Materialismo Histórico Revista del Grupo de Estudios Marxistas (GEM)
Contenido Editorial.............................................1 Actualidad del Marxismo, 2011 ....7 Carlos Pérez Soto ¿Crisis del neoliberalismo o crisis del capital?....................... 25 Juan Kornblihtt El nuevo capitalismo y la vieja lucha de clases............. 44 Paul Mattick Tesis para una crítica basada en la estética hoy día...... 69 Pablo San Martín
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Santiago de Chile / Año 1 / Nº1/ Diciembre 2011
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Grupo de Estudios Marxistas
Editorial
tes, pero aquí con mayor énfasis en aspectos valóricos abstractos (justicia, equidad, no discriminación) o allá en cuestiones técnicas insípidas (calidad, eficiencia, etc.).
I Para nadie es un misterio que la sociedad en la que vivimos es una sociedad capitalista. Sin embargo, producto del bombardeo ideológico lanzado por la clase dominante, el mismo contenido de dicho concepto, sus efectos principales e incluso su nombre, se han “desvanecido en el aire” para ser sustituidos por ideas ahistóricas, psicologistas o derechamente místicas. Así, el monstruo capitalista habría sido sucedido por un personaje más amigable (la “economía social de mercado”) y junto a ello, reaparecía el discurso de que la clase obrera habría dejado de existir como actor social relevante.
Esta derrota teórica de los intelectuales progresistas fue primero la derrota política del movimiento socialista, la que dio paso aceleradamente a una hegemonía liberal, adaptada con flexibilidad a los intereses de las clases dominantes en la mayor parte del mundo. Así, las “verdades eternas” de la burguesía gozaron de muy buena salud por algún tiempo, diseminándose no sólo en las cabezas de los intelectuales progresistas, sino también en la práctica política de aquellas organizaciones que alguna vez pretendieron desafiar al sistema imperante. De este modo, la liberalización de las “ex” orgánicas obreras se fundó no sólo en los intereses de capa o de clase de sus nuevos mandatarios (casi siempre burócratas de profesión o empresarios), sino también en la íntima convicción de que el capitalismo no puede ser sustituido por una sociedad distinta.
Mientras que los intelectuales reconocidamente burgueses han jugado un papel fundamental en la articulación racional de tales ideas; los pensadores supuestamente progresistas, han tendido a asumir como propios los marcos teóricos de los primeros (y así, muchas veces, a compartir sus conclusiones). De este modo, atrapados por los juicios y procedimientos propios de la legitimación académica y la opinión pública, la intelectualidad progresista no ofrece más que las mismas fórmulas que vociferan los intelectuales de las clases dominan-
Sin embargo, el consenso burgués no duraría mucho. Las conmociones ideológicas y políticas de la última
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Buena parte del movimiento de los trabajadores y del pueblo a nivel global, carente de una elaboración teórica estratégica propia, se ha cobijado analíticamente en las recetas y esquemas de la intelectualidad progresista. De este modo, si en algún momento se acusó un divorcio entre teorías y prácticas revolucionarias, hoy bien podría hablarse de una verdadera viudez de la segunda respecto de la primera.
crisis mundial continúan hasta hoy, perforando, una y otra vez, los acontecimientos alrededor del globo. De Grecia a España y de España al África, la crisis económica le sigue recordando al mundo que el capitalismo funciona, no sin contradicciones profundas y posiblemente catastróficas, y que en consecuencia lo hace sin importar cuántas vidas se pierdan y cuántas personas se vean reducidas a la miseria.
Es en este marco donde bien cabe preguntarse si la teoría estratégica es realmente necesaria para cambiar el mundo. Aun cuando las respuestas a esta pregunta no sean unívocas, bien podría convenirse en que si la teoría no es necesaria para transformarlo, es necesaria para preservarlo. Marx solía decir que las ideas dominantes en una sociedad son las ideas de la clase dominante. Para que esa clase pueda seguir dominando se requiere no sólo de fuerza, sino también de su complemento, el consenso, vale decir, que de uno u otro modo sean las ideas de las clases dominantes las que prevalezcan, no sólo a un mero nivel abstracto, sino en la misma práctica social. En el marco de una división social del trabajo altamente compleja, la labor de intelectuales burgueses que se dedican exclusivamente a la articulación, popularización y diseminación de las ideas de las clases dominantes, se vuelve inestimable para la construcción de hegemonía y así, para la perpetuación misma del sistema.
Es precisamente en este contexto de crisis que se le comienza a llamar al monstruo por su nombre real. Por medio del termómetro de las movilizaciones sociales, las clases dominantes a nivel mundial pasaron a comprender que la fiebre del capital no era meramente económica, sino también política. Con todo, el fenómeno político que el establishment ha identificado siempre con una “crisis de la legitimidad democrática” parece no tener salida alguna. Ninguna de las alternativas existentes resulta suficiente. Así, por ejemplo, los indignados en España reclaman ya no contra las políticas que favorecen a la clase dominante, sino contra la política misma. De este modo, enarbolan las banderas de la negatividad pura y con ello dejan en evidencia los límites de su oposición al capital. En nuestra opinión, la falta de una proyección política terminará por diluir el descontento en la apatía, y empujará para mañana las soluciones que se necesitan hoy.
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Así, creemos firmemente que la discusión colectiva en el seno del movimiento de la clase trabajadora y el pueblo podrá producir una mayor claridad política, estratégica y teórica. Sin embargo, estamos absolutamente conscientes de que la teoría, por sí sola, no producirá los cambios que el mundo reclama desesperadamente. Las nuevas páginas de la historia del movimiento proletario internacional serán escritas por su propia praxis.
De este modo, en nuestra opinión, se requiere un conocimiento mínimo de la realidad para la construcción de un sentido común y una voluntad colectiva propios de los explotados y oprimidos. Para nosotros, este conocimiento mínimo no reclama, en caso alguno, imparcialidad. Parafraseando a Marx y a Mariátegui, éste se nutre de sentimientos y pasiones, de una toma de posición que apunta a destruir y abolir todas aquellas situaciones en las cuales hombres y mujeres son dominados y sojuzgados.
Por todo ello, no podemos sino sentirnos parte de la clase trabajadora en su conjunto. Insistimos: con este esfuerzo no pretendemos más que contribuir a debates que puedan servir, de algún modo, para la superación de la explotación del hombre por el hombre.
Sin embargo, este conocimiento mínimo no puede limitarse en cuanto a sus objetivos a la construcción de un sentido común proletario. Debe ser lo suficientemente ambicioso como para pretender aprehender la realidad misma por muy difícil o imposible que parezca. Ello, con miras a una elaboración política tan seria como responsable. Si se quiere utilizar el lenguaje de los clásicos, éste resulta fundamental para la construcción de una táctica y una estrategia correctas.
II No iniciamos esta nueva tarea implorando disculpas. Tampoco pidiendo permiso. Los marxistas ya han hecho suficiente de ambos. Comenzamos, por el contrario, reclamando que si bien el marxismo “no es una teoría de todo”, tiene más que “algo que decir” sobre la realidad. Precisamente con este propósito, pretendemos por medio de esta revista difundir los trabajos, inquietudes y opiniones de las nuevas y viejas generaciones de compañeros y compañeras que se atreven y se han atrevido a analizar la realidad desde el punto de vista del materialismo histórico.
En el Grupo de Estudios Marxistas (GEM) estimamos que práctica y teoría son igualmente importantes para cambiar el mundo. Por ello, en nuestra opinión, la renuncia a la elaboración teórico-estratégica y a un estudio empírico de la realidad, no puede ser sino la muestra de la incapacidad política del movimiento de la clase trabajadora y el pueblo para hacerse de un proyecto de mundo propio.
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de la teoría y estrategia o los tópicos del marxismo. Se trata, más bien, de que no se puede decir que exista un debate marxista en tanto referencia compartida, que exista un conjunto de polémicas, ni espacios de debates que sirvan de orientación, de modo tal que ni siquiera existen mínimos intercambios constantes de ideas, y por tanto, se está lejos de constituir un polo de opinión marxista, nacional, orgánico de la clase trabajadora. Los pocos que somos, emprendemos una aventura intelectual sin espíritu de cuerpo, privándonos de la posibilidad de avanzar posiciones en el campo intelectual, resignándonos a perder la perspectiva de ser una corriente ideológica orgánica de un sujeto social con potencialidad histórica revolucionaria.
Queremos estimular no sólo la discusión, sino también la elaboración teórica y estratégica colectiva, con miras a lograr una comprensión más profunda de los problemas que aquejan a nuestra sociedad. Sabemos que muchas veces las diferencias teóricas son también diferencias políticas, y a su vez, que esto es algo que se define finalmente en la práctica. Pese a ello, pretendemos por medio de este espacio dar cabida a un amplio espectro de opiniones, con miras a enriquecer el debate. No se puede finalizar este tema sin referirse al estado de la discusión marxista en Chile. La derechización de la izquierda chilena de mayor tradición en este período aciago que da muestras de retirada, la hegemonía de teorías progresistas reaccionarias que se tomaron la academia, despolitizando en nombre de la política; la atomización de la intelectualidad marxista, la impopularidad del materialismo histórico, la deficiente calidad de la producción teórica de las organizaciones de izquierda que terminaron mostrando cada vez más una desidia por la teoría, o su reverso, los marxólogos que enclaustrados en sus gabinetes se mostraron reticentes a la práctica política. Todo ello se tradujo en el hecho de que adolecemos de un campo intelectual marxista articulado en función de una reflexión teórica y estratégica. Por supuesto, no se trata de que no existan individualidades que, reconociéndose o no, abanderándose o no, contribuyan al desarrollo
A esta situación se le da la cara, parafraseando a Gramsci, con el pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad. Esta situación es la que justifica la existencia de GEM. No creemos, de forma voluntarista, que vamos a enmendarla, que será fácil, que lo solucionaremos con una revista. En cambio, pensamos que sólo se puede predicar con el ejemplo, y en ese sentido va esta revista, van las actividades que se relacionen con su lanzamiento, y en ese sentido pretendemos que avance nuestra praxis teórica. Por ello, un objetivo inmediato para la intelectualidad marxista debería ser el constituirse como corriente intelectual, no homogénea, no monolí-
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formación económico-social chilena.
tica, pero sí orientada a copar todos los espacios que se pueda, al mismo tiempo, construyendo “hacia adentro” los espacios necesarios que, sin centralizar excesivamente, puedan servir para discutir estrategias mínimas de maniobra. No podemos confiar todo al azar.
Junto a ello, cabe destacar que las izquierdas a nivel mundial han identificado como su enemigo fundamental al neoliberalismo. Así, muchas veces en sus debates, se deja indemne al capital y se critica sólo una de “sus formas de expresión” (si es que cabe referirse al nuevo liberalismo económico de esta forma). Por ello, algunos de los compañeros insisten en que para América Latina, la solución sería una vuelta a lo que Gabriel Salazar ha denominado el “Estado productivista”, un retorno a algo así como un capitalismo con una fuerte influencia estatal, lo que muchas veces viene acompañado, en su matriz políticoinstitucional, por proposiciones que apuntan a una vuelta a la lógica democrática de los “tres tercios” que existió alguna vez en Chile.
III El primer número de esta revista aborda dos tópicos fundamentales que han rondado las discusiones en los últimos años. Hablamos de la actualidad del marxismo y del problema del neoliberalismo. El pensamiento de Marx resucitó para la burguesía producto de la última crisis económica mundial. Tanto así, que periódicos y revistas alrededor del globo le dedicaron por lo menos alguna reflexión a lo que ciertos académicos entienden como su “teoría del ciclo económico”. Naturalmente, el interés burgués por el estudio de las hipótesis de Marx, tiene, muy pocas veces, un cariz práctico que trascienda el objetivo de dominación ideológica. Precisamente por dicha razón es que publicamos el texto de Carlos Pérez. En él, Pérez entiende al marxismo como una “voluntad racional” inserta en una “gran izquierda” no necesariamente marxista, que debería operar en red. Es un artículo de gran utilidad, toda vez que permite volver a discutir cuestiones que se daban por resueltas (la dicotomía reforma-revolución) y, a su vez, al revelar insumos para el debate sobre la
Para abordar dicho debate, hemos incluido un importante trabajo del compañero trasandino Juan Kornblihtt, militante de Razón & Revolución, donde se discute sobre las aproximaciones teóricas y políticas del marxismo respecto del neoliberalismo, y se insiste en que la receta keynesiana no es la solución a la crisis del capital. En nuestra opinión, aporta argumentos de peso para efectuar un contraataque a aquellos sectores que propenden la unidad entre trabajadores y “pequeños” capitalistas industriales. En este mismo sentido, hemos considerado fundamental el re-publicar un texto ya clásico del comunismo de
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tética hoy día, de Pablo San Martín, miembro del GEM. Entendemos que el arte, y las reflexiones acerca de él son importantes, en tanto tienen un punto de contacto necesario con las reflexiones sobre el trabajo enajenado y las posibilidades de la libertad de los hombres y las mujeres. De esta forma, estamos seguros que este trabajo otorga insumos para todos y todas quienes comparten la necesidad de devolver los estudios sobre el arte a la estética, y de fundar esta disciplina según las orientaciones teóricas y políticas del materialismo histórico.
consejos. Se trata de El nuevo capitalismo y la vieja lucha de clases, escrito en 1976 por el marxista alemán Paul Mattick. En éste, Mattick analiza los problemas de la economía del Estado de bienestar además de dar cuenta de la subjetividad proletaria en los países capitalistas avanzados de su época. Junto a ello, devela los límites de la intervención del Estado en la economía y así apuesta también por las nuevas vicisitudes políticas asociadas a la crisis del capital en general. Finalizamos este número editando las Tesis para una crítica basada en la es-
Grupo de Estudios Marxistas - GEM Santiago, septiembre de 2011
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Actualidad del Marxismo, 2011 Carlos Pérez Soto Profesor Universidad ARCIS
1. Aquí y ahora
tar. El alardeado “fin de la historia”, el alarde totalitario de ese montón de mentiras que se llamó “neoliberalismo”, han dado paso al espectáculo grotesco de la crisis financiera y de las violentas conmociones que produce la desindustrialización de lo que presume ser el “centro capitalista” y la industrialización, promovida por la misma mano, de lo que parecía estar condenado a ser eternamente “periferia”. Los “comunistas buenos” de la que fue alguna vez la China Popular se vuelven sin escrúpulo alguno hacia el modelo capitalista. Los “capitalistas buenos”, que presumieron de innovadores tecnológicos y emprendedores productivos, se vuelven, si se puede, con menos escrúpulos aún, hacia la especulación financiera y la depredación al menor plazo posible de la renta de la tierra. El modelo que se llamó neoliberal ha resultado ser sólo un doble estándar discursivo, que funciona con mano de hierro para los trabajadores y pequeños empresarios, y que no funciona en absoluto para la gran empresa, para los términos de intercambio en el comercio internacional, para las empre-
El juicio sobre la “actualidad” de cualquier marco teórico, y más aún la del marxismo, debe remitirse obligadamente al momento histórico y al espacio político de sus posibles defensores. No sólo la relatividad intrínseca del término lo requiere sino, sobre todo, la intención política con que se hace la pregunta. El marxismo no es sólo una teoría, es una voluntad revolucionaria. Una voluntad racional cuya intuición básica es que sólo un cambio estructural radical de la situación social imperante puede conducir a una vida más humana, a una sociedad en que los seres humanos puedan reconocerse y ejercer sus libertades como tales. La formulación de una eventual “actualidad del marxismo” debe ser, por esto, orientada por la política concreta que pueda surgir desde ella, en un tiempo y un espacio concreto. Pasada ya una década del presente siglo, que muchos esperaron con tanta esperanza, las contradicciones de la sociedad altamente tecnológica, de sus principios de organización burgueses y burocráticos, no hacen sino aumen-
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trasnacional les arroja por su función de administrar el saqueo.
sas transnacionales. Todos los bienes públicos ofrendados al lucro privado, incluso lo que aparece como “gasto social”, todas las riquezas del planeta sacrificadas a la especulación y la producción de un modelo de industrialización irracional, que funciona como si no esperara vivir más de un siglo más, sin importarle la falta de viabilidad ambiental que podría afectar incluso a sus propias vidas.
Entre nosotros, los que creyeron que se abrirían las anchas alamedas, los que se vistieron de los colores mentirosos del arco iris, han terminado conformándose con una mediocre política del “por lo menos”: por lo menos no nos matan en las calles, por lo menos ganamos fondos concursables administrados por los capos mafiosos del Estado, por lo menos podemos endeudarnos para comprar productos electrónicos. Los que comulgaron con la “alegría que viene” han terminado debatiéndose en la depresión de los mediocres, atormentados por la psicologización de sus problemas, que no pueden ser más groseramente políticos y económicos, han terminado llenando las farmacias para anestesiar sus miserias, la miseria con que siguieron votando durante veinte años para ser comparsas de un carnaval de lucro y desnacionalización de nuestras riquezas que era cada vez más evidente. Los que apenas toleran sus vidas mediocres a punta de Tai Chi y antidepresivos, y que aún están dispuestos a votar por los mismos de siempre, para que “por lo menos no gobierne la derecha”, como si no hubiese estado ya gobernando la derecha desde hace más de treinta y cinco años, están ahora ante el desafío brutal de jóvenes que piensan más en Chile de lo que ellos mismos han pensado durante todo ese tiempo. Desafiados por jóvenes que no se detienen ante negociaciones indignas, o ante comisiones de cien miembros que ter-
La gran crisis financiera del 2008 ha dejado en evidencia como los gurús de la economía mundial han mentido una y otra vez. Le han mentido a sus pueblos, le han mentido a sus propios inversionistas, le han mentido a las propias empresas a las que decían servir, le han mentido a los gobiernos, que hacían como si les creyeran mientras le mentían a su vez a la gente que decían representar. Le prestan a Grecia para que compre armas que no necesita, a tasas de interés que no puede pagar, y luego hacen pagar a todo el pueblo griego lo que nunca le consultaron. Y luego a Islandia, y luego a España, y a Irlanda, a Portugal. Para nosotros una vieja historia: nos han tenido pagando la deuda externa por más de treinta años, sin consultarnos nunca si queríamos contraerla o no, amenazando con las iras del infierno a los gobiernos que quieran formar algún tímido club de deudores, corrompiendo a las elites políticas, que ya nunca más volvieron a representar a sus representados, que se mandan a sí mismas, con el único objetivo de perpetuarse, que viven de las migajas que el capital
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tuna autocrítica que abría las puertas a la cooptación y la complicidad, por la sospechosa autocrítica que se deshacía en encontrar todo malo en nuestra historia y todo superior y eficaz en la del enemigo. Arrastrados por la intolerancia hacia las nuevas formas de crítica radical, heredera de la feroz intolerancia con que tratamos a nuestros propios camaradas cuando se opusieron a las miserias del burocratismo y el socialismo corrupto. Arrasados por la represión que dejó de ser física y exterior hace más de veinte años, pero que se prolonga en las prebendas y en las regalías del poder, que se convierte en la lacra del compromiso y la componenda, que los convierte en administradores de la pequeña diferencia, a su vez administrada por el poder de turno.
minan proponiendo lo mismo que ya hay. Jóvenes que dicen simplemente “no más lucro en la educación, en la salud, en los servicios” y se toman los colegios y las calles, en nombre de una dignidad que sus mayores han perdido, que tardarán bastante en recuperar, que llegarán tarde a los hechos consumados por los canallas del arco iris, que nos han presentado sus mentiras como supuesta alternativa y no han hecho más que seguir al pie de la letra las fórmulas privatizadoras y desnacionalizadoras que se suponían que eran “herencia de la dictadura”. ¿Es necesario preguntar, entonces, por la actualidad del marxismo? ¿No es esto lo que los marxistas han repetido una y otra vez sobre el capitalismo, sobre el poder burocrático, a lo largo de más de ciento cincuenta años? ¿No deberíamos decir más bien que todo está ocurriendo como si las clases dominantes se obstinaran de la manera más clara y cínica posible en darle la razón a los marxistas? En el colmo del cinismo, en plena crisis financiera descomunal, los propios medios de prensa burgueses plantearon, incluso en las portadas de sus medios aparentemente más serios, “¿tendría razón Carlos Marx?”.
No hemos estado a la altura de la gravedad del problema ecológico, hemos considerado de manera paternalista y lejana a la diferencia de género, a la diferencia étnica, a la pluralidad cultural. No hemos estado a la altura de las posibilidades de la revolución tecnológica en las comunicaciones y la administración de información. No hemos estado a la altura de los profundos cambios sociales y demográficos, que han extendido a más del doble la duración de la juventud, que ha generado un enorme pueblo que los paternalistas llaman “tercera edad” sólo para administrarlo. No hemos avanzado hacia la crítica de los gigantescos aparatos estatales y su profunda significación de clase, a pesar de haberlos tenido encima
2. No hemos estado a la altura Pero los marxistas no hemos estado a la altura del enorme desafío de estos tiempos. De estos. No ya los de Lenin, o Lukács, o Gramsci, o Guevara. Arrastrados por la lógica de la derrota, por el masoquismo miserable de la “autocrítica”, por la demasiado opor-
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3. Asumir la diversidad e insertarse en ella
directamente, como socialismo burocrático, y de tenerlos encima, más visiblemente aún, justamente ahora, como administradores locales de la dominación, con intereses y fórmulas de reproducción propia, completamente a espaldas de los pueblos que dicen representar, gestionados a través de democracias fraudulentas, que apenas disimulan su carácter de administración de las desigualdades consagradas por la dominación imperante.
Ya no más historias contadas desde el espíritu de la derrota, ni intolerancias por lo que fue, por la ficción de que podría haber sido distinto. Asumir la diversidad y construir. Tenemos una poderosa base doctrinal, podemos aportar al espíritu de todos con valiosas ideas, bastante concretas. Crear, echar a andar, pensar en el presente sólo con vocación de futuro. En ese orden, y con ese ánimo, lo primero es asumir integralmente la nueva y amplia, amplísima, diversidad de la oposición al sistema dominante. Una diversidad que obliga a pensar el modo en que los marxistas pueden y deben integrarse a las iniciativas comunes.
Marxismo ahora, para esta época, para este espacio político. Marxismo ahora, para el futuro. Nuevamente un marxismo con más futuro que pasado. Nuevamente un marxismo con más voluntad revolucionaria que “timidez autocrítica”. Nuevamente un marxismo de denuncia y combate, que no sea un mero juego académico, una sutileza del espíritu, un capítulo de la literatura. Un marxismo nuevo, desde sus raíces críticas. Un marxismo revolucionario de hoy es posible. Lo señalan los muchos revolucionarios no marxistas que nos acompañan hoy, como nunca antes, con sus luchas. Lo señalan los jóvenes que siguen preguntando por sus banderas, aunque hayan aprendido a abrazar otras. Lo señalan los pueblos, a la búsqueda de un gran espíritu común, en que no haya ya sólo marxistas, pero que definitivamente no podría ser el mismo si los marxistas faltan.
La primera constatación, que es muy antigua, pero que hoy se impone como obvia, es que los marxistas no son toda la oposición. Pero aún más: no se puede decir que sean ni la mayoría, ni los más radicales, ni los más conscientes, ni los más lúcidos. Cada una de estas comparaciones no sólo es interesada e impracticable, sino que no hacen más que prolongar las prácticas más destructivas de las izquierdas del siglo XX. Los que pueden ser llamados progresistas son muchos, incluso más allá de la izquierda. Los que pueden llamarse izquierdistas son muchos, mucho más allá del marxismo. Hay muchas maneras de ser marxista, y no todas pueden o quieren llamarse explícita-
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de la izquierda marxista, esta insistencia, que no hace más que denunciar una práctica mágica, no es obvia en absoluto.
mente revolucionarias. Hay muchas maneras de ser revolucionario y, desde luego, no todas pueden llamarse marxistas. Los que quieran llamarse a sí mismos marxistas revolucionarios tienen que hacer, como mínimo, este gesto primero, ponerse sin condiciones en esta actitud primera: los marxistas son parte de un movimiento mucho más amplio, lleno de otras posturas plenamente válidas y útiles, cada una de las cuales puede verse a sí misma como centro en una red.
El problema del modo de inserción de los marxistas, o de cualquier otro pensamiento estructurado y organizado, en el movimiento popular es, y seguramente seguirá siendo, materia de debate. Discusiones todas, qué duda cabe, profundamente influidas por el vanguardismo característico del pensamiento ilustrado. El paternalismo pedagógico, la urgencia radical, las buenas intenciones de los lúcidos, e incluso la franca ceguera de los liderazgos personales, han dificultado a lo largo de doscientos años el avance de las fuerzas populares, dando lugar a toda clase de tragedias.
La segunda cuestión, relacionada con la anterior, es que no hay un marxismo correcto. La vieja, viejísima, discusión en torno a “eso no es marxismo” no es sino una larga tragedia, cuyo único resultado es que los marxistas discutan mucho más entre sí que con la derecha. Parte de la grandeza de la obra de Marx es que permite muchas lecturas aplicables, o simplemente sugerentes, en diverso grado a situaciones o reflexiones de muy diversa índole. Incluso en los temas que podrían considerarse como centrales de la “doctrina” se han formulado, y son defendibles, versiones distintas. Es el caso de las discusiones en torno a la gradualidad de la revolución, de la utilidad de la teoría del valor, del fundamento filosófico o de su teoría de la historia humana. Debería ser superfluo insistir, además, que ninguna política concreta y particular puede ser justificada bajo el argumento de que “eso es lo que habría pensado Marx”. Desgraciadamente, dadas las prácticas habituales
Desgraciadamente el asunto no es simple y, desde luego, no se saca nada eludiéndolo, o proponiendo respuestas simples. Lo que está en juego es el problema de la relación entre la teoría y la práctica o, más general aún, el de la relación entre discurso y acción. Al respecto, lo que puedo decir, de manera breve, proviene de uno de los marxismos posibles. Es muy obvio que muchos que se llaman a sí mismos marxistas no estarían de acuerdo conmigo. Lo que sostengo es que hay que hacer una profunda crítica de la perspectiva ilustrada desde la cual surgen los vanguardismos. Una crítica que sea capaz, al mismo tiempo, de no caer en el opuesto, simétrico, del
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rigen nada, no deben hacerlo. Es el movimiento popular, por sí mismo, el que encuentra dirigentes, a veces de perfil intelectual, el que se da discursos, más o menos estructurados, el que pone palabras determinadas a su acción. Los intelectuales proponen, es el movimiento popular el que dispone. El éxito de un discurso o del otro no puede medirse sino por el éxito de una voluntad o de otra. Es la práctica, que siempre es una lucha, la que establece el rango de verdad efectiva de lo que se ha pensado, más allá de las vanidades y de las coherencias. Si se me permite la ironía: la realidad no se equivoca, los intelectuales sí.
romanticismo. Sostengo que es posible hacer esto elaborando la noción de voluntad racional. Una noción de voluntad que trascienda la dicotomía entre voluntarismo y racionalismo instrumental, que es característica de la modernidad. Una voluntad que piensa, un pensar que contiene, en él mismo, la pasión de una ética determinada. Pensado de esta manera, se puede decir que el marxismo es más bien una voluntad que una teoría. Es una voluntad revolucionaria que se da a sí misma una teoría para poder ver la realidad, no para constituirse como tal. Como voluntad, el marxismo está fundado más bien en una serie de experiencias, fuertemente existenciales y, desde ellas, construye una teoría deudora de las opciones que surgen de esas experiencias. Esto significa que es la práctica social misma la que debe ser prioritaria en sus consideraciones teóricas. No sólo en el sentido de constataciones científicas, sino en el sentido, más profundo, de determinaciones ineludibles para la voluntad. Los intelectuales elaboran estas determinaciones como discursos. A veces bien, otras veces, por supuesto, bastante mal. Sin embargo, el criterio último de lo que estaría bien o mal, en estos asuntos, no puede ser sino el éxito relativo de la voluntad que los funda.
El vanguardismo es particularmente nocivo, además, en las condiciones actuales de las fuerzas productivas y la organización social. Esencialmente porque no logra captar el significado profundo y la lógica del actuar en red. Abundaré sobre eso en los puntos siguientes. Ante estas condiciones planteadas, que parecieran de una modestia suicida, ¿qué es entonces lo que pueden aportar los marxistas a una perspectiva radical del movimiento popular?: lo que saben, desde luego, y los puños, que siempre hacen demasiada falta. Lo que la teoría marxista puede aportar no es poco. Marx elaboró una profunda y radical crítica de la economía capitalista, que sigue siendo sustancialmente correcta, y que es un poderoso argumento contra las
Es necesario decir más claramente las consecuencias de estas disquisiciones un poco oscuras. El asunto es el siguiente: los intelectuales no di-
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va global es lo que puede hacer que el marxismo se llame revolucionario.
pretendidas eficiencias y “éxitos” de las doctrinas neoclásicas. Al hacerlo elaboró una concepción de la historia centrada en las nociones de clase social y de lucha de clases que, si se distingue de los análisis que sólo se limitan a determinar estratificación social, es hasta hoy bastante difícil de impugnar. La teoría marxista permite, y exige, una profunda reflexión sobre el papel de la violencia en la historia, y en la liberación humana. Los análisis marxistas de las determinaciones económicas sobre las prácticas sociales permiten un poderoso instrumento de análisis de situaciones políticas concretas. El análisis marxista permite una definida teoría sobre las instituciones, y sobre el peso de los factores ideológicos en los discursos en toda pretensión de hegemonía social. Yo creo que el análisis marxista permite también, de manera válida y fundada, un análisis del poder burocrático como poder de clase.
Desde una nueva situación, en un siglo nuevo, los marxistas tienen bastante que aportar a lo que el movimiento popular es por sí mismo, de manera más fundamental y urgente que cualquier opción teórica. Y es bueno que lo hagan en tanto marxistas, sin diluir la fuerza de sus proposiciones ante el peso falsamente abrumador de un pasado ominoso. El marxismo servirá, desde luego, como elemento teórico general, entre otros, para muchos y quizás todos los que se propongan una acción antisistémica radical. Más allá de esta presencia genérica, sin embargo, tiene y seguirá teniendo pleno sentido declararse específicamente marxista. Algunos por su militancia directamente política, otros por la modalidad política que quieren dar a su perspectiva intelectual, a su tarea de pensar y proponer. El lugar de los marxistas no es un derecho, ni es automático. Es algo que habrá que ganar día a día, con ideas y actos concretos. Esta es, por lo demás, la situación de cualquier otro discurso, o de cualquier otra orgánica real. En el caso de los marxistas, sin embargo, no está demás recordarlo.
Sin embargo, quizás por sobre todas estas cuestiones, muy útiles, y muy teóricas, la perspectiva marxista aporta algo que hoy es fundamental: un horizonte comunista. El horizonte global de una sociedad que ha superado la división social del trabajo y, con eso, la enajenación, la lucha de clases. De una sociedad en que ya no haya instituciones institucionalizadas, en que haya familia, pero no matrimonio, gobierno pero no Estado, intercambio pero no mercado, orden pero no leyes. No sólo la acción radical sino, también, esta perspecti-
En lo que sigue voy a remitir mis consideraciones a un marxismo de tipo radical, orientado hacia el comunismo, presidido por la consciencia de la centralidad de la lucha de clases en la historia humana.
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4. Analizar el presente en su condición propia
resulte dominado, como la eficacia operativa del poder distribuido, harán chocar esos intentos organizativos contra la flexible consistencia de un mundo en que todo ocurre en muchas dimensiones. Un poder organizado en red sólo puede ser subvertido oponiéndose en red.
Un marxismo cuya tarea es entender el presente debe, como siempre, mirar la situación del desarrollo de las fuerzas productivas en su estado actual. Esa es, siempre, la forma del poder hegemónico. Asumir hoy plenamente los efectos de la organización post fordista del trabajo sobre las relaciones sociales es asumir que somos dominados en red. O, asumir que entender las características de las redes es clave para entender la lógica de los nuevos poderes.
Para esto es esencial notar que la organización en red no consiste sólo en repartir el poder en unidades autónomas, con propósitos locales y capacidades de iniciativa y acción propias. Es necesario, a la inversa, dotar al conjunto de una unidad lo suficientemente amplia como para contener esa diversidad. Lo que necesitamos no es unidad de propósito y “línea” correcta. Es necesario un horizonte de universalidad, un espíritu común, que sea capaz de congregar diferencias reales.
Lo esencial es que este nuevo poder no requiere homogeneizar para dominar. Puede dominar a través de la administración de la diversidad. Esto hace que lo local no sea directamente contradictorio con lo global. Este nuevo dominio no necesita tener todo el poder para ejercer el poder. La dicotomía clásica, que culmina en el fordismo, da lugar a un ejercicio interactivo de poderes de primer y segundo orden. Los dominados pueden ejercer, incluso plenamente, poder local. El poder real, el de segundo orden, consiste en la capacidad de hacer funcionales esas autonomías locales a una distribución desigual, a nivel global, tanto del poder mismo como del usufructo.
La dinámica de una oposición antiburguesa y a la vez antiburocrática requiere, sin embargo, de superar un viejo atavismo ilustrado de las izquierdas clásicas: la dicotomía reforma-revolución. Se trata de una de las discusiones más estériles y más destructivas en la cultura de izquierda. Una dicotomía que ha llevado históricamente a que la izquierda discuta mucho más, y más intensamente, con la izquierda que con la derecha. Quizás en la época de la producción y la política jerárquica, en que se tenía todo el poder o nada, esto tuvo algún sentido. Se puede sospechar, aunque sea ahora completamente ocioso detenerse a discutirlo, que quizás ni si-
No es posible enfrentar de manera homogénea y jerárquica a un poder que domina de manera diversa y distribuida. Tanto la percepción del ciudadano común, que preferirá apoyar la diversidad aunque a nivel global
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privado y la subjetivización del espacio público, siguen este movimiento conjunto de reforma y revolución. Se trata de mostrar que la política es el centro y nudo de la posibilidad de la felicidad privada. Se trata de mostrar a la vez que la posibilidad de la felicidad es el centro y nudo de la política radical.
quiera entonces fue una práctica y un fundamento estable o productivo. En la época de la producción y el dominio en red, sin embargo, tal dicotomía resulta simplemente desplazada y anulada. En una oposición en red, plural, diversa, congregada por un horizonte común, hay toda clase de luchas, grandes y pequeñas, y es inútil, y contraproducente, intentar formular un criterio de jerarquía. En la política en red, en la práctica concreta, la imposición de criterios jerárquicos sólo tiene el efecto de alejar a los núcleos periféricos, sin lograr a cambio congregar realmente a los más centrales. No estamos ya en la época del contundente principio leninista de la “unidad de propósito”. Un “espíritu común” es más eficiente que una “línea correcta”. Todas las peleas hay que darlas a la vez. Que esto no puede hacerse es sólo un mito estalinista convertido en sentido común.
Todas las luchas, de todos los tamaños y colores, son prioritarias e igualmente valiosas para un espíritu común. La medida en que estamos más cerca o más lejos de ese espíritu, del horizonte comunista, queda en evidencia cuando consideramos la generosidad (o la falta de generosidad) con que estamos dispuestos a apoyar causas que no son directamente las nuestras, pero que implican el horizonte universal que es ese espíritu. 5. Marxismo a la vez antiburgués y antiburocrático Sostengo que un análisis de clase de la situación presente, fundado en el marxismo que he propuesto, mostraría que estamos frente a un bloque de clases dominantes compuesto, burgués y burocrático. Esto crea una triangulación de intereses, de alianzas y antagonismos compuestos, que debe ser considerado en el fundamento de todo análisis global posible.
Todo revolucionario debe ser como mínimo reformista. La diferencia entre reforma y revolución es una diferencia de grado, de alcance, no de disyuntiva, y mucho menos de antagonismo. Se es reformista en la lucha por lo local y revolucionario si se la pone en un horizonte de lucha global. Se es revolucionario en la crítica radical, y reformista a la vez si se es capaz de llevar los principios de esa crítica a toda lucha local.
La dominación burguesa, caracterizada por la propiedad privada de los medios de producción, implica una cultura, un conjunto de ideologismos, una serie de políticas concretas, dife-
La politización de la subjetividad y la subjetivización de la política. O, también, la politización del mundo
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El primer paso de una izquierda radical siempre puede ser éste: levantar el propio horizonte utópico liberal y burocrático a la vez, tanto contra la burguesía como contra la burocracia, de manera correlativa. El segundo paso es ser capaz de formular un horizonte que los trascienda. Contra el mercantilismo y la propiedad privada, por un lado, contra el paternalismo y el autoritarismo, por otro. A favor de la autonomía de los ciudadanos por un lado, a favor de la democracia participativa por otro.
rentes de las que son propias del dominio burocrático. Estas diferencias, que en el análisis puro del antagonismo no son esenciales, sí resultan de gran importancia para el análisis político concreto. La ideología liberal de la libertad es en esencia antiburocrática, los ideologismos en torno a la protección de la igualdad que proclaman los burócratas son, en esencia, antiliberales. Se podría hacer una larga lista de contrapuntos como estos. En general se trata de que cada segmento del bloque dominante ha formulado, en el marco de sus operaciones de legitimación, un horizonte utópico que lo presenta como defensor de los intereses de toda la humanidad.
Por cierto, los maniqueísmos de las izquierdas clásicas dificultan esta operación. El estatalismo del socialismo burocrático creó el automatismo de estigmatizar todo argumento liberal, aún a costa de la autonomía de los ciudadanos, y de confiar ciegamente en las bondades de la intervención estatal, aunque en la práctica beneficie sólo al propio Estado. Superar estos reflejos condicionados, productos de más de sesenta años de propaganda estalinista, es una condición esencial para ir más allá de las obviedades de la política populista.
En términos puramente teóricos, no tendría porqué haber nada fundamentalmente falso en estos ideales. Su defecto, correlativo, mutuo es, por un lado, que la propia práctica de quienes los proclaman los contradice y, por otro lado, que llevados a su extremo, cosa que ocurre frecuentemente, resultan autocontradictorios. Pero justamente este carácter defectuoso hace que siempre se puedan contraponer a sus propios autores, por un lado, y a sus antagonistas por otro. Una versión moderada, comunitaria, de la idea de libertad, por ejemplo, puede resultar, a la vez, tan antiburguesa como antiburocrática. Y puede ser eficaz en una plataforma política reformista.
Quizás esto podría condensarse en la exigencia, formulada en el lenguaje clásico, de que el “hombre nuevo” sea, en primer lugar, capaz de formarse a sí mismo. Si logramos sacudir de esta fórmula sus connotaciones machistas (“el hombre”) e individualistas (“sí mismo”) quizás podamos construir en la cultura de izquierda un verdadero concepto de ciudadanía, social, plural. Un concepto en que la auto-
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algunos sectores claves, amortiguando su potencial disruptivo, y favoreciendo de manera progresivamente millonaria a la escala de operadores sociales que administran la contención.
nomía de la sociedad civil, por fuera de la lógica de la propiedad privada sea, desde ya, una prefiguración del comunismo. Hoy la gran lucha de la gran izquierda no es sólo contra la burguesía, es también contra el poder burocrático. Es la lucha histórica de los productores directos, que producen todas las riquezas reales, contra el reparto de la plusvalía apropiada entre capitalistas y funcionarios. Los burócratas, como clase social, organizados en torno al aparato del Estado, pero también insertos plenamente en las tecno estructuras del gran capital y de los poderes globales, los burócratas, amparados en sus presuntas experticias, fundadas de manera ideológica, son hoy tan enemigos del ciudadano común, del que recibe un salario sólo de acuerdo al costo de reproducción de su fuerza de trabajo, como los grandes burgueses.
No se trata de analizar, en estos miles y miles de casos, la moralidad implicada. No se trata tanto de denunciar la corrupción en términos morales. El asunto es directamente político. Se trata de una corrupción de contenido y finalidad específicamente política. El asunto es el efecto por un lado sobre el conjunto de la sociedad y por otro lado sobre las perspectivas de cambio social. Por un lado el Estado disimula el desempleo estructural, debida a la enorme productividad de los medios altamente tecnológicos a través de una progresiva estupidización del empleo (empleo que sólo existe para que haya capacidad de compra, capacidad que sólo se busca para mantener el sistema de mercado), por otro lado se establece un sistema de dependencias clientelísticas en el empleo, que obligan a los “beneficiados” a mantenerlo políticamente.
El dato contingente es éste: la mayor parte de lo que el Estado asigna para el “gasto social” se gasta en el puro proceso de repartir el “gasto social”. La mayor parte de los recursos del Estado, supuestamente de todos los chilenos, se ocupan en pagar a los propios funcionarios del Estado, o van a engrosar los bolsillos de la empresa privada. El Estado opera como una enorme red de cooptación social, que da empleo precario, a través del boleteo o de los sistemas de fondos concursables, manteniendo con eso un enorme sistema de neoclientelismo que favorece de manera asistencial a
Los afectados directos son las enormes masas de pobres absolutos, a los que los recursos del Estado simplemente no llegan, o llegan sólo a través del condicionamiento político. Los “beneficiados”, junto al gran capital, son la enorme masa de funcionarios que desde todas las estructuras del Estado, desde las Universidades y consultoras, desde las ONG y los equipos formados para concursar
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que los ciudadanos pueden manejar por sí mismos, sin expertos que los administren. Lo que está en juego en esto no es sólo el problema de fondo de una redistribución más justa de la riqueza producida por todos. Está en juego también la propia viabilidad de la izquierda, convertida hoy, en muchas de sus expresiones, en parte de la maquinaria de administración y contención que perpetúa al régimen dominante.
eternamente proyectos y más proyectos, renuncian a la política radical para dedicarse a administrar, a representar al Estado ante el pueblo segmentado en enclaves de necesidades puntuales, para dedicarse a repartir lo que es escaso justamente porque ellos mismos lo consumen, dedicarse a contener para que no desaparezca justamente su función de contener. O, si se quiere un dato más cuantitativo: en este país, que es uno de los campeones mundiales en el intento de reducir el gasto del Estado, y después de treinta años de reducciones exitosas, el 25% del PIB lo gasta el Estado. La cuarta parte de todo los que se produce. El Estado sigue siendo el principal empleador, el principal banquero, el principal poder comprador. El Estado se mantiene como guardián poderoso para pagar las ineficacias, aventuras y torpezas del gran capital, y para hacerse pagar a sí mismo, masivamente, política y económicamente, por esa función.
6. Asumir de manera clara el problema de la violencia Siempre la generosidad radical implica estar dispuestos a la violencia. Para un espíritu revolucionario la generosidad no es un ideal santurrón. Es la disposición de entregarse a la lucha. El uso ejemplarizador que el Estado policial hace de la violencia, sin embargo, nos obliga a pronunciarnos de manera más específica sobre ella que antes. En realidad siempre las discusiones sobre la violencia están contaminadas de una hipocresía esencial: el aceptar como paz aquello que las clases dominantes llaman paz. Las clases dominantes llaman paz a los momentos en que van ganando la guerra, en que han logrado establecer su triunfo como orden de la dominación, y empiezan a hablar de violencia sólo cuando se sienten amenazadas.
Reorientar drásticamente el gasto del Estado hacia los usuarios directos, reduciendo drásticamente el empleo clientelístico de sus administradores, y reconvirtiéndolo en empleo productivo directo. No se trata de si tener un Estado más o menos grande. La discusión concreta es el contenido: grande en qué, reducido en qué. Menos funcionarios, más empleo productivo. Manejo central de los recursos naturales y servicios estratégicos. Manejo absolutamente descentralizado de los servicios directos, de los
Los revolucionarios no quieren, en realidad, empezar una guerra. Ya estamos en guerra. Eso que ellos llaman paz es en sí mismo la violencia.
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límites, a los propósitos, que pueden hacerla trágicamente aceptable.
Lo que la crítica revolucionaria cree es que esa violencia estructural sólo puede terminarse a través de la violencia. La única manera de terminar con esa guerra que es la lucha de clases es ganarla. Tenemos derecho a la violencia revolucionaria en contra del continuo represivo, moral, legal, policial, que se nos impone como paz.
Por supuesto lo que aparece de inmediato en la discusión es el terrorismo. Se puede condenar, desde luego, al terrorismo de Estado. Por la desproporción entre la fuerza que aplica y la de las víctimas. Porque traiciona los valores que el propio Estado dice defender. Por su sistemático y meditado totalitarismo. Por la crueldad, la alevosía y la ventaja abrumadora con que es practicado.
Sostenida esta dura premisa, sin embargo, no se consigue establecer qué es lo “revolucionario” de la violencia a la que creemos tener derecho, ni bajo qué condiciones lo que hagamos merece tal nombre. Es obvio que podemos invocar a nuestro favor profundos y hermosos principios. Es igualmente obvio, sin embargo, que el enemigo también puede hacerlo para legitimar la suya. Es necesario imponer condiciones en el ejercicio mismo de la violencia que pretendemos, no sólo en el horizonte que la legitima.
Para la izquierda revolucionaria, sin embargo, es el terrorismo de izquierda el que debe ser meditado. No se trata de igualar lo notoriamente desigual, ni de invocar principios abstractos que conduzcan a un empate moral. Se trata de formular criterios que, dada la violencia como un hecho, nos permitan dar una lucha en la cual no terminemos confundiéndonos con el enemigo.
La violencia siempre es un problema ético, en el sentido de que está directamente relacionada con la posibilidad del reconocimiento y la convivencia humana. Para el horizonte revolucionario, sin embargo, se trata de una ética situada, cultural e históricamente. No una ética abstracta, fundada en la simple dicotomía entre lo bueno y lo malo, sino una ética en que el bien relativo es inseparable del mal, y el mal está contenido en las estructuras que constituyen la convivencia. En esas condiciones el asunto no es el simple si o no a la violencia sino, más bien, gira en torno a los
Sostengo que la violencia, física o simbólica, sólo es aceptable para el bando revolucionario si es violencia de masas, y bajo el imperativo de un respeto general del horizonte de los derechos humanos. Esto significa condenar la violencia puntual, la que es llevada a cabo por comandos especiales, sobre objetivos particulares. Significa condenar la violencia que busca la represalia, el amedrentamiento, o el producir un efecto ejemplarizador atacando a particulares. La huelga, la toma, la sublevación popular, la protesta ciudadana en to-
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7. A la vez estrategia y plan concreto
dos sus grados, es violencia de masas. Opera siempre al borde de la ley y, en Estados totalitarios, más allá de la ley. Pero busca operar dentro de un horizonte de derecho y justicia. Se inscribe en objetivos estratégicos, sobre todo cuando contempla reivindicaciones directamente políticas.
El marxismo es una voluntad revolucionaria, pero no es una “mera voluntad”. Lo esencial no es el simple impulso de luchar, tantas veces exaltado por la ideología burguesa. No estamos “luchando por luchar”, no somos una voluntad vacía. El contenido de la voluntad marxista no es sino el comunismo. Ese es el horizonte estratégico. Una sociedad en que nuestras vidas no dependan en lo esencial de la división social del trabajo, en que el tiempo de trabajo libre sea muy superior, cuantitativa y cualitativamente al tiempo de trabajo socialmente necesario.
Tenemos derecho a la violencia de masas en contra de la violencia estructural. Tenemos derecho a combatir también, tanto en el enemigo como en nuestras propias filas, la violencia focalizada, que sigue la lógica de la venganza. Nuestros enemigos tienen y deben tener los mismos derechos universales que reivindicamos para nosotros. Los derechos que les impugnamos son aquellos, particulares, que se arrogan por sí mismos, y que los hacen, estructuralmente, nuestros enemigos: todos aquellos derechos que sólo han establecido para legitimar la explotación.
Una sociedad de abundancia ya es posible, las tecnologías para realizarla ya existen. Tenemos derecho a gozar de manera social la abundancia que hemos creado entre todos. La perspectiva comunista puede ser formulada de manera muy concreta. En primer lugar es necesario destercerizar la economía y descolonizar el “tiempo libre”. No más trabajo estúpido, creado sólo para que el mercado funcione. No más trabajo burocrático, que sólo se hace viable sobre la base de la explotación de los productores directos. No más tiempo libre administrado por la industria del espectáculo. Que todos ejerzan y puedan vivir del trabajo productivo, del que produce bienes concretos y tangibles. En segundo lugar, para que todos tengan acceso a este tra-
En una situación trágica, como es la lucha de clases, que excede la voluntad particular de los particulares a los que involucra, puede haber un horizonte humanista para la guerra. La izquierda puede ser creíble, la lucha puede ser verosímilmente justa, si se hace un esfuerzo por explicitar los límites de la violencia, y se contribuye a criticar a todos los que, en uno y otro lado, ponen al fin abstracto y la acción puntual, por sobre ese horizonte de humanidad realizable.
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bajo productivo, es necesario reducir radicalmente la jornada laboral, para que progresivamente el tiempo realmente libre se imponga ante el tiempo de trabajo necesario. En tercer lugar, como fórmula de transición hacia una economía sin mercado, es necesario mantener el salario, aún tras la reducción de la jornada laboral. La única manera de hacer esto, por supuesto, es que esa mantención del salario sea a costa de la ganancia capitalista y de la radical reducción del costo que los oficios burocráticos representan sobre el conjunto de la sociedad.
Existen sobrados y eficaces medios técnicos para dar luchas globales. Nada impide hoy que hasta las más locales agrupaciones juveniles se pongan en contacto con sus similares al otro lado del planeta. En una producción deslocalizada, frecuentemente los trabajadores tienen mucho más en común con los que hacen la misma tarea en otro continente que con los que hacen tareas distintas en la misma ciudad. El trabajo común, teórico y práctico, a distancia, en espacios virtuales, es plenamente posible y, en algunos trabajos específicos, es una realidad cotidiana.
Esta es una perspectiva estratégica universal, es decir, pensada en torno a la lucha de clases, no en torno a las luchas locales, en las unidades nacionales que ha creado y mantiene el poder dominante. Pero, en concreto, cuando hoy decimos “universal” lo estamos refiriendo de un modo casi literal. Prácticamente no hay ya seres humanos que no estén ligados a la globalidad del sistema de producción imperante. Incluso los excluidos lo están en virtud de la misma lógica que sigue la integración. Esto hace que si bien el espacio de acción local, el cara a cara y codo a codo, sea crucial para integrarnos de un modo efectivo, tan importante como él sea la mantención de vínculos físicos, directos, con el carácter global e interrelacionado que ha adquirido cada uno de los conflictos.
Organizar sindicatos, juntas de pobladores, federaciones estudiantiles, grupos étnicos disgregados, en red y de manera global. Luchar por la conectividad y usar su espacio públicamente, es un gran desafío para la izquierda del siglo XXI. Un desafío en que la derecha ya es eficaz, y que es para ella una práctica cotidiana, cada vez más imprescindible. Pero también, de manera correlativa al desarrollo material de esta universalidad, es necesario asumir y exponer explícitamente el horizonte universal que le da contenido a una tarea que se propone una crítica revolucionaria: el comunismo. No ya sólo el objetivo socialista, ya no la mera tarea de industrializar y modernizar países. De lo que se trata es, directamente, del fin de la lucha de clases. Y de todo lo que conduzca a ello, y en la medida en que nos acerque de alguna manera plausible.
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Grandes tareas para un gran espíritu. Más allá del populismo y la demagogia. Autenticidad para una lucha política que puede y debe combinar en cada acto lo inmediato y lo final tal como, y en la misma medida, combina lo particular y lo global, lo contingente y lo histórico.
ción de su gestión política y económica. Muchos municipios en red son preferibles a un Estado central. El Estado debe administrar las riquezas y servicios estratégicos, y debe promover a su vez una fuerte redistribución de los recursos que tienen carácter nacional.
Es necesario concretar esta demanda radical en un camino, y ese camino debe empezar por algo. Los reformistas siempre están ávidos de programa, así como los que tienen espíritu radical tienden a eludirlos. Los que queremos combinar ambos espíritus tenemos que atender tanto a uno como al otro. De aquí estos párrafos contingentes que siguen: para concretar.
Más allá del comienzo, ya he mencionado las iniciativas de tipo estratégico que me parecen centrales: reducir progresivamente la jornada laboral, manteniendo los salarios a costa de la ganancia; reducir el aparato central del Estado por la vía de la descentralización y la asignación de los recursos a los usuarios finales; limitar el arbitrio sobre la propiedad privada para mantener economías compatibles con el medioambiente y la autonomía de los ciudadanos.
Si el camino ha de empezar hoy por algún lado, debe atacar en primer lugar la especulación financiera. Bajar radicalmente el costo del crédito, subir de manera radical los impuestos a la ganancia financiera, limitar drásticamente la circulación internacional de capital especulativo.
Pero la política no son sólo principios y estrategias. Sostengo que un plan concreto, actual, para el Chile inmediato, es perfectamente formulable. Los marxistas pueden proponerlo y defenderlo, pero, desde luego, excede ampliamente los límites de una sola de las posturas radicales posibles. La política real es, y debe ser, la tarea de muchas izquierdas.
Esta lucha, nacional y global, debe ir de la mano con la lucha frontal por la nacionalización de las riquezas básicas, y esta a su vez debe estar ligada a una política de colaboración internacional, política y militar, para rechazar las intervenciones militares que buscan su desnacionalización.
La izquierda, al menos la izquierda, debe hacer política estratégica radical, debe ordenar sus diferencias en torno a un horizonte global, debe apuntar hacia más allá de la política inmediata, aquella de las famosas “urgencias de cada día”, que impiden pensar y actuar en función del futuro.
En el plano local sostengo que hay que buscar una radical descentralización de los servicios prestados por el Estado, paralelo a la descentraliza-
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8. Para empezar... hay que empezar
situación, el pasado no es relevante. No es que no tengan pasado. Se podría decir, de manera abstracta, en el ejercicio académico, que lo tienen. Pero más allá de la afirmación trivial de que todo presente tiene un pasado no hay absolutamente nada que sea obvio. Es obvio decir del pasado simplemente que es. Apenas un milímetro más allá, cualquier contenido que se le atribuya, no es sino una reconstrucción. La objetividad de la historia es estrictamente histórica. Tanto que el pasado puede tener más densidad, más peso, o rotundamente menos, según el lugar en que se encuentre un bando respecto de sus luchas. El lugar de intentarlo todo, el lugar de haber conseguido lo que de hecho se consiga, el lugar de haber perdido todo... salvo el pasado.
Ni exclusiones, ni recuentos. No vivimos del pasado, no hemos ganado ningún derecho especial por haber intentado, por haber tenido éxito, por haber fracasado, tantas veces. Para superar la perspectiva de la derrota, hay que orientar toda nuestra energía hacia el futuro, hacia la construcción desde hoy de lo que será el futuro. Si se trata de la revolución, el eje del pensamiento y la acción debe partir desde el presente hacia el futuro. Los revolucionarios deben tener futuro, no pasado. Mientras más arraigada está su reflexión y su acción en el pasado más improbable es su vocación de futuro. El pasado es importante para los que triunfaron, o para los que han sido derrotados. Los que triunfan requieren, y no pueden evitar hacerlo, de la invención de un pasado. Esta será parte de su legitimidad, de su fuerza. Los que han sido derrotados, los que actúan bajo el peso de la derrota, requieren un pasado que los explique, que diga mínimamente que sus vidas no han sido en vano, que las tendencias muestran que alguien podrá venir luego a redimirlos. “Tener historia” es un lujo que puede darse desde el poder triunfante, o es la tristeza del relato inclemente que resume una y otra vez la derrota, repitiéndola, como castigo.
Por supuesto los que luchan construirán un pasado, y sus hechos se acumulan como materia prima de esa reconstrucción. Pero sólo tendrán auténtico derecho a hacerlo cuando hayan triunfado. Mientras luchan, la vocación por el futuro debe ocupar la mayor parte de su horizonte, sin más legitimidad que sus indignaciones, que su voluntad de construir un mundo mejor superando la condición represiva del presente. Detenerse en el pasado, en medio de la lucha, es un descanso que sólo puede satisfacer a los intelectuales, no a los que sufren. O es un indicio de que no se trata ya tanto de la lucha, sino de cómo podemos sobrevivir a la derrota.
Para los que luchan, los que están en lucha, y piensan y actúan desde esa
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E inventar lo citado en la alusión. No se trata de “desarrollar a”, o “aprovechar a”, o “rescatar elementos de”. Se trata simplemente de tener la vanidad subjetiva de creer que se puede inventar algo, para que pueda ser aprovechada en el movimiento objetivo de los que de hecho inventan algo.
No se trata de “olvidar” las reivindicaciones de justicia por los innumerables crímenes, por la sangrienta historia que ha conducido a la “normalidad” actual. Se trata de que el sentido de la política sea el futuro, no la recuperación del pasado. No se trata de que “la historia no sirva para nada”. Se trata de que una argumentación que sólo se basa en el efecto moral que tendrían la “lecciones del pasado” no nos sirven para entender de manera sustantiva las nuevas dominaciones, en el presente.
No hemos sido esperados, no redimimos a nadie, no somos los buenos. Simplemente vamos a crear un mundo nuevo, y para eso vamos a combatir la realidad establecida. Hay un viejo lema, si se me permite la paradoja, que puede resumir esta actitud: “hemos dicho basta, y echado a andar”.
“Inventar” es, políticamente, el verbo de los que luchan, aunque desde un punto de vista académico no sea cierto. Por eso, en el plano teórico, lo que hay que hacer no es citar, sino aludir.
Julio, 2011. En el día de la gran marcha de los 200.000 en defensa de la Educación Pública.
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¿Crisis del neoliberalismo o crisis del capital? Un debate con el economista francés Gérard Duménil y las propuestas del marxismo keynesiano Juan Kornblihtt Investigador del CEICS y militante de Razón y Revolución
Una de las posiciones más comunes sobre la crisis actual es que estamos viviendo problemas ocasionados por la expansión sin control de las finanzas y la falta de límites a la movilidad del capital. De allí surge la idea de que los problemas actuales pueden superarse con una política económica nacionalista e industrialista, incluso se cree que dichas políticas serían las que permitirían a América Latina zafar de la crisis.
Resumen En este artículo, se realiza una crítica al planteo del economista francés Gérard Duménil sobre el desarrollo del capitalismo como una sucesión de etapas caracterizadas por el dominio del capital financiero o del capital industrial. Se muestra que dicha postura es la consecuencia de fragmentar el ciclo de valorización y autonomizar cada fase del mismo. Ante esta comprensión errónea de la crisis actual y un estímulo a la ilusión de que una política keynesiana es una alternativa válida para la clase obrera, exponemos un análisis de los límites de la acumulación de capital en EEUU y Europa y de la posibilidad de salidas como las propuestas por Duménil, que tienen tanta influencia en la izquierda de este continente.
El economista francés Gérard Duménil (cuya obra fue realizada en conjunto con Dominique Lévy, por lo que de aquí en más nos referiremos a ellos como DyL) es uno de los exponentes más influyentes de esta teoría1. Para estos autores, lo que ha entrado en crisis no es la acumulación misma sino la forma particular de reparto de riqueza que ha adoptado desde
1 La extensa obra de Duménil y Lévy puede consultarse en línea: http://cepremap.ens. fr/~levy/. Para esta crítica nos hemos basado en G. Duménil y D. Lévy. La finance capitaliste: rapports de production et rapports de clase. En: S. De Brunhoff, F. Chesnais, G. Duménil, D. Lévy y M. Husson (2006). La finance capitalista. París: PUF, pp. 131-180.
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¿Crisis del neoliberalismo o crisis del capital?
vemos que la recuperación hasta el 2001 ha sido lenta sin alcanzar los niveles previos a su caída en los ‘50. Algunos autores, como Andrew Kliman, critican la evaluación de la evolución de la tasa de ganancia y su forma de medición porque sobreestiman su crecimiento. Kliman señala que tanto Moseley como DyL magnifican su ascenso al comparar el mínimo alcanzado con el máximo y no el máximo con el máximo. También cuestiona el método de cálculo por reevaluar el capital invertido a los precios de reposición, y no a los precios históricos. Lo cual, implica, para el autor, una subestimación de la tendencia decreciente3.
los ‘70, es decir, el neoliberalismo (o “capitalismo neoliberal”, como gustan llamarlo). Según el dúo francés, el creciente aumento de la deuda y la expansión de los mecanismos crediticios a lo largo y ancho del mundo no es expresión de un capital ficticio. Para ellos, se trata de plusvalía originada en la esfera de la producción que en lugar de ser reinvertida es girada al campo de lo financiero. El resultado es un aumento de la tasa de ganancia pero una contracción de la tasa de acumulación. La pregunta que surge de inmediato es por qué los capitalistas no reinvierten sus ganancias y la sutilizan en forma financiera si no hay problemas con la acumulación industrial.
DyL no sólo se niegan a aceptar un lento crecimiento de la tasa de ganancia, sino a reconocer problema alguno en la acumulación de capital. Si no hay problema en la acumulación misma, las explicaciones que quedan son: o que la riqueza puede expandirse en el mundo financiero sin necesidad de la explotación (algo así como
Una respuesta, como veremos, podría ser que la tasa de ganancia no ha crecido en forma suficiente como para ampliar la acumulación. Tiene un sustento fuerte en las propias mediciones de DyL y otros economistas como Fred Moseley2. Si observamos sus medidas de la tasa de ganancia,
2 Las diferentes mediciones de la tasa de ganancia en los EEUU, más allá de los problemas metodológicos planteados por Andrew Kliman, coinciden en mostrar una suba desde 1982 cuando tocó el piso post crisis de los ‘70. Sin embargo, la recuperación se realiza en forma lenta y si tomamos en cuenta la media, entre 1947 y 1970 el promedio era del 16.7%, mientras que desde 1982 hasta el 2007 es del 13.7%. A esto se debe agregar que las subas más altas de la tasa de ganancia de este último periodo corresponden a la década del ‘90 y al lustro posterior al 2001. En estos años las ganancias fueron empujadas por una fuerte expansión del capital ficticio, primero por la burbuja de la Bolsa y luego por las hipotecas. Explotadas esas burbujas, la tasa de ganancia se encuentra por debajo de este promedio de por sí menor al anterior a la crisis del ‘70. Para las últimas mediciones, véase: E. Bakir y A. Campbel (2009). The Bush Business Cycle Profit Rate: Support in a Theoretical Debate and Implications for the Future. En: Review of Radical Political Economics N°41, p. 337. 3 Véase: A. Kliman (2009). Tras las huellas de la actual crisis económica y algunas soluciones propuestas. En: Razón y Revolución N°19, agosto.
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son una herramienta ineludible para cualquier estudio sobre la economía estadounidense. Con más razón, la inversión ideológica que realizan a la hora de “leer” los resultados evidencia lo grave que resulta el abandonar la totalidad, y detener el proceso de conocimiento en resultados parciales, para luego, reconstruirlos en una explicación teórica ad hoc.
una “valorización financiera”) o que los capitalistas pueden gastar la plata sin necesidad de reinvertir. Esto por supuesto echa por tierra toda la teoría del valor que DyL dicen asumir. Como veremos, este tipo de contradicciones son comunes a toda su estructura de razonamiento. Entonces, más allá de la lectura de la evolución de la tasa de la ganancia, el déficit en el análisis de DyL es más profundo. Como trataremos de mostrar, el gran problema consiste en la separación del ciclo de valorización de capital. La producción, la circulación y el consumo de plusvalía son tomados en forma autónoma y a partir de allí deducen divisiones en el interior de la clase capitalista, que les permiten encontrar un supuesto sector progresista a quién aliarse4. En estos aspectos nos concentraremos a partir de aquí.
El planteo más general de DyL sobre la dinámica del capital es que éste se mueve en torno a las luchas por la distribución de la plusvalía. Según los autores franceses, la plusvalía obtenida de la explotación obrera es la fuente de la riqueza, pero una vez generada en el ámbito de la producción hay una disputa por su apropiación. Identifican a tres clases que se disputan el ingreso. Por un lado, está la clase obrera y por el otro están los dueños de los medios de producción, divididos en dos fracciones: los industriales puros y los financieros. Para especificar las diferencias entre las dos grandes fracciones de la burguesía DyL se basan, en particular, en la obra de Rudolph Hilferding. En este sentido, definen a las finanzas como el sector superior de la burguesía cuya característica fundamental es la capacidad de controlar los mecanismos de las instituciones económicas según sus intereses: “Por finanzas entendemos: la fracción superior de
El planteo de Duménil 1. ¿Industriales vs. Financieros? DyL desarrollan una extensa investigación sobre la dinámica histórica del capital, en particular en los EEUU. Son destacables sus aportes empíricos, en particular el estudio de la tasa de ganancia tanto a nivel general como por ramas, así como el análisis de las finanzas y de la intervención estatal. Sus textos y aportes
4 DyL reconocen en sus textos la unidad económica de la reproducción del capital pero apelan a los escritos políticos de Marx para autonomizar fracciones capitalistas según cómo participan del reparto. Véase: G. Duménil y D. Lévy, op. cit.
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¿Crisis del neoliberalismo o crisis del capital?
mica común del conjunto de los capitales es la causa de la diferenciación de los capitales más pequeños de los capitales medios. Los segundos son aquellos que alcanzan la tasa media de ganancia, mientras que los otros quedan rezagados y por lo tanto o desaparecen o pasan a valorizarse por debajo de la tasa de ganancia, ya sea por la tasa de interés o incluso, si son muy pequeños, por el salario.
la clase capitalista y las instituciones financieras, encarnación y agentes de su poder”5.
Esta diferenciación del resto de los capitalistas no existía, para ellos, en el siglo XIX, sino que nació en el XX. Estas dos fracciones del capital desarrollan a partir de entonces una lucha permanente, que DyL catalogan como lucha de clases. Así, de una diferencia de tamaño, pasan a una diferencia cualitativa. El salto está dado por la capacidad de control y el poder de los capitales financieros (los más concentrados) frente a la debilidad institucional de los industriales puros (los más chicos). De esta forma, caracterizan a las clases en función de su capacidad de administración y distribución de la plusvalía.
En la formación de la tasa de ganancia, entran en juego el crédito y la circulación. Aquellos capitales que puedan dominar esa esfera, estarán en posiciones ventajosas para formar la tasa media de ganancia. Aquellos que no, irán perdiendo su lugar. Por el contrario, DyL consideran que el pequeño capital no es la fracción en proceso de desaparición de los capitalistas, sino que le otorgan una potencia histórica y social que no se pierde a lo largo del tiempo, es decir transhistórica. En su análisis, esta fracción expresa un reparto de la riqueza más justo y equitativo, ya que requiere para su reproducción del consumo obrero. Lo cual, lo lleva a reinvertir sus ganancias en la producción. En cambio, la fracción financiera opera en un nivel que se desacoplaría, según DyL, del mercado y la demanda. Por esa razón, los capitales financieros no necesitan reinvertir la plusvalía generada y, en su lugar, pueden destinarla a la espe-
El planteo de DyL anula, por lo tanto, la unidad del capital en su reproducción, para distinguir dos esferas diferentes. En esa separación, pierde de vista la unidad material de la reproducción del capital que se da a través de la igualación de la tasa de ganancia tanto al interior de cada rama como entre las mismas. La expansión de la explotación vía el aumento de la plusvalía relativa lleva a la expansión de la producción y por lo tanto de la masa de ganancia a la par que se reduce la tasa. El resultado es una concentración y centralización del capital vía agudización de la competencia. Esta diná-
5 Véase: G. Duménil y D. Lévy, op. cit., p. 132.
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una nueva etapa “monopolista” del capital. Aunque reconocen el intenso proceso de fusiones de empresas (en las cuales las finanzas juegan el rol de brazo armado6) y la aparición de acuerdos o “trusts”, van a sostener que la competencia continúa rigiendo el movimiento general, por lo que, correctamente, negarán que comience aquí una etapa “monopolista”7.
culación o al consumo improductivo. Según cuál de las fracciones triunfe, el capital avanzará de una u otra manera. Veamos entonces cómo, a partir de estas premisas, DyL analizan el devenir histórico del capital. 2. Las etapas de la historia Como señalamos, para DyL la cúpula financiera nace hacia principios del siglo XX. El fin del siglo XIX, en particular la crisis de 1890, marca para ellos un periodo en el que se produce un cambio fundamental en la escala de las empresas y una separación entre la gerencia y la propiedad en las más grandes. Se daría una triple revolución: la de las corporaciones, la gerencial y la financiera. El resultado, coinciden con Hilferding, fue la fusión entre el capital industrial más concentrado y el de las finanzas, en particular, la banca. Nace así un capital financiero que se distingue del capital industrial puro. DyL van a discutir contra la tradición marxista que señala el comienzo, en estos años, de
Sin embargo, sí comienza, desde su perspectiva, la “primera hegemonía del capital financiero”, resultado del triunfo en la lucha de clases del capital más concentrado. Victoria que no se da sin resistencia del pequeño capital, como se expresa por ejemplo en los intentos de legislación antimonopolista, como la Sherman Act de 1890 en los EEUU. Este triunfo de las finanzas por sobre el capital industrial va a marcar toda la etapa que durará hasta la crisis del ‘30, en la que, según DyL, conviven dos dinámicas con ritmos diferenciales: la del pequeño capital industrial y la del gran capital financiero. Al imponerse
6 Ídem, p. 140. 7 La idea de que a partir de la crisis de 1890 comienza una etapa monopolista del capital diferente a la descrita por Marx ha tenido mucha aceptación por parte de los marxistas. La idea formulada originalmente por autores como Paul Lafargue o Mikhail Bujarin, fue luego propagandizada por Vladimir Lenin en su famosa obra Imperialismo, fase superior del capitalismo (1916). Allí, en base a Bujarin, plantea que la dinámica de la acumulación de capital está marcada ya no por la libre competencia sino por la disputa política y militar de las diferentes potencias. Marcada por la coyuntura de la Primer Guerra Mundial, esta postura pierde de vista que sigue siendo la producción de mercancías por productores privados e independientes y por lo tanto la explotación vía la extracción de plusvalía la que sigue caracterizando al capitalismo, y no una situación de saqueo extraeconómico permanente. Hemos desarrollado este planteo en el libro Crítica del marxismo liberal. Competencia y monopolio en el capitalismo argentino, (2008) Buenos Aires: Ediciones RyR.
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¿Crisis del neoliberalismo o crisis del capital?
nueva ecuación distributiva es la que explicaría un crecimiento del poder adquisitivo y una mayor protección social8.
la segunda, el resultado es una distribución del ingreso regresiva y una mayor inestabilidad por la no reinversión de las ganancias. Esta expansión sin control estatal va a terminar en la crisis del ‘30 con el estallido de la burbuja especulativa provocada por la “locura” financiera.
La nueva etapa de acumulación (“compromiso keynesiano”) alcanzaría un carácter internacional de la mano del mayor control de los tipos de cambios (Bretton Woods) y la difusión del modelo de regulación estatal, con la fuerte presencia de los bancos centrales y del proteccionismo. Esta fase no implica para DyL el fin del imperialismo, sino una expansión a través de las empresas transnacionales pero con un carácter más social en el funcionamiento de la economía. En definitiva, DyL caracterizan las primeras décadas de post guerra por la pérdida de hegemonía del sector financiero9, que se refleja en una mejor distribución del ingreso en detrimento de los sectores más ricos e incluso en tasas de ganancia negativas para las finanzas, como sucedió en Francia.
El crack del ‘30 implicó para DyL el comienzo de la derrota de las finanzas, frente a una alianza del capital industrial, los sectores populares y la burocracia estatal, corporizada en lo que llamarán “compromiso keynesiano”. Después de la crisis, la clave de la salida, según argumentan, fue la intervención estatal, que a través de diferentes políticas, logró restablecer la estabilidad. Marcan como factores también claves, la Segunda Guerra Mundial y la consolidación de la URSS, pero los disocian colocándolos como un marco de influencia externa. Pierden de vista así el rol de la guerra en la destrucción de capital sobrante como uno de los elementos claves de la recuperación de post guerra. En cambio, se concentran en analizar las políticas cuyos resultados son un fuerte control de la competencia, de los precios y, en particular, del sector financiero. Aunque las grandes corporaciones siguen creciendo, en esta nueva etapa la clave estaría en que las utilidades se reinvierten en la industria y se otorga un menor lugar al reparto de dividendos. Esta
El capitalismo que emerge, para DyL, a partir de la crisis del ‘30, se caracterizaría entonces por una alianza entre el sector industrial y la clase obrera que llegaría a su fin hacia los ‘70, por una crisis provocada por el propio desarrollo industrial. El desarrollo tecnológico provocó la caída de la tasa de ganancia, lo que debilitó la posición de la alianza industrial
8 Ídem, p. 149. 9 Ídem, p. 152.
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tabilidad por su expansión del lucro sin control que habría llevado a una crisis financiera.
y le permitió a la cúpula financiera retomar la iniciativa. Las herramientas utilizadas fueron la expansión de la inflación y del endeudamiento. La derrota del compromiso keynesiano se habría evidenciado en particular a partir del llamado golpe del ‘79, que implicó el avance de una nueva alianza entre la fracción mejor pagada de los asalariados y la cúpula de la clase dominante que había sido desplazada post crisis del ‘30 (“el compromiso neoliberal”).
En definitiva, para DyL, la historia del capitalismo posterior a 1890 es la sucesión de modelos de acumulación marcados por la fracción del capital que domina. Si lo hace la cúpula, el resultado es una distribución regresiva del ingreso, una menor inversión industrial y un mayor desequilibrio. En cambio, si triunfa la fracción más chica, prima el desarrollo industrial, un Estado con mayor independencia y mejores condiciones de vida de la clase obrera, ya que existen necesidades comunes con los capitalistas: a través de la mejora en la distribución del ingreso sube el consumo, realizándose así la expandida producción industrial. Necesidad que la cúpula financiera no tiene por su falta de reinversión de las utilidades. En síntesis, una reedición más compleja (pero no menos superficial) de la secuencia regulacionista liberalismo/ keynesianismo/neoliberalismo (o taylorismo/fordismo/posfordismo) como fases del desarrollo capitalista. Por lo tanto, estaríamos ahora ante la crisis del neoliberalismo y a una oportunidad para que la fracción más débil del capital vuelva a la palestra, de la mano de un nuevo “compromiso” con la clase obrera. El neokeynesianismo sería la alternativa más racional según los dos economistas franceses.
La nueva fase implica entonces un retorno a las características del capital entre 1890 y 1930. El capitalismo neoliberal o “compromiso neoliberal” implica la vuelta al poder del capital financiero y, por lo tanto, su dominio directo de las instituciones crediticias que habían logrado cierta independencia. A su vez, la cúpula pasa a controlar al Estado adaptándolo a sus necesidades. Las ganancias dejan de reinvertirse y la suba de la tasa de ganancia no es acompañada con una reinversión sino con retornos financieros elevados. Los mecanismos por excelencia para lograr esta transferencia de ingresos son el alza de la tasa de interés y la expansión de la deuda a nivel global. Una vez más, la distribución de la riqueza se vuelve regresiva, acumulándose el ingreso en el 1% más rico en detrimento del resto. Esta nueva etapa es la que estaría entrando en crisis en la actualidad, como consecuencia de ines-
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3. ¿Una crisis de prosperidad?
“con el capital industrial estábamos mejor”. Una idea que ha contribuido a llevar a la clase obrera a la rastra de las fracciones más débiles de la burguesía, lo que, en Argentina, significa detrás del peronismo, en Venezuela detrás de la llamada “boliburguesía” y en el resto de América Latina, la idealización de las potencias de las burguesías nacionales y los estados capitalistas de desarrollar una vía de desarrollo endógena y autosostenida sin cuestionar al capital. O, lo que es lo mismo, la apología de la pequeña industria y del cooperativismo.
La periodización del desarrollo capitalista realizada por DyL marca que la fase actual es la del capitalismo neoliberal y ésta es la que entró en crisis. Las pruebas fundamentales para su modelo es la regresión en la distribución del ingreso en relación a la etapa keynesiana a favor del 1% más rico, la expansión de los órganos financieros, en particular del Banco Mundial y el FMI, el dominio a nivel global de las políticas a favor de las finanzas a través del llamado Consenso de Washington, la liberalización de los mercados para agilizar el flujo financiero, el aumento de las ganancias financieras por sobre las industriales y las peores condiciones de vida de la clase obrera, entre otras cuestiones. Este desarme del control estatal y la menor inversión se reflejaría también en la supuesta creciente desindustrialización que en particular sufrirían los países del Tercer Mundo, entre ellos la Argentina10. El largo resumen del planteo de DyL realizado en los acápites anteriores nos muestra que, al final de cuentas, sus argumentos son los mismos que utilizan muchos autores y que casi han dado lugar a un sentido común en la izquierda: los males del mundo son culpa del triunfo del neoliberalismo. O en términos más sencillos:
En resumen, DyL caracterizan a esta etapa por el descontrol y por la inestabilidad intrínseca del sistema. En particular, de la parte de la riqueza que no se ha reinvertido en la industria y que circula a lo largo y ancho del mundo bajo diferentes formas: acciones, fondos de inversión, deuda externa, hipotecas, etc. El argumento fundamental es que no han entrado en crisis la generación y realización de plusvalía, sino una forma de reparto de la misma entre la cúpula de la burguesía. Por eso, la crisis es del capitalismo neoliberal y no del capital “a secas” en su totalidad. La explotación, para nuestros amigos franceses, funciona très bien. La cuestión pasa por quién se apropia de esa riqueza, si los industriales más concentrados o
10 G. Duménil y D. Lévy (2006). Imperialism in the Neoliberal Era: Argentina’s Reprieve and Crisis. En: Review of Radical Political Economics N° 38, septiembre, pp. 388-396. Allí realizan una defensa de la llamada ISI como el modelo a seguir por las naciones oprimidas y centran los problemas actuales de la Argentina en el dominio de la cúpula financiera por sobre la industrial.
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los más chicos. Como los mecanismos de apropiación del sector financiero son más descontrolados (o “locos”, según le gusta repetir en castellano en sus conferencias a Duménil) en lugar de seguirse un curso armónico y ascendente, entramos en una fase de crisis repetidas. Al desequilibrarse el sector financiero, el sector industrial puro no queda inmune. Pero no es por su propia culpa, sino por la falta de crédito ocasionada por la desvalorización de los activos financieros. En definitiva, la máquina de producir plusvalía está bien, la cuestión pasa por su reparto. En síntesis, la crisis actual no marca una contracción en las posibilidades de supervivencia del capital, ni nos dirigimos hacia la necesidad de destruir capital sobrante. Para DyL hay lugar para todos, es sólo cuestión de distribuir mejor la riqueza.
fica bajo la cual el ser humano, en el capitalismo, se apropia de la naturaleza. Al ser una sociedad de productores privados e independientes, la relación social deja de ser directa para darse a través de las mercancías. En esta relación indirecta a través de objetos, el carácter de la mercancía fuerza de trabajo se diferencia de las otras por su capacidad de agregar más valor del contenido en su valor. Quiénes compren esta mercancía podrán apropiarse de un plusvalor, mientras que quienes la vendan serán explotados. De la igualdad como poseedores de mercancías, emerge la desigualdad en clases entre burguesía de un lado y proletariado del otro. Sin embargo, para los capitalistas no bastará con explotar la fuerza de trabajo en el proceso de producción, sino que deberán realizar su plusvalor en la venta de mercancías. El mercado aparece entonces como el articulador de las relaciones sociales. Allí, cada capitalista deberá procurar vender sus mercancías para obtener su ingreso. En ese proceso, el capitalista individual no obtendrá una ganancia directa en función de la plusvalía extraída a los obreros por él contratados, sino que deberá competir por la apropiación de la plusvalía común producida. En este punto es dónde parecen detenerse DyL. La lucha por el reparto de plusvalía se daría, según ellos, en el terreno del mercado y con la intervención del Estado. En base a eso, los economistas en cuestión crean la diferenciación entre industriales y financieros. Aquellos que ac-
Contra el mito del eterno retorno 1. La parte y el todo La riqueza empírica y el lenguaje marxista de DyL no deben confundir al lector. Su método abandona en gran medida el legado de Marx, es decir, deja de lado el análisis de la particularidad como expresión de la totalidad. Recortan los aspectos comunes a diferentes épocas y en base a ello construyen modelos típicos ideales weberianos. Crean de esa forma un modelo de clases sociales invariantes a lo largo de la historia. Las clases en Marx no son expresión del reparto de la plusvalía sino que son el resultado de la forma especí33
¿Crisis del neoliberalismo o crisis del capital?
clases entre financieros e industriales por el control directo del Estado y las instituciones financieras. Cabe destacar que, con todas sus limitaciones, la escuela del capital monopolista, al menos en su tradición revolucionaria (en especial Lenin), no veía la posibilidad de revertir el dominio del capital monopolista, por lo que la revolución socialista aparecía en el horizonte como una consecuencia necesaria e inevitable11. En cambio, DyL mantienen viva la ilusión de que se puede revertir la concentración y centralización de capital si el Estado y la clase obrera intervienen a favor del capital industrial puro. Si en otro lado hemos llamado “marxismo liberal” a quienes reivindicando a Marx han tomado la idea de capital monopolista como contracara de la competencia perfecta e imperfecta neoclásica12, en DyL encontramos la versión keynesiana del marxismo.
ceden a la banca y al capital a crédito en forma directa de un lado y los que se mantienen acotados en la esfera de la producción del otro. Luego, según cuál controle el Estado determinará la fase histórica. En definitiva, aunque critiquen a la escuela del capital monopolista caen en la misma forma fragmentada de pensar la realidad. Las formas de distribución y circulación de plusvalor reemplazan en el análisis a las de producción del mismo. Si Lenin o Baran y Sweezy hablaban de una etapa monopolista porque los capitales acuerdan entre sí los precios, DyL van a identificar las diferentes etapas según la plusvalía que se reparta entre más o menos capitales. El problema en común a ambas miradas es que al responder a la pregunta sobre de dónde sale la capacidad de los capitales de participar en esa distribución deben apelar a la acción extraeconómica. Para los monopolistas es el “poder” y el “imperialismo” la clave en el reparto del excedente; para DyL el resultado de una lucha de
La clave de la relación entre el capital individual y el conjunto de la producción de plusvalía no responde a una abstracta distribución del ingreso
11 De todas formas, aunque no en forma explícita, la escuela del capital monopolista realiza un recorte nacional de la acumulación de capital, lo que implica otorgarle potencialidades inexistentes a los pequeños capitales “nacionales” de los países atrasados. Posibilidad supuestamente trabada por el capital monopolista en forma extraeconómica. En base a esta creencia, estalinistas y maoístas consideran que es factible el desarrollo económico mediante una revolución burguesa de “liberación nacional”. Por su parte, los trotskistas no ven viable ese proceso, aunque también por razones extraeconómicas, como la propensión a “traicionar” o “claudicar” de los capitales nacionales. 12 Véase: J. Kornblihtt (2008). Crítica del marxismo liberal. Competencia y monopolio en el capitalismo argentino. Buenos Aires: Ediciones RyR, en particular el Capítulo 2.
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la tasa media de ganancia. El ciclo vuelve entonces a empezar pero en una escala mayor.
según una más abstracta capacidad de los capitalistas por apropiársela13. Por el contrario, es resultado de una unidad: la circulación es parte del mismo ciclo de valorización. La participación del capital individual en la apropiación del producto social está dada, para Marx, por la formación de la tasa media de ganancia. Lo cual implica un proceso que hace que los capitales ineficientes queden rezagados frente a los más eficientes. En esa consideración entra en juego la capacidad de alcanzar los costos medios, lo cual en la mayor parte de las ramas implica una mecanización cada vez mayor, ya que ésta es la forma principal de alcanzar la tasa media de ganancia. La mayor productividad del trabajo por la tecnología aplicada resulta, entonces, en un aumento de la cantidad de mercancías producidas y de la escala necesaria para operar. Pero este proceso se da de la mano de la reducción del trabajo vivo en relación al trabajo muerto. El doble resultado es un aumento de la masa de ganancias con una caída de la tasa. Por consiguiente, hay lugar para menos capitales y más grandes. La profundización de la concentración y centralización de capital se realiza mediante la agudización de la competencia y la pérdida de lugar de los capitales que no llegan al nuevo nivel de concentración necesaria para
Ahora bien, a medida que la escala es mayor, aparece una doble limitación: el tamaño del mercado nacional y el acceso al crédito. La superación de dichas limitaciones implica la internacionalización y mayor movilidad del capital a nivel global y, a su vez, el reducir los costos de financiamiento. El Estado pasa en gran medida a representar a su capital nacional en el extranjero y aparecen mecanismos para abaratar los costos financieros por la vía de la fusión de empresas industriales con los bancos o mecanismos que agilizan el movimiento del capital circulante como forma de abaratar sus costos (la Bolsa o los fondos de pensión, por ejemplo). En apariencia, esto implica un salto cualitativo o un cambio de etapa en relación al estudiado por Marx, que vimos influyó tanto al marxismo liberal como al marxismo keynesiano. Pero la acción de las finanzas como del Estado no son más que formas de la circulación del plusvalor. Por lo que sólo podrán ser apropiados al nivel de la tasa media de ganancia por los capitales más concentrados. Los que quedaron rezagados en el proceso de concentración y centralización tenderán a tener menor acceso
13 Abstracta en el sentido de que por más concreta que aparezca en el análisis empírico, al buscarse su determinación, el “poder” o “la fuerza” para obtener su porción de plusvalía no parece determinada más que por “el poder” y “la fuerza”.
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¿Crisis del neoliberalismo o crisis del capital?
pitales más concentrados. La diferencia reside que al tener menos acceso al crédito y menor escala para poder amortizar inversiones tienen menos posibilidades de aumentar su tasa de ganancia por la vía de aumentar la productividad con la incorporación de tecnología. Para compensar esta debilidad, deben apelar a una mayor explotación de la clase obrera por la vía de extender la jornada laboral y de pagar menores salarios.
al mismo. Estos pequeños capitales14 podrán por momentos recibir vía subsidios estatales ciertos elementos compensatorios para sobrevivir, pero esto dependerá de la capacidad del mismo de obtener recursos. Lo cual, a medida que cae la tasa de ganancia se vuelve más difícil. ¿El resultado? La apariencia de que estos capitales quiebran porque cambió la política a favor de los capitales más concentrados, y no que el cambio de política es el resultado de la crisis y de la nueva concentración y centralización de capital que busca aumentar la masa de ganancia individual de los capitales sobrevivientes frente a la caída de la tasa. Esta apariencia de que los pequeños capitales quiebren por culpa de la política económica y no por las propias leyes que les dan vida, lleva a los planteos que si el Estado interviene puede revertir este proceso. Es más, no sólo se plantea que puede, sino que considera necesario estimularlo. El problema de estas posturas, como la de DyL, es doble. El primer problema es que los capitales nacionales e industriales puros aunque rezagados en la competencia y enfrentados en muchas ocasiones a los más concentrados para sobrevivir, no dejan por esto (aunque parezca una obviedad) de ser capitales. Su reproducción pasa por el mismo camino que el de los ca-
Aunque a partir de lo visto resulta poco comprensible por qué una política a favor de la clase obrera puede venir de la mano de los capitales que peor la tratan, además dicho planteo tiene una factibilidad limitada. La acción del Estado para sostener a capitales poco competitivos (como lo son los industriales puros y los nacionales restringidos al mercado interno) a través de subsidios, proteccionismo u otros mecanismos depende de su capacidad material para lograrlo. Esa capacidad está dada por las posibilidades de recaudar plusvalía producida por capitales o de la explotación por él mismo a través de empresas estatales y transferirla. En uno u otro caso, para poder sostener a los capitales más chicos de ser devorados por la competencia, debe poder sacarles más de lo que les otorga. Es decir, un Estado “protector”, debe estar basado
14 Por pequeño capital entendemos aquel que no llega a valorizarse a la tasa media de ganancia por su propia capacidad, más allá de cuestiones de taxonomía como el número de empleados, sus ventas o la cantidad de máquinas utilizadas.
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misma. Lo cual genera a la vez transformaciones en la estructura productiva. El desarrollo de la tecnología permite incorporar trabajadores con mucha menor calificación al simplificar las tareas manuales mediante la mecanización y la robotización. Esto permite desplazar gran de la producción a países con obreros menos formados y más baratos. Lo cual agudiza el problema del exceso de producción15.
en los recursos de los más grandes, y por lo tanto, sus posibilidades están limitadas por la acumulación de capital. 2. Volver a las fuentes Frente a la deconstrucción modelada de la realidad de DyL, debemos volver, para entender la crisis actual, a lo específico del capital. En este acápite no podremos realizar en detalle todo el recorrido, por lo cual nos limitaremos a mencionar algunas cuestiones. Como señalamos, la clave del problema pasa por entender la unidad entre la producción y circulación de plusvalía a partir de la formación de la tasa media de ganancia, que es la forma en que la plusvalía es distribuida. Es decir, la competencia. El desarrollo del capital avanza mediante la creciente mecanización y a su vez concentración y centralización de capital. La tasa de media ganancia y su evolución es la muestra más acabada de esta articulación.
Dicha dinámica agudiza los momentos críticos del capital en donde se pone en juego su propia capacidad de reproducirse. Esta caída de la tasa de ganancia no se da en forma lineal, sino que genera el proceso de expansión de la plusvalía relativa, cuyo resultado implica una contratendencia de mayor o menor peso. Pero no termina aquí el problema, sino que la expansión de la riqueza se hace mediante un menor consumo de las mercancías producidas por el propio capital, al haber reducido el consumo social por la vía de una menor necesidad de obreros para obtener una masa mayor de plusvalía. Entonces, nos encontramos que la crisis que emerge como resultado de la tendencia a la caída de la tasa de ganancia, se expresa como una crisis de sobreproducción.
Más allá de los vaivenes cíclicos de la producción capitalista por la propia rotación de capital y de los desfasajes entre la producción y la realización del plusvalor, la creciente mecanización y el aumento de la plusvalía presiona hacia un doble proceso de contracción tendencial de la tasa de ganancia y aumento de la masa de la
15 Véase: Juan Iñigo Carrera (2007). El capital: razón histórica, sujeto revolucionario y conciencia. Buenos Aires: Imago Mundi.
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3. EEUU y Europa en problemas
de la expansión creciente de capital ficticio que busca compensar la sobreproducción que empieza ante la caída de la tasa de ganancia. Como se observa en el Gráfico 1, sin importar el tipo de medición realizada, la tasa de ganancia cae desde mediados de los ‘60 y toca su piso en 1982. Luego comienza una lenta recuperación que no logra alcanzar los niveles precios, salvo en un pico muy corto hacia fines de los ‘90 y principios del 2000 marcado por la burbuja de las empresas de Internet.
Esta dinámica, en extremo sintetizada, es la que permite pensar en forma orgánica los fenómenos que el modelo de DyL relaciona de manera externa y entender qué es eso llamado neoliberalismo y en qué consiste el carácter de la crisis actual16. La expansión creciente de las finanzas y su disociación de la tasa de acumulación no se debe a que una fracción del capital no reinvierte sus ganancias porque puede realizarlas en la esfera financiera. Se trata, por el contrario, Gráfico 1
Las distintas metodologías de medición de la tasa de ganancia en los EEUU coinciden en registrar una importante caída desde la década de 1970 y una recuperación efímera durante la década de 2000. Fuente: Elaboración propia en base a datos de la BEA.
inversión la capacidad de absorber aquello que se produce, se produce un desfasaje. El cual se refuerza porque dada la menor demanda de fuerza de trabajo por el aumento de la productividad se produce un estancamiento
Ante la caída de la tasa de ganancia, aunque tiene crisis cíclicas cada vez más profundas, el capital no termina de desplomarse. Para evitarlo, el capital continúa con la producción, pero al no haber estimulado con la
16 Por una cuestión de espacio, no podemos detenernos aquí en el análisis de toda la evolución histórica del capitalismo ni en un análisis detallado de cuál es la determinación de lo que DyL llaman “primera hegemonía financiera” y “compromiso keynesiano” y en particular su explicación de la crisis del ‘30.
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mo presente que se deberá pagar en el futuro. Ese crédito tomó diferentes formas en las últimas décadas: la expansión de la deuda externa, de las acciones bursátiles, de las hipotecas, y, como se ve en el Gráfico 2, lo último es un fuerte crecimiento del endeudamiento del Estado. Este último, se traduce en déficit fiscal (Gráfico 3) ya que el gasto se expande para compensar la caída en la producción. Ese ingreso futuro no podrá lograrse con ganancias reales, por lo tanto se trata de un nuevo boom de capital ficticio.
del salario real (de la capacidad de consumo de los obreros). Este desfasaje entre lo que se produce y la capacidad que se genera de consumirlo es la llamada sobreproducción. Se trata de sobreproducción, y no subconsumo, porque es un problema del propio capital de no poder absorber él mismo lo que él produce. La idea de subconsumo, por el contrario, se basa en que es un problema de consumo escindido de las condiciones de producción. Similar al planteo que criticábamos de DyL en donde producción y distribución son concebidos como dos esferas autónomas que se vinculan en forma externa a través de la política. Según este planteo, si la clase obrera tiene más fuerza o el Estado es más “benefactor” y distribuye mejor el ingreso, el capital no tendrá problemas de subconsumo. Esto pierde de vista que la capacidad de la clase obrera de consumir surge del propio capital que la emplea y paga su salario.
Cabe aclarar que la expansión del capital ficticio genera una “ficción real”, ya que de hecho la producción se puede vender sobre la base de un consumo sostenido en forma artificial. Pero dicha expansión en cierto momento debe dar cuenta de una base real, la cual no existe. Se suceden una serie de “burbujas financieras” acompañadas de contracciones violentas como la crisis de la deuda a principios de los 80, la crisis de fines de esa década con epicentro en 1989, las crisis asiática, rusa, mexicana y brasileña a lo largo de los ‘90, la de Argentina en el 2001 y la global en la actualidad.
Esta sobreproducción no estalla, porque el capital encuentra una forma de vender eso que se produjo, aún sin haber generado a través de la inversión suficiente, a través del aumento de los créditos y otros mecanismos financieros. Es decir, de un consu-
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¿Crisis del neoliberalismo o crisis del capital?
Gráfico 2
Fuente: Elaboración propia en base a datos de BEA y TREAS.
del crecimiento de la economía de los EEUU es el ya mencionado endeudamiento externo, donde China pasó a ocupar un lugar fundamental. Mediante la compra de Bonos del Tesoro, financió la venta de la producción de las empresas radicadas en su país a los EEUU. De esta forma, sostuvo en forma artificial tanto la demanda para su creciente producción como el valor del dólar, lo que le permite a la Reserva Federal seguir financiándose con más bonos, a pesar de la gravedad de la crisis.
La economía estadounidense sintetiza esta dinámica general, en donde el consumo no pudo ser sostenido por la expansión del capital. El crecimiento del PBI se mantuvo empujado por la expansión de la bolsa de valores, en particular el boom de las empresas de Internet en los ‘90 (las “puntocom”). Una vez estallada esa burbuja, en el 2001, la acumulación se recuperó de la mano de la especulación inmobiliaria, la burbuja de las hipotecas que explotó en 2008. El otro pilar ficticio
Gráfico 3
Fuente: Elaboración en base a datos de TREAS y BLS
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partir de la intervención estatal para salvar al sistema financiero y reanudar el crédito, las arcas públicas son ahora las poseedoras de la mayor parte de los papeles sin valor. China, a pesar de la profundidad de la crisis, ha seguido comprando bonos. Por su parte, el déficit fiscal ha crecido en el conjunto de los países más ricos. Esta intervención le está dando cierto aire a la recuperación industrial. Sin embargo, al no haber solucionado los problemas reales de la acumulación, el próximo estallido tendrá la particularidad y la violencia de ocurrir en el corazón del garante de la reproducción del capital: el Estado. Los datos de déficit fiscal y los ajustes anunciados por toda Europa y en gran parte de los EEUU ponen en evidencia esta realidad (véase Gráficos 4 y 5).
Todos estos mecanismos ficticios, aunque permitieron hacer avanzar la economía post crisis de los ‘70, sólo alcanzaron para empujar un crecimiento lento del PBI en promedio menos de un 3% anual entre 1980 y 2010. La evidencia del carácter ficticio se hace cada vez mayor, aún cuando la recuperación de la tasa de ganancia parece haber dado un salto en los últimos años previo al estallido de la crisis. Salto del cual es difícil separar cuánto es resultado del aumento de la tasa de explotación y cuánto se debe a las “burbujas”. Con todo, la sobreproducción lejos está de haberse solucionado. Por el contrario, estamos recién evidenciando los primeros pasos. La diferencia entre lo visto hasta ahora (desde los ‘80) con lo que estamos viviendo en la actualidad, es que a Gráfico 4
Fuente: Elaboración propia en base a usgovernmentspending. com y census.gov
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Gráfico 5
Fuente: Elaboración propia en base a datos de Eurostat
rra Mundial como parte del contexto, no le otorgan causalidad alguna en la recuperación posterior. No ven la vinculación orgánica entre la guerra y la recuperación, es decir la necesidad de destruir capitales sobrantes y obreros sobrantes para el capital para alcanzar una nueva escala y una tasa de explotación superior, que permita impulsar un alza de la tasa de ganancia. En el siguiente gráfico, se ve una fuerte correlación entre los muertos por guerras y la evolución del valor del producto.
4. Revolución y guerra Al considerar la crisis como del capitalismo financiero, y cortar el ciclo de valorización de capital extrayendo de él la circulación del mismo, DyL pueden concluir que es factible una vuelta al keynesianismo como solución. Ponen como ejemplo la salida de la crisis del ‘30 donde la intervención del Estado para ellos permitió una vuelta al orden. El problema es que omiten un “pequeño” detalle. Aunque mencionan la Segunda GueGráfico 6
Fuente: Juan Iñigo Carrera (2008). El capital: razón histórica, sujeto revolucionario y conciencia. Buenos Aires: Imago Mundi.
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que la ilusión, que se convierte en reaccionaria cuando busca guiar a la clase obrera.
En el mismo error caen en el análisis actual. No ven la vinculación entre la expansión financiera y la sobreproducción como la forma adoptada por la lenta recuperación de la tasa de ganancia, y, por lo tanto, que se avecina una profunda concentración y centralización de capital. Un proceso que por supuesto distará de ser pacífico ya que por la escala de los capitales en cuestión y por la mencionada expansión del capital ficticio en manos públicas, los Estados jugarán un rol fundamental en el enfrentamiento. Ante una situación de tal magnitud, plantear que los capitales menos concentrados, es decir los industriales puros, tienen alguna posibilidad de triunfar en una alianza con el Estado es una utopía. Utopía de un eterno retorno sin más fundamento
La concentración y centralización de capital necesaria para sortear la crisis puede tener otra consecuencia. La clase obrera puede y debe encarnar esa potencialidad planteándose una estrategia revolucionaria. Al concentrar el capital en sus manos expropiando a la burguesía puede dar curso desde un Estado obrero a la expansión de las fuerzas productivas para satisfacer sus necesidades. Frente al eterno sueño keynesiano de autores como Duménil y Lévy, el socialismo es una estrategia no sólo más adecuada a los intereses históricos de la clase obrera, sino también más realista a la hora de enfrentar la catástrofe a la que nos aproximamos a corto plazo.
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¿Crisis del neoliberalismo o crisis del capital?
El nuevo capitalismo y la vieja lucha de clases1 Paul Mattick2
“El proletario o es revolucionario o no es nada”. Karl Marx favorables para la formación de la consciencia de clase, este no crecerá o prácticamente desaparecerá. En condiciones de prosperidad capitalista, éste tenderá a transformarse de movimiento revolucionario, a uno re-
Al ser un producto de la sociedad burguesa, el movimiento socialista está vinculado a las vicisitudes del desarrollo capitalista. Este asumirá distintas formas según los altibajos del sistema. En circunstancias des-
1 Escrito en 1976. Publicado por primera vez en la Revista Negaciones el mismo año. Traducido del inglés de la versión publicada en Marxists, en línea: http://marxists.org/ archive/mattick-paul/1976/new-capitalism.htm. La traducción se llevó a efecto teniendo a la vista la versión en español del CICA. En línea: http://cai.xtreemhost.com/consejistas/ indice.htm. Se utiliza su traducción de las citas utilizadas por Mattick por estimarse necesario. Equipo de Traducciones del GEM. 2 Paul Mattick (Alemania, 1904, Estados Unidos, 1981) fue uno de los militantes más destacados de la tradición marxista conocida como “consejismo” o “comunismo de consejos”. Obrero desde pequeño, comenzó su militancia política en la Juventud Socialista Libre alemana, para luego ingresar al Partido Comunista de ese país (PCA), con el cual rompería en 1920. En dicho momento, se incorporó al Partido Comunista Obrero de Alemania (escisión de izquierda del PCA). Arrestado varias veces, su participación en huelgas le hizo imposible encontrar trabajo, por lo que se vio obligado a emigrar a los EEUU en 1926. Una vez en el país del norte, Mattick se vinculó a los Industrials Workers of the World. En dicho contexto, estando muchas veces desempleado, Mattick participó de piquetes, uniéndose a grupos que propendían la acción de la clase obrera directa e independiente. En este período, llevó a cabo un estudio sistemático de la obra de Marx y, particularmente, de la del marxista germano-polaco Henryk Grossman. Durante los treintas, y debido a los cambios en la política económica y social del gobierno norteamericano, comenzó a criticar las posturas teóricas de la economía keynesiana. En los años cuarenta, participó activamente del movimiento sindical norteamericano. Ya a inicios de 1950, y debido a la persecución de la izquierda por el gobierno de EEUU (“la caza de brujas”), Mattick se retiró al campo. Durante este período, profundizó sus estudios sobre la economía keynesiana y publicó el libro Marx y Keynes. Asimismo, durante el mismo lapso criticó también las teorías expuestas en El Hombre Unidimensional de Marcuse. Durante los años setenta, Mattick ingresó por primera vez a un empleo universitario en Dinamarca. Muere en EEUU en 1981.
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El dilema del radicalismo parece ser este: con el objeto de lograr alguna significancia social, las acciones deben ser organizadas. Sin embargo, las organizaciones efectivas, tienden hacia canales capitalistas. Así, al parecer, para hacer algo ahora, uno sólo puede hacer las cosas incorrectas, y para evadir pasos en falso, uno no debe dar ninguno. De este modo, los socialistas revolucionarios están destinados a ser miserables: están conscientes de su utopismo y no experimentan sino fracasos. En su propia defensa, las organizaciones revolucionarias inefectivas pondrán el acento en el factor de la espontaneidad como elemento decisivo para cualquier transformación social. Como ellos no pueden cambiar la sociedad a través de sus propias fuerzas, depositan sus esperanzas en levantamientos espontáneos de las masas y en un futuro despliegue de esas actividades.
formista. En tiempos de crisis social, puede ser totalmente suprimido por la clase dominante. En tanto que el socialismo no puede ser establecido sin un movimiento socialista, el destino de este último determinará si el socialismo se va a realizar o no. Todas las organizaciones de trabajadores forman parte de la estructura social general y no pueden ser consistentemente anticapitalistas, excepto en un sentido puramente ideológico. Para adquirir importancia social dentro del sistema capitalista, deben ser oportunistas, lo que significa que deben aprovecharse de los procesos sociales dados para lograr sus objetivos, sin importar cuan limitados sean. Oportunismo y “realismo” son, aparentemente, la misma cosa. Este último, no puede ser derrotado solamente por una ideología radical que se opone a todas y cada una de las relaciones sociales existentes. No parece ser posible ensamblar lentamente las fuerzas revolucionarias en organizaciones poderosas listas para actuar en tiempos favorables. Así, sólo las organizaciones que no perturbaron las relaciones sociales predominantes adquieren alguna importancia. Si estas comenzaron con una ideología revolucionaria, su crecimiento implica una subsecuente discrepancia entre su ideología y sus funciones. Esas organizaciones opuestas al status quo, y aún organizadas dentro de él, sucumben finalmente a las fuerzas del capitalismo debido a sus fracasos en el campo organizativo.
A principios de siglo, las organizaciones tradicionales de trabajadores -partidos socialistas y sindicatos- no eran ya movimientos revolucionarios. Sólo una pequeña fracción de izquierda dentro de estas organizaciones se ocupaba del problema de la estrategia revolucionaria y, consecuentemente, con las cuestiones de la espontaneidad y la organización. Esto, naturalmente, incluía el problema de la consciencia revolucionaria y de las relaciones entre la minoría revolucionaria y las masas proletarias adoctrinadas por el capitalismo. Se juzgaba que era altamente im-
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El nuevo capitalismo y la vieja lucha de clases
un retorno a las políticas revolucionarias. Pero mientras Lenin trató de alcanzar esto a través de la creación de un nuevo tipo de partido revolucionario, Rosa Luxemburg prefirió para el efecto un aumento en la autodeterminación del proletariado, tanto en general, así como en el caso de las organizaciones de trabajadores, a través de la eliminación de los controles burocráticos y por medio de la movilización de las bases.
probable que sin consciencia revolucionaria las masas de trabajadores pudiesen actuar de una manera revolucionaria sólo por la fuerza de las circunstancias. Este problema adquirió especial importancia debido a la separación del partido social demócrata y la cristalización del concepto de Lenin de la necesidad de una vanguardia revolucionaria constituida por revolucionarios profesionales3. Teniendo en cuenta el factor de la espontaneidad, Lenin otorgó gran importancia a la necesidad especial de la actividad centralmente organizada y dirigida. Mientras más fuertes fuesen los movimientos espontáneos, más urgente era la necesidad de controlarlos y dirigirlos a través de un partido profundamente disciplinado y revolucionario. Los trabajadores, por así decirlo, tenían que ser protegidos de ellos mismos, pues por su falta de entendimiento teórico podían ser fácilmente dirigidos a malgastar sus poderes creativos espontáneos y a fracasar en su lucha.
Ambos, Lenin y Rosa Luxemburg, pensaban que era posible que una minoría revolucionaria ganase el control de la sociedad. Pero mientras Lenin vio en esto la posibilidad de la realización del socialismo por medio del partido, Rosa Luxemburg temió que cualquier minoría, en la posición de clase dominante, pudiese rápidamente comenzar a pensar y a actuar como la vieja burguesía. Ella confiaba en que los movimientos espontáneos contrarrestarían la influencia de las organizaciones que aspirasen a centralizar el poder en sus manos. De acuerdo a Rosa Luxemburg, los socialistas simplemente debían ayudar a liberar las fuerzas creativas en las acciones de masas, e integrar sus propias actividades a la lucha de clases proletaria independiente. Su posición posibilitaba la existencia de una clase obrera inteligente en el contexto de
Un punto de vista contrario fue sostenido con una gran coherencia desde la izquierda por Rosa Luxemburg4. Tanto Lenin como Rosa Luxemburg vieron la necesidad de combatir el oportunismo y el evolucionismo reformista de las organizaciones de trabajadores establecidas y buscaron
3 4
Lenin, ¿Qué Hacer? (1902) y Un paso adelante dos pasos atrás (1904). En línea: http://marxists.org/espanol/lenin/obras/escritos.htm Rosa Luxemburg. Problemas Organizativos de la Social-Democracia. En línea: http://marxists.org/espanol/luxem/index.htm
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La huelga era vista como el laboratorio de aprendizaje revolucionario de los trabajadores. El creciente número de huelgas, su extensión y creciente duración, apuntaba hacia una posible “huelga general”, esto es, hacia la inminente revolución social.
un capitalismo avanzado, una clase obrera capaz de descubrir por medio de sus propias fuerzas, formas y medios de lucha en su propio interés y, finalmente, en favor del socialismo. Existía aún otra forma de confrontar el problema de la organización y el de la espontaneidad. Georges Sorel5 y los sindicalistas, no sólo estaban convencidos de que el proletariado podía emanciparse a sí mismo sin la guía de los intelectuales, sino que también de que debía liberarse de los elementos de las clases medias que usualmente controlaban las organizaciones políticas. El sindicalismo rechazaba el parlamentarismo a favor de la actividad sindical revolucionaria. De acuerdo a Sorel, un gobierno de socialistas no alteraría en ningún sentido la posición social de los trabajadores. Para ser libres, los trabajadores tendrían que recurrir a acciones y armas exclusivamente propias. El Capitalismo, de acuerdo a Sorel, había organizado previamente a todo el proletariado en sus industrias. Todo lo que quedaba por hacer era suprimir el Estado y la propiedad. Para lograr esto, el proletariado no necesitaba el así llamado entendimiento científico de las tendencias inexorables de la sociedad, sino que le bastaba un tipo de convicción intuitiva en que la revolución y el socialismo fueran la salida inevitable de sus propias y continuas luchas.
Cada huelga particular era vista como una huelga general en escala reducida, y como una preparación para la insurrección final. La creciente voluntad revolucionaria no se medía por el éxito o fracaso de los partidos políticos, sino por la frecuencia y la vehemencia de las huelgas. La revolución habría procedido de acción en acción en una amalgama continua de aspectos espontáneos y aspectos organizados de la lucha del proletariado por su emancipación. El sindicalismo y su prole internacional como los Guild Socialists en Inglaterra y los Industrial Workers of the World en los Estados Unidos fueron, hasta cierto grado, reacciones a la creciente burocratización del movimiento socialista y sus prácticas colaboracionistas de clase. Como el marxismo era la ideología de los partidos socialistas dominantes, la oposición a esas organizaciones y a sus políticas se expresaba como una oposición a la teoría marxista en sus vertientes reformistas y revisionistas. Los sindicatos también eran atacados por sus estructuras centralistas y su énfasis sobre los intereses específi-
5 Sorel (1906). Reflexiones sobre la violencia.
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la vieja”. Sin embargo, en la primera revolución del siglo XX, fueron las masas de trabajadores sin organización las que determinaron el carácter de la revolución y que parieron, por sí mismas, nuevas formas orgánicas de manera espontánea, como fue el caso de los consejos de trabajadores y soldados.
cos de cada sindicato a expensas de las necesidades de la clase proletaria en su conjunto. Pero tal y como el centralismo de la ideología marxista no impidió el surgimiento de las oposiciones de izquierda dentro de las organizaciones socialistas, asimismo la descentralización ideológica del sindicalismo no pudo contrarrestar el surgimiento de tendencias centralistas del mismo movimiento sindicalista. Los Guild Socialists vieron la conciliación de los dos extremos distanciándose ellos mismos igualmente del localismo del anarcosindicalismo francés y de las concepciones estatistas de la ideología marxista.
El sistema soviets6 de la Revolución Rusa de 1905, desapareció junto con su derrota, sólo para regresar con aún más fuerza en la Revolución de Febrero de 1917. Fueron estos soviets los que inspiraron la espontánea formación de organizaciones similares en la Revolución alemana de 19187 y, en una menor medida, en los levantamientos sociales de Italia, Inglaterra, Francia y Hungría. Con el sistema de soviets, surgió una forma de organización que podía dirigir y coordinar las propias actividades de las grandes masas, ya para fines limitados o para objetivos revolucionarios, y que podría hacerlo independientemente, en oposición, o en colaboración a las existentes organizaciones de trabajadores. Lo más importante es que el surgimiento del sistema de consejos probó que las actividades espontáneas no necesariamente se evaporan en tentativas de masas invertebradas, sino que pueden alcanzar platafor-
Las organizaciones tienden a ver en su crecimiento sostenido y en sus actividades diarias los factores más importante del cambio social. En los partidos social-demócratas, eran el crecimiento de su militancia, la extensión del aparato del partido, el número creciente de votos en las elecciones y una participación mayor en las instituciones políticas existentes, las que se pensaban como incubadoras de la sociedad socialista. Por su parte, los Industrials Workers of the World, entendían que el crecimiento de su propia organización en un Único Gran Sindicato correspondía a “la formación de la estructura de la nueva sociedad dentro de la caparazón de
6 Para una historia de los Soviets Rusos, véase: Oskar Anweiler. The Soviet Movement in Russia, 1905-1921. 7 Para la documentación de los Consejos Obreros en la Revolución Alemana, véase: Peter von Oertzen (1963). Betriebsrate in der Novemberrevolution. Dusseldorf.
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huelga pensaban en términos políticos, tendían en general a compartir el programa de la burguesía liberal. Y así también lo hicieron todas las organizaciones socialistas existentes, las que aceptaron la necesidad de una revolución burguesa como precondición de la formación de un movimiento obrero poderoso y de una futura revolución proletaria en el contexto de condiciones socioeconómicas más avanzadas. Así, los soviets fueron pensados como instrumentos temporales en la lucha por objetivos específicos de la clase trabajadora y para la conquista de la sociedad democrático-burguesa. No se esperaba que adquiriesen un carácter permanente.
mas orgánicas que tienen más que una naturaleza temporal. Los consejos rusos, o soviets, surgieron de una serie de huelgas y de las necesidades de comités de acción y representación para tratar tanto con las industrias como con las autoridades legales. Las huelgas, provocadas por las cada vez más intolerables condiciones de vida de la clase trabajadora, fueron espontáneas en el sentido de que no fueron llamadas por las organizaciones políticas ni por los sindicatos, sino que fueron lanzadas por trabajadores no organizados que no tuvieron otra opción más que mirar a su lugar de trabajo como palanca y como centro de sus esfuerzos organizativos. En la Rusia de esa época, las organizaciones políticas no tenían una influencia real en las grandes masas de trabajadores y los sindicatos existían sólo en forma embrionaria. En cualquier caso, el crecimiento de las organizaciones socialistas y de los sindicatos se debió a la intensificación de las huelgas espontáneas y a los alzamientos sucesivos.
A comienzos de 1906, la iniciativa orgánica cayó en las manos de los partidos políticos y de los sindicatos. Pero la experiencia de 1905 no se había perdido. Los soviets, escribía Trotsky8, “eran la realización de la necesidad objetiva de una organización que tuviese autoridad sin tener una tradición, y que lograse al mismo tiempo abrazar a centenares de miles de trabajadores. Una organización, además, que fuese capaz de unificar todas las tendencias revolucionarias en el seno del proletariado, que poseyese iniciativas y autocontrol, y que, esto es lo más importante, pudiese ser creada en el espacio de veinticuatro horas”.
En esencia, por supuesto, la Revolución Rusa de 1905 fue una revolución burguesa, apoyada por la clase media liberal para acabar con el absolutismo zarista y para llevar a Rusia, por medio de una Asamblea Constituyente, hacia las condiciones que existían en los países capitalistas más avanzados. En la medida en que los obreros en
8 Die Russische Revolution, 1905, Berlín, 1923.
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dad, se convirtieron en seguida en órganos de lucha revolucionaria contra el gobierno. No fue una teoría, o una declaración, o consideraciones tácticas, o doctrinas del Partido, sino que fue la fuerza de los acontecimientos la que transformó estas organizaciones de masa en organizaciones de revolución”.
Los soviets atrajeron a los trabajadores más políticamente despiertos y avanzados, y encontraron apoyo en las organizaciones socialistas y en los incipientes sindicatos. La diferencia entre estas organizaciones tradicionales y los soviets es explicada por esta observación de Trotsky, de acuerdo a quién “los partidos eran organizaciones dentro del proletariado, mientras que los soviets eran organizaciones del proletariado”.
Si por un lado, Lenin insistía que su partido “no debería renunciar al uso de organizaciones no partidistas, como los soviets”, por otro sostenía que “el Partido debe comportarse así para reforzar su propio influjo en la clase obrera y aumentar su poder”11.
La revolución de 1905 vigorizó a la oposición de izquierda en los partidos socialistas occidentales, pero más en el campo de la espontaneidad de las huelgas de masa que en lo referente a la forma organizativa que asumían estas acciones. Aun cuando, existían excepciones. Anton Pannekoek9, por ejemplo, pensaba que con los soviets “las masas pasivas se hacen activas y la clase obrera se convierte en un organismo independiente que logra la unificación... Al final de este proceso revolucionario, la clase obrera se transforma en una entidad dotada de conciencia de clase y altamente organizada, dispuesta a obtener el control de toda la sociedad y a tomar en sus manos el proceso de producción”.
Lenin veía la Revolución Rusa como un proceso ininterrumpido que conduciría de la revolución burguesa a la revolución socialista. A su vez, temía que la burguesía pudiese aceptar un compromiso con el zarismo en vez de correr el riesgo de completar una revolución democrática. De este modo, la tarea de los trabajadores y del campesinado pobre, para él, consistía en completar la revolución burguesa y, al mismo tiempo, explotar los antagonismos internos de la burguesía. Asimismo, Lenin veía la inminente Revolución Rusa desde una perspectiva internacional y consideraba la posibilidad de su extensión hacia occidente, lo que podría proveer de la oportunidad de destruir al moder-
De acuerdo a Lenin10, los soviets eran “órganos de lucha de masa. Aparecieron a la luz como organizaciones de huelga bajo el impulso de la necesi-
9 Acción de Masas y Revolución, “Neue Zeit”, 1912. 10 El fin de la Duma y las tareas del proletariado, 1906. 11 Resolución para el V Congreso del Partido Socialdemócrata Ruso del Trabajo.
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ca, también en 1917 los soviets no pretendieron al principio reemplazar al Gobierno Provisional. Pero en el desarrollo del proceso revolucionario, ocuparon posiciones cada vez más importantes; a tal punto en que casi existió una situación de poder dual entre los soviets y el gobierno. La posterior radicalización del movimiento en medio de condiciones sociales que se deterioraban, y de las vacilantes políticas de la burguesía y de los partidos socialistas, rápidamente entregaron a las manos de los Bolcheviques la mayoría en los soviets de importancia decisiva y condujeron a la Revolución de Octubre, la que puso el fin a la fase democrático-burguesa de la Revolución. Con el tiempo, el régimen se convirtió en la dictadura del Partido Bolchevique. Los soviets, castrados, fueron mantenidos vivos de una manera meramente formal, con el objeto de disimular la dictadura del Partido. Cualesquiera que fuesen las razones para este cambio -las que no serán discutidas aquí- cabe recalcar que fue a través de los soviets que la burguesía y el zarismo fueron derrocados, y que por medio de éstos un sistema social diferente fue introducido. No es inconcebible que en condiciones nacionales e internacionales distintas, los soviets habrían sido capaces de mantener su poder y prevenir la aparición de una dictadura autoritaria.
no capitalismo ruso en el punto de su fecundación. Pero, cualquiera fuera el resultado de la revolución, el Partido Bolchevique debía controlarlo para usarlo para fines socialistas o, al menos, para la realización de una transformación democrático-burguesa radical de la sociedad zarista. Considerándose a sí mismos como la vanguardia del proletariado y considerando a éste último como la vanguardia de la “revolución popular”, los Bolcheviques reconocían que para tomar el poder, un partido revolucionario no era suficiente; lo necesario eran organizaciones de masas como los soviets. Así, no fue sino hasta 1917 cuando el concepto de dictadura del proletariado por medio de los soviets se volvió la política oficial del Partido Bolchevique. También la Revolución de Febrero fue el resultado de movimientos de protesta espontáneos en contra de las cada vez más intolerables condiciones de vida durante una guerra nefasta. El alzamiento de Febrero comenzó con huelgas y manifestaciones a una escala expansiva, hasta que provocó un levantamiento general que encontró apoyo en algunas unidades militares y que derrocó al gobierno zarista. La Revolución obtuvo un apoyo extendido por parte de la burguesía, y fue ésta última clase la que pasó a formar el primer Gobierno Provisional. Aunque los partidos socialistas y los sindicatos no empezaron la revolución, ellos jugaron un rol más importante que en 1905. Como en aquella épo-
No sólo en Rusia, sino también en Alemania, el contenido real de la Revolución no se condecía con su for-
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lítica con la revolución social. La fortaleza ideológica y organizativa de la social-democracia había dejado su huella: la socialización de la producción fue vista como una preocupación gubernamental y no como una tarea de la clase obrera. Aunque rebeldes, los trabajadores lo eran en un sentido reformista social-demócrata. Cabe destacar que, “todo el poder a los consejos obreros”, implicaba la dictadura del proletariado, lo que dejaba a los sectores que no trabajaban de la sociedad sin representación política. Sin embargo, la democracia se entendía todavía como el sufragio universal. De este modo, las masas de trabajadores demandaban tanto consejos obreros como Asamblea Nacional. Obtuvieron ambas cosas; los consejos de forma insignificante, como parte de la Constitución de Weimar, y con ella también la contrarrevolución y, al final, la dictadura nazi.
ma revolucionaria. Pero, si mientras en Rusia fue principalmente la falta de preparación general objetiva para una transformación socialista la que causó la adopción de métodos revolucionarios, en Alemania fue la falta de voluntad subjetiva para construir el socialismo; ambos factores fueron los que determinaron en gran parte los fracasos del movimiento de consejos en esos dos países. En Alemania, la oposición a la guerra se expresó en forma de huelgas industriales las que, debido al patriotismo de los social-demócratas y los sindicatos, tuvieron que ser organizadas clandestinamente en los lugares de trabajo y a través de comités de acción que vinculaban a las diferentes fábricas. En 1918, Consejos de trabajadores y soldados surgieron a lo largo de toda Alemania y derrocaron al gobierno. Las organizaciones de trabajadores colaboracionistas fueron obligadas a reconocer este movimiento y a unirse a él, sino por otro motivo, para ahogar sus aspiraciones revolucionarias. Esto resultaba cuanto más fácil en tanto los consejos de trabajadores y soldados no estaban compuestos sólo por comunistas, sino también por socialistas, sindicalistas, no políticos, e incluso adherentes a los partidos burgueses. De este modo, la consigna “todo el poder para los consejos obreros”, resultaba ser autodestructiva, a menos que los eventos diesen un giro que alterase el carácter y la composición de los consejos.
En consecuencia, resulta suficientemente claro que la auto-organización de los trabajadores no es una garantía absoluta en contra de políticas y acciones contrarias a los intereses del proletariado. En caso que lo fuera, dichas organizaciones serían superadas por nuevas o viejas formas de control del comportamiento de la clase obrera por las nuevas o viejas autoridades establecidas. Por ello, a menos que los movimientos espontáneos que apuntan a formas orgánicas de auto-determinación proletaria tomen el control de la sociedad y, así, de sus propias vidas, estos movimientos están destinados otra vez a desapare-
Sin embargo, la gran masa de los obreros confundió la revolución po-
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involucraba la existencia o la ausencia de límites objetivos al desarrollo del sistema capitalista que podrían asegurar la disposición subjetiva para acciones revolucionarias. En tiempos de prosperidad prolongada, era el punto de vista revisionista el que aparentemente se verificaba; en cambio, en tiempos de crisis, era la posición ortodoxa la que, por lo visto, poseía mayor validez. Generalmente, aquellos que insistieron en el factor de la espontaneidad, hicieron énfasis también en el carácter temporal del sistema capitalista y en su inevitable caída, mientras que aquellos que enfatizaban la organización, previeron un cambio evolutivo del capitalismo hacia una sociedad socialista, una transformación que sería realizada por medio de procesos legislativos y educacionales dentro de las instituciones democráticas existentes.
cer. Sólo a través de la experiencia de auto-determinación, en cualquier forma que se realice, es que la clase obrera será capaz de avanzar hacia su propia emancipación. Todo lo que se ha dicho se relaciona al pasado y parece que no tuviera relevancia alguna ni para el presente ni para el futuro cercano. En lo que concierne al mundo occidental, ni siquiera la débil oleada revolucionaria mundial que siguió a la Primera Guerra Mundial y a la Revolución Rusa se ha repetido durante el curso de la Segunda Guerra Mundial. Por el contrario, y después de algunas dificultades iniciales, la burguesía occidental se encuentra a sí misma en dominio absoluto sobre su sociedad. Ésta última, cuenta con una economía de alto empleo, crecimiento económico y estabilidad social, lo que excluye tanto la inclinación como la necesidad del cambio social. Es cierto que esto es sólo una imagen general, estropeada todavía por algunos problemas no resueltos, como se evidencia por la presencia de algunos grupos sociales pauperizados en los países capitalistas. Se supone, sin embargo, que estos defectos serán erradicados con el tiempo.
A diferencia de lo que ocurre en sociedades más estáticas, el capitalismo cambia constantemente. Su proceso productivo, cuya dinámica es la expansión del capital, altera continuamente el sistema en todos sus aspectos excepto uno. El aspecto invariable corresponde a las relaciones de producción como relaciones entre el capital y el trabajo, las que permiten la producción del plusvalor y la acumulación del capital. Pueden existir cambios para mejor o peor; todo depende de la productividad del
Esta difundida opinión nos recuerda la disputa entre marxistas ortodoxos y revisionistas de principios de siglo12, relativa a los problemas del desarrollo capitalista. La controversia
12 Se refiere al Siglo XX (Nota del Ed.).
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aseguraron, durante casi dos décadas, el crecimiento del comercio y la producción, se alimentó la ilusión de que se había encontrado la forma de romper la tendencia del capitalismo hacia la crisis y la depresión. Se consideró que los mecanismos fiscales y monetarios empleados correspondían a algún tipo de “planificación” que podía asegurar pleno empleo y estabilidad social.
trabajo y de su relación con la expansión del proceso de acumulación. Históricamente, el capitalismo ha sufrido contracciones y expansiones, pasando por períodos de prosperidad y depresión, los que afectan las condiciones de la población trabajadora de maneras positivas o negativas. Con el paso del tiempo, de acuerdo a la teoría marxista, sería cada vez más difícil para el capitalismo el superar sus períodos de crisis y la miseria general asociada con ellos. Esto crearía un clima social favorable a las acciones revolucionarias.
Así, el ciclo de negocios del capitalismo de laissez faire ha sido controlado aparentemente. Pero no por completo, en tanto la tendencia general a la expansión es marcada a veces por períodos de recesión y, a su vez, por un desempleo que persiste. Sin embargo, grandes depresiones con una desocupación masiva parecen ser cosa del pasado. Aunque los numerosos efectos de las depresiones son explicados de varias maneras, desde un punto de vista marxiano, estos encuentran su causa principal en el carácter de valor de la producción capitalista. Es decir, que la producción no está atada a las necesidades humanas, sino al aumento del capital privado. Una cantidad determinada de capital debe producir una cantidad mayor al capital inicial. De este modo, los períodos de depresión son aquellos durante los cuales la ganancia es la que está en depresión. Éstos, finalizan con una revitalización de los negocios cuando se descubren nuevos métodos y medios para aumentar la ganancia del capital. Entonces, para hablar del fin de los ciclos de crisis del capital, sería
Desde el principio de la así llamada Revolución Industrial hasta la Segunda Guerra Mundial, el pronóstico marxiano podría cuestionarse sólo en algunos períodos. En efecto, la depresión mundial de 1929 consolidó la opinión de acuerdo a la cual las contradicciones inherentes de la producción capitalista deben llevar a su decadencia y colapso. Sin embargo, el modelo teórico abstracto en el cual descansaba esta afirmación, si bien revela la dinámica inmanente del sistema, no excluye profundas modificaciones en su funcionamiento que prolongan su vida. Las clases dominantes encontraron un modo de escapar a la depresión durante la guerra y, así, mantuvieron intervenciones gubernamentales en la economía de post-guerra. En términos económicos, este procedimiento es conocido como la Revolución Keynesiana. En tanto que las intervenciones gubernamentales en la economía
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no sea capaz de encontrar mercados suficientemente grandes para sus productos. Pero la crisis del capitalismo es un fenómeno general que alcanza a todos los capitales. Cualquier capitalista, o cualquier empresa, reaccionará a la crisis tratando de mantener, o incluso incrementar, su parte en el decreciente mercado por medio de la reducción en los costos de producción. Dicha disminución tendrá que ser suficientemente importante como para compensar una posible pérdida de ganancias. Aunque todos los capitalistas traten de escapar de esta situación de crisis, no todos podrán hacerlo; pero aquellos que sobrevivan a esta situación, no sólo habrán incrementado su tasa de ganancia, sino que también habrán incrementado sus mercados, incluso sólo a las expensas de los capitales destruidos. Es por medio de la competencia por ganancias y mercados que el capital es concentrado y centralizado para el perfeccionamiento del proceso de acumulación.
necesario considerar que el capital es realmente capaz de asegurar, indefinidamente, la ganancia requerida. Aparentemente, las explicaciones ofrecidas para entender las crisis del capitalismo no tienen mucha importancia. Las mercancías no sólo tienen que ser producidas, sino que también tienen que ser vendidas. Las ganancias obtenidas en la producción deben ser realizadas en la circulación. La anarquía de la producción capitalista explica las desproporciones que dificultan la realización del plusvalor, y conduce a desajustes entre las inversiones y la productividad que obstruyen la producción de las ganancias. La crisis del capitalismo puede ser descrita como una crisis de sobreproducción o de subconsumo, cada una de las cuales implica dificultades en el proceso de la realización de las ganancias y, así, dificultades en la mantención de un determinado nivel de producción y de una tasa de crecimiento “normal”. La crisis total del capitalismo corresponde al conjunto de todos estos factores simultáneamente. Cualesquiera sean los aspectos de la crisis total puestos de relieve, todos están centrados en el hecho de una reducción en la producción por disminución del aumento de las ganancias.
La producción del capital es la acumulación del capital. El plusvalor, esto es, el trabajo impago, es transformado en capital adicional. “Medido” en relación al total del capital invertido, traduce un determinado valor en ganancias. Este valor debe ser suficiente como para permitir la continuación del proceso de acumulación. El capital se divide en las inversiones en medios de producción y en fuerza de trabajo. Esta es sólo otra
Es obvio que ningún capitalista reducirá su producción mientras el mercado le asegure ganancias adecuadas. Él disminuirá su producción y pospondrá nuevas inversiones, cuando
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forma de describir la realidad del incremento de la productividad del trabajo y del incremento del plusvalor. Pero si éste último no se aumenta tan rápido como el capital total invertido, lo que no siempre ocurre, el valor de las ganancias se reduce. De acuerdo a Marx, esto es una consecuencia de la aplicación de la teoría del valor trabajo al proceso de la acumulación capitalista.
mento de su ganancia, la teoría keynesiana habla de la creciente escasez de capitales y la subsiguiente disminución de su eficiencia marginal. Donde Marx habla de una tasa decreciente de acumulación, la teoría keynesiana considerar el mismo fenómeno como una escasez de demanda efectiva. En ambos casos se trata de una escasez de inversiones, causada por un débil incremento de las ganancias.
No es necesario el entrar en las complejidades del mecanismo de las crisis capitalistas, porque no existe teoría burguesa alguna que no concuerde con la idea de Marx de que, en un análisis final, por un lado, todas las dificultades del capitalismo pueden atribuirse a la ausencia de un incremento en las ganancias y, por el otro, que sólo por un incremento en las ganancias el capitalismo puede superar estas dificultades. Los clásicos, Smith y Ricardo, temían la caída de la tasa de ganancia, aunque por razones distintas a las aducidas por Marx. Asimismo, la teoría neoclásica considera que el desempleo es un resultado de la desproporcionalidad que reduce los incentivos para invertir. Aún más, dado que la teoría keynesiana ha encontrado aceptación casi universal, puede decirse que la teoría de Marx de la tendencia de la tasa de ganancia a decrecer, como una consecuencia de la acumulación del capital, ha sido adoptada por la economía burguesa, pero con una terminología distinta. Allí donde Marx habla de sobreacumulación del capital relativo al incre-
La teoría económica moderna no sugiere más que el Estado complete la demanda insuficiente que crea el mercado para asegurar un mayor nivel de empleo. Para no deprimir aún más la demanda existente en el mercado, la demanda creada por el Estado debe darse fuera del sistema de mercado. Esta no debe ser competitiva y se refiere, generalmente, a gastos para obras públicas, armamentos y otros productos de despilfarro. Aún más, debido a la naturaleza imperialista de la competencia a nivel internacional, la mayor parte de la demanda estatal se centra en armamentos y otros gastos militares. En una palabra, los gastos del Estado deben incrementarse para confrontar los efectos depresivos causados por una tasa insuficiente de expansión del capital. Para este propósito, los gobiernos o establecen impuestos o piden prestado dinero de fuentes privadas -los préstamos siendo, por supuesto, una forma diferida de impuestos-. Esto provee al Estado de la posibilidad de extender sus gastos, lo que aunque garantiza los precios y las ganancias
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de los recursos productivos, pero esto no significaría un sistema de producción capitalista. Es por esta razón que la producción “inducida” por el Estado, la que no genera ganancias, debe ser limitada de tal modo que no excluya acumulación adicional de capital.
de la producción a aquellos que recibieron los encargos del Estado, constituye un costo con el que carga toda la sociedad. La parte de la producción total que comprende, como productos terminados, los gastos públicos, no entra al mercado, en cuanto no existe demanda privada para obras públicas o armamentos. Esta producción no da ganancias en el sentido de que ninguna de sus partes es acumulada en la forma de medios de producción que prometen ganancias adicionales. En vez de acumulación del capital, lo que existe es acumulación de la deuda pública.
Es también por esta razón que el incremento de la producción determinado por la intervención pública mediante los impuestos y el financiamiento por medio de déficit fue considerado un mecanismo de emergencia para tratar con una tasa de inversión en picada, situación que también era considerada temporal. Debido a la persistencia de una demanda insuficiente, la medida de emergencia fue aceptada rápidamente como condición permanente y la llamada economía mixta sustituyó al laissez faire. Las intervenciones del Estado en la economía eran consideradas capaces no sólo de eludir la tendencia hacia la depresión, sino también de asegurar la estabilidad económica e incluso del desarrollo.
El plusvalor que pertenece al capital puede ser consumido completamente por los capitalistas o convertido parcialmente en capital adicional. Cuando es totalmente consumido, lo que existe es una condición a la que Marx llamó reproducción simple. Esto es posible bajo circunstancias excepcionales, pero, si se transforma en una condición permanente, significaría el fin de la producción de capital, esto es, de la expansión del capital. En tanto que un capitalismo sin acumulación es un capitalismo en crisis (porque sólo por medio de la expansión del capital el mercado puede ser suficiente para la realización de las ganancias obtenidas en la producción), la reproducción simple no es producción capitalista. Suponiendo que todo el plusvalor no consumido por los capitalistas se gasta en la producción de armas, el capital cesará de acumular. Existiría quizás el uso total
A pesar de esto, la economía mixta es concebida como un modelo en la cual el sector público se mantiene más pequeño que el sector privado preocupándose solamente de las deficiencias del sistema privado. Si el sector público, el que no produce ganancias acumulables, se expande más rápido que el sector privado, el que sí las produce, se pondría en movimiento una tendencia que llevaría a
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sión capitalista de las ganancias. Las mismas causas promovieron la concentración y centralización del capital, ambas a una escala nacional e internacional. La extensión del sistema de crédito, a través del financiamiento de la deuda pública, ayudó a expandir la producción, la que conjuntamente a los movimientos internacionales del capital, hicieron posible, a su vez, una recuperación rápida de la economía en las naciones destruidas por la guerra. En términos generales, la productividad del trabajo creció lo suficiente para permitir la acumulación del capital y la recuperación de la producción disminuida promovida por el Estado.
la reducción de la producción privada de mercancías. Así, la expansión del sector público debe ser restringida al punto en que su crecimiento posterior transformaría a la economía mixta en alguno diferente. Mientras tanto, el sector público es financiado por medio de impuestos y de deuda pública. Su producción no produce ganancias y, por tanto, no da intereses. Así, los intereses de la deuda pública deben ser pagados con nuevos impuestos y nuevos préstamos que reducirán la rentabilidad del capital privado. Para mantener la rentabilidad necesaria, los precios suben, pasando así los costos del déficit público a la sociedad en su conjunto. El crecimiento del sector público está, de este modo, acompañado por la inflación. Para frenar el proceso inflacionario, se requeriría restringir el sector público de la economía.
Por lo tanto, en la medida en que la productividad del trabajo se puede aumentar lo suficiente como para asegurar una tasa de ganancia necesaria, es en realidad el aumento del gasto público el responsable del alto nivel de empleo, y de condiciones relativamente prósperas. Incluso así, el proceso es una medida “de parche” prolongada. Aunque incrementa el número absoluto de trabajadores, el proceso de acumulación de capital desplaza al trabajo. Menos trabajo debe producir proporcionalmente más plusvalor para permitir el incremento de las ganancias y la expansión del capital. Al mismo tiempo que incrementa la productividad del trabajo por medio de innovaciones tecnológicas, disminuye también el número de los trabajadores que producen plusvalor. En términos burgueses, la
Sin embargo, las economías de los países occidentales están en el medio de un boom, a pesar y debido a la inflación y al crecimiento de la deuda pública. La producción privada y las instituciones estatales aseguran un alto nivel de empleo y de crecimiento económico, aunque la tasa de crecimiento varía en los distintos países. En parte, el avance es explicado en términos tradicionales. La enorme destrucción del capital durante la Segunda Guerra Mundial, tanto física como de valor, cambió su estructura internacional de tal modo que hizo posible una renovación en la expan-
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substituto para el incremento de las ganancias, de la cual depende la acumulación del capital. La prosperidad así alcanzada es una prosperidad falsa que, con más fuerza que cualquier prosperidad real, prepara una nueva situación de crisis más destructiva que cualquier crisis previa. Una crisis de este tipo no puede ser canalizada y controlada para siempre por intervenciones estatales dentro del marco de la economía mixta. Vendrá el día en que estas intervenciones alcancen límites insuperables los que no podrán ser transgredidos sin destruir el sistema capitalista de libre mercado.
“productividad del capital” desplaza la productividad del trabajo. Las ganancias, o el plusvalor, no pueden ser otra cosa que trabajo excedente. Y si el trabajo es reducido en relación al capital acumulado, el trabajo excedente se reduce, y por lo tanto, así ocurre con el plusvalor o ganancia. Puesto que el desplazamiento del trabajo es un proceso continuo, el incremento de la productividad del trabajo reintroduce, en conexión con la acumulación del capital, el mecanismo de las crisis. Una tasa de acumulación dada no puede ser mantenida debido a su decreciente rentabilidad. Para mantener y expandir el nivel dado de producción, a pesar de que las ganancias disminuyen, se requiere un incremento de la intervención pública. Esta última, a su vez, requiere un consiguiente incremento en la productividad del trabajo y, por lo tanto, todo el ciclo se repite. Sin embargo, no es posible predecir cuándo llegará el día en que la producción que no produce ganancias neutralizará a la que sí las produce. Y esto es así porque la tendencia inmanente de la expansión del capital es la disminución de la tasa de ganancia, incluso con independencia del crecimiento del sector de la economía que no genera ganancia.
Puede decirse, incluso con certeza, que las crisis de la producción capitalista han sido constantes desde fines del siglo pasado13. El mayor o menor automatismo del ciclo de negocios del capitalismo del siglo XIX jamás funcionó. Muy por el contrario, fueron los cambios estructurales introducidos con las guerras y con la intervención estatal los que permitieron que el sistema perdurase. El radicalismo de izquierda se ha apoyado en lo que sus adversarios reformistas llamaban “la política de la catástrofe”. Así, los revolucionarios no sólo esperaban una merma en las condiciones de vida de la población trabajadora y la eliminación de las clases medias por medio de la concentración del capital, sino también
En unas cuantas palabras: el mero incremento de la producción no es un
13 Mattick se refiere al fin del siglo XIX (Nota del Ed.).
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Lo sorprendente de todo esto son los numerosos intentos que se hacen para acomodar la idea de socialismo a este nuevo estado de cosas. Se espera que el socialismo, en su sentido tradicional, pueda ser alcanzado todavía en condiciones que hacen superflua su aparición. La oposición al capitalismo, que ha perdido su base en las relaciones de producción fundadas en la explotación material, encuentra su nuevo fundamento en la esfera filosófica y moral de la dignidad del hombre y del carácter de su trabajo. La pobreza, se ha dicho14, nunca fue y no puede ser un factor revolucionario. E incluso, si lo hubiera sido, ya no sería un elemento importante, toda vez que se ha convertido en una cuestión marginal; por mucho, el capitalismo está hoy por hoy en la posición de satisfacer las necesidades de consumo de la población trabajadora. Mientras las luchas por demandas inmediatas pueden todavía ser consideradas necesarias, estas no cuestionarían radicalmente el sistema en su conjunto. De este modo, en la lucha por el socialismo se debería poner más énfasis en las necesidades cualitativas de los obreros, más que en las cuantitativas: serían sólo estas necesidades cualitativas las que el capitalismo no podría satisfacer. Lo que se requiere, entonces, es la conquista progresiva del poder por los obreros por medio de “reformas no reformistas”.
la explosión de crisis económicas tan destructivas que producirían convulsiones sociales que llevarían finalmente a la revolución socialista. No se podían imaginar la revolución en otros términos que no fueran los de la necesidad objetiva. Y, de hecho, todas las revoluciones sociales han ocurrido en tiempos de catástrofe económica y social. Entonces, no es sorprendente que la aparente estabilización y la subsecuente expansión del capitalismo occidental después de la Segunda Guerra Mundial, haya llevado no sólo a la deserción de la clase obrera, sino que también a la transformación de su ideología hacia la práctica del estado de bienestar y la economía mixta. Esta situación es celebrada o lamentada como la integración del trabajo al capital, como el nacimiento de un nuevo sistema socioeconómico libre de crisis, que combina tanto los aspectos positivos del capitalismo como los del socialismo, mientras que se deshace de los aspectos negativos de ambos. Se habla frecuentemente de él como de un sistema post-capitalista en el cual los antagonismos entre el capital y el trabajo han perdido su relevancia previa. Aún existen posibilidades de cambios dentro del sistema, pero ya no se cree que se produzcan medio de la revolución social. La historia, como la historia de la lucha de clases, ha llegado aparentemente a su fin.
14 Lo dice, por ejemplo, André Gorz, en Estrategia del Movimiento Obrero, 1964.
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a continuar, no existe razón alguna para no suponer que la lucha de clases cesará de ser un factor determinante en el desarrollo social. En dicho caso, siendo el hombre un producto de sus circunstancias, la clase trabajadora no desarrollaría una conciencia revolucionaria y no estaría interesada en arriesgar su relativo bienestar actual por las incertidumbres de la revolución proletaria. No en vano la teoría marxista de la revolución se fundaba en la creciente miseria del proletariado, aunque esta miseria no debía ser medida únicamente por las fluctuaciones de la escala de salarios en el mercado de trabajo.
En dicho caso, “reformas no reformistas” no es sino otra expresión en lugar de revolución proletaria. Una lucha por un significativo “control de la producción por los trabajadores” es ciertamente equivalente al derrocamiento del sistema capitalista. Queda abierto el problema de cómo realizar este objetivo cuando no hay necesidades que empujan a hacerlo. El capitalismo existe porque los obreros no tienen el control sobre los medios de producción, y si lo adquieren, éste dejará de existir. Así, el objetivo en cuestión no puede ser realizado dentro del sistema capitalista y su reivindicación muestra que las ilusiones acerca de que el capitalismo se encuentra en un estado de transición al socialismo todavía existen (una transición que debe ser acelerada por acciones del proletariado basadas en este impulso general).
Aunque reales, los altos estándares de vida del proletariado en el capitalismo avanzado han sido particularmente exagerados. Sin embargo, a la vez que estas mejoras han sido lo suficientemente amplias como para extinguir el radicalismo proletario, han sido también tan insignificantes como para no cambiar la posición social de los obreros. Aunque el “valor” de la fuerza de trabajo tiene que ser siempre menor que el “valor” de su producto, esto puede significar diferentes condiciones de vida. Se puede expresar en una jornada de trabajo de doce o seis horas, en mejores o peores condiciones de vivienda o en distintas cantidades de bienes de consumo. En cualquier caso, el nivel de salarios y su poder de compra, determina las condiciones de la población trabajadora, así como sus quejas y aspiraciones. Estos altos estándares terminan
Por ello, el problema acerca de los medios organizativos para alcanzar la revolución proletaria todavía persisten. La integración de las organizaciones obreras existentes en la estructura capitalista ha sido posible en tanto el capitalismo ha sido capaz de proveer a la mayor parte de la clase trabajadora con mejores condiciones de vida. Los salarios han aumentado sostenidamente y, en algunos casos, con la misma velocidad que la tasa de productividad del trabajo. El incremento general de la explotación no ha impedido, sino que ha permitido, un mejoramiento en las condiciones de vida y, si esta tendencia fuera
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gica básica sobre la cual se fundan. La expansión del sector público sólo es posible pagando un gran precio a expensas del sector privado; el subsiguiente aumento en la producción será acompañado por las consecuencias depresivas de una incluso menor tasa de expansión del capital privado. Esta restricción del sector público puede tal vez elevar la rentabilidad del capital, pero no asegura una tasa de acumulación que garantiza el pleno empleo. El consiguiente desorden diseminado impondrá un retorno al incremento del gasto estatal.
convirtiéndose en habituales y su mantención es necesaria para perpetuar la pasividad de la clase obrera. Si se permite que se deterioren, la oposición obrera surgirá, como ocurría antes cuando los estándares de vida decayeron, siendo éstos mucho más bajos. De esta manera, el consenso social sólo puede ser mantenido de acuerdo a la hipótesis de que los existentes estándares de vida puedan ser mantenidos o incluso mejorados. La validez de esta hipótesis, incluso si es confirmada por la experiencia reciente, no es absolutamente cierta. Pero la simple afirmación de que esta hipótesis carece de validez a un nivel teórico no es suficiente para modificar una práctica social basada en la ilusión de su validez definitiva. Todos los elementos apuntan a que el mecanismo de las crisis capitalistas se reafirmará por sí mismo, a pesar de las varias reformas al sistema. Frente a la persistencia de la baja tasa de expansión del capital en América y a la disminución de las tasas de expansión en la Europa de post-guerra, una nueva desilusión ha surgido. Mientras los keynesianos de izquierda respondieron a esta situación de una manera tradicional, demandando una intervención más protagónica del Estado, los keynesianos de la “corriente principal” exigieron una “regresión” de las políticas keynesianas, esto es, medidas deflacionarias acompañadas de un cambio de acento del sector público hacia el sector privado. Estas dos propuestas destruyen la ló-
La discusión acerca del mejor tipo de política económica es habitualmente llevada sin considerar el carácter de clase del capitalismo. Mientras que algunos concluyen que una economía mixta que favorece el sector público en relación al sector privado incrementará rápidamente el producto nacional, otros argumentan lo contrario. Como si el funcionamiento de la economía pudiese ser juzgado por el barómetro de la producción y no por el de la rentabilidad. Siempre se ha dicho que una “competencia justa” entre la producción estatal y la empresa privada revelaría la superioridad de esta última y así proveería evidencia de la necesidad de limitar el incremento del sector público de la economía. En cualquier caso, la realidad es que la competencia no existe, sea justa o no, entre estos dos sectores porque si lo hiciese llevaría inevitablemente a la destrucción de la economía de la libre empresa. A decir
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grandes empresas en políticas nacionales e impide un cambio hacia el capitalismo de Estado. También impide la extensión del sector público de la economía y la transformación de su carácter hacia un punto donde deje de servir a las necesidades particulares del capital monopolista. Para solucionar la crisis que se avecina por medio de futuras intervenciones gubernamentales, se requeriría una revolución social. A falta de dicha revolución, sólo existen las alternativas propias de las crisis económicas tradicionales o la reconstrucción de la economía capitalista mundial a través de una guerra.
verdad, las industrias nacionalizadas existen en todos los países capitalistas, y algunas de ellas realmente compiten con las industrias privadas. Pero ellas constituyen una parte bastante pequeña del aparato productivo, cuyas dimensiones varían de país en país, y que, generalmente, son “mantenidas competitivas” por medio de algún tipo de ayuda. Pero por grande que llegue a ser el sector nacionalizado, debe constituir una parte restringida de la economía, porque de otra manera el sistema se vería forzado a transformarse a sí mismo en un capitalismo de Estado. En lo que a la burguesía concierne, un capitalismo de Estado sería un equivalente al socialismo, en tanto ambos presuponen la expropiación del capital privado. Las tendencias hacia el capitalismo de Estado, dentro de una economía mixta, no apuntan en esa dirección. Éstas, tienen el objetivo de defender, y no de oponerse, a la economía de la empresa privada. En vez de que el Estado organice la economía de acuerdo a las necesidades “de la comunidad” tal y como son percibidas por las autoridades respectivas, es el capital el que controla al Estado y el que usa sus poderes para asegurar el incremento de sus ganancias y su propia dominación social15. La integración del capital y del gobierno transforma las políticas de las
Las armas y otros productos de despilfarro no son un substituto de la guerra. Sólo implican un “consumo social” más elevado a las expensas de la acumulación del capital. La guerra, sin embargo, no solo destruye el capital, sino también abre las oportunidades para la expansión de los capitales victoriosos, lo que puede llegar a una expansión general del capital. Aquí también la destrucción acelerada de capitales sienta las bases para una expansión subsiguiente de los capitales sobrevivientes. La masa de las ganancias que cae en manos de un capital, momentáneamente más limitado pero al mismo tiempo más concentrado, incrementa la tasa de ganancia, así como crea la posibilidad
15 Para un análisis descriptivo de esta situación por lo que se refiere a los EEUU, véase: G. William Domhoff (1967). Who Rules America?
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El horror que puede causar una guerra nuclear, por supuesto, no excluye la posibilidad de que ocurra como recurso final.
de una nueva fase de expansión. Las guerras capitalistas son fenómenos predecibles en el marco del proceso de acumulación competitiva a un nivel internacional, llevado a cabo por entidades capitalistas organizadas a un nivel nacional. La forma nacional de la competencia capitalista es una extensión de las relaciones de producción de clase de cada nación particular. El nacionalismo en las condiciones de un mercado mundial, implica imperialismo, en tanto extensión del proceso de concentración nacional a una escala internacional.
La búsqueda “racional” de intereses privados, particulares y nacionales, determina la irracionalidad del sistema capitalista como un todo. En tanto son los eventos los que dominan a los hombres, bien puede ocurrir que el mundo capitalista sea destruido pronto más por sus beneficiarios que por sus víctimas. En este caso, los problemas tratados en este texto son irrelevantes, porque se fundan en la suposición de que el capitalismo no se suicidará.
Sin embargo, la guerra no puede seguir siendo el instrumento político de la expansión del capital. Las fuerzas destructivas del capitalismo moderno son de tal magnitud, que la competencia capitalista efectuada por medio de la guerra puede destruir el material en que se funda su propio sistema de producción. Este estado de cosas encuentra su expresión en el “punto muerto” nuclear. Tal y como las crisis del siglo XX ya no garantizaban un retorno a la prosperidad y podían sólo solucionarse por medio de las guerras mundiales, la guerra como una solución a las crisis capitalistas ya no es una posibilidad social. En cualquier caso, las potencias dominantes parecen dudar en cuanto a ajustar sus divergencias por medio de una Guerra atómica. Así, la existencia de una expansión capitalista ininterrumpida aparece tan amenazada por la Guerra como por la depresión.
Incapaces de asumir los riesgos de las guerras, las políticas de las clases dominantes, tanto a nivel nacional como internacional, se limitan al mantenimiento del status quo. En cualquier caso, el estancamiento viola los principios de la producción capitalista: la transformación constante de los procesos de producción acompañados por los correspondientes cambios en las relaciones sociales excepto en lo que a la relación capital-trabajo concierne. El estancamiento se transforma en recesión, lo que indica que el modo de producción capitalista está alcanzando sus límites históricos. Con la disminución de la efectividad de la producción gubernamental, la necesidad del capitalismo por asegurar sus propias ganancias se incrementa, sin importar que tanta inestabilidad social pueda producir. La economía
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Dejando de lado las condiciones propias del tercer mundo existentes aquí y allá en todas las naciones capitalistas, las condiciones de la parte subdesarrollada del orbe dan fe acerca de la incapacidad del capitalismo para industrializar la economía mundial. Todo lo que el capitalismo ha sido capaz de hacer, es crear un mercado mundial que somete a los pueblos del mundo a la explotación de sus propias clases dominantes así como a las de los países capitalistas dominantes. Las tendencias a la concentración y centralización de la producción del capital polarizan a las naciones del mundo entre las pobres y las ricas, del mismo modo que las mismas tendencias polarizan a la población dentro de cada país capitalista entre el capital y el trabajo. Y de la misma manera en que el proceso de acumulación tiende a destruir la rentabilidad en los países avanzados, el proceso también destruye, por el camino de incrementar la pauperización, las posibilidades de explotación de los países subdesarrollados. Al mismo tiempo que la necesidad por fuentes externas de ganancias se incrementa debido a la contracción de las ganancias en los países capitalistas, la capacidad para la explotación decrece en los países subdesarrollados, provocando así movimientos sociales que se oponen al control monopolista del mercado mundial. La capitalización de la parte subdesarrollada del mundo bajo los auspicios de la empresa privada es cada vez más problemática, tanto por razones políticas como económicas.
keynesiana se revela a sí misma capaz de administrar la prosperidad, pero no de superar el mecanismo de la crisis inherente al capitalismo. Ningún sistema social colapsa por sí mismo. Hasta su derrocamiento, las clases privilegiadas actuarán como si fuera el único sistema social posible y lo defenderán con todos los medios a su disposición. Aunque titubeantes ante la perspectiva de tener que recurrir a la guerra total para someter la economía mundial a los designios de los poderes capitalistas dominantes, las clases privilegiadas tratarán de asegurar y de extender su dominio por medios económicos, políticos y militares. Pero si tienen éxito en traducir los costos de estos esfuerzos en un futuro incremento de las ganancias, estos costos serán meramente una expresión adicional del carácter relativamente estancado de la producción del capital. Y, tal y como ocurre con el “consumo social” estimulado por la demanda que se debe al gasto público, este “consumo destructivo” obtenido a través de una situación de guerra limitada, sólo puede exacerbar, finalmente, la crisis de la producción del capital. A menos que el diagnóstico marxiano esté equivocado -de lo cual no existe prueba alguna- las contradicciones inherentes de la producción capitalista, que explican las expansiones y contracciones del sistema, y las siempre crecientes dificultades de superar estas últimas, harán fracasar las tentativas empleadas por la burguesía para repeler el declive del capitalismo.
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aquellas de los países imperialistas, esto presupone revoluciones sociales dirigidas simultáneamente contra la reacción semifeudal y contra el capital monopolista mundial. Tales revoluciones no pueden ser combatidas en el nombre de la ideología capitalista del pasado. Ellas son combatidas en el nombre de la independencia nacional y el socialismo, entendiendo éste último como una economía planificada bajo los auspicios del Estado. Los ejemplos de la Revolución Rusa y China han servido de inspiración para los revolucionarios en los países atrasados. Donde éstos triunfan, tienden a destruir las bases sociales de un modelo de desarrollo basado en relaciones de propiedad. Naturalmente, un desarrollo nacional independiente es una ilusión, en tanto cada una de las naciones está más o menos integrada a la división internacional del trabajo dentro del contexto del mercado mundial.
Esto ocurre en un momento en que sólo la expansión del capital hacia el exterior puede compensar las contracciones en su interior, debido al inevitable incremento de los sectores que no proporcionan ganancias, los que proveen de un respiro temporal a un estado de crisis de otro modo ineludible. Asimismo, la capitalización adicional de la economía mundial, aunque necesaria para aumentar la masa de plusvalor con el fin del desarrollo general de la producción capitalista, está obstruida por la posición monopólica de los capitales existentes en los países desarrollados. Una evolución de este tipo sólo es posible por medio de la propia expansión adicional de los monopolios. Sus exigencias de ganancias y acumulación impiden un desarrollo capitalista independiente en las economías atrasadas y transforman a estas últimas en súbditos de los poderes capitalistas dominantes. Si existiera alguna manera de avanzar para esas economías, esta sólo podría darse en los límites del progreso de los países ricos en capital, y sólo en tanto su capitalización ayudase en la acumulación de capital en los países capitalistas dominantes.
Entonces, se realiza un reagrupamiento de sistemas sociales más o menos idénticos, si no por otros motivos, para superar las precarias condiciones de un aislamiento nacional, y esto lleva a la división del mundo en dos sistemas distintos que producen capital, en donde la expansión de uno implica la contracción del otro.
La pura y simple condición de pobreza obligará, necesariamente, a los países subdesarrollados, a intentar derrocar el control extranjero de sus economías y a abrir así el camino para un desarrollo industrial independiente. A causa de la interrelación entre las clases dominantes de estos países y
La coexistencia de estos dos sistemas alimenta las esperanzas para su convergencia final en un tercer sistema que contenga elementos de los dos y que lleve a la unificación de la economía mundial. Este punto de vista
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acumulación de capital. Algo que era posible bajo circunstancias extraordinarias en el pasado, esto es, una tasa muy baja de acumulación en tiempos de guerra, tiende a convertirse en la regla de la que depende el futuro del capitalismo. Y apunta, también, a su cierto declive. Con esto, el futuro del capitalismo se caracterizará por la creciente miseria para cada vez más grandes masas de la población - primero, en los países subdesarrollados, después en los países capitalistas más débiles, y finalmente en los poderes imperialistas dominantes.
se basa en una relación económica formal y no toma en cuenta las relaciones de clases que subyacen en ambos sistemas. A pesar de cualquier modificación que puedan sufrir, aún mantendrían sus diferencias en tanto cada uno de ellos presupone un conjunto de personas diferentes con poderes de decisión, y así, existen entre ellos diferencias decisivas en las relaciones sociales de poder. Mientras que en uno de los sistemas, por así decirlo, el control político es asegurado por medios económicos, en el otro lo está por medios políticos. Cada sistema tiene diferentes políticas económicas y clases dominantes, lo que impide una genuina convergencia. Por el contrario, las crecientes similitudes entre estos dos sistemas indican una intensificación de la competencia en términos económicos, políticos y militares, que implican no sólo asuntos puramente económicos, sino también cuestiones relativas a la expansión o contracción de uno u otro de los dos sistemas sociales.
Las perspectivas del capitalismo siguen siendo las mismas de las que Marx nos dejó esquemas generales. Si esto es así, es razonable el suponer que cuando la crisis oculta se vuelva visible, cuando la falsa prosperidad da paso a la depresión, el típico consenso social de la historia reciente dará pasado al resurgimiento de la conciencia revolucionaria, tanto más cuando la creciente escala de la irracionalidad del sistema se convierta en obvia incluso para el estrato social que se beneficia de su existencia. Aparte de las condiciones pre-revolucionarias que existen en los países subdesarrollados, e independiente de las guerras, que aparentemente están limitadas pero que siguen tomando lugar alrededor del mundo, una especie de insatisfacción generalizada está al acecho en el ambiente, desmintiendo la aparente tranquilidad social del mundo occidental. De vez en cuando esta insatisfacción emerge
Este tipo de competencia, combinada con la competencia general de todos los capitales, y con la competencia por la influencia y control sobre los países subdesarrollados formalmente independientes, promete mantener al mundo en un desorden continuo que devorará una parte cada vez más grande de la producción social. La producción capitalista se transforma progresivamente en una producción con objetivos destructivos, aunque solo pueda surgir por medio de la
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a la superficie, como en el reciente movimiento de protesta en Francia. Cuando un movimiento así es posible en condiciones de relativa estabilidad, es seguramente posible en condiciones de crisis generalizada.
el movimiento de los Shop Steward (delegados de taller) en Inglaterra durante y después de la Primera Guerra Mundial. Incluso bajo regímenes totalitarios, los movimientos espontáneos pueden llevar a acciones de la clase obrera que encuentran su expresión en la formación de consejos obreros, como en Hungría en 1956.
La integración de las organizaciones obreras tradicionales en el sistema capitalista es un activo para este último sólo mientras sea capaz de garantizar los beneficios prometidos y reales que posibilitan la colaboración de clases. Cuando estas organizaciones son forzadas por las circunstancias a convertirse en instrumentos de represión, ellas pierden la confianza de los obreros y así su valor para la burguesía. Incluso si ellas no son destruidas, pueden ser barridas por la acción independiente de clase obrera. No sólo existe evidencia histórica acerca de que la merma en las organizaciones de la clase obrera no impide la existencia de una organización revolucionaria, como en Rusia, sino también de que un movimiento obrero reformista muy arraigado puede ser desafiado por las nuevas organizaciones de trabajadores, como ocurrió en Alemania en 1918, y en
En suma: el reformismo presupone un capitalismo reformable. Mientras el capitalismo tenga este carácter, la naturaleza revolucionaria de la clase obrera existirá sólo de manera latente. Incluso, dejará de ser consciente de su posición de clase, y se identificará con las aspiraciones de las clases dominantes. Algún día, sin embargo, la existencia del capitalismo terminará dependiendo de un “reformismo al revés”; de manera que se verá forzado a recrear exactamente las condiciones que llevaron al desarrollo de la conciencia de clase y a la promesa de la revolución proletaria. Cuando este día llegue, el nuevo capitalismo se parecerá al viejo, y se encontrará, a sí mismo, en condiciones diferentes, enfrentando a la vieja lucha de clases.
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Tesis para una crítica basada en la estética hoy día
Pablo San Martín Miembro del GEM
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profundo deseo de transformarla. El desarrollo de la estética como disciplina tampoco puede desligarse de la historia del arte moderno. El proyecto de multiplicar y ampliar los sentidos, de liberar y fortalecer la imaginación y la sensibilidad ante el desarrollo desproporcionado de la razón, es, justamente, la contraparte práctica del proyecto romántico-ilustrado de educación estética del ciudadano.
La estética nos provee un criterio que nos permite (1) diferenciar una obra de arte de otra cosa que no lo es y (2) decir si una determinada obra es buena o mala. Esto nos libra, por una parte, de la asunción acrítica de cualquier canon, ya sea hegemónico o supuestamente marginal, y, por otra, de la dispersión anárquica producida por el democratismo relativista de las distintas teorías contemporáneas que no son capaces de distinguir entre un poema y un spot publicitario.
3 No podemos renunciar a este proyecto ni dejarnos intimidar por la prescripción burguesa de la función pedagógica del arte. Defendiendo este frente, Jameson nos recuerda la importancia que esta función tuvo en otras épocas como la antigüedad clásica y destaca la reformulación que Brecht hizo de ella en plena furia del modernismo1. Porque una cosa es defender la función pedagógica del arte y otra muy distinta es convertirlo en medio de divulgación de conocimiento científico, histórico, filosófico, etc. o de una ideología. Los artistas y teóricos del arte moderno, incluyendo entre
2 La estética surge como disciplina autónoma a mediados del siglo XVIII y esto no puede ser considerado un hecho fortuito. La estética no puede eludir este origen histórico, so pena de traicionarse a sí misma. Debe asumir su lugar como parte orgánica del sistema de pensamiento moderno y del proyecto de emancipación de la modernidad. No está guiada por el ideal clásico de contemplación desinteresada de la realidad, sino por el
1 Véase: Fredric Jameson (1991). The Cultural Logic of Late Capitalism. En: Postmodernism, or, the Cultural Logic of Late Capitalism. EEUU: Duke University Press, pp. 1-54.
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Tesis para una crítica basada en la estética hoy día
plenamente algunas de sus facultades (los sentidos, la sensibilidad, la imaginación, el ingenio, etc.). De este modo, vio en el arte una imagen y una promesa de lo que la vida podría ser más allá del orden del capital y de cualquier orden de explotación y dominación en general. En este humanismo radical es donde reside su superioridad ética, política y teórica sobre las teorías contemporáneas del arte formuladas desde el punto de vista de la producción.
ellos a los críticos de la sociedad y la cultura burguesas, siempre se han espantado ante la posibilidad de ver al arte reducido al didactismo o al panfleto. El arte, en lugar de conocimiento cosificado (información, doctrinas, etc.), proporciona estímulos, desafíos y hasta problemas para las distintas facultades humanas. El proyecto moderno de una educación estética del ciudadano tiene por objetivo formar sujetos capaces no sólo de pensar y actuar, sino que también de sentir e imaginar por sí mismos y libremente. El arte moderno ha aspirado siempre a esta totalidad del ser humano libre y pleno, aunque en la práctica nunca haya podido ir más allá de su esfera de acción inmediata, es decir: de lo estrictamente estético.
5 Si entendemos el arte como una forma de trabajo libre, tenemos que enfrentarnos también ante la posibilidad teórica y las formas históricas de su enajenación. Esta enajenación en nuestra época ha tomado la forma del espectáculo, un objeto o estructura pseudoartística, producida para el consumo masivo y con propósitos exclusivamente comerciales. En el espectáculo, el objeto, despojado de su humanidad, deja de mediar una relación entre sujetos y aparece aislado en medio de una gigantesca acumulación de mercancías. Su consumo puede producir distintas formas de agrado, como distraer o, a lo sumo, entretener; pero nunca placer, intercambio intersubjetivo, reconocimiento mutuo a través del trabajo de producción y recepción2. En el arte, en cambio, el objeto media una rela-
4 La estética marxista entendió el arte como praxis y relación social mucho antes que la pragmática o la teoría del discurso siquiera existiesen. En realidad, esta concepción del arte, que tan bien se aviene con la filosofía de la praxis, es la misma que está implícita en la expresión “obra de arte”. Pero la estética marxista, más allá de entender el arte como una actividad, vio en él una forma histórica de actividad humana libre y desenajenada, en la cual un puñado de personas, aun en medio de la barbarie del capitalismo triunfante, podía desarrollar
2 Para la teoría del placer y el agrado, véase: Carlos Pérez (2008). Un antiguo concepto nuevo de subjetividad. En: Para una crítica del poder burocrático: Comunistas otra vez. Santiago: LOM, pp. 140-149.
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sensibilidad y la imaginación tienen en la vida humana y social. Aparte de esto, la única cualidad adicional que puede atribuírsele es el pertenecer a aquel grupo de actividades que, como su condición de existencia es el ocio, han podido ser ejercidas en distintas épocas como realizaciones más o menos plenas de la libertad humana. No por nada los antiguos llamaron “artes liberales” a las que sólo podían ser cultivadas por la clase dominante.
ción entre sujetos en la que se ejercitan y desarrollan distintas facultades humanas. Como cualquier otra forma de trabajo libre, el arte no se consume, se usa y, al perder su humanidad, pierde su esencia y se convierte en su contrario. El arte demanda esfuerzo psíquico tanto por parte del productor como del usuario y, por lo tanto, entra en abierta contradicción con el efecto idiotizante producido por la industria del espectáculo. El reconocimiento y el valor existencial que se produce en esta relación permiten experimentar, aunque sólo sea fugaz y precariamente, lo que la vida podría ser más allá de la enajenación.
7 Entender el arte como praxis y relación social significa asumir que tanto el productor y el usuario como sus respectivos contextos de producción y recepción son parte de la obra. El objeto que media esta relación considerado aisladamente, por ejemplo: como un texto, no es una obra de arte más que un urinario en un baño público o un protozoo para un ateo. La relación social que se establece en el arte podría esquematizarse de la siguiente manera: el artista trabaja sobre una materialidad y produce ciertas estructuras con el objetivo de provocar un efecto más o menos determinado sobre otras personas; el usuario, por su parte, un productor por derecho propio, recorre activamente estas estructuras, asumiendo que alguien las dispuso para ese propósito, y experimenta diversos efectos al hacerlo. El resultado de este proceso no tiene por qué ser siempre “feliz”, por ocupar una palabra de los pragmáticos. Suponer esto equi-
6 Que el arte sea una forma de trabajo libre no quiere decir que sea la forma de trabajo libre por excelencia ni, mucho menos, la única. Queda pendiente, entonces, contrastarlo con otras formas de trabajo libre, como la ciencia, el deporte, la cocina, la filosofía, la misma crítica, etc. En realidad, no hay ninguna razón por la cual pensar que alguna forma de actividad humana no es potencialmente libre. Hay muchas personas que realizarían con gusto la mayoría de las actividades socialmente evitadas si no estuvieran históricamente ligadas a condiciones de vida miserables y, por lo tanto, no tuvieran que ser realizadas a la fuerza y para sobrevivir. El estatus del arte en cuanto trabajo libre no puede hipostasiarse por sobre el lugar y el rol que los sentidos, la
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reírse de las novelas de caballería y de las personas que se aferraban a los valores e ideales de vida de una época ya pasada. Por esta osadía es recordado y valorado hoy día, y no por su querido Persiles. Este ser humano posible no está representado en la obra, sino que opera como principio estructurador de la producción en un plano estrictamente estético. De ahí la inutilidad de una crítica dedicada exclusivamente a detectar y analizar las representaciones del contexto cultural presentes en una obra, o que mide su valor de acuerdo a si lo que representa corresponde o no con una teoría filosófica, sociológica o crítica cualquiera. Es bastante improbable que los artistas hayan empleado la osadía conscientemente antes del romanticismo, pero sí al menos de modo intuitivo por el alto nivel de desarrollo de sus sentidos, su sensibilidad y su imaginación. El artista es ya en parte ese hombre posible que desea traer a la existencia. La osadía es una metacategoría estética esencialmente moderna por cuanto presupone la conciencia o al menos la intuición de que el orden social no está fundado en la naturaleza ni en Dios y que, por lo tanto, puede ser transformado y perfeccionado. Con esta certeza temeraria la obra de arte
valdría a negar la opacidad esencial de las relaciones humanas, es decir: la libertad misma3, y a asumir una continuidad perfecta entre voluntad, acción y realidad. Las obras de arte, como todas las acciones humanas, tienen efectos tanto intencionales como imprevistos, y muchas veces más imprevistos que intencionales. Por eso hay que considerar siempre y en cada caso concreto las discontinuidades de todo tipo (sociales, culturales, artísticas, históricas, existenciales, etc.) que interfieren entre la producción y la recepción de una obra de arte. Estas discontinuidades son a veces tan radicales que pueden llegar a convertir una obra cómica en una trágica, como ocurrió de modo ejemplar con la lectura romántica de El Quijote. 8 En el arte moderno, la capacidad de una obra de generar efectos imprevistos, es decir: su apertura hacia el futuro y a lo otro, es producida por la osadía. La osadía es la apuesta por un ser humano posible que está implícita en la relación del trabajo del artista con el pasado y con sus contextos de producción. Por seguir con el ejemplo anterior, en El Quijote, Cervantes apostó por un ser humano capaz de
3 Para entender la opacidad esencial de las relaciones humanas como una consecuencia o un aspecto de la libertad, véase: Carlos Pérez (2008). Una teoría de la enajenación. En: Para una crítica del poder burocrático: Comunistas otra vez. Santiago: LOM, pp. 119131.
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parte de una apuesta por un ser humano que disfrute y reflexione acerca de la gratuidad, la especificidad y los límites de cada actividad que realiza, hecha como protesta ante un mundo en el que todo trabajo se ha vuelto trabajo asalariado, ajeno y hostil a sus propios productores. Por supuesto, no faltaron aquéllos que hicieron de esto una moda, redujeron lo propio del arte a lo exclusivo y convirtieron la oscuridad en oscurantismo, como ocurrió con los malos imitadores del simbolismo y del surrealismo, o como ocurre hoy con el reflujo decadente del arte conceptual. Cínicos ha habido en todas las épocas y, afortunadamente, siguen siendo una minoría en comparación a los artistas que padecen su enclaustramiento y que sólo con resignación han asumido que la relación del arte con la realidad social es mucho más mediata de lo que les gustaría. “No seré yo quien transforme el mundo”, dijo Enrique Lihn, “Resulta, después de todo, fácil decirlo, / y, bien entendido, una confesión humillante”4. Todo esto no quita que en el arte moderno haya una oscuridad legítima y esencial. Esta oscuridad es parte de una apuesta por un ser humano introspectivo, dispuesto a enfrentar el misterio de la existencia y el mundo, capaz de indagar en las profundidades de la conciencia y
moderna se lanza sobre el vacío hacia una historia y un ser humano que quizás nunca llegarán a ser. Esto deja más que claro el valor y el lugar que tendrán en la historia todas aquellas obras actuales de recepción controlada, con señalética incluida, que “no arriesgan nada”. 9 La historia del arte moderno está marcada por la contradicción entre el ideal de comprensibilidad, de llegada a las amplias masas, y la necesidad de encriptamiento. Un poeta y artista tan complejo y enigmático como William Blake, que construyó mitologías enteras sin las cuales su obra difícilmente puede ser comprendida, se enorgullecía de que un niño hubiera entendido un poema suyo. Sin embargo, la progresiva complejización de los contextos materiales y culturales de producción, que trajo consigo la mercantilización de la cultura y posteriormente la industria del espectáculo, obligaron al arte a sacrificar este ideal para poder seguir existiendo. El arte, para seguir siendo arte, para resguardar la posibilidad del reconocimiento que tan fervientemente desea, ha tenido que encriptarse, plegarse sobre sí mismo, alejarse de la sociedad en el seno de cuya vida quisiera desenvolverse. Este movimiento es
4 Enrique Lihn (1969). Mester de Juglaría. En: La musiquilla de las pobres esferas. Santiago: Universitaria, pp. 24-31.
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imaginar intensa y ampliamente, tiene que ponerse en el lugar de otro y de muchos otros, tiene que hacer suyos las alegrías y los sufrimientos de su especie”7. En la obra de arte, el reconocimiento es la condición de la experiencia estética. El decir “alguien ha dispuesto esto así por algo” nos permite despertar la fuerza de la obra y dejarnos afectar por ella. Si consideráramos la obra como un objeto aislado, como una mera cosa, y nos comportáramos ante ella como tal, no podríamos experimentarla estéticamente.
de la naturaleza humana, etc. En realidad, podría decirse que esta apuesta, inseparable de “la interiorización del romance”5, es una de las principales del arte moderno. 10 La crítica debe intentar el reconocimiento con el artista, es decir: reconocer el trabajo o la humanidad que hay en la obra. Esto no quiere decir que la crítica establezca un acuerdo con el artista, que se identifique con él o que ambos entren en una especie de comunión mística. Esto tiene un significado mucho más radical y profundamente humano: es comprender que alguien, en determinadas circunstancias, haya pensado, sentido y actuado de un determinado modo; y que, por extraño o ajeno que pueda parecernos, nosotros mismos, en condiciones similares, podríamos pensar, sentir y actuar de la misma manera. Como dijeron antes Rousseau, Adam Smith, Hume, etc., esto requiere un ejercicio básico de la imaginación que consiste en ponerse en el lugar de otro6. “Para ser realmente bueno” decía Shelley, “un hombre tiene que
11 Para mediar o propiciar el reconocimiento del artista por parte del público general, la crítica tiene que salvar el abismo que separa al arte de la sociedad. Si quiere lograr esto, hay tres cosas que no puede dejar de hacer: proveer los contextos de producción, señalar las discontinuidades de esos contextos con los actuales y esbozar una historia de la recepción. Sólo de este modo podrá hacer visibles las huellas de la producción y dar las condiciones de posibilidad para el re-
5 Véase: Harold Bloom (1970). The Internalization of Quest-Romance. En: Romanticism and Consciousness: Essays in Criticism. Nueva York: Norton, pp. 3-24. En línea: http:// crab.rutgers.eds/~barbares/New%20Modernism/Criticism/Bloom,%20Internalization%20 of%20Quest%20Romance.pdf 6 Véase los dos primeros capítulos de Terry Eagleton (1991). The Ideology of the Aesthetic. Malaysia: Blackwell Publishing. 7 Percy Shelley (2003). A Defence of Poetry. En: The Major Works of Percy Bysshe Shelley. Nueva York: Oxford University Press, pp. 674-701. “A man to be greatly good must imagine intensely and comprehensively; he must put himself in the place of another and of many others; the pains and pleasures of his species must become his own”.
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conocimiento. La crítica, por lo tanto, a diferencia de la ciencia, no busca adecuarse a su objeto, dar cuenta de él o describirlo, como si la existencia de éste fuera independiente de la suya propia. Para que la obra pueda ser experimentada estéticamente por el público contemporáneo, para que se mantenga viva, para que pueda seguir existiendo como obra, la crítica debe, inevitablemente, transformarla.
que toma del pretexto, produciendo estructuras. Que la fuerza aproveche al máximo el territorio que le permite abarcar su pretexto depende exclusivamente de la habilidad de cada artista y de la situación concreta en que produce. Al recorrer las estructuras de una obra, el usuario entra en contacto con esta fuerza y entonces experimenta un efecto estético, “feliz” o no.
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La crítica puede seguir usando la vieja oposición entre forma y contenido, siempre que lo haga dialécticamente, es decir: mientras recuerde que en una obra de arte el contenido es parte de la forma y que la forma como totalidad es el verdadero contenido. Esto no quita que la crítica pueda seguir ensayando otras oposiciones conceptuales para comprender mejor o destacar otros aspectos de la obra de arte, sobre todo si las formula desde el punto de vista de la producción y desde un comienzo dialécticamente. Un intento de hacer esto podría ser la pareja pretexto/fuerza. El pretexto es aquello desde lo cual la fuerza se impulsa y que determina de antemano los límites de su alcance. Casi cualquier cosa puede servir de pretexto para una obra de arte: un mito, un hecho histórico, una experiencia de la vida cotidiana, un objeto, un paisaje, un sentimiento, una emoción, una idea, otra obra de arte, etc. La fuerza es lo que se despliega a través de la materialidad, gracias al impulso
El análisis de la estructura de una obra es el momento disciplinario de la crítica y debe atender a las peculiaridades de la materialidad específica de cada arte. Es el momento de ver cómo las categorías estéticas (la belleza, el sublime, el grotesco, lo cómico, lo satírico, el shock, el absurdo, etc.) se concretan en estructuras determinadas e identificables propias de una materialidad. Es, por excelencia, el momento del estructuralismo. El estructuralismo desarrolló un instrumental técnico muy fino para comprender y analizar las materialidades con las que trabajan los artistas y que producen efectos sobre los usuarios. Pero, por las limitaciones intrínsecas de su modelo, llevó este desarrollo al absurdo y terminó produciendo un instrumental de análisis sádico que hace pedazos las obras, las sobreinterpreta, las divide y las subdivide hasta identificar elementos y estructuras de los cuales es imposible que el artista haya estado consciente al momento de emplearlos y que es altamente im-
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probable que sean significativos en la recepción. Estas estructuras tienen que ver más con los límites naturales del conocimiento y el lenguaje humanos y, por lo tanto, son comunes a todos los objetos culturales y tienen un valor científico más que crítico. Es cierto que hay un puñado de obras que trabajan explícitamente sobre estos límites, pero a nadie, salvo a los tecnócratas que se aseguran sus puestos de trabajo haciéndolo, podría interesarle identificar y enumerar estos elementos en cada obra concreta.
Hay que acabar de una vez por todas con la separación artificiosa e inorgánica entre marco teórico, contextos de producción y análisis de la obra, por muy útiles que estas recetas académicas puedan ser para quienes tienen que publicar un artículo cada tres o cuatro meses. El uso mismo del concepto en el análisis de la obra debe convocar los distintos contextos necesarios para que el reconocimiento sea posible, es decir: debe hacer visibles las huellas de la producción.
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Dentro del siempre creciente proceso de especialización en la división del trabajo propio del capitalismo, no faltaron aquéllos que hicieron del “hablar sobre arte” su profesión y su medio de subsistencia. Esto no es un hecho condenable en sí mismo más que la aparición de especialistas en cualquier otra rama de la producción. No se puede juzgar moralmente a los críticos por ser críticos, su surgimiento y existencia como gremio es una consecuencia del desarrollo económico sobre la que ellos como individuos no tuvieron ni tienen una influencia objetiva. Pero sí se puede condenar a los tecnócratas que cautelan como harpías la exclusividad del derecho para hablar sobre arte. Su modo de ejercer la crítica ha contribuido a alejar aún más el arte de la sociedad. Y con esto han hecho que la crítica traicione a su objeto y se traicione a sí misma.
Ya nos hemos preguntado por lo que el arte moderno es y ha sido. Pero para comprenderlo cabalmente y como él se lo merece esto no es suficiente. También es necesario preguntarse por lo que el arte moderno quiere y podría ser, es decir: por su utopía, porque este deseo, esta utopía, ha determinado su modo de ser a lo largo de toda su historia. En el período vanguardista, en medio de la barbarie tecnológica de las guerras mundiales, esta utopía pudo formularse con particular claridad. Eagleton la resume del siguiente modo: “Había que liberar al arte de las bibliotecas y los museos e integrarlo a la vida cotidiana. Con el tiempo, la distinción entre arte y vida, lo lúdico y lo práctico, desaparecería. No iban a haber más artistas profesionales, sino sólo ciudadanos comunes que de vez en cuando escribirían un poema
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como para pedirle que sea el caudillo que guíe a las masas a una nueva sociedad. Tampoco puede convertirse en el eje articulador de un proyecto de hegemonía cultural, ni estaría bien que así lo fuera. El arte a lo más puede hacernos vislumbrar lo que la vida puede ser más allá de la enajenación y de la división del trabajo, pero no está en condiciones de cumplir su promesa de libertad y reintegración del ser humano. El arte ni siquiera puede resolver sus propios problemas por sí mismo, porque sus problemas lo trascienden. Su principal problema, la dicotomía entre espectáculo y enclaustramiento, es ante todo un problema económico y social que cae fuera de su esfera de acción inmediata y efectiva. No son el arte, la ciencia, el deporte, etc. los que tienen que salvar a la humanidad. Es la humanidad la que tiene que salvar al arte, la ciencia, el deporte, etc. para poder reencontrarse consigo misma.
o harían una escultura8. Esta utopía, en realidad, es la misma que guió desde muy temprano el pensamiento de Marx, sólo que formulada desde el punto de vista del arte: “en la sociedad comunista, donde los individuos no están reducidos a un círculo exclusivo de actividades, sino que pueden desarrollarse en las áreas que ellos elijan, la sociedad regula la producción general y esto hace posible que yo pueda dedicarme hoy a esto y mañana a aquello, que pueda por la mañana cazar, después del mediodía pescar, por la tarde cuidar el ganado y después de cenar dedicarme a criticar, según me dé la gana, sin tener que ser exclusivamente cazador, pescador, pastor o crítico”9. 17 La única política posible para el arte hoy día es una política de subsistencia. El arte ya tiene suficientes problemas con seguir siendo arte y no dejarse convertir en espectáculo
1-5 de agosto de 2011
8 Terry Eagleton (2011). Down with art!: The age of manifestoes. En: The Times Literary Supplement, 23 de marzo. En línea: http://entertainment.timesonline.co.uk/tol/arts_and_ entertainment/the_tls/article7173276.ece. “It was to be liberated from the libraries and museums and integrated with everyday life. In time, the distinction between art and life, the playful and the pragmatic, would be erased. There were to be no more professional artists, just common citizens who occasionally wrote a poem or made a piece of sculpture”. 9 Friedrich Engels y Karl Marx. Die deutsche Ideologie. En línea: http://www.mlwerke.de/ me/me03/me03_017.htm#I_I_A_1. “[...] in der kommunistischen Gesellschaft, wo Jeder nicht einen ausschließlichen Kreis der Tätigkeit hat, sondern sich in jedem beliebigen Zweige ausbilden kann, die Gesellschaft die allgemeine Produktion regelt und mir eben dadurch möglich macht, heute dies, morgen jenes zu tun, morgens zu jagen, nachmittags zu fischen, abends Viehzucht zu treiben, nach dem Essen zu kritisieren, wie ich gerade Lust habe, ohne je Jäger, Fischer, Hirt oder Kritiker zu werden”.
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