NO ES TREN PARA PAÑUELOS LAS 4PS DEL MARKETING EXPLICADAS A UN YONKI.
NO ES TREN PARA PAÑUELOS Las 4Ps del marketing explicadas a un yonki.
Por: Enric Romero
Mes de julio. Barcelona. Subo al tren de las 19:32, abarrotado de caras cansadas. Los más afortunados han conseguido asiento. El resto nos conformamos con ir de pie agarrados a una de las barras superiores que atraviesan el vagón o recostados en alguna de las puertas cuando éstas se cierran. Una parada. Dos paradas. Tres Paradas. Ya solo faltan cinco para llegar. Justo en ese momento sube al vagón rebosante de tedio un personaje que despierta mi interés, pero no la simpatía ajena. Su aspecto es el de un ex politoxicómano: rostro enjuto, ojeras, pómulos marcados y voz desgarrada. Sujeta un bolsa de plástico. Dentro, unos paquetes de pañuelos de papel de usar y tirar. El hombre mira a un lado, mira al otro y empieza a recitar :
19:32
“Señoras y señores, es triste pedir, pero más tristes es...” ¡UN MOMENTO! Este cuento está muy sobado, pensaba que ya no se usaba como gancho lastimero. Pero sigue: “...no tengo trabajo ni dinero...”. La melodía con la que intenta aderezar el discurso aún lo empeora. La buena fe con la que intenta convencernos de que merece nuestra limosna se esfuma al ritmo de las estridencias que salen de su laringe castigada por los basucos. Él sigue: “si me pudieran ayudar con una moneda...”. Se entiende que a cambio de un paquete de pañuelos de papel: los que lleva en la bolsa. Tras haber terminado el discurso, vuelve a mirar a un lado y a otro del vagón. Avanza por el mismo tratando de captar alguna mirada compasiva o temerosa que le de una moneda. Las caras cansadas que completan el cuadro ni le miran. Solamente un niño distraído, sin apenas ser consciente de lo que sucede, lo mira perplejo. Ofuscado, nuestro personaje, el yonki mendigo, hace
gala de sus malas maneras e increpa a voz alzada a los allí presentes, que no apartan la vista de sus teléfonos para escuchar ni atender su ofrecimiento: “¡Joder, con los putos móviles!”, exclama. Al parecer, su discurso no ha logrado despertar el más mínimo interés entre los espectadores y decide canalizar su ira hacia el variopinto catálogo de smartphones y tabletas que nutren el vagón. -¡Pero un momento! -le suelto de manera impulsiva a la vez que inconsciente- Es que usted no ha entendido nada, amigo -suavizando el tono de indignación que me había brotado inicialmente-. No se da cuenta de que no funciona su método ni el producto que ofrece -el mendigo me mira, perplejo; el resto de los asistentes parecen haber despertado de su invernación-.
PLACE -Primero, -resuelvo decidido- fíjese en el momento en que ha subido al tren. ¿Cree usted que era la mejor hora para venir a contarnos sus miserias? Todos tenemos nuestros problemas, algunos más graves que otros, pero no por ello menos importantes -suelto con tono ofendido-. Son casi las ocho de la tarde de un asfixiante miércoles y la mayoría de los aquí presentes solo estamos deseando llegar a nuestro destino para poder disfrutar un poco del tiempo que resta del día. Muchos acabamos de salir del trabajo, tras varias horas aguantando impertinencias que, a diferencia de las suyas, amigo, por lo menos nos sirven para pagar las facturas a final de mes y para darnos algún que otro capricho.
09:30
MI 19:32
PRODUCT -No se ofenda, -prosigo, crecido por la atención que parecen mostrar el resto de pasajeros- pero debe de entender que lo que ofrece tampoco es nada del otro mundo. ¿Unos pañuelos de papel? Mire, en el tren de las 9:30 de la mañana suele pasar una chiquilla que deja al lado de cada pasajero del vagón un paquete como esos que usted, amigo, lleva en la bolsa y una hojita arrugada en el que sintetiza su discurso en tres frases. Tres. La chiquilla pasa, deja el paquete y la hojita; luego vuelve a recoger o bien el dinero o bien lo que ha dejado previamente. Y lo hace sin molestar, de una manera más respetuosa. ¿Comprende lo que le digo? -el pobre hombre me mira estupefacto-. Si por lo menos ofreciera algo interesante, es posible que lograra mejores resultados. Por ejemplo, subir con una guitarra y tocar una canción de moda, recitar poesía o simplemente contarnos un chiste. Pero no, usted, amigo, insiste en ofrecer algo poco original, en el lugar equivocado.
PROMOTION Su discurso, -mi ego me domina- lamentablemente, no es lo que esperamos, si lo que pretende es convencernos o seducirnos para que le demos una limosna. O como diríamos en términos comerciales, para que le compremos su producto. No se lo tome a mal, amigo, pero esa cantinela no ha logrado despertar el interés de casi nadie, salvo el de ese niño -señalo al niño, que me mira sorprendido y algo asustado-. Pero coincidirá conmigo en que ese niño seguramente no disponga de monedas para darle, a pesar de haber conseguido llamar mínimamente su atención. La forma en que se ha presentado -prosigo- no ha logrado convencer a nadie de los aquí presentes y la prueba es que ninguna de las personas que comparten el vagón con nosotros le ha comprado un solo paquete de pañuelos. ¿Por qué? Pues porque su historia es aburrida y falta de interés, amigo. Y con ello no me refiero a que no sea cierta, sino a que no ha logrado conectar con lo que nos interesa ahora a los que estamos aquí. Por eso, unos leen, otros escuchan música y otros simplemente prefieren mirar por la ventana antes que prestarle atención. No se lo tome como algo personal, pero no puede culpar a su público de la falta de interés hacia su producto -señalo la bolsa de pañuelos-. Tampoco de que su historia no haya despertado la más mínima simpatía, ni el hecho de que ahora mismo tengamos otras preocupaciones que sitúen los problemas ajenos en un terreno relativo.
!
? !
PRICE
12:16 30ºc
Lo de pedir limosna no se lleva -prosigo, cautivado por lo bien que me está quedando el discurso-. Seguramente no lo hace por gusto, lo sé, pero estará de acuerdo conmigo en que no es la mejor de las maneras para conseguir dinero. Dicho de otro modo, no es la mejor forma de venderse a uno mismo. Menos aún si consideramos que esto es un tren de cercanías y que son las ocho de la tarde de un asfixiante miércoles. Podría, en lugar de eso, lanzar una oferta que llamara nuestra atención. Por ejemplo, “Dos paquetes por un euro y de regalo una sonrisa.” O teniendo en cuenta el calor que hace, podría vender los pañuelos junto con un abanico. Le aconsejaría también -voy completamente lanzado- que abandonara el discurso lastimero y adoptara una postura más optimista. Si quiere nuestro dinero, no venga a dar pena. Alégrenos la tarde. Háganos olvidar los minutos que llevamos esperando a que el tren arranque o amenícenos el rutinario trayecto en el que pasamos parte de nuestras vidas. En resumen, aporte algo de valor -sentencio con un deje de condescendencia-.
Chistian Salmon escribió cómo un publicista de Nueva York que paseaba por Central Park vio un indigente invidente que estaba pidiendo dinero con un cartón manuscrito en el que ponía "Soy ciego". El publicista, con ánimo de ayudarle, escribió "Soy ciego y hoy comienza la primavera". Al día siguiente, volvió a ver al indigente quien le preguntó qué había puesto en el cartel porque le habían llenado el sombrero de monedas.
Tras este discurso, soltado prácticamente sin tomar aliento y sin ser plenamente consciente de lo que hacía, podían suceder dos cosas, o al menos, es lo que yo esperaba. La primera, que el yonki se abalanzara sobre mí, llevado por una furia primitiva y por la impotencia acumulada tras años de exclusión social. La segunda, que el público allí presente arrancara en un sincero y complaciente aplauso, como en las escenas tópicas de algunas películas americanas excesivamente edulcoradas. Como se podía prever, lo que sucedió fue lo siguiente: llegó mi parada y debía bajar sí o sí, o corría el riesgo de quedar como un palurdo. El discurso me había absorvido por completo y había perdido la noción del tiempo. Bajé casi sin pensar, como un autómata que responde a un estímulo conocido, no sin antes echar un último vistazo -con cierto regocijo- a los allí presentes y al protagonista de la historia que seguía perplejo. No sé si impresionado por lo que acababa de presenciar o simplemente por la frustración que sentía, el yonki se quedó inmóvil, mirándome desconcertado. Ausente. Tal vez había resucitado en él algo que llevaba años a la sombra de las adicciones: su amor propio. El resto de los pasajeros, alucinados por la melodramática a la vez que heroica situación, no lograban salir de su asombro. Algunos comentaban muy discretamente la temeridad de la que habían sido testigos; otros sonreían satisfechos de haber esuchado, en boca ajena, lo que ellos pensaban pero evitaban pronunciar. Con cara de satisfacción y de haber cumplido mi deber vi alejarse el tren mientras pensaba para mis adentros: “Esta historia la tienes que escribir.”
MI 19:32
19:32
!
12:16 30ºc
fin
? !
Shift & Shine enrenow.com C/Trafalgar, 48 Int- 1-B 08010 Barcelona T: 932 683 757 E: oidococina@enrenow.com