Enamorado de una prostituta. Siempre que cae el sol y el alma empieza a tocar fondo, sale Francisco a la calle; con su abrigo, su soledad apagada, su sonrisa escondida y su cartera llena de dinero. Se dirige hacia el norte, camina. Observa a la gente, los autos, el asfalto, la ciudad. Poco a poco, el sol se va escondiendo y la luna está más encendida que nunca. Llega a tal lugar, es un sector conocido como “de aquí somos” allí trabaja una prostituta, llamada Graciela, de la cual esta locamente enamorado; a pesar que ella sea de esas mujeres lujuriosas, de su edad, de todas las diferencias y adversidades; él siente amor por Graciela. Ella, siempre se sienta en una banca a esperarlo, con su atuendo rojo, sus tacones negros, sus medias veladas, su cabello rubio largo, su sonrisa hermosa, sus ojos cafés y su piel trigueña. Allá a lo lejos lo puede ver, se levanta de la banca y camina hasta donde viene Francisco, le da un fuerte abrazo y un beso. Entonces, caminan por el parque mientras rozan sus manos deseosas de fulgor.
Ella ansiosa de tener sexo y el vehemente por hacerle el amor; se dirigen hacía una pensión. Hablan de sus vidas y calculan el tiempo exacto para que sea inolvidable aquel encuentro que para él será el amor lujurioso y para ella un trabajo más. Llegan al lugar, él saca un vino que había llevado para la ocasión, lo beben y se desnudan. Ella empieza acariciándole lentamente cada parte de su cuerpo hasta el punto exacto donde él empieza por tomar sus senos y besar su cuello. Besos y caricias profundas, demostraciones de amor, secuelas apasionantes. Graciela muy decente le pide que paren un momento; pues quiere bailar con él. Enciende el toca discos para bailar un tango, desnudos frente las paredes y las cortinas color sepia, quedan perplejos por un segundo; y bailan, él toma su mano derecha y ella su hombro izquierdo. En el baile hay falencias, pero eso no importa en ella se miraba algo anormal, se estaba empezando a enamorar, todo su ser se lo expresaba armónicamente al compas del amor. Empiezan a besarse, a crear otro lenguaje de amor, a entregarse apaciblemente uno al otro, sin temor, sin dolor, sin pena, sin precaución; con voluntad, con
esperanza, con pasión, con la conexión de sus entrañas y sus almas mojadas de vida. Francisco la toma y van como dos niños, felices, jugando hacia la cama, besándose en cada centímetro de la pequeña pieza; subiendo y bajando, en la pared y en las mesas de noche, hasta que por fin llegan de un saciado recorrido al colchón donde sus pretensiones se harían realidad. Él suavemente empieza a besarle la espalda y ella lanza un suspiro profundo llegando al límite donde tienen que unirse y entregarse alma a alma, corazón a corazón, palpo a palpo, con cada parte suyas hasta que quedaran vacios y saciados, pero la noche es virgen y hay mucho tiempo para vivir y otro poco después para morir. Ella sube en Francisco, los dos cierran los ojos como si fuese un pacto y él con un poco de atrevimiento le dice que la ama. Graciela no le responde nada. Se unen y se separan, se encarrilan y luego se paran. Se abrazan y sonríen a carcajadas, se miran con una picardía y siguen en lo suyo, no hay fuerza que los separe, ni tiempo que los agote. Lo único que puede ocurrir para que no estén más juntos, es que uno de los dos se muera, pero en ese momento cada uno tiene mucha vida tanto que podrían
renacer varias veces y seguirían haciéndolo. Llegó el momento, el alba junto con el calor del nuevo día y ellos enjutados deciden separarse; ahora empiezan a morir y pueden sentir como van muriendo poco a poco. Él como siempre se pone su atuendo primero y luego se viste ella. Antes de salir, saca la cartera con el sobre que lleva el dinero para dárselo. Pero no, esta vez no, ella le responde: guárdalo para esta noche, a la misma hora y en el mismo lugar, como hoy y como siempre.
@chj