Unidad 4b

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Cuestiones de Historia Medieval

Volumen 1



GERARDO RODRÍGUEZ Director

SILVIA ARROÑADA CECILIA BAHR MARIANA ZAPATERO Editoras

Cuestiones de Historia Medieval Volumen 1

Facultad de Filosofía y Letras Departamento de Historia


Cuestiones de historia medieval / Gerardo Rodriguez ... [et.al.] ; dirigido por Gerardo Rodriguez. - 1a. ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Selectus, 2011. v. 1, 560 p. ; 23x16 cm.

ISBN 978-987-26952-2-4

1. Historia Medieval. I. Rodriguez, Gerardo. II. Rodriguez, Gerardo, dir. CDD 909.07 Fecha de catalogación: 30/05/2011 © 2010 Facultad de Filosofía y Letras Universidad Católica Argentina depto_historia@uca.edu.ar Hecho el depósito que prevé la ley 11.723 Ilustración de tapa: Estampas medievales 1, de MARITÉ SVAST ISBN, vol. 1: 978-987-26952-2-4 ISBN, O. C.: 978-987-26952-0-0 Ediciones Selectus SRL, publica Cuestiones de Historia Medieval, vol. 1, en forma exclusiva para el Departamento de Historia, de la Universidad Católica Argentina. Ediciones Selectus SRL Talcahuano 177, piso 2 Tel.: (54 11) 4381-8000 Buenos Aires - Argentina gholine@gmail.com Toda reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier sistema, en cualquier forma que sea: idéntica, escrita a máquina, impresa, fotocopiada, digital, etc. que no haya sido autorizada por el Departamento de Historia de la Universidad Católica Argentina, queda totalmente prohibida y viola derechos reservados. Impreso en Erre-Eme, Servicios Gráficos Impreso en Argentina - Printed in Argentine


TÍTULO

Autoridades de la Universidad Rector

Pbro. Dr. Víctor Manuel Fernández Vicerrectora de Asuntos Académicos

Dra. Beatriz Balian Vicerrector de Asuntos Económicos

Dr. Horacio Rodríguez Penelas Vicerrector de Asuntos Institucionales

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Autoridades de la Facultad de Filosofía y Letras Decano

Dr. Néstor A. Corona Secretario

Lic. Gustavo Hasperué

Autoridades del Departamento de Historia Director

Dr. Miguel Ángel De Marco Secretaria

Lic. María Victoria Carsen

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AUTOR

Autoridades del Instituto de Historia Argentina y Americana Director

Dr. Miguel Ángel De Marco Secretaria

Mag. María Fernanda de la Rosa

Autoridades del Instituto de Historia de España Directora

Lic. Silvia Nora Arroñada Secretaria

Lic. Cecilia Bahr

Autoridades del Centro de Historia del Antiguo Oriente Directora

Dra. Roxana Flammini Secretario

Pbro. Lic. Santiago Rostom Maderna

Facultad de Filosofía y Letras. Departamento de Historia Av. Alicia Moreau de Justo 1500 Ciudad Autónoma de Buenos Aires depto_historia@uca.edu.ar


TÍTULO

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Índice

Cuestiones de historia medieval: miradas latinoamericanas actuales de la Edad Media, GERARDO RODRÍGUEZ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

9

La Edad Media: periodizaciones y valoraciones posibles, ALBERTO ASLA, JORGE ESTRELLA, GERARDO RODRÍGUEZ . . . . . . . . . . . . . . . . .

17

La “Larga Edad Media”, reflexiones y problemática, MARÍA FILOMENA COELHO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

25

La Edad Media en la Web, ALBERTO ASLA, RUBÉN BEVILACQUA . . . . .

43

Movilidad social en el Imperio Romano Tardío, DARÍO N. SÁNCHEZ VENDRAMINI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

57

Tardía Antigüedad: Registros literarios de sucesos históricos, RUBÉN FLORIO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

89

El mundo germánico, particularidades y paralelismos, MARÍA LUJÁN DÍAZ DUCKWEN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

125

Épica latina medieval. Panorama introductorio, RUBÉN FLORIO . . . . . .

151

La transmisión de la cultura latina en el siglo VI: Anicio Manlio Severino Boecio, CLAUDIO CALABRESE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

183

“Público” e “privado” nos textos jurídicos francos, MARCELO CÂNDIDO DA SILVA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

207

As limitações do poder régio no reino hispano-visigodo de Toledo (séculos VI-VII), RENAN FRIGHETTO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

227

O Homem entre as duas cidades: Isidoro de Sevilha, Etimologias, livro XI, RUY ANDRADE DE OLIVEIRA FILHO. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

255

Herejías y controversias teológicas en el período carolingio (750-920), ALFONSO HERNÁNDEZ RODRÍGUEZ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

269


8

ÍANDICE UTOR

Ideología y mentalidad restauracionista en la documentación eclesiástica del reino leonés del siglo X: una propuesta de análisis, MARTÍN F. RÍOS SALOMA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

295

Córdoba: la joya que brilló en Occidente, DIEGO MELO CARRASCO . .

309

La aristocracia bizantina durante los siglos X y XI, VICTORIA CASAMIQUELA GERHOLD . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

327

Una relectura crítica acerca de la tradición en el Decretum de Burchard de Worms, ANDREA VANINA NEYRA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

369

Las Cruzadas, 1095-1291, AURELIO PASTORI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

393

El poder de los Papas medievales. Cambios y permanencias, LUIS ROJAS DONAT . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

431

El mundo escandinavo durante la Edad Media: itinerarios desde Europa a Norteamérica. (Siglos IX-XV), NELLY EGGER DE IÖLSTER .

469

Escritoras medievales, ANA BASARTE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

501

El poder de la imagen o la imagen del poder. Un acercamiento a la cuestión del ícono, JORGE RIGUEIRO GARCÍA . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

523

Representaciones de los viajes de la Sagrada Familia (siglos V-XV), PATRICIA GRAU-DIECKMANN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Movilidad social en el Imperio Romano Tardío DARÍO N. SÁNCHEZ VENDRAMINI Universidad Nacional de Córdoba

1. Introducción La existencia de grandes diferencias sociales caracterizó a todos los períodos de la historia romana. Todo parece indicar, sin embargo, que la estratificación alcanzó en la Antigüedad Tardía un nivel extremo, superior al de épocas anteriores. La crisis del siglo III dio origen a una sociedad aún más polarizada que la del Principado, en la que las tensiones y la erupción de conflictos violentos se volvieron mucho más frecuentes. El reformado Estado Romano Tardío pretendió intervenir en el orden social para preservar ciertas estructuras que servían a sus intereses y, sobre todo, garantizar la existencia de los grupos que constituían el núcleo de su base fiscal. Resultado de este esfuerzo fue la gran masa de legislación que intentaba, por distintos medios, fijar el carácter hereditario de la pertenencia a ciertos grupos, como los coloni y curiales, por mencionar sólo a los ejemplos más destacados. Hasta mediados del siglo XX, la historiografía concibió al Bajo Imperio Romano como un Estado autoritario que mantenía, con una legislación altamente represiva, un orden social casi inmóvil, cercano a lo que podría definirse como un “sistema de castas”1. Las investigaciones de las últimas décadas han, sin embargo, relativizado esta caracterización2. Sin duda, la sociedad del Imperio 1 Véase por ejemplo O. SEECK, Geschichte des Untergangs der Antiken Welt, vol. II., Berlín, Klett, 1901, p. 301 y A. ALFÖLDI, A Conflict of Ideas in the Later Roman Empire, Oxford, Clarendon Press, 1952, p. 28. 2 Véase por ejemplo R. MACMULLEN, “Social Mobility and the Theodosian Code”, JRS 54, 1964, pp. 49-53; A. H. M. JONES, “The Caste System in the Later Roman Empire”, Eirene, 8, 1970, pp. 79-96; A. CAMERON, The Mediterranean World in Late Antiquity 395-600, Londres, Routledge, 1993, pp. 81-103 y A. DEMANDT, Geschichte der Spätantike, Munich, Beck, 1998, pp. 241-245. Véase también A. MARCONE, “Late Roman Social Relations”, en A. Cameron y P. Garnsey (eds.), The Cambridge Ancient History, Vol. XIII, The Late Empire, Cambridge, Cambridge University Press, 1998, p. 338 y ss.


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Tardío presentaba una compleja y muy jerarquizada estructura en la que el Estado definía legalmente una gran variedad de grupos y subgrupos de estatus con características y prerrogativas precisas, limitando, en teoría, las posibilidades de movimiento entre ellos. La movilidad social fue, sin embargo, en este período, una realidad inocultable, resultado muchas veces de la acción misma del Estado. Tanto el ascenso como, sobre todo, el descenso social de individuos y grupos son fenómenos que el historiador puede asir sólo con dificultad, particularmente en lo que se refiere al mundo antiguo, para el que no se dispone de ningún tipo de informaciones susceptibles de ser cuantificadas. Las fuentes del período sólo permiten trazar panoramas generales e impresionistas sobre las tendencias de cambio de la estructura social y ponen estrechos límites a la capacidad del investigador para precisar los detalles de ciertos fenómenos. Conocemos las biografías de muchos individuos de este período, pero los datos disponibles son en la gran mayoría de los casos fragmentarios y ambiguos. Las carreras que conocemos mejor han dejado más vestigios por ser excepcionales y es discutible en qué medida puedan ser la base para conclusiones de alcance general. A pesar de estas limitaciones, las investigaciones de las últimas décadas han trazado un panorama amplio sobre la historia social de la Antigüedad Tardía y corregido muchos énfasis equivocados de la historiografía tradicional, resultado, en parte, del excesivo peso que la misma otorgaba a las fuentes jurídicas3. El objetivo de este trabajo es presentar una revisión crítica de ese panorama general y prestar atención a algunos aspectos particulares que han recibido menos atención, especialmente, los mecanismos mediante los cuales operaba la movilidad social. En efecto, más allá de constatar la presencia de un importante grado de movilidad, la historiografía no ha profundizado sobre los procesos mediante los cuales individuos o grupos veían alterada su posición. Como punto de partida, es necesario distinguir dos grandes tipos de movilidad, diferentes desde el punto de vista de los mecanismos sociales que están en su base. Por una parte, es posible identificar lo que podría denominarse como “movilidad estructural”, es decir, el desplazamiento de grupos sociales completos como resultado de un cambio en los fundamentos de la estratificación. El Imperio Romano Tardío se caracterizó, como veremos, por un alto grado de este tipo de movilidad, ya que el orden social heredado del Principado tuvo que adaptarse a las nuevas realidades generadas por la crisis del siglo III. En segundo 3 Para un brillante y breve panorama sobre la investigación de las últimas décadas sobre este tema véase P. BROWN, “The Study of Elites in Late Antiquity”, Arethusa 33.3, 2000, pp. 321-346. Un análisis bibliográfico detallado en A. L. Schachner, “Social Life in Late Antiquity. A Bibliographic Essay”, en W. Bowden, A. Gutteridge y C. Machado (eds.), Social and Political Life in Late Antiquity, Leiden, Brill, 2006, pp. 41-93.


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lugar, existen amplias evidencias de movilidad individual durante el período, es decir, del cambio relativo en la posición de una persona en el espacio social con respecto a su posición de origen o estatus familiar. Estos dos tipos de movilidad están, por supuesto, íntimamente relacionados, ya que el descenso relativo de un grupo fomenta el desplazamiento de parte de sus integrantes hacia los sectores que preservan o adquieren una posición superior en la jerarquía social. La segunda y tercera sección del presente capítulo se concentran en el primer tipo de movilidad, mientras que la cuarta analiza en detalle los canales de ascenso individual en el período. 2. La crisis del siglo III y los orígenes del orden social tardorromano La estructura social del Principado romano no pudo resistir los profundos cambios generados por el complejo conjunto de procesos normalmente designado en la historiografía como “crisis del siglo III”4. El retroceso demográfico iniciado por el impacto recurrente de una serie de epidemias (la primera de ellas, la célebre “plaga antoniniana” descrita por Galeno), el nuevo desafío militar planteado por las cada vez más importantes incursiones germánicas y por el nuevo imperio persa sasánida, la crisis económica y la caótica situación fiscal, fueron factores que sacudieron los fundamentos del imperio e impulsaron una profunda reforma del Estado y, con ella, una alteración de los principios de la estructura social. Ese contexto ofreció inusitadas posibilidades de movilidad social, tanto ascendente como descendente, a medida que los principios de la estratificación se alteraban. En muchos sentidos, la crisis del siglo III aceleró las principales tendencias de desarrollo que ya se podían reconocer durante el Alto Imperio. Una de las más importantes fue la creación de una nueva “elite”, una aristocracia de servicio ligada a las funciones administrativas y militares del Estado5. Desde el establecimiento del régimen político centralizado del Principado por Augusto, la vieja aristocracia republicana había iniciado su transformación, de una clase dirigente, en una burocracia de funcionarios dependiente del poder imperial. La expansión de la administración llevó ya durante el Alto Imperio a la creación de un nuevo cuerpo de funcionarios ecuestres que, por su relación 4 La aplicabilidad del concepto de crisis al cambio estructural experimentado por el Imperio Romano en el siglo III es rechazada en la historiografía reciente; para una defensa del concepto véase W. LIEBESCHUETZ, “Was there a Crisis of the Third Century”, en O. Hekster et. al. (eds.), Crises of the Roman Empire (Impact of Empire 7), Leiden & Boston, Brill, 2007, pp. 11-20. 5 Al respecto véase el brillante análisis de J. Matthews, “The Roman Empire and the Proliferation of Elites”, Arethusa 33.3, 2000, pp. 429-446. Como señala este autor, el término “élite” tiene una naturaleza ambigua, aquí se utiliza exclusivamente para referirse a los nuevos grupos de estatus privilegiado que empiezan a surgir en el siglo III pero que sólo son definidos legalmente en forma precisa en el siglo IV.


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directa con el emperador, gradualmente fue ocupando las posiciones clave dentro del Estado. Los nuevos desafíos a los que el Estado romano se vio enfrentado desde fines del siglo II revelaron la necesidad de continuar acrecentando la capacidad de respuesta y ejecución de esa administración imperial. Durante los reinados de Septimio Severo y sus sucesores, comenzaron a hacerse claramente visibles las nuevas tendencias de desarrollo de la organización estatal y del orden social romano. El creciente peso político del ejército y las grandes recompensas económicas otorgadas a los soldados señalaban el inicio de su transformación en un sector privilegiado de la sociedad. Septimio Severo inició también el camino hacia la profesionalización de los oficiales militares, siendo el primero en otorgar comandos importantes a miembros del orden ecuestre. La administración imperial fue ampliada considerablemente, tanto para hacer frente a una complejización de las actividades tradicionales como a nuevos desafíos6. A lo largo de su carrera, los senadores del Principado habían normalmente alternado entre puestos administrativos y militares, lo que hacía difícil una verdadera especialización en esas funciones. Durante el siglo III, como consecuencia de la crisis, el senado perdió en buena medida su participación en la dirección del Estado. Los nuevos desafíos económicos y bélicos hacían necesario “profesionalizar” muchas funciones dentro de la administración y del ejército que antes habían sido desempeñadas rotativamente por una elite poco especializada y, en cierta medida, “amateur”, los senadores. La situación forzó a dejar de lado la tradición y a promover individuos de estratos inferiores hacia los puestos directivos en virtud a su mérito y capacidad personal. El amateurismo fue desplazado y una nueva elite profesional asumió la conducción de las actividades administrativas y militares. En el siglo III, esa nueva elite formó todavía parte de un cada vez más extenso orden ecuestre. Este proceso de profesionalización fue especialmente visible en el ejército, donde un nuevo grupo de altos oficiales ecuestres asumió la dirección de las operaciones militares. Durante el Principado, muchos de los comandos más importantes implicaban sólo desafíos moderados, pero en el siglo III la naturaleza de las operaciones cambió radicalmente: ya no se trataba mayoritariamente del control de las fronteras, sino de campañas móviles contra incursiones enemigas dentro del territorio imperial. Este tipo de conflictos hacía necesario contar con oficiales altamente capacitados, dotados de habilidades tácticas y estratégicas a la 6 Véase E. LO CASCIO, “The Age of the Severans”, en A. K. Bowman, P. Garnsey y A. Cameron (eds.), The Cambridge Ancient History – Vol. XII The Crisis of Empire A.D. 193-337, Cambridge, Cambridge University Press, 2005, pp. 146-155.


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altura del desafío. Quienes reunían esos requisitos fueron promovidos hacia puestos de mando sin importar su extracción social. Algunos de los emperadores más capaces del siglo III, hombres como Aureliano, Probo o Diocleciano, llegarían al trono desde este nuevo grupo de oficiales de carrera a pesar de sus humildes orígenes. En el año 262, el emperador Galieno dispuso —en el contexto de una reforma de emergencia de la organización y estrategia general del ejército romano— que los comandos importantes y los gobiernos ligados a los mismos no fuesen entregados, casi sin excepciones, más que a caballeros7, confirmando lo que ya había sido una tendencia bajo sus predecesores8. La supuesta animosidad de los emperadores contra el senado que los autores antiguos vieron como la explicación para este gradual apartamiento de sus miembros de los comandos del ejército debe, sin duda, ser rechazada. Durante el siglo III no existía ya, como durante el Principado, una distinción tan clara entre el senado y el orden ecuestre. La tendencia a incorporar en el ordo superior a los miembros más distinguidos de las elites provinciales se profundizó en ese período. Aún después de las reformas de Galieno, muchos de los oficiales ecuestres más distinguidos culminaron sus carreras recibiendo el status correspondiente a un miembro del senado. Por otra parte, los senadores no fueron privados de sus riquezas ni de sus privilegios. Es claro que ellos no eran el objetivo central de las reformas de Galieno, sino que éstas apuntaban a incrementar la efectividad del ejército. Un desplazamiento similar del orden senatorial de las funciones directivas es reconocible en la administración civil. La situación de lucha desesperada por la supervivencia que los emperadores del siglo III debieron enfrentar hizo necesario priorizar la capacidad militar como objetivo fundamental del Estado. Para ello era necesaria una administración eficiente que proporcionara los recursos que el aparato bélico requería para operar en forma efectiva y, sobre todo, para garantizar la lealtad de las tropas. Ello representaba un desafío considerable en una época de caos económico, en la que las necesidades del Estado superaban con creces su capacidad de recaudación fiscal. Este contexto había generado un deterioro considerable en la calidad de la moneda y, a causa de ello, una alta inflación. La respuesta a esta situación fue una profesionalización de la administración, paralela a la desarrollada en el ejército. Los senadores fueron así dejando 7 Los motivos y objetivos de las reformas de Galieno son muy discutidos, véase A. H. M. JONES, The Later Roman Empire, Oxford, Blackwell, 1964, pp. 24ss.; L. DE BLOIS, The policy of the emperor Gallienus, Leiden, Brill, 1976, pp. 5783; P. SOUTHERN, The Roman Empire from Severus to Constantine, Londres, Routledge, pp. 81 y ss. 8 Véase H. DEVIJVER, 1989, “Veränderungen in der Zusammensetzung der Ritterlichen Offiziere von Septimius Severus bis Gallienus (193-268)”, en H. Devijver (ed.), Equestrian Officers in the Roman Imperial Army, Amsterdam, Gieben, 1989, pp. 316-38.


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paso a un nuevo grupo de burócratas de carrera promovidos en base a su capacidad individual y con gran experiencia en áreas específicas de la gestión estatal. Los nuevos desafíos requerían, por otra parte, un personal más numeroso. La tendencia continua a la subdivisión de provincias señalaba la necesidad de incrementar el número de posiciones administrativas para lograr un control más efectivo del territorio imperial. Estos desarrollos no fueron el resultado de políticas planificadas, sino más bien el efecto acumulativo de medidas de emergencia. El Estado y el ejército debieron transformarse para no ser destruidos. El éxito relativo alcanzado por Aureliano, Probo y, sobre todo, por Diocleciano y sus colegas en la tetrarquía, demostró la utilidad de estos cambios y contribuyó a consolidarlos definitivamente. El amplio programa de reformas llevado a cabo por Diocleciano representó la culminación de las tendencias de cambio a lo largo del siglo III y permitió una estabilización de la situación militar y una mejora en la economía. La burocracia tardorromana alcanzó entonces las características generales que la definirían en los siglos IV y V. La subdivisión de las provincias, la conformación de las diócesis y prefecturas, la introducción de un complejo sistema de tasación y censo fiscal, la separación entre actividades militares y civiles dentro del Estado, son todos hitos fundamentales del desarrollo de una administración profesional de grandes dimensiones, por lo menos para los estándares de la época precedente. Esta gradual transformación del Estado imperial produjo un profundo cambio en la estructura de la sociedad romana y, con él, un inusitado grado de movilidad social, tanto ascendente como descendente, a medida que los distintos grupos debían adaptarse a la nueva situación. Los senadores conservaron su poder económico o, incluso, lo acrecentaron, dado que los grandes latifundistas fueron los menos afectados por la crisis económica y podían extender sus dominios adquiriendo las tierras de campesinos empobrecidos o endeudados. Como ya se señaló, fue su posición política la que se modificó drásticamente. Las funciones directivas civiles y militares que durante el Principado habían sido el patrimonio natural del orden senatorial pasaron, durante el siglo III, a otras manos. La nueva elite burocrática y militar que asumió la dirección de las tareas estatales durante la crisis fue la gran beneficiaria de la misma. El servicio en puestos de alta responsabilidad administrativa o de comando sobre contingentes de tropas era generosamente recompensado y ofrecía, además, numerosas posibilidades adicionales de enriquecimiento. Muchos de los integrantes de esta nueva elite habían alcanzado esta posición partiendo desde orígenes humildes. Ello era especialmente cierto en el ejército, donde soldados de origen campesino y pro-


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venientes de provincias periféricas podían ascender desde las filas en virtud de su coraje y capacidad de mando. El siglo III vio así carreras espectaculares, impensables durante el Principado, que llevaron a algunos individuos desde los estratos rurales de provincias poco romanizadas hasta el mismo trono imperial. Los miembros de la nueva elite conservaron durante el siglo III la pertenencia al orden ecuestre pero constituían dentro de éste un sector especial y poco integrado al resto, que seguía, como durante el Principado, compuesto mayoritariamente de terratenientes de todas las regiones del Imperio. Los soldados y los funcionarios de escasa jerarquía no formaron parte de la nueva elite pero se constituyeron como nuevos sectores privilegiados dentro del conjunto de la sociedad. Los salarios de los integrantes del ejército crecieron considerablemente durante el período y se vieron acompañados de importantes privilegios financieros y tributarios. Otros grupos vieron, por el contrario, cómo su posición relativa se deterioraba significativamente: es el caso de los decuriones de las ciudades del imperio. El incremento en la presión fiscal recayó fuertemente sobre los estratos de propietarios medianos de todas las ciudades y, especialmente, de las pequeñas. A ello se sumaban las crecientes exigencias administrativas del Estado, que forzaba a las elites urbanas a asumir, en su nombre, numerosas y costosas funciones. Si bien los integrantes más ricos de este ordo pudieron seguramente transferir la presión hacia sectores inferiores y aprovechar la crisis para extender sus propiedades, la mayoría de los decuriones (o curiales, como pasa a designárselos en el siglo IV) debía hacer frente a las nuevas exigencias en un contexto ya complicado por la crisis económica. Los estratos bajos urbanos y rurales fueron, sin duda, los más duramente afectados por la crisis. El retroceso económico tuvo un impacto igualador, con una tendencia a anular las pequeñas diferencias existentes entre campesinos y artesanos según su disponibilidad de tierras o capital de trabajo. El retroceso demográfico generado por epidemias y guerras no parece haber dado lugar a una mejora en los ingresos y en la capacidad de negociación de los estratos bajos. Por el contrario, un deterioro es claramente reconocible en las fuentes de la época. Ello fue consecuencia, sin duda, de la fuerte represión ejercida por los sectores dominantes y por el Estado, que garantizó una continuada extracción del excedente generado por campesinos y trabajadores urbanos. El retroceso de la esclavitud y la difusión de otras formas de dependencia, como el colonato, son un reflejo del empobrecimiento generalizado de los sectores bajos y de los nuevos mecanismos a disposición de los sectores dominantes para su explotación. De la crisis del siglo III surgió un nuevo orden social sobre bases diferentes


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a las del Principado. El cambio central fue el nuevo papel del Estado, el que, tras superar una serie de graves amenazas, asumió una forma nueva. Ante las dificultades crecientes para obtener los recursos que podían garantizar su funcionamiento, el Estado romano intervino cada vez en mayor medida en la sociedad para intentar fijar las estructuras que servían a sus intereses. Los resultados alcanzados fueron muchas veces contrarios a los pretendidos, pero el impacto de esa intervención fue significativo y se convirtió en una de las improntas características del imperio tardío. La crisis del siglo III generó un importante nivel de movilidad social a medida que los fundamentos de la estratificación se alteraban pero, una vez que, a fines del siglo, el nuevo orden se encontraba consolidado, las posibilidades de ascenso se restringieron considerablemente. La nueva elite fue exitosa en garantizar los privilegios alcanzados para sus descendientes, pero su misma naturaleza como elite estatal le imponía un carácter relativamente abierto para individuos con las habilidades requeridas, especialmente en el plano militar. Los nuevos fundamentos de la estratificación social romana se mantendrían, en sus líneas generales, inalterados hasta la caída del imperio en occidente y durante el resto de la Antigüedad tardía en oriente. 3. La sociedad tardorromana de los siglos IV y V Tras las profundas convulsiones del siglo III, el siglo IV fue un período de relativa estabilidad económica (por lo menos en lo que se refiere al plano monetario y fiscal)9, en el que el nuevo Estado romano profundizó, sin embargo, las características asumidas durante la crisis. Si bien el sistema de división del poder imperial de la tetrarquía fue dejado de lado a favor de un retorno al principio dinástico, durante su largo reinado, Constantino dio forma definitiva a muchas de las innovaciones administrativas y militares introducidas por Diocleciano y sus colegas. Continuó así con la ampliación y profesionalización de la burocracia, que recibió ahora una organización precisa mediante la creación de diferentes departamentos abocados a funciones especializadas y de una serie de puestos “ministeriales” de alto rango y dependientes directamente del emperador (los más importantes de ellos, sin duda, el magister officiorum, el quaestor sacri palatii, el comes sacrarum largitionum y el comes rerum privatarum)10. En el plano militar, Constantino fue el creador de los ejércitos móviles permanentes, confirmando algunos experimentos de sus predecesores en esta línea. El comando de los mis9 Véase G. DEPEYROT, “Economy and Society”, en N. Lenski (ed.), The Cambridge Companion to the Age of Constantine, Cambridge, Cambridge University Press, 2006, pp. 237-244. 10 Sobre el desarrollo de la burocracia durante el reinado de Constantino véase Ch. KELLY, “Bureaucracy and Government”, en N. Lenski (ed.), op. cit., pp. 183-204.


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mos no quedó más en manos de los prefectos del pretorio, cuyas funciones fueron ahora limitadas estrictamente al ámbito administrativo y judicial, sino de los magistri militum, los nuevos generales en jefe, promovidos desde carreras exclusivamente militares11. La consolidación definitiva de la nueva elite burocrática y militar trajo aparejada una redefinición de las jerarquías tradicionales de estatus de la sociedad romana. La corte imperial, compuesta por los altos funcionarios civiles y los comandantes militares, desplazó al orden senatorial como nuevo pináculo de la sociedad romana12. Eusebio relata cómo en los funerales de Constantino los grandes generales y los oficiales de la corte fueron los primeros en rendir homenaje al emperador fallecido. Los miembros del orden senatorial sólo fueron admitidos en segundo lugar junto con otros oficiales públicos. Finalmente, el cuerpo fue expuesto al resto del pueblo. La ceremonia ilustra claramente la definición de los rangos sociales13. Si en el siglo III los altos funcionarios y oficiales habían permanecido, por lo general, en el orden ecuestre, desde Constantino pasaron a ser integrados formalmente al rango senatorial. Si bien, por lo general, éstos no pasaban a sumarse efectivamente a las sesiones del senado, tenían de esta forma acceso a una serie de privilegios legales y económicos de gran relevancia a la hora de preservar su posición y legarla a sus descendientes. De esta forma, la nueva elite se sumó a un ampliado orden senatorial que cambió en forma profunda sus características. Por otra parte, la creación de un segundo senado para la nueva capital imperial fundada por Constantino ofreció, en un nivel antes impensado, oportunidad para que muchos individuos exitosos del oriente del imperio se integraran al ordo, especialmente los miembros más ricos de los órdenes curiales de las grandes ciudades de esa región. Constancio II concedió a los senadores constantinopolitanos el derecho a utilizar el título de vir clarissimus, equiparándolos de esta forma con los miembros del senado romano14. La tradicional aristocracia terrateniente senatorial se vio así complementada por nuevos miembros que, si bien contaban con una estructura patrimonial semejante a la del grupo al que se integraban, le dieron al ordo un aspecto mucho más heterogéneo, especialmente en lo que se refiere al origen geográfico y social de sus miembros, pero también a su actividad y cultura. 11 A. D. LEE, “The Army”, en A. Cameron y P. Garnsey (eds.), The Cambridge Ancient History, Vol. XIII, The Late Empire, Cambridge, Cambridge University Press, 1998, p. 213. 12 D. S. POTTER, The Roman Empire at Bay AD 180-395, Londres, Routledge, 2004, pp. 386 y ss. 13 Euseb. Vit. Const. 4. 67. 14 CTh. 4.5, 4.6.


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La importante expansión de la dignidad senatorial trajo aparejada una cierta devaluación en su prestigio, reconocible en la creación paralela de una jerarquía de rangos para reconocer hacia el interior del orden a aquellos miembros merecedores de una mayor distinción. Por sobre el rango tradicional de los clarissimi se crearon entonces dos grupos más, los spectabiles y los illustres, reservado el primero para funcionarios de gran importancia —como los ocupantes de los puestos ministeriales en el entorno del emperador o los magistri del ejército— y el segundo para las posiciones de mayor jerarquía en la cumbre de la estructura burocrática imperial —como los procónsules, vicarios, magistri scriniorum y muchos otros—. Cada grupo contaba con derechos y privilegios específicos claramente definidos. Por debajo de los clarissimi, se utilizaron a su vez las designaciones de perfectissimi y egregii para funcionarios y oficiales de menor jerarquía15. Estos apelativos habían sido empleados desde el siglo II para designar a équites al servicio del emperador, pero adquirieron en el siglo IV un significado propio. La creación, por otra parte, del título de comes (literalmente, compañero del emperador, como lo evidencia su forma completa: comes domini nostri Constantini invicti et perpetui Augusti)16 dio origen a un muy exclusivo grupo de estatus destinado a distinguir y recompensar a los miembros más importantes de la nueva elite que prestaban sus servicios en contacto cercano con el emperador, es decir su corte, designada, significativamente, comitatus. Pronto se hizo necesario realizar distinciones también hacia el interior de este reducido grupo y, para ello, se reconocieron tres rangos diferentes de comites. La transformación culmina durante el reinado de Valentiniano I, cuando una extensa actividad legislativa define con precisión los rangos de precedencia de los miembros de la corte, de la administración y los altos oficiales del ejército. La compleja reestructuración de la dignidad senatorial durante el siglo IV pone en evidencia la tendencia hacia la multiplicación de los grupos y subgrupos de estatus que es típica del período. Hasta principios del siglo IV, el senado era un reducido cuerpo de tan sólo, aproximadamente, unos 600 integrantes. Estaba compuesto por grandes terratenientes que, por lo general, habían heredado esa pertenencia de sus antepasados y mantenían una conexión especial con la ciudad de Roma como sede tradicional de las sesiones del ordo. Tras la muerte de Constantino en el año 337, la membrecía del orden senatorial abarcaba algunos miles de personas en todo el imperio17, 15 Sobre este tema todavía son valiosos los análisis de O. HIRSCHFELD, “Die Rangtitel der romischen Kaiserzeit”, Sitzungsberichte der Berliner Akademie, 1901, pp. 569–610 y J. B. BURY, History of the Later Roman Empire, Nueva York, Dover, 1923, p. 34. 16 El título puede verse en su forma completa en ILS 1213, una inscripción de C. Ceionius Rufius Volusianus. 17 Las estimaciones varían, pero es probable que en el curso del siglo IV llegara a los 6.000 miembros, véase P.


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y la conexión específica con la ciudad de Roma había perdido importancia. Otros lugares, como la nueva capital oriental, Constantinopla, y las residencias imperiales habituales (por ejemplo Tréveris, Milán o Ravena) constituían focos de concentración incluso más importantes para los nuevos integrantes del orden. Los sucesores de Constantino continuaron esta tendencia. Durante el siglo IV, el rango senatorial siguió siendo hereditario, pero el servicio en la burocracia y el ejército pasaron a ser las formas más comunes de acceder al mismo. El senado dejó de constituir de esta forma un cuerpo definido y cohesionado para transformarse, en última instancia, en una distinción formal y en una serie de privilegios asociados al desempeño de determinados puestos en la jerarquía estatal18. Un núcleo de familias aristocráticas conservó en Roma las viejas tradiciones senatoriales. El senador pagano Símaco es un representante emblemático de este grupo. El cursus honorum de estos senadores incluía, sin embargo, sólo unos pocos puestos honoríficos muy espaciados en el tiempo: el otium y el cultivo de la literatura clásica eran la verdadera ocupación de este cuerpo, una verdadera reliquia en el contexto del nuevo escenario de poder imperial establecido en el siglo IV19. Fuera de los círculos de estas familias aristocráticas, la mayoría de los nuevos senadores del siglo IV eran burócratas y oficiales de carrera, que alcanzaban ese estatus en virtud a sus años de servicio y a las promociones asociadas con los mismos. Pertenecían, en su enorme mayoría, a los sectores terratenientes del imperio, miembros del antiguo orden ecuestre y de los órdenes curiales de las ciudades más ricas. La conversión de Constantino dio origen a una nueva elite, al integrar a la Iglesia Católica a la esfera de intereses del Estado. La jerarquía del clero accedió entonces a una posición de liderazgo legitimada por la autoridad imperial. Esa posición implicó el acceso a una serie de privilegios legales y exenciones impositivas del tipo de las sancionadas por la legislación imperial para los integrantes de la elite estatal. Los obispos adquirieron dentro de la sociedad tardorromana un papel particularmente protagónico, distinguidos por el emperador, que se consideraba a sí mismo también uno de ellos20. La integración de algunos miembros de la aristocracia tradicional a la jerarquía eclesiástica fue la sanción definiHEATHER, “Senators and Senates”, en A. Cameron y P. Garnsey (eds.), The Cambridge Ancient History, Vol. XIII, The Late Empire, Cambridge, Cambridge University Press, 1998, pp. 184-210. 18 Sobre el senado en el siglo IV véase P. HEATHER, op. cit., pp. 184-210. 19 Sobre este grupo véase J. MATTHEWS, Western Aristocracies and Imperial Court A.D 364-425, Oxford, Oxford University Press, 1990, pp. 1-31. Véase también A. MARCONE, “Late Roman Social Relations”, en A. Cameron y P. Garnsey (eds.), The Cambridge Ancient History, Vol. XIII, The Late Empire, Cambridge, Cambridge University Press, 1998, pp. 354-356. 20 Euseb. Vit. Const. 4.24.


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tiva del nuevo estatus social de los obispos y del alto clero durante el siglo IV. La figura de san Ambrosio, hijo de un prefecto del pretorio y consularis Aemiliae hasta su designación como obispo de Milán, es paradigmática de este proceso de integración y, asimismo, del nuevo papel de liderazgo político y civil accesible a los obispos (véase infra la sección 4.3). El orden ecuestre, el tradicional segundo grupo de estatus dentro de la sociedad romana, perdió mucho de su prestigio al quedar privado de sus miembros más distinguidos, que pasaron a engrosar las filas de la nueva elite estatal. Metafóricamente, podría hablarse casi de una fractura del ordo, mediante la cual un sector pasaría a integrarse al nuevo y ampliado orden senatorial y otro a formar parte de los órdenes curiales21. Aquellos de sus miembros que no lograron integrarse en la burocracia y el ejército perdieron gradualmente los privilegios asociados tradicionalmente con el estatus de eques Romanus. Como curiales, se vieron afectados por una legislación cada vez más represiva que enfocaba a sus propiedades como fuente de recursos fiscales para el Estado. El orden ecuestre perdió, en este contexto, toda relevancia y, si bien no fue formalmente suprimido, dejó en la práctica de existir. Aquellos funcionarios y oficiales de menor jerarquía, cuya posición no les concedía un estatus senatorial, fueron identificados con grupos de status específicos que reemplazaron la vieja dignidad ecuestre, se trata de los ya mencionados perfectissimi y egregii. De esta forma, una nueva estructura estamental se superpuso a la tradicional e hizo que ésta se tornara intrascendente. Mientras que el nuevo orden senatorial concentraba crecientes privilegios legales y económicos, la mayoría de los restantes grupos sociales eran gravados y controlados más estrictamente por el Estado. Los curiales constituyen un ejemplo emblemático. Los consejos de magistrados de las ciudades habían constituido, durante el Principado, uno de los pilares sobre los que se apoyaba el Imperio Romano. Integrados al grupo rector del Estado, habían participado entonces en los beneficios de la pax romana y habían contribuido libremente a financiar numerosas actividades y construcciones locales. Desde la crisis del siglo III, esa situación comenzó a modificarse drásticamente. Por una parte, las crecientes necesidades del reformado Estado tardorromano y de sus ampliadas burocracia y fuerzas militares llevaron a una creciente exigencia de contribuciones económicas por parte de los curiales, que no podían ya quedar sujetas a la libre voluntad de los contribuyentes, sino que adoptaron un carácter regular y obligatorio22. Por otra Véase G. ALFÖLDY, Historia Social de Roma, Madrid, Alianza, 1987, p. 253. Véase, en líneas generales, F. MILLAR, “Empire and City, Augustus to Julian: Obligations, Excuses and Status”, JRS 73, 1983, pp. 76-96. 21 22


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parte, la integración de numerosos curiales (generalmente, aquellos de mayor riqueza) a la administración y al ejército significaba, por las exenciones impositivas otorgadas a quienes ejercían esas funciones, que las crecientes exigencias del Estado debían ser afrontadas por un número más reducido de contribuyentes. La combinación de estos fenómenos tuvo, en muchos lugares del imperio, un efecto ruinoso sobre los consejos urbanos, que se vieron obligados a afrontar contribuciones que excedían su capacidad en un momento de crisis y retracción de la economía. Los curiales reaccionaron ante esta situación tratando de evadir un estatus que se tornaba, para muchos de ellos, en una pesada carga antes que en un privilegio. La mejor vía era, por supuesto, un ascenso al estatus senatorial o una integración en la burocracia y el ejército, como es atestiguado específicamente por Libanio en un célebre pasaje de su oración fúnebre para el emperador Juliano23. Por otra parte, el número de exenciones disponibles se incrementó considerablemente al quedar también los titulares del rango de perfectissimus liberados de las cargas curiales24. Esa “fuga” de curiales acentuaba la presión sobre quienes permanecían en esa posición forzando un círculo vicioso de nuevas fugas y concentración del peso fiscal en cada vez menos contribuyentes. El Estado romano reaccionó intentando inmovilizar a los miembros de las curias mediante una serie de leyes que fijaban el carácter obligatorio y hereditario de su posición. La situación de los curiales es, de hecho, uno de los temas más frecuentes de la legislación tardorromana, 192 leyes se ocupan de ellos en el código teodosiano (la mayoría concentrada en el libro XII) y otras 180 en el corpus iuris civilis de Justiniano25. La crisis de los curiales fue considerada por el gran historiador M. Rostovzeff como uno de los factores más importantes en su explicación de la decadencia de la civilización antigua y fue uno de los temas recurrentes en la historiografía sobre el período durante gran parte del siglo XX26. El deterioro en la posición de los curiales es indudable; sin embargo, las investigaciones de las últimas décadas han relativizado la generalidad y gravedad de este proceso, señalando la existencia de importantes diferencias regionales27. Se conocen, en efecto, cuantiosas referencias a curiales de grandes riquezas durante todo el siglo IV e, incluso, parte del Libanio, Or. 18, 146-147. D. S. POTTER, The Roman Empire at Bay AD 180-395, Londres, Routledge, 2004, p. 395. 25 D. CLAUDE, Die byzantinische Stadt im 6. Jahrhundert, Munich, Beck, 1969, p. 107. 26 M. ROSTOVTZEFF, The Social and Economic History of the Roman Empire, Oxford, Oxford University Press, 1926, pp. 502-41. 27 Véase una reseña sobre algunos de los trabajos más significativos en A. L. SCHACHNER, “Social Life in Late Antiquity. A Bibliographic Essay”, en W. Bowden, A. Gutteridge y C. Machado (eds.), Social and Political Life in Late Antiquity, Leiden, Brill, 2006, pp. 44-46. 23 24


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V. Los miembros más distinguidos de las curias de las grandes ciudades del imperio, especialmente en el oriente griego, conservaron un importante nivel de prosperidad a pesar del cambio en las condiciones generales que afectaban su posición. Ello es visible en la creciente relevancia legal que adquiere en el siglo IV una distinción interna al orden curial, la de los principales, los miembros más prestigiosos del consejo de una ciudad. Los principales serán reconocidos por diversas leyes como un grupo específico con privilegios y derechos que los diferencian de los restantes integrantes del orden. Una vez más, se reconoce aquí la tendencia típica del período a la multiplicación de los subgrupos de estatus. La tendencia a la nivelación y empobrecimiento de los estratos inferiores urbanos y rurales de la sociedad romana se mantuvo durante el siglo IV. Las investigaciones de las últimas décadas han, sin embargo, relativizado con razón el excesivo énfasis de la historiografía tradicional en la decadencia económica del período y en sus supuestamente desoladoras consecuencias sociales. Los efectos de la tendencia al empobrecimiento no deben, en efecto, ser exagerados, este proceso nunca alcanzó a homogeneizar a los estratos inferiores: la heterogeneidad económica y social de estos grupos persistió, aunque disminuida, en todas partes. Los sectores campesinos se encontraron, ciertamente, entre los más afectados por las incursiones bárbaras, las operaciones militares y la creciente presión fiscal. A esta última se sumaban las exigencias ilegales de los funcionarios y las exacciones de los terratenientes. Las crecientes ataduras legales con que el Estado intentaba garantizar la producción y las medidas coercitivas de los grandes propietarios para conservar su fuerza de trabajo hicieron perder importancia a las distinciones tradicionales entre esclavos y campesinos libres. Ello es claramente visible en la extensa legislación imperial sobre los coloni, tradicionalmente arrendatarios libres pero, desde el punto de vista legal, cada vez más dependientes de sus señores en condiciones casi serviles. El sombrío panorama trazado por los textos jurídicos debe, sin embargo, ser contrastado con información proveniente de otras fuentes. Investigaciones arqueológicas revelan, por ejemplo, que el pequeño campesinado siguió siendo próspero en muchas regiones y que la situación de los coloni podía ser muy variada, incluyendo a algunos trabajadores rurales relativamente acomodados, especialmente aquellos que arrendaban parcelas de los dominios imperiales28.

28 P. VAN OSSEL, “Rural Impoverishment in Northern Gaul at the End of Antiquity: The Contribution of Arquaeology”, en W. Bowden, A. Gutteridge y C. Machado (eds.), Social and Political Life in Late Antiquity, Leiden, Brill, 2006, pp. 533-565.


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La situación de la plebe urbana era levemente mejor, porque sólo sufría la presión fiscal del Estado, estando libre de las obligaciones impuestas por los señores de la tierra. Por otra parte, en las ciudades eran mayores las posibilidades de acceder a mecanismos de asistencia tanto del Estado (por ejemplo, las distribuciones de productos alimenticios a los habitantes de Roma y Constantinopla), como de la Iglesia o de grandes patrones aristocráticos. Los sectores mercantiles y artesanales eran los más prósperos, pero también los que podían ser más afectados por la situación económica y por los requerimientos del Estado. Las diferencias regionales eran en este punto muy importantes, las provincias afectadas por incursiones bárbaras u operaciones militares veían la economía de sus ciudades deteriorarse rápidamente y, con ella, la posición de comerciantes y artesanos. Sin embargo, numerosos centros urbanos del imperio conservaron una economía pujante por todos los siglos IV y V. Las fuentes literarias no tienen mucho que decir sobre estos grupos sociales porque reproducen los prejuicios de las elites en relación con estas actividades. Recientemente, una serie de investigaciones arqueológicas ha permitido una nueva mirada sobre los sectores productivos urbanos, revelando su existencia e importancia durante toda la Antigüedad Tardía29. Investigaciones arqueológicas recientes confirman la heterogeneidad económico-social de las poblaciones urbanas durante la Antigüedad tardía, aunque el número de casos analizados es todavía muy bajo para permitir conclusiones generales de gran alcance. Específicamente, el estudio de las características de las viviendas revela la existencia de sectores medios urbanos prácticamente ignorados por las fuentes literarias, que podían aspirar a imitar, en forma más modesta, ciertas características y comodidades de las viviendas típicamente aristocráticas. A falta de un término más preciso, los grupos sociales asociados con este tipo de viviendas son designados por los especialistas como “clase media”. En algunos casos particulares, la presencia de evidencias epigráficas, artísticas y de otro tipo permite identificar las ocupaciones de los poseedores de las viviendas estudiadas. No existe un sector ocupacional que pueda identificarse claramente con ese estrato social, es más bien claro que tanto granjeros como oficiales públicos de baja posición, abogados y otros profesionales podían, en ocasiones, alcanzar el nivel económico que hacía posible financiar ese estilo de vida30. 29 Véase por ejemplo E. ZANINI, “Artisans and Traders in the Early Byzantine City: Exploring the Limits of Archaeological Evidence”, en W. Bowden, A. Gutteridge y C. Machado (eds.), op. cit., pp. 373-411. 30 Véase S. ELLIS, “Middle Class Houses in Late Antiquity”, en W. Bowden, A. Gutteridge y C. Machado (eds.), op. cit., pp. 413-437.


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En conclusión, la tendencia al empobrecimiento de los estratos inferiores rurales y urbanos no debe ocultar la existencia de numerosos individuos que, a pesar de no pertenecer a la elite, podían alcanzar un relativo éxito económico y social. Dentro de estos estratos medios deben incluirse una serie de grupos que contaban con reconocimiento especial por parte del Estado, cuyo aspecto más importante era la concesión de privilegios, sobre todo bajo la forma de exenciones frente a los requerimientos tributarios y las liturgias (munera) urbanas. Entre ellos pueden mencionarse numerosos collegia que agrupaban a los representantes de ciertas actividades que el Estado consideraba de especial importancia, como los navicularii 32, y aquellos que desempeñaban ciertas ocupaciones, como médicos, gramáticos, profesores de retórica, abogados, etc. A éstos deberían añadirse los miembros del bajo clero, que desde la conversión de Constantino también gozaban de privilegios y exenciones especiales y, por supuesto, los veteranos y soldados. Un reconocimiento importante al que muchos de estos grupos accedían era el de ser considerados como honestiores, con las consecuentes ventajas que ello implicaba frente a procesos legales y cumplimiento de penas. Desde el punto de vista de la movilidad social estos “estratos medios” son especialmente interesantes. Todo indica que ellos constituían el punto de partida de la movilidad ascendente que permitía a algunos individuos integrarse a la elite. 4. Vías de ascenso social Los esfuerzos del Estado romano por inmovilizar a una gran parte de la población en su ocupación y lugar de residencia por razones económicas y fiscales parecen haber tenido el paradójico efecto de acrecentar el nivel de movilidad social en comparación con los períodos precedentes de la historia romana. Algunos grupos tradicionales de estatus perdieron su atractivo o se tornaron desventajosos, lo que actuó como un gran estímulo para que sus integrantes buscaran acceder a los nuevos círculos de privilegio33. Los esfuerzos legislativos por garantizar el carácter hereditario de las posiciones sociales no quedaron, sin embargo, sin efecto. Los límites que imponían a la movilidad eran reales, si bien el poder imperial carecía de los medios de control para imponer su cumplimiento estricto en todos los ámbitos y casos. El resultado de estos límites era la creciente importancia de algunas vías de ascenso que, por responder a otros intereses específicos del Estado y los sectores dominantes, quedaban libradas de las restricciones generales que obstaculizaban ese tipo de movilidad. La acción del 32 33

A. H. M. JONES, The Later Roman Empire, Oxford, Blackwell, 1964, p. 828. A. MARCONE, op. cit., pp. 363-364.


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Estado romano era en ese punto contradictoria y contribuía —al legitimar el ascenso de determinados individuos hacia posiciones de privilegio exentas de las cargas tributarias generales— a minar la base fiscal que la extensa legislación social buscaba preservar. Las vías más importantes de movilidad ascendente en la sociedad tardorromana funcionaban en torno a algunas instituciones que respondían, como ya se indicó, al cumplimiento de objetivos centrales del Estado imperial. Se trata, concretamente, de la burocracia, el ejército y la Iglesia. Una característica común al clero, las fuerzas militares y la administración era el contacto directo que permitían entre individuos de estratos medios y superiores, facilitando el establecimiento de relaciones sociales mediatizadas por esa pertenencia común antes que por la distancia social entre ellos. El papel de estas instituciones como vías de movilidad puede reconocerse en el hecho de que no todos los grupos que han sido identificados como integrando los “estratos medios” de la sociedad tardorromana ofrecían las mismas posibilidades de ascenso. Tan efectiva como la intervención del Estado a la hora de limitar la movilidad social de los miembros de un grupo era la relación del mismo con los estratos dominantes. Las posibilidades de ascenso social de individuos sin contacto directo con la elite imperial eran muy limitadas. 4.1. La burocracia Como se señaló, dos de los ejes de las reformas del Estado romano introducidas en el siglo III fueron la ampliación y profesionalización de la burocracia imperial. El continuo incremento en el número de posiciones que debían ser cubiertas ofreció amplias oportunidades para la integración de nuevos sectores sociales a la capa rectora del imperio. El servicio en la administración permitió, de esta forma, el avance social de muchos individuos que no pertenecían a las elites tradicionales. A pesar de que una tendencia hacia la herencia del rango se consolidó rápidamente también entre los funcionarios, siempre quedaban plazas libres que permitían a individuos de sectores medios iniciar una carrera ascendente hacia importantes privilegios y recompensas. La Notitia Dignitatum es una fuente de crucial importancia para conocer la estructura formal de la administración del Estado romano. Se trata de un listado general de todos los cargos, departamentos y unidades (incluidas las militares) que recopila la información tanto de la mitad occidental como de la oriental a fines del siglo IV y principios del V. El texto está acompañado de detalladas ilustraciones que indican, entre otras cosas, también las insignias y símbolos de esta-


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tus de cada posición34. Sobre el funcionamiento interno de la burocracia disponemos de una fuente de excepcional riqueza, si bien algo tardía para el período aquí considerado, el De Magistratibus de Juan Lido. Se trata de un análisis, con fuertes tintes autobiográficos, de la historia de algunas instituciones burocráticas romanas, escrita por un funcionario que desempeñó su carrera en Constantinopla, en el departamento judicial de la prefectura de Oriente durante el reinado de Justiniano. La legislación imperial recopilada en el Código Teodosiano ofrece, finalmente, un completo panorama sobre el funcionamiento interno de la administración. Dentro de la sociedad tardorromana, los funcionarios civiles no constituían un grupo de estatus uniforme. Por el contrario, la carrera burocrática se caracterizaba por una estructura altamente jerárquica, en la que cada escalón contaba con prerrogativas, privilegios y símbolos precisos que identificaban su posición. A pesar de esta acentuada estratificación interna, los funcionarios constituían, en muchos aspectos, un grupo uniforme con una identidad y un ethos definido, visible, por ejemplo, en el peculiar y rebuscado latín característico de la administración tardorromana, que fungía casi como una jerga profesional, impenetrable para los no iniciados35. La organización interna de la administración seguía un modelo militar. La burocracia era de hecho, designada, al igual que el ejército, como militia, si bien se distinguía entre militia armata (las fuerzas armadas) y militia officialis (la administración). Al igual que los soldados, los funcionarios civiles portaban un elaborado uniforme, uno de cuyos elementos más importantes era el cingulum, el tradicional cinturón militar romano. Esta ancha tira de cuero estaba decorada con elaboradas insignias que revelaban al conocedor la posición del individuo en las diversas escalas jerárquicas. Los distintivos de los altos funcionarios que integraban la corte imperial eran particularmente espléndidos y reflejaban el prestigio que derivaba de su cercanía con la figura sagrada del emperador36. Además del lenguaje técnico y de los complejos símbolos de estatus, una serie de elaboradas ceremonias y rituales impregnaban la vida de los funcionarios tardorromanos, constituyendo un tercer elemento definitorio de su identidad. El missorium de Teodosio, una gran bandeja labrada de plata conservada en la Real Academia de Historia en Madrid, ofrece la posibilidad de observar la representación idealizada de una de las ceremonias centrales en la vida de los funcionarios, 34 Véase Ch. KELLY, “Emperors, Government and Bureaucracy”, en A. Cameron y P. Garnsey (eds.), The Cambridge Ancient History, Vol. XIII, The Late Empire, Cambridge, Cambridge University Press, 1998, p. 165. 35 Al respecto véase R. MACMULLEN, “Roman Burocratese”, en R. MacMullen (ed.), Changes in the Roman Empire. Essays in the Ordinary, Princeton, Princeton University Press, 1990, pp. 67-77. 36 Sobre este punto véase Ch. KELLY, Ruling the Later Roman Empire, Cambridge Ma., Harvard University Press, 2004, pp. 20-21.


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el recibimiento de manos del propio emperador de un ascenso (véase fig. 1). Teodosio aparece sentado en el trono con sus colegas más jóvenes, Valentiniano II y Arcadio, a sus costados. Cada uno lleva una diadema de perlas, y está coronado por un halo. En frente de Teodosio se encuentra un funcionario ricamente vestido que, después de haber adorado la púrpura, recibe los codicilli que certifican su nueva posición. Las manos del funcionario están cuidadosamente veladas para evitar el sacrilegio que implicaría tocar a la persona de un emperador. Estas ceremonias expresaban la cercanía y dependencia de los funcionarios respecto del ocupante del trono, la fuente de su poder y de sus privilegios. Esta rica cultura interna generaba un fuerte espíritu de cuerpo que transformaba a la burocracia en un mundo aparte, una sociedad dentro de la sociedad, en la que operaban reglas particulares37. La administración civil del imperio era un cuerpo reducido (insignificante en comparación con las burocracias de los Estados modernos, pero significativamente mayor que todo lo conocido antes en el Imperio Romano) y ello reforzaba el espíritu corporativo. Esto no significa, por supuesto, que las diferencias sociales perdieran toda relevancia hacia el interior del cuerpo, pero sí que aquéllas se encontraban mediatizadas por otros factores. La presencia de un fuerte espíritu corporativo no implica la ausencia de conflictos internos, por el contrario, las disputas eran crónicas, producto de una organización signada por múltiples superposiciones de las esferas de actividad de las distintas ramas y departamentos. Esta conflictividad operaba, en última instancia, como mecanismo de control en beneficio del poder del emperador. Por otra parte, la estructura piramidal de la administración generaba una intensa competencia por los ascensos, reflejada en las reglas estipuladas para las promociones a los puestos superiores. Los principios de antigüedad, servicio activo y mérito individual eran reconocidos legalmente como la base de la carrera burocrática38. El Estado romano se encontraba, sin embargo, muy lejos de ser una organización meritocrática: la constante repetición y defensa de estos principios en la legislación imperial señala que los mismos eran vulnerados con frecuencia por la riqueza y las relaciones sociales de individuos poderosos. La influencia de estos factores era, además, permitida en algunos casos por leyes específicas. Todo ello generaba una tensión permanente entre criterios e intereses diferentes que tornaban el ascenso de un individuo por la jerarquía en un proceso complejo e impredecible39.

Ibidem, p. 28. Véase por ej. C.Th. 6.27.14 = CJ 12.20.1. 39 Véase CH. KELLY, op. cit., pp. 43-51. 37 38


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Individuos provenientes de los estratos medios se encontraban, sin duda, en desventaja, frente a colegas de familias ya establecidas dentro de la burocracia imperial. Los hijos de funcionarios contaban, por ejemplo, con privilegios reconocidos legalmente para la obtención de ascensos. Todo ello no implicaba, sin embargo, que hombres nuevos no pudieran progresar por los escalones de la jerarquía burocrática. Varios factores podían compensar las desventajas sociales de algunos funcionarios. En primer lugar, los ingresos que podían obtenerse de un puesto administrativo variaban enormemente según el tipo de cargo y sus funciones específicas pero había amplio margen para el despliegue de talentos individuales. Los salarios eran, por lo general, un componente muy secundario de los ingresos de cualquier burócrata. La verdadera rentabilidad de un cargo dependía de las “tarifas” adicionales que podían exigirse de los interesados por el desempeño de cualquier tipo de funciones o, en el caso de los especialmente lucrativos puestos asociados con la recaudación de impuestos, de lo que podía extraerse de los contribuyentes por sobre las tasas fijadas por el Estado. Los funcionarios actuaban en todos los ámbitos como mediadores entre el poder imperial y el resto de la sociedad y esa función de intermediación les permitía beneficiarse de las transferencias de recursos y de servicios entre ambas esferas. El concepto moderno de corrupción es inadecuado para describir este fenómeno. Por una parte, el Estado no combatía las “tarifas” como intrínsecamente malas, por el contrario, sus esfuerzos se concentraban en regularlas para evitar excesos. Por otra parte, el poder imperial se beneficiaba al transferir una porción importante del costo de su aparato administrativo fuera de su responsabilidad y tenía, por lo tanto, interés en la continuidad del sistema. Una serie de factores relativamente independientes de la posición social original de un funcionario podían afectar considerablemente su capacidad de obtener ingresos de su puesto. La suerte y la capacidad individual eran, en este sentido, variables de gran peso. Quien podía obtener ingresos mayores a los de sus competidores por la obtención de un ascenso tenía buenas posibilidades de utilizar esos recursos para inclinar la decisión a su favor. El éxito inicial podía así transformarse en un círculo virtuoso de ingresos crecientes y promociones aceleradas. El avance más allá de los rangos medios de cualquier departamento de la administración imperial constituía, sin embargo, un gran desafío, dado que, a partir de ese punto, los escalones de la pirámide jerárquica se estrechaban considerablemente. El patronazgo de individuos influyentes era una condición sine qua non para ingresar a los rangos más elevados de la administración, pero aquellos funcionarios que eran “hombres nuevos” podían obtener esos favores en base a lealtad y servicios


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distinguidos. Los contactos que dentro de la burocracia se establecían entre individuos de estratos medios y superiores eran propicios para generar ese tipo de relaciones de patronazgo. La promoción de un individuo sin una extensa red de relaciones familiares era para su protector, en cierta forma, una garantía de la continuada dependencia de ese funcionario de sus favores y protección. En resumen, un funcionario procedente de los estratos medios de la sociedad podía subir por la jerarquía burocrática hasta los puestos más distinguidos a partir de una combinación de suerte, habilidad, mérito y patronazgo. Numerosas carreras individuales pueden ilustrar elocuentemente estas posibilidades. Un caso especialmente interesante es el de Flavio Filipo. Procedente probablemente de Chipre —como parece probarlo una inscripción erigida en allí en su honor40—, sus orígenes eran aparentemente humildes, si bien la declaración de Libanio de que su padre era un “fabricante de salchichas” no debe tomarse al pie de la letra41. En todo caso, Filipo tuvo acceso a la educación necesaria para convertirse en notario e iniciar una próspera carrera burocrática. El apoyo del emperador Constancio lo llevó incluso a ocupar el puesto de Prefecto del Pretorio del Oriente42. Tales espectaculares casos de ascenso social en una sola generación, como el recién reseñado, constituían, sin duda, un fenómeno excepcional. Sin embargo, los obstáculos eran menores para aquellos que realizaban el recorrido en el transcurso de algunas generaciones. Si un individuo lograba el ingreso al cuerpo burocrático romano, sus descendientes podían construir sobre ese éxito y contar con ventajas para profundizar el avance y alcanzar nuevas alturas. Una adecuada política familiar cimentaba mediante alianzas matrimoniales el nivel alcanzado y constituía, de esta forma, un mecanismo fundamental para la movilidad social intergeneracional. 4.2. El ejército El ejército tardorromano compartía con la burocracia muchas características comunes. Recordemos que, como se señaló, la estructura jerárquica de esta última seguía el modelo general del primero. Las semejanzas más importantes tenían que ver con la estructura piramidal de ambas organizaciones y con las grandes diferencias de estatus que eran posibles entre sus integrantes. El ejército no era, ILS 738. Lib., Or., 42.24-25. 42 Sobre Flavio Filipo véase en general: Lib., Or., 42 y 72; ZÓSIMO, Historia Nova, ii.46.2-4. Véase también L. J. SWIFT y J. H. OLIVER, “Constantius II on Flavius Philippus”, AJPh 83, 1962, pp. 247-264; T. D. BARNES, “Praetorian Prefects, 337-361”, ZPE 94, 1992, pp. 249-260; J. Morris, A. H. M. Jones y J. R. Martindale (eds.), The Prosopography of the later Roman Empire, Cambridge, Cambridge University Press, 1992, pp. 696-697. 40 41


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sin embargo, como la burocracia, un cuerpo reducido con una identidad propia bien definida. En el siglo IV contaba con unos 500.000 efectivos distribuidos en pequeñas unidades por todo el territorio imperial43. El peso del ejército dentro del Estado era, en consecuencia, mucho mayor y su papel como instrumento de defensa y coerción interna era central para que el ocupante del trono pudiera preservar el poder44. Las fuerzas armadas representaban, además, el componente más significativo dentro del presupuesto imperial y eran, de hecho, una fuerza económica de gran magnitud. Desde el punto de vista de la movilidad social, el ejército era un canal de ascenso todavía más importante que la burocracia. En primer lugar, los soldados no eran reclutados mayoritariamente de estratos medios y altos, como los funcionarios, sino que provenían generalmente de sectores rurales de regiones periféricas del imperio o, incluso, de más allá de sus fronteras. Este reclutamiento “externo” fue un fenómeno cada vez más frecuente a lo largo del siglo IV y llegó a su máxima expresión en el V. Este proceso es designado habitualmente, en forma poco feliz, como “barbarización”45. Por sus grandes números, el ejército era, además, la vía de ascenso menos exclusiva de la sociedad tardorromana. Durante el Principado, un soldado podía ascender hasta el grado de centurión y, en ocasiones excepcionales, adquirir el rango ecuestre, pero, salvo raras excepciones, su carrera nunca podía llegar hacia puestos de comando, porque éstos eran un monopolio del orden senatorial. La ya mencionada separación de los senadores de los puestos de comando introducida por Galieno generó nuevas posibilidades para las carreras militares. La desaparición de los legados senatoriales dio origen a una serie de comandos ecuestres a los que los soldados de las filas podían, por lo menos, aspirar. La carrera militar se redefinió entonces en términos más profesionales: la capacidad individual y la antigüedad eran, por lo menos en la teoría, los principios en base a los cuales se concedían los ascensos. El hecho de que se tratara de criterios independientes de la posición social del individuo abría importantes posibilidades de ascenso para soldados provenientes de 43 Véase H. ELTON, “Military Forces”, en Ph. Sabin, H. van Wees y M. Whitby (eds.), The Cambridge History of Greek and Roman Warfare, Vol. II Rome from the Late Republic to the Late Empire, Cambridge, Cambridge University Press, 2007, pp. 284ss. 44 A. D. LEE, “Warfare and the State”, en Ph. Sabin, H. van Wees y M. Whitby (eds.), op. cit., pp. 379-423. 45 A. D. LEE, “The Army”, en A. Cameron y P. Garnsey (eds.), The Cambridge Ancient History, Vol. XIII, The Late Empire, Cambridge, Cambridge University Press, 1998, p. 223. El proceso es frecuentemente asociado a una disminución en la capacidad efectiva del ejército en el combate de las incursiones germanas, véase por ejemplo J. H. W. G. LIEBESCHUETZ, Barbarians and Bishops: Army, Church and State in the Age of Arcadius and Chrysostom, Oxford, Oxford University Press, 1990, pp. 52-53. Para un análisis crítico sobre el nivel de “barbarización” del ejército romano, véase H. ELTON, “Military Forces”, en Ph. Sabin, H. van Wees y M. Whitby (eds.), The Cambridge History of Greek and Roman Warfare, Vol. II Rome from the Late Republic to the Late Empire, Cambridge, Cambridge University Press, 2007, pp. 280-281.


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estratos inferiores. Ello no significa que la riqueza y las conexiones sociales no influyeran en el transcurso de una carrera militar, pero todo indica que esos factores tenían peso, sobre todo, en los rangos superiores, donde la participación de individuos de los estratos elevados era mayor. Los hijos de oficiales accedían generalmente a promociones aceleradas, pero no llegaban a monopolizar los comandos importantes. Como señalaba R. Grosse en su clásico estudio, el talento podía posibilitar el ascenso desde las filas hasta la cima de la jerarquía militar46. Los ingresos y la posición social de los soldados mejoraron en forma gradual pero continua durante el Principado, a medida que el papel político de los ejércitos crecía y su centralidad para la preservación del poder imperial se volvía indiscutible. Desde finales del siglo II, las crecientes amenazas militares externas reforzaron esa posición, transformando al ejército en el actor central en la lucha del Estado romano por su supervivencia, posición que se vio reflejada en una mejora de las remuneraciones y del prestigio social de los efectivos militares. El siglo III representó el punto cúlmine de este desarrollo, generando una identificación cercana entre poder militar y poder imperial. La transformación interna del ejército en este marco ya fue reseñada en las secciones precedentes. La expansión y la profesionalización de las fuerzas militares alteraron las jerarquías internas de la oficialidad, resultando en la pérdida del tradicional monopolio del orden senatorial sobre los puestos de comando. Los nuevos oficiales ecuestres demostraron las posibilidades abiertas por las reformas militares para el ascenso social de individuos que habían probado su capacidad de liderazgo y su habilidad táctica en las campañas del período. Más allá de las posibilidades de ascenso, había otros incentivos que hacían atractiva la pertenencia al ejército y podían compensar los reducidos salarios de los rangos bajos. Al igual que sucedía con los funcionarios, los soldados gozaban de una serie de privilegios y exenciones generales que los libraban de la presión fiscal del Estado. Más aún, las tropas cumplían un papel central en la recaudación impositiva, lo que les permitía en muchos casos beneficiarse de la misma. Al igual que ocurría con los funcionarios, el desempeño de estas tareas abría importantes vías informales de enriquecimiento. Las fuentes de la época presentan a menudo a los soldados como enemigos de los contribuyentes antes que de persas y germanos. La frecuencia de estas actitudes predatorias contra la población civil del Imperio aumentó seguramente a partir del reinado de Constantino como consecuencia de la reubicación de la mayoría de las unidades militares 46 R. GROSSE, Römische Militärgeschichte von Gallienus bis zum Beginn der Byzantinischen Themenverfassung, Berlín, Weidmann, 1920, p. 196.


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lejos de las fronteras y en asentamientos urbanos. Las posibilidades de ascenso no estaban, por otra parte, restringidas al servicio activo: quienes lograban vivir lo suficiente como para retirarse de las filas eran recompensados con tierras47 y podían reintegrarse a la comunidad en una posición relativamente acomodada, a lo que se sumaba la exención de las cargas curiales y otros tributos, y también determinadas ventajas frente a procesos legales, como la inmunidad frente a cierto tipo de castigos vergonzantes48. Si el siglo III fue para el conjunto del ejército un período de avance a medida que la estructura social se transformaba, el siglo IV fue, por el contrario, un período de consolidación y complejización de la jerarquía interna. Tras las reformas de Constantino y los cambios introducidos por sus sucesores, la estructura del ejército romano se volvió más heterogénea y fragmentada a medida que se difundía la especialización de funciones y la creación de contingentes de tropas para operar como reservas móviles en teatros regionales. Este proceso de diversificación interna estuvo acompañado de una estratificación jerárquica en la que diversos regimientos y compañías de elite adquirieron privilegios y beneficios especiales49. La situación de los soldados comunes parece, en este contexto, haberse deteriorado, ya que sus ingresos reales cayeron como consecuencia de la inflación50. Tradicionalmente, se veía en este deterioro una de las causas de las crecientes dificultades de reclutamiento que el ejército romano habría experimentado en el siglo IV, lo que habría acrecentado, a su vez, la dependencia de combatientes de origen germánico51. La idea de que el ejército romano tenía problemas para completar sus unidades en este período se basa, sin embargo, exclusivamente en fuentes jurídicas y hay argumentos convincentes a favor de una relativización de esta interpretación52. La legislación se refiere, en efecto, sobre todo a los hijos de soldados, pues ellos estaban en teoría obligados a heredar la posición de sus padres53. La renuencia de los hijos de veteranos debe entenderse, en mi opinión, como una consecuencia de un relativo ascenso social que volvía esa posición Véase Cod. Theod. 7.20.3. Dig. 49.18.1 (castigos vergonzantes), Cod. Theod. 7.20.2.2 (inmunidades impositivas). 49 Los cambios en la estructura del ejército en este período son muy complejos y no es posible tratarlos aquí en profundidad, al respecto véase el análisis de H. ELTON, “Military Forces”, en Ph. Sabin, H. van Wees y M. Whitby (eds.), op. cit., pp. 272-278. 50 Véase R. DUNCAN-JONES, “Pay and numbers in Diocletian’s army”, Chiron 8, 1978, pp. 549-51. 51 Véase, por ejemplo, A. E. R. BOAK, Manpower Shortage and the Fall of the Roman Empire, Ann Arbor, Michigan University Press, 1955. 52 Véase H. ELTON, “Military Forces”, en Ph. Sabin, H. van Wees y M. Whitby (eds.), op. cit., p. 296 y ss. 53 Cod. Theod. 7.22. 1. 47 48


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indeseable, antes que como resultado de un problema general del ejército para obtener reclutas. En el otro extremo de la pirámide, la eliminación de las responsabilidades militares de los prefectos del pretorio y la creación de los grandes comandos regionales (comites rei militaris, magister equitum, magister militum) dio origen a una nueva aristocracia militar con acceso a los más importantes beneficios, privilegios y símbolos de estatus de la sociedad romana, equiparables a aquellos de los máximos funcionarios en el entorno del emperador. Los grandes comandantes del último tercio del siglo IV y del siglo V adquirieron gran peso político en la corte imperial y eran considerados, después del soberano, entre los personajes más prominentes del Imperio. Ante gobernantes débiles, los comandantes podían incluso asumir una posición de hegemonía sobre la totalidad del aparato estatal; el ejemplo más conocido es el de Estilicón, pero se trata sólo del más prominente de toda una serie de “señores de la guerra” romano-germánicos en este período. La figura de Estilicón ilustra, en otro sentido, las posibilidades ofrecidas por el ejército a individuos con capacidad militar y olfato político. A pesar de su origen mixto, de padre vándalo y madre romana, y de su confesión arriana, Estilicón logró ascender desde las filas al ser reconocido por Teodosio su talento y capacidad. Tras desempeñar varias misiones importantes, Estilicón fue incluido, por su matrimonio con la sobrina e hija adoptiva del soberano, en la familia imperial, lo que lo colocaba en posición de aspirar al trono para él o para sus descendientes. Tras la muerte de Teodosio, Estilicón, como regente del emperador niño Honorio, ejerció de hecho el poder efectivo en el imperio occidental. La sucesión de carreras similares de otros militares de origen germánico señala claramente el papel continuado del ejército como vía de movilidad social54. La espectacular carrera de Estilicón no puede, ciertamente, considerarse representativa. Disponemos, sin embargo, de informaciones sobre otras trayectorias de ascenso más ilustrativas de las posibilidades disponibles para soldados con las habilidades requeridas. Una inscripción nos permite reconstruir la carrera de Valerius Thiumpus, fallecido a los 45 años de edad. Tras haber sido enlistado como simple soldado en la legión XI Claudia, sirvió después como lanciarius entre los comitatenses, para alcanzar luego el rango de protector y ser finalmente ascendido a comandante de la legión II Herculia55.

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Sobre la carrera de Estilicón véase ILS 1277. ILS 2781. Para otro ejemplo interesante véase ILS 2783.


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4.3. La Iglesia La Iglesia constituyó otra importante vía de ascenso en este período56. La conversión de Constantino alteró en forma revolucionaria la posición social de los miembros del clero. Éste pasó en poco tiempo de ser un grupo perseguido o, por lo menos, tolerado con desconfianza, a ser uno de los destinatarios privilegiados del favor y el patronazgo imperial. Dentro del clero, el cambio más radical fue el de la pequeña jerarquía dirigente, los obispos, que asumieron nuevas responsabilidades y un papel político de gran relevancia. Esta rápida convergencia entre Estado e Iglesia fue puesta en relieve con gran fuerza simbólica por el Concilio de Nicea del año 32558. Poco más de una década después de la conversión de Constantino, la unidad del Cristianismo ya se había transformado en un objetivo central del poder imperial. Los instrumentos para alcanzar esa unidad eran los obispos reunidos en torno al soberano, quienes pasaban a asumir con él, a partir de ese momento, una relación cercana a la de sus funcionarios y cortesanos, con todo el prestigio y beneficios que esa cercanía implicaba. Los puestos jerárquicos dentro de la Iglesia conformaron entonces una nueva elite imperial, estrechamente ligada con el Estado pero también con ciertos márgenes de autonomía. En este contexto, el significado social del obispado cambió radicalmente, ahora podía constituir la culminación de un ascenso social sumamente exitoso, y garantizar el acceso a importantes beneficios, distinciones y privilegios asociados tradicionalmente con la pertenencia a la elite. Aun antes de que el Cristianismo se convirtiera en la religión oficial del Imperio, el personal eclesiástico se encontraba, al igual que la Iglesia misma, en continua expansión, llegando a conformarse una verdadera carrera con puestos definidos y una clara estructura interna. Durante el siglo III, como demostró G. Schöllgen, se inició un proceso de profesionalización, al estipularse que el clero debía ser mantenido por la Iglesia, transformándose de esta forma en una profesión. Estos procesos se aceleraron fuertemente después de Nicea, especialmente en las provincias occidentales, donde el desarrollo de la Iglesia era mucho menor que en el Oriente, cuya tradición era mucho más larga y se remontaba a la época apostólica. El número de sillas episcopales crecía en forma constante, si bien su distribución geográfica seguía siendo muy desigual. Para el siglo V, toda ciudad mediana del Imperio contaba con su propio obispo y también había Véase A. MARCONE, op. cit., p. 365. Sobre el concilio de Nicea véase, en líneas generals, M. EDWARDS, “The Council of Nicaea”, en M. Mitchell y F. Young (eds.), The Cambridge History of Christianty - Vol. I Origins to Constantine, Cambridge, Cambridge University Press, 2006, pp. 552-567. 58 G. SCHÖLLGEN, Die Anfänge der Professionalisierung des Klerus und das kirchliche Amt in der syrischen Didaskalie, JAC Ergänzungsband 26, Münster, 1988. 56 57


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muchos otros asignados a determinadas regiones rurales (los chorepiskopoi), el número total habría superado los 2.00059. El concilio de Nicea introdujo entre los obispos una jerarquía interna modelada en la organización estatal. La primacía de los prelados de las capitales provinciales fue sancionada por el concilio, y con ella se asociaban una serie de prerrogativas que hacían del “obispo metropolitano”, en la práctica, una autoridad superior. La idea de establecer una correspondencia entre la organización política del territorio y su organización eclesiástica chocaba, sin embargo, con el tradicional papel dirigente de algunas sedes episcopales, como Alejandría, Antioquía, Roma, Cartago, etc., que mantenían una preeminencia más allá del límite de sus provincias. La jerarquía se tornó así más compleja, al reconocerse en la práctica un tercer nivel superior al metropolitano. La primacía de las capitales de las diócesis imperiales fue reafirmada por el concilio de Constantinopla del año 381, estableciéndose al mismo tiempo una precedencia general de los obispos de Roma y Constantinopla por su estatus de capitales imperiales60. El proceso de expansión y estructuración interna de la Iglesia estuvo acompañado en el siglo IV por un espectacular enriquecimiento. Las donaciones imperiales la dotaron con importantes centros de culto en el espacio urbano y con extensas propiedades en el rural. El reconocimiento de la Iglesia como heredero legal legítimo permitió completar esas concesiones imperiales con gran cantidad de donaciones particulares, algunas de ellas provenientes de las familias más prominentes de la nueva aristocracia cristiana. Todo ello, junto con las exenciones impositivas concedidas por Constantino, transformó a la Iglesia, en el siglo IV, en un poder económico sin paralelos en la sociedad tardorromana. Una porción de sus ingresos era redistribuida en el marco de diversos esquemas de asistencia a los fieles urbanos de los estratos inferiores, pero la jerarquía eclesiástica tenía la mayoría de esos recursos a su disposición y amplia discrecionalidad para su empleo. El historiador Amiano Marcelino comenta críticamente sobre el espléndido estilo de la vestimenta y el carruaje del papa Dámaso, y sobre el lujo propio de reyes que caracterizaba su mesa61. Su nivel de vida era, como revela una anécdota transmitida por san Jerónimo, envidiable incluso para miembros del Senado62. 59 W. ECK, “Der Einfluß der konstantinischen Wende auf die Auswahl der Bischöfe im 4. Und 5. Jahrhundert”, Chiron 8, 1978, p. 567. 60 Sobre este proceso véase D. HUNT, “The Church as a Public Institution”, en A. Cameron y P. Garnsey (eds.), The Cambridge Ancient History, Vol. XIII, The Late Empire, Cambridge, Cambridge University Press, 1998, pp. 240-250 y R. VAN DAM, “Bishops and Society”, en M. Mitchell y F. Young (eds.), The Cambridge History of Christianty - Vol. I Origins to Constantine, Cambridge, Cambridge University Press, 2006, pp. 250-257. 61 27.3.14. 62 C. Ioh. Hier. viii.


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Este nivel de vida sólo estaba, sin embargo, al alcance de los obispos de las ciudades más grandes y prósperas, la mayoría de los prelados de los pequeños centros urbanos que eran la norma en el imperio contaban con medios muchos más modestos a su alcance. Aun así, es posible afirmar que los obispos se encontraban, en la mayoría de los casos, en condiciones semejantes o superiores a los de las elites locales en su ámbito de acción. Como custodios de la riqueza y las propiedades de la Iglesia y, por lo tanto, como los principales proveedores de asistencia para los pobres, los obispos fueron rápidamente asimilados al rol de los magnates urbanos que tradicionalmente habían monopolizado el patronazgo cívico. A pesar de los esfuerzos de algunos obispos por preservar el carácter ascético y místico de su posición, la transformación de la jerarquía episcopal en un foco de liderazgo político, económico y cultural en los ámbitos local y regional fue inevitable. La presencia de la Iglesia era, en efecto, mucho más cercana que la del mismo Estado imperial. Sólo en las ciudades que contaban con grandes reparticiones militares o administrativas podía el número de funcionarios públicos superar el de los miembros del clero local. La Iglesia representaba, en cierta forma, un Estado dentro del Estado, y el clero era su burocracia. De hecho, éste guardaba importantes semejanzas en su organización con aquélla de la administración imperial. En primer lugar, presentaba una estructura piramidal bien definida y altamente jerárquica. En segundo, podían existir grandes diferencias internas en el estatus de sus miembros. Los escalones más bajos del clero eran reclutados predominantemente entre los estratos inferiores y no garantizaban inmunidad frente a los castigos corporales y la tortura en procesos judiciales, lo que era una señal clara de su bajo estatus63. Sólo estaban exentos del impuesto a las actividades comerciales (collatio lustralis), en la expectativa de que la mayoría de los que ocupaban estas posiciones seguirían manteniendo su antigua profesión como ingreso paralelo a su actividad religiosa. Los beneficios eran mucho mayores para aquellos que alcanzaban el nivel de diáconos y sacerdotes, pues ello implicaba la inmunidad frente a todo tipo de cargas curiales. Eso hacía estas posiciones muy atractivas como una de las vías para la ya mencionada “fuga de curiales”, por lo que el Estado debió intervenir intentando, a todas luces con poco éxito, limitar ese aprovechamiento de los cargos eclesiásticos64. Las frecuentes repeticiones de estas medidas son un indicio de que los estratos medios y las elites urbanas eran el campo de reclutamiento Cod. Theod. 11.39.10, 386. Véase por ej. Cod. Theod. 12.1.49. Al respecto véase también R. VAN DAM, “Bishops and Society”, en M. Mitchell y F. Young (eds.), The Cambridge History of Christianty - Vol. I Origins to Constantine, Cambridge, Cambridge University Press, 2006, p. 346. 63 64


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más importante del clero65. A partir de la segunda mitad del siglo IV, la Iglesia se transformó para esos sectores sociales en una alternativa atractiva al servicio en el Estado, pues permitía el acceso a posiciones de poder y relevancia pública semejantes a las que se asociaban tradicionalmente con la pertenencia a la elite. En el siglo V, el debilitamiento del Estado en el Occidente del Imperio haría que la opción por la carrera eclesiástica se volviera todavía más atractiva, incluso para miembros de familias senatoriales131. Se conocen numerosos ejemplos de individuos de familias con una larga y distinguida trayectoria de servicio público que, dejando de lado esa tradición, se integraron a la jerarquía eclesiástica. Los casos más notorios son, sin duda, Ambrosio de Milán y Juan Crisóstomo67. Al igual que en la burocracia y el ejército, las relaciones personales y la riqueza eran factores claves para el progreso dentro de la jerarquía eclesiástica68. Se conoce la existencia de varias “familias episcopales”, que ilustran claramente la importancia de este tipo de conexiones. Normalmente, se esperaba que quienes accedieran a la silla episcopal hubieran cubierto antes las posiciones inferiores de la jerarquía eclesiástica, pero la promoción acelerada (per saltum) en caso de figuras notables era, en muchos casos, una exigencia misma de los fieles, como ocurrió con Ambrosio en Milán, que fue bautizado y transitó por todos los cargos hasta llegar a obispo en el transcurso de una semana69. A pesar de las ventajas derivadas de una posición social elevada, son muchos los ejemplos conocidos de individuos procedentes de los estratos medios que pudieron alcanzar posiciones prominentes en la Iglesia, baste mencionar sólo a Agustín de Hipona o al papa Dámaso, quien provenía de una familia del bajo clero. La información proporcionada por los relevamientos prosopográficos realizados para algunas regiones del imperio indica que la mayoría de los obispos provenían de familias curiales70. No obstante, existe información abundante sobre personas de baja condición social que lograron acceder al episcopado. Alejandro de Comana, por ejemplo, era un carbonero, mientras que Jorge, el obispo arriano de Alejandría, nació en la tienda de un batanero. Spyridon Trimithous era un pastor, y Zenón 65 A. H. M. JONES, The later Roman Empire, 923-4: “The great majority of the higher clergy, the urban deacons and priests and the bishops, were drawn from the middle classes, professional men, officials, and above all curiales.” 66 C. RAPP, Holy Bishops in Late Antiquity. The Nature of Christian Leadership in an Age of Transition, Berkeley, 2005, pp. 188-195. 67 Sobre Juan Crisóstomo véase J. N. D. KELLY, Golden Mouth. The Story of John Chrysostom, Ithaca (New York), Cornell University Press, 1998, pp. 4-5. 68 Véase C. RAPP, op. cit., pp. 195-207. 69 PAULINUS, Vita sancti Ambrosii, 9. Véase también PLRE 1.52 “Ambrosius 3”. Para un análisis detallado véase N. MCLYNN, Ambrose of Milan. Church and Court in a Christian Capital, Berkeley, University of California Press, 1994, pp. 1-53. 70 C. RAPP, op. cit., pp. 183-188.


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de Maiouma un tejedor de lino. Ambos continuaron en sus profesiones incluso después de su avance al episcopado71. Si bien tales carreras eran una excepción dentro de la Iglesia, el ascenso de individuos de los estratos inferiores a través de su jerarquía parece haber sido, en algunos aspectos, más sencillo que en la burocracia estatal. Ello era consecuencia del menor papel que la educación desempeñaba como factor de avance en el clero en comparación con la administración pública. Sin duda, algunos de los obispos más prominentes de este período eran verdaderos “doctores de la Iglesia” y pertenecían a una muy reducida elite intelectual. La educación más allá de la simple alfabetización no era, sin embargo, un requisito imprescindible para acceder al obispado, lo que permitía casos de movilidad acelerada partiendo desde los estratos inferiores que en la burocracia habrían sido imposibles72. El papel de la Iglesia como vía de ascenso social perdió relevancia en el siglo V, especialmente en las provincias occidentales. La paulatina desintegración del aparato estatal romano privó a las aristocracias provinciales de uno de sus ámbitos naturales de acción. Los puestos jerárquicos dentro del clero sirvieron entonces como un sucedáneo para reemplazar esa pérdida. Este proceso es claramente reconocible en la Galia y, en menor medida, en Hispania73. La dignidad episcopal adquirió entonces un claro componente aristocrático y el acceso a la misma por personas de los estratos medios o inferiores se volvió absolutamente excepcional. 5. Conclusión Es indiscutible que, como señala el consenso historiográfico de las últimas décadas, el mundo tardorromano estuvo caracterizado por un importante nivel de movilidad social. Esta afirmación debe, sin embargo, ser matizada en algunos aspectos. El nivel de movilidad fue excepcional en el siglo III y en la primera parte del IV, pues el cambio en los principios de estratificación implicó un desplazamiento masivo de grupos sociales hacia nuevas posiciones. La estabilización alcanzada por las reformas de Diocleciano y Constantino culminó con ese cambió general y definió un nuevo orden que sería mantenido en sus líneas generales hasta la caída del imperio occidental. Desde este momento, la movilidad estructural se tornó marginal y la información disponible señala el predominio de desplazamientos individuales, en buena medida, como reacción a las redefiniciones de las posiciones de algunos grupos en el período anterior. Ibidem, p. 177. Ibidem, pp. 178-183. 73 Sobre este proceso véase R. W. MATHISEN, Roman Aristocrats in Barbarian Gaul: Strategies for Survival in an Age of Transition, Austin, 1993. 71 72


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La consolidación del nuevo orden social surgido de la crisis del siglo III implicó una disminución en el nivel de movilidad. La acción del Estado cumplió en ello un papel importante, al intentar fijar el carácter hereditario de la pertenencia a diversos órdenes y grupos de estatus. El resultado de la legislación imperial no fue, sin embargo, tanto una verdadera restricción de las posibilidades de ascenso como una concentración de las mismas en algunas vías específicas que, como se señaló, por sus peculiares características, no se vieron afectadas en forma significativa por las medidas de restricción impuestas por el Estado. En consecuencia, la mayoría de las trayectorias ascendentes se canalizaron, durante el siglo IV, en torno a tres instituciones, la burocracia, el ejército y la Iglesia. La existencia de un importante nivel de movilidad social a través de estos canales es indiscutible. Más problemático es, sin embargo, determinar los factores que permitían a algunos individuos aprovechar esas vías de ascenso para alcanzar un estatus superior al de sus antepasados. La educación literaria constituía una condición casi imprescindible para una movilidad ascendente a través de todos estos canales y ha sido identificada como uno de los factores clave en muchos ejemplos de ascenso social acelerado de este período74. Este papel de la educación hacía que la misma actuara, de hecho, como un limitador de las posibilidades de ascenso de individuos de los estratos inferiores, dado que acceder a una educación literaria completa implicaba disponer de medios económicos significativos durante la niñez y la adolescencia. La educación fijaba, sin embargo, un límite sólo para la movilidad intrageneracional, no para la intergeneracional. Es decir, que el éxito económico podía permitir a un individuo de los sectores bajos reunir los recursos para invertir en la educación de sus hijos y garantizar un mayor ascenso para la próxima generación. Sin duda, el dominio de la tradición literaria era un requisito ineludible para cualquier individuo que quisiera desenvolverse en la elite senatorial y burocrática del imperio. Sólo en el ámbito de la elite militar —compuesta en buena medida por generales procedentes de provincias periféricas o, incluso, de origen bárbaro— su importancia era menor. En el resto de la elite, operaba como un criterio central de pertenencia. Como lo revela claramente un pasaje de Amiano Marcellino, no ser versado en cuestiones literarias era visto, en un senador, como un defecto75. El prestigio de la cultura literaria no significaba, sin embargo, un 74 Sobre la importancia social de la educación en este período véase R. CRIBIORE, “The Value of a Good Education: Libanius and Public Authority”, en Ph. Rosseau (ed.), The Blackwell Companion to Late Antiquity, Oxford, Blackwell, 2009, pp. 233-245. 75 Amm. 14.6.1.


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DARÍO N. SÁNCHEZ VENDRAMINI

ascenso social inmediato para todos aquellos que la dominaran, como lo demuestra la ambigua posición social de los gramáticos en la Antigüedad Tardía76. Más allá del papel innegable de la educación, el ascenso social de un individuo era el resultado de una multiplicidad de factores. Talento y formación eran un excelente punto de partida y los recursos económicos una gran ayuda pero, en una sociedad estructurada en torno a los lazos de interdependencia y patronazgo, el establecer relaciones sociales con miembros de la elite era el factor determinante. De allí la centralidad de las instituciones identificadas como canales de movilidad social en este período. En ellas, individuos de los estratos inferiores y medios entraban en contacto directo con miembros de la elite. Esas relaciones se encontraban mediatizadas por los códigos culturales de la pertenencia común a esa institución, lo que hacía posible el establecimiento de lazos de patronazgo diferentes de los existentes fuera de ese contexto. En el siglo V, la gradual disgregación del Imperio Romano de Occidente significó la desaparición del ejército y la burocracia como canales efectivos de movilidad. La Iglesia persistió, pero en muchas regiones se transformó en un refugio de las aristocracias provinciales, que pasaron a monopolizar las posiciones dentro del alto clero, disminuyendo las posibilidades de ascenso de individuos de otros estratos sociales. En el Imperio Oriental, a pesar de una crisis que puso en riesgo la supervivencia misma del Estado, estos canales de movilidad social continuarían operando por toda la Antigüedad Tardía.

76 R. KASTER, Guardians of Language. The Grammarian and Society in Late Antiquity, Berkeley, University of California Press, 1997.


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