El Cielo de mi Abuelo

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Escrito por Madeleine y Gilda Valle Ilustrado por Joan Vargas


Si este libro o alguna partecita de él estás pensando en copiar, atente a las consecuencias: Recibirás la maldición de una bruja estrella que hará que te crezca la nariz peor que a Pinocho y bigote donde no debiera. Nada puedes tomar de acá porque los derechos son nuestros, si lo haces, un doctor te pondrá mil inyecciones del porte de tu pierna y prohibirá que comas chocolates, coca cola, pizza y cangrejos, entonces se te inflará la panza como un globo, subirás a la luna, una estrella el ombligo te pinchará y el resto no te queremos contar. Antes de pensar en copiar mucho ojo, porque si lo haces te crecerán las orejas y un par de mosquitos ahí se mudarán para cantarte bachatas sin parar. Nunca más podrás dormir en paz porque contrataremos a un gnomo para que te haga cosquillas en los pies. Si quieres más historias, pídelas nomás. Colorín Colorado derechos registrados. Escrito por Madeleine y Gilda Valle. Ilustrado por Joan Vargas Gracias a todos por dejarme vivir del cuento.


Estuvimos tantos días cuidándonos en casa que cuando todo pasó, empecé a extrañar mucho a mi abuelo. Mis papás estaban muy tristes, casi no hablaban, era como si se les hubiera comido la lengua el ratón.


Después de preguntar y preguntar me dijeron que mi abuelo se había ido al cielo con un ejército de abuelitos. Entonces recordé sus palabras: –“Eres lo que más amo en este mundo. Todo lo doy por ti”.


Corrí a la ventana a buscarlo para pedirle una explicación: –¿Por qué te fuiste sin despedirte? ¿Dónde estás abuelo, por qué no te puedo abrazar? Afuera estaba todo nublado, así que con mucha fuerza pedí un deseo: –Abuelo quiero verte, solo un ratito por favor.


Cuando abrí los ojos, de una estrella colgaba un columpio enorme. Me subí y el viento me llevó a un lugar increíble:

Allí, las nubes parecían de algodón de azúcar con letreros que decían: “Sin cosquillas no hay helado, prohibido aburrirse, juguemos un ratito, no se aceptan berrinches, solo chocolates, besos y travesuras”.


En otro cartel decía: –Bienvenido al cielo de los mejores abuelos del mundo. Salté por las nubes y a lo lejos se oían mariachis, boleros y rock....


Habían muchos abuelitos de diferentes profesiones, tamaños y colores. Las hermosas abuelitas tenían estrellas en el cabello, olían a rosas, a pan con chocolate y en sus casas tenían muchas fotos nuestras.

Lo mejor es que todos estaban sanos y felices.


–¡Abuelooooooo¡, –lo llamé. –Voy a contar hasta tres: a la unaaa, a las dos y a las... Entonces apareció y con mucha ternura corrí muy rápido para abrazarlo. –Abuelo, ¿Por qué te fuiste sin despedirte? ¿Estás jugando a las escondidas? Te hemos extrañado muchísimo. El me miró con sus ojos traviesos, me subió en sus brazos y me explicó:


–Un día el planeta enfermó de gravedad. Hasta las estrellas tuvieron tos y la luna deliraba con una fiebre muy alta. Entonces, nos juntamos muchos abuelos, les dimos un jarabe con miel de abeja, menta y limón, los arrullamos con canciones de cuna y les contamos todas nuestras aventuras.

Pero aún así, el planeta no se alivió y para que ustedes no se contagiaran tuvimos que venir a cumplir una importante misión: encontrar una vacuna.


–Ahhh ya entiendo, por eso llamaron a muchos abuelos, –respondí. –Y a las personas de buen corazón, –contestó. –Sabes que vivo en tu corazón, los abuelos nunca se van. Además todas nuestras casas tienen una tecnología especial. ¡Mira!

Y mi abuelo me enseñó algo fantástico: –Solo en el cielo de los abuelos existe un telescopio poderosísimo para ver a todos los que amamos, así podremos cuidarlos y acompañarlos siempre. Ellos no se han ido ni se irán, están ahí para cuidarnos.


Lo abracé muy fuerte y le dije: –Ya entendí abuelo, eres un héroe. Estás haciendo un gran trabajo, el mundo te necesita, pero ¿Cuándo volveré a verte?

El respondió señalando mi corazón: –Aquí viviré por siempre. Mi abuelo me subió al columpio de la estrella mientras cantamos juntos una canción.


Cuando desperté, fui corriendo donde mis papás y les conté mi sueño. Ellos me abrazaron y entendimos que cuando estemos un poco tristes, debemos recordar siempre lo bueno, porque ellos están bien en el cielo de los abuelos comiendo helados y cumpliendo su misión desde su nube de algodón.


Así que cada noche, antes de dormir me lo imagino contento y despacito le digo: –¡Abuelo eres mi héroe, eres muy valiente! Y él me contesta: –¡Orgulloso estoy yo de tenerte! Y Colorín Colorado, este cuento ha terminado. Recuerden siempre a sus abuelos, ellos vivirán en su corazón eternamente. Escrito por Madeleine y Gilda Valle. Ilustrado por Joan Vargas.


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