¿Se puede aprender a mirar? - Por: Pablo Muttini

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El Camino

Por diácono Pablo Muttini. Coordinador de Cáritas San Isidro.

¿Se puede aprender a mirar? Todo se aprende. Como el anticuario puede reconocer el arte detrás de la herrumbre, también nosotros podemos aprender a mirar; a mirar y a reconocer. Claro que primero tendremos que desaprender porque el hecho de no ver no es casual. Es fruto también de un entrenamiento que nos va insensibilizando ya que ver cuestiona, incomoda, irrita, duele. No nos gusta sufrir ni tampoco ver sufrir. Mucho menos si yo pudiera evitar por lo menos en parte ese sufrimiento y no lo estoy haciendo. Las personas que están en situación de calle son invisibles / invisibilizadas. Más específicamente los hombres, que son los más invisibles de todos los invisibles. Como bultos que pueden hacernos tropezar, los esquivamos en las calles, en las plazas, en los trenes. Están, pese a ellos, están. Y están tal vez porque nos acostumbramos a no mirarlos, porque si los miráramos, si pudiéramos conectar mirada con mirada, si pudiéramos sostener una mirada a los ojos algunos minutos, seguramente

pondríamos manos a la obra para que dejen de estar fuera y puedan volver a entrar. Decía que todo se aprende, y es cierto. Todo se aprende y todo músculo se entrena, y cuánto más alto es el desafío más esfuerzo requiere. Esfuerzo y decisión. Me retumba por allí el mandato de Jesús…”¡ámense!”. Mandato, característica inseparable del ser cristiano: amar intencionalmente y es más, amar al no amable, al que consideramos no pasible de ser amado. Entrenar la mirada entonces, implica primero hacer una opción, vencer barreras, preconceptos, prejuicios y limpiar las lentes de todo aquello que no me permita ver la realidad. Entonces podré ver como aquel al que el Maestro le devolvió la vista. Primero bultos, y luego, personas, y más luego, Dios mediante, hermanos. Todo un proceso. Un ejercicio. Mirar al costado del camino para encontrar al caído. Buscarlo. Invertir la carga de la prueba y considerarlo primero inocente y después, mucho después, culpable si es que tuviera culpa, y aún encontrándolo culpable, asumir que la pena es demasiado rigurosa para cualquier error, delito o pecado.

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La condena de vivir en la calle es insoportable. La calle no es un lugar para vivir. En la calle se va muriendo pero muriendo de a poco, de a pedacitos, de a gotas de humanidad derramadas en un eterno devenir de noches y días, calores y heladas, humedades y pamperos. La calle no es un lugar para vivir. Cuando aprendamos a mirar veremos el deambular nómade de comedor en comedor, de tacho en tacho, de alero en alero. Veremos el callo que se le hace a la honestidad por tener que mentir para lograr una migaja. Veremos la herida revuelta una y mil veces de rebajarse un poco más para causar más lástima, para a su vez, sobrevivir otro día y nuevamente causar más lástima. Veremos, como el anticuario, el cincel del artista escondido debajo de una barba, mugre, lágrimas resecas y piel curtida. Veremos historias muy parecidas a las nuestras. Familias casi iguales, errores conocidos y miserias compartidas. Viendo veremos cuán cerca nos pasa esta catástrofe. Cuán mía es. Cuán nuestra es.

Viendo veremos que el mismo vino que deleita, mata, la misma fuerza que anima, somete; la misma valentía que enaltece, condena. Caracteres que son fortaleza o debilidad. Veremos, viendo, miradas que nos son propias y que nos emparejan. Viendo veremos qué cerca está el límite de la locura y cuán delgado es el hilo de la cordura. Veremos sufrir en primera persona. Veremos esperanzas inéditas e inauditas. Sueños fantásticos. Utopías. Proyectos faraónicos necesarios para una huída titánica. Veremos silencios que gritan. Bocas sordas. Oídos mudos. Manos resecas. Pies derrotados. Veremos olores inolvidables. Negruras inhabitables. Soledades multitudinarias y silencios estridentes. Recién entonces, cuando podamos ver todo esto. Cuando Jesús nos ayude a aprender a mirar de ese modo, recién entonces, podremos sentirnos con algún incipiente derecho a llamarlos hermanos. Mientras tanto, por lo menos que en cada casa y cada posada puedan ser recibidos y tratados como nuestros huéspedes. Parece poco pero es un buen principio. Después Dios dirá…Dios se ocupará del resto.

Foto: Julio Colantoni

Entrenar la mirada entonces, implica primero hacer una opción, vencer barreras, preconceptos, prejuicios y limpiar las lentes de todo aquello que no me permita ver la realidad.


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