presbítero y los ministros han hecho en nombre de la asamblea un camino de acercamiento a Dios. Signo de profunda estima del altar: inclinación, beso e incensación. El beso del sacerdote y el diácono significan el beso de la Iglesia-esposa a Cristo-Esposo. Incienso: sacrificio ofrecido a Dios, oración, honor, purificación, santificación. “El sacerdote, el diácono y los ministros, cuando llegan al presbiterio, saludan al altar con una inclinación profunda. El sacerdote y el diácono, después, besan el altar como signo de veneración; y el sacerdote, según los casos, inciensa la cruz y el altar” (OGMR 49). El altar simboliza a Cristo, como piedra fundamental, roca viva. El altar, ara, habla de sacrificio y el mantel que lo cubre del convite de la “mesa del Señor” (1 Co 10,21). La amorosa veneración del altar se expresa por la inclinación profunda o la postración el Viernes Santo. Al incensar también la cruz se manifiesta la relación entre la pasión-muerte-resurrección de Jesús y el altar. “Terminado el canto de entrada, el sacerdote, de pie junto a la sede, y toda la asamblea hacen la señal de la cruz; a continuación el sacerdote, por medio del saludo, manifiesta a la asamblea reunida la presencia del Señor. Con este saludo y con la respuesta del pueblo queda de manifiesto el misterio de la Iglesia congregada” (OGMR 50). El gesto y la fórmula que lo acompaña: “En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”, recuerda el inicio de toda acción, y la fuente de toda santificación: la Santa Trinidad. Recuerdo del Bautismo, de nuestro sacerdocio bautismal. El “Amén” es una aclamación de adhesión y augurio.

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SALUDO A LOS FIELES

El sacerdote y los fieles se saludan. Y el saludo contribuye a crear clima de familia en la celebración. “El sacerdote, por medio del saludo, manifiesta a la asamblea reunida la presencia del Señor. Con este saludo y con la respuesta del pueblo queda de manifiesto el misterio de la Iglesia congregada” (OGMR 50). Presencia de Cristo en la asamblea: “Está presente… cuando la Iglesia reza y canta, ya que Él ha prometido: «Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20)” (SC 7). El Misal proporciona varias fórmulas de saludo, todas tomadas de la Palabra de Dios, no de la vida profana. a) “El Señor esté con vosotros” “Y con tu espíritu”. Esta expresión se encuentra en el libro de Rut, 2,4, el saludo de Booz a los segadores del campo. También en el saludo del ángel a María: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1,28) y en 2 Ts 3,16. “Y con tu espíritu” se encuentra en 2tim 4,22, y expresiones parecidas en Gal 6,18, Flp 4,23, Fil 25. El espíritu designa el elemento más noble de la persona. También la presencia del Espíritu que hace posible la celebración. Expresión muy usada por los orientales y los protestantes, que no puede reducirse al “contigo”. b) “La paz esté con vosotros”, si la celebración la preside el obispo. Es el saludo de Jesucristo Resucitado a los Apóstoles: Lc 24,36; Jn 20,19.21.26. c) “La gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el Amor del Padre y la Comunión del Espíritu Santo, esté con vosotros”. Estas palabras las encontramos en 2 Co 13,13, y es posible que Pablo la tomase de alguna fórmula litúrgica de la primitiva comunidad cristiana. d) “La gracia y la paz de Dios nuestro Padre y del Señor nuestro Jesucristo, esté con todos vosotros”. Esta fórmula de saludo se encuentra al comienzo de las cartas de S. Pablo: Rm 1,7; 1Cor 1,3; 2Cor 1,2; Gal

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1,3; Efes 1,2; Fil 1,2; Col 1,3; 2Tes 1,2; 2Tim 1,2; Tit 1,4. Introducción a la Misa del día: “Terminado el saludo, el sacerdote u otro ministro idóneo puede hacer a los fieles una brevísima introducción sobre la Misa del día” (OGMR 50, 31, 124). Es muy de desear que esta monición sea como nos dice el texto: “brevísima”. Es situar la celebración en el hoy, ahora, aquí, en esta comunidad concreta que se dispone a participar intensamente en la Misa.

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ACTO PENITENCIAL. ASPERSIÓN. ¡SEÑOR, TEN PIEDAD!

“La Iglesia encierra en su propio seno a pecadores, y siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación” (LG 8). La Iglesia, al comienzo de la celebración, se siente pecadora, necesitada del perdón y de la purificación para escuchar la Palabra de Dios y recibir el Cuerpo del Señor. “El que come o bebe indignamente el cáliz o el pan del Señor, será reo del cuerpo y sangre del Señor. Cada uno que se examine a si mismo, y después coma de este pan y beba de este vino; porque el que come y bebe sin reconocer el cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación” (1Cor 11,28). Encontramos en el acto penitencial las siguientes partes: a) Invitación al arrepentimiento, b) pausa de silencio, c) petición de perdón, d) conclusión: “Después el sacerdote invita al acto penitencial, que tras una breve pausa de silencio, realiza toda la comunidad con la fórmula de la confesión general y se termina con la absolución del sacerdote, que no tiene la eficacia propia del sacramento de la Penitencia” (OGMR 51). En lugar del acto penitencial y de las invocaciones “Señor, ten piedad”, puede hacerse el rito de la aspersión con agua bendita. La aspersión con agua bendita recuerda y subraya la Pascua, el Bautismo. Bautismo-Pascua, purificación y conversión son realidades inseparables de la vida cristiana. La Eucaristía del domingo es la Pascua del Señor: “Los domingos, sobre todo en el tiempo pascual, en lugar del acto penitencial acostumbrado, puede hacerse la bendición y aspersión del agua en memoria del Bautismo” (OGMR 51). “¡Señor, ten piedad!” Es la invocación que se encuentra en el Evangelio dirigida hacia Jesús por personas que sufren o piden ayuda (Mt 20,30-31; 15,22; 17,14; 9,27; Mc 10,47; Lc 17,13; 16,39). Kyrios, Cristo,

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el Señor, es el nombre que se da a Jesucristo Resucitado (He 2,36; 10,36; 1Co 8,6; Fil 2,11). “Después del acto penitencial, se dice el «¡Señor, ten piedad!», a no ser que este haya formado ya parte del mismo acto penitencial” (OGMR 52).

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GLORIA A DIOS EN EL CIELO

Quiere ser una continuación de los cánticos del NT, Magnificat, Benedictus, Nunc dimittis. Originariamente no fue compuesto para la Misa, sino para la oración de la mañana, como el himno “Oh luz gozosa” lo fue para la vespertina. Lo encontramos en documentos del s. IV. Se reza o canta en determinadas ocasiones, después del “Señor ten piedad”, y constituye por si mismo “el valor de un rito o acto” (OGMR 37 a). Se reza todos los domingos, excepto en Adviento y Cuaresma; en las solemnidades, en las fiestas, y en otras celebraciones más solemnes. “El Gloria es un antiquísimo y venerable himno con que la Iglesia, congregada en el Espíritu Santo, glorifica a Dios Padre y al Cordero y le presenta sus súplicas. El texto de este himno no puede cambiarse por otro… Se canta o se recita los domingos, fuera de los tiempos de Adviento y Cuaresma, en las solemnidades y en las fiestas y en algunas peculiares celebraciones más solemnes” (OGMR 53). El prólogo es el cántico angélico: “Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad” (Lc 2,14). Es la canción de cuna que los ángeles entonaron en Belén. Se alaba a Dios, se le bendice, se le glorifica, por aquello que es la Gloria del Padre: Jesucristo Resucitado. Los títulos del Padre: Señor Dios, Rey celestial, Dios Padre Todopoderoso. Los títulos de Jesucristo: Señor, Hijo único, Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre. Cordero de Dios (Jn 1,29.36) que quita el pecado del mundo. Jesucristo Resucitado, sentado a la derecha del Padre (Ef 1,20; Col 3,1) que tiene piedad de nosotros y acoge nuestras súplicas. Jesucristo que es el Santo, el Señor. Con el Espíritu Santo en la Gloria de Dios Padre: “Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil 2,11). Este himno ha de crear un clima de aclamación gozosa a la Glo-

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ria de Dios que es Jesucristo Resucitado, clima de admiración. Es en verdad un canto completo: tiene alabanza, entusiasmo, doxología y súplica. Un canto que rezuma alegría, confianza, humildad, y que da al inicio de la Eucaristía un tono de festividad: la mirada de la comunidad está puesta en la gloria de Dios: “Por tu inmensa gloria te alabamos”.

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ORACIÓN COLECTA

La comunidad reunida reza con una fórmula llamada “colecta”. El término “colecta” viene del latín “colligere”, recoger. Y es como el resumen de todas las plegarias precedentes. Y consta, a) de una invitación a la plegaria; b) de la pausa de silencio; c) de la oración del sacerdote; d) de la aclamación del pueblo. Después de la invitación a la oración se hace una breve pausa de silencio: “todos juntamente con el sacerdote, oran en silencio durante breve tiempo” (OGMR 54, 127). Silencio activo, que no es hacer nada. Es hacer entrar a los fieles en sí mismos: “Después de la invitación a orar, los presentes se recogen en su interior” (OGMR 45). Con este silencio se pretende que todos tomen conciencia de estar en la presencia de Dios y de rezar personalmente dentro del corazón. Oración dirigida al Padre por Cristo en el Espíritu: “Siguiendo una antigua tradición de la Iglesia, la oración colecta suele dirigirse a Dios Padre, por medio de Cristo en el Espíritu Santo y se termina con la conclusión trinitaria, que es la más larga” (OGMR 54). Siempre dirigida al Padre, se hace introducción-memoria, petición y por Jesucristo. Siempre por Jesucristo al Padre: ¡no se puede ir directamente! Al Padre por el Hijo con la fuerza del Espíritu. “El pueblo, para unirse a esta súplica, la hace suya con la aclamación: «Amén» (OGMR 54): expresión hebrea que quiere decir así sea, estamos de acuerdo, nos unimos, aceptamos. Con esta aclamación el pueblo hace suya la plegaria del sacerdote. Y con este “Amén” se concluyen los ritos introductorios de la celebración. Este “Amén” es como el sello de la intensa participación de los fieles en esta parte de la celebración. El que preside y toda la comunidad, se han puesto en la presencia de Dios, se ha constituido la asamblea, han rezado, se ha creado el clima de la celebración. Y después de esto, la asamblea puede escuchar la Palabra de Dios. 121



LITURGIA DE LA PALABRA

Ya se han realizado los ritos introductorios a la Liturgia de la Palabra, que nos han preparado para poder participar intensamente. “Los ritos que preceden la Liturgia de la Palabra, es decir, el canto de entrada, el saludo, el acto penitencial, el Señor ten piedad, el Gloria y la oración colecta, tienen el carácter de exordio, introducción y preparación. Su finalidad es hacer que los fieles reunidos constituyan una comunión y se dispongan a oír como conviene la Palabra de Dios y a celebrar dignamente la Eucaristía” (OGMR 46). En la Liturgia de la Palabra encontramos un signo que la Iglesia lo venera, besa, inciensa. Es el LECCIONARIO DE LA PALABRA DE DIOS. Todo lo que nosotros sabemos y celebramos en la Liturgia lo conocemos por la Palabra de Dios que la Iglesia ha puesto en los diferentes Leccionarios de la Misa, de los Sacramentos y de la Liturgia de las Horas. La Palabra de Dios proclamada en la Iglesia y por la Iglesia es la fuente de todo. Jesucristo es el Verbo, la Palabra, que en el inescrutable Consejo divino toma carne de María y se hace Hombre (Jn 1,14). Palabra divina, Palabra personal del Padre a todos los hombres. Y el Verbo de Dios está presente y habla: “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). “A quien pondrá por nombre Emmanuel, que traducido significa: Dios con nosotros” (Mt 1,23). “Palabra que está bien cerca de ti, está en tu boca y en tu corazón para que la pongas en práctica” (Deut 30,14). “Por tanto, la fe viene de la predicación, y la predicación, por la Palabra de Cristo” (Rom 10,17). Palabra que anuncia y realiza lo que anuncia. Cuando se proclama la Palabra de Dios, aquello que se proclama y se escucha, se hace realidad en la celebración de la Misa o los Sacramentos. La Palabra de Dios actualiza y hace presente

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para nosotros aquello que se proclama. Se actualiza para nosotros, aquí y ahora. De ahí la necesidad de una buena preparación personal, limpieza de corazón, y buena lectura o proclamación de la Palabra de Dios.

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PALABRA DE DIOS QUE SE COMUNICA

Dios se ha ido “revelando-manifestando” por medio de los patriarcas, profetas, los acontecimientos de la historia, pero de manera especial “por medio del Hijo” (Hb 1.1-2). Palabra que se “entiende”, no por razonamientos elevados, sino por gracia de Dios que hemos de pedir: “Bendito eres, Tú, Señor: enséñame tus mandatos” (Sal 118,12). “Habla una sola Palabra y mi siervo será salvado” dice el centurión (Mt 8,8). “¿A quién iremos, Señor?, tú tienes Palabras de vida eterna” (Jn 6,68). Somos el pueblo de la Palabra de Dios. En el Antiguo Testamento: en las Sinagogas, se leían dos lecturas, una de los Profetas y otra de la Torá (Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio). De ahí la afirmación del biblista alemán J. Jeremías: “Jesús nace en un pueblo que sabe rezar”. Como buenos hebreos fieles, Jesús, María y José participaban en la reunión semanal de la Sinagoga. De ahí pasó a la comunidad cristiana primitiva el amor a la Palabra de Dios. María la Madre de Jesús es modelo y ejemplo de cómo hemos de escuchar y aceptar y comunicar con gozo la Palabra de Dios (Lc 1,26-38). Palabra que se hace realidad por obra del Espíritu Santo, y que es comunicada con gozo a Isabel. Y esta “Buena Noticia gozosa” que es el Evangelio tiene que llegar a toda la tierra (Mt 28,18-20), y nos comprometemos a anunciarla y comunicarla: ¡Ay de mí si no evangelizare! (1 Cor 9,16).

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LA PALABRA, EN EL NUEVO TESTAMENTO, NACE DE LA CELEBRACIÓN LITÚRGICA

La Palabra de Dios en el Nuevo Testamento nace de la celebración litúrgica. Antes de ser escrita fue proclamada en la celebración de la Eucaristía del Día del Señor (Domingo). Cuando las comunidades cristianas fueron creciendo entonces fue necesario escribir las “enseñanzas de los Apóstoles”. Podemos decir que los Evangelios, “Buena Noticia gozosa de Jesús”, primero fueron proclamados y celebrados, y después escritos. Encontramos ya en el siglo II como era la Liturgia de la Palabra. Nos lo dice S. Justino: “El día que se llama del sol se celebra una reunión de todos los que moran en las ciudades o en los campos, y allí se leen, en cuanto el tiempo lo permite, los Recuerdos de los Apóstoles o los escritos de los Profetas. Luego, cuando el lector termina, el presidente, de palabra hace una exhortación e invitación a que imitemos estos bellos ejemplos” (Apol 1, c.67. BAC 206, p. 216). “El día que se llama del sol”, los paganos, llamaban al primer día de la semana “dies solis”, día del sol. Los cristianos, “Dies Domini”, Día del Señor Resucitado, Día del Señor. S. Justino escribe a los paganos y les dice lo que los cristianos hacemos el Día del Señor: nos reunimos, se escucha la Palabra de Dios, los Profetas; se proclama el Evangelio: “los Recuerdos de los Apóstoles”. Y la homilía: “el presidente, de palabra hace una exhortación e invitación a que imitemos estos bellos ejemplos”. Y el Concilio Vaticano II, va ahí, a los orígenes, cuando quiere hacer la gran reforma y volver al pueblo santo de Dios la Palabra del Señor. “A fin de que la mesa de la Palabra de Dios se prepare con más abundancia para los fieles, ábranse con mayor amplitud los tesoros de la Biblia” (SC 51). “Ábranse”, y se han abierto los tesoros de la Biblia y se han puesto en manos del pueblo santo de Dios en las diferentes lenguas

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EL GOZO DE VIVIR Y CELEBRAR LA EUCARISTÍA DE LA IGLESIA

del mundo. Nunca, en toda la historia de la Iglesia habíamos tenido tanta abundancia de Palabra de Dios en los diferentes Leccionarios de la Misa, de los Sacramentos y de la Liturgia de las Horas, como ahora. Por eso damos gracias a Dios por la gran reforma del Concilio Vaticano II.

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“FOMENTAR AQUEL AMOR SUAVE Y VIVO HACIA LA SAGRADA ESCRITURA”

Poner tanta Palabra de Dios en las lenguas de los pueblos y en manos del pueblo santo de Dios, pide una conversión de mente y de corazón de pastores y fieles. “En la celebración litúrgica, la importancia de la Sagrada escritura es muy grande. Pues de ella se toman las lecturas que luego se explican en la homilía, y los Salmos que se cantan, las preces, oraciones e himnos litúrgicos están penetrados de su espíritu, y de ella reciben su significado las acciones y los signos. Por tanto, para procurar la reforma, el progreso y la adaptación de la sagrada Liturgia hay que fomentar aquel amor suave y vivo hacia la Sagrada Escritura que atestigua la venerable tradición de los ritos tanto orientales como occidentales” (SC 24). La homilía explica, subraya, las maravillas de la Palabra de Dios proclamada: “de ella se toman las lecturas que luego se explican en la homilía”. “Los Salmos que se cantan”: los Salmos también son Palabra de Dios que no pueden ser sustituidos por ningún otro canto. Por eso un trabajo de pastores y fieles está en ir “fomentando aquel amor suave y vivo hacia la Sagrada Escritura que atestigua la venerable tradición de los ritos tanto orientales como occidentales”. La Iglesia tiene que ser discípula de la Palabra de Dios para poder ser después “maestra” de la Palabra. La Iglesia, pastores y fieles, obispos, presbíteros, diáconos, catequistas, lectores, padres y madres cristianos, educadores cristianos, primero discípulos para poder ser después “maestros”. La Iglesia es al mismo tiempo discípula y maestra: por mandato del Espíritu Santo habla la Palabra personal del Padre: “El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias” (Ap 2,7.11.29; 3,6.13.22). La Iglesia escucha con fe y conversión: “La Palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón” (Rom 10,8-17). Y la anuncia, para que todos los pueblos den culto al Padre, “en Espíritu y en Verdad” (Jn 4,23). 129



“LAS LECTURAS TOMADAS DE LA SAGRADA ESCRITURA, CON LOS CANTOS QUE SE INTERCALAN, CONSTITUYEN LA PARTE PRINCIPAL DE LA LITURGIA DE LA PALABRA” La Liturgia de la Palabra como la Liturgia de la Eucaristía tiene unos ritos precedentes que nos preparan para entrar en ella. Y luego la parte más importante. Los ritos introductorios nos han preparado y ahora nos disponemos a participar, escuchando y proclamando la Palabra de Dios. De ahí lo que nos dice la Ordenación General del Misal Romano: “Las lecturas tomadas de la Sagrada Escritura, con los cantos que se intercalan, constituyen la parte principal de la Liturgia de la Palabra; la homilía, la profesión de fe y la oración universal u oración de los fieles, la desarrollan y concluyen. Pues en las lecturas, que luego explica la homilía, Dios habla a su pueblo, le descubre el misterio de la redención y de salvación, y le ofrece alimento espiritual; y el mismo Cristo, por su Palabra, se hace presente en medio de los fieles. Esta Palabra divina la hace suya el pueblo con el silencio y los cantos, y muestra su adhesión a ella con la profesión de fe; y una vez nutrido con ella, en la oración universal hace súplicas por las necesidades de la Iglesia entera y por la salvación de todo el mundo” (OGMR 55). Las respuestas a esta Palabra de Dios son la homilía, que explica y subraya con gozo y viveza de espíritu, las maravillas de Dios, “magnalia Dei”. La Palabra de Dios proclamada y explicada en la homilía es alimento espiritual para el presbítero que preside y para la comunidad de hermanos que participa: “en las lecturas, que luego explica la homilía, Dios habla a su pueblo, le descubre el misterio de la redención y de salvación, y le ofrece alimento espiritual”. La importancia de prepararse bien las lecturas para que sean bien proclamadas y bien explicadas, porque “en las lecturas Dios habla a su pueblo”. Esa Palabra de Dios proclamada la 131


EL GOZO DE VIVIR Y CELEBRAR LA EUCARISTÍA DE LA IGLESIA

escuchamos, la meditamos, la interiorizamos con el silencio, el canto, la escucha atenta: “esta Palabra divina la hace suya el pueblo con el silencio y los cantos”. Muy conveniente recordar, ya que en algunas celebraciones dominicales se omite el Credo, que el cantar o rezar el Credo es una adhesión gozosa a la Palabra de Dios proclamada: “y muestra su adhesión a ella con la profesión de fe”.

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“LA LITURGIA DE LA PALABRA SE HA DE CELEBRAR DE MANERA QUE FAVOREZCA LA MEDITACIÓN” Esta afirmación de la Ordenación General del Misal Romano (56), ya nos habla de la actitud del que proclama la Palabra y de los que escuchamos esa Palabra. Nos tiene que ayudar, favorecer “la meditación”. Actitud de “recogimiento” en el que lee y en el que escucha. Sin prisas, fuerte, dándole sentido. Esto supone la preparación previa. No se puede proclamar la Palabra de Dios sin antes habérsela preparado. La importancia también de las pausas, del silencio: “conviene que haya en ella unos breves momentos de silencio”. Los momentos de silencio en la Liturgia de la Palabra pueden ser antes de las lecturas, después de la primera y segunda lectura, y cuando ya ha terminado la homilía. Silencio gozoso de acogida, de adoración, para que “con la gracia del Espíritu Santo, se perciba en el corazón la Palabra de Dios y se prepare la respuesta a través de la oración”. De ahí la importancia del silencio en toda celebración litúrgica. El silencio forma parte de la celebración: “también, como parte de la celebración”, por eso es silencio “sagrado”. Silencio de recogimiento revisando nuestra vida, silencio de meditación, de alabanza, de acción de gracias, según los momentos de la celebración: “También, como parte de la celebración, ha de guardarse en su tiempo silencio sagrado. La naturaleza de este silencio depende del momento de la Misa en que se observa: en el acto penitencial, después de la invitación a orar, los presentes se recojan en su interior; al terminar la lectura o la homilía, mediten brevemente sobre lo que han oído; después de la Comunión, alaben a Dios en su corazón y oren. Es laudable que se guarde, ya antes de la misma celebración, silencio en la iglesia, en la sacristía, y en los lugares más próximos, a fin de que todos puedan disponerse adecuada y devotamente a las acciones sagradas” (OGMR 45). 133



“NO ES LÍCITO SUSTITUIR LAS LECTURAS Y EL SALMO RESPONSORIAL, QUE CONTIENEN LA PALABRA DE DIOS, POR OTROS TEXTOS NO BÍBLICOS” La reforma litúrgica del Concilio Vaticano II ha sido la más extensa, especialmente haciendo que la Palabra de Dios llegue al pueblo en sus propias lenguas. El bien que esto reporta ya se puede ver y experimentar. Por eso hemos de ser “celosos” defensores de las lecturas de la Palabra de Dios que la Iglesia nos da en la celebración de la Eucaristía. Muchos santos y santos reformadores de la Iglesia soñaban tener lo que nosotros tenemos hoy. “A fin de que la mesa de la Palabra de Dios se prepare con más abundancia para los fieles, ábranse con mayor amplitud los tesoros de la Biblia” (SC 51). Y estos tesoros se han abierto. Y ahora no se puede desperdiciar tanta riqueza ni destruir la gran reforma del Concilio. De ahí que se nos recuerde que: “No es lícito sustituir las lecturas y el Salmo responsorial, que contienen la Palabra de Dios, por otros textos no bíblicos” (OGMR 57). La Palabra de Dios es para el pueblo santo de Dios y nadie se la puede hurtar. Es frecuente también cambiar el Salmo responsorial por otro canto más o menos expresivo. La Palabra de Dios es Jesús que habla: “Cristo está presente a su Iglesia sobre todo en la acción litúrgica… Está presente en su Palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es El quien habla” (SC 7). El Salmo responsorial es Palabra de Dios, más importante que cualquier palabra humana, por bonita que parezca. La Palabra de Dios tiene Fuerza por sí misma. Y si los Salmos son poco conocidos por el pueblo de Dios, ahí está nuestro trabajo en la formación bíblica y litúrgica de la comunidad. La Iglesia es madre y pedagoga y nos ha regalado las lecturas que tenemos y con el orden que la Iglesia las dispone, por eso hemos de respetar gozosamente lo que nos propone: “En 135


EL GOZO DE VIVIR Y CELEBRAR LA EUCARISTÍA DE LA IGLESIA

las lecturas se dispone la mesa de la Palabra de Dios a los fieles y se les abren los tesoros bíblicos. Se debe, por tanto, respetar la disposición de las lecturas bíblicas por medio de las cuales se ilustra la unidad de ambos Testamentos y la historia de la salvación” (OGMR 57).

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“EN LA MISA CELEBRADA CON LA PARTICIPACIÓN DEL PUEBLO, LAS LECTURAS SE PROCLAMAN SIEMPRE DESDE EL AMBÓN” (OGMR 58) Ambón: – Cristo Profeta, Evangelización y Enseñanza. Sede: – Cristo Pastor, Guía y Presidencia. Altar: – Cristo Sacerdote, – santificación en la Liturgia. El Altar, la Sede y el Ambón son elementos que merecen una atención especial dada la preeminencia que tienen sobre los restantes. El Ambón nació para proclamar las lecturas bíblicas en la celebración litúrgica. La importancia dada a este lugar en las antiguas comunidades cristianas manifestaba la importancia dada a la Sagrada Escritura. Se trataba de un lugar único y monumental, en el que progresivamente se fueron diferenciando diversas alturas para cada una de las lecturas de la Misa. En lo alto se reservaba el lugar para la proclamación del Evangelio. Pero al desaparecer la lectura de la Sagrada Escritura en la Liturgia del pueblo, porque este ya no comprende el latín, desaparece también el lugar litúrgico de la Palabra. Sin embargo aparece el púlpito como lugar de la predicación. La Iglesia quiere recuperar su sentido teológico. No se trata de un mueble multiusos, que pueda moverse o retirarse dependiendo de las celebraciones, sino el lugar exclusivo desde donde se proclama la Palabra de Dios. Lo que nos dice la Ordenación General del Misal Romano sobre el Ambón: “La dignidad de la Palabra de Dios exige que en la iglesia haya un lugar adecuado para su proclamación, hacia el que, durante la Liturgia de la Palabra, se vuelva espontáneamente la atención de los fieles. Conviene que en general este lugar sea un ambón estable, no un facistol portátil. El ambón, según la estructura de cada iglesia, debe estar colocado de tal modo que permita al pueblo ver y oír bien a los ministros ordenados y a los lectores. Desde el ambón únicamente se proclaman 137


EL GOZO DE VIVIR Y CELEBRAR LA EUCARISTÍA DE LA IGLESIA

las lecturas, el Salmo responsorial y el pregón pascual; pueden también hacerse desde él la homilía y las intenciones de la oración universal. La dignidad del ambón exige que a él solo suba el ministro de la Palabra” (OGMR 309).

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LECTURA O PROCLAMACIÓN

Proclamar es más que leer. Es comunicar un mensaje actual de Dios a la comunidad reunida y a cada uno de los oyentes. Dios habla por boca de su ministro y renueva la alianza con su pueblo. Por los oídos penetra en el corazón para suscitar la respuesta de la fe y de la vida. Proclamación indica toda una actitud de acoger y aceptar la responsabilidad de que aquella Palabra de Dios llegue a la comunidad, y llegue porque ha llegado a uno mismo. Dios, por boca del ministro, habla a la comunidad, y por tanto tiene que llegar hasta el fondo del corazón de los que escuchan, para que den una respuesta a esta Palabra de Dios. El lector procurará que el micrófono funcione bien, leerá fuerte, alto, despacio, dará un tono personal a lo que lee o proclama, según sea el estilo de las lecturas. Los lectores “han de ser aptos y diligentemente preparados” (OGMR 101). La proclamación de las lecturas se hace desde el Ambón: “Desde el Ambón se pronuncian las lecturas, el Salmo responsorial y el pregón pascual; puede hacerse desde él la homilía y la oración universal u oración de los fieles. No puede ocupar el Ambón el comentarista, el cantor o el director del coro” (OGMR 309). La lectura se proclama o se lee sin ninguna ceremonia especial. El Leccionario se encuentra en el Ambón, abierto. Y al final se dice: ¡Palabra de Dios! Es como una aclamación gozosa para decir que aquella Palabra no es una cosa cualquiera, es Dios quien nos ha hablado. “Terminada la oración colecta, todos se sientan… El lector se dirige al ambón, y, del Leccionario, colocado allí antes de iniciarse la Misa, proclama la primera lectura, que todos escuchan. Al final, el lector pronuncia la aclamación: «Palabra de Dios» y todos responden: «Te alabamos, Señor»” (OGMR) 128).

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LA PALABRA DE DIOS SIEMPRE ES INICIATIVA DE DIOS. LA PALABRA DE DIOS ES “MEMORIAL”. LA PALABRA DE DIOS ES DIÁLOGO Dios siempre tiene la iniciativa, y por eso habló y habla a su pueblo, y se hace presente en la celebración litúrgica, interpelando a su pueblo y esperando su respuesta. “Cristo está siempre presente a su Iglesia sobre todo en la acción litúrgica… Está presente en su Palabra, pues cuando se leen en la Iglesia las Sagradas Escrituras, Dios mismo habla a su pueblo, y Cristo, presente en su Palabra, anuncia el Evangelio” (OGMR 29; SC 7). La proclamación de la Palabra de Dios no es simple repetición de palabras pronunciadas en el pasado en los libros sagrados, ni un recuerdo de hechos pasados que no tienen nada que ver con el presente. La Palabra de Dios, proclamada y celebrada en la Iglesia y por la Iglesia es un “memorial”: actualiza y hace eficaz aquello que sucedió, recuerda y la hace eficaz para nosotros que estamos ahora reunidos. Aquella historia de la salvación continúa ahora y aquí, en nuestra comunidad, en mí. La Liturgia de la Palabra es diálogo por su naturaleza. En la acción litúrgica Dios habla a su pueblo, y el pueblo responde con el canto, la oración, el compromiso concreto. Dios habla a la comunidad y la comunidad responde a la Palabra de Dios. Dios instruye y la comunidad escucha la Palabra, cree, reza y se compromete. La Palabra de Dios se proclama en un acto de culto, se acepta, se responde con gozo, y se intenta vivir. Por eso es fundamental en toda catequesis.

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LA PALABRA DE DIOS Y LOS SACRAMENTOS. ANUNCIO Y CELEBRACIÓN

No se pueden separar la Palabra de Dios, la fe, los Sacramentos: “La predicación de la Palabra se requiere para el ministerio mismo de los Sacramentos, como quiera que son Sacramentos de la fe, la cual nace de la Palabra y de ella se alimenta” (PO 4). “Los Sacramentos no sólo suponen la fe, sino que a su vez la alimentan, la robustecen y la expresan por medio de palabras y cosas; y por esto se llaman Sacramentos de la fe” (SC 59). La fe que es necesaria y se supone para los Sacramentos, viene de la Palabra: “¿Cómo invocarán a Aquel en quien no han creído? O ¿cómo creerán en Él sin haber oido de Él? Y ¿cómo oirán si nadie les predica? Y ¿cómo predicarán, sino son enviados?” (Rm 10,14-15). De ahí que esas divisiones ideológicas entre “evangelizar” y “sacramentalizar” no existen. Existen solo en la mente de algunas personas. El anuncio de la Palabra lleva a la celebración, y una buena celebración supone también un buen anuncio de la Palabra, evangelización. “Los fieles, escuchando la Palabra de Dios, descubren que las maravillas anunciadas encuentran su coronación en el Misterio pascual, cuyo memorial se celebra sacramentalmente en la Misa” (Inst. “Eucharisticum Mysterium” Sda. C. de Ritos 25-V-67). La Palabra de Dios anuncia el Misterio pascual y suscita la fe en él; Misterio pascual que se celebra en la Eucaristía. La Palabra desemboca, por medio de la fe, en el Sacramento, y el Sacramento encuentra su fundamento en la Palabra. De ahí su inseparable unidad entre la Liturgia de la Palabra y la Eucaristía. “La Mesa, tanto de la Palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, en la que los fieles encuentran instrucción y alimento” (OGMR 28). “La Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el

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Cuerpo de Cristo, pues sobre todo en la sagrada Liturgia, nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo” (DV 21).

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LECTURAS BÍBLICAS. NÚMERO Y ORDEN DE LAS LECTURAS. CICLOS A-B-C

La Iglesia primitiva lee la Palabra de Dios, como ya se hacía en la sinagoga (Lc 4,16-30; 1 Ts 5,27; Col 4,16), y tenemos los testimonios de S. Justino (165) y de Tertuliano (240). La gran reforma del Vaticano II que quiso que “en las celebraciones sagradas debe haber lecturas de la Sagrada Escritura más abundantes, más variadas y más apropiadas” (SC 35). “A fin de que la mesa de la Palabra de Dios se prepare con más abundancia para los fieles, ábranse con mayor amplitud los tesoros de la Biblia, de modo que, en un período determinado de años, se lean al pueblo las partes más significativas de la Sagrada Escritura” (SC 51). Antes de la reforma litúrgica se leían dos lecturas: una del Antiguo Testamento o Nuevo Testamento, y el Evangelio. Ahora, los domingos y solemnidades, tres lecturas. Los días ordinarios, dos; pero en ciertos casos es facultativo hacer tres: Misas de matrimonio o de Exequias. Cuando hay tres lecturas, la primera es del Antiguo Testamento, la segunda del Nuevo Testamento, y la tercera el Evangelio. Excepto el tiempo pascual que las dos primeras son del Nuevo Testamento. No se ha hecho nada nuevo: en el rito romano era así hasta el s. v. En el rito ambrosiano hay tres lecturas; en el hispánico tres; cuatro en el rito caldeo; seis en el siríaco. El orden: Antiguo Testamento-Nuevo Testamento y Evangelio, viene desde el principio; y es la reflexión sobre el aspecto histórico de los datos revelados. Las lecturas se han distribuido en Leccionarios, según los diferentes países, aunque son las mismas lecturas. Leccionarios de los domingos, de las fiestas, de los días ordinarios, de los santos, de las Misas rituales, de las

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Misas votivas y varias necesidades. Todo esto forma el Leccionario oficial de la Misa romana. En el Leccionario dominical y festivo, las lecturas, generalmente, se distribuyen en tres ciclos: A, B, C. Para saber en qué año del ciclo se encuentra (A, B, C), se parte de la suposición que el primer ciclo haya comenzado el primer año de la era cristiana (1º: año A; 2º: año B; 3º: año C). Así hasta nuestros días. Teniendo presente que el Año litúrgico comienza el primer Domingo de Adviento.

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ELECCIÓN DE LAS LECTURAS. ¿QUÉ LECTURAS HAY QUE ELEGIR?

Se ha tenido en cuenta la concordancia temática, y la lectura semicontinua de los libros bíblicos en una serie de celebraciones. Concordancia temática quiere decir que las tres lecturas tienen relación entre ellas por el tema o los temas que tratan. Y lectura semicontinua quiere decir que un domingo se lee un trozo de una carta de los Apóstoles, y al domingo siguiente se continúa. Pero no hay reglas fijas para la aplicación de estos dos principios. En los domingos de Adviento, Cuaresma y Pascua, se aplica el principio de la concordancia temática; en los domingos del tiempo ordinario, se emplean los dos principios, de concordancia temática y de la lectura semicontinua. En algunas celebraciones, fiestas de santos, celebraciones de Sacramentos, hay variedad de lecturas para elegir. Pero hay que tener siempre presente el bien de los fieles que participan. “La eficacia pastoral de la celebración aumentará, sin duda, si se saben elegir bien los textos apropiados, lecciones, oraciones y cantos que mejor responden a las necesidades y a la preparación espiritual y modo de ser de quienes participan en el culto. Esto se obtendrá adecuadamente si se sabe utilizar la amplia libertad de elección que enseguida se describe. El sacerdote, al preparar la Misa mirará más al bien espiritual común de la asamblea que a sus personales preferencias. Tenga además presente que una elección de este tipo estará bien hacerla de común acuerdo con los que ofician con él y con los demás que habrán de tomar parte en la celebración, sin excluir a los mismos fieles en la parte que a ellos más directamente corresponde” (OGMR 352). Es importante para los presbíteros que preparamos la celebración de la Eucaristía o los Sacramentos, recordar que hemos de mirar más el bien espiritual de los fieles que nuestros gustos o preferencias. 147



INTRODUCCIÓN A LAS LECTURAS

Antes de la Liturgia de la Palabra se pueden hacer unas moniciones, o antes de cada una de las lecturas: “Igualmente corresponde al sacerdote, en cuanto que ejerce el cargo de presidente de la asamblea reunida, decir algunas moniciones o fórmulas de introducción… El sacerdote procure guardar siempre el sentido de la monición que se propone en el Misal y expresarlo en pocas palabras… También le es permitido introducir a los fieles en la Misa del día con brevísimas palabras, tras el saludo inicial y antes del acto penitencial; en la Liturgia de la Palabra, antes de las lecturas; en la Plegaria eucarística, antes del Prefacio, pero nunca dentro de la misma; igualmente, dar por concluida la entera acción sagrada, antes de la fórmula de despedida” (OGMR 31). Que sea una monición, no una homilía. La puede hacer el mismo sacerdote o un ministro idóneo. Tener en cuenta la advertencia: “en la Plegaria eucarística, antes del Prefacio, pero nunca dentro de la misma”.

El lector En el siglo ii se encuentra el ministerio del lector, el oficio de lector. Recibían una bendición especial para significar la idoneidad para leer y proclamar la Palabra de Dios. Cuando la lectura del Evangelio se reservó al diácono y la epístola al subdiácono, desapareció el oficio o ministerio del lector. El diácono proclama el Evangelio y el lector las otras lecturas: “Según la tradición, el oficio de proclamar las lecturas no es presidencial, sino ministerial. Así pues, las lecturas las proclama el lector…” (OGMR 149


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59); “El lector es instituido para proclamar las lecturas de la Sagrada Escritura, excepto el Evangelio. Puede también proponer las intenciones de la oración universal, y, a falta de salmista, proclamar el Salmo responsorial. El lector tiene un ministerio propio en la celebración eucarística (cf. nn. 194-198), ministerio que debe ejercer por sí mismo” (OGMR 99). Ministerio muy importante. De él depende que la Palabra de Dios sea escuchada y entendida.

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EL MINISTERIO DEL LECTOR

Es un ministerio recuperado. La Iglesia “ministerial”, servidora. El Espíritu Santo suscita carismas, servicios, ministerios, para la edificación de todo el Cuerpo (1 Cor 12,4-6). Cristo desempeñó este ministerio. Entendió su misión como una diaconía (LG 18), se hizo servidor de todos (Lc 22,27). Estando en la sinagoga de Nazaret “y se puso en pie para hacer la lectura” (Lc 4,16), leyendo y comentando el pasaje de Isaías que lo presenta como Ungido y anunciador de la Buena Nueva del Reino. Contemplando a Jesús, de pie ante la asamblea, leyendo la Palabra de Dios, vemos la grandeza de este ministerio que tiene como objeto “proclamar la Palabra de Dios en las celebraciones litúrgicas, educar en la fe a los niños y a los adultos, prepararlos para recibir dignamente los sacramentos, y anunciar la Buena Nueva de la salvación a los hombres, que aún la ignoran” (Ritual de Ordenes, Rito para instituir lectores, 4). El ministerio del lector es uno de los ministerios instituidos por la Iglesia, que pueden ser conferidos con un rito especial. Este ministerio puede ser desempeñado en las celebraciones litúrgicas, por encargo temporal, por todos los laicos (Codigo de Derecho Canónico, c.230,2). La lectura de la Palabra de Dios en la celebración litúrgica es el centro de la Liturgia de la Palabra, el Señor habla a su pueblo: “Él está presente en su Palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es Él quien habla” (SC 7). En este diálogo vivo entre Dios y su pueblo, el ministerio del lector aparece como un servicio de mediación, hacerse mensajero y portavoz de la Palabra de Dios. El lector es el último eslabón para que la Palabra de Dios llegue al pueblo, ofrece su voz y sus recursos de interpretación para que se realice esa especie de última encarnación o morada de Dios entre los hombres. “Por condescendencia con nosotros, la Palabra ha descendido 151


EL GOZO DE VIVIR Y CELEBRAR LA EUCARISTÍA DE LA IGLESIA

a las sílabas de nuestros sonidos”, en este mundo la Palabra se nos da “en letras, en sonidos, en códices... en la voz del lector y del homileta” (S. Agustín). “Por amor a esta Palabra y por agradecimiento a este don de Dios, el lector tiene que hacer un acto de entrega y un esfuerzo diligente. Si su voz no suena, no resonará la Palabra de Cristo; si su voz no se articula, la Palabra se volverá confusa; si no da bien el sentido, el pueblo no podrá comprender la Palabra; si no da la debida expresión, la Palabra perderá parte de su fuerza. Y no vale apelar a la omnipotencia divina, porque el camino de la omnipotencia, también en la Liturgia, pasa por la encarnación” (L. A. Schokel).

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LAS COMPETENCIAS DEL LECTOR

La lectura de los textos bíblicos no es un oficio presidencial, sino ministerial: “Según la tradición, el oficio de proclamar las lecturas no es presidencial, sino ministerial. Así pues, las lecturas las proclama el lector, pero el Evangelio, el diácono…” (OGMR 59). El Evangelio está reservado al diácono, faltando este, el presbítero. Las demás lecturas deben hacerlas los lectores. “El lector queda instituido para la función que le es propia, de leer la Palabra de Dios en la asamblea litúrgica. Por lo cual proclamará las lecturas de la Sagrada Escritura, pero no el Evangelio, en la Misa y en las demás celebraciones sagradas; faltando el salmista, recitará el Salmo interleccional; proclamará las intenciones de la Oración de los Fieles, cuando no haya a disposición diácono o cantor; dirigirá el canto y la participación del pueblo fiel; instruirá a los fieles para recibir dignamente los sacramentos” (Pablo VI, Ministeria Quaedam 5). El lector ha de tener “aquel amor suave y vivo hacia la Sagrada Escritura” (SC 24). Su ministerio es transmitir a los fieles “los tesoros bíblicos de la Iglesia” (SC 51). La lectura asidua y el estudio diligente de la Escritura, acompañado de la oración. Tiene que familiarizarse personalmente y acogerla en su corazón para hacerla llegar a los demás. El testimonio personal que brota de la meditación de la Palabra, hace que el lector anuncie de palabra y con obras. El lector pone al servicio de la Palabra de Dios toda su persona y toda su capacidad de comunicación. Y hace esto mismo al servicio de la asamblea de los fieles, para que el pueblo pueda comprender la Palabra de Dios y ponerla en práctica (Jn 14,15). Los lectores han de ser aptos y diligentemente preparados. Procurar que tengan conocimiento y amor a la Escritura y dotes humanas para el arte de la comunicación.

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Instrucción bíblica: capacitados para entender el sentido de las lecturas, no se trata de que conozcan los aspectos exegéticos de los textos, sino de que adquieran un conocimiento profundo y vital de la Sagrada Escritura a la luz de la tradición litúrgica. Instrucción litúrgica: conocimiento de la Palabra de Dios y su conexión con la Liturgia Eucarística. Conocimiento de los diferentes tiempos del Año Litúrgico y los Leccionarios. Preparación técnica: relativa a la comunicación y a la lectura en público. Teniendo en cuenta todo esto, no se puede improvisar un lector. Este ministerio exige seriedad y preparación.

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CONDICIONES MATERIALES PARA UNA BUENA PROCLAMACIÓN DE LA PALABRA DE DIOS El libro, bien impreso. El libro debe estar colocado en el ambón, a una altura conveniente, para que el lector pueda ver fácilmente a la asamblea, y ser visto por ella. Es necesario una buena iluminación y una adecuada colocación del micrófono. Técnicas de proclamación: leer en alta voz no es lo mismo que leer en privado. Es más importante leer un texto de la Palabra de Dios que hablar a la asamblea. La Palabra de Dios no puede llegar a los fieles con menos viveza y energía que las otras palabras pronunciadas en la celebración. Cada palabra del texto cobra vida en los labios del lector. 1) Preparación de la lectura: conocimiento previo del texto que va a proclamar, para familiarizarse con las palabras que va a leer, para hacerlas suyas, especialmente las palabras esenciales o difíciles de pronunciar, y descubrir los momentos de más intensidad. Conocer el género literario, si es narrativo, lírico, meditativo..., y la estructura del pasaje, si es un diálogo, un poema, una exhortación. 2) Articulación y tono: la lectura debe llegar sin que se pierda una palabra o una sílaba. Al leer se debe abrir la boca lo suficiente para que se escuchen perfectamente todas las vocales, y para que las consonantes se hagan sentir con nitidez. Al texto hay que darle vida con el tono y el ritmo que se da a la lectura, sin caer en la monotonía. Huir del “tonillo”. Las interrogaciones y los paréntesis son buena ocasión para subir o bajar la voz. Lo primero que se pide al lector es que hable claro, que se le entienda con claridad. No lejos de hablar con claridad, está el hecho de respirar 155


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adecuadamente. El miedo no debe afectar al lector. La acústica del templo impone ciertas condiciones al lector. 3) Ritmo de proclamación: cada lector tiene su propio ritmo y cada lectura exige el suyo. Lo importante es que los oyentes entiendan el mensaje transmitido. La estructura del texto es la que impone el ritmo. Se puede leer más aprisa un pasaje que tiene una importancia menor, y dar un ritmo más lento a las frases que merecen mayor interés. La puntuación debe ser respetada. Las pausas permiten respirar al lector, y ayudan al auditorio a comprender lo que se está leyendo. 4) Leer con expresión: el lector debe identificarse con lo que lee, para que la palabra que transmite surja viva y espontánea, captando a los oyentes, y penetre en el corazón del que escucha.

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ACTITUD CORPORAL Y VESTIDURA DEL LECTOR

El lector debe manifestar en su comportamiento exterior que es el primero en aceptar la Palabra que proclama. El cuerpo, el vestido, el rostro y las manos, deben denotar un sentimiento interior. El lector, antes de ser escuchado, es visto y observado por quienes le van a escuchar. Cuidará, por tanto, que no sea precisamente su vestido o su “desvestido” lo que, en primer lugar, llame la atención de la asamblea. Al comenzar la Liturgia de la Palabra puede ser oportuno hacer una breve introducción a las lecturas que se han de proclamar. Ha de ser breve y no puede suplantar a la homilía. No se hace desde el ambón. Importancia del silencio en el ejercicio del ministerio del lector: El silencio es un elemento importante de la celebración (SC 30; OGMR 45) para el encuentro del hombre con Dios. Nunca debe comenzar el lector a leer hasta que los fieles no estén acomodados y hayan desaparecido los ruidos. Es preciso tener calma y no acercarse precipitadamente al ambón, mantener una postura digna y, antes de empezar a leer, tratar de comunicarse con la asamblea a través de una mirada confiada. La palabra no solo brota en el silencio, también se desarrolla y vivifica en el silencio. Durante la lectura, las pausas que se van haciendo, ayudan a interiorizar la palabra proclamada. El silencio al final de la lectura está recomendado para que al callar la voz del lector resuene en el interior del hombre la Palabra de Dios proclamada. El Leccionario: El Leccionario es el libro litúrgico de la Palabra de Dios. Es un signo sacramental de la presencia de Dios por medio de su Palabra leída y proclamada. “La Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Es157


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crituras al igual que el mismo cuerpo del Señor, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de la Palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo” (DV 21). Es llevado en procesión, luces, incensado, besado, depositado sobre el altar. El ambón (OGMR 309): Destacado, visible, fijo, único, amplio, adornado, el cirio pascual. El ambón es el lugar de la proclamación de las lecturas, que debe ocupar el lector cuando ejerce su ministerio. El ambón no es el lugar del comentador o del director del canto. El ambón es signo del sepulcro vacío: todos los evangelios narran que las mujeres, al entrar al sepulcro de Jesús, vieron un angel que les dio el anuncio de la resurrección, y las invitaba a comunicárselo a los discípulos (Mc 16,1-8; Mt 28,1-8; Lc 24,1-12; Jn 20,1-10). La tumba, el ambón; el ángel, el diácono; la Buena Noticia, el Leccionario; las mujeres, los fieles cristianos que escuchan la Palabra.

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PROFETA – APÓSTOL – EVANGELIO

“Primero se lee al Profeta y al Apóstol, y después el Evangelio” (S. Ambrosio, en PL 15,1518). También el Misal Romano usa esta terminología: “Para los domingos y días festivos se señalan tres lecciones, es decir, Profeta, Apóstol y Evangelio, con los que se educa al pueblo cristiano a sentir la continuidad de la obra de salvación, según la admirable pedagogía divina. Estas lecturas han de hacerse estrictamente. En el Tiempo Pascual, según la tradición de la Iglesia, en lugar del Antiguo Testamento, la lectura se toma de los Hechos de los Apóstoles” (OGMR 357). Profeta: con este nombre se quiere indicar las lecturas del Antiguo Testamento. La realidad plena y definitiva es Jesucristo Resucitado, pero esa realidad comienza en el Antiguo Testamento, que es como una sombra. Es el inicio de esa realidad. Y Dios habló “por medio de los profetas” (Hb 1,1). En el Antiguo Testamento está escondido el Nuevo Testamento, y en el Nuevo Testamento se manifiesta el Antiguo Testamento, decía San Agustín. La unidad de los dos testamentos está centrada en Cristo y en su Misterio pascual. Existe un sólo designio de salvación, que se va realizando en fases sucesivas. Y Jesús mismo habla de esa continuidad: “No he venido a abolir la Ley y los Profetas, sino a dar cumplimiento” (Mt 5,17). Pero Jesús nos enseña que hay que ver el Antiguo Testamento desde Jesucristo Resucitado: “comenzando desde Moisés y pasando por los Profetas, les explicó las Escrituras” (Lc 24,27). Y a los discípulos reunidos en el cenáculo: “es necesario que se cumplan todas las cosas escritas sobre mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos” (Lc 24,44). Y Jesús Resucitado abre “la inteligencia de las Escrituras” (Lc 24,55). Jesús se ha formado con la lectura y meditación del Antiguo Testamento. Los Salmos eran su

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plegaria; y la manera de ver la historia, ver la intervención de Dios, la cercanía de Dios en la vida concreta del pueblo, es ejemplo para nosotros. En Adviento se lee a Isaías, especialmente; también en el tiempo de Navidad, las lecturas de las cuatro Misas; en la Epifanía y en el Bautismo de Jesús. En Cuaresma se toman lecturas que tengan especial referencia a la historia de la salvación, apropiadas para una catequesis bautismal. La lectura del Antiguo Testamento de los días ordinarios tiene relación con el Evangelio. En el tiempo durante el año, las lecturas del Antiguo Testamento, en los domingos, tienen relación con el Evangelio (principio de concordancia temática). Los días ordinarios, el Antiguo Testamento se ha dispuesto en un ciclo bienal; en varias semanas se alternan lecturas del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento. Del Antiguo Testamento se han querido escoger los trozos mejores o que caracterizan más a cada libro.

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APÓSTOL

Se entiende por este nombre los libros del Nuevo Testamento, Hechos, Cartas, Apocalipsis, menos los Evangelios. “Los mismos Apóstoles y otros de su generación pusieron por escrito el mensaje de la salvación inspirados por el Espíritu Santo” (DV 7). “Estos libros, según el plan de Dios, confirman la realidad de Cristo, van expresando su doctrina auténtica, proclaman la fuerza salvadora de la obra divina de Cristo, cuentan los comienzos y la difusión maravillosa de la Iglesia, predicen su consumación gloriosa” (DV 20). Es la experiencia de cómo la primitiva Iglesia, la Iglesia apostólica, vivía y explicaba a Cristo Resucitado. Entonces como ahora la Iglesia celebra y vive de Jesucristo Resucitado animada por la fuerza del Espíritu. En el tiempo de Navidad se hace lectura semicontinua de 1 Jn. La tradición la ha colocado durante este tiempo por su clima navideño. En Cuaresma, las lecturas del Apóstol solo se hacen los domingos, y concuerdan temáticamente con el Profeta y el Evangelio. En el tiempo pascual se leen los Hechos, los domingos y los días ordinarios. Los domingos estas lecturas de los He están distribuidas en un ciclo trienal. Para los días ordinarios el ciclo de las lecturas es anual (criterio de lectura semincontinua). Los días ordinarios, para la primera lectura, hay un ciclo bienal, se alternan las lecturas del Apóstol con el Profeta.

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CANTOS INTERLECCIONALES

Entre medio de las lecturas se intercalan cantos. Son el Salmo responsorial (gradual), y el Aleluya, u otro canto en los tiempos que no se canta el Aleluya. Y en algunas celebraciones, la secuencia. La misión de estos cantos llamados interleccionales es establecer un diálogo entre Dios que habla y la comunidad a la que Dios habla. El Salmo responsorial y el Aleluya son los cantos más antiguos de la Misa romana (s. iv). Salmo responsorial: se llama así porque se canta en forma responsorial. Un cantor o un salmista, o el lector, lee el Salmo (OGMR 99, 102, 196), y la asamblea intercala una respuesta, un estribillo, tomado generalmente del mismo Salmo. También se le llama “gradual” porque antiguamente el cantor lo proclamaba desde las gradas (gradus) del ambón. El Salmo responsorial es “parte integrante de la Liturgia de la Palabra” (OGMR 61). Es la respuesta a la Palabra de Dios proclamada en la primera lectura. Se responde a la Palabra de Dios con la Palabra de Dios. El Salmo responsorial tiene por sí mismo un valor de rito; se diferencia de otros cantos que son de acompañamiento: el canto de entrada, de ofertorio, de comunión: “Otras fórmulas: algunas tienen por sí mismas el valor de rito o de acto: por ejemplo, el Gloria, el Salmo responsorial, el Aleluya y el versículo antes del Evangelio, el Santo… Otras, simplemente acompañan a un rito, como los cantos de entrada, del ofertorio, de la fracción (Cordero de Dios) y de la Comunión” (OGMR 37). Es, por tanto, una parada obligada para gozar, meditando, cantando, alabando, dando gracias a Dios por la Palabra escuchada. El pueblo participa recitando o cantando el estribillo: “Después de la primera lectura, sigue

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el Salmo responsorial, que es parte integrante de la Liturgia de la Palabra y goza de una gran importancia litúrgica y pastoral, ya que favorece la meditación de la Palabra de Dios” (OGMR 61).

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ALELUYA

La función del Aleluya es con respecto al Evangelio: ayudar a toda la asamblea a que se prepare para aceptar con gozo y alegría la Palabra del Evangelio. Es una fórmula litúrgica que tiene por sí misma el valor de rito o acto (OGMR 37), y que la postura de la comunidad, de pie: “Los fieles estén de pie… al canto del Aleluya que precede al Evangelio, durante la proclamación del mismo Evangelio…” (OGMR 43). Ya nos habla de Resurrección, anuncio gozoso de que Jesucristo Resucitado está en la Palabra que se va a proclamar. Viene del imperativo hebreo halelu-Jad, “alabad a Yahvé”. La estructura: aclamación ¡Aleluya!, un versículo de un Salmo o del Evangelio que se proclamará, y repetición de la aclamación ¡Aleluya! Durante la Cuaresma se sustituye el Aleluya por otro canto: una aclamación de origen bíblico: “Esta aclamación constituye de por sí un rito o un acto con el que la asamblea de los fieles acoge y saluda al Señor que les va a hablar en el Evangelio y profesa su fe con el canto. Lo cantan todos de pie… En el tiempo de Cuaresma, en lugar del Aleluya se canta el verso que presenta el Leccionario antes del Evangelio…” (OGMR 62). Cuando se hace procesión del Evangelio, el Aleluya con el versículo adquiere una función de canto de acompañamiento de la procesión.

La secuencia Es una composición litúrgico musical, nacida de aquellas largas vocalizaciones, que a comienzos del s. v se iniciaron con la “a” final del Aleluya. Eran de tono festivo y por eso se llamaron “jubilus”, y más tarde, s. 165


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ix, se llamaron “sequentia” porque eran casi una continuación del canto del Aleluya. Hubo un gran florecimiento en los siglos ix-xii, se conocen unas cinco mil. En el Misal actual hay cuatro: en la octava de Pascua, en Pentecostés, Corpus, Virgen de los Dolores. Es facultativo recitarlas, excepto los días de Pascua y de Pentecostés: “La secuencia, que fuera de los días de Pascua y Pentecostés, es facultativa, se canta antes del Aleluya” (OGMR 64).

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PROCLAMACIÓN DEL EVANGELIO

Es rico el ceremonial que precede a la proclamación del Evangelio. Se lleva el Evangeliario en procesión al comienzo de la celebración, y está sobre el altar. El Evangeliario es un libro distinto de los libros de las otras lecturas (OGMR 60, 117, 120, 122, 133, 172, 173, 175, 194, 273). La procesión con el Evangeliario: el diácono “mientras se dice el Aleluya u otro canto, si se ha de usar el incienso, ayuda al sacerdote a ponerlo en el incensario; luego profundamente inclinado ante él, le pide su bendición, diciendo en voz baja: Padre, dame tu bendición. El sacerdote le da la bendición diciendo: El Señor esté en tu corazón y en tus labios, para que anuncies dignamente su Evangelio; en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. El diácono se signa con la señal de la cruz y responde: Amén. Luego, hecha una profunda inclinación al altar, toma el

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Evangeliario que se había depositado sobre el altar y se dirige al ambón, llevando el libro algo elevado, precedido por el turiferario que lleva el incienso humeante y por los ministros con cirios encendidos. Allí saluda al pueblo diciendo con las manos juntas: El Señor esté con vosotros y con las palabras Lectura del santo Evangelio, signa con el dedo pulgar el libro y se signa él mismo en la frente, en los labios y en el pecho, inciensa el libro y proclama el Evangelio. Terminado esto, aclama: Palabra del Señor y todos responden: Gloria a ti, Señor Jesús. Luego venera el libro con un beso, diciendo al mismo tiempo en secreto: Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados… En las celebraciones más solemnes, el Obispo imparte la bendición al pueblo con el Evangeliario” (OGMR 175). La señal de la cruz sobre el libro y sobre él mismo significa invocación de la bendición divina por la proclamación del Evangelio; petición de ayuda para acoger y vivir la Palabra de Dios, y decisión de querer vivir y defender la Palabra de Dios con la frente alta; anunciarla con los labios y guardarla en el corazón. Y la cruz sobre el libro indica que la eficacia de la proclamación del Evangelio es el mismo Cristo presente en el Evangelio. Los fieles escuchan la proclamación del Evangelio de pie, como signo de veneración a Jesucristo Resucitado que habla.

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EVANGELIO

Siempre la Palabra de Dios hay que escucharla, meditarla, estudiarla y proclamarla a partir de Jesucristo Resucitado, que lleno del Espíritu Santo predica y celebra la Palabra. Así lo hace Jesús: Lc 24,13-55, con los discípulos de Emaús. “¡Ha resucitado!” es la palabra fundamental, la palabra madre de otras palabras. Y después el imperativo de la misión: “Ite”, id, dirigido a las mujeres, a los Apóstoles y a todos los que quieran seguirle. “Nuntiate”, anunciad; la Resurrección de Jesús es el anuncio más gozoso que ha resonado y resonará a lo largo de la historia. “Recordamini qualiter locutus est vobis”, acordaos de lo que os dijo... Hacer memoria de todos estos hechos quiere decir de todo lo que Jesús hizo a lo largo de su vida: no un recuerdo superficial, sino el compromiso de hacer las obras de Jesús, y todavía mayores. Porque ha resucitado, el Señor fue anunciado por el Antiguo Testamento. Porque ha resucitado se puede hacer memorial celebrativo; y porque ha resucitado y los Apóstoles lo han experimentado, su experiencia es única e irrepetible y fundamenta nuestra fe. Si Cristo ha resucitado, es anunciado y celebrado, su vida histórica tiene plena justificación, y su predicación, antes de la muerte recibe una luz singular, y lo que los Apóstoles predican tiene sólido fundamento. Los Apóstoles tienen experiencia de la resurrección de Jesús, y para ellos es el hecho central y fundamental: “La Promesa se ha cumplido, Cristo ha resucitado, convertíos, y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el Don del Espíritu Santo” (He 2,38). De ahí la importancia del Ambón, desde donde se proclama la Palabra del Resucitado. El Evangelio, con la procesión y aclamación, el beso, la colocación encima del altar, “sea por parte del ministro, sea por parte de los fieles, que con sus aclamaciones reconocen y profe169


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san la presencia de Cristo que les habla” (OGMR 60). La proclamación del Evangelio es el momento culminante de la Liturgia de la Palabra, es Jesús mismo el que habla (SC 7). En el tiempo ordinario, los domingos tienen un ciclo trienal. Es la lectura semicontinua de los tres Evangelios sinópticos: ciclo A, San Mateo; ciclo B, San Marcos; ciclo C, San Lucas. Es la celebración de Jesucristo Resucitado en los hechos concretos de su vida histórica. En los días ordinarios se lee el Evangelio de Marcos (semanas 10-90), Mateo (semanas 10-21), Lucas (semanas 22-34).

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“LA HOMILÍA ES PARTE DE LA LITURGIA, Y MUY RECOMENDADA”

El Leccionario es el modo normal y habitual que tiene la Iglesia de leer la Palabra de Dios del libro de las Escrituras (DV 25), como hizo el Señor en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,14s), en la última Cena y en los convites después de la Resurrección (Lc 24), y como recomienda Pablo (1Co 14). “Ábranse con mayor amplitud los tesoros de la Biblia” (SC 51); la Iglesia ha puesto en manos de todas las comunidades el Leccionario más completo, tanto para las celebraciones de la Eucaristía, como para las celebraciones de todos los Sacramentos y de la Liturgia de las Horas. “En la celebración litúrgica, la importancia de la Sagrada Escritura es muy grande. Pues de ella se toman las lecturas que luego se explican en la homilía…” (SC 24). “Se recomienda encarecidamente, como parte de la misma Liturgia, la homilía, en la cual se exponen durante el ciclo del Año litúrgico, a partir de los textos sagrados, los misterios de la fe y las normas de la vida cristiana. Más aún, en las Misas que se celebran los Domingos y fiestas de precepto con asistencia del pueblo, nunca se omita, sino es por causa grave” (SC 52). “La homilía es parte de la Liturgia, y muy recomendada, pues es necesaria para alimentar la vida cristiana. Conviene que sea una explicación o de algún aspecto particular de las lecturas de la Sagrada Escritura, o de otro texto del ordinario, o del propio de la Misa del día, teniendo siempre presente el misterio que se celebra y las particulares necesidades de los oyentes” (OGMR 65). “Los domingos y fiestas de precepto ha de haber homilía en todas las Misas que se celebran con asistencia del pueblo; fuera de eso se recomienda sobre todo en los días feriales de Adviento, Cuaresma y Pascua, y también en otras fiestas y ocasiones en que el pueblo acude numeroso a la Iglesia. La homilía la hará ordinaria-

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mente el mismo sacerdote celebrante” (OGMR 66). De ahí la afirmación del Vaticano II: “El pueblo de Dios se reúne mediante la Palabra de Dios vivo que con todo derecho hay que buscar en los labios de los sacerdotes” (PO 4; LG 26). “La homilía se hace en la sede o en el ambón” (OGMR 136). Homilía mistagógica: que hace penetrar en el Misterio proclamado y celebrado. El que preside o predica la homilía, como un hermano, toma de la mano a los otros hermanos y les va introduciendo en el Misterio. La homilía subraya las “magnalia Dei”, las maravillas del Señor, que la Palabra de Dios ha mostrado, y explica que se hacen realidad en la Plegaria eucarística y en la comunión, hoy – aquí – para nosotros.

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CREDO

“El Símbolo o profesión de fe, dentro de la Misa, tiende a que el pueblo dé su asentimiento y su respuesta a la Palabra de Dios oída en las lecturas y en la homilía, y traiga a su memoria, antes de empezar la celebración eucarística, la norma de su fe” (OGMR 67). “El Símbolo lo ha de decir el sacerdote con el pueblo, los domingos y solemnidades; puede también decirse en peculiares celebraciones más solemnes. Si se canta, hágase como de costumbre, todos a la vez o alternativamente” (OGMR 68). Es la respuesta de la fe de la asamblea a la Palabra de Dios proclamada en las lecturas y comentada en la homilía. Es una buena introducción a la celebración de la Eucaristía, ya que es una fórmula bautismal, y recuerda nuestra dignidad bautismal-sacerdotal, en virtud de la cual podemos ofrecer la Eucaristía. Expresa también la íntima relación entre culto y fe. Dos Símbolos: Símbolo apostólico; se llamó así en el siglo iv

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a una fórmula de profesión de fe usada en Roma desde el comienzo del siglo iii. Se llama “apostólico” porque expresaba la enseñanza de los Apóstoles. La fórmula actual es fruto de varios retoques. En occidente era la fórmula de la liturgia bautismal. Hoy se puede usar en todas las celebraciones de la Eucaristía. El Símbolo niceno-constantinopolitano, es una fórmula oriental de profesión de fe, y la ampliación de la precedente fórmula bautismal. Expresa lo enseñado por el Concilio de Nicea (325) y de Constantinopla (381), y de ahí le viene el nombre. Es una verdadera profesión de fe en las principales verdades del cristianismo: al Padre creador, y al Espíritu Santo. Cristo y su misión. La Trinidad centro de todo. Y los frutos de la redención: la Iglesia, la comunión de los santos, la remisión de los pecados, la resurrección de la carne, la vida eterna. Se reza de pie: “Los fieles estén de pie durante la profesión de fe” (OGMR 43). “El Símbolo lo canta o lo recita el sacerdote juntamente con el pueblo, estando todos de pie. A las palabras: «Y por obra del Espíritu Santo se encarnó, o que fue concebido…» todos se inclinan profundamente; pero en las solemnidades de la Anunciación y de la Natividad del Señor, se arrodillan” (OGMR 137).

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ORACIÓN UNIVERSAL U ORACIÓN DE LOS FIELES

“En la oración universal u oración de los fieles, el pueblo, ejercitando su oficio sacerdotal, ruega por todos los hombres. Conviene que esta oración se haga normalmente en las Misas a las que asiste el pueblo, de modo que se eleven súplicas por la santa Iglesia, por los gobernantes, por los que sufren alguna necesidad y por todos los hombres y la salvación de todo el mundo” (OGMR 69). “Las series de intenciones, normalmente, serán las siguientes: a) por las necesidades de la Iglesia; b) por los que gobiernan el Estado y por la salvación del mundo; c) por los que sufren cualquier dificultad; d) por la comunidad local. Sin embargo, en alguna celebración particular, como en la Confirmación, Matrimonio, Exequias, el orden de las intenciones puede amoldarse mejor a la ocasión” (OGMR 70). “Toca al sacerdote celebrante dirigir esta oración, invitar a los fieles a orar, con una breve monición y terminarla con la oración conclusiva. Conviene que sea un diácono, un cantor u otro el que lea las intenciones. La asamblea entera expresa su súplica o con una invocación común, que se pronuncia después de cada intención, o con la oración en silencio” (OGMR 71). La plegaria universal se hacía al final de la Liturgia de la Palabra; después se anticipó en el rito de entrada, y desapareció del todo en el s. vii, permaneciendo solo el “Señor, ten piedad”. Y ahora la reforma conciliar la ha colocado en su lugar (SC 53). Plegaria universal o de los fieles: que sea de verdad universal, y en ella se expresa el sacerdocio común de los fieles que interceden. Por eso los catecúmenos no la hacen, se les despide después de la homilía. San Pablo (1 Tim 2,1-4) dice que hay que rezar por todos los hombres, en particular por aquellos que tienen autoridad. De esta plegaria universal se encuentran testimonios en la primi-

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tiva Iglesia: en la Carta de San Clemente a los Corintios, s. i (cc. 59-61) y en la 10 Apología de San Justino, siglo ii (cc. 65,67). Se hace desde la sede o el ambón (OGMR 138,309). Al comienzo el sacerdote, con una breve monición, invita a orar; y la oración conclusiva es una simple conclusión de las intenciones presentadas anteriormente. Las intenciones serán breves e incisivas: por quién se ora y qué se pide. Evitar el tono descriptivo, homilético, catequético, polémico. Sin repetir.

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Liturgia de la Eucaristía

“Tomad y comed”, “Tomad y bebed” (Mt. 26, 26-27)

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RITOS INTRODUCTORIOS A LA LITURGIA DE LA EUCARISTÍA

Del Ambón al Altar El paso de la Liturgia de la Palabra a la Liturgia eucarística está bien marcado exteriormente. El que preside deja el ambón y la sede, y va al altar. La Palabra se hace comida: en Mc 6,34-44, la primera multiplicación de los panes y peces, Jesús instruye a la muchedumbre después de haberla reunido, y después prepara la comida, el alimento. Con gestos de la última Cena, levanta los ojos al Padre omnipotente, lo bendice, parte el pan y lo distribuye en las manos de sus discípulos para que se multiplique en la boca de los presentes. Así se multiplican los peces, “signo” de la vida que sacada del agua de la muerte, se convierte en comida de resurrección para los hombres (alusión a Cristo, Pan de Vida fruto de la Resurrección). Palabra de Dios y Plegaria eucarística: la Palabra de Dios ofrece los contenidos de la celebración para que sean celebrados. La Anáfora eucarística concentra y lleva consigo todo el Misterio de Cristo que la Palabra ha proclamado, y en la Plegaria eucarística se celebra hic –nunc – nobis, aquí – ahora – para nosotros. La comunión es participación plena de la Palabra que se ha escuchado y que se ha hecho pan de sacrificio para ser comido. Y esta es la dinámica de la celebración de la Eucaristía: se parte de la Palabra para llegar al Pan. Verdadero Convite de la única Mesa de la Palabra divina y del Pan eucarístico, único Pan que da vida y diviniza. La Palabra de Dios que se lee o proclama en la Iglesia, se tiene que entender como la Iglesia la lee o proclama. La Liturgia de la Iglesia es “exé179


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geta” y le da el “color específico” de la celebración de hoy. La Plegaria eucarística es la que lleva a efecto la Palabra escuchada. Esta es la manera de leer-escuchar, proclamar-celebrar-escuchar la Palabra. La Iglesia, destinataria y servidora de la Palabra, escucha con atención a su Esposo y Señor Jesucristo, y responde con sus palabras de esposa a la Palabra del Esposo, y unido a Él se ofrece a sí misma al Padre por el Espíritu que le anima.

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ALTAR: CRISTO-SACERDOTE, SANTIFICACIÓN EN LA LITURGIA

La teología eucarística interpreta el altar como mesa festiva del banquete sacrificial de Cristo. Dos aspectos señalados por las orientaciones litúrgicas de la tradición eclesial: la parte horizontal del altar en forma de mesa, recuerda el banquete pascual de Jesucristo; la parte vertical en forma de ara, recuerda el lugar del sacrificio en el que ofrecemos a Dios nuestra ofrenda existencial unida al sacrificio de Jesús. El altar es símbolo de Cristo. Por eso ha de ser único. La denominación de “altar mayor” o “altares laterales” resulta una terminología incorrecta. El simbolismo cristológico exige veracidad y no jugar con su apariencia externa. Por ejemplo, la parte delantera que mira al pueblo se engalana con ricos materiales, manteles y flores; mientras por detrás se convierte en un trastero para guardar la megafonía, libros.... ¿Qué sentido tiene besar el altar al inicio de la celebración como signo de veneración a Cristo, si luego nuestra actitud se limita a convertirlo en una credencia donde colocar todos los utensilios litúrgicos sin el menor discernimiento? Por eso se nos dice que: “El altar, en el que se hace presente el sacrificio de la Cruz bajo los signos sacramentales, es, además, la mesa del Señor, para cuya participación es convocado en la Misa el pueblo de Dios; es también el centro de la acción de gracias que se realiza en la Eucaristía” (OGMR 296). La celebración de la Eucaristía en otro lugar que no sea la iglesia o el templo, también ha de ser digna: “La celebración de la Eucaristía en lugar sagrado debe realizarse sobre un altar; fuera del lugar sagrado, puede también celebrarse sobre una mesa idónea, empleando siempre el mantel, el corporal, la cruz y los candeleros” (OGMR 297). El altar centro de la celebración de la liturgia de la Eucaristía: “El altar se ha de construir separado de la pared, de modo que

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se le pueda rodear fácilmente y celebrar de cara al pueblo, que es lo mejor, donde sea posible. Ocupe el lugar que sea de verdad el centro hacia el que espontáneamente converja la atención de toda la asamblea de los fieles. De ordinario será fijo y dedicado” (OGMR 299). El altar es Cristo y los que le han seguido mejor son los mártires y los santos. “Es oportuno conservar el uso de poner bajo el altar que se va a dedicar reliquias de Santos, aunque no sean Mártires. Cuídese, con todo, de que conste con certeza la autenticidad de tales reliquias” (OGMR 302).

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ORNAMENTACIÓN DEL ALTAR

“Por reverencia a la celebración del memorial del Señor y al banquete en que se distribuye el Cuerpo y la Sangre del Señor, póngase sobre el altar en que se celebra por lo menos un mantel de color blanco, que, en forma, medida y ornamentación, cuadre bien con la estructura del mismo altar” (OGMR 304). La ornamentación del altar y del presbiterio nos deben indicar ya en el tiempo litúrgico en que nos encontramos. Teniendo siempre presente que los diferentes ornatos no tapen ni impidan ver claramente el altar. “En la ornamentación del altar se guardará moderación. Durante el Adviento adornen las flores el altar con la moderación que conviene a la índole de este tiempo, sin alcanzar la plenitud de alegría característica del Nacimiento del Señor. Se prohíbe adornar el altar con flores durante el tiempo de Cuaresma. Se exceptúa el domingo Laetare (domingo IV de Cuaresma), las solemnidades y las fiestas. El empleo de las flores como adorno para el altar ha de ser siempre moderado y se colocarán, más que sobre la mesa del altar, en torno a él” (OGMR 305). La mesa del altar, no es una mesa cualquiera, en la que se pueda poner cualquier cosa. Es la Mesa del Señor. “Sobre la mesa del altar se puede poner tan sólo aquello que se requiere para la celebración de la Misa, es decir, el Evangeliario desde el inicio de la celebración hasta la proclamación del Evangelio; y desde la presentación de los dones hasta la purificación de los vasos, el cáliz, con la patena, la píxide, en caso que sea necesario, y el corporal, el purificador, la palia y el misal. Colóquese también de un modo discreto lo que pueda ser necesario para amplificar la voz del sacerdote” (OGMR 306). La velas o los candeleros del altar, que no impidan la visión del mismo altar. “Los candeleros, que en cada acción litúrgica se requieren como

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expresión de veneración o de celebración festiva, colóquense en la forma más conveniente, o sobre el altar o alrededor de él o cerca del mismo, teniendo en cuenta la estructura del altar y del presbiterio, de modo que todo forme una armónica unidad y no impida a los fieles ver fácilmente lo que sobre el altar se hace o se coloca” (OGMR 307). Y la cruz sobre el altar o junto a él. “También sobre el altar o junto a él debe haber una cruz, con la imagen de Cristo crucificado, de modo que resulte bien visible para el pueblo congregado. Conviene que esa cruz permanezca junto al altar también en los momentos en que no se celebran acciones litúrgicas, con el fin de traer a la mente de los fieles el recuerdo de la pasión salvífica del Señor” (OGMR 308).

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PREPARACIÓN DEL ALTAR

“Al comienzo de la Liturgia eucarística se llevan al altar los dones que se convertirán en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. En primer lugar se prepara el altar o mesa del Señor, que es el centro de toda la Liturgia de la Eucaristía, y entonces se colocan sobre él el corporal, el purificador, el misal y el cáliz que puede prepararse en la credencia”. (OGMR 73). Es un momento de pausa. Acabamos de escuchar la Palabra de Dios, de meditarla y gozarla en nuestro corazón. Y ahora mientras se prepara el altar, en el silencio de nuestro corazón oramos todo lo que el Señor en su Palabra nos ha dicho. Hemos profesado solemnemente nuestra fe y hemos intercedido por todas las necesidades de la Iglesia y del mundo. Hemos pasado del Ambón al altar. El sacerdote y los ministros que le ayudan en el servicio de altar van preparando todo lo necesario. Corporal: es un pequeño lienzo que se coloca sobre el altar, para depositar sobre él el pan y en vino para la Eucaristía. El pan y el vino que se convertirán en el Cuerpo y la Sangre del Señor. De ahí en nombre de “corporal”. Purificador: paño pequeño, blanco, que se utiliza para purificar los dedos después de la fracción del Pan o después de la distribución de la comunión; también para limpiar el cáliz, para purificar los vasos sagrados después de la comunión. Misal: El Misal y los Leccionarios de la Palabra de Dios, son los medios pastorales más importantes para la participación activa, consciente y fructuosa de los fieles en la Misa y en su vida espiritual. En el Misal encontramos la Ordenación General del Misal Romano (OGMR), el “propio 185


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del tiempo”, la riqueza teológica de los Prefacios, las diferentes Plegarias eucarísticas, el propio de los santos, Misas rituales, Misas votivas, Misas comunes, Misas por diversas necesidades, Misas de difuntos. Las riquezas teológicas contenidas en el Misal son inmensas, y con frecuencia muy desconocidas, por pastores y fieles. En muchos prefacios encontramos, hecha oración, la doctrina del Concilio Vaticano II. En los prefacios de los diferentes sacramentos, está encerrada y hecha oración de la Iglesia la teología de cada sacramento. Sería un buen propósito conocer más profundamente todo el contenido del Misal Romano con todas sus riquezas hechas oración.

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CÁLIZ, PATENA

“En la preparación de las ofrendas se llevan al altar el pan y el vino con el agua; es decir, los mismos elementos que Cristo tomó en sus manos” (OGMR 72); “…y el cáliz que puede prepararse en la credencia”. (OGMR 73). El pan presentado se coloca en un recipiente, pequeño o grande, que se llama la patena, será más o menos grande según en número de los que han de comulgar: “El cáliz y la patena, en los cuales se

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ofrecen, se consagran y se reciben en pan y el vino, por estar destinados de manera exclusiva y estable a la celebración de la Eucaristía, llegan a ser «vasos sagrados»” (Bendicional, 1186). El Bendicional nos ofrece los textos de bendición del cáliz y la patena, que se aconseja que sea dentro de la Misa. Pero la mejor bendición son el Cuerpo y la Sangre del Señor que van a contener: “Sobre tu altar, Señor Dios, colocamos, alegres, este cáliz y esta patena, para celebrar el sacrificio de la nueva alianza; que el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, que en ellos se ofrecen y se reciben santifiquen estos vasos” (Bendicional 1199). En la ordenación de presbíteros, el diácono prepara el pan sobre la patena y el vino y agua en el cáliz para la celebración de la Misa, y se lo lleva al Obispo, quien se lo entrega al ordenado diciendo: “Recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios. Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor” (Pontifical Romano. Ordenación de presbíteros, 135). “Los vasos sagrados se deben confeccionar con metales nobles. Si se fabrican con metales oxidables o bien menos nobles que el oro, se deberán ordinariamente dorar del todo por dentro” (OGMR 328). A juicio de la Conferencia de los Obispos “pueden confeccionarse también los vasos sagrados con otros materiales sólidos y considerados nobles, de acuerdo con la común valoración de cada país, por ejemplo, de ébano o de alguna madera dura, con tal que sean aptos para el uso sagrado… Esto es válido para todos los vasos destinados a recibir las hostias, como la patena, la píxide (caja en la que se guarda la Eucaristía para llevar a los enfermos), la teca (cajita de metal para contener reliquias de los santos. O también la caja en la que se guarda en el sagrario la Sagrada Forma para la exposición del Santísimo), el ostensorio y otros vasos análogos” (OGMR 329). La riqueza teológica del cáliz la encontramos tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo: “¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?” (Mt, 20, 22). “No podéis beber del cáliz del Señor y del cáliz de los demonios. No podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios” (1Co 10,21).

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PAN

“Se traen a continuación las ofrendas: es de alabar que el pan y el vino lo presenten los mismos fieles… Aunque los fieles no traigan pan y vino de su propiedad, con este destino litúrgico, como se hacía antiguamente, el rito de presentarlos conserva igualmente todo su sentido y significado espiritual” (OGMR 73). “La Iglesia, siguiendo el ejemplo de Cristo, ha usado siempre, para celebrar el banquete del Señor, pan y vino mezclado con agua” (OGMR 319). “El pan para la celebración de la Eucaristía debe ser exclusivamente de trigo, confeccionado recientemente y, según una antigua tradición de la Iglesia latina, ácimo” (OGMR 320). “La naturaleza misma del signo exige que la materia de la celebración aparezca verdaderamente como alimento. Conviene, pues, que el pan eucarístico, aunque sea ácimo y hecho de forma tradicional, se haga de tal modo que el sacerdote, en la Misa celebrada con el pueblo, pueda realmente partirlo en partes diversas y distribuirlas, al menos, a algunos fieles” (OGMR 321). El pan es un alimento principal. Con frecuencia, “el pan” significa alimento, alimentación, ganarse el pan. Le pedimos al Padre: “Danos cada día nuestro pan cotidiano” (Lc 11,3). El pan ácimo era un recuerdo del éxodo de Egipto cuando la premura del tiempo forzó a preparar el pan sin levadura. “Y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el Paso del Señor… Durante siete días comeréis panes ácimos…” (Ex 12,11.15). El pan sin fermentar es metáfora de la elección y pertenencia al nuevo pueblo de Dios: “Barred la levadura vieja para hacer una masa nueva… Celebremos la Pascua, no con levadura vieja (levadura de corrupción y de maldad), sino con los panes ácimos de la sinceridad y la verdad” (1 Cor 5,7-8). Compartir el pan con alguien es signo de hospitalidad y fra-

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ternidad: Abrahán a los tres hombres que le visitan: “Mientras, traeré un bocado de pan para que recobréis fuerzas antes de seguir…” (Gn 18,15). El pan de la Palabra de Dios: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4). Jesús es el Pan del cielo y el Pan de la Vida: “Porque el Pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo… Jesús le contestó: «Yo soy el Pan de Vida»…” (Jn 6,32.35). Y Jesús en la última Cena: “Mientras comían, tomó pan y, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo» (Mc 4,22). Jesús nos dice: “Yo soy el Pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este Pan vivirá para siempre” (Jn 6,48). Es grande la riqueza del signo del Pan en la Eucaristía.

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VINO

“El vino para la celebración eucarística debe ser «del fruto de la vid» (Lc 22,18), es decir, vino natural y puro, sin mezcla de sustancias extrañas” (OGMR 322). San Pablo dice: “El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión de la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión del Cuerpo de Cristo?” (1 Cor 10,16). El vino junto con el pan, son los signos sacramentales más importantes para nosotros los cristianos. Signos que se convierten en realidad gozosa: el pan, Cuerpo de Cristo, y el vino, Sangre de Cristo. El vino “fruto de la vid y del trabajo del hombre” nos habla de la bondad de las criaturas al servicio del hombre. El vino es bebida festiva que habla de amistad y comunión con los demás. En el AT, el vino es anuncio también de los tiempos del Mesías que vendrá: “Preparará el Señor del universo para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares exquisitos, vinos refinados... Aquel día se dirá: “Aquí está nuestro Dios” (Is 25,6.9). La viña, signo del pueblo de Israel al que el Señor quiere con gran delicadeza: “Voy a cantar a mi amigo el canto de mi amado por su viña. Mi amigo tenía una viña en un fértil collado. La entrecabó, quitó las piedras y plantó buenas cepas” (Is 5,1-2). Jesús inaugura los tiempos mesiánicos, Él es el vino bueno de las bodas de Caná: “Todo el mundo pone primero el vino bueno, y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora” (Jn 2,10). Jesús es la verdadera vid: “Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador” (Jn 15,1). Y las palabras que decimos o cantamos en cada celebración de la Eucaristía sobre el cáliz: “Del mismo modo, acabada la cena, tomó el cáliz, y dándote gracias de nuevo, lo pasó a sus discípulos,

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diciendo: Tomad y bebed todos de él, porque éste es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados” (Plegaria eucarística II). Estamos en el corazón del misterio pascual: la Muerte y Resurreción de Jesús, en el vino convertido en la Sangre gloriosa del Señor, para la salvación del mundo.

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PREPARACIÓN DE LOS DONES O DE LAS OFRENDAS

El cambio de nombre, ofertorio, a preparación de los dones, aunque también se llama ofertorio, es muy significativo, ya que el verdadero ofertorio se realiza en otro momento (OGMR 73-77). El pan y el vino en la Vigilia pascual, lo presentan los neófitos, y son signo de la ofrenda de cada uno de ellos. Este gesto lo encontramos en la 1ª Apología de San Justino (siglo ii), en la “Traditio apostolica” (siglo iii). Eran dones que servían para la Eucaristía, para la Iglesia y para los pobres. Después, con el paso del tiempo y la nula participación de los fieles en la celebración, desapareció. “En la preparación de las ofrendas se llevan al altar el pan y el vino con el agua; es decir, los mismos elementos que Cristo tomó en sus manos” (OGMR 72,1). El altar se prepara ahora, no antes, dejando puesto el corporal y preparado el vino y el agua dentro del cáliz. No hay prisa. Es un tiempo de pausa gozosa el paso de la Liturgia de la Palabra a la Liturgia de la Eucaristía. La procesión de las ofrendas puede ser acompañada con un canto apropiado. Canto funcional, o sea que se canta hasta que los dones han sido depositados sobre el altar: “Acompaña a esta procesión en que se llevan las ofrendas el canto de ofertorio, que se alarga por lo menos hasta que los dones han sido depositados sobre el altar” (OGMR 74).

Colecta “También se puede aportar dinero u otras donaciones para los pobres o para la Iglesia, que los fieles mismos pueden presentar o que pueden ser recolectados en la nave de la Iglesia, que se colocarán en el sitio 193


EL GOZO DE VIVIR Y CELEBRAR LA EUCARISTÍA DE LA IGLESIA

oportuno, fuera de la mesa de la Eucaristía” (OGMR 73). Pablo, quizás en el texto más antiguo del Nuevo Testamento habla del “primer día de la semana” como día de encuentro de la comunidad que celebra la Eucaristía y comparte sus bienes para otras comunidades necesitadas (1 Co 16,1-3). Qué signo tan expresivo: Cristo Resucitado ha compartido con nosotros su Palabra; en la Comunión compartirá con nosotros su Cuerpo Glorioso y Resucitado que nos alimenta y fortalece. Y nosotros ¿qué compartimos con nuestra Iglesia, nuestra parroquia, nuestros hermanos necesitados?

Una sola patena Todos comemos del mismo Pan, no hay diferencias ni clases. El signo de una sola patena nos habla del mismo Pan. “Para el pan que se va a consagrar puede convenientemente usarse una sola patena más grande, en la que se colocan el pan para el sacerdote y el de los ministros y los fieles” (OGMR 331).

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BENDICIÓN DEL PAN Y DEL VINO

Estas “bendiciones” sobre el pan y sobre el vino se dicen en voz baja cuando se canta el canto del ofertorio, o se pueden proclamar si no se canta (OGMR 142). Hay que darle la importancia que tiene, pero es más importante lo que vendrá; se tiene que notar en el gesto, en el tono de voz. Son una plegaria de alabanza a Dios, plegaria litúrgica de bendición, la berakah que los israelitas empleaban para comer y beber el vino de la copa en cada comida, pero de manera especial para participar en el hecho pascual en la celebración solemne nocturna, el Seder. La berakah tiene dos momentos: uno de alabanza desinteresada por el Señor, y otro de acción de gracias. “Bendito eres, Señor, Dios del universo”: porqué, ‘aser, y ahora se explica el porqué: la Persona, “Tú sólo existes”; los nombres y los títulos: “eres bueno”; y las obras: “has creado la tierra”. De todo esto brota una alabanza desinteresada por el Señor. “Bendito eres, Señor, Dios del universo”, porqué, ‘aser el porqué es la creación, la Promesa, la redención, la escatología. Se le da gracias por toda la historia de la salvación. “Bendito seas, Señor, Dios del universo”: cuando el hombre bendice a Dios devuelve la bendición a su fuente, como el padre de Juan Bautista (Lc 1,64), como Simeón (Lc 2,28), como los Apóstoles después de la resurrección (Lc 24,53). Dios Padre es el que bendice por excelencia (Mt 25,34), de manera especial por medio de Jesucristo que ha dado su Espíritu (Gal 3,14). “Que recibimos de tu generosidad”: pan que es alimento imprescindible, que es sinónimo de comida (Lc 14,15), pan que cada día lo da a quien se lo pide (Mt 6,11). “Fruto de la tierra y del trabajo del hombre”: fruto de la tierra en la que obra el “Espíritu del Señor” (Gn 1,12), el Espíritu de Dios, Espíritu vivificador (Sal 30,6). Y del trabajo del

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hombre creado a imagen de Dios (Gn 1,27). “El será para nosotros pan de vida”: Jesucristo Resucitado es el Pan de Vida, y el que coma de Él vivirá para siempre (Jn 6,35.58). “Vino, fruto de la vid y del trabajo del hombre”: el vino para los judíos es bebida de fiesta que alegra el corazón del hombre (Sal 103,15), signo gozoso de la espera mesiánica (Gn 49, 8-12; Dt 32,14; Is 63,3), realizada en Jesucristo Resucitado y en esta Eucaristía.

Agua y vino Ya los hebreos, y puede ser que Jesús también, mezclan el agua y el vino para evitar los efectos del vino. Significa nuestra unión con Dios, naturaleza humana con naturaleza divina de Jesús. El diácono o el sacerdote, echa vino y un poco de agua en el cáliz diciendo en secreto: “El agua unida al vino sea signo de nuestra participación en la vida divina de quien ha querido compartir nuestra condición humana”.

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APOLOGÍAS DEL CELEBRANTE E INVITACIÓN A LA ORACIÓN

“Colocado el cáliz sobre el altar, el sacerdote profundamente inclinado dice en secreto: Acepta, Señor, nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde; que éste sea hoy nuestro sacrificio y que sea agradable en tu presencia, Señor, Dios nuestro” (OGMR 143). Estas oraciones el que preside la asamblea las dice en secreto (OGMR 143), y pide que sea digno de ejercer su ministerio.

Incensación El pan y el vino se pueden incensar; también el altar, la cruz sobre el altar, el sacerdote y toda la asamblea. Se bendice el incienso con el signo de la cruz, y la incensación a las personas es sobria. “El sacerdote pone el pan y el vino sobre el altar mientras dice las fórmulas establecidas. El sacerdote puede incensar las ofrendas colocadas sobre el altar y después la cruz y el mismo altar, para significar que la oblación de la Iglesia y su oración suben ante el trono de Dios como el incienso. Después son incensados sea por el diácono o por otro ministro el sacerdote, en razón de su sagrado ministerio y el pueblo, en razón de su dignidad bautismal” (OGMR 75).

Lavabo “A continuación el sacerdote se lava las manos en el lado del altar. Con este rito se expresa el deseo de purificación interior” (OGMR 76). El de197


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seo de purificación interior como preparación a lo que vendrá, la Plegaria eucarística, en la que se realizará el gran milagro de la presencia real del Señor en el Pan y en el Vino. Este es el significado del gesto de lavarse las manos el presbítero que preside. Es un gesto de purificación interior que habla al sacerdote que preside. San Cirilo de Jerusalén, en una de sus catequesis dice: “Habéis visto al diácono dando agua para la ablución al sacerdote. De ninguna manera daba agua por alguna suciedad corporal. Porque al entrar en la Iglesia no teníamos mancha corporal. Pero el lavarnos es símbolo de que conviene que nos limpiemos de todos los pecados e iniquidades. Porque las manos son símbolo de la acción: al lavarlas, manifiestamente significamos la pureza e integridad de las obras” (Cat. Myst. V,2). En algunos lugares ya ha desaparecido de la credencia esa pequeña jofaina con agua y la toallita, para secarse las manos. Es triste que se “supriman” signos tan significativos.

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CONCLUSIÓN DEL RITO DE PREPARACIÓN A LA LITURGIA DE LA EUCARISTÍA

“Terminada la colocación de las ofrendas y los ritos que la acompañan, se concluye la preparación de los dones con una invitación a orar juntamente con el sacerdote, y con la oración sobre las ofrendas, y así todo queda preparado para la Plegaria eucarística” (OGMR 77). “Vuelto al centro del altar y de pie cara al pueblo, el sacerdote extiende y junta las manos e invita al pueblo a orar, diciendo: Orad, hermanos. El pueblo se pone de pie y responde: El Señor reciba de tus manos. El sacerdote, con las manos extendidas, dice la oración sobre las ofrendas, y al final el pueblo aclama: Amén” (OGMR 143). El presbítero que preside dice una monición a la oración sobre las ofrendas. “Orad, hermanos, para que este sacrificio, mío y vuestro, sea agradable a Dios, Padre todopoderoso”. “Mío y vuestro”, el que preside actúa en nombre de Cristo y afirma también el “sacerdocio” de todos los que participan y también ofrecerán el sacrificio al Padre. El Misal ofrece otras fórmulas: “En el momento de ofrecer el sacrificio de toda la Iglesia, oremos a Dios, Padre todopoderoso”. “Orad, hermanos, para que llevando al altar los gozos y las fatigas de cada día, nos dispongamos a ofrecer el sacrificio agradable a Dios, Padre todopoderoso”.

Oración sobre las ofrendas La función litúrgica de la oración sobre las ofrendas es hacer de unión entre la oblación de los fieles enmarcada en el Misterio celebrado este día y el sacrificio que se realizará pronto. Su carácter primitivo era y es como 199


EL GOZO DE VIVIR Y CELEBRAR LA EUCARISTÍA DE LA IGLESIA

introducción a la Plegaria eucarística, ya que los dones de los que se habla se ofrecen a Dios para su inminente consagración. La idea general de estas oraciones es presentar a Dios los dones del pan y del vino para que los acepte y con la fuerza del Espíritu Santo los transforme. El rito del ofertorio termina con la oración sobre las ofrendas. De ahora en adelante, la oración del sacerdote convergerá, como una línea ascensional, hasta el cúlmen de la acción litúrgica, el sacrificio y la ofrenda. Como el rito de entrada se cierra con la oración colecta, y el de la comunión con la oración despues de la comunión, así el rito de las ofrendas termina con esta oración.

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LITURGIA DE LA EUCARISTÍA

La última Cena, mejor dicho, la primera Cena en la que Cristo instituyó el memorial de su Muerte y Resurrección, se hace continuamente presente en la Iglesia cuando el presbítero que representa a Cristo Señor, realiza lo que el mismo Señor hizo y encargó a sus discípulos que hicieran en memoria de Él, instituyendo así el sacrificio y ofrenda y banquete pascual: “De ahí que la Iglesia haya ordenado toda la celebración de la Liturgia eucarística según estas mismas partes que corresponden a las palabras y gestos de Cristo. En efecto: a) en la preparación de las ofrendas se llevan al altar el pan y el vino con el agua; es decir, los mismos elementos que Cristo tomó en sus manos; b) en la Plegaria eucarística se dan gracias a Dios por toda la obra de salvación y las ofrendas se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Jesús; c) por la fracción del Pan y la Comunión, los fieles, aún siendo muchos, reciben de un solo pan el Cuerpo y de un solo cáliz la Sangre del Señor, del mismo modo que los Apóstoles lo recibieron de manos del mismo Cristo” (0GMR 72). En la reparación de los dones, se lleva al altar el pan y el vino con el agua: es decir, los mismos elementos que Cristo tomó en sus manos. En la Plegaria eucarística se dan gracias a Dios por toda la obra de la salvación, y las ofrendas se convierten en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo. 201


EL GOZO DE VIVIR Y CELEBRAR LA EUCARISTÍA DE LA IGLESIA

Por la fracción de un solo Pan se manifiesta la unidad de los fieles, y por la comunión los mismos fieles reciben el Cuerpo y la Sangre del Señor. Todas estas maravillas las vivimos y gozamos en esta segunda mesa: La Mesa de la Eucaristía. Desconocida por muchos celebrantes que alargan demasiado la homilía y en la Liturgia de la Eucaristía van a una velocidad excesiva, imposible de seguir. Después de la oración sobre las ofrendas: “comienza el sacerdote la Plegaria eucarística… La naturaleza de la Plegaria eucarística exige que solo el sacerdote la pronuncie en virtud de su ordenación. El pueblo se unirá al sacerdote en la fe y con el silencio, también con las intervenciones establecidas a lo largo de la Plegaria eucarística que son: las respuestas al diálogo del Prefacio, el Santo, la aclamación después de la consagración y la aclamación del Amén después de la doxología” (OGMR 147).

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LA GRAN PLEGARIA EUCARÍSTICA

La Iglesia reunida por el Espíritu Santo, por medio de Jesucristo, ofrece al Padre el culto de adoración y gloria. El Padre que es “Principio sin principio” y “término sin fin” ha enviado al Hijo por medio del Espíritu Santo para la salvación de los hombres en la historia concreta. El Hijo, Jesús, se presenta como la Palabra y la Sabiduría que ha venido para nutrir y para dar vida a los hombres. En la Cruz se ofrece como sacrificio en el Espíritu: “¡Cuánto más la sangre de Cristo, que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha!” (Hb 9,14); sacrificio agradable al Padre, sacrificio en el que se hace comida y bebida, comunión que hermana y transforma. Toda la historia de la salvación es obra del Espíritu Santo que el cristiano ha recibido en el Bautismo, y como Don de Dios en la Confirmación, y que recibe continuamente en la Eucaristía en la que el pan y el vino transformados por obra del Espíritu, hacen que todos formemos un cuerpo: “Se perfeccionen día a día por Cristo Mediador en la unión con Dios y entre sí, para que finalmente, Dios sea todo en todos” (SC 48). La Eucaristía es obra, única e indivisible, del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. “En la Plegaria eucarística el sacerdote invita al pueblo a levantar el corazón a Dios en una misma oración de acción de gracias, y lo asocia a su propia oración que el dirige, en nombre de toda la comunidad, por Jesucristo a Dios Padre. El sentido de esta Plegaria es que toda la asamblea se una con Cristo en la proclamación de las maravillas de Dios y en la ofrenda del sacrificio” (OGMR 78). 203


EL GOZO DE VIVIR Y CELEBRAR LA EUCARISTÍA DE LA IGLESIA

Es una Plegaria de acción de gracias a Dios por toda la obra de la salvación, y las ofrendas se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo: “en la Plegaria eucarística se dan gracias a Dios por toda la obra de salvación y las ofrendas se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Jesús” (OGMR 72,2). La Eucaristía es el resultado de una “eucaristía”, es decir, de la acción de gracias pronunciada sobre el pan y el cáliz. Si de este contexto “eucarístico” se intenta abstraer las palabras del Señor conservadas en los relatos del Nuevo Testamento, para aplicarlas por el sacerdote al pan y al vino, el resultado podría parecer un prodigio maravilloso, pero no una Eucaristía.

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LA GRAN PLEGARIA EUCARÍSTICA

La Plegaria eucarística es una oración presidencial; la más importante de las oraciones presidenciales: “Entre las atribuciones del sacerdote, ocupa el primer lugar la Plegaria eucarística, que es el vértice de toda la celebración… Estas oraciones las dirige a Dios el sacerdote que preside la asamblea actuando en la persona de Cristo, en nombre de todo el pueblo santo y de todos los circunstantes. Con razón, pues, se denominan oraciones presidenciales” (OGMR 30). Y exige que todos la escuchen con reverencia y silencio, y que tomen parte en ella por medio de las aclamaciones previstas en el mismo rito: “La naturaleza de las intervenciones «presidenciales» exige que se pronuncien claramente y en voz alta, y que todos las escuchen atentamente. Por consiguiente, mientras interviene el sacerdote, no se cante ni se rece otra cosa, y estén igualmente en silencio el órgano y cualquier otro instrumento musical” (OGMR 32). Igualmente corresponde al sacerdote que preside, decir algunas moniciones, pero en pocas palabras: “…en la Plegaria eucarística, antes del Prefacio, pero nunca dentro de la misma” (OGMR 31).

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ORIGEN DE LA PLEGARIA EUCARÍSTICA

La encontramos ya en documentos muy antiguos del Antiguo Testamento (Gen 24,26-27; 14,19-20; Ex 18,9-12). En estos textos se encuentra una estructura elemental, base de la plegaria cristiana. Son fórmulas breves que comienzan con una exclamación de alabanza dirigida a Dios. Esta exclamación doxológica se expresa por medio del verbo “bendecir”, en hebreo barak, de ahí el nombre de berakah, bendición. Esta bendición tiene como objeto a Dios. Y hay dos tipos de plegaria de bendición: ascendente (dirigida a Dios para alabarlo), y descendente (invocación a Dios para que derrame sus dones sobre las criaturas). La exclamación doxológica con la que comienza la plegaria de bendición o eucaristía, añade al nombre de Dios diversos títulos de honor y de alabanza. Después viene el cuerpo central de la plegaria: el motivo de la alabanza. Este motivo de alabanza a Dios es un hecho concreto de la vida ordinaria, en el cual el creyente reconoce una intervención de Dios en la vida de su pueblo, o un hecho pasado que el creyente ha recordado. El motivo de la alabanza es el memorial, el recordar algo que manifiesta la actuación del amor de Dios. El motivo de la alabanza es un momento de la historia de la salvación.

Bendición de la mesa La plegaria de bendición se presenta en tiempos de Jesús ya bien estructurada: birkat ha-mazón o bendición de la mesa. Esta plegaria de la mesa 207


EL GOZO DE VIVIR Y CELEBRAR LA EUCARISTÍA DE LA IGLESIA

formaba parte de la vida religiosa judía. Sería la plegaria de bendición recitada por Jesús en la última Cena en el momento de partir el pan y ofrecer la copa de vino después de la Cena. Pero Jesús al pronunciar esta plegaria le ha dado un sentido nuevo. Y de aquí nacerá la Plegaria eucarística de la Iglesia primitiva. Después de haber escuchado la haggadá, que era el recordar las cosas maravillosas que Dios realizó aquella noche que hizo salir a los hebreos de Egipto, se decía: “Bendito eres tú, Señor, Dios nuestro, Rey del mundo, que alimentas todo viviente con bondad, gracia y misericordia. Te bendecimos, oh Señor, Dios nuestro porque nos has concedido un país bueno y grande. Ten piedad, oh Señor, Dios nuestro, de Israel tu pueblo, de Jerusalén, tu ciudad, de Sión, casa de tu gloria, de tu templo y de tu altar. Bendito eres tu Señor que has construido Jerusalén”. Jesucristo pronunció esta plegaria de bendición dándole un significado nuevo. Lo podemos deducir de Jn 17 (Oración sacerdotal) y de S. Pablo 1 Cor 5,7-8 “Barred la levadura vieja…” Cristo mismo es la tierra prometida, el fruto de la vid, el cordero pascual, el pan nuevo y ácimo, sin la malicia que significa la levadura antigua; el pan dado a la multitud. En Él ha llegado la plenitud de los tiempos, es el Reino de Dios.

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LA REFORMA DEL CONCILIO VATICANO II

El año 1952 comienza la reforma litúrgica con la revalorización de la Vigilia pascual, noche de Pascua y la restauración de la liturgia de la Semana Santa y Pascua. Y continúa con el Concilio Vaticano II (1962-65) y la Constitución de Liturgia y las reformas que de ella se han derivado. Un acontecimiento excepcional ha sido la introducción de nuevas Plegarias eucarísticas que se comenzaron a utilizar el 15 de agosto de 1968.

Una Plegaria Una característica de la Liturgia romana ha sido el poseer una sola Plegaria eucarística, con algún cambio en el “Reunidos en comunión” “communicantes” y el “Acepta, Señor, en tu bondad” “hanc igitur”. Esta plegaria en su estructura esencial es de San Gregorio Magno (final del siglo vi), pero su núcleo es del siglo iv. Esta Plegaria eucarística ha sido un tesoro escondido, porque se hacía en silencio, al margen del pueblo, en una lengua que el pueblo no entendía, sin traducción, tapada siempre con el canto o la música. El Papa Pablo VI decidió dejar intacto el Canon romano y buscar otros textos. Se le llama ahora Plegaria eucarística I.

Plegaria eucarística II Inspirada en la “prex” “plegaria” de la “Traditio apostolica” “Tradición apostólica” de San Hipólito (principio del siglo iii). Pero es una creación 209


EL GOZO DE VIVIR Y CELEBRAR LA EUCARISTÍA DE LA IGLESIA

nueva. Se ha introducido el Sanctus, Santo. Se han omitido algunas expresiones típicas de Hipólito, difíciles de entender hoy. También se han añadido plegarias relativas a la consagración y de intercesión. Es una plegaria muy breve pero rica de contenido. Se pasa con rapidez del Sanctus, Santo, a la consagración. Pero no se puede olvidar que el Prefacio es ya el principio de la Plegaria eucarística, y que el Sanctus, Santo, es parte integrante de la Plegaria. El haber introducido el Sanctus, Santo, aparece mejor como “eucaristía”, ya que todos nos unimos, ángeles y pueblo santo de Dios, para cantar el himno de acción de gracias por las grandes obras de Dios. Se nombran las obras relativas a la redención, mientras las obras de la creación casi no se nombran. Y se ha introducido la aclamación del pueblo después de la consagración. Por su brevedad y esencialidad, esta Plegaria puede emplearse para las celebraciones de los días feriales y quizás en celebraciones con niños. Pueden emplearse otros Prefacios, pero será conveniente no dejar el Prefacio propio que demuestra la inspiración de Hipólito.

Plegaria eucarística III Esta Plegaria se ha compuesto para evidenciar la gran riqueza de Prefacios de la tradición romana. Puede adaptarse a ella cualquier Prefacio. En los diversos Prefacios se van desarrollando los variados aspectos de la historia de la salvación, adaptados a las fiestas y tiempos litúrgicos. Después del Sanctus, Santo, continúa el motivo de la alabanza y de la acción de gracias: “Santo eres en verdad, Señor, y con razón te alaban todas tus criaturas…”. Las razones de la alabanza: la creación, la redención, la santificación del pueblo de Dios reunido por Él para que ofrezca un sacrificio puro. Se ha introducido una memoria cordial y afectuosa de hermanos que han fallecido. De esta manera no es necesario celebrar tantas Misas por los 210


La reforma del Concilio Vaticano II

difuntos que hagan olvidar o pasar a un segundo plano las celebraciones de los Misterios de Cristo o de los santos. La intercesión por los difuntos tiene un tono pascual.

Plegaria eucarística IV Se aparta de la tradición romana; su lenguaje es muy bíblico y aparece muy clara la historia de la salvación. Introduce en la Liturgia romana la riqueza de las Anáforas orientales. Se había pensado de tomar alguna Anáfora oriental, la de San Basilio. Pero esta Plegaria IV, sin caer en el arqueologismo, emplea un lenguaje moderno y accesible a un cristiano de nuestros días que conozca la Biblia. Es una fórmula unitaria, una única “eucaristía” desde el diálogo del comienzo hasta el Amén final.

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ELEMENTOS DE LA PLEGARIA EUCARÍSTICA

“Entre las atribuciones del sacerdote, ocupa el primer lugar la Plegaria eucarística, que es el vértice de toda la celebración… Estas oraciones las dirige a Dios el sacerdote que preside la asamblea actuando en la persona de Cristo, en nombre de todo el pueblo santo y de todos los circunstantes” (OGMR 30). Encontramos aquí dos afirmaciones que nos pueden ayudar a vivir mejor esta parte de la Misa tan fundamental que es la Plegaria eucarística: “que es el vértice de toda la celebración”. Si es el vértice de toda la celebración tiene que ser conocida y valorada, por el sacerdote que preside y por el pueblo santo de Dios que participa. Es la oración más importante de la Iglesia. El “Padre nuestro” es la oración de Jesús y la Plegaria eucarística la oración más importante de la Iglesia. Por eso es tan necesario conocer todos sus elementos, cada una de sus partes, para que aprendamos a rezar como la Iglesia ora. La segunda afirmación es que “la dirige a Dios el sacerdote que preside la asamblea actuando en la persona de Cristo, en nombre de todo el pueblo santo y de todos los circunstantes”. Para la vida espiritual del sacerdote que preside es esencial que en ese momento sea consciente que no es él quien reza y pronuncia la Plegaria, es el Señor, actúa en la persona de Cristo. Como Jesús lo haría así el sacerdote tiene que rezar. Y el presbítero que actúa en la persona de Cristo lo hace “en nombre de todo el pueblo santo y de todos los circunstantes”. Esto exige que se rece la Plegaria eucarística, despacio, con voz fuerte, con unción, para que pueda ser seguida y participada por todo el pueblo. Se irán explicando, poco a poco, los diferentes elementos de la Plegaria eucarística

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EL GOZO DE VIVIR Y CELEBRAR LA EUCARISTÍA DE LA IGLESIA

para que podamos descubrir las maravillas que celebramos y aprendamos a orar como la Iglesia ora. Los principales elementos de que consta la Plegaria eucarística son (OGMR 79): 1) Acción de gracias, que se expresa sobre todo en el Prefacio, en que el sacerdote en nombre de todo el pueblo santo, glorifica a Dios Padre y le da gracias por toda la obra de salvación o por alguno de sus aspectos particulares. “En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias, Padre Santo, siempre y en todo lugar, por Jesucristo, tu Hijo amado. Por Él, que es tu Palabra, hiciste todas las cosas; tú nos lo enviaste para que, hecho hombre por obra del Espíritu Santo y nacido de María la Virgen, fuera nuestro Salvador y Redentor” (Prefacio de la Plegaria eucarística II).

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DIÁLOGO DEL PREFACIO

Acción de gracias: la Iglesia comienza a rezar dando gracias y recordando las maravillas del Señor, que ha hecho y hace en la historia y en cada uno de nosotros. Esta acción de gracias comienza con un diálogo entre el presbítero que preside y el pueblo santo de Dios que participa. Es oración dirigida siempre al Padre por el Hijo Jesucristo en el Espíritu Santo. Oración trinitaria. “El Señor esté con vosotros”: este saludo se encuentra en San Pablo (2 Tim 4,22) y en San Pedro (1Pe 5,14), y también en la antigua tradición cristiana y en todas las Liturgias cristianas. Este diálogo con el Amén final de la Plegaria, indica que toda la asamblea participa en la Eucaristía. Quiere ser como el toque de atención a la comunidad para que se dé cuenta de que participamos en un momento de la historia de la salvación que la Plegaria eucarística hará realidad aquí –ahora bajo forma sacramental. Esta fórmula proclama que Dios es el Emmanuel, “Dios con nosotros” (Ex 3,12; Mt 1,23). “Y con tu espíritu”: esta respuesta presenta un aspecto muy importante de la teología eucarística. Es la presencia del Espíritu Santo la que actúa, es el que transformará el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Sin el Espíritu no existe la Eucaristía de la Iglesia. “Levantemos el corazón”: esta indicación expresa los sentimientos de alabanza, de adoración, de acción de gracias de todos los presentes que se unen a la Liturgia celeste, cósmica, eterna. La comunidad de todos los salvados que ha experimentado la Misericordia de Dios manifestada en 215


EL GOZO DE VIVIR Y CELEBRAR LA EUCARISTÍA DE LA IGLESIA

Cristo resucitado. Cristo, nuestra Cabeza, está en el cielo, con Él debe estar nuestro corazón: “Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios” (Col 3,1). “Demos gracias al Señor, nuestro Dios”: en una invitación y un anuncio, invitación a la alabanza y la acción de gracias, por Jesucristo Resucitado. “Es justo y necesario”: respuesta del pueblo que el celebrante después reafirma. El adjetivo dignum, se encuentra en muchas ocasiones, en contexto solemne de proclamación del emperador, para la proclamación del obispo, para una verdad proclamada por un Concilio. Jesucristo Resucitado es el Cordero digno de recibir todo honor y gloria: “Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza” (Ap 5,12). “Eres digno, Señor, Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder, porque tú has creado el universo; porque por tu voluntad lo que no existía fue creado” (Ap 4,11).

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EL PREFACIO, PRIMERA PARTE DE LA PLEGARIA EUCARÍSTICA

Prefacio, viene del latín, quiere decir hablar antes o delante, lo que se dice antes, lo que se pronuncia primero. No es un pórtico preliminar ni un preámbulo o prólogo que introduce. Es parte integrante de la Plegaria eucarística. La riqueza de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II: encontramos en el Misal Romano más de cien Prefacios, en muchos de ellos se expresa en oración la teología profunda del Concilio. Además en la Colección de Misas de la Virgen María hay cuarenta y seis Prefacios nuevos, y en ellos encontramos la teología mariana del Concilio y de documentos del Papa Beato Pablo VI. Una riqueza inmensa, desconocida por muchos. 2) Aclamación: con la que toda la asamblea, uniéndose a los santos del cielo y en nombre de toda la creación, canta o aclama al Señor: “Por eso, con los ángeles y los santos, cantamos tu gloria diciendo: Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del universo…” (Prefacio de la Plegaria eucarística II). Esta aclamación que constituye una parte de la Plegaria eucarística, la hace todo el pueblo con el sacerdote. En Jesucristo Resucitado el canto que iniciaron los ángeles (Lc 2,14), himno de la Gloria de Dios, se hace cósmico, escatológico, sin fin. Y la Liturgia del cielo y de la tierra se unen en una alabanza perenne al Padre y “al Cordero que está degollado, que merece todo poderío y riqueza, saber y fuerza, honor, gloria y alabanza” (Ap 5,12). Y toda la asamblea canta gozosa el canto que dura siempre y que no acabará más (Is 6,3; Sal 97,3.5.9; Efes 1,19-21; Ap 4,8).

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EL GOZO DE VIVIR Y CELEBRAR LA EUCARISTÍA DE LA IGLESIA

“Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del universo”: las fuentes de este canto las encontramos en el Sal 98,3.5.9: “Ensalzad al Señor, Dios nuestro, postraos ante el estrado de sus pies: ¡Él es santo!; ¡Santo, santo, santo es el Señor del universo, llena está la tierra de su gloria! (Is 6,3); “Santo, Santo, Santo es el Señor Dios, el todopoderoso; el que era y ha de venir” (Ap 4,8). Se introdujo en la Liturgia oriental, en la Eucaristía por influjo de la sinagoga. Es la aclamación doxológica perenne de la Liturgia

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El Prefacio, primera parte de la Plegaria eucarística

celeste que se une a la Liturgia de la Iglesia como única celebración que anuncia y proclama a Dios, Señor de toda la creación. “Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria”: Jesucristo resucitado es el Señor y todo está lleno de su Gloria, Gloria del Padre que le resucitó: “que desplegó en Cristo, resucitándole de entre los muertos y sentándole a su derecha en los cielos, por encima de todo principado, potestad, dominación, y todo cuanto tiene nombre no solo en este mundo sino también en el venidero. Bajo sus pies sometió todas las cosas y le constituyó Cabeza suprema de la Iglesia” (Ef 1,20-23). “Hosanna en el cielo. Bendito el que viene en nombre del Señor”: esta aclamación fue añadida en occidente. La palabra hosanna es de origen hebreo y significa literalmente “Señor, danos la salvación” (Sal 117,25). Se empleaba en las fiestas de las tiendas y con ocasión de las procesiones: “Los que iban delante y detrás, gritaban: “¡Hosanna!, bendito el que viene en nombre del Señor” (Mc 11,9). Es un canto mesiánico: “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” (Mt 21,9; Mc 11,9-10; Lc 19,36; Jn 12,13). Es un canto de alabanza “al que está sentado en el Trono y al Cordero” (Ap 5,13).

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ANAMNESIS O MEMORIAL

3) Anamnesis o Memorial. En la Plegaria eucarística encontramos dos anamnesia, una antes del relato de la institución consagración y otra después. Anamnesis quiere decir recuerdo, “hacer memoria” de las maravillas que ha realizado Dios a lo largo de la historia de la salvación, hasta la venida de Jesús: “Santo eres en verdad, Señor, fuente de toda santidad” (Plegaria eucarística II). Esta primera anámnesis de la Plegaria eucarística II, es muy corta: en una frase hacemos memoria desde la creación del mundo, pasando por todo el Antiguo Testamento, hasta llegar a Jesús. Por eso es conveniente que sea pronunciada muy despacio y con voz fuerte. “Santo eres, en verdad”. Padre, y con razón te alaban todas tus criaturas, ya que por Jesucristo, tu Hijo, Señor nuestro, con la fuerza del Espíritu Santo, das vida y santificas todo, y congregas a tu pueblo sin cesar, para que ofrezca en tu honor un sacrificio sin mancha desde donde sale el sol hasta el ocaso” (Plegaria eucarística III). “Te alabamos, Padre santo, porque eres grande y porque hiciste todas las cosas con sabiduría y amor. A imagen tuya creaste al hombre y le encomendaste el universo entero, para que, sirviéndote solo a ti, su Creador, dominara todo lo creado. Y cuando por desobediencia perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la muerte, sino que, compadecido, tendiste la mano a todos, para que te encuentre el que te busca. Reiteraste, además, tu alianza a los hombres; por los profetas los fuiste llevando con la esperanza de la salvación. Y tanto amaste al mundo, Padre santo, que, al cumplirse la plenitud de los tiempos, nos enviaste como salvador a tu único Hijo. El cual se encarnó por obra del Espíritu Santo, nació 221


EL GOZO DE VIVIR Y CELEBRAR LA EUCARISTÍA DE LA IGLESIA

de María, la Virgen, y así compartió en todo nuestra condición humana menos en el pecado; anunció la salvación a los pobres, la liberación a los oprimidos y a los afligidos el consuelo. Para cumplir tus designios, él mismo se entregó a la muerte, y, resucitando, destruyó la muerte y nos dio nueva vida. Y porque no vivamos ya para nosotros mismos, sino para él, que por nosotros murió y resucitó, envió, Padre, al Espíritu Santo como primicia para los creyentes, a fin de santificar todas las cosas, llevando a plenitud su obra en el mundo” (Plegaria eucarística IV). La anamnesis, el recuerdo de las maravillas de Dios desde el comienzo hasta Jesús es muy inteligible. La creación obra de la Bondad de Dios. El hombre creado a imagen de Dios, señor de la creación. El pecado de Adán y Eva. Pero Dios no abandona, la alianza. Los profetas recuerdan al pueblo la salvación que llega con Jesús, el Hijo del Padre y de María, la Virgen. Que se ha hecho uno de nosotros, muerto y resucitado. Y nos da su Espíritu Santo para llevar a plenitud su obra en el mundo. Esta Plegaria eucarística, pedagógicamente, es la más inteligible. Y también para explicar a los cristianos las diferentes partes de la Plegaria eucarística y descubrir en ella las maravillas que celebramos. Al ser la más larga, quizás es la menos conocida. Pero si alguna cosa podemos abreviar los que presidimos la Eucaristía, que sea la palabra humana, la homilía.

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EPÍCLESIS

4) Epíclesis. Es una palabra griega que significa invocación. La Iglesia pide al Padre que envíe su Espíritu Santo para que transforme el pan y el vino, los dones ofrecidos, en el Cuerpo y Sangre de Jesús. Toda la Santa Trinidad está actuando en este momento, se pide al Padre que envíe el Espíritu y el Espíritu Santo transforma el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús: “La Iglesia implora la fuerza del Espíritu Santo para que los dones que han presentado los hombres queden consagrados, es decir, se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y para que la víctima inmaculada que se va a recibir en la Comunión sea para salvación de quienes la reciban” (OGMR 79c). Plegaria eucarística II: “Santifica estos dones con la efusión de tu Espíritu, de manera que sean para nosotros Cuerpo y Sangre de Jesucristo nuestro Señor”. Plegaria eucarística III: “Por eso, Padre, te suplicamos que santifiques por el mismo Espíritu estos dones que hemos separado para ti, de manera que sean Cuerpo y Sangre de Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro, que nos mandó celebrar estos misterios”. Plegaria eucarística IV: “Por eso, Padre, te rogamos que este mismo Espíritu santifique estas ofrendas para que sean Cuerpo y Sangre de Jesucristo, nuestro Señor”. Nos dice el Misal que en este momento, el sacerdote junta las manos, y manteniéndolas extendidas sobre las ofrendas dice esta oración al Padre. 223


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El gesto de extender las manos lo encontramos en el Antiguo y Nuevo Testamento, Jesús y los apóstoles. Y en los Sacramentos. Bautismo: “que este agua reciba por el Espíritu Santo, la gracia de tu Unigénito… que el poder del Espíritu, por tu Hijo, descienda sobre el agua de esta fuente”. En la Misa Crismal se invoca al Espíritu Santo en la bendición y consagración de los Óleos. En la Confesión o Penitencia, el sacerdote extiende las manos sobre el penitente e invoca al Padre de Misericordia que “derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados”. También en los Sacramentos de la Unción de los enfermos, del Orden y del Matrimonio. Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “El Padre escucha siempre la oración de la Iglesia de su Hijo que, en la epíclesis de cada Sacramento, expresa su fe en el poder del Espíritu. Como el fuego transforma en sí todo lo que toca, así el Espíritu Santo transforma en vida divina lo que se somete a su poder” (CEC 1127).

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NARRACIÓN DE LA INSTITUCIÓN

5) Narración de la institución. “Relato de la institución y consagración: con las palabras y los gestos de Cristo, se realiza el sacrificio que el mismo Cristo instituyó en la última Cena, cuando bajo las especies de pan y vino ofreció su Cuerpo y su Sangre y se lo dio a los Apóstoles en forma de comida y bebida, y les encargó perpetuar ese mismo misterio” (OGMR 79d). Ahora la Plegaria eucarística se convierte en una narración: con las palabras y los gestos de Cristo en la Cena que manda a sus discípulos de perpetuar este misterio. Plegaria eucarística II: “El cual cuando iba a ser entregado a su Pasión, voluntariamente aceptada, tomó pan; dándote gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros. Del mismo modo, acabada la cena, tomó el cáliz, y, dándote gracias de nuevo, lo pasó a sus discípulos, diciendo: Tomad y bebed todos de él, porque este es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía”. Plegaria eucarística III: “Porque él mismo la noche que iba a ser entregado, tomó pan, y dando gracias te bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros. Del mismo modo, acabada la cena, tomó el cáliz, dando gracias te bendijo, y lo pasó a sus discípulos, diciendo: Tomad y bebed todos de él, porque este es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía”. 225


EL GOZO DE VIVIR Y CELEBRAR LA EUCARISTÍA DE LA IGLESIA

Plegaria eucarística IV: “Porque él mismo, llegada la hora en que había de ser glorificado por ti, Padre santo, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Y, mientras cenaba con sus discípulos, tomó pan, te bendijo, lo partió y se lo dio, diciendo: Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros. Del mismo modo, tomó el cáliz lleno del fruto de la vid, te dio gracias y lo pasó a sus discípulos, diciendo: Tomad y bebed todos de él, porque este es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía”. Jesús instituye la Eucaristía en la última Cena, celebrando la Pascua judía. Y en la Eucaristía de esa noche santa, anticipa su Pasión, su Muerte y su Resurrección gloriosa. Es la Pascua cristiana, el “paso” definitivo de Dios por su pueblo. La pascua judía, haggada, no era un mero recuerdo de lo que pasó, sino presencia del Señor que había pasado por su pueblo, que pasa ahora en esta celebración, y que pasará. Jesús, en su Pasión-Muerte-Resurrección es la Pascua definitiva y permanente.

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“ESTE ES EL SACRAMENTO DE NUESTRA FE”

La invitación del celebrante a toda la comunidad reunida después de la consagración del Pan y del Vino, nos muestra el misterio fundamental de nuestra fe: la Pascua del Señor, su pasión y muerte, su resurrección gloriosa y su venida definitiva: “Este es el Sacramento de nuestra fe”. Y la comunidad responde: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!”. Sí, el Sacramento de nuestra Fe es Cristo Resucitado entregado como Cuerpo para nosotros, “esperanza de la gloria”. En la última Cena Jesús hizo con sus discípulos un anticipo de su Pascua, Pasión-Muerte-Resurrección, de ahí que todas las Plegarias eucarísticas hacen referencia a su pasión inminente: “Cuando iba a ser entregado a su Pasión, voluntariamente aceptada” (Plegaria eucarística II); “Porque él mismo la noche en que iba a ser entregado” (Plegaria eucarística III); “Porque él mismo, llegada la hora en que había de ser glorificado por ti, Padre Santo, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Plegaria eucarística IV). Las palabras sobre el pan y el vino el Papa Beato Pablo VI las unificó por razones pastorales. La Liturgia da realce de diferentes maneras a este momento de la Plegaria eucarística. La hostensión del Pan y del Vino (“sosteniéndolo un poco elevado sobre el altar”), ya convertidos en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Dice también la rúbrica del Misal Romano: “Muestra el Pan consagrado al pueblo, lo deposita luego sobre la patena y lo adora haciendo genuflexión”; “Muestra el cáliz al pueblo, lo deposita luego sobre el corporal y lo adora haciendo genuflexión”. Otra manera de dar realce a este momento es avisar a los fieles con el toque de la campanilla: “Un poco antes de la consagración, el ministro, si se cree conveniente, avisa a los fieles mediante un toque de campanilla. Puede también, de acuerdo con la cos227


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tumbre de cada lugar, tocar la campanilla cuando el sacerdote muestra la hostia y el cáliz a los fieles” (OGMR 150). También el incienso, signo de honor y de adoración a Cristo realmente presente en el Pan y el Vino: “Si se utiliza el incienso, el ministro inciensa la Hostia y el Cáliz cuando se muestran tras la consagración” (OGMR 150). La postura del cuerpo de rodillas o haciendo una profunda inclinación: “Estarán de rodillas durante la consagración, a no ser que lo impida la enfermedad o la estrechez del lugar o la aglomeración de los participantes o cualquier otra causa razonable. Y, los que no puedan arrodillarse en la consagración, harán una profunda inclinación mientras el sacerdote hace la genuflexión después de ella” (OGMR 43). El diácono: “Durante la Plegaria eucarística, el diácono está en pie junto al sacerdote, un poco retirado detrás de él, para ayudar cuando haga falta en el cáliz o en el misal. Desde la epíclesis hasta la postensión del cáliz el diácono permanece, normalmente arrodillado” (OGMR 179). Y si es posible, la Plegaria, cantada: “Es muy conveniente que el sacerdote cante las partes de la Plegaria eucarística musicalizadas” (OGMR 147). La riqueza de todos los signos litúrgicos en estos momentos de la Plegaria nos ayudan a descubrir que estamos cara a cara ante el Misterio del Señor al que adoramos con un gozo inmenso.

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ANAMNESIS O MEMORIAL

6) Anamnesis o Memorial. San Lucas nos dice en su Evangelio: “Haced esto en memoria mía” (Lc 22,19). Y después de las palabras de la consagración del vino se dice: “Haced esto en conmemoración mía”. Es un mandato de Jesús que la Iglesia lo ha cumplido a lo largo de todos los siglos. Este memorial, hacer memoria, no es un aniversario, un recuerdo de algo pasado. Es un recuerdo eficaz, que actualiza aquello que recordamos. Como para los judíos el memorial de su Pascua, no era sólo el recuerdo de su salida de Egipto, sino la renovación y actualización de la alianza que Dios les ofreció entonces y ahora renueva. Para nosotros, el Memorial de la Muerte-Resurrección-Ascensión-Venida gloriosa del Señor, no es sólo un recuerdo, sino la actualización de Cristo Resucitado y glorioso. Podemos decir que en cada Eucaristía se adelanta y garantiza también el futuro: “Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva” (1 Cor 11,26). “Anamnesis: la Iglesia, al cumplir este encargo que, a través de los Apóstoles, recibió de Cristo Señor, realiza el memorial del mismo Cristo, recordando principalmente su bienaventurada pasión, su gloriosa resurrección y ascensión al cielo” (OGMR 79e). En alguna Plegaria hacemos memoria de la Muerte y Resurrección del Señor. En otras, de la Pasión-Resurrección-Ascensión-Venida gloriosa. Plegaria eucarística II: “Así, pues, al celebrar ahora el memorial de la muerte y resurrección de tu Hijo”. Plegaria eucarística III: “Así, pues, Padre, al celebrar ahora el memorial de la pasión salvadora de tu Hijo, de su admirable resurrección y ascensión al cielo, mientras esperamos su venida gloriosa”. 229


EL GOZO DE VIVIR Y CELEBRAR LA EUCARISTÍA DE LA IGLESIA

Plegaria eucarística IV: “Por eso, Padre, al celebrar ahora el memorial de nuestra redención, recordamos la muerte de Cristo y su descenso al lugar de los muertos, proclamamos su resurrección y ascensión a tu derecha; y mientras esperamos su venida gloriosa”.

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OBLACIÓN U OFERTORIO

7) Oblación u Ofertorio. “La Iglesia, especialmente la reunida aquí y ahora, ofrece en este memorial al Padre en el Espíritu Santo la víctima inmaculada. La Iglesia pretende que los fieles no solo ofrezcan la víctima inmaculada, sino que aprendan a ofrecerse a sí mismos, y que de día en día perfeccionen, con la mediación de Cristo, la unidad con Dios y entre sí, para que finalmente Dios sea todo en todos” (OGMR 79f) la Iglesia, nosotros, la comunidad que celebra, ofrece al Padre el Cuerpo y la Sangre gloriosos de su Hijo. Ofrecemos al Padre el Cuerpo y la Sangre de su Hijo y nosotros nos ofrecemos juntamente con Él; es el gran momento de nuestro sacerdocio bautismal: “Te ofrecemos, Padre, el Pan de vida y el Cáliz de salvación” (Plegaria eucarística II). “Te ofrecemos, en esta acción de gracias, el sacrificio vivo y santo” (Plegaria eucarística III). “Te ofrecemos su Cuerpo y su Sangre, sacrificio agradable a ti y salvación para todo el mundo” (Plegaria eucarística IV). Este momento es el verdadero ofertorio de la Misa. Antes hemos presentado los dones, pan y vino, lo que hemos recogido para el sostenimiento de la Iglesia y de los pobres. Nuestros deseos e ilusiones, nuestros trabajos y nuestros fracasos. Todo lo que es vida de nuestra vida. Y el Padre lo ha aceptado y lo ha transformado por medio del Espíritu Santo en el Cuerpo y Sangre de su Hijo querido. Y nosotros, porque estamos bautizados y confirmados, hemos recibido el Espíritu Santo que nos capacita para poder ofrecerle al Padre lo que más le gusta, lo que le llena del todo: el Cuerpo y la Sangre de su Hijo Resucitado y Glorioso. Es el momento culminante de nuestro sacerdocio bautismal. Unidos al sacerdocio (orden sacerdotal) del que preside, formamos el único sacerdocio de Cristo que llega a su plenitud en este momento. Nosotros, pobres pecadores, le ofrecemos al Padre lo más grande: su Hijo 231


EL GOZO DE VIVIR Y CELEBRAR LA EUCARISTÍA DE LA IGLESIA

querido. Para nuestra vida espiritual es un momento de intensa oración y recogimiento. Ofrezco al Padre, pero también me ofrezco al Padre. Momento de especial recuerdo de María, la Madre de Jesús y Madre nuestra: en el Calvario con su Hijo muerto en su regazo, lo ofrece al Padre, y Ella también se ofrece al Padre. Es verdad que vivir intensamente la Misa compromete toda la vida del cristiano. 8) Epíclesis: pedimos al Padre que el Espíritu Santo que ha transformado el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de su Hijo, a nosotros nos haga “uno”: “Te pedimos humildemente que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo” (Plegaria eucarística II). “…Y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu” (Plegaria eucarística III). “Congregados en

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Oblación u Ofertorio

un solo cuerpo por el Espíritu Santo, seamos en Cristo víctima viva para alabanza de tu gloria” (Plegaria eucarística IV). En la primera epíclesis, antes de la narración de la institución, le hemos pedido al Padre que envíe su Espíritu Santo que ha transformado el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Al que hemos adorado profundamente. Ahora le pedimos al Padre que envíe el Espíritu Santo y nos “congregue en la unidad”, que “formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu”, “congregados en un solo cuerpo por el Espíritu Santo”. Es realmente otro gran milagro que sólo el Espíritu Santo puede hacer. En estos momentos eclesiales que vivimos, con tantos carismas del Espíritu, grupos, movimientos, comunidades, parroquia… Necesitamos sabernos querer, valorar, respetar, los diferentes carismas y espiritualidades de la Iglesia. Y ese milagro se lo pedimos cada día, celebrando la Eucaristía, al Espíritu Santo. 9) Intercesión: recuerdo y petición por la Iglesia, comunión también, con el Obispo de Roma, el Papa, el Obispo-la Iglesia diocesana, comunidad que celebra, hermanos difuntos. Comunión con la Iglesia, peregrina en la tierra. Se menciona a la Iglesia santa, católica, peregrina en este mundo, al pueblo santo de Dios. Se nombra al Papa y al obispo propio y a los demás pastores de la comunidad. Pedimos por ellos y expresamos nuestra comunión eclesial. Se pide también por la comunidad presente, por los seres queridos, por los que han ofrecido la Misa a su intención, por los ministros del altar. Comunión también con los difuntos, recuerdo y sufragio por ellos. Comunión con la Iglesia del cielo. Son intercesores nuestros, hermanos y amigos. Los santos han sabido llegar al máximo de amor a Dios y a los hermanos. “Intercesiones: dan a entender que la Eucaristía se celebra en comunión con toda la Iglesia, celeste y terrena, y que la oblación se hace por ella y por todos sus fieles, vivos y difuntos, miembros que han sido llamados a participar de la salvación y redención adquiridas por el Cuerpo y la Sangre de Cristo” (OGMR 79g). “Acuérdate, Señor, de tu Iglesia extendida por toda la tierra; y con el Papa N., con nuestro Obispo N., y todos los pastores que cuidan de tu pueblo, llévala a su perfección por la caridad. Acuérdate también de nuestros hermanos que durmieron con la esperanza de la resurrección, y de todos los que han muerto en tu misericordia; admítelos a contemplar la luz de tu rostro. Ten misericordia de todos nosotros, y así con María, la Virgen

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Madre de Dios, los apóstoles y cuantos vivieron en tu amistad a través de los tiempos, merezcamos, por tu Hijo Jesucristo, compartir la vida eterna y cantar tus alabanzas” (Plegaria eucarística II). “Te pedimos, Padre, que esta Víctima de reconciliación traiga la paz y la salvación al mundo entero. Confirma en la fe y en la caridad a tu Iglesia, peregrina en la tierra: a tu servidor, el Papa N., a nuestro Obispo N., al orden episcopal, a los presbíteros y diáconos, y a todo el pueblo redimido por ti. Atiende los deseos y súplicas de esta familia que has congregado en tu presencia. Reúne en torno a ti, Padre misericordioso, a todos tus hijos dispersos por el mundo. A nuestros hermanos difuntos y a cuantos murieron en tu amistad recíbelos en tu reino, donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria, por Cristo, Señor nuestro, por quien concedes al mundo todos los bienes” (Plegaria eucarística III). “Y ahora, señor, acuérdate de todos aquellos por quienes te ofrecemos este sacrificio: de tu servidor el Papa N., de nuestro Obispo N., del orden episcopal y de los presbíteros y diáconos, de los oferentes y de los aquí reunidos, de todo tu pueblo santo y de aquellos que te buscan con sincero corazón. Acuérdate también de los que murieron en la paz de Cristo y de todos los difuntos, cuya fe solo tú conociste. Padre de bondad, que todos tus hijos nos reunamos en la heredad de tu reino, con María, la Virgen Madre de Dios, con los apóstoles y los santos; y allí, junto con toda la creación libre ya del pecado y de la muerte, te glorifiquemos por Cristo,

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Oblación u Ofertorio

Señor nuestro, por quien concedes al mundo todos los bienes” (Plegaria eucarística IV). 10) Doxología final: “Expresa la glorificación de Dios, y se concluye y confirma con la aclamación del pueblo, Amén” (OGMR 79h). La Plegaria eucarística termina como había comenzado: la doxa, la glorificación del Padre, término de toda la obra de Cristo y de su Iglesia. Esta línea de glorificación tiene aquí su vértice máximo: cuando el sacerdote con el Pan y el Vino, Cuerpo y Sangre sacrificados y ofrecidos, pronuncia el per Ipsum que se concluye y confirma con la aclamación del pueblo. “Por Cristo, con Él y en Él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos”. “Amén”, la aclamación y adhesión fuerte y gozosa de toda la comunidad. “Al final de la Plegaria eucarística, el sacerdote, tomando la patena con la hostia y el cáliz y elevando ambos, pronuncia él solo la doxología: Por Cristo. Al concluir, el pueblo aclama: Amén. Después el sacerdote pone la patena y el cáliz sobre el altar” (OGMR 151). Este gesto expresivo del sacerdote alzando con sus manos la patena y el cáliz es la verdadera elevación. Es presentar al Padre lo que él más quiere, Jesucristo, expresión máxima del honor y la gloria de Dios. Y el Amén del pueblo es la adhesión sin reservas a todo lo que el presbítero ha proclamado y rezado en la Plegaria eucarística. El pronunciar o cantar el Amén es tan comprometido como pronunciar la misma Plegaria. Es conocida la expresión de San Jerónimo (s. iv), que decía que el Amén final en las comunidades de Roma, retumbaba como un trueno del cielo.

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EL CONVITE DE LA COMUNIÓN

“Ya que la celebración eucarística es un convite pascual, conviene que, según el encargo del Señor, su Cuerpo y su Sangre sean recibidos como alimento espiritual. A esto tienden la fracción y los demás ritos preparatorios, que conducen a los fieles a la Comunión (OGMR 80). La Eucaristía es al mismo tiempo memorial, sacrificio y convite. Jesucristo la instituyó en la forma y los signos de un convite: “tomad y comed”, “tomad y bebed”, “haced esto en memoria mía”, también el convite. El memorial sacrificial encuentra su realización última en la comunión. Por eso la comunión eucarística es parte esencial de la celebración de la Eucaristía. La comunión es la respuesta necesaria, el complemento indispensable a la Plegaria eucarística. Con la comunión, se es juntamente con Cristo, alabanza viva al Padre. La beraka, la bendición de la mesa que requiere la comida en común. El rito de la comunión consta (OGMR 80): a) Oración dominical: (OGMR 81) b) El rito de la paz: (OGMR 82) c) Gesto de la fracción del pan: (OGMR 83) d) Conmixtión: (OGMR 83) e) Cordero de Dios: (OGMR 83) f) Comunión: (OGMR 84)

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a) Oración dominical: “En la Oración dominical se pide el pan de cada día, con lo que se evoca, para los cristianos, principalmente el pan eucarístico, y se implora la purificación de los pecados, de modo que, verdaderamente, “las cosas santas se den a los santos”. El sacerdote invita a orar, y todos los fieles dicen, a una con el sacerdote, la oración. El sacerdote solo añade el embolismo, y el pueblo lo termina con la doxología” (OGMR 81). El Padre nuestro se introduce más tarde que la fracción del pan y el rito de la paz. S. Gregorio Magno introdujo el Padre nuestro en este momento de la celebración, y compara la Anáfora y la oración del Señor. El significado de la oración dominical en la celebración de la Eucaristía, es la fuente de unión entre la gran alabanza de la doxología final de la Anáfora, a la que corresponde la primera parte del Padre nuestro, y la preparación a la comunión, con sentimientos de purificación y de reconciliación fraterna, que se expresan en la segunda parte del Padre nuestro. 238


EL CONVITE DE LA COMUNIÓN

La recitación del Padre nuestro por toda la asamblea subraya uno de los momentos de mayor expresión de la condición sacerdotal de todo el pueblo de Dios. “En la Liturgia romana, se invita a la asamblea eucarística a rezar el Padre nuestro con una audacia filial; las liturgias orientales usan y desarrollan expresiones análogas: “Atrevernos con toda confianza”, “Haznos dignos de”. Ante la zarza ardiendo, se le dijo a Moisés: “No te acerques aquí. Quita las sandalias de tus pies” (Ex 3,5). Este umbral de la santidad divina, solo lo podía franquear Jesús, el que “después de llevar a cabo la purificación de los pecados” (Hb 1,3), nos introduce en presencia del Padre: “Henos aquí, a mí y a los hijos que Dios me dio” (Hb 2,13)” (CEC 2777). “¿Cuándo la debilidad de un mortal se atrevería a llamar a Dios Padre suyo, sino solamente cuando lo íntimo del hombre está animado por el Poder de lo alto?” (S. Pedro Crisólogo, sermo. 71). “Este poder del Espíritu que nos inroduce en la Oración del Señor se expresa en las Liturgias de Oriente y de Occidente con la palabra, típicamente cristiana: “parrhesia”, simplicidad sin deviación, conciencia filial, seguridad alegre, audacia humilde, certeza de ser amado: “por quien tenemos libre y confiado acceso a Dios por la fe en Él” (Ef 3,12); “En esto consiste la confianza que tenemos en Él: en que si le pedimos algo según su voluntad, nos escucha” (1 Jn 5,14). (CEC 2778). “Antes de hacer nuestra primera exclamación de la Oración del Señor, conviene purificar humildemente nuestro corazón. La humildad nos hace reconocer que “nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se los quiera revelar” (Mt 11,25-27), es decir a los pequeños y sencillos de corazón” (CEC 2779). 1) “Padre nuestro” Es como un ramillete síntesis de todo el magisterio de Jesús, por eso la primitiva Iglesia lo rezaba en el Bautismo y la Eucaristía. El esquema: los supremos valores del cristianismo. Mirando a Dios, su Reino, que es proclamación de su Gloria y vigencia de su Voluntad. Mi239


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rando a nosotros, pan para nuestra pobreza, perdón para nuestras ofensas-pecados, protección para nuestra debilidad. Y por encima de todo, la revelación gozosa de que Dios es Padre, y por tanto nosotros hijos de Dios y hermanos. ¡Padre!, vocativo que tiende el puente entre el hombre que ora y Dios que escucha (Lc 11,1). ¡Abbâ! “ipsissima vox”, la misma voz de Jesús: es el Espíritu Santo que “clama” en nosotros y “en el cual clamamos: ¡Padre!” (Gal 4,6; Rom 8,16). En el Evangelio, el Padre lo sabe todo (Mt 6,8;6,32); lo ve todo (Mt 6,4.6.32); tiene todo poder y lo da a Jesús (Mt 11,27); es perfecto (Mt 5,48); providente (Mt 6,26); quiere la salvación de los humildes (Mt 18,14). Jesús es el Hijo Amado, en el Bautismo (Mt 3,17), y en la Transfiguración (Mt 17,5). Y nosotros en Él. El Padre nuestro nos incorpora a la vida íntima de la Trinidad: es el Espíritu, enviado por el Padre, quien “desde”, “con” y “en”, nuestro corazón invoca al Padre por medio de Jesucristo (Gal 4,6; Rom 8,15). “Podemos invocar a Dios como “Padre” porque Él nos ha sido revelado por su Hijo hecho hombre y su Espíritu nos lo hace conocer” (CEC 2780). Cuando oramos al Padre estamos en comunión con Él y con su Hijo Jesucristo: “Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que estéis en comunión con nosotros y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo” (1 Jn 1,3). La primera palabra de la oración del Señor es una bendición de adoración, antes de ser una imploración. Porque la Gloria del Señor es que nosotros le reconozcamos como Padre. Le damos gracias por habernos revelado su nombre, por habernos concedido creer en Él y por haber sido habitados por su presencia (CEC 2781).

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Padre nuestro (1) Podemos rezar y adorar al Padre porque por el Bautismo nos ha hecho hijos suyos “adoptivos”, en su Hijo Jesús. Somos “hijos” con minúscula, en el “Hijo” con mayúscula. Por el Bautismo y la Confirmación hemos recibido el Espíritu Santo que nos da capacidad y fuerza para decir “Padre”. Dice S. Cipriano: “El hombre nuevo, que ha renacido y vuelto a su Dios por la gracia, dice primero: «¡Padre!», porque ha sido hecho hijo” (Dom. orat. 9). Decir a Dios “¡Padre!” Lleva consigo el intentar tener una actitud de conversión permanente. Dice S. Cipriano: “Es necesario acordarnos, cuando llamemos a Dios «Padre nuestro», de que debemos comportarnos como hijos de Dios” (Dom. orat. 11). “No podéis llamar Padre vuestro al Dios de toda bondad si mantenéis un corazón cruel e inhumano; porque en este caso ya no tenéis en vosotros la señal de la bondad del Padre celestial”, dice S. Juan Crisóstomo (Hom. In Mt 7,14). Y S. Gregorio de Nisa dice: “Es necesario contemplar continuamente la belleza del Padre e impregnar de ella nuestra alma” (Or. dom. 2). Cuando decimos Padre “nuestro” estamos diciendo que todas las promesas anunciadas en el Antiguo Testamento por los profetas, se han cumplido en Jesús: nosotros somos “su Pueblo” y Él es “nuestro Dios”: “Me desposaré contigo para siempre, me desposaré contigo en justicia y en derecho, en misericordia y en ternura, me desposaré contigo en fidelidad y conocerás al Señor” (Os 2,21-22). Podemos decir “nuestro” porque por el Bautismo y la fe hemos renacido por el agua y por el Espíritu: “El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios” (Jn 3,5). Jesús es “el primogénito entre muchos hermanos” (Rom 8,29), y “su” Iglesia es la comunidad de hermanos, en comunión con el Padre, con el Espíritu Santo y con Jesús mismo. De ahí la importancia de trabajar por la “comunión” entre todos los hermanos. Que sea realidad que “el grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma” (He 4,32). Rezando el Padre “nuestro” nos unimos a la oración de todos los cristianos, los seguidores de Jesús. Y llevamos al Señor a todas las personas que no le conocen. El rezar el Padre “nuestro” tiene que ensanchar nuestro corazón a amar sin límites. 241


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2) “Que estás en el cielo” El cielo, la morada de Dios, también en el templo... Jesús mira al cielo en la multiplicación de los panes (Mt 14,19); antes de la curación del sordomudo (Mc 7,39); antes de la resurrección de Lázaro (Jn 11,41); en la oración sacerdotal (Jn 17,1). El Padre no está lejano, es el que cuida los lirios y los pajarillos (Mt 6,2630), y se complace en los niños (Mt 18,10-14). Después de habernos puesto en presencia de Dios nuestro Padre para adorarle, amarle y bendecidle, el Espíritu filial hace surgir de nuestros corazones siete peticiones, siete bendiciones. Las peticiones nos llevan hacia Él: tu Nombre, tu Reino, tu Voluntad. Es que lo propio del amor es pensar en Aquel que amamos: “Santificado sea… venga… hágase…”. Y al Padre de las misericordia le pedimos: “danos… perdónanos… no nos dejes… líbranos” (CEC 28003-4-5).

3) “Santificado sea tu Nombre” El “Nombre de Dios” es el gran regalo del Dios Incognoscible e Inefable. El “Nombre de Dios” lleva toda la “Majestad” y toda la “Fuerza” del mismo Dios. La “Gloria” es irradiación de la “Santidad”. “Santificar” el Nombre de Dios quiere decir “glorificarlo”: “¡Padre, glorifica tu Nombre!” (Jn 12,28). El magisterio de Jesús consistió en revelar al mundo el Nombre de Jesús: “He manifestado tu Nombre a los hombres” (Jn 17,6); “Les di a conocer tu Nombre, y se lo daré a conocer, para que el amor con que me amaste esté en ellos” (Jn 17,26). Pedimos que el Padre sea santificado en nosotros y por nosotros. Dice S. Cipriano: “¿Quién podría santificar a Dios puesto que Él santifica? Inspirándonos nosotros en estas palabras: «Sed santos porque yo soy santo» (Lv 20,26), pedimos que, santificados por el Bautismo, perseveremos en lo que hemos comenzado a ser. Y lo pedimos todos los días porque faltamos diariamente y debemos purificar nuestros pecados por una santificación incesante. Recurrimos, por tanto, a la oración para que esta santidad per242


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manezca en nosotros” (Dom orat. 12). Del testimonio de nuestra vida, de nuestro ejemplo, depende también que el Nombre del Señor sea conocido y santificado: “Pedimos a Dios santificar su Nombre porque el salva y santifica a toda la creación por medio de la santidad. Se trata del Nombre que da la salvación al mundo perdido, pero nosotros pedimos que este Nombre de Dios sea santificado en nosotros por nuestra vida…” (S. Pedro Crisólogo, serm. 71). No olvidemos que toda oración al Padre siempre es “por nuestro Señor Jesucristo”. Nosotros somos “hijos” en el Hijo Jesús. “Y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo” (Jn 14,13).

4) “Venga a nosotros tu reino” En la definitiva eclosión de su reino, la ciudad de Dios ya no necesitará sol ni luna, porque la Gloria del mismo Dios será su claridad: “Y la ciudad no necesita del sol ni de la luna que la alumbre, pues la gloria del Señor la ilumina, y su lámpara es el Cordero” (Ap 21,23). Jesús invoca al “Padre, Señor del cielo y de la tierra” (Mt 11,25). El Reino de Dios es el objeto de la proclamación del Evangelio: “Jesús recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo” (Mt 4,23; 9,35); es Justicia: “Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia…” (Mt 6,33); y Paz y Gozo en el Espíritu Santo: “Porque el reino de Dios no es comida, sino justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo” (Rom 14,17); y Gloria: “Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre” (Mt 13,43). Para entrar en él se necesita pobreza: “Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt 5,3; Lc 6,20); incluye la persecución: “Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt 5,10), espíritu de infancia: “Jesús dijo: «Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos» (Mt 19,14); renuncia heroica: “El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder y, lleno

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de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los cielos se parece a un comerciante de perlas finas… se va a vender todo lo que tiene y la compra” (Mt 13,44-46); docilidad a la llamada: “El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo; mandó a sus criados para que llamaran a los convidados, pero no quisieron ir (Mt 22,1-19); actitud perseverante: “Entonces se parecerá el reino de los cielos a diez vírgenes que tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del esposo… Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta” (Mt 25,1-13); actitud de búsqueda: “Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; y todo esto se os dará por añadidura” (Mt 6,33). Reino sacerdotal del Padre: “Al que nos ama y nos ha librado de nuestros pecados con su sangre, y nos ha hecho reino y sacerdotes para Dios, su Padre” (Ap 1,6). “Y has hecho de ellos para nuestro Dios un reino de sacerdotes, y reinarán sobre la tierra” (Ap 5,10); elegidos como pueblo santo de Dios: “Vosotros, en cambio, sois un linaje elegido, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios” (1 Pe 2,9). Acción de gracias al Padre: que por Jesucristo nos habla del Reino que está cerca: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos” (Mt 3,2; 10,7; Mc 1,15); Reino al que se entra naciendo del “agua y el Espíritu”: “Jesús le contestó: «En verdad en verdad te digo: El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios»” (Jn 3,5). Reino que es “Don” del Espíritu que da paz y alegría: “Porque el reino de Dios no es comida y bebida, sino justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo” (Rom 14,17). Reino que se realizará plenamente al final de los tiempos: “Y el séptimo ángel tocó la trompeta y hubo grandes voces en el cielo: «¡El reino del mundo ha pasado a nuestro Señor y a su Cristo, y reinará por los siglos de los siglos!»” (Ap 11,15;12,10). Reino que es comunidad de hermanos que se perdonan “setenta veces siete” (Mt 18,21-22). Reino en el que se come el Pan de la Palabra, dulce como la miel o que “amarga” las entrañas: “Hijo de hombre, alimenta tu vientre y sacia tus entrañas con este volumen que te doy. Lo comí y me supo en la boca dulce como la miel” (Ez 3,3). “Me acerqué al ángel y le pedí que me diera el librito. Él me dice: “Toma y devóralo; te amargará en el vientre, pero en la boca será dulce como la miel”(Ap 10,9-10).

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EL CONVITE DE LA COMUNIÓN

5) “Hágase tu voluntad” Para Jesús, la voluntad del Padre, como su Reino y su Gloria, es el valor supremo: Getsemaní: “Y adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo: Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú” (Mt 26,39). Ha venido para hacer la voluntad del que le envió: “Porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado” (Jn 6,38); no busca otra cosa: “Yo no puedo hacer nada por mi mismo; según lo oigo, juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Jn 5,30); es su alimento: “Jesús les dice: Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra” (Jn 4,34). Y la voluntad del Padre es “que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,3-4). Y la paciencia del Padre: “Igualmente, no es voluntad de vuestro Padre que está en el cielo que se pierda ni uno de estos pequeños” (Mt 18,14). En Jesús la voluntad del Padre se cumplió perfectamente. Dijo al entrar en el mundo: “Entonces yo dije: He aquí que vengo para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad” (Hb 10,7). Y su obediencia fue total: “Y, aún siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer” (Hb 5,8). Escuchando la Palabra de Dios, orando, podemos discernir lo que el Padre quiere de nosotros: “para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto” (Rm 12,2). Y el Padre escucha a los que hacen su voluntad: “Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es piadoso y hace su voluntad” (Jn 9,31). S. Agustín.

6) “En la tierra como en el cielo” Cielo y tierra es la expresión bíblica de todo lo creado: “Al principio creó Dios el cielo y la tierra” (Gn 1,1; 2,5). Significa, también, el ámbito de la realeza inmensa de Dios: “El Dios que hizo el mundo y todo lo que contiene, siendo como es Señor de cielo y tierra” (He 17,24; Mt 5,34). El cielo que parecía lejano y separado, por la revelación de Dios como Padre se acerca: “En aquel momento tomó la palabra Jesús y dijo: «Te doy 245


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gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños»” (Mt 11,25).Y a Jesús se le ha dado todo poder en el cielo y en la tierra: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28,18). La segunda mitad del Padre nuestro tiene como un eje, la palabra “nosotros” o “nuestro”. Es como la súplica de los hijos de Dios, que estando “en la tierra” queremos ver la comunidad ordenada y que vive “como en el cielo”. Conscientes de ser lo que somos pedimos la protección de la Bondad y Misericordia del Padre, sintiéndonos “pobres”, “pecadores” y “débiles”.

7) “Danos hoy nuestro pan de cada día” “Danos”, es la hermosa confianza de los hijos que esperamos todo del Padre: “Para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos” (Mt 5,45). El Padre que quiere que no nos angustiemos: “No estéis agobiados por vuestra vida pensando qué vais a comer” (Mt 6,25). Pero la existencia de hermanos nuestros que en el mundo padecen hambre de pan nos lleva a la responsabilidad y al trabajo de saber compartir y también a trabajar seriamente por un mundo y una sociedad más justa. “Hoy”, es también una expresión de confianza que nos enseña Jesús: “No os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le basta su desgracia” (Mt 6,34). El Dios de Israel es Rey de los pobres que “da pan a los hambrientos” (Sal 146,7). El pan es una gracia de Dios: “Jacob hizo un voto en estos términos: Si Dios está conmigo..., si me da pan para comer” (Gen 28,20); “Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come” (Is 55,10); y San Pablo dice: “El que proporciona semilla al que siembra y pan para comer…” (2 Co 9,10). Dar pan es oficio de padre que no lo niega a su hijo: “Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le dará una piedra?” (Mt 7,9). Pan que se pide, porque no se tiene. Pan que es de Dios antes de ser propio. Pan que 246


EL CONVITE DE LA COMUNIÓN

no perece: “Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre” (Jn 6,27); Pan que es el mismo Jesús: “Yo soy el Pan de la Vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás” (Jn 6,35). Palabra que es Pan para la vida del mundo: “Porque el Pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo” (Jn 6,33). Es bello lo que nos dice S. Agustín: “La Eucaristía es nuestro pan cotidiano. La virtud propia de este divino alimento es una fuerza de unión: nos une al Cuerpo del Salvador y hace de nosotros sus miembros para que vengamos a ser lo que recibimos… Este pan cotidiano se encuentra además, en las lecturas que oís cada día en la Iglesia, en los himnos que se cantan y que vosotros cantáis. Todo eso es necesario en nuestra peregrinación” (Sermo, 57,7,7). El Pan de la Palabra que se hace Pan de la Eucaristía. Mesa de la Palabra y Mesa de la Eucaristía.

8) “Perdona nuestras ofensas” Con una gran confianza hemos comenzado a orar a Dios Padre. Le hemos pedido confiadamente que su Nombre sea santificado y que nosotros también lo seamos. Estamos bautizados, pero nuestro vestido bautismal se ensucia con nuestros pecados. Nos vamos de la casa paterna como el hijo pródigo del Evangelio. Pero podemos volver y decir: “¡Padre!, he pecado contra el cielo y contra ti” (Lc 15, 18). Pero por el sacramento de la Misericordia del Padre (confesión-penitencia) podemos experimentar la alegría del Padre: “cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron sus entrañas” (Lc 15,20); el abrazo y el perdón del Padre: “Y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos” (Lc 15, 20). Y el Padre hace una fiesta, “porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado” (Lc 15, 21) (CEC 2839). Dios es un Padre “compasivo”, que “perdona”, “redime”, “purifica”, “lava”, “borra” los pecados del hombre consciente de sus desvíos (Sal 50; 103,3-5; 129,4). En el Evangelio vemos que el publicano que se siente un pecador es justificado, y el fariseo que se cree justo, no es justificado: “El publicano no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se gol247


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peaba el pecho, diciendo: «¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador». Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no” (Lc 18, 13-14). El perdón de los pecados a todas las naciones es tema central del mensaje de Jesús: “Y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados de todos los pueblos, comenzando por Jerusalén” (Lc 24,47). Jesús significa la salvación-liberación de los pecados del pueblo: “Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1,21). Vino al mundo para quitarlos, como señala Juan Bautista: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29), llevándolos en su propio cuerpo sobre la Cruz: “Él llevó nuestros pecados en su cuerpo hasta el leño, para que, muertos a los pecados, vivamos para la justicia. Con sus heridas fuisteis curados” (1 Pe 2,24).

9) “Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. En diversas ocasiones Jesús usa el “como”: “Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48). Cuando habla del amor a los enemigos: “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6, 36). Y cuando da el mandamiento nuevo: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros” (Jn 13, 34). Y como Jesús nos perdona, nosotros hemos de perdonarnos: “Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo” (Ef 4,32). En la parábola del aquel siervo sin entrañas que no perdona a su compañero, termina Jesús diciendo: “Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si cada cual no perdona de corazón a su hermano” (Mt 18, 34). El amor y la oración cristiana nos llevan a amar a nuestros enemigos: “Habéis oído que se dijo: «Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo». Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos” (Mt 5, 43-44). Jesús nos ha reconciliado con Él y quiere que nos reconciliemos entre nosotros: “Porque Dios mismo estaba en Cristo reconciliando el mundo consigo… y ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación” (2 Co 5,19). El Señor nos perdona siempre, no se cansa nunca de perdonar, por eso responde a 248


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Pedro cuando este le pregunta: “Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?” Jesús le contesta: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete” (Mt 18, 21-22). Siempre somos deudores de amor, ya que el Señor nos ama superabundantemente, siempre “sobra” de su amor. Por eso dice Pablo: “A nadie le debáis nada, más que el amor mútuo; porque el que ama ha cumplido el resto de la ley” (Rom 13,8). La Eucaristía es comunión perfecta con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y tiene que llevarnos a la comunión y al amor entre los hermanos. Por eso nos dice Jesús: “Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda” (Mt 5,23-24).

10) “No nos dejes caer en la tentación”. Ya le hemos pedido al Señor que perdone nuestras ofensas, “perdona nuestras ofensas”. Nuestros pecados son fruto de haber consentido en la tentación. Jesús nos dice: “Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil”. Es muy iluminador lo que nos dice Santiago: “Cuando alguien se vea tentado, que no diga: “Es Dios quien me tienta”; pues Dios no es tentado por el mal y Él no tienta a nadie. A cada uno lo tienta su propio deseo cuando lo arrastra y lo seduce; después el deseo concibe y da a luz al pecado, cuando madura, engendra muerte” (Sant 1,13-15). Ciertamente que somos tentados, y en ocasiones con fuerza y virulencia, pero el Señor nos da su fuerza para no consentir, para vencer la tentación. La tentación puede aparecer como cosa buena y agradable: “Entonces la mujer se dio cuenta de que el árbol era bueno de comer, atrayente a los ojos y deseable para lograr inteligencia” (Gn 3,6). Pero ahí viene la decisión del corazón. Jesús nos dice que “donde está tu tesoro, allí estará tu corazón” y que “nadie puede servir a dos señores” (Mt 6, 21.24). Estamos bautizados y confirmados, y hemos de vivir la vida nueva de Jesús: “Si vivimos por el Espíritu, marchemos tras el Espíritu” (Gal 5,25). En la Eucaristía comemos el Pan de la Palabra y el Cuerpo 249


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Glorioso de Jesús que son nuestra fuerza para vencer la tentación. Sabiendo lo que nos dice Pablo: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea de medida humana. Dios es fiel, y Él no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas, sino que con la tentación hará que encontréis también el modo de poder soportarla” (1Co 10,13). Jesús venció la tentación y al tentador: “Entonces lo dejó el diablo, y he aquí que se acercaron los ángeles y lo servían” (Mt 4,11). Por eso nos dice como dijo a sus apóstoles: “Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil” (Mt 26,41). Y le pide al Padre que nos guarde: “Padre santo, guárdalos en tu nombre” (Jn 17,11). La vigilancia y la perseverancia hasta el último momento de nuestra vida: “Mira, vengo como un ladrón. Bienaventurado el que vela y guarda sus vestidos” (Ap 16,15).

11) “Y líbranos del mal”. El término “líbranos” puede parecer como la angustia de un posible “entrar en tentación”, pero queda sosegada con la confianza de que el Padre nos “librará” o “preservará” del Maligno. Pedimos ser liberados del “Malvado”, del “Maligno”, “el Malo”, como dicen las diferentes traducciones. A los varios nombres de Satanás se añadió el de “el Malo”. Jesús en su oración sacerdotal le pide al Padre: “No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno” (Jn 17,15). El mal no es una abstracción, es una persona, Satanás. Satanás significa anti-Dios, anti-Cristo, anti-Iglesia. Diablo, “dia-bolos” es aquel que “se atraviesa” en el camino de Dios. Dice Jesús hablando del diablo: “Él era homicida desde el principio y no se mantuvo en la verdad porque no hay verdad en él. Cuando dice la mentira, habla de lo suyo porque es mentiroso y padre de la mentira” (Jn 8,44). Pero el diablo, Satanás, será derrotado definitivamente: “Y fue precipitado el gran dragón, la serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás, el que engaña al mundo entero; fue precipitado y sus ángeles fueron precipitados con él” (Ap 12,9). Y podemos luchar y vencer y liberarnos del mal: “Sabemos que todo el que ha nacido de Dios no peca, sino que el Engendrado de Dios lo guarda y el Maligno no llega a tocarlo. Sabemos que somos de Dios, y que el

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mundo entero yace en poder del Maligno” (1Jn 5,18-19). Jesús vence al “príncipe de este mundo” (Jn 14,30) con su muerte y resurrección: “Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el principe de este mundo va a ser echado fuera” (Jn 12,31). (CEC 2850-54). Esta última petición: “Y líbranos del mal”, enlaza con el Embolismo que sigue a continuación. Por eso no se añade “Amén” al Padre nuestro de la Misa.

12) Embolismo Esta palabra viene del griego; significa añadir, introducir una cosa. Es el comentario o glosa que se añade a la oración del Padre nuestro, en la que se alude a la paz, a la liberación del mal y del pecado, y a la espera definitiva del Señor al final de los tiempos. “Líbranos de todos los males, Señor, y concédenos la paz en nuestros días, para que, ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo”. Esta oración la reza o la canta el sacerdote después de haber rezado o cantado todos juntos el Padre nuestro: “El sacerdote solo añade el embolismo, y el pueblo lo termina con la doxología. El embolismo, que desarrolla la última petición de la misma Oración dominical, pide para toda la comunidad de los fieles la liberación del poder del mal” (OGMR 81). El presbítero que preside dice esta oración del embolismo con las manos extendidas: “Concluida la Oración dominical, el sacerdote, con las manos extendidas, dice él solo el embolismo: Líbranos de todos los males…; al terminarlo el pueblo aclama: Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria, por siempre, Señor” (OGMR 153).

13) Aclamación doxológica del pueblo Por la Didakhé (finales del siglo i), sabemos que empezó muy temprano, seguramente ya en edad apostólica, la costumbre oriental de terminar la Oración dominical con una doxología: “Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria, por siempre, Señor”. Encontramos ahí las tres peticiones del 251


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Padre nuestro: la glorificación de su Nombre, la venida de su Reino y su Voluntad salvadora. Es una aclamación que nos hace pensar y gozar de la Liturgia del cielo: “Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza…” “Al que está sentado en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos” (Ap 5,12.13).

b) El rito de la paz: “Sigue, a continuación, el rito de la paz, con el que la Iglesia implora la paz y la unidad para sí misma y para toda la familia humana, y los fieles expresan la comunión eclesial y la mutua caridad, antes de comulgar en el Sacramento. Por la que se refiere al mismo rito de darse la paz… conviene que cada uno exprese sobriamente la paz solo a quienes tiene más cerca” (OGMR 82). El gesto de la paz entre los cristianos es muy antiguo. San Pablo dice: “Saludaos los unos a los otros con el beso santo” (Rom 16,16). La reconciliación con el hermano ofendido, es el requisito exigido por Cristo para hacer un verdadero acto de culto: “Si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda” (Mt 5,23). El rito de la paz, con el que los fieles imploran la paz y la unidad para la Iglesia y para toda la familia humana, y se expresan mutuamente la caridad, antes de participar en un mismo pan. El sustrato simbólico del rito de la paz es la unidad: “El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión de la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión del cuerpo de Cristo? Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues comemos del mismo pan” (1 Cor 10,16-17). Esta paz de la que ha de ser exponente la Iglesia, toda la Iglesia y las comunidades que la forman: “Como este pan partido estaba antes disperso por los montes, y recogido se ha hecho uno, así se recoja tu Iglesia de los confines de la tierra en tu Reino” (Didachê 14,81). El presbítero que preside reza con las manos extendidas y en voz alta: “Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles: «La paz os dejo, mi paz os doy», no tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia y, 252


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conforme a tu palabra, concédele la paz y la unidad. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos”. La paz está ya entre los que toman parte en la celebración eucarística, porque está presente el Autor de la paz. Es un Don propiedad de la comunidad eucarística que cada uno lo puede entregar, comunicar. “A continuación, el sacerdote, con las manos extendidas dice: «Daos fraternalmente la paz»”. El gesto de darse la paz: “Por lo que se refiere al mismo rito de darse la paz, establezcan las Conferencias de los Obispos el modo más conveniente, según el carácter de cada pueblo. No obstante, conviene que cada uno exprese sobriamente la paz solo a quienes tiene más cerca” (OGMR 82). El sacerdote da la paz a los ministros, dentro del presbiterio: “El sacerdote puede dar la paz a los ministros, pero siempre permaneciendo dentro del presbiterio para no perturbar la celebración… Mientras se da la paz puede decirse: «La paz del Señor esté siempre contigo», a lo que se responde: Amén” (OGMR 154). Si hay diácono en la celebración: “El diácono invita a darse la paz diciendo con las manos juntas y vuelto hacia el pueblo: «Daos fraternalmente la paz». Él la recibe directamente del sacerdote y puede darla a los ministros más cercanos” (OGMR 181).

c) Gesto de la fracción del pan: “El sacerdote parte el pan eucarístico con la ayuda, si procede, del diácono o de un concelebrante. El gesto de la fracción del pan, realizado por Cristo en la última Cena, y que en los tiempos apostólicos fue el que sirvió para denominar la íntegra acción eucarística, significa que los fieles, siendo muchos, en la Comunión de un solo pan de vida, que es Cristo muerto y resucitado para la vida del mundo, se hacen un solo cuerpo (1 Co 10,17)” (OGMR 83). Jesús tomó pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos. La Iglesia repite el gesto de Jesús, después de la Plegaria eucarística y antes de la Comunión. Es un gesto funcional, necesario y práctico para poderlo distribuir. Se hace realidad lo que nos dice S. Pablo: “Porque el pan es uno, nosotros siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan” (1 Co 10,17). De ahí la necesidad de revalorizar el signo el signo del pan, que se vea que el pan se parte, y se vea que es pan. “Ya que la naturaleza misma del signo exige que la materia de la celebración eucarística aparezca verdaderamente como alimento. Conviene, pues, que el pan euca253


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rístico, aunque sea ácimo, se haga de tal forma que el sacerdote, en la misa celebrada con el pueblo, pueda realmente partir la hostia en partes diversas y distribuirlas, al menos a algunos fieles” (OGMR 321). Partir el pan en la mesa familiar era un gesto del padre de familia, y entre los judíos tenía mucha importancia. El que presidía pronunciaba la bendición del pan al principio de la comida y la repartía. Jesús resucitado hace este gesto ante los discípulos de Emaús, y ellos le reconocen: “Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron” (Lc 24, 29-30). Cristo partió el pan: “Cristo, en efecto, tomó en sus manos el pan y el cáliz, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos” (OGMR 72); “El gesto de la fracción del pan, realizado por Cristo en la última Cena” (OGMR 839). “Fractio panis”, el partir el pan “que en los tiempos apostólicos fue el que sirvió para denominar la íntegra acción eucarística” (OGMR 83). “El primer día de la semana, nos reunimos para la fracción del pan” (He 20,7). “Y el pan que partimos, ¿no es comunión del cuerpo de Cristo?” (1 Co 10,16). Y este gesto de partir el pan se realiza: “Mientras se dice el Cordero de Dios, los diáconos o algunos concelebrantes pueden ayudar al celebrante principal a partir el pan consagrado, sea para la Comunión de los mismos concelebrantes, sea para el pueblo” (OGMR 240).

d) Conmixtión: (OGMR 83) el celebrante ha tomado el pan consagrado y lo ha partido, y deja caer una parte del mismo en el cáliz, diciendo en secreto: “El Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, unidos en este cáliz, sean para nosotros alimento de vida eterna”. Este gesto significa la unidad del Cuerpo y la Sangre de Jesús: “El sacerdote realiza la fracción del pan y deposita una partícula de la hostia en el cáliz, para significar la unidad del Cuerpo y de la Sangre del Señor en la obra salvadora” (OGMR 83). Y mientras se canta o recita “Cordero de Dios”: “A continuación, el sacerdote toma el pan consagrado, lo parte sobre la patena, y deja caer una partícula en el cáliz diciendo en secreto: El Cuerpo y la Sangre. Mientras tanto, el coro y el pueblo cantan o recitan: Cordero de Dios” (OGMR 155). 254


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Es un gesto universal de todas las liturgias. Quiere significar la unidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, presencia viva del Señor resucitado. Podemos pensar en el rito del fermentum: se introducía en la copa del celebrante un fragmento del pan consagrado en la Eucaristía presidida por el papa que se enviaba por medio de los diáconos o acólitos. Un gesto de comunión y de unidad. El pan consagrado se guardaba para llevarlo a los enfermos, los encarcelados e impedidos. Más tarde, para adorarlo. De ahí nació la reserva del Santísimo y el culto de la Eucaristía fuera de la Misa.

e) Cordero de Dios: mientras se hace la fracción del Pan y la conmixtión, se canta esta invocación; puede repetirse cuantas veces sea necesario para acompañar la fracción del Pan: “El sacerdote realiza la fracción del pan y deposita una partícula de la hostia en el cáliz… El coro o un cantor canta normalmente la súplica Cordero de Dios con la respuesta del pueblo; o lo dicen al menos en voz alta. Esta invocación acompaña a la fracción del pan y, por eso, puede repetirse cuantas veces sea necesario hasta que concluya el rito. La última vez se concluye con las palabras: danos la paz” (OGMR 83). El pan fragmentado, cuerpo roto de la Pasión, es otro símbolo que acompaña la fractio panis. Esto hace pensar en la comunión como participación en el convite pascual en el que “Cristo nuestra Pascua ha sido inmolado” (1 Cor 5,7). Y la participación a este convite sacrificial es la unión a su Cuerpo roto y a su Sangre derramada como oblación al Padre como remisión de los pecados. “Cordero de Dios” es una expresión que se repite a la largo de la celebración de la Misa: en el Gloria, “en que la Iglesia, congregada en el Espíritu Santo, glorifica al Padre y al Cordero” (OGMR 53). En la invitación a la Comunión: “Este es el Cordero de Dios…” (OGMR 157). Es un canto que acompaña al rito de partir el pan: “acompañan a un rito, como los cantos de entrada, del ofertorio, de la fracción (Cordero de Dios) y de Comunión” (OGMR 38). Los concelebrantes y los diáconos pueden ayudar al celebrante principal: “Mientras se dice el Cordero de Dios, los diáconos o algunos concelebrantes pueden ayudar al celebrante principal a partir el pan consagrado, sea para la Comunión de los mismos concelebrantes, sea para el pueblo” (OGMR 240). Canto que no puede ser sustituido por

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otro canto o texto: “Los cantos establecidos en el Ordinario de la Misa, por ejemplo el Cordero de Dios, no pueden sustituirse por otros cantos” (OGMR 366). La expresión “Cordero de Dios” es de una gran riqueza bíblica. Cordero conducido a la muerte: “Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abrió la boca: como cordero llevado al matadero…” (Is 53,7). El Cordero degollado: “Y vi en medio del trono y de los cuatro vivientes, y en medio de los ancianos, a un Cordero de pie, como degollado…” (Ap 5,6). El Cordero victorioso: “Y gritan con voz potente: «¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!»” (Ap 7,10). La sangre del Cordero que salva: “Ellos le vencieron en virtud de la sangre del Cordero” (Ap 12,11). Será adorado por todos: “Le adorarán todos los habitantes de la tierra” (Ap 13,8). El triunfo definitivo, las Bodas del Cordero: “Alegrémonos y gocemos y démosle gracias. Llegó la boda del Cordero, su esposa se ha embellecido… Bienaventurados los invitados al banquete de bodas del Cordero” (Ap 19,7-9). La nueva Jerusalén: “Y en ella no vi santuario, pues el Señor, Dios todopoderoso, es su santuario, y también el Cordero” (Ap 21,22). Cuando rezamos o cantamos: “Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros. Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros. Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, danos la paz”, estamos aclamando a Jesús resucitado y glorioso del que vamos a comer y beber su Cuerpo y su Sangre en la Comunión.

f) Comunión: (OGMR 84) es la participación plena de Cristo; de la Palabra escuchada que se hace Pan sacrificial comido. Esta es la dinámica celebrativa: se parte de la Palabra para llegar al Pan, que es verdadero convite de la única Mesa de la Palabra divina y del Pan eucarístico, único Pan que da vida y que diviniza.

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PREPARACIÓN DEL SACERDOTE Y LOS FIELES

Antes de comulgar, el sacerdote y la comunidad que participa se preparan: “El sacerdote se prepara con una oración en secreto para recibir con fruto el Cuerpo y Sangre de Cristo. Los fieles hacen lo mismo, orando en silencio” (OGMR 84). El Misal nos propone dos oraciones, a elegir, que el sacerdote reza en voz baja, en secreto, como preparación personal suya, mientras también el pueblo, en silencio se prepara. El sacerdote puede decir esta oración: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que por voluntad del Padre, cooperando el Espíritu Santo, diste con tu muerte la vida al mundo, líbrame, por la recepción de tu Cuerpo y de tu Sangre, de todas mis culpas y de todo mal. Concédeme cumplir siempre tus mandamientos y jamás permitas que me separe de ti”. Una oración en la que aparece Jesús, Hijo del Padre y la fuerza del Espíritu Santo, que salva con su muerte dando vida al mundo. Y se pide limpieza del

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pecado antes de comulgar, y fidelidad al Señor. También el Misal propone esta oración: “Señor Jesucristo, la comunión de tu Cuerpo y de tu Sangre no sea para mí motivo de juicio y condenación, sino que, por tu piedad, me aproveche para defensa de alma y cuerpo y como remedio saludable”. En esta oración se recuerda a lo que dice S. Pablo: “De modo que quien coma del pan y beba del cáliz del Señor indignamente, es reo del cuerpo y de la sangre del Señor” (1Co 11,27). Y los frutos de la Comunión, fuerza para el camino y alimento que anima y fortalece.

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EL SACERDOTE MUESTRA EL PAN EUCARÍSTICO E INVITA AL BANQUETE

“Luego el sacerdote muestra a los fieles el pan eucarístico sobre la patena o sobre el cáliz y los invita al banquete de Cristo; y, juntamente con los fieles, hace, usando las palabras evangélicas prescritas, un acto de humildad” (OGMR 84). El Misal nos dice: “El sacerdote hace genuflexión, toma el pan consagrado y, sosteniéndolo un poco elevado sobre la patena, lo muestra al pueblo diciendo: Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor”. El gesto del sacerdote y las palabras que pronuncia son un anuncio y una invitación, señala al Señor como hizo S. Juan Bautista: “En medio de vosotros hay uno que no conocéis...” “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 26.29). Esta bienaventuranza: “Dichosos los invitados a la cena del Señor”, la encontramos en el Apocalipsis, haciendo referencia al Señor resucitado y glorioso: “Bienaventurados los invitados al banquete de bodas del Cordero” (Ap 19,9). “Señor, no soy digno” “Y juntamente con los fieles, hace, usando las palabras evangélicas prescritas, un acto de humildad”. En este momento de preparación inmediata a comer el Cuerpo glorioso de Jesús, la Iglesia nos hace decir las palabras del centurión de Cafarnaún: “Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano” (Mt 8,8). Humildad ante la grandeza del Señor, realmente presente, que se nos da como alimento.

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El sacerdote dice en secreto: “El Cuerpo de Cristo me guarde para la vida eterna”. Y comulga reverentemente el Cuerpo de Cristo. Después toma el cáliz y dice en secreto: “La Sangre de Cristo me guarde para la vida eterna”. Y bebe reverentemente la Sangre de Cristo. Después toma la patena, se acerca a los que quieren comulgar y les presenta el pan consagrado, que sostiene un poco elevado, diciendo a cada uno de ellos: “El Cuerpo de Cristo”. Y el que va a comulgar responde: “Amén”. Y comulga. Cuando el sacerdote comulga el Cuerpo de Cristo, comienza el canto de comunión.

Comunión: El modo más perfecto de participación en la Eucaristía “Con mayor interés aún, el Concilio Vaticano II, consecuente en presentar como “el modo más perfecto de participación aquel en que los fieles, después de la Comunión del sacerdote, reciben el Cuerpo del Señor consagrado en la misma Misa” (SC 55), exhorta a llevar a la práctica otro deseo ya formulado por los Padres del Tridentino: que para participar de un modo más pleno “en la Misa no se contenten los fieles con comulgar espiritualmente, sino que reciban sacramentalmente la Comunión eucarística” (OGMR 13). Porque la Eucaristía es un convite pascual “Ya que la celebración eucarística es un convite pascual, conviene que, según el encargo del Señor, su Cuerpo y su Sangre sean recibidos por los fieles, debidamente dispuestos, como alimento espiritual. A esto tienden la fracción y los demás ritos preparatorios, que conducen a los fieles a la Comunión” (OGMR 80). Con la Comunión se participa en el sacrificio de Cristo “Es muy de desear que los fieles, como el mismo sacerdote tiene que hacer, participen del Cuerpo del Señor con pan consagrado en esa misma Misa y, en los casos previstos, participen del cáliz, de modo que aparezca mejor, por los signos, que la Comunión es una participación en el sacrificio que se está celebrando” (OGMR 85). 260


El sacerdote muestra el pan eucarístico e invita al banquete

El pueblo se consolida en la unidad en la Comunión “El pueblo de Dios, adquirido por la Sangre de Cristo, congregado por el Señor, que lo alimenta con su Palabra; pueblo que ha recibido el llamamiento de presentar a Dios todas las peticiones de la familia humana; pueblo que, en Cristo, da gracias por el misterio de la salvación ofreciendo su sacrificio; pueblo finalmente que por la Comunión de su Cuerpo y Sangre se consolida en la unidad” (OGMR 5). Comunión de un solo Pan y de un solo Cáliz “Por la fracción del pan y la Comunión, los fieles, aun siendo muchos, reciben de un solo pan el Cuerpo y de un solo cáliz la Sangre del Señor” (OGMR 72); “Significa que los fieles, siendo muchos, en la Comunión de un solo pan de vida, que es Cristo muerto y resucitado, para la vida del mundo, se hacen un solo cuerpo” (OGMR 83). Procesión de la Comunión La Comunión es la participación plena de la celebración de la Eucaristía. El Pan de la Palabra se hace Pan para ser comido. Salimos al encuentro del Señor que se nos da. Es la tercera procesión de la Misa: procesión de entrada, de la preparación de las ofrendas y de la Comunión. “Signo de la Iglesia peregrina al encuentro de su Señor. Los fieles se acercan a la Comunión en procesión. Conviene que estas procesiones se realicen en forma decorosa” (OGMR 44); “El sacerdote toma después la patena o la píxide y se acerca a los que van a comulgar, quienes, de ordinario, se acercan procesionalmente” (OGMR 160). No toman la Comunión por sí mismos ni se la pasan a otros “A los fieles no les es lícito tomar por sí mismos ni el pan consagrado ni el cáliz sagrado y menos aún pasárselos entre ellos de mano en mano. Los fieles comulgan de rodillas o de pie, según lo haya establecido la Conferencia de los Obispos. Cuando comulgan de pie, se recomienda que, antes de recibir el Sacramento, hagan la debida reverencia” (OGMR 160).

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Responden “Amén” “Si la Comunión se administra sólo bajo la especie de pan, el sacerdote, teniendo la hostia un poco elevada, se la muestra a cada uno diciéndole: «El Cuerpo de Cristo». El que comulga responde: Amén y recibe el Sacramento en la mano o en la boca, según prefiera. En cuento recibe la sagrada hostia, el que comulga la consume íntegramente” (OGMR 161). Con pan consagrado en la misma Misa “El modo más perfecto de participación es aquel en que los fieles, después de la Comunión del sacerdote, reciben el Cuerpo del Señor consagrado en la misma Misa” (OGMR 13); “Es muy de desear que los fieles, como el mismo sacerdote tiene que hacer, participen del Cuerpo del Señor con pan consagrado en la misma Misa” (OGMR 85).

El canto de la Comunión Es un canto funcional, acompaña la procesión de la Comunión. Es la comunidad que sale al encuentro del Señor, su carácter gozoso, festivo, ayuda a orar íntimamente y comunitariamente. “Mientras el sacerdote comulga el Sacramento, comienza el canto de Comunión, canto que debe expresar, por la unión de voces, la unión espiritual de quienes comulgan, demostrar la alegría del corazón y manifestar claramente la índole «comunitaria» de la procesión para recibir la Eucaristía. El canto se prolonga mientras se administra el Sacramento a los fieles. En el caso de que se cante un himno después de la Comunión, el canto de Comunión conclúyase a su tiempo” (OGMR 86). “Para el canto de Comunión se puede emplear o la antífona del Gradual romano, con Salmo o sin él, o la antífona con el Salmo del Gradual simple, o algún otro canto adecuado, aprobado por la Conferencia de los Obispos. Lo cantan el coro solo o también el coro o un cantor, con el pueblo. Si no hay canto, la antífona propuesta por el Misal puede ser rezada por los fieles, o por alguno de ellos, o por un lector, o en último término, la recitará el mismo sacerdote, después de haber comulgado y antes de distribuir la Comunión a los fieles” (OGMR 87). 262


El sacerdote muestra el pan eucarístico e invita al banquete

Distribución de la Comunión: ministros ordinarios y extraordinarios “Después del presbítero el diácono, en virtud de la sagrada ordenación recibida, ocupa el primer lugar entre los que sirven en la celebración eucarística… El diácono ayuda a sacerdote en la preparación del altar y sirviendo en la celebración del sacrificio; en distribuir a los fieles la Eucaristía, sobre todo bajo la especie de vino” (OGMR 94). “Si falta un acólito instituido, se puede designar para el servicio del altar y como ayudante del sacerdote y del diácono, ministros laicos que lleven la cruz, los ciriales, el pan, el vino, el agua e incluso pueden recibir la facultad de distribuir, como ministros extraordinarios, la sagrada Comunión” (OGMR 100). “Terminada la Comunión del sacerdote, el diácono la recibe bajo las dos especies de manos del sacerdote, y luego le ayuda a distribuir la Comunión al pueblo” (OGMR 182). “El acólito instituido puede, si es necesario, ayudar al sacerdote, como ministro extraordinario, en la distribución de la Comunión al pueblo. Si se da la Comunión bajo las dos especies, en ausencia de diácono, ofrece el cáliz a los que van a comulgar o, si la comunión es por intención, sostiene el cáliz” (OGMR 191). “Si el número de comulgantes es muy elevado, el sacerdote puede llamar para que le ayuden, a los ministros extraordinarios, es decir, a un acólito instituido o también otros fieles que para ello hayan sido designados. En caso de necesidad, el sacerdote puede designar para esa ocasión a fieles idóneos. Estos ministros no pueden acceder al altar antes de que el sacerdote haya comulgado y siempre han de recibir de manos del sacerdote el vaso que contiene la Santísima Eucaristía para administrarla a los fieles” (OGMR 162).

La Comunión bajo las dos especies para los fieles El Concilio Vaticano II recupera la Comunión bajo las dos especies para los fieles: “Movido por el mismo espíritu y por el mismo interés pastoral del Tridentino, el Concilio Vaticano II pudo abordar desde un punto de vista distinto lo establecido por aquél acerca de la Comunión bajo las dos especies. Al no haber hoy quien ponga en duda los principios doctrinales del valor pleno de la comunión eucarística recibida bajo la sola especie de pan, permitió en algunos casos la Comunión bajo ambas 263


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especies, a saber, siempre que por esta más clara manifestación del signo sacramental los fieles tengan ocasión de captar mejor el misterio en que participan” (OGMR 14). Una de las aclamaciones que nos propone el Misal, después de la consagración del Pan y del Vino, dice: “Cada vez que comemos de este Pan y bebemos de este Cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas”. Sentido de la Comunión bajo las dos especies “Pero hay algo distinto y muy digno de estima que se capta a partir de esta naturaleza del sacerdocio ministerial: es el sacerdocio real de los fieles, cuya ofrenda espiritual se consuma en la unión con el sacrificio de Cristo, único Mediador, por el ministerio del Obispo y de los presbíteros… El pueblo finalmente que por la Comunión de su Cuerpo y Sangre se consolidad en la unidad” (OGMR 5). “Ya que la celebración eucarística es un convite pascual, conviene que, según el encargo del Señor, su Cuerpo y su Sangre sean recibidos por los fieles, debidamente dispuestos, como alimento espiritual” (OGMR 80). “La sagrada Comunión tiene una expresión más plena por razón del signo cuando se hace bajo las dos especies. En esa forma es donde más perfectamente se manifiesta el signo del banquete eucarístico… y se ve mejor la relación entre el banquete eucarístico y el banquete escatológico en el reino del Padre” (OGMR 281). “Adviertan los sagrados pastores, en primer lugar, a los fieles como la fe católica enseña que, aun bajo una cualquiera de las dos especies, está Cristo entero, y que se recibe un verdadero Sacramento” (OGMR 282). Casos en que se permite la Comunión bajo las dos especies “Además de los casos expuestos en los libros rituales: a) a los sacerdotes que no pueden celebrar o concelebrar la Eucaristía; b) al diácono y a los demás que cumplen algún oficio en la Misa; c) a los miembros de las comunidades en la Misa conventual o en aquella que se llama “de comunidad”, a los alumnos de los seminarios, a todos los que se hallan realizando ejercicios espirituales o participan en alguna reunión espiritual o pastoral… Se concede al Obispo diocesano la facultad de permitir la Comunión bajo las dos especies cada vez que al sacerdote, a quien se le

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ha confiado una comunidad como su pastor propio, le parezca oportuno, siempre que los fieles hayan sido bien instruidos” (OGMR 283). La Comunión bajo las dos especies del Pan y del Vino expresa más claramente lo que hizo Jesús en la última Cena: “Tomad y comed”, “Tomad y bebed”. Y también se manifiesta el signo de banquete eucarístico. Aparece también el aspecto de sacrificio, cuerpo “entregado” y sangre “derramada”. Comunión del sacerdote El sacerdote se prepara para comulgar diciendo en secreto y con las manos juntas la oración “Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo” o “Señor Jesucristo, la Comunión de tu Cuerpo” (OGMR 156). Y “terminada esta oración, el sacerdote hace genuflexión, toma el pan consagrado en esa misma Misa y, teniéndolo un poco elevado sobre la patena o sobre el cáliz, de cara al pueblo, añade una sola vez: Señor, no soy digno” (OGMR 157). “Luego, de pie y vuelto hacia el altar, el sacerdote dice en secreto: «El Cuerpo de Cristo me guarde para la vida eterna, y, con reverencia, toma el Cuerpo de Cristo». Después coge el cáliz, y dice en secreto: La Sangre de Cristo me guarde para la vida eterna, y, con reverencia, sume la Sangre de Cristo” (OGMR 158). Comunión de los concelebrantes “Terminada la oración antes de la Comunión, el celebrante principal hace genuflexión y se retira un poco. Los concelebrantes, uno tras otro, se van acercando al centro del altar, hacen genuflexión y toman del altar, con reverencia, el Cuerpo de Cristo; teniéndolo luego en la mano derecha y poniendo la izquierda bajo ella, se retiran a sus puestos. Pueden también permanecer los concelebrantes en su sitio y tomar el Cuerpo de Cristo de la patena que el celebrante principal, o uno o varios concelebrantes, sostienen, pasando ante ellos o pasándose sucesivamente la patena hasta llegar al último” (OGMR 242). “A continuación, el celebrante principal…toma reverentemente el Cuerpo de Cristo. De modo análogo proceden los demás concelebrantes comulgando por sí mismos” (OGMR 244). “…Los concelebrantes, uno tras otro, o de dos en dos, si se usan

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dos cálices, se acercan al altar, hacen genuflexión, beben el Sanguis, purifican el borde del cáliz y regresan a sus asientos… El celebrante principal bebe la Sangre del Señor, según costumbre, en el centro del altar. Pero los concelebrantes pueden tomar la Sangre del Señor o bien permaneciendo en sus puestos y bebiendo del cáliz que el diácono o uno de los concelebrantes les irá passando, o también pasándose uno a otro el cáliz” (OGMR 246). “La Comunión de los concelebrantes también puede ordenarse tomando de uno en uno junto al altar el Cuerpo e, inmediatamente después la Sangre del Señor…Terminada la Comunión del celebrante principal, el cáliz se deja a un lado del altar, sobre el otro corporal. Los concelebrantes van pasando uno tras otro al centro del altar, hacen la genuflexión y comulgan del Cuerpo del Señor; pasan después al lado y toman la Sangre del Señor…” (OGMR 248). “Si la Comunión de los concelebrantes se hace por intención, el celebrante principal toma, de la manera acostumbrada, el Cuerpo y la Sangre del Señor… Los concelebrantes, uno tras otro, se acercan al altar, hacen genuflexión, toman una partícula, la mojan parcialmente en el cáliz y poniendo debajo el purificador la consumen…” (OGMR 249). Comunión del diácono “Terminada la Comunión del sacerdote, el diácono la recibe bajo las dos especies de manos del sacerdote, y luego le ayuda a distribuir la Comunión al pueblo” (OGMR 182). Comunión de los fieles “Si la Comunión se administra solo bajo la especie de pan, el sacerdote, teniendo la hostia un poco elevada, se la muestra a cada uno diciéndole: El Cuerpo de Cristo. El que comulga responde: Amén, y recibe el Sacramento en la boca o, en los lugares en que se ha concedido, en la mano, según prefiera, el que comulga la consume íntegramente” (OGMR 161). Los dos modos de recibir la Comunión, en la boca y en la mano, tienen sentido y han de ser respetuosos y expresivos. Cada fiel elige libremente el modo que prefiere para manifestar su amor y reverencia a la Eucaristía.

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El que comulga en la mano, extiende su mano izquierda, como el que pide y espera, haciéndole con la derecha, “como un trono donde se sentará el Rey” (S. Cirilo de Jerusalén). Comunión de los cantores “Los cantores, según la disposición de cada iglesia, se colocan donde más claramente se vea que son en realidad, a saber, parte de la comunidad de los fieles y que en ella tienen un oficio particular; donde al mismo tiempo sea más fácil el desempeño de su función litúrgica; facilítesele a cada uno de los miembros de la schola la plena participación sacramental en la Misa” (OGMR 312). “…Procúrese que también los cantores puedan comulgar cómodamente” (OGMR 86). Cómo se realiza la comunión bajo las dos especies “Si la Comunión del cáliz se hace por intención, el que va a comulgar, sujetando la bandeja debajo de la barbilla, accede al sacerdote que sostiene el copón o patena con las sagradas partículas y a cuyo lado permanece un ministro que sostiene el cáliz. El sacerdote toma la sagrada hostia, la moja parcialmente en el cáliz y mostrándola dice: El Cuerpo y la Sangre de Cristo; el que va a comulgar responde: Amén, recibe en la boca el Sacramento de manos del sacerdote y después se retira” (OGMR 287). “Si la Comunión del Sanguis se hace bebiendo del cáliz, el que comulga, después de recibir el Cuerpo de Cristo, se sitúa de pie frente al ministro del cáliz. El ministro dice: La Sangre de Cristo y el que va a comulgar responde: Amén. El ministro le da el cáliz y el que va a comulgar lo lleva en sus manos a los labios, sume un poco del cáliz, se lo devuelve al ministro, y se retira; el ministro limpia con el purificador el borde del cáliz” (OGMR 286). Comunión para los que padecen intolerancia al pan o al vino La Congregación para la Doctrina de la Fe (junio de 1995), publicó unas normas en orden a la comunión de los celíacos. La celiaquía es una enfermedad que comporta intolerancia al gluten, que es una sustancia contenida en el trigo. Y normas también para los que padecen alcoholismo o

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algún trastorno que les impida tomar alcohol. Los celíacos pueden usar pan que tenga poco gluten, pero no que no tenga absolutamente nada, porque entonces ya no sería pan. Pueden comulgar bajo la sola especie del vino. Los sacerdotes que padecen intolerancia al alcohol, pueden comulgar por intención, y en las concelebraciones, la Comunión bajo la sola especie de pan. El obispo puede conceder permiso para utilizar mosto, que es el jugo de la uva, reciente o conservado evitando la fermentación.

g) Después de la Comunión Después de la Comunión todo se desarrolla con sobriedad y calma. El silencio adorante es importante para que no se pierda la intimidad con el Señor. El mismo silencio o un fondo de música o un canto nos puede ayudar. “Cuando se ha terminado de distribuir la Comunión, el sacerdote y los fieles, si se juzga oportuno, pueden orar un espacio de tiempo en secreto. Si se prefiere, toda la asamblea puede cantar también un Salmo, o algún otro canto de alabanza o un himno” (OGMR 88)

h) Purificación de los vasos sagrados “Terminada la Comunión, el diácono vuelve al altar con el sacerdote. Recoge los fragmentos, si los hay, y luego lleva el cáliz y demás vasos sagrados a la credencia, y allí los purifica y coloca como de costumbre, mientras el sacerdote vuelve a la sede. Sin embargo, puede también cubrir decorosamente los vasos, dejarlos en la credencia sobre el corporal y purificarlos inmediatamente después de la Misa, una vez despedido el pueblo” (OGMR 183). La purificación del cáliz y de la patena son un signo de la delicadeza con que la Iglesia cuida siempre que no se pierda ni una pequeña partícula o gota del Pan y Vino, Cuerpo y Sangre del Señor. Si el que purifica es el sacerdote, el Misal le hace rezar en silencio esta oración en la cual se hace referencia al alimento que acaba de tomar: “Haz, Señor, que recibamos con un corazón limpio el alimento 268


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que acabamos de tomar, y que el don que nos haces en esta vida nos aproveche para la eterna”.

i) Oración en silencio o canto de alabanza “Después, el sacerdote puede regresar a la sede. Se puede observar un espacio de silencio sagrado o también entonar un Salmo u otro cántico o himno de alabanza” (OGMR 164). Son unos momentos de oración intensa: “silencio sagrado”. Otra vez el silencio en la celebración. Silencio adorante, silencio de acción de gracias, silencio contemplativo de las maravillas que el Señor hace en cada uno de nosotros. Y de profunda acción de gracias. Se puede cantar un Salmo: “también entonar un Salmo”. Otra vez la riqueza de la Palabra de Dios, un Salmo, que nos ayuda a dar gracias y alabar al Señor. Con el silencio y con el canto. Sin prisas.

j) Oración después de la Comunión “Para completar la plegaria del pueblo de Dios y concluir todo el rito de la Comunión, el sacerdote pronuncia la oración para después de la Comunión en la que se ruega por los frutos del misterio celebrado. En la Misa solo se dice una oración después de la Comunión, que se termina con la conclusión breve, es decir: si se dirige al Padre: Por Jesucristo nuestro Señor; si se dirige al Padre, pero al final menciona al Hijo: Él, que vive y reina por los siglos de los siglos; si se dirige al Hijo: Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos. El pueblo hace suya esta oración con la aclamación: Amén” (OGMR 89). La oración después de la Comunión es oración presidencial, como la oración Colecta o la oración sobre las Ofrendas. La oración después de la Comunión concluye los ritos de la Comunión, como la oración Colecta cierra los ritos que nos introducen a la Liturgia de la Palabra y la oración sobre las Ofrendas concluye los ritos preparatorios a la Liturgia de la Eucaristía. La estructura de esta oración después de la Comunión es como la oración 269


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Colecta: invitación, “Oremos”, oración del sacerdote en nombre de toda la comunidad, y el pueblo la hace suya con la aclamación “Amén”. El silencio después del “Oremos” se puede suprimir si la asamblea ha orado en silencio: “Luego, en pie junto a la sede o el altar, el sacerdote, vuelto al pueblo, dice, con las manos juntas: Oremos, y con las manos extendidas recita la oración después de la Comunión, a la que puede preceder también un breve silencio, a no ser que se haya hecho después de la Comunión. Al final de la Comunión, el pueblo aclama: Amén” (OGMR 165).

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RITO DE CONCLUSIÓN

El rito de conclusión consta de un saludo y bendición sacerdotal, que en ocasiones se enriquece y se amplía con la oración “sobre el pueblo” o con otra fórmula más solemne. Y la despedida con la que se disuelve la asamblea, para que cada uno vuelva a sus quehaceres, alabando y bendiciendo al Señor. “Pertenecen al rito de la conclusión: a) algunos avisos breves, si son necesarios; b) el saludo y la bendición del sacerdote, que en algunos días y ocasiones se enriquece y se amplía con la oración “sobre el pueblo” o con otra fórmula más solemne; c) la despedida del pueblo por parte del diácono o del sacerdote, para que cada uno regrese a sus honestos quehaceres alabando y bendiciendo a Dios; d) el beso del altar por parte del sacerdote y diácono y después una inclinación profunda del sacerdote, del diácono y de los demás ministros” (OGMR 90).

Comunicaciones o avisos Finalizada la oración después de la comunión, pueden hacerse algunas comunicaciones o avisos a la comunidad: “Terminada la oración después de la Comunión, se hacen, si es necesario, y con brevedad, los oportunos avisos al pueblo” (OGMR 166). Este es el momento de hacer los avisos, no cuando se predica la homilía. Avisos y anuncio de actividades de la comunidad. El diácono puede hacer los anuncios al pueblo: “Dicha la oración después de la Comunión, el diácono hace, si es necesario, y con brevedad, los oportunos anuncios al pueblo, a no ser que prefiera hacerlo 271


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personalmente el sacerdote” (OGMR 184). Comunidad que si es viva ha de tener muchas actividades a lo largo del año.

Saludo y bendición “Después, el sacerdote, extendiendo las manos, saluda al pueblo diciendo: «El Señor esté con vosotros», a lo que el pueblo responde: «Y con tu espíritu», y el sacerdote, uniendo de nuevo las manos, y colocando luego la mano izquierda sobre el pecho y elevando la derecha añade: «La bendición de Dios todopoderoso» y haciendo la señal de la cruz sobre el pueblo prosigue: «Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros»; todos responden: «Amén»”. En ciertos días y ocasiones, esta bendición se enriquece y se expresa, según las rúbricas, mediante la oración sobre el pueblo u otra fórmula más solemne. El obispo bendice al pueblo con la fórmula propia, haciendo tres veces la señal de la cruz sobre el pueblo” (OGMR 167). A la bendición del obispo, con tres cruces, preceden estos versículos: “Bendito sea el nombre del Señor”. R/ “Ahora y por siempre”. “Nuestro auxilio es el nombre del Señor”. R/ “Que hizo el cielo y la tierra”.

Bendiciones solemnes En el Misal Romano encontramos abundancia de formularios para la bendición solemne. Pueden ser utilizadas a voluntad del sacerdote al final de la celebración de la Misa, también en una celebración de la Palabra, o de la Liturgia de las Horas, o de los Sacramentos. El diácono, si lo hay, o el mismo sacerdote puede amonestar a los fieles con estas palabras u otras parecidas: “Inclinaos para recibir la bendición”. El sacerdote, con las manos extendidas sobre el pueblo dice la bendición. Y todos responden: “Amén”. 272


Rito de conclusión

Bendiciones solemnes para el tiempo de Adviento, Natividad del Señor, Primer día del Año, Epifanía del Señor, Cuaresma, Pasión del Señor, Vigilia pascual y día de Pascua, Tiempo pascual, Ascensión del Señor, Espíritu Santo. Y para el tiempo ordinario, 9. En las celebraciones de los santos: Santa María Virgen, Santos Pedro y Pablo, Apóstoles, Todos los santos, Fiesta de un santo. También: Dedicación de una iglesia y Celebraciones por los difuntos.

Oraciones sobre el pueblo También pueden ser utilizadas a voluntad del sacerdote al final de la celebración de la Misa, o en una celebración de la Palabra, o de la Liturgia de las Horas, o de los Sacramentos. El diácono, si lo hay, o el mismo sacerdote puede amonestar a los fieles con estas palabras u otras parecidas: “Inclinaos para recibir la bendición”. El sacerdote, con las manos extendidas sobre el pueblo dice la oración. Y todos responden: “Amén”. Y después de la oración el sacerdote continúa: “Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo + y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros”. Encontramos en el Misal Romano 26 oraciones sobre el pueblo, dos son para las fiestas de los santos.

Despedida del pueblo “Una vez dada la bendición por el sacerdote, el diácono o el sacerdote se encarga de despedir al pueblo, diciendo con las manos juntas y vuelto hacia el pueblo: Podéis ir en paz, y todos responden: Demos gracias a Dios” (OGMR 168, 185). Hemos comenzado la Misa, en el “nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, y somos enviados a vivir y hacer vivir este misterio de Amor que es la Santa Trinidad, en el trabajo y la responsabilidad de cada día. Y estamos contentos y damos gracias a Dios por ello.

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Beso del altar “Entonces, el sacerdote, según costumbre, venera el altar con un beso y, haciendo junto con los ministros laicos una profunda inclinación, se retira con ellos” (OGMR 169). También el diácono besa el altar: “Luego, juntamente con el sacerdote, venera el altar besándolo, y haciendo una profunda reverencia, se retira en el mismo orden en que había llegado” (OGMR 186). El gesto del beso del altar que se ha hecho al comienzo de la celebración de la Eucaristía, ahora se repite. Al comienzo ha sido como saludo, ahora como despedida. Es el beso de la esposa Iglesia al Esposo Cristo Jesús. Gesto que expresa cariño y amor. “Si a la Misa sigue alguna otra acción litúrgica se omite el rito de conclusión, es decir, el saludo, la bendición y la despedida” (OGMR 170). Sucede esto algunas veces: el Jueves Santo que al final de la Misa vespertina de la Cena del Señor, se traslada en procesión la Eucaristía al altar de la Adoración. También en la Misa exequial, que a continuación se hace la última recomendación y el despido. Terminamos la Misa como la comenzamos: invocando a la Santa Trinidad que nos bendice y acompaña para vivir lo que hemos celebrado y anunciarlo con gozo a nuestros hermanos y hermanas. El signo de la cruz que acompaña el gesto de la bendición nos recuerda la obra maravillosa de la Trinidad: la salvación del género humano por la pasión-muerte-resurrección de Jesús. El “Amén” con que el pueblo aclama, es la adhesión cordial y gozosa a los deseos que el sacerdote ha expresado. Hemos celebrado y gozado de las “magnalia Dei”, de las maravillas del Señor, ahora a cumplir lo que nos dice la Tradición apostólica de Hipólito: “Cuando se hubiere concluido la celebración de la Eucaristía, apresúrese cada uno a hacer buenas obras” (174).

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APÉNDICE

El Misal Romano es muy rico en textos para la celebración de la Eucaristía en diferentes momentos o celebraciones. Celebración de algún sacramento, las Misas rituales, Misas y oraciones por diversas necesidades: por la santa Iglesia, por las necesidades públicas, en diversas circunstancias públicas, por algunas necesidades particulares. Misas votivas de los misterios del Señor o en honor de la bienaventurada Virgen María o de los Ángeles o de algún Santo o de todos los Santos, que en algunos momentos nos pueden ayudar a celebrar, especialmente en el tiempo ordinario durante el año, algún aspecto de la vida cristiana que queremos profundizar. Y las Misas de difuntos que tantas veces hemos de celebrar, especialmente la Misa exequial. Toda esta riqueza del Misal supone que el pastor, el que ha de celebrar la Eucaristía, se prepare, vea las necesidades de los participantes. Ahí se demuestra también la delicadeza espiritual del pastor y su “olor a oveja”, que nos dice el papa Francisco.

Misas rituales “Las Misas rituales están relacionadas con la celebración de algunos sacramentos o sacramentales. Se prohíben en los domingos de Adviento, de Cuaresma y de Pascua, en las solemnidades, en los días de la octava, en la Conmemoración de todos los fieles difuntos, en el miércoles de Ceniza y en las ferias de Semana Santa, observando además las normas expuestas en los Rituales o en las mismas Misas” (OGMR 372).

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Misas rituales: — “En la celebración de los Sacramentos de la Iniciación Cristiana”. 1) Para la elección o inscripción del nombre. 2) En los escrutinios. 3) En la administración del Bautismo. 4) En la administración de la Confirmación. — “En la administración de las Sagradas Órdenes”. — “En la administración del Viático”. — “Por los esposos”. 1) En la administración del Matrimonio. 2) En los aniversarios del Matrimonio (XXV-L). — “En la bendición de un Abad o una Abadesa. — “En la consagración de Vírgenes”. — “En la profesión religiosa”. 1) En el día de la primera profesión religiosa. 2) En el día de la profesión perpetua. 3) En el día de la renovación de los votos. 4) En el XXV o L aniversario de la profesión religiosa. — “En el día de la dedicación de una Iglesia o de un altar”.

Misas y oraciones por diversas necesidades El buen pastor que conoce y ama a su comunidad tiene en este apartado una riqueza grande que le ayudará a rezar y hacer rezar por intenciones muy concretas y en momentos determinados. Esto se podrá hacer, de manera especial, en el tiempo ordinario durante el año, que es el tiempo litúrgico más largo. — “Por la santa Iglesia”. 1) Por la Iglesia; Por la Iglesia local. 2) Por el Papa. 3) Por el Obispo. 4) Para elegir un Papa o un Obispo. 5) Por un Concilio o el Sínodo. 6) Por los sacerdotes. 7) Por el propio sacerdote celebrante. 8) Por los ministros de la Iglesia. 9) Por las vocaciones a

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Apéndice

las sagradas órdenes. 10) Por los religiosos. 11) Por las vocaciones religiosas. 12) Por los laicos. 13) Por la unidad de los cristianos. 14) Por la evangelización de los pueblos. 15) Por los cristianos perseguidos. 16) En una reunión espiritual o pastoral. — “Por las necesidades públicas”. 17) Por la patria o por la ciudad. 18) Por los que gobiernan. 19) Por la reunión de los gobernantes de las naciones. 20) Por el supremo gobernante de la nación. 21) Por el progreso de los pueblos. 22) Por la paz y la justicia. 22 bis) Para la reconciliación. 23) En tiempo de guerra o desorden. — “En diversas circunstancias públicas”. 24) Al comienzo del año civil. 25) Por la santificación del trabajo humano. 26) En tiempo de siembra. 27) Para después de la cosecha. 28) En tiempo de hambre o por los que padecen hambre. 29) Por los prófugos y exiliados. 30) Por los cautivos. 31) Por los encarcelados. 32) Por los enfermos. 33) Por los moribundos. 34) En tiempo de terremoto. 35) Para pedir la lluvia. Para pedir el buen tiempo. 37) Para alejar las tempestades. 38) En cualquier necesidad. 39) Para dar gracias a Dios. — “Por algunas necesidades particulares”. 40) Por el perdón de los pecados. 41) Para pedir la caridad. 42) Para fomentar la concordia. 43) Por la familia. 44) Por los familiares y amigos. 45) Por los que nos afligen. 46) Para pedir la buena muerte. “Puesto que la Liturgia de los sacramentos y sacramentales hace que, en los fieles bien dispuestos, casi todos los acontecimientos de la vida sean santificados por la gracia divina que emana del misterio pascual, y puesto que la Eucaristía es el Sacramento de los sacramentos, el Misal proporciona modelos de Misas y oraciones que pueden emplearse en las diversas ocasiones de la vida cristiana, por las necesidades de todo el mundo o de la Iglesia, universal y local” (OGMR 368). Misas y oraciones por diversas necesidades se pueden celebrar con frecuencia en el tiempo ordinario durante el año, cuando el calendario litúrgico nos indica memoria libre. Pero las lecturas de la Palabra de Dios son las del día de la semana. Así tenemos las riquezas de la Palabra de Dios

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y las necesidades por las que oramos en esos momentos. “Teniendo en cuenta la amplia facultad de elegir lecturas y oraciones, conviene que las Misas por motivos diversos se usen más bien con moderación, es decir, cuando las circunstancias lo pidan” (OGMR 369). “Las Misas por diversas necesidades o ad diversa, se escogen en ciertas circunstancias que se dan, bien ocasionalmente, bien en tiempos determinados. De entre ellas, la autoridad competente puede escoger las diversas súplicas que la Conferencia de los Obispos establecerá a lo largo del año” (OGMR 373).

Misas votivas Las Misas votivas, de “votum”, deseo o también “devoción”, se celebran para fomentar la piedad de los fieles, especialmente en días del tiempo ordinario durante el año. “Las Misas votivas de los misterios del Señor o en honor de la bienaventurada Virgen María o de los Ángeles o de algún Santo o de todos los Santos se pueden celebrar para fomentar la piedad de los fieles en las ferias del tiempo ordinario, aunque coincidan con una memoria libre. Pero no pueden celebrarse como votivas las Misas que se refieren a los misterios de la vida del Señor y de la bienaventurada Virgen María, a excepción de la Misa de la Inmaculada Concepción, ya que su celebración está en armonía con el curso del año litúrgico” (OGMR 375). También para fomentar y cimentar bien el amor a María, la Madre de Dios, tenemos el Misal de las Misas de la Virgen con su Leccionario. “Se recomienda de modo particular la Misa de Santa María «en sábado» porque en la Liturgia de la Iglesia se tributa singular veneración, por encima de todos los Santos, a la Madre del Redentor” (OGMR 378). Misas votivas: 1) De la Santísima Trinidad. 2) Del misterio de la Santa Cruz. 3) De la Santísima Eucaristía. 4) Del santísimo nombre de Jesús. 5) De la preciosísima Sangre de nuestro Señor Jesucristo. 6) Del Sagrado Corazón de Jesús. 6 bis) De Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. 7) Del Espíritu Santo. 8) De la Santísima Virgen María. 9) De los santos Ángeles. 10) De San José. 11) De todos los santos Apóstoles. 12) De san Pedro y 278


Apéndice

san Pablo, Apóstoles. 13) De san Pedro, Apóstol. 14) De san Pablo, Apóstol. 15) De un santo Apóstol. 16) De todos los santos.

Misas de difuntos Con mucha frecuencia habla el papa Francisco de los pastores con “olor de oveja”. Una buena ocasión para el pastor de encontrarse con toda clase de feligreses es la muerte de algún ser querido, con motivo de la Misa exequial o la oración en el tanatorio. Estas personas que pueden ser no católicas, o católicos que no participan nunca en la Eucaristía, o han perdido la fe, o la viven con fervor. Preparar bien la celebración, con las diferentes oraciones, apropiadas, que nos proporciona el Misal y la abundancia de lecturas de la Palabra de Dios que nos proporciona el Leccionario para las Misas de difuntos. Es una ocasión propicia para sembrar bien, celebrando con dignidad, acogiendo a las familias con cariño, proclamando bien la Palabra de Dios. Y en la homilía el anuncio gozoso de Cristo Resucitado que ha vencido al pecado y la muerte. “El sacrificio eucarístico de la Pascua de Cristo lo ofrece la Iglesia por los difuntos, a fin de que, por la intercomunión de todos los miembros de Cristo, lo que a unos consigue ayuda espiritual, a otros les otorgue el consuelo de la esperanza” (OGMR 379). La importancia de la celebración de la Misa por los difuntos, para unos es “ayuda espiritual” y para otros “el consuelo de la esperanza”. “Entre las Misas de difuntos, la más importante es la Misa exequial que se puede celebrar todos los días, excepto las solemnidades de precepto, el Jueves Santo, el Triduo pascual y los domingos de Adviento, Cuaresma y Pascua, observando, además, cuanto debe observarse según la norma del derecho” (OGMR 380). Esta recomendación es muy importante y conveniente: la homilía en la Misa exequial y ni condenar ni canonizar, ni elogios fúnebres: “En las Misas exequiales hágase regularmente una breve homilía, excluyendo todo género de elogio fúnebre” (OGMR 382).

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EL GOZO DE VIVIR Y CELEBRAR LA EUCARISTÍA DE LA IGLESIA

“Si la Misa exequial está directamente unida con el rito de las exequias, una vez dicha la oración después de la sagrada Comunión, se omite todo el rito conclusivo y en su lugar se reza la última recomendación o despedida, este rito solamente se hace cuando está presente el cadáver” (OGMR 384). Esta recomendación supone en el pastor prepararse la celebración: de las diferentes oraciones que propone el Misal buscar la más apropiada. Y lo mismo de las lecturas de la Palabra de Dios: “Al ordenar y seleccionar las partes de la Misa de difuntos, sobre todo del funeral, que pueden ser unas u otras (por ejemplo: oraciones, lecturas, oración universal, etc.), ténganse presentes, como es debido, los motivos pastorales respecto al difunto, a su familia, a los presentes. Tengan, además, los pastores especial cuidado por aquellas personas que, con ocasión de los funerales, asisten a las celebraciones litúrgicas y oyen el Evangelio: personas que pueden no ser católicas o que son católicos que nunca o casi nunca participan en la Eucaristía, o que incluso parecen haber perdido ya la fe; los sacerdotes son ministros del Evangelio de Cristo para todos” (OGMR 385).

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BIBLIOGRAFÍA

Mons. JULIÁN LÓPEZ MARTÍN, La Liturgia de la Iglesia (BAC, Madrid 1994). P. JOSÉ ALDAZÁBAL, La Eucaristía (Biblioteca litúrgica 12, Barcelona 1999); Vocabulario básico de Liturgia (Biblioteca litúrgica 3, Barcelona 1994); Ordenación General del Misal Romano, 3ª edición. Comentario (dossier CPL 106, Barcelona 20005). Gestos y símbolos (dossier CPL 40, Barcelona 2003). D. BERNARDO VELADO, Vivamos la santa misa (BAC Popular 75, Madrid 1986).

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ÍNDICE

Prólogo. “El gozo de vivir y celebrar la Eucaristía de la Iglesia”...... Abreviaturas ...................................................................................... Introducción....................................................................................... “No podemos vivir sin celebrar el Día del Señor”............................. El Día del Señor Resucitado.............................................................. Domingo, Día del Señor Resucitado.................................................. El Domingo, “Día del Don del Espíritu”........................................... El Domingo, “Día de la Iglesia” y el precepto dominical.................. Celebración de los Sacramentos de la Iniciación (Bautismo-Confirmación-Eucaristía)............................................................................. La Iglesia vive de la Eucaristía.......................................................... La Eucaristía: fuente y culminación de toda la predicación evangélica La Eucaristía es el sacramento por excelencia del Misterio Pascual.... La Eucaristía adorada......................................................................... Presencia real permanente.................................................................. Adorar, adoración............................................................................... Asombro y adoración gozosa............................................................. Adoración transformante................................................................... Adorar “en Espíritu y en verdad” (Jn 4,24)....................................... Presencia real del Señor en la asamblea de los fieles......................... Presencia real de Cristo en la Palabra proclamada............................ Presencia real de Cristo en la persona del ministro........................... Presencia real de Cristo en los sacramentos...................................... Presencia real de Cristo en la Eucaristía............................................

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EL GOZO DE VIVIR Y CELEBRAR LA EUCARISTÍA DE LA IGLESIA

Celebrar la Eucaristía......................................................................... 55 ¿Quién celebra?.................................................................................. 57 ¿Quiénes participan en la celebración de la Liturgia celestial?......... 59 Los celebrantes de la Liturgia de los Sacramentos............................ 61 El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico................................................................................................... 63 La alegría del ministerio.................................................................... 65 Ministerios ordenados y ministerios instituidos................................ 67 ¿Cómo celebrar? Signos y símbolos.................................................. 69 Nuestro cuerpo también reza............................................................. 71 “Silencio sagrado”............................................................................. 75 El silencio en la celebración.............................................................. 77 Importancia del canto en la Misa....................................................... 79 La diversidad de las vestiduras sagradas............................................ 85 La diversidad de los colores............................................................... 87 “Este es el Sacramento de nuestra fe”............................................... 89 La Misa, acción de Cristo y de todo el pueblo de Dios..................... 91 Acción de Cristo, cabeza de la Iglesia y Ministro principal.............. 93 Nosotros sacerdotes........................................................................... 95 Signo de la Iglesia universal.............................................................. 97 Participación...................................................................................... 99 Formación permanente. No como espectadores................................ 101 La Eucaristía en la vida de los santos y los mártires.......................... 103 CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTÍA.......................................... Liturgia de la Palabra......................................................................... Ritos introductorios a la Liturgia de la Palabra.................................. La entrada y el canto que la acompaña.............................................. Veneración del altar y la señal de la cruz........................................... Saludo a los fieles............................................................................... Acto penitencial. Aspersión. ¡Señor, ten piedad!............................... Gloria a Dios en el cielo..................................................................... Oración colecta.................................................................................. Liturgia de la Palabra......................................................................... Palabra de Dios que se comunica.......................................................

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105 107 109 111 113 115 117 119 121 123 125


Índice

La Palabra, en el Nuevo Testamento, nace de la celebración litúrgica. 127 “Fomentar aquel amor suave y vivo hacia la Sagrada Escritura”.... 129 “Las lecturas tomadas de la Sagrada Escritura, con los cantos que se intercalan, constituyen la parte principal de la Liturgia de la Palabra”. 131 “La Liturgia de la Palabra se ha de celebrar de manera que favorezca la meditación”.................................................................................... 133 “No es lícito sustituir las lecturas y el Salmo responsorial, que contienen la Palabra de Dios, por otros textos no bíblicos”....................... 135 “En la Misa celebrada con la participación del pueblo, las lecturas se proclaman siempre desde el Ambón” (OGMR 58)........................ 137 Lectura o proclamación...................................................................... 139 La Palabra de Dios siempre es iniciativa de Dios. La Palabra de Dios es “memorial”. La Palabra de Dios es diálogo.................................. 141 La Palabra de Dios y los Sacramentos. Anuncio y celebración......... 143 Lecturas bíblicas. Número y orden de las lecturas. Ciclos A-B-C....... 145 Elección de las lecturas. ¿Qué lecturas hay que elegir?..................... 147 Introducción a las lecturas................................................................. 149 El ministerio del lector....................................................................... 151 Las competencias del lector............................................................... 153 Condiciones materiales para una buena proclamación de la Palabra de Dios............................................................................................... 155 Actitud corporal y vestidura del lector............................................... 157 Profeta – Apóstol – Evangelio........................................................... 159 Apóstol............................................................................................... 161 Cantos interleccionales...................................................................... 163 Aleluya............................................................................................... 165 La secuencia.................................................................................. 165 Proclamación del Evangelio.............................................................. 167 Evangelio........................................................................................... 169 “La homilía es parte de la Liturgia, y muy recomendada” ............... 171 Credo.................................................................................................. 173 Oración universal u oración de los fieles........................................... 175 LITURGIA DE LA EUCARISTÍA................................................... 177 Ritos introductorios a la Liturgia de la Eucaristía............................. 179

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EL GOZO DE VIVIR Y CELEBRAR LA EUCARISTÍA DE LA IGLESIA

Altar: Cristo - Sacerdote, santificación en la Liturgia........................ Ornamentación del altar..................................................................... Preparación del altar.......................................................................... Cáliz, patena....................................................................................... Pan ..................................................................................................... Vino.................................................................................................... Preparación de los dones o de las ofrendas........................................ Bendición del pan y del vino............................................................. Apologías del celebrante e invitación a la oración............................ Conclusión del rito de preparación a la Liturgia de la Eucaristía...... Oración sobre las ofrendas............................................................ Liturgia de la Eucaristía .................................................................... La gran plegaria eucarística............................................................... Origen de la Plegaria eucarística........................................................ La reforma del Concilio Vaticano II.................................................. Elementos de la Plegaria eucarística.................................................. Diálogo del Prefacio.......................................................................... El Prefacio, primera parte de la Plegaria eucarística......................... Anamnesis o Memorial...................................................................... Epíclesis............................................................................................. Narración de la institución................................................................. “Este es el Sacramento de nuestra fe”................................................ Anamnesis o Memorial...................................................................... Oblación u Ofertorio.......................................................................... Epíclesis........................................................................................ Intercesión..................................................................................... Doxología final.............................................................................. El convite de la comunión.................................................................. Oración dominical: Padre nuestro................................................. Embolismo.................................................................................... Aclamación doxológica del pueblo............................................... El rito de la paz............................................................................. Gesto de la fracción del pan.......................................................... Conmixtión.................................................................................... Cordero de Dios............................................................................

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Índice

Comunión...................................................................................... 256 Preparación del sacerdote y los fieles................................................ 257 El sacerdote muestra el pan eucarístico e invita al banquete............. 259 Comunión: el modo más perfecto de participación en la Eucaristia 260 El canto de la Comunión............................................................... 262 La Comunión bajo las dos especies para los fieles....................... 263 Después de la Comunión............................................................... 268 Purificación de los vasos sagrados................................................ 268 Oración en silencio o canto de alabanza....................................... 269 Oración después de la Comunión.................................................. 269 Rito de conclusión.............................................................................. 271 Comunicaciones o avisos.............................................................. 271 Saludo y bendición........................................................................ 272 Bendiciones solemnes................................................................... 272 Oraciones sobre el pueblo............................................................. 273 Despedida del pueblo.................................................................... 273 Beso del altar................................................................................. 274 Apéndice............................................................................................ Misas rituales................................................................................ Misas y oraciones por diversas necesidades.................................. Misas votivas................................................................................. Misas de difuntos.......................................................................... Bibliografía........................................................................................

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