Rodrigo Barraza Urbano - EL DESLIZ DEL CHALÁN

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BIBLIOTECA DIGITAL ANCASHINA ASOCIACiÓN WARAS: CIENCIA Y CULTURA

EL DESLIZ DEL CHALÁN

Rodrigo Barraza Urbano Edición Digital 2019


RODRIGO BARRAZA URBANO (Huarás, Áncash, 1986) Licenciado en Educación, en la especialidad de Comunicación, Lingüística y Literatura, por la Universidad Nacional Santiago Antúnez de Mayolo (Huarás, Áncash). Perteneció al grupo literario “Los mandarines” (UNASAM). Actualmente es docente en dicha institución y participa en eventos nacionales e internacionales de literatura, en calidad de ponente y con publicaciones. Colabora con artículos académicos en la Revista UNASAM. Es ganador del primer certamen literario de cuento: “A imagen y semejanza del Perú” (2014), convocado por ediciones Altazor y Selección Gallera. Ha publicado el libro de cuentos: Once huellas bajo tus ojos (Killa editorial, 2015) y el cuento El hombre sin suerte en la revista digital Relatos increíbles (2016). Su última publicación es un cuentario titulado Espejos de barro (editorial Pasacalle, 2019).


EL DESLIZ DEL CHALÁN Rodrigo Barraza Urbano


SERIE: LITERATURA ANCASHINA CONTEMPORÁNEA

Edición Digital a cargo de: Asociación Waras: Ciencia y Cultura Biblioteca Digital Ancashina © Rodrigo Barraza Urbano Huaraz, Ancash, Perú Mayo, 2019


EL DESLIZ DEL CHALÁN

¿Cuándo sucedió todo esto?, ¿Cómo ocurrió esta desgracia? Y justo cuando ya eras parte de la familia. Un integrante más. Te lo habías ganado con justicia. A nadie más le dimos ese privilegio. Solo a ti, querido Bronquito. Ya no oiremos tus bellos relinchos, esos que solo tú sabías hacerlos para distinguirte de los otros. Ya no podré montarte una vez más, ser tu chalán, el que imponía todo desde nuestra entrada. Porque, finalmente, ambos éramos un equipo. Y tanto que me costó domarte como se debe. Porque hay que tener maña para estas cuestiones. Sino, mejor dedicarse a otro oficio. ¡Qué digo!, es más que un simple trabajo. Es mi vida, o lo era. Y ahora sin ti es absurdo pensar en seguir adelante. Sabes, también has dejado un profundo y eterno dolor en Marta, Katia y, sobre todo, en Pepito. ¡Oh, no te imaginas cuánto te quería!, ¡hizo tanto por ti! Le he tenido que mentir. Si le digo la verdad, lo destrozaría. Su corazoncito de diez años sucumbiría ante el rostro de la desventura. ¡Maldita sea!... Lo que más me duele e indigna, es que aquí hay un solo culpable. Creo que lo sé. Lo presiento. Y al verte así, Bronquito, tus ojos me lo confesaron. Lloré mucho al saberlo. ¡Mi compadre! ¿Cómo alguien puede ser tan miserable? Estoy seguro que fue Emiliano. Pero si nunca le hice daño. A ver, a ver, debe existir algo, quizá cuando…

Ayer mamá dijo que Bronchis nos ha dejado. Ya no está con nosotros. Dice que se ha ido muy lejos, hacia la eternidad. Yo no la entiendo muy bien. A mí me parece que él se cansó de vivir en nuestra casa. Seguro que extrañó a sus papás. Porque él también tendrá, pues. Creo que está con ellos, en el cielo. Los animales buenos 1


van allá. Estará con diosito. ¿Cómo será? Yo también quisiera ir a ese lugar. Para vernos allí, caballito. Debe ser muy bonito. Ya quiero ir para allá. Pero sigo aquí. Conté hasta cien y no pasó nada. Me mintieron. Ven caballito, te estoy esperando. Tengo que darte agüita, ven Bronquito, no te vayas, no me dejes. Llévame contigo. Hazme un espacio para seguir jugando como siempre. Me haces llorar más, no vueles, déjame acompañarte. Al menos, déjame tocarte. Mamá…dile que…

Mi esposo lo encontró en la mañana. Empezaba a clarear el día en la hacienda. Me despertaron esos gritos de desesperación. - ¡Marta…! - ¡Maaarta…! - ¿Qué pasó?... - ¡Es Bronco…! Ya no responde… - ¿Qué?... - ¡No!... Al acercarme al potrero, comprobé todo. Fui a tocarlo. Hacía un par de horas que había muerto. Lo primero que pensé fue en una enfermedad. ¡Pero si estaba tan bien ayer!... Toqué su cabeza. Sin el cabestro se veía muy lindo. No me había percatado hasta ahora. Sus ojos grandes parecían comunicarme algo triste y vil, como diciéndome ¿Qué culpa tengo de que me maten así?... Su crin esplendente rezumaba el dolor que padeció silenciosamente. Había un líquido verdoso circundando por sus dientes. Lo habían envenenado los malditos. El tósigo estaba mezclado con el 2


heno que le poníamos todas las noches. Lo ocultaron muy bien. Ni siquiera parece veneno. Seguro que, si él se hubiera percatado, no habría comido. Y hasta nos habría avisado. ¡Porque era tan inteligente!, ¡Parecía gente!... Entonces, pienso que alguien conocido lo tuvo que hacer. Por eso no nos percatamos. Y agonizó poco a poco. ¡Pobrecito! Si pudiera hacer algo para vengarlo. ¡Malditos envidiosos!... Muchos habrían deseado tenerlo. Es que era un campeón, un verdadero ganador. ¡Pero nos costó tanto volverlo así!... ¿Es que acaso uno no tiene derecho a progresar con su esfuerzo, carajo?...

Por ahora, ya no importa el desagraciado de Emiliano. Es preferible hablar de ti, porque en verdad tu partida lacera mi corazón. ¿Cómo empezó nuestra historia? Tus padres fueron dos hermosos ejemplares, como tú: un bayo y un alazán. Al verte por primera vez, tratando de ponerte en cuatro patas, supe que serías un gran luchador y tenaz. Sin duda, no me equivoqué, pues jamás podría renegar de los trofeos que pueblan la casa. Todo eso fue gracias a ti, porque también deseabas dejar en alto el apellido PÉREZ MANDUCANO, ¿no es así?... El nombre que tienes te lo puse porque te parecías al caballo de una canción que me gustaba mucho. Además, porque eras también mi familia. Cuando creciste, eras muy admirado. Ya se te veía ese porte digno de un caballo de paso. ¡Qué hermoso! decía don Justo, cada vez que venía de visita trayendo queso. De cuerpo compacto y musculoso, ancho y profundo, con patas cortas y fuertes. La cabeza plana y ancha con ojos brillantes y sumamente expresivos. El cuello

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arqueado, listo para todos los atavíos que debías llevar. Y tu color canela, tan impecable. Eras, sin duda, un precioso equino. Los días que entrenábamos para que lograras ese galope perfecto, al estilo de un ducho nadador, jamás se borrarán de mi memoria. Te veo así, levantando tus patitas delanteras y a su vez, ejecutando zancadas largas y rectas con tus patas traseras. ¡Qué hermoso, sin duda!... ¡Qué espectáculo!... Parecía como si bailaras, tan acompasadamente, que emulabas a cualquier pareja. La marinera, esa melodiosa música que te puse desde potrillo, ha sido la que te inyectó ese salero para desplazarte con tanta espontaneidad, que el jurado no dejaba de aplaudir, al verlos pasar. ¡Qué donosura!, dijo alguien por ahí y parecía que oías entendiendo el significado, pues lo hacías con mayor gusto. Y de ahí el apodo que me pusieron: EL ABRONCADO, ya que siempre nos veían juntos. Yo era tu chalán y tú, mi caballo. O sea, yo era tu amigo y tú el mío. Miserable Emiliano, me las vas a pagar…

Yo no sé por qué piensan que maté a Bronco. ¿Acaso tienen pruebas? Los Pérez piensan muy mal. Están equivocados. ¿Cómo creen que yo haría algo así? Por si no lo saben, yo también quería mucho a ese animalito. Y gozaba tanto o más que sus dueños cuando obtenía algún premio. Caray, dejen de estar mirándome de esa manera tan acusadora, porque me ofende. Ya he dicho que sentía un cariño especial por ese caballito. Sería incapaz de hacer eso. ¡Si hasta fui yo el que construyó su abrevadero! ¿Ya lo olvidaste, Julio? Él también me quería y acercaba su hocico en señal de amistad. También emitía esos sonidos agudos y prolongados para decirme que estaba feliz. Lo conocía mejor que toda tu familia. 4


Por nada de este mundo voy a permitir que me deshonren. Hallaré al culpable de este mal agüero y se las verá con mis puños. Le haré pagar con creces todo el daño que ha causado. Tan bonito e inocente y le hacen eso. ¿En qué cabeza cabe?... Vamos compadre, yo te ayudaré en esto. Pero con la condición que dejes de acusarme. Ya deja de verme así. ¿No te queda claro? Basta, ya me hiciste enojar. Tu falta de confianza me ha ayudado a comprender la clase de gente que eres. Ojalá que nunca encuentres al que mató a tu caballo. Y así sufrirás un poquito más. O mejor aún, ¿qué tal si yo fuera el que mató a Bronco?... Caray, créeme que eso me gustaría muchísimo. Eso te dolería más, así como el dolor que me causaste o… ¿acaso ya lo olvidaste, desgraciado?...

A ver, a ver, ya es tiempo de que esto acabe. Ya no deseo recordar más, solo hay que dejar paso al sufrimiento. Con el tiempo, nos repondremos. Aunque ningún caballo sea como mi Bronco. Amigo mío, quiero confesarte algo muy valioso. Creo que puedo suponer por qué Emiliano te envenenó… ¿Fue por envidia, acaso?, ¿o quizá por fregar?... Hasta ahora no lo comprendo del todo. Pero creo que solo te desquitaste por lo que sucedió. Te recuerdo que tú fuiste el que miró con otros ojos a Marta. Esa mirada te delató. Así no se mira a una comadre. Te había sorprendido en más de una ocasión. Pero algunas mujeres no saben ocultar un engaño. El sonrojarse o hablar con tono bajo me ayudó a comprobar mis sospechas. Seguro que habrán estado cuando me iba a los concursos. Y ella con sus pretextos para no asistir. ¡Cómo se habrán refocilado en mi cama!... Ahora entiendo por qué me dijiste alguna vez entre tragos, hermano.

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Fue una dulce venganza, como dicen. Pero esta fue doble. Con mi mujer y mi caballo. ¿Cómo pudiste?... Seguro que Adelia te lo confesó. Bueno, al menos, todo quedará en familia, entre compadres y comadres. ¿Serás capaz de olvidar este asunto?... No conviene ventilarlo más. No quiero que nadie más se entere. No debemos empeorar este tropiezo. No es bueno, ¿cómo, te indignas todavía?, ¿que aún falta la verdadera venganza? Ja, ja, ja, no me hagas reír. ¿Quién te crees que eres?, ¿Solo porque te di mi confianza crees que puedes hacer alzarme la voz de esa manera?... ¡Basta!, ¡cállate, carajo!, ¿Acaso piensas que a mí también no me duele lo que hiciste?... ¿mi caballo?, ¡qué mierda me importa ese animalejo!... Haz dañado mi honor. Mi virilidad, mi calidad de macho. Por mí, el caballo y tú se pueden ir ya sabes adónde. Me importa un bledo. Ya no me interesa, ¿comprendes?... Pero, para que veas que soy buena gente, estoy dispuesto a olvidar todo este bochornoso incidente, para que ambos ya no nos hagamos daño. Vamos, dame esa mano. Total, a quién no le sucede esto. El engaño es pan de cada día. Los deseos y sentimientos cambian constantemente. ¡Eso es, así me gusta!... Te perdono y tú me perdonas. Y ahora que estamos hablando como seres civilizados, déjame hacerte esta pregunta… ¿me permites llamarte hermano?... ¿Qué vas a hacer ahora Emiliano?, ¿qué tienes entre las manos?, ¿por qué me miras con esos ojos inyectados de sangre?... ¡no te acerques!...

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- Cuántas veces debo decirte que no soy tu hermano y que no me acosté con tu mujer y que no maté a Bronco. - Baja ese puñal, o sino…te…golpearé con esto… - Esto es un lapicero, ¡ay chalán, el recuerdo frustrante siempre vivirá en tu mente!... - Aquí el único traumado eres tú, Emiliano, porque aún quieres seguir llenando mi vida de desgracias. Pero óyeme bien, ya me cansé de ti. Te di una oportunidad y no la aprovechaste. Ahora es mi turno de escupirte las mismas palabras que alguna vez me dijiste. Pero también será la última vez que sueltes la lengua. - Llévenselo a su habitación y traigan un poco de agua para limpiarme. Locos, pobres diablos que creen que todo es cierto. No entienden a los cuerdos. Ni lo harán jamás. Viven su mundo de fantasías y desvaríos. Como si fuera real. Y encima esperan que uno les comprenda. ¿Y tú, qué opinas, Bronco?...

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SERIE: LITERATURA ANCASHINA CONTEMPORÁNEA


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