Libro geografia del dolor

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Introducción

Enviamos postales a quienes están lejos, a quien tenemos presente cuando estamos de viaje. En su recorrido por este México en guerra, Mónica González Islas recopiló postales que muestran paisajes que a los mexicanos nos enorgullecen, pero detrás esconden historias de muerte, de desaparición, de ausencia. Esas postales tienen como destinatario al hijo, la hermana, el abuelo, la mamá, la tía, el esposo que están en un sitio, pero no están con nosotros. A él o la ausente que duele. Al ausente-presente. Durante el recorrido por ese paisaje no reconocido encontramos en Durango a un niño de nueve años que le escribe a su papá que lo extraña mucho y que no entiende por qué lo asesinaron y lo encobijaron. Una madre veracruzana que llora a la hija adolescente que no aparece, y a quien no le alcanzan las postales de tanto que tiene en el corazón para decirle. En DF una pareja de padres grises que se pierden con el cemento, padres huérfanos de hijos, cuyas fotografías llevan ampliadas sobre el pecho, encima del corazón. Mónica nos lleva a viajar con los dolientes congregados en la Caravana del Dolor, esa rebelión de víctimas de la narcoguerra mexicana que a mediados de 2011 salieron a las calles y agarraron camino para gritar “¡Presente!, ¡aquí está mi ausente, soy un militante de la memoria!”. Y se sacudieron el miedo, lloraron, se abrazaron, y reconocieron su tragedia en miles de otros como ellos. A través de los mensajes casi telegráficos, tamaño postal, Mónica retrató ese cordón umbilical que une a los ausentes con la vida, el aura del amor, los zurcidos del dolor. Geografía del Dolor es una apuesta por ver con el lente de la dignidad a las víctimas de nuestro holocausto, reconocer el dolor de quienes sufren, descubrir el poder que existe


en el ejercicio de la memoria, ejercer la solidaridad y revisitar los rincones invisibilizados de México. El lente se va abriendo para pasar de los corazones nadando en vacío a la cama que no volvió a destenderse, los cajones con ropa apolillada, las muñecas petrificadas, los espejos sin reflejo, los retratos a los que ya nadie sacude el polvo, las paredes perforadas, las casas abandonadas. Este libro es una sacudida y un descubrimiento de que los remitentes de esas postales podríamos ser cualquiera de nosotros. * El auditorio estaba a oscuras. Sobre la pared se proyectaba la serie fotográfica convertida en video sobre los trazos de la adolorida geografía nacional, las personas que en cada tramo nos faltan producto de una guerra absurda y sus buscadores conectados con ellos a través de postales con dirección a un lugar desconocido. Una música de piano. Nada de voz. No se necesitaba más palabra que las escritas por los remitentes de las postales. Cuando se encendió la luz las palabras parecían secuestradas por un nudo generalizado. Detrás de una voz quebrada por la poca usanza de hablar en público, descubrí por primera vez a Mónica González Islas, quien explicaba su recorrido y el dolor de los sobrevivientes que encontró y que le compartieron sus historias. Ese dolor que la eligió como testigo y le robó la paz. Encontré a Mónica muchas otras veces siempre al lado de las víctimas sobrevivientes al tsunami de la violencia que les arrebató su vida. Era la fotógrafa que se quedaba hasta noche en el campamento de madres en huelga de hambre en busca de sus hijos desaparecidos, que permanecía cuando todos se iban, que llegaba de mañana temprano café en mano o permanecía bajo un náilon remojada por la lluvia. Cuando no había otros flashes en busca de lo noticioso, ella acompañaba paciente las rendijas, las grietas, las puntadas de amor con las que se hilvana una vida con ausencias.


Siempre cerca para poder entender y explicar qué se rompe en el alma, en la vida, en la familia, en la comunidad cada vez que a alguien es arrebatado de su propia vida. Cada que alguien es asesinado, encobijado, levantado, desaparecido. Geografía del Dolor surgió de una ocurrencia en Morelia –un eurekazo de genialidad--, cuando Mónica González fue asignada por (Milenio,) su diario, para registrar la Caravana convocada por el naciente Movimiento por la Paz y recibió la carta de una amiga que le contaba de su viaje y que le pedía su dirección para mandarle una postal. Ella no pudo. No le salieron cosas por contar. Alcanzaba a percibir el olor a podrido que todo lo traspasa. Entonces se le atravesó la locura ¿por qué no darle una postal a las víctimas y pedirles que cuenten su historia y escriban un breve mensaje a su ser amado ausente-presente? Ese impulso-corazonada se convirtió en una ruta de trabajo, conforme avanzaba en la geografía. En un principio fueron sólo las fotos de las postales (ganó el premio nacional de periodismo), después las unió en un video (para el proyecto Entre las Cenizas), luego las convirtió en cajas colgantes como corazones suspendidos en el aire para una exposición en el museo de la memoria y la tolerancia (3 años del movimiento), ahora este libro, al que le sigue un webdocumental (frío en el alma y geografía del dolor).(son dos documentales uno es frioenelealma.com y otro geografiadeldolor.com) A partir de 2011 se dedicó a buscar luciérnagas en la oscuridad. A recolectar palabraspostales de amor durante estas largas noches oscuras, buscar bajo familias arrasadas las chispas de lucha y de resistencia, las promesas de búsqueda y rescate a los y las ausentes que esperan en algún sitio. En todos los formatos Mónica jala a sus interlocutores de la ropa, para que volteen a ver una imagen enigmática y bella que lleva dolor encapsulado. “triste, pero luminosa”. Cada trabajo lleva ese toque de conciencia hacia temas a los que la vista se acostumbró


a no ver, esa mirada que Mónica abre cuando se emociona, la voz llorosa de quien aunque ha visto mucho todavía se duele, esa fuerza con la que defiende sus ideas, el paso firme de la disciplina que a veces pasa por encima de sí misma, la sonrisa con la que abraza a la gente, la pasión con la que atrapa imágenes --como luciérnagas escurridizas—que capta a través de su lente, y a las que les ha sumado movimiento, sonido, arte, interactividad, plataforma electrónica. Su experiencia de cinéfila (amante de Kieslowsky), sus estudios de artes visuales, documental y narrativa trabajan para lograr que un proyecto así interpele al público y no lo repela. Todo con tal de acercar a la gente. De convidarle un vistazo para que quiera saber más. Que entienda. Se duela. Se preocupe. Se ocupe. * Su trabajo en sus propias palabras. “En Morelia abro mi correo para mandar mis fotos del primer punto de la caravana hacia el norte, veo que me pide mi dirección postal y le cuento que México es un desastre. Ahí empieza la idea. Fui a comprar unas postales, le pido a la gente, a una chica q tenía una periodista desaparecida que me escribiera qué había pasado con su hermana. Que escriba nombre como si se lo estuviera mandando, lo que pasó y algo, una frase que no le pudo decir nunca, que le hubiera gustado que le dijera. Así fue hasta El Paso (Texas). Buscaba a la gente que subía cada día al templete a dar su historia, la escuchaba y cuando bajaba le decía que me dejara tomarle una foto con su foto, la foto de su familiar, y que me llenara la historia en el remitente de la postal. La postal más fuerte en esa caravana fueron dos: la del niño de Durango (que le pedí permiso a su mamá que me dejara acercarme) y cuando escribió que a su papá lo habían encobijado y que no sabía quién mataba pero extrañaba a su papá. Y cuando Juan Frayle le escribe a su mamá (Marisela Escobedo, la madre-activista asesinada afuera


del Palacio de Gobierno de Chihuahua) y pone que a su hermana Rubí se la comieron los perros, la encontraron en un basurero. En la segunda caravana eran temas más sociales, con problemas de muchos años, pero cuando llegamos a Xalapa le pido a Bárbara Ybarra que me llene la de Gaby, y me llena como cinco, no le alcanzaba con una, y me di cuenta el valor que tenían porque nadie los escuchaba, todo mundo los entrevistaba, pero era diferente cuando lo escribían, sobre todo las frases que decían, yo había podido recopilar, lo que la gente pide. Desde los medios de comunicación estábamos alimentando la información, pero no pasábamos del hecho noticioso y mi propuesta quería llevar a aterrizar, a hacer otras cosas para que la gente no volteara la cara y quisiera saber. Mi postura era: Esto tiene q estar hecho sutilmente para que cuando la gente la postal ponga atención, pero tiene que estar planteada de manera delicada, una estética visual muy sutil para que no volteen la cara, que pongan atención y lean a la gente a los otros lo que están pasando. De repente ya a la postal y la foto no eran suficientes porque la gente que entrevistaba decía cosas bien cabronas. Me puse a hacer audio. Tenía que hacer algo con ese material que había estado grabando y grabando y con una uniformidad mayor. Me metí a estudiar para crear una estructura con otras. De pronto la salida que tienes cuando trabajas en un diario se acorta y se acorta. Los diarios van a ser importantes cuando en 10 o 30 años quieran saber qué estábamos viviendo. Pero los libros son como cajitas que guardan cosas y ahí quedan pasmadas y tienen ver con un diseño, con contar la historia, tener impreso en algo, en un concepto, lo que está pasando. Las exposiciones o las fotos en la web se pueden ir, pero un libro siempre va a estar ahí. Cuando matan a don Nepo (Nepomuceno Moreno, un padre en busca de su hijo) viene mi angustia de que los van a matar o se van a morir o los van a callar y al final


no vamos a saber qué esta pasando. Necesitaba ver los espacios que había dejado esa gente, los cuartos, las cosas, las familias y sobre todo las casas en este proceso de desplazamiento obligado. Sé que suena a estudio demográfico pero estás hablando de un chingo de vidas. Había que ir a retratar desde la recámara hasta la unidad habitacional. Mostrar la ausencia de un ser hasta la ausencia de un pueblo, y cómo la gente se ha tenido que mover por la violencia para sobrevivir o ha sido aniquilada. Con el equipo del colectivo Sacbé (Javier García, Alejandra Saavedra e Iván Castaneira) hicimos los viajes a esos espacios vacíos. La mayoría de las fotos son de Sinaloa de Leyva, de Juárez, algunas sí son de los cuartos de las postales. Acordamos no presentar nosotros la violencia sino desde dentro del núcleo familiar. Cómo se va quedando sin nada: se empobrecen, se pierde la casa, estado anímico, se pierde el núcleo familiar, hay divorcio, separaciones, se hacen a un lado otros miembros de la familia. Asimilar lo que encuentras en esos viajes ha sido un proceso. Asimilar que puedes encontrar cada vez peores cosas. Llega un momento que te dices: ‘¿qué necesidad tengo de enterarme de cómo son las cosas?’, pero cuando te dedicas al periodismo no puedes escribir o hacer un trabajo o ensayo fotográfico a distancia. Tú vas. Por eso hablamos mucho de las atmósferas, colores, olores, estados anímicos, las caras, las arrugas de la gente, de la condición en la que están. Y vas envejeciendo con ellos en su búsqueda. Ya han pasado tantas cosas y cuantas más van a tener que pasar para resistir, para sobrevivir”. Marcela Turati






















































































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