Generación Espontánea número 6

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U n b a j o r r e l i e v e c r e a t i v o t a l l a d o s o b r e l a l u c i d e z d e l t u r n o d e n o c h e

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Generación Espontánea Otoño 2009

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Generación Espontánea Contacto generacionespontanea@gmail.com www.generacionespontanea.org revistageneracionespontanea.blogspot.com

Portada: Garrio. “Isidoro. El guardián del Alcázar ” Sumario: Raúl Lázaro Contra: Giuseppe Scognamillo


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S U M A R I O

Editorial n.º 6 Generación Espontánea 4 Como una antorcha Imagen: R. Lázaro Texto: A. Castaño 6 Monster Imagen: Garrio Texto: I. Yunotski 8 Flores de Sepia Imagen: Garrio Texto: J. Egea 1 0 Despedida Imagen: Garrio Texto: F. Robles Postigo 12 Monstruo. Ande vas!! Imagen: Garrio Texto: V. de las Heras 14 Estar en los demás Imagen: I. Muñoz Texto: S. Egido 16 Diatribas Imagen: Evakke Texto: A. Martínez 18 La estética del cielo Imagen: Garrio Texto: A. Guirao 20 Cielos ausentes Imagen: Garrio Texto: F. Robles Postigo 22 Quién pregunta Imagen: E. Yance Texto: M. González Adalid 24 Vacaciones de verano Imagen y Texto: M. Cano Parra 26 La cueva del villano Imagen: Garrio Texto: G. Matías Galli 28 Mutaciones Imagen: Trama afonA Texto: M. Pasini 30 Caminando Imagen: Trama afonA Texto: P. Velázquez 32 El final del cuento Imagen: Garrio Texto: C. Almira Picazo 34


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Generación Espontánea Número seis Editorial

Imagen de María Cano Parra

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Desde hace varios milenios, generación tras generación, las nutrias de mi familia, llámense Gutiérrez, hemos venido a apostarnos en este recorte del río a sentir el paso de la corriente, a dejarnos cubrir por una lámina cristalina de paz, a dormirnos sobre una sábana de agua. Si fuésemos humanas, se nos podría atribuir una pose de oración, un ejercicio espiritual. Incluso podría pensarse que estamos vacacionando o, peor aún, holgazaneando. Pero nada de eso, a tanto no llegamos. No busquen en nosotras una evocación turística ni una revelación ancestral. Nosotras no rezamos porque no creemos. No descansamos porque no trabajamos. No bostezamos por miedo a tragar agua. Ni siquiera comentamos entre nosotras nuestra afición ni nos hemos puesto a buscar una palabra con que nombrarla, no sea que la palabra cobre vida o deseque el río o incluso decida suplantarnos y ser ella la que se solace sintiendo el agua correr en este recodo. Los Gutiérrez no somos de esa laya. Lo nuestro consiste en elegir bien el sitio, en saber encajar entre piedras resbaladizas, en sumergirnos por completo. Acostadas sobre la roca, buscamos el equilibrio, repartimos el peso del cuerpo en cada átomo. Dejamos que el agua nos inunde, hasta que nuestra entraña se convierta en una pecera y nuestra piel, en un frágil cristal. Nos licuamos hasta que el brillo del cuarzo y la mica nos atraviesan e incendian la superficie. Eso hacemos, hasta que por fin, cuando creemos desaparecer, cuando por fin nos sentimos invisibles o transparentes, cerramos los ojos y nos derramamos a la velocidad del agua, salvando pendientes, arremolinándonos en la orilla, agolpándonos ansiosas por saltar sobre una cascada. Basta con cerrar lo ojos para, como por generación espontánea, viajar lejos, río abajo.

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como una antorcha Texto de Ángel Castaño / Imagen de Raúl Lázaro

Y tú ardías incendiado, solo en la infinitud del universo y sus innumerables mundos... J.A. Valente

He caminado deprisa entre la niebla, al principio asustado por no ver más allá, luego, más rápido aún, habituado ya a mirar sólo lo más cercano, apoyando cada paso seguro, buscando de inmediato la huella justa preestablecida... sólo cuando el viento se llevó la niebla me di cuenta de que andaba en círculos y tú, en un centro invisible infinito, me tendías la mano, como una luz remota, como una antorcha.


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MONSTER Te x t o d e I a n Yu n o ts k i / I m a g e n d e G a r r i o

¿Recuerdan aquel gol de Maradona en el Mundial de México 86 frente a Inglaterra? Sí, aquel gol en que cogió el balón en su campo y regateó a hasta siete jugadores contrarios para por fin encarar al portero y driblarlo y marcar. Pues bien, yo soy el tercero de los defensas a los que regateó. Nací en Manchester, me llamaban ‘monster’ y soy parte de la historia. Seguramente ustedes me habrán visto cientos de veces en televisión y aun así ni siquiera me reconocerían por la calle. Seguramente no llegaron a fijarse en mi expresión en el momento de la jugada… Les resultaré apenas una sombra rival, una amenaza, un obstáculo, una metáfora para la dificultad, un miedo de infancia. Pues vean. Cuando Maradona cogió la pelota yo presentí que algo importante estaba a punto de suceder. Al ver cómo se aproximaba a mi posición con tanto ímpetu yo supe que se desencadenaba uno de los momentos más importantes de la historia del fútbol. Por eso no le quité el balón, por eso no me lancé al suelo en el instante en que mi sabia conciencia futbolística me dijo que lo hiciera, en el momento de cortar de cuajo aquella incursión mediante mi reputado “reflejo de aniquilación”, que tantas miles de veces había aplicado con éxito en los campos ingleses. No lo hice porque, por encima de mi camiseta y de mi bandera y de mi temido apelativo de ‘monster’ soy un ser sensible capaz de percibir la sublime belleza del fútbol y presentir la inminencia de la historia. No seré yo quien lo detenga, me dije, y dejé que pasara a mi lado. Aún pude escuchar el resoplido con que el Pelusa se lanzaba hacia la portería, un suspiro en que se mezclaban el esfuerzo y el alivio. Cualquiera podría haber visto en la televisión que el ‘monster’ renunció a meter la pierna. Cualquiera podría haberlo visto si no fuera porque todo el mundo prefirió fijarse en Maradona. Mientras la selección argentina celebraba el gol y esta ulterior victoria en la guerra de las Malvinas, mientras el público cantaba y a Maradona se le abrazaban sus compañeros, yo fui a buscar el balón al fondo de la red y lo cogí cariñosamente y lo llevé al centro del campo. Por el camino iba simulando una ira ancestral, atávica, maldiciendo nuestra mala potra. Por el camino, en mis adentros, celebraba el gol, la súbita magia de aquel momento inolvidable. Ni una cosa ni la otra captaron las cámaras de televisión.

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f l o r e s d e s e p i a

Texto de Javier Egea / Imagen de Garrio

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Cada vez que hablo contigo las luces de afuera proyectan sombras de escayola sobre las cortinas adentro. Alquitrán. Sórdidas calles y viento de manos, Crestas de olas, como balazos, el virus de la gripe anclado a tus abrazos. Siempre que hablo contigo te sirvo mi alma en un plato, como un fósil de dinosaurio: - Toma, haz lo que quieras con ella. Animales delirando, elefantes desmembrados, en el fondo, entre tinieblas, un mendigo voceando: - ¡Flores de sepia! ¡Flores de sepia, hermanos! ¡Comamos flores de sepia! ¡Vea usted qué flores de sepia!con mi cráneo empapelado. ¡Por qué! ¿Por qué escuece tanto cada vez que lo levanto? - Porque... - Porque sí no es una respuesta. - Toma, haz lo que quieras con ella. Las apuestas están echadas. Dios asistía a una pelea con un resultado macabro. Plastilina bajo tierra, el diablo envenenado. - No te preocupes. Nunca muere nadie con las luces apagadas

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Despedida Texto de Francisco Robles Postigo / Imagen de Garrio

Sigo visitando mis negligencias. Una a una. La noche ya no es un pretexto para perderme, para desaparecer. Cuando abre el día me golpea tu recuerdo. No he pedido ser normal, pero imagino una bossa nova, un cigarro, un día seco. Un día sin ti, sin voces. Imagino la soledad como el gran triunfo de mi existencia. Una gran copa de un buen rioja como reflejo de lo extraño que es respirar. Lo extraño que es todo cuando la vida se ve desde lejos. Me he ido y estoy entre vosotros. Desde aquí no hay bandas sonoras que me acompañen, No hay heroínas que me esperen al final del camino. Todo lo que aprendí en mis escuelas oficiales se evapora. Todo lo que aprendí en las calles en mis noches narcóticas queda tan atrás: Que ya no soy ese yo que amaste; ya no puedo amarte con ira, desgarrarte la lencería con desesperación. No hay amargura en este exilio, no hay razones para aniquilarme. No tengo motivos para una despedida tan prematura. Pero soy tan libre hoy; soy tan poca persona que comprendo la humanidad

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O U R T S MON S!! A V E D N A

Lo intentaste un martes de agosto y un viernes de septiembre casi lo consigues, pero tus pequeños brazos no llegaron a desplazarse lo suficiente para cumplir su principal objetivo como apéndices controlados por un cerebro de relleno de almohada y músculos de hilo grueso. Trapo y fieltro en oferta, mezcla infernal que como vestido y piel se rozan en continuidad. Aquel día dejaste de ser un simple monstruo de trapo... aquel día tomaste vida por culpa de una maldita mota de polvo inoportunamente aterrizada... Aquel día te empezó a picar la rabadilla.


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Texto de Víctor de las Heras / Imagen de Garrio


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ESTAR EN LOS DEMAS Texto de Sebastián Egido / Imagen de Isabel Muñoz

Lo que sé de mí es más bien poco yo diría que nada. Sé que vivo en este piso al que mis pasos me conducen cada tarde después del trabajo, y que esta llave que encaja en la cerradura parece la prueba de que estoy en lo cierto. Sé que en esta esquina aprendí a montar en bicicleta porque aún siento un vértigo cada vez que la doblo, y que este nombre ante cuya pronunciación me giro, como un acto reflejo, es la porción de lenguaje que llevo arrendada para mi uso y consumo.

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Cuatro cosas sé, nada más, lo justo para delatarme en una rueda de reconocimiento o para permitirme usar mi cuarto de baño sin formalismos ni largas explicaciones. A los caseros, espías y cobradores del frac que deseen ir más allá de esta panorámica sucinta les remito a una amiga de juegos de colegio que me ve soplar las velas y desanudarme los zapatos y que aún al cabo de los años me reconoce y sabe todo lo que de mí puede saberse a mis espaldas y que yo aún no sé de mí. Por ella, que conoce el timbre de mi voz al teléfono y el aire irrepetible de mis andares, por ella lo sé: Apenas desconocidos de nosotros no nos queda más salvación que recordarnos unos a otros, con el tacto, con la mirada, con las palabras. Buscarnos en los demás.

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diatribas Texto de Antonio Martínez / Imagen de Evakke

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Me senté en el abedul más próximo a la luna, sin saber ni comprender siquiera su verdad; estaba exhausto, pero aún no había comenzado a caminar; el incesante vaivén de ideas y pensamientos me transmitía una realidad vacía, tal vez difuminada por la bastarda luz de la memoria. El inconsciente había sido desterrado al abismo; había dado al desdén la oportunidad que tanto anhelaba. No experimentaba sensaciones, sólo revivía recuerdos. El vestigio de riqueza pasional había huido, asediado por el vil reflejo de la envidia, de la disciplina, la moral... del olvido. Jamás hallaría el motivo para renunciar a la turbia y débil senda; a mi destino. Si la desidia es la atmósfera en la que me siento seguro, continuaré retozando en su regazo. Alabanzas o resquicios de sinceridad en un océano de cinismo. El crepúsculo vaciará mi vida, pero nunca logrará eliminar mi desafío.


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L A A E S T E T I C A D E L C I E L O

E S T E T I C A D E L

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C I E L O

En el asesinato de los cielos la poda dejó a los troncos con forma de tirachinas. Más tarde el estornino rumió un ígneo resplandor recalcitrante corroyendo las rocas que sellan los volcanes. El cielo ha muerto. El peso de las moscas ha devorado la piel en el cáncer, sus patas obesas, neocatecumenales sacristías. Saben que Dios sólo se concibe en el parto del poema, en el aborto que inyecta las sábanas de sangre mimada a lo largo de tanto infinito. ¡Mamá!


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Texto de Albert Guirao Imágen de Garrio


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Cielos ausentes Texto de Francisco Robles Postigo / Imagen de Garrio

Hay casos especiales y cielos ausentes. Amar ojos ineptos, tirar la vida por el water. Hemos roto el camino y no hay sentido para la verdad. Nos sentamos solos en cafés como en cuadros de Hooper. Todos solos. Átomos vestidos de visillos. Las sillas a juego con el sofá y la humillación servida en café expreso. Voces en inglés indican genocidios. Nos queda el arte resumido en un reloj y colecciones de septiembre.


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Q U I É N P R E G U N T A

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Dejando que sus pasos sean mecidos por el viento y abandonando sus pensamientos a los rumores del alba, avanza sobre un lecho de hojas muertas el cuerpo sin máscara. Errante camina,arrastra su pena y su dolor, su culpa y su misterio.

En su mirada perdida se encuentra la verdad,en su boca,su miseria.

Mas,¿quién pregunta? NADIE.

Late su vientre pues su corazón está enfermo, enfermo de soledad ¿Quién comprende? NADIE, nadie comprende.

Y sin embargo, agacha la cabeza, oculta el gesto que lo delata y asiente cobarde, cobarde, cobarde...

Sólo es capaz de rebelarse contra lo imposible

Texto de Marta González Adalid Imagen de Esther Yance


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Vacaciones de verano Texto e Imagen de Maria Cano Parra

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Llegó el verano, pero el cielo no atendía a sus necesidades. Una densa bruma había cubierto el malecón como la doctrina viscosa que empapaba las palabras que todos repetían incesantemente en los últimos días. Poco a poco se fue dejando vencer por el desánimo, sumiéndose en una oleada tosca de desidia, en un vendaval enfurecido de hastío meditado y profundo como un océano infinito y plano siempre en calma. Tardó tan sólo diez minutos en hacer la maleta con todo aquello que consideraba imprescindible. Todos se quedaron atónitos cuando desde el malecón le vieron lanzarla al agua. Flotó si quiera un instante, rápidamente el mar se la trago como si fuese un ahogado de cara azul y ojos aterrados por el miedo. Cuando le preguntaron, se limitó a decir: "este verano me voy de vacaciones a las profundidades del océano".


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La cueva de

Cuando al afortunado hombre de negocios Armiño Galíndez le agarró la nostalgia quiso recuperar su primer centavo ganado. Entonces contrató a un detective especialista en objetos perdidos para que rastreara la moneda. Le ordenó que no escatimara en gastos y que no intentara engañarlo con una moneda que no era la suya porque él se daría cuenta al instante. El detective se puso en campaña partiendo de la pista que el propio Galíndez ofreció: con su primer centavo el hombre de negocios había pagado un choripan en la costanera. El detective dio con el dueño del carrito y le hizo recordar, primero por las buenas y más tarde a la fuerza, qué había hecho con ese centavo cobrado hacía más de veinticinco años. La confesión llevó al detective a un ferretero de Lanús, éste a un mozo de Corrientes al 1600, el mozo a una vedette de teatro de revista, la vedette a un almacenero de Monte Grande, el almacenero dijo que lo gastó su esposa fallecida y la finadita lo condujo desde el Más Allá a un sodero ya retirado. El detective consultó vivos y muertos, abrió alcancías y monederos, destripó colchones y se rasgó las vestiduras al descubrir que él mismo había gastado el centavo años atrás. Luego de una década de investigación dio con el paradero de la moneda. Entonces citó a Galíndez y relató al magnate, exhibiendo tickets y facturas, las peripecias por las que había pasado en busca de la moneda. Cuando Galíndez comenzaba a impacientarse, el detective le comunicó el resultado de la investigación. -Mire, en realidad la moneda no la conseguí. Pero sé quién la tiene. -No me diga que el Gran Bonete... -rogó Galíndez angustiado. -La tuvo, pero se la cambió a un fulano por estampillas. -¿Pues entonces quién la tiene? -¿Oyó hablar de la Cueva del Villano? -Más o menos.


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del villano El detective relató la existencia de un villano que habita una cueva en las profundidades de la ciudad. El villano es dueño y guardián de la cueva y la protege con recelo. Se dice que de ella parten decenas de túneles que no tienen salida al exterior, pero que esconden tesoros o verdades que los hombres han buscado durante milenios. Hay un túnel que conduce a los setecientos mil pergaminos de la Biblioteca de Alejandría que se creen destruidos por el fuego; hay otro que llega a la misma Atlántida; otro a los jardines del Edén; otro al Aleph que Borges presenciara en un sótano de la calle Garay; y hay una cámara llamada De Pequeños Grandes Objetos donde se exhiben, como en un museo, objetos personales que se los tuvo en poca estima hasta que se los dio por perdidos.

-Puedo jurarle que allí está su moneda, señor Galíndez. -No jure. Vaya y consígala. Pagaré lo que sea. Pida ticket o factura. -Lo que usted desea es imposible. -Entonces que le firmen algún recibito... -Nadie conoce la entrada a la Cueva del Villano. Se la buscó mucho más que a su moneda. Encontrarla es más difícil de lo que parece. Imagínese, sólo existe una entrada y después de ella el acceso a todos los tesoros perdidos de los hombres. Esa puerta debe estar bien escondida y muy custodiada. -Olvídese de los tickets. Pague, soborne, chantajee a quien sea. Encuentre esa cueva. Yo quiero mi moneda. Galíndez entregó poco a poco todas sus monedas para recuperar la primera. Al final murió en la miseria, como mueren aquellos que dan todo por las causas perdidas. Mientras tanto, la entrada a la Cueva del Villano sigue siendo un misterio. Los actuales investigadores no bajan los brazos sino que están ilusionados; ahora saben que de una forma u otra la fortuna de Galíndez fue a parar a la Cueva, y siguen una pista, la que apunta a un detective especialista en objetos perdidos.

Texto de Guillermo Matías Galli Imagen de Garrio


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MUTACIONES T e x t o

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M a r l e n e

P a s i n i

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I m a g e n

Se hunden relojes. Prisión que de pronto acecha. Espinas lapidan el fango de la memoria, tanto rostro destejido por grises hilanderas. Noches y días sobreviví errando desiertos ciega en tus nervaduras invisibles. Batalla sin tregua invencible hasta la derrota. ¿Dónde está mi lugar entre despojos? Mi sombra también se irá en tu buque de fantasmas.

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T r a m a

a f o n A


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CAM Sólo carne enmohecida y la espera se convierte en agonía. Desecado el alma, el ritmo del corazón quedó agotado. Y te sentiste un Prometeo actual, un Prometeo que continúa encadenado a las cumbres del Caúcaso. Todos los hombres serán el ángel orgulloso que se levantó cuando los tiempos no habían nacido todavía. Todos sus cuerpos serán carne del Lucifer moderno. Y en los burdeles del tiempo los sentimientos serán sombra de rastrojo. Y el atronar de los cañones despertará al más falso de los silencios. Aquél que guarda en sus entrañas la rapaz que desgarra vísceras e intelecto de aquel hombre cuerdo que jugó a ser el mismo. El agudo chirrido de la guillotina que ejecutó décadas pasadas se clava en las sienes del que espera con brazos cruzados a que todo sea menos confuso y los caminos menos errados. Y surge habitando el urticante camino de la vida aquel gesto con forma propia. Poesía de siglos. Poesía de hombres. Arma de genios. Palabras. Documentos del alma que preñarán las entrañas de nuevas esperanzas, de caminos más certeros, de sensaciones diferentes, de nuevos conocimientos.


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MINANDO

Texto de Purificación Velázquez / Imagen de Trama afonA


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El final del cuento apareció ante él como un relámpago: "el profesor besó la cabeza de su mujer antes de enterrarla en el jardín".

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Hacía una semana que Aureliano Expósito escribía aquel relato y he aquí que, de pronto, daba con la frase precisa que lo coronaba. Se sujetó la cabeza con cuidado y empezó a rebuscar en sus bolsillos un lápiz y un trozo de papel, procurando no perder el equilibrio. Entretanto se repetía: "el profesor besó la cabeza de su mujer antes de enterrarla en el jardín".

F I N A L D E L C U E N T O

El autobús bajaba ahora a toda velocidad por el Paseo de la Bomba hacia el centro. Un niño se levantó y Aureliano, al acecho, logró ocupar su asiento no sin antes empujar a una señora contra la puerta. Varios rostros se volvieron hacia él. El conductor enloquecido parecía dispuesto a estrellarlos. Por favor, esperen un poco. Un momento, un momento. En cuanto esté a salvo en el bolsillo, se levantará, se bajará del dichoso autobús. Correrá bajo la lluvia si hace falta. Al fin rozó algo en el bolsillo de su chaqueta: mas el lápiz, rebelde, se empeñaba en enredarse entre los hilos enmarañados y llenos de miguillas. Una señora abrió el bolso junto a él y sacó un manoseado crucigrama. Aureliano logró arrancar el lápiz, que era del tamaño de un dedo, pero en ese momento un vaivén lo arrojó contra la ventana y el lápiz rodó al suelo. Se agachó y de nuevo varios rostros se volvieron hacia él. ¿Qué? La frase seguía a salvo, intacta en su cabeza. Si aquella señora le prestara un minuto su lápiz, en pocos segundos acabaría. ¡Eran catorce palabras! Cerca de él un joven rellenaba una quiniela; otro marcaba algo en la sección de anuncios; un tercero apuntaba un teléfono, tal vez un nombre; por último, un hombre mayor escribía una lista en un papel basto de envolver. "El profesor besó la cabeza de su mujer antes de enterrarla en el jardín". Se vio a sí mismo ante su mesa, saboreando a pequeños sorbos el café y mirando la ventana. El cuento perfecto, redondo, acabado, descansaba en un cajón junto a los otros. Y lo acometió un inesperado desánimo. Se imaginó que disponía no de un lápiz sino de una pluma estilográfica; que en vez de la tarjeta manoseada tenía una cuartilla; y mientras escribía su frase se le ocurrían mil otras; y en el corto trayecto que aún le quedaba remataba no uno sino tres o cuatro cuentos magníficos. Cuando saltaba del autobús había redactado una pequeña antología. El autobús se alejaba, la gente corría a guarecerse. Se vio arrebatándole a su vecina, como hubiera hecho Miguel Ángel, su lápiz; ésta se resistía y alguien acudía en su ayuda; entretanto él garabateaba rápidamente en un trozo del diario arrancado a otro pasajero; las quejas daban paso a los golpes; el conductor amenazaba; Aureliano saltaba sobre un charco y se ponía a salvo. En el Banco todos le asediaban. El Director de zona lo llamaba y le rogaba con énfasis: otra vez, léame otra vez, por favor, lo de la cabeza. Y Aureliano leía. El autobús frenó ante la marquesina y la gente comenzó a descender. "El profesor besó la cabeza de su mujer antes de enterrarla en el jardín". Sin duda, un final magnífico. Texto de Carlos Almira Picazo / Imagen de Garrio


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Generación Espontánea Comité editorial Chiara Cerri Elena Méndez Bellido Isabel García Viejo Iñaki de las Heras Marcos de las Heras Víctor de las Heras

Colaboraciones Albert Guirao Ángel Castaño Antonio Martínez Carlos Almira Picazo Esther Yance Evakke Francisco Robles Postigo Garrio Guillermo Matías Galli Ian Yunots ki Isabel Muñoz Javier Egea María Cano Parra Marlene Pasini Marta González Adalid Raúl Lázaro Sebastián Egido Trama afonA www.tramaafona.it Purificación Velázquez

Revista subvencionada por el Ayuntamiento de Alcobendas

Agradecimientos A todos los que leyeron los números anteriores y a todos aquellos que de una manera u otra han colaborado a que este número se haga realidad. C.J.A Consejo de la Juventud de Alcobendas www.elconsejo.org

Asociación Juvenil Generación Espontánea de Madrid Si estás interesado en colaborar en la revista Generación Espontánea, así como en la Asociación Generación Espontánea de Madrid, ponte en contacto con nosotros en: generacionespontanea@gmail.com www.generacionespontanea.org Septiembre de 2009 Depósito Legal: M-54795-2007


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