La vida secreta de los cactus Maya Suรกrez
A Fedora por regalarme a Antonio y a Glenda por advertirme sobre el stress de mi hermoso cactus
La vida secreta de los cactus (porque no todo es color de rosas)
Maya Suรกrez
La familia Cactaceae se divide en cuatro subfamilias:
Pereskioideae, Opuntioideae, Maihuenioideae y Cactoideae. De ellas hay registrados en los libros de botánica más de 200 géneros, con unas 2.500 especies. Y aunque son originarios de América, de cada una de estas especies hay millones de individuos dispersados por el mundo, cada uno con sus propias particularidades, experiencias, emociones, problemas y alegrías. Este libro nos cuenta la historia de sólo algunos de ellos.
antonio (opuntia) Antonio fue regalado por Fedora a su profesora. En realidad ella quería expresarle que la odiaba y que esperaba que las espinas se le clavaran en los ojos, pero apenas la profesora lo vio, lo amó con locura y lo bautizó con ese nombre. Cuando llegó a casa era chiquitico, no superaba los 10 centímetros de altura, así que podía estar en casi cualquier parte de la casa: la cocina, el baño, la sala, el cuarto y el estudio. Era un cactus nómada y eso lo tenía muy alegre, porque siempre había escuchado que las plantas no se desplazaban. Pasados unos años, la profesora decidió darle un espacio para él solito y lo sembró en un matero gigante. Al principio, el pobre estaba aterrado, pues nunca había dormido solo y le daba miedo la oscuridad, pero con el pasar del tiempo se fue llenando de coraje y aprovechó el espacio para crecer todo lo que quería. Incluso en su adolescencia, en un momento de locura hormonal le salieron unas lindas flores amarillas, así mostró su desarrollo. Hoy en día mide 180 centímetros y es más alto que la profesora. Pero aunque parece muy agresivo y siempre pincha a los que se le acercan, sigue siendo el nené consentido de la casa.
CORINA (coryphantha) A pesar de sus espinas, su aspecto de mala y su trato un poco seco, Corina es la cactus más popular de la zona. Todos la conocen y si no, conocen a alguien que la conoce. Ella está en todo y con todos. Es la cactus de las exposiciones, de los eventos y de las redes sociales donde recibe cientos de “me gusta” al día porque cualquier cosa que hace es un éxito rotundo. Aún así, ella dice tener un problema de ansiedad social. Está convencida de no estar hecha para tener amigos y mucho menos establecer contacto con desconocidos y tiene sentido que piense eso pues verla en acción es un como ver un acto de ilusionismo: no hay manera de saber cuando ocurre la magia de la amistad. Su secreto es simple: consiste en saber escuchar. Contrario a la mayoría, ella no habla de sí, sino que su silencio deja espacio para que otros hablen y expresen sus preocupaciones, emociones y deseos. Quizás no lo hace de manera consciente pero en ese proceso permite que los demás depositen algo de su intimidad en ella y la hagan parte de sus vidas. Sucede que en este mundo hay tanta gente solita que desea ser escuchada y tan pocos que las atiendan que Corina calladita #lologrademasiado.
melanIE (mammillaria fraileana) A sus doce meses Melany, por voluntad propia, hizo un voto de castidad. No sabía que significaba esa palabra ni como se cumplía esa promesa, pero le pareció “cool” hacer el ritual que profesaban sus cactus pop favoritos. Su madre trató de explicarle que hacer un voto era un asunto muy serio y que nadie la obligaba a ello. Su padre, por el contrario, cansado de los comentarios sobre las jóvenes espinosas de la zona, apoyó su propuesta y juró protegerla de los vecinos. Cuando Melany cumplió quince meses, sus tallos se vistieron con unas hermosas aureolas de flores. Estaba tan emocionada que, llena de inocencia, expandió su dulce aroma con el viento, sin saber que eso era suficiente para atraer montones de bichos. Ella no fue capaz de cumplir su promesa, las hormonas no se lo permitieron y ninguna canción de amor le dijo qué hacer cuando la giberelina se alborotaba. Ahora aprende de sus propias relaciones y se rie con picardía cuando le preguntan por sus votos porque, aunque no juzga a quienes los hacen, la idea de la castidad le parece tan absurda como pretenderla.
EMMANUEL (tenocereus thurberi) Emmanuel es lo que se conoce como un “niño bien”. Fue adoptado por una pareja de arquitectos que se han encargado de trajearlo de lujos y alabanzas. Cuando vivía en el vivero le dijeron que era una especie americana de cactus muy altos y fuertes, preparado para sobrevivir en lugares extremos. La verdad es que eso lo asustaba un poco, y el solo hecho de imaginarse solo y lleno de tierra le producía horribles pesadillas, así que deseaba con locura quedarse en la ciudad con una gente más elegante y adinerada. Los arquitectos no eran precisamente elegantes y mucho menos con dinero, pero al menos tenían buen gusto y definitivamente amaban la ciudad, lo cual lo tenía bastante tranquilo. Su mayor emoción la vivió el mismo día que lo sacarón del vivero, o como él lo llamaba “la prisión de pobres”, cuando lo replantaron en unos de esos pequeños pequeñitos materos de concreto de forma irregular. Pudo alardear frente a sus compañeros, pues todos intuían que eran piezas únicas y costosas, que sólo podían alcanzar a tenerlas unos pocos afortunados. Lo que él no sabía es que mientras presumía su conquista, se condenaba a una vida de enanismo, desnutrición y soledad.
HUGO (ferocactus hystrix) A Hugo le decían así porque es gordito. El no entiendía la relación de una cosa con la otra y se molestaba cuando trataban de explicarselo diciendo: “es que Hugo suena como a algo redondito” y él respondía: “¡no, me suena a cualquier cosa y yo no soy ningún gordito!”. Hugo no quería que lo catalogaran por su aspecto, así que decidió perder peso. Lamentablemente tenía un apetito voraz y le era difícil controlar la cantidad de nutrientes que extraía, además su condición de planta le impedía hacer cualquier tipo de ejercicio. Todos sus planes de adelgazar eran siempre un fracaso. Un día una rama de pasto seco quedó adherida a sus espinas, se veía tan delgada que él le preguntó como había logrado esa talla. La rama apenas pudo responder, tenía hambre y había cortado sus raices para dejar de comer. Deliraba, se rompía y olía a muerte, pero ella quería ser más delgada y tuvo los brios de preguntarle a Hugo si su nombre era por lo gordo. Hugo no pudo soportar el horror de esa imagen, así que dejó caer las espinas que la ataban para que se fuera con el viento. Desde ese día está orgulloso de su tamaño y se hace llamar “Hugón, el gordinflón”.
LOS AMIGOS DE LO MALO (cleistocactus strausii) La pandilla de “Los Amigos de lo malo” está compuesta por un grupo de veinte hermanos. Ellos son: Weston, Wilsen, Yardey, Mikel, Wisin, Naiker, Alber, Yorken, Yon, Sandey, Jorkenis, Kilsen, Yossy, Batman, Nikson, Herdelig, Monrroy, Yofre, Milguoke y el mayor de todos, José. Su madre, María, es la cactus más grande y vieja del jardín. Fueron separados de ella al nacer y sembrados en el otro extremo del patio, bien juntitos, quizás demasiado para su gusto. Tal estado de hacinamiento los ha vuelto una masa muy peligrosa. Nadie quiere acercárseles, lo cual con el tiempo los ha hecho más antisociales y agresivos. Todas las noches planean pequeños crímenes botánicos y dejan caer algunas espinas con la esperanza de producir un mal momento a algún descuidado traseunte, pues ellos odian a todos aquellos que se desplazan. Afortunadamente, hasta ahora, nadie ha tomado venganza contra ellos. Sin embargo, María sufre por sus hijos, pues teme que un día los poden por mal portados. Como toda madre, cree que en el fondo son buenas plantas.
MARTHA (thelocactus tulensis) Martha está cansada que critiquen su aspecto, que si debería tener las espinas más homogéneas y ordenadas o las costillas menos pronunciadas o la que más le molestaba, que por qué no trataba de tener un verde más brillante. Siempre se había cuestionado los estereotipos, porque al final de cuentas ella era un cactus y su valor estaba en su capacidad de pinchar a los enemigos y en reunir agua para sobrevivir en tiempos difíciles (y vaya que eso lo hacía bastante bien). Entonces, ¿por qué le daban tanto interés a la apariencia?. Un día llegaron unos visitantes a casa y alabaron a todas las plantas menos a ella. Martha cayó en una depresión tan profunda que se le cayeron algunas espinas y su cuidador tuvo que separarla y llevarla a un lugar apartado y tranquilo. Él era el único que la comprendía, siempre decía que le encantaba su estilo desordenado y su agresiva apariencia, pues ese era precisamente el encanto de su género. Martha comprendió que lo importante era lo que ella pensaba de sí misma y su amor propio creció tanto, que una mañana amaneció con una linda flor blanca como corona. Ese día, ella fue la reina del jardín.
VANESSA (selenicereus grandiflorus) Ella es la más hermosa, es carnosa, con largas ramas llenas de espinas y sus grandes flores nocturnas hipnotizan a cualquier insecto que se acerca. Vanessa tiene todas las de ganar, es la diosa de la noche, la rompecorazones, la vampireza, pero también es la cactus más engreida e intratable del barrio. Un día una polilla la ignoró. No fue un caso fortuito, cada noche volaba frente a ella y se posaba sobre una moribunda cayena vecina. “¿Una cayena? ¿Acaso existe algo más vulgar?”. La envidia la carcomía, no podía soportar que la rechazaran, así que produjo más flores, cada vez más grandes y olorosas para llamar su atención. Pero la polilla seguía con la cayena. Al cabo de unas semanas Vanessa comenzó a perder fuerza, había consumido demasiada energía, sus ramas comenzaban a morir y sus flores a secarse. Los insectos dejaron de interesarse por ella, la pobre ahora estaba fea y sin encanto, pero fue justo en ese momento que la polilla la visitó. Extrañada le preguntó por qué venía ahora que no tenía nada que ofrecer, a lo que la polilla respondió “la muerte es parte de la vida y yo acompaño a aquellos que están cerca de ella”.
LOS NONOS (cephalocereus senilis) Cuando Los Nonos vieron en la tele de su cuidadora la película “El extraño caso de Benhamin Button” sintieron una gran emoción, pues creyeron que esa era la explicación para su singular aspecto. Y es que ellos, desde que nacieron, tenían canas. En realidad eran espinas, pero eran tan largas, blancas y suaves que se parecían a esos feos pelos blancos y desordenados que le salen a los humanos cuando envejecen. Su apariencia había condicionado su manera de ser, apenas les empezaban a crecer venían los achaques, que me duele esto, que no puedo hacer aquello, que me rompo... todo les molestaba. Sus amigos les pedían que dejaran de hablar de su pronta muerte y de inventarse enfermedades, pero era imposible conversar con unas plantas que hacían de sus pesares el centro de atención. Lo cierto es que ese día su actitud cambió, estusiasmados por la idea de un día ser verdes y lampiños comenzaron a reirse de sí mismos y hasta a inventar nuevos peinados con sus largos pelos. Al cabo de unos meses hasta les gustaba su imagen y elaboraron complejas rutinas para cuidar su salud. Habían recobrado su juventud a tal punto, que cuando realmente fueron viejos, ni siquiera se dieron cuenta de ello.
RIGOBERTO (gymnocalycium mihanovichii) Se pasaba el día acumulando datos, estudiando valores, analizando situaciones y diseñando ecuaciones para vivir seguro. Rigoberto era el cactus más aburrido sobre la faz de la tierra. Casi no tenía amigos y mucho menos pareja porque eso eventualmente podía causarle algún tipo de dolor. En su vida no había lugar para casualidades ni emociones fuertes. Un día el viento trajo hasta él una estaca que casi lo rompe, lo tomó absolutamente por sorpresa pues estaba seguro que nada podía llegar desde ese lado. Se trataba de un cactus viajero, de esos que no tienen raices profundas y escapan con cada ventisca. Era la primera planta a la que le hablaba en años y vaya que disfrutó escuchar sus insólitas historias sobre otros parajes. Al día siguiente la estaca se fue, siguió su camino, pero esta vez dejó algo más que su estela. Dejó a un amigo que sentía dolor por su partida pero que también estaba feliz por haberlo conocido. Con algo de tristeza, Rigoberto se había dado cuenta del tiempo que había perdido protegiéndose. Ese día, con la savia a toda velocidad bebió de un agua distinta, saludó a las hormigas y le sonrió a su vecina. Su vida cambió para siempre.
reina (melocactus azureus) Reina es la más favorecida de un jardín muy reducido, un espacio que acondicionaron con pocos cactus pues imaginaron que les iría mejor si estaban cerca y compartían algunos nutrientes. Al principio todo iba bien todas fueron creciendo de manera homogénea y cuando una caía las otras la sostenían. Pero para Reina ese sistema tan “igualitario” estaba lleno de errores, pues no reconocía su suprema belleza y notables méritos. Como al jardín le iba tan bien, su cuidador decidió sembrar unas plantas más pequeñas para que el ambiente las ayudara. Reina nunca estuvo de acuerdo con esas siembras sorpresa pues le parecía que eran plantas tan feas que arruinaban el paisaje, además odiaba que sus raíces se mezclarán con las de ellas. Un día decidió separarse del grupo. Fue un anuncio tan repentino y violento que el desastre se evidenció apenas cortó las raíces que la unían al bloque: su corona perdió color, sus espinas se hicieron blandas y algunos de sus hijos la abandonaron para quedarse en el jardín. El jardinero la vio tan mal que la cambió a un pequeño tarro porque no quería que los demás se contaminaran. Ahora nadie la quiere cerca y todos la recuerdan como la reina que enfermó de odio y discriminación.
“el negro” bartolo (copiapoa tenuissima) A Bartolo le dicen “El negro” por cariño, basícamente porque es el único con ese color en el jardín. Esto lo tiene muy orgulloso y cada vez que alguien desde la distancia le grita “¡Epa Negro!” sabe que si voltea le espera la grata sonrisa de un amigo. Un día sembraron a su lado un joven cactus de su mismo género que habían traido de otras latitudes. Inmediatamente este le saludó, “yo wassup my nigga!” y aunque Bartolo no entendió mucho, asumió que “Nigga” era algo así como “Negro” así que lo vio de una vez como parte de su familia. Pero el chico no era amable con los vecinos, nunca les hablaba y los miraba feo sin razón alguna. Por supuesto, esto daba muy mala espina y de alguna manera afectaba al grupo. Bartolo explotó en risa la tarde que el joven insinuó que cuando le decían negro lo estaban insultando y descriminando, “¡cosa más absurda! -le dijo- discrimina sólo aquel que hace de las diferencias un problema pero aquí, mi hermano, son una virtud”. El muchacho, avergonzado, se dio cuenta que había traído la semilla del racismo a una tierra que afortunadamente no la dejó crecer. Ahora lo conocen como “El gringo” y junto a sus amigos “El gordo”, “El largo” y “La chata” pone apodos por doquier.
ARMANDO (echinopsis peruviana) ¿Acaso los cactus tienen sexo? Se preguntaba él cuando su madre le hablaba de otras cactus con flores y de la reproducción. La verdad es que miraba a sus amigas y no sentía ni el más mínimo interés, era como ver piedras o lagartijas, nada especial le producía el roce de sus espinas. Con el pasar de los años Armando se fue haciendo un individuo como ningún otro. Llamaba tanto la atención que sus amigas no cesaban de lanzarle flores, las cuales quedaban atrapadas en sus espinas y acababan pudriéndose sobre él. Esta molesta situación lo hizo orientar su tallo hacia otra dirección. Fue allí cuando lo vio. Era un cactus de su mismo género, un tronco desnudo, grande y grueso, con espinas fuertes y vigorosas. De pronto sintió unas enormes ganas de reproducirse. Hoy en día las raíces de Armando y de Alexis están entrelazadas y en el espacio que hay entre ellos están sus hijos, los cuales han crecido tan hermosos y sanos como sus padres. Las vecinas ahora los adoran pues ellos les hicieron ver que si había amor todo esta bien: flor con tronco, tronco con tronco, flor con flor, del mismo modo y en sentido contrario.
LAS FERNÁNDEZ (hatiora) Las chicas Fernández que viven en el jardín de al lado todos los días están de fiesta, siempre con flores, siempre multiplicándose. Las plantas de los jardines vecinos las miran con recelo porque no es posible que puedan estar tan contentas y verdes todo el año... ¿acaso no les molesta el exceso de sol durante el verano?. Los insectos, los lagartos y los pájaros las visitan a diario y ellas deben hacerlos muy felices porque salen contentos y al día siguiente regresan por más. “Ellas son la zona roja de la cuadra” dicen los envidiosos. ¡Puras habladurías! Los bichos regresan porque sus flores son hermosas y aunque tienen algunas espinas son muy buenas anfitrionas para aquel que las visite. Ofrecen buena comida, sombra, agua y un lindo paisaje para enamorar y enamorarse. Puede que sean bastante relajadas en sus modos reproductivos, innecesariamente adornadas o demasiado amontonadas, pero son, como dirían por allí, “más buenas que el pan” y en este medio eso vale más que la etiqueta y la gran verdad es que, internamente, todos quieren ser como ellas.
Julián (pereskia) Julián evolucionó distinto a los demás miembros de su familia, creció con muchas ramas llenas de hojas, tantas que difícilmente alguien le creería que era un cactus. Debido a su condición, muchos de sus primos renegaban de él, pues no comprendían ni soportaban la dualidad de su aspecto. A las otras plantas tampoco les gustaba mucho, les desagradaba que anduviera exhibiendose por allí disfrazado de arbusto agrediendo a la gente con sus filosas espinas. Esto lo afectó mucho emocionalmente. No se imaginaba como un cactus suculento y aburrido, pero tampoco como una planta común flacucha y desabrida. Él sabía que era distinto, así que sólo requirió tiempo para aceptar su apariencia y aprender a usarla a su favor. Ser un cactus intermedio le permitió conocer lo bueno y lo malo de ambos mundos, así que rápidamente supo aprovecharse de aquellos que caían en sus encantos. Fue el confidente de algunos, el amante bandido de otros y de alguna manera, pudo manipular y conciliar muchas discuciones entre bandos. Julián murió en el borde entre el amor y el odio, pero demostró que ser diferente puede también ser un punto de encuentro.
SONIA (stetsonia coryne) Cuando era joven, Sonia se enamoró perdidamente del humano que la cuidaba. Él era tan guapo y tan fuerte, además siempre le decía cosas lindas sobre sus ramas. Aunque ella casí alcanzaba los 2 metros, era una niña tonta de amor y era tanta su pasión que comenzó a producir hermosas flores blancas que él muy agradecido cosechaba para su hogar. Los años pasaban y ella cada día crecía más, tanto que al humano se le empezaba a hacer difícil atenderla y poco a poco dejó de visitarla. Eso la llenó de tristeza y con el tiempo se volvió dura e insensible, aunque siempre lo tenía en su corazón. Un día él apareció de nuevo en su jardín y quedó sorprendido con aquel hermoso árbol espinoso de más de 8 metros. Se dió cuenta de que la había abandonado y lamentó enormemente el mal estado de todo lo que la rodeaba, pues era la única planta que había sobrevivido a su desidia. Ella no pudo reconocerlo cuando llegó, estaba tan vieja y agotada que apenas sentía su entorno. Sin embargo, pudo sentir el momento en que él la tocó y ella sin querer lo pinchó. Solo una gota de sangre bastó para revivir todo su amor.
LOS CHÍCAROS (carnegiea gigantea) Los Chícaros son un equipo de exploradores. Cuando las plantas surgieron en la tierra, a algunas de ellas les correspondió colonizar zonas no tan cámodas y receptivas por lo que tuvieron que adaptarse para poder sobrevivir. Este grupo de pioneros terminó en el caluroso, seco y desolado desierto. Cuando llegaron estaban llenos de esperanza, pero en la medida que avanzaban, las cosas se ponían más difíciles, por lo que tuevieron que tomar medidas drásticas. Tenían que aprovechar al máximo los recursos, por eso se separaron, se llenaron de agua y se vistieron de espinas para evitar ser atacados. Ahora son los dueños del lugar, se yerguen como grandes tótems con sus figuras duras y esbeltas. Están orgullosos de su poder, vigilan todo el paraje y le dan casa y agua a sus vecinos animales. A veces les llegan cuentos de climas tropicales lluviosos que hablan de grandes árboles y plantas voluptuosas. Ellos no creen esas historias, nunca pudieron ver algo semejante. Y si fueran ciertas no estarían interesados, pues aquí todo es más tranquilo.
Las Ricardas (pachycereus marginatus) Siempre resulta curioso encontrar matriarcados, nos han acostumbrado tanto a la idea del machismo que cualquier otro sistema nos parece una rareza digna de nuestra atención. Las Ricardas no se ajustan a los cánones de la sociedad. Al más puro estilo de unas guerreras mitológicas, conforman una densa muralla que protege la casa humana más grande de la zona. Son muchas, fuertes de espíritu y bravuconas. Están tan juntas y firmes que no hay manera de traspasarlas, se podría decir que entre todas son una sola. Nadie sabe si en su grupo de hembras hay algún macho, y si lo hay, ha sido opacado a tal punto que ni siquiera es tomado en cuenta. Por supuesto, los que están fuera tampoco se les acercan ya que sienten miedo de ser sometidos a la indiferencia. De Las Ricardas no se esperan cosas buenas, se han vuelto fervientes defensoras de sus ideales y se han aislado tanto en su propio muro que son incapaces de aceptar y respetar otras formas de vida. Hablan de sus derechos mientras pinchan y sacan el agua de otros. A veces pasa que los oprimidos disfrazan de igualdad al deseo de castigar a sus opresores.
los MILICOS (echinopsis peruviana) Los Milicos, redondos y homogéneos, siempre eran sembrados en grandes grupos que formaban retículas perfectas. Ellos no sabían cómo era eso de crecer al natural, sin una estructura ideológica que definiera su geometría. Les gustaba tanto el orden que un día se autodenominaron regentes del jardín y a las demás plantas, más salvajes y desenfadadas, les pareció lo más correcto pues les parecía que ya era hora de poner reparos. El cambio fue evidente desde el inicio, hicieron una distribución equitativa de los bienes y establecieron planes para mejorar el crecimiento del colectivo. Pero el apoyo incondicional de sus seguidores los hizo cada vez más poderosos y ambiciosos, creyeron merecer más que los otros y ante el temor de perder el mando dirigieron todas las atenciones hacia el mantenimiento del sistema, aúnque fuera en detrimento del resto de la población. Cada vez que una planta se quejaba la apuntaban con sus espinas y cuando llegaban semillas a sus tierras las aplastaban con sus raíces. El jardín ya no era el mismo lugar pacífico de antes porque el exceso de poder, hizo que aquellos que estaban allí para mantener su soberanía perdieran el juicio y la razón.
LOS RAMÍREZ (cereus) Los Ramírez son una familia muy unida, de esos que se apoyan en las buenas y en las malas, motivo por el cual han crecido de manera vigorosa. Sus partes se entrelazan y confunden, pero eso más que molestarlos los ayuda a estrechar sus lazos. Los demás habitantes del jardín les tienen un poco de celos y les genera cierta suspicacia tanta perfección. “Algo malo tendrán que tener -decían las rosas chismosas mientras murmuraban entre risitas- al final de cuentas son unos cactus”. La envidía rodeaba la vida de esta familia, pero eso más que molestarlos, los hacía más fuertes. Sin embargo, cierta verdad tenían las rosas (como siempre las mujeres tienen ese “nosequé” de oler los secretos) y es que entre los Ramírez hubo un hijo enfermo que nunca quisieron mostrar porque los avergonzaba. Sergio Ramírez fue el sexto hijo de la familia. Nació con una mutación que lo hacía diferente, nadie más del jardín lo vio, porque desde el primer día, sus congéneres, decidieron formar una masa para esconderlo y encerrarlo. A sus dos añitos murió de asfixia, ellos lo mataron y ahora viven con la culpa. Los Ramírez no son felices y mucho menos perfectos.
Estela (astrophytum myriostigma nudum) Obsesionada con el orden y la geometría, estaba feliz de pertenecer a ese género de cactus con forma de estrella. Tener cinco puntas, cada una a casi 72º de la otra, con una bisectriz a cerca de 36º, le daban cierto grado de tranquilidad aunque a veces, esas pequeñas diferencias la enloquecían. La pobre Estela sufría de un trastorno obsesivo compulsivo que no la dejaba vivir en paz, para ella todo debía estar perfecto e impecable. Vaya horror el que sufrío aquel día que llegaron los escarabajos. Esos bichos asquerosos y sucios que traían bolitas de quién sabe que porquería a sus alrededores. Sí, eran esféricas, eso se les reconocía, pero no podían al menos hacerlas del mismo tamaño. Los escarabajos siempre la saludaban, le traían agua, dejaban unas bolitas extra para ella y cada tanto le hacían cosquillas con sus largas paticas puyudas. Eran encantadores, pero ella no podía soportar tal falta de geometría y decencia. Pero el cariño pudo más que sus manías. Estela poco a poco aprendió a apreciar las diferencias, el mal olor y los incómodos ruiditos de sus vecinos. La irregularidad y la sorpresa constante la hacían sentir viva y se dio cuenta que el verdadero amor no estaba en la perfección sino en saber tolerar las imperfecciones.
Los cHOLitos (sulcorebutia) Los Cholitos eran unos cactus autóctonos muy arraigados a su tierra y a sus costumbres, pero un día la vida los obligó a cambiar de lugar. Acostumbrados a una vida libre con tradiciones bien marcadas, de un día para otro terminaron todos juntos amontonados en un pequeño porrón lejos de casa. Para ellos no fue fácil migrar, pero no tuvieron otra opción y aunque nadie los trataba mal, sentían que no eran de allí. Era otra lengua, otra agua, otros nutrientes, otro ambiente. Tenían que empezar de cero y tratar de rehacer su identidad, con nuevas memorias, apegos y vivencias que les permitieran reconocerse y reencontrarse a sí mismos. Algunas veces soñaban con volver a su casa, a los buenos tiempos llenos de esperanza. Pero al darse cuenta de la realidad entristecían. No podían hacerlo, no en ese momento y quién sabe cuando podrían. Había que seguir luchando por una vida mejor. Ya han pasado varios meses desde que llegaron acá, todavía se sienten igual, con un enorme vacío en el espíritu. Se dieron cuenta que aquello que extrañan no era otra cosa que a sí mismos, porque el expatriado pierde además de parte de su vida, su lugar... ¿y acaso hay algo peor que no tener lugar?
Doña isabel (ariocarpus retusus ) Casi setenta años de matrimonio marcaron la vida de Doña Isabel y Don Gustavo. Ella y su esposo nacieron y crecieron juntos en el jardín xerófilo del parque. Se conocían cada tubérculo, cada raíz, cada pequeño rasgo de color. Se casaron a los ocho años, durante la ceremonia de su primera floración, fue un acto hermoso muy concurrido, con frutos, insectos y aguas de todo tipo, como se hacían las cosas en esas épocas. Don Gustavo se secó hace un año. Su muerte no los tomó por sorpresa, ambos sabían que estaba enfermo y que tarde o temprano se iría para siempre. Aunque los dos estaban viejos, Doña Isabel aprovechó al máximo sus últimos meses con él, todavía podían contar hormigas, quitar piedras con sus raices y jugar a tratar de desplazarse. Se negaban a dejar que la fatalidad invadiera sus vidas y borrara la felicidad de su amor. Un cactus se seca poco a poco, eso les dio tiempo suficiente para recordar entre risas traviesas todos los buenos momentos juntos. Hoy se cumplió un año del luto. Doña Isabel le prometió a su marido que sólo lo guardaría por ese tiempo y que no dejaría que la tristeza la enfermara. La alegría volvió a su vida y como en los viejos tiempos se vistió con una blanca flor.
JAVI (lophophora williamsii) Javi era el cactus más relajado del jardín, siempre estaba contento, nada le afectaba, nada le importaba. Era atento con las señoras, juguetón con los retoños y sus escasas espinas lo hacían tocable por los animales. La realidad no era un problema para él, la vida transcurría a otra velocidad ante sus ojos, lo cual le daba el tiempo suficiente para pensar lo absurdo de la existencia y prácticamente desconectarse de ella. Javi se perdía en sus introspecciones. Sin embargo, sus vecinos siempre decían cosas sobre él y la mayoría de las veces no eran buenas. De hecho, a pesar de que Javi los creía sus amigos, en verdad no lo querían cerca y cada vez que podían le daban un sermón sobre poner los pies en la tierra y abandonar el mundo de las ideas. Al chico poco o nada le interesaba lo que decían, le gustaba experimentar el inmenso conjunto de sensaciones que le enviaban sus sentidos y creer que sólo existía en sus propios pensamientos. Después de todo, se preguntaba, qué era eso que tan convencidos llamaban “realidad” y cómo era posible asegurarla cuando sus sentidos eran capaces de producir siempre otra.
RAMÓN (rhipsalis baccifera) Sus ramas largas y alborotadas al más puro estilo de un integrante de Guns & Roses, lo hacían un cactus de pocos amigos. No porque fuera un mal vegetal, nada más distante de eso, sino porque su estilo espantaba a las demás plantas. Él hacía caso omiso a los comentarios, sabía que aunque era rarito, era un buen cactus, motivo por el cual siempre trataba de dar lo mejor de sí mismo. “Vive y deja vivir” era su lema y en su mundo todos los buenos momentos eran bienvenidos. Un día una pareja de aves decidió hacer nido en su cesto. A ellas poco les importaba su aspecto o su carácter. Contento por la visita, Ramón hizo su fronda más densa y reguló la humedad de su tierra para que todo saliera bien, pero las semanas pasaron y los huevos nunca eclosionaron. Mamá-ave, estaba destruida, se culpaba de todo y no quería volver a volar. Las plantas cercanas no sabían qué hacer para calmarla, no era su reino y nada comprendían, Solo el raro de Ramón pudo consolarla, solo él la abrazó con sus ramas y con la sabiduría de aquel que vive la vida sin apegos le dijo que para vivir también hay que dejar morir.
porque no todo es color de rosas