Empezaba el día con un viento helado y con unas nubes grises. Con este tiempo, a Ana no le apetecía hacer nada, así que decidió quedarse en casa. Fue a la cocina y vio que estaba su abuela sentada en la silla del comedor con esa cara tan dulce como los caramelos que siempre le regalaba de pequeña y aún tenía el pelo blanco, parecido a la nieve, con esas gafas que le hacían que sus ojos azules, tan bonitos, se vean más grandes, entonces la abuela dijo- ¿por qué me mira con esa cara?- pero Ana no lo hacía con mala intención. Estuvieron mucho rato hablando de cómo le iba el colegio a Ana, aunque ya hacía 6 años que ya había terminado los estudios y ya estaba trabajando de pastelera con un bonito bar muy luminoso.
Cuando por fin terminaron de hablar decidieron dar una vuelta por el barrio. Mientras estaban paseando por la Plaza Casanova empezó a sonar el misterioso teléfono de Ana ¿qué es eso que suena? pero Ana no se preocupó por contestar a su abuela porque estaba con el maldito teléfono. Cuando por fin dejó el aparato, la abuela, con toda la razón, le dijo: -No sé cómo puedes estar con ese aparato. Es un artilugio que sirve para facilitarte la vida, pero si tienes la vida hecha , ¿que sentido tiene tu vida? No hay aventuras, no se puede disfrutar de verdad, como lo hacíamos antes.
Ana puso una cara muy extraña, supongo que no se dio cuenta de que la abuela tiene razón. -Tienes que disfrutar de la vida, si tienes problemas lo tienes que contar a gente, gente de carne y hueso, si tienes que hacer decisiones tienes que hacerlas con gente a tu lado, no tienes que dar información de tu vida en internet, si no puedes salir perjudicada. Tampoco sirve para hablar con la gente que está lejos de ti, porque siempre existirán las cartas.
-Abuela esto es lo que se lleva hoy en día, aunque deje de usarlo.- contestó Ana orgullosa de lo que decía, pero no tendría que estarlo. Cuando llegaron a casa, Ana decidió dejar el móvil una semana y hacer lo que su abuela siempre había hecho a su edad. Después de una semana de prueba, vio que tenía razón, que era mejor vivir sin tecnología, te hacía la vida más fácil, que los niños de hoy en día no se dan cuenta de lo que es verdad una vida sin tecnología.
Pasar los años y Ana conoció a un chico hermoso que con él se casó y tuvieron una hija preciosa, con los ojos de su bisabuela, a la cual, hasta los 18 años no le dejaron comprarse un teléfono y no tuvo nunca un ordenador, sino que tenía libros, bolígrafos, diccionarios y a sus padres para cualquier trabajo o ayuda que necesitara. Mariona, la hija de Ana, al principio no le gustó nada la idea de que no la dejaran tener aparatos tecnológicos, ya que en el colegio se metían con ella ya que era diferente que los otros, pero a medida que se hacía mayor entendió que era lo mejor para ella.
-Ahora entiendo por qué hacéis esto. Habéis hecho que no me importe la opinión de los otros y que sepa vivir sin la tecnología aunque en esta época es lo único que hay. Me disculpo por haber provocado discusiones y haré que mis hijos también nazcan con esta educación. ¿Pero porque lo habéis hecho?- lo preguntó con su cara esos labios rojos y dientes perfectos, con sus ojos brillantes y con esa cara de niña buena pero en verdad, ella ya sabe, que no lo es. -Por una simple razón hija, por tu bien. Yo me di cuenta demasiado tarde lo que era una vida sin eso, y me di cuenta gracias a tu bisabuela. Y tu padre desde un principio le ayudé a dejar la tecnología a un rincón.- le contestó Ana cogiéndose de la mano de su marido y con mucha tranquilidad, solo faltaría eso.
Esta historia no termina aquí porque Mariona, en un trabajo de su escuela expuso lo que sus padres le enseñaron y eso hizo que su profesor les pusiera una prueba , a todos los alumnos, de un mes sin el teléfono en el colegio y solo cinco fueron capaces de completarlo. También se hizo una reunión de padres y profesores sobre la educación que les tenían que dar a sus hijos y todos lo hicieron y nunca más se vio un teléfono en el colegio. Gracias a dios, por fin se terminó la maldita tecnología.
Así que ya sabéis, dejad el teléfono y disfrutad de la vida como lo hizo Ana y su hija.