Revista Masónica Nº 1 - Septiembre 1923

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REVISTA MASÓNICA DE CHILE

SEPTIEMBRE 1923

DIRECCIÓN POSTAL: CASILLA NÚM. 4033, SANTIAGO

IMPRENTA CAMILO HENRÍQUEZ 1923

Año I Septiembre de 1923

SUMARIO

EDITORIAL

Anhelos.

COLABORACIONES

Algo sobre la vida del hermano Daniel Feliú.−Tolerancia (Discurso de iniciación).−Al margen de un Símbolo.− Sermón Dominical.−Tradición.

REPRODUCCIONES

La Masonería y el Gobernador Eclesiástico.−Disolución de la Gran Logia de Distrito para Chile, dependiente de la Gran Logia de Massachussetts.−¿Qué es: qué debe ser un Francmasón?

BIBLIOGRAFÍA

Boletín de la Asociación Masónica Internacional.

Núm. 1

REEDICIÓN DEL PRIMER EJEMPLAR DE REVISTA M... DE CHILE

EN SU CENTÉSIMO ANIVERSARIO

(1923 – 2023)

En esta edición especial en que se cumplen 100 años de ininterrumpida publicación de Revista M:. de Chile hemos querido rendir un homenaje a todos aquellos que, directa o indirectamente, han contribuido a mantener este fundamental instrumento de comunicación de masones y para masones.

Como resulta evidente, no se trata ésta de una edición facsimilar. En su lugar, hemos

querido engalanar esta edición haciendo uso de las tecnologías actuales, con un diseño propio de las tendencias de la época e incluyendo algunas imágenes que permiten ampliar el horizonte de comprensión, siempre esquivo cuando se analiza el pasado con el contexto del presente.

El texto que hoy podemos apreciar tuvo que ser digitado nuevamente a mano, dada la deficiente calidad de la copia digital original.

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Ocasión propicia para realizar algunas breves correcciones tipográficas y otras propias del “castellano antiguo” sin alterar el sentido de las ideas allí plasmadas hace un siglo.

Quisiera agradecer a los hermanos de diferentes logias que, voluntariamente, se ofrecieron a realizar esta ardua tarea:

Patricio Bustos Pizarro (R...L... Justicia y Libertad N°5)

Darío Vergara Salgado (R...L... Arte Real N°196)

Roberto San Juan (R...L... Sir Francis Bacon N°221)

Héctor Luna Halyburton (R. . .L. . .

Aristóteles Berlendis Sturla N°126)

Guillermno Holzmann Pérez (R. .L. Anaxágoras N°212)

Héctor Puga Garrido (R. .L. . Cosmos N°209)

Carlos Ibáñez Ramírez (R...L... Abraham Lincoln N°106)

Álex Márquez Hernández (R. . .L. . .

Prometeo N°101 / R...L... Jaime Galté Carré N°241)

Daniel Martínez Lara (R...L... Juvenal Hernández Jaque N°223)

Ernesto Escobar Peña (R...L... Marco Bontá Costa N°214)

Germán Tapia Salas (R...L... Atenea N°67)

De la misma manera, a Alejandra Machuca, quien se dio a la tarea de crear la propuesta gráfica de esta reedición aniversario. Al Comité Editorial de Revista Masónica. Especialmente a José Carrasco Gutiérrez y Jorge Dawabe Nassar por su constante apoyo y trabajo editorial. A Jennifer Verdugo (Coordinadora del Área Patrimonial), a Daniela Díaz (Conservadora del Museo Masónico), a Cinthya Malhue (Archivera), a Brenda Canales (Encargada de Colecciones) quienes diseñaron y organizaron la exposición que acompaña esta conmemoración.

Al I.H. Manuel Romo Sánchez, por su aporte a mantener viva la Historia de la revista, al Gran Bibliotecario de la GLCH, V.H. Nabor Urzúa Becerra y al Gran Maestro de la GLCH, M.R.H. Sebastián Jans Pérez por su decidido apoyo.

Fraternalmente,

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REVISTA MASÓNICA DE CHILE

Año I Santiago, Septiembre de 1923 Núm. 1

EDITORIAL ANHELOS

Si durante catorce años tuvo la Masonería chilena un órgano de publicidad, que, sin ostentar carácter oficial, servía ampliamente las necesidades de difusión de nuestra doctrina en el pueblo masónico, y fuera redundante dar a luz otra publicación de índole semejante, hoy que el hecho consumado priva a la Orden de los beneficios que le reportara LA VERDAD, el Gran Maestro de la Gran Logia de Chile, cree interpretar el sentir de los masones de la Obediencia, al decretar la publicación de esta REVISTA MASÓNICA.

La índole y propósitos que ella encarna, le están señalados en el artículo 1° de nuestra Constitución.

Siendo la Francmasonería una institución esencialmente filosófica, consagrará al estudio de la ciencia de las ideas, de los ritos y enseñanzas de la Orden su preferente atención, estimulando el desarrollo de estas especulaciones en cada una de las Logias Y Triángulos.

En la investigación de la verdad, concurrirá con los mejores elementos intelectuales al logro de una justicia más palpable, de una felicidad menos ilusoria, de un respeto más honrado a la conciencia ajena; en una palabra: a la prosperidad y ventura de nuestra patria.

Reconociendo al G. .A. .D. .U. . no como fórmula mitológica, ni como artículo de fe, cual lo profesan algunas iglesias, pero sí en cuanto símbolo de respeto a todos los cultos,

respeto no sojuzgado al dogmatismo obcecado de determinada confesión, no levanta bandera de lucha religiosa que nuestra Orden rechaza, pero consagrará a este problema, que es manzana de discordia fratricida, fuente de miserias y amarguras, el sereno estudio, y la perseverante acción que ha de conducir al país al reinado de una sincera tolerancia.

Anhelosa de. progreso, bregará la REVISTA MASÓNICA DE CHILE por alcanzarlo amplio para los destinos de la Humanidad, concurriendo al esfuerzo de los grandes hombres de la Masonería que laboran por el reinado de una paz tan quebrantada en diez años de convulsiones satánicas.

Servirá con perseverante acuciosidad los ideales de la Gran Logia de Chile, de los organismos que le son dependientes y de los hombres que la componen, chilenos y hermanos todos, aun cuando nacido alguno en lejanas tierras; que dan calor y vida a Logias y Triángulos desde uno a otro confín del territorio, inyectando sangré renovadora a todas las nobles actividades nacionales.

Presenta sus respetos y ofrece sus páginas a las Logias establecidas en Chile, que dependen de Poderes extranjeros, deseosos de fundir en más estrecha unión la obra común de progreso.

Y por fin, vaya un fraternal saludo a la prensa masónica universal con la cual propenderemos a intercambiar propósitos de bien general.

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ALGO SOBRE LA VIDA DEL HERMANO DANIEL FELIÚ

Acaba de morir un hombre de grandes condiciones morales e intelectuales, que merece ser recordado con respeto y admiración en estas páginas: don Daniel Feliú.

Aunque retirado de nuestra institución desde hacía varios años, este distinguido ciudadano prestó valiosos y dilatados servicios a la Masonería, en una época en que eran contados los hombres que se atrevían a alzar la voz o a tomar la pluma en defensa de las ideas redentoras que penosamente iban proyectando su luz sobre las conciencias esclavizadas por el fanatismo religioso.

El hermano Feliú fue uno de los fundadores de la Respetable Logia Aurora N°6, de Valparaíso, en la cual, con entusiasmo y dedicación verdaderamente encomiables, cooperó en forma eficaz a la obra que en aquel tiempo empezó a desarrollar ese Respetable Taller.

Las cualidades de perfecto masón que había demostrado el hermano Feliú, su puntualidad por asistir a las tenidas, el valioso contingente de talento e ilustración que constituía su personalidad, hicieron comprender a los miembros de la Respetable Logia que el mallete de Venerable no podía ser entregado a manos más dignan y expertas que las suyas, y le confirieron esa dignidad.

Al frente de la Respetable Logia Aurora el hermano Feliú dio a los trabajos un impulso extraordinariamente vigoroso.

Aparte del ingreso a ese taller de

elementos de gran valía; aparte de los intensos trabajos de diverso orden que allí se llevaban a cabo; aparte de las conferencias que constantemente se verificaban y en las cuales se abordaban temas de actualidad del más alto interés cultural, se llevó la acción de la Masonería al mundo profano en una forma tan decidida y enérgica que en todas partes se dejaba sentir el espíritu vivificador que inspiraba aquellas actividades.

Objetivo preferente de nuestra institución ha sido en todos los tiempos el propender a la instrucción del pueblo.

El hermano Feliú, convencido de que el mayor bien que podemos hacer a nuestros semejantes es proporcionarles ilustración y educación, se dedicó con tenacidad inquebrantable a impulsar el desarrollo y mejoramiento de la enseñanza popular. Ya en aquellos tiempos el hermano Feliú abogaba por la libertad y laicización de la instrucción pública.

Con el propósito de hacer una propaganda más constante y eficaz de sus ideas, el hermano Feliú, empleando gran parte de su modesta herencia paterna, fundó un órgano de batalla, El Deber, primer diario radical que se ha publicado en el vecino puerto.

El hermano Feliú que tuvo a su cargo la dirección y redacción principal del diario, desde 1875 hasta 1879, en que dejó de publicarse, sostuvo campañas memorables en contra de los elementos reaccionarios

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COLABORACIONES

que se sintieron desconcertados tanto por la valentía y firmeza con que el hermano Feliú defendía las nuevas doctrinas, cuanto por la inteligencia, agudeza y preparación de que dio pruebas tan concluyentes.

El clérigo don Mariano Casanova, que por aquellos tiempos residía en esta ciudad y que de cura de la Matriz pasó a Gobernador Eclesiástico de Valparaíso, se sintió profundamente alarmado con la activísima propaganda doctrinaria que el hermano Feliú llevaba a efecto en El Deber, y procuró contrarrestarla, abriendo sus fuegos contra él desde las columnas de la prensa ultramontana.

Se trabó entonces una polémica formidable entre El Deber, que era el vocero de las tendencias evolucionistas, y el clérigo Casanova, que en vano trataba de defender las posiciones del ultramontanismo, amenazadas por el avance de la reforma.

El hermano Feliú, dando pruebas de gran versación, habilidad y energía, se reveló un polemista consumado y formidable.

El mencionado clérigo, deseando intensificar su acción en contra de El Deber, apeló al púlpito y desde allí estuvo durante mucho tiempo fulminando su anatema

contra las doctrinas innovadoras que aquel diario preconizaba.

El hermano Feliú siguió con mayores bríos la campaña emancipadora que su diario sostenía, abriendo ancha brecha en las filas enemigas. Esto no le impedía continuar atendiendo con la debida asiduidad sus tareas de índole puramente masónicas. Lejos de eso, buscaba con afán nuevos campos de acción en que poder desarrollar la obra en que estaba empeñado y a la cual consagraba todo su tiempo, sus fuerzas, su talento y sus medios de fortuna.

Obsesionado con la idea de dar instrucción a las masas populares, llevó a cabo, en unión de otros hermanos, entre los cuales merecen recordarse los nombres de Juan de Dios Arlegui, Benicio Álamos González; del doctor Ramón Allende Padín y de Juan Billa, la fundación de la Escuela Blas Cuevas, conocida de todos los hermanos, y cuyo primer profesor fue Ángel Custodio Salvo.

En dicha Escuela el hermano Feliú dio innumerables conferencias, tratando de inculcar en el espíritu de los educandos ideas progresistas y hábitos de sociabilidad que pudieran más tarde abrirles fácilmente el camino de la vida.

En unión del hermano Benicio Álamos, lanzó en seguida a la publicidad un folleto de alta propaganda, defendiendo a la Escuela Blas Cuevas de los recios ataques de que la hacían objeto el clérigo Casanova y sus acólitos.

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Pero no se detuvieron allí las actividades del hermano Feliu, en bien de la instrucción popular: formando parte principalísima de un escogido núcleo de entusiastas jóvenes de ideas avanzadas, y entre los cuales se contaban los hermanos ya recordados, contribuyó a la creación y sostenimiento de dos escuelas nocturnas para obreros: la Escuela “Horacio Mann” y la “Benjamín Franklin”.

Aunque la falta de recursos financieros no permitió que dichas escuelas tuvieran larga existencia, ambas prestaron durante cierto tiempo valiosos servicios a las clases proletarias. En ambas escuelas el hermano Feliú abriendo continuos paréntesis al tiempo que dedicaba a sus tareas masónicas y a su cargo de director de El Deber, dejaba oír constantemente su palabra ilustrada y amena en conferencias que despertaban profundo interés entre el elemento obrero.

Alejado durante algunos años de Valparaíso, el hermano Feliú fundó en lquique un Ateneo, desde cuya tribuna continúo laborando por las ideas de la libertad y progreso. Más tarde, cuando el hermano Feliú formó parte del Congreso Nacional, fue siempre uno de los más firmes y valientes enemigos

del clericalismo y uno de los más constantes, ilustrados y ardorosos propulsores de la instrucción del pueblo. También el hermano F eliú contribuyó decididamente, ya como periodista, ya como diputado, a la aprobación de muchas de las reformas liberales de que goza el país, tales como, la ley que garantiza la libertad de imprenta, la ley de Registro y Matrimonio Civil, la de garantías individuales y la de Cementerios laicos.

En resumen, puede decirse con propiedad que el hermano Daniel Feliú fue un verdadero masón, más que eso, un masón de excepcionales condiciones.

A una inteligencia muy bien cultivada, a su criterio recto y despejado, a una honestidad sin la más leve sombra, a una laboriosidad infatigable, unía el hermano Feliú un gran corazón, dispuesto siempre a ayudar al débil, a levantar al caído y a ilustrar al ignorante.

La vida del hermano Feliú, tan plena de nobles actividades e iniciativas, como fecunda en rasgos del más elevado altruismo, merece, pues, señalarse a la consideración de los hermanos como un ejemplo de honrado y perseverante esfuerzo en defensa de nuestros ideales y en bien de nuestros semejantes.

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TOLERANCIA

(Discurso de Iniciación)

Otra vez el árbol de la Masonería vuelve a brotar yemas vigorosas en su renovada y eterna primavera; otra vez la savia reactiva entrega a las flores y a los frutos, le esencia de la sabiduría, de la experiencia de las virtudes que han plasmado la fibra de su tronco vetusto. Y así como la naturaleza parece acompañar la resurrección primaveral de la vida, desparramando por el universo colores, luz y perfumes, con la prodigalidad de una riqueza inagotable, del mismo modo queridos hermanos recién iniciados, en nuestros corazones, en los corazones de los viejos masones y en el de los últimos llegados, pulsa un latido de júbilo y de felicidad y se traduce en una expresión efusiva de nuestra alma, en un rejuvenecimiento de nuestras energías y en un reverdecer de nuestras esperanzas; es queridos hermanos que la jornada no ha sido estéril, si ha logrado agregar un ladrillo más al edificio de nuestro templo, vasto como la tierra, alto como la profundidad de la historia humana. Porque, queridos hermanos, la historia de la Masonería no es la historia de una que otra Logia surgida en éste o aquel país, es la historia de nuestras doctrinas que se identifican esencialmente en el amor al prójimo y a la naturaleza. La Masonería surgió el primer día en que el hombre sufrió una injusticia de sus semejantes, en que su libertad ha sido artificialmente cohibida, en que su cerebro y su alma han chocado contra las inexorables paredes de un claustro frío opuesto a los vívidos rayos de la razón y a las generosas llamaradas del sentimiento. El

espíritu de nuestras doctrinas se identifica con el de muchas escuelas filosóficas de la Antigüedad, nuestra Orden habló por boca de los grandes reformadores, de los grandes mártires, por una idea de justicia humana. Nuestros principios coinciden con muchos

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preceptos morales sustentados por las religiones; la Masonería es, si se quiere, una religión ella misma, pero no una religión construida sobre los dictados de una revelación sobrenatural sino deducida de las leyes eternas de la naturaleza; el dios naturaleza de Comte podría compendiar el concepto religioso de nuestra Orden. Sin embargo, queridos hermanos, como lo habéis escuchado hace pocos momentos por la palabra del Venerable Maestro, la Masonería os deja libres de profesar cualquier credo religioso; lo único que os

recomienda es que seáis seres verdaderamente libres, que os inspiréis en vuestra conciencia, que sepáis interrogar a la naturaleza, tan rica en sugestiones y enseñanzas para quien la observa con espíritu sereno y con criterio objetivo. No olvidéis, queridos hermanos, que nuestros templos llevan por techo el mismo cielo interior y miran hacia el oriente, como para significar que el universo se abre a la mente humana sin otros límites que los inherente a su potencialidad sustancial y que la vida es eterna como es eterna la luz

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que ilumina la insondable noche sideral. La religión natural profesada por la Masonería os invita a salir de aquellos templos que pesan sobre las conciencias de sus feligreses, como la pesadilla de un sudario de dolores, de terrores, de oscuridades siniestras manchadas de sangre, de livideces cadavéricas, caras a las carnes histéricas; os llama del monte y del llano, de las florestas y de los desiertos, de las aves cuyos murmullos parecen despedir suspiros de amor, os llama de las flores que germinan y perfuman y dan la fascinación y el encanto con que Eva hechizó al primer hombre feliz de la tierra. La Masonería os dice: el amor no es un pecado, el trabajo no es una expiación, al contrario, el trabajo es la función de la vida y el amor es su recompensa, es su empíreo de felicidad.

Ahora queridos hermanos, comprenderéis cuáles son los enemigos de la Masonería. Son los pesimistas de la vida, víctimas de las ideas preconcebidas; los profesantes de un dogma, al cual someten las realidades sensibles anteponiendo y deformando en moldes de acero, el pensamiento y el sentimiento. Víctimas ellos mismos de un principio que define la vida como un castigo de Dios y que reconocen que en el ensayo que Dios hace de vuestras aptitudes para calificarlas en la vida eterna, los peores enemigos son la razón y la sensibilidad, no vacilan, en obsequio a una obligación de conciencia, en perseguir y aniquilar el físico, para salvar el alma del castigo interminable. Y es así que una religión surgida del amor, una religión de piedad, de caridad, de humildad y de perdón, se ha transformado, por efecto de una aberración del espíritu, en la enemiga intransigente, soberbia y cruel, de toda forma de libertad, de la libertad de conciencia, de religión, de pensamiento, de prensa, de palabra. Es ella que acechó la ciencia humana por los senderos ásperos de la ignorancia en la noche del alma universal; la religión católica que ostenta,

como los más grandes triunfos de la fe en las ideas de justicia, de igualdad, de bondad, las llagas de Cristo y las sangrientas piedras del circo, creyó poder conseguir la felicidad eterna del hombre, ensangrentando -esa misma religión- los escarpados caminos del progreso intelectual, civil y social de la humanidad. Esa secta que niega a la razón el derecho de examen, de análisis y de interpretación de las sagradas escrituras, que combate la sabiduría y enaltece la ignorancia como la condición del espíritu más cercana a la felicidad eterna, esa secta católica encendió las hogueras en que se quemaron las carnes atormentadas de Jerónimo Savonarola, de Juan de Huse, hombres buenos sedientos de reforma, de Giordano Bruno que enunciara los principios de la filosofía positiva adivinando al naturalismo moderno; esa sexta que persiguió a los Albigenses y a los Valdenses, sin respetar a hombres mujeres y niños, matando en una verdadera embriaguez de sangre, católicos juntos con protestantes, al grito de «Dios sabrá reconocer a los suyos»; esa secta que expuso el cadáver de Coliguy a la mirada obscenamente estúpida de Carlos Noveno y a la mirada fría, irónica de la astuta Catalina de Medici; esta secta que armó el brazo secular de Felipe Segundo y de Luis Catorce, es la misma que, en los tiempos modernos, cambiando de métodos pero no de fines, persigue, en pleno siglo XX, a los masones, con las más refinadas y diabólicas artes de la hipocresía y la calumnia. Y he aquí cómo los masones, estos guardianes vigilantes de las libertades, son públicamente escarnecidos, envilecidos, perseguidos por aquellos mismos liberales que deberían estrecharse a ellos; y no ven los poco avisados, que sirven de instrumentos a sus enemigos declarados de ayer, enemigos ocultos de hoy, y enemigos más feroces de mañana, si el mundo, bajo la ola de anarquía que lo amenaza, cayera otra vez bajo el dominio espiritual de la Santa Iglesia católica, apostólica y romana.

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He aquí, queridos hermanos, cuáles son los enemigos de la Masonería: la ignorancia, la intolerancia y el fanatismo. Y vosotros queridos hermanos que habéis venido a golpear hoy a nuestro templo, recordad, llevad grabadas en vuestra mente y vuestros corazones, las enseñanzas de nuestro ritual de primer grado, que os recomienda huir como los peores enemigos para el hombre libre, el hombre sano de mente y de físico, de los tres males que acaba de denunciaros el hermano Orador.

Es con esta esperanza, que los hermanos de la Logia Unión Fraternal Nº1, os reciben hoy, os abrazan, os aprietan a sus corazones, os ligan a esta cadena, delgada todavía, por cierto, pero firme y fuerte, que une a través de la tierra, pasando por encima de las más altas montañas y atravesando los más vastos océanos, a todos los masones de la tierra. Que seáis vosotros, eslabones esforzados de esta cadena universal, para que no haya de romperse por un instante de flaqueza que os sorprenda; por lo demás, viviendo entre nosotros, os convenceréis que el mundo solo puede ser salvado por la tolerancia, por la bondad, por el altruismo; al egoísmo de la materia viva, ciertas leyes férreas de la naturaleza brutal, han sido ya en gran

parte vencidas por la sociedad humana, para que dudemos del tiempo en que los más altos principios morales dominarán por sobre todo. Nosotros los masones vivientes, no veremos ese tiempo; nosotros somos como un polvo cósmico que no haya todavía realizado su condensación. Pero, los músculos de una nueva conciencia universal deberán formarse un día; nos lo garantiza la experiencia del pasado: los enemigos de la humanidad creyeron poder impedir el progreso, suprimiendo los innovadores; pero las cenizas de las mártires dispersadas por el espacio han llegado hasta nosotros y han actuado en la edad moderna como fermentos de amor, de ciencia y de libertad. Sed bienvenidos queridos hermanos. Nosotros os recibimos con un himno que surge de las profundidades del templo, que es el eco de multitudes extintas, la repercusión de los gritos de dolor y de horror, y, sin embargo, el himno se desenvuelve por la nave infinita de nuestros templos en estrofas de santo optimismo, de serenidad iridiscente, de fe en el porvenir. ¡Qué nos importa a nosotros si no alcanzamos a gozar de la vida de una humanidad más perfecta y si morimos ignorados, con tal que podamos entregar nuestra chispa de inteligencia y de afecto a los que nos han de suceder en la cadena de unión!

La vida, queridos hermanos, es bella, santo el porvenir. Con esta profesión de fe, en nombre de esta vieja Logia Unión Fraternal Nº1, os saluda el hermano Orador, quien celebra que la suerte le haya permitido abrir a vuestra imaginación, esta ventanilla hacia un mundo de optimismo después de haber acompañado a uno de vosotros, en los primeros pasos en el camino de la ciencia. Por lo demás, el maestro no ha cambiado sino de cátedra, ya que, después de haberos explicado la verdad científica, se prepara para abriros el alma a la verdad masónica.

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AL MARGEN DE UN SÍMBOLO

El profano penetra en el templo masónico, símbolo del universo, con los ojos vendados. Así podrá concentrar mejor su atención en las palabras que oirá y que dirá. Y cuando ha decidido ingresar a nuestra Orden, la luz simbólica ilumina su juicio. Entre los muchos hermosos símbolos de que la Masonería se vale para expresar de una manera sensible y concreta las fugaces abstracciones que son las ideas, pocos son tan significativos como el que acabamos de recordar. El hombre que no ha mirado el universo y lo que en él ocurre, sin prejuicio, con libertad de criterio, con experiencia y opinión personales, es un ciego. La Masonería le hará ver la luz.

Pero más allá de este primer aspecto, la venda que cubre los ojos expresa otra idea más profunda. La vista es el sentido por el cual abarcamos el universo del modo más completo. La vista nos revela el mundo exterior mejor que cualquiera de los otros sentidos y nos procura un placer tan constante que, por ser muy común, casi no advertimos. Y el placer de ver nos distrae desde que abrimos los ojos hasta que el cansancio nos adormece. Sólo cerramos los ojos para dormir.

Y así, el mundo que vive en nosotros, el mundo interior de nuestra conciencia se sustrae a nuestra mirada. Y hombres hay que, encorvados por los años y al borde de la tumba, sólo han tenido ojos para contemplar las cosas que el astro de fuego hace vivir

cada día, y jamás durante el largo camino han echado una mirada al mundo inmenso de su conciencia, tan infinito y a veces tan hermoso como el universo bañado por el sol. Cerrar los ojos y escudriñar en la propia conciencia es meditar. La meditación puede recorrer innumerables caminos.

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Pero, cualquiera que sea la senda, habrá por fuerza de pertenecer a alguna de las exuberantes campiñas de lo verdadero, lo bello o lo bueno. Un cercado del país de lo bueno es el de las propias y ajenas acciones, y nuestro ritual nos recomienda su examen como un saludable ejercicio.

La ciencia de lo bueno es la moral, ciencia que nos enseña, no a discernir el bien y el mal, porque estas son nociones innatas en el hombre, y, si se quiere, en todos los seres vivientes, sino a profundizar el conocimiento del bien y del mal.

En tiempos pasados, el bien se hacía derivar directamente de Dios. Los profetas entre los judíos, los sacerdotes en otros pueblos, que revelaban a los hombres los deseos de los dioses, y los hombres sabían de ese modo lo que esos seres poderosos y vengativos aprobaban o condenaban.

Lo que las divinidades aprobaban era llamado el bien, lo que condenaban era llamado el mal. El bien y el mal dependían, pues, de la voluntad arbitraria de los dioses. Y era varón sabio y prudente el que temía a los dioses y obedecía ciegamente sus órdenes.

Pero la voluntad de los dioses era interpretada de una manera infalible por los sacerdotes, quienes estaban encargados, se habían encargado ellos mismos de transmitir a los hombres las órdenes de la divinidad. Los fieles sabían así de fuente segura e insospechable los actos que convenía ejecutar y los que había que evitar. Sabían de ese modo, por ejemplo, que era la voluntad de los dioses que los fieles legaran sus bienes a los sacerdotes y que persiguieran o ultimaran a los que dudasen de su infalibilidad.

El deber de los laicos era, pues, creer y obedecer. Si algún curioso impertinente preguntaba por qué tal cosa era permitida y tal otra prohibida, la respuesta era categórica y sencilla: «Dios quiere esto y prohíbe aquello».

Sucedía así que el acto más censurable,

como ser el asesinato de un joven por su propio padre, era a veces plausible y excelente, cuando Dios lo ordenaba.

Con el tiempo y la costumbre de invertir así los términos, se llegó a creer que la moral y los dioses formaban una sola y misma cosa inseparable; y que quien intentara suprimir la intervención de los dioses en los actos humanos se suprimiría al mismo tiempo toda obligación, todo deber y toda moral.

A los pensadores del siglo XVIII, particularmente a las Logias Masónicas, que entonces y después no se han dado tregua en su empeño de sacar a la humanidad del error y la esclavitud, debe el alto honor de haber mostrado que la moral es independiente de los dogmas. Haya un solo dios personal, o tres o más, haya infierno y purgatorio o no, matar a un hombre para apoderarse de sus bienes será una mala acción tanto aquí como en el centro del África o en el Polo. Porque la idea del bien y del mal se apoya en nuestra conciencia, es un conocimiento íntimo;

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espontáneo, innato, que no necesitamos aprenderlo por los sentidos en el mundo exterior; un conocimiento tan espontáneo y primitivo en la naturaleza humana como el sentimiento de lo bueno y la facultad dé percibir la evidencia de lo verdadero.

Los axiomas en que se funda la ciencia, en que se basa la verdad, ¿son acaso una revelación divina? Descartes ya lo dijo: Son verdaderos porque son evidentes. William James también: Son verdaderos porque se pueden verificar. Subjetivo en Descartes, objetivo en James, el criterio de la verdad no encuentra sino un estorbo en la intervención divina.

Otro tanto podemos decir de la belleza, noción cuya raíz está en nuestro mismo yo.

Pero, así como no nos basta en el campo de lo verdadero y de lo bello con poseer las capacidades iniciales para el saber y para el arte, en el campo de lo bueno no basta tampoco con poseer la facultad inicial del bien. Nuestra conducta debe ser elaborada, disciplinada, esclarecida, por la teoría y la práctica del bien. Debe ser auxiliada por la verdad y la belleza, pues la unidad que se realiza en nuestro espíritu alcanza también a sus manifestaciones. La verdad es bella y es buena. La belleza es buena y es verdadera. El Bien es verdadero y bueno. Todo a la vez.

Hay, pues, en el fondo de cada ser un instinto moral que no es preciso crear, que basta con despertar, hacerlo manifestarse y cultivar. La ciencia y la práctica de la moral no necesitan, por eso, recurrir a las teologías para fundamentarse: se basan en la naturaleza humana, en la voz inequívoca que habla espontáneamente en la conciencia de cada cual.

Y esa voz no es otra cosa que la palabra sui generis de que se vale la vida para hablarnos, que anima nuestro ser. La vida, en demanda de su prolongación y de sus fines, habla en nosotros en el lenguaje de los instintos, en

forma confusa para nuestra razón, pero clara y eficaz para nuestra conducta. Henri Bergson era quien, aguzando el oído, ha logrado oír esa voz mejor que nadie, analizarla y describirla en el lenguaje de la razón.

La voz de la vida, que habla en nuestras conciencias, nos da una norma de vida en la noción del bien; por eso, el bien puede definirse así: lo que conserva y acrecienta la vida.

En su forma más elemental, la noción del bien es, por tanto, el sentimiento y conocimiento de lo que sirve a la vida, y la noción del mal lo que la saca.

Cada planta, cada animal, cada ser viviente, por el hecho mismo de que vive, quiere vivir plenamente para dar a su existencia todo el desarrollo de que sea susceptible. El deseo de conservar y acrecentar la vida se manifiesta en todos los seres y constantemente. Aun en el suicida, la muerte voluntaria es una prueba de su amor a la vida completa. En efecto, la causa corriente del suicidio es el miedo a un empequeñecimiento del ser intelectual, moral, físico o social, causado por la pérdida de una persona amada, una fortuna, una situación, la estima pública, la salud.

Pero la vida se manifiesta y aspira a conservarse y acrecentarse tanto en Juan como en Pedro, y en Pedro tanto como en Diego. Y pudiera ser que el acrecentamiento de la vida de Juan no pudiera hacerse, pasado cierto límite, sino a expensa de la plenitud de vida de Pedro, o a costa, del empequeñecimiento de la de Diego. Es claro entonces que el verdadero bien no es el acrecentamiento de la vida individual, pues la vida suprema, la vida absoluta, la que ha de perdurar en el universo, es la vida de la especie humana, y aún de todos los seres vivientes.

El bien de la conciencia individual debe, por lo tanto, para que sea verdadero: ser también el bien de la conciencia social, de la

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vida social. Es lo que en forma sentenciosa nos enseña aún nuestro ritual cuando nos aconseja con las viejas máximas: «No hagas a otro lo que no quieras que hagan contigo». «Procede con los demás como desearías que procedieran contigo mismo».

Dicho en otra forma: hay moralidad en todo acto que favorece la realización de la vida completa, no sólo del individuo sino de la sociedad, no sólo de la nación sino de la humanidad, no sólo del hombre sino del universo viviente, porque ante la vida, ante la fuerza original a quien debemos la existencia, y de una partícula de la cual somos depositarios, y depositarios transitorios, no sólo los demás hombres y mujeres son nuestros hermanos sino el bruto y la planta, por minúsculos que sean.

Por la inversa, es inmoral todo acto que daña, no al portador de una partícula de vida, no al individuo somático, sino a la partícula vital, en cuanto tal partícula fuera esencial a la sobrevivencia del plasma germinativo universal.

Así se justifica la muerte del individuo por la salvación, no de la especie, como suele decirse, empequeñeciendo la cuestión, sino

de la vida. Porque la vida nace de la muerte. Porque la muerte es sólo la muerte del portador de la vida, no de la vida misma, del portador de la antorcha que, encendida, pasa a otro portador, que a su vez morirá cuando la haya transmitido a otro portador, que la pasará en la carrera de los siglos, en sucesión infinita, a los portadores infinitos, durante la infinitud de los tiempos.

Y en este sacrificio del individuo transitorio a la vida eterna, que a diario vemos sin extrañeza cuando el sacrificio viene de la madre o del padre por la descendencia, que a diario vemos con horror cuando el sacrificio viene de un ser más inútil en provecho de otro más útil, o de la sociedad más útil aún, o de la suma de sociedades que alientan la vida, en este morir por la vida está la justificación y la alta moral de la lucha por la vida y de la muerte por la vida, de la sobrevivencia de los más aptos, del dolor y del mal. Porque el dolor y muerte son males individuales, crueldades desde el punto de vista del individuo, pero hechos insensibles y a menudo útiles para la vida total y eterna.

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SERMÓN DOMINICAL

La observación diaria nos demuestra que, generalmente, el hombre en sus relaciones con los demás, no obra influido por las ideas o convicciones, sino por los impulsos o sentimientos.

Esto acontece, especialmente, cuando se actúa en el seno de una institución cuyos Miembros no están sujetos a una ciega obediencia y en la cual, sea ella de carácter político, filosófico, artístico o social, se producen divergencias de opinión que se traducen en discusiones más o menos ardorosas y en luchas más o menos esforzadas.

Entonces, a la simple y mesurada expresión de las ideas sucede una excitación nerviosa, violenta, en mayor o menor grado, según sea la capacidad de control que posee cada una de las personas afectadas por el fenómeno.

Producida la exaltación sentimental (cuya causa se debe siempre a alguna violencia de expresión y de actitud) los antagonistas, como arrastrados por una fuerza invencible, abandonan el tranquilo y elevado campo ideológico en que comenzaron la discusión para pasar de súbito al inseguro y peligroso terreno emocional.

Lo demás, ya se sabe: el razonamiento reposado e inteligente, la argumentación serena y tolerante, la equilibrada manifestación del pensamiento desaparecen. Surgen, en cambio, los impulsos hirientes, los sentimientos agresivos, los ímpetus airados.

La intolerancia es materia de opiniones

y de juicios, en la exaltación al emitirlos; la mordacidad o el encono en la expresión de lo que pensamos o sentimos, o en la apreciación de lo que sienten y piensan los demás, provocan reacciones naturales, que se manifiestan en irritación o menosprecio. Una actitud violenta suscita otra actitud violenta, o por lo menos despreciativa; a un insulto sigue otro insulto, una ofensa a otra ofensa, y si las circunstancias o la intervención de los que parecen serenos no se opusieran a ello, la animosidad llegaría a las vías de hecho.

¿Por qué se ha producido este lamentable cuadro?

Porque los contrincantes perdieron, sencillamente, el control que el ser pensante debe ejercer sobre el ser instintivo, porque, como dicen los hombres de ciencia, los

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centros nerviosos superiores dejaron de imperar sobre los centros inferiores y en estas condiciones ha perdido el individuo su poder de inhibición, es decir, lo que comúnmente llamamos «dominio de sí mismo».

Todo estado violento del ánimo produce en el individuo un oscurecimiento de la inteligencia.

Una persona airada o poseída de una fuerte excitación nerviosa, no razona, no ve claro. En tal situación, el hombre falto de cultura no vacilará en querer imponer al adversario, atacando su resistencia de un modo efectivo, por medio de la fuerza bruta. El hombre de alguna cultura es posible que no llegue a ese extremo y que sólo trate de dominar al contrincante valiéndose de recursos tales como el de elevar la voz cuanto se lo permita el vigor de sus cuerdas vocales y tomar actitudes y hacer gestos amenazantes, con el propósito, por lo general inconsciente, o mejor dicho, subconsciente, de amedrentar e imponer por ese medio a los demás, su propio modo de pensar y de sentir...

En tales casos se pretende proceder por imposición, pretensión que revela, desde

luego, que la inteligencia del exaltado no está clara; porque, si lo estuviera, fácil le sería comprender que a ningún hombre medianamente consciente se la «impone» lo que debe pensar o creer.

En el combate material tales recursos pueden ser empleados con buen éxito. Amedrentar con actitudes y gestos terribles al adversario antes de iniciar la pelea, es ya una ventaja. Sin duda que esto lo sabe de modo instintivo el pacífico gato casero, que, ante el enemigo, arquea el espinazo, eriza los pelos del lomo y de la cola, dilata ferozmente las pupilas y acomoda en tal forma su aspecto que, más que un inofensivo animal doméstico, da la impresión de un monstruo aterrorizante.

Pero estas transformaciones terribles no dan el mismo resultado en la lucha intelectual. Por el contrario, suelen aparecer ante el hombre que piensa como un espectáculo un poco risible.

Lo que prueba de manera evidente que la inteligencia del discutidor agresivo está oscurecida, es el resultado contraproducente de su violenta actitud.

Sostiene él un ideal o un principio que

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puede ser justo y hermoso; pero su adversario, que posiblemente puede llegar a estar de acuerdo con él, ante los procedimientos casi tiránicos de su contendor, que lo sacude, lo ofende, lo hiere, lo irrita, concluye por confundir en una misma antipatía al hombre y al principio que éste sustenta. (Lo cual, entre paréntesis, no es tampoco muy inteligente que digamos...)

Si en último análisis, puede decirse que la cultura humana no es otra cosa que la lucha constante contra las fuerzas ciegas de la Naturaleza y contra los oscuros instintos del hombre, que la inteligencia y el esfuerzo de la humanidad trata de encauzar y hacer benéficos, en un batallar de todos los momentos, parece lógico que la cultura de cada hombre en particular consista en alcanzar el dominio de sus propios instintos por medio de una labor de razonamiento y de control, sostenida firmemente a través de toda la existencia.

Hay, sin embargo, quienes defienden, en nombre de la sinceridad, la manifestación libre de los impulsos, sin pensar que la sinceridad llevada a tal extremo haría imposible toda vida de relación, toda agrupación social. Si cada uno de nosotros fuera sincero hasta el último limite, individualmente sincero, sin serlo socialmente, es de imaginar el resultado...

Examínese cada uno bien a fondo y vea, o entrevea siquiera, las consecuencias de actuar en la vida con una sinceridad absoluta.

Por lo demás, del mismo modo que no creo en la libertad absoluta, tampoco creo en la absoluta sinceridad. Por lo menos en el mundo que habitamos, no es admisible la existencia de algo absoluto. Todo es relativo, hasta Dios mismo, cuya grandeza depende de la capacidad del cerebro que lo concibe. Porque, sin duda alguna, gran diferencia hay de la Divinidad inmutable concebida por un cerebro bien desarrollado, al Padre

Eterno con barbas de lana y chocheces seniles imaginado por los beatos y las beatas de esta tierra y de otras, no menos benditas que la nuestra, aunque no lo parezcan...

Muy lejos de mi ánimo está el recomendar la hipocresía y elevarla al rango de virtud social.

Entre la hipocresía y la sinceridad como la entienden algunos, hay para mí la misma relación que entre la mentira y la violencia irracional. Ni una ni otra cosa son aceptables. Pero existe una actitud que, sin participar del engaño ni de la violencia, es la que debería esforzarse por adoptar todo hombre verdaderamente culto en sus relaciones con los demás: la de ejercer un razonable control sobre sus impulsos, especialmente si son violentos, y no dar escape libre a su fervorosa sinceridad cuando con ella va a herir la dignidad, o aunque sólo sea la susceptibilidad, de los que le rodean. Y no basta pensar que debe ser así. Es necesario convertir esta idea en sentimiento, de modo que en cualquiera circunstancia se manifieste de modo espontáneo. Esta es labor individual de cada uno de nosotros. Todos los consejos, todas las amonestaciones, todas las críticas y todos los llamamientos serán inútiles mientras cada uno de nosotros no se forme el propósito firme de cultivar en su corazón, momento a momento, hasta hacerlo florecer, el sentimiento de la fraternidad. Sin esto, no hay posibilidad de hacer labor alguna digna de ser verdaderamente humana.

A pesar de la extensión imperdonable de este sermón dominical, comprendo que no he desarrollado sino algunos aspectos del tema, que para mí es de un interés capital en nuestra institución.

Quedaré muy satisfecho, sin embargo, si los hermanos se sienten inclinados a meditar en este asunto, y a expresar en próximas tenidas sus puntos de vista sobre la materia.

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TRADICIÓN

A lo largo de los años y de los siglos, a través de vicisitudes y desastres que afligen a la humanidad, la Masonería sigue cumpliendo su misión moralizadora y educativa, por medio de sus Logias.

¡Cuánta virtud, cuánto esfuerzo han sembrado en el fecundo surco de la idealidad masónica, tantos, hombres que fueron piedras angulares, columnas robustas, luz vivificadora de sus templos!

Con tal temple en sus almas fue su acción profana igualmente pródiga, con beneficios para su pueblo, si no lograron también enseñanzas proficuas para el mundo.

Estos hombres consagraron al servicio de la Orden, la mitad de sus vidas, mientras alentaba en ellos el vigor de la naturaleza. Su acción dentro da los Talleres era ejemplar, era nervio, pero un día la débil contextura, la parca implacable del destino arrebató su existencia, y la Logia entregó sus despojos a la madre naturaleza en homenaje silencioso.

Llegado noviembre, el mes consagrado a los difuntos, el Taller honra su memoria en sesión fúnebre, y sus muertos son nuevamente recordados, su memoria enaltecida y su ejemplo indicado como guía a los que quedan.

Pero menos afortunados que los caídos en el fragor de la lucha, otros masones tan meritorios como aquellos, han sido restados a la actividad de sus Logias por achaques de los años, por flaquezas de su débil constitución. Y otros aun llevados a campos de actividad alejados de su hogar masónico, donde tal vez no haya otro organismo que les pueda dar continuidad a su obra altruista, pierden

el contacto con sus hermanos, su presencia se hace ocasional, su figura empieza a desleírse en la bruma del tiempo, y poco a poco el manto del olvido va cubriendo, si no borrando, el vigoroso trazo de su mano poderosa, hasta que su nombre no es sino un recuerdo, una línea en el libro de vida, una nota en su página interrumpida.

Para las Logias que así procedan, la muerte moral ha llegado para ese masón, sin lágrimas de adiós, sin alabanzas para sus virtudes; y, probablemente, el prematuro sepulcro del olvido que le han cavado sus hermanos sea congoja que acorte su exigua existencia…

No! Este cuadro trazado con tau negros colores, no puede ser obra de masones, no puede haber ocurrido tau deplorable abandono de los deberes de fraternidad y de respeto para hermanos encanecidos y debilitados en la prodigalidad de su generoso esfuerzo.

Más, el caso es posible. Somos ya muchos; en los enormes Cuadros de nuestras Logias, el calor de una continua comunidad deja lugar al deber frío y cortante, que nos llama a desarrollar obras de bien general en favor de todos los hombres, fuera de nuestros templos, Entre hermanos de diversos Talleres el conocimiento es aún más vago, más indeterminado, y con frecuencia perdemos la cooperación de los llegados de otros Orientes, porque una mano fraternal no trae a ese hermano al seno de nuestro hogar masónico.

Para los viejos, para los que constituyeron con paciente perseverancia la pequeña nave,

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lanzándose bravíos a surcar las aguas hostiles de los odios, entre témpanos de indiferencias y montañas de animosidades, a los que con talento y virtud hicieron grande y respetada nuestra Logia, el afecto de una tradición mantenida como lámpara de nueva Vestal, debe encenderse en cada Taller.

Los Oradores y Vigilantes, deben conocer y estudiar su historia; no sólo exponer en cada memoria anual el mérito de la obra sobresaliente realizada por algunos hermanos, en el año que termina, a fin de que esas memorias vayan formando la historia de su Logia, sino rememorar los acontecimientos y hombres que contribuyeron a la presente bonanza y prosperidad.

Y en la fiesta que ha de congregar a sus miembros activos en fraternal consorcio, al conmemorar el aniversario de la Logia,

la Oficialidad debe concurrir en cuerpo a presentar su saludo a los miembros activos o retirados que estén imposibilitados de asistir, debe atraer al seno de sus hermanos a los que desconocen al nuevo personal, debe por fin dirigir a todos sus miembros ausentes comunicaciones de afecto, pródigas en reconocimientos por sus anteriores servicios. Cuando las rosas funerarias cubran algún féretro hermano, nunca falte la hoja de acacia del masón, ni la lágrima de afecto en la postrera despedida. Los Talleres escasos de materia que indicar en sus reglamentos internos tomen estas ideas, que ojalá sirvan para regularizar prácticas que suelen olvidarse. Así las tendrán más presentes y evitaremos desafectos involuntarios.

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E.G.M.

REPRODUCCIONES

LA MASONERÍA Y EL GOBERNADOR ECLESIÁSTICO

A comienzos de 1872 la Gran Logia de Chile, cuya sede era la ciudad de Valparaíso, deseosa de honrar la memoria de uno de sus más meritísimos miembros, el filántropo don Blas Cuevas, fundó la primera escuela que hasta hoy lleva su nombre.

Era por aquella época Gobernador Eclesiástico de Valparaíso el que, corriendo los años, llegó a ocupar la silla archiepiscopal

de Santiago, el doctor don Mariano Casanova. Este dignísimo sacerdote se sintió profundamente afectado y como él mismo lo dice: «Cuando desde el púlpito tuvimos la gloria de combatir esa Escuela, se nos tachó de exaltados, injustos y prevenidos». Y quien haya leído el folleto titulado: «La religión y la Masonería» no puede menos que notar con cuánta razón le daban al Sr. Casanova los epítetos de que se jacta en su Circular a los señores Curas, etc., de 26 de Noviembre de 1872.

El reto lanzado desde el púlpito por monseñor Casanova no tardó en ser recogido. Primero el Gran Maestro de la Gran Logia de Chile, el ilustre hermano Juan de Dios Arlegui, quien en su Memoria anual leída en la Asamblea General de la Gran Logia de Chile celebrada en Julio de 1872, dice: «Tratando de este asunto (la fundación de la Escuela Blas Cuevas) y aunque sea ajeno de este lugar y de mi carácter, no puedo por menos que consignar aquí una enérgica y formal protesta contra esas falsas e infundadas alarmas promovidas por algunos individuos revestidos de cierto carácter y que, abusando de su posesión e influencias, ya por ignorancia o por malicia, dirigen encarnizadamente sus ataques a desvirtuar y desprestigiar la fundación de un establecimiento destinado al noble y santo propósito de despertar inteligencias infantiles, sacándolas de la ignorancia e iluminándolas con los primeros

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MARIANO CASANOVA

JUAN DE DIOS ARLEGUI

albores del faro luminoso de la civilización, con el fin de formar así para más tarde ciudadanos ilustrados y laboriosos que influyan eficazmente en bien y provecho de los destinos del país».

En segundo lugar, la misma Gran Logia designó una Comisión para que desde las columnas de la prensa diaria contestara las diatribas del Gobernador Eclesiástico y las de El Independiente y de la Revista Católica, de Santiago.

Esta Comisión la componían, entre otros, Eduardo de la Barra, Isidoro Errazuriz, Alejo Palma, Daniel Feliú, Benicio Álamos González, etc.

Los artículos de esta interesantísima polémica se hallan recopilados en dos folletos, uno publicado por el Gobernador Eclesiástico de Valparaíso, que se titula: «La Religión y la Masonería. Recopilación de los principales artículos publicados en los diarios, a consecuencia de una circular

sobre la escuela atea del Sr. Gobernador Eclesiástico de Valparaíso. Valparaíso. Imprenta del Mercurio, 1873». El otro, publicado por la Comisión de la Gran Logia, se titula: «La Escuela Laica. Apéndice a la Escuela Atea. Colección de los artículos que hacen falta en esta última. Valparaíso. Imprenta de La Patria, 1873». El artículo que publicamos a continuación es el primero de los de la Comisión de la Gran Logia.

Como dato ilustrativo, y para que nuestros lectores se puedan formar un concepto cabal de lo que ha sido desde su fundación la Escuela Blas Cuevas, damos los nombres de algunos de sus dirigentes: Su primer presidente fue el filántropo Dr. Ramón Allende Padín, Diego Dublé Almeyda, Daniel Feliú, secretario durante varios años, David Trumbull, Carlos Renard, José Francisco Vergara, Evaristo A. Soublette, Carlos G. Nebel, etc.

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BLAS CUEVAS ZAMORA

La orden Masónica tiene por base: la existencia de Dios, la inmortalidad del alma y el amor a la humanidad. La Masonería no se ocupa, ni de las diversas religiones existentes en el mundo, ni de las constituciones civiles de los estados: a la altura en que se coloca, debe respetar y respeta, tanto la fe religiosa, como las simpatías políticas de sus miembros. En consecuencia, en sus reuniones toda discusión que tienda a ese objeto queda expresa y formalmente prohibida.

Artículos 1º y 2º de la Constitución de la Orden Masónica.

ICuando supimos que el señor Trumbull se había alarmado de que no se enseñara religión en la «Escuela Blas Cuevas», y que el señor Casanova calificaba ese establecimiento de ateo, nos pareció inútil contestar. La alarma del señor Trumbull era tan infundada y los calificativos del señor Casanova tan injustos, que no había para que defenderse. Las gentes ilustradas saben perfectamente que se llama ateo al que predica el ateísmo, y que, por lo mismo, no podía aplicarse ese calificativo a una escuela en que no se habla de religión, y sólo porque nos limitábamos a enseñar lectura, escritura, aritmética, gramática y los demás conocimientos generales. Las gentes pobres, con el buen sentido y la buena fe que les caracteriza, muy luego comprendieron que no tenía cosa alguna de malo: se enseñaba, y continuaron mandándonos sus hijos para que aprovechasen la enseñanza que les dábamos, sin exigirles la abjuración de su fe. Por último, el mismo señor Trumbull, guiado por el amor a la verdad y el espíritu verdaderamente evangélico que todos le conocemos, se convenció al día siguiente de lo infundado de su alarma, y vino a ayudarnos

aceptando el puesto que se le ofreció en el directorio de la escuela para que viera que no perseguíamos fin alguno inmoral.

Últimamente, cuando el señor Casanova nos atacó por la prensa, tampoco creímos que debíamos contestar. Él se quejaba de que en la Memoria del Serenísimo Gran Maestro de la Orden se hubiese calificado de ignorantes o maliciosos a los que acusaban de atea la «Escuela Blas Cuevas»; pero, desde que el mismo señor Casanova persistía en acusarnos de ateísmo sin merecerlo, y desde que no daba razón alguna seria para sostener que los masones estábamos obligados a costear escuelas donde se propague la religión católica, es claro que no había para qué contestarle.

El ataque que se nos ha hecho últimamente tampoco merece un debate formal. Pero, como en algunas de las defensas hechas en nuestro favor, y en la carta del señor Casanova, se extravía la cuestión, a fin de evitar confusiones y a fin de que no se nos atribuyan artículos extraños, vamos a dar una explicación al público, pero no una respuesta al señor Casanova, pues a pesar del respeto que nos merece, no nos hallamos en el caso de formar polémicas religiosa con todo el que quiera calumniarnos llamándonos ateos, ni mucho menos cuando esas polémicas solo sirven para azuzar odios de que queremos privar a nuestro país.

II

Mas, antes de entrar en la cuestión de las escuelas, permítasenos una explicación de los fines que persigue la Masonería en el orden religioso. Así se disiparán muchas dudas, y así el mismo señor Casanova verá que no somos tan malos como nos pintan los que no nos conocen y los que han apostatado nuestras creencias para dejarse guiar por malos consejeros y caer, junto con sus ideas atrasadas, en un profundo abismo.

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III

En todas las religiones, como es bien sabido, existen dos partes bien distintas: las creencias dogmáticas y las doctrinas morales.

Respecto de la moral hay una uniformidad superior a la que existe sobre las ideas

sociales o políticas: todos los fundadores de la religión han tratado de buscar la virtud como base de progreso, y ninguno ha sido bastante osado para invocar el crimen como un medio de hacerse oír.

Desgraciadamente, no sucede lo mismo en el terreno del dogma. Aquí, por el contrario,

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IMAGEN DE GORDON JOHNSON EN PIXABAY

hay casi tantas opiniones como religiones. Los unos creen que Dios es un ser personal, a la imagen y semejanza del hombre: que habita una región distinta del espacio; los otros piensan que la Naturaleza y Dios forman un solo todo, y, por último, otros conciben un ser espiritual separado de la materia que nos rodea, dotado de todas las perfecciones posibles, creador de cuanto existe y principalmente de las leyes inmutables que nos rigen.

Los unos piensan que Dios le ha dado al hombre la razón como única guía para que lo conozca, para que lo adore y para que arregle las relaciones que lo ligan con sus hermanos; los otros sostienen que cuando Dios quiere revelar alguna gran verdad al mundo inspira la inteligencia de un hombre honrado; y otros creen que Dios ha enviado a la tierra comisionados especiales que vengan a revelarle al hombre las verdades absolutas que deben fijar su fe y la base de sus convicciones.

Entre estos últimos hay también una gran variedad de ideas. Los unos suponen

que Brama (Dios, según los indostanes) reveló la verdad al mundo por medio de los cuatro Vedas ; otros pretenden que se encarnó en Siva y en Visnú, y otros sostienen que Brama padre, sirviéndose del joven Siva y de Visnú, verbo co-eterno, y con quienes forma una trinidad, ha revelado al mundo las verdades absolutas a que debe someterse. Unos creen que Dios le habló a Moisés en el monte Sinaí, y le entregó las tablas de la ley, y que más tarde prometió a los judíos enviarles un Mesías que no ha llegado todavía, y otros, por el contrario, aseguran que ya vivió el Mesías prometido, y ese fue Jesús de Nazaret. Doscientos cinco millones de hombres pretenden, desde ahora 2.700 años, que en esa época, en el equinoccio del invierno europeo, el día 25 de la estrella chutang, Dios encarnó en una virgen inmaculada; de aquí nació Buda, sin hacerle perder la virginidad a su madre; en su cuna fue adorado por reyes; siendo niño este prodigio, confundió a los doctores del bramismo; pasó en el desierto seis años meditando sobre la fraternidad y la paciencia; fue tentado por el demonio y

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triunfó de él; predicó, eligió discípulos, dio reglas contra los pecados, fundó conventos, libertó al mundo de la perdición, y al fin, lo juzgaron, condenaron y ajusticiaron, y al expirar hizo estremecer la tierra y oscurecer el cielo.

Doscientos veinte millones creen que ahora 1872 años, en el equinoccio del invierno europeo, Dios encarnó en la virgen María, mujer de José, y de aquí nació Jesús, al que le sucedió poco más o menos lo que a Buda. Cien millones creen que Dios por medio de una paloma, le habló al oído a Mahoma su profeta y le dictó las verdades que debían regenerar al mundo; otros se imaginan que a principios de este siglo, en las selvas de los Estados Unidos de América, Dios le entregó el último libro de la Biblia a José Smith , fundador del mormonismo; y otros sostienen que el año 43 Dios comisionó al Babb para que fuera a fundar el babismo en la Persia, después de haberse sacado varios premios en las colegios alemanes. Por último, en todos y cada país de la tierra, en los tiempos modernos y especialmente en los tiempos antiguos, se han fundado y existen miles y millares de diferentes creencias dogmáticas.

Cada uno de estos creyentes trata de probar la verdad de su religión con milagros presenciados por millares de testigos, con el respeto que han inspirado sus creencias durante siglos y en medio de las más grandes civilizaciones, y hasta con la abnegación con que han sufrido sus profetas o dioses las persecuciones y el martirio; pero desgraciadamente hasta aquí nadie ha podido dar una prueba tal que disipe todas las dudas, que uniforme todos los pareceres y que someta a todos los hombres por un convencimiento tranquilo y concienzudo.

Mas no ha sido esto solo lo peor: también ha habido algo más grave y más duro. A pesar de no tener pruebas que lleven a todas las conciencias a una convicción uniforme,

cada creyente se ha creído autorizado para imponer sus creencias por la fuerza, y así se han ejecutado las mayores barbaridades. Los paganos han hecho beber la cicuta a Sócrates porque se reía un poco de los Dioses del Olimpo y aseguraba la existencia de un solo Supremo Arquitecto del Universo. Los Bramanes ajusticiaron a Buda porque predicaba contra los ídolos, porque trataba de privar el ateísmo, y porque sostenía que los hombres debían tratarse como hermanos y no como enemigos.

Los judíos crucificaron a Jesús porque no creyeron ni creen hasta ahora que fuera el Mesías profetizado, y lo acusaban de haber blasfemado contra creencias de sus antepasados. Los emperadores romanos quemaron a los cristianos, porque habían apostatado de la religión del estado, buscando creencias más puras y racionales, con las que avergonzaban a los corrompidos adoradores del Olimpo. Los católicos fundaron el Tribunal del Santo Oficio , sí, del Santo Oficio, para quemar a los hombres que no pudiesen comprender a Dios como ellos lo comprendían; y siguiendo este sistema desarrollaron tanto la ferocidad de sus sectarios, que perfeccionaron las herramientas de las torturas sin más objeto que hacer sufrir mayores tormentos a los que se resistían de abjurar a sus convicciones.

Los protestantes a su turno tomaban venganzas crueles, y en los países donde dominaban perseguían implacablemente a los católicos. Los revolucionarios franceses, exaltados por el odio contra la tiranía en que había vivido la humanidad, y a pesar de la tolerancia de Voltaire, degollaron a todos los que no pensaron como ellos. Últimamente los sabeistas hicieron fusilar al Babb y a los once apóstoles que lo acompañaban, porque se negaron a renegar de su fe.

En medio de este martirologio de que ha sido víctima la humanidad y de que sólo

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recordamos los rasgos principales, ha habido muchos hombres desapasionados que creen que el hombre no ha podido ser criado para ser fiera, sino para amar a sus semejantes. Esos hombres, imitando a Buda, a Sócrates, a Jesús, a Confucio y a todos los grandes genios, han creído que no es posible convencer por la fuerza, ni por la tiranía, ni por el fanatismo, puesto que la razón sólo cree aquello que le parece lógico y racional.

Esos hombres se han dicho:

Si casi todos estamos convencidos en la idea fundamental de la existencia de Dios, y sólo disentimos en las formas, creamos y adoremos al Grande Arquitecto del Universo.

Si casi todos estamos de acuerdo en que la inmortalidad del Alma es una realidad, o una esperanza de reparación y de justicia, o por lo menos un consuelo de prolongar la existencia creamos en la inmortalidad del alma.

Por lo demás, no discutamos entre nosotros (fíjense bien, entre nosotros) sobre ideas religiosas, en las que no podemos entendernos. Formemos un campo neutral en que nos unamos todos los hombres honrados y de buena fe, de cualquiera religión, y trabajemos por todo aquello en que no hay cuestión: por la virtud, por la moral, por la caridad y por la ilustración, que nos llevará a la verdad y a la justicia. Dejemos que cada cual continue creyendo individualmente en la religión de sus padres o en la que se ha formado después. Respetemos la conciencia de todo hombre, puesto que, si hay tantas creencias en el mundo, es justo pensar que con la mejor buena fe y pureza se puede creer en lo que nosotros no creemos. Aconsejémosle mejor a cada uno que todos los días trabaje por darse cuenta de su creador, de su existencia, de su origen y de su fin; que medite, que estudie los libros de su religión; que oiga con atención los discursos bien intencionados de sus sacerdotes, y que no

pierda la oportunidad de ilustrarse en todos esos grandes problemas, que tanto elevan y dignifican al hombre.

Pero, sobre todo, no odiemos ni persigamos a los que Dios hizo nuestros hermanos. Socorramos a las viudas y a los huérfanos. Protejamos a los desheredados de la fortuna. Enseñemos al que no sabe para que así pueda ponerse en contacto con todos los grandes pensadores del mundo. No tengamos miedo a la luz y al desarrollo de la razón humana, que si Dios nos la dio para que nos guiásemos, no podemos apagarla contrariando su voluntad, ni podemos suponer que nos fue concedida con el mal fin de extraviarnos, como han creído algunos que la consideran como un terrible don. En una palabra: Hagamos lo que dijo Confucio hace 2300 años y lo que ha dicho Jesús hace 1872 años; amemos a nuestros prójimos como a nosotros mismos. De ese modo cesarán los horrores de que hemos sido víctimas. El amor, la caridad, la buena fe en las intenciones y el respeto mutuo derramarán sobre la humanidad una suave calma. Los hombres se oirán; las grandes cuestiones se discutirán por razonamientos, y al fin triunfará el que esté en posesión de la verdad. Los hombres no son bestias de carga a los que pueda gobernarse con el látigo del fanático. Los hombres son seres nobles y generosos que se alejan de los que tratan de quemarlos, pero que se acercan a los que los respetan.

Por este ligero bosquejo se verá que la Masonería no es atea, sino que en presencia del cuadro que ofrece la humanidad trata de apaciguar los ánimos para establecer la paz y acercarnos a Dios, perfeccionando nuestro ser. Si vivimos en el misterio, no es por temor a la luz, sino por alejarnos de las pasiones políticas, religiosas y sociales. Si no predicamos una religión determinada, aconsejamos, en cambio, a todos los masones

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que se instruyan en los evangelios de su religión, a diferencia de los sacerdotes de algunas creencias, que les prohíben a sus sectarios el que se instruyan en el texto de sus dogmas. Si protegemos a nuestros hermanos masones, no por eso perseguimos a los profanos, sino por el contrario, les damos escuelas y casas de beneficencia, sin exigirles que abjuren de su fe, que crean forzosamente en nuestras creencias y que se sometan servilmente a nuestra dirección. Si los protestantes y otros creyentes tienen un aliado entre nosotros cuando son perseguidos por los católicos, los católicos a su turno tienen el derecho de contar con nuestras simpatías cuando sean perseguidos por los fanáticos de otras creencias. Si hoy día combatimos a los sacerdotes que nos calumnian de ateos, por el solo propósito de dominar exclusivamente en la enseñanza, mañana cuando nos pidan nuestra

cooperación sin una tendencia estrecha de secta, también podrán contar con nuestros esfuerzos, pues no tendremos dificultades en servirlos, olvidándonos, no de palabras sino, de hecho, de las ofensas gratuitas que nos han dirigido y que disculpamos sinceramente porque conocemos el extravío a que arrastran las pasiones.

Sirva este artículo de introducción a la defensa que hoy principiamos. En artículos posteriores desarrollaremos, según sea preciso, los fines que persigue la Masonería y que bajo el punto de vista social y humanitario se propone practicar; el derecho que nos asiste para abrir escuelas como las que tenemos, sin violar las leyes del país, y averiguar quién busca la libertad y quien la invoca sin justicia ni verdad.

Por la Gran Logia de Chile, LA

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COMISIÓN
CRUCIFIXIÓN, DE JUAN DE FLANDES. DATADA ENTRE 1509-1518.

DISOLUCIÓN DE LA GRAN

DE DISTRITO PARA CHILE, DEPENDIENTE DE LA GRAN LOGIA DE MASSACHUSETTS

Traducimos del Mensaje leído por el Gran Maestro de la Gran Logia de Massachusetts, en la sesión celebrada en 9 de junio de 1920.—PROCEEDINGS, pág. 176 y siguientes.

«GRAN LOGIA DE DISTRITO DE CHILE.

—La muerte del respetable hermano Urquhart, Gran Maestro de Distrito para Chile, nos puso en el caso de designar sucesor. Un estudio cuidadoso de la situación demostró que antes de resolver sobre el nuevo Gran Maestro de Distrito, había que pronunciarse sobre si las Logias de Chile debían continuar como Distrito o como una Gran Logia de Distrito.

«Pendiente el estudio de estas cuestiones, el respetable hermano James Walls, ha actuado como Gran Maestro de Distrito en virtud de su importancia en la Gran Logia de Distrito.

«Se ha notado que debido a la gran distancia que están nuestras Logias de Chile, unas de otras, ha sido prácticamente imposible el funcionamiento de la Gran Logia de Distrito; y se ha producido el caso de que

LOGIA

ésta se componga en la práctica de miembros de una sola Logia.

«A más de estas consideraciones de orden puramente interno, tenemos también que tomar en cuenta nuestras relaciones con la Gran Logia de Chile. Esa Gran Logia es, naturalmente, celosa de su soberanía. Es muy perturbador que existan dentro de una jurisdicción Logias que debían obediencia a una Gran Logia extranjera. Varias de estas Logias, incluyendo por lo menos una de las nuestras, son más antiguas que la misma Gran Logia de Chile. Ella, por lo demás, ha reconocido su existencia y regularidad, aunque no ha estado de acuerdo con los métodos y conducta de algunas. Esta crítica, según entiendo, no alcanza a las Logias de Massachusetts o de constitución inglesa; pero se aplica con aparente razón a aquellas constituidas por otras grandes Logias cuyos métodos y fines son diferentes de los nuestros. Hace unos 4 o 5 años la Gran Logia de Chile determinó ratificar el reconocimiento de las Logias extranjeras que existían entonces en su jurisdicción, y declaró que no reconocería Logia alguna que se fundara con posterioridad dentro de su jurisdicción por poder masónico

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extranjero, aunque éste ya tuviera Logias en Chile.

«La gran estimación en que los chilenos tenían al respetable hermano Urquhart sin duda contribuyó a la buena acogida con que se recibió la noticia de que nuestras Logias en Chile habían sido erigidas en una Gran Logia de Distrito. Aunque no se ha hecho nunca una protesta formal, tengo antecedentes para suponer que esta acción no era del todo simpática para la Gran Logia de Chile. Soportando con alguna impaciencia la existencia de Logias particulares extranjeras dentro de su territorio, debe haber considerado como una mayor usurpación de su soberanía la erección de un grupo de éstas en una Gran Logia, aunque fuera una Gran Logia de Distrito con asiento dentro de la jurisdicción de Chile.

«Ha sido por algunos años una esperanza de vuestro Gran Maestro y también del respetable hermano G. H. Chevallar Bouteille, Gran Maestro de Distrito de Sud-América, División del Sur, Constitución Británica, la de poder, alguna vez, negociar algún tratado semejante, bajo ciertos respectos, al celebrado entre la Gran Logia de Massachussets y la Gran Logia de Panamá, por el cual a la Gran Logia Unida de Inglaterra, y a la Gran Logia de Massachusetts, se les permitiera extender sus trabajos en Chile, en el bien entendido de que en tales trabajos participarían únicamente los ciudadanos de

los Estados Unidos y del Imperio Británico. Aunque desgraciadamente no tenemos esperanzas de que tal tratado pueda llevarse a cabo en un futuro cercano, es natural que deseemos evitar, tanto como lo consienta nuestra dignidad, cualquier actitud o acción que tienda a inspirar a los chilenos algún resentimiento o desconfianza.

«EI respetable hermano Walls me ha manifestado que los hermanos chilenos piensan que la Gran Logia de Distrito debe disolverse, recobrando las Logias su antigua organización bajo un diputado Gran Maestro de Distrito.

«He consultado al respetable hermano Bouteille, cuya larga residencia en Sud-América, y gran conocimiento de las cuestiones políticas y masónicas de esos países, da un gran peso a su opinión, y encuentro que él concurre con los hermanos chilenos que es preferible continuar por más tiempo, por lo menos por ahora, con la Gran Logia de Distrito para Chile.

«En vista de estos hechos he decidido disolver la Gran Logia de Distrito para Chile y volver las Logias allí existentes a su antigua condición de Distrito Masónico ordinario, a cargo de un Diputado Gran Maestro de Distrito, y en consecuencia designo al respetable hermano James Walls, de Valparaíso, para que sea Diputado Gran Maestro de Distrito para el Distrito de Chile, hasta que la Gran Logia o el Gran Maestro determinen otra cosa.

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¿QUÉ ES Y QUÉ DEBE SER UN FRANCMASÓN?

Un caballero del derecho; un adalid de la humanidad.

¿Y no es esta una sencilla y exacta definición del francmasón? Caballero del derecho es, en efecto, el hombre que se esfuerza por subordinarlo todo a una noción exacta de lo justo y de lo injusto; el hombre que aspira a la luz porque solo ella permite poner en evidencia la verdad, por cuanto, sin la verdad, triunfa la injusticia, hija del error y de la ignorancia.

Caballero del derecho es el hombre que posee el ideal más puro de igualdad humana, el que piensa que a través y a pesar de las dificultades sociales, todos los seres deben ser beneficiados por el gran sol de la vida, pues, inherente a su nacimiento, es un derecho igualitario e indiscutible a una existencia semejante.

Caballero del derecho es, también, el hombre que honra y practica la virtud, sin condenar por eso sin apelación al que delinque, pues la justicia se concilia con el perdón, con la mansedumbre, con la piedad misericordiosa e indulgente.

Caballero del derecho es el hombre que odia el vicio y sobre todo el vicio encubierto, la hipocresía, la mentira y la delación.

Caballero del derecho es el que honra y practica el trabajo, afirmando así que, paralelos a los derechos más legítimos, están

los deberes más ineludibles que, inseparables los unos de los otros, constituyen la carta particular del individuo, base de la gran carta social.

No teniendo patria, no siendo patrimonio exclusivo de nadie, el derecho, así como es imprescriptible, es también humano por excelencia, es decir, es el mismo para todos los países, para todas las razas, para todas las clases de la humanidad. Hacerse su caballero es estar siempre presto a luchar por su triunfo en la extensa liza de la justicia soberana; a luchar en favor de todos aquellos que, donde quiera que estén y quienquiera que sean, tengan necesidad de ayuda; sin reconocer en esta lucha sino hombres iguales miembros con el mismo título de la familia humana.

Luchar así y por tal ideal en el vasto dominio donde hay sufrimiento e injusticias que reparar ¿no es ser verdaderamente el servidor desinteresado de una gran causa, caballero combatiente del derecho, soldado del ejército de aquellos que han elevado sus corazones al más alto grado de las nobles concepciones de la fraternidad humana, verdadero soldado de la humanidad?

Y, si, habiendo expresado lo que es el francmasón, según la definición de la francmasonería misma, se trata de indicar lo que él debe ser a la par fiel a la Orden y a su rol social, exponer las cualidades del

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perfecto masón equivale a trazar su deber. El primero de los requisitos es el de que sea un hombre libre, y quien se deja dominar por sus pasiones, por los transportes de la cólera, por las sugestiones del odio, por las solicitaciones del egoísmo, no es un hombre libre. Ni tampoco lo es quien rinde culto a una concepción cualquiera basada en la intransigencia de un dogma. Sin la independencia, y sobre todo, sin la

independencia del corazón y del espíritu; no se puede ser francmasón; la libertad intelectual, asegura la del juicio, a cuya formación contribuyen las verdades positivas adquiridas y los razonamientos fundados sobre la exactitud de esas verdades y sobre el sentimiento íntimo del derecho. Indispensable es, también, ser tolerante, pues la tolerancia fluye de la bondad y de un alto espíritu de justicia. Déjense a otros

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la intransigencia feroz, las ideas absolutas que tienden a prevalecer por la fuerza o a imponerse mediante la difusión del error. El francmasón se debe a las tareas de develar y combatir este error, y no le es lícito a él más que a otro cualquiera, erigir en verdad absoluta el resultado de sus investigaciones o de sus esfuerzos. ¿Acaso no es la verdad algo relativo, en el sentido de que el hombre llega por su constancia, por su razonamiento, a descubrir y reconocer lo que es falso, pero que no es bastante fuerte, bastante seguro de sí mismo y de su capacidad científica o filosófica para proclamar una verdad intangible? Lo mejor de hoy, lo considerado actualmente como una realidad indiscutible, ¿no será seguido mañana por otro «mejor»,

por una transformación imprevista que modifique esta verdad que de buena fe ha podido estimarse como definitiva?

Investigadores eternos es lo que debemos ser nosotros, los francmasones. Al lado de nuestros hermanos debemos cavar y extraer nosotros también nuestra parte del botín científico y moral que corresponde a cada época, y que ella transmite a otras para permitirles a su turno, buscar entonces y siempre en la mina insondable del porvenir humano, donde el Progreso guía lentamente a las generaciones.

Y en esta paciente investigación de la verdad y del bien, en que nosotros no somos sino efímeros y fugitivos actores, al encarar la inmensidad de la tarea y de la extensión de los siglos, cualquiera que sea la confianza que se pueda y que se deba tener de sí mismo ¿no se debe dejar también un lugar para la duda? ¿Se puede estar seguro de sí mismo? ¿Nos atribuiríamos una infalibilidad que nosotros negamos a otros?

Está bien que afirmemos aquello que creamos verdadero y justo; pero no sin decirnos que las afirmaciones contrarias tienen, tal vez, su parte de exactitud, y que, en todo caso, la libertad de pensamiento es el único bien que jamás ha podido ser completamente arrebatado al hombre; que es necesario respetarle y manifestar escrupulosamente este respeto ante la enunciación de las ideas más opuestas a las nuestras; hay individuos leales aun en las más erróneas convicciones, sinceros en los más groseros errores. Que no encuentren, pues, en nosotros adversarios intransigentes, brutales, sectarios, sino que, por lo contrario, la cortesía de nuestra actitud, el tacto de nuestros argumentos, la delicadeza de nuestras explicaciones, puedan conducirlos a la reflexión.

Pero, precisamente, porque la tolerancia es una de sus virtudes principales, el

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francmasón debe ser anticlerical y yo insisto en este deber más imperativo en un país como Francia (Chile) en el cual toda nuestra historia pasada y nuestra vida política actual se resienten de la injerencia preponderante del clericalismo romano.

Ser anticlerical, se ha dicho con razón, no es ser antirreligioso. Yo admito un francmasón penetrado del espíritu de religiosidad o aun sinceramente religioso, pero hay una antinomia absoluta entre un francmasón y un clerical.

Nosotros no podemos ser sino anticlericales, sin pasión, pero sin debilidad, pues reprobar el clericalismo es empeñar el combate contra todo aquello que nosotros condenamos, contra el espíritu de autoridad absoluta, contra el fanatismo intolerante y ciego, contra el error dogmatizado e impuesto, contra la opresión de los espíritus; es trabajar por la difusión de la luz en los cerebros humanos, por la libertad de conciencia, la reconciliación de los pueblos en la paz y en la justicia.

Deber de tolerancia y deber, también, de bondad que la filantropía de nuestra organización impone a cada uno de nosotros es este altruismo, que, saliendo del radio de acción de nuestros Orientes, debe hacerse sentir en el mundo profano.

Importaría una omisión no agregar a los deberes morales, familiares o sociales del francmasón, sus obligaciones hacia la Orden: fidelidad inconmovible a sus principios, a sus reglas, al compromiso contraído con entera libertad en el acto de la iniciación, compromiso que no encadena, sino que libera, pues entrar en la Masonería es enrolarse en la cohorte internacional de hombres que, bajo la única ley de la fraternidad y de la justicia, desean colaborar en el progreso humano.

Fidelidad he dicho, y respeto a nuestras leyes, y ante todo, a esta ley del silencio, piedra angular y fuente de nuestra fuerza.

Algunos, tal vez, la transgreden a veces, porque no la comprenden y no justiprecian su importancia.

La ley del silencio no está destinada solamente a proteger nuestra organización, nuestros proyectos, nuestros trabajos contra los ataques o malévolos designios de nuestros adversarios; ella evita, también, que los hermanos lleven a medios profanos temas de estudio o de discusión que es preferible abordar en el curso de nuestras tenidas rituales, y, finalmente, ella imprime en cada uno un hábito de prudencia y de disciplina, dos cualidades esencialmente masónicas. La prudencia era enseñada por los maestros del pasado, era exigida y considerada como una feliz etapa en la formación individual, pues ella evita con frecuencia el error y preserva de la temeridad en los juicios. Ella se asocia a la disciplina para adornar el carácter del hombre sensato; a la disciplina tal como nosotros la concebimos, no pasiva y soportada por compulsión, sino a la disciplina aceptada y considerada como indispensable

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a la Orden y a la salvaguardia misma de las libertades y de los derechos de cada cual en sus recíprocos e inevitables contactos, La exposición general de los deberes que se imponen a los francmasones comporta aún una parte esencial. Ninguno es un buen francmasón si no conoce la historia de la Masonería y si no comprende la significación de sus símbolos. Este ritual de apariencias arcaicas, esta complicación a veces ceremoniosa en nuestros trabajos, la solemnidad, el conjunto, en una palabra, de lo que constituye el marco exterior de nuestra actividad, que sea puesto en ridículo por profanos mal informados, poco importa; pero que haya entre nosotros, en Ilustres Logias, francmasones capaces de pretender que el ritual es inútil y que no corresponde a las necesidades actuales, y que nuestra organización simbólica ha hecho su tiempo, es algo contra lo cual protesta toda mi conciencia de masón, para sostener que el francmasón que emite semejantes conceptos no conoce la historia de nuestra Orden.

Ese francmasón no ha comprendido jamás cómo cada símbolo que encontramos en el curso de nuestros trabajos cotidianos, encarna, en todas las reminiscencias del pasado y de la historia que él evoca, una lección siempre presente y un ejemplo siempre vivo; él no ha comprendido jamás, tampoco, que la base de todas las Masonerías de la tierra está formada por los mismos rituales y símbolos; y que es por ellos y gracias a ellos, en gran parte, que, en el mundo entero, palpitan al unísono corazones de hombres de razas y de lenguas diferentes.

¡Ah! aquellos que creen poder prescindir de nuestros rituales y desechar nuestros símbolos, no han comprendido jamás que con ello romperían este enlace magnífico que une a los francmasones a través de las edades; que ellos destruirían la continuidad de acción, la supervivencia de esfuerzos que

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nuestros Templos conservan celosamente. ¡Insensatos! Con su desprecio del pasado, con su carencia de lastre histórico y con su temeridad de neófitos imprudentes ¿quieren ellos extinguir el fuego sagrado del ideal que la ardiente fe de las generaciones masónicas ha encendido y alimentado a través de los siglos?

Felizmente para la Masonería y para su porvenir, esos lamentables errores de apreciación sobre el ritual y sobre los símbolos se constatan en masones novicios y en masones insuficientemente instruidos acerca del carácter moral de nuestra institución. Por lo contrario, y este es un hecho que merece recalcarse, son los viejos masones; son los veteranos de nuestros Talleres, de nuestros Capítulos y de nuestros Consejos, los que se yerguen contra las agresivas tendencias de cierto espíritu novel y se presentan como los campeones de la Francmasonería secular que ellos aman porque comprenden que en ella reside la fuente de su confianza y de su ideal.

Posiblemente, yo, más que sobriamente enumerado las cualidades del francmasón, las he discutido. Pero ¿he parecido erigir del francmasón virtudes tales que pretendan equipararlo al hombre perfecto? No, ciertamente. Hombres somos y hombres continuamos siendo, con nuestras taras físicas, con nuestros defectos naturales y con nuestras imperfecciones morales. Estamos sometidos al imperio de contingencias inevitables y ninguno de nosotros puede atribuirse la posesión de todas las virtudes, ni siquiera la posesión integral de una sola virtud, y en nuestros Talleres, como en todo ambiente humano, la flaqueza, la debilidad, el error, han de manifestarse.

A través de la prolongada evolución de los siglos, el perfeccionamiento moral de la

humanidad ha hecho lentamente su camino progresivo. Se han formado los hombres, se han mejorado a sí mismos, primeramente, bajo el estímulo del temor, arma y cadena la más eficaz de las religiones, y no fue sino después de pacientes esfuerzos del pensamiento humano que apareció la conciencia humana, o mejor dicho, el preludio de la conciencia humana, como un nimbo allá entre los nubarrones acumulados por la ignorancia y por la injusticia.

A nosotros, los francmasones, nos corresponde adquirir esta conciencia individual asentada sobre el deber moral. No pretendemos la perfección. Si la Iglesia propone una devoción crédula a sus santos, dignos de rivalizar con un ser supremo, las Logias no tienen sino la más modesta, la más humana y realizable ambición de poseer hombres que, con espíritu sincero y leal corazón, tratan de hacerse mejores; mejores por el trabajo, mejores por la coparticipación de toda su vitalidad física e intelectual, mejores por la evocación constante del ideal masónico, y con plena conciencia de que trabajar en su perfeccionamiento individual es trabajar, indirecta pero seguramente, en el mejoramiento de todos. Se obra por sí y para sí; el ejemplo es saludable y fecundo, y en la inmensa asamblea de hombres que constituye el mundo, el progreso realizado por un sólo individuo es, sin embargo, una función del progreso general de la humanidad. Cada uno de nosotros es una unidad, pero el conjunto no es sino una colección de unidades, ¿y no podría esta afirmación ser la base del gran principio de la solidaridad humana, ley soberana de la Francmasonería universal?

(Del Boletín de la Asociación Masónica Internacional)

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PIERRE TAPIER

BIBLIOGRAFÍA

BOLETÍN DE LA ASOCIACIÓN MASÓNICA INTERNACIONAL

La Asociación Masónica Internacional que funciona en Ginebra, publica un Boletín trimestral, en francés, inglés y alemán, en el cual se dan noticias de la marcha de nuestra Orden. Además contiene artículos sobre la historia, la filosofía, etc. de nuestra Institución.

Dicha Asociación desea ahora hacer en beneficio de los francmasones del habla castellana una edición en español de su Boletín, y para los efectos de saber si contará con el número suficiente de suscriptores, ha enviado la siguiente circular, cuya lectura y atención recomendamos a nuestros lectores.

En este mismo número publicamos un artículo traducido del último número del Boletín de la Asociación titulado «¿Qué es; qué debe ser un francmasón?».

ASOCIACIÓN MASÓNICA INTERNACIONAL

Muy querido hermano:

La Asociación Masónica Internacional publica desde hace dos años un Boletín trimestral en francés, otro en inglés y otro en alemán, con el fin de mantener a todos los organismos masónicos, asociados o no asociados, al corriente de los trabajos de la Asociación y de los sucesos de interés que ocurran en el mundo masónico, así como también con el muy especial de mantener estrechamente atados los lazos fraternales entre los masones esparcidos en toda la tierra. La Asociación publicaba igualmente hasta hace poco un Boletín en español, pero su publicación hubo de ser suspendida porque el número de suscripciones ni la justificaba ni cubría los gastos de ella. Tal medida fue tomada con gran pesar, desde luego, ya que afecta a los numerosos masones de habla castellana y en especial a los de las Américas central y del sur. Hoy, voces amigas se elevan hasta nosotros para pedirnos que hagamos

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Or. de Ginebra, 10 de Mayo de 1923.

un nuevo esfuerzo con el fin de reanudar la publicación del Boletín en español, y, deseosos de complacer a los hermanos que tal cosa solicitan, hemos decidido dirigir esta circular a todas las Grandes Logias y principales Logias que trabajan en lengua Castellana para demandarles su apoyo en forma de suscripciones al Boletín, de informaciones interesantes sobre sucesos masónicos y de fotografías de templos y actos masónicos de importancia.

La suscripción al Boletín, por año, sería de seis pesetas en España, de un dólar en

los países de América, de quince francos en Francia o de sumas equivalentes en cualquier país. Este precio no es en realidad bajo, pero no puede fijarse uno menor en vista del alza de los materiales y de la obra de mano, y, sobre todo, del número de ejemplares del Boletín, cuya circulación es juicioso esperar. El primer número del Boletín aparecerá en Junio próximo y es de confiar en que no dejará nada que desear a nuestros hermanos de habla española, ya por la corrección del estilo, ya por las informaciones que contenga. Esperamos, muy querido hermano, que os tomaréis el mayor interés en que vuestra Gran Logia, o Logia, como cuerpos masónicos, y los hermanos todos de vuestra jurisdicción, presten su apoyo decidido y valioso a la publicación del Boletín suscribiéndose a él, inmediatamente, y remitiendo, a ser posible antes de fin de Junio, al suscrito, Canciller de la Asociación Masónica Internacional, el valor de la suscripción.

Vuestro adicto hermano, Ed. Quartier La-Tente , Canciller.

Respuesta a Ed. Quartier-La-Tente. —Avenue des Vollandes 1.—Genève.

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