Sonrió -
Nos estamos distanciando. No me gusta.
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¿Qué dices? Estoy aquí a tu lado. – Sonrió.
Eso fue lo último que me dijo Laia. *** - ¡VAMOS! ¡QUE LLEGAMOS TARDE BICHARRACA! Otra mañana más, otro día intentando llegar dentro del límite temporal permitido. Pensamos que establecemos las normas de nuestra vida, pero siempre tenemos que estar ahí – a la hora, al minuto, al segundo – de quién o qué nos espera. -
Siempre igual macho. ¡Laia! ¡Vámonos que ya llevo un retraso!
La vi corriendo por esas escaleras por las que tantas veces me había caído por las mañanas, que tanto odiaba, menos cuando ella las bajaba. Mi corazón no puede evitar incrementar el ritmo, después de una leve pausa donde todo mi cuerpo se concentra en absorber su presencia. Parecía que casi no tocaba los escalones, que bajaba flotando. -
Vámonos, pues. – Dijo al llegar al rellano con su sonrisa de siempre, esa que me recordaba que nada en el mundo debería preocuparme siempre y cuando estuviera a mi lado.
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No corras por las escaleras que me da miedo. Algún día te vas a meter una toña, y te aseguro que no es divertido. – Sabía que jamás pasaría, y en realidad no me preocupaba. A veces no sé muy bien porqué digo las cosas.
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Pareces mis padres. – Sonrió.
Un tirón de nuestra cochambrosa puerta, el giro de una llave y estábamos de camino al centro de Valencia. Cogiéndonos de la mano, como siempre.
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¿Te importa? – Dijo, retirando su mano de la mía mientras subíamos las escaleras del metro.
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¿Por qué?
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Hace calor. – Sonrió. No puedo decirle que no a esa sonrisa.
Aquí nos dábamos el beso de siempre, el beso “nos vemos luego”, aunque no fue como siempre. Reconozco que lo sobreanalizo todo, es como soy, pero nunca sus besos hasta hoy. -
¿Estás bien? – Le pregunté.
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Claro. – Sonrió. ***
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Estaba pensando en ir a ver Ice Age, em... ¿tu? Em... ¿quieres venir a verla conmigo? Si no la has visto ya, claro, o si no quieres también lo entiendo. No pasaría nada era por si te apete – No pude acabar la frase.
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Claro. – Sonrió. Esa fue, esa fue la primera sonrisa que me dijo que era mía. ***
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¡Ya casi está lista la cena!
La oí bajando esas dichosas escaleras. -
He hecho pollo al curri, no me ha salido tan bien como otras veces pero oye: seguro que está rico. Nada que no se pueda arreglar con un poco de sal, ¿me la pasas? – No me giré durante un tiempo, esperando. Seguí cortando los trozos de pollo, esperando.
Finalmente me giré y al verla asomada por la puerta de cocina me confirmó que pasaba algo. Esa expresión ya la había visto antes. -
¿Qué haces tan arreglada? Y yo aquí en la ropa del gimnasio. ¿Me cambio? – Desesperación. No quería un drama si podía evitarlo.
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No, yo… ¿no te dije que tenía planes?
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No. – No era la primera vez, claro. Pero luchaba contra las lágrimas mientras buscaba un punto de apoyo sobre la encimera. – Nos estamos distanciando. No me gusta.
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¿Qué dices? Estoy aquí a tu lado. – Sonrió.
Eso fue lo último que me dijo Laia. Los últimos segundos en los que su boca pudiese pronunciar algo, antes de llenarse de sangre. Su sonrisa no fue suficiente esta vez, una sonrisa que rápidamente desvaneció al mirarme a los ojos. Ya no estaba a mi lado, esa sonrisa no valía nada. Esa fue, esa fue la primera sonrisa que me dijo que ya no era mía. La desesperación corría por mis venas, descontroladas descargas hormonales fluyendo por mi sistema nervioso mientas le apuñalaba en el cuello con el cuchillo de la cocina. Dulce arteria carótida, siempre tan leal, llevando cual precioso oxígeno a nuestro cerebro, tan deliciosamente lleno de sangre. Pero ya no, Laia no volverá a sonreír.
Georgia R. E. G.