Iran entre la amenaza nuclear y el sueño occidental

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Claire Tréan es periodista y ha trabajado en el diario Le Monde hasta el año 2005, donde era especialista en diplomacia y relaciones internacionales además de experta en asuntos de Oriente Medio. Es aurora de numerosos artículos sobre estas cuestiones y de libros como L'Exilé Chilien (1975), en colaboración con David Muñoz, y La Francophonie (2006). ~

Di.l:etio de la cubierta: C.ulos Cubeiro Imagen de: 1:1cubierta: e Kaveh Kazcmi &: Mohsen Shandil.l coaars


Irรกn

ATALAYA

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CLAIRE TRÉAN

Irán Entre la amenaza nuclear y el sueño occidental

TRADUCCIÓN

DE JULIETA

CARMONA

EDICIONES PENíNSULA BARCELONA

LOMBARDO


Titulo original francés: Le paradoxe iranien © Éditions Robert Laffont, París, 2006

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del «copyright», bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía yel tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler O préstamo públicos.

Primera edición: septiembre de 2006. © de la traducción: Iulieta Carmona Lombardo, 2006. © de esta edición: Grup Editorial 62, S.L.v.,

Ediciones Península, Peu de la Creu 4, osooi-Bercelona, correu@grup62.com grupez.corn IGUAL· fotocomposición L1MPERGRAF• impresión

VfcTOR

DEPÓSITO LEGAL: B.36.257-2006. ISBN: 84-8307-745-0. ISBN 13: 978-84-8307-745-0


AGRADECIMIENTOS

Hice los reportajes y las entrevistas en Irán entre mayo y diciembre de 2005 acompañada de una iraní que ha preferido que su nombre no se mencione. C. T.

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CONTENIDO

l. EL ESPANTAJO, 11 2. NOSTALGIAS AL NORTE Y AL SUR, 27 3· PIZZA HUT, 40 4·

DIOS VISTO DESDE EL CASPIO, 57

5· UN VOTO CONTRA LOS MULÁS, 70 6.

«NO PODRÁ ECHARSE ATRÁS», 87

7· DECLARACIONES DE UN «BASIYI», 104 8. LA HORA DE LOS «PASDARANES», 124 9·

UNA IMPROBABLE VUELTA ATRÁS, 138

10. ORGULLOSA VALENTíA, 151 11. «BAD BOYS y GOOD GUYS», 164 12. LOS JUDíos y LOS ÁRABES, 181 13· VARIOS FRENTES ABIERTOS, 199 14· HACIA LA BOMBA, 211 15· OTRA OPORTUNIDAD PERDIDA, 227 16. LO INELUCTABLE, 239

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EL ESPANTAJO

Que la República Islámica de Irán pudiera tener un día acceso al arma nuclear es lo peor que los occidentales hubieran podido temer en 1979, cuando el ayatolá Iomeini, el líder de la revolución que acababa de derrotar al sha, lanzaba contra ellos el ataque del islamismo radical, prometía la erradicación del Estado de Israel y hacía un llamamiento a la sublevación general de todos los musulmanes contra el «Gran Satán» americano y los demonios del imperialismo. La pesadilla de la «bomba islamista» dependía entonces de la política-ficción. Veintisiete años más tarde, cuesta distinguir qué podría impedir que Irán consiguiera, si no la bomba, al menos los conocimientos necesarios para fabricarla. Además, en verano de 2005 los iraníes se procuraron como presidente a un hombre que no lleva el turbante de los mulás pero luce la barba de tres días que fue, en la época sangrienta, el signo distintivo de la guardia pretoriana de Jomeini. Se llama Mahmud Ahmadineyad, se dedica desde que entró en funciones a vociferar contra Israel y contra Occidente y a soplar frenéticamente las brasas mal apagadas de la revolución. A decir verdad, nos habíamos olvidado un poco de ese Irán. El régimen parecía haberse sosegado con la edad, otros lo habían suplantado ampliamente en la función del espantajo islamista. El anterior presidente iraní, Mohamed Khatami, le dio durante 11


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ocho años a su país un rostro afable, esforzándose en convencer de que aspiraba más que nada a reinsertarse en la comunidad internacional. A fuerza de contactos, a fuerza de películas de autor, pero también de testimonios y reportajes sobre la juventud del país, los malos recuerdos, las fanáticas multitudes de negro, terminaron por borrarse para dar paso a la imagen de un pueblo inofensivo y hasta simpático en su astuta forma de vaciar progresivamente la dura ley islámica de todo contenido. Las mujeres iraníes alzaban la cabeza y el fular se les resbalaba, el dinero era el motor de todo. Los jóvenes eran insolentes y les daban la espalda en masa a sus dirigentes. El régimen que antaño desafiaba al mundo y lanzaba «fatuas» asesinas contra los occidentales ya ni siquiera tenía control sobre sus propios niños. De ahí a pensar que sólo se trataba de una subsistencia provisional había un paso. Aunque resulte difícil imaginar las particularidades del relevo en la cumbre cuando se supone que el poder debería provenir de Dios, aunque todavía nadie podía decir cómo o con qué modalidades, Irán iba a acabar con sus ayatolás y sus rnulás, la ideología jomeinista estaba en las últimas y el régimen mostraba signos de cansancio.

Igual que todo el mundo, nosotros también nos dejamos engañar un poco por los signos más vistosos de esa evolución. Por la impertinencia, por el lado desvergonzado de muchos iraníes, por la elocuencia con la que se befan de sus dirigentes. Por las jóvenes, a las que llaman «modelos», porque se burlan con gracia de las normas de indumentaria que les imponen, y que se habían convertido en las figuras emblemáticas del cambio en Irán. Igual que todo el mundo, creímos en lo que acertadamente se ha dado en llamar «Iipstick yihad», la guerra santa del pintalabios, y en la pérdida de influencia del poder religioso sobre 12


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mentalidades y cuerpos prefiguraba el debilitamiento del régimen. y resulta que) para gran sorpresa general, en verano de 2005, parece que todo vuelve a cuestionarse. El cadáver resucita bajo los rasgos de ese hombre mal afeitado que los iraníes, contra todo pronóstico) llevan a la presidencia para suceder a Mohamed Khatami, que era tan civilizado. Provocación tras provocación, en pocas semanas derrumba ocho años de pacientes esfuerzos de su predecesor para hacer del país un socio digno de frecuentar en la escena internacional. Irán vuelve a ser el espantajo que había dejado de ser, pero todavía más amenazante que antes: un país dotado de misiles que pueden alcanzar a Israel y sobre el cual pesa la sospecha de que quiere equipados con cargas nucleares; un país que deja que en su nombre se proclamen declaraciones agresivas) antisemitas y antioccidentales, como no se habían vuelto a oír por parte de un presidente iraní desde la muerte de [omeini; un país que, dado el contexto internacional) parece estar más preparado que nunca para oponerse a Occidente y encabezar el frente del rechazo. En el invierno de 2005-2006 bastó con una palabra del presidente iraní para que el precio del petróleo se disparara yen todas partes se hicieran pronósticos apocalípticos sobre la perspectiva del barril a 100 dólares o más. Los norteamericanos están paralizados por su intervención en lrak, los europeos por su vulnerabilidad frente al arma petrolífera que Irán tiene en sus manos y que le procura ingresos que nunca antes había alcanzado. Teherán tiene menos razones que nunca para someterse a sus conminaciones e interrumpir su programa nuclear. «Los leones han perdido fiereza», dice Ahmadineyad. Para él y los suyos es una ocasión inesperada para restaurar la ambición del padre fundador de la República Islámica, invertir el curso de la historia para instaurar un nuevo orden regional y una nueva relación conflic13


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tiva con Occidente en la que el dominio nuclear de Irán será el elemento clave. En el mundo árabe, las poblaciones exasperadas por la despreocupación de sus dirigentes aplauden cada diatriba de Ahmadineyad. Por otra parte, el radicalismo islamista conoce un fuerte aumento en Oriente Medio, lo que hace pensar que Irán, esta vez, estará menos solo en su desafío. En Irak, la coalición chií, aliada «natural» de los chiíes iraníes, llegó claramente en cabeza a las elecciones del 15 de diciembre de 2005. En Egipto, los Hermanos Musulmanes-matriz del extremismo islamista árabeobtuvieron el mismo mes 88 escaños en el Parlamento, lo que les convierte en el primer partido de la oposición en su país. El 25 de enero, Hamás-movimiento financiado por Irán, que en el pasado reivindicó los atentados más sangrientos contra civiles israelíes-obtuvo la mayoría absoluta en las elecciones palestinas. Unas semanas más tarde, la encendida polémica por las caricaturas de Mahoma publicadas en la prensa danesa reforzó el sentimiento de aumento de los antagonismos y la teoría del «choque de civilizaciones». Pero esta es una lectura un tanto apresurada de los acontecimientos.

Si es verdad que el mundo está cambiando y si el régimen iraní no ha muerto, la «segunda revolución islámica», que Ahmadineyad anunciaba en vísperas de su elección y cuyas olas iban a sumergir a toda la tierra, todavía no se ha puesto en marcha. En el ámbito regional, no hay más coalición que antes sino competición entre las distintas corrientes del islamismo radical, entre el chiismo iraní y el extremismo árabe, que se ha construido en parte contra él y le ha proporcionado a sus enemigos más potentes, entre los que se encuentra Al Qaeda. Por otro lado, los cambios de opinión que se han operado en contra de los islamis14


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tas en varios países, gracias a las elecciones, no tienen objetivos revolucionarios ni internacionalistas. Los votantes palestinos que le han dado su voto a Hamás reclaman más integridad por parte de sus dirigentes que el triunfo del integrismo o la destrucción del Estado de Israel. Exceptuando al Hezbolá libanés (chií), el Irán de Ahmadineyad dispone de pocos aliados incontestables, yen cualquier caso de ninguno que aceptara estar a las órdenes de Teherán. En cuanto a Irán en sí, todavía no ha jugado sus cartas. En pocos meses, Mahmud Ahmadineyad ha conseguido indudablemente una popularidad de la que no gozaba cuando lo eligieron, y ha sido gracias a sus visitas a las provincias y sus promesas demagógicas, pero sobre todo gracias a la cuestión nuclear. La propaganda del régimen jugaba en eso con ventaja: los iraníes no entienden que los singularicen prohibiéndoles el derecho a las tecnologías nucleares que a nadie más se le niegan, ni siquiera a los que las utilizan con fines militares. A principios de 2006, se estaba produciendo lo que los ultraconservadores habían previsto: las presiones internacionales sobre Teherán provocaban una reacción nacionalista de los iraníes en beneficio de un régimen con el que, no obstante, no simpatizaban desde hacía mucho tiempo. El 11 de febrero de 2006, la celebración del vigésimo séptimo aniversario de la revolución islámica reunía en el centro de Teherán a una enorme multitud, como no se había visto desde hacía mucho tiempo en las manifestaciones organizadas por el régimen. Pero el país no se parece a la imagen que su presidente da de él. Los iraníes no han elegido a Ahmadineyad porque querían volver a los orígenes de la revolución de 1979. Fue un voto de protesta contra el régimen y sus ignominias, contra los mulás aprovechados, contra la dureza de la vida diaria y las desigualdades sociales, no fue un voto por la restauración de una ideología 15


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que hoy en día es minoritaria en Irán y está desfasada con respecto a las rápidas evoluciones que ha conocido la sociedad desde la muerte de Jomeini. Un segundo contrasentido sería creer que las injurias de Ahmadineyad contra Israel y Occidente reflejan un sentimiento nacional o incluso el de una parte consecuente de la población. El nacionalismo es un rasgo común a todos los iraníes pero no está hecho de esos ingredientes. Si los iraníes pueden ser sospechosos de tener tendencias xenófobas) es más bien hacia los árabes que hacia los israelíes. La mayoría no se siente afectada por el conflicto en Oriente Próximo y no está dispuesta a arriesgar su futuro por una causa palestina que no es la suya. Por otro lado) aunque haya entrado en conflicto con Europa y América por la cuestión nuclear) la sociedad iraní está hoy en día mucho más volcada hacia Occidente que cuando estaba bajo el régimen del sha. Su juventud es más culta) necesita apertura, no quiere perder el tren de la mundialización. Todos los iraníes quieren que se les reconozca lo que ellos consideran un derecho, a saber, el acceso a las tecnologías nucleares civiles)pero no de cualquier manera. Porque no todos están dispuestos, incluso dentro del poder) a pagar un precio exorbitante para alcanzarlo.

Las diatribas de Ahmadineyad son la parte más visible de una feroz lucha que desde hace varios años tiene lugar en el seno del poder acerca de la mejor manera de salvar a un régimen absolutamente desacreditado a ojos de la población. De forma esquemática) los partidarios de las reformas en el interior, de la apertura económica hacia el exterior y de un acercamiento «pragmático» hacia el mundo occidental se oponen a los «conservadores», como se les llama en Irán, es decir a aquellos cuyos intereses económicos) el poder o las convicciones ideológicas es16


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tán amenazados por las reformas y la apertura. Ahmadineyad representa el ala extremista de esa nebulosa de conservadores, la que piensa que el régimen en crisis s6lo puede revitalizarse radicalizándose. La República Islámica es un complejo conjunto de instituciones, algunas derivadas del sufragio universal (el presidente, el Parlamento) y otras no; un sistema en el que cada órgano del Estado tiene su órgano de control, cada institución tiene su equivalente, su contrapeso, cada poder oficial su vertiente paralela. Es una amplia oligarquía en la que no existen partidos, ni programas políticos, ni disciplina de voto, en la que coexisten opiniones e intereses diversos y en cuya cumbre reina la opacidad. Desde el punto de vista institucional, el presidente es un eslabón bastante débil. El líder AH Khamenei, sucesor de Iomeini, es la autoridad suprema y en principio su principal función no consiste tanto en imponer su propio punto de vista como en mantener una cohesión en el sistema y conseguir que haya consenso. Antes de las elecciones presidenciales decía que no toleraría que una de las dos grandes tendencias que se enfrentan en el seno del régimen, los conservadores y los reformistas, aniquile a la otra y que la vocaci6n de la República Islámica era el «conservadurismo reformista». Indudablemente la máquina de fabricar consensos está agarrotada y le cuesta fijar una línea unitaria sobre los grandes temas del momento.

Volvemos a Teherán, pocos meses después de la elección de Ahmadineyad, que ante el mundo se ha convertido en el rostro agresivo de Irán. Hay publicidades gigantes de productos occidentales en los muros de la capital, al lado de retratos de «mártires». ¿A alguien se le ocurre en Europa y Estados Unidos pensar que Irán acaba de lanzar un llamamiento a los grandes capitales extranje17


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ros para construir las refinerías que tanto necesita? ¿Alguien se da cuenta de que acaba de solicitar a los Estados Unidos el restablecimiento de las conexiones aéreas directas de Teherán a Nueva York y Los Ángeles, veintisiete años después de la toma de rehenes en la embajada americana y la ruptura de las relaciones aéreas y diplomáticas entre ambos países? La calle no ha cambiado desde que «Irán ha cambiado» sino que es otoño, la noche cae rápido y la ciudad se acuesta temprano. No hay ningún signo que atestigüe una rigidez represiva que podría notarse en la vida diaria de la gente. El monte Alborz ya está totalmente cubierto de nieve. Abajo llueve, los arroyos son torrentes tumultuosos; las sirenas de los bomberos suenan permanentemente, impotentes ante cohortes de coches parados. Cuando llueve, el tráfico se detiene por saturación y para desplazarse es preferible resignarse a caminar algunos kilómetros de noche, por entre la multitud y los charcos de las aceras hundidas. Indudablemente los chadores se aprecian más en esta intemperie que durante el tórrido verano. Pero muchas chicas encuentran siempre, a pesar del frío, la manera de ir a la moda-superposición muy en boga de pequeñas cazadoras cortas, que marcan bien la cintura y realzan el pecho, sobre las camisas largas y negras de rigor. «¿Nostomáis por locos o qué?», nos pregunta un teheraní a lo largo de una conversación sobre la cuestión nuclear. Los iraníes de a pie parecen aspirar por encima de todo a verse reconocidos por el resto del mundo como gente normal. La época no es evidentemente de las más propicias para explicar que lo son, que en esa multitud que se apresura por las aceras, plagada de siluetas veladas de negro, la gente bromea y se insulta, merodea para matar el tiempo, se empuja a la entrada del metro, llama por el móvil, echa pestes como usted y como yo contra la inflación, contra el paro, contra George W. Bush o contra la contamina18


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ción, estudia sólo para aprobar, se preocupa por sus hijos, lo pasa fatal para llegar a fin de mes) se inventa pequeños oficios, ama los pequeños y los grandes placeres de la vida, no teme burlarse de los que gobiernan.

Teherán no parece otra cosa más que una gran metrópoli en un país «en transición», con sus partes de subdesarrollo y su vertiginosa modernidad. Es una ciudad sin historia (apenas algo más de doscientos años), sin belleza aparte de la montaña a los pies de la cual se extiende, sin monumentos, ni arquitectura de carácter. Allí el islam es paradójicamente menos perceptible que en las ciudades árabes donde los días siguen un ritmo, desde el alba hasta la noche, marcado por la llamada de los muecines a la plegaria, una melopea que cinco veces al día te remueve las vísceras y te recuerda que estás en Oriente profundo. En Teherán no; no se oye casi nunca esa voz. La mayoría de las mezquitas son discretas, sin minaretes. Los chiíes tienen que rezar tres veces por día y no cinco como los musulmanes suníes; fuera de los lugares donde se desarrolla la gran plegaria del viernes, casi no se nota que lo hacen, siempre y cuando lo hagan. Hay algo que está diseminado por la ciudad, algo que indica que estamos en Irán y no en otro sitio, que transmite al llegar una sensación de extrañeza e incomoda ligeramente. Son las inmensas pinturas murales expuestas en las fachadas de edificios de diez pisos o a veces más: retratos del difunto fundador de la República Islámica; retratos sobre todo de hombres menos conocidos o desconocidos, vestidos de civil o con uniforme militar, muertos por la revolución o muertos en la guerra durante los ocho sangrientos años del conflicto con Irak (de 1980 a 1988). Teherán vive bajo la mirada de esos muertos-centinelas de la memoria colgados en los cruces o a lo largo de los bulevares atesta19


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dos-a quienes se les llama «mártires». Hay calles con sus nombres, se les reservan cementerios, se les dedican ceremonias, hay un culto oficial para ellos. Las administraciones se encargan de sus familias, a sus hijos se les conceden favores ilícitos en las universidades y el servicio militar. El término «mártir» es de uso tan común en Irán que es como si designara a una categoría viva de la población. Aparte de los grafitis cuidadosamente conservados desde 1979 sobre el muro que rodea a la que fue embajada americana, aparte de una enorme pintura mural cerca de un barrio periférico que proclama, sobre un fondo con un obús cayendo contra la bandera estrellada, Down with the USA (Abajo Estados Unidos') y por la que pasan cada día decenas de miles de automovilistas, los retratos gigantes de mártires son lo más representativo de la iconografía de la revolución. No hay nada que demuestre entusiasmo, vitalidad, imaginación, algo que pudiera recordar a la exuberante inspiración de las brigadas Ramona Parra, por ejemplo, las que pintaban los muros de Santiago en el momento de la Unidad Popular en Chile. Todos de factura, los retratos de los mártires son de un realismo naíf, conscientemente fieles a la foto que les ha servido de modelo, sin que preocupe sublimarlos. Los muertos están sencillamente presentes. A veces hay alguna escena de guerra de fondo-avión de combate soltando bombas o mina que explota-que recuerda las circunstancias de su muerte. Uno se acostumbra a todo; en pocos días ya no ve lo que debería ver diariamente. El lado siniestro de esa imaginería, lo que impresiona al llegar, se atenúa y pronto se le presta tan poca atención como a los paneles publicitarios que la rodean. En el pequeño cementerio de Chizar, un barrio del norte de Teherán donde han realojado (es un favor) a las familias de jóvenes muertos en combate, están alineadas las piedras fune20


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rarias, coronadas con una vitrina a la altura de la vista del que pasa donde se encuentra la foto del desaparecido. La foto de su rostro. Al pasar por delante de cada uno nos cruzamos con su mirada. Mirada confiada, mirada melancólica, mirada penetrante, mirada traviesa, mirada tímida; miradas para las cuales el tiempo se ha detenido, sonrisas petrificadas en la eternidad de su juventud. Algunos tienen un peinado ligeramente voluminoso que marca su época y hace suponer que la camisa, de la cual sólo se ve el cuello, era entallada, y los pantalones acampanados. Algunos llevan la barba según la moda islamista, pero muchos otros no: los voluntarios para el frente eran patriotas, no sólo militantes del régimen. Muchos murieron demasiado jóvenes como para tener ni un pelo de barba: adolescentes que la República Islámica envió a millares a la primera línea del frente; carne fresca, carne de cañón; bienaventurados niños que Dios quiso que fueran mártires. Muchas veces las losas no albergan ningún despojo porque no volvieron todos los cuerpos. Hay un cuadrado reservado a los «héroes» y sus madres tienen el insigne privilegio de poder ser enterradas cerca de sus hijos en el cementerio de Chizar. «Él, por ejemplo-dice el empleado que cuida de las tumbas y la pequeña mezquita mostrando la foto de un hombre fantástico-perdió un ojo en combate, pero después de hacerse curar se volvió a ir al frente; luego perdió una pierna, pero se volvió a ir; y esa vez le mataron». A pocos kilómetros al sur de Teherán, en el gran cementerio de Behesht-e Zahra, cerca del cual fue construido el espantoso mausoleo de Iomeini, hay unas tumbas parecidas alineadas hasta donde alcanza la vista, que casi dan vértigo. Las familias las frecuentan con asiduidad a finales de semana, el jueves y el viernes, mientras que a unos cien metros otras familias vienen en peregrinaje al santuario de Iomeini. Algunas hacen ambas cosas. Pero el gran cementerio de Behesht-e Zah21


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ra es el auténtico corazón de Irán; para quienquiera que sea, es el centro de su gravedad. El ejército de voluntarios se forma allí en filas apretadas, vitrina tras vitrina, sonrisa tras sonrisa. Hace pensar en Verdún, en Arromanches, en la anónima sobriedad del homenaje que Europa y América rinden a sus combatientes. Aquí las fotos de una generación segada conservan la multitud de los rostros de la masacre de la guerra. Irán emplea una obstinada insistencia en la representación de sus mártires. El régimen, como es sabido, mantiene con otras imágenes una relación de lo más atormentada, cuya consecuencia son las mil y una censuras que le confieren a la ciudad su aspecto púdico y a la vida que en ella se lleva su lado a menudo grotesco. Antes incluso de empezar a explorar el laberinto de esas prohibiciones y de perderse en sus contradicciones, basta con detenerse en un quiosco de periódicos para comprobar, aunque no se entienda nada de las caligrafías persas, a qué extravagancias puede llegar esta empresa pudibunda. Como todos sabemos, la mujer tiene que esconder el cabello y disimular los encantos de sus formas; el hombre no debe mostrar su desnudez. Si lo medimos por la cantidad de revistas expuestas, la prensa en Irán activa los mismos resortes que hacen que se venda en nuestros países, o a algo parecido: tiene que haber sueños en las portadas, belleza un poco más bella que en la vida real; hay que atraer al cliente con personajes con los que disfrute identificándose o que le prometan confidencias. Hombres jóvenes de rasgos suaves y labios carnosos derriten con miradas lánguidas en las portadas de las revistas y transmiten en primer plano toda la gama de las expresiones que hacen vender. Chiquillas impúberes, exentas de las obligaciones que pesan sobre sus mayores, las sustituyen en las portadas. Las niñitas-algunas son casi bebés-posan con atuendos ligeros, maquilladas, cubiertas de joyas y con aspecto 22


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de acabar de salir de la peluquería. Todo ello mal impreso sobre un papel de miserable calidad.

En el Viejo Bazar de Teherán, los porteadores hacen rodar milagrosamente sus carros cargados de mercancías por el laberinto de las abarrotadas avenidas. La multitud es muy densa. La mayoría de mujeres lleva el chador negro: estamos en el sur, y en Teherán el sur es un término cargado de sentido, como lo es, por consiguiente, el norte. Esquemáticamente, esto también significa que uno se conforma bastante con los códigos de los que el otro puede darse el lujo de liberarse. El bazar está en el límite entre esos dos mundos, pero del lado del sur. Es una de las escasas construcciones antiguas que quedan en la ciudad, un mercado oriental que recuerda que Irán es un país de tránsito y que antaño se encontraba en la ruta de la seda. En el inmenso laberinto de sus galerías comerciales coronadas con cimbras de ladrillo beis, se hacinan miles de tenderetes: tiendas al detalle de productos a cuatro duros o minúsculos negocios al por mayor, detrás de los cuales desde siempre se han edificado fortunas. Los negociantes pagaban, y pagan todavía, su parte al clero. El bazar se ha convertido, más allá de este viejo mercado cubierto, en un término genérico, una palabra importante en la historia política del país, por ese vínculo de interés, esa alianza objetiva con los religiosos. Una palabra que hoy en día está también entre dos mundos: entre la economía mundial globalizada y la cueva de Ají Babá donde todavía reina el espíritu de clan y la norma no escrita, hermética para el profano, que dirige los negocios. En verano, los poderosos bazaris cierran la tienda a las dos y se van a hacer la siesta al norte, a sus acomodadas residencias de la parte alta. Sus hijos son diplomados de Harvard o del Massachusetts Institute of Technology; ya casi no 23


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quedan comerciantes de pistachos o alfombras, de padre a hijo. En el sector de los joyeros, la cotización del oro tiene fama de ser la responsable de darle la temperatura general al país. Al fondo de un pequeño patio muy recóndito, en una habitación oscura, un anciano sirve desde hace setenta años el que dicen es «el mejor té de Teherán»; lo saca de un enorme samovar y se bebe de pie. Alrededor de algunas mesas están sentados unos atareados comerciantes, algunos tienen las mejillas prominentes y los ojos rasgados de los mongoles. Se prueban anillos, sopesan pulseras, discuten sobre turquesas y lapislázulis. Un mulá corpulento se ha puesto varios anillos en cada uno de sus abotargados dedos y los examina largo rato, con aire severo, mientras discute no sin cierta tirantez, por lo que parece, con su interlocutor. «Está haciendo negocios, es su profesión», nos susurra nuestro acompañante. El islam no prohíbe a los clérigos mezclarse en los negocios. Entre las especias, las alfombras, las telas, la ropa, las frutas y verduras, los electrodomésticos, la quincalla, la joyería, las baratijas, hay tiendas de imágenes piadosas, de objetos decorativos y diversas beaterías que parecen templos del kitsch oriental. Pero no bromean; al parecer, esas imágenes ofrecidas para la devoción popular son de primera necesidad para muchos iraníes. No hay ni un camión, ni una tienda, ni una gasolinera que no tenga colgado un retrato de uno de los doce Imanes del chiismo; Husayn, el tercero, tiene su lugar en muchos interiores. En las tiendas de pósters del bazar, los retratos de santos lindan con los de hermosas princesas Qayar: collares de perlas mezclándose con largos cabellos sobre los cuales descansa una discreta mantilla de encaje blanco, orejas finas adornadas con joyas de oro, brazos desnudos hasta arriba del codo, pesadas pulseras en las muñecas, vestidos que ciñen la cintura, muy coloridos y llenos de bordados. Estas señoras con un garbo muy carnal evocan la Belle Époque, 24


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el viaje a Oriente en los años veinte. Coexisten con los afiches que relatan episodios místicos-y patéticos-de la vida de los Imanes, la muerte de Ali, la de Husayn cuando la matanza de Karbala, y muchos otros. La leyenda del chiismo en cromo, retratos de santos de factura muy pagana, una imaginería que desprende un fetichismo afectuoso, un gusto por el drama ingenuamente estilizado. Husayn tiene la belleza convencional de un joven afeminado a pesar de la barba negra, una mirada triste que resalta una raya de rímel; a veces tiene una herida en la frente por donde se escapa un pequeño reguero rojo, como una mancha de sangre dibujada por un niño. Esta dinastía de santos mártires marca la vida de los iraníes a lo largo de todo el año, de aniversario en aniversario, de día festivo en día festivo. Para muchos sólo son días de excursión, pero para otros muchos son días de duelo y de celebraciones. Las más importantes son las de la Achura, el día del aniversario de la muerte del Imán Hussain. Tenemos todos en un rincón de la mente imágenes más o menos nítidas de lo que ocurre ese día en los pueblos y las ciudades de Irán: procesiones de hombres y mujeres de negro, multitudes llorando, lamentaciones, flageladores que se laceran la espalda con sus látigos metálicos y se cortan la piel del cráneo para sangrar. Estas prácticas, que antaño tuvieron su equivalente en Europa pero que ya no lo tienen, están consideradas en Occidente como medievales y bárbaras. Son tradicionales pero se han mezclado con imágenes de la revolución, se les han superpuesto otras multitudes bramantes y todo ello se ha enmarañado en una inquietante mezcolanza que durante años se ha convertido en la lamentable representación mental que muchos se hacían de Irán. Uno aprende rápido a desconfiar de las fuertes imágenes de este país, de los contrasentidos que generan, de las ambigüedades que encubren. En este difícil puzle, ¿qué es del dominio de la 25

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tradición, qué es del dominio de la religión, qué es del dominio de la política? ¿Qué es sincero, qué es afectado u obligado, qué es lo que sinceramente rechazan? Hay que aprender de la prudencia, que consiste en dejarle el punto de interrogación a muchas de las preguntas que surgen.

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NOSTALGIAS

AL NORTE Y AL SUR

«Nací en una ciudad que tenia dos millones y medio o tres millones de habitantes, era magnífico», dice Sadegh, y su mirada centellea cuando evoca el Teherán de su infancia. Era la época en que algunas familias pudientes como la suya todavía vivían en hermosas viviendas aristocráticas en el corazón de la ciudad, en las inmediaciones del palacio Golestan, antigua residencia de los soberanos Qayars, no muy lejos del bazar. Junto con otros niños, Sadegh subía a pie al colegio Alborz, a pocos kilómetros de su casa. Era la época en que todavía se caminaba por Teherán. Emplazada, frente al desierto, al pie de los montes de Alborz de donde descienden el agua pura y los vientos frescos, la ciudad todavía podía respirar. «Nos llevaban a la montaña, muy cerca, a Vanak o a Shemiran, que entonces eran pueblos con calles de tierra batida. Era el campo. Cuando hacía buen tiempo nos indigestábamos con moras. Construíamos tiendas con ramas de los árboles y tendíamos los eh adores ligeros y coloreados de las mujeres ... Todo eso se acabó», añade sonriendo. A decir verdad no se ha acabado del todo. El campo, los jardines que cantaron los poetas, siguen en la mente de los iraníes y, en la enorme aglomeración en que se ha convertido Teherán, quedan restos de paraísos perdidos. Quedan árboles viejos, plátanos gigantes, plantados muy seguidos a lo largo de las calles y cuyas frondosidades, en lugar de desplegarse a la manera pro27


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venzal, crecen hacia lo alto y su majestuoso aspecto salva a muchos barrios de una insípida fealdad. Algunas zonas de Vali Asr, una gran avenida sinuosa que atraviesa la ciudad en dirección al norte, recuerdan a Via Veneto; aunque no tanto a la dolce vita. Quedan los djub, esas acequias de agua clara alimentadas en otro tiempo por los manantiales naturales y ahora por el agua de la ciudad, que transcurren a lo largo de las calles en pendiente de los barrios del norte. También quedan, incluso en la ciudad llana, trozos de campo; comidas pesadas, monótonas, campesinas, que son siempre el día a día; sabores de antaño, los de las frutas que se comían antes de que estén maduras, que ofrecen los pequeños vendedores callejeros y que marcan siempre el ritmo de las estaciones: en primavera, ciruelas y almendras verdes de gusto amargo que se mojan en sal antes de mordisquearlas, cerezas en verano. Quedan las noches en los parques, los éxodos masivos en fin de semana, parachoques contra parachoques, hacia los valles verdosos del Alborz o sus pendientes nevadas. Incluso en gente mucho más joven que Sadegh, que ha crecido en una ciudad mucho más dura, queda como una nostalgia bucólica, un sueño de vergeles y jardines que parece ser en este país una de las cosas mejor compartidas. En setenta años la ciudad ha crecido enormemente; bajo el efecto combinado del éxodo rural, del desarrollo de las clases medias y de crecimiento demográfico, sus tres millones de habitantes se han convertido en 12,5 millones, según las cifras oficiales-más de 15 millones en realidad, según dicen. La Universidad de Teherán, que fue construida en 1930 en la periferia norte de la ciudad, se encuentra hoy en pleno centro sin haberse desplazado. Teherán ha crecido, como México o Calcuta, pero sin barrios de chabolas, a una velocidad y con unas proporciones que hacen del crecimiento algo incontrolable. Los nuevos habitantes que los viejos barrios del sur de la ciudad ya no podían albergar pobla28


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ron las ciudades-dormitorio y las nuevas ciudades que se han comido al desierto. A los que les iba mejor invertían en las colinas hacia el norte, el punto cardinal donde se ha fijado definitivamente la brújula de la ascensión social en Teherán. En el mapa de los resultados electorales de junio de 2005, la ciudad está dividida en dos por una línea que pasa por las inmediaciones del bazar; en la parte del sur Ahmadineyad consiguió sus mejores resultados. Al norte, la especulación se sumó a la presión demográfica. Una fiebre inmobiliaria que no parece decrecer jamás ha embestido los contrafuertes del Alborz, los armazones de hormigón de las torres en construcción siguen creciendo cada vez más sobre las cuestas. Los pueblos en la montaña, como era antes Shemiran, han sido alcanzados por esa ola y son hoy en día barrios de la ciudad. Barrios caros. Hay que pagar para establecerse por encima de la nube de contaminación que cubre la ciudad llana y poder darse el gusto de tener noches más frescas en verano. En los tiempos de la infancia de Sadegh, las familias como la suya podían vivir en el centro de Teherán y disponer allá arriba de un rincón verde. Igual que los ricos propietarios rurales tenían un vergel a la entrada del pueblo, los ciudadanos pudientes poseían un jardín cerca de la ciudad. Iban «al jardín» el fin de semana, se relajaban y pasaban las vacaciones. No se hablaba de casa de campo ni de segunda residencia: más que la vivienda, que generalmente también estaba, era el jardín lo que contaba. En algunas partes del norte de Teherán todavía quedan viejas residencias rodeadas de moreras que despliegan su densa sombra contra los calores del verano y tupidos jardines cercados por altos muros de ladrillo, atravesados en primavera por cascadas de racimos de viejas glicinas azuladas. Ahora las calles están asfaltadas. Los parajes se han urbanizado. Los edificios más recientes exhiben un lujo demasiado chillón que esconde la mediocre calidad de las construcciones apresuradas: mármol falso en los vestíbulos 29


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de entrada, picaportes dorados en las puertas, habitaciones desmesuradamente grandes en apartamentos con ventanales panorámicos sobre la ciudad. Chalés modernos con arquitecturas escandalosas que también son prueba de las fortunas construidas recientemente: rejas que rodean los jardines pero que dejan ver la opulencia, fachadas blancas, frontones y columnatas de estilo neoclásico degenerado; una ostentación de advenedizos que es la antítesis exacta de los altos muros que protegen el misterio de los viejos jardines. Los nuevos ricos no son una categoría social que ha aparecido recientemente en este país. Al contrario, la arrogancia de los que habían hecho fortuna con el desarrollo económico de los años sesenta ha sido una de las características del régimen del sha. Fueron el objetivo de una revolución que pretendia ser la de los «desheredados» y que confiscó los bienes de las «mil familias» más ricas de Irán para dárselos supuestamente al pueblo. Este igualitarismo no alcanzó su objetivo; tras la muerte de Iomeini en 1989, ya no supone un problema exhibir el dinero en la República Islámica y son muchos los nuevos ricos que han aparecido desde entonces. Aunque se quejen mucho, los que se vieron afectados por la revolución suelen tener buenos restos, ya sea porque los desposeyeron sólo parcialmente, ya sea porque consiguieron recuperar algunos de los bienes que les habían confiscado mediante largas negociaciones con las autoridades. Éstos profesan un desprecio odioso hacia los advenedizos recientes, y los tratan de «hijos de mulás», es decir, de aprovechados del régimen islámico. En cuanto a la alta burguesía más antigua y a la vieja aristocracia, que también fueron en parte expropiadas, los meten a todos en el mismo saco y consideran-como siempre lo han hecho-el mal gusto ostentoso, tanto de los nuevos como de los «ex nuevos» ricos, un insulto a la cultura iraní. En las antiguas municipalidades rurales del norte, como 30


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Shemiran, todavía quedan algunos modestos islotes de población, que se han quedado allí a lo largo de generaciones y gracias a ellos sobrevive un poco la atmósfera del pueblo de antaño. Nos reunimos donde el tendero o enfrente, donde el panadero, justo cuando, provisto de una pala de mango muy largo, saca del horno encendido unos panes grandes y planos como galletas y luego los cuelga de un hilo para que se enfríen. La hora del pan caliente es un ritual, es el momento de las conversaciones de vecindario en el amasadero, donde reina un calor de hoguera. Afuera hay hombres paseando, gente joven que se aburre. Todos se conocen y parece que la política no cuenta mucho en la vida del barrio. «¿Quieren conocer a unos basiyis? Vengan conmigo, yo se los encontraré», nos dijo un hombre de la zona a quien le habíamos preguntado si conocía a uno de esos milicianos del régimen a quienes se les atribuía la victoria de Ahmadineyad en las elecciones presidenciales. Y ya estábamos recorriendo las calles con pasos largos en busca del hijo de fulano o mengano, uno de esos jóvenes que no por pertenecer a la milicia dejan de ser niños del pueblo, ociosos como muchos de sus congéneres y todo menos intimidatorios para aquellos que los han visto crecer. Un anciano con un gorro de lana en la cabeza y larga barba blanca, que está sentado sobre un muro bajo de piedra que hace las veces de banco público, conversa con otros hombres. Nos lo presentan como el «derviche». Nos dicen que desde hace mucho tiempo abandonó todo tipo de empleo y sólo vive de lo que la gente le da. Dicen que puede entrar en trance y hacer cosas sobrenaturales. ¿Un loco, un sabio, un impostor? El hombre sorbe de una lata de zumo de melocotón malo y fuma cigarrillos, profesa una encendida antipatía hacia el poder que-según dice-se la devuelve muy bien, así como una tolerancia hacia sus semejantes y un desapego hacia los bienes de este mundo dignos de los preceptos del sufismo. «Verán, en otros tiempos, aquí vivían como mucho 31


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unas treinta familias. Eran gente de fe. Hoy en día se ha perdido la fe», se lamenta mientras señala con un gesto los edificios que han crecido alrededor como si fueran los responsables. ¿De qué fe habla? Es sin duda menos misticismo que proximidad social, una forma de pensar, de actuar y de comportarse con los demás que antaño, en las pequeñas comunidades rurales, le dejaban poco espacio al dinero. Una nostalgia, también en este caso, que volverá como una cantinela en muchas conversaciones: «la gente se ha vuelto materialista», «la gente sólo piensa en el dinero» ... En otro barrio del norte un poco menos descentrado, Ramin, de unos cincuenta años, escritor y cineasta aficionado, que desde siempre ha vivido en la lujosa casa de sus abuelos, también se acuerda de los tiempos en que las vacas pasaban por el fondo de la propiedad, que entonces era mucho más grande. Rememora la época no tan lejana en que le gustaba irse con su hijo, que ahora tiene quince años, a dar paseos solitarios por los senderos que ascienden a la montaña. Hoy en día uno se cruza en esos caminos con tropeles de j6venes que berrean y ponen los transistores a todo volumen; Ramin ya no disfruta con el silencio de la naturaleza. Su familia tuvo que vender una parte del terreno que rodea la casa, donde ha surgido un enorme edificio que están a punto de terminar y que ha hecho desaparecer unos nogales y unos plátanos centenarios. La ley prohíbe derribar árboles en Teherán, salvo si están enfermos, pero se necesitarían más para vencer el apetito de los promotores. Ramin cuenta que en los lugares donde los árboles molestan los envenenan con un producto defoliante para poder deshacerse luego de ellos con toda legalidad. Aunque esté amputado, su jardín sigue siendo suficientemente espeso como para proteger la pequeña piscina de las miradas de los futuros vecinos que vivirán en los pisos del nuevo edificio medianero. Eso forma parte de las cosas que hay que prever aquí cuando se tiene el privilegio de disponer de una 32


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piscina en la ciudad: arreglárselas para no ser visto, sobre todo si se es una mujer, por supuesto; la que es vista es quien comete la falta, no el que mira. A dos pasos de la casa hay unos toldos azules sobre una alambrada que protegen de las miradas de la calle al patio de deporte de la escuela de niñas, que tampoco sabrían atentar contra las buenas costumbres mediante el indecente espectáculo de sus jóvenes cuerpos divirtiéndose en uniforme de gimnasia. A pesar de las brechas que ha ocasionado la especulación inmobiliaria, este barrio, con sus viejas casas sombreadas, sus callejuelas bordeadas de árboles yel río que lo atraviesa, sigue siendo de los que le dan encanto a Teherán. En menos de cinco minutos se llega a otro mundo: una avenida congestionada, una plaza en obras de donde se elevan nubes de polvo, una multitud aglutinada en la parada de autobús y en las inmediaciones de un pequeño bazar. El objetivo de las obras es guarnecer una bonita mezquita con dos minarete s; «al estilo árabe», dice Ramin con aire afligido lamentando que se tomen tanto trabajo en desfigurar el pequeño edificio de cúpula azul. Delante, en la plaza, acaban de construir una sala de plegaria desproporcionada, un enorme cobertizo con techo de chapa que termina de afear el lugar. El hijo de Ramin quiere aprender artes gráficas. La única escuela que imparte esa enseñanza está situada al otro extremo de Teherán, a una distancia que hace que las idas y vueltas diarias sean casi imposibles. Su madre está dispuesta, aunque no le encanta la idea, a alquilar un apartamento cerca de la academia y a instalarse con su hijo. Por una razón parecida, Nezan, que por trabajo debe desplazarse varias veces al mes a Dubai, contempla la posibilidad de comprarse una planta baja en alguna de las ciudades sin alma cercanas al nuevo aeropuerto. De hecho, atravesar Teherán de norte a sur o de este a oeste es un calvario inter33


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minable. Ir de un barrio a otro-s-en coche, claro, no se va a ninguna parte a pie-aunque te aseguren que «está muy cerca», resulta la mayoría de las veces una empresa agotadora. El gigantismo urbano y los embotellamientos del tráfico regulan la vida de la gente, sea cual sea su procedencia, la condicionan, la complican, la envenenan. Algunos teheraníes incluso desisten de salir de noche, y parece ser que aquí semejante renuncia es contra natura. «Es un caos-cuenta un médico que vive en el centro de la ciudad-o Nos damos prisa para salir del trabajo a las diez y llegamos totalmente exhaustos a casa de los amigos a las ocho y media u once; yo he renunciado». Seguro que también ha renunciado porque se ha cansado de las fiestas en casa de uno u otro, que son la parte principal de la vida social en el norte de Teherán. «No estamos en una capital europea-cuenta con nostalgia de sus años de estudiante en París-o Aquí, o vas a casa de alguien, o fuera no tienes nada que hacer. La ciudad no te atrae, no te estimula». Sin embargo, las fiestas van muy bien en las casas yapartamentos del norte y han hecho correr mucha tinta estos últimos años en la prensa occidental. Los amigos se invitan entre sí, ya sea para bailar las músicas oficialmente prohibidas si uno es joven o, si lo es menos, para cenar y reír bebiendo alcoholes comprados en el mercado negro o vino de fabricación casera, almacenado en el balcón o al fondo del jardín. Abajo, Teherán se ahoga entre tubos de escape. «El error principal ocurrió durante el régimen anterior, unos diez años antes de la revolución, cuando creímos que nos podíamos inspirar en el modelo de Los Ángeles para hacerle frente al crecimiento de la población», cuenta Sadegh. Se le llama «zoning», un concepto de ciudad donde el hombre no camina, con un centro donde se trabaja y zonas bastante alejadas donde se vive, y todo ello tiene que estar comunicado principalmente con los medios de transporte individual. Las primeras ciudades satélite de la 34


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aglomeración teheraní aparecieron en 1960, como el gigantesco conjunto de edificios concebidos todos según el mismo modelo que está cerca del aeropuerto y alberga a centenares de miles de personas. Ese conjunto y el aeropuerto están ahora en la ciudad. Luego nacieron otras ciudades satélite mucho más lejos, en la meseta árida que rodea Teherán, como islamchar, un lugar de desolación en medio de ninguna parte, atravesado por una autopista, receptáculo de olas migratorias de lengua turca que llegan de las provincias del oeste, y que no tienen el coraje de hacer dos veces por día los treinta y cinco kilómetros que los separan del centro para ir a trabajar y engañan a la desesperación como pueden, sobre todo con drogas. «¿Qué es una ciudad?-se pregunta Sadegh-. Al principio la gente llegó allí para encontrar trabajo, luego se sintió atraída por el espejismo del consumo. Pero todo ha ido demasiado rápido, como en todos los países en vías de desarrollo. Se suponía que la ciudad tenía que producir trabajo, pero produce sobre todo delincuencia y desempleo». Se construyeron avenidas de circulación teóricamente rápida, con empalmes sin cruces a nivel, para rodear y conectar entre sí las protuberancias sucesivas de una aglomeración que no paraba de desbordarse a sí misma. Obligan a hacer decenas de kilómetros para ir de un barrio a otro, pero se libran de los atascos. Cuatro líneas de metro transportan cada día a un millón de pasajeros. Las autoridades se esfuerzan (aunque no lo suficiente, según las quejas de la gente) por aumentar el número de autobuses y, desde hace unos años, por reemplazar progresivamente los coches diésel que escupen un humo negro por autobuses menos contaminantes que funcionan con gas natural. Se intenta innovar. Por ejemplo, una de las iniciativas impulsadas por Mahmud Ahmadineyad, que fue alcalde de Teherán durante tres años antes de acceder a la presidencia, es haber construido carreteras de enlace con curvas en U que permitían-como se dice-«dar 35


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media vuelta en la autopista», es decir, cambiar de sentido por la izquierda para acceder a una salida más cercana al destino deseado. Muchos dicen que esos esfuerzos han mejorado considerablemente el tráfico en los últimos años, aunque cuesta imaginar que haya podido ser peor. No obstante lo fue. A finales de los años setenta, los atascos de Teherán ya eran legendarios. Con un parque automovilístico de dos millones y medio de coches a día de hoy, que sigue creciendo, la lucha contra la asfixia de la capital es un trabajo digno de Sísifo, un combate que nunca se gana. El sistema D ha tenido tiempo de instalarse para paliar las insuficiencias de los servicios públicos. Una parte de los taxis colectivos se ha especializado en recorridos de ida y vuelta en linea recta, para reemplazar en el centro a una red de autobuses insuficiente. Los jóvenes improvisan unas «moto taxi», sin casco evidentemente, ni para el conductor ni para el pasajero. El sentido de la improvisación y el espíritu de desenvoltura inspiran el estilo de comportamiento, así como el arte de ser peatón. Las colas son una noción desconocida para los conductores. Incluso en las arterias de cuatro carriles, los intermitentes no se utilizan mucho, la dirección prohibida no siempre se respeta) la marcha atrás y las vueltas en U en plena intersección son práctica común. Pero a pesar de todo esto, el conductor teheraní es relativamente plácido, toca poco el claxon, y por lo general consigue dominar la tentación de una crisis de nervios. Los semáforos en las intersecciones y los pasos de cebra son relativamente escasos y es preciso, para atreverse a cruzar las avenidas cuando uno es peatón y viene de fuera) o bien pegarse a un autóctono que sabrá cómo hacerlo, o bien integrar uno mismo la norma en vigor) que es que de todas formas los coches no van a aminorar; todo es cuestión de evaluación. En los embotellamientos de la circulación, a veces hay un pequeño mendigo que zigzaguea entre los coches y balancea un


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platillo que se aguanta con dos cadenitas y en el cual arde una planta aromática que desprende, al consumirse, un humo espeso muy perfumado, y el coche se llena de esa vaharada. Cambia el gas carbónico y dicen que trae suerte; así que le dan una moneda. En invierno a veces la nieve inmoviliza a los habitantes del norte. En verano el termómetro alcanza los cuarenta grados, todo lo bebible se evapora al instante, los coches sin climatización son auténticos hornos, la contaminación raspa la garganta, enrojece los ojos. Los teheraníes buscan aire. Cada día festivo, cada fin de semana, emigran en masa, se enfrentan a los últimos atascos para ir a dispersarse por los valles del norte. Van a hacer picnics al borde de un río o a comer bajo un cenador en uno de los múltiples cafetines que bordean las carreteras del macizo del Alborz. Se quitan los zapatos, se acomodan en familia o en parejas en una especie de somieres de madera cubiertos de alfombra sobre los que se come sentado con las piernas cruzadas. Los hombres fuman pipas de agua; las mujeres no fuman nada. El cartel de rigor, a la entrada de esos pequeños restaurantes populares, recomienda a las señoras llevar un «atuendo decente», es decir, un chal; pero la atmósfera al aire libre es, a pesar de todo, menos restrictiva que la de los restaurantes de la ciudad, donde las mujeres apenas se dan el gusto de ir. Esos valles están ahora tan codiciados que las construcciones también han crecido allí como champiñones venenosos sobre las abruptas vertientes. Son todavía más someras que en la capital, están plantadas sobre finas columnas de hormigón y proliferan como otros tantos homenajes a la fealdad y desafíos a las leyes del equilibrio. En invierno, los jóvenes acomodados se van a esquiar a las pistas y a hacer fiestas en los chalés de la pequeña estación de esquí de Chemchak, denominada «la república independiente», por la cantidad de libertades licenciosas que allí se han tomado a lo largo de los años. 37


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Los que no poseen los medios para esas escapadas tienen-cuando hace buen tiempo-el recurso de los parques, que afortunadamente abundan en la ciudad, incluso en la parte sur. Durante la semana, grupos de escolares veladas acompañadas de sus institutrices ríen y hacen barullo sobre el césped como si fueran una multitud de pajaritos negros. Algunas parejas jóvenes le roban a la República Islámica un momento de semiclandestinidad e inusitado romanticismo. Miradas castas y gestos tímidos; la muchacha suele sostener en la mano una flor que su compañero le ha cogido de un bosquecillo; algunos se refugian en la penumbra, bajo los árboles. Pero por la noche y durante el fin de semana a partir de la primavera, una densa multitud invade todos los parques de la ciudad. Los espacios verdes son una de las pocas cosas buenas que se le reconocen unánimemente al régimen, aunque algunos sean antiguos jardines de propiedades que el régimen confiscó y fueron transformados en jardines públicos. Están muy cuidados, muchas veces no tienen rejas o en todo caso están abiertos toda la noche. En verano, a la hora vespertina en que por fin bajan las temperaturas una decena de grados, los teheraníes se dedican a una actividad aparentemente muy arraigada en la cultura popular: el picnic. Algunas noches en el parque de Laleh, por ejemplo, en pleno centro de la ciudad, resulta difícil encontrar dos metros cuadrados de césped libre. Las familias van a cenar sobre la hierba, 10 cual no es tarea fácil: traen té en grandes termos, víveres en cestas y fiambreras y, por supuesto, la alfombra sobre la que se sientan a comer, como en casa. De alfombra a alfombra no se relacionan mucho; la gente está en el parque como en casa: cada uno en la suya. En esas noches de picnic reina un ambiente poco ceremonioso. Hay niños jugando al bádrninton en las alamedas. Allí no hay radios atronadoras, s610 una voz difundida por unos altavoces que de vez en cuando recuerda algunas reglas elementales de buena conducta. Más tar-


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de, los servicios de limpieza del Ayuntamiento hacen su trabajo, pero los que hacen picnic dejan el lugar bastante limpio. Los ciudadanos recién llegados, que son la mayoría de los teheraníes, han aprendido bastante rápido a respetar la ciudad. Hace unos años, descubrieron con sorpresa una mañana de Nowrouz (Año Nuevo), que la municipalidad había instalado unos canteros de flores en algunas calles del centro. Los más pesimistas no apostaban gran cosa por el futuro de la iniciativa. «De hecho -cuenta una ciudadana-la gente estaba tan sorprendida de que hicieran eso para ellos-¡canteros de flores!-que los respetaron». Las campañas a favor de la limpieza de las ciudades y el esmero de las cuadrillas municipales de basureros, jardineros, barrenderos, han hecho el resto. Teherán es una ciudad limpia y sus parques, a pesar del récord de frecuentación, también lo son. Cuando avanza la noche, después de que se hayan ido las familias con sus trastos, llega la hora de las actividades menos inocentes en el parque Laleh. La hora de la prostitución de chicos y chicas que tienen allí una de sus zonas; y la hora de las drogas más o menos blandas.

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La televisión está sintonizada en una de las cadenas de Los Ángeles durante toda la velada que pasamos en casa de Hassan y su mujer. Han preparado para nosotros numerosos platos que colocan sobre una tela encerada extendida sobre la alfombra, directamente sobre el suelo, y los sirven con alegría a los pobres comensales que somos, porque estamos poco entrenados para aguantar demasiado rato el estar sentados con las piernas cruzadas. Ella lleva, desde siempre) un fular claro anudado en la barbilla) estilo campesina, y no se lo quita para estar en casa. No para de intercambiar con su marido miradas afectuosas y bromas. El mismo Hassan construyó la casa, como la mayor parte de sus vecinos y con la ayuda de éstos, hace algo más de diez años. Semejante empresa ya no está al alcance de la gente de su condición en esta parte de Teherán ligeramente descentrada, pero que hoy en día también se ha visto afectada por la fiebre inmobiliaria. Cuenta que «las mujeres se arremangaban el chador y lo usaban para subir los ladrillos hasta aquí». Situado arriba del todo de una callejuela empinada, este barrio es uno de los islotes en los que persiste la solidaridad de vecindario. Cada mes los habitantes ingresan una cuota en un bote que de vez en cuando se sortea. El ganador se erige en titular de una linda suma que le hubiera costado bastante ahorrar solo. «Gané dos veces -cuenta Hassan-o La primera vez compramos la tele.Ia segunda el ordena40


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don>.La televisión es, junto con la nevera, el único mueble de la habitación de arriba; el ordenador es el único de la habitación de abajo, donde duermen los tres directamente sobre la alfombra, él, su mujer y su hija de dieciséis años. Una de las particularidades de los dos ambientes de Hassan es que construyó dos cuartos de baño: uno a la turca y el otro con retrete, «por si vinieran extranjeros a casa». Tiene tres empleos, como muchos iraníes modestos que no consiguen llegar a fin de mes con un salario de empleado básico. Por la mañana, antes de entrar a su trabajo de vigilante de un establecimiento público, pasa por una finca donde se ocupa del jardín; al final del día hace de manitas en otra casa de ricos con la que tiene relación desde su juventud, se ocupa de pequeños trabajos o ayuda al servicio cuando los señores de la casa reciben a alguien. El hecho de frecuentar a esas familias acomodadas y muy occidentalizadas alimenta sin duda su orgullo a la hora de presentarse como un hombre «moderno». En su casa, aparte del retrete, la modernidad ha pasado antes que nada por la televisión parabólica, por el ordenador y «por los estudios de la pequeña». Esas eran las prioridades y la familia tiene pinta de estar bastante contenta de haberse asegurado de esta forma lo esencial. Cuando ascendemos un poco por la escalera de los ingresos vienen luego el sofá y los sillones, y en las parejas jóvenes la cama de matrimonio, símbolo occidental de la vida conyugal, por último el comedor con mesa y sillas, que en las casas es un índice de que cierto umbral de prosperidad ha sido superado, el verdadero signo del avance hacia una cultura urbana. Mientras nosotros cenamos, en la pantalla de la televisión a la que le han bajado el sonido hay hombres que vibran rascando guitarras eléctricas, mujeres de vientre plano con vestidos ligeros que se contonean y adoptan posturas lascivas sobre un híbrido de música, destellos luminosos que se cruzan, estallidos de fue41


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gos artificiales, lentejuelas que brillan. ¿No había dicho Mahmud Ahmadineyad, el nuevo presidente, que estaba en contra de este tipo de espectáculos y que había que volver a la cultura islámica? Hassan se ríe: «No es el primero que lo dice, pero no pueden hacer nada contra esto».

Muchos hogares viven así, sobre fondos de cacofonías pop cruzadas con sonoridades orientales de canciones almibaradas en persa, difundidas por las cadenas vía satélite que tienen la base en California y emiten para Irán. Los programas musicales, perfecta ilustración de la cultura anatematizada por la República Islámica, son los más apreciados. Envejecidas estrellas del pop iraní, exiliadas en Estados Unidos desde hace más de veinte años pero que han conservado el aura de su país, rivalizan con jóvenes émulos que intentan modernizar un poco el género y desencadenan en Irán fuertes pasiones. El gran público sigue siendo muy casero en sus gustos, incluso en el caso de los jóvenes hay más entusiasmo por esos jóvenes cantantes iraníes que por las últimas tendencias de los grupos americanos, u otros. Los Ángeles ha sido rebautizada como Teherángeles puesto que casi un millón de iraníes viven allí; son de lo más revanchistas y se creen capaces de derribar a distancia el régimen de los mulás a través de programas televisados en persa en los que se alternan canciones y debates más o menos políticos y llamamientos a la rebelión. Las emisiones «en directo con Irán» permiten que los telespectadores de Machad, Ispahán o Tabriz llamen por teléfono para pedir un clip de su grupo musical preferido o den su opinión sobre el tema del día. Los iraníes de California son para los iraníes de Irán lo que los cubanos de Florida son para los de Cuba-caricaturas, más americanos que los americanos-, sus televisiones alcanzan altas cotas de vulgaridad y primaria pro42


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paganda antiislámica, perfectas para vacunar a más de un telespectador contra la tentación del exilio. «No entienden nada, ya no conocen este país», dice Hassan. No ha olvidado, por ejemplo, con qué frenesí esos cantores de la democracia llamaban desde su sillón a los iraníes para que bajaran a la calle cuando en Teherán hubo las grandes manifestaciones estudiantiles que fueron duramente reprimidas en 2003, cómo los enviaban a la primera línea de fuego desde sus estudios californianos. La gente no sabe qué hacer con los mensajes políticos que les mandan esos exiliados de Los Ángeles que ya nada tienen en común con ellos, pero le gustan los entretenimientos que difunden sus canales de televisión. Algunas de esas cadenas han acabado dándose cuenta del efecto contraproducente de sus llamadas a la insurrección y ahora se limitan a hacer programas de variedades. Corre un insistente rumor que dice que una de esas cadenas, Persian Music Channel, que emite desde Dubai y parece gozar de gran éxito popular en Irán, está supuestamente financiada en secreto por el régimen, que podría haber encontrado así una forma no confesable de distraer a una juventud que le preocupa bastante. Aparte de esos entretenimientos en persa, si se quiere, en Irán es posible captarlo todo con las antenas por satélite: la CNN o las televisiones hindúes, la francesa TV5 o canales porno, la BBC o Al Iazira, películas o información, sexo o ciencia, debates que atañen a todo el mundo. Una ley de 1994 prohibió las parabólicas, pero las que se importan clandestinamente de Japón son pequeñas, no muy reconocibles. Las fuerzas del orden recibieron la consigna, durante el gobierno anterior, de no ir a la caza de esas antenas con demasiado rigor: los reformistas ponían énfasis en que pertenecen al espacio privado y se supone que la ley tiene que respetar la vida privada. La llegada de Ahmadineyad a la presidencia no ha cambiado nada en ese aspecto. Y no es porque él 43


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esté de acuerdo con ese razonamiento, sino porque suprimir las parabólicas sería agredir a millones de iraníes y parece ser que no desea hacerse impopular con ese tipo de medidas. A finales de 2005 el gobierno prohibió a las empresas iraníes hacer publicidad en las cadenas vía satélite. En aquel momento también se oponía al lanzamiento de una nueva cadena por parte de uno de los adversarios de Ahmadineyad en las elecciones presidenciales, el religioso reformista Mehdi Karubi, que pretendía producir en el mismo Irán unas emisiones para «romper el monopolio del Estado sobre la información» y difundirlas desde Dubai. Pero aparte de esos combates puntuales, al parecer el nuevo gobierno no se sentía capaz de luchar contra el despliegue de las parabólicas. Las cadenas de televisión nacionales intentan como pueden aceptar el reto de esa competencia. En estos últimos años no han insistido tanto con los programas religiosos que antes eran lo principal de sus emisiones. Dan mucho espacio a los programas deportivos, que tienen mucho éxito cuando un equipo iraní está en el campo. Habían introducido variedades musicales de un género un poco movedizo, que estuvieron prohibidas, pero el gobierno de Ahmadineyad las ha vuelto a vetar en las cadenas estatales. De vez en cuando emiten películas extranjeras, las eligen decentes o les cortan las secuencias tendenciosas. También se han atrevido con el registro de las series que captan a las familias, en el que-audacia suprema-las actrices ya no llevan el manto islámico en las escenas de interiores sino sólo un fular. Parece ser que las televisiones estatales han entendido que allí podía haber un instrumento de propaganda más eficaz que las arengas antioccidentales y las marchas militares. A finales de 2005, una cadena nacional emitía cada día una serie humorística de mucha audiencia, Las noches de Barareh, que se burlaba de los defectos de la sociedad iraní, con sus responsables corruptos, sus eleccio44


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nes trucadas y sus movimientos de defensa de los derechos de las mujeres. Uno de los escasos personajes honrados de la serie era un joven que buscaba un préstamo para casarse, pero como no quería sobornar a los funcionarios a los que se dirigía, le negaban sistemáticamente su petición. Otro personaje de aspecto americano le proponía a la gente del pueblo de Barareh que le cedieran sus garbanzos-un alimento básico tradicional-para «enriquecerlos» en el extranjero: una alusión a la disputa por la cuestión nuclear y los intentos de Occidente de prohibirle a Irán que enriquezca el uranio, preconizando que dicha operación debería efectuarse en Rusia. La comedia absurda, especialmente cuando pone en escena la vida del pueblo en tiempos pasados, es un género muy popular en Irán y no hay duda de que ese tipo de propaganda cómica en beneficio de las tesis gubernamentales no carece de impacto. A veces las imágenes no se ven bien en las cadenas vía satélite o desaparecen de la pantalla, se corta el sonido. Llaman al encargado para que vuelva a ajustarlas y le pagan una contribución relativamente modesta. Esos técnicos de televisión con su particular estilo pertenecen a las numerosas profesiones, declaradas o clandestinas, que se han desarrollado en los últimos tiempos en Teherán y permiten que la ciudad esté al corriente de todo y viva un ritmo de vida de tipo occidental. Un combatiente sexagenario, procedente de una familia adinerada a quien la revolución se lo había «cogido todo» (aunque seguro que no hasta el último céntimo) nos contó un día cómo, tras pasar algunos años en Estados Unidos, volvió a Irán e hizo fortuna inmediatamente montando una empresa de entrega de pizzas a domicilio, que creció a la velocidad del rayo. «¡Yopuedo decir que he sido rico, que he sido nuevo pobre y que soy nuevo rico! ¡Aquí todo funcional», exclamaba riéndose a carcajadas. No todo, pero los negocios de ese tipo seguramente. Se puede pedir de todo y a cualquier hora des45


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de un teléfono fijo o un móvil, siempre y cuando se pueda pagar: pizzas o comida asiática, un taxi o cantidades astronómicas de uva, whisky de contrabando o vino armenio. De toda la multitud de repartidores a domicilio, el hombre que vende videocasetes no es el menos importante. Llega con una selección en su maleta de películas que jamás se proyectarán en los cines iraníes, incluidas las grabaciones piratas de las últimas grandes producciones mundiales. Si uno no encuentra entre sus tesoros la película que busca, le hace un pedido para la próxima vez. Ocurre 10 mismo con los vendedores de videocasetes, CD y DVD que son reconocidos en el sector y están bien situados, y que en principio sólo pueden vender lo que autoriza la censura. «Dígame 10 que busca, puedo encontrarle cualquier cosa de hoy para mañana», te dice el vendedor si no has tenido suerte con su escaparate oficial; y efectivamente se las arreglará para hacerse con una copia de lo que estás buscando. A veces este comercio paralelo desencadena auténticos desbarajustes, como la circulación clandestina de la película Titanic a finales de los noventa, que tuvo tanto éxito o más que si la hubieran distribuido en las salas. «Aquí tenemos de todo, podemos ver las últimas películas que salen antes que vosotros», dice Manucher con un aire un poco bravucón. El orgullo nacional se ha propagado bastante en este país y, por 10 general, los iraníes no suelen dejar escapar la ocasión de subrayar que pueden hacer las cosas tan bien como los demás, o mejor. De hecho, el país no está en absoluto amurallado. A diferencia de otros regímenes autoritarios, la República Islámica jamás ha secuestrado a sus propios ciudadanos. Siempre han podido salir, salir y volver, en la medida en que se lo puedan permitir y no los busquen por razones políticas y, en el caso de los hombres, que se hayan liberado del servicio militar. Esta facultad de vivir a caballo entre varios continentes es una marca de diferenciación social. Pero es menos significativa que bajo el


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régimen anterior, en el sentido en que las disparidades culturales entre las categorías sociales se han difuminado mucho entre los jóvenes. Todos tienen acceso a la enseñanza y las nuevas tecnologías les ofrecen a muchos la posibilidad de viajar sin moverse, a través de la minicadena, la parabólica o internet. Están todos volcados hacia las formas de comunicación modernas y hacia modos de consumo de tipo occidental. Es la falta de dinero y nada más lo que marca hoy en día la diferencia. Desde su llegada a la presidencia de la República en agosto de 2005, Mahmud Ahmadineyad hizo saber de todas las maneras que «todas las actividades políticas, económicas y culturales» debían «tender hacia la realización de los ideales islámicos». Anunció el fin de la liberalización que había operado en el ámbito cultural durante los ocho años de la presidencia de Khatami, una época en que la censura no había desaparecido pero se había hecho menos severa. El nuevo presidente protestaba contra la invasión de las culturas occidentales depravadas y se dedicaba a hacer consideraciones místicas sobre el arte como un medio noble de «guiar a la humanidad hacia la perfección» mientras espera la reaparición del duodécimo Imán. En la religión chií, el regreso del duodécimo imam, «el Imán escondido», desaparecido en el año 873, salvará al mundo y marcará la llegada de la justicia a la Tierra. En octubre de 2005, el gobierno anunció la prohibición de todas las películas «liberales», «feministas», «laicas» y las que difundían propaganda sobre la «opresión mundial», una de las expresiones con las que se designa a Estados Unidos en el lenguaje de la revolución iraní. Los iraníes apenas se conmovieron. «Es así desde hace tiempo-nos explicaba un intelectual de Teherán-son términos que no quieren decir nada; una película sobre la Revolución francesa, ¿es una película revolucionaria o laica? La censura en el cine existe desde hace mucho tiempo, eso no cambia nada».

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A finales de 2005 no había ocurrido nada que se tradujera en un arranque represivo del nuevo gobierno. Los artistas, los editores esperaban las autorizaciones que obligatoriamente tiene que expedir el Ershad, el ministerio de la Cultura y la «Propagación del islam», que se encarga de vigilar que todo lo que entre en el país, todo lo que se produzca en un escenario, todo lo que se exponga, todo 10 que se imprima, sea conforme al islam. Pero no se hablaba de endurecimiento de la censura. «De hecho, todo está bloqueado desde hace meses, desde antes de las elecciones presidenciales de junio, tanto en el Ershad como en las otras administraciones, contaba el intelectual; nadie sabe qué va a pasar, cómo van a evolucionar las cosas, así que todo el mundo espera, ya no se toma ninguna decisión». En diciembre, las purgas orquestadas por Ahmadineyad en todo el aparato del Estado llegaron al ministerio de la Cultura, donde nombró como responsable a un hombre de su calaña, Husein Safar Harandi. El nuevo ministro anunció que los distintos responsables del cine, los libros y el teatro, habían cambiado y tenían como consigna renovar sus equipos en todos los niveles. «Algunos quieren hacer creer que la cultura no debe enfrentarse a ninguna restricción; lo que nosotros queremos es un cine y un teatro conforme a nuestras creencias religiosas», declaró el ministro en una reunión en Teherán de los imanes del país encargados de la plegaria del viernes. Anunció que las numerosas asociaciones culturales creadas bajo el gobierno de los reformistas iban estar vigiladas más de cerca. En cuanto a los periódicos, que también están sometidos a las autorizaciones del Ershad, «no vamos a cerrarlos porque es lo que están esperando--dijo el ministro-; vamos a utilizar nuestros instrumentos de control. Hay que advertir a la gente antes de detenerla». ¡Qué delicada consideración! El cerco parecía estrecharse y aumentó la inquietud en los sectores afectados. Aunque, a pesar de todo, esas declaraciones no se traducían todavía


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en una ofensiva definitiva contra la libertad de expresión; el gobierno parecía dudar. «Se topan con fuertes resistencias en el seno del régimen; y además están ocupados con dosieres mucho más importantes, al lado de los cuales todo esto es secundario», según evaluaba nuestro intelectual. Secundario y tal vez un poco ilusorio. Hace años que la circulación de productos y de ideas, de imágenes y de sonidos, de modos y modos de vida, produce que la censura que pretenden imponer los sectores conservadores en Irán sea irrisoria. Mohamed Khatami había comprendido que por ese medio no se protege al régimen de nada, sobre todo no del ridículo y, durante los ocho años de su mandato, luchó contra esos sectores conservadores que no cedían. El presidente reformista, que había llegado al poder en 1997 en parte por las aspiraciones de una juventud frustrada, había abierto progresivamente brechas en el terreno de lo prohibido, sobre todo en uno de los más importantes para los jóvenes: la música. A principios de la revolución, fue considerada como un instrumento del diablo, un veneno que en 1979 Iomeini había comparado con el opio, un arte proscrito, que no se tenía que enseñar, ni practicar, ni escuchar. Progresivamente, las músicas clásicas y tradicionales volvieron a estar permitidas, luego con el paso del tiempo y con Khatarni, los cantantes y los grupos de variedades iraníes pudieron darse a conocer. Las melodías célebres de vedettes de la canción bajo el antiguo régimen fueron absueltas. Se pudieron organizar conciertos pop, aunque en dosis homeopáticas, para un público limitado en número y con una infinidad de barreras puestas por las autoridades para no permitir ningún desbordamiento y evitar que los espectáculos se transformen en manifestaciones descontroladas. Ni hablar de un Woodstock a la iraní. A los jóvenes que asistían a esos conciertos en salas se los sermoneaba debidamente antes del espectáculo. Se les recordaba que es contrario a la decencia aplaudir demasiado vi49


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gorosamente, gritar y bailar, en otras palabras, entregar el cuerpo a esa música y al derroche de energía que desprende, capaz de perturbar el orden público islámico. Sobre los desobedientes pesaba una amenaza de expulsión de la sala. Los dirigentes reformistas tampoco tuvieron más libertad en el terreno cultural que en otros y se topaban permanente con las protestas y tácticas de los medios conservadores, ultrajados por lo que ellos consideraban inadmisibles concesiones a la cultura occidental. El jefe del poder judicial en la República Islámica es siempre un religioso nombrado no ya por el presidente de la República sino por el Guía, que lo elige de entre los más conservadores. Cualquier medida del gobierno de Khatarni estuvo permanentemente bajo la amenaza de retorsiones de tipo judicial. El ministro de Cultura en persona tuvo que responder en numerosas ocasiones ante los tribunales por un laxismo que los más duros y rigurosos consideraban no conforme al islam. La ley sigue siendo rígida y, en muchos aspectos, risible como en lo de la televisión por satélite y el consumo masivo de videocasetes o casetes de música que se venden en el mercado negro. Por ejemplo, en el país de Gougoush, una cantante exiliada que fue ídolo de los iraníes bajo el régimen del sha, la voz se considera desde la revolución como uno de los atractivos embelesadores que la mujer debe mantener escondidos. Con el tiempo, han empezado a permitir que las mujeres participen en grupos musicales pero como instrumentistas, no como cantantes, o bien como cantantes pero no a solas, con la condición de que su voz esté camuflada en un coro predominantemente masculino que proteja al auditorio de sus encantos maléficos. Han acabado permitiendo que las mujeres den conciertos pero únicamente ante auditorios femeninos; es como el caso de las competiciones deportivas, donde les han permitido participar, pero s610jugando entre ellas y para un público femenino. 50


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Las normas de la censura en el terreno del teatro) la pintura) el cine o la literatura son del mismo estilo. En todos esos sectores) los creadores talentosos se han escurrido por los intersticios y han conquistado ciertos espacios de libertad) han hecho retroceder las prohibiciones o bien se las han apropiado para originar una nueva estética. Es el caso en concreto del teatro) arte de la convención por excelencia) donde algunos directores han logrado desarrollar potentes formas de expresión integrando) por ejemplo) las normas que prohíben que los cuerpos se toquen en público o que las mujeres muestren el cabello. En cuanto al cine) una ley de 1996 enunciaba ya en detalle las prohibiciones que el gobierno de Ahmadineyad recordó de manera sucinta en octubre de 2005. Sin embargo hay directores que han conseguido tener un éxito popular en esa jungla. Lo que en Europa se conoce como «cine iraní», es decir) el cine de directores de la familia de Kiarostami, que destapan desde hace quince años ciertos aspectos de la psicología y de la sociedad iraní, es alabado en los festivales en el extranjero) aunque la mayoría de obras no se distribuye en Irán. Pero eso no impide que se realicen en Irán) inclusive aquellas que encubren un contenido subversivo) y que están concebidas más bien para el público del Cahiers du Cinéma que para la diversión de las grandes masas y cuya difusión clandestina en el país no supondría riesgo ninguno de amotinamiento de la población. Lo que está destinado a menos gente no se vigila tan rigurosamente y se castiga menos. Esta ley elitista no escrita ha permitido el desarrollo de debates en revistas y lugares de conferencias a priori confidenciales, por ende con menor represión que los periódicos y que) a lo largo de los años bajo la presidencia de Mohamed Khatami, han tejido en el país una red bastante amplia de intercambios intelectuales) muy abierta al mundo exterior. «Siempre hay limitaciones) pero aquí hemos aprendido a 51


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trabajar en los márgenes»-dice uno de los animadores de esa red-o «Cuando encontramos un espacio,ya sea un lugar como la Casa de los Artistas en Teherán, una revista o una galería, lo aprovechamos al máximo. Si lo cierran, buscamos otro. En este país hay una enorme demanda de cultura, de intercambio de ideas, de contactos con Occidente, impulsada por individuos u asociaciones, a veces incluso por asociaciones que derivan del Estado pero de las cuales la gente se ha apoderado. Nos llaman de pequeños pueblos de provincias para pedirnos que les mandemos conferenciantes extranjeros que, cuando acuden, se quedan pasmados por el interés que suscitan». En los últimos años la censura se ha cebado menos con los escritos de filosofía o de política que con las imágenes y la literatura de ficción. Exceptuando la prensa, se ha cebado menos por motivos políticos que mediante el pretexto de atentar contra las buenas costumbres. En la literatura novelesca iraní o traducida, la censura persigue principalmente todo lo que se asocia con el erotismo, en una acepción del término que no hace concesiones a ningún tipo de procedimiento literario del autor. Algunos traductores valientes siguen peleándose, en ese contexto, con una abnegación que es digna de admiración. En la primavera de 2005 nos contaron el caso de uno de ellos que, tras haber pasado varios años traduciendo al persa el U1ises de Ioyce, se peleaba desde hacía meses con los servicios del Ershad. La censura no ponía trabas a la publicación de la obra ... pero sin el último capítulo. El editor había intentado llegar a un acuerdo pidiendo que por lo menos el último capítulo pudiera aparecer en inglés; pero ni siquiera eso cuajó. En los últimos años ha surgido un enemigo mucho más temible para el régimen que esas literaturas, un enemigo inasequible, resbaladizo como una anguila que se escurre entre los dedos cuando uno cree haberla capturado: internet. Según unas cifras 52


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que han anticipado antiguos responsables gubernamentales, podría haber en Irán unos siete millones de internautas, o sea, uno de cada diez iraníes. «Se han roto las barreras con el resto del mundo», decía Mohamed Ali Abtahi, antiguo asesor del presidente Khatami e internauta militante, que consideraba absolutamente inútil el combate de los conservadores contra esa herramienta de la modernidad. Al parecer se han creado unos cien mil blogs, esas páginas personales en las que cada uno se expresa sin trabas. El número de bloggers se ha disparado desde que fue posible el uso del persa en la red, en 2001, y todavía más después de la represión de las manifestaciones estudiantiles de 2003, que para muchos jóvenes supuso una renuncia a cualquier tipo de esperanza basada en la protesta organizada y en la capacidad de reforma del sistema. Cuando lo real no es más que un entramado de códigos y prohibiciones tan estrechamente tejido que uno se ahoga, el mundo virtual de la web, sin barreras ni tabúes, proporciona una inesperada vía de escape. Intentar recuperar a las ovejas que se descarrían y arrastran a otras en ese espacio sin ley es una empresa sin duda destinada al fracaso pero en la cual los conservadores iraníes aún creen. Entre el año 2000 y el año 2005 cerraron más de cien periódicos, de los cuales muchos reaparecieron bajo otro nombre, los volvieron a cerrar, etc. Se ha emprendido la misma guerrilla contra los sitios web. Después de las legislativasde 2004, primera fase de la reconquista de las instituciones por parte de los conservadores, se intensificó la represión tanto contra los periodistas como contra los internautas, muchos de los cuales fueron detenidos. Cayeron pesadas condenas contra los bloggers, por insultar, por hacer propaganda contra el régimen, por atentar contra la seguridad del Estado o los valores sagrados. En un estudio publicado en verano de 2005, unos universitarios occidentales afirmaban que, para dar caza a los internautas, las autoridades iraníes 53


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habían recurrido a una empresa norteamericana, Secure Computing; pero la empresa protestó vivamente y juró no haber vendido jamás ninguna licencia a Irán. Sea como fuere, no cambia nada. La censura tiene que adaptar continuamente sus técnicas de filtrado para arrinconar a la libre expresión en internet, los blogs insolentes y las páginas consideradas insanas; es como jugar constantemente al gato y al ratón. Yeso no hace más que sumarse a una carga de trabajo ya considerable para los empleados del Ershad. Imaginemos a miles de funcionarios leyendo, no sólo a los pequeños novelistas y a los grandes intelectuales iraníes, sino también complicados debates sobre los fundamentos de la República o sobre la verdadera naturaleza del islam y del chiismo, traducciones de Foucault, de Ioyce o de Perec. Uno se los imagina perplejos, pero alegrándose la vista antes de reprimir con severidad, cuando hay exposiciones en los museos y las galerías, o cuando una película pide la autorización para su distribución en las salas. Uno se los representa esforzándose duramente para entender a través de una orquestación demasiado fuerte lo que puede querer decir un jodido roquero o rapero que muchas veces ni siquiera habla en farsi. O bien garabateando, garabateando, oscureciendo indefinidamente todas las imágenes que introducen en Irán las partes no autorizadas de la representación del cuerpo. Un ejército destinado a la conquista de los molinos de viento, batallones anónimos de uno de los combates más inútiles que ha tenido lugar en el mundo. «Después del numerito en la Capilla Sixtina hemos anulado nuestra suscripción», cuenta una teheraní que se había abonado con su marido a Conocer el arte. Los ejemplares llegaban por correo tras haber pasado por la censura, donde unos oscuros servidores de la República habían cubierto con tinta negra en las reproducciones las partes no mostrables de los cuadros y las estatuas. El número dedicado a la restauración de los frescos de 54


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Miguel Ángel en la capilla vaticana, dentro del cual la prensa internacional acogió con entusiasmo un trabajo que «revelaba el sexo de los ángeles», les llegó totalmente manchado y ahora se ha quedado en su biblioteca como un número de prueba. Este episodio ocurrió hace más de diez años pero el celo de las brigadas de ennegrecimiento no aflojó ni siquiera con el gobierno reformista, mientras que en Irán siguen entrando, como en todas partes, cada vez más imágenes sin visado de entrada, gracias a las nuevas tecnologías. Hay que decir que este país no sale de un periodo de libertad de expresión total; la lucha en este ámbito nunca ha cesado en el seno del régimen. No obstante, Mohamed Khatami logró imponer una política cultural menos crispada y darle un poco de oxígeno al país en ese sentido. La mayoría de intelectuales, artistas y creadores iraníes le están agradecidos y la elección de Mahmud Ahmadineyad para la presidencia de la República ha supuesto para ellos una señal fatídica. Seis meses después de haber entrado en funciones, el nuevo gobierno sólo se había atrevido a empezar las hostilidades contra ellos verbalmente. Parecía estar dudando de la misma forma en otro terreno, el de las costumbres. A finales de 2005, en Teherán contaban historias de chicas interpeladas por su atuendo o historias de noches de jóvenes interrumpidas por la irrupción de milicianos basiyis, ya que las reuniones entre chicas y chicos en principio están prohibidas por la ley. Pero ya se habían comentado regularmente hechos similares antes de la elección de Ahmadineyad. La represión había disminuido durante la época Khatami pero nunca había desaparecido del todo. O bien el nuevo presidente era consciente de que se enemistaría con una aplastante mayoría de la población intentando apretar la tuerca, o bien hubo quien se lo impidió para ahorrarle al régimen, ya muy desacreditado, un nuevo demérito. 55


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Pero, ¿por qué demonios los iraníes han elegido para la presidencia a ese místico que decía querer trabajar para el advenimiento de una «sociedad islámica ejemplar» a fin de acelerar la llegada del Salvador?


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Despertar con pájaros) una mañana clara) en las colinas bendecidas por los dioses que) en la región de Mazandarán, bordean el mar Caspio. Es primavera y el alba tiene un perfume de flor de naranjo. Los robles) los avellanos y las acacias) se mezclan con las palmeras) las higueras) los plátanos) las madreselvas con las camelias gigantes; todas las esencias cohabitan en estas suaves colinas detrás de las cuales reina una cumbre con nieves eternas) que descienden hacia la llanura estrecha) hacia los arrozales y el mar. La costa del mar Caspio es una región muy apreciada por los habitantes de la capital. Abandonan la meseta ardiente) el desierto que rodea Teherán por todas partes salvo por el norte) para subir hacia las gargantas por carreteras de montaña donde los adelantamientos se producen con fatalismo y) pasadas unas horas) vuelven a bajar por la vertiente norte) que verdece y es fértil) hasta el mar. Nos paramos en Katalom, que vive siempre al indolente ritmo de un pueblo tranquilo de provincia; todavía no está totalmente sometido a los flujos de las masivas migraciones urbanas. Pero se siente aumentar la presión de la industria inmobiliaria y del turismo. Yahay colinas donde han empezado a salir algunos esqueletos de cemento de chalés en potencia) que se instalan donde mejor les parece sin la más mínima consideración por los paisajes que alteran y sin que nadie se oponga a ello. «El coste de 57


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la construcción se ha duplicado en seis meses, ¡daos prisa si queréis comprar!», nos dice nuestro anfitrión haciendo de promotor improvisado. Posee tanto el sentido del contacto humano como el de los negocios y ha hecho amigos entre los notables locales, a los que trata con calor, con generosidad incluso, y en cualquier caso con la conveniente deferencia. Gracias a un paciente trabajo con la burocracia, ha vuelto a comprar un terreno boscoso magníficamente situado entre la montaña y el mar, que le habían confiscado a su rica familia,y se ocupa de revenderlo por parcelas edificables, a medida que obtiene las autorizaciones necesarias. El proyecto que está fraguando es una parcelación de casas individuales decoradas con mucha vegetación a las que añadirá algunos equipamientos colectivos. Como el conjunto estará cerrado, será una propiedad privada, donde por consiguiente se podrá gozar de «un grado de libertad aceptable», dice sin especificar. Entendemos que se podrá, por ejemplo, pasear con quien se quiera por los senderos de la propiedad, brazos al aire y pelo al viento eventualmente. Un proyecto de alta gama, recalca él, pero-a juzgar por los chalés que ya están en obras-todo es relativo, especialmente el buen gusto arquitectónico de los pocos privilegiados que compartirán este lugar. Hay una autopista en construcción y, si un día la terminan, Teherán sólo estará a una hora y media del mar, en lugar de las cuatro o cinco de ahora por carreteras peligrosas. ¿En qué se convertirá entonces este idílico rincón de costa? El alcalde de Katalom alimenta una visión inocente del desarrollo turístico de su región. Es un hombre jovial a quien el bigote de puntas levantadas le confiere un aire travieso, mucho más encantador que el de los dos empleados de barba islámica que reciben al público en la primera habitación del Ayuntamiento, o mejor dicho, lo hacen esperar. El alcalde nos hace pasar a su despacho donde hay una docena de sillones rectos alineados frente a frente y cubiertos de


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fundas de plástico transparente que le dan una solemnidad de piezas de museo. «Me gusta más Francia que América», suelta a modo de introducción, yeso lo distingue de la mayoría de sus conciudadanos. Gracias a un viaje de estudios que tuvo que hacer a Francia hace unos años, elogia el saber galo en materia de conservación del patrimonio y ordenación de las ciudades y campos. No se priva de disparar de paso algunas afiladas flechas contra la lamentable incultura de los inmigrantes iraníes en Estados Unidos, esos bárbaros que se han convertido en americanos y a quienes contrapone a la gente civilizada, entre la que nos cuenta. Queda claro que la diáspora californiana no es lo que más le gustaría atraer a su agradable comarca; pero, ¿quién sabe si tendrá opción? «Desde hace algunos años, nuestras autoridades se hicieron a la idea de que el turismo podía ser provechoso para el país-explica-; antes, la gente tenía miedo de las culturas extranjeras que los turistas traían consigo, pero ahora ya no es así. Nos sentimos capaces de aguantar. Ahora nuestros valores están tan sólidamente anclados que hasta nos sentimos capaces de influenciar a los extranjeros y no tanto al revés». Ésa es la misma ambición que tiene el nuevo gobierno. En diciembre de 2005, a pesar de las repetidas invectivas de Ahmadineyad contra Israel y los occidentales, el director de la oficina nacional de turismo iraní dio una conferencia de prensa en Teherán para presentar el nuevo eslogan que iba a figurar en todo el material de publicidad turística: «Irán, tierra de civilización y amistad». Para el edil, el desarrollo del turismo es una misión noble en la que intervienen a la vez la amistad entre los pueblos y la indispensable diversificación de la economía del país, que hasta ahora se había basado con demasiada exclusividad en sus recursos energéticos: «Durante mucho tiempo creímos que el petróleo duraría para siempre; ahora nos empezamos a preguntar si no estaremos despilfarrando el futu59


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ro de nuestros hijos». También pone énfasis en las dificultades de muchos agricultores del norte de Irán, deseosos de vender sus tierras que ya no son rentables. El turismo es el futuro, es la prosperidad asegurada para la región. Reconoce que queda mucho por hacer y considera que antes que nada habría que simplificarles los obstáculos burocráticos a los inversores: «Les imponen demasiados trámites, se les exigen demasiadas autorizaciones, eso desanima; luego no podemos sorprendernos de que los capitales se inviertan antes en Dubai», se lamenta mientras alardea de los excepcionales recursos de su región, que según él lo tiene todo para tener éxito: «Mazandarán tiene las mejores playas del Caspio, playas de arena, y también tiene fuentes termales. Daos cuenta: estáis en el mar; en verano hace tanto calor que la gente sólo piensa en bañarse y a veinte minutos de aquí, hay nieve, hay que ponerse jerséis». En la playa de Katalom, donde el baño sólo está permitido a partir del mes de junio a pesar de las clementes temperaturas primaverales, hay unas estacas altas clavadas en la arena en filas que se adentran una docena de metros en el mar. Pronto colgarán las lonas que separarán el espacio de baño de las mujeres del de los hombres. En su recinto, las mujeres que lo deseen tienen derecho a estar en traje de baño. El alcalde reconoce que esta separación puede resultar un inconveniente para algunos turistas que vengan de otros países. Según él, las autoridades religiosas deberían permitir la creación de espacios de baño mixtos reservados a los extranjeros. Hay muy pocas estaciones balnearias de ese tipo, al este del Caspio y en las islas del Golfo Pérsico; pertenecen a los armenios y los musulmanes no pueden entrar. Lo que el alcalde no dice es que hay por todas partes, a lo largo del Caspio, grupos mixtos divirtiéndose al sol ilegalmente, al abrigo de cómplices relieves, de calas naturales, que los ocultan de las miradas inocentes y de la policía. En todo caso él no aceptaría 60


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que SU mujer fuera a bañarse a una playa mixta. Se considera un hombre abierto pero no es en modo alguno partidario de la uniformidad con las costumbres extranjeras en materia de baños en el mar: «La gente de aquí está acostumbrada a esa separación; un 99 por 100 no querría renunciar a ella. Es un poco lo mismo que el fular: si usted sale sin él, la gente la mirará con hostilidad. Usted no se sentirá bien y ellos tampoco; entonces ... No hay que culpar al gobierno por esas restricciones; para la gente son muy importantes, no aceptarían otra cosa. Los hombres y las mujeres no pueden nadar juntos, pero la playa es de todos», dice para zanjar el tema. El alcalde de Katalom está muy decidido a seguir con los acondicionamientos que ha emprendido para atraer a los turistas, contempla incluso construir a largo plazo una bolera. Aunque dice que «los turistas no vienen aquí a hacer fiestas. Vienen por los paisajes, por la cultura; si no, se aburren y se van. Si no, ¡que se vayan de vacaciones a Antalyal», suelta con desdén. Las estaciones balnearias de la vecina Turquía para occidentales en busca de insolaciones y bailes nocturnos, como Antalya, a él le resultan repugnantes, son el modelo de lo que no se debe hacer y que Irán no hace. El emplazamiento de Katalom es agradable, no se puede decir lo mismo del pueblecito, que está desprovisto de encantos: alineación de tenderetes dormidos y casitas de perpiaño a lo largo de calles sin vida, sin árboles, llanas y rectilíneas. Los esfuerzos de la municipalidad para hacerlo más simpático no hacen más que empeorar las cosas, ya sea por la enorme escultura dorada plantada en una rotonda, que parece representar un horrible animal mítico, o por las palmeras de plástico amarillas, anaranjadas y rojas, alumbradas por la noche, que desde años hacen furor en Irán y lo han invadido como a todos los países musulmanes de Oriente Medio y África. Cuando-un poco malintencionada61


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mente-se lo comentamos al alcalde, encaja el golpe y contesta que «a la gente le gustan». «Se requiere tiempo para hacer evolucionar los gustos de la gente; ocurrirá con el tiempo, poco a poco», dice como para disculparse. En el pueblo se acaba de abrir una tienda que vende objetos y ropa hindú. Artesanía de pacotilla, con túnicas bordadas, elefantes de madera negra y estatuillas kitsch que hacen las delicias de las señoras de cierta edad. Grupos de mujeres con chador negro se extasían y cotorrean incansablemente en la tienda, como antaño en los pueblos franceses donde la mercería era el lugar de reunión de las mujeres. Es la atracción del momento y Dios sabe que en Katalom no abundan.

En la playa desierta, donde queda claro que no es costumbre venir a pasear fuera de temporada, hay tres jóvenes revolcándose por la arena ante la inmensidad azul que matan el aburrimiento escuchando a todo volumen una música cuya venta está prohibida. Los barracones que en verano utilizan los administradores de la playa y guardianes del orden ahora están en desuso. En una papelera se lee el eslogan de las campañas de limpieza: «Tu ciudad es tu casa». Uno de los jóvenes, que parece haber percibido nuestra presencia como una sorpresa providencial, se presta con entusiasmo a nuestras preguntas y, con la mirada atenta y una elocución rápida, disfruta mucho hablando de sí mismo. Dian es estudiante, pero es evidente que la universidad no lo mantiene ocupado a tiempo completo. Hace siete años que está inscrito, simplemente porque no quiere hacer el servicio militar. Pero eso no va a poder durar mucho más tiempo y ya está empezando a buscar seriamente contactos y dinero para comprar una exención. Con la coqueta suma de cinco mil dólares y un buen circuito de relaciones, los jóvenes como él consiguen zafar dieciocho meses bajo las banderas. Hace años que sólo es legal para los que 62


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viven en el extranjero, pero la práctica se ha extendido. De hecho, a juzgar por la curva demográfica, el ejército iraní tiene actualmente demasiados reclutas a los que hay que alimentar, vestir y dar trabajo. Hubo un proyecto de ley que pretendía modernizar el sistema creando un ejército profesional pero en el Parlamento lo suspendieron, sin duda por juzgarlo demasiado contrario al resto de la ideología dominante. «Yaencontraré la forma de arreglármelas-dice Dian-pero el servicio militar ... ¡nunca! No voy a hacerlo. No quiero pasar dos años de mi vida en ese ejército que no es para el pueblo». Nos cuenta que su padre se alistó en el ejército del sha y luego se enroló durante cuatro años cuando hubo la guerra contra Irak. «Mi padre es muy pesimista, como mucha gente de su generación. Tienen la sensación de que no vivirán lo suficiente como para asistir al cambio. Y también es muy nacionalista; a la que nos ponemos a hablar de Irán, se pone a llorar». ¿Por qué país llora el padre, por uno que él no ha conocido? A pesar del respeto filial, Dian acaba cansándose. bl ama su región y de entrada se encarga muy bien de contagiárnoslo. Nos hace subir a un coche viejo para llevarnos a lo que llama «el lugar más bello del mundo». Es una chaikhane (una casa de té) hecha con diversos materiales sobre cuyo techo han construido una plataforma de madera, que está inclinada sobre una cumbre desde donde se goza de un amplio panorama circular sobre la costa, con colinas verdosas y la silueta masiva de las montañas. Se accede a ella por una escalera más que tambaleante y es el lugar ideal para fumar tabaco perfumado a la menta en una pipa de agua, sentados sobre la alfombra; y para soñar mirando al cielo. Es su guarida, de él y de sus amigos, de los jóvenes que como él tienen un vínculo con esta región, son sensibles a su belleza y no quieren abandonarla para irse a la ciudad. En cuanto a irse al extranjero, ni siquiera lo sueñan; aunque no sean pobres, no tienen los medios para hacerlo. Además son de aquí y


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son bastante hogareños, después de todo. ¿Qué piensa Dian del hiyab, el velo o fular que esconde el cabello de las mujeres? «Es una injusticia má~ce-; en mi generación, todas las chicas se lo quitarían si pudiesen; pero es sólo el símbolo de todas las demás restricciones que nos imponen». Lo que más le pesa, como a muchos otros jóvenes, es no poder salir a la calle con su novia. «Lo más detestable de este país es el miedo. ¡Todoslos seres humanos tenemos derecho a salir sin tener miedo! Pero aquí no tenemos derecho a elegir ni con quién salimos, ni lo que nos ponemos, ni a quién votamos. Todo puede convertirse en un problema». Cuando le preguntamos cómo hace la gente de su edad para llevar una vida amorosa, contesta que en casa de sus padres, donde él vive, aceptan que reciba a una chica en su habitación. «Aunque está claro que no quieren que lleve putas», añade. Es decir, que hay un límite en la tolerancia familiar y se supone que los amores de Dian tienen que ser platónicos. Ha hecho un esfuerzo por contestar, así que paramos de investigar sobre ese tema. «El problema de Irán no es la miseria, es la ausencia de alegría-prosigue-. No dejan que la gente esté alegre, eso es lo penoso. Yono tengo problemas con la gente en generala con los profes, por ejemplo; los iraníes son más bien amables, seguro que os habéis dado cuenta. El problema es que están tristes. Se han convertido en un pueblo deprimido, mientras que la depresión no está en su naturaleza». Cuenta que los únicos recuerdos de momentos de alegría colectiva son las pocas victorias históricas del equipo nacional de fútbol, especialmente un día de 1998 en que Irán le ganó a Estados Unidos un partido del Mundial. Hubo un desbordamiento en todo el país. Todo el mundo bajó espontáneamente a la calle. Había entre la multitud algunos eslóganes y pancartas antiamericanos, pero sólo estaban ahí para justificar aquella manifestación que no había nacido de una convocatoria oficial. La gente estaba contenta de que su equipo hubiera gana-


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do contra los americanos, explica Dian, pero necesitaba sobre todo expresar su alegría, salir a la calle para reír y bailar, y el pretexto era inesperado. Se queja de que las únicas manifestaciones permitidas sean las de los rituales de duelo, dice que no las entiende y que nunca ha participado en ellas. La Achura es la celebración chií tradicional

más importante

y no data de la revolución. Es la conmemoración de la masacre de Karbala en el año 680 y de la muerte del Imán Hussain, prototipo lisonjeado de mártir. Cada año, millones de iraníes lloran a lágrima viva, como si hubiera ocurrido ayer, al son del tormento representado en las plazas de los barrios y de los pueblos, hacia donde convergen mujeres lamentándose y hombres flagelándose. El otro día, uno de nuestros amigos de Teherán nos decía riendo: «Os cuesta tragaros esas imágenes pero, de hecho, la Achura es el carnaval de los chiíes, un momento de emoción colectiva, de efusión liberadora». Pero Dian no sonríe; le horrorizan esas demostraciones, no se siente implicado. Las autoridades religiosas tampoco bromean sobre este tema. Hace ya algunos años que los ritos de la Achura se les escapan un poco y parece que se está perdiendo la fe popular que los inspiraba. Se llora cada vez menos, los jóvenes mezclan sus músicas modernas y sus risas con las lamentaciones y les confieren a las celebraciones un aspecto de libertinaje pagano que no agrada en absoluto. En cuanto a Nowrouz, el Año Nuevo iraní, que marca el principio de la primavera, a los guardianes de la fe tampoco les gusta demasiado. Esta fiesta de origen zoroástrico, preislámica, donde la gente festeja y las ciudades se vacían durante dos semanas de vacaciones, se ha convertido en el verdadero momento importante, laico, del año. Dian nos quería presentar a sus amigos, así que por la noche aparece en casa de nuestro anfitrión con una docena de chicos y chicas, en el momento de cenar. Como ocurre en todo el país,


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donde comen tres, comen quince. En el grupo hay un poeta y un músico, a quien los demás le elogian el gran talento. Entonces un joven barbudo con las mejillas hundidas y el pelo largo como Jesucristo coge su guitarra y nos ofrece efectivamente un momento de improvisación virtuosa, que los demás escuchan con veneración. Cuando acaba se lo agradecen. Luego fumamos un poco de todo, ponemos unos CD y bailamos hasta bien entrada la noche. Las chicas, que van ajustadas con pantalones cortos y camiseta sin mangas, menean con gracia los brazos y las caderas, al estilo iraní, sobre música disco. Al final son entretenimientos muy prudentes de jóvenes de pueblo que todavía son invulnerables a las desviaciones urbanas y a quienes todavía no les ha alcanzado lo que fuera llamamos, desde hace una década, «la liberalización de las costumbres». La mayoría son estudiantes de las universidades de la zona, o bien no hacen nada, sólo poemas y música. Una de las chicas, que estudia ciencias en una ciudad vecina, nos cuenta que vive con tres amigas en un apartamento alquilado y comparten el alquiler. Las familias han demostrado una abertura excepcional ya que, en una pequeña ciudad de la provincia, para las chicas esa forma de vida es completamente inusitada. «Desde el momento en que ponemos un pie afuera, sentimos que no nos quitan la mirada, como si fuéramos bichos raros-nos cuenta-o Y es obvio que de ninguna manera podemos traer chicos a casa». Luego relata los rumores que corren por la universidad: «Parece ser que hace una semana han vuelto a detener a modelos; el año pasado decían que cuando detenían a las chicas y las llevaban al cuartel, las hacían caminar descalzas sobre cucarachas ...». Imaginaciones de las chicas. Ese encuentro fue en mayo de 2005, cuando se acercaban las elecciones presidenciales y casi todo el mundo en Irán y fuera creía que iba a ganar A1iAkbar Hashemi Rafsanyani, un hombre 66


DIOS VISTO DESDE EL CASPIO

hábil Ycon experiencia en la política iraní desde la revolución. Según Dian, «Rafsanyani es Dios. Dicen que todo lo que pasa, ya sea bueno o malo, viene de él. Los reformistas o los radicales, para mí es lo mismo; de hecho, nadie los quiere. Si Rafsanyani pasa, quizá sea un poco mejor, porque ahora lo único que quiere es hacerse popular más adelante; pero yo no voy a votar, no quiero involucrarme en ese juego». Y entonces, ¿qué espera? No sabe. Uno de sus compañeros, que dice que tampoco tiene intención de ir a votar, explica que el presidente reformista Mohamed Khatami ha demostrado ampliamente su impotencia durante ocho años y que nadie es capaz de hacerlo mejor que él. Entonces, nada es posible, nada es útil, «sólo nos queda dejar que los otros hagan lo que quieran y se enfrenten con los americanos; ya veremos lo que pasa». Otro nos dice que todo lo que sabe de política lo ha aprendido en las letras de cantantes de pop anglosajones. No sabe medir muy bien lo que está en juego en las elecciones presidenciales, pero desconfía instintivamente de todos los dirigentes. Cuando le preguntamos si, aparte de esto, se siente musulmán, responde-s-como muchos otros jóvenes de su edadque cuando era adolescente sí, pero que ahora ya no lo sabe; que tendría que encontrar la religión en sí mismo, no en las plegarias, ni en los rituales y las prohibiciones. Dian es más radical: «Los que han impuesto este régimen no se largarán hasta el final. Han hecho que la gente se haga preguntas que nunca creyeron que se tendrían que plantear, sobre todo acerca de la religión. Lo único bueno que este régimen ha conseguido en veintisiete años es haber extirpado la religión de este país; la han desarraigado, se acabó, no volverá». Una de las jóvenes refuerza el argumento: «Creo que no se puede recibir una educación más religiosa que la que yo tuve, y no se puede ser más laico de lo que soy». Los jóvenes iraníes están hartos de religión. Además de las decenas de conmemoraciones oficiales por los profetas y los 67


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doce Imanes que hay durante el año, reciben toda una enseñanza religiosa en el colegio. El árabe es lengua obligatoria porque es la lengua del Corán y en el colegio se leen los textos sagrados. La teología es un componente que aparece en los programas universitarios de todas las carreras. Pero es como si esa enseñanza se hubiera resecado completamente y ya no dejara ninguna huella en las mentes. Un universitario de Teherán nos confirmó luego esa desafección por parte de los estudiantes: «Están virando radicalmente hacia la laicidad. Prueba de ello son sus periódicos, las cartas informativas que publican en las universidades. Todos los profes que hace diez años gozaban de popularidad entre ellos por estar vinculados a entornos religiosos críticos con el sistema, ahora les resultan indiferentes; los jóvenes les han dado la espalda, ya no quieren oír hablar de ese debate. Los artistas, los intelectuales ya no están en modo alguno interesados en los debates religiosos, en las grandes cuestiones que tanta tinta hicieron correr en los años noventa, paralelamente a la ascensión de los reformistas en política». Era la época en que los intelectuales, religiosos y laicos, como AbdoIkarim Soroush, Moshen Kadivar y otros, disentían y enfatizaban que la entrada de la religión en la política compromete al islam y lo desacredita. Algunos de esos disidentes fueron reprimidos, los ponían en residencia vigilada o a veces hasta los encarcelaban por haber criticado el principio del velayat-e faqih, el fundamento de la República Islámica, que propugna la primacía de lo religioso en los asuntos del Estado. Hoy en día, la parte del clero iraní que desde siempre ha cuestionado ese principio no se hace oír tanto, excepto en algunos seminarios teológicos de Qom o de Machad. Parece haberse replegado en un silencioso retiro a la espera de días mejores. En el caso de los jóvenes, el islam está demasiado mezclado con el régimen que ellos cuestionan y acusan de rigorismo y corrupción como para que el sentimiento religioso no se vea afec68


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tado. Muchos rechazan la religión impuesta y reivindican el carácter privado de la fe. Pero aunque no renuncian del todo al sentido de lo sagrado, ya no aceptan los dogmas ni los ritos obligatorios. «No olvidéis-nos dijo la universitaria de Teheránque en Irán la mayoría de la población nació después de 1979. Los jóvenes no han tenido ocasión de compartir el fervor de los albores de la revolución y sus padres tienden más bien a decirles que han conocido el infierno después. Así que, esa historia que dura desde hace veintisiete años no les concierne; no es la suya, les da bastante igual. Algunos se inclinan hacia las místicas hindúes, mexicanas u otras, lo cual es una forma para ellos de rechazar la religión pero sin perder la espiritualidad. Y cada vez les tortura menos la vieja discusión de la identidad, del abismo entre el islam y Occidente. Muchos se aproximan a la cultura New Age o se interesan por el budismo o el sufismo, al mismo tiempo que se interesan por la realidad virtual, el rock o la mística persa. Tienen una cultura plural. Otros muchos, por ser anticlericales, se han convertido en antitodo: antirreligiosos, antiislamistas». Dian es sin duda uno de ellos.


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La tormenta que amenazaba hacía que el aire se volviera aún más irrespirable, el calor más pesado, más ensordecedor el jaleo de los coches y ciclomotores; se hacía más penoso abrirse camino por las aceras repletas de tenderetes y atestadas de gente del barrio del bazar. Tras las primeras gotas gordas que anunciaban una lluvia diluviana, el movimiento browniano se aceleró. Al lado nuestro había una joven vestida toda de negro, cargada con provisiones en bolsas de plástico, haciéndole señas a un taxi-ya muy cargado de pasajeros-que, sin embargo, se detuvo. Cuando se dirigía hacia el coche, un mulá que también intentaba huir del aguacero se lanzó hacia el taxi adelantándola en un movimiento bastante poco digno del turbante que le daba tan buen aspecto. ¿Era porque no la había visto o porque no la tuvo para nada en cuenta? Estaba abriendo con una mano la portezuela, mientras con la otra se agarraba el faldón de su largo abrigo beis y se disponía a acomodarse al lado de los tres pasajeros, que ya estaban sentados en el asiento trasero, cuando resonó, como la cólera de Dios, la voz de trueno del conductor espetándole: «¿Quién te ha dejado subir en mi coche? ¿Has pedido permiso? ¡Fuera de aquíl». Y vimos al hombre santo batirse en retirada bajo la lluvia ante la violencia de ese ataque verbal, mientras la mujer se acomodaba en el Paykan oxidado, que volvió a arrancar petardeando. 7°


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Ocurrió en Teherán, en la primavera de 2005, era una escena de la vida cotidiana en la República Islámica. Nosotros acabábamos de llegar. Sabíamos que el clero que conquistó el poder en Irán en medio de la exaltación popular de la revolución de 1979 estaba bastante desacreditado desde entonces, pero nunca pensamos que hasta ese punto. Es frecuente ver, en las grandes avenidas de la capital, a esas siluetas con turbante, errando como almas en pena en busca de un coche, avanzando por el macadán para llamar-sin esperanzas-a un taxi, que por lo general no parará. El conductor de taxi es en Teherán un ser especialmente burlón y gruñón, y los mulás son uno de sus chivos expiatorios preferidos, pues la clientela suele estar muy dispuesta y siempre está presta a secundar la burla contra los religiosos: «¡Mirad a ese, parece un calabacín relleno! Tiene tan poco cuello que si quisieran guillotinarlo no podrían», «Parece que hay algunos barrios donde los mulás ya no se atreven a ir; si se ven obligados, se quitan el turbante para que no los reconozcan» ... ¿Cómo ha podido esta gente elegir como presidente a un hombre anclado en una estudiada devoción, que no lleva turbante pero cree estar dotado de una misión divina, hasta el punto de decir que sintió que le irradiaba un halo de luz cuando pronunciaba su discurso ante la Asamblea General de la ONU en Nueva York,dos meses después de su elección? En el momento de las elecciones, en junio de 2005, el «régimen de los mulas» atravesaba una profunda crisis de legitimidad. A los religiosos que están en el poder los perciben no sólo como los responsables sino como los que más se aprovechan de un sistema al cual los iraníes dan la espalda masivamente. Un índice de que en las altas esferas son también conscientes de esa descalificación: todos los candidatos propuestos en las presidenciales por los conservadores eran laicos. La experiencia de los ocho años de presidencia de Mohamed 71


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Khatami mató, sobre todo en los jóvenes, cualquier tipo de esperanza en las posibilidades de reformar el sistema y acabó con el apetito por la política. Tras ganar dos veces las presidenciales-en 1997 y zooi-v-Khatami se topó permanentemente con la tenaz resistencia de los sectores conservadores, que todavía mantenían el control sobre algunos de los principales resortes del Estado, sobre todo el ministerio de la Información, el poder judicial y una gran parte del aparato represivo. También disponían de un órgano clavey próximo al Guía, el Consejo de Guardianes, cuya misión es asegurarse de que las decisiones parlamentarias sean conformes a la ley islámica y ratificar o rechazar las candidaturas a las elecciones. Lo que los reformistas daban, especialmente la libertad de expresión, los representantes de la línea radicallo reprimían o lo censuraban. Floreció una prensa libre y a menudo virulenta; los debates sobre los fundamentos religiosos del régimen, que hasta entonces habían sido tabú y estaban reservados sólo al clero, se multiplicaron en la plaza pública aprovechando el clima de liberalización impuesto por Khatami. Pero en 1998 asesinaron salvajemente a unos intelectuales. Cerraron periódicos, encarcelaron a periodistas y disidentes. Los reformistas disponían de tres cuartas partes de los escaños en el Parlamento electo en 2000, pero había decenas de proyectos de ley aprobados por ese Parlamento que habían sido enterrados por el Consejo de Guardianes. A finales de 2002, Kahatami acabó arremetiendo contra el Consejo y propuso que se limitaran sus poderes de bloqueo. Semejante iniciativa no podía sino desencadenar una obstaculización por parte de los conservadores y sólo hubiera tenido sentido si el presidente hubiera estado dispuesto a llegar al conflicto abierto, a poner su dimisión en la balanza, a coger al pueblo como testigo. No se atrevió a nada de eso. En la prensa, en las mismas filas de los dirigentes reformistas, se caldeó el debate sobre la utilidad de seguir fingiendo que alguien gobier72


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na sin tener los medios; hubo violentas críticas. En la opinión favorable a las reformas ya prevalecía el sentimiento de que hubiera sido más digno dimitir y se acrecentó aún más cuando, en las legislativas de 2004, el Consejo de Guardianes prohibió que se presentara la mayor parte de candidatos reformistas, con lo que se abrió la vía al regreso de una mayoría conservadora al Parlamento. El presidente Khatami era un religioso abierto, elegante, moderado, modernista; pero no estaba dispuesto a batirse en duelo con el Guia AH Khamenei y sus aliados conservadores. Aunque una gran parte de sus simpatizantes había llegado, desde hacía cierto tiempo, no sólo a desear una crisis del régimen sino a desear su fin, el fin del primero de sus dogmas: el de la supremacía del Guía. El progresivo divorcio de los estudiantes con Khatami ha sido la más clara ilustración de ese movimiento general de decepción, de desafección. Los estudiantes son una categoría que -simbólicamente---cuenta en la sociedad iraní y para el régimen, aunque ya nada tengan en común con los que en otros tiempos fueron la tropa de choque de la revolución. En el transcurso de los años noventa, una militancia estudiantil liberal, partidaria de las reformas, estaba derrotando a los grupos islamistas radicales y había depositado todas sus esperanzas en la llegada de Khatami a la presidencia. En tres ocasiones los estudiantes iban a movilizarse contra las maquinaciones del ala radical del régimen, pero no recibieron el apoyo esperado del presidente, sino que les soltaron a la policía y las milicias, el Hezbolá y los basiyis armados con cadenas y barras de hierro. La primera vez, en julio de 1999, fue por protestar contra una ley muy represiva sobre la prensa escrita y el cierre del periódico reformista Salám. Hubo muertos en los enfrentamientos y los estudiantes recibieron condenas muy severas. Khatami condenó las manifestaciones, pero obtuvo la evicción del jefe de policía y algunos oficiales. Entonces, las or73


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ganizaciones estudiantiles adoptaron hacia su gobierno una política de «apoyo crítico», aunque a decir verdad era cada vez más crítica. En noviembre de 2002, se retomó la agitación universitaria a raíz de la condena a muerte de un profesor, Hachem Aghajari, acusado de blasfemia y apostasía por haber preconizado un «protestantismo del islam», es decir, una religión menos policial, más auténtica y más respetuosa con el individuo. Al final Aghajari fue absuelto y liberado, pero sirvió de símbolo para una juventud cada vez más occidentalizada, que rechazaba el islam represivo y sectario que le imponían y se avergonzaba de él, y a cuyo presidente reformista había acudido en vano. En junio de 2003 bastó con una chispa, un proyecto de privatización de las residencias universitarias, para que se volviera a encender la mecha. Una vez más, los estudiantes fueron violentamente reprimidos por la policía antidisturbios y los paramilitares. En sus filas los eslóganes solicitaban un referéndum sobre el régimen, vilipendiaban al Guía Ali Khamenei y hasta le echaban las culpas a los antepasados de Iomeini. Esta vez los estudiantes conminaron al presidente a que eligiera su bando, o los apoyaba o dimitía. Pero Khatami, alguien a quien la violencia callejera le gustaba tan poco como las crisis políticas, no los apoyó e incluso retomó por su cuenta las acusaciones según las cuales los contestatarios eran el juguete de las manipulaciones extranjeras. La represión volvió a ser dura. En junio de 20031legóel fin del diálogo que los estudiantes habían intentado conservar con Khatami y el fin de las ilusiones para toda la juventud, que ya estaba harta de los eternos sermones legalistas del presidente, de sus alegatos ambiguos a favor del cambio de estructura del sistema. A partir de ese momento, los jóvenes empezaron a meter-cada vez con mayor frecuencia-en el mismo saco a reformistas y conservadores, porque no veían salida, y se alejaron totalmente de la política. Pero en aquel momento estaban ocurriendo acontecimien74


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tos considerables más allá de las fronteras. Los americanos habían invadido Irak y el régimen de Sadam Hussein cayó en marzo de 2003. Durante no pocos meses, muchos jóvenes iraníes tuvieron fantasmas en la mente, en el fondo bastante contradictorios, relacionados con la eventualidad de una intervención americana en Irán. Pero pronto los pobres logros de los soldados americanos en el país vecino acabarían con sus confusas esperanzas. Lo único cierto es que también se había venido abajo otro dogma fundador del régimen, la idea según la cual Estados Unidos es el enemigo número uno. A finales de 2002, Abbas Abdi, un editorialista, había hecho un sondeo sobre el tipo de relaciones que los iraníes deseaban tener con Estados Unidos. Las tres cuartas partes de la gente se pronunció por lo menos a favor de la reactivación de un diálogo. En febrero de 2003, Abbas Abdi fue detenido y condenado a ocho años de prisión (sólo cumpliría dos) por haber «proporcionado informaciones al enemigo» y por «propaganda contra el régimen islámico». En cuanto a Khatami, había hecho lo posible-en el estrecho margen de sus prerrogativas presidenciales-para intentar reactivar con América una historia que se detuvo en 1979. Para ello tuvo que enfrentarse a los medios más conservadores y a las reticencias del Guía, y la administración Bush no hizo nada para ayudarle, al contrario. Lo que los iraníes deducían, en vísperas de las elecciones de 2005, era que un presidente reformista nunca tendría el peso suficiente para restablecer esa relación rota. Para conseguirlo había que ser capaz de hacerse oír tanto por el Guía Ali Khamenei como por Geroge W. Bush, y sólo un hombre parecía estar a la altura: Ali A.kbarHachemi Rafsanyani, a quien se le atribuía un poder casi igual que al del Guía. Este veterano del régimen ya había sido presidente de 1989 a 1997 y dirigía otro de los órganos de control del Estado: el Consejo de Discernimiento. Era religioso pero no dogmático, tenía fama de entender las as75


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piraciones a más libertades de los iraníes y los imperativos de la mundialización económica. «Hará algunas promesas de flexibilización de las normas de vestimenta, dirá que quiere reconciliarse con Estados Unidos y será elegido fácilmente», decían casi todos los iraníes-tanto los que lo querían como lo que no, que eran más numerosos. «Creo que no iré a votar, pero si lo hiciera, votaría por Rafsanyani», se oía decir a menudo. El fracaso de los reformistas, la ausencia de cualquier otra salida, hacían de Rafsanyani el vencedor seguro de las elecciones presidenciales, ya que era el único que encarnaba una perspectiva de cambio plausible.

En el ambiente asfixiante que reinaba a medida que se acercaban las presidenciales de junio de 2005, lo que más temía el régimen era que hubiera una tasa de abstención récord que acabara de hacerle perder toda la apariencia de legitimidad. Eso fue lo que indujo al Guía a repescar in extremis a dos candidatos reformistas que el Consejo de Guardianes había alejado de la competición. De esa forma las diferentes tendencias estaban representadas, el juego se hacía más abierto y presentable. Los menores de veinticinco años constituyen en Irán el 60 por 100 de la población y tienen derecho a voto a partir de los dieciséis. Así que el imperativo categórico para todos los candidatos era acercarse a los jóvenes y, para conseguirlo, se lanzaron a una desenfrenada campaña electoral como nunca antes se había visto en Irán, y recurrieron por primera vez sin reservas a los medios modernos de la comunicación política. Un ambiente desmandado, avivado por los calores estivales, y que en realidad no tenía mucho que ver con la política, se apoderó de la capital durante las dos semanas anteriores al escrutinio: no había muchas ocasiones como aquella para desahogarse. Una vez más, la televisión estatal jugaba al jue-


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go del pluralismo

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de forma bastante equitativa, repartiendo

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ras de antena entre los candidatos y proponiéndoles a cada uno que un cineasta de su elección les dirigiera una pelicula. Los «Estados Mayores» en campaña no escatimaban en música pop, disco y tecno, ni en el reparto de pegatinas, camisetas y otros productos publicitarios, ni en los buses políticos, los desplazamientos a las provincias, los mítines. Los eslóganes fetiche y la imaginería de la revolución islámica estaban prohibidos y parecía que los hubieran guardado definitivamente en un cajón. Los candidatos estrella no podían de ninguna manera referirse al islam, o en todo caso lo menos posible. También se acabó el excitar a las multitudes con invectivas antiamericanas, al contrario. Había que obrar con alegría, no rindiéndoles culto a los mártires y, en lugar de imitar el rostro receloso del padre fundador, los candidatos se esforzaban por lucir una imagen lo más afable posible y sonriente al futuro. Uno de los reformistas repescados, Mustafa Moin, había elegido como eslogan uno de los estribillos más conocidos de un famoso cantante exiliado a Los Ángeles, Dariush: «País mío, te reconstruiré». Moin se había rodeado de personalidades conocidas por la vigencia de sus opiniones y se había asociado con movimientos que cuestionaban los fundamentos religiosos del régimen, un factor que le desmarcaba del presidente electo Khatami y demostraba que tenía intenciones menos confusas. Otro favorito, pero del lado conservador, era el antiguo jefe de policía de Teherán, Mohamed Baqer Qalibaf, el hombre de la represión de las manifestaciones estudiantiles en 1999, que se afanaba por seducir a los que en otro tiempo había mandado golpear. Se hacía fotografiar vestido de piloto delante de un avión. Sus pancartas mostraban a hermosos jóvenes de pelo largo, rostros imberbes y pintados, igual que los indios de América, con los colores nacionales. En otras fotos aparecía su retrato

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con una mirada tan


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azulada, que Qalibaf entró definitivamente en la historia como «el hombre de las lentillas azules». Por su parte, Rafsanyani intentaba convencer de que a los setenta años todavía podía empezar una nueva vida y sobre todo hacer olvidar que había sido ayatolá-una de las más altas dignidades del clero chií-, que en esa campaña no era de los mejores argumentos. Organizaba conciertos gratis, que evidentemente se llenaban de la juventud necesitada. Había hecho instalar puestos de campaña electoral en los cafés de los barrios más animados de la capital. Repartían corbatas gratis en su nombre-son un un símbolo del imperialismo occidental, prohibido por el régimen. En una secuencia de su película de propaganda para la televisión, se le veía quitarse el turbante para que le cortaran el pelo. Para realizar el cortometraje había recurrido a un cineasta muy popular, Kamal Tabrizi, que el año anterior había dirigido una película de mucho éxito, El lagarto. El argumento se basaba en un ladrón disfrazado de mulá y abarrotó las salas hasta que fue retirada brutalmente de la cartelera. En su película electoral, Rafsanyani desplegaba su gran humanidad y salía haciendo de buen padre y buen abuelo, de buena persona, sensible al sufrimiento ajeno hasta el punto de derramar una lágrima en primer plano. También se le veía en otras escenas, pura sonrisa, conversando con unas señoras que llevaban pocos velos e iban extremadamente maquilladas. Cohortes de jóvenes luciendo camisetas con su nombre recorrían en patines las avenidas de una capital que está poco acostumbrada a esa práctica tan occidental que es patinar por la ciudad. Salían chicas jóvenes como desfilando por la ciudad, vestidas con unas túnicas pegadas al cuerpo donde habían escrito, a la altura del pecho o de las nalgas, el nombre de Hachemi, ese hombre que había sido desde el principio, un pilar de la República Islámica. Pero todo esto, sin duda, era demasiado. 78


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El 18 de junio, cuando salieron los resultados de la primera vuelta, Irán fue sacudido por un violento seísmo político. Una conmoción parecida a la que experimentó Francia el 21 de abril de 2002 a las ocho de la tarde, cuando la foto de Iean-Marie Le Pen apareció en las pantallas justo después de la de Iacques Chirae, al final de la primera vuelta de las presidenciales. Pero en Irán fue una sorpresa todavía más fuerte porque el hombre que se calificaba para la segunda vuelta detrás de Rafsanyani era un desconocido para la mayoría de iraníes. A medida que pasaron las horas se supo que la participación había sido mucho mayor de lo que nadie había pronosticado (casi un 63 por 100 en total). El presidente americano, que la víspera había creído conveniente condenar a priori la elección, no tuvo más remedio que arrepentirse. «¡Se lo agradezco a Bush!», soltó sarcástico y triunfante, el ministro de la Información, uno de los radicales del régimen. Pero lo que todavía estaba menos previsto era que dicha movilización le daría un empuje, para hacerle frente a Rafsanyani en la segunda vuelta, a un candidato que parecía estar pasado definitivamente de moda: un islamista austero, empapado de los piadosos ideales de los orígenes de la revolución. Rafsanyani llegaba en cabeza pero le pisaba los talones, a menos de 500.000 votos de diferencia, Mahmud Ahmadineyad, por quien tres días antes nadie hubiera apostado ni un céntimo. Todos los focos habían apuntado tanto hacia los estribillos de la quermés preelectoral, hacia la conversión de Irán al marketing político, que aquel hombre parecía salir de ninguna parte, de otro mundo.

Sólo entonces Ahmadineyad se convirtió en la estrella de los medios de comunicación. El alcalde de Teherán-elegido en las municipales de 2003, en las cuales participó sólo un 13 por 100 de 79


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electores-, cuyo nombre, uno de cada dos iraníes no habría sabido ni pronunciar, hacía una entrada espectacular en la escena político-mediática desempeñando un papel antes nunca representado y que refrescaba el género: el de hijo del herrero, modesto y digno, que gracias al sudor de su frente había conseguido ser un buen estudiante en la Universidad Técnica de Teherán, un buen defensor del país en el cuerpo de los Guardianes de la revolución durante la guerra, un buen gobernador de provincia y buen alcalde de la capital pero sin alejarse del pueblo. La prueba: un día se puso el traje de los basureros de Teherán y se mezcló con ellos, también ofreció préstamos del Ayuntamiento sin intereses para los recién casados; todas cosas a las que todavía nadie había prestado atención verdaderamente. Surgió de repente con un discurso muy reivindicativo contra la corrupción y las desigualdades, contra la inclinación del régimen, yeso era nuevo. Era lo que muchos iraníes querían oír. Elegirlo sería primero un voto de protesta, quizá no contra el régimen sino contra la clase política que «desde hace dieciséis años», decía-o sea, desde la muerte de Jomeini-se enriquecía a espaldas del buen pueblo. En Irán, la mayoría de gente vive mal. El país es el cuarto productor mundial de hidrocarburos, el segundo exportador de la OPEP, el tercero en reservas de petróleo y el segundo en gas. Los ingresos que obtiene del petróleo han aumentado en los últimos años; los excedentes sobre los ingresos previstos van a un fondo de estabilización, que en 2005 llegó a ser de 20.000 millones de dólares. Sin embargo, el nivel de vida de los iraníes sigue siendo uno de los más bajos de la región y se está deteriorando. Muchos atribuyen a las destrucciones de la guerra contra Irak las razones del retraso en la economía iraní, y el embargo impuesto por los americanos también ha frenado un poco la reconstrucción. La evolución demográfica es otro desafío muy difícil de aceptar: cada año hay 750.000 jóvenes que llegan a pedir empleo 80


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al mercado de trabajo. Pero esas dificultades no exoneran a los dirigentes de todo; los iraníes lo saben y encajan cada vez peor la regresión constante de su nivel de vida. Casi un tercio de la población vive por debajo del umbral de pobreza, es decir, con menos de doscientos euros al mes en las ciudades donde todo se ha vuelto caro, y menos de cien en el campo. La política de las subvenciones públicas atenúa levemente la miseria: nadie pasará hambre porque mantienen en un nivel muy bajo el precio de los productos de primera necesidad, sobre todo el pan, el azúcar e incluso la gasolina. A nadie le acosan las facturas de electricidad porque es gratuita. Pero la pobreza y la precariedad se notan con más dureza, ya que la mayoría de iraníes vive ahora en ciudades, donde la tradición de solidaridad no funciona tan bien. Viven bajo la presión de una inflación de dos cifras, oficialmente el 15 por 100 en 2005, pero está sin duda más cerca de un 18 por 100, y bajo la amenaza del paro para ellos y todavía más para sus hijos. En verano de 2005, las autoridades afirmaban que la tasa de paro se había situado en menos de un 11 por 100, pero la opinión general es que esa cifra no refleja ni de lejos la realidad; «si lo midieran según la forma de cálculo europeo, estaría entre un 25 por 100 y un 30 por 100 para el conjunto de gente en edad de trabajar y sería mucho mayor entre los jóvenes», sostiene un economista occidental que reside en Teherán. Todo ello en un país que no se puede equiparar a los países en vías de desarrollo que tienen índices de nivel de vida comparables: es un país rico, no sólo por sus recursos naturales sino por sus recursos humanos, orgulloso de contar entre los que tienen una juventud más culta; es un país que tiene acceso a los equipamientos y los servicios modernos, que se ha deslizado con soltura hacia la revolución informática y donde la facultad de adaptación de la población es lo último que faltaría. Para muchos jóvenes, «apañárselas en la vida», o sea casarse, encontrar una vivienda, encontrar un 81


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trabajo, es casi como la cuadratura del círculo. Los hermanos mayores más afortunados suelen tener que acumular dos o tres empleos mal pagados para asegurarle unos mínimos a su familia. La agresividad que se ha desencadenado en los últimos años contra los mulás se debe a esto. Es bien sabido que no todos los religiosos tienen la única preocupación de enriquecerse y que otros también la tienen. Pero son religiosos que se han encargado de los asuntos del Estado. Administran desde 1979 una economía supuestamente «revolucionaria» e «islámica», que pretendían poner al servicio de los «desheredados» y cuyo balance, veintisiete años más tarde, es desastroso para el iraní medio. Tanto en los servicios públicos como en los amplios sectores de la economía estatal o paraestatal, concretamente lasfundaciones creadas después de la revolución para administrar los bienes confiscados, reinan el nepotismo, las prebendas y los favores ilícitos a los fieles del régimen, mientras todo el conjunto se mantiene con los ingresos del petróleo. Se han creado fortunas colosales desde la revolución, sobre todo gracias al sistema de tipos de cambio múltiples, que duró hasta el año 2002. La revolución impuso un tipo de cambio fijo del rial totalmente sobrevalorado, setenta riales por un dólar, justo cuando la economía estaba destruida, los capitales huían y el curso real de la moneda se venía abajo. En el mercado negro, el dólar se revendía por 1-400 riales al principio y hasta por 7.000 riales en un momento dado. Los grandes comerciantes importadores del bazar, las fundaciones u otras organizaciones amigas del régimen, hacían que el banco central les asignara las divisas al tipo oficial o a un tipo comercial intermediario y revendían los bienes importados al tipo fuerte en el llamado «mercado libre». Hubo que esperar la llegada del gobierno de Khatami y de los reformistas al Parlamento para que pusieran fin a ese sistema corruptor e impusieran la unificación de los tipos. Los exorbitantes beneficios obtenidos gracias a ese sistema o 82


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a otros se invierten en el extranjero, concretamente en Dubai, o en actividades especulativas inmediatamente rentables, como en el sector inmobiliario sustentado por el auge demográfico, y no tanto en el desarrollo de industrias productoras de bienes y creadoras de empleo. De todo esto, los iraníes no conocen los detalles, puesto que la economía paralela es tan opaca o más que las altas esferas del poder. Pero comprueban los efectos y lo llaman «corrupción», El descontento social aumentaba desde hacía años y se mezclaba con el resto de rencores hacia el régimen. Khatami había conseguido contra viento y marea poner en marcha ciertas reformas de fondo, pero se tenían que completar para que la población pudiera percibir el beneficio al cabo de un tiempo. Ahmadineyad llegaba de improviso prometiendo perseguir la corrupción e indignándose de que «los ingresos del petróleo no vayan a parar a los platos», y cuestión zanjada: iba a conseguir inmediatamente los votos de los más desfavorecidos. Estaban esperando a que alguien dijera esa contraseña y ni siquiera se preguntaron quién era él como para hacer semejantes promesas, ni lo que quería hacer en el terreno de las libertades, de la democracia, de la política extranjera, ni si los remedios que iba a proponer serían capaces de curar los males que padece la economía iraní o, al contrario, los agravaría. El cara a cara del hijo de herrero sin garbo que le declaraba la guerra a las «mafias», con el que habían bautizado «Akbar Sha» porque había adquirido, a fuerza de mercantilismo y enredos políticos, el poder de un monarca, iba a ser inevitablemente fatal para el segundo. Los círculos reformistas, los dignatarios religiosos cercanos a ellos, una parte de los entornos económicos, las asociaciones estudiantiles, los intelectuales y los artistas se movilizaron a favor de Rafsanyani, por quien en conjunto no sentían mucha simpatía. Ahmadineyad ya había dicho suficiente para que les parecie-


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ra lo que era: un militante revolucionario que no había crecido, un extremista, tal vez un asesino a juzgar por los rumores que inmediatamente empezaron a correr acerca de él, una criatura del ayatolá Mesbah Yazdi, uno de los grandes del fanatismo religioso, un juguete en las manos de los Guardianes de la revolución, un hombre que podía llevarlos directos al endurecimiento represivo y a la catástrofe económica interna, a una crisis con el extranjero y a una nueva puesta en cuarentena internacional de Irán. Había que impedir el paso a la «dictadura», al «fascismo», al «talibanismo». Rafsanyani, a pesar de su personalidad y su pasado controvertidos, era una barrera, garante de las libertades conquistadas y partidario de la apertura hacia Occidente. Pero fue inútil. Otro Irán se expresó, un país de desfavorecidos, más preocupados por sus medios de subsistencia que por los derechos del hombre y las libertades en la vestimenta de sus hijas. El vídeo de la campaña de Ahmadineyad, que se emitió por la televisión entre las dos vueltas, empezaba en un lujoso chalé al norte de Teherán, que antes de su llegada era la residencia oficial del alcalde, pero él no había querido vivir allí y había hecho que lo convirtieran en museo. Luego se veía, en un modesto barrio, la humilde morada en la que vivía. Sin mesa, sin sillas, y él sentado en el suelo. La televisión está en todas partes y hasta en los pueblos donde jamás habían oído hablar de él, el vídeo tuvo un impacto decisivo a su favor. Frente a ese inesperado adversario, Rafsanyani parecía una encarnación del mulá aprovechado, traidor de los valores profundos de solidaridad del islam chií, acaparador de poder y de riquezas. Intentó compensar el efecto negativo producido por su gran fortuna sobre el votante medio y oponerse a su adversario en el registro populista, así que se puso a prometerles a los iraníes-sin hacer cuentas-decenas de miles de millones: iba a privatizar las empresas estatales y repartir a cada familia acciones por valor de 100 millones de riales


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(aproximadamente 10.000 euros) reembolsables en diez años. Iba a darle entre 70 y 150 euros al mes a cada parado y una pensión a las mujeres que fueran cabeza de familia, etc. Esa forma de tratar el presupuesto del Estado como si fuera su fortuna personal y repartirlo in extremis para comprar votos fue considerada indecente y no hizo más que agravar su caso. Le faltaba credibilidad en el registro social. Los orígenes de su fortuna, aparte del comercio de pistachos, nunca habían sido esclarecidos pero tenía fama de haberse aprovechado de su posición para enriquecerse y proveer a su familia mucho más de lo aceptable. Era objeto de sarcasmos permanentes en Irán, donde se creía que el clan Rafsanyani era «una de las veinte familias más ricas del mundo». Era el talón de Aquiles del «favorito en los sondeos». Los ultras lo sabían y no habían dejado de atacar en ese sentido desde que Rafsanyani se declaró candidato oficialmente, acusándolo de nepotismo por las confortables situaciones que les había asegurado a sus hijos y poniendo en la moralidad de una de sus hijas, Faézé Hachemi, a quien una vez más atacaban por su «feminismo», como cuando se había atrevido a pasear en bicicleta por las calles de Teherán. Ahmadineyad se aseguró la victoria empleando las recetas de un populismo clásico más que jomeinista, con un registro bastante próximo al de Hugo Chávez en Venezuela. Lanzaba un tema polémico y captaba a todos los desdichados, los desfavorecidos, pero también a mucha gente que estaba contra la corrupción, contra el régimen, contra los mulás. La noche del 24 de junio, el resultado era inapelable: el 62 por 100 de los votos (17 millones), con una tasa de participación del 60 por 100. No arrasó como Khatami cuando ganó las presidenciales en 1997 y le sirvió para confirmar un segundo mandato en 2001, pero era un resultado más que respetable. Se había producido un verdadero movimiento en su favor entre las dos vueltas.


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Sin embargo, eso no explica cómo ese desconocido, que había tenido un inicio de campaña discreto, con octavillas y carteles en blanco y negro, había podido calificarse una semana antes para la segunda vuelta. Rafsanyani se indignó contra el fraude y luego se calló porque obtuvo del Guía, según dijo, la garantía de que la segunda vuelta del escrutinio se desarrollaría cumpliendo las reglas. Al desafortunado candidato Mehdi Karroubi, que también había prometido darles dinero a los iraníes y que llegó a tercera posición el 18 de junio, no se le calmaba el enfado por los fraudes que, según decía, le habían impedido mantenerse en la competición para la segunda vuelta. Dos periódicos fueron cerrados por haber publicado sus cuestionamientos al Guía, a quien acusaban de haber encubierto los fraudes deliberadamente. El ministerio del Interior dio a entender que su indignación estaba justificada. Aparentaron comprobarlo, hicieron un recuento de papeletas en un centenar de colegios electorales. Y ahí se terminó el asunto. El Guía y su ejército oculto habían trabajado para que Rafsanyani fracasara inventándose al candidato a quien no resistiría. Lo que se conoce como la «red de las mezquitas», es decir, la parte más radical del clero, y sobre todo los basiyis, esos hombres capaces de todo que están al servicio de la autoridad suprema, habían hecho un buen trabajo. Todo el mundo lo había visto en los colegios electorales, todos lo sabían.

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«No hay 17 millones de extremistas en este país»; «la gente no ha votado para retroceder veintisiete años», «están vacunados contra la revolución», decían en resumen, al día siguiente del escrutinio, los que no le habían dado el voto a Ahmadineyad. De hecho, los iraníes parecían en conjunto poco deseosos de lanzarse otra vez hacia una tendencia a tomar decisiones precipitadas y peligrosas, y estaban muy lejos de la ideología combativa de otros tiempos. Los analistas políticos estiman que hay unos 5 millones de personas de base electoral estable que siguen siendo fieles a la ideología jomeinista. Según ellos, los 12 millones restantes que se llevó Ahmadineyad eran simples resentidos, por su condición económica, resentidos con la clase política. Una especie de malentendido. Cuando el 24 de junio anunciaron los resultados, hubo una especie de estupefacción en todo Teherán, no sólo en los barrios bonitos. El Guía había prohibido cualquier tipo de manifestación pero era una precaución inútil, ya que la victoria de Ahmadineyad no provocaba en sus seguidores el entusiasmo que impulsa a salir a la calle, y de hecho en sus adversarios tampoco provocaba las más mínimas ganas de pelea. En ese momento, algunos sintieron un arrebato de miedo, pero lo rechazaban argumentándose que no, que ahora ya no era posible volver a los años de pesadilla. Como si fuera un acto reflejo, las mujeres volvían a ser 87


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cuidadosas en la forma de cubrirse la cabeza para salir. Al día siguiente del recuento reinaba en las calles de Teherán una especie de tensión muda, como si dos multitudes se desafiaran en silencio por las calles. Cuando te cruzabas con alguien por la calle, te preguntabas mentalmente por quién habría votado el día anterior, y sabías que esa persona se preguntaba

lo mismo. Había ru-

mores que decían que en los barrios del norte centenares de personas hacían las maletas, que la policía volvía a registrar las casas en busca de alcoholo que algunos destruían a modo de prevención las reservas de vino que tenían en sus casas. Nada de eso era cierto. Cuando pasó el shock del anuncio, todos volvieron a sus hábitos sin cambiar nada y, durante las pocas semanas que precedieron la entrada en funciones de Ahmadineyad en agosto, reinó una expectativa tranquila. La gente hablaba sin miedo, no se avergonzaba de decir que le habían votado, no tenían miedo de decir que no lo habían hecho. Muchos reivindicaban a priori el abstencionismo: «¡Estoy orgulloso de no haber votado nunca desde la instauración de este régimen!». Todos, incluidos los del bando del nuevo electo, defendían la idea de que «no podía retroceder en las libertades», por 10 menos en lo referente a las costumbres y la vestimenta. Por lo demás, «ya veremos», eso dependerá de con quién se codee. Ahmadineyad daba mala impresión por su mal aspecto. Empezaron a circular chistes malvados sobre él, especialmente en los barrios ricos: «Mañana cortarán el agua de la ciudad durante cinco horas; ha decidido lavarse ...». Casi todos los resortes del poder estaban ahora en manos de los conservadores. Por lo general, los votantes de Ahmadineyad consideraban

que esa mayor homogeneidad

podía permitir que

su situación mejorara: cuando menos, los dirigentes ya no estarían todo el tiempo peleándose, los unos deshaciendo lo que los otros hacían. En cualquier caso, Ahmadineyad no podía decir que no tenía los medios para gobernar. «Si no mantiene sus pro88


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mesas) en cuatro años nos desharemos de él y ya está», sostenía mucha gente confiada en las virtudes de la alternancia política. Los que lo habían votado) respondían que anteponían los modestos orígenes del nuevo presidente y sus promesas de luchar contra la corrupción: «Ha dicho lo que pensamos». «Tiene pinta de ser como nosotros) nos comprende». Le reconocían iniciativas que había tenido como alcalde de Teherán, de las que nadie hablaba una semana antes: «Tomó medidas contra los atascos) decían los taxistas; dio dinero a las asociaciones de taxis para que nos conceda préstamos más accesibles cuando nos tenemos que cambiar de coche) si no) es imposible) hay que hacer doble turno de trabajo durante años para lograrlo». Pero las peores voces que corrían eran sobre su pasado. Contaban) por ejemplo, que cuando en los años ochenta hubo purgas masivas en las prisiones) había matado a detenidos en Evin, la prisión de oscura reputación de Teherán; o que cuando era asesor del gobernador del Kurdistán iraní, había participado en una sangrienta represión contra los independentistas. Decían que durante años) cuando era Guardián de la revolución, había sido miembro de las brigadas encargadas de la eliminación de los oponentes. El antiguo presidente Bani Sadr--que reside en Francia-eonfirmó esas acusaciones retransmitiendo las declaraciones de un periodista iraní exiliado, que acusaba a Ahmadineyad de haber formado parte del comando encargado de asesinar al oponente kurdo Abdel Rahmane Ghassernlou, en 1989 en Viena. Ghassemlou, el secretario general del Partido Democrático del Kurdistán Iraní (el PDKI, prohibido), y otros dirigentes de ese movimiento habían sido asesinados a balazos en la capital austriaca mientras negociaban con el poder iraní. Su eliminación puso fin a numerosos años de esperanzas de encontrar una salida política a la sangrienta guerra que en Kurdistán enfrentaba a los Guardianes de la revolución con los peshmergas. El pe-


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riodista citado por Bani Sadr sostenía que las autoridades austriacas poseían la prueba de la veracidad de sus palabras. Austria, incomodada, se vio obligada a abrir una investigación. En Teherán, el entorno del presidente electo calificaba de estúpidas dichas alegaciones, y desmentía las que le imputaban de haber participado en la toma de rehenes de la embajada americana en 1979. Ahmadineyad, por su parte, arremetió durante la campaña electoral contra los que propagaban esas acusaciones por SMS: «Conozco a esas bandas, tengo la dirección y el teléfono de los que me calumnian. La cúspide de la red está en el extranjero. Ahora dicen que soy un asesino, pero ese tipo de calumnia no será lo que me aparte de escena». Los que le habían dado él voto no ignoraban en modo alguno esos rumores y tenían más bien tendencia a creérselos, pero los remontaban a un pasado que no querían tener en cuenta. Lo que les importaba eran las dificultades diarias del presente. «Esverdad, podíamos optar entre un ladrón y un asesino. Al ladrón ya lo hemos tenido demasiado tiempo. Con el otro, quién sabe, a lo mejor se pueden arreglar las cosas», nos dijo uno de ellos. Ninguno de los votantes de Ahmadineyad quería volver a un orden moral más estricto. La negación estaba en boca de todos, como una canción: «De todas formas no podrá echarse atrás, no es posible». Pero muchos, si ahondábamos en el tema, eran un poco ambiguos, incluso mostraban claramente su desacuerdo con las libertades de comportamiento que se ha arrogado la juventud en los últimos años en Irán. Estaba claro que la mojigatería del personaje los tranquilizaba un poco. «No me gusta cómo van vestidas las chicas»-nos confesó un joven que entre las dos vueltas había hecho campaña por Ahmadineyad-. «¡No!¡No!No estoy a favor de que les impidan salir así, que hagan lo que quieran. Sólo digo que a mí no me gusta». Tenía veinte años, un diploma de técnico electrónico en el bolsillo y estaba en el paro. 9°


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«El problema número uno son los jóvenes. Para resolverlo hay que empezar por solucionar la cuestión del paro. Cuando tengan un empleo, durante el día estarán en el trabajo y, por la noche, volverán a casa. Y eso resolverá muchas cosas...». Decía que no tenía nada en contra del alcohol y que era musulmán a su manera, que no rezaba: «Creo en Dios, en el Profeta, en el Imán Hussein y en el Corán; ya tengo suficiente, no necesito rezar». Iaafar y su mujer también votaron por Ahmadineyad. Él es conductor independiente y consigue mantener correctamente a su familia aunque de forma modesta. Ella se encarga de los dos hijos, un chico y una chica que ahora son adolescentes, cuida el apartamento-donde reina un orden meticuloso-y se dedica a una tarea de la cual está muy orgullosa: la confección de flores artificiales. No parece en modo alguno una mujer inhibida, habla mucho mientras él calla, como si fuera la encargada de expresar las opiniones de la pareja. Va vestida de negro y lleva un chal incluso dentro de casa, durante el día, «porque puede entrar un hombre». A su marido le gustaría que se pusiera el chador para salir, pero ella se niega porque es demasiado incómodo. ¿Y los niños, son practicantes? «Rezan, pero los tengo que vigilar porque de lo contrario no rezarían. Tengo que recordárselo tres veces por día», dice ella en un tono que busca nuestra aprobación. El marido dice que él ya no va a rezar a la mezquita: «Desde que vi que en la mezquita repartían radiorreceptores y todo tipo de cosas para captar a la gente, ya no voy más». El hijo mayor espera los resultados del examen de entrada a la universidad y se nota que toda la familia está pendiente de eso, como lo están cada año al principio del verano muchas familias iraníes, en todos los sectores. Iaafar y su mujer nos hacen el retrato típico del candidato que ha obtenido sus votos en las presidenciales: «es un hombre sencillo», «es como nosotros», «es el único que tiene pinta de entender nuestros problemas». Yluego, progresivamen91


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te, llegamos a lo que para ellos es más importante y es ella la que habla: «se les han dado demasiadas libertades a los jóvenes en los últimos años; ya no respetan nada»; «las relaciones que hay ahora entre chicos y chicas no están bien»; «la forma en que se visten las chicas me parece chocante. Mirándolo bien, preferiría que las dejaran no llevar el hiyab, que les den la opción. Pero lo que pasa hoy en día, no es digno de una República Islámica». Iaafar se vuelve más elocuente y risueño cuando no está su mujer. Después de alabar los méritos del nuevo presidente Ahmadineyad, lamenta que sea «el más feo» de los candidatos, lo apoda Chita, como la mona de Tarzán, y desde ahora lo llamará así. Nos confiesa que le gusta beber. Aunque dadas las imposiciones generales y el precio en el mercado negro de su brebaje preferido-el whisky-, no puede abusar mucho, y seguro que sólo lo ha probado en contadas ocasiones. Pero habla de ello a menudo: «¡Si este régimen permitiera el alcohol, ya no habría problernas!». Y luego se vuelve a poner serio hablando de los jóvenes: «ha ido demasiado rápido», dice. Estos musulmanes, que practican su religión cada uno a su manera, mediante pequeños acomodos de las prohibiciones y los ritos y que son lo opuesto a la intolerancia, estos musulmanes tranquilos temen por sus hijos.

En las galerías de un centro comercial del norte de Teherán, en verano al final del día, hay grupos de jovencitas que deambulan con aire de despreocupación. Sus fulares de colores no cumplen necesariamente con el largo requerido para tapar todo lo que deberían. Los llevan sueltos, apenas descansando sobre sus tupidas y largas cabelleras imposibles de contener y, en el caso de algunas, les cuelga delante de la cara con un descuido provocador. No están atados o si lo están es de forma que dejen ver un poco de lo 92


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que no debería ser visto-la base del cuello, un triángulo de escote que la vestimenta tampoco esconde. En lugar del abrigo ancho y largo con el que tienen que envolverse las mujeres cuando salen, las chicas llevan chaquetas o túnicas muy pegadas al cuerpo, que realzan la cintura y el pecho y llegan hasta media pierna o incluso a ras de nalgas. Se han arremangado los vaqueros hasta media pantorrilla y calzan zapatillas deportivas sin calcetines o sandalias de tacón de aguja que les confieren andares de diva. Se maquillan de una forma tan exagerada que, para nosotros, está más cerca de un circo o un burdel que de los juegos de seducción de unas jóvenes adolescentes. Sobre todo la boca, con un borde de color más oscuro que ensancha el contorno, para llamar todavía más la atención sobre los labios carnosos cubiertos abundantemente de rojo o rosa cremoso. Se cruzan con gente joven que les lanzan miradas muy sugestivas que a veces acompañan con palabras, sin que por ello las señoritas se asusten. Este espectáculo acabará en alguna aventura furtiva o más, si hay afinidad; ¿quién dice que no puede acabar en un buen matrimonio? O no acabará en nada; o tal vez incluso en alguna aventura rápida por dinero. Este centro comercial en un barrio de clase media, al norte de Teherán, no tiene nada que lo haga especialmente atractivo. Las tiendas proponen por lo general ropa de fabricación local tristemente conforme a las normas del puritanismo reinante. Pero es un espacio de encuentros y paseos para la juventud, que está constantemente amenazada por el aburrimiento. Se pueden sentar en las escaleras o sobre el pequeño muro de piedras que rodea el estanque en el patio. Cuando cierran las tiendas, los tres pisos de galerías son el lugar ideal para merodear coqueteando eróticamente. Aparte de las fiestas privadas en casas y de los parques o los cines, Teherán by níght se reduce a eso y a otro espectáculo, motorizado pero del mismo tipo, al que se dedica la gen93


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te joven en las avenidas: los coches de chicos adelantan a los coches de chicas y se dejan alcanzar. Se las arreglan para intercambiar números de teléfono, para una aventura inocente, sólo coqueteo o sólo sexo, eso depende. Algunos cruces y los alrededores de ciertos parques son de noche lugares de prostitución conocidos en Teherán. Al pasar por una de esas zonas, un taxista nos cuenta que «a veces la policía hace una redada, cogen a las chicas y les vacían los bolsillos; luego las vuelven a soltar». A los chicos sospechosos de entregarse al comercio de sus encantos los tratan con menos clemencia. Pero no toda la juventud teheraní se dedica a esas actividades por las noches. Para la mayoría el callejeo nocturno no es más que una forma de desafiar la prohibición de estar juntos en público, la expresión de una necesidad de apropiarse de la ciudad, de quitarles unos pocos metros cuadrados a quienes se los han apoderado, en nombre de una ley que separa y no concede a los jóvenes ningún espacio específico para sus encuentros. En lo que se refiere a las libertades en la vestimenta que muchos jóvenes se toman, suelen ser puras modas, o un signo de protesta contra las normas que consideran dirigidas en su contra y destinadas exclusivamente a vejarlos. Son cosas de la edad y lo son mucho más en Irán que en ninguna otra parte. Sólo que parece que el sentido de la frontera entre el bien y el mal se haya perdido un poco en el país de Zaratustra. Una habitante del sur de la capital nos contó la indignación que sintió un día que iba caminando por un barrio popular, cuando una señora que no conocía la abordó para decirle con severidad que llevaba desabrochado el último botón del abrigo. «Lo peor-eomentaba-son esas miradas que a veces te humillan, que te ensucian. No ocurre con frecuencia, pero cuando pasa, te sientes desnuda, como si te trataran de guarra; incluso las mujeres. Bajo el régimen del sha, la prostitución tenía sus ba94


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rrios oficiales y sus casas cerradas, fuera de las cuales ninguna era sospechosa, fuera cual fuera su vestimenta. En las ciudades, la gente vestida tradicionalmente se codeaba con mujeres que enseñaban el cabello o llevaban falda, y no por eso las consideraban mujeres de mala vida». Hay hombres de condición muy modesta que hablan mucho de esetema: «Amí me gustan mucho las modelos-dice uno de ellos-siempre me ha gustado mirar a las jóvenes y antes me gustaba sobre todo mirarles las piernas; ¡pero no pensaba mal!». Está todo muy confundido. Los mismos que te dicen que debería ser optativo llevar el fular o que les gustaba mirar las piernas de las chicas, tienen la impresión de que los jóvenes de hoy-que no pueden hacer lo mismo--están en peligro y,si tienen hijos, se angustian. «Lo peor-dice una profesora-es que tienen motivos para preocuparse, ya que el hecho de negarse a llevar el marnahé (el velo que ciñe la cara) en el caso de las chicas o la camisa de mangas largas para los chicos, no significa necesariamente que adquieran una columna vertebral, estructuras mentales». Todo parece haberse confundido también en la mente de algunos jóvenes, como si el cinismo predominante se hubiera llevado todos los referentes. Es bien sabido que hay chicas jóvenes que venden su cuerpo a cambio de un teléfono móvil) de unas Ray Ban o de unas sandalias de tacón. Y, de hecho, eso no excluye el conformismo. Dicen que hay algunas jóvenes iraníes que se han hecho expertas en la práctica de relaciones sexuales sin penetración vaginal, a fin de conservar la oportunidad de casarse. Si Iaafar y su mujer no nos hablaron directamente de la prostitución ocasional o de la toxicomanía, fue por pudor, porque les choca demasiado. Esos fenómenos han surgido hace relativamente poco en las generaciones posteriores a la de ellos, y les aterrorizan. Sin llegar a esas desviaciones, muchos jóvenes soportan cada vez menos los convencionalismos sociales y la presión fa95


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miliar que recaen sobre ellos, más allá de la ideología y a menudo de forma más incidente que ésta, lo cual también preocupa a muchos padres. La droga se ha convertido en una calamidad nacional reconocida por las autoridades. La cifra que dan es de dos millones de toxicómanos pero, según la opinión de mucha gente, el mal es de mayor envergadura. No hacen falta estadísticas oficiales, todo el mundo habla de ello. El opio ya no es, como antiguamente, el ritual cotidiano del abuelo que reunía a toda la familia por la noche y se volvía locuaz y simpático. Ahora está prohibido y es muy caro. Es un lujo de ricos, un refinamiento inasequible para los nuevos toxicómanos. En cambio, una dosis de heroína no cuesta más cara que un paquete de Marlboro, que tampoco está a un precio regalado pero sigue al alcance de mucha gente. Y aún hay algo más asequible: el éxtasis, o una mezcla de fabricación artesanal hecha con anfetaminas, extremadamente peligrosa y que causa estragos. El régimen, tras un largo periodo de negación (era una perversión occidental, eso no podía ocurrir en la República Islámica), reconoció los hechos y pasó a la represión. Persigue con firmeza a los traficantes y hace unos años llegó a admitir que la toxicomanía era una enfermedad que había que prevenir y curar. Se ejercita en ello, aunque con recursos muy insuficientes para atajar el mal. «De todas formas-dice una socióloga de Teherán-si el régimen se endurece, es obvio que no culpará a los drogados». No es raro oír a ciertos iraníes enemigos del régimen acusar a las autoridades de haber dejado conscientemente que la toxicomanía se desarrollara, porque les conviene: piensan que mientras más jóvenes se embrutezcan con la droga, menos contestatarios habrá. Transcurridos más de seis meses después de la elección de Ahmadineyad, no se notaba ningún endurecimiento notable de la represión en el terreno de los comportamientos y las costum-


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bres. El nuevo presidente parecía haberse apartado de cualquier tipo de activismo en este terreno y no querer culpar directamente a la sociedad, a la juventud. Tal vez era porque pretendía conservar al electorado que le había votado y «convencer con bondad», como había declarado por televisión durante la campaña electoral. O quizá era porque tenía asuntos más importantes en mente. Eso también lo dijo un día que le preguntaron sobre la vestimenta de los jóvenes: «¿Usted cree que ése es el problema principal de Irán hoy en díai».

Un día, Baqer nos lleva a un pueblo a doscientos kilómetros de Teherán. Es una aldea de quinientas almas, con calles de tierra, casas de barro, uno de esos pueblos oasis donde el agua ha establecido poblaciones campesinas. Baqer es arquitecto y se ha construido aquí una casa refugio, en un vergel que pertenecía a sus padres. Hay un médico que pasa una vez por semana por el pequeño dispensario. Un mulá viene un mes al año) durante el ramadán. La escuela se llama Khaled Istanbuli, por el nombre del asesino de Sadat. Baqer viene aquí tan a menudo como puede, para reunirse con sus árboles, sus recuerdos y algunos de los personajes que frecuenta los fines de semana: la mujer a quien llaman «la guardiana», que vive en una casita dentro de la propiedad, trabaja un poco en el vergel) cultiva su propio huerto, se ocupa de algunas gallinas y cabras que tiene, y de sus dos hijos ya mayores, que no saben muy bien qué será de ellos; y el Sr. Dagdah, una notoriedad en el pueblo) que vive alIado y que, «como tenía relaciones», custodió la casa para que no la confiscaran durante la revolución. La guardiana) Ozra, es una mujer que conoce la vida. Tuvo tres hijos, que ahora ya son adultos, con su primer marido) que murió. Entonces se casó con un hombre más joven que) después de tener juntos los dos niños que todavía 97


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viven con ella en la casita, necesitó una nueva compañera. Así que se casó con una joven prima de Ozra, que es con quien vive ahora en un pueblo bastante lejano. Pasa una vez cada tres meses, coge dinero si lo hay y se vuelve a ir. Ozra tiene la piel curtida como el cuero y manos de campesina; huele un poco a cabra, pero tiene una cara risueña y lleva el fular de forma traviesa, anudado en la nuca pero dejando bien despejadas las orejas adornadas con pequeños pendientes. Es otra de esas iraníes parlanchinas. Nos quitamos los zapatos, entramos en la habitación principal donde está la hija y nos sentamos, igual que ella, en el suelo y con la espalda apoyada en la pared. La chica tiene una belleza grácil. Lleva una camiseta de manga corta y un fular gris anudado bajo la barbilla mucho más prudentemente que su madre. Es tranquila, está sentada bien recta como una vela y habla con una gran dulzura acentuada por una sonrisa deslumbrante. Pasó la selectividad hace un año y dice que espera encontrar un trabajo por aquí, como contable o algo así. Cuando le preguntamos si aceptaría irse del vergel, del pueblo, para trasladarse a Teherán, duda un poco y luego se lanza: «Aquí las chicas no son dueñas de sí mismas». Lo dice con un tono neutro, sin ningún rastro de acritud; dependerá, añade, del lugar donde su futuro marido quiera ir a instalarse. En realidad, más que un trabajo que no tiene muchas posibilidades de encontrar en el pueblo ni en los alrededores, lo que espera es un marido. «El hecho de tener la selectividad no es una baza a su favor-nos explicó luego Baqer-. Los hombres del pueblo todavía prefieren a las mujeres que se quedan en casa y que no tienen intención de buscar un trabajo», Le preguntamos a la chiquilla si podrá elegir a su futuro esposo. «Yosí-contesta-, porque somos una familia moderna [una palabra que se oye a menudo en boca de la gente modesta en Irán]. Mi madre me lo dijo: me tiene que gustar». Pero seguro que no será ella misma quien lo encuentre, ya que las chicas y


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los chicos del pueblo no se frecuentan. «Nos saludamos y nada más. Esto es muy pequeño; la gente no toleraría que hablara con chicos por la calle», nos cuenta la chica, de nuevo en tono neutro; es así, ella no se queja. Dice que lee mucho, que le gustan las novelas. Llega el hermano, alto, flaco, con unos vaqueros y una camisa blanca, el pelo negro y largo y los ojos almendrados como

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los de su hermana. también está esperando ahora los resultados de los exámenes de ingreso en la universidad y dice que lo que más le gustaría de todo es que lo admitieran en una de las universidades de la región del Caspio. El mar los hace soñar a ambos. Pero no van mucho porque, cuando no se tiene dinero, es difícil conseguir un coche y alojamiento allí. La última vez fue hace más de un año. Fueron a una de esas playas donde las familias se pueden bañar juntas siempre y cuando las mujeres no se desvistan; la pequeña se metió al agua con pantalón y camiseta. Queda claro que es uno de los recuerdos más felices que tienen. Entonces sale a tema la política. En las presidenciales ella votó en la primera vuelta a Rafsanyani y él al reformista Moin. En la segunda vuelta ambos le dieron el voto a Ahmadineyad; ella especifica que lo hizo porque su hermano se lo dijo. ¡Ánimo a los investigadores en ciencias políticas para el análisis de este escrutinio! Todos los votantes hicieron-igual que ellos-su pequeño cóctel entre la primera y la segunda vuelta, de una forma que a menudo desafía toda lógica. El joven se explica: «A Ahmadineyad no lo conocíamos, empezamos a escucharle entre las dos vueltas. Prometió hacer algo por nosotros. Yava siendo hora. Aquí no tenemos nada, no tenemos teléfono, ¡ni siquiera tenemos el gas que llevan años prometiéndonos! Lo que dice es verdad: ¿dónde van las riquezas del petróleoi». El chico es muy contestatario y enseguida la toma contra los mulás: «Si el islam es una religión tan bella, ¿por qué han tenido que imponérnosla por la fuerza desde hace siglos? ¿Por qué tiene que ser obligato99


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riai», Sin embargo, ni él ni su hermana están en contra del régimen en sí, ni en contra de la República Islámica donde han nacido, o en contra del principio de la «asistencia» por parte de los religiosos. En realidad nunca se han planteado la pregunta, es así. Pero tanto al uno como a la otra les gustaría, por razones muy distintas, tener una verdadera conversación con unos mulás. Él considera que no han cumplido y los castiga con un encono viril. No necesita un director de conciencia sino que le gustaría pedirles explicaciones sobre la forma en que administran el país. Dice que no es en modo alguno practicante, que cumple el ayuno del ramadán porque todo el mundo lo hace y no es fácil evadirlo; «así hago régimen», añade con encarnizamiento. La hermana, en cambio, sí que reza: «Soy la única en esta casa, pero si no lo hago, por la noche tengo sueños; oigo voces que me preguntan por qué no he rezado». La madre ha vuelto a la habitación con bebidas frescas, jarabe de granada escarlata que-si no se toca-se queda en el fondo del vaso sin mezclarse con el agua. «Cuanto más lo remueva, más dulce estará», nos avisa. Ha oído el último fragmento de la conversación sobre las plegarias de su hija y suelta un poco burlona: «Es porque no tiene nada más que hacer». La madre no reza prácticamente nunca, dice que sólo lo ha hecho algunas veces. La chica participa sin el más mínimo problema en esa confesión familiar. Está extrañamente estructurada tanto en religión como en política, reconoce que también le gusta la Virgen mientras nos muestra una medallita que lleva colgada del cuello: «Me gustaría hablar con un mulá para saber si es pecado amar a la Virgen», declara inquieta. Le preguntamos al hermano si Ahmadineyad no le parece demasiado próximo a esos mulás que él detesta, y contesta que no lo sabe. En realidad no sabe, no sabe nada de él. Se ha agarrado a algunas palabras que oyó entre las dos vueltas y que le dieron la esperanza de salir de ahí, de esa miseria que no le impide estudiar, sino sólo aspirar 100


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a salir de ese agujero sin que nadie le explique cómo hacerlo. ¿Tegustaría que las chicas tuvieran la libertad de llevar o no el fular? «Yono toleraría que mi hermana saliera sin fular-nos contesta directo y claro--; pero no es una cuestión de religión, no tiene absolutamente nada que ver». ¿Ah sí? ¿Entonces qué es, una tradición de hombres? Está un poco de acuerdo; pero tampoco lo sabe muy bien. Lo toma decididamente como un asunto personal: él es quien piensa así; no aprueba que dependa de la ley. Se ha puesto serio para hablar de este tema. Unas horas más tarde, el Sr. Dadgah viene a visitarnos a la casa grande. Es un poco el intendente del vergel. Tiene varios centenares de ovejas y tierras que le alquila a los granjeros y que dan maíz y frutas. Pero tiene pinta de decir que todo eso le reporta más preocupaciones que dinero. De hecho, ya nada va bien en este país, ni eso ni el resto. Según él, la mayoría de gente del pueblo ha votado a Ahmadineyad, y él se siente capaz de explicarnos por qué. «La razón principal es que están hartos de los mulás. Veintisiete años después de la revolución están todavía ahí, repartiéndose el poder mientras mucha gente se acuesta sin haber cenado. La corrupción se ha convertido en el único método de trabajo reconocido en este país. No me da miedo nadie, podéis citarme. La gente está harta. Resulta que Ahmadineyad es profesor de universidad pero creedme, si hubiera sido pastor, hubieran preferido votar por él que por alguien que lleva un turbante». El Sr. Dadgah votó por los reformistas en la primera vuelta y se abstuvo en la segunda: «De todas formas, tanto si votamos como si no, no cambia nada; los mulás radicales son los que hacen la ley.El problema no es sólo lo que falta desde el punto de vista material, es la falta de seguridad. Es así desde la revolución: uno no sabe lo que puede pasarle mañana. Conozco a gente que se despertó una mañana con un muro en medio del jardín. Yapueden ir a quejarse a las autoridades, blandir sus títu101


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los de propiedad, no sirve de nada. Yo nunca he tenido problemas personales con los mulas: les doy dinero. Pero no soporto ver injusticias a mi alrededor. Y os digo esto habiendo sido partidario de [omeini. Yopensaba que aportaría paz y justicia al país. Pero a pesar de todos sus defectos, él por lo menos no era un ladrón». El Sr. Dadgah no espera nada bueno del nuevo presidente: «Dice que va a repartir el dinero del petróleo, pero no podrá; no le dejarán. Lo único que puedo decir es que la gente no está contenta, si pudiera se iría. Me gustaba Khatami, pero lo considero un traidor. Dejó que encarcelaran a la gente. Yen cuanto a las libertades, hay que saber de lo que se habla. Le dio libertades a gente que no tenía cultura de la libertad, entonces hubo excesos. Lo que se ve hoy día en Teherán es demasiado. No estoy en contra de que las mujeres se quiten el velo, pero la forma de vestir de las chicas de ahora es fea y arrogante. Aquí por lo menos las chicas son más modestas». El problema es que se van. Los jóvenes van a probar suerte a la capital. «La ganadería o el trabajo de la tierra en pequeños cultivos ya no alimentan al hombre. Me ha costado horrores encontrar un pastor para mis ovejas que conozca la profesión. La vida se ha vuelto tan cara que ya no se puede subsistir con la suma que yo le puedo pagar como salario a un pastor». En la mayoría de pueblos que están en la montaña, más alejados de la carretera-no es el caso de éste-ya casi no quedan habitantes. Las casas están en ruinas o las mantiene gente que ya sólo viene de vacaciones. Baqer menciona un viejo molino, que sigue en pie, a pocos kilómetros de aquí: «Cuando se paró el molino, hace unos cuarenta años, fue el símbolo de que la vida de los pueblos se detenía. Ahora, el Estado reparte harina fabricada industrialmente en aldeas donde casi no quedan habitantes porque la mayoría se han ido». Habla con nostalgia de un tiempo que tampoco era ideal y en el que la vida era dura para muchos: «La 102


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región estaba infestada de malaria, todo tipo de epidemias asolaban a los rebaños. Me acuerdo de la época cuando los americanos estaban aquí; pasaban por los pueblos a vacunar al ganado». Sin embargo, el campo tenía un sabor que se ha ido perdiendo. Todo el mundo hacía vino en esta región de vides. En el momento de la cosecha la gente se iba a ayudar a sus vecinos y, como dice el Sr. Dadgah, «se podía rezar y beber vino a la vez, pero sin abusar; es decir, sin beber demasiado ni rezar demasiado».

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¿Quiénes son los basiyis? ¿Los basiyis? Son gente como yo, gente que grita «¡muerte a América!» en vuestras pantallas de televisión. Son los que hicieron la revolución y siguen defendiéndola. Hace veintisiete años, eran ellos los que gritaban «muerte al sha» en las calles, y luego eran los que estaban en primera linea durante la guerra contra Sadam Hussein. Contra ellos tendrían que enfrentarse América, Israel e Inglaterra si fueran tan tontos como para atacar a Irán. El régimen puede contar con nosotros, ni siquiera necesita la bomba atómica; ¡cada basiyi es una bomba en potencia!

Pero, aparte de gritar «muerte a América», ¿qué hacen? Hacemos lo que se debe para defender al régimen cuando es necesario. Cuando nos lo piden, nos movilizamos. Por ejemplo, cuando nos llaman para una manifestación, nosotros vamos sin hacer preguntas. Hay algo que me gustarla decirle: no subestime el grito de «muerte a América». Es un instrumento muy eficaz, se lo aseguro. Desde el momento en que hay un peligro o se teme que lo haya, empezamos por ahí. Se ha convertido en un eslogan que se aplica a todas las situaciones, para poner en guardia a nuestros 1°4


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enemigos, recordarles que seguimos ahí, por si lo habían olvidado. Al principio de la revolución, en tiempos de nuestro Imán, el ayatolá Iomeini, «muerte a América» significaba realmente muerte al Gran Satán, pero ahora el significado ha evolucionado, se ha convertido en una especie de código, de advertencia. Significa muerte a todos los enemigos del sistema, ya sean de fuera o de dentro. Es muy útil para hacer frente a todo lo que se opone al Nezam [el sistema] aquí, dentro de Irán. En cuanto algunos elevan demasiado la voz o su oposición se hace excesivamente visible, les acusamos de ser mercenarios de América) de Israel y de Inglaterra. Es la peor de las acusaciones y captan muy bien que si no bajan el tono, tendrán que vérselas con nosotros, los basiyis. La podemos utilizar para todo. Por ejemplo, si usted habla demasiado sobre los derechos humanos, la acusaré de obedecer a América, de ceñirse a lo que le dicta.

¿Es su respuesta a todo? Es la primera respuesta y luego, si el peligro persiste) [pasamos a la acción! Somos los «movilizados», es decir que estamos aquí para hacer lo que se nos pide en cualquier circunstancia, para proteger al Nezam. Desde el principio de la revolución que, gracias a Dios, ahora tiene casi veintiocho años, el Nezam está asentado en nosotros. Estuvimos en las primeras filas en la guerra contra Irak porque queríamos; no nos importaba morir, nadie nos obligó. Después de la guerra, tuvimos que ocuparnos de los complots armados internos y, últimamente, de la oposición interna. A veces) cuando exageran, nos encaramos con las jóvenes o las niñas que no llevan el fular correctamente, pero después de la llegada de Khatami ya casi no lo hemos hecho, porque la consigna era dejar a la gente tranquila. No hay que pensar que esta1°5


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mos aquí sólo para darle miedo a la gente. Somos los únicos que los escuchamos, les hablamos, nos aseguramos de que no se pongan en contra del régimen. También estamos ahí para ayudarles, hablo de los pobres, de los que han votado a Ahmadineyad. Cuando hay un problema, los basiyis están siempre ahí para ayudar; cuando hubo el terremoto de Bam, por ejemplo, los primeros médicos que llegaron al lugar fueron los médicos basiyis.

¿Se opondrian a una normalización de las relaciones con Estados Unidos? No tenemos ningún problema verdadero con Estados Unidos, salvo uno, enorme: exigen que reconozcamos Israel yeso no lo haremos nunca. Jamás. Pero, aparte de eso, no veo ninguna dificultad insalvable. Podemos perfectamente tener relaciones normales con ellos, a condición de que nos traten de igual a igual. Si nos dicen Salam, contestaremos As salam alaikom. Pero no queremos ser las ovejas si ellos quieren hacerse los lobos. Si queremos, nosotros también podemos ser los lobos. Si ellos se vuelven buenos como ovejas, entonces nosotros seremos muy buenos.

¿Tienen uniformes, están armados? Sí, tenemos un uniforme pero no nos lo ponemos todos los días, sólo cuando hay que presumir un poco [risas]. Los basiyis que quieren llevar el uniforme permanentemente integran el cuerpo de los pasdaranes [los Guardianes de la revolución]. De vez en cuando hacemos ejercicios militares en la calle para recordar que existimos, pero ahora ya no tenemos necesidad de hacer ese tipo de demostraciones, todo el mundo sabe que somos una fuerza 106


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política con la que hay que contar. En cuanto a las armas, están almacenadas en los cuarteles de barrio de los basiyis. Cada titular del carnet tiene acceso a ellas si es necesario.

¿Qué hay que hacer para ser basiyi? ¡Nada! [risas]. Sólo hay que creer en el régimen, no estar en contra. Hay que tener una fotocopia de la partida de nacimiento y dos fotos y presentarse en el centro basiyi del barrio. Dices que quieres ser basiyi, te inscriben en una lista y te dan el carné. Luego hay que seguir un entrenamiento militar para aprender a utilizar un arma: cómo desmontarla, limpiarla y volverla a montar. La duración del entrenamiento depende de la destreza de cada uno; veo a algunos que aprenden en un mes y otros que necesitan un año. Después, mientras más activo esté el basiyi, más credibilidad tendrá en su barrio. Nos reunimos una o dos veces al mes para hablar de la actualidad o para escuchar a nuestros jefes, que participan en las reuniones de los sepahs [el Estado Mayor de los Guardianes de la revolución].

¿Tiene ventajas ser basiyi en la República Islámica? Sí, no le mentiré, tiene ventajas. El régimen nos recompensa por nuestra lealtad y por el tiempo que le dedicamos, es normal. Además, la mayoría de basiyis vienen de los ambientes más desfavorecidos. Hay pocos permanentes asalariados por la organización; pero cuando uno se afilia, goza de privilegios en su propio sector de actividad. Por ejemplo, yo soy profesor y mi salario es más alto que un salario normal de profesor. En todas las administraciones los basiyis tienen mejores condiciones de trabajo, les 107


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facilitan las cosas. Si alguien necesita un préstamo, es más fácil si es un basiyi. Si quieres estudiar y eres basiyi tienes prioridad en los concursos de entrada a la universidad. Es verdad que hay ventajas pero es totalmente normal. Dicho esto, no puedo negar que hay algunos que se hacen basiyis únicamente por esas ventajas. Pero no importa, [así aumenta el número! [risas].

Dicen el «ejército de los veinte millones» cuando se habla de los basiyis. ¿Es verdad que son veinte millones? [No, ni mucho menos! [risas]. Pero, ¿lo ve? Funciona. Cuando los periodistas extranjeros repiten un eslogan, [significa que funciona! No, en realidad hay cinco millones de personas que tienen el carnet y que están inscritas en nuestras listas. Esa cifra de veinte millones que se oye por todas partes fue un eslogan para las elecciones. De hecho, lo que hicimos fue contar a todos los que no están en contra del Nezam, aunque no estén activamente a favor. Digamos, grosso modo, los basiyis y su familia, aunque ese criterio familiar no es siempre válido. Por ejemplo, mis propios hermanos no están en modo alguno a favor del Nezam. Yo lo calculo así: un

20

por

100

de iraníes está en contra

del régimen;

hagan lo que hagan los dirigentes, sean quienes sean, esa gente estará siempre en contra, no aceptan el Velayat-e Faqih [el principio de la primacía de un religioso en política]. Luego, hay aproximadamente

un

20

por

100

que está a favor de la República Is-

lámica, o al menos no está en contra; de ese 20 por lOO, casi la mitad son incondicionales, son los que votaron por el candidato conservador Nategh Nouri en 1997 cuando todo el país se entusiasmaba por Khatami. ¡Nuestro problema es el 60 por 100 que no sabe qué pensar!

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¿Cómo prepararon las últimas elecciones presidenciales? Nos movilizamos mucho y con mucha antelación. Personalmente, me llevó meses. Hice lo que un basiyi debe hacer, es decir escuchar a la gente. Somos los únicos que hacemos eso por las calles, somos los ojos y los oídos del Nezam. Hablé con centenares de personas. Al final, me motivé todavía más cuando me enteré de que América incitaba al boicot mientras yo hacía todo lo que podía para que la gente fuera a votar. Pero sentí el peligro mucho antes; un peligro de otro tipo, esta vez en nuestro propio campo. La gente sencillamente no quería ir a votar, estaban hartos, pensaban que de todas formas las elecciones no cambiarían sus vidas. Gente que era de los nuestros y estaban hablando como liberales; era un mal signo. Pensé que, para empezar, lo más importante era incitarlos a votar por todos los medios. Empecé a interrogarlos, a preguntarles por qué ya no querían participar. Contestaban que de todas formas no cambiaría nada, que fuera cual fuera el presidente no haría nada por ellos, que no se ocuparía de sus problemas. Hablaban sobre todo de la corrupción, estaban completamente hartos de los ladrones. Decían que los que están en el poder no paran de llenarse los bolsillos, mientras que ellos tienen que hacer tres trabajos al día para ganarse la vida. Yo estaba muy preocupado. Si la gente seguía con ese razonamiento, el Nezam correría verdadero peligro; la población ya no lo apoyaba. Hay que escuchar a la gente si se quiere apoyo de su parte. Antes de las elecciones, la gente-los nuestros-decía que ya no quería mulás. Hubo algunos incluso que dijeron que, si boicoteaban las elecciones, a lo mejor el régimen se hundiría y acabaríamos con todo esto. Hablaban exactamente como si fueran liberales, era preocupante. Yo me enfadaba en esos casos; les preguntaba si se habían vuelto locos, o con qué reemplazarían al régimen. ¿Con los americanos? Les decía: mirad lo que pasa en Irak, ¿es eso lo que que1°9


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réis? ¿Tenéis ganas de que los americanos circulen de pronto por vuestras calles, con sus tanques y sus gafas de sol? No dejaba de repetirles que era preferible que nos peleáramos entre nosotros con palabras, antes que tener que luchar todos juntos contra los americanos. Les decía: cuando estén aquí, «muerte a América» ya no será un eslogan, será de verdad. Les decía todo eso pero en mi fuero interno sabía que había un problema. Conozco muy bien a esa gente; nunca les había visto tan indiferentes hacia el Nezam, tan hostiles diría yo. Y justamente todo recae sobre sus hombros; si la base empieza a derrumbarse, todo puede desmoronarse. Yo creía que había que hacer todo lo posible por convencerlos de que fueran a votar, antes incluso de saber por quién había que votar. ¡Ni siquiera yo lo sabía! Entonces empecé a observar más de cerca, a interesarme por los candidatos y los posibles candidatos, para intentar ver quién lo haría mejor. Y enseguida vi a Ahmadineyad, cuando nadie hablaba de él, ni los periódicos en Irán, ni las emisoras de radio extranjeras, nadie. Lo que me gustó de él fue que era sencillo, modesto; no se andaba con remilgos. Me puse a investigar, pregunté a diestro y siniestro y me di cuenta de que nadie lo tomaba por un ladrón o un corrupto, absolutamente nadie. Decían que iba mal afeitado, que no se vestía a la moda y todo eso, pero nadie lo acusaba de haber hecho su agosto desde que era alcalde de Teherán. Tenía fama de cuidar mucho a los desfavorecidos. Cuando entró en campaña, me gustó mucho lo que decía y cómo lo decía. Recuerdo que en uno de sus primeros discursos empleó cuarenta y ocho veces la expresión «servir al pueblo», y yo pensé: admitamos que pueda ser sincero sólo a medias, ¡son veinticuatro veces! Otro momento determinante fue cuando enseñaron su casa por la tele y vi que vivía como nosotros, modestamente, sin muebles, en el suelo. Y Iuego repetía que el dinero del petróleo tiene que ir a parar a los platos de la gente, que esa era su misión; nadie nos decía cosas así. Yo tuve clara mi elección. no


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¿y SUS jefes, qué decian? La verdad es que no lo sabían muy bien. Normalmente se sabe a quién hay que votar, pero esta vez esperaban que la jerarquía decidiera y parece ser que en las altas esferas no conseguían ponerse de acuerdo. Lo único que nos decían era que tenía que ganar un candidato de derechas-Qalibaf, Larijani o Ahmadineyadpero no nos decían cuál. Esa situación permitió que cada uno decidiera un poco por sí mismo. Mientras tanto, empecé a hacer campaña para que la gente fuera a votar. No les decía a quién tenían que votar pero les explicaba con sinceridad por qué yo había elegido a Ahmadineyad, exactamente como se lo acabo de explicar a usted.

¿En qué momento se decidieron los jefes? Tarde, muy tarde. Al final se pusieron de acuerdo con Qalibaf y nos pidieron que nos movilizáramos por él. Ellos tenían que convencer a Ahmadineyad para que se retirara a favor de Qalibaf. Para mí fue una auténtica sacudida. Yo sabía que la gente no quería a Qalibaf, que ya se estaba dando aires de jefe de Estado sin serlo, con sus cochazos y sus lentillas azules. Entonces hice lo que no suelo hacer nunca: empecé a discutir las consignas de mis jefes. Les dije que no votaría a Qalibaf y que no le pediría a nadie que votara por él porque sabía que nadie me seguiría. Me di cuenta de que muchos otros basiyis opinaban lo mismo que yo, que había un abismo entre la base y los jefes. Los jefes estaban alejados de la calle, ya no se enteraban de cómo se sentía la gente. Incluso llegué a decirles que si obligaban a Ahmadineyad a retirarse, nos abstendríamos.

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¿La gente le escuchaba cuando hada campaña por Ahmadineyad? Al principio no. Al principio no querían de ninguna manera ir a votar. Me decían que, aunque tuviera pinta de honesto, Ahmadineyad iba a ser como los demás cuando lo eligieran, que incluso dejaría su ropa sucia para empezar a vestirse correctamente ... No, al principio la gente no quería saber nada. Entonces me planteé que había que cambiar de táctica y echarle un poco más de brío. Me levantaba cada día a las cinco de la mañana y pasaba el día entero viendo al mayor número de gente posible. Les decía: os aviso, los que no voten serán considerados por los basiyis como boicoteadores; y los boicoteado res son aliados de América, de Inglaterra y de Israel. Ese siempre es un argumento muy eficaz [risas]. Pero sólo con las amenazas no hubiera bastado. Fueron necesarias semanas de preparación. Repartimos comidas, tuvimos decenas de reuniones con familias para escucharlas y convencerlas de que Ahmadineyad y su equipo resolverían sus problemas. En definitiva, nos movilizamos de verdad y al final ganamos. Cuando faltaban pocos días para las elecciones, creo que había conseguido convencer a toda mi gente no sólo de ir a votar, sino de votar por Ahmadineyad. Los jefes por su parte esperaron, literalmente, hasta el último minuto para admitir la realidad, a saber, que la base no les seguía en la elección de Qalibaf. Me acuerdo de una reunión tres días antes de la primera vuelta: los jefes todavía estaban furiosos contra Ahmadineyad porque no quería retirarse en beneficio del otro. Entonces tomé la palabra y me enfadé de verdad. Les dije: suerte que no os obedece, porque si se retira no iremos a votar. Cuarenta y ocho horas antes de la apertura de los colegios electorales, los jefes tomaron partido abiertamente a favor de Ahmadineyad, para sorpresa de todos. Entonces la dinámica cambió. 112


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¿ Yen la segunda vuelta? Yo ya no temía nada. Sabía que mi gente no votaría nunca a Rafsanyani. Para empezar, no querían más mulás y Rafsanyani representaba todo lo que va mal.

¿ Cuál será su relación con los que no han votado a su candidato, los reformistas, por ejemplo? Los reformistas están acabados. Ahmadineyad ha ganado, es un hecho, todo el mundo tiene que aceptarlo como presidente, incluidos los reformistas. No les queda otra opción.

Si hubiera ganado Rafsanyani, ¿qué hubieran hecho los basiyis? Nada, como le he dicho, el basiyi está al servicio del régimen; habría obedecido. Evidentemente, si no se hubieran puesto de acuerdo entre ellos en la cumbre, nosotros hubiéramos seguido a nuestros propios dirigentes.

Han elegido a su candidato: ¿ahora qué harán? Es ahora cuando se pone interesante. Hemos demostrado nuestra fuerza política en estas elecciones, yeso nos ha reforzado. Nadie duda que gracias a nosotros Ahmadineyad salió electo. Pero también nos dimos cuenta de que las raíces del régimen están podridas, hay que revivificarlas. Normalmente los pobres son fieles, no dan la espalda por nada. Pero nos dimos cuenta de que estaban completamente desencantados. Yeso no está bien. Ya no tenemos excusa 113


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para no escucharlos más: ya no estamos en guerra, ya no hay una oposición activa que haya que reprimir dentro del país. Ahora todos los poderes están en la misma línea-el presidente yel Parlamento están de nuestro lado, así que va todo bien. Ahora nuestro trabajo consiste en asegurarnos que la gente sea fiel al Nezam. Desde las elecciones, ese tema se ha convertido en una obsesión para nosotros, los basiyis, y sólo hablamos de eso estos días: ¿qué hay que hacer para que la gente esté más satisfecha con el régimen? Tenemos que captar a los jóvenes. Estamos trabajando en eso, en programas para proponerles a los jóvenes para la Achura [la celebración de la muerte del Imán Hussein], programas deportivos, con la idea de que a través del deporte se puede luchar contra la plaga de la droga. Yo,como profesor de esquí, estoy muy requerido en estos momentos.

¿Cuál es su opinión sobre el hiyab [el velo}? A este respecto sólo puedo ser liberal ya que a mi propia esposa no le gusta el hiyab. Aunque, de hecho, ella no comparte ninguna de mis opiniones, ¡pero somos muy demócratas en la familia! Ahora en serio, creo que mientras no se lo quiten del todo, las chicas pueden llevar el hiyab como quieran, no tiene importancia. Pero si algún día quieren empezar a quitárselo del todo, entonces se las tendrán que ver con nosotros; sería un peligro para la supervivencia del régimen y sería inaceptable para nosotros. Yoopino lo siguiente: si las mujeres quieren utilizar el hiyab como un arma para derrocar al régimen, lucharé contra ellas; pero si les gusta llevar un pequeño fular de color porque se ven más bonitas así, es preferible no intervenir porque se crearían tensiones entre los jóvenes. Vamos, que si el objetivo es hacer que América entre en Irán con el bad hiyab [el hecho de 114


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llevar el cabello mal cubierto], estamos dispuestos a hacerles frente.

Es relativamente liberal para un basiyi... [Esla tendencia! No hay que entrar en conflicto con la gente. Sobre todo ahora que el poder está concentrado en nuestras manos, podemos permitirnos ser buenos. Dicho esto, hay algunos radicales en nuestras filas, que siempre buscan el enfrentamiento. Quieren que la gente les tenga miedo. Algunos abusan de su poder, pero son cada vez menos. El caso de los basiyis es como cualquier otro: hay gente buena y gente mala, gente honesta y crápulas; en nuestras filasy en el caso de nuestros jefes también ...

Ocurría unas semanas después de la elección de Ahmadineyad. Nuestro basiyi nos acogió cordialmente en su casa e invitó a su hermano, que tiene opiniones opuestas a las suyas, para demostrarnos que se puede ser a la vez basiyi y tolerante. Efectivamente, ambos sólo querían reírse. El hermano, muy contrario al régimen, decía que no había votado nunca desde la revolución porque no quería tener en sus papeles el «sellode la República Islámica». Hace tiempo tuvo una pequeña debilidad por el presidente reformista Khatami: «En su momento le hubiera votado, pero no pude, físicamente, no pude; es que con alguien que lleva ese turbante en la cabeza, de verdad que no puedo». Aunque detestaba el régimen, tenía el buen gusto de hacerlo platónicamente, sin intentar de ninguna manera contribuir a su caída, lo cual le valía la impunidad a ojos de su hermano y salvaba sus vínculos familiares. El basiyi-un hombre de unos cincuenta años-, monitor de esquí en una estación de montaña, gozaba de bas115


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tante popularidad en su pueblo, y no se puede decir lo mismo de todos los miembros activos de ese movimiento.

En Teherán se ven carteles donde se lee «muerte a Israel», que llaman al enrolamiento en el grupo de los suicide bombers, los voluntarios para los atentados suicidas. Unos jóvenes con atuendo militar recogen firmas para ese grupo a la salida de las mezquitas o en el cementerio de los mártires. De vez en cuando se dedican a hacer manifestaciones especialmente demostrativas, parecidas a las que se pudieron ver en Europa en una época en que los nazis estaban de moda entre ciertos grupos de jóvenes de extrema derecha. El grupo de los voluntarios para los atentados suicidas dice que cuenta con veinte mil afiliados, pero eso le causa gracia a todo el mundo y afortunadamente nunca ha pasado a la acción. El sacrificio ya no tiene tanto éxito. En el Irán actual, la revolución ya no tiene grandes causas en cuyo nombre mandan a los niños al paraíso, y además el atentado suicida nunca ha sido su especialidad. Dejan que esos candidatos kamikazes se dediquen a sus exhibiciones sin consecuencias, pero es un grupúsculo absolutamente marginal, que nadie toma en serio. Forman parte del movimiento mucho más amplio de los basiyis. Literalmente, «basiyi» significa los «movilizados», los movilizados al servicio de la revolución, pero hoy en día la denominación ha perdido el sombrío resplandor de sus orígenes, de cuando designaba un modelo de pureza revolucionaria, de abnegación, de devoción hasta la muerte. El término engloba actualmente muy diversos grados de compromiso, siendo el grado cero el que consiste en hacerse con el carné sólo para beneficiarse de las ventajas materiales que puede proporcionar, tener más oportunidades en los exámenes o en la búsqueda de un empleo, por ejemplo. De los millones de inscritos de los que hace alarde el 116


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movimiento, la mayoría obedece a ese procedimiento opuesto al desinterés y el fervor-o el fanatismo-que motivaban a los primeros adeptos.

La milicia de los basiyis fue creada, igual que el cuerpo de Guardianes de la revolución (pasdaranes), por un decreto de Iomeini en 1979. El Guía solicitó la formación de un «ejército de veinte millones» de hombres para defender a la República Islámica contra Estados Unidos y contra los enemigos internos, ya fueran los partidarios del antiguo régimen, los muyahidines del pueblo (movimiento islamomarxista que creaba sus propios grupos armados) o los independentistas kurdos. Los basiyis fueron puestos a prueba primero en las batallas callejeras. Luego, cuando Irak emprendió las hostilidades en 1980, esos milicianos, la mayoría muy jóvenes-algunos no tenían más de doce años-fueron puestos a las órdenes de los Guardianes de la revolución para ir a combatir contra el ejército de Sadam Hussein. Esos jóvenes reclutas voluntarios formaban las primeras filas, las filas sacrificadas, las que saltan sobre las minas o se llevan los primeros disparos enemigos en el ataque, las que preceden a la ofensiva de las unidades armadas hasta los dientes y les abren camino. Cayeron a millares. «Aquellos se sacrificaron y el país les está agradecido-explica un estudiante de Teherán-. Nuestros problemas con las organizaciones revolucionarias armadas aparecieron después de la guerra. Los basiyis y los pasdaranes de ahora no tienen nada que ver con aquellos combatientes. La prueba es que, hoy en día, muchos de los fundadores de los Guardianes de la revolución se han pasado a la oposición y reclaman un cambio de régimen». Ahora hay muchos jóvenes que ya no soportan el uso político que hace el régimen del culto a los mártires y algunos hasta pierden todo el respeto por los héroes de la guerra. Uno de esos jóvenes, que un día nos hacía un recorrido 117


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por la Universidad de 'Ieherán, cuando pasábamos por un vestíbulo con un gran mural que representaba los retratos de estudiantes muertos en la guerra, soltó en un tono venenoso: «Se supone que es decorativo ...». Lo dijo sin mirarnos, tal vez porque su desprecio sarcástico era, a pesar de todo, sacrilegio. Para los basiyis, tener que dedicarse al mantenimiento del orden moral o a controlar bolsas de mano después de haber querido morir en la guerra, es perder un poco el rango. Durante la posguerra fueron, junto con la policía y otras organizaciones paralelas, meros instrumentos de delación y represión en un país que aspiraba, por el contrario, a disfrutar por fin de la paz. «Que te paren unos adolescentes armados, te conminen a bajar del coche y controlen tu vestimenta y tus papeles con cara de malos, es un poco cómico; hubo una época en que le pasaba a todo el mundo con mucha frecuencia», recuerda una iraní. Luego las brigadas de las costumbres fueron invitadas a irse y el movimiento basiyi, desfasado con respecto a la evolución que experimentaba el país real, se vio muy marginado durante los años con Khatami. Pero no por eso dejó de existir. De hecho, su rama militar, en la cual los jóvenes sirven a tiempo completo, está integrada al ejército de los Guardianes de la revolución; las estimaciones acerca de sus efectivos oscilan entre cuarenta mil y noventa mil. Suelen ser jóvenes provenientes de medios rurales pobres, poco educados, que tendrían dificultades para encontrar un empleo y están muy adoctrinados en el terreno religioso. Paralelamente, se ha desarrollado una nebulosa basiyi, que supuestamente tiene que defender la ideología de la revolución y recurrir cuando sea necesario a los medios de intimidación y de represión paramilitares. Está organizada en células en los pueblos y los barrios, en los colegios y las universidades, en las mezquitas, en los lugares de trabajo e incluso en los ministerios. En el sentido más benign8


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no del término, se trata de una red de solidaridad, siempre dispuesta a prestar ayuda en caso de catástrofe natural y comprometida con la acción social, que puede suponer, por ejemplo, desde cuadrar actividades deportivas para los jóvenes hasta acompañar a personas mayores de excursión al Caspio. El objetivo es el proselitismo a favor del régimen en los ámbitos donde todavía es posible (en la universidad ya no lo es desde hace tiempo), pero también la lucha contra las oposiciones. De hecho, estos bomberos voluntarios de la revolución se pueden movilizar a partir del momento en que una contestación sea demasiado ruidosa. Cuando una manifestación molesta, ellos son la milicia que el ala radical del poder hace atacar, con sus cadenas y sus porras. Las armas están ahora almacenadas en los cuarteles para acontecimientos eventualmente muy graves, y el entrenamiento militar no es muy riguroso, ni siquiera para los más militantes. Se calcula que hay doscientos mil militantes activos y aproximadamente un millón que se pueden movilizar en caso de crisis. Un periodista bien informado sobre los engranajes del poder en Irán a quien le preguntamos cómo estaba estructurada la organización basiyi y su dirección, nos contestó: «¡Telefonead a Dios, sólo él lo sabe! No quieren que se hable de eso, que se los describa, que se les imputen funciones precisas. Quieren tenerlas a su disposición en todo momento. La prensa no puede investigar sobre los basiyis; pueden cerrar un periódico de la noche a la mañana. Ni siquiera sé cómo se llaman sus dirigentes, nadie lo sabe. La constitución estipula que las fuerzas militares y paramilitares no deben meterse en política y el testamento de Iomeini también lo decía, pero ahora es lo único que hacen. Su argumento es que el sistema está en peligro y tienen que defenderlo». Creados por Iomeini para custodiar los principios de la revolución, los pasdaranes se han convertido en una fuerza político-militar considerada como una de las organizaciones más po119


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tentes de la República Islámica, aunque sus efectivos hoy en día no superen los ciento veinticinco mil hombres, aproximadamente. En sus orígenes, tenían que competir con un ejército oficial que había estado al servicio del régimen y del cual Iorneini desconfiaba. Hubo sangrientas purgas dentro de ese ejército durante los primeros años de la República Islámica, no sólo en las filas de los oficiales monárquicos sino también en las de los militares sospechosos de simpatizar con los muyahidines o con la izquierda laica. Las deserciones fueron tan masivas como severas fueron las purgas y el ejército oficial estaba extremadamente debilitado cuando empezó la guerra contra Irak. El cuerpo de Guardianes de la revolución tenía que paliar esas debilidades y al mismo tiempo superar a una institución militar cuya lealtad no estaba garantizada. Durante y después de la guerra, se estructuró, se equipó y se proveyó-además de la infantería-de unidades aéreas y navales y de sus propios servicios secretos. Los pasdaranes asumían, en el plano interno, una función informadora, de mantenimiento del orden y represión de los enemigos de la revolución; aún conservan dicha función. También se encargaban, en el exterior, del apoyo a los palestinos y la formación militar de los movimientos radicales aliados de la República Islámica en la región, concretamente del Hezbolá libanés y los grupos chiíes de oposición en Irak, Mantuvieron dicha actividad tras la muerte de Iomeini, incluso cuando el régimen pretendió oficialmente llevar a cabo otra política exterior. Uno de ellos, un deportista con una imponente anchura de hombros, menos jovial y más solemne que nuestro basiyi, aceptó hablar con nosotros en el verano de 2005. Ocurrió en el sótano de una tienda del centro de Teherán-«estaremos más tranquilos», dijo-y no ocultó su identidad. Decía que conocía al nuevo presidente desde hacía unos quince años y que siempre había apreciado en él una gran capacidad para escuchar: «Su despacho 120


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nunca estaba cerrado, nos recibía siempre que lo solicitábamos». También nos confirmó que la base de los basiyis y de los Guardianes de la revolución fueron quienes asumieron una postura a favor de Ahmadineyad en las presidenciales y se la impusieron a la jerarquía, que a su vez se la impuso al Guía. «El Guía no tenía a ningún candidato-nos dijo-o Se limitó a enunciar algunos parámetros para la función del presidente, a los que respondían no pocos candidatos. Fuimos nosotros los que elegimos a Ahmadineyad, porque estábamos seguros de que era el único que podía ganarlas. Su objetivo es extirpar la corrupción de este país y es por eso por lo que ha ganado. Los candidatos restantes se equivocaron pensando que podían comprar a los votantes con promesas de más libertades. Los iraníes esperaban otra cosa». «La gente que está en el poder se ha comportado desde hace años como si el ministerio del Petróleo fuera de su propiedad personal--continuó-. Hay demasiados agujeros en los oleoductos de Irán; Ahmadineyad ha decidido taparlos. Apartará a los corruptos y se rodeará de gente sana». Sanos como verdaderos Guardianes de la revolución. ¿Acaso-según él-el descrédito que despertaba el clero no afectaba al régimen en sí? «No, no creo que los iraníes se hayan puesto en contra de los mulás en general. Hay mulás que son buena gente y otros que no valen nada. Yo no miro lo que hay sobre la cabeza sino dentro. No hay que olvidar que la gente en Irán es muy religiosa, como yo», contestó retomando un lugar común que ya no es tan evidente en este país. «Rafsanyani fue repugnante durante la campaña. A pesar del turbante que lleva en la cabeza) habló como un sha. Con él, la diferencia entre clases sociales se hubiera acentuado todavía más. Lo que necesitamos es un presidente que por fin se ocupe realmente de los problemas del pueblo». En cuanto al fundamento del régimen islámico) la supremacía de un Guía religioso en los asuntos del Estado) reconocía que «puede que todo el 121


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mundo no esté de acuerdo. Pero si alguna vez alguien del extranjero pretende hablar de ello en nuestro lugar, entonces seremos setenta millones a favor», proseguía levantando el tono: todo Irán lucharía para defender a la República Islámica de la injerencia extranjera. No tenía nada en particular contra los americanos pero según él tienen que dejar de intervenir en los asuntos internos de Irán: «Han llegado a pagar a algunos iraníes para que siembren el desorden durante las fiestas de la Achura, para que las ridiculicen y las transformen en farsa. Tienen que parar, abandonar su discurso sobre el cambio de régimen en Irán, porque no les llevará a nada».

Desde el momento en que el Guía y la jerarquía de los Guardianes resolvieron in extremis a favor de Ahmadineyad en lugar de Qalibaf todo el aparato se movilizó en beneficio del candidato. Parece ser que dicha movilización fue más allá de las buenas normas de la democracia, especialmente en la primera vuelta. Los resultados obtenidos por Ahmadineyad en algunas regiones como Ispahán o la provincia sureña de Khuzistán son desorientadores. En Khuzistán-donde reside una fuerte minoría árabe suní-la participación anunciada era de un 95 por 100 en la primera vuelta, con un tercio de votos para Ahmadineyad, que sin embargo profesa un concepto más bien rígido del chiismo. Hay numerosos testimonios provenientes de otras regiones que relatan la presencia masiva en los colegios electorales de basiyis encargados de ayudar a los votantes a cumplir con su deber, sobre todo en las zonas apartadas. El sistema iraní no prevé cabinas electorales ni papeletas de voto con los nombres de los candidatos impresos; hay que escribir el nombre que se elija y esto deja al votante analfabeto en un estado de cierta dependencia. «La gente colocaba su huella digital y le pasaba la papeleta a un joven 122


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basiyi para que escribiera el nombre», nos contó un observador. El hecho de que no haya listas electorales y que se pueda votar donde se quiera facilita por otro lado las aproximaciones en cuanto a las tasas de participación, así como el relleno de urnas, que algunos estiman considerable. «Rafsanyani ya se puede quejar, él no se ha privado de hacerles antes a otros lo que le han hecho», fue la observación que nos hizo un periodista de Teherán. Las elecciones a la iraní son así: no siempre pura farsa, ya que por momentos hay que tener en cuenta el sentimiento popular, pero sí objeto de manipulaciones cuando es necesario. Y,de hecho, los que desde hace tres años pretendían tomar el relevo de los mulás lo necesitaron.

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Han cumplido los cincuenta, hicieron la revolución cuando tenían veinte años y luego hicieron la guerra durante ocho años contra Sadam Hussein. Hay algunos que siguen sirviendo en el cuerpo de los Guardianes de la revolución y otros que han dejado la función militar, pero siguen siendo pasdaranes por la ideología: cuando se ha sido, se sigue siendo, a menos que uno cambie de bando radicalmente, como algunos renegados que ahora son los oponentes más virulentos. Yahan cumplido los cincuenta y, desde hace algunos años, se sienten más que nunca responsables de la misión de defender al país y salvar al régimen, dos tareas que para ellos se confunden. Son los guardianes de una revolución sitiada en las fronteras, acorralada progresivamente por los mismos a quienes había pretendido echar de la región: ahora el ejército americano está implantado o dispone de intermediarios prácticamente en todos los países del perímetro de Irán. Son los guardianes de una ideología que en el plano interno ha sido degradada, de un régimen desconsiderado, amenazado por un hundimiento central por desafección de la población. Como han luchado por el país, consideran legítimo tomar los mandos; quieren coger el relevo de un clero que envejece, desgastado por veintisiete años ejerciendo el poder. Corren peligro si esperan y corren peligro en las fronteras. Hace ya tres años que les tocaba a los pasdaranes y la elección presidencial de junio de 124


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es la última etapa de su estrategia de conquista de las instituciones. 2005

Antiguo guardián de la revolución, Mahmud Ahmadineyad forma parte tanto de esa generación de quincuagenarios que aspira al poder, como del ala que se ha mantenido más fiel a la ideologíajomeinista. A finales de los noventa fue uno de los fundadores de una de las asociaciones dedicadas a la defensa de la herencia revolucionaria, la de los «isargaranes», una palabra que incluye la idea de abnegación, de sacrificio por una gran causa. Congrega principalmente a antiguos combatientes, a familias de los caídos, de los inválidos de guerra, que se consideran los depositarios del ideal de justicia social y de independencia nacional legado según ellos por Iomeini, Son rectificadores de errores cuyo primer objetivo, cuando crearon esa asociación, era luchar contra los reformistas, principales responsables a sus ojos de la degeneración del régimen. Hallamos en sus comunicados, recopilados pacientemente por el periodista de Radio Free Europe Bill Samii, una prefiguración de lo que iba a inspirar la campaña de Ahmadineyad para las presidenciales de 2005. Yaen 1999, por ejemplo, los isargaranes lanzaron una advertencia contra la fractura social: «Los problemas sociales, la multiplicación de robos y crímenes, la decadencia social, la corrupción administrativa, la humillación constante de la gente en su vida diaria, la creciente diferencia entre las expectativas de la población y la política del gobierno provocan una fractura social profunda que podría derivar en crisis nacional». A principios de 2001, la asociación denunció un peligro de subversión interna provocado por los esfuerzos reunidos «de gobiernos extranjeros, grupos contrarevolucionarios y algunos elementos de dentro del poder». No dejará de acusar a los reformistas de plegarse ante las exigencias de Estados Unidos, 125


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ni de hacer llamamientos al esfuerzo nacional contra la amenaza de dominación extranjera. A partir de 2003 aparece otro movimiento, cuyos afiliados coinciden en parte con los tsargaranes, que en un primer momento se asigna un objetivo limitado: arrancarle la municipalidad de Teherán a los reformistas y arremeter eficazmente contra los problemas concretos de la capital. Setrata del movimiento de los abadgaranes (literalmente: los «desarrolladores»), que una vez lograda esa operación siente que le crecen las alas, que traslada el ensayo a escala nacional y le insufla sangre nueva al conservadurismo iraní. Ahmadineyad les debe en gran parte a esos «neoconservadores» su fulgurante ascenso político. Ganaron las municipales de febrero de 2003 aprovechando la gran desafección del electorado (un 13 por 100 de participación) y designaron a Ahmadineyad alcalde de la capital. En las legislativas de 2004, después de que el Consejo de guardianes rechazara las candidaturas de numerosos reformistas que tenían muchas oportunidades de salir elegidos) los conservadores consiguieron una confortable mayoría (170 escaños de 290) Ylos abadgaranes quedaron como los líderes de esa reconquista del Parlamento. Esos diputados iban a complicarle la vida a Mohamed Khatami hasta el final de su mandato. De entrada dan a conocer los matices de un radicalismo que hace ya varios años que no es bien recibido en el Parlamento. Son muy nacionalistas, muy desconfiados hacia las inversiones extranjeras, muy antiamericanos, muy contrarios a las negociaciones que Irán ha aceptado entablar con la Unión Europea sobre su programa nuclear. Consiguen decisiones presupuestarias que confirman-por si fuera necesariohacia dónde se dirigen sus simpatías: aumentan los recursos asignados a las fundaciones revolucionarias, a la policía, a los basiyis y a los Guardianes de la revolución. De acuerdo con éstos, en 2004 anularon con estrépito el contrato que tenían con una 126


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empresa turca para la gestión del nuevo aeropuerto de Teherán. Unos meses más tarde, hicieron fracasar un enorme proyecto con Turkcell para una segunda red de telefonía móvil, exigiendo que las participaciones de esa otra empresa turca bajaran a 49 por 100 en vez del 70 por 100 previsto en el contrato. Paralelamente, intentaban conseguir una modificación de la ley que le garantizara al Parlamento el derecho de control sistemático sobre todas las inversiones extranjeras. En otoño de 2005 amenazaban con reincidir criticando agriamente, en un informe, una serie de contratos firmados con empresas extranjeras en el sector del petróleo, la petroquímica y sobre todo el material telefónico. Entre los miembros del movimiento de los abadgaranes hay una fuerte proporción de antiguos Guardianes de la revolución. Un centenar de los diputados conservadores elegidos en 2004, igual que la mayoría de gobernadores de provincia recientemente nombrados, también son antiguos pasdaranes. En las presidenciales de junio de 2005, cuatro de los cinco candidatos conservadores, entre los cuales se encontraban Ahmadineyad, también lo eran. Resulta difícil no deducir de esto un simple efecto generacional: esos hombres siguen estando muy cerca del «ejército ideológico» creado por Iomeini que, infringiendo las consignas del padre fundador, decidió entrometerse en política. En mayo de 2004, el asunto del nuevo aeropuerto supuso en ese aspecto su verdadera entrada en escena. El presidente Khatami acababa de inaugurar las nuevas instalaciones cuando los Guardianes de la revolución las hicieron cerrar alegando cuestiones de seguridad nacional. La empresa turca a la que le habían confiado la gestión de los servicios de la plataforma fue acusada de tener relaciones con Israel. Fue un episodio que caracterizó el procedimiento que la nueva derecha pretendía seguir en cuestiones de Estado: en los negocios hay que elegir a los 127


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amigos y a los socios. El hecho de que Turquía sea miembro de la OTAN y haya firmado un acuerdo de seguridad con Israel descalifica a priori las inversiones turcas en Irán. El 8 de mayo de 2004 unos dispositivos militares bloquearon las pistas e impidieron que aterrizara un aparato comercial iraní en el nuevo aeropuerto amenazándolo con tiros. Los diputados conservadores lograron que el contrato se rescindiera. Fue una bofetada para Khatami; también fue la demostración por parte de los pasdaranes de que a partir de entonces iban a tener que contar con ellos, una demostración aún más espectacular si se tiene en cuenta que, al parecer, prescindieron del visto bueno del Guía Ali Khamenei en ese golpe. En el terreno económico, los Guardianes de la revolución no sólo se mueven alentados por la ideología nacionalista de la revolución sino que también defienden sus propios intereses. Se han implantado en algunos sectores como las telecomunicaciones y el comercio, y quieren protegerse de una competencia demasiado feroz. También son, junto con la fundaciones revolucionarias, los beneficiarios de las ramas lucrativas de la economía paralela, especialmente de los puertos instalados a lo largo del Golfo Pérsico, por donde transitan las mercancías que se zafan de todas las tasaciones del sistema oficial de aduanas. A principios de 2003, Mehdi Karoubi, que entonces era presidente del Parlamento, denunció ese sistema y declaró que muchos de esos puertos estaban en manos de los Guardianes de la revolución. Ante la tormenta de protestas que desencadenó, se vio obligado a retirar la acusación. Se creó una comisión de investigación parlamentaria para inspeccionar los puertos, pero la bloquearon y la investigación tuvo que dar media vuelta; el escándalo de los puertos quedó enterrado. «Desde la unificación de los tipos de cambio, el comercio de los productos importados clandestinamente tiende a reemplazar al tráfico de divisas como fuente 128


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principal de ingresos ilegales. El contrabando es masivo-declara un periodista iraní-. Se importan hasta chadores de Arabia Saudí, de Turquía) ¡hasta de Japón! Los Guardianes de la revolución, las Fundaciones, diversas organizaciones religiosas) han creado sus circuitos de aduanas paralelas. Khatami intentó acabar con ese sistema pero no pudo». Lospasdaranes, según ese periodista) controlan supuestamente setenta de esos puertos. Forman parte de aquellos a quienes no les interesa una economía más abierta, más competitiva, más transparente. Los Guardianes de la revolución tienen sus propios servicios de información. Disponen de cuarteles reservados en algunas prisiones. Administran el programa balístico) que ha progresado a pasos agigantados estos últimos años. Se sospecha-aunque no hay pruebas de ello-que controlan las actividades nucleares. Se encargan de la parte oculta de la política exterior de Irán) de la ayuda a los movimientos armados y a los grupos terroristas aliados. La nueva situación que se produjo en la región después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos) con la implantación del ejército americano en Afganistán, los proyectos de Washington sobre el «Gran Oriente Medio» y luego la intervención en Irak en 2003, ha liberado a Irán de sus dos enemigos principales-Sadam Hussein y los talibanes-pero genera en el régimen un sentimiento de amenaza y urgencia, sobre todo en los pasdaranes. Aunque pronto les dará un sentimiento de poder: los Guardianes de la revolución sienten que vuelven a ser actores cruciales en los conflictos de la región y la pieza clave de la defensa del régimen islámico. Estados Unidos está paralizado luchando contra unas dificultades que no esperaba en Irak. Al mismo tiempo el mundo se hunde en una crisis energética que vuelve a darle al Irán productor de petróleo unas cartas inesperadas. Para los Guardianes de la revolución y sus allegados es el momento de levantar cabeza. Ahora es el peor momento para las 129


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concesiones sobre lo nuclear y la búsqueda de un acercamiento con Estados Unidos. Sin embargo, es lo que está en juego en el debate político interno. La anunciada victoria de Rafsanyani en las presidenciales de junio de 2005 hubiera significado para los «neoconservadores» cercanos a los pasdaranes el triunfo de uno de sus antiguos enemigos y el golpe final para su proyecto de conquista del poder. También suponía para los Guardianes de la revolución la perspectiva de su propia decrepitud en un momento dado: el debilitamiento de lo que internamente quedaba de la ideología revolucionaria, un nuevo reparto económico que iba tanto en contra de sus propios intereses particulares como de sus convicciones de nacionalistas puros y duros y, por último, el riesgo de ver que se desvanece progresivamente su función en política exterior a consecuencia de una fume política de apaciguamiento con los occidentales. ¿Quién tiene el poder sobre el otro: el Guía Ali Khamenei o el cuerpo de Guardianes de la revolución? «Ésa es la pregunta fundamental de la política iraní», afirma, sin contestarla, un diplomático occidental destinado en Teherán. «En principio los pasdaranes acatan las órdenes del Guía pero éste sólo les dice lo que quieren oír», dice otro. Después de las presidenciales de 2005, muchos comentaristas iraníes de la vida política consideraban que la influencia de los Guardianes de la revolución se había hecho más determinante que la de los viejos mulás conservadores, y que el Guía estaba en sus manos. En cualquier caso, su interés común había sido hacer fracasar a Rafsanyani, que mantiene con A1i Khamenei relaciones lo suficientemente complejas como para que éste último no haya querido verle alcanzar el poder gracias al sufragio universal. ¿Por qué eligieron a Ahmadineyad antes que a otros candidatos conservadores mejor situados como Qalibaf? Según la gente a la que le hemos preguntado, la 130


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base de los basiyis y de los Guardianes de la revolución fue la que, seducida por el discurso populista de Ahmadineyad, les hizo cambiar de opinión a último momento. La jerarquía se alineó en en el último minuto por temor a una revuelta como la que había tenido que sufrir en 1997, cuando la base, contradiciéndola, se había negado a movilizarse por el candidato ultraconservador Nategh Nouri y había apoyado al reformista Khatami. «Es un golpe de Estado de militares y paramilitares; el Guía tenía el poder de evitarlo pero se ha cuidado muy bien de no hacerlo», nos dice alguien cercano a Rafsanyani a propósito de las elecciones. Varios grandes de la oposición protestaron como él contra la «militarización» del régimen, contra el «golpe de Estado incipiente», contra el paso hacia un régimen «militar-fascista».

Ahmadineyad llegó a la presidencia en una situación ideal. Gracias a la fuerte subida del precio del petróleo, el país iba a almacenar durante el año iraní en curso (desde marzo de 2005 hasta marzo de 2006) más de 40.000 millones de dólares en ingresos del petróleo, un récord en su historia y 24.000 millones más de lo que se había previsto en el presupuesto. Se podía pensar que el nuevo presidente utilizaría ese inesperado maná para financiar sus promesas de campaña electoral. El régimen parecía por otra parte más homogéneo que nunca. En ese régimen el presidente no tiene autonomía de decisión sobre las grandes cuestiones de fondo; pero después de la muerte de Iomeini, tanto Rafsanyani como Khatami habían desempeñado en ese puesto-con el Parlamento en algunas ocasiones o contra él en otras-una función crucial de influencia y contrapeso hacia la autoridad suprema, el Guía Ali Khamenei. La elección de Ahmadineyad trastornaría esos equilibrios internos: la misma tendencia conservadora radical iba a dominar ahora todas las instituciones que cuentan en la


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República: el Guía, el Consejo de guardianes, el Parlamento, la presidencia. Una vez más, no obstante, las cosas no sucederían totalmente como estaba previsto. El 23 de agosto, unas semanas después de su entrada en funciones, Ahmadineyad se enfrenta a la primera mala acogida ante un Parlamento que, según decían, estaba totalmente de su parte, cuando presenta a su equipo de gobierno para la aprobación de los diputados. Un hecho sin precedentes en la historia de la República Islámica: la asamblea se opone a cuatro de las personalidades propuestas, entre las cuales se encuentra Ali Saeedlou en el importante puesto de ministro del Petróleo. Saeedlou era el hombre de confianza de Ahmadineyad, su brazo derecho en el ayuntamiento de Teherán, el responsable de las finanzas de la municipalidad y alcalde interino desde las presidenciales. Los caciques de la política iraní no le conocían mucho y antes del voto en el Parlamento ya le habían disparado algunas flechas envenenadas. Estudió geología pero sólo ejerció sus funciones, antes del ayuntamiento de Teherán, en el ministerio de Comercio, «entre alfombras y tés», según sus detractores, lo cual desencadenó risas malvadas en los pasillos del Parlamento. El licenciado fue severamente rechazado al obtener sólo 101 votos sobre 284. Dos meses más tarde, el e de noviembre, a Mahmud Ahmadineyad le rechazaron por segunda vez el ministro del Petróleo que había elegido. El nuevo candidato, Sayed Sadegh Mahsouli, era conocido por haber amasado una enorme fortuna en poco tiempo en el comercio inmobiliario y las negociaciones con el petróleo, y debería haber sido el más odiado del presidente. Pero otra de sus características era ser un antiguo guardián de la revolución y haber estado en el frente con Ahmadineyad. Las malas lenguas volvieron a manifestarse contra el «comandante multimillonario»: «Su única habilidad en materia de petróleo es 132


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haber hecho saltar un pozo en Irak». Su caso pintaba tan mal que Mahsouli renunció antes de que procedieran a la votación. El presidente fracasó por tercera vez, a finales de noviembre, con un candidato que sólo obtuvo 77 votos. A principios de diciembre decidió plegarse al clasicismo presentando a Kazem VaziriHamaneh, un veterano de la administración del petróleo, cercano al gobierno anterior, reputado y competente, que desde hacía meses era ministro interino y fue aprobado sin dificultad por los diputados. La continuidad estaba asegurada y Ahmadineyad, contrariamente a sus promesas, no controlaba ese importante ministerio. Este complejo episodio fue devastador para la imagen del nuevo presidente. Ya en el segundo intento fallido era el hazmerreír de todo Irán. Cogió por sorpresa a buena parte de los que habían apoyado su candidatura por su conocido desdén hacia el Parlamento, sus obstinados intentos de colocar en el ministerio del petróleo a miembros de su clan-antiguos camaradas pasdaranes o miembros de su equipo en el ayuntamiento de Teherán-, por las purgas masivas que había emprendido en las administraciones, en el cuerpo diplomático, en las provincias, en los bancos del Estado, y también por las imprecaciones contra los occidentales y los israelíes que empezó a proferir a partir del otoño. Pero algo salió todavía peor para él que esas peripecias parlamentarias humillantes: la reaparición del adversario con el que se había atrevido a medirse y a quien había derrotado en las elecciones de junio, «el insumergible» Ali Akbar Hachemi Rafsanyani. El 2 de octubre el Guía anunció que delegaba en el Consejo de Discernimiento, un órgano de arbitraje presidido por Rafsanyani, una parte de sus propias prerrogativas: la supervisión de los tres poderes, el ejecutivo, el legislativo y el judicial. Nada menos. El Consejo de Discernimiento iba a tener que velar por que se aplicara correctamente el plan quinquenal y por el respeto de las 133


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grandes líneas definidas para los veinte años siguientes; los tres poderes tendrían que plegarse a la opinión del Consejo en caso de desacuerdo. Dicho de otra forma, Mahmud Ahmadineyad no podía considerarse el nuevo dueño. No iba a poder salir del marco fijado antes de su elección, especialmente en el cuarto plan quinquenal (2005-2009), que ratificaba el principio de las desnacionalizaciones y el objetivo de una liberalización de la economía. Unas semanas más tarde, los iraníes tuvieron la confirmación de que se estaban emprendiendo grandes maniobras en las altas esferas mediante una escenificación inédita de la gran plegaria que marca el fin del ramadán, cuyo ceremonial no acostumbra a tolerar el más mínimo cambio. A1iKhamenei estaba situado naturalmente en primer plano para pronunciar su prédica y le daba la espalda-como le corresponde a un guía-al ejército de dignatarios del régimen alineados en fila, a bastante distancia de él. Pero en ese espacio intermedio que normalmente queda vacío se había situado a dos pasos de él otro hombre con turbante, Rafsanyani, cuya ubicación lo singularizaba ostensiblemente. A la mañana siguiente, los periódicos llamados «de derechas», los que habían apoyado a Ahmadineyad, publicaban de la ceremonia una foto tomada de frente, que anulaba el espacio por efecto óptico y unía a Rafsanyani con la multitud de figurantes oficiales. En cambio, todos los periódicos un poco contestatarios, cercanos a los reformistas, publicaron una vista de perfil que subrayaba el carácter simbólico de la escenografía: Rafsanyani era en efecto el número dos del régimen. Lo que ocurre a ese nivel de poder perdido entre las brumas de la altitud sólo puede dar lugar a arriesgadas suputaciones. Había varias interpretaciones. «El Guía quiere rectificar la mala imagen de Rafsanyani confiándole la misión de evitar que el presidente y el Parlamento cometan errores. El país atraviesa un periodo delicado, hay riesgo de crisis, no nos podemos permitir 134


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equivocarnos. El presidente tiene las manos limpias pero no tiene experiencia. En cambio, Rafsanyani es un hombre con experiencia, puede ayudar a tomar buenas decisiones», nos explicó Amir Mohebian, un reconocido editorialista del periódico de derechas Resaalat. Esa era la imagen de Ahmadineyad que prevalecía en la mentalidad de aquellos que seis meses antes habían hecho campaña por él. Para Mohamed Atrianfar, un hombre muy próximo a Rafsanyani, las nuevas prerrogativas que le habían atribuido eran en realidad una cáscara vacía y un regalo envenenado: «Este gobierno se encamina hacia el fracaso-s-nos dij~, el Guía ha tomado conciencia de ello y ha encontrado así la forma de no llevar solo la responsabilidad del fracaso, compartiéndola un poco con Rafsanyani». Regalo envenenado o no, el vencido de las elecciones volvía a estar de lleno en la batalla y al parecer se jactaba de oponerse a las desviaciones extremistas del nuevo presidente. La gran plegaria del viernes, que desde la revolución se hace en Teherán en el campus de la universidad, es la cita política semanal en la cual los religiosos que están en el poder comunican su mensaje. Muchas veces Rafsanyani arremetía en sus prédicas contra el nuevo presidente, denunciando como ataques contra los intereses de la nación las purgas que había emprendido, las invectivas contra Israel e incluso la posición que había asumido con respecto al asunto nuclear. «No se debe hablar de ese asunto usando eslóganes», declaró en septiembre de 2005 ante los fieles, rompiendo por primera vez públicamente la unión sagrada que ostentaban hasta el momento a ese respecto todos los dirigentes iraníes. Tras haberse decantado mal en las presidenciales, la balanza de la política iraní parecía volver al centro de gravedad alrededor del cual oscila desde la muerte de [omeini: hacia el combate de jefes, hacia esos dos personajes, esos dos enemigos íntimos, Khamenei y Rafsanyani, que desde hace die135


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cisiete años no han dejado de enfrentarse y aliarse según las circunstancias. En cuanto al «bloque» de los conservadores, que unas semanas antes supuestamente tenia que hacer reinar la cohesión en el seno del régimen, se había dividido en menos tiempo de lo que se tarda en decirlo. Las visiones proféticas y las exageraciones a las que se dedicaba Ahmadineyad, liberado de la relativa moderación que se había impuesto durante la campaña, repelían a más de uno. El anuncio de una «nueva revolución islámica», que «se erige gracias a la sangre de los mártires y alcanzará pronto al mundo entero», ya no es susceptible de movilizar multitudes en Irán. Aparte de sus amistades entre los pasdaranes, tenía como mentor al ayatolá Mesbah Yazdi, líder de los sectores religiosos fanáticos, minoritarios en el clero iraní y el resto de la población. Buena parte de los conservadores ya no tienen gran cosa que hacer con ese misticismo exaltado. En cuanto a los Guardianes de la revolución, si algunos habían esperado utilizar a Ahmadineyad para apoderarse del ministerio del Petróleo, no todos son tan visionarios como él. A finales de 2005, un periodista iraní declaraba: «Muchos pasdaranes son unos tecnócratas, unos modernistas; mandan a sus hijos a acabar los estudios a Estados Unidos. En el momento de la elección, el apoyo más firme que tenia Ahmadineyad eran los basiyis, una parte de los Guardianes de la revolución y los sectores cercanos al poder judicial; hasta ésos están perturbados e intentan tomar distancias; estamos en pleno caos, es imposible decir qué resultará de esto». Entonces algunos ya empezaron a evocar el proceso de destitución por parte del Parlamento que sólo había sido utilizado una vez, contra Bani Sadr, el primer presidente de la República Islámica. El Guía en persona había pedido que le dejaran un poco de tiempo antes de condenar al que había sido su protegido. Mahmud Ahmadineyad volvía a ser lo que era: el represen136


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tante de una minoría en el seno del poder, no de la mayoría; una minoría extremista peligrosa, que había que marcar. El país había acabado el año en una parálisis característica de las situaciones inestables, donde cada cual espera a ver qué pasa. Las inversiones extranjeras se habían detenido. Muchos contratos justo a punto de cerrarse entre empresas iraníes y extranjeras quedaban a la espera en el ámbito de los hidrocarburos, sector en el que Irán necesita urgentemente una modernización de las instalaciones; habían perdido un año y quizá algo más. Los capitales iraníes huían hacia Dubai, la Bolsa de Teherán se había hundido. La inflación se agravaba. Los que habían votado a Mahmud Ahmadineyad por entregarse a los «desheredados» y por sus promesas de redistribución de los ingresos, no veían que les llegara nada. Pero el nuevo presidente, de naturaleza obstinada, no es persona de empequeñecerse ante la adversidad. Multiplicó los discursos en las provincias y las promesas demagógicas, se obstinó tan bien en el registro que inicialmente le había valido los reproches de los caciques del régimen-el de la invectiva contra Israel y Occidente-que consiguió ser el centro del debate. Aun acorralado, incluso repudiado por algunos de los suyos, Mahmud Ahmadineyad seguía teniendo verdaderos apoyos y podía serie indiscutiblemente útil a los demás en el complicado periodo que se abría para Irán con la disputa nuclear: lo dejaron hablar y pronto se convirtió para la opinión internacional en la voz de Irán.

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9 UNA IMPROBABLE VUELTA ATRÁS

«¡Estáis de brorna!», exclama uno de esos intelectuales que a pesar de todo prefieren mantenerse en el anonimato cuando le preguntamos si Ahmadineyad le daba miedo, si temía un retroceso del régimen a unos años atrás: «Aquí las mujeres están instruidas, trabajan. Si el día de mañana intenta imponerles cualquier cosa que no les agrade, en Irán se pararán tres cuartas partes de los ordenadores», Es un lugar común, una imagen, pero de entre todas las razones para evitar la desesperación que hay en este país, la principal es efectivamente la espectacular mutación que ha conocido la sociedad iraní en veinte años y que decididamente la orientan hacia la modernidad. A principios de los años ochenta, una iraní traía al mundo una media de siete hijos, hoy en día son dos. No existen ejemplos de otros países donde la evolución del comportamiento social haya sido tan rápida. La tasa de alfabetización-de un 83 por lOo-es la más elevada de todos los países con un nivel de vida comparable. Hay en Irán 1,6 millones de estudiantes, entre los cuales las chicas son mayoría desde finales de los años noventa. El haber liberado en cierta manera a las mujeres, sobre todo permitiéndoles instruirse y controlar sus embarazos al mismo tiempo que las rebajaba en el plano jurídico a un estatus de inferioridad, es una de las mayores paradojas de la República Islámica. Los esfuerzos emprendidos bajo la monarquía a 138


UNA IMPROBABLE

VUELTA ATRÁS

favor de la educación se han intensificado después de la revolución. Se construyeron universidades hasta en las pequeñas ciudades de provincia con la idea de que las chicas pudieran instruirse sin tener que abandonar a su familia y escapar a su control. El uso del hiyab era, desde ese punto de vista, reconfortante para muchos. Cuando en 1935 el primero de los Pahlevi, Reza Sha, quiso prohibirles el uso del velo a las mujeres, provocó el enclaustramiento de millones de ellas durante varios años; obligándolas a cubrirse y codificando el espacio público, la República Islámica las ha incitado a salir y a instruirse. La difusión de la enseñanza supuso cambios profundos, sobre todo en los sectores tradicionales y conservadores. Redujo progresivamente el abismo cultural que separaba antaño la vida rural de la de las ciudades, las categorías favorecidas de las que no lo eran. Después de haber alentado inicialmente la procreación, la República se percató, al cabo de unos diez años, de que implicaba construir infraestructuras de todo tipo a un ritmo un poco demasiado constante y, cambiando de opinión, optó por una política que invitaba a la moderación, en un momento en que la evolución económica y social defendía lo mismo. «Familia reducida, familia feliz», reza hoy un eslogan oficial, en absoluta ruptura con una doctrina que relegaba a la mujer exclusivamente a la maternidad. La urbanización y el coste de la vivienda en las ciudades también han contribuido a que retroceda la edad del matrimonio, que hoy en día se sitúa en un promedio de veinticinco años para las mujeres y veintiocho para los hombres. No se puede ilustrar mejor el desfase del país real con una ley religiosa que no reconoce la igualdad de sexos, que considera el divorcio una prerrogativa del marido, concediéndole todos los derechos en esa circunstancia y que deja que perduren, aunque se hayan vuelto marginales, las arcaicas prácticas de los matrimonios concertados y la poligamia. 139


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En los años noventa, estas contradicciones dieron lugar a lo que se ha dado en llamar el «feminismo islámico»-aunque la expresión suscite en Occidente tantas risas incrédulas como el submarino a vela-, un movimiento que ha prendido como la pólvora. Lo alimentaban mujeres que no cuestionaban los fundamentos religiosos del régimen, sino que objetaban la interpretación que se hacía de los textos sagrados y reclamaban la igualdad de derechos. Se unían al discurso de las militantes laicas de los derechos del hombre, como las abogadas Shirin Ebadi y Mehranguiz Kar, sobre la confiscación del islam chií por parte de unos hombres que de hecho sólo defienden antiguos privilegios patriarcales. La hija de Rafsanyani, Faezé Hachemi, fue una de las pioneras de ese movimiento feminista, sobre todo gracias a su lucha por la eliminación de la prohibición que impide que las mujeres practiquen deporte. Hoy en día las iraníes corren, nadan, reman y juegan al fútbol entre chicas. También frecuentan gimnasios, que han proliferado últimamente en las ciudades. Cada vez que hay un gran partido de fútbol masculino en el que Irán compite contra un equipo extranjero, hay mujeres que se manifiestan delante del estadio de Teherán para reclamar la entrada a las gradas, que les está vetada desde la revolución. El hecho de no poder participar en esos momentos de alborozo popular y chovinismo les parece la peor injusticia que se le puede hacer a unas ciudadanas patriotas. Aparte del oficio de juez y el de presidente de la República, ya casi no hay profesiones que les estén prohibidas a las mujeres en Irán. Algunas hacen carrera en la enseñanza superior o el marketing, son directoras de empresa o hacen su camino en los sectores técnicos altamente cualificados, en profesiones dentro de la ingeniería o la informática. «En medicina, las mujeres tienen acceso, en todas las especialidades, a carreras hospitalarias 140


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que podrían envidiarles muchas europeas víctimas del machismo y de los poderosos eruditos», asegura una ginecóloga de Teherán. El crecimiento de las ciudades y las dificultades económicas que afectan a muchos sectores de la población han conducido a cada vez más mujeres al mundo laboral) aunque la proporción de trabajadoras activas sea muy inferior a la de los países occidentales. Las iraníes se ríen cuando les dicen que en Occidente todavía hay gente que cree que comparten la misma suerte que las saudíes o las afganas. Se consideran más libres que la mayoría de sus contemporáneas de otros países musulmanes y no se les ocurriría jamás identificarse con las afganas aisladas detrás de la burka azulo las saudíes «¡que no tienen derecho a conducir y tampoco a salir solasl», «Ningún grupo de población, en toda la región, ha experimentado una evolución comparable a la de las mujeres iraníes en los últimos diez años -dice Fatemeh Sadeghi, profesora de la universidad de Teherán y abogada que trabaja por la causa de las mujeres-o Esos cambios les conciernen a todas) en todos los medios. Hay que estar exiliada en Los Ángeles para no verlos. Las iraníes de California se quejan mucho pero no entienden nada, se han quedado con el Irán que dejaron en 1978 y con su obsesión por el régimen del cual huyeron) hasta el punto de no querer ver en qué se ha convertido el país real». La mayoría de la población de este país vive en las ciudades. El 60 por 100 de los iraníes tiene menos de veinticinco años. La mayor parte de esos jóvenes no ha tenido jamás ni una onza de conciencia revolucionaria) muchos le han dado la espalda a las prácticas religiosas. Están expuestos a las influencias externas y manifiestan, como muchos otros jóvenes en todo el mundo) un marcado proclive hacia el ocio yel consumo. Nada de todo esto ha impedido que Ahmadineyad sea elegido) pero también significa que la sociedad iraní no vive un


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momento de repliegue sobre sí misma cuyo resultado sería su elección; al contrario, necesita apertura. Otra razón para pensar que esa necesidad de apertura acabará venciendo tiene que ver con la situación económica del país. En el momento más álgido: de los precios del petróleo en 2005, las exportaciones le reportaban a Irán aproximadamente 200 millones de dólares por día. Eso puede darle una ilusión de confort al gobierno, puede permitirle aumentar las subvenciones del Estado de bienestar o en el mejor de los casos mejorar la política social. Pero en realidad el margen es estrecho yeso no permite cuestionar el proceso de apertura de la economía que se ha emprendido tímidamente desde hace diez años. Hay una simple constatación muy reveladora: Irán, el segundo país exportador de petróleo de la OPEP, se ve obligado a importar gasolina, por un importe que alcanzó los 4.000 millones de dólares en 2005, porque no tiene suficientes capacidades de refinado. La gasolina es uno de los productos que el Estado subvenciona en grandes cantidades: se compraba en el surtidor a 8 céntimos de euro el litro ese mismo año. Mientras más aumenta el precio del petróleo, más se incrementa el coste de la importación de productos refinados y más le pesa esa subvención al presupuesto del Estado, que recorta una parte importante de los beneficios petrolíferos. La construcción de refinerías no ha seguido en modo alguno el ritmo de crecimiento de la demanda de gasolina, entre un 7 y 8 por 100 por año. De la misma forma, Irán, que dispone de reservas de gas colosales, tuvo que importarlo en 2003 por falta de capacidades de explotación suficientes. El estado de sus instalaciones no permite hacer frente a la demanda interna y el país necesita imperiosamente tecnologías e inversiones extranjeras para modernizarlas y desarrollarlas. Las empresas internacionales se apresuran desde hace varios años para intentar aprovechar un mercado que Estados Unidos ha dejado vacante, 142


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a pesar de las amenazas de represalias americanas y de las condiciones bastante poco lucrativas de los contratos propuestos por Irán en el sector de los hidrocarburos. Pero el país tendrá que abrirse más si quiere alcanzar los objetivos fijados en el plan quinquenal 2005-2009, esto es, que la producción llegue a los 4 o 5 millones de barriles por día. Antes de la revolución estaba entre 6 y 7 millones de barriles por día; la recuperación es lenta. Por otra parte, el problema del empleo seguirá siendo el mayor reto para cualquier gobierno iraní durante bastante tiempo todavía. La tasa de natalidad no empezó a modificarse hasta mediados de los años ochenta, lo cual significa que harán falta algunos años más antes de que la presión de la llegada masiva de jóvenes al mercado laboral disminuya de forma significativa. Sin embargo, Irán presenta todas las características de una economía rentista. El maná del petróleo le ha permitido al Estado conservar su función de director en la economía, sacar a flote sin limitaciones el amplio sector público y el sector que rodea al Estado, donde se han acomodado la corrupción y el derroche, sin que se haya puesto en pie un aparato productivo digno de ese nombre. Las inversiones se han destinado a industrias que consumen poca mano de obra. Los efectivos del sector público y la función pública están pletóricos. Para tratar de aportar un principio de solución al problema del empleo se necesitarían inversiones masivas en el sector privado, sobre todo inversiones extranjeras, por lo tanto garantías, un entorno jurídico sano y autoridades que inspiren confianza. En resumen, una política de liberalización más atrevida, el establecimiento de un Estado de derecho, una voluntad más firme de insertarse en el mercado mundial. Pero todavía no se ha zanjado claramente dentro del poder el debate sobre las orientaciones fundamentales de la política 143


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económica. «Desde ese punto de vista, Irán recuerda un poco a la URSS de los años sesenta», dice un economista occidental que reside en Teherán. «Mientras que los antiguos países comunistas ya han hecho el camino ideológico para liberalizar sus economías, aquí todavía no se ha logrado definitivamente». Es uno de los motivos principales de las peleas internas en el seno del régimen desde el final de la guerra contra Irak. En nombre de sus ideales nacionalistas y socialistas, la revolución ha acabado de colocar en el sector público a una economía que ya dependía en gran parte del Estado, desde la nacionalización del petróleo en los años cincuenta. Las empresas extranjeras fueron expulsadas en 1979, los bienes de la familia real, las empresas privadas y las grandes fortunas fueron confiscados en beneficio del Estado y de las organizaciones cercanas a él. En el artículo 44 la Constitución de 1980 define mediante una interminable enumeración lo que pertenece al sector público: en resumen, la totalidad de la actividad económica, exceptuando la agricultura, la artesanía, las industrias alimentarias y una parte del comercio. Las fundaciones con misión religiosa y caritativa existen desde siempre en Irán y algunas son desde hace tiempo actores económicos principales. La más importante, Astan Qods, es más que milenaria. Se creó en la ciudad santa de Machad, donde fue enterrado en el año 817 el Imán Reza, octavo sucesor del Profeta, y desde hace siglos recibe las donaciones o las herencias de los fieles y las contribuciones de millones de peregrinos que, desde el conjunto del mundo chií, van cada año a recogerse al santuario del Imán. Astan Qods posee terrenos urbanos, parcelas agrícolas, universidades, hospitales, fábricas; invierte en Irán y en el extranjero, dinamiza los sectores industriales agro alimentario, automovilístico y médico sobre todo. Tiene fama de administrar ese imperio basándose en métodos efica144


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ces y rentables) métodos occidentales) y ha hecho de Machad -segunda ciudad de Irán perdida en los confines orientales) a cien kilómetros de la frontera afgana-una de las ciudades más modernas y mejor equipadas del país. En cambio) no es el caso de otras fundaciones creadas enteramente o reorganizadas de arriba abajo por la revolución con el objetivo inicial de ayudar a los que habían sido víctimas del antiguo régimen) que recibieron para administrarlos) además de los activos de las fundaciones preexistentes a las cuales se sumaban) todos los bienes confiscados a la familia real y a los adeptos del antiguo régimen. La más conocida y de lejos la más importante es la Fundación de los Desheredados) la Bonyád-e mostazafan va [anbazan, que tiene participaciones en todas las grandes empresas iraníes que ha heredado de amplios sectores de actividad nacionalizados por la revolución) especialmente el del turismo: es dueña) entre otras cosas) de compañías aéreas y marítimas y de cadenas de hoteles. Esas fundaciones revolucionarias funcionan en perfecta opacidad y no tienen que rendirle cuentas a nadie salvo al Guía) que nombra a sus dirigentes normalmente de entre los religiosos más influyentes. No son imponibles. Absorben una parte consecuente del presupuesto del Estado para subsanar el déficit de empresas que administran mal. Tuvieron acceso ampliamente a las divisas de cotización oficial durante el periodo de los cambios múltiples y han desarrollado actividades comerciales que se libran de cualquier tipo de retención fiscal y de todo tipo de reglamentación) sobre todo en los puertos que han creado. Son un elemento muy importante del sistema de clientelismo del régimen y uno de los pilares) junto con otras organizaciones como las de los pasdaranes, de la economía paralela. Los intereses que hay en juego son también un freno a las reformas que instaurarían la transparencia y la libre competen145


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cia. El debate opone a los partidarios de un cierto statu qua -ya sea para defender sus intereses, o bien porque siguen siendo fieles a la ideología del Estado de bienestar, o ambas cosas-, y a los partidarios de una modernización que implica un desentendimiento por parte del Estado, el desarrollo de un sector privado de producción más expuesto a las leyes de la competencia y más abierto al exterior y la supresión progresiva de la política de subvenciones y privilegios de la que goza la economía paralela. Dicho debate fue lanzado a principios de los años noventa por el que entonces era presidente, Ali Akbar Hachemi Rafsanyani, reputado renovador tanto en materia económica como en la especulación. Intentó un principio de reforma de la economía que la alejó a la parte más tradicionalista del bazar y una política de privatizaciones que, tras dos años de efervescencia, se saldó con una fuerte deuda externa. El gobierno de Khatami pondría en marcha las reformas y haría que se adoptaran algunas importantes, como la unificación de los tipos de cambio, un inicio de reforma fiscal, la adopción de una ley sobre la protección de las inversiones extranjeras cuyo proyecto había sido rechazado durante años por los partidarios del statu qua y, con la ayuda de Rafsanyani, una redefinición del articulo 44 de la Constitución para permitir que se extendiera el campo de las privatizaciones. A pesar de la ley D' Amato, un texto adoptado en 1996-y renovado en 2001-por el Congreso norteamericano de mayoría republicana, que prevé medidas de retorsión americanas contra las empresas extranjeras que inviertan en Irán más de 20 millones de dólares por año en el sector petrolífero o del gas, han llegado inversiones extranjeras en los últimos años. La ley norteamericana había provocado, cuando fue votada, tantas demostraciones de oposición entre los aliados de Estados Unidos, incluida Gran Bretaña, que de hecho no fue aplicada. Total


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fue la primera en desafiar el diktat americano, seguida de Elf, que se asoció con una empresa rusa y una malaya, luego Shell, la ENI-la empresa italiana-, y otras, sin que ninguna sufriera las represalias de Estados Unidos. Fuera del sector de la energía, Renault abrió la vía en 2003 firmando un contrato que representaba la primera inversión industrial extranjera de envergadura en Irán desde la revolución, le siguieron otras y muchas otras se sintieron tentadas de hacerlo cuando terminó el mandato de Khatami. Para dar sus frutos y que la población las percibiera, era preciso que las reformas que habían empezado fueran proseguidas y completadas. Pero, por una de esas paradojas que a este país le gusta reservarnos, los iraníes llevaron a la presidencia de la República al candidato más fiel a la revolución, que fue el origen de su desgracia económica. Durante la campaña electoral, Ahmadineyad hizo declaraciones contradictorias sobre los temas económicos pero dejó transparentar claramente un nacionalismo antioccidental y la vieja tentación de la autosuficiencia, ambos capaces de preocupar a los inversores extranjeros. La tendencia de Irán, que ya se percibe desde hace varios años, a buscar socios que no sean occidentales, sobre todo en Asia, parecía confirmarse. No obstante, seis meses después de su elección, todavía no había tomado ninguna medida en contra de las empresas occidentales presentes en el país, ni siquiera para dar un ejemplo y marcar el cambio; hubo uno contratos anulados con empresas turcas, pero fue antes de su llegada a la presidencia. El régimen pasaba por fuertes tensiones internas pero en conjunto parecía consciente de las consecuencias desastrosas que resultarían del aislamiento internacional en el plano económico. Sin embargo, la incertidumbre en cuanto a su evolución interna y la prueba de fuerza emprendida en el plano internacional sobre el asunto nuclear congelaban los nuevos proyectos. Para los inversores 147


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extranjeros) era necesario esperar. Mientras) los capitales iraníes huían del país. En varias ocasiones) Ahmadineyad y los suyos han insinuado en términos ambiguos que Irán no dudaría en recurrir al arma del petróleo en caso de intensificación del asunto nuclear. Ese arma es de doble filo pero si la utilizaran perjudicaría más a los países consumidores (sobre todo de Asia y Europa) que al propio Irán. Esa es la razón por la que los occidentales) en caso de tener que recurrir a sanciones) no pueden imaginar darles la forma de un embargo petrolífero contra Teherán. El mercado está bajo fuerte tensión a causa de una elevada demanda que sigue creciendo porque la producción tiene dificultades para mantenerse y las capacidades suplementarias son muy limitadas. Sólo Arabia Saudí tiene la posibilidad de producir aproximadamente un millón de barriles más por día. En enero) bastó con que Irán anunciara la reanudación de sus investigaciones nucleares para provocar un movimiento de pánico: el precio del petróleo saltó rozando el récord histórico que había alcanzado a finales de agosto de 2005) es decir 70)85 dólares por barril en Nueva York. Nigeria, sexto exportador mundial) era presa en aquel momento de una creciente inseguridad) con ataques lanzados contra las empresas petroleras extranjeras en el delta del Níger, lo cual se sumaba a la extrema sensibilidad del mercado. Irán ni siquiera necesita llevar a cabo su amenaza de represalias para que las cotizaciones levanten vuelo. Si decidiera verdaderamente interrumpir sus exportaciones) faltarían 2)7 millones de barriles por día en el mercado y la mayor parte de expertos estiman que el precio del barril superaría el umbral de los 100 dólares. Aunque semejante medida no sería sostenible para Irán a largo plazo) atentaría contra las economías de los países consumidores de forma duradera. Así


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pues, Teherán tiene en sus manos un arma totalmente real. No obstante, muchos analistas matizan su apreciación de la amenaza. Algunos señalan que en caso de escasez todos los países consumidores intentarían repartirse las existencias y que todos ellos, incluidos los países en vías de desarrollo, se verían afectados por el aumento del precio, lo cual no es sin duda lo que Teherán está buscando. Constatan por otro lado que Irán no podría prescindir durante mucho tiempo de los ingresos petrolíferos, que representan casi e190 por 100 de sus ingresos presupuestarios, sin tener que hacer frente a dificultades internas muy graves. Irán podría dejar de exportar a los mercados y firmar contratos directamente con países socios que seleccionaría, lo cual le evitaría perjudicar sus finanzas. Pero eso reduciría el alcance de sus represalias petrolíferas, que se mide en términos de relación entre la oferta y la demanda globales. Por último, se puede pensar que Irán intenta descompaginar o bloquear el petróleo de los países ribereños del Golfo Pérsico que pasa por el estrecho de Ormuz pero, como señala un diplomático, «eso equivaldría a declarar una verdadera guerra». No se puede descartar nada, pero a principios de 2006 el régimen iraní no parecía dispuesto a lanzarse a ese tipo de aventura. Varios responsables, aparte de Ahmadineyad, concretamente el ministro del Petróleo, han desmentido en varias ocasiones que su país tenga intención de utilizar el arma del oro negro en sus contiendas con los occidentales sobre el asunto nuclear. Es un régimen dividido pero en general no desea desembocar ni en la guerra ni en un aislamiento internacional político y económico que sería sumamente costoso para él. Hay pocos países que parezcan estar dispuestos a apoyarle en caso de que estallara una crisis. En enero de 2006, sin llegar a blandir realmente la amenaza de una reducción de sus propias exportaciones, Irán pidió a la OPEP que redujera su producción a un mi149


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11ónde barriles por día. Ninguno de los miembros del cartel le siguió, ni siquiera Venezuela, que sin embargo toma partido sistemáticamente sobre la cuestión nuclear. Hoy en día, el grado de interdependencia es tal que el arma económica tiene siempre doble filo y para cualquiera es muy difícil de manejar.


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Cuando le preguntamos qué opina del nuevo presidente, la abogada iraní laureada con el Premio Nobel de la paz) Shirin Ebadi, no quiere pronunciarse: «Como jurista no poseo elementos para contestar a esa pregunta», nos dijo. Estamos en julio de 2005, pocas semanas después de la elección de Ahmadineyad, que todavía no ha entrado en funciones) y no es el estilo de la señora confiar sus opiniones, ni siquiera en privado, hasta que no estén apoyadas en hechos. Unos meses más tarde, comentando en una conferencia de prensa el informe que publica regularmente el Centro de Defensores de los Derechos Humanos que ella ha creado en Teherán junto con amigos abogados, denunció las violaciones que se cometieron en el intervalo. La caza de jóvenes que difunden declaraciones políticas por internet continúa y da lugar a interrogatorios y detenciones. «La persecución judicial de militantes y periodistas no ha parado e incluso ha aumentado en Teherán y Kurdistán», advierte el informe enumerando una larga lista de militantes detenidos en la provincia del Kurdistán ira-

ní, donde hay percances desde hace varios meses. El famoso opositor Akbar Ganji sigue preso (su liberación estaba prevista para marzo de 2006) igual que uno de sus abogados) Abdolfattah Soltani, detenido desde junio de 2005 por el mero hecho de ser su abogado. La ONG hace valientemente su trabajo y sigue contando los casos de incumplimiento de los derechos humanos pero, a 151


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decir verdad, todo esto no ha empeorado desde la llegada de Ahmadineyad a la presidencia, es sólo tristemente igual. El nuevo gobierno no ha intentado imponerse en un acceso de autoritarismo y represión que Irán haya vivido en otras circunstancias. El cambio es más insidioso. «No ha ocurrido nada espectacular, pero asistimos a una lenta degradación, especialmente perceptible en el terreno de la libertad de prensa-eomentaba un observador de la escena política a principios del 2006-ya nadie se atreve a atacar de frente al presidente. Nadie critica abiertamente sus declaraciones, los intelectuales se callan aunque muchos no estén de acuerdo». En época de conflicto con el extranjero, cualquier régimen, por poco autoritario que fuera, no tardaría en equiparar la libertad de pensamiento con la alta traición. Mientras Mahmud Ahmadineyad arrojaba al país a un enfrentamiento con los occidentales, la protesta se hizo cada vez más difícil en Irán, el debate se agotó. Además, los disidentes saben con quién tienen que tratar. En diciembre, la organización americana de defensa de los derechos humanos Human Rights Watch se encargó de llamar la atención internacional sobre el pasado de dos miembros del equipo que rodea a Alunadineyad. Según la organización, el ministro del Interior Mustafa Pour Mohammadi formó parte del comité que en 1988 ordenó la ejecución de miles de prisioneros, fue uno de los responsables del ministerio de Información durante los años en que unos oponentes fueron liquidados en el extranjero y, en 1998, cuando una ola de asesinatos arrasó en los medios intelectuales en Teherán. Según Human Rights Watch, otro miembro del gobierno, Gholarnhussein Mohseni Ezei, participó en la represión contra los religiosos disidentes cuando era fiscal del Tribunal Especial para el clero y luego, en el núcleo del poder judicial, en las persecuciones contra periodistas y el cierre de numerosos periódicos. El nuevo presidente no se ha rodeado precisamente de an152


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gelitos. A finales de 2005, la organización americana tampoco informaba, por su parte, de un endurecimiento notable desde el cambio de gobierno. El ambiente general en Irán puede variar según las épocas, pero en materia de represión una cierta continuidad siempre ha estado garantizada-incluso bajo la presidencia del reformista Khatarni-por órganos que no dependen del gobierno, sobre todo la autoridad judicial nombrada por el Guía. Es una de las razones de la lucha que ha emprendido desde hace años la ganadora del Premio Nobel de la Paz en 2003.

A pesar del odio al que tiene que hacer frente en su país, Shirin Ebadi está más cómoda en su modesto despacho en Teherán que subida a los prestigiosos podios o en los salones de los grandes hoteles internacionales. La sala de espera donde nos han metido dos secretarias, estrictamente cubiertas de negro hasta los pies, es tan fea como cualquier sala de espera de cualquier oficina iraní: muebles espantosos, cortinas patéticas, un cuadro particularmente sanguinolento de uno de los imanes y, para empeorar el conjunto, algunas pruebas concretas de gratitud, como una enorme jarra de terracota sobre la cual alguien muy agradecido ha pintado torpemente el retrato de su bienhechora. En la pequeña biblioteca acristalada, al lado de los libros de derecho, hay una sección entera dedicada a la poesía de Hafez. En la pared hay un cartel que proclama en persa: «¡Los niños primero!», Un hombre que está esperando se pone a llorar mientras nos cuenta que su hijo es ciego, que es un estudiante brillante pero que lo van a echar del colegio porque le falta muy poco para pagar el dormitorio. Le han dicho que vaya a ver a la señora Ebadi, así que ha venido desde su lejana provincia de Azerbaiyán. De la docena de ONG que Shirin Ebadi ha creado, hay una que efectivamente se ocupa de ayudar a los estudiantes inválidos. 153


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Después de recibir al desconsolado padre, nos hace entrar en su pequeño despacho sombrío, que se viene abajo de libros) informes) fotos. Al cabo de unos minutos, se quita el fular, saca un paquete de cigarrillos del cajón y enciende uno. El teléfono no para de sonar. Un cineasta le pregunta si jurídicamente se arriesga a que lo demanden por mostrar una de sus películas en un festival internacional. Ella le contesta en resumidas cuentas que nada eso aparece en la ley, pero que de todas formas en Irán es poco común que te demanden en nombre de la ley. «No puedo garantizarle nada pero yo) en su lugar, mostraría la película. Si tiene problemas, llámeme. Lo defenderé gratuitamente». Dama una periodista preguntando si se arriesga a algo por publicar un artículo sobre la historia de un niño cuyo abuelo quiere arrebatárselo a la madre. La misma respuesta: «Nada se lo impide jurídicamente, pero se lo pueden cuestionar. Yopublicaría el artículo; si tiene problemas la representaré gratuitamente». También llaman unos internautas para contarle sus problemas más recientes. «Sí,me he enterado, venid a verme», les contesta, infatigable. Aparte de su profesión de abogada, de sus libros de derecho, de las solicitudes internacionales y las incesantes peticiones de consejos) Shirin Ebadi impulsa directamente algunas de las ONG que ha creado con sus amigos y que financia en parte de su bolsillo, con el dinero del Nobel y de los derechos de los libros que han escrito su padre y ella. «No quiero aceptar dinero de gente que lo tiene. Son muchos los que quieren darme dinero pero no lo quiero de ninguna manera. ¡Yatengo suficientes problemas así!». Unos meses antes fue convocada ante el juez en dos ocasiones en pocas semanas. Ha vuelto a recibir amenazas de muerte y visitas en su despacho de hombres que se presentan como policías y quieren detenerla igual que a sus colaboradores. Pero no se dejaron impresionar, ella y sus colaboradores echaron a los su154


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puestos policías. Han dado conferencias de prensa que son auténticos desafíos al régimen) una vez para denunciar las celdas de aislamiento y los malos tratos infligidos a los detenidos en las prisiones iraníes, y otra para protestar por la forma en que el poder intenta amordazar a los abogados. «Los abogados se pasan la vida entrando y saliendo de la cárcel) yo misma he estado allí) la justicia no para de emplazarme ...». El Premio Nobel, según lo que nos cuenta Shirin Ebadi, no ha cambiado la situación en Irán) ni le ha facilitado la vida a ella: «Al contrario) ahora los incordio todavía más». Le ha dado una mayor tribuna pero no poderes mágicos: «No me han regalado la llave de oro que abre las celdas de los presos políticos». No obstante, la protege más que sus amigos abogados: Soltani está en el calabozo. Dice que el Nobella ayuda a hacerle frente al miedo pero no lo ha erradicado, ha aprendido a convivir con él. «Está claro que han perdido fuerza», añade queriendo decir) mediante una de esas expresiones figuradas que abundan en su lengua, que el ala radical del régimen ha adquirido progresivamente, durante los años con Khatami, la vaga intuición de que hay ciertos límites que no se deben atravesar. Para el Centro de Defensores de los Derechos Humanos la prioridad es asistir gratuitamente a los presos políticos. «Los demás abogados no se atreven a tocar los expedientes políticos», nos dice. El Centro se ha encargado de casi trescientos expedientes, no sólo de los más conocidos en el extranjero, como el opositor Ganji, el líder estudiantil Nasser Zarafshan, o Zahra Kazemi, la periodista asesinada tras haber sido interpelada por haber sacado fotos en los alrededores de la prisión de Evin, en Teherán. «El hecho de que seamos los únicos que nos encargamos de los expedientes políticos delicados se ha convertido en nuestro punto débil-explica Shirin Ebadi-. El poder no puede admitir que un abogado defienda a gente que se opone abiertamente al régi155


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meno No atienden a razones, ya hemos intentado decirles que es nuestra profesión, que para un abogado el hecho de defender a un asesino no le hace cómplice del crimen, como tampoco el hecho de defender a alguien que está condenado por sus ideas políticas significa que las comparta. Yocreo en la libertad de expresión; creo que la gente tiene derecho a expresar sus sentimientos políticos, siempre y cuando lo haga de forma pacífica. Aunque desgraciadamente todavía no hemos logrado que lo acepten», En verano de 2005, Akbar Ganji estaba en una etapa crítica de su huelga de hambre tras haber logrado sacar de su celda unas cartas incendiarias, difundidas por internet, en las cuales reclamaba nada menos que la dimisión del Guía Ali Khamenei, a quien calificaba de «tirano» y «sultán». En vísperas de la segunda vuelta de las elecciones, en una de sus cartas les decía a los iraníes que no se dejaran seducir por las sirenas del populismo. Los prevenía contra «la justicia social en el fascismo» y «la igualdad en la opresión». Ganji sabía de lo que hablaba: fue, igual que Mahmud Ahmadineyad, militante revolucionario cuando era estudiante y después guardián de la revolución durante años. Luego renegó de esa revolución con el mismo vigor con que la había defendido y lo condenaron a seis años de prisión por haber cuestionado en la prensa a varios dignatarios del régimen por los asesinatos de unos intelectuales y escritores que se perpetraron concretamente en 1998. La huelga de hambre que hizo le convirtió, en verano de 2005, en el preso político más famoso de Irán. Kofi Annan, la Unión Europea, George W. Bush y Mohamed Khatami, entre otros, intervinieron en su favor; Rafsanyani también, aunque haya sido uno de los blancos de sus acusaciones. Pero fue en vano: la popularidad internacional lo convirtió en detenido fastidioso y la República Islámica no puede permitirse perder su dignidad por él. Lo haya querido o no, Ganji también se ha convertido en el héroe iraní de la derecha americana.


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En cambio, Shirin Ebadi, que lo defiende, vela escrupulosamente por que no se exponga a ninguna recuperación. No obstante, antes de las presidenciales se dejó llevar contestando, en respuesta a la pregunta de un periodista, que no tenía intención de ir a votar. Aquello era mucho decir y enseguida la acusaron de incitar al boicot. «¡No es verdad!-nos dijo visiblemente sensibilizada con la cuestión y muy afectaba por ese reproche-o Yohablé por mí. No he dejado de decir desde siempre que no soy ni jefe de un partido, ni líder de la oposición, ni miembro de un grupo político, soy una defensora de los derechos humanos. Simplemente pienso que unas elecciones son libres cuando la gente puede votar por quien quiere, lo cual no es el caso en Irán. Mientras la ley se lo prohíba, no participaré en ninguna elección. Pero nunca les he pedido a los demás que hagan lo mismo que yo, cada uno es libre de votar o no votar». El debate sobre la participación o la abstención ha dividido a los sectores intelectuales en vísperas de la elección presidencial de junio 2005. Después de un resultado que pocos pudieron ver venir, a los abstencionistas que como Shirin Ebadi habían defendido una posición de principio conforme a su elevada idea de la democracia hasta sus propios amigos los tildaron de «irresponsables». Ni Akbar Ganji ni Shirin Ebadi son muy populares en Irán fuera de los medios estudiantiles o intelectuales que se preguntan sin cesar sobre la mejor forma de combatir al régimen. A él le dirigen los reproches que se le pueden hacer a cualquier arrepentido, antiguo pasdaran que tardó un tiempo considerable en cambiar de bando. A ella, que jamás cambió de bando ni desvió su postura, la acusan de todo y de lo contrario de todo: de no decir lo suficiente o de decir demasiado, de ser un agente de los americanos, de denigrar el país, o bien de no criticarlo lo suficiente ya que «si no, ya hace tiempo que se habrían deshecho de eila...». 157


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Shirin Ebadi ha sido una de las primeras mujeres jueces en Irán y, con menos de treinta años, fue la primera presidenta del Tribunal de Teherán, de 1975 a 1979. En la revolución la destituyeron de esa función. Los nuevos dueños del país habían decretado «contrario al islam» que una mujer pudiera juzgar porque, según ellos, una mujer es por naturaleza demasiado emotiva y no posee el discernimiento necesario. De presidenta pasó a ser secretaria judicial, mientras que a todas sus colegas jueces también las derivaban a tareas administrativas. Ella no lo aceptó, se hizo abogada y emprendió una lucha que todavía no ha abandonado, a pesar del hostigamiento y las amenazas de muerte, por refutar esa discriminación y todas las demás. En el año 2003 llegó la consagración. Antes que a Juan Pablo 11o a Vác1avHavel, el jurado del Nobelle otorgó su alta distinción a esta iraní que entonces era muy poco conocida por el gran público. En Irán el poder no logró disimular su despecho y su incomodidad. Aumentaron las intimidaciones contra la abogada orquestadas por el Ansar Hezbolá, uno de los movimientos financiados por el ala radical del régimen. El 12 de diciembre de 2003, en Oslo-donde recibió el premio-oponiéndose a las amenazas de los extremistas que la noche antes de su partida la habían conminado a respetar las normas en vigor en Irán, apareció sin fular ante las televisiones del mundo entero y sin dudarlo estrechó un buen rato la mano del presidente del comité del Nobel, Ole Mjoes. Las cadenas de televisión iraníes hicieron sólo una breve alusión a la ceremonia y mostraron, en lugar de las imágenes de Oslo, una foto de archivo de la laureada con la cabeza correctamente cubierta. Hasta el presidente Khatami, con quien hablamos en aquel momento, había creído conveniente criticar aquella aparición de Shirin Ebadi mostrando el cabello: «Eslo único que lamento», nos dijo, aunque por otro lado estaba orgulloso de ella y nos aseguró que la protegería.


ORGULLOSA

VALENTÍA

Desde entonces, Shirin Ebadi encadena noches de avión con conferencias en los cuatro costados del mundo, intentando compaginado todo sin faltar a Teherán. Es evidente que no le gusta nada la notoriedad mundial, ni las fotos ni los micras, no intenta gustar y contesta a las solicitudes con la seriedad de una militante que hace su deber. Está instintivamente en guardia frente a la prensa occidental, da una primera impresión casi arisca, temiendo claramente los malentendidos, las preguntas demasiado estudiadas, la simpatía cómplice que no le interesa. Va repitiendo ante los micrófonos que le ponen delante que los males de Irán no provienen del islam sino de una sociedad patriarcal de la que beben todos los regímenes opresores del mundo islámico. No hay que intentar que diga que no se siente musulmana; elude la pregunta en el plano personal, vuelve incansablemente a los principios, se irrita un poco por cómo deforman su mensaje: «¡Hace veinte años que intento hacer entender que se puede ser musulmán y tener leyes que respeten los derechos humanos!». Tampoco se puede esperar encontrar en ella a una adepta de la laicidad a la francesa: «Me opongo a que se imponga por la fuerza el uso o no del velo; estoy a favor del derecho de las mujeres a vestirse como quieran». No es nada suave con los europeos: «Si para ellos la democracia es sagrada, tendrían que entender que los iraníes también la quieren. Pero les importa un bledo. Yahace más de tres años que negocian con Irán y de derechos humanos... ¡ni hablar'». Desde que emprendieron el trato directo con Teherán, los europeos han renunciado a cuestionar públicamente a la República Islámica a este respecto, sobre todo a la Comisión de los Derechos Humanos de la ONU; «Tratamos ese tema en el marco de las negociaciones directas», sostienen. Por último, tampoco hay que intentar embarcar a Shirin Ebadi en la cruzada por la democracia en Oriente Medio. Aun corriendo el riesgo de decepcionar a Washington, durante la ce159


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remonia del Nobel incriminó, en directo para el mundo entero, a la potencia americana que, con el pretexto de la lucha antiterrorista, secuestra a centenares de prisioneros en Guantánamo sin tener en cuenta ningún tipo de derecho. En no pocas ocasiones ha protestado contra la guerra que ha hecho Estados Unidos en Irak: «¡Lademocracia no se importa en aviones militares!». Le indigna que decenas de resoluciones de la ONU que exigían la retirada de los israelíes del territorio palestino sean ahora papel mojado. No es maleable, la Shirin, con su religión del derecho. Al mismo tiempo, los extremistas en Teherán la califican de «vendida a los americanos» y el periódico ultraconservador Kayhan le colgó el ridículo apodo de «Sharon Ebadi», para señalarla como traidora de la República Islámica.

Un teletipo empieza a traquetear. «Han ahorcado a dos jóvenes en Machad», dice alguien, y las conversaciones se detienen, el desordenado ajetreo que reinaba en la habitación se paraliza durante unos segundos. Nos encontramos en la recepción de una escuela un poco especial, en un barrio del sur de Teherán, cerca del bazar. Un barrio de casitas casi en ruinas, insalubre, donde las aguas sucias corren por una acequia en medio de las callejuelas y donde la escuela desentona con sus paredes recién pintadas, su aspecto elegantón, bien mantenido, ostensivamente limpio y alegre. La mantiene una de las ONG creadas por Shirin Ebadi, la Asociación para la Protección de los Derechos del Niño. Por la mañana' la escuela ofrece enseñanza primaria a niños que si no existiera no estarían escolarizados; son hijos de drogadictos o, la mayoría, afganos cuyos padres no tienen papeles. Durante mucho tiempo Irán les abrió las puertas ampliamente a los refugiados afganos, pero luego los invitó a volver a casa tras la caída del régimen talibán. Se fueron y no encontraron trabajo, así que vol160


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vieron y ahora son inmigrantes ilegales en Irán. Por la tarde, la escuela abre para los niños de las familias iraníes del barrio, que muchas veces viven en grupos de seis o siete en la única habitación de la casa. Ellos tienen acceso por la mañana a los establecimientos del sistema iraní normal; pero esta escuela es la única que les ofrece por la tarde terrenos de juego y de deporte, clases de música, salas de ordenadores; un chollo. «También les damos un poco de comer cada día porque nos dimos cuenta durante las sesiones de deporte que estaban poco y mal alimentados». El profesor de música, un hombre muy cortés en sus maneras, nos invita en un francés muy depurado a asistir a su clase. Les inculca a los niños los rudimentos del solfeo con la ayuda de un teclado electrónico e interrumpe sus ejercicios, que son un poco pesados, con estribillos muy animados que los niños repiten alegremente a coro. «¡Conservemos siempre la sonriiiiiiiisa!», claman en persa. De un lado del aula están las niñas veladas de negro y del otro los niños aplicados con caras asiáticas, cuya timidez desaparece con la alegría misma de cantar. Es como una versión exótica de Los chicos del coro ... En un aula contigua hay una joven doctora impartiéndoles clases de higiene a las madres. Todas se levantan cuando entramos. Movimiento de chadores negros y ruido de sillas. Una vez terminada la interrupción, la doctora retoma sus pacientes explicaciones sobre las ventajas del baño semanal, el dentífrico y la contracepción. Todos los trabajadores de esta escuela son voluntarios que atraviesan la mitad de la ciudad para venir a ayudar a estos niños y a sus madres. El edificio fue construido en el 2001 con la ayuda de la municipalidad de Teherán. A partir del 2003, desde que Ahmadineyad accedió al Ayuntamiento, la escuela ya no recibe ayuda por ese lado. «No les gustan las üNG», nos suelta un voluntario sin hacer más comentarios. Cada uno con sus pobres. Mahmud Ahmadineyad es social pero no le van los derechos humanos; todo lo que de 161


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una forma u otra está relacionado con Shirin Ebadi le importuna sobremanera. Nuestro chófer acompañante, por su parte, barre todo esto con una mirada distante y con el mutismo acerado del que comparte opinión. Parece que estuviera pensando que es demasiada la entrega al servicio de unos miserables. Además de este tipo de acciones caritativas, la asociación milita para que Irán respete la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño (el país ya firmó su adhesión), por lo tanto sus trabajadores son especialmente sensibles a noticias como la que acaba de aparecer ante nosotros en el teletipo de la oficina. Ese día, el 19 de julio de 2005, dos muchachos habían sido ahorcados en Machad. Los acusaban de haber raptado y violado a un chaval el año anterior; uno tenía dieciséis años y el otro dieciocho en el momento de los hechos. Más allá del rigor del veredicto, el hecho de que los ahorcamientos se hicieran en público, corno todavía es frecuente que ocurra en Irán, le dio bastante resonancia a este asunto: la foto de los jóvenes ahorcados fue publicada por doquier en la prensa internacional. A pesar de ello, en agosto, cuatro jóvenes acusados de robo y violación también fueron ahorcados en Bandar Abbas, al sur del país. El fiscal de Bandar indicó, sin mayor precisión, que tenían «entre diecisiete y veintitrés años». Unos meses antes, el periódico Shargh había publicado la noticia del ahorcamiento en prisión de un chico de diecisiete años, culpable de haber matado a un soldado a puñaladas; tuvo ese triste final el mismo día que el Comité de las Naciones Unidas encargado de hacer que se aplique la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño se reunía en Ginebra para estudiar el caso de Irán e imponerle que respete sus obligaciones. El Comité de la ONU recordó que está prohibido aplicar la pena de muerte a personas menores de dieciocho años en el momento de los hechos incriminados. La ley iraní permite ejecutar a los chicos a partir de los quince años y a las niñas a partir de los nueve. 162


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En vista de las informaciones que le habían llegado, el organismo de la ONU conminaba a Irán a «suspender inmediatamente cualquier forma de tortura y otros tratos crueles, inhumanos o degradantes corno la amputación, la flagelación o la lapidación» contra los jóvenes acusados. Sin embargo, para el jefe del poder judicial iraní, dichas informaciones no eran más que «propaganda extranjera», alegaciones que «vienen del exterior y están destinadas a deformar la imagen de la República Islámica». Según lo que aseguraba Teherán, la pena capital ahora ya no se aplicaba a los que tenían menos de dieciocho años en el momento del crimen. De hecho, algunas ejecuciones capitales han sido postergadas recientemente y algunas penas crueles han sido conmutadas. Algunas, pero no todas. En el camino de vuelta atravesamos la plaza Ferdoussi, en pleno centro de Teherán, y nuestro chófer nos dice en un tono grave: «Aquí es donde ahorcaban a la gente antes. Ahora ya no lo hacen. Sólo lo hacen en los barrios, cuando la gente lo pide». Es la gente la que lo pide cuando un crimen que se ha cometido le repugna especialmente. Se reúnen al alba en las plazas donde han traído una grúa para ver llegar al condenado o la condenada, para ver cómo le pasan la cuerda alrededor del cuello, cuando el brazo mecánico de la grúa se eleva, para sentir la muerte. La idea del derecho y de los derechos humanos todavía no ha penetrado verdaderamente en la cultura popular iraní, y serán aún necesarios muchos esfuerzos de Shirin Ebadi y sus amigos para que deje de ser considerada idea de lujo.

una idea desfasada de lo real, una


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El mundo, visto desde Irán, está ampliamente poblado de ávidos y celosos conspiradores de quienes es conveniente desconfiar. La afición de este país por las teorías del complot parece remontarse, según los expertos, a una herencia cultural marcada por el dualismo de las religiones preislámicas que oponían las potencias del Bien a las del Mal, siendo estas últimas las que supuestamente dictaban el curso de la Historia. Pero existen sin duda explicaciones más sencillas. En todo caso, esta psicología va de la mano de una clara propensión a la exageración y a la imaginación rocambolesca, y el conjunto da a veces resultados bastante inesperados. Por lo tanto, al llegar a Teherán se percibe que de todos los extranjeros supuestamente sospechosos de confabularse contra el régimen, siempre son los británicos los que de lejos se llevan la palma: el inglés es el arquetipo del enemigo perverso y dominador. Es verdad que la historia, desde principios del siglo XIX hasta mediados del siguiente, les ha proporcionado a los iraníes no pocos motivos justos para abrigar recelo hacia la pérfida Albión. Pero aunque dicho recelo haya perdido todo tipo de fundamento real desde hace más de cincuenta años, perdura obstinadamente: el complot británico es para muchos iraníes de cualquier categoría una especie de evidencia, uno de los datos básicos de su visión del mundo. Es como el conductor de taxi que, como todos los del gre-


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mio, refunfuñan contra la dureza de estos tiempos, a quien basta preguntarle si los ingleses tienen algo que ver para que se desate una avalancha de exclamaciones y razonamientos tortuosos: «[Pues claro que la culpa es de los ingleses! Se las arreglan para matar de hambre a poblaciones del mundo entero, les hacen la vida tan difícil que la gente ya no es capaz ni de pensar y está totalmente sometida; es su estrategia». En los sectores más cultos tampoco elaboran teorías muy trabajadas: «Todo el mundo sabe muy bien que fueron los ingleses quienes instauraron a los mulás-nos dice un médico de Teherán en un tono tajante-un régimen como éste, que tiene a la gente con la correa corta, ¡les va muy bien!». Cualquier persona rica o poderosa está supuestamente confabulada con los británicos. Del mismo modo que no hay duda de que todo lo lamentable que ocurre en Irán lo han tramado ellos. «Es evidente que no es el gobierno de Tony Blair el que actúa directamente sino los enormes intereses británicos que hay detrás; es la única explicación», afirma sin ninguna sombra de duda un hombre que por otra parte es bastante racional, que está muy al día de la actualidad internacional, un adepto de internet y la lectura de periódicos. De hecho, es bastante raro que no pase un día sin que aparezca en alguno de los numerosos titulares de la prensa diaria iraní al menos un artículo que señale hacia Londres con un dedo acusador bajo cualquier pretexto. Kar kar-é Ingilisihast!, ('los ingleses han vuelto a hacer de las suyas'). Pueden correr los rumores más descabellados acerca de ellos. Cuando tiembla la tierra y reduce la hermosa ciudad de Bam a un triste montón de ruinas, dicen que en realidad no ha sido un terremoto sino una explosión en las instalaciones subterráneas que los ingleses han construido secretamente cerca de la fortaleza; es culpa de ellos. Cuando el príncipe Carlos acude al lugar del desastre para mostrar su solidaridad con la población, 165


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echan pestes contra semejante desvergüenza: «¡Tiene la desfachatez de venir a darnos órdenes!», Cuando el ayatolá Sistani -el jefe religioso de la comunidad chií de Irak-va a hacerse curar a Londres porque está enfermo, te dicen con astucia «ésa es la prueba ... », ¿La prueba de qué? «La prueba de que están detrás de todo lo que pasa, tanto en Irak como aquí». Cuando inauguraron el nuevo aeropuerto de Teherán, el aeropuerto Iomeini, se indignaron porque los ingleses exigieron-la verdad es que ¡es el colmo!-que lo rebautizaran. Nada de todo esto se apoya sobre el más mínimo principio de verdad pero muchos iraníes lo creen a pies juntillas. Os dirán sin pestañear que Estados Unidos está al servicio de los británicos, que es Londres el que conduce el barco, que Tony Blair le dicta la conducta que debe seguir a George W. Bush. Y si os asoma una pizca de incredulidad, si manifestáis humildemente la hipótesis de que es al revés, que los británicos podrían ser los dóciles intermediarios de la Casa Blanca, vuestro interlocutor, visiblemente afligido por semejante imbecilidad, opinará de manera vaga por educación, «sí, sí.;.» y luego añadirá a modo de conclusión: «... [pero ellos son el cerebro!», Es definitivo, inapelable. Es inútil intentar que renuncien a su idea. Los ingleses lo manipulan todo y de hecho los mulás son todos pro británicos, esa es la prueba ... Un iraní muy culto, Iraj Pezeshkzad, que está exiliado en Francia desde 1979, convirtió la obsesión por el complot británico en el tema de un libro humorístico, Mon oncle Napoléon, * que tuvo mucho éxito en Irán antes de que lo prohibieran seis meses después de la revolución. «Tenía ganas de burlarme un poco de ese rasgo de carácter propio de los iraníes que consiste en rechazar sus propias responsabilidades y encontrar siempre a alguien a quien incriminar por sus problemas-nos contó un día-; * Mi tío Napoleón (N. de la t.). 166


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cuando escribí el libro se lo imputaban todo a los ingleses, desde las remo delaciones gubernamentales hasta el aumento del precio del té de la tienda de la esquina. Esa vieja paranoia del sector intelectual irani penetró en todos los hogares y en las conversaciones callejeras, que naturalmente se hacían en voz baja, por si alguien escuchaba ... », El libro tuvo éxito pero el autor cuenta que hubo algunos críticos que le reprocharon que los ingleses se lo habían dictado. Peor aún-y él todavía se ríe-, para demostrarle su admiración, algunos de sus lectores no encontraron cosa mejor que felicitarlo por ser «¡el primero que por fin entendió que todo es culpa de los ingleses!». «Es una auténtica enfermedad-s-dice Iraj Pezesh.kzad-y son los ingleses quienes inocularon el virus a Irán en la época en que querían administrarlo todo. La mejor forma de imponerse en ese país, al que prácticamente consideraban como una colonia, el modo de desalentar cualquier tipo de veleidad nacionalista, era convencerles de que ellos eran los más fuertes, hacerles creer que tenían orejas por todos lados y que nada podía ocurrir sin su consentimiento. El éxito de semejante propaganda superó todas sus esperanzas». Más de medio siglo después de que Londres hubiera renunciado a cualquier tipo de tutela sobre Irán, los diplomáticos y embajadores de Su Majestad que trabajan en el país todavía tienen que vivir con esa reputación sobrevalorada y aprender a reírse de ello. Uno de ellos nos contó: «Tengo que decir que cuando llegué a Teherán me quedé desconcertado al descubrir semejante grado de recelo de los iraníes hacia nosotros. Nos atribuyen unos poderes y una ingeniosidad que nada tienen que ver con nuestras capacidades reales». En los despachos de la embajada se ha convertido en un tema de chiste. Después de todo, los iranies son los únicos seres en el mundo que todavía creen en la hegemonía del Imperio británico yeso puede tener un anticuado encanto para los primeros afectados. Persia fue, desde principios de la dinastía Qayar-a finales 167


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del siglo xvm-i-hasta justo después de la Segunda Guerra Mundial, un Estado no verdaderamente colonizado pero tampoco libre del todo; fue un Estado humillado, era lo que estaba en juego en las rivalidades entre Rusia y el Reino Unido, que muchas veces se pusieron de acuerdo a sus espaldas. En el siglo XIX, fue el terreno de su «Gran Juego», en el cual el Imperio británico intentaba proteger la ruta de las Indias, mientras que la Rusia zarista aspiraba a formar un imperio colonial en Asia central y el Cáucaso e intentaba acceder a los mares cálidos. Persia era el Estado tampón donde tuvo lugar su competición, sin que nunca ni el uno ni el otro intentara anexionársela verdaderamente. En 1907 ese Gran Juego se terminó con un acuerdo por ambas partes sobre el reparto de sus respectivas zonas de influencia, en Irán y en toda la región. Londres ejercería durante casi medio siglo una injerencia muy fuerte en los asuntos del país; apoyó la revuelta de los constitucionalistas para luego dejar ese movimiento y defender mejor sus propios intereses, compró los títulos nobiliarios locales, hasta les pagó a los monarcas Qayar, hizo y deshizo gobiernos, concluyó en 1919 con uno de ellos un acuerdo que hubiera hecho de Persia un verdadero protectorado si lo hubieran ratificado, urdió el golpe de Estado de 1921, que supuso el acceso al trono de la dinastía de los Pahlevi. Las cabezas más frías de Irán reconocen que a pesar de todo el país les debe a los ingleses el haber conservado su integridad territorial y no haberse sometido a la Unión Soviética. El Estado tampón se convirtió, desde principios del siglo xx, en un nuevo objeto de codicias. Los ingleses habían descubierto que había petróleo e inmediatamente se aseguraron el monopolio de su explotación. La Anglo-Persian Oil Company, creada en 1909 para producir el oro negro y comercializarlo, le pagaba un impuesto a Teherán pero era de su propiedad. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, el Reino Unido y la URSS se pusieron de acuerdo una vez más 168


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para constreñir a Reza Shah, el soberano que simpatizaba demasiado con la Alemania nazi, para que abdicara en beneficio de su hijo. Pero para asegurarse el aprovisionamiento de petróleo decidieron sencillamente invadir el país. Durante toda la guerra, los aliados pasaban por Irán para abastecer el frente ruso. El filósofo Dariush Shayegan recuerda esos años cuarenta, los años de la ocupación, que fueron los de su infancia. «Los americanos fueron entonces una auténtica revelación para nosotros-cuenta. Entre los ocupantes ellos eran los good guys. Nos los encontrábamos por todas partes en la calle, hablaban con todo el mundo; repartían chocolates y chicles, mientras que a los ingleses no los veíamos nunca, y a los rusos todavía menos. De ahí vino la occidentalización masiva de Irán: por los americanos en los años cuarenta». El historiador Kaveh Bayat cuenta el mismo recuerdo de su infancia en la pequeña ciudad de Arak: «Cuando oíamos llegar el tren, todos los niños corríamos lo más rápido posible a través de los huertos para ir a saludar a los americanos cuando pasaran. Nos sonreían y nos tiraban a modo de pequeños regalos todo lo que tenían a mano: juegos de cartas, chicles, caramelos; llegaban a nuestro país con cierta inocencia, sin pretensión colonialista». Los héroes del Nuevo Mundo aparecían en Irán. El arranque popular contra las injerencias extranjeras y el acaparamiento de los recursos petrolíferos por parte de los británicos llevaron al poder en Teherán-justo después del final de la guerra-al salvaje Mohamed Mossadegh. Tan pronto como hubo encabezado el gobierno, propuso en el Parlamento una ley para nacionalizar el petróleo que fue adoptada en 1951. El primer ministro se apoderó de los pozos, los técnicos británicos se fueron del país y Teherán aprovechó para romper sus relaciones con Londres. Irán redactó para el Consejo de Seguridad de la ONU documentos acusatorios contra Gran Bretaña. A pesar de ello, se


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le impuso un embargo internacional sobre el petróleo hasta 1953. Aquel año Mossadegh fue derrocado por una insurrección montada enteramente por la CIA, con la ayuda de los británicos. Los americanos ayudaron a la ascensión del joven monarca Moharoed Reza Pahlevi, que había huido lamentablemente ante su rebelde primer ministro, y cuyo destino fue ser el último sha de Irán. A partir de ese momento los americanos cogieron el relevo de los ingleses en el rol de aliados privilegiados del sha y padrinos de Irán, hasta que la revolución los echó con videncia en 1979. Los iraníes no les han perdonado el golpe de Estado de 1953 contra Mossadegh pero, a pesar de todo, no han tenido tiempo de forjarse una imagen de los americanos comparable a la que tenían de los ingleses. Mossadegh había encarnado una aspiración a la independencia nacional que crearía émulos en el mundo árabe pero no recaería nunca más en Irán. La revolución de 1979 se alimentó de esa aspiración pero sin reconocérsela al que había sido la figura emblemática a principios de los años cincuenta. Una figura demasiado grande, demasiado competidora y sobre todo demasiado laica. Está enterrado donde acabó sus días, a una docena de kilómetros de Teherán, en una modesta propiedad que no está señalizada y que no es lugar de ningún culto oficial. No obstante, Mossadegh sigue siendo una referencia para muchos iraníes cuyo orgullo nacional no quiere enarbolar la bandera del régimen islámico. La embajada del Reino Unido en Teherán estuvo cerrada, como muchas otras, durante nueve años después de la revolución. En cuanto se volvieron a instalar en sus locales salió la fatua lanzada por Iomeini en febrero de 1989 para que mataran al escritor británico Salman Rushdie, autor de Los versos satánicos, y eso obligó a que cerraran puertas y ventanas otra vez y rehicieran las maletas. Por segunda vez, diez años después de la toma de rehenes en la embajada americana, Iomeini desafió todas las leyes 170


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en las cuales se basaban las relaciones internacionales y marginó deliberadamente a la República Islámica. Tuvo que llegar Mohamed Khatami a la presidencia y garantizar que la fatua contra Salman Rushdie no se aplicaría para que el Foreign Office retomara el diálogo con Teherán y reabriera su embajada en 1998. Hace ya medio siglo que Gran Bretaña no intenta jugar su propio juego en Irán. Desde principios de los años noventa, se ha unido a la política común que la Unión Europea adopta hacia ese país, incluidos los momentos en los cuales dicha política se ha opuesto a Washington. Seguir pensando en estas circunstancias que los ingleses lo maquinan todo es desafiar a la lógica. «La primera lección de política que recibí cuando era niño fue que los ingleses tenían el poder-cuenta Iraj Pezeshkzad-. Todos los iraníes que saben leer y escribir la recibieron igual que yo. Ahora es un poco distinto; Estados Unidos empieza a reemplazar a Reino Unido en ese rol, pero va lento, los jóvenes todavía están influenciados por sus familias». Para que los iraníes erradiquen por completo ese fantasma, «tendría que haber democracia-dicesimplemente tendrían que sentirse dueños de su destino».

Muchos son los que en estos últimos años han pensado que la democracia sólo podría llegarles a través de los americanos, sobre todo la gente joven. Irán tiene fama de ser el país musulmán más proamericano. Cuando se les pregunta el porqué a los iraníes que se esfuerzan por descifrar el comportamiento de sus conciudadanos, contestan sistemáticamente que «los iraníes están a favor de los americanos porque el régimen está en contra». Es el mecanismo inverso del que se produce en una gran parte del mundo árabe, donde los regímenes que mandan son aliados, aunque sea avergonzados, de Estados Unidos y donde la protesta se tiñe con frecuencia de antiamericanismo. Esa buena dispo-


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sición de los jóvenes iranies hacia el Gran Satán le hizo vivir al régimen uno de sus peores momentos en 2003. Estados Unidos no sólo se implantaba en el vecino Irak sino que la mayoría de los iraníes-de menos de treinta años-sólo soñaba con una cosa: que fueran a bombardear Teherán, que los liberaran de la República Islámica como liberaban a los iraquies de Sadam Hussein. La desesperación era tal entre las jóvenes generaciones, ante la impotencia de los reformistas para cambiar verdaderamente el régimen y la ausencia de cualquier otra perspectiva, que la aviación americana se consideraba la salvación: el rescate sólo podía venir de ahí. Y como en ese país muchas veces los sueños se toman sin más por realidades, los rumores eran constantes: «dicen que será pronto», «al parecer bombardearán mañana ... ». Los más entrados en años, que conocieron los horrores de la guerra contra Irak, mostraban más reserva y les daban lecciones a esos jóvenes inconscientes, aunque muchos de ellos también esperaban que ocurriera algo. Pero, de hecho, si se profundizaba un poco con esos jóvenes, se veía enseguida que apenas sentían simpatía por George W. Bush y que lo que deseaban era totalmente irracional; querían bombas que no causaran muertos y americanos que, a poder ser, no pisaran su territorio: que sobre todo no hubiera ocupación, que no se creyeran los jefes. Pero el ímpetu era tal que hizo tambalear hasta las altas esferas, hasta el punto de que Rafsanyani llegó a proponer, en una entrevista en la prensa en abril de 2003, que se organizara un referéndum sobre la reactivación de las relaciones con Estados Unidos. Seis meses antes unos hombres habían sido encarcelados por haberse atrevido a hacer un sondeo sobre el mismo tema. Rafsanyani era el único que podía tomarse ese tipo de libertades con la doctrina sin correr ningún tipo de riesgo más que el de recibir insultos por parte de la prensa ultraconservadora. Naturalmente, su iniciativa no tuvo éxito. Pero fue el indicio de que el régimen ha172


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bía descubierto con espanto hasta dónde podían llegar las expectativas de la juventud hacia América. Y ese momento fue crucial para que una nueva generación de conservadores dogmáticos tomara la determinación de hacerse cargo de la situación para apartar al régimen del desprestigio en el que había zozobrado, salvar la revolución sin oprimir a los jóvenes y orientar al país hacia un auténtico antiamericanismo. La prolongación de la guerra de los americanos en Irak, el desorden, las víctimas civiles,los atentados, las decapitaciones y el salvajismo enfriaron rápidamente las ilusiones novelescas de los jóvenes iraníes. Nadie le deseaba eso ni a Irak ni a Irán. Pero la propensión a soñar puja constantemente por resurgir. A finales de 2005, cuando la tensión internacional empezaba a aumentar con respecto al programa nuclear iraní y Ahmadineyad multiplicaba las declaraciones provocadoras, muchos-y no sólo los jóvenes-, se dedicaban a imaginar otra vez situaciones de liberación. «Los americanos no volverán a hacer lo mismo que en Irak, lo han entendido; no intentarán ocuparnos», nos decía por ejemplo un intelectual que intentaba persuadirse a sí mismo de que la experiencia de Estados Unidos en el país vecino aumentaba las posibilidades de su intervención en Irán. «Bastaría con uno o dos obuses sobre Teherán-seguía diciendo--; incluso bastaría con que anunciaran simplemente que bombardearán las ciudades, como ya lo hizo una vez Sadam: en tres días todo el mundo se había ido, todo se había detenido, las ciudades estaban muertas y la guerra terminó poco después», «Bastaría-decía otro--con que dejaran a Teherán sin electricidad; es muy fácil de hacer y todo se hundiría». Sin embargo, a lo largo de las semanas, a medida que crecía la contienda sobre el asunto nuclear, los iraníes presionaban a sus dirigentes, como cada vez que consideran que su país es víctima de la injusticia o la discriminación. El sentimiento pro americano no se resume a la espera de 173


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una intervención salvadora. «El sueño de los jóvenes iraníes es el sueño americano», subraya Ramin Iahambeglou, especialista en filosofía política. «Pero su América es una utopía. De Estados Unidos sólo conocen a Michael Iackson, Michael [ordan y Hollywood. Creen que en Estados Unidos uno se hace rico muy rápido. Esa es toda la imagen que se forman. Detrás del decorado hollywoodiense no hay nada. Su percepción de América carece totalmente de realidad». Otro intelectual opina de forma un poco distinta: «Está claro que están todas esas mitologías americanas, las grandes estrellas, los discos, las películas que circulan clandestinamente, y que desempeñan un papel muy importante. Pero la imagen que tenemos aquí de América parte de una constatación muy real: muchos iraníes se han ido a Estados Unidos y han triunfado allí perfectamente, en las universidades, en los bancos, en todas partes; son médicos, ingenieros, técnicos; a menudo ganan mucho dinero. Y no hablo de los de Los Ángeles, que están totalmente petrificados en su vulgar nostalgia hacia el antiguo régimen y que son muy impopulares en Irán, sino de los de Washington y otros lugares. Son al mismo tiempo iraníes yamericanos. En Estados Unidos todo el mundo es inmigrante, nadie se pregunta de dónde vienes, y en eso también la imagen de América seduce más que la de Europa». Esos dos millones de iraníes de Estados Unidos son mayoritariamente gente de ambientes acomodados que huyó del régimen poco después de la revolución. Pero circulan entre los dos continentes; algunos volvieron a instalarse en Irán durante los años de Khatami. Las autoridades no desdeñan las inversiones que pueden hacer en el país. Durante los tiempos del gobierno reformista muchas veces llamaron a los ejecutivos especializados para que volvieran porque Irán los necesitaba. No impiden que los jóvenes que quieren ir a estudiar a Estados Unidos lo hagan, y algunas de las familias más conservadoras no dudan en man174


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dar allí a sus hijos. Todo eso mientras arriba siguen prorrumpiendo en invectivas contra la cultura americana depravada. Prohíben las películas americanas en la televisión pero dejan que circulen a gran escala en DVD. Hace ya años que los editores americanos tienen decenas de representantes en el Salón del Libro de Teherán. Lasmemorias de BillClinton, que casi no fueron censuradas-sólo expurgaron un homenaje a Isaac Rabinfueron récord de ventas en la primavera de 2005, como lo fueron también las de su mujer, Hillary, un año antes. A pesar del embargo impuesto por Estados Unidos, los productos de consumo americanos se importan de forma masiva desde principios de los años noventa, especialmente los que están destinados a la juventud, como los vaqueros. En resumen, hace tiempo que las autoridades iraníes son bastante ambiguas con respecto al Gran Satán. La población también lo es. Se nota que el país real está preparado para volcarse mucho más de lo que lo ha hecho hasta ahora hacia el estilo de vida americano en cuanto le den la oportunidad. De hecho, personalidades políticas americanas como Zbigniew Brzezinski, Brent Scowcroft y otros más recientemente se han apoyado en esta constatación desde hace años para elaborar su alegato a favor de un cambio en la política de Washington hacia Teherán. Pero eso no significa que los iraníes, ni siquiera los jóvenes, aceptarían que Estados Unidos les dictara abiertamente la ley.Y quién sabe lo que ocurriría, incluso en el caso de los que rezan por que lleguen por el cielo, si los americanos pretendieran encargarse de los asuntos de Irán igual que de los de Irak o incluso menos. El orgullo nacional es el zócalo común de todas las mentalidades iraníes. Hay en la relación con América una frustración que de hecho comparten los irarríesy sus gobernantes, aunque lo expresen de una forma radicalmente distinta: les gustaría que les 175


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hablaran, que América los tuviera en consideración. La mayoría de iraníes piensa que la ruptura de las relaciones con Estados Unidos es la causa de todos sus problemas, pero les gustaría que se reestablecieran sobre una base equitativa, de igual a igual, con respeto. «Es por eso por lo que nuestros padres hicieron la revolución y por eso desde entonces lo estamos pagando», dice un joven de Teherán. No entienden el desprecio que les profesa Estados Unidos. En la primavera de 2005, publicaron una información en la prensa iraní según la cual Condolezza Rice había tenido-en su juventud-una desafortunada aventura con un estudiante iraní; el periódico dejaba entender que ese era el origen de su animosidad contra Irán. La información no fue confirmada y, después de todo, Condy Rice no es la más vengativa contra Irán dentro de la administración americana, al contrario. Pero la satisfacción morbosa con la que hacían circular la noticia en Teherán-¡un iraní había dejado plantada a la secretaria de Estado!-decía mucho sobre la humillación que representa para los iraníes el rechazo de diálogo que Estados Unidos le impone a su país. A principios de los años noventa, Europa emprendió una política de normalización progresiva con Teherán. El hecho de que hubiera allí un mercado abandonado por los americanos era en parte responsable de la maniobra; la Unión Europea es hoy en día el primer socio comercial de Irán. Además, la invasión de Kuwait por parte de Sadam Hussein, que había provocado la intervención de los occidentales a principios de 1991, invitaba a redefinir las estrategias en la región. La idea, por parte de la Unión Europea, era favorecer más la evolución de Irán tejiendo relaciones con él, respetando los intereses de cada uno en lugar de confinarlo a su aislamiento internacional. Fue la política bautizada como «diálogo crítico», que iba a ser interrumpida a principios de 1997, cuando un tribunal de Berlín acusó a «la más alta cumbre del Estado iraní» de haber perpetrado el asesinato de cuatro


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oponentes kurdos en 1992, en una discoteca de la ciudad de Mykonos. La Unión Europea retiró muy rápidamente a sus embajadores destinados en Teherán pero la llegada a la presidencia -unos meses más tarde-de Mohamed Khatami iba a permitir retomar el diálogo. Unos años más tarde fue Europa quien tomó la iniciativa y sacó del apuro a Irán al proponer abrir negociaciones sobre el asunto nuclear cuando se dieron a conocer las actividades clandestinas que el país había estado llevando a cabo en ese ámbito desde hacía dieciocho años. A pesar de esos esfuerzos, por lo general los europeos son considerados por los iraníes como interlocutores de segundo grado, cuya principal utilidad sería la de permitirles acceder al diálogo directo con Estados Unidos. «Nos da constantemente la impresión de que los americanos están detrás nuestro y que es a ellos a quienes se dirigen los iraníes», nos contaba a principios de 2005 uno de los participantes en las negociaciones que los europeos han entablado con Teherán sobre el asunto nuclear. «Nos dicen que Europa no es lo suficientemente potente, que tendría que participar Estados Unidos, pero al mismo tiempo ponen al respecto condiciones imposibles». Por su parte, los dirigentes americanos también se han encargado de poner «condiciones imposibles» al respecto. Desde la toma de rehenes de 1980 en la embajada americana, Estados Unidos no ha abandonado la visión diabólica de Irán, incluso después de que llegaran al poder los reformistas en Teherán. Clinton había empezado a deshacerse de ella hacia finales de su segundo mandato, a pesar de la oposición del Congreso, teniendo en cuenta los esfuerzos que desplegaba el presidente Khatami, que decía tener intenciones de reanudar las relaciones a partir de los cimientos, de los contactos con «el pueblo americano». En marzo de 2000 la secretaria de Estado Madeleine Albright presentó públicamente excusas de Estados Unidos hacia los iraníes por el de177


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rrocamiento de Mossadegh en 1953. Pero el Guía AH Khamenei exigía mucho más por su parte; en primer lugar, si Washington quería presentar excusas, tenía que referirse al conjunto de la política que Estados Unidos había desarrollado bajo el régimen anterior. Se retiró la prohibición de la importación de bienes iraníes hacia Estados Unidos sobre algunos productos (como las alfombras, el caviar o los pistachos). En septiembre de 2000, Bill Clinton asistió a la intervención del presidente Khatami en la apertura de la Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York, con la clara idea de acelerar el deshielo mediante un encuentro aunque fuera simbólico, como por ejemplo un apretón de manos mediático. Pero el Guía no le había dado a Khatami luz verde para tales jueguecitos y ni siquiera se saludaron. El presidente reformista forcejeó mucho en su país con el Guía Ali Khamenei para tratar de deshacer progresivamente las crispaciones ideológicas. Pero pocos meses después de la cita fallida en Nueva York, George W. Bush se convirtió en presidente de Estados Unidos y los neoconservadores se abalanzaron en tropel sobre la Casa Blanca. Hubo más ocasiones fallidas, pero a partir de entonces fueron sobre todo por culpa de Washington. Al día siguiente del 11 de septiembre de 2001, tras los ataques al World Trade Center, Irán fue el único país musulmán donde los jóvenes bajaron espontáneamente a la calle con velas para demostrar su solidaridad con los americanos. Las autoridades iraníes habían condenado los atentados y no reprimieron sus demostraciones de simpatía proamericana. Por primera vez el régimen iraní descubría que tenía puntos en común con Washington en la lucha contra el extremismo suní de los talibanes de Al Qaeda. La República Islámica fue más lejos de lo que nunca había ido en los gestos de buena voluntad y la cooperación concreta


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con Estados Unidos, durante y después de su ofensiva en Afganistán. Se veían, por primera vez desde hacía muchísimo tiempo, diplomáticos americanos e iraníes sentados a la misma mesa en las reuniones internacionales sobre el devenir de Kabul. En el contexto posterior aln de septiembre, se demostró que los partidarios iraníes consiguieron un acercamiento con Washington, a pesar de las advertencias del Guía, y esperaban poder extender la concertación con los americanos a otros temas aparte de Afganistán. El secretario de Estado Colin Powell quería avivar ese diálogo, pero la Casa Blanca no. A principios de 2002, George W. Bush pronunció su fatídico discurso sobre «el eje del mal», que puso punto final a cualquier acercamiento. A partir de ese momento ya no hubo más contactos que unas mundanas cenas en Davos entre los reformistas y los demócratas americanos, sin duda bienintencionados pero impotentes. Cada expresión de choque como «país gamberro» o «eje del mal», cada disertación sobre estos temas reforzaba en Teherán la influencia de los ultras en el Guía supremo, al mismo tiempo que encerraba a Washington en una intransigencia cada vez más retórica y estéril. Bush pareció reconocerlo al principio de su segundo mandato, pero de forma demasiado vacilante todavía y, una vez más, en el momento menos oportuno: en Teherán ya se había pasado la hora de los reformistas y la balanza se había vuelto a decantar hacia el ultraconservadurismo. En marzo de 2006, el presidente americano iba a proponerle el diálogo a la República Islámica y, por primera vez, el Guía Ali Khamenei iba a aceptarlo públicamente. Se trataba de hablar exclusivamente de Irak, donde la situación iba de mal en peor y donde los iraníes habían sido acusados de avivar las tensiones intercomunitarias. George Bush retomó con desprecio esta iniciativa del Departamento de Estado, la presentó más bien como una oportunidad de reprender a Irán por sus maniobras desestabili179


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zadoras que corno una petición de ayuda para restablecer la calma y facilitar la formación de un gobierno de unidad nacional en Irak. Al mismo tiempo, la administración americana multiplicaba las declaraciones que presentaban a Irán corno la principal amenaza para la seguridad internacional y reclamaba sanciones contra el país para empujarlo a interrumpir su programa nuclear. Washington enviaba señales totalmente contradictorias y parecía tener dificultades a la hora de fijar una estrategia coherente o en todo caso descifrable.

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Entre las miles de personalidades que acudieron a rendirle el último homenaje al papa Juan Pablo II en la Basílica de San Pedro en Roma, el 9 de abril de 2005, se encontraba Mohamed Khatami. El presidente iraní consideraba al difunto jefe de la Iglesia Católica como un interlocutor en el «diálogo entre las civilizaciones» y no le hubiera gustado estar ausente en sus exequias. En la nave donde se amontonaban los dignatarios de numerosos países le tocó codearse con su homólogo israelí, Moshe Katsav, y le estrechó la mano. Para los periodistas, que estaban en primera línea desde el principio de la agonía del papa y ya no sabían qué inventarse para mantenerse en antena, esa casualidad fue una suerte. Calificaron inmediatamente el encuentro como «acontecimiento histórico». Estrechar la mano de un oficial israelí, para un representante de la República Islámica, es peor que besar al diablo. ¡Miraculo! Khatami lo hizo. Moshe Katsav es un judío de Irán, nació en la misma ciudad que Mohamed Khatami, en Yazd, no lejos de Ispahan. Los periodistas contaron que los dos hombres habían intercambiado algunas palabras en persa sobre su ciudad de origen, una información que según dijeron les había contado el presidente iraní, No obstante, apenas volvió a Teherán, Mohamed Khatarni, que es valiente pero no suicida, desmintió enérgicamente haberle dirigido la palabra al jefe de Estado israelí y afirmó, en contra 181


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de la evidencia, que no se había «cruzado con ninguna personalidad del régimen sionista». «Esas alegaciones son falsas», dijo intentando imputárselas a la prensa israelí, sin dejar de recordar que Irán no reconoce al Estado hebreo, que fue «creado mediante la fuerza y la usurpación de los derechos palestinos». Moshe Katsav, por su parte, se dedicó a minimizar el acontecimiento desde que volvió a Jerusalén, aunque confirmó que efectivamente el encuentro se había producido: «El presidente iraní estaba sentado a mi izquierda; al final de la ceremonia salimos al mismo tiempo e intercambiamos algunas palabras en farsi», le aclaró al periódico Yédiot Aharonot, «cuando los jefes de Estado se encuentran, todos se dan la mano; no creo que se pueda decir que se ha roto el hielo y no les atribuyo a esos intercambios de educación ningún significado político». En Teherán el asunto trajo cola durante varios días mientras las autoridades repetían de todas las formas posibles que su posición hacia «el régimen sionista» no había cambiado. Cuando los periodistas le preguntaron una semana después al portavoz del ministro de Asuntos Exteriores sobre cuál sería la actitud de Teherán en el supuesto de que los palestinos llegaran a un acuerdo de paz con los israelies, contestó que no cambiaría: «Reconocer o no a un estado forma parte de las prerrogativas diplomáticas de Irán y en ningún caso Irán reconocerá el régimen sionista, incluso en la hipótesis imposible que estáis contemplando». Y esa sigue siendo la línea oficial: no hay reconocimiento pase lo que pase. La anécdota revela los arcaísmos heredados de la revolución a los que siguen anclados los representantes del régimen iraní más abiertos al cambio. Como lo demostraba su patética retracción, Khatami no disponía de ningún margen de autonomía que le permitiera improvisar por poco que fuera sobre la cuestión israelí. Sin embargo, poco después de su llegada a la presidencia, había conseguido convencer a los colectivos donde se elabora la 182


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política exterior de Irán para que la doctrina evolucionara considerablemente con respecto al eslogan de Iomeini, que hasta ese momento se reducía a: «borrar a Israel del mapa». En 1998, en un discurso ante la Asamblea General de la ONU en Nueva York, que el resto del mundo acogió como una puesta al día muy bienvenida, declaró en resumidas cuentas que les correspondía a ambos pueblos, el palestino yel israelí, elegir democráticamente su destino. Era el fruto de un compromiso que les arrancó a duras penas a los «radicales» del régimen: Irán conservaba el derecho a pensar lo que quisiera del Estado de Israel y de no reconocerlo, pero toda la agresividad desaparecía en la nueva formulación. Según un diplomático occidental que lo frecuentaba, Mohamed Khatami era personalmente partidario de ir más lejos y no era raro que en privado reconociera que algún día Irán tendría que abrir bien los ojos frente a las realidades de Oriente Próximo, es decir, admitir el derecho a la existencia del Estado judío. Todavía no han llegado hasta ahí, pero ya no están en el eslogan jomeinista que Mahmud Ahmadineyad reactivó desde otoño de 2005 y que ningún otro alto mando ha retomado. El llamamiento a la destrucción de Israel ha sido la primera consigna de la República Islámica. Iorneini soñaba con encabezar la sublevación de todos los musulmanes oprimidos del mundo y quería utilizar la causa palestina para ese fin. Pero no funcionó. No federó el islamismo porque los movimientos radicales suníes no apreciaban en absoluto esa competencia chií y algunos, como los talibanes de Afganistán, se convirtieron en los peores enemigos de Irán. En el propio Irán, aparte de la compasión de principio que todo buen musulmán chií le debe a las víctimas de la injusticia, la gran mayoría de la población considera la causa palestina como una causa árabe y, por ende, ajena. Bajo el régimen del sha, la simpatía por los palestinos iba de la mano con la antipatía que se le profesaba a la monarquía, alia183


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da de Israel. Era uno de los temas de la oposición, especialmente en los amplios sectores de la intelligentsia iraní impregnados de pensamiento marxista. Justo después de la revolución, Yasser Arafat fue el primer dirigente extranjero que acudió a Teherán a rendir homenaje a la nueva República Islámica. Pero la luna de miel con el jefe de la OLP no iba a durar mucho: justo hasta que estalló la guerra con Irak y Arafat apoyó a Sadam Hussein. Este episodio sigue grabado en la mente de muchos iraníes y, cuando se les pregunta sobre sus sentimientos hacia los palestinos, suelen contestar-tras las precauciones al uso sobre el infortunio de los pueblos-que, a pesar de todo, «los palestinos son unos traidores». En cuanto al régimen iraní, pensaba orientar su amabilidad propalestina hacia otros que no fueran Arafat-los movimientos de Hamás y de la Yihad islámica-, y por lo tanto no tenía la intención de renunciar a una retórica contra los israelíes que en cierta forma le es consustancial: la amenaza del militarismo israelí, sustituto del imperialismo americano, que supuestamente amenaza a los iraníes justifica la propia existencia de la República Islámica, que se ha atribuido la misión de protegerles de ello. En los años ochenta, los de la guerra contra Irak, esta retórica oficial se aplicó en Irán a todos los compromisos. El Estado hebreo consideraba en aquella época a Sadam Hussein como su enemigo número uno en la zona yeso creaba afinidades objetivas, aunque no se quisiera reconocer. Aun continuando con la apelación a la erradicación del Estado de Israel, la República Islámica no puso trabas a la hora de tratar con Israel en secreto y procurarse armas americanas por su intermediario. Rafsanyani fue el socio de dichas transacciones secretas que desembocarían para Reagan en el escándalo del Irangate. Ese tiempo ya ha pasado, Sadam Hussein ha caído y, para Israel, Irán se ha convertido en una preocupación mayor, no sólo porque intenta hacerse con el


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arma nuclear, sino porque sigue apoyando activamente los movimientos armados palestinos. Es uno de los motivos por los que George W. Bush, en su memorable discurso sobre el estado de la Unión, en enero de 2002, decidió incluir a Irán entre los paises que designaba como «el eje del mal», estropeando al mismo tiempo los esfuerzos que había desplegado Mohamed Khatami para convencer a los suyos de que retomaran el diálogo con los americanos: unos días antes de ese discurso, la marina israelí había interceptado un carguero lleno de armas iraníes destinadas a los palestinos, el Karine-A. La ayuda financiera y militar que Irán y sus Guardianes de la revolución le siguen prestando a Hamás y la Yihad es conocida por todos, como también lo es su apoyo al movimiento armado del Hezbolá, que han creado los pasdaranes en el Líbano y en el cual se basa la indefectible amistad que Siria mantiene con el régimen iraní y viceversa. Encargados antaño por Iomeini de empezar la política exterior mesiánica del régimen «exportando» la revolución, los pasdaranes todavía trabajan clandestinamente en esa tarea, que la República Islámica abandonó oficialmente desde la muerte del padre fundador. Hoy en día son los máximos depositarios, junto con las milicias bastyi, los círculos religiosos fanáticos y los sectores políticos conservadores más radicales, del odio israelí heredado de la revolución. Es su credo. «Irán nunca querrá reconocer a Israel, incluso en la hipótesis absolutamente teórica de que los palestinos hagan las paces con los israelíes-nos dijo el guardián de la revolución que conocimos en Teherán durante el verano de 200s-se califican de «pueblo elegido» y para el islam nadie es mejor que su vecino, ningún pueblo vale más que otro. Los israelíes han sido desde siempre un pueblo de ocupación, tienen que hacer la demostración de buena fe de que no quieren seguir siéndolo y después los palestinos encontrarán la forma de dejarlos vivir». Dicho de otro modo, no habrá paz mientras dos esta185


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dos pretendan coexistir en tierra palestina. Esa tierra es de un solo Estado: del Estado palestino) que encontrará la forma de «dejar vivir» a los judíos.

Cuando en octubre de 2005 el sucesor de Mohamed Khatami en la presidencia) Mahmud Ahmadineyad, anunció en plena exaltación de un discurso incendiario que Israel «será borrado del mapa», no hacía más que repetir un eslogan que todos los iraníes han oído millones de veces) que aparece en todas las banderolas de los basiyis, en todas sus octavillas) en toda su literatura de propaganda) que está inscrita en las armas de los Guardianes de la revolución entre los cuales combatió. Todos los iraníes que fueron niños o adolescentes en los años ochenta y noventa han pisoteado banderas americanas e israelíes en el patio del colegio al tiempo que gritaban a coro) antes de empezar las clases) «¡Muerte a Estados Unidos! ¡Muerte a Israell». Esta práctica se ha perdido un poco en las escuelas) pero sigue siendo de rigor en las actividades extraescolares que organiza el régimen) las manifestaciones que orquesta para entretener a los jóvenes y hacerles creer a los no tan jóvenes que goza del apoyo de esas generaciones. Por lo tanto) las palabras de Ahmadineyad no sorprendieron en absoluto a los iraníes, que se criaron con ellas y hasta los empapuzaron. El nuevo presidente habló durante el Día de Jerusalén) una celebración anual instaurada por Iomeini, que había esperado convertirla en una fecha fetiche para los islamistas de todos los países. Ahora sólo se celebra en Irán) donde hace tiempo que ya no galvaniza las mentalidades. Forma parte de los vestigios de la revolución, de los rituales que la República machaca mecánicamente ante la indiferencia de la gran mayoría de la población. Los pasdaranes desfilan; los auténticos fieles del régimen salen a hacer lo que se parece más a una quermés que a una mo186


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vilización de combatientes. Eso suma a unas cuantas decenas de miles de personas en las grandes ciudades del país. Los «candidatos a mártires», voluntarios proclamados para los atentados con bomba, desfilan con falsos cinturones de dinamita alrededor de la cintura, bajo una pancarta que proclama: «Qods (Jerusalén] nos pertenece». Hay militantes que evocan el duelo de los combatientes palestinos con el cuerpo envuelto en una mortaja. Así que las manifestaciones que mostraron las televisiones del mundo entero tras las primeras invectivas de Ahmadineyad no eran ni excepcionales ni nuevas. Pocos días después del Día de Jerusalén se celebra en Teherán otro evento de naturaleza similar: el aniversario de la toma de rehenes del 4 de noviembre de 1979 en la embajada americana. En 2005 esta conmemoración se adelantó al z de noviembre. El4 caía desgraciadamente en viernes-que es el domingo de los israelíes-y las autoridades temían con razón que los niños tuvieran algo mejor que hacer durante el fin de semana; mientras que en plena semana, es siempre una ocasión para saltarse clase y así la participación estaría garantizada. Como de costumbre, fletaron autobuses para transportar a los escolares, que quemaron alegremente efigies de George W. Bush, Ariel Sharon y Tony Blair. Esas también fueron imágenes de impacto para las televisiones extranjeras, mientras que para los iraníes sólo era un ritual raído desde hace tiempo. Y también hubo una congregación ante la embajada italiana en Teherán en respuesta a una manifestación que había habido en Roma para protestar contra las declaraciones antisemitas de Ahmadineyad. «Había doscientos gritando "¡muerte a Israel, muerte a América!"; pero curiosamente ni siquiera se les ocurrió la idea de gritar "¡muerte a Italia!"», nos contó riendo un empleado de esa embajada.


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El 26 de octubre de 2005 Mahmud Ahmadineyad no patinó casualmente en una frase. Pronunció un largo discurso sin notas, en el marco de la conferencia que se organiza anualmente sobre «el fin del sionismo», machacó durante casi una hora-como combatiente ducho en ese tipo de ejercicio ante los militantes-, hizo un llamamiento a los palestinos a que se unieran «para alcanzar el punto de aniquilamiento del régimen sionista», prometió que «los dirigentes de la nación musulmana que reconozcan a Israel arderán en las llamas de la cólera de su propio pueblo», denunció a Israel como la creación de «las fuerzas de opresión mundiales», una de las expresiones consagradas en la República Islámica para designar a Estados Unidos. Seguramente no había imaginado que entre los asistentes acostumbrados a ese tipo de discurso a los cuales se dirigía, había un intruso-un periodista de la Agencia France-Presse-, ni que sus declaraciones iban a desencadenar de inmediato preparativos de ofensiva en las cancillerías y le supondría una severa reprimenda, tanto internacional como nacional. Si esas famosas palabras de [orneini tienen todavía validez en la República Islámica, hacía más de quince años que un presidente no las pronunciaba. El presidente no tiene ni de lejos todos los poderes en Irán, pero es quien representa al país de cara al extranjero, el que tiene que expresar la postura oficial y en ese caso él no cumplía su función. Después de esa primera invectiva, los amigos de Ahmadineyad que están en el seno del régimen se esforzaron por minimizar el alcance de las declaraciones mientras que otros las rechazaban. Rafsanyani, Khatami, otros miembros del establishment y, en un primer momento, el Guía mismo -que sin embargo está acostumbrado a la diatriba antiisraelí tan habitual entre los suyos-se apresuraron a rectificarlas y a tomar sus distancias, con un ímpetu bastante inédito: no es frecuente en la República Islámica que en las altas esferas se ponga 188


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tanto esmero en desmarcarse de Iomeini, Pero como dice un proverbio iraní, y como iba a comprobarse en las semanas siguientes: «Diez sabios no lograrían extraer una piedra tirada a un pozo por un loco». Después del primer despropósito del nuevo presidente, los europeos evidenciaron por vía diplomática que, aunque Ahmadineyad no reflejaba todas las tendencias del régimen-que era lo que ellos querían creer-, su alocución era inaceptable. Los dirigentes europeos ya habían manifestado desde hacía cierto tiempo que no aceptarían que se emplearan ante ellos esos viejos eslóganes revolucionarios antiisraelíes. Cuando en Teherán se celebró el tradicional desfile militar en el mes de septiembre anterior, los responsables militares de las embajadas europeas abandonaron todos de golpe la tribuna oficial cuando pasaron los misiles Shahab, sobre los cuales sigue escrita la famosa frase de Iorneini. El mundo entero protestó. El Consejo de Seguridad de la ONU condenó las declaraciones de Ahmadineyad con una celeridad que sería ideal que siempre tuviera. El secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, anuló su visita a Irán y un portavoz del gobierno iraní tuvo la audacia de decir que Teherán había decidido esa postergación, lo cual provocó no pocas carcajadas en las moradas persas. El presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, manifestó en resumidas cuentas que los palestinos no tenían ninguna necesidad, al contrario, de que Irán se entrometiera en sus asuntos. En el contexto diplomático del momento, el del aumento de la tensión sobre el asunto nuclear, la alocución de Ahmadineyad era aparentemente lo peor que podía hacer un responsable iraní. Mientras su país repetía sin cesar a diestro y siniestro que no tenía en absoluto la intención de fabricar la bomba ni de atacar a nadie, y que sólo reivindicaba su «legítimo derecho» a desarrollar las tecnologías nuclea-


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res para fines civiles,la agresividad de Ahmadineyad dinamitaba esas declaraciones de principios pacifistas. Mientras Irán hacía al mundo entero testigo de la pureza de sus intenciones y de la injusticia a la que los occidentales 10 habían sometido, mientras intentaba hacerse aliados, su presidente parecía estar esforzándose para que todo el mundo le diera la espalda. Algunos comentaristas extranjeros analizan las declaraciones de Ahmadineyad como una maniobra calculada para hacer remontar su cota de popularidad, que estaba muy afectada por su incapacidad para poner en marcha ninguna de las medidas conformes a sus promesas electorales. Pero en ese momento su cota lo único que hizo fue registrar un nuevo desmoronamiento. Dos días más tarde, agravó su caso reiterando sus declaraciones con una sinceridad decididamente inaceptable y poniendo de manifiesto, como si eso lo absolviera, que las palabras concretas que le reprochaban («Borrar a Israel del mapa» ) eran una conocida frase del venerado fundador de la República. A partir de ese momento, todos sus adversarios en Irán sólo quisieron una cosa: que Mahmud Ahmadineyad siguiera así, que hiciera todavía más tonterías de ese tipo para que lo apartaran definitivamente del poder. «¡Es un basiyi que no ha crecido, no es un presidente! Es la prueba de que es verdaderamente incapaz, ¡jamás estará a la altural», decía la gente común, incluidos aquellos que le habían dado su voto en el mes de junio.

Pero se equivocaron. De hecho, el presidente ya no iba a dejar de reincidir, hasta les sugirió un día a Alemania y a Austria que acogieran al Estado hebreo en su territorio si se consideraban culpables de la masacre de judíos durante la guerra; otro día defendió a los historiadores revisionistas y negó directamente la realidad de la Shoah. Pronto, no pasaría una semana sin que insultara pú190


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blicamente al Estado israelí, sin que deseara la muerte de Ariel Sharon o pusiera en duda el «mito» del Holocausto. El mundo se concienció con cierto retraso de que no había sido cuestión de un error estúpido ni de un patinazo) sino de una política perfectamente deliberada. Tras un primer momento de titubeo, el Guía dejó hacer a su protegido y añadió él mismo su piedra al edificio, un día que recibió en Teherán al jefe del Hamás palestino, al avalar las declaraciones de Ahmadineyad, que acababa de calificar a Israel como un «tumor canceroso». ¿Acaso consideraba que, en las circunstancias regionales del momento, el tono de la confrontación y del desafío lanzado a los americanos reforzaba más a Irán que la política de conciliación? ¿O es que simplemente necesitaba tener a alguien más extremista que él para adoptar un rol de moderador en el seno del régimen? En todo caso, el Guía parecía sacar provecho de las repetidas provocaciones de su presidente, aunque esa connivencia no es forzosamente eterna. Pero en la opinión iraní, el consenso se consiguió a través del asunto nuclear, no a causa de eslóganes antiisraelíes que no tienen alcance demagógico. Podían servir para exaltar a los sectores extremistas minoritarios pero sin duda no iban a ampliar la base electoral de Ahmadineyad, ya que en Irán no se pueden ganar muchos votos con esa retórica. Recientemente, unos judíos de Irán padecieron cruelmente las consecuencias de las peleas puramente internas en el régimen, entre la derecha radical y los reformistas. En el año 2000, trece judíos de Chiraz fueron juzgados por ser espías de Estados Unidos e Israel; dos de sus correligionarios habían sido ejecutados tres años antes en la prisión de Evin, en Teherán, con el mismo pretexto, víctimas de un extremismo que los utilizaba para hacer una demostración de fuerza. La intervención de Ahmadineyad evita por lo menos que la corriente que representa se exprese mediante semejante crímenes. La pequeña comunidad ju191


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día de Irán, que hoy en día es de aproximadamente quince mil personas contra las ochenta mil que había en los años sesenta, no se preocupó. El antisemitismo y el negacionismo existen en Irán, especialmente en los círculos religiosos radicales y los medios ultraconservadores. Uno de los periódicos cercanos a esos sectores, el Tehran Time, publicado en inglés, no pierde ocasión de dejarles columnas a Faurrisson y a otros revisionistas extranjeros para denunciar «la gran estafa del Holocausto». Pero sus tesis crean menos adeptos y suscitan menos fervor en Irán que en las poblaciones árabes. La ofensiva antiisraelí y revisionista de Ahmadineyad no desencadenó ninguna movilización de apoyo. Uno de los índices, entre otros, es que un seminario organizado por una ONG en defensa de los palestinos sobre el tema «Holocausto: mito o realidad», consiguió reunir como mucho a una docena de personas a finales de enero de 2006 en Teherán. La gran mayoría de iraníes no está dispuesta a ponerse al mundo en contra por un asunto que les concierne tan poco como el conflicto palestino-israelí. No hay nadie, salvo los representantes del régimen y los basiyis, que haga referencia espontáneamente en alguna conversación a dicho conflicto. Son ajenos a él. y también es frecuente, cuando se les pregunta, que consideren que su gobierno debería más bien invertir los dinares del Estado en solucionar los problemas iraníes antes que en ayudar a los palestinos. «No se puede decir que aquí a la gente les gusten, pero los israelíes les infunden respeto; los iraníes sueñan con ser tan poderosos como ellos», afirma un habitante de Teherán. Algunos incluso consideran que existen similitudes entre ambos países y tienden a pensar que podrían tener un interés común en cooperar, si el régimen iraní no fuera lo que es, evidentemente. En cuanto al antisemitismo, fuera de los círculos extremistas, no es en modo alguno objeto de pasiones. Como recalca un intelec-


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tual, «no hay un antisemitismo ampliamente extendido en Irán más que en el sentido etimológico del término, y apunta mucho más hacia los árabes que hacia los judíos».

El sentimiento antiárabe, en efecto, es casi un componente de la identidad iraní. «Hace más de mil años, el poeta Ferdoussi ya se burlaba de los árabes que (comen cocodrilo y reclaman una corona real'; los iraníes no han parado desde entonces de burlarse de ellos», nos dice el mismo intelectual haciendo alusión a los grandes mitos del Irán preislámico cantados por el autor del Libro de los reyes. «Los iraníes fueron invadidos en el siglo VII, pero al hablar con ellos se podría decir que ocurrió ayer», añade. El último sha de Irán había ensalzado enormemente el culto por el Imperio persa, anterior a la invasión árabe y a la islamizaci6n del país. Alcanzó cotas que rozaban lo ridículo en 1971 con la celebración del dos mil quinientos aniversario de la fundación de dicho imperio por Ciro y las grandilocuentes fiestas de Persépolis, la capital erigida por Darío, otra figura emblemática de la Persia milenaria. Todavía hoy en día encontramos, entre los nostálgicos del régimen del sha, gente que aún piensa que la invasión árabe marcó el principio de un largo periodo de decadencia para la gran nación persa y que espera más o menos que el paréntesis islámico se vuelva a cerrar. «Los iraníes tienen muchas razones históricas para ser antiárabes», dicen seriamente. Pero el apego hacia la Persia profunda, hacia sus raíces antiguas, no sólo lo experimentan esos huérfanos minoritarios de la monarquía. Hasta el régimen de la República Islámica ha reconocido finalmente que no podia hacer tabula rasa del pasado anterior a la islarnización, cuyo recuerdo está presente en el sentimiento nacional. Aunque a principios de la revolución, algunos lo deseaban, como el ayatolá Sadegh Khalkhali, el temible procurador 193


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apodado el Carnicero, partidario de la coerción en todo, que quería destruir las ruinas de la antigua Persépolis. Por suerte no lo secundaron, del mismo modo que el régimen no suprimió las celebraciones del Nowrouz, el año nuevo iraní, vinculadas a la religión zoroástrica. En 1991, Rafsanyani-que entonces era presidente-hizo una comentada visita a Persépolis y su sucesor Khatami hizo lo propio unos años más tarde, siendo, tanto el uno como el otro, conscientes de la necesidad que tenía el régimen de hacerle justicia a la herencia preislámica. La relación que los iraníes mantienen globalmente con el mundo árabe está teñida de un sentimiento de superioridad, del orgullo de haberse apropiado del islam. Se jactan de haber resistido a todas las invasiones por la fuerza de su cultura, de haber «iranizado» a todos los invasores, y disfrutan reivindicando algunos de los nombres con más prestigio del pensamiento musulmán. «Esun hecho innegable-afirma por ejemplo el filósofo Daryush Shayegan-el 80 por 100 de los grandes pensadores islámicos son de origen iraní. Han escrito en lengua árabe porque era la lengua cultural de la época, pero son iraníes y todos han escrito también en persa». Los grandes nombres vinculados en especial al sufismo-que alimenta la literatura iraní y ejerce siempre una fuerte atracción aunque esté mal visto desde la revolución-son los nombres de pensadores y poetas iraníes, como Avicena, Rumi, Nasser Khosrowy otros. «Esto desempeña una importante función en la psique de los iraníes, que dicen: en el fondo, somos nosotros los que hemos creado la cultura islámica-continúa Shayegan-; eso les da cierta arrogancia frente a sus vecinos y los demás. Es el lado antipático de los persas». Y el filósofo añade: «Nos sentimos más cercanos de los turcos o los hindúes que de los árabes; con los árabes siempre hay problemas». La arrogancia de la que habla Shayegan se traduce en la vida 194


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real por una condescendencia desdeñosa hacia los árabes, especialmente difundida en los sectores más favorecidos. Cuando alguien interpela a alguien por encontrar indigno su comportamiento, es frecuente que utilice una expresión corriente en el lenguaje común: «¿Eres iraní o eres árabe?». Además, los iraníes suelen tener el sentimiento de que, sean cuales sean las desavenencias que su país pueda tener con otros-y no son pocas en la historia reciente-, los árabes toman partido sistemáticamente contra ellos. «Sigue siendo así-dice uno de ellos-, la política de acercamiento que dirigió Khatami hacia los países árabes de la región no ha cambiado nada al respecto, seguirá siendo siempre igual». Una vez más, la experiencia más traumatizante ha sido la de la guerra contra Irak, el único país árabe que comparte frontera con Irán, que tiene 1.450 kilómetros y es objeto de incesantes disputas. El que desencadenó la guerra fue Sadam Hussein, que reivindicaba el Chatt al-Arab [el río de los árabes], es decir el río que forman al juntarse las aguas del Tigris y las del Eufrates antes de desembocar en el Golfo. Aparte de las problemáticas estratégicas, era un símbolo ya que el Chatt al-Arab siempre ha sido una frontera política y cultural, entre el Imperio otomano y el Imperio persa, o entre el mundo árabe y el mundo de los arios. El 22 de septiembre de 1980, Sadam Hussein dio la orden de atacar y sus tropas invadieron la provincia iraní de Iuzistán, ocuparon Ioramchar, rodearon Abadán. Fuera cual fuera el comienzo, era una agresión en toda regla. Ningún país árabe (y no sólo árabe, de hecho) tomaría partido por Irak en una guerra que quisieron ver como la defensa del nacionalismo árabe y del islam suní contra las amenazantes ambiciones del chiismo iraní. Todavía peor: los chiíes iraquíes, que son mayoría en la población y forman el grueso de las tropas de Sadam Hussein, le fueron fieles a Irak durante la guerra; muy pocos desertaron. 195


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Eran más árabes e iraquíes que hermanos de religión con los iraníes. La República Islámica de Irán se hizo enemiga desde sus inicios del conjunto de gobiernos árabes, haciendo un llamamiento a los musulmanes para que se sublevaran contra ellos. Una de sus primeras medidas fue, en 1979, la ruptura de las relaciones con Egipto, signatario de los acuerdos de Camp David con Israel. Hasta 2004 una de las grandes avenidas del centro de Teherán todavía llevaba el nombre del asesino de Sadat, Khaled Istanbuli. La política de normalización que llevó a cabo luego el presidente K.hatami no bastó para desarmar la desconfianza. Los países de la región que cuentan entre su población con una minoría chií-sobre todo Arabia Saudí, Kuwait y Bahreinacusan regularmente a Irán de incitarla a la rebelión. Desde la intervención americana en Irak en 2003 y la creación en Bagdad de instituciones dominadas por los chiíes, esos gobiernos árabes suníes temen la constitución de un eje chií que acentuaría los antagonismos entre las dos ramas del islam y modificaría a costa de ellos los equilibrios regionales. A finales de 2004, el soberano de Iordania, Abdullah I1, expresó públicamente esos temores. Al año siguiente, Irán fue acusado abiertamente por varios de esos países-así como por americanos y británicos--de jugar un juego más que turbio en Irak. La desconfianza de los gobiernos árabes hacia Irán tiene su equivalente en los movimientos islamistas árabes, incluidos los supuestos aliados de Teherán. El Hezbolá libanés (chií) es la excepción a esta regla, no así el Hamás palestino, que Irán no domina para nada. Estas consideraciones políticas se les escapan a la mayoría de iraníes de a pie. Pero el sentimiento de ser objeto de la hostilidad del islam suní y del mundo árabe está bastante anclado más allá de la política. Por último, la cuestión árabe es un problema interno iraní en


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el sentido de que la provincia de Iuzistán, donde vive una parte de la minoría árabe (que representa aproximadamente el 3 por 100 de la población de Irán) está sacudida por problemas esporádicos) que aumentaron con mucha fuerza en 2005. En todos los momentos de crisis con Irak, la tensión se focalizó en esta región fronteriza, donde el régimen de Sadam Hussein incitaba regularmente a la población a la rebelión secesionista. Iuzistán alberga los principales yacimientos petrolíferos iraníes, también ha sido una de las regiones más destruidas durante la guerra. Los árabes, que allí son mayoría, se consideran hoy en día víctimas de la discriminación en los empleos y el acceso a la educación) se quejan del subdesarrollo en el que los dejan vegetar mientras que su región suministra una parte importante de los ingresos petroleros del país. Esas recriminaciones y la represión que soportan no les reportan casi ninguna compasión por parte del resto de la población iraní que) aparte de algunas ONG, se preocupa muy poco de su suerte. En abril de 2005, la prefectura de la provincia, Ahvaz, fue) durante varios días, el escenario de enfrentamientos entre manifestantes árabes y fuerzas de seguridad. En junio) una serie de sanguinarios atentados fueron perpetrados en la región. En octubre) explotó una bomba en una calle muy transitada del centro de Ahvaz que causó siete muertos y numerosos heridos. En noviembre hubo más golpes en la capital de provincia. Según la prensa iraní, unos manifestantes vestidos con atuendos tradicionales árabes se enfrentaron a pedradas con las fuerzas del orden al tiempo que les espetaban «que mi sangre corra por la nación» [por la nación árabe]. A finales de enero de 2006 dos atentados con bomba volvían a causar ocho muertos en Ahvaz. A partir de octubre de 2005) Gran Bretaña, cuyas tropas están presentes al otro lado de la frontera--en Irak-fue acusada por Teherán de tener que ver con esos atentados y con las tensiones 197


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étnicas en Iuzistán. Como si fuera una casualidad, la acusación fue lanzada justo cuando Gran Bretaña empezaba a protestar contra las injerencias iraníes en Irak y denunciaba la implicación de los Guardianes de la revolución en varios ataques que habían sufrido sus soldados.


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Un alto funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores iraní pierde la calma y se enfurece cuando, a finales de 2005, mencionamos ante él las acusaciones de doblez que pesan sobre su país con respecto a Irak. En efecto, se sospecha que tras sus bellas palabras Teherán contribuye a la inseguridad y al caos que reinan en el país vecino. «Irán sólo tiene una política, que todos los órganos del régimen están obligados a respetar. Irán es el país que mejor ha defendido el proceso de paz en Irak; JOS desafío a que me deis un solo ejemplo que demuestre lo contrario!---exclama-. Hemos sido el único país de la zona que ha apoyado el calendario de las elecciones en Irak, que ha dicho que era preciso respetarlo; hemos reforzado los controles en las fronteras, hemos acogido aquí, en Teherán, la primera reunión de ministros del Interior de los países colindantes para examinar junto a ellos los problemas de seguridad, hemos firmado un acuerdo sobre este tema con las autoridades de Bagdad; ¿qué más debemos haceri». y recuerda la posición oficial, prudente y consensuada, de su país: Teherán desea el retorno de la paz a Irak, la preservación de la unidad del país y de su integridad territorial, el restablecimiento de la soberanía de los iraquíes, la formación acelerada de fuerzas de seguridad iraquíes y la salida de las tropas extranjeras. Irán es el país de la zona que dispone de mayor capacidad de influencia en Irak. Más del 60 por 100 de la población iraquí es 199


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chií (90 por 100 en Irán) y el sur del país, fronterizo con Irán, es el corazón histórico de esta confesión. Muchos religiosos iraníes, entre los cuales se encuentra Iomeini, han estudiado en las ciudades santas de Najaf y Karbala donde cada año acuden centenares de miles de peregrinos iraníes, cuando estas travesías no están interrumpidas como lo estuvieron durante los largos años de la guerra Irán-Irak e, irregularmente, por razones de seguridad, después de la intervención americana en Irak. La República Islámica cuenta en Irak con aliados históricos, principalmente entre los antiguos opositores chiíes de Sadam Hussein a los cuales ésta ha proporcionado refugio cuando buían de la represión del amo de Bagdad. La lista chií conservadora de la Alianza Unificada iraquí, que ganó las elecciones de diciembre de 2005, reúne al Consejo Supremo de la Revolución Islámica en Irak (CSRlI) de Abdel Aziz Hakim, que fue creado en Teherán en 1982, y al partido Dawa, cuya cúpula directiva se refugió en Irán durante los años ochenta. El joven imán Moqtada al-Sadr, que tomó las armas contra las fuerzas americanas en 2004 al frente del ejército del Mahdi y luego se unió a la Alianza Unificada iraquí, no deja de prometer su apoyo militar a Irán en caso de que éste fuera atacado. La afluencia de paso por la frontera, la existencia de redes religiosas y políticas entre una y otra parte de esta frontera, así como la fuerte presencia de servicios de información iraníes en el sur de Irak, pueden constituir para Teherán poderosos instrumentos de injerencia. Sin embargo, durante más de un año después de la caída de Sadam Hussein, la actuación de la República Islámica en la crisis iraquí no ha parecido ser motivo de preocupación importante para los occidentales. Iraquíes suníes, o chiíes pero laicos, denunciaban manipulaciones por parte de Irán, que según ellos colmaba a sus amigos con grandes sumas de dinero y llevaba a cabo en el sur intensas actividades de espionaje y de propaganda con el fin, decían, de instalar en Bagdad un gobierno 200


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que estuviera a sus pies. También fueron formuladas acusaciones sobre el suministro de armas a los insurgentes iraquíes, pero éstas no fueron confirmadas; algunos observadores de la zona afirmaban incluso que si las armas pasaban, entre los múltiples tráficos que se llevan a cabo en la frontera, era más bien en el otro sentido, de Irak hacía Irán, principalmente hacia los árabes de Iuzistán. Las autoridades de Teherán, por su parte, jugaban oficialmente al tan sensato juego de la estabilización, pronunciándose a favor de un federalismo equitativo, preconizando la integración de los suníes iraquíes en el proceso democrático, e invitando ostensiblemente a los grupos chiíes rebeldes a la moderación. A los únicos a los que realmente aquello les preocupaba fue a los gobiernos árabes-s-Iordania, Arabia Saudí, Egipto y demás-, que veían con inquietud cómo se intensificaba la influencia del chiismo en la zona. Pero luego las cosas empeoraron, especialmente en 2005, siendo Irán cada vez más frecuentemente acusado por Estados Unidos, y más tarde por Gran Bretaña, por sus maniobras desestabilizadoras. En septiembre de 2005, Londres declaraba que disponía de pruebas sobre la participación iraní en unos atentados que habían apuntado a sus soldados y que habían causado la muerte de varios de ellos. Tras los ataques contra sus convoyes en el sur de Irak, los británicos descubrieron que el explosivo utilizado era el mismo que el que emplea el Hezbolá libanés, organización muy allegada a los Guardianes de la revolución. Por otra parte, fueron arrestados miembros del Hezbolá en Irak, por donde habían penetrado vía Irán, y los británicos sospechaban que los Guardianes de la revolución les habían dado una pequeña formación. Según otras acusaciones, menos documentadas, formuladas por los americanos, Irán ayudaba incluso en otras regiones iraquíes a movimientos de rebelión suníes, según una lógica que tan sólo podía pretender el agravamiento del caos. 201


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«No es imposible, pero no ha sido demostrado-dice al respecto un diplomático europeo-; de todos modos, un apoyo a los insurgentes suníes no llegaría al punto de poner en apuros a los chiíes iraquíes. Hay que desconfiar también de la tendencia a imputar a los iraníes toda clase de planes retorcidos, de una sutileza maquiavélica que no poseen». Sea como sea, los occidentales empezaron a preguntarse realmente sobre lo que realmente podía querer el régimen de Teherán como futuro para Irak.

«No es seguro que la propia República Islámica lo sepa del todo bien; seguramente quiere varias cosas contradictorias a la vez -considera un diplomático destinado en Teherán-pero sí sabe lo que no quiere». A pesar de la instalación en Bagdad de un régimen dominado por los chiíes y en principio amigo, el futuro no es en efecto forzosamente resplandeciente para Irán. Dos de los argumentos posibles representan para el régimen de Teherán visiones de pesadilla, según el análisis de este diplomático y de varios de sus colegas occidentales. El primero sería que la crisis iraquí encontrara al final una salida conforme a los deseos de Estados Unidos: un Irak democrático y fuerte, bajo el área de influencia americana. El surgimiento de un rival semejante es uno de los miedos de la República Islámica de Irán. La enorme bocanada de esperanza que había suscitado en los jóvenes iraníes la intervención americana a principios de 2003 se marchitó a lo largo de una guerra que provoca cada día decenas de víctimas en Irak; el sueño de acabar con el régimen islámico gracias a los americanos se vino abajo. Pero seguro que renacería si en resumidas cuentas las cosas terminaran bien para Estados Unidos. Orgullosos de su victoria, los americanos podrían creer, por su parte, que pueden hacer lo que se les antoje en la zona y empezar a interesarse en serio-militarmente o por otros medios-por 202


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Irán, al que han abandonado durante mucho tiempo. Incluso la hipótesis según la cual un gobierno dominado por los chiíes en Bagdad acabaría por exigir la salida de los americanos no resulta necesariamente favorable a Teherán. Las instituciones democráticas en el país vecino tendrían de todas formas un temible valor de ejemplo a los ojos de la población iraní que reclama la democracia. La mayoría de los chiíes iraquíes rechazan el modelo de la República Islámica y desean mantener la separación entre los asuntos religiosos y los de Estado, aunque ninguno de sus dirigentes comparta esta opinión. El gran ayatolá Ali Sistani, el más prestigioso de sus jefes religiosos, se inscribe en la tradición del clero chií apolítico. Además, al clero iraquí se lo considera más erudito y menos corrupto que el que está en el poder en Teherán. La competencia que desde hace mucho tiempo se disputan las ciudades santas de Nayaf en Irak y de Qom en Irán por ser reconocidas como el principal centro de enseñanza teológica y de la autoridad religiosa del chiismo, podría seguramente inclinarse de nuevo a favor de Nayaf. Otro argumento temido sería que la crisis iraquí, por el contrario, tomara claramente mal rumbo, el de una auténtica guerra civil que podría desembocar en la fragmentación del país. Según los observadores destinados en Teherán, otro de los miedos de la República Islámica es el ser arrastrados a una guerra a ultranza entre comunidades iraquíes. Teherán teme también un efecto de contagio, en particular sobre los kurdos, que forman el 10 por 100 de la población en Irán. Una secesión de los kurdos de Irak, o su intervención en una fuerte lucha para conseguirla, despertaría las aspiraciones a la autonomía de los kurdos iraníes que en el pasado fueron duramente reprimidas. Así pues, a Irán no le interesa que su vecino zozobre en el caos total. Esto es lo que explica su política oficial, especialmente su apoyo al proceso electoral que hace participar a las tres co203


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munidades iraquíes (chií, suní y kurda) en el establecimiento de nuevas instituciones, y el ímpetu con el que éste le ha recomendado a su vecino lo que él es incapaz de garantizar en su propio país: unas elecciones verdaderamente libres y democráticas. Pero Irán también está interesado en que perdure al otro lado de la frontera un cierto grado de inseguridad y de desorden, por una parte para continuar acaparando a los americanos durante tanto tiempo como sea posible y, por otra, para debilitar al gobierno de Bagdad, evitar el resurgimiento de Irak como un rival poderoso sobre el cual Teherán no podría hacer mella. Esto es lo que explica la otra cara de la política iraní, su cara clandestina dirigida por los Guardianes de la revolución y los servicios de información, que se esfuerzan por inmiscuirse en el juego iraquí y proveerse de los medios que les permitan mover hilos, que intentan hacerse el mayor número de amigos en todos los equipos rivales, legalistas e insurgentes, y echan una mano cuando es preciso en acciones armadas. Tras haber alabado durante cierto tiempo la sensata contribución de la República Islámica a una salida pacífica de la crisis en Irak, los europeos acabaron por pensar como los americanos, a saber, que los iraníes demostraban sobre todo su capacidad de perjuicio en el país vecino. La tensión creció fuertemente a partir del verano de 2005, con las acusaciones de injerencia armada formuladas por Gran Bretaña y Estados Unidos. Teherán las desmintió firmemente y replicó según uno de sus métodos habituales: devolver las acusaciones al remitente. Londres fue acusado de fomentar los disturbios cerca de la frontera iraní, en Iuzistán, y de estar detrás de los atentados que se producían allí. «Los autores de los atentados proceden del sur de Irak, donde se supone que los británicos vigilan la frontera; pero no la vigilan, como mínimo son responsables de eso. Muchos de nuestros guardafronteras han perecido en esta región, hemos incautado grandes 204


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cantidades de armamento, somos nosotros las víctimas de la inseguridad de Irak. ¡Y una gente que ha venido de miles de kilómetros sin que nadie jamás le haya pedido que viniera se perrnite acusarnos!», nos decía nuestro interlocutor del Ministerio de Asuntos Exteriores iraní. La propaganda iraní en todo caso no tardó en resucitar los viejos fantasmas contra la pérfida Albión. Un día de octubre de 2005, por ejemplo, las autoridades de [uzistán anunciaron haber hecho fracasar una operación de «espías británicos» que querían atacar la gran refinería de Abadán, próxima a la frontera iraquí, «con la ayuda de cinco misiles Katisha». La prensa de derechas iraní exigió la ruptura de las relaciones diplomáticas con Londres tras los atentados de Ahvaz. El propio presidente Ahmadineyad acusó a Gran Bretaña, adelantando elementos de prueba sobrecogedores: «Los responsables de la seguridad y de los servicios secretos encontraron huellas de pasos británicos. La presencia de las fuerzas británicas en el sur de Irak y en la frontera iraní es motivo de inseguridad para los iraquíes y los iraníes», añadió Ahmadineyad. En lo que respecta a los americanos) repetidas veces varios de sus aviones de reconocimiento cayeron en Irán, incluso una vez a doscientos kilómetros al interior del país) lo que sin duda supone desviarse mucho de su camino en el transcurso de simples operaciones de vigilancia de la frontera iraquí. Misiones de información se llevan a cabo en Irán. Por otra parte, incidentes menores enfrentan permanentemente a las fuerzas de la coalición presentes en Irak y a los guardafronteras iraníes. «De ahí a imaginar que los ingleses ponen bombas en Ahvaz o que los americanos incitan a los baluches (una de las etnias minoritarias en Irán) a degollar a los policías iraníes, hay de todos modos un largo trecho», considera un diplomático occidental en Teherán. Y añade que, aunque no descarta que Gran Bretaña haya contraatacado de una manera u otra a los Guardianes de la revo2°5


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lución, «los incidentes étnicos en Irán tienen sus propias razones; hay un problema kurdo, hay un problema árabe en este país, hay varias tensiones en Baluchistán o en Tabriz. Las autoridades están en vilo por el problema de las minorías y atormentadas por la amenaza de rebeliones separatistas. Han desarrollado una verdadera psicosis de la manipulación de los grupos minoritarios por los americanos y los británicos; creerán que para Londres y Washington es una buena forma de poner el régimen en apuros». Aparte de Irak, otro tema por el cual los americanos justifican el reproche de doblez que le hacen al régimen iraní tiene que ver con la lucha contra Al Qaeda. Antes de los atentados del n de septiembre de 2001 y de la intervención americana en Afganístán, la República Islámica estuvo muy comprometida, especialmente por su apoyo a la Alianza del Norte del comandante Massud, en la lucha contra el régimen de los talibanes que era su enemigo declarado. En 1998, los talibanes habían hecho asesinar, poco después de su entrada en Mazar-e Sharif, a ocho diplomáticos iraníes que se hallaban en esta ciudad. En 2001, Teherán condenó los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York y cuando Estados Unidos decidió intervenir en Mganistán, el régimen iraní, cuyas tendencias reformistas y pragmáticas dominaban por aquel entonces en política exterior, decidió cooperar con Estados Unidos, proporcionándole principalmente preciadas informaciones. Algunas ramas de los Guardianes de la Revolución-en particular la brigada Al Qods, conocida por obtener sus recursos del tráfico de opio afgano-intentaron en un momento dado otra política, sirviéndose de sus influencias sobre algunos caudillos y ofreciendo su protección a miembros de Al Qaeda. Pero al parecer ese juego no duró mucho tiempo yen términos generales el periodo de principios de 2000 está considerado como aquél en que Irán demostró de una manera más cla206


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ra SU disposición a cooperar con Estados Unidos, gracias al surgimiento de un tema de interés común: la lucha contra Al Qaeda. Irán arrestó a decenas de supuestos miembros de esta organización, que fueron entregados a las autoridades de sus países de ongen. Desde entonces los americanos reprochan a los iraníes el negarse a entregar a los prisioneros de Al Qaeda que arrestaron más tarde e incluso a dar la lista. En noviembre de 2005, unos artículos de la prensa occidental que citaban medios de información afirmaban que veinticinco miembros importantes de la red terrorista, entre los cuales había tres de los hijos de Osama bin Laden, Sad, Mohamed y Osman, se hallaban en Irán, en casas pertenecientes a los Guardianes de la revolución, donde vivían bajo residencia vigilada en unas condiciones de lo más confortables. Hace algunos años, Irán fue el blanco de atentados imputados a Al Qaeda, pero después ya no lo ha sido más. De esto se puede deducir que la detención-protección de estos prisioneros obedece en primer lugar a un interés de seguridad pública. Por otra parte, el régimen ya no está dispuesto a entregar a estos prisioneros sin condiciones, especialmente a los americanos (sus países de origen, principalmente Egipto y Iordania, no tienen por su parte prisa por recuperarlos, por temor a disturbios en sus territorios). Intercambio de favores: Teherán acusa por su lado a Estados Unidos de apoyar el terrorismo al proteger en Irak a los miembros de la MKO, los muyahidines del pueblo. Este grupo islarnomarxista creado en los años sesenta participó en la revolución; después, a principios de los años ochenta, entró a formar parte de la oposición armada a la República Islámica, que le imputa graves atentados. Mientras sus dirigentes se refugiaban en Francia, donde tuvieron en diversas ocasiones altercados con las autoridades (Maryam Radjavi, la esposa de su líder, todavía reside 2°7


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en Auvers-sur-Oise), la mayoría de los miembros del grupo fueron acogidos con diligencia en Irak por Sadam Hussein. Todavía permanecen allí, pero poco después de su llegada fueron desarmados por los americanos y se hallan bajo su vigilancia. Teherán rechaza las peticiones que le dirigen a propósito de Al Qaeda, diciendo que primero espera que le entreguen a los muyahidines del pueblo. «Es un bluf-eonsidera nuestro diplomático occidental-o La MKO está bajo control y de todos modos no está en condiciones de hacerles gran daño. Para el régimen iraní representa un símbolo político; pero un intercambio semejante sería muy desigual y se necesitaría mucho más para que Irán entrara en una franca cooperación con Estados Unidos, lo cual no está en absoluto a la orden del día». Según la opinión general, está fuera de duda que los iraníes estén conchabados con Al Qaeda: «Al Qaeda, los talibanes, son los peores enemigos del chiismo y de Irán», se recuerda. Pero retienen a los prisioneros de la organización terrorista como una carta de su juego. En sus denuncias ante Teherán, en otoño de 2005, Londres se había asegurado de no incriminar directamente al gobierno irani, sino sólo a los Guardianes de la revolución, de cuyos ataques habían sido víctimas sus soldados en Irak. Pero ¿acaso los pasdaranes actuaban de manera autónoma, como los británicos fingían diplomáticamente creer, o bien su política se había vuelto por completo la del régimen iraní? La recuperación del activismo iraní en Irak y la disputa relativa a los prisioneros de Al Qaeda demostraban la subida al poder de los Guardianes de la revolución, aprovechando la oportunidad excepcional que les ofrecía la situación internacional, sobre todo en Irak, donde los 140.000 soldados americanos son un blanco potencial y donde los pasdaranes tienen el poder de complicarles extraordinariamente su cometido. Las debilidades americanas en Irak han contribuido en ese sentido a la inversión de quien reparte las cartas en la po208


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lítica de Teherán: aquellos que, en el seno del régimen, querían aprovecharse de ellos se han adelantado a los partidarios de una política de cooperación razonable y transparente (en Afganistán, en el Líbano yen Irak) y de una distensión progresiva con Estados Unidos en la medida en que éstos se presten a ello. Durante un tiempo, la opinión sostenida sobre el juego de Teherán ha dividido a los occidentales, que se esforzaban por ocultarlo. Washington insistía sobre la doblez iraní mientras que algunos países europeos, entre los cuales se hallaba Francia, apostaban por el deseo de reconocimiento y de inserción internacional de Irán y pensaban que Rafsanyani, del cual todos predecían la elección, impondría esta línea con más autoridad que Khatami, contra los sectores radicales del régimen atraídos por el enfrentamiento. «Los iraníes, a quienes frecuentamos mucho en este momento, han desempeñado un papel moderador extremadamente importante de cara al Hezbolá libanés», decía un allegado de Iacques Chirac en mayo de 2005, mientras que la ONU ordenaba al ejército sirio que abandonara el Líbano y las manifestaciones masivas de protesta del movimiento chií aliado de Irán se desarrollaban en una calma ejemplar. «En Afganistán también, la región de Herat es relativamente estable; si los iraníes no lo quisieran, no lo sería», proseguía. Destacaba que Teherán había evitado cualquier injerencia flagrante en Irak, absteniéndose de echar leña al fuego en los momentos de caos y poniéndose a favor del «proceso democrático», el de las elecciones contra la violencia, para salir de una crisis en la que Estados Unidos estaba enredado. ¿Acaso en aquel momento, en las altas esferas de París, se cavilaba sobre el papel positivo que podría desempeñar Irán en beneficio de una reactivación del proceso de paz palestino-israelí, con el fin de tener razón en desconfiar de los americanos: incitar a los moderados, al presidente Khatami, a reunirse 209


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con Abu Mazen, el jefe de la Autoridad Palestina? Quizá esta idea nunca salió de los cerebros de la alta diplomacia francesa, pero el solo hecho de que pudiera ser concebida resulta apabullante un año más tarde, cuando de Teherán no emanan más que declaraciones agresivas y llamadas a la desaparición del Estado de Israel. Era en mayo de 2005, todas las esperanzas de establecer la confianza con Teherán sobre su política exterior y de conseguir un buen resultado en las negociaciones sobre el dosier esencial-el del asunto nuclear-parecían todavía permitidas en París. Pocas semanas después, cualquier posibilidad de cooperación se desmoronaba; de difíciles aunque prometedoras, las negociaciones sobre el asunto nuclear pasaban al recelo pendenciero, al enfrentamiento y a la crisis.

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14 HACIA LA BOMBA

Encontrar a un iraní que, con respecto al problema nuclear, tome partido contra la línea oficial ha sido durante mucho tiempo casi imposible. Cuando la conversación tocaba el tema, los opositores al régimen bajaban la guardia, los rezongadores perdían el sentido del humor, los contestatarios se olvidaban de protestar y caían sin prestar atención en el mismo discurso que las autoridades. Aparentemente el tema salía del terreno conflictivo de la política, era una causa nacional. Uno de los escasos disidentes, desde ese punto de vista, que conocimos es un ingeniero jubilado, que trabajó algunos años en Francia y que actualmente vive modestamente con su mujer y su hija en un barrio periférico de Teherán. Aquella tarde, habría preferido sin lugar a dudas seguir hablándonos de Alexandre Dumas, de Victor Hugo y de otros a los que lee con pasión, pero el tema nuclear había sido lanzado sobre la mesa y su mujer preconizaba con tanto anhelo la entrada de Irán en el club de las potencias dotadas del arma atómica, que el ingeniero intervino para contradecirla y recodarle quién gobierna en el país. «Ni siquiera saben diferenciar una bomba de una sandía ¿ytú querrías que tuvieran la bomba? Es completamente irresponsable; ¡serían capaces de hacerla explotar aquí mismo!», concluyó, lo cual tuvo como resultado que su mujer dijera con más ímpetu: «¡Ya no te queda dignidad, ya no eres iraní!; yo aborrezco este régi211


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men desde el principio y no me privo de hacerlo saber, pero estoy convencida de que es preciso que tengamos la bomba si queremos ser respetados. No se nos toma en serio. Los americanos se sientan en la misma mesa que Corea del Norte pero no se rebajan a hablar con nosotros. ¿Teparece eso normal, aceptas que seamos tratados peor que los coreanos del norte? ¿Peor que los pakistaníes? Y, ¿cómo explicas que Israel tenga la bomba con seis millones de habitantes y que nosotros, que somos setenta millones, no tengamos derecho a tenerlai». La hija, una joven de unos veinte años, intervino a su vez contra su madre: «Si hasta la gente instruida como tú quiere la bomba, ¿adónde iremos a parari». Aunque tampoco se ponía a favor del padre. Era pacifista, estaba en contra de las armas de cualquier naturaleza, pero pensaba que el gobierno hacía bien en defender el derecho de Irán a fabricar energía nuclear y a acceder a todas las tecnologías modernas: «Si es un derecho para todos, no veo por qué se nos tiene que privar de ello». Ése es el quid del conflicto: los occidentales piden a Irán que renuncie a realizar él mismo-aunque ningún tratado lo prohíbe-Ias operaciones que, en el ciclo de producción de la energía nuclear, pueden también ser utilizadas para fabricar una bomba, es decir, las que corresponden a la producción del combustible, el uranio enriquecido. Esa conversación en familia resumía lo esencial de las opiniones de los iraníes acerca de un tema sobre el que durante mucho tiempo no han medido las implicaciones, ni han pensado que les pudiera aislar del resto del mundo. Para la gente corriente, el problema nuclear está evidentemente muy por detrás de las preocupaciones de la vida cotidiana. Saben poco sobre el tema y en su mayoría se atienen a la propaganda con que los ceba el régimen. Los periódicos rebosan de declaraciones que van todas en el mismo sentido: el del «derecho imprescriptible» de Irán a adquirir las tecnologías nucleares. La televisión dedica cada día 212


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programas a entrevistar a científicos, a dar cuenta de las visitas de los inspectores de la AlEA (la Agencia Internacional de EnergíaAtómica), que demuestran que Irán cumple estrictamente los controles internacionales, y a mostrar imágenes de instalaciones sumamente técnicas y resplandecientemente nuevas que han hecho arraigar en la mente de los iraníes la idea de que la energía nuclear representa la modernidad, el saber y el progreso. Hasta los dirigentes no paran de repetir que el control de las tecnologías nucleares es una apuesta científica, que tendrá consecuencias fructíferas en otros muchos campos, como por ejemplo la medicina. Para muchos iraníes, la ciencia, la modernidad, es la aspiración suprema. Representa el objetivo noble hacia el que debe tender el país; servirlo es a la vez un deber cívico y un deber de musulmán. Se les repite insistentemente, aunque no todos se dejan engañar con ingenuidad por las apariencias, que el programa nuclear iraní no tiene otro objetivo más que el pacífico, que no puede tener un objetivo militar, puesto que de todas formas las armas de destrucción masiva son «contrarias al islam». También se les ha dicho que el petróleo no es inagotable, que es preciso pensar en las generaciones futuras, garantizar la independencia de Irán y así prever la producción de energía nuclear. No se preguntan por qué su país, que posee reservas de petróleo para más de cincuenta años y de gas para dos siglos, pero que tiene que importar sin reparar en gastos unas cantidades astronómicas de gasolina porque es incapaz de refinar su petróleo en cantidad suficiente, cree más urgente para asegurar su independencia invertir en la energía nuclear en vez de en las instalaciones de refinado. Es una cuestión de sentido común pero ellos no piensan en eso, creen que los países desarrollados inventan falsos pretextos para mantener su avance. Y la historia de Irán es tal que ellos se adhieren casi por acto reflejo a la teoría que les sirve, según la 213


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cual los occidentales procuran instaurar, como dice el presidente Ahmadineyad, un «apartheid nuclear», mantenerlos en el subdesarrollo para dominarlos mejor. Los jóvenes que piensan lo mismo no son una excepción. Cada vez que la AIEA le concede un punto a favor a Irán-porque acepta cooperar, porque tal o cual inspección no ha revelado nada anormal-, dicen «ya lo veis ... », Cada vez que la Agencia Internacional denuncia irregularidades, ellos no las señalan. Y si sube el tono con los occidentales, piensan sinceramente que es injusto y que una vez más son víctimas, en tanto que iraníes, de una conjura. Si les decís que durante años Irán ha ocultado algunas de sus actividades nucleares, que ha traicionado sus compromisos y que esto es lo que provoca la desconfianza por parte del extranjero, abren los ojos de par en par, no se han enterado; todo eso resulta complicado y de todos modos no están en absoluto dispuestos a creeros. Muchos otros iraníes menos ingenuos no dudan de que los que los dirigen no aspiran sólo a desarrollar una producción autónoma de energía nuclear, sino sobre todo a adquirir el conocimiento que permita fabricar una bomba. Lo aprueban. En resumidas cuentas, consideran que es lo mejor que su régimen habrá hecho. No tienen la menor intención de vitrificar a Israel ni a ningún otro país con un ataque nuclear. Pero las ganas de verse «respetados», como todos ellos dicen, las ganas de que Irán recobre por medio del armamento nuclear el estatus de una gran nación y se siente en la mesa de los poderosos, pasa ante toda consideración sobre la naturaleza del régimen. La pregunta «[por qué ellos y no nosotros?» se repite como una letanía en todos sus alegatos. ¿Por qué Irán no puede conseguir el arma nuclear mientras que India y Pakistán la han adquirido, exponiéndose sólo a algunas protestas sin consecuencias por parte de los occidentales? ¿Acaso Pakistán no es el país que creó a los talibanes afganos y que protegió a Al Qaeda? ¿O es que Corea del Norte ríe214


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ne un régimen más recomendable que el de Irán?, ¿de dónde viene que nunca se recurra a la amenaza contra ella, que se le ruegue que acepte negociar, sino del hecho que ya posee la bomba? En cuanto a la India, la corte constante que le hacen los americanos no pasa inadvertida. Sin mencionar la impunidad total de la cual disfruta Israel. Miles de iraníes sufren aún en carne propia el haber sido quemados por los gases del combate durante la guerra contra Irak. La utilización de Sadam Hussein de estas armas de destrucción masiva no bastó por aquel entonces para privarle del apoyo de los occidentales. Los iraníes también recuerdan que durante varios decenios sus recursos petroleros sirvieron casi exclusivamente para engordar el Tesoro británico y que cuando se sublevaron contra esa escandalosa expropiación, el hombre que encarnaba su reivindicación, Mossadegh, fue derrocado por la CIA. Sólo recuerdan el tiempo en que los americanos eran los amigos del sha, cuando los franceses y los alemanes ideaban sacar algún provecho del desarrollo de un programa nuclear en Irán, cuando nadie veía ningún inconveniente en que el país estuviera dotado de las tecnologías correspondientes. Francia había hecho entrar a Irán en el consorcio Eurodif explotando sus propias instalaciones de uranio, a cambio de un préstamo de 1.000 millones de dólares concedido por el sha al comisionado de la energía atómica; Siemens había empezado a construir en Irán la central nuclear de Bushehr: la revolución interrumpió todos estos proyectos. «Nos dicen que es una cuestión de orgullo nacional, que es tan importante para el país como la nacionalización del petróleo por Mossadegh», relataba, impotente, un diplomático europeo al terminar los contactos con los reformistas, que por aquel entonces aún estaban en el gobierno. La historia forja las mentalidades y aún tendrá que llover mucho para quitarles a los iraníes la con215


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vicción de que, de todos modos, los occidentales no se mueven más que por sus propios intereses. La retórica de la discriminación, del victimismo de Irán, ha funcionado de maravilla en lo que respecta a la energía nuclear y el régimen, por otro lado tan denigrado, ha conseguido gracias a este tema hacerse reconocer como buen servidor de la independencia nacional. En ese consenso popular, sólido como el acero, empezaron a dibujarse fisuras al resultar patente que el ala radical en el seno del régimen utilizaba el dosier nuclear únicamente para sus propios fines, a saber, en el interior la conquista total del poder y, en el exterior, la ruptura con la política extranjera llevada a cabo desde hacía años por Irán y el deseo de llegar a un enfrentamiento con el mundo occidental. Las pasionales arengas de Ahmadineyad a partir del otoño de 2005 abrieron los ojos a algunos. Un poco tarde, a decir verdad.

El procedimiento emprendido por los europeos, en el verano de 2003, para conseguir que Irán limitara sus actividades nucleares no estuvo relacionado sin embargo en primer lugar con los intereses mercantiles. Eso ocurría con el ruido de fondo de las amenazas de guerra en el vecino Irak, ocupado desde el mes de marzo por los americanos y sus aliados de la coalición. Era la época en que los neo conservadores dominaban en Washington y se podía temer-además ellos lo decían-que sus teorías sobre la guerra preventiva y la remo delación de Oriente Próximo no se limitaran sólo a Irak. A principios de 2002, Irán había sido situado entre los países del «eje del mal» por su apoyo al terrorismo. Algunos meses después, en diciembre de 2002, su caso se había agravado considerablemente debido al descubrimiento de instalaciones sospechosas en los emplazamientos de Arak y de Natanz, de las que 216


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'Ieherán no había informado a la Agencia Internacional para la Energía Atómica (AlEA). Las informaciones procedían de un grupo de oposición iraní en el exilio, el Consejo Nacional de la Resistencia Iraní (CNRI), y habían sido confirmadas por imágenes de los satélites americanos. Signatario del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) desde 1974, Irán estaba obligado a informar a la Agencia de todas sus actividades nucleares y no lo había hecho. El TNP es el tratado por el cual las cinco potencias poseedoras del arma atómica a finales de los años sesenta se comprometieron a ayudar a los estados signatarios a desarrollar una industria nuclear civil, a condición de que éstos renunciaran a cualquier uso militar del átomo y aceptaran los controles de la AlEA. La Agencia abrió una investigación, a la cual Irán iba a someterse más o menos por las buenas y que iba a revelar un programa nuclear de una importancia y una sofisticación insospechadas, concebido desde 1985. Una de las instalaciones no declaradas, la de Natanz, albergaba equipos destinados al enriquecimiento del uranio por centrifugación; la otra, la de Arak, un reactor de refinamiento de agua pesada en proceso de construcción que permite fabricar plutonio, sustancia útil también para fines militares. Irán también había olvidado declarar que importaba uranio natural de China desde hacía más de diez años. La AlEA, entre otros descubrimientos, había encontrado restos de uranio enriquecido en índices muy superiores a lo que requiere el uso civil. Las autoridades iraníes no podían negar lo que habían ocultado, pero juraban por todos los dioses que todo aquello no tenía ningún otro objetivo final más que producir electricidad. Los occidentales no dudaban de que el objetivo real de Teherán era obtener el arma nuclear, algo que todos consideraban «absolutamente inaceptable». El problema residía en saber 217


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cómo impedírselo. Washington multiplicaba las declaraciones amenazadoras para que el dossier fuera enviado por la AIEA al Consejo de Seguridad de la ONU, lo cual significa incoar un proceso por la comunidad internacional y la vía abierta a las sanciones. Pero era probable, por una parte, que un gran número de países, escarmentados por la intervención militar americana en Irak, protestaran contra semejante medida y, por otra parte, que Irán reaccionara cerrándose a cualquier control internacional. En resumen, era sumergirse en lo desconocido, con el riesgo de una nueva crisis abierta que Estados Unidos pretendía arreglar solo. Fue entonces cuando tres países europeos-Francia, Alemania y Gran Bretaña-cogieron el asunto entre manos intentando encontrar, por la vía de la diplomacia y del diálogo, la manera de impedir que Teherán se hiciese con la bomba. Después de asegurarse de que sus principales socios les daban luz verde, les consignaron a los iraníes el siguiente mensaje: suspended las actividades de producción de combustible nuclear (que pueden tener usos civiles o militares), y sentémonos alrededor de una mesa para hablar. En octubre de 2003, los ministros de los Asuntos Exteriores de los tres países-Dominique de Villepin, Ioschka Fischer y Iack Straw-efectuaron una visita conjunta a Teherán, lo que representaba para la República Islámica una señal de reconocimiento sin precedentes. Al final de esta visita, Teherán expresaba su intención de acceder a todas las peticiones de los europeos: promesa de cooperación total con la AlEA, de suspensión de todas las actividades nucleares sensibles y promesa de firmar el protocolo adicional del TNP. Este protocolo, establecido por la AlEA en 1997, se ha convertido en su principal instrumento de control. Amplía en efecto el campo de investigaciones y permite a los inspectores de la Agencia efectuar sobre el propio terreno visitas inesperadas, 218


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mucho más intensas y fiables que bajo el régimen normal del tratado. En diciembre de 2003, dos meses después de la visita de los tres ministros europeos a Teherán, Irán se convierte en signatario del texto. Faltaba ratificarlo para que adquiriera fuerza de ley, cosa que el Parlamento dominado por los conservadores no llegó a hacer. La continuación será en efecto una sucesión de gestos de buena y mala voluntad, de medias verdades y medias mentiras, de aceptación y de rechazo de los controles, de nuevos descubrimientos que agravaban las sospechas. La actitud errática de Irán ya reflejaba fuertes tiranteces dentro del régimen. Los miembros que más deseaban dotar al país de la respetabilidad internacional y hacer prosperar sus relaciones con el resto del mundo, entre los que se encontraba Mohamed Khatami-por aquel entonces presidente-, eran partidarios de mostrarse transparentes de buena fe. Los inflexibles, como se iba a confirmar, no veían ningún interés en una apertura hacia Occidente, sino más bien en un enfrentamiento y no tenían otra preocupación que conseguir lo más pronto posible el control de la energía nuclear. De hecho, antes de las revelaciones de la AlEA, ni Mohamed Khatami ni los miembros de su gobierno-según lo que confió en 2003 un diplomático iraní allegado a ellos-estaban al corriente de la importancia que había tomado el programa nuclear clandestino. El régimen, sobre este dosier como sobre otros, era múltiple y ambiguo. Sin embargo, había defmido en su seno la base del consenso del que hacía alarde con ostentación: Irán no aceptaría nada que le privara de los derechos garantizados por el TNP. Este tratado prevé para los países signatarios el acceso a las tecnologías nucleares sin exclusiva, siempre que éstas respondan a fines civiles y estén controladas por la AlEA. En noviembre de 2004, después de muchos tratos, fue fir219


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mado en París un acuerdo que fijaba el marco de las negociaciones que iban a desarrollar. Como muestra de confianza, Irán aceptó «suspender» todas las actividades relacionadas con el enriquecimiento del uranio. Las conversaciones trataron, por una parte, sobre la cooperación que la Unión Europea puede ofrecer en materia nuclear, en materia económica y en cuestiones de seguridad; por otra parte, tuvieron por objetivo definir las medidas a las que Teherán debería someterse para garantizar la finalidad exclusivamente civil de sus actividades nucleares. Para los occidentales, el objetivo reside en obtener que la suspensión provisional se convierta en una renuncia definitiva a las actividades nucleares sensibles-las que están relacionadas con el enriquecimiento del uranio-, única «garantía objetiva», bajo su punto de vista, de que no habrá una un cambio de rumbo. Pero para Teherán eso es impensable. Las negociaciones se estancan, salpicadas por el bombardeo constante de los dirigentes de la República Islámica sobre el «derecho inalienable» de Irán de controlar la totalidad del ciclo de producción del combustible nuclear. Los europeos buscan el modo de salvar esta desestimación de demanda y se hicieron varias propuestas durante los meses siguientes. Las que emergen públicamente-aquellas que, contrariamente a otras, tienen el consentimiento de Estados Unidos-, concebidas por los europeos en cooperación con Moscú, giran en torno a la idea de garantizar a Teherán el abastecimiento de sus centrales de combustible pero con la condición de producirlo en Rusia. Por otra parte, los europeos son conscientes de que las incitaciones que tienen a su disposición no son suficientes a los ojos de los iraníes, necesitan del refuerzo americano. Durante semanas presionan a Estados Unidos para que acceda a dos peticiones concretas: el levantamiento del veto que los americanos oponen a la entrada de Irán en la Organización Mundial del Comercio 220


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(OMC) y un levantamiento parcial del embargo que los americanos imponen a Irán, con el fin de permitirle la renovación de los aparatos de su flota aérea civil que han quedado obsoletos. Este embargo prohíbe también la venta de aviones europeos Airbus a Teherán, en cuyos motores entran en parte piezas sueltas americanas. Al término de largos debates en el seno de la administración dividida, George W. Bush acepta ambas peticiones en marzo de 2005; aunque el levantamiento del embargo sobre las piezas sueltas de aviones sólo debía ocurrir en el caso hipotético de que los europeos llegaran a un acuerdo con Teherán. Es poco pero de todas formas esto se parece a un cambio de rumbo en Washington: la Casa Blanca optó por apoyar el procedimiento europeo, contra los halcones políticos que lo cuestionan. A ojos de estos últimos, la negociación que llevan a cabo los europeos con Teherán no puede tener otro resultado que el de fortalecer al régimen islámico mientras que el objetivo es para ellos, al contrario, el «cambio de régimen». Teherán les reserva a las propuestas hechas por George W. Bush en marzo de 2005 una acogida desdeñosa, sus dirigentes se apresuran a proclamar que no van a malvender por tan poco los derechos legítimos de Irán. Se nota cómo se incrementan las tensiones en el seno del poder iraní. La presión sube del lado de los diputados ultraconservadores, que critican las negociaciones cada vez con más escándalo y exigen la reanudación de las actividades nucleares suspendidas. A finales de la primavera de 2005, mientras que se perfila la elección presidencial, Irán anuncia que pronto va a volver a poner en funcionamiento las instalaciones de Ispahán, donde se procede a la conversión del uranio en gas, etapa previa a la del enriquecimiento. Pero en ese momento todos apuestan por la victoria a la presidencia de Hachemi Rafsanyani, con quien los europeos están convencidos de poder llegar a un 221


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acuerdo. El 27 de junio, Mahmud Ahmadineyad gana las elecciones. A principios de agosto, nuevas propuestas europeas son rechazadas por 'Ieherán, prácticamente sin examen previo. Unos días después, se quitan los precintos de la fábrica de Ispahán donde se retoman las actividades de conversión, etapa previa al enriquecimiento propiamente dicho; el marco de la negociación fijado en el acuerdo de París de noviembre de 2004 se rompe. La renovación de los miembros del equipo que se encargaban de las negociaciones nucleares confirma poco después la radicalización del régimen. Hassan Rohani, que dirigía este equipo y se había esforzado contra viento y marea por mantener el diálogo con los europeos, con el apoyo de los reformistas y de Rafsanyani, es despedido. Ali Larijani, un ultraconservador, presidente de la televisión estatal hasta 2004, allegado al Guía y conocido por su intransigencia sobre el problema nuclear, encabeza el Consejo Nacional de Seguridad que decide las posiciones de Irán sobre temas importantes, en cuyo primer puesto se halla el asunto nuclear. Mientras tanto, la AlEA prosigue sus investigaciones. El Consejo de Gobernantes, órgano dirigente de la Agencia, se tenía que reunir el 24 de septiembre de 2005 en Viena para decidir sobre el caso de Irán sobre la base de un informe de investigación harto acusatorio y los países europeos, así como Estados Unidos, anuncian que pedirán la reexpedición del dosier al Consejo de Seguridad de la ONU. Irán aumenta la puja al proclamar que, en ese caso, volverá a poner en funcionamiento la fábrica de Natanz, es decir, las operaciones de enriquecimiento del uranio propiamente dichas, la «línea roja» que los occidentales no quieren ver franqueada. Varios responsables iraníes -entre los que se halla Ali Larijani-se ponen a jugar también al juego de las amenazas, como el de las represalias económicas, 222


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especialmente en el sector petrolero, contra los países que iban a tomar partido contra Irán en la AlEA. El nuevo gobierno de Teherán, muy impregnado de la ideología tercermundista de los años sesenta, cree poder reunir tras de sí a una coalición de países amigos. Pero en la reunión de Viena, el 24 de septiembre, tuvo que desengañarse. Es cierto que los occidentales renunciaron a una reexpedición del dosier al Consejo de Seguridad: Rusia, China y varios países no alineados no lo querían. Pero la resolución que sometieron a votación es severapara Irán: enumera sus múltiples faltas y pide un nuevo informe al director de la Agencia, a la vista del cual se decidirá apelar o no al Consejo de Seguridad. De los 35 miembros del Consejo de Gobernantes de la AlEA, 12 se abstuvieron (entre los que se hallaban China y Rusia), 22 votaron a favor de la resolución, incluida India, y uno solo en contra: Venezuela, que sale a la palestra como el único aliado sólido de Teherán en este asunto. Irán está aislado pero también ha adquirido un cierto sentimiento de impunidad: visiblemente, nadie tiene prisa por iniciar las hostilidades contra él. Los occidentales dejan abierta la posibilidad de una reanudación de las negociaciones. Sudáfrica entra en el juego para intentar hallar una solución. Rusia se compromete más aún y, a mediados de noviembre, hace una propuesta consistente en dejar que los iraníes lleven a cabo en su propio país una parte de las actividades de conversión que necesitan, y encargarse ella misma, en territorio ruso, de la fase siguiente, la del enriquecimiento del uranio. Irán rechaza esta propuesta y anuncia cada vez con más insistencia la inminente reactivación del funcionamiento de las instalaciones de Natanz. Paralelamente, el régimen se endurece: todos los embajadores iraníes conocidos por laborar por un acercamiento con los occidentales (los de Viena, Ginebra, Londres y en especial París) son citados en Teherán y Ahmadineyad une las declaraciones 223


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antioccidentales y antisionistas. «Ahrnadineyad, Larijani, son la reivindicación de la sandez política», nos declaraba un diplomático occidental destinado en Teherán, en noviembre de 2005. «No podremos ponernos de acuerdo con ellos. Es preciso encontrar la manera de esperar a que otros retomen la partida». Hay que esperar pues a que el régimen iraní salde sus cuentas internas, deseando que se haga de la mejor manera. Irán seguirá jugando al «legalismo» a su manera: aceptando los controles previstos por el TNP, rechazando o aceptando según su buena voluntad los controles que únicamente autoriza el protocolo adicional de este tratado, que el Parlamento se guarda mucho de ratificar. Teherán discute el acceso de la AlEA a ciertas informaciones y ciertos emplazamientos, como el emplazamiento militar de Lavizan, ocupado por los Guardianes de la revolución, cuyos edificios fueron arrasados en marzo de 2004 ante una primera visita de los inspectores internacionales, quienes después quisieron regresar pero no lo consiguieron durante meses. El 18 de noviembre de 2005, la AlEA anuncia tener en sus manos un documento que prueba que desde 1987 Irán disponía de instrucciones, es verdad que poco detalladas, de cómo fabricar el núcleo explosivo de una bomba atómica. La Agencia indica que este documento le fue entregado, junto a otros que no tenían nada que ver, por las propias autoridades iraníes. ¿Cómo es posible? Misterio, pero es difícil creer que sea simplemente por descuido. Como en el caso de las centrifugadoras de Natanz, la pista conducía a la red de Abdul Qadeer Khan, el padre del arma nuclear pakistaní, que también había permitido que Libia aprovechara su conocimiento. Contrariamente a las centrifugadoras, estas instrucciones sólo pueden interesar a quien tiene la intención de fabricar la bomba. Se puede pues alegar que Irán ha violado claramente el TNP, un término que hasta ahora todos han evitado prudentemente uti224


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lizar. Sin embargo, el 24 de noviembre de 2005, en lo que se asemeja a una nueva retirada, el Consejo de Gobernantes de la AlEA sobresee una vez más la presentación al Consejo de Seguridad y la posterga para su próxima reunión seis meses después. ¿Por qué Irán se detendría en tan buen camino? No esperará este plazo para avanzar un paso más hacia lo que considera su «derecho legítimo». Ello de enero, quita los precintos de varias centrales nucleares, una de ellas Natanz, y anuncia la reanudación de las «actividades de investigación» sobre el enriquecimiento del uranio. Los europeos piden la convocatoria urgente del Consejo de Gobernantes de la AlEA. Durante una reunión organizada en Londres e130 de enero, los representantes de Alemania y de los cinco países miembros permanentes del Consejo de Seguridad (Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, China y Rusia) fijan la posición común que defenderán dos días más tarde ante la AlEA: pedirán el traslado del dosier al Consejo de Seguridad de la ONU que, contrariamente a la Agencia, tiene poderes de coerción, aunque afirman que no pretenden que haya ninguna sanción llegados a ese punto. El 3 de febrero, el Consejo de Gobernantes de la AlEA adopta por 27 votos a favor, 3 en contra (Cuba, Siria y Venezuela) y 5 abstenciones (Argelia, Bielorrusia, Indonesia, Libia y Sudáfrica), una resolución que envía el caso iraní al Consejo de Seguridad, «exige la suspensión inmediata de todas las actividades de enriquecimiento» y pide a Teherán que restaure la confianza con el fin de que las negociaciones puedan retomarse. Irán dispone de un mes para acatarla, el órgano directivo de las Naciones Unidas no deberá volcarse en su caso hasta que concluya el término de dicho plazo. Irán contraataca inmediatamente anunciando que pone fin a la aplicación voluntaria de las medidas de control previstas por el protocolo adicional del TNP, conforme a los deseos de su Parlamento. 225


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Termina una etapa, que en principio debería dar lugar a un nuevo avance en la crisis. Pero la comunidad internacional emprende esta nueva fase andando hacia atrás; por lo que a Irán se refiere, la aborda con cierto número de precauciones, jugando siempre con dos barajas.

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15 OTRA OPORTUNIDAD PERDIDA

Para ir a Natanz, se debe de tomar la autopista del Sur que va hacía Ispahán, adentrarse en el desierto gris-beige del centro de Irán mientras que a lo lejos brilla el mantel blanco de un lago de sal, pasar Qom, la ciudad de los mulás, hasta llegar finalmente al «país de los ruiseñores», a Kashan, reputada en otro tiempo por sus alfombras y terciopelos. Allí, se debe hacer sin falta un alto en el camino en la antigua ciudad, empujar las puertas que dan a los patios, a los estanques y a las villas patricias de la época Qajar, y visitar el jardín Fin, lugar destacado del patrimonio, donde sombrías avenidas de cipreses antiguos enmarcan largos y estrechos estanques embaldosados con cerámicas turquesa, en los que el agua parece complacerse obsesivamente aflorando hasta el borde sin desbordar jamás. A poco más de una hora de Kashan, el antiguo pueblo de Natanz se apiña alrededor de cúpulas y camafeos azules de la mezquita de Iameh, Natanz es una aldea que la montaña riega con sus aguas frescas, donde los caminos serpentean entre vergeles y muros de tierra seca y donde, por la noche, el aullido de los coyotes recuerda que alrededor de ese remanso bucólico reina el desierto. La pequeña carretera que conduce de Kashan a Natanz atraviesa un paisaje árido bordeado por las siluetas despedazadas de los macizos montañosos. Pasa ante las ruinas circulares de un antiguo caravasar donde hacían alto los viajeros y comerciantes. Allí es, frente a aquel vestigio de Las mil 227


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y una noches, donde se halla el cuerpo del delito: la fábrica de enriquecimiento del uranio. Las excavadoras tuvieron que cavar durante meses para abrir el espacio en el que fueron enterradas las instalaciones, a 20 metros de profundidad. La tierra extraída forma una imponente colina artificial sobre la que se apuestan baterías antiaéreas, a la espera de ataques americanos o israelíes. ¿Cómo podían esperar los constructores de ese enorme complejo poder esconderse allí? El inmenso perímetro del emplazamiento nuclear está señalado por altas barreras de alambradas y centenares de focos, que se iluminan en cuanto anochece. ¿Cómo es posible que nadie hubiera notado nada antes de que un grupo de opositores iraníes en el exilio atrajera la atención sobre esas instalaciones, en agosto de 2002, mientras que las sospechas sobre las intenciones de Irán en materia nuclear ya existían desde hacía mucho tiempo? Es otro de los muchos misterios que planean sobre el dosier del problema nuclear iraní.

Tras los descubrimientos de 2002, ya no quedaba ninguna duda sobre las intenciones de Irán y las evaluaciones llevaron directamente a la pregunta de saber cuánto tiempo les hacía falta a los iraníes para acceder al arma atómica. Los más optimistas, en 2005, resaltaban que fabricar una bomba es un asunto bastante complicado y estimaban que Irán todavía estaba lejos de conseguirlo; aún les faltaban cinco o diez años, decían. A finales de año los más alarmistas estimaban que Irán tan sólo estaba a pocos meses de conseguir su objetivo. Algunos incluso empezaban a preguntarse, en aquel momento, si los iraníes no tenían ya la bomba y si, diciendo que querían proseguir las negociaciones, no estaban jugando a uno de esos dobles juegos en los que son tan buenos. 228


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La justificación económica tras la que se resguardaba el régimen para proseguir con la fabricación de combustible nuclear-a saber) la necesidad de producir electricidad de manera autónoma-, no es demasiado válida. El país tan sólo dispone de una única central nuclear, la de Bushehr, construida por los rusos, que todavía no está del todo terminada y cuya entrada en funcionamiento ha sido aplazada hasta finales de 2006, salvo nueva prórroga. En virtud de un acuerdo firmado entre Moscú y Teherán, el abastecimiento de esa central está garantizado durante diez años: será Rusia la que, durante los próximos diez años) proporcionará todo el combustible necesario para su funcionamiento y el combustible usado le será devuelto. Por otra parte) Teherán declara que quiere construir veinte nuevas centrales nucleares en diez años) aunque las tendrá que abastecer. A principios de 2006 todavía no se había empezado ninguna obra. Semejante programa) al ritmo de dos nuevas centrales por año) sería imposible de llevar a cabo incluso para países mucho más desarrollados y resulta completamente inverosímil para Irán. Así que no está clara la urgencia que tiene Teherán de producir combustible nuclear de manera autónoma. «Sólo a Irán, y a nadie más) le incumbe decidir qué es urgente para Irán», nos señaló un día, exasperado por nuestras preguntas y agotados los argumentos) el editorialista político del periódico conservador Resaalat. Las justificaciones de orden científico sostenidas por Irán para adquirir las tecnologías nucleares resultan, en cambio, difíciles de rechazar) y lo mismo ocurre con los motivos que atañen al orgullo nacional: el hecho de ser singularizado) privado de un derecho reconocido a todos los demás signatarios por el TNP) no es aceptable para Irán, ninguno de sus dirigentes puede asumirlo políticamente. Algunos occidentales piensan que se hubiera podido llegar a un acuerdo con los iraníes haciéndole justicia a esas motivacio229


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nes, aunque se partiera del principio de que sus intenciones son malas y que no se debe en modo alguno confiar en ellos. Esta idea fue expuesta públicamente por Francois Nicoullaud, embajador de Francia en Teherán hasta julio de 2005, cuando abandonó su cargo. Consistía en dejar construir a los iraníes, bajo estricto control de la AlEA, una unidad piloto del ciclo nuclear completo, pero a una escala experimental que no permitiese producir el uranio enriquecido en cantidades o grados suficientes para la fabricación de una bomba. Se necesitan cinco mil centrifugadoras para hacer una bomba; a principios de 2006, tenían en Natanz menos de doscientas. La utilización con fines militares de los conocimientos técnicos adquiridos en las condiciones de un laboratorio supone un cambio de escala que inmediatamente sería detectado por un sistema de vigilancia internacional intensificado, resaltaban los partidarios de esta solución. Esta idea tenía el apoyo del anterior jefe de los negociadores iraníes, Hassan Rohani; es decir, que podía tener alguna posibilidad de llegar a buen término. En julio de 2005, Hossein Mousavian, miembro de este equipo de negociadores antes del cambio de gobierno, la presentaba a la prensa iraní como la base de un acuerdo que, según él, por fin se perfilaba: «Sé que es más que probable que la Unión Europea reconozca el derecho de Irán a controlar el ciclo nuclear, por supuesto que a una escala más limitada de lo que Irán desearía. Los europeos quieren llegar a esto paso a paso, con el fin de asegurarse garantías objetivas. Esto requiere meses de negociaciones. Quieren asegurarse de que la política de Irán sobre los problemas regionales e internacionales seguirá siendo la misma, que no se apartará de la vía tomada durante estos últimos años». Mousavian tenía en cuenta una doble exigencia de los europeos que trataba, por una parte, de las medidas técnicas que se debían orquestar para garantizar que las acti230


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vidades nucleares sensibles llevadas a cabo en Irak no se extralimitaran a la escala experimental y, por otra parte, trataba de la política exterior de Teherán: Europa, según él, quería estar segura de que la línea defendida por el presidente reformista Khatami iba a prevalecer. Lo más notable en esta declaración es la confianza en el futuro que demuestra: a mediados de julio, cuando Ahmadineyad ya había sido elegido, un alto responsable de la política exterior iraní todavía podía creer casi con certeza que la opción de la apertura y de la cooperación internacional iba a imponerse al nuevo gobierno. Los europeos nunca han reconocido oficialmente haber considerado un compromiso sobre la base de un acceso de Irán al conjunto del ciclo nuclear a una escala experimental. No es seguro que todos estuvieran a favor. Al parecer la idea ha sido sopesada al menos por los franceses. «Los iraníes no quieren comprometerse al cese definitivo de las actividades sensibles, para ellos es una cuestión de orgullo nacional-señalaba en mayo de 2005 un miembro del entorno de Iacques Chirac-. Es preciso que encontremos algo distinto al cese definitivo. ¿Acaso existe una fórmula técnica que nos garantice de manera fiable que no fabricarán la bombai». A esta pregunta Estados Unidos respondía que no; no quería oír hablar de actividades experimentales. «Los americanos están en una línea dura, quieren el cese de todas las actividades sensibles en Irán, nada más», indicaba uno de los responsables del dosier en París. Era más bien a Washington a quien había que convencer en lugar de a Teherán. Dado que la consigna era, del lado occidental, fijar sobre ese dosier un consenso absoluto, pasada la primavera de 2005, las autoridades francesas dejaron de referirse a esta posible vía hacia un acuerdo. Tras el cambio de gobierno producido en Teherán, se pusieron a rechazarla cuando la mencionaban ante ellos como si nunca hubieran creído en ella. «Dejar a los técnicos y científi231


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cos iraníes adquirir el conocimiento en los terrenos sensibles ponía en tela de juicio la base sobre la cual habíamos emprendido nuestro camino, a saber, el cese total de estas actividades», nos explicaba en otoño otro allegado al dosier en París; la negociaci6n tan sólo habría podido ponerse en marcha sobre una base que los americanos aceptaran y ellos no querían un acuerdo de este tipo. «Se podría pensar-añadía-que los iraníes no se habrían contentado con esa capacidad experimental; tienen el don de hacer retroceder los límites que se les imponen». La pregunta perdi6 su pertinencia a partir del momento en que hizo su atronadora aparición el nuevo presidente iraní en la escena internacional en el otoño de 2005, tal Y como lo subraya un diplomático francés: «¿Os imagináis a Chirac felicitando a Ahmadineyad en la escalinata del Eliseo tras un acuerdo cerrado sobre esta base?». Un compromiso supone concesiones recíprocas y ya no era posible para los occidentales concederle nada al hombre que acababa de acceder a la presidencia anunciando que una «nueva revolución» antioccidental estaba en marcha y que se revolcaba públicamente en su odio hacía Israel. Por otro lado, ¿estarían dispuestos por su parte, él mismo y los ultraconservadores que se imponían con violencia en el régimen, a conformarse con un compromiso? A los ojos de los partidarios europeos de ese compromiso, se había perdido otra oportunidad anteriormente por culpa de los americanos. Estados Unidos s610 había querido ver las ocultaciones de Irán en el terreno nuclear y la doblez de su régimen en general. Los norteamericanos hicieron circular en las capitales documentos informativos que, según ellos, demostraban que los iraníes trabajaban en el diseño de una cabeza de misil con capacidad para albergar una carga nuclear. Las «revelaciones» sobre la envergadura de las actividades ocultas de Irán, procedentes del Consejo Nacional de la Resistencia Iraní-algunas de las cua232


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les, al menos en el pasado, habían sido comprobadas-y de otras fuentes diversas, esta vez anónimas, se multiplicaban. La CNRI afirmaba por ejemplo en diciembre de 2005 que catorce túneles habían sido construidos en diferentes lugares del país, especialmente cerca de las ciudades de Teherán, Ispahán y Qorn, que albergaban laboratorios secretos y talleres donde se ensamblaban diferentes segmentos de misiles. Decía que en el emplazamiento de Parchin, que los iraníes habían permitido visitar a la AlEA, s610habían mostrado a los inspectores una pequeña parte de las instalaciones, mientras que lo esencial tenía lugar en otra parte, en otra ala del emplazamiento. A principios de 2006, también circulaban rumores, transmitidos por los diplomáticos de la AlEA, según los cuales Irán, en 1997, había recibido de forma clandestina centrifugadoras P-2, provenientes de la red pakistaní. Estas máquinas, más sofisticadas que las P-l, permiten enriquecer el uranio más rápidamente. Irán continuaba eludiendo ciertas peticiones de la Agencia Internacional de realizar ciertos controles. Para Washington, la AIEAno estaba en condiciones de imponer un sistema de control lo suficientemente fiable a un país decidido a disimular. Un diplomático francés implicado en el dosier discute este enfoque: «LaAlEA puede poner múltiples medios de comprobación técnicamente muy competitivos; para tomar un solo ejemplo, ni siquiera es necesario penetrar en el emplazamiento sospechoso para saber si en él se desarrollan actividades ilícitas, basta con sacar muestras alrededor de éste para detectar las partículas de materias sensibles; además esto se hizo en Irán y los iraníes se quedaron bastante alucinados». Según él, los europeos les tendrían que haber propuesto a los iraníes un sistema más riguroso de comprobación, a cambio de su acceso a los conocimientos nucleares. Si Teherán rechazara los controles o si éstos revelaran actividades con fines militares, siempre se habría estado a tiem233


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po de tomar otras medidas-explicaba en resumen-o Al menos, la comunidad internacional habría abordado la crisis mejor preparada, al haber demostrado que Irán no estaba únicamente impulsado por sus aspiraciones científicas, ya que se empecinaba en sus intenciones militares. En febrero de 2006, cuando ya se había tomado la decisión de enviar el dossier iraní al Consejo de Seguridad de la ONU, la idea de que un acuerdo era aún posible teniendo como base un acceso limitado, experimental y controlado de Irán a las técnicas del enriquecimiento, reapareció públicamente, defendida por personalidades que no tienen precisamente la reputación de ser totalmente irresponsables. Los representantes rusos de la AlEA la hicieron circular antes de que Washington le llamara la atención a su ministro de Asuntos Exteriores, Serguei Lavrov, y éste desmintiera que su país hubiera hecho una propuesta similar. El director de la AlEA, Mohamed El Baradei, también la mencionó, cosa que le valió a la par las felicitaciones de Teherán y los reproches de Washington. A primeros de marzo, el propio Ali Larijani, durante un encuentro con los ministros de Asuntos Exteriores europeos, también asumió la responsabilidad de esta idea que había defendido su predecesor Hassan Rohani. Finalmente, un grupo independiente de expertos cuya notoriedad ya es un hecho, el International Crisis Group, que reúne a los antiguos responsables políticos y a los analistas de diferentes países, dedicó un informe a esta idea presentándola como la única salida posible a la crisis. Sin embargo, la llegada de Ahmadineyad a la presidencia complicaba extraordinariamente las cosas e incitaba a los europeos a un alineamiento, puro y duro, con los americanos. «En este asunto Estados Unidos ha querido estar en misa y repicando: la no proliferación y el cambio de régimen en Irán; y eso no era compatible», afirma un responsable francés. Antes del verano de 2005, a Europa le faltó el apoyo de Estados Unidos, 234


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cuando la perspectiva de llegar a un acuerdo quizá hubiera podido hacer fuerza sobre la evolución de la situación interior de Irán. La principal debilidad del procedimiento europeo ha sido en efecto la ausencia de un compromiso resuelto por parte de Washington en su apoyo. Los americanos habían observado el inicio de las negociaciones con una desconfianza extrema. Proponer incitaciones de orden económico y politico a Teherán era fortalecer la República Islámica. En los años 2002-2003, los dirigentes americanos todavía pensaban que el régimen estaba llegando a su fin, completamente desacreditado a los ojos de la población, y que pronto iba a caer por su propio peso como una fruta madura o con la ayuda de un golpecito que ellos mismos se encargarían de dar llegado el momento. No deseaban que las negociaciones desembocaran demasiado pronto en un acuerdo gratificante para la república de los mulás y que corriera el riesgo de devolverle el vigor. Durante mucho tiempo, el procedimiento europeo tan sólo obtuvo una aprobación verbal por parte de la administración americana, que no podía oponerse pero que tampoco ocultaba su escepticismo y se cuidaba de insistir sobre el hecho de que, de ningún modo, iba a tomar parte en eso. Pero en realidad se entrometía. Evidentemente, los europeos no podían lanzarse a esa empresa sin ponerse de acuerdo con Washington sobre lo que podían o no ceder y Estados Unidos enseguida había puesto el listón muy alto: la renuncia definitiva de Irán a todas sus actividades sensibles. A principios de 2005, George W. Bush terminó dando un paso en apoyo de las negociaciones, porque como acababa de ser reelegido, tenía más libertad de movimiento en el plano interior y porque, como sus asuntos en Irak iban peor de lo previsto, tuvo que delegar en Europa el proceso del caso iraní. Pero lo poco que se dignó a aportar-un levantamiento del veto americano a la entrada de Irán en la OMe y una promesa condicional, sin efec235


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to inmediato, de no poner más trabas con el embargo al mantenimiento de los aviones civiles iraníes-no era suficiente para fortalecer las posibilidades de un acuerdo, ni para sacar a flote con fuerza en Irán a los partidarios de la apertura, de la distensión y de las reformas. Hasta el verano de 2005, estos últimos todavía ejercían alguna influencia sobre la dirección de las negociaciones, resistiéndose a trancas y barrancas a la mayoría conservadora del Parlamento y consiguiendo aún ponerse de acuerdo con el Guía. Pero al hablar con los europeos en realidad era a Washington a quien buscaban: necesitaban la perspectiva de una normalización con Estados Unidos, como mínimo de un abandono del discurso americano sobre el cambio de régimen. Únicamente Estados Unidos estaba en condiciones de hacer una oferta importante como para convencer a este régimen de que renunciara en parte a sus ambiciones nucleares. Al aproximarse la elección presidencial en Irán, se alzaron voces en Estados Unidos, las de los antiguos dirigentes demócratas y las de los editorialistas, para clamar que no había otra política posible con Irán más que la de las negociaciones que llevaban los europeos y que no habría progreso en esas negociaciones sin un compromiso más consecuente por parte de los americanos. Estados Unidos debía garantizar al menos que no atacaría a Irán. Algunos preconizaban la apertura de las negociaciones directas con la República Islámica. Otros exigían la refundición total de una política que no había cambiado desde hacía veinticinco años y que no había obtenido el más mínimo resultado, aparte de haber separado de forma duradera a Estados Unidos de un mercado en expansión. A sus ojos, había llegado el momento de ponerlo todo en claro, de buscar un consenso global, un nuevo modus vivendi con Teherán que suponía especialmente, del lado americano, el levantamiento del embargo y la resolución de antiguas disputas. Era preciso aceptar llevar a cabo ese


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gran regateo con Rafsanyani, decían aquellos que se erigían en abogados. Pero estas tomas de partido no tuvieron ningún efecto. Bush multiplicó las declaraciones malintencionadas para ridiculizar la elección presidencial iraní antes incluso de que tuviera lugar. Ahora bien, sean cuales sean sus quejas contra el régimen, a los iraníes no les gusta que les dicten desde el extranjero lo que tienen que hacer y pensar. Los ataques verbales de los responsables americanos refuerzan siempre al ala radical de Teherán. Esta ley se comprobó aún más cuando las amenazas americanas salieron a la luz cada vez con más frecuencia, a lo largo de meses; como quien ara en el mar, eran ademanes sin futuro. En varias ocasiones, Estados Unidos tuvo que retroceder ante la AlEA después de haber anunciado a bombo y platillo su intención de recurrir al Consejo de Seguridad de la ONU. Después de todo, ¿qué haría el Consejo de Seguridad? Aunque George W. Bush repetía que «no descartaba ninguna opción» para tratar el caso iraní, cada cual había comprendido que en realidad él tenía pocas opciones a su disposición y ninguna buena. A finales de 2005, el tono de Washington no era realmente de ofensiva guerrera contra Teherán. El lodazal iraquí parecía haber mermado todas las capacidades de intimidación americanas. La secretaria de Estado Condoleezza Rice, que en junio presentaba al régimen iraní como uno de los «bastiones de la tiranía», afirmaba en octubre ante el Senado que la administración hacía «nuevos esfuerzos» para intentar establecer contacto con Teherán, En cuanto a George W. Bush, durante una rueda de prensa el 19 de diciembre, imputó su propia debilidad a los fallos de los servicios de información americanos con respecto a Irak: estos últimos se habían equivocado sobre Irak y a consecuencia de ello el pueblo americano ya no quería creer a sus dirigentes cuando éstos les decían que Irán representa una amenaza. De todos mo237


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dos, añadía, eran los europeos y la AlEA quienes debían tratar este asunto... Los europeos no tuvieron ningún problema en convencer a Washington de que, a pesar de la ruptura de facto de las conversaciones, era preciso mantener un diálogo con los iraníes, no ser duros con ellos, dejarles la posibilidad de volver a sentarse a la mesa de las negociaciones. Dos meses después, cuando por fin la AlEA decidió enviar el dossier iraní al Consejo de Seguridad, lo hizo aún con muchas precauciones, con un plazo, y subrayando lo máximo posible que, llegados a ese punto, no deberían hablar de sanciones. En el transcurso de esa reunión de la AIEA, el 4 de febrero, Estados Unidos había intentado hacer suprimir un párrafo de la resolución que afirmaba que la solución del problema nuclear iraní «contribuiría a los esfuerzos globales para llegar al objetivo de un Oriente Medio sin armas de destrucción masiva». Los americanos, que decían temer que esa frase fuera utilizada por Irán contra Israel, tuvieron que renunciar lamentablemente a su supresión, ya que se opusieron los no alineados, China, Rusia y los europeos, casi todo el mundo en definitiva. Todos se alegraron de la «firmeza» de la comunidad internacional ante Irán y todos se apresuraron a añadir que la puerta quedaba siempre abierta al diálogo. En un comunicado, George W. Bush señaló que esta decisión de transferencia al Consejo de Seguridad no significaba en absoluto el fin de la diplomacia, sino que por el contrario «el principio de una intensificación de los esfuerzos diplomáticos». Como hubiera podido decir Shirin Ebadi, en tres años había «perdido fuerza».


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Estados Unidos no está en condiciones de solucionar con mano dura el problema nuclear iraní, ni de solucionarlo solo. Algunos americanos son partidarios de ello, como el senador republicano de Arizona Iohn McCain, que pide a su país que castigue duramente a Irán, independientemente, si es preciso, del marco de la ONU, y considera que, aunque la perspectiva de una intervención militar es temible, «hay algo todavía peor: un Irán dotado del arma nuclear». Pero la administración Bush ya no se encuentra en la misma situación que en vísperas de la guerra de Irak. Los americanos hicieron, como es debido, planes de intervención militar y se las arreglaron para hacerlo saber. En junio de 2004, un artículo de la revista The New Yorker dio mucho que hablar al informar de que habían penetrado en Irán comandos para localizar los blancos que podrían ser el objetivo del ataque aéreo. A finales de 2005, circularon rumores según los cuales Estados Unidos proyectaba cada vez más en serio una acción armada. La prensa alemana en particular, citando fuentes de los servicios de información occidentales, afirmaba que Washington había enviado emisarios ante los gobiernos de Arabia Saudí, Iordania, Omán y Turquía, muy preocupados por los proyectos nucleares iraníes, para prepararlos ante la posibilidad de ataques aéreos contra Irán. 239


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No se puede estar seguro de nada pero todo hace pensar que George W. Bush considera al contrario la acción militar como la peor de las opciones. Técnicamente, el asunto es mucho más complejo que el del reactor de Osirek de Irak, destruido en un solo ataque aéreo por la aviación israelí en 1981. Las instalaciones iraníes están diseminadas, algunas de las que son conocidas se hallan en zonas altamente pobladas, otras existen sin duda en lugares secretos. Un ataque aéreo limitado a los principales emplazamientos nucleares conocidos-la central de Bushehr, las instalaciones de Natanz y Arak-supondría una campaña intensa, que debería apuntar en primer lugar a las defensas antiaéreas de Irán y sus medios de ataque contra Israel. Bombardeos más extendidos -contra instalaciones del ejército o de los Guardianes de la revolución por ejemplo-obligarían a movilizar medios aún más importantes y aumentaría la probabilidad de graves «daños colaterales» como se dice alegremente. La eficacia de recurrir a la fuerza en cuanto al objetivo buscado se refiere-la interrupción del programa nuclear-es de lo más incierta, puesto que se desconoce la naturaleza y la importancia de las instalaciones escondidas. Algunos expertos americanos no excluyen que el efecto sea más bien acelerar el programa en vez de ralentizarlo. En cuanto a su efecto político, además de que en el interior podría unir a la población con el régimen yen consecuencia fortalecerlo en vez de debilitarlo, se puede imaginar lo que ocurriría en la zona y en el plano internacional. Irán no carece de aliados que, si se diera el caso, estarían dispuestos a implicarse, en Irak, el Líbano y Palestina, entre otros, ni de medidas de represalia, empezando por el petróleo. La cota de popularidad de George W. Bush disminuyó cada vez más en 2005, mientras que en la opinión americana y el Congreso aumentaba la reivindicación de una liberación de


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compromiso con Irak. A principios del año siguiente, era difícil imaginar al presidente de Estados Unidos convirtiéndose de nuevo en el jefe militar que había sido unos años antes, encontrando los medios financieros y militares, así como el apoyo político necesario para abrir un nuevo frente, y enardeciendo a la opinión pública americana para una expedición todavía más arriesgada que la anterior, a la que aún le faltaba mucho por terminar. El asunto debía tratarse mediante presiones diplomáticas, donde lo que estaba en juego era demostrar a Irán que si se obstinaba se quedaba aislado. Pero el margen de acción todavía era limitado para los occidentales y la empresa incierta. Varios países clave, que tampoco desean que Irán esté dotado del arma nuclear, tienen a pesar de todo intereses contradictorios que defender. Los europeos, por ejemplo, se esforzaron por convencer a los chinos de unirse a su procedimiento y fue lo que hicieron, pero de puertas afuera. A Pekín no le apetece ver cómo Irán da a su vez un mal ejemplo y mina un poco más el sistema internacional de no proliferación, de una forma que esta vez podría resultarle fatal. Pero el crecimiento aumenta considerablemente en China, el país tiene carencia de energía y piensa acceder más generosamente a los recursos iraníes de hidrocarburos, que ya les proporcionan más del 15 por 100 de su consumo. China se esfuerza en diversificar sus recursos de abastecimiento, cultiva sus relaciones con Arabia Saudí, que abastece sus necesidades de petróleo tanto como Irán. Es difícil imaginársela por otro lado tomando partido a favor de Teherán hasta el punto de exponerse a represalias en los mercados occidentales. Pero lo que desea en cambio, y lo dice claramente, es que no se llegue a semejante situación de crisis. Éste es el caso de muchos países que no quieren enfrentarse con este tipo de dilema. Por otro lado, Pekín, por principio, es muy hostil a 241


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cualquier paso coercitivo del Consejo de Seguridad de la ONU por conminación occidental. India, gran país emergente y no alineado, es un socio más importante para Teherán. En dos ocasiones ha votado en la AlEA con Europa y Estados Unidos, lo cual ha sido para Irán el desengaño más hiriente. Ha sido golpeada por la administración americana, a quien le gustaría apartarla de algunos proyectos con los iraníes, en particular la construcción de un gaseoducto que saldría de Irán y que comunicaría con Pakistán antes de llegar a la India. En julio de 2005, George Bush prometió a Nueva Delhi un gigantesco contrato de suministro de centrales nucleares. Pero Nueva Delhi cerró también con Teherán un acuerdo que le garantizaba un abastecimiento de gas durante veinticinco años. Por otra parte, India es un país que de manera general milita a favor del acceso de los países emergentes a las nuevas tecnologías, incluidas las de la energía nuclear civil. No es miembro del Consejo de Seguridad pero probablemente no apoyaría una política de sanciones que denegara este derecho a Irán. Rusia, que ha proporcionado a Irán su primera y única central nuclear, se vio propulsada en 2005 al centro de los intentos de mediación en la crisis con Teherán. Esto venía de muy lejos: sus tratos con Irán sobre el proyecto de la central de Bushehr habían sido uno de sus principales motivos del contencioso con Washington, a partir de mediados de los años noventa. Alentado por los europeos, Vladimir Putin se propuso convencerlos de que, si él estaba resuelto a defender con uñas y dientes los intereses comerciales de su país en materia de energía nuclear civil, en cambio no quería ver a una nueva potencia dotada de la bomba atómica al sur de su país. El presidente ruso desconfía de Irán, del papel que puede jugar en el Cáucaso y Asia central un régimen islámico en vías de radicalización. En 242


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presionó a las autoridades iraníes para que aceptaran un sistema intensificado de inspecciones de la AlEA. El asunto de la central de Bushehr, el contrato que preocupaba a Estados Unidos, finalmente se arregló; en un acuerdo cerrado en 2004 con Teherán, los rusos procuraban que ese proyecto no permitiera a los iraníes acceder a la piedra filosofal, a las técnicas de enriquecimiento del uranio. Entonces los europeos se volvieron evidentemente hacia Moscú cuando se trató de encontrar un sistema capaz de hacer que Teherán renunciara a apropiarse de estas técnicas. La idea era, según un modelo comparable al de Bushehr, que todo el uranio enriquecido que Irán necesitara para sus futuras centrales fuera producido en Rusia. Obtuvo el aval de Estados Unidos. El papel de mediador resultaba gratificante para Moscú, que aspiraba a ser tenido en cuenta de nuevo en las resoluciones de las crisis internacionales y a recobrar influencia en Oriente Próximo. La propuesta también era tentadora, desde el punto de vista comercial, para el lobby nuclear ruso. Sin duda lo era demasiado e Irán la rechazó, alzándose a la vez contra semejante acaparamiento del mercado lucrativo de la energía nuclear y contra la dependencia de Moscú en la que, decía, semejante sistema lo había situado. Y después, volvió al examen de la propuesta rusa, por uno de estos vaivenes a los que nos tiene acostumbrados. Exige en cualquier caso que sus científicos participen en la producción por parte de los rusos del combustible nuclear o que las actividades de investigación sobre el enriquecimiento se lleven a cabo en suelo iraní. En noviembre de 2005, Moscú anunció el aplazamiento durante varios meses con respecto al calendario anterior previsto de la primera entrega de combustible nuclear a la central de Bushehr. Las razones eran sin duda tanto políticas como técnicas. Putin acababa de iniciar una importante renovación en las secciones a cargo de la energía nuclear en Rusia y había situado 2003,

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al frente de la Agencia Federal a un liberal con fama de prooccidental; muchos diplomáticos se preguntaron entonces si esas purgas no sancionaban los importantes compromisos de los anteriores responsables rusos con los iraníes, si el mal no estaba ya hecho. En todo caso, Rusia no desea poner en peligro un programa de cooperación nuclear con Irán que se acerca de momento a los 1.000 millones de dólares y que más adelante podría traer consecuencias mucho más fructíferas. Rusia es también la primera proveedora de armas convencionales a Irán. En noviembre de 2005, cuando Ahmadineyad multiplicaba sus invectivas contra Israel, Rusia no cuestionó la entrega a Irán de 29 sistemas de misiles antimisiles, lo que le valió fuertes protestas por parte de Estados Unidos y de Israel. Igual que China, Rusia sólo se sumó a la decisión de enviar el dosier iraní al Consejo de Seguridad de la ONU porque no conllevaba ninguna amenaza de sanciones contra Teherán y dejaba abierta la búsqueda de una solución rusa al problema. El Consejo de Seguridad dispone de toda una parafernalia de medios de presión graduales, que empieza por la simple condena del comportamiento de Irán, y que puede seguir después in crescendo: petición hecha a Irán para que se preste a los controles intensificados de la AIEA; medidas de represalia de orden diplomático como la reducción de los efectivos de algunas representaciones iraníes en el extranjero; sanciones dirigidas a los responsables políticos iraníes, como prohibir los visados; sanciones simbólicas como la prohibición para los equipos deportivos iraníes de participar en las competiciones internacionales; y, por último, sanciones económicas como la prohibición de ciertos traslados de tecnología o el embargo, parcial o total. Pero frente a un régimen determinado, el resultado de todo eso puede oscilar entre la ineficacia total y la ejecución por parte de Irán de represalias económicas hasta recurrir al arma 244


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del petróleo. Las sanciones podrían revelarse más perjudiciales para aquellos que las decretan que para el que apuntan. El embargo, en todo caso-además de que lo condena la experiencia a todas luces desastrosa en Irak-queda descartado, vista la situación que reina en los mercados petroleros. Contrariamente a lo que proclamaban los occidentales en el momento del envío del dosier iraní al Consejo de Seguridad, no hay un frente unido en la comunidad internacional respecto a Irán, aunque nadie desea que éste se dote del arma nuclear. Independientemente de los intereses económicos de unos y otros, muchos países consideran válidos algunos argumentos de Teherán, en particular su reivindicación de acceder a todas las tecnologías nucleares civiles. Es el caso no sólo de los amigos políticos de la República Islámica, sino también de Sudáfrica, India y Brasil, entre otros. Los países no alineados denuncian además desde hace años el hecho de que las cinco primeras potencias nucleares no respeten sus propias obligaciones acordadas en el marco del TNP, a saber, el compromiso que habían tomado de organizar entre ellas el desarme nuclear. Como dice el jefe de la AlEA, Mohamed El Baradei, «mientras el club no se disuelva, no hay que sorprenderse de que otros quieran ingresar en él». Estos «grandes» también han multiplicado las malas señales que, en el contexto de la crisis creciente con Irán, debilitan enormemente su procedimiento. Lo peor fue la propuesta hecha por George W. Bush a India en julio de 2005, y reiterada seis meses después durante su viaje a Nueva Delhi, acerca de una cooperación masiva en materia de energía nuclear civil. Fue, por parte del presidente americano, dar la espalda deliberadamente a la primera obligación que el TNP impone a las cinco primeras potencias nucleares, a saber, no proveer de tecnología a los países que no se adhieran al tratado, especialmente si, como en el caso de India, están dota245


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dos de la bomba. Aquello suponía no tener en cuenta las preocupaciones de Pakistán y obligarlo a reclamar los mismos favores a quien se los quisiera proporcionar, por ejemplo, China. Eso significaba fortalecer la idea de que la política americana aplica la ley del embudo y que está dirigida contra los musulmanes. ¿Qué se puede pensar de semejante política cuando se es iraní? El procedimiento de Bush se consideró inoportuno, inclusive en su partido en el Congreso, cuya autorización es necesaria para esta cooperación con India y que además contraviene a la ley americana. Iacques Chirac se precipitó en la brecha abierta por su homólogo americano yendo de nuevo a Nueva Delhi a alabar los méritos de la industria nuclear francesa. Por otro lado, en enero de 2006, Chirac dio a entender que el arma nuclear francesa podía servir para hacer frente a los «dirigentes de estados que tuvieran acceso a los medios terroristas», lo que muchos han visto como una amenaza contra Irán. En todo caso, Teherán no perdió la ocasión de reaccionar duramente y el presidente francés, que unos meses antes repetía que el problema iraní tenía que ser solucionado «por medios civilizados», vio su crédito bastante disminuido. Angela Merkel, la canciller alemana, en ocasiones adopta el tono americano de la época neoconservadora heroica, cuando por ejemplo afirma que Irán «amenaza la democracia en el mundo entero» o cuando compara la «retórica» de Ahmadineyad con la de Hitler en los años treinta. Vladimir Putin, por su parte, cedió a un chantaje a principios de 2006 sobre la entrega de gas ruso a Ucrania ya Georgia, que venía a ser la perfecta ilustración de lo que los dirigentes iraníes decían temer en la propuesta que les hizo sobre la energía nuclear; no hubiera podido hacerlo mejor para darles la razón. Todo esto sumado hace que no haya un consenso internacional sobre Irán; ya no lo hay desde el momento en que se ha246


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bla de un procedimiento punitivo contra Teherán. Al contrario) todo esto hace que el presidente Ahmadineyad, sin escandalizar a muchos ni en su país ni en el extranjero) pueda entregarse a sus críticas contra las «potencias de paja»: «Aquellos que poseen reservas de armas nucleares se reúnen) toman decisiones y creen que el pueblo iraní va a someterse. Pero a estas potencias de paja les digo que el pueblo iraní es independiente desde hace veintisiete años y que toma sus decisiones según su propia voluntad». Y nadie duda que más de uno disfruta en secreto escuchando al presidente iraní proclamar a los poderosos de este mundo: «Vosotros habéis gobernado el mundo durante años en la mentira y ahora que el pueblo iraní ha hecho volar en pedazos ese clima de mentira) no lo podéis soportar». Un oficial americano citado por el New York Times en febrero de 2006 opinaba que ya no era realista creer todavía que se impediría a Irán entrar en el club nuclear. «Tarde o temprano ocurrirá) nuestra tarea es procurar que sea lo más tarde posible», decía) esperando que para entonces hubiera otro gobierno en Teherán. El periódico también citaba a Robert Einhorn, un experto en no proliferación de la administración Clinton) que consideraba que Irán aún tenía obstáculos que franquear antes de controlar las técnicas de producción del combustible nuclear. «Cabe esperar-decía-que sabremos utilizar correctamente este tiempo) con el fin de que se rompa el consenso que hoy en día prevalece en Irán sobre el programa nuclear. Es preciso que los iraníes entiendan que esto tiene un precio y que finalmente ellos serán los perdedores». Hacérselo entender desde el exterior no es tarea fácil. Desde hace meses) el problema nuclear es un tema tabú en Irán) la prensa tiene órdenes de no apartarse de la línea oficial. La mayoría de los iraníes lo ignoran todo sobre el fondo del debate) sobre la mala fe de su país con respecto a la AlEA y sobre lo que 247


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realmente está en juego. Muchos de ellos podrían tener acceso a otras fuentes de información además de la propaganda con la que los alimentan pero ésta, por una vez, halaga tanto su fibra nacionalista que no van más allá. Tras haber sido elegido cómodamente pero sin ningún entusiasmo popular, tras haberse convertido en algunas semanas en el hazmerreír de Irán, Ahmadineyad estaba a punto de conseguir auténtica popularidad gracias al tema nuclear en el invierno de 2005-2006. Cuanto más aumenta la presión internacional, más difícil les resulta a los políticos que se oponen a su política dar a conocer públicamente su discrepancia. Rafsanyani es de los pocos que lo hacen, pero procediendo con precaución. Protesta contra el «colonialismo» de las potencias nucleares exclusivas y contra la «injusticia» del envío del dossier iraní al Consejo de Seguridad, pero también contra el «coste» de la política llevada a cabo por los nuevos responsables de la política exterior. «El pueblo iraní esperaba que el equipo de negociadores garantizase el derecho de Irán a la tecnología nuclear a un precio menos elevado», denunciaba en febrero de 2006 uno de sus allegados, Hossein Marachi. Rafsanyani es el único que se atreve a decir que Irán no goza de la confianza de la comunidad internacional y que debe recobrarla, si quiere defender su «derecho» a la tecnología nuclear. En palacio, el combate causa estragos. Si Ahmadineyad hubiera tenido todos los poderes, seguramente Irán ya habría salido del TNP Ytal vez ya no se podría hablar ni de negociaciones ni de propuesta rusa. Irán, al contrario, no ha parado de jugar a dos bandas, de decir que quería proseguir las negociaciones mientras hacía lo necesario para romperlas, de decir que estaba contra la propuesta rusa pero que merecía ser examinada detenidamente, de anunciar que reanudaría las actividades de enriquecimiento del uranio pero que no las reanudaba del


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todo, que ya se vería, que la investigación no es lo mismo que el desarrollo a escala industrial. A principios de 2006, al mismo tiempo que anunciaba la reanudación de las actividades sensibles en Natanz, Ali Larijani pedía en la CNN un acercamiento «amistoso», «comprensión» e incluso «simpatía» por parte de los occidentales. Todo eso refleja las ambigüedades del régimen y las divisiones que hay en su propio seno. Como sobre muchos otros temas, el régimen iraní en este asunto es doble, lo quiere todo y lo opuesto, el enfrentamiento y el apaciguamiento, porque pretende integrar las tendencias opuestas. A finales de 2005, un amigo de Rafsanjani, Mohamed Atrianfar, nos confirmaba que el dossier iraní era lo que suscitaba la polémica más encarnizada en las altas esferas. «Es el principal motivo de divergencia», decía. Rafsanyani es de los que piensan que a Irán le interesa llegar a un acuerdo con los europeos, y que por lo tanto es realmente preciso proseguir las negociaciones y estar preparado para hacer concesiones, explicaba en resumen. Ahmadineyad y sus amigos no quieren hacer ninguna concesión, «están a favor de la ruptura de las negociaciones; les da igual lo que ocurra después. De momento el Guía está en una posición intransigente, pero eso va a cambiar», afirmaba Mohamed Atrinfar. Una vez más, muchos parecían depender de la relación de fuerzas entre los dos elefantes de la política iraní: Hachemi Rafsanyani y el Guía Ah Khamenei, rivales y en desacuerdo sobre casi todo, pero unidos por el imperativo de defender el régimen. «Se necesitan el uno al otro. Cuando Rafsanyani es candidato a la presidencia, el Guía supremo piensa que corre el riesgo de ser un poco menos supremo y se las arregla para hacerlo fracasar. Cuando Ahmadineyad se convierte en presidente gracias a él, el Guía se da cuenta de que su protegido es peligroso y le pide a Rafsanyani que le eche una mano para contenerlo», re249


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sumía un embajador occidental destinado en Teherán. Sin embargo, el presidente resultó ser, en cuestiones de política exterior, un personaje bastante difícil de contener y el Guía bastante poco decidido a hacerlo. Constitucionalmente) Khamenei tiene más poder que Rafsanyani; pero políticamente Rafsanyani tiene más auditorio en los medios económicos que cuentan para hacer despegar al país) entre las elites, ante el extranjero y en el clero. Ha calculado desde hace tiempo las apuestas de la mundialización y sabe lo que le costaría a su país no tenerla en cuenta) aislarse de nuevo en una utopía revolucionaria. El acceso de Irán al arma nuclear haría doblar las campanas por el sistema internacional de lucha contra la proliferación. Varios países de la zona-e-Turquía, Arabia Saudí y Egipto especialmente-no pueden considerar que la República Islámica conquiste el arma suprema sin tener la tentación de seguir sus pasos. El peligro de la bomba iraní no es tanto que Irán la vaya a utilizar, sino que, gracias al poder que ésta confiere) se proponga cambiar por su cuenta el reparto de cartas en Oriente Medio conforme a la ideología jomeinista. Esa es la ilusión de Ahmadineyad, que critica la política de «distensión» con Occidente llevada a cabo por sus predecesores Rafsanyani y Khatami. El mandato del primero «terminó con el hundimiento de nuestra política exterior» y el del segundo vio «la alienación de nuestros objetivos revolucionarios y el declive de nuestro dinamismo en el mundo islámico», declaró un día a la Comisión de Asuntos Exteriores del Parlamento iraní, según un diputado que asistía a la reunión. Las probabilidades de éxito de este proyecto de consenso) que es el objeto de divergencias no sólo en Teherán, sino también en Washington y en Bagdad, eran muy inciertas en la primavera de 2000. Sin embargo) el hecho de que fuera apoyado por el Guía parecía traducirse en una recuperación de la in250


LO INELUCTABLE

fluencia de los pragmáticos en el seno del régimen iraní contra los ideólogos partidarios del enfrentamiento. Varios observadores destinados en Teherán transmitían en aquel momento la preocupación de algunos dirigentes que veían a la vez cómo Irak se hundía en una guerra civil o la que su país corría el riesgo de ser arrastrado y cómo aumentaba la amenaza de un nuevo aislamiento internacional de Irán por culpa de su programa nuclear. «Durante veintisiete años, Estados Unidos ha intentado enviar a Irán ante el Consejo de Seguridad sin conseguirlo. A Ahmadineyad le han bastado seis meses para lograrlo», advertía en el New York Times un alto responsable iraní bajo el anonimato. El envío del dossier iraní al Consejo de Seguridad ha sido muy mal visto por los conservadores hostiles al radicalismo de Ahmadineyad, quienes hasta el momento se callaban. Incluso en el entorno del Guía, algunos se pusieron a denunciar abiertamente a los «talibanes chiíes», es decir, al presidente y a su mentor religioso el ayatolá Mesbah Yazdi. «El problema cuando fabricas extremistas-apuntaba Saeed Leylaz, un economista allegado a los reformistas-, es que ellos no se detienen cuando tú lo deseas. Se les puede ordenar que salgan del cuartel, pero después son ellos quienes deciden cuándo regresar». En la primavera de 2006, la suerte no estaba echada. La popularidad que habían logrado Ahmadineyad y los suyos gracias a la disputa nuclear era frágil y su influencia en el seno del sistema todavía estaba poco asegurada. Pero en cualquier caso los occidentales no podían esperar restablecer el diálogo que la elección de Ahmadineyad había hecho descarrilar sin revisar a la baja sus propias exigencias: el acceso a todos los aspectos del conocimiento nuclear con fines civiles es la reivindicación mínima compartida por todos los iraníes e inclusive por gran parte del mundo. Ningún representante de la República Islámica


IRÁN

puede aceptar menos. «Tendremos sin duda que hacer concesiones, pasar por un término medio que trate con consideración el sentimiento nacional de los iraníes-reconocía un diplomático europeo-, pero no con esos radicales en el gobierno».

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Gabriel Jackson MOZART

Mark Leyner y BiUyGoldberg ¡POR QuÉ

LOS HOMBRES

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P ZONES?

Gregorio López Raimundo PARA LA HISTORIA

DEL P$UC

Pier Paolo Pasolini EL OLOR DE LA INDIA

Simon Scharna EL DESNUDO

DE REMBRANDT

Anrhony Burgess SHAKE

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Franci co Candel PRIMERA

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MEMORIA

David Lodge EL ARTE DE LA FI cI6N

José Enrique Ruiz-Dornenec EL RETO DE

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Raúl Rivero VIDAS Y OFICIOS

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ES IMPERIALES

Gemma Lienas QUIERO

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ÁRABES

Javier Tusell Genoveva G. Queipo de Llano FRANCO y MU

Clai re Tréan IRÁN

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Irán es un país de curiosos contrastes. El sesenta por ciento de su población la componen jóvenes menores de veinticinco años que aspiran a formar parte del mundo moderno y actúan y se visten según los modos de vida de la sociedad occidental. Las chicas estudian y la juventud en general se aleja masivamente de la religión. Quizá por eso sorprende que hayan llevado a la presidencia del gobierno de su país a un islamista radical, Mahmoud Ahmadinezhad, que ha sabido sacar partido del descontento social y del descrédito hacia un clero corrupto. Desde su elección el 24 de junio de

2005,

ha restablecido la

ambición de la revolución jomeinista de hacer de Irán el campeón de la lucha contra las injerencias extranjeras y de la protesta contra el orden occidental en general. La mayoría de sus compatriotas no son partidarios de sus eslóganes contra occidentales e israelíes, pero cuenta con su apoyo incondicional en la cuestión nuclear, quizá porque el pueblo no tolera que se le vete el acceso a la tecnología.

*

En este libro, Claire Tréan recoge testimonios

de iraníes de muy

diversa condición social y hace una síntesis perfecta de la historia y la geopolítica de esta región del planeta que, para muchos, constituye una seria amenaza para la paz mundial.

* OONOSTI A - 86 218182878188

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28/83/87

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TREAH. tul I RE UlAH [AH 97884838n(se ISBN 84·8307·745·0

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