La lectura historica de la literatura

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INTRODUCCIÓN

La literatura colombiana ha encontrado como temas de inspiración o recreación los conflictos y múltiples formas de violencia que han caracterizado los doscientos años de formación y pacificación del Estado Nación Neogranadino. A la par de las recreaciones sociopolíticas de las artes plásticas y las artes audiovisuales, la mayoría de los autores que se asocian a la literatura “nacional” a través de sus obras narrativas y poéticas han reafirmado los problemas sociales, los procesos políticos y las tradiciones culturales que dan identidad a la República de Colombia. Para el caso de los siglos XIX y XX los ejemplos más representativos son autores asociados con la política, la economía y los conflictos bélicos del país como son Eugenio Díaz, Jorge Isaacs Lorenzo Marroquín, Eduardo Caballero Calderón, Aurelio Martínez Mutis, Joaquín Quijano Mantilla, entre otros. Los creadores culturales de los siglos XIX y XX recrearon los temas de la discriminación y la exclusión que caracterizaron la transición de los períodos colonial e independentista. Reafirmaron la importancia de comprender los orígenes de los conflictos bipartidistas y los excesos de los dictadores del siglo XIX para explicar las razones de la violencia sectaria o partidista hasta mediados del siglo XX, con lo cual, redimensionaron las preocupaciones provinciales del costumbrismo de los novelistas decimonónicos. A partir de la lectura y análisis comparado de las principales narraciones históricas de la literatura colombiana, el curso pretende que cada estudiante participante identifique las principales problemáticas de los períodos de transición sociopolítica y transformación del conflicto colombiano al reconocerse las luchas sociales durante las últimas décadas de colonia española, los enfrentamientos ideológicos de los generales del siglo XIX, las características de los dictadores colombianos, las alteraciones culturales consecuentes a los procesos de inmigración, los excesos genocidas del bipartidismo, así como las nuevas formas de riqueza,


desigualdad y conflicto” (Pérez, L. (2014). Guía cátedra del curso Literatura histórica colombiana) A través de esta primera unidad pretendemos que un punto válido de partida sea la comprensión de los orígenes, características, tendencias históricas y procesos de posconflicto que caracterizaron la última guerra civil declarada y reconocida por el Estado colombiano, es decir la guerra de 1899 a 1902 conocida como “Guerra de los Mil Días”.

LA LECTURA HISTORICA DE LA LITERATURA

0. ASPECTOS PRELIMINARES 0.1 Hablar de la lectura histórica de un texto puede parecer a simple vista redundante o ambiguo, por cuanto en sentido general todo texto es en algún sentido histórico, es decir surge en un espacio y en un tiempo determinados, procede de un ser y de unas circunstancias tempo-espaciales dinámicas y además está dirigido a alguien inmerso en una época y en un lugar que lo contextualizan. Esto sin tener en cuenta que ese texto puede, por otra parte, ofrecer a quien lo aborde un mundo de seres, circunstancias, conflictos, vicisitudes... históricos, en el sentido de corresponder a una recreación textual de algún hecho del mundo real, es decir, el no ficticio o ficcional. Para todo da el lenguaje en su nivel semántico o de la significación. Por eso es mejor comenzar con precisar lo que se llama comúnmente, “el alcance de los términos”. 0.2 Debe entenderse en estas páginas que la literatura, o mejor, los textos literarios: Primero,

son prácticas significantes artísticas de una sociedad determinada que los

produce, los hace circular y los lee. Segundo, surgen de, y representan un complejo sistema sociocultural en el que además de los textos en sí, debe estudiarse a “los participantes”, con sus papeles o funciones, además de las condiciones sociales, históricas, culturales y pragmáticas para el funcionamiento de lo literario”. (González O. 1990: 113). Con lo cual debe aceptarse que los estudios literarios pueden abarcar el “conjunto total de las ciencias


de la cultura” (Ibid. 113). De manera más concreta, el texto no existe por sí solo sino que forma parte de “un contexto, histórico o convencional; es decir existe con respecto a elementos extratextuales” (Ibid. 134). 0.3 Respecto a las relaciones entre literatura e historia conviene así mismo, precisar: Primero, los textos literarios y los géneros surgen en el transcurso del devenir histórico y se alimentan en alto grado de él. Piénsese, por ejemplo en la poesía épica y sus variantes, que giran en torno a acontecimientos o personajes del pasado, pertenecientes ya a historia o al mito.

O recuérdese al teatro clásico, en especial la tragedia, que expresa “íntimos

antagonismos” de la estructura social de la democracia ateniense y que en el contenido presenta “la leyenda heroica y el sentimiento trágico de la vida” (Hauser, A. 1969: 120). O en la poesía lírica, que surge de las prácticas rituales y las fórmulas mágicas de los pueblos primitivos. Sin escudriñar la historia sería imposible comprender el porqué del surgimiento del arte y por ende de la literatura. Segundo, retomando la idea inicial expresada atrás (0.1) en el sentido de que toda obra es histórica, conviene distinguir por lo menos tres tratamientos diferentes de la historia: uno en el que deliberadamente un autor se propone tratar un acontecimiento, unos personajes.... de la historia de una sociedad determinada, muy seguramente con unos intereses prefijados. Es el caso, por ejemplo, de obras como Os Sertoes de Euclides de Cohna, obra empezada como historia y al fin configurada como novela épica, en la que el autor recrea la Expedición de Canudos (1896, en Brasil) para reprimir la rebelión de los sertanejos. (Mario Vargas Llosa hace uno años retomó el mismo asunto y escribió La guerra del fin del mundo). A da Cuhna lo movió el interés no tanto para defender a los sertanejos, sino con el propósito de condenar una masacre y rebatir las mentiras dichas oficialmente en torno a la misma. Otra obra de este tipo es por supuesto, El General en su Laberinto, la novela en la que García Márquez reconstruyó ficcionalmente los últimos días del libertador. Y también, la trilogía de William Ospina sobre Pedro de Ursúa y el descubrimiento del Amazonas (Ursúa, El país de la canela y La serpiente sin ojos). Un segundo tratamiento de la historia se presenta cuando los hechos, acontecimientos, situaciones, personajes de una obra no correspondan en su totalidad a la historia de una sociedad, sino tan solo parcialmente. En este caso, al autor no le interesa tanto la exactitud


o precisión histórica sino que se sirve de hitos de esa índole como ambientación, por razones muy personales. Es el caso por ejemplo de El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez en la que a pesar de lo histórico del título, muchos datos no corresponden exactamente a los de la historia real. A propósito de esto García Márquez escribió lo siguiente a Argos, el agudo columnista de El espectador, en los días en que fue publicada la obra: Y quién te dijo mi querido Argos que El amor en los tiempos del cólera es un tratado de historia? La peste del cólera de Cartagena que efectivamente fue la que a mí me sirvió de inspiración para mi libro, está muy bien tratada por Posada Gutiérrez en sus memorias. Esto quiere decir que yo tenía la fuente exacta para saber cuál era la fecha de esta peste, y te sirve a ti para sacar la conclusión de decir, no porque no supiera cuándo fue, sino porque yo quise poner el cólera de mi novela en una fecha distinta del cólera de Cartagena. Esto es importante porque me permite decirte a ti y decirles a todos los lectores que se trata de una obra de ficción y que así como en las obras de ficción los personajes son ficticios, los argumentos son ficticios, aun el tiempo y el espacio histórico puede ser objeto de ficción. En El amor en los tiempos del cólera tanto el tiempo como el espacio son de ficción, las distancias tampoco corresponden a las distancias reales, y esto no es nuevo en la literatura. (Centro Cultural Colombien, 1989: 28- 30)

Los términos de Gabo son muy importantes, porque a veces los profesores de Literatura, armados de un racionalismo exagerado, queremos explicarlo todo, hacer coincidir a ultranza personajes y hechos novelescos con otros que efectivamente han sucedido. En fin, como dice el mismo García Márquez en otro lugar “la manía interpretativa termina por ser a la larga una nueva forma de ficción que a veces encalla en el disparate” (Gabriel García Márquez, 1981: 2) Y un tercer tratamiento de la historia es el de la simbolización, es decir, el de presentar aspectos históricos de una sociedad mediante lo que algunos llaman “una metáfora de la realidad”. En este caso, ni los personajes, ni los hechos, ni las situaciones del texto literario se corresponden con los de la historia real de modo directo o en su estructura superficial. En cambio, sí pueden corresponderse en una estructura significativa profunda, producto de una interpretación de los símbolos y estructuras de sentido encontrados en el texto. A este


tipo pertenece por ejemplo, Cien años de soledad. Vale la pena advertir en este punto, que no es necesario que un autor planee simbólicamente un texto para que un lector inteligente lo perciba como tal. En realidad corresponde al lector percibir, hallar, comprender, asignar significados e interpretar los códigos que le ofrece un texto, independientemente de los designios del autor. Puede haber sin duda, otros tratamientos de la historia, pero los mencionados son los más frecuentes.

1.0 LA LECTURA DE LO HISTÓRICO 1.1 El punto de partida más general y tradicional para el estudio de los textos literarios nos muestra un proceso comunicativo, que relaciona tres elementos a saber: El autor, el texto y el lector. El esquema simplista correspondiente sería: AUTOR__________ TEXTO_________LECTOR Produce X

objeto

re-produce X

Ahora bien, aunque tradicionalmente el llamado método histórico se ha aplicado a estudiar la relación autor-texto, para encontrar las circunstancias en que es “creada” la obra y eventualmente emitir un juicio valorativo de correspondencia o no correspondencia (lo cual es lícito), lo que aquí se propone como lectura histórica, parte básicamente del trabajo del lector sobre el texto. En esta labor, el lector en primer término debe aceptar que el texto es una combinación de códigos, es decir, además de significar en el código lingüístico, significa en otros códigos que son esencialmente códigos culturales de una comunidad. A manera de ilustración digamos que son códigos culturales los que significan la política, la economía, la familia, el sexo, lo jurídico, lo medicinal, lo artístico, las instituciones, etc. Como puede inferirse esta especie de totalidad cultural impresa en la obra literaria requiere para su estudio, dedicación, investigación, método y lo que Eco denomina una


enciclopedia, personal y adecuada. Sobre estos aspectos nos dice César González: Por estudio científico de los textos literarios se entiende el estudio de los textos en una problemática científica, es decir, considerados en los marcos de la sociedad que los produce, que los hace circular, que los lee; considerados en todas sus determinaciones (como “síntesis de múltiples determinaciones”), sociales, políticas, ideológicas, familiares, sexuales, económicas, etcétera. Pero entonces el análisis literario se convertiría en un análisis interminable, como decía Freud, por lo cual el estudio científico sería sólo una utopía. Afortunadamente, como vimos, no se trata de tomar en cuenta todas las determinaciones, sino de reconocer que existe esta multiplicidad de aspectos aun cuando se elija el análisis de uno de ellos. (Ob.Cit. 157). La última parte resulta sin duda muy orientadora: Hay que escoger y delimitar un tema, entre las muchas posibilidades que se presentan. 1.2

Pero por método, miremos ahora una formulación lingüística del mismo modo

orientadora.

Se trata de la teoría de la enunciación que fue presentada por Emile

Benveniste y que hoy se acepta de modo general y con pocas observaciones. El punto de partida reza “que enunciación es... poner a funcionar la lengua por un acto individual de utilización”. (Benveniste, E. 1974: 83). Las implicaciones de este acto son importantes para cualquier acto expresivo; entre otras: (i) la utilización individual de la lengua resulta muy específica del sujeto hablante (por ejemplo, “en el mismo sujeto, los mismos sonidos no son nunca reproducidos exactamente.” (Benveniste, Ibid.) (ii) En la enunciación se verifica la semantización de la lengua (el sentido se forma en palabras). (iii) La enunciación introduce un locutor y postula un alocutario. (iv) En la enunciación “la lengua se halla empleada en la expresión de cierta relación con el mundo” (Ibid. 85); es decir. se refiere a algo, hay una referencia, la cual debe (¿puede?) ser captada por el alocutario para que pueda co-referir en el consenso pragmático o comunicativo. (v) El producto de la enunciación es el enunciado, es decir, la secuencia formal y significante, que hoy se conoce más como discurso. Lingüísticamente en el acto de enunciación resulta importante analizar entre otros elementos: los indiciales de persona (pronombres), deícticos (demostrativos y adverbios como este, aquí...), las formas temporales (verbos, adverbios), los actos de significación


(aserciones, interrogaciones, promesas, órdenes, veredictos, hipótesis, etc.) y las modalidades formales (modos verbales como el optativo y el subjuntivo y fraseologías o modalizantes como quizás, sin duda, probablemente, etc.) 1.3 Llevada al campo del texto literario –principalmente el narrativo-- la teoría de la enunciación se constituye en una ayuda esclarecedora. En primer lugar, se debe tener en cuenta que el texto en su totalidad es un enunciado complejo, es decir es el producto de un acto individual de utilización del código lengua, pero en el que confluyen además de los aspectos lingüísticos, todo un conjunto de códigos culturales, tal como se dijo atrás. Fuera de esto, en el texto literario narrativo confluyen varias instancias de enunciación, ora del narrador o narradores, ora de los personajes, la circunstancias, las referencias, los locutores, los alocutarios, los enunciados. Todo permite hipótesis de significación para comprender e interpretar el texto. 1.4 Como de manera precisa de lo que tratan estas páginas es de lectura, y esta actividad la realizar un lector, vamos ahora a referirnos a lo que Umberto Eco denomina “El Lector Modelo” (1979: 73-95). Según el autor italiano un texto tal como se le presenta a alguien representa “una cadena de artificios expresivos que el destinatario debe actualizar”. O sea, significativamente el texto es virtual o está incompleto y corresponde al lector actualizarlo, esto es semantizarlo y semiotizarlo desde su propia perspectiva. Se requiere para esto una “compleja serie de movimientos cooperativos”, como las deducciones y las inferencias, necesarias para llenar lo no dicho, los espacios en blanco, los intersticios que necesariamente ofrece ese “mecanismo perezoso” (o económico) que vive de la plusvalía en sentido que el destinatario introduce en él”. (Eco. Ob. Cit, 76) Los movimientos cooperativos exigen del lector una competencias lingüísticas y semióticas, que se fundamentan en su enciclopedia, esto es, en un acervo de conocimientos, destrezas, imaginación, etc., necesarios para actualizar el texto. Debe comprenderse que para el caso de la lectura de la historia en el texto literario, el lector se vería notoriamente favorecido si su enciclopedia contiene información, conocimientos de esa índole. En caso negativo, el trabajo será más arduo. Volviendo al asunto de la competencia, Eco formula la siguiente ley pragmática: “La


competencia del destinatario no coincide necesariamente con la del emisor”. (Eco. Ob. Cit. 77). Esto, a pesar de la mediación de un código lingüístico común (que no es suficiente para la identificación) parece lógico, pues al fin y al cabo el autor y el lector, son seres lejanos, de preparación no homogénea, de códigos privados e ideológicos quizás opuestos, de intereses no coincidentes, de gustos disímiles; en fin, de enciclopedia de diferente “editorial” y “edición”. Por estas razones muchas veces el abordaje de un texto no es tan simple ni tan instantáneo como quisiéramos los profesores ansiosos.

Sin embargo, para alivio de los lectores, el buen autor generalmente prevé a los suyos y elabora su texto de tal modo que este resulte “un producto cuya suerte interpretativa debe formar parte de su propio mecanismo generativo: generar un texto significa aplicar una estrategia que incluye las previsiones del movimiento del otro”. (Eco. Ob.Cit.79). Lo cual quiere decir que el buen autor ayuda a que su texto llegue y cale de la mejor manera en el lector. Los medios son entre otros, la lengua, la elección de equis tipo de enciclopedia, de determinado patrimonio léxico y estilístico, de códigos no restringidos. Naturalmente, no todos los autores obran así; hay algunos que por una razón u otra (frecuentemente por experimentación) ofrecen obras de las que ni ellos mismos encuentran las claves interpretativas. Esto le sucedió al mismo Julio Cortázar con 62 Modelo para Armar. De todas maneras, la hipótesis que se formula el lector del autor es más segura o posible que la que pueda formularse el autor de su posible lector; al fin y al cabo el autor no tiene absolutamente nada concreto en qué fundamentarse; en cambio el lector dispone de los enunciados del texto, y puede investigar circunstancias de enunciación, por lo menos. 1.5 El modelo de lectura de la historia en el texto literario no tiene por qué diferir en esencia de otros análisis del contenido, como significación, pues la historia es contenido. Así que, cuando se ha hablado de actualización, semantización o semiotización del texto, necesariamente se ha hecho referencia a lo histórico, como significado y como sentido. La lectura comienza con el enfrentamiento a la manifestación lineal del texto (superficie lexemática) A esta el lector en una primera instancia la llena de un primer nivel de contenido, “consultando” su enciclopedia para descifrar los códigos y subcódigos del texto;


comenzando naturalmente por

el lingüístico. Tendrá por ejemplo, que acudir a su

diccionario básico para “descodificar las expresiones lexema por lexema y realizar las correspondientes amalgamas semánticas” (Eco. Ob. Cit. 110); tendrá que reconocer la reglas de correferencia para desambiguar expresiones deícticas y anafóricas, o tendrá que aplicar su competencia intertextual (V. Kristeva) para precisar la significación lexemática evocando los usos en textos precedentes; tendrá que dentro de su enciclopedia consultar los “cuadros” (trama) o estructuras de datos (“representaciones sobre el mundo) para realizar inferencias de sentido; tendrá, en fin, que reconocer hipercodificaciones retóricas, estilísticas y hasta ideológicas. Tras esa labor inicial de comprensión, el lector puede determinar algunos aspectos de las circunstancias de enunciación. Puede, por ejemplo decir de qué aspectos del mundo o de la vida o del hombre se refiere; puede hipotetizar sobre los propósitos generales del enunciador; puede determinar la índole genérica del texto (novela, historia, ensayo...); puede determinar a quién o quiénes está dirigido o interesa más el texto... Naturalmente estos primeros pasos frente al texto son apenas tanteos y preludian una labor un tanto ardua de investigación si se quiere profundizar en las estructuras textuales y producir trabajos interpretativos. El resultado de la primera lectura de los códigos debe ser una descripción de lo que el texto cuenta, lo que se denomina fabula, es decir el esqueleto de la historia presentado en un conjunto de macro-proposiciones sintéticas. Estas se referirán a determinados individuos de determinados rasgos, a la secuencia de las acciones localizadas más o menos tempoespacialmente, y a los cambios de toda índole y su causalidad, incluido el final. La índole histórica de estos contenidos es asignada generalmente por el autor (emisor).

La

especificidad consiste en que tales contenidos tengan como referencia sucesos del mundo natural, es decir que hayan acontecido en la realidad físico-social, lo cual puede verificarse acudiendo a consultas de distinta índole, pero especialmente bibliográficas (Diccionarios, documentos de archivo, libros de historia...) Sin embargo, como se dijo atrás, no es necesario siempre un planteamiento histórico premeditado por parte del autor. Un buen lector será capaz de encontrar un nivel histórico en las estructuras profundas de un texto, en el sentido en que lo plantean los estructuralistas; o sea: la estructura sociocultural


intersecciona la estructura de la interioridad del artista y, por consiguiente, la estructura de la obra. En esa forma, los elementos socioculturales se encontrarán en la personalidad del artista y también en la obra en interacciones especiales con otros elementos de distinta clase. Ahora bien sea que el contenido histórico específico resulte planteado por la enciclopedia del autor; o sea que alcance a ser vislumbrado por la enciclopedia del lector, la tarea más importante que se impone luego del registro o descripción inicial, es la de interpretación. La interpretación que aquí se recomienda es la que según González O. se puede denominar perspectivismo. Se basa en una posición escéptica respecto a la posibilidad de interpretación correcta; precisamente porque un objeto se puede captar de manera distinta desde ángulos diferentes. Pero leamos al autor mencionado: La interpretación no puede definirse por el status ontológico de un texto, ya que lo que lo caracteriza es que “puede construir no sólo uno sino muchos complejos dispares de significado” (Hirsh 1967: 24); dicho de otra manera, cada interpretación es parcial, ninguna interpretación puede agotar los significados de un texto (Ibid. 128). La interpretación es histórica, además de parcial; por ello, tampoco los modelos semánticos proporcionan la clave: “si una obra puede interpretarse en distintas formas, debe contener esa variedad de significados dentro de ella, y así difícilmente puede reducirse a un significado simple. Sería fútil tratar de usar un modelo semántico para desarrollar los criterios que definieran el único significado que propuso el autor” (Iser 1979: 17). La historicidad de toda interpretación es indudable porque todos los datos históricos que intervienen -la lengua principalmentevarían de una época a otra; pero lo histórico de la interpretación, dice Hirsh, es muy distinto de la intemporalidad de la comprensión (1967: 137). La comprensión es, pues, previa y diferente a la interpretación: comprensión es una percepción o construcción del significado verbal del autor del texto (ibid: 143). La comprensión es necesariamente de naturaleza intrínseca, mientras que la interpretación es transitoria e histórica; si la comprensión es una construcción del significado, la interpretación es una explicación del significado (Ibid. 136). La comprensión es del significado de los componentes del texto, es previa a la interpretación, que sería del texto en su conjunto. (González Ochoa. 1990: 158)

Finalmente, se podría preguntar ¿cómo podría abordarse un texto para un análisis de la


historia? El mejor método o por lo menos lo más recomendable es proceder temáticamente, en vista de la vastedad sociocultural abarcada por la historia. Podrían plantearse tópicos limitados, como por ejemplo, el modo de producción económica, la educación, la situación del trabajador, de la mujer, los conflictos políticos, la violencia... Cualquier asunto de estos puede dar lugar a trabajos de descripción e interpretación aceptables. La condición básica para no decir disparates es la argumentación interpretativa. Vale decir el acopio de datos, razones, pruebas coherentes que respalden las aserciones del intérprete. 1.6 En cuanto a teorías o autores que sirvan de quía tenemos, por una parte a Erich Auerbach y Leo Spitzer dos autores defensores de los estudios historicistas de la literatura. Ellos elaboraron trabajos acerca de los rasgos de estilo en relación con el ethos coetáneo. Su método consiste en seleccionar unas muestras y analizarlas minuciosamente desde el punto de vista de su estructura, de sus aplicaciones y significados para determinar los relieves lingüísticos, estéticos, históricos, sociológicos, filosóficos... y de esa manera conseguir una caracterización no sólo del autor en sí, sino también de su época históricoliteraria. La expresión de Spitzer para mencionar esto último es “el microcosmos del espíritu del autor”. Como puede inferirse el historicismo de Auerbach y Spitzer limita un poco más el campo de trabajo, puesto que se reduce fundamentalmente a la obra, de la cual además se toman las muestras más representativas o apropiadas para el análisis. Otra posibilidad o acercamiento semejante lo ofrece Lucien Goldman, quien con fundamento en Luckacs defiende la tesis de que la forma narrativa y la situación social coetánea muestran una rigurosa homología, la cual se manifiesta en la estructura. Lo importante de esta tesis radica en que refuta la simple proyección de la historia en la obra (proyección de la conciencia colectiva, afirman muchos historicistas) y en cambio defiende la esencia estructural como reflejo de esa historia.

En otras palabras, una obra de

contenidos imaginarios completamente distintos a los de la realidad, puede transparentar esta realidad en el nivel de su estructura. O como se dice a veces, constituye una metáfora de la realidad. De esta manera, Goldman procedió a analizar algunos rasgos de la novela moderna. Por ejemplo, el que la estructura de una sociedad que producía para el mercado (valor de cambio) revelaba la desaparición de la relación auténtica con la calidad de los


objetos y de los seres humanos; y el que la estructura de la novela ponía de manifiesto la rebelión de unos pocos que se entregaban a la búsqueda de valores humanos auténticos. El escritor, según esta tendencia, tiene como labor crear una estructura que corresponda a aquella hacia la que tiende un grupo social. Y este grupo, al manifestarse en la estructura de la obra revelará lo que piensa y siente, sin proponérselo. En otros términos, será parte de la identidad del texto.

Gilberto González Hernández.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS GONZALEZ OCHOA, Cesar. (1990) Función de la Teoría en los estudios literarios. Universidad Nacional Autónoma, México. HAUSER, Arnold. (1969) Historia social de la literatura y el arte . Guadarrama, Madrid. Centro Cultural Colombien. (1989)

Aloo... Gabo. G.G.M. responde en directo a sus

lectores. Paris. GARCIA M., Gabriel. (1981) “La Poesía al alcance de los niños”. El Espectador (Bogotá), enero 25. p. 2. BENVENISTE, Emile.(1976) Problemas de Lingüística general. II. Gallimard, Paris. ECO, Umberto. Lector in Fabula. (1981) Lumen, Barcelona.


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