JUSTO
FERNANDEZ
Antología DE
LA
Tradición y la Leyenda A ncashinas
Ed ición ; N< e v a E r a HUARAZ-PERU
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1946
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ANTOLOGIA DE LA TRADICION Y LA LEYENDA ANCASHINAS
JUSTO
FERNANDEZ
Antología D E
L A
Tradición y la Leyenda •>
A ncashinas
E d i c i ó n N u e v a Eira HUARAZ-PERU
-
1946
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Propiedad reservada Copyright by J. F.-1946
P R O L O G O El conocimiento de un pueblo, de au carácter y de su espíritu no se obtiene, en las frías páginas de las relaciones históricas, relaciones de hechos crea dos por clases dirigentes y verificados, meditada y calculadamente por ellas, sino en las páginas animadas de sus vividas escenas, en las interpretacio nes hondas de sus personajes populares que los ar tistas logran hacer revivir en su afán de ahondar y esclarecer el alma popular. El carácter y el espíritu del pueblo no se dan ple namente en los acontecimientos de determinados ins tantes, efectos de diversos factores y circunstancias, Se dan en los fenómenos que la misma vida crea e impone su confrontación y soluciones. El carácter determiné la actitud, el espíritu el entendimiento, Entre nosotros poco hay de este conocimiento. La pora preocupación por el pasado popular y la complejidad de los elementos utillaables, tan com plejos por la misma tonglomeración de elementos raciales que forman nuestra masa social, no han permitido hasta la fecha, un conocimiento debido da nuestra nacionalidad. El gran substratum social de mientra pueblo, fuente honda y ancha de conocí, mientas de este gran conglomnra'io da pueblos que va en proceso de homngü/tvisación,permanece toda vía cosí en su totalidad inexplorado, desconocido para la ciencia y el arte, no abatanta de que ya se ha llegado a comprender de la necesidad que hay de su conocimiento y de su interpretación. Las preocupaciones de nuestros hombres de le tras y de nuestros artistas, con excepción de las de
muy pocos, continúan todavía gravitando sobre campos muy ágenos y muy distintos del que debe ser de nuestro mayor interés. Una muestra de lo que ocurre con nuestros escritores y artistas del país, es lo que se tiene con los escritores y artistas de Ancash,el departamento acaso más rico, después del Cuzco, en nioti.Vps folklóricos en general. Un departamento de antecedentes históricos relevantes, de vida intensa en. otras épocas, que supo acunar varias culturas y con yn.a definida personalidad, resistir con gallar día, o la empresa conquistadora de los Keswas,efun dir alma terrígena a colonos y criollos y tonificar el espíritu heroico de los paladines de la libertad que de estas tierras fueran a librar las más gloriósas de las. jornadas de la Independencia en los campos de Junín y Ayacucho. Un departamento de la más nu trida historia, por lo mismo del más rico acervo te mático, pero que sin embargo, tiene poco de cono cido tanto en su historia como en sus tradiciones, le yendas y demás expresiones populares que dan el conocimiento de la vida del pueblo y de su alma. '"S_ Esta es l(t razón para que en un propósito de re copilación de lus mejores producciones literarias de los géneros de la tradición y la leyenda q'sobre trinas áncashinos se han hecho por autores propios y ex traños y que en un afán de contribuir al conoci miento y difusión de lo poco que se tiene logrado, nos hemos impuesto, esta obra resulte harto pequefía.Mucho la habríamos deseado rica en cantidad co mo variasde las composiciones qí se exponen en esta antología son ricas en calidad,porque para ello Ancash tiene asi como temática, valores literarios y ar tísticos de lo más connotado en las letras nacionales y en las bellas artes, pero la escasa producción que en estos campos se ha hecho y la dificultad con que
hemos tropezado para conseguir la» producciones de los que a estos géneros se dedican con cierta con• tracción, nos ha privado de satisfacer este anhelo¿y nos ha obligado a presentar estas pocas muestras de tradiciones y leyendas ancashinas, pocas, muy pocas, en relación con el rico venero que Ancash tie ne y guarda para plumas bien cortadas y emoti vas. Sin embargo, dada la inquietud que en los nue. vos tiempos viene despertándose por la captación folklórica y el arte nacional, que bien se advierte también en las nuevas generaciones literarias de Ancash, es de augurar, que en un futuro muy cer cano, la producción de índole tradicionalista como todas las de carácter vernáculo, crencah alagadora • mente. A este propósito de infundir la mayor inquietud posible en la nueva generación intelectual ancashi• na y de cumplir, a la vea, con un justiciero home naje a nuestros autores, algunos de ellos ya casi ol vidados, que cultivaron la tradición y la leyenda con no poca felicidad, es que ponemos a considera ción del lector esta ántologia no de autores sino de roducciones sobre temas ancashinos, El lector sará juegan JVSTO FERNANDEZ
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Huara», diciembre de 1 9 4 5
Ricardo Palm a Primera figura de las letras peruanas y una de las más connotadas de Hispanoamérica. Nació en Lima el 7 de Febrero de 1833 y mu rió en M ira flores( Lima) el 6 de Octubre de 1919, a loíf 86 años de edad, Tradicioni«ta, poeta y filólogo eminente, el gé> ñero de su mayor y más celebrada dedicación fué el de latradición que el creara y sólo él cultivara con notable brillo. Magnífico narrador de im agi nación traviesa y espíritu zumbón de criollo au téntico y poseedor de un tstilo personalísimo, de admirable creación estética, vivo y ligero con ua lenguaje al mismo tiempo castizo y criollo, sus re l a t o s cortos, cruce de leyenda histórica y de arti culo de costumbres como advierte Riva Agüero, tienen estas producciones un sello original y peruanísimo, E ! é x i t o y la fama que alcanzara Palma con este nuevo género literario, despertaron en las nue vas generaciones un afán por imitarlo pero acaso sin conseguirlo. Su obra que es copiosa dentro del género de las tradiciones-la forma 6 voluminosos tomos- no sólo comprende los motivos que le brindaron los viejos manuscritos, ptincipal fuente de sus infor maciones, sino también, simples datos y vagas referencias que suministráronle amigos y adm ira dores del esclarecido tradicionista, de donde, la amplitud de su obra nacional y la prueba de su difícil arte de haeet obra con “ un poco deverdad y ciento de mentira” A esta singular cualidad, Ancash le debe algu nas de las hermosas tradiciones que de referencias fueron a cobrar forma y perennidad bajo la genial pluma del ilustre tradicionista limeño.
JUSTICIA OE BOLIVAR 1 0 n Junio de 1824 hallábase el ejército libertador es1 " c a lo ñ a d o en el departamento de Ancash, prepa rándose a emprender las operaciones de la campaña que, en Agosto de ese año, dio por resultado la batalla de Junín y cuatro meses más tarde, el espléndido triunfo de Ayacucho. Bolívar residía en Caraz con su Estado Mayor, la caba llería que mandaba Necochea, la división peruana de LaMar, y los batallones Bogotá, Caracas, Pichincha y Voltijeros, que tan bizarramente se batieron a órdenes del bravo Córdova. La división Lara, formada por los batallones Vargas, Rifles y Vencedores, ocupaba cuarteles en la ciudad de Huaraz. Era la oficialiaad de estos cuerpos un conjunto de jóvenes gallardos y calaveras, que así eran de indómi ta bravura en las lides de Marte como en las de Venus. A la vez que se alistaban para luchar heroicamente con el aguerrido y numeroso ejército realista, acometían, en la vida de guarnición, con no menos arrojo y ardimiento, a a las descendientes de los golosos desterrados del Paraí so. La oficialidad colombiana era, pues, motivo de zozo bra para las muchachas, de congoja para las madres, y de cuita para los maridos; porque aquellos malditos militronchos no podían tropezar con un palmito medianamen te apetitoso sin decir, como más tarde el valiente Córdova-adelante, y paso de vencedor—y tomarse cierta fami liaridades capaces de dar rotortijones al marido menos es camado y quisquilloso. ¡Vaya si eran confianzudos los li bertadores! Para ellos estaban abiertas las puertas de todas las casas, y era inútil que alguna se les cerrase; pues teníaii siempre su modo de matar pulgas y de entrar en ella como en plaza conquistada. Además, nadie se atrevía a tratar
- 10 los con despego: primero, porque estaban de moda; se gundo, porque habría sido mucha ingratitud hacer aseos a los que venían, desde la» márgenes del Cauca y del Apu re, a ayudarnos a romper el aro y participar de nuestros reveses y de nuestras glorias: y tercero, porque en la pa tria vieja nadie quería sentar plaza de patriota tibio. Teniendo la división Lara una regular banda de músi ca, los oficiales que, como hemos dicho, eran gente amiga de jolgorio, se dirigían con ella, despues de lista de ocho; a la casa que en antojo les venía, e improvisaban un baile para el que la dueña de la casa comprometía a sus amigas de la vecindad. Una señora, a quien llamaremos la señora de Munar, viuda de un acaudalado español, habitaba en una de las casas próximas a la plaza, en compañía de dos hijas y dos sobrinas, muchachas todas en condición de aspirar a in mediato casorio;pues eran lindas, ricas,bien endoctrinadas y pertenecientes a la antigua aristocracia del lugar. Te nían lo que entonces se llama sal, pimienta, orégano y co minillo; es decir, las cuatro cosas que los que venían de la península buscaban en la mujer americana. Afinque la señora de Munar, por lealtad sin duda a la memoria de su difunto, era goda y requetegoda, no pudo una noche escusarse de recibir en su salón a los caballeritos colombianos que, a son de música, manifestaron de seo de armar jarana en el aristocrático hogar. Por lo que atañe a las muchachas, sabido es que el al-, ma les brinca en el cuerpo cuando se trata de zarandear a dúo el costalito de tentaciones. La señora de Munar tragaba saliva a cada piropo que los oficiales endilgaban a las doncellas, y ora daba un pe llizco a la sobrina que se descantillaba con una palabrita animadora, o, en voz baja, llamaba al urden a la hija que prestaba más atención de la que exije la buena crianza a las garatusas de un libertador. Media noche era ya pasada cuando una de las niñas, cuyos encantos había sublevado los sentidos del capitán de la cuarta compañía del batallón Vargas, sintióse indis puesta y se retiró a su cuarto. El enamorado y libertino capitán, creyendo burlar al Argos de la madre, fuése a buscar el nido de la paloma. Resistíase esta a las exijen-
— l i rias del Tenorio, que probablemente llevaban camino de pasar de turbio a castaño oscuro, cuando una mano se apoderó con rapidez de la espada que el oficial llevaba al cinto y la clavó la hoja en el costado. Quien así castigaba al hombre que pretendió llevar la deshonra al seno de una familia, era la anciana señora de Munar. El capitán se lanzó al salón cubriéndose la herida con las manos. Sus compañeros, de quienes era muy querido, armaron gran estrépito y, después de rodear la casa de soldados y de dejar preso a todo títere con faldas, condu jeron al moribundo al cuartel. Terminaba Bolívar de almorzar cuando tuvo noticia de tamaño escándalo, y en el acto montó a caballo e hizo en poquísimas horas el camino de Caraz a Huaraz. Aquel día se comunicó al ejército la siguiente:
ORDEN GENERAL Su Excelencia el L ibertador ha sabido con ind ign acidn que la gloriosa bandera de C olom bia, cuya custodia encomendó a l b atallón Vargas, ha sido infam ada por los mismos que debieron ser mas celosos de su honra y esplendor, y en consecuencia, para ejemplar castigo del delito, dispone: 29 E l batallón Vargas ocupará el últim o número de la linea, y su bandera permanecerá depositada en poder del Genere. 1en Tefe hasta que, por una victoria sobre el enemigo, borre dicho cuerpo la infam ia que sobre él ha caído. 2o E l cadáver del delincuente será sepultado sin les honoies de ordenanza, y la hoja de la espada, que Colom bia le dkra para defensa de la libertad y la m oral. s>e rom perá por el furriel en presencia de la com pañía. Digna del gran Bolívar es tal orden general. Sólo con ella podía conservar su prestigio la causa de la indepen dencia y retemplarse la disciplina militar. Sucre, Córdova, Lara y todos los jefes de Colombia, se empeñaron con Bolívar para que derogase el artículo en que degradaba al batallón Vargas, por culpa de uno de
sus oficiales. El Libertador se mantuvo inflexible durante tres días, al cabo de los cuales creyó político ceder.La lec ción de moralidad estaba dada, y poco significaba ya la subsistencia del primer artículo. Vargas borró la mancha de Huaraz con el denuedo que desplegó en Matará y en la batalla de Ayacucho. Después de sepultado el capitán colombiano, dirigió se Bolívar a casa de ia señora de Munar, y la dijo: —Saludo a la digna matrona con todo el respeto que merece la mujer que, en su misma debilidad, supo hallar fuerzas para salvar su honra y la honra de los suyos. La señora de Munar dejó desde ese instante de ser goda, y contestó con entusiasmo. —¡Viva el Libertador! Viva la patria!
A MUERTO ME HUELE EL 6000 P o m o estribillo popular he oído muchas veces, en boca de las viejas, esta frase:—a muerto me huele elgodo- y, averiguando su origen, hizome el siguiente re lato un respetable anciano que fue alférez en el Imperial Alejandro, número 45 Tócame sólo añadir que gran parte del relato está de acuerdo con los documentos históricos que he podido consultar.
* ** Maestro ds escuela en el pueblo de Pichigua, provin cia de Aymaraes, era en 1823, un viejo de carácter estravagante y que llevaba cerca de veinte años de residencia en el lugar. Nadie sabía de donde era oriundo, pues había se aparecido en el pueblo como caído de las nubes, y ob tenido de la autoridad diez pesos de sueldo al mes, por la tarea de enseñar primeras letras y doctrina cristiana a los muchachos. Pichigua,en 1823, era un pueblecito habitado por ocho-
cientos indios. Hoy su población apenas alcanza a la m i tad. Por aquel tiempo, presentóse una mañana en ei pue blo el coronel don Tomás Barandalla con dos compañías del regimiento Imperial Alejandro; y los indios de Pichigua, que eran tenaces realistas, lo recibieron con entu siastas aclamaciones. Barandalla vino al Perú, en 1815, como capitán de Estremadura, regimiento que, a fines de ese año y por cues tión de pagas se amotinó en Lima, volviendo al orden gracias a la energía de Abascal. El virrey castigó a los su blevados y, para restablecerla disciplina, disolvió el cuer po, dejando subsistentes sólo dos compañías que sirvie ron de base para formar ei Imperial Alejandro dtól que, ya en 1823, era Barandalla coronel. Hallábase este, luciendo sus bigotes a la borgoñona y vestido de gran uniforme, en el corredor de la casa del cura don Isidro Segovia, recibiendo las felicitaciones de ios principales vecinos de Pishigua, cuando se detuvo en la puerta de calle un viejezuelo envuelto en una raída ca pa de bayetón del Cuzco. Cerca de é! había un grupo de indios con la cabeza descubierta, y contemplando alelados al bizarro coronel. El viejo permaneció sin quitarse el sombrero y,rhirando a Barandalla con aire despreciativo, dijo a los del gru ño: —A muerto me huele el godo. Y aludiendo a la intimidad que parecía existir entre el cura Segovia y el jefe español, añadió: —Abad y ballestero, mal para los moros. Oyólo una espía del coronel y, acercándose a este, le , dio el chisme. Barandalla miró hacia la puerta y se fijó en el viejo, que continuaba con el sombrero encasquetado y sonriendo desdeñosamente. —¿Quién es ese hombre de capa?—preguntó el coro nel a uno de los vecinos. — Señor, un pobre diablo: es el maestro de la escuela. —Cara tiene de insurgente-y volviéndose a uno de sus oficiales, añadió Barandalla--tómelo usted y fusílelo. El cura y algunos vecinos se atrevieron a despegar los labios abogando por el sentenciado; pero Barandalla
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se mantuvo firme. El dómine no opuso la más leve resistencia, y se dejó amarrar murmurando siempre: —A muerto me huele el godo...... -"Pues el que huele a muerto es el viejo insolente, y tanto que voy a fusilarlo, le interrumpió el oficial. —Bueno! Bueno!-contestó el viejo sin inmutarse—El que yo huela a muerto no quita lo otro. Y, volviéndose al grupo popular, dijo en voz alta: —Hijos míos: no me mata Barandalla sino la justicia de Dios. Hoy cumplen veinte años que, en Huaylas, maté a puñaladas a mi mujer, a mi suegra y a mis hijos. El que la hizo que la pague, y Dios se apiade de mi alma.
*** Un mes después el virrey La Serna firmó, en el Cuzco, algunos ascensos; y Barandalla obtuvo el de brigadier, qui zá en premio de sus fercces acciones.—Barandalla fué el fusilador del cura Cerda, párroco del pueblo de Reyes, en Junín. El hombre era como para pagarlo por diezmo al dia blo. Pero, desde el día en que el maestro de escuela le avisó que olía a muerto, empezó a sufrir de una estraña dolen cia que lo llevó a la tumba, en 1824, poco antes de la bata lla de Ayacucho, y justamente, al cumplirse el año del fu silamiento del viejo.
LA VIEJA DE BOLIVAR í^ o n este apodo se conoce hasta hoy (Julio de 1898) en la villa de Huaylas, departamento de Ancash, a una anciana de noventa y dos navidades, y que a juzgar por sus buenas condiciones físicas e intelectuales, promete no arriar bandera en la batalla de la vida sino después de que el siglo X X haya principiado a hacer pinicos. Que Dios
— 15 la cuerde la realidad de la promesa, y después ábrase el hoyo, ya que todo, todo en la tierra tiene descanso; todo hasta las campanas el Viernes Santo (1)
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* Manuelita Madroño era, en 1824, un fresquísimo y lin do pimpollo de dieciocho primaveras, pimpollo muy codi ciado, así por los Tenorios de mamadera o mozalbetes, co mo por los hombres graves. La doncellica pagaba a todos con desdeñosas sonrisas, porque tenía la intuición de que no estaba predestinada para hacer las delicias de ningún pobre niablo de su tierra,así fuese buen mozo y millonario. En una mañana del mes de Mayo de aqi^el año, hizo Bolívar su entrada oficial en Huaylas, y ya se imaginará el lector toda la solemnidad del recibimiento y lo inmenso del popular regocijo. El Cabildo, que pródigo "estuvo en fies tas y agasajos, decidió ofrecer al Libertador una corona de flores, la cual le sería presentada por 1a muchacha más be lla y distinguida del pueblo. Claro está que Manuelita fué la designada, como que por su hermosura y lo despejado de su espíritu, era lo mejor en punto a hijas de Eva. A don Simón Bolívar, que era golosillo por la fruta ve dada del Paraíso, hubo de parecerle Manuelita bocato di cardinale, y a la fantástica niña antojósele también pensar que era el Libertador el hombre ideal por ella soñado. D i cho queda con esto que no pasaron cuarenta y ocho horas sin que los enamorados ofrendasen a la diosa Venus. Si el fósforo da c?ndela Iqjié dará \a fosforera! Y sea dicho en encomio del voluble Bolívar, que desde ese día hasta fines de Noviembre, en que se alejó del de partamento,no cometió la más pequeña infidelidad al amor de la abnegada y entusiasta serrana que lo acompañó, co(1) El 12 de Mulio escribí este artículo y ¡curiosa coincidencia! en este mismo día falleció la nonagenaria protagonista, como si se hubiera propuesto desairar mi buen deseo.
mo valiosa y necesaria prenda anexa al equipaje, en sus excursiones por el territorio de Ancash, y aún lo siguió al glorioso campo de Junín, regrecando con el Libertador, que se proponía formar en el Norte algunos batallones de reser va. Manuelita Madroño guardó tal culto por el nombre y recuerdo dé"su amante, que jamás correspondió a preten siones de galanes. A ella no la arrastraba el río, por muy crecido que fuese.
Hoy,en su ed?d sénil, cuando ya el pedernal no da chis pa, se alegra y siente como rejuvenecida cuando alguno de sus paisanos la ¿aluda, diciéndola: —¿Cómo está la vieja de Bolívar? Pregunta a la que ella respondedor riendo con picardía: —Como cuando era la moza.
LAS TRES ETCETERAS DEL LIBERTADOR i fines de Mayo de 1824 recibió el gobernador de la por entonces villa de San Ildefonso de Caraz, don Pablo Guzmán,un oficio del Jefe de Estado Mayor del ejér cito independiente, fechado en Huaylas, en el que se le prevenía que, debiendo llegar dos días más tarde, a la que desde 1868 fué elevada a la categoría de ciudad, una de las divisiones, aprestase sin pérdida de tiempo cuarteles, reses para rancho de la tropa y forraje para la caballada. Item se le ordenaba que, para su excelencia el Libertador, alistase cómodo y decente alojamiento, con buena mesa, buena cama y etc., etc., etc. Que Bolívar tuvo gustos sibaríticos es tema que ya no se discute; y dice muy bien Menéndez y Pelayo cuando dice
- 17 que la Historia saca partido de todo, y que no es raro en contrar en lo pequeño la revelación de lo grande. Muchas veces, sin parar mientes en ello, oí a los militares de la ya extinguida generación que nos dio Patria e Indepen dencia decir, cuando se proponían exagerar el gasto que una persona hiciera en el consumo de determinado artí culo de no imperiosa necesidad:—Hombre, usted gasta en cigarros (por ejemplo) más que ei Libertador en agua de Colonia. Que don Simón Bolívar cuidase mucho del aseo de su personita y que consumiera diariamente hasta un frasco de agua de Colonia, a fe que a nadie debe maravillar. Ha cía bien, y le alabo la pulcritud. Pero es el caso que, en los cuatro años de su permanencia en el Perú tuvo el te soro nacional que pagar ocho mil pesos ¡ü 8.00QÜ! inver tidos en agua de Colonia para uso y consumo de su exce lencia el Libertador, gasto que corre parejas con la par tida aquella del Gran Capitán: -En hachas, picas y azado nes, tres millones. Yo no invento. A no haber desaparecido en 1884, por consecuencia de voraz (y acaso maJicioso) incendio, el ar chivo del Tribunal Mayor de Cuentas,podría exhibir copia certificada del reparo que a esa partida puso el vocal a quien se encomendó, en 1829, el examen de cuentas de la comisaría del ejército libertador. Lógico era^pues, que para el sibarita don Simón apres tasen en Caraz buena casa, buena mesa y etc., etc., etc. Como las pulgas se hicieron, de preferencia, para los perros flacos, estas tres etcéteras dieron mucho en qué cavilar al bueno del gobernador, que era hombre de los que tienen el talento encerrado en jeringuilla y más tupi do que caldo de habas. Resultado desús cavilaciones tué el convocar, para pedirles consejo, a don Domingo Guerrero, don Felipe Gastelumendi, don Justino de Milla y don Jacobo Campos, que eran, como si dijéramos, los caciques u hombres pro minentes del vecindario. Uno de los consultados, mozo que preciaba de no su frir mal de piedra en el cerebro, dijo: — ¿Sabe usted, señor don Pablo, lo que, en castellano, quiere decir etcétera? 4
-18—Me gusta la pregunta. En priesa me ven y doncellez me demandan, como dijo una pazpuerca. No he olvidado todavía mi latín, y sé bien que etcétera significa y lo demás, señor don Jacobo. —Pues, entonces, lechuga, por qué te arrugas? ¡Si la cosa está más clara que agua de puquiol ¿No se ha fijado usted en que esas tres etcéteras están puestas a continua ción del encargo de buena cama? —¡Vaya si me he fijado! Pero, con ello, nada saco en limpio. Ese señor Jefe de Estado Mayor debió escribir co mo Cristo nos enseña: pan, pan, y vino, vino, y no fatigar me en que le adivine el pensamiento. —¡Pero, hombre de Dios, ni que fuera usted de los que no compran cebolla por no cargar rabo! ¿Concibe usted buena cama sin una etcétera siquiera? ¿No cae usted toda vía en la cuenta de lo que el Libertador, que es muy de voto de Venus, necesita para su gasto diario? —No diga usted má«, compañero-interrumpió don Fe lipe Gastelumendi.-A moza por etcétera, si mi cuenta no marra. — Pues a buscar tres ninfas, señor gobernador-dijo don Justino de Milla--en obedecimiento al superior man dato; y no se empeñe usted en escogerlas entre las mu chachas de zapato de ponleví y basquiña de chamelote, que su excelencia, según mis noticias, ha de darse por bien servido siempre que las chicas sean como para cena de Nochebuena. Según don Justino, e{) materia de paladar erótico, era Bolívar como aquel bebedor de cerveza a quien preguntó el criado de la fonda: -¿Qué cerveza prefiere usted que le sirva? ¿Blanca o negra?--Sírvemela mulata. —¿Y usted qué opina?--Preguntó el gobernador, diri giéndose a don Domingo Guerrero. -Hombre-contestó don Domingo,-para mí la cosa no tiene vuelta de hoja, y ya está usted perdiendo el tiempo que ha debido emplear en proveerse de etcéteras. II Si don Simón Bolívar no hubiera tenido en asunto de faldas, aficiones de sultán oriental, de fijo que no figura
-19ría en la Historia como libertador de cinco repúblicas. Las mujeres le salvaron siempre la vida, pues mi amigo Gar cía Tosta, que está muy al dedillo informado en la vida privad» del héroe, refiere des trances que, en 1824, eran ya conocidos en el Perú. Apuntemos el primero. Hallándose Bolívar en Jam ai ca, en 1810, el feroz Morillo o su teniente Morales envia ron a Kingston un asesino’ el cual clavó por dos veces un puñal en el pecho del comandante Amestoy, que se había acostado sobre la hamaca en que acostumbraba dormir el general. Este, por causa de una lluvia torrencial, había pasado la noche en brazos de Luisa Crober, preciosa jo ven dominicana, a la que bien podía cantársele lo de: Morena del alma mía, morena por tu querer pasaría yo la mar en barquito de papel. Hablemos del segundo lance. Casi dos años después, el español Renovales penetró a media noche en el campa mento patriota, se introdujo en la tienda de campaña, en >a que había dos hamacas, y mató al coronel Garrido, que ocupaba una de éstas. La de don Simón estaba vacía,por que el propietario andaba de aventura amorosa en una quinta de la vecindad. Y aunque parezca fuera de oportunidad, vale la pena recordar que en la noche del 25 de Setiembre, en Bogotá, fué también una mujer quien salvó la existencia del L i bertador, que resistía a huir de los conjurados, diciéndole: -De la mujer el consejo--presentándose ella ante los asesinos, a los que supo detener mientras su amante es capaba por una ventana.
III La fama de mujeriego que había precedido a Bolívar contribuyó en mucho a que el gobernador encontrara ló gica y acertada la descifración que, de las tres etcéteras, hicieron sus amigos, y después de pasar mentalmente re vista a todas las muchachas bonitas de la villa, se decidió
- 19ría en la Historia como libertador de cinco repúblicas. Las mujeres le salvaron siempre la vida, pues mi amigo Gar cía Tosta, que está muy al dedillo informado en la vida privad1* del héroe, refiere des trances que, en 1824, eran ya conocidos en el Perú. Apuntemos el primero. Hallándose Bolívar en Jam ai ca, en 1810, el feroz Morillo o su teniente Morales envia ron a Kingston un asesino' el cual clavó por dos veces un puñal en el pecho del comandante Amestoy, que se había acostado sobre la hamaca en que acostumbraba dormir el general. Este, por causa de una lluvia torrencial, había pasado la noche en brazos de Luisa Crober, preciosa jo ven dominicana, a la que bien podía cantársele lo de: Morena del alma mía, morena por tu querer pasaría yo la mar en barquito de papel. Hablemos del segundo lance. Casi dos años después, el español Renovales penetró a media noche en el campa mento patriota, se introdujo en la tienda de campaña, en la que había dos hamacas, y mató al coronel Garrido, que ocupaba una de éstas. La de don Simón estaba vacía,por que el propietario andaba de aventura amorosa en una quinta de la vecindad. Y aunque parezca fuera de oportunidad, vale la pena recordar que en la noche del 25 de Setiembre, en Bogotá, fué también una mujer quien salvó la existencia del L i bertador, que resistía a huir de los conjurados, diciéndole:-De la mujer el consejo-presentándose ella ante los asesinos, a los que supo detener mientras su amante es capaba por una ventana.
III La fama de mujeriego que había precedido a Bolívar contribuyó en mucho a que el gobernador encontrara ló gica y acertada la descifración que, de las tres etcéteras, hicieron sus amigos, y después de pasar mentalmente re; vista a todas las muchachas bonitas de la villa, se decidió
- 20 por tres de las que le parecieron de más sobresaliente be lleza. A cada una de ellas podía, sin escrúpulo, cantárse le esta copla: de las flores, la violeta; de los emblemas, la cruz; de las naciones, mi tierra: y de las mujeres, tú. Dos horas antes de que Bolívar llegara, se dirigió el capitán de cívicos don Martín Gamero, por mandato de la autoridad, a casa de las escogidas,y sin muchos preámbu los las declaró presas; y en calidad de tales las condujo al domicilio preparado para alojamiento del Libertador. En vano protestaron las madres, alegando que sus hijas no eran godas, sino patriotas hasta la pared del frente. Ya se sabe que el derecho de protesta es derecho femenino, y que las protestas se reservan para ser atendidas el día del juicio, a la hora de encender faroles. —¿Por qué se lleva usted a mi hija?-*gritaba una ma dre. —¿Qué quiere usted que haga? -contestaba el pobrete capitán de cívicos.—Me la llevo de orden suprema. —Pues no cumpla usted tal orden-argumentaba otra vieja. — ¿Que no cumpla? ¿Está usted loca, comadre? Parece que usted quisiera que la complazca por sus ojos bellidos, para que luego el Libertador me fría por la desobediencia. No, hija, no entro en componendas. Entretanto, el gobernador Guzmán, con los notables, salió a recibir a su excelencia a media legua de camino. Bolívar le preguntó si estaba listo el rancho para la tro pa, si los cuarteles ofrecían comodidad, si el forrraje era abundante, si era decente la posada en que iba alojarse; en fin, lo abrumó a preguntas. Pero, y esto chocaba a don Pablo, ni una palabra que revelase curiosidad sobre las cualidades y méritos<ie las tres etcéteras cautivas. Felizmente para las atribuladas familias, el Libertador entró en San Ildefonso de Caraz a las dos de la tarde, im púsose de lo ocurrido, y ordenó que se habriese la jaula a las palomas, sin siquiera ejercer la prerrogativa de una
-21 vista de ojos. Verdad que Bolívcr estaba por entonces li bre de tentaciones, pues traía desde Huaylas (supongo que en el equipaje) a Manuelita Madroño, que era una chi ca de dieciocho años, de lo más guapo que Dios creara en el género femenino del departamento de Ancash En seguida le echó don Simón al gobernadorcillo una repasata de aquellas que él sabía echar, y lo destituyó del cargo. IV Cuando corriendo los años, pues a don Pablo Guzm4n se le enfrió el cielo de la boca en 1882. los amigos embro maban al ex-gobernador hablándole del renuncio que. como autoridad, cometiera, él contestaba: — La culpa no fué mía sino de quien, en el oficio, no se expresó con la claridad que Dios manda; Y no me han de convencer con argumentos al aire; pues no he de decir Voltér donde está escrito Voltaire. Tres etceteras al pie de una buena cama, para todo buen entendedor, son tres muchachas*..y de aquí no apeo ni a balazos.
UN SANTO VARON 4x*vo y comiendo pan está todavía en Huauya, estan cia vecina a Caraz, el protagonista de este artículo. Llámase José Mercedes Tamariz, aunque generalmente se le conoce por el Tuerto, si bien él se requema cuando oye le mote y la emprende a puñetazo limpio con el burlón. Hasta hace pocos años fué Tamariz persona de fuste en la parroquia de San Ildefonso de Caraz, como que ejercía
- 22 los socorridos cargos de sacristán, campanero, misario en las misas rezadas, organista en jas fiestas solemnes, y can tor fúnebre en todo sepelio. Era hombre a quien nadie ha bría tenido entrañas para negarle un par de zapatos viejos, Gran devoto del zumo de parra, que en tan buen pre dicamento para con la humanidad puso el abuelo Noé, era frecuente que, para misa dominical, tuviese el párroco que ir en persona a sacar al organista de alguna tracamandana. El bellaco Tuerto era un don Preciso, pues en diez leguas a la redonda no había hombre capaz de manejar el órgano. Y sucedió que un domingo, en que lo sacaron de una cuchipanda para llevarlo a la iglesia, en vez de arrancar al órgano notas que pudieran pasar por imitación del Gloria in excelsis, tocó una cachua con todos sus ajilimógilis. Los cabildantes que a la misa concurrieron se sulfuraron ante tamaña irreverencia, y ordenaron al alguacil que amarra do codo con codo, llevase a la cárcel al tuno del organista, el cual protestaba con esta badajada, propia de un trufaldíor Dios no entiende de música terrena, y para él da lo mismo una tonada que otra. Acostumbrábase, en muchos pueblos del Perú, celebrar la Semana Santa con mojigangas populacheras que ni piz ca tenían de religiosas. En Lima misma, como quien dice en el cogollito de la civilización, tuvimos hasta que entró la patria la exhibición de la Llorona de Viernes Santo, de la Muerte carcancha y de otras profanacioneá de idéntico ca rácter. A Dios gracias van desapareciendo del país esas ex travagancias de una mal entendida devoción. En la costa y en la sierra, toda mestiza de quince a veinte primaveras y de apetitoso palmito en disponibilidad para noviazgo, se desvivía porque la designase e¡ Cura pa ra representar en la Iglesia a la Verónica, a la pecadora de Magdala a María Cleofe u otra de las devotas mujeres que asistieron al drama del Calvario, No hace aún medio siglo que, en Paita y otros pueblos del departamento de Piura, ponían en la cruz al mancebo más gallardo del lugar, y cuentan que una vez interrumpió éste al predicador, diciendo: —Mande su paternidad que se vaya la bendita Magda* lena, porque me está haciendo cosquillas.
— 23 En cuanto a los hombres, el papel de santos varones no tenía menos pretendientes. Durante la cuaresma, el cura los ensayaba para que, en las tres horas del Viernes Santo, varones g varonesas desempeñasen correctamente su papel. El cura de Caraz,presbítero don José María Sáenz que, corriendo los años murió en el antiguo manicomio de San Andrés, designó en una ocasión a Mercedes Tamariz para que funcionara como santo varón a quien correspondía des clavar la me no izquierda de Cristo. Pero fué el caso que imaginándose el orador que era más culto emplear las palabras diestra y siniestra, en vez de derecha e izquierda, vocablos de uso corriente, dijo di rigiéndose a Tamariz: —Santo varón, desclava la mano siniestra de! Señor. Tamariz se quedó hecho un pasmarote, sotto voee dijo a su compañero: —Eso de siniestra irá contigo....desclava, hombre. —No, Mercedes, a ti te toca. ¿ —Qué diablos va a tocarme a mí? Me corresponde la izquierda. El cura, viendo que el sacristán se hacía remolón, para cumplir la orden, repitió:—Santo varón, desclava la mano siniestra del Señor, Ni por esas. Mercedes Tamariz no se daba por notifi cado y seguía disputando con el otro prójimo. Entonces, aburrido el párroco, le gritó: —¡Tuerto borracho.! Desclava la mano izquierda del Se ñor. Eso de llamarle Tuerto, y en público para mayor agra vio, le llegó al sacristán a la pepita del alma, le removió el concho alcohólico, arrojó con estrépito la herramienta que para desclavar tenía en la mano, y se salió furioso dé la iglesia, parroquial, diciendo: — Padre, no tiene usted la culpa sino yo, por haberme metido eo semejantes candideces.
Celso V. Tórres Escritor, periodista y poeta. Es una de las fi— gun s sobresalientes de las letras aucashinas y tina de las más esprcíficas del país en el difieíl género de 1« tradición creado por P^lma. Naci^ en Caraz el 28 de Julio de 1859 y murió en la misma ciudad el 12 de Noviembre de 1918. Hizo ‘►os estudios primarios y los dos primeros años de instrucción secundaria en la misma ciudad de su nacimiento, interrumpiéndolos para dedicar se al trabajo, primero como empicado en el Munipío, en la Prccuraduiía Fiscal y como Secretario ile la Subpiefectura,seguidamente, y después como funcionario judicial, optado que hubo el título de Notario Publico, en lá misma ciudad de Caraz. Su apartamiento de centros de vida mtelec— tual activa y las diversas ocupaciones a que estu vo dedicado durante su vida, no le impedieron for marse una sólida cultura, ni el cultivo de las letras para las que tenía especiales cualidades. En el campo periodístico en el que actuó desde su juventud, particularmente en “ La Prensa de H u a jl« » ” , de larga y fecunda vida, de la que fue su redactor, destacóse sus campañas elevadas y jus tas y en el campo literario conquistó halagadores juicios. Tomando domo modelo a Palma cultivó la tradición con singular acierto reviviendo los pro pios del tei ruño con el gracejo y el aticismo apren didos en su maestro. Su mérito eo la tradición esova rea do por la especial distinción que Palma le tuviera brindándole su amistad y manteniendo con él continua cotrespcndencia. Celso V Tórres cultivó también el cuento y la poesía con no poco éxito. Su producción que fue grande no llegó a reunir la en ninguna obra tocado de una excesiva modes tia. Ella se encuentra dispersa en periódicos de su tierra natal y en diarios y revistas de Lim a donde tenía pieferente cabida.
LA TEMERIDAD Y LA JUSTICIA DE DIOS [1 ] (H istoria T r a d ic io n a l) Allá, en las postrimerías del siglo X V III (1789), y en los comiedzos del siglo XIX (1803), existía er*el pueblo de San Jacinto de Mato un matrimonio, tal vez envidiable por la paz y armonía que reinaban en el hogar, que era un rincón del paraíso. No sabré decir los nombres de estos esposos, pero antójaseme que el marido se llamó Vicente y Margarita la esposa. Vicente ejercía el oficio de platero. Margarita fué la más bella criatura que, en cuanto al sexo femenino, a Dios se le antojara crear en estas co marcas, t u sedosa cabellera le medía el talle, Por tu parte, querido lector, hazte cargo de delinear la hermosura de Margarita. Píntala tal como la dibuje tu fantasía llena de perfecciones. Los que la conocieron, pues, sus perfecciones, que no pudiendo darle un sobrenombre que correspondiera a su donaire y belleza, a sus gracias y encantos, sencillamente declan que Margarita era bella hasta la temeridad. Esta fué la única expresión que encontraron los golosos hijos de Adán, que se pirraban por ella y con el que creyeron haber dicho todo, pero ella jamás dio motivo para que se susurrase contra su honor. Fué, pues, un ángel encarna do en cuerpo esbelto de mujer. De aquí nació que a Margarita se le conociera sólo por (1) El asunto de estas tradicioncs'parte del que cuenta Dn. Ricardo Palm a en forma incompleta en su tradición «A muerto me huele el gO' do», ül autor de «La Temeridad y la Justicia de Dios» nos 16 dice, afirmativ^mente, en la carta que le dirigiera a don Ricardo Palm a dedicán dole su composición y que aparecen publicadas en «Variedades» N° 323 de 23 de marzo de 1918, La carta dice así: Al señor Ricardo Paln?a Muy distinguido amigo; Al leer su tradición «A muerto me huele el godo me palpitó de gozo el corazón porque en ella creo haber encontrado el espeluznante final de una tragedia horrorosa sucedida en el pueblo de M a‘to r a dos leguas
-28 «La Temeridad», olvidando su nombre. A nadie mejor que a ella podría habérsele cantado: La hermosura de los cielos, Cuando Dios la repartió, No estarías tú muy lejos Cuando tanto te tocó. Con esto está dicho que el marido'no sólo vivía enea* riñado con su conjunta, sino celosísimo como un musul mán Por entonces fué cura de esta parroquia de San Ilde fonso dé Caraz, el doctor don Marcos Herrera, desde 1796 hasta 1804 después de haber sido inter en Pueblo Libre. El doctor Herrera no sólo fué querido y respetado por sus feligreses y por cuantos lo conocieron sino venerado por su santidad y virtud ¿fué dotado por el cielo tal vez del don de doble vista o fué gran receptor telepático?Sus presentimientos casi eran proféticos. En la tarde de un domingo, a fines de noviembre de 1898,el doctor Herrera rezaba el trisagioen el púlpito de la Iglesia matriz de esta ciudad de Caraz, cuando de impro viso interrumpió a los devotos feligreses, y juntando las manos clamó la misericordia divina y dijo: «Queridos h i jos, recemos un Padrenuestro y una Avemaria por ((La Te meridad»,su madre e hijos, que en este instante acaban de ser víctimas de la ferocidad y alevosía de su esposo ViNorte de esta ciudad de Caraz, en los comienzos del siglo X I X . M ato, como todos los pueblos del actual depnrtamento de Ancash formaba parte de la antigua provincia de Huaylas del departamento de Junín, hasta 1839, M i tradición «La Temeridad y la Justicia de Dios» se ha manteni do inédita, porque me faltaba el corolario o fin del protagonista, que lo encuentro en «A muerto me huele el godo», que con venia de Ud. voy a copiar para completar este ligero trabajo. Creo que la una no excluye a la otra ni pueden desdeñarse, perdonándome Ud. que merodee en sus propiedades; que «probada la necesidad y utilidad, es procedente la expropiación forzada». Acepte Ud. mi querido don Ricardo» que con respetuoso cariño le ha ga esta declaratoria su antiguo colaborador y amigo. CELSO V. TORRES Caraz, a 14 de julio de 1917
— 29 — cente, que, con un puñal les ha dado muerte en el pueblo de Mato». Así fué, en efecto. Un individuo se presentó a casa de Vicente; pues lo necesitaba con urgencia para asuntos re* lacionados con su oficio de platero; y al no encontrarlo, tomó asiento por un instante, que le ofreciera la desven turada Margarita, que se hallaba en ese instante con su madre e hijos. Como se ve no había motivo para que al musulmán V i cente se le subiera la pimienta a la nariz.Entrar a su casa, encontrar al amigo en ella y tomar su puñal, todo fué uno Enfurecido Vicente más que berrendo estoqueado, d o de puñaladas a su esposa «La Temeridad», que según él ella había quebrantado la prohibición de aceptar visitas del sexo barbudo, en su ausencia, que fué momentánea; pues no se apartaba dé ella por largas horas. Ante crimen tan espeluznante, la suegra y sus tiernos hijos, sobrecogidos de terror, defendieron a Margarita de la ferocidad de su esposó; y mientras ella se retorcía en el suelo con los estertores de la agonía, Vicente ciego de coraje, acometió con el mismo puñal a la suegra y a los hijos, dejándolos tendidos- Ante la magnitud de este cri men sin nombre, fugó el criminal Vicente, sin saber jamas de su paradero. Felizmente la tradición de‘ «A muerto me huele el godo*, nos saca de esta incertidumbre. La noticia causó horror y espanto en todo el Callejón de Huaylas; siendo inútiles las pesquizas hechas para cap turar al auxorcida, filicida y homicida Vicente que fugaba sin rumbo, poniendo los pies en polvorosa, llevándose en la conciencia el roedor remordimiento y la desespera ción, para mendigar el amargo pan del proscrito y del prófugo. De quí en adelante nadie supo nada de Vicente^ pero «A muerto ine huele el godo» llena este vacío Que lo halla* rá el curioso lector. Han trascurrido 114 años sin que se olvide el trist# fin de La Temeridad, injustamente asesinada.
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EL GOBERNADOR OE ÜAM6AS En todo el mes de noviembre de 1885 se hallaba ase diada la ciudad de los Reyes de Lima, por el entonces co ronel y después general don Andrés Avelino Cáceres, que intentaba tomarla con el ejército del Centro y derrocar el gobierno de don Miguel Iglesias, Los granujas y vendedores de periódicos hacían la olla gorda pregonando; ¡«El Oriente»! (diario que enton ces se editaba en Lima) ¡Noticias importantes del Centrol Decreto del coronel Cáceres! ¡Tantos muertos, cuantos heridos y el número total de prisioneros! Esto era de todos los días y a cada rato. Era alarmante la situación de Lima. L^s noticias de brujas y las callejeras eran para alocar al mismísimo ca chazudo Job. Quien no decía: «Ya Cáceres fugó por la ruta de Orcotuna y lo acompaña el doctor don Francisco Flores Chinarro y los persigue el general don Pedro Mas»; quien otro: «Después de una refriega con el general Relaise, ya estafen Huaripampa y lo acompaña el doctor don Pedro Alejandrino del Solar». Todas estas noticias aumentaban de un modo vertigi> noso y los adeptos del coronel Cáceres ya gozaban, ya sufrían, según las bolas que corrían, y le mandaban ex presos anunciándole lo que se decía y lo que ocurría en Lima,y pidiendo su pronto arribo;pero los expresos arries gaban la pelleja y no había forma de encontrar un grupo que corriera tal aventura. Policarpo Salas, era por entonces un mayordomo de la casa X en la calle de Bodegones. Su patrón, cacerista de de espalda, de arriba y abajo, cuerpo y alma, resolvió una no che,que, con el alba, marchara Policarpo a entrevistarsecon él CnkCáceres, llevando cartas fen que le señalaba rumbos y derroteros seguros para la toma de Lima. Policarpo des pués de muchas resistencias y encomendarse al Santo Pa trón de Jangas, se dio una palmada en la frente y enca rándose con el amo le dijo: ¿Dígame usted, señor, de esto puedo reportar algnua ventaja positiva?—Clarinete le con
- 31 testó el amo- el coronel Cáceres te corresponderá debida mente. Al agua miedos y rabo tieso. Resuelto el problema, el señor X le dio dinero, conser vas, pan y pisco para el fiambre. Policarpo, salvando riesgos y peligros, llegó al lugar donde se encontraba el coronol Cáceres con su ejército. Le presentó sus credenciales de Enviado Extraordinario y le señaló Cocharcas como el mejor rumbo para entrar a Li ma, probándole por A más B. la seguridad de la empresa en un abrir y cerrar de ojos. El coronel Cáceres escuchó todas las disertaciones de Policarpo, después de leída la carta del señor X, satisfecho de la prolijidad y guapeza de aquél. —Bien--!e dijo—haré la contestación y te volverás hoy mismo. — ¿Contestación? ¿Qué contestación cabe mi coronelreplicó ¿No sabe Ud. que si las fuerzas del general don Miguel Iglesia me toman, me fusilan al vuelo y sin los ho nores de sentarme a! banquillo ni someterme & un Consejo de Guerra? ¡No mi coronel, no Alteza, no Santísima Trini dad! ¡No hay más contestación que yo en persona! Entra remos juntos por Cocharcas a Lima,al Palacio de Gobierno, y ..... -jBasta! -le interrumpió el coronel, mirando con son risa paternal a Policarpo, por tantos títulos disparatados que la prodigaba. Y admirado de su decisión, le dijo:-Irás junto conmigo hasta Lima, al Palacio, y cuenta que si esto sucede, y paíabra te doy, que te concederé lo que pidas y quieras. Después de la capitulación de diciembre del mismo año, (1885), el coronel Cáceres, investido del Mando Supremo, y ascendido ya a general, se hallaba en Palacio; y pasaron días, meses y Policarpo no podía entrevistarse con el ge neral parael lógro -de süs-anhelos* ni aun para felicitarlo por su exaltación al Mando Supremo de la República. Ron da todas la? avenidas dé Palacio y le era imposible que los guardias le dieran entrada. Muchas veces fué rechazado a culatazos. Policarpo sufría la pena negra: no podía verse con el general Cáceres. Al fin, el Santo Patrón de Jangas hizo un milagrito: le iluminó; y una mañana engañó a los guardias, asegurándoles que llevaba noticias de suma importancia
- 32 para el general y que nadie sino él en persona debía comu nicárselas. Concedida la entrada, respiró sordo; y una vez en presencia del general le hizo reminiscencias de todo lo ocurrido y las promesas que le hiciera para cuando estu viera en Palacio. E! general Cáceres, atareado con las labores del'gobier no, no se acordó nadita de lo que le decía Policarpo;. pero éste, viendo desvanecerse su más cara ilusión, le repitió los títulos de Alteza, Santísima Trinidad. Al llegar a este último título. S. E. reconstruyó los he chos y trajo a la memoria su ofrecimiento y titubeó por un momento, porque pensó que Policarpo desearía lo menos una prefectura, y su tipo no alcanzaba sino a portero. - Bien--le dijo - ¿Qué es lo que deseas? ¿Una subprefectura?. —No, señor, no pico tan alto. —Vaya--se dijo el general!--salimo3 del apuro; este quiere dinero, y encarándose con su Secretario le hizo una señal de inteligencia para que le alistara soles 500, que es timaba como premio a los servicios de Policarpc. El Secretario salió de prisa a sacar el dinero; logrando esta conyuntura, S. E. dijo a Policarpo, ya bromeando. ¿Y no quisieras una mitra? —¿Nitro? No, señor. Nitro hay en la botica y yo no ten go fiebres. —Y entonces, ¿qué es lo que quieres? —Quiero, señor..... .quiero ser gobernador de Jangas, y nada mas, nada más. — Concedido —le contestó el general. -Señor Secreta rio. en el acto escriba usted una carta al Prefecto de Ancash Dara que inmediatamente don Policarpo Salas sea go bernador de Jangas, y que durará en el cargo mientras sea yo Presidente de la República. Y se reía, repitiendo para si: Parva es la materia, tratándose cte premiar servicios de tanta importancia. ¡ Vaya con el estúpidol Policarpo más alegre que castañuelas y haciendo pirue tas de clown salió de Palacio con su carta de recomenda ción, dejando muerto de risa a S. E.; y en el acto se fué a las ventas de fierros viejos y se compró un par de espuelas roncadoras con rosetas de 8 a 10 centímetros de diámetro, que mas bien eran sonajas, con las cuales y en mala cabal
— 33 gadura entró a Jangas, no sin haber sufrido porrazos mor tales en el camino; pues los perros, asustados por el sonido extraño de las espuelas, acometían al bucéfalo; y, dicho sea de paso, Policarpo era maturrango, y por lo mismo, a cada respingo de la bestia, medía el suelo con el cuerpo y grita ba a ios perros: ¡Basta! ¡Basta! ¡Isio muerdan: soy el gober nador de Jangas!, ¡Vaya con el gaznápiro! ¿Qué provecho habría de sa car de la Gobernación de Jangas, cuyos honrados poblado res jamás tienen demanda ni por roñoso robo de gallinas? Puedo sacar ventajas, mediante la oferta apalabrada de S- E» Puedo en fin, ser empleado con buen sueldo y roncar como fuelle \iejo. De seguro que Bolívar y Sucre o Castilla lo habrían he cho flagelar, por lo menos, o hacerlo pasar al Manicomio, por loco. ¿Policarpo Salas fué un zorro loco? No. Fuésencillam nte un tonto dt capirote.
Aurelio Arnao Periodista y escritor de figuración nacional. Nació en Huaraz en 1872 y murió en Lima en 1940 Dedicado cultor de las letras desde su juventud desde temprano logró imponer su nombre entre los más destacados escritores del país. Com par— tiendo el periodismo en el más importante diario del país «El Comercie » de Lima, con la producción literaria, en ambas actividades ha hecho brillar st* pluma de estilo impecable, natural y sencillo. En su mocedad abrazó la corriente realista y tom ando como modelos a Zolá y M aupasant es cribió una serie de cuentos de este corte. M ás tarde, ganado por el embrujo de la tradición, m a nes de Palma, dedicóse a la revisión de viejos y empolvados infolios, ofreciendo sabrosas crónicas noveladas, mezcla de historia, crónica periodística y cuento que reviven magistraJmente, figuras g a llardas y episodios truculentos del período resonan te de la conquista. Circunstancia lamentable para Ancash, sí, ha constituido de que tan hábil narrador y cronista, que ocupa lugar en la Biblioteca Interna--cional de “ Obras Famosas” no halla encontrado para la riqueza de la producción de tradiciones ancashinas, temas de esta procedencia, sólo asi explicable, la ausencia de cronicones de ambiente ancashino. toda vez que en su obra de cuentos tié nense motivos y asuntos ptopios de la tierra. M otivo por el cual en la presente antología, no se inserta sino “Un dominador de la selva” , semblan za más que relato pero que por el carácter del per sonaje tiene, y lo ha de tener más en el futuro, un sabor de leyenda. Obras de Arnao son: “ Cuentos Peruanos”, •‘Cronicones Novelados” , “ Fastos Virreynales” , “ Lima Conventual y Religiosa” , “ Hombres de presa de la Conquista” y un juguete cómico -‘B1 Crimen del Universo".
UN DOMINADOR DE LA SELVA A el -viejo asiento minero de españoles y portugue* es de San Luis, en las vertientes occidentales de la Cordillera Blanca, pasaba los primeros años de su j u v e n ' 'd nn espíritu inquieto y de empresa, valeroso, e intransigente con las suspicacias y mala fe serranas. Era hijo de yanqui y de huarasina¿ Había heredado la recie dumbre del carácter sajón y la inflexible voluntad de con ducir la vida por derroteros fijos. No había salido de su pueblo apacible y rústico, pero gustaba de fuertes emo ciones y era atrevido para emprender cualquier arriesga da empresa. Detestaba la molicie y la vida sensual y se dentaria de las ciudades. Para desterrar el aburrimiento que acosaba precozmante sus diez y seis años de vida, en el pueblo silente y olvidado, emprendía aventuras emocionantes como la de escalar los enhiestos picachos nevadcs, o la de domar po tros, o la de reñir a puño limpio con cualquier hampón, o, si se terciaba, hechar una «mano de pinta» con los trashu mantes reseros que posaban en el pueblo con la «huachacaw repleta de monedas. En una de estas aventuras fue como un día riñó, en la vecina villa de Llamellín, con un malero que usaba dados «cargados», y le castigó con un gran puñetazo que dio con aquél en tierra; pero se levan tó en seguida y desenfundando un puñal que llevaba al cinto, le asestó una feroz puñalada en el vientre, dejando como muerto al joven de San Luis, Un burandero, apellidado Güijes, le curó de la herida, que tal vez no lo habrían hecho con mejor éxito las moder nas clínicas del mundo, pues hubo que suturar tripas, pe ritoneo y piel, en un pueblo semirrural que carecía de to do elemento quirúrgico y acéptico en aquella época. La convalescencia fue larga, y el joven avergonzado con el lance en que había sido protagonista, resolvió mar charse para no volver nunca, lejos, lo más lejos posible,a regiones ignotas e inaccesibles, y una madrugada, ya sa no y vigoroso otra vez, abandonó su pueblo natal ai lím pido clarear de la aurora y entre ios cantos de ios gallos.
S
- 38 Desde una eminencia miró el vasto panorama que le cir cundaba, y allí se despertó su sueño de dominación. Era joven, recio y decidido* Basta. Con eso sólo se podía lle gar a la meta. Se despidió con la mano en alto de su pueblo, dopde quedaban los suyos, su casa hogareña a la que renunciaba para siempre* ¡Adiós! II La madre angustiada y los hermanos inquietos inves tigaban el paradero del joven desaparecido- Pasaron los meses y pasaron los años y todos le dieron por muerto. N¿t3ie le había visto. Había desaparecido tan definitivamente como si se lo hubiera tragado un insondableabismo. Pero no había muerto. Vivía con mayor pujanza que nunca. Había enderezado sus pasos, hacíala cuenca del Marañón, pasando por las montañas de Monzón y Uchiza, y penetrado, después de cruzar el Hualiüga, en la selvfc inholiáda, en la gran selva que sería en adelante el escena rio de su luchadora vida. Conforme iba penetrando en el boscaje sus impresio nes tornábanse nuevas e insospechadas. Era otro mundo y era otra vida. Otros sentimientos. Todas las trabas mo rales y convencionales desaparecían allí, Era el imperio absoluto de la naturaleza: muerte y alumbramiento. El ár bol, la bestia, el reptil adquirían allí una fuerza y dominio superiores a los del pobre hombre civilizado y perdido azarosó entre la penumbra cálida de la selva, donde no se ve el cielo,que es la esperánzá,ni se per cibe un rayo deSol, que es el amor. El suelo amazónico se le presentaba co mò un congflòtneiado de materiales en perpètua putrefac ción y un hem derb de gérmenes, de nuevas vidas incipientés y ya devoradoras. Todo resumaba humedad: todo era cieno que exhalaba fuertes olores que herían la pitituáriaj de los lodazales emanaban vapores enervantes. De pronto un rumor. Se aclara el ramaje y se ve la corriente de un ancho río, sobre cuya irisada superficie asoman, en* tre dos aguas, 1*8 anchas quijadas de un caimán que se ..... desliza como un torpedo Ese era el escenario que contemplaba absorto y con et propósito de dominarlo» el jovfen de San Luis, que se
había sumado a una tropa de caucheros; hombres sin otra ley que el Winchester que llevaban cruzado a la es palda. Cada aual para sí y ninguno para los otros. Ape nas los unfa la conveniencia de la necesidad de brazos hu manos para ja extracción del caucho; déí «oro negro», co mo se le (jamaba entonces, que había despertado la avi dez de Ips hombres de las regiones más remotas, como el oro autentico provocó una verdadera cruzada de aventu reros sin Dios, sin patria y sin familia que no respetaban ninguna ley ante el apetito de enriquecerse. Eran esos los caucheros, los buscadores de la lechosa goma encerrada como en una ubre en los troncos de cier tos árboles; los caucheros que, en grupos, se internaban en lo más recóndito de la selva, abriéndose paso a ma chetazos entre la maleza, hasta encontrar las grandes »manchas» de ese árbol privilegiado,cuya sustancia líqui da se disputaban los grandes mercados del mundo. De un solo vistazo el joven de San Luis se hizo cargo de la magnitud del negocio, para el cual se requerían las condiciones personales que él tenía: valor, .renunciamien to a toda molicie, a toda debilidad, a todo sentimentalis mo. Cuanto más trabajaba como cauchero ayudante de otros más afortunados y de más experiencia, más se con vencía de que todo lo hacía el valor y eí dominio sobre los otros.Y en el trasrurso de pocos años, cuando apenas ha bía cumplido los veinticinco, era ya el jefe; no recibía ór denes, las daba. Era el dominador; no ya de una tropa de caucheros aventureros, sino de gr;ao parte de las tribus salvajes de la hoya del Ucayali, i las que había conquis tado con sólo el prestigio de gu altanero continente y el magnetismo de su mirada acerada que se encendía cuan do la cólera le hacía echar mano de su,carabina y cumplir la ley sin apelación de ¡a Selva.
m Este joven, que en su pueblo natal se llamaba Fermín Fiztcarrald, se había trocado el nombre por el de Garios Fiztcarrald, con el que es conocido en Ja historia de nues tra .geografía nacional.
¡según eí Padre fray Gabrsiel Sala
mudó feLmo.njbre
-40de Fermín por el de Carlos, por dos razones: «la primera es reservada; la segunda porque pasando por Quillasui (Huancabamb.* ) un padre misionero que está allí (Juan José Mas) lo libró de un gran peligro, por cuya razón pensando qu< el referido padre se llamaba Carlos, se cam bió el nom brr, en señal de gratitud, o porque esto sucedió el día de San Carlos Borromeo. La primera causa, según me han dicho, es algo semejante a la segunda. Lo cierto es que este señor (Fiztcarrald nos tiene (a los misioneros) un cariñ* ilimitado». En San Luis, mientras tanto, corrían diversas versio nes acerca de la desaparición de Fizcarrald. Su familia lo daba por muerto, creyéndolo devorado por los salvajes y perdido entre la jungla, y la resignación y el olvido vinie ron después a colocarse como una lápida sobre su recuer do. Nadie sabía que Eiztcarrald vivía, luchaba y triunfaba en el corazón de la vasta selva, surcando ríos, abriendo trochas, señor y dominador de las tribus salvajes, que le rendían pleitesía y le llevaban su tributo de caucho para para entregárselo en los varaderos a orillas de los gran des ríos; y como ¡a fiebre del caucho encendía otros nego cios en todas las provincias limítrofes con la montaña, un cuñado de Fiztcarrald salió de San Luis, con dirección a las montañas de Monzón llevando un cargamento de víve res para cambiarlos por coca. Una vez allí, se enteró de que la fiebre del Caucho estaba poblando de aventureros, venidos de todos los rincones del mundo, los ríos Marafión, Huallaga y Ueayali, en cuyos sitios pagaban altos precios por los víveres. Entonces resolvió seguir de fren te^ hasta el río Huallaga, donde, apenas arribó, le dieron la noticia de que el rico cauchero y señor de la selva Fizt carrald debía llegar en la lancha en que iba recorriendo el río, recogiendo el caucho que sus comisionados y [os sal vajes le aportaban. En efecto, a los pocos días de espera, se presentó una lancha que venía de surcada y a cuyo bor do se encontraba Fiztcarrald, que fué recibido con júbilo y demostraciones de muy alta estima tanto por los chunchos como por los cancheros menores, llamándole el «Señor del Ueayali», donde tenía su policía propia y donde no se aca taba otra autoridad qüe la suya.
Grande fue la sorpresa del cuñado de Fiztcarrald cuan do reconoció en este temido «Señor del Ucayali», al herma no de su mujer. Y en cuanto Fiztcarrald se enteró de que su pariente estaba allí, además de comprarle por el doble I de su precio, los víveres que llevaba, lo colmó de regalos; pidiéndole, eso sí y como único favor, que regresara a San Luis al lado de su hermana, y que por ningún motivo reve lara su repentino cambio de fortuna, obtenido en el nego cio en alta escala del caucho. El comerciante regresó a San Luis, pero no cumplió su ofrecimiento de guardar el secreto. Al contrario, lo prime ro que hizo fué publicar a los cuatro vientos y exagerada mente las aventuras y la riqueza de Fiztcarrald, así como el dominio que ejercía en la inmensa selva, desde el Huallaga hasta el Ucayali y el Urubamba,donde se hallaba in i ciando la obra colonizadora, por cuyo motivo se le había bautizado con el nombre del «Señor del Ucayali». Contrariamente a los deseos de Fiztcarrald, enterada de la fantástica noticia una multitud de parientes y amigos í de su niñez se fueron en caravana al Ucayali, con el vivo i anhelo de hacer fortuna al amparo del señor de la selva. Hasta su hermana, soltera, deseosa de abrazar al hermano perdido emprendió un viaje audaz, a través de los bosques, que llenó de admiración al mismo Fiztcarrald, pues fué la primera mujer que realizó por entre la selva un viaje al Ucayali, donde su hermano obsequiaba regiamente a sus fa miliares y amigos, obligándoles, en seguida, a regresar al terruño, ya que no le servían sino de estorbo y daban lugar a murmuraciones y chismes que menoscababan su autori dad de dominador de la montaña.
IV El rápido encumbramiento económico de Fiztcarrald se debió al alto precio que llegó a alcanzar el caucho^enflos mercados europeos, en los que se cotizaba a dos libras es terlinas la arroba, en el curso del año 1896. Naturalmente, el concurso de un hombre de la experiencia y conocimien tos de Fiztcarrald fué solicitado en la plaza deflquitos pa ra la explotación de la goma en la hoya del|Ucayali y de 8us-graades afluentes,pues Fiztcarrald los conocía e inten
taba extender sns actividades hasta la hoya del'Madre de Dios,cuyo mejor punto de contacto buscaba empeñosamen te. Dispuso de abundante dinero, con el que organizó su empresa cauchera en vasta escala; compró varios buques y lanchas, una verdadera flota fluvial que surcaba los gran des ríos con itinerarios fijos. Entre esas embarcaciones, era una de las principales el vapor «Bermúdez», del cual el Padre Sala nos hace la siguiente descripción: »A las nueve de la noche ha llegado el vapor »Bermu dez», tan esperado de nosotros por espacie de 15 días, en que estábamos metidos en nuestros mosquiteros para des cansar, salimos al momento que oimos gritar; «iYa llegó el vapor!» Todos salimos de casa, encendimos luces y nos fui mos al puerto, haciendo al mismo tiempo, algunos tiros en señal de salva. Después de algunos minutos fuimos llama* dos a bordo y presentados al señor don Carlos Fermín Fizt carrald; dueño del vapor, en cuya compañía se hallaban también los señores Cardoso (brasileño) y Suárez (bolivia no); ambos socios del mismo señor Fiztcarrald: el primero como socio industrial y el segundo como capitalista. El co mandante es el señor Donaire, el contador el señor Emilio Henriot. Toda la tripulación es excelente, y el vapor, por su forma y capacidad, buen orden y trato exquisito, me rece con justicia que se le tenga por uno de los mejore» que surcan y han surcado las aguas del famoso Ueayali. Referir la modestia y amabilidad del señor Fiztcarrald en este momento de verdadero triunfo, de labor y constancia, es una de las cosas más gratas y que mayor admiración me han causado. Por de pronto, nos hizo sentar a todos en lo» safás de su escritorio y nos convidó un vaso de cerveza, más luego, una taza de té, y, en seguida, nos ofreció caba llerosamente el vapor a nuestra disposición ... » «Media hera antes de comer se nos convidó una copa de cocktail y al acercarnos a la mesa, a segundo toque de campanilla, quedamos todos admirados y complacidos, tan to por el lujó como por el buen orden del servicio y lo va riado y exquisito de los manjares y licores. Estaba todo tan limpio, elegante y arreglado, que no tuvimos que envidiar nada a los mejores vaporas europeos....’ Es de este modo como el jovencito de Sn. Luis se daba más tarde, en plena selva» el confort y el lujo de un gran
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señor; pero estaba excento de las laxitudes tropicales, de adormecerse en una hamaca, bebiendo copas de champán. Su espíritu de aventúra le impulasaba a las temibles ex ploraciones de los grandes ríos de la hoya amazónica; a de sembarcar y penetrar en la selva virgen, buscando afano so nuevos varaderos en los remotos ríos Purús y Manu, has ta dar con el istmo que ponía en contacto este último río con el Ucayali, y hasta donde llevó desarmada y en hom bros de sus marineros, una lancha con la que surcó sus aguas. A este istmo se la ha puesto el nombre de Fiztcarrald, lo mismo que a una isla paradisiaca en el Madre de Dios, situada ál norte del río Colorado, que fuá el escenario de su postrer hazaña, V Puestas en «comunicación Jas hoyas del Madre de Dios y del Ucayali, por medio del istmo descubierto, el sueño de Fitzcarrald de explotar tan vastas regiones parecía resuel to. Para realizarlo adquirió dos veloces lanchas fluviales, que, al mando del capitán francés Henriot, vinieron de Eu ropa trayendo veinte familias españolas, con las que Fiztcarrald pensaba colonizar el Madre de Dios. Pero ocurrie ron cosas inesperadas. Las familias, una vez en lquitos, se resistieron a seguir adelante, pese a los ruegos y promesas de un español Suárez, socio de Fiztcarral, a quien le dejó en esa ciudad con el encargo de convencer a esos colonos de cumplir sus compromisos, y acompañado de otro socio suyo, el médico boliviano Vaca Díaz, se embarcó en la lan cha «Adoifito», rumbo al alto Ucayali y al Urubamba, de donde pasaría por el istmo al Madre de Dios, con cuyo ob jeto llevaba material para tender una vía férrea angosta. Iba co^ ellos eJ capitán Henriot, quien, dejó a su esposa en Cofitamana, presagiando algún contratiempo; a la vez que amarraba en el tronco de un árbol de la orilla una albarenga, que, como medida de previsión, Isolían llevar las lanchas fluviales adosadas a una de sus bordas. La versión de 4o sucedido después es algo confusa: <*E1 Adolfito», navegando a todo vapor, entró e*i el mal paso llamado «Chicosa», donde la corriente del Ucayali, estorbada en su curso por un gran peñón, forma un re«noliuo peligroso para cualquier embarcación. Henriot hi
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zo tocar la campana de alarma, y Fiztcarrald, que se en contraba en esos momentos en la cabina del comando ju gando el tresillo con Vaca Diez y otros amigos, salió presuroso a cubierta y al ver el peligro del remolino, en cuyas fauces habían caído, y rota la cadena del timón, or denó varar la lancha en la playa inmediata; pero al efec tuar esta maniobra, la corriente arrastró al “Adolfito”, que fue a estrellarse contra el peñón, retrocediendo violentomente de popa y hundiéndose en seguida. De los 27 tripulantes sólo salvaron el capitán Henriot, el segundo ingeniero que era alemán y el cocinero. El capitán arribó a la orilla y situándola caminó hasta encontrar la albarenga que había dejado encadenada a un árbol, en la que se fué, aguas abajo, hasta Contamana, donde embarcó a su mujer y continuó hasta Iquitos. Quince días después llegaba al paraje del naufragio una expedición organizada por don Bernabé Saavedra, compadre de Fiztcarrald, en busca de éste; la que empe zó a explorar la orilla cubierta de caña brava, hallando ei cadáver del Señor de la Selva, junto con el de su socio Vaca Diez* Se supone que Fiztcarrald, que era un gran nadador,no pudo salvarse por haberse asido a él su socio que era hombre de gran corpulencia. Fue así como el destino truncó la triunfadora juven tud del dominador de la Selva, cuando había impuesto su señorío^sobre los grandes ríos de la Montaña peruana y se preparaba a irrumpir en las selvas boliviana y brasileña,y cuando todo le auguraba la reyecía del caucho en el merca do mundial.
José Ruiz H uidobro Periodista, escritor y poeta de vigorosa per sonalidad y uno de los ruás valiosos exponentes de la intelectualidad anca&hina, Nació en Vicos (prov, de Carhuaz) el 25 de M ayo de 1885 y murió en Lim a el 8 de ju n io de 1945. De breve estancia escolar, su vocación a las le tras le hizo alcanzar una sólida cultura mediante un constante esfuerzo de autodidacta. Su principal labor, y durante largos años, fué el periodismo en d iaiio s y tí vistas de Hu^raz en los que fué siempre su principal redactor. Mietn bro de la redacción de «La Neblina*, revista quin cenal de cultura, en 1904, en que tomara la profe sión, de 1917 a 1926 fué Jete de Redacción del dia rio «El Departamento» la mas importante publi cación en Ancash, habiendo ocupado su Dirección en 1924. En 1927 fundó en compañía de José M. Cerna, el diario de la tarde «La República» en casi toda su existencia de mas de tres años, él solo lo dirigiera. Establecido en Lim a continuó colabo rando en los distintos dianos y ievi&ias, principal mente sobre temas ancashiuos. En materia literaria para la que le se braba habilidad y gusto artístico, su producción no fué corta. Cultivó con notable éxito la poesía de la que ha dejado un volumen «Sendas Ínhoiladaí» y numerosas composiciones dispersas, el cuento en cuyo género alcanzara una te n s ió n Honrosa m el concurso oiganizadoen 1922 por la Sociedad Entre Nous de Lima, con su composición «Aquel Pantletario» que da nombré al volumen que reúne parte de sus composiciones de este género; cultivó también la novela de la que ha dejado dos obr*s «Historia de un dolor» publicada en folletín en «El Departamento» en 1917 y «Derruta» todavía ir édita. Es el escritor que viviendo alejado de Arcash anduvo más cerca de las inquietudes y preocupa ciones de sus coterráneo? y más intimamente liga do al destino de su Departamento.
LOS AMORES OEL DIABLO ^V) ¡ene a mi pluma la donosa ocasión do ocuparme de o los amores del diablo en esta muy generosa ciudad de Huarás, y no quiero perder ni dejar de mano tan divertido tema. ¡El diablo en Huarás! El caso es para poner los pelos de punta a cualquier hijo de vecino, pero como no pretendo asustar a mis lectores, comenzaré por afirmar que son ca sos y cosas de otros tiempos. Ya el diablo no viene ahora por estos andurriales. Entretiénese Dies sabe dónde y cómo, y ahora ni para reme dio se presenta.Quien quisiera conocerlo, tendría que recu rrir a empolvados infolios o a borrosas pinturas.Tal es el des uso en que ha caído este personaje, que nadie se ocupa ya en reproducir la ruin estampa que antaño campeaba en to das partes, y sus retratos van siendo tan viejos como su historia. Pero vamos al cuento, y dejemos aparte exordios y dis quisiciones. Hace tres cuartos de siglo, Huarás era una apasible y monótona población. Sin telégrafo, sin alumbrado eléctri co y con correos mensuales a la capital de la República, la vida huarasina tenía algo de patriarcal. Las pocas noticias de la República y del extranjero se comentaban durante todo un mes* Así, pues, la llegada de cada uno de los correos de Lima, que hacían el viaje Dor tierra, era un verdadero acontecimiento. La gente se acostaba a las ocho de la noche y al alba ya estaba de pie todo el,mundo, como suele decirse. Las ocupaciones principales eran la agricultura y la ga nadería. El comercio, muy escaso,estaba en manos de tres o cuatro bachiches y chapetones. Entre el cuidado de las chacras, las misas, rezos, y al guna visitilla a las familias amigas trascurrían las doce horas del día. No puede darse vida más tranquila y mori gerada. Por las noches, uno que otro farolillo o candil morteci no alumbraba débilmente ciertas calles de la ciudad. Así es
que en cuanto oscurecía, muy osados habían de ser quienes se lanzaran a la calle. Fué en esta época que el diablo, enamorado de una gen til doncella, dió en el prurito de hacer sus excursiones por esta ciudad, y por cierto que sus aventuras hicieron bas* tante ruido, tanto que hasta a mí ha llegado el relato de ellas, y voy a hacértelo, lector amigo, sin agregarle ni qui tarle nada. Helo aquí: En el final de la cuarta cuadra de la calle de Bolivar, como quién vá de la plaza y en la acera izquierda, existía en aquellos tiempos (creo que existe todavía) una pequeña tenducha, sin más salida que la que daba a la calle referí* da. Habitaba en ella una garrida y un si es no es coqueta huarasina de veinte abriles, que por achaques de fortuna habíase quedado huérfana y sin parientes. Mercedes-que tal era el nombre de esta hija de Eva-llevaba sin embargo ordenada y cristiana vida. Sin perjuicio de asistir a misa3 y misiones, sin dejar de confesarse y comulgar por pas cua florida y siempre que era menester, era no obstante amiga de enseñar sus lindos y pequeños dientes y de lan zar airadas miradas asesinas a cuanto mancebo se ponía bajo el fuego de su mirada aterciopelada. Pero nadie, ni aún el más opuesto galán huaracense, podía jactarse de haberle inspirado un sentimiento más ín timo que el de una simple amistad. La mocita no admitía requiebros s in o ..... de día y aun que de noche, su tenducha permanecía abierta hasta las nueve, menudo chasco se habría llevado quien hubiera pre tendido de ella algún gajecillo de amor. I si abría de noche, no era por correr aventuras, no, Era p)r vender algunas colilla?, que constituían su negocio, y que las comadres de la vecindad compraban muy satisfe chas de encontrar una tienda abierta cuando todos los bo* degueros y comerciantes dormían plácida y tranquilamente. Durante los ratos que las atenciones del tenducho se lo permitían, Mercedes tejía, a la luz de una lámpara, esas prodigiosas mallas que pueden competir con los mejores encajes de Alencóh y Valenciennes. Sola, siempre sola, su existencia deslizábase apasibley risueña, como esos arroyuelos que parecen no tener otra
- 49 misión que murmurar alegremente innundando praderag llenas de flores y verdor. Algunos galanes, desdeñados,dieron en la manía de es piarla y lo único que resultó fué que se expiaron unos a otros mùtuamente. Mercedes era, pues, inabordable e inabordable habríase quedado, a no mediar la aventura que dá margen a este cuento. Era una noche del mes de abril de 1839. La luna mag nífica y explendorosa, como sabe serlo en este cielo de Huarás, hallábase en el plenilunio. Las calles de Huarás yacían sumidas en completa sole dad, y entre las dos fajas de penumbra que en ellas pro yectaban los techos, la luz lunar se derramaba como un am plio caudal que trazara cruces en las esquinas. Las noches de luna, el Municipio ahorraba los farolés yen la calle de Bolívar no había más luz que la que se es capaba de la humilde vivienda de Mercedes. Las nueve serían cuando una viejecita, que morabá a po cas cuadras de la casa de Mercedes, penetró a la tenducha. - Vecina. Buenas noches. — Buenas noches, vecinita. ¿Es que va Ud. a velar.? —No vecina. Quiero que me venda Ud. una esperma. -Muy bien, vecina y mientras Mercedes tomaba la vela, la mirada de la viejecita tropezó con la figura de un hom bre, tranquilamente arrinconado en uno de los extremos de la tienda. El hallazgo visual no era para pasar desapercibido.iUn hombre en la casa de Mercedes! ¡ a tal h o ra!......... I la viejecita, entre espantada y confusa, santiguóse tímidamente. El hombre lanzó una especie de rugido y miró a la an ciana con tal expresión de amenaza que aquella sintió un escalofrío en todo su ser. Tomó apresuradamente la vela, pagó y fuése temblando. Al día siguiente, la noticia culminante del barrio era la presencia de aquel sujeto en la morada de la bella Mer cedes. La viejecilla había soltado la sin hueso y todos eran co mentarios. La especie corría de boca en boca y no hubo ve cino ni vecina, que no echase ese día, al interior de la casa,
-50una mirada investigadora y burlona. Pero ¡oh sorpresa! Mercedes estaba sola, tan sola como siempre. Algunos cre yeron que sólo era una invención de la vieja de marras, otros, menos fáciles de convencerse propusieron esperar la noche. Apenas anocheció, Mercedes fué atisbada y eran las ocho de la noche cuando los curiosos pudieron ver al sujeto, causa de su desvelo,cómodamente apoltronado en un anti guo sillón de brazos, en el mismo sitio que la viejecita lo viera la noche anterior. Contentos de haber satisfecho su curiosidad unos, otros envidiosos de la suerte del tipo aquél, que así, de buenas a primeras, y sin más trámite era recibido por Mercedes en la intimidad, los atisbadores fuéronse a dormir. ¿Quién era el galán aquél? ¿De dónde venía?¿Cómo vi vía? Estas y otras o parecidas eran las preguntas que se hacían vecinos y vecinas. I lo que más intrigados les traía era la rara catadura del nocturno visitante. Era el tal, alto y esbelto. Nariz roma, ojos negros y brillantes, y enormes y bien retorcidos mostachos, daban a su rostro una expre sión desconcertante. Vestía de negro y era su traje el de un hombre habituado a viajar. Usaba altas botas y las es puelas demostraban que cabalgaba todos los días. Un enor me sombrero de Guayaquil, con una cinta bien ancha, lle naba de sombra su fisonomía completando el conjunto. Parece un gaucho. En estas palabras reasumieron los curiosos su opinión. I era lo más raro que Mercedes parecía no percatarse de su presencia. Tranquilamente, hacía su malla, a un ex tremo del aposento, mientras en el opuesto, el caballero ga lán, apoltronado, fumaba cigarros blancos de buen tabaco de Jaén. Así las cosas, cierta noche, y a la hora en que Merce des acostumbraba cerrar la puerta de calle del tenducho, la viejecita de marras fué a comprar un paquete de azul de ultramar. Después del saludo consiguiente, hízola entrar Merce des y le despachó el artículo solicitado. ;í El gaucho continuaba, imperturbable, en su sitio de costumbre y, cuando entró la vieja, el individuo aquél no sólo no la miró como la primera vez, sino que levantan
— 51 do la mano derecha, rápidamente se encasquetó>l sombre ro que llevaba, como queriendo ocultar el rostro. La vieja,curiosa como buena hija de Eva,miró y rem i ró insistentemente al desconocido. Nada pudo sacar en cla ro. Pagó su compra y despidióse. En pos de ella fué Mer cedes hasta la puerta y apenas traspuso la anciana el din tel, Mercedes cerró y, casi instantáneamente, partió del in terior del tenducho un grito terrible, desesperado* y el rui do que hace un cuerpo al caer a tierra. La vieja que oyó el grito, temerosa y medrosilla, huyó santiguándose. Era una noche de luna, la luz de este astro claro y se rena se esparcía a torrentes por todos los ámbitos de la ciu dad dormida. Al día siguiente, las vecinas y transeúntes vieron con asombro, que la puerta del tenducho permanecía herméti camente cerrada. Comenzaron las hablillas y comentarios y el barrio se hizo lenguas acerca de la ausencia de Mercedes. I pasó un día y otro día, y otros más, y la puerta de a quella vivienda continuaba cerrada, sin que nadie pudiera dar la menor noticia de la gentil doncella. Al cabo de cuatro días, el subdelegado de la provin cia; vivamente intrigado por los decires que corrían de boca en boca, constituyóse con un buen número de veci nos notables y procedió a abrir la puerta de Mercedes. Abierta aquella penetró el representante de la auto ridad con su séquito. La primera habitación nada de par ticular ofrecía, todo estaba en su sitio ordenado e intacto, pero en la habitación contigua ó sea en el dormitorio de Mercedes, los circunstantes vieron con estupor al pie del lecho vacío, todas las vestiduras de Mercedes arrojadas en el sueio y ella — ¿ella? Inútiles fueron todas las inves tigaciones hechas. No se encontró el menor indicio por el cual pudiera saberse el paradero de Mercedes. La puerta demostraba haber sido cerrada por el inte rior y como la casucha no tenía otra salida, la desapari ción d«e Mercedes pasó a la categoría de los misteriosRequisitorias e investigaciones, todo fué inútil.La mo cita, se había evaporado. Entonces los vecinos y coma dres del barrio declararon que el gaucho no podía haber
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sido sino el diablo y que el diablo había cargado ecm la codiciada mujercita, que los tenorios huarasinos no ha bían podido conquistar. Un transeúnte que llegó a esta ciudad la noche de la desaparición y que venía de Concbucos, declaró que en el paraje llamado «Recibimiento» en el camino de esta ciudad a Recuay, había encontrado a un ginete alto y bien montado, que llevaba en brazos una mujer vestida de blanco y al parecer desmayada. Entonces, llegóse a la conclusión lógica de que el dia blo enamorado de Mercedes y cansado sin duda de su prolongada soltería de tantos siglos, había raptado a la bel'a huarasina, tomando el camino de Recuay para vol ver a sus tenebrosos dominios. II Veinte años más tarde, en una easucba del barrio de Belén, moría un individuo, víctima de un terrible ataque cerebral. Aquel hombre había vivido como un réprobo—sin pa rientes y sin amigos—encerrado eu un mutismo sombrío, su existencia deslizárase en un aislamiento espantoso. Dos años antes de su muerte, llegó a Huaraz, una tar de lluviosa. Tomó en alquiler la primera casa que encon tró desocupada y se estableció en ella de manera muy modesta, casi miserable* No salía de su casa sino de no che, muy embozado. Vestía siempre de negro y usaba un enorme sombrero de Guayaquil. Alguien aseguró haberlo visto, cierta noche, regresar a caballo llevando de tiro una bestia que conducía un enorme baúl y desde entonces sus salidas nocturnas fue ron menos frecuentes. Cuando enfermó, un buen sacerdote que vivía cerca fué a verlo y al encontrarlo gravemente postrado en ca ma y sin la menor asistencia, envió un ¡par de religiosa» betlemitas que lo atendieron. Murió al siguiente día de aquel en que fué a verlo el sacerdote y, como el ataque que sufriera lo inmovilizó, quitándole hasta el habla, murió como había vivido, silen ciosa, calladamente.
-53 La casualidad, sin embargo, reveló algo del pasado de aquel extraño sujeto: el mismo día en que sus restos habían sido trasladados a la fosa comtín, «¡¡tenducho en que habfa vivido fue invadido por los vecinos. Mientras él vivió, nadie había osado entrar a su morada. Tal era el temor que inspiraba su sola presencia. Muerto él, su aposento fué recorrido por cuantos pe netraron, No dejaba papeles de ninguna clase. Un catre, un gran baúl vacío y algunas puñadas de tabaco esparci das aquí y allá era todo lo que quedaba. Un curioso penetró al segundo aposento, lo halló va cío, pero advirtiendo una escalera que subía a un desván, trepó por ella y penetró a la buharda. Entonces a la luz que penetraba por un ventanuco vio, con espanto, un cua dro siniestro. Sobre un cobertor muy usado yacía un esqueleto hu mano; algunos harapos blancos le servían de vestidura f una rubia cabellera que el polvo y el tiempo habían de teriorado, demostraban que aquel esqueleto pertenecía a una mujer ............ ............................... .... ................. Los amores del diablo terminan trágicamente. La her mosa mujer que él raptara en un deliquio amoroso, era» a no dudarlo, ésta,cuya osamenta pudieron admirar cuautos en pos dei primer curioso penetraron al desván. ¿Quien fué aquel hombre? Jamás ha podido ser iden tificado. Fué sin duda uu reprobo. Como tal habla vivido, co mo tal había muerto. Al día siguiente el esqueleto de Mercedes fué también a la fosa comün y allí, en la tumba de los sin fortuna, se mezclaron los huesos de aquellos dos seres que otrora calcinara el amor y que ahora unía para siempre el hieio de la m uerteJ...........
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0. RAMON CASTILLA
1 gran Mariscal D. Ramón Castilla estuvo en cash tres veces.La primera como militar en lucha, con las fuerzas realistas, por la Independencia de su pa tria; la segunda, como Ministro General del gobierno pe ruano contra la confederación encabezada por el general Santa Cruz, y que fué deshecha en el encuentro de Buin y en memorable batalla de Ancash; y la tercera, como simple particular, aparentemente en empresas de minero y en realidad, enamorado con amor senil, de una ancashina, joven garrida y de hermosura singular. En las diferentes biografías que se han escrito del Gran Mariscal aparecen relatados sus dos primeros via jes, en ninguna se hace mención del último. La época en que Castilla realizó su tercera y última visita a Ancash está comprendida en los dos años durante los cuales, se gún sus biógrafos, «se retiró a la vida privada* después ele! 5 de abril de 1851 en que entregó el mando de la Re pública, constitucionalmente, al general José Rufino Echenique. No es muy fácil determinar con exactitud en qué meses y cuántos estuvo Castilla en este departamen to, Pero es indudable que su estada tuvo lugar durante los ocho últimos meses del año 1851 o en el curso del 1852 Es si evidente aquel tercer viaje, como también es cierta la causa sentimental que lo determinó a venir,y aun be ¿firma que el ínclito soldado de la Independencia, ven cedor en Ayacucho, en Buin, en Yungay, en Cuevillas, era el Car men Alto, en Arequipa y, más tarde, en la Palma, li é deirotado en las lides del amor porque no consiguió vereer la resistencia que le opuso la hermosa hija de Ancnsh por la cual sintió tan vehemente pasión.Pero si tam bién venció en aquel'a empresa, no sería culpa nuestra la imposibilidad de demostrarlo* Carencia absoluta de do cumentos, falta de dstos más concretos, nos sirven desde ahora de disculpa. Hemos tenido que atenernos a simples 1 eferencías tomadas í quí y allá, de las que no nos hace mos responsables, y vamos a referir la última aventura de? Castilla en Ancash con sólo las informaciones que hemos
- 55 adquirido de las pocas personas que algo saben sobre el particular. Cuéntase que don Ramón conoció en Lima a Margari ta Mariluz, que en aquellos tiempos, 1851 a 1852, era una bella e incitante hija de Eva, nacida, según unos, en el distrito de San Luis de la pro\incia de Huariy según otros, en el distrito de Llumpa, perteneciente a la provincia de Pomabamba. Tan vivamente gustó Margarita Mariluz a Castilla que éste decidió seguirla, pues aquella emprendía viaje de regreso a su tierra. Es fama que Castilla,sin duda por lo ii regular que era entonces el servicio de naves en tre el Callao y los demás puertos de la República, verificó su viaje por tierra, de Lima a Huaraz, en persecución de la dulce enemiga que huía de sus asechanzas. De Huaraz, Castilla siguió viaje hacia Conchucos,por la Quebrada Hon da. En esta quebrada víóse obligado a pernoctar en una grande y espaciosa cueva de piedra, que desde entonces se designa con el nombre de Cueva de Castilla,y de allí, trans montando la cordillera por el portachuelo, siguió viaje a Sao Luis o Llumpa, yendo a establecerse en la quebrada de Llacma, situada precisamente entre ambos distritos. En Llacma, Castillo hizo amistad con un indio apelli dado, según parece, Jara, y que vivía en ese lugar en una casucha de su propiedad. En un cuarto de aquella casucha se alojó el gran meriscal y comenzó a hacer vida entera mente familiar con los indígenas de los alrededores cuyas simpatías supo captarse. Es fama que indios de Uchusqui11o, de Allpabamba y de Ushno iban a visitarlo a Llacma y a llevarle, sus humildes obsequios. A todos ellos los recibía con bonhomía, les hablaba con amabilidad y no les escasea ba propinas. Así no es raro que en unos cuantos meses lle gase a ser querido y popular. Cuentan que viviendo Margarita Mariluz en San Luis algunos días, por tener allí la vivienda de sus padres, y otros, en Llumpa, donde también tenía parientes; D. Ra món, como el alma de Garibay entre el cielo y la tierra, se veía obligado a recorrer de Llacma a San Luis, de allí a Llumpa y de Llumpa a Llacma en pos de la risueña y es quiva beldad que se mostraba inaccesible a sus asedios. Entre tanto el mañoso enamorado para disimular su presencia en Llacma, aparentaba interesarse muchísimo
— 56 — de labores mineras, o tal vez si las llevaba realmente a ca bo con fines utilitarios, que esta suposición no está descar tada por completo. Se sabe, si, que verificó labores de minería en la cé lebre mina de «Potosí» distrito de San Luis, en la cual mineros portugueses de la época de la colonia habían ex plotado, con éxito, una gran veta llamada «la Media L u na», pero como aquella mina está aituada a un cuarto de legua de ^an Luis, esa misma circunstancia servía a Cas tilla para realizar frecuentes viajes a esas regiones. Los días festivos y los domingos, los empleaba don Ramón en visitar a sus amigos de ios alrededores. Culti vó estrechas relaciones de amistad con los señores don Pablo y don Manuel Oliveros, caballeros empanóles esta blecidos en Masqui y que constituían elementos presti giosos en Pomabamba, especialmente el primero de) que se recuerdan interesantes anécdotas reveladoras de su brillante ingenio y rasgos caballerescos; con don Rafael de la Roca, vecino también de Masqui; con don Nicolás Oliveros hacendado de Pumpú y con don Patricio Puelles, uno de los más prominentes vecinos de Llumpa. En todos esos lugares y a causa de la amistad del Gran Mariscal con aquellos caballero^ han quedado recuerdos de la vida y visitas de Castilla, Se sabe así de detenidas sesiones rocamborísticas en que se entretenían don Ra món y sus amigos, lo que no impedía también que, de cuando en cuando, se entregarán a juegos más violentos y en los cuales rodaban por el tapete, miles de soles. Otras veces Castilla, buen aficionado como era, asis tió a la apertura de los botijos, llamados PISCOS, y que contenían el famoso aguardiente de Motocachi, apertura que conforme a las costumbres de esos tiempos constituía acto complicadísimo. En primer lugar se nombraban pa drinos, se invitaba a los amigos y allegados, y, una vez reunidos todos, se designaba a uno de los presentes que a guisa de sacerdote y revestido de unas cuantas prendas aparatosas, procedía a bendecir el PISCO. Después se abría el botijo y todos a su turno gustaban de la espirituo sa bebida. Otras, finalmente, invitado a fiestas lugareñas, bailó los agitados «CACHASPARIS» en que según la usanza de
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la época, el caballero antes de sacar a la señora o seño rita, a la que quería hacer objeto .de especial distin ción, apostaba en lugar conveniente de la sala de baile, a un individuo que con un talego de soles esperaba el mamento de la fuga para arrojar monedas a granel a los pies de los bailarines, para que estos pisasen esas mone das qne se iban recogiendo los más vivos. ¡Eran anuellos los tiempos en que el dinero se arrojaba a las plantas de los hombres! Hoy los hombres se arrojan a las plantas del dinero! No se conoce detalle alguno acerca de los devaneos amorosos de Castilla con Mai garita Mariluz. Se dice que don Ramón la asechaba incansablemente y que ella, el primer día como el último, permaneció inaccesible a las pretensiones del enamorado mariscal, sin embargo de que éste extremó su persecución por medio de dádivas, obsequios y todos los medios de que le fué dado disponer. La hermosa hija de San Luis, sea porque Castilla fue se ya dé demasiada edad para ella, frisaba ya en los cin cuenta años, sea por otras causas, jamás tuvo con don Ramón otra cosa que simples relaciones de amistad. Entre tanto el tiempo seguía velozmente su curso y curso y el hado del Gran Mariscal, que a más altos y no bles fines lo había destinado, lo llamó a fines de 1853 a encabezar aquella revolución que comenzando en Are quipa y que, en sucesión triunfal por el Cuzco, Ayacucho, Huancavelica, Izcuchaca y Chorrillos, fué a ganar la ba talla de la Palma, y se nimbó de prestigio decretando la abolición de la esclavitud de los negros y el tributo de los indios.¿Y quién podría negar la suposición de que los días vividos en Llacma, en cordial familiaridad ccn los indígenas que atraídos por su benevolencia lo colmaban de presentes modestos, pero que constituían expresivas pruebas de afecto, hubieran tenido la virtud de influir en el espíritu de Castilla para librar al indio, músculo y esen cia de la nacionalidad, de aquella abrumadora carga que con el nombre de tributo, sufrió durante cincuenta años de República, después de las ominosas gabelas de los m i tayos y repartimientos? Un buen día, don Ramón, bruscamente, abandonó Llacma. Dijo adiós a «esos sitios», a los amigos que lo
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rodearán y despidiéndose también de la dulce ilusión po 9 trera que lo llevara hasta esas serranías, partió para la capital. Hércules abandonaba el regazo de Onfala y requería sus armas para la lucha que iba a darle nuevamente la presidencia de la República y, antes que ella, los claros timbres de Libertador de los negros y protector de la ra za indígena. Para el viajero que se dirige por la Quebrada Honda y después de admirar la soberbia hermosura del ramal de la Cordillera Blanca que forma como el fondo de la Quebrada, trasmontado el portachuelo y después de pa sar por Chacas y Cunya, un accidentado camino lo lleva a Conchucos Bajo. Llega al fin a la quebrada de Llacma y ante sus ojos se presenta este espectáculo: Una casa en ruinas. Muros agrietados que el tiempo vá derruyeudo. Soledad. Un riachuelo que arrastra su corriente fertilizante por los campos cubiertos de mato rrales. Aquí y allá, una que otra florecilla pone la nota de su hermosura silvestre en la tristeza del paisaje, y algún pastor que conduce sus ovejas hacia las lomas, mientras la gran claridad solar baña l°s campos. El caballo trota en el estrecho camino, cortado a pico en el cerro, y los alambres del telégrafo ponen un trazo de progreso en el agreste escenario. Una onda de melancolía se apodera del espíritu. Ma quinalmente se detiene el caballo y los ojos contemplan siquiera brevemente esos lugares en que el Gran Maris cal, uno de nuestros grandes caudillos, astuto diplomáti co, experto gobernante; guerrero valeroso, reformador de nuestra carta política, y hombre representativo de to da una época, pasó unos días de su vida sintiendo acari ciada su frente por una ilusión, surgida en la tarde de su existencia y que jamás fué realidad.
Santiago Antúnez de Mayolo Hombre de ciencia,catedrático y escritor meritísimo. Es una de las figuras científicas más altas del Perú y de Hispanoamérica, ampliamente conocida en todos los círculos científicos del mundo. Su renombre reside en el campo de las ciencias físi cas donde ha realizado sus más importantes trabajos donde mayores distinciones ha alcanzado por los más ce lebrados centros científicos, estando considerado en la ac tualidad como sabio. Su decidida consagración a las ciencias no le ha im pedido sin embargo, incursionar por los campos de la ar queología y de las letras,en ios cuales,también,no ha deja do de alcanzar señalado mérito, cultivando, en el último, de manera especial, el relato folklórico. Eutre sus muchos trabajos publicados y sostenidos y en diversos congresos científicos,en Europa y América, se tienen: «The Structure of Light, explained by classicadmechanies», «La Materialización del Fotan y la car ga del Electrón», »La Teoría electromecánica de la luz, y sus relaciones con la teoría Electromagnética de M a x well y la teoría de los Quanta», «Los tres elementos prin cipales constitutivos de la materia», «El campo Electro magnético y el concepto de las Ondas y las Quantas de luz», «El mundo es un sistema en equilibrio inestable», «Teoría científica del potencial newtoniano y algunas aplicaciones a las ciencias físicas», etc.
EL MITO DE LOS “ HUARIS” fo n un principio no existía mas que humo y que la Tierra se formó de él,Vivían los Huaris en el UcoPacha (interior de la Tierra) y soplaron las cadenas de los Andes: los Amarus (serpientes), salieron del seno de la Tierra por las resquebrajaduras de los cerros »Orkos» (ma cho) bajo forma de humo, transformándose en gigantes: rojos, desnudos y con enormes dientes. Que hubo una épo ca de desavenencia entre Urampacha (ia Tierra) y el Janampacha (los cielos] a causa de los Hueris, que en un principio, vivían en Huaylas, y que entonces se partió en dos la gran cadena de los Amarus del Callejón de Huaylas, que antes era una sola: se formó el Callejón de Huaylas y con la lluvia y la tormenta se llenó de agua inundado tam bién la tierra de los Huaris, que por tal razón migraron al Oriente y poblando los valles de Chanin (Chavín) y el Marañón; llegaron hasta Huacrachuco. Que esos Huaris, her cúleos y poderosos, degeneraron y se convirtieron unos en hombres y otros en animales y plantas, que todos son des cendientes de los Huaris, ios dioses de las fuerzas de la na turaleza. Tan notable concepción cósmica panteísta es digna de admiración. La materia se había formado del «humo» [los tres elementos primordiales al estado libre] y es aun bajo forma de humo que salen los espíritus de Huaris del Ucupacha y se transforman en los gigantes rojos y desnudos con los que aparece la vida en la Tierra, y de esos gigantes descienden los hombres, animales y plantas que tienen al go de los atributos de los Huaris inclusive del elemento in teligente que encarna el hombre. La fuerza bruta encarna el felino y he allí por qué los indios de Chavín simbo izaron al Huari por el felino y lo adoraron, se vé aun al Hua*i, ya antropomorf izado, en las cabezas humanas con coitnillos de felino esculpidos en las piedras y cuyo significa do profundo se desconocía.
LA QUERELLA DE UNA HUACA Y SAN ILIFOSO OE REGUAY una torre, queridas lectoras; de piedras ca readas sobre cuyos muros derruidos por el tiem po, se yerguen impávidos algunos cactus espinosos de safiando la cólera del viento, la lluvia y el rayo. Esa torre imponente y sombría se levanta sobre una meseta de la margen derecha del Santa, entre las ruinas de una antiquísima ciudad gentílica—llamada hoy Pueblo Viejo—en donde, según se recuerda, estuvo la primitiva ciudad de Recuay. Según la tradición—convertida hoy en una leyenda popular-existía en esa torre medioevalesca una campana de oro cuyo tañido, melodioso y sonoro se escuchaba a varias leguas a la redonda,llenando de deleite y orgullo o los habitantes de Pueblo Viejo de la región de Caquimarca. Aconteció por entonces un hecho extraordinario* la efigie de San Ildefonso, patrón de Recuay, o san «Ilifonso», como resa en los documentos de la época, desapare ció cierta noche del templo de un modo misterioso y fué hallada—con gran sorpresa de los habitantes del puebloen la margen opuesta del Santa, en medio de unos toto rales sobre una peña. Nadie pudo explicarse como había acontecido aquello, pero lo cierto es que volvió el Santo a la Iglesia y se tuvo cuidado, en lo sucesivo, de cerrar con doble vuelta de llave la puerta del templo, pero no obstante tal precaución desapareció nuevamente el Pa trón, el cual, como antes, fué hallado en la banda opues ta y sobre la misma peña, Sospechó entonces el señor Cura que, mientras dor mía el sacristán, le hubiesen robado la llave, por lo que él mismo, en persona, cerraba la puerta de la Iglesia se llevaba la llave y cuando dormía la ponía bajo su almo* hada. Mas ¡oh capricho del Santo Patrón! La efigie se es capó por tercera vez del templo mientras el Cura dormía
-65 con la llave bajo la almohada. El señor Cura aún emocionado por la tercera huida, del Santo, reunió a sus feligreses y les explicó, qué es lo quería San Ilifonso, por uno de esos caprichos inexplica bles, era que se trasladase a la banda opuesta donde está hoy Recuay, y que allí se le edificase un nuevo templo y una nueva población. Y es así como se principió a edificar una nueva Igle sia y en el llano que ocupaban los totorales, construye ron las casas de la nueva población de Recuay, La inexplicable veleidad del Santo Patrón tm ía sin em bargo su m otivo; me lo ha contado una linda conopa de Caquimarca, testigo presencial de la querella que paso a referirles. A tres tiros de piedra de la torre, hacia el Nor-Este, existe un adoratorio—gentílico formado por plataformas rectangulares con muros de piedras superpuestas y en gradería, al que se designa con el nombre de «El Casti llo», En ese adoratorio antes* de la llegada de los españo les-los habitantes de Pueblo Viejo veneraban a una an tigua huaca de piedra llamada Caqui-Vilca; mas después de la llegada de los conquistadores, con espada al cinto y cruz en el pecho, los ministros de la huaca la ocultaron bajo el suelo para librarles de algún atentado de los es* pañoles. La Huaca acostu¿nbrada de gozar de la luz, del aire y a recibir públicamente las ofrendas de sancu y sebo de llama que se la hacía antaño, podía conformarse con per manecer ahora oculto, como un criminal, en una cavidad oscura cubierta con una loza, y que se le hiciera sólo de tiempo en tiempo,a hurtadillas y en la oscuridad,las ofren das a que estada acostumbrada. Pensando y cabilando la Huaca, en todo esto, llegó a la conclusión de que el responsable de todos sus males era la efigie del patrón San Ilifonso, que se veneraba en el nuevo templo Junto a la torre d é la campana de oro; por lo que resolvió vengarse del chapetón y de su cam pana de oro, cuyo tañido le era tan desagradable. Una noche oscura cuando dormían todos los habitan tes de Pueblo Viejo y no se oía mas ruido que ei rumo
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del Santa y el chirrido de los grillos, la Huaca Caqui-Vilca, levantó con la cabeza, la loza que cubría su escondite, bajó de cuatro en cuatro las gradas de la gran escalinata de piedras que conduce del «Castillo» al llano,donde estaba el templo, y, penetrando en él sorpresivamente arremetió a mojicones contra el pobre San Ilifonso, que dormitaba sobre su altar con gran algazara de la lechuza que, al ver la pelea, batía alocadamente las alas y lanzaba sus graz nidos de protesta, Entabloce una corta lucha entre Ja Huaca y el Santo, de resultado favorable a aquella, pues que era de piedra mientras que el Santo solo era de madera tallada y pinta da. Viendo San Ilifonso que llevaba la peor parte huyó de la Iglesia siendo perseguido a puntapiés por la feroz Huaca, que estaba pálida de ira, bajando a grandes saltos del morro al río donde se detuvo la Huaca, y, atravesando el Santa, fuá a refugiarse jadeante y maltrecho sobre la peña, en medio de los totorales, donde se le hallé al aiguien te día. Repitióse la misma eseena dos veces más por idén tico motivo y con el mismo resultado. Felizmente para San Ilifonso, no tardaron mucho sus devotos en construir el nuevo templo y las casas de la nue va población de Recuay y cuando estuvo todo terminado, ; los habitantes del pueblo Viejo resolvieron trasladar la efi- j gie de su patrón juntamente que la famosa campana de oro de la torre de piedra. Mas la huaca Canqui-Vilca que era hábil en intrigashabía hecho concebir—a los devotos de San Sebastián de Huaraz el deseo de apoderarse de la campana de oro de j Pueblo Viejo, Ya se hallaba la campana al pie de la torre en «Plaza Pampa» y ya se disponían a marchar los de Pueblo Viejo i con San Ilifonso a la cabeza, cuando hicieron su aparición ¡ los de Huaraz, llevando a su vez a su San Sebastián, pa trón de la capital del partido de Huaylas, y en nombre de quien reclamaban la campana de oro por corresponderá de derecho a la cabeza del partido. Mas los reeuainos— que siempre han tenido la fama de valientes y pendencieros - no estaban dispuestos a dejarse arrebatar aquella reliquia que les era tan grata y más que j la efigie del mismo Patrón.Libróse, 'pues, entre ambos una
verdadera batalla campal que era presenciado no sólo por los patrones de Recuay y de Huarás desde sus respectivas andas, sino también por la astuta huaca del «Castillo», que habiendo levantado, la loza que la cubría, presenciaba—en caramada de barriga sobre su escondite y sonriendo—la terrible lucha en que menudeaban las puñadas y los garro tazos. En esto, en el forcejeo por quedar en la posesión de la campana, rodó ésta desde el morro hasta el Santa, don de se hundió y se desapareció como por encatamiento. Desde entonces, afirman los viejos de Recuay, que se oye el tañido de la campana de oro cada luna nueva. No gozó, empero, la huaca Caqui—Vilca de su triunfo de haber arrojado del Pueblo Viejo a San Ilifonso de Re cuay. Finalizaba el año de gracia del 1621, con copiosas llu vias en el Callejón de Huaylas. El poderoso dios «Lliviac»el Rayo hijo de Ñoñoc y padre de Uchú Lliviac— y de quien creían descender los indios de Recuay, razgaba las nubes exclamando con voz estentórea por medio del true no, que repercutía de un lado a otro de los Andes. Ocúltense Huacas de las piedras de Recuay, pues, de ahí sube de Ocros el destructor, el Extirpador de la Idola tría. Y oyó tal advertencia en su escondite la huaca Caqui— Vilca y sonriendo pensó que, así como escapó antes de la búsqueda de! Fray Pedro Cano, así el cura de Ocros no lle garía hasta donde estaba ella oculta en su escondite del Castillo, el que le parecía más tolerable desde que se libró de la vecindad del Santo Chapetón. Mas, San Ilifonso que aún se sentía adolorido de los fe roces coscoi roñes de la Huaca, vió llegado el momento pro picio para vengarse de los ultrajes que de ella recibiera, por lo que le insinuó a la joven catequizada y convertida al «expianismo» la bella Chumbi, hija del gran Titu Huarac, Ministro de la Huaca, la idea de delatar a Caqui—V il ca. Y en efecto, una mañana cuando el padre Sol, «fecundador de la Tierra», asomaba su disco luminoso sobre los nevados de la gran cordillera del Callejón de Huaylas y envolvía a Pueblo Viejo con el polvillo de oro de sus rayoa el Extirpador de la Idolatría, Licenciado Rodríguez Prínci pe, extraía como a sapo a la vieja Huaca de su escondite del
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Castillo y le conducía a Recuay con gran zozobra de San Ilifonso, que estaba temerosa de que al menor descuido se escapase la feroz Huaca de mano pesada y se repitiese la terrible escena de la Iglesia de Pueble Viejo. Felizmente para el patrón de Recuay aquella noche se montó buena guardia y al dia siguiente —seis de enero—se llevó a I» Huaca sobre un altillo de madera donde lujosamente atabiada con vestidos de finnísima tela ae cumbe de variados colores, con dibujos simbólicos y cabezas trofeos—oyó Ca qui Vilcasin pestañar el proceso que se le instauró y la sen tencia de la destrucción de ella y de todas las huacas y enñopas de los ayllos de Recuay que se hallaban sobre el tabladillo. Tal fué el fin de la querella la Huaca del Castillo y la efigie de San Ilifonso de Recuay, tal como me lo refirió a¡ caer de una hermosa tarde en Pueblo Viejo, al pie de la torre de piedra, donde la encontré, a una conopa de Caqui-; marca.
Alejandro Tafur Pardo Abogado, escritor petiodista y profesor. Es ti na de las figuras más prestigiosas del Huaraz inte lectual. Fué director del diario extinguido “ Huascarán’' mus tai de dirigió en compañía de otros intelectua les del departamento, la revista “Atusparici'’ que tuvo gran aceptación en los medios intelectuales del p«ís; fué también redactor de la revista "Vis— P 'ra i", que dirigió el intelectual ancashino A b lóu Max Pajuelo. En 1924 dirigió el semanario “ La Voz de Ancaeh” órgano del Centro Universitario Ancashino y formó parte de la plana de redactores de la revista limeña "Tierra” , editada por eleva dos espíritus de la Capital. Posteriormente dirigió la revista “ El Patronato Indígena» y formó parte también de la plana de redactores de la revista •Nueva Era.» que fundó y ditigió el intelectual Junto Fernández continuando con su colaboración en importantes revistas y periódicas de Ancash y del país. En la actualidad ejerce la presidencia de la Aso ciacion Ancashioa de Éscritores y Artistas, repre sentativa de la intelectualidad anc sbina Tiene en preparación una obra de traiciones y cuentos ancashiuos "Aromas de la tierra’'.
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SANTO VARON, MAL LADRON c~
0 l pueblo de Huántar que
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ha dado su nombre al distrito de Chavín, de la Provincia de Huari, era en el año 1882jen que tuvo lugar el hecho que evoca esta tradición, un conglomerado de casas, techadas en su ma yor parte con bálago y ramas secas, y cuyas paredes se abrían en algunas partes en amplias fisuras, reveladoras de vetustez y descuido. No faltaban, empero alguuas ca sonas de sugerencia señorial, construidas por los anti guos hijodalgos de manto al hombro, chambergo al lado y arriaz de plata, que en la época del virrey Toledo llegaron a ese lugar en pos de buenos pesos y mejores pitanzas. En el centro del poblado se desperezaba bajo la llu via y el sol, la ancha plaza, aburrida como un bostezo, y en la que barzoneaban los gamines del lugar, gambetea ban los perros y se hoceaban los cerdos, en espantosa promiscuidad. Huántar era entonces la segunda población de Huari, y por su comercio, amplitud de su valle y dul zura de su clima, era el paraíso de comerciantes y viajeros. Párroco de la Doctrina de Huántar era desde 1870, el cura Manuel Ayala, aguerrido pastor del no muy nutrido rebaño, que así ensartaba una homilía, como propinaba una paliza a las ovejas descarriadas del aprisco. Alto, de buen coran-bovis, definitivamente vencido por la carne y gustando de gazmiar cada uno de los siste pecados fu n damentales, importándole un ardite el equívoco chischibeode los parroquianos de su doctrina, era malgrado sus defectillos, estimado por los vecinos del villorrio, porque sabía adobar las procesiones de Semana Santa, las com plicadas liturgias de cuaresma y las fiestas del Santo Pa trono del pueblo, con todos los solemnes ingredientes y arrequives que el fanatismo popular considera en su in genua credulidad como manifestaciones preciosas de fe vigorosa y santa piedad. Y por el esfuerzo que desple gaba en dar la mayor cancamuza posible a las procesio nes y demás fiestas religiosas, por su afán de unir la vi da apacible de los huantarinos en una sucesión mística
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de pascuas y cuasimodos, porque su cuerpo voluminoso sugería la imagen de un colosal zahumerio de santas evanescencias, defectos todos ellos muy humanos, el señor Cura era bien quisto y amado de todo el vecindario, así de tirios como de.troyanos, que en esa fecha, como has ta hace poco, el pueblo estaba dividido entre los bandos rivales de dos indo -caciques que se disputaban las edul coradas mieles del magro presupuesto fiscal. Los Domin gos sobre todo,cuando los indios de los caseríos y «estan cias» aledañas, dirigidos por sus emponchados «varayoc» invadían la amplia nave central, para asistir a los divinos oficios, el párroco Ayala, solía pronunciar alguno de sus lapidarios sermones terroríficos, zarandeando de firme a sus queridos feligreses, y suscitando en sus cándidas al mas aterradas por el más allá, el santo temor de Dios y el saludable terror del demonio. Pero o bien el señor Pá rroco no tonificaba sus encendidos sermones con las prác ticas del ejemplo o bien, los huantarinos habían sido de finitivamente conquistados por los inefables, si, que pe ligrosas voluptuosidades del pecado, el hechojes, que pe se a las homilías tremebundas del santo sacerdote, pese a las confesiones misionales de Cuaresma, y a la visita periódica de reverendos sacerdotes de alguna orden re gular que recorrían les poblados en busca de almas para la bienaventuranza, en Huántar eran proverbiales la em briaguez y el amancebamiento, el amor a las copiosas cu chipandas y a la fruta de cercado ajeno. Y es que Huán tar se había alimentado de los sabios preceptos piácticos de su pingüedinoso párroco, en cuyo decálogo, cada pe cado tenía su correspondiente inciso. En el monocorde discurrir de los días, llegó la Se mana Santa, que en Huantar se festeja con especial y es trepitosa magnificencia. Desde el viernes de Dolores, los huantarinos vestían sus trajes especialmente confecciona dos para la magna fechi, y mayordomos y alfereces de las procesiones se disponían en reñida competencia, a dar ma yor realce a las santis imágenes que les correspondía pa trocinar en el respectivo desfile procesional. Al fin llegó la santa semana, y con ella se iniciaron las procesiones con su abigarrada profusión de ángeles con alas de cartón, ci rios, y flores, entre nubes de incienso y sones de fanfa-
-Ti rrias, Media semano era por filo, cuando al atardecer del Jueves Santo, hizo su ingreso a Huántar, montado en m a gra muía de alquiler, don Manuel Berúa, comerciante de la muy generosa ciudad de Huaraz, que solía viajar por los pueblos de la provincia de Huari, llevando mercaderías y efectos de comercio, para cambiarlos o venderlos procu rándose buenas y honorables ganancias. Berúa que disfru taba de bien merecido crédito entre su trasandina cliente la, cruzó en su desmirriada cabalgadura,—el poncho de vi cuña terciado al hombro, y el sombrero de amplios aleros, al desgaire,—por medio de la plaza que en ese momento ofrecía su bermejo vientre al sol de la tarde, y llamó a la puerta de la casa de la familia Gomero situada frente a la plaza y en la que se alojaba el comerciante huarasino, en ¡as frecuentes ocasiones que visitaba la villa de Huántar. Relaciones de paisaje y aun de pareritezco lejano, unían a Manuel Berúa con aquella familia, avecindada desde hacía varios años en la población, por lo que su arribo, era fes tejado con sendas comilonas y grandes libaciones a las que eran invitados los «clarísimos» del lugar: el alcalde, el cu ra don Simón, el Juez de Paz don Pedro Ghávez, y hasta el sacristán don Crispín de los Angeles, cuyas agudezas de pura cepa criolla nada tenían que envidiar a las de la mejor alicantina andaluza. A cura lagotero, sacristán ma rrullero: si don Simón Ayala galusmeaba la fruta del Pa raíso cada vez que se le presentaba la ocasión, don Grispín de los Angeles hurgaba en el bolsillo del prójimo, en ca da coyuntura propicia. Venus y Mercurio eran los dioses máximos, del Olimpo de ambos amigos y socios, pero la so ciedad de Huántar sabía disimular tales flaquezas, y aun las perdonaba por la pompa y suntuosidad con que realza ban las fiestas religiosas, que eran el principio y el fin de Ja existencia de los dichosos huantarinos de fin del siglo. Terminada la comida generosamente regada con roja y sa brosa «chicha» con la que la familia Gomero festejó el arri bo de su pariente don Manuel Berúa, este se retiró a la ha bitación que se le había destinado, que era una tienda con tigua al zaguán, dotada de ancho mostrador y buenos estantes,en los que el huésped colocaba sus bártulos, maletas y demás chismes de viaje, excusándose ante los concurren tes a la fiesta dada en su honor, con el cansancio del lar
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go y penoso viaje. A poco de haberse recogido Barúa, y cuando se dispo nía a dormir 'a fatiga de la agotadora jornada, un golpe dado en la puerta de la tienda, le obligó a levantarse, para recibir al indiscreto que a tales horas le interrumpía el descanso,Era el sacristán Crispín de los Angeles,que luego de tomar asiento cerca del lecho del confiado comerciante, le habló en estos términos «-Y bien, compadre, ha llegado Ud, a Huántar en ocasión que ni pintada, para hacer un mag nífico negocio, mucha gente ha venido de Huari, Chavín y San Marcos, a asistir a las procesiones de la semana que como bien sabe, son las mejosres de toda la provincia, y el dinero abunda, de modo que sólo de usted y de su activi dad dependen el que \uelva mi caro amigo a Huaraz, con una buena cosecha de bien ganados soles y prepare otro via je, con nuevos y mejor surtidos lotes de los artículos que más se venden en este lugar. Tiene usted razón, amigo,* respondió el incauto co merciante- la suerte me acompaña, cuando vengo por es tos mundos de Dios, y si los seis marcos de plata piña q* traigo en mis alforjas me son cambiados por billetes fuer tes, retornaré para el mes de Julio, con buena provisión de telas y casimires de lana, y recorreré todo el distrito, con lo cual me prometo unas ganancias, que me permitirán*abrir en Huaraz un establecimiento comercial, que le haga la competencia al de don Leonor Angeles, que como saben todos, es el comerciante más acreditado del depar tamento después de Zender y C9 que según dicen está por liquidar sus existencias, para establecerse en Lima; y ojalá don Crispín, que usted que sabe más que pulga en sucia cabeza de indio, me otorgara sus buenos valimien tos, para que pueda vender la plata pina que traigo, que yo lé ofrezco desde ahora, esp’éndidamente, si mis ganan cias dejan un saldo en mi favor, después de deducidos los gastos de este largo viaje, Y en seguida don Mauuel Berúa, entre confiado e inge nuo sacó a relucir ante los ojo», encendidos por la codi cia, del viejo sacristán, los pesados marcos de plata, que en la mano del comerciante se erguía como montañas di minutas labradas en un pedazo de Luna, y después de permitir a don Crispín que también los sopesara y remi
-73 rara* los volvió a colocar en un cajón del mostrador, se guido por la mirada del sacristán que no perdía detalle alguno de los movimientos que ejecutaba Berúa al guar dar el argentado metal, y que debió sentir de súbito, la sacudida de una idea genial, que alumbraba su espíritu, como una promesa de liberación de todas las miserias, de las interminables sisas de las ceras de los muertos, de los turbios enjuages de las misas, de los claroscuros de su Vida ds pobre mandràgora de Iglesia, ante quien la for tuna ponía una ocasión propicia para enriquecerlo con un poco de audacia y de astucia. La conversación, entre Berúa y Crispín de los Angeles, se prolongó todavía algu nas horas, entre carcajadas amistosas y frecuentes visi tas al saque de chicha espumosa que los dueños de casa habían dejado en la tienda, en obsequio a sa digno huesped, Al filo de la media noche. Crispín de los Angeies, se retiró del aposento del honrado comerciante, deseándole el sueño del justo* y no sin dirigir una mirada furtiva al mostrador, donde envueltos en talegos de cotín, qued iban los tentadores marcos de plata piña, cuya posesión le aseguraría una vida libre del temor a la miseria y de las iras del venerable párroco, que en ese momento roncaba a toda orquesta, en blando y abrigado lecho. Berúa, libre del importuno sacristán, se insumió a poco en el oscuro mundo de Morfeo, muy ajeno a sospechar que sus mar cos de plata, habían despertado la codicia de su am go don Crispín y que pronto pasarían del mostrador de su tienda donde yacían guardados, ai surrón de cuero de po tro que el sacristán tenía en un rincón de la «coica» de su casa y donde ocultaba el producto de sus hurtos hasta entonces magros como su escuálida estampa. A la mañana siguiente-Viernes Santo-a medio día, eí amplio templo de Huántar, *gargoteaba gente, desde eí atrio hasta el altar mayor, y todo el pueblo y sus aleda ños, se encontraba allí, las mujeres de veinticinco alfile res. llenas de adortaos y garambainas, y los hombres con sus trajes de cristianar, ostentando los indios sus pon chos polícromos, donde parecía haber volcado la naturalesa andina, todos sus gamas y colores, y el arte todos sus primores y barroquismos. El Cura don Simón Ayala, era el héroe de la fiesta, redondo y afeitado, hundido en
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una casulla de hilados de oro, y ocelados de negro, ofi ciaba la Misa lleno de gravedad y de unción. Los cirios desde los retablos pintados al pan de oro, coruscaban con luz que el humo de los inciensos velaba como con un gran esfumino. Terminada la misa, se dio comienzo en medio del recogimiento del público a la procesión tiem po ha esperada, y después de la cual tendría lugar el clá sico sermón de tres horas, que predicaría el párroco dei pueblo. Presidía, el cortejo místico, la imagen de San Juan, sobre andas que cargaba la mozería del lugar, lue go seguía Santa María Magdalena, perdida y pequeña en medio de una selva de cirios, porque era 1^ santa de las pecadoras que después de haber entregado la carne al diablo, daban el hueso a Dios, y a continuación, venía la santa imagen de Jesús de Nazareth, entre cuatro solda dos romanos de gesto fiero y pagana fealdad, y doblega do bajo el peso de una cruz de chonta, que guardaba enorme desproporción con el tamaño del Cristo de sua ves formas delicuescentes. La procesión rodeó la vasta plaza de armas, y volvió al Templo cuando ya el sol como el enorme ojo escaralata de un cíclope vencido, despedía sus últimos chispazos, sobre la cadena de cerros que re corta el cielo de Huántar en su parte occidental. Termi nada la procesión se dio comienzo a la ceremonia llama da de ía desclavación, en la que el párroco Ayala dejaría oír su cálido verbo, cuyos efluvios de encendido fervor fulminaría a los judíos deicidas, a los paganos cínicos, y por repercusión inevitable a los pecadores congregados bajo el católico templo de una parroquia andina, que luen gos siglos después de Jesucristo vuelven a crucificarlo, hora a hora, minuto a minuto, en el madero sangrante de nuevos y exquisitos pecados. Con rapidez y sin alborotos notorios, fueron levanta das en el centro del crucero de la nave central, las tres Cruces que servían para la ceremonia de la desclavación. En el centro se alzaba la de Jesús, de imponente altura, y en cuyos extremos fulgían las agudas virolas de plata, al lado derecho el buen Dimas, ef ladrón dulce de Samaria, y la izquierda el fiero Gestas, cuyo rostro ocelado de bar bas hirsutas,.tenía cierta semejanza con el de don Crispió de los Angeles,el apacible sacristán de la Iglesia de Huáa-
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tar, que tal vez por esa lealtad de la semejanza, no podía contarse en el número de los buenos ladrones. Una vez ter minado el arreglo de la escena, y en medio de la espectación de los feligreses, cuyo silencio permitía diferenciar el chisporroteo de los velones, el cura Ayala subió al Pulpito, mientras los santos varones, subidos en lo alto de Las Cru ces, y revestidos de lo morada túnica Que debieron osten tar Nicodemus y José de Arbimatea, en el monte Calva rio, esperaban las órdenes que desde el púlpito y con voz tonante, les daría el santo párroco para comenzar la tarea de quitar los clavos de las manos y pies del Cristo. En e) Cabildo que comenzaba hacia el medio de la nave y termi naba en el pretil de las comuniones, se encontraban los funcionarios del distrito, Alcalde, Gobernador, Jueces de Paz, y demás «clarísimos» de la sociedad huantarina, me tidos dentro de sus vestidos negros, como convenía a la severidad dei instante. Entre ellos, y en sitio preferente, especialmente escogido por el cazurro sacristán, se encon traba nuestro comerciante huarasino don Manuel Berúa, atento como ninguno a los divinos episodios que tenían lu gar cerca de él, y pensando tal vez en los magníficos pro ventos y dineros que le dejaría, la compacta muchedumbre que ante él se cerraba en círculo más compacto que el de los nibelungos, y que al día siguiente—pocas horas faltaban~acudiría a su tienda para disputarse las ricas telas, los macizos marcos de plata pifia, y demás artefactos de co mercio, que en ella tenía, entregándole en cambio limpias monedas, que luego- se transformarían en otro» tantos marcos de plata piña, telas costosas, perfumes, y diversos artículos con los que volvería a Huántar, para sucitar de nuevo la angurria de los presuntuosos hijos de la entonce# rica región, En el Púlpito de la Iglesia, el cura Ayala, comenzó a explicar a sus oyentes, el misterio de la pasión ele Jesu cristo. Su voz que subía de tono, con cada nueva Interpre tación del santo misterio,agitaba a los concurrentes en invi sibles estremecimietos de contrición y de sincero dolor. Só lo Crispín de los Angeles, el santo varón que debia descla var uno de los biazos de Cristo, permanecía impasible y en las vírgulas de su cara, no se notaba el más leve movimie» to# Pero de pronto, y sin que nadie Jo advirtiera, Uri&pm
de los Angeles desapareció y sólo quedó del otro lado del crucero del sagrado madero, el otro Santo Varón, don Melitón Prado, cuya prominente nariz, parecía labrada a gol pes de hacha. Don Mannel Berúa, extasiado ante la pala bra divina, tampoco notó la ausencia súbita del santo Va rón, y aunque la hubiera notado, no habría podido preve nir el origen de semejante fuga en el momento en que su presencia era más necesaria, en ese sitio, pues ya habría de comenzar el acto material de la desclavación. Hubiera surgido en su mente afinada de comerciante suspicaz, el presentimiento de un robu y tampoco habría podido evi tar el mal pretemido, porque era tan compacta la concu rrencia al templo, que no habría podido salir de él, para dirigirse a su tienda. Minutos después, el orador comenzó aílá en el Púlpito a dar las órdenes rituales, para que los s ntos varones retiraran los clavos de la crucifixión, a fin de bajar el divino cadáver de Cristo y depositarlo en los amantes brazos de la virgan María, que ailí, al pié de la Cruz, lloraba doblegada sobre el dolorido regazo. Pero al dirigirse a Nicodemus, con la fiase de orden«Santo Varón desclavad la mano derecha»- el cura Ayaia, observó que Crispín de los Angeles no estaba ^n su pues to. Interrogó con el gesto, al otro varóa, que hacía de José de Arimatea, recibiendo por toda contestación un movi miento de hombros, que significaba que Meiitón Prado ignoraba el paradero del santo don Crispln. La gente co menzó a inquietarse, mas en el momento en que un oficio so se disponía a reemplazar al santo varón aumente, apare ció nuevamente en lo alto de la escala que conducía al ca bezal de la cruz, el bueno de Crispín de ios Angeles- serio, hierático, frío como debió estarlo el verdadero Nicodemus y sacando de las honduras del bolsillo de la iónica morada, una tenaza y un martillo, empezó a sacar los clavos que perforaban las augustas manos del nazareno. José de A ri matea hizo lo mismo, y el cadáver faé bajado por ambos santos varones, mientras el mujerío se convulsionaba en un estertor de llantos y gimoteos beatos, y los hombres de rodil as se golpeaban el pecho con fervor y compunción. El órgano del templo tocado por un organista venido de Huari con ese fin, atacó las melodías místicas del ritual, y poco después cuando ya la noche posaba su ala negra sobre la
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tierra, se retiraron lo? feligreses haciéndose lenguas de la oratoria del padre Ayala, y comentando cada cual, los su cesos del sagrado día, que tan velozmente había termina do, y pensando que el año siguiente la fiesta sería aun me jor. Don Manuel Berúa que nada había sospechado, des pués de dar algunas vueltas a la plaza en compañía de al gunos amigos, prometiéndose saborear las pascuas, mejo res de su vida, con ls venta de sus marcos de plata y de más mercancías, se dirigió a su oposento y al intn duc;r la llave en la mirilla del candado, notó que éste se encontraba abierto, no obstante de que poco antes ál dirigirse a )a 1 glesia, había tenido especial cuidado, en cerciorarse de que el candado estaba bién asegurado y sólo después de„ verifi car varias veces, esta circunstancia, había tomado el cami no de la parroquia. Con la sospecha de un golpe audaz a su fortuna, penetró en la tienda, encontrando el cajón del mostrador, abierto y completamente vacío tan limpio y li bre de los talegos que contenían los marcos de plata piña, que se diría que el vacío absoluto se habia localizado en el mostrador del comerciante, como para apoyar la razón de la sin razón, de los que creen que tal fenómeno es posible. Los estantes que poco antes se cimbraban al peso de los atados de telas, rumos de casimires, baratijas, abalorio?, joyas baratas, y demás trebejos de comercio, estaban lim pios hasta del polvo y de !a brizna, y sus casilleros vacíos se reían entre sus mandíbulas de palo, de la perplejidad del comerciante. Convencido de que el autor del robo y de su miseria no podía ser otro qus el santo varón, pues sólo entonces vino a recordar la súbita escapada de Crispín de los Ángeles, de ¡a Iglesia, en momentos en que él, nada podía hacer, por salir del lugar en que estaba; su agita ción al regresar minutos después, y asociando esa fuga al robo mismo, persuadido de la tremenda verdad que echaba por tierra su aéreo castillo, comenzó a llamar a grandes voces a los vecinos, a los dueños de la casa, y a cuantas personas se hallaban todavía en la plaza, y les mostró su tienda absolutamente vacía, su riqueza desapa recida, mientras Cristo agonizaba en la Cruz, su vida de trabajos, deshecha, y les expresó su convicción de que el autor era el sacristán Crispín de los Angeles, que había aprovechado del recogimiento de los feligreses dentro del
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templo, del silencio de la plaza, y de la inmovilidad de su I amigo Berúa en el Cabildo preparada por él, para dar el || golpe con todos los firuletes de un veterano ladrón. Soli-11 citadas las autoridades del pueblo, junto con una muche- I I dumbre de vecinos adictos a Berúa, que tenía muchos co- ]| nocidos en el lugar, se dirigieron a la casa del sacristán, II que no distaba más de cincuenta metros de la plaza, en- I I contrando que el pájaro había volado. Don Crispín no era 11 habido por ninguna parte, y nadie podía dar la menor no- I I ticia sobre la dirección que hubiera tomado; parecía que 1 la tierra se lo había tragado, y después de inútiles pes- I I quizas se abandonó toda tentativa por descubrir el para-J| dero *del audaz sacristán. Este entretanto galopaba en una buena acémila que te*.J nía preparada desde la víspera, camino de ia capital delI I departamento llevando consigo los objetos que tan fina* i mente había podido robar al pobre don Manuel Berúa,con j ánimo de pasar después a los pueblos delCallejón deHuay- j ' las, mercarla plata y especies robadas, y volver a Huan-1 tar cuando ya el escándalo se hubiera disipado en el re- j cuerdo de los hijos del lugar. Don Crispín viajaba ufano.1 de su hazaña y evocando los episodios del atrevido lance. ¡ Resuelto a salir de pobre, en cuanto vio a Berúa guardar 1 sus marcos en el cajón del mostrador, imaginó el plan q‘ | tan buenos resultados le había dado. Y en el momento en 1 que el cura Ayala aplastaba con su pintoresca oratoria d e l viernes santo, a su compungida feligresía,había descendi- I do de lo alto del brazo de la Cruz cuya desclavación se le | había encomendado, luego una vez en el suelo, había ga- 1 nado la puerta de la sacristía, que se abría en un extremo 1 del crucero y saliendo a la plaza.se había dirigido a la tien- 1 da de Berúa y rompiendo el candado que aseguraba la puerta, penetrara al interior y después de extraer sin ser visto por ojos humanos, todos los tesoros del comercian te que en esos mismos momentos escuchaba enfervoriza- i do la divina palabra, habíase dirigido con ellos a su casa I distante menos de cuarenta metros de la Plaza,y luego de ocultarlos como la premura del tiempo lo exigía, había re- ¡ gresado a la Iglesia en los precisos instantes en que el j cura y la muchedumbre reclamaban su presencia para dar comienzo a la santa labor de quitar los clavos de la cruci- j
- 79 — fixión, y sin que nadie ni el mismo Berúa pudieran sospe char del motivo de tan inusitada ausencia. Todo ello ha bía pasado en menos de diez minutos, y allí se encontra ba ahora, camino de Huaraz, seguro de que las gentes lo creerían huyendo hacia la montaña, o todavía oculto en alguno de los cortijos próximos, dejando a Berúa sumido en el dolor y en la miseria. Sobre todo en la miseria, por que fué menester que don Manuel, que había quedado só lo con el vestido que llevaba encima, acudiera a la muni ficencia de los amigos para poder salir días después con dirección al suelo natal, sin alforjas y sin blanca a reco menzar de nuevo, con más experiencia de los hombres, la penosa! pendiente de la vida. El santo Varón había devenido mal ladrón. Y huyen do hacia Huaraz, con la negro barba híspida, moteando la alba túnica, que vistiera en la santa ceremonia, y que no había tenido tiempo de cambiarla por el vestido de diario, cogido a los crines de la bestia que cabalgaba, y llevando en la grupa, gordas alforjas conteniendo las co sas robadas, el santo varón, parecía, el mismísimo Ges tas, que escapado de su tosca cruz de quebracho, huyera del sermón del cura Ayala, lejos muy lejos, llevándose en los talegos de cotín el alma del buen Berúa, y en el fondo de ios zurrones de baqueta el buen nombre de todos los s mtos varones de la tierra. Y desde entonces, en Huántar, se solía decir, y ello durante muchos años SANTO VARON, MAL LADRON-
LA HEROINA DEL AMOR GASTO ^ j^ o liv a r llegó a Huaraz a principios de 1824. En es ta ciudad fué donde organizó las fuerzas liberta doras que meses después habían de vencer definitivamen te al hasta entonces invicto ejército español en los cam pos de Junín y Ayacucho. La generosidad de los patrio tas de Huaraz al entregar cuanto tenían, al Estado Mayor de Bolívar, para el sostenimiento del ejército, inspiró al
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Libertador el célebre Decreto en el que califica a la capi- j tal del Corregimiento de Huaylas con el título de “Muy j generosa ciudad de Huaraz», elevándola al rango que ac- 1 tualmente tiene. Cuando Bolívar hizo su ingreso aHuaraz, j en medio de la pompa y el fausto con que era recibido en ; las poblaciones que recorría en su larga campaña y entre las muchas personas que salieron a esperarlo, hasta el lu gar llamado desde entonces «El Recibimiento» que se en cuentra a dos kilómetros al Sur de la ciudad, en el cami- * no a Recuay, estaba doña Manuelita Moneada, delicada gacela de veinte primaveras, descendiente auténtica de aquellas subyugantes «Huaraz» que causaron la admira- , ción de los Jefes quechuas del ejército del General cuz- j queño Capac Yupanqui, cuando a fines del siglo XV, rea- i lizaron la conquista del señorío de «Pumacayán», mujer ■ de eruditas formas, elegantes y finas como las de los gla- ¡ ciares que circuyen la blanca ciudad de Luzuriaga, de manos breves y albas como pétalos, y de ojos tan profunda mente negros que se dijera recortados de un trozo soli dificado de esencia pura de café. Desde el instante que Manuelita Moneada, vió a Bolívar arrogante en su caballo de albas crines flotantes, nimbado de la gloria de cien combates, sintió en su alma veinteañera el aleteo de la primera y única gran pasión de su vida.Su corazón se hin chó de un amor infinito que con el correr de! tiempo ad quirió las formas purísimas del más depurado misticismo. Si Bolívar hubiera llegado a conocer la pas'ón de Manue lita Moneada, seguramente Huaraz habría servido de es cenario a un nuevo amor entre el genio y la guapísima mestiza. Pero el Libertador no llegó a conocerla. El bre ve tiempo que estuvo en Huaraz, la agitación de la cam paña que lo traía preocupado en la obsesión de cumplir la palabra que diera al General Mosquera, cuando en la entrevista de Pativilca, enfermo y triste le dijera que só lo pensaba «vencer», y el mismo carácter oe Manuelita, reservado y aparentemente frío, no permitieron al Héroe apercibirse del intenso amor que había despertado en el alma de la romántica hija del Huascarán. De haber cono cido a Manuela y su pasión, Bolívar habría añadido uná página más al capítulo azul de su vida, y su trilogía de Ma nuelas, tendría en su existencia azarosa la sugerencia de
-81 un bello florilegio de amor. Mientras Bolívar permaneció en Huaraz, Manuelita Moneada, no dejó un solo día deconcurrir a los lugares a los que asistía su ídolo, colocándose siempre en los sitios desde los que podía contemplarlo, con fundida entre la multitud, modestamente ataviada, con sencillez y pulcritud, sin esos llamativos ringorrangos de la vanidad pueril y la coquetería ostentosa, y en la con templación del genio ponía toda su alma, toda su pasión, vaciando sobre él, en una actitud de éxtasis místico, toda su amor y su ternura, como si Bolívar al libertar cinco repúbiieas, lo hubiera hecho al precio de su corazón, para siempre cautivo tras las rejas doradas del ensueño. Bolívar sa marchó de Huaraz en Junio de 1824. Desde ese momento la pasión de Manuelita Moneada devino más pura y mística que nunca. Nueva Teresa de un Gristo a la gineta: Manuelita colocó sobre su modesto lecho el retrato del Libertador, y ante él con fanático fervor, encendió una lámpara entre ramos de olorosas flores, haciendo el voto de mantenerla encendida hasta su muerte. Todos los días al levantarse, Manuelita renovaba con unción la luz de la lámpara y las flores de los búcaros, y de pie ante el retra to del amado, le musitaba la plegaria de su amor, Y a fin de cerrar el corazón a toda otra pasión, se encerró en su humilde casita de la calle de Belén, de la que sólo salía Jos domingos, al rayar el alba, para oir misa en la Iglesia del barrio, volviendo luego a su vida de amoroso deliquio. De este modo y leal a sus votos, jamás aceptó el requerimien to de ningún galán, ni dio cabida en su pecho a otro afec to que pudiera macular el de su gran pasión. Así vivió muchos años. Como no permitía a ninguna peráona el acceso a su dormitorio, nadie se apercibió de tan extraño amor, Pero una mañana del año 1860, la puerta de la casa de Manuelita permaneció cerrada, y a poco cundió por el barrio, el rumor de que Manuelita se encontraba en agonías. Avisado sus parientes, acudieron al domicilio de nuestra heroína y la encontraron moribunda, los ©jos aun encendidos por la llama de su gran pasión, vueltos hacia la imagen de Bolívar, y los labios balbucientes de los que entre gemidos salían también, expresiones de amor corno plegarias postumas de su pobre corazón. En la lámpara siempre encendida, la luz ya débil se extinguía lentamente
- 82como la vida de Manuelita, y las flores ya marchitas des hojaban sus últimos pétalos. Nadie se atrevió a preguntar le sobre el secreto de su pasión pero, todos adivinaron que Manuelita moría víctima de su amor. Momentos después expiró y con el último suspiro, se apagó también la luz de la lámpara votiva, que durante cuarenta años había per manecido encendida ante el retrato del Libertador. Para el vulgo, Manuelita Moncada,fue dorante muchos años «la viejita de Bolívar» pero si se considera el perfume místico de ese amor de su vida, la lealtad religiosa con que mantuvo durante cerca de medio sigfo, viva y encendida la lámpara de su adoración, como el fanático ante su icono Manuelita Moneada debe ser llamada la santa de Bolívar, o la heroína del amor easto.
Arturo Jiménez Borja Médico« catedrático, escritor y pintor de des tacada figuración en las letras y las artes nacio nales. Es uno de los temperamentos más interesantes de la nueva generación intelectual peruana. Compartiendo su vocación científica con sus
inquietudes artísticas ha realisado valiosos traba jos en uno y otro campo, asentando un sólido pres tigio como investigador y como logrado cultor del arte vernáculo. Su afán por la captación de motivos folklóricos lo ha llevado por las distintas regiones del país de las que ha recogido los más variados materiales del rico folklore nacional. Ei movimiento literario de los últimos años ha recibido también de Arturo Jiménez Borja, una señalada contribución. En 1939, en compañía de José A, Hernández y Luis F. Xarntn&r, dos nuevos valores, de la? letras nacionales fundó la revista 4,3 T1una de \m m á® serias publicaciones de cultura y arte peruanistas que se ha editado en el país. Entre sus obras importantes, ilustradas por él mismo, deitacan “ Moche1'y “Cuento# Peruanos',,
Sin vecino de C htquián fué una vez e cazar a las fal das del cerro Yarpun. Allí hay una laguna a donde bajan les venados a to m ar agua. Vinchaca, que así se* Harriaba el cazador, se escondió entre las piedras y se pu so a esperar. De proto vió salir del agua a una muchachita que tenía el pelo muy largo. La niña, que era la lagu nita de Yarpun, traía un cuenco de oro en una m ano y en la otra un peine tam bién de oro, Llenó con agua su cuen co, se mojó el cabello y luego se puso a peinar* Vinchaca muy temeroso de la visión se alejó corriendo. L a niña en tonces le dio voces y lo invitó a b'-gar a la laguna. En el fondo, todo era muy lindo y pu ido, Vinchaca no se can saba de m irar ta n ta riqueza. Cuando subieron de nuevo a la superficie la niña le pidió, no contara a nadie lo que había vistu; entonces la lagunita le regaló una piedra blanca no más grande que un puño v le recomendó que eo subiendo a las alturas de Cu^hi-h la arro jara. Vinchaca apenas llegó a Cu>hish arrojó ia piedra. La piedra bajó al monte saltando y al llegar a una pam pita se detuvo. Allí Vinchaca vió a flor de tierra una gran can tidad de plata en hojas* Vinchaca cargó lo que pudo y regiesó al pueblo. En tiempos de necesidad to rnab a al mismo lugar y siempre encontraba plata. E-i el pueblo m iraban con recelo a Vinchaca. Nadie sabía de donde sacaca plata. Una noche en sueños se le presentó la laguna y le dio permiso para contar su secre to. Entonces Entonces Vinchaca llevó al pueblo entero hasta la falda de Cushish y allí en medio del jubilo ge neral les enseñó la veta de plata. Hombres y mujeres car garon ta n ta plata que apenas podían cam inar. F a lt a n do m?dia jornada para lk g i r ai pueblo descansaron en una pam pa, pero movidos por la codicia dejaron sus car gas y regroaron a Cushish a fin de cargar más plata, Pero en vano buscaron la veta, pues por ninguna parte aparecía. Entonces se le ocurrió a Vinchaca volver a Y a i. pun a preguntarle a la laguna donde estaba la veta Cuando llegaron a la orilla Jas aguas del lago se revolvían aiiadas y ante el asombro del pueblo cam biaron colore» varias veces, Entonces todos huyeron aterrorizados,
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TAN A T O R O t il pie del Cerro Yarpun hay una laguna en donde crece pasto dulce, jachi verde y totora» Allí llevan los pastores a sus reses» En Yarpun vive Taita-toro» Es un toro de oro muy grande; el más grande de todos los toros de Chiquián» Más grande que los toros de D o n ju á n Sánchez el rico, Taita-toro vive dentro de la laguna, a veces sale y hocea entre la yerba, se revuelca bramando de gusto; despuéá desaparece. B 1 es padre de toáoslos toros, por eso lo« pastores le respetan y dej *n en un sitio bien visible yer» ba fresca, coca, cigarros.»..
EL ILLA Fn Quillatapa, que está sobre Ghae~-Chan, en el sitio llamado Manga-Puqincho, apareció a medianoche Un illa llorando como un ternerito recién nacido» Tan triste sollozaba que hacía llorar a todas las vacas* Bu vano buscaron los pastores, pues en ninguna parte halla» ron al becerrito* A este illa es imposible verlo vivo. Nadie lo encuen tra O se convierte en piedra o desaparece, Estns piedras tom an la forma de terneritos y los pastores las recogen y tienen en mucha estima. Las vacas las lamen y relamen y así tienen lindas crías y hasta los toros bravos se a* mansan ju n to a ellas. Por todo esto desde tiempos líja nos las entierrkn en los potreros con una soguilla al cue llo para que sep n que no deben escaparse a otro sitio; las conservan con cuidado y engríen con bizcochos* coa miel y con chancaca*
Augusto Soriano Infante Sacerdote e historiador de reconocidos méritos. Es uno de los auténticos valores del departamento de Ancash. Estudioso como trabajador infatigable, es el in telectual que más fecunda obra viene realizando en los campos de la historia y la arqueología ancashinas. Su dedicación a la obra de recopilación de documen tos y de la confección de una guía arqueológica de la re gión lo ha hecho viajar por todo el departamento,reco giendo el más preciado material de estudio y formando el más rico archivo de vistas fotográficas de los monumen tos históricos. En la actualidad,y a mérito de su obra,es Director del Museo Regional de Arqueología. Como publicista formó parte de las planas de redac ción de las revistas «Nueva Era» y «Rumbo» que dirigie ron los intelectuales Justo Fernández y Federico Sal y Ro sas, respectivamente, este último, otro exponente ancashino en las letras y las ciencias. Soriano Infante tiene en preparación su obra capital «Monografía Geográfico—Histórica de Ancash.»
CAPAGOCHA DE OGROS I elebrábase la fiesta de las Capacochas cada 4 años y ^coincidía con la Inti Raymi. Medíante esmerado concurso de belleza, escogíase de las 4 regiones del Tahuantisuyo a las chicas más acaba das en hermosura, de preferencia hijas de gente principal, siendo conducidas las agraciadas con el rango de Capacochas a la ciudad imperial del Cuzco. Preparadas las gentes del Cuzco con la confesión sa lían prosecionalmente con sus Idolos a recibir a la Capacocha, que venía acompañada de la Huaca principal de su terruño, sus caciques y servidores. Para tan solemne recepción, confesábase también el Inca y los de su Conse jo, lavándose en el río Apurimac. Sentado en su dúo de oro, presenciaba el Inca el ingreso de los Idolo 9 a la pla za mayor del Cuzco, en estricto orden las estatuas del Sol, Trueno y las Momias de los incas embalsamados. Dando dos vueltas la imponente proseción p< r la plaza, repleta con la muchedumbre de sus fieles, deteníale de lante del Inca, quien correspondía, con semblante elegre, las venias que a él y a las estatuas hacían los sacerdotes y el pueblo. En este momento, el Inca oraba al Sol, en términos oscuros, para que recibiese|H sus electas. La Coya, con acompañamiento de las pallas, presentaba dos aquillas de oro al Inca para que brindase chicha al Sol, que a vista de todo el reino congregado se evaporaba, como por encanto, para etraerlos a su religión. Luego, por participar déla Dtidad, el Inca refrégabase todo el cuerpo con estas Capacochas. El Sumo Sacer dote degollaba una Llama blanca, asperjando con la san gre de este sacrificio cierta masa de harina de maíz blan co, llamada Sancu de la cual recibían la Comunión el Inca y su Consejo, paonunciando estas palabras :*Ninguno que estuviese en pecado ose de comer esta Yaguar-sancu, porque será parr su daño y condenación» Y, convidando primero al Inca y a las Capacochas, repartíase como re liquias la carne de la Llama sacrificada al Sol a todos los
devotos. Degollábanse 100,000 Llamas para esta festivi dad. Concluida la fiesta, algunas Capacochas quedábanle dedicadas a la Huaca H uanacauri, en el templo del Sol. Adormecidas para b a ja r a unas cisternas sin agua, eran sepultadas vivas. Las demás Capacochas volvían a su lugar de origen, por orden del Inca y p*ra cumplir alli lai. mismas ceremon;a*. Cnda Capacocha tenía Sacerdo tisa especial que le m inistraba la adoración como a g u ar da y custodia de toda la provincia y sus padres g< zaban por ella del privil gio del cacicazgo. • Caquepom a, principal de Ocros, dedicó a su hija al Sol. Era hermosís ma sobre todo encarecimiento y la adolescente mereció ser elevada a rango de Capacocha. Yendo Caquepoma con su Capacocha al Cuzco, significó al Inca, consiguiendo por ella dúo y señorío de Cacique, A su vuelta, con !a beldad divina, su prooia hija T anta Carhua, ceíebrán nse tales fiestas en su ciudad n atal que la hicieron exc’amar« Acaben ya conmigo¡ que \ fa s tas bastan las que en el Cuzco me hicieron!» Selló tan extraordinaria ceremonia el siguiente acto, Lleváronla a una cima, remate de las tierras del Inca, a una legua del asiento de Aya. Alli emparedare.n viva a T anta Carhua, en un depósito muy bien nivelado y con una alacena, a tres estados \de fondo. En este logar sagrado es prenda de adoración^ sentada al uso gentílico, con ropa finísima, ollitas, canta ritos, topos y dij^s de pla ta, obsequios del Inca. En s tíos inmediatos, hallábanse los depósitos de los Caciques para el maíz, con la guarda de viejos camay a s, presididos por el mentadísim o Chaupis Chao. C uanto por élla merecíase el honor del'Cacicaz^ go, superábala adoración de la Capacocha a la de las Huacas y M a llq iis , preparábase hermosas chácaras pa ra sus festas, decollábase muchos cuyes y ofrendábanle cúmulo de sacnf cios. C óndor-Capcha, sétimo hijo de Caquepom a, fué el primer sacerdote dedicado a T a n ta Carhua, cuando su hermana fué exaltada a la jerarquía divina de Capaco cha, la cual era adorada no sólo por sus dueños los caci ques de Urcón sino por el común de las gentes. Muchos no pudiendo acercarse a ella con comodidad, resignában
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se a adorarla siquiera de las cumbres que están a la vista. Referían los ancianos los prodigios obrados por Tan ta Carhua, durante la gentilidad incaica, que cuando se sentian enfermos o tenían necesidad de socorro acudían a la Capacocha con sus sacerdotes, quienes asimilándole a ella respondían como oráculos y con acento dulcemente femenino: «Esto conviene que hagais.. Estando Pilco Suntur, en son de camayo, pronosticó con su muerte el ocaso de la Idolatría y el triunfo del Cristianismo, en los primeros días en q u e 5 e supo la lle gada de los españoles. En efecto, cumpliendo una vez con toda la gente la adoroción a la Gapacocha, Pilco Súntur se m ató espectacularmente, precipitándose de un an dén.
HUARAC - QUICHQUIY PUNCHAO - QUICHQU1 (Leyenda de una toma de regadío para las tierras del Inca) En el célebre convite de Capacochas, hízose famoso el Cacique de Ocros Caqnepoma porque sacrificó a su úni ca hij^i Tanta Carhua, cuyo nombre fúé puesto por el In ca y buscado por suerte de arañas. Hasta entonces no se hacía mucha cuenta de las mujeres en los anales incaicos, excepto de Mama-hiaaco por haber sembrado el primer maíz, ya que ellas eran dedicadas al culto de la Luna, mas no del Sol. Caquepuma dió lustre a su gobierno en la Collana de Ocros. Su obra más notable fué, a no dudarlo, la gran acequia de regadío para las tierras templadas de Aija, donde sembraban los caciques y tenían sus camayos. A dos leguas de Ooros, siguiendo el arroyo que vá a Huanchay, se eneuenerao las que, en otro tiempo, fueron tierras realengas del Inca.
Caquepoma, a la voz del Inca, mandó ju ntar a to:Jo9 los indios «chaupiburangas» para sacar la toma por uno» riscos y despeñaderos. Dificultaba el paso del agua do* lajas inexpugnables, donde consumieron mucho tiempo sin resultado venta joso. El Cacique congregó entonces a los mayores hechí ceros, señalándoles premio, si con su encantamiento da ban libre curso al líquido elemento, y pena de precipita ción, en caso adverso. Era jugar un albor, ante Ir» re nombradas lajas, Huarac- quichqui y Punchao-quichqui. Los hechiceros Collque Cbaico, W ilka Rique, Racha Poma y Nahuin Mangas salieron con suerte, con invoca ción y pacto con su9 genios tutelares. En un día y una no che dos de ellos convertidos en serpientes y los otros dos en luceros, abrieron en la laja una acequia tan bien nive lada y que admira verla desde el camino. En memoria de este prodigio se adoraba el pasaje de Punchao-quichqui y Huarac-quichqui y a los encantadores, a quienes premióse también con reparto de tierras, En cambio, Caquepoma manchó su buen nombre h a ciendo mucha carnicería eon todos los morosos en reñir de sus pueblos y con los fracasados hechiceros,En un buen espacio de las tierras deSingas relucen todavía los innu merables huesos de los infelices degollados. Y con tanta sangre amasó el barro de la calzada de la acequia, a cuya crueldad atribuyen sus quebros.
U PATRON* OE NEPElA Y SU TEMPLO (Leyenda) Por los años 1585, el Rey de España Felipe II obsequió al Perú algunas imágenes; y el Arzobispo de Lima, Santo Toribio se encargó de distribuirlas: un Cristo para la Villa de Santa; una virgen de Nuestra Señora de la Natividad,
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para el pueblo de Guadalupe; y una Virgen del Rosario pa ra el valle de Saña, entre otros lugares; siendo remitidos estos sagrados bultos, como no podía ser de otro modo, a lomo de muía. Los arrieros llegaron sin novedad a la posta de Huambacho, -encontrándose a la sazón de Corregidor don Diego de Acevedo y de Cacique, Susuy—, pernoctando allí, para continuar viaje muy de madrugada. Al día siguiente, a poco de haber caminado,se dieron cuen ta los arrieros de que faltaba, precisamente, la muía que portaba la efigie de Nuestra Señora de Guadalupe. Sor* prendidos y presos de un pánico indescriptible, se lanza ron a la búsqueda por toda? direcciones. Al tercer día fati gados y exhaustos,y dándose por perdidos, se constituyeron ante el Corregidor a manifestarle k*ocurrido. El Corregi dor, igualmente sorprendido por la noticia tan inesperada, procedió de inmediato a mandar un propio ante el Arzo bispo, dándole a conocer el hecho. Pero, el ArzobisDO, sin perder su serenidad habitual, ordenó que los arrieros si guieran viaje hasta el lugar de su destino, sin perjuicio de que las autoridades y vecinos del lugar de los sucesos,con tinuaran buscando la efigie perdida. A los 21 días, y cuan do ya la calma y la resignación se estaba apoderando de los corazones, se presentó un indígena ante el Cacique, y le reveló que junto a El Castillo había visto una muía, sin carga y que no se dejaba cojer. La noticia fue trasmitida, sin demora, al Corregidor, quien, con solicitud encomíable, organizó una pequeña expedición colocándose a la cabeza, junto con el indígana denunciante, y se dirigió al lugar in dicado, en el que, efectivamente, pacía tranquila la mu» 4a, a la sombra de un bosquecillo, a inmediaciones del ma nantial de Pipí. La muía, viéndose rodeada ya de cerca, se remontó a un montículo de algarrobo, donde se encontra ba la carga, junto al aparejo, como colocados adrede. No es para contada la alegría y satisfacción que experimentó en ese momento el Corregidor. Inmediatamente se proce dió a poner el aparejo a la muía, que cedió, mansamente, a todo. Luego 6 hombres se presentaron a levantar la carga, pero fué en vano; se agregaron otros más, y no pudiendo tampoco moverla, exclamaron al unísono ¿ni puñal Se in tentó por tercera vez, junto con el mismo Corregidor, y no consiguiendo nada, asimismo, volvieron e repetir j ni peñai
Por un momento todos quedaron como evetados; se hizo un silencio profundo. Él Corregidor, interrumpiendo, levan tó la voz y dijo: Dejad esta preciosa carga ¡no la mováis! Aquí levantaremos un templo a la Virgen de Guadalupe, que será nuestra rmdre y protectora; y fundaremos un pueblo que se llamará N I PEÑA, que todos hemos pronun ciado espontáneamente. Se construyó una choza provisional, debajo de la cual se güfcrdó la imagen hasta que el cura Asencio de San Galesno dio principio a la construcción del templo, dedicado a la advocación de la Virgen de Guadalupe, mediante limosr i s y el concurso de los fieles que acudían al trabajo. Pero } aralizada la obra sólo a media jornada, por falta de foneos, pese.al entusiasmo y sacrificios del Párroco, y cuando éí-te de.'esperába por obtener recursos, a cualquier costo, p, ra dar cima a sus anhelos, se dio de improviso con un humildís mo indígena, bastante entrado en años. El Padre lo trató, como sabía hacerlo con todos sus fieles; y el indí gena gratamente impresionado por la forma y manera co mo había sido recibido por tan ejemplar sacerdote, se per mitió dt eirle:¿Qué le pasa? ¿Por qt¡é lo veo tan sombrío? A lo que el Padre, humildemente, contestó: Siento morirme con ia pena más honda de no ver terminado el templo; ne cesito dinero para pagar a los braceros y proseguir los tra bajos. Conmovido el indígena, volvió bruscamente la cabe za y le cijo; le daré todr, lo que necesite, pues deseo verlo contento y cumplidos sus deseos. Mañana a esta misma hora (tran las 2 de la tarde) le aguardaré squ!. El Padre Asencio lleno de fe, tornó al día siguiente al lugar indica do, donde fué recibido por Andrés Vilk* que así se llama ba el indígena—reconocedor, por una confidencia que le hiciera su padre, de un tesoro oculto e inviolable, quien el indígena rogó al P. Aser cio, que previamente lo absolvie se e implorara a Dios perdón por la violación de un secreto a éi confiado, teniendo en consideración que así procedía so o en gracia al templo a construirse, dedicado a la madre de C¿i>to. Luego le demandó aceptara como única condi ción &e dejara vendar los ojos para ser conducido al lugar donde se ocultaba el tesoro. Aceptada la propuesta, le ven dó los ojos, y con una soga lo condujo de tal modo que per diera la orientación. Bajaron ambos por un©& escalone®
* -96muy anchos de piedra, y cuando ya estuvieron en el lugar preciso, Vilca encendió luz y le dijo al Padre que se quita ra !a venda, y tomara el dinero conveniente, indicándole los lugares donde se encontraban el oro y la plata. El P. Asencio tomó algunos paralepípedos de oro, que a manera de ladrillos estaban acomodados. Salió en seguida con los ojos vendados nuevamente, procurando recordar los 52 pa sos que había dado para ingresar en la mazmorra. En un lugar apartado se despidió, tiernamente, el indígena para no volver a ser visto jamás. Con tal fortuna el Padre Asen*-, ció continuó con toda voluntad y decisión los trabajos del templo, que guarda la imagen de Nuestra Señora de Gua dalupe, en el mismo lugar donde se erguía el algarrobo, bajo el cual fuera encontrada.
Justo Fernández Profesor i periodista de larga estancia en Huaraz. Desde su arribo a la capital aucashina se ha dedicado con toda consagración a su doble actividad, contribuyen do de manera especial a la inquietud intelectual de Hua raz. En 1934 dirigió el diario decano «El Departamento#. En 1935 fundó y dirigió la revista «Nueva Era»,agrupan do a todos los intelectuales del lugar en su plana de re dactores con los que mantuvo esta publicación hasta 1937, prestando además su colaboración en casi todos los pe riódicos que se han venido editando en Huaraz. En 1943 fundó y dirigió también el semanario «El Pueblo» que le fuera desposeído por la autoridad política por su carácter independiente y popular. Durante el tiempo que tiene de residente en Ancash ha formado parte délas distintas instituciones culturales, entre otras, la Sociedad Turística de Ancash, el Centro Geográfico de Ancash, filial de la Sociedad Geográfica de Lima, la Asociación Ancashina de Escritores y Artistas. H a publicado en el campo didáctico una obra dedica da a la educación secundaria «Lecturas Básicas», en el campo de la crítica tiene una obra por publicar “Abelar do Gamarra, su Vida y su O bra”. Tiene además en prepa ración “Tradiciones y Leyendas Ancashinas”.
LA FLOR DE GÜAGGANCCO (1) (Leyenda de la fundaeión de la eludad Huari) J r a ciudad de Huari, capital de la provincia de este nombre, es una ciudad acogedora, grata y hospi talaria, no obstante su situación geográfica inapropiada y los pocos recursos naturales con que cuenta para su propia subsistencia. Se halla ubicada en una planicie relativamen te reducida, limitada por un profundo barranco,altos cerrcs q ‘ van a unirse a pocas leguas a la elevada Cordillera Blan ca y una quebrada honda por donde corre el río Huayuchaca uno de los afluentes del Puchka que es a su vez añuente del Marañón. Su primitivo nombre histórico fué el de Santo Domingo de Huari del Rey pero de su fundación que debió ser en los comienzos de la Colonia, no se tiene ninguna re ferencia histórica, sólo una leyenda que se mantiene reviVicente, explica cómo se fundó esta ciudad y cómo apesar de su inapropiado lugar continúa siendo ciudad atractiva y grata para vecinos y visitantes que a tan distante lugar llegan. Dice la leyenda que en la región que comprende hoy la ciudad de Huari y los caseríos de Yacya, Acó palca ycircunvecinos, estaba establecido el cacicazgo de los hermanos Huarín, Juan Huarín, quien lo administraba en calidad de Jefe, y María Jiray y María Rupay,todos¡ellos ganados por la cristiandad, devotos de todos los santos revelados y con vencidos de la bondad del Señor a cuyas graciás recono cían las excelencias de sus dominios, ya que en ellos era donde mejor reverdecían los pastos y sus rebaños aumen taban más notoriamente por lo que no dejaban de ser los más decididos propiciadores de la fé cristiana y los más ce losos cumplidores de las recomendaciones de los misioneros aunque no por ello habían logrado decidirse a la edificación de una Capilla más por discrepancias respecto al lugar don de deberían edificarla que por falta de devoción, por lo [1] Flor silvestre de cinco pétalos de colores diferentes que sólo crece rauy escasamente en las proximidades de la laguna de Purhuay, consi derada por los huarinos como flor de la felicidad.
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mismo que cada uno de los hermanos tenían sus secciones señaladas y cada cual la quería para su pertenencia. Y en estas discusiones iban pasando buen tiempo. Hasta que llegó cierto día en que un inexplicable hallazgo obligóles a decidir, la cuestión. Durante un recorrido en que hacían los tres hermanos por los plácidos campos de sus dominios,inspeccionando sus sembríos y pastizales por donde discurrían ¡as manadas trashumantes de mansedumbre y sosiego animando con su triscar el ambiente sereno y suave de las alturas, al llegar a una ligera quebrada.de pronto habíanse dado con la figu ra de una mujer que tenía un niño en brazos, recostada so bre una breve peña que la ocultaba en parte. La presencia de la figuta que al principio los había he cho detenerse y sobrecogerse de temor hasta el punto de casi causarles pánico, instantes después, les había llama do a curiosidad y acercándose sigilosamente al lugar, ha bíanse maravillado del hallazgo. Una hermosa imagen de la Virgen había sido la lara figura que los había sorprendi do en medio de la soledad y el desierto. Llenos de cristiana emoción y fervor religioso, los her manos Huarín, después de cumplir con las reverencias a la Virgen y de elevar su gratitud al Todopoderoso por la gra cia que Jes concedía, corrieron a los distintos puntos de la estancia para anunciar de la buena nueva y reuniendo a todo el cacicazgo, expresóles de la necesidad urgente que había de construir una Iglesia para instalar a Ja Virgen aparecida. El entusiasmo de la población fué general, pero no bien decidida la obra surgió el viejo problema de cuál debía ser el lugar donde debería edificarse el templo, si en la cir cunscripción perteneciente a Juan o en la de María Jiray o en la de María Rupay, pues todos ellos, reclamaban el mis mo derecho y como ninguno de ellos quisiera atender a las razones del otro,decidieron al fin entregarla solución a una justa competencia edificadora de los tres hermanos que llevarían a cabo en sus respectivas pertenencias y el que terminase primero su obra con las debidas condiciones, se ría el triunfante y al rededor de ella se edificaría la ciudad con el nombre de Huarín, que andando el tiempo conoce* ríase más por el de Huari.
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Acordada la competencia, los tres hermanos acudieron con sus respectivas poblaciones a la tarea ansiada, Juan te nía casi la seguridad de que él ganaría a sus hermanas, tanto porque contaba con mejores lugares en su jurisdic ción como por tener mayor número de brazos disponibles que le permitirían sacar adelante su obra, teniendo por descontada a su hermana María Jiray por cuanto ésta no tenía en sus dominios lugar aparente para fundar una ciu dad, condición fundamental para asegurar la bondad del prayecto. Empeñados en la obra, Juan inició su fábrica en el lu gar denominado Yacya, lugar plano y pintoresco, María Rupay en Acopalca, también lugar propicio y de hermosa perspectiva y María Jiray en el Jugar que hoy ocupa la ciu dad de Huari, lugar quebrado y difícil, tanto más cuanto parte de su terreno está cruzado de resquebrajaduras que da la impresión de lentos deslizamientos de su suelo. Los tres hermanos desarrollaren una gran actividad siguiendo casi un mismo grado de adelanto en sus obras sin poder predecirse al cabo de las dos primeras semanas cuál de e lias podría terminarse primero. Peroa[ terminar la tercera semana cuando a Juan no le quedaba ya sino por ultimar un reciduo claro del techado y colocar las cruces en las torres, María Jiray presentóse a Yacya rebosante de ale gría y satisfacción, exclamando: Hermano he terminado mi obra y creo que tenge el derecho de conducir la Vir gen a mí Iglesia. Juan que tenía argumentación a favor para el caso de que María Jiray saliese primero no se desconcertó con la noticia, e incontinente le respondió: ¡¿Si hermana?! Pero tienes que convenir en que el lugar que has elegido para tu templo y la ciudadano es aparente. Bien sabes que aquel lugar no tiene terreno suficiente para el establecimiento de nuestro pueblo, ni agua de que servirse, ni seguridad siquiera de que ese suelo permanezca firme. Tiempos vendrían en que los habitantes lo abandonarían por susincomodidades y nues tra Virgen no podría permanecer en el templo que le has hecho construir. Creo que tienes que aceptar que mi Igle sia sea el templo elegido ya que quedará terminada ma ñana y el lugar en que está ubicada reúne todas las con-
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«liciones para centro de nuestros dominios. María Jiray, que escuchó tranquila las razones de su hermano al punto le replicó con gran serenidad y lle na de optimismo. — Es verdad -le dijo-, pero te diré que yo he pre visto todo lo que me haces notar- Y ninguno de los defec tos que me adviertes será problema para mi pueblo. He colocado en las cuatro esquinas de la plaza un pisco (2) con flores de guaggancco y cualquiera que llegue a mi pueblo sino se quedá se irá llorando. Y respecto al agua, te diré también, que con motivo de amenazar a mi pueblo por el propósito que tuvieron de extraer el cadáver de mi ja que la sepulté bajo de una de las torres, solté parte de las aguas de la laguna de Bombón (3), advirtiéndo’e3 de que si intentasen en su objeto les echaría todas las aguas de esta laguna, dejándoles como muestra de mi poder un hilo de agua que a su entrada al lugar forma una hermosa «paccha», (4) la queabastecerá a todo el consumo que sea menester en cualquier tiempo. De manera, hermano, no tienes nada que objetarme, mi pueblo tiene todas las seguridades y ha de ser el pre ferido y el más acogedor de la comarca. Juan que entre admirado y apenado había escuchado las declaraciones de su ingeniosa hermana, no tuvo me nos que aceptar su triunfo y ordenar a su pueblo que acompañasen en el traslado de la Virgen al templo expe dito y disponer conforme al acuerdo de que todos los po bladores de sus dominios fuesen a establecerse en torno del templo. La colocación de la Virgen aparecida, la Virgen del Rosario,patrona hoy de Huari, revistió un gran aconteci miento. Toda la población Huarin después de cumplir el acto de te colocación se entregó a un jubileo sin ümites entre danzas y bebidas, espléndidamente atendida por María Jiray, quien para mantener ese entusiasmo había también realizado otro milagro,-el de hacer que un sólo cántaro abastezca la cantidad suficiente de chicha para to(2) Vasija cónica de arcilla de regular tam año para depositar chicha. (3) Laguna qne se halla sobre la ciuaad, aproxim adamente a 2 leguas, (4) Churro de agua,
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da la fiesta. María Jiray durante el acontecimiento se había sentído felicísima viendo cumplido su propósito pero una duda vino al cabo a inquietarla, la de si más tarde, olvidando su pueblo do su justo triunfo o hallando sus flores de .guagganco y destruyéndolas, burlarían supropósito y cambiarían de lugar a su ciudad fundada. Y no pudiendo resistir a esta duda, pasadas las horas del jolgorio, púsose a meditar, en la manera en que aseguraría la perennidad de su obra,,pasándose toda esa noche en vela, hasta que -al fin encontró la solución. Muy de mañana y bien ataviada con sus mejores prendas, acudió al templo y se posternó humildemente ante la Virgen encomendando el destino do su pueblo, y una vez cumplido este acto, reunió a toda la gente y les pidió que le acompañasen a la laguna de Bombón a donde iba a cumplir su última obra,, sin hacerles concebir la menor idea de su intención Llegado al borde de la laguna,seguida de un numero so pueblo que silencioso y obediente había acatado su orden, volviéndose, de pronto a la multitud que sorprendida se detuvo, y tomando la actitud de una pro fetisa, les dijo; Sé que-de mi pueblo saldrán algunos contrarios a mi Voluntad, quepretenderán trasladar a la Virgen y a la ciu~ •dad, pero yo les anuncio de que antes de que así lo hicie ren habré echado todas estas aguas sobre el pueblo sin q‘ -nada les pueda librar, pero si vosotros, y los hijos de vo sotros, permanecieren fieles a mi voluntad, yo velaré por Huari y estaré lista a anunciarles de cualquier azote que estuviere a caer sobre vosotros. Esta es mi última obra. Y diciendo estas últimas palabras, rápidamente se volvió hacia la laguna y antes de que sus acompañantes pudie ran reponerse de su Impresión, María Jiray se precipitó •a las aguas desapareciendo rápidamente bajo el hon do caudal ante los ojos absortos de todos los concurreai tes. La obra había sido cumplida y toda la población de lluari, hondamente impresionada tornó silenciosa al tem plo, repitiendo mentalmente las palabras de María Jiray, para hacer después conseja en sus hijos la voluntad de la
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% ' *0 fundadora de la ciudad, y que andando el tiempo cobraría aún más realce, viendo cumplirse el secreto de María Jiray de que quien llega a Huari si no se queda se va llorando.
MAMITA ÜAMANAN [1 ] (Leyenda de la fundación de la ciudad de Chacas) £>n las extensas faldas de los cerros de Huayá,Cam ochas, Lucmabamba, Patarcocha y Huacuy, estri baciones orientales de la Cordillera Blanca, desde tiem po antiguo sustentábanse gran cantidadde ganado.Cuatro familias unidas poseían estos dominios: los Rupay, los Janampas, los Yashaj y los Maki. El escaso número de sus miembros, hasta entonces, no les había permitido fun dar una aldea, no obstante sus deseos de hacer de uno de esos lugares el centro de la comarca, y sobre todo, la fal ta de entendimiento respecto al lugar donde deberían ubicar la aldea, porque cada cual Quería que se hiciese en su respectivo dominiones había dificultado más seriamen te. Las cuatro familias aunque unidas para la defensa de sus pastizales y el común provecho de ellos, permanecían separadas c^da una en las faldas donde desde tiempo in memorial estaban establecidas sus majadas. En cierta ocasión, después de concurrir al centro de adoctrinamiento donde les había dado conocer de la bonde Dios y de los milagros que El permite a ios buenos cristianos que tienen una Iglesia, los más entusiastas ha-* bían lanzado la idea de construir una Capilla en sus domi nios, pero, las discrepancias respecto del lugar, nueva mente, había sido dificultad para realizar el proyecto.Mu-* cho tiempo hubieron de pasar en este desacuerdo,sin que nada hiciera predecir de una próxima o lejana resolución (1)
Aquí ha descansado la Virgen*,
- 105 a emprender la obra deseada, hasta que en un inesperado día, una milagrosa aparición vino a decidirlo todo y las cuatro*familias, ganadas por un sentimiento religioso dis pusiéronse a la edificación de una Iglesia y con ella a ia fundación>de un nuevo pueblo. Era una tarde cuando el sol ya débilmente iba apagán dose en las cumbres y de las quebradas lejanas una sombra espesa comenzaba a crecer abrazándose a los flancos de las colinas,momento en que los rebaños antes de reco gerse a sus majadas marchaban sosegadamente a las vo ces refocilantes de los pastores hacia la hondonada que cir cundan los cerros de Huayá, Camchas, Lucmabamba, Patarcocha y Huacuy, lugar pantanoso y entrecruzado de zanjas, algunas de ellas profundas y donde se abre ha cia la margen derecha del río Chupín, como una boce tier na y fresca una pequeña fuente de aguas cristalinas que servía de abrevadero a. todos los rebaños, de pronto éstos se vieron confundidos y arremolinados sin querer conti nuar su marcha. Los pastores que esta vez eran cuatro ni ños pertenecientes a las cuatro familias, extrañados de tan inusitado hecho, al escrutar el llano para informarse del motivo que tan raramente impedía la marcha de sus rebaños, alcanzaron a distinguir a la orilla del manantial y hacia el lado de la peña que se levanta señera en la hon donada una mujer con un niño al lado dedicada a un agi tado lavar de ropas. Llamados en su atención, sobre todo después de conven cerse de que aquella mujer no advertía las llamadas que le hacían a grandes voces y sibidos, ios cuatro pastorcílíos decidieron acercarse a tan curiosa persona para increpar le de su imprudencia. Pero extraño hecho, pronto aov rtieion. La n ujer que se dedicala al lavado, de pronto que dóse erguida y en forma estática. Los niños que no espera ban esta transformación, se sorprendieron del raro fenò meni» y espantados echaron acorrer hacia el rebaño .Reu nidos aquí, y temerosos de que un fantasma fuera, acor daron ir a avisar a sus padres y tomando cuatro direccio nes distintas en precipitada carrera ganaron sus chozas. La llegada inesperada de los niños alarmó a las fam i lias quienes no podía colegir qué fenómeno extraño podía haberse presentado en esos lugares, Escucharon también
- 106 — impresionados el relato y movidos todos por la sorpresa acudieron luego a la fuente. En efecto, desde la distancia divisaron que sobre una grada de la peña se erguía una mujer teniendo a un’ niño en un brazo. Y desvanecido todo temor se dirigieron hacia ella. Las cuatro familias se dieron el encuentro y juntas avanzaron hacia la peña, pero cuando ya se encon raban muy cerca a eila, una honda impresión los detuvo a todos. Sobre la grada la imagen de una Virgen se presentaba a sus ojos y detrás de eila parecía resplandecer una pálida luz. L ds absortos pastores que de un milagro ya no dudaron, pronunciaron emocionados: ¡Es una Virgen! y cayeron todos de rodillas. Sobre las altas colinas un ligero resplandor iluminaba ¡os contornos y en un rincón del llano el rebaño iba toman** do un sosegodo descanso. Momentos después, cumplida la veneración a la Vir gen y los preces al Señor p jr el milagro que les había de parado, las cuatro familias acordaron construir una Igle sia expresando al u h í o 10 Mashoj ¿Marca, (2) como lugar, partiendo todos a emoezar inmediatamente la obra. Focos días bastó para concluir la fábrica y terminados los últimos arreglos, una fiesta organizaron para celebrar la colocación de la imagen. Precedidos de músicos y danzantes marcharon los pas tores hacia la Virgen y cumplida la ceremonia de adora* c.ón, lus cuatro jefes de las majadas procedieron a bajar la imagen. _ La obra no fué difícil, pero al quedar desocupada la peña, un nuevo motivo de admiración paralizó a la concu rrencia. SJt?re la porosa y dura piedra dos huellas de pies, una de mujer y otra de niño, se descubrieron al instante ante los ojos maravillados de todos las asistentes que nuevamente emocionados cayeron de rodillas expresan do. \Mamita Jam anánl |Mamita Jamanán\ reconociendo a la peña un cuerpo sagrado. El traslado y la colocación que después llevaron a ca bo todo lo cumplieron sin mayores dificultades y dentro de la más severa unción religiosa, pero al día siguiente (2) Lug«*r plano y spropòsito para una población, cercano a Chacas.
- 107 — cuando más jubilosos estuvieron a venerar a la imagen, se encontraron con que la Virgen había desaparecido. Nadia podía explicarse cómo; la buscaron por todos los luga res circunvecinos, creyendo que algún profano la hubie se ocultado, pero por ninguno de esos lugares la hallaror. Muy apesadumbrados y juzgando que la Virgen los hu biese abandonado marcharon todos desconcertados hscia la peña para implorar su retorno, aunque ya sin esperanzas de poderla tener. Cuando hecho maravilK so percibieron. Sobre la misma peña la imagen descan saba como la vez anterior. Juzgaron entonces que ma nos misteriosas la hubiesen trasladado durante la noche para causarles esa pesadumbre, y no sin hacer promesa de velarla en adelante, procedieron, regocijados a trasladarla nuevamente a la Iglesia, ¡pero misterio anonadante!, el ca so se repitió a pesar de sus cuidados.sin que ellos lo aperci bieran. Entonces, muy contristados pensaron de que no habían entendido la voluntad de la Virgen y de que esas huidas, les decían bien de que no otro lugar debería ser el de su templo que aquél donde había hecho su aparición y a donde retornaba persistentemente. Convenido en ejecutar la nueva obr?, procedieron in mediatamente a llevarla a efecto. El terreno no era apro piado, los lugares vecinos demas ado pantanosos pero los trabajos se emprendiero sin la menor dificultad, só lo la fuente resultó imposible de desecarse y la peña también imposible de retirarla pero n ’nguna de ellas dificultaban la obra por lo que ambos accientes no pndieroji sino dejarlos dentro del templo. Terminada la obra co mo había sido de espera procedieron a la colocación y &1 arreglo de la Virgen sin el menor contratiempo. Por varios días, sin embargo, las cuatro familias se mantuvieron al cuidado de la virgen, y como se convercieran de que ya no había motivo de temor respecto de la desaparición de la imagen ni de ninguna otra exigen cia de la Virgen, dándose por satisfechos de su obra, pen saron entonces de que tampoco era dable de que ellos la abandonasen a la soledad y a la sola visita. Juzgando de que la Virgen había venido a ellos y la Iglesia se había construido a su voluntad y a su protección, era de necesi dad de que todos se avecindasen a su torno y constituye
— 108sen el pueblo que por mucho tiempo habíanlo querido y só lo por discrepancias respecto al lugar ro lo habían logrado» Entendida esta nece idad imperiosa, las cua tro familias acordaron inmediatamente trasladar sus majadas al llano, al rededor del templo y en dirección al lugar de donde procedían: Makis y Janampas a un costa do y Rupays y Yoshajs al otro, con lo que andando el tiern* po constituirían los dos barrios de la ciudad: Chacas v Macuash y que ror desarrollar más el primero impondría su nombre al pueblo. Los misioneros que a poco llagaron a la comarca pron to fueron informados de esta aparición y de la Iglesia construida y trasladados al lugar donde oficiaron una cere moniosa misa, exaltando el espíritu religioso de los pasto ree, les reveló que aquella Virgen aparecida era la Virgen de \a Asunción y a quién debían íeconocerla Patrona del pueblo. Desde entonces todos los vecinos de Chacas siguen re conociendo a la Virgen de la Asunción, patrona del pueblo, y al lugar donde se ha erigido el templo donde se encuen tran la fuente de aguas cristalinas y la peña con dos hue llas de pies, siguen llamándolo devotamente Mamita Jamanán.
EL ENCANTAMIENTO OE LA LAGUNA DE PURHUAY A dos legu&s de la ciudad de Huari y a poca distan* * c i a del lado sur del camino que va a Chacas, se dis tingue una hermosa y reluciente laguna conocida con el nombre de Purhuay. La forma que ofrece a primera vista es la de una mujer echada sobre el grisáceo campo rodea do de altos cerros donde parece como descansando en apa cible sueño. Los ojos de quien la contempla no pueden di simular la sugestión que ofrece de un verdadero encanta miento, y la leyenda que de ella se cuenta no deja también de maravillar, cuando al recuerdo vivo que de ella se hace, se tiene la singular circunstancia de que sólo en esas proxi-
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mídades nace una flor bellísima y rara, la flor de guagganco, (1 ) que sólo aparece para cada l 9 de mayo, y que &s jóvenes casaderas de la región, reconociéndola flor de la felicidad o de la fortuna, todosí los anos, en esa fe: ha, van en busca de la preciada flor, que por rara coinciden cia sólo es una la que la encuentra, la que indefectiblemen te, en el curso del año recibirá el premio de la buena suer te, la felicidad o la fortuna. La leyenda que de ella se cuenta, -dice que hace muchí simos años, quien sabe a pocos de fundada la ciudad de Huari por ios hermanos Huarín, cuando todavía lo forma ban su legendaria Iglesia y unas cuantas decenas de cho cas dispersas, vivía en dicha localidad una modesta fam i lia de numerosos hijos, cuyo padre que se dedicaba al ne gocio de leña, difícilmente ios podía sostener, y que pa;a lograr sus pequeños recursos, empeñoso trabajo tenía que realizar, pasando el mayor de su tiempo en las vecindades de la laguna ^onde muchas veces agotado por la dura labor caía desfalleciente, y sin poder ya retornar a la lejana po blación tenía que pasar en esas mismas vecindades largas y frías noches. La vida del pobre leñador tan dura como miserable mu cho llamaba a compasión, pero eran muy pocos los que acudían en su socorro. En cierto tiempo, enfermó^gravemente uno tle sus menores hijos, el padre en vano solicitó un piéstamo de unos cuantos centavos para comprarle un pedazo de jerga y abrigar ál enfermito que se sacudía de frío bajo un deshilacliado camisón que le cubría apenas su macilen to cuerpecito. Su desesperación fué. grande, y precipitada mente se marchó a la laguna en busca de un poco de leña para traer a la población y con su expendio adquirir lo que no le era posible conseguir a cuenta de sus leños. Su llegada al lugar de' aprovisionamiento fué'de'una pgitada búsqueda. Pero ¡grande desgracia! parecía que para esa tarde hasta los leños habían desaparecido» Por todas partes buscó, y -caída la noche, no había reunido ni [1] Flor silvestre de cinco pétalos de colores diferentes que sólo crece muy escasamente en las proximidades de la laguna de Purhuay, consi derada por los huarinos como flor de la felicidad.
-110síquíera nn despreciable tercio. Desconsolado y triste el leñador acercóse entonces a la orilla de la laguna y tomando unas hojas de coca de su casi vacío huallqui (2), sentóse a la misma vera de la la guna y púsose a chacchar (3) para saber de su' coca la suerte que esperaba a su pobre hijo. Pero, ¡oxtraño anuncio! Su coca, lejos de serle amar ga é insopoitable como la esperaba, le supo agradable y dulce. ¿Que podía ser? La mejoría del enfermo, pensó pronto el leñador, y tranquilo siguió katipando (4) Pero, nueva sorpresa llenóle de honda duda. Su coca le anun ciaba luego, grande alegría para su hogar y un viaje lar go para é!. Esta revelación ya no pudo creeria.Estaba tan convencido de que su suerte no podía ser sino la de la miseria y que para él no podía haber más viaje que el que acostumbraba a hacer a la laguna, que no pudo pensar sino de que su coca le e-taba engañando, aunque esto tampoco le era admisible. Y en la duda y ei dolor, aun que saboreando la dulzura de su coca, a la vera de la la guna, sobre el suave y mullido borde fué quedándose profundamente dormido. No habría descansado muchas horas cuando un in usitado rumorlodespertó súbitamente encontráidose des concertado ante la presencia de una extraña mujer que acudía a él muy solícita. El leñador, creyéndose ante un fantasma, trató de incorporarse para emprender su hui da, pero la extraña mujor, acercándosele más hablóle muy dulcemente, diciéndoíe que venía en su socorro y que no tuviese desconfianza de ella. Mas como el leñador pretendiese siempre librarse de su presencia, la descono cida mujer tomólo luego de un brazo y expresándole que iba pronto a convencerse de su auxilio, arrastrólo rápido aguas adentro sin que el leñador tuviese tiempo para ha cer la menor resistencia. Arrastrado así, a la laguna, no bien pisó la misma ori lla húmeda» con gran extrañeza para él, vióse bajar por hermosa escalinata de mármol llevado por bellísima jo(2) Bolsa decu«ro con tirasr que llegan p e d e n t e del hombro los ind^ genus y eu el eual guardan la coca para el consumo diario, (3) M asticar coca. (4) M asticar coca esperando un anuncio»
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ven que iba haciendo flotar riquísimo y alado vestido blanco, sin poder colegir, ante cuyo espectáculo, qué ra ro encantamiento podía exisitir bajo esa laguna. Llegado alJfinal de la escalinata, un lujoso palacio des cubrióse ante sus ojos, deshabitado y silencioso pero cui dado y alegre por todas partes. Ante él detúvose de pron to la misteriosa joven y tomando luego de un lugar que no tuvo tiempo de ver el leñador, una pesada bolsa le puso en las manos, diciéndole que ese era el regalo que le tenía reservado para alivio de sus padecimientos y tra bajos, pero que de ello jamás hiciera revelación a nadie. Y tomándolo nuevamente del brazo por la misma es calinata hí'¿olo ascender hasta la entrada, donde de pron to encontróse sobre la misma orilla, solo y con un pesa do talego en una de las manos. Anonadado con los ojos desmesuradamente abiertos, pensó por un momento estar despertando deüun maravi lloso sueño. Pero iincreible realidad!, el pesado talego que tenía en una desús manos y que tocó luego compro bando la existencia de cuantiosas monedas, le confirma ba de que todo aquello no habría sido sino verdad.Sin em bargo, pensó todavía de que acaso duraba su sueño y no satisfecho de su clara conc'eucia miró a los altos cerros y divisó a todo lo extenso del llano, reconociendo cuanto le era conocido y familiar a pesar de la noche. No quiso entonces dudar más, y aunque la presencia del talego y el recuerdo de la joven bellísima lo confun día grandemente, echóse a andar dirección al pueblo, donde encontró a todos sus menores hijos recogidos to davía en profundo sueño y a su esposa al lado del enfermito velando sus interrumpidos descansos. Su llegada al hogar lo tranquilizó al fin de todos sus tomores, y no pudiendo guardar el recomendado se creto que había recibido, púsose a contar a su esposa, punto por punto de cuánto le había sucedido sin mirar que acaso alguna vez su mujer pudiese referir de la for tuna obtenida a alguna indiscreta amiga que luego haría saber a todo el pueblo. Satisfecha sus necesidades con esa fortuna, sano el enfermo, dícese que el leñador cambió luego su antigua ocupación por la de un pequeño comercio* pensando no
volver más por el lugar del encantamiento. Pero he acjerí que liego un tiempo en que no tuvo leños en su hogar ni puco conseguirlo en ninguna parte, y no pudiendo pro curárselos en ninguna forma, vióse en la necesidad de acudir en persona a procurarse estos elementos a las tfec ndades c’e la laguna, único lugar donde podia bailar as. Y fué entonces* cuenta la leyenda, que el afortunado leñador no retornó jamás al pueblo ni hallólo en parte alguna su atribulada esposa, envolviéndolo todo el más inexplicable misterio^ Los vecinos de Huari que no olvidan este suceso, ase guran de que la bella encantada* habríalo encantado bajo la laguna por no haber cumplido con la recomendación q ie le hiciera, y como en ciertas noches, dicen escuchar se extraños y dolientes quejasen esas vecindades, atribjyé< dolos al leñador encantado, juzgan de que en el fondo de la laguna, en los dominios de la bella encantada, permanece aún el leñañor cumpliendo su inexorable pe na. Y e mo a este suceso se suma el hecho de la aparición de la hei mosa y rara flor de guagganco* la fior de la uict a o de la foituna, la que sólo aparece en esas proximi dades para cada l v de Mayo, todos los ve Jnos de huari y de las poblaciones inmediatas, tienen la certidumbre de que en la laguna de Purhuay hay un encantamiento y ae que es la misteriosa moradora de ese lugar ia que oírete la bella flor de guagganco»la que todos los añus^el 1^ ae Mayo, todas las jóvenes casaderas la buscan ansiosamen te en procura de la felicidad o de la buena suerte.
EL ORATORIO DE MARIA JOSEFA |— I ay a !a vera del camino que asciende Ja Cordilfera ¡ Blanca desde la ciudad de Yungay,,y a una cuadra de la pintoresca laguna de Llanganuco que se tiende
- 113 — croma y luciente al pie del majestuoso pico del Huascarán, un rústico oratorio conocido con el nombre de María Josefa, el cual no teniendo por edificación más que cuatro enormes piedras amanera de muros que encierran un es trecho espacio y otra que las cubre en parte a manera de techumbre, cerrada sus junturas por pequeñss pedruscos, y dentro del cual no hay ninguna imagen, no deja de estar permanentemente iluminado con las ofrendas que viajeros, particularmente indígenas, que por este camino trasmon tando la cordillera van a la provincia de Pomabamba, le ofrecen ya con ceras que llevan con este exclusivo objeto o ya con monedas que los viajeros mestizos depositan en una rústica alcancilla, invocando la protección de María Josefa, y que los moradores vecinos las invierten celosa mente en el fin consabido, en la convicción de que María Josefa es una santa y que es ella la que ampara y favore ce a moradores y viajeros que por esas tierras viven y cruzan las altas y bravias cumbres de la Cordillera Blanca. La veneración que a María Josefa se guarda, se ignora desde cuando viene; la tradición sólo dice que ha muchos años, tal vez un siglo o más, vivía en uno de esos parajes altos del Callejón de Huaylas, una hermosa pastora llama da María Jesefa, muy generosa y compasiva por cuy¿s virtudes era altamente apreciada por todos los pastores de la comarca pero que por fatal destino étta llevaba una vi da muy desdichada y triste al lado de un esposo sumamen te celoso y cruel que no dejaba pasar día sin maltratarla ni imponerle los peores castigos. María Josefa que había venido soporsando este duro trato durante algunos años en los que había perdido dos hijos como resultado de los maltratos que recibía, en la esperanza de que su marido algún día se corregiría gana do por la dulcedumbre con que lo trataba y por el conven cimiento de su fidelidad, al tener su tercer hijo y ver que sus sufrimientos no decrecían, antes bien, aumentaban y hacían peligrar la vida de su hijo, decidió marcharse a tie rras lejanas a donde poder consolarse de tan triste suerte y salvar a su hijo. Y es así que un día en que su marido bajara al pueblo vecino, arreando parte de su manada para realizarla y dar se el placer de embriagarse con el dinero obtenido como
— 114 solía hacerlo cada vez que iba con ganado al pueblo, la be lla pastora echando su hijo a espaldas, seguido de un pequeño mastín que era su único amable compañero de años, tomó el camino de la Cordillera Blanca. Pero el cruel marido, que esta vez, no demoró en el pueblo, y muy pronto hallóse en la majada, al i o encontrar la echóse a buscarla por todas partes y hallando sus huellas tomó" también el camino de la cordillera. María Josefa por lo escabroso del camino y por su pesada carga no había logrado todavía alcanzar las cum bres, y rendida por la fatiga y en la seguridad de que la demora de su marido en el pueblo le daría demasiado tiempo para cubrirías alturas, en las proximidades de la laguna de Llanganuco había resuelto tomar un descanso» y apartandose unos metros del camino había ido a cobi jarse entre unas peñas para estar a cubierto de las mira das de pasajeros que a esa hora podían bajar por el cami no. Y he aquí, que, cuando Mai ía Josefa no había aún co brado un poco de descanso, su pequeño mastín dando un salto repentino de entre las peñas, y ladrando futiosamente, fué éste a encontrarse con su dueño que preso de la más endemoniada ira, ascendía presuroso el mismo camino. El inocente mastín que se regocijara con tan inespe rado encuentro, pronto guióle al iracundo dueño al lugar donde se hallaba la trémula y confundida esposa. La escena que allí se desarrolló, dice la tradición, no es de describirse, sólo de sus resultados cuenta, de que allí, el cruel y despiadado marido dio muerte a la infeliz María Josefa y a su hija, y también al fiel mastín echando luego los cadáveres a la laguna,para ocultar su monstruo so crimen. Pero he aquí, dice la tradición que este suceso no pasó desapercibido por mucho tiempo, pues a las pocas serna ñas,cuando todos los vecinos se hacían penas por la ausen cia de María Josefa y de quien hacía saber el criminal que se habían marchado llevándose cuanto ambos tenían, y que todos también aprobaban íntimamente, conocedores de la triste vida que llevaba María Josefa, comenzó a co rrer la noticia de que de la laguna de Llanganuco a ho ras de la medianoche, salían quejas de una mujer y un ni-
- 115 — fio acompañados de aullidos de un perro. Muchos hubie ron de considerar, al principio, de que ello no sería sino manifestaciones de espíritus malignos que habrían ve i do a residir al?í; otros juzgaban de que sería cosa de en cantamiento, pero andando las semanas, nuevas notici: s vinieron a aclarar el suceso; alguno refirió de que a un atardecer habíase encontrado con María Josefa, su niño y y su mastín que ascendían dolientes por aquella quebra da, alguno otro refirió lo mismo, y como a estas noticias vinieron otras de sucesos extraordinarios ocun idos en el paso del caminó"que bordea la laguna, paso harto peli groso por lo alto, irregular y estrecho en el cual un ac cidente siempre había sido desgraciado, y sus víctimas ja más halladas, y del que comenzóse a referir que desde poco de desaparecida María Josefa,accidentes iguales ocu rrido a mulos cargados que hacían el paso por ese lugar, y que habiéndolos visto desaparecer bajo las aguas,al día siguiente habíanlos encontrado en las liberas cono si nada les hubiera ocurrido. Y como estos hechos eran real mente providenciales como inexplicables, los repetidrs en cuentros con la mujer, el niño y el mestín que ascendían la cordillera y que reconocían todos a María Josefa, los pas tores juzgaron deque María Josefa no se habría marchado a ninguna parte sino habríase encantado en la laguna para proteger a los viajeros, entendiendo que los quejidos y au llidos que se escuchaban de la laguna serían de ella y de su hijo, y de su mastín,-respectivamente, así como los mi lagros que se experimentaban serían de su poder. Y como este juicio hizo conjeturar de que María Jcseía habría si do ura santa, por lo que en viña había sido tan buena y tan generosa, todos los pastores convinieron en er girle un oratario en las cercanías de la laguna. Y fué entonces que, cuando, todos pastores, recorrían aquellas riberas y lugares aledaños buscando el lugar más ptopicio para la edificación del oratorio que, con dolorosa sorpresa, se dieron con el lugar donde había sido as( sinado junto con su hijo y su mastín, la fiel María Josefa. Las dos voluminosas peñas que se destacan a la margen izquerda del camino, que hoy se hallan negruzcas en sus ca ras internas por el humo despedido de tantas velas consumí das en los muchísimos años que han trascurrido del suceso,
—116 — hallábanle entonces fuertemente salpicado de sangre, y en el espacio que hay entre ellos, encontraron todavía res tos de las prendas que habían sido de la desgraciada Ma ría Josefa Los pastores que comprendieron el monstruoso crimen que se había cometido con la bella pastora y su hijo, do liéndose mucho de tan desdichada suerte, reconocieron a este sitio, lugar santo, y colocando una enorme piedra so bre las dos voluminosas peñas y arreglando todo a manera de habitación, acordaron homenajear allí,siempre, fu me moria, seguros de que el Todopoderoso había hecho de Ma ría Josefa, por los singulares prendas morales que había tenido en vida, una santa para su eterno recuerdo y pro tección de pastores y viajeros que por esos lugares viven y trafican................ Es desde entonces que aquel lugar viene siendo respe tado por viajeros y moradores de toda la región, y recor dando la triste historia de la bella pastora que no sólo flu yó dolor y misterio sino también un hálito de fé y de esperanza, los viajeros al cruzar por esas tierras altas, no dejan de detenerse frente al rústico oratorio vacío, y po niendo una cera o una moneda, no dejan tampoco de invo car el alma dulce y ponderada de María Josefa,a quien los naturales siguen reconociéndola santa y protectora de via jeros y pastores ... .......
José A. Wherrems «Abogado y escritor de creciente prestigio. Compartiendo su labor de bufete con el cultivo de las letras, desde hace un tiempo a esta parte, viene dedicán dose, con notable éxito,al ielato folklórico de su tierra na tal. Con el título de Folklore Huailino ha dado ya a la publicidad en «SI Comercio» de Lima y otras publicacio nes, buen número de cuentos, relatos folklóricos y algu nas tradiciones. Dotado de un fuerte temperamento emotivo y una gran disposición para las narraciones,su dedicación a los temas de ambiente regional le aseguran señalando lugar en las letras nacionales.
SHAN 6 O L l norte y, más o menos, a ocho kilómetros del pue blo de Caraz, se encuentra en una encañada los ba ños termales de Shangol. La naturaleza siempre prodigio sa no tuvo reparo en escoger ese rincón paradisiaco, pa ra formar una fuente de salud. Diríase que es una gota de lágrima prendida en los ojos dormidos de una doncella influenciada por un magnetismo de cielo. Los enfermos acuden a beneficiarse en sus aguas y después de un proceso corto vuelven a sus hogares exhi biendo salud. Alrededor de su origen, se han tejido muchas leyendas;pero, tal vez, la tradición ha conservado más nítido el mitológico aspecto de su génesis. Cuentan los indios octogenarios del lugar que una n<> che de pálida luna tuvieron cita dos románticos enamora dos del misterio; se dijeron muchas cosas y se inmutaron luego. Al día siguiente se supo que la joven hermosa, hija de uno de los caciques, había protagonizado aquella aventura. Efectivamente la bella Ushi, que nunca supo de los sinsabores de la vida, sintió la nostalgia de la soledad y su corazón que latía con violencia sintió también la nece sidad de la compañía. Ushi, dependía de !a familia Llacta. Esta familia se componía de un padre anciano sobra rancia de la raza que renegó de la invasión y la no menos anciana madre orgullo de virtud en la camarca. La tradición y el nombre le habían creado al padre una situación expectable en el valle, y en cierto movimien to intestino llegó a ser cacique de la estancia. Era venera do como un patriarca noble. Y, sus miras, aquellas qee siempre soslayaban el pasado de abolengo indígena sufría por el devenir de los años, amargos sinsabores; porque en sus oídos aún sentían la pisada del conquistador que había hollado el suelo que tiempo ha, supo resistir las pisadas de miles de héroes que llevaban en sus hombros las „pesadas
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andas de Atahualpa,desde las sedosas callejuelas del Tumshukaico, hasta los picachos arquitectónicos de Katiama, donde tenian su sede las fornidas siniestras y los mazos que derribaron soldadezcas conquistadoras de oro y fortu na olvidadas de civilización. Moza en sus primeros años, Ushi, jamás pensó en la» eosas mundanales. Su dedicación constante al desarrollo de) afecto habían granjeado la simpatía de los moradores ya casi castellanizados de la comarca, que veían en ella la paloma con el ramo de olivo en el pico, signo de paz y bien andanza en el mundo circunscrito a la campiña de Yanahuara. Joven, recién salida de los lindes de la pubertad, su frente se aureoló de ensueños, muchas ilusiones cobijó su alma tierna, nacida quizá para tocar la gloria, voz suave cual gorjeo de una ave moribunda, inocente estrella que resplandecía en las oscuras y calladas soledades de la noche campestre, su espíritu volaba por las regiones del más allá, su corazón jamás latió para distinto sentimiento y en esta vez se epoderó de ella y la llevó hasta la tumba. Ushi, con la belleza natural de la mujer andina, con la sencillez del puma que se duerme en las calladas punas de los Andes, cultivaba un amor sentimental con cierto hom bre entrado en los dinteles de su gallardía. Llicu, tenía una inclinación desmedida por su adorado ídolo. Una mañana cuando el sol despedía sus resplandores vivíficos cual destrenzada cabellera de virgen placida de amor y enferma de romanticismo, Ushi, salió de su hogar pata dirigirse a la parva en donde había dejado el trabajo del día anterior, para continuado. Allí, Llicu, esperaba co mo un advenimiento la llegada de su idolatrada. Llegó. Se diría una alegría inusitada con bordones de música cam pestre. Es el sentimiento de los campos qwe canta en la vida de los aldeanos. Tocata mitológica que se trueca en arpegio cosmogónico. Es el tañino de Bohanerquez, can tando sus endechas a Magdalena. En esa música tarpial, entre las hierbas de los floridos prados, Ushi y Llicu, se confundieron en un abrazo emocional, con esa emotividad incólume de la inocencia que guarda entre sus suspiros el aguijón de un futuro desengaño. Abandonados a su pro pia suerte, hablaron mucho y muy largo. Las mezcolanzas
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de dos fuerzas secretas del amor. Eros y Anteros se pro ducían. Ellos señalaban el paraje misterioso de la dicha,en donde siempre se tropieza con la nebulosa fantástica del sarcasmo. Y, así, abandonados pasaron los instantes me jores de la vida, en aquel sueño despierto que llamamos esperanza. Pronto después la luna suspendía sobre las montañas su hostia de luz como si un sacerdote invisible la levantara tras los altares del mundo. Febea hermosa corre en su ca rro luminoso halado por cisnes núbeos, Tiñe con su blancu ra de garza voladora el niveo helado de los montes: y hay un arrebol hermoso en el horizonte, también lo hay en el de aquellas almas que se mecen al vaivén del capricho hu mano, Largo instante de indecisión. Tendría que pagar como retribución al cariño desmedido del adolescente Llicu, la bella Ushi, sacrificando el crisol de la virginidad puesta a prueba. Instante supremo en que los cuerpos tiemblan in decisos; titilar de estrellas mironas por agujeros del mun do, suspiros tenues de avecillas entumecidas por el semivendaval de la flora; era una prueba de dominio, de con quistador y conquistado, no podría la hembra, negar al ser amado la vehemencia de saciar su apetito que le enseñó Himineo; su tierna carne de verbena, temblaría como una retama al leve toque del deseo hecho fiera y hecho fauces. Supremo lodo final d élas elevaciones, del sentimiento cuando éste vence el corazón flaco del hombre. Su supera ción está en la consumación. Su salvaje saciedad no se m i tiga en el fondo del alma, tiene que traspasar ios linderos del impulso y jamás puede sostenerse en las puertas del raciocinio. El ancor sentimental es el sendero por el que vamos hacia nuestra derrota final. Quizá Melpómene, hace siem pre de las suyas en esas almas que se entregan de lleno al falso culto del amor y sus dalzuras. Pero...... el amor es necesario para aplacar los embates del infortunio porque es dolor relativo arrancado al dolor supremo de la Vida, Es atenuante de.nuestras orfandades porque en sus pliegues encontramos el néctar fragancioso de la ambrosía de los dioses. El desliz suave y taciturno d« sedas orientales que nos traen en sus poros ei emblema sa
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crosanto del engaño; como todo ficticio no se siente el amargor de la forma, es la copa ambrosiana que semeja el cáliz de Cristo, en él se sabe la amargura negra del ensue ño trunco y se comulga la hostia vivífica del divino para divinizar nuestras entrañas y en ellas engendrar los dio ses, esos dioses encadenados de que nos habla la teosofía. Pero el amor sentimental siempre arroja al cuerpo huma no a los harapos de la desesperación; nos inclina a los pla ceres desmedidos; y con gesto voluptuoso llamamos arro gantes al deseo sustantivo, como amor radio de acción y progreso, confundiendo al amor verdadero que es creación y por ende mejoramiento. Aquí tienes tu obra corazón humano. Aquí tienes el ídolo de barro que tu Dios formó para tu eterna compañe ra; aquí tienes carne de tus carnes, poséala y sacia tu cóle ra divina y en ello encontrarás el placer espiritual de la sa tisfacción que tü llamas amor aplacado. Allá en la choza formada por tintes sanguinolentos sus padres esperaban impacientes el retorno de Ushi, aquella virgen púdica de la aldea, que hubiera sido sacerdotiza en tiempos de Venus; y quizá Apolo habría querido formar de sus senos el modelo del cáliz del templo de Helena. Volvió Ushi a su hogar con el alma rota de desventu ras. Había cometido la locura de amar ciegamente. Su co razón la llevó al sacrificio y más tarde las torturas diarias del martirio abrirían una interrogación entre la cuna y el sepulcro. En las entrañas de la púber, germinaba una nueva v i da. Los padres de Ushi, al enterarse de lo sucedido, se en fadaron. No podían remediar el hecho y después de plati car muy quedos acordaron curarla de ios demonios de que estaba poseída. Consultaron a los curanderos del lugar y todccopina ron que pronto se les cerniría una tragedia tremenda, pues se había c nsumado en época en que la luna se viste de blanco y aconseja a los habitantes que normen ss* vida por el bu^n camino. La bruja Pitu fué más radical. Tendría que morir Ushi, sacriticada, porque con su sangre se lavaría las huellas del dolor de sus padres y el castigo le sobrevendría al iracundo
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Llicu, que no respetó la doncella que estaba destinada para saeerdotiza. Pecado de lesa magnitud no podía quedarse así. En el rostro del padre se vió el dolor retratar sus mue cas. Pero sobreponiéndose a tanta desdicha aceptó los con sejos de Pitu. Lleváronla pues, al sitio denominado Shangol y después de encerrarla en ayuno para purificarse esperaron la otra luna. Ella sería testigo del sacrificio, pues también lo ha bía sido del pecado. Todas las noches Pitu se transformaba en ave, pero de una ferocidad tal que la noche tenía que envolverse de negrura para no ver en sus facciones los horrores del averno. Subíase al tejado y con cañas especiales absorvía la sangre de la prisionera Ushi, quien se iba debilitan do, y, luego de implorar poderes demoniacos escupía al suelo regándolo de sangre pura. Hasta que al fin en un desmayo, por consunción, Ushi, suspiraba por última vez. Habían acabado con su vida. Enterróse en el mismo sitio de su prisión y al poco tiempo creció un inmenso árbol que teníala virtud de conservar la humedad por muchos días y la gente admi rada del misterio supuso que eran las lágrimas de Ushi que a manera de lluvia regaba su última morada. Al pie del árbol se formó una grieta y a borbotones salía agua cristalina humeante algo así sanguinolenta. Trocóse lue go en lugar de visita e hicieron luego una poza. Y, de no che cuando la luna sale a alumbrar los paisajes se ve una inmensa ave como si estuviera envuelta en tules posarse en las ramas del árbol y cantar, cantar con la armonía de los campos y la melodía del amor; tal vez la tristeza acompaña aquella orquesta noctámbula, pero en sí es la voz de la leyenda que vive al conjuro del recuerdo.
INDICE Prólogo
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RICARDO P a LMA Justicia de Bolívar A muerto me huele el godo La vieja de Bolívar Las tres etcéteras del Libertador Un santo varón
7 9 12 14 16
CELSO V. TORRES La Temeridad y la justicia de Dios El Gobernador de Jangas
25 27 30
AURELIO ARNAO Un dominador de la selva
35 37
JO SE RUIZ HUIDOBRO Los amores del diablo' Don Ramón Castilla
45 47 54
21
s a n t ia g o a n t u n e z d e
M AYOLO 59 El mito de los «Huaris» 61 La querella de una huaca y San Ilifonso de Recuay 62 ALEJANDRO TAFUR Santo varón, mal ladrón La heroína del amor casto
67 69 79
ARTURO JIMENEZ BORJA Cushish Taita Toro El Illa
83 85 86 86
AUGUSTO SORIANO INFANTE 87 Capacocha de Ocros 89 Huarac-quichqui y Punchao-quichqui 91 La Patrona de Nepeña y su templo 92
JUSTO FERNANDEZ 97 La flor de guagganco 99 Mamita jamanán 104 El encantamiento de la laguna de Purhuay 108 El oratorio de María Josefa 112 JO S E A. WHERREMS Shangol
117 119