Historia mexicana 128 volumen 32 número 4

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HISTORIA MEXICANA 128

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Vi?eta de la portada "Ei lado del cuadrado que compone el sitio de ganado menor, es igual al di?metro del c?rculo inscripto. Cada lado tiene 2,000 pasos de Salo m?n, o 3,333Vi varas", Ordenanzas de tierras y aguas. . ., de Mariano Galv?n, M?xico-Par?s, 1855, p. 175.

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HISTORIA MEXICANA

Revista trimestral publicada por el Centro de Estudios Hist?ricos de El Colegio de M?xico Fundador: Daniel Cos?o Villegas

Redactor: Luis Muro Consejo de Redacci?n: Carlos Sempat Assadourian, Jan Bazant, Romana Falc?n, Bernardo Garc?a Mart?nez, Virginia Gonz?lez Claver?n, Mois?s

Gonz?lez Navarro, Alicia Hern?ndez Ch?vez, Andr?s Lira, Alfonso Mart?nez, Rodolfo Pastor, Anne Staples, Dorothy Tanck, Elias Trabulse,

Berta Ulloa, Josefina Zoraida V?zquez

VOL. XXXII ABRIL-JUNIO 1983 NUM. 4 SUMARIO Art?culos

Gisela von Wobeser: El uso del agua en la r

467 colo de Cuernavaca, Cuautla durante la ?poca

Mar?a de los Angeles Romero: Evoluci?n econ? 496 de la Mixteca Alta (siglo xviii)

Manuel Mi?o Grualva: Espacio econ?mico e i tria textil: los trabajadores de Nueva Espa?

1780-1810

Jan Bazant: Secuestro por infidencia 1863-1867

524 554

La historia y sus instrumentos Luis Gonz?lez: El Colegio de Michoac?n

577

Testimonios Thomas Benjamin: Una historia poco gloriosa. In forme de Rafael Cal y Mayor al General Emiliano

Zapata, 1917

597

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Examen de libros sobre Amalia G?mez G?mez: Visitas de la Real Hacienda novohispana en el reinado de Felipe V

(1710-1733) (Dorothy Tanck) 621 sobre Michael M. Swann: Tierra adentro: Settlement

and society in colonial Durango (Richard Boyer) 623 sobre Mar?a Elena Ota Mishima: Siete migraciones

japonesas en M?xico 1890-1978 (Mois?s Gon z?lez Navarro) 626

La responsabilidad por los art?culos y las rese?as es estrictamente perso nal de sus autores. Son ajenos a ella, en consecuencia, la revista, El Co legio y las instituciones a que est?n asociados los autores.

Historia Mexicana aparece los d?as lo. de julio, octubre, enero y abril

de cada a?o. El n?mero suelto vale en el interior del pa?s $ 400.00 y en el extranjero Dis. 8.75; la suscripci?n anual, respectivamente, $ 1,400.00 y Dis. 34.00. N?meros atrasados, en el pa?s $ 500.00; en el extranjero Dis. 9.50.

? El Colegio de M?xico Camino al Ajusco 20

Pedregal de Sta. Teresa 10740, M?xico, D.F.

ISSN 0185-0172 Impreso y hecho en M?xico Printed and made in Mexico por

Herrero Hnos., Sucs., S.A. Comonfort 44, M?xico 1, D.F.

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EL USO DEL AGUA EN LA REGION DE CUERNAVACA, CUAUTLA DURANTE LA EPOCA COLONIAL Gisela von Wobeser Instituto de Investigaciones

Hist?ricas, UNAM

Uno de los temas m?s ampliamente estudiado dentro de la historiograf?a econ?mica de la ?poca colonial es el de la tierra,

siendo diversos los aspectos bajo los cuales se le ha abordado, tales como la redistribuci?n de la tierra despu?s de la conquista, la tenencia de la tierra, las tierras pertenecientes a las comuni

dades ind?genas, la expansi?n territorial de las haciendas y la lucha entre las comunidades y haciendas por la tierra. Si el conjunto de estos estudios nos permite, hoy en d?a, formarnos

una idea acerca del importante papel que desempe?? este re curso en el desarrollo socioecon?mico de nuestro pa?s, sabe mos, sin embargo, muy poco sobre el agua, factor que estuvo estrechamente vinculado con la tierra.

El mayor o menor aprovechamiento de la tierra depend?a de la cantidad de agua de la que se pod?a disponer y esto, a su vez, depend?a de las fuentes de agua que exist?an en una zona determinada, de los derechos que se ten?an sobre su uso y de la posibilidad de construir obras de almacenamiento y conducci?n del l?quido. As? en las zonas ?ridas, el agua cons titu?a el elemento primordial, ocupando la tierra, que exist?a en abundancia, un lugar secundario. Por otra parte, la cons trucci?n de presas y acueductos hizo posible la irrigaci?n de amplias superficies de tierra ?rida o semi?rida; por ejemplo, la zona de El Baj?o, cuyas tierras se emplearon durante el siglo xvi para la ganader?a extensiva, se convirti?, durante

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el siglo xvn, en una regi?n agr?cola por excelencia gracias a la construcci?n de una imponente infraestructura hidr?ulica. A pesar de la importancia del t?pico, el tema del agua ha despertado poco inter?s entre los historiadores, sin que exista un tratado general y s?lo escasas menciones en estudios sobre temas afines. Poco sabemos acerca de c?mo se adquir?an y traspasaban los derechos sobre el agua, c?mo se distribu?a el l?quido entre los diferentes usuarios, qu? importancia tuvo la construcci?n de obras hidr?ulicas, qu? m?todos se emplearon para la irrigaci?n de tierras o para el secamiento de pantanos, entre muchas otras interrogantes. El presente art?culo tiene la finalidad de plantear algunos de los aspectos y problemas relacionados con el tema a tra v?s del estudio de la zona que abarcaba las jurisdicciones de Cuernavaca y Cuautla Amilpas y que corresponde al actual estado de Morelos, donde el agua fue un elemento fundamental para el desarrollo de una importante industria azucarera desde

la ?poca colonial. La ca?a de az?car se introdujo en Cuernavaca durante los

primeros a?os que siguieron a la conquista, debido a las ?ptimas

condiciones que la regi?n brindaba para el cultivo y la comer cializaci?n de dicha planta. Junto a suelos f?rtiles y un clima caluroso se encontraron innumerables fuentes de agua y las con

diciones propicias para explotarlas. El agua fue y es de vital importancia para el desarrollo de la industria azucarera, porque

la ca?a requiere de un alto ?ndice de humedad a lo largo de todo su proceso de maduraci?n que, en el caso de la variedad criolla usada en la ?poca colonial, dura alrededor de 18 meses * y, por lo tanto, tiene que ser irrigada durante la temporada de secas. La irrigaci?n tuvo, adem?s, efectos fertilizantes y ayud? a la exterminaci?n de animales nocivos, tales como las ratas y

las hormigas.2 A esto se a?ade que el agua fue utilizada como 1 D?ez, 1919, p. 31; Ruiz de Velasco, 1937, p. 22, afirma que la ca?a se tiene que regar cuando menos cada 15 o 20 d?as. V?anse las explicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo.

2 Barrett, 1977, p. 99.

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fuerza motriz para impulsar los molinos de los ingenios. Tam bi?n hubo molinos movidos por bueyes o mu?as, pero su capa cidad productiva fue menor y su mantenimiento m?s costoso.3 1. LAS FUENTES DE AGUA

La regi?n de Cuernavaca, Cuau?a, cuenta con una preci pitaci?n pluvial abundante de junio a septiembre, con aguace ros aislados en mayo y octubre, y con una ausencia, casi total,

de lluvias en los seis meses restantes del a?o. Durante la ?poca de sequ?a el ?nico medio natural para satisfacer la nece sidad de agua de las plantas es la humedad del suelo, pero ?sta es insuficiente para la ca?a de az?car. En las tierras bajas, el suelo absorbe humedad hasta un l?mite de 30 cms. de profun didad, siendo menor en las tierras altas, donde llega a s?lo 10 cms. El resto del agua de las lluvias se escurre por la tierra, sin ser absorbida. El intenso calor de los valles, donde se cul tiva la ca?a, hace que el agua se evapore con rapidez, y es por eso que los cultivos tienen que ser regados por la mano del hombre.4

Durante la ?poca colonial, las fuentes de agua que se utili zaban eran casi exclusivamente las perennes, o sea, las deri vadas de r?os, arroyos y manantiales que llevan agua durante todo el a?o. Las aguas torrenciales, que se forman s?lo durante

la temporada de lluvia, se explotaron poco, porque su aprove chamiento resultaba m?s costoso y dif?cil que el de las aguas perennes, ya que presupon?a la construcci?n de obras de alma cenamiento.5

La zona tiene una extensa red natural de r?os, entre los cuales destacan como los m?s importantes el Ixtla y el Apatlaco,

en la Ca?ada de Cuernavaca; y el Yautepec, llamado m?s ade lante Verde o Higuer?n, y el Cuautla, en el Plan de Amilpas.

Estos r?os tienen su nacimiento en las sierras y montes situados 3 Para la industria azucarera en general ver Sandoval, 1951. 4 Barrett, 1977, pp. 92-94. 5 D?ez, 1919a, p. 5; Barrett, pp. 93-94.

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al norte de la regi?n y corren hacia el sur, gracias a una incli naci?n, primero precipitada y luego ligera, del terreno, llegando

hasta los. f?rtiles valles donde se cultiva la ca?a de az?car. La

parte oriental de la zona es irrigada por el r?o Tenango. El sis tema hidrogr?fico, en su conjunto, pertenece a la vertiente del Pac?fico, desembocando sus aguas, a trav?s del r?o Amacuzac, en el r?o Balsas.6

Junto con los r?os, los manantiales fueron las principales fuentes de abastecimiento de l?quido de las unidades produc tivas y los pueblos en la ?poca colonial.7 Las lagunas tuvieron poca importancia como fuentes de suministro porque formaban

cuencas muy peque?as y s?lo recib?an una reducida cantidad de agua. Sin embargo, eran empleadas como vasos de alma cenamiento, ya que son recept?culos naturales de las aguas de las lluvias.8 La abundancia de agua, aunada a la fertilidad de los valles de Cuernavaca, Yautepec y Cuautla Amilpas y su clima calu roso, atrajeron desde la ?poca prehisp?nica a un gran n?mero de pobladores, convirti?ndose la zona en una de las m?s po bladas del Altiplano Central. Los ind?genas se aprovecharon de las fuentes de agua construyendo una red de obras hidr?uli cas que permiti? el desarrollo de cultivos de riego. Cuando los espa?oles incursionaron dentro de la regi?n se inici? una ardua lucha por el predominio sobre la tierra y las fuentes de agua,

que culmin? durante la Revoluci?n Mexicana, con el movi miento zapatista.9

2. La adquisici?n del agua El r?gimen jur?dico de las aguas sigui? los lineamientos

establecidos para las tierras. Las aguas fueron consideradas pro piedad de la Corona, al igual que los dem?s recursos naturales,

6 D?ez, 1919a, pp. 6-9. 7 D?ez, 1919a, pp. 12-14. s D?ez, 1919a, pp. 8-9. 9 Para or?genes del movimiento zapatista ver Sotelo Incl?n, 1970 y Womack, 1972.

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quedando excluidas ?nicamente las que eran utilizadas por los indios desde la ?poca prehisp?nica, mismas que quedaron en manos de las comunidades ind?genas y de los nobles que po

se?an derechos sobre ellas desde antes de la conquista. La Corona traspasaba sus derechos a los particulares mediante las mercedes reales, siendo frecuente que los derechos sobre aguas se cedieran junto con las tierras mercedadas. En el

Marquesado del Valle, al cual pertenec?a la jurisdicci?n de Cuer

navaca, mas no la de Cuautla, la cesi?n de mercedes estuvo a cargo de los marqueses. Cuando se trataba de fuentes de agua de peque?a magnitud, se consideraban como pertenecientes al propietario de los predios sobre los que se encontraban.10 El agua de los r?os, manantiales y lagos de mayor magnitud era distribuida entre diferentes usuarios.

Partiendo de esta base, se dieron, para los nuevos colonos, tres posibilidades para obtener agua: solicitar una merced de aguas, adquirir los derechos que pose?an los indios sobre el l?quido o apropiarse de las aguas ilegalmente. Los tres me canismos fueron utilizados a lo largo de la ?poca colonial, pero

hubo variaciones en el tiempo y espacio, mismas que conside raremos a continuaci?n.

Durante los primeros a?os de colonizaci?n prevaleci? la apropiaci?n ilegal sobre las dem?s formas de adquisici?n. El fen?meno de la conquista estaba muy reciente y los conquis tadores se sent?an con el derecho de apoderarse de los recursos

de los territorios conquistados. En las zonas despobladas, los colonos simplemente tomaban posesi?n del agua que se encon traba cerca de las tierras que cultivaban. Un aparato buro cr?tico insuficiente, las enormes distancias y las constantes transgresiones de la ley por parte de funcionarios y colonos favorecieron esta situaci?n.

En nuestra zona de estudio las apropiaciones obedecieron, generalmente, a mecanismos m?s complejos porque la mayor?a

de las tierras irrigables y las fuentes de agua ya se encontra ban previamente en manos de las comunidades ind?genas, de 10 Mendieta y N??ez, 1964, p. 290.

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bido a la intensa explotaci?n de la zona desde la ?poca pre

hisp?nica. Durante el periodo inmediatamente posterior a la conquista, la utilizaci?n ilegal del agua se dio principalmente

dentro de las encomiendas que, si bien no implicaban una

posesi?n territorial, favorecieron la explotaci?n de los recursos

por parte de los encomenderos. El principal encomendero de la zona fue Hern?n Cort?s, quien se adjudic? cinco de las seis encomiendas m?s importantes de la zona. Cort?s explot? am pliamente los recursos de sus encomiendas fundando diferentes unidades productivas dentro de sus l?mites, tales como estancias

de ganado, labores de trigo, campos de ca?a de az?car, culti vos de moreras para la producci?n de seda, y plant?os de ?ndi go, entre otros. Estas tierras eran irrigadas con aguas de las comunidades que integraban las encomiendas.11 Los encomen deros menores de la zona, Antonio Serrano y Cardona, Diego de Ordaz, Juan de Burgos y Diego Holgu?n siguieron el ejem plo del conquistador, plantando tierras con ca?a de az?car y otros productos, usurpando el agua de las comunidades ind?

genas.

A partir de que se prohibi?, en 1542, la utilizaci?n de los recursos de las encomiendas, los despojos fueron adquiriendo formas m?s sutiles. Por ejemplo, se alegaba el derecho sobre aguas que hab?an sido arrendadas y obtenidas mediante censo enf?t?utico de los indios; se recurr?a a la extorsi?n y al chantaje

para obligar a la venta o cesi?n de derechos; se hac?a uso de la violencia f?sica destruyendo tomas, acueductos y canales de

riego u obstruyendo el paso de las aguas o se solicitaban mer cedes o composiciones de aguas que pertenec?an a los naturales.

Estos mecanismos, y muchos otros de ?ndole semejante, per sistieron a lo largo de la ?poca colonial, menguando poco a poco los recursos acu?feros de los ind?genas. La segunda v?a para obtener el agua fue adquirir la misma

de los indios mediante compra, arrendamiento o censo enf? t?utico. Como en la zona de Cuernavaca Cuau?a s?lo fueron concedidas un n?mero muy reducido de mercedes durante el 11 RiLEY, 1973, cap. v.

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siglo xvi, debido a causas a las que nos referiremos m?s ade lante, la mayor?a de los colonos y encomenderos tuvieron que

recurrir a esta v?a. Las transacciones eran semejantes a las que se hac?an en el caso de las tierras, siendo frecuente que la tierra y el agua se adquirieran de una manera simult?nea.12 Aun cuando legalmente estaba prohibida la venta de tierras

y derechos sobre aguas de los indios, fue una pr?ctica muy socorrida, encontrando siempre los colonos la manera de bur lar las restricciones gubernamentales. Una parte considerable de la dotaci?n de agua de los pueblos y de particulares pas? as?, en forma irreversible, a manos de los colonos espa?oles. Cuando los indios no estaban dispuestos a vender se recurr?a al arrendamiento y al traspaso mediante censo. El arrenda miento se hac?a mediante un contrato donde se estipulaba el monto de la renta, el tiempo del arrendamiento, y las condi ciones. Mediante el censo efit?utico, figura jur?dica actual mente en desuso, se traspasaba s?lo el dominio ?til de un bien,

en este caso del agua, permaneciendo el dominio directo en manos de quien lo hubiese pose?do originalmente. El adqui rente, llamado enfiteuta, ten?a que pagar una pensi?n (llama da tambi?n renta, canon o censo) al due?o original, que ge neralmente fluctuaba entre 2.5% y 5% del valor del agua. El enfiteuta pod?a disponer libremente del agua y heredar los derechos a sus sucesores. Tambi?n pod?a vender dichos dere chos, pero solamente con el consentimiento de quien ten?a el dominio directo sobre las aguas y mediante el pago del tanto;

es decir, 20% del importe de la venta. Si el enfiteuta pagaba

con puntualidad la pensi?n no pod?a ser privado del uso del agua.13

Los traspasos mediante censo enfit?utico fueron muy co munes. Los censos, por lo general, eran perpetuos y no redi mibles. Sin embargo, a pesar de que las rentas llegaban a ser elevadas, el beneficio que representaron para los indios, en la 12 AGNM/H/, leg. 304, exp. 1. 13 AGNM/J7/, vol. 49, exp. 1; Barrett, 1977, p. 87. Para censos ver Wobeser, 1980, cap. iv.

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mayor?a de los casos, parece haber sido m?nimo porque se pres taron a innumerables abusos por parte de los espa?oles. El caso de las tierras llamadas Asesentla, que pertenecieron

al pueblo de Xiutepeque, ejemplifica el proceso de enajena

ci?n del agua de los pueblos. El 30 de marzo de 1705 los

indios del pueblo arrendaron dichas tierras a Francisco Xim? nez Cubero con todos sus usos, costumbres, derechos, servi dumbres, cerca de piedras y, lo que es muy importante, sus aguas. El 13 de junio se firm? la escritura de arrendamiento por un t?rmino de nueve a?os, fij?ndose una renta anual de 115 pesos. El arrendamiento inclu?a el uso libre de toda la

cantidad de agua que necesitara el arrendatario. Al a?o si

guiente Xim?nez fund? un trapiche sobre las tierras arrenda das, despu?s de haber obtenido una licencia que lo autorizaba para ello. Una vez vencido el plazo del arrendamiento, logr? que los indios le traspasaran las tierras mediante un censo enfit?utico, que le confer?a el dominio ?til sobre las tierras y

la mitad del agua del apantle del pueblo. Como dijimos an teriormente, los censos eran perpetuos, y, por lo tanto, Xi m?nez hab?a adquirido el derecho de explotar las tierras y aguas indefinidamente. No sabemos si cumpli? con el pago del

censo, que se estipul? en 100 pesos anuales, pero de todas maneras el pueblo de Xiutepeque perdi? una parte importante de su dotaci?n de aguas.14 La cat?strofe demogr?fica que experiment? la poblaci?n ind?gena durante los siglos xvi y xvn aceler? el proceso de enajenaci?n. Muchas comunidades e indios, a t?tulo personal, cedieron sus derechos sobre aguas porque estaban imposibili tados de explotar sus tierras. Las reducciones de indios en pueblos tambi?n favorecieron este proceso porque, al serles otorgadas nuevas tierras y aguas en las inmediaciones de los pueblos congregados, quedaron libres las que pose?an ante riormente, pudiendo ser repartidas a los espa?oles. Cuando la poblaci?n se recuper?, en el siglo xvm, la falta de agua se convirti? en uno de los grandes problemas para las comuni " AGNM/tfJ, exp. 1, ff. 17-18.

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dades, perdiendo muchas de ellas la capacidad para autosos tenerse.

La tercera v?a para obtener agua era solicitar una merced. Durante el siglo xvi la Corona otorg? algunas mercedes en Cuautla Amilpas, que era la zona que ca?a bajo la jurisdicci?n realenga, pero en el resto de la regi?n no se mercedaron tierras,

ni aguas. Esto se debi? a que Hern?n Cort?s se neg? a conce der tierras a espa?oles dentro de sus dominios, por el temor de ver mermada su autoridad se?orial (en virtud de que los espa?oles no eran considerados vasallos del marqu?s), as? como a los problemas que surgieron entre el segundo y tercer mar qu?s y la Corona. No hab?a claridad respecto a qui?n ten?a el derecho de conceder mercedes dentro del Marquesado. La Corona quiso reservarse este atributo para s? y los marqueses ve?an en ?l una de sus prerrogativas se?oriales. A lo largo de tres siglos se suscitaron innumerables conflictos por este asunto,

pero nunca se lleg? a un pleno acuerdo, habiendo ?pocas du rante las cuales los marqueses pudieron otorgar mercedes y otras en las que les fue vedado este derecho.15 Lo cierto es que la Corona siempre exigi? un pago por v?a de composici?n para legalizar las mercedes marquesanas. As?, se concedieron las primeras mercedes en el Marquesado hasta la segunda d? cada del siglo xvn, bajo el gobierno de Don Pedro Cort?s, siendo este el momento cuando surgieron la mayor?a de los ingenios y trapiches y empez? una ?poca de auge basada en la explotaci?n de la ca?a de az?car. Las mercedes marquesanas siguieron los mismos linea mientos que las de la Corona, con la salvedad de que nunca fueron gratuitas, ya que los marqueses se valieron de ellas para aumentar sus rentas. El tr?mite era el siguiente: el solicitante

hac?a un escrito, dirigido al gobernador o al juez privativo del Marquesado, en el que formulaba su petici?n, especificando

el nombre, las caracter?sticas y la ubicaci?n de la fuente de agua solicitada, as? como el prop?sito para el cual la quer?a utilizar (riego o construcci?n de ingenio). La solicitud iba 15 Garc?a Mart?nez, 1969, pp. 95-101.

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acompa?ada, generalmente, de un mapa. El gobernador o juez privativo enviaba un oficio al alcalde mayor de Cuernavaca para que investigara si la dotaci?n era posible y si no afectaba a intereses de terceros. Con este fin, el teniente del distrito correspondiente hac?a una inspecci?n del lugar, citando a los vecinos para que atestiguaran si las aguas no hab?an sido utili zadas previamente. Este procedimiento era necesario porque no exist?an registros sobre aguas. Cuando una fuente de agua era compartida por varios usuarios, se ten?a que medir su cau dal total a fin de verificar si era posible conceder la merced. La cesi?n se hac?a mediante un censo enfit?utico; es decir,

se utilizaba la misma figura jur?dica a la que nos referimos anteriormente. Para determinar el monto de la renta o censo

anual que se ten?a que pagar al Marquesado, se evaluaba el precio del agua que se iba a mercedar y se estipulaba un por centaje del mismo; en los casos que hemos revisado era de 2.5%. Los censos eran perpetuos y no redimibles, significando una constante erogaci?n para los usuarios. Como era usual en este tipo de transacciones, el Marquesado se reservaba ade m?s el derecho de tanto, o sea el de recibir 20% del importe de la venta, en el caso de que los derechos fueran vendidos a un tercero. Aun cuando el mayor n?mero de mercedes fue otorgado durante el gobierno del cuarto marqu?s, entre 1613 y 1629, se siguieron concediendo mercedes de aguas hasta la segunda mitad del siglo xvm. Los marqueses vieron en esta pr?ctica una posibilidad para aumentar sus ingresos. En el siglo xvm, y quiz? desde antes, se llevaron a cabo subastas p?blicas para rematar las mercedes de agua al mejor postor, con la finalidad

de obtener los mayores beneficios para el Marquesado. Estas medidas beneficiaron, naturalmente, a los terratenientes m?s poderosos de la regi?n, en perjuicio de las comunidades y de los peque?os propietarios.16

i? AGNM/W, leg. 90, exp. 16, ff. 7-13 y leg. 298, exp. 2, ff.

163-176.

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Finalmente, hay que mencionar las composiciones ?lleva das a cabo principalmente durante la quinta d?cada del siglo xvu? que hicieron posible la regulaci?n de los derechos sobre aguas. Las composiciones consist?an en el pago de una canti dad determinada al erario real, a fin de legalizar los t?tulos de

propiedad. En el Marquesado tuvieron una importancia vital,

debido a que la Corona se neg? a reconocer las mercedes

hechas por los marqueses. Tambi?n fueron utilizadas para re gularizar los derechos sobre las aguas despojadas a los ind?

genas. Durante el siglo xvm, a ra?z de la expansi?n de las ha

ciendas azucareras, fue frecuente que las unidades producti vas m?s grandes incorporaran dentro de s? a las m?s peque ?as, form?ndose complejos de haciendas administradas en com?n. Uno de los criterios m?s importantes para proceder a dichas incorporaciones era la cantidad de agua a la que ten?an derecho dichas propiedades, ya que una expansi?n productiva s?lo era posible si se contaba con una dotaci?n suficiente del l?quido.17 Este fen?meno de concentraci?n de la propiedad alcanz? su climax durante el Porfiriato. Como ejemplo, se puede citar el latifundio de la familia Garc?a Pimentel, que estaba formado por las haciendas de Santa Clara Montefalco y de Tenango, y que incorpor? a todas las haciendas del oriente de Morelos, logrando un control absoluto sobre las aguas de la regi?n.18 Por ?ltimo, cabe mencionar que cuando hab?a duplicidad de derechos, por ejemplo, cuando se hab?an vendido o mer cedado aguas que ya estaban en posesi?n de alguien, o cuando el caudal de una fuente resultaba insuficiente, en determinado momento, para cubrir las cantidades a las que ten?an derecho todos sus usuarios, entonces legalmente ten?a prioridad aqu?l

o aquellos que poseyeran los derechos m?s antiguos. En la

pr?ctica, desde luego, fue frecuente que se transgrediera esta disposici?n, sobre todo si se trataba de comunidades ind?genas 17 ASC, vol. 3, pp. 469-477. is Warman, 1975, pp. 60-61.

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o de individuos poco influyentes, m?s a?n cuando estos ?lti mos no pod?an exhibir los t?tulos que respaldaran sus leg?ti

mos derechos.

3. LA MEDICI?N Y DISTRIBUCI?N DEL AGUA

Durante el siglo xvi y primera mitad del xvn la distribu ci?n del agua fue muy imperfecta, llev?ndose a cabo de una manera emp?rica. La mayor?a de las mercedes y los traspasos de los derechos ind?genas no indicaban la cantidad de agua que

se ced?a, formul?ndose en t?rminos tan vagos como "seis ca baller?as y el agua para su riego". No exist?an registros sobre las fuentes de agua existentes y era dif?cil efectuar mediciones del l?quido porque para ello se requer?an conocimientos t?c nicos y hab?a muy pocos agrimensores. Esto trajo como con secuencia que surgiera un gran n?mero de irregularidades, sien do frecuente el uso ilegal de fuentes de agua, la sobreposici?n de derechos, la utilizaci?n de un mayor n?mero de surcos de los que le correspond?a a determinado usuario, y la violaci?n de disposiciones, entre otras. De esta situaci?n se derivaron muchos conflictos y problemas entre los diferentes usuarios de una fuente abastecedora. A partir de la segunda mitad del siglo xvn, con el aumento

de la poblaci?n y la creciente demanda de tierras de riego, se volvi? necesaria una distribuci?n m?s precisa del agua, cre ciendo la demanda de agrimensores. El primer paso para poder distribuir el agua de una fuente era medir su volumen total. El instrumento que se usaba para este fin parece haber sido una simple vara para medir pa?os.19 ?sta se introduc?a en dife rentes partes del r?o o manantial para determinar la profundi dad. Despu?s, se med?a el largo y el ancho y se calculaba el volumen. No se tomaba en cuenta la velocidad del agua, que naturalmente tiene una gran influencia en el volumen total de una fuente.20 Con un sistema tan imperfecto era f?cil que hu 19 Chavez Orozco, 1950, p. 19. 20 AGNM////, leg. 298, exp. 2, ff. 106-107.

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biera errores en las mediciones, manifest?ndose ?stos en las frecuentes discrepancias entre agrimensores.

Las mediciones se hac?an durante la ?poca de sequ?a, cuan do las fuentes de agua alcanzaban su nivel m?s bajo, pero aun entonces hab?a el peligro de que se determinara una cantidad de agua que no era equivalente a la de otros a?os. Los erro res de apreciaci?n pod?an tener graves consecuencias porque de jaban a algunos usuarios sin l?quido.

Las unidades de medici?n para el agua eran los bueyes y los surcos. Un buey era la cantidad de agua que pasaba por un boquete que med?a una vara cuadrada y un surco la que pasaba por un boquete que med?a la 48a parte de un buey; es decir, el agua que pasaba por un hueco paralelogramo de 8 dedos de base por 6 dedos de altura. Para cantidades meno

res de agua se utilizaba la naranja, que correspond?a a la 144ava parte de un buey. Un buey produc?a 159 litros de agua por segundo, mientras que un surco produc?a 6V2 litros.21

De acuerdo con los tratados de agrimensura de Jos? S?enz de Escobar y de Domingo Lazo de la Vega, se requer?an apro ximadamente de 2 a 3 surcos de agua para regar una caballer?a

(43 ha.) de tierra cultivada con trigo o ma?z, 4 surcos para regar una extensi?n igual de ca?a de az?car, 8 surcos conti nuos para accionar un molino de trigo o un ingenio de az?car y 3 surcos para hacer funcionar un bat?n.22 A partir de los r?os o manantiales, la distribuci?n del agua

se llevaba a cabo mediante atarjeas que regulaban la salida del agua de las diferentes tomas. Las atarjeas eran construc ciones macizas que ten?an un boquete que, de acuerdo con su tama?o, s?lo dejaba pasar una determinada cantidad de agua. Las m?s sencillas eran de lodo y piedras, siendo la mayor?a de mamposter?a, material m?s resistente a la presi?n del agua.

Med?an alrededor de 50 varas, pero tambi?n las hab?a de menor tama?o.23

21 Diccionario de pesas y medidas. -2 AGNM////, leg. 298, exp. 2, f. 112; Galv?n, 1848, p. 138. 23 AGNM/#/, vol. 80, exp. 2, f. 12; leg. 304, exp. 1, ff. 1-2 y leg. 298, exp. 2, f. 107.

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Cuando de una misma toma se surt?a de agua a diferentes usuarios, se constru?an cajas de agua. Estas eran grandes cubos de maniposter?a con paredes internas que divid?an las aguas de

acuerdo con el n?mero de usuarios. El agua penetraba por un extremo a la caja almacenadora y se divid?a en diferentes secciones. Despu?s sal?a por orificios ubicados en el extremo opuesto de la caja. Los orificios eran de diferentes tama?os, de acuerdo con la cantidad de l?quido a la que ten?a derecho cada usuario. A los lados del cubo hab?a ventanas que permi t?an la limpieza de la caja. Al frente se encontraba una placa donde se especificaba el nombre de los usuarios, junto con la cantidad de agua que correspond?a a cada uno.24 Por ejemplo, la barranca de Amazinac, situada en la parte oriental de Mo relos, ten?a seis cajas de agua (las de Cuautepeque, Chicomo

celo, Zacualpan, Temoac, Amilzingo y Xantetelco) que dis tribu?an el agua destinada a los pueblos, las haciendas y los ranchos de la zona.^5

Las aguas que sobraban, despu?s de haber sido utilizadas por un usuario, se denominaban remanentes. Los remanentes estaban sujetos a una estricta reglamentaci?n con el doble fin de evitar inundaciones y empantanamientos y de aprovechar al m?ximo las fuentes acu?feras disponibles. La mayor?a de las mercedes conten?an cl?usulas que obligaban a los usuarios a retornar los remanentes a la madre del r?o y, cuando esto no

era posible por la conformaci?n del terreno, las ten?an que desviar hacia alguna barranca, r?o o lago que permitiera su salida. La inobservancia de estas disposiciones llegaba a causar graves da?os, como en el caso del pueblo de Tequesquitengo que sucumbi? bajo los remanentes de la hacienda azucarera de Vista Hermosa. Los remanentes fueron invadiendo el valle,

donde se asentaba el poblado, hasta dejarlo totalmente cu 24 Esta descripci?n se basa en una ilustraci?n procedente de la

zona de Puebla. AGNM, Tierras, vol. 1152, exp. 1, f. 171. N?mero del cat?logo de ilustraciones, 940. 25 AGNM, Tierras, vol. 2055, exp. 1, cuad. 2, f. 48. N?mero del cat?logo de ilustraciones, 1337.

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bierto por las aguas. El lago artificial que se form? subsiste hasta hoy en d?a.26 En las regiones como la de Cuernavaca Cuautla, donde exist?a una gran demanda de agua, los remanentes eran apro vechados para regar otras tierras o dotar de agua a los pobla dos. Su utilizaci?n requer?a de licencias o mercedes. Aun cuan do su uso implicaba riesgos, porque el volumen de agua no era constante y en ?pocas de sequ?a se reduc?a o inclusive lle gaba a desaparecer, su aprovechamiento fue importante porque permiti? aumentar la superficie de riego.27

Los costos de todas las obras de distribuci?n, tales como acequias, atarjeas, cajas de agua, zanjas, canales, etc., eran

cubiertos por los usuarios.28 Cuando eran diferentes personas las beneficiadas por una obra se divid?an los costos en forma proporcional. Tambi?n el mantenimiento era responsabilidad conjunta de todos los usuarios. Las acequias y canales se ten?an que desazolvar peri?dicamente y las construcciones, tales como acueductos, atarjeas y cajas de agua, se ten?an que reparar cuando llegaban a deteriorarse. Esta labor se llevaba a cabo en forma colectiva. 4. LA REPARTICI?N DE LAS AGUAS DEL R?O DE YAUTEPEC

Hacia mediados del siglo xvn, el Marquesado se dispuso a redistribuir el agua de la mayor?a de las principales fuentes

de abastecimiento, con el fin de encontrar una soluci?n a los innumerables conflictos que se hab?an suscitado, as? como para

poder atender nuevas solicitudes de mercedes, ya que la de manda de agua iba en aumento debido a la expansi?n de la industria azucarera. Para esta redistribuci?n se tomaron en cuen

ta los t?tulos que los diferentes usuarios ten?an sobre el agua.

Esta medida perjudic? a los ind?genas que, si bien pose?an derechos que con frecuencia proven?an desde la ?poca pre 26 D?ez, 1919, p. 9. 27 Barrett, 1977, p. 87; AGNM/HJ, leg. 447, exp. 8 y leg. 90,

exp. 16.

28 AGNM//7/, vol. 80, exp. 2, f. 12.

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hisp?nica, generalmente carec?an de t?tulos. Tambi?n los peque

?os propietarios resultaron afectados en su mayor?a, ya que fueron privados de una parte de las aguas de que ven?an disfru

tando, siendo ?stas cedidas mediante mercedes a aquellos que pod?an ofrecer un mejor pago por ellas. Para este fin se hac?an

las subastas que mencionamos con anterioridad. A modo de

ejemplo, nos referiremos al repartimiento de las aguas del r?o

de Yautepec.29 En las m?rgenes del r?o de Yautepec se hab?an asentado, durante las primeras d?cadas del siglo xvn, varios ingenios y trapiches azucareros, aprovechando las ?ptimas condiciones que el Valle de Yautepec brindaba para el cultivo de la ca?a. En 1665 se juntaron los hacendados que se beneficiaban del r?o para solicitar conjuntamente la redistribuci?n de sus aguas.

La iniciativa de esta medida aparentemente parti? de la ha cienda de Xochimancas, perteneciente a la orden de la Com pa??a de Jes?s, que, a la postre, result? ser la ?nica beneficiada

por el reordenamiento. La participaci?n de los dem?s hacen dados parece haber sido forzada, aun cuando en el documento aparece como un acto voluntario, ya que a la mayor?a de ellos se les priv? de una parte del agua que ven?an utilizando.30

El an?lisis de las cantidades repartidas muestra, con clari dad, el dominio que las haciendas hab?an logrado ejercer sobre el agua, el recurso natural m?s importante de la regi?n. As?,

vemos que de los 240 surcos en que se midi? el caudal total

del r?o, s?lo 21 surcos (8.7%) correspond?an a los cuatro

pueblos de indios de la zona: 2Vi surcos para Izamatitl?n, 4 surcos para Ticum?n, 6 surcos para San Juan y 8 Vi surcos para Guejoyuca. Este ?ltimo arrendaba AV? surcos a 3 arren datarios.31 (Ver cuadro). Los 219 surcos restantes fueron 29 Ver por ejemplo: repartimiento de las aguas del r?o Amazinac en 1643, AGNM, Tierras, vol. 2055, exp. 1; redistribuci?n de las aguas del r?o de Xiutepeque en 1795, AGNM//T/, leg. 304, exp. 1; redistri buci?n de las aguas del r?o de Tula en 1796, AGNM////, leg. 90, exp. 16, ff. 3-13. so AGNM/H/, vol. 80, exp. 2, f. 11. 3i AGNM/?7, vol. 80, exp. 2, ff. 11-15.

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1 (0.4%) Juan de Aparicio (arrendatario) lA (0.2%) Bentura Barrientes* (arrendatario)

3 (1.2%) Domingo Luis (arrendatario)

{4 (1.6%) Pueblo mismo 32 (13.3%) Diego Barrientos (due?o del trapiche de Guejoyuca)

(due?o del ingenio de Ateguaguaia)

Juan (arrendatario de Arrevillaga (arrendatario del rancho de Cuatetelco) agra del trapiche de Juchiquezalco) Domingo Luis (due?o del ingenio de Ateguaguaia)

5 (2%) s 2Vi (1%) Diego de Escalona (arrendatario del rancho de

Andr?s Lobian (administrador del ingenio de Xochimancas,

Bentura Barrientos* (due?o del trapiche de Guejoyuca)

endatarios del trapiche San Carlos Borromeo perteneciente a la Compa??a de Jes?s) Joseph de Montemayor (arrendatario del ingenio de Pantitl?n)

5 (2%) Francisco Riquelme

(2.5%) Pueblo de San Juan j21/26 (1%) Pueblo de Izamatitl?n Diego Ram?rez Toscano (arrendatario del ingenio de Cocoyoc)

9 (3.7%) Domingo Luis

* Don Bentura Barrientos era hijo de Don Diego Barrientos, el due?o del trapiche de Guejoyuca y administrador

Repartimiento de aguas del R?o Yautepec, 1665

Pueblo de Ticum?n

L Cuatetelco)

11 (4.5%) (Apantle de San

49 (20.4%)

(Apantle ?

3 (1.2%)

Juan)

6 (2.5%) 2 (0.8%)

de Guejoyuca) s

Nota- las cantidades corresDonden a surcos. Los porcentajes se refieren al n?mero total de surcos.

4 (1.6%)

58 (24%)

{{

Fuente: AGNM////, vol. 80, 240 surcos

Tercera toma 35 (14.6%)4

Primera toma, 24 (10%)

del mismo trapiche.

Cuarta toma 63 (26%) S

Quinta toma 8 (3.3%)Sexta toma 62 (25.8%)

Segunda toma 48 (20%) Total

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cedidos all haciendas azucareras y a un rancho. La despro porci?n es evidente. A pesar de que los pueblos ten?an los

derechos m?s antiguos fueron perdiendo su hegemon?a sobre ellos a ra?z de los diferentes fen?menos a los que nos hemos referido con anterioridad, tales como la disminuci?n de la po blaci?n y las congregaciones de pueblos de indios, el traspaso mediante venta, arrendamiento o censo y el despojo ilegal. A esto se a?ad?a que los elevados costos de las composiciones y mercedes de aguas imposibilitaron a los pueblos a poner en regla sus t?tulos de propiedad. Tampoco entre los ingenios y trapiches la distribuci?n fue

equitativa. Sin duda fue Xochimancas el m?s beneficiado con el reparto. No s?lo fue que se le otorg? el mayor n?mero de

surcos (54 surcos, que representaban 24% del total), sino que, adem?s, se le concedieron prerrogativas excepcionales, tales como poder usar el agua que sobraba despu?s de que cada usuario hubiese tomado la que le correspond?a. Este caso se daba cuando el r?o llegaba a tener un caudal mayor a los 240 surcos estipulados en la medici?n. Otra concesi?n especial era que, cuando el nivel del r?o disminu?a por abajo de dicha cantidad, los dem?s usuarios se ten?an que abstener de tomar agua hasta que Xochimancas hubiera completado 36 surcos.32 No sabemos qu? factores intervinieron para provocar estas condiciones especiales para Xochimancas, pero sin duda se debieron al gran poder econ?mico y pol?tico que ejerci? la Compa??a de Jes?s durante la ?poca colonial. Las cantidades suministradas a las dem?s haciendas fueron muy variables. La que goz? del mayor n?mero de surcos fue Pantitl?n, misma que, con 48 surcos, controlaba 20% del agua del r?o. En seguida ven?a el trapiche de Guejoyuca con

34 surcos (14%) y Cocoyoc con 24 surcos (10%). Algu

nas haciendas resultaron severamente afectadas por la redis tribuci?n, as?, por ejemplo, San Carlos Borromeo que, al s?lo poder exhibir t?tulos para 6 surcos de agua, fue privada de la mayor parte del l?quido. Esta situaci?n, aunada a otros pro 32 AGNM/#/, vol. 80, exp. 2, ff. 15-16. This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 04:49:31 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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blemas por los que estaba pasando dicha hacienda, la llev? a la quiebra en 1729.33 5. LA TECNOLOG?A HIDR?ULICA

El aprovechamiento del agua para la agricultura requiere de la mano del hombre. En M?xico la tecnolog?a hidr?ulica se remonta a la ?poca prehisp?nica.34 El surgimiento de grandes aglomeraciones humanas s?lo fue posible mediante la agricul tura de riego y el desarrollo de t?cnicas, como la construcci?n de chinampas, que hicieron posible la utilizaci?n intensiva del suelo mediante la horticultura. Por otra parte, el constante peligro de inundaci?n de la cuenca de M?xico hizo necesaria la edificaci?n de obras de desviaci?n y de contenci?n de las aguas. Se levantaron diques, se excavaron canales de desag?e y se cambi? el curso de los r?os. Los espa?oles aprovecharon estas obras y los conocimientos tecnol?gicos de los ind?genas, introduciendo, a su vez, la tecnolog?a hidr?ulica europea. En

Cuernavaca y Cuautla muchas haciendas se valieron de las obras hidr?ulicas prehisp?nicas para conducir el agua a sus campos.35 La tecnolog?a hidr?ulica est? encaminada a dar soluci?n

a diferentes problemas, tales como el almacenamiento de agua, la conducci?n del l?quido a las tierras de riego, el riego de las

tierras, la contenci?n y encauzamiento de aguas y el drenaje de tierras pantanosas. En nuestra zona de estudio s?lo se hicie ron algunas obras de almacenamiento porque, ante la abun dancia de r?os y manantiales, resultaba m?s f?cil y econ?mica la construcci?n de obras de conducci?n.36 Los vasos de alma

cenamiento se limitaron a peque?as presas y jag?eyes, ubica dos en cuencas naturales o artificiales donde se concentraba 33 AGNM////, vol. 80, exp. 2, ff. 15-16.

3* Para obras hidr?ulicas prehisp?nicas ver Palerm, 1973; Armi LLAs, 1949; Rojas, Strauss. Lameiras, 1974. 35 Warman, 1975, pp. 45, 48, 61.

so Diez, 1919a, p. 20.

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el agua de. las lluvias. Tambi?n los lagos llegaron a utilizarse como recept?culos, como en el caso de la hacienda de Miaca tl?n, que se aprovechaba de la laguna de El Rodeo.37

En contraposicipn, las obras de conducci?n y de riego llegaron a ser de vital importancia para el desarrollo de la regi?ii;.No hubo hacienda azucarera que no contara con una extensa-red de acueductos, acequias y canales. La mayor?a de las fuentes de agua se encontraban en las tierras templadas y fr?as del norte de la regi?n, mientras que los ca?averales se situaban en los f?rtiles valles del centro, donde reinaba un clima m?s propicio para el desarrollo de la ca?a de az?car.38 Por esta raz?n, el agua se ten?a que traer desde grandes distan

cias, al agotarse las posibilidades de explotar las fuentes que se encontraban m?s cerca.39 Los acueductos de las haciendas m?s importantes llegaron a medir varios kil?metros, destacan do entre ellos el del latifundio de Santa Clara Montefalco, que

midi?, durante el siglo xix, la distancia, casi inveros?mil, de 37 kil?metros.40

El primer acueducto colonial de la zona parece haber sido el de Atlacomulco, la hacienda que pertenec?a a los descen dientes de Hern?n Cort?s. Se edific? hacia 1540, con el fin de conducir agua de los manantiales de Chapu?tepec (Cuernava ca) hack sus ca?averales y med?a un kil?metro y medio de largo. Nueve a?os despu?s fue construido un segundo acue ducto, de mayor extensi?n, para poder captar m?s l?quido.41

Las dificultades t?cnicas que se ten?an que superar para

construir obras de tal magnitud eran considerables. El declive ten?a que? ser constante para permitir la circulaci?n del agua

mediante gravedad. Si bien la pendiente natural de la regi?n

era favorable, ten?an que ser vencidos los obst?culos naturales que se interpon?an, tales como cerros, barrancas, precipicios, s7 D?ez, 1919a, p. 19.

38 La temperatura ?ptima para el cultivo del az?car fluct?a entre 22 y 25 cent?grados. Ruiz de Velasco, 1937, p. 12. 39 Warman, 1975, p. 47. 40 Warman, 1975, p. 61.

? Barrett, 1977, p. 89.

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r?os y caminos. As?, se construyeron imponentes arquer?as, de muchos metros de altura, zanjas profundas, puentes, t?neles y

jag?eyes, algunos de los cuales siguen en uso a?n hoy en d?a.

De acuerdo con Domingo Diez, los acueductos m?s im

portantes, por su costo y por los problemas t?cnicos que se tuvieron que resolver para construirlos, fueron los de San Jos?

Vista Hermosa, San Nicol?s, Miacatl?n, Chinameca, San Car los, Hospital, Calder?n, Santa Clara, Tenango y Atlacomulco.42

El costo de dichas obras fue muy elevado, llegando su valor a representar hasta una tercera parte del total de una propie dad.43 Una vez conducido el l?quido hasta la unidad de produc ci?n era distribuido dentro de la misma. Muchos acueductos desembocaban directamente en el cuarto de molienda del tra piche o ingenio para impulsar una red de canales y acequias

(llamados apantles en la zona) hacia los ca?averales. Cada

una de las suertes de ca?a ten?a una inclinaci?n tal que per mit?a su riego mediante gravedad a partir de uno de los apan tles que las circundaban. El agua escurr?a por surcos que se hac?an con el arado antes de empezar la siembra. Los surcos, llamados regaderas, se ten?an que hacer de tal forma que el agua pudiese escurrir libremente, pero sin arrastrar la tierra y

dejar al descubierto las sem?las, y sin que se estancara y hu medeciera demasiado el suelo y se pudriese la semilla.44 La tecnolog?a que se empleaba en el riego estaba basada en el sistema ?rabe de irrigaci?n, explicado con detalle en el libro de Barrett sobre la hacienda de los Marqueses del Valle.45

A pesar de que una parte de las tierras bajas parece haber sido pantanosa,46 sabemos muy poco de las obras de drenaje que se llevaron a cabo para habilitar las mismas para la agri cultura. Ruiz de Velasco describe un m?todo que se utilizaba a principios del siglo xix y que es probable que date de la 42 D?ez, 1919a, p. 19. 4a Barrett, 1977, p. 96.

44 Ruiz de Velasco, 1937, pp. 28-30.

45 Barrett, 1977, pp. 96-98.

46 Barrett, 1977, p. 94.

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?poca colonial. Este m?todo consist?a en la excavaci?n de zanjas, de una profundidad aproximada de 80 cent?metros,

cuyo fondo se recubr?a con peque?as piedras, cascajo, ladrillo o tejas para permitir el escurrimiento del agua. Dichas zanjas se hac?an de 7 a 12 metros de distancia. El agua flu?a hacia

una zanja colectora y era conducida fuera del terreno me diante un canal de desag?e.47 6. LOS CONFLICTOS POR AGUAS

En virtud de que el agua se lleg? a convertir en el factor

de la producci?n m?s escaso, en la regi?n de Cuernavaca

Cuautla se desencaden? una ardua lucha, desde el siglo xvi, por su posesi?n. Dentro de esta lucha los conflictos que se suscitaron entre las comunidades ind?genas y las haciendas ocupan un primer plano. Ya vimos como el patrimonio ind?ge

na fue disminuyendo paulatinamente a lo largo de la ?poca colonial, a pesar de que exist?a una legislaci?n que prohib?a la enajenaci?n de los bienes comunales. Si bien es cierto que los mismos indios contribuyeron mediante ventas, arrenda miento y censos a la disminuci?n de sus aguas, a la vez mos traron una resistencia tenaz en aquellos casos en que se trataba

de despojos, 'apropiaciones ilegales o incumplimiento de com promisos, como el pago de una renta o de un censo.48 Pero los conflictos no s?lo se suscitaron entre comunidades

y haciendas; las mismas comunidades ind?genas avecinadas llegaban a tener fricciones entre s? por la distribuci?n de aguas,49 y las haciendas estaban constantemente en pleito con otras ha ciendas y ranchos por la misma raz?n.50

Las principales causas que motivaban los conflictos eran los despojos, las apropiaciones ilegales, la utilizaci?n de una 47 Ruiz de Velasco, 1937, pp. 237-239.

48 En AGNM ver: HJ, leg. 115, exp. 2; Tierras, vol. 1543, exp. 4;

HJ, leg. 115, exp. 4; HJ, vol. 80, exp. 2 y HJ, leg. 362, exps. 1 y 2. ** AGNM////, vol. 61, exp. 1. so En AGNM ver: Tierras, vol. 1983, exp. 7; Tierras, vol. 1545, exp. 1; HJ, leg. 447, exp. 9; Tierras, vol. 1949, exp. 1 y vol. 205, exp. 2.

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mayor cantidad de agua que la debida por parte de unos usua rios en perjuicio de otros, la merma del caudal de una fuente por no retornar los remanentes a la madre, entre otros muchos problemas de naturaleza semejante. A ?stos se a?ad?an los con flictos derivados de las servidumbres de paso y de los da?os y

perjuicios a terceros. La conducci?n del l?quido a grandes dis tandas necesariamente implicaba el paso por tierras que no pertenec?an al due?o del acueducto, lo que llegaba a ocasionar abusos, suspensi?n de pago de derechos, derramamientos de agua, inundaciones, da?os a las obras, etc. Los acueductos y canales ten?an que cruzar caminos, r?os u otros acueductos, sin que se debieran mezclar las aguas; todo esto originaba pro blemas. Las presas llegaban a inundar tierras vecinas y los canales se desbordaban.51 Adem?s ten?an que ser mantenidas las obras, surgiendo conflictos cuando eran varios los usuarios.

La vaguedad con que estaban redactados muchos de los t?tu los sobre aguas o su inexistencia, as? como las deficiencias t?cnicas en la medida y distribuci?n del l?quido contribuyeron de manera determinante al surgimiento de estos problemas.

La lucha por el agua se llev? a cabo principalmente en el terreno legal, pero las constantes fricciones llegaban a provocar

acciones violentas, tales como la apropiaci?n por la fuerza del agua, construcci?n de tomas clandestinas, obstrucci?n del paso del agua para los predios del contrincante y, en casos extre mos, la destrucci?n de la infraestructura hidr?ulica, con el fin de privar a la parte contraria del uso del agua.52 Hubo diversos instrumentos jur?dicos para enfrentar la lucha, siendo los m?s importantes las composiciones, la acusa ci?n, el amparo y las contradicciones. Las primeras fueron uti lizadas casi exclusivamente por los espa?oles, mientras que a los dem?s tambi?n recurrieron las comunidades ind?genas y los indios a t?tulo personal. Como ya nos referimos en p?ginas anteriores a las composiciones, aqu? s?lo recordaremos que se les utiliz? para regularizar los derechos sobre aguas obtenidas ? AGNM////, leg. 81, exp. 2.

52 AGNM////, vol. 80, exp. 1 y vol. 90, exp. 1.

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ilegalmente, y nos referiremos particularmente a los otros ins trumentos jur?dicos.

La contradicci?n era el derecho que ten?an los propieta

rios de un bien, de ineonformarse ante las autoridades cuando ?ste iba a ser vendido, arrendado, cedido mediante censo, tras

pasado o mercedado a un tercero. Las autoridades ten?an la obligaci?n de anunciar el traspaso proyectado, pregon?ndolo en la plaza central y durante la misa principal del domingo o de alg?n d?a festivo del pueblo o villa m?s cercanos. Una vez anunciado, se pod?an presentar los presuntos propietarios del bien y contradecir el traspaso proyectado. Las contradicciones significaron cierto freno a la expansi?n

espa?ola, pero desafortunadamente hubo much?simos casos en los que las comunidades y los peque?os propietarios fueron privados de sus derechos, a pesar de ineonformarse, porque las partes contrincantes ten?an un mayor poder econ?mico y pol?tico.53 La falta de t?tulos de muchos pueblos y peque?os propietarios naturalmente les perjudicaba, porque carec?an de un arma legal para poder comprobar sus derechos. Por ejem plo, en 1707, el Marquesado remat? al poderoso hacendado Gabriel de Yermo 184V? surcos de agua de los r?os de Te mixeo y Alpuyeca, a pesar de la contradicci?n de los pueblos de Teocalcingo, Tetecala, Xoxutla, Tetelpa, Tlatenchi, Pan chimalco y Nexpa, as? como de la hacienda de San Nicol?s. Todos estos pueblos y la hacienda quedaban afectados me diante la cesi?n, pero la presi?n que ejerci? el hacendado y el inter?s de los funcionarios del Marquesado en aumentar los ingresos hacendarlos triunfaron sobre las necesidades de los pueblos.54 Las contradicciones tambi?n fueron usadas por los ha cendados, aunque en menor medida porque sus derechos no se

vieron nunca tan amenazados como los de las comunidades ind?genas y de los peque?os propietarios.

Ante la amenaza de una privaci?n o despojo de aguas, la parte afectada pod?a solicitar un amparo que la proteg?a con 53 Ver por ejemplo AGNM//?/, exp. 298, leg. 2. 54 AGNM////, leg. 298, exp. 2, ff. 163-176.

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EL USO DEL AGUA

49 ?

tra la enajenaci?n de sus bienes. Este recurso fue utilizado con frecuencia por los pueblos ind?genas y por aquellos indios que

pose?an derechos sobre aguas en forma particular. Por ejem

plo, en el caso del conflicto suscitado entre los pueblos

de Xochistl?n y Yecapixtla en torno al agua de la barranca de

Huecahuasco. Al pueblo de Xochistl?n le hab?a sido conce dido un amparo para el libre uso del agua, situaci?n que afect?

gravemente a Jonacatepec, que tuvo que recurrir ante la au diencia de M?xico para tratar de recuperar sus aguas.55

Por ?ltimo, el recurso legal al que se recurr?a con m?s frecuencia cuando hab?a conflictos era la acusaci?n. Esta se llevaba a cabo ante las autoridades marquesanas que eran el alcalde mayor de Cuernavaca y los tenientes de distrito o sus representantes legales. En segunda instancia se pod?a recu

rrir ante la audiencia de M?xico o ante el juez privativo del Marquesado, quien era el representante de la Corona dentro del Marquesado y que desempe?aba a la vez el cargo de oidor en la audiencia de M?xico; y en tercera instancia ante el Con sejo de Indias, en Sevilla.56 A pesar de que los tr?mites eran dif?ciles y el costo de los procesos muy elevado, los ind?genas de Cuernavaca y Cuautla recurrieron, con cierta frecuencia, a esta v?a para tratar de recuperar sus derechos. Los numerosos expedientes que se han conservado en el Archivo General de la Naci?n, en los ramos Tierras y Hospital de Jes?s, constituyen un testimonio al res pecto. El resultado de los juicios fue variable para los indios, habiendo casos en los que s? lograron conservar sus derechos y

otros en los que triunf? la parte contraria. La mayor?a de los juicios se llevaron a cabo ante las primeras dos instancias y

s?lo una peque?a minor?a lleg? ante el Consejo de Indias.57 Las haciendas, por su parte, sosten?an juicios constante mente, teniendo la ventaja, sobre los indios, de poseer los me 55 AGNM////, vol. 61, exp. 1, ff. 27-28; Warman, 1975, p. 39. se Ver Wobeser, s/f.

57 Ver Warman, 1975, Sotelo Incl?n, 1970, Hern?ndez Orive, 1973.

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GISELA VON WOBESER

dios econ?micos para solventar los costos y tener buenos con tactos en la esfera pol?tica y judicial; llegando a ocupar los mis mos hacendados algunos cargos gubernamentales locales. Durante el sigjo xvra la lucha por el agua se intensific? en la zona. La industria azucarera estaba pasando por un periodo de auge, la demanda del az?car crec?a d?a con d?a y los ha cendados quer?an aumentar su producci?n y esto s?lo era posi ble disponiendo de una mayor cantidad de tierras y de aguas. La demanda de agua de las comunidades ind?genas y de las villas, por otra parte, tambi?n iba en aumento debido al crecimiento

de la poblaci?n. Cuando el despojo del agua de los pueblos lleg? a su l?mite, las haciendas grandes trataron de incorporar

dentro de s? a las m?s peque?as, con el fin de disponer de un mayor n?mero de tierras y, principalmente, de aguas.

La relaci?n entre las haciendas vecinas de Cocoyoc y Pan

titl?n, situadas en Cuautla Amilpas, ejemplifica dicha situaci?n.

Hacia 1700 contaba Cocoyoc con un n?mero reducido de tie rras y s?lo ten?a derecho a usar 24 surcos de agua que proven?an

de la barranca de Tecoaque. Esta situaci?n permit?a una pro ducci?n de 12,000 a 13,000 panes de az?car al a?o.58 En 1704 la hacienda intensific? su producci?n de az?car disponiendo, tal vez mediante arrendamiento, de algunas tierras del ingenio de

Juchiquezalco. Esto s?lo fue posible mediante la conducci?n de un mayor n?mero de surcos de agua a la hacienda. Proba blemente no existi? la posibilidad de obtenerla por la v?a legal, pero el caso es que los hacendados mandaron quitar el cimiento

de la alcantarilla que med?a los 24 surcos a los que ten?a de recho Cocoyoc. Dicho cimiento consist?a en una gran piedra cuya finalidad era levantar el agua para que la sobrante se de rramara por el templador, desde donde corr?a hasta la vecina hacienda de Pantitl?n. Para captar a?n m?s l?quido, el hacen dado mand? cavar bajo de los cimientos y ensanch? el apantle

que conduc?a el agua. El resultado fue que hacia Cocoyoc empez? a fluir una cantidad muy superior a los 24 surcos, que

dando Pantitl?n sin suficiente agua. Todo esto fue hecho en 5? ASC, vol. 5, pp. 239-262.

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EL USO DEL AGUA

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ausencia de los due?os de Pantitl?n, quienes a su regreso man daron rellenar el hueco de la alcantarilla con piedras, pero estas ?ltimas fueron desalojadas nuevamente. No sabemos si las dos haciendas llegaron a alg?n acuerdo entre s?, o si la prolongaci?n del litigio permiti? el uso del agua a Cocoyoc, pero parece que esta hacienda pudo disfrutar los siete a?os siguientes del agua de Pantitl?n, incrementando su producci?n

anual de az?car a alrededor de 20,000 panes. Entre 1711 y 1714 Pantitl?n fue incorporada a Cocoyoc porque sus aguas se hab?an hecho indispensables.59 El ingenio de Pantitl?n desapa reci? como tal, utiliz?ndose la mayor parte de sus tierras para la cr?a de ganado y arrend?ndose el resto.60 La suerte de Pantitl?n fue compartida por otras haciendas que fueron absorbidas por unidades productivas m?s fuertes.

Este proceso culmin? durante el Porfiriato con la formaci?n de grandes complejos de haciendas, como los de Atlihuayan Xochimancas-Apanquezalco, Calder?n-El Hospital-Chinameca, San Vicente-Chinconcuac-San Gaspar, San Carlos Borromeo Cocoyoc-Pantitl?n y Santa Clara-Santa Ana Tenango, entre otros. Es en este momento cuando el proceso expansionista de la hacienda lleg? a su culminaci?n, habi?ndose apropiado las ha ciendas casi de la totalidad de las tierras y aguas de los pueblos.

Al amparo de las leyes de desamortizaci?n de los bienes comu nales, una vez que las tierras y aguas comunales se convirtieron

en mercanc?as, no tardaron en caer en manos de los terrate nientes, quienes ejerc?an una constante presi?n sobre los pue

blos.

Los comuneros, desprovistos de sus medios de subsistencia

?y despu?s de haber agotado las v?as legales que estaban a

su alcance para recuperar sus derechos? se alzaron en armas, destruyendo durante la revoluci?n zapatista las haciendas con el af?n de recuperar la tierra y el agua que originalmente les pertenec?a. 5? ASC, vol. 3, p. 469.

eo ASC, vol. 3, pp. 475-477.

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GISELA VON WOBESER

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EL USO DEL AGUA

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EVOLUCI?N ECON?MICA DE LA MIXTECA ALTA (SIGLO XVII) Mar?a de los ?ngeles Romero * Instituto Nacional de Antropolog?a e Historia (Centro Regional de Oaxaca)

En el curso de las tres ?ltimas d?cadas varios autores se han ocupado de estudiar el desarrollo de la econom?a europea du rante el sigjo xvn. A pesar de diferencias habidas entre ellos,

parece existir un consenso general sobre la existencia de una crisis profunda en el curso de estos cien a?os. En los escritos es posible apreciar discrepancias en relaci?n con el momento en que se present? la crisis, as? como sobre los motivos que la produjeron, pero en t?rminos generales es posible agruparlos

en dos corrientes principales. Algunos autores consideran al siglo xvn como una ?poca de "crisis general" en la cual ocu rri? un cambio en las tendencias clave que el desarrollo de Europa hab?a mantenido durante el periodo de crecimiento de 1450 hasta alrededor de 1600, crisis general que correspon der?a a la ?ltima fase de la transici?n de una econom?a feudal a una capitalista. Estudios m?s recientes han se?alado que los problemas que afectaron el curso del siglo xvn no son sino una de las crisis c?clicas caracter?sticas del desarrollo del ca pitalismo, y que este sistema se hab?a iniciado en Europa desde

el siglo anterior gracias a los movimientos de expansi?n efec * Ponencia presentada en el xliv Congreso Internacional de Ame ricanistas (Manchester, 1982). Es una s?ntesis de mi investigaci?n sobre

la econom?a espa?ola en la Mixteca Alta, en el estado de Oaxaca.

Agradezco los comentarios y la ayuda prestada por los Dres. Bernardo Garc?a Mart?nez y Rodolfo Pastor.

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EVOLUCI?N ECON?MICA DE LA MIXTECA 497 tuados por varios de los pa?ses, principalmente Espa?a y Por tugal, y a la constituci?n de un mercado mundial.1

La formaci?n de una econom?a y un mercado mundiales

durante el siglo xvi hizo posible que en la centuria siguiente los

problemas econ?micos y pol?ticos que afectaban a unas regio nes repercutieran en otras como consecuencia de la creciente interdependencia existente.

Cuando vemos al otro lado del Atl?ntico, hacia la Nueva Espa?a, encontramos que el siglo xvn tambi?n ha sido consi derado como un siglo de crisis. El profesor Woodrow Borah fue el primero en se?alar la existencia de una crisis general que se present? por 1580 y que tuvo sus or?genes en el catastr?fico

descenso de la poblaci?n nativa.2 Nuevos estudios se han en cargado de rebatir la tesis del profesor Borah en cuanto al momento en que la crisis se present? as? como en relaci?n con las causas que la produjeron. Gracias al esfuerzo de varios autores ahora sabemos que el comercio ultramarino se man tuvo en crecimiento hasta 1620 para despu?s entrar en una fase de descenso;3 que la producci?n minera, factor clave en el sostenimiento de este comercio as? como en la estructura interna de la colonia, se mantuvo tambi?n en crecimiento hasta

1620, y que varios de los principales centros mineros conti

nuaron en auge hasta los ?ltimos a?os de la d?cada de los treinta.4

La situaci?n parece bastante compleja y es mucho a?n lo que resta por conocer del siglo xvn. Si el descenso demogr? fico no afect? al comercio trasatl?ntico ni a la producci?n mi nera, puesto que ambos se mantuvieron en auge hasta a?os 1 Para un resumen de las principales obras escritas sobre la crisis

del siglo xvn en Europa, Vid. Wallerstein, 1980, pp. 3-9. V?anse las explicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo.

2 Borah, 1951.

3 Chaunu, 1959, vm:2 bis, pp. 683ss.

4 Sobre la situaci?n de la miner?a novohispana en el siglo xvn, Vid. Bakewell, 1971; Lang, 1977, pp. 15-31 y Gr?ficas en las pp. 355-358. Para un resumen de la situaci?n general del siglo xvn, Vid.

Israel, 1979, pp. 128-153; Chiaramonte, 1981.

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MAR?A DE LOS ?NGELES ROMERO

m?s tarde cuando la poblaci?n ya hac?a tiempo que hab?a? alcanzado l?mites muy bajos, ?cu?les fueron, entonces, la& causas que produjeron la crisis y qu? sucedi? en el sur ind?gena!

de la Nueva Espa?a, donde la poblaci?n nativa debi? ser un factor m?s importante? Por otro lado, a?n subsisten muchas dudas sobre los efectos que el descenso en la producci?n mi nera tuvo en el desarrollo econ?mico de la Nueva Espa?a y en la importaci?n de bienes europeos.

La disminuci?n en las importaciones debi? de haber afee tado a los sectores dependientes de este comercio; pero, a lai vez, debi? de haber impulsado las manufacturas locales a fin de

llenar el hueco dejado por las importaciones.5 El descenso de la producci?n minera, a m?s de estar ?ntimamente vinculado*

con el del comercio, afect? a las regiones cuya actividad de pend?a del consumo de las minas, lo que provoc? una reorien taci?n de los capitales hacia otras actividades. Esta reorientaci?n de las actividades no se dio sin graves; ajustes que debieron de perjudicar a los sectores m?s vulne rables de la poblaci?n y que se complicaron a?n m?s debido a la presencia de una serie de acontecimientos que empeoraron la situaci?n. Precisamente en los a?os de crisis en el comercio y de problemas ?n la miner?a, en la ciudad de M?xico ocurrie ron desastrosas inundaciones.6 La capital del virreinato atra ves? a mediados de siglo otra serie de problemas surgidos no s?lo de las aguas, sino de una inestabilidad pol?tica que per dur? por varios a?os: problemas que debieron de tener unat ?ntima relaci?n con los ajustes que se estaban dando en el! campo econ?mico.7 El presente estudio tratar? de aportar algunos datos m?s a la comprensi?n de este complicado siglo xvn, vi?ndolo desde la perspectiva de una regi?n ind?gena situada en el sur de la Nueva Espa?a, en las fronteras occidentales del obispado de Oaxaca. Veremos c?mo en el curso del siglo xvn la Mixteca 5 Lynch, 1975, n, pp. 160-228; Wallerstein, 1980, p. 156.

? Boyer, 1975. 7 Israel, 1975.

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EVOLUCI?N ECON?MICA DE LA MIXTECA 499 Alta sufri? importantes transformaciones que reflejaban sus problemas internos y su inserci?n en la econom?a novohispana y en la situaci?n que ?sta atravesaba.

El siglo xvi en la Mixteca Al igual que en otras regiones de Mesoam?rica, muy pocos a?os bastaron despu?s de la llegada de los primeros conquis tadores para producir en los poblados mixt?eos cambios nota bles. Cada cabecera con sus sujetos fue entregada en enco mienda y sujeta a nuevas cargas; gente extra?a penetr? en la regi?n trayendo consigo m?s cambios: una nueva religi?n, un nuevo dios. Hacia 1530 llegaron los funcionarios reales; primero los corregidores, luego los alcaldes mayores: ven?an a recaudar el tributo del rey en las encomiendas vacantes y, supuestamente, a impartir justicia.8

A m?s de los encomenderos, de los frailes, de los funcio narios reales, otra gente fue llegando: pobladores en busca de fortuna.9 Cada uno ven?a tras sus particulares intereses,

pero entre todos aportaron una nueva cultura. El contac to entre lo ancestral ind?gena y lo nuevo espa?ol comenz? a dar sus primeros frutos; algunos de efectos nefastos y destruc tivos, otros positivos. Los mixt?eos sufrieron los efectos de las terribles epidemias, soportaron las ambiciones de los corregi

dores y de los alcaldes mayores, tuvieron que olvidar (al me nos aparentemente) su antigua religi?n; pero tambi?n incor poraron a su cultura nuevos elementos y aprendieron de sus conquistadores nuevos cultivos e industrias con posibilidades regionales. Al lado del ma?z surgieron las sementeras de trigo

8 Gerhard, 1972, pp. 285-287.

9 Parece ser que los primeros pobladores llegaron a la Mixteca desde 1530, Vid. Borah, 1963. Pero no fue sino hasta 1560 que su

presencia comenz? a ser m?s significativa regionalmente, Vid. Cartas de obligaci?n, 1564. AJT, leg. 19, exps. 1, 2, 3. Cartas poder, 1563 y 1566. AJT, legs. 1, 2. This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 04:49:37 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


500

MAR?A DE LOS ?NGELES ROMERO

y de cebada; a los lados del camino crecieron frutales de Cas tilla.10

La econom?a mixteca ampli? sus campos. A m?s de los nuevos cultivos, algunas industrias prosperaron con ?xito. Entre ellas destac? desde muy temprano la sericultura. Para fines de

la d?cada de 1530 varios poblados desarrollaron su industria seric?cola, y en 1542 la Mixteca era uno de los principales pro

ductores de seda en la Nueva Espa?a.11 Desde 1540 hasta 1570 el cuidado y la cr?a del gusano de seda proporcionaron a los poblados mixt?eos un medio para cubrir su tributo.12 Es cierto que varios encomenderos se be neficiaron de esta industria, pero el ingreso proporcionado por

la seda permit?a a los mixt?eos no s?lo cubrir sus cargas sino tambi?n enriquecerse: a sus cajas de comunidad ingresaban los reales que pod?an ser aprovechados en los momentos de fiesta o de sequ?a.13 Sin embargo, la ?poca de oro de la seda

no dur? mucho. Hacia 1560 el descenso de la poblaci?n in d?gena afect? el desenvolvimiento de la sericultura, que nece sitaba de abundante mano de obra para desarrollarse. Entonces

el ganado menor comenz? a cobrar importancia. Numerosas mercedes para sitios de estancia de ganado menor fueron soli citadas en M?xico por los poblados y los caciques mixt?eos, 10 Las Relaciones Geogr?ficas de 1580 aportan descripciones de

la introducci?n de nuevos cultivos en la Mixteca. Vid. PNE, rv, pp. 56,

76, 210.

A diferencia de otros grupos ind?genas que mostraron obst?culos para adaptar el cultivo del trigo, los mixt?eos combinaron la siembra del ma?z con la del trigo. El ma?z era b?sicamente de autoconsumo y el trigo destinado a la venta; los reales obtenidos de ?sta ?ltima ingre saban a sus cajas de comunidad. Sobre el cultivo del trigo en el centro

de M?xico. Vid. Gibson, 1967, pp. 331. Sobre la situaci?n en la Mix teca. Vid. PNE, rv, p. 56 y C?dice Sierra, p. 59.

ii Borah, 1943, p. 46.

i2 El libro de las tasaciones, pp. 13, 14, 322, 355, 469, 516, 548.

13 El obispo de Antequera, en su carta de 1544, habla de la ri queza de las comunidades mixtecas gracias a la industria de la seda. Vid. CODOIN, vn, p. 564. Sobre los ingresos y los gastos de la caja de comunidad de Santiago Tejupan. Vid. C?dice Sierra. Para un an? lisis de las cuentas del c?dice. Vid. Cook y Borah, 1977, pp. 84-85.

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EVOLUCI?N ECON?MICA DE LA MIXTECA 501 llenando con el ganado las tierras que iban quedando bald?as ante la falta de brazos que las cultivaran y obteniendo de sus productos los beneficios que la seda ya no daba.14

Entre 1575 y 1576 otra epidemia diezm? a la poblaci?n. Sus efectos debieron de haber sido, igual que siempre, terri bles, pero la respuesta ind?gena a la despoblaci?n no se hizo esperar. En la d?cada siguiente nuevas solicitudes para sitios de estancias se presentaron en M?xico y nuevas mercedes fa vorecieron a los poblados mixt?eos y a sus caciques: la seda continuaba ocupando el tiempo de los mixt?eos que sobreviv?an; el ganado sustitu?a a los que iban falleciendo.15 A pesar de todos estos esfuerzos, la productividad ind?gena

no logr? mantener el mismo nivel de crecimiento que hab?a sostenido hasta 1580. Bas?ndose en un estudio del diezmo, Rodolfo Pastor ha demostrado que entre esta fecha y el prin cipio del siglo siguiente se puede apreciar un descenso en el valor del producto diezmado por los ind?genas, lo cual va m?s all? de los esfuerzos realizados por ?stos.16

La econom?a espa?ola La productividad de los poblados mixt?eos atrajo a la re gi?n a diferente gente. Ya no eran los frailes ni los funcio

narios reales: era gente com?n en busca de riqueza. Se

asentaron en algunos de los m?s importantes poblados, a ori llas del camino que comunicaba el centro de M?xico con la ciudad de Antequera (Vid. mapa 1 ). Estos espa?oles, que poco

antes de 1560 comenzaron a llegar a la Mixteca y cuyo n?mero 14 Para la curva de descenso de la poblaci?n mixteca. Cook y Borah 1968. Para la importancia de la cr?a de ganado menor en la Mixteca.

Vid. Miranda, 1958, pp. 787-796. La idea de cruzar la l?nea de des censo de la poblaci?n con la l?nea de ascenso del n?mero de cabezas de ganado, fue desarrollada por Simpson en 1952 para el ?rea central de

M?xico.

" Miranda, 1958, pp. 787-796. 16 Pastor, 1976. Para un desarrollo m?s amplio de la situaci?n

de la Mixteca del siglo xvi hasta mediados del siglo xix. Nia. Pastor,

1981.

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502

MARIA DE LOS ANGELES ROMERO

Mapa 1

Basado en el mapa elaborado por Cecil R, Welte f a teotitlan "del camino

0 5 10 15 20 25 30 Km,

1.1.1.1.1.1,1

... cota de nivel 2,000 m.

r?os y arroyos wm?mmmmmmm Camino Teal*

? ?rea sobre los 3,000 m.

* Vid. AGNM, Mercedes, vol. 1, exp. 453; vol. 3, exp ff. 68v, 142; vol. 15, f. 226; vol. 17, f. 96; vol. 19, f. 20v

AJT, leg. 18, exp. 2; leg. 24, exp. 6; PNE IV, pp. 185 This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 04:49:37 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


EVOLUCI?N ECON?MICA DE LA MIXTECA 503 fue en aumento hacia 1590, encontraron una forma de hacer riqueza comercializando lo producido por los ind?genas.

Para 1560 ya se hab?a constituido en Yanhuitl?n un pe que?o grupo de comerciantes que se dedicaba a introducir mercanc?as desde Puebla, las revend?a en los poblados a tra v?s de otros comerciantes menores, y acaparaba lo producido en los poblados mediante el anticipo en dinero.17 Se asent? en Yanhuitl?n porque estaba a la orilla del camino real y era una de las m?s importantes encomiendas, alcald?a mayor y centro

de una gran actividad mercantil realizada por los mercaderes ind?genas.18 Desde esos primeros a?os la actuaci?n de este grupo de comerciantes dependi? del acaparamiento de lo pro ducido por los mixt?eos y de su capacidad para mantener un flujo constante de materias primas y semielaboradas de la

Mixteca hacia los centros de consumo novohispanos, y de productos manufacturados hacia el interior de la regi?n. Su fun cionamiento depend?a en gran parte de las relaciones que man

tuviera con comerciantes de centros como Puebla y la ciudad de M?xico, quienes le aseguraban un mercado para sus produc tos y le proporcionaban el cr?dito que necesitaba para conti nuar operando. El cr?dito era otorgado en mercanc?as y tam bi?n en dinero en efectivo que era empleado para adelantarlo en los poblados a cambio de las materias primas. Es claro que si el ?xito en el comercio depend?a en buena medida de estas relaciones con gente de Puebla y M?xico, un comerciante espa?ol ten?a m?s posibilidades de triunfar que los comerciantes ind?genas, de tal forma que el comercio es 17 Carta de obligaci?n a favor de Antonio de Acu?a mercader de Yanhuitl?n, 1563. AJT, leg. 19, exp. 2. Pleito por pesos en la compra de 230 libras de seda, 1572. AJT. leg. exp. 53. Escritura otorgada por varios mercaderes tratantes, 1563. AJT, leg. exp. 1.

18 Yanhuitl?n fue encomienda desde 1536 hasta 1622; enl552 la

alcald?a mayor de Soyaltepec y Tonaltepec comenz? a reconocerse como

alcald?a mayor de Yanhuitl?n. Vid. Gerhard, 1972, p. 286. Sobre la importancia de los mercaderes ind?genas de Yanhuitl?n. Vid. "No se les ponga impedimento a los mercaderes de Yanhuitl?n para embar

carse en Huatulco", 1551. AGNM, Mercedes, vol. 3, exp. 656. Sobre la importancia de Yanhuitl?n. Vid. Spores, 1967, p. 63.

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504

MAR?A DE LOS ?NGELES ROMERO

pa?ol comenz? a desplazar al bien constituido grupo de mer caderes ind?genas.

El crecimiento econ?mico que caracteriz? a importantes

sectores de la econom?a novohispana durante el siglo xvi y las

primeras dos d?cadas del siguiente siglo se reflej? en la acti vidad mercantil de la Mixteca. Muchos individuos viv?an del

comercio, y adem?s de Yanhuitl?n otros poblados cobraron importancia como centros de intercambio: Teposcolula en el camino hacia la costa, Tamazulapan en el camino real hacia M?xico, y otros m?s de menor importancia, como Tlaxiaco (Vid. mapa 1). El n?mero de mercaderes aument? en forma notable entre el tercero y el ?ltimo cuarto del siglo xvi, y el n?mero de tratos efectuados fue tambi?n en aumento. El cre cimiento de la actividad mercantil se mantuvo durante el primer

cuarto del siglo xvn, aunque a un ritmo menor que el presen tado en el siglo anterior (Vid. gr?ficas i y n).19

19 El tratar de analizar las fluctuaciones que la econom?a de la Mixteca Alta tuvo durante el siglo xvn signific? un serio problema. En primer lugar se carec?a de datos seriales; los libros de alcabalas loca lizados s?lo aportaban informaci?n para un breve per?odo de tiempo.

Vid. Libros de alcabalas, Teposcolula, 1606-1608. MCRO, Rollo 4, doc. 80 y Rollo 6, doc. 188. Los libros de diezmos s?lo proporcionan datos para el principio del siglo xvn y los precios localizados eran a todas luces insuficientes para una interpretaci?n de este tipo. Sin em bargo la riqueza del Archivo Judicial de Teposcolula y la continuidad

de la informaci?n que ofrece ayudaron, en cierta medida, a llenar este vac?o. Para calcular las fluctuaciones en la actividad mercantil se contabilizaron todos los documentos referentes a compra venta de mercanc?as y se agruparon por per?odos cronol?gicos de veinticinco

a?os. Se seleccion? un per?odo grande de tiempo debido a que al

tratarse de una informaci?n no seriada el manejarla por per?odos gran des ofrec?a un menor margen de error. Agradezco la idea de agruparlos por per?odos de veinticinco a?os a Rodolfo Pastor. Conviene recalcar que las fluctuaciones identificadas no se refieren al monto del valor del comercio sino al n?mero de tratos efectuados

en esos a?os. Para calcular el n?mero de personas dedicadas al comercio o a la producci?n (la cr?a de ganado menor) se elaboraron listas de indi viduos indicando su nombre y su ocupaci?n y tambi?n se agruparon por cuartos de siglo.

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EVOLUCI?N ECON?MICA DE LA MIXTECA 505

Gr?fica I

Tratos comerciales efectuados en

la Mixteca Alta

70 H

Comercio espa?ol . Comercio ind?gena.

Total

60. 50.

N

\

\

S

40

\

/

30.

V

/

?y

/

20.

7

10.

7

0

1550

1575

1600

1574

1599

1624

a

a

a

1650

1625 a

a

1649 1674

1675 a

1699

Gr?fica II Vecinos espa?oles de la Mixteca Alta dedicados al comercio *

40. 30_ 20. 10.

1550

1575

1574

1599

a

a

?i?

1600

1625

1624

1649

a

a

?i?

1650

1675

.1674

1699

a

a

* Ver nota 19.

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506

MAR?A DE LOS ?NGELES ROMERO

La actividad mercantil uni? a la Mixteca con las ciudades de Puebla, M?xico y Veracruz: de las dos primeras se tra?an telas importadas, prendas de ropa y efectos de piel y hierro.20

Eran art?culos destinados a satisfacer las demandas de consu mo del mismo grupo espa?ol, pero tambi?n de los ind?genas, quienes gozaban de un poder adquisitivo considerable gracias al desarrollo de sus empresas comunales, la sericultura y la cr?a de ganado menor. De Veracruz ingresaba a la Mixteca el vino, principal art?culo de comercio en estos a?os. Si el valor de los productos que llegaban desde Puebla se mantuvo entre los noventa y los trescientos pesos, el monto del vino que

se introduc?a directamente desde Veracruz se mantuvo, en varios de los tratos, alrededor de los dos mil pesos. El vino gozaba de una ampl?sima demanda tanto entre los espa?oles como entre los ind?genas mismos, de quienes se dec?a beb?an por veinte espa?oles. Los comerciantes de vino proliferaron, desde los grandes mercaderes que introduc?an pipas por miles

de pesos hasta los peque?os viandantes que recorr?an los ca minos vendiendo unas cuantas arrobas de vino.21 No cabe duda de que los principales comerciantes de estos a?os basaron su actividad en la venta de vino a los ind?genas y que utilizaron esta bebida para, a cambio de ella, acaparar la seda, la grana y los dem?s efectos producidos por los ind? genas.22 Como a pesar de este comercio y a pesar tambi?n de los cambios sufridos en el consumo de los ind?genas gran parte de

las necesidades de la poblaci?n mixteca segu?an siendo satis 20 Cartas de obligaci?n a favor de comerciantes de las ciudades

de Puebla, y M?xico, 1582-1598. AJT, leg. 24, exp. 6, ff. 5-7; leg. 20, exps. 12, 16; leg. 33, exp. 1; leg. 53, exp. 27.

21 Cartas de obligaci?n a favor de comerciantes de Veracruz,

1583-1584. AJT, leg. 20, exp. 27; leg. 21, exp. 20; leg. 32, exp. 6; leg.

53; Licencia para vender vino, 1587. AJT, leg. 53; Proceso por la venta de vino, 1588. AJT, leg. 22, exp. 30; Compa??a para vender vino, 1589. AJT, leg. 34, exp. 18. 22 Testamento de Miguel S?nchez de Tovar vecino y comerciante de Teposcolula, 1609. AJT, leg. 37, exp. 29.

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EVOLUCI?N ECON?MICA DE LA MIXTECA 507 fechas dentro de los l?mites de la econom?a comunitaria y & trav?s del sistema de intercambio ind?gena, los espa?oles (tanto

los comerciantes como los alcaldes mayores) recurrieron ai sistemas coercitivos y a la costumbre de adelantar a los indios dinero y mercanc?as pagaderos en materias primas, lo que les permiti? ejercer un control sobre la producci?n ind?gena. Los adelantos en dinero aparecieron en la segunda mitad del siglo xvi y cobraron importancia hacia 1580 y 1590 en el momenta de mayor crecimiento del sector mercantil en la Mixteca. Al finalizar el siglo xvi el comercio present? un cambio. Hasta entonces la seda hab?a sido el principal art?culo de co mercio, seguido de la grana. Sin embargo los problemas que la sericultura enfrent? a causa de la disminuci?n de las manos

que la trabajaban y de la competencia ejercida en el mercado por la seda oriental (que se comenz? a introducir a partir de 1573 y que se vend?a a precios m?s bajos) condujo a un cam bio en el tipo de producci?n extra?da de la Mixteca.23 En las primeras d?cadas del siglo xvn el art?culo preferencial de co mercio era el ganado menor y todos los productos que de ?l se obten?an, como sebo, pieles, carne y lana.24

En el primer cuarto del siglo xvn aumentaron los tratos con Veracruz: el puerto continuaba siendo el punto de con tacto m?s importante para el comercio regional. El comercio con Puebla, Oaxaca y M?xico tambi?n se multiplic? y aument?

en importancia, y las transacciones comenzaron a extenderse hacia Guatemala.23

23 Sobre el descenso en la producci?n seric?cola, Borah, 1943, pp.

85-101; Schurz, 1918, p. 393.

24 Cartas de venta 1603-1614. AJT, leg. 11, exp. 3, f. 15; leg. 11, exp. 4, ff. 23, 27, 42; leg. 35, exp. 124, f. 6. 25 Pedro D?az mercader estante en Teposcolula recibe pesos para emplearlos en el trato con Guatemala. 1603, AJT, leg. 4, exp. 4, f. 51. Contratos para conducir ropa a Guatemala, incluidos en un testamento; 1605. AJT, leg. 53.

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508

MAR?A DE LOS ?NGELES ROMERO

A?OS DE CRISIS, DE 1625 A 1660 Al avanzar el segundo cuarto del siglo xvn un nuevo clima de tensiones comenz? a hacerse sentir en la Mixteca. Proble

mas lejanos repercutieron en el funcionamiento del comercio regional. El norte minero comenz? a presentar algunos problemas que fueron acentu?ndose conforme se acercaba la mitad del siglo. Capitales vinculados con el comercio de exportaci?n de bieron de verse afectados seriamente al disminuir la cantidad de mercanc?as de importaci?n. Se hac?a necesario buscar nue

vos campos de actividad en donde obtener ganancias. Esta

situaci?n repercuti? en el sur ind?gena, articulado al resto de la Nueva Espa?a a trav?s del comercio. A partir de los ?ltimos a?os de la d?cada de los veinte y durante los primeros a?os de la siguiente el n?mero de co merciantes que actuaban en la Mixteca disminuy? (Vid. gr?fica

n ). Algunos de ellos abandonaron la regi?n en busca de

mejores condiciones en otras ?reas;2 el n?mero de tratos efec tuados fue tambi?n en disminuci?n, y la situaci?n fue empeo rando hacia 1660 en que s?lo subsist?an unos cuantos comer ciantes. Los antiguos canales de compraventa debieron verse cerrados o al menos disminuidos. Las viejas relaciones con

M?xico, Puebla y Oaxaca se mantuvieron, pero su n?mero baj? (Vid. gr?fica i).

La situaci?n interna de la Mixteca presentaba para enton ces una restructuraci?n total. El comercio anta?o mantenido por un numeroso grupo de medianos y peque?os comerciantes se hab?a concentrado en unas cuantas manos: s?lo subsist?an los comerciantes m?s acaudalados, los descendientes de los m?s importantes comerciantes de principios de siglo quienes pose?an los capitales mercantiles m?s cuantiosos. S?lo ellos eran capaces de sobrevivir a los a?os de crisis, de ajustarse a las nuevas condiciones del mercado. Eran tiempos malos, pero para todos. Este peque?o grupo de comerciantes concentr? 26 Testamento de Gonzalo M?rquez vecino de Teposcolula 1636. AJT, leg. 40, exp. 4, f. 2.

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EVOLUCI?N ECON?MICA DE LA MIXTECA 509 en sus manos la actividad mercantil. Si entre mediados del siglo xvi y el primer cuarto del siglo xvn los tratos hab?an fluctuado desde cuarenta y cinco hasta 2 900 pesos, ahora los tratos iban tambi?n desde unos cuantos pesos (39 pesos) hasta cantidades superiores a los cinco mil. Si antes el promedio de todos los tratos efectuados era de seiscientos pesos, ahora era exactamente el doble.27 Es claro que unos cuantos individuos concentraban en sus manos la extracci?n de los productos mixt?eos, principalmente

ganado menor con sus derivados y en segundo lugar la grana y el algod?n que se enviaban principalmente a Puebla y en

menor grado a M?xico y Oaxaca.28 La grana ya era impor

tante desde el siglo xvi, pero ahora cobr? alguna relevancia. Cargamentos m?s cuantiosos de este tinte eran enviados a la ciudad de M?xico, tal vez con el prop?sito de llenar el vac?o que la plata estaba dejando en el comercio ultramarino. El comercio de vino desde Veracruz disminuy? en estos a?os, pero en su lugar nuevos productos cobraron importancia: ahora eran las telas europeas las principales mercanc?as que llegaban para venderse.29

Adem?s de nuevos productos, nuevas rutas aparecieron en escena. Entre 1605 y 1660 el comercio con Guatemala y San Salvador parec?a ser el m?s importante.30 Las medidas pol?ticas 27 Los resultados se obtuvieron promediando todos los tratos lo

calizados en el AJT que indicaban su valor en pesos. Vid. Romero y Spores, 1976. 28 Testamento de Andrea de Cisneros y Tovar vecina de Tepos colula y comerciante, 1632. AJT, leg. 35, exp. 50, f. 78; Testamento

de Lorenzo Duran comerciante, 1647. AJT, leg. 40, exp. 10, f. 10;

Testamento de Juan de Miranda, ganadero y comerciante, 1657. AJT, leg. 40, exp. 16; Cartas de obligaci?n, 1635, leg. 86. 29 Vid. los inventarios de las tiendas en los testamentos de Jos?

de Peralta, mercader 1663. AJT, leg. 37, exp. 21 y de Dionisio de

Toralba, mercader 1663, AJT, leg. 37, exp. 65.

30 Testamento de Francisco de Aldana Crespo, 1646, AJT, leg. 40, exp. 40; leg. 6, f. 7. Carta poder, 1628. AJT, leg. 32, exp. 21;

Cartas poder, cartas de obligaci?n y compa??as para el trato, 1649-1664. AJT, leg. 40, exps. 9-15.

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510

MAR?A DE LOS ?NGELES ROMERO

que hab?an venido obstaculizando el comercio mar?timo con el

reino del Per? favorecieron el comercio por tierra con Gua temala, desde donde se embarcaban los productos hacia el Per?. Se llevaban recuas cargadas de telas y de ropa; regre saban con cacao. La prohibici?n total de comerciar con eL Per? dictada en 1631 provoc? un aumento en las relaciones, que los comerciantes de la Mixteca manten?an entre el centro de M?xico y la Audiencia de Guatemala.31 Algunos de los tratos m?s cuantiosos del segundo cuarto del siglo xvn se efec

tuaron precisamente con Guatemala y por comerciantes que eran descendientes de los antiguos comerciantes de vino.

As?, los a?os que van desde 1625 hasta poco despu?s de

1660 fueron testigos de una restructuraci?n en el comercio: nuevos productos, nuevas rutas; se concentr? la actividad en unas cuantas manos y se concentr? tambi?n regionalmente. Teposcolula se convirti? en el centro comercial m?s impor tante de la Mixteca Alta y se engalan? con las casas de los ricos comerciantes qu? reflejaban en su modo de vida el ?xito alcanzado. Los m?s pr?speros comerciantes del per?odo ante rior hab?an acumulado fortunas que oscilaban entre los cinco mil y los nueve mil pesos; en los a?os de crisis hubo individuos

que llegaron a acumular hasta once o trece mil pesos. Los

comerciantes ricos de principios de siglo hab?an llevado una vida sencilla, sin ostentaciones; ahora las casas se ornamenta ban con piezas de plata labrada y con muebles incrustados de

maderas preciosas; las paredes se adornaban con lienzos de santos y las ropas se elaboraban con terciopelos y cintas de oro y plata.82

3! Alvarado Morales, 1979, pp. 49, 86 y 87; Schurz, 1918, pp. 394ss. 32 El enriquecimiento de un grupo peque?o de comerciantes fue pasible apreciarlo comparando los testamentos del per?odo de 1575 a

1625 con los de los a?os de 1625 a 1675. Vid. Testamentos, AJT,

leg. 37, exps. 1, 2, 12, 20, 21, 29 y 63; leg. 40, exps. 6, 9, 10, 12, 16, 18, 20, 21, 27, 29 y 39; legs. 53, 86 y 91.

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EVOLUCI?N ECON?MICA DELA MIXTECA 511 DE 1670 A FIN DEL SIGLO

La d?cada de los setenta muestra ya una situaci?n dife rente. El crecimiento econ?mico que habr? de caracterizar en forma m?s plena los primeros cuarenta a?os del siglo xvni

comenz? en el siglo xvn: la actividad mercantil prosper?

dando cabida a los peque?os y a los grandes comerciantes, el n?mero de mercaderes aument? y lo mismo el n?mero de tratos, las tiendas proliferaron en los poblados, y el n?mero de recuas que cruzaban por la Mixteca se multiplic?. Los con tactos con Puebla y la ciudad de Oaxaca fueron las columnas que mantuvieron el comercio con la Mixteca.33

Este fue en resumen el curso que sigui? el comercio espa ?ol en la Mixteca durante el siglo xvn. Pero ?qu? sucedi? du rante estos a?os con otras ramas de la econom?a? ?Qu? acti vidad desarrollaron los individuos que en los a?os de crisis se vieron desplazados del comercio? LA CR?A DE GANADO MENOR, DEL SIGLO XVI HASTA 1624

Desde 1540 la pol?tica virreinal hab?a comenzado a favo recer a algunos encomenderos con la concesi?n de mercedes de estancias para criar ganado menor.34 Entre 1560 y 1590 33 El aumento en la actividad mercantil se aprecia a trav?s de un

mayor n?mero de contratos, cartas de obligaci?n, cartas de venta, cartas poder y compa??as entre comerciantes. Vid. Romero y Spores, 1976. 34 Sitios de estancia para ganado menor mercedados a encomen deros de la Mixteca: a Francisco Maldonado encomendero de Achiutla,

Tlaxiaco, Tecomaxtlahuaca, Juxtlahuaca, Ocotepec y Atoyac. Vid. AGNM, Mercedes, vol. 1, exp. 150, f. 71v; a Melchor Alav?s enco

mendero de Patlahuistlahuaca en 1560. Vid. AGNM, Mercedes, vol. 5,

f. 38v; a Isabel de Oliver encomendera de la mitad de Coixtlahuaca en 1560. Vid. AGNM, Mercedes, vol. 5, f. 41; a Francisco de Alav?s

encomendero en 2a. vida de Patlahuistlahuaca en 1565. Vid. AGNM,

Mercedes, vol. 8, f. 215; a Luis Su?rez de Peralta encomendero de Tamazulapan en 1583. Vid. AJT, leg. 20, exp. 21; a Gonzalo de las Casas encomendero de Yanhuitl?n en 1590. Vid. AGNM, Mercedes, vol. 22, f. 230v; a Catalina hija de Francisco de las Casas en 1598. Vid. AGNM, Mercedes, vol. 23, f. 48v.

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512

MAR?A DE LOS ?NGELES ROMERO

Gr?fica III

Arrendamientos de estancias y agostaderos (AGRUPADOS POR PERIODOS DE 50 A?OS)

90 80.

70. 60 50 _

40 30 _

20 10. 0

1575

1625

.1675

1624

1674

1724

a

a

a

varias mercedes fueron otorgadas a vecinos de la ciudad de Oaxaca, quienes aparentemente nunca explotaron estas tie rras.35 De 1580 en adelante, hasta principios del siguiente siglo, varias mercedes y mandamientos acordados fueron dados en be 35 Sitios de estancias para ganado menor mercedados a vecinos

de la ciudad de Antequera, que no ten?an encomiendas en la Mixteca; a Francisco de Valdivieso en 1560. AGNM, Mercedes, vol. 5, f. 143v;

a Bartolom? de Zarate en 1565. AGNM, Mercedes, vol. 5, f. 90; a

Francisco Gonz?lez en 1565. AGNM, Mercedes, vol. 8, f. 25v; a Juan de Albornoz en 1591. AGNM, Mercedes, vol. 16, f. 280v.

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EVOLUCI?N ECON?MICA DE LA MIXTECA 513

Gr?fica IV VECINOS ESPA?OLES DE LA MlXTECA ALTA DEDICADOS A LA GANADER?A *

50

40 _

30- ^

O?-,-,-}-,-1 1575 1600 1625 1650 1675 a

a

a

a

a

1599 i 624 1649 1674 1699 * Ver nota 19.

neficio de vecinos espa?oles radicados en

ca, como Tamazulapan, Tlaxiaco y Tep

estos, algunos combinaron el cuidado de otra actividad como la b?squeda de miner

molinos de trigo, pero otros terminaron po

cias al poco tiempo de haberlas recibido y manos de los caciques y de los poblados m en 1581 con la merced que Tirso de Gran la vendi? a un vecino de Oaxaca y ?ste a Tejupan. Lo mismo pas? con la estancia q

36 Sitios de estancias para ganado menor m

de la Mixteca Alta; a Tirso de Granados por 158 71; a Agust?n Montero de Castro en 1583. AGN

f. 17v; a Jos? Bravo en 1595, AGNM, Tierras Diego Montesinos en 1587. AGNM, Mercedes, nito V?zquez de Cueva en 1591. AGNM, Mer a Hern?n P?rez en 1591. AGNM, Mercedes, vol.

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514

MAR?A DE LOS ?NGELES ROMERO

de Teposcolula hab?a comprado y que vendi? a? poco tiempo al pueblo de Teposcolula, y hubo otros casos m?s.37 Los mismos comerciantes mostraron inter?s en el ganado. Varios de ellos pose?an estancias, porque las hab?an recibido en merced o por compra efectuada, aunque en algunos casos terminaron por venderlas. Por ejemplo, Mart?n Duarte, vecino

de Teposcolula, se dedicaba al comercio de vino con Veracruz y de otros efectos con Puebla, era due?o de recua y al mismo tiempo pose?a una estancia poblada en el pueblo de Santa Cruz sujeto de Tlaxiaco. En 1602 estableci? una compa??a con el convento dominico de Teposcolula para administrar y cuidar su ganado; sin embargo termin? por vender su estancia.33 Otra

gente m?s tambi?n se dedic? a la cr?a de ganado, pero en escala reducida: eran due?os de unas cuantas cabezas y obli gaban a un indio a que se las cuidaran.39 Entre los ?ltimos a?os del siglo xvi y el fin del primer cuarto del siglo xvn se aprecia un ligero aumento en el n?mero

de individuos que se dedicaban al ganado (Vid. gr?fica rv).40 Apareci? por primera vez gente de fuera de la Mixteca in

teresada en esta actividad: eran vecinos de la ciudad de

Puebla y de Tepeaca, y en ellos se notaba una estratificaci?n; desde el peque?o propietario due?o de unas cuantas cabezas 37 Luis Su?rez de Peralta encomendero en segunda vida, vende dos sitios de estancia de ganado menor a Don Fernando de Andrada cacique de Tamazulapan, 1583. AJT, leg. 20, exp. 22. Venta de la estancia que era de Tirso de Granados al caciqu? de Tamazulapan, 1581. AJT, leg. 53, exp. 70; Crist?bal de Ria?o vende un sitio de ganado menor a Don Felipe de Santiago cacique de Teposcolula, 1600.

AJT, leg. 86.

38 Mart?n Duarte vende un sitio de estancia, 1598. AJT, leg. 18, exp. 2, f. 17; Pleito contra los bienes de Duarte, 1587. AJT, leg. 22, exp. 15. Cartas de obligaci?n y de venta otorgadas por Duarte, 1587 1603. AJT, leg. 11, exp. 4, f. 27; leg. 18, exp. 2, f. 17; leg. 29, exp. 5;

Concierto entre Duarte y el convento de Teposcolula, 1603. AJT,. leg. 11, exp. 4, f. 17.

39 Pedimento de los indios de Mixtepeque, 1579. FHT, i, pp..

189-190.

4? Vid. nota 19.

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EVOLUCI?N ECON?MICA DE LA MIXTECA 515 liasta el gran hacendado que para poder criar sus cabezas com praba una estancia a otro espa?ol y en ella met?a la cantidad de quince mil cabezas.41 Algunos? de los comerciantes continua

ban combinando su actividad con la ganader?a. Para ello esta blecieron compa??as con los conventos de la regi?n.42 Otra gente carente de tierras arrendaba estancias y caballer?as de tierra a los caciques y a los poblados, aunque en estos a?os ^1 n?mero de los arrendamientos fue muy corto.43

De 1625 a 1675 Al iniciarse el segundo cuarto del siglo xvn la cr?a de ga nado menor fue ocupando a un n?mero mayor de personas (Vid. gr?fica iv). Las haciendas de este tipo de ganado cobraron una importancia notable. Hasta entonces s?lo hab?amos tenido noticia de una hacienda, propiedad de un poblano, que hab?a existido en la Mixteca en 1614. Ahora, de 1629 hasta 1674, exist?an diez y seis diferentes haciendas de ganado pastando en tierras de la Mixteca: cinco pertenec?an a vecinos de Teposco lula, tres a gente de Puebla, una a un vecino de Tepexe, otra a un vecino de Xalapa y el resto es desconocido (Vid. cuadro 1 ). Eran haciendas que no implicaban la propiedad de la tierra; eran grandes reba?os de ganado migrando entre los pastos de las tierras altas y los agostaderos de invierno en las planicies de la costa; ocupaban tierras que arrendaban a los poblados, a los caciques y a los conventos dominicos (Vid. gr?fica m).44 La ganader?a signific? una opci?n para la gente de esca sos recursos, que compraba unas cuantas docenas de carne 41 Pedimento de los indios de Tocazagualtongo por los da?os hechos a sus sementeras, 1624. AJT, leg. 34, exp. 4. Los pueblos de Teposcolula, Tlaxiaco y Achiutla contra la estancia de Pedro Mill?n,

1614. AJT, leg. 14, exp. 1, f. 16. 42 Compa??a entre Mart?n Duarte y el convento de Teposcolula, 1603. AJT, leg. 11, exp. 4. 43 Escrituras de arrendamiento, 1563. AJT, leg. 2, exp. 1; 1609, AGNM, Indios, vol. 61, exp. 301; 1624, AJT, leg. 86. 44 Escrituras de arrendamiento de sitios de estancias y agostaderos,

Vid. Romero y Spores, 1976.

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516 MAR?A DE LOS ?NGELES ROMERO Cuadro 1 Haciendas de ganado menor, Mixteca Alta

Lugar de

A?os

Propietario

1614 Dr. Serna

residencia del

Fuente

propietario

Cd. de Puebla AJT, 9,

1, 16

1629 Juan L?pez Mellado, hereda su hacienda a

Desconocida

AJT, 39, 4 AJT, 38, 64

1629 Juan Cueto

Desconocida

AJT,

1635 Domingo Machorro

Desconocida

AJT,

1639 Sebasti?n P?rez de

Xalapa

AJT,

1639 Diego de Ayala

Teposcolula

Juan Rivadeneira

Higuera

Ledesma

1639 Dr. Fernando de

la Serna Vald?s, racionero de la Iglesia Catedral de Puebla 1647 Antonia de la Serna a

1658 1649 Juan de Miranda a

1659 1649 Juan de Medina,

escribano p?blico

1652 Esteban de Gaona 1659 Francisco Hern?ndez

1663 Juan de Vargas y de a la Cueva 1687 1664 Pedro Espinoza de los Monteros

38, 64 86

38, 6

AJT, 86 Cd. de Puebla AJT,

40, 5, 2

Cd. de Puebla AJT, 40, 10 Teposcolula

AJT, 40, 9 y AJT,

40, 16, 2

AJT, 40, 37, f. 68 Tehuac?n AJT, 40, 38, f. 16v AJT, 40, Tepexe 16 Cd. de Puebla AJT, 50, 66, AJT, 86 Huamantla AJT, 40, 18

Teposcolula

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EVOLUCI?N ECON?MICA DE LA MIXTECA

517

Cuadro 1 Haciendas de ganado menor, Mixteca Alta (conclusi?n)

Lugar de

A?os

Propietario

1666 Mateo Ortiz

residencia del

propietario

Fuente

Teposcolula

AJT, 35,

1671 Bartolom? Mora

Desconocida

1671 Nicol?s Ruiz a Machorro 1690 1674 Domingo Arias

Tepeaca

39, 8, 2 f. AJT, 43, 12 AJT, 37,

Teposcolula

MCRO,

a

1667

a

1688

1680 Carlos Mar?n 1679 Pedro Mart?n a Fern?ndez de Olmedo 1682 1684 Juan Gonz?lez de los a

R?os (propietario de 1697 dos haciendas)

1685 Bartolom? Ortiz a

1692 1688 Patricio de la Serna, a

cl?rigo presb?tero

1691 1690 Melchora Ortiz 1697 Jos? de Villasepti?n, alcalde mayor

1698 Jos? Patino de las Casas 1699 Francisco de Ayala,

tesorero de la Bula de la Sta. Cruzada en la

6, AJT,

13, 2

Rollo 2, doc, 33 y AJT, 39,

9, 6f.

Cd. de Puebla AJT Cd. de Puebla AJT, 37,

58, 6

Cd. de Puebla MCRO, Rollo 2, doc. 25, AJT, 39, 25 Desconocida MCRO, Rollo 2, doc. 26 Cd. de Puebla MCRO, Rollo 2, doc. 30 Cd. de Puebla AJT AJT, 36, 7, 10 f. Cd. de Puebla AGNM, Indios 34, 142 Cd. de Puebla AJT, 5.3 y Huajuapan

Mixteca Baja

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518

MAR?A DE LOS ?NGELES ROMERO

ros, los ten?an pastando por los bald?os y con ellos se ayudaban para mantener a sus familias. Pero a muchos de los ganaderos de la ?poca no los podemos considerar como individuos de un bajo estatus, ni de pocos recursos; no al menos en t?rminos regionales. Hab?a ganaderos de medianos ingresos due?os de reba?os que iban desde 1 500 cabezas hasta casi 6 000, lo que pod?a significar, dependiendo del precio, del momento y del

tipo de ggnado que constituyera el reba?o, una inversi?n pro medio entre 840 y 3 300 pesos.45 Y hubo gente m?s acaudalada

a?n con intereses en el comercio, como Juan de Miranda, im portante comerciante entre la Mixteca y las ciudades de Puebla

y Oaxaca, que ten?a en 1655 un reba?o con 9 600 cabezas. A m?s d? ?stas arrendaba 3 500 cabezas m?s a uno de los con ventos, y para pastar tan enorme reba?o arrendaba dos sitios de estancias y unas tierras de agostadero propiedad de los con

ventos de'Tlaxiaco y Teposcolula.46 Muchos individuos que no pose?an capitales para comprar cabezas recurrieron a los arrendamientos de ovejas y de chivos

propiedad principalmente de los conventos dominicos.47 Esto les evitaba invertir fuertes sumas y pod?a redituar buenos di

videndos. Hugo ganaderos que combinaron el ser propietarios de reba?os con el arrendamiento y con la administraci?n del ganado de.otras personas, y todos recurrieron a los arrenda mientos de estancias y de agostaderos propiedad de los caci ques, de los poblados y de los conventos. La ganader?a parec?a ser el refugio del capital espa?ol ante los problemas del co mercio y esta situaci?n se acentu? entre 1650 y 1660. 45 Testamentos, Vid. nota 32. Los precios localizados en el AJT, para cabras y ovejas en estos a?os, fluctuaron entre 4 y 6 reales, pro

mediando 4.5 reales.

46 Testamento de Juan de Miranda, vecino de Teposcolula, 1655.

AJT, leg. 40, exp. 16. 47 Escrituras de arrendamiento de cabezas de ganado propiedad de los conventos de dominicos, 1645 a 1696. AJT, leg. 35 exp. 24. f. 16v; leg. 39, exps. 12, 19, 27; leg. 40, exp. 7, f. 7; exp. 9. f. 12v; leg. 14, exp. 34, f. 9; exp. 38. f. 16v; exp. 19, f. 2v; exp. 21. f. 4; exp. 16. f. 1; exp. 24. f. 4, exp. 25. f. 4.

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EVOLUCI?N ECON?MICA DE LA MIXTECA 519 Durante el siglo xvn los a?os de mayores problemas en el comercio fueron, precisamente, los a?os en los que aumentaron los arrendamientos de cabezas y de tierras para ganado.

Fin del SIGLO Durante el ?ltimo cuarto del siglo xvn la cr?a de ganado menor mantuvo su importancia; continuaron los arrendamien tos de cabezas y de tierras por parte de los vecinos de la regi?n que se dedicaban a la cr?a de ovejas y de chivos. Un mayor n?mero de gente obten?a sus ingresos de esta actividad y mu chos comerciantes invirtieron en la cr?a de ganado. Pero sobre todo la ganader?a recibi? su impulso de la mayor participaci?n

de vecinos de la ciudad de Puebla. Era gente radicada en esa ciudad, que ten?an un mayordomo, generalmente un vecino

de la regi?n, que se la administraba. De diez haciendas iden tificadas para estos veinticinco a?os, siete pertenec?an a gente de la regi?n poblana (Vid. cuadro 1 ). Algunas de ellas lograron adquirir importantes extensiones de tierras de pastos en la re

gi?n costera, como Nicol?s Ruiz Machorro, que en 1675

solicit? composici?n de las tierras que ten?a en Xicay?n, y como

Pedro Mart?n Fern?ndez de Olmedo, que en 1676 obtuvo su t?tulo de composici?n de veinticuatro sitios de ganado mayor y menor y de tres caballer?as de tierra en la Mixteca de la Costa.48 El desarrollo de la ganader?a tendi? hacia un aumento im presionante en los primeros cuarenta a?os del siglo xv?n, apre

ciable en una multiplicaci?n sin precedentes en el n?mero de arrendamientos de tierras de agostadero y de estancias, lo que

ya reflejaba el crecimiento econ?mico que dejaba sentirse en el resto de la Nueva Espa?a. 48 Presentaci?n de los documentos de las tierras que posee N.L.

Machorro, 1675. AGNM, Mercedes, vol. 59, ff. 229v-231; recono cimiento del t?tulo de composici?n, 1676; AGNM, Mercedes, vol. 59,

f. 218ss.

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520

MAR?A DE LOS ?NGELES ROMERO

Algunas conclusiones A trav?s de lo expuesto resulta en primer t?rmino que el co

mercio fue la actividad clave que mantuvo unida a la Mixteca con el resto de la Nueva Espa?a, y que esta actividad fue la que mostr? los cambios que estaban afectando al resto de la co

lonia. El cambio de ?nfasis que en el curso de la tercera

d?cada del siglo xvn comenz? a afectar a sectores clave de la econom?a novohispana como la miner?a y el comercio de ex portaci?n, se reflej? en la actividad mercantil regional con una

situaci?n cr?tica que perjudic? a los individuos m?s desprote gidos econ?micamente, pero que permiti? la consolidaci?n de los sectores de mejores recursos, los que pudieron aprovechar el momento para consolidar su posici?n y utilizar en su favor situaciones que perjudicaban a otros grupos y a otras regiones.

Desde el mismo siglo xvi la Mixteca se encontraba inte

grada al resto de la econom?a novohispana, e incluso mundial, como una ?rea abastecedora de materias primas y semielabora

das y como consumidora de productos manufacturados. As? pues, la Mixteca formaba parte de ese mercado mundial que se constituy? precisamente durante este siglo, y es claro que debi?

de verse da?ada por los problemas que afectaban al sistema. Por la forma en que la regi?n evolucion? durante el siglo xvn no parece posible hablar de la existencia de una crisis general ni de cambios en las tendencias generales de evoluci?n.

Parece m?s acertado pensar en la existencia de una crisis c? clica que permiti? la consolidaci?n de un sistema que ya ope raba desde antes de que la crisis se presentara, y que esta con solidaci?n fue la base que permiti? el desarrollo de las tres ?ltimas d?cadas del siglo xvn y de las primeras del siglo xvm.

SIGLAS Y REFERENCIAS AGNM Archivo General de la Naci?n, M?xico. AJT Archivo Judicial de Teposcolula. CODOIN Colecci?n de documentos in?ditos relativos al des cubrimiento, conquista y organizaci?n de las antiguas

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ESPACIO ECON?MICO E

INDUSTRIA TEXTIL: LOS TRABAJADORES DE NUEVA ESPA?A, 1780-1810* Manuel Mi?o Grijalva

Banco Central del Ecuador

1. Introducci?n Es importante destacar que en el siglo xvm el trabajo textil en Nueva Espa?a est? organizado espacialmente alrededor de centros mineros o mercantiles que dominan una regi?n deter minada. De esta forma puede observarse claramente que la divisi?n regional del trabajo textil no s?lo obedece a la ubica ci?n de los centros productores de materia prima, sino tambi?n a la concentraci?n del capital comercial; ?ste ser? el encargado de articular las diversas regiones consumidoras de tejidos, as?

como las variadas formas de organizaci?n que caracteriz? a la producci?n textil. Para poder reconstruir la formaci?n regional de la produc ci?n de tejidos y su posterior articulaci?n con el mercado colo nial, ha sido necesario dividir el espacio manufacturero (trans formador), que incluye el sector de la lana y el del algod?n, en dos grandes regiones: centro-norte y centro-sur, sin desco nocer el importante papel que jugar?a Guadalajara a finales del siglo xvm en el centro-oeste. La primera tiene su n?cleo prin cipal en Quer?taro, mientras que la segunda est? dominada por Puebla. Entre los dos espacios se sit?a la ciudad de M?xico, que es la intersecci?n que a la vez sintetiza y divide las diver * Este trabajo forma parte de mi tesis doctoral Obrajes y tejedores

de Nueva Espa?a, 1750-1810, en proceso de elaboraci?n para el Cen tro de Estudios Hist?ricos de El Colegio de M?xico.

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ESPACIO ECON?MICO E INDUSTRIA TEXTIL 525 sas formas de organizaci?n: la caracterizada por el trabajo obrajero y lanero en general, y aquella que encontr? su base en el algod?n y en el trabajo artesanal, dom?stico y a domicilio.

M?xico, m?s que los centros mencionados, re?ne en s? todas las formas de organizaci?n del trabajo textil que se dieron en el per?odo colonial. Esta convergencia de formas de trabajo que actuaban en el espacio econ?mico novohispano, nos permite

englobar el problema as? como trazar el movimiento en su

conjunto, sobre todo con referencia al sector de tejedores que fue el m?s din?mico en las ?ltimas d?cadas del siglo xvni y en la primera del siglo siguiente. En este an?lisis, aunque r^p nos

centraremos en el caso de la ciudad de M?xico, dado el corto espacio de que disponemos para esta exposici?n, s? atenderemos al movimiento din?mico que caracteriz? a la producci?n textil en un momento en que se asiste a un alto nivel de mercantili

zaci?n del espacio econ?mico, como fruto de la expansi?n del sector minero hasta 1810.

II. Obrajes y tejedores: una hip?tesis de trabajo A lo largo de esta investigaci?n he postulado como hip?te sis de trabajo que entre 1750 y 1810 el sector obrajero se en contraba mermado y padec?a un estancamiento cr?tico. En esta

?poca el funcionamiento del obraje se hab?a replegado a M? xico, Quer?taro y Ac?mbaro, principalmente, y en algunas ha

ciendas de Ger?cuaro (Celaya) y San Luis Potos?. En centros como San Miguel, Puebla, Tlaxcala, Le?n, Durango, apenas si

exist?an pocos obrajes (Vid. mapa 1). Los censos de 1781, 1793, 1799 y 1801 1 muestran claramente su escasa impor

tancia en la producci?n textil del reino. Varias fueron las cau sas que llevaron a la organizaci?n obrajera a su postraci?n. La

m?s importante, quiz?s, fue la expansi?n que se dio en el sector del algod?n durante la segunda mitad del siglo xvni y

1 AGNM, Alcabalas, 521, exp. 5, s/f.; Historia, 122, exp. 2 y 6. V?anse las explicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo.

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Cs

>Zcm r

z<o o2 >r

Mapa 1

Distribuci?n espacial de los obrajes existentes en Nueva Espa?a en 1793-1794

Fuente: AGNM, Alcabalas, 37; Bienes Nacionales, leg. o Durango

P

10 ^

16

=4

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ESPACIO ECON?MICO E INDUSTRIA TEXTIL 527 cuya producci?n desplaz? al sector lanero. Por esto se explica tambi?n que desde el comerciante local hasta el gran comer ciante de M?xico, Puebla o Veracruz, hayan volcado sus inte reses en el algod?n, desde su siembra y cosecha, hasta su trans formaci?n en los centros textiles.

La expansi?n del algod?n trajo como consecuencia el cre cimiento y multiplicaci?n de tejedores dom?sticos por todo el

reino ?crecimiento observable en menor escala, en el sector lanero?, lo cual posibilit? la expansi?n del sistema artesanal,

del sistema de trabajo a domicilio y del trabajo dom?stico.2 El primero se caracteriz? por su adscripci?n al sistema corporativo

gremial, el segundo tuvo su expresi?n m?s acabada en la de pendencia del tejedor del comerciante, quien le "habilitaba" o fiaba la materia prima a cambio de un salario o "jornal" por pieza terminada. En el trabajo dom?stico, en cambio, el teje dor era independiente del comerciante: compraba directamente

la lana o algod?n al tendero u obrajero y la vend?a por su cuenta en el mercado local. Estas tres formas de organizaci?n de la producci?n textil fueron las dominantes en la segunda mitad del siglo xvm y primera d?cada del xix.

As?, si bien el trabajo obrajero era el dominante en el sector de la producci?n de tejidos de lana, en el conjunto de la industria textil ?ste se vio relegado por el trabajo del algod?n y por el tejedor individual. Esta situaci?n se explica tambi?n por la falta de capital que padec?a el sector obrajero,

com?nmente dependiente de censos y capellan?as; por la ca rencia de fuerza de trabajo ?en momentos en que la poblaci?n estaba en plena recuperaci?n y crecimiento?; por el alto costo de la lana en estos a?os, especialmente en 1793; por los im puestos, problemas legales y, en fin, el desprestigio del obraje.

El administrador de la aduana de Quer?taro en 1793, daba una clara muestra de la situaci?n en ese suelo:

2 Sin ninguna especificaci?n se utilizaban tambi?n los t?rminos chorrillos o trapiches en el Per? y Nueva Espa?a respectivamente, para designar a estos tres tipos de organizaci?n.

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528

MANUEL MI?O GRUALVA

Los obrajes cerrados ?dec?a?... son diez, de los cuales he visto abandonar cinco, unos porque sus poseedores se perdie ron, y otros porque se retiraron antes de llegar a este extremo.

De los diez y seis que est?n en actual labor, los m?s s?lo tienen en movimiento la mitad o una tercera parte del n?mero de sus telares. Los caudales existentes en el d?a de los que com ponen este ramo, observo lo mismo que aqu? es notorio, esto

es que los de alguna consideraci?n, o son criados en otros tiempos, heredados o ayudados de haciendas de labor o co mercio, sin que haya uno que pueda haberse hecho de diez a?os a esta parte.3

Hechos como este, que podr?a hacerse extensivo a los de m?s centros donde funcionaban obrajes, oblig? al comerciante a optar por una forma de trabajo m?s libre, que por supuesto, implicaba menores costos. El empleo del tejedor era mucho m?s barato que la instalaci?n de un obraje para cuya habili taci?n el administrador de aduanas aseguraba que se necesi taban de 25 a 30 mil pesos, este ahorro se refiere tanto al costo del trabajo como a los costos de los medios t?cnicos de produc ci?n. El tejedor para cumplir con su trabajo no necesitaba de un edificio construido o adaptado para atender a las dife rentes etapas de la producci?n textil obrajera como el bat?n, instrumentos de tintorer?a, etc. Por otra parte, mientras el te jedor dom?stico ten?a que encargarse por su cuenta de obtener los medios de subsistencia para ?l y su familia, los trabajadores del obraje ten?an estipulado un salario mayor, alimentaci?n y gastos de enfermer?a que demandaban mayor desembolso de capital por parte del propietario obrajero ?aunque es cierto que estos rubros no se cubr?an en su totalidad. Esto hac?a que el costo de la mano de obra en el sector dom?stico fuera m?s barato que en el obrajero. Por ello la opci?n del comerciante era clara: articular los tejedores dom?sticos a varios sistemas de producci?n, y convertirse a la postre en el monopolista ?nico de los tejidos trabajados. Esta situaci?n encontr? su base 3 "Obrajes o f?bricas de pa?o burdo que hay actualmente en esta ciudad de Quer?taro y su jurisdicci?n...", AGNM, Alcabalas, 37, s/f.

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ESPACIO ECON?MICO E INDUSTRIA TEXTIL 529 fundamental en la expansi?n del algod?n, el crecimiento de la

poblaci?n, la migraci?n hacia los centros econ?micos m?s im portantes como M?xico, Puebla o Guadalajara y la facilidad del poblador para poner en funcionamiento medios t?cnicos conocidos tradicionalmente como los telares de cintura, u otros

m?s complejos, pero cuyo manejo no fuera obst?culo para de dicarse temporal o completamente al tejido. Los costos de producci?n restaron posibilidad de compe tencia a los tejidos de lana frente a los de algod?n, a pesar de lo cual podr?a pensarse que la mayor cercan?a de los obrajes a los centros mineros hubiera propiciado una mayor expansi?n de los primeros a expensas de los segundos. Sin embargo esto no

sucedi? as?; el desplazamiento de los tejidos de lana por los de algod?n repercuti? en todos los sectores, principalmente porque el capital comercial, eje de la producci?n textil, se in vert?a en el sector algodonero. Esto le presentaba mayores ventajas econ?micas, no s?lo por la comercializaci?n en el interior del reino, sino tambi?n por la posibilidad de acceder al mercado externo, al introducirse para las f?bricas catala nas, en crecimiento en la segunda mitad del siglo xvni. As?, el impulso textil que se observa en las ?ltimas d?cadas

de la dominaci?n colonial vino de un sector diferente al de la lana, el del algod?n. Es en torno a este sector que durante la segunda parte del siglo xvni y primera del xix, se ir? agru

pando el tejedor del campo y la ciudad a la sombra del

comerciante, o independientemente de ?l. Esta organizaci?n sur

gir? ?en el caso del algod?n? como alternativa a la con

centraci?n obrajera, ya sea fortaleciendo el orden gremial como tejedor dom?stico independiente o sometido al comer ciante a trav?s del sistema de trabajo a domicilio. El predo minio de estos tres sistemas productivos se vio complementado

al finalizar el siglo xvni por la aparici?n de un nuevo tipo de organizaci?n productiva textil: las f?bricas de "indianillas".

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MANUEL MINO GRIJALVA III. LOS TEJEDORES Y SU ORGANIZACI?N ESPACIAL

En su expresi?n regional, el tejedor presiona por situarse en los centros econ?micos mercantiles m?s din?micos o en los

vinculados a ellos; por esto, si localizamos en el espacio co lonial los principales centros de producci?n de tejidos, perci biremos de inmediato dos hechos distintos, pero de igual im portancia en la comprensi?n del desarrollo de la industria textil.

Por un lado, y como caracter?stica significativa, el trabajo textil en Nueva Espa?a, es, sobre todo, urbano, hecho que determin? que las principales ciudades obrajeras y de tejedores estuvieran distribuidas a trav?s de la ruta mercantil tradicional

en el comercio interno colonial. Estos centros, adem?s, ocupan un lugar estrat?gico para la captaci?n regional de material prima y su posterior circulaci?n por el espacio econ?mico. As?,

tanto la regi?n de Puebla como la de El Baj?o participan de la

red mercantil vertebradora constituida por Veracruz y M?xico, hasta su vinculaci?n con las zonas mineras del norte. Este con

junto no es, sin embargo, homog?neo, ya que existen dos cen tros importantes de producci?n textil con caracter?sticas pro

pias ?Guadalajara en el centro-oeste y Oaxaca en el sur? que tienen que ver con su vinculaci?n directa con el n?cleo

productor de materia prima. Ambos se diferencian de los otros

en cuanto que son a la vez productores-abastecedores de ma teria prima y centros de transformaci?n; pero se asemejan a

otros en que su producci?n encuentra sus principales mercados en Tierra Adentro, en los centros mineros y, claro est?, en su

propia regi?n. Si realizamos una visi?n de conjunto a partir de las infor maciones levantadas en 1781, 1793, 1799 y 1801,4 podemos trazar con rasgos firmes el nivel de evoluci?n que sigui? el sector de los tejedores tanto de lana como de algod?n. La pri mera indica que el trabajo dom?stico est? en su fase ascendente,

aunque es necesario anotar que los datos enviados por los ad ministradores de alcabalas en 1781 no son demasiado precisos. 4 AGNM, Alcabalas, 37, 521; Historia, 122, exp. 1 y 2.

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ESPACIO ECON?MICO E INDUSTRIA TEXTIL 531 Con todo, se puede apreciar que el n?mero de telares anotado para el Obispado de Michoac?n es importante. En esta juris dicci?n, los centros que sobresalen del conjunto son Villa de Le?n con 235 telares, Guanajuato con 198, Ac?mbaro con 169 y Salvatierra con 145. Para 1793 el movimiento expansivo era mucho m?s defi nido: Villa de Le?n pr?cticamente dobl? a 408 telares mientras

que Ac?mbaro y toda su jurisdicci?n ?incluida Salvatierra?

lleg? a 339 telares. A pesar del incremento que muestran unos centros, otros, como Guanajuato, decaen, de 198 a 34 telares, posiblemente debido al incremento de la producci?n minera que demandaba m?s fuerza de trabajo para el laboreo de las minas. Centros aleda?os, sin embargo, parecen acoger y pro piciar el trabajo de tejidos. Celaya que en 1781 apenas consta con la gen?rica expresi?n de "telares", en 1793 cuenta ya con 183. De la misma manera San Luis Potos? en esta misma fecha

contaba con 50, San Luis de la Paz con 459 y Salamanca con 133 telares. La transformaci?n m?s importante, sin embargo, parece que se dio en los centros textiles algodoneros. Texcoco pasa de unos pocos telares a 398; Oaxaca consta de 350, aunque en 1796 se dice que su n?mero aument? a 500 y en 1799 a 800 telares. Guadalajara, que en 1781 cuenta con seis, en 1799 se afirma que ha llegado a 1 030 telares, con una poblaci?n textil de 7 236 personas. Tlaxcala, en el centro-sur, seg?n las noticias

que proporciona Vicente Domingo Lombardini, de 4 000 te lares que contaba hacia 1780 baj? a 1 140 en 1793. Puebla, la regi?n m?s escurridiza para proporcionar datos antes de Flon, cuenta en 1794 con 1 177 telares, apenas dos obrajes y nueve "f?bricas" de jerga y frazadas de lana 5 que posiblemente

se tej?an en talleres artesanales. Tepeaca era otro caso impor tante: de la indiferente denominaci?n de "telares" en 1781, en

1793 toda su jurisdicci?n contaba con 920. En otras regiones tambi?n parece existir un notable incre mento. Quer?taro, que en 1781 contaba con 249 telares, en 5 DERNE I, 1973, pp. 43-44. This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 04:49:44 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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MANUEL MINO GRIJALVA

1793 subi? a 588. Cadereita, que a principios de la d?cada de los ochenta ten?a que proveerse de ropa en aquel centro textil,

en 1793 contaba ya con 77 telares y en 1799 con 200 y 92 tornos.6 El subdelegado de la citada poblaci?n afirmaba que todo el pueblo estaba ocupado en tal industria. Tulancingo salt? de 89 a 220 telares y Zamora contabilizaba ya 364 en

1793.

Dentro de una perspectiva regional m?s amplia, Cholula, Tlaxcala, Tepeaca, Oaxaca, Texcoco y Puebla en el centro-sur, constitu?an en 1793 los centros m?s importantes de la indus tria textil del algod?n, mientras que en el centro-norte, en El

Baj?o y sus zonas aleda?as se concentraba la producci?n

tanto de g?neros de lana como de algod?n (Vid. gr?fica 1). Sin embargo, de acuerdo al c?mputo realizado por intenden cias, M?xico 7 es el espacio pol?tico m?s significativo, seguido por Puebla, Guanajuato y Guadalajara. Aunque estos c?lcu los se basan en las informaciones de 1801, dada la identidad de muchas de sus cifras son comparables a las de 1793. (Vid.

gr?fica 1).

Es casi seguro que existen problemas en las estimaciones

de los informantes, ya que los trabajos dom?stico y a domicilio al no ser permanentes sino temporeros, dificultaban precisar el

n?mero de tejedores. El subdelegado de Celaya anotaba con claridad la dificultad de formar padrones en su jurisdicci?n, dadas las crisis econ?micas que viv?a la Nueva Espa?a en la d?cada de los a?os ochenta y que produc?an un continuo des plazamiento de la poblaci?n: Esta jurisdicci?n ?dec?a? se compone en la mayor parte

de vagos que continuamente se trasmigran de un lado a otro, como ahora lo est?n esparcidos en cuadrillas para el corte de trigo, y lo mismo sucede con los que no teniendo este ejercicio

6 AGNM, Historia, 122, exp. 1. 7 Del censo de 1801 anotamos con reserva los 813 telares asigna dos para T?tela del R?o, ya que no existe informaci?n suficiente que demuestre la importancia de esa localidad como centro textil.

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Telares existentes Gr?fica I en Nueva Espa?a en 1793-1794

j Fuente: AGNM, Alcabalas, 37; B/e/i&s Nacionales, leg. 101; DERN? I, .1973, pp. 43-44.

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200-1100-r

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se ocupan en el tejido de mantas, que para su expendio y venta, salen hasta los reales de minas m?s remotos.8

A pesar de esta movilidad en algunos casos, y del oculta miento de telares en otros, los administradores de alcabalas logran presentar un panorama bastante claro sobre la distribu

ci?n espacial de la industria textil en el espacio econ?mico

de la Nueva Espa?a (Vid. mapa 2).9 Sin embargo, es ne

cesario hacer algunos reparos a la informaci?n de 1801. El principal es que muchas de las cifras anotadas para varios centros no son sino repeticiones de las presentadas en 1793. Por otro lado, no se considera ni se contabiliza a los tejedores de varios centros clave en el trabajo textil, como Puebla, Oaxaca, M?xico, Guadalajara; este mismo problema aparece en el censo de 1781 o en el de 1793. Esto puede tal vez explicarse por la gran cantidad de gente dedicada a la industria textil, por la movilidad, por la falta de cuidado en las encuestan o por simple desidia de los funcionarios reales, todo lo cual obstacu

lizaba cualquier tipo de medici?n exacta. Aunque estos pro blemas son evidentes, el censo de 1801 incorpora nuevos cen tros que no constaban para los a?os anteriores. En t?rminos generales, se puede observar que hacia esta fecha el n?mero de telares y obrajes existentes en la Nueva Espa?a, conserv? el nivel que ten?a en 1793.

De acuerdo al "Estado" preparado por la Direcci?n Ge

neral de Hacienda sobre "obrajes y telares de indios espa?oles y castas. . ." aparec?a un total de 7 809 telares "sueltos", esto es, pertenecientes a tejedores dom?sticos independientes y agre

miados. De estos 4 440 pertenec?an a la llamada "gente de raz?n" y los restantes 3 369 a indios. Se anotaba tambi?n la existencia de 39 obrajes. A este c?mputo se a?aden los telares y obrajes existentes por aquellos tiempos que no constan en este "Estado" para Guadalajara, Puebla, M?xico y Oaxaca, s AGNM, Alcabalas, 37, s/f. 9 En este mapa no se han consignado Guaxapa, Malinalco, Metepec, San Juan d^ los Liaros, Tecualpa, Taximaroa, Tianquistenco, Zacatl?n, Zinap?cuaro, Valle del Ma?z.

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ESPACIO ECON?MICO E INDUSTRIA TEXTIL 535

Mapa 2

Distribuci?n espacial de los tejedores de Nueva Espa?a 1793-1794

> Durango

Villa Alta Oaxaca

Fuente: AGNM, Alcabalas, 37; Bienes Nacionales, leg. 101; DERNE I

1973, pp. 43-44; Gonz?lez ?ngulo y Sandoval Zarauz, 1980, pp

182-186.

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los cuales ascienden aproximadamente a 3 591 para dar un gran total de 11 400 telares y 41 obrajes.10

De acuerdo a estos c?lculos, las personas dedicadas al tra

bajo textil en Nueva Espa?a f?cilmente pasar?an de las 90 000r si consideramos seis personas para trabajar un telar y m?s de

2 000 s?lo en los obrajes de Quer?taro. Potash cree, como c?lculo conservador, que dada la imposibilidad de anotar la cantidad exacta de las personas empleadas en la manufactura textil, es probable que el n?mero total se aproxime a 60 000.11

Sin embargo, hay que pensar que s?lo en Guadalajara hab?a 20 000 personas dedicadas a trabajar "tejidos de todas cla ses".12 En Puebla otros tantos 13 y en Oaxaca 9 000 personas para hilar y de 500 a 600 para tejer.14 Toda esta multiplicaci?n de telares y tejedores se expres? en una concentraci?n del trabajo textil fundamentalmente en las regiones centrales de la Nueva Espa?a, dominadas por Que r?taro en el centro-norte; Puebla en el centro-sur y, al caer el

siglo, Guadalajara en el centro-oeste. En cada regi?n se da un proceso de especializaci?n del trabajo, a la vez que cada una de ellas estructura todo un sistema de intercambios que le permiten moverse por todo el espacio econ?mico con un nivel

determinado de participaci?n y desarrollo del trabajo textil. Todo este movimiento fue posible dada la injerencia domi nante de la producci?n minera sobre los dem?s sectores eco n?micos del reino y por la creciente mercantilizaci?n del espacio. Cada regi?n tuvo su expresi?n propia que en el caso del centro-norte y centro-sur, que analizaremos a continuaci?n,

se concreta en algunas diferencias espec?ficas. Como caracte r?stica general, puede observarse que los tejedores de El Baj?o se encontraban entre 1793 y 1801 distribuidos por los pueblos y rancher?as de su regi?n, sin llegar a presentar nunca el grado de concentraci?n y movimiento que se dio, por ejemplo, en 10 Gonz?lez ?ngulo y Sandoval Zarauz, 1980, pp. 182-186. n Potash, 1959, p. 19. 12 Abascal y Sousa, DERNE III, 1976b, p. 131. is Bazant, 1964, p. 133. i4 Hamnett, 1975, p. 202.

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ESPACIO ECON?MICO E INDUSTRIA TEXTIL 537 Puebla o en Guadalajara. Esta situaci?n pudo tener como cau sas principales el hecho de que El Baj?o y en general la regi?n centro-norte mantuvieran una integraci?n econ?mica m?s es trecha que la del centro-sur, complementada por una bien provista red de caminos y, fundamentalmente, por la corta migraci?n de la poblaci?n hacia los centros textiles m?s im portantes.

De modo m?s concreto, Eric R. Wolf, en su importante estudio sobre El Baj?o, ha logrado trazar con rasgos firmes el desarrollo integrado que caracteriz? a la regi?n en las ?ltimas d?cadas del siglo xvni. Esta integraci?n pudo ser posible gra cias al crecimiento minero que aceler? el desarrollo de una agricultura comercializada y de una industria textil impor tante.15 Esta, adquiere rasgos definitivos en su organizaci?n espacial a partir de los ?ltimos a?os de la d?cada de los sesenta, con la aparici?n de los obrajes de Ac?mbaro. As?, al interior del espacio regional se produjo una divisi?n del trabajo textil lanero, en la medida en que los obrajes de Quer?taro o San

Miguel se hab?an especializado en la producci?n de tejidos anchos y Ac?mbaro ?con excepci?n de los obrajes de las ha ciendas de Ger?cuaro? en tejidos angostos. La estructura de la organizaci?n textil qued? plenamente configurada con el trabajo de los tejedores dom?sticos y a domicilio que pro duc?an tejidos de lana y algod?n angostos ordinarios. Todos estos sectores propiciaron un abastecimiento regional casi per

fecto.

Cabe destacar que en todo el movimiento textil los prin cipales centros de producci?n de tejidos est?n esparcidos y estructurados org?nicamente, no s?lo con las zonas mineras sino tambi?n con los centros eminentemente agr?colas como Silao, Irapuato, Salamanca o Salvatierra. El desarrollo de este complejo parece tener su explicaci?n en el crecimiento eco n?mico alcanzado por la regi?n en el siglo xvini.16 Para hacer posible esta articulaci?n sin duda fue fundamental la forma Wolf, 1972.

16 Moreno Toscano, 1972, p. 207.

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ci?n y desarrollo de una compleja red de caminos. Todo esto ayud? al fortalecimiento de la econom?a campesina y, como consecuencia de ello, el trabajador del campo estuvo en posi bilidad de combinar trabajo agr?cola y trabajo textil. Este ?lti mo pudo aumentar en tiempos de crisis agrarias en torno a los centros urbanos m?s importantes como Le?n, Zamora, Celaya,

Quer?taro, San Miguel el Grande e incluso Ac?mbaro, entre otros. El complejo agrario-textil-minero cre? una situaci?n esta ble en el interior de la regi?n e imposibilit? una migraci?n interregional de las dimensiones anotadas para Puebla. Borah y Cook constatan que para Quer?taro, por ejemplo, hubo una inmovilidad de la poblaci?n for?nea, y esto lo explican adu ciendo que tal situaci?n fue propiciada por la prosperidad de la econom?a de los centros urbanos ?incluyendo Guanajua to?, aunque no aclaran por qu? esta misma prosperidad no atrajo m?s inmigrantes.17 Sin embargo, puede pensarse que la raz?n est? en la estabilidad econ?mica del campesino y la seguridad que le proporcionaban el campo y los centros urba nos, que no lo forzaron al abandono y migraci?n hacia otros parajes, como sucedi? con la poblaci?n del centro-sur hacia Puebla. As?, puede asegurarse que especialmente durante las ?ltimas d?cadas del siglo xvni, la combinaci?n de la agricul tura, el trabajo textil y un mercado consumidor cercano, crea

ron una serie de condiciones para el mantenimiento de una poblaci?n estable. Por otra parte, cabe a?adir que los obrajes no fueron los centros productivos que atrajeron la fuerza de trabajo; esto no s?lo porque su estabilidad como empresa siempre estuvo amenazada, sino por las malas condiciones y desprestigio que se hab?a acumulado en torno a ellos. . El trabajo textil de toda la regi?n que estoy analizando, se desarrolla en el interior del espacio siguiendo una coherente

divisi?n y especializaci?n del trabajo. En el ?mbito del sector

obrajero, hemos dicho ya que los obrajes de Ac?mbaro se dedicaron a la producci?n de tejidos angostos de lana, mien i7 Borah y Cook, 1975, pp. 124-125.

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ESPACIO ECON?MICO E INDUSTRIA TEXTIL 539 tras los de Quer?taro y San Miguel el Grande se encargan de la

fabricaci?n de tejidos anchos. Por su parte el sector de los tejedores dom?sticos y a domicilio conserva un equilibrio im portante entre producci?n de tejidos angostos de lana y algo d?n. En un an?lisis regional m?s concreto, sin embargo, hay diferencias marcadas tal vez por el mayor o menor acceso a la

materia prima. Por ejemplo en las zonas de Dolores, San Luis de la Paz, Quer?taro y San Miguel, domina el trabajo de la lana, lo cual evidentemente tiene que ver con la producci?n lanera en lugares donde el comerciante-obrajero, due?o de la materia prima, juega un papel importante. No as? en centros como Zamora, Celaya, Salamanca, Silao, Irapuato o el mismo

Ac?mbaro, en donde a juzgar por la especializaci?n de los telares anotados para estos centros, es el trabajo del algod?n el

cue predomina sobre el de la lana. La cercan?a a las tierras bajas de Michoac?n y la producci?n del sur de Nueva Espa?a Cuadro 1

Telares de lana y algod?n en la regi?n centro-norte, 1793

Centros Lana Algod?n Total Le?n

Celaya

Dolores Ac?mbaro Huichapan

Irapuato San Juan del R?o San Miguel

San Luis de la Paz Quer?taro Salamanca

Silao

Total

143 93

35 137 16 16

41 122 267 340

21 1 231

265 408 78 171 15 50 202 339 86 102 168 184 85 126 43 165 192 459 248 588 120 120 38 59 1540 2 771

Fuente: AGNM, Alcabalas, 37, s/f.

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pueden explicar esta situaci?n. El cuadro siguiente muestra la proporci?n entre telares de lana y algod?n existentes en los principales centros de tejedores.

En este cuadro debiera entrar Zamora, pero al carecer de una divisi?n exacta de telares en relaci?n a su especializaci?n, la hemos excluido, aunque sabemos que all? el predominio de los telares de algod?n sobre los de lana era notorio.18 En t?rmi

nos generales, en el cuadro anterior puede apreciarse la exis tencia de un n?mero mayor de telares de algod?n que llegan a

una proporci?n de 55.57 por ciento frente al 44.42 de los de lana. Esta diferencia no es, muy pronunciada, pero sugiere que la regi?n ten?a un alto grado de autoabastecimiento de tejidos ordinarios angostos, lo cual creemos que incidi? directamente en contra de la productividad obrajera y merm? una fuerza de

trabajo potencialmente valiosa para los obrajes que segu?an

funcionando con pronunciados altibajos. Tambi?n es ilustrativo observar que en el movimiento de la poblaci?n no existe ninguna preferencia por establecerse en las ciudades mayores o menores de la regi?n; as?, la jerarquizaci?n de los centros urbanos se pierde, al contrario de lo que suced?a

con Puebla 19 ?a la que podr?a a?adirse la ciudad de M?xico,

que en la primera d?cada del siglo xix ejerce una gran influen

cia sobre las ciudades aleda?as. El caso de Puebla, sin embargo, tiene connotaciones dis tintas en cuanto a la organizaci?n del trabajo textil. Alejandra

Moreno Toscano ha definido muy bien a Puebla como una "ciudad absorbente", cuyo predominio en la regi?n era abso luto. Sin duda, para la ?ltima parte del siglo xvni, el car?cter marcadamente comercial se abre paso sobre el sector agrario que sufre una violenta sacudida hasta entrar en un per?odo de

estancamiento y ser desplazado por la expansi?n agr?cola que experimenta El Baj?o. Esta situaci?n trae efectos contrarios

a los observados para el sector centro-norte. Entre los principa

les creo que pueden mencionarse dos: en primer lugar, el de is Moreno Garc?a, 1980, pp. 91-128.

19 Moreno Toscano, 1972, p. 211.

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ESPACIO ECON?MICO E INDUSTRIA TEXTIL 541 bilitamiento de la econom?a campesina, en segundo lugar, como

consecuencia del primero, la expulsi?n de mano de obra a las ciudades m?s importantes de la regi?n, fundamentalmente

a Puebla. Esto produjo un elevado nivel de concentraci?n de personas salidas del campo o de ciudades menores en busca de sustento y trabajo que encontrar?an en torno a la industria textil. En el conjunto regional, la distribuci?n de telares puede

darnos una idea m?s exacta sobre la jerarqu?a textil de cada centro o regi?n.

Cuadro 2 Telares de lana y algod?n existentes en la regi?n centro-sur, 1793

Ciudades Telares Lana Telares Algod?n Total Puebla ? 1 177 1 177

Tlaxcala 190 950 1 140

Tepeaca 290 630 920

Texcoco Cholula Zacatl?n ? 97 Atlixco ? 60

? 398 398 ? 200 200 97 60

Total 480 3 512 3 992 Fuente: AGNM, Alcabalas, 37; DERNE I, 1973, p. 43.

En algunos pueblos de la regi?n no s?lo la agricultu encontraba maltrecha durante los primeros a?os de la

de los noventa, o quiz?s desde antes. Las informaciones so industria textil insisten en una crisis, sobre todo para Hu

zingo, Tlaxcala y Cholula. En la primera de las ciudade das, el cura del pueblo intentaba ayudar a su recuperac algunos fondos que le permitieran aliviar en parte su d industria.20 En Tlaxcala ocurr?a lo mismo,21 agravado 20 Florescano, 1981, il, p. 525.

21 Medina Rubio, 1974, pp. 320-321.

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baja del n?mero de telares que, seg?n Vicente Domingo Lom~ bardini, pas? aproximadamente de 4 mil hacia 1780, a 1140 en 1793.22 En Cholula la crisis fue m?s acentuada. Seg?n Manuel de Flon, de 100 telares para tejer g?neros de lana que exist?an a mediados del siglo xvni, al finalizar la centuria (1790) no quedaban m?s que dos. Los telares para algod?n, apenas se manten?an, mientras se informaba, que los "diestros

en el oficio de hilar algod?n. .. permanecen desempleados por falta de 'auxilios' ",23 Este deterioro de la econom?a local em

pujaba a la poblaci?n a buscar refugio en Puebla, dejando las casas abandonadas, llenas de goteras, cuando no en ruinas.24 Atlixco segu?a la misma suerte. La dependencia se hab?a acen tuado con la absorci?n de la comercializaci?n de sus produc tos por parte de Puebla. Muchas de las propiedades rurales se encontraban hipotecadas, al tiempo que la imagen de la ciudad presentaba rasgos de deterioro.25

La dependencia que en lo agr?cola parece haber mante nido Atlixco con respecto a Puebla, la sufri? Tlaxcala en el sector textil. De aqu? sal?an los tejidos rumbo a la gran ciudad

comercial donde un comerciante local realizaba los env?os a su destino final.26 Es evidente que los comerciantes espa?oles de Tlaxcala por una u otra raz?n se ve?an obligados a depen der del comerciante poblano, ya fuera porque la direcci?n del camino real exig?a este paso o ya porque exist?a una depen dencia econ?mica directa. Esta ?ltima cuesti?n plantea el pro blema de si realmente los comerciantes de Puebla eran simples

comisionistas o si interven?an con sus cr?ditos en la produc ci?n textil de Tlaxcala por medio de la subordinaci?n de co merciantes menores. En lo que se refiere a Tepeaca, desconocemos la influencia que sobre ?sta pudo tener Puebla, aunque creemos que los efectos agr?colas, unidos a los producidos por la presi?n fiscal, 2- AGET, Leg. 1, 1793, s.n.f. 23 Flon, 1955, p. vin. -* Moreno Toscano, 1972, p. 201. 25 Moreno Toscano, 1972, p. 199. 2? AGET, Leg. 1, 1782, s.n.f.

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ESPACIO ECON?MICO E INDUSTRIA TEXTIL 543 debieron producir tambi?n un movimiento poblacional e? toda

o en parte de la jurisdicci?n. Por ejemplo en Acazingo, seg?n varios informantes, el cobro de la alcabala exigido en 1782 a

los trabajadores ?que en el caso de Tlaxcala y Puebla esta ban exentos? los oblig? a abandonar su suelo para trasla

darse a los arrabales de la segunda ciudad y evitar con esto el pago de la contribuci?n fiscal.27 As?, el movimiento circular en torno a Puebla que carac teriz? a Tepeaca, Tlaxcala, Cholula, Huejotzingo, Atlixco, etc., contribuy? para la conformaci?n de centros textiles interdepen dientes distintos a los de El Baj?o. La explicaci?n puede en contrarse en el monopolio y control absoluto del algod?n por parte de los comerciantes poblanos. Este hecho los colocaba en condiciones de superioridad frente a los comerciantes de las ciudades y pueblos subsidiarios, lo que a la postre desem boc? en el control de la producci?n textil regional. Esto ex plicar?a tambi?n por qu? los tejidos de las ciudades peque?as se concentraban necesariamente en Puebla antes de su distri buci?n en el mercado interno. Esta situaci?n era distinta en la regi?n centro-norte donde si bien el comerciante controlaba la

producci?n algodonera, no lo hac?a a trav?s de la estructura planteada por el comerciante poblano en la cual ?l era el centro

y los llamados "correspondientes" de otras ciudades sus sat? lites. El comerciante algodonero de aquella regi?n actuaba aut?nomamente en cada localidad, y aunque exist?a una red

bien entretejida de intercambios en toda la regi?n, cada centro

ocupaba un lugar determinado en la divisi?n del trabajo, sin que unos centros dependieran de otros. Esta situaci?n se ve?a reforzada, adem?s por la estabilidad de la econom?a campesina.

Otra caracter?stica fundamental que diferenciaba a la re gi?n de Puebla y sus sat?lites de la regi?n centro-norte, era la escasa presencia de obrajes, ya que en 1801 apenas si exis t?an dos en Puebla y dos en Santa Ana Chiautempam, receptor?a

de Tlaxcala, que al parecer llenaban las necesidades de tejidos anchos de lana de la regi?n. Los angostos, en cambio, se tra 27 AGET, Leg. 1, 1782, s.n.f.

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bajaban en contados talleres artesanales o por medio de teje dores dom?sticos, cuyos telares, en el conjunto general, apenas

significaban 12.02% de los 3 992 existentes en 1793, mien tras que los de algod?n llegaban a 87.97%. Esta proporci?n est? lejos de la establecida para la regi?n centro-norte, donde el equilibrio entre telares de lana y algod?n es evidente. Esta situaci?n puede significar la extensi?n del mercado de los teji dos de algod?n que desplazaba al de la lana, as? como el en sanchamiento de la esfera mercantil a trav?s de la expansi?n

del sistema dom?stico y a domicilio. Finalmente, la diferencia sustancial entre la regi?n centro

norte y la centro-sur se expresa m?s claramente en la orga nizaci?n del trabajo. Mientras la primera se caracteriza funda mentalmente por la organizaci?n libre del trabajo del tejedor o por la existencia de obrajes, la segunda ve renacer y multi plicarse la organizaci?n gremial algodonera. En casi todas las ciudades exist?an gremios de tejedores que actuaban en com binaci?n con otras formas de organizaci?n, como la dom?stica y a domicilio, a costa de la obrajera. Sin desconocer estas notables diferencias regionales, existe un espacio intermedio que engloba y sintetiza a estas variadas expresiones de organizaci?n textil. Este punto est? represen tado por la ciudad de M?xico, donde coexisten tanto las for mas artesanales, el trabajo dom?stico y a domicilio como la organizaci?n obrajera. Esta combinaci?n de formas de pro ducci?n textil estaba perfectamente estructurada por el sector mercantil, que al finalizar el siglo permiti? el nacimiento de un nuevo tipo de organizaci?n productiva que podr?a consi derarse como el camino hacia la f?brica y el punto de desarro llo m?s alto al que lleg? la industria novohispana, e hispano americana en general, en el periodo colonial. Esta innovaci?n resulta de la instalaci?n de las f?bricas de pintados de india nillas que fueron muy diferentes de los sistemas de trabajo tradicionales (obrajero especialmente), y cuyas caracter?sticas semejaban al tipo industrial catal?n o franc?s de esos mismos a?os. As?, la ciudad de M?xico representa la s?ntesis de las dos regiones analizadas, la centro-norte y centro-sur, hasta cons This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 04:49:44 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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tituirse en el polo de atracci?n de la poblaci?n que en la primera d?cada del siglo xix migraba de Puebla, Cholula, Tlaxcala, o la que sal?a de Quer?taro, San Miguel, Texcoco, Celaya, Tulancingo, para engrosar los barrios marginales de la ciudad. Los padrones de polic?a de 1811 hacen evidente esta situaci?n.28

Hay que destacar que, a trav?s de la circulaci?n de mer canc?as, a este movimiento textil se integran dos centros impor

tantes: Guadalajara en el centro-oeste y Oaxaca en el sur. La primera s?lo al caer el siglo surge como centro de envergadura

en la producci?n de tejidos. En 1799 cuenta ya con 1 030

telares y 7 236 personas ocupadas,29 cifra que incrementar? hasta llegar a las 20 000 30 a principios de siglo, en una mues tra de expansi?n violenta que alcanzar? dimensiones s?lo com parables con la poblana. A pesar de su aparente aislamiento, el mercado de su producci?n textil estuvo situado tambi?n en los centros mineros 31 y en Tierra Adentro o "confinantes". Oaxaca, en cambio, recib?a el hilado que le llegaba de Villa Alta adem?s del que se produc?a en el propio suelo. El aumen to en el n?mero de telares tambi?n fue r?pido, desde 350 que se contaban en 1793 hasta 800 al caer el siglo. Es posible que este incremento haya sido una respuesta a la baja que parece haber sufrido la producci?n de Villa Alta al suprimirse los repartimientos. En cuanto a su constituci?n como centro aut? nomo de producci?n, tal vez sea necesario matizar el t?rmino, ya que es casi seguro que buena parte del sector mercantil que articulaba al tejedor dom?stico o al artesano oaxaque?o, mantuviese una estrecha relaci?n con los grandes comerciantes de M?xico o de Puebla, que previamente se hab?an establecido en torno a la producci?n del algod?n, fundamental en la eco nom?a del sur de la Nueva Espa?a. 28 AGNM, Padrones, 54-77'; Moreno Toscano y Aguirre, 1974,

p. 18.

29 AGNM, Historia, 122, exp. 2.

so Abascal y Sousa, DERNE III, 1976b, p. 131. si Abascal y Sousa, DERNE III, 1976b, pp. 123-124.

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MANUEL MI?O GRIJALVA IV. EL PROBLEMA DE LA CIRCULACI?N TEXTIL

La estructura espacial de la producci?n textil queda cla ramente definida en la interrelaci?n constante entre centros productores de materia prima y aquellos encargados de su transformaci?n. Los primeros estuvieron situados principal mente en las regiones norte y sur de la Nueva Espa?a (sin desconocer la producci?n de algod?n proveniente de las tierras

bajas de Michoac?n o la de lana de Dolores, San Luis de la Paz, etc.), y los segundos ubicados en la parte central del reino ?Guadalajara, El Baj?o, M?xico y la regi?n de Puebla Tlaxcala?, cuya funci?n era la transformaci?n y manufac tura del algod?n o lana que les llegaba. Desde los centros de producci?n, los tejidos sal?an y se dispersaban por el espacio econ?mico a trav?s de un doble movimiento: el primero ten?a caracter?sticas regionales y abastec?a a los peones de las ha ciendas, pobladores pobres de las ciudades, y en el caso de los obrajes de Quer?taro, al cuerpo de milicianos de la ciudad o de Celaya. Estos sectores sociales aseguraban el consumo de una buena parte de la producci?n. En segundo lugar, la realizaci?n de la mercanc?a exig?a un movimiento hacia afuera del espacio transformador o productor de tejidos, movimiento

que abarcaba casi todo el espacio econ?mico. Para que este doble movimiento pudiera llevarse a cabo, debemos asumir el hecho de que la estructura del espacio eco n?mico est? formada por una compleja red regional o por zonas, que requiere para su articulaci?n no s?lo de un inter cambio continuo, determinado por el grado de especializaci?n del trabajo, sino tambi?n de la existencia de un sector eco n?mico que, adem?s de posibilitar el movimiento al interior del espacio, asegure y sostenga los intercambios con el exte rior. Este estaba constituido por el sector minero y sus grandes

necesidades que se satisfac?an a trav?s de un abastecimiento "casi perfecto". De esta manera se creaban zonas y regiones especializadas, encargadas de suministrar los medios de vida y medios de producci?n que exig?a el sector minero, lo cual determinaba "la formaci?n de un vasto espacio econ?mico, de

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ESPACIO ECON?MICO E INDUSTRIA TEXTIL 547 un conjunto de regiones integradas por la divisi?n geogr?fica del trabajo y la consecuente circulaci?n mercantil".32 Esta situaci?n fue comprobada por Lucas Alam?n, quien al refle xionar sobre la econom?a anterior a 1810, daba testimonio de una "prosperidad general" que fue la consecuencia del "feliz

enlace" de todos los sectores econ?micos entre s? y cuya base era el sector minero: La miner?a proporcionaba consumos, y ?stos daban vida no s?lo a la agricultura de las provincias pr?ximas a las minas, sino tambi?n a la industria de las m?s remotas, y ?sta a su vez consum?a los frutos de la agricultura, que transformados en tejidos, se esparc?an por todo el pa?s, dando ocupaci?n a gran n?mero de individuos.33

Este hecho significaba que al constituirse la miner?a en el eje articulador de la econom?a colonial, "su reproducci?n esta ba ligada a un movimiento anual de distribuci?n y circulaci?n de plata de gran amplitud espacial a escala interna", a trav?s del cambio de medios de vida y de producci?n que se origina

ban en los otros espacios econ?micos y que en el mercado minero se cambiaban por dinero.34 Es cierto, sin embargo, que en las ?ltimas d?cadas del per?odo colonial se generaliz? el pago de las transacciones comerciales en libranzas, pero esta situaci?n no era m?s que una expresi?n del control de la plata

ejercido por los grandes comerciantes, quienes a su vez la empleaban en el pago de las mercanc?as importadas. El con trol y monopolio por parte de los grandes comerciantes de la mercanc?a dinero, no implicaba una desarticulaci?n ni inte rrupci?n de la circulaci?n de la producci?n por el espacio econ?mico. Esta situaci?n era fruto de la racionalidad propia del sistema dada la gran variedad de sectores econ?micos que manipulaba el comerciante. As?, la circulaci?n de la mercanc?a dinero se expand?a a trav?s de la realizaci?n de la producci?n 32 ASSADOURIAN, s/f.

33 Alam?n, 1947, il, p. 36.

34 ASSADOURIAN, s/f.

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en los centros mineros y se contra?a al final del ciclo anual para dar paso a la "expulsi?n hacia afuera de la plata". Cuan do el tr?fico transatl?ntico se interrump?a, el grado de expan

si?n al interior del espacio era mucho m?s din?mico. La plata volv?a a circular por todos los sectores econ?micos haciendo posible que los comerciantes "pobres y medianos",35 adem?s de los ricos, no s?lo intervinieran y aceleraran el proceso de circulaci?n, sino tambi?n el proceso productivo interno. Este hecho fue claro en el caso del trabajo textil. As?, la producci?n textil formaba parte de un amplio cir cuito que articulaba las zonas agrarias, mineras y manufactu reras en general con los mismos centros urbanos, todos ?stos grandes consumidores de tejidos ordinarios. La circulaci?n de tejidos por el espacio econ?mico novohispano fue mucho m?s amplia y din?mica de lo que se piensa generalmente. El Baj?o, por ejemplo, surt?a a los mercados del norte, como Coahuila.36

Las dilatadas provincias de Durango y Sonora estaban inte gradas al circuito de la producci?n textil de Puebla, Quer?taro,

San Miguel y Ac?mbaro. La producci?n de esta ?ltima locali dad, recorr?a desde Colima hasta San Luis Potos?, siguiendo la red trazada por Valladolid, Zamora, Le?n, Guanajuato, etc. Esta expansi?n sobrepasaba las fronteras regionales hasta inte grarse con los mercados de Tierra Adentro y M?xico.37 En esta ?ltima ciudad, el caso de Francisco de Iglesias resulta ilustrativo por el monopolio que el gran comerciante ejerc?a sobre la producci?n de tejidos no acabados provenientes del sector artesanal, dom?stico y a domicilio e, incluso, de los que

llegaban de China. Todos estos, una vez pintados, eran envia dos a Tierra Adentro.38 El destino de la producci?n poblana segu?a fundamentalmente la misma ruta del norte e incluso abastec?a regiones como la del centro-oeste, en particular Gua 35 Brading, 1970, p. 311; L?pez Cancelada, 1975, h, pp. 109-110.

3? Ramos Arizpe, 1976, DERNE II, p. 174; Wolf, 1972, p. 73; Moreno Toscano y Florescano, 1977, p. 19; Morfi, 1958, p. 343. 37 Relaciones Estad?sticas de Nueva Espa?a, 1944, pp. 96, 137; Humboldt, 1966, p. 467; AGNM, Alcabalas, 51, exp. 6, f. 2v. 38 AAA, Contercio e Industria, 522, exp. 1, s/f.

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ESPACIO ECON?MICO E INDUSTRIA TEXTIL 549 dalajara, a cuyo mercado concurr?an tambi?n los tejidos de Tlaxcala, M?xico y Quer?taro.39 Guadalajara, seg?n las in formaciones de Abascal, participaba directamente en el inter cambio interregional y regional de g?neros de lana y algod?n "para el consumo interior de ella y su surtimiento en parte de las confinantes".40

Por otra parte, el papel articulador de la miner?a est? cla ramente de manifiesto en las informaciones sobre el destino

que sigui? la producci?n textil de Tepeaca, Tlaxcala u otros pueblos de la regi?n. En el caso de Tlaxcala, el gran comer ciante de Puebla recog?a la producci?n de tejidos ?mantas ordinarias, por lo general? en calidad de escala, para luego enviarlos a sus respectivos lugares de destino, situados princi palmente en los centros mineros. Por ejemplo, en 1782, de acuerdo al parte de las gu?as de aduanas, los tejidos sal?an rumbo a Zacatecas, Fresnillo, Bola?os, Parral, San Luis Po tos?, Temascaltepec, Taxco, etc.41 Por su lado el comerciante poblano aparece m?s como un intermediario ??comisionis ta? ?que como propietario de la producci?n. Seguramente era ?ste el que establec?a las conexiones con el centro consu midor y proporcionaba un mercado seguro a los productores de los pueblos de la regi?n y a los de la misma ciudad de

Puebla.

A partir de la comprobaci?n de esta realidad, subrayamos en que la idea de una circulaci?n restringida de la producci?n textil no tiene validez hist?rica. Nuevos hallazgos documentales

ponen en evidencia un din?mico intercambio comercial que se extend?a no s?lo regionalmente, sino a trav?s de todo el espacio econ?mico de Nueva Espa?a. En 1949 Robert West hab?a mostrado ya el amplio radio de circulaci?n de la pro ducci?n textil que alcanzaba Nuevo M?xico despu?s de pasar por las lejanas minas de Parral.42 De la misma manera Hadley ahora pone de relieve c?mo los g?neros textiles llegaban hasta 39 Abascal y Sousa, DERNE m, 1976b, p. 121. 4? Abascal y Sousa, DERNE TU, 1976b, p. 129. 4* AGET, Leg. 1, 1782, s.n.f. 42 West, 1949, p. 78. This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 04:49:44 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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el :centro minero de Santa Eulalia.4Y Este dinamismo romp con; lis esquemas de una producci6n destinada unicamente para-el consumio de la region productora y con los estrecho limites que-: intenta encuadrar a la producci6n textil en u mode!o de '"economia natural".

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SECUESTRO POR INFIDENCIA 1863-1867 Jan Bazant El Colegio de M?xico Es com?n que en las guerras y las revoluciones se lleguen a confiscar los bienes enemigos, sea por motivos fiscales o po l?ticos. M?xico no forma una excepci?n de esta regla. Durante la guerra de independencia los insurgentes quitaban a los espa

?oles sus bienes para aplicarlos a los gastos militares y al mis mo tiempo para castigarlos.

En los mismos motivos se bas? el decreto del 2 de sep tiembre de 1829, promulgado cuando conclu?a la invasi?n espa?ola acaudillada por el brigadier Isidro Barradas: se orde n? que el gobierno federal ocupara toda clase de propiedades que tuvieran en M?xico las personas residentes en los pa?ses enemigos, una mitad de las rentas de los espa?oles que se hallaban fuera del pa?s y un tercio de las rentas del descen diente del conquistador, el duque de Monteleone.1 La medida era temporal; el gobierno no pensaba venderlas sino adminis trarlas para proporcionarse recursos. Este decreto fue derogado

el 15 de febrero de 1831. El gobierno emanado de la revoluci?n liberal de 1833 no se atrevi? a tocar los bienes de la iglesia; se limit? a naciona lizar los bienes del indefenso duque de Monteleone, o sea los del antiguo marquesado del Valle. Si bien los bienes fueron devueltos dos a?os despu?s, los descendientes de Cort?s, asus tados, decidieron venderlos y en el curso de varios a?os logra ron vender la mayor parte de ellos a bajo precio. Con esta "eutanasia", las propiedades originalmente del conquistador espa?ol pasaron a manos de los mexicanos.2 1 Dubl?n y Lozano, 1876-1912, vol. 2, pp. 154-155. V?anse las explicaciones sobre siglas y referencias al final de este art?culo.

2 Bazant, 1969, 1976.

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SECUESTRO POR INFIDENCIA

555

La victoriosa revoluci?n de Ayuda decret? el 9 de enero de 1856 la intervenci?n de los bienes del general Santa Anna.3

Menos de tres meses despu?s el presidente Comonfort incaut? los bienes eclesi?sticos en la di?cesis de Puebla, como respuesta a la sublevaci?n de Zacapoaxtla. Por ?ltimo, en la guerra entre los liberales y los conservadores, el gobierno liberal nacionaliz?

todos los bienes eclesi?sticos en la Rep?blica.4

El gobierno liberal complet? la nacionalizaci?n b?sica

mente en 1861. No se imagin? que pronto se ver?a obligado a proceder a la confiscaci?n de algunos bienes particulares. Ante

la intervenci?n extranjera el gobierno liberal mexicano tuvo que emplear todos los medios. "Con objeto de contener en cuanto fuese posible las defecciones que se comet?an por los sublevados y descontentos, que o se un?an abiertamente a la intervenci?n extranjera o le prestaban un auxilio indirecto, pero eficaz", cuenta Mat?as Romero en su Memoria de Ha cienda de 1870,5 el presidente Ju?rez expidi? el 25 de enero de 1862 la ley de infidencia en la que "impuso penas severas contra los mexicanos que cooperasen de alg?n modo a la inter venci?n extranjera". La infidencia o "colaboraci?n" ha sido bastante com?n en la historia mundial. Por ejemplo, los Esta dos Unidos de Norteam?rica tuvieron durante su guerra de independencia a los "Loyalistas", nacidos en la colonia pero partidarios de la Corona. Sus bienes fueron confiscados y 35 000 de ellos se embarcaron en 1783 en Nueva York rumbo a Canad? y las Indias Occidentales, entre ellos los antepasa dos de Edison.6

El gobierno nacional complet? la ley mencionada con el decreto del 29 de enero de 1863, que agreg? a las penas de prisi?n y oir?s el embargo de los bienes de los infidentes, que

3 Sus bienes pasaron en efecto a manos de otras personas, pero no se ha podido averiguar c?mo y cu?ndo. 4 Las diferentes fases de la confiscaci?n de la riqueza eclesi?stica han sido descritas por Bazant, 1977. 5 Memorias de Hacienda, 1870, p. 579. 6 JOSEPHSON, 1959, p. 4.

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se llamar?a despu?s "secuestro", y su venta por el gobierno.7 Impl?citamente el gobierno ya no tuvo la intenci?n de devol verlos despu?s de la guerra sino que ?como lo hab?a hecho en su lucha anterior con la iglesia? mediante su venta trat? de

crearse una base social nueva. El general Forey reaccion? con un decreto expedido casi cuatro meses despu?s el 21 de mayo, en Puebla, en el que orden? la confiscaci?n de los inmue

bles pertenecientes a los mexicanos que llevaran las armas contra la intervenci?n, sea en el ej?rcito regular o como guerri

lleros; en los casos menos graves los bienes ser?an requisados provisionalmente, con el fin de privar al gobierno republicano

de recursos.8 La pol?tica de Forey no le pareci? prudente a Napole?n ni.9 Bazaine, nombrado en lugar de Forey, derog? el 8 de octubre del mismo a?o el decreto de confiscaci?n men cionado y previno la devoluci?n de los bienes secuestrados hasta esa fecha.10 Despu?s de todo, Francia, con sus enormes recursos, no ten?a necesidad de aquellos; ademas, quer?a ga narse la buena voluntad de los mexicanos. Ante la superioridad del ej?rcito invasor el gobierno na cional tuvo que abandonar la capital de la Rep?blica el 31 de mayo. El gobierno que estableci? poco tiempo despu?s su capital provisional en San Luis Potos?, era ya mucho m?s pobre,

pero al mismo tiempo m?s decidido a resistir. Como dijo Ma t?as Romero, "la ley del 29 de enero de 1863 no fue suficien temente eficaz para impedir las defecciones que varios mexi canos comet?an, uni?ndose al invasor extranjero o cooperando con ?l de alguna otra manera. Por este motivo se crey? nece sario expedir nuevas medidas con prevenciones todav?a m?s generales y severas contra los infidentes".11 As? se expidi? la circular del 18 de julio y sobre todo la ley del 16 de agosto, que redefini? y ampli? el delito de infidencia y dispuso la confiscaci?n de los bienes pertenecientes a los infidentes. El 7 Dubl?n y Lozano, 1876-1912, vol. 9, pp. 367, 578, 636, 652.

8 Memorias de Hacienda, 1870, p. 587. 9 Bancroft, 1888, pp. 109-114. 10 Memorias de Hacienda, 1870, p. 615.

n Memorias de Hacienda, 1870, pp. 595-596.

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producto l?quido de los bienes confiscados se dividir?a en tres partes, el tesoro federal, los mutilados, viudas y hu?rfanos, y los que hubieran sufrido confiscaciones por parte de los inter

vencionistas. Seg?n Mat?as Romero, "la parte de la ley refe rente a la distribuci?n de productos de los bienes confiscados,

nunca lleg? a tener cumplimiento". Sin duda, las necesidades de la lucha armada eran de tal magnitud que se los apropi? el

ej?rcito. Las fincas r?sticas, de acuerdo con el art?culo 4, frac, ii de esta ley, se dividir?an en dos mitades: una se rematar?a al mejor postor, la segunda se repartir?a de preferencia entre los

luchadores por la independencia. Pero como dijo Romero, no se pudo cumplir con este reparto. Como se ver?, las propieda des fueron siempre o casi siempre vendidas; tales eran las ne cesidades fiscales. Entre los infidentes abundaban terratenientes

ricos; no faltaban compradores para esas fincas, sobre todo los comerciantes que abastec?an a cr?dito al ej?rcito republi cano; arriesgaban su capital y el gobierno los recompensaba aceptando despu?s sus cr?ditos como dinero efectivo y ven di?ndoles tierras con descuento de 33% por lo menos, tal como

lo hab?a hecho con los bienes de la iglesia. Ante el creciente empuje franc?s el gobierno nacional par ti? de San Luis Potos? en v?speras de la Navidad de 1863. Dos semanas y media despu?s lleg? a Saltillo, capital del Estado de Coahuila, a la entrada del latifundio S?nchez Navarro. Ori ginalmente del marquesado de Aguayo, esta propiedad territo rial, la m?s grande del pa?s, ten?a una superficie de por lo

menos ocho millones de hect?reas o sea ochenta mil kil?metros

cuadrados, una mitad del Estado.12 El marquesado estaba con denado a desaparecer desde que fue declarado en quiebra en

1818. En los a?os veinte lleg? a las manos de la casa ban

cada Baring Brothers de Londres. El sentimiento liberal-na cionalista de 1833-1834 hizo que la legislatura local decretara el 21 de febrero de 1834 la nacionalizaci?n de los bienes "per tenecientes al concurso de Aguayo"; en su art?culo 1, el de creto estipul? que todas las fincas "quedan por cuenta del Esta 12 Harris, 1975, pp. 166-174, 292-301.

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do"; en el art?culo 6, que las fincas se vender?an en fracciones, en cincuenta fracciones cada una; en el 7, que se recibir?an en pago cr?ditos; y seg?n los art?culos 14, 15 y 16 se dar?an tierras

para los poblados nuevos y los ya existentes.13 Fue un conato de reforma agraria que en aquel entonces se manifest? tam bi?n en otros Estados, por ejemplo, en el vecino Zacatecas. Pero la reacci?n santanista hizo que el decreto fuera declarado anticonstitucional el 21 de marzo de 1835. En esta situaci?n

el ex-marquesado fue adquirido en 1840 por los hermanos Carlos y Jacobo S?nchez Navarro. Pero desde el principio se vio que estaban contra la marea; la corriente antilatifundista iniciada por el decreto de 1834 se mostr? irreversible. Los S?nchez Navarro la combatieron de dos modos: en la pol?tica se aliaron a la reacci?n, sobre todo al ?ltimo gobierno de Santa Anna; en segundo lugar, vendieron porciones considerables de su latifundio a varios hacendados vecinos.

La revoluci?n de 1855 fue el principio del fin. Los S?nchez Navarro tuvieron un enemigo en el gobernador liberal de Nuevo

Le?n, Santiago Vidaurri. Al incorporar Coahuila a Nuevo Le?n en febrero de 1856, Vidaurri comenz? a extorsionarlos. En la capital de la rep?blica Carlos S?nchez Navarro apoy? en 1858 al gobierno conservador pero el Noreste qued? en las manos de Vidaurri. En la Guerra de Reforma, el adversario del gobierno liberal era la iglesia, pero en su manifiesto de julio de 1859 aquel ofreci?, aparte de la nacionalizaci?n de los bienes de la iglesia, tambi?n una subdivisi?n gradual de la propiedad terri torial; cumpli? a principios de 1861 con una ley para facilitar el fraccionamiento voluntario de las fincas r?sticas. Del frac

cionamiento voluntario al forzoso no hay m?s que un paso. En 1861 Vidaurri confisc? por un supuesto adeudo fiscal dos haciendas del ex-marquesado; S?nchez Navarro se defendi? donando, arrendando y vendiendo tierras a bajo precio. En 1862 Vidaurri todav?a se apoder? de otra hacienda. No era ex tra?o que los S?nchez Navarro se volvieran partidarios de la intervenci?n y del imperio. Era obvio que el secuestro ser?a i3 Dubl?n y Lozano, 1876-1912, vol. 3, p. 3.

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aplicado a sus bienes tan pronto como las circunstancias lo per

mitiesen.

Pero por lo pronto Ju?rez ten?a que seguir retrocediendo.

Para no abandonar el territorio nacional s?lo le quedaba la lejana Chihuahua. Y as? parti? a mediados de agosto de 1864. Atraves? hacia el Poniente las tierras de los S?nchez Navarro y lleg? a la planicie denominada La Laguna, propiedad de Leonardo Zuloaga, hacendado vasco y esposo de Luisa Ibarra, una criolla de origen vasco y parienta de los S?nchez Navarro.14 Zuloaga la hab?a comprado en sociedad con Juan Ignacio Jim? nez a S?nchez Navarro en 1848 por 80 000 pesos.15 Cuatro a?os despu?s los dos socios se dividieron la propiedad; al sumar sus fincas anteriores a las de su esposa y a la nueva adqui

sici?n, Zuloaga lleg? a integrar un enorme latifundio de cerca de un mill?n de hect?reas, casi todas ?ridas o des?r ticas. Esos latifundios, tan despoblados y tan cerca de la fron tera con los Estados Unidos, cuyos propietarios parec?an todos

simpatizar con el imperio, convencieron al gobierno republi

cano de la necesidad de repartirlos, de un modo u otro y cuan do se pudiera, entre los partidarios de la resistencia nacional. Para complementar la ley de infidencia del a?o anterior, cuyos beneficiarios por implicaci?n ser?an s?lo los mexicanos, Ju?rez

dispuso el 11 de agosto de 1864, poco antes de partir ? Chi huahua, que tambi?n los extranjeros que sirvieran en el ej?r cito republicano recibir?an hasta poco m?s de 400 hect?reas cada uno "para favorecer la divisi?n de la propiedad".16 En la situaci?n militarmente desesperada en que se hallaba el go 14 Es interesante la importancia de los vascos en este drama: los marqueses de Aguayo eran vascos o vasco-navarros de origen; tambi?n lo eran los S?nchez Navarro y Vidaurri. La presencia vasca se debe a que todo ese enorme tri?ngulo, Durango-Chihuahua-SaltiUo, se hab?a integrado a la Nueva Vizcaya, fundada y colonizada por un grupo de vascos.

15 Guerra, 1932, pp. 33, 42, 44-45.

16 Memorias de Hacienda, 1868, p. 627; los 50 norteamerican

alistados prefirieron a la postre el pago en efectivo.

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bierno republicano se trat? de atraer por ese medio a los aven tureros o idealistas de otros pa?ses.

Zuloaga ten?a una disputa con un poblado asentado en las tierras de su propiedad desde los 1830 y autonombrado Matamoros, situado a 120 kil?metros al poniente de Parras, y a unos 25 kil?metros al oriente de la futura ciudad de Torre?n.

El conflicto armado entre ellos estall? en 1862; como era de esperarse, Zuloaga se volvi? "imperialista" y los rancheros juaristas. Lo largo y penoso del viaje a trav?s del desierto hizo que en el gabinete presidencial se concibiera la idea de confiar

a esos campesinos fieles el archivo que hasta entonces hab?a seguido a las carrozas oficiales, empacado en cajas y cargado en once carretas tiradas por bueyes. Los bueyes son m?s fuer tes que los caballos pero tambi?n m?s lentos; en este momento el factor decisivo era la velocidad y entonces los rancheros de

Matamoros se comprometieron a esconder el archivo en la cercana Gruta de Tabaco por la duraci?n de la guerra. Esta parte del pacto se mantuvo en secreto. Como recompensa, Ju?rez dict? el 8 de septiembre de 1864 la resoluci?n siguiente: la poblaci?n de Matamoros del distrito de Parras se erigir?a en Villa, de acuerdo con la antigua legislaci?n virreinal, derogada

por Santa Anna en 1853, pero de nuevo en vigor desde 1856; "el gobierno del Estado determinar? lo conveniente al gobierno

pol?tico y municipal...". Las tierras no se mencionaron, pero era obvio que las tierras necesarias para hacer viable ese pue blo se tomar?an del latifundio de Zuloaga.17 El pueblo recibi?

despu?s 352 lotes de 113 hect?reas cada uno o sea casi 400 kil?metros cuadrados (40 000 hect?reas); se puede deducir que hab?a 352 cabezas de familia. Tambi?n se les dio agua de riego.18 Este caso de una reforma agraria juarista fue proba blemente el ?nico porque en todos los dem?s casos las tierras de los infidentes fueron vendidas, no concedidas a los campe sinos luchadores por la rep?blica. El gobierno cumpli? pero tambi?n los campesinos y el archivo fue despu?s devuelto a su " Tamayo, 1964-1970, vol. 9, pp. 347-367. i? Flores Tapia, 1977, p. 94.

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due?o leg?timo, aun cuando no personalmente a Ju?rez quien tomar?a de regreso de Chihuahua una ruta diferente. La Gruta

de Tabaco es hasta la fecha un lugar interesante para visitar. Ju?rez lleg? a la ciudad de Chihuahua el 12 de octubre de 1864 con la inquebrantable voluntad de resistir hasta el

final, pero sin dinero. Hasta el gobierno m?s modesto ?y

el de Ju?rez lo era, en comparaci?n con la corte de Maximi liano y otros gastos imperiales? necesita de fondos para se guir funcionando; y as? Ju?rez decret? nueve d?as despu?s de su llegada a la capital del estado un pr?stamo forzoso entre sus vecinos principales por $10 000 y luego otro por $100 000 para todo el estado.19 Era el modo acostumbrado de financia miento. Por fortuna, quedaban a?n algunos bienes de la igle sia, nacionalizados desde 1859, y ahora estaban a la disposi ci?n del gobierno los bienes secuestrados por infidencia. De estas fuentes se aliment? el fisco republicano en Chihuahua. Seg?n Guillermo Prieto, durante la permanencia del gobierno nacional en Chihuahua, "los pr?stamos, el cobro y la realiza ci?n de bienes confiscados, fueron los recursos de que vivi? el gobierno, teniendo que valuarse los sacrificios por la angus tia de las circunstancias".20

La confiscaci?n m?s importante hecha por el gobierno nacional en Chihuahua fue la de la hacienda de Enanillas, propiedad de Jos? Pablo Mart?nez del R?o, partidario del impe

rio. La finca le fue secuestrada en 1865. Adquirida despu?s

por Luis Terrazas, lleg? a formar parte de su latifundio de dos

millones de hect?reas. Al ser vendida en 1922 por los herede ros de Terrazas, la hacienda de Encinillas med?a 1.3 mill?n de acres o sea aproximadamente medio mill?n de hect?reas.21 La superficie confiscada en 1865 fue probablemente mucho mayor ?3 millones de hect?reas seg?n los datos disponibles? 19 Fuentes Mares, 1954, pp. 92-93. 20 Prieto, 1876, p. 737. 2i ANotDF, Notar?a No. 34 de Rafael Castilla Castillo, 18 de noviembre y 1<? de diciembre de 1822, vol. 90; Beato, 1978, p. 93. Fuentes Mares, 1954, pp. 164-169.

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si se toma en cuenta que partes de ella fueron devueltas por Terrazas a fines del siglo a los herederos de Mart?nez del R?o.

De cualquier modo, la hacienda de Enanillas y anexas

era menor que el latifundio S?nchez Navarro. Ju?rez no lo perd?a de vista: as? escrib?a a Mariano Escobedo desde Chihua hua el 27 de marzo de 1865: "Ahora es la oportunidad de que se destruya el monopolio que esos hombres tienen de inmensos

terrenos con perjuicio de la agricultura y de los pueblos del Estado. Estos terrenos podr?n venderse a precios equitativos: y emplear sus productos en el mantenimiento de nuestras fuer zas o darse alg?n lote a nuestros jefes que con tanto constancia sostienen la causa nacional".22 Se ven con claridad los motivos

econ?mico, social, fiscal y pol?tico que Ju?rez ten?a en su mente. El fin lleg? el 22 de noviembre de 1865 cuando el gober nador y comandante militar del Estado de Coahuila, general Andr?s Vi?sca, declar? "dichos bienes e intereses como de la Naci?n"; asimismo declar? nulo todo "contrato de venta, tras paso o arrendamiento, que se haya celebrado con posteriori dad" a las leyes sobre infidencia, como tambi?n cualquier ope raci?n que en lo sucesivo se hiciera con los bienes de S?nchez Navarro.23 La anulaci?n de las ventas era importante en vista de que al ver cercana la confiscaci?n de sus bienes, los propie tarios hac?an ventas reales o simuladas, como lo hab?a hecho antes la iglesia. Carlos S?nchez Navarro hab?a intentado ven der su latifundio al gobierno imperial para repartirlo o venderlo

a los confederados derrotados pero ya no pudo realizar este proyecto a causa del deterioro de la situaci?n militar del impe rio. Medio a?o despu?s de la confiscaci?n, el gobierno central que se hallaba en aquel momento en Paso del Norte, facult? el 2 de junio de 1866 al general Viesca a vender los bienes se cuestrados.24 Ya de regreso de nuevo en Chihuahua, el go bierno nombr? el 6 de julio a Leonardo Villarreal agente de 22 Tamayo, 1964-1970, vol. 9, p. 762.

23 Cuevas, 1868, p. 7.

24 Aguirre Camporredondo, 1887, pp. 5-6.

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?secuestros y encargado de las ventas. Hubo tanto inter?s por adquirir terrenos secuestrados que ya un mes y medio despu?s, a fines de agosto, Viesca pudo informar desde Saltillo a Ju?rez

quien estaba a?n en Chihuahua, que "aqu? hemos vendido ya doce-quince sitios" de las propiedades de Carlos S?nchez Na varro, o sea entre doscientos y doscientos sesenta kil?metros cuadrados.25 Tanto Carlos como su hermano Jacobo hab?an sido funcionarios imperiales; su car?cter de infidentes seg?n la

definici?n contenida en la ley de 1863 estaba fuera de duda. Pero hab?a otros casos dudosos. El reglamento expedido por Ju?rez el 24 de octubre de 1866 26 dej? la decisi?n al gobierno central. En el archivo del ayuntamiento de Saltillo se han hallado m?s de una docena de ventas de diferentes porciones del ex latifundio de los a?os 1866-67, algunas de las cuales se resu men a continuaci?n. Leonardo Villarreal, jefe de la Agencia de Secuestros en la Villa de Patos, (hoy General Cepeda) la an tigua hacienda de Patos, 50 kil?metros al poniente de Saltillo, que hab?a sido el centro administrativo del latifundio, vendi? el 24 de septiembre de 1867 varios ranchos con superficie de ocho sitios de ganado mayor o sea 140 kil?metros cuadrados (con agua de riego) confiscados a Jacobo S?nchez N., al Lie. Eugenio M. Aguirre y a Miguel Arispe, en $21 000 pagados en la forma siguiente: 10 000 en efectivo, 3 000 en bonos de la deuda flotante del Estado y 8 000 en cr?ditos contra la antigua hacienda de Patos, ahora contra la naci?n. Aguirre era pro bablemente de la conocida familia de terratenientes locales; el comprador segundo, de la familia Arispe relacionada con los S?nchez Navarro. En la transacci?n siguiente, se vendi? en Patos a unos comerciantes de Saltillo el lote r?stico San Juan

de la Vaquer?a, de 15 sitios de agostadero y 0.84 sitio de tie rras de riego en $7 800, pasando por alto la solicitud de "varios

vecinos" para "que se aplicara al coronel Victoriano Cepeda (futuro gobernador del estado) en recompensa de sus servi 25 Tamayo, 1964-1970, vol. 11, pp. 261-262. 26 Tamayo, 1964-1970, vol. 9, p. 742.

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cios". Predominaron las necesidades fiscales.27 Como se ver?, m?s adelante, el secuestro por infidencia fue derogado por el gobierno federal en agosto de 1867 pero sigui? aplic?ndose unos meses, quiz?s un a?o m?s en Coahuila. A veces no se anularon las ventas hechas por S?nchez Na varro. As?, el 5 de enero de 1866 dos vecinos de Saltillo com praron al apoderado de Carlos S?nchez Navarro la hacienda de Santa Rosa, que formaba parte de Patos, en $40 000, que deb?an entregar en M?xico dentro de dos meses en "pesos fuertes de ?guila". Notas de 1875 al margen indican que la operaci?n no fue anulada.28

En el a?o de 1868 se protocolizaron en Saltillo varias

ventas de fracciones del latifundio S?nchez Navarro. Seg?n se puede deducir del texto, los interesados hab?an solicitado cier tas porciones antes de la derogaci?n de la ley del secuestro por infidencia y algunos entregado dinero a cuenta. As?, por ejem plo, el comerciante Francisco Garza Trevi?o, de Monterrey, solicit? la compra de la hacienda de Hermanas (30 sitios de agostadero) en $20 000, compensados por el cr?dito proce dente del contrato de armamentos celebrado con el gobierno en San Luis Potos?. El gobierno del estado la hab?a vendido entretanto a otras dos personas que ahora la devolver?an a cambio de una indemnizaci?n.29 Y siguen otras operaciones de compra-venta de fracciones de tama?o variable y de precio igualmente variable, pagadero en parte al contado y en parte a plazos; recuerdan mucho a las operaciones con los bienes ecle si?sticos nacionalizados.30 Seg?n el folleto escrito en defensa de los S?nchez Navarro, "algunas fincas han sido vendidas en un valor menor que el de sus simples f?bricas materiales: otras por lo que produc?an de renta anualmente, es decir, lo 27 tarios, 28 29

29-30.

AAS, Registro de escrituras de compra-venta otorgadas por no ff. 74-75, 79-80. AAS, Protocolo de Domingo V. Mej?a, Libro de 1866, f. 14 AAS, Protocolo de Domingo V. Mej?a, Libro de 1866, ff. 20.21,

30 AAS, Protocolo de Domingo V. Mej?a, Libro de 1866, ff. 60-61, 112-121, 123-124, 165-166, 175-176, 189-190; Libro de 1869, ff. 6, 33.

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que rend?an en un solo a?o. Muchas en la d?cima parte de su valor, y quiz?s no hay una sola, vendida ni en la mitad siquiera

de su verdadero precio. Ser?a una temeridad tal vez asegurar lo. .. pero quiz?s no hay una sola en la que puntualmente se hayan observado las leyes de confiscaciones... Lo que si puede asegurarse con m?s firmes fundamentos es que parte de las enajenaciones se han verificado despu?s de que el Gobierno General mand? suspenderlas, en ?rdenes que el de Coahuila eludi? obedecer. . ." 31 El cuadro de la p?gina siguiente permite

examinar la veracidad de algunas de estas aseveraciones. En esta peque?a muestra de nueve compraventas, (hay m?s casos en el Archivo del Ayuntamiento de Saltillo pero no todos indican la superficie) un sitio de ganado o sea 1 756 hect?reas

se vendi? en promedio de 500 pesos aproximadamente; un precio que hoy parece baj?simo pero hay que tomar en cuenta que las fracciones vendidas eran muy grandes, casi todas de agostadero, pastizal ?rido, con pocas tierras de labor. La mues tra no incluye un solo caso de venta de haciendas o tierras buenas que el latifundio S?nchez Navarro tambi?n ten?a; pero se puede decir que la mayor parte del latifundio consist?a de agostaderos semi-des?rticos. El precio de 500 pesos por un sitio no es bajo si se compara con el indicado en el "Inventario de los bienes existentes de los confiscados al S. S?nchez Nava rro", documento de dos hojas sin fecha que contiene un aval?o

de diez haciendas y ranchos en el distrito de Monclova.82 El documento se?ala tambi?n el valor de las construcciones y tierras de labor sin indicaci?n de superficie, con su agua de riego ?toma de agua a tantos pesos por d?a? pero aqu? inte resa s?lo el agostadero. Bien, el agostadero de las fincas suma 167 sitios (un sitio en el lejano Norte significa siempre un sitio

de ganado mayor, m?s del doble que un sitio de ganado me nor) o sea cerca de 3 000 kil?metros cuadrados, con el valor total de $50 400, aproximadamente $300 por sitio en prome dio. Se ignora en qu? circunstancias se hizo el aval?o pero de 31 Cuevas, 1868, p. 10.

32 CEHM, Fondo 2o. Imperio, xxxvi, Carp. 2-2, Doc. 132.

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comprador

comerciante

abogado

Ocupaci?n del

(cr?ditos)

no se indic?

no se indic?

comerciante

no se indic?

militar

1500 20 000 11000

abogado

funcionario (?)

600 1 800

nose indic? se indic? 873 4 052 2 248 -

1 380 4 920

10 000 -

no

1620

17.56 km2) $ contado plazos papeles 2 300 -

Venta de terrenos r?sticos confiscados a S?nchez Navarro

2 300 pago 20 000 21000 de ficie en Precio de Condiciones

3 5002 493 2 400

7 800

sitios venta en en $

37 2.5 14.5

30

8

69

1614

Ubicaci?n en

el Edo. de

Coahuila

Ramos Arispe

(Gral. Cepeda)

(Gral. Cepeda) Patos

2 300 6 300

Monclova Monclova Entre Mon

dras Negras

clova y Pie

*68 200

137

(2 406 km2)

Fuente: Archivo del Ayuntamiento de Saltillo.

mite con S.L.P. (Gral. Cepeda) Cerca del l?

Monclova

Patos

Totales

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cualquier modo la afirmaci?n del defensor de S?nchez Navarro

de que las tierras se vendieron a una peque?a fracci?n de su valor, parece exagerada. Esto se puede comprobar si el precio de 500 pesos por sitio se compara con el que se deduce del valor total de la propiedad r?stica en 1869 en el Estado de Coahuila, reproducido en la Memoria de Hacienda de 1870.33 Su valor eran $4 254 431. Al dividirlo entre la superficie del estado, resulta que un kil?metro cuadrado val?a cerca de 26 pesos. Seg?n la Memoria de Hacienda, el valor real era apro ximadamente 50% m?s o sea casi 40 pesos. Si el importe total de las ventas registradas en Saltillo, $68 200, se divide entre la

superficie vendida en kil?metros cuadrados, resulta el precio de $28.50 por kil?metro cuadrado en promedio, menor que el real pero no insignificante. Exagerada parece tambi?n la afirmaci?n del folleto de que "las enajenaciones se verificaron exhibiendo los adquirentes una parte del precio, peque??sima en numerario y en cr?ditos las restantes. La mayor parte de las ventas se verificaron a plazo y sin exhibici?n en efectivo. . .". Pero no hay que olvidar que la muestra incluida en este art?culo es muy peque?a pues abarca s?lo 2 400 kil?metros cuadrados, una trig?sima parte a lo sumo del latifundio confiscado de 80 000 kil?metros cua

drados. Se ha dicho que su mayor parte fue vendida por el gobierno,34 pero en realidad se ignora la superficie vendida y la despu?s devuelta por el gobierno a los S?nchez Navarro y ven

dida por ellos.

De todos modos, la fortuna de los S?nchez Navarro merm?,

pues al ser confiscados o como se dec?a, secuestrados, sus bienes, las tropas republicanas invadieron todo el latifundio tan pronto como lo permiti? la situaci?n militar y se apodera

ron de los ganados.35 Huelga decir que fueron destruidas o perjudicadas muchas construcciones. En verdad, la ley no hac?a

distinci?n entre los inmuebles y los bienes muebles como los 33 Cuadro de valores por Estados, p. 995. 3* Harris, 1975, pp. 308-309. 35 Cuevas, 1968, passim; Harris, 1975, pp. 301-302.

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JAN BAZANT

ganados (a diferencia de la reforma agraria del siglo xx, que expropi? s?lo tierras); todos los bienes de los infidentes ca?an dentro del secuestro, a semejanza de todos los bienes de la iglesia. El bajo precio al que se vendieron muchas fracciones o tal vez haciendas enteras del latifundio podr?a explicarse por la desaparici?n de los ganados.

Despu?s de S?nchez Navarro, le toc? el secuestro al lati fundio vecino de Zuloaga. El due?o muri? en 1865 de modo que su viuda tuvo que encarar la confiscaci?n.36 Hasta ahora, las v?ctimas fueron los grandes terratenientes.

Los due?os de latifundios eran partidarios naturales de la mo narqu?a y la iglesia, instituciones m?s adecuadas para ayudarles en la tarea dif?cil de conservar su propiedad. Por la tradici?n virreinal y por la situaci?n, los due?os de latifundios se sent?an arist?cratas, nobles sin t?tulo, pues en M?xico la nobleza titu lada era num?ricamente insignificante, y por tanto, se inclina ban a simpatizar con el imperio de Maximiliano. Pero no todos los infidentes ricos (a los infidentes pobres

no se les pod?a secuestrar nada) eran latifundistas. Uno de ellos era Santiago Vidaurri al que se mencion? como extor sionador de S?nchez Navarro. Los familiares de Vidaurri, los V?zquez Borrego, hab?an sido arruinados por los S?nchez Na varro.37 He aqu? la ra?z del liberalismo extremista de Vidaurri. Pero su car?cter y las circunstancias hicieron imposible un en tendimiento entre ?l y los liberales puros, intelectuales de poco sentido pr?ctico, que gobernaban en el centro de la Rep?blica.

Vidaurri era no s?lo pol?tico sino hombre de negocios; su hija estaba casada con el comerciante y hombre de empresa Patricio

Milmo.

Vidaurri ambicionaba dominar pol?ticamente toda la re gi?n en la que ejerc?a, con su yerno, el comercio: estados de Ta

maulipas, Coahuila y fracciones de Zacatecas, San Luis Potos? y Durango. Como un paso hacia la realizaci?n de este proyecto incorpor? a principios de 1856 Coahuila a Nuevo Le?n. Era 3? Guerra, 1932, p. 304. 37 Harris, 1975, p. 174.

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obvio que el gobierno central no pod?a tolerar a la larga ese intento. Sin recursos, Ju?rez decidi? atacar el problema de frente. Un mes y medio despu?s de su llegada a Saltillo el 26 de febrero de 1864, Ju?rez decret? que "el Estado de Coa huila resume su car?cter de libre y soberano". Una semana despu?s declar? que Vidaurri hab?a cometido actos de trai ci?n.38 Vidaurri era "infidente". En consecuencia, en su ?ltima estancia pasajera en Monterrey, el gobierno de Ju?rez confisc?

a su yerno "imperiales de manta", que al ser rematadas, pro dujeron $22 904 cantidad que Milmo deb?a al fisco.39 Ju?rez

aplic? a Vidaurri el m?todo aplicado antes por Vidaurri a

S?nchez Navarro. Al ver que Ju?rez se negaba a concederle lo que quer?a, Vidaurri cambi? de bando. No pod?a esperar que se lo concediera el imperio pero el imperio lo pod?a compensar con un t?tulo honor?fico. . .

Vidaurri nunca logr? que S?nchez Navarro le devolviera parte de las tierras en su opini?n usurpadas a sus familiares por los S?nchez Navarro. Tuvo que contentarse con ser propie tario, con su yerno, de la hacienda de Mesa de Cartujanos, cerca de Villa Candela, en los l?mites de Coahuila y Nuevo Le?n y tambi?n cerca de l?mites con el latifundio S?nchez Na varro. La propiedad estaba dividida en dos mitades y fue secues

trada en su totalidad por el gobierno republicano. La mitad de Vidaurri fue arrendada despu?s a Milmo y la mitad de Milmo le fue devuelta tres a?os m?s tarde, "aunque con sensi bles p?rdidas de ganado y otros efectos".40

Como se ha indicado varias veces, la pol?tica del gobierno cambi? despu?s de la guerra victoriosa contra la intervenci?n.

El Presidente regres? a la capital de la rep?blica el 15 de julio de 1867 y el mismo d?a expidi? un manifiesto que sirvi? de pauta para el futuro. "No ha querido ni ha debido antes el gobierno", dijo Ju?rez en el quinto p?rrafo, "y menos debiera

en la hora del triunfo completo de la Rep?blica, dejarse ins 38 Dubl?n y Lozano, 1876-1912, vol. 9, pp. 673, 675-679. 39 Memorias de Hacienda, 1870, p. 625.

40 Cerruti, 1978, pp. 242, 253.

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pirar por ning?n sentimiento de pasi?n contra los que lo han combatido. Su deber ha sido y es, pesar las exigencias de la justicia con todas las consideraciones de la benignidad. La templanza de su conducta en todos los lugares donde ha resi dido, ha demostrado su deseo de moderar en lo posible el rigor de la justicia, conciliando la indulgencia con el estrecho deber de

que se apliquen las leyes, en lo que sea indispensable para

afianzar la paz y el porvenir de la naci?n".41 Ju?rez habl? de conciliar la justicia, esto es las leyes, con la benignidad y la indulgencia. Obviamente se refiri? a los decretos contra los infidentes. Ju?rez no los mencion? directamente; tampoco men

cion? la palabra "clemencia" pero era evidente que su mani fiesto conciliador conducir?a a la modificaci?n, suavizaci?n de la ley. En la ciudad de M?xico y los estados que acababan de ser liberados por el ej?rcito republicano, herv?an aun las pasio

nes; mucha gente clamaba la venganza. Por esto el presidente se expres? con suma cautela. La prensa no fue tan diplom?tica. As?, el Monitor Repu blicano declar?, el 3 de agosto de 1867, la ley del 13 de agosto de 1863 contraria a la Constituci?n de 1857 y pidi? su dero gaci?n por ser completamente injusta.42

Jos? Mar?a Iglesias, el nuevo secretario de Hacienda, ex

plic? medio a?o despu?s en su Memoria 43 el sentir del gobier

no: "restablecido el gobierno en la capital de la Rep?blica, es tim? que era llegada la oportunidad de proceder a la derogaci?n

de una ley de circunstancias, expedida ad terrorem". Llega da la paz, la ley y su consecuencia, secuestro por infidencia, eran obsoletos. As? se expidi? la ley del 12 de agosto de 1867, cuatro semanas despu?s de la llegada del Presidente.44 Seg?n sus art?culos 1 y 2, por obra de la clemencia y por v?a de indulto, la pena de confiscaci?n se conmutar?a en una multa impuesta por la Secretar?a de Hacienda. Los art?culos siguien tes tratan del procedimiento: como por ejemplo, los afectados 4i Vigil, s/f, v, p. 859.

42 Cit. en Bancroft, 1888, p. 350.

43 Memorias de Hacienda, 1868, pp. 49-53. 44 Dubl?n y Lozano, 1876-1912, vol. 10, pp. 42-43.

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deber?an presentarse dentro de 15 d?as. Seg?n el art. 7, los que no pagaran la multa se?alada dentro del t?rmino fijado, se les aplicar?a de nuevo la pena de confiscaci?n. Al expedirse esta ley, parte de las tierras de los infidentes estaba secues trada en espera de ser vendida al mejor postor. Ahora, al con mutarse la confiscaci?n en una multa, ?no significaba esto que

las tierras a?n no vendidas al p?blico deb?an ser devueltas al due?o original, esto es el infidente? La ley implica esta devo luci?n pero no la menciona expl?citamente. En la ley falta,

obviamente un art?culo que diga que a los que pagaran lai

multa se?alada dentro del t?rmino fijado, se les devolver?an? sus bienes secuestrados. Pienso que la omisi?n no fue casual. El gobierno no se atrevi? a hablar de la devoluci?n en vista de que algunas personas a?n esperaban obtener terrenos de los

secuestrados para s? o para otros. Por ejemplo, durante su ?ltima estancia en San Luis Potos?, ya de regreso a la ciudad de M?xico, Ju?rez recibi? por lo menos dos cartas con solici tudes de tierras de las confiscadas.45 Probablemente hubo mu

cho m?s solicitudes. La consecuencia natural de la ?alta de disposiciones precisas tuvo por consecuencia de que las propie dades confiscadas se quedaran m?s tiempo en poder del go bierno. Los infidentes que carec?an de dinero efectivo, pagaban la multa con parte de sus tierras. As?, la viuda de Zuloaga obtuvo la devoluci?n de sus bienes a fines de 1867 pero de la devoluci?n fueron exentas las tierras mencionadas de Matamo ros y unas fracciones m?s. Los perjuicios causados durante el tiempo de la ocupaci?n gubernamental fueron tales que la viuda, endeudada, comenz? a vender fracciones de su latifun dio y acab? por vender todo. De ah? naci? Torre?n y La Lagu na con sus pr?speras haciendas algodoneras.46 La se?ora P?rez G?lvez, de la nobleza virreinal, cedi? en febrero de 1868 una

parte de su latifundio Soledad, en Nuevo Le?n (no hab?a 45 Tamayo, 1964-1970, vol. 9, cartas de 1 y 5 de marzo de 1867,

pp. 790, 793.

46 Guerra, 1932, p. 304.

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sido parte del latifundio S?nchez Navarro), para librar a la otra de la confiscaci?n. La parte cedida, que llegaba f?cil mente a cien leguas cuadradas, o sea 1,760 km2, deb?a repar tirse seg?n el decreto correspondiente entre siete pueblos cercanos, tierras que se repartir?an entre campesinos indivi dualmente, un general y entre otros militares ameritados; otra parte se vender?a a diversas personas.47 Se ignora si se cumpli? con este reparto; tambi?n se ignora la superficie ori ginal de Soledad; pero parece obvio que la parte cedida como multa fue proporcionalmente grande. "Respecto de los grandes

culpables", inform? la Memoria de Hacienda de 1868, "se ob serv?. .. que la multa ascendiera a los cuatro novenos de sus

bienes".

Con respecto a los bienes de los S?nchez Navarro, el go bierno federal dispuso expresamente a fines de julio de 1868 que fueran devueltos los "que no hayan sido enajenados, lo que estuvieren adeudando los adquirentes seg?n sus respecti vos contratos por los que ya estuvieren vendidos, y finalmente,

aquellos cuya enajenaci?n hubiese sido declarada nula por las autoridades competentes".48 La orden era amplia: ?nicamente no se devolver?an los bienes adquiridos con todas las formali dades de las leyes y pagados en su totalidad. La orden ocasion? una protesta del gobierno de Coahuila y una carta abierta de

Victoriano Cepeda, su gobernador desde diciembre del a?o anterior, al presidente Benito Ju?rez.49 El gobernador se quej? de que deb?an devolverse no s?lo "la parte que por no haberse enajenado exist?a en dep?sito" sino "tambi?n las fincas... que hayan sido declaradas nulas esas ventas". A causa de las irre gularidades estos casos fueron tal vez frecuentes como tam bi?n los de los compradores demasiado optimistas que no pu dieron pagar. Cepeda recalc? al presidente que los S?nchez Navarro no deber?an poseer ningunos bienes en el estado por ser enemigos del progreso y la patria; el presidente con su 47 Dubl?n y Lozano, 1876-1912, vol. 10, p. 259, 2 de febrero de 1868.

? Cuevas, 1868, p. 14.

*9 Cuevas, 1868, p. 15; El Siglo XIX, septiembre 24 de 1868, p. 4.

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"coraz?n ben?volo" los perdon?. Luego hizo ver que los bienes se hab?an vendido para financiar la campa?a y comprar ar mas; el estado se hab?a quedado con una mitad de los bienes totales y se hizo "repartici?n de la mitad de cr?ditos que hab?a sobrantes"; en fin, los bienes a?n no vendidos estaban empe ?ados o comprometidos; sus productos se destinaban a la admi nistraci?n p?blica; los bienes eran del estado, no de la Fede raci?n. El gobernador termin? citando el caso de la erecci?n decretada por el presidente, de la villa de San Juan Sabinas en las tierras de S?nchez Navarro, que ahora deber?an ser de vueltas; entretanto Cepeda hab?a hecho efectiva la erecci?n para "que la parte de habitantes que all? existen no vuelvan a caer bajo la f?rula de su se?or". Si bien el asunto era de gran importancia local, en la capital del pa?s no encontr? eco; El Siglo Diecinueve se limit? a reproducir la carta sin comentario inmediato o posterior. Para la rep?blica en su conjunto, el se cuestro de los bienes de los infidentes era una cosa del pasado.

Los S?nchez Navarro se quejaron del mal estado de los bienes que les devolv?an o iban a devolver y entonces el go

bierno federal decret? el 28 de septiembre que los propietarios de los bienes confiscados y ahora devueltos no ten?an derecho

a hacer reclamaciones por da?os y perjuicios hechos en esos bienes.50

Seg?n Cepeda, s?lo una mitad de los bienes de S?nchez Navarro se hab?a vendido pero se puede suponer ?a semejanza de lo ocurrido con los bienes eclesi?sticos? que era la parte m?s valiosa. La parte menos codiciada era la que ahora se les deb?a devolver. Como todos los terratenientes, tambi?n los S?n

chez Navarro ten?an deudas; al confisc?rseles sus bienes, em pero, no se anularon sus deudas. Muchos acreedores perdieron sumas cuantiosas,51 otros probablemente se cobraron "a lo chino" con algunos de los bienes devueltos. Lo poco que les qued? a los S?nchez Navarro lo fueron vendiendo como, por ejemplo, la Estancia de la Mota que los herederos vendieron 50 Dublan y Lozano, 1876-1912, vol. 10, p. 425.

? Cuevas, 1868, p. 44.

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en 1880;52 en otros casos promovieron pleitos como, por ejem plo, el juicio iniciado en 1881 por los herederos para devolver el rancho El R?o.53

Durante su odisea de cuatro a?os por el Norte, el gobierno republicano necesitaba fondos para subsistir. De ah? las con fiscaciones. En la ?ltima escala, ya de regreso a la ciudad de M?xico, Benito Ju?rez permaneci? varios meses en San Luis Potos?. Seg?n los datos disponibles, tambi?n aqu? se practica ron confiscaciones o multas. A consecuencia de ellas, la se?ora

Isabel Gor?bar, relacionada con la nobleza virreinal y su es poso, el espa?ol Pablo Ibarra, tuvieron que hipotecar y a la postre vender la hacienda de Peo?iilos de casi 200 000 hec t?reas. En otro caso la ya mencionada se?ora Francisca P?rez G?lvez vendi? la hacienda de Bocas, de 73 000 hect?reas tal vez por causas semejantes.54 Despu?s del triunfo de la rep?blica tales medidas ya no eran importantes. Los ingresos por este concepto ascend?an en los tres a?os siguientes a un porcentaje insignificante de los

ingresos totales: en el a?o fiscal de 1867-68 el ingreso total del gobierno central fue de 17 millones de pesos mientras el producto de los bienes secuestrados, 46 927 y el de los bienes nacionalizados (de la iglesia), 168 077 pesos; el a?o siguiente, los bienes secuestrados produjeron $7 872 y los nacionalizados $5 939; y en 1869-70, los bienes confiscados totales, es decir, nacionalizados y secuestrados, produjeron juntos $16 900, uno al millar del ingreso total.55 A partir de julio 1867, M?xico ten?a otros ingresos, tareas y problemas.

Y as? algunos partidarios norte?os del imperio fueron cas tigados con la p?rdida de una parte considerable, alrededor de una mitad, de sus propiedades que fueron a dar a las manos de los partidarios de la rep?blica. Se repiti? en otra forma y en una escala reducida la historia de la nacionalizaci?n de la riqueza eclesi?stica. s2 CL/PSN, Doc. 456.

r3 Aguirre Camporredondo, 1887. 54 Bazant, 1980, pp. 61, 72, 103, 161. 55 Memorias de Hacienda, 1870, pp. 713, 76$, 824.

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EL COLEGIO DE MICHOACAN Luis Gonz?lez El Colegio de Michoac?n

El tiempo en que comienza El Colegio de Michoac?n es el

presente. Aunque Vasco de Quiroga sol?a decirle Colegio de Michoac?n al que fundara en P?tzcuaro en 1538, el actual del mismo nombre no es ni pretende ser sucesor de la empresa quiroguiana. El de ahora se le ocurri? a don Alfonso Reyes en 1940. ?l quer?a reunir en un colegio, en Morelia, a los ilustres

humanistas espa?oles transterrados a M?xico por la discordia civil de la madre patria y por las gestiones de Daniel Cos?o Villegas. Aunque era presidente de M?xico un michoacano sim patizador de la inteligencia transterrada y amante de su tierra

natal, el plan de don Alfonso prendi? en la metr?poli, que no en Morelia, con la denominaci?n de El Colegio de M?xico. Entonces lo importante s?lo pod?a salir del vientre de la capi tal; todav?a el horno de la provincia no estaba para bollos.

En 1965, el doctor Silvio Zavala, tercer presidente de El Colegio de M?xico, retoma la propuesta de don Alfonso; pro pone la apertura de un colegio semejante al metropolitano y regido por ?ste, en Michoac?n. Don Agust?n Y??ez, secretario de Educaci?n P?blica, mira con simpat?a la ocurrencia de don Silvio, pero sugiere que la sucursal de El Colegio de M?xico se ponga en Guadalajara. Poco despu?s, don Silvio va de emba jador a la Rep?blica Francesa y su plan se esfuma. Vuelve a las andadas, en 1973, Servando Ch?vez, gobernante de Mi choac?n. Desgraciadamente, aunque el momento era propicio, el gobernador iba de salida. La hora era oportuna porque aca baba de establecerse en el reci?n fundado Consejo Nacional de Ciencia y Tecnolog?a (CONACYT), la oficina de "Creaci?n y Fomento de Centros de Investigaci?n en Provincia". Institutos como El Colegio de Michoac?n s?lo pod?an nacer con la anuen cia y los recursos del gobierno de la Federaci?n, no con ayudas

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LUIS GONZALEZ

privadas o municipales o de la gubernatura. El nuestro pudo haber surgido en el sexenio 1970-1976, pues entonces el go bierno de don Luis Echeverr?a, al trav?s de CONACYT, ero gaba muchos millones de pesos en la hechura de institutos cient?ficos en los Estados; iniciaba en grande la tarea de des centralizaci?n de los estudios cient?ficos y tecnol?gicos.

La ayuda a los investigadores sube a mayor prisa a?n en el sexenio de Jos? L?pez Portillo, a una velocidad de 40% de crecimiento al a?o, si bien en la provincia no tan a las volan das como en la metr?poli, y no por culpa del dispositivo cen tral. Don Fernando Solana, secretario de Educaci?n P?blica, sugiere la descentralizaci?n de los principales centros de estu dio de la capital, entre ellos las universidades, el Centro de Estudios Superiores del Instituto Nacional de Antropolog?a e

Historia (CIS-INAH) y El Colegio de M?xico. Los responsa

bles de los institutos de cultura capitalinos acogen bien las sugerencias de Solana, entre otras cosas, porque cre?an que la comunidad cient?fica ya no soportaba el neblumo, lo cocham broso, las distancias largas y lentas, el estr?pito mec?nico, las muchas obligaciones docentes, el juntismo, la comititis, el ex ceso de deberes c?vicos, la falta de coraz?n, el bombardeo a las fibras nerviosas y otros obst?culos de la capital de la Rep? blica. Por su parte, algunos cient?ficos opinaban que el estudio de un pa?s tan multiforme como M?xico no pod?a hacerse en el

escondite de la capital, lejos de los temas de estudio, ?nica

mente al trav?s de documentos, mapas, fotos, libros y decires. Todo parec?a indicar que hab?a llegado la hora de la dispersi?n de los cultos en la vasta geograf?a de M?xico.

Como quiera, no fue suficiente para promover la descen tralizaci?n masiva de la ciencia la conciencia de que se pod?a vivir mal con los muchos transportes, espect?culos y vecinos de la metr?poli; de que se aprend?a mejor en provincia y de que el gobierno federal patrocinaba la fuga hacia la periferia de M?xico. El doctor Manuel Ortega dijo en uno de los colo

quios de la SEP: "Todos los investigadores radicados en el

Distrito Federal se manifiestan profundamente molestos por radicar all?. . . Todo mundo habla de salirse de M?xico, pero This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 04:50:02 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


EL COLEGIO DE MICHOACAN

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cuando se plantea la posibilidad de hacerlo, el 90% de los quejosos no se anima a irse. . . por la familia. . . las inversiones

hechas en la compra de una casa", porque el clima metropoli tano es el mejor de los climas posibles y los atractivos de la provincia no logran atraer a gente acostumbrada a buenos ser vicios y diversiones. Fuera de la urbe mexicana, siglo y medio despu?s del dictamen de la G?era Rodr?guez, toda la Rep?blica sigue siendo un Cuautitl?n sin espect?culos art?sticos, sin bi bliotecas, sin planteles de educaci?n, con atm?sfera cultural raqu?tica, con servicios p?blicos deficientes. Por todo esto y algo m?s dif?cil de decir, la hechura de El Colegio de Michoac?n

no fue tarea de f?cil realizaci?n.

A mediados de 1978, V?ctor L. Urquidi, presidente de El

Colegio de M?xico, y Roque Gonz?lez Salazar, coordinador acad?mico, contestan a la sugerencia descentralizadora del mi nistro Solana, con el proyecto de un Colegio de Michoac?n. En el segundo semestre del 78, Roque escribe planes y con versa repetidas veces con las autoridades educativas y con el ?nico profesor que se prestaba para irse a provincia, acerca de la puesta en pr?ctica de la idea del Colegio michoacano. Se debate una y mil veces sobre

El lugar, la gente, la estructura y las funciones de la nueva instituci?n. Se rechaza la idea de abrirlo en Morelia por ser un centro universitario, donde estar?a bajo la presi?n de un creciente n?mero de estudiantes que exigen maestros y repu dian investigadores, que probablemente hubieran compelido a los colmichianos a supeditar las actividades de investigaci?n a las de ense?anza. Se busca otra ciudad del Estado que no modifique las miras del Colegio de Michoac?n ni lo vea con temor ni repulsa. Se dispone abrir la nueva casa en Zamora, ciudad ahora fenicia pero con muy buenos antecedentes huma

n?sticos no del todo olvidados, con una tradici?n de estudio que remonta al siglo de las luces, a la centuria en la que tres claros varones de Zamora fueron protagonistas: Planearte, Ga marra y Navarrete. En la cultura moderna y actual de M?xico todav?a sobresalen muchos nombres de oriundez zamorana: This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 04:50:02 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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LUIS GONZ?LEZ

los hermanos M?ndez Planearte y Alfonso Garc?a Robles entre

otros.

La ciudad escogida como sede est? situada en el valle m?s dulce y ub?rrimo de la Rep?blica. Hoy viven en Zamora y la villa de junto alrededor de ciento cincuenta mil habitantes que se dedican, en su gran mayor?a, a la horticultura (fresa, papa

y cebolla) y a los servicios, especialmente m?dicos y mercan tiles. Quiz? la temperatura constantemente tibia no sea la m?s

adecuada para las tareas intelectuales. Lo verde del Ed?n es conde amibas y una variedad infinitesimal de insectos. Se trata de un valle con el problema de la escasez de salud y con otros problemas necesitados de estudio y hasta ahora muy poco aten didos. Es una poblaci?n grande y lenta con min?sculos servi cios de ?ndole cultural, pero no reacia a los centros de alta cul tura; es una ciudad de construcciones bajas, sin edificios para presumir fuera de la catedral inconclusa. Est? equidistante y no muy distante (a dos horas en autom?vil o en cami?n) de cuatro ciudades de notoria riqueza arquitect?nica, archiv?stica, bibliotecaria y mercantil: Guadalajara, Morelia, Le?n y Gua najuato. En la gente de Zamora no hay actitud de repulsa para El Colegio; no nos han malquerido ni los hombres a quienes sonr?e la opulencia, con ser tan desconfiados.

Al decirse la instalaci?n de El Colegio de Michoac?n en

Zamora, don Francisco Miranda, historiador que se hab?a ade lantado a la diaspora, se da a la tarea de buscarle alojamiento al instituto y a quienes lo formaran. Tambi?n se debe a ges tiones suyas la cesi?n, por parte de la ciudad, de una hect?rea donde se pudiera construir en el futuro el edificio ad hoc del

Colegio. Como principio de cuentas se toma en alquiler una casa de bell?simo patio, construida por el buen alba?il Jes?s Hern?ndez Segura, el mismo que dise?? la catedral inconclusa. Esta casa fue en tiempos de don Porfirio la hacedur?a de la di?cesis de Zamora, y despu?s, palacete de una familia opulen ta y sin ni?os que la mantuvo en buenas condiciones. Como lue

go se vio que no cabr?a la gente y el instrumental del Co legio en su primera residencia de Madero Sur, se toma en alquiler otra en el n?mero 71 de la misma calle. This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 04:50:02 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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Antes de la crisis, los colmichianos sol?an discutir acerca de las necesidades que deb?a llenar y de la apariencia que deb?a

tener el edificio propio del Colegio. A partir de la crisis, que aplazaba la construcci?n del alojamiento definitivo, se puso la mira en la busca de otra casona rentable, pues la d? Madero 310 la tomaba a toda prisa la Biblioteca. Desde 198 i se renta la casa de la calle de Morelos 122 que es de tres patios, con piezas grandes que sirven para aulas, con cuartos ?tiles para oficina, con multitud de cuartuchos aprovechables como cu b?culos de una docena de investigadores, y con una huerta muy apropiada para meditadores peripat?ticos. Con las tres casas ac

tuales, El Colegio de Michoac?n deja de sentir demasiadas

apreturas.

En el principio, lo m?s duro fue conseguir alojamiento para

los investigadores y algunos estudiantes transterrados a Za mora. Aqu?llos, casi todos casados y con hijos, requer?an casas rentables, y ?stos generalmente s?lo casas de asistencia. Mu chos de los profesores buscaron in?tilmente casas-habitaci?n pueblerinas y de tipo sierra, con patio central, techumbre de teja y abundancia de tiestos y p?jaros. Los m?s se contentaron con viviendas alquiladas de tabique y concreto. Algunos se han

hecho de casa propia. Todos los integrantes del Colegio

han conseguido habitaci?n digna. Conseguir alojo para estu

diantes solteros ni siquiera se plante? como dificultad. Zamora est? acostumbrada a recibir alumnos for?neos desde hace m?s de un siglo. Pero s? fue muy dif?cil obtener viviendas para es

tudiantes casados que suelen disponer de muy poco dinero.

Como quiera,

Los investigadores de El Colegio de Michoac?n no han tenido que marcharse a vivir en lugares apartados de las tres casas de la instituci?n. Los m?s remotos viven en Jacona, la villa adjunta. Por lo dem?s, la porci?n administrativa de la gente de Colmich ya viv?a ac? antes de la ceremonia inaugural del 15 de enero de 1979. La mayor?a de los encargados de los ser vicios de apoyo, aparte de tener donde vivir, apoyaron a los que llegaban de fuera en su b?squeda de alojamiento ad hoc, This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 04:50:02 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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LUIS GONZ?LEZ

de casa que no desdijera de una gente tan cargada de t?tulos como la que ven?a a constituir El Colegio de Michoac?n. Los investigadores, procedentes en un 80% de la capital de

la Rep?blica, llegaron poco a poco. A Francisco Miranda

no se le puede contar entre los reci?n venidos. En el primer se mestre de vida institucional, s?lo hubo un par de arribistas. Du

rante los calores de 1979, arribaron los antrop?logos sociales Jaime Esp?n, Jos? Lameiras y Guillermo de la Pe?a y los so ci?logos Gustavo Verduzco y Mar?a Gallo, la etnohistoriadora Brigitte Boehm, el historiador Heriberte Moreno y el fil?sofo orientalista Agust?n Jacinto Zavala. Al concluir 1979 Colrnich

contaba con diez investigadores. Otros siete se incorporaron en 1980: el economista Thierry Linck Michel, la antrop?loga Patricia Arias, el etnomusic?logo Arturo Chamorro, la folclo rista Mar?a del Carmen D?az y los historiadores Jean Meyer,

Beatriz Rojas y Germ?n Posada. En 1981 ingresan cinco: el agr?nomo Juan Manuel Duran, el pedagogo Sergio Pardo Gal v?n, el economista Jos? S?nchez y los historiadores Cayetano Reyes y Carlos Herrej?n. De 1982 para ac? han venido los historiadores Andr?s Lira, Cecilia Noriega y C?sar Moheno; el fil?logo Roberto Heredia y el ling?ista Ram?n Gil Oliva.

De los veinticinco colmichianos responsables de proyectos de investigaci?n veintid?s ostentan estudios superiores a la licenciatura. De los veintid?s posgraduados trece son doctores,

los m?s por universidades de Europa y de Estados Unidos. La gran mayor?a sabe lat?n porque en una ?poca de su trayecto

ria fue seminarista. Casi todos manejan el ingl?s y el franc?s y ya ten?an reputaci?n de cultos antes de venir ac?. La mitad ha b?a publicado libros, y los que menos, alg?n art?culo gordo de

revista especializada. El m?s viejo de todos, con cincuenta y tres a?os de edad a su llegada, era autor de diez mamotretos. Era cuarent?n un tr?o de los incorporados y eran treinta?eros

cosa de veinte. El n?mero de investigadoras se ha mantenido en seis. Se puede decir, sin exceso de petulancia, que El Colegio

de Michoac?n se ha hecho con un personal cient?fico muy dis?mbolo en sus intereses y de muy buen nivel en cuanto pre

paraci?n, originalidad y frutos. Muy pocos c?rculos de inves This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 04:50:02 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


EL COLEGIO DE MICHOACAN

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tigaci?n cient?fica de la capital gozan de un porcentaje tan

alto de maestros y doctores. No es corto el n?mero de rebeldes

intelectuales, de sabios con comez?n de originalidad. Muchos son m?s de lo que anuncia su t?tulo. Hoy por hoy conviven ac? un fil?sofo, un etnomusic?logo, un agr?nomo, una folclo ris?a, un pedagogo, dos fil?logos, dos economistas, dos soci? logos, cinco antrop?logos sociales y diez historiadores. Quiz? toda sea gente vocada, aunque no se descarta la posibilidad de haber tenido dos que tres seudointelectuales de esos que procuran vivir de gratificaciones, cargos y estafas. En la cuenta anterior no se incluyen los visitantes por uno o dos trimestres: Jean Marie Le Cl?zio, J. M. Kobayashi, Bryant

Roberts, Claude Bataillon, Jean Becat, Ignacio Terradas, etc? tera. Ninguno de ellos, por otra parte, se llamar?a a s? mismo

colmichiano. Los que sin lugar a dudas se consideran colmi chianos de coraz?n son los miembros de los servicios de apoyo.

Desde la apertura del instituto un tercio del personal dedica la mayor parte de su diaria tarea a hacer posible que los otros dos tercios disfruten de su tiempo h?bil en la b?squeda, la difu

si?n y la docencia de los valores de la cultura. La parte de apoyo se ha echado a cuestas, con entera dedicaci?n, las ges tiones para conseguir recursos econ?micos, acrecer el fondo

bibliogr?fico y facilitar su consulta, repartirse equitativamente la cobija com?n, mantener en forma y limpias las instalaciones, copiar a m?quina manuscritos y dictados, conseguir interlocu

tores telef?nicos, pagar el agua, el tel?fono y la luz, hacer mandados, corregir pruebas de imprenta, allegarse y manejar

El equipo necesario en toda casa de investigadores. Como cualquier instituto cuyos quehaceres primordiales son la inves tigaci?n en ciencias del hombre, la hechura de investigadores en el ramo cient?fico-human?stico y la difusi?n de las humani

dades, El Colegio de Michoac?n, pese a sus escasos recursos econ?micos, se ha ido haciendo de un equipo que comprende desde papel, l?pices, sillas, mesas y escritorios hasta computa doras, pasando por m?quinas de escribir, mime?grafo, proyec tores, c?maras fotogr?ficas, copiadoras, sistema de videograba This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 04:50:02 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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ci?n, lector de microfilm, laboratorio de fotograf?a, calculadoras y sobre todo, libros, muchos libros, una biblioteca en perpetuo

crecimiento, aparte de las bibliotecas privadas de los acad?mi cos residentes.

La peque?a comunidad acad?mica que constituye El Co legio de Michoac?n sabe que sin libros, revistas, papeles y mapas no hay buena b?squeda, y sab?a, desde que se traslad? a Zamora, del vac?o de bibliotecas en la ciudad a que se trans terraba. Por lo mismo, una de sus primeras miras fue la de hacerse de una colecci?n bibliotecaria ad hoc. Se descart? la idea de una biblioteca p?blica con un poquito de todo, as? como el modelo universitario proclive a juntar libros de texto y similares. Se pens? que lo m?s acorde a nuestros prop?sitos ser?a una biblioteca especializada en obras de ciencias sociales, sobre todo en aquellas relativas a la vida social del Occidente de M?xico. Se vio tambi?n la necesidad de erigir hemeroteca y mapoteca con las mismas inclinaciones, y de hacer un archivo con los archivos familiares que empez? a recibir el instituto desde el primer d?a. Fue el pie de la biblioteca un millar de libros, regalados por el gobernador Torres Manzo y provenientes de la colec ci?n de los esposos Fern?ndez de C?rdoba. Poco despu?s se adquirieron por compra dos bibliotecas particulares: la de don Jos? Ram?rez Flores (cuatro mil libros, veinte mil folletos y cosa de mil tomos de publicaciones peri?dicas) de gran val?a para historiadores del Occidente de M?xico, y la de Ram?n Fern?ndez (cinco mil vol?menes de libros y revistas, miles de folletos y miles de recortes de peri?dicos) que sirve para el estudio de los problemas agr?colas y agrarios del M?xico re ciente. Por su parte, el poeta Manuel Calvillo nos regal? el lote menos po?tico, el m?s cient?fico de su biblioteca particular.

Con tales donaciones y compras, al concluir el primer a?o de vida del Colegio, se tuvo una biblioteca de trece mil vol?menes.

En 1980 la biblioteca s?lo adquiri? tres mil vol?menes, en su mayor?a de obras de consulta cotidiana. Lleg? a los veinte mil vol?menes al a?o siguiente y a los veinticinco mil en 1982. En el presente a?o de 1983, recibe la numerosa colecci?n de

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mapas de DETENAL, que unida a un conjunto de mapas de inter?s hist?rico preexistentes, han hecho una mapoteca de no malos bigotes. Tambi?n ha crecido con cierta rapidez el caudal

hemerogr?fico. A comienzos de 1983 se contaba con 1420

t?tulos de revista, y se recib?an n?meros de 192 suscripciones vivas. Por ese mismo tiempo se dota al archivo de muchas cajas de cart?n y se pone manos a la tarea ordenadora. El personal de la biblioteca suple su escasez con diligencia.

Los encargados de procesos t?cnicos avanzan a toda prisa en la adquisici?n, catalogaci?n y clasificaci?n de libros, peri?di cos y otros materiales. Los que tienen la tarea de servir al p?blico, se ocupan principalmente de dar ayuda a investigado res y estudiantes del propio Colegio. La directora, Esperanza Vega, se ha empe?ado en hacer de la colmichiana una biblio teca bien surtida y accesible.

Por su parte, el secretario general del Colegio le pone mu chas ganas al acrecentamiento de la parte aparatosa del equipo. Agust?n Jacinto, seguro de la utilidad de los aparatos que lanza la moderna tecnolog?a, segur?simo del valor de las computado

ras, ha adquirido un par. La de Texas Instruments TI-99/4,

con 48K de memoria, accesible al usuario y unidad de diskette

de 5", se utiliza para el control del presupuesto de nuestra instituci?n y como auxiliar did?ctico en el curso de Estad?stica.

La computadora Radio Shack TRS, modelo 16, con 64K y

216K de memoria en sus dos procesadores y 2.5 Mb en dos unidades de diskette (8"), se usa para el c?lculo del presu

puesto, la impresi?n de reportes, la contabilidad, los directo rios y la hechura de tarjetas del fondo bibliotecario. Se espera

acrecer la capacidad de RAM a 512 K y las de almacena

miento a 24 Mb en disco duro en el presente a?o. Se prevee tambi?n para fecha pr?xima el banco de datos en la mapoteca,

la hemeroteca y el archivo y la consulta a base de datos de

otras partes tanto de M?xico como de otros pa?ses del mundo.

El Colegio de Michoac?n no tiene imprenta propia, pero s? un min?sculo departamento editorial que manda imprimir sus trabajos a Morelia y Guadalajara. Bajo el ?ndice del Co legio aparece Relaciones, revista trimestral que publica las pri This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 04:50:02 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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LUIS GONZ?LEZ

micias, las s?ntesis, los comentarios, los debates te?ricos y dem?s frutos serios de cient?ficos sociales y especialmente del

personal acad?mico del instituto zamorano. Aunque el sector editorial s?lo requiere los servicios de dos personas es muy im

portante en la

Estructura de El Colegio de Michoac?n, en una organizaci?n muy sencilla que se finca en la idea de vivir distante, lo m?s apartado posible del complejo mundo de Kafka. Los hombres de ciencia suelen ser aptos para la anarqu?a; m?s que autori dades necesitan mecenas. S?lo por rutina se dice que la Asam blea de Asociados es la m?xima autoridad de El Colegio de Mi choac?n. Las instituciones asociadas para el sostenimiento del instituto son la Secretar?a de Educaci?n P?blica, el Gobierno del Estado de Michoac?n, El Consejo Nacional de Ciencia y

Tecnolog?a (CONACYT), El Colegio de M?xico, el Centro de Investigaci?n y Estudios de Antropolog?a Social (CIESAS), y la Universidad Michoacana de San Nicol?s de Hidalgo. Cada

una de estas instituciones, al trav?s de sus representantes, siem pre personas de muy alto nivel pol?tico (subsecretario, gober

nador, presidente, directores y rector) se re?nen una vez al a?o para o?r el informe de actividades del Colegio y proponer

algunas enmiendas en la marcha del mismo, que no para ejer cer ning?n gobierno.

El representante de los socios en la sede zamorana de

Colmich lleva el nombre de presidente, pero no practica el pre

sidencialismo a la mexicana. De modo formal se re?ne una vez al mes con los cuatro coordinadores de los centros en que se divide el instituto (Antropolog?a Social, Estudio de las Tradiciones, Estudios Rurales e Historia, o sea CES, CET, CER y CEH), un par de profesores y un par de alumnos por cada centro, para convenir lo que salga al paso. Informalmente

hay una reuni?n diaria de la mayor?a del personal cient?fico a la hora del caf? y las aguas frescas. Junto al presidente trabaja el secretario general, cargo ocupado, desde 1980, por el maestro Agust?n Jacinto Zavala. Entre las m?ltiples actividades de la secretar?a sobresalen la This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 04:50:02 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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de la hechura y manejo del presupuesto, la vigilancia del fiel cumplimiento de los planes, las compras de equipo y la coordi

naci?n de los varios sectores de los servicios de apoyo. Mien tras el presidente fragua planes, recibe toda clase de visitas, incluso las que no saben nunca c?mo despedirse, entra en tratos

con amigos y patrocinadores del Colegio, preside juntas, con testa algunas cartas, informa por escrito a m?s de una oficina gubernamental, el secretario asume las funciones que no suelen

hacer simp?tico a nadie. El secretario es el punto de conexi?n entre los acad?micos (investigadores y alumnos) y el personal de apoyo repartido en los departamentos de diseminaci?n y relaciones p?blicas, contabilidad, biblioteca, publicaciones, me canograf?a e intendencia. En cada uno de los departamentos se cuentan con los dedos

de una mano las personas que lo sirven. En el de difusi?n y relaciones p?blicas se basta sola la maestra Catalina Spada, y en el departamento editorial la maestra Pastora Rodr?guez y

una secretaria. Alfonso Valdivia y quien le ayuda conducen la contabilidad. El n?mero de mecan?grafas es de un guarismo. La presidencia y la secretar?a s?lo cuentan con la actividad me canogr?fica de la Sra. Aurora del R?o. Cada uno de los centros

tiene una mecan?grafa. El personal de la biblioteca es algo m?s numeroso, que no comparable al que suelen tener las bi bliotecas capitalinas. El t?cnico responsable de los aparatos reproductores es s?lo uno y se le dice Alberto. Tambi?n se les

llama por sus nombres de pila a don Manuel, jefe de inten dencia, a Jos? Luis, el chofer, a Salvador y a Pablo. El Colegio de Michoac?n s?lo tiene un pelot?n burocr?tico, no los ej?rcitos que se acostumbran en tantas instituciones cien

t?ficas. No se desconoce la importancia del personal de apoyo en una comunidad de sabios normalmente torpes en las cosas pr?cticas, pero tambi?n se conocen los riesgos de la abundan cia de ayudantes que suele concluir en la dictadura de ?stos sobre los ayudados. Hasta ahora aqu? ha predominado, en el peque?o grupo de apoyo, una actitud de estimaci?n, de senti do de igualdad y de afecto hacia los investigadores. Estos, por su parte, han sabido apreciar, pese a la conocida petulancia de This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 04:50:02 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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los sabios, a quienes con tan buen talante les ayudan a resol ver montones de problemitas y les permiten as? entregarse de

cuerpo entero y tiempo completo a los ocios de la

Investigaci?n cient?fico-human?stica que es la mayor de las

tareas asignadas al Colegio de Michoac?n, seg?n lo dice el Acta Constitutiva del 15 de enero de 1979. La actividad pri

mordial de la instituci?n se ha regido, poco m?s o menos, por el siguiente dec?logo: 1) El espacio por inquirir es el de la sociedad michoacana. 2) No se excluyen investigaciones sobre otras ?reas siempre y cuando se puedan emprender sin dema siadas ausencias de la sede. 3) Se est? por las investigaciones de ?ndole antropol?gica, hist?rica e interdisciplinaria. 4) Se procura hacer trabajos de duraci?n corta y media que gene ralmente no se pueden concluir en menos de un a?o ni tardar

m?s de cinco. 5) Dentro del respeto a la independencia de cada investigador, se promueven las investigaciones que pue dan ayudar a salir del hoyo a los paisanos aunque sin caer en el utilitarismo estrecho. 6) Se procura la m?xima objetividad. 7) No se olvida que las hip?tesis, los marcos te?ricos, las ideas previas y los prejuicios deben anteceder y acompa?ar toda investigaci?n, pero no sustituirla. 8) A la hora de aceptar in

vestigadores, se exigen diplomas que acrediten sus conocimien

tos y alguna publicaci?n extensa que acredite su pericia.

9 ) En ning?n momento se violentan los gustos, las curiosidades

y los modos de matar pulgas de los expertos asociados. 10) En todo momento se busca el v?nculo de la investigaci?n con la

docencia.

Por lo dem?s, cada uno de los cuatro centros en que se

divide El Colegio de Michoac?n tiene sus preferencias en cuanto miras y m?todos de dar con el saber. Guillermo de la Pe?a, coordinador del Centro de Estudios Antropol?gicos, dice

que en su ?rea se han echado a caminar "paquetes de pro yectos colectivos y regionales de mediana duraci?n (aunque ?valuables por etapas, a corto plazo), con el fin de introducir la dimensi?n regional como una variable anal?tica en el es tudio de los procesos de cambio social; crear equipos de trabajo

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EL COLEGIO DE MICHOACAN

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donde colaboren profesores, pasantes y alumnos, y obtener re

sultados acumulativos". Hasta ahora esos prop?sitos se han puesto en pr?ctica en estudios de antropolog?a social del Baj?o

Zamorano, la zona de Uruapan, la Ci?nega de Ch?pala, la

Sierra del Tigre y Guadalajara y su contorno. Como las cinco regiones forman un continuum espacial, ha habido mutua fer tilizaci?n de los proyectos.

Las investigaciones hechas y en proceso en el Centro de Estudios Hist?ricos, los tres primeros a?os coordinadas por Francisco Miranda y ahora por Andr?s Lira, no se han fijado espacios y tiempos precisos, han ido indiscriminadamente a toda clase de asuntos, que no s?lo a los de ?ndole econ?mica y social, y han mostrado una mayor preferencia por las inves

tigaciones individuales, que no colectivas. Aqu? hay de todo: hay quien se ocupa de Vasco de Quiroga y sus alrededores, de temas de historia de Aguascalientes, de los bandidos socia les del Occidente de M?xico, de la formaci?n intelectual y el pensamiento pol?tico de los proceres de la independencia, de la historiograf?a novohispana, de la trayectoria de las haciendas

del noroeste michoacano, de la colonizaci?n de la cuenca del

r?o Lerma, de los "cornos" de la ense?anza de la historia

de M?xico, de la mitolog?a pur?pecha y del linaje de la cultura

mexicana.

Seg?n Jean Meyer, su coordinador, el Centro de Estudios Rurales "trata de hacer el estudio global, al trav?s de varias disciplinas (historia, geograf?a, econom?a, sociolog?a, agrono m?a) de una sociedad y un sistema econ?mico fundamentalmen

te agrarios. .. Esa sociedad es la michoacana del noroeste que se asienta en zona f?rtil, en zona de riego, en zona de cultivos de clima templado. . . Se busca desembocar en una futurolog?a pragm?tica. . . Economistas y soci?logos tendr?n mucho queha cer con el ge?grafo y el agr?nomo. . . El programa de investi gaci?n comprende historia y geograf?a. . . socioeconom?a en el

espacio y en el tiempo. . . financiamientos... t?cnicas... saldo de acciones del Estado" y muchas cosas m?s. La coordinada por Meyer es una empresa tan ambiciosa como la c?lebre de Gamio sobre el Valle de Teotihuac?n.

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Como los historiadores mexicanos no se han puesto al estudio de ciertas tradiciones que urge conocer a fondo, El Colegio de Michoac?n acaba de abrir un cuarto centro que lleva el r?tulo de Estudio de las Tradiciones, coordina Francisco

Miranda y se dirige a tres puntos muy concretos: alentar las historias de las etnias del occidente de M?xico escritas por individuos oriundos de tales etnias; traducir del lat?n al espa?ol textos valiosos de escritores de la Provincia Mayor de Michoa

c?n ( Vasco de Quiroga, Alonso de la Veracruz, D?az de Ga marra y otros) y recoger manifestaciones populares de m?sica,

poes?a, cuentos, saberes, costumbres, artesan?a que est?n a punto de extinguirse.

Por otra parte, investigadores de cada uno de los cuatro centros han participado en dos programas de oriundez guber

namental, uno proveniente de la gubernatura michoacana y el

otro, de la Secretar?a de Educaci?n P?blica. Aqu?l se propuso dotar de su monograf?a geohist?rica a cada uno de los muni cipios del Estado de Michoac?n, y ?ste de una monograf?a se mejante, pero estatal, a cada uno de los estados de la Rep? blica Mexicana. A la serie promovida por Carlos Torres Manzo contribuyen los investigadores Heriberto Moreno, Alvaro Ochoa,

Luis Gonz?lez, Carlos Herrej?n y Francisco Miranda con la hechura de sendas monograf?as de Cotija, Jiquilpan, Sahuayo,

Zamora, Tlalpujahua, Uruapan y Yur?cuaro; es decir, con la mitad de las que se hicieron. La contribuci?n a la serie pro movida por Fernando Solana fue de nueve monograf?as: Aguas

calientes de Beatriz Rojas, Baja California Sur de Agust?n

Jacinto, Colima de Jos? Lameiras, Guerrero de Francisco Mi

randa, Jalisco de Heriberto Moreno, Estado de M?xico de

Carlos Herrej?n, Morelos de Guillermo de la Pe?a, Nayarit de Jean Meyer y Michoac?n de Luis Gonz?lez. La serie mono gr?fica estatal se hizo para servir como auxiliar did?ctico en el ciclo superior de la primera

Ense?anza en la que incurri? de modo espor?dico El Colegio de Michoac?n que, en otro nivel, es centro de docencia. El segundo prop?sito de Colmich, seg?n consta en su acta consti This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 04:50:02 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


EL COLEGIO DE MICHOACAN

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tutiva, es la de formar investigadores de altura en tres o cuatro

ciencias humanas. Por lo mismo, Colmich trabaja con grupos peque?os de estudiantes. En 1979 se pusieron en marcha dos maestr?as: Antropolog?a Social e Historia. En 1981 se agreg?

a las anteriores la de Estudios Rurales. Para 1984 se tiene proyectada la de estudios ?tnicos. La primera promoci?n de alumnos de Antropolog?a Social e Historia han empezado a presentar tesis para optar al grado de maestr?a. La segunda promoci?n de alumnos de Antropolog?a Social, Historia y Es tudios Rurales apenas acaban de seguir cursos y principian la elaboraci?n de sus tesis. Los grados expedidos por El Colegio de Michoac?n gozan del reconocimiento correspondiente.

Desde la primera promoci?n de maestr?a se procur? que todos los investigadores de El Colegio de Michoac?n dieran alguna materia del curriculum. Por lo que mira a los estudian tes, desde el principio se tuvo el prop?sito de que fueran pocos, vocados y becados. En la primera promoci?n los selec tos fueron diecis?is estudiantes, y en la segunda, veinticinco. En ambas promociones se favoreci? a estudiantes de provincia.

Con todo, fue notable el n?mero de capitalinos. La mitad de los aceptos era de la metr?poli, ven?a con licenciatura metro politana. Una peque?a parte, sobre todo de la primera gene raci?n, fue de sudamericanos.

En ambas promociones se ha seguido la regla de no amon tonar cursos. Rara vez se han dado m?s de cuatro por trimestre.

Se combinan las materias de ?ndole te?rica con las relativas

al aqu? y ahora donde vivimos; las de alta especializaci?n con generales y multidisciplinarias; las referentes a M?xico con

las de tema mundial. A todos los estudiantes se les somete al

triple r?gimen de di?logo, tutor?a e investigaci?n. En todos los cursos se da el di?logo incesante entre maestros y aprendi

ces. Aunque el sistema de di?logo o seminaril corre el albur de convertir las horas de clase en charlas de caf?, ac? se sigue por ser el mejor enlace entre la docencia y la investigaci?n. La conversa en el aula a nivel de maestr?a no resulta generalmente

tiempo perdido y es un buen puente para ir al sistema de tutor?a que tambi?n patrocina El Colegio de Michoac?n, ere

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LUIS GONZ?LEZ

yente como es de que la mejor manera de aprender un oficio es mediante el trabajo junto con un maestro, vi?ndolo hacer y

haciendo con ?l, y donde poco a poco el alumno va adquirien

do autonom?a como investigador. En suma, El Colegio de Michoac?n deja a sus estudiantes discutir con sus maestros sobre lo que les venga en gana y procura que aprendan a in vestigar haciendo investigaciones junto a un hombre veterano en el arte de la investigaci?n human?stica.

Otras costumbres colmichianas son las de los trabajos de campo y archivo y la de los seminarios de debates. Despu?s de las pr?cticas de campo, si se trata de antrop?logos sociales,

y de archivo, para los alumnos de historia, pr?cticas supervi sadas por el tutor, cada alumno debe hacer un informe de tareas realizadas para ser discutido en un seminario de debates

al que asisten generalmente maestros y alumnos del centro respectivo. De esas juntas suelen salir los proyectos de tesis que

son siempre investigaciones de buen alcance, no simples pla gios, ni obras de tijera y engrudo. Hasta ahora se ha procu rado que toda tesis tenga la calidad necesaria para convertirse en publicaci?n impresa, para que entre al nivel de las

Publicaciones en que suele desembocar la investigaci?n cien t?fica. Aqu? se est? convencido de que las publicaciones son por ahora el ?nico y aut?ntico ?ndice de una vida intelectual. El Colegio de Michoac?n recuerda lo dicho por Alfonso Reyes:

"Aconseja menos y haz libros buenos; no veas c?mo el otro vive, t? escribe" y naturalmente el escritor aspira a ser publi cado y a que se le juzgue por las publicaciones m?s que por cursos, conferencias, comentarios orales y otras maneras de difundirse de viva voz.

El Colegio de Michoac?n le ha dado rienda suelta a las

difusiones visual y hablativa. Casi desde sus comienzos, se

enfrasc? en exhibiciones de cine club, conferencias intramuros,

conferencias for?neas, coloquio dom?stico de antropolog?a e historia regionales, asistencia a congresos y cursillos fuera de casa. En los informes anuales del presidente a la asamblea de asociados se ve c?mo se ha vuelto costumbre ofrecer al p?blico

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EL COLEGIO DE MICHOACAN

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en general una conferencia a la luz de la luna, viernes a vier nes, dada por un ilustre conferenciante: Antonio Alatorre, Gustavo Cabrera, Antonio Carrillo Flores, Fernando Salmer?n,

Leopoldo Sol?s y Luis Villoro, para s?lo hacer menci?n de los que han venido del Colegio Nacional. Por otro lado, se han reunido en Zamora en coloquios que organiza Colmich, exper tos en problemas regionales en 1979, en cultura pur?pecha en 1980, en reforma agraria en 1981, en migraciones en 1982 y en pensamiento novohispano en 1983. Y cuando la monta?a no viene a Mahoma ?ste acude a la monta?a. El personal aca d?mico de Colmich asiste con frecuencia a congresos y simpo sia de su especialidad. Los colmichianos no creen en las vir tudes creadoras del aislamiento. Cada uno da anualmente cosa

de cinco a seis conferencias, y en forma espor?dica, cursos breves en diversas universidades de M?xico y el extranjero.

Como quiera, la manifestaci?n mayor de la actividad col michiana son los ensayos de fondo y los libros. De enero de 1979 a junio de 1983 han salido de las prensas cuarenta y cinco vol?menes (diez por a?o) y alrededor de cien art?culos de

fondo (cosa de veinte anuales) calzados con la firma de co legiales. Estas cifras no incluyen art?culos breves ni tampoco reediciones de obras. De la vasta producci?n de ?ndole libresca s?lo quiero decir lo siguiente. De los vol?menes publicados, tres recogen ponencias presentadas en otros tantos coloquios de Antropolog?a e Historia Regionales (Cultura purh?, editado por Francisco Miranda; Despu?s de los latifundios, editado por

Heriberto Moreno, y Sabidur?a popular, editado por Arturo Chamorro); dos son de teor?a y m?todo (El aula y la f?rula, de Guillermo de la Pe?a y Nueva invitaci?n a la microhistoria,

de Luis Gonz?lez); cuatro son de historia de M?xico en su conjunto y m?s concretamente de per?odos cercanos a la actua

lidad de la vida del pa?s (El coraje cristero, de Jean Meyer y

los Art?fices del cardenismo, Los d?as del presidente C?rdenas

y La ronda de las generaciones, de Luis Gonz?lez); siete son las monograf?as municipales de que ya se habl?; nueve, las ya mentadas monograf?as de otros tantos Estados de la Rep?blica;

otras trece caen tambi?n dentro de la categor?a de trabajos This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 04:50:02 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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LU?S GONZALEZ

microhist?ricos: J. M. Le Cl?zio, Trois villes Saintes; Maria Lapointe, Los mayas rebeldes de Yucat?n; Francisco Miranda, Caurio de Guadalupe; Heriberto Moreno, Guaracha, tiempos viejos y tiempos nuevos y Jalisco, esta tierra; Beatriz Rojas, La destrucci?n de la hacienda en Aguasc?lientes y La peque?a guerra, y Luis Gonz?lez Michoac?n y La Querencia, y tres biograf?as: Francisco Miranda, Vasco de Quiroga y Leonardo Castellanos, y Alvaro Ochoa, Diego Jos? Abad y su familia. Los tres cat?logos de archivos de Cayetano Reyes pertenecen a la categor?a de auxiliares de la historia.

Aunque la mayor parte de lo producido por los investiga

dores del Colegio de Michoac?n en el orden libresco es de ?ndole hist?rica, no son escasos los libros de antropolog?a social y econom?a. No son hist?ricos el de Patricia Arias, El fin de la

tradici?n alfarera; Thierry Linck, Usura rural en San Luis Potos?. Un acercamiento a la problem?tica de la integraci?n campesina; Guillermo de la Pe?a, Herederos de promesas. Agricultura, pol?tica y ritual en los Altos de Morelos y Gustavo

Verduzco, Campesinos itinerantes. Colonizaci?n, ganader?a y

urbanizaci?n en el tr?pico mexicano. Aunque vivimos en una ?poca de no querer hacer, de inape

tencia laboral, los colmichianos hemos hecho, adem?s de los vol?menes citados, muchos art?culos gordos que se pueden leer en Relaciones, ?tudes Mexicaines y otras revistas espe cializadas, y en Vuelta, Di?logos y Nexos y otras revistas de alta divulgaci?n. Tambi?n se nota la facundia en peri?dicos diarios y semanarios, como El Sol de Zamora y Gu?a, donde suelen aparecer art?culos breves de algunos profesores (Andr?s

Lira, Jean Meyer, Francisco Miranda, C?sar Moheno) y al gunos estudiantes (Humberto Gonz?lez, Alvaro Ochoa, Sergio Res?ndiz y otros).

En lo que va dicho hay una ausencia absoluta de auto

cr?tica. Para no ser tildados de engre?dos, los colmichianos de

bemos admitir la poca repercusi?n de la mayor parte de lo dado a luz. La revista Relaciones sigue siendo una publicaci?n trimestral secreta, con menos de cien suscriptores. El Bolet?n

del Centro de Estudios L?zaro C?rdenas y ?tudes Mexicaines,

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EL COLEGIO DE MICHOACAN

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otras dos revistas frecuentadas por los colmichianos, no circu

lan m?s que Relaciones. Otra suerte se ha tenido con los en sayos para Nexos y Vuelta, y sobre todo con las colaboraciones

para Gu?a, el peri?dico zamorano de frecuencia semanal. De los cuarenta y cinco libros, los veintitantos con muchas citas para apantallar a los colegas, los no hechos para el co m?n de la gente, nadie sabe qu? fue de ellos. ?Habr?n tenido lectores? Han sido muy poco rese?ados y muy poco citados. ?Ser? porque cr?ticos y colegas no supieron de su publicaci?n?

S?lo la veintena de obras de divulgaci?n caen dentro de la es pecie de libros exitosos. Las monograf?as municipales del Es tado de Michoac?n se vendieron como pan caliente. Las de los Estados cuentan con un p?blico cautivo, variable, infantil y muy numeroso. En estos tiempos de repudio a la inutilidad, las instituciones

de investigaci?n cient?fica deben responder a la pregunta si guiente: ?Cu?nto ha contribuido el instituto de que nos habla a la soluci?n de la problem?tica social? Quiz? algunos centros inquisitivos posean los mecanismos de evaluaci?n necesarios para contestar la pregunta. El Colegio de Michoac?n ignora hasta qu? punto contribuyen sus obras cient?fico-human?sticas

a la resoluci?n de los problemas de la gente estudiada en esos

libros y art?culos. Por lo dem?s se trata de una instituci?n ni?a, de poco pasado influyente, anecd?tico y po?tico. Otras cuestiones a la altura de este tiempo obsesionado por

lo econ?mico son las relativas al origen de los recursos y al monto y distribuci?n de los mismos. En este terreno Colmich no es nada excepcional. Sus recursos de ?ndole econ?mica pro vienen del sector p?blico; en m?s del 90% del gobierno fede

ral; sobre todo de la Secretar?a de Educaci?n P?blica. Con

forme a la costumbre mexicana, vive del presupuesto p?blico,

pero trabaja con pecunia corta, sin arca abierta. Como ya no es de mal gusto hacer alusi?n a la conducta cremat?stica de los

sabios, se puede decir que El Colegio de Michoac?n destina las tres cuartas partes de sus recursos al beneficio de sus inves

tigadores que como ya se sabe ahora no son tan insensibles a los bienes econ?micos como se cre?a antes. S?lo un cuarto de

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LUIS GONZ?LEZ

la cobija va a cubrir al personal de apoyo, que contra lo su puesto por la tradici?n, no s?lo trabaja para obtener cosas tangibles y materiales. El Colegio de Michoac?n es una especie de monasterio sin abad donde los monjes no est?n compro metidos con la clausura y las pr?cticas asc?ticas, que s? con la verdad y el bien de la gente del contorno.

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UNA HISTORIA POCO GLORIOSA

INFORME DE RAFAEL CAL Y MAYOR AL GENERAL EMILIANO ZAPATA, 1917 Thomas Benjamin * Central Michigan University

?D?nde est? la gente de la revoluci?n?, pregunta William

H. Beezley.1 Tenemos estudios minuciososo sobre Madero, Za pata, Carranza, Obreg?n y dem?s personajes importantes en el

?mbito nacional o en el nivel local. Aumenta constantemente el n?mero de los relatos ?y de la interpretaci?n de los mis

mos? sobre los vencedores y los vencidos regionales de lugares

tan diferentes como Yucat?n, Guerrero, Sonora. Los histo riadores dedicados a cuestiones sociales o los soci?logos de dicados a la historia organizan en gr?ficas el n?mero de las masas, los cambios en la tenencia de la tierra, los impuestos rurales y urbanos, el alfabetismo y los precios de la alimenta ci?n b?sica. Hoy m?s que nunca, la revoluci?n mexicana, la "gran rebeli?n" (la primera revoluci?n social del siglo xx o la

?ltima burguesa del siglo xix, como queramos caracterizarla) es un tema de mucho inter?s, que provoca discusiones y desa cuerdos, que se investiga y descubre constantemente. Se conoce

mejor y de manera m?s precisa ese complejo haz de aconte cimientos que desgarr? y cambi? a la naci?n; la metodolog?a que se emplea es m?s variada y fecunda; el an?lisis m?s sutil y satisfactorio. Pero luego de echar una mirada a l?deres promi nentes, clases y masas an?nimas, decisiones importantes y vas

* Quiero agradecer a la Latin American Library de la Universi dad de Tulane, y especialmente a su Director, Dr. Thomas Niehaus, el permiso que se me concedi? para publicar el manuscrito de Cal y Mayor. Roberto Ponce, de Antigua (Guatemala), ley? y ayud? a la revisi?n de la transcripci?n original. Se han conservado la ortograf?a, redacci?n y acentuaci?n a originales.

1 Beezley, 1981, p. 25. V?anse las explicaciones sobre siglas y

referencias al final de este art?culo.

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THOMAS BENJAMIN

tas fuerzas hist?ricas, la pregunta ?d?nde est? la gente de la revoluci?n? queda, por lo general, sin respuesta. ?C?mo vivieron la revoluci?n los que participaron en ella? No hay, naturalmente, patrones fijos. Para la mayor?a de sus protagonistas, la revoluci?n significaba, entre muchas otras co sas, la lucha diaria con el enemigo y con la traici?n de los aliados, el esfuerzo de aprovisionar a la tropa, comprar o robar armas y municiones, buscar al converso ideol?gico o al que ten?a una motivaci?n individual. En su b?squeda de la revo luci?n, el historiador ignora a menudo la experiencia de la revoluci?n. Se encuentra a veces un documento y se le considera im portante no porque obligue a revaluar alguna interpretaci?n hist?rica muy aceptada, sino porque deja percibir la forma en que la gente viv?a y sent?a sus experiencias. El documento de Cal y Mayor, que se encuentra en la Colecci?n Chiapas de la Latin American Library en la Universidad de Tulane, es de esta naturaleza. Frans Blom, antrop?logo y arque?logo de esa universidad, encontr? el documento en la frontera de Chiapas y Veracruz en

1922. Su texto, dice Blom en la introducci?n, cuenta "un episodio m?s o menos ignominioso, que deja ver profunda mente en la historia de la ?poca". El autor del informe, l?der de la revoluci?n agraria en Chiapas, Rafael Cal y Mayor, era un Zapatista peculiar. Perte nec?a una de las familias terratenientes m?s distinguidas del departamento de Tuxtla, y hab?a estudiado derecho en la ciudad de M?xico antes de unirse a Zapata en 1915. Se des prende del informe que el joven Cal y Mayor estaba influido por la aventura de la revoluci?n y que era un soldado fiel. Cuando Zapata lo design? jefe de las operaciones militares en los estados de Chiapas, Tabasco, Campeche y Yucat?n, en abril de 1915, narra el informe, Cal y Mayor, con una tropa de dos

cientos hombres, parti? de Cuautla (Morelos), cruz? Oaxaca y el Istmo para llegar a Chiapas. Cal y Mayor lleg? a Oaxaca a fines de 1915 en momentos cr?ticos, porque el gobernador Jos? In?s D?vila y el caudillo militar Guillermo Meixueiro, los hombres m?s poderosos del estado, hab?an retirado a principios de a?o el reconocimiento

a la soberan?a nacional. En esa ?poca Venustiano Carranza

procuraba restaurar su autoridad en el estado usando el poder militar. D?vila y Meixueiro convencieron a Cal y Mayor de que permaneciera en Oaxaca por alg?n tiempo y luchara con tra los carrancistas, cosa que hizo durante tres meses aunque

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UNA HISTORIA POCO GLORIOSA 599 TABASCO

VERACRUZ

Tierra Fr?a OAXACA

San Crist?bal Las Casas

OC?ANO PACIFICO

Porci?n de Chiapas Occidental, escenario de los hechos referidos en el documento.

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THOMAS BENJAMIN

sin ?xito, porque los carrancistas tomaron la ciudad de Oaxaca en marzo de 1916. Las fuerzas Zapatistas tuvieron que abrirse paso hacia el Istmo a trav?s de un territorio controlado por el enemigo. En abril, la expedici?n de Cal y Mayor lleg? a Chia pas a pie, sin artiller?a y con veinte soldados. "Incre?ble era mi situaci?n", escribi? el comandante. En la primavera de 1916, cuando entraba en Chiapas, Cal y Mayor supo de la rebeli?n. Los villistas, como ?l los llamaba, se hab?an levantado contra las tropas carrancistas invasoras que mandaba ei general Jos? Agust?n Castro, en el oto?o de 1914. El dos de diciembre de ese mismo a?o, alrededor de cua renta hombres firmaron el Acta de Canqui, por la que se compromet?an a sacar a los filibusteros carrancistas de la re gi?n y reconocer al hacendado Tiburcio Fern?ndez Ruiz como jefe de la rebeli?n. A quienes participaron en ella se les puso la etiqueta de villistas, porque se entend?a que Villa estaba tambi?n en contra de Carranza, pero con el tiempo se les llam? "mapaches", porque, como esos animales, com?an al ma?z crudo all? donde lo encontraban, a causa del hambre constante que padec?an.2 En un principio, los mapaches reun?an una coalici?n no muy definida de grupos que aceptaban s?lo nominalmente la jefatura de Fern?ndez Ruiz: Salvador M?ndez dominaba el valle de Custepedes; Virgilio Culebro y Tirso Casta??n estaban en Comit?n; Eliezar Ruiz y toda la familia Ruiz en el depar tamento de Chiapas; Federico y Enrique Mac?as en el valle

La Frailesca. Dos exoficiales del ej?rcito federal, Rosendo

M?rquez y Te?filo Castillo Corso, que viv?an en Guatemala, ayudaban a reclutar hombres y a reunir armas y municiones.

En el verano de 1916, Alberto Pineda y otros hacendados se reunieron en San Crist?bal Las Casas, formaron la "Brigada Las

Casas" y se unieron a la rebeli?n; los pinedistas incursionaban en tierra fr?a y colaboraban con los mapaches. En el mismo a?o, el sobrino de don Porfirio, F?lix D?az, inici? en Veracruz una rebeli?n para derrocar a Carranza. Pero el movimiento felicista no ten?a fuerzas suficientes para enfrentar al ej?rcito gubernamental que lo oblig? a retirarse a Oaxaca y, finalmente, en el mes de noviembre a Chiapas.3

Esta era la situaci?n en el estado cuando el zapatista Cal y Mayor entr? en Chiapas en la primavera de 1916. Encontr? 2 Garc?a de Le?n, 1979, p. 60. 3 Benjamin, 1981 y Hern?ndez Chavez, 1979 estudian la revo luci?n en Chiapas.

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UNA HISTORIA POCO GLORIOSA

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varios grupos insurgentes que se adher?an a Villa o a F?lix

D?az, que recib?an ayuda del gobierno de Guatemala, que

cooperaban unos con otros o peleaban entre s?, y que estaban unidos s?lo por su lucha contra los carrancistas. Cal y Mayor crey? al principio que pod?a hacer causa com?n con el diri gente de los mapaches, Fern?ndez Ruiz, quien, aunque no ha

b?a firmado el Plan de Ayala, le permiti? dividir cuatro hacien das cerca de La Concordia y repartir las tierras. Pronto entendi?

Cal y Mayor que "los llamados villistas" ahora eran m?s feli cis?as que villistas y como aliados eran peligrosos. A finales del a?o. Juan Andreu Almaz?n, segundo de F?lix

D?az, inform? que "los mapaches persegu?an encarnizadamente

a los componentes de la gavilla de Rafael Cal y Mayor, a los que llaman los 'tiznados', los persegu?an, repito, porque 'eran bandidos' ".4 El zapatista chiapaneco huy? hacia la frontera con Veracruz, al departamento de Mezcalapa; durante los tres a?os siguientes trat? de hacer una verdadera revoluci?n.

A pesar de los sinceros esfuerzos de Cal y Mayor, los idea les Zapatistas no echaron ra?ces en Chiapas; los campesinos

nunca se unieron para derrotar a los hacendados. Continu? Cal

y Mayor su lucha contra los carrancistas (y contra los mapa ches a veces), reparti? la tierra de las haciendas, propag? las ideas Zapatistas, pero, en general, fue superficial su influencia en la revoluci?n chiapaneca.5 El movimiento pol?tico serio que

hubo en Chiapas en los a?os veintes no tuvo nada que ver con los esfuerzos de Cal y Mayor. El fracaso del zapatismo en

Chiapas, opinan algunos se debi? al comportamiento deshonesto de Cal y Mayor. Sobre ?l oy? decir Frans Blom que era "uno de

los asesinos m?s brutales e inescrupulosos del tumulto re volucionario". Tambi?n el c?nsul de Estados Unidos en Fron tera (Tabasco) coment? que, sencillamente, el l?der zapatista

era m?s asesino que revolucionario.6 Es verdad que Cal y

Mayor secuestr? algunos terratenientes norteamericanos en Chiapas,7 y es posible que su personalidad haya influido nega

4 Almaz?n, 31 de mayo de 1958. 5 Benjamin, 1981, p. 150. 6 C?nsul de Estados Unidos, T. Bowman, Frontera, Tabasco, al secretario de Estado, abril 10, 1919, NAARG 59. Microcopia 274/ 818.00/22643. 7 James Cowan al c?nsul de Estados Unidos, Tampico, septiembre

28, 1921, NA/RG 84/Correspondence US Consulate Tampico, 1921/ Part 14/Class 702 to 811. Mi agradecimiento a Marcial Ocasio que encontr? y copi? este documento.

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THOMAS BENJAMIN

tivamente en la revoluci?n agraria de ese estado, pero hay, creo, una explicaci?n mejor. El noroeste de Chiapas, especialmente el departamento de Mezcalapa, zona de las operaciones militares de Cal y Mayor, no estaba maduro para la revoluci?n. No hab?a en el territorio unas cuantas haciendas de gran extensi?n, sino muchos ranchos productores de cacao. El gobierno registr? en 1909, en el de

partamento de Mezcalapa, 310 ranchos y 19 haciendas; de

?stas, pocas se valuaron en m?s de dos mil pesos. En el depar tamento de Pichucalco hab?a 573 ranchos y 208 haciendas.8 Los rancheros de Chiapas no luchaban en pro de la reforma agraria, sino, a veces, en contra de ella. En el noroeste del estado, el grueso de la poblaci?n era ind?gena, y la mayor parte

de los pueblos ten?an ejidos. Durante el Porfiriato se privati zaron y repartieron nueve ejidos de Mezcalapa y ocho de Pi

chucalco, pero, aunque disminuidos en su tama?o, subsistieron

muchos.9 No exist?an aqu?, como en otras regiones de Chia

pas, muchas presiones sobre la poblaci?n rirai para que se inte grara al mercado de trabajo o para que se convirtiera en pe?n

endeudado. El c?nsul estadounidense en Pichucalco confirma ese estado de cosas en un informe de 1910: "Hay mucho tra bajo, pero, en comparaci?n, hay escasez de brazos".10 Hab?a, adem?s, otro obst?culo para alentar la revoluci?n popular. La poblaci?n del noroeste de Chiapas, en su mayor?a ind?gena, hab?a permanecido mucho tiempo aislada del resto del estado,

casi no hablaba espa?ol, desconfiaba de los ladinos y de su

pol?tica, y simplemente quer?a que la dejaran en paz. Las masas

que Cal y Mayor procur? movilizar para la revoluci?n agraria eran peque?os propietarios e indios pueblerinos. No es pues de

sorprender que este hijo de hacendados, educado como revo

lucionario en la ciudad de M?xico, haya fracasado en su intento

de cultivar el zapatismo en el suelo de Chiapas. M?s que Bo l?var, Cal y Mayor hab?a arado en el mar. En 1920 Cal y Mayor apoy? el movimiento anticarrancista de Agua Prieta que llev? a Alvaro Obreg?n a la presidencia. El nuevo r?gimen le recompens? con el nombramiento de ge s Anuario estad?stico, 1911, p. 52. 9 "Oficina General de Ejidos. Copia del inventario general formado

por la Oficina general de ejidos", AHCH, Secci?n de Fomento 1908, vol. ni, exp. 12. 10 "Departament of Pichucalco, Chiapas, M?xico", por Albert Brickwood, October 7, 1910, NAARG 84/Tapachula, Miscellaneous Reports/V. 159 C8.6. This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 04:50:09 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


UNA HISTORIA POCO GLORIOSA

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neral y con la comandancia de una de las zonas militares de Chiapas. Hacia mediados del decenio ingres? en la pol?tica y fue elegido diputado federal; por breve tiempo fue presidente

de la Liga Central de las Comunidades Agrarias. En 1932 se le nombr? general de brigada; muri? diez a?os despu?s, a la edad

de cincuenta a?os. Hubo pocos cambios en el movimiento zapatista chiapa neco, que se hundi? en la oscuridad y el olvido. Pero se con serva este documento, que puede ayudarnos a entender mejor esa

experiencia revolucionaria. El informe de Cal y Mayor habla

de sufrimiento, peligro, traici?n, confusi?n ideol?gica y fervor

revolucionario, todas, sin duda, experiencias comunes en mu chos grupos revolucionarios de M?xico entre 1910 y 1920. Esta es una perspectiva de la revoluci?n, de la gente que luch? en ella, que la vivi?. Es una perspectiva v?lida, muy alejada de las deliberaciones importantes de la ciudad de M? xico, de las decisiones y actuaciones de Madero, Carranza, Villa y otros. La gente de la revoluci?n por la que pregunta Beezley puede encontrarse en este informe y en otros documentos pa recidos. Habla por ti mismo, Rafael.11

Introducci?n de Franz Blom Hay una historia detr?s de este manuscrito. La cuento como

otros me la contaron: uno de ellos fue el Dr. Sparks, c?nsul brit?nico en Pue to M?xico (1922); otro fue un hombre que ingres? por la fuerza al servicio de Cal y Mayor, y que vio de cerca algunos hechos v a sus protagonistas. Un dentista americano y su esposa, viejos ya, viv?an en una

plantaci?n que ten?an cerca de Pichucalco. He olvidado sus nombres. En una de sus incursiones, Cal y Mayor saque? la plantaci?n y llev? a los viejos como prisioneros a su campa mento. Se divert?a mucho oblig?ndolos a realizar los bajos me nesteres de los sirvientes.

Siempre o? ?de los indios escapados del campamento o de gente del Istmo de Tehuantepec y de Tabasco? que a pe sar de su educaci?n y de sus finos modales, Cal y Mayor era uno de los m?s inescrupulosos y brutales asesinos de la revo luci?n; all? donde iba saqueaba, quemaba, asesinaba. El gu?a me dijo que todos los s?bados mandaba alinear a la tropa y a los prisioneros y les le?a el informe para su general 11 Meyer, 1973, pp. 396-408.

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THOMAS BENJAMIN

el jefe Emiliano Zapata. Este manuscrito es copia de ese infor me. Lo encontr? con otros papeles, dentro de sacos de palma que estaban pudri?ndose, en Pozo Colorado, a orillas del R?o de la Venta, en 1922. Mi gu?a, exprisionero de Cal y Mayor, identific? estos papeles como aquellos que sol?a leerles. Cuando el informe estuvo escrito, el general dijo a la mujer

del dentista que deb?a llev?rselo a Zapata. Se escondi? el ori ginal del documento en las suelas de sus zapatos, y se le dijo que si no regresaba en cierto tiempo con una respuesta, su marido, viejo y d?bil morir?a. La mujer parti?. El Dr. Sparks, c?nsul brit?nico en Puerto M?xico, me dijo que ella le hab?a pedido ayuda cuando pas? por el pueblo hacia la ciudad de M?xico, pero como cualquier interferencia pon?a en peligro la vida de su esposo, continu? su camino. Lleg? la mujer a M?xico, atraves? las l?neas federales y entreg? por fin su mensaje. Supo al regreso que su marido hab?a muerto de inanici?n, seg?n le contaron los indios. ?stos,

que lo quer?an mucho, le hab?an dado sepultura en un campo

abandonado de Tepoztl?n, a orillas del r?o Nanchital. Las manos amorosas de los indios hab?an se?alado la tumba con botellas vac?as puestas hacia abaio, de modo que los fondos dibujaban un cuadrado, y a la cabeza hab?an puesto una r?s tica cruz de madera. Me detuve ante ella el 26 de enero de 1922. El documento cuenta un episodio m?s o menos igno minioso, que, sin duda, deja ver profundamente en la ?poca.

COPIA DEL INFORME RENDIDO POR EL C. GENERAL DE BRIGADA RAFAEL CAL Y MAYOR AL GENERAL EN JEFE DE LA REVOLUCI?N EMILIANO ZAPATA.

A?O DE 1916

Rep?blica Mexicana. Ej?rcito Libertador. Brigada "Cal y Ma

yor". N?m. 1. Tengo el honor de participar a usted las novedades

ocurridas a la Brigada de mi mando, porque creo est?n en su

poder los partes que con oportunidad le rend?. Obedeciendo las instrucciones recibidas de ese Cuartel G ral. en el mes de Abril del a?o pr?ximo pasado, donde se me ordenaba

viniese a mi querido estado, para que levantara ? mi pueblo en favor de la sagrada causa que defendemos, y me hiciese cargo de las operaciones militares en los Estados de Chiapas, Tabasco, Campeche y Yucat?n; emprend? mi marcha de Cuautla el 11 de This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 04:50:09 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


UNA HISTORIA POCO GLORIOSA

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Noviembre, no habi?ndolo hecho antes por acatar algunas ?rdenes que posteriormente me dio esa superioridad y despu?s porque el enemigo nos atac?, como Ud. sabe en la ciudad de M?xico y nos vimos obligados ? defender ? la poblaci?n por espacio de 25 dias

motivo que iso tardar mi expedici?n, llegando a Oaxaca hasta

fines de Diciembre de ese mismo a?o y tras de grandes penalidades y a costa de muchos sacrificios que logr? vencer.

Estaban al frente del Gobierno de Oaxaca, el Lie. Jos? In?s D?vila como Gobernador y el Lie. Meixueiro como Gral. en Jefe de las fuerzas.12 Estos hombres de abolengo cient?ficos y principales

leaders felixistas no peleaban por nuestros ideales, sino que pre tend?an restablecer el orden constitucional, apelando a la llamada Soberan?a del Estado. Al siguiente dia de haber llegado ? Oaxaca, me aperson? con D?vila y Meixueiro y les expliqu?, los motivos que ten?a al pasar

por la capital del Estado y de la comici?n con que Ud. tuvo a

bien honrarme y a la vez, hacerles una visita de cortesia por el buen recibimiento y agasajos de que fui objeto en mi tr?nsito por los pueblos. Me manifestaron que ten?an mucho gusto de que estuviese con ellos y que me ayudar?an para el ?xito completo de mi expe dici?n. Enseguida me pintaron la situaci?n tan cr?tica para ellos en esos momentos, pues el enemigo por el rumbo de Miahuatl?n avanzaba y que les era imposible el contenerlo, por que las fuer zas que deber?an ir para all? aun no se acababan de organizar en Ix?l?n, y mientras tanto la capital corr?a peligro, suplic?ndome a la vez, saliera ? batir a los carrancistas entre tanto llegaban las fuerzas cerranas, quedando libre despu?s, para continuar mi ruta, no teniendo inconveniente en auxiliar a nuestros aliados, que era el calificativo con que nos trataba Meixueiro, acept?. Por espacio de tres meses, combat? sin descanso al enemigo en casi toda la costa y de todo los combates tambi?n di ? Ud. cuenta. Los famosos serranos se tardaron mucho en llegar en mi auxilio y en todos los encuentros habidos en esa ?poca se distin guieron por lo correlones. Viendo que el enemigo hab?a desistido de su prop?sito y que me tardaba mas de lo necesario, regres? a Oaxaca para recojer el resto de mi impedimenta y continuar mi marcha. Al comunicar tal determinaci?n a Meixueiro, se molest? much?simo, pretendiendo rega?arme a lo que no di lugar. 12 Meixueiro, caudiUo de Oaxaca de julio de 1914 a marzo de 1916, se ali? con Zapata en 1915 y se adhiri? al Plan de Ayala pre

sionado por Carranza. Vid. Henderson, 1981, p. 116.

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THOMAS BENJAMIN

Antes de llegar a la capital de Oaxaca, se me uni? el Gral.

Manuel Mart?nez Miranda y el Gral. Santib??ez, dej?ndome este ?ltimo su fuerza, porque el se fu? ? Morelos.13 Al regresar de la campa?a a que me refiero, me quit? el Go bierno de Oaxaca ? dichas fuerzas, empleando para ello una pol?tica

muy sucia.

Por agentes de dicho Gobierno trataron de comprarme todo

mi armamento, ofreci?ndome en obsequio una hacienda y un chalet en la Capital, en la inteligencia de que pondr?a precio a mis

elementos de guerra pag?ndomelos en oro, asegur?ndome Meixueiro

que quedar?a con el mando de la Brigada. Viendo la situaci?n tan cr?tica por la que atravesaba, decid? salir de Oaxaca a toda costa, donde constantemente el Gobierno trataba de conquistar ? la tropa y mis jefes.

Encontr? en Oaxaca al Ing. Adalberto Hern?ndez, ex-Sub

secretario de Agricultura de la Soberana Convenci?n Revoluciona ria, personaje misterioso que sol?a frecuentar grandes conferencias con los felicistas en uni?n del Gral. Eguia Liz. El Ing. Hern?ndez se expres? duramente de nosotros, pronos tic?ndome la creaci?n de un nuevo partido de salvaci?n de nuestra patria, aconsej?ndome dejara el Zapatismo. Eguia Liz me indic? que traia comici?n reservadisima suya y eso motivaba sus pl?ticas

con el gobierno y se trataba nada menos que de proclamar la Soberan?a en todos los Estados y que a el se le habia encomen dado poner de acuerdo a Ud. con los de Oaxaca, y al verme ?

estos lugares deber?a hacer lo mismo, contando con elementos que me llegar?an oportunamente. Viendo Meixueiro que nada consegu?a conmigo trat? de desar

marme, pero cupo la casualidad en esos d?as, el avance r?pido del enemigo de Jlacolula, distante 8 leguas de la capital y entonces se me suplic? saliera a contenerlos, y de este modo pude desem barazarme de nuestros enemigos, porque ya no me detuve, con tinuando hasta el Istmo.

Debo hacer de su conocimiento que poco antes de salir de Oaxaca, fue desarmado y asesinado el Gral. Manuel Alvar ado

perteneciente ? la Divici?n del Gral. Aguilar, en Ejutla, nada m?s porque no estaban de acuerdo con los planes de Meixueiro y la misma suerte hubiese corrido si no me pongo listo.14

13 El general Alfonso Santib??ez, felicista, asesino del hermano de don Venustiano, el general Jes?s Carranza, se ali? tambi?n a Zapata por cuestiones m?s militares que ideol?gicas.

14 El general Higinio Aguilar, zapatista oaxaque?o, se ali? con F?lix D?az en 1916.

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Todo el tiempo que estuve entre los reaccionarios pude obser var el odio de Meixueiro tiene al Gral. Aguilar y despu?s,, a Alma z?n y los planes que le puse para ver si los desaparec?a, no logrando

su objeto, y con este prop?sito deseo que le sirviese de instru

mento, oponi?ndome terminantemente.

Si fu?, dificultosa mi llegada a Oaxaca, no lo fu? menos mi

arribo al Istmo. Los caminos muy quebrados, los serranos en

mi persecuci?n y los carrancistas interponi?ndose ? mi paso, hizo que me viera precisado a abrir brechas, para burlar a mis enemi gos y remontarme por algunos dias en el Jimpoaltepetl, para per der de vista ? mis perseguidores y que descansara y repusiera mi fuerza. Varios de mis oficiales y jefes que habian sido minados por los felicistas, se pasaron con ellos y otros como los Grales. Alfonzo

y Leon Leon, de origen Guerrerense me traicionaron en momen tos que marchaba ? volar el Ferrocarril de Tehuajitepec. Vi?ndo

me solo y temeroso de que mi artiller?a cayera en poder del

enemigo, que hasta entonces la habia conservado, resolv? ente rrarla, haci?ndolo con las precauciones necesarias y tengo la segu ridad de que no a caido en poder del enemigo, y no est? lejano el d?a en que la recupere. Esto se llev? a efecto a inmediaciones de Rinc?n Antonio. Permanec? alg?n tiempo operando en el Istmo donde derrot? al enemigo en varios encuentros, fusilando algunos jefes carran cistas, cont?ndose entre ellas a un Tnte. Cor. Rueda, a qui?n le repart? su hacienda a los trabajadores y al pueblo de Snta. Mar?a Gienagati. Vol? los dinamos que dan luz a Sn. Ger?nimo, porque

el agua que movia dichos dinamos, se las quitaba desde hacia

mucho tiempo a cinco pueblos, que en las secas se ve?an precisados a comprar el precio liquido. El d?a dos de Abril, tom? la hacienda de Sn. Pablo, y pueblos de Uni?n, Hidalgo y Niltepec, donde el enemigo me derrot? com pletamente, a consecuencias de que el Tnte. Cor. Abelardo Medina Veytia, que mandaba una secci?n de ametralladoras, se pas? con el enemigo y cuando el debia protegernos nos hizo fuego, lo que vino a contribuir que otros muchos soldados se pasasen tambi?n. En este combate perecieron muchos soldados, oficiales y el Tnte. Cor. Duran, quien se port? heroicamente, pudiendo hacer mi retirada con poco mas de 100 hombres. Encontr?ndome verdaderamente acosado por m?s de tres mil hombres de caballer?a carrancistas y poco m?s de mil infantes, me vi precisado a remontarme en un cerro, cerca de la hacienda de Regadillo, a inmediaciones de Ganatepec, y ah? me coji? com pletamente el enemigo y ya cuando ellos llegaban cerca de noso This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 04:50:09 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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tros, orden? bajar a toda carrera sobre mis sitiadores, a quienes desconsert? y una vez que me vi en el plan, arrebat? de los sol

dados que, cuidaban la caballada enemiga los suficientes para

montarnos, porque todos nosotros est?bamos a pi? desde Niltepec y de ?ste modo pudimos salvarnos llegando ? los tres d?as a la

Gineta, punto de la Sierra Madre que divide Chiapas de Oaxaca y de este lugar ya me pude orientar, no que en todo el camino por el que atraves? me era totalmente desconosido, gui?ndome ?nicamente por la via. Mas antes, es verdad que traia planos sir vi?ndome de ellos en toda mi expedici?n, pero una noche cerca de Sn. Ger?nimo, se extravi? una mu?a de la impedimenta donde ven?an. Desde el Istmo vine recojiendo noticias de que exist?an revo lucionarios Villistas en Chiapas y procur? a toda costa averiguar en que lugar del Edo. se encontraban, desgraciadamente antes de

llegar a ellos, ca? con todos los mios, en una emboscada en la hacienda llamada Puebla que est? al pie de la Gineta. Aunque peleamos con arrojo tuve que lamentar la p?rdida de varios ofi ciales ? individuos de tropa, unos muertos y otros prisioneros, al

Gral. Vicente Estrada, que cay? en poder del enemigo; siendo

fusilado en la f?brica "La Providencia". El Gral. Estrada fue Jefe de Estado Mayor de mi Brigada, desde la segunda toma de la ciudad de M?xico, por nuestras fuer zas y siempre se distingui? por su valor y buena organizaci?n que dio a la expresada. De ?ste descalabro ?nicamente se salvaron 20 soldados, el Gral. Eustaquio Duran Jefe del Io regmto. de Tepoz tl?n Mor., el Gral. Pedro de la Garza Jefe de la Escolta y despu?s del segundo Rgmto. de Tamaulipas y yo. Diez y siete dias anduve por las monta?as llegando cerca de Sn. Nicol?s, finca de mis padres donde habian 400 carrancistas de destacamento. Mi pap? me inform? de la zona que recoman los villistas y del camino que debia seguir, teniendo que atravesar al Edo, porque se encontraban en la frontera de Guatemala. Incre?ble era mi situaci?n en aquellos dias, todos a pi? sin ropa

por haber perdido la caballada en el combate de Puebla, cansa

dos apenas pod?amos dar paso, sin embargo de ?sto, y de las pro posiciones que los carrancistas me hacian de ascender al grado inmediato, de ir organizar una divici?n a M?xico y otras muchas cosas, que rechac? en?rgicamente, prefiriendo morir a rendirme

nunca pence retroceder ante la tarea que me habia trazado al venir ? Chiapas. Dif?cil ser? narrarle los tropiesos que tuve en esos dias al acercarme a los Villistas, logrando tener mi primer contacto en la hacienda Mexiquito, el 1? de Mayo donde se encontraba el

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Gral. Brigadier Tiburcio Fern?ndez, con su fuerza y la del Gral. Tirzo Casta?on. El Gral. Fern?ndez venia de Comit?n, plaza que acababan de tomar; encontr?ndose ausente el Gral. Casta?on por

que habia ido a Guatemala, despu?s de la toma de Comit?n en

union del Cor. Agust?n Castillo. El Gral. Fern?ndez, hacendado del Edo, antiguo compa?ero de escuela y por lo tanto amigo de infancia le fu? muy grata mi llegada y expontaneamente la fuerza vitore? el nombre de Ud. y con regocijo, oyeron lo que les dije al hablarles en su representaci?n, explic?ndoles cuales era la causa que usted persegu?a desde hace muchos a?os, la misma que mas tarde reconoci? y defiende hasta la fecha el Gral. Villa y dado que ellos eran Villistas, deber?an tener la seguridad de que contarian con un pu?ado de hermanos Zapatistas, que junto con ellos, sabr?an llegar al triunfo o morir en holocausto de la victoria.

El jefe de estado Mayor del general Fern?ndez que lo era

por ese entonces el Cor. Rodulfo Gamboa, jur? solemnemente adhe rirse a nuestros ideales, siendo en lo general el sentir de la tropa, lo mismo que de la oficialidad, distingui?ndose entre ellos el Cap. 19 Vicente Montecinos y el Cap. 29 Julio C?sar Monteemos. El

Gral. Fern?ndez viendo que toda su gente se volvi? Zapatista,

me enga??, haci?ndome creer que ?l tambi?n estaba sugestionado por nuestra causa. Llegu? a Mexiquito con el Gral. de la Garza, dos soldados y

Cap. 19 Cleofas Hern?ndez de Tepoztl?n Mor. no habi?ndolo

hecho con el Gral. Duran y dem?s soldados poqrue estaban muy enfermos, a quienes dej? en la hacienda de Sta. B?rbara, que era lugar seguro y a donde podr?an restablecer, entre tanto regresaba de conferenciar con los Villistas.

Fern?ndez me manifest? que desde luego nos uni?ramos y

el efecto marchar?amos a recoger al Gral. Duran, no firmando en el acto la protesta del Plan de Ayala, porque deseaba hacerlo en uni?n de Casta?on y Castillo. El d?a 5 de Mayo llegamos ? la Concordia, y como primeros pasos del Zapatismo en Chiapas, determin? reunir al pueblo, efec tu?ndolo el d?a 16 que nombr? la autoridad Municipal, haci?n doles ver la causa Zapatista y la trascendencia que en nuestro es tado tendr?a en lo futuro, que yo habia sido mandado por usted a fin de reivindicar a los pobres que por tanto tiempo han estado

esclavizados por los hacendados cient?ficos y caciques. Luego

todos se quejaron del despojo de sus ejidos por los hacendados, por lo que me determin? levantar una acta, donde constaba el reparto de cuatro haciendas que la revoluci?n hacia en favor del pueblo de la Concordia y al efecto, en acto solemne march? con todo el pueblo a las haciendas de referencia y les di posesi?n, auto

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THOMAS BENJAMIN

riz?ndolos para que trabajaran disfrutando de los bienes muebles

existentes.

Al terminar la acta se present? el Gral. Fern?ndez y al ente rarse de lo sucedido, manifest? que el se sent?a Zapatista, me

elogi? mi procedimiento y hasta firm? el acta de la que le mando copia para constancia de ese Cuartel Gral. Tambi?n al concluir la ceremonia llegaron oportunamente procedentes de Guatemala, Casta?on y Castillo y con verdadero asombro se enteraron del primer reparto de tierras hecho por los Zapatistas en el Edo. de

Chiapas, diciendo Castillo a Casta?on y a Fern?ndez en p?blico que yo seria m?s tarde el cuchillo de ellos. Despu?s de saludar a estos sugetos y contarles los pormenores

de mi expedici?n, pasamos de lleno a tratar los asuntos de la

revoluci?n. Este dia al que me refiero no pudo ser m?s acolorada la discuci?n, llegando el momento que Casta?on, lleno de ?nfulas manifest? que ?l no era Zapatista, ni villista, que peleaba ?nica mente porque los carrancistas salieran del Estado. Fern?ndez dijo que ?l era un simple soldado de la patria. Castillo no habl?. Apla zamos para el siguiente d?as nuestras pl?ticas. Entretanto yo con versaba con el pueblo y la tropa, mostr?ndose todos ellos felices por tener en su seno a los Zapatistas que tra?an la redenci?n del desheredado mexicano. Es del todo indispensable que usted sepa que al llegar al estado fu? tan escandoloso este hecho, que Guatemala mand? dos Coro neles en representaci?n del Gobierno, a fin de serciorarse de la importancia que tenian los revolucionarios Chiapences, porque necesitaban saber de la garant?a que Guatemala tendr?a al dar ele mentos de guerra a los revolucionarios y tambi?n para conven cerse si era cierta mi venida del interior, pues se decia en la prensa

de la vecina Rep?blica del Sur, que yo hab?a llegado en auxilio de los Villistas.

El d?a 17 de Mayo levante la acta que adjunto ? usted, y

por ella ver? cuales fueron mis intenciones al hacerlas firmar, era bajo todo punto de vista necesario que mis paisanos dieran color y as? saber a que atenerme y m?s a?n, considerando el car?cter y antecedentes cient?ficos de estos generalitos quise comprometerles a que ma?ana o pasado no cambiasen de chaqueta, y a ?ste fin en el acta de referencia, y en una cl?usula de tantas, se previene que ninguno de nosotros podr?a entrar en tratados con el enemigo u

otra fracci?n cualquiera, que no fuese Zapatista o Villista. Te niendo en cuenta que Casta?on desde que se levant? en armas, ? principios de 1915, a consecuencias de que los carrancistas pu sieran en libertad a los mozos y como Casta?on era uno de los tantos negreros, se sinti? ofendido y empu?? las armas, y?ndose

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a refugiar a la frontera y desde esa fecha solo se ha dedicado a robarse el ganado quitando la riqueza del Estado, bienes que se han logrado escapar de la rapi?a carrancista, y por este motivo, asent? en otro art?culo del acta a que me refiero; que ninguno de los tres Grales, aisladamente, podiamos hacer operaciones fi nancieras, sin el consentimiento de los otros dos. Al cambiar las primeras impreciones con los enviados de Gua temala, not? la sorpresa que les caus?, al hablarles de la union Zapata Villista, e imprudentemente guiados por propio impulso me dijeron que el Presidente Estrada Cabrera cultivaba buenas relaciones con Estados Unidos de Am?rica y por los tanto ten?an la seguridad de que sus gobiernos, no cambiar?an de la pol?tica que se habia trazado, desde el principio, pues estaban seguros que ning?n gobierno revolucionario actual podr?a traer la paz en M? xico, sino era uno, que por su prestigio y apoyo de los Estados Unidos se pusiera al frente de la revoluci?n, restableciendo el orden

constitucional, creyendo ellos que el futuro Presidente de M?xico fuese Felix D?az, porque era el hombre indicado y por tener la confianza del Gobierno Americano y que tambi?n esto era el sen tir de Estrada Cabrera.

Pasando despu?s a felicitarme, porque (aludiendo a Felix

D?az) ten?amos de candidato a un hombre, que como su tio, haria

la paz por muchos a?os. En contestaci?n a ?ste absurdo, les di copia de cada una de las actas levantadas en La Concordia, poco

dias antes. Advirtiendo ? Ud. que el acta donde hac?amos mas

patente la uni?n Villa-Zapatista, y que creyeron Casta?on, Fer n?ndez y Castillo que seria netamente reservada y al enterarse los

Coroneles Guatemaltecos de el acto no dejaron de mostrar su enojo, diciendo el uno al otro, entonces se nos enga?a!

Nosotros los Zapatistas, Sres. Coroneles, les dije: peleamos

desde 1910 por los ideales que se encuentran sintetizados en el Plan de Ayala y que responden a las justas aspiraciones del pueblo mexicano y no enga?amos a nadie, antes lo contrario, hacemos cuanto esta de nuestra parte en explicar quienes nos oyen, los motivos de ?sta gran revoluci?n agraria. Se afirm? en toda la prensa extranjera, me replicaron los coro neles que las tropas que militaban a las ordenes de los Grales.

Zapata y Villa peleaban ahora por el Gral. D?az. Es un error

se?ores Coroneles creer que los hombres que peleamos desde hace alg?n tiempo por la reforma sociales de nuestro pais, sostengamos ma?ana o pasado la personalidad de F?lix D?az, que con solo ver sus antecedentes, vemos al eterno enemigo de nuestra causa. Entonces (volviendo a insistir) como es, que la mayor parte

de los Grales, federales se encuentran en Guatemala, hacienda

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THOMAS BENJAMIN

propaganda felicista, siendo que en su totalidad pertenecieron a los fuerzas del Gral. Villa como el Gral. Medina Barr?n, que es el encargado del Gral. D?az para impulsar la revoluci?n en los Edos

del Sur? Es muy f?cil de explicarse esto, Srs. delegados. Las

revoluciones que como la actual, duran para triunfar varios a?os,

hacen que se depure los hombres y m?s a?n, cuando ha habido alguna dictadura larga, los hombres que en ?ste periodo sirven a los gobiernos se corrompen; resultando la degeneraci?n de los ciudadanos y para volver a sus pasos la sociedad, necesita de estas convulciones que hacen desaperecer los organismos da?ados.

Al entrar nosotros en M?xico en 1914, el Gral. Villa llev?

consigo al elemento corrompido federal, creyendo que se rege nerar?a a su lado y pronto se desenga?? de su error, porque todos los federales de la escuela porfiriana, no pudiendo resistir a uno ? dos descalabros de la Divici?n del Norte y viendo que ellos no controlaron el mando de tes fuerzas del Gral. Villa como lo pre tendieron, en masa lo traicionaron, y?ndose a refugiar al lado del eterno fracasado en las revoluciones de M?xico, Felix D?az. Con estos cambios de impreciones bast? para que los represen tantes de Cabrera retornaran a Guatemala violentamente, pretes tando que su gobierno les habia limitado el tiempo. Casta?on, Fern?ndez y Castillo no supieron explicarse ?ste incidente, el caso es que Medina Barr?n ya no pudo adquirir los elementos de guerra que tenia en tratos con el gobierno de Guatemala y los llamados Villistas de Chiapas se han quedado esperando hasta la fecha dichos elementos.15 A la par que esto acontec?a, circularon en toda parte dominada por los llamados Villistas proclamas de Felix D?az firmadas en tierra Blanca, con el lema de Paz, Libertad y Justicia, a igual de

los de la llamada Soberan?a del Edo. de Oaxaca. En mi poder

cayeron veinte mil manifiestos de Felix D?az que los romp? pu blicamente en presencia de los felicistas. A raiz de la llegada de los carrancistas al Edo. hubo un levan tamiento zapatista encabezada por el coronel Virgilio Culebro, de origen Tuxtleco, pero desgraciadamente fue asesinado en la Con cordia por el traidor Tirso Casta?on.16 El Coronel Culebro, de 15 El general Salvador Alvarado, que en 1918 operaba en Chiapas, se apoder? del archivo de Fern?ndez Ruiz y averigu? que el jefe ma pache se negaba a aceptar municiones del gobierno de Guatemala. Pero Casta?on recib?a aprovisionamiento de ese gobierno para la regi?n sur. Alvarado a Carranza, abril 24, 1918, AVC/Telegramas, 2. 16 Este hecho fue causa del rompimiento entre Fern?ndez Ruiz y Casta?on, y del exilio forzoso de ?ste en Guatemala.

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UNA HISTORIA POCO GLORIOSA

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ideas netamente Zapatista, se distingui? en el corto tiempo que opero con nuestra bandera, por su valor arrojo y pericia militar. De la fuerza que el llego a organizar, solamente siguieron fieles, los hermanos Monteemos y el Cor. Gamboa de los que ya le hable. Viendo Casta?on, Fern?ndez y Castillo que mi fuerza aumen taba de dia en dia y los pueblos enteros se levantaban en favor del Zapatismo y que no podian llevar a cabo a sus maquinaciones felicistas, intentaron asesinarme varias veces enga??ndome en una

de tantas, para que fuese a la frontera de Guatemala a recibir

armamento y municiones, pudiendo dejar con Fern?ndez mi fuerza,

y cuando llegue a (Nent?n, Guatemala), se me quiso aprehen der para ser fucilado por acus?rseme de revolucionario Guate malteco, pero enterado de lo que pasaba, hu? en la noche aban donando a mi acusador, Tirso Casta?on.

Cuando regres? al lado de mi fuerza, ?nicamente el Gral. Duran, el Cor. Gamboa, hermanos Montecinos y el Gral de la

Garza hab?an permanecido fieles a nuestra causa, habi?ndose pa sado todos con Tiburcio Fern?ndez porque este propal? la noticia

de que me hab?a ido al extranjero, diciendo a la tropa que lo

deb?an reconocer como Jefe, dado que era hijo del Estado y no irse con los Grales. Duran y de la Garza porque no eran de aqu?

y no los conoc?an. Y otras mucha intrigas propias de la bajeza

felicista, pusieron en juego para desprestigiar nuestra causa. El Ex-Federal Medina Barr?n escribi? desde Guatemala a Cas ta?on y Fern?ndez, orden?ndoles proclamaran la soberan?a del Edo., debiendo quedar, como gobernador el primero y de coman dante militar el segundo, proclamando desde luego y ? cualquier

sacrificio la eliminaci?n de los Zapatistas, porque el traidor de Felix D?az no tardar?a en llegar por estos rumbos y ponerse al frente de los reaccionarios y era del todo indispensable contar para este fin con todos los revolucionarios incondicionalmente.17

Fern?ndez y Castillo me invitaron para que con los jefes y

fuerzas que me quedaban asistiera a una junta general que tendr?a verificativo en "Esp?ritu Santo" con el objeto de nombrar el go

bierno del estado. Les contest? que el Plan de Ayala, previando ?ste caso, era muy expl?cito en los arts. 12 y 13 y si ten?an alguna duda pod?an recurrir a ?l para mejor orientaci?n.

17 D?az y un peque?o grupo de refugiados ^rmanecieron poco

tiempo en Chiapas; habl? con Fern?ndez Ruiz y con Alberto Pineda?

y los invit? a unirse a la revoluci?n. El primero recibi? a D?az con cordialidad y le prest? ayuda, pero no acept? la alianza. Al parecer? Pineda se decidi? por la causa felicista. This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 04:50:09 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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THOMAS BENJAMIN

Viendo ellos mi oposici?n a sus pretenciones trataron de asesi

narme, logrando escapar yendome a reunir con el resto de mi gente

en la "Frailezca" que aunque en mi ausencia trataron de voltearla, esta permaneci? fiel. Antes de estos acontecimientos hice algunas giras por los de

partamentos de Tuxtla, La Libertad, Sn. Bartolo, y Comit?n, logrando tomar la plaza de Ocozocoautla donde el Gral. Pedro de la Garza quit? al enemigo 40 carabinas 30-30 parque y caba llos lo que vino a contribuir el odio tan terrible que mis fuerzas adquir?an a cada momento con los felicistas, lleg?ndome hacer ?stos una guerra sin cuartel.

Los hacendados que se llamaban Villistas tambi?n, se volvieron mis peores enemigos, al enterarse de que yo ven?a repartiendo todas las haciendas, diciendo que los carrancistas les hab?an quitado los mozos poni?ndolos en libertad y los Zapatistas repartiendo sus fincas y que, en tan dif?cil situaci?n que ser?a de ellos? Vi?ndome enteramente acosado por los carrancistas y los feli cistas, determin? dividir en dos guerrillas mi fuerza, una al mando del Gral. de la Garza y la otra a mis ordenes. El Gral. de la Garza deber?a marchar a Ganatepec, T?pana y tomar Jalisco, haciendo la propaganda necesaria por esos rumbos, instalando sus campa mentos en la Gineta, y yo dirigirme a Pichucalco y Tabasco para impulsar la revoluci?n en aquella zona, uni?ndonos a mi regreso en sus campamentos. El Gral. de la Garza, hizo una brillante expedici?n, y deseando verse conmigo regres? a la zona felicista con una escolta de 30 hombres para ver que datos ten?a de mi. En la hacienda de Sn. Jos? del felicista Casta?on el enemigo lo atac? en n?mero de 30O duramente, entabl?ndose un tiroteo de 7 horas de duraci?n, lo

grando escapar con los suyos, despu?s de causar a los carran

cistas muchas bajas pernoctando en la hacienda de Sta. B?rbara. Agust?n Castillo que desde hac?a varios d?as le estaba prepa rando una celada, lleg? a Sta. B?rbara con 200 hombres en calidad de compa?ero, qui?n aplaudi? su valor y arrojo. Castillo invit? a almorzar al Gral. de la Garza y una vez que estuvo en su Cuartel lo asesin? villanamente desarm?ndole a su escolta. Al partir ? Pichucalco, tuve que dejar en Sta. B?rbara al Gral.

Duran con 10 soldados del H. Edo. de Morelos y soldados de aqu?, porque en momentos de salir su caballo se desboc?, rod?n

dose en un barranco, caus?ndole la abertura del pecho, por lo que no pudo continuar conmigo. Al llegar el traidor Castillo a Sta. B?rbara hizo prisionero al Gral. Duran qui?n se encontraba sumamente grave, llev?ndoselo con los suyos a la frontera, donde permanece actualmente y a

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pesar de los sacrificios que hago por rescatarlo, no he podido conseguirlo. En mi marcha para el Departamento de Pichucalco, tuve que

atravesar el de Mescalapa donde encontr? al llamado Coronel Edmundo Osorio, que se acababa de levantar en armas. Le hice

ver los ideales nuestros y habi?ndome jurado defender el Plan de Ayala, lo incorpor? ? mi columna continuando mi camino para Pichucalco, llegando a Ixtacomit?n, pueblo que dista 10 kil?metro desde ese plaza, adonde dispuse y orden? la marcha por la noche a Pichucalco para caerle el enemigo al amanecer, pero desgracia damente, los carrancistas tuvieron noticia de mi aproximaci?n y salieron a mi encuentro teniendo el primer contacto a medio ca mino a la madrugada, vi?ndome obligado a replegarme a Ixtaco mit?n y esperar al enemigo que me atac? a las 7 a la ma?ana el 5 de Agosto, pero logr? retrocederle derrot?ndolo completamente. En esos momentos dispon?a perseguir al enemigo, cuando se me dio aviso de un complot que Osorio hab?a tramado contra noso tros por lo que determin? desarmarlo a ?l con todos los suyos, motivo por el cual suspend? moment?neamente mi avance ? Pi

chucalco. Osorio, hacendado del Departamento de Mescalapa, se hab?a

levantado en armas en convinaci?n de los felicistas, pero habi?n dole descubierto muy pronto su traici?n, le desarm? en la ha cienda de "La Libertad," distante 30 kil?metros de Pichucalco,

permaneciendo ah? por espacio de 15 d?as. Sabedor de que exist?an en el Departamento y Tabasco, revo lucionarios encabezados por los Jefes Ram?n Ramos y Juan Her

n?ndez, procur? a toda costa ponerme en contacto con ellos.

Dichos Jefes est?n levantados en armas desde 1910 y aunque no ten?an bandera definida comprend? que peleaban por la redenci?n de la clase menesterosa, as? es que no vacil? ni un solo momento en invitarles para que tuvi?ramos unas conferencias y de ?sta manera atraerlos a nuestra causa. No bien hube mandado los correos cuando voluntariamente

el Coronel Hern?ndez se present? en mi campamento de "La Florida," donde se le hizo una cari?osa recepci?n por parte de

mis fuerzas. En las primeras impresiones que cambi? con ?l, com prend? que era un hombre humilde, completamente, sin ambiciones

bastardas, por lo que me inspir? una confianza absoluta y por lo tanto empec? desde luego ? explicarle cu?les eran los motivos e ideales del Zapatismo, manifest?ndole a la vez, dem?s, la misi?n que me hab?a Ud. conferido y cuando se sercior? bien de cuales eran nuestros ideales, con verdadero gusto hizo la protesta del

Plan de Ayala, en uni?n de su oficialidad (de la cual mando

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copia) adhiri?ndose por lo tanto al Ej?rcito Libertador por lo que tuve a bien extenderle su nombramiento como Gral. Brigadier y darles despachos firmados por mi a todos sus oficiales, quedando desde luego incorporado a mi Brigada. En esa misma fecha ascend? a Gral. Brigadier por su fidelidad y buenos servicios prestados a la causa al coronel Rodulfo Gamboa.

Luego que el Gral. Hern?ndez regres? por orden mia a sus

campamentos, llev?ndose al felicista de Osorio en calidad de pri sionero, empes? a sufrir deserciones de parte de algunos de sus oficiales, encabezados por Osorio, que se fug? siendo en su tota lidad hacendados que se le hab?an incorporado ?nicamente por estar sentidos con las carrancistas que hab?an puesto en libertad a sus sirvientes y luego que vieron que los principios por los que peleaba el referido Gral., despu?s de las conferencias que tuvo conmigo eran contrarios a sus aspiraciones, lo traicionaron, que dando ?nicamente con soldados pertenecientes en su totalidad a la clase pobre; m?s no por esto a desmallado sino que por el contrario sigue peleando con mas fe porque la gente que antes ten?a se le han depurado, qued?ndole los verdaderos revolucionarios.

El C. Gral. Ram?n Ramos, oriundo del Estado de Tabasco,,

abraz? con verdadero entusiasmo las armas en 1910, por circuns tancias especiales, el Gral. Ramos se retir? a la vida privada al triunfo del Sr. Madero. Viendo el mencionado Gral. que todas las promesas de la revoluci?n de 1910 hab?an fracazado, burl?n dose de ?sta manera el Sr. Madero del pueblo, que supo elevarlo ? la Presidencia, volvi? a empu?ar las armas a raiz del cuartelazo dado por el traidor Huerta y enga?ado por Carranza tom? parti cipio en las fuerzas de ?ste, pero viendo que los carrancistas segu?an

las huellas de todos los gobiernos que han esclavizado al pueblo, se volvi? a lanzar a la lucha abiertamente contra ?l, orient?ndose

de una manera definitiva con mi llegada a estos lugares. Con

misma fecha que ascend? al Gral. Gamboa y al Gral. Hern?ndez mand? nombramiento de Brigadier al Gral. Ramos lo mismo que despachos para su oficialidad.

En d?as pasados lleg? a este Campamento el Tnte. Coronel

Jos? Mar?a Luna, a quien mand? especialmente a entrevistar al Gral. Ramos, d?ndole las instrucciones que tuve a bien mandarlo as? como ejemplares del Plan de Ayala, para que los hiciera cir cular en la zona que opera. El Tnte. Cor. Luna me trajo corres pondencia y documentos que demuestran palpablemente el car?cter del Gral. Ramos, humilde de nacimiento, sin ninguna instrucci?n, valiente hasta la temeridad y verdadero ciudadano Mexicano que se ha sabido identificar ante m? como un verdadero luchador de la sagrada causa que defendemos.

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UNA HISTORIA POCO GLORIOSA

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El Tnte. Cor. Jos? Mar?a Luna de Tabasco y sobrino del Gral. Ramos ha estado luchando desde hace mucho tiempo por la misma causa, quien est? a mi lado y es uno de tantos Jefes que prestan muchas esperanzas.

Hasta ahora mi Gral. me parece que el destino empieza a

recompensar nuestros sacrificios, pues despu?s de muchas traicio nes y penalidades infinitas que han venido depurando mis Jefes y soldados me he venido a encontrar con un grupo de hombres ne tamente Zapatistas y que tienen f? ciega en nuestra causa y se sienten orgullosos al morir por ella. Puedo asegurar a usted que entre todas mis fuerzas cuento con poco mas de dos mil hombres siendo los principales jefes, los Grales. Gamboa, Ramos, y Her n?ndez, coronel Fidel Ramos, Tenientes Coroneles Cleofas Hern?n dez, hermanos Monteemos, Jos? Mar?a Luna, Sebasti?n Fones, Israel de Dios y Froilan Flores y otros muchos como usted ver? en la protesta del Plan de Ayala que le adjunto. Por no creerlo prudente no digo a usted las operaciones militares

que voy a efectuar ?ste a?o, teniendo la seguridad de dominar los estados que esa superioridad tuvo a bien encomendarme. Mando a usted dos decretos uno sobre los papeles de Carranza y otro res pecto a la repartici?n de tierras en tos estados de mi jurisdicci?n que

he expedido apeg?ndome a los ideales del Plan de Ayala. Viendo que el enemigo se acumul? en gran n?mero en la plaza de Pichucalco, decid? regresar ? la Frailesca, para recoger el res to de mis fuerzas y atacar la plaza de Tuxtla Guti?rrez, pero la fata

lidad vino a hacer que mis brazos derechos, los Gra?es. de la Garza y Duran fueron villanamente traicionados por el picaluga * de Castillo, marchando as? a mi querido Edo. donde jam?s hab?a exis tido un traidor, pero nosotros juramos a usted mi Gral. reivindicar

a nuestro Edo. a la mancha que le dieron los esbirros cient?ficos de Castillo, Casta?on y Fern?ndez. Solamente la f? ciega que tengo a la causa que perseguimos pudo hacer que sufriese este descalabro, que para mi ha sido el

dolor m?s grande del mundo; mis jefes, oficialidad y toda mi tropa

recibieron un golpe muy rudo al enterarse de la traici?n de los cient?ficos y hacendados. Pues en los pocos meses que ten?an mis jefes de estar operando en el Edo. el Gral. de la Garza se hab?a conquistado la simpat?a de todos nosotros por su valor, arrojo y

actividad en las operaciones militares y el Gral. Duran que

se identificaba en su manera de obrar, con la clase menesterosa se

* Referencia al marino italiano Francisco Picaluga que en febrero de 1831 secuestr? en Acapulco al Gral. Vicente Guerrero para entre garlo a sus enemigos.

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llevaba todas las simpatias del pueblo tras ?l. Y los hombres ?nicos fieles que permanecieron a mi lado luchando siempre con arrojo, llegando ? vencer despu?s de miles de dificultades en la traves?a

a ?sta, me los arrebat? el destino. El pueblo de la Frailesca al verme con el resto de mis fuerzas se sintieron completamente conmovidos

al participarme el asesinato del Gral. de la Garza, jur?ndome a la vez que me acompa?ar?an hasta vencer o morir. El Gral. Rodulfo Gamboa me manifest? que toda su familia estaba en poder de los felicistas y se les amenazaban si ?l no se pasaba inmediatamente con ellos. Mi Gral. me dijo: mi ?nico amor en la vida es mi hijo y mi Sra. que est?n en estos momentos en rehenes y tal vez sacrificados por nuestros enemigos, pero me impone el deber de mexicano pelear por la redenci?n de nuestro querido pueblo, creando as? nuestra patria, para que ma?ana o pasado mi hijo con orgullo pueda decir que su padre jam?s ha sido un traidor; que hoy m?s que nunca se sent?a con valor de seguir ?sta lucha porque convencido de los ideales del Plan de Ayala, quer?a vivir ?nicamente para pelear por la sagrada causa. Todos los felicistas al saber mi aproximaci?n, corrieron como gamos a la frontera pudiendo hacerles algunos prisioneros, qui t?ndoles armas y caballos y desde ?sta vez he seguido una nueva lucha entera y franca contra los eternos enemigos de nuestra causa,

los cient?ficos y hacendados y yo con todos los mios nos consi deramos felices con el hecho de atacar los felicistas. Jam?s he peleado con la fe y entusiasmo que lo hago hoy pues considero al felicismo como nuestro futuro enemigo. De la Frailezca retorne al

Departamento de Mescalapa domin?ndolo completamente por espacio de cuatro meses, donde repart? las haciendas existentes a los pobres y?ndose los hacendados a incorporarse unos con Carran za y otros con los felicistas o llamados villistas, estableciendo mis campamentos en lugares completamente inaccesibles para el ene

migo, colindando de esta manera con los Edos. de Chiapas, Ta basco, Oaxaca y Veracruz. Est?n de cierta manera establecidos

mis campamentos, que cualquiera que sea el n?mero del enemigo nunca podr? salir de aqu? en caso de que llegasen a entrar. En meses pasados el enemigo vino con mucho entusiasmo a atacarme ? Mescalapa, pero por m?s que hice para que me cre Ueran derrotado y hacerlos entrar de ?sta manera a mi guarida no lo pude conseguir.

Adjunto a usted un plano detallado de mis campamentos y

los enviados le dir?n ? usted los detalles que omito decirle. A cada uno de mis soldados les he dado su parcela de terreno a fin de que lo trabajen mientras estamos en los campamentos teniendo ademas sus armas.

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UNA HISTORIA POCO GLORIOSA

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Todos los d?as se les d? instrucci?n militar a fin de descipli narlos lo que me ha dado un ?xito completo, pues nada menos hace seis dias mand? al Gral. Gamboa al mando de las fuerzas a atacar la plaza de Quichula y verdaderamente qued? admirado del valor y disciplina de mis fuerzas, que por medio de los movimien tos que ejecutaron con una precisi?n matem?tica lograron poner en vergonzosa fuga a los carrancistas quit?ndoles armas, parque, caballada y hacerles algunas bajas, despu?s de un ligero tiroteo. Con esto mi Gral. termina ?ste ligero informe, donde ver? Ud. mis trabajos hechos en favor de nuestra causa y s? como es pero son de su aprobaci?n crea Ud. que me encontrar? verdade ramente feliz; y si no suplico ? Ud. me de las instrucciones nece sarias, ? fin de encaminar mis pasos coronando de ?sta manera el ?xito de nuestros esfuerzos, con la pronta realizaci?n de nuestro ideales. Aprovecha ?sta oportunidad para hacerle presente mi subor dinaci?n y respeto. Campo Revolucionario de Pozo Colorado a los 25 d?as del mes de Diciembre del a?o de 1916. El Gral. de Brigada Cal y Mayor.

Es copia de su original.

SIGLAS Y REFERENCIAS AHCH Archivo Hist?rico de Chiapas, Tuxtla Guti?rrez.

AVC Archivo Venustiano Carranza, Centro de Estudios

de Historia de M?xico, Fundaci?n Condumex, M?xico.

NA/?G 59 National Archives, Washington, D.C., Record Group 59, General Records of the Department of State.

NA/RG 84 National Archives, Washington, D.C., Record Group 84, Records of the Foreign Service Posts of the Department of State.

Almaz?n, Juan Andreu

1958 "Memorias del General Juan Andreu Almaz?n," El Universal, 31 de mayo de 1958.

Anuario estad?stico

1911 Anuario estad?stico del estado de Chiapas. A?o de 1909, Tuxtla Guti?rrez, Tipograf?a del Gobierno.

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THOMAS BENJAMIN

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1981 "Where are the People in the Revolution?" 1981 Proceedings of the Rocky Mountain Council on Latin American Studies Conference^ Lincoln, University of

Nebraska, pp. 25-32.

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1981 "Passages to Leviathan: Chiapas and the Mexican State, 1891-1947," tesis doctoral, Michigan State

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Garc?a de Le?n, Antonio 1979 "Lucha de clases y poder pol?tico en Chiapas," His toria y Sociedad, Num. 22, pp. 57-87.

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1981 F?lix D?az? the Porfirians, and the Mexican Revolu tion, Lincoln, University of Nebraska Press.

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Meyer, Michael C. 1973 "Habla por ti mismo, Juan: una propuesta para un

m?todo alternativo de investigaci?n", en Historia Me xicana, xxii:3 [87] (ene.-mar.), pp. 396-407.

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EXAMEN DE LIBROS Amalia G?mez G?mez: Visitas de la Real Hacienda novohis pana en el reinado de Felipe V (1710-1733), Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos de Sevilla, C.S.I.C, 1979,

273 pp.

Aunque el siglo xvn novohispano tiene fama de ser olvidado en la historiograf?a, las primeras d?cadas del xvni tambi?n han sido poco estudiadas. Este libro contribuye a llenar este vac?o, al examinar las tres comisiones fiscalizadoras decretadas por el pri mer rey de la familia de los Borbones, Felipe V, para mejorar el funcionamiento de la Real Hacienda de la Nueva Espa?a. El estu dio se basa en archivos espa?oles y presenta informaci?n ordenada sobre los or?genes, procedimientos, realizaciones y problemas de

las visitas de Francisco de Pagave (1710-1715), de Prudencio Antonio de Palacios (1716; 1723-1733) y de Pedro Domingo de Contreras (1729-1733). Los informes proporcionados por los visitadores se?alaron mu chas irregularidades y varios fraudes en el manejo de las cajas reales en las principales ciudades, adem?s de corroborar que el Real Tribunal de Cuentas de M?xico era gravemente remiso en supervisar las operaciones financieras del virreinato. Dos pr?cticas fraudulentas se destacan: la extracci?n de plata de los reales de minas, sin declararla en las cajas reales, para venderla directamente en la capital; la exigencia por parte de los oficiales reales de recibir una "regal?a" o propina cuando pagaban una libranza. La pr?ctica de las regal?as se intensific? a principios del siglo xvni debido a la escasez de numerario en las cajas reales. En vista de que no se pod?an pagar todas las libranzas, los oficiales pagaban preferente mente a los acreedores que les daban una propina. Lo que comenz? como propina se convirti? en "regal?a", una cantidad rebajada de la suma total a que ascend?a la libranza. A veces los oficiales rete n?an hasta cincuenta por ciento de la libranza. Los acreedores aceptaban la pr?ctica, ya que resultaba m?s conveniente perder una parte de la libranza que arriesgarme a nunca cobrar todo el dinero. Especialmente perjudicadas por las regal?as eran las guar niciones militares de los presidios y el bajo clero, que raramente recib?an ?ntegra la cantidad que se les deb?a.

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EXAMEN DE LIBROS

Se describe tambi?n una anomal?a que ten?a que ver con el gale?n de Manila. Las ?rdenes religiosas y los mercaderes de las Filipinas, en la d?cada de los veintes del siglo xvni, sol?an enviar cientos de miles de pesos para prestar a r?dito en Nueva Espa?a. Se recurr?a a varias medidas ilegales para sacar los r?ditos y los capitales de M?xico, debido a que no se permit?a a los pasajeros en ruta a Filipinas llevar cuantiosas sumas de dinero. Los tres visitadores intentaron corregir las irregularidades mul tando o suspendiendo a varios oficiales. Sin embargo, los virreyes y el rey nulificaron sus medidas al conceder indultos a los sos pechosos de fraude. En el libro, y tal vez en los documentos espa ?oles consultados, no se encuentra una explicaci?n satisfactoria para esta actitud contradictoria por parte de las autoridades: el rey investiga y m?s tarde se perdonaba a los culpables. No obstante, hay dos hechos importantes que posiblemente pudieran ayudar a entender los acontecimientos y que no reciben tratamiento alguno por la autora: la venta de puestos p?blicos y la rivalidad entre criollos y peninsulares.

John H. Parry en su estudio The Sale of Public Office in the Spanish Indies Under the Habsburgs ha demostrado que especial mente a fines del siglo xvii la Corona vend?a no s?lo puestos en la Casa de Moneda de M?xico y en la contadur?a de cuentas, sino que tambi?n se remataban empleos en la Real Hacienda, aunque estos ?ltimos no se incluyeron en la lista de oficios vendibles del Libro vm, t?tulo xx de la Recopilaci?n de Indias. Era costumbre pagar por lo menos el equivalente de dos a?os de su sueldo para conseguir un empleo; G?mez menciona en el libro, sin detenerse en las implicaciones, que el contador de la caja real de Guadalajara hab?a pagado 2 000 pesos al rey por el puesto y por su parte el lector puede calcular que el sueldo era de 826 pesos anuales. Resultando l?gico de la venta de puestos de con tadur?a y hacienda era que se propiciaba la corrupci?n y la inefi ciencia. Para recuperar el costo del empleo, que generalmente hab?a

sido comprado con dinero prestado, los oficiales sol?an suplemen tar el sueldo con el fraude y el gobierno no elevaba a puestos altos a los empleados subalternos competentes, sino otorgaba estos em pleos al mayor postor. Parece que el rey, por la urgencia de tener dinero en efectivo en Espa?a, optaba por vender los puestos, a

pesar de que la consecuencia, a largo plazo, era el fraude en la Nueva Espa?a. This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 04:50:19 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


EXAMEN DE LIBROS

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En el libro la autora tampoco se refiere a las posibles reper cusiones que la rivalidad entre criollos y peninsulares pudiera haber

tenido en la administraci?n financiera. Durante los mismos a?os

de la actuaci?n de Prudencio Antonio de Palacios, el abogado criollo Juan Antonio Ahumada escribi? en 1725 a Felipe V la Representaci?n pol?tica-legal a la Majestad. . . en favor de los espa?oles americanos en que se quejaba de la preferencia dada a los peninsulares en la asignaci?n de puestos administrativos, que hac?an a los americanos sentirse como "peregrinos en sus mismas patrias" e insist?a en que para los novohispanos "deben ser todos los oficios suyos". ?Fue esta Representaci?n motivada por los des cubrimientos de los visitadores? ?Eran espa?oles o criollos los ofi ciales suspendidos? El lector puede percatarse en el curso del estudio de la capa cidad y honestidad del pesquisidor Prudencio Antonio de Palacios. La autora presenta los puntos m?s sobresalientes de su informe de 1716, antes casi desconocido y del todo in?dito. Posteriormente,

Palacios lleg? a ser fiscal de la Audiencai de M?xico y consejero del Consejo de Indias. Cuando regres? a-Espa?a, Palacios escribi? en 1744 comentarios a la Recopilaci?n de Indias, basados en su experiencia en M?xico. En el mismo a?o que se public? el libro de G?mez, Beatriz Bernai de Bugeda de la Universidad Racional Aut?noma de M?xico edit? y public? e lmanuscrito de Palacios Notas a la Recopilaci?n de leyes de Indias. Tomados-juntos, los cbs libros se complementan como fuentes importantes sobre la

vida de Palacios y la situaci?n legal y financiera de la Nueva

Espa?a a principios del xvni.

Dorothy Tanck de Estrada

El Colegio de M?xico

Michael M. Swann: Tierra adentro: Settlement and society in colonial Durango. Boulder, Colorado, Westview Press, 1982,

444 pp. (Dellplain Latin American Studies, 10).

Puesto que Nueva Vizcaya estaba situada entre la ciudad de M?xico y el extremo norte del virreinato, era la frontera centro

de Nueva Espa?a, "punto de inicio antes que punto final" (p.

xxi). El territorio ten?a l?mites geogr?ficos naturales hacia el este y el oeste, y por ello se desarroll? ah? una econom?a regional cuya

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EXAMEN DE LIBROS

base era la miner?a, la cual, a su vez, favoreci? la actividad gana dera, agr?cola, artesanal y administrativa. Cruzaba la regi?n el camino real, ruta principal del tr?fico norte-sur novohispano, que cre? necesidades adicionales en suministros, servicios y bur?cratas. En Tierra adentro, M. M. Swann estudia la poblaci?n de Nueva Vizcaya: c?mo se dispers? y estructur?, y c?mo puede describirse en cuanto sociedad. Toma para ello como punto central Durango, la ciudad m?s importante del ?rea, porque parte del supuesto que "cambios demogr?ficos regionales muy antiguos estaban reunidos [all?] en tiempo y espacio" (p. 395). Estos puntos de inter?s ?geo graf?a, demograf?a e historia social? componen las tres partes del libro. Su secuencia lleva al lector desde el siglo xvn hasta el xix, de la regi?n al barrio, de lo colectivo a lo individual, de lo m?s

descriptivo a lo m?s anal?tico. Es evidente que Swann domina

ampliamente los recursos adecuados para cubrir su objetivo, pero no deja de ser esencialmente un ge?grafo, ya que organiza su idea principal sobre la base de que "las condiciones y procesos sociales y demogr?ficos... ten?an una manifestaci?n espacial" (p. xxvm). En la primera parte del libro se presenta el establecimiento y

evoluci?n de las poblaciones de Nueva Vizcaya. Usa el autor

un modelo de nueve etapas, que, con variantes, explica el proceso por el que evolucionaron las comunidades mineras del norte de

Nueva Espa?a. Pero s?lo hasta el siglo xvni "llegaron a conec

tarse los eslabones pol?ticos, sociales y econ?micos en Nueva Viz caya" (p. 37). Esta interpelaci?n inclu?a un conjunto complejo de tipos de asentamiento (en 1877, por ejemplo, m?s de la mitad de los asentamientos rurales del distrito de Durango eran ranchos

peque?os; p. 77), que crec?an o deca?an bajo la influencia de variables tales como el ataque de los indios o el resurgimiento de la miner?a. La segunda parte trata la demograf?a de Nueva Vizcaya. Al examinar aqu? datos sobre matrimonio, fertilidad y mortalidad, instrumentos demogr?ficos responsable del cambio, Swann pre senta una metolog?a mucho m?s sofisticada que la de cualquier otro historiador de Nueva Espa?a (excepci?n hecha de Sherburne

Cook, Woodrow Borah, David J. Robinson y colaboradores, y Claude Morin), que haya extra?do "causas" ecol?gicas y eco n?micas de ese cambio sin aislar el proceso demogr?fico. Swann trabaja, para ello, con subregiones, en donde se observa cuan va riado ha sido el efecto y la circunstancia de las epidemias y ham This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 04:50:25 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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brunas en los diferentes asentamientos de la regi?n. Hacia finales del siglo xvm, el espectro demogr?fico de Nueva Vizcaya era muy complejo; hab?a muchas "fronteras" (las minas, las misiones, la agricultura), cada una con su particular estructura demogr?fica. Swann estudia, en la tercera parte, la sociedad de Durango en dos etapas diferentes: como ciudad "fronteriza", en 1778, y como madura capital regional, completamente integrada al grupo urbano

de Nueva Espa?a, en 1810. Encuentra el autor que la relaci?n

"centro-periferia" ?la llamada estructura preindustrial de asen tamiento? hab?a empezado a disminuir hacia 1810, y a confor mar una distribuci?n noroeste-suroeste. Desde el punto de vista sociol?gico, Swann relaciona su an?lisis sobre las conexiones entre raza, ocupaci?n y nivel social con las investigaciones existentes (las

de John K. Chance, William B. Taylor, David Brading y Lyle

McAlister), y contribuye con elementos importantes a ese an?lisis al demostrar que ni raza ni ingreso se asocian con "una deifnici?n

ocupacional del prestigio" (p. 396).

La investigaci?n de Swann se sustenta en documentos de archi

vos locales y nacionales. Adem?s, ha tenido el cuidado de rela cionar sus descubrimientos con las investigaciones existentes, para colocar Nueva Vizcaya y Durango en un punto desde el cual puede compar?rseles con otras regiones y ciudades, y con lo que, en

general, se sabe de la Nueva Espa?a del siglo xvm. M?s de sesenta mapas y cuadros de excelente factura presentan una gran cantidad de datos en forma clara y atractiva. Tal vez, un historiador hubiera querido encontrar, en esta me ticulosa perspectiva regional y urbana, algo m?s de su materia.

Un viaje por las calles de Durango, que nos dijera sobre los

graneros, la caridad para con los pobres, los intereses de los conce jales, sobre las cofrad?as y la beneficencia. O que nos hubiera mos trado el mercado ?su vida, sus rec?nditos interiores, problemas

de desag?e y basura, crimen y delincuencia. O dejarnos ver el ritual vespertino del paseo, fiestas y procesiones, carreras de ca ballos y palenques. No obstante, Swann ha hecho un buen trabajo

regional que lleva muy bien a cabo lo que se propone. Los que se dedican a la historia de Nueva Espa?a sacar?n provecho con el

estudio detenido de su informaci?n y de sus m?todos.

Richard Boyer Simon Fraser University This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 04:50:25 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


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Mar?a Elena Ota Mishima: Siete migraciones japonesas en M?xico 1890-1978. M?xico, El Colegio de M?xico, 1982; ix + 202 pp. Ota Mishima ha escrito una ?til historia sobre las siete migra ciones japonesas a M?xico. El libro se divide en dos partes, en la primera se estudian con detalle las migraciones, la segunda incluye tres ap?ndices. En la parte primera se estudian las dos primeras migraciones (1890-1901), formadas por los colonos agr?colas y los emigrantes libres que trabajaron en Chiapas. Bajo contrato (1900-1910) labo ran en las minas coahuilenses, en la construcci?n del Ferrocarril Central y en la ca?a de az?car en Veracruz. La cuarta (1907-1924) la forman quienes entran ilegalmente en el Norte y en el Noroeste al

ser rechazados en Estados Unidos. La quinta (1917-1928) son

los calificados; la sexta (1921-1940), los "por requerimiento", cre? el emporio algodonero de Mexicali y el centro pesquero de Ense

nada, y trabaj? en el peque?o comercio de Ciudad Ju?rez. En

fin, los t?cnicos (1951-1978) son la s?ptima. El primer ap?ndice se refiere a las actividades econ?micas de los japoneses, puertos y fronteras de ingreso a M?xico, lugar de origen en Jap?n, edad de los migrantes, Asociaci?n Jap?n-M? xico, diccionario espa?ol-japon?s, lengua, mestizaje y religi?n. Es decir, algunos de estos temas son el embri?n de una historia social.

El trasfondo hist?rico general se reduce a 1951-1978 en Jap?n y a 1941-1970 en M?xico. Es de lamentarse la brevedad de temas tan importantes como el mestizaje y la aculturaci?n. Pese al tono generalmente mesurado de esta obra algunas de sus explicaciones son pol?micas, por ejemplo, atribuye el fracaso

de la colonizaci?n extranjera a que los propios mexicanos des conoc?an las condiciones reales de su pa?s, cosa obvia, pero ya no es tan obvio atribuir ese fracaso a la falta de comunicaci?n y de irrigaci?n, acaso de haberlas habido desde el punto de vista me

xicano la colonizaci?n pudo haber sido innecesaria. Cierto que la poblaci?n mexicana que habitaba las tierras colonizadas "era

casi analfabeta" (p. 11), pero tambi?n es verdad, como lo se?ala la autora, que los japoneses de la colonia de Escuintla "no estaban preparados para cumplir la tarea encomendada... desconoc?an los m?todos de cultivo del caf?" (p. 46).

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EXAMEN DE LIBROS

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Las fuentes y la bibliograf?a se presentan en forma muy deta llada (pp. 187-202), se citan los expedientes de los archivos, los peri?dicos art?culo por art?culo e individualmente las entrevistas. Sobresale su solidez estad?stica, tanto de base censal como la reco pilada de los correspondientes pasaportes. Sus 55 cuadros esta d?sticos son, pues, de evidente utilidad, as? como las numerosas y oportunas fotograf?as. Por todas estas razones agradecemos a Ota Mishima su laboriosa monograf?a y deseamos la complete con un segundo tomo en el que desarrolle algunos de los temas ahora esbozados en los ap?ndices.

Mois?s Gonz?lez Navarro El Colegio de M?xico

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publicaciones

El Colegio de M?xico La herencia medieval de M?xico Por Luis Weckmann

SUMARIO Presentaci?n, por Charles Verlinden Introducci?n, por Silvio Zavala

Tomo I Primera parte: Descubrimiento y conquista

I. La perspectiva

II. La primera imagen de la Nueva Espa?a: un archipi?lago 'asi?tico'

III. Los espejismos: la b?squeda de reinos y sitios maravillosos

IV. La geograf?a teratol?gica !: amazonas, gigantes y pigmeos

V.. La geograf?a teratol?gica II: los monstruos y las quimeras

VI. El trasplante de las instituciones feudales Vil. Las huestes novohisp?nicas y su panoplia medieval VIII. La visi?n medieval del conquistador y su grito de guerra. El l?baro cortesiano

IX. Los ejercicios ecuestres, la caza y los juegos X. El ?ltimo florecer de la caballer?a Segunda parte: la Iglesia

XI. La intervenci?n d?lo sobrenatural en la conquista: el se?or Santiago, la sant?sima virgen y el diablo

XII. Precedentes medievales de la evangelizaci?n y sincretismo cristiano-pagano

XIII. La devoci?n popular, los ideales religiosos

y las esperanzas milenaristas XIV. La experiencia asc?tica y m?stica I: disciplinas y visiones XV. La experiencia asc?tica y m?stica II: ?xtasis, (evitaci?n y otros fen?menos m?sticos

XVI. La experiencia asc?tica y m?stica III: flagelantes y reliquias

XVII. Milagros y prodigios

XVIII. Las im?genes milagrosas XIX. Doctrina, rito y liturgia XX. Conquista espiritual y estructura eclesi?stica This content downloaded from 199.66.88.70 on Sat, 07 Oct 2017 04:50:40 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms


Tomo II Tercera parte: El Estado y la econom?a

XXI. El sacro imperio y las instituciones imperiales

espa?olas

XXII. Los or?genes medievales de la encomienda y la hacienda. El tributo de los indios

XXIII. Ei se?or?o territorial y el mayorazgo XXIV. Las actividades econ?micas primarias XXV. Esclavitud, gremios y cofrad?as XXVI. El comercio y la navegaci?n XXVII. El sistema de pesas y medidas y la moneda Cuarta parte: La sociedad, el derecho y la cultura XXVIII. La estructura urbana y administrativa

de las ciudades

XXIX. El sistema de derecho I: las leyes, el amparo, la apelaci?n y las penalidades XXX. Ei sistema de derecho II: el corregimiento,

la santa hermandad, la residencia y los letrados

XXXI. Organizaci?n social: la herencia borgo?ona, los pendones, los estamentos y el compadrazgo XXXII. El scriptorium, los colegios, los beater?os y la universidad XXXIII. La historiograf?a, la cronolog?a y la imprenta. El lat?n

y los autores latinos medievales XXXIV. La poes?a popular, el goliardismo y el espa?ol

arcaizante de M?xico

XXXV. El teatro y la danza: autos sacramentales, pastorelas, moros y cristianos, matachines y la danza

macabra

XXXVI. La m?sica: sus formas religiosa y popular XXXVII. La magia de la ciencia: astrolog?a, medicina cient?fica y popular, y ciencias naturales XXXVIII. Las construcciones militares y civiles XXXIX. Supervivencias rom?nicas, ojivales y mudejares en la arquitectura religiosa XL. La pintura, la escultura y las artes menores

BIBLIOGRAF?A

INDICES ONOM?STICO Y ANAL?TICO Departamento de Publicaciones, Camino al Ajusco 20, Pedregal de Santa Teresa, 10740 M?xico, D. F.

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Wj??inEm

REVISTA LATINOAMERICANA DE HISTORIA DE LAS CIENCIAS Y LA TECNOLOG?A

VOL h NUMERO UNO, OTO?O 1983

_CONTENIDO_

ART?CULOS Enrique Beltr?n ?La Historia de las Ciencias en Am?rica Latina Dirk J. Struik ?Colonial Science in North America and Mexico

Walter Redmond ?Ciencia y L?gica en la Nueva Espa?a del siglo XVI Jos? Salas C?tala -?Los bi?logos espa?oles entre 1860 y 1 922; una sociedad cient? fica en cambio. Su descripci?n Jos? L?pez S?nchez ?Relaciones antiguas cient?ficas entre Cuba y M?xico Elena Pennini de De Vega ?Darwing en la Argentina

DOCUMENTOS

Arturo Alcalde Mongrut ?Notas sobre una edici?n fragmentar?a de G. Agr?cola

RESE?AS

Juan Jos? Sa?da?a

?Mario Guimaraes Ferriy Sozho Motoyama: Historia das ciencias no

Brasil Mario Casanueva

?Alfredo L?pez Austin: Cuerpo humano e ideolog?a Carlos L?pez B. ?Enrique Beltr?n- Contribuciones de M?xico a la biolog?a Carlos Viesca T. ?Francisco Flores: Historia de la Medicina en M?xico Erna Yanes Rizo ?Marcel Roche: Rafael Rangel, Ciencia y pol?tica e?la Venezuela de principios de siglo

Suscripciones

Individual (1 a?o): $ 12.00 Dis. Institucional (1 a?o):$ 2.5.00 Dis. Nota: En M?xico el equivalente en

moneda nacional.

Apartado Postal 21-873 C.p; 04000 M?xico, D.F.

M?xico.

Precio: $ 5.00 Dis.

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