Luz o tinieblas libro web revisión 2013

Page 1


LUZ O TINIEBLAS; La luz del Evangelio o las tinieblas del papado Por

© Miguel Rosell Carrillo Todos los derechos reservados INDICE

PREFACIO .................................................................................................................................................2 CAPÍTULO 1

LA FE, JESUCRISTO, Y PALABRA DE DIOS ........................................................4

CAPÍTULO 2

LAS IMÁGENES Y LOS MANDAMIENTOS DE LA LEY DE DIOS .................20

CAPÍTULO 3

DOCTRINAS VARIAS DE ROMA Y SU CONTRASTE CON LA BIBLIA ........27

CAPÍTULO 4

LA IGLESIA DE ROMA............................................................................................53

CAPÍTULO 5

SIMÓN PEDRO VERSUS EL PAPADO ..................................................................73

CAPÍTULO 6

HISTORIA DE LOS PAPAS DE ROMA (I).............................................................95

CAPÍTULO 7

HISTORIA DE LOS PAPAS (II) .............................................................................124

CAPÍTULO 8

HISTORIA DE LOS PAPAS (III)............................................................................160

CAPÍTULO 9

HISTORIA DE LOS PAPAS (IV)............................................................................202

CAPÍTULO 10 EL DOGMA DE LA “INFABILIDAD”: UN PASO MÁS HACIA EL ANTICRISTO.........................................................................................................................................240 CAPÍTULO 11

EL PODER DE ROMA ES EL PODER DE LOS PAPAS; ..................................256

(SUCESIÓN APOSTÓLICA O PAPAL) .............................................................................................256 CAPÍTULO 12 ... CON PIEL DE CORDERO ..................................................................................266 CAPÍTULO 13

SOBRE MARÍA, LA MADRE DEL SALVADOR................................................284

CAPÍTULO 14

BABILONIA; LA CUNA DE LAS FALSAS RELIGIONES ...............................308

APÉNDICE; EL JURAMENTO DE INDUCCIÓN EXTREMA DE LA SOCIEDAD DE JESÚS (JESUITAS) ............................................................................................................................................322 BIBLIOGRAFÍA ....................................................................................................................................324

1


LUZ O TINIEBLAS; La luz del Evangelio o las tinieblas del papado Por

© Miguel Rosell Carrillo Todos los derechos reservados

Prefacio Estoy convencido de que la tradición religiosa, a lo largo de los siglos, ha jugado una mala pasada a muchas gentes, confundiéndolas, mostrando como verdadero, por comúnmente aceptado, lo que no es. No nos podemos basar en la tradición, en la experiencia y consejo de nuestros antecesores, a la hora de decidir creer lo que es verdad y lo que no; entendiendo por verdad, la revelación del Dios verdadero. Esta es la razón por la cual me decido a escribir: “Luz o tinieblas”. Este trabajo quiere traer luz y entendimiento. La luz y el entendimiento que vienen de Dios, por Su Palabra, y así discernir lo que es Suyo de lo que no lo es, por antiguo y enraizado en los tiempos, en la cultura, en las mentes, y en los corazones que esté. Esta es la verdad: La Palabra de Dios es poderosa: “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien, todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de Aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4: 12, 13). Aquel que sea de la verdad, conocerá y aceptará la verdad, aunque le llegue a costar admitir muchas cosas. Las tinieblas se oponen a la luz, pero no prevalecen: “En Él (Cristo) estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella” (Juan 1: 4, 5). Muchos, ignorantemente creen, sin saber, que Roma y la Biblia son prácticamente sinónimos. Definitivamente he de decir que ¡nada más alejado que eso! En este libro veremos que la verdad de Dios revelada en Su Palabra, la Biblia, está muy lejos, en muchos casos, de lo que Roma ha estado enseñando dogmáticamente, y mostrando al mundo a lo largo de aproximadamente mil quinientos años. Para todo ello, nos centraremos en la exposición de la verdad escritural, y en Jesucristo, Persona central de las Sagradas Escrituras. Todo el mundo habla de Jesucristo, y no es para menos, dice la Biblia que “En ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12). El es Dios que se hizo hombre (Filipenses 2:5-7), el Salvador de toda la humanidad. Pero, ¿cómo podemos conocerle, seguirle, amarle, obedecerle? La respuesta es sencilla y única, Cristo mismo la dio a los judíos: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de Mí” (Juan 5: 39). Sólo a través de lo declarado en la Biblia, la Palabra de Dios, sin añadiduras ni sustracciones; tal y como es. 2


Con amor y firmeza, deseo resaltar la realidad de lo que enseña la Iglesia de Roma, contrastándola con la revelación de Dios a través de Su Palabra, contando además con la ayuda de la evidencia y peso de la historia. Veremos quiénes y cómo eran muchos de aquellos personajes que dictaron el dogma romano, y veremos si son o no dignos de ser creidos. La piedra angular sobre la que se basa el edificio de la Iglesia Católica Romana es el principio de la “sucesión apostólica”, es decir, la sucesión de los papas. Pero, ¿es esa sucesión real y verdadera? ¿qué tiene que decir la Biblia y la historia al respecto?. Este será uno de los temas centrales a desarrollar en este libro. Muchos, probablemente, me acusarán de juzgar condenatoriamente; sin embargo, para que la verdad salga a la luz, es necesario juzgar los hechos, y las falsas doctrinas que los promueven. A los hombres que los cometen y fomentan ya les juzgará Dios. Por lo tanto, no es mi deseo, por otra parte, atacar o condenar, aunque a veces, la revelación de la actuación de ciertas personas y realidades de Roma, sorprenderá y, por qué no decirlo, ofenderá a más de uno seguramente. ¡La verdad ofende! No obstante, la misma Biblia nos exhorta a defender la fe que una vez nos fue revelada. Encontramos en la Epístola Universal de Judas: “Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Judas 3). Me anticipo diciendo que la manera que existe para saber si un árbol frutal es un buen árbol, es considerando sus frutos (Mt. 7: 16-20). ¿Cuál es el fruto de la iglesia de los Papas? De eso tendremos mucho que hablar... Entendemos que ante la verdad revelada, el hombre no puede quedarse impasible, sino que debe reaccionar, bien aceptándola, creyéndola y viviéndola, bien rechazándola, asumiendo la plena responsabilidad que como ser humano tiene ante su Creador. Este es el tiempo de tomar decisiones frente a Cristo Jesús. El dijo: “Yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida, y nadie viene al Padre sino por Mí”. Esta declaración justa y verdaderamente dogmática merece una respuesta, y muchos pagaron con su vida por creerla. Ahora es el tiempo de ir a la Luz...o permanecer en tinieblas.

3


Capítulo 1

LA FE, JESUCRISTO, Y PALABRA DE DIOS

Había una misionera cristiana que servía en el Oriente-Medio y trabajaba con niños. Estaba conduciendo un jeep en el cual tenía dos o tres cosas que pertenecían a los infantes. Un día conduciendo por un camino el vehículo se quedó sin gasolina, entonces pensó “Tengo que ir a conseguir gasolina en alguna parte”. El problema era que no tenía una lata para poner el combustible. Entonces miró en la parte de atrás del jeep y lo único que pudo encontrar fue un orinal. Lo cogió y caminó hasta la gasolinera más cercana, lo llenó con gasolina y volvió al coche. En aquel momento cuando estaba echando la gasolina en el coche pasó una limusina con dos jeques dentro. La limusina se detuvo y uno de los jeques bajó la ventanilla eléctrica, miró hacia afuera y vio a esta mujer vertiendo el contenido del orinal en el coche. Dijo, “perdone señora, mi amigo y yo no compartimos su creencia pero la admiramos inmensamente por su fe”. Si hubiera estado haciendo lo que ellos creían que estaba haciendo, eso hubiera sido fe ciega (no hay razón para creer que un coche pueda funcionar con orina). Pero la fe que tenemos en Jesucristo no es fe ciega. Es una fe basada en la verdad. Es una fe basada en Jesucristo, que es la Verdad. (Historia sacada del libro Questions of Life de Nicky Gumbel). Entendemos que un cristiano no es alguien que vive en el seno de una familia cristiana. Alguien dijo muy acertadamente que Dios no tiene nietos, sólo tiene hijos. Tampoco es alguien que vive en una sociedad o un país cristiano. No es alguien que viene de una tradición cristiana. Tampoco es alguien que se identifica con cierta creencia religiosa... Un cristiano es un seguidor de Cristo. Un cristiano, tal y como la Biblia lo define, es alguien en el cual Cristo mora por Su Espíritu. En la Epístola a los Romanos, el apóstol San Pablo dice: “Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Él” (Romanos 8: 9). Pero, ¿cómo estar seguro del camino a recorrer para ser un buen cristiano? ¿cuál ha de ser la enseñanza a seguir?, y antes de eso, ¿cuál es la evidencia para creer en Jesucristo? Vayamos a la evidencia histórica. Existe la evidencia de los historiadores romanos. Tácito se refiere directamente a Jesucristo; Suetorio indirectamente. Hay entonces historiadores romanos que vivieron en el tiempo de Jesús y que lo mencionaron. También se le encuentra en el trabajo de un historiador judío llamado Josefo. El no era cristiano pero escribió esto: “Había durante este período un hombre llamado Jesús, un hombre sabio, si se le puede llamar un hombre, porque hacía trabajos maravillosos; un maestro de aquellos que querían recibir la verdad, atrajo hacia él a muchos de los judíos y gentiles. Era el Cristo y cuando Pilatos, ante la sugerencia de los hombres importantes entre nosotros, le había condenado a la cruz, aquellos que le habían amado desde el principio no le traicionaron, ya que el apareció ante ellos vivo al tercer día, como los profetas divinos habían profetizado. Esta y otras diez mil cosas maravillosas acerca de él y de la tribu de los cristianos, tomando en cuenta que su nombre no se ha extinguido en el tiempo presente, son verdad”.

4


Hay más evidencia cristiana fuera del Nuevo Testamento, pero también hay evidencia cristiana dentro del Nuevo Testamento la cual no podemos ignorar. Algunas personas dicen “Ah, los evangelios ¿cómo sabemos lo que originalmente escribieron? ¡Eso fue hace 2.000 años! Después de aquel tiempo seguramente las cosas han cambiado”. ¿Cómo sabemos que los evangelios que vemos hoy son realmente lo que Mateo, Marcos, Lucas y Juan escribieron? La respuesta es que hay una ciencia llamada Crítica Textual. Esto quiere decir que cuanto más evidencia manuscrita hay acerca de un documento histórico original, tanto mas podemos averiguar lo que el escritor original escribió. No tenemos el original de cualquier manuscrito antiguo. No tenemos el original de “Las Guerras de las Galias” de Julio César por ejemplo, pero tenemos manuscritos que son copias de copias de copias de copias. Cuantas más copias tenemos, más fácil saber como era el original y estamos más cerca de averiguar lo que la gente originalmente escribió. Así que vamos a comparar con otros manuscritos antiguos. Tomemos”Las Guerras de las Galias” de Julio César, por ejemplo. Fueron escritas entre el 58 y 50 antes de Cristo. La copia más reciente que tenemos es del año 900 después de Cristo. Así que hay un período de 950 años entre el original y su copia. En total, tenemos 9 o 10 copias. La historia romana de Tito Livio fue escrita entre el año 59 a.C. y el 17 d.C. Nuestra copia más reciente es del año 900 d.C. Hay un intervalo de 900 años y tenemos 20 copias. Tácito escribió alrededor del año 100 d.C. La copia más reciente es del año 1.100 d.C. Hay un intervalo de 1.000 años y tenemos 20 copias. Tucídides escribió en el año 400 a.C. La copia más reciente es del año 900 d.C. Hay un intervalo de 1.300 años y tenemos 8 copias. Herodoto se escribió en el año 450 a.C. La copia más reciente es del año 900 d.C. Hay un intervalo de 1.300 años y tenemos 8 copias. E. F. Bruce, un teólogo y comentarista bíblico, escribió: “Ningún estudioso de los clásicos escucharía la opinión de alguien que dudara de la autenticidad de Herodoto o Tucídides, aunque las copias de los manuscritos que podemos disponer de su trabajo actualmente, tienen 1.300 años más que el original”. Cuando vamos al Nuevo Testamento vemos que fue escrito entre los años 40 y 100 d.C. La copia más antigua que tenemos (encontrada recientemente), es parte del evangelio de Juan, escrito en el año 130 d.C. Tenemos manuscritos completos del año 350 d.C. No sólo uno, más de uno. Recuerde que, con los otros clásicos había entre 10 y 20 manuscritos, y a veces sólo 8, sin embargo, en total, en el Nuevo Testamento tenemos 5.000 manuscritos griegos, 10.000 manuscritos latinos, 9.300 manuscritos de otros y hay 36.000 citas en los manuscritos de los padres apostólicos. De modo que el gran estudioso y critico textual, F. J. A. Hort dijo esto:”En la variedad y complejidad de la evidencia en la cual descansa el texto del Nuevo Testamento, destaca absolutamente como el único entre los escritos antiguos de prosa”. Sabemos con certeza lo que escribieron los apóstoles. Hay buena evidencia fuera y dentro del Nuevo Testamento de Jesucristo. Con todo ello podemos descansar en el hecho de que las palabras de Jesús de Nazaret, no sólo no se han perdido (Mt. 24: 35) sino que tienen poder para cambiar vidas aun hoy en día (1 Corintios 4: 20). Así pues, la enseñanza a seguir es la Palabra de Dios, la cual es inmutable. Para ser ese seguidor de 5


Cristo que un cristiano debe ser, sólo en la Biblia se encontrará la guía correcta e inconfundible. ¿Por qué sólo en la Biblia? Porque la Biblia es la Palabra de Dios, y por lo tanto, posee toda la autoridad de Dios en sí misma. Dios desea que los que le buscan, lleguen a saber lo que les conviene, que encuentren la verdad; por eso El nos ha dado Su Palabra. Jesús de Nazaret dijo a sus discípulos: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá” (Mateo 7: 7, 8). Es el deseo de Dios que le busquemos de todo corazón. No es el deseo de Dios que nos conformemos con cualquier cosa. El desea tener una relación muy personal con cada uno de los Suyos. A veces, existen impedimentos para que esto sea así. Diferentes temores, conformismo, tradición, rutina...tantas cosas que hacen de filtro oscuro para que no podamos ver a Dios y esperar de Él... ¡Pero El siempre está ahí esperando que nos volvamos a El de todo corazón!

¿Temor a lo desconocido? El apóstol San Pablo dijo una vez: “Examinadlo todo; retened lo bueno” (1 Tesalonicenses 5: 21). Este consejo bíblico destruye todo prejuicio, temor e ignorancia. Dios quiere que tengamos seguridad en lo que creemos. No es ningún pecado ni traición escudriñar y poner a prueba lo que siempre hemos tenido por verdad, porque así se nos haya legado. Sólo hay una auténtica verdad, y Dios ya la ha manifestado. Esta verdad es Su Hijo Jesús, y este libro que tiene Vd. en sus manos está para ayudarle a ver a Jesús, quitando todo velo que no deja ver bien, todo prejuicio que atemoriza y bloquea, todo miedo a lo desconocido; pero mejor que en este libro, le puedo asegurar que es en la Biblia donde Vd. encontrará la mejor de las ayudas, sin lugar a dudas. Jesucristo dijo: “Si me amáis, guardar mis mandamientos” (Juan 14: 15). Entonces se trata de poner por obra todo lo que la Palabra de Dios dice; por todo ello, nos será imprescindible conocerla. El ejemplo para nosotros lo tenemos en el mismo Jesús, en su dependencia total del Padre, y en el conocimiento que El tenía de la Escritura. Así quiere Dios que nosotros vivamos, en dependencia total de El y de Su Palabra.

Viviendo la vida cristiana según Cristo Si queremos saber de verdad como vivir una vida cristiana de plenitud, tal y como se vivía en el entorno de la Iglesia primitiva, la fundada por el Señor Jesús, no podremos hacer ninguna concesión a los principios enseñados en la Biblia, ni interpretarlos fuera del contexto de su enseñanza. Mientras la Iglesia Universal está por todo el mundo esperando su redención y al Amado, es esencial que aquellos que desean ser cristianos, lo sean como debe ser, es decir, basados en la enseñanza espiritual y práctica de la Biblia, sin aditivos ni mermas de ninguna clase. La Biblia es la revelación completa y suficiente de Dios al hombre individual.

6


¿Biblia...o tradición? Ninguna tradición religiosa, u otra fuente, por bien intencionada que fuere, podrá sernos útil si contradijere la Biblia. Para aquellos que dudan porque su tradición religiosa les impone algo opuesto a la revelación bíblica, es menester decirles que sólo las Sagradas Escrituras merecen absoluta preeminencia. Dijo el apóstol Pablo en el libro de Gálatas: “Si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema. Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema” (Gálatas 1: 8, 9) Cualquier declaración religiosa, sea dogmática o no, del tipo que sea, por muy enraizada que esté en la sociedad; fruto o consecuencia de alguna antigua tradición y aceptada, pero que contradiga la Palabra y el Espíritu de la Biblia, no será acepta ante Dios, y por lo tanto, debe ser rechazada por todos los verdaderos creyentes. Cualquier intento de modificar lo declarado en la Biblia a causa de la llamada tradición por Roma; declaraciones ex cátedra de los diversos romanos pontífices: Los dogmas; concilios ecuménicos, etc. que añadan, quiten o minimicen lo revelado en la Palabra de Dios, no viene de Dios, por lo tanto, no tienen ninguna validez ante Él. Estaremos mostrando a lo largo de este libro la falta de apoyo escritural y ético de esos dogmas y de los que los establecieron. Si alguien se siente seguro de su fe en lo establecido por Roma apoyándose en el hecho de que teóricamente ninguno de sus dogmas ha sido jamás abolido, es menester hacerle saber que aunque esto fuera así, que no lo es de hecho, no garantiza en modo alguno que esos dogmas o parte de ellos constituyan la verdad de Dios. Alguien dijo una vez que si una mentira se repite una y otra vez, al final se acaba creyéndola como verdad. Sólo hay una manera de saber si algo es verdad o no, confrontándolo con la Biblia, la Palabra de Dios. Roma dice que la Iglesia romana siempre ha creído los mismos dogmas desde los tiempos bíblicos. Por eso, E. Schillebeeckx, teólogo romano, sostendría que ya los primeros discípulos creían que el papa de Roma era infalible cuando hablaba ex cátedra. Esto en sí reviste un problema de base, sobre todo porque el título de “papa” era algo totalmente desconocido en el Nuevo Testamento y en la Iglesia primitiva. Los mismos teólogos de Roma tienen problemas insalvables a la hora de intentar demostrar que ciertos dogmas, por ejemplo, el de la Asunción Corporal de María a los Cielos, era algo sabido, creído y enseñado por los apóstoles del Nuevo Testamento, sencillamente porque éstos nunca dijeron nada al respecto. Existe otra razón de más peso, sencillamente porque estos dogmas contradicen la verdad revelada por Dios en Su Palabra. Estaremos viendo todo ello.

¿Temor a la Palabra de Dios? No hay que tener temor de no comprender o de comprender mal la Biblia, porque si uno se acerca a Dios a través de Su Palabra sin ideas preconcebidas y con un espíritu 7


sencillo de aprendiz, de buscar a Dios, Dios, a través del Espíritu Santo le guiará con plena seguridad. Así se construye el verdadero cristianismo en la vida del individuo. La Biblia es el único libro en el mundo que se ha de leer junto con su Autor. Por eso mismo, la Biblia se interpreta a sí misma, porque es Palabra viva. La Biblia es la misma autoridad de Dios. No debemos ignorar por qué algunos han interpretando mal la Escritura o incluso la han torcido, como sería el caso de los llamados “testigos” de Jehová entre otros. El fundador de los “testigos”, Charles T. Russell, partió a la hora de basarse en la Biblia para definir sus doctrinas, en prejuicios religiosos y conclusiones personalistas preestablecidas, que le marcaron e influenciaron totalmente. Por ejemplo, para el estudio de la Biblia, él partió de la no aceptación personal de la Deidad de Cristo. También partió del error de considerar al Espíritu Santo como una simple “fuerza activa”. Con todos esos planeamientos subjetivistas es obvio que interpretara mal la Biblia, cuando esta declara claramente que: 1) Cristo es Dios, 2) El Espíritu Santo es Persona. A tal punto llegó la obcecación de los “testigos”, que se atrevieron a cambiar en su versión pervertida de las escrituras (NM), los textos bíblicos donde se menciona la Deidad de Cristo. De la misma manera ha ocurrido con todos aquellos que se han desviado de la verdad, aun diciendo que se basaban en la Biblia. Podemos descansar sabiendo que hay un Dios en el universo y que Éste ha dado al hombre a conocer Su Palabra, la cual es inmutable, como Él es inmutable. Ireneo (130-200) una vez dijo: “Las Sagradas Escrituras son perfectas”. Creemos en un Dios que es Todopoderoso, y así, capaz de salvaguardar Su Palabra a través de los siglos; no importa los vaivenes de la historia, el error de los hombres, ni las asechanzas del diablo y sus huestes. ¡Dios siempre tiene el control! “TODA LA ESCRITURA ES INSPIRADA POR DIOS, UTIL PARA ENSEÑAR. PARA REDARGUIR, PARA CORREGIR, PARA INSTRUIR EN JUSTICIA, A FIN DE QUE EL HOMBRE DE DIOS SEA PERFECTO, ENTERAMENTE PREPARADO PARA TODA BUENA OBRA” (2ª Timoteo 3:16, 17) La Biblia es la base inamovible del cristianismo. Si el cristianismo existe, es porque la Biblia existe. Si la dejamos de lado, mucho, o en parte, o la contradecimos, ya no tendremos cristianismo, sólo llegaremos a tener un falso sucedáneo. Todo lo que Dios ha revelado al hombre para su bien, está escrito en ese Libro que consta a su vez de sesenta y seis libros y resume los Dos Pactos que Dios ha hecho con la humanidad, que son el Antiguo y Nuevo Testamento. Dios es el Autor de Su Palabra, que llega a nosotros escrita por diversos siervos Suyos inspirados por el Espíritu Santo, empezando con Moisés, el autor del Pentateuco o la Ley (Toráh), y son los cinco primeros libros del Antiguo Testamento, hasta Juan, el autor del Apocalipsis.

8


Si alguno quitare o añadiere... La fe cristiana se ha de basar exclusivamente en la Biblia, toda añadidura o sustracción está prohibida por la misma Palabra de Dios. La misma Biblia se defiende a sí misma: “No añadiréis a la Palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella, para que guardéis los mandamientos de Yahvéh vuestro Dios que yo os ordeno” (Deuteronomio 4:2). “Cuidarás de hacer todo lo que Yo te mando; no añadirás a ello, ni de ello quitarás” (Deuteronomio12:32). “Toda Palabra de Dios es limpia; El es escudo a los que en Él esperan. No añadas a Sus Palabras para que no te reprenda y seas hallado mentiroso” (Proverbios 30: 5, 6). Así mismo, en el último libro de la Biblia, el Apocalipsis, encontramos lo mismo, añadiendo una advertencia: “Y si alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del último libro de la vida, y de la santa ciudad y de las cosas que están escritas en este libro” (Apocalipsis 22:19) Todo lo escrito y revelado en la Biblia es Palabra de Dios y se cumplirá. Jesús dijo: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido” (Mateo 5:17, 18). La fe ya nos fue revelada completamente cuando se cerró el canon bíblico con el último libro que lo compone, el Apocalipsis de Juan. La Epístola de Judas fue escrita hacia el 70 o 75 d. C., y en ella hay una perla que me gustaría que volviéramos a admirar una vez más. Se trata del versículo 3, y dice así: “Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Judas 3). Esa fe que nos salva y nos hace aceptos a Dios ya fue revelada a todos los hombres mucho antes de que la Iglesia de Roma existiera siquiera, ¿por qué entonces deberíamos prestar atención a enseñanzas que lejos de ayudarnos a permanecer en esa fe revelada, la cual es Cristo Jesús, más bien nos aparta? Encontramos en el libro de Proverbios: “Cesa, hijo mío, de oír las enseñanzas que te hacen divagar de las razones de la sabiduría” (Proverbios 19: 27) Una cosa es bien cierta, ha habido gran número de añadidura a la Palabra de Dios por parte de la Iglesia de Roma. Esa añadidura está prohibida por la misma Palabra de Dios y por lo tanto hay que desecharla. No hacerlo así, supone un grave pecado del cual muchos tendrán que dar cuentas un día a Dios ante Su Trono ¡No participemos de ese pecado nosotros!

Nuestra confianza en Cristo y en Su Palabra Entendamos que todo lo que el hombre necesita para su reconciliación con su Creador, está clara, completa y suficientemente expuesto en la Palabra de Dios, la Biblia. El Autor de nuestra salvación es únicamente Cristo Jesús, el Mesías de Israel, el Salvador y Señor de toda la tierra. Su obra en la cruz y su resurrección, mediante la fe, nos autoriza a acercarnos con confianza al Trono de gracia para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro (Hebreos 4: 16). 9


Nada se puede añadir a la obra de Cristo en la cruz. La salvación y la llenura del Espíritu Santo son completas sólo por los méritos de Cristo. Todo ello se recibe por la fe. Cristo dijo: “CONSUMADO ES” (Juan 19:30)... ¡No hay nada que añadir a su obra! ¡No se puede añadir nada a lo que Él hizo, porque Él cumplió todas las exigencias del Padre en la Cruz! Para Dios y para el cristiano, la autoridad final reside en la misma Palabra de Dios, sin añadiduras ni sustracciones. La Palabra de Dios, la Biblia, sí es infalible, los hombres se equivocan. El cristiano debe seguir los mandamientos de Dios, no los mandamientos de los hombres.

Conocer la Palabra El verdadero cristiano es guiado por el Espíritu Santo (Juan 16: 13) a través de la Palabra, por ello es inconcebible un cristiano que no conozca la Biblia. Todo cristiano debe conocer la Biblia para conocer a Dios. Todo cristiano debe alimentarse cada día de la Palabra de Dios “Porque escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4: 4). De la misma manera que cada día comemos pan y bebemos agua, debemos también alimentarnos espiritualmente a través de leer la Biblia y de estar en comunicación con Dios. A esto último llamamos orar. Orar es hablar con Dios; en realidad es una conversación, por lo tanto, no sólo nos dirigiremos a Él, sino que también le escucharemos, por que Dios quiere hablarnos.

La Palabra está a nuestro alcance ¡No hay excusa posible hoy en día!, como antes vimos en 2ª Timoteo 3:16,17, el hombre y la mujer de este, nuestro tiempo, tienen a su alcance la Escritura para su perfección, para ser preparados para toda buena obra. La Palabra de Dios, la Biblia, es la autoridad del mismo Dios. Dios nos lo ha dejado muy fácil. Seguirle a Él, debe ser conforme a Su voluntad, y Su voluntad es Su Palabra, y Su Palabra es la Biblia. Sólo la Palabra de Dios como autoridad final, basados en el propio testimonio de la Biblia. Veamos de nuevo lo que dijo el propio Jesús cuando los judíos rehusaban reconocerle: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de Mí” (Juan 5:39). Observemos como actuaban los judíos de Berea cuando Pablo y Silas les anunciaron el Evangelio en la sinagoga: “Y éstos eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así” (Hechos 17:11). Veamos también como Pablo ratificaba sus enseñanzas con el testimonio de las Escrituras: “Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras” (1ª Corintios15:3,4). 10


La comprensión de la Biblia es básica para todo crecimiento espiritual real en el Señor. Jesús dijo: “Sí vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:31,32). Permanecer en Su Palabra implica conocerla previamente y obedecerla. Así que, somos libres, porque la verdad de Cristo nos libera, y esto es así cuando la experimentamos por ser sus discípulos, y somos sus discípulos por permanecer en Su Palabra, es decir, por obedecer sus Palabras.

Contraste con Roma Sin embargo, veremos que el dogma católico romano establece que la Iglesia de Roma tiene la autoridad final, (dogma del año 1076), ya que según ella, es la que interpreta la Biblia y la tradición, así como hace las formulaciones conciliares y papales. El papa Juan Pablo II, en su bula “Veritatis Splendor”, habla de la verdad enseñada por Cristo y mediada por la Iglesia romana. Sin esa mediación, el católico-romano, sólo por leer la Biblia, no puede entender la verdad de Dios, asegura. Según Roma, es imprescindible un mediador: Roma misma. Esta declaración en sí, contradice al mismo Señor Jesús cuando dijo a los judíos que se oponían a Él: “Escudriñad las Escrituras...ellas son las que dan testimonio de Mí” (Juan 5:39). O el comportamiento elogiado de aquellos Bereanos: “Y éstos eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así “ (Hechos 17:11). Niega también el propósito de las Escrituras en sí, “Toda la Escritura es inspirada por Dios, útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2ª Timoteo 3:16, 17). El mismo apóstol Pablo exhortaba a Timoteo a conocer las Sagradas Escrituras por sí mismo, y le animaba a hacerlo: “Persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús” (2ª Timoteo 3: 14, 15). Cuando Pablo le decía aquello a Timoteo, Roma no existía ni en la imaginación. No había Iglesia Romana para interpretar las Escrituras a Timoteo. Pero aún hay mucho más con todo esto. Cuando el Señor dio la Ley por medio de Moisés, ¿a quién la dio? ¿a los sacerdotes y levitas solamente? ¿al Sanedrín de turno? Dios dio la Ley, los profetas, los Salmos, los Evangelios, las Epístolas, y todo el contenido de la Biblia a Su pueblo y para Su pueblo, para que Su pueblo lo pusiera todo por obra. La misma Biblia lo dice. Dios dijo: “Por tanto, pondréis estas mis Palabras en vuestro corazón y en vuestra alma, y las ataréis como señal en vuestra mano, y serán por frontales entre vuestros ojos. Y las enseñaréis a vuestros hijos, hablando de ellas cuando te sientes en tu casa, cuando andes por el camino, cuando te acuestes, y cuando te levantes, y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas; para que sean vuestros días, y los días de vuestros hijos, tan numerosos sobre la tierra que Yahwé juró a vuestros padres que les había de dar, como los días de los cielos sobre la tierra.” (Deuteronomio 11: 18-21). Los padres deben enseñar a sus hijos la Palabra de Dios, la Biblia. Esto es lo que manda el Señor, como acabamos de leer. Antes, los padres deben, no sólo leer la Biblia, sino ponerla en su corazón y en su alma, viviendo los principios y enseñanzas que emanan de ella. Todo 11


ello nos enseña sin ningún lugar a dudas, que Dios quiere que directamente conozcamos Su palabra si es que queremos ser pueblo Suyo. No obstante, Roma pretende olvidar que Dios ha dado Sus Escrituras a Su pueblo desde el principio. Sí, Dios dio Sus escrituras a Israel, Su pueblo, y de Israel, y más en concreto, de la tribu de Judá, salió el Mesías de Israel, Jesús, para salvar, no sólo a los judíos, sino también a los no judíos, por lo tanto las Escrituras son primeramente para el judío, y por extensión, para todo aquel que fuere llamado por el Dios de Israel, el único y verdadero Dios. El mismo apóstol Pedro lo dijo muy claro dirigiéndose a todos los judíos de Jerusalén aquel día glorioso de Pentecostés: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare”. Dios no dio Sus Escrituras a la iglesia de Roma para que las interprete, creer esto es ignorar la Palabra de Dios. ¡La Palabra de Dios se interpreta a sí misma! Así pues resumimos diciendo que las Escrituras son para todos los creyentes en Cristo Jesús.

Roma reitera Sin embargo, según la doctrina católica, nada es “dogma de fe” mientras no es declarado autoritativamente como tal por el magisterio de la iglesia romana. Supongamos que la Iglesia de Roma no se hubiera nunca pronunciado sobre la verdad de Juan 1: 1 donde se nos dice que “el Verbo es Dios”, es decir que Jesucristo, el Verbo hecho carne, es Dios, entonces, un católico-romano no tendría por qué creerlo ¡Incluso cuando la Biblia lo dice! El Concilio Vaticano I declaró: “Con fe divina y católica ha de ser creído cuanto se contiene en la palabra de Dios, escrita o transmitida de otro modo, y que la Iglesia proponga para ser creído como divinamente revelado” (Dezinger, 3011). El cardenal Ratzinger, el que fuera papa Benedicto XVI, que fuera guardián de la ortodoxia romana, ejemplifica esa fe ciega que el fiel a Roma debe profesar. El hablaba de un profesor de teología católico-romano que admitía que la Asunción de María, declarado dogma en una fecha tan recientísima como la de 1950 por el papa Pío XII, no estaba apoyado en modo alguno por las Sagradas Escrituras. Aún y así, el cardenal declaraba que había decidido creerlo porque “la Iglesia (Roma) es más sabia que yo”. Desgraciadamente, implícito con todo ello, estaba reconociendo que la Iglesia de Roma es más sabia que la Biblia, y por ello, ¡capaz de contradecirla! Conque la Biblia es la Palabra de Dios, también implícitamente está diciendo que la iglesia de Roma es más sabia que el mismo Dios. El romano pontífice, hablando ex cátedra, y por lo tanto, con infabilidad (dogmáticamente sólo desde 1870), tiene la asombrosa osadía de interpretar para todos sus fieles la Palabra de Dios. ¡La labor del Espíritu Santo, realizada por un mortal! La declaración emanada del Concilio Vaticano I, dice así: “El Romano Pontífice...goza de...infabilidad en razón de su oficio cuando, como supremo pastor y doctor de todos los fieles...proclama de una forma definitiva la doctrina de fe y costumbres. Por esto se afirma, con razón, que sus definiciones son irreformables por sí mismas y no por el 12


consentimiento de la Iglesia, por haber sido proclamadas bajo la asistencia del Espíritu Santo, prometida a él en la persona de San Pedro...”. ¡San Pedro se equivocó muchas veces (veremos bastante de esto), pero el papa que dice recibir la unción de San Pedro no se equivoca nunca cuando habla ex cáthedra porque “goza de infabilidad en razón de su oficio”! Ahora bien, los mismos teólogos católico-romanos no se ponen de acuerdo entre sí acerca del número y cualificación de las declaraciones pontificias o conciliares que son objeto preciso y notorio de tal infabilidad. En otras palabras, que no saben cuando el papa ha hablado infaliblemente o cuando no. Increíblemente, un jerarca romano, en concreto el obispo misionero holandés F. Simons, en su libro “Infabilidad y Evidencia” (Trad. de J.C. Bruguer, Barcelona, 1970), niega rotundamente la infabilidad tanto del Papa como de la Iglesia de Roma, asegurando que sólo la Palabra de Dios es infalible y que la prerrogativa de la Iglesia no es infabilidad sino fidelidad. Dave Hunt, en su libro “A Woman Rides the Beast”, escribe lo siguiente: “Los católicoromanos, al igual que los mormones, testigos de Jehová, y otros miembros de variadas sectas, deben aceptar sin reservas y sin posibilidad de cuestionar las enseñanzas de su iglesia, si quieren permanecer en ella. El verdadero Libro (la Biblia) que da vida, luz, y libertad a los individuos y a las naciones, está espiritualmente cerrado para esos fieles a Roma”. Para el católico-romano, todo ha de pasar por el “filtro” de Roma. El hecho constatado es que el fiel a Roma no sigue a Dios a través de Su Palabra, sino a lo que pudiera ser o no ser de Dios a través de una institución eclesiástica que se dice infalible. Es Roma quien le dice al creyente que se supone lo es de Cristo, lo que debe creer. ¡Qué lejos está esto de lo que el propio Jesucristo dijo a los que iban a creer en Él: “Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8: 31, 32). Es la verdad revelada por el mismo Jesucristo en la Biblia la que nos hace libres, si permanecemos en ella. Permaneciendo en Su Palabra, entonces somos sus discípulos, y sólo entonces. Es bueno aprender de las experiencias de otros; sobre todo de aquellos que han aprendido bien, lecciones de responsabilidad. Juan Sanz es un hombre que un día fue sacerdote católico-romano, y dejó de serlo por darse cuenta de ciertas verdades, ante las cuales era requerible un veredicto. El fue valiente y responsable. Y dice así: “Es un error poner la Iglesia sobre Cristo, el poner la Iglesia sobre la Escritura, hace que se caiga en el autoritarismo dogmático de la Iglesia, con lo que se tiraniza al pueblo sencillo”.

Tenemos un problema Aquí tenemos un problema de base. Si Roma tiene la autoridad final sobre todo, eso significa que de hecho está por encima de la misma Palabra de Dios, la cual, con pretendida infabilidad, se atreve sólo ella a interpretar. Esto es grave, porque estar por encima de la Palabra de Dios es, de hecho, estar por encima del mismo Dios, ¿quién se atrevería a hacer esto?...La misma Palabra de Dios nos enseña que sólo el Espíritu Santo puede darnos la interpretación de la Biblia. Quien interpreta la Palabra de Dios es el mismo que la inspiró, el Espíritu Santo, el cual da luz al que busca la verdad, de verdad. Roma, con esa actitud, se enseñorea de algo que no es suyo, ni de nadie, aquí en la tierra. 13


La Biblia no es patrimonio exclusivo de ninguna iglesia, es patrimonio de Dios.

Tradición versus revelación Oficialmente la iglesia de Roma mantuvo siempre su enseñanza tradicional de que la Biblia es la Palabra de Dios, y que está inspirada enteramente por Dios. Por otro lado, no obstante, añade que: “...la Iglesia (de Roma) no deriva solamente de la Sagrada Escritura su certeza acerca de todas las verdades reveladas. Por eso se han de recibir y venerar ambas con un mismo espíritu de piedad” (Vaticano II, Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación, sección 9). Se está refiriendo, además de a la Biblia, a la tradición. El problema surge entonces, cuando la tradición, a la cual Roma se dirige a ella con el apelativo de “Sagrada”, contradice la Biblia. ¿A qué hace caso entonces la institución vaticana, a la Biblia o a la tradición? Asombrosamente, la “sagrada tradición” sale ganando siempre por encima de la verdad revelada por Dios, es decir, la Biblia. Previendo esto, la misma Biblia, que inmutable, advierte con diáfana claridad: “Mirad que ninguno se engañe por filosofías y vanas sutilezas según la tradición de los hombres...y no según Cristo” (Colosenses 2: 8).

No hay nada nuevo bajo el sol Ya los fariseos del tiempo de Jesús, los religiosos de su época, consideraban la tradición oral de mayor autoridad que la Ley escrita del Antiguo Testamento, y Cristo les reprendió en gran manera (Mc. 7: 1-13), y es que ¡no hay nada nuevo bajo el sol! En cuanto a la iglesia de Roma, uno de tantos ejemplos en cuanto a la cuestión de la tradición por encima de la Palabra, sería el dogma de la Inmaculada Concepción de María, el cual veremos más adelante. La Biblia dice que no hay ni un solo justo entre los hombres en su propia justicia, sólo Jesucristo hombre. En cambio Roma eleva a esa misma categoría a María. De ahí que muchos acudan a ella para casi todo, cuando la misma Palabra de Dios nos dirige solamente a orar al Padre en el único nombre dado a los hombres bajo el cielo en que podemos ser salvos: Jesucristo. El gran comentarista bíblico Matthew Henry, dijo una vez: “Nótese que, de ordinario, quienes más celosos se muestran en que se cumpla lo que ellos imponen, son los que menos se esmeran en el cumplimiento de los preceptos divinos verdaderos”. Roma no definió dogmáticamente su declarada autoridad sobre la tradición hasta una fecha tan tardía como la de 1546 por el Concilio de Trento, como respuesta a la Reforma. El dogma de la tradición contradice lo establecido por Dios en Su Palabra. La Biblia es Su Palabra. E insistiremos, y volveremos a insistir: No la tradición extrabíblica, no lo dicho por hombres supuestamente santos (la Biblia nos previene contra los falsos profetas y falsos apóstoles que se iban a levantar), ni siquiera la posible revelación de algún ángel del cielo (Gálatas1:8, 9). Nada que sutil o abiertamente contradiga la Escritura. Jesús de Nazaret nos dio una clara y expresiva enseñanza de esto. Cuando Jesús y sus discípulos estaban en tierra de Genesaret, después de sanar a muchos enfermos, los fariseos y los escribas se juntaron allí para verle y observarle, juzgándole. Vieron que los discípulos Suyos comían con las manos sucias y empezaron a condenarlos. Continúa así la Palabra de Dios en el evangelio de Marcos: “Porque los fariseos y todos los judíos, aferrándose a la tradición de los 14


ancianos, si muchas veces no se lavan las manos, no comen. Le preguntaron, pues, los fariseos y los escribas: ¿Por qué tus discípulos no andan conforme a la tradición de los ancianos sino que comen pan con manos inmundas? Respondiendo Él, les dijo: Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, como está escrito: Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de Mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres. Porque dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres...Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición. ¡Desde luego que no hay nada nuevo bajo el sol, todo esto ya ocurría en el tiempo de Jesús! La tradición es un parche humano que intenta hacer la obra de Dios, acomodándola a la voluntad y deseos de ciertos hombres que se erigen como representantes Suyos, evitando y aun negando la mismísima Palabra de Dios muchas veces. Los fariseos creían que por lavarse las manos antes de comer, iban a impedir ser contaminados, y así se sentían justificados ante Dios y los hombres, simplemente por cumplir un rito religioso más, inventado por ellos mismos. Pero, ¿qué es lo que Jesús les dice a cambio. Veámoslo: “Y llamando a sí a toda la multitud, les dijo: Oídme todos, y entended: Nada hay fuera del hombre que entre en él, que le pueda contaminar; pero lo que sale de él, eso es lo que contamina al hombre. Si alguno tiene oídos para oír, oiga” (Marcos 7:1416). Evidentemente, ni sus propios discípulos tenían “oídos para oír” porque al rato vinieron a Él para que les explicara esa parábola. El entonces les dijo: “... ¿No entendéis que todo lo de fuera que entra en el hombre, no le puede contaminar, porque no entra en su corazón, sino en el vientre, y sale a la letrina? ...lo que del hombre sale, eso contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre” (Marcos 7: 18-23). Desde la caída de Adán y Eva, el hombre es malo por naturaleza (Gen. 8: 21). Seguir y cumplir una tradición, es decir, cumplir con una determinada religión de mandamientos de hombres, no regenerará al hombre. Lo único que puede limpiar y regenerar al hombre es la Palabra de Dios, porque sólo ella tiene el poder de Dios para arrancar del corazón humano toda su maldad. Dice el salmo 119: “¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar Tu Palabra” (v.9) Sólo la Palabra de Dios obrando poderosamente en nuestros corazones, puede regenerarlos de veras, por eso el salmista prosigue diciendo: “Con todo mi corazón te he buscado; no me dejes desviarme de tus mandamientos. En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra Ti”. (Salmo 119: 10, 11) Roma ha invalidado la Palabra de Dios, elevando como Palabra de Dios sus propios preceptos derivados de una presunta tradición de los llamados “padres postapostólicos”, como los fariseos tenían la suya propia de la “tradición de los ancianos”, que tanto les reprochó Jesús. Roma, al igual que aquellos fariseos, dice que la Biblia es la Palabra de Dios, no obstante, al igual que aquellos fariseos, tiene su propia escritura fuera de la Biblia, la tradición y sus dogmas, que es más importante que la propia Biblia. Como les dijo Jesús a los fariseos, también lo dice a Roma: “estáis invalidando la Palabra de Dios con 15


vuestra tradición” (Marcos 7: 13). También veremos que, así como Cristo fue crucificado por instigación de los fariseos, así millones de verdaderos cristianos han muerto a lo largo de la historia por su fe, por instigación directa de Roma a través de su “santa” Inquisición. ¡No hay nada nuevo bajo el sol!

La Biblia se prohibió al pueblo Pero Roma, aún fue más lejos que aquellos fariseos. Roma llegó a prohibir la Biblia a todos, bajo penas que iban desde la excomunión y la cárcel, hasta la muerte. La institución romana prohibió al pueblo la Biblia a partir del año 1229, bajo el pontificado de Gregorio IX (1227-1241), con la excusa de que el pueblo no podría entenderla convenientemente. Este Gregorio IX fue quien instauró plena y oficialmente la Inquisición, entidad que tantas y tantas muertes causó por todo el mundo. Más tarde, el Concilio de Trento mantuvo la prohibición al pueblo de poseer o leer la Biblia. Quisieron olvidar los Tridentinos que Pedro apóstol escribió dos Epístolas Universales, es decir, a todos y cada uno de los creyentes de todos los tiempos y lugares. El apóstol Juan, escribió también su Epístola Universal a todos los creyentes, así como Santiago. Sirva eso de pequeño ejemplo para entender que Dios se dirige a cada creyente en particular, y lo hace a través de Su Palabra. ¿Por qué decidió Roma apartar de sus fieles la Biblia? Porque en ella se ve el desatino de la institución romana. La Biblia expone a la luz, la fraudulencia de toda la enseñanza que nada tiene que ver con la Palabra de Dios; y Roma lo sabe. Roma sabe que si el fiel lee con atención la Biblia, encontrará que una gran parte de los dogmas infalibles de Roma son una pura invención de los papas a lo largo de muchos siglos, ya que, en el mejor de los casos, no tienen ningún apoyo escritural.

El consejo de los cardenales al papa Julio III El recelo del catolicismo en relación a las verdades de la Sagrada Biblia siempre ha sido un hecho. Si ahora el católico-romano medio tiene más libertad para leer la Biblia, es porque, 1) Roma, dado los tiempos que corren, no puede impedir a sus fieles que la lean, 2) Roma realmente piensa que también dados los tiempos de modernismo y culto a la ciencia humana y al materialismo, pocos fieles van a encontrar en la Biblia una respuesta que les satisfaga. Lo primero es cierto. Lo segundo es equivocado, porque cuando el católico lee la Palabra de Dios con fe, su vida empieza a cambiar, y empieza a experimentar verdadera hambre y sed de Dios que le hace buscar más allá del círculo católico-romano. Esto último lo sabían los cardenales del tiempo de la Contrarreforma. Los más altos responsables del catolicismo romano están perfectamente conscientes de las contradicciones insalvables entre la Sagrada Biblia y el sistema de la Iglesia de Roma. En un discurso proferido por los cardenales de la Curia Romana, al Papa Julio III, en 1550, inmediatamente después de su ascensión al Papado, éstos, conscientes de tales contradicciones, aconsejaron al recién llegado a la “silla de San Pedro”. Ese discurso está contenido en un documento histórico, del tiempo de la Reforma, conservado en la Biblioteca Nacional de París, en la hoja B, nº 1.088, vol. II, págs. 641 -650. De ese documento, sacamos los siguientes pasajes, que aclaran bien esas contradicciones. Atención a lo que los cardenales dicen: «De todo el consejo que podemos ofrecer a vuestra Santidad retuvimos lo más necesario hasta el fin. Hay que abrir bien los ojos y 16


usar toda la fuerza posible en la cuestión, a saber, para permitir lo menos posible la lectura del Evangelio especialmente en el vernáculo (lengua nativa), en todos los países bajo la jurisdicción. Baste la pequeña parte del Evangelio leída usualmente en la misa, y no se permita que nadie lea más». ¿Roma espantada de la verdad de la Biblia? Así es....Más adelante, los cardenales advierten al Papa: «En cuanto el pueblo esté contento con esa pequeña porción, florecerán los intereses de vuestra Santidad, pero cuando el pueblo quiera leer más, sus intereses comenzarán a fallar». Después, los cardenales fueron hasta el punto de definir la Biblia como su verdadero enemigo: «La Biblia es un libro que, más que cualquier otro, ha levantado contra nosotros los alborotos y tempestades, por los cuales casi perecemos». ¡El único interés de Roma es no perecer! A continuación reconocen que hay conflictos entre la Biblia y lo que se enseña en la Iglesia Católica: «De hecho —escriben los cardenales—, si alguien examina de cerca y compara las enseñanzas de la Biblia, como ocurre en nuestras iglesias, entonces encontrará discordias y comprenderá que nuestra enseñanza es muchas veces diferente a la Biblia y nunca cesará de desafiarnos hasta que todo sea expuesto y entonces nos volveremos objeto de burlas y odios universales». Finalmente, aconsejan al Papa qué hacer con la Biblia: «Por tanto, es necesario retirar la Biblia de la vista del pueblo, pero con cuidado, a fin de no causar rebelión». Todo esto, —subráyese—, fue dicho por los Cardenales de Roma al Papa Julio III. Parece que la cuestión está pues suficientemente clara: Roma tiene miedo a la Biblia porque la Biblia pone a Roma en evidencia; y esto dicho por la misma Roma. ¿Qué más podemos añadir al respecto? Por eso queremos animar a todos los católico-romanos a que lean con atención y fe el único libro que define perfectamente el pensamiento, voluntad y carácter del Creador, la Biblia. La Biblia y sólo la Biblia, la Palabra de Dios, y no hay manera de mantenernos fieles al Señor a menos que la conozcamos y la obedezcamos. ¡Dios quiere que Su Palabra sea conocida por todos sus hijos e hijas, sin excepción! Para más tristeza, la traducción latina de la Vulgata fue aceptada como texto infalible de la Biblia en vez del original hebreo y griego, en el año 1559, por el Concilio de Trento. Sin embargo, está comprobado que algunas traducciones dentro de la Vulgata son inexactas e incluso erróneas. En Antioquía, Siria, en el tiempo neotestamentario, los cristianos se ocupaban de proteger las Escrituras, haciendo copias perfectas de los manuscritos originales. Al mismo tiempo, en Alejandría, Egipto, los copistas alteraban las Escritura según les convenía. De esa versión alejandrina proviene la Vulgata latina.

¿Son todas las biblias iguales? (Excepto la versión pervertida del “Nuevo Mundo” de los “testigos” de Jehová).

El texto es el mismo, puesto que sólo hay una Biblia. El ser católica o evangélica, depende del traductor que haya preparado la versión. Ahora bien, hay dos diferencias entre las versiones católicas y las versiones evangélicas. La primera diferencia consiste en que la versión evangélica contiene en el Antiguo Testamento el Canon Hebreo, es 17


decir, la lista de los libros admitidos como inspirados por los judíos de Israel, un total de 39. Mientras que las versiones católicas contienen el Canon Alejandrino, o sea la lista de los libros considerados como inspirados por los judíos que residían en Alejandría (Egipto), y que forman un total de 46. Estos siete libros de más, y algunas otras secciones son apócrifos, es decir, no inspirados. Hay que decir que el Canon Hebreo es muy anterior al Canon Alejandrino. Sabemos que Jesús y los apóstoles usaron el Canon Hebreo, es decir, los libros que hoy poseen las Biblias versión evangélica. En tiempos de Jesús, la Septuaginta, que es la versión en griego estaba muy difundida, y Jesús y los apóstoles citan esa versión cuando apelan al Antiguo Testamento. Sin embargo, en ninguna ocasión citan uno de los llamados libros apócrifos. Tampoco fueron aceptados dichos libros por los primeros padres apostólicos. Jerónimo se opuso a ellos a pesar de que los tradujo al latín y los incorporó a la Vulgata aclarando que no formaban parte de la Biblia Hebrea. Más tarde (s. IV), Agustín de Hipona, sin embargo, sí los aceptó, pero otorgándoles un grado menor de autoridad y designándolos con el nombre de Deuterocanónicos, es decir, con un grado de inspiración inferior a los otros libros designados con el nombre de Canónicos. Debido a la influencia de Agustín de Hipona, esos libros fueron aceptándose más y más, hasta que en el Concilio de Trento, en una fecha tan tardía como la del año 1546, fueron reconocidos con el mismo grado de inspiración que los Canónicos, ya que en ellos podía encontrar la Iglesia romana, base para algunas de sus doctrinas, como la de orar por los difuntos. Esta doctrina de orar por los difuntos, como veremos más adelante, es radicalmente contraria al mensaje bíblico. Esos libros apócrifos, que se escribieron, por cierto, en el periodo intertestamentario, es decir, en esos 400 años entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, por lo tanto, fuera del tiempo cuando Dios se reveló, o bien a través de los profetas (Antiguo Testamento), o bien a través de los apóstoles (Nuevo Testamento), son los siguientes: 1. Tobías 2. Judit 3. Sabiduría 4. Eclesiástico 5. Baruc 6. 1ª de Macabeos 7. 2ª de Macabeos; además de seis capítulos y diez versículos añadidos al libro de Ester y también al de Daniel. Los apócrifos son libros bien intencionados, y algunos poseen valor histórico (ejemplo: 1ª y 2ª Macabeos), pero ni siquiera sus autores pretendían que fueran libros inspirados, con la autoridad del Espíritu Santo, y como tales, ser incluídos en el Canon bíblico, tal y como demuestran las palabras a modo de despedida del autor de 2ª Macabeos 15:37,38: «Y yo termino aquí mi narración. Si está bien escrita y ordenada, esto fue lo que me propuse. Si es mediocre y sin valor, sólo eso fue lo que pude hacer». (2ª Macabeos 15: 37, 38). ¿Cómo podría esto ser Palabra de Dios? Así pues, el Antiguo Testamento acaba con el profeta Malaquías, y por unos 400 años le sigue el llamado periodo intertestamentario, hasta la aparición de Juan el Bautista, el último profeta veterotestamentario.

18


La segunda diferencia consiste en que las biblias llamadas evangélicas contienen simplemente el texto bíblico, mientras que las biblias católico-romanas contienen, además del texto bíblico, notas aclaratorias al pie de la página, explicando, según la doctrina católico-romana, aquellos pasajes que pudieran ser confusos o que abiertamente contradijesen la enseñanza oficial católico-romana. Por ejemplo, en Éxodo 20:4,5, se dice en el texto bíblico: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el Cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas ni las honrarás, porque Yo soy Yahwéh tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen”. Como que el texto apunta a la práctica católico romana de hacer y venerar las imágenes de María y de los santos, al llegar a ese pasaje, algunas versiones católicas ponen una nota aclarando que esa prohibición estaba bien para Israel, que fácilmente podía caer en la idolatría de los pueblos vecinos que adoraban a muchos dioses, pero que tal prohibición no tiene razón de ser hoy en día, porque los católicos saben que sólo hay un Dios, y por lo mismo, las imágenes no son adoradas. Roma se equivoca, por cierto. Sí tiene razón de ser hoy en día. Primero, porque la Palabra de Dios, nunca cambia, y segundo porque, aunque las imágenes no fueran adoradas por los católicos, cosa que estaría por ver en muchos casos, sí son veneradas y honradas contradiciendo abiertamente el mandato bíblico. De esto hablaremos más en el siguiente capítulo.

19


Capítulo 2

LAS IMÁGENES Y LOS MANDAMIENTOS DE LA LEY DE DIOS

¿Querrá Dios que nos hagamos imágenes de las cosas celestiales? La Palabra de Dios es muy clara al respecto.

Pequeña introducción Cuando a partir de Constantino el emperador de Roma, la Iglesia visible se institucionalizó y se mezcló con el poder temporal, empezaron a entrar en los templos gentes paganas que debían someterse a la nueva religión impuesta desde el Estado. Lógicamente la mayoría de estos hombres y mujeres jamás se convirtieron a Cristo, sino que se amoldaron al nuevo orden sólo en apariencia. Pronto, siguiendo sus costumbres paganas, “cristianizaron” sus ídolos poniéndoles nombres de santos cristianos, y con el paso del tiempo, como ya hemos leído, atrajeron las imágenes y estatuas a los templos supuestamente cristianos. Todo ello vino a degenerar en abierta apostasía. En la obra de Eusebio de Cesarea “Historia Eclesiástica” (siglo IV), el autor pone de manifiesto que las iglesias cristianas no usaban imágenes de ningún tipo para simbolizar o representar a Dios o a lo divino. Esto fue así durante los primeros 700 años de la Era Cristiana. De hecho, ¡aún en el año 754 se condenaba el culto a las imágenes! ¿Por qué ese culto a las imágenes, hasta el punto de hacer desaparecer del Decálogo de la “Santa Madre Iglesia” uno de los Mandamientos de la Ley de Dios? Ya los apóstoles advertían en sus epístolas sagradas a los creyentes contra la idolatría. En 1 Juan 5: 21, leemos: “Hijitos, guardaos de los ídolos”. El apóstol Pablo nos advierte: “Ni seáis idólatras, como algunos de ellos...por tanto, amados míos, huid de la idolatría” (1 Corintios 10: 7, 14) La realidad es que las imágenes constituyen un falso substituto de la espiritualidad cristiana verdadera. Cuando Jesús habló con la mujer samaritana, le dijo enfáticamente: “La hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que Le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan 4: 23, 24). Es a Dios a Quien hemos de dar culto. Es a Dios a Quien hemos de adorar, ¿pero cómo?: En espíritu y en verdad; nunca a través de imágenes. Es al Padre a Quien hemos de dirigirnos; es al Padre, en el nombre de Jesús. ¿Puede una imagen representar a Dios Padre? ¡Ni la imagen más perfecta que el ser angélico más poderoso pudiera crear alguna vez podría asemejarse ni lo más mínimo a la realidad de nuestro Dios! Ahora bien, habiendo dicho todo esto hasta aquí, leamos lo que el papa Juan Pablo II recientemente declaró, por encima de lo que aseguran los apologistas católico-romanos, los cuales insisten en decir que “la veneración no es a la imagen en sí, sino al “santo” 20


que representa”. Esto es lo que declaró Juan Pablo II desde el Vaticano: “Una misteriosa “presencia” del trascendente Prototipo parece como si fuera transferida a la imagen sagrada...La devota contemplación de tal imagen produce un camino de paz y de purificación concreto para el alma del creyente...porque la imagen por sí misma, bendecida por el sacerdote puede, en cierta manera, por analogía con los sacramentos, en realidad ser considerada un canal de gracia divina”. (“El Papa habla”, Marzo/Abril 1990, vol.2, “las imágenes hablan de la historia cristiana”). ¡Este no es otra cosa sino el poder de la idolatría! Lo que Juan Pablo II describió, no es ni más ni es menos que la idolatría y su efecto espiritual en los que la practican, por ejemplo, él mismo... ¡Claro que algo hay, si no, nunca hubieran existido los idólatras! Esto sería como negar el placer que los cocainómanos experimentan cuando toman la droga; les produce un éxtasis momentáneo, pero todos sabemos las consecuencias que se derivan de los estupefacientes. También la idolatría atrae, en este caso, a las personas que practican una falsa espiritualidad. Esa “misteriosa presencia”, de la cual habla Juan Pablo, no es producida por el “santo”, y menos aun por “gracia” de Dios alguna. Aunque a muchos les escandalice lo que voy a decir ahora, lo que en realidad Juan Pablo II está describiendo, es el resultado de la actividad demoníaca. Detrás de cada imagen, existe una manipulación de las tinieblas, porque fácilmente una imagen puede convertirse en un ídolo; un substituto de Dios o de lo divino, tomando el diablo en todo ello una gran ventaja. ¡Cuántos católico-romanos hay que no pueden orar sino es ante una imagen determinada! Todo ello consiste en ataduras y esclavitud; y se quiera reconocer, o no, esto es sencillamente puro y simple paganismo idolátrico. Los apóstoles ya lo advirtieron: “¡Huid de la idolatría!”; y ahí tenemos a un “sucesor” de ellos alabando el culto a las imágenes, que Dios prohíbe taxativamente. ¡Qué tremenda contradicción! También en contra del pensamiento de muchos teólogos romanos que aseguran que no es a la imagen en sí a la que se venera, sino a lo que representa, tenemos el testimonio preclaro del jesuita cardenal Belarmino, doctor de la Iglesia, que cándidamente escribió: “Las imágenes de Cristo y de los santos deben ser veneradas no sólo por accidente e impropiamente, sino en sí mismas y prontamente; de manera que la veneración termine en la imagen considerada en sí misma, y no sólo en aquello que ella representa, a saber, su original”. Belarmino, idólatra declarado, expresa sin ambages lo que muchos millones de católico-romanos son animados a practicar diariamente por todo el mundo: el culto a imágenes. Belarmino, era voluntaria o involuntariamente ignorante de lo que la Biblia dice al respecto de las imágenes, pero nadie más es llamado a perpetuar dicha ignorancia: “Maldito el hombre que hiciere escultura o imagen de fundición, abominación a Jehová, obra de mano de artífice, y la pusiere en oculto. Y todo el pueblo responderá y dirá: Amén” (Deuteronomio 27: 15). Hay muchos más ayes para aquellos que perseveran en pecar obstinada y religiosamente contra Dios: “¡Ay del que dice al palo: Despiértate; y a la piedra muda: Levántate! ¿Podrá él enseñar? He aquí está cubierto de oro y plata, y no hay espíritu dentro de él” (Habacuc 2: 19). No hay ninguna diferencia entre el culto idolátrico a Cristo, María o los santos, y el culto idolátrico a cualquier deidad pagana. Dios prohíbe ambas acciones por igual. 21


Como dice D. José Borrás, ex sacerdote romano: “El problema con las imágenes es que la gente, especialmente el pueblo y la gente sencilla, acude a las imágenes y ora a ellas y cree que ellas le van a conceder las cosas que ellos le piden, y eso va en contra de lo que enseña la Palabra de Dios”. El segundo mandamiento de la Ley de Dios, como vimos, dice lo siguiente: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el Cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas ni las honrarás, porque Yo soy Yahvéh tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen”. Como podemos ver, el incumplimiento de este mandamiento tiene unas consecuencias graves que no sólo afectan al individuo, sino a su descendencia; y esto es real. Tal culto a tales imágenes “de lo celestial” está prohibido por la misma Palabra de Dios, aunque Roma le haya dado tijeretazo. Esto es en sí simple, pura y llana idolatría. Y el que practica tal cosa, no es más que un idólatra, lo quiera reconocer o no. Dios no sólo prohíbe el culto a las imágenes¸ sino también a lo que esas imágenes representan. No podemos dar ningún tipo de culto a santo o virgen alguno, sencillamente porque no. La Biblia dice: “Yo Yahvéh; este es mi nombre (Padre, Hijo y Espíritu Santo), y a otro no daré mi gloria, ni mi alabanza a esculturas” (Isaías 42:8) Sólo Dios merece todo nuestro culto, y sólo a través de Jesucristo (Jn. 14: 6) Agrega la Palabra de Dios: “Los formadores de imágenes de talla, todos ellos son vanidad, y lo más precioso de ellos para nada es útil; y ellos mismos son testigos para su confusión, de que los ídolos no ven ni entienden. ¿Quién formó un dios, o quién fundió una imagen que para nada es de provecho? He aquí que todos los suyos serán avergonzados, porque los artífices mismos son hombres. Todos ellos se juntarán, se presentarán, se asombrarán, y serán avergonzados a una”. (Isaías 44:9-11). Sigue así la porción bíblica de Isaías hasta el versículo 20. De hecho en toda la Biblia, Antiguo y Nuevo Testamento se nos manda dejar a un lado todo culto a imágenes, calificándolo de idolatría. Pregúntese Vd. mismo, ¿quién tendrá la verdad en este asunto, la Biblia o Roma?

El testimonio de los primeros cristianos de origen gentil Los primeros cristianos no usaban imágenes de ninguna clase, al contrario, las excluían severamente. Los primeros que las introdujeron en el culto fueron los herejes gnósticos, a los que se opuso el Concilio de Elvira (305), prohibiendo absolutamente esa idolatría. Los padres de la Iglesia han sido todos contrarios a las imágenes. Tertuliano y Clemente escriben: “Cada imagen o estatuita débese llamar ídolo, porque no es otra cosa que materia vil y profana, y por eso Dios, para quitar de raíz la idolatría, ha prohibido en su culto cualquier imagen o semejanza de las cosas que están en el cielo o en la tierra, y ha prohibido su fabricación, y es por esto que nosotros los cristianos no tenemos ninguna de aquellas representaciones materiales”. San Cipriano, dirigiéndose a Demetrio le dice: “¿Para qué postrarte delante de las imágenes? Eleva al cielo tus ojos y tu corazón; allí es donde debes buscar a Dios”. Atanasio exclamó: “La invocación de los ídolos es un delito, y jamás lo que es malo en el principio, puede ser bueno después”. 22


San Jerónimo, en el tomo II de sus obras, nos refiere una carta de san Epifanio en la cual este santo narra lo siguiente: “En un sitio de la campaña que yo visité, hallé colgado en la puerta del templo un velo sobre el cual se hallaba pintada la imagen de Cristo y otra de algún santo (no recuerdo exactamente). Y no bien vi que, a despecho de la Sagrada Escritura, la imagen de un hombre estuviera colgada en la Iglesia de Cristo, yo corté aquel velo, aconsejando que se usara más bien para la sepultura de algún pobre”. Y por si fuera poco, san Agustín escribía: “La única imagen que nosotros debemos hacernos de Cristo es tener siempre presente su humildad, su paciencia, su bondad, y esforzarnos por que nuestra vida en todo se parezca a la suya. Aquellos que andan en busca de Jesús y de sus apóstoles pintados sobre las paredes, lejos de conformarse a la Escritura, caen en el error”.

¿Ni siquiera un crucifijo?,¡ni siquiera! Cristo ya no está en la cruz, Él resucitó de los muertos y está en el Cielo sentado a la diestra del Padre. Ese es el entendimiento de los cristianos verdaderos de todas las edades. No obstante en toda iglesia católica debe hallarse presente el crucifijo. El crucifijo es señal y símbolo de muerte. Esa figura, sería una aberración para los primeros cristianos que se juntaban cada domingo para celebrar la resurrección del Señor, ¡para nada lo tenían clavado en la cruz!, eso hubiera sido para ellos una abominación y una blasfemia. El rezar hacia un crucifijo no es más que un acto idolátrico promovido a partir de la oscura Edad Media. El papa JUAN VII (705-707), fue el primero que hizo que el crucifijo estuviera a la vista de todos en la iglesia de San Pedro en Roma. Desde entonces, y con la aparición de las imágenes que Dios condena, el culto al crucifijo se hizo habitual y obligado entre los católico-romanos; sólo hay que ver que todos los jerarcas romanos llevan todos ellos un crucifijo colgando en sus hábitos. La Biblia nos enseña que ya no conocemos a Cristo según la carne, Él partió en gloria hacia la gloria, y está para volver. Mientras tanto, ¡la cruz está vacía!

Los Mandamientos de la Ley de Dios Este Mandamiento tan importante, el segundo de la Ley de Dios, está excluido del catecismo de la Iglesia Romana; borrado, como si no existiera, ¿por qué? ¿Puede alguien que se dice seguidor del Dios vivo eliminar de su creencia personal, y aún de la enseñanza o magisterio hacia los demás seguidores fieles, siquiera una porción de lo que Dios ha dicho en Su Palabra, más aún, uno de sus Mandamientos? ¿Qué dijo Jesús? Él dijo: “No penséis que he venido para abrogar la Ley o los Profetas; no he venido para abolir, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la Ley, hasta que todo se haya cumplido” (Mateo 5: 17, 18). De manera que ni el propio Jesucristo se “atrevió” a tocar una tilde de la Ley, y no obstante, un papa de Roma, que se dice vicario de Jesucristo, manifestando infabilidad, acomete y borra de un plumazo un Mandamiento del Dios Altísimo...¿Será que Pío X con su infabilidad tenía más autoridad que el propio Hijo de Dios? ¡perdonen mi ironía!. A veces es menos duro usar de ella, que de una santa ira, que por ser justa, es merecida, 23


aunque puede llegar a levantar demasiado los ánimos del lector. ¿Por qué menciono a Pío X?, porque él, en 1905 autorizó la publicación en Italia de lo que ha venido llamándose el Catecismo Mayor de San Pío X. En dicho catecismo, leído y creído por todos los católico-romanos de este siglo, el autor redacta los Mandamientos de la Ley de Dios o Decálogo, los cuáles deberían encontrarse en la Biblia, en Éxodo 20: 2-17; y digo deberían, porque los mandamientos de ese Catecismo no son exactamente iguales que los que declara la Palabra de Dios. Como vengo diciendo, sufren amputación y añadidura. Vamos a verlo. De los Mandamientos de la Ley de Dios en la Biblia, el Primero, dice: 1º: “No tendrás dioses ajenos delante de Mí” En cambio Roma dice: 1º-:”Amarás a Dios sobre todas las cosas”. La Biblia no dice que hemos de amar a Dios “sobre todas las cosas”, sino que dice: “Amarás a Yahvé tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Deuteronomio 6: 5). Esto es mucho más que hablar de “cosas”. De todos modos, nada tiene que ver este mandamiento con el Primer Mandamiento del Decálogo en concreto. Dice el Segundo Mandamiento de la Ley de Dios: 2º- “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el Cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas ni las honrarás, porque Yo soy Yahvéh tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen”. Como venimos diciendo, Roma ha extirpado este Mandamiento Segundo, el que habla de las imágenes. Al no hallarse el Mandamiento en cuestión, se desequilibra todo. Por eso en su lugar leemos: 2º: “No tomarás el nombre de Dios en vano”. Este mandamiento está sesgado y tomado del Tercero del Decálogo bíblico, el cual dice así: 3º- “No tomarás el Nombre de Yahvé tu Dios en vano; porque no dará por inocente Yahvé al que tomare Su Nombre en vano”. El mandamiento tercero Romano: 3º: “Santificarás las fiestas”. El Cuarto Mandamiento de la Ley de Dios, dice: 24


4º: “Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; mas al séptimo día es reposo para Yahvé tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días hizo Yahvé los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Yahvé bendijo el día de reposo y lo santificó”. El Dios de Israel, hablaba a Su pueblo diciéndole que debía consagrar un día en especial, el séptimo, a Él. Para los cristianos, cumpliéndose la Ley en Cristo, y habiéndole aceptado por la fe, el Día del Señor se cumple todos los días, porque todos los días son del Señor, y nosotros somos Suyos. Por otra parte, es bien sabido que los primeros cristianos se reunían para celebrar la resurrección del Señor Jesús el primer día de la semana, el domingo (Hechos 20: 7; 1 Corintios 16: 2). Esto perdura hasta nuestros días, y es sana costumbre. Nada tiene que ver este Mandamiento de la Ley de Dios con el dogma romanista de santificar las “fiestas de guardar”, en las cuales los fieles a Roma deben asistir a misa bajo pena de pecado si no lo hicieren. El cuarto mandamiento de Roma es: 4º: “Honrarás a tu padre y a tu madre”. Roma, de un plumazo otra vez, quita la promesa de bendición que hay de parte de Dios por cumplir el Quinto Mandamiento de la Ley de Dios que dice así: 5º: “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Yahvé tu Dios te da”. El quinto mandamiento de Roma: 5º: “No matarás” El Sexto Mandamiento de la Ley de Dios: 6º: “No matarás” El sexto mandamiento Romano: 6º: “No cometerás actos impuros” Dice así el Séptimo Mandamiento de la Ley de Dios: 7º: “No cometerás adulterio” Yo me pregunto, ¿qué relación hay entre “no cometer actos impuros y no adulterar”, aparte del hecho de que adulterar es un acto de impureza en sí mismo? ¡Esplícitamente la Biblia nos habla aquí de “no adulterar”! ¿por qué Roma otra vez añade a la Palabra de Dios? La respuesta es sencilla, porque cree tener no sólo derecho, sino todo el derecho. 25


Séptimo mandamiento de Roma: 7º: “No hurtarás” Octavo Mandamiento de la Ley de Dios: 8º: “No hurtarás” El octavo mandamiento de Roma: 8º:”No dirás falso testimonio ni mentirás” El Noveno Mandamiento de la Ley de Dios: 9º: “No hablarás contra tu prójimo falso testimonio” El noveno mandamiento de Roma, dice: 9º: “No consentirás pensamientos ni deseos impuros” Aparte del hecho de que este es un buen consejo, la realidad es que dicho “mandamiento” no viene en el Decálogo; ¡no se encuentra en él! Otra vez Roma añade a la Palabra. Tiene que hacerlo para suplir la ausencia del Segundo Mandamiento. Décimo Mandamiento de la Ley de Dios: 10º: “No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo” Estas cosas declaradas de parte de Dios para Israel son tan válidas ayer como hoy, aunque ya no andemos en asno, ni tengamos bueyes, o siervos. No obstante, sí tenemos automóvil, seguimos teniendo casas, y como no, seguimos contrayendo matrimonio. El décimo mandamiento de Roma es de lo más escueto, otra vez sesgando la Palabra de Dios: 10º: “No codiciarás los bienes ajenos”. Punto.

26


Capítulo 3

DOCTRINAS VARIAS DE ROMA Y SU CONTRASTE CON LA BIBLIA

Sobre el celibato de los ministros romanos El apóstol San Pablo era célibe, y recomendaba esa vida a otros que querían dedicarse plenamente a servir a Cristo, sin embargo, él no hizo de ello una condición para el ministerio de la Iglesia, así como lo ha hecho la iglesia católico-romana, imponiendo de esa manera una carga inhumana sobre el clero que muy pocos pueden sobrellevar. Al contrario, como veremos en la Biblia él exhortaba a los obispos cristianos a ser “maridos de una sola mujer” (1 Tim. 3: 2). El mismo apóstol Pablo, enfáticamente e inspirado por el Espíritu Santo, dice en 1 Corintios 9: 5, “¿No tenemos derecho de traer con nosotros una hermana por mujer como también los otros apóstoles?...”. No obstante, Roma ha insistido en el celibato aun cuando muchos papas, entre ellos Sergio III (904911), Juan X (914-928), Juan XII (955-963), Benedicto V (964), Inocencio VIII (14841492), Urbano VIII (1623-1644) y muchísimos más, así como innumerables cardenales, obispos, arzobispos, monjes y sacerdotes a lo largo de la historia han hecho caso omiso y violado su juramento de perenne castidad. Creación del celibato Esta es la sucesión de los hechos en cuanto a esta cuestión. En el año 692, el celibato fue ordenado sólo al obispo de Roma. Benedicto VIII (1012-1024) emitió una serie de decretos para lanzar el celibato a nivel de todo el clero; sus motivos eran torcidos (más adelante en este libro se habla de ello). Así pues, para los sacerdotes romanos no llegó a ser obligatorio el celibato hasta el año 1074, confirmando así Gregorio VII la prohibición de Esteban IX del año 1057. En el año 1123, se establece definitivamente el dogma contra el matrimonio de los presbíteros, diáconos, etc.

Tres razones Podríamos señalar tres razones para apoyar el matrimonio de los ministros del Señor: La primera bíblica, la segunda histórica y la tercera ética. Como razón bíblica, los ministros del Señor no deben estar sujetos a un celibato obligatorio y forzoso. Hebreos 13:4 enseña que el matrimonio es honroso en todos. En 1ª Timoteo 3:2,4,5, encontramos: “Es necesario que el obispo (episcopes, en gr.) sea irreprensible, marido de una sola mujer...que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad, pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la Iglesia de Dios?”. En estos casos la tradición ha de doblegarse frente a la Biblia de nuevo. Como razón histórica, diremos lo siguiente: Cualquier persona conocedora de la historia del cristianismo sabe que los sacerdotes católico-romanos estuvieron facultados para casarse hasta finales del siglo XI, concretamente hasta el año 1074, y que en la Iglesia greco-ortodoxa se siguen casando hasta en nuestros días. Estos últimos, no hacen más que seguir el ejemplo de los apóstoles, tal y como afirma Pablo en su primera carta a los 27


Corintios donde dice: “¿No tenemos derecho de traer con nosotros una hermana por mujer, como también los otros apóstoles y los hermanos del Señor, y Cefas, (es decir, s. Pedro)” (1ª Corintios 9:5). Lucas nos recuerda como el Señor curó a la suegra de Pedro que se hallaba en cama con fiebre (Lucas 4: 38, 39). Jesús no vio como inconveniente en hacer discípulos suyos, y aun en llamar como apóstoles a hombres casados. Por último, tal y como expresa con gran sensibilidad D. José Borrás, y como razón ética: “¿No es cierto que un ministro del Señor puede comprender mejor a las personas confiadas a su cuidado y dirección, a la vez que simpatizar con ellas, si este ministro conoce por experiencia propia sus necesidades y sus privaciones, sus tristezas y sus alegrías, tal y como se encuentran en la vida del hogar doméstico? Es necesario ser padre para poder sentir, amar y aconsejar como padre. ¿Cómo hablar de la familia cuando no se conocen los dulces goces y los deberes santos que lleva consigo la familia?”. Según Santos Olabarrieta, a todos los sacerdotes católico-romanos que han aceptado el celibato se les puede dividir en tres grupos claramente diferenciados: «Primer grupo: Un 60% de los sacerdotes romanos, eunucos de nacimiento (el celibato católico es un auténtico refugio para esta clase de personas). Segundo grupo: Un 25% de los sacerdotes, homosexuales. Tercer grupo: Un 15%, son hombres de verdad. De este tercer grupo, no llega prácticamente a feliz puerto ninguno: unos se echan una amiga, otros se defienden como pueden, otros aquí caigo, aquí me levanto, otros acaban en manos de psiquiatras, y finalmente hay unos cuantos que cuelgan los hábitos y abandonan su carrera». Hasta aquí Santos Olabarrieta.

El celibato forzoso El celibato forzoso es una monstruosidad, un vano sacrificio, y un error de proporciones inusitadas que a lo largo de la historia del romanismo ha fomentado innumerables fracasos, decepciones e infelicidad. Por otra parte, ha sido una manera más de mantener bajo control y sujeción al clero romano. En la intimidad del matrimonio se disfruta de libertad, y el esposo y la esposa, hablan, comentan, y muchos ministros de haberse podido casar no hubieran estado tan atados al sistema de Roma. Hubieran disfrutado de mayor libertad de pensamiento. Hubieran levantado sus voces más de una vez...¡eso nunca interesó a Roma!. Existe otra razón importante para Roma. Según un artículo publicado en el Brasil en la revista “Veja”, en ese país, a principios de la década de los setenta, los sacerdotes romanos que habían contraído matrimonio no pasaban de 200, pero ahora son 4.000 que sí lo han hecho ya. Sigue diciendo el artículo de “Veja”, que tras la adopción del celibato hubo un motivo muy mundano. La idea surgió en la Edad Media con el fin de preservar el patrimonio material de la institución romana, evitando que los descendientes reclamasen tierras y otros bienes. Con el celibato, los bienes de la Iglesia continuarían siempre en su poder. Esta razón torcida confirma lo que el apóstol Pablo profetizó: “por la hipocresía de mentirosos que, teniendo cauterizada la conciencia prohibirán casarse...” (1ª Timoteo 4: 3) El celibato forzoso siempre ha sido una fuente de insuperables tentaciones y pecado consumado. Por eso la Biblia nos exhorta a conocer si realmente Dios nos ha dado el don de continencia o no. Ese don no se lo puede provocar nadie sino que es dado por 28


Dios. Por eso la Biblia es clara: Dice la Palabra de Dios en 1ª Corintios 7:2, “A causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer y cada una tenga su propio marido”.

Origen pagano Curiosamente, la doctrina de la abstención del matrimonio es una enseñanza de origen pagano, practicada por los sacerdotes paganos griegos entre otros. Fue a raíz del decreto del papa Gregorio VII que fue elevada a nivel de dogma dicha doctrina que no tiene ningún apoyo bíblico. Es interesante ver como predice la Palabra de Dios, la cual nos advierte claramente a través del apóstol Pablo en 1ª Timoteo 4:1-3 lo siguiente: “El Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios; por la hipocresía de mentirosos que, teniendo cauterizada la conciencia prohibirán casarse...”. En el año 1123, como vimos, se cumplió totalmente esa profecía bíblica.

La esclavitud del dogma romano El problema ahora radica en el hecho de que al ser el celibato forzoso una práctica tan arraigada e impuesta, Roma ya no se puede volver atrás de ninguna manera aunque quisiera. Lo mismo ocurre con otras muchas materias. Una vez Roma “dogmatiza”, se esclaviza a sí misma a su declaración, y lo que es peor, esclaviza a millones de fieles a su sistema. La historia está repleta de dichos que se han usado para burlarse de la falsa pretensión de la Iglesia romana respecto a su celibato. Estos son algunos de sus tristes dichos, no exentos de verdad: “El eremita más santo tiene su concubina”, o, “Roma tiene más prostitutas que cualquier otra ciudad porque tiene más gente célibe”. El mismo papa Pío II (1458-1464), del cual hablaremos, dijo una vez: “Roma es la única ciudad gobernada por bastardos”. Estos bastardos eran los hijos ilegítimos de papas, cardenales y obispos. El historiador católico Pedro de Rosa, escribió: “Los papas tenían concubinas de quince años de edad, eran culpables de incesto y perversiones sexuales de todas clases, tenían cantidades innumerables de hijos, fueron asesinados en el mismo acto de adulterio por maridos celosos que los encontraron en la cama con sus esposas...Una antigua frase católica dice: ¿Por qué ser más santo que el Papa?” (Peter de Rosa, “Vicars of Christ: The Dark Side of the Papacy” (Crown Publishers, 1988, pág. 396-397).)

Citaremos las palabras de un autor católico-romano, Eneas Silvio, que posteriormente fue llamado Pío II (1458-1464) por llegar a ser pontífice romano: «Si ha habido poderosas razones para prohibir el matrimonio a los sacerdotes, las hay más poderosas todavía para volvérselo a permitir». Pero Roma no puede hacer eso. Si lo hiciera, se desnudaría, poniéndose en evidencia ante todo el mundo, al reconocer de hecho y públicamente su inexistente infabilidad. Recientemente, más de treita redes y colectivos de católicos de base han suscrito un llamamiento para impulsar, entre otras cosas, a que se considere el celibato “como una opción personal, digna de respeto, no obligatoria para nada ni para nadie”. Estos fieles a la iglesia de Roma, no han comprendido que ésta no puede cambiar porque es “Semper Eadem” (siempre la misma); no obstante ese soberbio empecinamiento, además de tremendamente injusto desde la base, está ocasionando desgracias a terceros también. Algunas noticias al respecto han salido a la luz pública. Hace pocos años, en uno de los diarios de mayor tirada nacional, venía el 29


siguiente artículo: “Los abusos a monjas reabren el debate sobre el sexo en la iglesia católica”: “La denuncia de cientos de violaciones de monjas por parte de sacerdotes en 23 países, 14 de ellos en África-ha reabierto el debate sobre el sexo dentro de la iglesia católico romana (ICR). Círculos misionales españoles manifestaron ayer su sorpresa por “el alcance y la gravedad” de los hechos denunciados, y se refirieron a las dificultades del clero…para vivir el celibato” (El País, Madrid, 19 Abril 2001). Esto es muestra del fruto de iniquidad del sistema romano.

La misa romana versus la Cena del Señor PARTE I La palabra latina missa es de origen pagano, y se introdujo en el año 350 en la Iglesia romana aplicada más tarde por corrupción a lo que hoy se da el nombre de misa. Cuando los sacerdotes paganos concluían sus funciones, para despedir al pueblo usaban la fórmula: “Ite missa est”, de ahí viene el nombre del culto católico-romano, tal y como enseñó el papa Benedicto XIV (1740-1758) en su “Tratado sobre la Misa, 1: 6”. La misa es un sacrificio en sí. Según Roma, es el sacrificio de Cristo una y otra vez.

“Imagen sacada de un sitio católico. La propia imagen evoca crueldad y blasfemia, mostrando a un cristo siempre en agonía, y a disposición de un sacerdote romano. No es este el verdadero Cristo el cual vive para siempre, y está sentado a la diestra del Padre”

El Concilio de Trento (1534-1545), en el que la doctrina de Roma se hizo oficial, afirmó: «Si alguno dijere que en la misa no se ofrece a Dios un sacrificio propio y verdadero, sea anatema» (es decir, sea maldito). Ese anatema, según Roma lo entiende, es merecedor de ser excomulgado, y merecedor de muerte eterna. Muchos protestantes, 30


muchos miles, fueron asesinados cruelmente en la estaca y la hoguera por la Inquisición, por no creer ni seguir la enseñanza tridentina, la cual dicho sea de paso, es absolutamente blasfema. Muchos y constantes sacrificios de Cristo: Según el dogma romano, la misa es la repetición del mismo sacrificio realizado por Cristo en la cruz del Calvario, y que puede ofrecer a Dios, por los vivos y por los difuntos. Sin embargo, la Palabra de Dios no enseña eso en absoluto, sino todo lo contrario. La misa no está en absoluto de acuerdo con lo que enseña la Palabra de Dios, la cual dice en Hebreos 10:12, “Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios” (Hebreos 10:12) (énfasis nuestro)

La expresión “se ha sentado” quiere decir que Cristo como oferente ha dejado de actuar, y que por lo tanto, el sacrificio de la cruz, es suficiente para la expiación de todos los pecados del mundo sin necesidad de repetir dicho sacrificio, ni siquiera de manera “incruenta” como alega a ser la misa. Respecto a los muertos, esta doctrina contradice abiertamente lo que enseña la Biblia respecto a los que ya partieron: “De la manera que está establecido para los hombres, que mueran una sola vez y después de esto el juicio” (Hebreos 9: 27) (énfasis nuestro). Los que mueren en Cristo no necesitan nada de aquí de la tierra porque ya están con el Señor. Para los que mueren sin Cristo, no hay una segunda oportunidad. El Señor Jesucristo acabó Su obra en la cruz y exclamó: “Consumado es”

“Elevación de la hostia”

Roma, sin embargo, insiste en que la misa es un sacrificio en el que Cristo es inmolado todos los días, celebrándose una media diaria de 200.000 “sacrificios” de Cristo por todo el mundo. Esto además de falso, es sin lugar a dudas blasfemo, porque deja como mentirosa la Palabra de Dios, y es una burla a Cristo y a su genuina obra. Ningún verdadero hijo de Dios puede ni debe participar de semejante monstruosidad.

31


¿Ha cambiado Roma su doctrina? Equivocadamente, muchos piensan que Roma ha cambiado sus doctrinas tridentinas (de Trento), pero esto no es así. Esta misma doctrina en cuestión fue ratificada por el Concilio Vaticano II en el punto tercero de la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, al afirmar: «La obra de nuestra redención se efectúa cuantas veces se celebra en el altar el sacrificio de la misa». Sin lugar a dudas esta declaración contradice las palabras de Jesús sobre la cruz y la enseñanza clara de la Biblia. Sin embargo, lo siguiente eso es lo que dice el catecismo romano respecto a la misa: «¿Es la misa un sacrificio diferente del de la crucifixión? Respuesta: No. Porque el mismo Cristo que una vez se ofreció a sí mismo en sacrificio cruento a su eterno Padre sobre la cruz, continúa ofreciéndose en sacrificio incruento por las manos de un sacerdote sobre el altar». (énfasis nuestro) Nótese que un hombre, el cual se presenta ante Dios y ante los demás como un sacerdote, cuantas veces quiere vuelve a sacrificar a Jesucristo. Por este procedimiento, según Roma el Cristo vivo queda en las manos de los hombres, y éstos hacen con Él como quieren y cuando quieren… ¿Tanto cuesta darse cuenta de tamaña aberración?

Cristo se ofreció a sí mismo una sola vez y para siempre La Biblia dice que Cristo fue ofrecido una sola vez y una vez por todos (He. 9: 28) y no necesita que sacerdotes romanos repitan ese sacrificio diariamente. Esto lo encontramos en la Epístola a los Hebreos donde se compara a Cristo con los sacerdotes del Antiguo Testamento y la eficiencia del sacrificio de Cristo, que no necesita repetirse con los sacrificios antiguos que tenían que repetirse diariamente. Veamos Hebreos 7: 26, 27, donde hablando de Cristo, afirma: “Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos; que no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificio por sus propios pecados, y luego por los del pueblo; porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo” (énfasis nuestro) Leamos ahora, Hebreos 9: 25-28, “Y no para ofrecerse muchas veces, como entra el sumo sacerdote en el Lugar Santísimo cada año con sangre ajena. De otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde el principio del mundo; pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado. Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio, así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan” (énfasis nuestro) El sacrificar a Jesucristo una vez tras otra a diario en todo el mundo, esto es la misa. Es la manera más ofensiva de violar el mandato de Dios, haciendo creer a los fieles católicos, cínica y burlonamente, que así están glorificando a Jesucristo.

32


Los apóstoles jamás celebraron misa Los apóstoles jamás celebraron misa, el Nuevo Testamento lo prueba. El clero romano intentó probar lo contrario apoyándose sobre ciertas supuestas liturgias apostólicas, pero la falsedad de aquellos documentos ha sido demostrada hasta la evidencia. Los padres de la Iglesia, no conocían el pretendido sacrificio de la misa; ellos celebraban la Cena del Señor según la institución de Cristo, y no veían en ella en absoluto un sacrificio como Roma lo ve, e impone. Para ellos, la reunión de los cristianos era una acción de gracias (eucaristía) cuando partían el pan y bebían de la copa; una conmemoración del sacrificio de Cristo. Ningún padre de la Iglesia vio en la Santa Cena un sacrificio propiciatorio. Los verdaderos cristianos de todos los tiempos, se han reunido y se reúnen para celebrar en comunión unos con otros que Cristo nos salvó, que es el Señor que resucitó de entre los muertos, y que está para volver pronto. El sacrificio lo ofreció Él con su Vida, nosotros le agradecemos y le damos, junto al Padre y al Espíritu Santo, toda la alabanza y adoración, ya que éste es el Dios Eterno, único digno de ser adorado y exaltado. La misa como tal, se evidenció en la Edad Media: La misa vino formándose poco a poco después de la entrada en masa de los paganos en la Iglesia, los cuales quisieron a toda costa tener un rito parecido al que estaban acostumbrados en el paganismo. Así, poco a poco, empezó a decirse ser la Santa Cena un sacrificio y a modificar la celebración según los gustos paganos. He aquí algunas fechas en las que se originaron las partes varias de la misa, tal y como están consignadas en el libro del papa Benedicto XIV, sección I, caps. 7, 8: el “Judica me Deus”, en el siglo VII; el “Confiteor”, en el siglo XIII; el “Introito” y el “Kirie eleison” en el siglo VII. El “Gloria”, en el siglo XI; las “Colectas”, en el siglo V. El “Gradual”, el papa Benedicto lo ignoraba absolutamente, lo único que sabe es que no es de origen apostólico. El Evangelio y las Epístolas fueron introducidas por Jerónimo. El “Credo” de Constantinopla fue introducido en el siglo XI. El “Ofertorio” no había sido incluido todavía en el siglo X. Con respecto al “Canon”, Gregorio I dice que, a excepción de las palabras de la consagración que fueron dichas por Cristo, el resto fue compuesto en el siglo V. La misa, fundamento de la fe católico-romana, absolutamente nada tiene de origen apostólico. Como puede verse, todas sus partes fueron compuestas, una por una, en distintas épocas, y la misa tal y como hoy se celebra, es un mosaico cuyos pedazos fueron preparados y colocados juntos en la Edad Media, en el siglo XIII, 1.200 años después de Cristo. Es evidente, por otro lado, que antes del 1215, fecha en que fue decretada como dogma la doctrina de la transubstanciación, no podía existir el sacrificio de la misa, porque hasta tanto que no empezó a decirse que en la hostia existía el cuerpo real de Cristo, no se podía pretender tampoco sacrificarlo. La misa como tal, es una invención del medioevo.

33


La doctrina de la transubstanciación, su historia, y lo que enseña la Biblia: La doctrina de la transubstanciación, asegura que el pan y el vino, una vez consagrados por el sacerdote romano, son literalmente el cuerpo y la sangre de Cristo. Esta doctrina fue sancionada por primera vez en el Concilio romano de Tours, en el año 1059. Se promulga definitivamente dicha doctrina y viene a ser dogma en el IV Concilio de Letrán, en una fecha tan tardía como la de 1215, en pleno apogeo de las Cruzadas. La doctrina en cuestión fue ratificada oficialmente en el famoso y horroroso Concilio de Trento. La doctrina de la transubstanciación proviene del concepto aristotélico-tomista de sustancia y accidentes, y es por consecuencia un concepto meramente pagano.

Doctrina tardía Como puede verse, la doctrina de la transubstanciación, es una doctrina que devino en dogma muy tarde en el seno de la iglesia romana. A partir del siglo II, las ofrendas en la celebración de la Cena del Señor, con el transcurso del tiempo se llamaron oblaciones, fue mucho más tarde cuando se llamaron sacrificios (de ahí el concepto de misa). En el año 492, el papa Gelasio I (492-496), negó la conversión de los elementos en la Eucaristía, es decir, se opuso a la doctrina de la transubstanciación. Este es un precedente histórico muy importante, ya que este Gelasio fue elevado a los altares por Roma con el nombre de San Gelasio I. En su bula “De las dos naturalezas”, dijo claramente: “El sacramento del cuerpo y la sangre de Cristo es verdaderamente cosa divina; pero el pan y el vino permanecen en su sustancia y naturaleza de pan y vino”. Esta declaración se opone a la posterior doctrina papal de la transubstanciación. En ese tiempo (siglo V), en el seno de la iglesia de Roma, los fieles comían el pan de la eucaristía mojado en el vino. Entonces se intentó introducir la media comunión, es decir, tomar sólo el pan, mas fue prohibida por los obispos y por el propio Gelasio I. Unos años más tarde, el papa Virgilio (537-555), declaró: “La carne de Cristo cuando estaba en la tierra no estaba en el cielo, y ahora porque está en el cielo, no está en la tierra”. Sin embargo, en el año 787, se observaron ciertos progresos de dicha doctrina diabólica. Progresó, aunque con bastante oposición en la fecha de 818. En el año 840, un monje llamado Pascasio Radberto, escribió por su cuenta y riesgo una obra que llamó “Del cuerpo y la sangre del Señor”. Esta obra levantó una gran controversia en aquel tiempo. En ella, Radberto decía que cuando el pan y el vino eran consagrados, se transformaban en el cuerpo y la sangre del Señor. Ya no eran pan y vino, sino el mismo cuerpo que nació de la virgen María y que se levantó del sepulcro, y la misma sangre que corrió en el Gólgota. Carlos el Calvo, a la sazón rey de los francos, leyó el tratado de Radberto y tuvo dudas de lo que en él se decía, por ello le pidió aclaraciones al monje Ratrammo de Corbie. 34


Este le contestó que el cuerpo eucarístico no es el cuerpo histórico de Jesús, que se encuentra en el cielo a la diestra del Padre. Esta es otra evidencia clara e histórica de que en aquella época, la Iglesia de Roma no enseñaba la doctrina de la transubstanciación todavía. Obviamente, el Monje Ratrammo de Corbie dijo lo correcto al rey franco. La idea de Pascasio Radberto fue combatida hasta el siglo XIII. Fue durante el periodo oscuro y supersticioso de aquella época cuando empezó a tomar forma la doctrina según la cual, el pan y el vino, se transforman en el cuerpo y la sangre del Salvador, y dejan de ser pan y vino (se necesita mucha imaginación e ingenuidad para creer eso). En el período carolingio, aunque esta opinión se había generalizado, los más estudiosos sabían que se trataba sólo de una exageración popular, pero poco después, comenzará a hablarse de un “cambio de substancia”. Hasta el año 1215 la doctrina de la transubstanciación no vino a ser dogma. En ese Concilio Laterano (de Letrán), en esa misma fecha, también se define como dogma la confesión obligatoria anual, y la comunión anual. El papa que presidió dicho Concilio fue Inocencio III. Tenemos que entender que el papa que declaró la transubstanciación como dogma de fe, es el mismo que mandó asesinar a miles de personas en el sur de Francia: los Albigenses. Si el pan y el vino una vez consagrados venían a ser el mismo Cristo, lógicamente ya había que adorar esos elementos, pero esto contradecía la misma Palabra de Dios que prohíbe adorar objetos o materia. La elevación y adoración de la hostia se estableció en el año 1217. Todo esto no había ocurrido nunca antes en la historia del catolicismo, menos todavía del cristianismo, porque la Palabra de Dios prohíbe la adoración de imágenes, objetos y sustancias. En el año 1550, como respuesta a la Reforma, el Concilio de Trento reafirmó la adoración de la hostia y confirmó la doctrina de los siete sacramentos.

Mucha confusión En cuanto a que formas o especies (pan y vino) eran las que se debían impartir al pueblo, la cuestión varió por siglos. En el año 1095, se prohibió la comunión en una sola especie; sin embargo, en el año 1414, se estableció la media comunión, tal y como hasta ahora ¡Antes se prohíbe, luego se aprueba! Pero eso no es todo, en medio de esos años, justamente en el 1120, se establece generalmente el uso de comulgar con pan sólo. Todo esto quiere decir, que a lo largo de la historia del catolicismo romano, ha habido fieles que han tomado la comunión con pan y vino, y otros solamente con pan. A unos, según el tiempo en el que vivieron se les permitió tomar de las dos especies, a otros, solamente de una especie: Ya ven que, ¡La iglesia de Roma es infalible, nunca se equivoca!

35


La Transubstanciación es contra natura Es público y notorio que muchas personas han sido asesinadas por la hostia y el vino consagrado, por haberse puesto en ellos veneno. Enrique VIII, por ejemplo, murió por haber tomado una hostia envenenada. El papa Víctor III (1088) murió por haber bebido en la misa de un cáliz envenenado. Esto prueba que aquellos elementos no se habían convertido en el cuerpo de Cristo; porque, ¿quién afirmaría que el cuerpo de Cristo puede envenenar a alguien? Es contraria a los sentidos. La vista, el gusto, el tacto, nos han sido dados por Dios para que los usemos y conozcamos así las cosas que Él ha hecho. Cuando Cristo hacía un milagro, lo hacía de tal manera que cada uno podía asegurarse y cerciorarse con sus propios sentidos sin dejar lugar a dudas; por ejemplo, cuando convirtió el agua en vino (Jn. 2), eso fue realmente vino, y del mejor. Ahora, si Dios quisiera, podría cambiar el pan en el cuerpo de Cristo, pero en tal caso transformaría aquel pan de manera que permitiría ver que ya no es más pan de trigo. Si debemos dudar de nuestros sentidos, entonces, ¿en qué se convierte la vida? ¡Dios no es un Dios de contradicción ni de confusión! Resueltamente, el ojo, la mano y el paladar nos dicen que la hostia es pasta de trigo antes y después de la consagración. Es contraria al sentido común. Un cuerpo es una cosa finita (tiene un principio y un fin), y no puede hallarse todo entero en más sitios simultáneamente o al mismo tiempo: ¿Cómo, pues, quieren hacernos creer que en un momento dado existen millones de cuerpos de Cristo, enteros, esparcidos por toda la tierra? Además, pensemos en los accidentes, o sea, las cualidades de sabor, color, dimensión, etc. Todos ellos no pueden existir sin la sustancia relativa, Dios lo ha dispuesto así. Roma dice que la sustancia desapareció, y sólo quedan los accidentes; la pregunta es: ¿Por qué?, ¡No tiene sentido! Contradice la piedad. Es blasfemo pretender que cuando a un sacerdote romano se le antoja puede “mandar” a Cristo que baje de los cielos para sacrificarlo de nuevo. Después de esto, literalmente, los fieles y el propio cura ¡se lo comen!, ¡pura antropofagia! Decía Cicerón, el pagano: “Ningún hombre es tan bárbaro que pretenda comerse a su dios”, pues Roma y sus fieles sí lo hacen.

Citando a Trento: Cité aquí al Concilio de Trento, porque es la más clara y concisa declaración de fe católico-romana, fruto de la acción directa de los Jesuitas de Ignacio de Loyola. Dice así: «Si alguien niega que en el sacramento de la Santísima Eucaristía están presentes verdadera, real y substancialmente el cuerpo y la sangre y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y consecuentemente Cristo mismo, sino que dice que es sólo un símbolo, figura o fuerza, sea anatema» (es decir, sea maldito). Sigue diciendo Trento: «Si alguien niega que en el venerable sacramento de la Eucaristía el Cristo integral está contenido bajo cada forma y bajo cada parte de cada forma cuando se divide, sea anatema» (canon 3). 36


«Si alguien dice que en el santo sacramento de la Eucaristía, Cristo el unigénito Hijo de Dios, no ha de ser adorado con el culto de latría, también externamente manifestado, y que consecuentemente no ha de ser venerado en festividad solemne extraordinaria, ni ha de ser cargado solemnemente en procesión según los laudables y universales ritos y costumbres de la santa Iglesia, ni ha de ser exhibido públicamente ante el pueblo para que lo adoren, y que por lo tanto los adoradores son idólatras, sea anatema» (canon 6). ¡Es tremenda la cantidad de maldiciones que proclamaron sobre los verdaderos cristianos esos romanistas de Trento! También es curioso que ellos mismos manifiestan que pueden ser llamados idólatras por adorar un pedazo de pan, ¿por qué lo dirían? ¿Se sentirían particularmente aludidos? Veamos lo que en sí dicen estos cánones. Llanamente declararon que la pequeña oblea y el vino, que sólo el sacerdote romano bebe, una vez consagrados son Jesús y contienen su total Divinidad. Sin embargo, la Biblia nos dice que Cristo está sentado a la diestra de Dios Padre. Cristo es Dios, ¿por qué tendría necesidad de limitarse a un pedazo de pan hecho por manos humanas? ¿qué sentido tiene tomar el pan, “convertido” en Cristo, cuando el cristiano, si lo es, ya recibió a Cristo a través de la fe (Juan 1:12, 3: 3), y Cristo ya vive cada día en él? Aquí hay otra contradicción abierta entre lo que dice la Biblia y lo que declara Trento bajo pena de maldición eterna. El canon 6, que ya leímos, afirma que los católico-romanos tienen que venerar y adorar la “hostia” y postrarse ante ella, también la llevan en procesión, y todos deben inclinarse y adorarla. Sin embargo, esto contradice abiertamente la Palabra que dice: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de cosa que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas ni las honrarás...” (Éxodo 20: 4, 5). ¿Tiene Dios una palabra diferente en cada caso? No. ¡Evidentemente, no es la voluntad de Dios que le hagamos una imagen (la oblea, el vino) y que digamos y creamos erróneamente que ese pan y vino son Cristo en persona! ¿Qué creían los padres de la Iglesia?: Los padres de la Iglesia no creían en la doctrina de la transubstanciación. Escribe Tertuliano (Cont. Mar. 4: 40), “Cristo, habiendo tomado el pan y habiéndolo distribuido a sus discípulos, dijo: Éste es mi cuerpo, a saber, la figura de mi cuerpo”. Teodoreto, en su diálogo con Eutiques, dice: “Después de la consagración, el símbolo místico no cambia su propia naturaleza, pues permanece en su primitiva sustancia, figura y forma”. San Crisóstomo, en su “Epistola ad Cesarium”, dice: “El pan después de la consagración es digno de ser llamado el cuerpo de Cristo, aun cuando la naturaleza del pan permanece igual”.

37


Eusebio (Dimostr. 1: 1), dijo: “Hemos sido enseñados a celebrar sobre la mesa, de conformidad con la Ley del Nuevo Testamento, con los símbolos del cuerpo y la sangre de Cristo, la memoria de aquel sacrificio”. Roma se contradice: Sabemos que Jesucristo ha tenido dos manifestaciones claras y una tercera que esperamos. Su primera venida a la Tierra, para poder abolir el pecado con Su sacrificio en aquél que cree; su ascensión al Cielo, a fin de comparecer ahora por nosotros ante Dios Padre; y la tercera que aguardamos: Su Segunda Venida a la Tierra. Los cristianos auténticos esperamos con gozo el momento en que esto se produzca. El retorno corporal de Jesucristo será la respuesta a todos nuestros anhelos y oraciones. Con Él estaremos para siempre, transformados en Su imagen (Colosenses 3: 4). Ahora bien, por un momento echemos un vistazo al Catecismo católico-romano, donde dice: “¿Qué verdades debemos creer?: Debemos creer las verdades que Dios ha revelado y la Iglesia nos enseña. ¿Dónde se contienen las principales verdades que debemos creer?: Las principales verdades que debemos creer se contienen en el Credo”. Entonces, veamos que dice el “Credo” en cuanto a la cuestión que estamos estudiando: “...desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos”. La Iglesia católico romana dice que “desde allí ha de venir (Jesucristo)”. Este “desde allí”, significa desde el Cielo. Es verdad fundamental de la Iglesia de Roma (y también bíblica) que Jesucristo está sentado a la diestra del Padre, que desde allí ha de volver visible a la Tierra y que el momento de tal acontecimiento lo ha decidido el Padre. Teniendo todo esto en mente, entonces, ¿por qué Roma enseña como verdad fundamental también que el cuerpo de Cristo está en cada Eucaristía, en cada sagrario, en cada parroquia, en cada país, en cada ciudad de este mundo? Si Cristo “desde allí (el Cielo) ha de venir (a la Tierra)”, y esto es verdad fundamental creída por todos los cristianos de todos los lugares y tiempos, Cristo (en cuerpo), ¡está allí!, y no en el sagrario. Roma una vez más, se contradice. Ya que lo hemos mencionado, hablemos pues del sagrario romano.

El sagrario Roma enseña que el sagrario es el santuario, el lugar Santísimo, semejante al lugar Santísimo del Templo de Jerusalén en el Antiguo Pacto, donde estaba la presencia de Dios. De ahí que los fieles y el propio sacerdote romano deban adorar hacia ese lugar. El motivo es que allí se guarda el pan y el vino consagrados, que según Roma es el mismo Cristo en persona. Sin embargo, la Biblia no enseña eso, sino todo lo contrario: “Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en cielo mismo para presentarse ante Dios” (Hebreos 9: 24). El santuario hecho a mano al que se refiere la porción bíblica es el lugar Santísimo del Templo de Jerusalén. Se pretende que para el católico sea el “sagrario” romano. 38


Claramente la Biblia dice que Cristo no entra ya en santuarios hechos a mano, es decir, por mano humana. Sin embargo, el santuario en el que Cristo sí mora por su Espíritu es el cuerpo de cada creyente verdadero en Él: “¿No sabéis que sois templo (o santuario) de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” (1 Corintios 3: 16) “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios...?” (1 Corintios 6:19) ¡Los cristianos sí somos el verdadero sagrario!

“El sagrario romano” 39


La misa: un asunto de simple y llana simonía: Misas privadas; misas en honor de los santos... En la misa, supuestamente, Cristo es bajado de los Cielos por el sacerdote romano, metido en un pedazo de pan, y luego es sacrificado; esto sucede cada día, miles de veces por todo el mundo. Cristo, se convierte en una mercadería de la cual Roma posee el monopolio. Esa mercadería tiene un precio, según sea la intención de dicha misa. Hay misas para todos los bolsillos. Cuando un rico moribundo deja una suma apreciable para que se celebren misas en favor de su alma, estas son siempre más que las que se celebran por el pobre. Este comercio de misas en favor de esas almas que supuestamente padecen en un hipotético lugar llamado purgatorio, no es más que simonía. ¡¡Cristo dio su vida una vez y para siempre por todos y cada uno de nosotros, y es por la fe en Él y en Su sacrificio que recibimos la vida eterna!! Esas misas nada bueno pueden obtener, sino lo contrario, maldición a los que las celebran y participan de ellas.

PARTE II Entendiendo las palabras de Cristo y su mandamiento Jesús dijo: “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que Yo daré es mi carne, la cual Yo daré por la vida del mundo” (Juan 6: 51). Jesús dice que es el pan de vida que desciende del cielo. Dice que ese pan es su carne, es decir, su propia vida, y añade que la va a entregar por la vida del mundo. Explícitamente el Señor estaba revelando a los judíos que le escuchaban que iba a dar su vida en la cruz por todo el mundo. ¿Cómo deberemos entender lo de “si alguno comiere de este pan...”? Obviamente, no se trata de engullir literalmente a Cristo, sino de creer en lo que iba a hacer en la cruz del Calvario, para recibir ese beneficio de salvación. Para que esos hombres pudieran entenderle, Cristo se compara con un alimento que nutre eternamente; recibiendo ese alimento, recibían la vida eterna. Evidentemente, el Señor les hablaba usando la sinécdoque; es decir, por medio de parábola. El Señor usaba de un lenguaje figurado para hacerse entender cuando hablaba de conceptos espirituales. El acto de “comer su carne y beber su sangre” (V. 54), es un acto espiritual y no carnal; es un acto de fe. Más adelante, Jesús mismo lo aclara, diciendo: “...las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida” (v. 63). Cuando recibimos a Cristo y su obra en la cruz por la fe, realmente se cumple lo que dijo Jesús: “Si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre”. Al recibir a Cristo como nuestro Salvador y Señor, recibimos el don de la vida eterna. Atención a lo siguiente: ¿Era el pan que Cristo estaba partiendo delante de sus discípulos en la Ultima Cena su propia carne?, ¿Era el vino que estaba en la copa del 40


Señor su propia sangre?, Obviamente, no. Él iba a dar su vida, su carne y su sangre por todos nosotros al día siguiente. En este versículo siguiente, Jesús nos lo aclara todo: “El pan que yo daré es mi carne, la cual daré por la pida da mundo” (Juan 6:51). Él cumplió esas palabras en la cruz. Cuando Jesús dijo: “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre”, debemos decir que Jesús hablaba un dialecto del arameo (el arameo que se hablaba en Galilea), en el que el verbo solía estar tácito, por lo tanto, en cuanto al verbo ser en su forma de tercera persona del presente de indicativo, no se encontraba como tal. Debe entonces entenderse que Jesús dijo: “Esto, mi cuerpo; ésta, mi sangre” supliendo el verbo por: significa, representa, simboliza, etc. Cuando tras la multiplicación de los panes y los peces en el desierto Jesús se presenta como el pan de vida bajando del cielo, y dice que el pan que Él nos da es Su carne, los judíos no podían entender esas palabras en sentido literal como leemos en el versículo 52 del capítulo 6 de Juan, donde leemos que los judíos contendían entre sí, diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? El propio Jesús da la interpretación a sus palabras en el versículo 35 al decir que el que acude a El, no tendrá hambre, y el que en El cree, no tendrá sed jamás. Jesús dijo en otras ocasiones afirmaciones similares, como: “Yo soy la vid”, “Yo soy la puerta”, “Yo soy el camino” etc., que nunca fueron tomadas en sentido literal, sino en el metafórico, como debe tomarse en el caso de Jesús como “el pan de vida”, es decir, el hijo de Dios que satisface plenamente el hambre espiritual que hay en el corazón humano tal y como leemos en Juan capítulo seis. La voluntad de nuestro Dios es la de progresar en una mutua verdadera relación personal, fruto y consecuencia de haber nacido de nuevo (Juan 3: 3). Es entonces cuando Cristo mora en nuestras vidas por la fe. Es Cristo en cada uno de los verdaderos cristianos: “…Cristo vive en mí…” (Gál. 2: 20) “Si Cristo está en vosotros...el espíritu vive a causa de la justicia” (Romanos 8: 10) ¿La justicia de quién? La de Cristo. En otras palabras, si Cristo esta en mí por haberle recibido una vez por la fe (Juan 1: 12), el mérito de Su sacrificio en la cruz, es decir, de Su justicia, consiguió que yo haya nacido de nuevo, y que verdaderamente viva, y me aparte de las miserias de mi pecado, y que se cumpla la Palabra escrita: “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Romanos 6: 23). Así que, si ya recibí a Cristo una vez, en el Espíritu y por la fe, como mi Salvador personal y mi Señor, ¿para qué debería seguir recibiéndole, y además ¡comiéndole! a modo de pedazo de pan cuando, por otra parte, la misma Palabra de Dios especifica que no debemos hacernos imagen ni semejanza de Él bajo ningún concepto? Jesús dijo: “Yo soy el pan de vida; el que a Mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en Mí cree, no tendrá sed jamás” (Juan 6: 35). Vemos que Jesús se identifica como el “pan de vida”, es decir, el alimento que da vida eterna, comparándolo con aquel maná que Israel recibió en el desierto como alimento para sus cuerpos. Este pan de vida que es Cristo, se presenta como un alimento espiritual. No lo podemos literalmente comer, así como aquel maná era comido.

41


El dijo que si íbamos a Él, ya jamás tendríamos hambre ni sed, en el sentido de que ya no íbamos a necesitar nada, pues estaríamos completos en Él. Y esto es así cuando una vez, y ya por todas, lo recibimos en nuestras vidas como nuestro Salvador y Señor. Así como Él se entregó una vez y para siempre, le recibimos en nuestras vidas una vez y para siempre. Lo leemos en Juan 1: 12: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”. Es por la fe que recibimos a Cristo, no por engullirle literalmente una y otra vez, como Roma pretende hacernos creer.

Para los verdaderos cristianos Para los verdaderos cristianos, la Santa Cena que tomamos según el entendimiento que nos aporta la Palabra de Dios, nada tiene que ver con la comunión católico romana, es decir, con la misa. Todas las veces que tomamos el pan y bebemos el vino, lo que se denomina la Cena del Señor, estamos dando gracias a Jesús por lo que hizo personalmente por cada uno de nosotros (eso sólo se puede y se debe hacer cuando se ha nacido de nuevo, y consecuentemente Dios da la revelación de la seguridad de la salvación al individuo, (Juan 3: 3; Romanos 8: 14-16). También lo hacemos, dando testimonio de su muerte hasta que Él vuelva en gloria (1ª Corintios 11: 26). En ese cristiano, Cristo mora en él a través de su Espíritu (1 Corintios 6:19), y por lo tanto tiene comunión diaria con Dios. Así que, lo que la Iglesia de Roma habla de la “comunión”, en cuanto al acto de tomar la hostia consagrada, sería para el cristiano nacido de nuevo su comida diaria, comida espiritual (Dios es Espíritu, Juan. 4: 24), que no es ni más ni menos que mantener una preciosa relación (comunión) con el Creador a través de Cristo Jesús. Jesús lo dejó muy claro con estas palabras suyas: “El Espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son Vida” (Juan 6: 63). ¿A qué palabras se estaba refiriendo el Señor? A éstas: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene Vida eterna...porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida” (Juan 6: 55, 56). Los cristianos damos gracias a Dios tomando la eucaristía por nuestra salvación que Él consiguió por nosotros. Damos gracias por haber tomado el pan de vida que es Cristo el día que le recibimos por la fe. Su carne y su sangre ofrecida por nosotros en la Cruz, sólo se puede recibir por la fe, nada tiene que ver con un acto engullidor. A Cristo sólo se le puede recibir espiritualmente, por la fe, porque Dios es Espíritu. Cuando se le ha recibido y se creído en El (Juan 1:12). Dios nos salva y nos da la vida eterna, entonces la comunión es diaria y auténtica. Todo ello es posible, la reconciliación con Dios, porque Cristo Jesús pagó el precio de nuestra reconciliación con el Dios vivo en la cruz del Calvario, una vez y para siempre.

42


Una vez los judíos preguntaron a Jesús: “¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?”. Respondió Jesús y les dijo: Esta es “la obra de Dios, que creáis en el que El ha enviado” (Juan 6: 28, 29). Esto implica una renuncia a seguir viviendo según la antigua manera de vivir, en presunción, en egoísmo, en ignorancia espiritual, en autosuficiencia y legalismo religiosos, en auto-justificación, en pecado. Es necesario un arrepentimiento, que significa un cambio completo hacia la dirección de Dios, la cual encontramos en Su Palabra, la Biblia, en una vida de oración y de comunión con el Espíritu Santo (2ª Corintios 13: 14b).

Respecto a la confesión Pequeño historial Hasta el año 329, la confesión entre los cristianos era según el modelo bíblico que luego veremos. Pero en ese año, se introduce por primera vez la confesión secreta o privada, llamada auricular. Cabe decir que el que escuchaba la confesión no absolvía, eso llegó mucho después. En el año 390 ya se realizaban de forma común confesiones privadas. En el año 750, se origina la absolución después de la confesión. En el año 763, la confesión auricular se vuelve obligatoria por primera vez. Papas pecadores definieron el dogma El papa de ese momento, que establece esa obligación es Paulo I (757-767). Este papa estaba a la sazón más enfrascado en cuestiones político-militares que en cuestiones pastorales, Paulo I “unido a los francos, luchó contra los lombardos y griegos” (enciclopedia católica)... ¿Podríamos imaginar al apóstol San Pablo haciendo lo mismo que este Pablo I? El apóstol Pablo fue a predicar el Evangelio a las gentes, no a pelear contra ellas. Como vimos, la confesión auricular no fue declarada como artículo de fe, por la Iglesia romana hasta una fecha tan tardía como la del año 1215, por el IV Concilio de Letrán, siendo el papa que lo sentenció Inocencio III, el mismo que puso en marcha los principios de la Inquisición y mandó asesinar a miles de albigenses.

¿Dice algo la Biblia sobre la confesión auricular? Respecto al tema de la confesión auricular que enseña Roma, ¿encontramos algo de ello en la Biblia?: No. Ni Pedro ni los demás apóstoles la predicaron ni la practicaron. Cuando el carcelero de Filipos preguntó: “¿Qué he de hacer para ser salvo?”, la respuesta no fue: “confiésame tus pecados y serás salvo”, sino: “Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo” (Hechos 16:30,31). Y es que, como decían los judíos cuando Jesús curó al paralítico en Capernaum, tras perdonarle sus pecados, ¿Quién puede perdonarle sus pecados sino solamente Dios? (Marcos 2:7). Quien perdona los pecados es Dios. Les invito a leer el pasaje de Mateo 9:1-7. A la vista de esta historia debemos llegar a la conclusión de que el que perdona pecados, es el mismo que sana: Dios. Sólo Cristo puede sanar, y consecuentemente perdonar pecados, ya que El se hizo pecado por nosotros y con su vida pagó el precio del pecado. Nadie puede tomarse atribuciones que sólo pertenecen a Dios.

43


Los cristianos y la confesión de pecados Ahora bien, los cristianos confesamos los pecados al Señor, y a veces lo hacemos públicamente, y frecuentemente en privado. Como cada uno de nosotros somos sacerdotes (sacerdote es aquel que tiene acceso directo a la Presencia de Dios), podemos y debemos orar al Padre en el nombre de Jesús (único mediador entre Dios y los hombres, 1 Timoteo 2:5, 6 y pedirle perdón en Su nombre. Leemos así en 1 Juan 1:9: “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiamos de nuestra maldad”. Ahora bien, ¿Qué significa confesar? El verbo confesar, en la forma de primera persona del plural es en griego: “omologomen”, que literalmente sería: “decimos lo mismo”, venimos a decir lo mismo que Dios dice de nuestros pecados. En otras palabras, confesar es reconocer delante de Dios que está escuchando, nuestros pecados. Un ejemplo: El reo que confiesa ser un asesino o un ladrón, está reconociendo que él mató o robo tal como se le acusa. El confesar nuestros pecados ante Dios es reconocer delante de Dios nuestras faltas y transgresiones y expresar nuestra firme y real voluntad de no hacerlo más; es decir, de apartarnos de esa práctica contraria a la voluntad de Dios. La Biblia llama a esto: arrepentimiento. De este modo Dios nos perdona sin condiciones, ¿por qué? porque la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado (ver 1ª Juan 1:7). Dice el Salmo 32: 5: “Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Yahvéh; y me perdonaste la maldad de mi pecado”. El apóstol Juan nos dice en 1ª Juan 2:1, 2: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el Justo. Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo”.

Roma y la confesión Tristemente, sin embargo, según Roma, la única manera en que los pecados pueden ser perdonados por Dios, es mediante la confesión auricular, confesando al sacerdote romano todos y cada uno de esos pecados. De esa manera, conscientemente o no, el fiel está sujeto al sistema de Roma. Un verdadero católico-romano, a pesar de sus muchas dudas, tendrá siempre mucho temor en abandonar la Iglesia de Roma por estar unido y expuesto a innumerables cuestiones dogmáticas, como ésta, que no se encuentra en la Biblia, pero que ejercen un control impositivo sobre el fiel. Si éste, aunque se arrepienta de su pecado, no realiza la confesión auricular, Roma asegura que ese pecado del cual ya se ha arrepentido no le es perdonado por Dios. Déjeme decirle, que eso no es cierto. Le recuerdo la porción de la Escritura que dice: “Si confesamos nuestros pecados, Él (Cristo) es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiamos de nuestra maldad” (1 Juan 1: 9). No dice: “Si confesamos nuestros pecados ante un cura…”; dice: “Si confesamos nuestros ante Dios”. Por creer esa declaración romana, automáticamente se establece una dependencia total y enfermiza del sistema de Roma. El fiel está atado al cura. Además, el fiel católico, nunca tiene la seguridad del perdón de sus pecados; siempre habrá por ahí “pecadillos” que nunca sabrá como podrán ser perdonados en esta vida. Por eso Roma inventó el “purgatorio”, del cual hablaré más tarde. ¡Atención a esto!: Escribe Ralph Woodrow en su excelente libro “Babilonia, misterio religioso”: “Nadie en el Nuevo Testamento obtuvo alguna vez perdón a través de un 44


sacerdote. Pedro dijo a Simón el Mago: “Ruega a Dios que seas perdonado” (Hechos 8: 22). Esto tiene un gran significado, especialmente cuando tantos han sido enseñados que Pedro fue el Papa, el obispo de obispos. Sin embargo, Pedro no le dijo a ese hombre que confesara ante él su pecado, ni tampoco le dio penitencia alguna (como orar el “Avemaría” un cierto número de veces al día y por determinado tiempo). También es significativo notar que cuando Pedro pecó, él confesó su pecado a Cristo y fue perdonado. Pero cuando Judas Iscariote pecó, él confesó su pecado a los sacerdotes y cometió suicidio”. Santiago apóstol en su Epístola universal dice: “Confesaos vuestras faltas unos a otros” (Santiago 5: 16). Es la voluntad de Dios que si pecamos contra el hermano vayamos y pidamos perdón. La confesión de pecados nos libera de toda condenación del diablo.

La penitencia Implícita con la confesión auricular, para Roma, está el asunto de la llamada penitencia. La Biblia no habla de penitencia, sino de arrepentimiento. Pero, ¿Qué quiere decir un católico-romano cuando dice que se arrepiente? La realidad enseñada por Roma es que el católico tiene que comprar el favor de Dios, haciendo penitencia. El sacerdote de turno dice que le perdona, obligándole a hacer penitencia por su pecado. Deberá repetir una serie de “Avemarías” o de “Padrenuestros”, según sea la gravedad, o encender velas a los santos o la imagen de la virgen, etc. etc. Esta penitencia viene a ser como una “purga” o paga por los pecados cometidos. Sin embargo, la Biblia dice que “Si confesamos nuestros pecados, El es fiel justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1ª Juan 1:9). Nada se puede añadir a lo que Cristo hizo por nosotros en la cruz. La llamada penitencia no tiene sentido, ya que nada podemos ofrecer por nuestros pecados, nada podemos pagar, ningún tipo de justicia personal. La penitencia papista coloca al católico al absoluto arbitrio del cura, lo que es completamente opuesto al Evangelio, el cual emancipa al hombre, poniéndolo en relación directa con Dios.

La restitución Otra cosa es lo que la Biblia habla de restitución. El acto de restituir, cuando necesario, demuestra la realidad de un verdadero arrepentimiento. Restituir implica la devolución de una cosa o cosas a su dueño o tenedor, o el restablecimiento de una cosa en su estado original. Es, una vez entendido el agravio hecho a Dios y al prójimo, con todas las fuerzas y de todo corazón, devolver lo sustraído, o lo dañado, etc. a su dueño original, y si es virtualmente imposible hacerlo, estar dispuestos a pagar con las consecuencias legales o jurídicas, etc. Lo que Dios demanda de nosotros es: Arrepentimiento, palabra que viene del griego “metanoia”, y que significa “cambio”. Dios quiere que una vez hemos recibido a Jesús como nuestro Salvador y Señor, vivamos en la nueva dirección que Él nos marca, lo cual encontramos en la Biblia. El amor a Cristo es la razón del cambio, del arrepentimiento. Todo ello implica un cambio de mente (Romanos 12:2), un buscar de corazón al Señor, y empezar a caminar en serio con Él, conociéndole y, consecuentemente, amándole por Quien El es. Ese andar, produce en nosotros los frutos dignos de arrepentimiento de los cuales enseñaba Juan el Bautista (Mateo 3:8), éstas son también las obras de las que habla Santiago (Santiago 2:17), obras procedentes de una 45


fe verdadera. El fruto del Espíritu Santo: “Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gálatas 5: 22, 23), son el resultado de ese arrepentimiento y de la obra santificadora del Espíritu Santo, el cual vive en el interior del verdadero cristiano.

Las indulgencias La iglesia católica y romana se vanagloria en su pretensión de ser “el ministro de la redención”, esto es lo que dice el canon 992 de su Ley Canónica. Roma declara que la salvación que ella ofrece debe recibirse en cuotas parciales y que su eficacia se deriva, no sólo de los “méritos de Cristo”, sino de la “superabundancia” de “buenas obras de todos los santos”, que hicieron más de lo que se necesitaba para lograr su propia salvación. He aquí un claro exponente de la “religión del esfuerzo personal” que la Biblia expresamente condena (ver Romanos y Gálatas). El Concilio Vaticano II, dice: “Para ganar indulgencias, debe realizarse la obra prescrita”. Claramente Roma enseña que la salvación es por obras. Aun y así, la persona misma no tiene que hacer las buenas obras por sí sola siempre; las buenas obras de otros pueden acreditarse a la cuenta de uno. Dice así lo aprobado en el Vaticano II: “El Unigénito Hijo de Dios...adquirió un tesoro para la Iglesia militante...Este tesoro, lo encomendó para ser saludablemente dispensado a los fieles, al bienaventurado Pedro, llavero del cielo, y a sus sucesores, vicarios suyos en la tierra (¿?), y para distribuirlo entre los fieles para su salvación... El tesoro de la Iglesia es el valor infinito...incluye también las oraciones y buenas obras de la Bendita Virgen María...en el tesoro, también, están las oraciones y buenas obras de todos los santos, quienes han logrado por dichas buenas obras su propia salvación, y al mismo tiempo cooperado para salvar a sus hermanos...” ¡Salvación por obras!, por lo tanto el mérito es del “salvado”, no del Salvador.

“El Concilio Vaticano II” 46


Origen de las Indulgencias El mismo concepto de “indulgencia” proviene del paganismo. Esta enseñanza y práctica católico-romana parte del concepto ancestral, pre-cristiano, de que la aflicción por el dolor, rezos, peregrinajes a santuarios y sacrificios a los dioses son méritos para conseguir de esos dioses beneficios y favores. La idea de que rezar “Aves Marías”, besar crucifijos, realizar actos “meritorios”, etc. reducirán la pena en el purgatorio contradice abiertamente lo manifestado en la Palabra de Dios; primeramente, porque no existe el purgatorio, luego, porque Cristo dijo en la cruz: ¡Consumado es! Él pagó el precio de toda nuestra maldad, y el beneficio de ese pago se recibe por la fe (Ef. 2: 8, 9); pretender añadir algo a esto es un acto blasfemo. Dice Dave Hunt en su libro “A Woman Rides the Beast”: “El “evangelio” de las indulgencias es una de las doctrinas más descaradamente antibíblicas e ilógicas provenientes de la Edad Media, y que aún hoy en día está en vigor. El concepto pagano de las indulgencias, gradualmente vino a ser definido como parte del catolicismo romano a través de los años como la manera mayor de hacer dinero por parte de los papas”. Efectivamente, Roma incluso se permitió (y se permite) el conmutar la penitencia por dinero. Esto empezó en el año 1022. Sigue diciendo Hunt: “De este “tesoro de la Iglesia”, el clero católico dispensa la salvación y redención un poquito cada vez mediante los siete sacramentos. No hay forma de saber cuánto crédito se otorga por cada hecho, ritual o indulgencia, o cuánto tiempo este proceso debe continuarse. Nunca se da suficiente gracia para asegurarle el cielo al individuo. Siempre deben decirse más rosarios, oficiarse más misas, dar más ofrendas a fin de obtener más gracia de la Iglesia”. No en Roma, sino en Aviñón, el papa que declaró dogma oficial la doctrina de las indulgencias fue el déspota Clemente VI en el año 1343 (ver su descripción en Historia papal). Este papa, dice la enciclopedia católica, “era hijo de una poderosa familia, patrocinador de las artes y aficionado a las recepciones mundanas. Se destacó por su nepotismo (*)”. Subió a la silla del Vaticano por la influencia y dinero de su familia (como la inmensa mayoría de los papas), e hizo lo mismo con sus allegados, haciendo acepción de personas. (*)(Desmedida preferencia que algunos dan a sus parientes para las gracias o empleos públicos)

La venta de las indulgencias En España, en la época anterior a la Reforma, Dios podía ser comprado por dinero; o al menos esto es lo que pretendía y obligaba a creer y cumplir la jerarquía romana. Todas las personas de siete años para arriba, tenían que comprar la bula papal anual de la Cruzada por lo menos una vez al año. Con la compra de esa bula, el papa otorgaba indulgencias y absolución de todos los pecados excepto dos: Herejía y voto de castidad. Don Antonio Gavin, escritor español y católico del siglo XVIII escribe al respecto: “Digamos que tenemos la sospecha de que esta bula manda más gente al infierno que las que salva de él; puesto que ella es el mayor estímulo para pecar en el mundo. Un hombre dice: Yo puedo satisfacer mis lujurias y pasiones, puedo cometer todas las maldades y todavía estar seguro de ser perdonado de todo por tener esta bula por dos 47


reales de plata. Por la misma regla sus conciencias no pueden estar bajo ningún remordimiento ni dificultad, porque si un hombre comete un gran pecado, va a confesarlo, obtiene absolución, tiene a su lado esta bula, o permiso para pecar, y su conciencia está perfectamente tranquila, puesto que después de conseguir absolución puede ir y cometer nuevos pecados, y volver para que lo absuelvan otra vez” (D. Antonio Gavin, A Master-key to Popery: In Five Parts, 3ª. Ed. (Londres, 1773), pág. , pág. 141).

Según la doctrina romana, teóricamente una sola misa sería necesaria para liberar a todas las almas del purgatorio, a causa de los méritos de la virgen, de los santos y de la autoridad papal. Entonces, ¿por qué no es así? Von Dollinger, escribe: “El agustino Trionfo, comisionado por Juan XXII para exponer los derechos del papa, mostró que, como el dispensador de los méritos de Cristo, podía vaciar el purgatorio de un solo golpe, mediante sus indulgencias, de todas las almas allí detenidas...no obstante, le aconsejó al papa que no lo hiciera” (J.H. Ignaz von Dollinger, “The Pope and the Council” (Londres, 1869), pág. 186-187). No lo aconsejó, sencillamente porque “vaciar el purgatorio” de esa manera tan rápida pondría fin a la mercadería por la cual Roma es lo que es. El mismo apóstol San Pedro dijo proféticamente en su segunda epístola: “Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras, y aun negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina. Y muchos seguirán sus disoluciones, por causa de los cuales el camino de la verdad será blasfemado, y por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas. Sobre los tales ya de largo tiempo la condenación no se tarda, y su perdición no se duerme”. San Pedro, del cual dicen los maestros de Roma que fue el primer papa, les acusa de hacer mercadería de sus fieles, llamándoles “falsos maestros, que introdujeron encubiertamente herejías destructoras”, como la de comprar el cielo con dinero. La llamada venta de las indulgencias se inició en el año 1390. Quien más dinero tenía, mas parcela en el cielo podía conseguir. En el año 1515, se originó la gran venta de las indulgencias, y como consecuencia, la Reforma protestante. El dinero que se recogía descaradamente por la venta de esas indulgencias se usaría para la construcción de la Basílica de San Pedro en Roma. Pensemos que ese edificio se levantó con dinero de pecado y engaño, ¿bendecirá Dios esto? ¡Qué terrible maldición pesa sobre ese edificio!. El papa Juan XXII (1316-1334), cuando el papado se encontraba en Aviñón, era llamado el “Banquero de Aviñón”. Supo como enriquecerse y enriquecer las arcas papales. Cualquier ascenso en el escalafón jerárquico, suponía una importante entrada de dinero en esas arcas; en otras palabras, los cargos eclesiásticos eran comprados, y con ellos se hacía mercadería, ¡perfecta simonía! Este papa en cuestión, ya mencionado un poco más arriba, y del cual, así como de la inmensa mayoría hablaremos más adelante, inventó una serie de “medios de gracia”. Él hablaba de “merecer gracia” (clara contradicción, porque si es gracia, entonces no es meritoria). Una de las formas más conocidas de “merecer” gracia era mediante el uso del escapulario marrón de la señora del Monte Carmelo. En una bula promulgada el 3 de marzo de 1322, este papa declaraba el “Privilegio Sabatino”, es decir, que los que usen el escapulario (sinónimo de fetiche o amuleto), serán librados del purgatorio el primer sábado después de morir. Estas doctrinas que no son más que simple superstición, resultado de no conocer al Señor ni Su Palabra, fueron asimismo avaladas por otros papas como Alejandro V, Clemente VII, Pío V, Gregorio XIII, etc. El papa Benedicto XV, ofreció una indulgencia parcial por besar el escapulario. Recientemente, el papa Pío X, declaró: “Yo uso la tela (escapulario): que nunca nos la quitemos de encima”. Eso mismo hacen los 48


animistas africanos con sus amuletos que dicen les protegen. Aún más recientemente, el papa Pío XII dijo: “Aprendí a amar a la “virgen del escapulario” en los brazos de mi madre”. Pablo VI, afirmaba: “La bendita virgen ayudará a las almas de los hermanos y hermanas de la Confraternidad de la bendita virgen del Monte Carmelo después que mueran”. Las indulgencias parciales son tantas, que no vamos a mencionarlas aquí por razón de falta de espacio y ganas. Además, a partir del Vaticano II, muchas han sido abolidas ¿? Y otras han sido inventadas. Se necesitaría un abogado especializado en Derecho Canónico Romano para desenredar los detalles tan intrincados de cómo y cuándo actúan los actuales “medios de gracia”: “Las formas de las indulgencias parciales que se habían determinado hasta ahora, por días y años, se han abolido. En cambio, se ha estipulado una nueva norma para medirlas” (Flannery, op. Cit., tomo1 pág. 77-78). Aquí la cuestión es clave; si Roma estaba equivocada en sus reglas concernientes a las indulgencias en el pasado, ¿cómo se puede estar seguro de que ahora es diferente?, ¿y qué habrá pasado con los que creyeron en aquellas promesas papales? Que hombres que dicen de sí mismos ser representantes de Dios en la tierra pretendan ofrecer algo que ya Cristo nos ofreció abiertamente y sin medida, cual es, la gracia salvífica, es algo tan sumamente grotesco que carece de suficientes calificativos, más aún cuando miles y miles de fieles sinceramente equivocados creen en estas cosas sin remedio.

Por los muertos Pero lo más asombroso de todo esto es que de acorde a la enseñanza de Roma, las indulgencias pueden aplicarse no sólo a los vivos, sino también a los muertos. La idea de que un tiempo reducido por un buen comportamiento ajeno pueda acreditarse a alguno en el purgatorio que no ha hecho obras prescritas necesarias nuevamente delata el fraude del dogma romano, ¡cómo contradice esta falsa enseñanza a la verdadera de Hebreos 9: 27: “De la manera que está establecido, que el hombre muere una vez, y después de esto el juicio!”. Las indulgencias a las almas del purgatorio son atribuidas a Sixto IV en el 1477; la condición era que los familiares vivos compraran indulgencias para aquellos. Este papa Sixto IV (1471-1484), tuvo dos hijos ilegítimos de su manceba Teresa a los cuales hizo cardenales. Además, hizo cardenales a ocho de sus sobrinos, aunque algunos de ellos eran todavía niños. (Anual histórico de la Iglesia universal, Vol. 2, p. 905). Años más tarde, en el 1657, el papa Alejandro VII prometió una indulgencia plenaria por la participación en los “ejercicios espirituales” del jesuita Ignacio de Loyola. Este papa decretó esta aberración, como respuesta al jansenismo del cual hablaremos. Estas indulgencias plenarias, son promesas de hombres que no tienen ninguna respuesta del Cielo. Son sólo un engaño más, fatal de necesidad, de parte de la vieja Roma, para todos aquellos que están dispuestos a creer lo increíble.

Pero esto de la compra y venta de indulgencias ya ha cambiado, ¿no es cierto? ¡No!, no ha cambiado. A pesar de que gente como Peter Kreeft, apologista romano, afirme que “La Iglesia (de Roma) pronto limpió sus actividades y prohibió la venta de las indulgencias” (Peter Kreeft, Fundamentals of the Faith: Essays in Christian Apologetics (Ignatius Press, 1988), p. 278) 49


después de la protesta de Lutero, lo cierto es que nada ha cambiado (ya que la Iglesia de Roma “jamás se equivoca”). El Vaticano II ha destacado con claridad romana: “La Iglesia...ordena que el uso de indulgencias...debe mantenerse...y condena con anatema a los que dicen que las indulgencias son inútiles o que la Iglesia no tiene el poder para otorgarlas...para la tarea de ganar la salvación” (Flannery, op. Cit. Tomo 1, p. 71, 74). Ni Roma devolvió las sumas de dinero a sus religiosamente estafados, tampoco siquiera pidió perdón. Roma sigue en pie en sus mentiras y millones siguen creyéndolas. Millones están ahora en el infierno creyendo que iban a pasar una temporada en el purgatorio, porque fueron engañados por aquella que se dice mediadora de la gracia de Dios: La iglesia católico-romana. Las misas pagadas por los vivos y difuntos siguen adelante, como uno de los negocios más lucrativos del Vaticano por todo el mundo y estas constituyen, entre otras, venta de “indulgencias” para aquellos que acceden a comprarlas. Roma le ha dado a través de toda su historia (a partir del siglo VI o VII en adelante) a su gente un evangelio de muerte y desesperación. Los fieles católicos romanos viven bajo un constante temor, ya no a ir al purgatorio, sino a ir al infierno. Ninguno de ellos puede tener la seguridad de la salvación, porque Roma les enseña que eso es imposible. Están a merced de esa institución religiosa, a la cual llamamos Roma, y no a merced de Dios, Quien por los méritos de Cristo puede y quiere dar a cada uno salvación inmediata y eterna, tal y como la Palabra de Dios, la Biblia, enseña.

Sobre el purgatorio El Concilio de Trento, artífice de toda la oficialidad dogmática romana dice así: “Si alguien dijera que después de la recepción de la gracia de justificación, la culpa es remitida y la deuda de la pena eterna es borrada de cada pecador arrepentido, que no queda ninguna deuda temporal a ser descargada en este mundo o en el purgatorio antes que las puertas del cielo puedan abrirse, sea anatema” (es decir, maldito o excomulgado) (Sexta sesión, canon 30, p. 46). Trento ignoró que ese “alguien” es la misma Palabra de Dios; así que, Trento llama a la Palabra de Dios, la Biblia, anatema. ¿Será que este despropósito tridentino ha quedado olvidado en el pasado contrarreformista?, ¿será? ¡No! En el Vaticano II, último concilio papista, vemos que todo sigue igual, y con algunos matices “aclaratorios”. Leemos la declaración del Vaticano II: “Los pecados deben ser expiados; esto puede hacerse en este mundo mediante tristezas, miserias y tribulaciones de esta vida y, sobre todo, mediante la muerte (Concilio Vaticano II: Los documentos conciliares y postconciliares, ed. Rev. (Costello Publishing, 1988), tomo 1, p. 63). En esta declaración dogmática vemos que la verdadera expiación, la que logró para todos los hombres, Cristo Jesús (incluidos los católico-romanos), brilla por su ausencia, y es sustituida por “las tristezas, miserias y tribulaciones de esta vida”. En otras palabras, ¡no sólo es insuficiente el sacrificio inigualable de Cristo para cada hombre, sino que además, cada hombre debe de ser su propio cristo!, esto no es más que blasfemia. Sobre el asunto de la muerte, como lugar de expiación, Roma sigue diciendo a través del Vaticano II: “De lo contrario, la expiación debe hacerse en el más allá mediante el fuego y los tormentos o castigos purificadores” (Ibid), es decir, el lugar de la “purga”: El llamado, purgatorio. 50


Doctrina medieval Uno de los principales promotores de esta doctrina falsa del principio al final, pero ingeniosamente lucrativa (repásese el apartado de las indulgencias), fue un monje agustino del siglo XIV, Agustín Trionfo. En esa época los papas romanos tenían autoridad sobre reyes y emperadores, sobre el “cielo y la tierra”. No fue difícil extender esa autoridad más allá, a un “tercer reino”. El monje en cuestión, consejero del corrupto papa Juan XXII (ver su historial) hizo que a través de él se diera a conocer tal aberración. Dice Von Dollinger: “Se había dicho que el poder del vicario de Dios se extendía sobre dos reinos, el terrenal y el celestial...Desde finales del siglo XIII se añadió un tercer reino, el gobierno sobre el cual los teólogos de la Curia Romana habían asignado al papa: El purgatorio” (J.H. Ignaz von Dollinger, The Pope and the Council (Londres, 1869), págs. 186, 187).

Aunque el papa Gregorio el Grande en el año 590 habló sobre el purgatorio, la doctrina romana del purgatorio fue elevada como dogma obligatorio por Roma en una fecha tan tardía como la de 1439. En el año 1563, en el Concilio de Trento, en su sesión 24, canon 9, confirma el purgatorio hasta la fecha. Dice el catecismo del padre Ripalda que el purgatorio es un lugar de sufrimiento a donde los justos van después de la muerte a fin de purgar sus pecados “veniales” los cuales allí satisfacen, y luego van al cielo. Ripalda olvidó que el único que pudo satisfacer todos los pecados de todos fue Cristo en la Cruz. Roma basa su dogma en 2ª de Macabeos 12: 43-46 (libro apócrifo), y en 1ª Corintios 3: 12-15, donde Pablo está hablando del contexto de las recompensas por las obras que sean hechas en Dios, y el que no tenga ninguna, será salvo “así como por fuego”. Lo que Pablo nos dice es que será salvo y punto, ya que la salvación es un don gratuito, que se recibe por la fe salvífica, y no depende de las obras, ni de uno, ni de los demás (Efesios 2: 8, 9). Los sufrimientos del Purgatorio- dicen- pueden durar muchos años, incluso hasta el fin del mundo. Por esta razón, algunos fieles a Roma que disponen del dinero suficiente, dejan grandes sumas de dinero para que se les digan regularmente misas in perpetuum (a perpetuidad). Esto es pagano, y lejos de ser simple “folklore”, se interna en las profundidades del fatalismo y de la estupidez ¡Cuánto más dinero, más misas, más pronto se sale! ¿Admitirá Dios todo esto? Y sin embargo, las Escrituras no hablan en absoluto de dicho lugar, ni de que tal lugar exista. Jesucristo habló repetidamente del cielo y del infierno, pero nunca mencionó acerca de ningún purgatorio. En la historia de Lázaro y el hombre rico, en Lucas 16:19-31, se lee que al morir, el pobre llevado por los ángeles al “seno de Abraham”, donde se hallaban los justos antes de que Cristo fuese sacrificado y resucitase. Ahora ya van todos los justos al cielo directamente, porque Cristo ya lo hizo posible. Mientras así acontecía a Lázaro, el rico fue llevado al Hades (el infierno). No se nombra para nada el purgatorio. Es imposible que si existiese tal lugar “purificador”, la Biblia no hablase de ello. Sin embargo, hay muchos pasajes en los que se nos dice la única manera por la que los hombres son purificados: Por medio de la sangre de nuestro Señor Jesucristo. Esto es lo que enseña la Biblia, la Palabra de Dios: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1). La Biblia declara: “...la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1ª Juan 1:7b). No es que nos limpia de los pecados grandes y no de los pequeños que se han de purgar en un lugar de tormento, no, ¡¡NOS LIMPIA DE TODO PECADO!!, y ese todo incluye tanto a los pecados mortales como a los veniales, que no 51


es más que una división creada por los hombres. Léalo de nuevo: “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonamos nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1ª Juan 1:9).También el autor de la carta a los Hebreos nos dice que “...habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (Hebreos 1:3). Si Cristo ha efectuado ya la purificación de nuestros pecados, ¿qué otra purificación necesitamos? Además, ¿qué tipo de purificación se puede conseguir por méritos propios o ajenos (las misas)?, ¿no contradice esto abiertamente las Escrituras?, la Biblia es clara en el sentido de que nadie se puede salvar o santificar a sí mismo (Tito 3: 5). Sólo el Justo, Cristo Jesús puede hacerlo; ¡y ya lo hizo!, sólo hay que creerlo y recibirlo por la fe (Juan 1:12).

¿Orar por los muertos? En el año 380, se usaron generalmente sufragios por los difuntos, mas sin referencia alguna al purgatorio. Esta era una costumbre que provenía del paganismo. En el año 400 se empezaron a forjar teorías sobre el estado futuro intermedio, que fue el origen del purgatorio, también se empezó a orar a Dios en favor de los muertos. Tal y como apuntábamos antes, el rezar por los muertos es un absurdo y una abominación. Como vimos, la Biblia dice que el hombre muere una sola vez, y luego viene el juicio justo ante el Juez justo, sin más paliativos (Hebreos 9: 27), y por consiguiente, el destino final del hombre. Es en esta vida donde decidimos donde pasar el resto de la eternidad, si con el Señor, o en el infierno. Sólo hay un Camino: Cristo, sólo hay una salvación: Creer en la obra de Cristo y recibirle a Él como Salvador personal y Señor. El que dice: «Cuando vaya a morir ya arreglaré las paces con Dios» es necio, porque no sabe cuando morirá, ahí tenemos el ejemplo de Diana de Gales, la cual nunca pudo imaginar que iba a morir como murió. El que dice «cuando muera, veremos lo que hay», es más necio todavía, ya que la Palabra de Dios es clara al respecto. Dice la Biblia en Eclesiastés: “Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en Seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría” (Eclesiastés 9:10). Las oraciones deben ser dirigidas a Dios en beneficio de los vivos, quienes tienen oportunidad de arrepentirse, y acudir a Cristo, pero no a los muertos que ya han comparecido ante el Tribunal de Dios. Los que estamos vivos necesitamos la oración los unos de los otros (1ª Timoteo 2: 8; Santiago 5:16). Dios se mueve a través de la fe y las oraciones de sus hijos. Necesitamos aprender a orar los unos por los otros según la guía del Espíritu Santo.

52


Capítulo 4

LA IGLESIA DE ROMA

La mayoría de los católicos y no católicos piensan equivocadamente que Concilio Ecuménico Vaticano II liberalizó el catolicismo romano de sus prácticamente 1500 años de existencia como tal. Un gran despliegue de medios se utilizó para hacer que esto ocurriera justamente así. El lema utilizado por Juan XXIII “aggiornamento”, es decir, “puesta al día”, o “renovación”, convenció a propios y a extraños hasta el día de hoy, y fue canal preciado de un pretendido ecumenismo que se desarrolla hasta la fecha y que tendrá implicaciones escatológicas importantísimas. No obstante, la realidad es que dicho Concilio reafirmó los cánones y decretos de los previos concilios claves: “Este concilio sagrado (Vaticano II) acepta lealmente la venerable fe de nuestros antecesores...y propone de nuevo los decretos del Segundo Concilio de Nicea, del Concilio de Florencia, y del Concilio de Trento” (Flannery, op. Cit. Tomo 1 p.412) ¡Nada realmente cambió! En realidad el Vaticano II fue el concilio que confirmó definitivamente la Contrarreforma originada y oficializada a priori por el concilio jesuita de Trento, pocos años más tarde de que tuviera lugar la Reforma Protestante. Esto es muy evidente, y no dejó lugar a dudas el día 5 de septiembre de 2000, cuando el cardenal Joseph Ratzinger (papa Benedicto XVI), responsable de la llamada “Congregación para la Doctrina de la Fe”, antes llamada “Santa Inquisición”, publicó la declaración “Dominus Lesus”. En ella reiteró que “la iglesia católica romana es la única verdadera”. Dicha declaración fue ratificada por el Papa Juan Pablo II “con ciencia cierta y con su autoridad apostólica”, es decir “ex cátedra”, o en otras palabras, con infabilidad. Dice la “Dominus Lesus” en su artículo 17: “Existe, por lo tanto, una única Iglesia de Cristo, que subsiste en la Iglesia Católica, gobernada por el Sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él…”. No dice nada nuevo dicha declaración; no dice nada que no fuera declarado previamente en Trento, el concilio anti Reforma; no dice nada nuevo Roma. Todos esos que se han hecho ilusiones con el ecumenismo católico-protestante, tienen ahora la oportunidad de, a pesar de su desengaño, ser libres de todo ese engaño. Describe el teólogo José Manuel Díaz Yanes a la iglesia de Roma de la forma siguiente: “La Iglesia Católica es - semper eadem -. No cambia. Es cual camaleón que adapta el color de su cuerpo al de los objetos que tiene junto a él, pero sigue siendo un camaleón. A los ojos de los otros animales, se asemeja a cualquier otra cosa, pero sigue siendo un camaleón. La iglesia romana es igual: se adapta cual camaleón a cualquier circunstancia siempre que le beneficie, pero en el fondo sigue siendo la misma iglesia que salió de Trento…”. (Realidades de la Fe, nº 29). Es por ello que la Biblia la denomina “Babilonia la Grande” (Ap. 17:5), porque es depositaria del espíritu de confusión que la caracteriza, (Babel significa confusión). La iglesia de Roma tiene la particularidad de confundir a propios y a extraños tal y como muy bien describe Díaz Yanes. No obstante, si se presta atención y cuidado, pronto se advierte el fondo de la cuestión: La meta del Vaticano es la de reinar por encima de todo y de todos en este mundo, y para ello no duda en imponer, atraer, absorber, aglutinar, integrar, amalgamar, especular, convencer, mediar, manipular, etc., según sea necesario, todo con bonitas palabras como: “la unidad de los cristianos”; el ecumenismo entre las diversas religiones; el diálogo entre los pueblos o entre las religiones; la tolerancia, el pluralismo, la paz y la seguridad, etc. 53


etc., y todo ello sin renunciar a su inquebrantable dogma el cual requiere para dar una imagen de consistencia y autenticidad, no sólo a sus fieles, sino al mundo entero. Ese es el por qué de la “Dominus Lesus”. Adrián Milton, en su magnífico libro “The Principality and Power of Europe”, además de comparar como hacía Díaz Yanes a Roma con un camaleón, agrega otro matiz. Dice así: “El lema del Vaticano es semper eadem (siempre la misma)” y por lo tanto, incapaz de efectuar un cambio fundamental o radical. Superficialmente, no obstante, Roma opera de forma similar al camaleón. En las naciones donde domina, oprime; en las naciones donde es más débil, la estrategia es la de ganar amigos en las altas instancias y minar cualquier cosa que mínimamente desafíe su supremacía (The Principality and Power of Europe, p. 173).

Roma es capaz de convencer a muchos de que lo negro es blanco, y de que lo blanco es negro. Esa es la consigna jesuita. Es capaz de convencer a sus fieles de que su iglesia es humilde y requiere de la ayuda de todos ellos, cuando es la empresa más rica y potente que jamás haya existido en cualquier época en el mundo entero. Es capaz de convencer a muchos de que es la única y verdadera Iglesia de Jesucristo, porque ya fueron convencidos de otras muchas cosas, todas ellas contrarias a las Escrituras, o solapándose a ellas. La iglesia de Roma, desde el principio de su existencia como tal, a través de diferentes y hasta extremas estrategias, a buscado siempre el mismo fin: levantar a su papa por encima de todo y de todos, como cabeza del mundo, y seguirá con ese empecinamiento. La Sociedad Jesuita está empeñada en esa labor. Las repercusiones escatológicas serán cada vez más notorias, conforme nos vamos acercando al momento de la segunda venida de Cristo. Roma nunca cambiará (aunque piensen lo contrario muchos confiados) porque Dios a de juzgar a la Gran Ramera por lo que ha sido, por lo que es y por lo que aún será, como está escrito (Ap. 17, 18). La verdad es que muy pocos conocen de veras cómo es esta macro institución; cómo surgió, cómo se fue formando, y hasta qué punto llegan sus innumerables tentáculos a todos los estamentos de todas las sociedades de este globo, y hoy en día. Muchos se quedarían más que boquiabiertos si supieran qué grado de influencia socio político y militar tiene el Vaticano en el mundo. También se sorprenderían si comprendieran cuáles son los verdaderos intereses, planes y metas que tiene la que se llama a sí misma y requiere ser llamada “Santa Sede”. Empezaremos analizando en cuanto a lo religioso, que dicho sea de paso, proyecta en la institución romanista su filosofía totalitaria a todos los demás aspectos políticos, y de cualquier otro orden. Pero busquemos primeramente el contraste: La autoridad con respecto a los asuntos que conciernen a la fe, a la doctrina, y a la vida espiritual de la Iglesia de Jesucristo, está como hemos venido diciendo, en las Sagradas Escrituras y en la Persona del Espíritu Santo que es el Autor de las mismas, y Quién ilumina a los creyentes que, con actitud sencilla, humilde y con fe, leen y escudriñan esa Palabra de Dios, para conocer la verdad y la voluntad del Señor. La iglesia-católico romana afirma, por el contrario, y como ya hemos visto, que es ella y solamente ella la que posee esa autoridad, ya que según ella es la única guía infalible, y 54


que por lo tanto, sus interpretaciones, sus dogmas y sus decisiones o leyes, deben ser aceptados y creídos. Esta presunta autoridad de la iglesia romana, esta centralizada en la persona del romano pontífice, el cual cuando habla ex cátedra con respecto a la fe y a la moral, dice ser infalible. Esto último es así oficialmente, sólo desde el año 1870. El papa según Roma, es elevado a su cargo mediante la llamada “sucesión apostólica o papal”, la cual pretende ser un nexo continuo de unión papa tras papa desde el primero de ellos hasta el último. Veremos en este libro que esto último no se ajusta ni en la más mínima expresión a la realidad histórica. El papa es el único cuyos pies besan todos los príncipes, su nombre es único en el mundo. Tiene facultad para deponer emperadores y reyes. Nadie puede reprobar su sentencia y sólo él puede reprobar la de todos. El papa no puede ser juzgado por nadie. El romano pontífice, si ha sido ordenado canónicamente, se hace indudablemente santo, según consta en los decretos del Papa Símaco (S. Gregorio VII Ad. Laudenses. H.A..C. VI 13041305). Por todo ello, y según ella misma, la iglesia romana no erró nunca, ni errará jamás, ¡Ella es fiel testigo de sí misma!...y no obstante la iglesia de roma es el mismo yerro, en su misma sustancia. En cuanto a que el papa no puede ser juzgado por nadie, tal y como declara la llamada ley canónica, en absoluto parte esa sentencia de la Palabra de Dios, sino todo lo contrario siendo ésta una absurda e intencionada invención de hombres. Esa intención maquiavélica pretende hacer de un simple hombre mortal, el mismo Dios, ya que sólo nuestro bendito Dios es el Juez del universo, que no puede ser juzgado. Es una terrible blasfemia. A la hora de ser corregido o reprendido, nadie humano está exento, ni por cargo ni por responsabilidad (ver 1 Pr. 5: 1; 1 Ti. 5: 20, 21). Es más, cuanta mayor es la responsabilidad en el servicio, mayor será la exigencia de santidad. En Proverbios 28: 21 leemos: “Hacer acepción de personas no es bueno”. Esta es la enseñanza bíblica, la enseñanza de Dios. Aún el apóstol Pedro fue reprendido por Pablo en una ocasión delante de todos (Gálatas 2: 14). No obstante, el papa de Roma está por encima del mismo Pedro y del mismo principio, porque tal y como se auto denomina, él es “Dios en la Tierra” (León XIII), y Dios no es juzgado por nadie: éste es el dogma romano, tan tremendamente absurdo, injusto como grotesco. De éste falso principio de que el obispo de Roma no puede ser juzgado por nadie, devengará con el tiempo el dogma de la infabilidad papal, otra muestra del desvarío anticristo religioso.

Un problema de base En cuanto a la declaración simaquiana de que todos los papas son santos por definición, además de ser eso un claro ultraje al sentido común y a la fe, plantea un problema imposible de resolver. Este problema de base lo encontramos, entre otros, en aquellos 55


papas, cuyos nombres están en el “Libro Oficial de los Papas”, pero que tal y como reconoció el papa Adriano VI (1523), diciendo:”...muchos Pontífices Romanos fueron herejes” (*), no cumplen, ni mucho menos las pretensiones de santidad declaradas por el papa Símaco, como es evidente y muy a pesar de este último. Si muchos papas han sido herejes, y la historia así lo demuestra, siendo esto además bien sabido de todos, y conociendo lo que dice el Código del Derecho Canónico oficial de la iglesia romana en cuanto a que los herejes son anatema, y por tanto deben ser excomulgados instantánea y automáticamente de la iglesia, un papa hereje ya no es ni siquiera miembro de la misma, y mucho menos su cabeza infalible; en consecuencia, es imposible que un papa hereje pueda proveer un canal de autoridad apostólica a su sucesor, rompiéndose así la tan manida a la vez que falsa, línea sucesoria… pero claro, como el papa juzga todo, y ¡no puede ser juzgado por nadie!... Es esta tiranía político religiosa la que ha atado por siglos a millones de fieles al sistema romano, muchos de ellos sinceros, aunque ignorantes creyentes, que han sufrido el abuso de esta falsa iglesia que ha declarado ser la verdadera y única de Cristo. (*) Peter de Rosa, “Vicars of Christ” (Crown Publishers, 1988), p. 204)

¿De dónde surge realmente la Institución romana? La siguiente, es la verdad histórica: La Iglesia romana quedóse para sí, por mano del papa romano Hormidas u Hormisdas (514-523), la declaración del Concilio de Constantinopla (año 381), por la cual se aplicó ya de forma oficial el apelativo de «católica» a la Iglesia Universal. No nos estamos refiriendo aquí a la Iglesia romana, ya que aún no existía como tal, como fue más tarde. La confesión de fe de la Iglesia Universal de Cristo de dicho Concilio, fue la siguiente: «Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica». Nota: Véase que en esa declaración no se menciona el apelativo de “romana”.

Ciento trece años más tarde, la Iglesia de Roma quedóse para sí la misma confesión de fe del Concilio Universal de Constantinopla del año 381. La Iglesia de Roma, al considerarse a sí misma y anunciarse al mundo como la verdadera y única Iglesia Universal de Cristo, lo hace añadiendo a lo de «apostólica» el título de «romana». Así reza la declaración que leemos en el catecismo mayor del papa Pío X: «¿Cuál es la verdadera Iglesia fundada por Cristo? La verdadera Iglesia fundada por Cristo es únicamente la Iglesia Romana, porque sólo ella es una, santa, católica y apostólica». Es evidente la imposibilidad de ser “universal” y al mismo tiempo “romana”. La iglesia de Roma deberá escoger si ser Universal (el apelativo católico, significa universal) o ser Romana. Con esta declaración, automáticamente excluyen a todas las demás iglesias y confesiones diversas cristianas que obviamente no son católico-romanas. Esta declaración es, como poco, típica de toda actuación y comportamiento sectario. Mientras que en el Concilio de Constantinopla del año 381 se hablaba de una sola Iglesia Universal de Cristo, formada por todos los cristianos verdaderos, Roma dijo más tarde que ella era la única Iglesia de Cristo sobre la tierra, aprovechándose de esa declaración conciliar, y sacándola de todo contexto. 56


Cuando el Señor Jesús paseó entre nosotros Él desechó todo sectarismo. Esto lo vemos en los Evangelios: “Entonces respondiendo Juan, dijo: Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en Tu nombre; y se lo prohibimos, porque no sigue con nosotros. Jesús le dijo: No se lo prohibáis; porque el que no es contra nosotros, por nosotros es” (Marcos 9: 49-50). ¡Ni siquiera el mismo Jesús tuvo inconveniente en que si alguno hacia milagros en Su nombre y no era parte intrínseca de su grupo, siguiera haciéndolo! ¡Cuánto más nosotros! El sectarismo no procede de Dios. Al constituirse a sí misma como la “única y verdadera Iglesia de Cristo”, Roma, cae en un segundo y craso error. Si es la única Iglesia de Cristo (también dice serlo la iglesia mormona o los testigos de Jehová), lógicamente no puede haber salvación fuera de sus muros espirituales; y justamente así lo declara. Justamente el Concilio Ecuménico Vaticano II, dice así al respecto: “Este santo Concilio enseña...que la Iglesia (Católica)...es necesaria para la salvación...Por tanto, no podrían ser salvos los que, sabiendo que la Iglesia Católica fue fundada como necesaria por Dios mediante Cristo, rehusaran o entrar en ella o permanecer en ella” (Flannery, op. Cit, tomo 1, pp.365-366). Evidentemente, esta declaración favorece un temor quasi supersticioso en todos esos católicos nominales (los no practicantes), que teniendo desde pequeñitos esas palabras en sus mentes, truene o relampaguee se seguirán llamando católicos “por si acaso”; ¡y qué decir de los católicos practicantes”. ¡Sólo el poder del Espíritu Santo puede romper esas ataduras de engaño y atadura!

La auto-exaltada Roma En este libro, en el cual se da bastante aportación histórica, demostraremos que la pretendida auto-exaltación de Roma como la única Iglesia de Jesucristo, no es más que eso, una pretensión vacía de fondo y de contenido. Demostraremos que los dos pilares en los que basa su única y suprema autoridad religiosa, no son más que dos hilos que no sustentan sino su propio desatino. Esos dos “pilares” son: 1) La Sucesión Apostólica o papal; 2) La Infabilidad, de la Iglesia romana, y posteriormente, la del papa de Roma. Del primer “pilar” depende enteramente el segundo, estando éste ligado al primero. Veremos que tanto uno como el otro, no resisten el peso de la historia, y más aún, la evidencia de la Biblia. Exceptuando a todos esos fieles católicos, que aunque engañados, son sinceros en cuanto a su fe en Dios, la Iglesia de Roma, como organización, no es más que una institución religiosa y política que nunca ha buscado de verdad la exaltación de Cristo, sino la suya propia. Probaremos todo esto.

Dad al César lo que es del César... Jesús nos enseñó a no mezclar el poder temporal, lo del César, con las cosas del Reino de los cielos. Más bien, lo que Jesús enseñó a través del Padrenuestro, es a orar que el Reino de Dios venga a nosotros. El Señor nos comisionó a ser sal y luz en este mundo, pero no a poner nuestra mente en las cosas de este mundo (Col. 3: 3). Cuando la Iglesia se mezcla con el poder temporal, dependiendo de él, o filtreando con él, tenemos un gran problema. La Biblia lo llama apostasía. 57


Jesucristo mismo dijo que Su reino no era de este mundo; por eso nos asombra desmedidamente cuando hoy en día en el medio presuntamente evangélico oímos tantas enseñanzas acerca de conquistar las naciones, conquistar la tierra, tomar los posicionamientos gubernativos de las naciones, conquistar las gentes “para Cristo”, etc. etc. Clásica de esa herejía es la aportada por los ideólogos del tremendamente ecuménico G12 (Gobierno de Doce), así como por los neo apostólicos y neo reformistas, dominionistas todos ellos, etc. Todos basan su apología del poder de la Iglesia en un sistema piramidal, absolutamente coherente con la enseñanza católico romana. Vemos en todo ello el resultado de una contumaz infiltración del medio jesuita y afín en las filas evangélicas, todo ello muy propio del espíritu y obra tridentino. Ante la disputa de quién sería el mayor de entre los discípulos. Jesús les dijo: “Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienhechores; mas no así vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve. Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve” (Lucas 22: 25-27). ¡Qué palabras, y qué diferencia entre éstas y la trayectoria histórica de Roma! La realidad histórica incuestionable, es que el papado ha ejercido un poder absoluto no sólo entre los fieles, sino entre las naciones, constituyéndose en un poder político y militar insospechado. A donde ha llegado su influencia, ha sabido poner en marcha “el brazo secular”, el poder del Estado, para ejercer su voluntad. Baste recordar el papel que desempeñaron, movidos por Roma, reyes como Luis XIV de Francia o Felipe II de España. Sin embargo, Cristo prohibió a sus seguidores ejercer señorío sobre los demás tal y como hacen los reyes y emperadores, no obstante, en el escudo del papado constan dos espadas, símbolos del poder espiritual y el temporal. Los papas, a lo largo de la historia han hecho peor que los emperadores y reyes. En el nombre de Dios, han buscado el imponerse sobre éstos, utilizándoles, para que hicieran su voluntad. Pusieron a su servicio el poder militar de los dirigentes de los Estados para sus fines personalistas. En el nombre de Cristo, amenazaban a todos los que intentaran oponerse a ellos y a su señorío, y, ¡ay de aquellos que se les resistieran! Más adelante veremos testimonios de esto, y otras muchas cosas.

Pretensiones sin base bíblica ni histórica Roma basa su autoridad, como hemos visto, diciendo que Pedro fue el primer papa y que estuvo sentado en la Silla pontificia en Roma durante veinticinco años. Veremos que esto nunca fue así. Roma pretende hacernos creer que el papado está en la Biblia, ¡cuando no lo está! Simón Pedro nunca fue papa porque nunca tuvo ningún poder temporal, sin embargo, sí, y al igual que sus consiervos, tuvo verdadero poder espiritual, el de Cristo (Mt. 16: 19; 18: 18), al igual que todos los que amamos a nuestro Señor y le queremos agradar. Incluso un autor clásico como Navarro de Palencia, en su “Historia del papado”, expresa con mucha claridad lo siguiente: “San Pablo...tan cuidadoso al enumerar las jerarquías y los oficios de la iglesia cristiana en su periodo de formación, menciona y habla de apóstoles, profetas, evangelistas, doctores, pastores, sin hacer la más pequeña referencia a la denominación del pontificado, institución gentílica del politeísmo romano que copiando la jurisdicción máxima del pontifex, de esta última 58


religión, pretende figurar a la cabeza y como jefe de todos los citados oficios y jerarquías”. No, no, Pedro jamás fue papa. En el versículo 30 de Lucas 22, Jesús les dijo a sus doce discípulos que se sentarían en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel en Su Reino, nunca le dio a Pedro un trono superior, por encima de los otros doce. La Biblia dice que a Simón Pedro, Jesucristo le hizo la promesa de darle las “llaves del reino de los cielos”, (no las llaves de la Iglesia), y de que todo lo que “atare en la tierra sería atado en los cielos” (Mateo 16: 19). Eso es cierto para Pedro, tal y como lo es para cada verdadero creyente o discípulo. No hay en esas palabras ninguna exclusividad o privilegio especial por encima de los demás. En Mateo 18: 18-20, también leemos que esa misma promesa de Cristo a Pedro es para todos Sus discípulos de todos los tiempos. Todos los discípulos de Cristo formamos la Iglesia Universal que es Su cuerpo místico. Como aporte a esta cuestión, y como dato histórico pos-neotestamentario, cabe aquí señalar que a finales del siglo VII, un sínodo de obispos españoles declaró que la promesa se hizo sobre la fe de esa confesión de Pedro; no sobre él. No obstante, novecientos sesenta años más tarde, contrariamente, el concilio de Trento declara dogmáticamente que Simón Pedro fue el primer “papa” de la historia de Roma, cuando esta aún no existía ni en la imaginación, tal y como llegó a ser, y es, y seguirá siendo hasta que lo determinado sobre ella tenga eficaz cumplimento (Ap. 17; 18)

La Iglesia pre-romana en España (un ejemplo de las demás) Veamos un poco de historia. De todas esas “comunidades más notables esparcidas por todo el Imperio Romano” que habla Eusebio de Cesarea en su Historia Eclesiástica, algunas de ellas se hallaban en España. La península ibérica era el extremo más occidental conocido en aquella época (año 314). Hasta allí llegó el apóstol Pablo tal y como encontramos en la epístola a los Romanos 15: 24-28. La intención del apóstol era la de llegar a España, y todo parece indicar que así lo hizo. Esto lo podemos decir así, porque además de lo expresado en dicha epístola, tenemos más testimonios. Este es el llamado “Canon Muratori”. En las líneas 34 a 39 leemos: “Todos los hechos de los apóstoles fueron escritos en un solo volumen. Lucas recopiló para el dignísimo Teófilo las cosas que en su presencia fueron hechas, como lo demuestra singularmente el hecho de que omite detalles sobre la muerte de Pedro y la marcha de Pablo de la ciudad (Roma) cuando fue a predicar el Evangelio a España”. Algunos piensan que el original fue escrito por Clemente de Roma, obispo desde el año 90 (57 años después de la muerte de Cristo, y 23 de la de Pablo). Antes de morir en el año 100, escribió una carta a la Iglesia de Corinto en la que dice que Pablo fue “al extremo del Occidente” antes de sufrir martirio. Cayo Plinio el Viejo (23-79) nos dice en su Historia Natural (III, 1) que ese extremo occidental era Hispania, “la más avanzada punta de la tierra”. Tenemos testimonios posteriores, por ejemplo el de Atanasio (293-373), al escribir en su epístola a Draconio que Pablo “no tenía pereza de irse, no solamente a Roma, sino de llegar hasta España...”. Epifanio (310-403) habla de que “Pablo arribó a España, mientras Pedro visitó varias veces Ponto y Bitinia”.

59


Jerónimo dice que el apóstol Pablo fue en barco a España. Crisóstomo explica que “cuando hubo pasado dos años preso en Roma, una vez libertado, se fue a España; después volvió a Judea visitando a los judíos, y finalmente regresó a Roma, donde sufrió el suplicio por orden de Nerón”. Lo mismo dice Tertuliano (190-250). El Evangelio de nuestro Señor Jesucristo llegó a España por mano del mismísimo apóstol Pablo, aquel que enseñó a la luz del Espíritu Santo que somos salvos por gracia, por medio de la fe, y esto no es cosa nuestra sino don de Dios, no por conseguirlo por obras, para que nadie se atribuya a sí mismo mérito alguno (Ef. 2: 8, 9). ¿Es ese el “evangelio” que se predicó en España siglos más tarde y hasta la fecha por parte de Roma?, obviamente no. La gente española empezó a convertirse bajo el poder de la predicación y del Espíritu Santo, y empezaron a formarse las primeras congregaciones de creyentes, las primeras iglesias según el concepto bíblico neotestamentario. Tenemos el testimonio indudable de la historia y de la arqueología que demuestra que esto fue así. En Tarragona, al construirse una fábrica en el año 1923, se encontró una enorme profusión de yacimientos pertenecientes a una necrópolis paleocristiana. Se encontraron símbolos de los primeros siglos como el pez (que representa a Cristo), el áncora (que simboliza la seguridad de la salvación), el monograma compuesto por las letras griegas X y P (con las que empieza el nombre de Cristo), las letras Alfa y Omega (que se empezaron a usar a principios del siglo III). Las inscripciones en los sepulcros dicen que el muerto “descansa en la sede de los santos”, o “en la sede de Cristo”. Sin embargo y como veremos, este cristianismo puro y floreciente, proveniente de las enseñanzas neotestamentarias pronto iba a verse sumamente atacado. Ireneo, ya en el año 180 habla de las iglesias de Iberia, y lo mismo hace Tertuliano. La Iglesia de Cristo, la primera, en España, fue objeto de las mismas persecuciones que el resto de las iglesias bajo el yugo romano. La del emperador Decio (249) dio los primeros mártires, entre ellos estaba el obispo de Zaragoza, Félix. Le sigue la del emperador Valerio ocho años más tarde. En esta muere martirizado Fructuoso, obispo de Tarragona. La más terrible de todas fue la de Diocleciano (303), siendo perseguidos y muertos un gran número de cristianos en ciudades como Valencia, Barcelona, Mérida y Toledo. Lo curioso de todo esto es que exactamente lo mismo, sino más, que hizo la Roma imperial, hizo posteriormente la Roma religiosa a los cristianos, ¡en el nombre de Cristo! La Roma tanto imperial como la religiosa persiguió y martirizó a los verdaderos cristianos. El tono amenazador y perseguidor, empezó a ser claro a partir de Siricio (384-399), obispo de Roma. Este envió una decretal a Himerio, obispo de Tarragona, y a partir de ese momento, y de forma clara, el obispo de Roma empieza a sojuzgar a la Iglesia sita en España. Escribe Casariego al respecto: “Siricio...con la primera decretal enviada al obispo Himerio de Tarragona, pronto empieza la iglesia romana a sojuzgar a la española...”. Conocemos el resto de la historia. Respecto a Cataluña, quisiera extractar de la “Història de Catalunya” de Joan Soler y Amigó, el siguiente párrafo, suficientemente elocuente, más aún cuando el autor no denota al respecto ninguna intencionalidad particular en lo que escribe:

60


“Muchos fueron perseguidos, y se jugaron la vida: Fructuoso, en Tarragona; Feliu y Narcís a Girona; Cugat, Sever y Eulalia a Barcelona; Vicent a Valencia, pero ciertamente la semilla germinó. Después, como una nueva religión, integrada en el Imperio, se fue estableciendo como una organización que calcaba en cierta manera la de aquel mundo romano: Parroquias, obispados y arzobispados, con la capital en Roma. Tarragona, Lérida y Girona fueron las primeras sedes constituidas en Cataluña”. Este autor secular, sin proponérselo, ha relatado exactamente lo que ocurrió cuando del simple y sencillo cristianismo de los primeros misioneros del primer y segundo siglo, se pasó en Cataluña (Cataluña como reflejo de toda Iberia) al establecimiento de una “nueva religión” basada en los principios organizativos de la Roma imperial; ¡interesante! Estas son algunas de las características de las iglesias españolas entre los siglos I y V: Algunas de estas iglesias en el sur de la Península habían sido fundadas por cristianos norteafricanos, especialmente de Cartago, donde Cipriano (200-258) era consultado cuando había algún problema. En el tiempo de Cipriano, las iglesias gozaban de total independencia respecto de Roma. No obstante, lenta pero inexorablemente, fue aumentando la influencia del poder religioso de Roma sobre las iglesias españolas según iban pasando las décadas. La explicación natural es sencilla. Roma era la capital del imperio, y desde que Constantino estableciese el “cristianismo” como religión oficial, la jerarquía romana fue estableciéndose y dominando de manera aplastante como ya sabemos. La primera voz que se levanta contra la opresión romana es la del obispo de Ávila, Prisciliano (345385). Fue decapitado y considerado oficialmente como un hereje. Sin embargo, y atención a esto, en el año 1885, el sabio alemán Schepss, descubrió en la Universidad de Wirzburg, en Baviera, un manuscrito con once tratados atribuidos claramente a Prisciliano, demostrando su ortodoxia. Lo que Prisciliano sostiene era la existencia actual del don de profecía (1 Corintios 12, 14), y mantenía la máxima autoridad de la Biblia. Justamente a él se le atribuyen su división en capítulos. No obstante, sus seguidores y sus doctrinas fueron condenados en el católico Concilio de Braga (Portugal) del año 563. Muchas de las iglesias de Iberia no reconocían ninguna autoridad especial ni al obispo de Roma ni a la iglesia de Roma en ese tiempo. Las Actas del Concilio de Elvira (302303), son las más antiguas que se conservan de los Concilios de Occidente. Elvira o Lliberdis era una pequeña ciudad fundada por los romanos que existía cerca de Granada. Allí se reunieron 19 obispos, 36 presbíteros y más de 50 diáconos. El Concilio, en el cual participó Osio, como era habitual, fue convocado sin consultar a Roma (esto no estaba en la mente de aquellos creyentes); y por supuesto, no había ningún representante de Roma allí. Uno de sus cánones nos llama la atención: “El ministro que sabiendo que su mujer comete adulterio con otro...”. Vemos que lo normal entonces es que todos los “clérigos” estuvieran casados. En el canon 36, respecto a las imágenes, encontramos: “No queremos que se pongan pinturas en las iglesias porque no queremos que se pinten sobre los muros el objeto de nuestro culto...”. De esto entendemos que también en España, en el siglo IV, los 61


edificios destinados al culto, no incluían ninguna representación de lo divino. De acuerdo con Tertuliano, Clemente, Orígenes, Eusebio y Epifanio, no existían imágenes pintadas o esculpidas hasta después del siglo IV, por lo menos. Esta idolatría religiosa se va introduciendo poco a poco por impulso de Roma en relación con la veneración de reliquias, a la que se opuso fuertemente el presbítero Vigilancio de Barcelona. Su argumento era que si la Biblia prohibía dar culto a ángeles y hombres, ¡cómo podía excusarse de la culpa idolátricamente venerar a cenizas y huesos! Pues esto mismo hizo siglos más tarde el español Claudio de Turín, y hasta la fecha. Cuando cae el Imperio Romano, y es invadido por los bárbaros, empieza la Edad Media. Los vándalos, suevos y godos eran arrianos. La doctrina de Arrio negaba la divinidad de Cristo. Esto era una verdadera herejía. En España, Leandro e Isidoro, se levantaron como defensores de la ortodoxia. Al final, el rey Recaredo, que era arriano, se hace católico romano en el año 587. No obstante, en el año 531, cuando se celebra el Concilio de Toledo, la iglesia española visigótica era todavía opuesta a Roma. Estaba en contra del celibato, ya que los ministros casados era algo de lo más común. Estando reunido el IV Concilio de Toledo, el papa Honorio I (625-638), envió una carta acusando a los obispos españoles de tener una actitud demasiado tolerante hacia los judíos. La respuesta española fue de recriminación al Papa, al que acusaban de “convertir” judíos a la fuerza. La jactancia de Roma en cuanto a que dice que desde San Pedro el papado ha sido una constante aceptada y bien recibida por toda la cristiandad, es una mera y absurda leyenda. Acabando el III Concilio de Constantinopla (680-681), el papa León II envió una carta a los obispos españoles anunciándoles el envío de las actas de dicho concilio, pidiéndoles su firma y aprobación. A ellas responde la Iglesia española con una apología firmada por Julián de Toledo. Benedicto II, previamente habiendo ya muerto León II, les contesta con recriminación, entonces, los obispos españoles se defienden en base a la autoridad apostólica y los escritos de los Padres Cirilo y Agustín. El papa de Roma enmudece y los obispos españoles hablan muy duramente de él en el XV Concilio de Toledo (688). Sólo habrá que echar un vistazo a los Cismas para entender que la hegemonía papal siempre se realizó por la fuerza, y que el corazón de la catolicidad (universalidad) en esos años, no siempre y ni mucho menos, estuvo con el papa, como Roma siempre hubiera deseado y siempre ha recalcado, mintiendo. La liturgia visigótica o mozárabe se la conoce también con el nombre de toledana. Con la invasión sarracena del 711, la Iglesia dejó de estar bajo la protección de los reyes, y sobrevivió en el exilio y la clandestinidad, siendo perseguida por el Islam. Con el avance de la Reconquista, se quiere imponer el derecho y la liturgia de Roma. La liturgia mozárabe estaba basada fuertemente en la Biblia, especialmente en los Salmos, con mucha participación y partes cantadas, pero con evidente sencillez. Sin embargo, desde 1050, los monjes de Cluny habían estado presionando para que se impusiera el rito romano en Aragón. Al final se estableció en Barcelona en el año 1070. Cuentan las narraciones de la época que los habitantes de Toledo estaban tan opuestos a la imposición del rito romano que optaron por la desobediencia expresa, dejándolo al llamado juicio de Dios, es decir, que en el torneo, se decidiera quien tenía la razón de parte de Dios. Ganó el mozárabe. Ante la disconformidad del rey Alfonso VI, se 62


echaron ambos libros a un gran fuego, librándose el mozárabe de las llamas, mientras que el que contenía el rito romano se abrasaba. El rey enfurecido, cuenta el dicho, empujó entonces el libro mozárabe para que se quemase. Surgió de ahí el refrán castellano que dice: “Allá van leyes, do quieren reyes”. Esta es sólo una pequeña muestra del surgimiento hasta la fecha de la institución político-religiosa romana, y de como afectó al pueblo más al occidente del mundo antiguo, Hispania. Pero esta no es sólo parte de la historia de la Península Ibérica, sino la historia de todos los países que desgraciadamente han estado bajo la potestad del papa de Roma y de toda su institución.

Los mitos de Santiago y la virgen del Pilar La Gran Ramera del Apocalipsis (Ap. 17), siempre pretendió que España fuera una nación muy religiosa. Al diablo le encanta la religiosidad. El dictador Francisco Franco, el cual era recibido bajo palio, así como su régimen pro papista declaraba de continuo que España era la “reserva espiritual de Occidente”; algo así como la última esperanza de un mundo religiosamente agonizante. Es sintomático el asunto, dado que en la actualidad mi país es cualquier cosa menos religioso en el sentido clásico de la expresión. El materialismo, el humanismo y el “páselo usted bien” es lo que se prodiga desde las capitales a las provincias. Lamentablemente, jamás mi país ha experimentado un despertar verdaderamente espiritual, y sin embargo por siglos y siglos, España ha sido, y no dudo en no equivocarme, la nación más católica del planeta. España ha sido muy religiosa, pero no cristiana. A nivel del pueblo, la religiosidad española a lo largo de los siglos, en gran manera se fue desarrollando a partir de ingenuas falsedades, y digo ingenuas, porque la mayor parte de las veces procedía de segundas fuentes que no mostraban intencionalidad aparente alguna. En la Edad Media, las gentes sencillas, al acabar la fatigosa jornada laboral, se reunían alrededor del fuego, y allí, entre todos, no faltaban mentes bulliciosas, pródigas en fantasía religiosa muy en línea con los tiempos, que especulaban sobre los dichos fabulosos; o para hacer honor a la verdad: fábulas, que previamente habían escuchado de los clérigos que les rodeaban por doquier. Lejos de basarse en la Escritura que ni siquiera conocían, esos religiosos anteponían su propia intencionalidad carnal para embelesar a sus oyentes con sus pláticas fantásticas. Sus oyentes, a su vez, elaboraban todo un compendio de inverosimilitud que iba de padres a hijos, y que con el paso del tiempo se magnificaba hasta alcanzar proporciones gigantescas de imposibilidad. Aún y así, con el peso de esa potente tradición, no sólo muchas de esas fábulas han llegado a nuestros oídos, sino que han llegado a ser parte del patrimonio religioso-cultural de nuestro país. Tal pudiera ser el caso de dos de ellas, las que vamos exponer a continuación. Un personaje de la historia reciente, que no es digno de ser mencionado, exclamó con razón esa vez: “Una mentira copiosamente anunciada llega a la postre a ser aceptada como una verdad casi indiscutible”. 63


Santiago en España El Santiago que la tradición romanista dice que estuvo en España, sería el hermano del apóstol San Juan; ambos fueron discípulos del Señor. El Señor Jesucristo les apellidó Boanerges, que significa “Hijos del trueno” (Mc. 3: 17), dado el temperamento impetuoso de ellos. De Juan sabemos más, de Santiago su hermano, bastante menos porque murió muy pronto; él fue el primer apóstol que sufrió martirio. No obstante, la tradición católico-romana añade a la vida del apóstol un alto extra de años y acontecimientos. Pero, ¿es esto cierto? ¿estuvo realmente el apóstol Santiago, llamado Santiago el Mayor, en España? Todo documentado sabe que en realidad esto no es más que un simple mito, pero que con el paso de los años adquirió un peso tan desproporcionado, como fuera de lugar, que incluso ha llegado a cegar las mentes de muchos miles, y a hacer creer que de verdad el apóstol en cuestión realmente estuvo en este país, e hizo las cosas que se dice que hizo. Este es un claro ejemplo de como una simple leyenda piadosa se transforma en una gran mentira con el paso del tiempo y de los intereses creados. Por lo tanto, no podemos aquí dejar de hablar del mito de Santiago, tan español y a la vez, tan falso, y que ha tenido hasta la fecha, tan oscuras repercusiones a nivel espiritual en nuestro país. El teólogo y periodista D. José de Segovia nos da toda una información histórica que es digna de ser reflejada aquí sobre el particular. Dice así: “La pretendida visita de Santiago a España, según la tradición romanista, es precedida por el permiso y el beso de la mano de la Virgen Santísima, que se le aparece en Zaragoza, según el culto del Pilar. Después de haber convertido a siete hombres, se dice que volvió a Jerusalén donde padeció martirio, tal y como narra Hechos 12: 2. La leyenda continúa cuando se dice que su cuerpo fue llevado a España, donde estuvo oculto en Padrón (Galicia) por más de siete siglos, hasta que en tiempos de Alfonso El Casto (850), fue descubierto por unas luces que aparecieron en el campo, siendo trasladado a Santiago, actual centro de peregrinación. Todavía ven los visitantes su imagen con su caballo blanco, cortando cabezas de moros. Tal figura animó la Reconquista, cuando se pretende que combatió a los árabes reinando Don Ramiro en la batalla de Clavijo. De ahí el nombre “Santiago matamoros” que fue un apellido muy habitual en España. “Santiago y cierra España” dice el lema tan popular de la España franquista”. Del año 711 a. C. al 1492 a.C., los musulmanes dominaban en España. En su día la conquistaron toda, excepto la región del norte. La reconquista de España empezó justamente allí, y los musulmanes fueron derrotados por último en Granada en el año 1492. Durante este tiempo, en el siglo IX, la tumba de Compostela fue descubierta. Se dijo que Santiago había venido para dar estímulo a los caballeros para derrotar a los musulmanes. Por lo tanto, Santiago era conocido como “el asesino de los musulmanes” o “Santiago Matamoros”. Un supuesto apóstol del Señor matando moros, ¡que tremenda y perversa imaginación la de esos romanistas! Ante tal realidad histórica, o más bien, ante la ausencia de la misma, es sorprendente ver a las principales autoridades civiles y militares de la nación en la ceremonia religiosa que se le dedica todos los años en Compostela el 25 de Julio; todos delante de una 64


figura de madera, dando culto a un ídolo, besándolo y abrazándolo, cuando hasta la misma enciclopedia católica reconoce que la pretendida visita del apóstol a España es de hecho una fábula: “Santiago el Mayor, fue ejecutado por Herodes Agripa (Act. 12: 1-2) hacia el año 44. Siendo tan temprana la fecha de su muerte, no es fácil encontrar fundamento a su actividad en España; parece incluso probable que no estuviese en la Península”. La tradición (o más bien, simple leyenda), además, se disputa su cuerpo en varios sitios. Los monjes de S. Fermín de Tolosa dicen también tenerlo en su monasterio, lo mismo que los Tolosanos de Francia o la catedral de Braga en Portugal. Otras leyendas hablan de otra visita a Peñíscola (Castellón), dirigiéndose a Valencia, Ampurias o Gerona, poco después de nacer Cristo, y tal vez el propio apóstol. ¡Bienaventurado Jacobo, hermano de Juan, que está junto con los demás apóstoles en el cielo!, pero mientras tanto, aquí en la tierra se le disputan un cuerpo ¡que ya no existe! Los obispos de Roma se inclinan por la idea de que, en realidad, la tumba de Compostela sea de algún obispo español del final de la época romana, pero Salvador de Madariaga tiene la curiosa idea de que el que pudiera estar enterrado en Compostela sería nada menos que el pretendido “hereje” Prisciliano, el reformador obispo de Ávila, el cual fue mencionado anteriormente. Según el relato bíblico, Jacobo o Santiago no pudo haber venido a España, por varias y poderosas razones. La primera es una razón de situación o logística: Los apóstoles no fueron esparcidos hasta la muerte de Jacobo (Santiago), el apóstol en cuestión (ver Hechos 8: 1; 11: 19), siendo la muerte de éste, factor determinante para la dispersión de los apóstoles y demás discípulos de Cristo. Por lo tanto, el Santiago que se pretende encontrar en España, jamás salió de Jerusalén. La expresión “los apóstoles” en el capítulo 11 de Hechos, nos revela que durante los años 33-34 d.C. el grupo permaneció en Judea, no pasando más que Pedro y Juan a Samaria. Tal y como refiere la Biblia y también el historiador Eusebio de Cesarea en su “Historia Eclesiástica”. Esta es razón poderosa y suficiente, pero hay más. La segunda es una razón cronológica: Herodes Agripa, el rey y ejecutor del apóstol, (Hechos 12: 1, 2) murió el año 44 d.C., luego entonces, Santiago fue decapitado en esa fecha o antes. En Romanos 15, el apóstol Pablo nos habla de partir para España, en su intención de predicar el Evangelio donde Cristo no había sido nombrado jamás antes. Si Santiago murió el año 44 o en fecha anterior, y Pablo escribió su carta a los Romanos hacia el año 58, pasaron como mínimo 14 años sin que Pablo se enterase de la visita de Santiago a España, y esto, es sencillamente imposible dado el relato bíblico. La tercera es una razón de tipo espiritual y también cronológica: El Evangelio de nuestro Señor Jesucristo fue dirigido primeramente a las “ovejas perdidas de Israel” (Mateo 10: 6), es decir, a los judíos. Miles de ellos se convirtieron a Cristo en los primeros días del ministerio de los apóstoles en Jerusalén. No fue que el evangelio llegó a los gentiles (los no judíos), convirtiendo a unos cuantos de ellos sino hasta poco después, y nunca antes de la pretendida visita del apóstol Santiago a España donde asegura la leyenda que convirtió a siete hombres paganos o gentiles. 65


Según Hechos 10: 1-4; 45-48, en Cesarea, Cornelio, centurión romano y sus compañeros, fueron los primeros gentiles convertidos a Cristo, recibiendo la plenitud del Espíritu Santo. Esto fue notorio porque los mismos discípulos, una vez conocidos los hechos, exclamaron asombrados: “... ¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!” (Hechos 11: 18). A los pocos meses de ocurrir estos hechos, moría decapitado el apóstol en Jerusalén por manos de Herodes Agripa I, por lo tanto, y como venimos diciendo, esas pretendidas conversiones que el apóstol realizara en España de esos siete españoles gentiles o paganos (no judíos), nunca pudieron haber ocurrido. Hasta el siglo IX, tal leyenda jacobea no existe, y ni una mención al respecto se encuentra en las actas de los concilios españoles, teniendo que forjarse falsas historias, como la de Dextro (s. IV), Isidoro (VI), Beda (VII) o Turpin (IX). Esto lo reconocen cardenales como Baronio o Belarmino. El mismo arzobispo de Toledo, Jiménez de la Rada, dijo ya en el año 1300, que “la predicación del apóstol Santiago en España es un cuento de monjas y de viudas piadosas”.

El Camino de Santiago Los peregrinos vienen de muchos lugares: España, Francia, Gran Bretaña, Alemania, Italia, Suiza, Portugal, Bélgica, Hungría, Dinamarca, Polonia, Grecia y otros muy lejos de España. Algunas personas viajan kilómetros, mientras que otros viajan poca distancia. El Camino de Santiago se compone de muchos caminos de hecho. La ruta que comienza en la esquina nordeste de España y termina en Santiago de Compostela es la ruta más importante. También hay otras rutas en muchos otros países, que se unen con este camino principal. También hay otros caminos que entran a Santiago. Hay siete rutas que llevan a Santiago. El Año Jacobeo corresponde al año que se llama, “Año Santo”. Fue establecido temporalmente en la Edad Media por el papa Calixto II en el siglo XII y cincuenta años después fue confirmado por el papa Alejandro III. Cada vez que la celebración de Santiago (25 de julio) coincide en domingo, a ese año, se le llama, Año Santo. Esto ocurre cada 6, 5, 6 y 11 años. El año 1999 fue el “año santo” del jubileo jacobeo. Miles de personas han recorrido a pie el famoso y medieval camino de Santiago, buscando entre otras cosas, un beneficio de tipo espiritual, pero, ¿qué beneficio espiritual y del alma se puede encontrar en algo que en esencia y fundamento es demoníaco? Con razón el apóstol Pablo escribió a su discípulo Timoteo, y por extensión a todos los buenos cristianos, advirtiéndonos: “... vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas” (2 Timoteo 4: 1-4). ¿Por qué vienen los peregrinos? Hay muchas razones por qué los peregrinos hacen el Camino de Santiago. Para encontrar todas estas razones necesitaríamos muchos cuestionarios. Por lo tanto, daremos las razones principales: El deseo de “purificarse”. El peregrino visita ciertos lugares para obtener “purificación” interna y “perfección” espiritual. Algunas personas irán a ver la pretendida tumba del santo. En ese lugar 66


adorarán y pedirán por “su intercesión”. Otros vendrán para cumplir una promesa que hicieron en un momento difícil de sus vidas. En el pasado, algunos peregrinos venían para hacer un acto de penitencia. Algunas veces porque ellos querían hacerlo, pero normalmente, el acto estaba impuesto por su confesor. (En el siglo XIII, fue impuesta una peregrinación para castigar la gente mala, por las autoridades. El castigo estaba impuesto para permitirles volver a una vida en sociedad, después de la conclusión del Camino). Ahora las rutas son realizadas por mucha gente que no tienen interés espiritual sino solamente están interesadas en la aventura del Camino. Todo tipo de esoterismo y superstición está ligado al Camino de Santiago que se pierde en la noche de los tiempos. Muchos ocultistas, practicantes de magia, astrología, tanto neófitos, simples interesados, como expertos, recorren el Camino buscando una satisfacción personal, parando donde saben o les dicen que han que parar, y practican una serie de ritos ancestrales cada vez. La meta, llegar a Santiago de Compostela, y allí recibir las indulgencias del catolicismoromano y la “bendición del santo”, que lejos de ser tal cosa, es todo lo contrario. El que recorre ese camino, se aleja del verdadero Camino que es Jesucristo, esto está más que comprobado. Las personas fieles a Santiago y su tradición, sufren de gran ceguera respecto al verdadero Evangelio de Cristo, y no lo pueden entender ni recibir. No hay entendimiento entre la luz y las tinieblas. Leemos en 2 Corintios 6: 14-16 “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos?”. El Camino de Santiago no es más que un sincretismo en el que se da cita todo tipo de creencias esotéricas, supersticiosas y ocultas que pretenden, no sólo competir con la verdad del Evangelio, sino armonizar con él. No obstante, no es de Dios todo ese paganismo, que Él mismo desaprueba y prohíbe. El verdadero Dios, el Dios de Israel, dejó bien claro desde tiempos muy anteriores al de la leyenda jacobea cual es Su voluntad sobre todo lo que implica magia, adivinación, consulta a los muertos, esoterismo, astrología etc. Leemos en Deuteronomio 18: 10-12 “No sea hallado en ti quien... practique adivinación, ni agorero, ni sortílego, ni hechicero, ni encantador, ni adivino, ni mago, ni quien consulte a los muertos. Porque es abominación para con Jehová cualquiera que hace estas cosas...”. Pero es que además, juntamente con falsedad del Santiago compostelano, esta mentira va ligada a otra mayor.

Una mentira hace otra mayor De la leyenda de Santiago el Mayor en España, surge otra, que no se puede entender sin la primera. Dice así la enciclopedia católica:”Nuestra Señora del Pilar, advocación mariana bajo la que se venera en Zaragoza la patrona de España, fue coronada canónicamente en 1905. Según la tradición, la virgen se apareció en carne mortal, sobre una columna de mármol, al apóstol Santiago cuando oraba a orillas del Ebro...”. 67


¿Cómo podría ser eso posible si Santiago nunca estuvo en España? ¡Vemos que una mentira hace otra mayor! El problema, o el gran dilema, por lo tanto, estriba en que, si ciertamente Santiago el Mayor nunca estuvo en España, y, por tanto nunca se detuvo en Zaragoza, junto al río Ebro, entonces, el testimonio que se le atribuye de que se le apareció la Virgen en un pilar o sin él, necesariamente es falso desde el principio hasta el fin. Siendo esto así, entonces la tal Virgen del Pilar es otra monumental fábula, como así es de hecho. Por lo tanto, todo ese fervor y devoción al Pilar, es totalmente infundado por ser falso.

Las oscuras implicaciones espirituales de una mentira “piadosa” Pues bien, de esa mentira “piadosa” surge el culto a la Virgen del Pilar, y esa virgen, de las cientos que existen sólo en España, es, según el catolicismo-romano, de forma oficial y sólo desde la fecha tan tardía de 1905, la patrona de España, la patrona de la Guardia Civil, y la patrona del Cuerpo de Correos, y por celebrarse su fiesta el 12 de Octubre, fecha del descubrimiento de América y Día de la Raza, la “Pilarica” está íntimamente vinculada a la Hispanidad. Es decir, que, de esa segunda falsedad, la del “Pilar”, las fuerzas demoníacas han tenido acceso desde hace siglos a toda la Hispanidad, incluyendo en ella, a las naciones hispanoamericanas. Esto es una realidad. ¿Podrá elevarse una verdad siendo fundamentada en una falsedad? ¡nunca! Lo que en un principio es falso, nunca se convertirá en verdadero. ¡De dos fábulas: Santiago el Mayor en España y la aparición ante él en Zaragoza de la Virgen del Pilar, hace de aquél, nada menos que el patrón de España y de aquélla nada menos que la patrona de España! Sigue diciendo la enciclopedia en cuestión: “La imagen que hoy se venera sobre la columna es de madera dorada...”. Claramente, se nos habla de veneración de una imagen, y sabemos que eso es totalmente contrario al espíritu y a la letra de la Palabra de Dios. Podemos ver que la falsedad de Santiago y del Pilar ha degenerado en pura y simple idolatría y paganismo, impregnado con un cierto tinte religioso, conteniendo éste sólo cierto olor superficial a cristianismo. Todo esto ha hecho que muchas de las gentes de España hasta la fecha, no hayan podido entender, y consiguientemente aceptar el verdadero Evangelio de nuestro Señor Jesucristo por creer antes a las fábulas que a las Buenas Nuevas de nuestro Señor. Resumiendo: Esta es la manera por la cual, una fábula, que Santiago el Mayor viniera a España, crea otra mayor, que a éste se le apareciera en carne y hueso un ser humano, la pretendida virgen del Pilar. Tanto una cosa como otra son simples cuentos que todavía mucha gente en este país cree como si fueran verdades. ¿Creeremos la verdad o nos contentaremos con mentiras disfrazadas de piedad, que nos apartan de la piedad auténtica? Discutir si Santiago estuvo o no en España no tendría mayor problema si no fuera por las diversas implicaciones que ha tenido el asunto a lo largo de la historia en este país, tal y como estamos viendo. La realidad es que tal falsedad ha convenido y conviene a muchos, y de eso podemos hablar bastante. La más grave de esas implicaciones, ni siquiera es la de tipo económico o comercial, es la de tipo espiritual. Cuando las mismas 68


autoridades civiles aceptan de buen grado y declaran que Santiago es el patrono de España, y que la virgen del Pilar es la patrona, eso tiene en sí mismo una implicación espiritual, aunque la inmensa mayoría no lo crea o no lo pueda entender. No es Santiago, el apóstol del Señor, el patrón de España, no es él, sino una potestad demoníaca que se hace pasar por Santiago; no es la virgen del Pilar la patrona de España, sino el espíritu demoníaco de la “Reina del cielo” (Jeremías 7: 18; 44: 17). En otras palabras, son dos demonios poderosos. Es una potestad (Efesios 6: 12) la que a través del nombre y figura de Santiago y María ejerce su perniciosa labor de ceguera y de muerte espiritual sobre los habitantes de esta nación, sin que la mayoría siquiera se percate de ello. Sólo Jesucristo es el Señor de España, así como lo es de todo el mundo y de todo el universo (Mateo 28: 18). Sólo Él puede cubrirnos por sus méritos en la cruz. Si adjudicamos ese papel patronal a otra entidad por muy “cristianizada” que sea, digamos a Santiago, a San Pablo, a San Juan o a María, por citar unos pocos, nunca será así, sino todo lo contrario, porque ninguno de esos personajes neotestamentarios u otros tiene nada que ver con el asunto cuando hablamos de cobertura espiritual sobre pueblos, ciudades o naciones, que se supone sería el papel del patrono o la patrona. De nuevo digo, sólo Jesucristo el Hijo de Dios tiene a su cargo el mundo y todo lo que en él hay, ya que es su Creador (Salmo 24: 1, 2). Cuando las autoridades rinden pleitesía a otro que no sea el Hijo de Dios, el diablo toma ventaja y seduce con espíritus religiosos de engaño a los pueblos, ciudades y naciones, como ha ocurrido con el caso de “Santiago”. Lo que resulta doloroso es ver que la jerarquía de la iglesia católico-romana entendiendo como entiende que todo esto es así, no haya jamás hecho nada para impedir semejante desatino. Por el contrario, no sólo cierra los ojos, sino que anima y estimula a que millares de fieles suyos crean en el desatino del Santiago Compostelano y el Pilar. Este es un claro ejemplo que nos demuestra los verdaderos intereses de la política religionista; no en que se sepa y se viva la verdad de Dios, sino en poder retener y ganar a cuantos más mejor en su sistema religioso. Al catolicismo romano le interesa el poder que da el poseer las almas (Ap. 18: 13); por eso es vital buscar la verdad que sólo en la Palabra de Dios podremos encontrar para escapar de la mentira y el fraude de la falsa tradición religiosa. Muchos ahora se defenderán diciendo, que no importa si Santiago realmente estuvo en España o no para tenerlo como patrono de la nación, y no importa si la “Virgen” del Pilar se apareció o no a Santiago como consecuencia, para tenerla como patrona de España. ¡Naturalmente que no importa, principalmente porque nunca estuvieron!, ¡pero esa no es la cuestión, volvemos a insistir! Los que así se expresan, no entienden la realidad del mundo espiritual. Nada tiene que ver este asunto con el verdadero Santiago o con la verdadera María, o si estuvieron, o no estuvieron en nuestro país. Ellos nada tienen que ver en ningún sentido. Aquí de lo que se trata es de entender quién está detrás de sus nombres. Llegando a tener entendimiento, nos damos cuenta de que son entidades espirituales de maldad que se disfrazan de ambos personajes, y tras sus nombres ejercen el control espiritual maligno. ¿Por qué es así?, porque ningún ser humano, por muy santo que haya sido, puede ofrecer la cobertura espiritual que se le 69


supone a un “patrono”; y a ningún “santo”, como consecuencia debemos acudir. El Único que proporciona verdadera protección es el que tiene el poder y la autoridad para hacerlo, y este es sólo Jesucristo. ¡Cristo es el verdadero Patrono de España!, y sólo a Él debemos acudir.

Hay mucho desconocimiento del mundo espiritual Me quedé sorprendido cuando por primera vez visité el nacimiento del Río Ebro en Fontibre (Santander), justo donde brotan las primeras aguas del río más emblemático de España hay un santuario dedicado a la virgen del Pilar. Eso significaba que dicha “virgen”, o más bien la entidad demoníaca que en realidad la suplanta, ejerce su dominio en ese “lugar alto” sobre toda la nación ibérica. La gente acude a Santiago o a la supuesta virgen de Pilar creyendo que eso agrada a Dios, y esto es porque desconocen la Palabra de Dios que taxativamente prohíbe que los creyentes acudan a ningún otro que no sea al Padre, en el nombre de Jesucristo (Jn. 14: 13; 1 Timoteo 2: 5, 6) y menos aún a estatuas o imágenes religiosas. Los peregrinos católico-romanos, una vez llegan ante la estatua de madera de Santiago o ante el Pilar de Zaragoza, se arrodillan y les rinden culto, cayendo en un pecado de idolatría del cual los demonios toman ventaja sobre el creyente, resultando ser todo esto simple y llana hechicería. Estas prácticas, no sólo están severamente condenadas por la Biblia, sino por la Iglesia primitiva de los cuatro primeros siglos. El diablo y sus ejércitos demoníacos se aprovechan de esta ignorancia espiritual para engañar y confundir a muchos miles, y la jerarquía religionista es cómplice directa de todo esto; porque por temor a desbaratar tanto entuerto, por temor a perder feligresía, por seguir instrucciones del Vaticano, o por lo que sea, no lo hacen, aunque muchas de las conciencias de sus dirigentes se sientan acusadas todavía hoy.

Peregrinaciones, indulgencias, jubileos y templos expiatorios Detrás de todos estos mitos están los intereses de la jerarquía romana: Intereses de poder e influencia en la sociedad, e intereses económicos. Las peregrinaciones a esos lugares paganos, son estimuladas y fomentadas desde el Vaticano, llegando a convertirse en actos idolátricos y profanos interesados. Desde el punto de vista romano, una peregrinación a Santiago de Compostela, por ejemplo, es de desear para cultivar la devoción al santo. Esto les ata a la institución romana. También está la cuestión de las indulgencias. Si el fiel realiza dicha peregrinación, el papa promete algo, que nunca podrá cumplir: Perdonarle los pecados, o reducir el tiempo de estancia en un lugar inexistente: El purgatorio. Según fuera el lugar de destino de la peregrinación, mayor sería la indulgencia. Así pues, peregrinar a Roma era de desear. No obstante no toda la jerarquía ha estado de acuerdo con estas cosas. Claudio, obispo de Turín en el año 800, decía: “Los hombres insensatos desprecian la instrucción espiritual y prefieren ir a Roma para obtener vida eterna”. Los obispos del Concilio de Seligenstaldt, en 1022, deliberaron en su canon 18: “Ya que muchos rehúsan cumplir 70


sus penitencias a ellos impuestas en su propia localidad, confiando obtener del papa la absolución con ir a Roma, sepan que dicha absolución carece de todo valor”. Pero en vano surgieron estas protestas; el papa, a la sazón, Benedicto VIII, pudo más que los obispos y estimuló siempre aquellas peregrinaciones a Roma concediendo por ellas muchas indulgencias. Estas peregrinaciones significaban prestigio para Roma y su papa, y dinero en abundancia. Por lo tanto, un poco más adelante se instituyeron los jubileos con promesa de indulgencia plenaria a cualquiera que visitare Roma; y así se arraigó cada vez más en la iglesia romana esta herejía de que “con una peregrinación a Roma se gana el cielo”. En el jubileo del año 2000, el finado Juan Pablo II prometió el perdón de pecados a todos los que cruzasen el umbral de la puerta de san Pedro antes de que fuera cerrada por el propio papa (suplantando a Cristo, el cual es el Juez). Nótese, un hombre perdonando pecados, y por cruzar una puerta… mero acto de hechicería. En el jesuita Concilio de Trento, en la sesión 25, acerca de los santuarios, se definió que existen lugares más santos que otros, en los cuales es más fácil obtener favores de Dios que en otros. Esta declaración absolutamente pagana, incluso contradice el pensamiento de los padres de la Iglesia: San Jerónimo, escribía: “El cielo nos es abierto lo mismo en la Bretaña como en Jerusalén”, y Gregorio Niceno, a su vez: “El cambio de lugar no acerca a Dios a ti. Dondequiera estés, Dios te visitará si la casa de tu alma es tal que Él puede morar. Si no es tal, para nada te servirá hallarte en el Gólgota o sobre el monte de los Olivos”. No obstante, y como venimos diciendo, el catolicismo romano lo tiene todo muy atado en cuanto a lugares de culto se trata. Existen los templos llamados “expiatorios”. El cura José María González, de la diócesis de Mexicali (California, USA) dice así: “Expiatorio” significa que se ofrece a favor de (alguien). En el templo expiatorio se ofrece a Jesucristo como víctima al Padre de los cielos para alcanzar el perdón y la bendición de Dios a favor de los fieles, los sacerdotes, el obispo, los religiosos y todo el mundo. Una diócesis debe tener su catedral, el seminario y el templo expiatorio, además de las parroquias por supuesto”. (http://www.lacruzdecal.com/ed/articles/2005/0510mv.htm) Nótese la gravedad de la aberración declarada por ese portavoz de la institución romana: En ese templo expiatorio, el cual deberá estar en toda diócesis en cualquier lugar, “se ofrece a Jesucristo como víctima a su Padre”; ¿cómo podría sentirse el Padre si es que eso fuera verdad? Clarísimamente la Biblia nos dice que Cristo ya no puede ser de nuevo sacrificado, porque se le expone a vituperio (He. 6: 6), y eso es lo que constantemente se hace por manos del cura romano, no sólo en los templos expiatorios, sino en todas partes cuando se sacrifica misa.

71


“El templo expiatorio del Tibidabo, Barcelona, España”

La Biblia, la verdadera Palabra de Dios nos enseña: “Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos” (Mateo 18: 20). “La hora viene en que vosotros no adoraréis al Padre ni en este monte ni en Jerusalén, pero los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad (Juan 4: 21-24). Esa es la verdad.

72


Capítulo 5

SIMÓN PEDRO VERSUS EL PAPADO (Un preámbulo a la historia de los papas)

Simón, un sencillo pescador de Galilea, de la ciudad de Betsaida (Jn. 1: 44), casado (Marcos 1: 30), fue llamado por Jesús de Nazaret, junto con su hermano Andrés para ser “pescador de hombres” (Mt. 4: 18, 19). Fiel en todo, algo cabezota e impulsivo, Simón, siempre al lado del Maestro, estaba decidido a seguirle por donde Él fuera. Junto con el resto de discípulos, Simón pasó tres años y medio junto a Jesús, aprendiendo sobre El, sobre el Reino de los Cielos, y recibiendo una revelación del Padre que cambiaría completamente su vida. Elegido apóstol de Jesucristo, después de la Ascensión del Mesías, aquel día de Pentecostés en Jerusalén, Simón Pedro, lleno del Espíritu Santo, predicó, y se convertían a Cristo, y eran bautizadas como 3000 personas. Dios usó poderosamente a Simón Pedro, buen ejemplo de fidelidad y entrega para cada discípulo de Cristo.

La confesión de Simón En el evangelio según Mateo, leemos así: “Viniendo Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; otros, Jeremías, o alguno de los profetas. El les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y Yo también digo, que tú eres Pedro (petros: piedra), y sobre esta Roca (Petra), edificaré Mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella, y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos “. (Mateo 16: 13-19). Jesús estaba esperando que el Padre Celestial diera a alguno de sus discípulos la revelación de Quien era El. Jesús no pretendía convencer con argumentos humanos a sus discípulos acerca de Su Divinidad; esperaba que el Espíritu Santo les diera dicha revelación. Esta misma revelación es la que recibe la persona que se vuelve a Dios con todo su corazón; esto produce la conversión verdadera, y produce la verdadera entrada a la Iglesia de Jesucristo. Esta revelación no puede ser producto del simple pensamiento natural humano, fruto de su intelectualidad o estudio, o simple aceptación por imposición o fe ciega. Como tal revelación, sólo puede ser dada. El Dador de ella es el mismo Dios por Su Espíritu. Simón Pedro no era mejor o más especial que el resto de los discípulos de Cristo, solamente fue el primero en recibir la revelación de que Jesús de Nazaret era el Mesías, ¿por qué?, porque es Dios quien escoge, no el hombre: “lo necio del mundo escogió Dios para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte” (1 Corintios 1: 27). Muchas veces Dios da las mayores revelaciones de Sí mismo a aquellos que son desestimados y despreciados por la sociedad, ¿por qué?, 73


porque “lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en Su presencia” (1 Corintios 1: 28, 29). Ningún hombre podrá nunca enaltecerse a sí mismo, ni será enaltecido por otros en la presencia de Dios, ¡el Altísimo escogió a un simple pescador inculto para darle, a él primero, la revelación más importante del universo, que Dios se había hecho hombre en la persona de Jesús de Nazaret! Jesús animó a su amigo Simón, llamándole Petros que significa piedra. Jesús le veía firme como una piedra a pesar del concepto muchas veces pobre que Simón Pedro tenía de sí mismo. Sin embargo, Jesús no le llamó por primera vez así a Simón. El Maestro ya le había puesto ese sobrenombre en el momento en que le conoció por primera vez (ver Juan 1: 42); así que en todo el tiempo que el Maestro estuvo con su discípulo le llamaba Cefas, que en arameo significa piedra. En cuanto a las “llaves”, y al poder para “atar o desatar” del versículo 19 de esa porción de Mateo 16, nótese el marcado uso rabínico de dichos términos. Al igual que a los demás apóstoles (Mt. 18: 18), y por extensión, a todos los verdaderos cristianos (1 Pedro 2: 9, 10), el Señor Jesús le dio a Simón Pedro la “llave del conocimiento” mediante la predicación del Evangelio, por la cual el hombre pecador tiene acceso a la salvación, o se encierra en su propia condenación (Jn. 3: 16-21). La otra llave es la “llave de la autoridad espiritual”, por la cual podía atar y desatar en el mundo espiritual. Que estas dos funciones no implican una autoridad personal sobre la Iglesia, queda claro por las palabras “llaves del Reino de los cielos”, y no “llaves de la Iglesia”. En otras palabras, y resumiendo: (a) fue Simón Pedro el primero en recibir de parte de Dios Padre la revelación de que Su Hijo Jesús, y sólo Él, es la Roca sobre la que iba a fundar Su Iglesia, (b) Simón Pedro recibe las “llaves”, esto en términos rabínicos que los judíos conocían muy bien, quería decir lo siguiente: cuando el discípulo pasaba las pruebas, su maestro o rabino, le daba unas llaves que simbolizaban el acceso a la sabiduría y autoridad de su maestro. En este caso, Simón Pedro recibe de parte de su Maestro las “llaves del Reino de los cielos”, pero no él sólo como si de un privilegio exclusivo se tratase, sino también el resto de los apóstoles, para que vaya en consonancia con Mateo 20: 20-23, “Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, postrándose ante él y pidiéndole algo. Él le dijo: ¿Qué quieres? Ella le dijo: Ordena que en tu reino se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda. Entonces Jesús respondiendo, dijo: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber del vaso que yo he de beber, y ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado? Y ellos le dijeron: Podemos. El les dijo: A la verdad, de mi vaso beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado, seréis bautizados; pero el sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está preparado por mi Padre” (ver también Mt. 18: 18). Y a su vez, el resto de los creyentes. En la Primera Epístola Universal de San Pedro, es decir, dirigida a todos los cristianos verdaderos: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia” (1 Pedro 2: 9, 10). Justamente, las llaves que Simón Pedro recibiría de parte del Maestro eran las mismas que cada creyente verdadero recibe, y son para abrir el cielo a las gentes con la 74


salvación que proporciona sólo el Evangelio de Jesucristo, según el designio del Padre. Esas llaves las tiene la Iglesia de nuestro Señor Jesucristo para llevar el Evangelio a toda criatura. La Iglesia de Jesucristo no es una organización centralizada, jerárquica, dogmática y visible. La Iglesia de Jesucristo es Universal, la suma de todos los verdaderos cristianos, los que han experimentado un “nuevo nacimiento” (Jn. 3: 3) y son guiados por el Espíritu Santo.

La rehabilitación de Simón Pedro Pero volvamos a Simón Pedro, Jesús le comisionó a servirle y a ser buen ejemplo y testimonio a sus compañeros. Jesús sabía que debía animarle de una forma especial porque unos días más tarde iba a pasar por una prueba de fe, e iba a fracasar. Esto fue cuando le negó tres veces (Mateo 26: 31-34). Después de ese fracaso, arrepentido Simón Pedro, el Maestro tuvo que animarle mucho más: “Cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Le respondió: Si Señor; tú sabes que te amo. El le dijo: Apacienta mis corderos. Volvió a decirle la segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Le dijo: Pastorea mis ovejas. Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas” (San Juan 21: 15-19). El Señor Jesús, ya resucitado, antes de volver al cielo quiere rehabilitar a su amigo Pedro. Simón Pedro le negó tres veces, (Mateo 26: 31-34), y Jesús públicamente le había anticipado que lo haría. Ahora, públicamente, le reitera la pregunta “¿me amas?”, Pedro le confiesa que sí le ama, tres veces, y así el futuro apóstol es rehabilitado públicamente. Roma, como no está muy segura de su declaración, intenta reforzarla con la frase de Juan “apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas”, lo cual es una interpretación eminentemente forzada. Los teólogos católico-romanos, a falta de argumentaciones, se han agarrado desesperadamente a estas simples palabras “corderos y ovejas”, para confirmar la institución del Papado. Los corderos serían los simple fieles, y las ovejas la jerarquía integrada por obispos y cardenales. El mismo Simón Pedro dice que Cristo es el Pastor y Obispo de nuestras almas, y no él: “Porque vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas” (1 Pedro 2: 25), refiriéndose al Único al que se puede referir, Cristo Jesús. Sin embargo, observe Vd. lo que declara Roma: La Constitución Dogmática de la Iglesia Romana, promulgada en el documento Lumen Gentium (Concilio Vaticano II), especifica: “...el Romano Pontífice tiene sobre la Iglesia, en virtud de su cargo, es decir, como Vicario de Cristo y Pastor de toda la Iglesia, plena, suprema y universal potestad que puede ejercer libremente.” O sea, que el mismo Pedro dice que el Pastor y Obispo de la Iglesia es Jesucristo; y Roma dice que es el papa el Pastor y Obispo de toda la Iglesia…

El carácter de Simón Pedro ¿Por qué se tomó el Señor tanto cuidado en animar y corregir a su discípulo? Porque lo necesitaba, porque a pesar de su corazón para Dios, Pedro requería mucho trato en su carácter. ¿Cómo era Simón Pedro, cómo era su carácter y su comportamiento? Los 75


evangelios nos manifiestan bastante de todo ello: En Lucas 5: 8, vemos que él mismo se veía imperfecto y necesitado: “Viendo esto Simón Pedro, cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador”.Tampoco fue precisamente un gran ejemplo de fe. Cuando empezó a caminar sobre las aguas ¿qué ocurrió?: “Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame! Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?”. Era impulsivo, a veces no sabía qué estaba diciendo, hablando cuando no debía. En el contexto de la Transfiguración de Jesús, cuando no debía hablar, exclamó diciendo: “Y sucedió que apartándose ellos de él, Pedro dijo a Jesús: Maestro, bueno es para nosotros que estemos aquí; y hagamos tres enramadas, una para ti, una para Moisés, y una para Elías; no sabiendo lo que decía” (Lucas 9: 33). Simón Pedro tenía orgullo y era empecinado. Cuando Jesús intenta lavarle los pies, él fue el único en poner objeciones: “Entonces vino a Simón Pedro; y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies? Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después. Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo” (Juan 13: 6-8). ¡El Señor tuvo que usar de la amenaza para hacerle entrar en vereda! En el huerto de Getsemaní, cuando iban a apresar a Jesús, impulsiva y carnalmente, le corta la oreja a uno que venía a prender al Maestro: “Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó, e hirió al siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha. Y el siervo se llamaba Malco. Jesús entonces dijo a Pedro: Mete tu espada en la vaina; la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber? (Juan 18: 10, 11). Simón Pedro, empezó una primera “Cruzada”, que el Señor impidió que prosperara. Como ya vimos, negó a Cristo tres veces (Jn. 18: 25-27), y consecuentemente, tuvo gran remordimiento (Mt. 26: 75). Ya resucitado el Señor, cuando Éste se les apareció en la playa del Tiberiades, después de las célebres tres preguntas sobre el amor de Pedro respecto al Señor (Jn. 21: 15-17), y después de hacerle saber de qué muerte iba a morir, es decir, con martirio (Jn. 21: 18, 19), paseando por la playa, Juan, el discípulo amado, les seguía, entonces Pedro, viéndole, le preguntó al Señor: “ y a este, ¿qué le va a pasar?...” (Jn. 21: 21). La respuesta del Señor fue clara: “Jesús le contestó:—Si quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿qué te importa a ti?” (Jn. 21: 22). Conociendo a Pedro, su impulsividad, su espíritu directivo, y que era un poco metomentodo por naturaleza, abruptamente el Señor le dice, como leemos en el evangelio, que no era asunto suyo lo que debía acontecer a Juan. Por extensión, Juan es aquí un tipo de todos los verdaderos y maduros discípulos de Cristo. En otras palabras, el Señor Jesús le está diciendo a Pedro: “Pedro, ocúpate de ti mismo, de amarme, de cumplir con tu ministerio apacentando y pastoreando, es decir, cuidando de los recién convertidos que necesitan ser discipulados, y no te preocupes de Juan, es decir, de tus condiscípulos, porque de esos me ocupo Yo”. Esta es una gran lección para aquellos que se han considerado “sucesores” de Pedro según su solo interés e imaginación. Lo que Jesús le dijo a Pedro respecto a Juan: “¿qué te importa a ti?”, deberían aplicárselo ellos a sí mismos. 76


Aun fue amonestado por el Señor una vez hacía tiempo que Éste había sido ascendido a los cielos. Leemos así en el libro de los Hechos de los apóstoles: “...Pedro subió a la azotea para orar, cerca de la hora sexta. Y tuvo gran hambre, y quiso comer; pero mientras le preparaban algo, le sobrevino un éxtasis; y vio el cielo abierto, y que descendía algo semejante a un gran lienzo, que atado de las cuatro puntas era bajado a la tierra; en el cual había de todos los cuadrúpedos terrestres y reptiles y aves del cielo. Y le vino una voz: Levántate, Pedro, mata y come. Entonces Pedro dijo: Señor, no; porque ninguna cosa común o inmunda he comido jamás. Volvió la voz a él la segunda vez: Lo que Dios limpió, no lo llames tú común. Esto se hizo tres veces; y aquel lienzo volvió a ser recogido en el cielo” (Hechos 10: 9-16). Pedro seguía siendo bastante cabezota, por lo visto. Algunos dicen que Simón Pedro era así en el tiempo que convivía con el Maestro ya que el Espíritu Santo aún no había descendido sobre los discípulos. La realidad es que Pedro, al igual que todos los demás, seguía siendo imperfecto aun cuando el Espíritu Santo estaba ya en él; pero no sólo cabezota, también hipócrita, y esto no lo dice el autor de este artículo, sino el mismo apóstol San Pablo; sólo hay que ver la reprensión que éste le dirigió, y que está recogida en la Epístola a los Gálatas: “Pero cuando Pedro vino a Antioquía, le resistí cara a cara, porque era de condenar...”. De ello hablaremos más adelante de forma más extensa.

¿Roca sí, Roca no? Llegados a este punto; reconsideremos: ¿De verdad; como Roma enseña, exaltó el Señor a Simón hasta el punto de llamarle la Roca sobre la que iba a edificar Su Iglesia? ¿Podrá un hombre, simple criatura de Dios, ser la Roca, la Piedra Angular sobre la que se sostiene el edificio que es la Iglesia de Jesucristo? Además de eso, ¿no dice la Biblia: “No confiéis en los príncipes, ni en hijo de hombre, porque no hay en él salvación” (Salmo 146: 3, 4); y añade: “Así ha dicho Yahvéh: Maldito el varón que confía en el hombre” (Jeremías 17: 5)? ¿Quién es la Roca entonces?...En el cántico de la multitud de ángeles que alababan a Dios frente a aquellos pastores de Belén, decían: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lucas 2: 14). Había llegado el tiempo de tener “buena voluntad para con los hombres”. El Hijo de Dios había nacido de una virgen, María, por obra del Espíritu Santo en un pesebre (Mt. 1: 18), y venía al mundo a salvar a muchos. La buena voluntad de Dios estaba poniéndose en marcha. La buena voluntad de Dios era salvar a todos los que estaban dispuestos a recibir la Roca en sus vidas. El pueblo de Dios, Israel, sabía y esperaba estas cosas. Todos en Israel sabían que el Mesías que había de venir era la “Roca de Israel”. Encontramos en el Pentateuco lo siguiente: “Él es la Roca, cuya obra es perfecta...” (Deuteronomio 32: 4) “Yahvéh es mi Roca y mi fortaleza...”(2 Samuel 22: 2). Los primeros cristianos, tanto de procedencia judía como gentil, al igual que nosotros, sabían Quién es la Roca: “y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la Roca espiritual que los seguía, y la Roca era Cristo” (1 Corintios 10: 4). ...¡y la Roca era Cristo! (1 Corintios 10: 4) ¿Por qué Cristo se llama a Sí mismo la Roca?, porque es Dios. Él es el fundamento (leer Lucas 6: 46-49). El apóstol San Pablo no sólo dice que Jesucristo es el fundamento; 77


además dice que no puede haber otro fundamento: “Nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo” (1 Corintios 3: 11). Además de la enseñanza bíblica, la cual es fundamental, cabría añadir aquí lo que enseña la tradición de los Padres de la Iglesia. Entre los doctores de la antigüedad cristiana, san Agustín de Hipona escribe, refiriéndose al pasaje de Mateo 16: 13-18: “¿Qué significan las palabras edificaré mi Iglesia sobre esta Roca?: Sobre esta fe, sobre eso que me dices, tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. En su tratado 124, san Agustín, añade: “Sobre esta roca, que tú has confesado, edificaré mi Iglesia, puesto que Cristo mismo era la Roca”. San Agustín creía tan poco que la Iglesia fuese edificada sobre Pedro, que dijo a su grey en su sermón 13: “Tú eres Pedro, y sobre esta Roca (piedra), que tú has confesado; sobre esta Roca que tú has reconocido diciendo: tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo, edificaré mi Iglesia; sobre Mí mismo, que soy el Hijo del Dios vivo, la edificaré, y no Yo sobre ti”. Estas son palabras de uno de los principales Padres de la Iglesia. Pero esa no sólo fue la conclusión de san Agustín de Hipona, sino de san Cirilo, san Hilario, san Jerónimo, san Juan Crisóstomo, san Ambrosio, san Braulio. En una palabra, ni los concilios de los tres primeros siglos de la Iglesia cristiana, ni los Padres de la Iglesia entendieron jamás que la Iglesia de Jesucristo hubiere de estar edificada sobre Pedro, un simple mortal. ¡No podía ser de otro modo! El mismo Simón Pedro, dice que Cristo es el Pastor y Obispo de nuestras almas, y no él: “Porque vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas” (1 Pedro 2: 25). Leemos en el libro del profeta Isaías: “Por tanto, Jehová el Señor dice así: He aquí que Yo he puesto en Sion por fundamento una piedra, piedra probada, angular, preciosa, de cimiento estable...” (Isaías 28: 16). Ya profetizado 730 años antes de Su nacimiento virginal, Jesucristo es el fundamento, la Roca, la piedra angular. Este es el fundamento de nuestra fe (1 Pedro 2: 5). ¡No hay otro fundamento! Ningún hombre puede ni de lejos pretender representar a Cristo, excepto el Espíritu de Cristo mismo a través de los cristianos (Romanos 8: 9). El mismo Juan el Bautista dijo: “Yo a la verdad os bautizo en agua; pero viene uno más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado...” (Lucas 3: 16). No Pedro, sino Juan el Bautista, el gran profeta de Dios, del cual Jesús dijo que entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que él (Mt. 11: 11), ni siquiera era digno de tocar Sus sandalias. Esto deja bien claro que ningún hombre puede asumir el fundamento que sólo Cristo puede y debe, y menos aún, estos que se llaman a sí mismos “sucesores” de San Pedro. El Señor Jesús jamás podría haber dicho que Simón Pedro era la Roca, porque hubiera negado la afirmación bíblica de que Él mismo es la Roca o Fundamento, y que nadie más puede serlo, ni siquiera su buen amado discípulo Pedro. Jesucristo es la Roca sobre la cual edifica Su Iglesia. Encontramos en la Epístola de San Pablo Apóstol a los Efesios: “Cristo es cabeza de la Iglesia, la cual es su cuerpo, y Él es su Salvador” (Efesios 5: 23). El mismo Pedro dijo en su primera epístola universal: “Acercándoos a El (Cristo), Roca viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa...Por lo cual también contiene la Escritura: He aquí, pongo en Sion la principal Piedra del ángulo, escogida, preciosa; Y el que creyere en El (Cristo), no será avergonzado. Para vosotros, pues, los que creéis, El (Cristo) es precioso...” (1 78


Pedro 2: 4, 6, 7). Así que el mismo Simón Pedro lejos de declarar ser él la Roca, o representante de la misma, declara que la Roca es Quien debe, y sólo puede ser: Jesucristo. El mismo Jesucristo que, animando a Pedro en su futuro ministerio como apóstol le llama en griego Petros, que en español es piedra, como sinónimo de fortaleza (la cual iba a necesitar de parte de Dios), dice que todos los cristianos son también piedras. Esto declara el mismo apóstol en su primera epístola universal: “vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo...” (1 Pedro 2: 5). Así que no sólo Simón Pedro, sino todos los que creemos en la Roca que es Cristo, somos petros, es decir, piedras vivas. Juntos, componemos el Cuerpo de Cristo (1 Corintios 12: 12-27), que es la Iglesia de Cristo, la cual es Universal. Cada verdadero creyente en Cristo, empezando por los primeros discípulos, es una piedra en el edificio de Dios que es la Iglesia de Cristo. Hoy en día, hay piedras en todo el mundo que se van apilando en orden constituyendo el edificio que es la Iglesia hasta que la Cabeza, que es el mismo Jesucristo vuelva a por todas las piedras vivas, que son todos los creyentes verdaderos de todas las edades. Unos resucitando a la nueva vida, otros, los vivos en ese tiempo, siendo transformados, y así, juntamente todos, estaremos con el Señor en su Reino Eterno (1 Corintios 15: 51-58; 1 Tesalonicenses 4: 13-18).

¡Jesús llamó a Pedro, Satanás! Si el Maestro declaró que Simón era Petros, unos versículos más abajo, en el mismo texto, paradójicamente, le llama Satanás. Seguimos leyendo en el Evangelio según San Mateo: “Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día. Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a reconvenirle diciendo: Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca. Pero Él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de Mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (Mateo 16: 21-23). Evidentemente Pedro no era Satanás, sino que estaba siendo confundido por un espíritu de engaño en ese momento, por el cual mostraba una aparente misericordia fuera de lugar y verdadero propósito, tratando de evitar que el Señor desobedeciera al Padre y no fuera a la cruz. ¡El mismo hombre al que Dios Padre le da la revelación de la Deidad de Cristo Jesús, unos momentos más tarde recibe una “revelación” o “inspiración” del diablo para tentar a Jesús! No es que Simón Pedro fuera especialmente malo; lo que le pasó a él nos puede pasar a cualquiera. Jesús dijo que el diablo es “padre de toda mentira”, él no tiene ningún escrúpulo en vestirse como “ángel de luz” para engañar a muchos (2 Corintios 11: 14). El hombre es una criatura falible, y el diablo lo sabe. ¡Así es el hombre! El diablo se aprovecha y toma ventaja de nuestra naturaleza caída para ir en contra de Dios. El diablo tomó ventaja de la naturaleza caída de Simón Pedro para ir en contra de la voluntad de Dios. Esto sólo puede demostrar que, efectivamente, no se puede ni se debe confiar en el hombre sin más. Sólo Dios es digno de confianza. Dice el apóstol San Pablo en Romanos 3: 4, “Sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso...” y añadimos, “No confiéis en los príncipes, ni en hijo de hombre, porque no hay en él salvación” (Salmo 146: 3, 4). 79


Sólo las Sagradas Escrituras que son la Palabra de Dios nos pueden preservar del error de los hombres; o del “hombre”. Simón Pedro era un simple hombre, y como tal, falible. Simón Pedro no es una “piedra sólida”. Negó al Señor tres veces; perdió la fe cuando caminaba sobre las aguas; pocos minutos después de tener la revelación de Quién era Jesús, éste mismo le llama Satanás ¿Cómo puede el Señor Jesús construir nada menos que Su propia Iglesia sobre esta piedra tan resbaladiza que es Pedro? Escribe S. Olabarrieta: “Pedro ha servido para vehiculizar desde el Padre la gran verdad de nuestra fe: “Tú eres el Hijo de Dios”, y sobre esta gran verdad, sobre esta piedra, esta roca firme, única, que sintetiza toda la obra del Padre en Su Hijo, es sobre la que Jesucristo, Su Hijo, va a edificar la auténtica, la única y verdadera Iglesia”. Sobre esa confesión de fe de Pedro dada por el Padre: “Cristo Jesús es el Hijo de Dios”, la Iglesia de Cristo está siendo levantada ¡no cabe duda!

Pero Simón Pedro fue un presbítero ¿no es cierto? ¿No ha establecido Cristo autoridades en Su Iglesia? Así es. La Biblia nos enseña que el Señor ha establecido diferentes ministerios y gobierno en la iglesia. Leemos en Efesios 4: 11, 12 “Y Él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas, a otros, evangelistas; a otros pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra el ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo”. El mismo Simón Pedro dice de sí mismo que es un anciano o presbítero: “Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos...” (1 Pedro 5: 1). Pedro aquí no hace valer ningún privilegio especial, que no tenía, por cierto. Se identifica como uno más entre los ancianos. Solamente habla como apóstol de Jesucristo cumpliendo así con su ministerio. Estos ancianos a los cuales Pedro exhorta, son los obispos o pastores, líderes de las congregaciones o iglesias locales repartidas por doquier. Pedro les exhorta así: “Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey” (1 Pedro 5: 2, 3). Simón Pedro no ejercía ningún señorío sobre los creyentes; sólo era un ejemplo para los que estaban a su cuidado. “Cuando hubieron comido Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Le respondió; Sí Señor; tú sabes que te amo. El le dijo: Apacienta mis corderos...Pastorea mis ovejas...Apacienta mis ovejas” (Juan 21: 15-17). Un verdadero siervo de Dios, no se enseñorea de los creyentes, los cuida, ama y sirve. El mismo Jesús enseñó: “Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido sino para servir...” (Mateo 20: 25-28). Jesucristo siempre dijo a sus discípulos que no buscaran el enseñorearse tal y como hacían y hacen los reyes y los gobernantes. Encontramos en los Evangelios: “En aquel tiempo los discípulos vinieron a Jesús, 80


diciendo: ¿Quién es el mayor en el reino de los cielos? Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos, y dilo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos” (Mateo 18:1-4). ¿Dónde en la Biblia se trata a Pedro con los apelativos de “Su Santidad” o “Santo Padre” como a los papas de hoy en día, por ejemplo, títulos que sólo corresponden a Dios? Simón Pedro fue piedra en sus días en la Iglesia de Jesucristo, pero ni mucho menos fue el pastor principal de todas las congregaciones cristianas de su tiempo; de hecho, no hubo nadie que tuviera esa responsabilidad por ser imposible de cumplir; recordemos que es el Espíritu Santo el que está encima de la Iglesia, y Él comisiona a diferentes piedras para realizar la labor de gobierno espiritual de la misma bajo Su guía. Encontramos un pasaje interesante en el libro de los Hechos de los Apóstoles. En el capítulo 8, versículo 14, leemos: “Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan”. Cuando Samaria recibió el Evangelio por medio de algunos discípulos, entre ellos el evangelista Felipe (Hechos 8: 5), la iglesia de Jerusalén, por medio de los apóstoles, enviaron a Pedro y a Juan. En otras palabras, en cuanto a Pedro, vemos lo sujeto que estaba a los demás apóstoles y a la Iglesia, hasta el punto de que fue mandado o enviado por ellos a una misión. Esto es muy revelador, porque de este pasaje podemos deducir que Pedro era uno más de los apóstoles, al igual que Juan. Incluso, más adelante en el mismo libro de Hechos, vemos que cuando vuelve a Jerusalén después de bautizar a Cornelio y a sus amigos, que eran gentiles (Hechos 10), Pedro es interrogado por los fieles, pidiéndosele explicaciones por su actuación con los gentiles (Hechos 11-3), y Pedro tuvo que darlas todas (Hechos 11: 4-18). Pedro era uno más de entre los ancianos (1 Pedro 5: 1). Simón Pedro fue enviado por Dios no a los gentiles (Roma), sino a los judíos (Jerusalén), y en Jerusalén desarrolló su ministerio. El Maestro comisionó a Simón Pedro a apacentar Sus ovejas, tal y como hemos leído en Juan 21: 15-27, principalmente entre los judíos. Leemos en Gálatas 2: 7, 8 cuando el apóstol Pablo enseñaba a los creyentes de Galacia acerca de su llamamiento, “Antes por el contrario, como vieron que me había sido encomendado el evangelio de la incircuncisión (el de los no judíos), como a Pedro el de la circuncisión (el de los judíos), pues el que actuó en Pedro para el apostolado de la circuncisión, actuó también en mí para con los gentiles”. Simón Pedro fue enviado a pastorear, junto con Jacobo, y muchos otros la Iglesia o comunidad de nuevos creyentes de Jerusalén. De hecho, no fue Simón Pedro el principal pastor de la iglesia de Jerusalén, sino Jacobo (el hermano del Señor). En un valiosísimo relato extrabíblico del siglo IV, el de la Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesarea, de inmenso valor para conocer los pormenores de los primeros siglos del cristianismo, se nos dice lo siguiente: “Los judíos, después de la ascensión de nuestro Salvador...aniquilaron con piedras a Esteban, luego 81


a Jacobo, hijo de Zebedeo y hermano de Juan, que fue decapitado; y finalmente Jacobo, el que fue escogido en primer lugar para el pastorado de Jerusalén, después de la ascensión de nuestro Salvador...” (Libro I, cap. 5, v. 2). Cuando los apóstoles y ancianos se reunieron en Jerusalén (Hechos 15) para decidir cómo tratar la cuestión de la circuncisión, Jacobo dirigía. Pedro habló, pero fue Jacobo quién tomó la decisión final; dijo Jacobo: “Por lo cual yo juzgo que no se inquiete a los gentiles que se convierten a Dios” (Hechos 15: 19). Está claro que Pedro no tenía la posición de autoridad absoluta como aseguran los papistas. Además, Pablo habló de Jacobo, al igual que de Pedro y Juan, como columna: “y reconociendo la gracia que me había sido dada, Jacobo, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas, nos dieron a mí y a Bernabé la diestra en señal de compañerismo, para que nosotros fuésemos a los gentiles, y ellos a la circuncisión” (Gálatas 2: 9); y sin embargo, Pablo reprendió delante de todos a Pedro por cierta hipocresía de éste: “Pero cuando Pedro vino a Antioquía, le resistí cara a cara, porque era de condenar. Pues antes que viniesen algunos de parte de Jacobo, comía con los gentiles; pero después que vinieron, se retraía y se apartaba, porque tenía miedo de los de la circuncisión. Y en su simulación participaban también los otros judíos, de tal manera que aun Bernabé fue también arrastrado por la hipocresía de ellos. Pero cuando vi que no andaban rectamente conforme a la verdad del evangelio, dije a Pedro delante de todos: Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no como judío, ¿por qué obligas a los gentiles a judaizar?”. (Gálatas 2: 11- 15)

Si Simón Pedro hubiera sido “Sumo Pontífice”, ¿cree usted que hubiera permitido que un súbdito suyo, aun san Pablo, le hubiera humillado en público? ¡de ninguna manera! Sin embargo Simón Pedro, fiel discípulo de Cristo, inclinó la cabeza, recibiendo la reprensión de parte de su compañero, que aunque dura y dolorosa, era necesaria, porque TODOS los hombres necesitamos ser corregidos, incluso Pedro, al que algunos posteriormente hicieron “papa”, sin él quererlo jamás. ¡Menudo argumento! Dijo una vez el cura católico Tom Forrest ante un grupo escogido de católicos carismáticos: “Como católicos tenemos el papado, una historia de papas desde Pedro hasta Juan Pablo II, tenemos la roca sobre la cual Cristo edificó su Iglesia”. Claramente se asegura que la roca sobre la que se asienta la Iglesia de Cristo es Pedro. Se requiere de una gran habilidad e ingenio para lograr derivar de la simple declaración: “Sobre esta roca edificaré mi Iglesia...” (Mt. 16: 18) todo un “oficio petrino”, sucesión papal o “apostólica”, “infabilidad papal”, etc. No obstante, este es ciertamente el único argumento escritural, sacado fuera de contexto, sobre el cual puede la iglesia de Roma edificar todas estas cosas, incluyendo una compleja jerarquía de sacerdotes, obispos, arzobispos, cardenales y demás; el “magisterio” de los obispos quienes solamente ellos junto al papa pueden interpretar la Biblia, etc. ¡Demasiadas cosas para que sólo las sostenga un solo versículo aislado!

82


No obstante, los mismos apologistas romanos dicen que ni remotamente todos estos conceptos están basados solamente en Mt. 16: 18, ni en ningún otro lado de la Escritura. ¿Dónde se basan entonces?, en lo que ellos llaman la “sagrada tradición”. Allí entran en una maraña de engaño y verdadero fraude. Como escribe Dave Hunt: “Se necesitaron siglos para desarrollar argumentos ingeniosos a fin de llegar finalmente a la teoría de que el Cristo que no tenía donde recostar su cabeza (Mt. 8: 20), que vivió en la pobreza y fue crucificado sin ropas, sería representado por un pontífice regio, que es dueño de más de un palacio con más de 1.100 aposentos en cada uno, a quien lo atienden día y noche innumerables sirvientes, y vestiría los más finos mantos de seda bordados en oro. Que Cristo haya transferido a Pedro semejante pompa y lujo, que ninguno de ellos conoció, es algo verdaderamente absurdo y enfermizo. Las glorias y los poderes que los papas disfrutaron no están ni siquiera remotamente relacionadas con la vida de pureza y pobreza de Pedro. Este pescadorapóstol dijo una vez: “Plata y oro no tengo...” (Hechos 3: 6)”.

El otro Consolador Sólo Jesucristo, el cual es Dios que se hizo hombre, perfecto, sin mancha ni pecado alguno y justo, podía y puede llevar adelante esta asamblea sublime que es Su Iglesia. Pero, ¿qué iba a pasar después de que el Mesías padeciera, resucitara y fuera ascendido? ¿Quién iba a quedarse como Guía y Sostén de la iglesia? ¿Puede un hombre ser Cabeza de la Iglesia de Jesucristo? Ya vimos que no. Dijo Jesús: “Si me amáis, guardad mis mandamientos, y Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador para que esté con vosotros para siempre: El Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce...” (Juan 14: 15-17). Siendo Cristo Dios, Su Vicario sólo puede ser Dios. El Espíritu Santo, la Tercera Persona de Dios es el verdadero Vicario de Cristo. Él está con nosotros, y en nosotros, los que creemos, para fortalecernos, guiarnos, animarnos, hacernos entender las Escrituras, llevarnos a toda verdad (1 Corintios 3: 16; 6: 19; Romanos 8: 9). Este Otro Consolador es el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es Dios. Sólo el Espíritu Santo puede asumir el lugar de Cristo en la Tierra porque sólo Él es capaz e infalible. La realidad es que el Espíritu Santo, está fortaleciendo a cada discípulo, cada piedra viva que forma la Iglesia de Cristo, que es Su Cuerpo. Cristo, la Roca, o Piedra Angular, es la base de todo ese edificio. Leemos así en Efesios 2: 19-22, refiriéndose a los creyentes y a Cristo: “Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en Quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en Quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu”. ¡Esta es la Iglesia de Jesucristo! ¡Dios, por Su Espíritu mora en cada verdadero creyente! Este privilegio gozaba Simón Pedro; pero no era exclusivo para él. Esta bendición es para todos y cada uno de los 83


que hemos recibido por la fe a Cristo Jesús en nuestras vidas como nuestro Salvador y Señor. Todas estas verdades escriturales tan básicas e inamovibles, fueron a lo largo de la historia de los papas romanos, desatendidas y dejadas de lado, para atender a las que podían favorecerles en aras de sus solos intereses. Levantando a Pedro, se levantaban a ellos mismos; constituyendo a Simón Pedro primer papa de la historia, todo el montaje posterior les podría resultar fácil de acometer... ¡tan fácil y tan falso!

El Papa de Roma No había jefe o responsable principal humano en la Iglesia de Jesucristo cuando el Señor ascendió a los cielos. Ni lo hubo, ni lo hay, ni lo habrá. La figura de un “papa” como jefe supremo de la Iglesia de Jesucristo jamás ha sido contemplada por el Señor. Dios sabe que el poder corrompe, y que ningún ser humano está preparado para llevar una responsabilidad así, responsabilidad que sólo Cristo puede llevar, y de hecho lleva. Sin embargo, la historia de la Iglesia católico-romana es la historia de los papas. No se puede entender una sin la otra. Es más, no tendría ningún sentido, ni relevancia o significado la iglesia de Roma si, aun en la imaginación, quitáramos de en medio el papado. Roma lo es, porque en el Vaticano vive un hombre que dice ser no sólo un hombre. Es un hombre presuntamente deificado. Es “Dios en la tierra” (León XIII). Son ese hombre, al que llaman Pontífice Máximo o papa, y esa institución que preside, el papado, los que dan el sentido a la existencia de “Babilonia la Grande” (Ap. 17: 5), es decir la iglesia católico romana. Cuando el obispo de la ciudad de Roma, por ser Roma, logró exaltarse a sí mismo por encima de todos los demás obispos, poco a poco fue adquiriendo más títulos y poder hasta llegar a autodenominarse: “Sumo Pontífice”, es decir Sumo Mediador entre Dios y los hombres, el título y función de Jesucristo hombre (1 Timoteo 2: 5-7); “Santo Padre”, título que sólo Dios Padre tiene; y por fin, cuando habla ex-cátedra, es “infalible”, cualidad que corresponde además de al Padre y al Hijo, al Espíritu Santo. Así pues, un hombre logró su “deificación” completa ante el resto de los mortales, con el consentimiento de ellos. Cuando el obispo de Roma se autoerigió como Sumo Pontífice, que significa Mediador entre Dios y los hombres, título que sólo le pertenece a Cristo, (1ª Timoteo 2: 5,6), el catolicismo-romano cayó en el peor de sus pecados. El sentimiento de fervor que despierta la figura del papa allá donde va, no va dirigido a Jesucristo, sino a la propia figura de ese hombre que dice ser la representación Suya en la tierra. ¿Podrá esto agradar a Dios? Veremos acerca de cual sea la base “legal” en la cual dice afirmarse todo el aparato papal romano. Nos adelantaremos al anunciar, aunque muy someramente, uno de esos documentos, falsos, por cierto, en los que Roma pretende forjar su derecho: Las “Donaciones de Constantino o constantinianas”. Más adelante explicaremos en qué consisten, baste por el momento comentar el resultado que obtuvieron en la realidad 84


pontifical, de la Edad Media, en adelante. Pedro de Rosa, hábil comentarista católico, dice al respecto: “Desde las Donaciones de Constantino, está claro que el Obispo de Roma lucía como el emperador Constantino, vivía como él, se vestía como él, habitaba sus palacios, gobernaba sobre sus tierras, tenía exactamente la misma perspectiva imperial. El papa, también, quería enseñorearse sobre la Iglesia y el Estado. Sólo setecientos años después de la muerte de Pedro, los papas se sintieron obsesionados por el poder y las posesiones. Los alegados sucesores de Pedro, se hicieron, no los siervos, sino los amos del mundo. Ellos...se vestían de púrpura como Nerón y se llamaban a sí mismos Pontifex Maximus” (Pedro de Rosa, op. Cit. Pp. 34, 45). De la misma manera que todo árbol tiene su raíz, todo lo que existe sobre la tierra tiene un origen. Tanto para lo bueno como para lo malo, existe un principio, una raíz, una semilla. Veamos la raíz de lo que luego vino a ser el papado. Escribe D. José de Segovia: “Los romanos fueron especialmente hábiles en tratar de no destruir los cultos y dioses indígenas por la violencia, sino más bien absorberlos por medio de una política de tolerancia. Más tarde, la religión romana degeneró en un culto a César durante el mandato de Octavio Augusto en torno al año 25 a.C. -¡atención a esto!- después de haber sido declarado por el Senado “la más alta Santidad y poder sobre la tierra”. No pensemos que eso fue exclusivo de la Roma pagana. El papa León XIII, del cual hemos hecho ya parca mención, dijo todavía mucho más: “(Los papas) ocupamos en la tierra el lugar de Dios Todopoderoso” (The Great Encyclical Letters of Pope Leo XIII, p. 304, by Benziger Brothers, N.Y. Nilil Obstat, 1903). Es interesante ese comentario de D. José de Segovia en cuanto a que los romanos observaban una política de tolerancia. Esta era una habilidad peculiar para ir, poco a poco, estableciendo su poder y autoridad entre los pueblos que conquistaban. Algo muy parecido está ocurriendo hoy en día con la Roma político-religiosa. Si bien durante siglos fue estableciendo su hegemonía por la fuerza (pensemos en la Inquisición, de la cual hablaremos más adelante), ahora, con el devenir de los tiempos, decidió cambiar de táctica, acercándose más a aquéllas sutiles y diplomáticas de sus antecesores. Ahora que no cuenta con el respaldo de los supersticiosos emperadores y reyes de antaño, Roma cambia su antigua amenaza por la sutileza, amparándose tras su antigua y aborrecida enemiga, la llamada democracia, propia de las naciones del primer mundo. En el contexto religioso, antes a los evangélicos se les llamaba sin ambages herejes y anatema (es decir, malditos) y se les entregaba a las torturas más indescriptibles y después, vivos a la hoguera. Ahora, se les llama “hermanos separados” y se les anima a buscar todos juntos “la unidad de los cristianos”. El verdadero Cuerpo de Cristo es uno solo e inseparable, por lo tanto ¿cómo puede hablarse de “hermanos separados”? Esto sólo obedece a una estratagema para engañar a muchos evangélicos ingenuos.

¿Ha cambiado Roma? ¿Ha cambiado Roma? Insistimos: No, sólo ha cambiado su estrategia. Las metas siguen siendo las mismas que ya fueron, sólo el procedimiento ha cambiado. El papado sabe que son ya muchos cientos de millones en todo el mundo los que se llaman evangélicos. Países e incluso continentes enteros son evangélicos o protestantes, aunque sea por 85


tradición solamente, y ya no puede el papa hacer lo que solía hacer cuando la Reforma inmediatamente apareció. Ahora Roma apuesta por la “integración”. Si no puedes con tu enemigo, ¡únete a él! Pero esta política de integración no sólo es dirigida al mundo protestante. El papa no sólo reza con los protestantes. Juan Pablo II, se reunió con el Dalai Lama, el dirigente del budismo tibetano, y con otros dirigentes de religiones satánicas en Asís, Italia en 1986 (sobre todo a partir de entonces, se llamó a Asís o Asisi “ciudad de la paz”). Increíblemente, en esa reunión histórica se unió en un círculo para rezar y meditar con encantadores de serpientes de Togo, chamanes y médicos brujos de Africa, gurues hindúes de la India, monjes budistas de Tailandia y religiosos protestantes liberales de Gran Bretaña. Muchos católico-romanos se asombraron al escuchar al papa declarar, en esta reunión inter-religiosa en Asís, que “existen muchos caminos a Dios” (“Aviso Final” Grant. R. Jeffrey, pág. 176). El apóstol Pedro, del cual Juan Pablo II dice ser “sucesor”, dijo hablando de Jesucristo: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4: 12), En este punto, quizás alguien pueda pensar que quizás fue un “traspiés” del papa aquella reunión inter-religiosa de Asís, dada la debilidad de Juan Pablo II; ¡no lo crea! Voy a traducir del inglés la noticia que me acaba de llegar vía correo electrónico: “LIDERES DE TODAS LAS RELIGIONES TIENEN UN ENCUENTRO EN ROMA”: El Vaticano se encuentra dando los últimos retoques para llevar a cabo la reunión inter-religiosa (Fuente: Weekend News Today Source – EWTN, Sep. 24, 1999). El Vaticano está dando los últimos pasos de preparación para la Reunión Inter-Religiosa que deberá celebrarse el próximo mes de Octubre, los días del 24 al 28. Líderes de todas las religiones se encontrarán en Roma para estudiar la contribución en común que los creyentes pueden hacer a favor de la humanidad en el próximo siglo. El encuentro incluirá una visita a Asís, la ciudad de la paz. Este evento inter-religioso, se realizará en la víspera del Jubileo. Tal como el Consejo Pontificio para el Diálogo Inter-religioso ha declarado, Juan Pablo II ha requerido que en este año de preparación antes del 2000, dedicado a Dios Padre, “se reflexione sobre la relación entre Dios y los hombres, al promover relaciones diversas entre las religiones” (énfasis nuestro). ...La Asamblea, constará de 200 personas: 80 cristianos de diferentes denominaciones y 120 de otras religiones...La Asamblea incluirá a las religiones animistas tradicionales africanas, religiones americanas e hindúes, religiones monoteístas, y algunas nuevas religiones japonesas” (énfasis nuestro). Estos líderes de todas las religiones que se encontrarán con el papa en Roma para ver lo que los creyentes pueden hacer “en favor de la humanidad”, ¿a qué clase de creyentes se refiere? Hablando de religiones, cada una sobre la tierra es diferente y opuesta en sus creencias a las demás. Los musulmanes tienen un dios: Alá; los hindúes tienen millones (cada hindú tiene su propia colección de dioses porque son idólatras). Los animistas africanos veneran los ríos, los árboles, las piedras, etc., porque creen que detrás de cada uno de esos elementos se esconden “fuerzas invisibles” (que no son más que demonios). De vuelta a los musulmanes, estos tienen su libro sagrado, el Corán; en cambio los católicos tienen su sagrada tradición y la Biblia (por ese orden). Unos creen que se reencarnan (hindúes); otros van al cielo, otros al Nirvana (budistas), otros al paraíso (musulmanes). Para unos es pecado una cosa (matar las vacas para los hindúes), para 86


otros, es otra diferente. En definitiva, esos “creyentes” sólo tienen algo en común: ¡Nada! No he mencionado el cristianismo, porque seguir a Cristo no es una mera religión sino una mantener y desarrollar una relación de amistad con Dios a través de Cristo mediante la asistencia del Espíritu Santo, ¡nada tiene esto que ver con la religión, que no es más que obra de hombres! ¿Qué interés tendrá Dios Padre en que se “promuevan las relaciones entre las religiones”, como Juan Pablo II dice pretender? Dios Padre envió a Su Hijo al mundo para que por la fe en Él el mundo fuera salvo (Jn. 3: 16, 17, 18; Ro. 5: 1; Ef. 2: 8, 9). Las religiones son sólo obstáculos satánicamente inspirados para tratar de entorpecer la labor del verdadero Evangelio; y ahí tenemos a ese papa motivando y ayudando a que eso sea así:

La Mega-mega-mega “Iglesia” del futuro cercano; última expresión de la Gran Ramera. Juan Pablo II no quiso entender que sólo Jesucristo es el camino a Dios. Este papa tan ambiguo no quiso entender la diferencia tan diametralmente opuesta que existe entre el Reino de Dios y el principado de Satanás, porque todos esos brujos y chamanes, así como esos gurues, budistas, sectas japonesas, animistas africanos, y hasta esos protestantes liberales (que niegan la autoridad de la Biblia), no tan sólo están lejos de Dios, sino que están absolutamente bajo el Maligno. Pero aquel papa y toda su curia romana sabían muy bien lo que pretendían, porque en todo esto hay una intencionalidad preclara: Llegar a crear una super-mega-iglesia mundial que abarque todas las creencias religiosas y que superficialmente mencione a Dios y a Jesucristo, con el fin de tener a todos bajo un mismo paraguas. Esta será la iglesia del Anticristo, precursora del final de estos tiempos y de la Segunda Venida en gloria de nuestro Señor Jesucristo. El 8 de julio de 1980, la Associated Press, indicó que el papa Juan Pablo II no se opone a las sectas espiritistas basadas en el vudú africano que saturan el catolicismo romano. Piensa que una vez catolizados estas sectas ayudarán a promulgar la religión. Durante su visita de febrero de 1993 al Africa, este papa predicó su mensaje de unificación con las religiones animistas, es decir, con las religiones que rinden culto directamente a los demonios (“Aviso Final” Grant. R. Jeffrey, pág. 176).. Tuvo reuniones con muchos practicantes de vudú y con adivinos. La agencia de noticias Associated Press informó sobre la visita del papa al país africano de Benin con los siguientes titulares: “El Papa se reúne con creyentes de vudú”. El periódico informó: “El papa Juan Pablo II, el martes pasado, buscó algo en común con los creyentes en el vudú, sugiriendo que no traicionarían su fe tradicional convirtiéndose al catolicismo” (Ibid, 177). En otras palabras, podían retener el vudú estando unidos a la iglesia católico-romana. Estos adoradores del vudú creen en muchas deidades (que son demonios) y utilizan serpientes en sus rituales. Juan Pablo II, tenía en su agenda crear una macro iglesia universal desde la cual dirigir involucrando en ella a cualquier tipo de creencia y culto. Por eso, explicó a los brujos del vudú, que como ellos adoran a sus ancestros, los católicos también tienen devoción “a sus ancestros en la fe, desde los apóstoles hasta los misioneros”. Según el informe de Associated Press, los brujos recibieron calurosamente al papa. Sossa Guedehoungue, dirigente de la comunidad vudú de Benin exclamó: “Jamás había visto a Dios, pero hoy cuando he visto al papa, me he dado cuenta que he visto al Dios bueno, que reza por todos los que practicamos vudú” (Ibid). 87


Muere Juan Pablo II, y le sucede el antiguo cardenal jefe de la moderna Inquisición, Ratzinger, como Benedicto XVI; y ¿Qué hace él al respecto? Claramente sigue la línea de su antecesor. En un artículo del “Nuevo Herald” del dos de diciembre del 2006, leíamos: “Después que el pontífice católico suscitó indignación en buena parte del mundo islámico con una cita de un emperador bizantino que muchos musulmanes consideraron ofensiva, los jerarcas del Vaticano se esforzaron por salvar su visita a este país de abrumadora mayoría musulmana y lo último que consideraron fue una visita a una mezquita. Pero el Papa alemán no sólo visitó la famosa Mezquita Azul de Estambul sino que también oró junto a un imán de cara a La Meca” (El Nuevo Herald”, Víctor L. Simpson / ap Estambul)

Ante la mirada atónita de muchos católicos sinceros en todo el mundo, desconcertados y perplejos, Benedicto XVI, no sólo visitó la famosa Mezquita Azul de Estambul, sino que en ese templo, símbolo del Islam turco, descalzándose, oró junto a un imán de cara a La Meca. Por sugerencia del Mufti de Estambul, Mustafá Cagrici, quien hizo de guía durante su recorrido por esta mezquita, los dos hombres, vestidos de blanco, el uno al lado del otro, permanecieron inmóviles durante aproximadamente dos minutos, con sus manos cruzadas sobre sus vientres en una actitud de rezo clásica musulmana.

Benedicto XVI, descalzo en la Mezquita de Estambul, y rezando en dirección a la Meca, junto con el Imán.

Alexander Karloutsos, religioso ortodoxo griego, quien planificó las entrevistas en Estambul entre Benedicto y el líder espiritual de los cristianos ortodoxos, el patriarca ecuménico Bartolomé I, declaró refiriéndose a Ratzinger: ''Vino aquí con humildad, y eso para el pontífice requiere un acto de valentía''. El musulmán Mustafá Cagrici, clérigo supremo de Estambul, luego de orar con Ratzinger, le dijo: ''Una golondrina no hace verano, pero muchas le pueden seguir para poder disfrutar de una primavera en este mundo''. 88


En un mismo acto, Ratzinger consiguió alcanzar tres metas muy importantes y muy bien planificadas de antemano: Meterse en el bolsillo a los ortodoxos, a los cristianos armenios, y a los musulmanes turcos, y todo en aras del próximo establecimiento de la iglesia del Nuevo Orden Mundial.

Benedicto XVI, descalzo en la Mezquita Azul de Estambul.

¡Hasta que punto Ratzinger, el guardián de la doctrina ortodoxa, el que fuera cardenal Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, llegando a ser papa de Roma ha sido capaz de sacrificar su catolicismo, con el fin de agradar al musulmán, al que para él siempre fue un pagano! Y todo en aras, no de paz y seguridad algunas, no nos engañemos, sino del anhelado Nuevo Orden Mundial. Podrán parecer las actitudes, palabras y gestos de este papa y del anterior muy tolerantes y hasta no exentas de un cierto perfume de misericordia; sin embargo todo esto es simple apariencia de bondad, porque la Palabra de Dios que nunca se equivoca es muy clara. Escribe el apóstol Pablo: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial (falso dios)? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos?...Por lo cual, salid de enmedio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo, y Yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso”. (2 Corintios 6: 14-16, 17, 18). ¡No hay comunión entre la luz y las tinieblas! Estos papas aceptan las religiones que nada tienen que ver con el cristianismo, aun las prácticas satánicas, y no obstante, rechazan públicamente lo que llaman “sectas evangelistas”, es decir, a los cristianos evangélicos que nos oponemos a la Gran Ramera. La razón es clara. Los que practican el vudú o la santería, se llaman a sí mismos católico-romanos; mientras que los evangélicos, no. Los dirigentes musulmanes o de otra religión, que están de acuerdo en rezar con el romano, jamás constituirán un problema serio para el Vaticano, mientras 89


que los verdaderos cristianos sí lo somos, porque jamás se nos ocurriría tomar siquiera la mano de ese hombre de pecado. A Roma sólo le interesan las multitudes, porque esto genera poder, y el poder, tanto religioso como temporal es lo que Roma siempre ha buscado. Le insto a que no lo deje aquí, sino que siga leyendo, porque pienso seguir probando que esta es la realidad de la historia de la Roma religiosa.

Volvamos a las raíces Volviendo a lo que nos ocupaba antes, D. José de Segovia sigue escribiendo: “La religión oficial del culto imperial (Ordo Augustalis), tenía diversas clases de ministros religiosos: 1) “el Flamen”, el “Sumo Pontífice” o “Sumo Sacerdote”. Es interesante que hasta los mismos nombres, la Roma religiosa escogió para sí. S. Olabarrieta, escribe: “El Emperador romano era considerado Pontifex Maximus del paganismo, y como tal, tenía la prerrogativa de ser adorado. Miles de cristianos dieron su vida por negar la más mínima expresión de adoración a la imagen del Pontifex Maximus de la religión oficial del Imperio Romano. Los emperadores persas y egipcios pretendían lo mismo, y se consideraban infalibles. Eran reverenciados como representantes de la divinidad en la tierra. La Iglesia romana que conocemos no ha olvidado ninguno de aquellos detalles: El Papa es el Sumo Pontífice; se le considera infalible; el protocolo obliga a que se le besen los pies (aunque en la práctica se tolera sólo arrodillarse con inclinación); hay que venerarle, ¡es el Beatísimo Padre!. Hay grandes masas que lo hacen hasta el histerismo. Ni siquiera se ha desprendido de los abanicos de plumas de pavo real que lo acompañan en la silla gestatoria, como hacían los emperadores del mundo gentil”. Acerca del anterior pontífice romano, a pesar de su expresión corporal de presunta humildad ante las masas que le rodean, espera que se le venere del mismo modo que antaño se hacía con el emperador romano, ante el cual, aquellos primeros cristianos, preferían dar su vida en el circo, antes que rendirle el más mínimo culto o reverencia. No cabe duda que el papado es una continuación del sistema de gobierno romano del antiguo imperio con su emperador a la cabeza, con atribuciones de poder temporal y religioso, al igual que aquellos antiguos emperadores paganos y enemigos del verdadero cristianismo.

¿Santidad de los papas? Todo lo dicho hasta ahora es una realidad. Aceptemos el hecho de que el papado como oficio no es bíblico y por lo tanto no es la perfecta voluntad de Dios. Pero, ¿no es cierto que deberíamos esperar cierta santidad de esos hombres que dicen representar a Cristo en la tierra?, ¿podríamos esperar que muchos de ellos, si no la mayoría, hubieran sido hombres santos, o al menos bien intencionados? Esa sería la esperanza, que dado el caso, el propio y ya finado Juan Pablo II, pretendió ofrecer al mundo cuando permitía que de él se dijera que era el “testigo de esperanza”. Desafortunadamente, esa aludida esperanza, se hace añicos al contemplar de cerca la realidad histórica del papado, y de cada uno de los papas que lo integraron. La historia y el testimonio personal de la inmensa mayoría de los papas a lo largo de los muchos años de historia la iglesia 90


romana evidencian que desgraciadamente no fue así, sino más bien todo lo contrario, y nos convencen de la realidad profética del libro de Apocalipsis. Veremos que esos papas que emitieron dogmas de fe, los cuáles han de ser creídos por todo católico-romano con fe católica (mejor expresado: fe ciega), en su inmensa mayoría eran hombres tremendamente corruptos. A modo de somera introducción al tema, daré uno de tantos y tantos ejemplos. Este es el caso de Nicolás I (858-867). Este papa declaró: “Nosotros solamente (los papas) tenemos el poder para atar y desatar, para absolver a Nerón y para condenarlo; y los cristianos no pueden, bajo pena de excomunión, ejecutar otro juicio excepto el nuestro, que es el único infalible”. Ese tirano religioso declarado, también era un tirano político: Este papa, y como tal, santo según Roma, ordenaba a un rey que destruyera a otro según él quería de acorde a sus intereses geopolíticos. Esto es lo que escribió el papa Nicolás I: “Le ordenamos, en nombre de la religión, que invada sus estados, y sus ciudades y masacre a su pueblo” (Cormenin, History of the Popes, p. 243). ¡Un gran dechado de bondad y amor! Otro ejemplo: tal llegó a ser la gravedad de la inmoralidad en la corte papal y entre el clero en general, que en el Concordato de Worms, entre el papa Calixto II y el emperador Enrique V, el 23 de septiembre de 1122, el papa en cuestión fue requerido a jurar que la elección de obispos y abates se haría “sin simonía (*) y sin violencia alguna”, algo que era corriente a la hora de decidir los asuntos de la iglesia romana (Sidney Z. Ehler, John B. Morrall, “Church and State Through the Centuries” Londres, 1954, p. 48). (*) Compra y venta de los cargos eclesiásticos

Pero hay más. La misma Enciclopedia Católica nos ofrece todo un repertorio de maldades, crímenes, lujurias, fornicaciones, adulterios, asesinatos, envenenamientos, codicias, envidias, nepotismos, simonías y un larguísimo etcétera de innombrables pecados llevados a cabo por innumerables “Vicarios de Cristo”, ¡infalibles en sus pronunciamientos sobre fe, moral y costumbres!... ¿Podrán hombres impíos, ser usados por Dios para traer verdades eternas a Sus fieles? Indudablemente, ¡no! ¡Qué necedad creer que un hombre que en su vida niega la fe y es habitualmente inmoral, no obstante sea infalible cuando habla de fe y moral! Desde la Palabra de Dios, esto es imposible, y el solo planteamiento de la cuestión es a todas luces impresentable y vergonzoso. Dios usa a Sus hombres; todos ellos hombres santos. Los usó para traer a este mundo el conocimiento de Su Palabra, la Biblia. El canon bíblico se cerró con el último libro del Nuevo Testamento, escrito 90 años después de Cristo, el Apocalipsis del apóstol Juan. Toda la verdad de Dios para nosotros está en la Biblia. Leemos en Deuteronomio 29: 29 “Las cosas secretas pertenecen a Yahvéh nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre...”. Pablo el apóstol se lo recordó a su discípulo amado, Timoteo: “...desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús” (2ª Timoteo 3: 14, 15). No obstante, los papas, deciden contradecir la misma Palabra de Dios. Esto fue lo que el papa Pío VII, el que rehabilitó a los Jesuitas, en su encíclica al primado de Polonia el año 1816, le escribió: “Es evidente, desde la experiencia, que las Sagradas Escrituras, circulando en lengua vernácula, han producido más daño que beneficio (parafraseando a Trento)...Hemos 91


deliberadamente tomado las medidas oportunas para remediar y abolir esta pestilencia”. Evidentemente tenía razón Pío VII, la lectura de la Biblia ha producido mucho daño... ¡a la misma institución romana!, recordemos aquellos consejos de los cardenales al recién llegado al solio (*) pontificio, Julio III. (*) Trono

Cuando las gentes deseosas de conocer a Dios leen con fe la Biblia, encuentran a Dios, tal y como Él promete en su Palabra. Esto nunca ha agradado a Roma, la cual se expresa por boca de su hijo Pío VII de forma tan elocuente: “pestilencia”. Cuando los católicoromanos leen con fe la Biblia, y la obedecen, encontrando al verdadero Jesús, dejan de ser católicos para ser cristianos pertenecientes a la Iglesia Universal de Jesucristo. Por poner un ejemplo de ello: ¡Cuántos latinoamericanos hoy en día y desde hace algunos años se están volviendo al Dios vivo por medio de Cristo y Su Palabra, y cómo detesta esto Roma! En su visita a Méjico en el año 1999, Juan Pablo II declaró ante un millón de personas, que “tuvieran cuidado de llegar a convertirse en “adeptos” de las “sectas evangelistas”... ¡Roma tiembla! Una gran parte de Latinoamérica se está volviendo al Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Roma ha de aceptar lo que los fariseos tuvieron que aceptar en su día: “...ya veis que no conseguís nada. Mirad, el mundo se va tras él” (Juan 12: 19b)

Las bulas papales En este apartado hablaremos del soporte en el cual los papas dan a conocer sus órdenes a sus fieles. Las cartas oficiales publicadas por los papas y expedidas por la llamada Cancillería apostólica a lo largo de su historia se llaman “Bulas”. Estas se expiden provistas de un sello de plomo pendiente del pergamino o papel que lleva las efigies de san Pedro y san Pablo. Las bulas se han escrito originalmente en latín y con caracteres góticos. Se las designa siempre con las primeras palabras. Existen muchas clases de bulas; las que se denominan doctrinales, por ejemplo la bula“Exurge Domine”, dirigida en contra de Lutero, o la “Unigenitus”, dirigida en contra de Quesnel. Están las denominadas de excomunión, como la “Clericis laicos”, que condenó a Felipe el Hermoso; o la “In Coena Domine”, lanzada contra los protestantes, y leída solemnemente todos los años al público en Roma el jueves santo, al menos hasta el tiempo del Concilio Vaticano II (entiéndase que ahora los cristianos ya somos hermanos separados) A través de sus bulas, los papas han ido declarando su voluntad a sus fieles. Por ejemplo, el dominio sobre el mundo y sus pueblos. La bula papal de Gregorio XI de 1372, reclamaba el dominio papal sobre todo el mundo, secular y religioso, y excomulgaba a todos los que no obedecían a los papas y no les pagaban impuestos. Esa misma bula fue confirmada por papas posteriores, siendo en fecha de 1568, y por el papa Pío V, que permanecería como “ley eterna”.

92


Bullarium Magnum Romanorum Los papistas conceden a su “Bullarium Magnum”, es decir, a la colección de bulas pontificias, igual autoridad o mayor todavía que a la Biblia, y sin embargo, todas esas “bulas”, en su inmensísima mayoría, deberían considerarse como “fá-bulas”, y aún menos que eso, ya que ante los ojos de Dios, nada son. Ya la Biblia proféticamente nos previene en contra de todo esto a través de la exhortación que el apóstol san Pablo dirige a su discípulo Timoteo: “Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas. Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio” (2 Timoteo 4: 1-5). Existen, además, muchas bulas apócrifas, fabricadas con fechas posteriores para las necesidades de la causa a defender, y atribuidas a los primeros obispos de Roma, estas son las “Falsas Decretales” de las cuales hablaremos con más extensión. No obstante, y como venimos diciendo, las bulas auténticas, como por ejemplo la “Unam Sanctam” de Bonifacio VIII en la cual asegura que nadie se salva sin la mediación del papa romano, son absolutamente nulas y carecen de valor alguno para los verdaderos cristianos.

Pretensiones papales a través de sus bulas La lista jamás pretende ser exhaustiva. Sobre la pretensión de dominio universal: Gregorio VII, con sus bulas, releva al pueblo germano de la obediencia y sumisión a la autoridad de su emperador (eso es contrario a la Biblia, Ro. 13: 1). Bonifacio VIII hace otro tanto con los franceses. Alejandro VI (1491-1503), reclama que todas las tierras no descubiertas le pertenecen como papa, y que dispondrá a su agrado de todo como vicario de Cristo. Poco después, en “virtud” de su cargo, regala millones de almas y vastísimas tierras (las Américas) al rey de Castilla y de León, tierras y almas que decían pertenecerle. Alejandro VIII destruye los artículos del clero de Francia... (e innumerables ejemplos más). (Diccionario de Controversia, Teófilo Gay, pág. 95).

Sobre las persecuciones a los verdaderos cristianos: Inocencio IV promulgó la más terrible de todas las bulas de la historia de la Inquisición, la “Ad Extirpanda”a través de esa fá-bula asesina, no sólo daba carta blanca, sino recompensas hasta en lo eterno a los que mataran herejes. Urbano VIII, en 1627, anatemiza, condenando a muerte a los protestantes en su “In Coena Domini”. León X a través de la suya prohíbe bajo pena de excomunión tener ningún contacto con los protestantes por parte de católico-romanos. El cruel Sixto V exhorta al rey de Francia a que destruyese a todos los protestantes de su reino. La lista es interminable en este punto (Ibid, p.96) Sobre los falsos milagros: Con la intención de “fabricar” santos que dieran auge a la institución romana, las bulas papales que proclaman la canonización de los “santos”, 93


contienen fábulas tan absurdas que únicamente permanece ciego, al leerlas, aquel que deliberadamente decide ser ciego, y es que los católico-romanos están obligados a creer todo lo que contienen las bulas papales. Demos algunos ejemplos: San Felipe Neri se hallaba simultáneamente en dos lugares distintos (bula de Urbano VIII, 1623, párrafo 64); creer esto, contradice lo que enseña la Biblia, ya que sólo Dios puede estar en dos o más lugares a la vez. ¿Quién sería el “doble” de Neri?... Que san Pedro de Alcántara vivió en una celda de un metro y medio cúbico y que por cuarenta años no durmió sino una hora y media por día (bula de Clemente X, 1670). Que a santa Brígida a menudo la vieron elevarse por encima del suelo mientras rezaba (esto no es otra cosa que levitación y proviene del diablo, al igual que hacen los lamas del Tíbet o los vudues del Brasil o Benin), (bula de Bonifacio IX, 1391. Que san Francisco de Asís recibió los estigmas de Cristo (de ser eso cierto, esto sería también demoníaco) (bula de Gregorio IX, 1327). Que Cristo se apareció a santa Rosa de Lima diciéndole: “Rosa de mi corazón, despósate conmigo” (nunca el Señor hablaría en estos términos a una mujer), (bula de Clemente X, 1671). Estos sólo son algunos ejemplos de entre miles de brujerías, supersticiones y engaños semejantes. Mencionar que Sixto V, en 1588, con una bula aprobó todas las obras de san Buenaventura, incluso una edición de los Salmos por el mencionado santo en la cual ¡el nombre de Dios fue siempre sustituido por el de María! (Ibid, p. 96, 97)

Sobre indulgencias por hechos absurdos e inicuos: ¡El papa Julio II en una bula, concedió una indulgencia a cualquiera que, topándose con un francés, lo matara, y otra similar a quien matara a un veneciano! El papa, creyéndose Dios en la tierra, contradice el mandamiento del Dios de los Cielos y de la Tierra que dice: No matarás. Este papa no sólo hace eso, sino que además promete el Cielo de Dios a quien desobedece a Dios (Ibid, p.97)

Pablo III y Julio III, por una visita a la iglesia de san Hilario en Chartres, o por un padrenuestro o un avemaría cada viernes, o por la presencia en la procesión del “Corpus Domini”, conceden una bolsa de millares de años de indulgencia. (Ibid, 97). De hecho, los papas se han hecho la competencia entre sí en conceder indulgencias innumerables, las cuales, como nada cuestan al que las otorga, tampoco nada valen, salvo el peso del pecado de emitirlas y recibirlas. Las indulgencias, como ya vimos, sólo son mentiras, engaño para el que las concede, y engaño para el que las recibe. Las bulas papales han sido el vehículo de todas esas falacias sin fin, y siempre han sido eso: Un bulo.

94


Capítulo 6

HISTORIA DE LOS PAPAS DE ROMA (I)

No nos conformaremos con dar una serie de datos anecdóticos sobre la cuestión. Viendo la gran importancia que tiene, o debería tener para el fiel a Roma el conocer en qué se basa su esperanza, será menester conocer el fundamento de la misma analizando meticulosamente la actuación (o mejor llamarle a esto el fruto; en alusión a las palabras de Jesucristo) de esos que se llaman así mismos sucesores de Pedro.

La Roma cristiana del primer siglo La ciudad de Roma en la época apostólica era muy pequeña en relación con la gran urbe de hoy en día, quizás no estuviera poblada por más de 250.000 almas. Las ciudades del Imperio Romano eran muy pequeñas en comparación a las de ahora. En ese tiempo vivía mucha menos gente que hoy en día, como todo el mundo sabe. Esta es la razón por la cual, cuando en la época de los apóstoles, la gente se convertía a Cristo en una ciudad, el apóstol Pablo, o alguno de sus colaboradores, como por ejemplo Tito, ordenaba a un obispo, llamado también, presbítero. Como veremos más adelante, este obispo en realidad era un pastor o anciano, el cual se rodeaba de otros ancianos o presbíteros, nombrados también por el apóstol o sus ayudantes (Hchs. 14: 23; Tito 1: 5) y constituían el gobierno de esa iglesia local que se acababa de levantar en esa ciudad. No obstante en cuanto a Roma, cuando Pablo escribe su Epístola a los Romanos, es decir, a los cristianos de la capital del Imperio, y eso fue hacia el año 55 d.C., no existía, en realidad en ese tiempo una iglesia como tal, sino un grupito de creyentes que se reunían por las casas. En la misma epístola en cuestión, Pablo lo resalta cuando les envía su salutación. En ella, no se dirige a la iglesia de Roma, sino que se dirige “a todos los que estáis en Roma...” (Romanos 1: 7). Así que en los primeros años, ni siquiera había en Roma una iglesia organizada, sino grupitos de creyentes diseminados. Es difícil entonces imaginar la figura de un obispo en esas circunstancias. Precisamente, Pablo les escribe explicándoles la intención que tenía de ir a verlos para congregarlos y darles a conocer más sobre el Evangelio en el cual habían creído (ver Romanos 1: 9-13). Tendrían que pasar algunos años hasta que se formara una iglesia como tal en Roma de todos esos grupos de creyentes dispersos. Cuando Pablo escribió su Segunda Epístola a Timoteo entre los años 65 al 68 d. C, leemos en 4: 21 de ciertos cristianos destacados de Roma: Eubulo, Pudente, Lino y Claudia. Evidentemente, en ese tiempo la iglesia cristiana en Roma estaba en marcha. Eusebio de Cesarea en su obra “Historia Eclesiástica”, nos dice que Lino fue el primer obispo de Roma. Entendiendo que eso fue así, esto no hace de Lino el segundo papa, así como Pedro tampoco fue el primero. Sencillamente Lino fue el primer anciano de la iglesia que se encontraba en la ciudad de Roma. Lino tenía tanta responsabilidad pastoral como cualquier otro pastor de cualquier iglesia cristiana evangélica actual que ande en el temor de Dios. No existe ningún documento contemporáneo a Pedro que diga que este fuera obispo de Roma, ni menos aún, papa, sencillamente, porque eso no ocurrió. Ireneo, obispo de Lyon (178-200), escribió hacia el año 180, una obra para refutar el gnosticismo. En ella 95


incluyó la lista más antigua de los obispos romanos que se conserva. En total eran los doce primeros hasta su tiempo. El nombre de Pedro no aparece. El primero de ellos es Lino, y lo califica de sucesor de los “apóstoles fundadores” en plural, ninguna mención del apóstol Pedro en particular al respecto. Lo que escribe Ireneo es lo siguiente: “Los bienaventurados apóstoles fundadores, transmitieron a Lino el ministerio episcopal sigue Ireneo- a ese Lino lo menciona Pablo en las cartas a Timoteo. Le siguió Anacleto. Y tras éste, en el puesto tercero después de los apóstoles, obtiene el ministerio episcopal Clemente, que también vio personalmente a los bienaventurados apóstoles, y frecuentó su trato. Como bajo él estallase una revuelta no pequeña entre los hermanos de Corinto, la iglesia envió un escrito a los corintios”. Nótese que en este párrafo de un hombre de fe del siglo III se dicen cosas interesantes: Primero, no fue un apóstol, llámesele Pedro quien transmite por sucesión el presbiterio a Lino, sino el conjunto de los “apóstoles fundadores”. Segundo, en cuanto a Lino, a Anacleto, e incluso a Clemente, todos ellos, tuvieron trato por igual con los “apóstoles bienaventurados”, es decir, no había mención alguna de alguien en especial exaltado. Tercero, Cuando menciona la revuelta en Corinto, a los de Corinto no les llama fieles, sino hermanos, es decir, los pone a la misma altura que a Clemente y también a sí mismo. Cuarto, y no por ello menos importante, no dice que es Clemente como obispo de Roma que escribe a los hermanos de Corinto, sino: “la iglesia envió un escrito a los corintios”, es decir, la iglesia que estaba en Roma, escribe a la iglesia que estaba en Corinto. Volviendo a Pedro, Eusebio de Cesarea, el autor de la “Historia Eclesiástica”, nunca le menciona como obispo de Roma. No podía hacerlo, porque Pedro nunca lo fue. Antes del siglo V, a los obispos de todas las ciudades, queridos y apreciados por el pueblo cristiano, se les llamaba “papas”, como un apelativo cariñoso, no como un título jerárquico como se entiende hoy en día, y menos todavía como un vicariado de Cristo. Esto último ni se les había pasado por la cabeza a aquellos hombres. No obstante, a partir de Constantino (s. IV), la cosa se torció, y empezó a notarse cada vez más la diferencia entre dos clases sociales: El clero y el laicado. Ni una cosa ni otra enseñó el Señor Jesús, ni sus apóstoles (ver 1 Pedro 2: 4-10). Con el tiempo, el apelativo de “papa” se transformó en un título, y fue dado al que era políticamente el obispo más importante del Imperio, el obispo de la ciudad de Roma, a la sazón, Siricio, a finales del siglo IV. Esto sencillamente obedecía a que Roma era la capital del Imperio. Esa designación fue acordada en el Concilio de Toledo de ese año, aunque de momento no suponía una exclusividad, ésta llegó mucho más tarde, en el año 1073, por la imposición de Gregorio VII. No obstante, dicho papa, en ese año, debe prohibir por decreto que se llame “Papa” a otro que no sea a él mismo. Así que nos encontramos que no es hasta la Edad Media cuando por fin se entiende por papa al papa de Roma de forma exclusiva, y por resuelta imposición de un papa romano. Escribe Antón Casariego de forma muy acertada: “En los tiempos del cristianismo se seguía el principio... heredado de la tradición hebrea apostólica. Luego... se abandonó este principio y comienza a instituirse la separación entre laicos y sacerdotes (teoría de la consagración). Este grupo se divide a su vez en categorías, y se va afianzando el poder de los obispos, que pasan a ser cabeza de una determinada comunidad o iglesia, como sucesores de los apóstoles, de modo que a aquella dirección... (anterior), le sucede un episcopado monárquico influido por el romanismo. La jerarquía se va 96


convirtiendo en la depositaria de la doctrina de la salvación, y los creyentes ven reducido su papel al de fieles. Por otro lado, durante los tres primeros siglos, la Iglesia funcionaba como una federación de iglesias locales unidas por una fe común, pero libres y relativamente autónomas en su ámbito”. Así fue, en efecto, hasta el tiempo del emperador Constantino. Más adelante veremos acerca del tremendo ardid del enemigo en levantar una iglesia pseudocristiana, paralela a la verdadera lo cual tuvo lugar a partir de Nerón, y que Constantino supo tan bien aprovechar, con el fin de destruir el verdadero cristianismo. Cuando Constantino, el emperador romano, en el siglo IV se “convirtió” al cristianismo, decidió hacer de éste la religión oficial del Imperio. Antes de estas cosas, los cristianos vivían la mayor parte del tiempo bajo persecución, muchas veces atroz. Nerón, Calígula, Decio, Domiciano, sólo por nombrar algunos, fueron emperadores bajo cuyo mandato, los cristianos sufrieron persecuciones indecibles durante los tres primeros siglos. Mientras tanto, la fe de aquellos hombres y mujeres, tan auténtica, se fortalecía cada día dadas las circunstancias tan extremadamente adversas. Desde que Constantino, no sólo da libertad de culto a los cristianos, sino que declara el culto cristiano como oficial, todo empezó a relajarse. Al principio todos aquellos creyentes, del primero al último estaban pletóricos de gozo ¡no era para menos, el mismísimo emperador romano se convertía y reconocía públicamente su fe ante todo el Imperio! Todo fue aparentemente bien, hasta que los pastores que antes vivían perseguidos, ahora eran considerados héroes. Llenos de honores, lujo y, por qué no decirlo, de mundanalidad, fueron acomodándose y relajándose. La Iglesia empezó a dejar de ser sal y luz. Por otra parte, como el cristianismo era obligado, las gentes paganas debían hacer profesión de su nueva fe sin estar convertidas de veras; sin haber “nacido de nuevo”. Todo esto desembocó en apostasía. Unos años más tarde, la Iglesia de Cristo ya no lo era, y poco a poco surgía la iglesia de Roma, ni tan siquiera caricatura de la Iglesia de Cristo. Los líderes cristianos de la era de Constantino cometieron un muy grave error. Cayeron en la trampa de permitir que el cristianismo viniera a ser una “religión”, y además, la oficial del Imperio, colaborando activamente con todo ello. Debieron discernir mucho más; en el momento en que algo es obligado, ya deja de ser bueno. Tiene que haber libertad de culto para que exista libertad de conciencia. Al acabar Constantino con la libertad de culto, acabó con la libertad de conciencia, y la iglesia visible se pervirtió. Ese espíritu inquisidor que ya arrancó desde el tiempo de Constantino, llegó a su máxima expresión siglos más tarde... ¡y sigue! A partir de Constantino, la apostasía entraba a bocajarro en la iglesia visible. El obispo de Roma era escogido por el Emperador a su antojo. Este obispo de Roma, aún en esa época, no era considerado el “papa” o “Sumo Pontífice”, esto vendría mucho después. Sin embargo, ya en el siglo III, CALIXTO I (217-222), obispo de Roma, es considerado el pensador de la idea del papado, pues es el primero en sostener la primacía del obispo romano, aunque no se le hizo mucho caso. Ahora bien, este fue en un principio un caso aislado, y también es menester echar un vistazo a la vida de ese obispo: De vida agitada, defendía la tesis de que un obispo, aunque incurriera en pecado grave, no podía ser depuesto. No obstante san Cipriano opinaba todo lo contrario, añadiendo el hecho de que creía en la igualdad jurídica de todos los obispos, fueran de donde fueran. Aquí podemos apreciar que los padres de la Iglesia (y no sólo san Cipriano), consideraban 97


que era imposible que un obispo de Roma, o de cualquier otro lugar pudiera desempeñar su cargo si su vida no era correcta delante de Dios, como es natural.

Seguimos con la historia… PONCIANO (230-235) y FABIANO o FABIÁN (236-250), los dos obispos de Roma, se consideraban simples presbíteros como cualquier otro de cualquier otro lugar, y nada más. Eso sí, en sus días sufrían el acoso de los emperadores romanos, Maximino Tracio y Decio, respectivamente. Aquellos eran hombres que no buscaban honores ni distinción alguna, sino que, como buenos pastores de la grey, servían de la mejor manera que sabían a los hermanos. No obstante, poco a poco, el ego empezó a florecer en los obispos de la capital del mundo. Pronto empezaron las peleas carnales, típicas de comportamientos pre-apostáticos. El gran problema, entre otros, eran las actitudes autoritarias de unos y de otros, ausentes del pensamiento y voluntad del Maestro. Después de Fabián, fue nombrado CORNELIO (251-253). Al mismo tiempo, se eligió a NOVACIANO, por una minoría. Este era un gran teólogo que se opuso a la praxis penitencial de Cornelio. Novaciano acusó a Cornelio de una serie de cosas. Le acusó de laxo, de mantener relaciones con obispos idólatras, de evitar la persecución (cosa que se veía muy grave en ese tiempo), etc. Cornelio rechazó las inculpaciones de Novaciano, y una vez afirmado en su cargo, le expulsó de la Iglesia. Conque ganó Cornelio sobre Novaciano, este último es considerado antipapa por Roma, siendo Cornelio, en realidad, no un “papa”, sino sólo un obispo de Roma de turbia reputación. ESTEBAN I (254-257), tuvo una importante controversia con san Cipriano, obispo de Cartago (África). A causa de la terrible persecución de aquellos días, muchos se volvían atrás, pero luego, volvían arrepentidos. La comunidad cartaginesa rebautizaba a aquellos que volvían así; no obstante, Esteban, no estaba de acuerdo con eso amparándose (y eso es importante) por primera vez en el que sería principio de actuación dogmática en Roma, de que “nada debe innovarse, que no haya sido transmitido por la tradición”. Este “principio” es el que los papas han ido declarando una y otra vez, aunque, como es sabido, para apoyarse siempre en su propia tradición a modo de la “pescadilla que se muerde la cola”, o, “que fue primero, el huevo o la gallina”. Pero, fijémonos en esto: San Cipriano, obispo de Cartago no aceptaba órdenes de otro obispo, ni siquiera del de Roma, y hasta la muerte de Esteban, se mantuvo el cisma entre Roma y Cartago. A la sazón, Agustín de Hipona estaba mediando en toda esta disputa entre las dos iglesias. Se le atribuye a éste la frase: “Roma ha hablado, la discusión ha concluido”, y con ella, Roma, siglos más tarde, pretendió defender la infabilidad papal y el dogma de que la salvación se obtiene sólo a través de ella, argumentando a su favor utilizando esa frase agustiniana como una espada. Sin embargo, en el contexto donde está ubicada esa frase, Agustín quería decir algo muy diferente. Escribe Von Dollinger: “A Agustín le parecía más que suficiente, y por tanto podía considerarse que el asunto tocaba a su fin. Un juicio romano en sí mismo no era concluyente...” (J.H. Ignaz von Dollinger, The Pope and the Council (Londres, 1869), p. 58). En otras palabras, Agustín usó de esa frase de modo irónico viniendo a decir que ya estaba bien de tanto “tira y afloja” por parte del obispo romano. En ninguna otra parte de sus voluminosos escritos Agustín siquiera llegó a sugerir que el obispo de Roma tenía la palabra final sobre cuestiones de fe o moral. En realidad, Agustín daba la razón a la Iglesia Africana en cuanto a esa controversia bautismal. 98


Cuando la razón de ser del cristianismo, esto es, el amor, dejó de ser la amalgama que unía a la iglesia visible, esta empezó a caer en picado hacia la apostasía. El legalismo, la sinrazón y el autoritarismo surgieron como plaga que destruye la verdadera fe, que es genuina, y poco a poco el oscurantismo apareció en aquella iglesia. Cuando el amor se va, el espíritu religioso y legalista viene, para quedarse. Sólo un verdadero arrepentimiento basado en los méritos de Cristo puede librar a los presos de esa trampa de vacía religiosidad. DIONISIO (259-268), se enfrentó a otro obispo, el de Alejandría, que se llamaba también Dionisio. La disputa era de tipo doctrinal. Lo interesante de ver aquí, era que la disputa era entre iguales. Esto queda claramente probado por el hecho de que a esa disputa se la llamó: “La controversia de los dos Dionisios”. ¿El obispo de Roma, un apóstata? Este, entre muchos otros, fue el caso de MARCELINO (296-304). En plena persecución de Diocleciano, entregó los libros sagrados a los romanos, y ofreció incienso a los dioses. En el siglo VI, aparece esta información en el “Liber pontificalis” (Libro de los papas). En él se menciona que ese obispo romano ofreció sacrificios a los dioses. De esta manera, se libró de la persecución. Mathieu-Rosay, comentarista católico-romano, dice de él: “Es desconcertante que en el fragor de la persecución más cruel, el jefe de la Iglesia muriera tranquilamente en la cama”. No obstante, Roma lo elevó a los altares con el nombre de San Marcelino. Dice de él el obispo católico-romano Strossmayer: “Marcelino, era un idólatra. Entró en el templo de Vesta, y ofreció incienso a la diosa”. Durante el episcopado de MILCÍADES o MELQUIADES (311-314), en el año 313, el emperador romano Constantino, publicó el edicto de Milán, que estableció la libertad religiosa, tras conseguir el dominio de la parte occidental del imperio al vencer sobre el general Magencio. Esa libertad religiosa no hizo sino empeorar las cosas desde la perspectiva espiritual, ya que catapultó la apostasía. Le sucedió a Milcíades, SILVESTRE I (314-335). En su tiempo tuvo lugar el Concilio de Nicea (325), que declaró algo que siempre ha estado en la Palabra de Dios, la verdad de la Deidad de Cristo y la Trinidad, en contra del arrianismo. Sin embargo, a partir de ese momento, el emperador romano, lejos de perseguir a la Iglesia, ahora se implicaba en los asuntos de la misma. Fue Constantino quien como emperador convocó dicho concilio, no fue el obispo de Roma. A partir de ese momento, el emperador convocaría los concilios y no se elegiría un papa sin su autorización y previo pago monetario, a modo de impuesto. La iglesia visible permitió que eso fuera así, y las consecuencias fueron desastrosas, no sólo para la propia Iglesia, sino para toda la humanidad.

El Concilio de Nicea Del Concilio de Nicea (325), surgió mucho bien. Se definió un principio, que en los años por venir se abandonaría absolutamente, y lo cual debería dar de pensar a más de un acérrimo católico-romano, convencido de la verdad e infabilidad de la iglesia de Roma. Este principio o dogma niceno, es el siguiente: La declaración de igualdad de los cuatro patriarcados; a saber: Jerusalén, Antioquía, Alejandría, y Roma. Estamos hablando del primer Concilio ecuménico de Nicea, donde se estableció el “Credo Nicético”. De la misma manera que se mantuvo a lo largo de la historia de la iglesia 99


visible este principio de fe, ¿no debería haberse mantenido el principio, también de fe, de la igualdad de la Iglesia Universal? ¿No volvió a definir el Concilio de Constantinopla (381) el principio de igualdad de la Iglesia de Jesucristo, diciendo que la misma es: Una, Santa, Católica (universal) y Apostólica?, entonces, con el tiempo, ¿cómo es que el obispo de Roma, viéndose suficientemente fuerte, atribuyóse, no sólo el título de “Obispo de obispos” y “Sumo Pontífice”, sino que encima declarara que la Iglesia de Roma (es decir, la Occidental), es la única y verdadera Iglesia de Jesucristo, contradiciendo abiertamente el dogma de Nicea del 325 y el de Constantinopla del 381, sin hablar del espíritu y la letra del Nuevo Testamento, echándolo todo por tierra? ¿Por qué Roma pretende legitimarse en los dogmas que se han establecido, sólo cuando le conviene? Después de los apóstoles, y bastante antes de Constantino, el obispo de Roma (o pastor de la iglesia que estaba en la ciudad de Roma), al igual que cualquier otro obispo de cualquier otra ciudad, era elegido por ser reconocido, según el testimonio del Espíritu Santo, por los de su alrededor, otros ancianos, diáconos, etc. de la ciudad. En el caso del obispo de Roma, seguidamente después de su elección, era ordenado por imposición de manos del presbiterio y del obispo de Ostia. Después de Constantino, cuando el cristianismo se hizo “religión oficial”, con todo lo que ello implicó, el obispo de Roma era elegido por el emperador con el concurso de las familias patricias e influyentes de Roma. De ese tiempo salió elegido JULIO I (337-352). Este Julio, apoyó a Atanasio (293-373), donde este último defendió la ortodoxia de la fe en el Concilio de Nicea. Aquí vemos que no fue el obispo de Roma el que convocó el concilio en cuestión como la jerarquía romana por venir lo hubiera deseado, sino otra persona, además de otros, como veremos. Hacia el año 343, se produjo el primer cisma entre Oriente y Occidente. Vergonzosamente, los obispos de uno y otro bando se excomulgaron mutuamente, eso fue en el sínodo de Sárdica (Sofía). Este sínodo había sido convocado por sus respectivos emperadores, para intentar que el obispo de Occidente y los de Oriente llegaran a un acuerdo; acuerdo que nunca llegó. A partir de ese tiempo, dado que los obispos orientales no reconocían la autoridad del obispo de Roma, y ni siquiera mostraban el más mínimo interés por la cuestión, el romano, poco a poco, empezó a desarrollar abruptamente actitudes autoritarias y megalómanas que caracterizaron en el devenir de los siglos su papel despótico. El espíritu legalista y de fe ciega entró con fuerza en Roma y quedóse hasta la fecha, aunque hoy en día se intente camuflar con un falso ecumenismo, meta del Concilio Vaticano II. Esta negación de la fe y culto a la sinrazón fue sin duda expresado siglos más tarde por un buen hijo de Roma, Ignacio de Loyola, que lo expresó tan claramente en sus “Ejercicios Espirituales” cuando dijo: “Si deseamos proceder de forma segura en todas las cosas, debemos agarrarnos con fuerza al siguiente principio: Lo que me parece blanco, lo creeré negro si la Iglesia jerárquica así lo determina”. Esta declaración demencial de fe ciega y sin base, ya no bíblica, sino de simple sentido común, sigue rigiendo para muchos. Nada ha cambiado. Este espíritu de sinrazón y de entrega de la voluntad a cambio de nada, es resultado de la herencia de aquellos días de principios apostáticos, fruto del orgullo espiritual sin precedentes de unos hombres que se nombraron a sí mismos “Cristo en la tierra”. 100


Sobre la tiara y la mitra Hagamos un pequeño inciso en nuestro relato histórico. Ya a partir de entonces, (s. IV), el obispo de Roma se tocaba con la tiara. La tiara era un tocado de distinción que usaban los sacerdotes paganos persas y también los emperadores orientales. Escribe Ralph Woodrow: “La tiara que usan los papas, aunque decorada en formas diferentes y de diferentes edades, es idéntica en su forma a la usada por los “dioses” que se muestran en las viejas tablas paganas de Asiria”. Usando de ese tocado, el obispo de Roma, ridículamente, pretendía distinguirse del resto de los mortales, especialmente, del resto de sus colegas allí donde estuvieran por la faz de la tierra. En el momento de su introducción, la tiara del romano no tenía ninguna corona, así como eran las tiaras de los sacerdotes persas; pero las cosas, a través de los años fueron acelerándose. La tiara pontificia actual tiene tres coronas. Esta es la definición que da la enciclopedia católica al respecto: “Tocado alto, usado por el Papa con tres coronas que simbolizan su triple autoridad: Soberanía espiritual sobre las almas, temporal sobre los Estados Pontificios, y mixta de ambas categorías, sobre todos los demás reyes y poderosos de la tierra”. ¡Demasiada pretensión para un simple hombre! Esto me hace recordar las palabras del siervo del militar vencedor romano cuando entraba triunfante en Roma en su carro tirado por caballos blancos en total aclamación, y aquél le decía al oído: “¡Recuerda que no eres más que un hombre!”. Alguien, en algún momento de la historia, hubiera debido hacer lo mismo con el obispo de Roma. Las prendas religiosas, como las tiaras, las mitras, o el resto de vestimentas que estamos acostumbrados a ver, delatan la intencionalidad del que las lleva. Esta pompa sólo se empezó a usar para impresionar a los fieles. Nunca Cristo ni sus apóstoles requirieron llevar esas indumentarias, ni las llevaron, porque como dice Pedro, el que dicen fue su primer papa: “Vuestro atavío no sea el externo...de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de gran estima delante de Dios” (1 Pedro 3: 3, 4). Respecto a la mitra, usada por los papas, cardenales y obispos, esta es una prenda de cabeza alargada que tiene forma de boca de pez mirando hacia arriba, ¡curiosa forma!; ¿por qué tan singular diseño? Ciertamente, esta es una prenda que jamás usó ni el Señor ni ninguno de sus discípulos. La mitra usada por Aarón y los sumos sacerdotes judíos, era completamente diferente, puesto que ellos usaban turbante. Por lo tanto, la mitra romana no es conocida en las Escrituras; así pues, ¿de dónde proviene este tipo de mitra? Aunque le parezca extraño (y debiera asombrarse), el diseño de la mitra católico romana es exactamente idéntico al usado en la antigua religión babilónica. Representaba a Dagón, el “dios-pez” (“Dag” significa pez). Este era un culto pagano que el verdadero Dios del universo aborrece. Este culto a Dagón se hizo especialmente popular entre los idólatras filisteos, (ver Jueces 16: 21-30; 1 Samuel 5: 5, 6). Vemos en esta ilustración como era pintado Dagón en esculturas de Mesopotamia (Babilonia). La cabeza del pez 101


formaba una mitra sobre la cabeza del hombre, el resto del pez caía sobre el cuerpo del sacerdote pagano que a la sazón representaba a su dios. Más tarde, la figura del cuerpo del pez fue quitada, y sólo se usó la mitra en forma de cabeza de pez para adornar la cabeza del gran dios mediador. Esa mitra antigua y pagana es exactamente la misma que usa el papa y su jerarquía.

Seguimos... Cuando el tiempo del obispo romano LIBERIO o LIBORIO (352-366), el emperador Constancio, buscando lo que creía ser suyo de derecho, es decir, el dominio sobre la iglesia visible, por no ver mucha diferencia entre ésta y cualquier otro poder político y religioso, intervino haciendo condenar a Atanasio, San Atanasio, según el santoral católico-romano. Con ello, también pretendía imponer la doctrina herética de Arrio, la cual niega la Deidad de Cristo. Puesto que Liberio se le opuso, le mandó desterrar a Berea (Tracia) en el 335. Viéndose Liberio en tan mala situación, traicionó a Atanasio, obispo de Alejandría, y fiel a su persona. Escribió cartas en las que excomulgaba a Atanasio, implorando al emperador que le permitiera regresar a Roma. Para congraciarse con Constancio, públicamente apoyó las doctrinas arrianas, contrarias a lo establecido en Nicea, y en la Biblia. Un apóstata. Contento el emperador, le dio permiso de volver a Roma, donde fue recibido con grandes honores en el año 358. He aquí un infalible obispo de Roma. ¡Un papa arriano! No vayamos a pensar que ese “papa” hereje fue excomulgado, como lo hubiera sido cualquier fiel católico acusado del mismo delito, no, sino que lejos de esto, consta en el “Liber Pontificalis” como un papa de la lista oficial. DÁMASO I (366-384). Este obispo de Roma, que consta como papa en el Libro Oficial, fue elegido simultáneamente al tiempo que otro papa, a su vez elegido por su facción rival, el diácono Ursino. La lucha fue armada y violenta, y el primero logró derrotar al segundo. Más tarde, después de una sangrienta batalla que duró tres días, Dámaso, con el respaldo del emperador, salió victorioso. ¡Extraña manera de ser elegido vicario de Cristo! Este obispo fue acusado de cometer grandes faltas, y para tapar lo feo del asunto, el emperador le declaró inocente en un tribunal imperial especialmente levantado para la sazón. La iglesia visible ya era un poder político-religioso de enorme influencia en las almas de miles de ciudadanos del Imperio Romano. Los emperadores se empezaban a dar cuenta de ese hecho y buscaban la manera de aprovecharse de ello. Por todo ello, Dámaso reclamó la colaboración del Estado para imponer decisiones eclesiásticas. Eso le encantó al emperador Teodosio. En el año 380 selló la alianza con un decreto que exigía a todos los súbditos del imperio que aceptaran (no el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo), sino “La religión de Pedro”, de la cual, decía, eran depositarios el obispo romano Dámaso de Roma y Pedro de Alejandría, obispo de aquella ciudad. Este decreto, y atención a esto, ha sido calificado como “la Escritura Notarial Clásica de la Iglesia Estatal Católica”. Con ello, Dámaso, crea el concepto de “Sede Apostólica” o “Santa Sede”, y en esa línea ya se va perfilando la afirmación de la identidad del papa con Pedro. Escribe Dave Hunt: “Dámaso...fue el primero quien, en el 382, usó la frase “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”, para reclamar la autoridad espiritual 102


suprema. Este papa sanguinario, adinerado, poderoso y extremadamente corrupto, se rodeó de lujos que habrían hecho sonrojar a un emperador. No hay forma alguna de poder justificar cualquier conexión entre él y Cristo. Sin embargo, sigue siendo un eslabón en esa cadena de alegada sucesión ininterrumpida hasta Pedro” (“A Woman Rides the Beast”, p. 108).

Dámaso, exigía la continencia a los clérigos casados, por ver el sexo como algo pecaminoso. Además, a partir del año 373 permite algo que nunca había antes ocurrido en las congregaciones, el uso del incienso, costumbre traída del paganismo. Los primeros cristianos y teólogos Tertuliano y Lactancio, sencillamente habían dicho en su día: “Los cristianos no queman incienso como los paganos”; no obstante, el papa Dámaso como buen pagano, hizo lo propio. El uso indiscriminado del incienso se hizo oficial más adelante. Es interesante la aportación que hace al respecto Sten Nilsson, profesor de la escuela bíblica “Livets Ord”, de Suecia: El papa Dámaso había sido obispo durante 12 años después de haber sido elegido con una influencia importante de los monjes de “Monte Carmelo”, que era una institución que pertenecía a la religión babilónica, que originalmente había sido fundada por los sacerdotes de la reina Jezabel, la controladora esposa del perverso rey Acab de Israel (1 Reyes 16: 31). De esta manera en el año 378 el sistema religioso babilónico llegó a ser una parte de la Iglesia de Roma, porque el obispo de Roma, que más tarde llegó a ser la cabeza de la iglesia organizada, ya era el sumo sacerdote de la Orden Babilónica. Toda enseñanza pagana de Babilonia y Roma, fue introducida paulatinamente en la Organización Religiosa Romana. Poco después de que Dámaso llegara a ser Papa, los ritos babilónicos fueron promovidos. El culto de la Iglesia Romana llegó a ser babilónico. Y durante su tiempo los templos paganos fueron embellecidos y sus ritos establecidos”. (Sten Nilsson, Guds sjufaldiga förbund, Livets Ords bibelcenter, Uppsala 1993). Así pues, el papa Dámaso era en realidad un satanista declarado. Veremos a lo largo de este libro que el culto babilónico y el romano han ido de la mano durante demasiados siglos, llegando a ser una misma cosa. El sucesor de Dámaso fue SIRICIO (384-399). San Jerónimo, uno de los padres de la Iglesia, el que tradujo al latín la Biblia y se la conoce como la Vulgata, no veía en Siricio a un hombre de Dios ni mucho menos; decía de él que era necio; sin embargo, Roma le hizo santo, ¿por qué? Siricio, creó escuela; desde luego, escuela papista. Él es el que diseñó la “decretal”, modelo de carta que desde entonces usarán los obispos de Roma, en las cuales, dejando de lado todo tono fraternal, adoptarán un estilo oficial y autoritario como el de los escritos imperiales. De hecho, Siricio fue el primer obispo de Roma en recibir el título de papa; así le denominan en un escrito que el sínodo de Milán le dirige en el año 390. Ya vimos de la actitud prepotente que tuvo ese obispo de Roma hacia la iglesia española, en concreto la que se reunía en Tarragona. INOCENCIO I (401-417), según san Jerónimo, fue hijo de san Atanasio, obispo de Alejandría. Supo hacer un aprovechado uso de las decretales para extender el poder del papado. Fue un gran jurista, sin embargo no tuvo ningún pudor en faltar a la verdad histórica con tal de conseguir sus metas. Siguiendo descaradamente con la tesis de la primacía de Pedro que favorecía a sus ambiciones, dijo: “Es un hecho patente que en toda Italia, en Galia, España, Africa y las islas intermedias, nadie ha erigido iglesias sino aquellos a quienes el venerable apóstol Pedro o sus sucesores instituyeron como 103


obispos”. De este modo, debido al casi nulo acceso al conocimiento que hubo por siglos, debido al temor religioso y supersticioso en cuanto a contradecir las disposiciones de Roma, debido al temor a los castigos divinos y humanos, los juristas romanos se aprovecharon para imponer sus falsedades y manipulaciones al resto de los fieles. Y como no, ese obispo de Roma fue canonizado. Roma iba imponiéndose al resto del mundo. Tal y como en otro tiempo lo hizo con la fuerza de la espada, ahora lo hacía con la fuerza del incipiente papado. El mismo espíritu despótico que estaba en la Roma imperial, se fue metiendo, para quedarse, en la Roma religiosa. Inocencio estableció que todos los “casos graves” debían ser juzgados en Roma, y como no definió lo que era grave, se reservó de hecho el criterio de inmiscuirse en cualquier asunto que le pudiera interesar, para demostrar que él tenía el poder sobre la cristiandad. Agustín de Hipona, al conocer el resultado de la excomulgación de Pelagio, monje asceta inglés, por parte de Inocencio, dijo irónicamente: “Como Roma ha hablado, la causa ha concluido”. Ha de quedar claro que esta frase fue dicha por Agustín con total ironía, no podía ser de otro modo. A Inocencio I le siguió ZÓSIMO - san Zósimo- (417-418), que sólo duró un año e hizo algo contrario a lo que se esperaría en cuanto a la infabilidad, ya que después de nombrar al obispo de Arlés como primado de Francia, su sucesor BONIFACIO I - san Bonifacio- (418-422), revocó ese nombramiento. Este Bonifacio, decretó que las mujeres, aun las religiosas, no podían tocar los ornamentos sagrados y subir al altar. Fue el emperador Honorio el que, después de desestimar a Eulalio, favorito de Zósimo, eligió a Bonifacio, (¿sucesión apostólica?). Verdaderamente aquello fue: ¡Dad al César lo que es del César!, evidentemente el papado es cosa del César, más que de Dios. Bajo este obispo romano traído del paganismo, entran los cirios pascuales en los templos. Dijo el apologista cristiano del s. IV, Lactancio refiriéndose a los paganos: “Ellos encienden velas a Dios, como si Él viviera en las tinieblas; ¿y no merecen los tales ser calificados de locos los que ofrecen luces al Autor y dispensador de la Luz?”. Años más tarde surgieron otros “locos” de entre las filas supuestamente cristianas. CELESTINO I - san Celestino- (422-432). Aunque al obispo de Roma se le llamaba papa, no llegó a ser papa tal y como lo entendemos hoy inmediatamente. Todavía la iglesia de África tenía mucho poder e influencia. Celestino quiso imponerse ante una cuestión africana, pero el sínodo de Cartago del año 426 prohibió cualquier intervención de Roma en los asuntos africanos. Aun en el año 431, a causa del Concilio de Efeso, el legado pontificio (romano), declaraba: “Pedro, cabeza de los apóstoles, columna de la fe y piedra fundamental de la Iglesia, vive y juzga hasta el día de hoy y para siempre en sus sucesores”. El Concilio ecuménico de Efeso, con todo lo herético que llegó a ser, ni siquiera se pronunció ante tan altaneras palabras; sin embargo, poco a poco, esa falsedad fue calando. Obviamente, por todo el esfuerzo que hizo este papa para levantar el papado, Roma lo levantó a él como santo. Lo mismo ocurrió con el siguiente papa que veremos. En el año 450, LEÓN I -san- (440-461), obispo de Roma, asume para sí la supremacía en Occidente, por ello se le denominó “Magno”, como si se tratara de un emperador cualquiera. Este fue el primer papa que exigió la “plenitudo potestatis”, es decir, la totalidad del poder. Después de él, a todos los obispos de Roma se les denomina 104


herederos de San Pedro. No obstante, estas sólo fueron sus intenciones. León I le envió a Flaviano en el año 449 una carta conteniendo su tratado sobre el asunto, sin embargo, no fue acepta la cuestión hasta que recibió la aprobación del concilio de Calcedonia; dicho tratado no podía convertirse en una regla de fe hasta que estuviese confirmado por los obispos (Dollinger, op. Cit. P. 59). Según la formulación de León I, en teoría, el papa ya estaba por encima de todo y de todos. No obstante, pasarían siglos antes que el obispo de Roma procurara dominar el resto de la Iglesia visible, y aún más tiempo antes de que se aceptara su primacía. No importaría como fueran en lo personal, si dignos o indignos, morales o inmorales, porque el mismo título y condición del papa era garante del amparo y reconocimiento de la divinidad misma. En otras palabras, el papa estaba por encima de todos los hombres, y como Dios en la tierra, podía “atar y desatar” según su voluntad; porque su voluntad era la voluntad de Dios. Esta idea blasfema fue desarrollándose a lo largo de la existencia de la Roma religiosa hasta llegar a su culminación en el Concilio Vaticano I. El mismo León I, hablando del papado como institución originaria en Pedro, dice: “Aquel que reúne en sí para siempre la solicitud de todos los pastores con el cuidado de las ovejas que le han sido confiadas y que incluso en un sucesor indigno nada pierde de su dignidad”. El ministerio pontificio, como herencia de San Pedro, está por encima de la propia persona que lo ejerce, y eso, en la práctica, da licencia para hacer y deshacer al antojo del pontífice. En otras palabras: “La institución pontificia justifica al pontífice”. ¡Pues ni una cosa ni otra! Ni de Pedro viene el pontificado, porque tal cosa no existe ante Dios, ni el pontificado inexistente ante los ojos de Dios da licencia al pontífice, que no lo es, a hacer lo que le parezca...Sin embargo, la trampa ya estaba urdida, y el mundo la fue creyendo con el paso del tiempo. Aunque en toda Italia fue aceptada la primacía de León I, en el resto de Occidente, alguna voz se levantó en contra, recordemos que la iglesia africana, antes que el Islam llegara allí, bastantes años más tarde, era políticamente fuerte. No obstante, el emperador Valentiniano II, percatado del poder político de la iglesia visible, y viéndose beneficiario de ese poder aglutinador de las masas, dio todo su apoyo y fuerza para acallar toda voz contraria a la de León. Por lo tanto, decretó que los derechos primordiales del papa debían ser reconocidos sin limitación alguna en el Imperio Romano de Occidente, y no sólo por todos los obispos, sino incluso por parte del propio Estado. Ahí tenemos la malévola mezcolanza de la iglesia con el estado. Este último ayudando a una falsa iglesia a sostenerse por el interés de tener a toda la población del Imperio sujeta al poder civil a través del poder religioso (ver Ap. 17: 1, 2). Un poder sirviendo al otro para sus propios fines; y así ha sido siempre... Occidente estaba ganado. Oriente era otra cosa. León I, haciendo honor a su nombre, impuso su autoridad todo lo que pudo, pretendiendo mostrar su superioridad ante el patriarca bizantino. Todo ello resultó en la preparación del que llegaría a ser el Cisma del año 1054. La cuestión era clara. Había dos ciudades imperiales, la vieja Roma, y la nueva Constantinopla, la antigua Bizancio (Constantino el Grande fue allí para reforzar su imperio en el Oriente). Las dos ciudades pugnarían carnalísimamente por el control de la cristiandad visible. No obstante, esto benefició sobremanera a la Roma religiosa con su obispo al frente. Estando el emperador en Constantinopla, el papa romano desarrolló en adelante un poder casi absoluto. En cuanto a lo religioso, la estrategia fue increíble. La “Virgen” y los “Santos” reemplazaron a los dioses paganos (sólo de 105


nombre) como patrones de las ciudades. Este papa León I, hacía alarde de que Pedro y Pablo habían reemplazado a Rómulo y Remo como patrones protectores de Roma. Esto no es más que paganismo camuflado de cristianismo, porque, como vimos anteriormente, no existen “patronos ni patronas” protectores de parte de Dios. En el libro de los Hechos de los Apóstoles, ante un milagro que Dios hizo a través de Pablo, los lugareños diciendo: “Dioses bajo semejanza de hombres han descendido a nosotros” (Hechos 14: 11), querían exaltarle y adorarle, llamándole Mercurio. No obstante, la respuesta del apóstol fue tajante: “Varones, ¿por qué hacéis esto? Nosotros también somos hombres semejantes a vosotros, que os anunciamos que de estas vanidades os convirtáis al Dios vivo...” (14: 15). Del mismo modo, esos papas paganos debieran haberse arrepentido y exaltar al único que merece tener, y tiene todo el Señorío en cielos y tierra, Jesucristo nuestro Señor. Esos “patronos”, sea que lleven nombres paganos o nombres de cristianos son en realidad entidades demoníacas contra las cuales la Iglesia de Jesucristo tiene lucha (ver Efesios 6: 12). Estas huestes de maldad son las que oprimen a las gentes, y tanto los paganos como los católico-paganos, creen que son entidades protectoras, y les llaman “patronos o patronas”. Lo único que hizo la falsa iglesia del siglo V en adelante, fue cambiar el nombre de los dioses paganos por nombres cristianos, tal como hizo León I. Lo que produjo esta estratagema fue confundir y engañar a muchos millones de católicos de todos los tiempos.

El monaquismo (breve apunte) Sería un error avanzar un poco más sin prestar, aunque someramente, atención a uno de los hechos destacables, consecuencia de la apostasía de la Iglesia del siglo V. Me estoy refiriendo al monaquismo. Los frailes, palabra que viene por corrupción de la voz latina fratres (hermanos), es el nombre dado a aquellos que se proponen vivir, bajo voto formal, lejos del mundo y sujetarse a reglas de, a veces, severo ascetismo, formando comunidades dirigidas por un superior y agrupados en tantas órdenes religiosas diferentes. También se les llama monjes, y su condición de vida, el monaquismo, es debido a lo solitario a lo cual muchos se consagran. Viven en conventos, en claustros, en monasterios. El monaquismo es una de las más conspicuas instituciones de Roma, y una que a lo largo de la historia, le ha producido mayores recursos y también, apostasía. De hecho el monaquismo es una invención totalmente pagana. Ya existía en el Lejano Oriente mucho antes de la venida de Jesucristo, y mil años antes de Benedicto, el que levantara la orden de los Benedictinos. Buda organizaba sus frailes en la India. Cuando vino el Señor Jesús, enseñó todo lo contrario a los principios monacales: los discípulos suyos tenían que ser sal y luz en la sociedad; aun no siendo del mundo, debían estar en el mundo, para llevarles el Evangelio. De los primeros tres siglos de la era cristiana, no se halla ningún vestigio de frailes o algo por el estilo. Quizás deberíamos apuntar a la figura de Basilio como el verdadero fundador de una orden de frailes en Oriente, a punto de entrar el siglo V. Cien años más tarde, Benedicto de Nersia erigió en Montecasino el primer y verdadero monasterio en Occidente. El monaquismo entre los así llamados cristianos apareció cuatro siglos después de Cristo y sus apóstoles, y nada absolutamente tiene que ver con el cristianismo auténtico. Muchos, llevados por un equivocado sentido de fervor cristiano, se han hecho monjes para así, con pobreza, celibato, cilicio y castigos corporales, vencer las tentaciones. Creen que 106


adquiriendo “méritos” para Dios a fuerza de sacrificios que, por cierto, Dios no pide, obtendrán la purificación de sus almas. Esto es contrario a la enseñanza de la Biblia. Dios nos ama como Padre que es. ¿Cómo va querer un padre ver a sus hijos haciéndose daño a sí mismos?, menos aún Dios. El monaquismo como tal, ha estimulado la ociosidad; ha sustraído a la sociedad, tanto hombres como recursos; ha fomentado el fanatismo religioso, y lo ha empujado al derramamiento de sangre (los dominicos y la Inquisición, por ejemplo). Ha sustituido paulatinamente la salvación por la fe en Cristo Jesús por la búsqueda de la salvación mediante las obras y prácticas ritualísticas.

Volvemos a Roma León I tuvo otras preocupaciones, esta vez de orden interno. Es HILARIO I -san - (461468), que intentó resistirle. En esa lucha por el poder, gana León. Hilario sería su sucesor. SIMPLICIO - san - (468-483), el siguiente obispo de Roma, también lucha contra los griegos por la supremacía episcopal. Una de las características de la apostasía, es justamente la lucha por el poder. Recordemos que el Señor Jesús dijo que quien quisiera ser el primero, debería ser el servidor de todos. Esto ya se había olvidado por aquel entonces. Fue durante el pontificado de Simplicio que se produjo el derrumbamiento final del imperio de Occidente. No obstante, el incipiente papado, como sucesor del imperio, no sólo seguía en pie, sino que sería exaltado. Prácticamente a todos los papas que lucharon por imponerse ante el patriarca de Oriente, Roma les ha hecho “santos”. A Simplicio, le siguió FÉLIX II o III -san Félix- (483-492). Este fue el primer obispo romano nacido de la nobleza del senado romano. Fue obispo de Roma siendo viudo y con hijos. A causa de la controversia monofisita (*), Félix excomulgó al patriarca Acacio. También se enfrentó al emperador bizantino. Todo ello sólo constituyó un agigantar la separación entre Oriente y Occidente. (*El monofisismo es la doctrina que dice que en Cristo hay una sola naturaleza).

GELASIO I (492-496), el que llegara a ser San Gelasio según Roma, y rechazara la doctrina de la transubstanciación, en un escrito dirigido al emperador Atanasio I en el año 494, formulaba por primera vez la teoría de los “dos poderes”, a saber: El mundo está regido por la autoridad papal y la autoridad imperial. La segunda tiene el poder temporal, (démonos cuenta que en ese momento, todavía no se esgrimía la “llave del poder temporal” del papa como sucedería más adelante). Sin embargo, acerca del poder temporal del emperador sobre las cosas de este mundo, como el emperador es miembro de la iglesia, está subordinado a ella, por lo tanto, su poder temporal está subordinado al primero de los poderes, es decir, a la autoridad del papa. Esta definición es la “carta magna” del papado universal. No es de extrañar que, a pesar de todo, al obispo romano Gelasio le hicieran “santo”. Al finalizar el siglo V, el último y único gran antagonista del incipiente papado es el emperador bizantino (el antiguo imperio romano del oriente), y el patriarca ortodoxo. La política tradicional de Roma fue la de fomentar el desmembramiento de Italia y la separación de Oriente y Occidente en aras de consolidar su poder. Según el comentarista católico- romano Beynon, “fue una política que, perniciosa o no para la sociedad...fue de sumo beneficio para la organización religiosa. Prueba de ello es que a pesar de los 107


desmanes de los papas, a pesar de la corrupción, a pesar de los - en ocasiones altísimos impuestos, a pesar de las guerras y represiones, la organización política católico-romana siguió adelante”. En otras palabras, el papado creció a base de manipulación política.

La formación de los Estados Pontificios Para que hubiera un estado del papa, tenía que haber un territorio. Cuando el papa decidió ser como el emperador, y más aún, estar por encima de él, necesariamente requería tener lo que el emperador, y más todavía. Ya no eran suficientes las basílicas, ni siquiera las catedrales que más tarde fueron construidas. Tierra es poder. El papa tenía el poder, ¿por qué no tener la tierra? Resulta tremendamente paradójico que estos papas fueran escogidos por los propios emperadores, aunque esto tiene una explicación espiritual, la cual contemplaremos hacia el final del libro. Reyes ostrogodos, emperadores bizantinos, gobernadores, lombardos, y luego los francos, fueron los encargados de hacer sentar en la “Cátedra de San Pedro” o “Silla de San Pedro” a los dirigentes político-religiosos de la “cristiandad”. Por cierto, y en cuanto a la “Silla de San Pedro”. Una comisión científica nombrada por Pablo VI, en julio de 1968, declaró que ninguna de las partes de esa Silla era de la era apostólica. Usando un sistema que se conoce para medir la antigüedad de los objetos (siempre que no tengan más de 4.000 años), midiendo la actividad radioactiva del carbono en la madera, puede determinarse la fecha en que se cortó el árbol. En el informe oficial consta que la célebre Silla data a lo sumo del siglo IX de nuestra era. En ella, además, apareció mientras se limpiaba, la representación pagana de las “Doce obras de Hércules”, por lo tanto, el origen de la “Cátedra o Silla de San Pedro”, objeto de culto, y prueba esgrimida por el Vaticano de que el apóstol Pedro la había hecho construir para él, ¡es falsa!

Sigamos A pesar de las continuas luchas entre Oriente y Occidente, Teodosio el Grande aparentemente logró unir el Imperio, aunque sólo en su tiempo. Cuando muere en el año 395, su hijo Arcadio recibe el Oriente, y Honorio el Occidente. El imperio romano occidental, con capital en Rávena desde el año 404, subsiste ochenta años más, pero siempre bajo la amenaza de los bárbaros. En el año 476, con la derrota de Rómulo Augusto infligida por Odoacro, expira el imperio occidental. Mientras Occidente se dividía en reinos independientes, según la costumbre de las tribus bárbaras, el trono imperial oriental siguió. Este Odoacro, rey de la tribu germánica de los hérulos, invadió Italia, tomó el título de rey de Italia, y fue reconocido por el emperador bizantino Zenón (481). Así fueron las cosas hasta el año 493, año en el cual fue destronado y asesinado en Rávena por Teodorico el Grande, rey de los ostrogodos. Se acomete el intento de reconquista del Occidente, esta vez por parte de Justiniano en el 536. En el 553 acaba de expulsar a los ostrogodos, y Roma cae bajo el control de los bizantinos (Oriente). Esto es intolerable, especialmente para el obispo de Roma, el cual llevaba muy mal su dependencia del emperador griego y su rivalidad con el patriarca de Constantinopla. 108


Según Roma, todos los obispos de Roma hasta Gelasio I (492-496) eran “santos”. ANASTASIO I (496-498) ya no lo fue, todo porque se le consideró muy complaciente con los orientales, hasta el punto de que en la Edad Media se le tuvo por hereje (¿Sucesión Apostólica?); todo por cuestiones meramente políticas. En el “Liber pontificalis” que se empezó a escribir en el siglo VI, se anota tras su muerte con gran tinte de resignación: “La voluntad de Dios lo ha permitido”. SÍMACO-san Símaco- (498-514), tuvo que enfrentarse a un oponente elegido por los partidarios bizantinos, es decir, por los de Oriente. Buscó ayuda del rey de los godos, Teodorico el Grande, el cual no era católico ¡sino arriano!, es decir, completamente hereje. Pero claro, con tal de mantener el solio pontificio, cualquier cosa era menester...Los partidarios bizantinos, por contra, acusaron a Símaco frente al emperador, así que Teodorico, hombre relativamente tolerante, convocó un sínodo en el año 502 para estudiar las acusaciones. No obstante él tenía muy en mente que el papa romano no podía ser juzgado por sus súbditos, como había sido previamente establecido. Así pues, lo dejaron “en las manos de Dios”. Llegar a esa conclusión no fue algo baladí. Requirió de un proceso manipulador importante. Fue decisivo la presentación de las posteriormente llamadas “Falsificaciones Simaquianas”, conjunto de documentos falsificados que pretendían proceder de otros sínodos y de la historia papal. Según esas falsificaciones, el emperador Constantino el Grande y el obispo Silvestre I, habían decretado que nadie podía someter al papa de Roma a un tribunal (Prima sedes a nemine iudicatur). Gelasio, como vimos, ya defendió algo por el estilo. Ante esa invención, curiosamente no se levantaron voces en contra. Un temor supersticioso flotó en el ambiente, y las ideas de la super-primacía papal penetraron en la mente y corazón de los católico romanos de aquel tiempo, para quedarse. Hoy en día, en el Código Canónico, se incluye orgullosamente ese mismo pensamiento: “La Santa Sede no es juzgada por nadie”... añade a esto un servidor: “Excepto por Dios, que sí lo hará, en Su debido tiempo”. Es increíble la ceguera de Roma al levantar como santo a un hombre como Símaco que no dudó en mentir, falsear, manipular y lo que hiciera falta con tal de seguir en el poder político-religioso del papado. Le siguió HORMIDAS o Hormisdas -san- (514-523), como sucesor de Símaco. Este formula el “primado doctrinal” de la Iglesia romana. Hurtando la declaración del Concilio de Constantinopla del año 381 en la cual se dice que la Iglesia de Jesucristo es “Una, Santa, Católica y Apostólica”, la llamada “Fórmula Hormidas”, declara que esta Iglesia es sólo la iglesia que está bajo el papa de Roma, por lo tanto, le añade el calificativo de “romana”. Esto será retomado en el Concilio Vaticano I, y expuesto en la enseñanza posterior de Pío X en su célebre catecismo. Este Hormidas fue otro buscador de poder. Le sigue a Hormidas, JUAN I -san- (523-526). Mientras tanto, el emperador Teodorico, imponía su dominio sobre el papado. Siendo él arriano, veló por sus intereses religiosos. Al planearse unos problemas derivados de ciertas medidas antiarrianas en Constantinopla, el emperador envió a Juan, que se supone contrario al arrianismo, a defender los intereses de los seguidores de tal herejía. Fracasó Juan en su cometido, y a su regreso en el año 526 fue encarcelado, y murió. La realidad es que ese papa estuvo dispuesto a apostatar, en vez de seguir los pasos de los primeros obispos que 109


enfrentaron el martirio antes que negar su fe. A este papa hereje, Roma también le declara “santo”. Teodorico, el rey ostrogodo, ordenó la elección de FÉLIX III (o IV) -san- (526-530). Este papa romano quiso asegurarse su sucesor, y designó a Bonifacio. No obstante, a su muerte, en vez de Bonifacio, fue consagrado como papa de Roma, DIOSCURO (530), en la basílica de Letrán con todos los honores, o sea, que no le hicieron caso (¿Sucesión Apostólica?). No obstante al poco murió Dioscuro y esta vez fue elegido BONIFACIO II (530-532), favorable a los godos. Este intentó designarse un sucesor, pero no lo consiguió. El clero no se lo permitió. Es más no sólo le obligó a revocar la decisión, sino que le hizo quemar el decreto de designación emitido en favor del diácono Vigilio (¿dónde está aquí la Infabilidad papal, y la Sucesión Apostólica?). Le siguió JUAN II (533-535). Este obispo romano fue elegido gracias a una escandalosa simonía (*), es decir, compró el cargo, comprando los votos. Fue el primer obispo romano en cambiar de nombre, cosa que ha llegado a ser costumbre como se sabe. Cambió de nombre porque el suyo original era Mercurio, y claro, le parecería demasiado pagano, aunque muy acorde con la manera en que había llegado a la silla papal (Mercurio era el dios romano de los comerciantes y los mercaderes, y también de los ladrones). Viendo Atalarico (que sucediera a Teodorico), que la diócesis romana se iba enriqueciendo, y que se movía dinero para conseguir cargos eclesiásticos, incluido el de obispo, no quiso quedarse atrás, y decretó ejercer como juez en las elecciones pontificias, estableciendo que por ello, en cada elección, se le tenía que abonar una buena cantidad. (* Simonía: compra de los cargos eclesiásticos incluyendo el papado)

Respecto al asunto de la simonía, dice Teófilo Gay: “A través de la historia papal, nadie ha dado al mundo ejemplo más horrible de simonía que aquel que dieron los papas, los cuales todo lo vendían por dinero, el cielo, la tierra, tronos, mitras, a Cristo mismo. Han hastiado al mundo con el cinismo de su impiedad, y han hecho aborrecible el nombre santo del Señor, en el cual pretendían obrar”. Aún no era la Roma religiosa suficientemente fuerte en aquella época. Todavía no ejercía el papa soberanía verdadera sobre reyes y emperadores como ocurriría más tarde. Al contrario, nos encontramos a veces con papas que fueron obligados a complacer a los reyes hasta el servilismo. ¿Tendrá esto algo que ver si lo comparamos con la actuación de Pedro y Juan ante el sanedrín de Jerusalén cuando no se doblegaron ante aquellos políticos y exclamaron: “Es necesario obedecer antes a Dios que a los hombres?”. Esta actuación servilista ocurrió con AGAPITO I -san- (535-536), al igual que ocurriera con Juan I. Este papa, que era un hijo bastardo (hijo de clérigos) al igual que Bonifacio I, y Gelasio I, fue obligado por Teodojato, el nuevo rey godo, a viajar a Constantinopla para tratar de convencer a Justiniano de que no emprendiera la conquista de Italia. Falló en su misión, y murió allí. Entonces Teodojato, al conocer la noticia de su muerte, hizo ascender al solio pontificio a un hijo del anterior papa Hormidas. Este fue SILVERIO san- (536-537). ¡Este no fue el primer hijo de papa como hemos visto, ni sería el último! Le sucedió de inmediato VIGILIO o VIRGILIO (537-555). Este Vigilio era el mismo que Bonifacio II 110


quería como su sucesor, y había estado todo el tiempo intrigando para llegar a ser papa. Fue elegido por Belisario, general bizantino que conquistara Roma, ¿por qué?, el obispo católico Strossmayer lo dice: “el papa Vigilio compró el Papado a Belisario, teniente del Emperador Justiniano...”. Verdad es que compró con promesa y nunca pagó. El general Belisario, al tiempo de recibir la propuesta simonítica de Vigilio, acusó de alta traición al papa Silverio, el cual fue depuesto sin miramientos. Por disposición del recién nombrado papa Vigilio, Silverio, el hijo del papa Hormidas, fue deportado a la isla de Ponza, donde moriría rápidamente a causa de los malos tratos recibidos. Un papa envía a otro papa a la muerte; no sería este un caso aislado. Vigilio, fue elegido papa, por orden del general Belisario, a instancias de la emperatriz Teodora. Anteriormente, había viajado acompañando a Agapito I en su viaje a Constantinopla. Allí aprovechó para negociar con la emperatriz acerca de una disputa de orden doctrinal. La emperatriz estaba empeñada en que se aceptara el punto de vista doctrinal de ella, en concreto, su rechazo absoluto acerca de lo que se vino a llamar, la disputa de los “tres capítulos” (*). A cambio de su designación para el papado, Vigilio se comprometería a declarar nulas las actas del Concilio de Calcedonia (451) relativas a ese asunto doctrinal. También declararía nula la declaración contraria al monofisismo (el Concilio de Calcedonia decretó que Cristo tiene dos naturalezas, la divina y la humana). Al hacer así, se ponía de acuerdo con las tesis de la emperatriz que eran monofisitas, contrarias a la teología de la iglesia occidental, y todo hay que decirlo, también bíblica. (* Este es el nombre que se da al conjunto de los escritos de tres teólogos de Antioquía de tendencias nestorianas: Teodoro de Mopsuestia, Ibas de Edesa y Teodoreto de Ciro.)

A Vigilio no le importó depender del emperador del imperio Oriental o Bizantino, cambiar de teología, desterrar a su antecesor y enviarle a una muerte segura, ¡y todo esto por conseguir el poder papal! El papa Vigilio fue un ejemplo en la antigüedad papal de un hombre sediento de poder que no paró de dar bandazos de un lado a otro entre una y otra tendencia doctrinal con tal de conservar su puesto. Como él, muchos papas negociaron con su cargo y con la doctrina según sus intereses personalistas. Estos sólo son algunos ejemplos de esos obispos romanos “infalibles”. En el año 543, el emperador Justiniano se convirtió a las tesis monofisitas de Teodora, su esposa, por lo tanto condenó a los ya desaparecidos teólogos nestorianos de la escuela de Antioquía (los tres capítulos). La explicación es la siguiente: Así como el monofisismo enseña que en Cristo sólo existe una naturaleza, la doctrina nestoriana dice que en Cristo hay dos personas. Es decir, son doctrinas totalmente opuestas. El Concilio de Calcedonia determinó que en Cristo no hay dos personas sino una con dos naturalezas, la Divina y la humana. Esta última es la doctrina cristiana tradicional y bíblica. Esa declaración de Calcedonia es la que quería la emperatriz que se anulara. En el 547, el emperador mandó al papa Vigilo que se personara en Constantinopla y sin ningún rubor, éste aceptó la condena de parte del mandatario aunque no anuló la declaración dogmática de Calcedonia, por guardarse un as en la manga. Esto no satisfizo a la iglesia de Occidente y en un sínodo de obispos africanos, Vigilio ¡fue excomulgado! El emperador Justiniano y el mismo papa decidieron convocar un concilio general para arreglar la cuestión, pero antes de reunirlo, Justiniano volvió a emitir un edicto en el cual condenaba a los “tres capítulos”. Vigilio, que a la sazón 111


pretendía congraciarse con los obispos que le habían excomulgado a través de ese nuevo concilio, se enfadó y se encerró en el templo de san Pedro en Constantinopla. Los soldados imperiales le detuvieron allí, contra los cuales arremetió con patadas y puñetazos. Finalmente el Concilio se celebró en el 553 en Constantinopla en el cual se condenó la doctrina de los tres nestorianos, radicalmente contraria al monofisismo profesado por el emperador y su esposa. Sin embargo, Vigilio prohibió la condena. Poco después, presionado y temeroso, revocó la prohibición y subscribió la declaración del concilio del emperador, el famoso II Concilio de Constantinopla el cual dice Roma que fue convocado por el papa Vigilio, cuando en realidad fue convocado por el emperador Justiniano a instancias de su esposa Teodora. En ese tiempo, los papas todavía no mandaban sobre los emperadores y reyes, y eran los emperadores los que convocaban los concilios, no los papas; además, por una buena suma de dinero nombraban a los papas. La corrupción era la moneda de cambio. Josef Gelmi, católico-romano, dice de ese papa: “Vigilio, que falto de carácter cambió repetidas veces de opinión y que careció por completo de valor para dar testimonio, es una de las figuras más trágicas de la historia del papado. Y lo que más ha de sorprender en todo ello, es el neto contraste entre el desarrollo de la doctrina soberana del papado y la triste realidad histórica”. Este, es otro historiador católico-romano que se sorprende de los hechos del papado romano. ¿Cómo pueden algunos creer de verdad en la infabilidad papal ante tales evidencias históricas?, ¡y sólo estamos principiando! Al tristemente célebre Vigilio le sucedió PELAGIO I (556-561). Se dice que fue instigador del envenenamiento de Vigilio. Recibió el papado de manos del emperador Justiniano. Como no podía ser de otro modo, acabó sujetándose al II Concilio de Constantinopla. Esto hizo que se levantaran desconfianzas en Occidente, allí, el obispo Facundo de Hermiane llamó al papa “perseguidor de muertos” refiriéndose a la condena de los tres teólogos antioqueños ya muertos hacía tiempo. A aquellos que siempre han pensado que en Roma, desde tiempos apostólicos, ha estado sita la única Sede, les conviene saber que no fue así. No había una única Sede “apostólica”o “santa Sede” todavía en la época del obispo de Roma Pelagio I. Esto lo asegura Pedro de Rosa, entre otros historiadores imparciales, diciendo: “El papa Pelagio (556-560), habla de herejes que se separan a sí mismos de las Sedes Apostólicas, es decir, Roma, Jerusalén, Alejandría y Constantinopla. En todos los primeros escritos de la jerarquía no se menciona una misión especial para el Obispo de Roma, ni todavía el nombre específico de “Papa”...De las más o menos ocho herejías en los primeros seis siglos...ni una sola es decidida por el Obispo de Roma...Ninguno ataca la autoridad suprema del pontífice romano, porque nadie había oído eso antes” (Pedro de Rosa, Vicars of Christ (Crown Publishers, 1988, pp. 205-206).

PELAGIO II (579-590), pidió ayuda a los francos, que no obtuvo, por el asedio de Roma por parte de los arrianos longobardos. A la sazón, el emperador Justino II, no podía ayudar pues estaba enfrascado en combate contra los persas y ávaros. Con todo, el papa Pelagio no había podido recibir la confirmación de su cargo por parte del emperador, preceptiva desde Justiniano, a causa del asedio de Roma. 112


Le sucedió GREGORIO I el Grande -san- (590-604). Este era biznieto del papa Félix II. En aquel tiempo la rivalidad entre las “iglesias” de Oriente y Occidente era acérrima; hasta el punto en que Gregorio envió un escrito de felicitación y buenos deseos a Focas, un militar que llegó al trono imperial habiendo asesinado al emperador Mauricio. La historia completa es la siguiente: Gregorio, irritado al ver al patriarca de Constantinopla llamarse “patriarca ecuménico”, escribió furiosas cartas diciendo que cualquiera que tomara ese título era precursor del Anticristo. No obstante, cuando Focas, asesinando al emperador Mauricio para sentarse sobre su trono, fue excomulgado por Ciríaco, patriarca de Constantinopla, Gregorio, en cambio, hizo cantar un “Te Deum” en su honor y le escribió una carta lisonjera en la esperanza de conquistárselo e inducirlo a suprimir el título de “ecuménico” al patriarca de Constantinopla para darlo al de Roma. ¡Y le resultó!; años más tarde, el asesino emperador Focas con un decreto nombraba al obispo de Roma cabeza de la cristiandad; pero Gregorio no pudo disfrutarlo, había muerto ya; de manera que el primer “pontífice” como tal fue su sucesor Bonifacio III. La “columna de Focas” por este levantada aún existe en el foro romano, y es el monumento que recuerda el nacimiento del papado como tal, fijando a la vez irrevocablemente la fecha. Volviendo a Gregorio, este sabía que no podía recibir apoyo de Bizancio (Oriente), y tuvo que pactar con los longobardos, que eran arrianos, para que no conquistasen Roma. Para ello les proporcionó un fuerte rescate. Todo ello hizo que se centralizasen los bienes eclesiásticos, y en especial los territorios. De ahí se sentaron las bases del poder territorial del papado. Dadas las circunstancias, Gregorio, al que luego llamarían el Grande, se transformó en soberano temporal de la ciudad de Roma, con funciones políticas y administrativas. No obstante, después de Gregorio, el papado estuvo bajo el dominio bizantino durante el siglo VII y parte del VIII. Fue ese papa, Gregorio I el Magno, el que hizo oficial el uso pagano del incienso en las iglesias. A Gregorio I el Grande le sucedió SABINIANO (604-606). Este hombre fue consagrado papa antes de su ordenación sacerdotal. Cuando llegó verdadera hambre a la ciudad de Roma, Sabiniano no tuvo ningún problema en seguir mostrando una gran avaricia que le llevó hasta lo criminal. Dice de él Mathieu-Rosay, comentarista católicoromano: “un miserable aprovechado que, en los momentos más sombríos de una época de escasez, vendió a los hambrientos el trigo de la Iglesia a precios usurarios. El pueblo, indignado, no se lo perdonaría nunca”. Le siguió el papa BONIFACIO III (606-607). Este fue coronado como “Sumo Pontífice” (Pontifex Maximus) por el emperador Focas en el año 606, el mismo título que tenían los antiguos césares. Dice la enciclopedia católica de ese emperador: «Focas (o Phocas), emperador de Bizancio, se proclamó a sí mismo emperador en el año 602 después de matar a Mauricio. Su gobierno fue notable sólo por su crueldad con que lo ejerció». ¡El papa fue coronado “Pontifex Maximus” por un asesino!, y esto fue aceptado hasta hoy.

El papado, propiedad del emperador Hasta el año 685, la elección del obispo de Roma fue derecho exclusivo del emperador. Es decir, que el poder civil era quien escogía el que se suponía iba a ser el responsable de la Iglesia de Jesucristo. ¡Qué lejos está esto de las palabras de Jesús: “Dad a Cesar lo 113


que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios!”. Aquí el Cesar daba lo que suponen era de Dios a hombres sin Dios. En el año 752, el obispo de Roma será elevado en hombros después de su elección. En el año 795 se hablará del “poder temporal” del papado, y ya en el año 800 se establecerá la “supremacía temporal” del obispo de Roma. Pero vayamos por partes.

La cuestión honoriana HONORIO I (625-638), este papa fue tan controvertido por lo que explicaremos a continuación que llegó a ser condenado como hereje por la llamada “cuestión honoriana” en un concilio general (680-681), en el VI Concilio ecuménico de Constantinopla. LEÓN II (682-683), ratificó esa condena. El papa Honorio, buscando el atraerse a los monofisitas, de los cuales ya hablamos, suscribió la propuesta del patriarca de Constantinopla acerca de que se hablara de “una sola voluntad de Cristo”. De este modo, el papa, a lo que parece poco versado en teología griega, tomaba postura favorable a las tesis bizantinas en la cuestión monoteleta (*). (*) El monotelismo es la doctrina que habla de dos naturalezas en Cristo, una divina y otra humana, pero una sola voluntad).

La cuestión llegó tan lejos que Honorio fue condenado por haberse puesto de lado del acérrimo rival de Roma, Bizancio. La tradicional ley del silencio, hizo que el nombre de ese papa fuera borrado del “Díptico eclesiástico”, es decir, de la tabla o índice autorizado de los papas, y que fuera “traidor contra la doctrina de san Pedro y demás apóstoles”. La enciclopedia católica dice así respecto al monotelismo y a Honorio: “Su doctrina fue expuesta por el emperador Heraclio y el obispo Honorio de Roma con la intención de atraerse a los monofisitas...”. Nótese que a Honorio no le llama la enciclopedia: Papa, sino simplemente: obispo. Aquí se planteó un problema en lo sucesivo para Roma. Claramente, un papa se había equivocado en cuanto a doctrina (¿infabilidad papal?), luego, el principio jurídico de que “un papa no podía ser juzgado por nadie” debería completarse, en lo sucesivo, con una coletilla que dijese: “si no apostata de la fe”. Pero, ¿realmente Honorio apostató de la fe por creer un principio doctrinal supuestamente equivocado?, es decir, una cosa es llegar a creer cierta doctrina, digamos poco ortodoxa, pero otra muy diferente es apostatar de la fe. Nadie puede juzgar que Honorio apostató de la fe por mantener un entendimiento doctrinal diferente al de la iglesia occidental. El problema con la “cuestión honoriana” poco tenía que ver realmente con asunto doctrinal alguno, sino más bien con un asunto meramente político y que todavía perdura: la rivalidad entre la Iglesia de Roma y la Iglesia Ortodoxa. Muchos historiadores católico-romanos sostuvieron hasta el siglo XIX que no era cierto que se hubiera declarado hereje a Honorio, y acusaron a “griegos malintencionados” de introducir falsedades en las actas conciliares. No obstante, la evidencia al fin se impuso. En el formulario papal, el llamado “Liber diurnus”, se especifica que cada nuevo papa debe abjurar del monofisismo y de sus seguidores, incluyendo al papa Honorio I. Tenemos entonces, según Roma, otro papa hereje más (que forma parte del Liber Pontificalis, por lo tanto, no fue considerado antipapa). Así que, el asunto de la “infabilidad papal” sufre otro importante revés. MARTÍN I -san- (649-653), fue coronado huyendo de la ratificación del emperador, como era la costumbre, por tal causa, fue desterrado a Crimea. Este papa declaró 114


dogmáticamente que María fue siempre virgen, incluso después de dar a luz a Jesús, es decir, que ¡Jesús nació sin romper el himen! Le siguió EUGENIO I -san- (654-657), este, se sujetó al emperador, volviendo todo a su cauce. En ese tiempo, el papado aún sin suficiente fuerza, requería del emperador para su protección y amparo. ¿Cómo podría ser que una institución supuestamente divina requiriera del poder secular? ¿acaso fue así con la iglesia primitiva?, evidentemente, no. VITALIANO -san- (657-672), siguió la misma política de extrema sumisión al Cesar. Compárese esa actuación con la de los primeros cristianos que morían en el circo romano antes de siquiera quemar un poco de incienso al emperador. Estos papas declarados santos por Roma, no sólo quemaban incienso al emperador sino que le besaban los pies si fuera necesario con tal de permanecer en el solio pontificio. Ireneo, obispo de Lyon en el siglo II, discípulo de Policarpo que a su vez lo fue del apóstol San Juan, nos dejó escrito que el número 666 (Ap. 13: 18), significa “Lateinos”, es decir, Latín, porque los caracteres griegos de este nombre colocados juntos dan la suma de 666. Pues, precisamente, el papa Vitaliano, en el año 666, declaró que la Iglesia romana sería la Iglesia Latina, e instituyó el latín como lengua oficial y universal de la Iglesia, ¿coincidencia?, no lo creo... AGATÓN, como no, -san- (678-681), fue el primer papa al que el emperador eximiera del pago de una cantidad para su confirmación en el cargo. Le siguió LEÓN II (682683); de él ya hablamos cuando comentamos sobre la “cuestión honoriana”, este papa fue el que condenara a su antecesor, Honorio I. Añadir que, el ejemplo de Honorio, ponía en duda la suprema autoridad dogmática del papa como ya vimos. Pero todo ello es cuestión baladí si lo comparamos con otras. SERGIO I (687-701), fue acusado de llegar al papado gracias a haber comprado con oro el favor de la autoridad civil competente. Este fue elevado a los altares como san Sergio I. La razón, estudiándola, es muy evidente, ese papa se negó a suscribir las conclusiones del sínodo Trulano del año 692 que eran hostiles al papado y contrarias a la costumbres occidentales del celibato, el cual se fue imponiendo poco a poco, como algo “sagrado”. CONSTANTINO I (708-715), fue el último papa que viajara a Constantinopla hasta PabloVI. Firmó un tratado de paz con Justiniano II que exponía la finalización de la llamada “cautividad bizantina del papado”. A partir de ahora, Roma iba a ser paulatinamente, Roma. Durante toda la historia, hasta entonces, las relaciones entre Roma y Constantinopla fueron malas, a partir del año 726 fueron peores. El emperador León III (717-741), publicó el primero de sus edictos iconoclastas (de icono: imagen; clasta: romper). Este emperador hizo algo muy valiente, decretar la destrucción de las imágenes, no obstante, esto determinaba un extendido enfrentamiento con la religiosidad idolátrica de los católico-romanos. Así pues, ordenó la destrucción de todas las imágenes religiosas, tanto de Oriente como de Occidente en sintonía con los principios bíblicos y el sentir de los primeros cristianos. Ya para ese entonces, el paganismo hacía siglos que había entrado en la iglesia visible, y ésta era sólo una mezcolanza y sincretismo de religiones diversas con cierto barniz cristiano sólo en apariencia. Ese neopaganismo romano, la norma en Occidente, encontró su valedor en la persona del papa GREGORIO II (715-731); por supuesto, y como no podía ser de otro modo, “san”Gregorio II. Este hombre idólatra desafió al emperador León con dos cartas en las que declaraba no ser adoración el culto a las imágenes, sino sólo 115


veneración. Evidentemente, ese papa no tenía a mano la Sagrada Escritura que dice: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás...” (Éxodo 20: 4, 5). Osadamente le dijo al emperador que no tenía miedo de un posible ataque suyo. En ese tiempo, las milicias romanas estaban ya muy bien organizadas y además el papa contaba con el apoyo de los lombardos. Por eso decía amenazadoramente: “No tengo más que retirarme veinticuatro millas Campania adentro, y tú podrás seguir con tu obra. Pero en cuanto a la estatua de san Pedro, que todos los reinos de Occidente consideran un Dios sobre la tierra, el Occidente entero se tomaría una terrible venganza”. He aquí la amenaza de ese papa idólatra, y nótese aquí la idolatría manifiesta de ese papa hecho “santo”, defendiendo una imagen, y lo que ésta representa para el papado:”... en cuanto a la estatua de san Pedro, que todos los reinos de Occidente consideran un Dios sobre la tierra”. No tiene ningún reparo en denominar a Pedro un “Dios sobre la tierra”. Así, al igual que Pedro, cada papa es también un “Dios” sobre la tierra, según su propio discurso. A partir del año 726, el papado se acercaba cada vez más al mundo franco-germánico.

¿San Pedro o Júpiter? En cuanto a esa estatua de s. Pedro, es preciso saber que esa estatua en cuestión era la representación del dios Júpiter. Esa grandiosa estatua de bronce, fue alterada, y se la nombró como la de “san Pedro”. Hasta hoy en día, la estatua es vista con profunda veneración, y como no decirlo, pues es verdad, se dirige a ella adoración por parte del pueblo, tanto es así, que el pie de la estatua ha sido besado tantas veces por los fieles, que los dedos están gastados casi por completo. Pero no sólo por parte del pueblo esto ocurre. Consta en fotografía como el desaparecido papa Juan XXIII se acerca a la estatua para besarla, revestida para la ocasión, con un manto y una tiara pontificial de tres coronas (como la de los papas actuales). Si esto no es un acto de pura adoración, ¿qué es un acto de adoración entonces? Esta práctica de besar a un ídolo o estatua es de origen pagano, el mismo paganismo que la Biblia condena. Cuál sería (y es) el amor de Roma a las imágenes que en el año 731, en un sínodo romano, siendo entonces papa GREGORIO III (731-741), claro está, “san” Gregorio III, ¡se decretó la excomunión a todos los iconoclastas! En ese tiempo, dada la presión del emperador bizantino debido a esa excomunión, este papa Gregorio pidió ayuda al francés Carlos Martel, debido también a que ya no podía contar con los lombardos. ZACARÍAS -san- (741-752), fue el último papa griego de nacimiento, ¿por qué sería? Los papas iban a mirar hacia el norte de aquí en adelante; y los del norte iban a mirar con cierta admiración al papado. El mayordomo del último rey merovingio, Pipino, 116


protagonizó un golpe de estado contra su rey y se estableció en el poder. Poco antes, le planteó a Zacarías la cuestión de si podía seguir llamando rey a alguien que sólo ostentaba el título, o si no se debería más bien llamar así a aquel que tuviera todo el poder, como él, claro. El papa, astutamente, le respondió según su gusto. Entonces Pipino, con la conciencia tranquila se hizo coronar rey de los francos (751), encarcelando al último merovingio en un monasterio. Fue el legado papal, el arzobispo Bonifacio el que ungió a Pipino el Breve como rey de todos los francos. Esa fue la primera vez que un soberano franco era ungido con el “óleo sagrado”. Eso era lo que el papa estaba buscando porque al tener todo el apoyo y fe del recién nombrado rey de todos los francos, ya le permitía independizarse de Bizancio, es decir, de Oriente, para siempre. Además, empezaba a comprobar que su influencia religiosa en Occidente le permitía controlar a los poderosos, pretendiendo mucho más, buscando un auténtico “poder temporal”. Evidentemente, este papa fue elevado como “santo” por Roma. Además de los asuntos netamente políticos, la realidad de la vida religiosa de aquellos días es para tenerla en consideración. Cuando san Bonifacio al visitar Alemania descubrió que ninguno de los clérigos respetaba sus votos de celibato, le escribió al papa Zacarías al respecto, diciendo: “Los jóvenes que pasaron su juventud violando mujeres y cometiendo adulterio están ascendiendo en las filas del clero. Estaban pasando las noches en cama con cuatro o cinco mujeres, y luego levantándose a la mañana...para celebrar misa”. Con todo ello, el obispo Rathurio se defendió diciendo que si excomulgaba a los sacerdotes pecadores “no quedaría ninguno para administrar los sacramentos, excepto los muchachos. Si excluía a los bastardos, conforme lo demanda la ley canónica, ni siquiera los muchachos estarían disponibles” (De Rosa, op. Cit. Pp. 404-405). Así era la realidad eclesial en aquellos tiempos, e iría a peor sin lugar a dudas hasta las más altas instancias de la jerarquía: El papado.

El poder temporal Una de las “dos columnas” del papado es la llamada Sucesión Apostólica, de la cual extensamente hablaremos; la segunda es la llamada “poder temporal”. Sobre esta teatral columna, el Vaticano basa su afirmación de que el papa tiene autoridad sobre los reyes de la tierra. Esta “columna”, totalmente antagonista al mensaje neotestamentario, por clara referencia del mismo Jesucristo, se basa en un documento falso, el cual mencionamos anteriormente llamado las “Donaciones de Constantino”. Esa sería la base legal para justificar la pretensión papal del poder temporal. Durante el papado de ESTEBAN II (752-757), se urdió lo que la historia ha llamado la “Falsa donación constantiniana”. Un funcionario papal, Cristóforo, metió mano a una antigua leyenda sobre el papa Silvestre (314-335), y basándose en ella, redactó un documento que presentó como original del tiempo del emperador Constantino el Grande. Además de las atenciones que el emperador romano tuvo con ese obispo de Roma, inventó que además le había otorgado Roma, Italia y el Occidente entero como recompensa por haberle sanado milagrosamente de la lepra al bautizarle (cuando se sabe que Constantino fue bautizado, cuando seguramente ya había partido a su destino final desde su lecho de muerte). Una estafa parecida ya había ocurrido en el siglo V, como vimos, pero con Cristóforo, el engaño fue más completo y creíble, aunque no del todo. Habían lagunas y anacronismos en el documento de ese funcionario que hicieron dudar 117


a los eruditos de los siglos por venir. Por ejemplo, en el escrito decíase que Constantino se llamaba a sí mismo el vencedor de los hunos, ¡cincuenta años antes de que éstos aparecieran por Europa! El obispo de Roma era llamado papa ¡setenta años antes de que se usara ese título por primera vez, y casi doscientos años antes de que fuera exclusivo suyo! Además de todo esto, Cristóforo, al cual el Vaticano en lo sucesivo le debe todo lo que es y tiene a causa de su engaño, comenzó a fabricar detalles audazmente, incluyéndolos en la célebre “Donación de Constantino”: “Constantino había regalado una diadema o corona al “papa” y sus sucesores...el manto púrpura y la túnica escarlata y todos los atributos imperiales...el cetro imperial, con todos los estandartes y banderas y ornamentos similares”. Muy ansioso estaba Cristóforo de mantener ciertos privilegios y honores de su oficio, así que inventó lo que Constantino concediera a la curia ; unas dignidades parecidas a las que había disfrutado el Senado romano: “...cabalgar en caballos blancos adornados con gualdrapas del blanco más puro, calzando zapatos blancos, como los senadores”. Pero todo esto no eran más que preparativos para la cuestión más importante: Demostrar que el papa no sólo era independiente desde Constantino, sino que, además era superior a él. Todo ello era una absurda mentira tal y como hemos estado estudiando hasta ahora. El papa siempre estuvo sujeto al emperador hasta ese momento; y aún más, era el emperador el que lo escogía bajo pago de una suculenta cantidad. No obstante, Cristóforo daba a entender que incluso habían ofrecido la corona imperial a Silvestre, pero que este, por ser tan modesto, la había rechazado, y en su lugar, habría aceptado un simple gorro frigio, precursor de la gran tiara de tres coronas. En otras palabras, esto significa que si Constantino había seguido disfrutando de la corona, era gracias a la buena y generosa voluntad del obispo romano Silvestre. Con todo, la intención del funcionario papal era muy evidente al dar su explicación del por qué Constantino estableció su capital en el Oriente. Según él, esa decisión fue tomada porque no estaba bien que un emperador terrenal compartiera la sede del sucesor de Pedro. ¡Menuda mentira! Lo siguiente, según Cristóforo, es lo que el emperador dejó escrito en sus “Donaciones”: “...para que la corona pontificial pueda mantenerse con dignidad, nosotros renunciamos a nuestros palacios, a la ciudad de Roma y a todas las provincias, plazas y ciudades de Italia y de las regiones del Occidente y las entregamos al muy bendito Pontífice y Papa Universal, Silvestre”, ¡todo ello cuando en esa época el título de Pontífice y Papa universal ni siquiera existían!

Mentir para vencer La “Falsa Donación Constantiniana”, llegaba en un inmejorable momento. El papa Esteban II, veía que el Islam se iba apoderando de mucho territorio, pero es que además, debido a la decadencia del imperio bizantino, los lombardos y logobardos, dominaban Italia, y, no reconocedores del poder temporal del papa, amenazaban la sede papal. Por lo tanto, el papa debía buscar a alguien crédulo y fuerte que pudiera librarle de sus enemigos. Esa sería una práctica que acabaría convirtiéndose en costumbre. Surgido el Islam (siglo VII), los ejércitos musulmanes con su “guerra santa”, barren el norte de Africa, España, etc. capturando las tierras del papa en el nombre de Alá. Perdían territorio aquí y allá, y los bárbaros se aprovechaban de la coyuntura. Llegó un momento en que al papa sólo le quedaba la Italia central, y el ejército de los lombardos estaba preparado para tomar posesión de lo que le quedaba. Su única esperanza estaba en Pipino III, el nuevo rey franco. Pero, ¿cómo iban a conseguir que defendiera Roma 118


con su ejército? Necesitaban un plan ingenioso para lograrlo. Si el rey franco recibía una carta de San Pedro desde el cielo pidiendo su ayuda, quizás tragara el anzuelo. Así que falsificaron una carta. La marcaron con letras de oro en un pergamino costoso y le dijeron al rey franco que el mensaje era tan importante que el mismo San Pedro la trajo del cielo y se la entregó al papa. Una procesión religiosa impresionante fue al rey Pipino con la “carta de San Pedro”, rogándole desde el cielo que salvara Roma. El rey estaba asombrado de que el mismísimo San Pedro hasta le conociera. Creyó cada palabra de la carta falsa y reunió a su ejército para defender Roma. Para asegurarse del éxito de su propaganda, el mismo papa Esteban cruzó los Alpes y se personó en la corte franca. Recibido por Pipino, reclama osadamente la “Propiedad de San Pedro”, es decir, lo que supuestamente Constantino había regalado a su antecesor de hacía cuatro siglos: Los que vendrían a llamarse los “Estados Pontificios”. El rey franco, se avino sin rechistar, y en Quierzy en ese mismo año del 754, se sella el tratado de amistad entre el papado y los francos. El rey le promete al papa los territorios que había de arrebatar a los lombardos, y el papa le unge a él y a sus hijos Carlos y Carlomán. Además, Esteban le da el título de “Patricius Romanorum”, es decir, “Protector de los romanos”, con lo cual quedaba ya suficientemente claro que se había traspasado a los francos la soberanía protectora sobre Roma y el papado. El usurpador Pipino cumplió con su parte, derrotando a los lombardos en los años 754 y 756, consiguiendo un tratado por el que se legalizaba la restitución de territorios al papa. La enciclopedia católica dice así: “Esteban pidió ayuda a Pipino el Breve contra Astolfo, rey de los lombardos. Pipino atravesó los Alpes y le entregó varias de las ciudades arrebatadas a Astolfo, dando así origen a los Estados Pontificios”.

Herederos de nadie El papa Esteban, como “heredero” de san Pedro, y en su nombre ¿?, recibió las llaves de más o menos 20 ciudades, entre ellas: Rávena, Ancona, Bolonia y Ferrara, y con ellas sus ingresos y el dominio de una gran franja de terreno de la costa adriática. Todo ello no sería sino el principio de los futuros Estados Pontificios, también llamado “Patrimonio de San Pedro”. Las dudas sobre la “Donación de Constantino” se mantuvieron hasta que en el siglo XV, el cardenal Nicolás de Cusa, desenmascaró la falsificación, pero como siempre, ya fue tarde. Esto es un hecho suficientemente probado.

El papa, un señor feudal poderoso A partir de esos entonces, y de manera fehaciente, el papa, se convierte en un señor feudal con mucho poder, en un príncipe. Su feudo es religioso, pero sobre todo es político y financiero. Pronto aparecerán las terribles disputas por el poder papal. Si ya las había habido, a partir de ahora, más que nunca debido al incremento de poder y dinero del papa y su sede. En los años 767 y 768, se enfrentan entre sí tres candidatos. Estos son, Constantino II, Felipe y Esteban (III o IV, nadie sabe). A la muerte de PABLO I (757-767), el cual era hermano de Esteban II, uno de los muchos nobles locales, en concreto Toto de Nepi, que se adueñó de Letrán, dispuso a que un hermano suyo, Constantino fuera el siguiente papa. Pero como ni siquiera pertenecía al clero, le nombraron clérigo, subdiácono, diácono y sacerdote, siendo consagrado obispo y por fin papa, ¡todo en un mismo día! (¿sucesión apostólica?). Esto no gustó a algunos, obviamente, así que, por otro lado, nombraron dos papas más. A uno de ellos, los fieles 119


partidarios de Constantino le sacaron los ojos y le dejaron morir. Esta iba a constituirse una práctica habitual para anular al rival a la “silla pontificia”. Al otro adversario de esos dos, sencillamente le asesinaron. Surgió un tercero que pidió ayuda a los lombardos, los cuales tomaron la ciudad. Constantino II, después de ocupar durante más de un año el solio papal, fue vencido y echado a un monasterio. Es importante darnos cuenta de que, después de ser papa, fuere como fuere, Roma le considera un antipapa. Los lombardos vencedores pusieron como papa en el 768 a Felipe, un monje romano, pero que pronto se escapó y se retiró a su monasterio. La nueva elección recayó entonces en Esteban, que era un sacerdote. Este hizo deponer oficialmente a Constantino II. ESTEBAN III o IV (768-772), no dudó en permitir que el ahora convertido antipapa Constantino II fuera cegado y mutilado. Después de sacarle los ojos y cortarle la lengua, le encarcelaron y le dejaron morir de hambre. Le sucedió ADRIANO I (772-795). Este volvió a buscar su apoyo en los francos. Cuando murió el emperador Pipino III el Breve, bajo el pontificado de Adriano I, el hijo del emperador Pipino, Carlomagno, siguió creyendo en el documento de las “Donaciones Constantinianas”. Este papa codicioso, Adriano I, buscaba, no sólo la protección del emperador carolingio. Dice así la enciclopedia católica: “Adriano I, sucesor de Esteban IV, fue atacado por Desiderio, rey de los longobardos, y llamó a Carlomagno, quien le confirmó la Donación de los Estados pontificios hecha por Pipino (su padre)”. Esgrimiendo la falsa “Donación Constantiniana”, consiguió de Carlomagno la confirmación de lo ya donado, y aún que le fuese cediendo más territorios. Con todo ello, el Estado de la Iglesia de Roma fue agrandándose hasta alcanzar la que fue su configuración definitiva hasta el siglo pasado, a saber, el ducado de Roma, el exarcado de Rávena, la Pentápolis y la Toscana Meridional.

Del feudo al reino El papa es ahora el gobernante soberano de su estado. Fecha sus documentos según los años de su pontificado y no según los de gobierno del emperador oriental. Acuña moneda con su propia efigie (Dad al César lo que es del César...), y su protector... no es Dios, sino el rey de los francos. A partir de Adriano I, los papas no sólo poseían la “sucesión” de San Pedro, sino el poder absoluto sobre las almas y las pertenencias materiales del mundo entero católico. Los papas se transformaron en césares religiosos. No solamente tenían el poder religioso, sino el poder terrenal. Este proceso, más tarde, dio lugar al llamado “Sacro Imperio Romano Germánico”. Para los reyes y emperadores en lo sucesivo, el papa era la cabeza del reino de Dios en este planeta. Fue, y es, el intento humano de vivir el Milenio (Apocalipsis 20) sobre la tierra sin Cristo; con un anti-cristo que se sucede por medio de la primera columna aparentemente: La llamada, Sucesión Apostólica. De esta columna hablaremos en extensión. A Adriano I, le siguió LEÓN III (795-816). Este papa empezó no cayendo bien a algunos por no ajustarse a las normas de conducta propias de su cargo. Fue asaltado en una ocasión en la calle por los sobrinos de su antecesor. Le arrastraron a una iglesia donde trataron de cortarle la lengua y arrancarle los ojos. A causa de una revuelta popular que iba contra él, pidió ayuda a Carlomagno. Aprovechando el rey franco, hijo 120


del usurpador Pipino III el Breve, la debilidad aparente del papa, convocó un sínodo en Roma en el año 800, buscando el que al fin el papa se sometiera a él. No obstante la maquinaria papal se ponía una vez más en marcha, y sacaron de nuevo a relucir las “falsificaciones simaquianas” para establecer que nadie en la tierra podía juzgar al papa. En vista de eso, sólo se exigió a León III que emitiera un juramento de purificación canónica. Después de esto, y aun respirando profundamente, el papa en cuestión coronó a Carlomagno como emperador de Occidente en la Navidad de ese mismo año 800. Con ese acto le rendía pleitesía y se aseguraba un fiel defensor para lo sucesivo. Sin embargo, y eso es importante también, tal coronación no era válida pues carecía de base legal, puesto que sólo se reconocía la existencia de un emperador sobre la tierra, y ya existía uno en Constantinopla. La legalidad y la tradición sólo ha interesado a los papas en base a sus intereses personalistas. Le siguió a León, PASCUAL (817-824). En su época los tumultos en Roma eran constantes. La nobleza romana estaba celosa de los francos, defensores del papa. Querían ellos elegir el papa, símbolo de poder, y perteneciente a Roma. Así las cosas, Lotario I, el emperador, promulgó la “Constituitio Lothari”, según la cual la consagración del papa sólo podía realizarse después de que el papa electo hubiera jurado fidelidad al emperador. Papado e imperio quedaban entrelazados como una pesadilla. Para ser emperador se necesitaba la sanción papal, y para ser papa, la sanción imperial. Otra vez viene a mi mente aquellas palabras del Maestro al cual dice el papa servir: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, pues en este caso, ni una cosa, ni la otra. Le siguió VALENTÍN (827). Sólo aguantó un mes como papa, porque murió. Según el “Liber pontificalis” fue su vida en extremo desenfrenada la que llevó a ese papa a la muerte. Este “desenfreno” debe traducirse en desenfreno sexual, borracheras, y cosas por el estilo. Le sucede GREGORIO IV (827-844). Ante la amenaza de los sarracenos, hace fortificar la ciudad de Ostia, y la llama en su propio honor, Gregoriópolis, aunque el nuevo nombre no perduró demasiado. Ya en esa época, se iba desarrollando el auténtico corazón de los Estados Pontificios, la Ciudad del Vaticano. En el siglo VII, aparecieron los primeros síntomas de riqueza en la basílica vaticana, pues se recubrieron de plata maciza la puerta principal y el llamado sepulcro de san Pedro. En éste las placas de plata se sustituirían pronto por otras de oro. Hoy en día se sabe que el Vaticano es la empresa más rica y opulenta del mundo entero. Durante el pontificado de LEÓN IV (847-855), apareció una nueva falsificación que colaborará decisivamente en la exaltación de la autoridad primacial del papa. Se trata de las llamadas “Decretales Pseudoisidorianas”. Estas eran un conjunto de decretales espurias escritas por un tal Isidoro Mercator y atribuidas falsamente al gran obispo español Isidoro de Sevilla en el siglo VI, por cuyo motivo esas falsas decretales suelen llamarse Pseudo (falso) Isidoro. Este documento contenía pretendidas decretales de papas desde san Pedro hasta Gregorio II (731). La falsificación se hizo con la intención de aumentar los derechos papales. Aumentando los derechos papales, indirectamente se aumentaban los derechos de la jerarquía romana. Las cartas se consideraron auténticas hasta que en el siglo XV, el cardenal Nicolás de Cusa y Juan de Torquemada las desenmascararon. Tristemente, para entonces, ya habían cumplido con su misión. 121


¿Podría la Iglesia de Cristo basarse en engaño tras engaño, en falsificación tras falsificación?: “La Fórmula Hormidas”, “La carta de San Pedro”, “Las falsificaciones Simaquianas”; “Las Donaciones de Constantino”, “Las decretales Pseudoisidorianas”, y muchas más estratagemas que ocurrieron, y otras muchísimas que estarían por venir. Todas buscando lo mismo, el levantar un poder que es sobre todo poder terrenal, y en el nombre de Cristo, aunque totalmente ausente de Cristo. En el nombre bendito de Cristo, todas estas gentes impías y codiciosas, durante siglos, han estado forjando su reino impío aprovechándose del temor religioso y supersticioso de las gentes indoctas. En vez de predicar a Cristo, se predicaron a sí mismos utilizando el nombre de Cristo para sus fines pecaminosos ¡cómo no va a haber un justo juicio de Dios! ¡cómo no va a haberlo!

Agua bendita En el tiempo de ese papa, se usa de forma genérica el “agua bendita” la cual se encuentra en todos los templos, y también se “bendice” con ella al pueblo, ganados, objetos, etc. Desde hacía tiempo ya se venía usando, pero ahora se constituye como dogma oficial. Lo del agua bendita es una superstición importada directamente del paganismo. Los paganos antes de la era cristiana solían tener fuentes a la entrada de los edificios públicos y de las casas particulares, y con esas aguas pretendían purificarse espiritualmente antes de entrar. En el siglo IV, los paganos que habían entrado en masa en la Iglesia trajeron consigo, entre muchas otras, esta costumbre, y ya en aquella época, las primigenias basílicas cristianas empezaron a colocar pilas de agua bendita a la entrada de las mismas. De ahí viene tal tradición, que por supuesto no viene en el Nuevo Testamento. Lo que nos limpia espiritualmente no es el agua, sino la sangre del Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.

La Papisa Juana ¿Sabía usted que Roma sin saberlo eligió a una mujer por papa? Nunca lo hubiera hecho de ser consciente de ello, porque nunca Roma hubiera escogido, ni escogerá una mujer como “vicario” de Cristo, ya que va en contra de su dogma. Sin embargo, ocurrió. Me pregunto, y le invito a que Vd. también haga lo mismo: ¿Dónde está aquí la infabilidad de la Iglesia de Roma? Esta es la historia: Cuando Lutero, el reformador, siendo todavía monje agustino, fue con ilusión a Roma, vio una estatua en una de las vías públicas que conducen a la Basílica de San Pedro que le llamó la atención. Esa estatua era de una Papisa. Junto con el cetro y la mitra papal, tenía un niño en sus brazos. Era la estatua de la Papisa Juana. Años más tarde, en el tiempo de la Contrarreforma, por orden de Sixto V (1585-1590), antiguo inquisidor, esa estatua fue quitada de en medio. Esa mujer, Juana, haciéndose pasar por hombre, y consiguiéndolo, llegó a tener tal influencia que llegó a ser elegida papa con el nombre de Juan VIII Anglicus. Sin embargo, después de un pontificado real de dos años y pico, fue descubierta su condición de mujer al dar a luz un hijo durante una procesión, muriendo allí mismo. Acerca de esto, dice la enciclopedia católica: “Ocupó el solio pontificio después de León IV (855) y antes de Benedicto III (858)”. Roma trató de ocultar ese hecho por razones obvias. Sin embargo, antes de la época de la Reforma, la cual expuso a la luz tanto pecado de la Iglesia de Roma, esta historia era parte de las crónicas y conocida por obispos e incluso por los mismos papas (Historia de los papas, Bowers, Vol. 1, p. 226). Anastasio, bibliotecario papal y contemporáneo, por ejemplo, la menciona en su escrito “Historia de los pontífices romanos”, P. 128, 1.338. Marianus Scotus, escribía: “A León IV sucedió una mujer, 122


Juana, durante dos años, cinco meses y cuatro días”. De hecho, todos los libros de historia de antes de la Reforma mencionan a la papisa Juana o en texto, o en el margen (Ecumenismo y romanismo, p. 59, 60). Hasta el siglo XV, los papas tenían que pasar por un examen físico para que el caso de la papisa no se volviera a repetir. El papa recién coronado tenía que sentarse en una especie de retrete de mármol en el palacio Laterano. Se inventó una ceremonia según la cual el pontífice se sentaba en el agujero en cuestión de ese trono-retrete, para que se realizara un examen físico de las partes íntimas del nuevo papa. Como ya apuntamos, la idea de un papa femenino echa por los suelos toda pretendida verdad acerca del dogma romano de la “sucesión apostólica”. En vez de confrontar la realidad, Roma prefirió ocultar esta historia. Por supuesto, que en la lista oficial de pontífices romanos no aparece la Papisa Juana. Los dos años y pico de su pontificado no constan absolutamente, del papa León IV (847-855), la lista pontificia de romana pasa al papa Benedicto III (855-858). Sin embargo, no es necesario que Roma se tome demasiado esfuerzo en ocultar lo de la papisa Juana, porque es inútil demostrar una “sucesión apostólica”, por otras muchas razones, como ya hemos visto, y seguiremos viendo. Según la lista oficial de pontífices de Roma, de un total de 264 papas, 38 o bien son antipapas o bien son papas dudosos. Entre los dudosos, hasta existe uno elevado a los altares, San Hipólito. Una cosa es, cómo le hubiera gustado a Roma que hubiera sido todo, otra es, como realmente fue. La historia no es buena aliada de Roma, y Roma lo sabe.

123


Capítulo 7

HISTORIA DE LOS PAPAS (II)

Los cismas, los papas y más sobre la célebre “Sucesión apostólica” Aunque no es nada agradable airear los trapos sucios, si es necesario a veces hacerlo si queremos saber la verdad de las cosas. Es particularmente importante que abramos nuestros ojos ante la realidad que se ha intentado ocultar a la vista del fiel católicoromano durante siglos. Como venimos insistiendo, la historia de Roma nos habla de la realidad romana, y muy a pesar del portavoz oficial del Vaticano en la actualidad y sus declaraciones de cambio, apertura y ecumenismo, la verdad es que la Roma políticoreligiosa no puede negar ni ocultar lo que siempre ha sido, y venimos denunciando. El grito de los apologistas romanos frecuentemente es: “Miren los frutos de la Reforma, con sus numerosas divisiones y denominaciones entre ellos mismos”. Este pobre argumento no justifica a la iglesia de Roma y a su realidad. La pretensión de que Roma es una sola unidad es tan sólo una pobre ficción. Los papas, razón de la existencia de la iglesia romana, no han estado de acuerdo unos con otros, y en multitud de ocasiones se han excomulgado unos a otros (y sin embargo, todos constan en la “Lista Oficial”, por puros motivos políticos y de imagen ante sus fieles y el mundo). En cuanto a los concilios, y hablando del principal de todo ellos, el de Trento (el de la Contrarreforma), en él, muchos obispos y cardenales disintieron, y el observador imparcial y honesto sabe que aun siendo ese Concilio la principal y definitiva fuente del dogma oficial romano, no representó plenamente la opinión y voluntad de la jerarquía conciliar y en general en absoluto. Esto fue también así con el Concilio Vaticano I como veremos, y también con el reciente Vaticano II, donde Pablo VI sofocó la oposición. ¿Roma unida? No, el cisma y la herejía han sido siempre platos calientes y servidos en la mesa romana para todos sus comensales, es decir, para todos los fieles al sistema romano; ¡No hay ni un católico romano que piense y crea exactamente como otro católico romano! Según un reciente estudio llamado “España 2000. Entre el localismo y la globalización”, la quinta parte de los españoles que se declaran fieles católicos, creen en la reencarnación. No se quedan ahí las contradicciones. Una tercera parte de los católicos que se consideran fieles, no creen en la vida después de la muerte, ni en el cielo, ni mucho menos en el infierno; y aunque el 82 % de los españoles se declara católico, sólo una tercera parte asiste a misa al menos una vez al mes. Sólo el 46 % de los que se dicen católicos cree en un Dios personal, y se queda en el 27 % quienes identifican a ese Dios con el revelado en Jesucristo. A horas de ahora, el porcentaje de impiedad ha subido notoriamente, quedándose corta la encuesta mencionada. Es evidente que el concepto popular de catolicismo es de un pavoroso sincretismo, tal que incluye cualquier forma de teísmo. La realidad es que las numerosas divisiones dentro de la institución romana, abarcan desde el archiconservadurismo hasta las creencias y prácticas sincretistas de muchos 124


clérigos y laicos basadas en el yoga, las religiones orientales o sucedáneo de ellas, e incluso el ocultismo a todo nivel, todo ello pasando por el liberalismo de Hans Küng, de gran influencia entre muchos católicos; los seguidores de la “teología de la liberación”, marxistas; seguidores de monseñor Lefevre, fanáticos de la Sociedad de san Pío X; ecuménicos, carismáticos, etc. etc. etc. El collage es tan impresionante y tan dispar, que lo único que tienen en común los que se llaman católico-romanos, es sólo el nombre. La historia de Roma es la historia del cisma humano y espiritual, y de éste tratado de ocultar a los ojos de todos. La historia de la Roma político-religiosa es la historia de la complicidad, de la hipocresía y de la extrema ambigüedad.

Cismas Ha habido dos grandes divisiones o Cismas, el llamado Cisma de Oriente, incoado por Focio (862), y consumado por Miguel Cerulario (1059), el cual dio origen a la llamada Iglesia Ortodoxa Griega, y el Gran Cisma de Occidente (1378-1417), provocando la coexistencia entre Aviñón y Roma, de dos, tres, hasta cuatro papas simultáneamente. Por lo tanto, una prueba irrefutable de que ni los papas ni la sucesión papal son conforme a la voluntad de Dios es esta: La propia historia. La historia de Roma es una historia de cismas. Aunque a veces tediosa y siempre triste, viene aquí al caso reflejar la lista no exhaustiva de cismas, es decir, divisiones y guerras entre los diferentes papas. Ya desde temprano surgieron los cismas. Ya en el año 250, surge el primer cisma. Cuando el obispo de Roma procura exaltarse por encima de los demás obispos. No obstante, pronto es reprendido. En el año 367, había dos obispos de Roma a la vez, Dámaso y Ursino, este último pierde la batalla y es declarado antipapa (¿sucesión apostólica?). Dave Hunt, escribe al respecto: “Uno de previos ejemplos de multiplicidad de papas se originó por la simultánea elección de dos facciones rivales de papas: Ursino y Dámaso. Después de mucha violencia, los seguidores de Ursino lo levantaron como papa. Más tarde, después de sangrienta batalla que duró tres días, Dámaso, con el respaldo del emperador, salió victorioso y siguió como obispo de Roma durante 18 años (366-384). ¿Entonces, la sucesión apostólica operó por la fuerza de las armas? ¿de verdad?”.

(¿Sucesión Apostólica?) Inevitablemente, y sin lugar a dudas, todos estos cismas o divisiones debieron tener una repercusión absoluta en la columna que dice sostener la presunta legitimidad, y la misma existencia de la Iglesia de Roma: La “Sucesión Apostólica o Sucesión Papal”. Es imposible sostener en pie la columna de la célebre “Sucesión” con tantas divisiones o cismas, además de otras realidades que iremos entendiendo mejor al prestar atención a la realidad histórica. A lo largo de la historia papal, que estamos viendo, en muchas ocasiones el autor escribirá: (¿sucesión apostólica?). Aun a tenor de la múltiple repetición, consideramos oportuno el comentario con el objetivo de hacer reflexionar sobre el axioma romano, contrastándolo con la realidad objetiva e histórica. He aquí algunos ejemplos: En el año 418, Eulalio le disputa el obispado de Roma a Bonifacio, y éste solicita la ayuda del emperador (¿sucesión apostólica?). Eso era muy común. Félix III (526-530); este papa, como vimos, quiso asegurarse su sucesor, y designó a Bonifacio, no obstante, a su muerte, en vez de Bonifacio, los partidarios bizantinos consagraron como papa a Dioscuro (530), ¿sucesión apostólica?. Juan II (533-535) 125


compró el solio papal, ¿sucesión apostólica? Vigilio o Virgilio (537-555) por hacerlo tan realmente mal, fue excomulgado por un sínodo de obispos, ¿sucesión apostólica? Un cisma fue promovido por los tres papas, Paulo I, Constantino y Felipe. Estos dos últimos, perdida la batalla, fueron antipapas ¿sucesión apostólica? En el año 824, se produce el cisma entre Eugenio III y Zósimo; este último vino a ser antipapa ¿sucesión apostólica? En el año 855, se produjo el cisma entre los papas Benedicto III y Anastasio; este último vino a ser antipapa ¿sucesión apostólica? En el año 891, cisma entre los papas Formoso y Sergio. Este último de antipapa llegó a ser papa en el año 904 con el nombre de Sergio III (veremos más de ello)... (¿qué ocurre aquí con la”sucesión apostólica o papal”?).

Seguimos con la historia papal El siguiente ya fue mencionado anteriormente; nos estamos refiriendo ahora a: NICOLAS I (858-867) “san” Nicolás I. Lejos de ser ese santo que Roma dice que fue, sus propias declaraciones delatan su verdadero carácter, pensamiento y obra. Él dijo algo tan blasfemo como esto: “Temed, pues, nuestra ira y los truenos de nuestra venganza; porque Jesucristo nos ha designado a nosotros los papas con su propia boca jueces absolutos de todos los hombres; y los reyes mismos se someten a nuestra autoridad” (Guillermo Dellhora, “La Iglesia Católica ante la crítica en el pensamiento y en el arte” México City, 1929, p. 248). Este papa dijo lo mismo que en la historia reciente dijo León XIII, a saber: “Ocupamos el lugar de Dios en la Tierra”. Nicolás I, en su nombre, y en el de sus sucesores, dirigía el mensaje hacia la proclamación de su supremacía sobre reyes, incluyendo el derecho a ordenar masacres contra sus opositores como vimos, y todo en el nombre de Cristo. Claramente, acerca de la pretendida sumisión absoluta que los papas siempre han exigido (y siguen exigiendo, aunque no lo parezca por la cortina de humo del ecumenismo), Nicolás I declaró, añadiendo a todo ello una pretensión incalificable de arrogante blasfemia: “Es evidente que los papas no pueden ser atados ni desatados por ningún poder terrenal, ni siquiera por el del apóstol Pedro, si éste regresara a la Tierra; puesto que Constantino el Grande ha reconocido que los pontífices ocupaban el lugar de Dios en la tierra, siendo que la divinidad no puede ser juzgada por ningún hombre viviente. Por lo tanto, somos infalibles, y cualquiera que sean nuestros hechos, no somos responsables de ellos sino a nosotros mismos”(Cormenin, History of the Popes, p. 243). En otras palabras, los papas son “dioses”, como los dioses de la mitología griega o romana, tiranos que estaban por encima de los humanos. Su mención del emperador Constantino deriva de las pretendidas y falsas “Donaciones de Constantino”, en las cuales se basó para dirigir a los oídos de la historia tamaña suerte de blasfemos improperios.

Papa Esteban VI versus papa Formoso En el año 896, el papa ESTEBAN VI (896-897), hombre extremadamente iracundo y títere de la familia Espoleto, fue protagonista de uno de los sucesos más espantosos y grotescos que se puedan recordar de la historia del papado. Mandó desenterrar el cadáver de su antecesor, el papa Formoso, lo hizo vestir con las ropas papales y lo juzgó delante de muchos. El pretexto del “juicio” era que el antiguo papa había accedido al pontificado cuando era obispo de otra diócesis, y eso no estaba permitido. La verdadera razón, no obstante, si es que así se le puede llamar, fue el hecho de pertenecer a su facción rival. Aproximadamente, del año 882 al 1048, continuamente habría luchas por 126


el poder papal por parte de las diferentes familias romanas; luchas que acabarían en horribles muertes muchas veces. Reconoce la enciclopedia católica, que Esteban VI lo hizo con el fin de servir a la familia Espoleto. Así que, sacaron el cuerpo de Formoso de la tumba donde yacía desde hacía varios meses, lo vistieron de nuevo con sus ropas pontificales, lo llevaron a la sala del concilio, y lo sentaron en el trono. El cuerpo putrefacto de Formoso apestaba toda la sala. Allí estaba toda la corte papal y el juzgado. Se le proporcionó un abogado al cadáver que no podía hacer mucho, mientras el papa Esteban le increpaba vociferante. El concilio condenó al difunto papa Formoso, y entonces se ensañaron con el cadáver. Una vez sentenciado, se le expoliaron las ropas papales, se le hizo cortar los tres dedos con los que acostumbraba a impartir la bendición, se le decapitó, y se le arrastró el cuerpo por toda la ciudad, y al final se arrojó el resto del cadáver al río Tíber. Este proceso recibió el nombre de “Sínodo del cadáver o Sínodo horrendo”. La facción rival de Esteban se puso en marcha y muy pronto ese papa fue depuesto y estrangulado en prisión. El historiador Gregorovius escribió respecto a todo ese tiempo: “...papas, clero, nobleza...vivían en la mayor barbarie que cabe imaginar”. En un brevísimo espacio de diez años, ¡hubo nada menos que ocho papas! Entonces, el partido de los sucesores de Formoso impuso a su candidato; este fue ROMANO (897), pero murió a los cuatro meses. También lograron elevar al solio a TEODORO II (897), y su pontificado sólo duró un mes. Sólo tuvo tiempo de enterrar con todos los honores en la basílica de san Pedro el resto del cadáver de Formoso y anular las disposiciones del “Sínodo horrendo” (¿infabilidad de la iglesia? ¿infabilidad papal?) Las depravadas familias ricas romanas no paraban intrigando, y al acecho, se repartían constantemente el pastel del papado. En el año 898 los antiformosianos (los opositores al papa Formoso) una vez más volvieron a las andadas, y eligieron a Sergio de Caere como papa. En todo este relato vamos a ser detallistas por lo importante de las cuestiones en cuanto al tema de la “sucesión apostólica”. Este Sergio y sus partidarios eran los mismos que habían montado el proceso contra el cadáver de Formoso. No obstante, los formosianos, por las armas, expulsaron al recién elegido Sergio, y por el momento se quedaba como antipapa. El emperador Lamberto de Espoleto, no gustándole Sergio como papa, hizo elegir a JUAN IX (898-900). Este Juan, rehabilitó a Formoso y execró a los profanadores de su cadáver, entre los que destacaba de manera importante el ahora antipapa Sergio, que marchó al exilio. Le siguió BENEDICTO IV (900-903) sin pena ni gloria, y a éste, le siguió el papa LEÓN V, el cual a los dos meses de pontificado fue hecho prisionero y fue encarcelado por su capellán Cristóforo, el que sería el papa CRISTÓBAL, que detentaría el solio pontificio durante un año (903-904)... (¿sucesión apostólica?). Le duró poco la cosa a Cristóbal porque Sergio de Caere, que en todo ese tiempo estaba esperando la oportunidad de regresar, lo hizo respaldado por el pequeño ejército de un señor feudal. Tras algunas matanzas, logró lo que se proponía, asumir el poder papal. Declaró al papa Cristóbal antipapa, y por la fuerza se constituyó “auténtico” papa con el nombre de SERGIO III (904-911) (¿sucesión apostólica?).

El reinado papal de los fornicarios Comenzando con Sergio III, vino el período (904-963) conocido como “el reinado papal de los fornicarios”. Lo primero que hizo el papa Sergio fue rehabilitar a aquel 127


Esteban VI que profanó el cadáver de Formoso y que luego mutiló; luego entabló un proceso contra León V y contra Cristóbal. Este Cristóbal (904), fue depuesto y encerrado en un convento. Queriendo Sergio deshacerse de toda molestia, hizo desaparecer de este mundo a estos dos últimos, sin escrúpulos, y rápidamente. Evidentemente, ese mismo año (904), declaró invalidada toda rehabilitación de Formoso e hizo degradar a sus seguidores. El odio y la maldad de ese hombre hecho papa y reconocido como tal, ha sido patente hasta nuestros días. Los documentos de aquella época le califican de maligno, lascivo y feroz. Sergio III fue descrito por César Baronio, cardenal historiador católico-romano, y otros escritores eclesiásticos como un “monstruo”. Este fue uno más de los infalibles papas. Durante su pontificado, el papado fue monopolizado por una de las familias romanas, la del senador Teofilato y su mujer Teodora. Sergio III estaba subyugado a ellos. Además, mantuvo relaciones sexuales ilícitas con Marozia, hija de esos patricios, de las cuales nacería el que luego sería papa Juan XI. Ese Teofilato, natural de Tusculum, hizo fortuna en Roma, consiguiendo los títulos de duque y senador, y ser uno de los jueces nombrados por el emperador. Más que por su habilidad o valor, lo que acumuló fue a causa de los servicios de su mujer, Teodora y de su hija Marozia que sabían cómo conseguir beneficios políticos a cambio de favores amorosos. Teofilato había apoyado el partido antiformosiano, y le convino mucho la llegada de Sergio al solio pontificio. En ese tiempo, se hablaba de la “monarquía de Teodora”, ya que era ella la que en realidad ejercía el control sobre Roma. El obispo Liutprando de Cremona en su “Antapodosis”, escribía: “Cierta ramera sin vergüenza, llamada Teodora fue durante algún tiempo monarca de Roma, y vergüenza da escribirlo, ejerció su poder como un hombre. Tuvo dos hijas, Marozia y Teodora, que no sólo la igualaron sino que la sobrepasaron en las prácticas que ama Venus”. El propio cardenal Baronius calificó esa “monarquía” con el nombre de “pornocracia”. Esas prostitutas determinaban quién sería el papa, ¡increíble “sucesión apostólica”! Acerca de ello, Edward Gibbon, autor del s. XIX, escribió lo siguiente en su obra “Decadencia y caída del Imperio Romano”: “La influencia de dos prostitutas, Marozia y Teodora, se fundaba en su riqueza y belleza, sus intrigas políticas y amorosas. A los más vigorosos de sus amantes los recompensaban con la mitra romana...El hijo, el nieto, y el biznieto bastardos de Marozia – extraña genealogía – se sentaron en la Silla de San Pedro”. Así que, Teodora contaba con un instrumento esencial para ejercer su dominio en Roma: el papa. Marozia, hija de Teodora, fue el instrumento usado por ésta última para dominar a Sergio III. Casi sin haber tenido tiempo de abandonar la pubertad, daba un hijo a Sergio. Esto está anotado en el “Liber Pontificalis” (Libro de los papas). La joven Marozia era ahora la amante de un papa y la madre de su bastardo. ¡Luego sería madre del papa, abuela del papa, y después de muerta, bisabuela de dos papas y tatarabuela de otro! Por muchos años, el papado fue estrictamente uno de los títulos de una de las familias de Roma. Dice Halley, p. 774, “Teodora, junto con Marozia, la prostituta del Papa, llenaron la silla papal con sus hijos bastardos y convirtieron su palacio en un laberinto de ladrones”.

128


Respecto a Sergio III, como vimos, fue descrito por el cardenal Baronius como un “monstruo” y por Gregorio como un “criminal aterrorizante”. Dice un historiador “Por espacio de siete años este hombre ocupó la silla de San Pedro, mientras que su concubina, imitando a Semiramis madre, reinaba en la corte con tanta pompa y lujuria, que traía a la mente los peores días del viejo Imperio” (Italia medieval, p. 331). Muerto Sergio III, Marozia, su concubina, se casó en primeras nupcias con un tal Alberico de Camerino cuando todavía no contaba veinte años de edad. Este Alberico fue un aliado ideal para los Teofilato. Mientras tanto, Teodora, la madre de Marozia, mantuvo el poder. Esta hizo nombrar papa a ANASTASIO III (911-913), y después a LANDÓN (913-914), (¿sucesión apostólica?). Estos dos papas fueron simples marionetas en las manos de Teodora. Dice Hunt: “Teodora misma era concubina de dos eclesiásticos a quienes ella manipuló en rápida sucesión al “trono de Pedro”, luego de la muerte de Sergio – los papas Anastasio III y Lando. Al enamorarse de un sacerdote de Rávena, también lo manipuló para que ocupara el trono papal” (A Woman Rides the Beast, p. 109-110).

Este clérigo de Rávena que menciona Hunt, fue JUAN X (914-928). Además, según el obispo Liutprando, Juan era un clérigo joven y ambicioso de Rávena que acudía con frecuencia a Roma a despachar asuntos oficiales. Entró en contacto con Teodora y enseguida entró bajo su protección. Esto le llevó a realizar una gran carrera. Tanto fue así que llegó a ser obispo de Rávena; esto hizo que ya no visitara Roma tan a menudo. Relata Liutprando: “De ahí que Teodora, como una meretriz temerosa de tener pocas oportunidades de acostarse con su amante, le obligara a abandonar su obispado para tomar - ¡Oh, crimen monstruoso!- el Papado de Roma”. Así pues, ese Juan, que luego fue el papa Juan X, consiguió el solio pontificio para que así pudiera mantener relaciones sexuales con esa Teodora, a la que a la sazón llamaban Teodora la Anciana. ¡Todo tan repugnante como cierto! Después de la muerte de Teofilato, y de Teodora, este papa Juan quiso dar preeminencia a su hermano Pedro siguiendo su impulso nepotista, pero con ello se encontró con la oposición de Marozia, la hija de Teodora, que como nada menos que senadora de Roma, controlaba el poder civil. Marozia, poco antes enviudó, y se casó de nuevo en el año 926 con el margrave Guy de Toscana. Entonces mandó asesinar a Pedro, el hermano del papa Juan, en su misma presencia. Luego encerró al propio Juan X en la cárcel y lo mandó matar, ahogándole con una almohada en el año 928. Esperando que creciera su hijo (el que tuviere con el papa Sergio III), nombró papa a LEÓN VI (929), y luego a ESTEBAN VII (928-931), otra vez, (¿sucesión apostólica?). Cuando ese hijo ilegítimo tuvo veinte años, le hizo subir al solio pontificio con el nombre de JUAN XI (931-935). Marozia, se volvió a casar con un tal Hugo de Arlés que había recibido el título de rey de Italia para acrecentar así su poder sobre la ciudad de Roma, pretendiendo acceder a la corona imperial, pues no en vano su hijo Juan, ahora papa, podía convertir a un rey en emperador (recordemos la “Constituitio Lothari”). No le salió bien esta jugada a Marozia, ya que Alberico, su propio hijo, encabezó una revuelta e hizo encarcelar a su madre y a su hermanastro el papa Juan. Este último fue desposeído de todo poder temporal, aunque conservó el solio hasta su muerte en el año 935.

129


Juan XII Alberico, a la sazón soberano de Roma, entre los años 936 al 954, nombró a su gusto cuatro papas afectos a su causa (¿sucesión apostólica?). Al fin de sus días, Alberico, tuvo la idea de unir en su hijo Octaviano los cargos de príncipe de Roma y papa. A este Octaviano, su padre Alberico, una vez convocados los nobles romanos en san Pedro, les pidió que juraran que cuando él muriera, elegirían príncipe a su hijo, y que cuando el actual papa muriera, le nombrarían además papa (¿sucesión apostólica?). Un año más tarde AGAPITO II (946-955) falleció, y los nobles romanos cumplieron su promesa erigiendo a Octaviano, Príncipe de Roma y Papa al mismo tiempo. De esta manera las dos coronas estaban unidas en una misma cabeza. Octaviano abandonó su nombre para convertirse en JUAN XII (955-963), siendo proclamado papa ¡a los diecisiete años! Este papa Juan XII (todo está documentado), se dedicó concienzudamente al saqueo de Roma. Como ya apuntamos, esa ciudad estaba dominada por unas cuantas familias patricias que se disputaban los ingresos que producían los peregrinos. El papa se aliaba con algunas de esas familias en contra de otras, y con buena parte de los ingresos que recogía de los Estados Pontificios, los dedicaba a mantener su ejército personal. Este papa pervertido estaba obsesionado con el sexo ilícito, incluso más que con el poder. Tuvo muchas concubinas, pero no tenía suficiente. ¡No había seguridad para ninguna mujer que entrara en la Sede romana! Pagaba a esas mujeres por sus servicios sexuales, no con oro solamente, sino con tierras. El obispo Liudprando de Cremona, cronista de aquella época, cuenta que el papa “estaba tan ciegamente enamorado de una señora que la hizo gobernadora de varias ciudades, e incluso le regaló las cruces de oro y los cálices del mismo San Pedro”. Chamberlin, católico romano, escribió de él: “En sus relaciones con la Iglesia, parece que Juan se sintió impulsado a adoptar una actitud de sacrilegio deliberado, que iba mucho más allá del disfrute casual de los placeres sensuales. Era como si los factores más oscuros de su naturaleza le empujaran a saborear los excesos más extremos del poder, convirtiéndose en una especie de Calígula cristiano cuyos crímenes resultaban particularmente horrendos por el cargo que ocupaba. Posteriormente se esgrimiría contra él la acusación de que había convertido el palacio Laterano en un burdel; de que él y sus bandas violaban a las peregrinas en la misma basílica de San Pedro...” Sus correrías políticas son conocidas por todos. Cómo coronó a Otto I de Sajonia como Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico el dos de febrero del 962, y porque Otto le reprendió por su vida disoluta, el papa, por venganza, ofreció de nuevo la corona imperial a Berengario de Ivrea, bandido avaricioso y violento. Este, al poco, viendo que no podría contra las huestes de Otto desistió de aceptar su nombramiento. Juan XII, entonces, asustado por la posible represalia de Otto, recurrió a todo aquel que pudo, hasta acudió a los sarracenos a través de Adalberto, hijo de Berengario, que tenía hecha alianza con los musulmanes. El papa “cristiano” estuvo así cercano a provocar un nuevo dominio musulmán sobre la península italiana. Como no encontró eco su llamamiento por parte de Adalberto, lo volvió a intentar hasta con los hunos, enemigos de la cristiandad y hasta con los bizantinos, enemigos de sus propias prerrogativas como “Sumo Pontífice”. Cuando Otto, después de haber sido tremendamente paciente con el papa, volvió con su ejército, Juan XII huyó de Roma a Tívoli con todos los tesoros de la Iglesia que pudo 130


llevarse. El emperador abrió un sínodo con la intención de juzgar al papa, a pesar de que según las “falsificaciones simaquianas”, nadie en la tierra podía juzgar al papa. El obispo Liudprando presidió en el nombre del emperador y tomó nota de los procedimientos. Otto, previamente, pidió a los presentes (allí había más de un centenar de arzobispos, obispos etc.) que formularan acusaciones. Diferentes testimonios acusatorios se levantaron bajo juramento; entre otros, Benedicto, cardenal diácono, y sus compañeros diáconos y sacerdotes, dijeron que el papa había recibido dinero por ordenar obispos. En cuanto a sacrilegios, dijeron que ni siquiera era preciso ordenar una investigación porque sólo era cuestión de abrir un poco los ojos. En cuanto a acusaciones de adulterio, el papa había copulado con la viuda de Rainiero; con Estefanía, la concubina de su padre; con la viuda Ana, y con su propia sobrina. Los testigos fueron llamados y los crímenes del papa se pusieron sobre el tapete, entre otros: “Fornicación con numerosas mujeres nombradas allí, dejar ciego a Benedicto, su padre espiritual, asesinato de un cardenal subdiácono llamado Juan, beber a la salud de Satanás en el altar de san Pedro”. El sínodo convocó al papa para que se defendiera (el no quiso estar allí presente). El papa envió una carta a los obispos amenazándoles con la excomunión. Otto y el sínodo respondieron que si no se presentaba en Roma, el excomulgado sería él. Juan XII no hizo caso, y mientras estaba de cacería, el sínodo nombró un nuevo papa, a LEÓN VIII (963-965), que al ser laico, en un día recibió todas las órdenes (¿sucesión apostólica?). Juan regresó a Roma, una vez el emperador Otto se había ido por otros motivos, y convocó entonces su particular sínodo en febrero del 964, al cual acudieron unos treinta personajes, casi todos romanos. Cabe decir aquí que la inmensa mayoría de los obispos europeos estaban del lado del emperador, es decir, en contra del corrupto ex-papa Juan. ¡Lo increíble aquí es que ese amañado mini-concilio del ex papa romano, ha sido considerado depositario de toda legalidad por la Iglesia de Roma!; por esa razón, León VIII es considerado un antipapa, aunque no está muy segura, en unas líneas veremos por qué. ¡Roma no ha podido permitirse la ligereza de dar la razón a un emperador honesto antes que a un papa asesino, corrupto y perdido como Juan XII, el cual, como no podía ser de otra manera, consta como papa en el “Liber Pontificalis”, y como todos ellos, él también es”Su Santidad, Santo Padre, Vicario de Cristo”! Pero hay más...Una vez el ex-papa venció en su amañado sínodo, se vengó cruelmente de sus acusadores. Al cardenal Juan le hizo cortar la nariz, la lengua y dos dedos; otro fue azotado; a un tercero le cortaron la mano. Depuso y excomulgó a León VIII, y Roma volvió a la situación anterior a la llegada del emperador. Otto, a la sazón luchando contra Adalberto, hijo de aquel Berengario de Ivrea, una vez habiéndole derrotado definitivamente, volvió hacia Roma, pero antes de que pudiera llegar para hacer justicia, le llegó la noticia de que Juan XII había muerto, y no precisamente de muerte natural. El de nuevo papa Juan XII, murió asesinado por un marido que le encontró en la cama con su esposa... Lo que uno siembra, eso recoge. Los romanos eligieron papa a BENEDICTO V (964), pero el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Otto I, no aceptó ese nombramiento. Aquí hay que decir que a raíz del “Privilegium Ottonianum” del 13 de febrero del año 962, cuando Otto fue coronado emperador por el papa, Otto u Otón, confirmaba las donaciones de sus antecesores a los papas, pero también disponía que el nuevo papa antes de su 131


consagración, debía prestar juramento de fidelidad al emperador, con lo que quedaba bajo su control. Por lo tanto, el emperador estaba en su pleno derecho a no aceptar a Benedicto V. A pesar de esto, Roma pasando por encima de ese acuerdo “sagrado”, ha hecho de Benedicto V un auténtico papa, y como tal, que figure en el “Liber Pontificalis”. En junio del 964, a causa de la oposición de los romanos, Otto I entró de nuevo en Roma, en junio del 964. En un sínodo celebrado en Letrán tuvo que obligar a los romanos a que le jurasen lealtad (tal como previa y oficialmente se estableció). Allí mismo, volvió a anunciar la proclamación de León VIII como papa de nuevo. Es curioso que según la lista oficial de los papas del Vaticano, a Benedicto V le adjudican un mandato de dos años (964-966), y sin embargo, la realidad es que ese ex-papa fue llevado a Hamburgo durante ese tiempo, evidentemente, sin ejercer en absoluto su cargo, el cual no tenía, ya que León VIII, fue el que se sentó en el solio pontificio, hasta el 965, año en que murió. Interesante lo que menciona al respecto la enciclopedia católica:”Al morir Juan XII en el 964, el concilio cardenalicio (¿?) señaló como sucesor a Benedicto V, por lo que León VIII, aunque figura aun en el catálogo pontificio, es considerado a veces(¿?) como antipapa”. ¡Cuántas irregularidades! En primer lugar no existía en aquella época todavía ningún concilio cardenalicio, fue Nicolás que en el año 1059 levantó el concilio cardenalicio; y en segundo lugar, Roma admite que aunque está en la lista de papas, León VIII es considerado a veces antipapa. ¿Qué significa eso?, ¿que a veces es papa y a veces no lo es, según convenga? ¿Dónde está aquí la “sucesión apostólica” entonces? ¡Esto no es serio! Después de JUAN XIII (965-972), que fue hijo de un obispo, y que colaboró voluntariamente en la política imperial de expansión, yendo contra los bizantinos, le siguió, con el consentimiento imperial, BENEDICTO VI (973-974). Este duró tan poco porque el partido de Crescencio, aprovechó la muerte del viejo emperador Otto I para rebelarse y encarcelar al papa en el castillo de Sant’Angelo. Este Crescencio, cuyo partido y familia seguirían influyendo decisivamente en Roma y su papado, era hijo de Teodora la Joven, la hija de aquel Teofilato y Teodora, y hermana de la célebre Marozia (de casta le viene al galgo). Encarcelado Benedicto VI, fue elegido papa BONIFACIO VII (974-983). Lo primero que hizo este papa fue acercarse al castillo en cuestión y estrangular allí al depuesto papa Benedicto. El nuevo emperador Otto II marchó para Roma, y asustado el papa asesino, huyó a Constantinopla, llevándose consigo una buena parte de los tesoros de la Iglesia de Roma. Rápidamente se eligió otro papa, BENEDICTO VII (974-983). Éste, hizo condenar en un sínodo al huido Bonifacio que seguía en Constantinopla. Una vez muerto Benedicto VII, el emperador hizo elegir papa a su incondicional archicanciller Pedro de Pavía (¿sucesión apostólica?) que tomó el nombre de JUAN XIV (983-984). Desgraciadamente para el recién nombrado papa, el emperador Otto II murió, y el antiguo papa Bonifacio VII, volvió a Roma. Con la ayuda del partido de la nobleza romana (el partido de Crescencio), depuso al papa y le encerró, como no, en el castillo de Sant’Angelo, y simplemente le dejó morir...de hambre. Pero como al que hierro mata a hierro muere, un año más tarde, en julio del 985, fue depuesto por la fuerza, y asesinado. Sus contemporáneos describieron a ese papa como “un monstruo”, y su cadáver fue arrastrado por las calles y arrojado ante la estatua ecuestre de Marco Aurelio. En algunas listas de papas, aparece como antipapa, pero lo cierto es que no debiera ser así, ya que el siguiente papa de nombre Bonifacio, que a pesar de lo malvado que también fue, resultó ser un gran jurista, se llamó VIII, y no VII, 132


aceptándole así como su suceso; por lo tanto, este BONIFACIO VII (984-985) es también uno de esos papas infalibles. Al papa Bonifacio VII, le siguió JUAN XV (985-996). Este fue hijo de un sacerdote, y fue elegido papa gracias a las maquinaciones de Crescencio. Practicó abiertamente el nepotismo, como no podía ser de otra manera, tal y como fue elegido. Por su arrogancia, se enfrentó al clero y a las familias romanas y fue expulsado de la ciudad. La “canonización de los santos” fue doctrina en el año 993, bajo el pontificado de este papa y por decreto suyo. El emperador Otto III, una vez llegado a Roma, nombró como papa, (¿sucesión apostólica?), al obispo alemán, de nombre Brun von Kärnten como papa con el nombre de GREGORIO V (996-999) Al poco de salir el emperador de Roma, otra vez Crescencio volvió a las andadas, y soliviantando a la población influyente romana, expulsó al papa. Este empezó a excomulgar a todos, y los que le expulsaban se burlaban de él y de su excomunión. Crescencio hizo papa a Filogato, arzobispo de Piacenza, el cual se autonombró JUAN XVI (997-998). Este es considerado antipapa, aunque de hecho ejerció el pontificado, dictando diversas bulas. Su número de orden se respeta en las listas papales (¿sucesión apostólica?). En el año 998, Otto III volvió a Roma y repuso en su lugar a Gregorio V. A Juan XVI le hizo mutilar horriblemente y encerrar de por vida en un monasterio. El emperador, enterándose de quien era el instigador de todo, es decir, Crescencio, le hizo cortar la cabeza en el castillo de Sant’Angelo. No obstante, Gregorio V murió al poco tiempo, aun sin contar treinta años de edad. ¿Dónde está la sucesión apostólica de los papas en todo esto? Otto III, el emperador, otra vez fue él quien eligió al siguiente papa (¿sucesión apostólica?). Este fue su amigo y consejero Gerberto de Aurillac. Cambió de nombre por el de SILVESTRE II (999-1003). Parece que ese hombre practicaba las artes mágicas (ocultismo), al tiempo que defendía con ahínco las pretensiones primaciales de Roma. Tanto él como el emperador pretendieron recrear la corte imperial de la antigua Roma, pero fracasaron estrepitosamente, y las familias patricias se volvieron en contra de ellos dos, expulsándolos de Roma en el año 1001. Poco después, ambos morirían. El papado era un desastre se mirase por donde se mirase; y el imperio se estaba derrumbando. El hijo de Crescencio, Juan, tomó el poder de Roma gracias a la fuerza de las familias patricias. Hizo papa a JUAN XVII (1003) (¿sucesión apostólica?). Sólo estuvo en el solio de junio a septiembre del 1003. Increíblemente, no fue asesinado, sólo depuesto. Le sucedió JUAN XVIII (1003-1009). Este también fue un títere de Juan, hijo de Crescencio (¿infabilidad papal?, ¿sucesión apostólica?). Lo mismo ocurrió con el siguiente papa, SERGIO IV (1009-1012) (¿sucesión apostólica?), al que llamaban por su aspecto “Hocico de cerdo”. La costumbre de esos papas de cambiarse el nombre de pila (que llegó a ser una costumbre generalizada hasta nuestros días) tenía y tiene por objeto disimular su origen y darse a sí mismos un título que pretendía impactar en la mente del fiel de entonces y de ahora.

133


Cambio de familia, (sigue todo igual...o peor) Cuando murió Juan de Crescencio, el poder en Roma cambió de manos y de familia. Le tocó entonces el turno a la familia condal de Túsculo, que derivaba también de la familia de Teofilato. El cabeza de esa familia era un tal Gregorio. Este fue nombrado conde de Túsculo en su día por el ya difunto emperador Otto III, no obstante, traidoramente fue él el ejecutor de su expulsión de Roma. Este Gregorio era hermano del papa Juan XII, y por lo tanto, nieto de aquella Marozia. Gregorio compró el cargo papal por medio de chantaje para uno de sus hijos, (¿sucesión apostólica?) de nombre Teofilato, como su tatarabuelo, y se hizo llamar BENEDICTO VIII (1012-1024). Por otra parte, los del partido de Crescencio, eligieron el mismo año a otro papa, GREGORIO VI. Benedicto y los tusculanos, para oponerse a Gregorio, buscaron el apoyo del emperador germano Enrique II. Ganaron los tusculanos e inmediatamente Gregorio fue acallado. Más adelante, como no pudo imponerse como papa, se le consideró antipapa. Benedicto VIII, emitió decretos para relanzar la obligación del celibato. Su motivación era retorcida y codiciosa. Estaba interesado en evitar que los bienes de la Iglesia romana se fueran perdiendo en la medida en que los sacerdotes al casarse y tener familia, sus hijos fueran heredando. La otra motivación era la de ejercer un mayor control sobre el clero. Si este dejaba de tener lazos familiares que le unieran a la población civil, serían con mayor facilidad controlados. De ahí en adelante, Roma empezaba a tener cada vez más claro que los cargos y las personas debían estar siempre a disposición de sí misma. El siguiente papa, JUAN XIX (1024-1032), hermano de Benedicto, también compró el papado (¿sucesión apostólica?) y como era laico, en contra de las disposiciones canónicas, para ser papa, pasó por toda la escala de títulos eclesiásticos reconocidos ¡en un solo día! Respecto a ese Juan XIX, el comentarista católico romano Gelmi dijo lo siguiente: “Jamás mostró una disposición interna para su elevado cargo”. ¿Cómo iba ese hombre a mostrar una “disposición interna” cuando para él el ser papa representaba simple y llanamente el poder? Aquí debemos hacernos una pregunta no exenta de lógica y justificada ironía: ¿Se podrá comprar la sucesión apostólica?, porque eso es lo que esos papas hicieron. Déjenme exponerlo de la siguiente manera: me voy a poner a mí mismo como ejemplo, e imaginar que yo hubiera vivido en aquella época, en el seno de alguna de aquellas familias patricias y hubiera sido un ambicioso desalmado sin escrúpulos con ansias de poder sobre todos. El cargo ideal para tener ese poder sobre todos, era el papado. Maquinando, comprando y chantajeando hubiera sido un Benedicto o un Juan o un Sergio o un Gregorio cualquiera... ¿Qué tendría aquí que ver la tan manida sucesión papal o apostólica, columna “inamovible” de la Iglesia de Roma? ¡nada!; sólo es un absurdo y un burdo engaño que dura desde hace muchos siglos y que muchos aún creen (y no saben por qué, en realidad). Lo cierto es que la compra de títulos eclesiásticos, incluido el de papa fue costumbre común durante siglos, porque esos títulos daban poder. A esto se le llama simonía. Pero como veremos, no sólo compraban el cargo, también ¡lo vendían! Alberico III, hombre fuerte de Roma e hijo mayor de aquel Gregorio tusculano, al morir Juan XIX, ¡nombró papa a su hijo! (otra vez, ¿sucesión apostólica?). Fue entronizado como BENEDICTO IX (1032-1045) cuando contaba sólo con ¡¡once años de edad!! Escribe Ralph Woodrow: 134


“Benedicto IX fue elegido papa, siendo apenas un niño de doce años por medio de arreglos monetarios con las poderosas familias que manejaban Roma. Este papa-niño creció en la maldad y “cometió homicidios y adulterios en pleno día; hizo robar a peregrinos en las catacumbas de los mártires. Fue un horrendo criminal a quien el pueblo desterró de Roma”. Al respecto escribe Dollinger: “...el papado se hundió...en una confusión total e impotencia moral; los condes toscanos lo hicieron hereditario en su familia; una y otra vez muchachos disolutos como Juan XII de 16 años cuando se hizo papa, y Benedicto IX, a los 11 años, ocuparon y deshonraron el trono...el cual es comprado y vendido (el trono pontificio) como pieza de mercadería...” (J.H. Ignaz von Dollinger, The Pope and the Council (Londres, 1869), p. 81). En cuanto alcanzó la madurez sexual, se esforzó en seducir mujeres. El papa Víctor II, cuarenta años más tarde, decía que su vida era tan escandalosa y execrable que rehusaba contarla. Practicaba ocultismo. Hubo testigos que juraron haber visto a ese papa consultando a los demonios por la noche en lugares apartados. Dice Antón Casariego de él: “Con Benedicto, los asesinatos y las violaciones eran habituales en Roma, así como la dilapidación de las riquezas del papado, gastadas en burdeles, festines y soldadas”. En 1044, se organizó una de esas típicas revueltas, esta vez liderada por el partido de la oposición crescenciano, y se depuso a Benedicto, nombrándose como papa a SILVESTRE III, obligando a aquél a que se retirara a la vida privada durante algún tiempo. Después de muy poco tiempo, y por la fuerza, Benedicto volvió a la silla pontificia sin enmienda ninguna ni rectificación a causa de sus depravadas costumbres. Silvestre III es depuesto entonces y devuelto a su obispado de Sabina. En ese momento, Benedicto se encapricha de una joven hasta el punto de desear casarse con ella. Sabiendo que Alberico III, su padre, no iba a consentir que siguiera como papa si se casaba, se le ocurrió pactar la venta de su papado con su padrino el arcipreste Juan Graciano. En el año 1045 se consuma el negocio, y cuando la noticia se va sabiendo, el escándalo es monumental. GREGORIO VI (1045-1046), que así vino a llamarse Juan Graciano, fue el nuevo papa como consta en el “Liber Pontificalis”; ¡papa este que compró su cargo papal!, ¡bonita sucesión apostólica! ¡admirable infabilidad de la Iglesia romana! Entre tanto Benedicto y Silvestre regresaron a Roma y siguieron con la lucha por el poder, cada uno ayudado por su respectiva familia patricia. En Roma, los peregrinos eran repetidamente asaltados y desvalijados, reinaba una total anarquía y en todo ello colaboraban los mercenarios contratados por los tres papas, a saber: GREGORIO VI, BENEDICTO IX y SILVESTRE III. A la sazón, el emperador germano, Enrique, tomó por fin cartas en el asunto, y convocando un sínodo en Sutri, en el año 1046, depuso al ya retirado Benedicto, a Silvestre y al todavía papa simoníaco Gregorio IV. O sea que, un emperador (como era costumbre), disponía quien iba a ser papa y quien no, otra vez (y siento cansar), ¡¡curiosa sucesión apostólica!! Cada papa se fue por su lugar, Benedicto a sus tierras en los Montes Albanos; Silvestre, al fin, a su obispado en Sabina; y el sacrílego Gregorio IV fue desterrado a Colonia, donde le acompañó un joven monje, Hildebrando, el que llegaría a ser el celebérrimo papa Gregorio VII.

135


El emperador Enrique III designó papa (¿sucesión apostólica?) al obispo Suitger de Bamberg, con el nombre de CLEMENTE II (1046-1047). No tuvo tiempo de hacer mucho Clemente II, porque fue asesinado por Benedicto IX cuando, interesado en volverse a ceñir la tiara pontificia, volvía Roma. En el año 1942, se abrió el sepulcro de Clemente en la catedral de Bamberg y se le practicó la autopsia. En sus huesos se encontró un alto contenido en plomo, confirmándose así su muerte por envenenamiento. Acudiendo a la lista oficial de los papas y sus pontificados, encontramos bien reflejado el caso de este personaje, Benedicto IX. Dice así: Papa nº 145, Benedicto IX, del año 1032 al 1044. (es destituido) Papa nº 146, Silvestre III, 1045. Papa nº 147, otra vez Benedicto IX, 1045. (se va y vende el cargo) Papa nº 148, Gregorio VI, del 1045 al 1046. Papa nº 149, Clemente II, del 1046 al 1047. Y por fin, vuelve... Papa nº 150, de nuevo Benedicto IX, del 1047 al 1048. Aun, y llegando a tener en cuenta el principio antibíblico de la “sucesión apostólica”, podrá verse que la realidad es que nunca llegó a materializarse. No es la sucesión apostólica lo que hacía volver a la silla papal a Benedicto IX, sino el poder que corrompe. Nada tenía que ver el Espíritu Santo con toda aquella vorágine, nada en absoluto, y decir que Dios tenía algo que ver con todo el asunto de aquellos papas, ya no es un absurdo, es una blasfemia. La compra y venta del cargo papal se hizo tan común y la corrupción tan extremadamente pronunciada que los gobernantes seculares tuvieron que intervenir en el nombramiento de los papas. Escuche esto: Enrique III, emperador de Alemania, eligió a CLEMENTE II (1046-1047), que era clérigo alejado de la corte papal porque “ningún sacerdote romano pudo ser hallado limpio de corrupción de simonía y de fornicación” (Italia medieval, p. 349, Manual bíblico Halley, p. 775). No consintió el emperador Enrique que Benedicto siguiera en la silla papal a pesar del apoyo por parte de los romanos por su tradicional odio hacia los extranjeros. En el año 1048, designó un nuevo papa (¿sucesión apostólica?), esta vez germano, Dámaso II, que sólo duraría un año. Solemnemente entronizado, al poco tiempo moría envenenado. De todos modos, desaparece Benedicto de la escena, y con él la casa de Teofilato que tantos papas “apostólicamente” elegidos dio. También aquí acaba el llamado “siglo tenebroso”.

El papado avanza... (la era Gregoriana) Con el empuje de los emperadores germanos, comenzando por Enrique III de Alemania, el papado se iría convirtiendo en la institución más poderosa de Europa. A partir del 1048, y a raíz de la dieta de Worms de ese año, cuando el emperador designa a su primo Bruno, obispo de Toul como nuevo papa, se iría originando una “progresión” de esa institución político-religiosa, hacia la cual ya no se opondrían los obispos, y que contaría con el respaldo directo del monacato, que ya desde el siglo VI estaba muy ligado al papado, como vimos. Con la reforma del Cluny, que comienza en el siglo X, los monasterios quedan totalmente fuera de la autoridad de los obispos locales y pasan a depender directamente del papa de Roma. Las órdenes monacales son poderosas y 136


activas, intransigentes, cultas y dueñas de inmensas propiedades. Un verdadero ejército a los pies del pontífice. Muerto DÁMASO II, le sucede LEÓN IX (1049-1054). Este papa trató en todo momento de robustecer la autoridad papal. Entre otras cosas, luchó contra el matrimonio de los sacerdotes. Se empeñó en separar más y más el clero de los seglares, y por todos sus esfuerzos en pretender afirmar la supremacía de la Iglesia de Occidente, Roma le acogió y acoge como uno de sus más predilectos hijos, canonizándole como san León IX, como no podía ser de otro modo. No obstante, por su celo por levantar la institución romana, provocó el definitivo cisma entre Oriente y Occidente. Fue entonces cuando Miguel Cerulario, patriarca griego, dijo ¡basta! y se produjo la separación de las dos iglesias, Occidental y Oriental. Le siguió a León, VÍCTOR II (1055-1057). Este fue el último papa impuesto por un emperador (¿sucesión apostólica?). Le siguió ESTEBAN IX (1057-1058). Este papa fue elegido sin consultar a la corte alemana; una vez muerto este, los nobles de Roma lograron imponer como papa a BENEDICTO X (1058-1059), pero los del bando del emperador germano, no lo aceptaron. Eligieron un nuevo papa, y habiendo convocado un nuevo sínodo en Sutri, declararon inválida la gestión de Benedicto, que a la sazón había estado durante un año sentado en el solio pontificio, por lo tanto, de ser papa, llegó a ser antipapa, (¿sucesión apostólica?) (¿infabilidad de la Iglesia romana?). ¡Durante más de cincuenta años no hubo ni un solo papa que no se enfrentase a algún antipapa con motivo de los cismas provocados por las luchas entre el imperio y el papado a causa de sus respectivas investiduras! En el año 1059, se produce otro nuevo cisma entre los papas NICOLÁS II y GERARDO. Cuando uno de los adversarios vencía sobre el otro, era constituido “papa”, y el perdedor venía a ser el “antipapa”. En este caso, Nicolás venció sobre Gerardo porque fue más listo. Apoyado por la emperatriz Inés, se rodeó de obispos fieles a él y constituyó un parlamento de cardenales que le eligieron y sostuvieron, esto fue en el Concilio de Letrán del 1059. En dicho concilio, la elección del papa la harán solamente los cardenales-obispos, dando cuenta de su decisión a los demás obispos, al clero y al pueblo fiel para su asentimiento. Fue el inicio del colegio cardenalicio. Breve apunte sobre el colegio cardenalicio El colegio cardenalicio es una institución muy discutida en el mismo seno de la iglesia de Roma, por parte de algunos sectores de la jerarquía, donde se la considera una invención del poder temporal, completamente ajena al Evangelio. De hecho, ya hemos visto como surgió dicha institución, por parte del aspirante al papado que, con el fin de oponerse a otro, no dudó en consentir el apoyo de una emperatriz, y en comprar el favor de los obispos que le resultaron fieles para sus propósitos. Absolutamente ajeno al Evangelio y a su espíritu, el capelo cardenalicio desde su creación en el siglo XII, siempre ha sido símbolo de poder, riquezas y prebendas sociales. Sigamos En el año 1061, se producen las luchas entre los papas ALEJANDRO II (1061-1073) y HONORIO II. Ambos fueron elegidos por el colegio cardenalicio. El primero fue papa 137


porque logró el apoyo de los imperiales y el segundo antipapa porque sólo logró el apoyo de los lombardos y la nobleza romana, estando así en franca desventaja (¿sucesión apostólica?). Los papas definitivamente, no sólo tenían influencia sobre los reyes, sino verdadera autoridad. Este Alejandro, aconsejado por Hildebrando, que llegaría ser el papa Gregorio VII, redactó un decreto declarando a Haroldo, el rey legítimo de Inglaterra como usurpador y así, excomulgó a sus seguidores. Decretó que Guillermo, duque de Normandía (Francia), era el rey legítimo de Inglaterra. Con la bendición de Alejandro II, Guillermo el Conquistador mató a Haroldo en batalla, tomó Inglaterra, y fue coronado en Londres el día de Navidad de 1066. Guillermo aceptó la corona “en el nombre de la Santa Sede de Roma”. Esto resultó ser otro triunfo para el papado, y un incremento de la influencia de la Iglesia de Roma en Inglaterra. Guillermo, fue a Inglaterra en el nombre del papa, enseñando a los ingleses debida obediencia al “vicario de Cristo”. GREGORIO VII (1073-1085), es aquel monje de nombre Hildebrando que acompañara al sacrílego papa Gregorio IV que fuera desterrado a Colonia. Fue elegido papa de una manera completamente irregular (dentro de lo que ya era irregular), bajo la presión de vociferantes masas romanas. Previamente a ser papa, el ya supo prepararse bien el camino al solio pontificio. En el Mediodía francés compró la amistad de Robert Güiscard y sus normandos, a cambio de reconocer sus conquistas. En el norte sabe ganarse con manipulación la amistad de la influyente condesa de Toscana, y sabe colocar a su lado a un hombre de su confianza para que la dirija en los asuntos de Estado. Se sabe ganar oportunistamente la amistad del joven rey alemán, Enrique IV, y cuando ve que el viejo papa Alejandro II se va muriendo, intenta rematarle psicológicamente montando contra él un proceso por simonía, al cual asiste el propio Enrique IV. Este “gran” papa fue un gran manipulador. Gregorio VII, se consideraba, no sólo un papa, sino la mismísima reencarnación de San Pedro. Su “Dictatus papae” hace del papa obispo universal, con derecho de decisión en todos los asuntos de la cristiandad a todo nivel. Según él (y a partir de él), el papa puede nombrar y deponer no sólo a los obispos, sino incluso a emperadores, reyes y príncipes, porque según él (y a partir de él), “el Papa es el único cuyos pies deben ser besados por todos los príncipes”. De tal elemento, de tal excelsa megalomanía, la iglesia de Roma que “nunca” se ha equivocado, ni “jamás” se equivocará por siempre, se ha sabido aprovechar bien. Ese papa tan apreciado por Roma, dejó también claro que no asentir a las disposiciones papales era signo de herejía. Por lo tanto, no es católico quien no está en total conformidad con la iglesia romana en cuanto a sus disposiciones. Lo que sus antecesores dijeron en cuanto a la supuesta autoridad y derechos papales, Gregorio VII el antiguo monje Hildebrando, lo acrecienta hasta tal punto que a su actuación se la llamaría la “reforma gregoriana”. Por todo ello, hace un brutal hincapié en acrecentar el “poder temporal” de los papas. Para ello utiliza sin ningún reparo ni escrúpulo la mentira de las “Decretales Pseudoisidorianas” que se habían falsificado doscientos años atrás. Desde el primer año de pontificado, advierte que la meta es formar una monarquía universal de la Iglesia, es decir, adelantar el Milenio, reinando universalmente sin Cristo, 138


es decir, en vez de Él (nótese que exactamente lo mismo pretende el G12 de César Castellanos, y todo el Dominionismo actual… ¿quién estará por tanto tras ellos?) En ese sentido, y entre muchas otras gestiones, Gregorio VII no duda en escribir a los grandes de España diciendo: “No ignoréis que desde los tiempos más remotos esos reinos son propiedad de San Pedro, y que pertenecen todavía a la Santa Sede y a nadie más, aunque por el momento estén en manos ajenas. Porque lo que una vez ha entrado en poder de la Iglesia (de Roma), nunca deja de pertenecerle”. El católico-romano Beynon comenta al respecto: “Obviamente, nadie en toda la península había oído jamás nada sobre el asunto. Pero amparado en la universal ignorancia y en la credulidad, el papa consigue que, si no las tierras, se le abone una especie de diezmo al que no sabemos si irónicamente llama “el dinero de San Pedro”“. Eso en España. Lo intenta el ambicioso papa en Francia, pero allí no se tragan el anzuelo, entonces advierte con innumerables sanciones espirituales, amenazando también que, en caso de ser excomulgado, el rey podría ser derrocado por los católicos fieles que, sin duda, no verían con buenos ojos ser dirigidos por un pecador condenado. ¡Démonos cuenta del grado de manipulación al que llegó ese papa, y que fue la norma de actuación de la inmensa mayoría de ellos en adelante! Los papas levantarían o derrocarían emperadores y reyes utilizando su influencia supersticiosa sobre las masas. Hunt escribe de Gregorio VII: “Antes de llegar a papa, Gregorio VII, siendo de nombre común Hildebrando, fue el genio manipulador detrás de otros cinco papas, incluyendo a Alejandro II. Como papa, Gregorio VII comenzó su pontificado “afirmando el derecho de disponer de reinos, en imitación al ejemplo establecido por el papa Gregorio I el Grande casi cuatrocientos años atrás”. Declaró que el poder de “atar y desatar” otorgado por Cristo a Pedro daba a los papas “el derecho de hacer y deshacer reyes, de construir y reconstruir gobiernos, de arrancar de los que desobedecían todo el territorio que poseían, y de otorgarlos a los que se mantuvieran sujetos a la autoridad papal” (A Woman Rides the Beast, p. 241).

Licencia para robar El nivel de astuta manipulación de Gregorio VII, además de su codicia, era increíble. Si se enamoraba de alguna propiedad que pertenecía a quien fuera, sencillamente declaraba lo mismo que ya declarara en su sínodo de Roma de 1080: “Deseamos mostrar al mundo que podemos dar o tomar a voluntad reinos, ducados, condados, en una palabra, la posesión de todos los hombres; puesto que nosotros podemos atar y desatar” (Dollinger, op. Cit.. pp. 87-89). En otras palabras, Gregorio tenía “licencia para robar”. Al rey de Hungría le dice sin ambages que su reino es propiedad de la santa Iglesia romana. Le dice que su reino no lo tiene por el hecho de ser un feudo de Enrique IV (que era la realidad), sino porque le es otorgado por “dignidad apostólica”; le dice que si no lo reconoce de esta manera, lo perdería. Con todo ello, lo que consigue es que los diezmos del feudo pasaran a “San Pedro”, en vez de a Enrique de Alemania. De esta manera, se dirige a todos los reinos además de España, Francia y Hungría; Rusia, Bohemia, Dinamarca, etc. De todos pretende que le ofrezcan los diezmos. Como dice Beynon: “Desde su advenimiento, no ha habido reino que no haya tenido un contacto más o menos desagradable con el Papa”. Pero toda la infraestructura que buscaba, fue establecida. Además, la emprendió a fondo con el asunto del celibato, y obliga en el Concilio de Roma de 1074 a prohibir el matrimonio de los clérigos. 139


Con su pretensión de poner y quitar reyes y emperadores, y pretendiendo ser “Rey de reyes”, el papa Gregorio, debido a una trifulca que tuvo con el emperador sucesor de Carlomagno, Enrique IV, declaró impertérrito: “De parte de Dios Omnipotente, yo prohíbo a Enrique que gobierne los reinos de Italia y Alemania. Absuelvo a todos los súbditos de todo juramento que hayan hecho y excomulgo a toda persona que lo sirva como rey”. Todo esto partió del hecho de que, Enrique, harto de la codicia del papa por la cual los diezmos de sus súbditos iban a parar a Roma en vez de a sus arcas, y además, juntándose a él todos los descontentos por el decreto del papa en cuanto al celibato, decidió ir contra Gregorio, deponiéndole en el año 1076. A su vez, Gregorio le excomulgaría, pero los príncipes germanos se pusieron de parte del papa depuesto. Existe un manuscrito de la época en el cual hay un dibujo del papa Gregorio VII con una vela en la mano, y diciendo: “Como yo apago esta vela, así se extinguirá Enrique” (se muestra a la derecha) Esta fue la maldición que un papa lanzara contra un rey. Seguidamente, el papa lanzaría la diatriba que relatamos un poco más arriba. Ante tal amenaza, Enrique no tuvo defensa. Viéndose perdido, el emperador sucumbe y pide la absolución papal en el castillo de Canossa. El papa se la concede después de hacerle sufrir tres días. No obstante, un poco más tarde, el emperador, valientemente, cambió de opinión, y tras poner en pie de guerra su ejército, se dirigió a Roma, y esta vez sí depuso al papa, nombrando uno nuevo, CLEMENTE III. Previamente exigió que Gregorio VII abdicara por asesinato, perjurio y apostasía. Gregorio acabó abandonando la ciudad de Roma, expulsado por un pueblo amotinado y harto de los saqueos y otros desmanes que cometían los normandos, los cuales estaban allí para protegerle de Enrique IV. Ese papa que tan grande se veía a sí mismo, moría en el exilio en Salerno en el año 1085. Como no podía ser de otro modo, Roma le canonizaría como san Gregorio VII.

La primera cruzada Al tiempo que Clemente III estaba en el solio pontificio, se elige a VÍCTOR III que apenas vivió unos meses (murió envenenado al tomar el vino consagrado en la misa). Le siguió URBANO II (1088-1099) estando todavía Clemente en el solio. Con este papa aparecen las “cruzadas”. (La primera Cruzada)→ Esta sería la primera. Una “cruzada” levantada por el papa y dirigida a todos los “cristianos” de Francia e Italia para recuperar la autoridad papal sobre Roma y echar fuera a las tropas del emperador germano de ahí. Este es el mensaje que Urbano II lanzó a la “cristiandad”: “Lo digo a los presentes. Ordeno que se le diga a los 140


ausentes. Cristo lo manda. A todos los que allá vayan y pierdan la vida, ya sea en el camino o en el mar, ya en la lucha contra los paganos, se les concederá el perdón inmediato de sus pecados. Esto lo concedo a todos los que han de marchar, en virtud del gran don que Dios me ha dado”. Nótese aquí cómo se toma el nombre de Dios en vano; Cristo nunca, nunca mandó eso que predica Urbano. Nótese aquí la doctrina de la salvación por obras, obras de muerte, por cierto. Nótese aquí la flagrante mentira de un hombre que se cree en la posesión de perdonar pecados. Nótese aquí la ignorancia consciente o no, de creer que los pecados pueden ser perdonados sin el previo arrepentimiento.

Más cismas y maldades En el año 1099, se nombró papa por el Colegio de Cardenales a Pascual II, y las diversas fracciones populares nombraron a los papas Alberto, Teodorico y Maginalfo. Cada uno de los cuatro papas excomulgaba al otro... (¿sucesión apostólica? ¿de verdad?). Bajo PASCUAL II (1099-1118), murió CLEMENTE III (1100). Este papa levantado por los oponentes a Enrique IV, como viera que la tumba de su predecesor Clemente (declarado como antipapa por Roma más tarde) era visitada por un gran número de personas, la abrió, mandando exhumar los restos y arrojándolos al Tíber. Así pretendía acabar con todo recuerdo de su enemigo. Este Pascual II incitó a los hijos de Enrique IV a que se sublevaran contra su padre. Una vez conseguido esto, coronó al menor de ellos, Enrique, en la Dieta de Maguncia como Enrique V. Una vez muerto Enrique IV, fue enterrado en la ciudad de Spira, mas el papa Pascual ordenó también su exhumación, y permaneció cinco años insepulto en una celda de la catedral de Lieja ¡tal era el odio de ese papa! Ante este hecho tan humillante, incluso los mismos que habían en su día dado la espalda a Enrique IV, quisieron vengarle. El nuevo rey e hijo del anterior, Enrique V, no estaba dispuesto a aceptar el yugo del papado y a abandonar los derechos de investidura. Así que marchó a Roma con su ejército, sus jurisconsultos, y un posible substituto del papa en el caso de no llegar a un acuerdo, a pedirle que le coronara emperador (recordemos la “Constituitio Lothari”). El problema es que además del asunto de la coronación, Enrique exigía otros derechos. Pascual II estaba asustado. Ante tal situación, y en vista de que no tenía escape, decidió renunciar a todo tipo de bienes terrenales (ducados, marquesados, etc.). Sólo se quedó con los diezmos y oblaciones de los fieles. El emperador, por su parte, se comprometía a defender a la Iglesia romana y a renunciar a los derechos de investidura. La jerarquía romana lanzó un grito de asombro y luego de cólera. Tal fue el revuelo de los cardenales que veían perder “sus” bienes que el Papa no se atrevió a firmar lo que había prometido. No obstante, aun y así, pretendió que Enrique cumpliera con su parte. Enrique, preso de furor, se apoderó del papa y de doce cardenales y los trasladó fuera de Roma, a la Sabinia. Sabiendo que era imposible que ese pacto se pudiera cumplir, no cedió, no obstante, ni un ápice en los derechos del imperio. Como Pascual viera así de decidido al monarca, decidió devolver las cosas al estado en que se encontraban antes de los decretos del papa Gregorio VII. Se firmó el Tratado de Sutri (1111). Cuando el emperador pasa los Alpes, la jerarquía romana de nuevo se opone a la decisión del papa. ¿Cómo arreglar el asunto sin caer en otro perjurio?, de la siguiente manera: Pascual II convoca un concilio en Letrán en el que, tras declarar sus razones, el concilio absuelve 141


al papa de su previo juramento (el de Sutri), y excomulga al emperador. Tras ese manejo, todo solucionado, o al menos así lo creía Pascual, porque Enrique el emperador, vuelve a Italia, entra triunfalmente en Roma, depone a Pascual que moriría al poco del disgusto. A Pascual le siguió en el solio pontificio CALIXTO II (1119-1124). Este pertenecía a la casa de Borgoña, y era de la familia del emperador; por lo tanto no tuvo ningún problema en firmar el Concordato de Worms (1122) en el cual, entre otras cosas, se ponía fin a la controversia de las investiduras. Como ya vimos, en este concordato al papa se le hizo jurar que la elección de los obispos y abades se realizaría “sin simonía y sin violencia”. Mediante ese Concordato, se dividió la investidura en dos sectores: uno, el eclesiástico, correspondiente a las cuestiones religiosas; otro, el político. El emperador renunciaba a las investiduras con anillo y báculo, y el clero obtenía el derecho a unas elecciones canónicas. Respecto al antipapa correspondiente de nombre GREGORIO VIII (1118-1121), el papa Calixto II no tuvo ningún miramiento. Sitió y tomó Sutri, le apresó y se ensañó con él. Le despojó sus vestiduras papales y le paseó por Roma como si fuera un animal salvaje entre burlas y escarnios. Al poco, ese desgraciado, al que la gente de Roma llamaba el asnillo, moría en la abadía de La Cava. Siguió habiendo papas que tenían sus competidores; los que vencían y se imponían, llegaban a entrar en el “Liber pontificalis” como papas, los que no, eran antipapas ¡buen ejemplo de sucesión apostólica! Detrás de toda esa gente estaban las familias patricias romanas que todas pretendían colocar a su favorito en el trono papal. El cisma por causa de la creación del Colegio de Cardenales duró dos siglos, habiendo siempre dos, tres y cuatro papas a un mismo tiempo; unas veces elegidos por las fracciones políticas del pueblo, otras veces impuestos por exiguas minorías del mismo Colegio de Cardenales. Habiéndose creado el Colegio de Cardenales en el año 1059, esta situación se prolongó, como mínimo hasta el año 1260. Si a estos doscientos años de cisma continuo, les sumamos los cerca de ciento cincuenta anteriores, tenemos la cifra de trescientos cincuenta años (de 910 al 1260) ¿Quién fue el “sucesor” de Pedro todos esos años de entre todos esos papas? ¡Roma! ¿Qué ha pasado todos estos años con la infalible “sucesión apostólica”? La realidad es que no era el colegio cardenalicio, sino las familias ricas las que entronizaban a sus papas. He aquí un ejemplo: El que más tarde fuera declarado antipapa, Anacleto II, fue elegido por la mayoría del colegio cardenalicio, sin embargo, a través de otros, se eligió a INOCENCIO II (1130-1143) como papa. Al final, para la oficialidad romana, este último es el papa a pesar de que el anterior fue elegido correctamente (¿Sucesión Apostólica? - ¿infabilidad de la Iglesia?). Este Inocencio II, que sólo el nombre tenía de inocente a pesar que ni siquiera era suyo propio, en su Concilio del Laterano del año 1139, expulsó de Italia al monje Arnaldo de Brescia, defensor del pensamiento de que el clero debía volver a la sobriedad apostólica. Hablando de cismas y de sucesión apostólica, en el año 1130, cuando fuera elegido Inocencio, se produjo el correspondiente cisma entre los tres papas INOCENCIO II, ANACLETO II y VÍCTOR IV que reinaban a la vez.

142


Boato y mundanalidad Entre papas y antipapas, siendo los últimos CELESTINO II (1143-1144) y LUCIO II (1144-1145), que sólo estuvieron un año cada uno en el solio, aparece EUGENIO III (1145-1153). Este papa acabó muriendo a causa de una pedrada lanzada durante unos disturbios en torno al Capitolio. Lo que ocurrió es que a la sazón, y por la predicación de Arnaldo de Brescia (que había regresado de su exilio), el cual calificaba a los cardenales como banda de salteadores y al papa como de monstruo corrupto, el pueblo empezaba a abrir los ojos en cuanto a la manera como esos jerarcas vivían, y qué absolutamente poco se parecían a aquellos discípulos de Cristo. Bernardo de Claraval, el que llegaría a ser San Bernardo, también decía: “Cuando el papa, vestido de seda, cubierto de oro y joyas, cabalga en su caballo blanco escoltado por soldados y sirvientes, parece más el sucesor de Constantino que de Pedro”. La realidad es que el papado es sucesor de Constantino. El boato y la mundanalidad de la corte imperial se habían introducido alarmantemente y sin mesura a partir del siglo XI en la curia romana.

Los papas que se imponen Después de ANASTASIO IV (1153-1154), que sólo estuvo un año en el trono, surge ADRIANO IV o V (1154-1159). Este papa, hijo bastardo de un sacerdote, va a imponerse. Su arma: la excomunión; cosa que muchos temían, porque de verdad creían que si el papa les excomulgaba, se perderían para siempre en el infierno. De hecho, excomulgar significa, condenar al infierno. Es una maldición que ningún cristiano debe proferir contra otro, y menos aún, un líder o un pastor. Pero como los papas, a lo largo de la historia sólo han querido proteger lo que creen es suyo, en realidad les ha importado bien poco las almas de los hombres. El historiador Walter James, declara: “El papado controlaba la entrada al cielo adonde todos los fieles, incluyendo sus gobernantes, esperaban fervientemente poder entrar. Pocos en esos días dudaban respecto a esto, y le otorgaban a los papas una autoridad que nunca esgrimieron desde entonces en adelante” (Walter James, The Christian in Politics (Oxford University Press, 1962), p. 47). Volviendo a Arnaldo de Brescia, el problema con él es que ya estaba excomulgado, así que poco le importaba a este varón el asunto. Llevado por su sincero afán de elevar la verdad a los ojos de todos con la pasión que le caracterizaba, al final encontró un escollo en el mismo pueblo romano capitaneado por las familias patricias imperantes de siempre. Roma se volvió contra él, tal y como el papa Adriano esperaba y deseaba. Demandaron al senado que le expulsara de la ciudad, pero tras arduas maquinaciones y, traicionado por Federico I Barbarroja, Brescia fue apresado y quemado vivo como hereje y rebelde en 1155 por orden del papa Adriano IV. Sus cenizas fueron arrojadas al Tíber. El papa Adriano sonrió satisfecho, aunque sólo por cuatro años. En ese mismo año de 1155, el papa Adriano IV, dio la corona de Irlanda al rey de Inglaterra. Por su poder como “vicario” de Cristo, subyugó a Irlanda bajo el régimen inglés. Dice Thompson que llevó “al pueblo cristiano y pacífico de Irlanda a las crueldades implacables de Enrique II (rey de Inglaterra), basado en que esa era una porción de “el patrimonio de San Pedro y de la Santa Iglesia Romana” (Thompson, op. Cit. Pp. 410, 557). Los papas siguientes apoyaron ese decreto. De esta manera, el poder del papado iba en aumento, por encima de los reyes. La Irlanda católica actual, tiene que recordar que, después de todo, fueron los papas romanos los que dieron el gobierno de Irlanda a Inglaterra en primer lugar. 143


Otro cisma más En el año 1159, cuando Adriano IV murió, se produjo un cisma por los cinco papas, que reinaban al mismo tiempo: ALEJANDRO III (1159-1181), Octaviano, Guido, Juan y Landonio; todos con diferentes nombres, a saber: VICTOR IV, PASCUAL III, CALIXTO III, INOCENCIO III, cada uno de los cinco persiguiendo y excomulgando a los otros cuatro (¿¿sucesión apostólica??). El papa Alejandro, el que de todos quedó al final, arrogantemente dijo: “El poder de los papas es superior al de los príncipes”, y acto seguido, puso sus ideas en acción: Excomulgó a Federico I Barbarroja, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, rey de Alemania e Italia, quien traicionara a Arnaldo de Brescia. Cuando el excomulgado emperador intentó castigar al papa, su ejército fue derrotado por el ejército de éste. El humillado emperador, fue a Venecia a rogar el perdón y la absolución de Alejandro III, prometiendo someterse siempre a la Iglesia romana. Hubiera sido inimaginable para cualquier discípulo de Cristo de su tiempo pensar en la Iglesia de Cristo gobernando al mundo con su propio ejército y armamento. La razón es evidente; esta “iglesia” armada de escudos, lanzas y espadas no es la Iglesia de Cristo (Ef. 6: 12). Fortunato Ulmas, historiador católico-romano, describe de la siguiente manera la escena de rendición de Federico: “Cuando el emperador llegó a la presencia del papa, puso a un lado su manto imperial, y se arrodilló sobre ambas rodillas, con su pecho en tierra. Alejandro avanzó y colocó su pie sobre su cuello, mientras los cardenales fulminaban censuras en voz alta, “sobre el león y el áspid pisarás, hollarás al cachorro de león y al dragón”. Al día siguiente Federico I Barbarroja...besó los pies de Alejandro, y, a pie, guió su caballo de la brida cuando regresaba de misa solemne, al palacio pontificio...El papado ahora se había elevado a una altura de grandeza y poder que nunca había logrado antes” (cit. En The Papacy and the Civil Power, de R.W. Thompson (NY, 1876, pp. 414-415). El autor católico-romano en cuestión, admite que nunca antes el papado había desarrollado semejante poder. Aquí tenemos otro testimonio claro de que el papado fue progresivamente constituyéndose desde su inicio oficial en el año 606; en plena Edad Media había llegado a su máximo “esplendor”. LUCIO III (1181-1185) De nombre Ubaldo Allucinoli, era nativo de la República de Lucca y monje Cistercense hasta ser nombrado, en 1142, Cardenal-Presbítero de Santa Práxedes por el papa Inocencio II para posteriormente actuar, bajo el pontificado de Eugenio III como legado papal en Sicilia. Nombrado Cardenal-Obispo de Ostia y Velletri por el papa Adriano IV, fue uno de los cardenales más influyentes bajo el pontificado del papa Alejandro III. Después de su elección, vivió en Roma de noviembre de 1181 a marzo de 1182, pero disensiones con la nobleza romana que no había influido en su elección lo hicieron marchar al exilio, que transcurrió en Velletri, Anagni y Verona. En un sínodo celebrado en Verona, promulgó la constitución Ad abolendam en la que condenó a los cátaros, valdenses, arnoldistas, convirtiéndose en un instrumento eficaz contra cualquier forma de indisciplina a la ortodoxia católica, decretando que el castigo físico de los herejes correspondía a la autoridad laica con lo que la bula Ad abolendam se convertirá en el embrión del futuro Tribunal de la Santa Inquisición. Así pues, ese sanguinario papa es el que planta el esbozo de la que sería la institución asesina más cruel y despiadada desatada por el hombre, y en el nombre de Cristo. 144


En 1185, Lucio III empezó a preparar la Tercera Cruzada en respuesta a los pedidos de Balduino IV de Jerusalén, pero falleció en Verona y fue enterrado en la Catedral de la misma ciudad.

Suma de votos: ¿Sucesión apostólica? Respecto a la elección de los papas, en el año 1182, la elección de los papas es restringida a los cardenales por un Concilio General. El elegido debía obtener las dos terceras partes de los votos para ser constituido papa. Si desde 1059 hasta entonces había habido una docena de antipapas, al menos, en los siguientes dos siglos no hubo ninguno más. El problema se trató aplicando una supuesta democracia: La suma de votos. Eran los hombres, con sus intereses particulares, los que elegirían al papa (¿sucesión apostólica?).

El sanguinario Inocencio III En el 1198, se nombra papa al tristemente célebre INOCENCIO III (1198-1216), uno de aquellos cinco que reinaban a la vez. De él hablaremos más adelante a lo largo de este libro. Dentro de la estirpe de León I, Gregorio Magno, Nicolás I, y Gregorio VII; Inocencio III, fue el peor, hasta ese momento. Se sintió superior a cualquier hombre. Veamos lo que declaró: “El papa es el punto de encuentro entre Dios y el hombre...el que puede juzgar todas las cosas y no puede ser juzgado por nadie”. Por lo tanto, este “iluminado” dice ser el mismo Jesucristo, ya que sólo Él es el punto de encuentro entre Dios y el hombre (ver 1 Timoteo 2: 5). Por lo tanto, y como no podía ser de otra manera, introdujo una auténtica corona real en la tiara, añadiendo las puntas o florones al círculo de oro y piedras preciosas. Los obispos orientales, es decir, los griegos u ortodoxos, justamente se escandalizaron de las pretensiones de ese papa y de sus declaraciones y hechos. En el Concilio de Nicea del 1204, rechazaron de plano las exigencias de la primacía de Roma, diciendo: “Ellos (los latinos) dicen y creen que el papa no es el sucesor de Pedro, sino Pedro mismo en persona. Le convierten en casi un dios, y le colocan por encima de Pedro al proclamarle “Señor de toda la cristiandad”. Dicen que la Iglesia Romana misma es la única iglesia, católica y apostólica, que dentro de ella sola, abarca a todas las demás. El papa se convierte, como Pontífice, en el exclusivo vínculo que une a todos, pues él solo es Pedro y todo el rebaño de Cristo debe someterse a él”. Inocencio III, en realidad fue un político ambicioso y sediento de poder, a cualquier precio. En la búsqueda de sus objetivos derramó más sangre que cualquier otro pontífice. Este papa no podía soportar la idea de que algún otro príncipe estuviera por encima de él, ni siquiera pudiera igualarlo en grandeza y autoridad. Escribe Hallam: “Exigía que todas las disputas entre príncipes debían referirlas a él; y si cualquiera de los participantes rehusara obedecer la sentencia de Roma, debía ser excomulgado y depuesto, y que una misma sentencia deberían sufrir los que rehusaran atacar a cualquier delincuente contumaz que él (el papa) señalara” (Hallam, The Middle Ages, p. 287, citado en The Papacy and Civil Power, de R.W. Thompson, p. 559, citado en A Woman Rides the Beast, p.243, Hunt). El papado se constituyó a sí mismo la más alta autoridad con jurisdicción internacional, juzgando a reyes y príncipes a su libre arbitrio. Escribe Thompson: “Confiscaciones, 145


interdictos, excomulgaciones, y toda otra forma de censura y castigos eclesiásticos era lo que sucedía casi a diario. Aun monarcas como Felipe Augusto y Enrique IV se amedrentaban ante él (Inocencio III), y Pedro II de Aragón y Juan de Inglaterra ignominiosamente consintieron en convertir sus reinos en estados feudales y mantenerlos en subordinación a él (a Inocencio III), con la condición de que pagaran un tributo anual” (Thompson, op. Cit. P. 559). El papa tenía el “poder” de enviar a quien fuera al infierno (excomulgación); por otro lado, el papa podía señalar con el dedo acusador a cualquier gobernante acusándole de herejía, excomulgándole y prohibiendo al pueblo que se sujetara a su autoridad. Esto inmediatamente lograba que dicho gobernante se humillara ante el papa solicitando su perdón y servilmente se sujetara a sus caprichos, de otro modo, la población entera, presa de un temor supersticioso, le abandonaría a una. El papa tenía la “sartén por el mango”, e Inocencio III (que lo era sólo de nombre), supo sacar un buen partido de todo ello. Este papa fue considerado el segundo fundador del Estado de la Iglesia (romana). Durante su mandato, se dedicó a recuperar los territorios de los Estados Pontificios que habían sido segregados; por la fuerza y sin escrúpulos. Por la fuerza también, buscó la unidad de las dos iglesias, oriental y occidental, ¿pero cómo?, organizando una cruzada, la de 1202-1204. El resultado de la misma es la conquista y devastación de Constantinopla, que resultaría ser el mayor saqueo de reliquias y objetos artísticos de la Edad Media. A pesar de lo vergonzoso del método, el papa sanguinario estaba encantado; no obstante, esto hizo que la reunificación de las dos iglesias, llegara a ser imposible para siempre. Su segunda cruzada, como veremos con más detalle más adelante, fue contra los Albigenses. En el año 1176, en el concilio de Albi, durante el pontificado de Alejandro III, los Albigenses fueron condenados a su exterminio. Los cruzados comandados por Simón de Monfort se ensañaron con ellos hasta destruirlos, torturándolos y masacrándolos. Hasta el siglo XII, la Iglesia de Roma había castigado a los cristianos y no cristianos con la excomunión y el destierro, a partir del siglo XIII, buscando su total hegemonía, impuso la pena de muerte y con tortura a todos aquellos que no secundaban al papa. ¡Qué terrible era vivir en aquella época! Durante cientos de años, los verdaderos cristianos, al igual que ocurriera en la época de los emperadores de la antigua Roma, sabían el precio que debían pagar por ser seguidores verdaderos y fieles de Cristo. ¡Eran perseguidos hasta la muerte por aquellos que se llamaban a sí mismo cristianos! La Biblia, en el libro de Apocalipsis tiene mucho que decir al respecto, y lo veremos más adelante. Escribe el autor secular Antón Casariego respecto a Inocencio III y su tiempo: “El papado mostraba así cuán lejos estaba de las enseñanzas de Cristo, y qué poco comprendía el verdadero significado de alegato contra la tortura y la pena de muerte que tiene el símbolo de la Cruz por el que se hacía representar”. Bajo HONORIO III (1216-1227), se funda la Orden Franciscana. Francisco de Asís (1182-1226), se proponía llevar a los creyentes al primitivo espíritu cristiano. De hecho, tanto era así que esos franciscanos creían que el papa de Roma era el Anticristo o su precursor. No obstante, ya anciano el monje, la congregación cambió de dirección y se convirtió en una orden como las demás, apartándose de los ideales de su fundador, especialmente cuando tomó su dirección Elías de Cortona, en el año 1221. 146


GREGORIO IX (1227-1241). Otro encarnizado buscador de poder por encima de todo y de todos. Como también veremos, este fue el que estableció el llamado “Santo Oficio”, es decir, la nefanda Inquisición; el infierno en la tierra. Este sanguinario papa, en el año 1231 creó el tribunal de la Inquisición papal con el fin de castigar terriblemente las doctrinas contrarias a Roma. Pone el “Santo Oficio” en manos de los dominicos, orden recientemente fundada por santo Domingo para combatir, primeramente a los Albigenses. Dice Hunt: “Gregorio IX, fue quien estableció la Inquisición y la entrega de los herejes a las autoridades seculares para su ejecución, tronó que el papa era señor y amo de todo el mundo y de todas las cosas” (A Woman Rides the Beast, p. 244). Este papa asesino prohibió la tenencia y lectura de la Biblia al pueblo. A él se debe el origen del “Corpus Christi” y la “Salve Regina”. Fue excomulgado en el 1238 por el Patriarca de Antioquía. A la muerte de Gregorio IX, se le encomendó al senador romano Mateo Rosso, jefe de la familia Orsini, que nombrara un papa lo antes posible. Difícil era en aquellos momentos encontrar un sucesor. A este sujeto se le ocurrió encerrar bajo llave a los cardenales presentes en Roma, de ahí surgió el célebre cónclave (*). Encerrados en condiciones espantosas desde el punto de vista higiénico y sanitario, un cardenal murió, y los otros empezaron a enfermar (¿sucesión apostólica?). Para salir del paso, los cardenales eligieron a CELESTINO IV (1241), y huyeron en desbandada. El nuevo papa sólo vivió diecisiete días, y murió (¿sucesión apostólica?). (*) Asamblea en la que los cardenales eligen papa. El nombre se debe a que los cardenales permanecen encerrados en un recinto hasta que eligen papa.

La “Santa Sede” quedó vacante dos años, hasta que fue elegido INOCENCIO IV (12431254). Este papa siguió en la misma línea que los anteriores, justificando blasfemamente su proceder diciendo que los papas no solamente tenían el dominio del mundo basándose en las “Donaciones Constantinianas”, sino que ese dominio les venía directamente de Dios. Tan exasperado estaba contra el emperador, que convocó una cruzada contra él, otorgando los mismos privilegios a esos cruzados que a los que iban a guerrear a Tierra Santa. Este papa sanguinario fomentó la tortura en los procesos inquisitoriales; hablaremos más de todo ello en el apartado de la Inquisición. En el año1251, bajo el “pontificado” de ese papa asesino, el carmelita inglés Stock, inventa el “escapulario”.

La inmoralidad sexual del clero; la inmoralidad del celibato forzoso A pesar de tanta supuesta beatería mariana, la cual surgía con fuerza en esa época (ver más adelante el apartado sobre la Virgen), en realidad, la moralidad, entre otras, sexual, brillaba por su absoluta ausencia en la corte papal. Cuando Inocencio IV estuvo en Lyon (Francia) por un tiempo, al regresar a Roma, el cardenal Hugo escribió una carta agradeciendo a las autoridades eclesiásticas de Lyon su trato dispensado al papa, recordándoles que tenían también una deuda con él y con la gente de su corte. Al respecto, esto es lo que el prelado escribió; obsérvese lo desvergonzado y depravado del asunto: “Durante nuestra residencia en vuestra ciudad, nosotros (la curia romana) hemos sido de ayuda muy caritativa para ustedes. A nuestra llegada, encontramos 147


apenas tres o cuatro hermanas de amor adquiribles, mientras que a nuestra partida les dejamos, por así decirlo, un prostíbulo que abarca de la puerta de occidente hasta la de oriente” (de Rosa, op.cit. P. 119). Leemos bien, el cardenal en cuestión se jactaba de haber levantado un prostíbulo en Lyon para el disfrute del clero. Especialmente en esa época, y hasta el tiempo de la Contrarreforma, gran parte del clero, desde el papa hasta el último sacerdote o fraile, abiertamente era practicante del sexo ilícito, tal y como hemos podido leer. En cambio, el matrimonio era (y es) inalcanzable para el clero romano, y constituía “pecado mortal” el casarse, pérdida de la condición de clérigo, y seguramente la excomunión; no obstante, la práctica de fornicación, era algo más llevadero, ¡terrible hipocresía! El papa Alejandro II (1061-1073), rehusó disciplinar a un sacerdote que había cometido adulterio con la segunda esposa de su padre, porque “no había cometido el pecado de contraer matrimonio”. Sobre la razón de prohibir el matrimonio al clero, escribe Hunt: “A lo largo de toda la historia, no sólo los sacerdotes y prelados, sino también los papas, tenían sus concubinas y visitaban prostitutas. Muchos eran homosexuales. Ningún miembro del clero ha sido excomulgado jamás por tener relaciones sexuales, pero miles han sido expulsados del sacerdocio por el “escándalo” de contraer matrimonio. ¿Por qué entonces la estricta insistencia en el celibato, aún hasta el día actual, si en realidad no significa abstinencia de las relaciones sexuales? Esto es debido a que la regla del celibato produce un resultado muy práctico y lucrativo para la Iglesia de Roma: Deja a los sacerdotes, y especialmente a los obispos y papas, sin familias a quienes legar sus propiedades y, por lo tanto, no empobrece a la institución romana. El clero no debe tener herederos”. En una línea similar, claramente se expresó Gregorio VII cuando dijo: “La Iglesia (de Roma) no puede escapar de las garras del laicado a menos que los sacerdotes primero escapen de las garras de sus esposas”; este es el otro motivo para la imposición del celibato: Crear un sacerdocio libre de la influencia sana y santa de los cónyuges e hijos. Por toda Italia, los clérigos abiertamente tenían grandes familias y ninguna disciplina se decretaba contra ellos. Muchos papas tenían familias numerosas y pocas veces lo ocultaban. Todas esas familias eran fruto de la fornicación y del adulterio. Pero eso no era exclusivo de aquella época de tinieblas, anteriormente ya existía la práctica fornicaria. Cuenta de la Rosa: “Esta confusión teológica en una época de depravación hizo que el clero, en la Roma del siglo V en particular, se volviese un refrán para todo lo que fuese grosero y pervertido...Cuando al papa san Sixto III (432-440), lo enjuiciaron por seducir a una monja, se defendió hábilmente citando las palabras de Cristo, “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra”“. Implícitamente estaba este santo papa reconociendo su culpabilidad y la culpabilidad de los que le rodeaban, porque, indudablemente, nadie arrojó el anatema contra él, sino que, por lo contrario, le hicieron santo. Sigue diciendo de la Rosa: “...monjes ambulantes demostraron que eran una amenaza social...hubo largos períodos cuando muchos monasterios no eran otra cosa que prostíbulos...El segundo Concilio de Tours en el año 567, admitió públicamente de que era difícil que hubiese un clérigo en alguna parte sin su esposa o concubina” (de Rosa, op. cit. pp. 402-403). Volviendo a Inocencio IV. Él fue quien puso en vigor del todo el celibato en Inglaterra alrededor del año 1250. Por aquel entonces allí, una gran mayoría de sacerdotes eran casados; práctica aceptada por mucho tiempo por la Iglesia en la isla (Inglaterra quedaba lejos de Roma). No obstante, llegó el momento en que la santa sede determinó 148


que tenía que poner fin a toda devoción familiar clerical. La devoción del clero debía ser solamente para la institución romana y al papa. Thompson escribe al respecto: “Desde su introducción, el celibato del clero romano ha sido considerado como uno de los medios más eficaces de establecer la supremacía de los papas; y para este fin se hizo un esfuerzo por introducirlo en Inglaterra, después de la conquista de los normandos” (Thompson, , op. Cit. p. 443).

Camino a Aviñón (Francia) Con estos, y los siguientes papas, los emperadores o reyes germanos pierden preponderancia en torno al papado. Carlos de Anjou, hermano del rey de Francia, y sus sucesores, los reyes de Nápoles, empiezan a tener influencia con y sobre el papado. Empiezan a nombrarse cardenales de origen francés, y se prepara el camino para el traslado de la sede a Aviñón. El concilio de Lyons de 1274, lanzó la constitución “Ubi periculum”, la cual prohibía cualquier pacto, convención o tratado hecho por los cardenales durante una elección papal, con el propósito de impedir la simonía, es decir, la compra del cargo papal. No obstante, poco le importó esto a NICOLÁS III (1277-1280), ya que compró el cargo y favoreció todo lo que quiso a los de su familia, los Orsini. Este Nicolás III es el protagonista del Canto XIX del Infierno de Dante. El escritor florentino (1265-1321), católico, pero enemigo frontal del poder temporal del papado, que decía, y decía bien, ser el origen de todos los males del mundo, incluyendo la propia corrupción de los papas, ve a ese pontífice condenado en el infierno por simoníaco. Nicolás, perdido en su condenación eterna, a priori le confunde con Bonifacio VIII, a quien espera en breve. Su sucesor, MARTÍN IV (1281-1285), era tan dado a la gula, que se decía que “hacía morir a las angulas en vino”. Dante le ve también en el “más allá” diciendo de él: “...y aquella faz, más escamosa que las otras, es de uno que tuvo la santa iglesia en sus brazos. Fue de Tours, y purga con ayunos las angulas de Bolsena y la garnacha”.

Pedro de Morone, el ermitaño que fue papa por cuatro meses La “silla de san Pedro”, seguía siendo para los romanos un botín a disputar entre las familias dominantes. Cuando murió NICOLÁS IV (1288-1292), la sede quedó vacante veintisiete meses, porque las fuerzas de los Orsini y de los Colonna estaban absolutamente igualadas (¿Sucesión apostólica?). Tras dieciocho penosos meses de cónclave, los nueve cardenales que quedaban, después de buscar las mil y una maneras de poder contentar a todos, no pudiendo conseguirlo, sólo pudieron encontrar una posibilidad, que al menos, no disgustara por completo a ninguna de las facciones (¿sucesión apostólica?). Tuvieron que salir de Roma y de sus entornos, e ir a buscar a un ermitaño, Pedro de Morone, fundador de una orden monástica llamada de los “espirituales”. Fueron a buscarle hasta donde él estaba, en una cueva. Pedro se negó ir a Roma, aunque sí aceptó ser papa, y lo hizo con el nombre de CELESTINO V (1294). La corte papal se trasladó a Nápoles. Allí el rey Carlos II de Anjou, se felicitó del hecho, y como Pedro de Morone, el antiguo ermitaño, ahora papa, era muy simple e ignorante, 149


cayó bajo la influencia del rey napolitano. Después de unos meses, presionado por la curia y muy especialmente por Benedicto Gaetani (el que más tarde sería Bonifacio VIII), abandonó el papado tras cuatro meses de estar sentado en el solio. Muchos pensaban que el “angélico”, como así le llamaban, iba a ser capaz de renovar la iglesia papal, sin embargo, ese pobre hombre, incapaz de comprender los entresijos del Vaticano, añorando su cueva y despreciando lo terrenal, quiso volver a ella. Esos que pretendían que la Iglesia romana abrazara el evangelio de la sencillez cristiana, no se percataron de que tal cosa es imposible. Roma nunca dejará de ser lo que es. Tras un cónclave de un solo día, fue elegido papa Benedicto Caetani, el instigador de la renuncia del anterior papa. Su nombre, BONIFACIO VIII (1294-1303). Lo primero que hizo este también sanguinario papa, fue trasladar la corte papal de Nápoles de nuevo a Roma, pero no fue él solo, sino que trajo con él al desdichado Celestino, el antiguo papa ermitaño, a quien quería tener bajo su control, dadas las dudas acerca de la legalidad de su abdicación. El “angélico”, aterrorizado, escapó, y Bonifacio mandó a sus soldados para que lo apresaran. Después de cierto tiempo lo consiguieron cuando pretendía huir de Italia. En el juicio que le hicieron ante Carlos de Anjou y el mismo Bonifacio, el desdichado Celestino, tuvo suficientes agallas para decir estas palabras proféticas a la cara del nuevo papa: “Has entrado como un zorro, reinarás como un león, y morirás como un perro”. Inmediatamente fue encerrado en la fortaleza de Fiume, donde murió antes de que transcurriera un año, allí fue asesinado, clavándole un clavo en la cabeza. Así paga Roma a sus papas “desleales”. Por supuesto, que ante el peso de la historia y la opinión general, se decidió, con el tiempo elevar a ese desdichado “a los altares” con el nombre de san Celestino, santo asesinado por uno de los más importantes papas romanos de la historia, BONIFACIO VIII (1294-1303).

Bonifacio VIII, el colmo de la maldad Bonifacio, una vez coronado en san Pedro del Vaticano, fue agasajado por los romanos y preparó un banquete que rebasó todo lo conocido hasta la fecha, y esto que en el palacio del Laterano, donde a la sazón residía el papa, los banquetes habían sido siempre sin igual. Bonifacio VIII, revocó la mayoría de las decisiones de su antecesor y canceló sus nombramientos (¿infabilidad papal?). Empezó a destacar sobre muchos otros papas anteriores en la práctica de simonía y nepotismo. Cuenta Chamberlain: “Conseguir oro para comprar tierras con las que crear una sólida posición para la familia Caetani - he aquí el por qué y razón de su política, he aquí su estrecha e indigna política de campanario que minó todo lo que podía haber sido grande y duradero en su actuación-. En opinión de Bonifacio, era imposible, por definición, que un papa cometiera simonía, pues él era la Iglesia, y la Iglesia era él, y todo lo que poseía la Iglesia estaba a su disposición. Roma era una boca gigantesca que chupaba oro de Europa...Cuando el poder universal y la riqueza de la Iglesia se desviaban hacia el engrandecimiento de una sola familia, las pretensiones de Bonifacio superaban incluso la cínica tolerancia de su tiempo”. La verdad, va todavía más lejos, si cabe. Según Durant, (Durant, Vol. 6, p. 232), BONIFACIO VIII (1294-1303) practicó brujería. Llamó mentiroso e “hipócrita” a Jesucristo; profesó ser ateo, negó la vida futura y fue un homicida y un pervertido sexual pedófilo. Categóricamente este papa dijo lo siguiente: “El darse placer a uno mismo, con mujeres o con niños, es tanto pecado como frotarse las manos”. Sobre la vida eterna decía, 150


contradiciendo el mensaje cristiano hasta en su más mínima expresión: “El hombre tiene tanta esperanza de vivir después de la muerte como ese pollo asado que hay sobre la mesa del banquete”. Esto lo decía ante la mirada atónita de los asistentes a la fiesta. Dice Hunt: “No titubeó en tener a su madre y a su hija juntas como concubinas” (A Con razón Dante ya le reservara un sitio en su infierno de la “Divina Comedia (Canto XIX)”, cuando todavía no había muerto. Querido lector, este fue un romano pontífice reconocido, este es uno de los papas infalibles que dictaron dogmas que el fiel católico-romano ha de seguir con fe ciega; según Roma este hombre fue “Vicario” de Jesucristo aquí en la tierra. Todo buen católico- romano, así lo ha de creer y aceptar. Woman Rides the Beast, p. 173).

Fue durante el pontificado de Bonifacio VIII que Dante visitó Roma. El escritor describió el Vaticano como el “alcantarillado de la corrupción”, y puso en su obra, como vimos, a Bonifacio VIII, junto con los papas Nicolás III y Clemente V en “las profundidades del infierno”. En ese tiempo, san Buenaventura, cardenal y General de los franciscanos, dijo que Roma no era más que la ramera del Apocalipsis. Bonifacio VIII, deseaba poder tener un hijo para hacerle heredero de los bienes de “su Iglesia”, como esto era imposible por la misma ley canónica que él debía defender, se propuso favorecer a su familia, los Caetani: “hasta que una cadena de ciudades Caetani se perfiló sobre montañas, desde Roma hacia el Sur, hasta Caserta y el lejano mar...para ello fueron desposeídas familias establecidas desde hacía mucho tiempo” (Beynon). En su afán nepotista, Bonifacio convirtió a su ciudad natal, Anagni, en el corazón de sus posesiones. Para todo ello arremetió sin ambages contra los Colonna, sus adversarios, los cuales comenzaron a esparcir las dudas acerca de la legalidad de su elección. La escalada de descalificaciones y amenazas entre ambos bandos fue creciendo, hasta que el papa excomulgó a los dos cardenales Colonna, sin respetar ninguna garantía jurídica. Luego, excomulgó a toda la familia, ¡hasta la cuarta generación!, y declaró herejes, y por lo tanto, presa legítima para cualquiera que diera con ellos, los capturara o les diera muerte. Los Colonna, buscaron apoyo en el rey de Francia, y Bonifacio respondió proclamando una cruzada contra toda la familia Colonna. Aquellos que dieran dinero para financiar la lucha de Bonifacio y su familia, los Caetani, contra los Colonna, verían cómo sus pecados eran remitidos. Los que robaran o atacaran a los Colonna, no serían ladrones ni asesinos a los ojos de Dios ni a los de la ley, sino “virtuosos cristianos”. Las tropas papales, quedaban dispensadas de respetar incluso las mínimas leyes en cuanto a la guerra que estaban entonces establecidas. Su crueldad horrorizó a todos. Los campesinos de las tierras de los Colonna fueron desposeídos por los cruzados, y muchos de ellos vendidos como esclavos. Gracias al poder debido a su posición, Bonifacio VIII venció, y los Colonna, los que quedaban, tuvieron que escapar al exilio en el año 1299. Feliz en su victoria, aunque necesitado de dinero, aprovechó la llegada del año 1300 para proclamar el primer año jubilar de la historia, otorgando indulgencia plenaria a todos los peregrinos que visitasen Roma, e incluso extendiera las indulgencias a las almas del purgatorio. En esos tiempos, Jerusalén estaba en las manos del Islam, por lo tanto, Roma era el punto de mira de los “penitentes”. Llegaron riadas de peregrinos y también ríos de oro fluyeron hacia las arcas de la Sede romana. Animado por el resultado del evento jubilar, volvió al campo de la política, esta vez enfrentándose de 151


nuevo a Felipe el Hermoso. Mientras esto ocurría, Bonifacio quería hacerse con el dominio de Sicilia y la Toscana, especialmente, de la república de Florencia. El papa conspiró con los nobles florentinos para que le auparan en el poder. Cuando la intriga fue descubierta, Bonifacio no se hechó atrás sino muy al contrario, reaccionó con la ilimitada arrogancia que su cargo y su personalidad le impelían: “No es el Sumo Pontífice señor de todo? ¿No nos rinden sumisión los emperadores y los reyes de los romanos, siendo superiores a Florencia?”. Añadió diciendo: Si no se le prestaba humilde y absoluta obediencia “infligiría el mayor daño a sus ciudadanos y mercaderes, haría que sus propiedades fueran robadas y confiscadas en todas las partes del mundo, liberaría a todos los deudores de tener que pagar sus deudas” (Beynon) En el año 1302, Bonifacio emitió su célebre bula “Unam Sanctam”, de la que hablaremos más. Su doctrina sirvió de referencia sólida a muchos de sus sucesores. Al final del escrito “infalible”, decía: “Nos, declaramos, manifestamos y determinamos, que es absolutamente necesario para la salvación de todas las criaturas humanas, que se sometan al Romano Pontífice”. ¿Qué decir o comentar sobre esta barbaridad?, no vale la pena, sobre todo en alguien que no creía en la salvación ni en la vida eterna.

La bofetada de Anagni Después de la célebre “bofetada de Anagni”, cuando Sciarra Colonna, le dio un bofetón al papa cuando éste sorprendido por aquél, arrogantemente le había mostrado su cuello para que se lo cortase con su espada, poco más le quedó a Bonifacio que experimentar sobre la tierra. Prácticamente prisionero de los Orsini (otra de las familias patricias romanas), moriría poco después, tal y como aquel Celestino el ermitaño, declaró, como un perro. Ferrero da Vizenza escribió: “Invadido por el espíritu diabólico, daba furiosamente con la cabeza contra las paredes, y manchó con su propia sangre sus escasos cabellos canos”. Este fue otro papa infalible, elegido según el sistema romano de la sucesión apostólica...o “algo así”…

Benedicto XI, el papa ofendido en su orgullo de papa Le sucede a Bonifacio, Benedicto XI (1303-1304). Este revoca muchas de las decisiones tomadas por su antecesor inmediato, pero, ante el hecho de la “bofetada de Anagni”, es decir, la simple bofetada que le propinó Sciarra Colonna a Bonifacio, cuando este último, altaneramente le alzó el cuello con el orgulloso ademán de que se lo cortara, desaforada y exageradamente se irrita y lanza una maldición, no sólo sobre el autor de la merecida bofetada, sino sobre la misma ciudad de Agagni, diciendo: “¿Qué santuario habrá que se respete, después de violado el Pontífice de Roma? ¡Oh, maldad inaudita! ¡Miserable Anagni, que has dejado cometer semejantes crímenes dentro de tus murallas! ¡Que no te envíe jamás el cielo ni el rocío ni la lluvia; derrúmbense sobre ti las altas montañas, porque el héroe ha caído! Aquel que tan gran poder tenía (Bonifacio VIII), ha sido derribado viéndolo tú, y no te opusiste” (Beynon). Era mayor el orgullo herido, que el respeto a la verdad. El papa debía proteger el papado aun al precio de una maldición sobre una ciudad entera, y aun cuando esa ciudad fuera la ciudad natal del propio Bonifacio VIII. Ese papa intransigente e injusto tuvo que abandonar Roma en 1304 a causa de las luchas partidistas. Ningún papa pisaría Roma en los siguientes sesenta años. Benedicto XI moriría víctima de una intoxicación por higos, probablemente causada por un monje franciscano en Perusa. 152


Aviñón: La nueva Babilonia...de nuevo Clemente V Allí en Perusa, nueve días más tarde de la muerte de Benedicto, se reunió el cónclave cardenalicio, y tardó ¡más de once meses! en tomar una decisión. El colegio cardenalicio estaba dividido en dos facciones, la italiana y la francesa. Finalmente se llegó a un acuerdo, y se elegió a German de Goth, arzobispo de Burdeos, porque vieron en él a alguien que iba bien para los intereses particulares de todos (¿sucesión apostólica?). Afincado en Francia, era súbdito inglés y en principio, enemigo del rey francés, Felipe IV, aunque no del pueblo galo. El único problema era que no era cardenal, pero eso en sí, no entrañaba ninguna dificultad. Aquí podemos ver en qué se basaban los cardenales para elegir al papa, en asuntos meramente de índole humana y política, en intereses partidistas o particulares, y en absoluto en la oración, buscando la voluntad de Dios. Evidentemente, Dios estaba totalmente ausente (para ellos) de toda esta cuestión. Así fue, y así sigue siendo. Al no ser purpurado, es decir, cardenal, no estaba en el cónclave, y por ello no le pidieron que fuese a Roma a ocupar el solio pontificio. En lugar de esto, se hizo coronar solemnemente el 14 de noviembre de 1305 en Lyon (Francia). El rey francés estaba allí, e incluso llevó la brida del corcel blanco del nuevo papa. En ese momento, el caballo se encabritó al desplomarse una pared, ocasionando varias víctimas, entre ellas dos hermanos del propio pontífice, y la tiara de Clemente V, el nuevo papa, saltó por los aires, perdiéndose una de las muchas piedras preciosas. Muchos vieron en este acontecimiento un mal presagio, fruto de una elección inapropiada. ¿Cuál fue la razón por la cual Clemente se quedó en Francia y no fue a Roma? La versión oficial es que Roma era un lugar peligroso, no obstante, Roma siempre había sido un lugar peligroso. Un cronista de la época, Villani, nos cuenta un interesante relato al respecto. Dice así: “Prevenido a tiempo Felipe el Hermoso (de que el arzobispo de Burdeos había sido elegido papa), tuvo con el prelado (el arzobispo German de Goth) una breve entrevista que le bastó para asegurárselo: ”-Arzobispo - le dijo - , puedo hacerte Papa si quiero, con tal que me prometas seis gracias. - El prelado cayó a sus pies y le dijo:” - Monseñor, ahora es cuando veo que me queréis más que a nadie en el mundo, y que me queréis devolver bien por mal. Mandad y obedeceré -”. Sólo podemos ver en todo esto a un hombre, el arzobispo German de Goth, vendido, y preso de su propia codicia y ambición. El rey francés, tan astuto como malvado que era, logró con esa argucia meterse al futuro papa en el bolsillo. Evidentemente, de ser un enconado enemigo, Felipe pasó a ser el predilecto del papa. Así pues, en el año 1305, CLEMENTE V (1305-1314), fue coronado papa, bajo la influencia del rey francés. Por todo ello, trasladó la corte pontificia a Aviñón (Francia) en el 1309. Apoyó los intereses políticos de Francia, y en concreto los del rey francés, Felipe IV el Hermoso. La corte papal, según palabras del propio Dante “es una desvergonzada prostituta que se besa de vez en cuando con un gigante que es el rey de Francia”. Este papa nombró a muchos cardenales franceses para que le apoyaran; por todo ello, negóse a trasladar la corte papal de vuelta a Roma, y esto produjo gran desesperación a 153


los romanos. La corte papal permaneció en Aviñón hasta el año 1371. Este papa presuntuoso y malvado, amenazó al rey Eduardo II (1284-1327), rey de Inglaterra, de la siguiente manera: “Hemos oído que has suprimido la tortura como algo contrario a las leyes de tu tierra. Sin embargo ningún Estado puede pasar por encima de la ley canónica de la Iglesia, nuestra ley. Por lo tanto, te mando que enseguida sometas a esos hombres a la tortura” (Durant, op. cit, vol.V pag. 527). Como puede verse por sus propias palabras, ese papa y sus correligionarios eran hombres sanguinarios que despreciaban el valor de la vida humana, instigando e incluso abiertamente mandando a los reyes y emperadores a que mataran, torturaran, y encarcelaran a todos aquellos que sutilmente amenazaran sus intereses de poder. Es más, tal y como Clemente V dijo, la ley canónica de la iglesia de Roma contempla la tortura; veremos más de esto, más adelante. ¿Va Dios a usar hombres así? ¿Puede un hombre como este Clemente V representar a Cristo en alguna medida? Después morir el papa, la sede papal quedóse dos años vacante, y Clemente V, es recordado entre otras cosas por su vergonzoso nepotismo (algo así como tráfico de influencias, pero en grado superlativo), y sus bochornosas finanzas, producto del abuso de poder.

El Banquero de Aviñón De la misma manera actuó su sucesor JUAN XXII (1316-1334). Fue llamado el “Banquero de Aviñón”. Supo como enriquecerse y enriquecer las arcas papales. Cualquier ascenso en el escalafón jerárquico, suponía una importante entrada de dinero en esas arcas; en otras palabras, los cargos eclesiásticos eran comprados, y con ellos se hacía mercadería. Así como solía ser siempre en Roma, ahora era en Aviñón. Además los impuestos crecieron de modo que parecía no tener límite. No obstante, los afectados, no sólo el pueblo sino los reyes, llegaban al colmo de su paciencia. Tal fue el caso del rey Luis de Baviera, que fue el primero que se enfrentó al papa francés. Convocó un concilio general y le acusó de herejía. El papa inmediatamente le excomulgó. También hay que añadir que el papa francés, más pendiente de su protector el rey francés, debiendo coronar a Luis como rey de Alemania, no lo hizo por motivos de interés político. Mientras tanto, los pobres franciscanos acusaban al papa de corrupto en sus riquezas, enseñando que eso era cosa contraria a las enseñanzas de Cristo, y se pusieron de parte del rey alemán. El papa Juan, en el 1323 condenó tal doctrina franciscana con la Bula “Cum inter nonullos”. Escribe Hunt: “...odiaba a los franciscanos por haces votos de pobreza que condenaban su lujoso estilo de vida personal. Había amasado una enorme fortuna “embaucando a los pobres, vendiendo medios de vida, indulgencias y dispensaciones” (de Rosa, op. Cit. p. 180). Juan XXII se enojó y condenó como herejía la forma de vida franciscana” (A Woman Rides the Beast, pp. 118, 119). El negar este dogma suyo expuesto en “Cum inter nonullos”, era herejía castigable con la pena máxima. Juan XXII mandó a las autoridades civiles que quemaran en la hoguera a los franciscanos que habían hecho votos de pobreza; los que no quisieron hacer eso fueron irremisiblemente excomulgados. Durante su pontificado hizo matar a más de 114 franciscanos a través del “santo Oficio”. Murieron quemados vivos. A raíz de todas esas, y otras, atrocidades, el consejero de Luis de Baviera, Marsilio de Padua, que evidentemente debía conocer bien las Escrituras, le envió al papa el escrito más antipapal que se recuerda haber escrito en la Edad Media a ese nivel. Lo tituló 154


“Defensor pacis”. En él, Marsilio negaba el origen divino del primado papal, asegurando que ni Cristo constituyó jefe alguno entre sus apóstoles, ni se podía demostrar que Pedro hubiera estado nunca en Roma, entre otras cosas. En el año 1328, Luis entró en Roma, no habiendo podido ser coronado por el papa francés en su momento, se hizo coronar como emperador por Sciarra Colonna, y nombró papa a NICOLÁS V (1328-1330). Este Nicolás llegó a ser antipapa, ya que la inmensa mayoría de los cardenales eran franceses y querían que la sede papal siguiera estando en Francia.

Máquina de hacer dinero Juan XXII, fue un hombre avaro y practicante del nepotismo. También era un fornicario, no era ningún secreto que dicho papa tuviera un hijo, y que lo ascendiera a cardenal. Además de todo eso, era desconocedor de la teología; por ello, no sólo sus enemigos políticos, sino también teólogos reputados, le calificaron de hereje (¿infabilidad papal?). Una de las cosas que enseñaba desde su cátedra papal, era que las almas de los que morían en gracia de Dios no gozaban del Cielo sino hasta después del Juicio Final. Esto no es sólo antibíblico sino también contrario a la enseñanza de Roma. Esta es una muestra más del imposible de la pretendida infabilidad papal, que él personalmente no defendía. Aquí estaba un papa hablando “ex cátedra” en materia de fe, doctrinalmente equivocado. Sin embargo, aquel no fue su único error doctrinal, ni mucho menos. Debemos partir de la premisa de que a Juan XXII no le importaba absolutamente nada la teología; él sólo la usaba para su beneficio particular. Publicó una lista de crímenes y pecados asquerosos junto con el precio individual por cada uno. La lista era exhaustiva, no omitió ninguna iniquidad: asesinato, incesto, sodomía, engaño, etc. Entonces declaró que él, como vicario de Cristo y cabeza de la Iglesia, absolvería a los transgresores por cada cantidad de dinero que se diera según rezaba la lista en cuestión. Cuanto más dinero poseía la persona, tanto más podía pecar porque después de pagar sus pecados, estos iban a ser “perdonados”. Gran parte de la riqueza adquirida de ese modo era gastada en sus guerras. El era un gran aficionado a guerrear. De Rosa dice: “La sangre que derramó habría enrojecido las aguas del lago Constanza, y lo cadáveres de las víctimas habrían formado un puente desde una costa a la otra” (de Rosa, op. Cit. p. 212). A este corrupto y asesino papa se le apareció la virgen, en concreto, de todas ellas, “la señora del Monte Carmelo”. Juan XXII, cruel y sanguinario, así como engañador y estafador, juró que así fue, y que le dio un mensaje, a ese mensaje le llamó la Gran Promesa, y tiene que ver con el uso del escapulario.

Bibamus Papaliter Su sucesor, BENEDICTO XII (1334-1342), trató de reparar los desaguisados teológicos de su predecesor. Aunque más conocedor de la teología, no por ello la aplicaba a su vida más que los papas que le precedieron. Mandó construir un palacio para él y sus sucesores, aunque más bien era una fortaleza gigantesca, en una superficie de más de 6.400 metros cuadrados. A su lado, la catedral, centro de culto de los fieles, era pequeña e insignificante. Petrarca, el clérigo y poeta, calificó a ese Benedicto de “beodo de la nave de la Iglesia”. A este papa se le atribuye la frase: “Bibamus papaliter”, es decir, “bebamos como un papa”. Este papa en cuestión, es el que por primera vez coloca una tercera corona de oro en la tiara papal, como símbolo de poder total sobre la tierra. Este atributo del papa hacia el papa, sigue prevaleciendo hasta la fecha. Recordemos que no fue sino hasta el siglo IV, 155


es decir, después de Constantino, que el obispo se cernía su tiara. Esa primera tiara no tenía corona alguna, aunque intentaba imitar las tiaras de los reyes persas. A partir de ese Benedicto XII, se impuso la tiara de tres coronas con tres coronas de oro añadidas. Recordemos lo que significa: “Soberanía espiritual sobre las almas, soberanía temporal sobre los Estados Pontificios, y mixta de ambas categorías, sobre todos los demás reyes y poderosos de la tierra”. La iglesia de Roma, y su Papa, como representante de todo ese poder sobre: Las almas de los hombres, las tierras y los reyes del mundo, cumple a la perfección con la descripción de la mujer vestida de púrpura y rojo, (colores de los cardenales y obispos respectivamente, es decir, de la jerarquía romana), adornada de oro y de piedras preciosas (Ap. 17: 4), que se sienta sobre “pueblos, muchedumbres, naciones y lenguas” (Ap. 17: 15). Por lo tanto la Biblia tiene mucho que decir respecto de la iglesia romana. Más tarde lo veremos.

Clemente VI Le siguió a Benedicto, otro papa francés, CLEMENTE VI (1342-1352). Este es aquel papa que llegó a excomulgar solemnemente nada menos que al mismo emperador Luis de Baviera, con aquellas palabras: “al que la tierra trague vivo y cuya memoria sea raída”. A este papa, al igual que a Benedicto XI que maldijo a toda la ciudad de Anagni, o a Clemente V que mandó al rey Eduardo, rey de Inglaterra, que había suprimido la tortura, a que volviera a ponerla en práctica, y por qué no decirlo, tal y como hemos estudiado, a la inmensa mayoría de papas anteriores a Clemente, y como veremos, a los posteriores, a todos ellos, les hubiera sido extremadamente útil prestar atención a las palabras de aquél a quien decían suceder, el apóstol San Pedro, cuando dijo: “sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables; no devolviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que fuisteis llamados para que heredaseis bendición” (1 Pedro 3: 8, 9). Devolver bien por mal es la virtud que mejor expresa y muestra la presencia de Cristo en la vida del verdadero creyente. Ningún papa, prácticamente, fue un buen ejemplo de esa verdad. No obstante, multitudes hoy en día y a lo largo de la historia, han creído y creen firmemente que el papado es una institución divina. Gracias a Dios que no es así, y que esos hombres corruptos que se llamaron a sí mismos papas nunca han representado en absoluto a Cristo Jesús, sencillamente porque es Dios, y de Dios, nadie puede ser substituto, ni siquiera en la tierra. No obstante, ¡Cuánto se pretende que así sea! Adrian Milton en su libro “The Principality and Power of Europe, pag. 172”, escribe al respecto de esas pretensiones papales: “El papado reclama la soberanía sobre todos los reinos de la cristiandad, sean católico romanos o no, así como sobre todas sus naciones y sus líderes. Él (el papa), todavía es el “Padre de los reyes y los príncipes, el Vicario de Cristo, y el Gobernante del Mundo”… cuán consabido es el hecho de que en “El Pontifical”- el libro usado por el Vaticano para la coronación de los papas- se especifica que cada pontífice es “nuestro Señor Dios, el papa”. Obvia comentar lo blasfemo de este asunto. El día de la coronación de Clemente VI, el 19 de mayo de 1342, se celebró una fiesta cuyos datos vamos a reproducir. Esto nos va a dar una idea concreta del fasto en el que aquellos “siervos” de Dios vivían, a expensas de la miseria del pueblo, y por lo tanto, de sus “fieles”. Estos datos están recogidos en el volumen 195 de Introitus et Exitus de la Cámara Apostólica, que se guardan en el Museo Vaticano: “Aparte de los muebles y 156


gastos de decoración del palacio papal, y de la iglesia de los Dominicos, en víveres para los banquetes, se emplearon 118 bueyes; 101 terneros; 1.021 carneros; 914 cabritos; 60 cerdos; 69 quintales de manteca; 300 sollos; 3.031 capones; 3.043 gallinas; 7.428 pollos...etc. Se usaron para las cocinas 116 calderas; se emplearon 26 cocineros, 41 ayudantes, 14 carniceros con 20 ayudantes y 250 sirvientes. Se vaciaron 102 pellejos de vino común, además de los de solera; se compraron 2.200 ánforas de vidrio y 5.000 vasos. Se gastaron 10 quintales de cera para el alumbrado y, en resumen, puede decirse que el gasto total vino a ser de 12.000 florines de oro, más 1.500 escudos de oro, o lo que es igual, ¡un millón de liras de oro!”. Toda esta fastuosidad ocurría cuando la peste azotaba Europa, y la muerte y la miseria eran moneda de cambio en la sociedad. Por todo ello, muchos se levantaron en contra de todo ese dispendio y derroche, entre otros, de nuevo Petrarca, quien consideró a ese papa digno de ser enviado a la horca. En sus epístolas tituladas “Sine titulo”, llama a la Iglesia de Aviñón “La Nueva Babilonia”, en clara alusión a Apocalipsis cap. 17 y 18. El rey Eduardo de Inglaterra, comentando sobre la fastuosidad de los banquetes papales en cuestión, comentó: “Se encargó a los Apóstoles que condujeran el rebaño de la Iglesia, no que lo trasquilaran”. Si era rico el papa Clemente que literalmente compró la ciudad de Aviñón; y ésta perteneció al papado hasta la Revolución Francesa. Fue famosa la corte papal de Clemente VI desde el primer momento; también a éste se le atribuye la frase cínica de que sus predecesores no habían sabido lo que era ser papa; en otras palabras, que él sí sabía aprovecharse bien de la condición de su cargo. Sin embargo, no se cortó en esparcir por doquier la mentira del papado. Buscando más “parroquia”, se dirigió a los cristianos armenios requiriéndoles que creyeran en el papa como Vicario de Cristo en la tierra, diciendo que éste posee el mismo poder de jurisdicción que Cristo mismo poseía durante su vida humana. Así pues, ese hombre pecador y corrupto se comparaba con Cristo Jesús. Tal blasfemia le parecía poco a tal papa; pero no sólo a él, ya que esta ha sido la línea tradicional del papado hasta hoy. Además de todos esos pecados, Clemente VI era un aficionado a las mujeres; era tan aficionado a las mujeres como aficionado a los placeres de la buena mesa. Villani, comentaba de él: “...cuando era arzobispo, no se apartaba de las mujeres, sino que vivía a la manera de los nobles jóvenes, y tampoco de papa intentó controlarse. Las nobles damas tenían el mismo acceso a su cámara que los prelados, y, entre ellas, la condesa de Turenne era tan íntima que, en parte, él distribuía sus favores por mediación de ella”. Para Petrarca, clérigo y poeta, ese papa y la condesa de Turenne eran “ese Dionisos eclesiástico con sus obscenos e infames artífices, y su Semiramis, fundidos en incestuosos abrazos”. Los escandalizados fieles vieron en la peste que asoló Europa en 1348, el castigo que Dios les enviaba por los excesos que se cometían entre la jerarquía, incluidos los del papa. Ocupado en sus asuntos, entre ellos, el de quemar vivo a un tal Cola de Rienzo, por hereje, la muerte se llevó a Clemente VI los primeros días de diciembre de 1352. Este fue otro de esos infalibles papas.

Gran nepotista A Clemente VI, le sucedió INOCENCIO VI (1352-1362), el cual practicó el nepotismo, aupando a sus parientes a las más altas dignidades eclesiásticas (¿infabilidad papal?). Al respecto, comenta el historiador católico F. L. Beynon: “Lo...que sí puede 157


achacársele fue el desmesurado amor por sus parientes, de los que elevó buen número a dignidades eclesiásticas que estaban muy lejos de merecer”.

Urbano V A Inocencio le siguió URBANO V (1362-1370). Cuando Hugo de Roger, hermano del difunto Clemente VI, rechazó la tiara pontificia que en principio le fue entregada, el Colegio Cardenalicio, reunido de nuevo en cónclave, eligió a Guillermo Grimoard de Mende como sucesor de Inocencio. Este ni siquiera era cardenal. Aunque francés de origen, ante las numerosas peticiones de diferentes personalidades de la época, incluido Petrarca, o el emperador Carlos, se dispuso a marchar a Roma y reestablecer la corte papal allí. Corría el año 1367. Desde aquel momento, y cuando la corte pontificia estuvo en Roma, el papa ya no habitaba más en el palacio de Letrán, sino en el del Vaticano; ésta llegó a ser la residencia oficial. Previamente, el cardenal español Egidio Alvarez de Albornoz, había estado en Roma preparando la vuelta del papa. Muerto el cardenal, Roma volvía a ser un lugar ingobernable y poco seguro para el papa francés. Entonces, decidió volver a Aviñón ante el regocijo de sus cardenales franceses. Murió rápidamente, y esto fue tenido por un castigo de Dios por haber abandonado la “Ciudad Eterna”. Este papa Urbano fue el que aceptó de buen grado el uso de la tiara de triple corona.

Un cardenal de 18 años GREGORIO XI (1370-1378), era sobrino de Clemente VI. Fue elegido irregularmente papa, era cardenal, pero nunca fue diácono. En términos canónicos eso es una incongruencia; la explicación, por otro lado sencilla, el cargo y título de cardenal lo recibió a los dieciocho años de su tío el papa Clemente VI. Debido a eso, ¡hubo de ser ordenado sacerdote y obispo en un mismo día! (¿sucesión apostólica?). Este papa Gregorio XI, a través de su bula del año 1372 “In Coena Domini”, reclamó el dominio papal completo sobre toda la cristiandad. Sobre lo religioso y lo secular, y excomulgó a todos los que desistían obedecerle, por no pagarle los correspondientes impuestos. Aunque francés, protagonizó el regreso del papado a Roma. En el 1377, entró en Roma entre vítores de la muchedumbre, y se instaló en el Vaticano. Murió también al poco de trasladar su corte, y sin embargo, nadie de los defensores del papado en Roma, incluidas santa Catalina de Siena o santa Brígida de Suecia, que hasta la saciedad habían denunciado que el papa debía volver a Roma, atribuyeran el fallecimiento del papa a algún designio divino esta vez. Roma, a la sazón, era un lugar ingobernable, fruto de la herencia imperial y luego papista. Un ejemplo de esto que estamos diciendo era el gran número de atrocidades cometidas por manos de los mercenarios papales. Una de tantas, es ésta: El cardenal Roberto de Ginebra, apodado el “carnicero de Cesena”, dirigió una matanza contra cuatro mil ciudadanos. De naturaleza enfermiza, el papa, sobrino de otro papa, murió prematuramente, a los cuarenta y siete años, el 27 de marzo de 1378.

La Edad Media La Edad Media, fue la edad de las tinieblas manifiestas, no disimuladas. Era tanta la ignorancia, superstición y temor del pueblo llano, que el papado no tuvo ningún inconveniente en tomar el sol en desnudez, a la vista de todos. El cardenal Baronius, que aunque defensor de éste como no podía ser de otra manera, tuvo la mínima honestidad 158


en reconocer la realidad de ese tiempo, confesó que en la silla pontificia se sentaron: “monstruos llenos de lujurias carnales y arteras maldades de todos los tipos, prostituyendo la Silla de San Pedro con sus amantes favoritas”. En el siglo XVI, el cardenal escribió en los Anales Eclesiásticos: “La Iglesia romana estaba cubierta con sedas y piedras preciosas, públicamente prostituyéndose a sí misma por oro...Nunca ni los sacerdotes, y especialmente los papas, cometieron tantos adulterios, violaciones, incestos, robos, y asesinatos como en ese tiempo (la Edad Media)”(Colman J. Barry O.S.B., de. Readings in Church History, vol. 1, From Pentecost to the Protestant Revolt pp. 470-71).

No obstante, no sólo la Edad Media fue testigo de las atrocidades del papado y sus derivaciones. Veremos en los próximos capítulos cuánto nos va a sorprender Roma.

159


Capítulo 8

HISTORIA DE LOS PAPAS (III)

El Cisma de Occidente A la muerte de Gregorio XI, la situación era poco favorable a que la elección del nuevo papa recayera sobre alguien que deseara mantener la sede pontificia en Roma a causa de que eran pocos los cardenales italianos del colegio cardenalicio en cuestión. Por otra parte, las familias patricias romanas se aprestaron a dejar bien claro que como ese papa no fuera romano, o al menos italiano, los cardenales sufrirían represalias; no estaban dispuestos a que una fuente de ingresos tan caudalosa como el papado volviera a escarpárseles de las manos. Sus palabras eran: “Dadnos un papa romano...o haremos que vuestras cabezas sean más rojas que vuestros sombreros”. Ese es el por qué, al final, los cardenales, de los cuáles la mayoría eran franceses, encontrándose sólo un español entre ellos, Pedro de Luna, y cuatro italianos, eligieron al arzobispo de Bari, Bartolomeo Prignani, italiano, como siguiente papa. En el año 1378, cambiando su nombre, como era y es costumbre, fue elegido URBANO VI (1378-1389). Este tampoco era cardenal, pero poco importó ese hecho. Además, se intentó, como siempre, contentar a todos, así que este papa electo, aunque no era francés, sí era súbdito de los angevinos, familia francesa que dominaba Nápoles (Italia), y además era muy conocido por el clero francés. Se le conocía por el apodo burlón: “el pequeño obispo”. El cardenal Orsini (de la familia de los tales), presentó al nuevo papa como un papa provisional, nombrado a la espera de poder elegir a otro como definitivo (¿sucesión apostólica?). No obstante, corrió el rumor de que los cardenales, bajo presión, habían elegido un papa francés. Las familias patricias y el pueblo bajo ellas, exaltados todos, y armados, asaltaron el Vaticano. Para evitar que el desengaño de la muchedumbre produjera violencia contra las personas de los cardenales, y no estando el papa electo todavía presente allí, los purpurados hicieron que un anciano cardenal romano, Francesco Tebaldeschi, se vistiera con las ropas pontificales, se sentara en el trono y representara la comedia, lo que hizo a regañadientes y maldiciendo sin parar. Reconoce la enciclopedia católica que la elección como papa de Urbano VI se llevó a cabo bajo presiones y amenazas... (¿sucesión apostólica?). Sin embargo, su nombramiento fue declarado por los doctores de la iglesia de Roma como canónico al final. El puesto que Bartolomeo Prignani (Urbano VI), tuvo anteriormente, fue clave para que pudiera entender los entresijos de la organización vaticana. Al respecto, dice Chamberlain: “La maquinaria fiscal de la Iglesia, cuyos engranajes iban desde los monarcas más poderosos hasta los más humildes párrocos de aldea, era quizás el sistema más eficaz ideado nunca para extraer oro a escala continental”. Urbano conocía perfectamente todo lo relacionado con la administración financiera del papado, y estaba al tanto de los fabulosos ingresos y de los fabulosos derroches de los purpurados. La corte papal de Aviñón, pagaba con el dinero de los fieles sus fantásticos banquetes servidos en utensilios de oro macizo; los regalos suntuosos, desde joyas hasta caballos pura sangre, vestidos de sedas recamadas, y todos los bienes que se pueda imaginar (Ap. 18: 11-13). Urbano decidió acabar con todo ello, el problema es que junto con ese afán de justicia, se escondía un rencor y una gran amargura hacia los cardenales 160


(los mismos que en definitiva le habían colocado en el trono). Ya hacía años que les odiaba, cuando estaba bajo su autoridad, y ahora vio el momento de desquitarse. Así pues, se comportó como un tirano colérico. Dice Chamberlain: “La alocución inaugural que les dedicó, no sólo fue violenta, sino personalmente insultante. Derramó sobre ellos toda la bilis acumulada durante años y años de inferioridad. Cada cardenal recibió una andanada dedicada especialmente a él, y todas ellas en un lenguaje propio de un arrabal. La mayoría de las acusaciones estaban justificadas, pero la forma en que fueron formuladas, hubiera sublevado al más paciente de los hombres: Le gritó a uno que cerrara la boca, llamó a otro embustero, loco a un tercero, y, con bastante precisión, calificó de bandido al cardenal-soldado de Ginebra. Al final del consistorio, mientras los taciturnos cardenales iban saliendo de la cámara, el de Ginebra se plantó ante Urbano y le dijo: “No has tratado hoy a los cardenales con el respeto que recibieron de tus predecesores. Te digo en verdad que si tú rebajas nuestro honor, nosotros rebajaremos el tuyo”. Insistir aquí que, a pesar de las formas de Urbano, totalmente equivocadas, su mensaje en cuanto a contenido, no desmerecía a la verdad. El “sacro colegio” era un grupo reducido de unos veinte orgullosos cardenales, la mayoría franceses que se repartían la mitad de los fabulosos ingresos de la “santa sede”. Además todos contaban con otros beneficios, iglesias, canonjías, obispados, que daban buenas rentas. El propio Petrarca, que además de ser el célebre poeta que conocemos, fue también un clérigo, conociéndolos bien, decía de ellos: “En lugar de los apóstoles que iban descalzos, vemos ahora sátrapas montados en caballos revestidos de oro, con bridas de oro y hasta cuyos cascos irán pronto enfundados de oro, si Dios no limita su arrogante riqueza. Podrían pasar por reyes de los persas o de los partos, que exigen ser adorados y ante cuya presencia ningún hombre puede acudir con las manos vacías”. Volviendo al papa Urbano, éste no sólo se portó despóticamente con los cardenales, a un consejero que se atrevió a hacer un comentario sobre la inconveniencia de lanzar una excomunión por un delito insignificante, le gritó: “¡Yo puedo hacer cualquier cosa, cualquier cosa!”. La menor oposición provocaba en él ataques de ira, en los que repartía vociferante una rica variedad de insultos napolitanos, incluso ante dignatarios de otros reinos. A los tres meses de iniciar su pontificado, los cardenales estaban hartos, buscando el convencerse de que estaba loco, y por lo tanto incapacitado para ser papa (¿sucesión apostólica?). Su mejor salida legal era la impugnación de la elección; así lo hicieron, según su propia versión, recordando en qué condiciones de amenaza y violencia la habían ellos mismos llevado a efecto. Declarando canónicamente nula la elección, los cardenales se reunieron en cónclave. Respecto a Urbano VI y la actuación posterior de los cardenales, dice la enciclopedia católica: “ La despiadada reforma que introdujo, hizo que un grupo de cardenales disgustados se reunieran en Anagni y eligieran un antipapa , Clemente VII, que instaló su sede en Aviñón dando así lugar al Cisma de Occidente”. Así pues, este fue Roberto de Ginebra, de treinta y cinco años, que se hizo llamar CLEMENTE VII. Es curioso ese comentario de la enciclopedia católica, calificando de “despiadada” la actuación del papa hacia los cardenales. Urbano VI pretendía acabar con la simonía de esos cardenales, por los cuales él alcanzó el papado. Ciertamente, desde lo político era disparatado. Dollinger comenta al respecto: “La simonía había sido por mucho tiempo el pan cotidiano de la Curia romana y el aliento de su vida; sin 161


la simonía es inevitable que la máquina se detenga e instantáneamente se caiga a pedazos. Los cardenales, según su punto de vista, tenían amplio fundamento para insistir en la imposibilidad de subsistir sin ella. Por consiguiente, se sublevaron contra Urbano y eligieron a Clemente VII, un hombre del completo agrado de ellos” (J.H. Ignaz von Dollinger, The Pope and the Council (Londres, 1869). Esa es la razón por la cual el Catolicismo Occidental se dividió en dos Obediencias. Entre los muchos que pensaban que había que destituir a Urbano VI, estaba san Vicente Ferrer; no obstante, para otros muchos como santa Catalina de Siena, era todo lo contrario. El propio anciano cardenal romano Tebaldeschi, el que vistieran con las ropas pontificales y representara aquella comedia ante el pueblo romano, en su lecho de muerte juró, en diciembre de 1378, que la elección había sido completamente libre, y por lo tanto, válida. El atrevimiento de destituir a un papa nunca hubiera ocurrido si mientras tanto los purpurados no hubieran asumido tanto poder y prerrogativas para ellos mismos. Durante el papado de Aviñón, los cardenales habían trabajado en grupo para reducir el poder del papa e incrementar el suyo propio. Por eso, ahora se atrevían a ir en contra del papa que ellos mismos habían elegido, pero que no les había salido a su gusto y complacencia. Esos cardenales secesionistas, escribieron cartas a reyes, príncipes y señores feudales justificando su actuación, y comunicaron a Urbano VI por medio de carta fechada el 9 de agosto, que consideraban vacante la santa sede. Poco más tarde publicaron decretos contra el papa, declarándole intruso y apóstata. Hoy en día, a pesar de la postura oficial de Roma, históricamente y legalmente hablando, definir la legitimidad del papado de Urbano VI no es fácil. El propio Gelmi, católico, dice: “Hasta ahora se había tenido por papa legítimo a Urbano VI, pero habida cuenta de los nuevos estudios realizados, hoy como entonces no cabe resolver de modo tajante quién fue el verdadero papa”. (¿Infabilidad de la Iglesia de Roma? ¿Sucesión apostólica?). Así pues, durante un buen tiempo no había papa reconocido, sino dos antipapas, Urbano VI y Clemente VII, reinando al mismo tiempo. Clemente VII, el que llegara a ser antipapa, fue reconocido inmediatamente por los cardenales de Aviñón y por Carlos V, rey de Francia. Este Roberto, era conde de Ginebra, hombre de armas, ambicioso y poderoso por su vasto parentesco con príncipes y magnates. Era grande el odio que se tenía contra él en Italia por sus desmanes militares. A pesar de que muchos intentaron convencer a los cardenales de uno y otro bando de que depusieran su actitud belicista, la realidad histórica es que no lo consiguieron, y así empezó el que ya llevaba años siendo un caldo de cultivo pero que al final salió a la luz: El llamado Cisma de Occidente. El Cisma de Occidente es la escisión de la unidad de la iglesia católico-romana, que fue del 1378 al 1418, y que se caracterizó por la coexistencia de dos papas con sede, simultáneamente, en Roma y Aviñón. El Cisma de Occidente fue una estratagema del diablo para que no se cumpliese lo profetizado en la Biblia en Apocalipsis capítulos 17 y 18, cuando allí nos habla de Roma, la ciudad sobre los siete montes. No obstante, ese Cisma tuvo su final. La iglesia romana fue dividida y rota su “unidad” hasta que en el Concilio de Constanza (1414-18), se consiguió que hubiera un solo papa. Pero vayamos por partes.

162


Inmediatamente, como era de esperar, Urbano VI excomulgó a Clemente VII y a sus seguidores, y Clemente hizo lo propio con Urbano y los suyos. ¡Así pues, todos los católico-romanos se encontraron bajo excomunión!, los de un bando y otro del Mediterráneo. Fieles a Urbano VI, se mantuvieron el imperio de Alemania, Hungría, Polonia, Suecia, Dinamarca, Inglaterra, Bretaña, Flandes e Italia, excepto el reino de Nápoles. Por el contrario, se adhirieron a Clemente VII, Escocia, Saboya, Francia y todas las cortes que de ella dependían. Los reyes de Castilla, Aragón, y Portugal oscilaron, a veces con uno, a veces con el otro. Las naciones se situaron a uno u otro lado más o menos según su relación con Francia. Las órdenes religiosas, e incluso los “santos” repartieron su obediencia de una forma aproximadamente por un igual. Santa Catalina de Siena, se decantó por Urbano, y tildó a los cardenales de “diablos en figura humana” o “demonios visibles” que habían depuesto al papa por el “amor desordenado que tenéis al estercolero de vuestro cuerpo”. No obstante, y hablando de “santos”, tenemos el caso contrario, el de san Vicente Ferrer que llegó a afirmar la aberración de que: “la fe en la legitimidad de Clemente VII es necesaria para la salvación eterna”. ¿Entendemos ahora porque este autor entrecomilla la palabra “santo”? En ciertos obispados, el obispo estaba de un lado y el cabildo catedralicio en el opuesto. De todo ello no tenemos por menos que volver a meditar y argumentar: ¿Infabilidad papal?, ¿infabilidad de la Iglesia Romana?, pretender eso es pretender comulgar con ruedas de molino. Clemente VII, antes de ir a instalarse a Aviñón, intentó, como hombre de armas que era, expulsar por la fuerza a Urbano VI de Roma. Ambos bandos, que ya se habían preocupado de reclutar buen número de mercenarios, se enfrentaron en Marino, en los Montes Albanos, el 28 de abril de 1379. Viendo Clemente que no podía vencer, decidió dejarlo. A partir de ese momento, no sólo había dos papas, sino dos cortes papales, dos ciudades sede del papado, dos “santas” Sedes. ¡Dos, por si con una no hubiera suficiente! Urbano VI siguió adelante al verse apoyado por más de la mitad de la “cristiandad” de Europa. En ese momento, olvidando su antiguo odio al nepotismo que tanto criticó a sus cardenales, decidió hacer lo mismo que aquéllos, y así, después de declararla hereje y cismática, desposeer de su reino a Juana I de Nápoles en beneficio de su propio sobrino (el de Urbano), Francesco Prignano. Para ello, el papa romano se valió de Carlos de Durazzo, pariente de la reina destronada, al cual el pontífice coronó como rey con el nombre de Carlos III. El papa le hizo rey, a cambio de que cediera las ciudades más ricas a su sobrino. Después de mandar estrangular a Juana, Carlos III no tuvo ninguna intención de ceder sus territorios al sobrino de Urbano. Despechado el “Butillo”, el sobrino del papa al que así llamaban, tomó la decisión de ir personalmente a Nápoles con un pequeño ejército de mercenarios. Antes de eso, el papa había tomado la resolución de eliminar a todos los religiosos partidarios de Clemente VII que hubiera en Nápoles. Para ello envió a un legado cardenalicio para deshacerse de ellos con refinada crueldad. Una vez llegada la curia romana a Nápoles con el papa Urbano a la cabeza, fue recibida por Carlos que le trató fríamente y le dejó bien claro que no pensaba atender sus peticiones. Carlos podía permitirse ese comportamiento porque su ejército era mayor. Mientras tanto “Butillo”, que significa gordo, el sobrino del papa, en su arrogancia y maldad, protagonizó diferentes escándalos. Escribe Chamberlain: “Conquistó un nuevo record de bajeza cuando raptó a una joven noble de un convento, se encerró con ella en una casa y la violó protegido por las espadas papales. Los furiosos parientes de la joven se presentaron en masa a Urbano VI para protestar, 163


exigiendo el castigo de “Butillo”. “No es más que un muchacho”, replicó Urbano, rechazando sus protestas. Su sobrino tenía entonces cuarenta años”. Ese era el sentido de justicia de ese papa “representante” de Cristo. Indispuesto con Carlos III y con medio mundo, seguía tratando mal, incluso a los cardenales, por número veintinueve, que él mismo había nombrado. Exasperados por el trato áspero y altanero del papa, algunos de estos cardenales se plantearon si era posible deponerle canónicamente por inepto, e incluso si se le debía quemar por hereje. Poniéndose de acuerdo con Carlos III de Nápoles, conspiraron en ese sentido. Nadie sabe cómo, el caso es que Urbano se enteró del complot, excomulgó a Carlos, y mandó apresar a los seis cabecillas purpurados y arrojarlos a una cisterna. Ordenó que fueran interrogados, y como no confesaron a su gusto, mandó que les torturaran. Con su ejército de mercenarios, el papa Urbano VI, marchó contra Nápoles y contra Carlos. Según Dacio “se comportó como un “condottiere” cualquiera, atemorizando a la población civil y usando de la mayor crueldad”. Carlos prevaleció, y el papa huyó. Fue libertado gracias al auxilio de una flota genovesa y del conde Raimundo de Nola, que paradójicamente mandaba milicias francesas (téngase en cuenta que la corte francesa protegía a Clemente VII). No obstante, Urbano VI quedó prisionero de sus auxiliadores, quienes le exigieron grandes sumas de dinero, so pena de ser enviado a Aviñón, a la corte de su peor enemigo: Clemente VII, el otro papa. Urbano pagó las cantidades exigidas por su rescate, y tras penosa navegación, arribó a Génova el 23 de septiembre de 1385. Allí permaneció un año y medio obsesionado con la idea de reunir un ejército y vengarse de él y de Nápoles. En Génova provocó el recelo de los genoveses por su autoritarismo y sus desvaríos. Los genoveses le exigieron que liberara a sus cardenales (los del último motín, los cuales había traído con él), pero, contrariamente, lo que hizo, por venganza, fue asesinarles. Enterrados vivos según unas versiones, envenenados o arrojados en sacos al mar, en otras. Esta crueldad impropia de cualquier ser humano, no hablemos de alguien que se dice representante de Dios en la tierra, perjudicó a su autor. Muchos de sus cardenales le abandonaron para postrarse a la obediencia al otro papa, el de Aviñón. El 24 de diciembre de 1384, partió para ir a residir a Perusa, allí donde murió envenenado su antecesor, Benedicto XI. Dos años más tarde, tras una disputa con un noble, Otto de Brunswick, monta de nuevo en cólera, e intenta formar de nuevo un ejército de mercenarios para luchar contra Otto, lo peor de la profesión, porque el papa tenía fama de patrono despótico y mal pagador. Al poco tiempo, la mayoría le abandonó, alegando retraso en los pagos. A mediados de 1389, se debilitó anormalmente y se trasladó a Roma, donde murió el 15 de octubre de 1389. Nadie le lloró. Mientras tanto, Clemente VII el papa de Aviñón que llegara a ser antipapa, se procuraba amigos y contactos beneficiosos en las más altas esferas nobiliarias y sociales a base de concesiones eclesiásticas inventadas por él. He aquí un dato: El príncipe de Luxemburgo, que falleció a los dieciocho años, había sido regente de la importantísima diócesis de Metz a los quince años, y cardenal a los dieciséis. Apoyado por el rey de Francia y otros, la sede de Aviñón y su papa al frente vivía tranquilamente. Al morir súbitamente Urbano VI, Clemente VII llegó a pensar que se convertiría en el único papa de la catolicidad. 164


Sin embargo, no fue así. Aquellos cardenales romanos todavía recordaban que fueron excomulgados en su día por el de Aviñón, y no estaban dispuestos a resignarse a tenerle por su jefe, así que se reunieron en cónclave para elegir nuevo papa romano. Salió elegido Pietro Tomacelli. Este fue, BONIFACIO IX (1389-1404). Este era también napolitano, como su antecesor. Practicó descaradamente el nepotismo y la simonía sin freno ni vergüenza. Bajo su gobierno, se introdujo la costumbre de vender simple y llanamente los cargos curiales. No mostró ningún interés especial en solucionar el Cisma, tanto es así, que se le llamó el “Papa Mudo”. De hecho, los papas romanos no refutaban la legalidad de los de Aviñón, sencillamente les ignoraban.

El Papa Luna Moría Clemente VII, el papa francés, como resultado de un ataque de apoplegía. Este era el momento ideal para terminar con el cisma, pero los cardenales de Aviñón eligieron al cardenal español Pedro de Luna, como BENEDICTO XIII (1394-1423). Nacido en Illueca (Zaragoza), y llamado el “Papa Luna”. Dice la enciclopedia católica que fue un “eminente canonista, hecho cardenal por Gregorio XI (1375). Actuó acertadamente de legado en España con Clemente VII, a quien sucedió en el solio pontificio en 1394”. Hábil, aunque arrogante, no se ganó las simpatías del monarca francés, más aun por el hecho de ser extranjero. Como todos los demás purpurados, había suscrito un documento comprometiéndose a renunciar si el “Sacro Colegio” lo consideraba necesario para la terminación del cisma. Carlos VI, rey de Francia se opuso a la elección de ese papa español (no iba con sus intereses nacionales), también dadas las presiones políticas provenientes de, entre otras, la universidad de Oxford que entendía que los verdaderos papas eran los romanos. Por fin, tras enormes esfuerzos se logró que durante los meses de mayo y junio de 1398 se celebrara en París una gran asamblea de clero y doctores franceses, y representantes de las universidades. Tras prolongados debates, la asamblea decidió deponer a Benedicto XIII, acusándole de perjuro por no haber cumplido lo estipulado en el documento suscrito por los cardenales antes de su elección. Cabe decir que los reinos de Castilla y Navarra se adhirieron a la firma de tal declaración. Eso no quería decir en absoluto que la sustracción a la obediencia de Benedicto XIII, implicaba el reconocimiento del papa romano Bonifacio IX; todo lo contrario; haciendo así, Francia reconocería su error desde el principio, y eso era políticamente inaceptable. No obstante, Benedicto XIII se negó a renunciar a la tiara, y fue sitiado en su sede. Después de huir de su encierro en Aviñón donde estuvo cuatro años preso, fue perseguido, refugiándose brevemente en la Provenza, y luego marchó y se instaló definitivamente en Peñíscola (Castellón), una bella localidad peninsular en el mar Mediterráneo, para seguir manteniendo su solio, a pesar de haber sido depuesto, hasta el año 1423. Mientras tanto, haciendo honor a su nombre, Bonifacio IX, el papa mudo, vivía plácidamente en Roma sin inmutarse en cuanto a todo esto. Tranquilamente pudo celebrar el año santo de 1400, y observar como 120.000 peregrinos se amontonaban en Roma, descalzos, cubiertos de llagas, lacerándose y martirizándose (costumbres totalmente paganas) para que sus sacrificios influyesen en la Providencia. Lejos de que Dios respondiese de esta manera contraria a Su voluntad, lo que ocurrió es que dadas las inexistentes condiciones sanitarias de la ciudad, se declaró una epidemia de peste. Esta 165


es la crónica de la época: “Sabed, que la mortandad en todo este país es tan enorme que en las aldeas, ciudades y castillos no queda alma viviente; las personas caen rígidas en tierra; se han cerrado las casas y las tiendas; allí quedan los muertos y los enfermos sin que nadie les asista, pues todo el mundo huye acá y allá...”. A los cuarenta y cinco años de edad murió el papa romano Bonifacio IX, y le sucedió INOCENCIO VII (1404-1406). En ese tiempo, el incombustible papa Benedicto XIII, había afirmado que iría a Italia para entrevistarse con su adversario romano. En la pascua de 1405, pasó a Génova vía Niza, pero no lo hizo solo, sino con una buena escolta de gente bien armada. Inocencio VII, que previamente había firmado un documento comprometiéndose a trabajar por la finalización del cisma, debía haberse presentado a la cita. No obstante, por su edad, era octogenario, y por entender que todas esas gentes armadas no presagiaban nada bueno, desistió de ir al encuentro de Benedicto. Desde luego, todo apuntaba a que las intenciones finales de Benedicto eran las de quedarse en Roma, sobre todo si se producía súbitamente la muerte del papa romano, la cual hubiera sido muy oportuna. Chasqueado el papa Luna, regresó a Francia. Muerto Inocencio, le sigue GREGORIO XII (1406-1415). Fue elegido por unanimidad siendo cardenal, de nombre común Angelo Corrario. Este también era un octogenario, y también juró como cardenal que si salía elegido papa estaría dispuesto a renunciar si Benedicto XIII hacía lo mismo. En 1407 se llegó a un acuerdo en Marsella, donde a la sazón estaba el papa Luna, para que los dos pontífices se encontraran en Savona. Todo el mundo esperaba que de este encuentro se fraguara una solución que volviera a unificar la iglesia romana. Pero esta vez tampoco se consolidó el encuentro, ya que Gregorio no acudió a la cita. A los cardenales romanos no gustó la no actuación de su papa romano, y los cardenales de Benedicto también estaban defraudados ya que éste tampoco hizo grandes esfuerzos para verse con su adversario. Por todo ello, todos los cardenales, excomulgados a su vez por parte de cada papa de cada bando, convocaron un concilio general en Pisa, en el año 1409. El resultado de este concilio es que se declaró cismáticos y perjuros a ambos papas reinantes (¿sucesión apostólica?). Esta es la sentencia canónica que se leyó públicamente: “Pedro de Luna (Benedicto XIII) y Angelo Corrario (Gregorio XII), herejes y cismáticos, quedan despojados de todas sus dignidades y excluidos de la comunión de la Iglesia y los fieles exonerados de su obediencia”. Tras deponerles, se colocó en su lugar a un cardenal milanés que tomó el nombre de Alejandro V. En la práctica lo que sucedió es que después del concilio no había ya dos papas, sino tres a la vez (¿sucesión apostólica?): Gregorio XII en Roma; Benedicto XIII en Aviñón y ALEJANDRO V, el recién coronado, que fijó su residencia en Bolonia. Europa entera se ponía de parte de alguno de los tres. Un año más tarde, Alejandro V murió, se cree, envenenado por su sucesor, el cardenal Cossa, que sería papa con el nombre de Juan XXIII. Gregorio XII, murió ya nonagenario, después de, en un sínodo convocado por él mismo, declarar que los papas legítimos eran aquellos que fueron elegidos en Roma, es decir, Urbano VI, Bonifacio IX y él mismo, y reprobados como antipapas los de Aviñón. Sin embargo, Benedicto XIII, el papa Luna, nunca se dio por vencido y nunca reconoció ser un antipapa sino un papa legítimo. Sus razones parecen ser muy lógicas: Sostenía que si el Concilio (de Pisa) había condenado sin distinción a todos los papas elegidos desde el origen del cisma, 166


entonces, había anulado todos sus actos y decretos, entre ellos, el nombramiento de cardenales, por lo que el único cardenal legítimo y con derecho a elegir papa era él, pues no había más supervivientes entre los cardenales anteriores a Urbano VI. Aunque el concilio en cuestión le destituyera en el 1417, hasta su muerte en 1423, él mismo se consideró (no sin cierto derecho por lo ya aducido) el único papa legal, allí, en su fortaleza de Peñíscola. Así se defendió cuando fue instado a renunciar al solio papal en el momento en que había dos pontífices más: “Renunciaré si lo deseáis. Mas en tal caso, renunciad ambos conmigo y, reunidos en cónclave, votemos nuevo papa. Mas sucede que yo soy el pontífice más antiguo y que soy el único cardenal vivo elevado a tal dignidad por el único papa cuya legalidad no es discutida: nuestro antecesor. Por tanto, siendo como soy el único cardenal ajeno a nuestros pontificados, sólo yo puedo salir elegido nuevo papa”. Ajustada a la legalidad, a pesar de ello, no fue aceptada su propuesta, y para la historia eclesiástica romana, sencillamente fue un antipapa. En sus veintisiete años de pontificado, ¡había visto pasar siete rivales por la silla pontificia! La prueba de su ilegitimidad nunca estuvo muy clara ya que el siguiente papa que eligió el nombre de Benedicto, y fue en el 1724, optó por el número XIV, y sólo por la presión de los romanos, que nunca quisieron reconocer al papa Luna, entre otros motivos por ser extranjero, vióse forzado a tomar el nombre de Benedicto XIII.

El diablo encarnado El cardenal Cossa, sucesor del tercer papa, Alejandro V, tomó el nombre de Juan XXIII. Dice Castiglioni de él: “Hijo de una familia noble napolitana, poseía cualidades más propias de un hombre de armas que de un eclesiástico. Era experto en cosas del mundo y hábil en las intrigas políticas. Creado cardenal en 1402 por el pontífice Bonifacio IX, había conspirado contra Gregorio XII quien el 14 de diciembre de 1409 hubo de llamarle “hijo de perdición y alumno de impiedad”. JUAN XXIII (1410-1415), en el Concilio de Constanza compareció para dar cuenta de su depravada conducta. Fue acusado por treinta y siete testigos (obispos y sacerdotes en su mayoría) de fornicación, adulterio, pederastia, incesto, sodomía, hurto y homicidio. Se probó con una legión de testigos que había seducido y violado a trescientas monjas. Su propia secretaria, Niem, dijo que en Bolonia mantenía un harén donde no menos de doscientas muchachas habían sido víctimas de su lujuria. Por todo ello el Concilio lo halló culpable de cincuenta y cuatro crímenes de la peor categoría, y por todo ello le depuso. Logró huir. El registro oficial del Vaticano, ofrece de este hombre esta información: “Su señoría, el papa Juan, cometió perversidad con la esposa de su hermano, incesto con santas monjas, tuvo relaciones sexuales con vírgenes, adulterio con casadas y toda clase de crímenes sexuales...entregado completamente a dormir y a otros deseos carnales, totalmente adverso a la vida y enseñanzas de Cristo...Fue llamado públicamente el Diablo encarnado” (Sacrorum Conciliorum, Vol.27, p. 663). ¡Este es otro buen ejemplo de romana “sucesión apostólica”: El ¡“Diablo encarnado”!

El Concilio de Constanza y la tabla rasa En cuanto al Concilio de Constanza, convocado no por ningún papa sino por el emperador Segismundo, el uno de noviembre de 1414, tuvo tres objetivos: 1. El fin del Cisma; 2. La extirpación de las herejías; 3. La reforma de la Iglesia romana. En cuanto a la legitimidad de los papas en litigio, se optó por hacer “tabla rasa”, para empezar desde 167


el principio. El nuevo papa que sale del concilio de Constanza no sucede a ninguno de los anteriores, lo cual significa a todos los efectos, que la cadena papal, si se había roto por tantos lugares, definitivamente esta era una vez más. En realidad de lo que se está hablando aquí no es de “cadenas” sino de “sucesión papal” o como gusta decir Roma, de “sucesión apostólica”. Esta es una de las veces en que oficialmente se reconoce que la “sucesión apostólica” se rompió: Un papa es elegido sin saberse quien fue el papa anterior. A causa de todo esto, lógicamente todos los demás papas romanos hasta la fecha jamás han sido escogidos según la pretendida y nunca hallada “Sucesión Papal o Apostólica”. En el Concilio de Constanza se nombró como único papa a Martín V (1417-1431), del cual hablaremos.

Juan Huss, Jerónimo de Praga En cuanto al punto número dos, que hablaba de “extirpar las herejías”. En realidad lo que determinó dicho Concilio de Constanza fue el llevar a la hoguera a dos verdaderos cristianos Juan Huss, y a Jerónimo de Praga ¿Quizás pensaron aquellos eclesiásticos que eso ayudaría a reencontrar su unidad de nuevo buscando un punto de común acuerdo? Les quemaron por sus doctrinas bíblicas, las mismas que creía y enseñaba John Wycliffe, del cual hablaremos. Estos varones de Dios creían que los eclesiásticos debían dar buen ejemplo al pueblo sobre sus vidas en general y en concreto sobre sus economías; creían que en la Cena del Señor, el pan y el vino simbolizaban la carne y la sangre de Cristo, y nada más; creían que los fieles no requerían confesar auricularmente sus pecados ante un sacerdote romano sino que los podían confesar directamente a Dios; creían algo de tanto sentido común como que si una autoridad eclesiástica estaba en pecado, necesariamente debía dejar su cargo. Por estas cosas fueron quemados vivos como si fueran ratas despreciables. ¡Estos crímenes no sólo fueron manchas oscuras sobre la iglesia de Roma sino sobre la humanidad entera! De ese Concilio salió, como dijimos el siguiente papa “de la nada”, ya que se partió de cero al no reconocerse ninguno de los tres papas que reinaban entonces. Este era un Colonna, familia patricia romana, y fiel al malvado Juan XXII, Martín V. Éste reestableció la sede en Roma en el año 1420. Con Martín V, acabó el Cisma de Occidente y sus consecuentes papas de Aviñón. Martín V fue famoso por su nepotismo, se apoyó preferentemente en sus parientes a los que hizo todavía más ricos y poderosos de lo que ya eran. Este papa mandó al rey de Polonia en 1429 que exterminara a los Husitas de Bohemia, los simpatizantes de Juan Huss. Lo que se va a transcribir seguidamente es la carta de ese papa dirigida al rey polaco, la cual refuerza lo que ya sabemos acerca de la maldad y el absoluto despotismo de los papas, y sabremos por qué éstos odiaban tanto a los Husitas y a otros grupos de cristianos y querían que fuesen destruidos. La carta de Martín V, elegido en el Concilio de Constanza, al rey de Polonia sobre los Husitas: “Sabe y conoce que por los intereses de la Santa Sede, y los de tu corona, debes hacer de tu deber el exterminar a los Husitas. Recuerda que esas personas impías se atreven a proclamar los principios de igualdad; ellos no cesan en decir que todos los cristianos 168


son hermanos, y que Dios no ha dado a hombres privilegiados el derecho de regir las naciones; ellos persisten en decir que Cristo vino a la tierra a abolir la esclavitud; ellos llaman a las gentes a la libertad, esto es, a la aniquilación de los reyes y los sacerdotes. Mientras haya tiempo, vuélvete tus ejércitos contra Bohemia; quema, masacra, vuelve todo en desiertos por todas partes, porque nada podrá ser más agradable para Dios, o más útil para la causa de los reyes, que la exterminación de los Husitas” (Cormenin, op. cit., pp. 116-117). ¿Qué concepto tenía Martín V de Dios al decir sin ningún paliativo:”... quema, masacra, vuelve todo en desiertos por todas partes, porque nada podrá ser más agradable para Dios?”. Pues, ese era el sentir general de todos los papas de todas las épocas. ¿Ha cambiado la ley canónica romana? No; lo que ocurre es que ya no puede abiertamente, hasta la fecha, mostrar su verdadera cara, así como lo hacía en aquellos tiempos cuando disfrutaba de total impunidad y poder absoluto sobre todos. Los papas por sí mismos eran la autoridad detrás de la Inquisición. Ellos tenían el poder sobre la vida y la muerte incluso, sobre los mismos reyes y emperadores. ¡Los magistrados civiles obedecían a los papas por miedo a perder sus almas! No obstante, como podemos ver, estos hombres de la iglesia romana eran extremadamente inmorales y malvados, y alejados de todo temor y conocimiento del verdadero Dios.

Apéndice sobre Constanza Volviendo por un momento al Concilio de Constanza, el cual como decimos, determinó el fin de la “santa sede” de Aviñón, fue hasta entonces el mayor de los concilios en el Occidente, con 300 obispos presentes, 300 doctores, y los diputados de 15 universidades. Muy a pesar de que ahora se le tiene como un antipapa, fue el papa Juan XXIII, Baldassare Cossa (el “diablo encarnado”), quien abrió, por decreto del emperador Segismundo el Concilio en cuestión el día de Todos los Santos de 1414. Relata Hunt: “La intriga en torno a esta reunión de líderes de la Iglesia fue tal que unos 500 cadáveres fueron a parar al lago Constanza, cerca del lugar de celebración del Concilio, en el curso de cuatro años de esa alegada “santa” convocación. También se informó que tuvieron que traer 1.200 prostitutas para mantener el buen humor de los obispos y cardenales y de sus asistentes” (Hunt, A Woman Rides the Beast, p. 520). Cuando Martín V fue elegido nuevo papa, pusieron en libertad al depuesto y condenado ex papa Juan XXIII que fuera apresado después de huir y encerrado por todos sus innumerables crímenes sólo por tres años. Martín V, volvió a investir a ese criminal “ex pirata, asesino en masa, fornicario, adúltero, simoníaco...” (de Rosa) como obispo de Frascati y cardenal de Túsculo; ordenando sacerdotes, solemnemente celebrando misa etc. Martín V fue otro de los infalibles papas de Roma...

Eugenio IV y su Concilio de Florencia Muerto Martín V, le sucede un sobrino de aquel Gregorio XII (todo quedaba en familia), con el nombre de EUGENIO IV (1431-1447). No tuvo más remedio que convocar un nuevo concilio, tal y como su predecesor; Martín V, había previamente establecido en Constanza. En ese nuevo concilio de Basilea se debía avanzar en organizar la Iglesia romana, pero el papa no quería cambios, así que ordenó que se disolviera dicho concilio. La asamblea rehusó hacerlo, y se inició una contienda contra el papa. Al tener problemas con los cardenales de Basilea y declararlos heréticos, éstos se sublevaron y 169


levantaron a un nuevo papa, FÉLIX V (1439-1449) mientras Eugenio seguía siendo papa; así que aquí teníamos de nuevo dos papas al mismo tiempo. Había sedes en las que había dos obispos, uno de cada papa. Eugenio, al final, claudicó frente a los cardenales concediendo plena sanción al concilio en cuestión. Mientras tanto, la asamblea conciliar llamó al papa Eugenio: “un notorio perturbador de la paz y la unidad de la Iglesia de Dios, un simoníaco, un perjuro, un hombre incorregible, un cismático, un apóstata de la fe, un hereje obstinado, un despilfarrador de los derechos y propiedades de la Iglesia, un incapaz y perjudicial a la administración del Pontificado Romano...” (Sidney Z. Ehler, John B. Morrall, trad. y eds. Church and State Through the Centuries (Londres, 1954), pp. 122124).

Entre otras cosas, ese concilio de Basilea dictaminó: “Todas las designaciones eclesiásticas deberán hacerse conforme a los cánones de la Iglesia; debe cesar toda la simonía...todos los sacerdotes, ya sean del más alto o más bajo rango deberán abandonar a sus concubinas, y cualquiera que en el término de dos meses a partir de este decreto no cumpla con estas demandas será privado de su oficio, aunque sea el Obispo de Roma...los papas no exigirán ni recibirán honorario alguno por oficios eclesiásticos. Desde ahora en adelante, un papa no deberá pensar en los tesoros de este mundo sino sólo en los del mundo venidero” (Dollinger, op. Cit. p. 275). Demasiado fuerte para ser digerida esa medicina. El papa Eugenio, entonces, convocó su propio concilio, el de Florencia, deponiendo y declarando anatema a los miembros de Basilea. Dice Reynald: “puso a Basilea bajo interdicto, excomulgó al concilio municipal, y exigió que todos saquearan a los mercaderes que estaban trayendo sus mercancías a la ciudad, porque está escrito: “Los justos saquearon a los impíos”“ (Reynald, Annal. 1438, 5). En dicho Concilio de Florencia (1439), el papa Eugenio, opuestamente a Basilea, estableció el papado por encima de los demás poderes en la tierra, es decir, la primacía papal, que los griegos rechazaron de plano, constituyéndose a sí mismo como Vicario de Cristo en la tierra, es decir, como substituto de Cristo en la Tierra. En ese momento, el papa romano sobornó al rey Federico con 100.000 florines, “junto con la corona imperial, le asignó diezmos de todos los beneficios alemanes y...otorgó poder total a su confesor para darle dos veces una absolución plenaria de todos sus pecados” (Ibid). ¿Cómo pudieron llegar a estar tan ciegos esos hombres al llegar a creer que un hombre como Eugenio podía perdonar pecados como si fuera Dios?, porque realmente creían que el papa es Dios en la tierra. Sin embargo, ese papa Eugenio, el que dispusiera perdonar a quien quisiera y como quisiera, no pudo recibir perdón para él mismo. Al ir a morir, Eugenio gritó en agonía de conciencia: “¡Cuánto mejor hubiera sido para la salvación de tu alma si jamás hubieras sido cardenal ni papa”(Dollinger, op. cit. p. 269). Sepamos que este papa réprobo es el que elevó la doctrina del purgatorio como dogma obligatorio, también declaró los siete sacramentos en ese Concilio de Florencia en el año 1439, que anulara las disposiciones de el de Basilea. Este mismo papa es el que condenó a santa Juana de Arco a morir en la hoguera. NICOLÁS V (1447-1455) le sucedió en el solio. Este, siguiendo el ejemplo del anterior, logró imponerse, y confirmó la victoria del papado monárquico frente al conciliarismo. En otras palabras, nadie estaba por encima del papa de Roma. Por estos años el canonista Panormitanus, llegaba a decir: “Lo que Dios puede hacer, el papa lo puede hacer”. Tal blasfemia sólo puede surgir de unos labios que no tienen conocimiento ni temor de Dios, y aceptarla otros que tampoco lo tienen. 170


El papa Nicolás designó santo el año 1450, por lo tanto numerosísimos peregrinos se agolparon en Roma, y la habitual epidemia llegó de nuevo. ¿Qué hizo ese papa que gustaba llamarse y que le llamaran “Vicario” de Cristo? ¿ayudar en lo que pudiera? ¿orar por los enfermos?, no, se apresuró a abandonar la ciudad ante el peligro, aunque ese año lo declarase santo. Esto no pasó desapercibido por nadie. Dice el católico Beynon: “Nicolás V, cometiendo un error que la historia difícilmente le perdonará, abandonó la capital el 18 de junio, no regresando a ella hasta el 25 de octubre”. Durante su pontificado, los turcos asediaron y conquistaron Constantinopla. No obstante, el pueblo de la capital del antiguo imperio bizantino, lejos de buscar la ayuda del Occidente, llegó a decir: “preferimos el turbante turco a la tiara papal”. Tal era la animadversión que esas gentes tenían contra Roma; ese fue el fruto que los papas habían ido sembrando desde los tiempos del emperador Constantino. Desgraciadamente, los bizantinos con esa actitud se causaron más daño a sí mismos. Ningún libertador apareció, y los turcos, con crueldad, conquistaron la ciudad el año 1453.

El Renacimiento El papado se había impuesto sobre el conciliarismo, es decir, sobre el consejo de los cardenales, y esto se consolidaría del todo mucho más tarde, en el Concilio Vaticano I, en el año 1870. Ahora los papas estaban muy pendientes de sus territorios y posesiones, en definitiva, de su patrimonio. El papa era un príncipe político y militar poderoso, por encima de los múltiples príncipes que reinaban en régimen feudal por toda Europa. La oscura Edad Media se terminaba, y empezaba la llamada Edad Moderna, y con ella un nuevo movimiento, el Renacimiento. El gusto por la cultura clásica griega y romana surgía por doquier, y con éste, el estudio de los antiguos manuscritos. De ese trabajo erudito, salieron a la luz muchas realidades; entre ellas las que descubrió Valla.

Lorenzo Valla y las falsas “Donaciones de Constantino” El humanista italiano Lorenzo Valla (1407-1457), publicó hacia el año 1440 una investigación sobre la célebre “Donación de Constantino”, donde demostró su falsedad. Desgraciadamente, llegó demasiado tarde, ya que el propósito del antiguo ardid constantiniano hacía ya siglos que se había logrado; sin embargo, esto no gustó nada a los pontífices. Respecto a este asunto, comenta la enciclopedia católica: “Lorenzo Valla...en su obra más famosa “De falso credita et ementita Constantini donatione declamatio” probó la falsedad de una supuesta “Donación de Constantino” por la cual se concediera dominio temporal al papado...”. Curiosamente, la enciclopedia en cuestión, parece no estar muy segura de la propia existencia de la “Donación Constantiniana” diciendo que es supuesta. Intentar desacreditar la historia es mentir; es falsear para esconder realidades que no interesan que salgan a la luz. Tal y como las falsas “Donaciones de Constantino” son reales, también es real el uso que Roma ha hecho de las mismas para sus fines. De hecho, es por esas falsas decretales que el Vaticano es lo que es. Negar las mismas, es negar la razón de la existencia del mismo pontífice romano.

171


Las familias patricias romanas y los papas Las rivalidades entre las familias patricias romanas seguían sin cesar. Otra vez, los Colonna y los Orsini disputaban entre sí, todos ellos presentando sus cardenales. Por otro lado, éstos, curiosamente muchos de ellos eran sobrinos de otros papas anteriores, y demostraron ser personas sin escrúpulos, impías en la práctica. Con que la pugna era tan igualada, ninguno de ellos salió propuesto, por ello, al final eligieron al primero de la triste saga de los Borgia: Alonso de Borgia, nacido en Játiva (España), que tomó el nombre de CALIXTO III (1455-1458). Desde el principio de su reinado, el papa Calixto se enzarzó en la cruzada contra los turcos. Gabrielle da Verona, contemporáneo suyo, afirmó que “no piensa ni habla sino de la cruzada. Los demás asuntos los despacha con una palabra, pero los problemas de la guerra los trata y discute de continuo”. No obstante, sí tuvo tiempo para descaradamente favorecer al máximo a sus sobrinos. A Pedro Luis le nombró señor de Civitavecchia, gobernador del Patrimonio de san Pedro, Generalísimo de la Santa Iglesia y Prefecto de Roma, y además le donó el ducado de Espoleto. A otros dos los hizo cardenales y les colmó de prebendas y beneficios; uno de ellos era el tristemente célebre Rodrigo de Borgia. Los romanos veían con rabia como los puestos vacantes en la curia los iban ocupando los “catalanes”, como así llamaban a todos aquellos familiares y amigos de familiares que llegaban a Roma desde la Península Ibérica. Nepotismo entre italianos aún, pero nepotismo entre extranjeros, ¡nunca! Octogenario que era, pronto dejó esta vida, y le sucedió Pío II. PÍO II (1458-1464). De familia italiana, su nepotismo molestó menos. Favoreció a su ciudad natal de Corsignano y dejó bien colocados a varios de sus sobrinos, uno de los cuales sería luego Pío III. En el año 1446 se hizo clérigo en Viena, y se declaró furibundo enemigo del Papado. Siendo cardenal, vivía pecaminosamente, llegando a tener varios hijos ilegítimos, uno de los cuales, de madre inglesa, pretendió que le adoptara; tal solicitud la envió por carta, y ésta todavía se conserva. Dice Halley, “Hablaba en público sobre métodos que usaba para seducir a las mujeres, aconsejaba a los jóvenes y hasta ofrecía instruirlos en métodos de autoindulgencias” (Halley, p.779). Paradójicamente, el que aborrecía el Papado, aceptó el solio pontificio cuando se le ofreció. Le siguió PAULO II (1464-1471). Este papa mantenía una casa llena de concubinas. Fue también otro de esos cardenales-sobrinos. Su tío, el papa Eugenio IV, le hizo abrazar la carrera sacerdotal con el resultado previsto. Trató de ganarse al pueblo a base de regalos y de aumentar las fiestas de carnaval. De la época de Paulo II, data el resurgimiento del carnaval romano. Stefano Infesura, en su “Cartas”, escribió: “Dicho papa Paulo, al principio de su pontificado y deseoso de congraciarse con los romanos, amplió la fiesta del Carnaval e hizo que al lunes antes del Carnaval hubiera una carrera de muchachos y el martes otra de judíos, y el miércoles otra de viejos...en estas cosas él encontraba gusto y placer”. Con todo ello el papa pretendía, entre otras cosas, distraer al pueblo de las ideas renacentistas que empezaban a surgir. Ya se sabía entonces: “Pueblo que se divierte, no conspira”. Este papa réprobo aprobó el Rosario de la Virgen y el origen del término.

172


Vino después SIXTO IV (1471-1484). Había sido general de la orden franciscana pero cuando subió al solio papal se olvidó pronto de las enseñanzas de san Francisco. Dice el comentarista católico Gelmi: “...sonó para sus numerosos parientes la hora de la prosperidad...”. Tuvo dos hijos ilegítimos de su manceba Teresa a los cuales hizo cardenales (Anual histórico de la Iglesia universal, Vol. 2, p. 905). Hizo cardenales a ocho de sus sobrinos, aunque algunos de ellos eran todavía niños. Dacio comenta: “La Iglesia (de Roma) había llegado al fondo de la humillación. Nunca el nepotismo, la simonía y la pequeña política materialista e ineficaz habían dominado el Vaticano como durante el pontificado de Sixto IV”. Agrippa, contemporáneo suyo, entre otros, acusaban a ese papa de regentar un verdadero burdel en la corte papal y de proteger la homosexualidad. Dice la enciclopedia católica: “Practicó el nepotismo. Fue acusado de connivencia en el asesinato de uno de los jefes de la familia Médici”, por esa acusación declaró la guerra contra Florencia, la cual duró dos años, ¡bonita manera de poner la otra mejilla!. Este hombre corrupto es el artífice del nombramiento del tristemente célebre cardenal Torquemada como inquisidor general de España. Este papa réprobo declaró en el 1476 la fiesta de la Concepción de María y un año más tarde, declaró las indulgencias por las almas del purgatorio. Este fue otro de esos, e innumerables, papas infalibles.

El inquisidor Inocencio VIII El papa INOCENCIO VIII (1484-1492), le siguió en el solio. El comentarista de nombre Pastor, recibiendo de primera mano la información de Giovanni Bucardo, cardenal-maestro de ceremonias que asistió al cónclave que eligió al nuevo papa, escribió en su “Historia del Papado” vol. III, nota 4): “ya no hay casi ni sombra de duda de que Inocencio VIII vino a ser papa por simonía”; en otras palabras, comprando el cargo. Está demostrado que la noche anterior a la elección, el futuro papa firmó muchas prerrogativas y dádivas que debía hacer efectivas una vez designado (¿sucesión apostólica?). El cardenal Giuliano della Rovere fue el artífice principal de su ascenso al papado, quedando Inocencio al servicio de él. Este papa tuvo dieciséis hijos de varias mujeres. ¡No negó que fueran sus hijos engendrados en el mismo Vaticano! (Historia de la Reforma, p. 11). Como muchos otros papas, multiplicó los oficios clericales y los vendió por vastas sumas de dinero (simonía). Este papa disoluto, en su bula de 1484 “Summis desiderantes affectibus”, declaró dogmáticamente las siguientes aberraciones, fruto de una mente sucia y retorcida: “Los hombres y las mujeres que se descarrían de la fe católica y romana, se han abandonado a sí mismos a los demonios, íncubos y súbcubos (demonios sexuales, macho y hembra), y por encantamientos, conjuros, y hechicería...han matado niños, incluso en el vientre de sus madres, así como la multiplicación de sus rebaños, han destruido el producto de la tierra...” (de Rosa, op.cit.,pp.182-183). Todos estos comentarios estaban contenidos en su bula “Summis desiderantis” con la cual otorgaba amplios poderes a quienes persiguieran a las brujas. Por ello, en 1489 dos dominicos publican basándose en esa bula papal el llamado “Malleus Maleficorum” (Martillo de brujas). Ese libro se convirtió en el manual que llevó a la muerte a un millón de mujeres, brujas o no, hasta el siglo XVIII. Los inquisidores bajo el papa, habían determinado que era mejor que cien personas inocentes murieran que un solo hereje quedara en libertad. Esta horrenda doctrina se mantuvo en vigor durante los reinados de todos los papas de los tres siglos siguientes. 173


Hablando sobre indulgencias, Inocencio VIII, otorgó una de veinte años llamada “Butterbriefe”. Consistía en lo siguiente, por cierta suma de dinero, uno podía comprar el privilegio de comer sus platos favoritos durante cuaresma y otros días de ayuno. Como dice Hunt: “Era una forma de acreditarse el ayuno mientras se daba rienda suelta a los deseos de comer los alimentos más exquisitos”. Este papa réprobo, atacó con ira asesina a los Valdenses franceses “por atreverse a mantener su propia religión en preferencia a la de Roma”, dijo (Muston, History of the Waldenses, tomo I, p. 31). En el año 1487, Inocencio, emulando a su antecesor Inocencio III, organizó una cruzada contra ellos en la que prometió “la remisión de todos los pecados para todos los que mataran a un hereje” (Ibid). Ordenó, a su vez, la expulsión de cualquier obispo que descuidara purgar su diócesis de herejes. Muy confundido estaba este papa matando a herejes que en realidad eran verdaderos cristianos. En este punto se cumplió lo que vio con antelación el apóstol Juan: “Vi a la mujer ebria de la sangre de los santos, y de la sangre de los mártires de Jesús; y cuando la vi, quedé asombrado con gran asombro” (Apocalipsis 17: 6). ¡El papa en el nombre de Cristo matando cristianos!, por eso se asombraba el apóstol Juan. Esa mujer no es sino la Roma eclesial. En Roma, tanto el papa como sus cardenales, entre ellos, Rodrigo Borgia, el futuro papa Alejandro IV, rivalizaban todos en fastuosidades, celebraciones y boatos injustificados. El mismo papa junto con Borgia eran los principales inductores de esa época de relajamiento. Inocencio VIII, no tuvo ningún reparo en arreglar y acudir en persona a la boda de uno de sus hijos naturales que había reconocido, Franceschetto, que se casó con Maddalena hija de Lorenzo de Médicis. Este Franceschetto, hijo del papa, se hizo rico con la venta de cargos y perdones, en colaboración con el que sería siguiente papa, Rodrigo de Borgia. La ceremonia se celebró el 13 de noviembre de 1487, y el papa regaló a los contrayentes joyas por valor de diez mil ducados. En todo este ambiente de corruptela e inmoralidad estaban prácticamente todos los cardenales de la época; todos tenían su propia corte, su propio palacio, sus propias fiestas. Cuando llegó la noticia de la toma de Granada el 2 de enero de 1492, esto sirvió de excusa para celebrar fiestas sin fin. Entre otros muchos actos, Inocencio VIII, nombró cardenal a un hijo de Lorenzo de Médecis, Giovanni, cuando sólo tenía trece años, así quería compensar el ultraje al casarse Franceschetto con la hija de aquél. Este Giovanni, acabó siendo papa. El 25 de julio de 1492, después de la resaca de las fiestas sin fin conmemorando la toma de Granada, moría Inocencio VIII, dejando tras de sí una estela de corrupción en la corte papal. Luego vino el tristemente célebre Rodrigo Borgia, español de Játiva (Valencia), que como dijimos, ascendió al solio romano con el nombre de ALEJANDRO VI (14921503). Dice la enciclopedia católica, que fue nombrado “cardenal a los veinticinco años de edad por su tío Calixto III, ocupó los obispados de Valencia (1458), Oporto y Cartagena. Tuvo cuatro hijos y una hija, Lucrecia. Entre los primeros se distinguió César, a quien adjudicó la Romagna con el título de Duque. Elegido papa en 1492. Condenó a Savoranola a ser quemado vivo por hereje...”. Con el paso del tiempo, muchos doctores de la iglesia de Roma han estado al lado de Savoranola: desde Felipe Neri hasta Catalina de Rici, desde los papas Paulo III a Clemente VIII. Este hombre, Alejandro VI, que se atrevió a condenar a la hoguera a alguien como Savoranola, no era 174


más que un pagano y un pervertido: Dice Godefroi Kurth en su obra “L’Eglise”: “El papa Alejandro VI es la encarnación más siniestra del paganismo bajo la tiara; sereno y sonriente en medio del fango de los vicios, exhibe con pasmosa inconsciencia el espectáculo de sus torpezas y hasta en los hielos de su vejez prolonga, a los ojos del universo estupefacto, el carnaval de una existencia falta en absoluto de sentido moral”. Rodrigo Borgia, alias Alejandro VI, ganó su elección al papado por medio de chantajes con los cardenales, obsequios, beneficios etc., práctica común en aquellos días (¿sucesión apostólica?). Gelmi, historiador católico romano dice: “Aunque ya desde antiguo era costumbre hacer regalos importantes a los electores después de realizada la elección papal, parece que en la segunda mitad del siglo XV fue también habitual antes de la elección hacer parecidos obsequios en dinero, prebendas y beneficios para ganarse los votos. En el caso de Alejandro VI, está fuera de duda que alcanzó la tiara mediante intrigas y manejos infames” (¿Sucesión apostólica?). Hecho cardenal por su tío el papa Calixto III, aprovechando su cargo de vicecanciller acumuló tantas riquezas, que sólo el cardenal francés d’Estouteville, atesoraba una fortuna mayor que la suya. Hombre de vida escandalosa, Pío II le llamó la atención porque daba demasiado que hablar con sus orgías. Que se sepa por lo menos tenía ya tres hijos: Pedro, Jerónima e Isabella con mujeres cuyos nombres desconocemos antes de iniciar su relación con Vanozza del Catanei, una mujer casada, todo eso siendo cardenal y arzobispo. De esa relación adúltera y fornicaria le nacieron hijos, de los cuales reconoció a: Juan, César, Lucrecia y Joffré. A César Borgia le iniciaron en la carrera religiosa muy temprano, a la edad de cuatro años. El entonces papa Sixto IV, corruptamente le dispensó del impedimento canónico que tenía por haber nacido de un cardenal (Rodrigo) y de una mujer casada (Vanozza). Durante los veinte años que duró su relación sexual con la señora Vanozza, el papa, le proporcionó dos maridos de tapadera, y un tercer marido cuando rompió con ella. De esa relación adúltera y fornicaria e infame nacieron varios hijos. Después con la hija de Vanozza, Rosa, tuvo cinco hijos. Vivió en incesto público con sus dos hermanas y con su propia hija, y era el padre y amante de su hija Lucrecia, de quien parece ser tuvo un hijo. Fue hecho papa mientras tenía otra amante, Julia de Farnesio, a la cual le proporcionó un marido-tapadera. Los romanos la llamaban con el blasfemo nombre de la “novia de cristo”, y en los documentos oficiales, aparecía como “la concubina del papa”. Cuando Rodrigo ascendió al trono pontificio, nombró al hermano de Julia, Alejandro Farnesio, cardenal; se le conoció como el “Cardenal Faldero”, con el tiempo llegaría a ser papa. También en el día de su coronación nombró a su hijo César, de hábitos viles, que contaba diecisiete años de edad, cardenal y arzobispo de Valencia. La coronación del papa fue fastuosa, pero pronto Alejandro VI, se ganó la antipatía y el aborrecimiento de sus contemporáneos que observaron en él, maldad y corrupción. Al papa, y a todo su clan, los Borgia, les enfurecía que les trataran de arrebatar títulos, tierras y poder; por ello no dudaban en matar, abierta o secretamente, para ello utilizaban un tipo de veneno, llamado la “cantarella”, mezcla de orines y arsénico. Pero esto del envenenamiento no era exclusivo de los Borgia, también era practicado por el resto de los príncipes italianos de su tiempo. Los envenenadores más famosos que existieron se hallan entre los papas.

175


El año 1493 Alejandro VI, al año de su pontificado dividió el Nuevo Mundo en dos partes, una española y otra portuguesa, todo ello en virtud de la falsa “Donación Constantiniana”. A cambio, ambas coronas se comprometieron a convertir al catolicismo romano a todos los pueblos “descubiertos”. Como resultado de la conquista quedó muy robustecido el papado en cuanto a riquezas y poder, fruto del robo y expolio de los conquistadores. Como el romano pontífice es el dueño de todo lo creado por ser el vicario de Cristo, por todo ello, el papa Alejandro VI (1492-1503), reclamó que todas las tierras por descubrir pertenecían a él, para que él dispusiera de ellas a su placer y antojo, en el “nombre de Cristo”, como vicario suyo. Cuando España y Portugal se esforzaron en el descubrimiento de las nuevas tierras en el Nuevo Mundo, tanto el rey Juan II de Portugal, como sus homólogos españoles, Fernando e Isabel, creyeron que de parte del papa en cuestión les correspondían esas tierras. Se creó la disputa, y el papa Alejandro, declarando que el mundo le pertenecía, hizo lo siguiente. Trazó una línea de norte a sur a lo largo del Mapa Mundi de aquellos días, dando todo lo del este a Portugal, y lo del oeste a España. Así pues, el papa decretó que África sería de Portugal y las Américas de España. Sólo había una condición, que todos los indígenas de esas tierras, tanto de un lado como del otro fueran convertidas al catolicismo romano. Como Dios en la Tierra, a Alejandro VI no le importaba pactar con quien fuera; para defenderse de sus enemigos “cristianos”, entre ellos Carlos VIII; no dudó para ello en pedir ayuda al turco, enemigo de la “cristiandad”; para ello negoció con el sultán Bajacet II. El papa utilizó los diferentes matrimonios de su hija Lucrecia para sus fines particulares; usó también a su hijo César para su política; ésta era: Hacerse con las riendas del poder, convirtiendo el papado en un principado para los Borgia y acabar de este modo dominando toda Italia. Casó el papa a su hija Lucrecia en primeras nupcias en el Vaticano con Giovanni Sforza, señor de Pésaro. El Papa, y papá de Lucrecia, declaró al poco nulo ese matrimonio, y Sforza, despechado, acusó al papa Alejandro de querer apartarle a su hija porque la quería para él. Sforza acabó asesinado por orden de Alejandro VI. En el 1498, el papa casó a su hija Lucrecia con el duque Alfonso de Bisceglie, sobrino del rey de Nápoles, el cual moriría a manos de César Borgia en el 1500 una vez su familia fuera expulsada del trono napolitano. Después la casó con el duque Alfonso de Este, señor de Ferrara. Todos estos eran matrimonios muy bien pensados para ganar poder para los Borgia. Además, Lucrecia tuvo su lugar en la corte del papa, su padre. Esto era algo inverosímil en otros tiempos, aun más, ¡cuando la propia Lucrecia representara al papa durante su ausencia! Ese año 1500 fue declarado año de jubileo en Roma. Y con la complacencia de su padre, el papa, César Borgia lo aprovechó para recaudar dinero. Como no resultó suficiente, llevó a cabo una descarada venta de capelos cardenalicios. El florentino Guicciardini, hombre moderado, vio en el papa Alejandro VI “un hombre de vida disoluta, falta de vergüenza, insinceridad, desconocimiento de la fe y la religión, codicia, ambición y nepotismo sin escrúpulos”. El propio Maquiavelo, el autor de “El Príncipe”, y de la tristemente famosa sentencia: “El fin justifica los medios”, decía: “Los italianos somos profundamente irreligiosos y depravados; somos irreligiosos porque la Iglesia (de Roma) da el ejemplo más funesto en la persona de sus ministros”. Para muestra un botón: El 31 de octubre de 1501 el papa realizó una orgía sexual en el Vaticano que no ha tenido igual alguno en los anales históricos de la humanidad (Diarium, Vol. 3, p. 167). John Burchard, maestro de ceremonias, relata acerca de la orgía, que en ella 176


participó toda la familia papal, con el papel destacado de Lucrecia, cincuenta prostitutas bailando desnudas y premios y apuestas a la virilidad de los altos dignatarios asistentes. Este “vicario” de Cristo, murió en el caluroso verano del año 1503. Parece ser que murió abatido por su propio veneno por culpa de una desafortunada confusión de copas. Su cadáver se hinchó grotescamente, y ni siquiera había allí un sacerdote que lo velara. Sobre su muerte, escribió Guicciardini: “Así murió el papa Alejandro VI, en la cumbre de la gloria y prosperidad...Así como, en realidad, su acceso al papado fue indigno y vergonzoso - pues compró con oro tal cargo -, igualmente su gobierno estuvo de acuerdo con tal vil fundación. En él se dieron, y en gran medida, todos los vicios de la carne y el espíritu. No hubo en él religión ni honor a la palabra dada. Lo prometía todo liberalmente, pero no se sentía obligado a nada que no fuese útil para sí mismo. No le preocupaba la justicia, puesto que en sus días Roma fue un antro de ladrones y asesinos. Su ambición no tenía límites y crecía en la misma medida que crecían sus Estados. A pesar de eso, sus pecados no encontraron castigo en este mundo, y gozó de mucha prosperidad hasta el fin de sus días”... Este, querido lector, fue otro de esos papas infalibles, elegidos mediante “sucesión apostólica”. Le siguió en el solio, PÍO III (1503), que murió al mes de ser elegido. Con todo ello, los cardenales estaban contentos, ya que se sabe que fue una elección que esperaban fuera provisional dado el desacuerdo del cónclave formado por cardenales franceses, italianos y españoles, “¿sucesión apostólica?”.

El general Juliano el Terrible Sólo ese corto tiempo bastó para que el italiano Giuliano della Rovere, el cardenal que había tenido en aquel Inocencio VIII una especie de hombre de paja y que había sido sobrino de otro papa, Sixto IV, reuniera en el Vaticano el 20 de octubre de 1503 a todos los cardenales españoles y a César Borgia. Este Giuliano, viendo que todos los cardenales españoles estaban bajo César, hijo del papa Borgia, le ofreció el puesto de general de los ejércitos de la Iglesia si salía elegido papa “¿sucesión apostólica?”. Este accedió. La inmensa mayoría del resto de los cardenales del cónclave también decidieron elegirle tras recibir del ya prácticamente papa las consabidas prebendas, dineros y beneficios. Por todo ello, puede afirmarse que Giuliano della Rovere entró en el cónclave siendo ya papa “¿sucesión apostólica?”. Fue coronado al día siguiente con su mismo nombre: JULIO II (1503-1513), llamado “El general Juliano el Terrible”. El nombre de Julio lo preservó como émulo de Julio César. Hunt le describe así: “El papa Julio II era un sifilítico, mujeriego infame, padre de una cantidad de bastardos. Llegó al papado mediante soborno: Durante los días de cuaresma, cuando los buenos católicos estaban en una dieta estricta, se hartaba con las comidas más deliciosas” (A Woman Rides the Beast, p. 162).

Se constituyó enemigo de los que él llamaba “bárbaros”, refiriéndose a todos aquellos españoles o “catalanes” que llegaron a Italia con aquel Alonso de Borgia, que llegara a ser el papa Calixto III. En otras palabras, quería deshacerse, cegado por un espíritu nacionalista enfermizo, de toda la casa de los Borgia. Su amor por la guerra fue de tal magnitud, que sus contemporáneos afirmaban que había arrojado al Tíber las llaves de san Pedro, para poder empuñar mejor la espada. Así que todo su “pontificado” se lo pasó guerreando a diestra y a siniestra, ocupado totalmente en el “poder temporal”. A 177


menudo este papa, iba vestido con su armadura, guiando a su propio ejército con el fin de conquistar ciudades y territorios buscando con ello la expansión de los estados papales. Añade Hunt al respecto: “¿Cómo es posible que fuese el “vicario” de Cristo que dijo que Su reino no era de este mundo y que, por tanto, sus siervos no tenían que pelear? Decir que lo era sería burlarse de Cristo y de Sus enseñanzas” (Ibid). Efectivamente, todo eso era, más que una burla, una cruel blasfemia. De todas sus “hazañas” guerreras que realizó no nos vamos a ocupar aquí, para eso están los libros de historia secular, baste sólo añadir el mordaz, pero curioso comentario que el autor teatral Jean Lemaire le dedicó y que circuló por toda Francia, a sabiendas del rey de ese país, enemigo suyo: “...del presente papa que, con aire marcial y tieso en su coraza, no quiere dejar de guerrear, por más que ello le cuadra tanto como el baile a un fraile calzado. A pesar de todo, no engendrará el aborto de un nuevo mundo, como él se imagina, porque los puercos se cebarán siempre con bellotas, las encinas dejarán caer a su tiempo las hojas y la leña servirá para el menester a que está destinada”.

La Capilla Sixtina y la Basílica de San Pedro En el año 1506, se colocó la primera piedra de la Basílica de San Pedro. Antes, la magnífica Capilla Sixtina se edificó y tomó su nombre en memoria y homenaje al papa Sixto IV (1471-1484). Así como La Basílica de San Pedro del Vaticano fue comisionada por Julio II con el dinero que papas como Sixto habían levantado con las indulgencias y él mismo con el botín de sus guerras, la Capilla Sixtina se levantó, además de con el dinero de las indulgencias y tantas otras triquiñuelas blasfemas, con los impuestos que el papa Sixto cobraba al concubinato de su clero: “(Sixto IV) acumuló más riquezas cobrando un impuesto a las concubinas mantenidas por los sacerdotes” (Hunt, A Woman Rides the Beast, p. 174), aunque él nunca pagara ni un solo impuesto por sus concubinas personales. Pero no solamente cobraba a las prostitutas de sus sacerdotes y cardenales, también cobró impuestos anuales por cada prostíbulo de Roma. ¿Podrá Dios bendecir esos edificios profanos y corruptos? Poco sabe el público en general, y menos aún el católico romano de a pie de estas cosas. El papa guerrero Julio II artífice primero del levantamiento de la Basílica Vaticana compró por una fortuna su solio, y ni siquiera pretendió ser religioso, y mucho menos cristiano. Engendró una cantidad de hijos bastardos de sus relaciones fornicarias, con las cuales contrajo la sífilis, hasta tal punto, que hubo un momento en su triste vida que se halló tan carcomido por esa enfermedad venérea que no podía exponer su pie para que lo besaran.

Los papas del tiempo de Martín Lutero El primero de esos tres papas fue LEÓN X (1513-1521). Fue hijo de Lorenzo de Médicis, el poderoso de aquel tiempo. Fíjese que carrera llevaba: Fue tonsurado (*) a los siete años, nombrado abad a los ocho y cardenal a los trece. De hecho, fue elegido para ¡veintisiete cargos clericales antes de tener trece años! (*) La tonsura es la calva que se les aplica a los clérigos romanos, arriba y atrás en la cabeza. Costumbre esta completamente pagana.

178


Cuando cumplió los treinta y siete años fue hecho papa, y con todo lo que ya sabía del asunto eclesiástico pudo decir satisfecho: “Disfrutemos del papado, pues Dios nos lo ha dado”. ¡Y lo hizo!, aunque Dios nada tuvo que ver con eso. La procesión del Vaticano al palacio Laterano tras su coronación como papa, superó incluso los fastos de la de su antecesor Alejandro VI, el Borgia. Hombre extremadamente avaro, al tiempo que rendía culto al dinero, lo gastaba exorbitantemente. En el día de su toma de posesión, se gastó en ella la cantidad que correspondía a la séptima parte de lo que su antecesor Julio II amasó durante diez años. Era un papa que gastaba el dinero, derrochándolo. Tanto es así que dejó al estado pontificio casi en bancarrota. Tampoco se quedaba corto en su culto al hedonismo, culto al placer sensual. Sus objetivos fueron mantener al Estado de la Iglesia romana alejados de las guerras (contrariamente a su antecesor inmediato), engrandecer a su familia y divertirse todo lo posible: “Disfrutemos del papado...”. Por lo que venía siendo habitual, una cosa parecía ser común entre los papas de aquella época: la despreocupación de los asuntos religiosos en sí. Además de la simonía, el nepotismo a extremos insospechados fue la norma en su pontificado: Elevó al cardenalato a su primo Julio, hijo ilegítimo de su tío Juliano. Para nombrarlo cardenal se cometió el perjurio de declarar que sus padres estaban casados al concebirle. Este laxo León X declaró que el quemar herejes era un mandato divino. Esta declaración dogmática era parte de su ministerio de infabilidad, por supuesto. La caza, los banquetes y todo lo que podía proporcionarle placer era su modus vivendi. En su corte habían más de setecientas personas. Esos ricos palacios y sus cortesanos vestidos de seda y oro, hacían recordar las palabras del propio Jesús de Nazaret: “He aquí, los que tienen vestidura preciosa y viven en deleites, en los palacios de los reyes están” (Lucas 7: 25). Aunque así se llamaban a sí mismos, siervos de Dios, esos cardenales, incluido su papa, no lo eran; sólo lo pretendían, engañando a un pueblo inculto y en gran parte supersticioso. Nada les importaba a esos falsos seguidores de Cristo como estuvieran las gentes que constituían el pueblo llano. Se celebraban banquetes de un esplendor oriental; con manjares tan exóticos como platos de lenguas de loro traídos del África; peces vivos de Bizancio. Luego, las cortesanas alegraban la noche a los clérigos. Ese papa demostró verbalmente su ateísmo práctico diciendo en muchas de las múltiples orgías: “¡Qué provechosa nos ha sido esa fábula de Cristo a lo largo de los siglos!”. Ese, es uno de los papas infalibles que han sido declarados por Roma, Vicarios de Cristo. Es decir, un Vicario de Cristo que dice que Cristo es una fábula; por lo tanto, con más razón, es una fábula también su Vicariato.

Martín Lutero Mientras tanto, poco tiempo atrás, a un joven monje agustino alemán, le cayó en sus manos providencialmente una Biblia. Leyéndola con avidez se dio cuenta para su asombro y espanto de que poco tenía que ver la religión oficial con las palabras del Maestro de Nazaret. Dióse cuenta, entre otras cosas, que la salvación es un don de Dios, porque Cristo, ese Cristo despreciado por el mismo papa a Quien decía representar en la Tierra, dio su vida en una Cruz llevando en ella los pecados. En 1517, el odiado por Roma, Martín Lutero, clavaba en la catedral de Wittenberg sus famosas 95 tesis, mayormente contra las indulgencias. Justamente era a causa del dinero que se quería pedir para la construcción de la nueva Basílica de San Pedro en Roma, que ya iniciara Julio II. El impío papa León X, a cambio de dinero para la basílica, “convencería” al 179


Dios de los Cielos para que perdonara días en el “purgatorio” a los donantes. Se dispuso de un detallado libro de tarifas.

Taxa Camerae... He aquí el detalle sobre ese libro: Se llamaba “Taxa Camerae seu Cancelleriae Apostolicae”. Entre los precios que el papa cobraba para dar cualquier clase de perdón están: Delito de impureza, 27 liras; adulterio, 87 liras; homicidio de un sacerdote, 27 con penitencia pública o 67 con penitencia privada; por matar un obispo, 131; por concubinato de un sacerdote, 21 liras (sólo); por una mujer que beba un brebaje para provocar un aborto, un ducado y seis carlines; por un matrimonio en primer grado de parentesco, 100 liras, o 300 si la penitencia es privada; por un soldado de la causa católica que no matara un hereje, 36 liras (*). Es curioso observar que, según estas valoraciones, proporcionalmente, es más liviano matar a una persona, que cometer “un delito de impureza”. No existe la menor duda de que este libro, del cual se hicieron muchísimas ediciones es obra del papa y de sus funcionarios. (*) Obsérvese que es pecado no matar a un hereje, por ejemplo, a un protestante o evangélico.

¿Pasaportes al paraíso? En el territorio alemán de Branderburgo, comisionado por León X se encargó del cobro de las indulgencias el dominico Johannes Tetzel. El clérigo en cuestión, como un vendedor ambulante, de ciudad en ciudad, iba ofreciendo lo que él mismo llamaba “pasaportes para llevar el alma al Paraíso”, todo ello precedido de la correspondiente bula papal. El tráfico inmoral que se producía era enorme: Dinero contante y sonante por indulgencias escritas y detalladas. Lutero en sus célebres 95 tesis, sencillamente se hacía eco de muchas de las preguntas que se hacían los hombres honestos ¿Por qué el papa que nada en su propio dinero, no construye su propia basílica en vez de engañar con falsas promesas a sus fieles? Gracias a Dios, Lutero contó con una fiel y naciente aliada: La imprenta de Gütenberg. Ese regalo de Dios le dio oportunidad de publicar cientos de miles de ejemplares de sus escritos. Al principio, el papa, envuelto en su propio mundo, ni se inmutaba por ese monje agustino ni por sus escritos. León X tenía otros asuntos más importantes que abordar, por ejemplo el de su sobrino Lorenzo de Médicis, a quien quería darle el ducado de Urbino para que fuera el fundador de la casa ducal de la familia. Para ello, se lo arrebató a Franchesco María della Rovere, sobrino de Julio II, al que por supuesto, y cumpliendo con su obligación de papa, excomulgó, metiéndose en una guerra costosísima que minó las finanzas del Vaticano así como su prestigio. Añadido al asunto, cabe narrar la tortura que el papa prodigó al embajador Della Rovere, sin respetar su salvoconducto. Por todo ello, un grupo de cardenales planearon asesinar al papa, pero el complot fue descubierto a tiempo. El cabecilla fue arrestado, y violando de nuevo su salvoconducto, fue torturado y ejecutado. El papa, pretendiendo justificarse, dijo: “No es necesario mantener la palabra dada a un envenedador”. Los demás inculpados fueron despojados de sus cargos eclesiásticos y de sus fortunas; entre ellos estaba uno de los cardenales más poderosos del sacro colegio. Alguno se libró al pagar una alta suma, lo cual fue motivo de escándalo añadido. Después de cobrarles sumas elevadísimas, León X nombró a una treintena de nuevos cardenales fieles a él. Mientras 180


tanto León seguía derrochando intentando aplacar su insaciable hedonismo. Sin entender los motivos espirituales, como hombre extremadamente carnal que era, en 1520 emitió la bula con la que amenazaba con la excomunión a Lutero, calificando todo aquello de “riña monjil”. Lutero la quemó públicamente diciendo: “una vez que el obispo de Roma dejó de ser obispo para tornarse en tirano, me he hecho invulnerable a todos sus decretos”. Avisado de esto, y sin darle mayor importancia, León X le excomulgó al año siguiente. León X, sencillamente no comprendía la importancia de los principios expuestos por Lutero, en gran parte, los mismos que expuso cien años atrás Huss, o en su día Wycleff, o por qué no decirlo, los mismos apóstoles de Cristo en sus epístolas. Todo eso era ajeno a su vida depravada y alejada de toda verdad divina. Poco después moría el papa León X, cuando Lutero, aún fugitivo, seguía esforzándose en defender según su luz de aquel momento, lo que comprendía de las enseñanzas de la Palabra de Dios, tan ajenas a la vida y costumbres de aquellos cardenales, lobos rapaces, y de aquel papa que dejó de serlo, para siempre...

La Roma de la Reforma ADRIANO VI (1522-1523). Como rara excepción, este papa era natural de Utrech, Holanda. La ciudad de Roma sabedora de que era un extranjero y de familia pobre, recibió su elección con disturbios y saqueos. Tan sucia estaba, no tan sólo la Roma secular, sino la Roma eclesiástica, y sobre todo esta última, que un obispo le dijo al papa Adriano: “Limpia a Roma y el mundo estará limpio”. La iglesia romana perdía terreno en Alemania, y por ello, al ver por momentos menguarse su poder, el papa declaró reconociendo: “Nos, confesamos abiertamente que Dios ha permitido esta persecución de su Iglesia por los pecados de los hombres, especialmente de los sacerdotes y prelados. Todos nosotros, prelados y clérigos, nos hemos apartado del camino de la justicia, y hace mucho tiempo no hay nadie que obre el bien”. El ingenuo “bárbaro” (así le llamaban los romanos por ser extranjero), horrorizado cuando llegó a Roma y vio todo lo que vio, no se daba perfecta cuenta que el sistema romano estaba corrompido ya desde su mismo principio. El pobre hombre recibió por esas palabras toda serie de burlas e insultos por parte de las familias patricias, y su ingenua piedad se convirtió en el blanco de sus sarcasmos. Baste decir que, cuando murió, los romanos comentaron que había que “levantar una estatua a su médico, que no logró sanarle”. No hicieron eso, pero sí colocaron en la puerta de ese médico el siguiente cartel: “Al libertador de la patria, el Senado y el Pueblo romano”. Ese papa malquerido no duró ni dos años ¿por qué sería? Cuando murió, nadie le lloró. Los cardenales, hartos de no poder desarrollar su vida anterior, preñada de fiestas y desmanes varios, celebraron con júbilo su fallecimiento. Tuvieron que pasar 400 años hasta que se eligiera a otro extranjero como papa. De hecho, durante prácticamente toda la historia papal, y exceptuando el tiempo de Aviñón, el pontífice ha sido siempre italiano, y mayormente romano. De hecho el papado se lo han disputado siempre las mismas familias patricias romanas, tales como los Colonna, Orsini, Caetani, Medici, etc. Eso no sólo fue exclusivo del papa, sino también de los cardenales. Todo quedaba en casa, pero eso sí, su afán de dominio fue y es universal (de 181


ahí que la Iglesia de Roma se llame “católica” realmente), y la recaudación de tributos no conoció fronteras. Una vez muerto el infeliz holandés, le sucede en el solio un Médicis; Julio de Médicis, con el nombre de CLEMENTE VII (1523-1534). Este era primo de León X, e hijo ilegítimo. Fue legitimado por el mismo León X. He aquí uno de tantos ejemplos que muestran como los papas, pretendiendo ser “Dios en la Tierra”, hacían y deshacían a su antojo. Las mismas leyes y restricciones que ellos establecían para los demás, ellos se las saltaban a la torera. Los venecianos apodaron a ese papa sarcásticamente: “El quiero y no quiero”. Más que por su inmoralidad, por su absoluta incapacidad para tomar decisiones, ¿infabilidad papal?). Hombre inseguro y vacilante, no se decantaba por nada. Aun reconociendo la necesidad de cambios en la sede vaticana, no se atrevía a entrar de lleno. En el año 1530, un legado veneciano le definía así:”Muestra, sí, el deseo de ver eliminados los abusos en la Santa Iglesia, pero no lleva a la práctica ninguna idea al respecto, ni toma ninguna medida”. Ni siquiera era bien visto por sus más allegados. Guicciardini, su hombre de confianza, le describía así: “Era bastante bronco y desagradable, tenía reputación de avaricioso, y ni por sombra era digno de confianza ni naturalmente inclinado a la bondad”. En lo político militar, y sin entrar demasiado en ello, estuvo preocupado en limitar el poder de Carlos V de Alemania; pero el emperador logró una decisiva victoria en Pavía en el 1525, entonces el papa tuvo que cambiar sus alianzas. A escondidas intervino en un complot que pretendía echar a los españoles de Nápoles. Poco después hizo alianzas con el rey francés. Al final, el emperador alemán viendo el doble juego que estaba haciendo el papa al utilizar su persona contra la de Francisco I de Francia y viceversa, provocó el asalto y devastación de Roma por parte de sus mercenarios, los lansquenetes alemanes y otros. El papa logró huir y refugiarse en el castillo de Sant’Angelo. El embajador veneciano, para consolarle, dióle unos argumentos que ahora leeremos, y que los papas habían rechazado siempre hasta entonces y que siguen rechazando: “Su santidad no debe pensar que el bienestar de la Iglesia de Cristo descansa en este pequeño Estado de la Iglesia: por el contrario, la Iglesia existía antes de poseer el Estado, y era mejor para ella. La Iglesia es la comunidad de todos los cristianos; el Estado temporal es como cualquier otra provincia de Italia y, por tanto, Su Santidad debe procurar ante todo promover el bienestar de la auténtica Iglesia, que consiste en la paz de la cristiandad”. Al punto, Clemente VII, asintiendo con el rostro, le respondió: “en este mundo el ideal no corresponde a la realidad, y el que actúa por motivos idealistas no es más que un loco”. Aquí podemos ver el sentido de fe y justicia que tenían los papas. Por otro lado, si realmente el papa es “Dios en la Tierra” como pretende ser, ¿por qué no puede hacer que los ideales suyos se cumplan? Este Clemente VII, dadas las circunstancias adversas, se dignó a responder al embajador en cuestión de forma tranquila y dando a conocer sinceramente su forma de pensamiento, otros papas, en otras circunstancias, habrían condenado a la persona que dijera algo así directamente a la hoguera, por hereje. Durante su pontificado, Enrique VIII de Inglaterra rompió definitivamente con el papado.

182


Paulo III Le siguió a Clemente VII en el solio romano, PABLO III (1534-1549). Paulo III con sus cuatro hijos, el día de su coronación, abiertamente celebró el bautismo de sus dos biznietos. Este Paulo era aquel Alejandro Farnesio, hermano de Julia, la querida del papa Alejandro VI, el cual le hizo cardenal cuando ascendió al trono pontificio. Su nepotismo no tuvo medida. Son cerca de treinta y cinco el número de familiares a los que, aprovechando la ventaja de ser papa, concediera sin límites prebendas y honores; incluso llegó a formar pequeños estados feudales que entregaba a sus parientes en régimen de vasallaje; como dice Beynon: “toda una contradicción en un papa que, efectivamente, inició la definitiva reforma de la Iglesia Católica”. El hijo del papa, Pierluigi Farnesio recibió los ducados de Parma y Piacenza. Este Pierluigi, homosexual, violó al obispo de Frano. Los nietos del papa fueron también muy favorecidos. Alejandro recibió obispados, abadías y prioratos, y el cargo de vicecanciller. Octavio el ducado de Camerino. Nombró cardenales a sus sobrinos Alessandro Farnesio y Guido Ascanio Sforza. Es en su tiempo cuando se forma la Compañía de Jesús de Ignacio de Loyola, que como veremos, con su General Superior o “Papa Negro” al frente, se pone a disposición completa del papa. Esta orden militar y religiosa (por ese orden), será la que se ocupará de enfrentarse a todos los niveles y con todos los medios, bajo el lema maquiavélico de que “el fin justifica los medios” a la Reforma, y a los Protestantes. Su fin es el de poner el mundo entero bajo los pies del papa. Bajo Paulo III, se convoca el célebre y definitivo Concilio de Trento, como respuesta a la Reforma, en el año1545, interrumpido éste poco antes de la muerte del papa en cuestión. Los jesuitas tuvieron mucho que ver en él, pero eso es cosa de verlo en su apartado correspondiente. Los jesuitas, junto con la Inquisición, y el esplendor de las liturgias que inventaron, fueron las armas principales del contraataque católico romano a la Reforma. Acerca de la Inquisición, la cual había florecido durante los siglos del Medievo, alcanzó a través de Paulo III en el año de 1542 la categoría primera de las “Congregaciones Sagradas de Roma”, llamándosela con el blasfemo nombre de: “Santa, Católica y Apostólica Inquisición”. Más adelante se la llamaría el “Santo Oficio”.

“Ignacio de Loyola componiendo sus escritos”

183


Los dos frentes de Paulo III Inesperadamente, el “protestantismo”, como así lo llamaron los papistas, estaba prosperando y avanzando por todas partes. Paulo III veía peligrar su posición e influencia sobre reyes y príncipes, por lo que decidió actuar. Este despótico papa que como dice Will Durant: “había otorgado el sombrero rojo a sus sobrinos de catorce y dieciséis años, y los había promovido a pesar de la notoria inmoralidad de ellos” (The Story of Civilization) Tomo, VI, p. 920), decidió actuar en dos frentes. El primero es el que ya conocemos, es decir, la proclamación del Concilio de Trento, en el norte de Italia, para condenar teológicamente la Reforma; y el segundo frente, la organización de una guerra santa para destruir la Reforma y sus hijos definitivamente por el uso de la fuerza, y en el nombre de Cristo. El emperador, Carlos I de España y V de Alemania, persiguió duramente a los luteranos por la fuerza de las armas. Paulo III, tras levantar el Concilio Tridentino donde se lograron levantar más de cien anatemas contra los herejes protestantes, no satisfecho con esto, quiso destruir físicamente a esos “herejes” por la fuerza de las armas; para ello, ofreció a Carlos V de Alemania 1.100.000 ducados, 12.000 soldados de infantería y 500 caballos. Todo ello resultó en una guerra que duró casi diez años en Europa. Mientras tanto, aquel Paulo III promulgaba una bula excomulgando a todos los que resistieran a Carlos V, y ofreciendo indulgencias liberales a todos los que le ayudaran.

El arte es el espejo de la realidad La promiscuidad sexual era algo común entre los papas, como estamos viendo. En el caso de Paulo III, tampoco fue diferente el asunto, y hasta en su sepultura le siguieron la representación de sus pecados. Dentro de la Basílica de San Pedro, el monumento de la tumba de este papa está adornado con figuras femeninas reclinadas. Una de esas representaciones femeninas, la que representa la justicia, estuvo desnuda durante trescientos años, hasta que Pío IX hizo que le pintaran vestidos encima. El modelo que se usó para la talla de la estatua fue Giulia, la hermana del papa Pablo III, una de las concubinas de Alejandro VI (Hunt, p. 176). Baste añadir que Paulo III buscó ayuda en los astrólogos, cosa prohibida por la Biblia (Deuteronomio 18) y por el canon romano (Revista LIFE, 5 Julio 1963).

Nuevos aires de reforma Una vez puesta a la luz la falsedad del poder temporal del papado por Lorenzo Valla en el año1440 al mostrar al mundo la mentira de las “Donaciones Constantinianas”, por un lado, y de que Lutero demostrara Biblia en mano que la salvación no depende de un papa sino de Cristo que la logró para nosotros, y que la recibimos por la fe, el mundo pareció sacudirse y bostezar, despertando, levantándose de un largo sueño de pesadilla medieval. Cundió el buen ejemplo. Otros Reformadores fueron surgiendo a su vez: Melanchton, Calvino, Zwinglio. Con la Biblia abierta, un nuevo despertar del Evangelio se manifestaba por toda Europa del norte especialmente. En España muchos misioneros protestantes entraron, pero el poder papista auspiciado por su “brazo secular” se encargó de eliminarlos a todos. Martín Lutero redescubrió la Biblia, y en ella no vio ni atisbo del papado. Por lo tanto del papa y de sus correligionarios pudo libremente expresar: “No pueden probar su 184


sentencia ni reprobar la contraria con otro argumento que el recurso a “esto es wyclefita, husita, herético”. Poca fuerza tiene esa falacia. Y si les urges pruebas escriturísticas, no te sabrán decir más que “nosotros estamos convencidos de ello, y la Iglesia, (es decir, nosotros mismos) así lo ha decidido”. He aquí cómo hombres réprobos e increíbles se atreven a proponernos sus fantasmagorías como artículos de fe sin más fuerza que la autoridad de la Iglesia”, que como bien apuntaba el ex monje agustino, eran ellos mismos. Otra vez debemos insistir aquí que, si hay cristianismo es porque Dios nos ha legado Su Palabra, la Biblia; por lo tanto ella y sólo ella debe ser nuestra regla de fe a seguir. Después de la Reforma, cuando los protestantes, llamados de este modo por los católico-romanos, se daban cuenta de la calamidad global de Roma, hicieron conocer al mundo la verdad de las Escrituras denunciando de esta manera la tremenda corrupción romana, el Vaticano tomó nota prestamente. Roma no cambió ni un ápice en enmendar doctrina, principios y metas. Todo lo contrario, endureció y reafirmó sus posiciones dogmáticas antibíblicas a través del Concilio de Trento y, posteriormente, con el Concilio Vaticano I, principalmente. Lo único que Roma hizo, fue dar una imagen más cuidada frente al mundo, a partir del Concilio Vaticano II, y así hasta hoy en día, no dejando de ser este último, quizás, el definitivo concilio de la Contrarreforma. Todos aquellos desmanes de desenfreno de todo tipo, orgías borgianas, crueldad, nepotismo, simonía, etc. de los papas y cardenales, fueron poco a poco, al menos de cara al exterior evitándose algunos de ellos, y ocultándose otros. No obstante su hambre de apoderarse de las almas de los hombres y de sus pertenencias nunca ha disminuido.

La Contrarreforma Viendo que media Europa se hacía protestante, Roma se vio en la urgente necesidad de blanquear sus paredes, empezando por el mismo papado. Ya no nos encontraremos con papas descaradamente asesinos o abiertamente herejes; aunque el nepotismo no se erradicaría del todo, ni mucho menos. La imagen de cara al exterior había que empezar a cuidarla. Avances tecnológicos como la imprenta, habían hecho que las noticias escritas corrieran con mayor celeridad por todo el mundo. El mundo era ya más consciente y sabedor de lo que era Roma realmente, a pesar de la inconsciente ceguera de muchos, incluso hasta hoy en día. No obstante, el “Santo Oficio” o Inquisición estaría más activo que nunca, tratando de erradicar con la muerte más horrible a todos aquellos que no se sujetaban al papa romano. En todo ese tiempo atrás, el poder de Roma había estado en auge dictando al mundo sus deseos en forma de órdenes. He aquí una muestra del poder papal de la época: El papa León X, prohibió que los tribunales civiles en cualquier país juzgaran a alguien por un crimen del cual el presunto transgresor hubiera sido absuelto por Roma mediante el pago fijado por cada ofensa (pago monetario). Si algún juez pasara por alto esa disposición papal, automáticamente se le excomulgaba. El ser excomulgado también significaba el perder la ciudadanía, puesto que las autoridades civiles estaban sujetas a las autoridades eclesiásticas. Era el tiempo de la esclavitud universal de la religión. Era preciso que todo ese desorden ético y moral decreciera. Era preciso un cambio. Ese cambio fue la Reforma, pero ésta obtuvo la respuesta agria de Roma: La Contrarreforma. 185


Julio III, el papa mal aconsejado JULIO III (1550-1555), fue elegido por el cónclave. Este papa es aquel a quien sus cardenales, cuando subió al solio pontificio, aconsejaron esto: “Hay que abrir bien los ojos y usar toda la fuerza posible en la cuestión, a saber, para permitir lo menos posible la lectura del Evangelio especialmente en lengua nativa, en todos los países bajo la jurisdicción. Baste la pequeña parte del Evangelio leída usualmente en la misa, y no se permita que nadie lea más. En cuanto el pueblo esté contento con esa pequeña porción, florecerán los intereses de vuestra Santidad, pero cuando el pueblo quiera leer más, sus intereses comenzarán a fallar. La Biblia es un libro que, más que cualquier otro, ha levantado contra nosotros los alborotos y tempestades, por los cuales casi perecemos. De hecho —escriben los cardenales—, si alguien examina de cerca y compara las enseñanzas de la Biblia, como ocurre en nuestras iglesias, entonces encontrará discordias y comprenderá que nuestra enseñanza es muchas veces diferente a la Biblia y nunca cesará de desafiarnos hasta que todo sea expuesto y entonces nos volveremos objeto de burlas y odios universales. Por tanto, es necesario retirar la Biblia de la vista del pueblo, pero con cuidado, a fin de no causar rebelión». Hemos querido reproducir de nuevo lo dicho por aquellos cardenales al papa Julio porque nos parece importante para entender lo que estamos intentando denunciar a lo largo de este libro. La iglesia de Roma siempre ha sido la primera y tremenda opositora al Libro que pretende poseer y defender: la Biblia. La elección final de ese papa Julio III no fue fácil. El cónclave estuvo reunido desde el 29 de noviembre de 1549, hasta febrero de 1550. Ese cónclave, formado por cardenales de dos tendencias dispares no se ponían de acuerdo; de hecho hubo violencia, cruzándose acusaciones como ésta, la que nos da a conocer el comentarista católico romano, Gelmi: “Nosotros queremos un buen papa, pero vosotros (los del otro bando) queréis uno que sirva al cuerpo y no al alma; no queremos ver electo a un papa como los cuatro o cinco últimos, que se olvidaron de la Iglesia para enriquecer a sus sobrinos”. Nótese que los mismos cardenales aceptaban y reconocían el hecho de que los papas eran corruptos; ¿qué ocurre aquí con la infabilidad papal y la infabilidad de la Iglesia romana? Si algún cardenal hubiera sido lo suficientemente íntegro como para desear que la elección del papa fuera correcta de acuerdo con su hipotética virtud, desde luego, tuvo que sentirse defraudado también en esta ocasión (y como siempre). Julio III, fue un hombre aficionado a los placeres de la vida; además, no abandonó la costumbre nepotista tampoco. Elevó al cardenalato entre otros al hijo adoptivo de su hermano que contaba a la sazón quince años de edad. Julio III, se alió políticamente con Carlos I de España, declarando incluso la guerra a Enrique II, sucesor de Francisco I, rey de Francia; el motivo no tenía nada que ver con lo religioso siquiera: Recuperar la ciudad de Parma. ¿Se imagina usted a Jesucristo declarándole la guerra, digamos que, a Pilatos, o a los fariseos? Dos pensamientos tenía Julio III, el primero, hacer lo posible para que los ingleses abandonasen la idea, contraria a los intereses papistas, de llevar adelante el proyecto de una Iglesia de Inglaterra. Se alegró cuando después de Enrique VIII, subió al trono de Inglaterra, María su hija, acérrima católico romana, llamada “Bloody Mary”, es decir, “María la Sanguinaria”. La razón de llamarla así obedecía a la persecución sanguinaria, a extremos inauditos que esa reina llevó a cabo contra todos sus súbditos anglicanos. 186


Además abolió por ley de enero del 1555 todo lo establecido por su padre el rey Enrique. Lo que ya no vio Julio III, porque sucedió tres años después de que partiera hacia la eternidad, fue el hecho de que la sucesora de María, la reina Isabel, reinstaurara las leyes anglicanas de Enrique VIII, y ya de manera definitiva. El segundo pensamiento del papa fue el de reemprender el Concilio. En el 1551, dio reapertura al Concilio de Trento, que había suspendido su antecesor por temor a que sus desavenencias con el emperador le perjudicaran justo antes de morir. Entre tanto, tras importantes batallas, en las que muchos de ambos bandos murieron estúpidamente, poco después, enfermo de gota, el emperador Carlos I de España y V de Alemania, se vio obligado a firmar la llamada Paz de Augsburgo, que sancionara el triunfo de la Reforma protestante. Deseoso de la verdadera paz que no tuvo por rechazar el Evangelio de la paz, se retiró al monasterio de la localidad extremeña de Yuste, donde pasó allí dos años antes de morir en el 1558. Antes de todo esto, el papa Julio III, mal aconsejado por sus médicos, o quizás por su propia cerrazón, aceleró su muerte a causa de seguir un imprudente régimen dietético al que se sometió para curarse la gota. Reducido a extrema debilidad, falleció el 23 de marzo de 1555. En su modesto sarcófago sito en los sótanos del Vaticano, por toda inscripción figura sólo su nombre papal: “Julio III”. Este fue aquel papa, mal aconsejado por sus cardenales.

Protestantismo, España, Carlos I y Felipe II Lo triste en cuanto a la Reforma, y no es culpable la Reforma en sí de ello, es la oportunidad que los soberanos, príncipes y señores feudales encontraron para ocultar tras ella los verdaderos intereses militares, políticos, personales y económicos y de poder que les movían. Aunque el mensaje de la Reforma era evangélico, nada evangélica fue la actuación de muchos de los príncipes “protestantes”, que aprovecharon los nuevos aires de libertad para buscar su propio interés. Muchos de los príncipes protestantes supieron barrer para su casa. Escribe Durant: “El verdadero victorioso no fue la libertad de culto sino la libertad de los príncipes. Cada uno, al igual que Enrique VIII de Inglaterra, se volvió la cabeza suprema de la Iglesia (ya bien católica o protestante) en su territorio, con el derecho exclusivo de designar al clero y los hombres que debían definir la fe obligatoria” (Durant, op.cit., tomo VI, p. 453). No obstante, en lo político, supieron los príncipes unirse en un frente común contra el emperador hasta alcanzar de él un compromiso, la ya mencionada paz de Augsburgo. En el bando católico romano se encontró sobre todo España, que decidió por mano de Carlos I de España y V de Alemania, y posteriormente de su hijo Felipe II, la casa de los Austrias, tomar el testigo imperial para defender el catolicismo romano contra el protestantismo. Esto no acarreó sino pesares entonces, y una maldición espiritual de la cual, nuestro querido país, todavía no ha acabado de levantar cabeza a fecha de hoy. Esa maldición venía a superponerse a la anterior, cuando los Reyes Católicos expulsaron de España a los árabes y a los judíos. Carlos I de España, recibió el Evangelio y casi se convirtió a Cristo, pero, luego sopesando en términos de intereses políticos lo que podría perder, se lo pensó dos veces, y lo rechazó; más aún, se volvió enemigo del Evangelio, y esa herencia de maldición la pasó a su hijo Felipe. Un ejemplo del odio que Felipe II dispensaba hacia el Evangelio y hacia los cristianos es cuando gustosamente asistió a la ejecución en la hoguera, tras terrible tortura, de su prima la condesa Isabel, que se había convertido a Cristo. La Inquisición la había condenado a muerte en las llamas y ahí estaba su primo, el rey 187


Felipe II, disfrutando de ese espectáculo (tal como él mismo declaró), viendo la horrenda muerte de una hereje. Pero Dios, en su justicia, después de haber dado muchas oportunidades al rey español para que se arrepintiera de sus pecados y se convirtiera, permitió que su muerte fuera incluso más horrible si cabe que las muertes de esos herejes que él contemplaba con satisfacción. Felipe II murió atormentado por una dolorosa enfermedad. Hacía ya casi dos meses que permanecía postrado en el lecho de muerte sin que nadie se atreviese a lavarlo: Explica Fornerón: “No le cambiaban las ropas, ni le lavaban; las sábanas estaban impregnadas de sudor y supuraciones. Los piojos invadían aquel cuerpo; se le caían todos los cabellos y la barba; los medicamentos hacían manar del muslo dos escudillas de pus y la carne se desprendía de los riñones y de la espalda. Los parásitos le devoraban la piel; la cangrena se cebaba en su carne y en sus llagas...”. Así murió el gran rey inquisidor enemigo del Evangelio, Felipe II el 13 de septiembre de 1598.

El Concilio de Trento versus la Biblia Al principio, los Reformadores, no se llamaban a sí mismos con el apelativo de protestantes, porque esa palabra no se había inventado aún (la inventaron los católicos). Muchos eran los que deseaban una reforma en la iglesia de Roma, ese sentir existía desde hacía al menos doscientos años. En un principio, ni Lutero ni Calvino deseaban abandonar la iglesia romana, ansiaban verla transformada desde adentro. Pero claro, ellos no comprendían en un principio que es imposible reformar algo que está corrompido hasta la médula, como es el caso de la institución católico romana. Evidentemente, pasado un poco de tiempo, cambiaron de parecer, viendo en esa institución satánica a la propia Gran Ramera del Apocalipsis de Juan. Durante ese proceso, los papas, no obstante, estaban furiosos por las verdades que los Reformadores les declaraban, hasta el punto de no sólo excomulgarles, sino de querer enviarles a las llamas. Sólo la protección de ciertos príncipes alemanes evitó que eso fuese así, por la gracia de Dios. En aquel tiempo, la presión en el pueblo y en la nobleza por parte del papado era insufrible. Escribe Hunt: “Al estar hartos del despotismo arrogante del papado, con su presión y matanza de cualquiera que no consintiera con sus imperiosas demandas, multitudes siguieron a Lutero y Calvino y los otros líderes de la Reforma en abandonar la Iglesia de Roma, mareados con las primeras bocanadas de aliento de libertad espiritual que habían inhalado en sus vidas” (Hunt, A Woman Rides the Beast, p. 199). La popularidad del sistema político-religioso romano estaba en un nivel bajo cuando se reunió el Concilio Tridentino en el año 1545. Una inmensa mayoría de obispos no italianos, sobre todo, y demás clerecía anhelaban una reforma de la iglesia romana en profundidad, y muchos creyeron ingenuamente que Trento la iba a producir, y de ese modo, los que la habían abandonado podrían regresar; por cierto, este sigue siendo el deseo de muchos en la actualidad, pero la iglesia de Roma jamás cambia, ¿no es ella infalible? No obstante, el papa y su curia romana tenían otros muy diferentes planes. El obispo Coriolano Martorano, dio el discurso de apertura del concilio. Von Dollinger describe su oratoria: “El cuadro que Martorano describió de los cardenales y obispos italianos, su sanguinaria crueldad, su avaricia, su orgullo, y la devastación que habían producido en la Iglesia, era algo perfectamente chocante. Un escritor desconocido, que había descrito esta primera reunión en una carta a un amigo, piensa que Lutero mismo nunca habló más severamente” (Von Dolliger, op. cit. p. 298). Este hombre en su discurso alentó a los que tenían esperanza de una reforma; lamentablemente, muy pocos de los que 188


pensaban de esa forma estaban presentes porque Paulo III, a través de los jesuitas, había llenado el concilio con sus propios hombres de confianza. El discurso del obispo Martorano fue como una voz en el desierto que clamaba por ir a un hipotético cristianismo. Pero ese concilio, controlado por los jesuitas vería su más estrepitoso fracaso espiritualmente hablando. Psalmei dice que cuando un delegado no italiano se atrevió a formular cargos verdaderos en contra del papado, los obispos italianos, mayoría en la sala, gritaron, golpeando con los pies y clamando: “maldito desdichado, no debe hablar; habría que procesarlo de inmediato” (Psalmei, Coll, Actor, en Le Plat, VII,II. 92). Esto mismo ocurriría siglos más tarde en el Concilio Vaticano I. Von Dollinger asegura que un famoso testigo ocular escribió después que se dio apertura al concilio, de que nada se podía esperar de los “obispos monstruosos” que estaban allí. No había “nada episcopal en ellos, excepto sus largas sotanas...habían llegado a obispos mediante el favor real, mediante la solicitación, mediante la compra en Roma, mediante artes criminales, o después de largos años en la Curia”. “Todos ellos deben ser depuestos si es que Trento ha de producir algo digno, pero eso era imposible” (Dollinger, op. cit. pp. 298-299). Pallavicini, contemporáneo también, escribió: “Los obispos italianos no sabían de otro objetivo excepto el de dar apoyo a la Sede Apostólica y su grandeza” (Storia del Concilio di Trento, p. 425 (ed. Milano, 1844).

Nos detendremos un poco en esta sección para aclarar cuestiones doctrinales importantes. Hablemos sucintamente del Concilio de Trento (1543-1563). Este concilio, como ya venimos diciendo, fue la respuesta a la Reforma, por lo tanto fue el concilio de la Contrarreforma, ya que se dirigió a contradecir y anatemizar el mensaje de los Reformadores. En él, se definieron doctrinas y dogmas como la cuestión de la justificación, los sacramentos, el sacrificio de la misa, el culto a los santos, las imágenes, etc. De hecho, Trento fue la respuesta árida y devastadora a la Reforma protagonizada por católico-romanos que despertaron al leer con atención y fe lo expuesto en la Biblia. Trento fue la respuesta aplastante a la firmeza demostrada por hombres católicos, valientes y sinceros que todos conocemos, y que no callaron frente a las presiones de Roma. Anteriormente, en la fecha de 1415, fue condenado Juan Huss en el Concilio de Constanza a morir abrasado. Huss dijo justo antes de morir: «A mi, a un pobre ganso, (Huss significa ganso en alemán), mandáis a las llamas, pero dentro de cien años, Dios Todopoderoso levantará a otros hombres que no podréis detener». Cien años justos más tarde, en 1515, se originó la Reforma. En el Concilio en cuestión, se definieron hasta la fecha, y de forma inalterable para siempre la enseñanza y dogmas de la iglesia de Roma. Fue publicado un nuevo Credo donde se añadieron por primera vez como artículos de fe, los siguientes: 1- Todas las observancias y constituciones de la iglesia de Roma. 2-La interpretación de la Escritura según el sentido de la iglesia de Roma. 3- La interpretación de las Escrituras sólo según el unánime sentir de los Padres. 4- Todas las ceremonias recibidas y aprobadas por la iglesia de Roma y todas las demás cosas definidas por los Concilios Ecuménicos.5- La iglesia de Roma es Madre y Señora de todas las iglesias: Obediencia al papa de Roma como sucesor de San Pedro y Vicario de Cristo. Al ser el obispo de Roma Vicario de Cristo sobre la tierra, proclamaba su supuesta autoridad y primacía sobre cualquier otro obispo cristiano y cualquier otra iglesia 189


cristiana donde estuviera, ¿es éste el espíritu y enseñanza de Cristo?, no; veamos: “Pero vosotros no queráis que os llamen Rabí; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos” (Mateo 23: 8-10).

Sobre los sacramentos de Roma y la voluntad de Dios ¿Por qué Trento fue tan furibundo contra el mensaje de la Reforma? A parte de otras razones, muchas de ellas ya mencionadas, la razón de índole doctrinal o teológica fue que no supo discernir la diferencia bíblica entre justificación (salvación) y santificación. Para Roma una cosa es igual a la otra, pero desde la Biblia vemos que no es así, de ello hablaremos más adelante. El resultado, por tanto, es que Trento anatemizó como herejía la doctrina bíblica de la Reforma de que somos justificados por la sola fe, o sea, sin el concurso de las obras (ver Romanos 3: 28, Romanos 5: 1, Efesios 2: 8, 9, etc.), por la imputación de la justicia de Cristo (ver 2 Corintios 5: 21). Por otra parte, Trento definió que el instrumento para recibir el primer paso en el proceso de justificación es el bautismo; sin embargo, la Biblia nos enseña que el instrumento es la fe. El bautismo será la confirmación pública de esa justificación alcanzada por la sola fe en los únicos méritos de Cristo. La doctrina bíblica nos liga a Dios; la doctrina tridentina nos ata a Roma. La iglesia de Roma enseña que es a través de los sacramentos establecidos y definidos por ella misma, a los cuales ahora nos referiremos, que el fiel tiene acceso a la gracia de Dios, o dicho de otro modo, a tener paz con Dios. El concilio de Trento definió que los sacramentos de la Nueva Ley son siete, y sólo siete: Bautismo, Confirmación, Eucaristía, Penitencia (confesión auricular), Extremaunción, Orden Sacerdotal y Matrimonio. El catolicismo romano es un sistema sacramental, ya que todos “los pasos” de la salvación dependen de algún modo de la gracia sacramental, es decir, de la que supuestamente facilitan esos sacramentos. Trento enseña que la gracia de Dios al fiel católico se canaliza a través de los siete sacramentos expuestos, y ya tan consabidos, siendo la misma institución romana la que administra esa gracia en definitiva. El Vaticano II diría más tarde que “La Iglesia (romana) es en Cristo como un sacramento...”. Esto es una aberración, y no deja de ser el pronunciamiento más sectario que se haya oído jamás. La administración de la gracia de Dios no es mediante “sacramentos” de institución de hombres, sino mediante Dios mismo a través de Su Hijo, y por Su Espíritu (Hchs 14: 3; 15: 11, 20: 32; Ro 1: 5, 7; 3: 24; 4: 16 etc. etc.). La gracia de Dios es multiforme, y la recibimos por la fe, la cual es un don de Dios también para todos aquellos que tengan un corazón para amar a Dios (Ef. 2: 8). El problema estriba en que la iglesia de Roma pretende tomarse las mismas atribuciones que sólo le corresponden a Dios. Ningún “sacramento”, mandamiento de hombres por disposición de hombres podrá ejercer algún beneficio de parte de Dios el Cual ha instituido Su propia manera de hacer las cosas y las ha declarado en Su Palabra, la Biblia. El problema del hombre estriba cuando este intenta decirle a Dios cómo debe hacer las cosas, y aún peor, cuando por su cuenta y riesgo las establece añadiendo que “así lo quiere Dios”, tomando Su nombre en vano. ¡El Señor del universo se basta a Sí mismo para administrar Su gracia ilimitada para todos Sus hijos amados, y esos hijos amados, los que han experimentado un nuevo 190


nacer (Jn 3: 3), son Su Iglesia Universal!; así que, es Dios quien directamente llega al hijo de Dios. Déjeme poner un ejemplo; imagínese a un eterno intermediario entre usted y su esposa, siempre debiendo comunicar y relacionarse uno con el otro a través de esa hipotética tercera persona; sería inverosímil ¿no es cierto?, pues esto es lo que la institución religiosa romana siempre ha pretendido, que usted tenga una relación con Cristo a través de ella. Nunca el Señor pretendió levantar un organismo religioso de esa clase. Roma jamás quiso entender cual es el propósito del Evangelio: Lo que nuestro Dios quiere es tener una relación personal e íntima con cada uno; esto sólo es posible a través de Jesucristo porque “en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre, bajo el cielo, dado a los hombres en que podamos ser salvos” (Hechos 4: 12); ¡esta es la Buen Noticia! Roma dice que “por la regeneración bautismal”, el más tierno bebé entra en la iglesia y comienza su vida “sacramental” que perdura hasta después de la muerte, porque la iglesia (romana) alcanza a las almas del purgatorio mediante sus “sufragios” es decir, (plegarias, indulgencias, misas). La institución romana se constituye dios de cada católico, la cual le sigue ¡hasta después de muerto el fiel! ¡Qué horror! La iglesia de Roma insiste y sigue insistiendo que sólo es a través de ella misma que el individuo puede llegar al cielo un día, pasando por el purgatorio, y que no hay otra manera. Este es el defecto de base de toda secta, y Roma es la madre de todas ellas.

Veamos fechas Sin embargo, estos llamados sacramentos no fueron sino definiéndose lentamente a través de la historia. En el año 528 se introduce la Extremaunción, pero no como sacramento; en el año 845 la Confirmación fue instituida como sacramento. En el año 850, la Extremaunción fue sancionada y hecha sacramento al fin. En el año 1000, el sacramento de la Eucaristía se definió como sacrificio (antes se denominaba oblación). En el 1130 se definió no dogmáticamente que los sacramentos eran siete; los siete sacramentos son así declarados en el Concilio de Florencia en el año 1439. En el Concilio de Trento, en el año 1550, son definitivamente confirmados los siete sacramentos hasta la fecha; en el año 1551, la Extremaunción fue reconocida como sacramento por el Concilio de Trento en su sesión 14. La pregunta obvia es: Si los siete sacramentos, por los cuales según Roma, se recibe la salvación, no se definieron realmente hasta la fecha de 1550, ¿Cómo se salvaba la gente antes de esa fecha? Los sacramentos de Roma son una añadidura a lo que enseña la Biblia, y la misma Palabra de Dios nos exhorta a no añadir nada a ella: “No añadiréis a la Palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella, para que guardéis los mandamientos de Yahvéh vuestro Dios que Yo os ordeno” (Deuteronomio 4:2). Me detuve ante el testimonio de un ex sacerdote, Miguel Carvajal, y he querido reproducirlo aquí: “...uno de los profesores en el pizarrón estaba escribiendo todos los años en los que habían sido establecidos los diferentes dogmas de la Iglesia de Roma, y al final...luego que estuvo todo escrito, dijo: ‘’Bueno, ¿qué sería de la Iglesia Católica si tuviéramos que anular todos estos dogmas?’’ Y él mismo, razonando, dijo: ‘’Yo creo que quedaríamos en nada’’. Entonces ese fue el primer impacto en mi vida, y de ahí comenzaron grandes preguntas, como por ejemplo, ¿por qué Jesucristo no habrá predicado el evangelio completo y dejó la tarea a la Iglesia para que establezca dogmas y nuevas doctrinas?”.

¿Sabe el católico romano si es salvo? 191


El católico-romano medio no está seguro de su salvación en absoluto. Se le ha enseñado siempre que “nadie sabe, sólo Dios”. Los sacramentos, a pesar de la importancia suma con que Roma los alaba, no conceden al fiel que los recibe seguridad alguna acerca de lo más básico de la fe cristiana verdadera: la salvación y la seguridad de haberla recibido. Esto es triste. ¡De qué sirve seguir concienzudamente todos los pasos que exige la religión de Roma, si nadie que la practique puede tener la seguridad de la salvación! Hunt escribe: “Para el católico, la salvación no viene mediante recibir a Cristo como Salvador personal, sino que es un extenso proceso que comienza con el bautismo, y de ahí en adelante depende de la relación continua de la persona con la Iglesia. La salvación viene mediante la participación en los sacramentos, penitencias, buenas obras, sufriendo por los pecados personales y los pecados de otros aquí y/o en el purgatorio, indulgencia para reducir el tiempo en el purgatorio, y cantidades casi interminables de misas y rosarios dichos a favor del feligrés aún después de la muerte. El “evangelismo” católico es por obras, la antítesis propiamente dicha de “el evangelio de la gracia de Dios” (Hechos 20: 24)”. El Concilio de Trento, en su sesión número seis, concluyó diciendo que las buenas obras personales no sólo nos justifican delante de Dios, sino que son esenciales para la salvación. Así lo afirma el Canon 24 de ese mismo Concilio de Trento. Esto implica que sólo Dios sabe cuantas “buenas” obras hay que hacer y meritar para llegar al cielo. El católico romano es un esclavo de su propia creencia; es un esclavo de su iglesia.

De nuevo con los papas Le siguió a Julio III, MARCELO II (1555). Fue elegido en dura rivalidad frente a un hijo de Lucrecia Borgia; sólo duró en el solio tres semanas... ¿por qué sería? De nuevo los cardenales estaban divididos en dos bandos, los imperiales, partidarios de Carlos I, y los franceses, partidarios del rey de Francia. Por ello, las acusaciones de unos contra otros y las palabras violentas no cesaron hasta que fue nombrado el siguiente papa. El cardenal español Francisco Mendoza, ya le aseguró al cardenal Caraffa antes de entrar en el cónclave, que, a pesar de que algunos cardenales pensaban en él como futuro papa, jamás llegaría a serlo por la razón de que el emperador Carlos I no lo quería; pero, contra todo pronóstico, resultó ser que el cardenal Giovanni Jietro Caraffa sí fue elegido nuevo papa, con el nombre de PAULO IV (1555-1559). Fue otro de los papas que negó la infabilidad papal de viva voz, y al menos en eso fue honesto, porque su vida no fue un dechado de infabilidad precisamente. La misma enciclopedia católica dice de ese papa que fue un “fanático e intransigente”, y añade: “Por cálculos políticos, y para ayudar a su criminal sobrino Carlos Caraffa, traicionó al emperador y se unió a Francia en la guerra contra España. Los ánimos resentidos de Europa no ocultaron su alivio al conocer la noticia de su muerte”. Esto es lo que la enciclopedia católica ha de decir de tal personaje. Paulo o Pablo IV, fue un enemigo acérrimo de los españoles, a los que calificaba de herejes, cismáticos y malditos de Dios; semilla de judíos y morunos, y añadía: hez del mundo. Paulo IV fue un papa racista y xenófobo. Fue quien obligó a todos los judíos a llevar ridículos sombreros de color amarillo para poder identificarlos. El apologista Dave Hunt dice de él: “Ningún papa odió a los judíos más que Paulo IV, cuyas crueldades desafían los límites de la razón humana” (Una Mujer cabalga la Bestia, pág. 23). 192


Pedro de Rosa, historiador católico-romano declara que “toda una sucesión de papas reforzó los antiguos prejuicios contra los judíos, tratándolos como leprosos indignos de la protección de la ley. Pío VII (1800-1823) fue seguido por León XII, Pío VIII, Gregorio XVI, Pío IX- todos buenos alumnos de Paulo IV”. El propio historiador católico romano José Gelmi, dice de él: “Sobre el carácter de Paulo IV escribió el embajador veneciano Navaggero: “Este papa es de un temperamento violento y fogoso...es impetuoso en el manejo de los asuntos y no tolera que nadie le contradiga”. - Añade Gelmi - ...su pontificado defraudó por su extraordinaria severidad y por el vergonzoso nepotismo al que el papa sucumbió. Enemigo inflexible, por tradición familiar, del predominio español en Italia, Paulo IV se dejó arrastrar por su sobrino moralmente indigno, el cardenal Carlo Caraffa, a una guerra contra España, que acabó en 1557 con la derrota total de los soldados pontificios”. Su conducta nepotista, no sólo fue con su sobrino, el cardenal Caraffa, sino también con cinco de sus sobrinos. Tres de ellos fueron cardenales y dos altos cargos de la curia; todos ellos fueron intrigantes políticos que cometieron grandes abusos. Las conjuras contra el papa estaban a la orden del día. El pueblo estaba muy descontento por la rígida forma de gobierno del papa, y los cardenales estaban también muy molestos. Estos urdían una y otra vez confabulaciones contra el pontífice; misteriosamente eran descubiertas a tiempo. Decenas de importantes personalidades, cardenales incluidos, eran llevados a las mazmorras del castillo de Sant’Angelo. Despechado por el fracaso que tuvo con su sobrino Carlo y sus demás sobrinos por su fracaso en la política exterior, y porque se tuvo que detener una vez más la marcha del Concilio de Trento, arremetió encolerizado contra los herejes. El 15 de febrero de 1559 renovó las antiguas sanciones canónicas contra los herejes por lo cual, dio un impulso terrible a la Inquisición. Como método para frenar el avance del Protestantismo, hizo conocer su “Indice de libros prohibidos”, que publicó ese mismo año. En él no solamente arremetía contra los escritos de los Reformadores, sino contra la mayor parte de las ediciones de la Biblia, y los escritos de los santos padres post-apostólicos. En su tribunal preferido, la Inquisición, se cometían atrocidades que la mente humana en su sano juicio no puede llegar a comprender. A su muerte, el pueblo romano asaltó el edificio de la Inquisición, y destruyó su estatua en el Capitolio. Llegaron a saquear sus habitaciones, y su cadáver tuvo que ser escondido en un subterráneo a fin de impedir su profanación...Este fue otro papa infalible. Le siguió PÍO IV (1559-1565). Esta vez también fue difícil la elección del papa. Debido al fracaso anterior en términos de política exterior, los cuarenta y ocho cardenales seguían divididos en dos bandos. Tres meses tardaron en ponerse de acuerdo. Al fin eligieron papa. Su nombre era Giovanangelo Médicis, fue, por tanto, otro Médicis. Este, como no, practicó el nepotismo; también elevó al cardenalato a sus sobrinos. Repartió innumerables prebendas entre todos sus familiares. Llegar a ser papa era sinónimo de enriquecimiento súbito para sí y para quien el papa quisiera, la familia, por supuesto. No hizo mucho ese papa en sus seis años de mandato, solamente, entre otras pocas cosas, en el año 1561 ordenó ejecutar al cardenal Carlos Caraffa, sobrino del anterior papa Paulo IV, y a su hermano. Bajo ese papa, concluyó el quasi eterno Concilio de Trento. Entre muchas otras cosas, de ese Concilio surgió la impronta de cambiar ciertos malos hábitos en la corte vaticana. Esto no fue del agrado de muchos, clérigos y seglares. Hasta tal punto creció el malestar, agravado por las continuas intervenciones de la nefanda Inquisición, que se decidió, conspirando, asesinar al papa. El día que se fijó para el asesinato, se presentaron en el Vaticano con puñales bajo sus ropajes, tres hombres: Accolti, hijo de un cardenal que muriera sentenciado por Paulo III; Tadeo 193


Manfreddi y el conde Pelliccioni. El primero llegó hasta el pontífice, sacó un escrito de protesta, pero no hizo nada más. Los otros dos, se quedaron tan desconcertados al ver que no sacaba su arma, que allí mismo se pusieron a discutir, descubriéndose la conjura inmediatamente. Fueron apresados. El conde Pelliccioni fue perdonado a cambio de que diera a conocer los nombres de todos los cómplices, pero el hijo del cardenal y Manfreddi, más un tercer individuo, por nombre Canossa, tras torturarlos, murieron ejecutados del modo más demencial y cruel en el Capitolio, el 27 de febrero de 1565. Además de eso, no menos de veinte personas más fueron condenadas a galeras de por vida. El papa (y su curia) se portó como cruel e inmisericorde señor feudal al que le hubiera ocurrido algo semejante; de hecho los papas eran señores feudales. Al poco, Pío IV murió y fue enterrado, siguiendo las instrucciones de su testamento, en santa María de los Ángeles, en un dignísimo sepulcro.

San Pío V, asesino de herejes PÍO V (1566-1572), llamado san Pío V, fue el siguiente papa. Del cardenal Ghislieri, italiano, como prácticamente todos los papas, puede decirse que recibió el papado en uno de los pocos cónclaves en el que se consiguió respetar las normas de clausura del mismo. Significa esto, que en prácticamente todos los cónclaves hasta la fecha, los cardenales habían recibido todo tipo de presiones desde el exterior a la hora de decidir quien iba a ser el nuevo papa (¿sucesión apostólica?). Del nuevo pontífice, destacaban todos los purpurados, su fe. Ahora bien, la pregunta es ¿de qué fe estamos hablando? Por supuesto de la fe en la iglesia romana y sus dogmas, por lo tanto, en su afán de velar por la pureza de la fe católico-romana, aumentó en mayor proporción las atribuciones de los tribunales de la Inquisición, y les dio normas más crueles y severas, que llevaron hasta el punto de ejecutar a muchos inocentes; ni qué decir de los innumerables “herejes” evangélicos. En Roma se efectuaban cada año un mínimo de tres a cuatro “Autos de fe”, donde muchas personas en cada uno de ellos morirían bajo el tormento de las hogueras, previa tortura. Ejemplo típico de la dureza de este tribunal satánico fue lo acaecido, curiosamente, a un obispo, por nombre Carranza, que tras doce años de cautiverio, murió sin que la Inquisición pudiera probarle ningún delito de herejía. Por todo ello, tanto el pueblo como el clero estaban aterrorizados, y nada producía tanto pavor como una sencilla llamada del Tribunal, aunque sólo fuera para testificar en alguna causa contra alguna otra persona. Pío V, que llegó a ser “elevado a los altares”, en su satánica ceguera, promovía todas estas cosas pensando, cosa inconcebible, que así agradaba a Dios. La pregunta es evidente: ¿Cuál sería el concepto que este santo tendría de Dios? En su pasión sin medida por hacer de este mundo un lugar católico-romano, y como no podía hacer más, a pesar de ser “Dios en la Tierra”, en 1570 excomulgó a la reina Isabel de Inglaterra, la reina protestante. El 25 de febrero de ese año, en su bula “Regnans in excelsis”, maldecía con el anatema a la reina inglesa, y la declaraba reo y autora de herejía, tomándose la insólita libertad de absolver a todos sus súbditos de la obligación a su obediencia. Con este anacrónico acto propio del canonismo del medioevo, consiguió que ocurriera todo lo contrario, afortunadamente.

In Coena Domini Aquella bula del siglo XIV, “In Coena Domini”, del papa Gregorio XI, por la cual reclamaba el dominio papal completo sobre toda la cristiandad, en 1568, el papa Pío V, 194


juró que eso sería una ley In Eternum, es decir, para siempre. Posteriormente, fue confirmada por los demás papas siguientes, y vino a ser dogma dentro de la iglesia de Roma. Pío V, ocupado en sus guerras diversas, y especialmente en la guerra contra los turcos, moriría a los sesenta y ocho años de edad. A este hombre cruel y sanguinario, el papa Clemente X, cien años más tarde beatificó, y Clemente XI, por decreto del 4 de agosto de 1710, lo inscribió en el “catálogo de los santos”. Hasta Pío X, papa del siglo XX, y del cual hablaremos, este Pío V es el último papa “elevado” a los altares. A Pío V le seguiría GREGORIO XIII (1572-1585), que tomaría ese nombre emulando a Gregorio el Grande.

Matanza de san Bartolomé El rencor religioso, promulgado ciertamente por los papas para reclutar al pueblo en sus guerras de religión, es un hecho constatado. Tras la Paz de Augsburgo, y anteriormente, la Dieta de Worms, las diferencias resurgieron de nuevo, más por intereses económicos y políticos que por causas meramente religiosas. Como decimos, los papas utilizaban el ardor religioso de sus fieles para mandarlos a las batallas, en la que los únicos beneficiados eran ellos. En ese ambiente mezquino, surgía el papa Gregorio XIII, que, entre otras cosas, se alegró malignamente de la brutal matanza de los diez mil hugonotes en París y otras ciudades francesas en la tristemente recordada “Matanza de san Bartolomé” de 1572. La operación de exterminio de ciudadanos protestantes tardó en llevarse a cabo tres días, bajo la capa de religiosidad, se cubrieron infinidad de venganzas personales, de ruines acciones de cobardes rencorosos. No bien hubo conocido la noticia, el papa Gregorio XIII ordenó que se cantaran Tedeums (acciones de gracias) en todas las iglesias, y que la ciudad se pusiera de fiesta. Miserablemente, el papa, acompañado de treinta y tres cardenales, entonó un solemne Tedeum, al que sólo los demonios atendieron, en la basílica de San Luis de los Franceses. Desde allí transmitió sus parabienes a la familia real francesa, e incluso, acuñó una medalla conmemorativa. Este papa fue para muchos el papa ejemplar de la reforma católica, ¿qué le parece? Este fue otro infalible papa. Los últimos años de su vida, los dedicó al engrandecimiento y embellecimiento de Roma. La capilla de la basílica vaticana va unida al nombre del pontífice, llamada gregoriana, para que le recuerden los descendientes de aquellos desdichados franceses protestantes, entre otros.

Sixto V Le siguió en el solio SIXTO V (1585-1590). Antiguo inquisidor, este papa fue el que retirara la estatua de la Papisa Juana de su lugar público. Obligó a los obispos de todos los lugares a visitar regularmente Roma, emulando el mandamiento de Mahoma a sus fieles respecto a la Meca. Además, declaró que él, siendo papa, no sólo tenía jurisdicción religiosa sino también civil sobre los reyes y príncipes, y que podía “designar o destituir a cualquiera en cualquier momento que se le antojara, incluyendo a emperadores”. Viéndose tan imponentemente infalible, emprendió personalmente su propia corrección del texto de la Vulgata porque consideraba que la comisión de expertos era demasiado lenta. Sixto V declaró que su versión personal de la Biblia era la auténtica y muy fiel, no obstante, estaba tan plagada de errores y arbitrariedades, que se le recomendó que no la publicara.; no obstante, no hizo caso del consejo. El obispo 195


católico Strossmayer dice al respecto: “Sixto V publicó una edición de la Biblia, y en una Bula recomendó su lectura, que luego Pío VII condenó” (¿infabilidad papal?). Este papa hizo como recientemente han hecho los “testigos” de Jehová, “reescribió” la Biblia, para que se conformara a sus propias ideas peculiares.

La “infalible” traducción de la “Biblia de Sixto” Referente a esa traducción de la Biblia de Sixto V, y extendiéndonos un poco más en la cuestión, mencionaremos que la escribió de nuevo en latín, añadiéndole frases y cláusulas a su antojo, omitiendo versículos enteros, cambiando los títulos de los salmos, e inventando su propio sistema de capítulos y versículos. En su bula papal, la “Aeternus Ille”, en declaración dogmática sobre la fe y moral para toda la iglesia romana, declaró el papa Sixto por la “plenitud del poder apostólico”, que esa nueva traducción de la Biblia debía ser recibida y mantenida como verdadera, lícita, auténtica e incuestionable en todas las discusiones, lecturas, predicaciones y explicaciones públicas y privadas. Cualquiera que desobedeciera, debía ser excomulgado. Pedro de Rosa, católico-romano comenta al respecto: “Una biblia había sido impuesta con la plenitud del poder papal, completa con los adornos de la excomunión, sobre toda la iglesia, y estaba atestada de errores. El mundo académico estaba confundido; los protestantes sacaban enorme placer y diversión del bochorno de la iglesia romana...”. Ciertamente, el clero romano quedó pasmado ante la obra del papa, pasmado con estupor. Además del problema en sí en cuanto a la pésima y amañada traducción, veían otro problema derivado: esta traducción falsa había sido aprobada por el Concilio de Trento por imposición papal, y todos los documentos que se aprobaron estaban basados en ella, por lo tanto de descubrirse el “pastel”, ¡quedarían anulados todos! Sixto V, al poco, murió; entonces el cardenal Bellarmino, hábil manipulador, inventó un encubrimiento del asunto. Sigue diciendo de Rosa al respecto: “...Bellarmino regresó a Roma el 11 de noviembre de 1590...personalmente aliviado de que Sixto V, que había querido incluirlo a él en el Índice de libros y autores prohibidos, había muerto...Bellarmino, aconsejó al nuevo papa que mintiera. Algunos de sus admiradores han disputado esto. Las opciones eran simples: admitir públicamente que un papa había errado en un asunto crítico de la Biblia, o participar en un encubrimiento cuyo resultado era incalculable. Bellarmino propuso las última” (ambas citas: Pedro de Rosa, Vicars of Christ...Crown Publishing, inc., 1988), p. 217-219). El jesuita Bellarmino y un grupo de eruditos que juraron guardar secreto, trabajaron durante seis meses corrigiendo los errores de Sixto V. Entonces se publicó una nueva edición de la “Biblia de Sixto” como si fuera simplemente una nueva edición. Mientras tanto se hizo un esfuerzo fenomenal por recuperar las copias originales de la verdadera y a la vez falsa “Biblia de Sixto” para ser destruidas; no obstante, unas cuantas copias escaparon del cerco, y fueron preservadas para la posteridad como pruebas de todo lo dicho. Una de esas copias está en la Biblioteca Bodleiana en Oxford, Inglaterra. Todo el dogma de la infabilidad papal se cae por el suelo ante tal evidencia histórica.

Papa pecador Este papa, habiendo sido gran inquisidor, era sádico y extremadamente cruel. A los bandidos y salteadores, no los encerraba sino que directamente los ajusticiaba. Se dijo que en su primer año de mandato rodaron en Roma más cabezas que melones habían llegado a sus mercados. Tres días después de su coronación, ordenó colgar a dos jóvenes de las almenas del castillo de Sant’Angelo por el mero hecho de estarse 196


paseando con sendos arcabuces colgados al hombro. Dos días más tarde mandó decapitar a un caballero de Espoleto, por haber desenvainado su espada. Este papa, al igual que todos los demás, sabía enseñorearse bien de todos sus fieles. En política exterior, sólo dar un breve apunte: Después de apoyar de palabra la llamada “Armada Invencible”, con la cual Felipe II desmanteló gran parte de los bosques de España para construir sus naves con el fin de ir contra Inglaterra (para “librarla” de la herejía protestante), el papa, prometiéndole apoyo financiero, al ser, a su vez, la propia Armada desmantelada contra todo pronóstico por los vientos y tempestades en su periplo hacia la Isla, y derrotada después de tres días de lucha, en junio de 1588, “donde dije digo, digo Diego”, el papa negó los subsidios prometidos, dando simples y pueriles excusas. Murió Sixto V el 26 de septiembre de 1590. Los romanos, apenas conocer la muerte del tirano, se echaron a la calle, y de no haber llegado a tiempo las tropas del condestable Colonna (¿le suena el apellido?), las gentes habrían derribado la estatua que el Senado había erigido en su honor en el Capitolio. Así de querido por el pueblo fue también ese papa infalible. Acerca de la tiranía, cabe aquí apuntar que los papas llamaron treinta y tres veces tropas extranjeras para asolar Italia y subyugarla al Vaticano.

Breves papados A Sixto V le siguió URBANO VII (1590) que sólo duró unos meses. De hecho, en menos de un año y medio, ocuparon el solio pontificio nada menos que tres papas quienes, por una causa o por otra, murieron. De hecho, muchos fueron los papas que murieron asesinados sin que esto haya trascendido al conocimiento del público. GREGORIO XIV (1590-1591). Poco se puede decir de él, excepto que durante su efímero mandato desapareció de las arcas papales buena parte del tesoro acumulado por su predecesor Sixto V. Su cardenal-sobrino le engañaba respecto a la situación de Roma debido a una epidemia de una enfermedad desconocida; por lo tanto, el pueblo culpaba de esa situación al mal gobierno del papa y se producían algaradas diversas. Más eremita que papa, hombre alejado por naturaleza de las cuestiones cortesanas, políticas y militares, no supo estar a la altura que se esperaba de él como pontífice romano. No obstante, por interés si tuvo ocasión de aliarse con el rey español Felipe II para ir en contra de Enrique IV, rey de Francia. Cayetano Morini dijo de él: “...poco capaz de mantener la dignidad de soberano y de príncipe...”. Cabe aquí hacer una reflexión que bien se hubiera podido hacer con cada papa: ¿Cuándo fue el apóstol san Pedro un soberano o un príncipe? Evidentemente, a diferencia del discípulo de Cristo en cuestión, de los papas sí se esperaba que fueran soberanos, y por encima de los reyes y señores de la Tierra, sobre los cuales debían imponerse por “derecho divino”.

Eterno nepotismo Después de INOCENCIO IX (1591), que sólo duró unos meses, muriendo, fue elegido CLEMENTE VIII (1592-1605). De familia florentina aunque enemiga de los Médicis, todo quedaba en casa. También él, sucumbió a la tentación del nepotismo como siempre. Nombró cardenales a sus dos sobrinos, reservándoles la dirección de la Secretaría del Estado, nada menos. En la corte papal, todo el mundo sabía que quien quisiera algún favor del papa, tenía que dirigirse a su sobrino Pietro. Clemente VIII, haciendo caso omiso a su propio nombre, mandó, entre otros, ejecutar en la hoguera, levantando una 197


enorme pira en el Campo de las Flores, junto al Vaticano, al filósofo ex-dominico Giordano Bruno. El pobre Giordano anduvo huyendo de un lado a otro hasta que al final fue apresado y condenado a morir quemado vivo por la Inquisición. LEÓN XI (1605), otro Médicis para variar, cayó enfermo la misma tarde de su coronación, y ya no volvió a levantarse. Le siguió PABLO o PAULO V (1605-1621). Camilo Borghese, de los Borghese fue elegido a sus 53 años nuevo papa con el nombre de Paulo V. La fortuna de su familia, extinguida a finales del siglo XIX, se formó gracias a su miembro predilecto, el recién nombrado papa. Paulo V, fue el que llevó a cabo “una legislación técnica de los decretos de Trento” sobre la que se basa la fe de los fieles católico-romanos de hoy en día. Ahora veremos la conducta de ese papa del cual, infaliblemente, surgieron dogmas que los fieles de Roma deben, sin excusa, acatar y creer ciegamente. Este fue un papa que rechazó los descubrimientos científicos de Copérnico y Galileo Galilei. En el pontificado de este papa, Galileo Galilei, “por su defensa de los principios copernianos y sus disquisiciones sobre la significación bíblica de los mismos se vio en dificultades con la Iglesia y fue citado a comparecer ante la Inquisición (1616)” (Enciclopedia Católica). El científico, viéndose perdido, se vio obligado a negar sus afirmaciones científicas bajo pena a decretar por el Tribunal nefando que le había citado a comparecer. ¡La historia es testigo fiel! ¿Cómo poder creer con “fe ciega” lo que un papa legisla y decreta, cuando este mismo papa, contra toda razón científica y de sentido común, condena y ridiculiza a través de un sistema perverso como es la Inquisición, las enseñanzas verdaderas de Galileo, por ejemplo? ¿Es que Dios no está interesado en la ciencia, siendo Él el Autor de la misma? Este es otro problema intrínseco que conlleva la infabilidad del romano pontífice, cree que es infalible en todo, ¡aun no siéndolo en nada! Paulo V no fue ningún santo, ¡ni mucho menos!, practicó el nepotismo descaradamente. Incluso el cardenal Roberto Bellarmino se vio en la obligación de advertirle. Veamos algunos casos de su “barrer hacia casa”: Escipión Cafarelli Borghese, sobrino por parte de su hermana, fue ascendido a cardenal a los 27 años, ocupando inmediatamente el primer puesto en la Corte. Las rentas que ese vividor acumulaba en el 1612 superaban los 140.000 escudos anuales, toda una fortuna; por ello, pudo comprar las mejores haciendas del Lacio, en otro tiempo propiedad de los Colonna y Orsini. A su hermano Francesco, dio Paulo V el generalato de la Iglesia, y al otro Giovambatista, el gobierno de Bormo. A ambos les dio, además, mucho dinero, aunque más dio al segundo, porque al tener un hijo, Marco Antonio, el papa había depositado en él la esperanza de la continuidad de la estirpe familiar. Para este sobrino, compró el papa Paulo innumerables fincas, e incluso llegó a imponer su matrimonio, casándolo cuando sólo tenía 18 años de edad con una Orsini; Camilla Orsini. Esa unión buscada exprofeso que el mismo papa bendijo, engrandecía todavía más su propia familia. Mientras tanto, los cardenales del papa seguían viviendo inmersos en el mayor de los lujos imaginables de aquella época, pero guardaban cierta discreción, no apareciendo ante todos con aquel descarado libertinaje orgiástico de hacía unos cien años. Compitiendo en suntuosidad y fasto, el ejemplo de vida de los cardenales era una vergüenza para cualquier alma mínimamente sensible. Al propio cardenal-sobrino, le llamaban “Delizzia di Roma”; rivalizaban con él los cardenales Aldobrandini y Cinzio entre muchos otros, haciendo vana ostentación de riquezas y de pantagruélicos banquetes.

198


Pablo V, fue el fundador del Archivo Vaticano, y seguidamente dejó bien claro cual iba a ser la política de secretismo de la iglesia de Roma en la inscripción sobre la puerta: “Quienquiera que entre aquí sin autorización especial del papa, será excomulgado inmediatamente”. En otras palabras, cualquiera que tuviera la osadía de entrar en el Archivo sin más, “perdería” toda posibilidad de salvación eterna, yendo a parar al infierno para siempre. Durante el papado de ese inicuo, la triste Contrarreforma propiamente dicha estaba en su auge. El cardenal Roberto Bellarmino, defendiendo el papado y la irracionalidad de su presunta autoridad, buscando en todo ello su propio beneficio, dijo, como jesuita que era: “Si el papa se equivoca, ordenando vicios y prohibiendo virtudes, la iglesia debe creer que los vicios son buenos y las virtudes malas, a no ser que quiera pecar contra la conciencia”. Esta falsa declaración manipuladora, fruto de una mente retorcida y enferma, es el espíritu de la Ley Canónica, es decir, la teología de la iglesia de Roma. Contrariamente, la Biblia que es la Palabra de Dios nos advierte: “No confiéis en los príncipes, ni en hijo de hombre, porque no hay en él salvación, pues sale su aliento, y vuelve a la tierra; en ese mismo día perecen sus pensamientos” (Salmo 146: 3, 4). Tal y como el Salmo nos dice, el papa Paulo V, en el cual no había salvación, expiró y volvió a la tierra el 28 de enero de 1621. Le siguió a Paulo V, GREGORIO XV (1621-1623). Practicante del nepotismo como todos, Alessandro Ludovisi, alias Gregorio XV, hizo rico, y a una velocidad vertiginosa a su cardenal sobrino Ludovico. Cuenta Beynon: “le enriqueció hasta límites insospechados y a una velocidad grandiosa: tal parecía que el papa temía no vivir demasiado para hacer lo suficientemente rico a su sobrino Ludovico Ludovisi”. Ciertamente, sus temores eran bien fundados. URBANO VIII (1623-1644) le siguió. Dice Beynon: “Tras innobles disputas, en ocasiones con más de diez cardenales padeciendo fiebre, y con un ambiente en el que más parecía que se trataba de rechazar candidaturas y no de elegir un papa...el Sacro Colegio se decidió por el cardenal Maffeo Barberini” (¿Sucesión apostólica?). Este sí fue un auténtico campeón del nepotismo, y además fue acusado de simonía. Hizo cardenal a su propio hermano Antonio que era fraile capuchino, y a su sobrino Francesco Barberini. A un sobrino segundo, Tadeo Barberini, le nombró General de la Santa Iglesia, y luego, gobernador de Roma. Más tarde, hizo cardenal a otro sobrino suyo, Antonio Barberini con sólo 20 años de edad, después le nombró camarlengo (*) y prefecto de la Signatura. (*) Camarlengo: título de dignidad entre los cardenales de la iglesia romana, presidente de la Cámara Apostólica y gobernador temporal en sede vacante”.

Más tarde volvió a hacer cardenales a dos sobrinos de dos primos suyos, Lorenzo Magalotti y Francesco Maquiavelli. La meta del papa Urbano era la de acumular bienes y riquezas para su familia para que ascendiera a lo más alto de la sociedad. Los tres cardenales Barberini acumularon más de cien millones de escudos, con unas rentas de cuatrocientos mil escudos; mientras tanto, la Cámara apostólica estaba endeudada. Este hombre sin escrúpulos, buscando una respuesta a su gusto, fue a preguntar a los juristas, hasta qué punto los papas podían favorecer a sus familiares. La respuesta lógica sería: ¡en ninguna manera!. Sin embargo, la respuesta auténtica vino por medio del jurista español Juan de Lugo, diciéndole que como pontífice era el señor de la Tierra, y le estaba permitido favorecer a sus parientes en una cantidad de cien mil escudos anuales, 199


lógicamente desviándolos de los fondos de la Iglesia. Como dice de nuevo Beynon: “Esta respuesta, que bien podría ser tomada como un chiste, adquirió tonos de verdadero sarcasmo cuando Juan de Lugo, en el lecho de muerte, sintió remordimientos y rebajó los favores a 60.000 escudos anuales”. Aparte de lo grotesco del asunto, la verdad es que si estas gentes consideraban que el papa era el señor de la Tierra, bien podría hacer lo que quisiera, sin límite y sin consultar jurista alguno. Mientras tanto, el papa sin pensarlo dos veces, buscó la solución a sus problemas pecuniarios aumentando las fiestas y los juegos públicos; cualquier excusa era buena para hacer dinero, de esa manera también intentaría acallar las quejas y habladurías del pueblo. Los antiguos romanos ya lo intentaron y les fue muy bien. El método “Panis et circensis” (panes y circo), fue el método a emplear por el papa Urbano VIII también. Hubo un tiempo en el que todo eran fiestas suntuosas (para los ricos), cacerías, juegos de azar, representaciones escénicas, estaban a la orden del día. Muchos cardenales quedaron arruinados por llegar a ser víctimas de la pasión por el juego, arriesgando y perdiendo fortunas enteras; entre ellos estaban los Médicis, Borghese, Ludovisi, Torres y Rivarola. Urbano VIII propició las matanzas contra los protestantes, y persiguió a los jansenistas. Además, lejos de tener alguna misericordia, en el año 1632, Galileo Galilei, a pesar de su avanzada edad (70 años) y graves dolencias, fue obligado a comparecer de nuevo ante el tribunal de la nefanda Inquisición donde fue condenado, todo a raíz de un trabajo científico suyo, donde Urbano VIII creyó ver una sátira hacia su persona. Este papa, amenazó al anciano Galilei con tortura, si no renunciaba a su afirmación de que la Tierra giraba alrededor del sol. Urbano decía que esa creencia era contraria a la Escritura; no obstante se equivocaba, y al decir eso evidenciaba su desconocimiento de la Biblia (ver Job 1: 7; Isaías 40: 22). A causa de su desconocimiento culpable de la Palabra de Dios, en el año 1625, este papa, entre otras cosas, reguló la beatificación de los santos. Murió el 29 de julio de 1644. Este fue otro de los infalibles papas. Le sigue INOCENCIO X (1644-1655). Sólo dos meses duró el cónclave papa elegir nuevo papa. Parecería un éxito por la pronta decisión de acuerdo de los cardenales; sin embargo no fue así. Fueron los meses de agosto y septiembre, y el calor era insoportable. Muchos de los cardenales, a causa del calor y de las precarias condiciones de higiene padecían fiebres y se temía que el cónclave se transformara en una especie de hospital; por esta única razón se llegó a la elección de Giovan Battista, a pesar de que estaba excluido por Francia (¿sucesión apostólica?). Como era romano, el pueblo recibió jubiloso la noticia, todo quedaba en casa. Inocencio X, como de costumbre, tuvo un cardenal sobrino, pero esta vez fue un incompetente consumado. Con él aumentó la pompa y el lujo en la corte vaticana, y quien se aprovechó bien de toda esa situación fue su cuñada Olimpia Maidalchini, quien tuvo mucha mano con el papa. Inocencio X, al que Velázquez inmortalizó en uno de sus retratos más celebrados, en su bula “Cum occasione”, confirmó la condenación del jansenismo hecha por su antecesor. Ahora bien ¿qué era el jansenismo? Veamos. El jansenismo era la doctrina del católico holandés Cornelio Jansen. La enciclopedia católica la define así: “Los caracteres distintivos del jansenismo son: 1) La doctrina de la gracia en contraposición a la doctrina jesuítica de las obras; 2) La insistencia en una moral más rígida y puritana; 3) El encarecimiento de la autoridad de la Biblia y de los primitivos concilios en oposición al desarrollo ulterior de la Iglesia (de Roma): 4) El interés por la educación”. Esta 200


doctrina infinitamente más cristiana que el romanismo, fue condenada por muchos papas, hasta que desapareció el último jansenista dentro de la iglesia de Roma. Hablaremos algo más sobre la cuestión del jansenismo, más adelante.

201


Capítulo 9

HISTORIA DE LOS PAPAS (IV)

El Papado moderno (1655-1800) Después de la paz de Wesffalia de 1648, quedó definitivamente establecido el mapa político-religioso de Europa. Las condiciones, por lo general, fueron más ventajosas para la Reforma que para el Papado. Este ya no sería una potencia política como acostumbraba a ser, al menos de una forma visible, porque las maquinaciones de los incansables jesuitas proseguirían, hasta la fecha, intentando llevar al mundo a los pies de sus propios intereses, mediante la figura del papa de Roma. Gracias a Dios, en ese periodo a estudiar, el “poder temporal” del papa, una de las columnas del sistema pontifical, se va aplacando conforme los derechos feudatarios de la santa Sede sobre muchos territorios italianos son sistemáticamente ignorados. Respecto al Colegio Cardenalicio; éste se divide en tres grupos antagonistas, a saber, a) Los defensores de los intereses de la curia, b) Los defensores de los intereses nacionalistas de cada Corona (España, Italia y Francia), c) El partido independiente. Dada la falta de acuerdo obvia, fue muy usual la elección de papas avanzados en edad y achacosos con el fin de ganar tiempo mientras duraban sus cortos pontificados... (¿sucesión apostólica?). Si bien es cierto que la maldad de los papas ya no fue tan espectacular a partir de esos tiempos, no es menos cierto que en el fondo, todo seguiría siendo igual. Los llamados “siete pecados capitales” que según la doctrina romana llevan a uno directamente al infierno, a saber, soberbia, envidia, ira, pereza, avaricia, gula y lujuria, eran juego de niños, eran pecata minuta, para los papas; los anteriores, tal y como vimos; también los de este periodo. ALEJANDRO VII (1655-1667). Acabó practicando el nepotismo, aunque al principio parecía negarse a ello. Por presiones de sus cardenales, llegó a acceder, y tan convencido estaba al final, que un historiador católico, Beynon, llegó a exclamar: “Muchos, muchísimos fueron los millones que escaparon de las arcas de la Iglesia en dirección a la familia del papa”. El hermano del papa, Mario, obtuvo el generalato de la Iglesia, y el gobierno del Borgo; su sobrino Flavio, hijo de otro hermano ya difunto, fue enviado al noviciado para que se preparara para el sacerdocio y el cardenalato. El hermano de Flavio fue nombrado gobernador de Sant’Angelo, y toda su parentela de sobrinos segundos y terceros fueron recibiendo sus dineros correspondientes. Alejandro VII condenó el “Augustinus” de Cornelio Jansen, donde este autor católico manifestó su doctrina jansenista la cual ya se ha definido. Este papa réprobo, conque dicha doctrina contradecía abiertamente la propia del jesuita Ignacio Loyola, protector del papado, llegó a prometer la indulgencia plenaria a todos los que practicaran los llamados “Ejercicios Espirituales” de Loyola. Alejandro VII moriría el 29 de mayo de 1667; y le seguiría en el solio tras sólo dieciocho días el cónclave reunido, CLEMENTE IX (1667-1669). 202


Este fue uno de esos que hicieron papa cuando ya eran ancianos, por ello sólo sobrevivió dos años. Fue, por tanto, un papa de transición, y le siguió CLEMENTE X (1670-1676). Este también era otro cardenal anciano; tenía ochenta años cuando le eligieron papa. Tuvo otro cardenal sobrino, Paluzzi-Altieri, experto en asuntos de estado, y llegó a tener la supremacía sobre el secretario de Estado. Al ir envejeciendo el papa, y volviéndose cada vez más senil, más crecía el poder y la influencia de su cardenalsobrino. Cuando el papa murió, hubo pocos que le lloraron, más que nada debido al odio que el cardenal Paluzzi-Altieri se había granjeado con su forma de gobernar. INOCENCIO XI (1676-1689). Fue un hombre duro, severo. Desde el comienzo de su pontificado estuvo en violento desacuerdo con Luis XIV de Francia, el cual reunió una asamblea del clero francés para definir los derechos de la iglesia galicana. A saber, el galicalismo, era un movimiento opuesto a la primacía papal; pretendía limitar el control de Roma sobre la iglesia francesa; en todo lo demás era estrictamente romano. Este papa condenó al grupo y a sus definiciones, dejando a treinta y seis obispos en la calle. Benedicto XIV, en el siglo XVIII, no concluyó su proceso de canonización debido a las presiones del gobierno francés, que no le perdonaban ni después de muerto, el modo cómo había defendido su postura papal. Por otro lado, es interesante ver de qué depende que a uno le hagan santo, o más bien de que a uno no le hagan santo; en este caso, ¡dependió del estado francés! Inocencio XI, en su afán por adecentar la corte papal y si fuera posible, la misma Roma, aprobó severísimas normas contra la moda femenina, contra las religiones en cuyos cultos hubiera música alegre, etc. Mandó excomulgar a todos aquellos que tomaran rapé en la capilla vaticana. Llegó a prohibir, emulando al Islam, la entrada de todas las mujeres al Vaticano (excepto a aquellas que eran soberanas de Estados). ¡Los cardenales estaban que trinaban con ese hombre! Habiendo disputado con su enemigo el rey francés Luis XIV, el rey Sol, y habiendo este último hecho continuados intentos para reconciliarse, el papa Inocencio pasó dos meses de enfermedad dolorosísima, muriendo el 12 de agosto de 1689. ALEJANDRO VIII (1689-1691). Fue otra candidatura “de trámite”, ya que el cardenal Pietro Otoboni, el elegido para reinar como papa tenía ya setenta y nueve años de edad. Durante su pontificado renació con fuerza el nepotismo de nuevo, el que su predecesor, Inocencio XI trató de frenar. Veintiséis meses de solio bastaron para enriquecer a su familia. Este injusto y desproporcionado favoritismo hacia los familiares fue uno de los graves pecados en el que incurrieron los papas a lo largo de los siglos. Nombró cardenal y regente a su sobrino Pietro, de veintidós años, y llenó de honores y privilegios varios a otros miembros de su familia con una rapidez escandalosa. El mismo, viéndose anciano, buscaba el enriquecer a los suyos en gran manera y rápidamente, aprovechándose de su posición de privilegio. Suya es la frase: “Démonos prisa, que la penúltima hora ha sonado ya”, refiriéndose a su edad.

El Sagrado “Corazón” de Jesús Bajo el pontificado de Alejandro VIII se dio origen al culto del “Sagrado Corazón de Jesús”. Este culto dedicado al “corazón” de Jesús entró con mucha fuerza en la iglesia papista. Tuvo su origen en esa época por mano de una mujer enferma mental, Margarita Alacoque, la cual vivía encerrada en el convento de Monial (1690), Italia. Esta pobre 203


mujer pretendía haber recibido revelaciones que le ordenaban instituir una fiesta y un culto en honor, no a Jesús directamente, sino a su “corazón”. El Vaticano dudó por largo tiempo y rehusó dar su sanción a tal culto extraño, pero finalmente, como veremos, Clemente XIII, en el 1765, lo decretó, y desde entonces en adelante ese culto idolátrico invadió la iglesia romana. Alejandro VIII, el 1 de enero de 1691 dejaba este mundo. INOCENCIO XII (1691-1700). Mandó que los sacerdotes llevasen siempre el traje talar, mostrándose muy rígido y tremendamente exigente con las formas de vestimenta y hábitos externos de los religiosos; por ello se granjeó las antipatías del clero. En política exterior, fomentó la Guerra de Sucesión española al apoyar la sucesión de Felipe de Anjou. El papa no podía olvidar la mentira de su derecho al “poder temporal”.

Clemente XI y su “Unigenitus” CLEMENTE XI (1700-1721). Siguiendo con el impulso nepotista que no acababa de ser erradicado del papado, el 23 de diciembre de 1711, otorgó el cardenalato a su sobrino Aníbal, la excusa fue el decir que fue hecho bajo presión del Colegio Cardenalicio, más que por decisión propia, pero sabiendo que el papa es “Sumo” pontífice, no viene al caso tal parca justificación. Este mismo sobrino, en 1719, obtuvo el cargo de camarlengo. El cometido más importante en materia de religión de este papa, fue el de luchar contra el jansenismo. El cura jansenista Pasquier Quesnel, publicó varios libros contrarios a la religión católico-romana; más tarde Clemente XI intentó refutar sus doctrinas con su bula “Vineam Domini” (1705), obligando al clero a acatarla, firmándola. Las monjas de la comunidad de Port-Royal des Champs se resistieron a aceptar y firmar la bula “Vineam Domini”, por lo cual el convento fue ¡clausurado, destruido y arado! La todopoderosa Roma se puso en acción una vez más. Viendo que la cosa no paraba allí, el romano, en 1708, ordenó que esas obras jansenistas de Quesnel fueran quemadas públicamente en París. El Parlamento francés se opuso a ello, y entonces el papa, ofuscado, se puso a trabajar y escribió la bula “Unigenitus” (1713), por la que condenaba el trabajo del cura Quesnel. Ambas bulas fueron dirigidas respectivamente a arrancar una sumisión interna de obediencia al papado, y a la condenación directa de la teología jansenista. Aún hubo otra bula, la “Pastoralis Oficii” del 28 de agosto de 1718, por la cual confirmaba y daba fuerza a la anterior “Unigenitus”. La realidad es esta: El punto de vista cristiano de que cualquiera podía leer y entender la Biblia destruiría el catolicismo romano. El jansenismo que surgía de las mismas filas del catolicismo, defendía, al igual que hizo la Reforma protestante, la lectura y disfrute de la Biblia por parte de todos sin excepción: ¡Había que destruir el jansenismo! En el “Unigenitus” Clemente XI descargaba con toda su furia cañonazos contra las verdades que Quesnel había propuesto; a saber: Quesnel decía: “Los cristianos han de santificar el Día del Señor leyendo libros piadosos, más particularmente las Sagradas Escrituras”, a lo cual respondió el papa en su bula: “¡Condenado!”. Decía Quesnel: “Quitar el Nuevo Testamento de las manos de los cristianos es cerrarla boca de Cristo hacia ellos”. A lo que el papa respondía: “¡Condenado!”. Decía Quesner: “Prohibirles a los cristianos la lectura de las Sagradas Escrituras y especialmente el Evangelio es como prohibir que los hijos de luz usen la luz, y como castigarlos con un tipo de excomunión”. A esa verdad también respondía el papa: “¡Condenado!”. El papa Clemente tenía muy en cuenta los consejos que los cardenales dieron en su día a Julio III, previniéndole que cerrara la Biblia al 204


pueblo, ya que de no hacerlo de ese modo, el pueblo se daría cuenta de la gran falacia en la que estaban inmersos. ¡La Biblia abre los ojos!

El interdicto En lo político, el papado de Clemente XI, se vio marcado por la Guerra de Sucesión española, fomentada por su predecesor, Inocencio XII. En el 1715, por no tenerse en cuenta los que se suponen eran derechos de la santa Sede sobre la isla de Sicilia, el papa no tuvo ningún inconveniente en lanzar un interdicto sobre toda la isla. Ahora bien, hay que entender lo que supone un interdicto, para la población católico-romana. He aquí la explicación: Un interdicto o entredicho, es un decreto papal por el que se priva a alguien de sus derechos religiosos, tales como la asistencia a los cultos, de los sacramentos o de la sepultura eclesiástica. Los afectados por tal interdicto, son así castigados hasta que el papa considera que la afrenta ha sido reparada. Cuando afectaba a una ciudad o a una nación o estado, como es este el caso, los muertos eran enterrados sin ceremonia religiosa ninguna; los templos se cerraban; los recién nacidos no eran bautizados, y todos eran tratados como proscritos. Así trató ese papa a sus católicos de Sicilia; y el resultado de ello fue provocar la guerra civil en el reino. Se caracterizó Clemente XI de ser el único papa que lanzara el último de los interdictos papales sobre un país entero... Este fue otro de los abundantes papas infalibles.

Aún con la polémica jansenista INOCENCIO XIII (1721-1724). Buscó que condenaran en Francia al cardenal francés Noailles y a otros obispos que en su día se negaron a firmar la bula de su predecesor “Unigenitus”. Los escritos de esos clérigos, en los cuales mostraban su rechazo a la imposición de los papas, fueron condenados por el tribunal romano de la Inquisición, por sentencia del 8 de enero de 1722. Por todo ello, el papa buscaba imponerse, y si fuera necesario, por la fuerza, atar y dejar bien atada su estructura de poder en esos países que se decían católicos. Tal es la herencia que aún hoy arrastramos. Prácticamente inadvertido pasó ese papa por la historia. Le sucedió: BENEDICTO XIII (1724-1730). Usó el mismo nombre papal que aquel Papa Luna de Aviñón. Fue otro Orsini, hijo del duque de Gravina. Con un pontificado anodino, tuvo en el cardenal Niccolo Coscia su hombre de confianza, ocupando el lugar equivalente al de cardenal-sobrino. No obstante Coscia abusó de la confianza y ejerció simonía, comerciando con los cargos que repartía el papa. Se enriqueció considerablemente y de una manera descarada. El anciano papa no tuvo por menos que enterarse del asunto, sin embargo Benedicto, ni se inmutó, y en franca complicidad, mantuvo su confianza en el corrupto cardenal. Falleció el 21 de febrero de 1730. Le siguió... CLEMENTE XII (1730-1740). Siguiendo con la práctica de sus antecesores, procedió eficazmente contra los jansenistas. Este fue otro de aquellos papas ancianos, pero esta vez, duró nada menos que diez años vivo y en el solio. Volvió a reincorporar la figura del cardenal-sobrino, que por cierto, éste, lo hizo fatal como gestor. Teniendo su propio cardenal de la familia, Coscia, el cardenal del anterior papa tuvo que abandonar Roma por temor a las represalias. No obstante, de poco sirvió, porque el recién llegado al solio le mandó procesar, excomulgándole, y en el 1733 le condenó a diez años de prisión en Sant’Angelo. Decir aquí que el siguiente papa que veremos, el papa Benedicto XIV, le 205


liberó y le condonó el resto de la pena que le quedaba por cumplir (que no era mucha, por cierto). Este es un ejemplo más por el cual se aprecia que en cada cambio de papa solía aparecer un cambio quasi radical (¿infabilidad papal?). Esto dio lugar al famoso dicho romano de que la regla de cualquier papa era arrasar cuanto hubiera hecho su antecesor (¿infabilidad papal?). La dejadez del papa anterior había permitido muchos abusos por parte de los cardenales. Clemente XII deshizo cosas que el anterior papa había dispuesto (¿infabilidad papal?). Volvió a restaurar el cuerpo de las Lanze Spezzate, y volvió a readmitir a los camareros de honor que habían sido expulsados por Benedicto XIII. El año 1738 condenó las logias masónicas, excomulgó a los masones, y ordenó a la Inquisición que se encargara de ellos, y muchos murieron en la hoguera. Igual que entonces, ahora hay innumerables masones en todos los estamentos del Vaticano. BENEDICTO XIV (1740-1758), fue elegido en medio de las acostumbradas discordias entre los cardenales (¿sucesión apostólica?). El cónclave duró nada menos que seis meses, y al final salió electo, como no podía ser de otro modo, un italiano, el cardenal Próspero Lambertini. Este fue rígido e inflexible en cuanto al planteamiento de las formas litúrgicas, y esa rigidez atrajo las desgracias y la muerte a muchos. El 11 de julio de 1742 se dio a conocer su bula “Ex quo Singulari”, por la cual declaró acabada la polémica sobre la debatida cuestión de los ritos litúrgicos en el lejano Oriente. Esto había enfrentado a los jesuitas, defensores de las formas rituales estrictamente romanas, con otras congregaciones religiosas. Con esa bula papal, se ordena la uniformidad ritual, buscando el imponerla por la fuerza papal. Esto molestó tanto al emperador chino Yong Tchinog, que hizo levantar una persecución por la cual muchos católicos murieron. Murieron, no por defender su fe, sino por una serie de formas rituales propias, de corte occidental, inverosímiles para aquella cultura oriental. Este papa legalista e intolerante sentó los principios básicos de la canonización de los santos; (sobre esta cuestión, ver el capítulo de los “santos”). Le sucedió a este papa, CLEMENTE XIII (1758-1769). Como no, otro italiano, Carlo Rezzonico. Fue un papa impopular, ya que exigía la devolución de ciertos territorios que consideraba propiedad del Vaticano, territorios conseguidos a raíz de todas aquellas falsificaciones, partiendo de la falsa “Donación de Constantino”. No se le hizo ningún caso, porque estos ya eran otros tiempos. En ese tiempo, Francia, España, Nápoles, habían expulsado a los jesuitas, entre otras razones, una muy evidente es la expuesta por el rey de España, a la sazón, Carlos III, el cual descubriera una muy importante conspiración de la Compañía de Loyola en todos sus territorios. El papa, furioso y contra las cuerdas, el 30 de enero de 1768 publicó su “Monitorio”. En ese documento excomulgaba a todos los soberanos de los feudos del Vaticano. Las cortes de los Borbones, que dominaban Europa, tomaron el “Monitorio” como una declaración de guerra y formaron coalición para enfrentarse al papa. Francia ocupó los Estados Pontificios de Aviñón (Aviñón todavía era feudo de Roma en aquel tiempo). Nápoles ocupó otros condados italianos. Carlos III de España, exigió la supresión del Monitorio, y reclamó que fueran expulsados de Roma el General Superior (o papa negro) de la Compañía y demás cardenales que apoyaban la conspirativa Orden. El papa no hizo caso, pero cada vez se encontraba más aislado. Esta fue de las pocas veces hasta ese entonces que un papa no podía ponerse por encima de los demás gobernantes y mandatarios. Los reyes no reconocían su “divinidad” en la Tierra. En enero de 1769, los embajadores de las tres mayores monarquías borbónicas presentaron sendos memoriales 206


al papa, exigiendo en ellos la disolución de la Compañía de Loyola. El papa Clemente dijo que antes aceptar y firmar ese documento se cortaría ambas manos. Al poco murió. ¡Hasta tal punto peleó el papa Clemente XIII por los jesuitas!, porque gracias a ellos, el papado se mantenía e intentaba avanzar conquistando almas y naciones enteras. Al papa le interesaba los jesuitas, los necesitaba (y los necesita). Respecto a la figura de ese pontífice, dice el católico Beynon de él: “Poco de bueno puede decirse de su pontificado. Sólo su intransigencia ante lo que consideró siempre derechos inalienables de la Iglesia (de Roma) fue la causa de que tantos y tantos sucesos nefastos para los asuntos eclesiásticos se produjeran a una velocidad de vértigo”. El culto al “Sagrado Corazón” de Jesús, es declarado dogma de fe en el año 1765 por este papa. CLEMENTE XIV (1769-1774). Después de un largo período de tiempo en el que ningún cardenal, presionado por sus respectivas potencias, se ponía de acuerdo con los demás; de pronto, cuando el 1 de mayo no había ni vislumbre de acuerdo, diecisiete días más tarde lo hubo, y por unanimidad. La razón por la cual este “milagro” vino a ser, fue la compra del papado a cambio de disolver la Compañía de Loyola (¿sucesión apostólica?). Clemente XIV, nunca llegará a ser ¡“elevado a los altares”! Este papa, fue criticado por todo el mundo, incluidos los católicos papistas, que han llegado a dudar de la rectitud de sus intenciones, todo porque se atrevió a suprimir la orden religiosa que más hizo por el papado en todos los tiempos, la Sociedad Jesuita; todo (según esos autores) por causas políticas. La verdad es que todo el mundo no papista estaba en contra de los jesuitas; ¿la razón?, porque eran intrigantes y conspiradores, buscando siempre la manera de colocar al papa por encima de todos los reyes y soberanos de la tierra. Las potencias católicas de la Europa meridional habían descubierto muchas veces el “pastel”, y abiertamente se opusieron a esos políticos religiosos, a través de los cuales el papa podía seguir adelante afanándose con ser el primer soberano de la Tierra. Incluso Su Majestad Apostólica, la emperatriz María Teresa de Austria, afirmaba que no quería emplear la violencia contra el Vaticano, pero en nada se oponía a las resoluciones de las cortes borbónicas. No hay que creer que fue fácil todo este asunto para Clemente XIV, ya que intentó disuadir a todos de la idea de suprimir la Compañía. No obstante, al final tuvo que ceder, ya que los informes que él mismo solicitaba a sus prelados de diferentes naciones y colonias acusaban a los jesuitas de graves delitos. El 21 de julio de 1773, con el documento llamado “Dominus ac Redemptor”, anunciaba la supresión de la orden político religiosa. A juicio de Clemente XIV, y según su documento de supresión, la Compañía de Loyola ya no era apta para lo que fue en su día constituida. Durante algunos años, los jesuitas desaparecieron de la escena visible, pero seguirían en secreto maquinando, hasta su rehabilitación posterior por mano de otro papa, Pío VII. Antes, Clemente moriría de una bronconeumonía el 22 de septiembre de 1774. Curioso que muriera sólo un año después de suprimir a la Compañía. PIO VI (1775-1799), recuperó para su pontificado la tradición del cardenal-sobrino. Los gastos de su sobrino favorito fueron tantos que el Vaticano no pudo hacer frente a la proyectada desecación de las insalubres lagunas de Pontina. Este papa vio el surgimiento de la Revolución Francesa, y como el pueblo se levantaba en contra de todo lo establecido, desde la figura del rey, hasta la del papa, pasando por todo su clero. No obstante, muchos católico-romanos seguirían apoyando la vieja institución religiosa, hasta hoy.

207


El papado contemporáneo (1800-1999) A la muerte de Pío VI, se dejó oír una exclamación: “Pío, el sexto y último”. Napoleón llegó a decir refiriéndose al papado: “Esta vieja máquina se deshará por sí sola”. A pesar del comentario de Napoleón de que caería por sí solo, el papado no sólo no caería sino que se mantendría fuerte. El comienzo del siglo XIX representa la recuperación del papado, no porque la institución busque el cambiar, sino porque lo que inevitablemente gira alrededor suyo, se adapta a su existencia, una vez más. Perdida la estrategia de alcanzar poder a través de conquistar territorios con la bandera de la fe romana, y con la espada del emperador, el papado se hace fuerte ahora a través de otra estrategia hasta nuestros días, hasta el punto de que el papa hoy en día es llamado el “hombre de paz”. Nunca el papado en esta hora ha tenido mejor prensa en todas partes, y lo consigue no con la espada desnuda, sino con la apariencia de la piedad. No obstante, mientras el papado empezará a buscar el darnos su cara más dulce, los papistas de toda esta era contemporánea, se esforzarán en levantar el poder temporal del soberano romano. Aparecerán ligas católicas, partidos políticos católicos, prensa católica, de nuevo los jesuitas, más tarde el Opus Dei, etc. etc. que serán instrumentos muy eficaces de presión en los países liberales o de transfondo protestante. El fin de todos ellos es, instaurar una dictadura religionista basada en el poder papal, y derrocar la incipiente democracia. No obstante, en estos días, esta última está siendo muy útil al papa, justamente por el hecho de que puede mostrar al mundo una cara de afabilidad y encanto, escondiendo tras estas formas, la antigua voluntad inamovible de ser el señor de la Tierra, y seguramente, buscando el momento propicio para actuar conforme a sus antiguos y verdaderos propósitos. PÍO VII (1800-1823). El cardenal Bernabé Chiaramonti fue el elegido tras un largo y manipulado cónclave, lleno de presiones de orden político e intereses varios de todo tipo (¿sucesión apostólica?). Estaba emparentado con el anterior papa Pío VI, el cual le nombró en su día obispo de Tívoli, y luego obispo de Imola. El 14 de febrero de 1785 le hizo cardenal. Una vez papa, a su madre, la condesa Giovanna Ghinni, la declaró venerable, es decir, digna de veneración. A pesar de estar en contra del papado, Napoleón Bonaparte firmó en 1801 un concordato con el papa, buscando con ello su interés personal: Ganarse, a través de la religión, el favor de los fieles. El papa estaba satisfecho con todo ello, ya que en él se reconocía el papado, cuya imagen estaba tan deteriorada en Europa por aquel entonces. De hecho, este no fue sino un pacto de intereses personales por ambas partes. Escribe el católico Beynon: “Objetivamente debe decirse que la firma del Concordato fue un fracaso para ambos estadistas, ya que se llegó al acuerdo por la ambición de una parte y el cálculo político de la otra: para nada entró en el Concordato el sentimiento religioso”. Tal era la ambición y desespero por alcanzar, cada uno de ellos, sus metas personales; uno ser el emperador sucesor de Carlomagno, y el otro, reestablecer el papado en su forma y poder como lo fuera en el medioevo, que Pío VII, al final, accedió a coronar como emperador a Napoleón el 2 de diciembre de 1804. Esto le daba a Napoleón el prestigio de los emperadores como Carlomagno, y a Pío VII la importancia y el reconocimiento de su autoridad, volviendo a ser el papa el que corona a los emperadores. Pío VII y Napoleón, dos hombres antagónicos en todo, aborreciéndose el 208


uno al otro en lo personal y en cuanto a lo que representaban, se ponían de acuerdo para egoístamente favorecerse de mutuo acuerdo. No obstante, los dos poderes absolutistas inevitablemente iban a chocar. Disgustado el emperador con el papa por motivos de estrategia político militar, decidió ocupar los Estados Pontificios, declarar a Roma como “Ciudad Imperial” y mantener prisionero al pontífice en Fontainebleau (Francia). Allí estuvo del 1809 al 1814. Por aquel entonces, la estrella de Napoleón empezó a declinar en lo militar, y consecuentemente en lo político. Pío VII, una vez se vio libre de Napoleón, volvió a Roma el 24 de mayo de 1814. Nada más regresar a Roma revocó la orden de disolución de los jesuitas dictada por su antecesor Clemente XIV, y reestableció a la Compañía de Loyola. Es obvio que la Compañía, tal y como vimos fue disuelta por el papa Clemente por presión política y no por convicción personal en absoluto, de la misma manera, fue de nuevo rehabilitada cuando esa presión exterior dejó de existir, ya que el papado siempre ha necesitado y buscado la inestimable ayuda de los jesuitas desde el inicio de su existencia para su mantenimiento en el poder. Por todo ello, todo este asunto tan grotesco, otra vez más nos demuestra la falacia de la infabilidad papal: Un papa, hace una cosa, el siguiente, cuando puede, hace lo contrario. Otro caso, protagonizado por este mismo papa: Pío VII condenó el matrimonio civil, que en su día Adriano II (867) declarara válido; dónde está aquí la infabilidad papal, ¿quién de los dos fue infalible en su declaración de fe y costumbres? De nuevo otro caso: Recordemos que Sixto V (1585-1590) publicó una edición de la Biblia, y en una Bula recomendó su lectura, pues Pío VII la condenó, de nuevo, ¿quién obró con infabilidad aquí, Sixto o Pío; o quizás, ninguno de los dos? Al igual que la inmensa mayoría de los pontífices de Roma, este papa estaba totalmente en contra de que la Biblia fuera leída por los católicos, acordémonos de la declaración de los cardenales a Julio III advirtiéndole del sumo peligro de que la Biblia cayera en manos del pueblo; cuando esto ocurriera, se daría el fiel cuenta de la enorme incongruencia de Roma frente a la verdad escritural. Como ya vimos, Pío VII, escribiendo al primado de Polonia en el año 1816, sobre la lectura de la Biblia, le declaró: “Hemos deliberadamente tomado las medidas oportunas para remediar y abolir esta pestilencia”. Con relación a la reinstauración de la Compañía de Loyola, comenta Grigulevich: “se restauraron allí el régimen y las costumbres de tiempos pretéritos: el comercio de cargos y santos sacramentos, la vida pródiga y escandalosa del clero, la arbitrariedad y los desmanes de los parientes del papa”. Tras un larguísimo pontificado de 23 años y medio, Pío VII moría el 7 de junio de 1823 a los ochenta y dos años de edad a causa de una fractura de cadera. Este valedor de la Compañía, vivió muchos años conforme a papa… Le siguió: LEON XII (1823-1829). Este fue el cardenal Della Genga, de familia rica, nació en el castillo de sus ascendientes en Osimo, Italia. Por medio de la bula “Quo Graviora”, confirmó todas las excomuniones lanzadas por su antecesor, Pío VII. Aunque enfermo de por vida, empleó enorme severidad. En 1825, dos patriotas fueron ejecutados en Roma; en Rávena fueron ajusticiados otros siete, y hubo más de quinientos encarcelados. Delegando gran autoridad en el llamado cardenal vicario, éste podía castigar con pena de cárcel a quienes incumplieran con la obligación católico-romana de practicar la confesión auricular y la comunión pascual, esto incluía también a los extranjeros residentes. Cuando este papa murió, se le quiso poner este epitafio: “Aquí yace Della Genga, para paz suya y nuestra”. Le siguió… 209


PÍO VIII (1829-1830). Más del gusto de Austria que de otra nación, el cardenal Francesco Severio Castiglioni es elegido papa, nacido en Cingoli (Italia), de una ilustre familia condal. Ya antes de ser papa, luchó también contra el jansenismo, de la mano de Felice de Paolo, obispo de Anagni y de Loreto. Tuvo como puede verse un muy corto pontificado, en el cual no dejó de perder el tiempo repeliendo el jansenismo. La muerte le sorprendió envuelto en política exterior, e intentando introducir el catolicismo romano en los Estados Unidos de América bajo la dirección de los jesuitas. GREGORIO XVI (1830-1846). De nombre común Bartolomeo Alberto Capellari, adoptó el nombre de Gregorio, el cual hacía doscientos años que nadie usaba. Si antiguo era su nombre, también trasnochadas eran sus ideas. Asegura la enciclopedia católica que “sus 15 años de pontificado se caracterizan por su inclinación hacia cuestiones propiamente religiosas...”, ¡y qué ideas! En su encíclica “Mirari vos” de 1832 condenaba la libertad de conciencia, de prensa y de pensamiento. He aquí un extracto de tal documento: “...Y de esta, de todo punto, pestífera fuente del indiferentismo, mana aquella sentencia absurda y errónea, o más bien, aquel delirio de que la libertad de conciencia ha de ser firmada y reivindicada para cada uno. A este pestilentísimo error le prepara el camino aquella plena e ilimitada libertad de opinión, que para ruina de lo sagrado y de lo civil está ampliamente invadiendo”. Pensar que el motivo de argumentar de forma tan agresiva y hasta grosera, impropia de alguien que se hace llamar “Santo Padre” estas ideas, obedece a perseguir una moral recta e iluminada, es un craso error. El católico Lamennais, calificaba a los colaboradores próximos a Gregorio XVI de “ambiciosos, avaros, corruptos”. Nada había cambiado en Roma realmente desde tiempos realmente antiguos. Las mismas familias aristocráticas asociadas al papado como los Orsini, Colonna, Borghese, Ruspolo, etc. seguían estando allí. Los parientes del papa y la curia cardenalicia, a pesar de que los ingresos eran elevados, esquilmaban las finanzas para su propio provecho. Todo se intentaba hacer de espaldas al pueblo fiel. Nada había cambiado realmente en el Vaticano. Gregorio XVI”fue conocido como uno de los más grandes borrachos de Italia, y también tenía numerosas mujeres; una de ellas, la esposa de su barbero” (El sacerdote, la mujer y el confesionario, p. 139). Envuelto en sus deseos de volver a la anacrónica realidad de la Edad Media, moría este infalible papa. Le siguió el increíble PÍO IX (1846-1878). A este papa le conocemos ya muy bien. Es el impulsor del Concilio Vaticano I, donde enfáticamente se declaró a sí mismo y a sus sucesores: Infalibles.

Pío Nono En sólo cincuenta horas de cónclave fue elegido Giovanni María Mastai-Ferreti como papa. Hablaba de amnistía, reformas, libertad de prensa; hablaba de paz, de progreso. Con todo ello se atrajo las simpatías no sólo de Italia, sino de Europa entera. Con ese discurso de aperturismo y de libertad, hasta los soberanos le enviaban embajadas con regalos. Existe una copla Toscana que dice, no exenta de cierto humor: “¡Oh, Dios, oh Dios, toda Italia me parece un gallinero, no se oye gritar sino Pío, Pío!”. Todo parecía indicar que Roma había dado a luz a un papa que amaba la libertad de pensamiento. A través del cardenal Pasquale Gizzi como jefe de la secretaría de Estado, empezó a promulgar amnistías por doquier por delitos políticos (¿?), y todo ello fue acogido con entusiasmo por todo el mundo. No obstante, tal derroche de virtud duró poco. Pronto, ante nuevos síntomas revolucionarios, redactó una imperfecta constitución con la 210


intención de imponerla en todos sus Estados. Se empezó a crear gran malestar, agravado por la guerra que el ejército del papa perdiera contra Austria, y de un día para otro, esa aura de liberalidad se esfumó. Declarado por muchos italianos traidor, el papa fue expulsado de Roma, donde se proclamó la república y se abolió el poder temporal. En ese momento, las potencias católico romanas le ayudaron, sobre todo la República Francesa por mano de Luis Napoleón III, y tras diecisiete meses de ausencia, regresó al Vaticano, el 12 de abril de 1850. Se reestableció de nuevo el poder temporal. No obstante, era ya el tiempo de pensar en unir a Italia como una sola nación. La solución sería la monarquía, y para ello se creó el 17 de marzo de 1861 la creación del reino de Italia, bajo el cetro de Víctor Manuel II, de la casa de Saboya. Roma debería ser necesariamente la capital del reino. Con todo, el papa ve con rabia como el tiempo de los grandes poderes terrenales de la Iglesia, ajenos completamente a la voluntad de Cristo, iban concluyendo. No obstante aún abrazaba la idea de que en el último momento llegaría la ayuda de alguna potencia católica extranjera, y en eso estaban los jesuitas trabajando. Pero, no fue así. El 29 de septiembre de 1870, Roma fue rodeada, y al día siguiente, entraron los ejércitos italianos. El 2 de octubre se celebró un plebiscito para que los propios ciudadanos romanos decidieran su destino. El resultado fue increíble: 133.681 votos contra 1.507. Se decidió la unión con el Estado Italiano. El 9 de octubre de 1870, un real decreto incorporaba Roma y el Patrimonio de San Pedro al reino de Italia. El papa perdió lo que no era suyo definitivamente, un territorio que abarcaba por aquel entonces 12.000 kilómetros cuadrados, y en el que habitaban unas 700.000 personas. Así, cayó, después de mil años, el poder temporal de la Iglesia de Roma. Mientras tanto, el papa Pío IX, excomulgó a todos sus enemigos, que eran muchos miles, empezando por sus antiguos súbditos de la ciudad romana. Quizás es el papa que haya excomulgado jamás a más personas. Por su parte les mandaba a todos al infierno (esto es en definitiva excomulgar según Roma). Considerándose prisionero en el Vaticano, en un encarcelamiento autoimpuesto, trató de boicotear las nuevas instituciones democráticas, prohibiendo a los católico romanos votar en las elecciones políticas. Desde el Vaticano maldijo a sus enemigos. La maldición que declaró sobre el nuevo rey de Italia Víctor Manuel es digna de ser transcrita aquí: “Dondequiera que esté, ya sea en casa o en el campo...en todas las facultades de su cuerpo...que el cielo, con todos los poderes que se mueven allí, se levante contra él, lo maldigan y angustien” todas esas maldiciones sumaron más de 130 palabras. Contra el resto de sus enemigos, que según el número de los votos ascendía al 99 por ciento de la población italiana, el papa maldijo a todos ellos también: “Todos los que...han perpetrado la invasión, usurpación y ocupación de las provincias de nuestro dominio, o de esta querida ciudad (Roma)...han incurrido en la mayor excomunión y todo el resto de las censuras y penas eclesiásticas, cubiertas por los sagrados cánones, constituciones y decretos apostólicos y todos los Concilios generales especialmente el concilio de Trento” (Loraine Boettner, “Roman Catholicism”, 1982, p. 246).

No fue fácil para el pueblo italiano toda esa transición. Tuvo el pueblo que sufrir aún los desmanes del papa. Cuando una multitud se reunió gritando vivas al nuevo rey Víctor Manuel, inmediatamente la policía papal hizo fuego contra las gentes congregadas. Esa fue la manifestación del sentir del papa, el cual expresó claramente en su “Quanta Cura” su línea de pensamiento propia del oscurantismo medieval, propia de la Roma político religiosa de siempre: “Estas opiniones falsas y perversas de democracia y libertad individual, son tanto más detestables, por cuanto ellas...estorban y proscriben esa influencia saludable que la Iglesia Católica, por institución...debiera ejercer 211


libremente...no sólo sobre hombres como individuos, sino sobre naciones, pueblos y soberanos”. Sigue diciendo el papa: “...Esa opinión errónea tan perniciosa para la Iglesia Católica...a la que nuestro predecesor, Gregorio XIV llamó la demencia (deliramentum): es decir, “de que la libertad de conciencia y de culto es el derecho peculiar (o inalienable) de todo hombre, que debe proclamarse por ley, y que los ciudadanos tienen el derecho a ...expresar abierta y públicamente sus ideas, verbalmente, o mediante la prensa, o por cualquier otro medio”“.(Quanta Cura, Pío IX, 8 diciembre de 1864). Mucho más que todo eso hizo ese réprobo papa. Después de la votación democrática que arrasó con el poder temporal del Vaticano, Pío IX reaccionó con una crueldad y demencia inusitadas. Ejecutó cientos de italianos que se habían opuesto al pensamiento del papa, y unos 8.000 fueron confinados a las cárceles papales bajo condiciones inhumanas: “Muchos encadenados a la pared y sin libertad siquiera para ejercicio o fines sanitarios. El embajador inglés llamó a los calabozos de Pío IX, “el oprobio de Europa” (Emmet McLoughlin, An Inquiry into the Assassination of Abraham Lincoln – The Citadel Press, 1977- p. 94). Arribavene, un testigo ocular, describió el horror de esas prisiones de ese infalible papa: “Desde el alba hasta el anochecer, estos miserables cautivos colgaban de las barras de hierro de sus horribles moradas, e imploraban perpetuamente a los que pasaban para que les dieran limosnas en el nombre de Dios. ¡Una prisión papal! Cómo me estremezco al escribir estas palabras...seres humanos apilados juntos confusamente, cubiertos de harapos, y rodeados de parásitos” ( Arribavene, op. cit.. tomo II, p. 389).

El “Syllabus” y otras hierbas Dados los fracasos en lo político y militar, Pío IX intenta sujetar a sus fieles, distrayéndoles con nuevos dogmas. En el año 1852, envía una encíclica, o carta circular a los obispos, en la cual dice que pronto va a declarar el dogma de la Inmaculada Concepción de María, y el “Syllabus”. En el 1854, en su Bula “Ineffabilis Deus”, instituyó el dogma de la “Inmaculada Concepción”, y en el año 1864 publicó el “Syllabus”. En cuanto a este último, se trata de un catálogo donde se condenan todas las libertades. En él, se reseñan lo que a juicio del vicario de Cristo (y no de Cristo), son los principales errores de pensamiento y obra. Entre otros: el creer que el papa debiera conciliarse con el progreso, la libertad de opinión y pensamiento, libertad de prensa. En el Syllabus, se decretó la unión de la iglesia de Roma con el Estado, y que el catolicismo romano debe ser la religión del estado en todas partes, y que la iglesia de Roma puede usar la fuerza para obligar a la obediencia; por lo tanto, no hay salvación fuera de esa institución porque se condena deliberadamente la creencia de que “todo hombre tiene libertad de aceptar y profesar la religión que crea verdadera” (III, 15). Este Syllabus¸ jamás ha sido rechazado ni enmendado por Roma, y sigue, por tanto, siendo doctrina de la iglesia romana, aunque no pueda ponerse en vigor en la mayoría de países, gracias a Dios. En el Syllabus, Pío IX expresa todo lo contrario a lo que predicaba cuando fue elegido papa, por ello, sólo podemos entender su actuación inicial como una mascarada; una descarada hipocresía.

Infabilidad versus santidad La Enciclopedia Británica Vol. 17, p. 224, nos dice que ese papa, Pío IX, como tantísimos otros, distaba mucho de una mínima expresión de santidad. Nos dice que 212


tenía “varias mozas (tres de ellas eran monjas), de las cuales tuvo hijos”. Muchos enemigos levantó contra sí mismo ese exaltado pontífice, tanto es así que los cardenales no se atrevieron a trasladar su cadáver desde San Pedro hasta la basílica de San Lorenzo donde él dispuso ser enterrado. Cuando así lo hicieron tres años más tarde, una muchedumbre asaltó el cortejo fúnebre. Ese fue Pío IX, el papa infalible donde los hubiere.

León XIII Su sucesor, el papa LEÓN XIII (1878-1903), tenía por nombre común Gioacchino Pecci. Hijo del conde Domenico Lodovico. Fue el primer nuevo papa elegido sin el poder temporal. Este papa continuaba negando el derecho a los católico-romanos a votar. Este fue el papa que enfáticamente declaró: “Ocupamos en la Tierra el lugar de Dios Todopoderoso” (The Great Encyclical Letters of Pope Leo XIII, p. 304, by Benziger Brothers, N.Y. Nilil Obstat, 1903). Poco tiempo después de su elección, excomulgó (como era costumbre papal) a todos los evangélicos. A partir del Vaticano II, ya no se les excomulgará; ¿quién tenía razón, los que excomulgaban o los que no? (¿infabilidad papal?).

Pío X Le sucedió PÍO X (1903-1914). Este es el célebre Pío X, el cual escribió el célebre Catecismo Mayor, donde cercena los Mandamientos de la Ley de Dios, y añade otros, como ya vimos. Él también, siguiendo el ejemplo de aquel antiguo papa Hormidas y su “Fórmula Hormidas” (s. VI), dogmáticamente asegura que la Iglesia de Roma es la única y verdadera Iglesia de Jesucristo. Este varón, hijo alabado de Roma, fue “elevado a los altares” como san Pío X. Durante su pontificado se produjo la total separación entre la Iglesia católico-romana y el Estado en los países católicos. A diferencia de su predecesor, en el 1905 levantó la prohibición de votar a los fieles (¿infabilidad papal?). En una encíclica publicada en el 1910, calificaba a los Reformadores o Protestantes como: “Enemigos de la cruz de Cristo, hombres de mentalidad terrena, cuyo dios era su vientre”, pocos años más tarde, el Concilio Vaticano II, contrariamente definía a los Protestantes como “hermanos separados” (¿infabilidad papal?). Hay una gran diferencia entre ser “enemigo de la cruz de Cristo” y ser “hermano”, aunque eso sí, “separado”. ¡La verdad es que los evangélicos no son ni una cosa ni otra! Este “santo” papa condenó a los reformistas católicos, y sobre todo al movimiento llamado modernista que opinaba que los dogmas eran símbolos en parte mutables. El papa les calificó de “cloaca de todas las herejías”. En oposición al modernismo y por inspiración y promoción jesuita, nació el movimiento integrista, que utilizó para alcanzar sus metas: la denuncia, el espionaje y las maquinaciones ocultas, sin desdeñar todo tipo de armas más o menos violentas, entre ellas, el poder de la prensa y de la palabra escrita en general. Con el visto bueno y apoyo de este “santo” varón, se creó una red secreta antimodernista internacional. Es decir, una especie de policía secreta eclesial. Muchas denuncias se produjeron, que afectaron a casi todos los intelectuales católico-romanos. Antisemita a ultranza, se necesitó de la intervención del ejército italiano para liberar a los judíos del ghetto de Roma impuesto por el Vaticano. Pío X, citado por Golda Meir en su autobiografía, dijo: “No podemos evitar que los judíos vayan a Jerusalén, pero jamás lo aceptaremos”. 213


Poco antes de morir, estalló la Primera Guerra Mundial. Aunque de puertas para fuera Pío X adoptara una posición neutral, la verdad es que no fue así. El Vaticano fue el principal instigador de esa barbaridad. Para eso es necesario hacer un poco de historia. Empecemos pues; ¿De dónde surgió verdaderamente el Comunismo?

El Comunismo y la Primera Guerra Mundial “Las barbaridades no surgen así como así; alguien las planea, alguien las inventa” (anónimo)

Todo el mundo sabe que personajes como Marx y Engels fueron los promotores visibles del comunismo. Estos dos, que escribieron el Manifiesto Comunista en 1848, al igual que Lenin, que se llamaban a sí mismos ateos, fueron entrenados y dirigidos por sacerdotes jesuitas. Este que vamos a relatar a continuación, es el testimonio de un cardenal, el cardenal Bea, alemán, encargado del movimiento ecuménico de la institución católico romana, antiguo confesor del papa Pío XII, jesuita bajo juramento extremo de obediencia absoluta.

“El Cardenal Bea”

Este testimonio fue dado a conocer a través de un ex-jesuita de alto rango, el Dr. Alberto Rivera, posteriormente arrepentido y alejado de Roma que lo escuchó directamente de labios del citado cardenal. Dicho testimonio está publicado a través de la editorial Chick Publications, Chino, California EE.UU 1987. Este testimonio está en gran parte respaldado por otras informaciones debidamente contrastadas y publicadas que mencionaremos. Prestemos atención a lo que aquí se va a decir, porque nos va a ser muy útil a la hora de comprender mejor la historia. 214


“El ex jesuita de alto rango y hermano en Cristo; Dr. Alberto Rivera”

Según el cardenal Bea, el Partido Comunista fue creado por los jesuitas con un solo propósito: Destruir al Zar de Rusia, el protector de la Iglesia Ortodoxa. Decía que el partido Comunista fue secretamente financiado por agentes de Roma (los Illuminati) para crear otra potencia mundial leal al Vaticano. Antes de la Primera Guerra Mundial, muchos judíos ricos maniobraban para recuperar el control de Jerusalén. El Vaticano estaba furioso porque el papado siempre ha querido llevar su sede de la ciudad de las siete colinas a Jerusalén. Una vez más los judíos se entrometían en los planes de Roma. En vista de esto, los jesuitas elaboraron un plan secreto y maestro, que no sólo frenaría a los judíos europeos, sino que haría que todo el mundo se volviera contra ellos. Urdieron una infamia para poner en contra de los judíos a todo el mundo. Esto fue a raíz de un documento que unos judíos fieles al papa escribieron en el nombre de la comunidad judía llamado “Protocolo de Sión” (Behind the Dictators, L.H. Lehmann, pg. 10-15, Agora Publishing Company, N.Y. 1942). A principios del siglo XX, Francia cayó en la mira del Vaticano, al pactar nada menos que con el Zar de Rusia. Al papa y a los jesuitas no les gustaba nada que Francia hubiera depuesto a su rey católico en su día, y llegara a ser una República, pero aquel pacto con el Zar de Rusia ya era demasiado. Mientras tanto, la influencia de la Iglesia Ortodoxa se había ido extendiendo a Bulgaria, Grecia, la parte europea de Turquía y la Yugoslavia Serbia. El Vaticano se había propuesto poner a Francia de rodillas y extirpar para siempre la competencia religiosa en los Balcanes. La estrategia: empezar una guerra, la Primera Guerra Mundial. Allí estaban los jesuitas (Secret History of the Jesuits, Edmond Paris, p.8, 9, 116-124). Alemania tuvo mucho que ver. El Kaiser era un buen católico-romano, y el papa le respaldaba. Este Kaiser Guillermo, consultó al Vaticano si podía expandir sus fronteras. El papa s. Pío X, a pesar de su pública declaración de neutralidad, hipócritamente, le dio la bendición. Justo después de que empezara la Guerra, el 20 de agosto de 1914, moría Pío X. La cuenta atrás hacia el exterminio de millones de almas había empezado. Una masacre sin precedentes se ponía en marcha. El diablo, a través del poder religionista iba a enviar a millones de almas al infierno. Esa es la cruel verdad. Siguió a Pío X: BENEDICTO XV (1914-1922). De nombre común Giacomo della Chiesa, era hijo de los marqueses de Migliorati. Este Benedicto XV declaró “santa” a Juana de Arco, patrona de Francia, invalidando la declaración y condenación de su antecesor Eugenio IV el cual la mandara quemar viva por bruja. Este papa, llamado “el Papa de la guerra”, también era amigo de Alemania. En esa guerra inútilmente murieron católicoromanos de ambos bandos. Los alemanes lucharon contra Francia, Inglaterra y Rusia. Luego los Estados Unidos entraron en el conflicto. La devastación duró 4 años (19141918), y Europa quedó en ruinas. 215


Rasputín En Rusia, el zar Nicolás, protector de la Iglesia Ortodoxa Rusa, y su esposa, la emperatriz Alejandra, tuvieron un hijo llamado Alexis, heredero al trono. El niño sufría de hemofilia, su sangre no coagulaba cuando sufría alguna herida. Su vida estaba siempre en peligro. Su madre estaba tremendamente afligida, y los médicos nada podían hacer. Un extraño y siniestro hombre llamado Rasputín, llamado el “monje loco”, tenía contacto y gran influencia sobre la zarina; decían que tenía poder para sanar, no obstante ese poder no le venía de Dios, ya que era un practicante de cultos satánicos; también tenía un gran poder sobre los demás, especialmente sobre Alejandra. Según el cardenal Bea, la emperatriz Alejandra, en un momento de debilidad le reveló a Rasputín dónde estaba el oro de Rusia custodiado por el Zar. Inmediatamente, se pasó esta importante información al patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa, justo antes de que el monje loco muriera asesinado por alguno de sus muchos enemigos, al cual no les fue fácil llegar a matar.

El Tren Sellado Siguiendo con el interesante testimonio del cardenal Bea dada al grupo de estudiantes jesuitas, les hablaba del pasado, presente y las metas futuras en términos del “poder temporal” del Vaticano. Decía que la Revolución Rusa fue preparada larga y cuidadosamente. Los jesuitas trabajaron estrechamente con Marx, Engels, Trostsky, Lenin y Stalin. Tanta era la confianza que tenían en ese proyecto, que hasta decidieron secretamente ir trasladando el oro del Vaticano a Rusia a través de Alemania (Alemania y la revolución en Rusia 1915-1918 de Von Bergen y Parvus; documentos del archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores alemán, editado por ZAB Zeman, publicado por London Oxford University Press, NY, Toronto 1958) ( The Sealed Train de Michael Pearson, publicado por G.P. Putnam´s Sons, NY, p. 63, 1975).

El Vaticano, explicaba el cardenal Bea, estaba seguro de que pronto su enemigo, el Zar y la Iglesia Ortodoxa serían destruidos y el comunismo se levantaría como una nueva y poderosa hija del Vaticano. Lenin se encontraba en Suiza cuando oyó las noticias relacionadas con la revolución que había estallado en Rusia. Para ayudar a la revolución, el alto mando alemán y otros prepararon secretamente un tren especial para transportar a Lenin y a sus revolucionarios a través de Alemania. En abril de 1917, Lenin y algunos de sus hombres clave hicieron el viaje en el famoso “Tren sellado” (Black Night, White Snow, de Salisbury, publicado por Doubleday, 1977, Garden City, NY, pgs. 405-407). El hombre de más alta responsabilidad en la organización de este viaje fue Diego Bergen, un devoto católico alemán, entrenado en escuelas jesuitas (Life and Death of Lenin, de R. Payne, 1964, publicado por Simon y Schuster, NY, pgs. 285-300). Más tarde, durante la República de Weimar, y el régimen de Hitler, llegó a ser embajador en el Vaticano (Alemania y la revolución en Rusia 1915-1918. Documentos del archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania, editado por Z.A. Zeman, publicado por London Oxford University Press, NY, Toronto 1958, pg. 9).

La revolución soviética En abril de 1917, cuando Lenin llegó a Rusia, la revolución estaba controlada por los hombres de Lenin. El Zar había sido forzado a abdicar, y él y su familia fueron puestos bajo arresto domiciliario. El 10 de marzo de 1918, Lenin se estableció en Moscú. En 216


julio, por razones de seguridad, la familia real fue llevada a Yekaterinburgo, en los Urales. Podía haber una posibilidad de rescatarlos por parte del llamado ejército blanco, el ejército de los checos; no obstante, el 17 de julio 1918, se sentenció al Zar y a su familia a muerte. El Zar, protector de la Iglesia Ortodoxa, y a toda su familia, fueron cruelmente masacrados. Tarde en la noche, los cuerpos fueron trasladados a un camión, llevados a una mina abandonada llamada los “cuatro hermanos”, donde fueron descuartizados, quemados, rociados con ácido y arrojados por un túnel abandonado de la mina (Black Night, White Snow, Doubleday & Co. 1978, pp. 593, 594). Los autores del magnicidio, que según el cardenal Bea eran en realidad jesuitas haciéndose pasar por comunistas, se movieron con gran rapidez; el partido comunista central no se enteró del juicio y asesinato del Zar y su familia hasta después de estar consumado (Black Night, White Snow, Doubleday & Co., pp. 593, 594). Después empezó la cacería del clero ortodoxo con gran furor. Según el cardenal Bea, informando a sus correligionarios, el Vaticano esperaba ansiosamente las noticias referentes a la destrucción de sus competidores religiosos. Los soviéticos atacaron monasterios y conventos; el propósito de levantar el comunismo por parte del Vaticano se estaba cumpliendo. Las ejecuciones comenzaron. Para el Vaticano, aquella era una prueba. Si la iglesia rusa era destruida, el siguiente objetivo sería la Iglesia de Inglaterra (“Los Padrinos”, Chick Publications p.14). Ya desde el inicio de su existencia, la Roma religioso-política ha derramado y ha hecho derramar tanta sangre por prevalecer, que esto no nos tiene por qué asombrar de manera especial. Sólo un imprevisto golpe de fortuna podría salvar a la iglesia rusa y a su patriarca; no obstante éste tenía un as en la manga. Cuando el ejército rojo llegó para matar al viejo patriarca, él los recibió con los brazos abiertos, y les dijo: “Camaradas, al fin han llegado, les hemos estado esperando, les tenemos el oro del Zar, mis queridos camaradas”. Los comunistas quedaron aturdidos. Dejando a un lado las armas, aceptaron el oro y la amistad del patriarca, y ordenaron detener de inmediato las ejecuciones del clero ortodoxo. Los comunistas, no sólo se quedaron con el oro del Zar, ¡sino también con el oro del Vaticano!, ese oro del papa que llegó a Rusia a través de Alemania. Se dice que equivalía 666 millones de dólares (León Totsky, por Joel Carmichael, p. 171; The Sealed Train, Michael Pearson, 1975 por G.P Putna’ms sons, NY. P. 290). Cuando el papa se percató de ello, casi sufre un ataque al corazón, ¡había sido traicionado por sus propios comunistas! El Vaticano se enfureció, habían sido traicionados y los comunistas habrían de pagar por su traición; este sería el germen de la Segunda Guerra Mundial. El Vaticano siempre ha creído que con su fortuna tan tremenda puede llegar a dominar el mundo y su economía; cree que puede poner a las naciones ante sus pies mediante depresiones planeadas. Según el cardenal Bea, los Illuminati, el Opus Dei (Los Angeles Times, oct. 7; 1968) y la Masonería son el brazo armado del Vaticano. Obviamente, los Jesuitas rigen a todas esas organizaciones. A través de esas organizaciones y muchas más, el Vaticano puede controlar la riqueza del mundo. El Tratado de Versalles La realidad es que tanto la América protestante como Inglaterra, derrotaron al instigador de la Gran Guerra. No obstante, como dijo una vez el presidente Abraham Lincoln: “Los jesuitas jamás olvidan ni abandonan”. Inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial, Alemania se encontraba en una terrible depresión económica. Ciertos judíos pro católicos recibieron del Vaticano la orden de comprar las tierras de los 217


alemanes que se encontraban en quiebra y hambrientos. El dinero fue suplido por el Vaticano, y esos falsos judíos compraron esos bienes de forma abusiva, a muy bajo precio, aprovechándose de la necesidad de los forzados vendedores. Los alemanes estaban desesperados. En el momento oportuno los jesuitas usarían ese incidente para incitar el odio contra los verdaderos judíos. La acusación sería que los judíos sin piedad habían arrebatado la tierra a los alemanes durante la depresión (Los Padrinos; Chick P. p. 16). Al término de la Primera Guerra Mundial, cuando los aliados firmaron el Tratado de Versalles en julio de 1919, estaban tan enojados con el Vaticano por provocar la guerra, que no quisieron reconocerlos como nación, y les impidieron sentarse en la mesa de conferencias (The Secret History of the Jesuits, p. 122). El 22 de enero de 1922, el papa Benedicto XV murió de una terrible neumonía tras una leve indisposición cuatro días antes. Según el Dr Rivera, murió envenenado. En ese mismo tiempo, Mussolini organizó la “Marcha sobre Roma”, y el papa PÍO XI (1922-1939), tomó su lugar. De nombre común Ambrosio Damiano Achille Ratti, fue elegido papa tras sólo tres días de cónclave. En el 1929 se creó el Estado del Vaticano. El Estado italiano reconocía la soberanía del papa en la ciudad del Vaticano, que abarca cuarenta y cuatro hectáreas.

Benito Mussolini; el primer frente Jesuita Volviendo un poco atrás, al finalizar la contienda mundial, Europa estaba en ruinas, pero ni Francia ni la Iglesia Ortodoxa Serbia estaban destruidas. La juventud alemana e italiana no sabía que dirección tomar. La rebeldía era una forma de vida; y la inflación arruinaba sus naciones. Mientras tanto los comunistas empezaron a organizar grupos revolucionarios. Los jesuitas se movían en tres frentes. El primer frente fue Italia. Por aquel tiempo un desconocido que proclamaba por todas partes que era el nuevo César destinado a reconstruir el Imperio Romano se levantó. Su nombre, Benito Mussolini. Era un cruel arrogante personaje, y su pequeño ejército de camisas negras no era más que una banda de bribones violentos. El General Superior de los Jesuitas, al cual se le conoce como papa negro, y que a la sazón era Halke Von Ledochowski, asignó a un jesuita del más alto nivel para que trabajara con Mussolini. El confesor de Mussolini era el jesuita llamado Venturi. El voto católico, dirigido por el Vaticano, puso a Mussolini en el poder. Pío XI llamó a Mussolini: “El hombre a quien la providencia nos ha permitido conocer” (The Secret History of the Jesuits, Edmond Paris, p.126). Mussolini, como pago, firmó un concordato (*) en el año 1929 en Letrán, haciendo del catolicismo romano la única religión permitida en Italia y sus territorios. Imagínese usted a cualquiera de los apóstoles celebrando semejante acuerdo con una dictadura fascista…Claro, esto no puede imaginárselo; ¡esto es inimaginable! Conque muchos de los católicos italianos eran políticamente socialistas y, por lo tanto, opuestos al régimen fascista de Mussolini, el papa prohibió a sus fieles participar en la política; no tendrían más alternativa que apoyar al dictador. El Duce estaba agradecido, por contrapartida reestableció el poder temporal del papa, y dio a la clerecía total poder sobre la vida de la nación. Por haber confiscado en 1870 los territorios papales, Italia, por mano de Mussolini pagó al Vaticano 750 millones de liras al contado, y 1000 millones en bonos del estado. Con parte de ese botín se levantó el famoso Banco Vaticano. (*) Concordato: Pacto entre un gobierno nacional y un grupo religioso que fija los términos de acuerdo relacionados con materias de mutuo interés.

218


Al final, a los católicos se les prohibió oponerse a Mussolini y se les instó a apoyarlo. Dice Dave Hunt, historiador y apologista: “La Iglesia (de Roma) virtualmente puso al dictador fascista en el gobierno (como lo haría con Hitler pocos años más tarde). A cambio de esto, Mussolini (en el Concordato de 1929 con el Vaticano), hizo que el catolicismo romano fuese otra vez la religión oficial del estado, y se hizo que cualquier crítica hacia la misma fuese una pena capital. A la Iglesia se le otorgaron otros favores, incluyendo una vasta suma de dinero al contado y en bonos” (“Una Mujer cabalga la Bestia”, pag. 59).

Italia, bajo Mussolini, el dictador fascista y católico-romano, llegó a ser momentáneamente poderosa. Armó el dictador un ejército y lo puso en acción atacando Etiopía. Los italianos, con sus aviones, ametralladoras, bombas y gas venenoso, destrozaron a los pobres indígenas etíopes que se defendían con lanzas y escudos. Previamente, el papa Pío XI, había bendecido las tropas asesinas de Mussolini. El cardenal arzobispo de Milán, Alfredo Ildefonso Schuster (jesuita), llamó a esa masacre de negros en Etiopía: “Una cruzada católica” Mussolini entendía perfectamente lo que significaba el papado; llegó a decir claramente: “Es increíble que los gobiernos liberales no hayan comprendido que la universidad del papa, heredera de la universidad del Imperio Romano, representa la gloria más grande de la historia y de las tradiciones italianas”. Dijo además: “Reconocemos el lugar preeminente que la iglesia católica ocupa en la vida religiosa del pueblo italiano algo que es perfectamente natural en un país católico como el nuestro, y bajo un régimen como el fascista”. Así que, para Mussolini, fascismo y catolicismo romano se dan de la mano; combinan bien. Este discurso del Duce fue alabado por todos los cardenales de Roma, diciendo en un escrito dirigido al papa: “…este eminente estadista que gobierna Italia por decreto de la Divina Providencia”.Evidentemente, esos prelados estaban más que equivocados, y su exigencia de infabilidad no era más que otro error. ¿Por qué entonces se adelantaron en declarar así? La respuesta es muy sencilla, a ambas partes, Vaticano y Mussolini, les interesaba estar juntos. El dictador necesitaba la iglesia de Roma para establecer su control en el país a causa de la mayoría católica, y por su parte, la iglesia en cuestión deseaba apoyarlo a cambio de la restauración de su poder temporal, o al menos, parte de él. De todos modos, ese es el modo como Roma había sido Roma siempre, espiritualmente fornicado con los reyes y emperadores (Ap. 17: 2). Con la firma del Tratado de Letrán, el pontífice romano volvió a estar de nuevo donde solía estar: “coronando” al emperador, y a la sombra protectora de éste. El investigador Avro Manhatan, en su libro “The Vatican and World Politics” expresa esto con claridad diáfana: “La Iglesia (de Roma) por lo tanto se volvió el arma religiosa del estado fascista, mientras que el estado fascista se volvió el arma secular de la Iglesia”. La Biblia llama a este manejo “fornicación espiritual”. Una de las figuras importantes en negociar el Concordato en cuestión fue el procurador Francesco Pacelli, hermano del cardenal Eugenio Pacelli, futuro papa. De lo aprendido acerca de ese concordato, cuatro años más tarde, el Vaticano firmaría otro semejante con la Alemania nazi. Moriría Pío XI justo antes de que la Segunda Guerra diera comienzo, así como moría Pío X antes de la Primera… ¿casualidad? Ciertamente la fecha fue el 10 de febrero de 1939, y también su muerte un misterio.

219


El preludio a la Segunda Guerra Mundial; Hitler, el segundo frente Jesuita A mediados de los años veinte, Alemania era un caos. La inflación estaba por las nubes, y el dinero no valía nada. Destronaron al Kaiser, culpándole de todos los males. Mientras tanto, los comunistas pugnaban por el poder. El nuevo gobierno que surgió era débil, y algunos querían que el pueblo alemán escogiera su propio gobierno como en Francia. Querían que Alemania fuera una república, por ello el papa estaba enfurecido. Hay dos cosas que el Vaticano desprecia: el protestantismo y la democracia. Los Jesuitas se movieron rápidamente para detener la nueva república de Weimar. Dos hombres fueron levantados para frenar la república: Franz Von Papen (católico romano), y el otro, Eugenio Pacelli, quien llegaría ser el papa Pío XII. El escenario fue montado por el aspirante a Anticristo, también católico romano e inmerso en el ocultismo, Adolf Hitler. El famoso libro, “Mein Kampf”, fue escrito por el padre jesuita Staempfle (The Secret History of the Jesuits, Edmond Paris, p. 138). Aquel libro fue el plan jesuita para la toma de Alemania a través de Hitler. De todos los libros que el Vaticano prohibiera con severidad, entre ellos nunca estuvo “Mein Kampf”, ni otras obras antisemitas (Lewy, op. Cit. P. 152). Otra inquisición estaba a punto de comenzar; en lugar de usar hábitos dominicos, se usarían uniformes nazis. Los nazis, respaldados por el Vaticano, usaban la misma táctica que Mussolini. Alemania se convirtió en el segundo frente jesuita. El símbolo de esta nueva inquisición era la esvástica, un antiguo símbolo ocultista. El Vaticano eligió a Hitler para sus propósitos de triunfo. Él y todos sus asociados tenían al menos una cosa en común: eran católico romanos. Cuando se supo que Pío XI daba su respaldo a Hitler, el voto católico romano puso a éste en el poder. Era el año 1933. Este mismo año, contempló la firma del Concordato entre Alemania y el Vaticano. Dicho acuerdo lo firmó el cardenal Pacelli, quien más tarde llegó a ser el Papa Pío XII (1939-1958). En ese mismo año, Pacelli era el Secretario de Estado del Vaticano. La otra parte, la alemana, era representada por Franz Von Papen, siniestro nazi y devoto católico romano, diplomático de Hitler. Éste, no tuvo ningún inconveniente en declarar: <<El Tercer Reich es el primer poder que no sólo reconoce, sino que pone en práctica los altos principios del Papado>> (Der Voelkischer Beobachter, 14 de enero de 1934). En esa misma reunión estuvo también el entonces poco conocido prelado del vaticano, Montini, que llegaría a ser el papa Pablo VI.

220


“Foto de la firma del Concordato entre el Vaticano y la Alemania nazi”

El Vaticano sabía acerca de la intención de Hitler de exterminar a los judíos antes de firmar ese Concordato. Esto es así, porque por otras muchas razones, Hitler el uno de abril de 1933, unos cuatro meses antes de la firma del tratado en cuestión, comenzó su programa sistemático con un boicot contra los judíos, justificándolo con estas siguientes palabras: “Creo que hoy estoy actuando al unísono con la intención del Creador Todopoderoso. Al pelear contra los judíos, hago batalla por el Señor”. ¡Cuán terriblemente equivocado estaba Hitler! Desconocía que quien maldice a Israel, Dios le maldice a él (ver Gen. 12: 3). Hitler predicaba el “destino superior” para toda la humanidad. Mas tarde, ese discurso se limitaría a las “razas especiales”, y en concreto, sólo a una, la mítica aria. Por lo tanto, las razas inferiores” debían ser eliminadas o reducidas, esto explica el holocausto nazi, donde literalmente 6 millones de judíos fueron masacrados en las cámaras de gas y otros medios mortíferos. Hitler y sus secuaces, obedeciendo las instrucciones del mismo Satanás, según la enseñanza que miles de años antes le diera la serpiente a Eva: “Seréis como Dios”, el dictador ahora decía: “El hombre se está volviendo Dios…”. Los judíos no entraban en esa estimación porque según él, eran “subhumanos”. Toda esa doctrina diabólica era bien conocida por el Vaticano, y nunca la desaprobó. Todas las ideas de Hitler fueron expuestas en su libro, recordemos, escrito por un jesuita, “Mein Kampf”. Muchos de los 30 millones de católico romanos alemanes lo habían leído, así como la jerarquía romana; ¿alguien se opuso? Nadie. Más aún, conociendo de antemano las ideas racistas, antisemitas y destructivas de Hitler, expresadas con nitidez en su libro “Mein Kampf”, el Papa Pío XI, dirigiéndose al Vicecanciller Fritz Von Papen, le expresó cuán contento estaba de que el gobierno alemán tuviera como líder a un hombre como ése, refiriéndose a Hitler (Franz Von Papen, Memoirs, pág. 279, Londres, 1952).

El obispo Berning publicó un libro recalcando el vínculo entre el catolicismo romano y el patriotismo, y le envió una copia a Hitler “como muestra de mi devoción”; escribió. Diversas personalidades de la jerarquía romana alabaron a Hitler y sus doctrinas. Monseñor Hartz dijo de él que había salvado Alemania de la ponzoña del liberalismo y del comunismo. Taeschner, publicista católico romano, dijo de él que había sido enviado por la Providencia a fin de lograr la realización de las ideas social católicas 221


(Guenter Lewy, The Catholic Church and Nazi Germany – McGraw-Hill, 1964, pág. 160, 161). El obispo Vogt de Aachen prometió a Hitler que “la diócesis y el obispado participarían encantados en la construcción del nuevo Reich (reino)”. El cardenal Faulhaber, en una nota manuscrita a Hitler, expresó el deseo “que viene del fondo de nuestro corazón: que Dios guarde al canciller del Reich para nuestro pueblo”. Una foto apareció en un diario mostrando al vicario general Steinmann a la cabeza de organizaciones de la juventud católica en un desfile que pasaba frente a Hitler y contestando al saludo del Fuehrer con el brazo levantado. Steinmann declaró que “los católicos alemanes por cierto consideraban al gobierno de Adolfo Hitler como la autoridad dada por Dios, y que algún día el mundo reconocería con gratitud que Alemania erigió un baluarte contra el bolchevismo”.

La mayoría de los católicos de Alemania estaban eufóricos después de que se firmara el Concordato de 1933 entre Hitler y el Vaticano. A los jóvenes católicos se les instó a que levantaran el brazo derecho en un saludo, y que desplegaran la bandera con la ocultista svástica. El joven Ratzinger, actual papa romano, fue uno de ellos. Las organizaciones de la juventud católica, exigían la estrecha y total colaboración entre el estado totalitario y la iglesia totalitaria. Todos los obispos alemanes juntos prometieron su fidelidad al nacional-catolicismo de Hitler. El obispo Bornewasser, en una reunión de la Juventud Católica en Tréveris, declaró: “Con cabeza levantada y paso firme hemos entrado al nuevo Reich y estamos dispuestos a servirle con todo el poder de nuestro cuerpo y alma” (Guenter Lewy, The Catholic Church and Nazi Germany – McGraw-Hill, 1964, págs. 100, 106). Se celebraban múltiples misas para bendecir al partido nazi y a su Führer. Hay fotos que atestiguan este hecho, como la celebrada en Munich en 1937.

“El joven Ratzinger, actual papa romano, perteneciente a las juventudes hitlerianas”

222


“Concubinato entre lo nazi y lo católico romano”

“Entre otros, el vicario general Steinmann junto a dirigentes nazis levantando el brazo en alto”

“Más prelados católico romanos saludando a lo nazi” 223


Siempre la institución católico romana, como mujer ramera que es, ha anhelado estar al cubierto del poder civil y militar para realmente ser ella misma y sentirse “realizada”. Hitler fue su paladín, su héroe por poco tiempo. Estoy especialmente persuadido de que Hitler es un tipo clarísimo de la Bestia Anticristo (Ap. 13) que está por levantarse en el mundo como “rey del mundo”, y que en ese momento cuando vaya a levantarse, la mayoría de las gentes de ese tiempo que viene verán en él lo que los alemanes católicos vieron en Hitler en un principio.

España (Franco), el tercer frente Jesuita Como hemos venido diciendo, los Jesuitas iban perfilando una estrategia político-militar encabezada por tres frentes. Vimos el primer frente, el italiano con Benito Mussolini; el segundo el alemán, con Adolf Hitler, y ahora veremos el tercero de ellos. España, con Francisco Franco al frente, se convirtió en el tercer frente de los Jesuitas. Previamente, cuando el tiempo de la república, tres presidentes, a saber, Niceto Alcalá Zamora. Manuel Azaña, y Juan Negrín, educados en instituciones de los Jesuitas, conociendo su talante, habían pedido que fueran aprobadas cinco leyes con el fin de impedir la ingerencia del Vaticano en la República Española. En esos días, se descubrieron restos de cuerpos de bebés en los sótanos y pasadizos subterráneos de ciertos conventos; unos para curas y otros para monjas que se enlazaban bajo tierra a través de diferentes pasillos. Esos bebés fueron el fruto de ocultas relaciones sexuales entre el clero conventual, y para que no trascendiera el asunto a la opinión pública y caer así en desmerecimiento y descrédito, cruelmente los mataron y los depositaron allí. Eran decenas los que se encontraron. Eso produjo un enorme sentido de indignación, que catapultó la implementación de esas leyes comentadas. El asunto trataría de lo siguiente: 1. Todas las iglesias católico romanas debían ser nacionalizadas; 2. Todas deberían pagar impuestos; 3. No más escuelas en manos de sacerdotes católicos; 3. Todas las escuelas, conventos y monasterios habrían de estar bajo el control del gobierno español; 5. Reconocimento de la religión protestante. Evidentemente todo esto encendió la ira de la Sociedad Jesuita.

La Guerra Civil Española La Guerra Civil Española fue provocada por el levantamiento de Franco y sus generales, auspiciados por el Vaticano. Debido a que un puñado de comunistas respaldaban la República, le hicieron creer al mundo que era una revolución anticomunista. Gracias al control de la prensa por parte del Vaticano, la verdad fue encubierta. El papa contrató a varias divisiones de mercenarios musulmanes para pelear bajo el general Francisco Franco. El papa excomulgó a los cabecillas de la República y declaró la “guerra santa” entre la Santa Sede y Madrid. Este general, que se hacía llamar el Generalísimo y andaba “bajo palio” como si fuera un cardenal, se convirtió durante cuarenta años en un dictador católico-romano que ayudó a implantar el llamado nacional-catolicismo en nuestra nación. El 3 de agosto de 1937, el Vaticano reconoció al gobierno de Franco, ¡veinte meses antes de que la guerra civil terminara!

224


“Franco con Hitler”

Aparentemente los jesuitas tuvieron éxito en los tres frentes. Los dictadores Hitler, Mussolini y Franco fueron llamados “defensores de la fe”. Pronto volvería a correr la sangre en una nueva guerra mundial.

En la II Guerra Mundial Hitler y Roma Al principio, la Iglesia romana se oponía a Hitler; le asustaba esos fanáticos con camisas marrones. Aquí estamos hablando del año 1930, cuando los nazis vencieron electoralmente y de forma estrepitosa. No obstante, cuando el movimiento hitleriano iba avanzando y conquistando en las urnas el voto popular, los obispos católicos empezaron a moderar sus críticas. El voto de los católicos era abrumador, y los obispos no veían la manera de parar eso. Como siempre ha hecho Roma “si no puedes con tu enemigo, únete a él”. Por su parte Hitler, conocedor del pensar de la jerarquía romana, planeó sagazmente su estrategia. Hitler anunció: “El gobierno del Reich considera que el cristianismo (es decir, el catolicismo), es el fundamento inamovible de la moral y del código moral de la nación, y atribuye el máximo valor a las relaciones amistosas con la Santa Sede, y está esforzándose por desarrollarlas”. A los pocos días, los obispos alemanes retiraron públicamente toda la previa oposición al partido nazi. La estrategia de Hitler dio resultado, tal y como se la relató a Rauschning: “Tenemos que atrapar a los sacerdotes por la notoria avaricia e indulgencia para consigo mismos. Así podremos conciliar todas las cosas con ellos en perfecta paz y armonía... ¿Para qué altercar? Se van a tragar cualquier cosa con tal de poder mantener sus ventajas materiales” (H. Rauschning, The Voice of Destruction, N.Y., 1978, p. 11). Aquí oímos una vez más la misma cantinela de siempre. El mismo Hitler lo declaró con claridad meridiana. Roma siempre ha buscado codiciosamente su beneficio a toda costa (Ap. 18: 3). Hasta tal punto se tragó Roma el anzuelo que, de todas ellas, Hitler fue la principal baza del Vaticano. Contrariamente a lo que fue en un principio, en él llegaron a estar puestas todas las esperanzas de que se levantase un nuevo y neo-medieval sacro imperio romano germánico; el III Reich de Hitler, que debiera durar mil años, por torcida alusión al Milenio bíblico (Ap. 20), y que tanto deseaba (y desea) Roma. Para Hitler, que como todo el mundo sabe, estuvo involucrado en el ocultismo, al cual fue iniciado ya desde muchacho por el abate del monasterio benedictino de Lambach, el cual era un consagrado ocultista, el cristianismo era en realidad el catolicismo romano. Esto es evidente por sus declaraciones. El dictador dijo una vez: “Rechazo ese libro de 225


Rosenberg. Fue escrito por un protestante. No es un libro del partido...como católico, nunca me siento cómodo en una iglesia evangélica o en sus estructuras...en cuanto a los judíos, sólo estoy continuando la misma política que la Iglesia Católica ha adoptado por mil quinientos años, que ha visto a los judíos como un peligro y los ha acorralado en ghettos, etc, porque Roma sabía cómo eran los judíos. No pongo raza sobre religión, pero sí veo el peligro en esta raza para la Iglesia y el Estado, y quizás estoy haciendo un gran servicio a la cristiandad”. Este monstruo que fue Hitler, se identificaba con Roma y estaba en contra, por tanto, de evangélicos y judíos. ¿No tendría esto que dar que pensar a más de uno? Lo que Hitler decía de Roma en cuanto a su trato con los judíos era una realidad. No sólo Roma los metió en ghettos a lo largo de muchos centenares de años, también los condenó a la hoguera y buscó su exterminio. Hasta tal punto ha llegado su soberbia y audacia que no ha tenido ningún inconveniente de hacer esto al pueblo de Dios. La matanza de judíos que realizó Hitler y sus secuaces, era perfectamente legal de acuerdo a las leyes canónicas del sistema romano. Toda una aberración se mire por donde se mire. Déjeme decirle que esto no ha cambiado un ápice. Estas leyes siguen vigentes porque son dogma inalterable romano desde el Concilio de Trento. Desde 1212, por decreto papal, se requería de los judíos que usaran un distintivo visible y humillante, y se les prohibía ocupar cargos públicos. Esto fue hecho cumplir por los dominicos. Decretos papales adicionales prohibieron a los judíos, a los no católicos, y a los cristianos verdaderos, ser dueños de bienes raíces, vender mercancías nuevas, vivir y morir cerca de católico-romanos. No hace tantos años, la misma svástica, principal símbolo nazi y antisemita, la cual los obispos alemanes, primero, y luego todo el Vaticano saludara con reverencia extrema, no era sino un símbolo ocultista y satánico, usado por la masonería, y que Hitler usó por recibirlo de manos de aquel abate satanista de Lambach. Un símbolo satánico, no sólo aceptado, sino venerado por toda la jerarquía católico romana, ¿podrá haber mayor ceguera que esta?, posiblemente sí, pero con esta, es bastante. Existe la ceguera fruto de una inocente ignorancia, pero este no es el caso definitivamente.

Complot anticristiano y antijudío En su afán por destruir el testimonio cristiano, algunos católico-romanos alemanes recibieron órdenes de unirse a las iglesias protestantes. Era esencial para poner en acción aquel diabólico complot que afectaría el pensamiento de los judíos por décadas. Aquellos católicos encubiertos trabajaron duro para ganarse la aceptación y la confianza de los pastores protestantes y sus congregaciones. Así, cuando las atrocidades antijudías comenzaron, los agentes católicos, haciéndose pasar por protestantes, acusaban públicamente a los judíos y los entregaban a la Gestapo para enviarlos a los campos de exterminio. Aún hoy en día, los judíos creen que los protestantes les traicionaron y que los verdaderos cristianos son sus enemigos. El Vaticano tomó a mil judíos católicoromanos y los ocultó bajo los cerros del Vaticano mientras duró la guerra, ¿por qué?, por si acaso Hitler perdía. El Vaticano siempre se protege en caso de que sus planes fracasen. Con ese acto mencionado, pudieron proclamar al mundo que habían protegido a esos judíos de los nazis, y en este caso el papa Pío XII quedó muy bien ante la prensa internacional; y muchos aún siguen creyéndolo (“Los Padrinos”, Chick P. P. 21).

226


La Acción Católica Mientras los alemanes construían sus máquinas de guerra, los jesuitas se preparaban en los países que Hitler iba a invadir. Montaban “quintas columnas” (*) en Francia, Bélgica, etc. La Acción Católica era la quinta columna en aquellos países. “Los Padrinos, pág. 22, Chick Publications”

* (Una “quinta columna” es un ejército secreto en un país, listo para ayudar al enemigo a derrotar a su propia nación).

En Bélgica, los jesuitas Picard, Ardent y Foucalt, predicaban un “evangelio” hitlerianofascista que llamaban “avivamiento espiritual”. De este modo se preparaba el camino para los tanques alemanes. En los Estados Unidos, el padre jesuita Coughlin, llamado el apóstol de la esvástica, llegaba a través de la radio a más de 20 millones de seguidores. La “Public Broadcasting System”, en su programa televisivo del 6 de abril de 1994, dijo: “El padre Charles Coughlin, un sacerdote católico, era el portavoz antisemítico más influyente del país. Su programa de radio llegaba a millones de personas” (America and the Holocaust, Deceit and Indifference,, parte de “The American Experience”, serie de PBS, 6 de abril de 1994). Coughlin decía: “La guerra alemana es una batalla por el cristianismo”. Este hombre era el encargado de las llamadas “células comandos” en los principales centros urbanos, que actuaban conforme a los métodos de los hijos de Loyola y eran entrenados por agentes nazis. (La historia secreta de los jesuitas, pag. 137). Así fue la Acción Católica en los Estados Unidos entre 1936 y 1942 (Enciclopedia Británica, vol. III). En Francia, la “Acción Católica” fue descaradamente la quinta columna, bajo el nombre de Federación Nacional Católica. Los jesuitas decían a los católico romanos que el papa respaldaba a Hitler y que estaban listos para servir al ejército católico nazi cuando llegara el momento. Francia cayó a los treinta días de que los tanques alemanes la invadieran, gracias a la “Acción Católica “ (New Illustrated Encyclopedia of World History, p. 1048).

Hitler, Himmler y los Jesuitas Seis largos y sangrientos años duró la Segunda Guerra Mundial. Una de las grandes fuentes de inteligencia militar de Hitler corría a través del Vaticano vía las confesiones auriculares católicas en todo el mundo. La información era un elemento vital. Heinrich Himmler organizó la policía secreta alemana, la Gestapo, conforme a los principios de la Orden de los Jesuitas. El mismo Hitler dijo a sus colegas: “Himmler es algo así como nuestro Ignacio de Loyola”. (“Los Padrinos, pág. 23 Chick Publications”). Dave Hunt también dice lo mismo al respecto: “En muchos aspectos, las SS se organizaron según el modelo de la Orden de los Jesuitas, que Himmler había estudiado y admirado. Es asombroso que el juramento de las SS terminara con “que Dios me ayude” - sigue diciendo Hunt: “Su catecismo consistía en una serie de preguntas y respuestas: “Pregunta: ¿por qué creemos en Alemania y en el Fuehrer? Respuesta: Porque creemos en Dios, creemos en la Alemania que él creó en su mundo, y en el Fuehrer Adolfo Hitler, a quien él nos ha enviado” (A Woman Rides the Beast”, Hunt. P. 286). Hitler públicamente dijo respecto a los Jesuitas: “Ante todo, he aprendido de los Jesuitas. Y así también lo hizo Lenin...El mundo jamás ha conocido algo tan espléndido como la estructura jerárquica de la Iglesia Católica. Hubo muchísimas cosas que simplemente he apreciado de los jesuitas para ser usadas por el partido” (Manfred Barthel, The Jesuits; History and Legend of the Society of Jesus (New York, 1984), p. 266).

227


Muchos sacerdotes católico-romanos vistieron el uniforme negro de la policía secreta alemana. El padre Himmler, jesuíta y tío de Heinrich Himmler, era uno de los oficiales superiores de ese nefasto cuerpo policial. Fue mayormente a través de esta organización que seis y medio de millones de judíos sufrieron tortura y muerte en los campos de exterminio, ¡una perfecta inquisición moderna! Escuche bien esto: Los protestantes creyentes en la Biblia, que oraban por los judíos y trataban de ayudarlos, también fueron a los campos de concentración y exterminio.

En Yugoslavia En Yugoslavia, los “hermanos separados”, miembros de la Iglesia Ortodoxa Griega, eran asesinados por los Ustashis, grupo católico armado encabezado, como no, por jesuitas. Sus monstruosas torturas y masacres son casi impublicables (Ravening Wolves, Mónica Farrell, p. 44). Estos fueron más asesinos si cabe que los propios nazis. Muchos sacerdotes católicos eran miembros del escuadrón de asesinos Ustashis; pero hagamos un poquito de historia. En su afán de, ahora sí, destruir el comunismo, el cual traicionara los intereses del Vaticano en su día, este último no vaciló, ya en la década de los años veinte, en conspirar junto con un grupo que se le vino a llamar el Intermarium, un comité internacional clandestino que pretendía liberar las naciones “entre mares” (Báltico, Negro, Egeo, Jónico y Adriático). El objetivo básico consistía en aislar a los comunistas al este de una nueva e hipotética Europa católica. Poco a poco ese Intermarium fue recibiendo cada vez más apoyo del Vaticano, a pesar de que ya en los años treinta, era definitivamente un grupo fascista e involucrado en el terrorismo internacional. Entre todos sus líderes destacaba por su maldad y sadismo Ante Pavelic. Este hombre desarrollaría un gran servicio al Vaticano y al propio Hitler; de hecho llegó a convertirse en un jefe títere nazi en Yugoslavia. Su grupo, los Ustachis. Escribe Hunt: “Este grupo de Ustachis estaba dirigido por el líder del Intermarium, Ante Pavelic, en asociación con el arzobispo croata Aloysius Stepinac. Estos dos archicriminales fueron responsables de numerosos asesinatos, incluyendo el del rey Alejandro de Yugoslavia y el de Barthou, ministro de relaciones exteriores de Francia (1934), así como también de Radich, líder croata del partido de los campesinos (1928)” (A Woman Rides the Beast, p. 309). Radich sabía que el Vaticano estaba implicado en todo esto y lo había públicamente denunciado. El resultado de su denuncia fue su propio asesinato. La historia es muy larga y penosa para contarla entera aquí, decir que el objetivo en Croacia era el de destruir a todos los no católicos y no croatas. Escriben Scott y Jon Lee Anderson: “Esto significó que la matanza de serbios y la deportación de judíos a campos de ejecución nazis era la política oficial del estado llevada a cabo por bandas vigilantes de escuadrones de terror croatas que viajaban por los montes y valles en busca de familias no católicas” (Scott Anderson, Jon Lee Anderson , Inside the League, Dodd, Mead & Co., 1986). Ante Pavelic alardeaba de que Croacia había resuelto del todo el “problema judío”. Los 50.000 judíos que había en Croacia cuando empezó la Guerra, fueron rápidamente asesinados o deportados a los campos de exterminio nazis, sobre todo a Auschwitz. Escribe Hunt: “La mayoría del clero católico en Croacia estaba fanáticamente detrás de Pavelic y de su régimen increíblemente impío. Pavelic hasta dio medallas a monjas y sacerdotes, revelando el hecho de que muchos de ellos participaron activamente junto con los milicianos de la Ushtashi” (A Woman Rides the Beast, p. 311). La realidad, horrible por necesidad, es que tanto en Yugoslavia, Ucrania, y en todos lo frentes, los sacerdotes, obispos y cardenales católico-romanos, con el conocimiento total del Vaticano, participaron y dieron su bendición a algunas de las masacres más sangrientas de la Guerra, con la 228


intención de dar al catolicismo romano el control de esas regiones. Un monje franciscano, Miroslav Filipovic, fue el comandante del campo de exterminio de Jasenovac, luciendo uniforme de Ustashi. El campo de concentración de Jasenovac, se distinguió por el número de prisioneros jóvenes que allí se enviaron. En 1942 el campo tenía más de 24.000 jóvenes prisioneros de religión ortodoxa; 12.000 de ellos fueron masacrados a sangre fría; muchos de ellos muertos por inanición (existe total documentación al respecto). Durante el tiempo que el franciscano Filipovic comandó el campo, dirigió la exterminación de no menos de 100.000 víctimas. Poco antes, el arzobispo Stepinac ordenó a todo el clero croata a que apoyara al nuevo estado Ustashi. Está muy bien documentada toda la forma en que el clero romanista estuvo involucrado, ya en la participación activa, o en bendecir el Holocausto llevado a cabo por los ustashis, teniendo entre sus filas a numerosísimos sacerdotes. Un cura llamado Iván Raguz, repetidamente urgía la matanza de todos los serbios, incluyendo niños, para que: “Ni siquiera las semillas de las bestias queden”. (“Cortinas de Humo” J.T.C., p. 29). “Los Ustashis casi siempre usaron las armas más primitivas, como trinches, espadas, martillos, serruchos y hachas, para torturar a sus víctimas antes de ejecutarlas. Quebraban las piernas, arrancaban la piel, cegaban cortando los ojos con cuchillas y aún se los arrancaban de las cuencas. Esta información está bien documentada con fotografías y testimonio juramentado de los supervivientes. No perdonaron a mujeres ni niños. Para citar algo: En las aldeas entre Vlasenica y Kladan, las tropas ocupantes nazis descubrieron a niños que habían sido empalados (atravesados con palos como aves para asar) por los Ustashis, los curas católicos abogaban por la matanza de niños” (Ibid, pp. 29, 30, 33). Todo esto es demasiado horrible, pero fue real. El motivo de toda esta barbarie, réplica exacta de las acaecidas en la Edad Media e instigadas por los propios papas a través de la Inquisición y anterior (véase la comandada por Inocencio III contra los Albigenses, por ejemplo), no era sino obligar a todos los no católicos: Ortodoxos (serbios) y judíos a convertirse al catolicismo romano. Escribe Hunt: “El arzobispo Stepinac encabezaba el comité que era responsable de las “conversiones” forzadas al catolicismo romano bajo pena de muerte, y era también el Vicario Apostólico Militar Supremo del Ejército Ustashi, que efectuó la matanza de los que rehusaron convertirse. A Stepinac se le conocía como el “Padre Confesor” de los Ustashi, y continuamente otorgaba la bendición de la Santa Madre Iglesia a sus miembros y actividades” (A Woman Rides the Beast, p. 312).

El número de víctimas asesinadas en Yugoslavia excedieron al millón. En los juicios de crímenes de guerra se estimó que de 700.000 a 900.000 víctimas fueron torturadas y ejecutadas en los 24 campos de exterminio dentro de Croacia (Los Angeles Times, 19 enero de 1988, p. 22). Decenas de miles nunca llegaron a los campos; muchos eran judíos, pero la mayoría eran serbios de fe ortodoxa a quienes se les dio la alternativa entre convertirse al catolicismo romano o morir. La mayoría optaron por lo segundo. Ante la matanza de serbios y judíos, el obispo católico de Mostar se lamentó, pero no de ésta, sino de que si “las autoridades hubieran sabido manejar las conversiones al catolicismo con destreza e inteligencia...el número de católicos habría aumentado al menos en unos 500.000 o 600.000” (Anderson & Anderson, Inside the League, Dodd, Mead & Co., 1986, pp. 27-28). Después de la guerra, el arzobispo “padre confesor” Aloysius Stepinac fue arrestado por el gobierno yugoslavo y sentenciado a diecisiete años de prisión por sus crímenes. Al pronto, la poderosísima y sutil máquina de propaganda del Vaticano se puso en marcha presentando a Stepinac como un héroe y víctima de los comunistas. A los muy pocos años, el arzobispo estaba libre. Andrija Artukovic, ministro del interior y ministro 229


de justicia bajo Ante Pavelic posteriormente, voló a los Estados Unidos después de haber supervisado el asesinato de casi un millón de personas (la mayoría miembros de la Iglesia Ortodoxa). Yugoslavia estuvo a punto de extraditar a Artukovic para que pagara por sus crímenes, pero gracias a la institución católico-romana por mano del cardenal Spellman, los servicios de inmigración y de inteligencia de los Estados Unidos bloquearon su extradición a Yugoeslavia. En 1986 se le describió como “probablemente el criminal de guerra más importante todavía vivo y no castigado en la actualidad” (Anderson & Anderson, op. cit. p. 296 / Los Angeles Times, 19 de enero de 1988, 1ª parte, pp. 20, 22)). Ante Pavelic, el líder ustashi, logró eludir el cerco, disfrazándose de cura católico. Llegó a Roma, donde el Vaticano lo escondió. Allí se reunía frecuentemente con Giovanni Montini, el subsecretario de estado del papa Pío XII, el que llegaría a ser papa también con el nombre de Pablo VI. Montini, había sabido por años lo que los Ustashi estaban haciendo. Algún tiempo después, huyó a la Argentina a través de las acostumbradas rutas clandestinas vaticanas. Una vez allí llegó a ser asesor de seguridad de Juan Perón el dictador argentino. A punto de ser asesinado por sus propios ex camaradas, huyó del complot contra él y se refugió en Madrid, España, donde murió de muerte natural en diciembre de 1959. Ese día, el entonces papa Juan XXIII pronunció su bendición personal sobre su cadáver.

Pío XII Volviendo a la historia de los papas, ahora le toca el turno a Pío XII. Su nombre común fue Eugenio Pacelli, hijo de una ilustre familia romana. Según Gelmi, “...se le reprochó la mentalidad clerical, las actitudes teatrales, un desacertado favoritismo, cierta propensión al nepotismo y temperamento autoritario”. No fue neutral en el conflicto mundial como se cree; Pío XII, llegó al poder rogando por la victoria nazi. Simón Wiesenthal, el judío “cazador” de nazis le ha acusado de colaborar en la fuga de criminales de guerra nazis tras la derrota del ejército alemán; de esto veremos más. El canciller Konrad Adenauer dijo: “Hasta ahora los alemanes no necesitaban un cardenal propio en la curia, porque tenían al papa”. A pesar de que su discurso público era a menudo de advertencia contra el abuso de los derechos humanos, paradógicamente guardó siempre un silencio cómplice con respecto al exterminio de aquellos 6 millones de judíos en el holocausto nazi. Independientemente de su fuero interno, él no podía condenar algo que hubiera contradicho no sólo el sentir, sino la actuación de su Iglesia a lo largo de los siglos (piénsese en la Inquisición). Los historiadores imparciales, concuerdan en declarar que ese silencio del papa alentó a Hitler en su genocidio, por aquello de que quien “calla, otorga”. La realidad es que Pío XII fue un buen teórico. Hacía alarde de que él era el protector de la moral en el mundo. En su primera encíclica, dada a conocer en octubre de 1939, decía: “En el cumplimiento de nuestro deber, no nos dejaremos influir por consideraciones terrenas ni nos detendrán la desconfianza ni la oposición...”. Estas palabras resultaron del todo huecas. El mismo día que Pío XII comenzó su papado, Mussolini echó de Italia a 69.000 judíos y este papa no dijo nada. Unas semanas más tarde, Italia invadió Albania, y el papa Pío protestó, no a causa de la invasión de un país, además de manera cruel, sino porque dicha invasión se realizó en un “Viernes Santo” (Avro Manhattan, The Vatican in World Politics –Horizon Press, 1949). Guenter Lewy, historiador e investigador escribió: “Cuando miles de antinazis alemanes fueron torturados hasta la muerte en los campos de concentración de Hitler, cuando la clase docta de Polonia fue masacrada, cuando cientos de miles de rusos murieron porque los 230


trataban como esclavos subhumanos, y cuando 6.000.000 de seres humanos eran asesinados porque no eran arios, los oficiales de la iglesia católica en Alemania alentaban al régimen que perpetraba estos crímenes. El papa en Roma, el líder espiritual y maestro supremo de la moral de la iglesia católica romana, permaneció callado” (Lewy, The Catholic Church and Nazy Germany (McGraw-Hill, 1964), p. 341). Cuando se le preguntó al papa Pío XII si no iba a protestar por la exterminación de los judíos, este respondió “cándidamente”: “No se olvide de que millones de católicos están en los ejércitos alemanes. ¿Acaso les voy a crear conflictos de conciencia? ¡¿Qué les parece esta respuesta!?. En otras palabras, cuando el mal es tan grande que rebosa la medida imaginable, es mejor no decir nada para no “crear conflictos de conciencia”, ¡increíble! La realidad es que si Pío XII hubiera escrito una encíclica denunciando el Holocausto y otras barbaridades nazis, muy posiblemente, no sólo se hubieran detenido estas atrocidades, sino que hasta Hitler hubiera sido derrocado. El valor de una encíclica papal tiene tanto peso como una declaración ex cátedra según Pío XII. Así mismo lo declaró en su encíclica “Humani Generis”, en la cual advirtió que cualquiera de sus encíclicas era tan obligatoria sobre la iglesia romana como cualquier declaración ex cátedra. Los millones de católicos nazis hubieran seguido las directrices del papa antes que las órdenes del estado. Sin embargo, el papa NO HIZO NADA. Además, ni Hitler, ni Mussolini, ni Himmler, ni ningún otro de los participantes claves del Holocausto fueron jamás excomulgados; siguieron siendo católicos hasta el fin refugiados bajo el paraguas de la madre iglesia romana. Lejos de ser reprendidos, los nazis fueron recompensados por Roma. Escribe Güenter Lewy: “Este encubrimiento de la verdad acerca de la cooperación católica fue tan audaz y exitoso que en Alemania...ni un solo obispo tuvo que renunciar a su cargo (por cooperar con los nazis). Todo lo contrario, al obispo Berning, que había trabajado hasta la caída de Hitler en el Concilio del estado de Prusia de Goering, en 1949 le dieron el título honorario de arzobispo. Von Papen, que ayudó a negociar el Concordato de 1933, fue ascendido a camarlengo secreto papal en 1959. Semejantes recompensas para hombres que estuvieron profundamente involucrados con el régimen nazi representan una burla a las figuras heroicas ... que murieron peleando contra Hitler” (Ibid, p.321). El mismo asesino arzobispo Stepinac fue elevado a la dignidad de cardenal por el mismo Pío XII después de la guerra. Los defensores de Pío XII, insisten en decir que el silencio papal durante la guerra ante la realidad del Holocausto nazi fue debido a la “necesidad de que la Iglesia permaneciera neutral”. Pero ¿cómo la iglesia puede permanecer neutral ante algo así? La razón es, porque la iglesia de Roma, no es la Iglesia de Jesucristo. Millones de verdaderos cristianos en todo el mundo estaban orando por el fin de las barbaridades; miles de ellos ayudaron a los judíos a escapar de la muerte, poniendo en peligro sus propias vidas y las de sus hijos. Sin embargo, agentes católicos, haciéndose pasar por protestantes, acusaban públicamente a los judíos y los entregaban a la Gestapo. Aún hoy en día, los judíos creen que los protestantes los traicionaron y que los verdaderos cristianos son sus enemigos (Los Padrinos, Chick Publications, p. 21). No, el Vaticano no fue neutral en absoluto; Pío XII no fue neutral en absoluto; no nos engañemos. Conforme la guerra llegaba a su fin, la actitud visible del papa mostraba menos “neutralidad”. Pío XII hizo que en los campamentos de refugiados se supiera que “el Vaticano daría refugio a los fugitivos fascistas” (Aarons and Loftus, Unholy Trinity: Hows the Vatican´s Nazy Networks Betrayed Western Intelligence to the Soviets, N.Y. 1991)). Los periodistas investigadores Mark Aarons y John Loftus, en su obra “Unholy Trinity: The Vatican, The Nazis and Soviet Intelligence”, escriben: 231


“Bajo la dirección del papa Pío XII, oficiales del Vaticano como el monseñor Giovanni Montini (más tarde Pablo VI), supervisaron una de las más grandes obstrucciones a la justicia en la historia moderna...facilitando el escape de decenas de miles de nazis (criminales de guerra) al occidente, donde se suponía que los adiestrarían como “combatientes por la libertad”....así como también criminales de guerra fascistas de Europa Central, de Rusia, de Bielorrusia y de Ucrania” (Ibid, pp. 12, 13). Secretamente, el Vaticano estuvo activamente implicado en la escapatoria de asesinos terribles, entre ellos, numerosos clérigos, desde sacerdotes a arzobispos. Esto es historia. El padre Vilim Cecelja, teniente coronel en la milicia de los Ustashis, que había organizado a 800 hombres para pelear junto con los nazis en Yugoslavia, formó parte del séquito de Ante Pavelic cuando éste último fue bendecido por Pío XII en Roma el 7 de mayo de 1941. Viendo venir la derrota nazi, el padre Cecelja fue a Viena en mayo del 1944 “para preparar el extremo austríaco de la red de escape”, y para fundar “la sucursal austríaca de la Cruz Roja en Croacia, lo cual le brindaría una cobertura ideal para su trabajo ilegal” (Ibid, p. 92). Está muy claro lo que el Vaticano hizo después de la Guerra al respecto. Escriben los periodistas aludidos: “Lo que el Vaticano hizo después de la Segunda Guerra Mundial es un crimen. La evidencia es inequívoca: La Santa Sede ayudó a huir a fugitivos de la justicia internacional. Las rutas clandestinas se crearon con la intención de ayudar a criminales de guerra nazis buscados a escapar de la justicia... Hallamos que la ignorancia no es una defensa adecuada: Pío XII estaba perfectamente enterado de los crímenes de Ante Pavelic”. (Op. cit. p. 282).

La carta de Pío XII dirigida al presidente Roosevelt Cierto sector del Vaticano busca que “se eleve a los altares” a Pío XII. Sin embargo, una carta enviada por el papa Pío XII al presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, durante los días más oscuros del Holocausto ha vuelto a encender la controversia sobre los esfuerzos católicos por declarar santo a la anterior figura papal. El "Jerusalem Post" ha informado que ha conseguido una copia de la carta de fecha 22 de junio de 1943, descubierta recientemente en los archivos de los Estados Unidos, en la que el Papa Pío XII expresa su oposición en cuanto a permitir que el movimiento Sionista creara una patria Judía en Palestina. Años atrás, en el momento en que era entregada dicha carta por el representante especial del papa en los Estados Unidos, A. G. Cicognani, al Embajador Myron Taylor, enviado especial de Roosevelt, estando el programa nazi para erradicar al judaísmo europeo en plena actividad, el Vaticano se mantenía en silencio absoluto acerca de la cuestión. Esta carta en cuestión, encontrada por el Centro Simón Wiesenthal, se cree que es la primera expresión explícita de la política de Pío XII contra el Sionismo manifestada al gobierno americano. Dice la carta del pontífice: “Es cierto que una vez Palestina fue habitada por la Raza Hebrea, pero no hay ningún axioma en la historia que justifique la necesidad de que un pueblo retorne al país que dejaron hace diecinueve siglos. Si se desea un 'Hogar Hebreo', no sería muy difícil encontrar un lugar más adecuado que la propia Palestina. Con el incremento de la población judía allí, nuevos y graves problemas internacionales surgirían”. ¡Qué poco conocía ese papa las Sagradas Escrituras donde claramente se nos dice que los judíos volverían a su tierra! El Rabino Marvin Hier, decano del Centro Simón Wiesenthal, dijo que la carta “es una acusación sumaria de Pío XII, porque dice básicamente que cuando el papa quiso expresar un punto de vista sobre el asunto sin duda alguna, lo dijo con toda claridad. ¿Dónde hay 232


una carta similar dirigida a Adolf Hitler diciéndole que el Vaticano siente repugnancia por su política contra los Judíos? Pero en el fragor del Holocausto, el Vaticano supo cómo oponerse al Estado de Israel”. Hier dijo que la carta se encontró hace dos semanas cuando investigaban sobre Pío XII, buscando encontrar apoyo a su candidatura para la canonización. Hasta ahora, no ha habido respuesta oficial todavía por el papado a partir de ser expuesto el contenido de la carta. El Rabino David Rosen, Jefe de la Oficina de la Liga Anti-Difamación de Israel y experto en las relaciones Católico-Judías, dijo que “ha sido conocida por mucho tiempo la política vergonzosa que la Santa Sede mantuvo durante ese período, y esto es justamente una confirmación del hecho”. Rosen dijo que el anti-Sionismo de Pío XII fue una continuación de la vieja postura política del Vaticano. Continúa diciendo Hier: “...en presencia de supervivientes, decenas de miles que viven todavía sus últimos años, y que sus últimos años los vivieran sabiendo que la persona de la que no escucharon nada sino silencio, ha sido designada para santo - mucha gente alrededor del mundo dirá que un santo estaba vivo en el Vaticano durante el Holocausto. Eso es un insulto a la memoria del Holocausto, y un insulto a los sobrevivientes”.

La Asunción pionina El 1 de noviembre de 1950, Pío XII, ex cátedra, obligó a toda la catolicidad romana a creer que la “Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María fue al final de su vida asumida al cielo en cuerpo y alma”. De todo esto hablaremos más adelante cuando toquemos el tema de María. Como pequeño adelanto, permítaseme decir que según este infalible papa, el dogma de la Asunción había sido unánimemente creído en la Iglesia desde su mismo comienzo y de que está plenamente apoyado en la Escritura. Esto es totalmente falso. Ese dogma era del todo desconocido en la iglesia primitiva y no está apoyado en ninguna manera en la Escritura. Cuando Pío IX necesitó distraer la atención de la catolicidad romana a causa de sus muchos problemas con el estado, lanzó el dogma mariano de la inmaculada concepción; ahora tenemos a este Pío XII, en plena posguerra lanzando otra cortina de humo para “unir” a la catolicidad de su tiempo con otro dogma mariano como el de la asunción de María que nada tiene que ver ni con la realidad ni con la verdad histórica y escritural. Eugenio Pacelli, Pío XII, murió el 9 de octubre de 1958 a los ochenta y dos años de edad.

El final de la Guerra / La División Azul El cardenal Bea en el Vaticano les dio a todos los jesuitas reunidos allí un resumen de cuanto había acontecido antes, durante y después de la II Guerra Mundial. A medida que la guerra iba declinando, el ejército soviético, abastecido con las armas de los Estados Unidos, atacaba desde el este mientras los aliados penetraban en Alemania y destruían el ejército hitleriano. En respuesta a una solicitud de Hitler, el general Franco le mandó su famosa División Azul, compuesta en su mayoría por soldados vascos (Los Padrinos, Chick Publications, p. 24). Una división completa fue movilizada en tren a través de las líneas aliadas. En el tren ondeaba la bandera del Vaticano. A los aliados se les dijo que su misión era salvar curas y monjas que iban a ser asesinados. La realidad es que la División Azul peleó al lado de los alemanes en la defensa de Berlín. 233


El oro de los judíos Cuando Adolfo Hitler se dio cuenta de que todo estaba perdido, se suicidó y el almirante Karl Doenitz, un católico romano, tomó el mando de la Alemania nazi. En lugar de devolver a España la División Azul, como habían prometido los nazis, el almirante Doenitz con el oro alemán, oro que pertenecía en gran parte a los judíos masacrados en los campos de exterminio, lo puso en aquel tren y lo envió a Suiza para ser puesto en los bancos suizos a nombre del Vaticano. Esos españoles franquistas fueron traicionados, y la mayoría de sus componentes fueron a parar a prisiones comunistas. A los americanos se les dijo que el tren cargado de oro que atravesaba sus líneas era un “tren caritativo” del papa, y que portaba medicamentos para los heridos. Al ver la bandera del papa, lo dejaron seguir sin ser inspeccionado. Los pocos supervivientes de la División Azul que volvieron a España fueron fusilados o puestos en manicomios para asegurarse de que la verdadera historia acerca del oro alemán se mantuviera en secreto ante el mundo. Pero los oficiales de la División Azul que fueron parte de esa conspiración volvieron en gloria y fueron recompensados (Ibid, p. 24). “Adolfo Hitler, hijo de la Iglesia Católica, murió defendiendo a la cristiandad, por tanto es incomprensible que no se puedan encontrar palabras para lamentar su muerte, cuando hubo tantas para exaltar su vida. Sobre sus restos mortales se alza su victoriosa figura moral. Que con la palma de los mártires Dios de a Hitler los laureles de la victoria”. Esta oda a la estupidez y al desvarío, ¿de quién vino? Esta barbaridad fue publicada por la prensa española el día que Hitler se suicidó; fue difundida por la misma Santa Sede bajo la cubierta de la prensa franquista; un comunicado del Vaticano vía Madrid (The Secret History of the Jesuits, Paris, p. 163).

El plan “B” Alemania estaba de nuevo en ruinas, así como el resto de Europa. Se rindió el 8 de mayo de 1945. El Vaticano estaba de nuevo en problemas. El hijo de Roma, el partido nazi, respaldado por el papa Pío XII, había fracasado, y el hijo odiado, el comunismo, era ahora el triunfador. Según el cardenal Bea, narrado por el Dr. Rivera, (Los Padrinos, p. 24), los jesuitas, siempre preparados para dar marcha atrás, habían tomado las siguientes medidas de precaución por si acaso perdían la guerra: 1. Hacer creer a todo el mundo que el Vaticano no había tenido nada que ver con la guerra, y al mismo tiempo, convencer al mundo de que el holocausto judío nunca había ocurrido. 2. Asegurarse de que los sacerdotes, monjas y monjes rebeldes fueran internados en campos de concentración alemanes, con lo que a la vez, convencerían al mundo de que también habían sido perseguidos. 3. Ordenar a algunas familias católicas y sacerdotes que protegieran a los judíos en sus hogares. En el futuro constituirían un excelente material propagandístico para películas, libros, etc. 4. Presentar un nuevo rostro al organizar el Concilio Vaticano II. 234


5. Elegir a un papa pro-comunista de detrás del Telón de Acero, para agradar a los comunistas (vencedores) y tratar de convertirlos al catolicismo, cumpliendo con su “profecía” de Fátima, en la cual el papa Pío XII estuvo tan involucrado.

Acabó la II Guerra Mundial Después de la II Guerra Mundial, el papa Pío XII rechazó abrazar al otro “hijo” del Vaticano, el comunismo. Al llegar al poder Juan XXIII, inició el Concilio Vaticano II el cual pretendió y logró ser un enorme cambio de imagen de la Iglesia de Roma. Por primera vez Roma hablaba de armonía, tolerancia, buenos deseos para todos, incluidos los protestantes a los cuales ya no llamaba herejes y anatema sino “hermanos separados”. Eso hizo más daño aún, porque ha engañado a muchos evangélicos bien intencionados que han creído que Roma ha cambiado, sin saber que Roma jamás cambia. Juan XXIII dio su respaldo y protección a Fidel Castro, que en realidad, según el Dr. Rivera, es un “fiel católico y bien entrenado jesuita bajo juramento” (Los Padrinos, p. 31, Chick Publications).

Los últimos papas hasta hoy Con el nombre de JUAN XXIII (1958-1963), fue nombrado papa Angelo Giuseppe Roncalli. Los cardenales que se reunieron en cónclave a la muerte de Pío XII, llegaron a una solución de compromiso a la hora de elegir al nuevo papa. Se plantearon el elegir un papa de transición, muy entrado en años y no muy conocido, que no fuera a crear problemas (¿sucesión apostólica?). Tenía que ser alguien manejable con el fin de dirigirle al cumplimiento del punto nº 4 del plan jesuita: El advenimiento del Concilio Vaticano II. En el primer año de su pontificado, Juan XXIII se mostró como era habitual con todos los papas: conservador; no obstante, un año más tarde, empezó a cambiar de discurso y habló de “aggiornamento”, es decir, de la necesidad de una puesta al día, de una modernización. Ahí entraba de lleno el plan B jesuita, tal y como explicaba el Dr. Rivera, de parte del cardenal Bea. En 1962 reunió el Concilio Vaticano II. El papa, tal y como estaba previsto, sólo vivió hasta ese punto. El concilio en cuestión lo presidiría otro papa, con otro talante muy distinto, Pablo VI. PABLO VI (1963-1978). De nombre común Giovanni Battista Montini. Estuvo presente en la firma del concordato entre el nazi Von Papen y el entonces cardenal Pacelli. Como dijimos, Montini era perfectamente conocedor de las masacres de los Ustashis directamente a través del contacto en el Vaticano con Ante Pavelic, el líder asesino croata, cuando fue subsecretario de estado del papa Pío XII. Conocedor fue también de todo lo que los nazis hicieron a los judíos en los campos de concentración, etc. etc., y conociendo...calló. Los periodistas de investigación Aarons y Loftus, autores de un magnífico libro que descubre al público innumerables secretos muy bien guardados del Vaticano, escriben en el mismo respecto a Ante Pavelic: “estaba viviendo dentro del Vaticano junto con otros criminales de guerra buscados” (“Unholy Trinity...” N.Y. 1991, comentario debajo de la foto nº 12). En esos días, Ante Pavelic, estaba disfrazado de sacerdote mientras estaba escondido en el Vaticano, y se hizo muy amigo del monseñor Giovanni Battista Montini, posteriormente hecho papa como Pablo VI. 235


Este fue un papa que despertó escasas simpatías en general. Defensor del celibato tradicional, instaurado por aquel Gregorio VII y que tantos males trajo a tantos clérigos. Sin base científica alguna, se opuso a los anticonceptivos declarándolo así en su encíclica “Humanae vitae” que provocó el debilitamiento de la credibilidad en la autoridad magistral de Roma en un gran número de católico-romanos. Siguiendo el plan jesuita, favoreció el ecumenismo. De tal modo lo hizo, que una vez, dirigiéndose a Sri Chinmoy, uno de los líderes hindúes más influyentes del mundo, le dijo: “La vida hindú y la vida cristiana irán juntas. Su mensaje y mi mensaje son el mismo” (A Woman Rides the Beast, Hunt, p. 431).

Pablo VI, fue el primero de los papas hasta hoy en llevar en la mano la cruz torcida. Es el crucifijo, pero constituyendo una cruz torcida en forma de arco, y un cristo clavado en ella retorcido y grotesco. Se sabe que ese es un símbolo satanista de burla a Cristo. También favoreció la apertura hacia el Este, preparando el camino para así cumplir con el punto nº 5 del plan B jesuita: Levantar un papa “comunista”. A la muerte de Montini, mientras se preparaba el advenimiento de ese papa de detrás del telón de acero, se decidió elegir a un papa de transición de nuevo (¿sucesión apostólica?); este fue: JUAN PABLO I (1978). Albino Luciano, cardenal de Venecia, fue el nuevo papa, y sólo duró ¡un mes! Fue asesinado, así como una mayoría de papas lo fueron a lo largo de la historia, porque la filosofía a seguir siempre fue: “El fin justifica los medios”. La versión facilitada sobre su muerte no convenció a nadie. La ausencia de una autopsia fue un dato muy significativo. Luciano no entendió que fue elegido simplemente papa de transición, y se propuso “escarbar” en algunos estercoleros, uno de ellos en las cuentas del Banco Vaticano. Le costó caro. Le siguió: JUAN PABLO II (1978-2005). El primer papa no italiano desde 1522. Polaco, de la ciudad de Cracovia, Karol Wojtila nació el 18 de mayo de 1920. Hijo de un oficial del ejército, perdió a su madre a los nueve años de edad. Fue su maestra, Felicia Wladrowska quien se ocupó de él. Fue ordenado sacerdote en 1946. Como dato curioso y a tener en consideración diremos que antes de esa fecha sufrió una crisis vocacional a causa del teatro. ¡De hecho llegó a ser un notable actor! A pesar de su apariencia de persona abierta y modernista, Juan Pablo II fue defensor a ultranza de la autoridad papal. Llevó el título “Totus Tuus” en sus labios y en toda su figura y mensaje hasta el mismo ataúd que acogió su cuerpo. Ese “Todos Tuyos” (Totus Tuus) iba dirigido a la virgen. De hecho posiblemente ese ha sido el papa más idólatra mariano e idólatra en general que jamás hubo. Gran adorador en concreto, y entre todas, de la virgen de Guadalupe de México, falsa María donde las haya, y clarísimo demonio de poder. La autora católica y mejicana Valentina Alazraki en su libro “Juan Pablo II y la Virgen de Guadalupe”, dice así: “Si se quisiera ilustrar la devoción que el Santo padre tiene a la Virgen de Guadalupe, bastaría recordar que sobre el escritorio de su estudio privado, al que Juan Pablo II se sienta para escribir sus discursos, sus cartas pastorales o sus encíclicas, se encuentra no una imagen de la Virgen Negra de Chestokowa, patrona de Polonia -como sería de esperar-, sino la efigie de nuestra Guadalupana. Y es que desde los principios mismos de su pontificado, lo puso bajo su protección y cuidado”. 236


Durante su papado, justo al inicio de la década de los 90, algo muy turbio salió a la luz. El 29 de mayo de 1990, se inició el proceso por la bancarrota del Banco Ambrosiano. A lo largo de la investigación, las tramas financieras del Vaticano se conocieron. El banco quebró fraudulentamente en 1982, en la que fue la peor de las bancarrotas sufridas por un banco italiano. Su presidente, Roberto Calvi, apareció ahorcado poco después, colgado de un puente de Londres. Su amigo y socio, Michele Sindona murió en la cárcel al beber una taza de café con cianuro en 1986. Alguien les asesinó. La investigación sobre el banco, que fue muy dificultosa por cierto, destapó una telaraña en la que se encontraba la mafia, la masonería, financieros y políticos, hasta los servicios secretos italianos, y el Vaticano por encima de todo ello. La responsabilidad en la quiebra del “Banco del papa”, en la cual el nombre del arzobispo Paul C. Marcinckus estaba a la cabeza, se estimó en 1.200 millones de dólares, de los que devolvió 250 en 1984. El arzobispo, en su calidad de presidente del Instituto para las Obras de Caridad (IOR), concedió avales y recomendaciones a Calvi. El presidente del Ambrosiano realizaba operaciones con esos avales por medio de bancos fantasmas y daba al IOR altísimos rendimientos. Marcinckus y los dos administradores del Banco Vaticano, Menini y De Strobel, fueron reclamados por la magistratura italiana para ser procesados, al considerar que el IOR había estado implicado en dicha quiebra. No obstante, no siguió el proceso adelante, ya que la Santa Sede intervino. Ese mismo año Marcinckus cayó en desgracia y fue relevado de su cargo, y tras declarar que “el Vaticano es un barrio de lavanderas”, se retiró como párroco a su Chicago natal. ¡Cuánta oscuridad encierran los muros vaticanos! Juan Pablo II, ha sido de los más activos. Cumpliendo con el designio jesuita de derrocar el comunismo, que en su día ellos favorecieran para sus intereses, fielmente actuó en esa dirección. La portada de la revista Time del 24 de febrero de 1992, mostraba fotografías del ex presidente Ronald Reagan y del papa en cuestión con esta alarmante leyenda: “SANTA ALIANZA: Cómo Reagan y el Papa conspiraron para ayudar al movimiento Solidaridad de Polonia y acelerar el fallecimiento del comunismo”. El artículo principal contaba cómo Reagan había “creído fervientemente en los beneficios, así como en las aplicaciones prácticas de la relación de Washington con el Vaticano. Uno de sus primeros objetivos como presidente, dice Reagan, era reconocer al Vaticano como un Estado “y hacerlo aliado”“. Y desde luego que se volvieron aliados. Según el Dr. Alberto Rivera, en su declaración frente cámara, recogida por Jim Arrabito (1950-1990), los Jesuitas alcanzaron a Reagan mucho antes de ser presidente, cuando de joven era una estrella de la pantalla, y en concreto interpretó el papel de un jugador de fútbol americano en la película “Knute Rockne”; ese fue su primer contacto con la Orden Jesuita (Alberto Rivera and Others speak of Jesuit Infiltration; spirituallysmart.com) Cayó el muro de Berlín, se terminó la Guerra Fría, y el comunismo soviético se derrumbó. Toda una historia de intriga entre la CIA y los agentes mucho más eficaces del Vaticano. De hecho, el ex Secretario de Estado Norteamericano Alexander Haig, reconoció que “la información del Vaticano era absolutamente mejor y más rápida que la nuestra en todo aspecto”. El mismo Mikhail Gorbachev, ex presidente de la Unión Soviética, dijo que el papa actual continuaría desempeñando “un gran papel político en la actual transición que está ocurriendo en Europa –siguió diciendo el ex líder comunista- los sucesos en la Europa del Este, no habrían sido posibles sin la presencia 237


de este papa (Juan Pablo II), sin el gran papel, incluyendo el político, que él sabía cómo jugar en la escena mundial”(“World”, 6 de marzo de 1992); (A Woman Rides the Beast, Hunt, pp. 232,233, 234). ¿Cuándo el Señor Jesucristo mandó a sus discípulos a que se involucraran en los asuntos de este mundo? El dijo:”Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así...” (Mateo 20: 25, 26). Todas esas intrigas políticas, alianzas impías, y objetivos terrenales no son propios de la verdadera Esposa de Cristo, aunque sí son propios de la que así mismo se llama verdadera y única iglesia de Cristo: Roma. Por ello, el plan jesuita está en marcha a través del papa. La meta es acabar con todos sus oponentes, y establecer un Nuevo Orden Mundial donde su líder sea un hombre visible, reconocido por todos, en todos los estamentos, económico, social, religioso, político, militar. Inequívocamente, todo apunta al cumplimiento profético que encontramos en el libro de Apocalipsis capítulo trece (el que lea, entienda). Juan Pablo II ha sido el papa que más se ha movido en las esferas internacionales, evidentemente, preparando el camino del Falso Profeta (Ap. 13: 11). Ese “testigo de esperanza” cumplió con su trabajo de anunciar al mundo la falsa esperanza; el surgimiento del Anticristo. Según un religioso destinado en el Vaticano, después de Juan Pablo II, “hay un fuerte deseo de un papado breve” (Diario El País, 28 Enero de 2001) ¿Será ese el caso del actual papa, Ratzinger, o quizás no será así? Sólo el tiempo lo dirá, y poco queda de este último. BENEDICTO XVI (1927-) De nombre común Joseph Alois Ratzinger, nacido Marktl am Inn en Baviera (Alemania), fue elegido como el 265º papa el 19 de abril de 2005 por los cardenales que votaron en el cónclave de 2005 tras el fallecimiento de Juan Pablo II. Ratzinger había sido nombrado cardenal por Pablo VI en 1977 y sirvió como asesor teológico durante el Concilio Vaticano II. En 1981 fue nombrado prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, (el sucesor del Santo Oficio o Santa Inquisición) por Juan Pablo II, quien lo nombró Decano del Colegio Cardenalicio y, como tal, cardenal-obispo de Ostia en 2002.

“Ratzinger” 238


El, al igual que su antecesor, ha estado trabajando arduamente hacia “la construcción de un Nuevo Orden Mundial” (Julio César Pineda “Perfil internacional de Benedicto XVI” -Globovisión. Com) y ya todos a estas alturas sabemos lo que en realidad significa ese manido “Nuevo Orden Mundial”; el Orden del Anticristo. En abril de 2005, Ratzinger fue incluido en la lista de las 100 personas más influyentes del mundo por la revista Time. Ese también es un dato interesante. Justamente el día 11 de febrero del 2013, anunciaba su dimisión por motivos, decía, de salud. A la hora de escribir esta última parte, no tenemos más datos, pero va a ser muy esclarecedor saber quién será el que vendrá después de este jefe del Vaticano.

239


Capítulo 10 EL DOGMA DE LA “INFABILIDAD”: UN PASO MÁS HACIA EL ANTICRISTO

En el 1868, Pío IX convocó el Concilio Vaticano I. En él se dio el caso de que el General de los Dominicos expuso que la infabilidad sólo se da cuando el papa defiende la doctrina tradicional, por lo que habría que consultar la tradición, consultando a los obispos...en ese momento Pío IX, se dirigió a él con violencia inusitada y encarándole, le dijo: “¡La tradición soy yo!”. En el 1870, el Concilio sancionó el Syllabus, y aprobó la disposición papal, según la cual, el papa tiene potestad plena, ordinaria y directa sobre la Iglesia y sobre cada uno de los obispados. Tal potestad se extiende tanto a las cuestiones de fe y de costumbres como a la disciplina y a la dirección eclesiales. La infabilidad del papa que define este Concilio, es dogma y obra del jesuitismo ultramontano. Como escribe el autor secular, Antón Casariego: “Cada vez se está más lejos del ideal bíblico de autoridad como humilde servicio, dentro y para el Pueblo de Dios”. Es interesante el comentario de Gelmi, historiador católico: “Algunos historiadores modernos han llegado incluso a preguntarse si en el momento del concilio, Pío IX era plenamente dueño de sus facultades mentales. Está demostrado que el papa había sufrido una especie de ataques epilépticos durante la segunda y tercera década de su vida, aunque no se le ha podido diagnosticar una enfermedad concreta”. El papa Pío IX la emprendió con insultos y descalificaciones hacia todos aquellos que discutían la infabilidad; aunque eso no fue exclusivo del papa sino también de los obispos y cardenales presentes pro-papistas. En ese concilio hubo represión contra los no partidarios del dogma de la infabilidad, y manipulación expresa. Lo que consiguió este dogma es un mayor culto al papa, encumbrándolo como a Dios. Los que así hacían eran candidatos a ser elevados a los altares, como fue el caso de san Juan Bosco: “...Jesús ha puesto al Papa al nivel de Dios”. Tal blasfemia no merece mayor comentario.

La “Infabilidad” Hablemos más extensamente sobre el concepto vaticano de la infabilidad. Cabe señalar que dentro de la iglesia romana éste ha variado notablemente en el transcurso de los siglos. Cuando Roma aumentó su hegemonía religiosa por todo el mundo, el pontífice romano no era infalible ni siquiera en momentos especiales. La iglesia de Roma, como tal, era infalible (año 1076), luego se enfatizó que la infalibilidad residía en los concilios ecuménicos, esto es, cuando los obispos del mundo entero, o una gran parte de ellos, estaban reunidos y tomaban una decisión sobre doctrina que era respaldada por el papa. Su acuerdo era infalible. Sin embargo, en el año 1870, el Primer Concilio Vaticano, definió como dogma: “Si alguno dijere que el Romano Pontífice tiene sólo una función inspectora o directiva, pero no el poder completo y supremo sobre toda la Iglesia...o que tal poder no es ordinario e inmediato tanto sobre todas y cada una de las iglesias, como sobre todos y cada uno de los pastores y fieles, sea anatema” (Dezinger, 3064) (énfasis nuestro) Una vez más, el papa maldice (llama anatema) a todas las iglesias cristianas y a sus líderes. Además de esto, si nos fijamos bien en el contenido de tan 240


altanera declaración, cada católico-romano pertenece al papa de Roma. Es posesión de él, ya que él tiene el poder completo y supremo sobre su vida, ¡increíble! En dicho Concilio I, el papa Pío IX, proclamó ante la oposición de muchos obispos ilustres, pero con el apoyo de la mayoría, que el papa, al hablar como maestro de la Iglesia sobre la fe, la moral y las costumbres, era infalible. La proclamación del dogma de la infabilidad, terminó con estas palabras: «y si alguno tuviere la osadía de contradecir nuestra definición, sea anatema», es decir, sea considerado maldito. Además de a otras iglesias y líderes, el papa maldice a todos aquellos que, aun siendo buenos católicos, no están dispuestos de buena fe a creer en la infabilidad de un ser humano, aunque esa infabilidad sea “sólo” en materia de fe, moral y costumbres. Quizás algún católico despistado piense que el asunto de la infabilidad fue abolido por el Concilio Vaticano II. ¡Nada más lejos de la realidad! El mismo Juan Pablo II excomulgó a uno de sus más importantes teólogos, Hans Küng, por negarse a aceptar y creer dicho dogma romano. Si el papa hace esto con uno de sus principales, ¿qué no hará con cualquier corderito?

Cada creyente verdadero conoce la verdad Hemos visto que ya desde el inicio de la historia de la Roma religiosa la abrumadora mayoría de los obispos y papas eran corruptos e inmorales. Así siguió siendo a lo largo del tiempo. El mismo autor del dogma de la infabilidad papal, Pío IX (1846-1878), no reflejó con su vida tal pretendida infabilidad. El católico-romano medio, no sabe que ese hombre, Pío IX, distaba mucho siquiera de una mínima expresión de santidad, como ya vimos. Mucha gente en su tiempo que sí sabía estas cosas, se preguntaba con razón ¿cómo pueden ser los papas infalibles al dictar doctrina y tan inmorales en su vida? Mientras la Biblia nos enseña sobre la sana sumisión unos a otros en el temor de Dios (Ef. 5: 21) y la sujeción a los pastores (He. 13: 17) en el contexto de la Iglesia de Cristo, también insiste en que esa sumisión y sujeción sólo son válidas mientras los ministros siguen fielmente a Cristo. Escribe el apóstol San Pablo: “Sed imitadores de mí, como yo lo soy de Cristo” (1 Corintios 11: 1). El apóstol Pablo no enseñó que había que seguirle a él por su oficio o persona, sino porque era fiel a Cristo y a su Palabra, por eso era un buen ejemplo a imitar, y sólo en cuanto a eso. Además, el apóstol Pablo no enseña que sólo una clase especial, algo así como el clero, tiene la libertad de presentar el Evangelio a los demás, sino que todos y cada uno de los cristianos tienen ese privilegio y deber; cuando los pastores hablan o enseñan a las iglesias, los oyentes deben juzgar por sí mismos la validez de lo que se está diciendo de acorde a la Palabra de Dios (ver 1 Corintios 14: 29-32). El mismo apóstol Pablo nos enseña: “Examinadlo todo, retened lo bueno” (1 Tesalonicenses 5: 21). Contrariamente, el Código del Derecho Canónico del catolicismo romano dice: “La Primera Sede (el papado) no es juzgada por nadie”, todo lo opuesto a lo que enseña la Palabra de Dios. La Biblia en la Epístola a los Hebreos, nos enseña: “Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe. Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos. No os dejéis llevar de doctrinas diversas y extrañas...” (Hebreos 13; 7-9). El dogma romano de la infabilidad es abiertamente una doctrina extraña, ya que no está en la Biblia, y no puede estar. No obstante, insistentemente, el posterior Vaticano II diría apoyando a su predecesor: “Los pronunciamientos hechos por el papa sobre la fe y moral son infalibles, irreformables, de ninguna manera necesitan la aprobación de otros, y no admiten las apelaciones de 241


ningún otro tribunal”. Eso mismo dice del cuerpo de obispos cuando “juntos con el sucesor de Pedro (el papa), ejercen el oficio supremo de la enseñanza”. Contrariamente a lo decretado por Roma, el apóstol San Juan dice que todos los verdaderos creyentes tienen la unción del Espíritu Santo, y por lo tanto, no deben seguir ciegamente a nadie (1 Juan 2: 20-27). Los verdaderos creyentes saben si una doctrina es de Dios al seguir lo expresado en Su Palabra bajo la iluminación del Espíritu Santo, verdadero Vicario de Cristo en la tierra. Cuando Roma definió dogmáticamente la infabilidad papal, con ello establecía formalmente que todos los papas de todas las épocas fueron infalibles en sus declaraciones. ¿Cabe mayor disparate que este a tenor de la historia de esos que se llaman a sí mismos “sumos pontífices”?

La infabilidad: Un imposible. Hagamos un breve repaso histórico ¡Existen tantísimos casos de contradicciones en cuanto a lo que un papa dijo o hizo, y luego se desdijo o deshizo! ¡Existen tantos casos de contradicciones en cuanto a lo que un papa dijo o hizo, y luego otro dijo o hizo todo lo contrario a aquél, a lo largo de la historia papal! Por todo ello, nos asombra la enorme irresponsabilidad de la jerarquía romana de todos los tiempos, y muy especialmente el grado de ceguera de la membresía católico-romana. He aquí una pequeña muestra, que demuestra que la tan pretendida infabilidad, no deja de ser sino un inalcanzable e irreal deseo, sobre todo conociendo la naturaleza humana: LIBERIO (352-366), por sufrir destierro por causa del emperador Constancio, decide apostatar, primero condenando a su fiel Atanasio, y luego por apoyar doctrinas heréticas arrianas para congraciarse con el emperador. Este le devuelve a Roma con honores (358). Mientras tanto ha de luchar contra FÉLIX II (355-358), que a la sazón había ocupado su puesto como obispo de Roma con el apoyo del emperador y del clero. Durante mucho tiempo se perdió la memoria de estos hechos, y se consideró a Félix II como legítimo obispo de Roma, e incluso se le veneró como mártir y santo. ¿Dónde está aquí la infabilidad tanto de Liberio como de Félix, habiendo sido este último un impostor camuflado?, y ¿dónde está aquí la pretendida y ultra-defendida sucesión apostólica? ZÓSIMO (417-418) mandó rehabilitar a Pelagio, se le opuso la iglesia africana, y después de haber declarado solemnemente la aceptación de Pelagio, previamente excomulgado como vimos por Inocencio I, debe hacer marcha atrás y rectificar. ¡Tremenda infabilidad! Un papa que se autocontradice: El papa VIGILIO (537-555), después de condenar varios libros, retiró su condena; luego, los volvió a condenar, y una vez más volvió a retirar la condena, para más tarde volvernos a condenar. Es decir, primero es (A), luego es (B), luego es (A) de nuevo, y luego de nuevo (B), por último (A): ¿Infabilidad? ¿Qué ocurre cuando dos, tres, cuatro, y hasta cinco papas se oponen entre sí? ¿Quién es el infalible? Hay muchos casos a lo largo de la historia como vimos. Por ejemplo, en el siglo XI, había tres papas rivales al mismo tiempo. Todos estos fueron depuestos por el concilio convocado por el emperador Enrique III. Más tarde, durante el mismo siglo, 242


Clemente III, se opuso a Víctor III, e incluso a Urbano II. La historia es interminable. Innumerables veces los emperadores tenían que tomar parte en estos asuntos porque no había otro remedio, ya que los papas o aspirantes a papas se hacían la vida imposible entre ellos, e incluso la guerra (¿sucesión apostólica?). Ese URBANO II (1088-1099), inspiró la primera “Cruzada”. Decretó que todos los “herejes” debían ser torturados y morir; con ello, los matadores de herejes serían llevados al cielo directamente en la hora de su muerte. Esto vino a ser un dogma en la iglesia de Roma, y lo es hasta hoy. Fue aclamado como el “doctor angélico”. ¿Es este el espíritu de Cristo?, ¿Puede un dogma así ser de Dios? ¿Puede un hombre como Urbano II ser usado por Dios para traer Sus verdades a los Suyos? Incluso santo Tomas de Aquino enseñó que los no católicos, es decir, los herejes, después de un segundo aviso, podían ser legítimamente llevados a la muerte. Sus palabras exactas fueron: “Merecen ser excluidos de la tierra, haciéndoles morir” (Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, vol.4, p.90). ¡Y este es un tan venerado “santo” católico-romano! ¡No todo es lo que parece! El papa CLEMENTE VI (1342-1352), subió a la silla del Vaticano por la influencia y dinero de su familia. Llegó a excomulgar a Luis de Baviera diciendo del mismo “al que la tierra trague vivo y cuya memoria sea raída”. Tales palabras reflejan el odio que tenía. Todo ello sencillamente porque ese rey en cuestión no accedió a firmar un arreglo pacífico a sus diferencias, cuyas condiciones eran grotescamente favorables a los intereses papales. ¿Levantará el Señor a un hombre lleno de odio y de codicia como un hombre Suyo? ¿De verdad se puede creer que un hombre así fue infalible? El papa CLEMENTE VII (1523-1534), codiciosamente prohibió que en todos sus estados el pueblo recogiera las setas silvestres para comerlas. Curiosamente este papa murió por ingestión de setas venenosas. Este fue otro de esos infalibles papas. El papa SIXTO V (1585-1590), hizo preparar una versión de la Biblia, la cual declaró como auténtica y muy fiel; pero dos años más tarde, CLEMENTE VIII declaró que estaba llena de errores y ordenó hacer otra. ¿Quién de los dos era infalible en su declaración? El papa EUGENIO IV (1431-1447) condenó a Juana de Arco a ser quemada por bruja. Siglos más tarde, en 1920, BENEDICTO XV la declaró ¡santa! ¿Puede esto ser infabilidad papal? Según Rivera, ex jesuita de alto rango, y conocedor de muchos secretos muy bien guardados, Juana de Arco tenía asiduo contacto con el mundo de las tinieblas, por lo que era considerada una bruja, pero que no se quiso someter a los propósitos del Vaticano, así como otras brujas lo hicieron, por eso la quemaron viva (La Fuerza, p. 21. Chick P.)

El papa Eugenio pecó por mandar a la hoguera a un ser humano (Jesucristo perdonó a la mujer adúltera), y Benedicto XV, también se equivocó al hacerla nada más y nada menos que ¡santa!, por lo tanto digna de veneración y de elevación de rezos y plegarias. ¡Infabilidad papal! Esto es paradójico, un papa la declara bruja y la manda a la hoguera, más tarde, otro papa la declara santa y la eleva a los altares, ¿a quién creer? La decisión de condenar a Juana de Arco fue, dogmáticamente, una decisión papal infalible según Roma, porque la tomó el pontífice hablando ex cátedra sobre fe, moral y costumbres. Del mismo modo, otro papa siglos más tarde, dogmáticamente, contradice a tal extremo 243


la decisión infalible de su antecesor hasta el punto de hacerla “santa”. El dogma de la infabilidad es a todas luces un absurdo de consecuencias inusitadas. El papa Clemente XI (1700-1721), confirmó al rey Felipe V de España como tal, y poco después, hizo lo mismo con Carlos III de Alemania. A ambos dio los mismos títulos y privilegios (esto implicaba soberanía sobre los mismos territorios). Como resultado de esto, Carlos III fue a la guerra contra Felipe V, reclamando la corona que el papa aparentemente le había dado a él. Ese papa, también confirmó dos candidatos diferentes, uno propuesto por cada soberano, para el mismo obispado. Esas descaradas contradicciones no nos hablan precisamente de infabilidad alguna, sino de todo lo contrario. No obstante, los obispos proclives a Carlos III, según un observador de la época: “alegaron la infabilidad del papa, y que todo católico está obligado en conciencia a seguir la última declaración del papa, y obedecerla ciegamente, sin inquirir sobre las razones que motivaron al papa a pronunciarla” (Don Antonio Gavin, A Masterkey to Popery, 3ª edición (Londres, 1773) pp. 113-114). Evidentemente, los obispos proclives al rey Felipe, dirían lo mismo pero barriendo para su casa. Ahora lea esto con atención: GREGORIO I, si con falsa humildad o no, se hizo llamar “siervo de los siervos de Dios”, rechazó el título de “obispo universal” por considerarlo “pagano, profano, supersticioso, orgulloso e inventado por el primer apóstata” (Epístola de Gregorio, 5: 20-7: 33). Aún así, a través de los siglos, el título de obispo universal es uno de tantos y pomposísimos títulos de todos los papas de Roma. ¿Cómo podemos decir que los papas son infalibles al definir doctrina, si se contradicen directamente entre sí? ¡”Pobre” Gregorio I si levantara la cabeza, porque el papa no es sólo obispo universal, sino, “Sumo Pontífice”, “Cabeza visible de la Iglesia”, “Santo Padre”, “Su Santidad”, “Vicario de Cristo”, por citar unos pocos títulos sólo! Escribe Teófilo Gay: “He aquí un hombre (el papa) que pretende desde esta tierra extender o abreviar a su antojo el período de la pretendida purgación de las almas de los finados. He aquí un hombre que exige de sus semejantes, imitando al sucio Calígula, el “beso del pie sagrado”. He aquí un hombre que pretende dominar sobre todos los hombres y disponer a su arbitrio de los pueblos, y él no estar sujeto a nadie en el mundo. He aquí un hombre que se hacer adorar (en el ritual de la coronación del papa se lee: “Venite, adoremus”.

¡Qué inconsistencia! Además, otros papas rechazaron toda pretensión de infabilidad papal. Estos fueron: CLEMENTE IV (1265-1268), GREGORIO XI (1370-1378), ADRIANO VI (15221523) y PAULO IV (1555-1559). ¿Podría ser un papa infalible y no sólo no saberlo, sino negarlo? ¡Qué inconsistencia! ¡Si es infalible en materia de fe, debería saber que es infalible, si es que lo es! Este Adriano VI (1522-1523), reconoció: “Está más allá de toda duda que el papa puede errar incluso en materia de fe. Esto ocurre cuando enseña herejía por su propio enjuiciamiento o decreto. La verdad es que muchos romanopontífices fueron herejes”. ¿Qué puede Roma argumentar ante tal declaración de uno de sus papas? Sepa usted que Adriano VI sólo duró en el pontificado un año, ¿por qué sería? Sin embargo, ni siquiera ese papa fue un ejemplo a la hora de su nombramiento. En 1522 con motivo de su elección, los ciudadanos de Utrecht construyeron un arco de triunfo para halagar al emperador Carlos. Colocaron, haciendo referencia a las palabras de San Pablo en su Primera Epístola a los Corintios capítulo 3, versículos 3 y 6, en el arco un letrero que decía “Utrecht ha plantado”, queriendo decir que en esa ciudad 244


había nacido el que iba a ser papa. Otro letrero rezaba: “Lovaina ha regado”, aludiendo a que en aquella universidad había estudiado y enseñado, y otro, letrero: “El emperador ha hecho que florezca y crezca”, porque Carlos había hecho que le eligieran papa. Entonces alguien llegó, y tras leer los carteles, escribió en la parte inferior del arco: “Aquí Dios no ha hecho nada”. ¡Cuánta verdad versó aquel desconocido escribiente!, Dios nada tiene que ver con el papado. CLEMENTE XIV (1700-1721) abolió la Compañía de los Jesuitas, permitida por Paulo III, y PÍO VII (1800-1823), la reinstauró. ¡Espectacular infabilidad! ¿por parte de quién de los dos?

Usando de la imaginación Usando de la imaginación que Dios nos ha concedido, si se lograra reunir en un mismo salón a todos los pontífices romanos de todas las épocas de la historia, y se les presentara algún tema de doctrina, fe o costumbres a debatir, hasta el más convencido de los católico romanos se quedaría boquiabierto viendo a sus papas, no sólo no poniéndose de acuerdo en prácticamente nada, sino seguramente acabando a palos, y más de uno rogando volver a su lugar de destino final...(aunque esto último, lo dudo). Sí, la infabilidad de los papas, es una quimera y un desatino.

¿Por qué dice el papa que es infalible? Para responder a esa pregunta, es preciso volver a incidir en la figura del por-largorato-ya-sufrido-Pedro, no obstante, siendo esta la única base en la que Roma pretende apoyarse, no tenemos más remedio que volver a insistir. Manifiesta D. José Borrás: “El pasaje clave en el que se quiere fundamentar tal doctrina de la infabilidad, es Mateo 16: 18, en el que Jesús, después de que Pedro le confesase que era el Hijo de Dios, le dice: “Y yo te digo que tú eres Pedro (petros), y sobre esta Roca (Petra), edificaré Mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”. En estas palabras de Jesús se quiere ver que Pedro fue constituido la Piedra fundamental o cimiento de la Iglesia, y que cuando el murió, dejó a su sucesor el obispo de Roma todos los privilegios que él tenía, esto es, ser el Jefe Supremo de la cristiandad y Vicario de Jesucristo”. Sigue con maestría D. José: “Una sana exégesis del pasaje bíblico en cuestión, no da pie para sacar tales conclusiones, ni se deduce que Pedro sea la cabeza de la Iglesia, ni que Pedro hubiera sido obispo de Roma, ni siquiera que hubiera estado en Roma, ni que, en el caso de haberlo sido, sus sucesores gozaran de los mismos privilegios. Sabemos que, como afirma Pablo en Efesios 5:23, Cristo es la Cabeza de la Iglesia, la cual es Su cuerpo, y Él es su Salvador. La frase que ha dado lugar a esta interpretación católicoromana, es: “Sobre esta Piedra (Roca) edificare mi Iglesia”. La Iglesia de Roma dice que la Piedra es Pedro, y después de él, cualquier otro papa. Pero la frase no fue entendida así por él. Pedro, nunca reclamó tal autoridad, ni los otros apóstoles, quienes nunca le reconocieron tal jurisdicción y le reprendieron cuando no actuó correctamente (Gálatas 2: 11-16), aunque esa reprensión en concreto, nada tenía que ver con algún hipotético cargo papal. Tampoco los padres de la Iglesia que entendieron que la Roca sobre la que se funda la Iglesia es el mismo Cristo; o lo que es lo mismo, la confesión hecha por Pedro, es decir, el reconocimiento de que Jesús es el Hijo de Dios”.

245


Jesucristo es la Piedra Angular sobre la que se levanta la Iglesia. Lo leemos en Mateo 21:13,33-46; 1 Pedro 2: 7, 8. Pablo afirmó sin lugar a dudas que nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo, tal y como leemos en 1ª Corintios 3:11. Cristo, y sólo Él, debe ser, y es el Señor de la Iglesia, y Cabeza de la misma. Cabría añadir aquí lo que un conocido padre de la Iglesia comentó acerca de esta cuestión. Entre los doctores de la antigüedad cristiana, San Agustín de Hipona escribe: ”¿Qué significan las palabras edificaré mi Iglesia sobre esta roca? Sobre esta fe, sobre eso que me dices, tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. En su tratado 124, s. Agustín, añade: “Sobre esta roca, que tú has confesado, edificaré mi Iglesia, puesto que Cristo mismo era la roca”. S. Agustín creía tan poco que la Iglesia fuese edificada sobre Pedro, que dijo a su grey en su sermón 13: “Tú eres Pedro, y sobre esta roca (piedra), que tú has confesado; sobre esta roca que tú has reconocido diciendo: tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo, edificaré mi Iglesia; sobre Mí mismo, que soy el Hijo del Dios vivo, la edificaré, y no Yo sobre ti”. Pero esa no sólo fue la interpretación de Agustín de Hipona, sino de San Cirilo, San Hilario, San Jerónimo, San Juan Crisóstomo, San Ambrosio, San Braulio. En una palabra, ni los concilios de los tres primeros siglos de la Iglesia cristiana, ni los primeros padres apostólicos entendieron jamás que la Iglesia de Jesucristo hubiere de estar edificada sobre Pedro. ¡No podía ser de otro modo! Claro, otra cosa es la iglesia de Roma; obviamente, esta sí...¡y así le va! Si vemos los libros escritos por otros padres post-apostólicos como Justino, Minucio, Félix, San Ireneo, Clemente de Alejandría, por ejemplo, tampoco en ninguno de ellos se comenta para nada una presunta autoridad pontificia. Es más, San Cipriano, una de las mentes preclaras de aquellos tiempos pos-apostólicos, al dirigirse al obispo de Roma le llama “mi colega”, y San Firmiliano escribía: “Estoy indignado de la arrogancia del obispo de Roma, que pretende haber heredado su obispado del apóstol Pedro”.

El Papa por encima de San Pedro, y ¡mucho más! Estas son las palabras de un muy conocido sacerdote nacido en Becchi, Italia: “El Papa es Dios en la tierra. Jesús ha puesto al Papa por encima de los profetas, por encima de su precursor, por encima de los ángeles. Jesús ha puesto al Papa al nivel de Dios”. Definitivamente, según san Juan Bosco (1815-1888), porque de él se trata, el papa es infinitamente superior a San Pedro, hasta el punto increíble de ¡ser igual a Dios! A nadie puede extrañar que el papa Pío XII canonizara (1934) a un devoto tan entusiasta. Pero volviendo a Pedro, y por un momento imaginando que él hubiera sido el primer papa, ¡qué desilusión y angustia escuchar desde los cielos de parte de san Juan Bosco tal declaración blasfema! ¿Cuándo a Pedro pudo llegar a pasarle siquiera por la mente que él iba a estar “al nivel de Dios”? Cuando Pablo y Bernabé predicando el evangelio en Listra (Hchs. 14: 6), se les concedió que hicieran milagros y sanidades entre las gentes de esa población en concreto (ver Hechos 14: 8-10), el pueblo que vio como anduvo aquel paralítico dijo: “Dioses bajo la semejanza de hombres han descendido a nosotros” (Hechos 14: 11). Dice la Escritura que “cuando lo oyeron los apóstoles Bernabé y Pablo, rasgaron sus ropas, y se lanzaron entre la multitud, dando voces y diciendo: Varones, ¿por qué hacéis esto? Nosotros también somos hombres semejantes a vosotros, que os anunciamos que de estas vanidades os convirtáis al Dios vivo” (Hechos 14: 14, 15). Ellos no aceptaron de ningún modo que se les rindiera ningún tipo 246


de pleitesía sino que sus alabanzas las dirigieran al Dios vivo. Sin embargo, ahí tenemos a los papas que no tan sólo aceptan esa pleitesía, sino que la promueven, y exaltan a aquellos que les exaltan a ellos. Pedro conocía las palabras del Mesías: “Y Jesús les dijo: De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel” (Mateo 19: 28). Jesucristo no dio ninguna preeminencia a Pedro en el contexto de este versículo, sino a todos sus discípulos verdaderos por igual. Jesucristo advirtió solemnemente que nadie se pusiera por encima de nadie: “... el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo” (Mateo 20: 26, 27), ¿ha sido así con los papas? He aquí alguno de los títulos de esos religiosos exaltados: “Cabeza de la Iglesia, Sumo Pontífice, Soberano Pontífice, Príncipe de los obispos, Pastor de pastores, Soberano Pontífice, Supremo Pontífice, Su Santidad, Suprema Autoridad, etc.”. Uno de los nombres al respecto que llamó mi atención en particular fue este: <VICEDIOS”. En su explicación etimológica, el diccionario enciclopédico explica: VICE (en vez de) y DIOS. O sea, “EN VEZ DE DIOS”. Esa es la raíz de la palabra “Vicario”. Así continúa diciendo el diccionario: “Título que dan los católicos al Sumo Pontífice como representante de Dios en la Tierra”. ¡Dicho de otro modo, el Papa de Roma es Dios en la Tierra! El Papa de Roma desplaza al mismo Dios Creador y Soberano Absoluto de este planeta Tierra... Si esto no es suficientemente blasfemo, yo no se que otra cosa puede serlo. La realidad histórica, es que los papas, a diferencia del propio Jesucristo, no han estado para servir sino para ser servidos ¡y de que manera!, y lo han hecho a través de la historia a fuego y espada, cuando les ha sido conveniente. Jesucristo les enseñó a sus discípulos: “Pero vosotros no queráis que os llamen Rabí; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos. Ni seáis llamados maestros; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo. El que es el mayor de vosotros, sea vuestro siervo. Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Mateo 23: 8-12). El Señor nos dice que todos somos hermanos, los que en realidad Le amamos. El Señor nos manda no llamar a nadie padre sobre la tierra, y el romano mismo se hace llamar “Papa”; además, uno de los títulos más nombrados del papa de Roma es “Santo Padre”. No solamente espera que le llamen Padre, sino además, Santo, el mismo título que Dios Padre, claro, ya san Juan Bosco enseñó que el papa está “al mismo nivel de Dios” como vimos. Alguien podría argumentar que lo de “Santo” es por la Santidad de Cristo, así como que todos los verdaderos cristianos somos santos, pues no. La pega aquí, es que el papa es “Santo” en su propia “Santidad”, o al menos así lo cree él, cuando se hace llamar: “Su Santidad”. El Señor Jesús nos manda no permitir que nadie nos llame “maestro o doctor”, (en griego: Kazeguetés, es decir: Guía), y el papa se llama así mismo “Doctor de la Iglesia”, es decir, Maestro de la Iglesia; el título de Jesucristo mismo. En fin, el Señor Jesús lo dejó muy clarito cuando enseñó a Pedro y a los demás discípulos: “Entonces él se sentó y llamó a los doce, y les dijo: Si alguno quiere ser el primero, será el postrero de todos, y el servidor de todos” (Marcos 9: 35). En su Omniscencia, el Señor Jesús ya sabía lo que iba a ocurrir siglos más tarde que Él fuera ascendido a los cielos. En previsión de ello, nos advierte a todos, y a cada papa del 247


pasado, del presente y del futuro, estas cosas. Los primeros discípulos lo tenían muy claro; conservaban en la mente y en el corazón las palabras del Maestro que son verdad y son vida. Cuando se deja de lado la Biblia, que es la Palabra de Dios, los hombres se pervierten, y creyendo muchos que están haciendo la obra de Dios, hacen la del diablo; y encima persiguen a muerte a aquellos que sí conocen la Palabra de Dios y la viven, como ha ocurrido y sigue ocurriendo hasta que el Señor regrese: “Os expulsarán de las sinagogas; y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios. Y harán esto porque no conocen al Padre ni a mí” (Juan 16: 2, 3). ¡Que no seamos engañados como muchos ya lo han sido y han partido con ese engaño a la eternidad y al infierno!

Si Pedro fue el primer papa, hubiera presidido el Concilio de Jerusalén Si Pedro hubiera sido el primer papa, hubiera presidido el Concilio de Jerusalén del cual nos habla la Biblia en el libro de los Hechos de los apóstoles (cap. 15), no obstante, la Biblia nos dice que no fue así. Ante el hecho de que algunos que venían de Judea y enseñaban a los gentiles que debían circuncidarse para ser salvos, convocaron el que sería el primer Concilio, en Jerusalén, para debatir esa cuestión. La Biblia es muy específica en cuanto a como se desarrollaron los hechos. Dice así: “...se dispuso que subiesen Pablo y Bernabé a Jerusalén, y algunos otros de ellos, a los apóstoles y a los ancianos...” (Hechos 15: 2). En ese Concilio de Jerusalén, estaban reunidos todos los apóstoles y los ancianos por igual (15: 6). Primero hablan los circuncidarios (15: 5), en respuesta habla Pedro (15: 7-11); luego hablaron Bernabé y Pablo (15: 12); y al final habló Jacobo, el hermano del Señor, juzgando el caso, y diciendo: “Por lo cual yo juzgo que no se inquiete a los gentiles que se convierten a Dios” (15: 19). Así que, quien presidía el Concilio no fue Pedro, sino Jacobo. Es interesante el comentario que el honesto obispo católico-romano, Josip Juraj Strossmayer, hace al respecto. Leámoslo: “Mas he aquí otro hecho de mayor importancia. Un Concilio ecuménico se reúne en Jerusalem para decidir cuestiones que dividían a los fieles ¿Quién debiera convocar este Concilio si San Pedro fuese Papa? Claramente, San Pedro. ¿Quién debiera presidirlo? San Pedro o su delegado. ¿Quién debiera firmar o promulgar sus cánones? San Pedro. Pues bien: ¡nada de esto sucedió! Nuestro apóstol asistió al Concilio como los demás, pero no fue él quien resumió la discusión, sino Santiago; y cuando se promulgaron los decretos se hizo en nombre de los apóstoles y ancianos (Hechos, 15)”. Añade Strossmayer: “¿Quién ignora que los Concilios fueron convocados por los Emperadores, sin siquiera informarles de ello, y frecuentemente hasta en oposición a los deseos del obispo de Roma? ¿Y que Osio, obispo de Córdoba, presidió en el primer Concilio de Nicea y redactó sus cánones? El mismo Osio presidió después el Concilio de Sárdica, y excluyó al legado de Julio, obispo de Roma”. Pues parece que todo esto lo ignoran o pretenden ignorarlo muchos... Un obispo de España, Osio, obispo de Córdoba, fue quien presidió el Primer Concilio de Nicea! (año 325). No lo presidió el obispo de Roma porque el obispo de Roma a la sazón no era el Papa, sencillamente porque no existían los Papas entonces. Un obispo de España, Osio, obispo de Córdoba, fue quien presidió el Primer Concilio de Nicea! (año 325), junto con Eustaquio de Antioquía y Alejandro de Alejandría. No lo presidió el 248


obispo de Roma porque el obispo de Roma a la sazón no era el papa, sencillamente porque no existían los papas entonces. Es más, de lo único que en ese Concilio se mencionó a Roma fue para decir en el Canon VI: “Que tanto en Alejandría como en Roma se observe tan antigua costumbre, que el obispo de Alejandría tome a su cuidado las iglesias de Egipto, y el obispo de Roma las iglesias suburbanas”. Esto es del todo desconocido por la inmensísima mayoría de católico romanos de a pie.

Hablando de concilios Viendo venir el peligro de que algunos obispos buscaban ocupar un lugar que ningún humano debe ocupar, el liderazgo humano y absoluto de la Iglesia de Jesucristo, el VI Concilio de Cartago, prohibió a todos los obispos que se apropiaran el título de Pontífice, título pagano por excelencia, ya que lo poseía el César. Estos mismos obispos del VI Concilio de Cartago, celebrado bajo Aurelio, obispo de dicha ciudad, escribieron a Celestino, obispo de Roma, amonestándole que no recibiese apelaciones de los obispos, sacerdotes o clérigos de Africa; que no enviase más legados o comisionados, y que no introdujese el orgullo humano en la Iglesia. Si el patriarca de Roma hubiese poseído la supremacía, ¿osarían los obispos de Africa, Agustín de Hipona entre ellos, prohibir apelaciones a los decretos de su supremo tribunal?

¡Oh, Pío! La realidad es que conforme el tiempo fue avanzando, y los siglos han ido corriendo, la oscuridad doctrinal de Roma ha sido cada vez mayor hasta llegar al summum de la misma con el Vaticano I y su declaración póstuma. Durante el Concilio Vaticano de 1870, el 9 de enero, fue declarado: “el Papa es Cristo en oficio, Cristo en jurisdicción y poder...nos postramos ante tu voz, oh, Pío, como la voz de Cristo, el Dios de la verdad. Al afianzarnos en ti, nos afianzamos en Cristo”. Debemos entender que esta declaración no puede tener otro calificativo ante Dios que el de blasfemia. Es la deificación del hombre, suplantando además al mismo Creador. La Biblia nos advierte con claridad meridiana acerca de estas cosas: Así ha dicho Yahvéh: “Maldito el varón que confía en el hombre” (Jeremías 17:5) o, “No confiéis en los príncipes, ni en hijo de hombre, porque no hay en él salvación. Pues sale su aliento, y vuelve a la tierra: en ese mismo día perecen sus pensamientos” (Salmo 146: 3). Para el que mínimamente conoce la Biblia, esa declaración del Vaticano es un absurdo. El mismísimo apóstol Pablo escribiendo a los corintios les dice: “De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no vianda; porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía, porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres? Porque diciendo el uno: Yo ciertamente soy de Pablo; y el otro: Yo soy de Apolos, ¿no sois carnales? ¿Qué, pues, es Pablo, y qué es Apolos? Servidores por medio de los cuales habéis creído; y eso según lo que a cada uno concedió el Señor” (1 Corintios 3: 1-5) El mismo Pablo, nos está diciendo a todos los creyentes que tanto él como Pedro (1 Corintios 1: 12), Apolos, etc. no son más que servidores de Dios. Nos está diciendo que los que dicen que son de Pablo o de Pedro o de Apolos, no son más que carnales; y ahí están esos obispos romanos diciéndole a Pío IX: “...nos postramos ante tu voz, oh, Pío, como la voz de Cristo, el Dios de la verdad...” ¡¿Cuándo Pablo o Pedro enseñaron eso, sino todo 249


lo contrario!? ¿¡De qué manera iba Pablo a permitir que le dijeran esas cosas los corintios o quienes fueran!? ¡¡de ninguna manera!!. Pablo nos está diciendo en otras palabras, que ningún ser humano, por ungido que sea, puede tomar el lugar de Dios, ni en el cielo ni en la tierra; y sin embargo, ahí tenemos al papa León XIII, cuando el 20 de junio de 1894, declara hablando de sí mismo: “Ocupamos en la tierra el lugar de Dios Todopoderoso”(The Great Encyclical Letters of Pope Leo XIII, p. 304, by Benziger Brothers, N.Y. Nihil Obstat, 1903). La Palabra de Dios nos advierte sobre este tipo de blasfemia. En 2 Tesalonicenses 2: 3-4, leemos: “Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá (el Señor Jesús) sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios” (2 Tesalonicenses 2: 3, 4). Ese papa no lo podía dejar más claro: El papa está: “haciéndose pasar por Dios”.

Obispo universal En cuanto al título de obispo universal que los papas se apropiaron más tarde, Gregorio I el Grande (540-604), escribió estas palabras: “Ninguno de mis antecesores ha consentido en llevar este título profano, porque cuando un patriarca se arroga el nombre de universal, el carácter de patriarca sufre descrédito. Lejos esté, pues, de los cristianos el deseo de darse un título que cause descrédito a sus hermanos”. Así pues, el título de Obispo Universal no existía antes de Gregorio, por boca de él mismo. La verdad histórica, es que en la época de Gregorio, el obispo de Roma no pensaba de sí mismo como “Papa u Obispo Supremo”. Estas palabras las dirigió Gregorio I al patriarca de Constantinopla que a la sazón sí pensaba en autodeclararse “Patriarca universal”. Ahora bien, ¿se corresponden esas palabras de Gregorio, el cual, una vez canonizado pasó a llamarse san Gregorio, con las de León XIII, o las que Pío IX permitió que se dijeran públicamente en el Vaticano I? ¿En qué momento, y por qué la iglesia romana cambió tanto de parecer? Si se es mínimamente honesto, hay que reconocer que la evolución de pensamiento y dogma de Roma es monumental, y que lo que se creía en un principio es diametralmente opuesto a lo que se dogmatizó, digamos a partir de Trento, desembocando en el Vaticano I. Todo ello nos demuestra que esto no es obra de Dios, sino obra de hombres. Veamos de nuevo las palabras de Gregorio el Grande, comparémoslas con las de León XIII, y que nadie me diga que por medio ha habido mil trescientos años de diferencia, porque, según Roma, los dogmas siempre han existido a lo largo de la historia eclesial romana sin variar un ápice. Veamos pues. Gregorio I el Grande, dice:”Ninguno de mis antecesores ha consentido en llevar este título profano, porque cuando un patriarca se arroga el nombre de universal, el carácter de patriarca sufre descrédito. Lejos esté, pues, de los cristianos el deseo de darse un título que cause descrédito a sus hermanos”. Ahora veamos lo que dice León XIII: “Ocupamos en la tierra el lugar de Dios Todopoderoso”(The Great Encyclical Letters of Pope Leo XIII, p. 304, by Benziger Brothers, N.Y. Nihil Obstat, 1903). No es que León XIII dijera de sí mismo siquiera que era el “obispo universal”, no, es que dijo, ¡lo que dijo!, nada menos que era, no el obispo universal, ¡sino el mismo Dios en la tierra! Pero entre medio de Gregorio y León, a través de la historia papal, también hubo otros papas que dogmatizaron perversidades, y además con firmeza. Este es el caso de 250


BonifacioVIII (1294-1303), quien basándose en las “Falsificaciones Simaquianas”, en su Bula “Unam Sanctam”, del 18 de noviembre del 1302, dos años después de celebrarse en Roma el Gran Jubileo del año 1300, tranquilamente y sin inmutarse demasiado, manifestó: “El Romano Pontífice juzga a todos los hombres, pero a él no le juzga nadie. Nos declaramos, afirmamos, definimos y pronunciamos: Someterse al Romano Pontífice es para toda criatura humana absolutamente necesario para la salvación. Aquello que fue dicho de Cristo (“sujetará todas las cosas debajo de sus pies”) muy bien podría hacerse realidad en mí. Yo tengo la autoridad del Rey de reyes. Yo soy en todos, y por encima de todo, tanto que Dios en sí mismo y yo, el vicario de Dios, constituimos un solo consistorio. Yo casi soy capaz de hacer todo lo que Dios hace. ¿A qué conclusión puedes llegar en cuanto a mí excepto que soy Dios?” (Reg. Vaticanus L. Fol. 387)

El hiper megalómano Bonifacio VIII, con esta altanera declaración infalible y dogmática, decididamente, y sin más preámbulos se declara Dios, ¡qué concepto tenía ese papa de sí mismo! Este papa, dice la enciclopedia católica, que tenía una “autoconfianza ilimitada”, y que envolvió al papado en los asuntos temporales; prosigue diciendo que “su reinado, durante el que no consiguió más que fracasos, señala el ocaso del poderío papal en la Edad Media”. ¿Podemos hablar de infabilidad aquí? Sin embargo, lo declarado por este “en vez de” Cristo, es doctrina de la iglesia romana. Quizás algún ingenuo pueda argumentar que esas aseveraciones tan “especiales” del papa Bonifacio, eran suyas y sólo suyas, y que no forman parte del contexto de la iglesia de Roma. ¡No lo crea! Lea con atención lo que manifiesta la Ley Canónica, obviamente, basándose en las “Falsificaciones Simaquianas” que ya estudiamos: “Al Papado nadie le puede juzgar. Al Romano Pontífice le asiste exclusivamente el derecho a juzgar. No existe apelación ni recurso contra una decisión o decreto del Romano Pontífice” (Códice de la Ley Canónica. Cánones 1404, 1405 y 333, sec.3, pp. 951, 271). El papa Inocencio III, remata el asunto con esta sentencia propia de los más trágicos dictadores: “Cada clérico debe obedecer al Papa, incluso si manda algo que es malo; porque nadie puede juzgar al Papa”. ¡El Papa es Dios en la tierra! Nadie puede juzgarle, dice Roma. ¡Qué atropello a la más mínima noción de ética y sentido común! ¡Qué horrorosa blasfemia! A la luz de esas declaraciones canónicas, y partiendo del punto de vista de Roma en cuanto a que Pedro fue el primer Papa, cuando el apóstol Pablo, que sería a ojos de Roma un cardenal de alto rango, le “resiste cara a cara porque era de condenar (delante de todos)” (Gálatas 2: 11-14), ¿qué deberíamos entender?, ¿estaba tan absolutamente equivocado Pablo?, pues la Biblia no declara esto, sino lo contrario. ¡Ah!, claro, algunos exégetas romanos dirán que, conque Pedro era tan humilde, dejóse corregir por Pablo; ¿entonces, Pablo se equivocó?, no, ¿verdad?, entonces, si no se equivocó, sino que hizo lo correcto como la propia Escritura nos muestra en su contexto, ¿quién está equivocado aquí, la Biblia...o Roma? Obviamente Roma. El que de verdad quiera ser un católico-romano, deberá aceptar y creer ciegamente estas declaraciones papales, y si esto hace, estará negando con su fe en Roma, la fe en la Biblia, y la fe de la Biblia, que es la Palabra de Dios, ya que esta manifiesta todo lo contrario a lo que hemos leído en esas declaraciones canónicas en cuestión. La historia demuestra cómo papas y concilios han propuesto, en apoyo de ciertos dogmas, interpretaciones de la Palabra de Dios que hoy son tenidas por los mismos exégetas 251


católico-romanos como ridículas y equivocadas: ¿Infabilidad? ¿¡De qué estamos hablando entonces!? Es muy difícil, si no imposible, para Roma poder defender el sistema religioso romano sólo a la vista de lo ocurrido durante la Edad Media. Los papas eran absolutamente perversos y corrompidos. URBANO V, en el 1362, no contento con su tiara de dos coronas, y siguiendo el ejemplo de su predecesor, BENEDICTO XII (1334-1342), contento va con su tercera corona en su tiara papal. El actual papa ostenta la misma tiara de triple corona. Esto no demuestra en absoluto obediencia a lo que el Señor Jesucristo enseñó a sus discípulos en cuanto a la sencillez y humildad que debemos profesar los cristianos.

Vicario igual a anticristo Cuando son los hombres los que ocupan el lugar de Dios en la tierra, lo que tenemos no es ni más ni menos que “anticristos” ¡Atención a esto! La palabra latina equivalente a la griega “anti”, es la palabra “vicarius”, que significa “vicario”. Así pues, el vicario de Cristo que dice ser el papa de Roma, literalmente significa “anti-cristo”, porque en realidad, la palabra anticristo significa “en vez” de Cristo. Así pues, entendemos que este es el caso. Ahora bien, sabemos lo que la Biblia tiene que decir acerca de los anticristos, es decir, de los llamados vicarios de Cristo. Veamos lo dicho por el apóstol Juan: “Hijitos, ya es el último tiempo; y según vosotros oísteis que el anticristo viene, así ahora han surgido muchos anticristos; por esto conocemos que es el último tiempo” (1 Juan 2: 18). Nadie ha de ofenderse cuando se dice que el papa es anti-cristo, justamente porque anticristo significa literalmente vicario de Cristo. Jesucristo, advirtió clarísimamente a sus discípulos, y por extensión a todos los que leerían sus palabras, cuando dijo: “Mirad que nadie os engañe. Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán” (Mateo 24: 4, 5). Ahora, fijémonos bien en Sus palabras: “Mirad que nadie os engañe...”; es decir, nos advierte de un engaño, engaño que iba a producirse: “Vendrán muchos en mi nombre...”, tantos como papas romanos ha habido, “...diciendo: Yo soy el Cristo...”. Justamente esto es lo que cada vicario de Cristo ha estado diciendo desde el principio de la iglesia romana en el nombre de Cristo: “Yo soy el Vicario de Cristo”. Vimos que el papa León XIII, en el nombre de todos los papas romanos declaró: “Ocupamos en la tierra el lugar de Dios Todopoderoso”. Es decir que, cada papa es “Cristo” sobre la tierra. Proféticamente, el Señor Jesús ya nos advirtió desde los Evangelios que tamaño engaño se iba a producir. Él mismo ya lo dijo: “A muchos engañarán”. A ese dirigente mundial que pronto surgirá seguramente de la desesperación que el mundo tendrá por alguien que les gobierne a causa de las guerras y demás desórdenes, casi todos ellos provocados según el principio de la filosofía hegeliana, la Biblia le llama la Bestia Anticristo. No obstante, cabe decir que, la figura del papa es anticristo como ya hemos probado. El Pontífice Romano ostenta el título en latín de VICARIUS FILII DEI (Vicario del Hijo de Dios), ahora bien, es interesante ver que si se suman los valores numéricos de esas letras en latín, dan la cifra 666. Si se suman los valores del otro título papal, VICARIUS GENERALI DEI IN TERRIS (Vicario General de Dios en la Tierra), el resultado es también la cifra 666 (ver Apocalipsis 13: 18). Cuando los 252


hombres ocupan el lugar de Dios en la tierra, el resto de hombres y mujeres ya no pueden encontrar al verdadero Dios, porque se les enseña que está representado por esos hombres. Este es un principio idolátrico; de hecho es pura y llana idolatría pagana. Definitivamente, el dogma de la infabilidad es un paso más y de gigante hacia la futura figura y personaje del Anticristo (Ap. 13). Robar un atributo que sólo le corresponde a Dios cual es la infabilidad, además de un profundo absurdo y blasfemia, es también una declaración por la que se prescinde del Dios verdadero y se deifica a un hombre.

¡Oh, Pío!: ¡Oh, Herodes! Comparemos aquellas palabras de aquellos obispos romanos dirigidas a Pío IX; recordemos: “...nos postramos ante tu voz, oh, Pío, como la voz de Cristo, el Dios de la verdad...”, comparándolas con estas otras: “...un día señalado, Herodes, vestido de ropas reales, se sentó en el tribunal y les arengó. Y el pueblo aclamaba gritando: ¡Voz de Dios, y no de hombre! Al momento un ángel del Señor le hirió, por cuanto no dio la gloria a Dios; y expiró comido de gusanos” (Hechos 12: 21-23). Estas palabras son las que están registradas en la Biblia, en el libro de Hechos de los apóstoles, y son palabras dirigidas al rey Herodes Agripa I. ¿Qué diferencia hay entre las palabras de los obispos y las del pueblo del libro de Hechos?: Ninguna. Son las palabras, las dirigidas a Pío IX y las dirigidas a Herodes, exactamente las mismas. Este último murió allí mismo “por cuanto no dio la gloria a Dios”. La exaltación del hombre al nivel de Dios es la peor de las blasfemias. Así como Herodes, por recibir la alabanza del pueblo, cayó, el papado también caerá, por cuanto tampoco da la gloria a Dios, y de esto la Biblia tiene mucho que decir. Hay quienes justifican su fe en la iglesia de Roma diciendo que no siguen a hombres porque reconocen que estos fallan, sino que siguen a la iglesia romana como tal. El problema es que, siguiendo a la iglesia de Roma, inevitablemente siguen a hombres, ya que esta es la esencia de la institución romana en sí.

Una historia verídica Ha habido, y hay, individuos dentro del clero romano que, por su buena fe, se han escandalizado por el comportamiento y pecados de sus colegas. Está el caso verídico de un cura joven que fue al arcipreste de la parroquia de San Carlos, en Quebec, asustado por los escándalos protagonizados por otros curas. El arcipreste en cuestión, Rev. Perras, le respondió: “Mi querido joven, nuestra santa Iglesia es infalible. El hecho de que la santa Iglesia y su infabilidad continúen, no depende de bases humanas, ni de la santidad de sus curas. Depende de las promesas de Jesucristo” - continuó diciendo“los pecados y los escándalos de sus sacerdotes la hubieran destruido hace mucho tiempo si Cristo no estuviera en el medio para salvarla y sostenerla”. El Rev. Perras, para fortalecer la fe de su joven cura, y enfatizar lo que decía, le contó una historia: “Hace años, un viejo amigo, el obispo Plessis, me dijo que tenía partido el corazón. Después de viajar por su enorme diócesis de Quebec, había encontrado que todos menos cuatro de sus curas eran ateos e infieles. Le recordé la historia de nuestra santa Iglesia para darle esperanza. Le llevé a la biblioteca y abrí las páginas de “La historia 253


de la Iglesia” por los cardenales Baronius y Fleury: ...Durante novecientos años, del siglo VII hasta el XVI, la Iglesia no había visto días más oscuros. Le hablé al obispo Plessis acerca de más de cincuenta papas que fueron ateos e impíos, como el caso del papa Alejandro VI, que vivió en fornicación públicamente con su hija, y tuvo una niña con ella. En esos días Roma estaba llena de asesinatos, adulterios y todo tipo de crímenes... En ese momento el arcipreste en cuestión, se dirige al padre Chiniquy, el cura joven, y le sigue narrando a él parte de la oscura y trágica historia de Roma: “Mi querido joven, cuando Satán trate de sacudir tu fe en la Iglesia con los escándalos que veas, acuérdate del papa Esteban que despúés de luchar contra su enemigo, el papa Constantino II...le sacó los ojos y lo condenó a muerte. Cuando te inquieten los crímenes secretos de los curas, recuerda que doce papas han sido elevados a esa dignidad alta y santa por la influencia de las prostitutas ricas e influyentes de Roma. Recuerda al joven ilegítimo Juan XI, hijo del papa Sergio, que lo hicieron papa cuando tenía solamente doce años a instancias de su madre, la prostituta Marozia, y que llegó a ser tan depravado sexualmente que el pueblo de Roma lo echó del trono papal...” Y así siguió el Rev. Perras su disertación sobre las barbaridades de Roma, con el fin de llevarlo a esta conclusión: “¡Si nuestra Iglesia de Roma ha podido pasar por tales tormentas sin perecer, es testimonio vivo de que Cristo es su piloto, de que es imperecedera e infalible porque San Pedro es su base!”. El joven cura, quedóse perplejo. En uno de sus juramentos como sacerdote romano, prometió nunca escuchar la voz de su conciencia por encima de la voz del papa, o hacer un juicio privado que se opusiera a la enseñanza de su Iglesia. ¡Estaba hecho un lío!... En ese preciso momento, al joven padre, que era un gran conocedor de la Biblia, le vinieron a la mente estos versículos de Jesús: “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos...por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7: 15-20). Tiempo más tarde, después de grandes luchas interiores, Chiniquy colgó los hábitos y llegó a ser un pastor cristiano evangélico muy querido por el pueblo, dando mucho y buen fruto para Dios. El Señor le usó para llevar a miles de católico-romanos al Evangelio en los EE.UU., Canadá y Australia. Roma conoce esta historia perfectamente. (Extraído de “Fifty Years in The Curch of Rome”). Ahí está la cuestión. Roma siempre se justifica de sus pecados y abominaciones diciendo que Cristo la sostiene. Roma dice que a pesar de todos los horrores cometidos por la inmensísima mayoría de sus papas y clero, sigue adelante porque asume que Cristo está con ella. Pero, ¿es esto cierto? ¿Es cierto que Jesús está de acuerdo con cualquier sistema corrupto? ¡También el mundo con toda su maldad sigue!, ¡y es más antiguo que la propia Roma! Jesús ama a la gente del mundo, pero aborrece su sistema de maldad. De la misma manera, Jesús ama a los hombres y mujeres, sean parte del clero o del laicado, que están bajo Roma, pero aborrece la maldad del sistema romano porque nada tiene que ver con Sus principios expuestos en Su Palabra. Así como Jesús aborrece el mundo, como institución pecaminosa, aborrece a Roma como institución religiosa, porque dicha institución no es Su Iglesia sino un montaje religioso jerarquizado, que nunca ha seguido ni el espíritu ni los principios de la Palabra de Dios, la Biblia. El sistema religioso institucionalizado de Roma, sólo en apariencia es de Cristo, al igual que aquellos a los que se refería Jesús cuando dijo: “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos 254


rapaces”. Por esa razón, Jesús nos enseñó claramente acerca de saber cómo identificar un sistema bueno de uno malo: POR SUS FRUTOS, añadiendo, “no puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos”. Si Roma no puede dar buenos frutos, es porque es mal árbol, porque sólo un mal árbol da malos frutos. Como dije, puede haber, y de hecho hay, gente de Dios en el sistema religioso romano. Chiniquy tardó años en salir de él, después de que el Espíritu Santo le estuviera empujando a hacerlo. Esta es la experiencia de miles de curas y monjas también, así como de miles y miles de laicos. Nadie debe escandalizarse de lo que estoy diciendo, ya que la misma Palabra de Dios muy claramente exhorta a todo fiel creyente en Jesucristo a salir de Roma: “...Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de sus plagas” (Apocalipsis 18: 4). La Biblia exhorta a cada católico-romano a salir de la institución romana o iglesia de Roma; el motivo es “no ser partícipe de sus pecados”, en otras palabras, no ser cómplice, porque se puede pecar por omisión. Como escribe Antón Casariego, no es de recibo la triquiñuela (que es más que una simple triquiñuela, dicho sea de paso) que los historiadores romanos desarrollaron cuando la evidencia de que hubo papas tan extremadamente pecadores ya desbordaba los intentos de secretismo del Vaticano. Es decir, utilizar a los papas indignos (que como vemos han sido la inmensísima mayoría) como prueba de que Dios ha intervenido en la longevidad de la Iglesia Romana, y de su institución papal. Aquello de que si los papas hubieran sido siempre buenos su supervivencia se podía explicar por causas naturales, pero al haber habido tantos viciosos, sólo tiene una explicación sobrenatural. Ese argumento tan capciosamente retorcido sólo puede convencer a los ya previamente convencidos. Roma se jacta de seguir adelante, pero la Biblia nos dice que habrá un momento en que la institución romana será destruida, y lo será de repente: “...Yo estoy sentada como reina, y no soy viuda, y no veré llanto; por lo cual en un solo día vendrán sus plagas; muerte, llanto y hambre, y será quemada con fuego; porque poderoso es Dios el Señor, que la juzga” (Apocalipsis 18: 7, 8). Roma se jacta diciendo que Cristo la levanta; pero es el mismo Cristo el que va a juzgarla con fuego.

255


Capítulo 11 EL PODER DE ROMA ES EL PODER DE LOS PAPAS; (SUCESIÓN APOSTÓLICA O PAPAL)

La iglesia de Roma dice ser la verdadera Iglesia de Cristo, y por tanto, la Desposada de Cristo. Sin embargo, la verdadera Desposada de Cristo, cuya esperanza es la de encontrarse con su Esposo en el cielo, no tiene ambiciones terrenales. ¿Es así con Roma? Por supuesto que no. El Vaticano siempre ha estado obsesionado con las empresas y el poder de este mundo, y la historia lo certifica bien; lo hemos visto. Fíjese que Cristo dijo a sus discípulos: “Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo...” (Juan 15: 9). La iglesia papista sí es de este mundo, porque una de sus dos “columnas” se define como el “poder temporal”, poder que ningún apóstol ni discípulo verdaderos de Jesucristo tenía, ni tiene; ¿la razón?, porque no eran ni son de este mundo. La iglesia de Roma es la fuerza financiera, acumuladora de fortuna, y propietaria de bienes más grande que existe. Es la más grande poseedora de riquezas materiales que se pueda imaginar; más que cualquier corporación, banco, fideicomisario gigante, estado o gobierno del mundo entero. El papa, como dirigente visible de esta sorprendente máquina de hacer riqueza, es consecuentemente el individuo más acaudalado de este siglo. Nadie puede realmente calcular cuanto vale en términos de billones de dólares (Cortinas de Humo, J.T.C. pag. 73). La enciclopedia católica, muy ufanamente nos informa de que “tan sólo el palacio Vaticano necesitaría bibliotecas completas para describir los fabulosos tesoros artísticos que acumularon los pontífices en dos milenios...” ¡Cómo contrasta esto con las palabras de nuestro Señor cuando dijo: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”! (Mateo 6: 1921). ¿Dónde está el corazón de los papas?, lógicamente en su tesoro; en su tesoro terrenal, no en el celestial, claro. Jesús dijo: “Por sus frutos les conoceréis” ¡No, no nos impresionan sus apariencias de bondad y religiosidad! Por la evidencia del fruto de Roma podemos saber cómo es en realidad Roma. No obstante, el Vaticano no es solamente un lugar de presunta religiosidad. Bajo el Vaticano, existen catorce pisos, donde se abren túneles secretos de kilómetros y kilómetros de longitud en todas direcciones. Este es su centro nervioso. En esos túneles subterráneos, se ha guardado información a través de los siglos, desde los secretos más oscuros de la historia, hasta los secretos de las armas más sofisticadas del siglo XX. Toda esta información viene de todas las naciones facilitada por católico-romanos que trabajan en los departamentos de todos los gobiernos. Los confesionarios son un instrumento precioso para conseguir esa información desde las partes más remotas de la tierra, lo que representa para el Vaticano un constante fluir de información social, religiosa, militar, política, educacional y estratégica. Llegan informes de inteligencia que envían católicos claves que trabajan con todas las agencias de inteligencia alrededor del globo. La agencia de inteligencia del Vaticano es sin igual. Parte de todo esto constituye el llamado “poder temporal” del Vaticano. 256


Un verdadero Estado El Vaticano es un Estado con gobierno, pasaporte, secretario de estado y embajadores. Tiene privilegios como ningún otro estado, ya que sin estar en la UE, tiene el euro como moneda. Se le reconoce como nación, al igual que cualquier otra nación. La lealtad de un buen católico es antes al Vaticano que a su propio país. El papa ejerce dos cargos bien diferentes; es jefe de Estado y líder religioso. Hasta hace relativamente poco, el papa poseía grandes extensiones de territorio llamado los “Estados Pontificios”, esto empezó, como ya vimos, con la donación del rey franco Pipino el Breve, el padre de Carlomagno, en el año 756. Tal donación significó el reconocimiento del derecho pontificio a la herencia del Imperio en Italia y constituyó el fundamento de esos Estados Pontificios. Desde entonces los papas gobernaron Italia central, con 41.440 km2 y tres millones de habitantes. Constantemente hubo guerras y pugnas entre los papas y el Imperio por causa de esos territorios en las que murieron muchos hombres, mujeres y niños por defender una u otra causa. El papa Pío IX, en el siglo XIX, intentó impulsar una Constitución a los Estados, pero no lo consiguió y fue expulsado de los mismos. En 1860, Víctor Manuel, se apoderó de una vez del territorio de los Estados Pontificios, excepto de Roma y de sus alrededores, y lo integró en el reino de Italia. El papa no reconoció el nuevo reino. No obstante, en el tratado de Letrán (1929), se llegó a un acuerdo, quedando constituida la ciudad del Vaticano como un Estado tal y como es hoy. Nadie puede negar que Roma ama y siempre ha amado las cosas de este mundo, y nadie puede negar que Roma ha aborrecido a los verdaderos cristianos y a los judíos, hasta el punto de enviarlos a la hoguera cuando ha podido. Roma ama el mundo; es indiscutible. Los papas siempre han reclamado dominio sobre el mundo y sus gentes. Los papas han levantado un imperio mundial sin rival. Que nadie piense que esto es cosa del pasado. El Concilio Vaticano II, declaró con suma claridad que la iglesia católica romana hoy busca sin cesar traer bajo su control a toda la humanidad y sus pertenencias. Cristo dijo: “Mi reino no es de este mundo, si así fuera, mis servidores pelearían”. Sin embargo, los papas, demandando ser vicarios de Cristo, han peleado con ejércitos, armadas y todo lo habido y por haber. Para amasar todo su imperio terrenal, han cometido continuamente fornicación espiritual con emperadores, reyes y príncipes Ap. 17: 4; 18: 3). Demandando ser la Desposada de Cristo, la iglesia católica romana ha ido a la cama con gobernantes impíos a través de la historia, y estas relaciones adúlteras continúan hasta hoy en día. El Señor Jesús profetizó algo, que de tan claro, a muchos se les ha pasado por alto. Poco antes de ser llevado a la cruz, cuando estaba rodeado de sus discípulos y les hablaba de las cosas que habían de venir antes de que Él volviera en gloria, dijo una que es ésta: “Entonces, si alguno os dijere: Mirad, aquí está el Cristo, o mirad, allí está, no lo creáis. Porque se levantarán falsos Cristos y falsos profetas...” (Mateo 24: 23, 24). El Señor Jesús nos advirtió de todo esto: “Ya os lo he dicho antes” (Mateo 24: 25). Estos falsos Cristos, entre otros, indudablemente son los “Vicarios de Cristo romanos”, los papas, ya que ellos dicen ser: “Dios en la tierra” (León XIII, 20 de junio de 1894). El Señor nos advirtió en contra de ellos. Cada papa que se ha levantado desde por aquel Bonifacio III que accediera a ser coronado como “Sumo Pontífice” (Pontifex Maximus) por el asesino emperador Focas en el año 606; con el mismo título que tenían los antiguos césares; es y ha sido, un “falso Cristo”, porque ha pretendido ser Cristo en la tierra, y Cristo en la 257


tierra sólo lo es Jesucristo, el Unigénito Hijo de Dios, el que está sentado a la diestra del Padre.

Algunas consecuencias de la falsedad romana En el año 1439 en el Concilio de Florencia se reafirma la primacía del papa. Esto es desechado por la Iglesia Ortodoxa. En ese mismo año, 1439, el papa es llamado “Vicario de Cristo”. Esto tiene una repercusión espiritual muy grave. En el año 1563, a raíz del Concilio de Trento, dogmáticamente se establece que la iglesia de Roma es madre y señora de todas las iglesias. Se manda obediencia al Papa de Roma como sucesor de San Pedro, y definitivamente se le establece como el Vicario de Cristo. Con el título de Vicario de Cristo, también el papa de Roma es “Pontifex Maximus” (Sumo Pontífice) y “Summus Sacerdos” (Sumo Sacerdote), ya que es como el mismo Cristo aquí en la tierra. Tanto el título de Sumo Pontífice (como Sumo Mediador), como el de Sumo Sacerdote, corresponden solamente a Cristo Jesús. La Biblia dice que sólo Cristo hombre es nuestro Mediador, y nuestro Sumo Sacerdote (1 Timoteo 2: 5, 6; Hebreos 7: 26). Recordemos las palabras que Jesús les dijo a sus discípulos: “Os conviene que Yo me vaya, porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré” (Juan 16: 7). El Señor les decía a sus discípulos que Él se iba al Padre, y que les convenía, porque así podría venir el Consolador. Ahora bien, de hecho, aquellos tridentinos seguramente pensaron que Jesús estaba pensando en el Romano Pontífice cuando les hablaba del Consolador. ¡Nada más lejos de la mente de Jesús! El Consolador es el Espíritu Santo. También Jesús les dijo a sus discípulos: “Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador para que esté con vosotros para siempre: El Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce...” (Juan 14: 16, 17). El Espíritu Santo sigue con todos y cada uno de los verdaderos discípulos de Cristo, tal y como prometió el Señor. El mundo no puede recibir el Espíritu de verdad, porque no le ve, ni le conoce; y Roma tampoco, por eso tuvo que levantar otro “consolador” de carne y hueso, el papa de Roma. Cristo no necesita ni quiere ningún vicario humano, se basta y se sobra con la Persona del Bendito Espíritu Santo, que es Dios, pero ¡ay! Roma, no sólo se apropió del ministerio del Hijo, también ha pretendido apropiarse del ministerio del Espíritu Santo: Como hemos estudiado, en el año 1870, el Papa Pío IX, establece en el Concilio Vaticano Primero el dogma de la infabilidad papal. De todas, todas, el papa pretende ser el “consolador” porque de hecho, pretende realizar la función del Espíritu Santo cuando habla ex-cátedra. Como escribe Antón Casariego, la justificación del papado está sujeta con alfileres. No hay argumentos que puedan convencer a un observador imparcial, pero para un católico-romano que tenga “fe” suficiente como para hacer “obsequio religioso de la voluntad y del entendimiento”, se entiende, de su propia voluntad y entendimiento, esto carecerá de importancia. Ya lo dejó claro Ignacio de Loyola, aunque él y sus seguidores vieran algo “blanco”, si el papa dice que es “negro”, será “negro”, y punto. Esto es 258


pretender anular el don del sentido común y el don de la voluntad y convicción que Dios ha otorgado al hombre. Con todo, el “poder temporal” de la institución papal, propósito eterno, y razón de ser de Roma, está sostenido por la llamada “Sucesión Apostólica o Papal”. Ahondemos sobre esta cuestión:

¿Sucesión apostólica? Roma dice que los papas son los sucesores del apóstol Pedro. A esto Roma lo llama “Sucesión Apostólica” o “Sucesión Papal”. Esta es la piedra angular del catolicismo romano; sin ésta, todo se vendría abajo como un castillo de naipes. A lo largo de este libro hemos leído innumerables veces el tópico (¿Sucesión Apostólica?), cada vez que nos percatábamos que esa “sucesión” como Roma enseña, nunca jamás se produjo. En este apartado nos centraremos de manera más precisa en esta cuestión. La institución católico romana pretende decirnos que un papa escoge al siguiente, ya que cada uno obstenta la máxima autoridad de la iglesia romana. Eso jamás fue así a lo largo de la historia papal. Para que hubiera habido una verdadera línea sucesoria, cada papa hubiera debido escoger a su sucesor y personalmente imponerle las manos y ordenarle para dicho cargo. No lo podría haber hecho otra persona con otro cargo. Juan Pablo II murió, y no escogió previamente a ningún sucesor suyo; lo hicieron otros; ¿Deberíamos entonces hablar con propiedad de alguna “Sucesión apostólica”? La verdad es que no; sino todo lo contrario. Además, la historia pontificia, como hemos visto, está repleta de cismas, luchas por el poder, guerras, intrigas, violaciones, muertes, simonías, nepotismos, abusos, etc. ¡una vergüenza! No existe esa pretendida “sucesión apostólica”, es decir de papa a papa; sólo es una quimera.

¿Una línea sucesoria? El Vaticano nos ofrece una lista oficial de los papas. Empieza con Pedro y continúa hasta el presente. No obstante, a lo largo de la historia romana, han habido varias listas, diferentes entre sí, cada una en su tiempo entendida como fiable, pero que no resistía el paso del tiempo ni la evidencia de la historia. La más antigua que viene del “Liber Pontificalis” (El libro de los papas), se cree que fue Hormidas (514-523) el que la realizó, sin embargo, la enciclopedia católica tiene muchas dudas acerca de su autenticidad, y la mayoría de los estudiosos hoy en día están de acuerdo en que mezcla realidad con ficción; en otras palabras, ese documento no es históricamente fiable. Ese papa, Hormidas, recordemos que fue quien hurtó la declaración del Concilio de Constantinopla del año 381 por la cual se manifestó que la Iglesia de Jesucristo es “Una, Santa, Católica y Apostólica.”. La llamada “Fórmula Hormidas”, declara que esta Iglesia es sólo la iglesia que está bajo el papa de Roma, por lo tanto, le añade el calificativo de “romana”. La jerarquía de Roma actualmente, admite no saber con exactitud cual es la línea sucesoria. La New Catholic Encyclopedia, publicada por la Universidad Católica de América, recoge este hecho; y dice así: “Debemos admitir con franqueza, que deficiencias en las fuentes, hacen imposible determinar en ciertos casos si los 259


demandantes eran papas o antipapas”. (New Catholic Encyclopedia, 1967 vol. 1, p. 632). ¡Así que, la propia Roma reconoce no saber si alguno de sus papas fueron realmente papas o si por el contrario, fueron antipapas! ¿Cómo podemos hablar de línea sucesoria entonces? ¡La línea sucesoria, dogma de fe para todo católico-romano, es una mera ficción, por lo tanto no es digna de crédito, es decir, de ser creída! Entonces, si no tenemos línea sucesoria, no tenemos sucesión apostólica. Esta es la verdad objetiva. Como dice Casariego, “...para hablar sin sonrojarse de una “cadena papal ininterrumpida desde Pedro hasta nuestros días”, hay que tener mucha desfachatez o, mucho despiste”. La enciclopedia católica referente al papa Esteban II (m.752), dice lo siguiente: “Sucesor de San Zacarías. Murió antes de su consagración, tres días después de ser elegido. Algunos historiadores no le consideran papa, por lo que su sucesor recibiría el nombre de Esteban II, con lo cual quedaría modificada toda la presente serie de papas” (énfasis nuestro)

Repaso a la historia Como vimos, durante siglos, los ciudadanos poderosos de Roma se consideraban en el derecho de elegir el obispo de Roma. Las familias poderosas de Roma, muchas de ellas descendientes de aquellos patricios romanos, competían por entronar en la silla papal a alguno de los suyos. Algunas de esas familias son famosas: los Colonna, Orsini, Annibaldi, Conti, Caetani (Bonifacio VIII era un Caetani, y se levantó cruelmente contra los Colonna para seguir siendo papa), Borgia, Médicis, Borghese. Roma era la ciudad elegida por los papas, aunque muchos anhelaban mudar su sede a Jerusalén, y todavía desean hacerlo. Bonifacio VIII, alcanzó la cima de su éxito en el año 1300, cuando reunió a toda la “cristiandad” en el gran jubileo. Sin embargo, en el año 1303, fue sitiado por emisarios del rey francés Felipe IV el Hermoso (1268-1314), y Roma fue conquistada por Francia. En ese momento, el papado se mudó, no a Jerusalén, sino a Aviñón (Francia). El rey francés nombró un nuevo papa Clemente V el cual trasladó la corte pontificia a Aviñón. Esto duró del 1309 al 1377, como ya vimos. ¿Qué tal se ve, dicho sea de paso, la línea de sucesión apostólica romana a la luz de esos acontecimientos? Volviendo al papa Bonifacio VIII, el cual, por cierto, en el año 1291 arrebatara el papado a Celestino por la fuerza y añadiera la segunda corona a la tiara del papado; con la declaración de la bula “Unam Sanctam”, de la cual reproducimos un fragmento, todos podemos ver que tipo de persona era ese hombre. Un ser capaz de elevarse a sí mismo, nada más y nada menos que al nivel de Dios. Tal blasfemia nos deja sin habla. ¿Qué piensa Roma de esto? Ya lo sabemos; lo hemos leído con atención. ¿Puede un hombre así representar a Cristo? Ese hombre no era más que un impostor; y sin embargo, no sólo está en la línea de la “sucesión apostólica” romana, sino que es uno de los hijos de Roma más relevantes. La costumbre de que fueran las familias patricias romanas las que entronaban a los papas, con el consentimiento del emperador y tras el obligado pago monetario, demuestra que el obispo de Roma tenía jurisdicción sólo sobre el territorio de Roma en los primeros siglos. Si hubiera tenido jurisdicción sobre toda la iglesia occidental, entonces toda la jerarquía hubiera estado involucrada en su elección, como es el caso hoy en día. Por lo tanto, Roma no puede pretender hacer creer al católico romano que es 260


la Iglesia universal de Jesucristo, ya que, de hecho, nunca ha sido universal, ni aun en sus mejores momentos. Cuando se creó el Colegio Cardenalicio, y se le negó a las familias elegir al obispo de Roma, ocurrió que éstas se rebelaron e intentaron imponer su voluntad sobre las autoridades civiles locales y religiosas. ¿Cómo puede llamarse a todo este motín y violencia “sucesión apostólica” dirigida por la obra del Espíritu Santo? Durante muchos siglos, los papas eran puestos y depuestos por la fuerza de las armas, de los ejércitos, o de las turbas romanas. Algunos fueron asesinados, no precisamente como mártires. Más de un papa, como fue el caso de Juan XXII, fue asesinado por un marido ofendido, por encontrar al papa y a su esposa (la del marido ofendido), en la cama. Las grandes sumas de dinero y (o) la violencia determinaban quien sería el siguiente papa. No solamente ocurría esto con el cargo papal, con todos los demás cargos eclesiásticos también. Todo esto es muy cierto. Tanto fue así la cosa, que el día 23 de septiembre del año 1122, se firmó el célebre Concordato de Worms entre el papa Calixto II y el emperador Enrique V, en el cual al papa se le hizo jurar que la elección de los obispos y abades se realizaría “sin simonía y sin violencia” (La Iglesia y el Estado a través de los siglos, Londres, 1954, p.48).

“Comulgar con piedras de molino” es una expresión castiza que viene muy bien a colación. Esto es lo que Roma ha pretendido, y desgraciadamente conseguido con todos sus fieles al hacerles creer en el mito político-religioso de la “Sucesión Apostólica o Papal”, sobre la cual ha erigido todo su castillo dogmático, obligando a aceptarlo con la sinrazón de la fe ciega.

Entendiendo más sobre la “sucesión” La iglesia de Roma habla de la “sucesión apostólica” como si sólo fuera una, a partir de Pedro. Sin embargo, hacia el año 300, se hablaba de “las sucesiones de los apóstoles del Salvador” (ver Historia Eclesiástica cap.I, v. 4 de Eusebio de Cesarea). No existía el concepto de ver en Pedro al primer papa, ni tampoco el concepto de una sucesión apostólica en la persona del obispo de Roma. De hecho, a partir del siglo primero y parte del segundo, todas las ciudades del mundo antiguo (del Imperio Romano) tenían sus iglesias y sus obispos (pastores, y ninguno de ellos pretendía asumir ninguna supremacía sobre los demás. No existía un “jefe” de toda la Iglesia; sencillamente, no era así. Fue a partir de Constantino, el emperador romano, quien en el siglo IV, y a raíz de decir de abrazar el cristianismo, determinó que éste sería la religión oficial del Imperio. Al ser la “religión oficial” del Imperio, debía haber una cabeza visible religiosa. El poder visible se mezcló con la iglesia, formando un poder político- religioso que mató la esencia y compromiso del verdadero cristianismo. Es irreal la conversión de Constantino por el hecho de cómo entendía él el cristianismo. Más adelante veremos que todo fue parte de un plan satánicamente organizado con el fin de destruir el verdadero cristianismo. En el año 337, cuando la vida se le escapaba, el cuerpo de Constantino fue tendido en sus mantos reales y lo bautizaron públicamente. Él había rehusado ser bautizado toda su vida, y se sospecha que cuando el agua llegó a tocar su frente, ya era cadáver. Es evidente que Constantino no entendió que es el cristianismo. El verdadero cristianismo es básicamente reconciliarse con Dios por 261


medio de Cristo (2ª Corintios 5:17-21) y recuperar aquella relación que se perdió en el Jardín del Edén, por lo tanto, no puede imponerse como hizo el emperador romano a través de hacerlo oficial, y como tal, obligado. A partir de aquel momento en adelante, siendo Roma la capital del Imperio que lleva su nombre, centro del poder temporal, y consecuentemente, de la atención mundial, los sucesivos líderes religiosos de dicha ciudad, al correr del tiempo, demandaron a toda la “cristiandad” el reconocimiento de su supremacía sobre los demás, inventando una “sucesión apostólica” con el fin de probar ante el mundo conocido su liderazgo como viniendo de Pedro, a modo de sucesión de los reyes, como si se tratara de cualquier monarquía terrenal.

Muy interesante reflexión Según los Hechos de los Apóstoles. Pedro se quedó en Jerusalén después de la muerte de Esteban. Pablo, diecisiete años después de su conversión (que no ocurriría sino años después de la ascensión del Señor a los cielos), encontró al apóstol Pedro ejerciendo todavía su ministerio en Jerusalén y alrededores (Gálatas 1:18 y 2:1). Entonces convinieron los dos apóstoles, juntamente con Jacobo y Juan, que Pedro dirigiría la obra entre los judíos, y el apóstol Pablo entre los gentiles (Gálatas 2:7-10). Esta división de territorios excluye la posibilidad de que Pedro ejerciese ningún pastorado u obispado en Roma, y menos que durase 25 años como dice la tradición romanista ya que para ello no solamente habría tenido que faltar a lo expuesto en la Biblia (lo que encontramos en la epístola a los Gálatas), sino que su muerte habría tenido que ocurrir por lo menos 90 años más tarde de la fecha en que dicha tradición a que nos hemos referido, fija el tiempo de su muerte. Cerca del año 58, o sea después de llevar Pedro 16 años en el “pontificado” en Roma (según la tradición católico-romana), Pablo escribe su Epístola a los Romanos. Al final hay una lista de 27 cristianos de Roma a los cuales el apóstol envía saludos, poniendo alguna frase de elogio para cada uno de ellos; ¡pero no envía ningún saludo para Pedro! ¿Es esto posible si Pedro hubiese sido en este tiempo su obispo? Como tres años después Pablo mismo llegó a Roma y muchos cristianos salieron a recibirle a una distancia de 25 Km., si Pedro hubiese estado en Roma, ¿no habríamos tenido alguna noticia del encuentro de estos dos grandes siervos de Cristo? Sin embargo ni una palabra de ello nos dice Lucas, el autor de los Hechos de los apóstoles. Sabemos que durante dos años, Pablo estuvo en Roma y escribió desde allí varias epístolas. En la carta a los Colosenses da nombres de sus colaboradores, y añade: “Estos solos me ayudan en el Reino de Dios” (Colosenses 4:7-11). No obstante, entre ellos no se halla Pedro, cuando de haber sido obispo de Roma debía figurar como el primero de sus colaboradores o colegas, como sería lógico. En su segunda Epístola a Timoteo, Pablo a su primera presentación ante Nerón, dice: “En mi primera defensa nadie me asistió, todos me desampararon. Ruego a Dios que no les sea imputado”. ¿Podemos pensar que Pedro fue uno de los que desampararon a su gran compañero de milicia si hubiese sido obispo de Roma?, ¡mal asunto si así hubiera sido! Poco antes de su muerte, como lo expresa cuando dice: “Yo ya estoy para ser ofrecido, y el tiempo de mi partida está cercano”, el apóstol San Pablo envía por última vez a Timoteo saludos de cuatro cristianos destacados de Roma: Eubulo, Pudente, Lino y Claudia (2ª Timoteo 4:21), pero el nombre de Pedro tampoco aparece. ¡Sin embargo, ese Lino si llegó a ser obispo o pastor de Roma! De todos estos hechos se deduce, de un modo indubitable, 262


que Pedro nunca fue obispo de Roma, y que su pontificado de 25 años es una mera leyenda con una intencionalidad preclara. Respecto al apóstol Pablo, notar que su interés primordial estaba en ir a predicar el Evangelio a Roma, y esto desde hacía ya mucho tiempo (cuando escribe su célebre epístola a los romanos. Romanos 1: 11-13). Según la ética ministerial del apóstol, él nunca hubiera ido a edificar sobre fundamento ajeno, como él mismo dice:” Y de esta manera me esforcé a predicar el evangelio, no donde Cristo ya hubiese sido nombrado, para no edificar sobre fundamento ajeno, sino, como está escrito: Aquellos a quienes nunca les fue anunciado acerca de él, verán; Y los que nunca han oído de él, entenderán” (Romanos 15: 19-21). Por lo tanto, hay que descartar que Pedro estuviera allí como obispo, más aun cuando el mismo Pablo se dirige, no a una iglesia establecida, sino a unos cuantos creyentes recién convertidos (Romanos 1: 7). Si se quiere conceder alguna veracidad a la tradición de que Pedro murió juntamente con Pablo en el monte Tíber en el año 67, tenemos que suponer que Pedro fue llevado preso a Roma poco antes de la fecha de su muerte y que el encuentro de los dos grandes apóstoles fue una gran sorpresa para ambos en aquel día memorable. Sin embargo, a pesar de que la tradición romana aseguraba que la tumba de Pedro está en el Vaticano, en años recientes, la tumba del apóstol ha sido descubierta en Jerusalén, en el monasterio franciscano llamado “Dominus Flevit” (Peter´s Tomb Recently Discovered in Jerusalem, pag. 3, de F. Paul Peterson). ¿Será por eso que el papa desea ardientemente mudar su Sede a la ciudad de David?, porque ese es un hecho constatado. Por lo tanto, si Pedro no ejerció el obispado en Roma, mal podía nombrar a un sucesor, no existiendo además ningún documento del siglo apostólico que lo acredite, ya que en la Historia de Eusebio del año 314 d.C. y los escritos apostólicos más bien lo contradicen. Un detalle interesante es el hecho de que Marcos escribiera su Evangelio por la instrucción de Pedro de lo cual tenemos la confirmación de Papías, mientras que ni éste ni nadie de los siglos I y II hace afirmaciones concretas respecto al obispado de Roma. Del siglo II (año 96), tenemos una carta de Clemente a los Corintios, en la cual no se presenta a sí mismo como obispo de Roma ni como jefe universal de la Iglesia cristiana, sino que dice: “A la Iglesia de Dios que habita forastera en Corinto, a los llamados y santificados en la voluntad de Dios por nuestro Señor Jesucristo: Que la gracia y la paz se multipliquen entre vosotros de parte del Dios Omnipotente por mediación de Jesucristo”. Ni siquiera da su nombre, sino que ofrece sus consejos de parte de una iglesia a otra iglesia hermana. Algunos se afanan en decir que Pedro fue pastor de Roma porque en su Primera Epístola Universal el apóstol dice así, a modo de despedida: “La Iglesia que está en Babilonia elegida juntamente con vosotros, y Marcos mi hijo, os saludan” (1ª Pedro 5:13). Babilonia sería Roma, y desde ella se despediría Pedro en su carta; sin embargo, esa es una interpretación particular. El hecho de que envíe saludos de parte de “la Iglesia que está en Babilonia...”, es decir, Roma, no significa que él, Pedro, estuviera necesariamente allí cuando escribía la epístola. Así pues, esto no constituye en sí una prueba de que Pedro estuviera viviendo en Roma, y mucho menos de que fuera obispo de esa ciudad. ¿Cuál es la razón de enviar saludos de “la Iglesia que está en Babilonia...”, es decir Roma? Ante todo es menester saber que aunque la Epístola de 263


Pedro es Universal, es decir, para todos los cristianos, Pedro la envió específicamente a los cristianos de las iglesias del Asia Menor (cap. 1, V. 1). Estas iglesias fueron fundadas por el apóstol San Pablo, al igual que la iglesia en Roma. Resulta lógico entonces que Pedro, estando en contacto con los cristianos de Roma, envíe de parte de ellos saludos a los hermanos que están en el Asia Menor, máxime cuando todos ellos tenían en común un mismo padre espiritual: el apóstol Pablo, y que de parte de él sabían de la obra del Señor en la ciudad imperial. El cristianismo no empezó en Roma, empezó en Jerusalén, la Ciudad del Gran Rey (Mateo 5: 35). El apóstol Pablo fue el que el Espíritu Santo envió a los gentiles (Romanos 11: 13); Pablo fue el que escribió la epístola a los cristianos de Roma. ¿Para qué tenía Pablo que instruirles si Pedro estaba allí; y ni siquiera le menciona en su Epístola? Por otro lado, muchos considerados cristianos, no tienen en cuenta que es un absurdo pensar en términos de “sucesión” como si de monarcas se tratara. No solamente en el caso del obispo de Roma, sino de todos los ministros del Evangelio que han ostentado el cargo de obispos o pastores en cualquier grupo local de la cristiandad, como si la gracia de Dios fuera un elemento físico transferible, mientras que en el Evangelio no hallamos ni vestigio alguno de tal doctrina.

¿Sucesión humana, o llamamiento de Dios? Jesucristo prometió estar con los que creen en Él hasta el fin del mundo. Él, además dijo: “Donde quiera que se hallaren dos o tres reunidos en mi nombre, Yo estaré en medio de ellos”. Todo ello no sugiere nada de sucesión, pues todo lo humano es transitorio, como lo fueron todos los grupos cristianos que levantó el apóstol Pablo en el Asía Menor y en Grecia. Otros grupos florecieron en estas tierras en siglos posteriores, de los que no queda rastro, ni de las ciudades ni tampoco de los hombres que vivieron en aquellos tiempos. Sólo quedan algunas piedras o columnas, y en los museos algunos fragmentos de sus escritos. No es la sucesión de hombres, como si un hombre pudiera dar algo a otro hombre, ya que toda autoridad viene de Dios y no de los hombres. La unción es de Dios, y no de los hombres. Cualquier don que tengamos, nos ha sido dado por Dios, y no por los hombres. Por lo tanto, es Él Quien constituye a sus siervos. Él los elige y los envía. Los ministerios los constituye Dios mismo. Dice la Biblia en Romanos 11: 29, “Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios”. Cuando Dios llama, llama. Dios llama al ministerio, y esto se reconoce por parte de los demás porque es evidente; cuando se reconoce, se ordena, aunque esa ordenación, no deja de ser un acto simbólico por el cual ese reconocimiento se expresa públicamente y ante testigos. Nadie puede a dedo ni tampoco por medios democráticos elegir a los siervos de Dios, que sólo Dios puede, y debe elegir. El gran error de muchos ha sido el pretender hacer lo que sólo Dios por su Espíritu puede hacer. Ese ha sido y sigue siendo el craso error; el pretender constituir por medios humanos el reino de Dios. El hombre siempre será hombre, y si algo tiene, no le viene de otro hombre, sino de Dios, Quien da todas las cosas. El hombre falla, aún haciendo gala de sus mejores intenciones. Sin embargo el Dios de gloria, el Dios de Israel, no cambia, y Jesucristo es el mismo ayer, hoy, y por los siglos (Hebreos 13: 8). 264


Por centenares de años la sede romana se halló ocupada por papas instaurados por simonía o por la fuerza o por el engaño. Estos papas constan en el árbol genealógico del papado. ¿Cómo podemos hablar de “sucesión papal”?. Tal sucesión papal no tiene ningún fundamento bíblico ni moral ni mínimamente racional. El cardenal César Baronio, hombre erudito, hablando de la corte papal, decía: “¡Qué infamia! Sólo los poderosísimos cortesanos gobernaban en Roma. Eran ellos los que daban, cambiaban y se tomaban obispados, y, ¡horrible relatarlo!, sus amantes hacían subir al trono de San Pedro a falsos papas”.

Resuelta la cuestión de la “sucesión apostólica” A estas alturas, ya ha quedado suficientemente clara toda la cuestión sobre la “Sucesión Apostólica o Papal”. Una vez entendida la inexistencia de la misma, hemos también resuelto la cuestión de la “infabilidad papal” definitivamente. Veamos: Si no hay “sucesión apostólica”, no hay papas; y si no hay papas, éstos no pueden ser “infalibles”, por lo tanto, todos esos dogmas inamovibles que no están basados en la Biblia, no tienen base ninguna para ser creídos, sino para ser rechazados como mentirosos. Aquí es cuando el católico romano debería en serio tomar una decisión acerca de su creencia.

265


Capítulo 12 ... CON PIEL DE CORDERO

La Roma religiosa siempre ha estado al lado del poder político y militar, para aprovecharse de su poder civil y militar, llegándose a imponer a estos. No sólo Roma ha mantenido relaciones culpables con los grandes de la tierra, los emperadores, los reyes, el poder económico, militar, político; buscando alianzas interesadas; mezclándose y remezclándose con todo ello, complaciéndose con las cosas mundanas, honores nacionales, riquezas, posesiones, dominio, seducción y un tan largo etcétera, que requeriría de otro libro; además, Roma ha sido perseguidora y homicida, y todo ello en el “nombre de Jesucristo”. Para ello siempre ha contado con el apoyo de los reyes y emperadores que han sido el “brazo secular” para ejecutar sus condenas a literalmente millones de personas. La muy triste realidad histórica, es que nadie ha perseguido a los verdaderos creyentes como lo ha hecho la Roma religiosa. En 1179, en el tercer concilio de Letrán, el papado levanta la Inquisición por decreto, y decide exterminar a los herejes. Entre los siglos XIII y XV, hizo todo lo que pudo para eliminarlos a todos. Los Albigenses predicaron en contra de las inmoralidades del clero romano, los peregrinajes, la veneración a las imágenes de los santos, todo ello usando las Escrituras. Estos creyentes, interpretaban tal y como fue predicado por Cristo el Sermón de la Montaña, tradujeron las Sagradas Escrituras a la lengua vernácula, negaron la existencia del purgatorio y el valor de las indulgencias, no aceptaban el sacerdocio (romano) ni la veneración a los santos, rechazaban la jerarquía eclesiástica y el fasto litúrgico. Para el año 1167, habían logrado alcanzar a la mayor parte de los habitantes del sur de Francia. El papa estaba asustado de perder su hegemonía en aquellas tierras, además, su credibilidad como “vicario” de Cristo podía ponerse en entredicho, por eso envió en el año 1209 una “cruzada” para exterminarlos. Los persiguieron ciudad tras ciudad, pueblo tras pueblo, asesinándolos a espada y fuego, sin importarles sexo ni edad. En unos cien años, los Albigenses fueron totalmente desarraigados. Esto es lo que Roma hacía con sus enemigos; aún peor que lo que hizo la Roma pagana con los primeros cristianos. En la misma Italia donde se originó el papado, Dios quiso conservar un remanente de cristianos verdaderos a la fe original de Cristo, los Valdenses. Estos montañeses de tres valles del Piamonte, ocupaban el triángulo entre Pinerolo, Monviso y Moncenisio. Los Valdenses, como verdaderos cristianos, se guiaban por la enseñanza de la Biblia. De más está decir cuánto el clero papal se ha lanzado contra ellos para destruirlos. Entre los años 1540 y 1570, no menos de 900.000 fueron ejecutados por los papas. Los monjes y sacerdotes dirigían con inusitada crueldad y desprecio por la vida, la labor de las torturas, así como las hogueras donde quemaban vivos a mujeres y hombres inocentes, todo ello en el nombre de Cristo, por orden directa del “vicario” de Cristo. Con todo, después de 700 años de persecuciones, los Valdenses fueron hechos libres en 1848 por el rey Carlos Alberto. El Dr. Alberto Rivera, en su tiempo como jesuita, pudo tener acceso a los archivos del Vaticano, y allí encontró una información que le impactó y que jamás trascendió a los libros de texto porque la habían ocultado. Era acerca de un prodigioso avivamiento que trajo el Espíritu Santo sobre niños de ocho y diez años, los cuales comenzaron a predicar a Cristo. Estos pertenecían a familias cristianas que se habían ocultado en las 266


montañas escapando de la Inquisición. Fue antes del tiempo de Martin Lutero. Ante el horror de los curas católicos, las gentes se estaban salvando por todas partes. Aquellos niños a la postre, fueron quemados vivos con el fin de detener aquel mover de Dios (La Fuerza; p. 22, Chick P.)

Los seguidores de Juan Huss, los Husitas, sufrieron otro tanto. Y los Hugonotes, en la noche del 24 de agosto de 1572, 70.000 de ellos, incluidos la mayor parte de sus responsables, fueron masacrados: La célebre “Matanza de San Bartolomé”. El obispo católico Jewel de Salisbury reconoció en 1560: “En cuanto a John Wycliffe, Juan Huss, Valdo y el resto que yo debería conocer, eran hombres santos. Su mayor herejía era ésta: deseaban la reforma de la Iglesia”. Como puede verse, siempre hay alguien que sabe reconocer las cosas como son, aunque en el caso de Roma, fueron los menos. John Wycliffe (1320?-1384), católico, fue un pre-reformador, que leyendo la Biblia, se dio cuenta de los desvarios de Roma. En el año 1377, el papa Gregorio XI, desde Aviñón, Francia, publicó nada menos que cinco bulas condenando las enseñanzas del catedrático inglés. Wycliffe, en el año 1381, escribió su obra “De eucharistia”, en la cual demostraba la falsedad de la doctrina aristotélico-tomista de la transubstanciación. Por ello, fue condenado por hereje por Roma. Los papas que lanzaron toda esa persecución y barbarie, son exaltados y honrados; tales como Inocencio III contra los Albigenses; Pío V, exaltado a santo, como gran inquisidor. Otros, que no papas, como Fernando III de Castilla y de León, llamado el Santo, que es alabado por el celo con que persiguió a los herejes, acercando con sus propias manos leños a la hoguera para quemar a los condenados.

“Algunos de los instrumentos de tortura que fueron aplicados a los Albigenses por mandato expreso del papa Inocencio III”

En el año 1209, la ciudad de Béziers (Francia), fue tomada por los cruzados a quienes el Papa Inocencio III (el cual sólo era inocente de nombre), había prometido que si se alistaban en la guerra contra los herejes, entrarían al cielo cuando murieran sin necesidad de pasar por el purgatorio. Varios historiadores relatan que 60.000 personas en esta ciudad perecieron por la espada de esos malvados. En 1211, en Lavaur (Francia), el gobernador fue ahorcado, y los ciudadanos del pueblo quemados vivos. Los cruzados asistían a misa solemne por la mañana y luego procedían a tomar otros pueblos del área donde la gente había rehusado aceptar el dogma católico-romano. Se estima que en este sitio perdieron la vida 100.000 albigenses en un solo día. El clero dio gracias a Dios por la grandiosa victoria para la “Iglesia”. ¿Hablamos más de la célebre “Matanza de San Bartolomé”?. He aquí el relato: “El 22 de Agosto de 1572, comenzó la sangrienta 267


masacre de San Bartolomé. Esta debía constituir un asalto fatal para destruir el movimiento Protestante en Francia. El rey francés, suspicazmente, había dispuesto casar a su hermana con el almirante Coligni, un alto líder protestante. Hubo una gran fiesta con mucha celebración. Después de cuatro días de festejos, a los soldados del rey se les dio una señal. A las doce en punto de la noche, las casas de todos los protestantes de la ciudad fueron abiertas a la fuerza al mismo tiempo. El almirante Coligni fue asesinado, su cuerpo tirado por una ventana a la calle, donde fue decapitado y enviada su cabeza al Papa. También cortaron sus brazos y sus genitales. Por tres días su cuerpo fue arrastrado por las calles hasta que finalmente lo colgaron de los talones en las afueras de la ciudad. También despedazaron a muchos otros muy conocidos protestantes. En los tres primeros días, más de 10.000 fueron asesinados. Los cuerpos fueron echados al río y la sangre fluyó a través de las calles hacia el río hasta que apareció como una corriente de sangre. Tan furiosa fue su locura infernal que aun despedazaban a sus propios seguidores si sospechaban que no eran muy fuertes en su creencia al Papa. Desde París, la destrucción se regó a todas partes del país. Más de 8.000 personas más fueron muertas. Muy pocos protestantes escaparon la furia de sus perseguidores” (Cortinas de Humo, J.T.C. pag. 17).

“Representación de la matanza de San Bartolomé”

El rey francés fue a misa a dar gracias solemnes por haber sido asesinados aquellos hugonotes, súbditos suyos, considerados herejes. La corte papal recibió la noticia con gran regocijo y el papa, Gregorio XIII, ¡fue a la iglesia de San Luis a dar gracias por la victoria! Ese mismo papa ordenó que se acuñara una moneda conmemorando tal acontecimiento. La moneda mostraba la “Matanza de San Bartolomé” en la que se representaba a un ángel del cielo ejecutando por sí mismo aquel acto de barbarie. Un grupo de hugonotes huían aterrorizados de la presencia del ángel. Debajo figuraba la siguiente inscripción: “Ugonottorum strages 1572”, que significa “la matanza de los Hugonotes 1572”. Ese mismo día, el papa rindió homenaje a Dios públicamente en acción de gracias por esta gran victoria sobre “los enemigos de Jesucristo”. Los Hugonotes eran verdaderos cristianos de la Biblia. Una masacre similar ocurrió en Irlanda en 1641, donde fueron exterminadas 40.000 personas. Los conspiradores escogieron el 23 de octubre, la fiesta de Ignacio de Loyola, el fundador de la orden jesuita. Planearon un levantamiento general en todo el país. La meta era aniquilar a 268


todos los protestantes al mismo tiempo. Temprano de mañana mataron a todo protestante que pudieron encontrar. No demostraron piedad alguna. Desde niños hasta ancianos fueron muertos. Aun inválidos. Estas personas fueron tomadas por sorpresa; durante años habían vivido en paz y seguridad, y de repente ya no encontraron lugar donde correr; fueron masacrados por sus vecinos, amigos, y aun por sus propios familiares. ¡Oigame, esto es historia! La muerte rápida era lo deseable. Las mujeres fueron amarradas en postes, desnudadas hasta la cintura, sus senos fueron cortados con tijeras grandes y dejadas para que se desangrasen hasta morir. Otras que estaban embarazadas, fueron amarradas en ramas de árboles, sus hijos nonatos fueron sacados y dados a los perros mientras que sus esposos eran obligados a mirar. Todo esto está completamente documentado y es históricamente verdadero. El papa que alentó todo esto fue Urbano VIII (1623-1644), el mismo que condenó a Galileo Galilei. A los católico-romanos se les ha enseñado que esas matanzas y persecuciones mencionadas sólo tenían la fachada de aspecto religioso en sí, pero que en realidad eran por motivos políticos, como lo que está ocurriendo actualmente en el Ulster entre “católicos” y “protestantes”. ¡Que nadie se engañe!, el motivo siempre ha sido aparentemente religioso cuando Roma ha estado por medio. Digo aparentemente, porque en realidad poco le importaba a Roma preservar ninguna fe verdadera, sino más bien preservar su poder y hegemonía entre los estados y los pueblos. Edward Burman, escritor laico en su libro “Los secretos de la Inquisición”, apunta: “La Iglesia (de Roma) concibió la Inquisición como arma -una de muchas- en su intento perenne de preservarse como principal institución gobernante, en lo moral y lo político, de la Europa occidental. La herejía no representaba ningún peligro hasta que amenazaba de forma directa el ‘’poder temporal’’ de la Iglesia, y los episodios más violentos de la historia del Santo Oficio ocurrieron cuando la Iglesia se percató de que existía este riesgo”. Por supuesto, el movimiento Protestante suponía un claro peligro para el “poder temporal” del papa, ¿por qué?, porque el Protestante, no reconoce en absoluto la figura del romano pontífice; ¡imagínese mucha gente creyendo lo mismo!, el papa se quedaría sin parroquia. Hoy en día, Roma ha tenido que dejar su manera abiertamente hostil y asesina de actuar contra los que se oponen a ella. Ahora emplea otra táctica, esperando su momento... En el año 1554, en Escocia un sacerdote llevando la hostia en su mano, ante miembros de una familia cristiana atados a postes y rodeados de ramas secas, les preguntaba si esa hostia consagrada era el verdadero cuerpo y sangre de Cristo. Al responder que no, que sólo era un símbolo, el asistente del cura acercaba su antorcha a las ramas y prendía fuego hasta carbonizarlos. Mientras las víctimas gritaban en agonía, el sacerdote alzaba su crucifijo y decía: “Todo esto es para la grandísima gloria de Dios”. ¡Tremenda manera de predicar el Evangelio! ¡No es de extrañar que muchos no quieran saber nada de Dios hoy en día! ¿Se imagina usted a Jesucristo en la tierra haciendo lo mismo? ¿Se imagina usted a Jesús de Nazaret y a sus discípulos atando a las personas en postes, rodeándolas de leña y preguntándolas: ¿Creéis en mí?, ¿no?, ¡Pedro, prende el fuego! ¿A que suena blasfemo sólo imaginarlo? El Bendito Jesús, sabiendo que algo así iba a ocurrir, dijo a sus discípulos: “Os expulsarán de las sinagogas; y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios, y harán esto porque no conocen al Padre ni a Mí” (Juan 16: 2, 3). Aun los discípulos de Cristo, antes de ser regenerados por el Espíritu Santo no habían entendido a Cristo. Dice así la Escritura: 269


“Cuando se cumplió el tiempo en que Él había de ser recibido arriba, afirmó su rostro para ir a Jerusalén. Y envió mensajeros delante de Él, los cuales fueron y entraron en una aldea de los samaritanos para hacerle preparativos. Mas no le recibieron, porque su aspecto era como de ir a Jerusalén. Viendo esto sus discípulos Jacobo y Juan, dijeron: Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma? Entonces volviéndose Él, los reprendió, diciendo: Vosotros no sabéis de qué espíritu sois; porque el Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas. Y se fueron a otra aldea” (Lucas 9: 51-56).

España, “martillo de herejes”. Algunas historias En el siglo XV, Pedro de Osma llegando a ser catedrático de teología en Salamanca, frente a sus deseos de reforma de la Iglesia, se pone a escribir. Sale de su pluma el tratado “De Confessione”, señalando en él el rechazo a la infabilidad de la iglesia romana, y todo el sistema de bulas e indulgencias. En 1474 sus tesis fueron condenadas como heréticas en el reino de Aragón. Al año siguiente, el arzobispo Carrillo de Toledo, consigue del papa Sixto IV una bula especial para comenzar su proceso. El 1479 su libro es condenado, llegándose a quemar todos los ejemplares; debiendo hacer su autor penitencia pública y retractarse de todos sus supuestos errores. Pedro de Osma muere encerrado en el convento de San Francisco en Alcalá un año más tarde. España, siempre fue el campo de entrenamiento del Vaticano en manos del “Santo Oficio”. En Sevilla, en Valladolid, en Madrid etc. En la Plaza Mayor de Madrid, en los famosos “Autos de fe”, la Inquisición quemó a infinidad de protestantes y judíos, así como otras personas, ¡todo en el nombre de Dios! Uno de los “crímenes” por los cuales los “herejes” iban a las llamas condenados por la “Santa” Inquisición, era por distribuir y leer la Biblia. Podemos entender que llevar Biblias a países comunistas o islámicos es muy peligroso, pero ¿llevar Biblias a un país “cristiano” como España? Por ese horrendo crimen murieron muchos fieles de Jesús de Nazaret. En un auto de fe, en Sevilla en fecha 22 de diciembre de 1560, Julián Hernández fue uno de aquellos que murieron abrasados por las llamas atado a una estaca. ¿Cuáles fueron los cargos?, fue declarado más que hereje: “Por sus grandes esfuerzos e incomprensible maña, este hombre introdujo en España libros prohibidos (Biblias y Nuevos Testamentos) que compró en muchos lugares lejanos (Alemania), donde se les da protección a los impíos (protestantes)...Él firmemente cree que Dios, a través de las Escrituras, se comunica con los laicos, así como se comunica con el clero” (Emelio Martínez, Recuerdos de antaño, CLIE, 1909, p. 390). Esto fue lo dicho por sus ejecutores. ¡Creer que Dios puede comunicar Su verdad a través de la Biblia, no sólo al clero sino a los creyentes ordinarios era un crimen punible con la muerte! La Reforma comenzó pisando fuerte. Pronto, cientos de misioneros protestantes llegaron a España y empezaron su labor evangelizadora. El Evangelio son Buenas Nuevas de salvación a todo aquel que cree. El Evangelio hace libre al hombre, porque empieza a desarrollar una relación personal con Dios su Creador a través de Cristo, ¡ni en pintura quería eso Roma! El Vaticano de ninguna manera quería perder su poder e influencia religiosa, social, política y de todo orden sobre todos sus adeptos que eran millones en aquel tiempo. Si Roma permitía la “herejía”, permitiría su desaparición paulatina (la de Roma). ¿Quién iba a querer quedar bajo su manto de opresión si podía ser libre por Jesucristo? 270


La Inquisición y las influencias reformistas en España Don José de Segovia, nos aporta un interesante material al respecto, que paso a reproducir seguidamente: Con la unión de Castilla y Aragón se había iniciado una nueva etapa en la historia de España. Los Reyes Católicos querían consolidar la unidad del país, tanto política como religiosamente. Menéndez Pidal muestra como “creyeron que sólo la unidad católica, con exclusión de cualquier otra fe, podría dar a la comunidad que regían la estabilidad, orden y solidez que deseaban” (Historia de España, XXII, 20). Según Salvador de Madariaga: “De las dos fuerzas que convergen hacia la creación del Estado-Iglesia absoluto en España, la política representada por Fernando, era circunstancial y transitoria (...); la religiosa, encarnada por Isabel, era esencial y permanente” (España, p. 45). En absoluto quería el Vaticano que la Reforma se estableciese en su colonia espiritual de siempre, España. En 1520, el corrupto papa León X el cual ya estudiamos, el que exclamara sin rubor: “Disfrutemos del papado, pues Dios nos lo ha dado”, ruega en una carta al Condestable y Almirante de Castilla que impidiese la difusión de los escritos de Lutero. En la Dieta de Worms se encontraban muchos españoles, por lo que puede que algunos del propio séquito del Emperador no sólo escucharan al monje agustino, sino que trajeran algunos de sus libros y escritos a España. Previamente, la Inquisición se establece con el beneplácito del papa Sixto IV, aquel papa pecador que tuvo dos hijos ilegítimos de su manceba Teresa a los cuales hizo cardenales, y que además, hizo cardenales a ocho de sus sobrinos, aunque algunos de ellos eran todavía niños (Anual histórico de la Iglesia universal, Vol. 2, p. 905). Así pues, se establece el nombramiento de los primeros inquisidores en 1478, comenzando a actuar el primer tribunal en 1480 en Sevilla, siendo el primer Inquisidor General el tristemente célebre Torquemada. La conversión al catolicismo romano de muchos judíos y moriscos había sido pura simulación, y muchos seguían practicando su antigua religión. Para acabar con el “problema”, los judíos son expulsados en 1492, y de igual modo los moriscos durante el reinado de Felipe II (1609-1615).

Los hermanos Valdés Entre los humanistas españoles destacan de modo especial los hermanos Valdés. Alfonso era secretario de Carlos I, y defendió su política, aunque atacó duramente las bulas, el poder temporal de los papas y la corrupción de la curia romana. Su hermano Juan, denunciado por la Inquisición, tiene que huir a Roma. En Nápoles se dedica a hacer exposiciones doctrinales en torno al beneficio de Cristo. Sus “Consideraciones” contiene declaraciones muy similares a la doctrina de la justificación por la fe proclamada por Lutero.

Los libros luteranos y el Erasmismo Como apuntamos, en 1520 el papa León X ruega en una carta al Condestable y Almirante de Castilla que impidiese la difusión de los escritos de Lutero. Se promulga un decreto mandando entregar los escritos luteranos, prohibiendo su lectura, posesión y venta. Se recogen libros en Valencia, Aragón, Navarra y Guipúzcoa, siendo detenido en 1528 Diego de Uceda bajo la acusación de “opiniones luteranas”. Uceda es condenado a abjurar en un “auto de fe” celebrado en Toledo en 1529, pero Uceda era más bien un 271


humanista, no tanto un evangélico. El caso de Uceda será el de muchos erasmitas que son confundidos con luteranos, ya que ambos coincidían en algunas ideas. Erasmista fue, casi en bloque la orden benedictina; y erasmista también fue el propio Inquisidor General, Alonso de Manrique. Erasmo de Rotterdam propugnaba una reforma de la Iglesia semejante a la que Cisneros había comenzado.

Los procesos de Valladolid A partir de 1529 se recrudecen entonces las actuaciones de la Inquisición contra los erasmistas. El canónigo de Toledo, el doctor Vergara, secretario del arzobispo Fonseca, será procesado. Cuando el rey Carlos estaba ya retirado en Yuste, envía a Valladolid su hombre de confianza, Luis de Quijada, con el encargo de reprimir radicalmente el brote protestante surgido en la capital castellana. Pide en una carta que se proceda severamente contra los herejes. Los obstinados debían morir en la hoguera, y los “arrepentidos”, decapitados, cometido especial que le entrega a su hijo Felipe. El rey Carlos I de España y V de Alemania, fue un hombre que habiendo entendido el Evangelio de la gracia, por puro interés político, optó por renunciar a la verdad evangélica y apoyar totalmente el régimen corrupto papista. Su hijo Felipe II siguió en esa misma línea de obcecación, y España entera fue víctima de una tremenda maldición que todavía arrastramos hoy en día. La serie de persecuciones a muerte y tortura que acontecerán en España, llevó la nación a niveles de oscuridad espiritual como nunca se registraron antes desde que los judíos fueron expulsados de España en el año 1492. Todos estaban bajo sospecha, y los sospechosos eran aniquilados: El doctor Cazalla (1510-1559), antiguo predicador del rey alemán y español, es arrestado en Valladolid por la Inquisición en 1558. Uno de los procesos más importantes va a ser el de nada menos que todo un Arzobispo de Toledo, Bartolomé Carranza. Nacido en Miranda de Arga (Navarra) hacia 1503, era hijo de hidalgos y cristianos viejos. Después de estudiar en Alcalá, ingresa como dominico, encontrándose en 1525 en el convento de san Gregorio de Valladolid. Carlos V le había ofrecido la rica mitra del Cuzco, que declinó, así como la de Canarias. Invitado a acudir a Trento, toma contacto en 1545 con la obra de Melanchton. Sus “Comentarios al Catecismo Cristiano” (1563) muestran esta influencia, tal y como ha demostrado Tellechea. Acompaña a Felipe a pedir la mano de María Tudor como capellán real, con el cometido de perseguir la herejía. Posiblemente era amigo de Juan de Valdés, exiliado entonces en Nápoles, ya que había estudiado con él en Alcalá, leyendo después sus “Consideraciones”. También tendría relación con el antiguo predicador de Carlos V, el Dr. Cazalla, y seguramente conocería a Carlos de Seso y Fray Domingo de Rojas. Lo cierto es que fue detenido en 1559, siendo procesado por la Inquisición en Valladolid durante 17 años.

La maldición religionista Felipe II participa en el segundo “auto de fe” en Valladolid en 1559. El historiador oficial de la Corte relata que cuando Carlos de Seso, condenado por hereje, reprocha al monarca que permita su muerte en la hoguera, Felipe le responde: “Yo mismo traería la leña para quemar a mi hijo si fuera tan malo como vos”. El historiador católico-romano Illescas dice en su “Historia Pontifical y Católica”: “En años anteriores, alguna vez se prendieron en España herejes luteranos en número mayor o menor, y fueron quemados, 272


pero estos eran extranjeros, alemanes, holandeses o ingleses. A continuación se enviaron al patíbulo gentes pobres y de cuna humilde; pero en los últimos años hemos visto llenas las prisiones, los patíbulos y aun los quemaderos de hombres notables y, lo que es más lamentable, de personas que según el sentido del mundo sobresalían mucho de otros en instrucción y virtud. . . Y eran tan numerosos que si todavía se hubieran esperado dos o tres meses más en combatir esta plaga, esta peste se hubiera extendido por toda España, y nos hubiera traído la desgracia más dura que jamás la habría herido” (p. 154). ¡Qué engañado estaba Illescas! La plaga verdadera era la Inquisición; la plaga verdadera era Felipe II y sus secuaces; la plaga verdadera era toda la cohorte de asesinos con hábito dominico; la plaga verdadera era la institución político-religiosa de Roma y sus consecuentes abominaciones. Todavía hoy España vive bajo la tremendísima maldición generada por la ignorancia asesina de los seguidores de aquel espíritu político-militar-religionista; ¡sólo hay que mirar alrededor y ver la ceguera que existe en este país acerca de las verdaderas cosas de Dios! La verdadera desgracia es que la bendición del Evangelio no pudo hacer mella en esta nación porque los gobernantes de esta nación, vendidos al poder religionista, lo impidieron con saña; con sangre y fuego. Desde siempre, el pueblo español ha vivido bajo la tiranía de las clases dominantes: Gobernantes y religiosos (católico-romanos); ¡roguemos que Dios de una oportunidad de despertamiento espiritual a los habitantes de esta bella nación que tanto amamos! El canónigo salmantino Agustín Cazalla era de ascendencia judía. A los 32 años había sido nombrado por Carlos I predicador de la Corte, viajando durante 9 años por Alemania y Flandes con el Emperador. Según el historiador de la Corte, Cabrera, cuando regresa en 1542 “venía ya hecho protestante”. Aunque otros atribuyen su conversión al contacto con Carlos de Seso, corregidor en Toro, convertido al Evangelio en Italia. En la casa de los Cazalla se reunían un grupo de creyentes, que incluían desde su madre, Leonor de Vibero, sus hijas Constanza y Beatriz, un fraile dominico Domingo de Rojas, la joven hija de un marqués Ana Enríquez, y diferentes monjas. Juntos hablaban de temas como la seguridad de salvación por los méritos de Jesucristo, la justificación por la fe, de la que brotan las buenas obras, la inexistencia del purgatorio, la autoridad de las Sagradas Escrituras y el Espíritu Santo, en vez de la del papa. Cazalla no podía ocultar en su predicación el profundo cambio que había producido su descubrimiento del Evangelio de la gracia. Imaginamos que serían exposiciones evangélicas, llenas de fuego y unción espiritual, sobre esa obra de redención consumada por Cristo. Pero a las redes inquisitoriales se unió la colaboración de la esposa de uno de ellos, el platero Juan García. Intrigada por las frecuentes salidas nocturnas de su marido, entró tras él en casa de los Cazalla, informando de cuanto había visto y oído a la Inquisición, siendo todos ellos apresados. En el “auto de fe” de 1559, fueron condenados a muerte por cremación. Un segundo “auto” tuvo lugar el mismo año, ante toda la Corte, siendo quemados Carlos de Seso y el resto del grupo de Valladolid. Antes ya había muerto Francisco de San Román, un comerciante burgalés convertido a Cristo, que se propone disipar “las tinieblas de la idolatría y derramar la luz del Evangelio”. Relacionado con los hermanos Enzinas, también de Burgos, escribió un catecismo y varios tratados breves, así como dos cartas al Emperador, a quien vió en la Dieta de Ratisbona en 1541, siendo apresado y quemado en Valladolid. Igual ocurrirá con Jaime de Enzinas en Roma en 1546, cuando intentaba publicar un Catecismo contra Roma. Su hermano, Francisco de Enzinas, nos ha dejado sus “Memorias”. Será él, a quien llamaban Dryander, quien después de estudiar con Melanchton, hospedado en su casa 273


de Wittenberg, traduce el Nuevo Testamento por primera vez al castellano. Lo imprime en los Países Bajos, dedicándoselo a Carlos V. Aunque encarcelado, logró escapar.

La reforma en Sevilla Si hay un grupo numeroso, bajo la influencia evangélica del siglo XVI, ese es el sevillano. Más de 150 personas se calcula, de todas las clases sociales, a diferencia del de Valladolid. La historia comienza en 1540 cuando un tal Rodrigo Valer anda criticando al clero por las calles de Sevilla, citando pasajes de la Escritura. Tomado por un loco es encerrado en un convento de Sanlúcar (Cádiz). En 1546 otro conquense, como los hermanos Valdés, Juan Díaz, que había estudiado teología en París, escribe “Suma de la Religión Cristiana”, que le hace ser asesinado por su propio hermano. Pero será un sevillano, rector del Colegio de la Doctrina ya en 1550, quien huyendo a Ginebra, puede publicar los Comentarios de Valdés del Nuevo Testamento, así como su propia traducción de los Salmos, la famosa Epístola Consolatoria y un Breve Tratado de Doctrina. Juan Pérez de Pineda llega a ser predicador de los españoles refugiados en Ginebra de los “autos de fe” de la Inquisición sevillana en 1559 y 1562, que murieron 19 y 18 protestantes, respectivamente. La Reforma va a transformar todo un monasterio. El de San Isidoro del Campo, en Santiponce, al lado de Sevilla. Allí recibieron la Biblia monjes, como Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, por medio de los viajes de un buhonero llamado Julianillo. Dos predicadores de la Catedral, el doctor Juan Gil, conocido como Egidio, y Constantino Ponce de la Fuente, que estudiaron en Alcalá, llegando a ser capellanes de Carlos V, son hechos presos por “luteranismo”. Después de ser propuesto como obispo de Tortosa en 1550, Egido es preso en Triana. ¿Que hubiera pasado con dos obispos reformistas, en Tolosa y en Toledo?, nunca lo sabremos, pero ese mismo año asiste Ponce de la Fuente con CarlosV a la Dieta de Augsburgo, siendo preso también el castillo de Triana en 1560, siendo quemado su cadáver en el “auto de fe”, aunque su “Suma de Doctrina” fue luego muy difundida en México, por ejemplo, por un obispo llamado Zumárraga. Pero, ¿cómo lograron huir la mayoría de los monjes de San Isidoro? Puede que la respuesta esté en el Inquisidor General, Antonio del Corro, pariente de uno de los frailes. Hombres como Casiodoro van a recorrer Ginebra, Frankfurt, Inglaterra, escribiendo una “Confesión de Fe” que acabamos de descubrir en 1561 en Londres. Pero su gran legado va a ser la traducción de toda la Biblia por primera vez de los idiomas originales a la lengua castellana, que publica en Basilea. Valera será el revisor, escribiendo también Tratados sobre el papa y la misa, un catecismo, y sus traducciones de la Institución de Calvino y “El Católico Reformado” del puritano Perkins. Del Corro, sobrino del Inquisidor, huye también a Ginebra en 1557, estudiando teología en Lausana. Pastorea una iglesia de habla francesa y enseña español al futuro rey Enrique IV de Francia, para quien escribe una gramática castellana. Capellán de la Duquesa protestante de Ferrara, se hace como Valera profesor en Oxford, publicando un Comentario sobre Eclesiastés en el 1579.

274


Protestantes exiliados en los siglos XVII y XVIII Los “autos de fe” aniquilaron la naciente Reforma española, pero hay algunos casos de protestantes en los siglos XVII, como Fernando de Tejada o Texada, agustino de Burgos, que se hace anglicano, viajando luego a Holanda. Román y Ferrer es un dominico aragonés, procurador de la Orden en Roma que abjura del romanismo en el 1600, al igual que otro fraile, Jaime Salgado, en Francia. Pero éste después de un tiempo enseñando español en La Haya, es hecho prisionero en París, siendo encarcelado por la Inquisición, aunque logra huir a Lyon. Un alemán residente en España, Aventrot envió una carta desde Amsterdam al rey Felipe III por medio de su sobrino, siendo condenado a galeras por su petición de reconocer la verdad de la fe reformada. Pero Aventrot sigue enviando cartas, imprimiendo varias de ellas, siendo quemadas por la Inquisición en Lisboa. Finalmente decide entregar en persona a Felipe IV una nueva demanda de libertad religiosa, consiguiendo sólo ser quemado en Toledo en 1631. En el XVIII un cura de Zaragoza, Antonio Gavín va a Inglaterra en 1715, abjurando de Roma al año siguiente ante el obispo de Londres. Fue pastor de habla española en Westminster, continuó su ministerio en Irlanda. Alvarado es otro cura sevillano, que sucede a Gavín en la Iglesia española de Londres, donde enseñó también castellano para ganarse la vida. Hay otra iglesia de habla española en Amsterdam, pastoreada por otro De la Encina, que reedita el Nuevo Testamento de Valera. En España un jansenista de Játiva, Villanueva (1757-1837), que obtiene una canonjía de la Catedral de San Isidro en Madrid, es hecho profesor de teología en Salamanca. Allí defiende el derecho a leer la Biblia en la lengua nativa en 1791. Capellán de la Encarnación en Madrid, siendo diputado a las Cortes Constitucionales de 1812, intenta abolir la Inquisición, siendo recluido en un convento en 1814. Logra escapar a Irlanda, donde se hace anglicano, muriendo en la casa de un pastor de Dublín. Pero el fanatismo religioso no era sólo responsabilidad de los jerarcas de la Iglesia y los gobernantes, sino que amplias masas de la población, cegadas por la ignorancia supersticiosa y por los prejuicios inculcados por sus líderes religiosos, compartían ese odio, gritando por cuatro siglos:”Fuera, fuera protestantes, fuera de nuestra nación, que queremos ser amantes del Sagrado Corazón”. España ha sido siempre un feudo de Roma…hasta la fecha.

La Inquisición, obra directa de Satanás En su momento San Agustín (Agustín de Hipona), en el siglo IV, aprobó con reservas la acción del Estado contra los herejes, aunque la Iglesia en general desaprobaba en ese momento los castigos físicos. No fue sino a principios del siglo XII, cuando se oficializó el Tribunal de la Santa Inquisición. Los dominicos de Domingo de Guzmán fueron los que lanzaron adelante la Inquisición sin misericordia ninguna. En los túneles del Vaticano, existe una milla entera de hileras de expedientes, y cada uno de ellos contiene los casos descritos con detalle, desde el nombre del acusador, los cargos, la defensa de la víctima, la tortura y la ejecución. Es la obra de muerte de la Gran Ramera. 275


La Inquisición, la más diabólica e infame de las instituciones humanas, producto directo del interés hegemónico de la iglesia de Roma y del diablo, y que por quinientos años actuó como tal, fue engendrada por el papa Lucio III (1181-1185), luego por Inocencio III (1198-1216) para acabar con los Albigenses, aunque quien realmente la estableció, definiendo su finalidad, fue el papa Gregorio IX (1227-1241). Inocencio III, sobrepasó a todos sus antecesores como homicida. Hizo asesinar a más de un millón de supuestos herejes, y Gregorio IX, declaró como deber de todo católico-romano, el perseguir hasta la muerte a todo “hereje”. Ahora bien, ¿qué consideraban esos nefandos que era un “hereje”? Un hereje era cualquiera que no se sometiera completamente a la iglesia católica romana y a su papa. Esas personas debían ser torturadas, encarceladas y muertas. ¡Deslealtad al papa era sinónimo de traición a Cristo! En España, hasta mediados del siglo XVII, los protestantes de Madrid (naturales, vecinos o transeúntes), perseguidos y apresados por los inquisidores, eran trasladados a Toledo, donde eran procesados y sus condenas publicadas y ejecutadas. “El tribunal estaba facultado para prender y castigar a los sospechosos, pero no para ejecutar la pena, confiada de ordinario al “brazo secular”. Este tribunal pasó de Francia a Italia, Alemania y España. El cargo de Inquisidor general fue en España uno de los más relevantes de la organización jerárquica española. A su jurisdicción estaban sometidos los herejes y los judíos y musulmanes conversos. Se usaban como penas la sumisión a penitencias, el uso de la túnica amarilla con cruz roja (el sambenito), la prisión y la muerte en la hoguera. En días solemnes se celebraban los “autos de fe”. Leíanse en una plaza pública las sentencias, se hacían las abjuraciones, y los “relajados” eran entregados al poder civil para ser ejecutados”. Este párrafo está extraído de la enciclopedia católica. ¡Con qué ligereza, y de qué forma tan sumamente vanal Roma define su Inquisición y su actuación! La gente moría horrendamente torturada por las llamas, y encima Roma se jacta llamando a esa Inquisición, nada menos que con el apelativo de “Santo Oficio”, o lo que es lo mismo, “Obra que Dios quiere”, ¡cómo va a querer el Señor algo tan nefasto como la Inquisición! ¡bajo que engaño tan terrible estaban esos hombres infames! Por si fuera poco, a los inquisidores asesinados, se les intentaba canonizar. Tal es el caso del sangriento Pedro de Verona que una vez canonizado un año más tarde de su muerte por Inocencio IV en 1253, se le conoce como san Pedro Mártir. ¡Tantos enemigos se había buscado, tanto odio había levantado a su alrededor por matar a tanta gente que era lógico que se cumpliera en él aquello de que “quien a hierro mata, a hierro muere”. Este “san” Pedro no fue sino un furibundo enemigo de todo aquel que se opusiera al papa, hasta el punto de llevar a la muerte más horrenda a centenares de personas. Ese papa Inocencio IV, sólo inocente de nombre, a diferencia del que decía servir y representar, avivó las llamas de la Inquisición a niveles insospechados hasta entonces. La muerte de su fiel inquisidor, Pedro de Verona a mano de los cátaros, a los cuales él perseguía a muerte entre muchos otros, acaecida el seis de abril de 1253, provocó en el papa una reacción inmediata, y el quince de mayo de ese mismo año, Inocencio IV promulgó la más terrible de todas las bulas de la historia de la Inquisición: La “Ad Extirpanda”.¡Qué diferencia tan abismal entre ese “vicario” de Cristo y el verdadero Jesucristo que enseñaba: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen...”! (Mateo 5: 44). Los dominicos empezaron a ser movilizados en la Inquisición los cuales ayudaron a darle un gran ímpetu. Dice Edward Burman en su libro “Los secretos de la Inquisición”: 276


“Fue también en este momento que los franciscanos empezaron a actuar a gran escala en calidad de inquisidores. Esta actividad frenética por parte de Inocencio IV culminó con la bula Ad Extirpanda, es decir, “extirpar”, que “pretendía subordinar por completo el poder civil al Santo Oficio (Inquisición), y señalaba la extirpación de la herejía como principal obligación del Estado” (vol. II, p. 214). La bula “Ad extirpanda”, declaraba que los herejes tenían que ser “aplastados como serpientes venenosas”. Todos fueron llamados a unirse a esa “cruzada” diabólica. Todos, sacerdotes, reyes, lacayos, clero y laicado, civiles del sistema romano. Declaraba ese documento que cualquier propiedad que confiscasen les sería dada como propiedad con título limpio y además les prometían remisión de todos sus pecados como premio por matar un hereje. Evidentemente, ante tal premio, surgieron acusaciones de herejía como nunca antes. Según la bula “Licet ex omnibus”, promulgada por Inocencio IV un año más tarde, en 1254, los inquisidores debían ser “enérgicos en sus prédicas y llenos de celo”. A los inquisidores se les otorgaban “indulgencias plenarias” y poseían una notable autoridad judicial, por encima de las autoridades civiles, a las cuales se les exigía someterse a la Iglesia de Roma, bajo amenaza de excomunión. Algunos papas fueron primeramente inquisidores: BENEDICTO XII (1334-1342), ALEJANDRO VII (1655-1667), PAULO IV (1476-1559), SIXTO V (1585-1590). Asesinos con licencia para matar que fueron luego papas, y siguieron siendo asesinos, emitiendo dogmas que luego todo fiel católico romano debía obedecer con fe ciega. De nuevo Inocencio IV, sediento de sangre y odio hacia los que osaban oponerse al papado o simplemente ser indiferentes a él, escribió una nueva bula, la “Cum adversus haereticam”. Dice el autor secular anteriormente citado, Edward Burman, comentando sobre dicha bula: “Esta arma terrible estipulaba: 1. La tortura como medio de obtener confesiones; 2. La pena de muerte en la hoguera”. ¡Ningún hereje o presunto hereje escapaba de la muerte!, aunque públicamente expresara “arrepentimiento”, moriría sin remisión por decapitación. La muerte con tortura era para aquellos que no se “arrepentían”. Las torturas infligidas eran de un sadismo refinadísimo, capaces de horrorizar e indignar al más duro de los observadores. La Roma papal de la época de la Inquisición sobrepasó en mucho a la Roma pagana en crueldad. Los que ostentaban el cargo de Gran Inquisidor, eran siempre, o bien arzobispos o bien cardenales. Si las autoridades civiles se negaban a ejecutar la sentencia de los inquisidores, ellos mismos eran llevados ante el tribunal inquisitorial, y consignados a las llamas. ¿Qué tendrá que ver la Inquisición, la cual todavía defiende Roma y muchos seguidores suyos, con Jesucristo y su Evangelio? ¿Habrá cosa que se parezca menos? Jesús le dijo a la mujer adúltera: “Ni Yo te condeno, vete y no peques más”, y aquí tenemos a la todopoderosa Roma condenando y asesinando con tortura, a judíos, y a cristianos verdaderos. ¡Con razón el propio apóstol Juan se sorprendió en gran manera cuando en visión vio lo que Roma, en el nombre de Jesucristo hacía a los cristianos! Leamos esto: “Vi a la mujer ebria de la sangre de los santos, y de la sangre de los mártires de Jesús; y cuando la vi, quedé asombrado con gran asombro” (Apocalipsis 17: 6). ¡Pobre Juan, que poco podía él saber que todas esas cosas iban a ocurrir unos siglos más tarde por aquellos que se llamaban cristianos! Por eso la misma Biblia, proféticamente clama a todos aquellos que aún están bajo Roma, pero que aman sinceramente a Jesucristo: “...Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de sus plagas” (Apocalipsis 18: 4). Con todo, muchos católico-romanos, justifican a Roma diciendo que, aunque en menor escala, los “protestantes” también cometieron actos semejantes. Pero esto no justifica a 277


Roma, sino todo lo contrario. Con esta mención, tácitamente se reconoce su transgresión. Además, ¿por qué pensar que muchos de esos “protestantes” eran verdaderos cristianos? La realidad es que no podían serlo. ¡Este no es el espíritu de Cristo, ni por asomo! Cristo dijo: “Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él” (Juan 3: 17). ¡Cristo vino a salvar lo que se había perdido, no ha condenar ni destruir! El diablo vino a robar, matar y destruir. Aquel día en Jerusalén, Jesús contestaba a aquellos judíos que se justificaban delante de Él diciendo que eran hijos de Abraham: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira”. (Juan 8: 44). Esos hijos de Roma, eran también hijos del diablo. Cualquiera que comete actos como los aquí narrados, sea de mayor o menor crueldad y magnitud, nunca puede ser un verdadero cristiano, ¡nunca! Sin embargo, y aunque cueste creerlo, la institución católico-romana torturó, mutiló y asesinó a sesenta y ocho millones de personas, mayormente a través de la Inquisición; la mayoría de ellas, cristianos creyentes en la Biblia y judíos. Los defensores de sistema católico romano, culpan a los estados, emperadores y reyes de todas las atrocidades de la Inquisición, diciendo que fueron ellos los que ejecutaron y asesinaron. Lo hicieron obligados por el poder religioso. Esto es lo expresado por Inocencio III: “La obligatoriedad del cumplimiento de las leyes contra los herejes, descansa, no en la autoridad de los príncipes seculares, sino en la soberanía del dominio de la vida y de la muerte sobre todos los cristianos que los Papas, como representantes de Dios en la tierra, como Inocencio III, expresamente así lo establecen” (J.H.Ignaz von Dollinger, The Pope and the Council (London, 1869), p. 195). Muchas veces el poder civil se rebeló contra el poder religioso por causa de la Inquisición, pero poco pudo hacer. Tampoco todos los católico-romanos estaban de acuerdo con toda esa barbarie. Alguno se levantó en contra. Este es el caso de san Bernardo, el cual declaró que “Cristo expresamente prohibió la línea de conducta de los papas, que de seguir así, esto sólo iba a fomentar aparición de hipócritas, y levantaría cada vez más odio entre la humanidad contra una Iglesia persecutora y sedienta de sangre, con su clero al frente” (Dollinger, op. cit, p. 193). Sin embargo, la inmensa mayoría del clero estaba de parte de los papas, aunque les tocara hacer el trabajo sucio. El siguiente es el relato de un importante profesor de historia de la iglesia romana del siglo pasado: “Los papas eran los que mandaban a obispos y sacerdotes a condenar a los heterodoxos a la tortura, confiscación de sus bienes, prisión y muerte; y dirigir la ejecución de esta sentencia a las autoridades civiles, bajo pena de ser excomulgados. Del 1200 al 1500, las largas series de ordenanzas papales sobre la Inquisición, se incrementaron en severidad y crueldad, y toda su política hacia la herejía, corría sin descanso. Es un sistema consistente y rígido de legislación; cada papa confirmaba y añadía más sobre lo establecido por su predecesor...Todo esto fue por causa de la dictadura de los papas, y el sentido de su infabilidad en todo lo que tiene que ver con la fe y la moral, que se levantó la Inquisición, la cual contradecía los principios más simples de justicia cristiana y amor al prójimo, y que hubiera sido rechazada con universal horror por la Iglesia neotestamentaria”. (Dollinger, op. cit. p. 190-193). ¿Cómo presumir de infabilidad cuando todo el aparato de Roma, desde su organización eclesial hasta el papa cayeron en la inconcebible atrocidad de la Inquisición, a la cual 278


eufemísticamente ha sido llamada y se llama “Santo Oficio”, matando y mutilando a millones de personas en todo el mundo y por cientos de años?

Persecución, dogma, y más historia Las persecuciones están, no sólo en la historia de la iglesia romana, sino incluso en su dogma. El derecho a matar herejes figura en los decretos infalibles e irrevocables de sus concilios generales: El III y IV de Letrán. Roberto Belarmino (1542-1621), jesuita, teólogo y doctor de la iglesia de Roma, canonizado en 1930 con el nombre de san Roberto Belarmino, mostró la necesidad de quemar a los herejes basándose en que la experiencia enseña que no puede haber otra solución, puesto que la Iglesia ha tenido demasiadas contemplaciones empleando otros medios de disuasión, según él. Esos métodos de disuasión fueron: Excomunión; pero resultó que los herejes la despreciaban. Multas; deportación; prisión (sobre todo a partir de la Contrarreforma, el solo hecho de poseer una Biblia en casa era motivo más que suficiente para ser enviado a galeras o a cadena perpetua). Cuando encarcelaban a los herejes, estos “corrompían” a los carceleros con sus libros y palabras. El último método disuasorio y final: La pena de muerte. Esa muerte era lenta y con torturas indecibles en la mayoría de los casos; especialmente cuando el reo no se detractaba de su “herejía”. Roma ha martirizado a millones, literalmente millones de santos y de otros hombres, ¡nunca podría yo estar escribiendo este libro y pensar que podría seguir viviendo si estuviéramos en aquella época infernal! ¡Imagine que yo hubiera vivido en algún momento en esos años y escribo este libro; ¿sabe usted adónde hubiera ido a parar mi libro y yo?, ¡exacto!, ¡a la hoguera! Quizá usted en este punto quiera decir a modo de disculpa: “Bueno, eso era cosa de aquellos tiempos”. Bien, ¡imagine que usted hubiera vivido en algún momento entre el año 1200 y el 1700 y que hubiera sido alguno de aquellos católico romanos acusados de herejía por alguien que les quería mal!, ¿qué me dice ahora? No obstante, déjeme decirle que todas las ordenanzas de Roma contra la herejía, reglas que atañen a las persecuciones, permanecen inalterables en sus cánones, ¡nada ha sido abrogado! La realidad es que Roma no ha cambiado en el fondo, sólo ha tenido que adaptarse a los nuevos tiempos. Sin embargo, aun en el siglo XX, en el año 1908, el cardenal Lepicier, profesor de teología sagrada en el Colegio de la Propaganda de Roma, escribía: “Si alguno hace públicamente profesión de herejía, no solamente será reo de excomunión, sino que podrá ser justamente ajusticiado, de manera que su ejemplo contagioso y malsano no sea perjudicial para muchos más” (de Stabilitate et progressu dogmatis). Este escrito de tan alta autoridad eclesiástica recibió la aprobación vehemente del papa Pío X en 1910. Recordemos que este papa, canonizado como san Pío X, fue el impulsor del famoso Catecismo Mayor, el cual está en vigor a través de la Conferencia Episcopal Española.

Lobo rapaz, cordero aparente Cuando Roma se ha sentido fuerte, ha sido como un lobo rapaz. Cuando Roma no se ha sentido fuerte, como ahora, es cordero, aunque sólo en apariencia. Roma tiene colocada sobre sí, una blanca piel de cordero. De hecho, la razón humana por la cual la Iglesia de Roma ha sobrevivido tantos siglos hasta hoy, ha sido porque ha sabido defenderse y atacar usando y manipulando el poder temporal, o dicho de otro modo, su poder sobre las naciones y sus reyes, a los cuales ha sabido someter. Roma es más bien un camaleón. 279


Sabe mudar de color para adaptarse al espectro de luz que conviene según la época. ¿De qué color se nos vestirá Roma de aquí a quizás pocos años? El gran Concilio Vaticano II (1962-1965), fue el punto de partida de su estrategia de piel de cordero, la cual prosigue hasta nuestros días. El Vaticano afirma que ese Concilio fue la declaración de la reconciliación, pero, ¿es esa la verdad? Cuando el papa Juan XXIII comenzó el Concilio en octubre de 1962, dijo: “El mundo entero espera un paso hacia adelante...”. El papa Pablo VI, concluyó el Concilio describiéndolo como: “Uno de los eventos más grandes de la Iglesia...”. De cara al mundo, el Concilio Vaticano II inició un decreto acerca del ecumenismo en el que decía que el catolicismo iba a trabajar en pos de la unidad. Por primera vez reconocían a las entidades protestantes, y a los creyentes evangélicos, de llamarles herejes, e intentar llevarles a una muerte segura, ahora se les iba a llamar “hermanos separados”, y se iba a tratar de, con buenas palabras e intenciones, llevarles a su redil. No obstante, esto sólo fue realmente un cambio en la terminología, porque nada cambió de verdad. Roma todavía enseña que no hay salvación fuera de la iglesia romana (“Documentos del Vaticano II”, por Walter M. Abbott,S.J. (jesuita), publicado por América Press, 1966, pág. 222, nota al pie de página 67. Imprimiture Lawrence Cardinal Shenan, Arzobispo de Baltimore, feb. 14, 1966).

Ciertamente el Concilio Vaticano II sólo constituyó un “lavado de cara”, un aderezo en cuanto a la presentación del aparato romano, un marketing necesario dado el correr de los tiempos. Daremos pruebas: La enseñanza del Concilio de Trento no fue invalidada por el Concilio Vaticano II sino que sigue en pie. Esta enseñanza tridentina dice así: “Cualquiera que no sea católico-romano es un hereje. Dios no quiere herejes en la tierra porque tratan de destruir la Santa Madre Iglesia. No es pecado matar herejes, porque es la manera que Dios usa para sacarlos de la tierra”. Amigo mío, lo crea o no, esto sigue vigente. Lo que voy a narrar ahora va a sorprender a más de uno: Inmediatamente después del Concilio Vaticano II, Pedro Arrupe, el General Superior de la Compañía de Jesús (jesuitas), reunió a los jesuitas principales bajo Juramento Extremo (Newsweek, 9 Nov. 1981). Se ofreció una misa de medianoche con todos los generales jesuitas regionales del mundo entero, más los miembros de la Congregación del Santo Oficio (la Inquisición). A una orden de su General Superior, los jesuitas ratificaron su juramento extremo. En aquella reunión, el Dr. Alberto Rivera era uno más entre ellos. Este religioso, más tarde se convirtió a Cristo y sacó a la luz mucha información secreta de los de su antigua Orden. Parte del juramento es este: “Cuando la oportunidad se presente, secreta o abiertamente haré guerra a todo hereje, protestante...”. El General Superior de los Jesuitas, Pedro Arrupe, dijo: “Es la hora de la nueva y final purificación de la Iglesia en preparación para el reino de la Nueva Era” (“Los Cuatro Jinetes, Chick Publications, pág. 5). La palabra “purificación”, es una palabra clave para describir la purga o exterminio de aquellos que son infieles al papa. Para aquellos católico-romanos que no lo saben, debieran saber que el sistema de Roma cree ser el cumplimiento de la comisión divina de los cuatro jinetes del Apocalipsis, capítulo seis, en la cual producirán una Iglesia Mundial y un Gobierno Mundial bajo el papado, para dar paso al Reino Milenial (Los Cuatro Jinetes, págs, 5 y 6, Chick Publications). Según describe el Dr. Rivera, el Concilio Vaticano II no ha sido más que un gran teatro, un inmenso pretexto para esconder sus planes de dominio mundial. Prosigue diciendo que el General Superior de los Jesuitas, Pedro Arrupe, acababa de iniciar una de las inquisiciones más grandes de la historia bajo el liderazgo de sus jesuitas (Los Cuatro Jinetes, pág. 6, Chick Publications).

280


“El primer Concilio de la Contrarreforma; Trento”

El método de la sutileza El Concilio Vaticano II fue el resultado de una cuidadosa estratagema para poner el mundo a los pies del papa, no por la espada y la hoguera, de momento, sino a través de levantar un halo de promesas de reconciliación, paz y seguridad que el mundo está creyendo, utilizando para sus mismos fines la modernidad de la llamada democracia. El método para que eso sea así es el método de la sutileza. Hoy en día, el papa ha llegado a ser el hombre más respetado del mundo. Hoy le llaman el “emisario de esperanza”. Otra vez ese “vicario” de Cristo, es decir, anti-Cristo, hurta uno de los títulos de Cristo: El Señor Jesús es el Príncipe de Paz (Isaías 9:6); al papa le llaman “el hombre de paz”. Ningún otro individuo en la tierra recibe más apoyo y reconocimiento que ese hombre. Juan Pablo II ha sido un especialista en ganarse el aprecio y el corazón de millares por todo el mundo, sin embargo, detrás de esa imagen, escondió una realidad nada conciliadora. Cuando un hombre llega a ser papa, renuncia a su propio nombre y le es dado un título pontificial que le otorga un nombre nuevo. Cuando el papa es coronado, se pronuncian estas palabras: “Tomad la tiara adornada con la corona triple, y sabed que eres el padre de los príncipes y los reyes, gobernador del mundo”. Todos los católico-romanos, sin excepción, tienen que ser preparados para una sumisión y obediencia total a la voluntad infalible del romano pontífice como si fuera Dios mismo, hasta el punto de renunciar obedecer a la misma constitución de su propio país de origen en el caso de ser necesario. Si usted es un verdadero católico-romano, está obligado a obedecer incondicionalmente, y por encima del dictado de su propia conciencia, al papa. No es el propósito aquí condenar a hombres que se llamaron y llaman a sí mismos “papas” e hicieron grandes maldades. Dios es el Juez, y un día Él celebrará Su Juicio Final. La cuestión principal es que entendiendo la gran mentira de Roma, con todas sus 281


consecuencias, todo aquel que está de alguna manera involucrado espiritualmente en ese sistema pueda decidir salir de él y venir a los verdaderos pies de Jesucristo para recibir el oportuno socorro.

Cartas de algunas víctimas “herejes” A modo de conclusión sobre lo tratado acerca de la Inquisición, qué mejor que permitir que algunas de las víctimas de tan demoníaca institución religionista se expresen. Se conservan cartas de algunas de las víctimas. He aquí un extracto de un par de ellas. Una es de Hans Van Munstdorp, que una vez sentenciado a la hoguera en vida, escribió a su esposa cuando ambos estaban en la prisión de Amberes. Ambos eran cristianos de la Biblia: “Te envío un afectuoso saludo, mi amada esposa, a quien amo de corazón...y ahora debo abandonar por la verdad por la que debemos estimar todas las cosas como pérdida por amor a Él sobre todo...mi mente todavía está sin vacilar y firme para adherirse a la verdad eterna. Espero, por la gracia del Señor, que este también sea el propósito de tu mente, de lo cual me regocijaría escuchar. Con la presente te exhorto mi amada oveja, como el apóstol “Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en Él; arraigados y sobreedificados en Él, y confirmados en la fe, así como habéis sido enseñados, abundando en acciones de gracias...” (Thieleman J. Van Braght, “The Bloody Theater or Martyrs Mirror of the Defenseless Christians Who Baptized Only Upon Confession of Faith, and Who Suffered and Died for the Testimony of Jesus, Their Saviour, From the Time of Christ to the Year A.D. 1660” - Herald Press, ed. 1950, p. 984).

Este es el testimonio de un “horrendo hereje”, que “merecía morir sin remisión”. Pero sigamos leyendo. El 19 de septiembre de 1573, después del asesinato de su esposo por mano de la Inquisición, y después de haber dado a luz a una hija en prisión, Jenneken Munstdorp, la esposa de Hans, escribió una carta de despedida a su hijita, con la intención de que ésta la pudiera leer cuando tuviera suficiente edad. La carta era una exhortación a que viviera para Cristo, llena de referencias escriturales y enseñanzas de la Palabra de Dios, para la guía de la niña cuando creciera. Este es un breve extracto de esa carta que revela sólo amor y fe de una cristiana, madre y mártir: “Que el verdadero amor de Dios y la sabiduría del Padre te fortalezcan en virtud, mi queridísima hija. Te encomiendo al grande y temible Dios Todopoderoso, Quien sólo Él es sabio, para que te guarde y te permita crecer en Su temor...tú que todavía eres tan joven y a quien debo dejar en este mundo impío, malvado y perverso. Puesto que...aquí estarás privada de padre y madre, te encomiendo al Señor; que Él haga contigo según Su santa voluntad... Mi querida ovejita, yo que estoy encarcelada...no te puedo ayudar de ninguna otra manera; tuve que dejar a tu padre por amor al Señor...Nosotros fuimos arrestados...y se lo llevaron de mí...Y ahora que te he...llevado bajo mi corazón con gran tristeza por nueve meses, y te he dado a luz aquí en prisión, con gran dolor, te han separado de mí... Puesto que ahora me han entregado para morir, y debo dejarte aquí sola, mediante estas líneas debo hacer que tú recuerdes que cuando hayas alcanzado entendimiento te esmeres por temer a Dios y examines por qué y por el Nombre de Quién morimos 282


nosotros dos; y no te avergüences de nosotros; esta es la forma en que los profetas y los apóstoles se fueron, y el camino angosto que lleva a la vida eterna...” (Ibid, pp.984, 985). Estos dos “herejes”, Hans y Jenneken Munstdorp, tan “peligrosos” para la cristiandad, murieron carbonizados, previa tortura, por la “santa” Inquisición. Esta forma de “religión”, lo quiera usted entender o no, sigue presente, en estado latente, esperando el momento de volverse a poner en marcha. Recordemos, cuando Roma es fuerte, es lobo arreabatador…cuando es débil, es cordero aparente, sólo aparente.

283


Capítulo 13 SOBRE MARÍA, LA MADRE DEL SALVADOR

La Virgen de Nazaret Tal como Isaías profetizó unos 700 años antes de Cristo (Isaías 7: 14, Mateo 1:22-23), la virgen concebiría, e iba a dar un hijo, “Enmanuel” que significa, Dios con nosotros. Así ocurrió, y Jesús, Dios hecho hombre, venía a este mundo ya que María, la virgen concibió del Espíritu Santo (Mateo 1:18). Todos los cristianos sabemos y creemos esto. Leemos así en la Palabra de Dios: “Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era María, y entrando el ángel en donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres” (Lucas 1: 26-28). María, Miriam en hebreo, había sido escogida por Dios para traer al Mesías de Israel y Salvador de la humanidad al mundo ¡qué tremendo privilegio para una doncella de Israel! No obstante, María no fue la única “bendita entre las mujeres”, hubo otra mujer de Israel “bendita entre las mujeres” en la Biblia también. Fue Jael, y fue bendita entre las mujeres porque también obedeció a Dios de una forma muy especial. Leemos así en el libro de los Jueces: “Bendita sea entre las mujeres Jael, mujer de Heber ceneo; sobre las mujeres bendita sea en la tienda” (Jueces 5: 24). Sin embargo, María tuvo el incomparable privilegio de traer al mundo a Jesús, nuestro Salvador y Señor. Ella fue una mujer piadosa, humilde, conocedora de las Escrituras, llena de fe, escogida por Dios, como hemos dicho, para llevar en su seno al Redentor del mundo. Mujer de obediencia, ejemplo e inspiración para todos nosotros los que amamos al Señor.

¿Qué hay de María según las Sagradas Escrituras? La Bienaventurada fue la elegida por Dios para el advenimiento del Mesías. María fue obediente a Dios, el Dios de Israel, en todo lo que el ángel Gabriel le pidió. Sin embargo, aparte de este hecho tan memorable, relativamente poco más vemos sobre María en las Escrituras. Los apóstoles, Pablo, Pedro, Juan, Judas, Santiago, ni siquiera la mencionan en sus diversas epístolas; en ningún lugar de ellas se menciona a María, la madre de Jesús. Si María hubiera tenido algún papel importante, además de el de ser la madre de Jesús, tal y como vemos en los Evangelios de Mateo y Lucas, ¿no hablaría la Biblia de ello?, sin embargo, no es así. Sólo, en el libro de los Hechos de los apóstoles, se nos dice que la Bienaventurada estaba reunida con todos los demás en el aposento alto. Leemos así: “Y entrados, subieron al aposento alto, donde moraban Pedro y Jacobo, Juan, Andrés, Felipe, Tomás, Bartolomé, Mateo, Jacobo hijo de Alfeo, Simón el Zelote y Judas hermano de Jacobo. Todos éstos perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos” (Hechos 1:13,14). El pasaje en cuestión, nos describe a los primeros discípulos de Cristo y a ella como una más entre los demás que estaban orando a Dios; además, no la describe como virgen, sino como la madre de Jesús. De hecho, la Biblia sólo habla de María como virgen al principio de los evangelios de Mateo y Lucas en relación a la venida al mundo del Salvador, luego se habla de María como la madre de Jesús, y de los hermanos de 284


Jesús. María tampoco tenía ningún papel clave en el ministerio de su hijo (ver el pasaje de las bodas de Caná, donde Jesús más bien la reprende con amor por aún no haber llegado el momento de Su ministerio, Juan 2:4).

La familia de Jesús En otra ocasión aparece la madre de Jesús con los hermanos de éste. Es interesante el siguiente pasaje de la Escritura donde Jesús nos muestra Su orden de prioridades: “Mientras Jesús aún hablaba a la gente, he aquí su madre y sus hermanos estaban afuera, y le querían hablar. Y le dijo uno: He aquí tu madre y tus hermanos están afuera, y le querían hablar. Respondiendo Él al que le decía esto, dijo: ¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos? Y extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre” (Mateo 12:46-50). Asimismo, en Lucas 8: 21, encontramos,”Jesús entonces respondiendo, les dijo: Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios, y la hacen”. Evidentemente aquí el Señor estaba enseñando lo siguiente: El ponía el parentesco espiritual por encima del natural. Cuando Jesús dijo: “Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre”, estaba diciendo que para él, lo importante era que la gente, y aun su propia familia terrenal, incluida su madre, buscara a Dios de todo corazón. Nunca puso Jesús a su madre por encima de los que buscan a Dios de verdad. Consideraba como verdadera familia Suya a los que creían en El, ya que en ese momento, ninguno de sus hermanos y hermanas creían en El. En Lucas 11: 27, encontramos esto: “Mientras él (Jesús) decía estas cosas, una mujer de entre la multitud levantó la voz y le dijo: ¡Bienaventurado el vientre que te llevó y los senos que mamaste!”. Ante tal declaración, cabría pensar que aquí se estaba exaltando a María por el hecho de ser la portadora de su hijo Jesús durante su gestación, y ser también la que lo alimentó de bebé. Cabría pensar que Jesús le daría la razón a esa mujer que seguramente también era madre, o que al menos, callaría como señal de asentimiento. Pero, ¿fue eso así? Pues la verdad es que no. Esta fue la respuesta del Señor a esa mujer, y por extensión, a todos nosotros: “Pero él dijo: ¡Antes bien, bienaventurados los que oyen la Palabra de Dios y la obedecen!” (Lucas 11: 28). ¡Jesús dio preeminencia a todos aquellos que oyen la palabra de Dios, es decir, la Biblia, y la obedecen, es decir, la ponen en práctica!, textualmente, todo ello, por encima del vientre que lo llevó y de los pechos que mamó. El Señor en su omniscencia ya sabía que en un momento dado de la historia se iba a dar exagerada importancia a María, hasta el punto de exaltarla justo por debajo de la Deidad. Así pues, la Biblia nos advierte a no caer en el error pecaminoso de exaltarla, ni tampoco exaltar su maternidad incluso por encima del valor de la fe de los verdaderos creyentes, tal y como hemos leído.

285


¿Era perfecta María? Por ser María bendita entre las mujeres (Lc. 1: 28), ser un ejemplo de obediencia y de fidelidad a Dios, ¿significa esto que María era perfecta, que no tenía pecado y que por lo tanto, no requería de la salvación que Jesús iba a traer al mundo por su sacrificio en la cruz? No. María, como todos los humanos, no podía salvarse a sí misma, ni por sus obras, ni por su propia justicia ni santidad, porque al igual que todos los demás, ella era humana, y por lo tanto, descendiente de Adán y Eva. La Biblia dice claramente que María se veía necesitada de la salvación que sólo Dios por Su gracia puede dar; y la da por los únicos y suficientes méritos de Cristo Jesús. María exclamó cuando fue a visitar a Elisabet: “...Mi espíritu Se regocija en Dios mi Salvador, porque ha mirado la bajeza de su sierva...” (Lucas 1:47, 48). Como todos los seres humanos, María la madre del Señor Jesús, requería de la salvación que sólo el Hijo de Dios podía traer. Como dice Miguel Angel Tiscar, ex- sacerdote católico-romano, “Ella dice, y no podemos decir que María es embustera ni mentirosa. Ella dice: en Dios mi Salvador, luego ¡fue salva!”. Si fue salva, es que antes estaba perdida, ¿no es cierto? , ya que uno es salvo de la perdición o condenación que por justicia merece (Ro. 3: 23). María, como todos los hombres y mujeres que creen en Jesús como su Salvador personal, llegó a ser redimida, es decir, comprada por precio, ¿qué precio?, el precio que Jesús pagó en la cruz. Sí, Jesús también murió y resucitó por María, su madre. María, llanamente reconoció como era ante Dios. Ella reconoció “su bajeza” y la necesidad de Cristo, como “su Salvador”. Esa “bajeza” de la cual María nos habla en el “Magnificat”, no era una manifestación de una gran modestia de María, como Roma dice. Si realmente María hubiese sido sin pecado y perfecta como Jesús, nunca hubiera hablado de su “bajeza” porque no la hubiera tenido; esto hubiera sido simple y llanamente: falsa humildad, y esta última nunca se hubiera producido si realmente María hubiera sido “sin pecado concebida”. La verdadera humildad es reconocer lo que uno es, así como lo que uno no es.

Jesús, María y Juan Es célebre el pasaje de los Evangelios donde Jesús en la cruz le dice a su madre: “Mujer, he ahí tu hijo” (Juan 19:26), y luego le dice a Juan: “He ahí tu madre” (Juan 19:27). Roma ha enseñado que esa es prueba de que María es “nuestra Madre”. Sin embargo, Jesús siempre nos enseñó del Padre que está en los cielos, no de una Madre terrenal ni celestial. Dicen, y muy acertadamente, que “un texto fuera de contexto es un pretexto”. El que Jesús le dijera a su madre que Juan, el discípulo, sería “su madre”, no se puede extrapolar a todos los creyentes, ya que ninguna mujer puede ser madre de todos. Jesús utilizó un hebraísmo. Es evidente que Jesús, al ser el primogénito, y habiendo muerto José, le concediera a Juan el privilegio de cuidarla, tal y como leemos seguidamente: “Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa” (Juan 19:27 b). Jesús entendió que María su madre estaría mejor con la familia de la fe que con sus hermanos que aún no creían en él. Por lo tanto, espiritualizar estos versículos, es sacar la cuestión de su contexto verdadero. Un teólogo católico-romano tan conservador como L. Ott, se ve obligado a confesar: “Faltan pruebas escriturales expresas. Los teólogos buscan un apoyo bíblico en las palabras de Cristo en Juan 19: 26 ss.: ‘’Mujer he aquí tu hijo’’, 286


‘’He ahí tu madre’’, pero, de acuerdo con el sentido literal, dichas palabras se refieren sólo a las personas a quienes van dirigidas: María y Juan”.

¿María o “mariolatría”? Este es el comentario del ex-sacerdote católico romano D. José Borrás, el cual, y al respecto de la cuestión transcribimos con gusto: Los cristianos no estamos de acuerdo en aplicar a la madre de Jesús títulos que ella nunca ostentó ni reclamó, que son simple producto de una falsa y exagerada piedad, mal dirigida, careciente de base bíblica e histórica. Como cristianos, creemos que la María humilde y sencilla de los Evangelios ha sido desfigurada, idealizada, y exaltada de tal manera en la Iglesia católica y romana que ha dado lugar a toda una teología y una liturgia distintivamente marianas, convirtiéndose esta devoción en una verdadera práctica de idolatría. Podemos decir que el culto a María a llegado a convertirse en “mariolatría” entre gran parte del pueblo católico romano, no en la teoría, pero sí en la práctica. Veremos que echando un ojo a las religiones paganas antiguas, nos damos cuenta de que todas ellas tenían su diosa femenina. Los egipcios y etíopes tenían su diosa Isis, los fenicios su diosa Astarté, los caldeos su diosa Semíramis, los griegos su diosa Artemisa, los romanos su diosa Juno. En el cristianismo, fe monoteísta por excelencia, no podía concebirse la idea de ninguna diosa, pero la elevación y glorificación que se ha hecho de María, considerándola como “Madre de Dios” dentro del catolicismo romano, ha hecho que ésta ocupe el lugar que ocupaban en las religiones antiguas su diosa femenina. No es que en teoría se adore a María en la iglesia Romana, pero en la práctica sí se hace. Entre el pueblo católico romano, diariamente se le reza un mayor número de oraciones que a Jesucristo; durante el año se celebran mayor número de fiestas en honor a María que en honor a Jesucristo; en la mayoría de las ciudades hay más templos dedicados a María que a Jesucristo; y en el interior de muchos templos católico romanos hay más altares dedicados a María que a Jesucristo. Todas estas prácticas carecen totalmente de apoyo en las Sagradas Escrituras, como carecen de base bíblica las incontables imágenes y estampas de María de todos los tamaños y colores, que son fruto de la imaginación de los artistas pero a las que las personas sencillas colocan flores y velas, y transportan en procesiones públicas, adornadas con riquísimos mantos bordados en oro y plata, y con preciosas coronas, repletas de perlas, ¿será esta la voluntad de Dios? No, por cierto.

La “Inmaculada Concepción de María” Uno de los más recientes dogmas romanos, el más solemne de la historia de Roma, es el de la “Inmaculada Concepción de María”. Muchos católicos confunden esta declaración dogmática de Roma que ahora estudiaremos, con la concepción virginal de Jesús en el vientre de María, verdad clarísima enseñada en la Biblia y que todo cristiano auténtico debe creer. Roma, creyó entender que, para que Jesús naciera sin la contaminación del pecado original, era necesario que María fuera también sin pecado, es decir, que naciera sin el estigma del pecado original con el que cada mortal, excepto Jesús, nacemos, y así, dogmáticamente, con el tiempo llegó a declararlo. La diferencia entre Jesús y María, es que Jesús nació por obra directa del Espíritu Santo, y María no. Sus padres (de ella) eran humanos. Ciertamente, dicho dogma estuvo ausente de la Iglesia por muchos siglos; prácticamente todo el tiempo. 287


Cuando se definió en una fecha tan tardía como el siglo V que María es “Madre de Dios”, se incurrió en uno de los peores errores teológicos posibles, que acarrearía consecuencias inimaginables. María es la madre de Jesús, la parte humana de Cristo que se hizo carne en el vientre de María por obra del Espíritu Santo para nacer como uno de nosotros. La Deidad de Jesús, Aquello que en él era Dios, existía desde la Eternidad, y por ello no podía tener principio, y por tanto, podría tener madre. Es un absurdo creer que la madre existiera antes que el Creador. Como cristianos creemos que María fue la madre de Jesús, pero no la madre de Dios, quien existe desde siempre y para siempre. El término “madre de Dios” no es un término bíblico, sino que fue introducido en la Iglesia visible en el siglo V, en el III Concilio ecuménico de Efeso cuando tuvo lugar la famosa discusión contra Nestorio. Los apologistas romanos declaran que María es la “Madre de Dios”, aportando para ello Lucas 1: 43: “¿Por qué se me concede esto a mí, que la madre de mi Señor venga a mí?”. María iba a tener a su hijo primogénito, el Salvador, y Elisabet, por el Espíritu Santo, se gozó de que la madre del Salvador; la madre del Jesucristo hombre venía a visitarla. Ella misma explica que la criatura que tenía en su vientre (Juan, que sería el Bautista), que estaba ya desde el vientre de su madre lleno del Espíritu Santo, saltó de pura alegría. Veamos. La palabra “señor> en griego es “kirios”. Efectivamente, Jesús es el Señor. Jesús Hombre (el Hijo del Hombre) (ver 1 Timoteo 2: 5b), fue el hijo de María la virgen. No está aquí hablando de su naturaleza divina, sino de su naturaleza humana, ya que Jesucristo es tanto Dios como hombre. Jesús de Nazaret, el hijo de María la virgen, es el Señor. Jesús el Salvador fue un hombre y vivió como un hombre aun siendo Dios. Por ser Dios, es llamado Señor, aun siendo hombre; por lo tanto, María la virgen fue la madre de la humanidad de Jesús. No podemos llamarla entonces “Madre de Dios”, aunque sí fue la “madre del Señor”. El énfasis no recae en la madre, sino en el Hijo. La gloria nunca será para la criatura (María en este caso), sino para el Señor.

Mariología Con el desarrollo de la “Mariología” durante la Edad Media, llegó la controversia que explicaremos después. A todo esto, el proceso de dogmatización de la concepción de María no fue tan fácil y rápido en absoluto. El ocho de diciembre de 1854, con su tiara de tres coronas sobre su cabeza, y más de 50.000 fieles a sus pies, el papa Pío IX fue preguntado: “Padre santo, dinos si podemos creer y enseñar que la madre de Dios, la santa virgen fue inmaculada en su concepción”. El papa respondió: “No sé, pidamos la santa luz del Espíritu Santo”. Ceremonialmente, la pregunta se hizo una segunda y una tercera vez, y entonces el pontífice respondió, como si en aquel momento hubiera recibido la divina inspiración: ¡Sí! Tenemos que creer que la santa virgen, la madre de Dios, fue inmaculada en su concepción...no hay salvación para los que no creen este dogma”. Así consta en su Bula “Innefabilis Deus” como dogma de la iglesia católica y artículo de fe: “Es de Dios revelada la doctrina que sostiene que la bienaventurada virgen María por singular gracia y privilegio de Dios Omnipotente, en vista de los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano, fue preservada inmune de toda mancha de pecado original y por lo mismo debe ser creida firme y constantemente por todos los fieles”. A partir de entonces, los católico-romanos deben creer fielmente que María nació sin pecado y no cometió pecado alguno en el transcurso de su vida, cosa que contradice severamente las Escrituras (Salmo 14: 2, 3; 53: 2, 3; Romanos 3: 10- 12; 288


3: 22, 23; 5: 12). Curiosamente, poco después de esa declaración dogmática empezaron las “apariciones” de Lourdes.

¿Cómo se originó esa doctrina? Los orígenes en cuanto a como entró la doctrina de la Inmaculada Concepción de María son más bien oscuros. Existe una leyenda del siglo XII, relatada por el padre Pedro de Rivadeneira en su obra “Vida de la gloriosa virgen María” pág. 81. Dicha leyenda cuenta que un ángel se apareció a un abad inglés llamado Elpino quien se hallaba a punto de naufragar con sus compañeros en el mar. El ángel le diría que prometiesen a Dios guardar cada año la fiesta de la Concepción, y de exhortar a otros que la guardasen, y que de esta manera saldrían sanos y salvos de aquel percance. Por otro lado, la Enciclopedia de la religión Católica en su tomo II, tiene un artículo titulado “Concepción inmaculada de la santísima virgen”, y en él se dice que cuando en el año 1140 fue establecida en Lyon (Francia) la fiesta de la Inmaculada Concepción por un grupo de canónigos, estos fueron duramente censurados por san Bernardo, que no creía que tal doctrina fuera bíblica, como no lo es. También en el siglo XIII, este tema fue motivo de gran controversia entre dos famosas escuelas de teología católica romana: La franciscana, representada por Juan Duns Scott, que defendía la doctrina de la Inmaculada Concepción de María, usando el argumento de que “Dios pudo, quiso y convino hacer que María fuese sin mancha, luego la hizo sin mancha”, es decir, la preservó del pecado desde su nacimiento. Según J. Duns, María estaba destinada; no tuvo más remedio que ser la madre del Salvador, y para ello Dios la prepararía. Esto contradice abiertamente la Escritura y el Espíritu de la misma, donde claramente vemos que Dios nunca niega la libertad de elección al hombre; no obstante, según Juan Duns, Dios obró de manera contradictoria. María, después de escuchar al ángel Gabriel, aceptó la voluntad de Dios, usando de su libre albedrío: “...hágase conmigo conforme a tu palabra” (Lucas 1: 38). En otras palabras, ¡perfectamente podía haber rehusado! ¡La obediencia sin libertad de elección, no es obediencia! Ya vimos que san Bernardo, el más ilustre de los teólogos pertenecientes a esta escuela, mantenía el punto de vista contrario. Por otro lado estaba la escuela dominicana, cuyo máximo representante era s. Tomás de Aquino, el más renombrado de los teólogos católico-romanos. Este también se oponía a la doctrina en cuestión apoyándose en la Palabra de Dios que afirma categóricamente: “... todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3: 23). La controversia siguió en los siglos siguientes hasta que, como vimos, el 8 de diciembre de 1854, el papa Pío IX, en su bula “Innefabilis Deus”, proclamara como dogma de la Iglesia (romana) esa controversial doctrina como una verdad que debía ser creída sin duda alguna por todos los fieles a Roma.

Más de cien papas romanos jamás lo creyeron Más de cien papas antes que Pío IX jamás lo habían creído. Los santos padres jamás lo creyeron (porque nada de eso habla la Biblia, sino todo lo contrario), en los últimos diez siglos se les preguntaba a los papas acerca de esta cuestión, y la respuesta oficial era: “No sabemos”, pero ahora estaba ese hombre, Pío IX, infaliblemente diciendo que toda la catolicidad romana y el mundo entero debía creer que María fue concebida sin pecado; además añadiendo esta coletilla sin sentido: “La Iglesia ha sabido y creído siempre que la virgen María era inmaculada”. Este anuncio asombró a los católico-romanos de todo 289


el mundo. Este mismo papa declararía unos años más tarde, en el 1870, que los pontífices romanos son infalibles cuando hablan ex-cátedra.

Intuitu meritorum Christi El latín de la Bula en cuestión dice “intuitu meritorum Christi”, es decir, “en previsión de los méritos de Cristo”, porque la Redención del Calvario no se había efectuado todavía, pero, en la presciencia divina, ya estaba contabilizada, según el papa. Ahora bien, el singular privilegio de María en la mente del pontífice no consiste en que fuese redimida “en previsión de los méritos de Cristo”, puesto que esto es común a todos los que somos santificados; a todos los salvos, ya que lo somos por gracia, por medio de la fe. Este siempre ha sido el plan de salvación de Dios del cual hablaremos someramente al final del librito; aquí de lo que se trata es de creer según Roma, que María “fue preservada inmune del contagio del pecado original”. Esto no enseña la Biblia, sino todo lo contrario. No obstante, Roma dice basarse en algunos textos bíblicos para sostener ese dogma. Uno es Génesis 3: 15. Roma entiende que la mujer de perpetuas enemistades con la serpiente, cuya cabeza había de quebrantar en unión con su Hijo, es proféticamente María. La traducción de s. Jerónimo llamada la “Vulgata”, en cuyo texto se apoya expresamente Roma para formular su dogma, traduce el pronombre hebreo “HU”, que significa “él” (masculino), por “ella” (femenino), como si fuese esta “mujer”, María, la que habría de quebrantar la cabeza de la serpiente. La respuesta que rebate de plano este argumento es que el pronombre hebreo en cuestión, a saber, “HU”, es, efectivamente, masculino, y admitido hoy en día por exégetas tanto évangelicos como católicoromanos. La traducción literal del hebreo de ese versículo es así: “Y enemistad pondré entre tí y entre la mujer; tu descendencia y entre su descendencia. Él te aplastará la cabeza, y tú le herirás en el talón.” (Génesis 3: 15). En el texto y en el contexto, la mujer a la cual se refiere, no es otra que Eva, la “madre de todos los vivientes”, que representa a su descendencia caída, toda la humanidad. Evidentemente ese “Él” es Cristo, el cual vencería a Satanás en la cruz. Esa cruz es Su talón o calcañar. Esta posición doctrinal tan diáfana, está a su vez sostenida por diferentes padres de la Iglesia como s. Basilio, s. Agustín, s. Juan Crisóstomo, entre otros. El otro texto bíblico donde Roma se apoya para su dogma mariano es Lucas 1: 28, “Y entrando el ángel en donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres” (Lucas 1: 28). Veamos, “Salve”, en griego “Chaire”, significa ¡Saludos!. No es más que un ¡Hola! actual. “¡Muy favorecida!”, en griego: “Kecharitoméne”, a cual participio Roma se ha agarrado para enseñar que María estaba “llena de gracia” hasta los topes, sin dejar resquicio a pecado alguno, ni original ni personal, carece de todo fundamento, y para refutarla basta con advertir que Efesios 1: 6 usa exactamente el mismo verbo griego, sin que a nadie se le ocurra decir que todos los creyentes están “llenos de gracia” a la manera que Roma dice de María. Hechos 4: 33, dice:”Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos”, es decir, favor de Dios para con todos, cumpliéndose así las palabras de los ángeles de Lucas 2: 14, “...en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres”.

290


Muchos de los que se opusieron El saludo de parte del ángel Gabriel a María, significaba lo mismo gracia que favor. María, por tanto, obtenía la gracia, es decir, el favor de parte de Dios de elegirla como a la mujer que iba a llevar en su vientre al Redentor del mundo. Esa gracia que Dios dio a María no tenía nada que ver con el concepto de gracia que existía en la Edad Media entre los escolásticos y que significa ausencia de pecado. Además, no todos los doctores y teólogos católico-romanos están de acuerdo con esta doctrina mariana. Hay muchos que se opusieron, baste mencionar aquí a algunos. En cuanto a los padres de la Iglesia dice Eusebio de Cesarea: “Ninguno está exceptuado de la mancha del pecado, ni aun la madre del Redentor del mundo, sólo Jesús se halló exento de la ley del pecado aun cuando haya nacido de una mujer sujeta al pecado”. San Ambrosio, doctor de la Iglesia y obispo de Milán, dijo: “Jesús él sólo a quien los lazos del pecado no vencieron, ninguna criatura concebida por el contacto por el hombre y la mujer ha sido exceptuada del pecado original; sólo ha sido exceptuado Aquel que fue concebido de una virgen sin aquél contacto, por obra del Espíritu Santo”. San Agustín, doctor de la Iglesia, comentando el salmo 34 versículo 3, afirmó: “María, hija de Adán, murió por causa del pecado, y la carne del Señor nacida de María murió para borrar el pecado”. En cuanto a los doctores y teólogos católicos, citaremos entre otros importantes al doctor de la Iglesia san Anselmo, arzobispo de Canterbury, quien en su obra “¿Por qué Dios se hizo hombre?”, dice: “Si bien la concepción de Cristo ha sido inmaculada, no obstante, la misma virgen de la cual él nació ha sido concebida en la iniquidad y nació con el pecado original”. San Bernardo, gran devoto de María, en su carta a los canónigos de Lyon afirmó: “Sólo el Señor Jesucristo fue concebido del Espíritu Santo porque era el único Santo antes de la concepción”. San Buenaventura, patrón de los teólogos franciscanos, afirma que todos los santos que han hecho mención de este asunto, con una sola boca han aseverado que la bendita virgen fue concebida en pecado original. Pero la cosa no queda aquí, hasta hubo tres papas que mantuvieron ese mismo criterio: León I (440-461), dijo: “Así como nuestro Señor no encontró a nadie exento de pecado, así también vino para el rescate de todos”. El papa Gregorio el Grande (590-604), comentando el pasaje de Job 14: 4, expresa que Jesucristo es el único que no ha sido concebido de sangre impura, y el único también que ha sido verdaderamente puro en su carne. Inocencio III (1198-1216), dijo: “Eva fue formada sin la culpa y engendró en la culpa, María fue engendrada en la culpa y engendró sin culpa”.

De nuevo la Edad Media Roma dice que en los registros de la tradición de los llamados santos padres de la Iglesia viene toda esa doctrina mariana, pero lo cierto es que no es así en absoluto. ¡En esos escritos, ninguno de esos primeros cristianos escribieron nada que tuviera que ver con un culto a María antes del año 600! Todo lo relacionado con la “Mariología” es posterior a esa fecha, realmente a partir de la oscura y supersticiosa Baja Edad Media, y fue incrementándose con el paso de los siglos. Pero esto a nadie debe sorprender. El mismo apóstol Pablo lo dijo: “Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios” (1 Timoteo 4:1). ¿Por qué nos ha de sorprender si ya fue escrito? Los “postreros tiempos” son los tiempos de la Iglesia, y seguirán hasta que Cristo vuelva a por ella; no una organización ni una institución, sino a por todos los que amamos a Jesús. 291


Jesús pudo nacer de María sin ningún problema ya que no recibió su herencia genéticoespiritual de ella, sino de su Padre Celestial. Por otra parte, y contrariamente a lo que se creía, la sangre de la madre no es la sangre del hijo que tiene en su vientre. Son dos vidas, la de la madre y la del feto, individuales y separadas. Por lo tanto, no era necesario que María fuera “sin pecado” como asegura actualmente Roma. El que el dogma católico romano diga que María fue preservada del pecado original, no tiene apoyo ninguno en la Escritura, y no sólo eso, sino que contradice abiertamente la Escritura: “Como está escrito: No hay justo, ni aun uno....por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:10,23) “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12). La Biblia declara que solamente ha habido un justo sobre la tierra en su propia justicia: Cristo Jesús hombre, ya que fue el único que no heredó la naturaleza caída debida al pecado de Eva y Adán. Jesús fue engendrado por el Espíritu Santo. La Biblia claramente nos habla de que sólo hay un justo, el Hijo del Hombre, Jesús, el cual se dio a sí mismo por todos nosotros: “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los justos, para llevarnos a Dios...” (1ª Pedro 3:18). María no podía morir ni por ella misma, ni por nosotros, sólo el Justo podía hacerlo, porque sólo Él nació sin la lacra del pecado original, ya que María virgen, concibió milagrosamente por el Espíritu Santo. Romanos 3: 9-31; 5: 12, Hebreos 4: 15; 7: 26, dejan bien sentado que, excepto Cristo, no hay un solo ser humano libre de pecado. Muchos católico-romanos, por creer que María fue concebida sin pecado y que vivió sin pecado como Jesús, creen por ello que pueden acudir a ella como mediadora, auxiliadora y co-redentora. ¡Ahí está el error y la trampa! Este error está demasiado incrustado en la mente y el corazón del fiel católico-romano. Tanto es así que, en la llamada “Letanía”, o conjunto de alabanzas a María, esta es invocada como “Puerta del cielo”, “Madre de la misericordia”, “Refugio de los pecadores”, y otros muchos títulos entre el que se encuentra el de “Reina del Cielo”, como veremos con más extensión, título pagano condenado expresamente en la Palabra de Dios (Jeremías 7: 18; 44: 17). Si María hubiese sido concebida sin pecado, como Roma hace creer, todos los creyentes tendríamos la libertad de acudir a ella para lograr “el favor” de Dios; aunque entonces ya no tendríamos un solo Mediador, que es Cristo hombre (1ª Timoteo 2: 5-7), sino que tendríamos dos mediadores, Cristo y María. Evidentemente esto es una aberración porque es falso. Esto constituye una mentira y una blasfemia, ya que automáticamente se eleva a una criatura humana a la categoría divina. Veamos que dice la Escritura: “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos” (1ª Timoteo 2: 5-6). Cristo es la única propiciación por nuestros pecados.”Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. “Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo.” (1 Juan 2: 1, 2). La Biblia dice que al único que debemos dirigirnos es al Dios vivo, en el nombre de Jesús, único Mediador, Sumo Pontífice, y Autor y consumador de nuestra fe (Hebreos 12:2). Colocar por en medio más personajes, es definitivamente una enseñanza pagana y una aberración a los ojos de Dios.

292


Hasta que... María concibió siendo virgen, y tuvo a Jesús siendo virgen. Los verdaderos cristianos creemos en el nacimiento virginal de Jesús, sin lugar a dudas. No obstante, en el relato de Mateo encontramos lo siguiente en el versículo 25 hablando de José: “Pero no la conoció hasta que dio a luz a su hijo primogénito, y le puso por nombre Jesús”. En el griego original, leemos: “Kai ouk eginosken anten eos ou eteken uion...”. La traducción al español literal es como sigue: “y no conoció a ella hasta que dio a luz un hijo...”. Claramente la Escritura nos dice que José conoció a María, es decir, tuvo trato marital (como debe ser, ya que tanto el matrimonio como el sexo son obra de Dios y nada hay de que sentirse avergonzado al respecto). Sólo observa que no tuvieron relaciones sexuales hasta que (en griego: eos ou ) Jesús hubo nacido. Por lo tanto, María dejó de ser virgen al poco tiempo de haber tenido a su primogénito, Jesús el Hijo de Dios, tal y como está en las Escrituras (Is. 7: 14). La prueba, además de lo que declara Mateo 1:25, está en la lista de hijos y algunas hijas que tuvieron luego María y José. La Biblia nos da la lista de sus hermanos y de una hermana. Esta lista no es exhaustiva: Jacobo (el ya mencionado), José, Simón, Judas (el autor de su Epístola universal), y Salomé (Marcos 15: 40) ¡Qué bueno es saber que Jesús no fue el típico hijo único, sino que se crió con más hermanos y hermanas aprendiendo a convivir con ellos! También en Marcos 3:3132, al igual que en Mateo 12: 46-50 o en Lucas 8: 19-21, se menciona a los hermanos de Jesús. Volviendo al verbo griego “hegínosquen” de Mateo 1: 25, en español, el verbo conocer, en este caso, conocer físicamente, es decir, tener relaciones maritales, curiosamente, viene en la forma de la tercera persona del singular del pretérito imperfecto de indicativo, señalando aquí con toda precisión el lapso de tiempo durante el cual José no tenía trato marital con ella. No dice que NO LA CONOCIÓ, sino que NO LA CONOCÍA. En otras palabras, José no la conocía entonces, es decir, antes de nacer Jesús, pero sí la conoció más tarde: “Pero no la conocía HASTA QUE dio a luz un hijo...”. Es interesante leer detenidamente el pasaje en la versión de Lucas al respecto del nacimiento de Jesús (nos detendremos en la primera parte del versículo). Dice así en el griego original: kai; e[teken to;n uiJo;n aujth`" to;n prwtovtokon...” (Lucas 2: 7 a). La traducción literal es: “y dio a luz al hijo de ella el primogénito...”, es decir: “Y dio a luz a su hijo primogénito...”. Evidentemente se está refiriendo a Jesús. Jesús fue el PRIMOGENITO de María. Nunca se hubiera dicho que Jesús hubiera sido el primogénito si hubiera sido hijo único. Nunca se dice: “este es mi primogénito”, si sólo se tiene un hijo, ya que primogénito implica ser el primero (no el único). Un primero (primogénito: primer nacido), indica que hay un segundo, y quizás también, un tercero. Se dice “este es mi primogénito, porque además, tengo a Jacobo, el segundo, a Simón, el tercero, a Salomé, la cuarta, a José, el quinto...etc.”. Evidentemente se nos da a entender que Jesús fue el primero de muchos más hijos; con la salvedad abismal de que sólo Él fue engendrado por el Espíritu Santo, siendo María a la sazón, virgen. En algunas versiones católicas se pone una nota aclarando que, aunque se hablaba de hermanos de Jesús, hay que entender que eran primos o parientes. Sin embargo, en el 293


griego en el que fueron escritos los Evangelios, la palabra helena para hermanos, tal y como está recogida en ese pasaje bíblico, es adelfoi, que literalmente, como en el español, se traduce por hermano carnal o hermano espiritual, nunca por “primo” o por “pariente”. En todo el Nuevo Testamento, no encontramos el empleo de hermanos por primos. Lucas distingue bien entre hermano: “adelfós” (Lc. 8: 21; 16: 28), por primo, “anepsiós” y parientes: “synguenís” (Lc. 1: 36). Cuando el ángel se aparece a María en la Anunciación, le dice que su parienta Elisabet había concebido hijo en su vejez. Usa la palabra parienta (synguenés) y no la palabra hermana, esto podemos verlo en Lucas 1: 36. Asimismo, cuando se dice que Marcos era el primo de Bernabé, se usa el término primo (anepsiós), y no el de hermano. Sin embargo, cuando se nos relata que el apóstol Andrés conoció a Jesús, se nos dice que él fue en busca de su hermano Simón Pedro, utilizando la palabra hermano (adelphós), y no la palabra primo o la palabra pariente; es decir que usa cada palabra con su significado propio y literal. Además, no se trata de un simple pasaje en el que los hermanos de Jesús son mencionados, y en el que pudiera haberse usado una palabra por otra, sino que la misma cosa se lee en varios pasajes de los Evangelios, en el libro de los Hechos de los Apóstoles Cap. 1: 14; y en las epístolas del apóstol S. Pablo con el mismo resultado. También existe otra versión en cuanto a los hermanos de Jesús; estos serían hermanastros, es decir, hijos de José quien habría contraído matrimonio con María siendo ya viudo y padre de todos esos hijos. Sin aportar evidencias históricas ni pruebas bíblicas, Orígenes elaboró esta tesis valiéndose de dos obras apócrifas del siglo II, el “evangelio de Pedro” y el “Protoevangelio de Jacobo”, en los que se relata que José era de más de ochenta años cuando se casó en segundas nupcias con María, dándose los hijos e hijas tenidos en su primer matrimonio. Esta es la tesis mantenida por los eruditos griegos, sostenida principalmente por Epifanio en el siglo IV. Otra interpretación, mantenida por la Iglesia romana es la que procede de los tiempos de s. Jerónimo quien refutando a Elvidio a finales del siglo IV, sostenía que los hermanos de Jesús eran hijos de una hermana de María, lo que significaría que eran primos de Jesús. La tercera interpretación, que es la más natural y la que se desprende del contexto de los quince pasajes bíblicos en los que se habla de los hermanos de Jesús, es la mantenida por la inmensa mayoría de los cristianos, es decir, que eran hijos reales de José y María. La Biblia nos habla de que María tuvo a Jesús por medio del Espíritu Santo, y dice que fue el primogénito, (Mt. 1: 25) implicando que María tuvo otros hijos, de lo contrario se hubiera usado la palabra unigénito como se usa para describir a Jesús como Único Hijo de Dios. Sabemos que José vivió con María por lo menos doce años, pues cuando Jesús tenía esa edad, y subió al templo, José estaba con María tal y como leemos en Lucas 2: 41-52.

¿Por qué tanto énfasis en alguna perpetua virginidad? La cosa es clara en la Escritura, el interés por cambiar el sentido natural de lo expresado en el griego original de los Evangelios, es decir, el llamar primos a los hermanos, obedece simplemente al hecho de mantener la doctrina de la virginidad perpetua de María. Esta doctrina tuvo su origen a mediados del siglo II de nuestra era como consecuencia de las erróneas doctrinas ascéticas que prevalecían en aquella época y que 294


consideraban la virginidad como de mayor santidad que el estado matrimonial. La doctrina fue declarada artículo de fe en el siglo VI, en el V Concilio ecuménico de Constantinopla. Dos siglos después, en un concilio celebrado en Roma, el papa Martín I (649-653), declaró que María fue siempre virgen, y permaneció virgen ¡aun después del parto! No hay que olvidar que la perpetua virginidad nunca alcanzó en Israel la importancia que consiguió posteriormente entre los así llamados cristianos. Para los judíos, la maternidad era considerada como el honor más grande de toda mujer. El deseo mayor de toda joven hebrea era casarse y llegar a ser madre de muchos hijos, considerándose la esterilidad como una verdadera desgracia; esto lo encontramos a lo largo de todas las Escrituras. Esa perpetua virginidad de la que venimos hablando no constituye ninguna virtud ante los ojos de Dios, por mucho que muchos hayan intentado esforzarse en declarar lo contrario. ¿No es el matrimonio una institución de Dios?...Ahora, prejuicios religiosos aparte, ¡pensemos un poco! Imaginemos a José, un hombre, casado con María, su mujer, y toda una vida sin siquiera poder tocarla. Imaginemos a María, casada con José, y ambos durmiendo en camas separadas hasta la muerte. ¿Es esto lógico? No, no lo es. Eso sería de lo más antinatural y enfermizo. ¿Cómo a María no iba a darle Dios la bendición de tener más hijos, siendo los hijos la máxima bendición en lo natural que una mujer casada anhelaba sobre todo en los tiempos bíblicos, como venimos diciendo? Lo niegue Roma o no, la verdad es que María, después de tener virginalmente a Jesús, tuvo más hijos e hijas. El padre de ellos fue José, con el que estaba casada, y al cual amaba.

¿La Asunción de María? El dogma de la Asunción de María es el último dogma proclamado por la Iglesia de Roma al respecto, y lo fue en una fecha tan reciente como la del año 1950, siendo una consecuencia lógica de aceptar la doctrina de la Inmaculada Concepción. La Escritura dice que la paga del pecado es la muerte (Ro. 6: 23). Conque María, según Roma, era sin pecado, no podría morir. En ese momento, el Vaticano debía tomar una decisión. Si ella no podía morir, debía ser tomada en cuerpo y alma al cielo, como lo fue Jesús. Desde hace poquísimos años, cada católico-romano está obligado a creer que esto fue así, que María fue ascendida por los ángeles en cuerpo y alma al cielo. Evidentemente, ninguna mención hay de eso en la Biblia, sencillamente porque no la puede haber. Aquí, nos encontramos con la contradicción entre lo que declara la Sagrada Escritura y el dogma romano. Además de lo que la Biblia nos dice en cuanto a que “no hay justo ni aún uno”, que ya vimos en su momento, la Palabra de Dios nos dice en 1 Corintios 15: 50, <... la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios...”.¡Dios no se contradice! ¿Según esa doctrina, María no murió sino que se quedó dormida? Existen dos tradiciones distintas según el diccionario de teología católico romana sobre este particular. Una tradición apoya la inmortalidad de María, es decir, que no pasaría por el trance de la muerte, sino que simplemente se quedaría dormida. La otra tradición indica 295


que María murió tranquilamente sin sentir el sufrimiento y el temor que normalmente padecen las personas al morir (los pecadores), puesto que ello es consecuencia del pecado, y esto no afectó a María; y que lo mismo que su hijo Jesús, resucitó al tercer día. Hay diversas variantes de esta tradición, una de las cuales dice que resucitó en el día quince, y otra que lo hizo en el día cuarenta después de su muerte.

Fantasía religiosa medieval Muchos de estos detalles son fantásticos, novelescos y del todo inverosímiles, que no se compaginan en absoluto con los relatos de los Evangelios canónicos. Según estas tradiciones, la madre de nuestro Salvador siendo ya una anciana y cansada de vivir en este mundo, le suplicaría a su hijo en el cielo que se la llevara cuando antes a estar con él. Jesús entonces le enviaría un ángel para que le anunciase su muerte, noticia que ella recibiría con inmenso júbilo, mandando aparejar muchas velas (costumbre esa proveniente del paganismo) y aderezar el aposento. Para estar presentes en el momento de la muerte de María, todos los apóstoles con excepción de Tomás se darían cita en Belén donde ella viviría ¿?. Juan se trasladaría desde Efeso cabalgando en una nube, y del mismo modo viajarían los demás apóstoles desde los distintos países del mundo en que se encontraban predicando. Llegado el momento de su muerte, María se recostaría en su cama mientras que los apóstoles, de rodillas, y envueltos en lágrimas, la besarían y la despedirían. Ella los bendeciría y consolaría diciéndoles, “quedáos con Dios hijos míos, muy amados; no lloréis porque os dejo, sino alegraos porque voy a mi querido hijo”. Angeles del cielo comenzarían a llegar, y después Jesucristo mismo, descendiendo en otra nube, aparecería ante su madre, y en medio de una luz deslumbradora, de dulces armonías celestiales, llevaría el alma de María al cielo. Su cadáver no se corrompería sino que derramaría delicadísimos perfumes. Después los apóstoles le darían honrosa sepultura en el valle de Josafat. De que como se enterarían los apóstoles de su resurrección, la tradición dice que al tercer día de estar sepultada, llegó Tomás en una nube, y al descender en el monte de los Olivos observaría como en aquel mismo instante María era transportada a los cielos en cuerpo y alma, llevada por su hijo Jesús, y un coro de seres angelicales. Luego Tomás buscaría a los otros apóstoles y les relataría lo acontecido, pero ellos se mostrarían incrédulos afirmando que ellos mismos la habían sepultado. Ante la insistencia de Tomás, irían con él al sepulcro convenciéndose por sí mismos de que estaba vacío, lo cual les haría aceptar la creencia de que María había resucitado y había sido elevada al cielo en cuerpo y alma. Evidentemente, todo este relato no es sino una leyenda de la más pura fantasía medieval. Las Sagradas Escrituras no dicen nada al respecto, ni por asomo, ¿cómo, entonces, se originó todo esto? Los orígenes de estas leyendas son muy oscuros. Las primeras referencias parecen hallarse en unos libros apócrifos titulados “La dormición de María” y “El tránsito de María”, escritos ambos a finales del siglo IV; expresamente condenados como heréticos por el papa romano Gelasio I a principios del siglo VI. Sin embargo, a finales de ese siglo (s.VI), la festividad empezaba a tener arraigo entre los católicos de Oriente de aquel tiempo, decidiendo entonces el emperador Mauricio que se celebrase el 15 de agosto. También el papa Gregorio el Grande ordenó que se celebrase en esa misma fecha en el Occidente. San Juan Damasceno afirma que en el siglo VIII que la festividad de la Asunción es ampliamente observada entre los católico romanos. Durante la Edad Media apareció un libro escrito en latín, titulado “Evangelio del nacimiento de María”, en el que se recogen muchas de estas historias con respecto a María, tales como su nacimiento milagroso de unos padres ya ancianos llamados 296


Joaquín y Ana; su vida en el Templo desde la edad de tres años hasta los doce; su boda con José cuando este contaba con ¡más de ochenta años!; y algunas de las anécdotas de su muerte y de su resurrección, tales como las que hemos mencionado, y que parecen provenir de libros apócrifos como el “Protoevangelio de Santiago”, que no tiene nada que ver con la Epístola de Santiago. Sin embargo, el papa Benedicto XIV declaraba en 1840 que esta clase de tradiciones no encerraban el peso suficiente como para declararlas artículo de fe. No obstante, al final, fue declarado el dogma, y por tanto, los verdaderos católico-romanos deben creerlo, tal dogma de la Asunción de María basado en todas esas tradiciones sin fundamento en la verdad. El papa Pío XII, el 1 de noviembre de 1950, en una constitución apostólica, proclamó como artículo de fe y dogma oficial de la Iglesia de Roma, la doctrina de la Asunción de María a los cielos, con las siguientes palabras: “Nos pronunciamos, declaramos, y definimos que es un dogma revelado por Dios el que la Inmaculada madre de Dios, la siempre virgen María, fue llevada a los cielos en cuerpo y alma cuando terminó el curso de su vida en la tierra”. Como se puede ver, en esta declaración no se especifica si María murió o no, ni se narran los hechos que la tradición atribuye a Tomás y a los demás apóstoles viajando en nubes, etc. pero en ellas está basado, como venimos diciendo. Hay que apuntar que el mismo papa Pío XII, cuatro años antes de su dogmática declaración, había escrito una carta a los obispos católicos del mundo entero consultándoles sobre la conveniencia o no de declarar dicha doctrina como dogma, siendo la respuesta del episcopado favorable. Vemos aquí que ese dogma no fue declarado por Dios, tal y como reza la declaración dogmática arriba leída, sino que fue una simple decisión humana.

¿Debemos dirigirnos a María? La iglesia de Roma enseña a los niños que en el cielo tienen un padre y una madre; su padre es Jesús y su madre es María. Esto es contrario a lo que la Biblia enseña. Esto viene a cuento, porque Roma manifiesta que un padre es más severo y duro que una madre, entonces, es mejor acercarse primero a María, que por ser madre, es más caritativa y misericordiosa que Jesús. Todo esto no es más que un argumento sentimentalista sin fundamento en la Palabra de Dios, es lo que ha venido a llamarse “a Jesús por María”. Este argumento mariano aparta a la gente de la verdad. Dale a un niño la verdad y los principios de Dios y llegará a ser un adulto recto y temeroso de Dios. Dale a un niño la barbaridad de “a Jesús por María”, y ese niño difícilmente podrá sacudirse esa mentira de su corazón cuando sea adulto.

¿A Jesús por María? Jesús nos dice en Su Palabra:”Venid a Mí todos los que estáis trabajados y cansados que Yo os haré descansar” (Mateo 11: 28). Cristo nos dice que sólo a través de Él y en Su nombre podemos alcanzar los favores de Dios. Cristo añade: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida, y nadie viene al Padre sino por Mí” (Juan 14: 6). También dice: “Todo lo que pidiéreis al Padre en Mi nombre se os dará” (Juan 14: 13, 14). ¿Quién vino al mundo a salvar a los pecadores, Jesús o María?: Jesús. ¿Quién es el mejor amigo del pecador?: Jesús. Cuando María y Jesús estuvieron en la tierra, ¿invitó Jesús a los pecadores a ir a Él o a María para alcanzar salvación?: A Él. ¿Habla la Biblia de algún pecador que haya temido ir a Jesús y que le haya pedido a María que se acercara a Jesús a interceder por él?: No. Al ladrón en la cruz, ¿le convenía más hablar con Jesús o con 297


María que estaba a sus pies?: Con Jesús, claro. Si Jesús amó a los pecadores hasta el punto de morir por ellos, ahora que Jesús está en el cielo, ¿habrá perdido algo de aquel amor divino y misericordia superior que tenía por los pecadores por los cuales dio su propia vida?: ¡¡No!! Entonces, si Jesús es nuestro mejor amigo, ¿por qué muchos católico-romanos prefieren ir antes a esa supuesta María?: Porque ya desde pequeños les inculcaron la absurda falsedad de “a Jesús por María”. Rezar u orar a María, es un absurdo y aun un pecado, al igual que hacerlo a los santos, ya que la Biblia prohibe que nos dirijamos a los muertos, por muy obedientes a Dios que hayan sido (Deuteronomio18:11). Al único que debemos dirigirnos es al Padre en el nombre de Jesús. Nunca podremos esperar ninguna gracia de María ya que el único que da la gracia y que reparte las bendiciones es el Autor de las mismas: el Dios de Israel: “La bendición de Yahvéh es la que enriquece, y no añade tristeza con ella” (Proverbios 10:22).”Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Santiago 1:17). Esperar recibir algo de otros seres celestiales es pagano e impío, y es donde el diablo tiene oportunidades de engañar a muchos que se dicen creyentes. En ningún lugar de la Biblia se nos habla de María como “corredentora, mediadora, intercesora, auxiliadora”. Todo ese culto a María es sencillamente una fantasía religiosa, sin ningún fundamento en la verdad revelada por Dios. Más adelante veremos de dónde procede. Muchos se sorprenderán al saber de dónde viene ese culto a María, ¡siga leyendo! ¿Querrá María, la que se consideraba a sí misma “con bajeza” y necesitada de la salvación de Dios, que los creyentes la adoren, o siquiera, veneren? ¡No! ¿Querrá María que se le prive de alguna adoración y veneración a Dios para recibirla ella, por mínima que sea, contradiciendo el mandamiento bíblico de sólo adorar y venerar a Dios? ¡No!. Es un abuso exigir a los católico-romanos que le den a María el culto de “hiperdulía” que es un tipo de adoración algo menor que a Dios. En ningún lugar en la Biblia viene esa pretendida “hiperdulía”, la cual, inexorablemente, se traduce de hecho en una adoración real, tal y como como explicaba D. José Borrás. El único que merece toda la adoración y alabanza es el Dios de Israel, y nunca la compartirá con nadie: “Yo Yahvéh; este es mi nombre (Padre, Hijo y Espíritu Santo), y a otro no daré mi gloria, ni mi alabanza a esculturas” (Isaías 42:8). Los cristianos, sólo aceptamos la Sagrada Escritura como la única norma de fe y conducta, porque sólo ella es la Palabra de Dios. Por lo tanto, rechazamos como verídica, cualquier revelación que contradiga la Palabra de Dios. No creemos estas historias y leyendas que hemos leído, así como otras, basadas en libros apócrifos que no pertenecen al canon del Nuevo Testamento, ni tampoco fueron creídas por los padres y doctores de la Iglesia, ni por los teólogos más prestigiosos. Si la pretendida Asunción de María hubiera sido un hecho real, resultaría ilógico el que hubiera sido silenciado en la Palabra de Dios. Pero lo cierto es que ni en los cuatro Evangelios, ni en las Epístolas apostólicas, ni en el libro de los Hechos de los apóstoles, ni en los mismos escritos del apóstol San Juan, quien estuvo al cargo de María por encargo de Jesús cuando estaba clavado en la cruz del Calvario, se menciona nada sobre el particular. Está demostrado que cuando se enfatiza en la “Virgen”, Jesucristo queda a un lado, se le ve como el “niñito”, pero cuando se enfatiza al Hijo de Dios, María queda en su lugar, sin exageraciones. 298


Por todo ello, los cristianos no rendimos a María ningún culto, así como tampoco se lo rendimos a Moisés, a Abraham, o al apóstol San Pablo, ni a ningún otro personaje humano, por muy devoto y santo que haya sido, ya que el mismo Jesús fue quien dijo: “Al Señor tu Dios adorarás, y a Él sólo servirás” (Mateo 4: 10). No obstante, de idéntica manera que reconocemos la fe de Abraham, el celo de Elías, la obediencia de David, el arrepentimiento de Pedro y el celo de Pablo, por sólo citar unos ejemplos de siervos del Señor, estimulando a las gentes a que imiten su piedad, así también amamos y respetamos a María, a la que reconocemos una obediente mujer, a la que Dios escogió para llevar en su vientre al Salvador del mundo, y por ello, es bienaventurada, y bendita entre las mujeres (Lc. 1: 28).

Resumen En resumen, y hablando de hechos constatados. María es bienaventurada entre las mujeres, porque fue escogida por Dios para el privilegio mayor que mujer alguna pudiera tener: traer al mundo al Señor hecho carne. No obstante, por el hecho de ser una simple mortal como Vd. y como yo, no la veneramos, y menos todavía, la adoramos (aun con la supuesta hiperdulía romana). Eso sí, la admiramos como un ejemplo a seguir, de obediencia y de humildad ante todo. María era virgen al concebir y tener a Jesús (Isaías 7:14; Mateo 1:18-25), luego, casada con José como estaba, dejó su virginidad, ya que sólo era requerida para traer a este mundo al Salvador, Dios que se hacía hombre. La prueba de ello es la lista de hermanos que muestran los Evangelios que tuvo Jesús. El creer otra cosa, instintivamente aparta a muchas personas bien intencionadas del Dios vivo por poner sus ojos en una supuesta virgen, que dejó de serlo después del nacimiento de Jesús.

¿Es la virgen que Roma ensalza aquella virgen de Nazaret? Este es un tema delicado, que va a herir posiblemente más de una sensibilidad, pero no por ello, eludible, en aras de la verdad, que siempre hay que defender. De la misma manera que Cristo nos advirtió de los falsos Cristos que se iban a levantar (Mateo 24: 5, 24), debemos percatarnos que también existen falsas Marías. Roma tiene registrados más de 2.800 nombres que corresponden a las imágenes que representan supuestamente a María. Es importante que el creyente no se deje embaucar por el Enemigo de su alma, Satanás, el cual es hábil en engañar y seducir, incluso religiosamente, a todo aquel que, aun siendo bien intencionado, por desconocer las Escrituras, finalmente se entrega con toda devoción y fervor a lo que Dios no aprueba en ningún modo. Ya desde tiempos del emperador Constantino, el cristianismo babilónico iniciado secretamente por Nerón muchos años antes, comenzó descaradamente a asimilar prácticas paganas con el fin de congraciarse con todos ¡Había que “convertir” a los paganos! Esto ocurrió porque ese cristianismo falso llegó a ser la “religión” oficial del Imperio Romano. Esto hizo que muchos paganos entraran en las iglesias sin haberse realmente convertido a Cristo (Juan 3:3). Estos llegaron a tener gran influencia y poder, 299


aportando su legado idolátrico. El culto tributado a la “virgen”, a los “santos”, y la veneración de los mártires, etc. llegó con el tiempo a tener plena aceptación. Se crearon rituales que eran una mezcla de ceremonias y usos paganos con las ceremonias y usos sacerdotales del Antiguo Testamento (los altares, las vestimentas, etc.). Como vimos anteriormente, la misma mitra, prenda de cabeza alargada que tiene forma de boca de pez mirando hacia arriba que llevan los papas, cardenales y obispos romanos actualmente, es una prueba de ello. Por lo tanto, la mitra romana no es conocida en las Sagradas Escrituras. En este punto alguno se preguntará ¿qué tiene que ver todo esto con el tema que nos ocupa?, ¡más de lo que parece! Es dentro del sistema religionista romano donde el espíritu de la “Reina del cielo” ha mostrado toda su influencia y poder, engañando a muchos millones de personas a lo largo de los casi 1.500 años de historia de esa institución eclesiástica.

El culto a la “Reina del Cielo” El nombre del espíritu demoníaco que ha estado promoviendo y levantando adoración a las “diosas” en las diferentes culturas y religiones en todo el mundo se llama “Reina del cielo”. Este demonio está directamente bajo la supervivión de Satanás, y se ha manifestado a través de diferentes deidades en diferentes culturas, lugares y tiempos, empezando en la antigua Babilonia con Semíramis. Encontramos en la Biblia que uno de los títulos bajo el cual la diosa que conocían los israelitas y en cuya adoración idolátrica y pagana habían caído era el de “Reina del cielo”. Vemos en Jeremías 44: 19, “Y cuando ofrecimos incienso a la Reina del cielo, y le derramamos libaciones...”. Así que, ya entonces el pueblo de Dios no estaba ausente de la apostasía, porque, como veremos, este pecado de dar culto a la “Reina del cielo” es de los más ofensivos para nuestro Dios.

Diana de los Efesios y otras deidades femeninas Durante el tiempo del apóstol Pablo, a la “Reina del cielo”, se la conocía como Diana de los Efesios, y era la falsa divinidad de todo el Mediterráneo. También era conocida como Artemisa, una deidad lunar que englobaba a varias diosas que tenían diferentes nombres según la región donde se las diese culto. Fue conocida como Isis, en Egipto; en Asia, Cibeles, Astarté o Astoret, en Grecia y la antigua Canaán. Venus Afrodita en la Roma antigua. Pero no queda ahí la cosa, porque cada región del planeta tuvo su propia diosa. Para los chinos era Shingmoo; los bárbaros germanos tenían a Hertha. Los escandinavos la llamaban Disa; los malvados druidas, Virgo Paritura; en la India, Indrani; en el Japón, Amaterasu. Para los aztecas, Xochiquetzal; para los chibchas, Bachue; para los muiscas, Hiutaca. Y así cada pueblo la conocía con un nombre diferente, y con frecuencia, la deidad tomaba las facciones y color de piel del pueblo que le rendía culto. Lo curioso del caso, es que no siempre esa diosa estaba sola, innumerables veces aparece con un niño, su “hijo”, en los brazos. Esto ya empezó en Babilonia con Semiramis (la diosa-madre) y su hijo Tammuz (el dios-hijo). Ahí estuvo Satanás plagiando a Dios, adelantándose a Su obra para intentar confundir a los hombres. De eso hablaremos más adelante. Esta imagen de la diosa con su hijo en brazos, dio la vuelta al mundo a partir de que los hombres fueran dispersados por toda la tierra a raíz de Babel (Génesis 11). Entre los chinos, a la diosa madre Shingmoo o “santa madre”, se la representa con un niño en los brazos y con rayos de gloria alrededor de su cabeza. ¡Cómo recuerda esta imagen a la estampa católico-romana de la 300


virgen con el niño. La diosa-madre era conocida también como Ceres por los griegos, Venus para los romanos, y su hijo como Júpiter. En la India, Devaki es la madre y el niño es Krishna. Tomando como ejemplo histórico y bíblico a Diana de los Efesios, con mucha elegancia, Francisco Lacueva, escribe en su “Curso de Formación Teológica Evangélica, (tomo VIII)”: “No estará de más advertir que la definición dogmática de la maternidad divina de María tuvo lugar en Efeso, seguida de una procesión de antorchas, un siglo después que los gentiles hubieron entrado masivamente (oficialmente) en la Iglesia. ¿No verían los efesios en este título una base para un culto sucedáneo del de Diana (Hechos 19: 34)? Comparando el título “Reina del Cielo”, de antigua tradición mariana, que se da a María en la Letanía lauretana, con los himnos romanos a Vesta, y el mismo título “Reina del Cielo”, dado a Astarté en Jeremías 44: 17-19, 25, no será difícil establecer una conexión de raíz humanística entre el culto pagano a las deidades femeninas y ciertas exuberancias de culto a María”. Prácticamente el único lugar en la Biblia donde Dios enfáticamente dice a los suyos no orar por ciertas personas se encuentra en Jeremías 7: 16, y dice así, “Tú, pues, no ores por este pueblo, ni levantes por ellos clamor ni oración, ni me ruegues; porque no te oiré”. Esta es una extraordinaria declaración, por la cual se demanda que el atributo de ira de Dios se sobreponga a su atributo de misericordia (Ro. 9: 15-18). Todo a causa del culto a la “Reina del Cielo”. Leemos en Jeremías 7: 18, “Los hijos recogen leña, los padres encienden el fuego, y las mujeres amasan la masa, para hacer tortas a la Reina del Cielo”. Familias enteras, hombres, mujeres y niños estaban involucrados en la adoración a ese demonio. Un pasaje aún más largo viene en Jeremías 44 donde los judíos en Egipto quemaban incienso a la Reina del Cielo y le hacían ofrendas (Jeremías 44: 17). Dios les dice: “No hagáis esta cosa que Yo aborrezco”. El pueblo de Dios estaba involucrado en una idolatría satánica y no se percataba. No hicieron caso de las advertencias justas del Señor. ¡Estaban ciegos! Así, hoy en día hay mucho pueblo de Dios, totalmente ciego espiritualmente hablando. El diablo es extremadamente hábil en confundir y engañar; también es hábil en apropiarse de todo, incluso de la identidad de las personas para sus planes maléficos. Cuando el apóstol Juan fue a Efeso, llevó consigo a María la madre de Jesús. El último lugar donde se la vio viva fue en Efeso junto a Juan, el discípulo amado. Después que Pablo y Juan hubieran ministrado en Efeso, el culto a Diana cayó en picado. Antes, Diana de los Efesios dominaba espiritualmente toda la zona del Mediterráneo, es decir, todo el mundo antiguo conocido. Después de la ministración poderosa del Espíritu Santo a través de esos hombres de Dios, Diana cayó y Efeso vino a ser el centro mundial del verdadero cristianismo. En esos días, el espíritu demoníaco de la “Reina del Cielo” ya no podía usar la imagen de Diana porque nadie le hacía caso. Sin embargo, la orden dada por el propio Satanás era la de guardar a la gente en oscuridad espiritual. La Reina del Cielo se daba cuenta de que ya no podía vencer a los cristianos desde afuera, desde el paganismo declarado, pero, ¿qué tal desde adentro? En ese tiempo, la verdadera María ya había muerto y partido con el Señor. Este era el momento preciso para fabricar una falsa María dentro del cristianismo a la cual la Reina del Cielo pudiera dar poder para hacer milagros fingidos y apariciones, y así, atraer a sí misma la adoración, incluso en las iglesias cristianas; esa adoración que sólo Jesús debía recibir. 301


El mismo poder engañoso que estaba en Diana, ahora iba a estar en esa falsa María, allí, en el mismo Efeso. Para destruir el verdadero cristianismo, Satanás, el rey del engaño, mudó su falsa religión de Babilonia a Roma. A los ídolos romanos se les dieron nombres cristianos. Venus fue llamada María, y se convirtió en la “Reina del cielo”. Cuando surgió la falsa iglesia, a partir de los siglos IV y V, resurgió con una inigualable fuerza el culto a la “Reina del cielo”; el mismo espíritu seductor que había estado operando desde los tiempos de la antigua Babilonia. La única diferencia, sólo en apariencia, es que a la “Reina del cielo” se la llamaba ahora María. Posteriormente, al nombre de María, iba a ir acompañado de innumerables apellidos. Según Roma, son contabilizados en todo el mundo 2.800, como dijimos. Para atraer a los paganos, los líderes de la iglesia apóstata trataron de hacer a María similar a la diosa del paganismo y exaltarla para que pudiera competir con la diosa-madre. Esas mismas estatuas que correspondían a Isis con su hijo, fueron usadas para dar culto al nuevo emplazamiento del espíritu demoníaco de la “Reina del cielo”, la falsa María. Ya a partir de la época apostática, los santos que ya durmieron, comenzaron a ser considerados algo así como pequeñas divinidades, cuya intercesión era valiosa ante Dios, tal y como solían creer siguiendo sus creencias paganas. Les dieron también los nombres de esos santos que ya partieron a las diversas divinidades con el fin de atraer a los paganos a las iglesias. Todo lo que ya sabemos fue el resultado de pretender “cristianizar” a todo el mundo, extendiendo sobre todos los ciudadanos del Imperio un barniz de cristianismo que sólo lograba momentáneamente ocultar a la vista la madera que estaba podrida. Sólo Cristo cambia la naturaleza del corazón del hombre, cuando el hombre cree; no la imposición humana, por sutil, bien o mal intencionada que pudiera ser. Sin embargo, la cosa fue a más. Además de la veneración hasta el paroxismo de las reliquias de los santos distintos (la práctica llegó a ser, y es, verdadera necromancia), se fue dispersando por todo el Imperio Romano el culto a la madre y al niño. ¿No suena esto cristiano?, pero, ¿es cristiano? No lo es. El diablo siempre intenta adelantarse a los planes de Dios, para torcerlos. En la antigua Babilonia adoraban a la “diosa-madre” y al “dios-niño”. Todo esto es bien sabido por todos los estudiosos, los nombres de la diosa eran diferentes según el lugar y la época ya que este culto originario de Babilonia se extendió por toda la tierra después del episodio de Babel, narrado en el libro del Génesis capítulo 11. Este es el espíritu demoníaco de la “Reina del Cielo”. Es triste decirlo, pero la iglesia romana pronto utilizó este culto pagano y lo “revistió”de cristianismo, también, para atraer a las multitudes paganas del Imperio. María sería la madre, y el niño sería Jesús. Aquí no voy a pretender culpar a nadie, solamente expongo los hechos. La “Reina del Cielo” tuvo éxito con su falsa María. ¡Todo un gran disfraz!

“Theotokos” Se encienden velas en honor a la “Virgen” en el año 538, y antes, en el año 431, en el III Concilio ecuménico, la Iglesia romana definió a María nada menos como “Theotokos”, es decir, “Madre de Dios”, curiosamente en la ciudad de la diosa Diana, en Efeso, donde operaba el espíritu de la “Reina del Cielo” entre los paganos. Curiosamente, como vimos, el mismo título que se le daba a la Diana de los Efesios o a la Astoret de 302


los fenicios, le dan los católico-romanos a la “Virgen”: La Reina del Cielo. No obstante, en el Cielo no hay una Reina sino un Rey. La Biblia dice que el único Rey de los Cielos, es el Rey de reyes y Señor de Señores: Jesucristo, nuestro Señor.

Apariciones “marianas” Dichas apariciones no son de María, evidentemente. La verdadera María nunca osaría tomar, ni aún en lo más mínimo, alguna gloria del Padre o del Hijo, ni ningún protagonismo; ella es una más en el Cielo donde están todos los salvos por los méritos de Cristo. El mensaje central de esas supuestas apariciones, es que ella es la mediadora y co-redentora, y aún más. Tomemos el ejemplo de Fátima. Aquellos niños que en esa ciudad de Portugal recibieron a partir del 13 de mayo de 1917 visiones de la supuesta María, la “Reina del Cielo” les dio una serie de mensajes secretos, los cuales tenían un denominador común: La “Virgen” demandaba que el mundo, y especialmente, Rusia, debía consagrarse a élla. No existe ni un solo pasaje en la Biblia, como ya vimos, que confirme tal demanda, al contrario, se nos demanda que adoremos y sirvamos únicamente a Dios (Isaías 42: 8). En algunos casos, ha habido apariciones que nunca ocurrieron. En otros casos, sí, pero no son de la verdadera María, aunque lo pareciera. Esas apariciones que no proceden de Dios, bien pudieran ir acompañadas de ciertas señales y prodigios engañosos. Esas apariciones de origen sobrenatural son en realidad manifestaciones demoníacas para embaucar a aquellos que se someten a su mensaje. Dice la Biblia: “...El mismo Satanás se disfraza como ángel de luz” (2ª Corintios 11:14). ¡No todo lo sobrenatural procede de Dios! El poder de ese espíritu demoníaco, al cual la verdadera Iglesia de Jesucristo está llamada a reprender y repeler, aún está actuando y mucho. Muchos se han sorprendido al saber que el 25 de agosto de 1997, la revista Newsweek informara que en los últimos cuatro años el papa ha recibido 4.340.429 peticiones firmadas animándole a que declarara dogmáticamente que María es la “co-redentora” juntamente con Cristo. Cuando el papa visitó Cuba en 1998, coronó la imagen de la “virgen de la Merced”, declarándola la Reina de Cuba. Esta imagen idolátrica es exactamente la misma que usan los devotos del culto satánico conocido como Santería. La verdadera María, a la cual llamarían bienaventurada todas las generaciones (Lucas 1: 48b) porque sería la madre del Salvador de la humanidad, llora en los cielos al contemplar toda la idolatría, superstición y paganismo que se ha volcado alrededor de su persona. Sólo en España, en el país que hay más, existen cientos de “vírgenes” con diferentes nombres que se hacen muchas veces la competencia entre ellas. Eso era lo propio en el paganismo antiguo, cuando los paganos hacían procesiones de sus diosas intentando demostrar a los otros paganos que sus diosas eran mejores ¿Qué diferencia hay entre las procesiones paganas que hacían los antiguos llevando a cuestas sus diosas con una devoción y veneración auténticas, y las procesiones de los cientos de “vírgenes” que hay en España? Ninguna. El fervor y la devoción no son en sí mismos garantía de santidad y de verdadera fe. Cuando veo las procesiones de Semana Santa en Sevilla o en otros lugares similares, sin remedio me viene a la mente el testimonio de cómo eran las procesiones paganas en la antigüedad. Escribe D. José de Segovia: “Las procesiones de Cibeles eran exóticas, acompañadas de música oriental, mostrando el rico atuendo de los sacerdotes y el 303


entusiamo de los fieles”. Sigue diciendo D. José: “El culto a Cibeles, junto al de Isis, protegido oficialmente por el emperador Calígula (37-41), son los más extendidos por la Península Ibérica. Esta es una época de gran sincretismo, la de los siglos II y III, que con el triunfo del cristianismo, van a ser camuflados en fiestas y rituales que llegan hasta nuestros días, tal y como ha demostrado el prestigioso antropólogo vasco Julio Caro Baroja”.

Cronología mariana Aquí van algunas fechas históricas que tienen que ver con el culto mariano romano: • • • • • • • •

El “ora pro nobis” no aparece hasta la fecha del año 600. La procesión del “Santo Sacramento” y el “Ave María”, en el año 1011. La “Salve Regina” aparece en el 1237. La invención del “escapulario” es debida al carmelita Stock en el año 1251. El “rosario” en el año 1470. La fiesta de la “concepción” en el 1475. El dogma de la Inmaculada Concepción por el papa Pío IX en 1854. El dogma de la “Asunción de la Virgen” en el año 1950.

Como puede apreciarse en esta lista, contemplando el amplio espectro temporal, partiendo de la baja Edad Media, el engaño y la oscuridad espiritual fue en aumento progresivo hasta nuestros días. Roma ha venido a hacer de María una diosa. Esa es la triste realidad.

Las vírgenes negras Este es un misterio que hay que desvelar. ¿Por qué las “vírgenes negras”? La catedral de Chartres está construida sobre fuentes subterráneas veneradas ya por las poblaciones celtas; no obstante la catedral de Chartres es “sagrada” por sus inquietantes “vírgenes negras”. La iglesia de Roma ha intentado a lo largo de los siglos no dar ninguna importancia a su color negro, atribuyéndolo al humo de los cirios o al tipo de material usado en la construcción de dichas imágenes. Las vírgenes negras son meta de peregrinaje de épocas pre-cristianas porque se las consideraba milagrosas. En otras palabras, ya existían cultos a esas vírgenes negras muchos siglos antes de la aparición del cristianismo, entonces la pregunta acertada es: ¿Quiénes son en realidad esas “vírgenes”?. Son reinas de la noche, señoras de los infiernos, su culto se funde con el mito de la “Gran Madre”, proveniente de la antigua Babilonia. Son deidades femeninas paganas y demoníacas que con la instauración del catolicismo romano se han “convertido” en vírgenes que pretenden ser María, aunque en realidad siguen siendo lo que desde su origen fueron. Estas “vírgenes” siempre aparecen en grutas, como la de Montserrat en Barcelona, en lugares subterráneos, como la estatua de la vírgen tuídica que claramente se sabe que deriva de una antigua escultura de Isis. Todos ellos, antiguos santuarios paganos que llegaron a ser santuarios católico romanos. En realidad, todo el culto de las vírgenes negras deriva directamente del antiguo culto pagano de Isis. Según el culto idolátrico de esa “diosa” antigua y satánica, Isis es la naturaleza, madre de todas las cosas, dominadora de los elementos, fuente primera de 304


las generaciones. Dice que su voluntad gobierna las bóvedas luminosas del cielo y los siniestros silencios de los infiernos. Dice de sí misma que su poder es único aunque el universo la venera bajo nombres distintos: Semíramis, Cibeles, madre de los dioses, Minerva la antigua, Venus de Pafo, Artemisa, Proserpina, Ceres. Los antiguos romanos la llamaban Juno, Écate; los egipcios y etíopes la llamaban por verdadero nombre: Isis. Un hilo jamás interrumpido une entonces también a la virgen de Eisinbel (Europa) con la virgen Isis de los antiguos egipcios. Isis es la madre de los dioses y era adorada como virgen. Muchos santuarios marianos europeos han sido erigidos inicialmente en torno a imágenes de la Isis negra. A esa virgen negra se encomendaban cátaros, cruzados, templarios, alquimistas y muchos católico romanos siguen haciéndolo incluso hoy en día, como lo hacía el papa Juan Pablo II con la virgen negra de Chestokowa, patrona de Polonia.

La falsa María y la religión del Nuevo Orden Mundial En la mundialmente leída revista “Time”, en la página 62 del número correspondiente al 30 de diciembre de 1991, leemos el siguiente artículo: “En una época cuando los científicos discuten sobre las causas del nacimiento del universo, tanto la adoración como el conflicto que acompañan a María se ha elevado hasta niveles extraordinarios. Un avivamiento popular de la fe en la virgen está ocurriendo en todo el mundo. Millones de adoradores acuden en masa a sus santuarios, muchos de ellos gente joven. Aun más extraordinario es la cantidad de apariciones de la Virgen que se afirman, desde Yugoslavia hasta Colorado, en los últimos años”. Esta misma revista informa ha habido tantas apariciones de la “Virgen María” alrededor del mundo que “la última parte del siglo veinte se ha vuelto la edad del peregrinaje mariano”. La falsa María, que no es sino una entidad demoníaca, pretende robar la gloria a Jesús, engañando a muchos en la tierra. El culto a la falsa María empezó en Babilonia con Semiramis, sigue, con la finalidad de establecer, a través de él, la “unidad” de todas las religiones para que se logre la paz mundial. Ese es un engaño demoníaco. La fe en esa falsa María, apoyada por sus miles de apariciones, prepara el camino para la religión mundial, un Nuevo Orden Mundial, y el advenimiento del Anticristo. Las apariciones marianas revelan prácticamente todas el mismo mensaje: “Todas las religiones son básicamente la misma, y deben juntarse para que haya paz”. La aparición supuestamente mariana de Medjugorje en la zona sur de Bosnia-Herzegovina, en el corazón de la Croacia Ustashi, revela: “Todos adoran a Dios a su propia manera, con paz en sus corazones”, refiriéndose a todas las religiones del mundo. Se pretende que la “Virgen María” sea el común denominador que una a las diferentes religiones mundiales para formar una sola religión, y así traer la paz a este mundo, olvidando que el único que puede hacer eso es el verdadero Príncipe de Paz: Jesucristo, el Hijo de Dios (Isaías 9: 6; Juan 14: 27), y no por formar una religión, sino a través de Él mismo (Juan 14: 6). Escribe Hunt: “El implorar la ayuda y protección de María, da a entender que ella es por lo menos igual a Dios en poder, y que se la prefiere sobre Dios y Cristo. Esta no es la María de la Biblia, sino la mujer que cabalga la bestia. La fe en la María del catolicismo (romano), apoyada por sus miles de apariciones, prepara el camino, como quizás ninguna otra cosa podría hacerlo, para la religión mundial, un Nuevo Orden Mundial, y el reinado del Anticristo” (A Woman Rides the Beast, Hunt, p. 468). Que esta falsa María, el espíritu demoníaco de la “Reina del cielo”, está apareciéndose a millones de personas por todo el mundo en un despliegue de poder para seducir las 305


almas de los que no aman de verdad al verdadero Dios, es un hecho. Esta es la preparación de lo que se denomina el Nuevo Orden Mundial en su fase religiosa. Juan Pablo II, mariano donde los haya habido, fue un defensor a ultranza de este sistema satánico. Dijo así de la “Reina del cielo”: “María...debería inspirar a todos los que cooperan en la misión apostólica de la Iglesia para el renacimiento de la humanidad...La Iglesia viaja a través del tiempo...a lo largo de la senda que la Virgen María ya ha pisado” (Juan Pablo II, Redemptoris Missio, 86, 92). ¡No que Jesucristo haya ya andado sobre la senda, sino la “Virgen María”!, según el romano. El futuro y terrenal Nuevo Orden Mundial, contempla el levantamiento de una única macro religión que englobe a todas las demás. Evidentemente, esto excluye de raíz a los verdaderos cristianos; incluyendo aquí a adeptos al budismo, hinduismo, Nueva Era, católicos y protestantes liberales, etc. Esta “María” tiene un poder ecuménico enorme, y aunque cueste creerlo, incluso los musulmanes podrán estar en esta “mega” religión satánica a través de ella. La británica revista católica “The Tablet” del 29 de febrero de 1992, informaba: “un avivamiento mariano está diseminándose por todo Africa, con las alegadas apariciones de la Virgen María que encuentran partidarios entre los musulmanes”. Los musulmanes africanos mismos están viendo apariciones de la Virgen María y no se les exige hacerse cristianos para seguirla (The Christian World Report, mayo de 1992). Los musulmanes no son ajenos a la figura de María, el Corán habla de María. El obispo romano Fulton J. Sheen, muy conocido en los EEUU por sus ataques anticomunistas, escribió un libro en el cual predecía que el Islam sería convertido al catolicismo “mediante una llamada a los musulmanes a la veneración de la Madre de Dios”. Escribe J. Sheen: “El Corán...tiene muchos pasajes concernientes a la Bendita Virgen. Antes que nada, el Corán cree en su Inmaculada Concepción y también en su nacimiento virginal...Para los musulmanes, entonces, María es la verdadera Sayyida o Señora. La única posible rival de ella en cuanto al credo sería Fátima, la hija de Mahoma mismo. Pero después de la muerte de Fátima, Mahoma escribió: “Tú serás la más bendita de todas las mujeres en el Paraíso, después de María” (“Mary and the Moslems” Fulton J. Sheen, The World´s First Love – Garden City Books, 1952).

El diablo es muy astuto. El hizo que su “Reina del Cielo” se apareciera a aquellos tres niños pastores en la población portuguesa de Fátima (nombre con el que los conquistadores musulmanes llamaron a esa población, en honor a la hija de Mahoma, Fátima). De esa manera, a esa aparición se la conoce como la de Nuestra Señora de Fátima. En otras palabras, la “Reina del Cielo”, la falsa María, es la Señora de Fátima, la hija de Mahoma. ¿Qué problema habrá en que un musulmán, y sin dejar de serlo para hacerse “cristiano”, se haga un devoto de la Señora de Fátima? Es un hecho de que la estatua de “Nuestra Señora de Fátima” es llevada a través de las zonas musulmanas en el Africa, India, etc. donde los musulmanes acuden por cientos de miles para adorarla. Hay poder detrás de todas esas manifestaciones “marianas”, eso es evidente, pero ¿Qué clase de poder? Además, alguien podrá preguntar, ¿Cómo es posible que se esté urdiendo un engaño tan grande sobre la humanidad entera? El engaño no es sobre toda la humanidad, sólo serán engañados aquellos que no buscan realmente a Dios, sino que a través de sus propias creencias buscan el agradarse a sí mismos. Leemos así en la Biblia:

306


“Porque ya está en acción el misterio de la iniquidad; sólo que hay quien al presente lo detiene, hasta que él a su vez sea quitado de en medio. Y entonces se manifestará aquel inicuo, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida; inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos, y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia” (2 Tesalonicenses 2: 7-12). La maría del catolicismo romano ha tomado el lugar de Cristo como la única entidad mediante la cual vendrá la paz. Los mensajes mentirosos a través de esas apariciones son muy explícitos: “Hay muchas almas...que han estado en el purgatorio por un largo tiempo porque nadie reza por ellas...Dios ha puesto su entera confianza en mí. Yo protejo particularmente a los que se han consagrado a mí...” Estos mensajes sobrenaturales sólo pueden venir del diablo, ya que contradicen abiertamente la Palabra de Dios. Además, esa “María” pretende tener el poder de Dios, porque sólo Dios puede estar en cualquier lugar al mismo tiempo. Sin embargo, ella promete estar con cada ferviente seguidor suyo. Sigue hablando la “Virgen” en sus apariciones: “Reciten el rosario todos los días para obtener paz para el mundo...Recen, recen mucho, y hagan sacrificios por los pecadores, porque muchas almas se van al infierno por no tener a ninguno que haga sacrificios y rece por ellas...”. La “Virgen” ha olvidado que el Único que ofreció un único sacrificio válido a los ojos de Dios, ya lo hizo. Jesucristo es el que murió, para que todos, por la fe, pudiéramos vivir. Sigue diciendo la “Reina del Cielo”: “Dios desea establecer en el mundo la devoción a mi inmaculado corazón...”. La devoción a “María”, tal y como pretende mostrarse, substituye la devoción a Dios y a Jesucristo. Sólo Dios merece devoción y adoración. El único que tiene un Inmaculado Corazón es Dios, ya que sólo Él es amor. Sigue diciendo: “Si la gente hiciera lo que les digo, muchas almas se salvarían y habría paz”. Esa “María” se levanta a sí misma como el camino a seguir. Esa María es una falsa María; es parte del “misterio de la iniquidad” que ya el diablo ha puesto en marcha. Que nadie olvide que el diablo se sabe vestir como ángel de luz para engañar a muchos. Sólo queremos recordar aquí, que cualquiera que de verdad quiera seguir al Señor Jesucristo, debe abandonar todo culto a María, ya que no es a María a quien da culto sino al espíritu demoníaco de la “Reina del cielo”; y aunque pretenda dar culto a la verdadera María, recordarle que la Biblia no enseña tal cosa, sino todo lo contrario: “Amarás, pues, a Yahwé tu Dios, y guardarás sus ordenanzas, sus estatutos, sus decretos y sus mandamientos, todos los días”, y “A Yahwé tu Dios temerás, y a Él sólo servirás” (Deuteronomio 11: 1; 6: 13).

307


Capítulo 14 BABILONIA; LA CUNA DE LAS FALSAS RELIGIONES

La religión ritual es el esfuerzo humano, inspirado por Satanás, para llegar a Dios. La religión ritual es el engaño del maligno con el cual el hombre pretende congraciarse con un Ser superior. Poco después del Diluvio Universal, después de que el hombre empezara de nuevo a multiplicarse sobre la tierra, paulatinamente fue alejándose de Dios de nuevo. Hablando de Satanás, hay que decir y no olvidar que ese querubín caído conoce a la perfección la profecía bíblica. Sabía que un día Dios tomaría forma de carne, y que nacería de una virgen en esta tierra; también que moriría en una cruz. Porque Jesús vino a buscar y a salvar a la humanidad de la perdición eterna y el infierno, creado éste para Satanás y sus demonios, el Diablo odia a Jesús, y se ha determinado destruir la obra de Dios, el Evangelio de salvación. Por esto, astutamente estableció su propio “cristo”, “otro evangelio”, y “otro espíritu” para confundir y engañar a la humanidad. El enemigo de nuestras almas decidió desarrollar un sistema religioso oculto que controlaría el mundo; un sistema en el que la gente podría creer; matar por él, y morir por él.

LA MADRE DE LAS RAMERAS Es evidente que el hombre es en esencia un ser espiritual. La Biblia dice: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Génesis 2: 7). También dice que “puso eternidad en el corazón de ellos (de los hombres)” (Eclesiastés 3: 11). El hombre, por naturaleza, busca en lo espiritual, lo externo a él. Satanás se ha aprovechado de esto, y desde el tiempo de la construcción de la torre de Babel (Gen. 11), después del Diluvio, ha estado enseñando al hombre cómo “llegar” a Dios a través de las diferentes religiones. Pero el hombre ¡no puede llegar a Dios porque es un ser caído! La gran diferencia es; no que el hombre puede llegar a Dios, sino que Dios llega al hombre en la persona de Jesucristo. Este es el mensaje del Evangelio. Para el verdadero cristiano, esto es sencillo porque entiende que sólo así puede reconciliarse con su Creador. Ya desde Génesis capítulo 11, el hombre sin Dios intenta llegar a Dios inventando toda una serie de mandamientos y liturgias. La primera ciudad construida después del Diluvio fue Babilonia. Allí Satanás empezó a levantar su centro de operaciones. Por otro lado, vemos que en el libro de Apocalipsis 17: 1-5, la Biblia nos habla de un misterio en letras mayúsculas: “BABILONIA LA GRANDE, LA MADRE DE LAS RAMERAS Y DE LAS ABOMINACIONES DE LA TIERRA”. ¿Qué querrá esto decir? ¿Quién es esa GRAN RAMERA? Es evidente que una prostituta es una mujer. Una mujer también es la verdadera Iglesia de Jesucristo en sentido figurado. Esta última es pura (Efesios 5: 27; Apocalipsis 19: 7, 8); aquélla es impura. Dos mujeres, pero muy diferentes la una de la otra. La prostituta, o la mujer, “estaba vestida de púrpura y escarlata, y adornada de oro, de piedras preciosas y de perlas, y tenía en la mano un cáliz de oro lleno de abominaciones y de la inmundicia de su fornicación”. Esa mujer es una ramera. Es más, es en letras mayúsculas: “LA MADRE DE LAS RAMERAS”. Cuando Juan fue inspirado a escribir su libro, la antigua Babilonia, como ciudad, ya hacía mucho tiempo que había dejado de existir. Ni casi ruinas había. Para más 308


información leer Isaías 13: 19-22; Jeremías 51: 62. La ciudad fue destruida, pero la religión de la ciudad ¡no! Ahora bien, ¿Qué relación existe entonces entre aquella Babilonia, y el relato del Apocalipsis de Juan? ¿Por qué la Biblia nos recuerda a la Babilonia antigua, cuna de la religión apóstata? Para dar respuesta a este misterio, deberemos volver la vista atrás, a partir del tiempo de la incipiente Babilonia, y ver que se gestó allí. Después del Diluvio, dice la Biblia que “tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras” (Génesis 11: 1). Emigraron del oriente y fueron todos a otro lugar. Dice así el relato bíblico: “Y aconteció que cuando salieron de oriente, hallaron una llanura en la tierra de Sinar, y se establecieron allí” (Génesis 11: 2). Fue en esa tierra, Sinar, donde la ciudad de Babilonia fue construida. Esa tierra se llegó a conocer más adelante como Babilonia y Mesopotamia. Los ríos Tigris y Eufrates habían almacenado ricos depósitos de tierra que podían producir grano en abundancia. La desventaja es que estaba poblada de fieros animales salvajes que mataban a muchos. Aquellas gentes pedían que surgiera alguien que les librara del mal. Así que, en un momento dado, entró en escena un formidable cazador. Su nombre era Nimrod. La Biblia nos dice: “Y Cus engendró a Nimrod, quien llegó a ser el primer poderoso en la tierra. Este fue vigoroso cazador delante de Jehová; por lo cual se dice: Así como Nimrod, vigoroso cazador delante de Jehová” (Génesis 10: 8, 9). Este “poderoso” cazador cautivó las mentes de aquellas gentes. Según “La Historia antigua a la luz de la Biblia”, p. 54, “Nimrod era tan poderoso y era tan grande la impresión que causó en la mente de los hombres, que el oriente está lleno actualmente de tradiciones de sus extraordinarias proezas”. Nimrod estaba lleno de demonios, y era un hábil estratega. Organizó la protección de las ciudades a base de murallas, y así fue estableciendo su propio reino. La Biblia certifica estas palabras: “Y fue el comienzo de su reino Babel, Erec, Acad y Calne, en la tierra de Sinar” (Génesis 10: 10). Este fue el primer reino que hubo después del Diluvio. No hay nada que criticar en cuanto a todo esto hasta aquí. El problema es que Nimrod no fue un hombre en nada temeroso de Dios. La palabra que emplea la Biblia en el hebreo original para “poderoso”, se traduce realmente por “tirano”; así como la misma palabra Nimrod significa rebeldía. Nimrod enseñó a las gentes a rebelarse contra Dios. Cuando la Biblia dice de Nimrod: “Este fue vigoroso cazador delante de Jehová” (Génesis 10: 9), este delante de, en realidad habría de traducirlo mejor por: contra, es decir: “Contra Jehová”. Nimrod, seguro de su poder sobre todos, levantó, satánicamente inspirado, un nuevo culto religioso. Fue un reysacerdote, levantando idolatría, cometiendo abusos y atrocidades de la peor clase. El inició todo el culto idolátrico del Oriente. Satanás le usó como él quiso, ya que al rebelarse contra Dios, se puso enteramente en las manos del Enemigo de nuestras almas. Bajo Nimrod, la astrología se desarrolló y se sentaron las bases para la magia negra y blanca. El desarrolló el culto a Moloc, tan difundido entre los cananitas y desgraciadamente, entre Israel en un tiempo. Finalmente, Nimrod murió asesinado, y el pueblo lo lloró. Pero su culto religioso que había iniciado, la religión babilónica, prosiguió. Su mujer, Semiramis, fue la gran sacerdotisa en tiempos de Nimrod y después de él. Esta dijo que Nimrod era el “dios-Sol”, o Baal (Señor). No contenta con ser suma sacerdotisa, Semiramis, se proclamó a sí misma diosa y demandó que se le sacrificaran niños. Semiramis capitalizó la rebelión del hombre contra las leyes de Dios sobre el matrimonio. Promovió el celibato, una cubierta religiosa para luego cometer adulterio, fornicación, homosexualidad, sodomía y lesbianismo. Este celibato, supuestamente separaba a los sacerdotes y los hacía “santos”; les hacía como superiores al resto de los hombres y mujeres que contraían matrimonio y tenían hijos. Semiramis 309


era una bruja, físicamente bella y poderosa, completamente rendida a Satanás, el cual la usó para sus fines de destrucción de la humanidad. Más tarde, quedó embarazada, aunque decía que era virgen; y dio a luz un hijo ilegítimo, le llamó Tammuz, y declaró que ese hijo era en realidad el mismo Nimrod renacido. Semiramis, la reina-madre, conocía la profecía de que de una mujer nacería el Mesías (ver Génesis 3: 15). Semiramis decía ser el “espíritu de Dios” encarnado en una madre humana. Su símbolo era la luna. De esta “madre-virgen” pronto aparecieron por todas partes estatuas de ella cargando al pequeño “dios-sol”; el cual decía que era el “salvador”. Satanás tiene una característica: Es tremendamente astuto. Imitando las cosas de Dios, reproduce réplicas blasfemas pero recubiertas de un halo de falsa religiosidad, adornadas de sacramentalidad que confunden al ajeno a la Palabra de Dios. Es un maestro del disfraz y del engaño. No en vano el Señor Jesús le llama el “padre de toda mentira”. Satanás sabía mucho del plan divino; fue así que comenzó a falsear lo que Dios iba a hacer en Su tiempo, siglos antes de la venida de Jesús. La “diosa” Semiramis reclamaba que su hijo fue concebido de una forma sobrenatural, y que él era la simiente prometida, el “salvador del mundo”. Al tiempo reclamaba la misma adoración, no sólo para el hijo, sino para ella como su madre. Las historias de Nimrod, Semiramis y Tammuz circularon por todo el mundo. Ese culto se hizo popular y empezó la mitología. Según la cultura, se adoptaron diferentes nombres, y llegaron a ser la “sagrada familia”. Semiramis llegó a ser conocida como la “Reina del cielo”. Satanás utilizó a sus demonios para que produjeran “apariciones” por todo el mundo de esa “virgen-madre”, las cuales llamaron y llaman, “milagros”. Estas visiones y apariciones han ocurrido en las religiones paganas y en el catolicismo romano bajo los nombres de Venus, Diana, Isis, etc. y posteriormente, a través de la supuesta “virgen”, como la de Lourdes, Fátima, Lanka, Guadalupe, Medjugorke, etc. etc. Satanás lo ha hecho considerando no sólo las culturas, sino también las razas; fomentando apariciones en Africa (Dozule, Ruanda), Japón (Akita), México (Guadalupe), India, Italia, Egipto, Amsterdam, hasta en Nueva York; en definitiva, en cada rincón del mundo. Quien piense que Satanás no tiene poder para hacer esas cosas se equivoca mucho (ver Apocalipsis 13: 15; 16: 13, 14; 1 Juan 5: 19b). Satanás usa esos trucos para engañar a muchos. A muchos ha engañado ya, y sigue haciéndolo. Todos ellos, son personas que no buscan al verdadero Dios, sino que eclécticamente, buscan lo que les conviene, por eso son fácilmente engañados. Volviendo a Babilonia, decir que la mayoría de la idolatría babilónica era reflejada a través de símbolos, por eso era una religión de misterio. El becerro de oro era un símbolo de Tammuz, el “hijo”. El sol era el símbolo de Baal o de Nimrod, y el fuego era su representación. La cremación de inciensos y el encendido de cirios o su equivalente, era práctica común de la religión de Babilonia ¿a qué nos recuerda esto? Una vez los hombres fueron dispersados por toda la tierra a raíz del suceso de la torre de Babel (Génesis 11), sus cultos idolátricos fueron con ellos a todas partes. ¡En todas las religiones de la tierra se encuentran evidencias del culto babilónico! Babilonia fue la madre, o la precursora de todas las falsas religiones que se desparramaron por toda la tierra. El mismo Herodoto en su “Historia”, cuenta que la idolatría se originó en el área de Babilonia.

310


La religión de Nimrod y Semiramis se extendió por doquier y también llegó a Egipto. Pronto el culto al sol se convirtió en la religión del imperio. Allí, los dioses de Babilonia recibieron nombres egipcios. Además, los sacerdotes egipcios practicaban la transubstanciación. Afirmaban tener poderes mágicos que les permitían convertir a su gran dios sol, Osiris, en una hostia de pan, ¿a qué nos recuerda esto? En su rito religioso, los fieles se comían a su dios para nutrir sus almas. El nombre de la trinidad egipcia era: Isis, Horus y Seb. Ahora observe bien las iniciales de esos nombres: IHS, ¿a qué le recuerda esto también? Es el símbolo por excelencia de los jesuitas.

“El emblema de la Compañía de jesús (jesuitas)”

“El actual General Superior de la Sociedad de jesús, Peter Hans Kolvenbach con sus siete hombres; dénse cuenta de la expresión de malignidad que hay en sus rostros”

311


El plan de Dios: Israel Mientras tanto, el Señor rey del Cielo y de la Tierra no estaba quieto. Habiendo levantado a Abraham, hizo de su descendencia una nación, Israel, que habiendo sido esclava en Egipto durante 400 años, iba a ser luz a las naciones, y de ella nacería el Mesías de todos, Cristo Jesús. A Israel, Dios le levantó un líder, Moisés, para sacarlos de la esclavitud de Egipto que simboliza el mundo sin Dios. Dios iba a salvar a toda una nación y establecerla en una tierra donde Satanás había campado por sus respetos durante siglos, Canaán. Mientras tanto, Israel, aún en Egipto, esperaba el momento de partir hacia la Tierra Prometida. Cuando el Faraón rehusó soltar a los israelitas, Dios mandó diversas plagas a Egipto. Realizó muchos milagros que mostraron a todos que el Dios de Israel es el verdadero Dios. Les dio Leyes, los Diez Mandamientos. Uno de ellos, el segundo, prohibía a Israel el levantarse imagen alguna para venerarla u honrarla. Satanás siempre ha utilizado cada imagen para robar la adoración que le pertenece a Dios de los que se han postrado ante ellas. Cuando Moisés murió, los israelitas llevaban cuarenta años en aquel desierto. Luego levantó a Josué, un hombre amador de Dios, esforzado y valiente, que guió al pueblo a la Tierra Prometida. Cuando Israel llegó a Canaán, se encontró que la tierra estaba repleta de oscuridad idolátrica y perversión. Los habitantes de esa tierra estaban profundamente envueltos en ocultismo. La corrupción satánica de Babilonia se había apoderado de Canaán. Israel llegó un momento en que se cansó de pelear tal y como el Señor le había mandado, y se empezaron a mezclar con aquellas gentes y a pervertirse con ellas. Llegaron muchos a adorar a Baal, el dios-sol, y Dios se airó contra ellos. En el libro de Jueces encontramos:”Y dejaron a Jehová, y adoraron a Baal y a Astarot” (Jueces 2: 13). Astarot era el nombre bajo el cual la diosa era conocida por los cananeos, los antiguos habitantes de la Tierra Prometida. Dios les mandó a Sus profetas, Isaías, Jeremías, Ezequiel, etc. Israel era muy religioso en público, pero en privado se había rebelado contra Dios (Ezequiel 8: 14; 8: 17). Aquellos israelitas apóstatas odiaban a los profetas de Dios porque les predicaban el arrepentimiento. Seguían cumpliendo con los preceptos de Dios, haciendo los sacrificios diarios de acuerdo a la Ley de Moisés, pero sus corazones estaban lejos de Dios. Después de los cuatrocientos treinta años, una vez acabado el periodo veterotestamentario, empezó a predicar Juan el Bautista anunciando la venida del Mesías. Empieza el Nuevo Pacto o Nuevo Testamento. Mientras tanto, ya hacía años que el Imperio Romano, heredero del griego, era una realidad. Como paganos que eran, asimilaron en su sistema religioso toda la parafernalia idolátrica de las tierras que conquistaban. La religión de la Roma antigua no era más que la idolatría babilónica que se desarrolló de varias formas y bajo diferentes nombres en las naciones a las que Roma llegó y conquistó. El conquistador, conquistado. Por otra parte, esta sería sucesivamente su estrategia de conquista, dentro de lo que se llamó la “pax romana”. Los romanos paganos tenían muchos dioses y toleraban una amplia gama de creencias, mientras se respetara ese sincretismo acordado. El problema vino cuando los verdaderos cristianos se negaron a seguir ese mismo juego, declarando que sólo Jesucristo es el Rey. Esa declaración atentaba directamente contra la “pax romana”, no era “pluralista” ni “tolerante” con los demás, y por ende, atentaba directamente contra el César. 312


Cristo Jesús y la era apostólica El Fundador de la verdadera Iglesia, Cristo Jesús, a la sazón vivía, predicaba, moría y resucitaba de entre los muertos. ¡El sí era (y es) el verdadero Hijo del verdadero Dios! Ascendió a los cielos, fue enviado el Espíritu Santo, y la Iglesia del Nuevo Testamento fue establecida en la tierra. Ese fue un tiempo de gloria, sólo hay que leer el Libro de los Hechos de los Apóstoles para entender ese tiempo de unción, poder, y bendición que Dios dio a todos aquellos que creían y que eran millares. El verdadero cristianismo en aquellos días, lleno del Espíritu Santo, barría la idolatría y la mentira religiosa del espíritu babilónico. Dice el libro de Hechos 19: 18-20 “Y muchos de los que habían creído venían, confesando y dando cuenta de sus hechos. Asimismo muchos de los que habían practicado la magia trajeron los libros y los quemaron delante de todos; y hecha la cuenta de su precio, hallaron que era cincuenta mil piezas de plata. Así crecía y prevalecía poderosamente la palabra del Señor”. Dios se movía poderosamente porque los hombres y las mujeres se arrepentían de sus pecados y se entregaban al Señor Jesús de todo corazón. Decían asustados algunos que se oponían al Evangelio: “Estos que trastornan el mundo entero también han venido acá” (Hechos 17: 6). Cuando hubieron pasado pocos cientos de años, comenzaron a proclamarse algunos hombres como señores sobre el pueblo de Dios, constituyéndose como clase aparte, superior, clerical, por encima de los demás, el laicado. El orgullo espiritual era la nota a destacar entre aquellos santos especiales. Tomando el lugar del Espíritu Santo, en vez de predicar con el amor de Cristo a las almas, las conquistaban con la imposición dogmática y visceral, sin remordimientos. Empezaron a sustituir la verdad por sus propias conclusiones doctrinales y métodos. Por su ansia de poder, empezaron a hacer intentos de congraciar el paganismo con el cristianismo. Ya Pablo habló de estas gentes, de estos impostores de la fe: “Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre: Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos” (Hechos 20: 28-30). Pablo sabía que el “misterio de iniquidad estaba en marcha”: “Porque ya está en acción el misterio de la iniquidad” (2 Tesalonicenses 2: 7). Pablo sabía que había de venir una apostasía auténtica y perversa: “Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios; por la hipocresía de mentirosos que, teniendo cauterizada la conciencia, prohibirán casarse...” (1 Timoteo 4: 1, 2). Y, “Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas” (2 Timoteo 4: 3, 4). Esto empezó a ocurrir cuando el paganismo babilónico tomó tintes de cristianismo, y empezó a desbancar al verdadero cristianismo de toda visibilidad, por medios opresores diversos. Cuando Judas allá por el año 70 o 75 después de Cristo, escribió su única Epístola universal, le fue necesario amonestar al pueblo creyente: “Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario 313


escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos. Porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los que desde antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo” (Judas 3, 4). Sólo hay que recordar la vida de la inmensa mayoría de los papas adúlteros y fornicarios cuando Judas advierte de esos hombres que “convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios”. ¡Qué contraste con aquellos fieles a Cristo que por no quemar un poco de incienso al César eran llevados a las fieras! Aquellos fieles no reconocían al César de Roma como Sumo Pontífice, e iban a la muerte sin rechistar; y sin embargo, el Sumo Pontífice Católico Romano espera y reclama de sus fieles que crean esta declaración, nada menos: “Ocupamos en la tierra el lugar de Dios Todopoderoso” como dijo el papa León XIII (The Great Encyclical Letters of Pope Leo XIII, p. 304, by Benziger Brothers, N.Y. Nilil Obstat, 1903). O como saludaron a Pío IX después de declarar el dogma de la infabilidad: <el Papa es Cristo en oficio, Cristo en jurisdicción y poder...nos postramos ante tu voz, oh, Pío, como la voz de Cristo, el Dios de la verdad. Al afianzarnos en ti, nos afianzamos en Cristo”. ¡Cómo resuenan ahora mismo en mi interior las palabras del profeta Jeremías: “Maldito el varón que confía (o pone su confianza) en el hombre!”. Los papas son simples hombres que se hacen pasar por Dios y que reciben títulos blasfemos como: “Su Santidad” (entendiendo que la santidad de ellos viene de ellos mismos); “Santo Padre” (robando el título de Dios Padre); “Sumo Pontífice” (robando el título y ministerio de Cristo Jesús, Único Pontífice o Puente entre Dios y los hombres: “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos...” (1 Timoteo 2; 5, 6).

Nerón y Constantino: La falsa Iglesia de Cristo Hay una pregunta que deberíamos hacernos, ¿por qué era perseguido el cristianismo, y dos siglos más tarde, dejó de serlo? ¿Qué ocurrió? Los primeros cristianos fueron perseguidos porque su fe era auténtica y Satanás se les oponía; cuando el cristianismo se hizo “oficial” dejó de ser un problema para el diablo. ¿Cómo ocurrió eso? Mientras Cristo edificaba su Iglesia para llevarse a los suyos al cielo, Satanás preparaba una iglesia falsa para llevarse a sus seguidores al infierno. Hacia el año 60 d.C., el emperador Nerón estaba asustado al ver que muchísimos de sus súbditos dejaban de adorarle como era costumbre en el imperio. Si esa costumbre prevalecía, pronto los césares iban a quedarse sin súbditos. Así que, empezó a perseguir a los cristianos, pero cuanto más los perseguía, más crecían en número y en fe. Los cristianos de aquella época, sabiéndose perseguidos por su creencia, cuando se encontraban con otro creyente pero dudaban que lo fuera, citaban una porción de las Escrituras de memoria, si la otra persona era también cristiana, completaría el pasaje. Al hacer esto, conseguían que muchos espías de Nerón, al tener que estudiar las Escrituras, acabaran convirtiéndose a Cristo. Sagazmente, los esbirros del emperador, en vez de las Escrituras, iniciaron la costumbre de usar “símbolos cristianos” como el pez, el pan, etc. Los métodos de Nerón para perseguir a los cristianos llegaron a ser muy sofisticados. Organizó iglesias falsas. Bajo sus órdenes, sus espías, que fingían ser cristianos, prendieron fuego a Roma. Esto fue hecho para justificar la persecución y masacre de los creyentes. Incluso se sabe que Nerón condenó a sus propios espías como si fueran cristianos verdaderos. Cuando Constantino, después de más de 200 años, los césares anteriores no habían logrado 314


destruir el cristianismo verdadero. Todos sus esfuerzos eran en vano ya que impulsaban a los cristianos a profundizar en la oración y en el conocimiento de la Palabra y se fortalecían cada vez más. Se acercaba la hora en la que Satanás iba a dar al mundo su propia versión de la iglesia “cristiana”. El paganismo iba a recibir una nueva cara. El hombre que el Enemigo utilizó, fue el emperador. En el tiempo de ese hombre, el cristianismo estaba extendiéndose por todas partes y realmente amenazaba no sólo el paganismo, sino el propio trono del césar. El emperador Constantino siguió el mismo patrón que Nerón de levantar iglesias falsas, sin embargo, los cristianos estaban preparados, y reconocían a los falsos cristianos que no conocían ni respetaban las Escrituras. Para aprovecharse de esa ola de crecimiento del cristianismo y dar credibilidad a sus iglesias falsas, Constantino mintió al mundo y a todos. Dijo que se había convertido en “cristiano” aunque nunca permitió que le bautizaran. La realidad es que ese emperador adoró al dios-sol (Baal) hasta su muerte. (Sabotage, p. 19).

Con el tiempo, esas iglesias falsas levantadas por Nerón con su concepto pagano del cristianismo se convirtieron en el Catolicismo Romano. En realidad Constantino fue el primer papa, porque ostentó el poder espiritual y el poder temporal. Proclamó un edicto de tolerancia para hacer salir a los creyentes de sus escondites; pero sólo los que aceptaban su clase de “cristianismo”, puro catolicismo-romano, tenían verdadera protección. Con ese tipo de cristianismo-paganismo, la observancia de las Escrituras se fue dejando de lado para empezar una liturgia de corte pagano. Los cristianos verdaderos sabían que Constantino era un anticristo, y se ocultaron mientras el catolicismo romano barría Europa. La historia de la “conversión” de Constantino fue así: En el año 312 d.C., el ejército de Constantino peleaba contra su enemigo, el general Magencio el cual, al igual que Constantino, aspiraba al trono de Roma. Durante esa batalla dice el que luego fuera emperador, que vio una señal en el cielo, una cruz, y las palabras “por este signo vencerás”. ¿Será que Dios veía que ese hombre, adorador del sol, luchaba por una causa justa cuando lo hacía por su propio egoísmo megalómano? ¡No!, ese mensaje no podía ser de Dios. Allí también se cumplió las palabras del apóstol Pablo: “Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas” (2 Timoteo 4:3). Como resultado de esa batalla, Constantino, dijo que se había convertido al cristianismo. Su tarea, no obstante, fue fundir el paganismo con el cristianismo creando un híbrido: El catolicismo romano. La madre de Constantino, Elena, aceptó el cristianismo babilónico y rezaba a la virgen María (acordémonos de Semiramis, la reina del cielo). Esa mujer, rogaba a su hijo a que entregara su corazón al “Dios verdadero”, mientras tanto, se había exiliado a Jerusalén por miedo a las represalias de su hijo. Ella sabía que Constantino aún adoraba al diossol, y había estado ordenando la muerte de los verdaderos creyentes en Cristo que se escondían en las montañas para proteger las Escrituras. Constantino era un anticristo, totalmente controlado por espíritus seductores, al igual que todos los papas que le siguieron: “El Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios...” (1 Timoteo 4: 1).

315


Se dieron órdenes imperiales por toda Roma para que cesaran las persecuciones; la táctica iba a cambiar. Satanás iba a adoptar la técnica de la sutilidad. ¡No puedes contra tu enemigo, pues únete a él! De manera oficial, a partir de Constantino (m. 337 d.C.), el catolicismo romano rugió por doquier, a la luz del día, ya nada le paró. Satanás siempre ha estado muy contento con su obra maestra, porque ha engañado a muchos miles de millones de hombres y mujeres con esa religión, gente que ha creído que esa era la iglesia verdadera. Dése cuenta que, al contrario que con el cristianismo bíblico, el “cristianismo” de Roma nunca jamás tuvo contratiempo alguno a lo largo de la historia. Al contrario, ha imperado sobre naciones, reyes, emperadores, sin problemas. Incluso hoy en día, como ya apuntamos, el papa es la persona más valorada de este mundo. El catolicismo romano es un sincretismo formado por diversas creencias, sería una mezcla de judaísmo, paganismo, filosofía platónica, aristotélica, etc., idolatría, y suficiente cristianismo aparente para que parezca respetable. Lamentablemente, por el hecho de que una muy gran mayoría de ministros y santos en general hoy en día no se están dando cuenta, el diablo ahora mismo está repitiendo su vieja estratagema. Se llama: “la unidad de todos los cristianos”; y levanta la bandera del amor verdadero, de la tolerancia, y de la “unidad dentro de la diversidad” (poniendo la doctrina a un lado), entre otros. Esto está encandilando a muchos ingenuos hijos de Dios, que ya creen a pie juntillas que la Iglesia va a conquistar las naciones “para Cristo”, y que por tanto, ya viene ese avivamiento mundial tantas veces “profetizado” por una inmesa cantidad de falsos profetas y profetisas a lo largo de estos últimos años. Es la estrategia del Vaticano para llevar a todos a consolidar la “única iglesia”, la cual ni por asomo es la Iglesia de Jesucristo. Muchos sin darse cuenta, están cambiando de espíritu, saliendo de la verdadera cobertura del Espíritu Santo, a la falsa del espíritu demoníaco disfrazado de santidad por creer herejía, siendo guiados por hombres, sus coberturas, y también cuando es el caso, por doctrina de demonios. Esa nueva iglesia es un sincretismo más audaz todavía que el anterior católico romano, porque constituye un paso más hacia adelante. Es una mezcla entre lo católico y lo “evangélico”, y una gran mayoría no se está dando cuenta. Sólo aquellos que permanezcan fieles a la sana doctrina de nuestro Señor y a su Espíritu, podrán escapar de ese engaño mortal. El frente para formar esa mega mega iglesia del Anticristo es amplísimo. Al igual que con la Roma pagana, la Roma religiosa actual también es “tolerante” (y eso es sólo una estratagema) con las demás religiones, y hasta permite que sus miembros practiquen todas las cosas; desde yoga hasta vudú, siempre y cuando permanezcan aunque sea de nombre en la iglesia Romana.

BABILONIA - PERGAMO - ROMA De Babilonia a Roma Incluso después de la dispersión de los pueblos por toda la tierra, Babilonia seguía siendo el centro de la religión babilónica hasta que la ciudad fue tomada por el rey persa Jerjes I en el año 487 a.C., (Is. 14:12ss). Los sacerdotes babilónicos fueron forzados a 316


dejar Babilonia, y se trasladaron a la ciudad de Pérgamo (Asia Menor), donde estuvo ubicado su cuartel general durante varios años. En esa ciudad, la Biblia dice que se hallaba el trono de Satanás (ver Apocalipsis 2: 13 a). Cuando el rey de Pérgamo - Atalo III - que tenía el título de “Papa”, murió en el año 133 a.C., dicho rey hizo testamento para que este oficio fuera trasladado a Roma. Los etruscos que llegaron a Italia desde Lidia, introdujeron la religión mística babilónica con sus ritos allí. Lidia estaba ubicada cerca de la ciudad de Pérgamo. Los etruscos, antecesores de los romanos, pusieron un “Papa” sobre su sacerdocio que tenía poder sobre la vida y la muerte. Años más tarde Roma aceptó ese “Papa” como su gobernador civil. El emperador Julio César fue constituido “Sumo Sacerdote”, soberano de la orden etrusco-babilónica, y de esta manera fue heredero de los derechos y los títulos que habían sido trasladados a Roma. Por lo tanto el primer César romano llegó a ser la cabeza del sacerdocio babilónico. Roma llegó a ser sucesora de Babilonia, con Pérgamo como el centro religioso para su culto (Ap. 1:12-13). Este mensaje de Jesús fue revelado al apóstol Juan en la isla de Patmos, alrededor del año 94 d.C. En este tiempo el trono de Satanás estaba en la ciudad de Pérgamo, como dijimos. Fue al final del siglo IV d.C., que el obispo de la Iglesia en Roma - Dámaso - fue elegido para obtener el ministerio papal sobre la religión babilónica. ¡He aquí la conexión!: De Babilonia a Roma.

BABILONIA LA GRANDE Ahora ya entendemos las palabras y el sentido de las mismas del apóstol Juan: “BABILONIA LA GRANDE, LA MADRE DE LAS RAMERAS Y DE LAS ABOMINACIONES DE LA TIERRA” (Apocalipsis 17: 5). La iglesia de Roma es la heredera directa del culto babilónico emprendido por Nimrod y Semiramis, llevado al punto más sublime del engaño por mezclarlo directamente con el mensaje del Evangelio, anulando su poder y bendición, al convertirlo en una simple religión ritualista. ¡No hay peor mentira que la que se parece a la verdad! El cristianismo verdadero fue perseguido a muerte por Satanás a través de los césares romanos. El cristianismo verdadero fue perseguido a muerte por Satanás a través de los papas romanos, siglos más tarde (no hay nada nuevo bajo el sol).

La mujer sentada sobre una bestia escarlata Podríamos contar y seguir contando mucho sobre como el papado ha intentado controlar el mundo a lo largo de los siglos. La historia es fiel testigo de todo esto; y llegados a este punto, alguien podría preguntarse: si la Roma político-religiosa ha sido tan nefasta, ¿cómo ha podido ocurrir algo así? ¿Cómo es que Dios no nos lo ha advertido? La respuesta a esta última pregunta es clara: Dios sí lo advirtió, y ahora lo veremos con detalle. La respuesta a la primera pregunta es fácil: Roma no es más que la demostración del nefasto poder de la religión constituida en su esencia por preceptos humanos; en otras palabras, el fútil intento del hombre de pretender alcanzar a Dios. Mucho antes de que todo esto ocurriera, ya la Palabra de Dios, la Biblia, lo declaraba. Ahora, podemos contemplar a “vista de pájaro” el proceso de la historia, y entender con gran claridad como se han ido desarrollando los hechos. Así que, nos vamos a detener a analizar las palabras del apóstol Juan en el Apocalipsis: “Y me llevó en el Espíritu al 317


desierto; y vi a una mujer sentada sobre una bestia escarlata llena de nombres de blasfemia, que tenía siete cabezas y diez cuernos. Y la mujer estaba vestida de púrpura y escarlata y adornada de oro, de piedras preciosas y de perlas, y tenía en la mano un cáliz de oro lleno de abominaciones y de la inmundicia de su fornicación; y en su frente un nombre escrito, un misterio: BABILONIA LA GRANDE, LA MADRE DE LAS RAMERAS Y DE LAS ABOMINACIONES DE LA TIERRA. Vi a la mujer ebria de la sangre de los mártires de Jesús; y cuando la vi, quedé asombrado con gran asombro. Y el ángel me dijo: ¿Por qué te asombras? Yo te diré el misterio de la mujer...Las siete cabezas son siete montes, sobre los cuales se sienta la mujer...Las aguas que has visto donde la ramera se sienta, son pueblos, muchedumbres, naciones y lenguas...Y la mujer que has visto es la gran ciudad que reina sobre los reyes de la tierra...Todas las naciones han bebido del vino del furor de su fornicación; y los reyes de la tierra han fornicado con ella, y los mercaderes de la tierra se han enriquecido de la potencia de sus deleites” (Apocalipsis 17: 3-7, 15, 18, 18: 3) ¡Qué fácil es ver el cumplimiento de esta profecía en Roma, a lo largo de todos estos siglos!: “Y la mujer que has visto es la gran ciudad que reina sobre los reyes de la tierra” (v. 18). Esa ciudad era y es Roma. Toda la descripción del ángel se corresponde con el poder del Imperio romano, en su faceta político-religiosa, es decir, la iglesia Católica Romana. “Y me llevó en el Espíritu al desierto; y vi a una mujer sentada sobre una bestia escarlata llena de nombres de blasfemia, que tenía siete cabezas y diez cuernos”: La Iglesia de Jesucristo es una mujer virgen, es la Desposada de Jesucristo. Pero aquí tenemos la descripción de otra mujer, pero ramera; llena de nombres de blasfemia, cabalgando sobre una bestia que en el capítulo 13 de Apocalipsis se nos muestra como el mismo Satanás. Una mujer que representa el poder religioso opresor de la humanidad: Roma. “Y la mujer estaba vestida de púrpura y escarlata...”: Estos son los colores de la jerarquía romana; “... y adornada de oro, de piedras preciosas y de perlas...”: Esto representa las enormes riquezas que el Vaticano posee. “...y tenía en la mano un cáliz de oro lleno de abominaciones y de la inmundicia de su fornicación”: Abominaciones y fornicación espiritual. Esto nos habla de todas las transacciones políticas y económicas con los reyes y emperadores; guerras, muertes de “herejes”, pactos con inícuos, simonías, adulterios, herejías, engaños, hipocresías, falsedades, doctrinas de demonios, etc. La historia de Roma está repleta de todo eso. “Vi a la mujer ebria de la sangre de los mártires de Jesús; y cuando la vi, quedé asombrado con gran asombro”: La Roma religiosa ha matado (veremos más sobre todo esto) más cristianos que su predecesora, la Roma de los césares. Por eso se quedó Juan asombrado: ¡”cristianos” matando a cristianos en el nombre de Jesús! “Las aguas que has visto donde la ramera se sienta, son pueblos, muchedumbres, naciones y lenguas...”: La Roma religiosa extendió sus poderosos tentáculos del poder temporal por todo el mundo conocido, y más allá. “Y la mujer que has visto es la gran ciudad que reina sobre los reyes de la tierra...”: ¡Qué claramente está diciendo aquí el ángel que esa ciudad es Roma! Roma, la cuarta bestia de Daniel (ver Dn. 7: 7) empezó siendo un poder militar que aplastó y holló a todo el mundo antiguo, poniéndolo bajo sus pies, más que todos los otros imperios que la precedieron. Cuando el imperio militar se fue debilitando, a través de un falso cristianismo a partir de Constantino, Roma emergió de nuevo como una potencia pagano-religiosa y política. La prolongación del Imperio Romano bajo una piel 318


de cordero. ¿Qué han sido los papas sino grandes déspotas que a lo largo de todos los tiempos han impuesto sobre grandes y pequeños, ricos y pobres, su pesado yugo opresor y su sinrazón? y, ¡todo en el nombre de Cristo, a quien dicen representar en la tierra! “Todas las naciones han bebido del vino del furor de su fornicación; y los reyes de la tierra han fornicado con ella, y los mercaderes de la tierra se han enriquecido de la potencia de sus deleites”: La historia nos relata con detalle todo lo que la Palabra de Dios predijo mucho antes de que ocurriera. Dijo el ángel a Juan el apóstol: “Esto, para la mente que tenga sabiduría: Las siete cabezas son siete montes, sobre los cuales se sienta la mujer” (Apocalipsis 17: 9). ¿Sabían ustedes que la palabra Vaticano (Vaticanus) en latín significa “lugar de adivinación”? ¿Sabían ustedes que el Vaticano está asentado sobre siete colinas? El Vaticano, y lo que representa, es la mujer “vestida de púrpura y escarlata” que tiene en su mano “un cáliz de oro lleno de abominaciones y de la inmundicia de su fornicación” y que lleva en su frente “un nombre escrito: BABILONIA LA GRANDE, LA MADRE DE LAS RAMERAS Y DE LAS ABOMINACIONES DE LA TIERRA”. Esta es la mujer ebria de la sangre de los santos, y de la sangre de los mártires de Jesús”, todos los que asesinó vilmente, porque lo hizo en el nombre de Cristo, a través de la nefanda Inquisición. Esta mujer que el apóstol Juan vio en visión, “es la gran ciudad que reina sobre los reyes de la tierra”. De esta mujer, que es la representación del sistema religioso-político romano, cuya sede es el Vaticano, dice el ángel: “¡Ha caído, ha caído...”, y sigue diciendo: “...en un solo día vendrán sus plagas, muerte, llanto y hambre, y será quemada con fuego...”, y sigue diciendo: “...viendo el humo de su incendio, dieron voces, diciendo: ¿Qué ciudad era semejante a esta gran ciudad?...en una hora ha sido desolada!...por tus hechicerías fueron engañadas todas las naciones, y en ella se halló la sangre de los profetas y de los santos, y de todos los que han sido muertos en la tierra” (Apocalipsis 17: 4, 5, 6,18; 18: 2, 8, 18, 19, 23, 24). De todo ello, sólo podemos deducir a la luz de las Escrituras que en un momento dado, el Vaticano será destruido, y además, en un solo día. Sabemos quien lo hará, los diez reyes que lo traicionarán. Todo esto tendrá lugar cuando surja la Bestia, el Anticristo, el líder político-religioso que ha de surgir antes de que Cristo vuelva en gloria a esta tierra. Personalmente, a la luz de las Escrituras, y conforme se van desarrollando los acontecimientos mundiales, creo, y como yo, somos muchos, que falta muy poco para que todo esto ocurra. Por eso, es tiempo de abrir los ojos. El ángel siguió hablando: “Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de sus plagas” (Apocalipsis 18: 4). Hay muchos fieles católicos que tienen un corazón para el Señor, a estos van dirigidas estas palabras, así como a todos los evangélicos que están presos bajo el espíritu ecuménico de la Ramera ¡Que abran bien los ojos porque no hay peor mentira que la que se parece a la verdad! El diablo lo sabe muy bien, ya que él es el padre de toda mentira (Jn. 8: 44). El diablo se ha levantado como dueño y tenedor de la verdad que a priori defiende la iglesia de Roma, y lo hace a través de ella. Verdad como que Cristo es el Hijo de Dios, verdad como la Trinidad, etc., por eso muchos son engañados. Los católicos creen que Roma ha de ser necesariamente la Iglesia de Cristo ya que enseña a Cristo. Hoy en día, en un país como España, si alguien habla de Jesucristo, inmediatamente se acepta o se rechaza en base a lo que ya sabe proveniente de la institución romana. Es muy difícil separar Cristo de Roma, de hecho, sólo el Espíritu Santo puede hacer eso en la mente y en el 319


corazón de todo aquel que va a creer para salvación. Roma habla de Cristo, pero su Cristo ciertamente, todavía está crucificado, es un Cristo vencido por la muerte, por eso el crucifijo es base de la fe romana. Roma no predica al verdadero Cristo, el que después de morir venció a la muerte y tiene todo el poder y autoridad en el universo, para, entre otras cosas, cambiar las vidas de los que se acercan a Él y le invitan a entrar en sus vidas para darles vida eterna: Ese es el verdadero Cristo, pero Roma no le conoce. Por eso dije que el diablo sólo muestra la parte de la verdad que a él le conviene mostrar para engañar y confundir a todos los que puede.

BABILONIA LA GRANDE, LA MADRE DE LAS RAMERAS... No sólo BABILONIA LA GRANDE es la MADRE de las rameras antiguas, también lo es de las modernas. La razón por la cual Roma siempre ha intervenido en lo político o en lo religioso, ha sido para, o bien, vengarse de algún enemigo declarado, o bien para intentar frenar el avance del Evangelio. Vimos como levantó el comunismo para vengarse del Zar de Rusia y de la Iglesia Ortodoxa; levantó las Cruzadas para intentar llegar a Jerusalén. Estas dos son razones políticas. ¡Ni qué decir de las dos guerras mundiales del siglo XX, o de la guerra civil española! Todos ellos, e innumerables más, obedecían a motivos políticos y de poder temporal. En cuanto a frenar el avance del Evangelio, tenemos el caso tan claro del surgimiento del “santo Oficio”, es decir, la Inquisición, que tuvo su auge como respuesta a la Reforma y que intentó aniquilar, no sólo las doctrinas reformistas bíblicas, sino a los mismos reformadores y consiguientes misioneros. Cuando el Vaticano perdió gran parte de su poder temporal e influencia directa sobre reyes y emperadores (más aun cuando muchos países adoptaron modelos democráticos de gobierno, abandonando la monarquía y adoptando el modelo de la república), tuvo necesariamente que cambiar de táctica. Ya no podía a las claras detener, forzar e incluso matar a sus adversarios como solía hacer; ahora debería utilizar la astucia y la sutileza del engaño. Cuando Norteamérica experimentaba un verdadero y glorioso avivamiento espiritual; cuando el Evangelio, por manos de Charles Finney y otros era predicado con unción y gracia, que hacía que las gentes se entregaran al Señor, arrepentidos de sus pecados, las iglesias evangélicas crecían por doquier, y Roma se tiraba de los pelos. ¡Algo había que hacer! Los jesuitas iban a hacerlo. Los falsos “testigos de Jehová” Un desconocido llamado Charles Taze Russell, muy influenciado por las ideas escatológicas de los Adventistas, y preso de un orgullo espiritual que le llevaba a decir que su comentario sobre la Biblia era el único inspirado, y que no se podían entender bien las Escrituras sin él, emergió de la nada. Pronto empezó a tener éxito entre muchas personas religiosas que sin estar afianzadas en Cristo, buscaban la fecha del advenimiento del Mesías. Russell les dio una fecha, 1914, y esto hizo crecer su popularidad. Nacían los “Testigos de Jehová”. El énfasis de esa secta era el de hacer hincapié en la Biblia, sin embargo, sus doctrinas la contradecían abiertamente. Ese era un gran problema. Pasaron algunos años, le siguieron a Russell otros hombres, como el falso juez Rutheford, y el problema todavía no se había solucionado; de alguna manera había que acomodar las Escrituras a las doctrinas de la llamada Torre del Vigía. Mencionamos antes a los jesuitas. Estos, siguiendo el principio hegeliano, para intentar frenar el poder del Evangelio en los Estados Unidos, ayudaron a levantar otra fuerza para contrarrestarlo. Así pues, dado que los “testigos” tenían éxito, apoyaron 320


secretamente esa falsa creencia que se opone directamente al Evangelio, ¿cómo?, ayudando a la traducción de sus “escrituras”. Claramente, los jesuitas tomaron parte en la traducción del Nuevo Mundo, es decir, la “biblia” de los Testigos de Jehová los siguientes nombres de sendos jesuitas constan en prefacio de la edición de 1950 de la Traducción Nuevo Mundo, y son: José Mª Bover S.J. y A. Merk S.J. (“La Crisis”, Chick Publications). La “Torre del Vigía” está más ligada al Vaticano de lo que muchos creen... Los Mormones Habiendo fomentado la Masonería, de ella surgió unos años antes que Russell, un cierto “iluminado” llamado Joseph Smith; un jovenzuelo que dijo haber tenido apariciones de cierto ángel Moroni que le había dado en tablas de oro, otro evangelio (contradiciendo a Gálatas 1: 8, “Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema”). Joseph y su hermano Hyram, llegaron al grado 33 de la Masonería, el grado más alto ¡en un solo día! De ahí surgieron los Mormones. Esta es otra de las muchas RAMERAS que surgen de la MADRE de todas ellas. El gran problema para Roma es que, todas esas RAMERAS que levantó o ayudó a levantar, se volvieron contra ella más pronto o más tarde. Ahora mismo, el Vaticano no sabe que hacer con el avance de los Testigos de Jehová en países como España, o de los Mormones en muchos lugares. Sólo el poder del Evangelio podrá frenar el avance de esas sectas; y eso es lo que más teme Roma. Por eso, la filosofía del Vaticano, de extricto sentido hegeliano, es la de tratar de obtener una síntesis, es decir una situación donde todo el mundo tenga cabida bajo el paraguas protector y paternal del papa de Roma. Esa será la culminación del espíritu de BABILONIA LA GRANDE. El único que no tiene cabida en absoluto en ese sincretismo suicida es el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, el cual es la voluntad de Dios que, por boca de su Autor, dice: “Yo soy el Camino, Yo soy la verdad y Yo soy la vida, y nadie llega al Padre sino por Mí” (Juan 14: 6). Esta es la tesis que ninguna antítesis puede resistir.

321


Apéndice; EL JURAMENTO DE INDUCCIÓN EXTREMA DE LA

SOCIEDAD DE JESÚS (JESUITAS) El que sigue, es porción importante de la copia exacta del juramento extremo de los Jesuitas. Leyendo y examinando bien su contenido, podremos empezar a entender muchas cosas más, respecto a lo que estamos mostrando a lo largo de este libro. Veremos el horror en el que puede llegar a caer un ser humano, si se deja dirigir por el Maligno. Ponemos a la luz de forma literal este juramento que los Jesuitas de rango menor hacen cuando van a pasar a una posición de mando. Éste es posterior al juramento de obediencia y lealtad a la Orden y al papa de Roma. Este es un juramento especial para los jesuitas claves que son asignados a las labores especiales dentro de cualquiera de las ramas de gobierno, ejército, justicia, educación y ciencia; así como industria, sanidad, movimientos laborales y cualquier institución religiosa. Este juramento que siempre fue secreto, fue revelado por el ex jesuita de alto rango, Dr. Alberto Rivera, tiempo después de convertirse a Cristo. El Dr. Alberto Rivera, murió hace unos pocos años de manera muy misteriosa. También ese mismo juramento de inducción extrema, fue recogido en fecha del 15 de Febrero de 1913 en el “Registro Congregacional de los Estados Unidos (House Bill 1523, Contested election case of Eugene C. Bonniwell, against Thos. S. Butler, págs. 3215-3216). También se pudo encontrar en el libro titulado “Subterranean Rome" de Charles Didier; traducido del francés y publicado en Nueva York en 1843 (www.RemnantofGod.org) Transcribimos a continuación lo más destacado de dicho juramento; por favor, no pierdan detalle: (Dado a un jesuita de rango menor cuando va a ser elevado a una posición de mando) CEREMONIA DE INDUCCION Y JURAMENTO EXTREMO DE LA HERMANDAD DE LA SANTA FE DE LA SOCIEDAD DE JESÚS (JESUITAS) Habla el Superior: “Hijo mío, de aquí en adelante tú has sido enseñado para actuar como desensamblador entre los católicos romanos, para ser un católico romano, y para ser un espía aún entre tu propia hermandad. Para creer en ningún hombre, confiar en ningún hombre. Entre los reformadores, ser un reformador; entre los Protestantes Franceses (Hugonotes), ser uno de ellos; entre los Calvinistas, ser un Calvinista; entre los Protestantes en general, ser un Protestante y obtener su confianza para buscar aún con sermones desde sus púlpitos, y denunciar con toda vehemencia en tu temperamento, nuestra Sagrada Religión y el Papa. Aún para descender tan bajo para convertirte en judío entre los judíos, para que puedas sacar junta toda la información para beneficio de tu Orden como ferviente soldado del Papa. Has sido enseñado para insidiosamente plantar la semilla de los celos y el odio entre los Estados que estén en paz e incitarlos a hechos de sangre, envolviéndolos en guerra unos con otros, y para crear revoluciones y guerras civiles, en comunidades, provincias y países que fueren independientes y prósperos, que cultivaren las artes y las ciencias, disfrutando de las bendiciones de la paz.

322


Para identificarte con los combatientes y a actuar secretamente en concordancia con tus hermanos Jesuitas que puedan estar en el otro bando, pero abiertamente opuestos a aquello con lo que puedas estar conectado. "[Enseñado a] que únicamente la Iglesia (romana) puede ser al final, en las condiciones alcanzadas en los tratados de paz la ganadora, y que el fin justifica los medios. Se te han enseñado tus ocupaciones como espía, para acumular estadísticas, hechos e información a tu alcance, a congraciarte y ganar la confianza de los círculos familiares de Protestantes y herejes de toda clase y carácter, tanto la del comerciante, el banquero, el abogado; entre escuelas y universidades, en parlamentos y legislaturas, entre los judiciales y consejeros del Estado; y para ser todas las cosas para todos los hombres, por el bien del papa, cuyos sirvientes somos hasta la muerte. Has recibido tu instrucción aquí, como novicio, un neófito, y has servido como ayudante, confesor y sacerdote, pero no has sido investido todavía con todo lo que es necesario para mandar en la armada de Loyola al servicio del Papa. Debes servir el tiempo apropiado como instrumento y ejecutor tal y como ordenado por tus superiores, pues nadie puede mandar que no haya consagrado sus labores con LA SANGRE DE LOS HEREJES (énfasis nuestro); porque “sin derramamiento de sangre ningún hombre puede ser salvado”. Así pues, para prepararte para tu trabajo y asegurar tu propia salvación, además de tu anterior juramento de obediencia y lealtad a tu Orden y al Papa, tendrás que repetir después que yo:

Jura el jesuita de rango menor: <<Yo,_________ ahora en presencia del Altísimo Dios, la bienaventurada Virgen María, el bienaventurado Miguel Arcángel, el bienaventurado San Juan Bautista, los Santos Apóstoles San Pedro y San Pablo y todos los santos y ángeles del cielo... prometo y declaro, que no tendré opinión o voluntad propia, o cualquier reserva mental, aun como un muerto o cadáver, sino que sin vacilar, obedeceré todos y cada uno de los mandatos que pueda recibir de mis superiores en la Milicia del Papa y de Jesucristo... prometo y declaro que cuando la oportunidad se presente, haré guerra sin compasión, secreta o abiertamente, contra los herejes, Protestantes y liberales como se me ha instruido para extirpar y exterminar a todos ellos de la faz de la Tierra y que no dejaré edad, sexo o condición, y que colgaré, quemaré, desolaré, desollaré, estrangularé y enterraré vivos a esos infames herejes; arrancaré sus estómagos y las matrices de sus mujeres; y estrellaré las cabezas de sus infantes contra la pared para aniquilar por siempre su raza execrable. Y cuando ésto no pueda ser hecho abiertamente, secretamente usaré la copa envenenada, la cuerda para estrangular, el acero de la daga, o la bala dirigida, sin prejuicio de honor, rango, dignidad o autoridad de la persona o personas, cual fuera su condición en la vida, ya sea pública o privada, tal como puede ser ordenado para hacerlo, por cualquier agente del Papa o Superior de la Hermandad de la Santa Fe de la Sociedad de Jesús. En la confirmación de todo ello, he aquí dedico mi vida, mi alma y todas mis facultades corporales; y con esta daga que yo ahora recibo, yo suscribiré mi nombre, escrito en mi propia sangre, como testimonio de esto; y si yo compruebo ser falso o débil en mi determinación, que mis hermanos y compañeros soldados de la Milicia del Papa corten mis manos y mis pies, y mi garganta desde oreja a oreja, que abran mi barriga y la quemen con azufre, con todo el castigo que puede infligirse sobre mí, y que mi alma sea torturada por demonios para siempre en un infierno eterno…”

¡No cabe analizar punto por punto ese execrable juramento, porque nos llevaría demasiada tinta y papel, pero fíjense ustedes la capacidad de fanatismo asesino de esas personas, que se juramentan con maldición, y lo firman con su propia sangre! FIN © Miguel Rosell Carrillo Todos los derechos reservados Marzo 2007/ Revisado en Febrero 2013 www.centrorey.org 323


Bibliografía • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • •

La Santa Biblia (versión Reina Valera 1960) Nuevo Testamento Interlineal griego/español (Nestlé/Francisco Lacueva) Nuevo Dicionario Bíblico Ilustrado (Vila/Escuain) Questions of life (Nicky Gumbel) Enseñanzas del Pastor José Borrás. Historia Eclesiástica de Eusebio de Césarea. Curso de Formación Teológica Evangélica, tomo VIII (Francisco Lacueva) <<Roma>> (Santos Olabarrieta) El Catolicismo, una fe en crisis (varios autores) Gran Diccionario Enciclopédico Asuri (católico-romano) A Woman Rides the Beast (Dave Hunt) Apuntes históricos (José de Segovia) Prisciliano de Avila (Henry Chadwick) Historia de la Iglesia en España (Ricardo García Villoslada) Història de Catalunya (Joan Soler y Amigó) Albores del cristianismo en España (Arturo Gutiérrez Martín) Primitivas religiones ibéricas (Francisco Jordá, José Mª Blázquez) Aviso Final (Grant R. Jeffrey) Vatican Imperialism in the 20th Century (Avro Manhattan) Los secretos de la Inquisición (Edward Burman) Babilonia, Misterio Religioso (Ralph Woodrow) Cortinas de Humo (J.T.C.) The Secret History of the Jesuits (Paris, Chick Publ.) Discurso del obispo Josip Juraj Strossmayer Los papas pecadores (Antón Casariego) Historia de los papas (Leopold Von Ranke) Historia de los papas (Bowers) Historia de los papas (Dr. Frederick L. Beynon) Italia medieval Manual bíblico (Halley) El Luteranismo en Castilla durante el siglo XVI; Alonso Burgos, Jesús. Autos de fe de Valladolid de 21 de mayo y de 8 de octubre de 1559: El Escorial, 1983 (Swan) Evening by evening (Charles Spurgeon) Uhrichsville, Barbour y Compañía, 1991. Historia de la Reforma en España, Gutiérrez Marín, Manuel. Barcelona, 1975 (PEN) La Historia de la Reforma en España en el siglo XVI; Lennep, M.K. Van; Grand Rapids <Michigan, EE.UU.), 1984 (SCL) La España Evangélica Ayer y Hoy. Martínez, José Mª. Esbozo de una historia para una reflexión; Barcelona, 1994 (Andamio / CLIE). Juan de Valdés y los Orígenes de la Reforma en España e Italia; Nieto, José C.; Madrid, 1979 (Fondo de Cultura Económica). 324


• Tiempos Recios; Tellechea Idígoras, J. Ignacio. Inquisición y heterodoxias. Salamanca, 1977. ♦ Historia de la Inquisición y la Reforma en España; Vila, Samuel; Tarrasa <Barcelona>,1977) ♦ Juan Pablo II y la virgen de Guadalupe; Valentina Alazraki, Ed. Diana.//

325


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.