Oda al bastón. ¡Bastón, mi segunda columna Para mi herencia de esponja, Esponja con fósforos, Fruto pútrido cuando pasa Cada segundo! ¡Bastón, mi niño bastón, Con tu rectitud enmendaré Esos pasos, en las vecindades, Llorados! ¡Bastón, niña bastón, A ti te sonríen los niños y utilizan Como su fusil de juegos matutinos! A ti te quieren los viajeros y los ancianos. A ti la luna te dio el poder de plantarte Sobre la tierra y tener como fruto una mano. Bastón que golpeas a esos fragmentos de hombre, Me basta tu nombre y figura para saber que yo También seré, para él, necesario Frutos. La gente pasa delante del cielo, Y no le hace caso. La gente sorbe un poco de café, Y su lengua siente que es, en los sabores, Indiferente costumbre. La gente toca a la fruta, La muerde, La arroja a los botes Oxidados, La vuelve a tocar, Imagina que el altar Será una boca común, Y al final de cuentas Se iluminarán de tanto Color escaneado por el ojo, Y gritarán cuando escuchen Que al viento en el vientre
De la frutas anidado. Manzana. Las manzanas viven agrupadas En el canasto. Las manzanas Tiene voz propia, voz de clemencia. Las manzanas también lloran, Pero pacientemente, Y cuando lo hace Deja su cáscara En el suelo: Siendo triste sonríe Como una cebolla En pleno Otoño. Pescado. Cimbra su corazón. Apenas en la tarde lo trajeron, Acomodándolo junto a sus primos, Sus parientes de aureola azul. Es día de vigilia. Hoy no se come carne de res Ni de pollo, ni de puerco. Por lo tanto la madre decide Ir al mercado, a surtirse De almas de mar dulce y mar salada. La mamá llega al local y pide Sus aletas del casi difunto Para hacer sujetadores; Los niños, las escamas, Para unirlas a manera de rehiletes. El pescado la mar extraña. La madre y los niños felices Se van a casa, Sabiendo que durante esta mañana Podrán jugar con el pescado Y sus entrañas. Taquería. El cordero bala Al ras del fuego.
Los hombres y mujeres, Todos gordos, Todos flacos, Se arremolinan En torno a ese balido, Balido sagrado, Balido de piernas débiles, Balido al que le echan Kilómetros de demonios enanos Y espíritus cortados de un fantasma chillón. Los hombres y las mujeres, Todos gordos, Todos flacos, Ni siquiera Se quitan el sombrero En reverencia Del cordero Que devoran En petate de maíz, Su envoltorio de muerto. El cordero bala, Al ras del fuego. Algo que vi cuando viajé. Una familia de árboles Fue separada por un camino de aire. La familia de árboles quieren arrebatarle Los pasos a esos niños. La familia de árboles sólo recuerda, Cuando en sus vientres había, de pájaros, Una Orquesta. Quetzalcóatl. Arriba, las nubes Crecieron dentro del tiesto. Sus brazos eran una cruz Dibujada en la llanura,
Señalando un tesoro: Arterias, corazón Bombeando Dentro de todos los hombres. Abajo, los pies Nos enseñaban A saludar a las nubes. Éramos más yerbas que mares, Yerbas poblando cada piedra. Y bajando veía a su sonrisa Abriendo un surco donde abría Cada mujer su nido. Y subiendo veíamos Cómo latigueaba Su sueño sobre nuestra cabeza.
Descripción (Serie de cinco poemas) Sus ojos. Qué extraño es partir en un punto que desconozco: Memorial de los pasos, ¿acaso te debemos extinguir? Su boca. Azahares en el viento: ¡Arrúllenme! Manzanillas en el mar: ¡Muérdanme! Amapolas en la tierra: ¡Suéñenme! Cadenas de violetas, al cuerpo de ella,
¡átenme! Sus piernas. Un par de raíces sobresalen en esta y otras calles. Un par de raíces repletas de nieve invaden los hornos con panes. Ah, hornos en calles espontáneas, cómo los admiro cuando callan. Sus pechos. Bocanada de los llanos, un sol de su espanto hizo que nacieran sed y peras. Toda ella. Toda ella no sé describirla. Toda ella es maderas para construir un ataúd, su honda primavera. Toda ella es la nube que salta en mi peña. Piña. Su vientre es una cápsula En donde vienen Los dolores, Los pasajeros de un barco, Los gritos,
Los peces dentro de la red. En ella hay un odio a lo muerto, A lo que sabe muerto, Y a lo que ignora serlo. Ese odio lo demuestra Mostrando sus dientes A medio mundo, Quien a su vez lo confunde Con un pez globo, Pero sin ojos. Sus odios tienen oídos Que escuchan cómo nacen Los niños de los archipiélagos; Y su boca habla el idioma De un volcán que respira Sol mucho sol Que en su tronco gira. La piña rema A través de este y otros mundos, Llevando consigo mil y un fetos, Quienes saben-dentro de ese fondo Medio azul, medio amarilloQué estrellas Caminan por la playa, Recogiendo Ante sus pies caracoles con un mensaje Para arrullar a los niños, Enamorar a los enamorados, Despedir a los ángeles, de hollín, Descalzos. Lámpara anónima, La piña, Con su vientre ilumina Mi escritorio, Mientras miro esa vela; La piña es más lámpara Que ese enano antiguo, Enano sin alegrías, Poco pabilo Y marchita candela…
Carta. Todas las cartas de amor son ridículas. Fernando Pessoa.
Ella tiene una carta de amor en las manos. Desearía recortarla, para así ver qué Fantasma saldría. Ella decide enviarla a la hoguera, Olvidarla, sin ver quién es el remitente, Echarla a volar en un papalote Para que surque en techos de aluminio, Pies de periódico, Alma de un niño, Y en el suelo, Pisada por la gente, Se quede. Por esa agua que salpica en las orillas Y esos gritos que le parecen una vieja Locomotora, sabe qué objeto se la envió. Ella ve cómo la carta va desapareciendo: Se acerca a la hoguera, jugueteando un momento, Y después agarra un grito Y se le pone de sombrero. Alegre presume a ese cóndor extinto Que saca la lengüita Desde las alturas de su cabeza, Y Ella pasea alegremente Pensando que quemando Y mandando la carta A la guillotina Se libró de una lluvia De lagrimoteos Emanados por el remitente