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Laudelino Vázquez. La Serena

Laudelino Vázquez

¿Dónde estás, Miguel Miralles?, V

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Resumen: Miguel Miralles se encuentra volando en las alas del Cuélebre, mientras su mujer Natalia y su amigo intentan descifrar el enigma del teléfono móvil

Imagen de Barroa_Artworks en Pixabay

La Serena

Emparentadas con las xanas y encantadas a nivel funcional y simbólico, hasta tal punto que muchas veces es difícil discernir entre unas y otras en el análisis de los relatos orales, las sirenas o serenas pueden ser de agua salada o de agua dulce; es decir, aunque se consideran que son esencialmente seres marinos también se encuentran a veces en los lagos, en los pozos y en los ríos. Sin embargo, su carácter moral suele ser considerado negativo y perverso y se las asocia comúnmente con la seducción de jóvenes marinos a los que atraen con sus cantos a las costas peligrosas para que naufraguen y mueran en ellas.

https://misteriosleyendasdegaliciayasturias.wordpress. com/2017/09/26/seres-mitologicos-asturianos-las-sirenas-o-serenas/

La Serena

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Es la cuarta vez que el Cuélebre, se eleva y desciende en un looping infernal, que tiene el estómago de Miguel en la boca. Aunque intenta calmarse, le resulta imposible con el vaivén, así que en un momento en que parece volar rasante sobre el mar, intenta comunicarse con él, a pesar de que, desde que le habló, no ha vuelto a emitir más sonidos que los silbidos y el extraño chirriar con el que los acompaña. ―¿Me quieres decir a dónde vamos? —pregunta mientras el agua helada le golpea en la cara.

Por toda respuesta, el Cuélebre inicia un nuevo ascenso y vuelve a chirriar y silbar descontroladamente. ―No tengo más remedio que intentar saltar en marcha —grita Miguel, para darse ánimos, consciente de que va a ser imposible: la oscuridad que le rodea es tal que es imposible discernir si está a veinte metros o a doscientos del agua, y la velocidad a la que se mueve el remedo de dragón es tan alta que golpear contra la superficie sería como estrellarse contra una piedra. ―Así y todo —susurra—, casi es mejor tirarse y acabar de una vez. ―No seas pesimista, Miguelito.

Aunque el Cuélebre ha girado la cabeza hacia él, juraría que esa voz no ha salido de su garganta, más bien parece resonar en su cabeza. ―¿Quién eres? —pregunta Miguel, asustado. ―¿Qué más te da, quien soy? Digamos que el gato. Y tú, el ratón. ¿Has visto alguna vez a un gato divertirse con un ratón? ¿Perseguirlo y cercarlo en una tubería, sin más escape que intentar huir hacia arriba? ¿No? Pues es un espectáculo de lo más edificante. Cómo una y otra vez dirige al roedor hacia la vertical y, cuando cae, vuelve a empujarlo hasta que no tiene fuerzas. Solo entonces, cuando ve que el ratón no da juego y se rinde, lo mata. Yo soy tu gato, y no voy a dejarte que saltes del lomo de mi mascota para que el juego se acabe. ―¿Pero por qué a mí? ¿qué te he hecho yo? ―Llamarme. ¿Te parece poco? ―¿Llamarte? ―Y no pocas veces. Gracias a eso, es la primera vez que consigo trasladar hasta este lado a un adulto a través de El Sumiciu…

La cara de sorpresa de Miguel, no es mayor que la de su mujer y su amigo Mingo, contemplando la pantalla del teléfono como si a base de mirarla, fueran capaces a encontrar la clave oculta.

―¿Sabes lo que dice Sherlock Holmes? —comenta en ese instante Mingo— : Que cuando no encuentras la respuesta en lo posible, hay que buscarla en lo imposible. ―Si el móvil cayó en esta habitación, Miguel tiene que estar cerca, pero eso es imposible. ―¿Qué se te ocurre a ti pensando en lo imposible? Tú tienes más imaginación que yo. ―¿Que hay algo que se nos escapa? ¿Qué lo posible no tiene por qué ser lo habitual, lo normal? No lo sé. Lo único que hemos encontrado en el teléfono son rutas de senderismo en la provincia de León y a Miguel nunca le interesó el senderismo, ni León. Me duele un montón la cabeza y tengo frío ¿Te apetece un café? ―Pues algo tiene que haber en esas rutas que nos diga algo, pero ahora mismo no se me ocurre nada. Bueno sí, que de paso que haces el café, mires a ver si tienes unas galletas o algo así, el pensar me da hambre —responde Mingo con una sonrisa, cruzando la mirada por un instante con la de Natalia.

Un poco azorada, ella salta de la silla y se va a hacer el café. ―Miraré a ver qué tengo —añade, perdiéndose en la oscuridad de la casa.

Y en la oscuridad de la nada, la voz ha vuelto a dejar de sonar. El Cuélebre vuelve a sus silbidos y a sus vuelos rasantes y picadas salvajes. ―Tiene razón. El instinto de supervivencia pesa más que cualquier cosa. Si lo que quiere es jugar, jugaré. Soy el ratón en este tablero.

Con ese pensamiento en la cabeza, Miguel espera al instante en que el Cuélebre inicia el vuelo en vertical: durante unos segundos, parece aminorar la marcha, y en uno de los viajes, cuando cree que la dirección del vuelo es hacia la costa (nada se lo indica, pues por no haber, no hay ni estrellas en el cielo) se desliza hacia el costado y procura impulsarse hacia afuera.

Siente como las escamas le rasgan la piel, le convierten la ropa en jirones e incluso cree percibir el sabor de la sangre en los labios cuando la cara impacta contra el cuerpo del inmenso animal. Un abrazo de frío salvaje le recibe a la entrada en el agua. En la oscuridad más absoluta, cuando cree que la nada se ha apoderado de él, siente un fuerte tirón en el pelo, y un brutal impulso hacia abajo. ―¿Qué? —se pregunta mientras gana velocidad y los pulmones parece que van a estallar.

Pero sea lo que sea lo que le empuja, no tiene ninguna capacidad de enfrentarse a ello, así que se deja arrastrar mientras la sensación de proximidad de la muerte es cada vez más intensa. ―”Te quiero, Natalia” es la última frase que recuerda, porque delante de él su vida empieza a desplazarse a toda velocidad. Pasa en segundos, pero juraría que puede distinguir cada minuto de lo vivido, hasta que, esta vez sí, tiene que abrir la boca en busca del oxígeno que haya en el agua, y la oscuridad más absoluta se apodera de él.

Se despierta entre toses y estertores, en una especie de catedral de estalactitas y estalagmitas, de luces variables y ecos extraños. ―Por poco —musita una voz dulcísima.

Abre los ojos, y apenas distingue una enorme melena rubia aureolando una carita menuda. ―Otra Xana! —gime buscando aire

Siente un bofetón sorprendente teniendo en cuenta el tamaño de la mano que le golpea. ―Soy la Serena. No te confundas

Pero de inmediato cambia el tono agresivo por una voz melosa. ―Amor mío…

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