PU RG ATO R I O G u i l
l e r
m
o
P e r
e
i r a
No recuerdo la última vez que me sentí así. Esa sensación de que todo flota a tu alrededor, de que todo gira en torno a ti y tus sentidos no hacen más que distorsionarse, engañarte, hacerte creer que los tienes bajo su dominio cuando no es así. De todas maneras sería la última vez que estaría en ese estado, pues aunque, por muy familiar que lo sintiera, era algo completamente distinto. Algo que más tarde me haría pensar que en todo lo que alguna vez creí, era cierto. Morí. Todo se vió nublado aquel día que traté de hacerme el valiente cuando era asaltado. Morí como un pordiosero, en la calle sin poder pedir ayuda y desangrado más de lo que creí que una persona podría sangrar. Las estocadas, de hacerme sentir dolor, se transformaron en una cálida agonía que estaba lejos de ser un acto brutal hecho por un antisocial; sino más bien una invitación a escapar finalmente de la vida de mierda que estaba viviendo. – No te muevas bruscamente, quédate recostado- , murmuró una voz junto a mi cuando volví a nacer. – Mi nombre... mi nombre es Martín Fer...-, no me dejó terminar. – No estás en el hospital, ahorra tus eneregías en presentarte. Sé quien eres.Para ese punto ya fue fácil sacar conclusiones. – Dime qué debo hacer aquí-, le respondí casi al instante. No se me ocurrió algo más inteligente para decir en aquel momento. Mi sorpresa, si bien entendía lo que sucedía, era manifestada por una ansiedad que se negaba a dejarme llevar por ese estado de pseudo embriaguez. Me seguía sintiendo vivo. – Estás en el Purgatorio. Supongo que sabes lo que significa.- Dijo la entonces difusa figura que estaba a algunos metros de mí. Nunca fui muy católico ni apegado a ninguna religión a decir verdad, pero algo entendía sobre ritos y sucesos que se creía tenían lugar después de la muerte. Nunca me
consideré ignorante. Al menos fui de esas personas con las que se podía entablar una conversación sobre casi lo que sea. Fui un adicto a los libros de historia y artes, aunque estaba muy alejado de lo que realmente hacía para ganarme la vida. – No he sido una buena persona, lo sé. Creo que tengo historias que contar al respecto por una eternidad completa.Si bien terminé esa frase con algo que podría parecer una humorada, el no saber las nuevas reglas a las que me tenía que someter, hicieron que mentalmente me retractara por lo que dije. Esa eternidad podría ser posible aquí, y es el motivo que me ha convertido a la fuerza en un ser paciente en estos momentos. Muchas cosas pensé de este lugar anteriormente, pero finalmente no todas eran de la manera que lo esperaba. – Así es, has cometido muchos malos actos que deben ser purificados, aquí y ahora.– Lo sé.En ese momento, asumí que ese día llegaría. El día en que todos los actos malos que había hecho debían ser escuchados y perdonados. Nunca me confesé ni pensé en hacerlo. Creí siempre en mí y en que todo lo que hacía tenía una justificación. También siempre tuve en cuenta que era humano y me equivocaba, pero las instancias de arrepentimiento nunca salieron de mi mente; ni siquiera de mi boca. En vida no conocí la palabra Perdón recreada con mis cuerdas vocales. – Piensa en lo malo que has hecho, y de lo que estés realmente arrepentido.– Hice muchas cosas mal; robé, mentí, cometí adulterio y agredí a mucha gente que se metía conmigo y con mi mundo. – Relátame algunos de esos episodios.- Me dijo suavemente. Supuse que algo así era un confesionario. Me sentí incómodo pero no tuve dificultad en abrirme. Vamos, que estaba muerto; había que ceder algún día. Mientras le contaba mis más descabelladas acciones a lo largo de mi vida, vi como esta figura hasta ese entonces borrosa, se acercaba y me tocaba la frente. De manera cálida sentí
que vivía exactamente como yo las situaciones que le narraba. – Sigue, cuéntame más.- Me repetía siempre con su mano en mi frente. – Una vez, le quebré la muñeca a un imbé... a un compañero de clase, pues pasó a llevar a mi novia de aquel entonces, en una fiesta organizada por el curso inferior del instituto. – ¿Y cómo te sentiste?.– Sentí mucho odio... El sólo hecho de recordar aquel momento, volví a apretar los dientes. En ese momento, sentí que volvía en el tiempo y estaba nuevamente allí, en el patio del establecimiento con el chico enfrente mío. Mi respiración se agitó y empuñé mis manos. – "¿Quién mierda te crees? ¿Eh? ¿Eh? ¿Sabes quien soy?" Luego vi claramente la sangre en mis manos temblorosas que se enorgullecían del acto. – Cuéntame qué más sentiste en ese momento.– Odio en su totalidad, nada más que eso... y sed de venganza... – Bien, mantén esa sensación, cuéntame otro episodio que quieras purificar... Al momento que le seguí contando de gran parte de mi vida, mi cuerpo se fue tensionando, fui parte de un cambio en mi interior, como si todo lo malo lo estuviera concentrando en un sólo punto, en mi corazón. La figura que estaba enfrente mío cada vez era menos borrosa. De a poco la distinguía, pero el estado en el que estaba me impedía racionalizar correctamente. Mi abuela me contó que en el Purgatorio uno sufría como en el infierno, que la estadía en este lugar no era placentera y debía soportarse como una barrera final hacia la otra vida. Luego de lo que podrían haber sido un par de horas, el ángel sacó su mano de mi cabeza y respiró hondamente. Se abrió algo como un portal, a algunos metros de distancia de nosotros. – Sígueme, puedo curar tu mal, yo llevo la luz.-
En ese momento, la razón dio un golpe dentro de mí. Golpeó mi mente, y, desconectándose de mi corazón, me despertó del letargo causado por el odio y maldad al cual yo mismo me sumergí. – No.- Le contesté. -No iré contigo.– ¿Acaso no quieres salvarte? ¿Prefieres padecer las penas del infierno en vez de seguir mi camino?. Ven, te llevaré a la luz eterna, olvida tus miedos. Ya podía distinguir sus ojos, y me miraba de manera un tanto impaciente. – Sé quien eres y no te tengo miedo.- Le dije cortantemente. – ¿De qué estás hablando?.- Se mostró extrañado. – De que sé quien eres. Y acabo de entender lo que hiciste conmigo, pero cometiste un pequeño error. – ¡Déjate de hablar estupideces, y ven conmigo, humano estúpido!.- Gritó mientras se abalanzaba sobre mi con una mirada penetrante y de color cambiante. Sus manos de uñas afiladas que me rasguñaron al sujetarme bruscamente. En un comienzo, todo esa maldad que aún tenía en mí, me hizo perder fuerzas y entregarme con facilidad. "El demonio siempre va a tratar de engañarte, y si puede, humillarte frente a su ególatra perfección". Fue algo que mi abuela me relataba cuando era pequeño, en una de sus tantos momentos esotéricos que le daban de vez en cuando, y en ese momento pude comprender a lo que se refería. Más aún, vivirlo en carne propia, paradójicamente. Mientras me arrastraba desde un brazo, con una fuerza inhumana, traté de que la calma se apoderara de mi interior, sintiendo un ardor en el pecho que me hizo escapar un leve alarido al cielo. – ¡¿Pero qué mierda haces?!.- Brúscamente me soltó el brazo y retrocedió un paso. – ¡Eres tan estúpido que al enseñarme a darte fuerzas no te diste cuenta que me diste las armas para poder derrotarte!.- Le respondí confiado pero a la vez muerto de miedo.
Paz, perdón y piedad: En ese momento se transformaron en mi tridente. El odio se escurrió de mi mente y lo que en un momento fue un descontrol total de mis acciones, se transformó en su contraste, en aquello que todos tenemos, aunque sea en una pequeña proporción. La bondad. – No me lograrás evadir con tan sólo buenos pensamientos, chico inteligente... ¿Acaso me crees tan débil?.- Luego de pronunciar esas últimas palabras lanzó una risa gutural que me llegó a estremecer por completo. Era la voz de quien él mismo dijo ser, y que finalmente fue su pequeño desliz que lo delató. Él era el portador de luz, Lucifer. – No te evadiré...– ¡Entonces ven, hijo de puta! ¡Ven conmigo al infierno y olvídate de lo celestial, de promesas que jamás se cumplirán! ¡Ven y yo te daré la vida eterna!. – ... Te perdonaré.– ¡¿Qué?!.– Así es, perdono tus malos actos, para que estés un paso más cerca de la purificación... – ¡¿Pero qué mierd...?!.- Gritaba en el momento que destellos de luz descendieron del cielo y con forma de manos comenzaron a rodear a la figura que para ese entonces ya era tomaba forma casi humana y rodeada de un aura más negra que la oscuridad misma. Su camuflaje no había bastado en aquel infinito lugar, el cual fue testigo de cómo los destellos de luz se adherían al cuerpo del demonio y lo quemaban, despedazándolo casi al instante. – ¡Te maldigo, bastar...!.- Fueron sus últimos gruñidos antes de que su boca cayera al piso y se disolviera junto con el resto de su cuerpo, liberando un hedor que jamás podré olvidar. El portal y posible puerta al infierno, se cerró lentamente. Aquel momento, sentí que hubiera envejecido. La noción del tiempo era algo que estando allí, se burlaba de uno; jugaba acelerando y desacelerando deliberadamente. Me sentía cansado. Me fui del lugar, que no tenía distición alguna de los diferentes espacios disponibles en aquel limbo.
Mientras escribo esta nota mental me encuentro en lo que parece ser un rincón de la inmensidad, esperando aquel momento, esperando mi turno para pasar a la siguiente vida. Esperando la purificación; esperando ese perdón que nunca fui capaz de dar en vida y me sirvió para librarme del mismísimo demonio. Quien lo diría. Y sigo atento en la eternidad, confiando en que ese momento llegará.¿Vendrá alguien por mí? ¿Volverá un espía seductor de la maldad a tratar de llevarme nuevamente? ¿Seré capaz de creer en lo que sigue?. Tendré que esperar pacientemente para averiguarlo. Mientras tanto, la inmensidad del Purgatorio me acompañará.