© 2013 Lilith Vernon Prohibida su reproducción total o parcial.
El Árbol de la Vida Las nubes rasgadas cubren el cielo con su palio azulado cubierto de estrellas y la grácil figura de la luna escondiéndose entre ellas deja paso al nuevo día. Los mineros, provistos de pico y pala, saludan al astro Sol que una vez más los cubre con su calor. Hacendosos pisan fuerte la tierra que, envolviéndose en una polvareda, cubre sus botas desgastadas. A un kilómetro de allí se encuentra la mansión del doctor Jack. Hombre culto y generoso, la mayor parte de su tiempo la pasa en su viejo laboratorio, rodeado de fórmulas. Provisto
de unos binóculos extensibles observa cada célula con total detenimiento. Después de muchos ensayos y experimentos, pudo comprobar como su trabajo había dado sus frutos. Consiguió una formula prodigiosa, pues esta se encargaba de devolver la vida a todo aquello que hubiera perdido su esencia vital, ya fueran animales, plantas o seres humanos. Orgulloso de su descubrimiento planto una pequeña semilla y la roció con su fórmula mágica. La planta empezó a crecer y crecer hasta llegar a convertirse en un hermoso árbol. Viendo su logro, decidió ir más lejos y siguió investigando, mezclando formulas y descifrando antiguos códices. Pasó varios días con, sus respectivas noches, encerrado, y una vez más logro otra fórmula, la del bien y la del mal. El ego cegó sus ojos y se creyó superior a cualquier ser humano. Cogió la formula y, con mucho cuidado, deposito
cada contenido en un frasco. Después las metió en un cofrecito deteriorado y acto seguido lo introdujo debajo de un tablón que estaba hueco. El joven árbol empezó a dar sus primeros frutos, que consistían en unas hermosas campanillas, cada una de ellas compuesta por un color diferente. A parte de su belleza celestial, desprendían un dulce aroma y todas las noches los ángeles las cubrían de estrellas y de gotas de roció. Nuestro joven y peculiar doctor tenía una agradable familia compuesta por su mujer y sus dos pequeños hijos. Merian era querida en todo el poblado, todas las mañanas dirigía sus pasos hacia las casas de los más necesitados llevándoles comida bebida y otros enseres, ya fuera ropa calzado o mantas, mas no conforme con eso siempre recogía algún pobre de la calle y lo cobijaba bajo su techo .
Nuestro joven doctor estaba tan embaucado en su trabajo que apenas tenía tiempo de estar con su familia pues todo su afán era devolver la vida a todo aquello que ya carecía de ella. Comenzó a experimentar con plantas y viendo su logro continuó con los animales y por ultimo decidió probar con el ser humano. Por medio de la savia que extraía del árbol y con la ayuda de alguna fórmula más, era con lo que había conseguido dicho propósito. La muerte había observado los logros de sus experimentos y no podía consentir que esto fuera a más, a sique quiso poner remedio a tal atrocidad, pues solo Dios era el encargado de dar o quitar la vida. Dios había colocado a la muerte en la tierra para realizar dicho trabajo, y este consistía en recoger las almas que ya
habían dejado este mundo para viajar al más haya. La muerte, provista con su guadaña, partió hacia la casa del doctor para advertirle del peligro que corría si seguía comportándose así. La sola presencia de la muerte hizo que el doctor enmudeciera por unos segundos. Al reaccionar pensó creo que era una ilusión y continuó con su trabajo. La muerte encolerizo de rabia y a continuación le dijo; por cada vida que devuelvas yo te quitare otra, y al instante desapareció. El joven doctor hizo caso omiso a la petición de la muerte y dirigió sus pasos al cementerio, en busca de un cuerpo que le sirviera en su propósito. Al llegar al gran portón del cementerio deslizo una de sus manos para abrir una de las hojas de la puerta y acto seguido entró.
La muerte le observaba tras la puerta, pues estos eran sus dominios. El cementerio estaba partido en cuatro franjas: La primera estaba llena de cuerpos diminutos… niños. La segunda adolescentes.
estaba
llena
de
La tercera estaba llena de adultos. La cuarta estaba llena de ancianos. Un fuerte escalofrió recorrió el frágil cuerpo del doctor y sin apartar la mirada del cementerio de niños, dio un fuerte grito y, mirando a la muerte, le dijo; tú no eres mejor que yo, mira las almas de estos niños te los llevaste sin pedirles permiso. Y dicho esto, continuó su camino. Sus pasos le llevaron hasta donde yacían los adolescentes, de su rostro rodaron dos lágrimas seguidas de otras más y, tapando
su cara con sus dos manos, corrió con todas sus fuerzas, hasta llegar a la tercera franja donde se hallaban los adultos. El terreno estaba cubierto de flores magistrales acompañadas de lapidas ostentosas, mas solo una llamo toda su atención. Era una pequeña tumba deteriorada y sin siquiera una humilde cruz posaba sobre ella. La contempló durante unos instantes y, acto seguido, la abrió con suma delicadeza. Un fuerte olor inundo sus fosas nasales, el cuerpo carente de vida pertenecía a una joven que había sido decapitada, y cerrando de nuevo la tapa, se dijo para sí mismo: tú no me vales. Un fuerte viento volvió a levantar la tapa dejando de nuevo al descubierto el cuerpo decapitado y la cabeza empezó a hablar; yo no te valgo ¿y tu mujer si?, dicho esto la tapa volvió a caer, Jack corrió con todas sus fuerzas de vuelta a casa, pero por desgracia había llegado tarde. El cuerpo de
su mujer estaba en el suelo carente de vida y a unos escasos metros estaba la cabeza. Cegado por la ira llamo a la muerte. Por qué me haces esto dime por qué, dijo. La muerte deposito sus ojos carentes de vida en él- Parecía que le habían arrancado el alma. La muerte, después de un corto silencio, respondió; recuerdas una vida a cambio de otra, te lo advertí una y otra vez y tú hiciste caso omiso a mis palabras. El joven doctor, con los ojos inundados de lágrimas, volvió a gritar; aun no le he devuelto la vida a nadie, por lo tanto no estas cumpliendo con nuestro pacto. La muerte, sumida en su silencio, contempló al doctor durante unos segundos y a continuación le dijo; está bien acepto tu petición, pero por haber ultrajado un lugar sagrado, entrando sin mi permiso en mis dominios, obtendrás un castigo y este será mi veredicto: Tu mujer seguirá siendo tan hermosa como antes, o
quizás más, pero carecerá de alma y su corazón, antes puro, se volverá oscuro y su bondad se transformara en maldad. Y de la nada la muerte volvió a desaparecer. El doctor quedó abatido por el dolor que esto causo en su frágil corazón y, mirando a su mujer lloro desconsoladamente. Hubiera sido mejor perderla, pues esta parecía una estatua fría y sin sentimientos. Merian debido a sus nuevos sentimientos dejó de amar a su marido y con él a sus dos preciados hijos. Jack, viendo el dolor que había causado en su mujer y sus dos pequeños hijos, se dirigió de nuevo a su laboratorio intentando encontrar una cura para su mujer, pero cada vez que lo intentaba fracasaba una y otra vez. Estaba tan aturdido que decidió recostarse en el diván y, en un momento de lucidez, recordó las dos fórmulas que tiempo atrás había guardado. Dirigiéndose al lugar sustrajo
una de las formulas la que contenía el bien, corrió hasta donde se encontraba su mujer y, sirviéndosela en una copa de plata, se la dio a beber. Tenía puestas todas sus esperanzas en aquel extraño brebaje, pues pensó que esto la curaría, pero una vez más fracaso en su intento ya que su mujer seguía igual La locura se iba apoderándose del lentamente sin el cariño y afecto de su mujer. Estaba dispuesto a todo fuera cual fuera el precio a pagar. De la nada la muerte volvió a hacer su entrada, el doctor se dirigió a la muerte e hincándose de rodillas en el suelo le suplico varias veces que le devolviera el alma a su joven esposa. La muerte solo contestó una vez; recuerda una vida por otra, y acto seguido desapareció. Las palabras de la muerte retumbaban en su cerebro y el doctor, loco por la ira,
dirigió sus pasos a la habitación de su hijo menor y abrazándole con fuerza le pregunto; hijo ¿tú quieres mucho a tu madre? El niño sonriendo contestó: sí papa mucho. Jack, sacando fuerzas de donde ya no le quedaban, se armó de valor y dijo; ¿serias capaz de sacrificarte por ella? El niño se abrazó a su padre en señal de despedida y contesto que estaba dispuesto a dar su vida por ella. Dicho esto el niño corrió en busca de su madre y al verla la abrazo, la beso y de sus ojos brotaron dos cascadas de agua salada que penetraron con fuerza en el corazón de su querida madre. Acto dirigió sus pasos hacia su padre y corriendo se abalanzo sobre él y notó el corte frío de la daga que partió su corazón en dos. Apenas tuvo su padre tiempo de reaccionar, pues ya tenía entre sus brazos el cuerpo yacente de vida de su pequeño hijo. La madre, por desgracia, llego tarde. El fuerte abrazo de su hijo y las lágrimas que este depósito en su corazón
fueron lo suficientemente fuertes como para devolverle la felicidad perdida. Merian cogió entre sus brazos a su pequeño y, cubriéndolo de besos y caricias, lo depositó en una caja labrada de color nogal, toda ella repujada con figuras de ángeles y revistiéndola de flores la enterró en el panteón familiar, justo al lado del árbol de la vida. Todas las noches la madre regaba el árbol con sus lágrimas divinas, pero eso no le iba a devolver a su querido hijo. El tiempo pasaba y solo la pena, acompañada de la tristeza, escoltaban a su desconsolado corazón. Estaba tan abatida por la pérdida de su pequeño que decidió quitarse la vida para poder estar junto a él. Empuñó con fuerza la daga que quitó la vida a su hijo, pero del árbol de la vida donde estaba postrada comenzó a abrir las campanillas una a una, y de cada una de
ellas fue saliendo unos pequeños querubines, los cuales gritaron a coro: ¡detente! Dios nos da la vida y dios se la lleva llegado el momento, y el tuyo no ha llegado aún. Merian dirigió su mirada hacia los ángeles y después respondió; entonces lo que hare será quemar el árbol. Una luz cegadora cubrió todo el árbol y de él salió una pequeña silueta. La mujer elevó sus ojos hacia el cielo y allí estaba su hijo. Una brisa cálida acaricio su rostro y unos pequeños susurros llegaron a sus oídos: madre, madre si aún me quieres no destruyas el árbol o volveré a morir por segunda vez. Cada una de las campanillas que cubren este árbol están compuestas por pequeñas almas que, después de un tiempo de metamorfosis, van transformando el mal que hubiera cometido por el bien que he realizado en
mi corta vida, y mi ángel custodio después de valorarlo en la balanza de la sabiduría compuesta por el bien y el mal hace que mi Dios me de la vida eterna, esa vida llena de dicha y felicidad que nunca acaba. Cada color que ves es un alma y va cambiando de color hasta llegar al más impoluto blanco señal de pureza. Merian observó a su hijo y, con lágrimas en sus ojos, le suplicó: hijo llévame contigo. El niño sonrió a su madre y, mirándola con amor, la dijo: madre, tu eres la rosa que cubre mi corazón de paz, dulzura y amor, irradias luz y pureza y tu alma resplandece desde aquí a la eternidad. Todos venimos al mundo con una fecha de llegada y otra de partida y aun no es tu momento, prométeme que cuidaras de mi padre y de mi hermano. Ellos te necesitan. Y dando un beso a su madre, partió en un haz de luz.
Las palabras de su hijo inundaron su corazón. Pasaron los años, el doctor era noble y generoso ayudando siempre a los más necesitados sin pedirles nada a cambio. Siguió con sus investigaciones inventando nuevas vacunas en compañía de su joven hijo biólogo que, en lecho de muerte de su madre, prometió ayudar con la ciencia a los más necesitados y seguir cuidando de su padre hasta la hora de su muerte. Del árbol de la vida brotaron dos nuevas semillas que dieron vida a un nuevo árbol formado por dos campanillas blancas las cuales, en la noche, daban vida a la madre y a su hijo. Un año después el padre enfermo y se tiró dos meses en cama con agonizantes dolores. Una de las veces que estaba recostado en su almohada vio el rostro de su mujer y su hijo. Iban vestidos con unas
túnicas de color ocre bordadas con hilos de oro y plata. Los dos cogidos de la mano se acercaron a la cabecera de la cama y, dándole un beso en la mejilla, desaparecieron. Transcurridos unos minutos la muerte hizo su entrada. Jack miró a la muerte y esta le dijo; debes venir conmigo, pues ya llegó la hora de tu partid. Jack tragó saliva y, dirigiéndose a ella, le dijo: tengo miedo. La muerte sonrió por primera vez y, tocando el techo con su guadaña, trajo de vuelta a su mujer, que sonriendo, le dijo: es hora de partir. Y acariciando su mano los dos fueron al encuentro de su hijo, y juntos los tres realizaron ese viaje inolvidable que todos realizaremos alguna vez.
Por eso os digo sed como las pequeñas campanillas que, cambiando de color, cambian su yo interior para hacer que el mundo sea cada vez mejor.