Mandinga nº3

Page 1

MANDINGA

1


Indice Editorial (Ceballos/ Lia Diamela Ibañez) Obra: Mia Wallace in Tarantinoland Papa decidió morir (Jorge Gòmez/ Dashie Cherries) La Historia de las Avellanas (Hernán Castaño/Ivan Jacob) La espera (Diel/Lia) Dalia (rodriguez/ Santana) El exàmen final (Leiva/Valerio) Entrevista a Matías Bragagnolo (incluye adelanto de su última novela) Deliciosas ideas (Mansilla/Lía) Yasin palla(Seijo/ Casciani/Diel) Un plato de hambre (barba/Guerrero) 2

MANDINGA

“¿Cuál de ellos sonríe interiormente? ¿De qué les serviría saberlo? No importa. ¿No lo comprenden? ¡Nada importa!” Ven y enloquece, de F. Brown Hace casi 20 años, se me había ocurrido una idea para un cuento que me había parecido fenomenal. La historia era así: en un barrio “X” se incendia una casa. Los vecinos se acercan y miran atónitos mientras se escucha el ruido de explosiones internas y el crujir de las vigas del techo. Todo arde. Los vecinos miran hipnotizados, hasta que alguno comienza a pensar que, adentro, bien podría haber alguien. La chusma comienza a estremecerse y a quejarse. Nadie llama a los bomberos, nadie busca un balde de agua, ninguno es el héroe que se mete adentro de la casa en una búsqueda desesperada de sobrevivientes. Todos se quejan y nadie hace nada. Los bomberos llegan demasiado tarde, la policía comienza a hacer averiguaciones y en un giro de la trama, los bomberos suponen que un hormiguero de solenopsis 1 había interferido con los cables de electricidad y habían iniciado el incendio, cuando en realidad, los dueños habían quemado a propósito la casa para cobrar el seguro. Lo importante de la historia era que debía terminar con los vecinos haciendo pozos en la tierra con sus manos para matar a las hormigas, mientras los verdaderos culpables desaparecían “mutis por el corredor”. Fin del relato. Tiempo después (años después), por recomendación de amigos leí “Ven y enloquece”, de Frederic Brown (o “Quico Marrón”, como le decíamos los muchachos) y me encontré con una trama que incluía al mismo personaje: una hormiga. La historia se desarrolla de otro modo, con otra técnica (mucho más pulida que la de un adolescente de 16 años), pero básicamente, el elemento sorpresa era la criatura menos relevante de todas. En este caso, no como paria, sino como elemento de epifanía. Ese cuento me recordó a mi relato e intenté escribirlo por fin. De todos modos, cabe preguntarse si una buena idea es lo que nos lleva a escribir o dibujar una bella obra. Muchas veces intenté escribir la historia de la hormiga y nunca crucé los 3 párrafos. No así con otras historias o guiones que escribí. Les dediqué tiempo, trabajo, incluso lo pasé a amigos que supieran criticarlo para corregirlos una y otra vez. Lindas historias, esas que te dejan satisfechos. Pero nunca la de la hormiga. Es indudable que vamos a tener muchas buenas ideas, y otras no tanto. Pero es más probable que terminemos encariñándonos más con las segundas que con las primeras; por el mismo trabajo que nos generó. Un ataque de inspiración no necesariamente nos lleva a una buena historia. Podés hacer de una historia de venganza una verdadera bazofia, o una reinvención de “Las Mil y Una Noches”. Esto me lleva a pensar que no existen buenas ideas, per se, en el arte; sí existen buenas obras. Qué sé yo, por ahí algún día tenga una idea buenísima y le dedique el tiempo necesario para terminarla y hasta quizás, sea mi obra emblemática. La de la hormiga no: esa fue una idea de mierda. 1

e c a l l a W Mia o n i t n a r a in T land

N d A: Uso “Hormiguero de Solenopsis” para no caer en el redundante “hormiguero de hormigas coloradas”.

Importante aclaración para los que supongan que soy entomófilo o algo así (para bichos, tengo espejo).

Revista Mandinga Número 3. Registro DNDA: en trámite. Domicilio Legal: Bustamante 1265 dto 4 (1832) Lomas de Zamora, Buenos Aires. Publicación gratuita. Prohibida su comercialización. Mandinga! Staff: Propietario y Director: Germán Ariel Ceballos. Editor Literario: Alexis Leiva. Corrector Literario: Sofía Seijo. Diseño y Maquetación: Bruno Cervi. Imágen de Tapa: “Mandinga” Purple Gnome, de Lia Artemisa. Todas las obras (textos, dibujos y fotografías) pertenecen a sus autores, quienes las cedieron libremente para su publicación. Contacto: revistamandinga@outlook.com.ar

por Lia Diamela Ibañez MANDINGA

3


“Papá decidió morir”: me dijo mi hermana por teléfono. Corrí hasta allá. Esperaba el peor de los escenarios. Creí que se había suicidado y todo el viaje imaginé cómo lo habría hecho. Entré con el corazón en la boca a la habitación de mis padres y la escena que encontré era inimaginable; él estaba vivo. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y respiraba despacio. Mi mamá y mi hermana estaban con él. Quise saber qué pasaba. “Hace días me dijo que se iba a acostar a esperar la muerte y no se levantó más”, nos contó mamá. Luego nos pidió ayuda para conseguir sueros, no quería que se deshidrate por la falta de ingesta. Quisimos convencerla, si no le hacía caso se le iba a pasar. Pero ella me recordó el colegio al que fui y me callé. Papá quería que nos instruyéramos en el 4

MANDINGA

Texto: Jorge Gòmez Ilustración: Dashie Cherries

mismo colegio al que concurrió ella, pero había un problema, aquel era sólo para mujeres. Él movió cielo y tierra desde que nací para conseguirlo. Fueron años de discusiones, juicios y medidas legales, y quizás algunas ilegales. Ninguno nunca supo cómo, pero cuando tuve la edad requerida, fui al colegio que, por él, ahora era mixto. Hubo que ver que tan comprometido estaba con su espera. Le hice cosquillas, nada, lo pinché con una aguja de a poco, llegando a clavarla muy profundo, tampoco se movió, y, para horror de mamá y regocijo mío, le dí una cachetada, pero siguió en la misma posición. Si le poníamos el suero, por lo visto no se iba a negar. Luego buscamos la forma de alimentarlo y fue muy difícil conseguir una enfermera que aceptase ponerle una sonda nasogástrica a alguien sano, así que lo tuvimos que hacer nosotros. Mamá estuvo más tranquila, aún con el problema que significaba inventar constantes excusas para la ausencia de su marido. Hasta que se convenció de que nada de lo que hiciese iba a salvar a su esposo. Empezó a vestirse de luto, primero con un sencillo vestido negro para luego agregarle velos, retazos de telas oscuras y gasas, además de medias. Así capa sobre capa de negro empezó a cubrir su cuerpo. Con mi hermana nos preocupamos poco por ese duelo prematuro. Pensamos que ese era su modo de lidiar con él. Un día mamá salió de compras con todo su luto a cuestas y un auto la atropelló. No la vio, la confundió con un pedazo de noche. El conductor, según consta en los diferentes expedientes, sostuvo que una bandada de cuervos se había chocado contra su parabrisas. Papá no fue al funeral de mamá. Mi hermana y yo le gritamos, le rogamos, lloramos, pero él no abandonó su espera. A mamá la velaron con parte de la ropa de duelo que no pudieron sacarle. Las personas que fueron al velorio y vieron que el marido no estaba, ni apareció en el entierro, se enojaron mucho y llegaron a odiarlo. Creo que cuando la enterramos, muchos enterraron a papá con ella. Él murió para todos, menos para nosotros dos. Mi hermana, que tenía mayor predisposición que yo a sufrir culpas, suplantó a mamá. Quise disuadirla para que lo deje morir, ya que esa era su decisión, pero ella no escuchó razones. Dejó su trabajo y su marido al no soportar la situación, la abandonó. Ella se compenetró mucho en su labor y tras días de preocupación fui a verla. Le pedía a papá que se muera pronto y luego se disculpaba por su deseo, y así se sucedían exigencias y disculpas. Me la llevé de allí a rastras a mi departamento y la encerré mientras iba a buscar ayuda de alguien, no sé de quién. Cuando volví una multitud estaba en la entrada del edificio. Me abrí paso como pude, en el medio había un manchón rojo, era mi hermana, se había tirado por la ventana. Seguro que quería ir a cambiarle el suero a papá. A casa de mis padres voy una vez al mes a pagar las facturas. Sé que él no usa ningún servicio, pero temo que alguien entre para hacer un embargo y lo encuentre como yo lo vi la última vez: lleno de polvo, pero aún vivo. No estoy seguro de por qué respira todavía, creo que tiene que ver con el hecho de que nunca desechó nada, ni siquiera un poco de orina, como si maximizara los nutrientes, pero a ciencia cierta no lo sé. Así como mi mamá y mi hermana tuvieron sus obsesiones, yo tengo la mía, temo que alguien, quién quiera que sea, por cualquier motivo, entre a la casa y lo vea. Entonces me dan ganas de ir para quedarme y evitar que alguien entre, pero me contengo. Debido a esto empecé a realizar varias actividades, desde futbol hasta ikebana, para mantener mi cabeza ocupada y no ir corriendo a verlo. Creo que una de esas actividades va a matarme y sé que papá va seguir vivo mucho tiempo más que yo. La muerte no es de quien la espera. MANDINGA

5


Texto: Hernán Castaño Ilustración: Ivan Jacob

6

MANDINGA

MANDINGA

7


PROLOGO -Mr. Brown tiene audiencia a las 11. El visir Na-to, más alto y delgado que su hermano, el Rey Oscar, que estaba algo ancho en la zona estomacal, le hizo una corta referencia a su monarca que engullía un desayuno en la amplia mesa de roble encerado mil veces junto a la madre de ambos, la Reina Madre Dominga que aún le cocinaba de vez en cuando, incluso cuando Oscar era un chef condecorado. Na-to se sonrío recordando que estaban en el 2015 y que ya nadie iba a la horca por no aplastar la nariz contra los zapatos cuando se honraba a su Rey. -¿Otra vez ese pedazo de gato? Na-to hizo una mueca. El Rey siempre parecía en sus trece antes de las audiencias con Brown. Era el después lo preocupante, en tanto cada cosa que Brown le decía a Oscar en sus reuniones, terminaba convirtiéndose en una realidad. -¿Qué hora es?- preguntó Oscar terminando una medialuna de manteca y sorbiendo el mate. Na-to observó su reloj de pulsera, un Citizen Titanium plateado al cual la manecilla del segundero le parecía algo remolona y contestó que faltaban veinte minutos para la susodicha reunión. -Bien. Me voy a vestir. ¿Alguna noticia de… la Reina?- consultó Oscar. Toda mención a su reina era terreno pantanoso. En los papeles seguían siendo rey y reina, pero hace meses que Ayleen había desaparecido de Hazel Town. Se decía que pasaba las noches calentando la cama de alguien en el reino. Y Oscar deseaba tanto encontrarlos a ambos. -Si…- comenzó Na-to y echó una mirada a la Reina Madre Dominga que entendiendo la indirecta levantó las tazas blancas de porcelana del reino de Kilmonth, la mejor porcelana que procedía del reino vecino, y se dirigió a la cocina sin pedir ayuda a ninguna criada. -Te escucho Na-to-, le dijo Oscar a su fiel visir una vez la Reina Madre hubo abandonado los aposentos. -Creemos que Aylee… Que la Reina, está… -Decilo de una vez. Ya sé que está cogiendo con otros. Decilo asi la puedo destrozar a ella y al putito que se está cogiendo. -No. Aún no descubrimos con quién está relacionándose-. Na-to tanteaba el lenguaje frente al Rey incluso cuando el Rey daba señales de no tener interés en ninguna clase de contenciones. -Pero si la vimos saliendo de una casa en Wildtown. -¿Algún ricachón? -Eso es lo extraño. La hemos visto salir de una casa bien cuidada pero en un barrio peligroso. El Rey Oscar lucía consternado. La duda embargaba su mente. Se liberó de todo pensamiento agitando la cabeza a cada lado unos momentos. Cuando venga Brown, decile que pase a la oficina. -Sí, señor. Oscar entró en su despacho y fue directo al sofá. Tenía mucho sueño. Desde la partida de Ayleen dormía poco y mal. A media mañana lo ahogaban el sueño y la ansiedad. Estaba dormitando cuando golpearon la puerta. Segundos después, Oscar se desperezó e hizo entrar a Mr. Leopold Brown. -Adelante.

1

Mr. Leopold Brown le exhibió al rey una sonrisa que solo se sostenía en los labios. Sus ojos lo observaban como siempre: tensos y vigilantes, la misma actitud que tenía en todo su extenso cuerpo. Cruzó una mano por su castaño cabello rapado casi al ras y volvió a su lugar habitual, la densa y enrulada barba. -Ayleen, perdón, la Reina Ayleen viene seguido para Wildtown. El Rey Oscar Revolt apretaba los dientes dentro de sus firmes labios. -Lo sé- respondió sucintamente. Desconocer algo siempre era una ventaja con 8

MANDINGA

Leopold Brown, y Oscar no se podía dar el lujo de dárselo a entender. Menos, al principio de la reunión. -Lo lamento, su alteza. -¿Por qué? -No es ningún secreto que ustedes… están atravesando una crisis. Leopold Brown sopesó sus palabras. No obstante todo, estaba frente al rey. Y si bien ya no se estilaba matar a los contrincantes políticos, Brown sabía de más de un rival que había sido silenciado en oscuras noches por locales como Andy o foráneos como Lord Roderick. Oscar no respondió. -Al grano, Brown- masculló el Rey. Brown se acomodó en la silla amplia estilo Luis XV con terciopelo rojo que decoraba el despacho del Rey. No le resultaba tan cómoda como su valor indicaría. -No quiero subestimar su capacidad estratégica… pero sé de hecho que la capacidad del reino está en su límite. Oscar, admirando la inteligencia de su interlocutor, asintió quedamente animándolo a proseguir. -Shenus, Kilmonth… son reinos aliados, hermanos. -Intocables- advirtió el Rey severo. -…pero Domselord no.

2

La Iglesia de Wildtown estaba abarrotada de mendigos que buscaban su pan a diario. El clérigo no estaba a la vista, pero su ayudante, Jake y su novia Noe, lo estaban sustituyendo. De alguna manera, Jake logró que el pan alcanzara para todos, y el Mistela, aunque algo tibio, sirvió como buena bebida. -Otro trabajo bien hecho- comentó Jake. Noe le sonrió dulcemente y le ofreció un mendrugo que él aceptó entusiasmado, como todo lo que provenía de su amada. Como su corazón. El arquero es un hombre de estatura mediana que ha construido un pecho considerable que descansa sobre un estómago creciente. Su cabello moreno y su rastro de barba arrancan suspiros en su poblado, pero su corazón pertenece a Noe Jeez´notjier, una dama muy cristiana que con su mirada serena y rostro amable lo encandiló. Las malas lenguas hablan de sus curvas, pero Jake hace oídos sordos. Jake se detuvo frente a la iglesia. La sombra de la gran cruz cristiana lo oscurecía. Tanteó su carcaj. Allí estaba. Contó con el tacto las flechas. No podía olvidar que el alimento era necesario para los ladrones también. Y la Iglesia de Wildtown recibía a muchos delincuentes de la vecina Sunday Village, donde él y Noe vivían. Noe y Jake volvían caminando a su hogar bordeando el río Mythree. Veían saltar a los salmones, cuando se cruzaron a Nat curando a Paul The Ra. Big Nat es una mujer preciosa de cabello corto y oscuro y mirada muy alegre. -Buen día Nat- le dijo Noe con otra de sus grandes sonrisas. -Buen dia Noe- le respondió Nat ofreciéndole un abrazo que Noe recibió alegre. Jake también la saludó. -¿Qué le pasó a nuestro emperador hoy?- preguntó interesado. -Se clavó un anzuelo- respondió Nat que lo curaba con gasas. Paul miraba el río ensimismado pensando en todos los peces que aún no eran pescados. MANDINGA

9


-Aghhh- contestó Jake que odiaba pescar. Prefería la buena caza con su arco y flechas. Ambos siguieron camino a su hogar muy relajados dejando atrás a la curandera y al ‘Emperador’. El sol brillaba cálido y una brisa muy tenue les alegraba la vida. Nat, o Big Nat como la conocían era muy querida en todo el reinado. Trabajaba en el hospital de Wildtown pero siempre se la podía ver ayudando a todos los seres vivos que tuvieran un problema. Era rarísima su relación con Mr. Leopold Brown, al cual Jake, aunque no odiaba, le tenía una cierta clase de rechazo. Prefería no compartir con él ninguna clase de momento que no fueran las reuniones de consejo que el Rey Oscar había permitido y de las cuales Jake, como jefe de arqueros del reino y Brown, como asesor político, formaban parte. A Paul lo consideraban un personaje simpático y peculiar. Su escuálido cuerpo y su mirada perdida y por momentos estrábica la cual escondía tras unos lentes Ray Bans, lo hacían merecedor de algún que otro comentario malicioso. Pero no le decían ‘Emperador’ en vano. Realmente lo había sido. De alguna manera, al menos. En su juventud había conquistado el territorio abandonado de Enyi y se había autoproclamado Emperador y ‘Ra’. Incluso había construido una pirámide muy bonita. El gran inconveniente que derrumbó su megalómano proyecto fue que Enyi no era más que un enorme desierto sin ninguna clase de recurso natural más que la arena. Paul no pudo alimentar a su escasa población y le vendió el territorio en partes al Rey Oscar y a la Reina Stella de Kilmonth, pues el desierto estaba entre ambos reinados. Dos fábricas de Sílice se nutren de la arena filtrada de ese desierto y Paul The Ra llora frente al río de donde consigue su comida día a día por ese evento desafortunado. Stella envía porcelana de la más fina calidad al Rey Oscar siempre que puede y el Rey Oscar le envía computadoras hechas con placas construidas en el Reino de Hazel. Jake y Noe llegaron a Sunday Village pasadas las dos de la tarde. El sol arreciaba sobre las casas bajas del pueblo. Los criminales atestaban las esquinas pero no se animaban a meterse con Jake. Su Flecha de Luz era mortal. Podía decirse que si Oscar era el Rey del Reino de Hazel, Jake gobernaba sobre Sunday Village. La pequeña calle Feetgony, donde Jake tenía su vivienda, en la cual habitaba desde que nació, estaba desierta. Jake tenía un mal augurio. Inmediatamente giró sobre sus talones y tomó una flecha de su carcaj y tensó su arco recurvado. -Tranquilo loco- le respondió una voz conocida. Jake la reconoció al instante. -Buenas tardes, Andy.

3

-No debes decirle a nadie que nos estamos viendo. Sabes cómo se van a poner. -Si… lo sé- respondió la Reina Ayleen. -Mirame a los ojos. Mirame a los ojos y decime que no le vas a decir a nadie o abandono ahora mismo esta conversación. -Eso se te da muy bien ¿no? La mirada de su interlocutor la aterrorizó. -Te escucho- le respondió Ayleen. Estaban en una casa pequeña y preciosa en un barrio muy pobre que ella sabía que nadie en el reino, sobre todo Oscar y su visir Na-to, conocían. Pero dudaba de Brown. Él debía conocerla. Odiaba a Brown. La casa era de su padre, al cual Oscar consideraba muerto desde hacía años. Y lo estaba. Lo que Oscar no sabía es que el 10 MANDINGA

MANDINGA 11


padre de Ayleen le había dejado esa casa, aparte de la del reino de Kilmonth, a su hija. -El reino está en peligro. Ayleen se estremeció. Oscar ya no era de su agrado, y menos la ‘persona’ que tenía enfrente, pero amaba a Hazel y a sus habitantes. -Explícate- le pidió con esa voz que Ayleen sabía usar para lograr su cometido. -Brown… Brown conspira con el Lord de Domse para que Oscar vaya a una guerra con Domse. Una guerra que Oscar no puede ganar. Ayleen sopesó la importancia de las revelaciones. Algo así ya intuía ella en la reunión de consejo de hacía tres meses atrás. -¿Qué tiene Brown para ganar? Su interlocutor calló. -No va a haber más hasta que pagues tu deuda. Ya estas debiendo bastante. Lo sabés. Ayleen pensó en Oscar. Aunque no lo amaba, tampoco lo odiaba. Necesitaba toda la información de la cual él disponía. Sus ojos cayeron tímidamente. Ella le ofreció lo que él siempre quería. El aceptó de buen grado.

4 La música estallaba en los parlantes. -¿Podes bajar eso?- pidió Karla mientras se planchaba el pelo en la casa de su amante, Albert. -Esto es Ayreon, mi amor. Se escucha así de fuerte zontropopa- respondió Albert Anthirsty. Acto seguido le dio un gran mordisco a un chinchulín que se había asado durante horas en la parrilla y chorreaba grasa y limón por sus comisuras. Karla resopló en el baño mientras observaba su cuidada figura y su rubio y largo cabello. El gimnasio era su templo. Muchos hombres la observaban y a veces era más por su capacidad física, de la cual hacía gala con los delincuentes de la zona. Estaba acostumbrada a la tozudez alegre de su novio y también a las palabras inventadas que le ofrecía. Zontropopa, Zonca, Tonsa, lora, Lorenza, eran un simple muestrario de su capacidad verbal. Su otra capacidad era estomacal. Aunque no parecía engordar, comía como para darles vida a dos hijos y así lo demostraba con su habitual concierto de eructos y flatulencias. Esa era la principal razón por la cual Karla vivía en Sarabandecity. No podía aguantar más de una comida con su amado porque la misma se convertía rápidamente en una niebla amarga de aromas cáusticos. El teléfono sacó a Albert de su concentración con una morcilla. Rápido corrió hasta la mesilla junto al sofá a atenderlo. -Residencia Anthirsty- dijo cómicamente como siempre que atendía el teléfono. Albert tenía la capacidad de repetir un chiste y que nunca dejara de ser gracioso. -Albert. Soy yo, Jake. -¿Cómo anda mi buen Jake? -Bueno… no tan bien de hecho. Te necesito en mi casa a la noche. ¿Podes venir? Albert cambió su rictus siempre alegre y con una risa en el paladar por su cara seria. Karla, que había salido del baño, lo miraba tensa. -Claro. ¿Podes adelantarme algo? -No por teléfono. -A las 8 estoy ahí- respondió breve y cortó. 12 MANDINGA

Albert miró el reloj de pared rojo por sobre el televisor. Eran las cuatro y media y la manecilla del minutero parecía una gota de sangre.

5

Jake le abrió la puerta a su buen amigo Albert que venía acompañado de Karla. Fuerte fue la sorpresa de Albert cuando vio que allí también estaban sus otros viejos amigos, Andy y John Bouquet. Al primero no se lo veía porque sus tareas habituales lo enviaban a las oscuridades. El segundo ya no vivía en el Reino de Hazel y se la pasaba ebrio la mitad del tiempo. Fue dura la sorpresa de ver a Bouquet sospechosamente sobrio y algo nervioso a la vez. Albert y Karla se sentaron a la mesa redonda del living de Jake. Antes de empezar, Jake les sirvió una ronda de gaseosas a todos. Bouquet miró su vaso algo decepcionado, pero bebió un sorbo igual. -No te voy a mentir Jake, estoy intrigado- comentó Albert antes de comenzar. -Lo tengo claro- respondió Jake mirando de reojo a Noe y a su carcaj alternativamente. Reposaba en el respaldo de la silla. Karla carraspeó para llamar la atención. -Si, ambos lo estamos- dijo, cuando las miradas se centraron en ella. -Bueno…- comenzó Jake –Quizás Andy, que es el que obtuvo la información, debería relatarles todo. Sin embargo, Andy, no era del tipo conversador, y con un gesto de la mano le indicó a Jake que él haga toda la fábula. Jake accedió y comenzó a relatarles que… <<Hace tres meses, en la reunión del consejo en la cual estábamos el Rey, Brown, Andy como jefe de Ninjas, yo como jefe de Arqueros, Na-to como primer visir y la reina… o ex reina, no sé cómo se dice, estábamos discutiendo el presupuesto para defensa. Oscar no se mostraba muy renuente a ampliarlo dado que los reinos vecinos de Kilmonth y Shenus son amigos y ciertamente, las estrecheces corren más por el lado de los cultivos. Esto era una discusión finalizada hasta que Brown tomó la palabra y explicó que tenía información sobre el Lord de Domse. En resumidas cuentas, dio a entender que Domse tenía sus uñas puestas sobre Shenus y que faltaba poco para que Shenus mandara a alguien a hacer estragos en las filas cercanas del rey. Oscar dedujo rápidamente que Brown se refería a Lord Roderick, un habitué de la corte y un enemigo silencioso de Andy. Andy investigó tras la reunión y descubrió que efectivamente, Lord Roderick había entrado nuevamente a Hazel, solo que esta vez lo había hecho a través de la autopista de Wildtown… y había visitado una casa en la zona villera. Una casa donde se vio entrar en distintos momentos al Fauno y a la reina Ayleen>> -¿Estás diciendo que hay una conspiración para atacarnos?- preguntó Bouquet que de repente volvía a sentir por el Reino de Hazel lo mismo que en su juventud antes de partir. Albert centró su mirada en John. Podía ver el fuego en su interior. Fuego que él comenzaba a sentir. Jake pasó un brazo por los hombros de Noe. Estaba pensando muy bien sus próximas palabras: -Digo que Brown está detrás de todo esto MANDINGA 13


6 Los visitantes de Jake, menos Andy, se fueron llenos de dudas. En la mesa circular, solo quedaban Andy y él que bebían café. -¿Qué pensas?- le preguntó Jake antes de llevarse la taza de cerámica blanca a la boca. “Hecha en Kilmonth” decía en la base. Andy, silencioso como siempre, se encogió de hombros. -Brown es sinuoso, pero esto es simplemente maligno. Nunca hubiera pensado que está conspirando contra el reino. -Yo tampoco. Éramos amigos de chicos. La revelación no sorprendió a Jake. Ya había oído la historia de cómo los padres de ambos eran amigos mucho antes de que ellos formaran parte del consejo del reino. Ambos bebieron del café. Noe dormía. -¿Qué tal si le preguntamos a Nat?- sugirió Jake. -¿Romper su lealtad? No va a pasar. Jake tenía razón. -Sin embargo, si puedes… investigarla. Andy se sonrió. Estaba esperando que su amigo se lo pidiera. La casa de Leopold Brown estaba justo frente al río Mythree. Por suerte, raras veces el río crecía, porque cuando sucedía, todas las casas de la zona experimentaban un tsunami en sus salas de estar. Andy estaba encaramado en el techo de la casa, observando por un ventiluz que daba a una oscura buhardilla. Sus vestimentas oscuras lo ocultaban en la noche y no tardó Andy en introducirse sigilosamente en el altillo. La habitación de Brown y Nat estaba pasando el pasillo. Salió de la buhardilla y, tentando su suerte fue ligero hasta la puerta cerrada. Sabía que dormían con los perros encerrados en la habitación. Ya había estado en esa casa antes. Apretó el oído contra la puerta. La penumbra del pasillo lo escondía bastante bien. -Hoy lo vi a Jake- comentó Nat. -¿Si? ¿Qué decía?- respondió Leopold, aunque su voz, Andy pensó, denotaba que tenía la cabeza en otro lado. -Nada. Yo estaba curando a Paul. Mandó saludos para vos. -Ah, muchas gracias. El sábado lo veo en la reunión del consejo. ‘Puro palabrerío sin peso’ pensó Andy. Sin embargo, estaba acostumbrado. Las parejas no compartían muchos secretos importantes antes de dormir. -¿Qué dijo el Rey?- preguntó entonces Nat, y Andy vio su entusiasmo renacer. -No dijo que sí… Andy frunció el entrecejo. -…pero sin duda no dijo que no. Concluyó Brown. Acto seguido escucho un ronquido. Nat dormía. Andy ya había abandonado la casa.

14 MANDINGA

MANDINGA 15


16 MANDINGA

Texto: Diel Ilustración: Lia

Otra vez recordé tus ojos expectantes ¿Qué esperabas? Siempre quise dibujarte, pero el miedo me lo impedía. Miedo a que alguien más te vea, y te tome presa, para llevarte a sueños ajenos. Pero hoy, no me pude negar. La hoja, bajo su impecable claridad, reclamaba tu presencia. Y ese reclamo fue escuchado. Mis mejores lápices comenzaron a desangrar vida al pintar cada uno de tus exquisitos detalles. Maquillándote pestaña por pestaña, con ese tono violáceo y escarlata que tanto te gusta. Dándote el azul perlado a tu sonrisa expectante. ¿Qué esperas? Aún no sé cómo, tras miles de criaturas que habitaron por estas páginas, llegaste tan despreocupada, tan llena de vida y esplendor ¿Cómo has llegado, sin ser afectada por los crueles antecesores? ¿Qué clase de encanto tienes, que nadie ha logrado siquiera lastimarte? Simplemente permaneces allí, vestida por finas telas turquesas y rosadas, guardando un lugar vacío. ¿A quién esperas? ¡Oh, cruel víbora traicionera! ¿Es que acaso esperas a alguien más? ¡Yo te di vida, y con la misma facilidad puedo quitártela en un segundo! Pero no pude. Eso no evitó que te abandonara en el más oscuro rincón de mi habitación, a merced de las más peligrosas bestias. ¡Que te sirva de lec ción! Los escarabajos gigantes han devorado miles de hombres, y su veneno ha traído la mayor peste al mundo imaginario ¡No podrás escapar de ellos! Tu recuerdo me quita el sueño, una vez más. Otra vez, tu sonrisa expectante dibuja palabras que soy incapaz de oír ¿No te bastó con la más cruel de las compañías? No. Toda la maldad quedó reducida a trozos de papel. Liquidaste al ejército del tormento, a los invencibles de las pesadillas. Y eso fue un alivio. Mas tu mano seguía allí, reservando un lugar a algún desconocido. ¿A quién esperas? Un fuerte viento te silbó, entrando por la ventana, llevándote lejos ¡Vete rata traicionera! Seguramente llegarás en brazos de quien esperas ¿Cómo pudiste hacerme esto a mí? ¿Yo te doy vida y así me apuñalas por la espalda? El viento aulló. Lluvia. Tormenta. Granizo. Una verdadera batalla contra el clima ¿Es que acaso nadie puede permanecer contigo? ¿A quién esperas? Es el momento de dejar todo atrás. Comprarme nuevos lápices. Ya ninguna me va a persuadir con sus encantos. Afuera, las nubes ya se habían ido, y las hojas de los árboles comenzaron a caer suavemente, rodeándote. Estabas allí. Reconocí de inmediato aquella espalda cubierta por ese pelo largo, de un rojo incendiario. Reconocí de inmediato la piel de tus manos, dorada e impecable. Quería huir, escapar de aquél sueño. Tenía miedo, mayor del que jamás había experimentado. Y no pude. ¡Mírame!¡Acá estoy a merced de tu hechizo! ¿¡Qué esperas!? Te diste vuelta, y corriste a mi encuentro, recibiéndome con un gran abrazo. Todos mis miedos e inseguridades se desvanecieron, cuando esas palabras salieron de tu boca -Al fin llegaste. MANDINGA 17


18 MANDINGA

MANDINGA 19


20 MANDINGA

MANDINGA 21


22 MANDINGA

MANDINGA 23


24 MANDINGA

MANDINGA 25


26 MANDINGA

MANDINGA 27


por Luis Alexis Leiva, “Un barrio silencioso”, 2014, Editorial Oniromante

Texto: Leiva Ilustración: Valerio

28 MANDINGA

Ramiro observó otra vez la tarjeta que lo llevó hasta su maestro mientras esperaba que este volviera del baño. Un papelito que supo estar pegado en un poste de luz. Ya llevaba dos años aprendiendo a desarrollar sus habilidades psíquicas con Sergio y hoy rendiría el gran examen para consagrarse como un psíquico completo. Guardó tanto tiempo ese mísero panfleto porque fue la prueba de sus habilidades en potencia: sabía que Sergio sería su maestro y que allí encontraría el principio del final de su camino. El maestro volvió del baño cerrándose la bragueta sin disimulo. —A ver pibe. Prepárate que ya empezamos. —Sí, maestro. Estoy listo. —Ya sabés, sentate acá en la alfombra, frente a mí. Repasemos tus logros: Ya podes adivinar las ideas superficiales de los no iniciados. Ya sabés leer los pensamientos de los que oponen fuerte resistencia. Probemos otra vez: ¿Qué pienso? —En una jirafa con cara de mono. Pero también se pregunta si el botón del inodoro no se trabó otra vez. —Muy bien. Ahora nos concentraremos más. Yo y vos. Respiremos y coordinemos las mentes. Ojos cerrados. Visualicemos una pileta con agua quieta, solitaria. Dejá que el mantra de la música lo invada todo. Que ese sonido permanente, uniforme, sean el agua que unifiqué la masa de nuestros pensamientos. Ramiro hizo caso, aunque no del todo. Estaba preparando la sorpresa que tenía reservada para este momento especial. Sergio, sin embargo, era muy poderoso. —¿Qué pasa Ramiro? Estas bloqueando algo. ¿A qué le tenés miedo? Ya te dije que tenés que confiar en mí si querés llegar al mayor nivel psíquico. —Lo sé, disculpe maestro. Son fuertes mis pensamientos ocultos. Ya se los libero. Dejó escapar unas imágenes que no afectaban su plan. —Ahí veo a tu madre en el hospital psiquiátrico… pero le tapas la cara. ¿Por qué? —No la recuerdo. La mente, cuando no recuerda algo, lo transforma en otro elemento conocido. Yo ya vencí ese engaño y solo veo lo que realmente vi. —Bien, ese es un logro excepcional. Cuando viniste a mí solo tenías imágenes de tu madre con caras muy distintas. Nunca la de ella. ¿Qué más podes leer en mí? —Mientras usted mira a mi madre, yo veo a sus alumnos de toda la vida. Una mujer que tiene algo de especial para usted. Nunca la había visto en su mente. No es una alumna, ¿no? Usted la ve y recuerda con sus ojos de joven. Y ahora la está ocultando. ¿Por qué? —Porque esa es mi privacidad. Hiciste muy bien en llegar hasta ahí, Ramiro. Nadie llegó tan lejos. Ramiro temía perder el control de su mente, por lo tanto lanzó unas imágenes para distraerlo. —¿Un criadero de perros? ¿Tenías un criadero de perros? —Sí, mi abuela criaba perros en el fondo de nuestra casa. Yo me percaté de mi poder cuando pude leer la MANDINGA 29


mente de los perros. Son seres con pensamientos profundos, contrariamente a las teorías científicas de los no iniciados. —Bien. Pero basta de cosas fáciles. —Ya no usaban las bocas para hablar. Se comunicaban con voces de la mente— Es momento de ver cuánto podes hacer con lo que aprendiste. Me tenés que dar un recuerdo tuyo, y hacérmelo sentir como mío. Es la transmisión más compleja que debemos aprender los psíquicos, porque no solo implica enviar imágenes, sino enviar sentimientos que… —… al otro se le hagan propios— concluyó Ramiro con deleite. —¿Cómo pudiste saber lo que iba a decir? Yo bloqueo mi mente para que no sepas lo que te voy a preguntar. ¿Y ahora qué estás haciendo? No, Ramiro, pará… ¡no es posible! ¡No es posible que puedas…! Sergio se vio encerrado en su propia mente. Sus párpados eran dos persianas titánicas que pesaban toneladas, su cuerpo era una estaca de granito clavada en el suelo. Su alumno no solo estaba preparado, sino que llegaba a niveles de poder que él jamás sospechó que existirían. Ramíro ya estaba listo para sorprender a su maestro. —Muy bien, Sergio. Ahora que tengo tu atención quiero charlar bien con vos. No te resistas, es al pedo. Ahora yo tengo el control. ¿Te acordás que cuando vine tenía la mente muy perturbada por la muerte de mi vieja? Bueno, ya sabés que murió en el psiquiátrico. Ya sabés también que mi abuela me crio. Bueno, resulta que durante muchos años, cuando no dominaba bien mi poder, mi madre no pudo evitar dejarme pensamientos y recuerdos que eran muy confusos para mí en ese entonces. Vos me explicaste que eran pensamientos desordenados y sufridos como consecuencia de su enfermedad. Y que yo los absorbí sin barreras, sin filtros. Por eso me torturaban. Bueno, resulta que no fue tan así. Yo se los quité. Yo me metí en su mente buscándolos y se los quité sin que ella, débil y sin fuerzas, pueda hacer nada. Cuando te encontré a vos, yo ya sabía quién eras. Y por cierto, ella también. Esa mujer que me escondiste recién se llamaba Tiffany. Y una de las tantas veces que la visité en el loquero, me dejó recuerdos para vos. Una vez me contó esto, que ahora será tu recuerdo… Levantando una mano y apoyándosela en la frente, Ramiro cumplió el ejercicio del examen. “Me contó que las astillas de lluvia le cortajeaban el rostro... costaba mucho caminar. Por la lluvia, el viento, por los pies descalzos, por la panza que sostenía con sus dos manos, por el peso de las conversaciones —¡Te vas de casa, no quiero una hija embarazada! —Me dio positivo... —Entonces avísale al padre... —Pero… Y el frío que se colaba por el camisón; se abrazaba a si misma. En la calle nocturna no había nadie, ni un perro cubriéndose con cartón, y la lluvia —¡Estás loca! Y la lluvia, y tal vez fuera así, pues la manija de la puerta del Falcon todavía le dolía en la cintura recordándole aquella tarde, además de los otros moretones en su espalda y sus brazos... y la madrugada totalmente cerrada no mostraba ningún camino, y el mensaje de texto por el que salió furiosa a la calle con lluvia y todo, el mensaje de esa yegua insulsa, y este hijo de puta que se fue con ella, pero es el padre de mi hijo, y acariciaba su panza por sobre el camisón —¿Cómo que te golpeó? —No, más bien me zamarreó ¡Pum! Tiffanita para acá ¡Pum! Tiffanita para allá, contra el coche, contra la pared —¡Te voy a matar pendeja de mierda! ¡La voy a matar! —¿Y la abuela no hizo nada? —Nop... Y ya parecía que las calles se iban a inundar, pero seguía caminando, sus delicados pies descalzos estaban azules del frío, sus cabellos eran finas algas que le caían en el rostro, o verdín pegado a su cabeza. Por sus mejillas de marfil rodaban copiosas lágrimas o gotas de lluvia, que para el caso no importaba y daba lo mismo. Enceguecida, totalmente enceguecida, y la lluvia —¡Te vas de casa cuanto antes! 30 MANDINGA

¡Pum! Tiffanita para acá. Y la lluvia —¡Te voy a matar, pendeja de mierda! ¡Pum! Tiffanita para allá. —Avisale al padre, yo no soy, fijate cómo te arreglas ¡Pum! Tiffanita contra el Falcon —¡Yo solo te avisaba! ¡Hacé lo que quieras, será solo mío, mi hijo, no me jodas hijo de puta! —Está bien, sé que es mío, perdóname, vamos a tenerlo... ¡Pum! Tiffanita contra la pared —¡Estás loca! Tenés que dejar de trabajar tanto. Aliméntate bien. Y lluvia y frío. ¡Pum! Tiffanita rueda por la vereda. —¿Qué querés que haga? vos te fuiste, mi vieja me echa... no puedo dejar de trabajar ¿¡Qué hago!? —¡Estás loca! —¡Te vas! —¡La voy a matar! ¡La lluvia! ¡El frío! Caminar sin rumbo. Se fue con esa yegua — ¿Estás loca? —Puede ser... ¿qué es esto? ¿Qué pasó? En qué momento... ¡Pum Tiffanita voló a la calle ¡Pum! Tiffanita se cayó ¡Pum! Tiiffanita al hospital.” Sergio se revolvía de dolor sobre la alfombra. Las convulsiones sacaban espuma de su boca y golpeaban su cuerpo contra la alfombra. Ramiro, parado, lo observaba con secreto placer. Sus propios recuerdos se contraponían con los de Tiffany. Sergio enloqueció en ese momento. Ya no sabía si él era él o si él era ella; si su pasado era como lo recordaba o como lo sentía en estos recuerdos que le atormentaban la mente. Los recuerdos de ella, que estaba muerta. Que murió en un hospital, y tuvo un hijo. Un hijo de ambos. Un hijo que lo buscó y hoy lo destruyó. Ese mismo alumno-hijo que hoy aprobó con un sobresaliente el examen final.

MANDINGA 31


32 MANDINGA

MANDINGA 33


MANDINGA

¿Querés un cafecito? Hay que entrar en un barrio oscuro para poder conocer a Matías Bragagnolo. No porque el barrio capitalino en donde se encuentra su depto sea especialmente tenebroso, sino porque el mundo en el que se mueve su mente tiene pasillos y rincones que no son fáciles de pasar. También es un barrio ameno, un lugar con vidrieras, con luces, con música agradable y risas, muchas risas. Esa parte iluminada de su barrio es la que él prepara para recibir gente. Ahí fui yo con mis expectativas oscuras y armado, fuertemente armado. Tenía miedo de encontrarme con mafias, con ampones, con maleantes de los más viles. Con tratantes de blancas, con pornógrafos ilegales, convictos acostumbrados a las peores vejaciones, con chamanes que hacen conjuros con órganos humanos. Bueno, nada de eso. Toqué el portero y una voz agradable y neutra me dijo ahí bajo. Con una sonrisa franca y abriendo los brazos, salió Matías Bragagnolo a mi encuentro. Su departamento es pequeño, pero con los ambientes bien escondidos y pequeños pasillos que te llevan a distintos lugares. Yo no buscaba otra cosa más que su biblioteca. Cuando voy la casa de un escritor lo primero que hago es eso, busco la biblioteca. Nada habla mejor ni con más precisión de una persona de letras que su biblioteca. En el caso de Matías Bragagnolo lo primero que destaca en su biblioteca (modesto mueble atestado de libros) es su enfrentamiento de los dos mundos. El mueble que funciona de biblioteca está en la pared contraria al mueble que contiene los CDs y DVDs de música, y un equipo musical de tamaño considerable. Los dos mundos de su interior: los libros y la música. Entre los libros destacan grandes cantidades de Burroughs en inglés, en castellano, y libros de Ballard. — Yo soy muy fanático de Ballard. Me gusta el Ciberpunk. Y también soy fanático de Burroughs, claro: es el padre de todo esto. — Dice mientras trae dos cafés expresos en tazas blancas y pequeñas, prolijamente acomodadas en una bandeja. Me entero, seguido a eso que él solía dictar unos seminarios referidos a Burroughs y el Cut Up. Proveniente de un pueblito casi pampeano llamado Daireaux, me cuenta que le encantaría volverse para allá y escribir, encerrado y solo, como en una cabaña, mientras afuera cae el otoño en hojas secas. Y escribir 34 MANDINGA

de un hombre que oculto en el bosque, busca asesinar al marido de su amante, y que lo encuentra en una cabaña escribiendo una novela de un hombre que intenta asesinar al marido de su amante… etc, etc… pero en seguida cae el sueño y me cuenta una triste realidad. — Yo me quiero ir otra vez a Daireaux... es el sueño de cualquier escritor, de irse a la concha del pato a escribir tranquilo. No en mi situación, claro, sino en una situación de escritor más consagrado. Pero me pasó una vez que fui al Oráculo de Oyola y al consultar me dijo: ‘scuchame una cuestión: No está bien, pero la realidad es que todo pasa por Capital Federal. Fijate en fulano, en mengano y en sutano que son tremendos escritores y que no pudieron crecer más porque no están cerca. Es injusto pero todo pasa por Capital federal. Y ese consejo me vino bien porque mi mujer no se quiere ir de capital, así que bueno, me vino al pelo. El Oráculo Oyola es una especie de entidad que el mundo conoce como Leonardo Oyola. Según cuentan las leyendas y mitologías del mundo de los escritores barriales, fue el primero que la pegó y está en una editorial grande, y que viene del barrio. Otros desmienten categóricamente esto y nombran a Washington Cucurto como el primero, pero lo cierto es que nadie va al Oráculo de Cucurto, sino que van al Oráculo de Oyola. A Enzo Maqueira también le pasó lo mismo que a nuestro entrevistado. Le hizo bien visitar El Oráculo de Oyola... le dijo algo sobre su forma de encarar la carrera de escritor. Cada tanto, entonces, Oyola aparece o uno tiene la suerte de cruzárselo por el camino en esto de andar en la literatura, y algún consejo, premonición o iluminación siempre uno puede ligar. Cerveza y pizza de por medio, claro, con música ochentosa de fondo. — Son muchos los escritores que no vivieron en el lugar en el que más o menos eran conocidos. Lo que cambió en el mundo de la literatura es la forma de promocionar la novela. Otro gran consejo del Oráculo de Oyola fue: Acompañá a tu novela: Eso implica ir a todo evento al que te llamen, leer fragmentos en donde te inviten, promocionarla por redes sociales... todo. Vos agarrás a cualquier escritor que haya publicado en los 80s e incluso en los 90s y no entienden, no logran entender cuál es la dinámica de hoy, que te obliga a vos a moverte, para que tengas mayor llegada al lector. Vos antes publicabas el libro, salían dos o tres

TOMANDO UN CAFECITO CON MATÍAS BRAGAGNOLO

reseñas en algún diario, y el libro estaba en las librerías o en los saldos, o no estaba en ningún lado. Diez años después se volvía a editar, si tenías suerte, y eso era todo. Hoy por hoy, si bien los tiempos editoriales siguen siendo lentos (el mercado literario es lento), a la hora de editar una novela no te queda otra opción que publicar en Facebook, en Twitter, llevarla a todos lados. Acompañarla vos. A veces me pasa que me avisan, casi disculpándose, que va a salir una reseña, pero no saben cuándo va a salir. No importa, si sale tarde, mejor. Un año más tarde, que salga la reseña, le da vigencia a la novela. Luego de charlar sobre estos temas y de tomar el primer café, sentí en mi paladar un gusto alcalino. Una gota de leche todavía no se diluía en la borra estacionada al fondo de la tacita. Me dio un poco de impresión. Y sentí algo de temor por mi integridad física. Sentí mareos y algo raro recorrió mi espina dorsal. Continué preguntando: Luis Alexis Leiva— Bueno, tengo varias preguntas para hacerte: ¿Existen los aliens? Matías Bragagnolo— Ni. Es como Dios. Les doy la opción de que existan. LAL— Egipcios o Antiguos Astronautas? MB— De chico, era muy fanático de los egipcios, me la pasaba mirando diccionarios sobre palabras relacionada con los egipcios y fotos de esfinges. LAL— ¿Cuantas veces llegó el hombre a la Luna? ¿Llegó? MB— No cambia mucho que haya llegado o no. La realidad es que la Luna sigue ahí. Si hubieran encontrado petróleo, entre Siria y EE.UU, ya la habrían hecho pedazos. ¿Viste en El Principito, cuando dice que los baobab pueden destruir un planeta? hubieran hecho lo mismo pero con las máquinas extractoras. LAL— ¿Helena de Troya o la Julia de José C. Paz? MB— Yo soy más de pueblo: la Julia LAL— La inteligencia artificial ¿alguna vez mejorará al pancho con lluvia de papas? MB— No, es inmejorable. Es la revolución alimenticia. Así como dicen que si hay un desastre radioactivo o cae un meteorito van a sobrevivir las cucarachas, yo creo que si las máquinas se despiertan como en Terminator y destruyen todo, va a sobrevivir el pancho con lluvia de papas.

LAL— ¿Se viene el derechaje? MB— Lamentablemente, siempre estuvo LAL— ¿La vida es un bricolaje? MB— Si la vida es un bricolaje, unos minutos después de que te vayas, me tiro por el balcón. LAL— Una rodaja de pan ¿es una tostada cruda? MB— Sí. LAL— ¿Bragagnolo tiene todo lo que quieren las guachas? Y si no ¿Qué le falta? MB— ¡Me falta onda! ¡Dos o tres kilos de onda! De chico nunca fui ganador: looser absoluto. Mi mujer no fue la primera que se fijó en mí, pero sí fue una de las primeras. No fue pionera, pero anduvo ahí. Yo fui muy outsider en la secundaria. Y un poco me la busqué. Yo ponía a prueba a los demás todo el tiempo y la gente reaccionaba como yo no quería que reaccionara pero sí como yo esperaba que lo hicieran. Vos en un pueblo chico en los 90s te dejabas el pelo largo, te vestías de negro, te rapabas la mitad de la cabeza como Al Jourgensen de Ministry y ya sabes que te vas a volver el enemigo público. Imagináte que para mí ir a un cumpleaños de quince era un suplicio. Era ir a escuchar cumbia, además de que no se me acercaba nadie. Los demás terminaban no cayéndome bien a mí. También fui yo el prejuicioso en la adolescencia. Después lo superé con el tiempo. No te digo que ahora me pondría a escuchar cumbia por placer, pero entro en un lugar que suena cumbia y por lo menos ya no vomito.

“VOS EN UN PUEBLO CHICO EN LOS 90s TE DEJABAS EL PELO LARGO, TE VESTÍAS DE NEGRO, TE RAPABAS LA MITAD DE LA CABEZA COMO AL JOURGENSEN DE MINISTRY Y YA SABES QUE TE VAS A VOLVER EL ENEMIGO PÚBLICO” Todo esto hizo que yo fuera un perdedor con las mujeres. No había pibas en esa onda en la que estaba yo. LAL— Y venir a capital ¿cómo fue? MB— Para mí fue como encontrarme con un paraíso perdido. Yo vine acá en un contexto que no era el esperado. Esperaba venir e ir todos los viernes a Requiem. Pero en cambio me encontré con que todos MANDINGA 35


MANDINGA

mis amigos que habían venido para acá formando sus familias, y yo estaba sentando todo el día culo en la silla y a estudiar para recibirme de abogado. Mi vida era muy diferente a lo que yo me había imaginado que iba a ser en capital. Si bien se me abrió un mundo increíble cuando llegué porque allá no tenía nada del acceso a la cultura y de repente acá está todo. Pero a la vez, este es un lugar que te rechaza también. Hay algo de la capital que te expulsa, es centrífugo, te va tirando hacia afuera. Y si entraste al mercado laboral, peor todavía, porque andas cansado, puteándote con todo el mundo en la calle. LAL— Y ¿cómo empezaste a meterte en el ambiente literario? De estar en un pueblo lejos, siendo un adolescente con la onda dark, a pasar por la abogacía. ¿Cómo despegaste para el mundo literario? ¿Dónde fue el enganche? ¿Quién te dio el pase? MB— No, el enganche fue en la época dark, y el pase no me lo dio nadie. Yo escribo desde muy chiquito, ocho o nueve años. De hecho mi mamá hace poco encontró algo que yo había escrito en ese tiempo. Tendría treinta páginas. Yo recuerdo estar boca abajo escribiendo. Después estuve haciendo música desde los 14 a los 18 años. Yo mezclaba y tocaba todos los sonidos y escribía letras en inglés. El proyecto se llamaba Killing Calígula. Las letras eran muy opresivas. La parte depresiva de mi adolescencia estaba ahí.

“HAY ALGO DE LA CAPITAL QUE TE EXPULSA, ES CENTRÍFUGO, TE VA TIRANDO HACIA AFUERA” Después a los 16 años hice una novela corta, que todavía la tengo ahí: Diario de un anencéfalo; después escribí otra titulada El ermitaño que en algún momento puede llegar a servir. Después pasé un par de años de bloqueo cuando llegué acá y estuve estudiando abogacía. Me hizo muy mal, tanto la carrera como el ejercicio. La abogacía me hizo muy infeliz. Yo lo pensaba como una actitud “inteligente”, algo para poder vivir en un futuro. En el 2003, escribí en seis meses y corregí durante otros seis, una novela que se llama Frío del metal en la sien, que todavía no publiqué. Es una historia de amor que transcurre en un pueblo. También hay otra llama36 MANDINGA

da Purgatorius. Prácticamente destruye el mundo de los abogados, sobre todo desde el punto de vista de la explotación que hacen los abogados con respecto a otros abogados. Ha pasado por varias revisiones también. Después de Purgatorius viene Petite mort. Para este momento de la charla yo estaba divagando por galaxias lejanas. Iba por el segundo café con esa gotita de leche y pensaba que mis manos eran globos cuyos dedos eran tiras de caramelos Fizz. Quise preguntar qué marca de café estábamos tomando pero dije: LAL— En Petite Morte sí está el lector. El lector se identifica. MB— ¿Sabes que es lo que le jugó a favor? Que yo cuando la escribí pensaba: ¡Puta, qué comercial que es esto que estoy escribiendo! El brujo, en cambio, tiene más Borroughs. A Naked Lunch se la considera como una obra a la que vos admiras, un texto casi religioso, porque vos como lector no participás. Es casi como la Biblia. Es impresionante llegar a ese nivel de narrativa, de abstracción. Está bueno pero no hay un juego con el lector, no hay empatía porque los personajes son demasiado raros, es una alienación enorme. Y en el lenguaje del brujo, que hace esto del informe, se logra eso. El informe hace que te deje afuera. En cambio, en Petite morte, había un juego un poco más cinematográfico. Creo que en ese momento vi cruzar por detrás de Bragagnolo, cruzar hacia el baño a Bergara Leumann, en chancletas, musculosa y comiendo un sanguche de salame. Me dio un poco de asco, y supongo que mi gesto se habrá notado ya que Matías abrió los ojos y m epreguntó si no me estaba gustando el café. Quise decir que estaba re flashero, pero en cambio pregunté: LAL— ¿De dónde te viene esto de lo morboso, lo sangriento y lo escatológico? MB— Yo de chico dibujaba cuerpos diseccionados, como para darte un ejemplo nada más. Siempre me atrajo el lado oscuro. También lo que sucede es que escribir sobre belleza es mucho más difícil, que escribir sobre el horror. Es más fácil describirle a una persona una mano quemada que una mano linda con dedos delicados, de piel suave. La transmisión del horror es más fácil que la transmisión de la belleza.

TOMANDO UN CAFECITO CON MATÍAS BRAGAGNOLO

Por otro lado, uno sabe a qué circunscribirse. Cada uno tiene que tener su lugar. Uno sabe bien cuál es su nicho. Claro que me siento atraído por el lado oscuro de la humanidad, pero creo que los que no se sienten atraídos por ese lado oscuro tal vez sea porque están experimentando una suerte de represión que tiene su origen en una prohibición de orden social.

“UNO CUANDO ESCRIBE SIN HABER PUBLICADO, CREE QUE VALE TODO. Y TE OLVIDAS DEL LECTOR, COMO DECÍA BURROUGHS. Y CREO QUE ESO UNO LO TIENE QUE TENER EN CUENTA” Jim Morrison dijo: la ciudad es un círculo de sexo con la muerte en el medio. Yo amplío más la locación y creo que la ciudad es el mundo. La ciudad es la humanidad. Me pareció ver una sombra que que cruzaba por detrás de Bragagnolo hacia la cocina. Del baño hacia la cocina… una sombra inclinada, huesuda, cabezona. LAL— Yo en cambio, veo que en tu literatura la muerte es un trámite más. Que el sexo es una puja de poderes y que la muerte es un momento y listo. Viene alguien y ¡pum! Mató a otro. Es la cosificación de la muerte, un elemento inevitable y sin razón ni objetivo, “Muerte y nada más”. ¿Pero cómo llegaste a la literatura? MB— A la literatura llegué por La Biblia, claro. Y tal vez algo definitorio para la pregunta anterior tuya sería contar que de la biblia pasé sin escalas a Poe. Poe define gente. LAL— Contame: ¿cómo fue eso de decidir publicar y cómo entraste en el mundillo literario? MB— Cuando vos escribís y no publicas sucede lo siguiente: la primera obra te la leen tus parientes y amigos y te dicen, “ooh qué bien que escribe, tengo un amigo escritor”. La segunda te la leen diez, la tercera te la leen cinco, y así hasta que un día no te lee nadie porque dicen: “Este debe ser un desastre, yo no sé un carajo de literatura, lo leo porque es mi amigo pero supongo que debe ser un desastre porque nunca nadie le publicó nada.” Fue pensando en estas cosas que me dije: me tomo cinco años. En ese tiempo voy a seguir escribiendo

pero si en el período de cinco años no pasa nada dejo de escribir. Porque no tiene sentido, porque si nadie me lee ¿para qué? ¿Para que lo lea yo solo? no tiene sentido. Paradójicamente Petit fue una novela que yo escribí para mí, era una novela que yo quería leer. Nadie había escrito sobre el snuff así que yo la escribí para mí. Mis primeros intentos por publicar fueron intentos torpes e inocentes como por ejemplo, enviar una carta a Seix Barral. Por suerte me contestaron, diciendo claramente que no me publicarían nada. Pero contestaron, eh. Perdí mucho tiempo también enviando a agentes literarios cartas con propuestas editoriales y todo eso, que no contestaba nadie o si contestaban era para decir NO. De hecho Petite fue rechazada por todas las editoriales que toqué. Luego un amigo me avisó que había un concurso de la Ediciones Gárgola, de Ricardo Romero. Acababa de terminar Petite Mort. Me fijo quién estaba de jurado: estaba Selva Almada, Daniel Kruppa, leí reseñas de libros de ellos, y pensé, “puede llegar a gustar”. Y sí, gustó: quedé entre los cinco finalistas. Otro día me entero del concurso de Extremo Negro. Otra vez quedé finalista y un día llego de la oficina y mi mujer me dice “che, llamó un señor. Un tal Carlos Sáez, y dice que quedó finalista tu novela. Me dijo que lo llames. Dejó un teléfono.” Lo llamé. Me dice que vaya a la feria del libro, que iban a anunciar el ganador y eso. Esa vez ganó Horacio Convertini con El último milagro. Lo bueno fue que también avisaron que se publicaría a todos los finalistas. Así que ese era mi premio ya. Bueno, antes de que salga Petite, Ernesto Mallo, que había sido jurado el concurso anterior me invita a la BAN! (Buenos Aires Negra). Yo tenía que hablar en una mesa con Víctor Maytland, con una actriz de Víctor Maytland, y con otros dos o tres escritores más que no me acuerdo quiénes eran. El tema de la mesa era: Los límites de la pornografía. Duró una hora. La charla fue por momentos áspera, por momentos desopilante. Después de eso yo tenía que leer durante cinco minutos en un atrio un fragmento de Petite Mort. Era fuertísimo para mí exponerme de esa manera. ¡Estuve con unos problemas de salud que ni te cuento! Diarrea, vómitos, fiebre... Tuve que dejar las drogas, luego retomarlas; me alcoholicé para pasar los nervios... lueMANDINGA 37


MANDINGA

go tuve que tomar algo para rescatarme. Todo. Yo no conocía a nadie, jamás fui a un taller literario, mi contacto con el mundillo era CERO. Ahí cumplí el sueño del pibe: ese mismo día cerraba la jornada Laiseca, así que podría decirse que yo fui telonero suyo. Fue lo mejor del mundo. Ese fue el comienzo. Igual tuve que esperar un año y pico desde que firmé contrato y se publicó Petite. Una vez publicado, Gilda Manso me invitó a leer en Los Fantásticos. Después fui al viejo evento de lectura Habrá Venganza. LAL— Y ¿con qué te encontraste, o con quién, que no te gustó en el mundillo literario? MB— Primero, claro, estoy en desacuerdo con el Esnobismo, con el prejuicio que hay con la literatura de género. Principalmente porque mis novelas no tiene género prácticamente, o tiene todos, o tres o cuatro. Hay editoriales que nunca me publicarían simplemente porque mis novelas tienen argumentos. Detesto la literatura del Yo, es lo más aburrido que hay. Un escritor debe cuidar la parte técnica, por supuesto. Pero también tiene que entretener al lector. Para aburrir al lector están los libros de medicina, los de abogacía, los ensayos... si vas a hacer ficción hay que entretener al lector. Además, la literatura del yo es algo que tiene que ver con el ego. Yo trato de aniquilar al ego, no por una cosa budista, no, no, no se trata de no tener sexo. Es una lucha por aniquilar al ego en el sentido de que uno no puede ser el centro del mundo, de todo. La obra tiene que ser el centro, por eso una obra que hable de vos y que diga lo que hiciste cuando te levantaste por la mañana, no va a ser el centro, ahí vos vas a ser el centro de todo. Los grandes escritores, a pesar de tener vidas riquísimas, escribían otras cosas. Por más que escriban cosas de tinte autobiográficos, te entretenían. Vos podés no tener ni idea de la vida personal de Bukowski y pasarla re bien con sus libros. Porque te contaba algo el tipo, te contaba una historia. Como dijo Ricardo Strafacce: No me describas tu merienda si no sos Poust. LAL— Están los escritores y los que se hacen los escritores. MB— La diferencia sería igual a la diferencia entre los motociclistas profesionales que hacen carreras en circuitos profesionales de moto, y un pendejo que sale a la Avenida Libertador a hacer picadas. Los dos manejan muy bien las motos, puede que no choquen nunca 38 MANDINGA

en su vida. Pero uno es profesional y el otro está rompiendo las pelotas. Y haciéndole perder el tiempo a los demás.

“PARA ABURRIR AL LECTOR ESTÁN LOS LIBROS DE MEDICINA, LOS DE ABOGACÍA, LOS ENSAYOS... SI VAS A HACER FICCIÓN HAY QUE ENTRETENER AL LECTOR. ADEMÁS, LA LITERATURA DEL YO ES ALGO QUE TIENE QUE VER CON EL EGO” Lo que más me duele del mundillo literario no es lo que yo piense o vea en los demás sino cómo uno termina siendo tratado. Hay prejuicio contra el autor que escribe con argumento, eso me molesta y me duele. Y lo he sentido, incluso por publicar en una editorial que publica novelas policiales. Pasa por una cuestión elitista. El gran problema es que hay gente que no tolera que algo sea consumido por masas, por grandes públicos. Y si es por eso no deberíamos escuchar a los Beatles. El problema no es que te consuman muchos, sino qué consumen muchos. No es lo mismo Los Beatles que Agapornis. El punto es la calidad. Si hay gente a la que le gusta más El Brujo que una novela en la que un tipo está sin laburo y le gusta la vecina del piso de arriba y nunca se anima a decirle nada, y son 150 páginas de eso... bueno, fíjate. Ojo, no estoy refiriéndome a ninguna novela en especial, lo acabo de inventar a ese argumento... ¡mirá qué fácil se escribe una novela así! Si te molesta eso, en realidad tu problema consiste en que los demás van a leer más la otra novela y no la tuya, no que la otra es mala porque la leen muchos. ¿Querés más café? Creo que dije que sí. Porque luego de eso lo vi alejarse hacia la cocina… Todo estaba nebuloso, y plástico. Todas las superficies tenían la contextura de un malvavisco, por eso imaginé que si ponía las manos en el fuego podría tostarme lo suficiente como para comerme más rico. Sonaba Sweet Jane, de Loud Reed. Y creo que escuché una conversación que venía de la cocina. Matías estaba charlando con alguien. Pero yo lo tenía en frente. O también estaba allá. Por el pasillo se veía la puerta abierta de la cocina y la sombra de Matías preparando café en una… no sé cómo explicarlo: la sombra parecía

TOMANDO UN CAFECITO CON MATÍAS BRAGAGNOLO

una cabeza de caballo con unas antenas largas y gruesas, y blandas. De esas fálicas antenas salía un líquido… o algo que servía en las tazas. Dejé al otro Matías sentado solo. Me hablaba de cosas sobre sectas, sobre sus nuevos libros, sobre archivos casi infinitos de horrores y muertes, y sexo infantil. Algo sobre un nuevo proyecto. Me paré y caminé hacia la cocina. Sweet Jane ya sonaba en mi propia boca. Entré a la cocina y vi al otro Matías Bragagnolo con la taza de café en la mano poniéndole esa gotita dulce y alucinógena de leche que provenía… ¡que goteaban de las antenas del Mugwump! ¡Era un puto mugwump! El bicho cronembergiano estaba sentado en un taburete y me miró con esos ojos fríos de bolita de vidrio. Una voz gorgoteante y pegajosa salió de su boca y dijo: —¡Ey, Al! ¿Te vas tan temprano? Matías también giró para verme y sonreír. O no fue una sonrisa, fue una mueca, malévola, intranquila, pero amenazante. Algo pasó luego, aunque ya no recuerdo qué. Solo tengo imágenes de sacerdotes o monjes, y mujeres desnudas. Niños teniendo sexo con mujeres maduras. Hombres sodomizando a otros hombres. Perros sodomizando gatos. Ya estaba en la calle, noche cerrada; ya esperaba el bondi. Ya estaba cruzando la Gral. Paz. Ya vomitaba el pasillo del 15. Ya tropezaba en la calle y los perros me ladraban. Tal vez llegué así a mi casa. Desperté recién, escribiendo esta nota. Bragagnolo salió de mi propio baño con una taza en la mano y dijo: ¿Querés un cafecito?

“Los Brujos” Matías Bragagnolo Editorial: Del Nuevo Encuentro I.S.B.N: 9789876094474 Clasificación: Ficción Publicación: 03/09/2015 Idioma: Español

“Petit Mort” Matías Bragagnolo Editorial: Del Nuevo Encuentro I.S.B.N: 9789876094474 Clasificación: Ficción Publicación: 06/08/2014 Idioma: Español

MANDINGA 39


EPÍLOGO Cuando creí haberme recuperado del encuentro con Bragagnolo y su café (desde que me desperté a las 13hs pasaron unas dos…tres… semanas) encontré algo que no me pertenecía dentro de mi bolso. Al vaciar el contenido sobre la cama cayeron lápices, libros, consoladores, galletitas, lillos, tucas, picachus, Teletubbies, Bob Esponja, cuchillos, tarjeta SUBE, petaca vacía, gripes, cáncer de hígado y Milo de Acuario. Encontré entre todo esto unas hojas escritas a mano y firmadas por Matías Bragagnolo. El texto dice ser un fragmento de un libro de su autoría que está en proceso de escritura. No sé (o no recuerdo) si me lo cedió para este número o yo se lo robé descaradamente. Para el caso, es lo mismo. Lo reproducimos a continuación como adelanto de su próximo libro.

TOCADA POR LA MANO DEL HOMBRE ENVUELTO EN EL SUDARIO

El cuerpo de Mamá María empezó a vibrar de manera totalmente involuntaria en medio de esa noche de diciembre de 1995, mientras dormía boca arriba junto a Peter. Todo el temblor se concentraba, tenía su epicentro, en el plexo solar del cuerpo de la Reina. El movimiento era rítmico, quien hubiera podido observar el bamboleo habría imaginado que una entidad supraterrenal estaba fornicando con ella de manera violenta. Quien hubiera podido observar su rostro habría intuido un futuro orgasmo de una intensidad desproporcionada. En el colmo de toda esa excitación, la vagina convulsa exudaba su flujo, haciendo que sus labios y su clítoris refulgieran empapados en la penumbra. Peter estaba teniendo, acostado a su lado, en idéntica posición, una experiencia proporcional, paralela. Su pene erecto, libre de toda manta o ropa interior, se sacudía mostrando una perla líquida en la boca del glande; todos sus músculos vibraban, su boca entreabierta creaba una sequedad en su garganta que sólo notaría luego del orgasmo, al despertar. Las pelvis de la pareja se elevaban paralelas, sin siquiera rozarse sus caderas, cada una levitando algunos centímetros y volviendo a caer sobre el colchón una vez tras otra. Una fantasmal y eucarística luz plateada comenzó a iluminar lentamente la habitación. Brotaba de los cuerpos, recubría suavemente sus pieles desnudas, ondulando, transmitiendo impulsos desde los plexos solares de cada uno, haciéndose fuerte.

(de “¿Quién salvará tu alma?”, tomo III de la novela “Todos los Niños de Dios”)

40 MANDINGA

MANDINGA 41


42 MANDINGA

MANDINGA 43


44 MANDINGA

MANDINGA 45


46 MANDINGA

MANDINGA 47


48 MANDINGA

MANDINGA 49


50 MANDINGA

MANDINGA 51


Texto: Seijo Ilustración: Casciani

Mi corazón ya no murmuró, si es que aún permanecía vivo. En las penumbras, mis ojos desorbitados asomaban. Seguía. Seguía cayendo infinitamente, innumerables veces. El pozo oscuro no tiene fin, ni tiene péndulo el tiempo que cae en él, desapercibida e inevitablemente. Nado. Vuelo. Corro. Aterrizo. Grito. Me agito. Cualquier acción carece de sentido en el pozo, o de lógica; cualquier movimiento resulta absurdo. Imagino que muero. Sería una posibilidad sublime. Recordé súbitamente. Sólo ansiaba luz. El magnífico palacio de los siete soles, construido por el príncipe Yasin en el siglo XXVIII antes de nuestra era. Cómo habría anhelado alcanzarlo, llegar hasta él y, sin embargo, estando casi ante sus puertas, su acceso me fue negado. Yo sabía de las maravillas que escondía en su interior. Ostentaba el secreto mismo de la razón de todas las existencias, guardada entre sus mármoles. Pero el precio de tan codiciado saber era la muerte. Yo sólo deseaba contemplar su excelsa arquitectura, su purísima armonía, su fina erudición, labrada en los mosaicos. Ahora me encontraba cayendo, flotando casi. No podía evitarlo. Sentía hedores putrefactos a mi alrededor. Objetos que me golpeaban y se desgarraban, y emanaban líquidos pestilentes, huesos que se partían al chocar contra los muros… Había escuchado que muchos habían consumido su vida de este modo, al no hallar la salida. Debía encontrar alguna fuga, un modo de regresar al tiempo, por alguno de esos millones de túneles que resultaban imperceptibles debido a la oscuridad, pero que es sabido que existen en todo pozo. Podría probar tanteando. La caída me lo permitía. De todos modos, el tiempo apenas parecía moverse. Logré asirme de unas piedras que asomaban de las paredes del pozo. Y entre ellas, tanteando, hallé una pequeña grieta que apenas permitía la entrada de luz: era un túnel. Procedí como se hace en estos casos. Estiré mis manos hacia la abertura, y apenas hube hecho esto, una potente fuerza me atrajo y me abdujo hacia el exterior del pozo. 52 MANDINGA

MANDINGA 53


Meses después, estando en mi casa de verano, me llegó una carta. Parecía antigua, el color amarillento del papel, los caracteres de la escritura… Bien, el hecho es, que la carta en sí no estaba dirigida a mi persona, pero sí al lugar donde yo residía por momentos. Traté de reconstruir como pude el contenido de aquella carta, pero se encontraba en un estado tal de deterioro que resultaba imposible su lectura. La levanté para apreciarla mejor a trasluz, y noté que sus bordes tenían la forma de una calavera, y las manchas de tinta y el papel arruinado completaban las órbitas y las fosas nasales de un cráneo… Al pie de la esquela, a la derecha, hallé una figura que luego reconocí perfectamente por las descripciones: era el palacio de los siete soles, del que yo solo había logrado conocer el pozo y había hallado el túnel… Entonces advertí, casi en forma inmediata, que antes de la caída, no recordaba cómo había llegado hasta ahí, o dónde estaba ese pozo… Intenté seguir razonando, pero un olor nauseabundo empezó a inundar el aire, y sentí cómo mis ojos se cerraban, todo a mi alrededor se oscurecía, y mi cuerpo parecía levantarse flotando en el aire. Recordé las historias que había escuchado sobre el palacio, que muchos se confundían en su interior, sin poder hallar la salida, porque estando dentro de él se perdía la noción del tiempo… y que todos los que allí caían, allí terminaban sus días… Traté de incorporarme, de correr, pero fue inútil. Cualquier acción carece de sentido en el pozo, o de lógica; cualquier movimiento resulta absurdo. Logré abrir los ojos, pero sólo hubo oscuridad. Seguía cayendo infinitamente, innumerables veces. El pozo oscuro no tiene fin, ni tiene péndulo el tiempo que cae en él, desapercibida e inevitablemente…

Texto: Seijo Ilustración: Diel

54 MANDINGA

MANDINGA 55


Mario cerró los ojos y gatilló. La vaca se desplomó sin hacer ningún ruido: era solo piel y huesos. José, el peón, se acercó con una pala y desparramó un poco de tierra sobre el animal. — Era la última –dijo Mario mirando al suelo. Cerraron la tranquera y caminaron hacia la casa. El caballo, tirado en el piso, movió la cabeza y lo miró. Todas las mañanas lo ataban a un poste, al costado de la casa: uno de los pocos lugares que aún daba sombra y donde podía jugar con Rosalía, la hija del patrón. El peón se acercó, corrió algunos de los juguetes que estaban tirados alrededor, lo tomó de la correa y se llevó al Indio para el establo. Mario entró a su casa, colgó la escopeta y se sentó en el sillón, al lado de Rosalía. La nena apenas roncaba, cansada de corretear todo el día. Él le sacó las zapatillas y la tapó. Claudia, su esposa, cruzó el pasillo, se metió a la cocina y lo llamó: — ¿Y? ¿Qué vas a hacer? –susurró– No queda nada, Mario. Nada. — Ya sé, estoy pensando en algo –mintió–, calmate. Desde el comedor, la madera del suelo rechinaba. — ¿Vos me estás tomando el pelo? se fue todo al carajo. Te dije que no ibas a poder con este campo de mierda. No sé qué vas a hacer –giró hacia la mesada, agarró un cuchillo y se lo metió debajo de la manga–. Nos vamos a morir de hambre ¿no? –trató de no quebrar la voz–, no nos queda nada. 56 MANDINGA

Rosalía, parada en la puerta de la cocina, empezó a llorar. Al ver que su mamá se acercaba, le estiró los brazos, pero Claudia siguió de largo. Mario prendió un cigarrillo y salió. Caminó hasta el chiquero y se quedó mirando: se le hacía agua la boca de tan solo recordar a los chanchos. Tiró el pucho, escupió, pegó media vuelta y se mandó al establo. José cerró la tranquera y volvió a levantar la carretilla. Llegó a la casa, agarró los dos bidones de agua que había traído del pueblo, los acomodó al lado de la puerta y entró: — ¿Mario? ¿Claudia? Traje el agua. Nadie contestó. Se acercó al pasillo, cerca de la habitación del patrón: — ¿Mario? –vislumbró el cierre de un cajón– Soy yo, José. — Ya va –dijo Claudia y abrió la puerta– ¿Qué querés? — Perdón, buscaba a M... –al ver aquellos ojos rojos, se quedó mudo–...buscaba a Mario –repuso. Claudia salió y gritó: —¡¡Rosalía!! La nena vino corriendo. — ¿Dónde está tu papá? Rosalía le señaló al establo y corrió a abrazar a su mamá. La nena la agarró del brazo y ella, automáticamente, la empujó y se metió adentro. Rosalía se tiró al piso a llorar. José trató de consolarla. Se levantó y se refregó la cara con las manos, dejando una mancha roja. El peón, confundido, la llevó MANDINGA 57


a lavarse, pero no encontró ninguna herida. Rosalía se sentó bajo el árbol, junto a su muñeca de trapo. Extrañaba embarrarse las manos haciendo sillas, mesitas y comidas. Pero ahora la cosa era distinta: mamá y papá le prohibían jugar con agua, no se podía desperdiciar ni una gota. Lo mismo decían de la comida. Se tiró en la tierra, mirando al cielo, buscando alguna forma en las nubes. Trataba de ignorar los ruidos que hacía su panza, sabía que pronto vendrían los dolores de cabeza y que después la mandarían a dormir: mamá siempre le decía que solo tenía sueño, que debía acostarse. Y ahora ni siquiera podía irse a corretear muy lejos: papá no quería que se encontrase con algún bicho sobre los animales muertos, aunque a ella eso no le asustaba. Después de un rato se levantó para volver a su casa, pero se quedó quieta. Dio unos pasos hacia el establo y escuchó a su Indio relinchar. Sonaba raro, ella conocía bien a su caballo. Se acercó un poco más y distinguió la voz de su papá y la de José. Intentó subirse a un cajón para ver por la ventana, pero ambos empezaron a gritar y se asustó. Tiró la muñeca y volvió corriendo a la casa. Claudia cerró la ventana de la pieza de Rosalía. Le sacó las zapatillas y la tapó hasta el cuello. Le pareció raro no encontrar a la muñeca, pero tampoco la buscó demasiado. Apagó la vela y se fue. Revisó el comedor, la cocina y hasta tocó la puerta del baño: nada. Agarró una campera y salió hasta la entrada. Se acercó, espió a lo lejos y distinguió un poco de luz en el establo. Enojada, pegó la vuelta y se encerró en su habitación. Mario abrió la tranquera, se refregó el sudor de la frente y siguió caminando. Abrió el mosquitero de la casa, saludó a Rosalía, que venía contenta a abrazarlo, y tiró dos bolsas al piso. — Coman –dijo mientras se tiraba al sillón. Claudia agarró las bolsas, metió la mano y sacó dos pedazos grandes de carne. Rosalía gritó de la emoción. Claudia se quedó dudando pero, tras el tironeo de su hija, terminó yéndose a la cocina. Mario se levantó tarde. Revisó la olla y calentó la sopa. Lavó el plato, se fue hasta el comedor, agarró el sombrero y encaró hacia la salida. — ¿Dónde está José, Mario? –dijo Claudia sentada en el sillón. El marido siguió caminando mientras ella le gritaba desde adentro. Claudia cerró la puerta con llave y se quedó llorando. Rosalía, con una ramita, se puso a dibujar en la tierra. El pedazo de madera no era lo suficiente58 MANDINGA

mente grueso y se le terminó rompiendo. Suspiró, tiró el palo y se levantó. Claudia, que la venía mirando desde hace un rato, le preguntó: — ¿Y tu muñeca, dónde está? — Se me cayó… –dudó — ¿Y por qué no la vas a buscar? — Me da miedo — ¿Miedo? ¿De qué? — De que papá siga enojado y me rete aunque… no estaba enojado conmigo, estaba enojado con José –hizo una pausa–. Indio también estaba asustado y creo que se escapó — ¿Por qué decís eso? — Porque no está, papá lo asustó –se puso a llorar–. No salió en todo el día y ahora lo extraño La nena le apretó la cara contra el pecho y siguió balbuceando un par de cosas. Claudia la llevó a la cama y se quedó ahí hasta hacerla dormir. Salió de la casa y se acercó al poste. Dio una vuelta por el chiquero y los alrededores, pero no encontró a nadie, ni al caballo, ni al peón. Se quedó pensando: la carne, el peón, el caballo, el establo. El establo. Dio media vuelta, caminó decidida a abrir esa puerta, pero antes de llegar, Mario salió: — ¿Qué haces acá? — Quiero que me digas ya mismo dónde está José y el caballo — No sé, no tengo idea, no me preguntes más. — No –le agarró la puerta con la mano–. Decime dónde están, quiero saberlo ahora. Rosalía estaba llorando por su caballo ¿sabes? Mario, que ya se había imaginado el llanto de su hijita, se quedó callado por un segundo, apretó los puños y volvió a aflojar: — Basta Claudia, dejame de joder un poco — ¿Qué mierda te pasa, qué carajo es todo esto? Venís un día y de la nada traes comida. Desaparece el único animal vivo de este campo de mierda y no me decís nada –nuevamente, empezó a llorar– ¿Qué mierda está pasando? — No pasa nada, Claudia. Llevo la comida y punto ¿no es eso lo que querías? Dejá de portarte como una loca, chau – y le cerró la puerta en la cara. Claudia quedó sola, gritando por un rato. Trató de espiar por la ventana, pero Mario las había cubierto con papeles desde adentro. Ella se secó las lágrimas y se fue para la casa. Mario entró y volvió a dejar una bolsa con carne. Rosalía recién se levantaba y ya estaba con hambre. Claudia salió de la cocina y él se quedó callado, esperando que ella siguiera de largo para la pieza, pero no. Vino enojadísima y empezó a

gritar y pelear, nuevamente. Él agarró la bolsa y encaró para la cocina. Claudia, enojadísima, se paró delante de él, tapándole el paso y le levantó la mano. Mario reac cionó a tiempo y la frenó. Claudia gritó, se soltó y se agarró del brazo. La camisa empezó a teñirse de rojo y él lo notó, pero antes de poder disculparse, ella ya se había ido corriendo a la pieza. Mario empezó a cocinar. Rosalía le preguntaba cosas, pero él tenía la cabeza en otro lado: ¿Qué tan fuerte la había agarrado? Le sirvió la comida a la hija y se fue para la habitación. Golpeó a la puerta pero ella no contestó. Intentó entrar, pero estaba cerrada con llave. Le preguntó cómo se sentía y se quedó parado, pidiendo disculpas al aire; después de un rato terminó volviendo al establo. Claudia se había tapado hasta el cuello y se había cubierto la cara con una almohada. Lloraba. Aún le dolía el brazo pero ya no le importaba. Al escuchar los pasos de su marido que se iba, se levantó. Se refregó la cara hasta quedar toda despeinada e incluso llegó a rasguñarse un poco. Se hizo de madrugada. Rosalía dormía abrazada a su muñeca. La luz del establo apenas se filtraba por las grietas visibles de la ventana. La casa estaba en completo silencio. Claudia agarró la escopeta y salió. Mario se estaba lavando la sangre de las manos con un trapo. Ahora que solamente quedaba él, traer el agua se hacía más complicado. El caballo ya no servía ni para ayudarlo con eso, así que no se arrepentía de lo había hecho. Era lo correcto. Uno debe hacer lo necesario por su familia. Lo que sea por un plato de comida. Agarró las dos bolsas negras que tenía en el piso, las puso sobre la mesa y… — Mario, ¿estás ahí? Pensó en callarse y dejar que se fuera, pero contestó: — ¿Qué pasa? — Abrí, la nena está mal –mintió– no sé qué le pasa Mario salió corriendo a abrir la puerta y al instante retrocedió. Con la escopeta en el cuello, fue caminando hacia atrás. Claudia entró y cerró la puerta. — ¿Qué mierda está pasando? ¿Dónde están? ¿Dónde están, Mario? Necesito saber qué mierda les pasó y me lo vas a decir ahora. — Claudia –dijo temblando–, calmate. Por favor bajá la escopeta y hablamos, no pasa nada ¿sí?

— No, necesito que me lo digas ahora ¿entendiste? — Está bien, te voy a contar Mario se corrió un poco, dejó pasar la luz de la vela y se quedó mudo: los cortes eran profundos, la sangre aún le recorría los brazos. — ¿Dónde están, Mario? ¿Dónde? — Tranquila, los dos están… Mario se abalanzó sobre ella y trató de quitarle la escopeta. Forcejearon un rato. Él la agarró de un brazo y le hundió los dedos en las heridas. Ella gritó y se le escapó un tiro. Mario se tapó la cara y se cayó sobre la mesa. — ¿Estas enferma? ¿Qué te pasa? Mientras seguía insultándola, trató de levantarse y tiró las dos bolsas negras que antes había puesto en la mesa. Ambos se quedaron callados. Ella se acercó, pateó una de las bolsas y se tapó la boca: ese pelaje negro le era inconfundible. Mario no se movió, Claudia levantó la escopeta y le voló la cabeza. Claudia puso dos platos sobre la mesa. Rosalía entró y se sentó en el comedor: — ¿Y papá? ¿No va a comer? — Se fue – dijo mientras soplaba la comida La nena, que esa mañana se había animado a ir al establo, se moría por preguntarle a su madre… sacarse la duda — Ma… — ¿Qué pasa? — ¿Puedo quedarme con uno de los conejos? Por favor, por favor, por favor –le tironeaba la remera, suplicando– lo voy a cuidar mucho. — ¿Conejos? ¿De qué me estás hablando? — Es que hace un rato fui a buscar a papá al establo, pero no estaba –suspiró–. Entré para jugar con el Indio pero tampoco estaba, así que me puse a jugar sola y encontré a los conejos en el fondo, escondidos. Claudia soltó el plato y salió corriendo. Revolvió unos trapos amontonados en una esquina del establo y debajo encontró una jaula con tres conejos negros. Se agarró de los pelos y se acordó de la bolsa, se levantó, abrió la puerta y… — Buenos días, señora –saludó el peón– ¿Cómo andan? Claudia no podía hablar. — ¿Le pasa algo? Ando buscando al patrón, vengo a traerle a este amiguito –acarició al caballo. — ¿Dónde… ¿Dónde estaban? –atinó a preguntar — En el pueblo. Perdón por irme de apurado, sin despedirme –miraba hacia el piso–. Supongo que MANDINGA 59


ya sabe la pelea que tuve con el patrón. Justamente por eso estoy acá, para arreglar las cosas. — ¿Cómo? –Titubeó– ¿Por qué?– empezó a llorar — Tranquila, señora, no pasó nada –trató de consolarla–. Me fui porque lo necesitaba: ustedes apenas tenían para comer. Traté de explicárselo de buena manera al patrón, pero apenas lo supo no quiso escuchar otra palabra. Encontré un trabajito en el pueblo y ahí me enteré que él había cambiado al Indio por unos conejos –le dio una palmada al caballo-. Días más tarde me lo encontré abandonado en la ruta, el viejo que lo había comprado decía que no servía para una mierda así que me lo dio. Todo esto fue ayer. Aproveché la situación para traérselos y ver si necesitaban de alguna ayudita, se sabe en todo el pueblo que el patrón no anda para nada bien. En fin, eso es lo que sucedió ¿por qué sigue llorando, señora? ¿Pasó algo?

60 MANDINGA


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.