Caleidoscopio hacia el Sur Gonzalo Maire
Gonzalo Maire
Caleidoscopio hacia el Sur
Editorial ROVE
© Editorial Rove, 2014 © Gonzalo Maire, 2014
Editor: Emilio Vargas Poblete. Portada: Sin título. Autor Gabriela Consuegra. Acuarela sobre papel fabriano. Contracubierta: Sin título. Autor Gabriela Consuegra. Acuarela sobre papel fabriano. 1ª edición Licencia Safe Creative: 1411212573197 Santiago de Chile, 2014. Publicado en formato online en Buenos Aires, Argentina, noviembre de 2014.
« ¡Dejadme! ¿Por qué me ofendéis?» Y simultáneamente con estas palabras resonaban otras: « ¡Soy tu hermano!» El pobre infeliz se tapaba la cara con las manos, y más de una vez, en el curso de su vida, se estremeció al ver cuánta inhumanidad hay en el hombre y cuánta dureza y grosería encubren los modales de una supuesta educación, selecta y esmerada”. Nikolái Gógol (1809-1852).
A ti, mi estimada y querida Señora Olga (1949-2013), te dedico este libro. Lamento que no esté colmado de los amaneceres, de las abejas y las frutas como a mí me gustaría. Pero sabrás que mi alma tuvo que enterrar su luz hasta muy cerca del fondo, y en el mundo luego regresar sucia.
Índice.
Acerca de Gonzalo Maire
pág. 11
Nota sobre las ilustraciones
pág. 12
Breviario de la poesía
pág. 13
Capítulo I: Diagonales
pág. 21
Poética
pág. 23
Mónada
pág. 24
Caleidoscopio
pág. 29
Arboledas
pág. 35
Vista del Parque Forestal
pág. 38
Desnudo sobre la hierba
pág. 40
Ensombrecimiento
pág. 45
Poema de dos voces
pág. 47
Sordide (no) sentimental
pág. 50
Temporalidades
pág. 54
Objeto desencadenante I: argolla
pág. 56
Relampagueo
pág. 61
Cuatro de espadas
pág. 62
Dejen a mí
pág. 65
Tirada en herradura
pág. 68
Capítulo II: Poemas de horas
pág. 71
Musa
pág. 73
Dark-Skinned
pág. 74
Todavía
pág. 81
I'd love to turn you on
pág. 84
I just wrote them myself
pág. 89
Vanitas
pág. 93
El escabroso
pág. 96
Objeto desencadenante II: La luz
pág. 100
Correlato
pág. 102
Ciudad sin título
pág. 107
Ser caído
pág. 110
Infrarrealismo
pág. 115
Trabajadora en el telar
pág. 118
De escatológico
pág. 121
Pérdida en el Sur
pág. 124
A María José Moreno
pág. 129
Acerca de Gonzalo Maire.
Gonzalo Maire (n. Santiago de Chile, 1987) es Licenciado en Arte con mención en Historia y Teoría del Arte (UCh, 2011), estudiante PhD en Filosofía (Uch, 2016) y poeta. Joven investigador y docente sobre arte asiático, con especial atención en el caso japonés, su campo de exploración principal es la Teoría de la Imagen. Ha participado activamente en congresos, charlas y coloquios nacionales e internacionales sobre los estudios asiáticos en Latinoamérica. En el mismo horizonte, también es miembro de ALADAA Chile. Como poeta, es autor de los siguientes títulos: “Bajo cerezos en flor” (MAGO Editores, 2011), “Caballos planetarios” (Editorial Rove (Online), 2012), “Así fue como vivimos” (Editorial Rove (Online), 2012) y “El Hombre horadado” (Editorial Rove (Online), 2013).
Correo electrónico: gonzalo.maire@gmail.com La casa de té 茶室: <http://gonzalomaire.blogspot.com/> Editorial Rove <http://www.editorialrove.com/>
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Sobre las ilustraciones.
“Caleidoscopio hacia el Sur” fue ilustrado por Gabriela Consuegra Valenzuela (N. Santiago de Chile, 1989), Licenciada en Artes Plásticas con mención en Pintura (UCh, 2013). Su obra se suscribe en la exploración visual de los procesos testimoniales, constructivos, de la vida porteña. La problemática primordial que aborda en su trabajo es lo identitario. Los temas que aborda la artista son una puesta en común entre la mirada introspectiva, los espacios de lo cotidiano, el paisaje costero y las escenas agorafóbicas. Algunas de sus exposiciones en el presente año: Desde el 15 de noviembre: “Introspecciones paralelas” con la artista Paula Canales. Espacio Arte La Chimenea, Santiago de Chile. 20 de Agosto: “Perspectivas de Puerto”. Empresa Portuaria San Antonio (gestión a través del Centro Cultural San Antonio y el Gerente General Aldo Signorelli). 8 de Julio: “El poeta escondido”, 60 años de antipoesía en el Bar el Checo, San Antonio. La actividad se realizó con la autorización y presencia de Nicanor Parra.
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Breviario de poesía.
Antes que todo, debo de confesar un postulado muy personal: la escritura para mí, no sólo es una constancia o un registro del acto que da forma a aquello que está en la potencia de ser, o el negativo que se da a nuestra subjetividad. La escritura, por el contrario, me parece la expresión existencial de un deseo humano ineludible, orgánico, por cerrar ciclos de la vida. No puedo pensar en ella como otra cosa, otra potestad. Y es que no quiero enclaustrar a la escritura bajo un horizonte impúdicamente mecanizado. Me resisto a considerar los procesos creativos, estéticos, los modos de referencialidad del lenguaje, ya sea a los ojos del escritor y del lector, como un mero y rústico acto programático de taquigrafía. De ser así, siento que me llevaría a rastras, la infinita tristeza de una suerte de desesperanza. 13
Consiguientemente, configurarme en un ser taquigráficamente, implicaría que toda expresión de un “algo” no es más que decir que se pone en lugar “ése algo”, en la medianía de lo disponible y con un grado de verosimilitud a un real-inteligible. Pero allí no hay ningún fenómeno original, y más bien, la adecuación y normalización de la experiencia a estructuras de simbolización colectivas. En otras palabras, no seríamos metafóricos, sino analógicos. Declarar que la escritura –y hablo aquí de la poética– no es una sistematización de mundo, sino clausura y costura, es lo realmente significativo a la ocasión de crear y analizar poesía. Desde mi posición, clausura de mundo significa que el lenguaje poético es acusar recibo de un llamamiento sobre algo que está fuera de toda estandarización, de una existencia que no tiene espacio de expresión, y sin embargo, deambula y persiste en el tiempo; vale decir, en la temporalidad del cuerpo y la memoria del poeta. El poema es una testificación de un tiempo vital que ha sido ocupado en vano, desaprovechado por lo viviente, y de allí su razón 14
de ser (querer ser puesto en lugar, aún en su rotunda imposibilidad). Tesis fundamental de este poemario, pero que puede ser aplicada a toda forma de literatura o uso del lenguaje con directrices estéticas. Escribo y recuerdo a Kafka, quien señalaba en su singular visión que “el tiempo pasa, y yo en vano con él” ¿Qué implica esta afirmación, pues, sino la declaración de una razón primera del acto
de escribir, como la instancia de dar cuenta en el lenguaje que hay algo que ha sido dejado sin atender, y que en tanto olvido, cobra validez? Es más: sólo se escribe porque hay algo que no se hizo, que no se cumplió. Aquello que está completado –o dicho- deja de ser un espacio gravitante, y pasa al orden de lo íntegro e inamovible, que descansa en lo consumado. El acto poético no puede dejar más de
sí, que el sesgo de la fragilidad de la vida que allí atestigua en sus procesos aplazados, sus registros latentes, y ondulantes, la experiencia no acabada del autor y del mundo. Los grandes socavones de la vida, material nutricio del poeta, son el tiempo y la ética. En sus puños radica la inconsistencia 15
humana, la condición de intersticio de todo lo puesto en la existencia para el hombre, y por sobre todo, la fatalidad de ser condenados a deambular a través de las cosas con una pluma en la mano, sin ser necesariamente definidos de escritores, o de artistas en general. El tema primordial de este poemario es el tiempo, en su forma de cierre. Y es que me parece urgente que su condición metafísica-existencial en el sujeto-hombre deba ser subrayada, ya no tanto en su estatuto de proyección –de la voluntad, la conciencia o de sí- sino más bien en la forma de una introspección del error y de la falta. El tiempo solamente es percibido en su naturaleza aplastante cuando nos detenemos y somos arrollados por su falta, su pérdida, o bien, por su manifestación como límites biológicos o sensibles. Pero el tiempo es una cosa que apela a todo en una forma de ayer. Más aún, en la falta que nos hacemos de él, las experiencias
que nos otorga el tiempo son siempre de un carácter efímero, y también pendiente e informe. No cerramos capítulos de nuestras vidas por la falta de tiempo, 16
sino por el error de no reconocer la temporalidad de nuestra existencia, la finitud de nuestro paso y la tozudez por la esperanza de una infinidad del alma o de una reincidencia de lo vivo. El poema es lo introspectivo, un mirarse a sí y al mundo desde un movimiento de contradicción: la paradoja de legitimar en lo creativo la catástrofe de lo que no pudo ser real, y el deseo interior de pensar desde la imposibilidad absoluta, que en lo humano pueda haber una realidad sin reglas, y un modo de Ser restaurado que existe conscientemente desde un carácter de pasado, pero hecho vivible en presente. En otras palabras, hacer axiomático que somos seres utópicos, porque existimos en su fracaso. Esto es lo significa ser “costura”. Un poema es una mirada antropológica hacia la realidad, a la vez que la atestiguación de lo cósmico en lo humano a través de un lugar figurado en el tiempo. Pero la poesía no es hierofanía, no es un mito, no es mistificación del Yo ni subjetivación del objeto, por lo menos completamente: la poesía, y todo arte, es un extravío a través de la negación y 17
afirmación absoluta de su naturaleza en el tiempo histórico de su germinación. Un poema manifiesta la negación de su propio sentido, la clausura de su acometido,
el
reivindicadora.
desengaño Y
sin
de
embargo,
su en
expresión tanto
que
creación, vuelve real lo imposible, y da una cuenta positiva de la privación utópica del pensamiento que
vive
sin
realizarse.
Kitaro
Nishida
lo
desarrolló bajo el concepto de “Mu-ga”, un salirse de sí que conlleva un aniquilamiento tanto del sujeto y el objeto en la autoexpresión del Mundo. Yo lo defino como “coser el tiempo en el lugar”: la poesía anuda la vida hacia delante y hacia atrás. Ahora bien, al acto poético también puede asignársele un cierto sesgo ético, o un campo de
reflexión que implica dejar en manifiesto que todo uso del lenguaje es siempre una contribución y una problematización de un proyecto de ideal; pero no la pretensión de la poesía o del autor, sino del ser humano. Todo poeta contribuye ética y estéticamente a la formación de una idea de ser-humano, dejando en advertencia su naturaleza, su conducta, sus 18
riesgos, su clasificación, su categoría. Y esto no es menor, porque este poemario también promueve ese horizonte a través de la evidencia de la fragilidad y el dolor ante la vida; la expresión contenida de los
espacios
anulados,
suspendidos,
flotantes,
distanciados u ocultados por la misma sociedad, y que hacen agua en la intimidad. Estos poemas revelan esa dimensión que rehúye todo hombre, y que debe ser afrontada y pensada: la oportunidad de entenderse como un organismo que, azarosamente, de tan infinitamente pequeño que es, puede echar un vistazo momentáneo, tímido, en lo absoluto, y luego volver.
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20
Capítulo I
Diagonales
“Dios mueve al jugador, y éste, la pieza. ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonía?” Jorge Luis Borges (1899-1986)
21
22
Poética.
De cuando escribes la primera línea, recién caída de un sueño lejano, y te pasas las horas en lejanía, arriando las noches a tu alma, o matando mariposas de otoño, de que algo quiere salir y llorar, y reventarse de consignas entre hojas amargas, ¿qué harás para resistirte el luto en que se sigue la vida, en qué esperanza te echarás desnudo cuando ella ya no esté y triste el tiempo en que se sucede, para siempre para no morir?
23
Mónada.
Blanco y transitorio, anonadándose, como aún si me vieras tú, aún en mi sombra atardeciendo y frunciendo esta capa roja, triste en la insistencia, y el instante de al suelo y abandonado, consciente de todo sobre lo que yo pueblo con estas alas su cierta materia y dominio, hazme a mí, y la estéril felicidad que da lugar en las doce de la noche, 24
tu ser irresistido, que yo en susurros grises desarrollándote a una sola desnudez, hice de tantísimas raíces, la firme imagen en que te he robado.
Desde arriba, en el límite ciego del vigilante, en el sueño roto de muerte aparece tu voz en que descansa, la nota que de ella hace su repetición, y rompe las horas como una tracería líquida, podando la esperanza por muchos pasos delante de mí, y por hacia dentro el fuego que destruye, su ocupación amorosa bajo mi pecho que prospera, apenas interferido 25
por los escorzos del día, y el sentimiento deshabitado que se hace llover a pedazos de ese aquello, acaso migratorio, deshojado de silencio, y colmado de instantes.
La nostalgia abre y extiende sus ojos, y mi abrigo se vuelve de una piel de espasmos, irrepetible… hacia donde tú estás ahí, floreciendo, y el mundo está también allí, estallando, bajo los árboles que gastan sus hipérbatos negros, y el ruido militar de los peatones,
ya más en lo lejos, en un sin embargo,
26
como en las noches de llanto y nacimiento, y la migración que desprendes de tu frente, y con más remedio que vivir, en el ave débil que en mi corazón hace tocar, mi nombre.
Hoy, joven como una castaña de otoño, castigado enteramente de tal modo alguno, soy lo que logro verte expandir y que no puedo abarcar, la bufanda que es desatada por la brisa de la tarde, el ser en lo incierto, y el recogerse de lo que tú sonríes desde la abreviatura, la traslación de las hojas celestes defendidas, las aves entre las plazas todavía soleadas, 27
y las vitales calles, cóncavas, ebrias de cielo, de un inalcanzable cielo, demasiado lejanas de la soledad que cae, permisible como una rama que adolece, mis pasos de a tristeza y a frío, a color rojo, a fornicaciones nocturnas, a una gota sin cáscara y mirando, a un instrumento demasiado dilatado, a no sé por qué, y creciendo, y rompiéndose, y dañado fatalmente desde dentro de lo entonces palpitando, ahora, tan sólo, por de pronto.
28
Caleidoscopio.
¿Hay en el tiempo, acaso, un campo, una copa de madera, derramándose en la piel oscura, como la de un río de huesos, encrespado de entre la sombra, en mi alma de viejo salmón, acudida a morir, y en oposición a todos los horizontes posibles, guiado de entre las brújulas, tocado en la boca por la luz de la tarde, humedecido por la Vida hacia de lo más de adentro? ¿Hay? 29
¿Hay en las cosas que el tiempo rompe y sulfura, en sus guantes azules
la piedra dura y sola, en que mi ser se construye a puro sol y rocío de invierno y monta calles y ciudades sin límites por donde pasan todos mis pasos, y en que mi voz púrpura relincha de golpe, y no suena a nadie?
¿Dónde está el ropero de mi casa, el barrizal adonde las palabras se van a esconder
con gritos de niño, machucones, e instrumentos de amor desbaratados, y maquinarias de óxido y durmientes sin ruedas, que ya no dan miedo de este modo,
sino de una gruesa capa de noche, 30
dejada como un cornisa a caer?
Mirado hacia un caleidoscopio fatal, hay una gotera infinita drenando almas, y seres licuados con humores habitan telarañas en mis sueños, por todas partes. Hay peces de arcoíris que vienen también a darme un consuelo por imbécil, porque soy este, el imbécil, hay unas cañerías con aire vacío corriendo por las ruinas del mundo, y los retratos dormidos en las iglesias, oh, en que se secan de viejos las molduras con colores de recogimiento, y pigmentos llorando de mucho. 31
¿Qué hay que hacer aquí, ahora ya, mis pobres poetas, minúsculos seres saliendo rotos desde el sol quemados y fuliginosos, estrellados y oscuros? ¿Habrán de tomar nuestros muertos las armas que no pudimos,
y de los lápices, los árboles la sangre de la tierra
para reescribir a plena luz del día, los idearios verdes?
Llegados desde atrás, prendemos fósforos en la noche, con la ausencia tomamos leche, con el desgarro vestimos nuestros pies de zapatos, la masticación, y nos morimos una y otra vez, 32
escaleras abajo, en el fondo de un mar de gorgojos. ¿Qué más hacer, dónde, conjurar o percibir, crecer,
de qué modo lavar planetas en un canasto de plástico, lograr al cisne inamovible el encierro de su muerte, y de todos los nacimientos y desembocaduras, cortar el mar para los amantes a través de unas pequeñas sílabas de espuma y sal? ¿Hasta qué, por cuánto, seguidos y enlazados,
somos apresurados por vivir, y de lentos caminos entre tanta tumba?
33
Nacidos caleidosc贸picos, cargamos en nuestras espaldas las horas de la vida escritas al rev茅s.
34
Arboledas.
En La Plata, en cada rinc贸n o sombra, por arriba de las casas, en el aire oblicuo de las esquinas, en el polvo antiguo de las estatuas o durmiendo como duerme la noche en el alma, siempre hay una acacia que sale a recibirme, y detona sus fuegos fr铆os, de pronto, de espuma y sal; un arce que se eriza ante mis pasos con sus pelos de escoba,
35
y aquél, el tilo que me sirve el té en su tacita y arrea sus medusas con mi pecho cuando el jacarandá rasga el cielo arriba de su escalera, y nubes y rocío violáceo tiñen mi rostro con lágrimas de acuarela, y la magnolia, ah, cómo no querer olvidarme de ella, la rosa de mazapán junto al alcanforero que acude a verme con sus bototos, y desnudando va sus pequeños frutos negros como los ojos de un colibrí, pero que son tuyos, compañera, y no me miran, y no me dejan hacer, 36
sino multiplicar las hojas con tus calles, las hojas azulinas que tienen un sonido sin tiempo, y no se envejecen y no se existen tampoco entre las arrugas de la primavera.
Centenares de รกrboles en La plata y en algo a ti descansan,
en un puro amor infinito a tierra y a estaciones definidas.
37
Vista del Parque Forestal un 20 de julio.
El otoño ya no me es otoño, las hojas ya no caen como quisiera que cayeran, y los largos paseos por el parque, extraviado entre fuentes con sus estatuas negras y pájaros con moho, y árboles arrugados de frío,
y bolsas de supermercado atragantadas en mi camino, son ligeras como lamparillas de gas, y como en mis bolsillos, viejos cigarros duermen.
No hay ya más poesía en el aire, sino canaletas cercanas a sonar como lluvia 38
y el reacomodo torpe de mis órganos en el viento, y contra el viento también,
también, esto y de aquello. Pero estoy transparente, y la boca no termina aún de abandonarme, y mis dedos de leche teclean sin uñas las palabras de esta estación, su canto rojo, para que me recuerdes lejos, viajando con mi rumbo de estrella imperfecta, y para que no estés tan sola, para no que caigas hasta el fondo, para no que caigas, no.
Hay luces secas, acordeones velando el cielo. Pero estoy tranquilo, ya con mi navaja en la mano.
39
Desnudo sobre la hierba.
Llevé mis pies a andar descalzo, a pisar sin memoria el susurro que dejan las ramas caídas, a oír por primera vez el seco latido que los árboles hacen al amanecer, pero en cambio, allí tú como una provincia nueva, te hallé en la claridad buscándote, oscura en el fondo súbito, propagando sin límite las ovejas mansas remotamente de su hora, y tejida eras como un viento de maíz, la infinidad silvestre, como los ojos del bosque y el peine del otoño; y es que eso me pareces, en eso estallas, e interminable y dicho, te conocí y ahora vuelvo 40
desnudo sobre la hierba, a respirar el aire que tiene labor de costurera; y trabajadora entre el origen y el sueño, desde la distancia crepita el nombre en que te bautizaron, y que es extensión de guitarra, y es luz de eucalipto y es fruto oscurecido y es la voluntad de las manos en la greda.
Parecido a un crucifijo sobre la tierra, echado, desnudo, puedo sentirte a lo lejos cómo subes en el cielo volantines con enredaderas de julio, y con trigo de día, y con trigo de noche, muchos son los puños que los sostienen en lo alto, y desde luego, y entonces, en tu alma se definen como de rosas dormidas para que las habites tú, 41
y seas tú quien colme desde ellas la gran pizarra de agua, que es la Argentina de piedra, la patria del Locro, de las coníferas, de la uva, de la Pampa sonora.
A mi lado la hierba se curva parpadeando, y me parece que en tu iris estuviera contenida, dirigida por entre raíces circulares, mientras que la tierra continúa con su propósito ya sin mí, y no da tiempo para cambiarme las estaciones, sino tan sólo para describir el pájaro de agua que vive esperando su corazón cortado, hallado inmenso, y como si sangrara entre las estrellas, con un tranquilo silencio verde.
42
Cierro mis ojos como si me acompañaras en los sueños de la mano, y allí me quedo, olvidado, extraviado, empapado en el más profundo infinito y separados recorremos la forma de los brotes colgando de los árboles, las nubes con sus cerezos crueles, cayendo
en los edificios blancos, la fruta nocturna del cemento en que florece la lluvia, porque en sueños o verdad, la hierba pura tiene la dirección doblada, la determinación del Sur en sus hijos, donde las manecillas del reloj son misericordiosas, y vienen a buscarnos, de pronto, para que no olvidemos que solamente juntos, Ser es construir y devorarnos como de una elegante metáfora, pero no por siempre.
Todo es tan diáfano, 43
y es que en toda tu alma las cosas tienen una quemadura y un golpe de cisne que me dejan un rastro, un mensaje a los que vienen, a los que me leerán al nacer, y no dice más que tiempo, más que sombras frías, y sueños, y espesuras, y minerales y agua y flores azules consumiéndose lentamente adentro de mi boca.
Un perro mueve su cola a los pies del universo, las libélulas pintaron las alas con clarividentes, y porque el mundo hoy está muy claro.
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Ensombrecimiento.
Un rayo miserable quemó los árboles que crecían en mi casa,
y espantó los queltrehues de mis sillas, ahora volando atiborrados, gordos de agua; graznidos secos, tristes me quedaron rotos en las orejas, como de una nube muerta, ahogada en un vacío de truenos y rebaños, como de un vómito destilando sus curvas agrias por dentro de mis pensamientos, en que ya no me sostengo las costillas, y clavo, y clavo, 45
y aserrucho, y sin un acto de fe, ese aguacero no para de sonarme a castigo, e introduzco con mis manos una lápida en que ya no se caben más las gotas, y tierra a la tierra tengo una pena a túneles y a flores guarnecidas en jarrones blancos.
En algún rincón de mi alma, oh, en ese pequeñito, en ese pequeñísimo espacio, sé que mi mamá ya lento atardece.
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Poema de dos voces.
Algo sucede que no se cansa, que tiene una costumbre oscura, de la luna extrae su pan triste con resortes gruesos, y está plagado de aire y de copas sin agua, dotado de las formas en que la noche no cesa de matarlas como el eco de perros ladrando, en que ya no sé qué sentir, o en qué vivirme, o si de pronto buscar en el luto frío que dejan las fachadas de las casas, 47
en el esfuerzo a desgarro de los automóviles, o en mi lágrima al caer como a olvido; pero, si de la larga cinta de esta Pampa, ya no me queden más que ruinas, y cuerpos temblando a estertores de vida y amor, y de todo lo que la poesía -mi poesía- tejía, ahora como luces discontinuas es de los aviones cayendo.
De a poco ido, he consumiendo de viejo este rosario en que no agota sus cuentas, de esos ojos inválidos donde la noche no tiene paz, de ese gato hambriento y orgulloso que se azota contra los tejados del pecho, 48
y donde tremendamente hosca, y tristemente sucia, hace romperme su voz amarga otra lĂĄgrima.
Candelabros con falta de tiempo se balancean, y en mi alma no me caben los pulmones, en ese vacĂo que se traga todo, todo hacia mĂ, dentro.
Desde el patio de la ciudad, junto a mĂ se me fueron volando todos los naranjos.
49
Sordide (no) sentimental.
Albatros errantes hicieron con mi canto su vieja tumba, a oscuras filiaciones, en aguaceros azulados, y (no) rodaron entre sĂ para dormirme y nacerme, para poder viajar hacia arriba de la nieve, y amontonar las auroras, desarrollar en tu pecho la suave humedad de agosto, tanto como (no) quisiĂŠramos, y en tantos mundos por ocupar, en el dĂa pleno de tiempo, debajo de los ĂĄrboles con sus copas abiertas, incansables, perfumando entre el agua y el viento, los edificios creciendo como elefantes de costado, y las plazas con ese sabor a abejas, 50
que (no) nos dejarán ir hasta cumplir con sus deberes sonoros, el mandato del herido, el dulce (no) beso del abandonado. Yo (no) tengo el corazón puro, pero acéptame no morirte nunca.
Hay una fuerza que oprime los pulmones, un sentimiento a músculo en el corazón, que arrastra amigos muertos, y olas que retumban como las fechas que quisiera olvidar. Yo (no) estoy de algún modo soñado en el exceso, sumergido por ese color en que me recibes la piel, donde las flores siempre abundan y la cordillera es grave, como en campanadas de venturina, y (no) es irremediable también el silencio que desgajo para ti, que para mucho temblando, y silente, 51
y sin duda, no me cabe ya en el cielo.
Nunca anochece, y con impaciencia resuenan los grillos en el sufrimiento que baja a todas las moradas, mientras el poniente viste las hojarascas como moscas, acusando a la melancolía el triste recorrido, en que lúgubre, fue llevada a tiros en el corazón. En cada instante una muerte, en cada lugar la hora que no se corresponde, y justas almas salen a consumirse por el campo, y ese desagradable olor del hierro, oh, en que las mariposas emigran también hacia otras prístinas luces. Pero tú (no) eres demasiado buena, (no) inapelable, (no) alta, a menudo (no) como una sonrisa celeste en el aire o un sonido agudo que revienta en el mar 52
a lo lejos (no) con espuma y (no) cuarzo.
53
Temporalidades.
Esperé tanto, tanto tiempo... la lluvia que en por fin, de tan largo viaje, sobre servilletas de papel se dejó morir la rosa común, anochecida y solitaria, y de las hojas que detrás se residen por todo el firmamento, mendigando mi forma interior. El sonido ya tan muerto me pone una atención triste, pájaros infinitos sotierran sus alas donde hay sólo silencio, y lejos acude mi corazón tarde, 54
a estas alas que no le bastan con hacer distancias, y tienen el olor de la madera muerta y sacrificios impuros, oscuras voces en mitades que respiran, de propĂłsitos desnudos en besos y piernas y rincones inseminados de movimiento pegado, como a gotas, a gotas, a gotas perdidas en un espeso mar, turbado de vientres.
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Objeto desencadenante I: argolla.
Como si me hubieses anticipado la vida, y colgado antes que yo el traje de la noche a un sólo gesto de fe, y de amor fatal, y como si te hubieses arrojado la risa enfrente de mí, de como se arranca el atardecer de los cisnes, y como se amasan también, los panes en el alma: ¿hacia dónde? ¿De qué modo gastado y conducido?,
temblando rodaría yo en la tierra entre surcos rotos, profundos, en cuyos fragantes términos destruyéndose, innecesarios, sin cesar,
56
mi herencia solitaria no tendrĂa de esa luz, de ese abono que me deprime, ni de la cosecha sobrellevando los ensangrentados tomates a tu mesa, pero a cambio, en el mundo desbordarĂan las cigarras, y los arados de tristes consuelos, que sin aire tararean sus desvencijadas formas, y cuchichean desnudas sobre tus huesudos dedos, un peso sabido, una condecoraciĂłn cruda, de oscuros anillos su espacio, como semillas secas que se cambian la piel.
Desacostumbrado desplomo, aclaro, detrĂĄs de ti, y asocio tu vida a otros brazos, 57
con otro bramido de amapolas que afilan bocas; y no me queda ya más que tender en mi cuello una insoportable estrella, una estéril palabra, como de una ruina degradándose hacia fuera, un corazón que agita su pulpa blanca, víctima hasta lo indecible, y se propaga en tu nostalgia hacia el límite o la muerte, tan así que te devuelves insistente, labradora, y colectiva, y profunda tortuosa, llena de eso que te brota, entera de esterilidad. Ay de ti, si eres ya una huella que dura, un espíritu de hospital, que enredando mi camino, haciendo diáfanas las rosas, me hiciste hundir mi pecho en un océano muy oscuro
58
que drenaba lámparas en peces de podredumbre, pero que no me importó nunca, y desde sí, he consumado cada tiempo de mi ser en un agua de suerte y lilas palpitando como venas, y conduje corazones y cuervos fuera del patíbulo de la noche, adonde tú, vives en el alba, y donde eres frutal, y donde tienes la estadística del universo.
No debo llorar si no estás, y dejar que las poleas sólo suenen, una espuma de río o relámpago a punto de florecer. En la madrugada se oirá el sonido de un claxon, el oro de una argolla cayendo arrodillada en la tierra, lejos enteramente, 59
e impune sin más, ya que porque su alma espinal no se contendrá de inventarse nuevos términos, fertilizará con sangre la vasta tierra que nace de tus narcisos.
60
Relampagueo.
El pequeño búho, oscuro entre la luz, mira con sus grandes ojos la luna abrirse como el maíz.
61
Cuatro de Espadas.
Los muertos descerrajan las persianas del cielo, para empezar, de mano en mano, con sus ojos como de รกrboles infernales, mirรกronse perdidos su nombre,
lejos de la vida, y de sus nervios petrificados con cal, de esas ramas muertas que los forman de ese arco violento que los preserva, y de lo que siguen, como de a caballos oscuros.
De entre las baldosas, 62
el hedor llena el pasto, y tenues rayos de luz rezan con traición la purulencia también, de mi acento. Por las calles las clivias tienen olor a bencina, y autos caídos hacen el amor acostándose con bocinazos que chorrean caracoles enfermos.
Las aves cantan cuando cantan, pero no sé, ¿por qué siempre es su latido tan agudo, y siempre atrás, a mis espaldas? No estoy triste, pero hay un hacinamiento que me devora, y se repite en mi cabeza como la caspa.
63
La catedral más grande tiene la voz de cuero, y sobre su arquitectura me mataron la risita, y las ganas de la poesía, y el humo negro, que allí sigue, y allí seguirá.
No sé si mi alma me ha indultado, pero me tengo un sueño de morir.
64
Dejen a mĂ.
Que todos los perros vengan a ladrarme conmigo al alba, oh, si ya para empezar no pudiera llorar lo que recojo, oh, si ya sostuviese un metal agudo con hemorragia, blandido desde ninguna parte, oh, si ya nada tuviese sin abrir, salvo huesos negros por el tiempo, y pan pobre entre las encĂas, y mocos secos de sepulturas, de noche vaga con sueĂąos pariendo de rodillas.
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Que todos los gusanos se levanten de la tierra con ojos y agujeros, con ovarios profundos, si ya no te pudiese gritar un sentimiento hasta el alma, como un hipo con árboles, o una palabra combatiente,
o una sangre que reclama muertos, pidiendo justicia.
Mátame si me ves de pie con un silencio sucio, ya putrefacto en cólera y orgullo, y sin balas arrastrado a la apostasía, reducido hasta ser el azufre de la noche, de podredumbre malo, oscuro y sin nombre, encogido de la vida, inmundo hasta polvo.
Pero no me hagas dolerme azotar mi mañana de agosto, si aún no sucede eso. 66
No te vayas como un cristal calado si todavía desarrollo luz, si aún mi sombra habita en el corazón que desprende la avena. No me excluyas de la vida ni cicatrices mi nombre, si lo que digo y canto persiste en el derecho de no ser más que agua. No zurzas mis ojos con cuero de bestias, no me deshojes el cielo que tanto me ha costado pintar por la noche con las abejas que no pueden dormir si me estás muriendo, y los laureles que ya han olvidado el aroma de sus casas.
No te pierdas la cruz que dos hojas me dejaron ahí, anocheciendo en sus bocas, su sin fin entrelazadas. 67
Tirada en herradura.
Tienes las ruinas de los pájaros acechándote la cara a sepulcros y arcoíris, tienes el sabor del alba vieja, y monedas de agua se te salen por los ojos como ampollas y campanadas, como una forma idéntica hundiéndose sobre los tejados grises, y vertiendo su furia en este día gris, en esta ciudad gris, en esta luz que me penetra y retrocede adentro de tus ventanales cerrados, 68
la residencia que insiste de espaldas a mi llegada, sus párpados lúgubres, y los citófonos afónicos de un metal cansado y frío.
Ya no tienes la hora de recibirme, ni la voluntad o la leche, ya no tienes ni quien mire tontamente, pelo por pelo, el champú que usas o te ponga encima un naipe de rosas o celebre la humedad humana en que la noche se aprieta a tu cuerpo y la estrellas destilando sobre tus muslos, me miren de esa suave ola, caliente. Ya no me verás más, así que vívete tranquila; te dejaré en paz las cañerías abiertas por donde anduve vagando, 69
y el líquido turbio por las calles corriendo saldrá sin parar como cántaros que se van saturando de mugre y alma. No molestaré más a las baldosas que se gritan de dolor, desparramadas por las calles, rotas y quejumbrosas como dientes de leche, y ya dejaré de mirarlos a todos, incluso a la muerte y al aire y a las estatuas y a tus huesos flacos de no tener nombre.
Sólo los perros me saludan. Ellos no tienen nacionalidad.
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Capítulo II
Poemas de horas
“Allí, en la noche, un ruiseñor cobraba celos a la luna con trinos de soprano, y la luna, toda de plata, se daba a é1 con suavidades de novia”. Teresa Wilms Montt (1893-1921)
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Musa.
...Y tuviste que protegerte de un poeta para no engordar, redonda como una noche, ignorante.
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Dark-skinned.
No hay más desgarro o mediodía en este invierno, que una sola calle en que tu forma ya no se encuentre, y donde sólo el humo persiste, ronco en infinito, y las grietas en el asfalto de tanto tiempo, de tanto… Los paseos peatonales intervienen con alevosía, de sucias correderas, enteramente de hilos cortados y terrones de viudas. Ya no hay más que aire, techos desmantelándose, motores ruinosos pegados a mí, vidrios negros
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y deshabitadas panaderías en que tu suave estatura ya no circula, ni proyecta esa sombra.
Desde un eco adherido a ciertos lugares, rompo a llorar porque tu fijeza continúa abriendo las puertas como si tuvieras un olor a crepúsculo, como si del cadáver de un fantasma arrastrándose, fueras dotada de la fatiga más larga. No hay más desaliento que buscarte vanamente en medio de las vitrinas, entre mariposas de celofán, túneles discontinuos, o dentro de una cajita musical con partituras de Beethoven.
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No hay más vastedad en la distancia que nubes con el contorno de hombres clavados a una roca, o migajas de tiempos cautivos, en que tú ya no ves, lo que fluyendo, perfora el día sin descanso.
De todo hecho tiras, hay un músculo que tiene rostro, y hace retumbos, y desborda en tu respiración, y tiene sangre, y tiene tu cantidad, y se reacomoda con intestinos y voces, aunque ya no estás viva, oh dolor, y entiéndeme esta vez, que aunque ya no estés muerta, tampoco tienes sitio aquí. 76
El lento espacio está contigo muerto, y va con miles de pasos por delante de mí, y en las horas de mañana, frío soy de noche, y aunque me arrastre sobre tu lápida a besarla, mis flores no son frescas, tienen acumulado el sueño de ayer.
Es cierto que tal vez ya no piensas en nada, y que tal vez, es mejor así, pero, ¿ya te han hecho olvidar de nuestros árboles goteando orines,
con botellas y latas, o del aire negro que vestimos con tanto daño? 77
¿Ya te han hecho olvidar los edificios grises, la caca de pájaro
y de las cornisas cayéndose en racimos de soledad? ¿Ya te han hecho olvidar las calles azotadas con basura
y las hojas podridas escuchándose, como perros vagos afuera, espesos en las carnicerías? ¿Ya te han hecho olvidar al pobre, a la injusticia, pernoctando entre las esquinas hediondas con rosas invisibles y hambre? ¿Ya te han hecho olvidar de la calle Rosas, la calle Puente,
tus locales con lanas y botones que se acumulan sin dueño ahora, y en tus manos las bufandas tejiéndose en la hebra que ya nunca tuve? 78
¿Ya te han hecho olvidar las viejas casonas, los cafés y las piletas con turbias aguas,
en donde las palomas se bañan, y los niños? ¿Ya te han hecho olvidar las piezas en baldosas blancas,
y el olor a anestesia con jeringas y resúmenes, y las recelosas tardes de conversaciones que tuvimos en círculos? No. Sé que no, porque tu alma es inmensa. How do you sleep? How do you open the windows every day, and you, flushed, eat the same tasteless breakfast without saying anything? How can you lie to yourself and smile as if everything is right? Do you think there no exist other way? 79
There is a sad difference between closing your eyes and knitting into of illusions. How are you still alive?
No, I am sorry, it is not matter. Just stay alive.
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Todavía.
No, mi amor, no es que no me rompo con tus huesos y voy a reexistirme en tu pecado de súplica, no, no me corro el tiempo con tu sonrisa, y es que yo no te lamo en los dientes mi amargura, ni en los minutos sumergidos de la cama lloro entre tu ropa, y no me corrompo, no... Por eso me disculpo, porque soy más, y nada sigue siendo lo que es, y he ahí la tristeza de mí, en la verdad. 81
La luna está empotrada a la noche, y lo sabes, no puede más que chorrear su áspero brillo con toda su fuerza
por tu cuerpo flaco, abierto por esas manos toscas, horadado hasta el fondo, con sombras que se descargan en tus rosados pezones, de esos transpirados contornos, y las musarañas trepando entre tus piernas y confundidas las alas a la de los pájaros. Yo lo siento tanto, y no puedo expresarlo, allí agolpado, inmóvil, como una aplastante piedra en mi alma, como un grito de gaviota cerrado en el océano, soy deambulante 82
como un voto de redención que no tiene más deber y camino que hacia la mismísima muerte.
Ahora debemos decirnos adiós. Del horizonte negro, habrá nubes claras, sin embargo, ya nada más.
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I'd love to turn you on.
AcercĂĄndonos a un poco, ausentes en lo inmediato, atravesados por largas diagonales con besos y hojas, y semĂĄforos que a medio quemar, sobre nuestros cuerpos acechan cantidades calladas, de pronto parpadeando de frĂo, de pronto en apariencia insatisfechos, sobre ese morir incapaz de sonar, en torno, a lo que de lejos se persiste, en aumento y horadado, a menudo con un sabor inacabable, en que apretadas comisuras de palomas puras
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anteponen su grito morado como de un ángel a la noche
y las estrellas dan su palidez en formas de un largo absoluto, de esa melancolía que nos excita, e invariable y sobrante desde hace mucho en mí, de a poco, resbala y destruye por mitades las plazoletas que emigran purpúreas, a la luz de la tristeza conducidas por mi corazón sobre cada gato, como de jirones azules, en celo, de frutos consumidos, ronroneando en vela y anteponiendo tu extensión a ése, su infinito, su desarmado desasosiego.
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A nosotros, sin desearlo, van quedándonos los lugares, desayunos de otoño, consentimientos y manos viudas, a nosotros, vencido, el aire apretado como una mordida, lo putrefacto de los parques vacantes, la carne furiosa de las amapolas, los asientos y estatuas corroídas, las catedrales bohemias -de nubes húmedas, pesadamente contenidas en el techo de los ojosy el deseo ingenuo como de un anillo de oro enmarañado, ahogado en la garganta, y con insistencia a reventarnos de negros caballos y difusos cuellos rodeados de cipreses. 86
Pero baja un rostro fluorescente, pero un ruido polvoriento, pero gracias a Dios unos ojos inútiles, que en la obscena e insistida esclavitud me reconocen, a ciertas horas en que yo poseo inseparables tu memoria y el mar, enfermo de un éxtasis y humedecido hasta el alma,
como los gemidos de una luz que se cierra para suya, la oscura tarea del polen que se agiganta y dosifica, compañera, en lo que de tu boca en mí hace derramando y temibles, y furiosas, y sin extensión final, en lo que hoy se me parece el corazón tuyo,
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la práctica de un sueño que desde el origen queriendo, tan desgarradoramente dulce, como en uvas a perpetuo duelo, ahora se libera y se fecunda, unidos, arrastrados, tocados por la guerra, sobre nosotros con trajes de yeso, ya a medio resonar de blanco, a medio sueño, y todavía perpetuados sin ser respondidos, acaso, aún después de mucho por el tiempo, sobre aquellas campanadas, en que nuestros espíritus se vacían y desarrollan sus misteriosas misericordias.
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I just wrote them myself.
Tú eres la que hace escribir, y en la que la tierra, pesadumbre y relámpagos, son una misma cosa. Tú eres la que despuebla los racimos de vida, y corta los sueños con una misma moral, y como suele ser desde una noche sola, o a dos, en que lo posiblemente yace sin importar, de pronto se convierte en un anémico insomnio o un absoluto de pobreza, y huesos con revólveres aún sujetos, de lo que comprende, oculta, esta única forma asfixiante de sentir, 89
escapa y aflige, querida, en el sueño, y arriando sus cadáveres que bellas, bellas, piden auxilio en tus manos de tejedora como una asonante luz, como si tocando las cuerdas de los girasoles, se es como se es en la locura.
Tú eres la mujer que de cuando escribí huyó la luz, rompiendo vitrales en la noche, dejando mi existencia con verbo a patíbulo, a la espera del sueño errante, tan cerca, con tanta violencia como un faro de madera en el hundimiento, sobre la frente de la tempestad, arrodillado con todos sus poderes.
Tú eres el gato que optó su vida. Tú eres todo el planeta que ha decidido, 90
tú eres tu día, y esterilidad de abeja, hundimiento de puertas y dolor, tú eres todas las cosas que quedaron en tránsito, corroyéndose en pena, en separaciones, a través de los ventanales de otro país.
La cordillera está más alta, en plena miel de lágrimas. Hay una tumba en el color de la nieve, y pájaros negros que me tranquilizan, y nubes compactas. Escribo como poeta, sin usos de hombre, y me encomiendo a un ángel en un eterno túnel con flores, con lavanderías.
Ahora cántame, si tú pudieras... y reviéntame mi corazón ahora, a la hora de parir. 91
Cierro el tiempo como una cajita musical, y ahogo cucharas en mi pecho, o cenicientas, quedándome a escondidas entre mis pies descalzos, pero despierto hasta en las sábanas y la sombra, errante como a llorar o amar, obstinado en crear malas metáforas de la luna, destinar cánticos espirituales, callado, habitar oscuro con los ojos en cualquier rincón de este mundo: ya no importa lo que piense o lo que tú me digas, yo sólo estoy escribiendo para mí un pedazo crudo de este cielo, para nacer y no dar la vuelta nunca hacia atrás. 92
Vanitas.
Es extraĂąo que todos huyan de pronto, y sin mĂĄs poder que disentir, que de las ventanas en que vivieron, ahora cuelgue ropa muerta y agua muerta y luz muerta y plantas muertas y gatos solos. Es extraĂąo no encontrarme otra vez con sus zapatos, y el ruido, y el eco de que hay alguien en su espacio, pero ya sin el esqueleto, no abriendo las puertas, no haciendo chirriar los corredores, 93
las camas, no nombrándose, no comiendo, en el amor sin gritar, de día, en el baño, por teléfono. Hay un olor a soledad, a habitación enferma, a estancias chorreando, a huérfanos tejados en contra del invierno. Ya todos se salieron, se disiparon mudos en el silencio terminal, y entre ataúdes pesados caminaron con su frente baja, con guirnaldas crudas en el cuello, y maletas cargadas de sombra a los andenes lloraron el día o al cementerio con palas se murieron. Y me parece tan extraño la permanencia de la Nada, el nombre “violín”, mi apellido extranjero, la sonrisa de la loca, las cosas para recordarte que fuimos, entre el tiempo y el lugar, 94
como restregar las murallas vacĂas con una cuchara de palo, y lamerme el corazĂłn agrio con la mugre de la vida.
El tiempo pasa a travĂŠs de mis dedos en tu casa, entubado como desagĂźe, y las rosas se queman, y los libros se arrugan, y las ampolletas no prenden.
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El escabroso.
Qué ingenuo he sido, hallado entre ecos, sin una esperanza, forrado como de un quijote de fieltro, para que yo siga existiendo, en alguna parte, temblando desde dentro en frascos de infinito, y desorientado en las mañanas al despertarme, falto de sueño, y con las luces derramándose por las cortinas sin emociones, por al contrario a lo que tu mirada levanta, y voy triste, y voy sobrante 96
y voy donde hay un viento que apenas reconozco, donde los árboles tienen furia y moral
y son capaces de botarme con sus hojas la risa de los órganos. Pero no tú,
que estás llena de todo lo que crece, y con esos ojos que alcanzan el final del día.
Hay veredas con rostros de viejos, y números entre las avenidas por donde corre un río plateado, banderas celestes con forma de soles y esquinas, y personas caminando con cristales en la boca, seres extraños que salen de las superficies, uniformes como ojos y pelo,
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y en su sexo bilioso, una respiración a huésped, a extranjero, a color hace ruido en mis pies y mide mi corazón con menosprecio como la noche, en la soledad de un gemido a oscuras paredes, y edificios con nombres de fantasmas y ascensores, y espesas tazas de café y medialunas y lugares que me antecedieron, que apenas puedo describir, y sin embargo, continúo cerrado, y alrededor sobrevivo a través de pobres esperanzas, estímulos de costado, pocillos de fruta y un saludo de buenos días 98
destinado para ti, pero saturado de luto, persistiendo, y sin nada más que querer, que censurado de sentimiento.
Quizás no sepas, no oigas jamás, que en ti la cordillera me parece más alta, y su nieve más oscura; y en ti mariposas retumban lentos vuelos por tus orejas, y caballos salen corriendo sin límite y cerezos girando, como zorzales que se dejan caer el pecho para formar familias a mi alrededor.
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Objeto desencadenante II: La Luz.
Aclaro, a la hora de aclarar, algo más íntimo, recogido, de fosfeno como las flores alumbradas por una bolsa de papel, lentamente decantadas en medio de la basura.
El breviario se bebe hasta la última gota, callado, en un trago grueso de esperanza.
El día de la huida es negro, y en las praderas la hierba crece a mis ojos como losas de mármol, o arena húmeda con nombres flotantes
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en despedidas mal hechas, o sombreros de luz con sus puntas mal paridas.
Es en el patio del alma donde va a caer, pero qué instrumento para sí, sin retorno, y del que sólo doy cuenta la inercia, lo inmóvil, la transparente catástrofe cayendo y haciendo tierra la tierra y haciendo mundo, y el cielo rojo, atrás, a contrapelo, acompañado de sauces suicidas con tus ojos, y un paisaje oculto de pálidas libélulas.
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Correlato.
Algo grande, de repente desmedido, como un cielo con hedor a vinagre, nauseabundo como la defunción de todos los océanos, se enrosca en mí para arrastrar los días, en cuyas cosas yo anudo mis pasos, y se detienen en seco los relojes, en vano, y duermen en los jardines larvas con aguas gastadas y tubérculos de colores sucios,
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y el corazĂłn tambalea con su forma, ronco, duro, por un viento que rompe hasta morir las costuras de las casas, los alambres de mi pecho torcido, donde un ser daĂąado busca en el fondo de lo oscuro, pan y ojos, clavos para su triste consuelo, para la corona de su musa que lo mira reconocerse con las estaciones, y salpicada de pianos en semen, transita por los calendarios sin tocar nada.
Estoy mirando, y deambulo enteramente de paso; las catedrales tocan melodĂas con mordazas bajo el sol, y bailan las palomas con hastĂo 103
entre cardos inconfundibles, de ese sabor postrado a carbón. Hoy sábado celeste, de ataúdes en la garganta, circulo entre muertos por infinitos adoquines, pero mi frente debe seguir en alto, abrirse de lágrimas a lo que hace brotar el mirlo que hay en la sombra, y al olor del pasto mordiendo el cielo, porque de todo en ti yo no soy más que un número inadecuado, y soy lo que se olvida en secreto, sin ojos, e hinchado por el hollín, y soy de sencillas gentes, que de paso en tu puerta se queman, 104
quemándose desde muy dentro.
Los rosetones de las iglesias no cambian y sus rosas no respiran, pero oscurece, y en mi habitación no hay rostros, tu respiración dejó muy temprano las paredes como una bandada de pájaros, y ríos infinitos de rodillas, y que volando, rodearán sombras delgadas, y saldrán peces en mis ojos, y piedras mojadas en el alma, como el tiempo que cae también con trajes cortos, o como tulipanes
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empeĂąando sus grandes conchas, hacia una luz con tacones, en la inĂştil nostalgia de las once de la noche, y el ruido largo de las libĂŠlulas que de mis sueĂąos salen a trabajar, reventadas en soledad.
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Ciudad sin título.
Tengo sueño de ladrillo rojo, y bicicletas grises que se escapan por callejuelas anónimas, de vitrales rendidos, y ángulos ruinosos, oh, en que de dónde, y es que en qué, me trasmiten esa luz de tiza, esa plegaria de arbotantes, en hileras de hipogeos con enumeraciones perpetuas. Ni las coníferas ya quieren acercarse a esas fachadas gruesas donde emergen intestinos de hierro, y espirales de viejos monarcas, 107
que pernoctan en una oscura platina del tiempo, soldada en la mugre, impregnada con olor a cosas. Hay edificios que me parecen escarabajos, llenos de ojos irritados, vacíos, recostados con sus espesos tórax a un sol, a reglones torcidos tanto más miserables.
El tiempo tiene asco, y se apresura para no seguir, y está vomitando, y tiene contracciones, y edificios amontonados. Corre la tierra en su galope desbocado, y sobre las calles no hay ningún adoquín que quiera aferrarse a la vida. 108
Hay un dolor a capiteles entre las nubes, y p贸rticos industriales tachados con cruces, no lejos de tu casa.
Francamente, las b贸vedas de crucer铆a lavaron el cielo de los mundanos, y pintaron con cloro las chimeneas, pero Dios nos hablar谩 siempre por las tardes.
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Ser caído.
Estoy sordo, e insensible en lejanía, llorado en extenso como de consuelo y materia, con espanto en la noche, dañado me presento, enfermo por el futuro. No tengo insistencia, y soy descubierto deshabitado; un tren pasa debajo de aguas oscuras, y hace ruido blanco con vagones cargados de piel, y parece que se despiertan a seres corroídos, a estrellas gimiendo, 110
aunque no pueda escucharlas.
Son ásperas las manos, duras las lágrimas, arden mis párpados
en tu fotografía amarga como una lápida en que descansa el peso de lo mío, y halla eco por instantes, las notas de los instrumentos sonando a mi lado, a cenizas; tengo frío, amor, y tengo susto, y tengo pájaros clavados en mi cuello. Todo ríe con un aire de sepultura, todo es una carcajada como de un cuchillo abriéndose el estómago; 111
había olvidado lo que es el dolor y es débil el cielo que humedece la tierra con callados nombres, justo detrás de ti.
La oscuridad se propaga entre mis dedos como una luz formada de escombros, insuperable y corrupta, una poza de cuero, un cristal en que crujen los vencidos, y sombría en su cáscara, llueven y llueven sentimientos atiborrados en locura... afuera, roncas flores de otro modo, y murmullos de animales que se quejan en mis brazos, 112
a pedazos de grito.
De pronto, el barro cae del rocĂo contra mi ventana, y una luna desciende a tocarme, sin su rostro conocido. Pero nadie responde, pero nadie allĂ, nadie a mi llamado.
Hay una partida insoportable, en el fondo, como de difuntos que huyen; hay un arrastre de cosas sin dueĂąo, y seres sospechosos que se dejan tocar, y enamorados muertos, y humedales con tanto exceso. 113
Hay un desahogo de paso en las paredes, como jirones de sal, un รกnimo de objetos devorados,
y hay un tiempo que se queda masturbando. En ocasiones, mi cama suena, y hay un aire amargo, y sรกbanas pegadas; huele a un cierto grado de soledad, y pobres las flores, en que los demonios se divierten abriendo y masticando el polen de mi alma.
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Infrarrealismo.
Del grifo caen gotas cauc谩sicas, molinos que se mueven sobre vasos que nunca se llenan, elefantes por las paredes comen moscas y ponen huevos, los huevos que al refrigerador le hacen falta, y el canto de las aves golpeando las ventanas, suenan a como una lluvia pesada en que la bencina negra por fin logr贸 sacar sus alas, y vuela hacia abajo
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a morirse como clavos que se clavan Santiago de gusanos por la tierra.
Devoro un pan con chancho en la cara de los muertos, en las fosas nasales de una pantalla LCD, y rodeado de hormigas me duele el pecho, desde donde se me sale la vida con múltiples patas.
Se caen las rosas del patio, y la parra da ojos negros, y tú estarás bañándote con mis cepillos, tocándote el cuerpo con vapor y olor a frutillas, 116
y tu sombra se desenrollarĂĄ como un ovillo de lana, para regresarme el tiempo amado de una vez por todas cuando yo te entreabrirĂŠ con mis dientes el sueĂąo.
Reconozco, por mientras, la noche propagando sus guindas entre las piedras azules del colchĂłn.
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Trabajadora en el telar.
Se va cosiendo el capote de una edad oscura, y qué sería, sino del alma, el tiempo, la vendimia abriendo el mundo como uvas y túneles, condensando el color de los girasoles sobre un jarrón de tallos moribundos, y moscas y harapos y sinécdoques; se va hilvanando la aguja de la tarde con unas manos arrugadas, viejas de olvido, 118
tejiendo sobre cada rostro una lápida con nombres de bronce, y los relojes que cubren sus forros con miedo a caérseles hacia delante con una luz amarilla que sólo se irradia en espirales; y el vino de la muerte, en el vaso de la tejedora corre sin fin por la noche de esa triste lámpara, que se va consumiendo dormida.
Sólo puedo ver a estas horas sombrías la cicatriz que te dejaron las tijeras, el sentimiento que llevas de vieja y de cordeles, y los botones desparramados y los cisnes sin piel y el telar roto 119
y el suelo abarrotado de amargo y las volutas viviendo de la muerte, su esquelĂŠtico descanso.
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De escatolĂłgico.
Me estoy callando loco los dedos, furioso, como el color que da la piel. El aire bohemio te busca entre los amorĂos a puros besos botados, a golondrinas hinchadas en azĂşcar, y empotra la mano con tu sombra soldaditos de plomo, salpicados en la pared en una morada azul, con otras puertas, y luces ardiendo de mucho, de grifos con agua encuerada. 121
En el útero de octubre
el gato lunar abre los ojos negros, y tímidas ranuras con desencanto: diminutas son las pozas de mermelada, oscuras en que las polillas se unen a centellear, y dulce el aire se levanta en un viaje que nunca quisiste hacer, para cuando las estrellas se licuan bajo el embudo de la noche.
Dime dónde estás a mí, en qué lugar ahora y mañana, sobre qué piedra o planeta te fuiste a nacer, en qué día te quedaste a vivir la vida. A mis relojes ya se le salen moscas y minuteros, y anchas cuerdas en mis párpados como de corbatas de cristal; 122
y hay velas también que alumbran el vacío con expresiones enfermas, y las oraciones a la Virgen no tienen más de consuelo que de un gato cojeando, los labios moviéndose morados de buenas noches.
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Pérdida en el Sur.
Imagina la tarde como recogida en mí, con adjetivos y hojas oyéndose tiritar, en esfuerzos ya tan largos, de una espera con alrededores vacíos, y huéspedes de ansiedad con sillas, y sin orden, pensando, delgados goterones en tu ausencia, fijos, en el fondo que no para de caer, sobre esa podredumbre donde termina la luz en las cosas, en la madera negra de mi cama, en el hoyo de mis zapatos, en toda superficie o existencia que palpo, 124
y es tan burda, infeliz, que me gasto su voluntad, y su odio en desvelos, y nauseabundo como en los vasos que salen de lo oscuro a llenarse de corderos, las tijeras cortando de los manteles fantasmas secos, y las repisas que huelen a sombra, a recuerdos atravesados por el hambre y sin más que orillas quemadas, de un modo de detrás de mis oídos, como de inútiles gansos o violines sin aire, jalando, y aun así el pan es amargo y serio porque hay entidades pariendo movimientos solos, y porque lugares con colores débiles sonríen, amaneciéndome sin piernas, ay, 125
¿y es que por qué se detienen en mi nombre, en mi ser?,
si remoto, e inseparable, y con muchas más vendas sobre mis costras, yo soy más muerto que las piedras y más depósito que respiraciones, y más cuchillos que fechas.
Lágrimas con sabor a cloro resbalan, espacios que crecen y no se reconocen la sangre que los parió: han cambiado hacia dentro de un tiempo que no me deja salir, y de repente, explota, arrasando todo con alma y silencio, en fin, llorado en absoluto, perforado, y gritando, ¡gritando!
126
tanto, en fin.
Voces de niños escuchan detrás de los dormitorios, y ciertos ángeles nauseabundos,
se me parecen a un montón de pensamientos con pena, y un viento de losa, en que viven muchos hombres su llanto, arrastrando lugares hacia donde no los hay.
Solo en mi casa, hay un brillo a sepulcro en los platos, y devoro de allí los restos de Dios, mientras silba el tiempo eternamente en los patios una triste palabra, que me aterra con sus uñas y sus cabellos, para no identificarla. 127
Rompe la noche la tierra y sus pedazos parecen tan grandes, tan desbordados de aves migratorias, que aunque viviendo con muchas horas de diferencia, y en otra vida despertando con tu besos, habrĂĄ siempre un sabor en mi alma que se me repite, y que duele, y deshojado, no se ahogarĂĄ nunca bajo las tazas tristes del tĂŠ, su enorme peso que arrastra planetas oscuros.
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A María José Moreno.
Vieja, mi vieja, querida, de tan joven te corren los cabellos todavía, tus pómulos y el gato escondido, adentro, que los ojos te hacen agua azúcar de una abeja de una flor exhausta, y con forma de retrato te saludas de lejos, ida, ida en la mano rota, rota de mí, rota de poetas.
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Suficiente el día aguardó la tragedia, la pequeña rosa excedida de carne, muerta de liendres. Y es que tengo que despedirnos, de que nos sucede. Atrás se quedaron las páginas eufóricas, las noches de luz a oscuras, y corceles resonando, las murallas muriendo a palabras y de sueños robados, sobre otros. Ésta fue la última obra, el último título, los versos finales
con gritos de amor y horca, rugiendo a través de él. Insuperable donante fui yo de tu complejidad, y destructivo germinante, fondo de poemas, universos de rojo, 130
como de un coleóptero clavado vivo, como la mordida de los duraznos, el cardo perpetuo en mi patio, amado, desintegrador, y rebelde.
Hoy me voy deambulante, resistido de a pura fuerza, vivo en el mismo sin lugar, y gracias infinitas, y gracias infinitas, gracias, Jose, por ser tan maravillosa, planetaria, sí, horadada, como debajo de hojas de cerezos, que toqué entre sus órbitas, sin pulso.
Éste es mi poema conclusivo, el último desde el primer libro, en que se va el “te quiero” 131
a creerse que sí, el océano oscuro del gato llorando, parecido al hombre, como a todos los hombres.
Ahora te veo, pájara entre los pájaros, en el futuro sin regreso de la tarde tardía. Finalmente, ahora te veo, pájara entre los pájaros, en la mancha migratoria de la tarde tardía.
“¿Y si todo lo que sueño no es más que una fatamorgana?” 30 de octubre de 2014, Santiago de Chile.
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d
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