Spanish Literature Advanced Placement (AP) Texts for the Reading List (2012-2013). Vol I

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Spanish Literature Advanced Placement Volumen I (Edad Media - Siglo XIX)

Editado por Gusgm


Madrid, 2012. España. Este libro se ha creado y diseñado para enseñar el uso del programa de diseño gráfico Adobe InDesign en el sitio web gusgsm.com. Su creador, Gustavo Sánchez Muñoz, identificado como “Gusgsm” no se hace responsable de cualquier uso que se le pueda dar ni en ese ámbito ni en otros. El uso y reproducción de esta obra es libre y gratuito, y no se impone restricción alguna a su reproducción o copia sea el método que sea el empleado. Puede hacer con él lo que guste. Compártalo libremente. Madrid, 2012. Spain. This book has been assembled and designed to teach the use of the programme Adobe InDesign for graphic design inside the site gusgsm.com. Its author and designer, Gustavo Sánchez Muñoz, aka “Gusgsm” has no responsability whatsoever by any use that anybody could make of it in this or realm or any other. Its use, copy, sharing or whatever action involving it is free of charge and has no restrictions. You can make whatever you want with it. Feel free to share.


Para Susana


1 Romancero viejo Romance de la pérdida de Alhama (Autor anónimo) Paseábase el rey moro por la ciudad de Granada, desde la puerta de Elvira hasta la de Bibarrambla ¡Ay de mi Alhama! Cartas le fueron venidas que Alhama era ganada. Las cartas echó en el fuego, y al mensajero matara. ¡Ay de mi Alhama! Descabalga de una mula y en un caballo cabalga, por el Zacatín arriba subido se había al Alhambra. ¡Ay de mi Alhama! Como en el Alhambra estuvo, al mismo punto mandaba que se toquen sus trompetas, sus añafiles de plata ¡Ay de mi Alhama! Y que las cajas de guerra apriesa toquen el arma, porque lo oigan sus moros, los de la Vega y Granada. ¡Ay de mi Alhama! Los moros, que el son oyeron, que al sangriento Marte llama, 4


AP Spanish Literature I uno a uno y dos a dos juntado se ha gran batalla. ¡Ay de mi Alhama! Allí habló un moro viejo, de esta manera hablara: ¿Para qué nos llamas, rey? ¿Para qué es esta llamada? ¡Ay de mi Alhama! Habéis de saber, amigos, una nueva desdichada: que cristianos de braveza ya nos han ganado Alhama. ¡Ay de mi Alhama! Allí habló un alfaquí, de barba crecida y cana: Bien se te emplea, buen rey, buen rey, bien se te empleara ¡Ay de mi Alhama! Mataste a los Abencerrajes, que eran la flor de Granada; cogiste los tornadizos de Córdoba la nombrada. ¡Ay de mi Alhama! Por eso mereces, rey, una pena muy doblada: que te pierdas tú y el reino, y aquí se pierda Granada. —¡Ay de mi Alhama!

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El Conde Lucanor

2 Conde Lucanor, Ejemplo XXXV Por el Infante Don Juan Manuel

35 De lo que contesçió a un mançebo que casó con una muger muy fuerte et muy brava

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tra vez fablava el conde Lucanor con Patronio, et díxole: —Patronio, un mío criado me dixo quel’ traían cassamiento con una muger muy rica et aun, que es más onrada que él, et que es el casamiento muy bueno para él, sinon por un enbargo que ý ha, et el enbargo es éste: díxome quel’ dixeran que aquella muger que era la más fuerte et más brava cosa del mundo. Et agora ruégovos que me consejedes si le mandaré que case con aquella muger, pues sabe de cuál manera es, o sil’ mandaré que lo non faga. —Señor conde —dixo Patronio—, si él fuer tal como fue un fijo de un omne bueno que era moro, consejalde que case con ella, mas si non fuere tal, non gelo consejedes. El conde le rogó quel’ dixiesse cómo fuera aquello. Patronio le dixo que en una villa avía un omne bueno que avía un fijo, el mejor mançebo que podía ser, mas non era tan rico que pudiesse complir tantos fechos et tan grandes como el su coraçón le dava a entender que devía complir. Et por esto era él en grand cuidado, ca avía la buena voluntat et non avía el poder. En aquella villa misma, avía otro omne muy más onrado et más rico que su padre, et avía una fija non más, et era muy contraria de aquel mançebo; ca cuanto aquel mançebo avía de buenas maneras, tanto las avía aquella fija del omne bueno malas et revesadas; et por ende omne del mundo non quería casar con aquel diablo. Aquel tan buen mançebo vino un día a su padre et díxole que bien sabía que él non era tan rico que pudiesse darle con que él pudiesse bevir a su onra, et que pues le convinía a fazer vida menguada et lazdrada o irse daquella tierra, que si él

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AP Spanish Literature I por bien tobiesse, quel’ paresçía mejor seso de catar algún casamiento con que pudiesse aver alguna passada. Et el padre le dixo quel’ plazría ende mucho si pudiesse fallar para él casamiento quel’ cumpliesse. Entonce le dixo el fijo que si él quisiesse, que podría guisar que aquel omne bueno que avía aquella fija que gela diesse para él. Cuando el padre esto oyó, fue muy maravillado, et díxol’ que cómo cuidava en tal cosa: que non avía omne que la conosçiesse que, por pobre que fuese, quisiese casar con ella. El fijo le dixo quel’ pidía por merçed quel’ guisasse aquel casamiento. Et tanto lo afincó que como quier que el padre lo tovo por estraño, que gelo otorgó. Et él fuesse luego para aquel omne bueno, et amos eran mucho amigos, et díxol’ todo lo que passara con su fijo et rogól’ que pues su fijo se atrevía a casar con su fija, quel’ ploguiesse et que gela diesse para él. Cuando el omne bueno esto oyó aquel su amigo, díxole: —Par Dios, amigo, si yo tal cosa fiziesse, seervos ía muy falso amigo, ca vós avedes muy buen fijo, et ternía que fazía muy grand maldat si yo consintiesse su mal nin su muerte; et só çierto que si con mi fija casase, que o sería muerto o le valdría más la muerte que la vida. Et non entendades que vos digo esto por non complir vuestro talante, ca si la quisierdes, a mí mucho me plaze de la dar a vuestro fijo, o a quienquier que me la saque de casa. El su amigo le dixo quel’ gradesçía mucho cuanto le dizía, et que pues su fijo quería aquel casamiento, quel’ rogava quel’ ploguiesse. El casamiento se fizo, et levaron la novia a casa de su marido. Et los moros an por costumbre que adovan de çena a los novios et pónenles la mesa et déxanlos en su casa fasta otro día. Et fiziéronlo aquellos assí; pero estavan los padres et las madres et parientes del novio et de la novia con grand reçelo, cuidando que otro día fallarían el novio muerto o muy maltrecho. Luego que ellos fincaron solos en casa, assentáronse a la mesa, et ante que ella ubiasse a dezir cosa cató el novio en derredor de la mesa, et vio un perro et díxol’ ya cuanto bravamente: —¡Perro, danos agua a las manos! El perro non lo fizo. Et él encomençósse a ensañar et díxol’ más bravamente que les diesse agua a las manos. Et el perro non lo fizo. Et desque vio que lo non fazía, levantóse muy sañudo de la mesa et metíó mano a la espada et endereçó al perro. Cuando el perro lo vio venir contra sí, començó a foír, et él en pos él, saltando amos por la ropa et por la mesa et por el fuego, et tanto andido en pos de’l fasta que lo alcançó, et cortól’ la cabeça et las piernas et los braços, et fízolo todo pedaços et ensangrentó toda la casa et toda la mesa et la ropa. Et assí, muy sañudo et todo ensangrentado, tornóse a sentar a la mesa et cató en derredor, et vio un gato et díxol’ quel’ diesse agua a manos; et porque non lo fizo, díxole: —¡Cómo, don falso traidor!, ¿et non vistes lo que fiz al perro porque non quiso fazer lo quel’ mandé yo? Prometo a Dios que si un punto nin más conmigo porfías, que esso mismo faré a ti que al perro. El gato non lo fizo, ca tampoco es su costumbre de dar agua a manos, como 7


El Conde Lucanor del perro. Et porque non lo fizo, levantóse et tomól’ por las piernas et dio con él a la pared et fizo de’l más de çient pedaços, et mostrándol’ muy mayor saña que contra el perro. Et assí, bravo et sañudo et faziendo muy malos contenentes, tornóse a la mesa et cató a todas partes. La muger, quel’ vio esto fazer, tovo que estava loco o fuera de seso, et non dizía nada. Et desque ovo catado a cada parte, et vio un su cavallo que estava en casa, et él non avía más de aquél, et díxol’ muy bravamente que les diesse agua a las manos; el cavallo non lo fizo. Desque vio que lo non fizo, díxol’: —¡Cómo, don cavallo!, ¿cuidades que porque non he otro cavallo, que por esso vos dexaré si non fizierdes lo que yo vos mandare? Dessa vos guardat, que si por vuestra mala ventura non faierdes lo que yo vos mandare, yo juro a Dios que tan mala muerte vos dé como a los otros; et non ha cosa viva en el mundo que non faga lo que yo mandare, que esso mismo non le faga. El cavallo estudo quedo. Et desque vio que non fazía su mandado, fue a él et cortól’ la cabeça con la mayor saña que podía mostrar, et despedaçólo todo. Cuando la muger vio que matava el cavallo non aviendo otro et que dizía que esto faría a quiquier que su mandado non cumpliesse, tovo que esto ya non se fazía por juego, et ovo tan grand miedo, que non sabía si era muerta o biva. Et él assí, vravo et sañudo et ensangrentado, tornóse a la mesa, jurando que si mil cavallos et omnes et mugeres oviesse en casa quel’ saliessen de mandado, que todos serían muertos. Et assentósse et cató a cada parte, teniendo la espada sangrienta en el regaço; et desque cató a una parte et a otra et non vio cosa viva, bolvió los ojos contra su muger muy bravamente et díxol’ con grand saña, teniendo la espada en la mano: —Levantadvos et datme agua a las manos. La muger, que non esperava otra cosa sinon que la despedaçaría toda, levantóse muy apriessa et diol’ agua a las manos. Et díxole él: —¡A!, ¡cómo gradesco a Dios porque fiziestes lo que vos mandé, ca de otra guisa, por el pesar que estos locos me fizieron, esso oviera fecho a vos que a ellos! Después mandól’ quel’ diesse de comer; et ella fízolo. Et cada quel’ dizía alguna cosa, tan bravamente gelo dizía et en tal son, que ella ya cuidava que la cabeça era ida del polvo. Assí passó el fecho entrellos aquella noche, que nunca ella fabló, mas fazía lo quel’ mandavan. Desque ovieron dormido una pieça, díxol’ él: —Con esta saña que ove esta noche, non pude bien dormir. Catad que non me despierte cras ninguno, et tenedme bien adobado de comer. Cuando fue grand mañana, los padres et las madres et parientes llegaron a la puerta et porque non fablava ninguno, cuidaron que el novio estava muerto o ferido. Et desque vieron por entre las puertas a la novia et non al novio, cuidáronlo más. Cuando ella los vio a la puerta llegó muy passo et con grand miedo, et començóles a dezir: —¡Locos, traidores!, ¿qué fazedes? ¿Cómo osades llegar a la puerta nin fablar? ¡Callad, sinon todos, también vós como yo, todos somos muertos! 8


AP Spanish Literature I Cuando todos esto oyeron, fueron marabillados; et desque sopieron cómo pasaron en uno, presçiaron mucho el mançebo porque assí sopiera fazer lo quel’ cumplía et castigar tan bien su casa. Et daquel día adelante, fue aquella su muger muy bien mandada et ovieron muy buena bida. Et dende a pocos días, su suegro quiso fazer assí como fiziera su yerno, et por aquella manera mató un gallo, et díxole su muger: —A la fe, don fulán, tarde vos acordastes, ca ya non vos valdría nada si matássedes çient cavallos: que ante lo oviérades a començar, ca ya bien nos conosçemos. Et vós, señor conde, si aquel vuestro criado quiere casar con tal muger, si fuere él tal como aquel mançebo, consejalde que case seguramente, ca él sabrá cómo passa en su casa; mas si non fuere tal que entienda lo que deve fazer et lo quel’ cumple, dexadle passe su ventura. Et aun consejo a vós que con todos los omnes que ovierdes a fazer, que siempre les dedes a entender en cuál manera an de pasar conbusco. El conde obo éste por buen consejo, et fízolo assí et fallóse dello vien. Et porque don Johan lo tovo por buen enxiemplo, fízolo escrivir en este libro, et fizo estos viessos que dizen assí: Si al comienço non muestras qui eres, nunca podrás después cuando quisieres. Et la istoria deste enxiemplo es ésta que se sigue:

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3 Garcilaso de la Vega Soneto XXIII: En tanto que de rosa y azucena En tanto que de rosa y azucena se muestra la color en vuestro gesto, y que vuestro mirar ardiente, honesto, enciende al coraz贸n y lo refrena; y en tanto que el cabello, que en la vena del oro se escogi贸, con vuelo presto, por el hermoso cuello blanco, enhiesto, el viento mueve, esparce y desordena: coged de vuestra alegre primavera el dulce fruto, antes que el tiempo airado cubra de nieve la hermosa cumbre. Marchitar谩 la rosa el viento helado, todo lo mudar谩 la edad ligera por no hacer mudanza en su costumbre

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AP Spanish Literature I

4 Segunda carta de relación Por Hernán Cortés Carta de relación enviada a Su Sacra Majestad del Emperador Nuestro Señor por el Capitán General de la Nueva España llamado Fernando Cortés, en la cual hace relación de las tierras y provincias sin cuento que ha descubierto nuevamente en el Yucatán desde el año de quinientos y diez y nueve a esta parte y ha sometido a la corona real de Su Sacra Majestad.

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n especial hace relación de una grandísima provincia muy rica llamada Culúa en la cual hay muy grandes ciudades y de maravillosos edificios y de grandes tratos y riquezas entre las cuales hay una más maravillosa y rica que todas llamada Temustitán que está por maravillosa arte edificada sobre una grande laguna, de la cual ciudad y provincia es rey un grandísimo señor llamado Muteeçuma, donde le acaescieron al capitán y a los españoles espantosas cosas de oír. Cuenta largamente el grandísimo señorío del dicho Muteeçuma y de sus ritos y cerímonias y de cómo se sirve. Muy Alto y Poderoso y Muy Católico Príncipe, lnvitísimo Emperador y Señor Nuestro: En una nao que desta Nueva España de Vuestra Sacra Majestad despaché a diez y seis días de julio del año de quinientos y diez y nueve envié a Vuestra Alteza muy larga y particular relación de las cosas hasta aquella sazón, después que yo a ella vine, en ellas suscedidas, la cual relación llevaron Alonso Hernández Puerto Carrero y Francisco de Montejo, procuradores de la Rica Villa de la Vera Cruz que yo en nombre de Vuestra Alteza fundé. Y después acá por no haber oportunidad, así por falta de navíos y estar yo ocupado en la conquista y pacificación desta tierra como por no haber sabido de la dicha nao y procuradores, no he tornado a relatar a Vuestra Majestad lo que después se ha hecho, de que después Dios sabe la pena que he tenido, porque he deseado que Vuestra Alteza supiese las cosas desta tierra, que son tantas y tales que, como ya en la otra relación escribí, se puede intitular de nuevo Emperador della y con título y no menos mérito que el de Alemaña que por la gracia de Dios Vuestra Sacra Majestad posee. Y porque querer de todas las cosas destas partes y nuevos reinos de Vuestra Alteza decir todas las particularidades y cosas que en ellas hay y decirse debían seria casi proceder a infinito, si de todo a Vuestra Alteza no diere tan larga cuenta como debo a Vuestra Sacra Majestad suplico que me mande perdonar, porque ni mi habilidad ni 11


Segunda carta de relación la oportunidad del tiempo en que a la sazón me hallo para ello me ayudan, mas con todo, me esforzaré a decir a Vuestra Alteza lo menos mal que yo pudiere la verdad y lo que al presente es necesario que Vuestra Majestad sepa. Y asimismo suplico a Vuestra Alteza me mande perdonar si [de] todo lo acaecido no contare el cómo ni el cuándo muy cierto y si no acertare algunos nombres así de cibdades y villas como de señoríos dellas que a Vuestra Majestad han ofrescido su servicio y dádose por sus súbditos y vasallos, porque en cierto infortunio agora nuevamente acaescido, de que adelante en el proceso a Vuestra Alteza daré entera cuenta, se me perdieron todas las escrituras y abtos que con los naturales destas tierras yo he hecho y otras cosas muchas. En la otra relación, Muy Excellentísimo Príncipe, dije a Vuestra Majestad las cibdades y villas que hasta entonces a su real servicio se habían ofrecido y yo a él tenía subjetas y conquistadas. Y dije ansímismo que tenía noticia de un gran señor que se llamaba Muteeçuma que los naturales desta tierra me habían dicho que en ella había que estaba, segúnd ellos señalaban las jornadas, hasta noventa o cient leguas de la costa y puerto donde yo desembarqué; y que confiando en la grandeza de Dios y con esfuerzo del real nombre de Vuestra Alteza, pensaba irle a ver a doquiera que estuviese. Y aún me acuerdo que me ofrecí en cuanto a la demanda deste señor a mucho más de lo a mí posible, porque certifiqué a Vuestra Alteza que lo habría preso o muerto o súbdito a la corona real de Vuestra Majestad. Y con este propósito y demanda me partí de la cibdad de Cempoal, que yo intitulé Sevilla, a diez y seis de agosto, con quince de caballo y trecientos peones lo mejor adreszados de guerra que yo pude y el tiempo dio a ello lugar. Y dejé en la villa de la Vera Cruz ciento y cincuenta hombres con dos de caballo haciendo una fortaleza que ya tengo casi acabada. Y dejé toda aquella provincia de Cempoal y toda la sierra comarcana a la dicha villa, que serán hasta cincuenta mill hombres de guerra y cincuenta villas y fortalezas, muy seguros y pacíficos y por ciertos y leales vasallos de Vuestra Majestad, como hasta agora lo han estado y están. Porque ellos eran súbditos de aquel señor Muteeçuma y, segúnd fui informado, lo eran por fuerza y de poco tiempo acá. Y como por mí tuvieron noticia de Vuestra Alteza y de su muy grand y real poder, dijeron que querían ser vasallos de Vuestra Majestad y mis amigos, y que me rogaban que los defendiese de aquel grand señor que los tenía por fuerza y tiranía y que les tomaba sus hijos para los matar y sacríficar a sus ídolos, y me dijeron otras muchas quejas dél. Y con esto han estado y están muy ciertos y leales en el servicio de Vuestra Alteza, y creo lo estarán siempre por ser libres de la tiranía de aquél. Y porque de mí han sido siempre bien tratados y favorescidos y para más seguridad de los que en la villa quedaban, traje conmigo algunas personas prencipales dellos con alguna gente que no poco provechosos me fueron en mi camino. Y porque como ya creo, en la primera relación escribí a Vuestra Majestad que algunos de los que en mi compañía pasaron, que eran criados y amigos de Diego Velázquez, les había pesado de lo que yo en servicio de Vuestra Alteza hacía. Y aun algunos dellos se me quisieron alzar e írseme de la tierra, en especial cuatro españoles que se decían Juan Escudero y Diego Cermeño, piloto, y Gonzalo de Ungría, ansimismo piloto, y Alonso Peñate, los cuales, segúnd lo que confesaron espontáneamente, tenían determinado de tomar un bergantín que estaba en el puerto con cierto pan y tocinos y matar al maestre dél 12


AP Spanish Literature I e irse a la isla Fernandina a hacer saber a Diego Velázquez cómo yo inviaba la nao que a Vuestra Alteza invié y lo que en ella iba y el camino que la dicha nao había de llevar para que el dicho Diego Velázquez pusiese navíos en guarda para que la tomasen. Como después que lo supo lo puso por obra, que, segúnd he sido informado, invió tras la dicha nao una carabela y si no fuera pasada, la tomara. Y ansimesmo confesaron que otras personas tenían la misma voluntad de avisar al dicho Diego Velázquez, y vistas las confesiones destos delincuentes, los castigué conforme a justicia y a lo que segúnd el tiempo me paresció que habia nescesidad y al servicio de Vuestra Alteza cumplía. Y porque demás de los que por ser criados y amigos de Diego Velázquez tenían voluntad de se salir de la tierra había otros que por verla tan grande y de tanta gente y tal y ver los pocos españoles que éramos estaban del mismo propósito, creyendo que si allí los navíos dejase se me alzarían con ellos y yéndose todos los que desta voluntad estaban yo quedaría casi sólo, por donde se estorbara el gran servicio que a Dios y a Vuestra Alteza en esta tierra se ha hecho, tuve manera cómo so color que los dichos navíos no estaban para navegar los eché a la costa, por donde todos perdieron la esperanza de salir de la tierra y yo hice mi camino más seguro y sin sospecha que, vueltas las espaldas, no había de faltarme la gente que yo en la villa había de dejar. Ocho o diez días después de haber dado con los navíos a la costa y siendo ya salido de la Vera Cruz hasta la cibdad de Cempoal, que está a cuatro leguas della, para de allí seguir mi camino, me hicieron saber de la dicha villa cómo por la costa della andaban cuatro navíos, y que el capitán que yo allí dejaba había salido a ellos con una barca y le habían dicho que eran de Francisco de Garay, teniente de gobernador en la isla de Jamaica, y que venían a descubrir; y que el dicho capitán les había dicho cómo yo en nombre de Vuestra Alteza tenía poblada esta tierra y hecha una villa allí a una legua de donde los dichos navíos andaban y que allí podían ir con ellos y me farían saber de su venida, y si alguna nescesidad trujesen se podrían reparar della, y que el dicho capitán los guiaría con la barca al puerto, el cual les señaló dónde era; y que ellos le habían respondido que ya habían visto el puerto porque pasaron por frente dél, y que ansí lo farían como él gelo decía; y que se había vuelto con la dicha barca y los navíos no le habían seguido ni venido al puerto, y que todavía andaban por la costa y que no sabían qué era su propósito, pues no habían venido al dicho puerto. Y visto lo que el dicho capitán me fizo saber, a la hora me partí para la dicha villa, donde supe que los dichos navíos estaban surtos tres leguas la costa abajo y que ninguno no había saltado en tierra. Y de allí me fui por la costa con alguna gente para saber lengua, y ya que casi llegaba a una legua dellos encontré tres hombres de los dichos navíos, entre los cuales venía uno que decía ser escribano. Y los dos traía, segúnd me dijo, para que fuesen testigos de cierta notificación, que diz que el capitán le había mandado que me hiciese de su parte un requirimiento que allí traía en el cual se contenía que me hacía saber cómo él habia descubierto aquella tierra y quería poblar en ella, por tanto que me requería que partiese con él los términos porque su asiento quería hacer cinco leguas la costa abajo después de pasada Nautecal, que es un[a] cibdad que es doce leguas de la dicha villa que agora se llama Almería. A los cuales yo dije que viniese su capitán y que se fuese con los navíos al puerto de 13


Segunda carta de relación la Vera Cruz, y que allí nos hablaríamos y sabría de qué manera venían; y si sus navíos y gente trujesen alguna nescesidad, les socorrería con lo que yo pudiese; y que pues él decía venir en servicio de Vuestra Sacra Majestad, que yo no deseaba otra cosa sino que se me ofreciese en qué sirviese a Vuestra Alteza, y que en le ayudar creía que lo hacía. Y ellos me respondieron que en ninguna manera el capitán ni otra gente vernía a tierra ni adonde yo estuviese. Y creyendo que debían de haber hecho algúnd daño en la tierra, pues se recelaban de venir ante mí, ya que era noche me puse secretamente junto a la costa de la mar, frontero de donde los dichos navíos estaban surtos. Y allí estuve encubierto fasta otro día casi a mediodía, creyendo que el capitán o piloto saltarían en tierra para saber dellos lo que habían fecho o por qué parte habían andado, y si algúnd daño hobiesen fecho en la. tierra, inviarlos a Vuestra Sacra Majestad. Y jamás salieron ellos ni otra persona, y visto que no salían, fice quitar los vestidos de aquellos que venían a facerme el requirimiento y [que] se los vestiesen otros españoles de los de mi compañía, los cuales fice ir a la playa y que llamasen a los de los navíos. Y visto por ellos, salió a tierra una barca con fasta diez o doce hombres con ballestas y escopetas, y los españoles que llamaban de la tierra se apartaron de la playa a unas matas que estaban cerca como que se iban a la sombra dellas, y ansí saltaron cuatro, los dos ballesteros y los dos escopeteros, los cuales, como estaban cercados de la gente que yo tenía en la playa puesta, fueron tomados. Y el uno dellos era maestre de la una nao, el cual puso fuego a una escopeta y matara aquel capitán que yo tenía en la Vera Cruz, sino que quiso Nuestro Señor que la mecha no tenía fuego. Y los que quedaron en la barca se hicieron a la mar, y antes que llegasen a los navíos ya iban a la vela sin aguardar ni querer que dellos se supiese cosa alguna. Y de los que conmigo quedaron me informé cómo habian llegado a un río que está treinta leguas de la costa abajo después de pasada Almería; y que allí habían habido buen acogimiento de los naturales y que por rescate les habían dado de comer; y que habían visto algúnd oro que traían los indios, aunque poco, y que habían rescatado fasta tres mill castellanos de oro; y que no habían saltado en tierra más de que habían visto ciertos pueblos en la ribera del río tan cerca que de los navíos los podían bien ver, y que no había edeficios de piedra sino que todas las casas eran de paja exceto que los suelos dellas tenían algo altos y hechos a mano. Lo cual todo después supe más por entero de aquel grand señor Muteeçuma y de ciertas lenguas de aquella tierra que él tenía consigo, a los cuales y a un indio que en los dichos navíos traían del dicho río que también yo les tomé invié con otros mensajeros del dicho Muteeçuma para que hablasen al señor de aquel río que se dice Pánuco para le atraer al servicio de Vuestra Sacra Majestad. Y él me invió con ellos una persona prencipal y aun, segúnd decía, señor de un pueblo, el cual me dio de su parte cierta ropa y piedras y plumajes y me dijo que él y toda su tierra eran muy contentos de ser vasallos de Vuestra Majestad y mis amigos. Y yo les di otras cosas de las de España con que fue muy contento, y tanto que cuando los víeron los de los otros navíos del dicho Francisco de Garay, de que adelante a Vuestra Alteza faré relación, me invió a decir el dicho Pánuco cómo los dichos navíos estaban en otro río lejos de allí hasta cinco o seis jornadas, y que les hiciese saber si eran de mi naturaleza los que en ellos venían porque les darían lo 14


AP Spanish Literature I que hobiese menester, y que les habían llevado ciertas mujeres y gallinas y otras cosas de comer. Yo fui, Muy Poderoso Señor, por la tierra y señorío de Cempoal tres jornadas, donde de todos los naturales fui muy bien rescebido y hospedado. Y a la cuarta jornada entré en una provincia que se llama Sienchimalem, en que hay en ella una villa muy fuerte y puesta en recio lugar, porque está en una ladera de una sierra muy agra y para la entrada no hay sino un paso de escalera que es imposible pasar sino gente de pie y aun con farta dificultad si los naturales quieren defender el paso. Y en lo llano hay muchas aldeas y alquerías de a quinientos y a trecientos y a ducientos vecinos labradores, que serán por todos hasta cinco o seis mill hombres de guerra. Y esto es del señorío de aquel Muteeçuma. Y aquí me rescibieron muy bien y me dieron muy cumplidamente los bastimentos nescesarios para mi camino, y me dijeron que bien sabían que yo iba a ver a Muteeçuma, su señor; y que fuese cierto que él era mi amigo y les había inviado a mandar que en todo caso me hiciesen muy buen acogimiento, porque en ello le servirían. Y yo les satisfice a su buen comedimiento diciendo que Vuestra Majestad tenía noticia dél y me había mandado que le viese, y que yo no iba a más de verle. Y así pasé un puerto que está el fin desta provincia, que pusimos nombre el Puerto del Nombre de Dios por ser el primero que en estas tierras habíamos pasado, el cual es tan agro y alto que no lo hay en España otro tan dificultoso de pasar, el cual pasé seguramente y sin contradición alguna. Y a la bajada del dicho puerto están otras alquerías de una villa y fortaleza que se dice Teixuacan que ansimismo era del dicho Muteeçuma, que no menos que de los de Sienchimalem fuimos bien rescibidos. Y nos dijeron de la voluntad de Muteeçuma lo que los otros nos habían dicho, y yo ansimismo los satisfecí. Desde aquí anduve tres jornadas de despoblado y tierra inhabitable a causa de su esterilidad y falta de agua y muy grand frialdad que en ella hay, donde Dios sabe cuánto trabajo la gente padesció de sed y de hambre, en especial de un turbión de piedra y agua que nos tomó en el dicho despoblado de que pensé que pereciera mucha gente de frío, y ansí muríeron ciertos indios de la isla Fernandina que iban mal arropados. Y a cabo destas tres jornadas pasamos otro puerto aunque no tan agro como el primero, y en lo alto dél estaba una torre pequeña casi como humilladero donde tenían ciertos ídolos y alderredor de la torre más de mill carretadas de leña cortada muy compuesta, a cuyo respeto le posimos nombre el Puerto de la Leña. Y a la bajada del dicho puerto entre unas sierras muy agras está un valle muy poblado de gente que, segúnd paresció, debía ser gente pobre. Y después de haber andado dos leguas por la población sin saber della llegué a un asiento algo más llano donde paresció estar el señor de aquel valle, que tenía las mejores y más bien labradas casas que hasta entonces en esta tierra habíamos visto porque eran todas de cantería labradas y muy nuevas. Y había en ellas muchas y muy grandes y hermosas salas y muchos aposentos muy bien obrados. Y este valle y población se llama Caltanmy. Del señory gente fui muy bien rescebido y aposentado, y después de le haber hablado de parte de Vuestra Majestad y le haber dicho la cabsa de mi venida en estas partes le pregunté si él era vasallo de Muteeçuma o si era de otra parcialidad alguna, el cual, casi admirado de lo que le preguntaba me respondió diciendo que quién no era vasallo de Muteeçuma, queriendo decir que allí era señor del mundo. Yo le torné aquí a decir y replicar el 15


Segunda carta de relación gran poder de Vuestra Majestad, y [que] otros muy muchos y muy mayores señores que no Muteeçuma eran vasallos de Vuestra Alteza y aun que no lo tenían en pequeña merced, y que ansí lo había de ser Muteeçuma y todos los naturales destas tierras y que ansí lo requería a él que lo fuese, porque siendolo sería muy honrado y favorescido, y por el contrario no queriendo obedecer sería punido; y para que tuviese por bien de le mandar rescebir a su real servicio, que le rogaba que me diese algúnd oro que yo inviase a Vuestra Majestad. Y él me respondió que oro que él lo tenía, pero que no me lo quería dar si Muteeçuma no gelo mandase, y que mandándolo él, que el oro y su persona y cuanto tuviese daría. Por no escandalizarle ni dar algúnd desmán a mi propósito y camino desimulé con él lo mejor que pude y le dije que muy presto le inviaría a mandar Muteeçuma que diese el oro y lo demás que tuviese. Aquí me vinieron a ver otros dos señores que en aquel valle tenían su tierra, el uno cuatro leguas el valle abajo y el otro dos leguas arriba, y me dieron ciertos collarejos de oro de poco peso y valor y siete u ocho esclavas. Y dejándolos ansí muy contentos, me partí después de haber estado allí cuatro o cinco días y me pasé al asiento del otro señor que está las dos leguas que dije el valle arriba, que se dice Yztacmastitan. El señorío déste serán tres o cuatro leguas de población sin salir casa de casa por lo llano de un valle, ribera de un río pequeño que va por él. Y en un cerro muy alto está la casa del señor con la mejor fortaleza que hay en la mitad de España y mejor cercada de muro y barbacanes y cavas, y en lo alto deste cerro terná una población de hasta cinco o seis mill vecinos de muy buenas casas y gente algo más rica que no la del valle abajo, y aquí ansimismo fui muy bien rescebido y también me dijo este señor que era vasallo de Muteeçuma. Y estuve en este asiento tres días, ansí por me reparar de los trabajos que en el despoblado la gente pasó como por esperar cuatro mensajeros de los naturales de Cempoal que venían conmigo que yo desde Catalmy había inviado a una provincia muy grande que se llama Cascalteca que me dijeron que estaba muy cerca de allí, como de verdad paresció. Y me habían dicho que los naturales desta provincia eran sus amigos dellos y muy capitales enemigos de Muteeçuma y que me querían confederar con ellos porque eran muchos y muy fuerte gente, y que confinaba su tierra por todas partes con la del dicho Muteeçuma y que tenían con él muy continuas guerras, y que creía[n] se holgarían conmigo y me favorescerían si el dicho Muteeçuma se quisiese poner en algo conmigo. Los cuales dichos mensajeros en todo el tiempo que yo estuve en el dicho valle, que fueron por todos ocho días, no vinieron, y yo pregunté a aquellos prencipales de Cempoal que iban conmigo que cómo no venían los dichos mensajeros, y me dijeron que debía de ser lejos y que no podían venir tan aína. Y yo viendo que se dilataba su venida y que aquellos prencipales de Cempoal me certificaban tanto la amistad y seguridad de los desta provincia, me partí para allá. Y a la salida del dicho valle fallé una grand cerca de piedra seca tan alta como un estado y medio que atravesaba todo el valle de la una sierra a la otra y tan ancha como veinte pies, y por toda ella un petril de pie y medio de ancho para pelear desde encima y no más de una entrada tan ancha como diez pasos, y en esta entrada doblaba la una cerca sobre la otra a manera de rebelín tan estrecho como cuarenta pasos, de manera que la entrada fuese a vueltas y no a derechas. Y preguntada la cabsa de 16


AP Spanish Literature I aquella cerca, me dijeron que la tenían porque eran fronteros de aquella província de Cascalteca, que eran enemigos de Muteeçuma y tenían siempre guerra con ellos. Los naturales deste valle me rogaron que pues que iba a ver a Muteeçuma su señor, que no pasase por la tierra destos sus enemigos porque por ventura serían malos y me farían algúnd daño, que ellos me llevarían siempre por tierra del dicho Muteeçuma sin salir della y que en ella sería siempre bien rescebido. Y los de Cempoal me decían que no lo hiciese sino que fuese por allí, que lo que aquellos me decían era por me apartar de la amistad de aquella provincia, y que eran malos y traidores todos los de Muteeçuma y que me llevarían a meter donde no pudiese salir. Y porque yo de los de Cempoal tenía más concebto que de los otros tomé su consejo, que fue seguir el camino de Tascalteca llevando mi gente al mejor recaudo que yo podía, y yo con hasta seis de caballo iba adelante bien media legua y más no con pensamiento de lo que después se me ofreció pero por descubrír la tierra, para que si algo hobiese yo lo supiese y tuviese lugar de concertar y aprecebir la gente. Y después de haber andado cuatro leguas encumbrando un cerro, dos de caballo que iban delante de mí vieron ciertos indios con sus plumajes que acostumbran traer en las guerras y con sus espadas y rodelas, los cuales indios como vieron los de caballo comenzaron a huir. Y a la sazón llegaba yo e fice que los llamasen y que viniesen y no hobiesen miedo, y fue más hacia donde estaban, que serían fasta quince indios, y ellos se juntaron y comenzaron a tirar cochilladas y a dar voces a la otra su gente que estaba en un valle, y pelearon con nosotros de tal manera que nos mataron dos caballos e firíeron otros tres y a dos de caballo. Y en esto salió la otra gente, que serían fasta cuatro o cinco mill indios, y ya se habían llegado conmigo fasta ocho de caballo sin los otros muertos, y peleamos con ellos haciendo algunas arremetidas fasta esperar los españoles que con uno de caballo había inviado a decir que anduviesen, y en las vueltas les hecimos algúnd daño en que mataríamos cincuenta o sesenta dellos sin que daño alguno rescibiésemos puesto que peleaban con mucho denuedo y ánimo, pero como todos éramos de caballo arremetíamos a nuestro salvo y salíamos ansimesmo. Y desque sintiero[n] que los nuestros se acercaban se retrujeron, porque eran pocos, y nos dejaron el campo. Y después de se haber ido vinieron ciertos mensajeros que dijeron ser de los señores de la provincia, y con ellos dos de los mensajeros que yo había inviado, los cuales dijeron que los dichos señores no sabían nada de lo que aquéllos habían hecho, que eran comunidades y sin su licencia lo habían hecho; y que a ellos les pesaba y que me pagarían los caballos que me habían muerto, y que querían ser mis amigos y que fuese en hora buena, que sería dellos bien rescebido. Yo les respondí que gelo agradescía y que los tenía por amigos y que yo iría como ellos decían. Aquella noche me fue forzado dormir en un arroyo una legua adelante donde esto acaesció, ansí por ser tarde como porque la gente venía cansada. Allí estuve al mejor recaudo que pude con mis velas y escuchas ansí de caballo como de pie hasta que fue el día, que me partí llevando mi delantera y recuaje bien concertadas y mis corridores delante. Y llegando a un pueblo pequeñuelo ya que salía el sol vinieron los otros dos mensajeros llorando, diciendo que los habían atado para los matar y que ellos se habían escapado aquella noche. Y no dos tiros de piedra dellos asomó mucha cantidad de indios muy armados y con muy grand grita, y comen17


Segunda carta de relación

zaron a pelear con nosotros tirándonos muchas varas y flechas. Y yo les comencé a facer mis requirimientos en forma con las lenguas que conmigo llevaba por ante escribano, y cuanto más me paraba a los amonestar y requerir con la paz tanto más priesa nos daban ofendiéndonos cuanto ellos podían. Y viendo que no aprovechaban requerimientos ni protestaciones, comenzamos a nos defender como podíamos, y ansí nos llevaron peleando hasta nos meter entre más de cient mill hombres de pelea que por todas partes nos tenían cercados. Y peleamos con ellos y ellos con nosotros todo el día hasta una hora antes de puesto el sol que se retrajeron, en que con media docena de tiros de fuego y con cinco o seis escopetas y cuarenta ballesteros y con los crece de caballo que me quedaron les hice mucho daño sin rescebir dellos ninguno más del trabajo y cansancio del pelear y la hambre. Y bien paresció que Dios fue el que por nosotros peleó, pues entre tanta multitud de gente y tan animosa y diestra en el pelear y con tantos géneros de armas para nos ofender salimos tan libres. Aquella noche me hice fuerte en una torrecilla de sus ídolos que estaba en un cerrito. Y luego siendo de día dejé en el real ducientos hombres y toda la artillería. Y por ser yo el que cometía salí a ellos con los de caballo y cient peones y cuatrocientos indios de los que traje de Cempoal y trescientos de Yztaemestitán, y antes que hobiesen lugar de se juntar les quemé cinco o seis lugares pequeños de hasta cient vecinos y truje cerca de cuatrocientas personas entre hombres y mujeres presos, y me recogí al real peleando con ellos sin que daño ninguno me hiciesen. Otro día, en amanesciendo, dan sobre nuestro real más de ciento y cuarenta y nueve mill hombres que cubrían toda la tierra, tan determinadamente que algunos dellos entraron dentro en él y anduvieron a cuchilladas con los españoles. Y salimos a ellos y quiso Nuestro Señor en tal manera ayudarnos que en obra de cuatro horas habiamos fecho lugar para que en nuestro real no nos ofendiesen, puesto que todavía facían algunas arremetidas. Y ansí estuvimos peleando hasta que fue tarde, que se retrajeron. Otro día torné a salir por otra parte antes que fuese de día sin ser sentido dellos con los de caballo y cient peones y los indios mis amigos y les quemé más de diez pueblos, en que hobo pueblo dellos de más de tres mill casas. Y allí pelearon conmigo los del pueblo, que otra gente no debía de estar allí. Y como traíamos la bandera de la cruz y puñábamos por nuestra fe y por servicio de Vuestra Sacra Majestad en su muy real ventura, nos dio Dios tanta vitoria que les matamos mucha gente sin que los nuestros rescibiesen daño. Y poco más de mediodía, ya que la fuerza de la gente se juntaba de todas partes, estábamos en nuestro real con la vitoria habida. Otro día siguiente vinieron mensajeros de los señores diciendo que ellos querían ser vasallos de Vuestra Alteza y mis amigos, y que me rogaban les perdonase el yerro pasado. Y trajéronme de comer y ciertas cosas de plumajes que ellos usan y tienen en estima. Yo les respondí que ellos lo habían hecho mal, pero que yo era contento de ser su amigo y perdonarles lo que habían hecho. Otro día siguiente vinieron fasta cincuenta indios que, según paresció, eran hombres de quien se hacía caso entre ellos, diciendo que nos venían a traer de comer, y comienzan a mirar las entradas y salidas del real y algunas chozuelas donde estábamos aposentados. Y los 18


AP Spanish Literature I de Cempoal vinieron a mí y dijéronme que mirase que aquéllos eran malos y que venían a espiar y mirar cómo nos podrían dañar, y que tuviese por cierto que no venían a otra cosa. Yo hice tomar uno dellos desimuladamente, que los otros no lo vieron, y apartéme con él y con las lenguas y amedrentéle para que me dijese la verdad. El cual confesó que Sintengal, que es el capitán general desta provincia, estaba detrás de unos cerros que estaban frontero del real con mucha cantidad de gente para dar aquella noche sobre nosotros, porque decían que ya se habían probado de día con nosotros [y] que no les aprovechaba nada, y que querían probar de noche porque los suyos no temiesen los caballos ni los tiros ni las espadas; y que los habían inviado a ellos para que viesen nuestro real y las partes por donde nos podían entrar y cómo nos podrían quemar aquellas chozas de paja. Y luego fice tomar otro de los dichos indios y le pregunté ansimesmo y confesó lo que el otro por las mismas palabras. Y déstos tomé cinco o seis que todos conformaron en sus dichos. Y visto, los mandé tomar a todos cincuenta y cortarles las manos, y los invié que dijesen a su señor que de noche y de dia y cada y cuando él viniese verían quién éramos. Y yo fice fortalecer mi real a lo mejor que pude y poner la gente en las estancias que me paresció que convenían, y así estuve sobre aviso hasta que se puso el sol. Y ya que anochecía comenzó a abajar la gente de los contrarios por dos valles, y ellos pensaban que venían secretos para nos cercar y se poner más cerca de nosotros para ejecutar su propósito. Y como yo estaba tan avisado vílos, y parescióme que dejarlos llegar al real que sería mucho daño porque de noche como no viesen lo que de mi parte se les hiciese llegarían más sin temor, y también porque los españoles no los viendo, algunos temían alguna flaqueza en el pelear. Y temí que me pusieran fuego, lo cual si acaesciera fuera tanto daño que ninguno de nosotros escapara, y determiné de salirles al encuentro con toda la gente de caballo para los espantar o desbaratar en manera que ellos no llegasen. Y así fue, que como nos sintieron que íbamos con los caballos a dar sobre ellos, sin ningúnd detener ni grita se metieron por los maizales de que toda la tierra estaba casi llena y aliviaron algunos de los mantenimientos que traían para estar sobre nosotros si de aquella vez del todo nos pudiesen arrancar. Y así se fueron por aquella noche y quedamos seguros. Después de pasado esto estuve ciertos días que no salí de nuestro real más del redor para defender el entrada de algunos indios que nos venían a gritar y hacer algunas escaramuzas. Y después de estar algo descansado salí una noche, después de rondada la guarda de la prima, con cient peones y con los indios nuestros amigos y con los de caballo, y a una legua del real se me cayeron cinco de los caballos y yeguas que llevaba que en ninguna manera los pude pasar adelante, e hícelos volver. Y aunque todos los de mi compañía decían que me tornase porque era mala señal todavía seguí mi camino, considerando que Dios es sobre natura. Y antes que amanesciese di sobre dos pueblos en que maté mucha gente, y no quise quemar las casas por no ser sentido con los fuegos de las otras poblaciones que estaban muy juntas. Y ya que amanescía di en otro pueblo tan grande que se ha hallado en él por visitación que yo hice hacer más de veinte mill casas, y como los tomé de sobresalto salían desarmados y las mujeres y niños desnudos por las calles. Y comencé a hacerles algúnd daño, y viendo que no tenían resistencia venieron a mí ciertos prencipales del dicho pueblo a rogarme que no les 19


Segunda carta de relación hiciese más mal porque ellos querían ser vasallos de Vuestra Alteza y mis amigos, y que bien vían que ellos tenían la culpa en no me haber querido creer, pero que de ahí en [a]delante yo vería cómo ellos harían lo que yo en nombre de Vuestra Majestad les mandase y que serían muy verdaderos vasallos suyos. Y luego vinieron conmigo más de cuatro mill dellos de paz y me sacaron fuera a una fuente muy bien de comer, y ansi los dejé pacíficos y volví a nuestro real, donde hallé la gente que en él habla dejado farto atemorizada, creyendo que se me hobiera ofrecido algúnd peligro por lo que la noche antes habían visto en volver los caballos y yeguas. Y después de sabida la vitoria que Dios nos había querído dar y cómo dejaba aquellos pueblos de paz hobieron mucho placer, porque certifico a Vuestra Majestad que no había tal de nosotros que no tuviese mucho temor por nos ver tan dentro en la tierra y entre tanta y tal gente y tan sin esperanza de socorro de ninguna parte, de tal manera que ya a mis oídos oía decir por los corrillos y casi público que había sido Pedro Carbonero que los había metido donde nunca podrían salir. Y aun más, oí decir en una choza de ciertos compañeros estando donde ellos no me vían que si yo era loco y me metía donde nunca podría salir que no lo fuesen ellos sino que se volviesen a la mar; y que si yo quisiese volver con ellos, bien; y si no, que me dejasen. Y muchas veces fui desto por muchas veces requerído, y yo los animaba diciéndoles que mirasen que eran vasallos de Vuestra Alteza y que jamás en los españoles en ninguna parte hobo falta, y que estábamos en dispusición de ganar para Vuestra Majestad los mayores reinos y señoríos que había en el mundo y que demás de facer lo que a crístianos éramos obligados en puñar contra los enemigos de nuestra fee, y por ello en el otro mundo ganábamos la gloría y en éste consiguíamos el mayor prez y honra que hasta nuestros tiempos ninguna generación ganó; y que mirasen que teníamos a Dios de nuestra parte y que a él ninguna cosa es imposible, y que lo viesen por las vitorías que habíamos habido, donde tanta gente de los enemigos eran muertos y de los nuestros ningunos. Y les dije otras cosas que me paresció decirles desta calidad, que con ellas y con el real favor de Vuestra Alteza cobraron mucho ánimo y los atraje a mi propósito y a facer lo que yo deseaba, que era dar fin a mi demanda comenzada. Otro día siguiente a hora de las diez vino a mí Sicutengal, el capitán general desta provincia, con hasta cincuenta personas prencipales della. Y me rogó de su parte y de la de Magiscacin, que es la más prencipal persona de toda la provincia y de otros muchos señores della, que yo los quisiese admitir al real servicio de Vuestra Alteza y a mi amistad y les perdonase los yerros pasados porque ellos no nos conoscían ni sabían quién éramos; y que ya habían probado todas sus fuerzas ansí de día como de noche para se escusar de ser súpditos ni subjetos a nadie, porque en ningúnd tiempo esta provincia lo había sido ni tenían ni habían tenido cierto señor, antes habían vevido esentos y por sí de inmemorial tiempo acá; y que siempre se habían defendido contra el gran poder de Muteeçuma y de su padre y ahuelos que toda la tierra tenían sojuzgada y a ellos jamás habían podido traer a subjeción, teniéndolos como los tenían cercados por todas partes sin tener lugar para por ninguna de su tierra poder salir; y que no comían sal porque no la había en su tierra ni se la dejaban salir a comprar a otras partes, ni vestían ropas de algodón porque en su tierra por la frialdad no se criaba, y otras muchas cosas de que carescían por estar así encerrados, 20


AP Spanish Literature I y que todo lo sufrían y habían por bueno por ser esentos y no subjetos a nadie; y que conmigo que quisieran hacer lo mismo y que para ello, como ya decían, habían probado sus fuerzas, y que vían claro que ni ellas ni las mañas que habían podido tener les aprovechaban, que querían antes ser vasallos de Vuestra Alteza que no morír y ser destruidas sus casas y mujeres y fijos. Yo les satisfice diciendo que conosciesen cómo ellos tenían la culpa del daño que habían rescebido, y que yo me venía a su tierra creyendo que me venía a tierra de mis amigos porque los de Cempoal así me lo habían certificado que lo eran y querían ser; y que yo les habían inviado mis mensajeros delante para les hacer saber cómo venía y la voluntad que de su amistad traía, y que sin me responder, veniendo yo seguro, me habían salido a saltear en el camino y me habían muerto dos caballos y herido otros, y demás desto después de haber peleado conmigo me inviaron sus mensajeros diciendo que aquello que se había hecho había sido sin su licencia y consentimiento, y que ciertas comunidades se habían movido a ello sin les dar parte, pero que ellos se lo habían reprehendido, y que querían mi amistad; y yo creyendo ser ansí, les había dicho que me placía y me vernía otro día seguramente en sus casas como en casas de amigos, y que ansimesmo me habían salido al camino y peleado conmigo todo el día hasta que la noche sobrevino, no obstante que por mí habían sido requeridos con la paz. Y trájeles a la memoria todo lo demás que contra mí habían fecho y otras muchas cosas que por no dar a Vuestra Alteza importunidad dejo. Finalmente que ellos quedaron y se ofrecieron por súbditos y vasallos de Vuestra Majestad y para su real servicio y ofrecieron sus personas y haciendas, y ansí lo hicieron y han hecho fasta hoy y creo lo harán para siempre, por lo que adelante Vuestra Majestad verá. Y ansí estuve sin salir de aquel aposento y real que allí tenía seis o siete días porque no me osaba fiar dellos, puesto que me rogaban que me viniese a una cibdad grande que tenían donde todos los señores desta provincia residían y residen, hasta tanto que todos los señores me vinieron a rogar que me fuese a la cibdad porque allí sería mejor rescebido y proveído de las cosas nescesarias que no en el campo y porque ellos tenían vergüenza en que yo estuviese tan mal aposentado, pues me tenían por su amigo y ellos y yo éramos vasallos de Vuestra Alteza. Y por su ruego me vine a la cibdad que está seis leguas del aposento y real que yo tenía, la cual cibdad es tan grande y de tanta admiración que aunque mucho de lo que della podría decir deje, lo poco que diré creo que es casi increíble, porque es muy mayor que Granada y muy más fuerte y de tan buenos edeficios y de muy mucha más gente que Granada tenía al tiempo que se ganó y muy mejor abastecida de las cosas de la tierra, que es de pan y de aves y caza y pescado de ríos y de otras legumbres y cosas que ellos comen muy buenas. Hay en esta cibdad un mercado en que cotidianamente todos los días hay en él de treinta mill ánimas arríba vendiendo y comprando, sin otros muchos mercadillos que hay por la cibdad en partes. En este mercado hay todas cuantas cosas ansí de mantenimiento como de vestido y calzado que ellos tratan y puede haber. Hay joyerías de oro y plata y piedras y de otras joyas de plumajes, tan bien concertado como puede ser en todas las plazas y mercados del mundo. Hay mucha loza de muchas maneras y muy buena y tal como la mejor de España. Venden mucha leña y carbón y yerbas de comer y medecinales. Hay casas donde lavan 21


Segunda carta de relación las cabezas como barberos y las rapan. Hay baños. Finalmente, que entre ellos hay toda la manera de buena orden y policía, y es gente de toda razón y concierto, y tal que lo mejor de Africa no se le iguala. Es esta provincia de muchos valles llanos y hermosos, y todos labrados y sembrados sin haber en ella cosa vacua. Tiene en torno la provincia noventa leguas y más. La orden que hasta agora se ha alcanzado que la gente della tiene en gobernarse es casi como las señorías de Venecia y Génova o Pisa, porque no hay señor general de todos. Hay muchos señores y todos residen en esta cibdad, y los pueblos de la tierra son labradores y son vasallos destos señores y cada uno tiene su tierra por sí. Tienen unos más que otros. Y para sus guerras que han de ordenar júntanse todos y todos juntos las ordenan y conciertan. Créese que deben de tener alguna manera de justicia para castigar los malos, porque uno de los naturales desta provincia hurtó cierto oro a un español y yo lo dije a aquel Magiscacin, que es el mayor señor de todos, e ficieron su pesquisa y siguiéronlo fasta una cibdad que está cerca de allí que se dice Churultecal y de allí lo trajeron preso y me lo entregaron con el oro y me dijeron que yo lo hiciese castigar. Yo les agradescí la deligencia que en ello pusieron y les dije que pues estaba en su tierra, que ellos le castigasen como lo acostumbraban, y que yo no me quería entremeter en castigar a los suyos estando en su tierra, de lo cual me dieron gracias. Y lo tomaron, y con pregón público que magnifestaba su delito le hicieron llevar por aquel grand mercado y allí le pusieron al pie de uno como teatro que est[á] en medio del dicho mercado. Y encima del teatro subió el pregonero y en altas voces tornó a decir el delito de aquél, y viéndolo todos, le dieron con unas porras en la cabeza hasta que lo mataron. Y muchos otros habemos visto en prisiones que dicen que los tienen por furtos y cosas que han hecho. Hay en esta provincia, por visitación que yo en ella mandé hacer, ciento y cincuenta mill vecinos con otra provincia pequeña que está junto con ésta que se dice Guasyncango que viven a la manera déstos sin señor natural, los cuales no menos están por vasallos de Vuestra Alteza que estos tascalte[c]as . Estando, Muy Católico Señor, en aquel real que tenía en el campo cuando en la guerra desta provincia estaba, vinieron a mí seis señores muy prencipales vasallos de Muteeçuma con fasta ducientos hombres para su servicio. Y me dijeron que venían de parte del dicho Muteeçuma a me decir cómo él quería ser vasallo de Vuestra Alteza y mi amigo, y que viese yo qué era lo que quería que él diese por Vuestra Alteza en cada un año de tributo así de oro como de plata y piedras y esclavos y ropa de algodón y otras cosas de las que él tenía, y que todo lo daría con tanto que yo no fuese a su tierra, y que lo hacía porque era muy estéril y falta de todos mantenimientos, y que le pesaría de que yo padesciese nescesidad y los que conmigo venían. Y con ellos me invió fasta mill pesos de oro y otras tantas piezas de ropa de algodón de la que ellos visten. Y estuvieron conmigo en mucha parte de la guerra hasta en fin della, que vieron bien lo que los españoles podían y las paces que con los desta provincia se hicieron y el ofrecimiento que al servicio de Vuestra Sacra Majestad los señores y toda la tierra ficieron, de que, segúnd paresció y ellos mostraban, no hobieron mucho placer, porque trabajaron por muchas vías y formas de me revolver con ellos diciendo que no era cierto lo que me decían ni verdadera la amistad que afirmaban, y que lo hacían por me asegurar para hacer a su salvo alguna 22


AP Spanish Literature I traición. Los de esta provincia, por consiguiente, me decían y avisaban muchas veces que no me fiase de aquellos vasallos de Muteeçuma porque eran traidores y sus cosas siempre las hacían a traición y con mañas y con éstas habían sojuzgado toda la tierra, y que me avisaban dello como verdaderos amigos y como personas que los conoscían de mucho tiempo acá. Vista la discordia y desconformidad de los unos y de los otros, no hobe poco placer, porque me paresció hacer mucho a mi propósito y que podría tener manera de más aína sojuzgarlos y que se dijese aquel comúnt decir de “de monte...”, etc. y aún acordéme de una abtorídad evangélica que dice: “Omne regnum in se ipsum divissum desolavitur”. Y con los unos y con los otros maneaba, y a cada uno en secreto le agradescía el aviso que me daba y le daba crédito de más amistad que al otro. Después de haber estado en esta cibdad veinte días y más, me dijeron aquellos señores mensajeros de Muteeçuma que siempre estuvieron conmigo que me fuese a una cibdad que está seis leguas désta de Tascaltecal que se dice Churultecal, porque los naturales dellos eran amigos de Muteeçuma su señor, y que allí sabríamos la voluntad del dicho Muteeçuma si era que yo fuese a su tierra; y que algunos dellos irían a hablar con él y a decirle lo que yo les había dicho, y me volverían con la respuesta aunque sabían que allí estaban algunos mensajeros suyos para me hablar. Yo les dije que me iría y que me partiría para un día cierto que les señalé. Y sabido por los desta provincia de Tascaltecal lo que aquellos habían concertado conmigo y cómo yo había aceptado de me ir con ellos a aquella cibdad, vinieron a mí con mucha pena los señores y me dijeron que en ninguna manera fuese porque me tenían ordenada cierta traición para me matar en aquella cibdad a mí y a los de mi compañía, y que para ello había inviado Muteeçuma de su tierra - porque alguna parte della confina con esta cibdad cincuenta mill hombres, y que los tenía en guarnición a dos leguas de la dicha cibdad, segúnd señalaron; y que tenía cerrado el camino real por do solían ir, y hecho otro nuevo de muchos hoyos y palos agudos hincados y encubiertos para que los caballos cayesen y se mancasen; y que tenían muchas de las calles tapiadas y por las azoteas de las casas muchas piedras para que después que entrásemos en la cibdad tomamos seguramente y aprovecharse de nosotros a su voluntad; y que si yo quería ver cómo era verdad lo que ellos me decían, que mirase cómo los señores de aquella cibdad nunca habían venido a me ver ni a hablar estando tan cerca désta, pues habían venido los de Guasucango, que estaban más lejos que ellos, y que los inviase a llamar y vería cómo no querían venir. Yo les agradescí su aviso y les rogué que me diesen ellos personas que de mi parte los fuesen a llamar, y ansí me las dieron. Y yo les invié a rogar que viniesen a verme porque les quería hablar ciertas cosas de parte de Vuestra Alteza y decirles la causa de mi venida a esta tierra, los cuales mensajeros fueron y dijeron mi mensaje a los señores de la dicha cibdad, y con ellos vinieron dos o tres personas no de mucha abtoridad y me dijeron que ellos venían de parte de aquellos señores porque ellos no podían venir por estar enfermos, que a ellos les dijese lo que querían. Los desta cibdad me dijeron que era burla, y que aquellos mensajeros eran hombres de poca suerte y que en ninguna manera me partiese sin que los señores de la cibdad viniesen aquí. Yo les hablé a aquellos mensajeros y les dije que embajada de tan alto príncipe como Vuestra Sacra Majestad 23


Segunda carta de relación que no se debía de dar a tales personas como ellos y que aun sus señores eran poco para la oír, por tanto que dentro de tres días paresciesen ante mí a dar la obidiencia a Vuestra Alteza y a se ofrecer por sus vasalIos, con aprecibimiento que pasado el término que les daba si no viniesen iría sobre ellos y los destruiría y procedería contra ellos como contra personas rebeldes y que no se querían someter debajo del dominio de Vuestra Alteza. Y para ello les invié un mandamiento firmado de mi nombre y de un escribano con relación larga de la real persona de Vuestra Sacra Majestad y de mi venida, deciéndoles cómo todas estas partes y otras muy mayores tierras y señoríos eran de Vuestra Alteza, y que los que quisiesen ser sus vasallos serían honrados y favorescidos, y por el contrario los que fuesen rebeldes, porque serían castigados conforme a justicia. Y otro día vinieron algunos de los señores de la dicha cibdad o casi todos y me dijeron que si ellos no habían venido antes la cabsa era porque los desta provincia eran sus enemigos, y que no osaban entrar por su tierra porque no pensaban venir seguros; y que bien creían que me habían dicho algunas cosas dellos, que no les diese crédito, porque las decían como enemígos y no porque pasaba ansí, y que me fuese a su cibdad y que allí conoscería ser falsedad lo que éstos me decían y verdad lo que ellos me certificaban; y que desde entonces se daban y ofrecían por vasallos de Vuestra Sacra Majestad, y que lo serían para siempre y servirían y contribuirían en todas las cosas que de parte de Vuestra Alteza se les mandase. Y así lo asentó un escribano por las lenguas que yo tenía. Y todavía determiné de me ir con ellos, así por no mostrar flaqueza como porque desde allí pensaba hacer mís negocios con Muteeçuma, porque confina con su tierra, como ya he dicho, y allí osaban venir y los de allí ir allá porque en el camino no tenían recuesta alguna. Y como los de Tascala vieron mi determinación pésoles mucho y dijéronme muchas veces que lo erraba, pero que pues ellos se habían dado por vasallos de Vuestra Sacra Majestad y mis amigos, que querían ir conmígo y ayudarme en todo lo que se ofreciese. Y puesto que yo gelo defendí y rogué que no fuesen porque no había nescesidad, todavía me siguieron hasta cient mill hombres muy bien adreszados de guerra y llegaron conmigo hasta dos leguas de la cibdad. Y desde allí por mucha importunidad mía se volvieron, aunque todavía quedaron en mi compañia hasta cinco o seis mill dellos. Y dormí en un arroyo que allí estaba a las dos leguas por despedir la gente, porque no hiciesen algúnd escándalo en la cibdad y también porque era ya tarde y no quise entrar en la cibdad sobre tarde. Otro día de mañana salieron de la cibdad a me rescebir al camino con muchas trompetas y atabales y muchas personas de las que ellos tienen por religiosas en sus mezquitas vestidas de las vestiduras que usan y cantando a su manera como lo hacen en las dichas mezquitas. Y con esta solemnidad nos llevaron hasta entrar en la cibdad y nos metieron en un aposento muy bueno adonde toda la gente de mi compañía se aposentó a mi placer, y allí nos trajeron de comer, aunque no cumplidamente. Y en el camino topamos muchas señales de las que los naturales de esta provincia nos habían dicho, porque hallamos el camino real cerrado y hecho otro, y algunos hoyos aunque no muchos, y algunas calles de la cibdad tapiadas y muchas piedras en todas las azoteas. Y con esto nos hicieron estar más sobre aviso y a mayor recabdo. Allí fallé ciertos mensajeros de Muteeçuma que venían a hablar con los que conmigo estaban. Y a mí no me dijeron cosa alguna más 24


AP Spanish Literature I que venían a saber de aquéllos lo que conmigo habían hecho y concertado para lo ir a decir a su señor. Y ansí se fueron después de los haber hablado ellos y aun el uno de los que antes conmigo estaban, que era el más prencipal. En tres días que allí estuve proveyeron muy mal y cada día peor, y muy pocas veces me venían a ver ni hablar los señores y personas principales de la cibdad. Y estando algo perplejo en esto, a la lengua que yo tengo, que es una india de esta tierra que hobe en Putunchan, que es el rio grande de que ya en la primera relación a Vuestra Majestad hice memoria, le dijo otra natural desta cibdad cómo muy cerquita de allí estaba mucha gente de Muteeçuma junta, y que los de la cibdad tenían fuera sus mujeres e hijos y toda su ropa y que habían de dar sobre nosotros para nos matar a todos, y si ella se quería salvar que se fuese con ella, que la guarescería. La cual lo dijo a aquel Jerónimo de Aguilar, lengua que yo hobe en Yucatán, de que ansimesmo a Vuestra Alteza hobe escripto, y me lo hizo saber. Y yo tomé uno de los naturales de la dicha cibdad que por allí andaba y le aparté secretamente, que nadie lo vio, y le interrogué y confirmó con lo que la india y los naturales de Tascaltecal me habían dicho. Y ansí por esto como por las señales que para ello vía acordé de prevenir antes que ser prevenido, e hice llamar a algunos de los señores de la cibdad diciendo que les quería hablar y metílos en una sala, y en tanto, fice que la gente de los nuestros estuviese apercibida y que en soltando una escopeta diesen en mucha cantidad de indios que había junto al aposento y muchos dentro en él. Y ansí se hizo, que después que tuve los señores dentro en aquella sala dejélos atando y cabalgué e hice soltar la escopeta, y dímosles tal mano que en dos horas murieron más de tres mill hombres. Y porque Vuestra Merced vea cuánd aprecibidos estaban, antes que yo saliese de nuestro aposento tenían todas las calles tomadas y toda la gente a punto, aunque como los tomamos de sobresalto fueron buenos de desbaratar, mayormente que les faltaban los caudillos, porque los tenía ya presos, e hice poner fuego a algunas torres y casas fuertes donde se defendían y nos ofendian. Y ansí anduve por la cibdad peleando, dejando a buen recaudo el aposento, que era muy fuerte, bien cinco horas hasta que eché toda la gente fuera de la cibdad por muchas partes della, porque me ayudaban bien cinco mill indios de Tascaltecal y otros cuatrocientos de Cempoal. Y vuelto al aposento, hablé con aquellos señores que tenía presos y les pregunté qué era la causa que me querían matar a traición. Y me respondieron que ellos no tenían la culpa, porque los de Culúa, que son los vasallos de Muteeçuma, los habían puesto en ello, y que el dícho Muteeçuma tenía allí en tal parte - que, según después paresció, sería legua y medía - cincuenta mill hombres en guarnición para lo hacer; pero que ya conoscian cómo habían sido engañados, que soltase uno o dos dellos y que harían recoger la gente de la cibdad y tornar a ella todas las mujeres y niños y ropa que tenían fuera; y que me rogaban que aquel yerro les perdonase, que ellos me certificaban que de allí adelante nadie los engañaría y serían muy ciertos y leales vasallos de Vuestra Alteza y mis amigos. Y después de les haber hablado muchas cosas acerca de su yerro solté dos dellos. Y otro día siguiente estaba toda la cibdad poblada y llena de mujeres y niños muy seguros como si cosa alguna de lo pasado no hobiera acaescido, y luego solté todos los otros señores que tenía presos, con que me prometieron de servir a Vuestra 25


Segunda carta de relación Majestad muy lealmente. Y en obra de quince o veinte días que allí estuve quedó la cibdad y tierra tan pacífica y tan poblada que parescía que nadie faltaba della, y sus mercados y tratos por la cíbdad como antes los solían tener. Y fice que los desta cibdad de C[h]urultecal y los de Tascaltecal fuesen amigos, porque lo solían ser antes y muy poco tiempo había que Muteeçuma con dádivas los había aducido a su amistad y hechos enemigos destotros. Esta ciudad de Churultecal está asentada en un llano y tiene hasta veinte mill casas dentro en el cuerpo de la cibdad y tiene de arrabales otras tantas. Es señorío por sí y tiene sus términos conoscidos. No obedescen a señor ninguno, exceto que se gobiernan como estos otros de Tascaltecal. La gente desta cibdad es más vestida que los de Tascaltecalen alguna manera, porque los honrados cibdadanos della todos traen albornoces encima de la otra ropa, aunque son diferenciados de los de Africa porque tienen maneras, pero en la hechura y tela y los rapacejos son muy semejables. Todos éstos han sido y son después deste trance pasado muy ciertos vasallos de Vuestra Majestad, y muy obidientes a lo que yo en su real nombre les he requerido y dicho, y creo lo serán de aquí adelante. Esta cibdad es muy fértil de labranzas porque tiene mucha tierra y se ríega la más parte della, y aun es la cibdad más hermosa de fuera que hay en España, porque es muy torreada y llana. Y certifico a Vuestra Alteza que yo conté desde una mezquita cuatrocientas y tantas torres en la dicha cibdad, y todas son de mezquitas. Es la cibdad más a propósito de vevir españoles que yo he visto de los puertos acá, porque tiene algunos baldíos yaguas para criar ganados, lo que no tienen ningunas de cuantas hemos visto, porque es tanta la multitud de la gente que en estas partes mora que ni un palmo de tierra hay que no esté labrada. Y aun con todo en muchas partes padescen nescesidad por falta de pan y aun hay mucha gente pobre y que piden entre los ricos por las calles y por las casas y mercados, como hacen los pobres de España y en otras partes que hay gente de razón. A aquellos mensajeros de Muteeçuma que conmigo estaban hablé acerca de aquella traición que en aquella cibdad se me quería hacer y cómo los señores della afirmaban que por consejo de Muteeçuma se había hecho, y que no me parescía que era hecho de tan grand señor como él era inviarme sus mensajeros y personas tan honradas como me había inviado a me decir que era mi amigo y por otra parte buscar maneras de me ofender con mano ajena para se escusar él de culpa si no le suscediese como él pensaba; y que pues ansí era que él no me guardaba su palabra ni me decía verdad, que yo quería mudar mi propósito, que ansí como iba hasta entonces a su tierra con voluntad de le ver y hablar y tener por amigo y tener con él mucha conversación y paz, que agora quería entrar por su tierra de guerra haciéndole todo el daño que pudiese como a enemigo, y que me pesaba mucho dello porque más le quisiera siempre por amigo y tomar siempre su parescer en las cosas que en esta tierra hobiera de hacer. Aquellos suyos me respondieron que ellos había muchos días que estaban conmigo y que no sabían nada de aquel concierto más de lo que allí en aquella cibdad después que aquello se ofreció supieron, y que no podían creer que por consejo y mandado de Muteeçuma se hiciese, y que me rogaban que antes que me determinase de perder su amistad y hacerle la guerra que decía me informase bien de la verdad, y que diese licencia a uno dellos para ir a le hablar, que él 26


AP Spanish Literature I volvería muy presto. Hay desta cibdad a donde Muteeçuma residía veinte leguas. Yo les dije que me placía y dejé ir al uno dellos. Y dende a seis días volvió él y el otro que prímero se había ido, y trajéronme diez platos de oro y mill y quinientas piezas de ropa y mucha provisión de gallinas y panicacap, que es cierto brebaje que ellos beben. Y me dijeron que a Muteeçuma le había pesado mucho de aquel desconcierto que en Churultecal se quería hacer porque yo no creería ya sino que había sido por su consejo y mandado, y que él me hacía cierto que no era ansí; y que la gente que allí estaba en guarnición era verdad que era suya, pero que ellos se habían movido sin él habérselo mandado por inducimiento de los de Churultecal, porque eran de dos provincias suyas que se llamaban la una Acançingo y la otra Yzcucan, que confinan con la tierra de la dicha cibdad de Churultecal; y que entre ellos tienen ciertas alianzas de vecindad para se ayudar los unos a los otros, y que desta manera habían venido allí y no por su mandado, pero que adelante yo vería en sus obras si era verdad lo que él me habla inviado a decir o no; y que todavía me rogaba que no curase de ir a su tierra porque era estéril y padeceríamos nescesidad, y que dondequiera que yo estuviese le inviase a pedir lo que yo quisiese y que lo inviaría muy cumplidamente. Yo le respondí que la ida a su tierra no se podía escusar porque había de inviar dél y della relación a Vuestra Majestad, y que yo creía lo que él me inviaba a decir; por tanto, que pues yo no había de dejar de llegar a verle, que él lo hobiese por bien; y que no se pusiese en otra cosa, porque sería de mucho daño suyo y a mí me pesaría de cualquiera que le viniese. Y desque ya vido que mi determinada voluntad era de velle a él y a su tierra, me invió a decir que fuese en hora buena, que él me esperaría en aquella gran cibdad donde estaba. E invióme muchos de los suyos para que fuesen conmigo porque ya entraba por su tierra, los cuales me querían encaminar por cierto camino donde ellos debían de tener algúnd concierto para nos ofender, según después paresció, porque lo vieron muchos españoles que yo inviaba después por la tierra. Y había en aquel cammo tantas puentes y pasos malos que yendo por él muy a su salvo pudieran ejecutar su propósito. Mas como Dios haya tenido siempre cuidado de encaminar las reales cosas de Vuestra Sacra Majestad desde su niñez y como yo y los de mi compañía íbamos en su real servicio, nos mostró otro camino aunque algo agro no tan peligroso como aquél por donde nos quería llevar, y fue de esta manera: Que a ocho leguas desta cibdad de Churultecal están dos sierras muy altas y muy maravillosas, porque en fin de agosto tienen tanta nieve que otra cosa de lo alto dellas sino la nieve se paresce. Y de la una que es la más alta sale muchas veces así de día como de noche tan grande bulto de humo como una grand casa, y sube encima de la sierra hasta las nubes tan derecho como una vira, que, segúnd paresce, es tanta la fuerza con que sale que aunque arríba en la sierra anda siempre muy recio viento no lo puede torcer. Y porque yo siempre he deseado de todas las cosas desta tierra poder hacer a Vuestra Alteza muy particular relación quise désta que me paresció algo maravillosa saber el secreto, e invié diez de mis compañeros tales cuales para semejante negocio eran nescesarios y con algunos naturales de la tierra que los guiasen, y les encomendé mucho procurasen de subir la dicha sierra y saber el secreto de aquel humo de dónde y cómo salía. Los cuales fueron y trabajaron lo que fue posible para la subir y jamás pudieron, a causa de la mucha nieve que 27


Segunda carta de relación en la sierra hay y de muchos torbelinos que de la ceniza que de allí sale andan por la sierra y también porque no pudieron sufrir la grand frialdad que arriba hacía. Pero llegaron muy cerca de lo alto, y tanto que estando arriba comenzó a salir aquel humo, y dicen que salía con tanto ímpitu y roído que parescía que toda la sierra se caía abajo, y ansí se bajaron y trujeron mucha nieve y carámbalos para que los viésemos, porque nos parescía cosa muy nueva en estas partes a causa de estar en parte tan cálida, segúnd hasta agora ha sido opinión de los pilotos, especialmente que dicen que esta tierra está en veinte grados que es en el paralelo de la isla Española, donde continuamente hace muy grand calor. Y yendo a ver esta sierra toparon un camino y preguntaron a los naturales de la tierra que iban con ellos que para dó iba, y dijeron que a Culúa, y que aquél era buen camino y que el otro por donde nos querian llevar los de Culúa no era bueno, y los españoles fueron por él hasta encumbrar las sierras por medio de las cuales entre la una y la otra va el camino, y descubrieron los llanos de Culúa y la grand cibdad de Temixtitán y las lagunas que hay en la dicha provincia, de que adelante haré relación a Vuestra Alteza, y vinieron muy alegres por haber descubierto tan buen camino, y Dios sabe cúanto holgué yo dello. Después de venidos estos españoles que fueron a ver la sierra y me haber informado bien ansí dellos como de los naturales de aquel camino que hallaron, hablé a aquellos mensajeros de Muteeçuma que conmigo estaban para me guiar a su tierra y les dije que quería ir por aquel camino y no por el que ellos decían, porque era más cerca o y ellos respondieron que yo decía verdad que era más cerca y más llano, y que la causa porque por allí no me encaminaban era porque habíamos de pasar una jornada por tierra de Guasuçingo que eran sus enemigos, por que por allí no terníamos las cosas nescesarias como por las tierras del dicho Muteeçuma; y que pues yo quería ir por allí, que ellos proveerían cómo por la otra parte saliese bastimento al camino. Y ansí nos partimos con harto temor de que aquellos quisiesen perseverar en nos hacer alguna burla, pero como ya habíamos publicado ser allá nuestro camino no me paresció fuera bien dejarlo ni volver atrás, porque no creyesen que falta de ánimo lo empidía. Aquel día que de la cibdad de Churultecal me partí fui cuatro leguas a unas aldeas de la cibdad de Guasucingo donde de los naturales fue muy bien rescebido. Y me dieron algunas esclavas y ropa y ciertas pecezuelas de oro que de todo fue bien poco, porque éstos no lo tienen a causa de ser de la liga y parcialidad de los de Tascaltecal y por tenerlos como el dicho Muteeçuma los tiene cercados con su tierra en tal manera que con ningunas provincias tienen contratación más de en su tierra, y a esta causa viven muy pobremente. Otro día siguiente subí el puerto por entre las dos sierras que he dicho, y a la bajada dél, ya que la tierra del dicho Muteeçuma descubríamos por una provincia della que se dice Chalco, dos leguas antes que llegásemos a las poblaciones hallé un muy buen aposento nuevamente hecho, tal y tan grande que muy complidamente todos los de mi compañia y yo nos aposentamos en él aunque llevaba conmigo más de cuatro mill indios de los naturales destas provincias de Tascaltecal y Guasuçingo y Churultecal y Cempoal, y para todos muy complidamente de comer y en todas las posadas muy grandes fuegos y mucha leña, porque hacia muy grand frío a causa de estar cercado de las dos sierras y ellas con mucha nieve. Aqui me vinieron a hablar ciertas personas que parescían prencipales entre 28


AP Spanish Literature I las cuales venía uno que me dijeron que era hermano de Muteeçuma, y me trajeron hasta tres mill pesos de oro y de parte dél me dijeron que él me inviaba aquello. Y me rogaba que me volviese y no curase de ir a su cibdad porque era tierra muy pobre de comida y que para ir allá había muy mal camino y que estaba toda en agua y que no podía entrar a ella sino en canoas, y otros muchos inconvinientes que para la ida me pusieron; y que viese todo lo que quería, que Muteeçuma, su señor, me lo mandaría dar, y que ansimesmo concertarían de me dar en cada un año certum quid el cual me llevarían hasta la mar o donde yo quisiese. Yo los rescebí muy bien y les di algunas cosas de las de nuestra España de las que ellos tenían en mucho, en especial al que decían que era hermano de Muteeçuma. Y a su embajada le respondí que si en mi mano fuera volverme que yo lo hiciera por facer placer a Muteeçuma, pero que yo había venido en esta tierra por mandado de Vuestra Majestad y que de la prencipal cosa que della me mandó le hiciese relación fue del dicho Muteeçuma y de aquella su grand cibdad, de la cual y dél había mucho tiempo que Vuestra Alteza tenía noticia; y que le dijesen de mi parte que le rogaba que mi ida a le ver tuviese por bien, porque della a su persona ni tierra ningún daño, antes pro, se le había de seguir; y que después que yo le viese, si fuese su voluntad todavía de no me tener en su compañía que yo me volvería, y que mejor daríamos entre él y mi orden en la manera que en el servicio de Vuestra Alteza él había de tener que por terceras personas, puesto que ellos eran tales a quien todo crédito se debía dar. Y con esta respuesta se volvieron. En este aposento que he dicho, segúnd las apariencias [que] para ello vimos y el aparejo que en él había, los indios tuvieron pensamiento que nos pudieran ofender aquella noche. Y como gelo sentí, puse tal recaudo que, conociéndolo ellos, mudaron su pensamiento y muy secretamente hicieron ir aquella noche mucha gente que en los montes que estaban junto al aposento tenían junta que por muchas de nuestras velas y escuchas fue vista. Y luego siendo de día me partí a un pueblo que estaba dos leguas de allí que se dice Amaqueruca, que es de la provincia de Chalco, que terná en la prencipal población con las aldeas que haya dos leguas dél más de veinte mill vecinos. Y en el dicho pueblo nos aposentaron en unas muy buenas casas del señor del lugar, y muchas personas que parescían prencipales me vinieron allí a hablar diciéndome que Muteeçuma su señor los había inviado para que me esperasen allí y me ficiesen proveer de todas las cosas nescesarias. El señor desta provincia y pueblo me dio hasta cuarenta esclavas y tres mill castellanos, y dos días que allí estuve nos proveyó muy complidamente de todo lo nescesario para nuestra comida. Y otro día yendo conmigo aquellos prencipales que de parte de Muteeçuma me dijeron que me esperaban allí, me partí y fui a dormir cuatro leguas de allí a un pueblo pequeño que está junto a una gran laguna y casi la mitad dél sobre el agua della y por la parte de la tierra tiene una sierra muy áspera de piedras y de peñas, donde nos aposentaron muy bien. Y ansimismo quisieran allí probar sus fuerzas con nosotros, expceto que, segúnd paresció, quisieran facerlo muy a su salvo y tomarnos de noche descuidados. Y como yo iba tan sobre aviso fallábame delante de sus pensamientos, y aquella noche tuve tal guardia que así de espías que venían por el agua en canoas como de otras que por la sierra abajaban a ver si había aparejo para ejecutar su voluntad amanescieron casi quince o veinte que las nuestras las habían 29


Segunda carta de relación tomado y muerto, por manera que pocas volvieron a dar su respuesta del aviso que venían a tomar. Y con hallarnos siempre tan aprecebidos, acordaron demudar el propósito y llevarnos por bien... Otro día por la mañana ya que me quería partir de aquel pueblo llegaron fasta diez o doce señores muy prencipales, segúnd después supe, y entre ellos un grand señor mancebo de fasta veinte y cinco años a quien todos mostraban tener mucho acatamiento, y tanto que después de bajado de unas andas en que venía, todos los otros le venían limpiando las piedras y pajas del suelo delante él. Y llegados adonde yo estaba, me dijeron que venía de parte de Muteeçuma, su señor, y que los inviaba para que se fuesen conmigo; y que me rogaba que le perdonase porque no salía su persona a me ver y rescebir, que la causa era estar mal dispuesto, pero que ya su cibdad estaba cerca y que pues yo todavía determinaba ir a ella, que allá nos veríamos y conoscería dél la voluntad que al servicio de Vuestra Alteza tenía; pero que todavía me rogaba que si fuese posible no fuese allá porque padescería mucho trabajo y nescesidad, y que él tenía mucha vergüenza de no me poder allá proveer como él deseaba. Y en esto ahincaron y purfiaron mucho aquellos señores, y tanto que no les quedaba sino decir que me defenderían el camino si todavía porfiase ir. Yo les respondí y satisfice y aplaqué con las mejores palabras que pude haciéndoles entender que de mi ida no les podía venir daño sino mucho provecho, y ansí se despidieron después de les haber dado algunas cosas de las que yo traía. Y yo me partí luego tras ellos muy acompañado de muchas personas que parescían de mucha cuenta, como después paresció serlo. Y todavía seguía el camino por la costa de aquella grand laguna, y a una legua del aposento donde partí vi dentro en ella, casi dos tiros de ballesta, una cibdad pequeña que podría ser hasta de mill o dos mill vecinos toda armada sobre el agua, sin haber para ella ninguna entrada y muy torreada, segúnd lo que de fuera parescía. Y otra legua adelante entramos por una calzada tan ancha como una lanza jineta por la laguna adentro de dos tercios de legua, y por ella fuimos a dar en una cibdad la más hermosa aunque pequeña que hasta entonces habíamos visto, ansi de muy bien obradas casas y torres como de la buena orden que en el fundamento della había, por ser armada toda sobre agua. Y en esta cibdad, que será [de] hasta dos mill vecinos, nos rescibieron muy bíen y nos dieron muy bien de comer y allí me viníeron a fablar el señor y los prencipales della y me rogaron que me quedase allí a dormir. Y aquellas personas que conmígo iban de Muteeçuma me dijeron que no parase, síno que me fuese a otra cibdad que está tres leguas de allí que se dice Yztapalapa, que es de un hermano del dicho Muteeçuma, y así lo hice. Y la salida desta cibdad donde comimos, cuyo nombre al presente no me ocurre a la memoria, es por otra calzada que tenrá una legua grande fasta llegar a la tierra firme. Y llegado a esta cibdad de Yztapalapa, me salió a rescebir algo fuera della el señor y otro de una gran cibdad que está cerca della - que será obra de tres leguas - que se llama Caluaalcan y otros muchos señores que allí me estaban esperando. Y me dieron fasta tres mill o cuatro mill castellanos y algunas esclavas y ropa y me hicieron muy buen acogimiento. Terná esta cibdad de Yztapalapa doce o quince mill vecinos, la cual está en la costa de una laguna salada grande, la mitad dentro en el agua y la otra mitad en la 30


AP Spanish Literature I tierra firme. Tiene el señor della unas casas nuevas que aún no están acabadas que son tan buenas como las mejores de España - digo, de grandes y bien labradas, ansi de obra de cantería como de carpintería y suelos y complimientos para todo género de servicio de casa, expceto masonerías y otras cosas rícas que en España usan en las casas, [que] acá no las tienen. Tienen muchos cuartos altos y bajos, jardines muy frescos de muchos árboles y flores olorosas, ansimismo albercas de agua dulce muy bien labradas con sus escaleras fasta lo fondo. Tiene una muy grande huerta junto a la casa y sobre ella un mirador de muy hermosos corredores y salas. Y dentro de la huerta una muy grande alberca de agua dulce muy cuadrada, y las paredes della de gentil cantería, y alderredor della un andén de muy buen suelo ladrillado tan ancho que pueden ir por él cuatro paseándose y tiene de cuadra cuatrocientos pasos, que son en torno mill y seiscientos. De la otra parte del andén hacia la pared de la huerta va todo labrado de cañas con unas vergas, y detrás dellas todo de arboledas y de hierbas olorosas. Y de dentro del alberca hay mucho pescado y muchas aves así como lavancos y cercetas y otros géneros de aves de agua, y tantas que muchas veces casi cubren el agua. Otro día después que a esta cibdad llegué me partí, y a media legua andada entré por una calzada que va por medio desta laguna dos leguas fasta llegar a la grand cibdad de Temextitán que está fundada en medio de la dicha laguna, la cual calzada es tan ancha como dos lanzas y muy bien obrada, que pueden ir por toda ella ocho de caballo a la par. Y en estas dos leguas de la una parte y de la otra de la dicha calzada están tres cibdades; y la una dellas, que se dice Mesicalçingo, está fundada la mayor parte della dentro de la dicha laguna, y las otras dos, que se llaman la una Niçiaca y la otra Huchilohuchico, están en la costa della y muchas casas dellas dentro en el agua. La primera cibdad destas terná hasta tres mill vecinos y la segunda más de seis mill y la tercera otros cuatro o cinco mill vecinos, y en todas muy buenos edificios de casas y torres, en especial las casas de los señores y personas prencipales y las de sus mezquitas y oratorios donde ellos tienen sus ídolos. En estas cibdades hay mucho trato de sal que facen del agua de la dicha laguna y de la superfic[i]e que está en la tierra que baña la laguna, la cual cuecen en cierta manera y hacen panes de la dicha sal que venden para los naturales y para fuera de la comarca. Y así seguí la dicha calzada, y a media legua antes de llegar al cuerpo de la cibdad de Temextitán, a la entrada de otra calzada que viene a dar de la tierra firme a esta otra, está un muy fuerte baluarte con dos torres cercado de muro de dos estados con su petril almenado por toda la cerca que toma con ambas calzadas. Y no tiene más de dos puertas, una por donde entran y otra por donde salen. Aquí me salieron a ver y hablar hasta mill hombres prencipales cibdadanos de la dicha cibdad, todos vestidos de una manera y hábito y, segúnd su costumbre, bien rico. Y llegados a me fablar, cada uno por sí facía en llegando a mí una cerimonia que entre ellos se usa mucho, que ponía cada uno la mano en tierra y la besaba, y así estuve esperando casi una hora fasta que cada uno ficiese su cerimonia. Y ya junto a la cibdad está una puente de madera de diez pasos de anchura y por allí está abierta la calzada porque tenga lugar el agua de entrar y salir, porque crece y mengua y también por fortaleza de la cibdad, porque quitan y ponen unas vigas muy luengas y anchas de que la dicha puente está hecha 31


Segunda carta de relación todas las veces que quieren. Y déstas hay muchas por toda la ciudad, como adelante en la relación que de las cosas della faré Vuestra Alteza verá. Pasada esta puente, nos salió a rescebir aquel señor Muteeçuma con fasta ducientos señores, todos descalzos y vestidos de otra librea o manera de ropa ansimismo bien rica a su uso y más que la de los otros. Y venían en dos procesiones muy arrimados a las paredes de la calle, que es muy ancha y muy fermosa y derecha, que de un cabo se paresce el otro y tiene dos tercios de legua y de la una parte y de la otra muy buenas y grandes casas ansí de aposentamientos como de mezquitas. Y el dicho Muteeçuma venía por medio de la calle con dos señores, el uno a la mano derecha y el otro a la izquierda, de los cuales el uno era aquel señor grande que dije que me había salido a fablar en las andas y el otro era su hermano del dicho Muteeçuma, señor de aquella cibdad de Yztapalapa de donde yo aquel día había partido, todos tres vestidos de una manera, expceto [que] el Muteeçuma iba calzado y los otros dos señores descalzos. Cada uno le llevaba de su brazo. Y como nos juntamos yo me apeé y le fui a abrazar solo, y aquellos dos señores que con él iban me detuvieron con las manos para que no le tocase. Y ellos y él ficieron ansimismo cerimonia de besar la tierra, y hecha, mandó a aquel su hermano que venía con él que se quedase conmigo y me llevase por el brazo, y él con el otro se iba adelante de mí poquito tercho. Y después de me haber él fablado, vinieron ansimismo a me fablar todos los otros señores que iban en las dos procesiones en orden uno en pos de otro, y luego se tornaban a su procesión. Y al tiempo que yo llegué a hablar al dicho Muteeçuma quitéme un collar que llevaba de margaritas y diamantes de vidrio y se lo eché al cuello. Y después de haber andado la calle adelante, vino un servidor suyo con dos collares de camarones envueltos en un paño que eran hechos de huesos de caracoles colorados que ellos tienen en mucho. Y de cada collar colgaban ocho camarones de oro de mucha perfición tan largos casi como un jeme, y como se los trujeron se volvió a mí y me los echó al cuello. Y tornó a seguir por la calle en la forma ya dicha fasta llegar a una muy grande y muy hermosa casa que él tenía para nos aposentar bien adreszada, y allí me tomó por la mano y me llevó a una grand sala que estaba frontero del patio por do entramos y allí me fizo sentar en un estrado muy rico que para él lo tenía mandado hacer. Y me dijo que le esperase allí y él se fue. Y dende a poco rato, ya que toda la gente de mi compañía estaba aposentada, volvió con muchas y diversas joyas de oro y plata y plumajes y con fasta cinco o seis mill piezas de ropa de algodón muy ricas y de diversas maneras tejida y labrada. Y después de me la haber dado, se sentó en otro estrado que luego le ficieron allí junto con el otro donde yo estaba, Y sentado, prepuso en esta manera: “Muchos días ha que por nuestras escripturas tenemos de nuestros antepasados noticia que yo ni todos los que en esta tierra habitamos no somos naturales della, sino estranjeros y venidos a ellas de partes muy estrañas. Y tenemos ansimesmo que a estas partes trajo nuestra generación un señor cuyos vasallos todos eran, el cual se volvió a su naturaleza, y después tornó a venir dende en mucho tiempo, y tanto que ya estaban casados los que habían quedado con las mujeres naturales de la tierra y tenían mucha generación y fechos pueblos donde vivían. Y queriéndolos llevar consigo, no quisieron ir ni menos rescebirle por señor, y así se volvió. Y siempre hemos tenido que los que dél descendie32


AP Spanish Literature I sen habían de venir a sojuzgar esta tierra y a nosotros como a sus vasallos, y segúnd de la parte que vos decís que venís, que es hacia a do sale el sol, y las cosas que decís dese grand señor o rey que acá os invió, creemos y tenemos por cierto él ser nuestro señor natural, en especial que nos decís que él ha muchos días que tenía noticia de nosotros. Y por tanto, vos sed cierto que os obedeceremos y ternemos por señor en lugar dese gran señor que decís, y que en ello no habrá falta ni engaño alguno. Y bien podéis en toda la tierra, digo que en la que yo en mi señorío poseo, mandar a vuestra voluntad, porque será obedescido y fecho. Y todo lo que nosotros tenemos es para lo que vos dello quisiéredes disponer. Y pues estáis en vuestra naturaleza y en vuestra casa, holgad y descansad del trabajo del camino y guerras que habéis tenido, que muy bien sé todos los que se os han ofrecido de Puntunchan acá. Y bien sé que los de Cempoal y de Tascaltecal os han dicho muchos males de mí. No creáis más de lo que por vuestros ojos viéredes, en especial de aquéllos que son mis enemigos. Y algunos dellos eran mis vasallos y hánseme rebellado con vuestra venida y por se favorescer con vos lo dicen, los cuales sé que también os han dicho que yo tenía las casas con las paredes de oro y que las esteras de mis estrados y otras cosas de mi servicio eran ansimismo de oro y que yo que era y me facía Dios y otras muchas cosas. Las casas ya las veis que son de piedra y cal y tierra”. Entonces alzó las vestiduras y me mostró el cuerpo diciendo: “a mí veisme aquí que so de carne y hueso como vos y como cada uno, y que soy mortal y palpable - asiéndose él con sus manos de los brazos y del cuerpo - . Ved cómo os han mentido. Verdad es que yo tengo algunas cosas de oro que me han quedado de mis ahuelos. Todo lo que yo tuviere tenéis cada vez que vos lo quisiéredes. Yo me voy a otras casas donde vivo. Aquí seréis proveído de todas las cosas nescesarias para vos y para vuestra gente. Y no recibáis pena alguna, pues estáis en vuestra casa y naturaleza”. Yo le respondí a todo lo que me dijo satisfaciendo a aquello que me paresció que convenía, en especial en hacerle creer que Vuestra Majestad era a quien ellos esperaban, y con esto se dispidió. E ido, fuimos muy bien proveídos de muchas gallinas y pan y frutas y otras cosas nescesarias, especialmente para el servicio del aposento. Y desta manera estuve seis días muy bien proveído de todo lo nescesario y vesitado de muchos de aquellos señores. Ya, Muy Católico Señor, dije al principio désta cómo a la sazón que yo me partí de la villa de la Vera Cruz en demanda deste señor Muteeçuma dejé en ella ciento y cincuenta hombres para facer aquella fortaleza que dejaba comenzada. Y dije ansimismo cómo había dejado muchas villas y fortalezas de las comarcanas a aquella villa puestas debajo del real dominio de Vuestra Alteza y a los naturales della muy seguros y por ciertos vasallos de Vuestra Majestad. [Y acaesció] que estando en la cibdad de Churultecal rescebí letras del capitán que yo en mi lugar dejé en la dicha villa por las cuales me fizo saber cómo Qualpopoca, señor de aquella cibdad que se dice Almería, le había inviado a decir por sus mensajeros que él tenía deseo de ser vasallo de Vuestra Alteza, y que si fasta entonces no habia venido ni venía a dar la obidiencia que era obligado y a se ofrecer por tal vasallo de Vuestra Majestad con todas sus tierras la causa era que había de pasar por tierra de sus enemigos, y que temiendo ser dellos ofendido lo dejaba, pero que le inviase cuatro españoles que viniesen con él, porque aquéllos por cuya tierra había de pasar, sabien33


Segunda carta de relación do a lo que venía, no lo enojarían y que él vernía luego; y que el dicho capitán, creyendo ser cierto lo que el dicho Qualpopoca le inviaba a decir y que ansí lo habían hecho otros muchos, le había inviado los dichos cuatro españoles, y que después que en su casa los tuvo los mandó matar por cierta manera como que paresciese que él no lo hacía, y que había muerto los dos dellos y los otros dos se habian escapado por unos montes, heridos; y que él había ido sobre la dicha cibdad de Almería con cincuenta españoles y los dos de caballo y dos tiros de pólvora y con hasta ocho o diez mill indios de los amigos nuestros, y que había peleado con los naturales de la dicha cibdad y les habían muerto siete españoles y había tomado la dicha cibdad y muerto muchos de los naturales della y los demás echado fuera, y que la habían quemado y destruido porque los indios que en su compañía llevaban, como eran sus enemigos, habían puesto en ello mucha deligencia; y que el dicho Qualpopoca, señor de la dicha cibdad, con otros señores sus aliados que en su favor habían venido allí se habían escapado huyendo, y que de algunos prisioneros que tomó en la dicha cibdad se había informado cúyos eran los que allí estaban en defensa della y la cabsa porque habían muerto a los españoles que él invió, la cual diz que fue que el dicho Muteeçuma había mandado al dicho Qualpopoca y a los otros que allí habían venido como a sus vasallos que eran que salido yo de aquella villa de la Vera Cruz, fuesen sobre aquéllos que se le habían alzado y ofrescido al servicio de Vuestra Alteza y que tuviesen todas las formas que ser pudiese para matar los españoles que yo allí dejase porque no les ayudasen ni favoresciesen, y que a esta causa lo habían hecho. Pasados, lnvitísimo Príncipe, seis días después que en la gran cibdad de Timixtitán entré y habiendo visto algunas cosas della - aunque pocas, segúnd las que hay que ver y notar - por aquellas me paresció y aun por lo que de la tierra había visto que convenía al real servicio de Vuestra Majestad y a nuestra seguridad que aquel señor estuviese en mi poder y no en toda su libertad porque no mudase el propósito y voluntad que mostraba en servir a Vuestra Alteza - mayormente que los españoles somos algo incomportables e importunos y porque enojándose nos podría hacer mucho daño, y tanto que no hobiese memoria de nosotros, segúnd su gran poder - y también porque teniéndole conmigo todas las otras tierras que a él eran súbditas vernían más aína al conoscimiento y servicio de Vuestra Majestad, como después suscedió, determiné de lo prender y poner en el aposentamiento donde yo estaba, que era bien fuerte. Y porque en su prisión no hobiese algúnd escándalo ni alboroto, pensando todas las formas y maneras que para lo hacer sin éste debía tener, me acordé deloque el capitán que en la Vera Cruz había dejado me había escripto cerca de lo que había acaescído en la cíbdad de Almeria, segúnd que en el capítulo antes déste he dícho, y cómo se había sabido que todo lo allí suscedido había sido por mandado del dicho Muteeçuma. Y dejando buen recaudo en las encrucijadas de las calles, me fui a las casas del dicho Muteeçuma como otras veces había ido a le ver. Y después de le haber hablado en burlas y cosas de placer y de haberme él dado muchas joyas de oro y una hija suya y otras hijas de señores a algunos de mi compañía, le dije que ya sabía lo que en la cibdad de Nautecal o Almeria había acaescido y los españoles que en ella me habían muerto, y que Qualpopoca daba por desculpa que todo lo que ha34


AP Spanish Literature I bía hecho había sido por su mandado y que, como su vasallo, no había podido facer otra cosa. Y porque yo creía que no era ansí como el dicho Qualpopoca decía, que antes era por se excusar de culpa, que me parescía que debía inviar por él y por los otros prencipales que en la muerte de aquellos españoles se habían hallado porque la verdad se supiese y que ellos fuesen castigados y Vuestra Majestad supiese su buena voluntad claramente, y en lugar de las mercedes que Vuestra Alteza le había de mandar hacer, los dichos de aquellos malos no provocasen a Vuestra Alteza a ira contra él por donde le mandase hacer daño, pues la verdad era al contrario de lo que aquellos decían y yo estaba dél bien satisfecho. Y luego a la hora mandó llamar ciertas personas de los suyos, a los cuales dio una figura de piedra pequeña a manera de sello que él tenía atado en el brazo y les mandó que fuesen a la dicha cibdad de Almería, que está sesenta o setenta leguas de la de Muxtitán, y que trajesen al dicho Qualpopoca y se informasen de los demás que habían sido en la muerte de aquellos españoles y que ansimismo los trujesen; y que si por su voluntad no quisiesen venir, los trajesen presos, y si se pusiesen en resistir la presión, que requiriesen a ciertas comunidades comarcanas a aquella cibdad que allí les señaló para que fuesen con mano armada para los prender, por manera que no viniesen sin ellos. Los cuales luego se partieron, y así idos, le dije al dicho Muteeçuma que yo le agradescía la deligencia que ponía en la presión de aquellos, porque yo había de dar cuenta a Vuestra Alteza de aquellos españoles y que restaba para yo dalla que él estuviese en mi posada fasta tanto que la verdad más se aclarase y se supiese él ser sin culpa, y que le rogaba mucho que no rescibiese pena dello porque él no había de estar como preso sino en toda su libertad, y que en su servicio ni en el mando de su señorío yo no le pornía ningúnd impedimento; y que escogiese un cuarto de aquel aposento donde yo estaba cual él quisiese y que allí estaría muy a su placer, y que fuese cierto que ningúnd enojo ni pena se le había de dar, antes, demás de su servicio, los de mi compañía le servirían en todo lo que él mandase. Y cerca desto pasamos muchas pláticas y razones que serían largas para las escrebir y aun para dar cuenta dellas a Vuestra Alteza algo prolijas y también no sustanciales para el caso, y por tanto no diré más de que finalmente él dijo que le placía de se ir conmigo y mandó luego ir a adreszar el aposentamiento donde el quiso estar, el cual fue muy presto y muy bien adreszado. Y hecho esto, vinieron muchos señores, y quitadas las vestiduras y puestas por bajo de los brazos y descalzos, traían unas andas no muy bien adreszadas. Y llorando, lo tomaron en ellas con mucho silencio, y así nos fuemos hasta el aposento donde estaba sin haber alboroto en la cibdad aunque se comenzó a mover, pero sabido por el dicho Muteeçuma, invió a mandar que no lo hobiese, y así hobo toda quietud segúnd que antes la había y la hobo todo el tiempo que yo tuve preso al dicho Muteeçuma, porque él estaba muy a su placer y con todo su servicio segúnd en su casa lo tenía, que era bien grande y maravilloso, segúnd adelante diré, y yo y los de mi compañía le hacíamos todo el placer que a nosotros era posible. Y habiendo pasado quince o veinte días de su presión vinieron aquellas personas que había inviado por Qualpopoca y los otros que habían muerto los españoles, y trajeron al dicho Qualpopoca y a un hijo suyo y con ellos quince personas que decían que eran prencipales y habían sido en la dicha muerte. Y al dicho Qualpopoca traían en unas 35


Segunda carta de relación andas y muy a manera de señor, como de hecho lo era. Y traídos, me los entregaron, y yo los hice poner a buen recaudo con sus prisiones. Y después que confesaron haber muerto los españoles, los hice interrogar si ellos eran vasallos de Muteeçuma, y el dicho Qualpopoca respondió que si había otro señor de quien pudiese serlo, casi diciendo que no había otro y que sí eran. Y ansimesmo les pregunté si lo que allí se había hecho si había sido por su mandado y dijeron que no, aunque después, al tiempo que en ellos se ejecutó la sentencia que fuesen quemados, todos a una voz dijeron que era verdad que el dicho Muteeçuma gelo había inviado a mandar y que por su mandado lo habían fecho. Y ansí fueron éstos quemados prencipalmente en una plaza sin haber alboroto alguno. Y el día que se quemaron, porque confesaron que el dicho Muteeçuma les había mandado que matasen a aquellos españoles, le hice echar unos grillos de que él no rescibió poco espanto, aunque después de le haber fablado aquel día gelos quité y él quedó muy contento. Y de allí adelante siempre trabajé de le agradar y contentar en todo lo a mí posible, en especial que siempre publiqué y dije a todos los naturales de la tierrra, ansí señores como a los que a mí venían, que Vuestra Majestad era servido que el dicho Muteeçuma se estuviese en su señorío reconosciendo el que Vuestra Alteza sobre él tenía, y que servirían mucho a Vuestra Alteza en le obedescer y tener por señor como antes que yo a la tierra viniese le tenían. Y fue tanto el buen tratamiento que yo le hice y el contentamiento que de mí tenía, que algunas veces y muchas le acometí con su libertad rogándole que se fuese a su casa. Y me dijo todas las veces que gelo decía que él estaba bien allí y que no queria irse porque allí no le faltaba cosa de lo que él quería, como si en su casa estuviese, y que podría ser que yéndose y habiendo lugar, que los señores de la tierra, sus vasallos, le importunasen o le induciesen a que hiciese alguna cosa contra su voluntad que fuese fuera del servicio de Vuestra Alteza; y que él tenía propuesto de servir a Vuestra Majestad en todo lo a él posible, y que hasta tanto que los tuviese informados de lo que quería hacer que él estaba bien allí, porque aunque alguna cosa le quisiesen decir, que con respondelles que no estaba en su libertad se podría escusar y exemir dellos. Y muchas veces me pidió licencia para se ir a holgar y pasar tiempo a ciertas casas de placer que él tenía así fuera de la cibdad como dentro, y ninguna vez se la negué. Y fue muchas veces a holgar con cinco o seis españoles a una o dos leguas fuera de la cibdad y volvía siempre muy alegre y contento al aposento donde yo le tenía. Y siempre que salía hacía muchas mercedes de joyas y ropa así a los españoles que con él iban como a sus naturales, de los cuales iba siempre tan acompañado que cuando menos con él iban pasaban de tres mill hombres que los más dellos eran señores y personas prencipales, y siempre les hacía muchos banquetes y fiestas que los que con él iban tenían bien que contar. Después que yo conoscí dél muy por entero tener mucho deseo al servicio de Vuestra Alteza, le rogué que porque más enteramente yo pudiese hacer relación a Vuestra Majestad de las cosas desta tierra, que me mostrase las minas de donde se sacaba el oro. El cual con muy alegre voluntad, segúnd mostró, dijo que le placía, y luego hizo venir ciertos servidores suyos y de dos en dos repartió para cuatro provincias donde dijo que se sacaba. Y pidióme que le diese españoles que fuesen con ellos para que lo viesen sacar, y asimismo yo le di a cada dos de los suyos otros dos españoles. Y los 36


AP Spanish Literature I unos fueron a una provincia que se dice Çuçula, que es ochenta leguas de la grand cibdad de Temixtitán y los naturales de aquella provincia son vasallos del dicho Muteeçuma, y allí les mostraron tres ríos y de todos me trajeron muestra de oro y muy buena, aunque sacado con poco aparejo porque no tenían otros instrumentos más de aquél con que los indios lo sacan. Y en el camino pasaron tres provincias, segúnd los españoles dijeron, de muy hermosa tierra y de muchas villas y cibdades y otras poblaciones en mucha cantidad, y de tales y tan buenos edeficios que dicen que en España no podrían ser mejores. En especial me dijeron que habían visto una casa de aposentamiento y fortaleza que es mayor y más fuerte y mejor edificada que el castillo de Burgos. Y la gente de una destas provincias que se llama Tamayulapa era más vestida que estotra que habemos visto y, segúnd a ellos les paresció, de mucha razón. Los otros fueron a una provincia que se llama Malinaltebeque, que es otras setenta leguas de la dicha grand cibdad, que es más hacia la costa de la mar, y ansimesmo me trajeron muestra de oro de un río grande que por allí pasa. Y los otros fueron a una tierra que está este río arríba que es de una gente diferente de la lengua de Culúa a la cual llaman Tenis. Y el señor de aquella tierrra se llama Coatelicamat, y por tener su tierra en unas sierras muy altas y ásperas no es subjeto al dicho Muteeçuma, y también porque la gente de aquella provincia es gente muy guerrera y pelean con lanzas de veinte y cinco y treinta palmos. Y por no ser estos vasallos del dicho Muteeçuma los mensajeros que con los españoles iban no osaron entrar en la tierra sin lo hacer saber prímero al señor della y pedir para ello licencia, diciéndole que iban con aquellos españoles a ver las minas del oro que tenían en su tierra y que le rogaban de mi parte y del dicho Muteeçuma, su señor, que lo hobiesen por bien. El cual dicho Coatelicamat respondió que los españoles, que él era muy contento que entrasen en su tierra y viesen las minas y todo lo demás que ellos quisiesen, pero que los de Culúa, que son los de Muteeçuma, no habían de entrar en su tierra porque eran sus enemigos. ´ Algo estuvieron los españoles perplejos en si irían solos o no, porque los que con ellos iban les dijeron que no fuesen que les matarían, y que por los matar no consentían que los de Culúa entrasen con ellos. Y al fin se determinaron a entrar solos, y fueron del dicho señor y de los de su tierra muy bien rescebidos. Y les mostraron siete u ocho ríos de donde dijeron que ellos sacaban el oro, y en su presencia lo sacaron los indios. Y ellos me trajeron muestra de todos, y con los dichos españoles me invió el dicho Coatelicamat ciertos mensajeros suyos con los cuales me invió a ofrecer su persona y tierra al servicio de Vuestra Sacra Majestad, y me invió ciertas joyas de oro y ropa de la que ellos tienen. Los otros fueron a otra provincia que se dice Tuchitebeque, que es casi en el mismo derecho hacia la mar doce leguas de la provincia de Malinaltebeque donde ya he dicho que se halló oro, y allí les mostraron otros dos ríos de donde ansimismo sacaron muestra de oro. Y porque allí, segúnd los españoles que allá fueron me informaron, hay mucho aparejo para facer estancias y para sacar oro, rogué al dicho Muteeçuma que en aquella provincia de Malinaltebeque, porque era para ello más aparejada, ficiese hacer una estancia para Vuestra Majestad. Y puso en ello tanta deligencia que dende en dos meses que yo se lo dije estaban sembradas sesenta hanegas de maíz y diez de frisoles y dos mill pies 37


Segunda carta de relación de cacap, que es una fruta como almendras que ellos venden molida y tiénenla en tanto que se trata por moneda en toda la tierra y con ella se compran todas las cosas nescesarias en los mercados y otras partes, y había hechas cuatro casas muy buenas en que en la una demás de los aposentamientos hicieron un estanque de agua y en él pusieron quinientos patos, que acá tienen en mucho porque se aprovechan de la pluma dellos y los pelan cada año y facen sus ropas con ella, y pusieron fasta mill y quinientas gallinas sin otros adreszos de granjerías que muchas veces, juzgadas por los españoles que la vieron, la apreciaban en veinte mill pesos de oro. Ansimismo le rogué al dicho Muteeçuma que me dijese si en la costa de la mar había algúnd río o ancón en que los navíos que viniesen pudiesen entrar y estar seguros, el cual me respondió que no lo sabía, pero que él me faría pintar toda la costa y ancones y ríos della, y que inviase yo españoles a los ver y que él me daría quién los guiase y fuese con ellos. Y ansí lo hizo, y otro día me trujeron figurada en un paño toda la costa, y en ella parescía un río que salía a la mar más abierto, segúnd la figura, que los otros, el cual parescía estar entre las sierras que dicen San Martín, y son tanto en un ancón por donde los pilotos hasta entonces creían que se partía la tierra en una provincia que se dice Maçamalco. Y me dijo que viese yo a quién quería inviar y que él proveería cómo se viese y supiese todo, y luego señalé diez hombres y entre ellos algunos pilotos y personas que sabían de la mar, y con el recaudo que él dio se partieron y fueron por toda la costa desde el puerto de Calchilmeca que dicen de San Juan, donde yo desembarqué, y anduvieron por ella sesenta y tantas leguas que en ninguna parte hallaron río ni ancón donde pudiesen entrar navíos ningunos, puesto que en la dicha costa había muchos y muy grandes y todos los sondaron con canoas. Y así llegaron a la dicha provincia de Quacalcalco donde el dicho río está, y el señor de aquella provincia que se dice Tuchintecla los rescibió muy bien y les dio canoas para mirar el río, y hallaron en la entrada dél dos brazas y media largas en lo más bajo de bajar y subieron por el dicho río arriba doce leguas y lo más bajo que en él hallaron fueron cinco o seis brazas. Y segúnd lo que dél vieron, se cree que sube más de treinta leguas de aquella hondura y en la ribera dél hay muchas y grandes poblaciones, y toda la provincia es muy llana y muy fuerte y abundosa de todas las cosas de la tierra y de mucha y casi innumerablemente gente. Y los desta provincia no son vasallos ni súbditos a Muteeçuma, antes sus enemigos, y ansimesmo el señor della al tiempo que los españoles llegaron les invió a decir que los de Culúa no entrasen en su tierra porque eran sus enemigos, y cuando se volvieron los españoles a mí con esta relación invió con ellos ciertos mensajeros con los cuales me invió ciertas joyas de oro y cueros de tigres y plumajes y piedras y ropa. Y ellos me dijeron de su parte que había muchos días que Tuchintecla, su señor, tenía noticia de mí porque los de Puchunchan, que es el río de Grijalba, que son sus amigos, le habían hecho saber cómo yo había pasado por allí y había peleado con ellos porque no me dejaban entrar en su pueblo, y cómo después quedamos amigos y ellos por vasallos de Vuestra Majestad; y que él asimismo se ofrecía a su real servicio con toda su tierra y me rogaba que le tuviese por amigo con tal condición que los de Culúa no entrasen en su tierra, y que yo viese las cosas que en ella había de que se quisiese servir Vuestra Alteza y que él daría dellas las que yo señalase en cada un año. Como 38


AP Spanish Literature I de los españoles que vinieron desta provincia me informé ser ella aparejada para poblar y del puerto que en ella habían hallado folgué mucho, porque después que en esta tierra salté siempre he trabajado de buscar puerto en la costa della tal que estuviese a propósito de poblar y jamás lo había hallado ni lo hay en toda la costa del río San Antón, que es junto al de Grisalba, fasta el de Pánuco, que es la costa abajo, adonde ciertos españoles por mandado de Francisco de Garay fueron a poblar, de que adelante a Vuestra Alteza haré relación. Y para más me certificar de las cosas de aquella provincia y puerto y de la voluntad de los naturales della y de las otras cosas nescesarias a la población, torné a inviar ciertas personas de las de mi compañía que tenían alguna espiriencia para alcanzar lo susodicho, los cuales fueron con los mensajeros que aquel señor Tuchintecla me había inviado y con algunas cosas que yo les di para él. Y llegados, fueron dél bien rescebidos y tornaron a ver y sondar el puerto y río y ver los asientos que había en él para hacer el pueblo, y de todo me trajeron verdadera y larga relación y dijeron que había todo lo nescesario para poblar y que el señor de la provincia estaba muy contento y con mucho deseo de servir a Vuestra Alteza. Y venidos con esta relación, luego despaché un capitán con ciento y cincuenta hombres para que fuesen a trazar y formar el pueblo y facer una fortaleza, porque el señor de aquella provincia se me había ofrescido de la facer y ansímismo todas las cosas que fuesen menester y le mandasen y aun hizo seis en el asiento que para el pueblo le señalaron y dijo que era muy contento que fuésemos allí a poblar y estar en su tierra. En los capítulos pasados, Muy Poderoso Señor, dije cómo al tiempo que yo iba a la grand cibdad de Temyxtitán me había salido al camino un grand señor que venía de parte de Muteeçuma. Y segúnd lo que después dél supe, él era muy cercano deudo del dicho Muteeçuma y tenía su señorío junto al del dicho Muteeçuma cuyo nombre era Haculuacan. Y la cabeza dél es una muy grand cibdad que está junto a esta laguna salada, que hay desde ella yendo en canoas por la dicha laguna hasta la dicha cibdad de Temyxtitán seis leguas y por la tierra diez, y llámase esta cibdad Tescucu y será de hasta treinta mill vecinos. Tienen señor en ella, muy maravillosas casas y mezquitas y oratorios muy grandes y muy bien labrados. Hay muy grandes mercados. Y demás desta cibdad tiene otras dos, la una a tres leguas désta de Tescucu que se llama Acuruman, y la otra a seis leguas que se dice Otumpa. Terná cada una déstas hasta tres mill o cuatro mill vecinos. Tiene la dicha provincia y señorío [de] Haculuacan otras aldeas y alquerías en mucha cantidad y muy buenas tierras y sus labranzas, y confina todo este señorío por la una parte con la provincia de Tascaltecal de que ya a Vuestra Majestad he dicho. Y este señor, que se dice Cacamacin, después de la presión de Muteeçuma se rebelló ansí contra el servicio de Vuestra Alteza, a quien se había ofrescido, como contra el dicho Muteeçuma. Y puesto que por muchas veces fue requerido que veniese a obedescer los reales mandamientos de Vuestra Majestad nunca quiso, aunque demás de lo que yo le inviaba a requerir, el dicho Muteeçuma gelo inviaba a mandar. Antes respondía que si algo le querían, que fuesen a su tierra y que allá verían para cuánto era y el servicio que era obligado a hacer. Y segúnd yo me informé, tenía grand copia de gente de guerra junta y todos para ella bien a punto. Y como por amonestaciones ni requirimientos yo no le pude atraer 39


Segunda carta de relación hablé al dicho Muteeçuma y le pedí su parescer de lo que debíamos facer para que aquél no quedase sin castigo de su rebelión, el cual me respondió que quererle tomar por guerra, que se ofrescía mucho peligro porque él era grand señor y tenía muchas fuerzas y gentes, y que no se podía tomar tan sin peligro que no muriese mucha gente; pero que él tenía en su tierra del dicho Cacamacin muchas personas prencipales que vivían con él y les daba su salario, que él hablaría con ellos para que atrajesen alguna de la gente del dicho Cacamacin a sí, y que atraída y estando seguros, que aquellos favorescerían nuestro partido y se podrían prender seguramente. Y así fue, que el dicho Muteeçuma fizo sus conciertos de tal manera que aquellas personas atrajeron al dicho Cacamacín a que se juntase con ellos en la dicha cibdad de Tescuco para dar orden en las cosas que convenían a su estado como personas prencipales, y que les dolía que él hiciese cosas por donde se perdiese. Y así se juntaron en una muy gentil casa del dicho Cacamaçin que está junto a la costa de la laguna y es de tal manera edificada que por debajo della navegan las canoas y salen a la dicha laguna. Allí secretamente tenían adreszadas ciertas canoas con mucha gente apercebida para que si el dicho Cacamaçin quisiese resistir la prísión. Y estando en la consulta, lo tomaron todos aquellos prencipales antes que fuesen sentidos de la gente del dicho Cacamaçin y lo metieron en aquellas canoas y salieron a la laguna y pasaron a la gran cibdad que, como yo dije, está seis leguas de allí. Y llegados, lo pusieron en unas andas como su estado requería o lo acostumbraban y me lo trujeron, al cual yo hice echar unos grillos y poner a mucho recaudo. Y tomado el parescer de Muteeçuma, puse en nombre de Vuestra Alteza en aquel señorío a un hijo suyo que se decía Cocuzcaçin, al cual hice que todas las comunidades y señores de la dicha provincia le obedesciesen por señor fasta tanto que Vuestra Alteza fuese servido de otra cosa. Y así se hizo, que de allí adelante todos lo tuvieron y lo obedescieron por señor como al dicho Cacamaçin y él fue obidiente en todo lo que yo de parte de Vuestra Majestad le mandaba. Pasados algunos pocos días después de la presión deste Cacamacin, el dicho Muteeçuma fizo llamamiento y congregación de todos los señores de las cibdades y tierras allí comarcanas. Y juntos, me invió a decir que subiese adonde él estaba con ellos. Y llegado yo, les habló en esta manera: “Hermanos y amigos míos, ya sabéis que de mucho tiempo acá vosotros y vuestros padres y abuelos habéis sido y sois súbditos y vasallos de mis antecesores y míos. Y siempre dellos habéis sido muy bien tratados y honrados, y vosotros ansimismo habéis hecho lo que buenos y leales vasallos son obligados a sus naturales señores. Y también creo que de vuestros antecesores ternéis memoria cómo nosotros no somos naturales desta tierra, y que vinieron a ella de muy lejos tierra y los trajo un señor que en ella los dejó cuyos vasallos todos eran. El cual volvió dende a mucho tiempo y halló que nuestros abuelos estaban ya poblados y asentados en esta tierra y casados con las mujeres desta tierra y tenían mucha multiplicación de fijos, por manera que no quisieron volverse con él ni menos lo quisieron rescebir por señor de la tierra, y se volvió y dejó dicho que tornaría o inviaría con tal poder que los pudiese costriñir y atraer a su servicio. Y bien sabéis que siempre lo hemos esperado, y segúnd las cosas que el capitán nos ha dicho de aquel rey y señor que le invió acá y segúnd la parte de donde él dice que viene, tengo por cierto, y ansí lo debéis vosotros tener, que aquéste es el señor que 40


AP Spanish Literature I esperábamos, en especial que nos dice que allá tenía noticia de nosotros. Y pues nuestros predecesores no hicieron lo que a su señor eran obligados, hagámoslo nosotros y demos gracias a nuestros dioses, porque en nuestros tiempos vino lo que tanto aquéllos esperaban. Y mucho os ruego, pues a todos os es notorio todo esto, que así como hasta aquí a mí me habéis tenido y obedescido por señor vuestro, de aquí adelante tengáis y obedezcáis a este grand rey pues él es vuestro natural señor, y en su lugar tengáis a éste su capitán. Y todos los atributos y servicios que fasta aquí a mí me hacíades los haced y dad a él, porque yo ansimismo tengo de contribuir y servir con todo lo que me mandare, y demás de facer lo que debéis y sois obligados, a mí me haréis en ello mucho placer”. Lo cual todo les dijo llorando con las mayores lágrimas y sospiros que un hombre podía magnifestar, y ansimismo todos aquellos señores que le estaban oyendo lloraban tanto que en grand rato no le pudieron responder. Y certifico a Vuestra Sacra Majestad que no había tal de los españoles que oyesen el razonamiento que no hobiese mucha compasión. Y después de algo sosegadas sus lágrimas, respondieron que ellos lo tenían por su señor y habían prometido de hacer todo lo que les mandase, y que por esto y por la razón que para ello les daba, que eran muy contentos de lo hacer, y que desde entonces para siempre ellos se daban por vasallos de Vuestra Alteza. Y desde allí todos juntos y cada uno por sí prometían y prometieron de hacer y cumplir todo aquello que con el real nombre de Vuestra Majestad les fuese mandado, como buenos y leales vasallos lo deben facer, y de acudir con todos los tributos y servicios que antes al dicho Muteeçuma hacían y eran obligados y con todo lo demás que les fuese mandado en nombre de Vuestra Alteza. Lo cual todo pasó ante un escribano público y lo asentó por abto en forma y yo lo pedí ansí por testimonio en presencia de muchos españoles. Pasado este abto y ofrecimiento que estos señores hicieron al real servicio de Vuestra Majestad, hablé un día al dicho Muteeçuma y le dije que Vuestra Alteza tenía nescesidad de oro para ciertas obras que mandaba hacer, que le rogaba que inviase algunas personas de los suyos y que yo inviaría asimismo algunos españoles por las tierras y casas de aquellos señores que allí se habían ofrescido a les rogar que de lo que ellos tenían serviesen a Vuestra Majestad con alguna parte, porque demás de la nescesidad que Vuestra Alteza tenía, parescería que ellos comenzaban a servir y Vuestra Alteza temía más conceto de las voluntades que a su servicio mostraban, y que él ansimesmo me diese de lo que tenía porque lo quería inviar como el oro y como las otras cosas que había inviado a Vuestra Majestad con los pasajeros. Y luego mandó que le diese los españoles que quería inviar, y de dos en dos y de cinco en cinco los repartió para muchas provincias y cibdades cuyos nombres por se haber perdido las escripturas no me acuerdo, porque son muchos y diversos, más de que algunas dellas están a ochenta y a cient leguas de la dicha grand cibdad de Temixtitán. Y con ellos invió de los suyos y les mandó que fuesen a los señores de aquellas provincias y cibdades y les dijesen cómo yo mandaba que cada uno dellos diese cierta medida de oro que les dio. Y así se hizo, que todos aquellos señores a que él invió dieron muy complidamente lo que se les pidió, ansí en joyas como en tejuelos y hojas de oro y plata y otras cosas de las que ellos tenían, que fundido todo lo que era para fundir cupo a Vuestra Majestad del quinto treinta y dos mill y cuatrocientos y tantos pesos de oro sin todas las 41


Segunda carta de relación joyas de oro y plata y plumaje y piedras y otras muchas cosas de valor que para Vuestra Sacra Majestad yo asigné y aparté, que podrían valer cient mil ducados y más suma, las cuales, demás de su valor eran tales y tan maravillosas que consideradas por su novedad y extrañeza no ternían precio ni es de creer que alguno de todos los príncipes del mundo de quien se tiene noticia las pudiese tener tales y de tal calidad. Y no le parezca a Vuestra Alteza fabuloso lo que dígo, pues es verdad que todas las cosas críadas ansí en la tierra como en la mar de que el dicho Muteeçuma pudiese tener conoscimiento tenía contrahechas muy al natural así de oro y de plata como de pedrería y de plumas en tanta perfición que casi ellas mesmas parescían, de las cuales todas me dio para Vuestra Alteza mucha parte sin otras que yo le di figuradas y él las mandó hacer de oro, así como imágenes, crucifijos, medallas, joyeles y collares y otras muchas cosas de las nuestras que le hice contrahacer. Cupieron ansimismo a Vuestra Alteza del quinto de la plata que se hobo ciento y tantos marcos, los cuales hice labrar a los naturales de platos grandes y pequeños y escudillas y tazas y cuchares, y lo labraron tan perfeto como gelo podíamos dar a entender. Demás desto me dio el dicho Muteeçuma mucha ropa de la suya, que era tal, que considerada ser toda de algodón y sin seda, en todo el mundo no se podia hacer ni tejer otra tal ni de tantas ni tan diversas y naturales colores ni labores, en que había ropas de hombres y de mujeres muy maravillosas. Y había paramentos para camas que hechos de seda no se podían comparar, y había otros paños como de tapicería que podían servir en salas y en iglesias. Había colchas y cobertores de camas ansí de pluma como de algodón de diversas colores ansimesmo muy maravillosas, y otras muchas cosas que por ser tantas y tales no las sé significar a Vuestra Majestad. También me dio una docena de cerbatanas de las con que él tiraba que tampoco no sabré decir a Vuestra Alteza su perfición, porque eran todas pintadas de muy excelentes pinturas y perfetos matices, en que había figuradas muchas maneras de avecicas y animales y árboles y flores y otras diversas cosas, y tenían los brocales y puntería tan grandes como un geme de oro, y en el medio otro tanto muy labrado. Dióme para con ellas un camiel de red de oro para los bodoques que también me dijo que me había de dar de oro, y dióme unas turquesas de oro y otras muchas cosas cuyo número es casi infinito. Porque para dar cuenta, Muy Poderoso Señor, a Vuestra Real Excelencia de la grandeza, estrañas y maravillosas cosas desta grand cibdad de Temixtitán y del señorío y servicio deste Muteeçuma, señor della, y de los rítos y costumbres que esta gente tiene y de la orden que en la gobernación así desta cibdad como de las otras que eran deste señor hay, sería menester mucho tiempo y ser muchos relatores y muy expertos, no podré yo decir de cient partes una de las que dellas se podrían decir, mas como pudiere diré algunas cosas de las que vi que, aunque mal dichas, bien sé que serán de tanta admiración que no se podrán creer, porque los que acá con nuestros propios ojos las vemos no las podemos con el entendimiento comprehender. Pero puede Vuestra Majestad ser cierto que si alguna falta en mi relación hobiere que será antes por corto que por largo, ansí en esto como en todo lo demás de que diere cuenta a Vuestra Alteza, porque me parescia justo a mi príncipe y señor decir muy claramente la verdad sin interpolar cosas que la diminuyan y acrecienten. Antes que comience a relatar las cosas desta grand cibdad e las otras que en este otro 42


AP Spanish Literature I capítulo dije, me paresce para que mejor se puedan entender que débese decir la manera de Mésyco, que es donde esta cibdad y algunas de las otras que he fecho relación están fundadas y donde está el señorío prencipal deste Muteeçuma. La cual dicha provincia es redonda y está toda cercada de muy altas y ásperas sierras, y lo llano della terná en torno fasta setenta leguas. Y en el dicho llano hay dos lagunas que casi lo ocupan todo porque tienen ambas en torno más de cincuenta leguas, y la una destas dos lagunas es de agua dulce y la otra, que es mayor, es de agua salada. Divídelas por una parte una cordillera pequeña de cerros muy altos que están en medio desta llanura, y al cabo se van a juntar las dichas lagunas en un estrecho de llano que entre estos cerros y las sierras altas se hace, el cual estrecho terná un tiro de ballesta. Y por entre la una laguna y la otra y las cibdades y otras poblaciones que están en las dichas lagunas contratan las unas con las otras en sus canoas por el agua sin haber nescesidad de ir por la tierra. Y porque esta laguna salada grande crece y mengua por sus mareas segúnd hace la mar, todas las crecientes corre el agua della a la otra dulce tan recio como si fuese caudal río, y por consiguiente a las menguantes va la dulce a la salada. Esta grand cibdad de Temixtitán está fundada en esta laguna salada, y desde la tierra firme hasta el cuerpo de la dicha cibdad por cualquier parte que quisieren entrar a ella hay dos leguas. Tiene cuatro entradas todas de calzada hecha a mano tan ancha como dos lanzas jinetas. Es tan grande la cibdad como Sevilla y Córdoba. Son las calles della, digo las prencipales, muy anchas y muy derechas, y algunas déstas y todas las demás son la mitad de tierra y por la otra mitad es agua por la cual andan en sus canoas. Y todas las calles de trecho a trecho están abiertas por do atraviesa el agua de las unas a las otras, y en todas estas aberturas, que algunas son muy anchas, hay sus puentes de muy anchas y muy grandes vigas juntas y recias y muy bien labradas, y tales que por muchas dellas pueden pasar diez de caballo juntos a la par. Y viendo que si los naturales desta cibdad quisiesen hacer alguna traición tenían para ello mucho aparejo, por ser la dicha cibdad edificada de la manera que digo y que quitadas las puentes de las entradas y salidas nos podían dejar morir de hambre sin que pudiésemos salir a la tierra, luego que entré en la dicha cibdad di mucha priesa en hacer cuatro bergantines, y los fice en muy breve tiempo tales que podían echar trecientos hombres en la tierra y llevar los caballos cada vez que quisiésemos. Tiene esta cibdad muchas plazas donde hay contino mercado y trato de comprar y vender. Tiene otra plaza tan grande como dos veces la plaza de la cibdad de Salamanca toda cercada de portales alderredor donde hay cotidianamente arriba de sesenta mill ánimas comprando y vendiendo, donde hay todos los géneros de mercadurías que en todas las tierras se hallan ansí de mantenimientos como de vestidos, joyas de oro y de plata y de plomo, de latón, de cobre, de estaño, de piedras, de huesos, de conchas, de caracoles, de plumas. Véndese cal, piedra labrada y por labrar, adobes, ladrillo, madera labrada y por labrar de diversas maneras. Hay calle de caza donde venden todos los linajes de aves que hay en la tierra, así como gallinas, perdices, codornices, lavancos, dorales, cerzatas, tórtolas, palomas, pajaritos en cañuela, papagayos, buharros, águilas, falcones, gavilanes y cernícalos. Y de algunas destas aves de rapiña venden los cueros con su pluma y cabezas y pico y uñas. Venden conejos, liebres, venados y perros pequeños que crían 43


Segunda carta de relación para comer, castrados. Hay calle de herbolarios donde hay todas las raíces y hierbas mede cinales que en la tierra se hallan. Hay casas como de boticarios donde se venden las medecinas hechas, ansí potables como ungüentos y emplastos. Hay casas como de barberos donde lavan y rapan las cabezas. Hay casas donde dan de comer y beber por precio. Hay hombres como los que llaman en Castilla ganapanes para traer cargas. Hay mucha leña, carbón, braseros de barro y esteras de muchas maneras para camas y otras más delgadas para asiento y para esteras [de] salas y cámaras. Hay todas las maneras de verduras que se fallan, especialmente cebollas, puerros, ajos, mastuerzo, berros, borrajas, acederas y cardos y tagarninas. Hay frutas de muchas maneras, en que hay cerezas y ciruelas que son semejables a las de España. Venden miel de abejas y cera y miel de cañas de maíz, que son tan melosas y dulces como las de azúcar, y miel de unas plantas que llaman en las otras islas maguey que es muy mejor que arrope, y destas plantas facen azúcar y vino que asimismo venden. Haya vender muchas maneras de filados de algodón de todas colores en sus madejicas, que paresce propiamente alcacería de Granada en las sedas, aunque esto otro es en mucha más cantidad. Venden colores para pintores cuantas se pueden hallar en España y de tan excelentes matices cuanto pueden ser. Venden cueros de venado con pelo y sin él, teñidos blancos y de diversas colores. Venden mucha loza en grand manera muy buena. Venden muchas vasijas y tinajas grandes y pequeñas, jarros, ollas, ladrillos y otras infinitas maneras de vasijas, todas de singular barro, todas o las más vidriadas y pintadas. Venden mucho maíz en grano y en pan, lo cual hace mucha ventaja ansí en el grano como en el sabor a todo lo de las otras Islas y Tierra Firme. Venden pasteles de aves y empanadas de pescado. Venden mucho pescado fresco y salado, crudo y guisado. Venden huevos de gallina y de ánsares y de todas las otras aves que he dicho en grand cantidad. Venden tortillas de huevos fechas. Finalmente, que en los dichos mercados se venden todas las cosas cuantas se hallan en toda la tierra, que demás de las que he dicho son tantas y de tantas calidades que por la prolijidad y por no me ocurrír tantas a la memoría y aun por no saber poner los nombres no las expreso. Cada género de mercaduría se vende en su calle sin que entremetan otra mercaduría ninguna, y en esto tienen mucha orden. Todo se vende por cuenta y medida, exceto que fasta agora no se ha visto vender cosa alguna por peso. Hay en esta grand plaza una grand casa como de abdiencia donde están siempre sentados diez o doce personas que son jueces y libran los casos y cosas que en el dicho mercado acaecen y mandan castigar los delincuentes. Hay en la dicha plaza otras personas que andan contino entre la gente mirando lo que se vende y las medidas con que miden lo que venden, y se ha visto quebrar alguna que estaba falsa. Hay en esta grand cibdad muchas mesquitas o casas de sus ídolos de muy hermosos edeficios por las collaciones y barrios della. Y en las prencipales della hay personas religiosas de su seta que residen continuamente en ellas, para los cuales demás de las casas donde tienen los ídolos hay buenos aposentos. Todos estos religiosos visten de negro y nunca cortan el cabello ni lo peinan desque entran en la religión hasta que salen, y todos los fijos de los señores prencipales, ansí señores como cibdadanos honrados, están en aquellas religiones y hábito desde edad de siete años u ocho hasta que los sacan para los casar, y esto más acaesce en 44


AP Spanish Literature I los primogénitos que han de heredar las casas que en los otros. No tienen aceso a mujer ni entra ninguna en las dichas casas de religión. Tienen abstinencia en no comer ciertos manjares, y más en algunos tiempos del año que no en los otros. Y entre estas mezquitas hay una que es la prencipal que no hay lengua humana que sepa explicar la grandeza e particularidades della, porque es tan grande que dentro del circuito della, que es todo cercado de muro muy alto, se podía muy bien facer una villa de quinientos vecinos. Tiene dentro deste circuito toda a la redonda muy gentiles aposentos en que hay muy grandes salas e corredores donde se aposentan los religiosos que allí están. Hay bien cuarenta torres muy altas y bien obradas, que la mayor tiene cincuenta escalones para sobir al cuerpo de la torre. La más prencipal es más alta que la torre de la iglesia mayor de Sevilla. Son tan bien labradas así de cantería como de madera que no pueden ser mejor hechas ni labradas en ninguna parte, porque toda la cantería de dentro de las capillas donde tienen los ídolos es de imaginería y zaquizamíes, y el maderamiento es todo de mazonería y muy pintado de cosas de mostruos y otras figuras y labores. Todas estas torres son enterramiento de señores, y las capillas que en ellas tienen son dedicadas cada una a su ídolo a que tienen devoción. Hay tres salas dentro desta grand mesquita donde están los prencipales ídolos de maravillosa grandeza y altura y de muchas labores y figuras esculpidas así en la cantería como en el maderamiento. Y dentro destas salas están otras capillas que las puertas por do entran a ellas son muy pequeñas y ellas asimismo no tienen claridad alguna. Y allí no están sino aquellos religiosos, y no todos, y dentro déstas están los bultos y figuras de los ídolos, aunque, como he dicho, de fuera hay también muchos. Los más prencipales destos ídolos y en quien ellos más fee y creencia tenían derroqué de sus sillas y los fice echar por las escaleras abajo y fice limpiar aquellas capillas donde los tenían porque todas estaban llenas de sangre que sacrifican, y puse en ella imágenes de Nuestra Señora y de otros santos que no poco el dicho Muteeçuma y los naturales sintieron, los cuales primero me dijeron que no lo hiciese porque si se sabía por las comunidades se levantarían contra mí, porque tenían que aquellos ídolos les daban todos los bienes temporales y que dejándolos maltratar, se enojarían y no les darían nada y les secarían los frutos de la tierra y muriría la gente de hambre. Yo les hice entender con las lenguas cúan engañados estaban en tener su esperanza en aquellos ídolos que eran hechos por sus manos de cosas no limpias, y que habían de saber que había un solo Dios universal señor de todos, el cual había criado el cielo y la tierra y todas las cosas y que hizo a ellos y a nosotros, y que éste era sin principio e inmortal y que a él habían de adorar y creer, y no a otra criatura ni cosa alguna. Y les dije todo lo demás que yo en este caso supe para los desviar de sus idolatrías y atraer al conoscimiento de Dios Nuestro Señor. Y todos, en especial el dicho Muteeçuma, me respondieron que ya me habían dicho que ellos no eran naturales desta tierra y que había muchos tiempos que sus predecesores habían venido a ella; y que bien creían que podían estar errados en algo de aquello que tenían por haber tanto tiempo que salieron de su naturaleza, y que yo, como más nuevamente venido sabría las cosas que debían tener y creer mejor que no ellos, que se las dijese e hiciese entender, que ellos harían lo que yo les dijese que era lo mejor. Y el dicho Muteeçuma y muchos de los prencipales de 45


Segunda carta de relación la dicha cibdad estuvieron conmigo hasta quitar los ídolos y limpiar las capillas y poner las imágenes, y todo con alegre semblante. Y les defendí que no matasen criaturas a los ídolos como acostumbraban, porque demás de ser muy aborrecible a Dios, Vuestra Sacra Majestad por sus leyes lo prohibe y manda que el que matare lo maten. Y de ahí adelante se apartaron dello, y en todo el tiempo que yo estuve en la dicha cibdad nunca se vio matar ni sacrificar alguna criatura.. Los bultos y cuerpos de los ídolos en quien estas gentes creen son de muy mayores estaturas que el cuerpo de un grand hombre. Son hechos de masa de todas las semillas de legumbres que ellos comen molidas y mezcladas unas con otras, y amásanlas con sangre de corazones de cuerpos humanos, los cuales abren por los pechos vivos y les sacan el corazón y de aquella sangre que sale dél amasan aquella harina, y así hacen tanta cantidad cuanta basta para facer aquellas estatuas grandes. Y también, después de hechas, les ofrecían más corazones que ansimesmo les sacrifican y les untan las caras con la sangre. A cada cosa tienen su ídolo dedicado al uso de los gentiles que antiguamente honraban sus dioses, por manera que para pedir favor para la guerra tienen un ídolo y para sus labranzas otro, y así para cada cosa de las que ellos quieren o desean que se hagan bien tienen sus ídolos a quien honran y sirven. Hay en esta grand cibdad muchas casas muy buenas y muy grandes. Y la causa de haber tantas casas prencipales es que todos los señores de la tierra vasallos del dicho Muteeçuma tienen sus casas en la dicha cibdad y residen en ella cierto tiempo del año, y demás desto hay en ella muchos cibdadanos ricos que tienen ansimismo muy buenas casas. Todos ellos demás de tener muy grandes y buenos aposentos tienen muy gentiles vergeles de flores de diversas maneras ansí en los aposentamientos altos como bajos. Por la una calzada que a esta grand cibdad entra vienen dos caños de argamasa tan anchos como dos pasos cada uno y tan altos casi como un estado. Y por el uno dellos viene un golpe de agua dulce muy buena de gordor de un cuerpo de hombre que va a dar al cuerpo de la cibdad, de que se sirven y beben todos. El otro que va vacío es para cuando quieren limpiar el otro caño, porque echan por allí el agua en tanto que se limpia. Y porque el agua ha de pasar por las puentes a causa de las quebradas por do atraviesa el agua salada echan la dulce por unas canales tan gruesas como un buey que son de la longura de las dichas puentes, y ansí se sirve toda la cibdad. Traen a vender el agua por canoas por todas las calles, y la manera de como la toman del caño es que llegan las canoas debajo de las puentes por do están las canales y de allí hay hombres en lo alto que hinchen las canoas, y les pagan por ello su trabajo. En todas las entradas de la cibdad y en las partes donde descargan las canoas, que es donde viene la más cantidad de los mantenimientos que entran en la cibdad, hay chozas hechas donde están personas por guardas y que resciben certun quid de cada cosa que entra. Esto no sé si lo lleva el señor o si es propio para la cibdad porque hasta agora no lo he alcanzado, pero creo que para el señor, porque en otros mercados de otras provincias se ha visto coger aquel derecho para el señor dellas. Hay en todos los mercados y lugares públicos de la dicha cibdad todos los días muchas personas, trabajadores y maestros de todos oficios esperando quien los alquile por sus jornales. La gente desta cibdad es de más manera y primor en su vestir y servicio que no la otra destas otras provincias y cibdades, porque como allí estaba siempre este señor 46


AP Spanish Literature I Muteeçuma y todos los señores sus vasallos ocurrían siempre a la cibdad había en ella más manera y policía en todas las cosas. Y por no ser más prolijo en la relación de las cosas desta grand cibdad (aunque no acabaría tan aína) no quiero decir más sino que en su servicio y trato de la gente della hay la manera casi de vevir que en España y con tanto concierto y orden como allá, y que considerando esta gente ser bárbara y tan apartada del conoscimiento de Dios y de la comunicación de otras naciones de razón, es cosa admirable ver la que tienen en todas las cosas. En lo del servicio de Muteeçuma y de la cosas de admiración que tenía por grandeza y estado hay tanto que escrebir que certifico a Vuestra Alteza que yo no sé por dó comenzar que pueda acabar de decir alguna parte dellas. Porque, como ya he dicho, ¿qué más grandeza puede ser que un señor bárbaro como éste tuviese contrafechas de oro y plata y piedras y plumas todas las cosas que debajo del cielo hay en su señorío tan al natural lo de oro y plata que no hay platero en el mundo que mejor lo hiciese; y lo de las piedras, que no baste juicio [para] comprehender con qué instrumentos se hiciese tan perfeto; y lo de pluma, que ni de cera ni en ningún broslado se podría hacer tan maravillosamente? El señorío de tierras que este Muteeçuma tenía no se ha podido alcanzar cuánto era, porque a ninguna parte ducientas leguas de un cabo y de otro de aquella su grand cibdad inviaba sus mensajeros que no fuese cumplido su mandado, aunque había algunas provincias en medio de estas tierras con quien él tenía guerra. Pero [por] lo que se alcanzó y yo pude dél comprehender era su señorío tanto casi como España, porque hasta sesenta leguas desa parte de Putunchan, que es el río de Grisalba, invió mensajeros a que se diesen por vasallos de Vuestra Majestad los naturales de una cibdad que se dice Cumantan que había desde la gran cibdad a ella ducientas y veinte leguas, porque las ciento y cincuenta yo he fecho andar y ver a los españoles. Todos los más de los señores destas tierras y provincias, en especial los comarcanos, residían, como ya he dicho, mucho tiempo del año en aquella gran cibdad, y todos o los más tenían sus hijos primogénitos en el servicio del dicho Muteeçuma. En todos los señoríos destos señores tenía fuerzas fechas y en ellas gente suya y sus gobernadores y cogedores del servicio y renta que de cada provincia le daban. Y había cuenta y razón de lo que cada uno era obligado a dar, porque tienen carateres y figuras escriptas en el papel que facen por donde se entienden. Cada una destas provincias servía con su género de servicio segúnd la calidad de la tierra, por manera que a su poder venía toda suerte de cosas que en las dichas provincias había. Y era tan temido de todos, así presentes como absentes, que nunca príncipe del mundo lo fue más. Tenía así fuera de la cibdad como dentro muchas casas de placer y cada una de su manera de pasatiempo tan bien labradas como se podría decir y cuales requerían ser para un gran príncipe y señor. Tenía dentro de la cibdad sus casas de aposentamiento tales y tan maravillosas que me parescería casi imposible poder decir la bondad y grandeza dellas, y por tanto no me porné a expresar cosa dellas más de que en España no hay su semejable. Tenía una casa poco menos buena que ésta donde tenía un muy hermoso jardín con ciertos miradores que salían sobre él y los mármoles y losas dellos eran de jaspe muy bien obrados. Había en esta casa aposentamiento para se aposentar dos muy grandes príncipes con todo su servicio. 47


Segunda carta de relación En esta casa tenía diez estanques de agua donde tenía todos los linajes de aves de agua que en estas partes se hallan, que son muchos y diversos, todas domésticas. Y para las aves que se crían en la mar eran los estanques de agua salada y para las de ríos lagunas de agua dulce, la cual agua vaciaban de cierto a cierto tiempo por la limpieza y la tornaban a henchir con sus caños. Y a cada género de aves se daba aquel mantenimiento que era propio a su natural y con que ellas en el campo se mantenían, de forma que a las que comían pescado gelo daban; y a las que gusanos, gusanos; ya las que maíz, maíz; y las que otras semillas más menudas, por consiguiente gelas daban. Y certifico a Vuestra Alteza que a las aves que solamente comían pescado se les daba cada día diez arrobas del que se toma en la laguna salada. Había para tener cargo destas aves trecientos hombres que en ninguna otra cosa entendían. Había otros hombres que solamente entendían en curar las aves que adolecían. Sobre cada alberca y estanques de estas aves había sus corredores y miradores muy gentilmente labrados donde el dicho Muteeçuma se venía a recrear y a las ver. Tenía en esta casa un cuarto en que tenía hombres y mujeres y niños blancos de su nascimiento en el rostro y cuerpo y cabellos y pestañas y cejas. Tenía otra casa muy hermosa donde tenía un grand patio losado de muy gentiles losas todo él hecho a manera de un juego de ajedrez. Y las casas eran hondas cuanto estado y medio y tan grandes como seis pasos en cuadra, y la mitad de cada una de estas casas era cubierta el soterrado de losas y la mitad que quedaba por cobrir tenía encima una red de palo muy bien hecha. Y en cada una de estas casas había una ave de rapiña, comenzando de cernícalo hasta águila todas cuantas se hallan en España y muchas más raleas que allá no se han visto. Y de cada una destas raleas había mucha cantidad, y en lo cubierto de cada una destas casas había un palo como alcandra y otro fuera debajo de la red, que en el uno estaban de noche y cuando llovía y en el otro se podían salir al sol y al aire a curarse. A todas estas aves daban todos los días de comer gallinas y no otro mantenimiento. Había en esta casa ciertas salas grandes bajas todas llenas de jaulas grandes de muy gruesos maderos muy bien labrados y encajados, y en todas o en las más había leones, tigres, lobos, zorras y gatos de diversas maneras y todos en cantidad, a las cuales daban de comer gallinas cuantas les bastaban, y para estos animales y aves había otros trecientos hombres que tenían cargo dellos. Tenía otra casa donde tenía muchos hombres y mujeres mostruos, en que había enanos, concorbados y contrechos y otros con otras disformidades, y cada una manera de mostruos en su cuarto por sí, y también había para éstos personas dedicadas para tener cargo dellos. Y las otras casas de placer que tenía en su cibdad dejo de decir por ser muchas y de muchas calidades. La manera de su servicio era que todos los días luego en amanesciendo eran en su casa más de seiscientos señores y personas prencipales, los cuales se sentaban. Y otros andaban por unas salas y corredores que había en la dicha casa y allí estaban hablando y pasando tiempo sin entrar donde su persona estaba. Y los servidores déstos y personas de quien se acompañaban hinchían dos o tres grandes otros patios y la calle, que era muy grande, y éstos estaban sin salir de allí todo el día hasta la noche. Y al tiempo que traían de comer al dicho Muteeçuma ansimismo lo traían a todos aquellos señores tan complidamente como a su persona, y también a los servidores y gente déstos les daban sus raciones. Había 48


AP Spanish Literature I cotidianamente la despensa y botillería abierta para todos aquellos que quisiesen comer y beber. La manera de cómo le daban de comer es que venían trecientos o cuatrocientos mancebos con el manjar, que era sin cuento, porque todas las veces que comía o cenaba le traían de todas las maneras de manjares, ansí de carnes como de pescados y frutas y hierbas que en toda la tierra se podían haber. Y porque la tierra es fría traían debajo de cada plato y escudilla de mansar un braserico con brasa porque no se enfriase. Poníanle todos los manjares juntos en una grand sala en que él comía que casi toda se henchía, la cual estaba toda muy bien esterada y muy limpia, y él estaba sentado en una almohada de cuero pequeña muy bien hecha. Al tiempo que comía estaban allí desviados dél cinco o seis señores ancianos a los cuales él daba de lo que comía. Y estaba en pie uno de aquellos servidores que le ponía y alzaba los manjares y pedía a los otros que estaban más afuera lo que era nescesario para el servicio, y al prencipio y fin de la comida y cena siempre le daban agua a manos, y con la tuvalla que una vez se limpiaba nunca se limpiaba más, ni tampoco los platos y escudillas en que le traían una vez el manjar se los tornaban a traer sino siempre nuevos, y así hacían de los brasericos. Vestíase todos los días cuatro maneras de vestiduras todas nuevas, y nunca más se las vestía otra vez. Todos los señores que entraban en su casa no entraban calzados, y cuando iban delante dél algunos que él inviaba a llamar llevaban la cabeza y ojos inclinados y el cuerpo muy humillado. Y hablando con él no le miraban a la cara, lo cual hacían por mucho acatamiento y reverencia. Y sé que lo hacían por este respeto porque ciertos señores reprehendían a los españoles diciendo que cuando hablaban conmigo estaban esentos mirándome a la cara, que parescía desacatamiento y poca vergüenza. Cuando salía fuera el dicho Muteeçuma, que era pocas veces, todos los que iban con él y los que topaba por las calles le volvían el rostro y en ninguna manera le miraban, y todos los demás se prostraban hasta que él pasaba. Llevaba siempre delante de sí un señor de aquellos con tres varas delgadas altas, que creo se hacía porque se supiese que iba allí su persona, y cuando lo descendían de las andas tomaba la una en la mano y llevábala hasta adonde iba. Eran tantas y tan diversas las maneras y cerimonias que este señor tenía en su servicio, que era nescesario más espacio del que yo al presente tengo para las relatar y aun mejor memoria para las retener, porque ninguno de los soldanes ni otro ningúnd señor infiel de los que hasta agora se tiene noticia no creo que tantas ni tales cerimonias en su servicio tengan. En esta grand cibdad estuve proveyendo las cosas que parescía que convenían al servicio de Vuestra Sacra Majestad, y pacificando y atrayendo a él muchas provincias y tierras pobladas de muy grandes y muchas cibdades y villas y fortalezas, y descubriendo minas y sabiendo e inquiriendo muchos secretos de las tierras del señorío deste Muteeçuma como de otras que con él confinaban y él tenía noticia, que son tantas y tan maravillosas que son casi increíbles. Y todo con tanta voluntad y contentamiento del dicho Muteeçuma y de todos los naturales de las dichas tierras como si de ab iniçio hobieran conoscido a Vuestra Sacra Majestad por su rey y señor natural, y no con menos voluntad hacían las cosas que en su real nombre les mandaba. En las cuales dichas cosas y en otras no menos útiles al servicio de Vuestra Alteza gasté de ocho de noviembre de mill y quinientos y diez y nueve hasta entrante el mes de mayo deste año presente, que 49


Segunda carta de relación estando en toda quietud y sosiego en esta dicha cibdad, teniendo repartidos muchos de los españoles por muchas y diversas partes pacificando y poblando esta tierra con mucho deseo que viniesen navíos con la respuesta de la relación que a Vuestra Majestad había hecho desta tierra para con ellos inviar la que agora envío y todas las cosas de oro y joyas que en ella había habido para Vuestra Alteza, vinieron a mí ciertos naturales desta tierra, vasallos del dicho Muteeçuma de los que en la costa del mar moran, y me dijeron cómo junto a las sierras de Sant Martín, que son en la dicha costa antes del puerto o bahía de Sant Juan, habían llegado diez y ocho navíos, y que no sabían quién eran porque ansí como los vieron en la mar me lo vinieron a hacer saber. Y tras estos dichos indios vino otro natural de la isla Fernandina, el cual me trajo una carta de un español que yo tenía puesto en la costa para que si navíos viniesen les diese razón de mí y de aquella villa que allí estaba cerca de aquel puerto, porque no se perdiesen. En la cual dicha carta se contenía que en tal día había asomado un navío frontero del dicho puerto de Sant Juan solo, y que había mirado por toda la costa de la mar cuanto su vista podía comprehender y que no había visto otro, y que creía que era la nao que yo había inviado a Vuestra Sacra Majestad porque ya era tiempo que viniese, y que para más certificarse él quedaba esperando que la dicha nao llegase al puerto para se informar della, y que luego vernía a me traer la relación. Vista esta carta, despaché dos españoles, uno por un camino y otro por otro porque no errasen algúnd mensajero si de la nao viniese, a los cuales dije que llegasen hasta el dicho puerto y supiesen cuántos navíos eran llegados y de dónde eran y lo que traían, y se volviesen a la más priesa que fuese posible a me lo hacer saber. Y ansimismo despaché otro a la villa de la Vera Cruz a les decir lo que de aquellos navíos había sabido para que de allá ansimesmo se informasen y me lo hiciesen saber, y otro al capitán que con los ciento y cincuenta hombres inviaba a hacer el pueblo de la provincia y pueblo de Quacucalco, al cual escrebí que doquiera que el dicho mensajero le alcanzase se estuviese y no pasase adelante hasta que yo segunda vez le escribiese, porque tenía nueva que eran llegados al puerto ciertos navíos. El cual, según después paresció, ya cuando llegó mi carta sabía de la venida de los dichos navíos. E inviados estos dichos mensajeros, se pasaron quince días que ninguna cosa supe ni hobe respuesta de ninguno dellos, de que no estaba poco espantado. Y pasados estos quince días vinieron otros indios, asimesmo vasallos del dicho Muteeçuma, de los cuales supe que los dichos navíos estaban ya surtos en el dicho puerto de Sant Juan y la gente desembarcada, y traían por copia que había ochenta caballos y ochocientos hombres y diez o doce tiros de fuego, lo cual todo traían figurado en un papel de la tierra para lo mostrar al dicho Muteeçuma y dijéronme cómo el español que yo tenía puesto en la costa y los otros mensajeros que yo había inviado estaban con la dicha gente, y que les habían dicho a estos indios que el capitán de aquella gente no los dejaban venir y que me lo dijesen. Y sabido esto, acordé de inviar un religioso que yo traje en mi compañía con una carta mía y otra de alcaldes y regidores de la villa de la Vera Cruz que estaban conmigo en la dicha cibdad, las cuales iban derigidas al capitán y gente que a aquel puerto había llegado haciéndole saber muy por estenso lo que en esta tierra me había suscedido y 50


AP Spanish Literature I cómo tenía muchas cibdades y villas y fortalezs ganadas y conquistadas y pacíficas y subjetas al real servicio de Vuestra Majestad y preso al señor prencipal de todas estas partes, y cómo estaba en aquella gran cibdad e la calidad della y el oro y joyas que para Vuestra Alteza tenía y cómo había inviado relación desta tierra a Vuestra Majestad; y que les pedía por merced me ficiesen saber quién eran, y si eran vasallos naturales de los reinos y señoríos de Vuestra Alteza me escribiesen si venían a esta tierra por su real mandado o a poblar y estar en ella o si pasaban adelante o habían de volver atrás o si traían alguna nescesidad, que yo les haría proveer de todo lo que a mí posible fuese; y que si eran de fuera de los reinos de Vuestra Alteza ansimesmo me hiciese saber si traían alguna nescesidad porque también lo remediaría, pudiendo; donde no, les requería de parte de Vuestra Majestad que luego se fuesen de sus tierras y no saltasen en ellas, con aprecibimiento que si ansí no lo hiciesen iría contra ellos con todo el poder que yo tuviese ansí de españoles como de naturales de la tierra, y los prendería o mataría como a estranjeros que se querían entremeter en los reinos y señoríos de mi rey y señor. Y partido el dicho religioso con el dicho despacho, dende en cinco días llegaron a la cibdad de Temixtitán veinte españoles de los que en la villa de la Vera Cruz tenía, los cuales me traían un clérigo y otros dos legos que habían tomado en la dicha villa. De los cuales supe cómo el armada y gente que en el dicho puerto estaba era de Diego Velázquez, que venía por su mandado y que venía por capitán della un Pánfilo de Narváez vecino de la isla Fernandina, y que traían ochenta de caballo y muchos tiros de pólvora y ochocientos peones, entre los cuales dijeron que había ochenta escopeteros y ciento y veinte ballesteros; y que venía y se nombraba por capitán general y teniente de gobernador de todas estas partes por el dicho Diego Velázquez y que para ello traía provisiones de Vuestra Majestad, y que los mensajeros que yo había inviado y el hombre que en la costa tenía estaban con el dicho Pánfilo de Narváez y no los dejaban venir. El cual se había informado dellos de cómo yo tenía poblado allí aquella villa doce leguas del dicho puerto y de la gente que en ella estaba y ansimismo de la gente que yo inviaba a Quacucalco, y cómo estaban en una provincia treinta leguas del dicho puerto que se dice Tuchitebeque y de todas las cosas que yo en la tierra había fecho en servicio de Vuestra Alteza y las cibdades y villas que yo tenía conquistadas y pacíficas y de aquella gran cibdad de Temixtitán y del oro y joyas que en la tierra se había habido, y se había informado dellos de todas las otras cosas que me habían suscedido; y que a ellos les habia inviado el dicho Narváez a la dicha villa de la Vera Cruz a que si pudiesen, hablasen de su parte a los que en ella estaban y los atrajesen a su propósito y se levantasen contra mí. Y con ellos me trajeron más de cient cartas que el dicho Narváez y los que con él estaban inviaban a los de la dicha villa, diciendo que diesen crédito a lo que aquel clérigo y los otros que iban con él de su parte les dijesen y prometiéndoles que si ansí lo ficiesen, que por parte del dicho Diego Velázquez y dél en su nombre les serían fechas muchas mercedes, y los que lo contrarío ficiesen habían de ser muy mal tratados, y otras muchas cosas que en las dichas cartas se contenían y el dicho clérigo y los que con él venian dijeron. Y casi junto con éstos vino un español de los que iban a Quacucalco con cartas del capitán que era un Juan Velázquez de León, el 51


Segunda carta de relación cual me hacia saber cómo la gente que había llegado al puerto era Pánfilo de Narváez, que venía en nombre de Diego Velázquez, con la gente que traían. Y me invió una carta que el dicho Narváez le había inviado con un indio como a pariente del dicho Diego Velázquez y cuñado del dicho Narváez, en que por ella le decía cómo de aquellos mensajeros míos había sabido que estaba allí con aquella gente, que luego se fuese con ella a él porque en ello haría lo que complía y lo que era obligado a sus deudos, y que bien creía que yo le tenía por fuerza y otras cosas que el dicho Narváez le escribía. El cual dicho capitán, como más obligado al servicio de Vuestra Majestad, no sólo dejó de aceptar lo que el dicho Narváez por su letra le decía, mas aun luego se partió después de me haber inviado la carta para se venir a juntar con toda la gente que tenía conmigo. Y después de me haber informado de aquel clérigo y de los otros dos que con él venían de muchas cosas y de la intención de los del dicho Diego Velázquez y Narváez y de cómo se habían movido con aquella armada y gente contra mí porque yo había inviado la relación y cosas desta tierra a Vuestra Majestad y no al dicho Diego Velázquez, y cómo venían con dañada voluntad para me matar a mí y a muchos de mi compañía que ya desde allá traían señalados. Y supe ansimesmo cómo el licenciado Figueroa, juez de residencia en la isla Española, y los jueces y oficiales de Vuestra Alteza que en ella residen, sabido por ellos cómo el dicho Diego Velázquez facía la dicha armada y la voluntad con que la hacía, constándoles el daño y deservicio que de su venida a Vuestra Majestad podía redundar, inviaron al licenciado Lucas Vázquez de Aylón, uno de los dichos jueces, con su poder a requerir y mandar al dicho Diego Velázquez no inviase la dicha armada. El cual vino y halló al dicho Diego Velázquez con toda la gente armada en la punta de la dicha isla Fernandina ya que quería pasar, y que allí le requeríó a él y a todos los que en la dicha armada venían que no viniesen porque dello Vuestra Alteza era muy deservido, y sobre ello les impuso muchas penas, las cuales no ostante ni todo lo por el dicho licenciado requerido ni mandado, todavía había inviado la dicha armada; y que el dicho licenciado Aylón estaba en el dicho puerto, que había venido juntamente con ella pensando de evitar el daño que de la venida de la dicha armada se siguía, porque a él y a todos era notorío el mal propósito y voluntad con que la dicha armada venía. Envié al dicho clérigo con una carta mía para el dicho Narváez por la cual le decía cómo yo había sabido del dicho clérigo y de los que con él habían venido cómo él era el capitán de la gente que aquella armada traía, y que holgaba que fuese él, porque tenía otro pensamiento veyendo que los mensajeros que yo había inviado no venían; pero que pues él sabía que yo estaba en esta tierra en servicio de Vuestra Alteza, me maravillaba no me escribiese o enviase mensajero faciéndome saber de su venida, pues sabía que yo había de holgar con ella así por él ser mi amigo mucho tiempo había como porque creía que él venía a servir a Vuestra Alteza, que era lo que yo más deseaba; e inviar como había inviado sobornadores y carta de inducimiento a las personas que yo tenía en mi compañía en servicio de Vuestra Majestad para que se levantasen contra mí y se pasasen a él, como si fuéramos los unos infieles y los otros cristianos o los unos vasallos de Vuestra Alteza y los otros sus deservidores; y que le pedía por merced que de allí adelante no tuviese aquellas formas, antes me ficiese saber la causa de su venida; y que me habían dicho que se intitulaba 52


AP Spanish Literature I capitán general y teniente de gobernador por Diego Velázquez y que por tal se había fecho pregonar en la tierra, y que había hecho alcaldes y regidores y ejecutado justicia, lo cual era en mucho deservicio de Vuestra Alteza y contra todas sus leyes, porque siendo esta tierra de Vuestra Majestad y estando poblada de sus vasallos y habiendo en ella justicia y cabildo, que no se debía intitular de los dichos oficios ni usar dellos sin ser primero a ellos recibido puesto que para los ejercer trujese provisiones de Vuestra Majestad; las cuales, si traía, le pedía por merced y le requería las presentase ante mí y ante el cabildo de la Vera Cruz, y que dél y de mí serían obedescidos como cartas y provisiones de nuestro rey y señor natural, y complidas en cuanto al real servicio de Vuestra Majestad conviniese, porque yo estaba en aquella cibdad y en ella tenía preso a aquel señor y tenía mucha suma de oro y joyas así de lo de Vuestra Alteza como de los de mi compañía y mío, lo cual yo no osaba dejar con temor que salido yo de la dicha cibdad, la gente se rebellase y perdiese tanta cantidad de oro y joyas y tal cibdad, mayormente que perdida aquélla, era perdida toda la tierra. Y ansimismo di al dicho clérígo una carta para el dicho licenciado Aylón, el cual, según después yo supe, al tiempo que el dicho clérigo llegó había prendido el dicho Narváez e inviado preso con dos navíos. El día que el dicho clérigo se partió me llegó un mensajero de los que estaban en la villa de la Vera Cruz por el cual me hacían saber que toda la gente de los naturales de la tierra estaban levantados y hechos con el dicho Narváez, en especial los de la cibdad de Cempoal y su partido; y que ninguno dellos quería venir a servir a la dicha villa así en la fortaleza como en las otras cosas en que solían servir porque decían que Narváez les había dicho que yo era malo y que me venía a prender a mí y a todos los de mi compañía y llevarnos presos y dejar la tierra, y que la gente que el dicho Narváez traía era mucha y la que yo traía poca, y que él traía muchos caballos y muchos tiros e que yo tenía pocos, y que querían ser a viva quien vence; y que también me hacían saber que eran informados de los dichos indios que el dicho Narváez se venia a aposentar a la dicha cibdad de Cempoal y que ya sabía cuán cerca estaba de aquella villa, y que creían, segúnd eran informados, del mal propósito que el dicho Narváez contra todos traía, que desde allí vernía sobre ellos y teniendo de su parte los indios de la dicha cibdad, y por tanto me hacían saber que ellos dejaban la villa sola por no pelear con ellos, y por evitar escándalo se sobían a la sierra a casa de un señor vasallo de Vuestra Alteza y amigo nuestro, y que allí pensaban estar hasta que yo les inviase a mandar lo que hiciesen. Y como yo vi el grand daño que se comenzaba a revolver y cómo la tierra se levantaba a causa del dicho Narváez, parescióme que con ir yo donde él estaba se apaciguaría mucho porque viéndome los indios presente no se osarían levantar, y también porque pensaba dar orden con el dicho Narváez cómo tan gran mal como se comenzaba cesase. Y así me partí aquel mesmo día dejando la fortaleza muy bien bastecida de maíz y de agua y quinientos hombres dentro en ella y algunos tiros de pólvora. Y con la otra gente que allí tenía, que serían hasta setenta hombres, seguí mi camino con algunas personas prencipales de los del dicho Muteeçuma, al cual yo antes que me partiese hice muchos razonamientos diciéndole que mirase que él era vasallo de Vuestra Alteza y que agora había de recebir mercedes de Vuestra Majestad por los servicios que le había hecho; y que aquellos espa53


Segunda carta de relación ñoles le dejaba encomendados con todo aquel oro y joyas que él me había dado y mandó dar para Vuestra Alteza, porque yo iba a aquella gente que allí había venido a saber qué gente era, porque hasta entonces no lo había sabido y creía que que debía de ser alguna mala gente y no vasallos de Vuestra Alteza. Y él me prometió de los hacer proveer todo lo nescesario y guardar mucho todo lo que allí dejaba puesto para Vuestra Majestad, y que aquellos suyos que iban conmigo me llevarían por camino que no saliese de su tierra y me harían proveer en él de todo lo que hubiese menester; y que me rogaba si aquella fuese gente mala que se lo hiciese saber, porque luego proveería de mucha gente de guerra para que fuese a pelear con ellos y echarlos fuera de la tierra. Lo cual todo yo le agradescí y certifiqué que por ello Vuestra Alteza le mandaría facer muchas mercedes, y le di muchas joyas y ropas a él y a un hijo suyo y a muchos señores que estaban con él a la sazón. Y en una cibdad que se dice Churultecal topé a Juan Velázquez, capitán que, como he dicho, inviaba a Quacucalco, que con toda la gente se venía. Y sacados algunos que venían mal dispuestos, que invié a la cibdad con él y con los demás, seguí mi camino. Y quince leguas adelante desta cibdad de Churultecal topé a aquel padre religioso de mi compañía que yo había inviado al puerto a saber qué gente era la del armada que allí había venido, el cual me trajo una carta del dicho Narváez en que me decía que él traía ciertas provisiones para tener esta tierra por Diego Velázquez, que luego fuese donde él estaba a las obedescer y cumplir, y que él tenía hecha una villa y alcaldes y regidores. Y del dicho religioso supe cómo habían prendido al dicho licenciado Aylón y a su escríbano y alguacil y los habían inviado en dos navíos; y cómo allá le habían acometido con partidos para que él atrajese algunos de los de mi compañía y se pasasen al dicho Narváez, y cómo habían hecho alarde delante dél y de ciertos indios que con él iban de toda la gente ansí de pie como de caballo y soltar el artillería que estaba en los navíos y la que tenían en tierra a fin de atemorizarlos, porque le dijeron al dícho religíoso: “mírad cómo os podéis defender de nosotros si no hacéis lo que quisiéremos”. Y también me dijo cómo había hallado con el dicho Narváez un señor natural desta tierra vasallo del dicho Muteeçuma y que le tenía por gobernador suyo en toda su tierra, de los puertos hasta la costa de la mar, y que supo que el dicho Narváez le había fablado de parte del dicho Muteeçuma y dádole ciertas joyas de oro, y el dicho Narváez le había dado también a él ciertas cosillas; y que supo que había despachado de allí ciertos mensajerosq para el dicho Muteeçuma y enviado a le decir que él le soltaría; y que venía a prenderme a mí y a los de mi compañía e irse luego y dejar la tierra, y que él no quería oro, sino, preso yo y los que conmigo estaban, volverse y dejar la tierra y sus naturales della en su libertad; finalmente, que supe que su intención era de se aposisionar en la tierra por su abtorídad, sin pedir que fuese rescebido de ninguna persona; y no queriendo yo ni los de mi compañía tenerle por capitán y justicia en nombre del dicho Diego Velázquez, venía contra nosotros a tomarnos por guerra, y que para ello estaba confederado con los naturales de la tierra, en especial con el dicho Muteeçuma por sus mensajeros, y como yo viese tan magnifiesto el daño y deservicio que a Vuestra Majestad de lo susodicho se podía seguir, puesto que me dijeron el grand poder que traía y aunque traía mandado de Diego Velázquez que a mí y a ciertos de los de mi 54


AP Spanish Literature I compañía que venían señalados que luego que nos pudiese haber nos ahorcase, no dejé de me acercar más a él, creyendo por bien hacerle conoscer el gran deservicio que a Vuestra Alteza hacía y poderle apartar del mal propósito y dañada voluntad que traía. Y así siguí mi camino, y quince leguas antes de llegar a la ciudad de Cempoal, donde el dicho Narváez estaba aposentado, llegaron a mí el clérigo dellos que los de la Vera Cruz habían inviado y con quien yo al dicho Narváez y al licenciado Aylón había escripto y otro clérigo y un Andrés de Duero, vecino de la isla Fernandina, que ansimismo vino con el dicho Narváez. Los cuales en respuesta de mi carta me dijeron de parte del dicho Narváez que yo todavía le fuese a obedescer y tener por capitán y le entregase la tierra, porque de otra manera me sería hecho mucho daño porque el dicho Narváez traía grand poder y yo tenía poco, y demás de la mucha gente de españoles que traía, que los más de los naturales eran en su favor; y que si yo le quisiese dar la tierra, que me daría de los navíos y mantenimientos que él traía los que yo quisiese y me dejaría ir en ellos a mí y a los que conmigo quisiesen ir con todo lo que quisiésemos llevar sin nos poner impedimento en cosa alguna. Y el uno de los clérígos me dijo que así venía capitulado del dicho Diego Velázquez que hiciesen conmigo el dicho partido y para ello había dado su poder al dicho Narváez y a los dichos dos clérígos juntamente, y que acerca desto me harían todo el partido que yo quisiese. Yo les respondí que no venía provisión de Vuestra Alteza por donde le debiese entregar la tierra, y que si alguna traía, que la presentase ante mí y ante el cabildo de la villa de la Vera Cruz segúnd orden y costumbre de España, y que yo estaba presto de la obedescer y cumplir; y que hasta tanto por ningúnd interese ni partido haría lo que él decía, antes yo y los que conmigo estaban moreríamos en defensa de la tierra, pues la habíamos ganado y tenido por Vuestra Majestad pacífica y segura y por no ser traidores y desleales a nuestro rey. Otros muchos partidos me movieron por me atraer a su propósito y ninguno quise aceptar sin ver provisión de Vuestra Alteza por donde lo debiese hacer, la cual nunca me quiso mostrar. Y en conclusión, estos clérígos y el dicho Andrés de Duero y yo quedamos concertados que el dicho Narváez con diez personas y yo con otras tantas nos viésemos con seguridad de ambas las partes y que allí me notificase las provisiones si algunas traía, y que yo respondiese. Y yo de mi parte envié el seguro firmado y él ansimesmo me invió otro firmado de su nombre, el cual, segúnd me paresció, no tenía pensamiento de guardar, antes concertó que en la vista se tuviese forma cómo de presto me matasen, y para ello se señalaron dos de los diez que con él habían de venir y que los demás peleasen con los que conmigo habían de ir. Porque decían que muerto yo era su fecho acabado, como de verdad lo fuera si Dios, que en semejantes casos remedia, no remediara con cierto aviso que de los mismos que eran en la traición me vino juntamente con el seguro que me inviaban. Lo cual sabido, escribí una carta al dicho Narváez y otra a los terceros diciéndoles cómo yo había sabido su mala intención y que no quería ir de aquella manera que ellos tenían concertado, y luego les invié ciertos requirimientos y mandamientos por el cual requiría al dicho Narváez que si algunas provisiones de Vuestra Alteza tenía, me las notificase, y que fasta tanto no se nombrase capitán ni justicia ni se entremetiese en cosa alguna de los dichos oficios so cierta pena que para ello le impuse. Y ansimesmo mandaba y 55


Segunda carta de relación mandé por el dicho mandamiento a todas las personas que con el dicho Narváez estaban que no tuviesen ni obedescieen al dicho Narváez por tal capitán ni justicia, antes dentro de cierto término que en dicho mandamiento señalé paresciesen ante mí para que yo les dijese lo que debían facer en servicio de Vuestra Alteza, con protestación que lo contrario haciendo, procedería contra ellos como contra traidores y aleves y malos vasallos que se rebellaban contra su rey y quieren usurpar sus tierras y señoríos y darlas y aposesionar dellas a quien no pertenescían ni dellas ha abción ni derecho competente; y que para la ejecución desto, no paresciendo ante mí ni haciendo lo contenido en el dicho mi mandamiento, iría contra ellos a los prender y castigar conforme a justicia. Y la respuesta que desto hobe del dicho Narváez fue prender al escribano y a la persona que con mi poder les fueron a notificar el dicho mandamiento y tomarles ciertos indios que llevaban, los cuales estuvieron detenidos hasta que llegó otro mensajero que yo invié a saber dellos, ante los cuales tornaron a hacer alarde de toda la gente y a amenazar a ellos y a mí si la tierra no les entregásemos. Y visto que por ninguna vía yo podía escusar tan grand daño y mal y que la gente naturales de la tierra se alborotaban y levantaban a más andar, encomendándome a Dios y pospuesto todo el temor del daño que se me podía seguir, considerando que morir en servicio de mi rey y por defender y amparar sus tierras y no las dejar usurpar a mí y a los de mi compañía se nos seguía farta gloria, di mi mandamiento a Gonzalo de Sandoval, alguacil mayor, para prender al dicho Narváez y a los que se llamaban alcaldes y regidores, al cual di ochenta hombres y les mandé que fuesen con él a los prender, y yo con otros ciento y setenta, que por todos éramos ducientos y cincuenta hombres, sin tiro de pólvora ni caballo sino a pie siguí al dicho alguacil mayor para le ayudar si el dicho Narváez y los otros quisiesen resistir su prisión. Y el día que el dicho alguacil mayor y la gente y yo llegamos a la cibdad de Cempoal, donde el dicho Narváez y gente estaba aposentada, supo denuestra ida y salió al campo con ochenta de caballo y cuatrocientos peones sin los demás que dejó en su aposento, que era la mesquita mayor de aquella cibdad asaz fuerte, y llegó casi una legua de donde yo estaba. Y como lo que de mi ida sabía era por lengua de los indios y no me halló creyó que le burlaban, y volvióse a su aposento, teniendo aprecebida toda su gente, y puso dos espías casi una legua de la dicha cibdad. Y como yo deseaba evitar todo escándalo parescióme que sería el menos yo ir de noche sin ser sentido, si fuese posible, e ir derecho al aposento del dicho Narváez, que yo y todos los de mi compañía sabíamos muy bien, y prenderlo, porque preso él, creí que no hobiera escándalo, porque los demás querían obedescer a la justicia, en especial que los demás dellos venían por fuerza que el dicho Diego Velázquez les hizo y por temor que no les quitase los indios que en la isla Fernandina tenían. Y así fue que el día de Pascua de Espírítu Santo poco más de media noche yo di en el dicho aposento. Y antes topé las dichas espías que el dicho Narváez tenía puestas, y las que yo delante llevaba prendieron a la una dellas y la otra se escapó, de quien me informé de la manera que estaban. Y porque la espía que se había escapado no llegase antes que yo y diese mandado de mi venida me di la mayor príesa que pude, aunque no pude tanta que la dicha espía no llegase primero casi media hora, y cuando llegué al dicho Narváez ya todos los de su compañía estaban armados y ensillados sus caballos y 56


AP Spanish Literature I muy a punto, y velaban cada cuarto ducientos hombres. Y llegamos tan sin ruido que cuando fuimos sentidos y ellos tocaron alarma entraba yo por el patio de su aposento, en el cual estaba toda la gente aposentada y junta. Y tenían tomadas tres o cuatro torres que en él había y todos los demás aposentos fuertes. Y en la una de las dichas torres donde el dicho Narváez estaba aposentado tenía a la entrada della hasta diez y nueve tiros de fuslera, y dimos tanta priesa a subir la dicha torre que no tuvieron lugar de poner fuego más de a un tiro, el cual quiso Dios que no salió ni fizo daño ninguno. Y así se subió la torre fasta donde el dicho Narváez tenía su cámara, donde él y hasta cincuenta hombres que con él estaban pelearon con el dicho alguacil mayor y con los que con él subieron. Puesto que muchas veces le requirió que se diese a presión por Vuestra Alteza, nunca quisieron fasta que se les puso fuego y con él se dieron. Y en tanto que el dicho alguacil mayor prendía al dicho Narváez, yo con los que conmigo quedaron defendía la subida de la torre a la demás gente que en su socorro venía y fice tomar toda la artillería y me fortalecí con ella, por manera que sin muertes de hombres más de dos que un tiro mató, en una hora eran presos todos los que se habían de prender. Y tomadas las armas a todos los demás y ellos prometido ser obidientes a la justicia de Vuestra Majestad, diciendo que fasta allí habían sido engañados porque les habían dicho que traían provisiones de Vuestra Alteza y que yo estaba alzado con la tierra y que era traidor a Vuestra Majestad y les habían hecho entender otras muchas cosas, y como todos conoscieron la verdad y la mala intención y dañada voluntad del dicho Diego Velázquez y del dicho Narváez y cómo se habían movido con mal propósito, todos fueron muy alegres porque así Dios lo había fecho y proveído. Porque certifico a Vuestra Majestad que si Dios mistiriosamente esto no proveyera y la vitoria fuera del dicho Narváez fuera el mayor daño que de mucho tiempo acá en españoles tantos por tantos se ha hecho, porque él ejecutara el propósito que traía y lo que por Diego Velázquez le era mandado, que era ahorcarme a mí y a muchos de los de mi compañía porque no hobiese quien del fecho diese razón. Y segúnd de los indios yo me informé, tenían acordado que si a mí el dicho Narváez prendiese, como él les había dicho, que no podría ser tan sin daño suyo y de su gente que muchos dellos y de los de mi compañía no muriesen, y que entre tanto ellos matarían a los que yo en la cibdad dejaba, como lo acometieron, y después se juntarían y darían sobre los que acá quedasen en manera que ellos y su tierra quedasen libres y de los españoles no quedase memoria. Y puede Vuestra Alteza ser muy cierto que si ansí lo ficieran y salieran con su propósito, de hoy en veinte años no se tornara a ganar y a pacificar la tierra que estaba ganada y pacífica. Dos días después de preso el dicho Narváez, porque en aquella cíbdad no se podía sostener tanta gente junta - mayormente que ya estaba casi destruida, porque los que con el dicho Narváez estaban en ella la habían robado y los vecinos della estaban absentes y sus casas solas - despaché dos capitanes con cada ducientos hombres, el uno para que fuese a hacer el pueblo en el puerto de Qucicacalco que, como a Vuestra Alteza he dicho, de antes inviaba a hacer, y el otro a aquel río que los navíos de Francisco de Garay dijeron que habían visto, porque ya lo tenía seguro. Y ansimismo invié otros ducientos hombres a la villa de la Vera Cruz, donde fice que los navíos que el dicho Narváez traía viniesen. y con la gente demás me quedé en la dicha 57


Segunda carta de relación cibdad para proveer lo que al servicio de Vuestra Majestad convenía. Y despaché un mensajero a la cibdad de Temixtitán y con él hice saber a los españoles que allí había dejado lo que me había subcedido, el cual dicho mensajero volvió de ahí a doce días y me trajo cartas del alcalde que allí había quedado en que me hacía saber cómo los indios les habían combatido la fortaleza por todas las partes della y puéstoles fuego por muchas partes y hecho ciertas minas, y que se habían visto en mucho trabajo y peligro y todavía los mataran si el dicho Muteeçuma no mandara cesar la guerra, y que aún los tenía cercados puesto que no los combatían, sin dejar salir ninguno dellos dos pasos fuera de la fortaleza; y que les habían tomado en el combate mucha parte del bastimento que yo les había dejado y que les habían quemado los cuatro bergantines que yo allí tenía, y que estaban en muy estrema nescesidad y que por amor de Dios los socorríese a mucha príesa. Y vista la nescesidad en que estos españoles estaban, y quesi no los socorría demás de los matar los indios y perderse todo el oro y plata y joyas que en la tierra se habían habido así de Vuestra Alteza como de españoles y mío y se perdia la más noble y mejor cibdad de todo lo nuevamente descubierto del mundo, y ella perdida, se perdía todo lo que estaba ganado por ser la cabeza de todo y a quien todos obedescían, y luego despaché mensajeros a los capitanes que había inviado con la gente haciéndoles saber lo que me habían escripto de la grand cibdad, para que luego dondequiera que los alcanzasen volviesen y por el camino prencipal y más cercano se fuesen a la provincia de Tascaltecal, donde yo con la gente estaba en mi compañía, y con toda la artillería que pude y con setenta de caballo me fui a juntar con ellos. Y allí juntos y hecho alarde, se hallaron los dichos setenta de caballo y quinientos peones, y con ellos a la mayor príesa que pude me partí para la dicha cibdad, y en todo el camino nunca me salió a rescebir ninguna persona del dicho Muteeçuma como antes lo solían facer. Y toda la tierra estaba alborotada y casi despoblada, de que concebí mala sospecha, creyendo que los españoles que en la dicha cibdad habían quedado eran muertos y que toda la gente de la tierra estaba junta esperándome en algún paso o parte donde ellos se podrían aprovechar mejor de mí. Y con este temor fui al mejor recabdo que pude hasta que llegué a la cibdad de Tesuacan, que, como ya he hecho relación a Vuestra Majestad, está en la costa de aquella grand laguna. Y allí pregunté a algunos de los naturales della por los españoles que en la grand cibdad habían quedado, los cuales me dijeron que eran vivos. Y yo les dije que me trujesen una canoa porque quería inviar un español a lo saber, y en tanto que aquél iba había de quedar conmigo un natural de aquella cibdad que parescía algo prencipal, porque los señores y prencipales della de quien yo tenía noticia no parescía ninguno. Y él mandó traer la canoa e invió ciertos indios con el español que yo inviaba y se quedó conmigo. Y estándose embarcando este español para ir a la dicha ciudad de Temixtitán vio venir por la mar otra canoa y esperó a que llegase al puerto, y en ella venía uno de los españoles que habían quedado en la dicha cibdad de quien supe que eran vivos todos expceto cinco o seis que los indios habían muerto, y que los demás estaban todavía cercados y que no les dejaban salir de la fortaleza ni les proveían de cosas que habían menester sino por mucha copia de rescate, aunque después que de mi ida habían sabido lo hacían algo mejor con ellos, y que el dicho Muteeçuma decía que 58


AP Spanish Literature I no esperaba sino a que yo fuese para que luego tornasen a andar por la cibdad como antes solían. Y con el dicho español me invió el dicho Muteeçuma un mensajero suyo en que me decía que ya creía que debía saber lo que en aquella cibdad había acaescido, y que él tenía pensamiento que por ello yo venía enojado y traía voluntad de le hacer algúnd daño, que me rogaba perdiese el enojo porque a él le había pesado tanto cuanto a mí y que ninguna cosa se había hecho por su voluntad y consentimiento. Y me invió a decir otras cosas para me aplacar la ira que el creía que yo traía por lo acaescido y que me fuese a la cibdad a aposentar como antes estaba, porque no menos se haría en ella lo que yo mandase que antes se solía facer. Yo le invié a decir que no traía enojo ninguno dél porque bien sabía su buena voluntad, y que ansí como él lo decía lo haría yo. Y otro día siguiente, que fue víspra de San Juan Baptista, me partí, y dormí en el camino a tres leguas de la dicha grand cibdad. Y el día de Sant Juan después de haber oído misa me partí, y entré en ella casi a mediodía y vi poca gente por la cibdad y algunas puertas de las incrucijadas y traviesas de las calles quitadas que no me paresció bien, aunque pensé que lo hacían de temor de lo que habían fecho y que entrando yo los aseguraría, y con esto me fue a la fortaleza, en la cual y en aquella mesquita mayor que estaba junto a ella se aposentó toda la gente que conmigo venía. Y los que estaban en la fortaleza nos rescibieron con tanta alegría como si nuevamente les diéramos las vidas, que ya ellos estimaban perdidas, y con mucho placer estuvimos aquel día y noche creyendo que ya todo estaba pacífico. Y otro día después de misa inviaba un mensajero a la villa de la Vera Cruz por les dar buenas nuevas de cómo los cristianos eran vivos y yo había entrado en la cibdad y estaba segura, el cual mensajero volvió dende a media hora todo descalabrado y herido dando voces que todos los indios de la cibdad venían de guerra y que tenían todas las puentes alzadas, y junto tras él da sobre nosotros tanta multitud de gente por todas partes que ni las calles ni azoteas se parescían con gente, la cual venía con los mayores allaridos y grita más espantable que en el mundo se puede pensar. Y eran tantas las piedras que nos echaban con hondas dentro en la fortaleza que no parescía sino que el cielo las llovía, y las flechas y tiraderas eran tantas que todas las paredes y patios estaban llenos y casi no podíamos andar con ellas. Y yo salí fuera a ellos por dos o tres partes y pelearon con nosotros muy reciamente, aunque por la una parte salió un capitán con ducientos hombres y antes que se pudiese recoger le mataron cuatro e hiriéronle a él y a muchos de los otros, y por la parte que yo andaba me hirieron a mí y a muchos de los españoles. Y nosotros matamos pocos dellos porque se nos acogían de la otra parte de las puentes, y de las azoteas y tejados nos hacían daño con las piedras, de las cuales ganamos algunas y quemamos, pero eran tantas y tan fuertes y de tanta gente pobladas y tan bastecidas de piedras y otros géneros de armas que no bastábamos para gelas tomar todos ni defendemos que ellos no nos ofendiesen a su placer. En la fortaleza daban tan recio combate que por muchas partes nos pusieron fuego, y por la una se quemó mucha parte della sin la poder remediar hasta que la atajamos cortando las paredes y derrocando un pedazo que mató el fuego. Y si no fuera por la mucha guarda que allí puse de escopeteros y ballesteros y otros tiros de pólvora nos entraran a escala vista sin los poder resistir. Ansí estuvimos peleando todo aquel día hasta que fue la noche bien entrada, y aun 59


Segunda carta de relación en ella no nos dejaron sin grita y rebato hasta el día. Y aquella noche hice reparar los portillos de aquello quemado y todo lo demás que me paresció que en la fortaleza había flaco, y concerté las estancias y gente que en ellas había de estar y la que otro día habíamos de salir a pelear fuera e hice curar los heridos, que eran más de ochenta. Y luego que fue de día ya la gente de los enemigos nos comenzaba a combatir muy más reciamente que el día pasado, porque estaban en tanta cantidad dellos que los artilleros no tenían nescesidad de puntería, sino asestar en los escuadrones de los indios. Y puesto que la artillería hacía mucho daño, porque jugaban trece falconetes sin las escopetas y ballestas, hacían tan poca mella que ni se parescía que no lo sentían, porque por donde llevaba el tiro diez o doce hombres se cerraba luego de gente, que no parescía que hacían daño ninguno. Y dejado en la fortaleza el recabdo que convenía y se podía dejar, yo torné a salir y les gané algunas de las puentes y quemé algunas casas. Y matamos muchos en ellas que las defendían, y eran tantos que aunque más daño se hiciera hacíamos muy poquita mella. Y a nosotros convenía pelear todo el día y ellos peleaban por horas, que se remudaban y aun les sobraba gente. También hirieron aquel día otros cincuenta o sesenta españoles, aunque no murió ninguno. Y peleamos hasta que fue noche, que de cansados nos retrujimos a la fortaleza. Y viendo el grande daño que los enemigos nos hacian y cómo nos herían y mataban a su salvo, y que puesto que nosotros hacíamos daño en ellos por ser tantos no se parescía, toda aquella noche y otro día gastamos en hacer tres ingenios de madera. Y cada uno llevaba veinte hombres, los cuales iban dentro porque con las piedras que nos tiraban de las azoteas no los pudiesen ofender, porque iban los ingenios cubiertos de tablas y los que iban dentro eran ballesteros y escopeteros y los demás llevaban picos y azadones y barras de hierro para horadarles las casas y derrocar las albaradas que tenían fechas en las calles. Y en tanto que estos arteficios se hacían no cesaba el combate de los contrarios, en tanta manera que como no salíamos fuera de la fortaleza se querían ellos entrar dentro, a los cuales resistimos con harto trabajo. Y el dicho Muteeçuma, que todavía estaba preso y un hijo suyo con otros muchos señores que al prencipio se habían tomado, dijo que le sacasen a las azoteas de la fortaleza y que él hablaría a los capitanes de aquella gente y les haría que cesase la guerra. Y yo lo hice sacar, y en llegando a un petril que salía fuera de la fortaleza, queriendo hablar a la gente que por allí combatía le dieron una pedrada los suyos en la cabeza tan grande que dende a tres días murió. Y yo lo fice sacar así muerto a dos indios que estaban presos, y a cuestas lo llevaron a la gente. Y no sé lo que dél se hicieron, salvo que no por eso cesó la guerra, y muy más recia y muy cruda de cada día. Y este día llamaron por aquella parte por donde habían herido al dicho Muteeçuma diciendo que me allegase yo allí, que me querían hablar ciertos capitanes, y ansí lo hice. Y pasamos entre ellos y mí muchas razones, rogándoles que no peleasen conmigo pues ninguna razón para ello tenían, y que mirasen las buenas obras que de mí habían rescebido y cómo habían sido muy bien tratados de mí. La respuesta suya era que me fuese y que les dejase la tierra y que luego dejarían la guerra, y que de otra manera que creyese que habían de morir todos o dar fin de nosotros. Lo cual, segúnd paresció, hacían porque yo me saliese de la fortaleza para me tomar a su placer al salir de la cibdad 60


AP Spanish Literature I entre las puentes. Y yo les respondí que no pensasen que les rogaba con la paz por temor que les tenía sino porque me pesaba del daño que les facía y del que les había de facer y por no destruir tan buena cibdad como aquélla era, y todavía respondían que no cesarían de me dar guerra fasta que saliese de la ciudad. Después de acabados aquellos ingenios, luego otro día salí para les ganar ciertas azoteas y puentes, y yendo los ingenios delante y tras ellos cuatro tiros de fuego y otra mucha gente de ballesteros y rodeleros y más de tres mill indios de los naturales de Tescaltecal que habían venido conmigo y servían a los españoles. Y llegados a una puente, posimos los ingenios arrimados a las paredes de unas azoteas y ciertas escalas que llevábamos para las subir. Y era tanta la gente que estaba en defensa de la dicha puente y azoteas y tantas las piedras que de arriba tiraban y tan grandes que nos desconcertaron los ingenios y nos mataron un español e hirieron otros muchos sin les poder ganar ni aun un paso aunque puñábamos mucho por ello, porque peleamos desde la mañana fasta mediodía que nos volvimos con harta tristeza a la fortaleza, de donde cobraron tanto ánimo que casi a las puertas nos llegaban. Y tomaron aquella mesquita grande y en la torre más alta y más prencipal della se subieron fasta quinientos indios que, segúnd paresció, eran personas prencipales, y en ella subieron mucho mantenimiento de pan y agua y otras cosas de comer y muchas piedras. Y todos los más tenían lanzas muy largas con unos hierros de perdenal más anchos que los de las nuestras y no menos agudos, y de allí hacían mucho daño a la gente de la fortaleza porque estaba muy cerca della, la cual dicha torre combatieron los españoles dos o tres veces y la acometieron a sobir, y como era muy alta y tenía la subida agra, porque tiene ciento y tantos escalones y los de arriba estaban bien pertrechados de piedras y otras armas y favorescidos a cabsa de no les haber podido ganar las otras azoteas, ninguna vez los españoles comenzaban a subir que no volvían rodando, y herían mucha gente y los que de las otras partes los vían cobraban tanto ánimo que se nos venían hasta la fortaleza sin ningúnd temor. Y yo viendo que si aquellos salían con tener aquella torre demás de nos hacer della mucho daño cobraban esfuerzo para nos ofender, salí fuera de la fortaleza aunque manco de la mano izquierda de una herida que el primero día me habían dado, y liada la rodela en el brazo fui a la torre con algunos españoles que me siguieron e hícela cercar toda por bajo porque se podía muy bien hacer, aunque los cercadores no estaban de balde, que por todas partes peleaban con los contrarios, de los cuales por favorescer a los suyos se rescrecieron muchos. Y yo comencé a subir por la escalera de la dicha torre y tras mí ciertos españoles, y puesto que nos defendían la subida muy reciamente, y tanto que derrocaron tres o cuatro españoles, con ayuda de Dios y de su gloriosa madre, por cuya casa aquella torre se había señalado y puesto en ella su imagen, les subimos la dicha torre. Y arriba peleamos con ellos tanto que les fue forzado saltar della abajo a unas azoteas que tenían alderredor tan anchas como un paso - y déstas tenía la dicha torre tres o cuatro, tan altas la una de la otra como tres estados - y algunos cayeron abajo del todo, que demás del daño que rescebían de la caída los españoles que estaban abajo alderredor de la torre los mataban. Y los que en aquellas azoteas quedaron pelearon desde allí tan reciamente que estuvimos más de tres horas en los acabar de matar por manera que murieron todos, que ninguno es61


Segunda carta de relación capó. Y crea Vuestra Sacra Majestad que fue tanto ganalles esta torre que si Dios no les quebrara las alas bastaban veinte dellos para resistir la subida a mill hombres, comoquiera que pelearon muy valientemente hasta que murieron. E fice poner fuego a la torre y a las otras que en la mesquita había, los cuales habían ya quitado y llevado las imágenes que en ellas teníamos. Algo perdieron del orgullo con haberles tomado esta fuerza, y tanto que por todas partes aflojaron en mucha manera. Y luego torné a aquella azotea y hablé a los capitanes que antes habían hablado conmigo, que estaban algo desmayados por lo que habían visto. Los cuales luego llegaron, y les dije que mirasen que no se podian amparar y que les hacíamos cada día mucho daño y que murian muchos dellos y quemábamos y destruíamos su cibdad, y que no había de parar fasta no dejar della ni dellos cosa alguna. Los cuales me respondieron que bien vían que recebían de nos mucho daño y que murian muchos dellos, pero que ellos estaban ya determinados de morir todos por nos acabar; y que mirase yo por todas aquellas calles y plazas y azoteas cuán llenas de gente estaban, y que tenían hecha cuenta que a morir veinticinco mill dellos y uno de los nuestros nos acabaríamos nosotros primero, porque éramos pocos y ellos muchos; y que me hacían saber que todas las calzadas de las entradas de la cibdad eran deshechas - como de hecho pasaba, que todas las habían deshecho excepto una - y que ninguna parte teníamos por do salir sino por el agua, y que bien sabían que teníamos pocos mantenimientos y poca agua dulce, que no podíamos durar mucho que de hambre no nos muriésemos aunque ellos no nos matasen. Y de verdad que ellos tenían mucha razón, que aunque no tuviéramos otra guerra sino la hambre y nescesidad de mantenimientos bastaba para morir todos en breve tiempo. Y pasamos otras muchas razones, favoresciendo cada uno sus partidos. Ya que fue de noche salí con ciertos españoles, y como los tomé descuidados ganámosles una calle donde les quemamos más de trecientas casas, y luego volví por otra ya que allí acudía la gente y ansimesmo quemé muchas casas della, en especial ciertas azoteas que estaban junto a la fortaleza de donde nos hacían mucho daño. Y con lo que aquella noche se les hizo rescibieron mucho temor, y en esta mesma noche hice tornar a adreszar los ingenios que el día antes nos habían desconcertado. Y por seguir la vitoria que Dios nos daba salí en amanesciendo por aquella calle donde el día antes nos habían desbaratado, donde no menos defensa hallamos que primero. Pero como nos iban las vidas y la honra, porque por aquella calle estaba sana la calzada que iba hasta la tierra firme aunque hasta llegar a ella había ocho puentes muy grandes y hondas y toda la calle de muchas y altas azoteas y torres, pusimos tanta determinación y ánimo que, ayudándonos Nuestro Señor, les ganamos aquel día las cuatro. Y se quemaron todas las azoteas y casas y torres que había hasta la postrera dellas, aunque por lo de la noche pasada tenían en todas las puentes hechas muchas y muy fuertes albarradas de adobes y barro en manera que los tiros y ballestas no les podían hacer daño, las cuales dichas cuatro puentes cegamos con los adobes y tierra de las albarradas y con mucha piedra y madera de las casas quemadas, aunque todo no fuera tan sin peligro que no hiriesen a los españoles. Aquella noche puse mucho recabdo en guardar aquellas puentes porque no las tomasen a ganar. Y otro día de mañana torné a salir, y Dios nos dio ansimesmo tan buena dicha 62


AP Spanish Literature I y vitoria que aunque era innumerable gente que defendía las otras puentes y albarradas y ojos que aquella noche habían hecho, se las ganamos todas y las cegamos. Ansimesmo fueron ciertos de caballo siguiendo el alcance y vitoria hasta la tierra firme. Y estando yo reparando aquellas puentes y haciéndolas cegar viniéronme a llamar a mucha priesa, diciendo que los indios que combatían la fortaleza pedían paces y me estaban esperando allí ciertos señores capitanes dellos. Y dejando allí toda la gente y ciertos tiros me fui solo con dos de caballo a ver lo que aquellos prencipales querían, los cuales me dijeron que si yo les aseguraba que por lo hecho no serían punidos, que ellos harían alzar el cerco y tomar a poner los puentes y hacer las calzadas y servirían a Vuestra Majestad como antes lo facían. Y rogáronme que ficiese traer allí uno como religioso de los suyos que yo tenía preso, el cual era como general de aquella relisión, el cual vino y les habló y dio concierto entre ellos y mí, y luego paresció que inviaban mensajeros, según ellos dijeron, a los capitanes y a la gente que tenían en las estancias a decir que cesasen el combate que daban a la fortaleza y toda la otra guerra, y con esto nos despedimos. Y yo metíme a la fortaleza a comer, y en comenzando, vinieron a mucha priesa a me decir que los indios habían tomado a ganar las puentes que aquel día les habíamos ganado y que habían muerto ciertos españoles, de que Dios sabe cuánta alteración rescebí, porque yo no pensé que había más de hacer con tener ganada la salida. Y cabalgué a la mayor priesa que pude y corrí por toda la calle adelante con algunos de caballo que me siguieron, y sin detenerme en alguna parte torné a romper por los dichos indios y les torné a ganar las puentes y fui en alcance dellos hasta la tierra firme. Y como los peones estaban cansados y heridos y atemorizados y vi al presente el grandísimo peligro ninguno me siguió, a cuya causa, después de pasadas yo las puentes, ya que me quise volver las hallé tomadas y ahondadas mucho de lo que habíamos cegado, y por la una parte y por la otra de la calzada llena de gente ansí en la tierra como en el agua en canoas, la cual nos garrochaba y apedreaba en tanta manera que si Dios mistiriosamente no nos quisiera salvar era imposible escapar de allí, y aun ya era público entre los que quedaban en la cibdad que yo era muerto. Y cuando llegué a la postrera puente de hacia la cibdad hallé a todos los de caballo que conmigo iban caídos en ella y un caballo suelto, por manera que yo no pude pasar y me fue forzado de revolver solo contra los enemigos. Y con aquello fice algúnd tanto de lugar para que los caballos pudiesen pasar, y yo fallé la puente desembarazada y pasé aunque con harto trabajo, porque había de la una parte a la otra casi un estado de saltar con el caballo. Y allí me dieron muchas pedradas, las cuales por ir yo y él bien armados no nos hirieron más de atormentar el cuerpo. Y así quedaron aquella noche con vitoria y ganadas las dichas cuatro puentes, y yo dejé en las otras cuatro buen recabdo y fui a la fortaleza e hice hacer una puente de madera que levaba cuarenta hombres. Y viendo el grand peligro que en que estábamos y el mucho daño que los indios cada día nos hacían, y temiendo que también desficiesen aquella calzada como las otras, y desfecha, era forzado morir todos, y porque de todos los de mi compañía fui requerido muchas veces que me saliese, y porque todos o los más estaban heridos y tan mal que no podían pelear, acordé de lo facer aquella noche, Y tomé todo el oro y joyas de Vuestra Majestad que se podían sacar y púselo en una sala y allí lo entregué 63


Segunda carta de relación en ciertos líos a los oficiales de Vuestra Alteza que yo en su real nombre tenía señalados, y a los alcaldes y regidores y a toda la otra gente que allí estaba les rogué y requerí que me ayudasen a lo sacar y salvar, y di una yegua mía para ello en la cual se cargó tanta parte cuanta yo podía llevar, y señalé ciertos españoles, así criados míos como de los otros, que viniesen con el dicho oro y yegua, y lo demás los dichos oficiales y alcaldes y regidores y yo lo dimos y repartimos por los españoles para que lo sacasen. Y desamparada la fortaleza con mucha riqueza ansí de Vuestra Alteza como de los españoles y mía, me salí lo más secreto que yo pude sacando conmigo un hijo y dos hijas del dicho Muteeçuma y a Cacamacin, señor de Aculmacán, y al otro su hermano que yo había puesto en su lugar y a otros señores de provincias y cibdades que allí tenía presos. Y llegando a las puentes que los indios tenían quitadas, a la primera dellas se echó la puente que yo traía hecha con poco trabajo, porque no hobo quien la resistiese exceto ciertas velas que en ellas estaban, las cuales apellidaban tan recio que antes de llegar a la segunda estaba infinita gente de los contrarios sobre nosotros combatiéndonos por todas partes, así desde el agua como de la tierra. Y yo pasé presto con cinco de caballo y con cient peones, con los cuales pasé a nado todas las puentes y las gané hasta la tierra firme. Y dejando aquella gente en la delantera torné a la rezaga, donde hallé que peleaban reciamente y que eran sin comparación el daño que los nuestros rescebían, ansí los españoles como los indios de Tascaltecal que con nosotros estaban, y así a todos los mataron, y a muchos naturales de los españoles, y asimismo habían muerto muchos españoles y caballos, y perdido todo el oro y joyas y ropa y otras muchas cosas que sacábamos y toda el artillería. Y recogidos los que estaban vivos, eché los delante, y yo con tres o cuatro de caballo y fasta veinte peones que osaron quedar conmigo me fui en la rezaga peleando con los indios fasta llegar a una cibdad que se dice Tacuba que está fuera de la calzada, de que Dios sabe cúanto trabajo y peligro rescebí, porque todas las veces que volvía sobre los contrarios salía lleno de flechas y varas y apedreado, porque como era agua de la una parte y de la otra herían a su salvo sin temor. Y los que salían a tierra luego volvíamos sobre ellos y saltaban al agua, así que rescebían muy poco daño si no eran algunos que con los muchos entropezaban unos con otros y caían, y aquellos morían. Y con este trabajo y fatiga llevé toda la gente fasta la dicha cibdad de Tacuba sin me matar ni herir ningúnd español ni indio si no fue uno de los de caballo que iba conmigo en la rezaga, y no menos peleaban ansí en la delantera como por los lados, aunque la mayor fuerza era en las espaldas, por do venía la gente de la gran cibdad. Y llegado a la dicha cibdad de Tacuba, hallé toda la gente remolinada en una plaza que no sabían donde ir, a los cuales yo di príesa que se saliesen al campo antes que se recreciese más gente en la dicha cibdad y tomasen las azoteas, porque nos harían dellas mucho daño. Y los que llevaban la delantera dijeron que no sabían por dónde habían de salir, y yo los hice quedar en la rezaga y tomé la delantera hasta los sacar fuera de la dicha cibdad, y esperé en unas labranzas. Y cuando llegó la rezaga supe que habían rescebido algún daño y que habían muerto algunos españoles .........tenían se había ido con los de Culúa al tiempo que por allí los habíamos corrido creyendo que no paráramos hasta su pueblo, y que muchos días había que ellos quisieran mi amistad y haberse venido a ofrescer por vasallos 64


AP Spanish Literature I de Vuestra Majestad, sino que aquel señor no los dejaba ni había querido puesto que ellos muchas veces gelo habían requerido y dicho; y que agora ellos querían servir a Vuestra Alteza y que allí había quedado un hermano del dicho señor, el cual siempre había sido de su opinión y propósito y agora ansimesmo lo era; y que me rogaban que tuviese por bien que aquél suscediese en el señorío, que aunque el otro volviese que no consintiese que por señor fuese rescebido, y que ellos tampoco lo rescebirían. Y yo les dije que por haber sido fasta allí de la liga y parcialidad de los de Culúa y se haber rebelado contra el servicio de Vuestra Majestad eran dinos de mucha pena y que ansí tenía pensado de la ejecutar en sus personas y haciendas, pero que pues habían venido y decían que la causa de su rebellión y alzamiento había sido aquel señor que tenían, que yo en nombre de Vuestra Majestad les perdonaba el yerro pasado y los rescibía y admitía a su real servicio; y que les apercebía que si otra vez semejante yerro cometiesen serían punidos y castigados, y que si leales vasallos de Vuestra Alteza fuesen serían de mí en su real nombre muy favorescidos y ayudados. Y ansí lo prometieron. Esta cibdad de Guacachulla está asentada en un llano arrimada por la una parte a unos muy altos y ásperos cerros, y por la otra todo el llano la cercan dos ríos dos tiros de ballesta el uno del otro que cada uno tiene muy altos y grandes barrancos, y tanto que para la cibdad hay por ellos muy pocas entradas, y las que hay son ásperas de bajar y subir, que apenas las pueden bajar y subir cabalgando. Y toda la cibdad está cercada de muy fuerte muro de cal y canto tan alto como cuatro estados por de fuera de la cibdad y por de dentro está casi igual con el suelo, y por toda la muralla va su petril tan alto como medio estado para pelear. Tiene cuatro entradas tan anchas como uno puede entrar a caballo, y hay en cada entrada tres o cuatro vueltas de la cerca que encabalga el un lienzo en el otro, y hacia aquellas vueltas hay también encima de la muralla su petril para pelear. En toda la cerca tienen mucha cantidad de piedras grandes y pequeñas y de todas maneras con que pelean. Será esta cibdad de hasta cinco o seis mill vecinos, y terná de aldeas a ella subjectas otros tantos y más. Tiene muy grand sitio, porque de dentro della hay muchas huertas y frutas y olores a su costumbre. Y después de haber reposado en esta dicha cibdad tres dias, fuemos a otra cibdad que se dice Yzçucan que esta cuatro leguas désta de Buacachula, porque fui informado que en ella ansimismo había mucha gente de los de Culúa en guarnición, y que los de la dicha cibdad y otras villas y lugares sus sufraganos eran y se mostraban muy parciales de los de Culúa porque el señor della era su natural y aun pariente de Muteeçuma. E iba en mi compañía tanta gente de los naturales de la tierra, vasallos de Vuestra Majestad, que casi cubrían los campos y sierras que podíamos alcanzar a ver, y de verdad había más de ciento veinte mill hombres. Y llegamos sobre la dicha cibdad de Yzçucan a hora de las diez, y estaba despoblada de mujeres y gente menuda y había en ella hasta cinco o seis mill hombresde guerra muy bien adreszados. Y como los españoles llegamos delante comenzaron algo a defender su cibdad, pero en poco rato la desampararon, porque por la parte que fuimos guiados para entrar en ella estaba razonable entrada. Y seguimoslos por toda la cibdad hasta que los hecimos saltar por cima de los adarves a un río que por la otra parte la cerca toda, del cual tenían quebradas las puentes. Y nos detuvimos algo en pasar y seguimos el alcance hasta legua 65


Segunda carta de relación y media más, en que creo se escaparon pocos de aquellos que allí quedaron. Y vueltos a la cibdad, invié dos de los naturales della que estaban presos a que hablasen a las personas prencipales de la dicha cibdad, porque el señor della se había también ido con los de Culúa que estaban allí en guarnición, para que los hiciesen volver a su cibdad, y que yo les prometía en nombre de Vuestra Majestad que siendo ellos leales vasallos de Vuestra Alteza de allí adelante serían de mí muy bien tratados y perdonados de rebelión y yerro pasado. Y los dichos naturales fueron, y de ahí a tres días vinieron algunas personas prencipales y pidieron perdón de su yerro diciendo que no habían podido más porque habían hecho lo que su señor les mandó, y que ellos prometían de ahí en delante, pues que su señor era ido y dejádolos, de servir a Vuestra Majestad muy bien y lealmente. Y yo les aseguré y dije que se viniesen a sus casas y trajesen a sus mujeres e hijos, que estaban en otros lugares y villas de su parcialidad. Y les dije que hablasen ansimesmo a los naturales dellas para que viniesen a mí y que yo les perdonaba lo pasado, y que no quisiesen que yo hobiese de ir sobre ellos porque rescibirían mucho daño, de lo cual me pesaría mucho. Y así fue fecho. De ahí a tres días se tornó a poblar la dicha cibdad de Yzçucan y todos los sufraganos della vinieron a se ofrecer por vasallos de Vuestra Alteza, y quedó toda aquella provincia muy segura y por nuestros amigos y confederados con los de Buacachula. Porque hobo cierta diferencia sobre a quien pertenescía el señorío de aquella cibdad y provincia de Yzçucan por absencia del que se había ido a Mésyco, y puesto que hobo algunas contradiciones y parcialidades entre un hijo bastardo del señor natural de la tierra, que había sido muerto por Muteeçuma, y puesto el que a la sazón era y casádole con una sobrina suya, y entre un nieto del dicho señor natural hijo de su hija legítima, la cual estaba casada con el señor de Buacachula y había habido aquel hijo, nieto del dicho señor natural de Yzçucan, se acordó entre ellos que heredase el dicho señorío aquel hijo del señor de Buacachula, que venía de legítima línea de los señores de allí; y puesto que el otro fuese hijo, que por ser bastardo no debía de ser señor. Y así quedó, y obedescieron en mi presencia aquel mochacho que es de edad de hasta diez años y que por no ser de edad para gobernar, que aquel su tío bastardo y otros tres prencipales, uno de la cibdad de Buacachula y los dos de la de Yzçucan, fuesen gobernadores de la tierra y tuviesen el mochacho en su poder hasta tanto que fuese de edad para gobernar. Esta cibdad de Yzçucan será de hasta tres o cuatro mill vecinos. Es muy concertada en sus calles y trato. Tenía cient casas de mesquitas y oratorios muy fuertes con sus torres, las cuales todas se quemaron. Está en un llano a la halda de un cerro mediano donde tiene una muy buena fortaleza, y por la otra parte de hacia el llano está cercada de un hondo río que pasa junto a la cerca. Y está cercada de la barranca del río que es muy alta, y sobre la barranca hecho un petril toda la cibdad en torno tan alto como un estado. Tenía por toda esta cerca muchas piedras. Tiene un valle redondo muy fértil de frutas y algodón, que en ninguna parte de los puertos arriba se hace por la gran frialdad. Y allí es tierra caliente, y cáusalo que está muy bien abrigada de sierras. Todo este valle se riega por muy buenas acequias, que tienen muy bien sacadas y concertadas. En esta cibdad estuve hasta la dejar muy poblada y pacífica. Y a ella vinieron ansimesmo a se ofrescer por vasallos de Vuestra Majestad el señor de una cibdad que se dice Buagocingo y el 66


AP Spanish Literature I señor de otra cibdad que está que está a diez leguas désta de Yzçucan y son fronteros de la tierra de Mésyco. También vinieron de ocho pueblos de la provincia de Coastoaca, que es una de que en los capítulos antes déste hice minción que habían visto los españoles que yo invié a buscar oro a la provincia de Zuzula, donde - y en la de Tanlazula, porque está junto a ella - dije que había muy grandes poblaciones y casas muy bien obradas de mejor cantería que en ninguna destas partes se había visto, la cual dicha provincia de Coastoaca está cuarenta leguas de allí de Yzçucan. Y los naturales de los dichos ocho pueblos se ofrecieron ansimesmo por vasallos de Vuestra Alteza y dijeron que otros cuatro que restaban en la dicha provincia vernían muy presto, y me dijeron que les perdonase porque antes no habían venido, que la causa había sido no osar por temor de los de Culúa, porque ellos nunca habían tomado armas contra mí ni habían sido en muerte de ningúnd español, y que siempre después que al servicio de Vuestra Alteza se habían ofrescido habían sido buenos y leales vasallos suyos en sus voluntades, pero que no las habían osado magnifestar por temor a los de Culúa. De manera que puede Vuestra Alteza ser muy cierto que siendo Nuestro Señor servido en su real ventura, en muy breve tiempo se tornará a ganar lo perdido o mucha parte dello, porque de cada día se vienen a ofrescer por vasallos de Vuestra Majestad de muchas provincias y cibdades que antes eran subjetas a Muteeçuma, viendo que los que ansí lo hacen son de mí muy bien rescibidos y tratados, y los que al contrario, de cada día destruidos. De los que en la cibdad de Buacachula se prendieron, en especial de aquel herido, supe muy por extenso las cosas de la grand cibdad de Timixtitán, y cómo después de la muerte de Muteeçuma había subscedido en el señorío un hermano suyo señor de la cibdad de Yztapalapa que se llamaba Cuetravaçin, el cual suscedió en el señorío porque murió en las puentes el hijo de Muteeçuma que heredaba el señorío. Y otros dos hijos suyos que quedaron vivos, el uno dizque es loco y el otro perlático, y a esta causa decían aquellos que había heredado aquel hermano suyo, y también porque él nos había hecho la guerra y porque lo tenían por valiente hombre muy prudente. Supe ansimesmo como se fortalecía ansí en la cibdad como en todas las otras de su señorío y hacía muchas cercas y cavas y fosados y muchos géneros de armas, en especial supe que hacían lanzas largas como picas para los caballos, y aun ya habemos visto algunas dellas porque en esta provincia de Tepeaca se hallaron algunas con que pelearon, y en los ranchos y aposentos en que la gente de Culúa estaba en Buacachula se hallaron ansimesmo muchas dellas. Otras muchas cosas supe que por no dar a Vuestra Alteza importunidad dejo. Yo invío a la isla Española cuatro navíos para que luego vuelvan cargados de caballos y gente para nuestro socorro. Y ansimesmo invío a comprar otros cuatro para que desde la dicha Española y cibdad de Santo Domingo trayan caballos y armas y ballestas y pólvora porque esto es lo que en estas partes es más nescesario, porque peones rodelleros aprovechan muy poco solos, por ser tanta cantidad de gente y tener tan fuertes y grandes cibdades y fortalezas. Y escribo al licenciado Rodrigo de Figueroa y a los oficiales de Vuestra Alteza que residen en la dicha isla que den para ello todo el favor y ayuda que ser pudiere porque así conviene mucho al servicio de Vuestra Alteza y a la seguridad de nuestras personas, porque veniendo esta ayuda y socorro pienso volver sobre aquella grand cibdad y su tierra. 67


Segunda carta de relación Y creo, como ya a Vuestra Majestad he dicho, que en muy breve tomará al estado en que antes yo la tenía y se restaurarán las pérdidas pasadas. Y en tanto, yo quedo haciendo doce bergantines para entrar por la laguna, y estánse labrando ya la tablazón y piezas dellos porque ansí se han de llevar por tierra, porque en llegando se liguen y acaben en poco tiempo. Y ansimesmo se hace clavazón para ellos, y está aparejada pez y estopa y velas y remos y las otras cosas para ello nescesarias. Y certifico a Vuestra Majestad que hasta consiguir este fin no pienso tener descanso ni cesar para ello todas las formas y maneras a mí posibles, posponiendo para ello todo el peligro y trabajo y costa que se me puede ofrescer. Habrá dos o tres días que por carta del teniente que en mi lugar está en la villa de la Vera Cruz supe cómo al puerto de la dicha villa había llegado una carabela pequeña con hasta treinta hombres de mar y tierra, que diz que venían a buscar a la gente que Francisco de Garay había inviado a esta tierra, de que ya a Vuestra Alteza he hecho relación, y cómo había llegado con mucha nescesidad de bastimentos, y tanta, que si no hobieran hallado allí socorro se murieran de sed y hambre. Y supe dellos cómo habían llegado al río de Pánuco y estado en él días surtos y no habían visto gente en todo el río y tierra, de donde se cree que a cabsa de lo que allí suscedió se ha despoblado aquella tierra. Y asimismo dijo la gente de la dicha carabela que luego tras ellos habían de venir otros dos navíos del dicho Francisco de Garay con gente y caballos, y que creían que eran ya pasados la costa abajo. Y parescióme que cumplía al servicio de Vuestra Alteza porque aquellos navíos y gente que en ellos iban no se pierda y yendo desproveídos del aviso de las cosas de la tierra los naturales no hiciesen en ellos más daño de lo que a los primeros hicieron, inviar la dicha carabela en busca de los dos navíos para que los avisen de lo pasado y se viniesen al puerto de la dicha villa donde el capitán que invió el dicho Francisco de Garay primero estaba esperándolos. Plega a Dios que los halle y a tiempo que no hayan salido en tierra, porque segúnd los naturales ya están sobre aviso y los españoles sin él temo rescebirán mucho daño. Y dello Dios Nuestro Señor y Vuestra Alteza serán muy deservidos, porque sería encarnar más aquellos perros de lo que están encarnados y darles más ánimo y osadía para acometer a los que adelante fueren. En un capítulo antes déstos he dicho cómo había sabido que por muerte de Muteeçuma habían alzado por señor a su hermano que se dice Cuetravaçin, el cual aparejaba muchos géneros de armas y se fortalecía en la gran cibdad y en otras cibdades cerca de la laguna. Y agora de poco acá he asimesmo sabido que el dicho Cuetravacin ha inviado sus mensajeros por todas las tierras y provincias y cibdades subjetas a aquel señorío a decir y certificar a sus vasallos que él les hace gracia por un año de todos los tributos y servicios que son obligados a le hacer, y que no le den ni paguen cosa alguna con tanto que por todas las maneras que pudiesen hiciesen muy cruel guerra a todos los cristianos hasta los matar o echar de toda la tierra, y que asimesmo la hiciesen a todos los naturales que fuesen nuestros amigos y aliados. Y aunque tengo esperanza en Nuestro Señor que en ninguna cosa saldrá con su intención y propósito, hállome en muy extrema nescesidad para socorrer y ayudar a los indios nuestros amigos, porque cada día vienen de muchas cibdades y villas y poblaciones a pedir socorro contra los indios de Culúa, sus enemigos y nuestros, que les hacen guerra cuanta pueden a causa de tener nues68


AP Spanish Literature I tra amistad y alianza, y yo no puedo socorrer a todas partes como querría. Pero, como digo, placerá a Nuestro Señor, suplirá nuestras pocas fuerzas e inviará presto el socorro, ansí el suyo como el que yo invío a pedir a la Española. Por lo que yo he visto y comprehendido cerca de la similitud que toda esta tierra tiene a España, ansí en la fertelidad como en la grandeza y fríos que en ella hace y en otras muchas cosas que la equiparan a ella, me paresció que el más conveniente nombre para esta dicha tierra era llamarse la Nueva España del Mar Océano, y ansí en nombre de Vuestra Majestad se le puso aqueste nombre. Humillmente suplico a Vuestra Alteza lo tenga por bien y mande que se nombre ansí Yo he escrípto a Vuestra Majestad, aunque mal dicho, la verdad de todo lo suscedido en estas partes y aquello de que más nescesidad hay de hacer saber a Vuestra Alteza. Y por otra mía que va con la presente invío a suplicar a Vuestra Real Exelencia mande inviar una persona de confianza que haga inquisición y pesquisa de todo e informe a Vuestra Sacra Majestad dello. También en ésta lo torno humillmente a suplicar, porque en tan señalada merced lo terné como en dar entero crédito a lo que escribo. Muy Alto y Muy Exelentísimo Príncipe: Dios Nuestro Señor la vida y muy real persona y muy poderoso estado de Vuestra Sacra Majestad conserve y abmente por muy largos tiempos, con acrecentamiento de muy mayores reinos y señoríos como su real corazón desea. De la villa Segura de la Frontera desta Nueva España, a de 30 otobre de 1520 años. De Vuestra Sacra Majestad muy humill siervo y vasallo, que los muy reales pies y manos de Vuestra Alteza besa. [Fernando Cortés] [Después désta, en el mes de marzo primero que pasó vinieron nuevas de la dicha Nueva España cómo los españoles habían tomado por fuerza la grande ciudad de Temixtitán, en la cual murieron más indios que en Jerusalén judíos en la destruición que hizo Vespasiano, y en ella asimesmo había más número de gente que en la dicha cibdad santa. Hallaron poco tesoro a causa que los naturales lo habían echado y sumido en las lagunas. Solos ducientos mill pesos tomaron. Y quedaron muy fortalecidos en la dicha cibdad los españoles, de los cuales hay al presente en ella mill y quinientos peones y quinientos de caballo. Y tiene[n] más de cient mill de los naturales de la tierra en el campo en su favor. Son cosas grandes y estrañas y es otro mundo sin duda, que de sólo verlo tenemos harta cobdicia los que a los confines dél estamos. Estas nuevas son hasta prencipio de abril de 1522 años, las que acá tenemos dignas de fee.]

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5 El Lazarillo de Tormes Anonimo

Prólogo

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o por bien tengo que cosas tan señaladas, y por ventura nunca oídas ni vistas, vengan a noticia de muchos y no se entierren en la sepultura del olvido, pues podría ser que alguno que las lea halle algo que le agrade, y a los que no ahondaren tanto los deleite; y a este propósito dice Plinio que no hay libro, por malo que sea, que no tenga alguna cosa buena; mayormente que los gustos no son todos unos, mas lo que uno no come, otro se pierde por ello. Y así vemos cosas tenidas en poco de algunos, que de otros no lo son. Y esto, para ninguna cosa se debría romper ni echar a mal, si muy detestable no fuese, sino que a todos se comunicase, mayormente siendo sin perjuicio y pudiendo sacar della algún fruto; porque si así no fuese, muy pocos escribirían para uno solo, pues no se hace sin trabajo, y quieren, ya que lo pasan, ser recompensados, no con dineros, mas con que vean y lean sus obras, y si hay de que, se las alaben; y a este propósito dice Tulio: “La honra cría las artes.” ¿Quien piensa que el soldado que es primero del escala, tiene más aborrecido el vivir? No, por cierto; mas el deseo de alabanza le hace ponerse en peligro; y así, en las artes y letras es lo mesmo. Predica muy bien el presentado, y es hombre que desea mucho el provecho de las animas; mas pregunten a su merced si le pesa cuando le dicen: “¡Oh, qué maravillosamente lo ha hecho vuestra reverencia!” Justo muy ruinmente el señor don Fulano, y dio el sayete de armas al truhán, porque le loaba de haber llevado muy buenas lanzas. ¿Qué hiciera si fuera verdad? Y todo va desta manera: que confesando yo no ser mas santo que mis vecinos, desta nonada, que en este grosero estilo escribo, no me pesara que hayan parte y se huelguen con ello todos los que en ella algún gusto hallaren, y vean que vive un hombre con tantas fortunas, peligros y adversidades. Suplico a Vuestra Merced reciba el pobre servicio de mano de quien lo hiciera más rico si su poder y deseo se conformaran. Y pues V.M. escribe se le escriba y relate el caso por muy extenso, parecióme no tomalle por el medio, sino por el principio, porque se tenga entera noticia de mi persona, y también porque consideren los que heredaron nobles estados cuán poco se les debe, pues Fortuna fue con ellos parcial, y cuanto más hicieron los que, siéndoles contraria, con fuerza y maña remando, salieron a buen puerto.

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AP Spanish Literature I

Tratado Primero Cuenta Lázaro su vida, y cuyo hijo fue

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ues sepa V.M. ante todas cosas que a mí llaman Lázaro de Tormes, hijo de Tomé González y de Antona Pérez, naturales de Tejares, aldea de Salamanca. Mi nacimiento fue dentro del río Tormes, por la cual causa tome el sobrenombre, y fue desta manera. Mi padre, que Dios perdone, tenía cargo de proveer una molienda de una aceña, que esta ribera de aquel río, en la cual fue molinero mas de quince años; y estando mi madre una noche en la aceña, preñada de mí, tomóle el parto y parióme allí: de manera que con verdad puedo decir nacido en el río. Pues siendo yo niño de ocho años, achacaron a mi padre ciertas sangrías mal hechas en los costales de los que allí a moler venían, por lo que fue preso, y confesó y no negó y padeció persecución por justicia. Espero en Dios que está en la Gloria, pues el Evangelio los llama bienaventurados. En este tiempo se hizo cierta armada contra moros, entre los cuales fue mi padre, que a la sazón estaba desterrado por el desastre ya dicho, con cargo de acemilero de un caballero que allá fue, y con su señor, como leal criado, feneció su vida. Mi viuda madre, como sin marido y sin abrigo se viese, determinó arrimarse a los buenos por ser uno dellos, y vínose a vivir a la ciudad, y alquiló una casilla, y metióse a guisar de comer a ciertos estudiantes, y lavaba la ropa a ciertos mozos de caballos del Comendador de la Magdalena, de manera que fue frecuentando las caballerizas. Ella y un hombre moreno de aquellos que las bestias curaban, vinieron en conocimiento. Éste algunas veces se venía a nuestra casa, y se iba a la mañana; otras veces de día llegaba a la puerta, en achaque de comprar huevos, y entrábase en casa. Yo al principio de su entrada, pesábame con él y habíale miedo, viendo el color y mal gesto que tenía; mas de que vi que con su venida mejoraba el comer, fuile queriendo bien, porque siempre traía pan, pedazos de carne, y en el invierno leños, a que nos calentábamos. De manera que, continuando con la posada y conversación, mi madre vino a darme un negrito muy bonito, el cual yo brincaba y ayudaba a calentar. Y acuérdome que, estando el negro de mi padre trebejando con el mozuelo, como el niño vía a mi madre y a mí blancos, y a él no, huía dél con miedo para mi madre, y señalando con el dedo decía: —¡Madre, coco! Respondió él riendo: —¡Hideputa! Yo, aunque bien mochacho, noté aquella palabra de mi hermanico, y dije entre mí “¡Cuántos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven a sí mismos!” Quiso nuestra fortuna que la conversación del Zaide, que así se llamaba, llegó a oídos del mayordomo, y hecha pesquisa, halloóe que la mitad por medio de la cebada, que para las bestias le daban, hurtaba, y salvados, leña, almohazas, mandiles, y las mantas y sábanas de los caballos hacií perdidas, y cuando otra cosa no tenía, las bestias 71


Lazarillo de Tormes desherraba, y con todo esto acudía a mi madre para criar a mi hermanico. No nos maravillemos de un clérigo ni fraile, porque el uno hurta de los pobres y el otro de casa para sus devotas y para ayuda de otro tanto, cuando a un pobre esclavo el amor le animaba a esto. Y probósele cuanto digo y aun más, porque a mí con amenazas me preguntaban, y como niño respondía, y descubría cuanto sabía con miedo, hasta ciertas herraduras que por mandado de mi madre a un herrero vendí. Al triste de mi padrastro azotaron y pringaron, y a mi madre pusieron pena por justicia, sobre el acostumbrado centenario, que en casa del sobredicho Comendador no entrase, ni al lastimado Zaide en la suya acogiese. Por no echar la soga tras el caldero, la triste se esforzó y cumplió la sentencia; y por evitar peligro y quitarse de malas lenguas, se fue a servir a los que al presente vivían en el mesón de la Solana; y allí, padeciendo mil importunidades, se acabó de criar mi hermanico hasta que supo andar, y a mí hasta ser buen mozuelo, que iba a los huéspedes por vino y candelas y por lo demás que me mandaban. En este tiempo vino a posar al mesón un ciego, el cual, pareciéndole que yo sería para adestralle, me pidió a mi madre, y ella me encomendó a él, diciéndole como era hijo de un buen hombre, el cual por ensalzar la fe había muerto en la de los Gelves, y que ella confiaba en Dios no saldría peor hombre que mi padre, y que le rogaba me tratase bien y mirase por mí, pues era huérfano. Él le respondió que así lo haría, y que me recibía no por mozo sino por hijo. Y así le comencé a servir y adestrar a mi nuevo y viejo amo. Como estuvimos en Salamanca algunos días, pareciéndole a mi amo que no era la ganancia a su contento, determinó irse de allí; y cuando nos hubimos de partir, yo fui a ver a mi madre, y ambos llorando, me dio su bendición y dijo: —Hijo, ya sé que no te veré más. Procura ser bueno, y Dios te guíe. Criado te he y con buen amo te he puesto. Válete por ti. Y así me fui para mi amo, que esperándome estaba. Salimos de Salamanca, y llegando a la puente, está a la entrada della un animal de piedra, que casi tiene forma de toro, y el ciego mandóme que llegase cerca del animal, y allí puesto, me dijo: —Lázaro, llega el oído a este toro, y oirás gran ruido dentro de él Yo simplemente llegue, creyendo ser ansí; y como sintió que tenía la cabeza par de la piedra, afirmó recio la mano y dióme una gran calabazada en el diablo del toro, que más de tres días me duró el dolor de la cornada, y díjome: —Necio, aprende que el mozo del ciego un punto ha de saber mas que el diablo Y rió mucho la burla. Parecióme que en aquel instante desperté de la simpleza en que como niño dormido estaba. Dije entre mí: “Verdad dice éste, que me cumple avivar el ojo y avisar, pues solo soy, y pensar cómo me sepa valer.” Comenzamos nuestro camino, y en muy pocos días me mostró jerigonza, y como me viese de buen ingenio, holgábase mucho, y decía: —Yo oro ni plata no te lo puedo dar, mas avisos para vivir muchos te mostraré. Y fue ansi, que después de Dios, éste me dio la vida, y siendo ciego me alumbró y adestró en la carrera de vivir. 72


AP Spanish Literature I Huelgo de contar a V.M. estas niñerías para mostrar cuanta virtud sea saber los hombres subir siendo bajos, y dejarse bajar siendo altos, cuánto vicio. Pues tornando al bueno de mi ciego y contando sus cosas, V.M. sepa que desde que Dios crió el mundo, ninguno formó más astuto ni sagaz. En su oficio era un águila; ciento y tantas oraciones sabía de coro: un tono bajo, reposado y muy sonable que hacía resonar la iglesia donde rezaba, un rostro humilde y devoto que con muy buen continente ponía cuando rezaba, sin hacer gestos ni visajes con boca ni ojos, como otros suelen hacer. Allende desto, tenía otras mil formas y maneras para sacar el dinero. Decía saber oraciones para muchos y diversos efectos: para mujeres que no parían, para las que estaban de parto, para las que eran malcasadas, que sus maridos las quisiesen bien; echaba pronósticos a las preñadas, si traía hijo o hija. Pues en caso de medicina, decía que Galeno no supo la mitad que él para muela, desmayos, males de madre. Finalmente, nadie le decía padecer alguna pasión, que luego no le decía: —Haced esto, haréis estotro, coged tal yerba, tomad tal raíz. Con esto andábase todo el mundo tras él, especialmente mujeres, que cuanto les decían creían. Destas sacaba él grandes provechos con las artes que digo, y ganaba más en un mes que cien ciegos en un año. Mas también quiero que sepa vuestra merced que, con todo lo que adquiría, jamás tan avariento ni mezquino hombre no vi, tanto que me mataba a mi de hambre, y así no me demediaba de lo necesario. Digo verdad: si con mi sotileza y buenas mañas no me supiera remediar, muchas veces me finara de hambre; mas con todo su saber y aviso le contaminaba de tal suerte que siempre, o las más veces, me cabía lo mas y mejor. Para esto le hacía burlas endiabladas, de las cuales contare algunas, aunque no todas a mi salvo. Él traía el pan y todas las otras cosas en un fardel de lienzo que por la boca se cerraba con una argolla de hierro y su candado y su llave, y al meter de todas las cosas y sacallas, era con tan gran vigilancia y tanto por contadero, que no bastaba hombre en todo el mundo hacerle menos una migaja; mas yo tomaba aquella lacería que él me daba, la cual en menos de dos bocados era despachada. Después que cerraba el candado y se descuidaba pensando que yo estaba entendiendo en otras cosas, por un poco de costura, que muchas veces del un lado del fardel descosía y tornaba a coser, sangraba el avariento fardel, sacando no por tasa pan, mas buenos pedazos, torreznos y longaniza; y ansí buscaba conveniente tiempo para rehacer, no la chaza, sino la endiablada falta que el mal ciego me faltaba. Todo lo que podía sisar y hurtar, traía en medias blancas; y cuando le mandaban rezar y le daban blancas, como él carecía de vista, no había el que se la daba amagado con ella, cuando yo la tenía lanzada en la boca y la media aparejada, que por presto que él echaba la mano, ya iba de mi cambio aniquilada en la mitad del justo precio. Quejábaseme el mal ciego, porque al tiento luego conocía y sentía que no era blanca entera, y decía: —¿Qué diablo es esto, que después que conmigo estás no me dan sino medias blancas, y de antes una blanca y un maravedí hartas veces me pagaban? En tí debe estar esta desdicha. También el abreviaba el rezar y la mitad de la oración no acababa, porque me tenía mandado que en yéndose el que la mandaba rezar, le tirase por el cabo del capuz. Yo así lo hacia. Luego el tornaba a dar voces, diciendo: 73


Lazarillo de Tormes —¿Mandan rezar tal y tal oración? —como suelen decir. Usaba poner cabe si un jarrillo de vino cuando comíamos, y yo muy de presto le asía y daba un par de besos callados y tornábale a su lugar. Mas turóme poco, que en los tragos conocía la falta, y por reservar su vino a salvo nunca después desamparaba el jarro, antes lo tenía por el asa asido; mas no había piedra imán que así trajese a sí como yo con una paja larga de centeno, que para aquel menester tenía hecha, la cual metiéndola en la boca del jarro, chupando el vino lo dejaba a buenas noches. Mas como fuese el traidor tan astuto, pienso que me sintió, y dende en adelante mudo propósito, y asentaba su jarro entre las piernas, y atapabale con la mano, y ansí bebía seguro. Yo, como estaba hecho al vino, moría por él, y viendo que aquel remedio de la paja no me aprovechaba ni valía, acordé en el suelo del jarro hacerle una fuentecilla y agujero sotil, y delicadamente con una muy delgada tortilla de cera taparlo, y al tiempo de comer, fingiendo haber frío, entrabame entre las piernas del triste ciego a calentarme en la pobrecilla lumbre que teníamos, y al calor della luego derretida la cera, por ser muy poca, comenzaba la fuentecilla a destillarme en la boca, la cual yo de tal manera ponía que maldita la gota se perdía. Cuando el pobreto iba a beber, no hallaba nada: espantábase, maldecía, daba al diablo el jarro y el vino, no sabiendo que podía ser. —No diréis, tío, que os lo bebo yo —decía—, pues no le quitáis de la mano. Tantas vueltas y tiento dio al jarro, que halló la fuente y cayó en la burla; mas así lo disimuló como si no lo hubiera sentido, y luego otro día, teniendo yo rezumando mi jarro como solía, no pensando en el daño que me estaba aparejado ni que el mal ciego me sentía, sentéme como solía, estando recibiendo aquellos dulces tragos, mi cara puesta hacia el cielo, un poco cerrados los ojos por mejor gustar el sabroso licor, sintió el desesperado ciego que agora tenía tiempo de tomar de mí venganza y con toda su fuerza, alzando con dos manos aquel dulce y amargo jarro, le dejó caer sobre mi boca, ayudándose, como digo, con todo su poder, de manera que el pobre Lázaro, que de nada desto se guardaba, antes, como otras veces, estaba descuidado y gozoso, verdaderamente me pareció que el cielo, con todo lo que en él hay, me había caído encima. Fue tal el golpecillo, que me desatinó y sacó de sentido, y el jarrazo tan grande, que los pedazos dél se me metieron por la cara, rompiéndomela por muchas partes, y me quebró los dientes, sin los cuales hasta hoy día me quedé. Desde aquella hora quise mal al mal ciego, y aunque me quería y regalaba y me curaba, bien vi que se había holgado del cruel castigo. Lavóme con vino las roturas que con los pedazos del jarro me había hecho, y sonriéndose decía: —¿Que te parece, Lázaro? Lo que te enfermó te sana y da salud —y otros donaires que a mi gusto no lo eran. Ya que estuve medio bueno de mi negra trepa y cardenales, considerando que a pocos golpes tales el cruel ciego ahorraría de mí, quise yo ahorrar del; mas no lo hice tan presto por hacello más a mi salvo y provecho. Y aunque yo quisiera asentar mi corazón y perdonalle el jarrazo, no daba lugar el maltratamiento que el mal ciego dende allí adelante me hacía, que sin causa ni razón me hería, dándome coxcorrones y repelándome. Y si alguno le decía por que me trataba tan mal, luego contaba el cuento del jarro, diciendo: —¿Pensareis que este mi mozo es algún inocente? Pues oíd si el demonio ensayara otra tal hazaña. 74


AP Spanish Literature I Santiguándose los que lo oían, decían: —¡Mira, quién pensara de un muchacho tan pequeño tal ruindad! Y reían mucho el artificio, y decíanle: VCastigaldo, castigaldo, que de Dios lo habréis. Y él con aquello nunca otra cosa hacía. Y en esto yo siempre le llevaba por los peores caminos, y adrede, por le hacer mal y daño: si había piedras, por ellas, si lodo, por lo más alto; que aunque yo no iba por lo mas enjuto, holgábame a mí de quebrar un ojo por quebrar dos al que ninguno tenía. Con esto siempre con el cabo alto del tiento me atentaba el colodrillo, el cual siempre traía lleno de tolondrones y pelado de sus manos; y aunque yo juraba no lo hacer con malicia, sino por no hallar mejor camino, no me aprovechaba ni me creía más: tal era el sentido y el grandísimo entendimiento del traidor. Y porque vea V.M. a cuánto se estendía el ingenio deste astuto ciego, contaré un caso de muchos que con él me acaecieron, en el cual me parece dio bien a entender su gran astucia. Cuando salimos de Salamanca, su motivo fue venir a tierra de Toledo, porque decía ser la gente mas rica, aunque no muy limosnera. Arrimábase a este refrán: “Más da el duro que el desnudo.” Y venimos a este camino por los mejores lugares. Donde hallaba buena acogida y ganancia, deteníamonos; donde no, a tercero día hacíamos Sant Juan. Acaeció que llegando a un lugar que llaman Almorox, al tiempo que cogían las uvas, un vendimiador le dio un racimo dellas en limosna, y como suelen ir los cestos maltratados y también porque la uva en aquel tiempo esta muy madura, desgranábasele el racimo en la mano; para echarlo en el fardel tornábase mosto, y lo que a él se llegaba. Acordó de hacer un banquete, ansí por no lo poder llevar como por contentarme, que aquel día me había dado muchos rodillazos y golpes. Sentamonos en un valladar y dijo: —Agora quiero yo usar contigo de una liberalidad, y es que ambos comamos este racimo de uvas, y que hayas dél tanta parte como yo.Partillo hemos desta manera: tú picarás una vez y yo otra; con tal que me prometas no tomar cada vez más de una uva, yo haré lo mesmo hasta que lo acabemos, y desta suerte no habrá engaño. Hecho ansí el concierto, comenzamos; mas luego al segundo lance; el traidor mudó de propósito y comenzó a tomar de dos en dos, considerando que yo debría hacer lo mismo. Como vi que el quebraba la postura, no me contente ir a la par con él, mas aun pasaba adelante: dos a dos, y tres a tres, y como podía las comía. Acabado el racimo, estuvo un poco con el escobajo en la mano y meneando la cabeza dijo: —Lázaro, engañado me has: juraré yo a Dios que has tu comido las uvas tres a tres. —No comí —dije yo— mas ¿por que sospecháis eso?” Respondió el sagacísimo ciego: —¿Sabes en que veo que las comiste tres a tres? En que comía yo dos a dos y callabas.” A lo cual yo no respondí. Yendo que íbamos ansí por debajo de unos soportales en Escalona, adonde a la sazón estábamos en casa de un zapatero, había muchas sogas y otras cosas que de esparto se hacen, y parte dellas dieron a mi amo en la cabeza; el cual, alzando la mano, toco en ellas, y viendo lo que era díjome: —Anda presto, mochacho; salgamos de entre tan mal manjar, que ahoga sin comerlo. 75


Lazarillo de Tormes Yo, que bien descuidado iba de aquello, mire lo que era, y como no vi sino sogas y cinchas, que no era cosa de comer, dijele: —Tío, ¿por qué decís eso?” Respondióme: —Calla, sobrino; según las mañas que llevas, lo sabrás y verás como digo verdad. Y ansí pasamos adelante por el mismo portal y llegamos a un mesón, a la puerta del cual había muchos cuernos en la pared, donde ataban los recueros sus bestias. Y como iba tentando si era allí el mesón, adonde él rezaba cada día por la mesonera la oración de la emparedada, asió de un cuerno, y con un gran sospiro dijo: —¡Oh, mala cosa, peor que tienes la hechura! ¡De cuántos eres deseado poner tu nombre sobre cabeza ajena y de cuán pocos tenerte ni aun oír tu nombre, por ninguna vía!” Como le oí lo que decía, dije: —Tío, ¿qué es eso que decís? —Calla, sobrino, que algún día te dará éste, que en la mano tengo, alguna mala comida y cena.” —No le comeré yo —dije— y no me la dará. —Yo te digo verdad; si no, verlo has, si vives. Y ansí pasamos adelante hasta la puerta del mesón, adonde pluguiere a Dios nunca allá llegáramos, según lo que me sucedía en él. Era todo lo más que rezaba por mesoneras y por bodegoneras y turroneras y rameras y ansí por semejantes mujercillas, que por hombre casi nunca le vi decir oración. Reíme entre mí, y aunque mochacho noté mucho la discreta consideración del ciego. Mas por no ser prolijo dejo de contar muchas cosas, así graciosas como de notar, que con este mi primer amo me acaecieron, y quiero decir el despidiente y con él acabar. Estábamos en Escalona, villa del duque della, en un mesón, y dióme un pedazo de longaniza que la asase. Ya que la longaniza había pringado y comídose las pringadas, sacó un maravedí de la bolsa y mandó que fuese por el de vino a la taberna. Púsome el demonio el aparejo delante los ojos, el cual, como suelen decir, hace al ladrón, y fue que había cabe el fuego un nabo pequeño, larguillo y ruinoso, y tal que, por no ser para la olla, debió ser echado allí. Y como al presente nadie estuviese sino él y yo solos, como me vi con apetito goloso, habiéndome puesto dentro el sabroso olor de la longaniza, del cual solamente sabía que había de gozar, no mirando que me podría suceder, pospuesto todo el temor por cumplir con el deseo, en tanto que el ciego sacaba de la bolsa el dinero, saque la longaniza y muy presto metí el sobredicho nabo en el asador, el cual mi amo, dándome el dinero para el vino, tomó y comenzó a dar vueltas al fuego, queriendo asar al que de ser cocido por sus deméritos había escapado.Yo fui por el vino, con el cual no tardé en despachar la longaniza, y cuando vine halle al pecador del ciego que tenía entre dos rebanadas apretado el nabo, al cual aun no había conocido por no lo haber tentado con la mano. Como tomase las rebanadas y mordiese en ellas pensando también llevar parte de la longaniza, hallose en frío con el frío nabo. Alterose y dijo: —¿Que es esto, Lazarillo? —¡Lacerado de mi! —dije yo— ¿Si queréis a mi echar algo? ¿Yo no vengo de traer el vino? Alguno estaba ahí, y por burlar haría esto. 76


AP Spanish Literature I —No, no —dijo él—,que yo no he dejado el asador de la mano; no es posible. Yo torné a jurar y perjurar que estaba libre de aquel trueco y cambio; mas poco me aprovechó, pues a las astucias del maldito ciego nada se le escondía. Levantóse y asióme por la cabeza, y llegóse a olerme; y como debió sentir el huelgo, a uso de buen podenco, por mejor satisfacerse de la verdad, y con la gran agonía que llevaba, asiéndome con las manos, abríame la boca más de su derecho y desatentadamente metía la nariz, la cual el tenía luenga y afilada, y a aquella sazón con el enojo se habían augmentado un palmo, con el pico de la cual me llegó a la gulilla. Y con esto y con el gran miedo que tenía, y con la brevedad del tiempo, la negra longaniza aún no había hecho asiento en el estomago, y lo más principal, con el destiento de la cumplidísima nariz, medio cuasi ahogándome, todas estas cosas se juntaron y fueron causa que el hecho y golosina se manifestase y lo suyo fuese devuelto a su dueño: de manera que antes que el mal ciego sacase de mi boca su trompa, tal alteración sintió mi estomago que le dio con el hurto en ella, de suerte que su nariz y la negra malmaxcada longaniza a un tiempo salieron de mi boca. ¡Oh, gran Dios, quien estuviera aquella hora sepultado, que muerto ya lo estaba! Fue tal el coraje del perverso ciego que, si al ruido no acudieran, pienso no me dejara con la vida. Sacáronme de entre sus manos, dejándoselas llenas de aquellos pocos cabellos que tenía, arañada la cara y rascuñazo el pescuezo y la garganta; y esto bien lo merecía, pues por su maldad me venían tantas persecuciones. Contaba el mal ciego a todos cuantos allí se allegaban mis desastres, y dábales cuenta una y otra vez, así de la del jarro como de la del racimo, y agora de lo presente. Era la risa de todos tan grande que toda la gente que por la calle pasaba entraba a ver la fiesta; mas con tanta gracia y donaire recontaba el ciego mis hazañas que, aunque yo estaba tan maltratado y llorando, me parecía que hacía sinjusticia en no se las reír.Y en cuanto esto pasaba, a la memoria me vino una cobardía y flojedad que hice, por que me maldecía, y fue no dejalle sin narices, pues tan buen tiempo tuve para ello que la meitad del camino estaba andado; que con solo apretar los dientes se me quedaran en casa, y con ser de aquel malvado, por ventura lo retuviera mejor mi estomago que retuvo la longaniza, y no pareciendo ellas pudiera negar la demanda. Pluguiera a Dios que lo hubiera hecho, que eso fuera así que así. Hicieronnos amigos la mesonera y los que allí estaban, y con el vino que para beber le había traído, laváronme la cara y la garganta, sobre lo cual discantaba el mal ciego donaires, diciendo: —Por verdad, más vino me gasta este mozo en lavatorios al cabo del año que yo bebo en dos. A lo menos, Lázaro, eres en más cargo al vino que a tu padre, porque él una vez te engendró, mas el vino mil te ha dado la vida. Y luego contaba cuántas veces me había descalabrado y harpado la cara, y con vino luego sanaba. —Yo te digo —dijo— que si un hombre en el mundo ha de ser bienaventurado con vino, que serás tu. Y reían mucho los que me lavaban con esto, aunque yo renegaba. Mas el pronostico del ciego no salió mentiroso, y después acá muchas veces me acuerdo de aquel hombre, que sin duda debía tener spiritu de profecía, y me pesa de los sinsa77


Lazarillo de Tormes bores que le hice, aunque bien se lo pagué, considerando lo que aquel día me dijo salirme tan verdadero como adelante V.M. oirá. Visto esto y las malas burlas que el ciego burlaba de mí, determiné de todo en todo dejalle, y como lo traía pensado y lo tenía en voluntad, con este postrer juego que me hizo afirmelo más. Y fue ansí, que luego otro día salimos por la villa a pedir limosna, y había llovido mucho la noche antes; y porque el día también llovía, y andaba rezando debajo de unos portales que en aquel pueblo había, donde no nos mojamos; mas como la noche se venía y el llover no cesaba, díjome el ciego: —Lázaro, esta agua es muy porfiada, y cuanto la noche más cierra, más recia. Acojámonos a la posada con tiempo. Para ir allá, habíamos de pasar un arroyo que con la mucha agua iba grande. Yo le dije: —Tío, el arroyo va muy ancho; mas si queréis, yo veo por donde travesemos más aína sin nos mojar, porque se estrecha allí mucho, y saltando pasaremos a pie enjuto. Parecióle buen consejo y dijo: —Discreto eres; por esto te quiero bien. Llévame a ese lugar donde el arroyo se ensangosta, que agora es invierno y sabe mal el agua, y más llevar los pies mojados. Yo, que vi el aparejo a mi deseo, saquéle debajo de los portales, y llevélo derecho de un pilar o poste de piedra que en la plaza estaba, sobre la cual y sobre otros cargaban saledizos de aquellas casas, y dijele: —Tío, este es el paso mas angosto que en el arroyo hay. Como llovía recio, y el triste se mojaba, y con la priesa que llevábamos de salir del agua que encima de nos caía, y lo más principal, porque Dios le cegó aquella hora el entendimiento (fue por darme dél venganza), creyóse de mi y dijo: —Ponme bien derecho, y salta tú el arroyo. Yo le puse bien derecho enfrente del pilar, y doy un salto y pongome detrás del poste como quien espera tope de toro, y díjele: —!Sus! Salta todo lo que podáis, porque deis deste cabo del agua. Aun apenas lo había acabado de decir cuando se abalanza el pobre ciego como cabrón, y de toda su fuerza arremete, tomando un paso atrás de la corrida para hacer mayor salto, y da con la cabeza en el poste, que sonó tan recio como si diera con una gran calabaza, y cayó luego para atrás, medio muerto y hendida la cabeza. —¿Cómo, y olistes la longaniza y no el poste? !Ole! !Ole! —le dije yo. Y dejéle en poder de mucha gente que lo había ido a socorrer, y tomé la puerta de la villa en los pies de un trote, y antes que la noche viniese di conmigo en Torrijos. No supe más lo que Dios dél hizo, ni curé de lo saber.

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Tratado segundo Cómo Lázaro se asentó con un clérigo, y de las cosas que con él pasó.

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tro día, no pareciéndome estar allí seguro, fuime a un lugar que llaman Maqueda, adonde me toparon mis pecados con un clérigo que, llegando a pedir limosna, me preguntó si sabía ayudar a misa. Yo dije que sí, como era verdad; que, aunque maltratado, mil cosas buenas me mostró el pecador del ciego, y una dellas fue ésta. Finalmente, el clérigo me recibió por suyo. Escapé del trueno y di en el relámpago, porque era el ciego para con éste un Alejandro Magno, con ser la mesma avaricia, como he contado. No digo más sino que toda la lacería del mundo estaba encerrada en éste. No sé si de su cosecha era, o lo había anexado con el hábito de clerecía. Él tenía un arcaz viejo y cerrado con su llave, la cual traía atada con un agujeta del paletoque, y en viniendo el bodigo de la iglesia, por su mano era luego allí lanzado, y tornada a cerrar el arca. Y en toda la casa no había ninguna cosa de comer, como suele estar en otras: algún tocino colgado al humero, algún queso puesto en alguna tabla o en el armario, algún canastillo con algunos pedazos de pan que de la mesa sobran; que me parece a mí que aunque dello no me aprovechara, con la vista dello me consolara. Solamente había una horca de cebollas, y tras la llave en una cámara en lo alto de la casa. Destas tenía yo de ración una para cada cuatro días; y cuando le pedía la llave para ir por ella, si alguno estaba presente, echaba mano al falsopecto y con gran continencia la desataba y me la daba diciendo: “Toma, y vuélvela luego, y no hagáis sino golosinar”, como si debajo della estuvieran todas las conservas de Valencia, con no haber en la dicha cámara, como dije, maldita la otra cosa que las cebollas colgadas de un clavo, las cuales él tenía tan bien por cuenta, que si por malos de mis pecados me desmandara a más de mi tasa, me costara caro. Finalmente, yo me finaba de hambre. Pues, ya que conmigo tenía poca caridad, consigo usaba más. Cinco blancas de carne era su ordinario para comer y cenar. Verdad es que partía comigo del caldo, que de la carne, ¡tan blanco el ojo!, sino un poco de pan, y ¡pluguiera a Dios que me demediara! Los sábados cómense en esta tierra cabezas de carnero, y envíabame por una que costaba tres maravedís. Aquella le cocía y comía los ojos y la lengua y el cogote y sesos y la carne que en las quijadas tenía, y dábame todos los huesos roídos, y dábamelos en el plato, diciendo: “Toma, come, triunfa, que para ti es el mundo. Mejor vida tienes que el Papa.” “¡Tal te la de Dios!”, decía yo paso entre mí. A cabo de tres semanas que estuve con él, vine a tanta flaqueza que no me podía tener en las piernas de pura hambre. Vime claramente ir a la sepultura, si Dios y mi saber no me remediaran. Para usar de mis mañas no tenía aparejo, por no tener en que dalle salto; y aunque algo hubiera, no podía cegalle, como hacía al que Dios perdone, si de aquella calabazada feneció, que todavía, aunque astuto, con faltalle aquel preciado sentido no me sentía; mas estotro, ninguno hay que tan aguda vista tuviese como él tenía. Cuando al ofertorio estábamos, ninguna blanca en la concha caía que no era dél registrada: el un ojo tenía en la gente y el otro en mis manos. Bailábanle los ojos en el caxco como si fueran de 79


Lazarillo de Tormes azogue. Cuantas blancas ofrecían tenía por cuenta; y acabado el ofrecer, luego me quitaba la concheta y la ponía sobre el altar. No era yo señor de asirle una blanca todo el tiempo que con el viví o, por mejor decir, morí. De la taberna nunca le traje una blanca de vino, mas aquel poco que de la ofrenda había metido en su arcaz compasaba de tal forma que le turaba toda la semana, y por ocultar su gran mezquindad decíame: “Mira, mozo, los sacerdotes han de ser muy templados en su comer y beber, y por esto yo no me desmando como otros.” Mas el lacerado mentía falsamente, porque en cofradías y mortuorios que rezamos, a costa ajena comía como lobo y bebía mas que un saludador. Y porque dije de mortuorios, Dios me perdone, que jamás fui enemigo de la naturaleza humana sino entonces, y esto era porque comíamos bien y me hartaban. Deseaba y aun rogaba a Dios que cada día matase el suyo. Y cuando dábamos sacramento a los enfermos, especialmente la extrema unción, como manda el clérigo rezar a los que están allí, yo cierto no era el postrero de la oración, y con todo mi corazón y buena voluntad rogaba al Señor, no que la echase a la parte que más servido fuese, como se suele decir, mas que le llevase de aqueste mundo. Y cuando alguno de estos escapaba, !Dios me lo perdone!, que mil veces le daba al diablo, y el que se moría otras tantas bendiciones llevaba de mi dichas. Porque en todo el tiempo que allí estuve, que sería cuasi seis meses, solas veinte personas fallecieron, y éstas bien creo que las maté yo o, por mejor decir, murieron a mi recuesta; porque viendo el Señor mi rabiosa y continua muerte, pienso que holgaba de matarlos por darme a mí vida. Mas de lo que al presente padecía, remedio no hallaba, que si el día que enterrábamos yo vivía, los días que no había muerto, por quedar bien vezado de la hartura, tornando a mi cuotidiana hambre, más lo sentía. De manera que en nada hallaba descanso, salvo en la muerte, que yo también para mí como para los otros deseaba algunas veces; mas no la vía, aunque estaba siempre en mí. Pensé muchas veces irme de aquel mezquino amo, mas por dos cosas lo dejaba: la primera, por no me atrever a mis piernas, por temer de la flaqueza que de pura hambre me venía; y la otra, consideraba y decía: “Yo he tenido dos amos: el primero traíame muerto de hambre y, dejándole, tope con estotro, que me tiene ya con ella en la sepultura. Pues si deste desisto y doy en otro mas bajo, ¿que será sino fenecer?” Con esto no me osaba menear, porque tenía por fe que todos los grados había de hallar mas ruines; y a abajar otro punto, no sonara Lázaro ni se oyera en el mundo. Pues, estando en tal aflicción, cual plega al Señor librar della a todo fiel cristiano, y sin saber darme consejo, viéndome ir de mal en peor, un día que el cuitado ruin y lacerado de mi amo había ido fuera del lugar, llegóse acaso a mi puerta un calderero, el cual yo creo que fue ángel enviado a mí por la mano de Dios en aquel hábito. Preguntóme si tenía algo que adobar. “En mí teníades bien que hacer, y no haríades poco si me remediásedes”, dije paso, que no me oyó; mas como no era tiempo de gastarlo en decir gracias, alumbrado por el Spiritu Santo, le dije: “Tío, una llave de este arca he perdido, y temo mi señor me azote. Por vuestra vida, veáis si en esas que traéis hay alguna que le haga, que yo os lo pagaré.” Comenzó a probar el angelico caldedero una y otra de un gran sartal que dellas traía, y yo ayudalle con mis flacas oraciones. Cuando no me cato, veo en figura de panes, como dicen, la cara de Dios dentro del arcaz; y, abierto, díjele: “Yo no tengo dineros que os dar por la llave, mas tomad de ahí el pago.” 80


AP Spanish Literature I Él tomó un bodigo de aquellos, el que mejor le pareció, y dándome mi llave se fue muy contento, dejándome más a mí. Mas no toqué en nada por el presente, porque no fuese la falta sentida, y aun, porque me vi de tanto bien señor, parecióme que la hambre no se me osaba allegar. Vino el mísero de mi amo, y quiso Dios no miró en la oblada que el ángel había llevado. Y otro día, en saliendo de casa, abro mi paraíso panal, y tomo entre las manos y dientes un bodigo, y en dos credos le hice invisible, no se me olvidando el arca abierta; y comienzo a barrer la casa con mucha alegría, pareciéndome con aquel remedio remediar dende en adelante la triste vida. Y así estuve con ello aquel día y otro gozoso. Mas no estaba en mi dicha que me durase mucho aquel descanso, porque luego al tercero día me vino la terciana derecha, y fue que veo a deshora al que me mataba de hambre sobre nuestro arcaz volviendo y revolviendo, contando y tornando a contar los panes. Yo disimulaba, y en mi secreta oración y devociones y plegarias decía: “¡Sant Juan y ciégale!” Después que estuvo un gran rato echando la cuenta, por días y dedos contando, dijo: “Si no tuviera a tan buen recaudo esta arca, yo dijera que me habían tomado della panes; pero de hoy más, solo por cerrar la puerta a la sospecha, quiero tener buena cuenta con ellos: nueve quedan y un pedazo.” “¡Nuevas malas te dé Dios!”, dijo yo entre mí. Parecióme con lo que dijo pasarme el corazón con saeta de montero, y comenzóme el estomago a escarbar de hambre, viéndose puesto en la dieta pasada. Fue fuera de casa; yo, por consolarme, abro el arca, y como vi el pan, comencelo de adorar, no osando recebillo. Contélos, si a dicha el lacerado se errara, y hallé su cuenta más verdadera que yo quisiera. Lo más que yo pude hacer fue dar en ellos mil besos y, lo más delicado que yo pude, del partido partí un poco al pelo que él estaba; y con aquél pasé aquel día, no tan alegre como el pasado. Mas como la hambre creciese, mayormente que tenía el estomago hecho a más pan aquellos dos o tres días ya dichos, moría mala muerte; tanto, que otra cosa no hacía en viéndome solo sino abrir y cerrar el arca y contemplar en aquella cara de Dios, que ansí dicen los niños. Mas el mesmo Dios, que socorre a los afligidos, viéndome en tal estrecho, trujo a mi memoria un pequeño remedio; que, considerando entre mi, dije: “Este arquetón es viejo y grande y roto por algunas partes, aunque pequeños agujeros. Puédese pensar que ratones, entrando en él, hacen daño a este pan. Sacarlo entero no es cosa conveniente, porque vera la falta el que en tanta me hace vivir. Esto bien se sufre.” Y comienzo a desmigajar el pan sobre unos no muy costosos manteles que allí estaban; y tomo uno y dejo otro, de manera que en cada cual de tres o cuatro desmigaje su poco; después, como quien toma gragea, lo comí, y algo me consolé. Mas él, como viniese a comer y abriese el arca, vio el mal pesar, y sin dubda creyó ser ratones los que el daño habían hecho, porque estaba muy al propio contrahecho de cómo ellos lo suelen hacer. Miro todo el arcaz de un cabo a otro y vióle ciertos agujeros por do sospechaba habían entrado. Llamóme, diciendo: “¡Lázaro! !Mira, mira que persecución ha venido aquesta noche por nuestro pan!” Yo híceme muy 81


Lazarillo de Tormes maravillado, preguntándole que sería. “¡Que ha de ser! -dijo él-. Ratones, que no dejan cosa a vida.” Pusímonos a comer, y quiso Dios que aun en esto me fue bien, que me cupo más pan que la lacería que me solía dar, porque rayó con un cuchillo todo lo que pensó ser ratonado, diciendo: “Cómete eso, que el ratón cosa limpia es.” Y así aquel día, añadiendo la ración del trabajo de mis manos, o de mis uñas, por mejor decir, acabamos de comer, aunque yo nunca empezaba. Y luego me vino otro sobresalto, que fue verle andar solicito, quitando clavos de las paredes y buscando tablillas, con las cuales clavó y cerró todos los agujeros de la vieja arca. “!Oh, Señor mío! -dije yo entonces-, ¡A cuánta miseria y fortuna y desastres estamos puestos los nacidos, y cuan poco turan los placeres de esta nuestra trabajosa vida! Heme aquí que pensaba con este pobre y triste remedio remediar y pasar mi lacería, y estaba ya cuanto que alegre y de buena ventura; mas no quiso mi desdicha, despertando a este lacerado de mi amo y poniéndole más diligencia de la que él de suyo se tenía (pues los míseros por la mayor parte nunca de aquella carecen), agora, cerrando los agujeros del arca, ciérrase la puerta a mi consuelo y la abriese a mis trabajos.” Así lamentaba yo, en tanto que mi solícito carpintero con muchos clavos y tablillas dio fin a sus obras, diciendo: “Agora, donos traidores ratones, conviéneos mudar propósito, que en esta casa mala medra tenéis.” De que salió de su casa, voy a ver la obra y hallé que no dejó en la triste y vieja arca agujero ni aun por donde le pudiese entrar un moxquito. Abro con mi desaprovechada llave, sin esperanza de sacar provecho, y vi los dos o tres panes comenzados, los que mi amo creyó ser ratonados, y dellos todavía saque alguna lacería, tocándolos muy ligeramente, a uso de esgremidor diestro. Como la necesidad sea tan gran maestra, viéndome con tanta, siempre, noche y día, estaba pensando la manera que ternía en sustentar el vivir; y pienso, para hallar estos negros remedios, que me era luz la hambre, pues dicen que el ingenio con ella se avisa y al contrario con la hartura, y así era por cierto en mí. Pues estando una noche desvelado en este pensamiento, pensando cómo me podría valer y aprovecharme del arcaz, sentí que mi amo dormía, porque lo mostraba con roncar y en unos resoplidos grandes que daba cuando estaba durmiendo. Levantéme muy quedito y, habiendo en el día pensado lo que había de hacer y dejado un cuchillo viejo que por allí andaba en parte do le hallase, voyme al triste arcaz, y por do había mirado tener menos defensa le acometí con el cuchillo, que a manera de barreno dél usé. Y como la antiquísima arca, por ser de tantos años, la hallase sin fuerza y corazón, antes muy blanda y carcomida, luego se me rindió, y consintió en su costado por mi remedio un buen agujero. Esto hecho, abro muy paso la llagada arca y, al tiento, del pan que halle partido hice según deyuso está escrito. Y con aquello algún tanto consolado, tornando a cerrar, me volví a mis pajas, en las cuales repose y dormí un poco, lo cual yo hacía mal, y echábalo al no comer; y ansí sería, porque cierto en aquel tiempo no me debían de quitar el sueño los cuidados del rey de Francia. Otro día fue por el señor mi amo visto el daño así del pan como del agujero que yo había hecho, y comenzó a dar a los diablos los ratones y decir: “¿Qué diremos 82


AP Spanish Literature I a esto? ¡Nunca haber sentido ratones en esta casa sino agora!” Y sin dubda debía de decir verdad; porque si casa había de haber en el reino justamente de ellos privilegiada, aquella de razón había de ser, porque no suelen morar donde no hay qué comer. Torna a buscar clavos por la casa y por las paredes y tablillas a atapársel os. Venida la noche y su reposo, luego era yo puesto en pie con mi aparejo, y cuantos él tapaba de día, destapaba yo de noche. En tal manera fue, y tal priesa nos dimos, que sin dubda por esto se debió decir: “Donde una puerta se cierra, otra se abre.” Finalmente, parecíamos tener a destajo la tela de Penélope, pues cuanto el tejía de día, rompía yo de noche; ca en pocos días y noches pusimos la pobre despensa de tal forma, que quien quisiera propiamente della hablar, más corazas viejas de otro tiempo que no arcaz la llamara, según la clavazón y tachuelas sobre sí tenía. De que vio no le aprovechar nada su remedio, dijo: “Este arcaz está tan maltratado y es de madera tan vieja y flaca, que no habrá ratón a quien se defienda; y va ya tal que, si andamos más con él, nos dejará sin guarda; y aun lo peor, que aunque hace poca, todavía hará falta faltando, y me pondrá en costa de tres o cuatro reales. El mejor remedio que hallo, pues el de hasta aquí no aprovecha, armaré por de dentro a estos ratones malditos.” Luego busco prestada una ratonera, y con cortezas de queso que a los vecinos pedía, contino el gato estaba armado dentro del arca, lo cual era para mi singular auxilio; porque, puesto caso que yo no había menester muchas salsas para comer, todavía me holgaba con las cortezas del queso que de la ratonera sacaba, y sin esto no perdonaba el ratonar del bodigo. Como hallase el pan ratonado y el queso comido y no cayese el ratón que lo comía, dábase al diablo, preguntaba a los vecinos qué podría ser comer el queso y sacarlo de la ratonera, y no caer ni quedar dentro el ratón, y hallar caída la trampilla del gato. Acordaron los vecinos no ser el ratón el que este daño hacía, porque no fuera menos de haber caído alguna vez. Díjole un vecino: “En vuestra casa yo me acuerdo que solía andar una culebra, y esta debe ser sin dubda. Y lleva razón que, como es larga, tiene lugar de tomar el cebo; y aunque la coja la trampilla encima, como no entre toda dentro, tornase a salir.” Cuadró a todos lo que aquel dijo, y alteró mucho a mi amo; y dende en adelante no dormía tan a sueño suelto, que cualquier gusano de la madera que de noche sonase, pensaba ser la culebra que le roía el arca. Luego era puesto en pie, y con un garrote que a la cabacera, desde que aquello le dijeron, ponía, daba en la pecadora del arca grandes garrotazos, pensando espantar la culebra. A los vecinos despertaba con el estruendo que hacía, y a mí no me dejaba dormir. Íbase a mis pajas y trastornábalas, y a mí con ellas, pensando que se iba para mí y se envolvía en mis pajas o en mi sayo, porque le decían que de noche acaecía a estos animales, buscando calor, irse a las cunas donde están criaturas y aun mordellas y hacerles peligrar. Yo las más veces hacía dél dormido, y en las mañanas decíame él: “Esta noche, mozo, ¿no sentiste nada? Pues tras la culebra anduve, y aun pienso se ha de ir para ti a la cama, que son muy frías y buscan calor.” “Plega a Dios que no me muerda -decía yo-, que harto miedo le tengo.” De esta manera andaba tan elevado y levantado del sueño, que, mi fe, la culebra 83


Lazarillo de Tormes (o culebro, por mejor decir) no osaba roer de noche ni levantarse al arca; mas de día, mientras estaba en la iglesia o por el lugar, hacia mis saltos: los cuales daños viendo él y el poco remedio que les podía poner, andaba de noche, como digo, hecho trasgo. Yo hube miedo que con aquellas diligencias no me topase con la llave que debajo de las pajas tenía, y parecióme lo más seguro metella de noche en la boca. Porque ya, desde que viví con el ciego, la tenía tan hecha bolsa que me acaeció tener en ella doce o quince maravedís, todo en medias blancas, sin que me estorbasen el comer; porque de otra manera no era señor de una blanca que el maldito ciego no cayese con ella, no dejando costura ni remiendo que no me buscaba muy a menudo. Pues ansí, como digo, metía cada noche la llave en la boca, y dormía sin recelo que el brujo de mi amo cayese con ella; mas cuando la desdicha ha de venir, por demás es diligencia. Quisieron mis hados, o por mejor decir mis pecados, que una noche que estaba durmiendo, la llave se me puso en la boca, que abierta debía tener, de tal manera y postura, que el aire y resoplo que yo durmiendo echaba salía por lo hueco de la llave, que de canuto era, y silbaba, según mi desastre quiso, muy recio, de tal manera que el sobresaltado de mi amo lo oyó y creyó sin duda ser el silbo de la culebra; y cierto lo debía parecer. Levantóse muy paso con su garrote en la mano, y al tiento y sonido de la culebra se llegó a mi con mucha quietud, por no ser sentido de la culebra; y como cerca se vio, pensó que allí en las pajas do yo estaba echado, al calor mío se había venido. Levantando bien el palo, pensando tenerla debajo y darle tal garrotazo que la matase, con toda su fuerza me descargó en la cabeza un tan gran golpe, que sin ningún sentido y muy mal descalabrado me dejó. Como sintió que me había dado, según yo debía hacer gran sentimiento con el fiero golpe, contaba el que se había llegado a mí y dándome grandes voces, llamándome, procuro recordarme. Mas como me tocase con las manos, tentó la mucha sangre que se me iba, y conoció el daño que me había hecho, y con mucha priesa fue a buscar lumbre. Y llegando con ella, hallome quejando, todavía con mi llave en la boca, que nunca la desampare, la mitad fuera, bien de aquella manera que debía estar al tiempo que silbaba con ella. Espantado el matador de culebras que podría ser aquella llave, mirola, sacándomela del todo de la boca, y vio lo que era, porque en las guardas nada de la suya diferenciaba. Fue luego a proballa, y con ell a probo el maleficio. Debió de decir el cruel cazador: “El ratón y culebra que me daban guerra y me comían mi hacienda he hallado.” De lo que sucedió en aquellos tres días siguientes ninguna fe daré, porque los tuve en el vientre de la ballena; mas de como esto que he contado oí, después que en mi torne, decir a mi amo, el cual a cuantos allí venían lo contaba por extenso. A cabo de tres días yo torné en mi sentido y vine echado en mis pajas, la cabeza toda emplastada y llena de aceites y ungüentos y, espantado, dije: “¿Que es esto?” Respondióme el cruel sacerdote: “A fe, que los ratones y culebras que me destruían ya los he cazado.” Y miré por mí, y víme tan maltratado que luego sospeché mi mal. A esta hora entró una vieja que ensalmaba, y los vecinos, y comiénzanme a quitar trapos de la cabeza y curar el garrotazo. Y como me hallaron vuelto en mi 84


AP Spanish Literature I sentido, holgáronse mucho y dijeron: “Pues ha tornado en su acuerdo, placerá a Dios no será nada.” Ahí tornaron de nuevo a contar mis cuitas y a reírlas, y yo, pecador, a llorarlas. Con todo esto, diéronme de comer, que estaba transido de hambre, y apenas me pudieron remediar. Y ansí, de poco en poco, a los quince días me levanté y estuve sin peligro, mas no sin hambre, y medio sano. Luego otro día que fui levantado, el señor mi amo me tomó por la mano y sacóme la puerta fuera y, puesto en la calle, díjome: Lázaro, de hoy mas eres tuyo y no mío. Busca amo y vete con Dios, que yo no quiero en mi compañía tan diligente servidor. No es posible sino que hayas sido mozo de ciego.” Y santiguándose de mí como si yo estuviera endemoniado, tornase a meter en casa y cierra su puerta.

Tratado tercero Cómo Lázaro se asentó con un escudero, y de lo que le acaeció con él. esta manera me fue forzado sacar fuerzas de flaqueza y, poco a poco, con ayuda de las buenas gentes di comigo en esta insigne ciudad de Toledo, adonde con la merced de Dios dende a quince días se me cerró la herida; y mientras estaba malo, siempre me daban alguna limosna, mas después que estuve sano, todos me decían: “Tú, bellaco y gallofero eres. Busca, busca un amo a quien sirvas.” “¿Y adónde se hallará ese -decía yo entre mí- si Dios agora de nuevo, como crió el mundo, no le criase? Andando así discurriendo de puerta en puerta, con harto poco remedio, porque ya la caridad se subió al cielo, topóme Dios con un escudero que iba por la calle con razonable vestido, bien peinado, su paso y compás en orden. Miróme, y yo a él, y díjome: “Mochacho, ¿buscas amo?” Yo le dije: “Sí, señor.” “Pues vente tras mí -me respondió- que Dios te ha hecho merced en topar comigo. Alguna buena oración rezaste hoy.” Y seguile, dando gracias a Dios por lo que le oí, y también que me parecía, según su hábito y continente, ser el que yo había menester. Era de mañana cuando este mi tercero amo topé, y llevóme tras sí gran parte de la ciudad. Pasábamos por las plazas do se vendía pan y otras provisiones. Yo pensaba y aun deseaba que allí me quería cargar de lo que se vendía, porque esta era propria hora cuando se suele proveer de lo necesario; mas muy a tendido paso pasaba por estas cosas. “Por ventura no lo vee aquí a su contento -decía yo- y querrá que lo compremos en otro cabo.” Desta manera anduvimos hasta que dio las once. Entonces se entró en la iglesia mayor, y yo tras él, y muy devotamente le vi oír misa y los otros oficios divinos, hasta que todo fue acabado y la gente ida. Entonces salimos de la iglesia. A buen paso tendido comenzamos a ir por una calle abajo. Yo iba el más alegre del mundo en

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Lazarillo de Tormes ver que no nos habíamos ocupado en buscar de comer. Bien consideré que debía ser hombre, mi nuevo amo, que se proveía en junto, y que ya la comida estaría a punto tal y como yo la deseaba y aun la había menester. En este tiempo dio el reloj la una después de mediodía, y llegamos a una casa ante la cual mi amo se paró, y yo con él; y derribando el cabo de la capa sobre el lado izquierdo, saco una llave de la manga y abrió su puerta y entramos en casa; la cual tenía la entrada obscura y lóbrega de tal manera que parece que ponía temor a los que en ella entraban, aunque dentro della estaba un patio pequeño y razonables cámaras. Desque fuimos entrados, quita de sobre sí su capa y, preguntando si tenía las manos limpias, la sacudimos y doblamos, y muy limpiamente soplando un poyo que allí estaba, la puso en él. Y hecho esto, sentóse cabo della, preguntándome muy por extenso de dónde era y cómo había venido a aquella ciudad; y yo le di más larga cuenta que quisiera, porque me parecía más conveniente hora de mandar poner la mesa y escudillar la olla que de lo que me pedía. Con todo eso, yo le satisfice de mi persona lo mejor que mentir supe, diciendo mis bienes y callando lo demás, porque me parecía no ser para en cámara. Esto hecho, estuvo ansí un poco, y yo luego vi mala señal, por ser ya casi las dos y no le ver mas aliento de comer que a un muerto. Después desto, consideraba aquel tener cerrada la puerta con llave ni sentir arriba ni abajo pasos de viva persona por la casa. Todo lo que yo había visto eran paredes, sin ver en ella silleta, ni tajo, ni banco, ni mesa, ni aun tal arcaz como el de marras: finalmente, ella parecía casa encantada. Estando así, díjome:“Tú, mozo, ¿has comido?” “No, señor -dije yo-, que aun no eran dadas las ocho cuando con vuestra merced encontré.” “Pues, aunque de mañana, yo había almorzado, y cuando ansí como algo, hágote saber que hasta la noche me estoy ansí. Por eso, pásate como pudieres, que después cenaremos. Vuestra merced crea, cuando esto le oí, que estuve en poco de caer de mi estado, no tanto de hambre como por conocer de todo en todo la fortuna serme adversa. Allí se me representaron de nuevo mis fatigas, y torné a llorar mis trabajos; allí se me vino a la memoria la consideración que hacía cuando me pensaba ir del clérigo, diciendo que aunque aquél era desventurado y mísero, por ventura toparía con otro peor: finalmente, allí llore mi trabajosa vida pasada y mi cercana muerte venidera. Y con todo, disimulando lo mejor que pude: “Señor, mozo soy que no me fatigo mucho por comer, bendito Dios. Deso me podré yo alabar entre todos mis iguales por de mejor garganta, y ansí fui yo loado della fasta hoy día de los amos que yo he tenido.” “Virtud es esa -dijo él- y por eso te querré yo más, porque el hartar es de los puercos y el comer regladamente es de los hombres de bien.” “¡Bien te he entendido! -dije yo entre mí- ¡maldita tanta medicina y bondad como aquestos mis amos que yo hallo hallan en la hambre!” Púseme a un cabo del portal y saque unos pedazos de pan del seno, que me habían quedado de los de por Dios. Él, que vio esto, díjome: “Ven acá, mozo. ¿Qué comes?” Yo lleguéme a él y mostréle el pan. Tomóme él un pedazo, de tres que eran el mejor y más grande, y díjome: “Por mi vida, que parece este buen pan.” “¡Y cómo! ¿Agora -dije yo-, señor, es bueno?” “Sí, a fe -dijo él-. ¿Adonde lo hubiste? ¿Si es 86


AP Spanish Literature I amasado de manos limpias?” “No sé yo eso -le dije-; mas a mí no me pone asco el sabor dello.” “Así plega a Dios” -dijo el pobre de mi amo. Y llevándolo a la boca, comenzó a dar en él tan fieros bocados como yo en lo otro. “Sabrosísimo pan está -dijo-, por Dios.” Y como le sentí de que pié coxqueaba, dime priesa, porque le vi en disposición, si acababa antes que yo, se comediría a ayudarme a lo que me quedase; y con esto acabamos casi a una. Y mi amo comenzó a sacudir con las manos unas pocas de migajas, y bien menudas, que en los pechos se le habían quedado, y entró en una camareta que allí estaba, y sacó un jarro desbocado y no muy nuevo, y desque hubo bebido convidóme con él. Yo, por hacer del continente, dije: “Señor, no bebo vino.” “Agua es, -me respondió-. Bien puedes beber.” Entonces tomé el jarro y bebí, no mucho, porque de sed no era mi congoja. Ansí estuvimos hasta la noche, hablando en cosas que me preguntaba, a las cuales yo le respondí lo mejor que supe. En este tiempo metióme en la cámara donde estaba el jarro de que bebimos, y díjome: “Mozo, párate allí y veras, como hacemos esta cama, para que la sepas hacer de aquí adelante.” Púseme de un cabo y él del otro y hecimos la negra cama, en la cual no había mucho que hacer, porque ella tenía sobre unos bancos un cañizo, sobre el cual estaba tendida la ropa que, por no estar muy continuada a lavarse, no parecía colchón, aunque servía del, con harta menos lana que era menester. Aquel tendimos, haciendo cuenta de ablandalle, lo cual era imposible, porque de lo duro mal se puede hacer blando. El diablo del enjalma maldita la cosa tenía dentro de sí, que puesto sobre el cañizo todas las cañas se señalaban y parecían a lo proprio entrecuesto de flaquísimo puerco; y sobre aquel hambriento colchón un alfamar del mesmo jaez, del cual el color yo no pude alcanzar. Hecha la cama y la noche venida, díjome: “Lázaro, ya es tarde, y de aquí a la plaza hay gran trecho. También en esta ciudad andan muchos ladrones que siendo de noche capean. Pasemos como podamos y mañana, venido el día, Dios hará merced; porque yo, por estar solo, no estoy proveído, antes he comido estos días por allá fuera, mas agora hacerlo hemos de otra manera.” “Señor, de mí -dije yo- ninguna pena tenga vuestra merced, que se pasar una noche y aun más, si es menester, sin comer.” “Vivirás más y más sano -me respondió-, porque como decíamos hoy, no hay tal cosa en el mundo para vivir mucho que comer poco.” “Si por esa vía es -dije entre mí-, nunca yo moriré, que siempre he guardado esa regla por fuerza, y aun espero en mi desdicha tenella toda mi vida.” Y acostóse en la cama, poniendo por cabecera las calzas y el jubón, y mandome echar a sus pies, lo cual yo hice; mas ¡maldito el sueño que yo dormí! Porque las canas y mis salidos huesos en toda la noche dejaron de rifar y encenderse, que con mis trabajos, males y hambre, pienso que en mi cuerpo no había libra de carne; y también, como aquel día no había comido casi nada, rabiaba de hambre, la cual con el sueño no tenía amistad. Maldíjeme mil veces -¡Dios me lo perdone!- y a mi ruin fortuna, allí lo más de la noche, y (lo peor) no osándome revolver por no despertalle, pedí a Dios muchas veces la muerte. La mañana venida, levantámonos, y comienza a limpiar y sacudir sus calzas y jubón y sayo y capa -y yo que le servía de pelillo- y vístese muy a su placer de 87


Lazarillo de Tormes espacio. Echéle aguamanos, peinóse y puso su espada en el talabarte y, al tiempo que la ponía, díjome: “!Oh, si supieses, mozo, que pieza es esta! No hay marco de oro en el mundo por que yo la diese. Mas ansí ninguna de cuantas Antonio hizo, no acertó a ponelle los aceros tan prestos como esta los tiene.” Y sacóla de la vaina y tentóla con los dedos, diciendo: “¿Vesla aquí? Yo me obligo con ella cercenar un copo de lana.” Y yo dije entre mí: “Y yo con mis dientes, aunque no son de acero, un pan de cuatro libras.” Tornóla a meter y ciñósela y un sartal de cuentas gruesas del talabarte, y con un paso sosegado y el cuerpo derecho, haciendo con él y con la cabeza muy gentiles meneos, echando el cabo de la capa sobre el hombro y a veces so el brazo, y poniendo la mano derecha en el costado, salió por la puerta, diciendo: “Lázaro, mira por la casa en tanto que voy a oír misa, y haz la cama, y ve por la vasija de agua al rió, que aquí bajo está, y cierra la puerta con llave, no nos hurten algo, y ponla aquí al quicio, porque si yo viniere en tanto pueda entrar.” Y suúbese por la calle arriba con tan gentil semblante y continente, que quien no le conociera pensara ser muy cercano pariente al conde de Arcos, o a lo menos camarero que le daba de vestir. “!Bendito seáis vos, Señor -quedé yo diciendo-, que dais la enfermedad y ponéis el remedio! ¿Quién encontrará a aquel mi señor que no piense, según el contento de sí lleva, haber anoche bien cenado y dormido en buena cama, y aun agora es de mañana, no le cuenten por muy bien almorzado? !Grandes secretos son, Señor, los que vos hacéis y las gentes ignoran! ¿A quién no engañará aquella buena disposición y razonable capa y sayo y quien pensará que aquel gentil hombre se paso ayer todo el día sin comer, con aquel mendrugo de pan que su criado Lázaro trujo un día y una noche en el arca de su seno, do no se le podía pegar mucha limpieza, y hoy, lavándose las manos y cara, a falta de paño de manos, se hacia servir de la halda del sayo? Nadie por cierto lo sospechara. !Oh Señor, y cuántos de aquestos debéis vos tener por el mundo derramados, que padecen por la negra que llaman honra lo que por vos no sufrirían!” Ansí estaba yo a la puerta, mirando y considerando estas cosas y otras muchas, hasta que el señor mi amo traspuso la larga y angosta calle, y como lo vi trasponer, tornéme a entrar en casa, y en un credo la anduve toda, alto y bajo, sin hacer represa ni hallar en qué. Hago la negra dura cama y tomo el jarro y doy comigo en el rió, donde en una huerta vi a mi amo en gran recuesta con dos rebozadas mujeres, al parecer de las que en aquel lugar no hacen falta, antes muchas tienen por estilo de irse a las mañanicas del verano a refrescar y almorzar sin llevar que por aquellas frescas riberas, con confianza que no ha de faltar quien se lo dé, según las tienen puestas en esta costumbre aquellos hidalgos del lugar. Y como digo, él estaba entre ellas hecho un Macias, diciéndoles más dulzuras que Ovidio escribió. Pero como sintieron dél que estaba bien enternecido, no se les hizo de vergüenza pedirle de almorzar con el acostumbrado pago. Él, sintiéndose tan frió de bolsa cuanto estaba caliente del estomago, tomóle tal calofrío que le robó la color del gesto, y comenzó a turbarse en la plática y a poner excusas no válidas. Ellas, que debían ser bien instituidas, como le sintieron la enfermedad, dejáronle para el que era. Yo, que estaba comiendo ciertos tronchos de berzas, con los cuales me desayuné, con mucha diligencia, como mozo nuevo, sin ser visto de mi amo, torné a casa, de la cual 88


AP Spanish Literature I pensé barrer alguna parte, que era bien menester, mas no halle con qué. Púseme a pensar qué haría, y parecióme esperar a mi amo hasta que el día demediase y si viniese y por ventura trajese algo que comiésemos; mas en vano fue mi experiencia. Desque vi ser las dos y no venía y la hambre me aquejaba, cierro mi puerta y pongo la llave do mandó, y tornóme a mi menester. Con baja y enferma voz e inclinadas mis manos en los senos, puesto Dios ante mis ojos y la lengua en su nombre, comienzo a pedir pan por las puertas y casas mas grandes que me parecía. Mas como yo este oficio le hobiese mamado en la leche, quiero decir que con el gran maestro el ciego lo aprendí, tan suficiente discípulo salí que, aunque en este pueblo no había caridad ni el año fuese muy abundante, tan buena maña me di que, antes que el reloj diese las cuatro, ya yo tenía otras tantas libras de pan ensiladas en el cuerpo y más de otras dos en las mangas y senos. Volvime a la posada y al pasar por la tripería pedí a una de aquellas mujeres, y diome un pedazo de una de vaca con otras pocas de tripas cocidas. Cuando llegue a casa, ya el bueno de mi amo estaba en ella, doblada su capa y puesta en el poyo, y él paseándose por el patio. Como entro, vínose para mí. Pensé que me quería reñir la tardanza, mas mejor lo hizo Dios. Preguntóme do venía. Yo le dije: “Señor, hasta que dio las dos estuve aquí, y de que vi que V.M. no venía, fuime por esa ciudad a encomendarme a las buenas gentes, y hanme dado esto que veis.” Mostréle el pan y las tripas que en un cabo de la halda traía, a lo cual el mostró buen semblante y dijo: “Pues esperado te he a comer, y de que vi que no veniste, comí. Mas tu haces como hombre de bien en eso, que mas vale pedillo por Dios que no hurtallo, y ansí Él me ayude como ello me parece bien. Y solamente te encomiendo no sepan que vives comigo, por lo que toca a mi honra, aunque bien creo que será secreto, según lo poco que en este pueblo soy conocido. ¡Nunca a él yo hubiera de venir!” “De eso pierda, señor, cuidado -le dije yo-, que maldito aquel que ninguno tiene de pedirme esa cuenta ni yo de dalla.” “Agora pues, come, pecador. Que, si a Dios place, presto nos veremos sin necesidad; aunque te digo que después que en esta casa entre, nunca bien me ha ido. Debe ser de mal suelo, que hay casas desdichadas y de mal pie, que a los que viven en ellas pegan la desdicha. Esta debe de ser sin dubda de ellas; mas yo te prometo, acabado el mes, no quede en ella aunque me la den por mía.” Sentéme al cabo del poyo y, porque no me tuviese por glotón, calle la merienda; y comienzo a cenar y morder en mis tripas y pan, y disimuladamente miraba al desventurado señor mío, que no partía sus ojos de mis faldas, que aquella sazón servían de plato. Tanta lástima haya Dios de mí como yo había del, porque sentí lo que sentía, y muchas veces había por ello pasado y pasaba cada día. Pensaba si sería bien comedirme a convidalle; mas por me haber dicho que había comido, temía me no aceptaría el convite. Finalmente, yo deseaba aquel pecador ayudase a su trabajo del mío, y se desayunase como el día antes hizo, pues había mejor aparejo, por ser mejor la vianda y menos mi hambre. Quiso Dios cumplir mi deseo, y aun pienso que el suyo, porque, como comencé a comer y él se andaba paseando llegóse a mi y díjome: “Dígote, Lázaro, que tienes en comer la mejor gracia que en mi vida vi a hombre, y que nadie te lo verá hacer que no le pongas gana aunque no la tenga.” “La muy buena que tú tienes -dije yo entre mí- te hace parecer la mía hermosa.” Con todo, parecióme ayudarle, pues se ayudaba y me abría camino para ello, y 89


Lazarillo de Tormes dijele: “Señor, el buen aparejo hace buen artífice. Este pan está sabrosísimo y esta uña de vaca tan bien cocida y sazonada, que no habrá a quien no convide con su sabor.” “¿Una de vaca es?” “Sí, señor.” “Dígote que es el mejor bocado del mundo, que no hay faisán que ansí me sepa.” “Pues pruebe, señor, y verá qué tal está.” Póngole en las uñas la otra y tres o cuatro raciones de pan de lo más blanco y asentóseme al lado, y comienza a comer como aquel que lo había gana, royendo cada huesecillo de aquellos mejor que un galgo suyo lo hiciera. “Con almodrote -decía- es este singular manjar.” “Con mejor salsa lo comes tú”, respondí yo paso. “Por Dios, que me ha sabido como si hoy no hobiera comido bocado.” “¡Ansí me vengan los buenos años como es ello!” -dije yo entre mí. Pidióme el jarro del agua y díselo como lo había traído. Es señal que, pues no le faltaba el agua, que no le había a mi amo sobrado la comida. Bebimos, y muy contentos nos fuimos a dormir como la noche pasada. Y por evitar prolijidad, desta manera estuvimos ocho o diez días, yéndose el pecador en la mañana con aquel contento y paso contado a papar aire por las calles, teniendo en el pobre Lázaro una cabeza de lobo. Contemplaba yo muchas veces mi desastre, que escapando de los amos ruines que había tenido y buscando mejoría, viniese a topar con quien no solo no me mantuviese, mas a quien yo había de mantener. Con todo, le quería bien, con ver que no tenía ni podía más, y antes le había lástima que enemistad; y muchas veces, por llevar a la posada con que el lo pasase, yo lo pasaba mal. Porque una mañana, levantándose el triste en camisa, subió a lo alto de la casa a hacer sus menesteres, y en tanto yo, por salir de sospecha, desenvolvile el jubón y las calzas que a la cabecera dejo, y hallé una bolsilla de terciopelo raso hecho cien dobleces y sin maldita la blanca ni señal que la hobiese tenido mucho tiempo. “Este -decía yo- es pobre y nadie da lo que no tiene. Mas el avariento ciego y el malaventurado mezquino clérigo que, con dárselo Dios a ambos, al uno de mano besada y al otro de lengua suelta, me mataban de hambre, aquellos es justo desamar y aqueste de haber mancilla.” Dios es testigo que hoy día, cuando topo con alguno de su hábito, con aquel paso y pompa, le he lástima, con pensar si padece lo que aquel le vi sufrir; al cual con toda su pobreza holgaría de servir más que a los otros por lo que he dicho. Solo tenía dél un poco de descontento: que quisiera yo me no tuviera tanta presunción, mas que abajara un poco su fantasía con lo mucho que subía su necesidad. Mas, según me parece, es regla ya entre ellos usada y guardada; aunque no haya cornado de trueco, ha de andar el birrete en su lugar. El Señor lo remedie, que ya con este mal han de morir. Pues, estando yo en tal estado, pasando la vida que digo, quiso mi mala fortuna, que de perseguirme no era satisfecha, que en aquella trabajada y vergonzosa vivienda no durase. Y fue, como el año en esta tierra fuese estéril de pan, acordaron el Ayuntamiento que todos los pobres estranjeros se fuesen de la ciudad, con pregón que el que de allí adelante topasen fuese punido con azotes. Y así, ejecutando la ley, desde a cuatro días que el pregón se dio, vi llevar una procesión de pobres azotando por las Cuatro Calles, lo cual me puso tan gran espanto, que nunca ose desmandarme a demandar. Aquí viera, quien vello pudiera, la abstinencia de mi casa y la tristeza y silencio de los moradores, tanto que nos acaeció estar dos o tres días sin comer bocado, ni hablaba pa90


AP Spanish Literature I labra. A mí diéronme la vida unas mujercillas hilanderas de algodón, que hacían bonetes y vivían par de nosotros, con las cuales yo tuve vecindad y conocimiento; que de la lacería que les traían me daban alguna cosilla, con la cual muy pasado me pasaba. Y no tenía tanta lástima de mí como del lastimado de mi amo, que en ocho días maldito el bocado que comió. A lo menos, en casa bien lo estuvimos sin comer. No sé yo cómo o dónde andaba y qué comía. !Y velle venir a mediodía la calle abajo con estirado cuerpo, más largo que galgo de buena casta! Y por lo que toca a su negra que dicen honra, tomaba una paja de las que aun asaz no había en casa, y salía a la puerta escarbando los dientes que nada entre sí tenían, quejándose todavía de aquel mal solar diciendo: “Malo esta de ver, que la desdicha desta vivienda lo hace. Como ves, es lóbrega, triste, obscura. Mientras aquí estuviéremos, hemos de padecer. Ya deseo que se acabe este mes por salir della.” Pues, estando en esta afligida y hambrienta persecución un día, no se por cuál dicha o ventura, en el pobre poder de mi amo entro un real, con el cual el vino a casa tan ufano como si tuviera el tesoro de Venecia; y con gesto muy alegre y risueño me lo dio, diciendo: “Toma, Lázaro, que Dios ya va abriendo su mano. Ve a la plaza y merca pan y vino y carne: ¡Quebremos el ojo al diablo! Y más, te hago saber, porque te huelgues, que he alquilado otra casa, y en esta desastrada no hemos de estar más de en cumplimiento el mes. ¡Maldita sea ella y el que en ella puso la primera teja, que con mal en ella entre! Por Nuestro Señor, cuanto ha que en ella vivo, gota de vino ni bocado de carne no he comido, ni he habido descanso ninguno; mas ¡tal vista tiene y tal obscuridad y tristeza! Ve y ven presto, y comamos hoy como condes.” Tomo mi real y jarro y a los pies dándoles priesa, comienzo a subir mi calle encaminando mis pasos para la plaza muy contento y alegre. Mas ¿qué me aprovecha si esta constituido en mi triste fortuna que ningún gozo me venga sin zozobra? Y ansí fue este; porque yendo la calle arriba, echando mi cuenta en lo que le emplearía que fuese mejor y mas provechosamente gastado, dando infinitas gracias a Dios que a mi amo había hecho con dinero, a deshora me vino al encuentro un muerto, que por la calle abajo muchos clérigos y gente en unas andas traían. Arriméme a la pared por darles lugar, y desque el cuerpo paso, venían luego a par del lecho una que debía ser mujer del difunto, cargada de luto, y con ella otras muchas mujeres; la cual iba llorando a grandes voces y diciendo: “Marido y señor mío, ¿adónde os me llevan? ¡A la casa triste y desdichada, a la casa lóbrega y obscura, a la casa donde nunca comen ni beben!” Yo que aquello oí, juntóseme el cielo con la tierra, y dije: “!Oh desdichado de mí! Para mi casa llevan este muerto.” Dejo el camino que llevaba y hendí por medio de la gente, y vuelvo por la calle abajo a todo el mas correr que pude para mi casa, y entrando en ella cierro a grande priesa, invocando el auxilio y favor de mi amo, abrazándome del, que me venga a ayudar y a defender la entrada. El cual algo alterado, pensando que fuese otra cosa, me dijo: “¿Qué es eso, mozo? ¿Qué voces das? ¿Qué has? ¿Por qué cierras la puerta con tal furia?” “!Oh señor -dije yo- acuda aquí, que nos traen acá un muerto!” “¿Cómo así?”, respondió él. “Aquí arriba lo encontré, y venía diciendo su mujer: Oh Marido y señor mío, ¿Adónde os llevan? ¡A la casa lóbrega y obscura, a la casa triste y desdichada, a la casa donde nunca comen ni beben! Acá, señor, nos le traen.” Y ciertamente, cuando mi amo esto oyó, aunque no tenía por qué estar muy risueño, rió tanto que muy gran rato estuvo sin poder 91


Lazarillo de Tormes hablar. En este tiempo tenía ya yo echada la aldaba a la puerta y puesto el hombro en ella por más defensa. Pasó la gente con su muerto, y yo todavía me recelaba que nos le habían de meter en casa; y después fue ya mas harto de reír que de comer, el bueno de mi amo díjome: “Verdad es, Lázaro; según la viuda lo va diciendo, tú tuviste razón de pensar lo que pensaste. Mas, pues Dios lo ha hecho mejor y pasan adelante, abre, abre, y ve por de comer.” “Dejalos, señor, acaben de pasar la calle”, dije yo. Al fin vino mi amo a la puerta de la calle, y ábrela esforzándome, que bien era menester, según el miedo y alteración, y me tornó a encaminar. Mas aunque comimos bien aquel día, maldito el gusto yo tomaba en ello, ni en aquellos tres días torné en mi color; y mi amo muy risueño todas las veces que se le acordaba aquella mi consideración. De esta manera estuve con mi tercero y pobre amo, que fue este escudero, algunos días, y en todos deseando saber la intención de su venida y estada en esta tierra; porque desde el primer día que con él asenté, le conocí ser estranjero, por el poco conocimiento y trato que con los naturales della tenía. Al fin se cumplió mi deseo y supe lo que deseaba; porque un día que habíamos comido razonablemente y estaba algo contento, contóme su hacienda y díjome ser de Castilla la Vieja, y que había dejado su tierra no más de por no quitar el bonete a un caballero, su vecino. “Señor -dije yo- si él era lo que decís y tenía más que vos, ¿no errábades en no quitárselo primero, pues decís que el también os lo quitaba?” “Sí es, y sí tiene, y también me lo quitaba él a mí; mas, de cuantas veces yo se le quitaba primero, no fuera malo comedirse él alguna y ganarme por la mano.” “Paréceme, señor -le dije yo- que en eso no mirara, mayormente con mis mayores que yo y que tienen más.” “Eres mochacho -me respondió- y no sientes las cosas de la honra, en que el día de hoy está todo el caudal de los hombres de bien. Pues te hago saber que yo soy, como vees, un escudero; mas ¡vótote a Dios!, si al conde topo en la calle y no me quita muy bien quitado del todo el bonete, que otra vez que venga, me sepa yo entrar en una casa, fingiendo yo en ella algún negocio, o atravesar otra calle, si la hay, antes que llegue a mí, por no quitárselo. Que un hidalgo no debe a otro que a Dios y al rey nada, ni es justo, siendo hombre de bien, se descuide un punto de tener en mucho su persona. Acuérdome que un día deshonré en mi tierra a un oficial, y quise ponerle las manos, porque cada vez que le topaba me decía: ¡Mantenga Dios a vuestra merced.! ¡Vos, don villano ruin -le dije yo- ¡ ¿por qué no sois bien criado? ¿Manténgaos Dios, me habéis de decir, como si fuese quienquiera? De allí adelante, de aquí acullá, me quitaba el bonete y hablaba como debía.” “¿Y no es buena manera de saludar un hombre a otro -dije yo- decirle que le mantenga Dios?” “¡Mira mucho de enhoramala! -dijo él-. A los hombres de poca arte dicen eso, mas a los mas altos, como yo, no les han de hablar menos de: ¡Beso las manos de vuestra merced!, o por lo menos: ¡Besoos, señor, las manos!, si el que me habla es caballero. Y ansí, de aquél de mi tierra que me atestaba de mantenimiento nunca más le quise sufrir, ni sufriría ni sufriré a hombre del mundo, del rey abajo, que ¡Mantengaos Dios! me diga.” “Pecador de mí -dije yo-, por eso tiene tan poco cuidado de mantenerte, pues no sufres que nadie se lo ruegue.” “Mayormente -dijo- que no soy tan pobre que no tengo en mi tierra un solar de casas, que a estar ellas en pie y bien labradas, diez y seis leguas 92


AP Spanish Literature I de donde nací, en aquella Costanilla de Valladolid, valdrían más de doscientas veces mil maravedís, según se podrían hacer grandes y buenas; y tengo un palomar que, a no estar derribado como está, daría cada año más de doscientos palominos; y otras cosas que me callo, que dejé por lo que tocaba a mi honra. Y vine a esta ciudad, pensando que hallaría un buen asiento, mas no me ha sucedido como pensé. Canónigos y señores de la iglesia, muchos hallo, mas es gente tan limitada que no los sacarán de su paso todo el mundo. Caballeros de media talla, también me ruegan; mas servir con estos es gran trabajo, porque de hombre os habéis de convertir en malilla y si no, ¡anda con Dios! os dicen. Y las más veces son los pagamentos a largos plazos, y las más y las más ciertas, comido por servido. Ya cuando quieren reformar conciencia y satisfaceros vuestros sudores, sois librados en la recámara, en un sudado jubón o raída capa o sayo. Ya cuando asienta un hombre con un señor de título, todavía pasa su lacería. ¿Pues por ventura no hay en mi habilidad para servir y contestar a éstos? Por Dios, si con él topase, muy gran su privado pienso que fuese y que mil servicios le hiciese, porque yo sabría mentille tan bien como otro, y agradalle a las mil maravillas: reille ya mucho sus donaires y costumbres, aunque no fuesen las mejores del mundo; nunca decirle cosa con que le pesase, aunque mucho le cumpliese; ser muy diligente en su persona en dicho y hecho; no me matar por no hacer bien las cosas que el no había de ver, y ponerme a reñir, donde lo oyese, con la gente de servicio, porque pareciese tener gran cuidado de lo que a él tocaba; si riñese con algún su criado, dar unos puntillos agudos para la encender la ira y que pareciesen en favor del culpado; decirle bien de lo que bien le estuviese y, por el contrario, ser malicioso, mofador, malsinar a los de casa y a los de fuera; pesquisar y procurar de saber vidas ajenas para contárselas; y otras muchas galas de esta calidad que hoy día se usan en palacio. Y a los señores dél parecen bien, y no quieren ver en sus casas hombres virtuosos, antes los aborrecen y tienen en poco y llaman necios y que no son personas de negocios ni con quien el señor se puede descuidar. Y con estos los astutos usan, como digo, el día de hoy, de lo que yo usaría. Mas no quiere mi ventura que le halle.” Desta manera lamentaba también su adversa fortuna mi amo, dándome relación de su persona valerosa. Pues, estando en esto, entró por la puerta un hombre y una vieja. El hombre le pide el alquiler de la casa y la vieja el de la cama. Hacen cuenta, y de dos en dos meses le alcanzaron lo que él en un año no alcanzara: pienso que fueron doce o trece reales. Y él les dio muy buena respuesta: que saldría a la plaza a trocar una pieza de a dos, y que a la tarde volviese. Mas su salida fue sin vuelta. Por manera que a la tarde ellos volvieron, mas fue tarde. Yo les dije que aun no era venido. Venida la noche, y él no, yo hube miedo de quedar en casa solo, y fuime a las vecinas y contéles el caso, y allí dormí. Venida la mañana, los acreedores vuelven y preguntan por el vecino, mas a estotra puerta. Las mujeres le responden: “Veis aquí su mozo y la llave de la puerta.” Ellos me preguntaron por él y díjele que no sabía adónde estaba y que tampoco había vuelto a casa desde que salió a trocar la pieza, y que pensaba que de mí y de ellos se había ido con el trueco. De que esto me oyeron, van por un alguacil y un escribano. Y helos do vuelven luego con ellos, y toman la llave, y llámanme, y llaman testigos, y abren la puerta, y entran a embargar la hacienda de mi amo hasta ser pagados de su deuda. Anduvieron toda la casa y halláronla desembarazada, como he 93


Lazarillo de Tormes contado, y dícenme: “¿Qué es de la hacienda de tu amo, sus arcas y paños de pared y alhajas de casa?” “No sé yo eso”, le respondí. “Sin duda -dicen ellos- esta noche lo deben de haber alzado y llevado a alguna parte. Señor alguacil, prended a este mozo, que él sabe dónde está.” En esto vino el alguacil, y echome mano por el collar del jubón, diciendo: “Mochacho, tú eres preso si no descubres los bienes deste tu amo.” Yo, como en otra tal no me hubiese visto -porque asido del collar, si, había sido muchas e infinitas veces, mas era mansamente dél trabado, para que mostrase el camino al que no vía- yo hube mucho miedo, y llorando prometíle de decir lo que preguntaban. “Bien está -dicen ellos-, pues di todo lo que sabes, y no hayas temor.” Sentóse el escribano en un poyo para escrebir el inventario, preguntándome qué tenía. “Señores -dije yo-, lo que este mi amo tiene, según el me dijo, es un muy buen solar de casas y un palomar derribado.” “Bien está -dicen ellos-. Por poco que eso valga, hay para nos entregar de la deuda. ¿Y a qué parte de la ciudad tiene eso?”, me preguntaron. “En su tierra”, respondí. “Por Dios, que esta bueno el negocio -dijeron ellos-. ¿Y adónde es su tierra?” “De Castilla la Vieja me dijo él que era”, le dije yo. Riéronse mucho el alguacil y el escribano, diciendo: “Bastante relación es esta para cobrar vuestra deuda, aunque mejor fuese.” Las vecinas, que estaban presentes, dijeron: “Señores, este es un niño inocente, y ha pocos días que está con ese escudero, y no sabe dél más que vuestras merecedes, sino cuanto el pecadorcico se llega aquí a nuestra casa, y le damos de comer lo que podemos por amor de Dios, y a las noches se iba a dormir con él.” Vista mi inocencia, dejáronme, dándome por libre. Y el alguacil y el escribano piden al hombre y a la mujer sus derechos, sobre lo cual tuvieron gran contienda y ruido, porque ellos alegaron no ser obligados a pagar, pues no había de qué ni se hacía el embargo. Los otros decían que habían dejado de ir a otro negocio que les importaba más por venir a aquel. Finalmente, después de dadas muchas voces, al cabo carga un porquerón con el viejo alfamar de la vieja, aunque no iba muy cargado. Allá van todos cinco dando voces. No sé en que paró. Creo yo que el pecador alfamar pagara por todos, y bien se empleaba, pues el tiempo que había de reposar y descansar de los trabajos pasados, se andaba alquilando. Así, como he contado, me dejó mi pobre tercero amo, do acabé de conocer mi ruin dicha, pues, señalándose todo lo que podría contra mí, hacía mis negocios tan al revés, que los amos, que suelen ser dejados de los mozos, en mí no fuese ansí, mas que mi amo me dejase y huyese de mí. (…)

Tratado séptimo

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espedido del capellán, asenté por hombre de justicia con un alguacil, mas muy poco viví con él, por parecerme oficio peligroso; mayormente, que una noche nos corrieron a mi y a mi amo a pedradas y a palos unos retraídos, y a mi amo, que esperó, trataron mal, mas a mi no me alcanzaron. Con esto renegué del trato. Y pensando en que modo de vivir haría mi asiento por tener descanso y ganar algo

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AP Spanish Literature I para la vejez, quiso Dios alumbrarme y ponerme en camino y manera provechosa; y con favor que tuve de amigos y señores, todos mis trabajos y fatigas hasta entonces pasados fueron pagados con alcanzar lo que procuré, que fue un oficio real, viendo que no hay nadie que medre sino los que le tienen; en el cual el día de hoy vivo y resido a servicio de Dios y de vuestra merced. Y es que tengo cargo de pregonar los vinos que en esta ciudad se venden, y en almonedas y cosas perdidas, acompañar los que padecen persecuciones por justicia y declarar a voces sus delitos: pregonero, hablando en buen romance{, en el cual oficio un día que ahorcábamos un apañador en Toledo y llevaba una buena soga de esparto, conocí y caí en la cuenta de la sentencia que aquel mi ciego amo había dicho en Escalona, y me arrepentí del mal pago que le di por lo mucho que me enseñó, que, después de Dios, él me dio industria para llegar al estado que ahora estó.} Hame sucedido tan bien, yo le he usado tan fácilmente, que casi todas las cosas al oficio tocantes pasan por mi mano: tanto que en toda la ciudad el que ha de echar vino a vender o algo, si Lázaro de Tormes no entiende en ello, hacen cuenta de no sacar provecho. En este tiempo, viendo mi habilidad y buen vivir, teniendo noticia de mi persona el señor arcipreste de Sant Salvador, mi señor, y servidor y amigo de vuestra merced, porque le pregonaba sus vinos, procuró casarme con una criada suya; y visto por mí que de tal persona no podía venir sino bien y favor, acordé de lo hacer. Y así me casé con ella, y hasta agora no estoy arrepentido; porque, allende de ser buena hija y diligente, servicial, tengo en mi señor arcipreste todo favor y ayuda. Y siempre en el año le da en veces al pie de una carga de trigo, por las Pascuas su carne, y cuando el par de los bodigos, las calzas viejas que deja; e hízonos alquilar una casilla par de la suya. Los domingos y fiestas casi todas las comíamos en su casa. Mas malas lenguas, que nunca faltaron ni faltaran, no nos dejan vivir, diciendo no sé qué, y sí sé qué, de que veen a mi mujer irle a hacer la cama y guisalle de comer. Y mejor les ayude Dios que ellos dicen la verdad;{ aunque en este tiempo siempre he tenido alguna sospechuela y habido algunas malas cenas por esperalla algunas noches hasta las laudes y aun más, y se me ha venido a la memoria lo que mi amo el ciego me dijo en Escalona estando asido del cuerno; aunque de verdad siempre pienso que el diablo me lo trae a la memoria por hacerme malcasado, y no le aprovecha} porque, allende de no ser ella mujer que se pague destas burlas, mi señor me ha prometido lo que pienso cumplirá. Que él me habló un día muy largo delante della, y me dijo: “Lázaro de Tormes, quien ha de mirar a dichos de malas lenguas, nunca medrará. Digo esto porque no me maravillaría alguno, viendo entrar en mi casa a tu mujer y salir della. Ella entra muy a tu honra y suya, y esto te lo prometo. Por tanto, no mires a lo que pueden decir, sino a lo que te toca, digo a tu provecho.” “Señor -le dije-, yo determiné de arrimarme a los buenos. Verdad es que algunos de mis amigos me han dicho algo deso, y aun, por más de tres veces me han certificado que, antes que comigo casase, había parido tres veces, hablando con reverencia de V.M., porque esta ella delante.” Entonces mi mujer echó juramentos sobre sí, que yo pensé la casa se hundiera con nosotros, y después tomóse a llorar y a echar maldiciones sobre quien comigo la 95


Lazarillo de Tormes había casado, en tal manera que quisiera ser muerto antes que se me hobiera soltado aquella palabra de la boca. Mas yo de un cabo y mi señor de otro, tanto le dijimos y otorgamos que cesó su llanto, con juramento que le hice de nunca más en mi vida mentalle nada de aquello, y que yo holgaba y había por bien de que ella entrase y saliese, de noche y de día, pues estaba bien seguro de su bondad. Y así quedamos todos tres bien conformes. Hasta el día de hoy, nunca nadie nos oyó sobre el caso; antes, cuando alguno siento que quiere decir algo della, le atajo y le digo: “Mira: si sois amigo, no me digáis cosa con que me pese, que no tengo por mi amigo al que me hace pesar; mayormente si me quieren meter mal con mi mujer, que es la cosa del mundo que yo mas quiero, y la amo más que a mí. Y me hace Dios con ella mil mercedes y más bien que yo merezco; que yo juraré sobre la hostia consagrada que es tan buena mujer como vive dentro de las puertas de Toledo. Quien otra cosa me dijere, yo me mataré con él.” Desta manera no me dicen nada, y yo tengo paz en mi casa. Esto fue el mesmo año que nuestro victorioso Emperador en esta insigne ciudad de Toledo entró y tuvo en ella cortes, y se hicieron grandes regocijos, como vuestra merced habrá oído. Pues en este tiempo estaba en mi prosperidad y en la cumbre de toda buena fortuna{, de lo que de aquí adelante me sucediere avisare a vuestra merced.} …

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AP Spanish Literature I

6 Luis de Góngora Mientras por competir con tu cabello Mientras por competir con tu cabello oro bruñido al sol relumbra en vano; mientras con menosprecio en medio el llano mira tu blanca frente el lilio bello; mientras a cada labio, por cogello, siguen más ojos que al clavel temprano; y mientras triunfa con desdén lozano del luciente cristal tu gentil cuello: goza cuello, cabello, labio y frente antes que, lo que fue en tu edad dorada oro, lilio, clavel, cristal luciente, no sólo en plata o vïola troncada se vuelva, mas tú y ello juntamente en tierra, en polvo, en humo, en sombra, en nada.

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Don Quijote de la Mancha

7 El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha Por Miguel de Cervantes Saavedra

Capítulo I (1ª parte) Que trata de la condición y ejercicio del famoso hidalgo don Quijote de la Mancha

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n un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años; era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada, o Quesada, que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben; aunque, por conjeturas verosímiles, se deja entender que se llamaba Quejana. Pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad. Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso, que eran los más del año, se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la administra-

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AP Spanish Literature I ción de su hacienda. Y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías en que leer, y así, llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos; y de todos, ningunos le parecían tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva, porque la claridad de su prosa y aquellas entricadas razones suyas le parecían de perlas, y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafíos, donde en muchas partes hallaba escrito: La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura. Y también cuando leía: ...los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas os fortifican, y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza. Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mesmo Aristóteles, si resucitara para sólo ello. No estaba muy bien con las heridas que don Belianís daba y recebía, porque se imaginaba que, por grandes maestros que le hubiesen curado, no dejaría de tener el rostro y todo el cuerpo lleno de cicatrices y señales. Pero, con todo, alababa en su autor aquel acabar su libro con la promesa de aquella inacabable aventura, y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma y dalle fin al pie de la letra, como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se lo estorbaran. Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar —que era hombre docto, graduado en Sigüenza—, sobre cuál había sido mejor caballero: Palmerín de Ingalaterra o Amadís de Gaula; mas maese Nicolás, barbero del mesmo pueblo, decía que ninguno llegaba al Caballero del Febo, y que si alguno se le podía comparar, era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, porque tenía muy acomodada condición para todo; que no era caballero melindroso, ni tan llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga. En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro, de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas sonadas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo. Decía él que el Cid Ruy Díaz había sido muy buen caballero, pero que no tenía que ver con el Caballero de la Ardiente Espada, que de sólo un revés había partido por medio dos fieros y descomunales gigantes. Mejor estaba con Bernardo del Carpio, porque en Roncesvalles había muerto a Roldán el encantado, valiéndose de la industria de Hércules, cuando ahogó a Anteo, el hijo de la Tierra, entre los brazos. Decía mucho bien del gigante Morgante, porque, con ser de aquella generación gigantea, que todos son soberbios y descomedidos, él solo era afable y bien criado. Pero, sobre todos, estaba bien con Reinaldos de Montalbán, y más cuando le veía salir de su castillo y robar cuantos topaba, y cuando en allende robó aquel ídolo de Mahoma que era 99


Don Quijote de la Mancha todo de oro, según dice su historia. Diera él, por dar una mano de coces al traidor de Galalón, al ama que tenía, y aun a su sobrina de añadidura. En efeto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más estraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo; y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero andante, y irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama. Imaginábase el pobre ya coronado por el valor de su brazo, por lo menos, del imperio de Trapisonda; y así, con estos tan agradables pensamientos, llevado del estraño gusto que en ellos sentía, se dio priesa a poner en efeto lo que deseaba. Y lo primero que hizo fue limpiar unas armas que habían sido de sus bisabuelos, que, tomadas de orín y llenas de moho, luengos siglos había que estaban puestas y olvidadas en un rincón. Limpiólas y aderezólas lo mejor que pudo, pero vio que tenían una gran falta, y era que no tenían celada de encaje, sino morrión simple; mas a esto suplió su industria, porque de cartones hizo un modo de media celada, que, encajada con el morrión, hacían una apariencia de celada entera. Es verdad que para probar si era fuerte y podía estar al riesgo de una cuchillada, sacó su espada y le dio dos golpes, y con el primero y en un punto deshizo lo que había hecho en una semana; y no dejó de parecerle mal la facilidad con que la había hecho pedazos, y, por asegurarse deste peligro, la tornó a hacer de nuevo, poniéndole unas barras de hierro por de dentro, de tal manera que él quedó satisfecho de su fortaleza; y, sin querer hacer nueva experiencia della, la diputó y tuvo por celada finísima de encaje. Fue luego a ver su rocín, y, aunque tenía más cuartos que un real y más tachas que el caballo de Gonela, que tantum pellis et ossa fuit, le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro ni Babieca el del Cid con él se igualaban. Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le pondría; porque, según se decía él a sí mesmo, no era razón que caballo de caballero tan famoso, y tan bueno él por sí, estuviese sin nombre conocido; y ansí, procuraba acomodársele de manera que declarase quién había sido, antes que fuese de caballero andante, y lo que era entonces; pues estaba muy puesto en razón que, mudando su señor estado, mudase él también el nombre, y le cobrase famoso y de estruendo, como convenía a la nueva orden y al nuevo ejercicio que ya profesaba. Y así, después de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a llamar Rocinante: nombre, a su parecer, alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo. Puesto nombre, y tan a su gusto, a su caballo, quiso ponérsele a sí mismo, y en este pensamiento duró otros ocho días, y al cabo se vino a llamar don Quijote; de donde —como queda dicho— tomaron ocasión los autores desta tan verdadera historia que, sin duda, se debía de llamar Quijada, y no Quesada, como otros quisieron decir. Pero, acordándose que el valeroso Amadís no sólo se había 100


AP Spanish Literature I contentado con llamarse Amadís a secas, sino que añadió el nombre de su reino y patria, por Hepila famosa, y se llamó Amadís de Gaula, así quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya y llamarse don Quijote de la Mancha, con que, a su parecer, declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della. Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín y confirmándose a sí mismo, se dio a entender que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse; porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma. Decíase él a sí: —Si yo, por malos de mis pecados, o por mi buena suerte, me encuentro por ahí con algún gigante, como de ordinario les acontece a los caballeros andantes, y le derribo de un encuentro, o le parto por mitad del cuerpo, o, finalmente, le venzo y le rindo, ¿no será bien tener a quien enviarle presentado y que entre y se hinque de rodillas ante mi dulce señora, y diga con voz humilde y rendido: Yo, señora, soy el gigante Caraculiambro, señor de la ínsula Malindrania, a quien venció en singular batalla el jamás como se debe alabado caballero don Quijote de la Mancha, el cual me mandó que me presentase ante vuestra merced, para que la vuestra grandeza disponga de mí a su talante? ¡Oh, cómo se holgó nuestro buen caballero cuando hubo hecho este discurso, y más cuando halló a quien dar nombre de su dama! Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque, según se entiende, ella jamás lo supo, ni le dio cata dello. Llamábase Aldonza Lorenzo, y a ésta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos; y, buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo, y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla Dulcinea del Toboso, porque era natural del Toboso; nombre, a su parecer, músico y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto.

Capítulo II (1ª parte) Que trata de la primera salida que de su tierra hizo el ingenioso don Quijote

H

echas, pues, estas prevenciones, no quiso aguardar más tiempo a poner en efecto su pensamiento, apretándole a ello la falta que él pensaba que hacía en el mundo su tardanza, según eran los agravios que pensaba deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que emendar, y abusos que mejorar y deudas que satisfacer. Y así, sin dar parte a persona alguna de su intención, y sin que nadie le viese, una mañana, antes del día, que era uno de los calurosos del mes de julio, se armó de todas sus armas, subió sobre Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazó su adarga, tomó su lanza, y, por la puerta falsa de un corral, salió al campo con grandísimo con101


Don Quijote de la Mancha tento y alborozo de ver con cuánta facilidad había dado principio a su buen deseo. Mas, apenas se vio en el campo, cuando le asaltó un pensamiento terrible, y tal, que por poco le hiciera dejar la comenzada empresa; y fue que le vino a la memoria que no era armado caballero, y que, conforme a ley de caballería, ni podía ni debía tomar armas con ningún caballero; y, puesto que lo fuera, había de llevar armas blancas, como novel caballero, sin empresa en el escudo, hasta que por su esfuerzo la ganase. Estos pensamientos le hicieron titubear en su propósito; mas, pudiendo más su locura que otra razón alguna, propuso de hacerse armar caballero del primero que topase, a imitación de otros muchos que así lo hicieron, según él había leído en los libros que tal le tenían. En lo de las armas blancas, pensaba limpiarlas de manera, en teniendo lugar, que lo fuesen más que un armiño; y con esto se quietó y prosiguió su camino, sin llevar otro que aquel que su caballo quería, creyendo que en aquello consistía la fuerza de las aventuras. Yendo, pues, caminando nuestro flamante aventurero, iba hablando consigo mesmo y diciendo: —¿Quién duda sino que en los venideros tiempos, cuando salga a luz la verdadera historia de mis famosos hechos, que el sabio que los escribiere no ponga, cuando llegue a contar esta mi primera salidad tan de mañana, desta manera?: «Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos, y apenas los pequeños y pintados pajarillos con sus arpadas lenguas habían saludado con dulce y meliflua armonía la venida de la rosada aurora, que, dejando la blanda cama del celoso marido, por las puertas y balcones del manchego horizonte a los mortales se mostraba, cuando el famoso caballero don Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas, subió sobre su famoso caballo Rocinante, y comenzó a caminar por el antiguo y conocido campo de Montiel». Y era la verdad que por él caminaba. Y añadió diciendo: —Dichosa edad, y siglo dichoso aquel adonde saldrán a luz las famosas hazañas mías, dignas de entallarse en bronces, esculpirse en mármoles y pintarse en tablas para memoria en lo futuro. ¡Oh tú, sabio encantador, quienquiera que seas, a quien ha de tocar el ser coronista desta peregrina historia, ruégote que no te olvides de mi buen Rocinante, compañero eterno mío en todos mis caminos y carreras! Luego volvía diciendo, como si verdaderamente fuera enamorado: —¡Oh princesa Dulcinea, señora deste cautivo corazón!, mucho agravio me habedes fecho en despedirme y reprocharme con el riguroso afincamiento de mandarme no parecer ante la vuestra fermosura. Plégaos, señora, de membraros deste vuestro sujeto corazón, que tantas cuitas por vuestro amor padece. Con éstos iba ensartando otros disparates, todos al modo de los que sus libros le habían enseñado, imitando en cuanto podía su lenguaje. Con esto, caminaba tan despacio, y el sol entraba tan apriesa y con tanto ardor, que fuera bastante a derretirle los sesos, si algunos tuviera. Casi todo aquel día caminó sin acontecerle cosa que de contar fuese, de lo cual se desesperaba, porque quisiera topar luego luego con quien hacer experien102


AP Spanish Literature I cia del valor de su fuerte brazo. Autores hay que dicen que la primera aventura que le avino fue la del Puerto Lápice; otros dicen que la de los molinos de viento; pero, lo que yo he podido averiguar en este caso, y lo que he hallado escrito en los Anales de la Mancha, es que él anduvo todo aquel día, y, al anochecer, su rocín y él se hallaron cansados y muertos de hambre; y que, mirando a todas partes por ver si descubriría algún castillo o alguna majada de pastores donde recogerse y adonde pudiese remediar su mucha hambre y necesidad, vio, no lejos del camino por donde iba, una venta, que fue como si viera una estrella que, no a los portales, sino a los alcázares de su redención le encaminaba. Diose priesa a caminar, y llegó a ella a tiempo que anochecía. Estaban acaso a la puerta dos mujeres mozas, destas que llaman del partido, las cuales iban a Sevilla con unos arrieros que en la venta aquella noche acertaron a hacer jornada; y, como a nuestro aventurero todo cuanto pensaba, veía o imaginaba le parecía ser hecho y pasar al modo de lo que había leído, luego que vio la venta, se le representó que era un castillo con sus cuatro torres y chapiteles de luciente plata, sin faltarle su puente levadiza y honda cava, con todos aquellos adherentes que semejantes castillos se pintan. Fuese llegando a la venta, que a él le parecía castillo, y a poco trecho della detuvo las riendas a Rocinante, esperando que algún enano se pusiese entre las almenas a dar señal con alguna trompeta de que llegaba caballero al castillo. Pero, como vio que se tardaban y que Rocinante se daba priesa por llegar a la caballeriza, se llegó a la puerta de la venta, y vio a las dos destraídas mozas que allí estaban, que a él le parecieron dos hermosas doncellas o dos graciosas damas que delante de la puerta del castillo se estaban solazando. En esto, sucedió acaso que un porquero que andaba recogiendo de unos rastrojos una manada de puercos —que, sin perdón, así se llaman— tocó un cuerno, a cuya señal ellos se recogen, y al instante se le representó a don Quijote lo que deseaba, que era que algún enano hacía señal de su venida; y así, con estraño contento, llegó a la venta y a las damas, las cuales, como vieron venir un hombre de aquella suerte, armado y con lanza y adarga, llenas de miedo, se iban a entrar en la venta; pero don Quijote, coligiendo por su huida su miedo, alzándose la visera de papelón y descubriendo su seco y polvoroso rostro, con gentil talante y voz reposada, les dijo: —No fuyan las vuestras mercedes ni teman desaguisado alguno; ca a la orden de caballería que profeso non toca ni atañe facerle a ninguno, cuanto más a tan altas doncellas como vuestras presencias demuestran. Mirábanle las mozas, y andaban con los ojos buscándole el rostro, que la mala visera le encubría; mas, como se oyeron llamar doncellas, cosa tan fuera de su profesión, no pudieron tener la risa, y fue de manera que don Quijote vino a correrse y a decirles: —Bien parece la mesura en las fermosas, y es mucha sandez además la risa que de leve causa procede; pero no vos lo digo porque os acuitedes ni mostredes mal talante; que el mío non es de ál que de serviros. El lenguaje, no entendido de las señoras, y el mal talle de nuestro caballero acrecentaba en ellas la risa y en él el enojo; y pasara muy adelante si a aquel punto no saliera el ventero, hombre que, por ser muy gordo, era muy pacífico, el cual, 103


Don Quijote de la Mancha viendo aquella figura contrahecha, armada de armas tan desiguales como eran la brida, lanza, adarga y coselete, no estuvo en nada en acompañar a las doncellas en las muestras de su contento. Mas, en efeto, temiendo la máquina de tantos pertrechos, determinó de hablarle comedidamente; y así, le dijo: —Si vuestra merced, señor caballero, busca posada, amén del lecho (porque en esta venta no hay ninguno), todo lo demás se hallará en ella en mucha abundancia. Viendo don Quijote la humildad del alcaide de la fortaleza, que tal le pareció a él el ventero y la venta, respondió: —Para mí, señor castellano, cualquiera cosa basta, porque mis arreos son las armas, mi descanso el pelear, etc. Pensó el huésped que el haberle llamado castellano había sido por haberle parecido de los sanos de Castilla, aunque él era andaluz, y de los de la playa de Sanlúcar, no menos ladrón que Caco, ni menos maleante que estudiantado paje; y así, le respondió: —Según eso, las camas de vuestra merced serán duras peñas, y su dormir, siempre velar; y siendo así, bien se puede apear, con seguridad de hallar en esta choza ocasión y ocasiones para no dormir en todo un año, cuanto más en una noche. Y, diciendo esto, fue a tener el estribo a don Quijote, el cual se apeó con mucha dificultad y trabajo, como aquel que en todo aquel día no se había desayunado. Dijo luego al huésped que le tuviese mucho cuidado de su caballo, porque era la mejor pieza que comía pan en el mundo. Miróle el ventero, y no le pareció tan bueno como don Quijote decía, ni aun la mitad; y, acomodándole en la caballeriza, volvió a ver lo que su huésped mandaba, al cual estaban desarmando las doncellas, que ya se habían reconciliado con él; las cuales, aunque le habían quitado el peto y el espaldar, jamás supieron ni pudieron desencajarle la gola, ni quitalle la contrahecha celada, que traía atada con unas cintas verdes, y era menester cortarlas, por no poderse quitar los ñudos; mas él no lo quiso consentir en ninguna manera, y así, se quedó toda aquella noche con la celada puesta, que era la más graciosa y estraña figura que se pudiera pensar; y, al desarmarle, como él se imaginaba que aquellas traídas y llevadas que le desarmaban eran algunas principales señoras y damas de aquel castillo, les dijo con mucho donaire: —Nunca fuera caballero de damas tan bien servido como fuera don Quijote cuando de su aldea vino: doncellas curaban dél; princesas, del su rocino, o Rocinante, que éste es el nombre, señoras mías, de mi caballo, y don Quijote de la Mancha el mío; que, puesto que no quisiera descubrirme fasta que las fazañas fechas en vuestro servicio y pro me descubrieran, la fuerza de acomodar al propósito presente este romance viejo de Lanzarote ha sido causa que sepáis mi nombre antes de toda sazón; pero, tiempo vendrá en que las vuestras señorías me manden y yo obedezca, y el valor de mi brazo descubra el deseo que tengo de serviros. Las mozas, que no estaban hechas a oír semejantes retóricas, no respondían palabra; sólo le preguntaron si quería comer alguna cosa. —Cualquiera yantaría yo —respondió don Quijote—, porque, a lo que entiendo, me haría mucho al caso. 104


AP Spanish Literature I A dicha, acertó a ser viernes aquel día, y no había en toda la venta sino unas raciones de un pescado que en Castilla llaman abadejo, y en Andalucía bacallao, y en otras partes curadillo, y en otras truchuela. Preguntáronle si por ventura comería su merced truchuela, que no había otro pescado que dalle a comer. —Como haya muchas truchuelas —respondió don Quijote—, podrán servir de una trucha, porque eso se me da que me den ocho reales en sencillos que en una pieza de a ocho. Cuanto más, que podría ser que fuesen estas truchuelas como la ternera, que es mejor que la vaca, y el cabrito que el cabrón. Pero, sea lo que fuere, venga luego, que el trabajo y peso de las armas no se puede llevar sin el gobierno de las tripas. Pusiéronle la mesa a la puerta de la venta, por el fresco, y trújole el huésped una porción del mal remojado y peor cocido bacallao, y un pan tan negro y mugriento como sus armas; pero era materia de grande risa verle comer, porque, como tenía puesta la celada y alzada la visera, no podía poner nada en la boca con sus manos si otro no se lo daba y ponía; y ansí, una de aquellas señoras servía deste menester. Mas, al darle de beber, no fue posible, ni lo fuera si el ventero no horadara una caña, y puesto el un cabo en la boca, por el otro le iba echando el vino; y todo esto lo recebía en paciencia, a trueco de no romper las cintas de la celada. Estando en esto, llegó acaso a la venta un castrador de puercos; y, así como llegó, sonó su silbato de cañas cuatro o cinco veces, con lo cual acabó de confirmar don Quijote que estaba en algún famoso castillo, y que le servían con música, y que el abadejo eran truchas; el pan, candeal; y las rameras, damas; y el ventero, castellano del castillo, y con esto daba por bien empleada su determinación y salida. Mas lo que más le fatigaba era el no verse armado caballero, por parecerle que no se podría poner legítimamente en aventura alguna sin recebir la orden de caballería.

Capítulo III (1ª parte) Donde se cuenta la graciosa manera que tuvo don Quijote en armarse caballero así, fatigado deste pensamiento, abrevió su venteril y limitada cena; la cual acabada, llamó al ventero, y, encerrándose con él en la caballeriza, se hincó de rodillas ante él, diciéndole: —No me levantaré jamás de donde estoy, valeroso caballero, fasta que la vuestra cortesía me otorgue un don que pedirle quiero, el cual redundará en alabanza vuestra y en pro del género humano. El ventero, que vio a su huésped a sus pies y oyó semejantes razones, estaba

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Don Quijote de la Mancha confuso mirándole, sin saber qué hacerse ni decirle, y porfiaba con él que se levantase, y jamás quiso, hasta que le hubo de decir que él le otorgaba el don que le pedía. —No esperaba yo menos de la gran magnificencia vuestra, señor mío —respondió don Quijote—; y así, os digo que el don que os he pedido, y de vuestra liberalidad me ha sido otorgado, es que mañana en aquel día me habéis de armar caballero, y esta noche en la capilla deste vuestro castillo velaré las armas; y mañana, como tengo dicho, se cumplirá lo que tanto deseo, para poder, como se debe, ir por todas las cuatro partes del mundo buscando las aventuras, en pro de los menesterosos, como está a cargo de la caballería y de los caballeros andantes, como yo soy, cuyo deseo a semejantes fazañas es inclinado. El ventero, que, como está dicho, era un poco socarrón y ya tenía algunos barruntos de la falta de juicio de su huésped, acabó de creerlo cuando acabó de oírle semejantes razones, y, por tener qué reír aquella noche, determinó de seguirle el humor; y así, le dijo que andaba muy acertado en lo que deseaba y pedía, y que tal prosupuesto era propio y natural de los caballeros tan principales como él parecía y como su gallarda presencia mostraba; y que él, ansimesmo, en los años de su mocedad, se había dado a aquel honroso ejercicio, andando por diversas partes del mundo buscando sus aventuras, sin que hubiese dejado los Percheles de Málaga, Islas de Riarán, Compás de Sevilla, Azoguejo de Segovia, la Olivera de Valencia, Rondilla de Granada, Playa de Sanlúcar, Potro de Córdoba y las Ventillas de Toledo y otras diversas partes, donde había ejercitado la ligereza de sus pies, sutileza de sus manos, haciendo muchos tuertos, recuestando muchas viudas, deshaciendo algunas doncellas y engañando a algunos pupilos, y, finalmente, dándose a conocer por cuantas audiencias y tribunales hay casi en toda España; y que, a lo último, se había venido a recoger a aquel su castillo, donde vivía con su hacienda y con las ajenas, recogiendo en él a todos los caballeros andantes, de cualquiera calidad y condición que fuesen, sólo por la mucha afición que les tenía y porque partiesen con él de sus haberes, en pago de su buen deseo. Díjole también que en aquel su castillo no había capilla alguna donde poder velar las armas, porque estaba derribada para hacerla de nuevo; pero que, en caso de necesidad, él sabía que se podían velar dondequiera, y que aquella noche las podría velar en un patio del castillo; que a la mañana, siendo Dios servido, se harían las debidas ceremonias, de manera que él quedase armado caballero, y tan caballero que no pudiese ser más en el mundo. Preguntóle si traía dineros; respondió don Quijote que no traía blanca, porque él nunca había leído en las historias de los caballeros andantes que ninguno los hubiese traído. A esto dijo el ventero que se engañaba; que, puesto caso que en las historias no se escribía, por haberles parecido a los autores dellas que no era menester escrebir una cosa tan clara y tan necesaria de traerse como eran dineros y camisas limpias, no por eso se había de creer que no los trujeron; y así, tuviese por cierto y averiguado que todos los caballeros andantes, de que tantos libros están llenos y atestados, llevaban bien herradas las bolsas, por lo que pudiese sucederles; y que asimismo llevaban camisas y una arqueta pequeña llena de ungüentos para 106


AP Spanish Literature I curar las heridas que recebían, porque no todas veces en los campos y desiertos donde se combatían y salían heridos había quien los curase, si ya no era que tenían algún sabio encantador por amigo, que luego los socorría, trayendo por el aire, en alguna nube, alguna doncella o enano con alguna redoma de agua de tal virtud que, en gustando alguna gota della, luego al punto quedaban sanos de sus llagas y heridas, como si mal alguno hubiesen tenido. Mas que, en tanto que esto no hubiese, tuvieron los pasados caballeros por cosa acertada que sus escuderos fuesen proveídos de dineros y de otras cosas necesarias, como eran hilas y ungüentos para curarse; y, cuando sucedía que los tales caballeros no tenían escuderos, que eran pocas y raras veces, ellos mesmos lo llevaban todo en unas alforjas muy sutiles, que casi no se parecían, a las ancas del caballo, como que era otra cosa de más importancia; porque, no siendo por ocasión semejante, esto de llevar alforjas no fue muy admitido entre los caballeros andantes; y por esto le daba por consejo, pues aún se lo podía mandar como a su ahijado, que tan presto lo había de ser, que no caminase de allí adelante sin dineros y sin las prevenciones referidas, y que vería cuán bien se hallaba con ellas cuando menos se pensase. Prometióle don Quijote de hacer lo que se le aconsejaba con toda puntualidad; y así, se dio luego orden como velase las armas en un corral grande que a un lado de la venta estaba; y, recogiéndolas don Quijote todas, las puso sobre una pila que junto a un pozo estaba, y, embrazando su adarga, asió de su lanza y con gentil continente se comenzó a pasear delante de la pila; y cuando comenzó el paseo comenzaba a cerrar la noche. Contó el ventero a todos cuantos estaban en la venta la locura de su huésped, la vela de las armas y la armazón de caballería que esperaba. Admiráronse de tan estraño género de locura y fuéronselo a mirar desde lejos, y vieron que, con sosegado ademán, unas veces se paseaba; otras, arrimado a su lanza, ponía los ojos en las armas, sin quitarlos por un buen espacio dellas. Acabó de cerrar la noche, pero con tanta claridad de la luna, que podía competir con el que se la prestaba, de manera que cuanto el novel caballero hacía era bien visto de todos. Antojósele en esto a uno de los arrieros que estaban en la venta ir a dar agua a su recua, y fue menester quitar las armas de don Quijote, que estaban sobre la pila; el cual, viéndole llegar, en voz alta le dijo: —¡Oh tú, quienquiera que seas, atrevido caballero, que llegas a tocar las armas del más valeroso andante que jamás se ciñó espada!, mira lo que haces y no las toques, si no quieres dejar la vida en pago de tu atrevimiento. No se curó el arriero destas razones (y fuera mejor que se curara, porque fuera curarse en salud); antes, trabando de las correas, las arrojó gran trecho de sí. Lo cual visto por don Quijote, alzó los ojos al cielo, y, puesto el pensamiento —a lo que pareció— en su señora Dulcinea, dijo: —Acorredme, señora mía, en esta primera afrenta que a este vuestro avasallado pecho se le ofrece; no me desfallezca en este primero trance vuestro favor y amparo. Y, diciendo estas y otras semejantes razones, soltando la adarga, alzó la lanza a dos manos y dio con ella tan gran golpe al arriero en la cabeza, que le derribó en el suelo, tan maltrecho que, si segundara con otro, no tuviera necesi107


Don Quijote de la Mancha dad de maestro que le curara. Hecho esto, recogió sus armas y tornó a pasearse con el mismo reposo que primero. Desde allí a poco, sin saberse lo que había pasado (porque aún estaba aturdido el arriero), llegó otro con la mesma intención de dar agua a sus mulos; y, llegando a quitar las armas para desembarazar la pila, sin hablar don Quijote palabra y sin pedir favor a nadie, soltó otra vez la adarga y alzó otra vez la lanza, y, sin hacerla pedazos, hizo más de tres la cabeza del segundo arriero, porque se la abrió por cuatro. Al ruido acudió toda la gente de la venta, y entre ellos el ventero. Viendo esto don Quijote, embrazó su adarga, y, puesta mano a su espada, dijo: —¡Oh señora de la fermosura, esfuerzo y vigor del debilitado corazón mío! Ahora es tiempo que vuelvas los ojos de tu grandeza a este tu cautivo caballero, que tamaña aventura está atendiendo. Con esto cobró, a su parecer, tanto ánimo, que si le acometieran todos los arrieros del mundo, no volviera el pie atrás. Los compañeros de los heridos, que tales los vieron, comenzaron desde lejos a llover piedras sobre don Quijote, el cual, lo mejor que podía, se reparaba con su adarga, y no se osaba apartar de la pila por no desamparar las armas. El ventero daba voces que le dejasen, porque ya les había dicho como era loco, y que por loco se libraría, aunque los matase a todos. También don Quijote las daba, mayores, llamándolos de alevosos y traidores, y que el señor del castillo era un follón y mal nacido caballero, pues de tal manera consentía que se tratasen los andantes caballeros; y que si él hubiera recebido la orden de caballería, que él le diera a entender su alevosía: —Pero de vosotros, soez y baja canalla, no hago caso alguno: tirad, llegad, venid y ofendedme en cuanto pudiéredes, que vosotros veréis el pago que lleváis de vuestra sandez y demasía. Decía esto con tanto brío y denuedo, que infundió un terrible temor en los que le acometían; y, así por esto como por las persuasiones del ventero, le dejaron de tirar, y él dejó retirar a los heridos y tornó a la vela de sus armas con la misma quietud y sosiego que primero. No le parecieron bien al ventero las burlas de su huésped, y determinó abreviar y darle la negra orden de caballería luego, antes que otra desgracia sucediese. Y así, llegándose a él, se desculpó de la insolencia que aquella gente baja con él había usado, sin que él supiese cosa alguna; pero que bien castigados quedaban de su atrevimiento. Díjole como ya le había dicho que en aquel castillo no había capilla, y para lo que restaba de hacer tampoco era necesaria; que todo el toque de quedar armado caballero consistía en la pescozada y en el espaldarazo, según él tenía noticia del ceremonial de la orden, y que aquello en mitad de un campo se podía hacer, y que ya había cumplido con lo que tocaba al velar de las armas, que con solas dos horas de vela se cumplía, cuanto más, que él había estado más de cuatro. Todo se lo creyó don Quijote, y dijo que él estaba allí pronto para obedecerle, y que concluyese con la mayor brevedad que pudiese; porque si fuese otra vez acometido y se viese armado caballero, no pensaba dejar persona viva en el castillo, eceto aquellas que él le mandase, a quien por su respeto dejaría. Advertido y medroso desto el castellano, trujo luego un libro donde asen108


AP Spanish Literature I taba la paja y cebada que daba a los arrieros, y con un cabo de vela que le traía un muchacho, y con las dos ya dichas doncellas, se vino adonde don Quijote estaba, al cual mandó hincar de rodillas; y, leyendo en su manual, como que decía alguna devota oración, en mitad de la leyenda alzó la mano y diole sobre el cuello un buen golpe, y tras él, con su mesma espada, un gentil espaldazaro, siempre murmurando entre dientes, como que rezaba. Hecho esto, mandó a una de aquellas damas que le ciñese la espada, la cual lo hizo con mucha desenvoltura y discreción, porque no fue menester poca para no reventar de risa a cada punto de las ceremonias; pero las proezas que ya habían visto del novel caballero les tenía la risa a raya. Al ceñirle la espada, dijo la buena señora: —Dios haga a vuestra merced muy venturoso caballero y le dé ventura en lides. Don Quijote le preguntó cómo se llamaba, porque él supiese de allí adelante a quién quedaba obligado por la merced recebida; porque pensaba darle alguna parte de la honra que alcanzase por el valor de su brazo. Ella respondió con mucha humildad que se llamaba la Tolosa, y que era hija de un remendón natural de Toledo que vivía a las tendillas de Sancho Bienaya, y que dondequiera que ella estuviese le serviría y le tendría por señor. Don Quijote le replicó que, por su amor, le hiciese merced que de allí adelante se pusiese don y se llamase doña Tolosa. Ella se lo prometió, y la otra le calzó la espuela, con la cual le pasó casi el mismo coloquio que con la de la espada: preguntóle su nombre, y dijo que se llamaba la Molinera, y que era hija de un honrado molinero de Antequera; a la cual también rogó don Quijote que se pusiese don y se llamase doña Molinera, ofreciéndole nuevos servicios y mercedes. Hechas, pues, de galope y aprisa las hasta allí nunca vistas ceremonias, no vio la hora don Quijote de verse a caballo y salir buscando las aventuras; y, ensillando luego a Rocinante, subió en él, y, abrazando a su huésped, le dijo cosas tan estrañas, agradeciéndole la merced de haberle armado caballero, que no es posible acertar a referirlas. El ventero, por verle ya fuera de la venta, con no menos retóricas, aunque con más breves palabras, respondió a las suyas, y, sin pedirle la costa de la posada, le dejó ir a la buen hora.

Capítulo IV (1ª parte) De lo que le sucedió a nuestro caballero cuando salió de la venta

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a del alba sería cuando don Quijote salió de la venta, tan contento, tan gallardo, tan alborozado por verse ya armado caballero, que el gozo le reventaba por las cinchas del caballo. Mas, viniéndole a la memoria los consejos de su huésped cerca de las prevenciones tan necesarias que había de llevar consigo, especial la de los dineros y camisas, determinó volver a su casa y acomodarse de todo, y de un escudero, 109


Don Quijote de la Mancha haciendo cuenta de recebir a un labrador vecino suyo, que era pobre y con hijos, pero muy a propósito para el oficio escuderil de la caballería. Con este pensamiento guió a Rocinante hacia su aldea, el cual, casi conociendo la querencia, con tanta gana comenzó a caminar, que parecía que no ponía los pies en el suelo. No había andado mucho, cuando le pareció que a su diestra mano, de la espesura de un bosque que allí estaba, salían unas voces delicadas, como de persona que se quejaba; y apenas las hubo oído, cuando dijo: —Gracias doy al cielo por la merced que me hace, pues tan presto me pone ocasiones delante donde yo pueda cumplir con lo que debo a mi profesión, y donde pueda coger el fruto de mis buenos deseos. Estas voces, sin duda, son de algún menesteroso o menesterosa, que ha menester mi favor y ayuda. Y, volviendo las riendas, encaminó a Rocinante hacia donde le pareció que las voces salían. Y, a pocos pasos que entró por el bosque, vio atada una yegua a una encina, y atado en otra a un muchacho, desnudo de medio cuerpo arriba, hasta de edad de quince años, que era el que las voces daba; y no sin causa, porque le estaba dando con una pretina muchos azotes un labrador de buen talle, y cada azote le acompañaba con una reprehensión y consejo. Porque decía: —La lengua queda y los ojos listos. Y el muchacho respondía: —No lo haré otra vez, señor mío; por la pasión de Dios, que no lo haré otra vez; y yo prometo de tener de aquí adelante más cuidado con el hato. Y, viendo don Quijote lo que pasaba, con voz airada dijo: —Descortés caballero, mal parece tomaros con quien defender no se puede; subid sobre vuestro caballo y tomad vuestra lanza —que también tenía una lanza arrimada a la encima adonde estaba arrendada la yegua—, que yo os haré conocer ser de cobardes lo que estáis haciendo. El labrador, que vio sobre sí aquella figura llena de armas blandiendo la lanza sobre su rostro, túvose por muerto, y con buenas palabras respondió: —Señor caballero, este muchacho que estoy castigando es un mi criado, que me sirve de guardar una manada de ovejas que tengo en estos contornos, el cual es tan descuidado, que cada día me falta una; y, porque castigo su descuido, o bellaquería, dice que lo hago de miserable, por no pagalle la soldada que le debo, y en Dios y en mi ánima que miente. —¿”Miente”, delante de mí, ruin villano? —dijo don Quijote—. Por el sol que nos alumbra, que estoy por pasaros de parte a parte con esta lanza. Pagadle luego sin más réplica; si no, por el Dios que nos rige, que os concluya y aniquile en este punto. Desatadlo luego. El labrador bajó la cabeza y, sin responder palabra, desató a su criado, al cual preguntó don Quijote que cuánto le debía su amo. Él dijo que nueve meses, a siete reales cada mes. Hizo la cuenta don Quijote y halló que montaban setenta y tres reales, y díjole al labrador que al momento los desembolsase, si no quería morir por ello. Respondió el medroso villano que para el paso en que estaba y juramento que había hecho —y aún no había jurado nada—, que no eran tantos, 110


AP Spanish Literature I porque se le habían de descontar y recebir en cuenta tres pares de zapatos que le había dado y un real de dos sangrías que le habían hecho estando enfermo. —Bien está todo eso —replicó don Quijote—, pero quédense los zapatos y las sangrías por los azotes que sin culpa le habéis dado; que si él rompió el cuero de los zapatos que vos pagastes, vos le habéis rompido el de su cuerpo; y si le sacó el barbero sangre estando enfermo, vos en sanidad se la habéis sacado; ansí que, por esta parte, no os debe nada. —El daño está, señor caballero, en que no tengo aquí dineros: véngase Andrés conmigo a mi casa, que yo se los pagaré un real sobre otro. —¿Irme yo con él? —dijo el muchacho—. Mas, ¡mal año! No, señor, ni por pienso; porque, en viéndose solo, me desuelle como a un San Bartolomé. —No hará tal —replicó don Quijote—: basta que yo se lo mande para que me tenga respeto; y con que él me lo jure por la ley de caballería que ha recebido, le dejaré ir libre y aseguraré la paga. —Mire vuestra merced, señor, lo que dice —dijo el muchacho—, que este mi amo no es caballero ni ha recebido orden de caballería alguna; que es Juan Haldudo el rico, el vecino del Quintanar. —Importa eso poco —respondió don Quijote—, que Haldudos puede haber caballeros; cuanto más, que cada uno es hijo de sus obras. —Así es verdad —dijo Andrés—; pero este mi amo, ¿de qué obras es hijo, pues me niega mi soldada y mi sudor y trabajo? —No niego, hermano Andrés —respondió el labrador—; y hacedme placer de veniros conmigo, que yo juro por todas las órdenes que de caballerías hay en el mundo de pagaros, como tengo dicho, un real sobre otro, y aun sahumados. —Del sahumerio os hago gracia —dijo don Quijote—; dádselos en reales, que con eso me contento; y mirad que lo cumpláis como lo habéis jurado; si no, por el mismo juramento os juro de volver a buscaros y a castigaros, y que os tengo de hallar, aunque os escondáis más que una lagartija. Y si queréis saber quién os manda esto, para quedar con más veras obligado a cumplirlo, sabed que yo soy el valeroso don Quijote de la Mancha, el desfacedor de agravios y sinrazones; y a Dios quedad, y no se os parta de las mientes lo prometido y jurado, so pena de la pena pronunciada. Y, en diciendo esto, picó a su Rocinante, y en breve espacio se apartó dellos. Siguióle el labrador con los ojos, y, cuando vio que había traspuesto del bosque y que ya no parecía, volvióse a su criado Andrés y díjole: —Venid acá, hijo mío, que os quiero pagar lo que os debo, como aquel deshacedor de agravios me dejó mandado. —Eso juro yo —dijo Andrés—; y ¡cómo que andará vuestra merced acertado en cumplir el mandamiento de aquel buen caballero, que mil años viva; que, según es de valeroso y de buen juez, vive Roque, que si no me paga, que vuelva y ejecute lo que dijo! —También lo juro yo —dijo el labrador—; pero, por lo mucho que os quiero, quiero acrecentar la deuda por acrecentar la paga. Y, asiéndole del brazo, le tornó a atar a la encina, donde le dio tantos azotes, que le dejó por muerto. 111


Don Quijote de la Mancha —Llamad, señor Andrés, ahora —decía el labrador— al desfacedor de agravios, veréis cómo no desface aquéste; aunque creo que no está acabado de hacer, porque me viene gana de desollaros vivo, como vos temíades. Pero, al fin, le desató y le dio licencia que fuese a buscar su juez, para que ejecutase la pronunciada sentencia. Andrés se partió algo mohíno, jurando de ir a buscar al valeroso don Quijote de la Mancha y contalle punto por punto lo que había pasado, y que se lo había de pagar con las setenas. Pero, con todo esto, él se partió llorando y su amo se quedó riendo. Y desta manera deshizo el agravio el valeroso don Quijote; el cual, contentísimo de lo sucedido, pareciéndole que había dado felicísimo y alto principio a sus caballerías, con gran satisfación de sí mismo iba caminando hacia su aldea, diciendo a media voz: —Bien te puedes llamar dichosa sobre cuantas hoy viven en la tierra, ¡oh sobre las bellas bella Dulcinea del Toboso!, pues te cupo en suerte tener sujeto y rendido a toda tu voluntad e talante a un tan valiente y tan nombrado caballero como lo es y será don Quijote de la Mancha, el cual, como todo el mundo sabe, ayer rescibió la orden de caballería, y hoy ha desfecho el mayor tuerto y agravio que formó la sinrazón y cometió la crueldad: hoy quitó el látigo de la mano a aquel despiadado enemigo que tan sin ocasión vapulaba a aquel delicado infante. En esto, llegó a un camino que en cuatro se dividía, y luego se le vino a la imaginación las encrucejadas donde los caballeros andantes se ponían a pensar cuál camino de aquéllos tomarían, y, por imitarlos, estuvo un rato quedo; y, al cabo de haberlo muy bien pensado, soltó la rienda a Rocinante, dejando a la voluntad del rocín la suya, el cual siguió su primer intento, que fue el irse camino de su caballeriza. Y, habiendo andado como dos millas, descubrió don Quijote un grande tropel de gente, que, como después se supo, eran unos mercaderes toledanos que iban a comprar seda a Murcia. Eran seis, y venían con sus quitasoles, con otros cuatro criados a caballo y tres mozos de mulas a pie. Apenas los divisó don Quijote, cuando se imaginó ser cosa de nueva aventura; y, por imitar en todo cuanto a él le parecía posible los pasos que había leído en sus libros, le pareció venir allí de molde uno que pensaba hacer. Y así, con gentil continente y denuedo, se afirmó bien en los estribos, apretó la lanza, llegó la adarga al pecho, y, puesto en la mitad del camino, estuvo esperando que aquellos caballeros andantes llegasen, que ya él por tales los tenía y juzgaba; y, cuando llegaron a trecho que se pudieron ver y oír, levantó don Quijote la voz, y con ademán arrogante dijo: —Todo el mundo se tenga, si todo el mundo no confiesa que no hay en el mundo todo doncella más hermosa que la emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso. Paráronse los mercaderes al son destas razones, y a ver la estraña figura del que las decía; y, por la figura y por las razones, luego echaron de ver la locura de su dueño; mas quisieron ver despacio en qué paraba aquella confesión que se les pedía, y uno dellos, que era un poco burlón y muy mucho discreto, le dijo: —Señor caballero, nosotros no conocemos quién sea esa buena señora que 112


AP Spanish Literature I decís; mostrádnosla: que si ella fuere de tanta hermosura como significáis, de buena gana y sin apremio alguno confesaremos la verdad que por parte vuestra nos es pedida. —Si os la mostrara —replicó don Quijote—, ¿qué hiciérades vosotros en confesar una verdad tan notoria? La importancia está en que sin verla lo habéis de creer, confesar, afirmar, jurar y defender; donde no, conmigo sois en batalla, gente descomunal y soberbia. Que, ahora vengáis uno a uno, como pide la orden de caballería, ora todos juntos, como es costumbre y mala usanza de los de vuestra ralea, aquí os aguardo y espero, confiado en la razón que de mi parte tengo. —Señor caballero —replicó el mercader—, suplico a vuestra merced, en nombre de todos estos príncipes que aquí estamos, que, porque no encarguemos nuestras conciencias confesando una cosa por nosotros jamás vista ni oída, y más siendo tan en perjuicio de las emperatrices y reinas del Alcarria y Estremadura, que vuestra merced sea servido de mostrarnos algún retrato de esa señora, aunque sea tamaño como un grano de trigo; que por el hilo se sacará el ovillo, y quedaremos con esto satisfechos y seguros, y vuestra merced quedará contento y pagado; y aun creo que estamos ya tan de su parte que, aunque su retrato nos muestre que es tuerta de un ojo y que del otro le mana bermellón y piedra azufre, con todo eso, por complacer a vuestra merced, diremos en su favor todo lo que quisiere. —No le mana, canalla infame —respondió don Quijote, encendido en cólera—; no le mana, digo, eso que decís, sino ámbar y algalia entre algodones; y no es tuerta ni corcovada, sino más derecha que un huso de Guadarrama. Pero vosotros pagaréis la grande blasfemia que habéis dicho contra tamaña beldad como es la de mi señora. Y, en diciendo esto, arremetió con la lanza baja contra el que lo había dicho, con tanta furia y enojo que, si la buena suerte no hiciera que en la mitad del camino tropezara y cayera Rocinante, lo pasara mal el atrevido mercader. Cayó Rocinante, y fue rodando su amo una buena pieza por el campo; y, queriéndose levantar, jamás pudo: tal embarazo le causaban la lanza, adarga, espuelas y celada, con el peso de las antiguas armas. Y, entretanto que pugnaba por levantarse y no podía, estaba diciendo: —¡Non fuyáis, gente cobarde; gente cautiva, atended!; que no por culpa mía, sino de mi caballo, estoy aquí tendido. Un mozo de mulas de los que allí venían, que no debía de ser muy bien intencionado, oyendo decir al pobre caído tantas arrogancias, no lo pudo sufrir sin darle la respuesta en las costillas. Y, llegándose a él, tomó la lanza, y, después de haberla hecho pedazos, con uno dellos comenzó a dar a nuestro don Quijote tantos palos que, a despecho y pesar de sus armas, le molió como cibera. Dábanle voces sus amos que no le diese tanto y que le dejase, pero estaba ya el mozo picado y no quiso dejar el juego hasta envidar todo el resto de su cólera; y, acudiendo por los demás trozos de la lanza, los acabó de deshacer sobre el miserable caído, que, con toda aquella tempestad de palos que sobre él vía, no cerraba la boca, amenazando al cielo y a la tierra, y a los malandrines, que tal le parecían. Cansóse el mozo, y los mercaderes siguieron su camino, llevando qué con113


Don Quijote de la Mancha tar en todo él del pobre apaleado. El cual, después que se vio solo, tornó a probar si podía levantarse; pero si no lo pudo hacer cuando sano y bueno, ¿cómo lo haría molido y casi deshecho? Y aún se tenía por dichoso, pareciéndole que aquélla era propia desgracia de caballeros andantes, y toda la atribuía a la falta de su caballo, y no era posible levantarse, según tenía brumado todo el cuerpo.

Capítulo V (1ª parte) Donde se prosigue la narración de la desgracia de nuestro caballero

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iendo, pues, que, en efeto, no podía menearse, acordó de acogerse a su ordinario remedio, que era pensar en algún paso de sus libros; y trújole su locura a la memoria aquel de Valdovinos y del marqués de Mantua, cuando Carloto le dejó herido en la montiña, historia sabida de los niños, no ignorada de los mozos, celebrada y aun creída de los viejos; y, con todo esto, no más verdadera que los milagros de Mahoma. Ésta, pues, le pareció a él que le venía de molde para el paso en que se hallaba; y así, con muestras de grande sentimiento, se comenzó a volcar por la tierra y a decir con debilitado aliento lo mesmo que dicen decía el herido caballero del bosque: —¿Donde estás, señora mía, que no te duele mi mal? O no lo sabes, señora, o eres falsa y desleal. Y, desta manera, fue prosiguiendo el romance hasta aquellos versos que dicen: —¡Oh noble marqués de Mantua, mi tío y señor carnal! Y quiso la suerte que, cuando llegó a este verso, acertó a pasar por allí un labrador de su mesmo lugar y vecino suyo, que venía de llevar una carga de trigo al molino; el cual, viendo aquel hombre allí tendido, se llegó a él y le preguntó que quién era y qué mal sentía que tan tristemente se quejaba. Don Quijote creyó, sin duda, que aquél era el marqués de Mantua, su tío; y así, no le respondió otra cosa si no fue proseguir en su romance, donde le daba cuenta de su desgracia y de los amores del hijo del Emperante con su esposa, todo de la mesma manera que el romance lo canta. El labrador estaba admirado oyendo aquellos disparates; y, quitándole la visera, que ya estaba hecha pedazos de los palos, le limpió el rostro, que le tenía cubierto de polvo; y apenas le hubo limpiado, cuando le conoció y le dijo: —Señor Quijana —que así se debía de llamar cuando él tenía juicio y no había pasado de hidalgo sosegado a caballero andante—, ¿quién ha puesto a vuestra merced desta suerte? Pero él seguía con su romance a cuanto le preguntaba. Viendo esto el buen hombre, lo mejor que pudo le quitó el peto y espaldar, para ver si tenía alguna herida; pero no vio sangre ni señal alguna. Procuró levantarle del suelo, y no con poco trabajo le subió sobre su jumento, por parecer caballería más sosegada. Recogió

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AP Spanish Literature I las armas, hasta las astillas de la lanza, y liólas sobre Rocinante, al cual tomó de la rienda, y del cabestro al asno, y se encaminó hacia su pueblo, bien pensativo de oír los disparates que don Quijote decía; y no menos iba don Quijote, que, de puro molido y quebrantado, no se podía tener sobre el borrico, y de cuando en cuando daba unos suspiros que los ponía en el cielo; de modo que de nuevo obligó a que el labrador le preguntase le dijese qué mal sentía; y no parece sino que el diablo le traía a la memoria los cuentos acomodados a sus sucesos, porque, en aquel punto, olvidándose de Valdovinos, se acordó del moro Abindarráez, cuando el alcaide de Antequera, Rodrigo de Narváez, le prendió y llevó cautivo a su alcaidía. De suerte que, cuando el labrador le volvió a preguntar que cómo estaba y qué sentía, le respondió las mesmas palabras y razones que el cautivo Abencerraje respondía a Rodrigo de Narváez, del mesmo modo que él había leído la historia en La Diana, de Jorge de Montemayor, donde se escribe; aprovechándose della tan a propósito, que el labrador se iba dando al diablo de oír tanta máquina de necedades; por donde conoció que su vecino estaba loco, y dábale priesa a llegar al pueblo, por escusar el enfado que don Quijote le causaba con su larga arenga. Al cabo de lo cual, dijo: —Sepa vuestra merced, señor don Rodrigo de Narváez, que esta hermosa Jarifa que he dicho es ahora la linda Dulcinea del Toboso, por quien yo he hecho, hago y haré los más famosos hechos de caballerías que se han visto, vean ni verán en el mundo. A esto respondió el labrador: —Mire vuestra merced, señor, pecador de mí, que yo no soy don Rodrigo de Narváez, ni el marqués de Mantua, sino Pedro Alonso, su vecino; ni vuestra merced es Valdovinos, ni Abindarráez, sino el honrado hidalgo del señor Quijana. —Yo sé quién soy —respondió don Quijote—; y sé que puedo ser no sólo los que he dicho, sino todos los Doce Pares de Francia, y aun todos los Nueve de la Fama, pues a todas las hazañas que ellos todos juntos y cada uno por sí hicieron, se aventajarán las mías. En estas pláticas y en otras semejantes, llegaron al lugar a la hora que anochecía, pero el labrador aguardó a que fuese algo más noche, porque no viesen al molido hidalgo tan mal caballero. Llegada, pues, la hora que le pareció, entró en el pueblo, y en la casa de don Quijote, la cual halló toda alborotada; y estaban en ella el cura y el barbero del lugar, que eran grandes amigos de don Quijote, que estaba diciéndoles su ama a voces: —¿Qué le parece a vuestra merced, señor licenciado Pero Pérez —que así se llamaba el cura—, de la desgracia de mi señor? Tres días ha que no parecen él, ni el rocín, ni la adarga, ni la lanza ni las armas. ¡Desventurada de mí!, que me doy a entender, y así es ello la verdad como nací para morir, que estos malditos libros de caballerías que él tiene y suele leer tan de ordinario le han vuelto el juicio; que ahora me acuerdo haberle oído decir muchas veces, hablando entre sí, que quería hacerse caballero andante e irse a buscar las aventuras por esos mundos. Encomendados sean a Satanás y a Barrabás tales libros, que así han echado a perder el más delicado entendimiento que había en toda la Mancha. La sobrina decía lo mesmo, y aun decía más: 115


Don Quijote de la Mancha —Sepa, señor maese Nicolás —que éste era el nombre del barbero—, que muchas veces le aconteció a mi señor tío estarse leyendo en estos desalmados libros de desventuras dos días con sus noches, al cabo de los cuales, arrojaba el libro de las manos, y ponía mano a la espada y andaba a cuchilladas con las paredes; y cuando estaba muy cansado, decía que había muerto a cuatro gigantes como cuatro torres, y el sudor que sudaba del cansancio decía que era sangre de las feridas que había recebido en la batalla; y bebíase luego un gran jarro de agua fría, y quedaba sano y sosegado, diciendo que aquella agua era una preciosísima bebida que le había traído el sabio Esquife, un grande encantador y amigo suyo. Mas yo me tengo la culpa de todo, que no avisé a vuestras mercedes de los disparates de mi señor tío, para que lo remediaran antes de llegar a lo que ha llegado, y quemaran todos estos descomulgados libros, que tiene muchos, que bien merecen ser abrasados, como si fuesen de herejes. —Esto digo yo también —dijo el cura—, y a fee que no se pase el día de mañana sin que dellos no se haga acto público y sean condenados al fuego, porque no den ocasión a quien los leyere de hacer lo que mi buen amigo debe de haber hecho. Todo esto estaban oyendo el labrador y don Quijote, con que acabó de entender el labrador la enfermedad de su vecino; y así, comenzó a decir a voces: —Abran vuestras mercedes al señor Valdovinos y al señor marqués de Mantua, que viene malferido, y al señor moro Abindarráez, que trae cautivo el valeroso Rodrigo de Narváez, alcaide de Antequera. A estas voces salieron todos, y, como conocieron los unos a su amigo, las otras a su amo y tío, que aún no se había apeado del jumento, porque no podía, corrieron a abrazarle. Él dijo: —Ténganse todos, que vengo malferido por la culpa de mi caballo. Llévenme a mi lecho y llámese, si fuere posible, a la sabia Urganda, que cure y cate de mis feridas. —¡Mirá, en hora maza —dijo a este punto el ama—, si me decía a mí bien mi corazón del pie que cojeaba mi señor! Suba vuestra merced en buen hora, que, sin que venga esa Hurgada, le sabremos aquí curar. ¡Malditos, digo, sean otra vez y otras ciento estos libros de caballerías, que tal han parado a vuestra merced! Lleváronle luego a la cama, y, catándole las feridas, no le hallaron ninguna; y él dijo que todo era molimiento, por haber dado una gran caída con Rocinante, su caballo, combatiéndose con diez jayanes, los más desaforados y atrevidos que se pudieran fallar en gran parte de la tierra. —¡Ta, ta! —dijo el cura—. ¿Jayanes hay en la danza? Para mi santiguada, que yo los queme mañana antes que llegue la noche. Hiciéronle a don Quijote mil preguntas, y a ninguna quiso responder otra cosa sino que le diesen de comer y le dejasen dormir, que era lo que más le importaba. Hízose así, y el cura se informó muy a la larga del labrador del modo que había hallado a don Quijote. Él se lo contó todo, con los disparates que al hallarle y al traerle había dicho; que fue poner más deseo en el licenciado de hacer lo que otro día hizo, que fue llamar a su amigo el barbero maese Nicolás, con el cual se vino a casa de don Quijote. (…)

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AP Spanish Literature I

Capítulo 8 (1ª parte) Del buen suceso que el valeroso don Quijote tuvo en la espantable y jamás imaginada aventura de los molinos de viento, con otros sucesos dignos de felice recordación

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n esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo; y, así como don Quijote los vio, dijo a su escudero: -La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear, porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta, o pocos más, desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer; que ésta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra. -¿Qué gigantes? -dijo Sancho Panza. -Aquellos que allí ves -respondió su amo- de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas. -Mire vuestra merced -respondió Sancho- que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino. -Bien parece -respondió don Quijote- que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos son gigantes; y si tienes miedo, quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla. Y, diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que, sin duda alguna, eran molinos de viento, y no gigantes, aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran; antes, iba diciendo en voces altas: -Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete. Levantóse en esto un poco de viento y las grandes aspas comenzaron a moverse, lo cual visto por don Quijote, dijo: -Pues, aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar. Y, en diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en el ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante y embistió con el primero molino que estaba delante; y, dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle, a todo el correr de su asno, y cuando llegó halló que no se podía menear: tal fue el golpe que dio con él Rocinante. 117


Don Quijote de la Mancha -¡Válame Dios! -dijo Sancho-. ¿No le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no lo podía ignorar sino sino quien llevase otros tales en la cabeza? -Calla, amigo Sancho -respondió don Quijote-, que las cosas de la guerra, más que otras, están sujetas a continua mudanza; cuanto más, que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Frestón que me robó el aposento y los libros ha vuelto estos gigantes en molinos por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas, al cabo al cabo, han de poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada. -Dios lo haga como puede -respondió Sancho Panza. Y, ayudándole a levantar, tornó a subir sobre Rocinante, que medio despaldado estaba. Y, hablando en la pasada aventura, siguieron el camino del Puerto Lápice, porque allí decía don Quijote que no era posible dejar de hallarse muchas y diversas aventuras, por ser lugar muy pasajero; sino que iba muy pesaroso por haberle faltado la lanza; y, diciéndoselo a su escudero, le dijo: -Yo me acuerdo haber leído que un caballero español, llamado Diego Pérez de Vargas, habiéndosele en una batalla roto la espada, desgajó de una encina un pesado ramo o tronco, y con él hizo tales cosas aquel día, y machacó tantos moros, que le quedó por sobrenombre Machuca, y así él como sus decendientes se llamaron, desde aquel día en adelante, Vargas y Machuca. Hete dicho esto, porque de la primera encina o roble que se me depare pienso desgajar otro tronco tal y tan bueno como aquél, que me imagino y pienso hacer con él tales hazañas, que tú te tengas por bien afortunado de haber merecido venir a vellas y a ser testigo de cosas que apenas podrán ser creídas. -A la mano de Dios -dijo Sancho-; yo lo creo todo así como vuestra merced lo dice; pero enderécese un poco, que parece que va de medio lado, y debe de ser del molimiento de la caída. -Así es la verdad -respondió don Quijote-; y si no me quejo del dolor, es porque no es dado a los caballeros andantes quejarse de herida alguna, aunque se le salgan las tripas por ella. -Si eso es así, no tengo yo qué replicar -respondió Sancho-, pero sabe Dios si yo me holgara que vuestra merced se quejara cuando alguna cosa le doliera. De mí sé decir que me he de quejar del más pequeño dolor que tenga, si ya no se entiende también con los escuderos de los caballeros andantes eso del no quejarse. No se dejó de reír don Quijote de la simplicidad de su escudero; y así, le declaró que podía muy bien quejarse, como y cuando quisiese, sin gana o con ella; que hasta entonces no había leído cosa en contrario en la orden de caballería. Díjole Sancho que mirase que era hora de comer. Respondióle su amo que por entonces no le hacía menester; que comiese él cuando se le antojase. Con esta licencia, se acomodó Sancho lo mejor que pudo sobre su jumento, y, sacando de las alforjas lo que en ellas había puesto, iba caminando y comiendo detrás de su amo muy de su espacio, y de cuando en cuando empinaba la bota, con tanto gusto, que le pudiera envidiar el más regalado bodegonero de Málaga. Y, en tanto que él iba de aquella manera menudeando tragos, no se le acordaba de ninguna promesa que su amo le 118


AP Spanish Literature I hubiese hecho, ni tenía por ningún trabajo, sino por mucho descanso, andar buscando las aventuras, por peligrosas que fuesen. En resolución, aquella noche la pasaron entre unos árboles, y del uno dellos desgajó don Quijote un ramo seco que casi le podía servir de lanza, y puso en él el hierro que quitó de la que se le había quebrado. Toda aquella noche no durmió don Quijote, pensando en su señora Dulcinea, por acomodarse a lo que había leído en sus libros, cuando los caballeros pasaban sin dormir muchas noches en las florestas y despoblados, entretenidos con las memorias de sus señoras. No la pasó ansí Sancho Panza, que, como tenía el estómago lleno, y no de agua de chicoria, de un sueño se la llevó toda; y no fueran parte para despertarle, si su amo no lo llamara, los rayos del sol, que le daban en el rostro, ni el canto de las aves, que, muchas y muy regocijadamente, la venida del nuevo día saludaban. Al levantarse dio un tiento a la bota, y hallóla algo más flaca que la noche antes; y afligiósele el corazón, por parecerle que no llevaban camino de remediar tan presto su falta. No quiso desayunarse don Quijote, porque, como está dicho, dio en sustentarse de sabrosas memorias. Tornaron a su comenzado camino del Puerto Lápice, y a obra de las tres del día le descubrieron. -Aquí -dijo, en viéndole, don Quijote- podemos, hermano Sancho Panza, meter las manos hasta los codos en esto que llaman aventuras. Mas advierte que, aunque me veas en los mayores peligros del mundo, no has de poner mano a tu espada para defenderme, si ya no vieres que los que me ofenden es canalla y gente baja, que en tal caso bien puedes ayudarme; pero si fueren caballeros, en ninguna manera te es lícito ni concedido por las leyes de caballería que me ayudes, hasta que seas armado caballero. -Por cierto, señor -respondió Sancho-, que vuestra merced sea muy bien obedicido en esto; y más, que yo de mío me soy pacífico y enemigo de meterme en ruidos ni pendencias. Bien es verdad que, en lo que tocare a defender mi persona, no tendré mucha cuenta con esas leyes, pues las divinas y humanas permiten que cada uno se defienda de quien quisiere agraviarle. -No digo yo menos -respondió don Quijote-; pero, en esto de ayudarme contra caballeros, has de tener a raya tus naturales ímpetus. -Digo que así lo haré -respondió Sancho-, y que guardaré ese preceto tan bien como el día del domingo. Estando en estas razones, asomaron por el camino dos frailes de la orden de San Benito, caballeros sobre dos dromedarios: que no eran más pequeñas dos mulas en que venían. Traían sus antojos de camino y sus quitasoles. Detrás dellos venía un coche, con cuatro o cinco de a caballo que le acompañaban y dos mozos de mulas a pie. Venía en el coche, como después se supo, una señora vizcaína, que iba a Sevilla, donde estaba su marido, que pasaba a las Indias con un muy honroso cargo. No venían los frailes con ella, aunque iban el mesmo camino; mas, apenas los divisó don Quijote, cuando dijo a su escudero: -O yo me engaño, o ésta ha de ser la más famosa aventura que se haya visto; porque aquellos bultos negros que allí parecen deben de ser, y son sin duda, algunos encantadores que llevan hurtada alguna princesa en aquel coche, y es menester deshacer este tuerto a todo mi poderío. 119


Don Quijote de la Mancha -Peor será esto que los molinos de viento -dijo Sancho-. Mire, señor, que aquéllos son frailes de San Benito, y el coche debe de ser de alguna gente pasajera. Mire que digo que mire bien lo que hace, no sea el diablo que le engañe. -Ya te he dicho, Sancho -respondió don Quijote-, que sabes poco de achaque de aventuras; lo que yo digo es verdad, y ahora lo verás. Y, diciendo esto, se adelantó y se puso en la mitad del camino por donde los frailes venían, y, en llegando tan cerca que a él le pareció que le podrían oír lo que dijese, en alta voz dijo: -Gente endiablada y descomunal, dejad luego al punto las altas princesas que en ese coche lleváis forzadas; si no, aparejaos a recebir presta muerte, por justo castigo de vuestras malas obras. Detuvieron los frailes las riendas, y quedaron admirados, así de la figura de don Quijote como de sus razones, a las cuales respondieron: -Señor caballero, nosotros no somos endiablados ni descomunales, sino dos religiosos de San Benito que vamos nuestro camino, y no sabemos si en este coche vienen, o no, ningunas forzadas princesas. -Para conmigo no hay palabras blandas, que ya yo os conozco, fementida canalla -dijo don Quijote. Y, sin esperar más respuesta, picó a Rocinante y, la lanza baja, arremetió contra el primero fraile, con tanta furia y denuedo que, si el fraile no se dejara caer de la mula, él le hiciera venir al suelo mal de su grado, y aun malferido, si no cayera muerto. El segundo religioso, que vio del modo que trataban a su compañero, puso piernas al castillo de su buena mula, y comenzó a correr por aquella campaña, más ligero que el mesmo viento. Sancho Panza, que vio en el suelo al fraile, apeándose ligeramente de su asno, arremetió a él y le comenzó a quitar los hábitos. Llegaron en esto dos mozos de los frailes y preguntáronle que por qué le desnudaba. Respondióles Sancho que aquello le tocaba a él ligítimamente, como despojos de la batalla que su señor don Quijote había ganado. Los mozos, que no sabían de burlas, ni entendían aquello de despojos ni batallas, viendo que ya don Quijote estaba desviado de allí, hablando con las que en el coche venían, arremetieron con Sancho y dieron con él en el suelo; y, sin dejarle pelo en las barbas, le molieron a coces y le dejaron tendido en el suelo sin aliento ni sentido. Y, sin detenerse un punto, tornó a subir el fraile, todo temeroso y acobardado y sin color en el rostro; y, cuando se vio a caballo, picó tras su compañero, que un buen espacio de allí le estaba aguardando, y esperando en qué paraba aquel sobresalto; y, sin querer aguardar el fin de todo aquel comenzado suceso, siguieron su camino, haciéndose más cruces que si llevaran al diablo a las espaldas. Don Quijote estaba, como se ha dicho, hablando con la señora del coche, diciéndole: -La vuestra fermosura, señora mía, puede facer de su persona lo que más le viniere en talante, porque ya la soberbia de vuestros robadores yace por el suelo, derribada por este mi fuerte brazo; y, porque no penéis por saber el nombre de vuestro libertador, sabed que yo me llamo don Quijote de la Mancha, caballero andante y aventurero, y cautivo de la sin par y hermosa doña Dulcinea del Toboso; y, en pago 120


AP Spanish Literature I del beneficio que de mí habéis recebido, no quiero otra cosa sino que volváis al Toboso, y que de mi parte os presentéis ante esta señora y le digáis lo que por vuestra libertad he fecho. Todo esto que don Quijote decía escuchaba un escudero de los que el coche acompañaban, que era vizcaíno; el cual, viendo que no quería dejar pasar el coche adelante, sino que decía que luego había de dar la vuelta al Toboso, se fue para don Quijote y, asiéndole de la lanza, le dijo, en mala lengua castellana y peor vizcaína, desta manera: -Anda, caballero que mal andes; por el Dios que crióme, que, si no dejas coche, así te matas como estás ahí vizcaíno. Entendióle muy bien don Quijote, y con mucho sosiego le respondió: -Si fueras caballero, como no lo eres, ya yo hubiera castigado tu sandez y atrevimiento, cautiva criatura. A lo cual replicó el vizcaíno: -¿Yo no caballero? Juro a Dios tan mientes como cristiano. Si lanza arrojas y espada sacas, ¡el agua cuán presto verás que al gato llevas! Vizcaíno por tierra, hidalgo por mar, hidalgo por el diablo; y mientes que mira si otra dices cosa. -¡Ahora lo veredes, dijo Agrajes! -respondió don Quijote. Y, arrojando la lanza en el suelo, sacó su espada y embrazó su rodela, y arremetió al vizcaíno con determinación de quitarle la vida. El vizcaíno, que así le vio venir, aunque quisiera apearse de la mula, que, por ser de las malas de alquiler, no había que fiar en ella, no pudo hacer otra cosa sino sacar su espada; pero avínole bien que se halló junto al coche, de donde pudo tomar una almohada que le sirvió de escudo, y luego se fueron el uno para el otro, como si fueran dos mortales enemigos. La demás gente quisiera ponerlos en paz, mas no pudo, porque decía el vizcaíno en sus mal trabadas razones que si no le dejaban acabar su batalla, que él mismo había de matar a su ama y a toda la gente que se lo estorbase. La señora del coche, admirada y temerosa de lo que veía, hizo al cochero que se desviase de allí algún poco, y desde lejos se puso a mirar la rigurosa contienda, en el discurso de la cual dio el vizcaíno una gran cuchillada a don Quijote encima de un hombro, por encima de la rodela, que, a dársela sin defensa, le abriera hasta la cintura. Don Quijote, que sintió la pesadumbre de aquel desaforado golpe, dio una gran voz, diciendo: -¡Oh señora de mi alma, Dulcinea, flor de la fermosura, socorred a este vuestro caballero, que, por satisfacer a la vuestra mucha bondad, en este riguroso trance se halla! El decir esto, y el apretar la espada, y el cubrirse bien de su rodela, y el arremeter al vizcaíno, todo fue en un tiempo, llevando determinación de aventurarlo todo a la de un golpe solo. El vizcaíno, que así le vio venir contra él, bien entendió por su denuedo su coraje, y determinó de hacer lo mesmo que don Quijote; y así, le aguardó bien cubierto de su almohada, sin poder rodear la mula a una ni a otra parte; que ya, de puro cansada y no hecha a semejantes niñerías, no podía dar un paso. Venía, pues, como se ha dicho, don Quijote contra el cauto vizcaíno, con la espada en alto, con determinación de abrirle por medio, y el vizcaíno le aguardaba 121


Don Quijote de la Mancha ansimesmo levantada la espada y aforrado con su almohada, y todos los circunstantes estaban temerosos y colgados de lo que había de suceder de aquellos tamaños golpes con que se amenazaban; y la señora del coche y las demás criadas suyas estaban haciendo mil votos y ofrecimientos a todas las imágenes y casas de devoción de España, porque Dios librase a su escudero y a ellas de aquel tan grande peligro en que se hallaban. Pero está el daño de todo esto que en este punto y término deja pendiente el autor desta historia esta batalla, disculpándose que no halló más escrito destas hazañas de don Quijote de las que deja referidas. Bien es verdad que el segundo autor desta obra no quiso creer que tan curiosa historia estuviese entregada a las leyes del olvido, ni que hubiesen sido tan poco curiosos los ingenios de la Mancha que no tuviesen en sus archivos o en sus escritorios algunos papeles que deste famoso caballero tratasen; y así, con esta imaginación, no se desesperó de hallar el fin desta apacible historia, el cual, siéndole el cielo favorable, le halló del modo que se contará en la segunda parte.

Capítulo 9 (1ª parte) Donde se concluye y da fin a la estupenda batalla que el gallardo vizcaíno y el valiente manchego tuvieron

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ejamos en la primera parte desta historia al valeroso vizcaíno y al famoso don Quijote con las espadas altas y desnudas, en guisa de descargar dos furibundos fendientes, tales que, si en lleno se acertaban, por lo menos se dividirían y fenderían de arriba abajo y abrirían como una granada; y que en aquel punto tan dudoso paró y quedó destroncada tan sabrosa historia, sin que nos diese noticia su autor dónde se podría hallar lo que della faltaba. Causóme esto mucha pesadumbre, porque el gusto de haber leído tan poco se volvía en disgusto, de pensar el mal camino que se ofrecía para hallar lo mucho que, a mi parecer, faltaba de tan sabroso cuento. Parecióme cosa imposible y fuera de toda buena costumbre que a tan buen caballero le hubiese faltado algún sabio que tomara a cargo el escrebir sus nunca vistas hazañas, cosa que no faltó a ninguno de los caballeros andantes, de los que dicen las gentes que van a sus aventuras, porque cada uno dellos tenía uno o dos sabios, como de molde, que no solamente escribían sus hechos, sino que pintaban sus más mínimos pensamientos y niñerías, por más escondidas que fuesen; y no había de ser tan desdichado tan buen caballero, que le faltase a él lo que sobró a Platir y a otros semejantes. Y así, no podía inclinarme a creer que tan gallarda historia hubiese quedado manca y estropeada; y echaba la culpa a la malignidad del tiempo, devorador y consumidor de todas las cosas, el cual, o la tenía oculta o consumida.

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AP Spanish Literature I Por otra parte, me parecía que, pues entre sus libros se habían hallado tan modernos como Desengaño de celos y Ninfas y Pastores de Henares, que también su historia debía de ser moderna; y que, ya que no estuviese escrita, estaría en la memoria de la gente de su aldea y de las a ella circunvecinas. Esta imaginación me traía confuso y deseoso de saber, real y verdaderamente, toda la vida y milagros de nuestro famoso español don Quijote de la Mancha, luz y espejo de la caballería manchega, y el primero que en nuestra edad y en estos tan calamitosos tiempos se puso al trabajo y ejercicio de las andantes armas, y al desfacer agravios, socorrer viudas, amparar doncellas, de aquellas que andaban con sus azotes y palafrenes, y con toda su virginidad a cuestas, de monte en monte y de valle en valle; que, si no era que algún follón, o algún villano de hacha y capellina, o algún descomunal gigante las forzaba, doncella hubo en los pasados tiempos que, al cabo de ochenta años, que en todos ellos no durmió un día debajo de tejado, y se fue tan entera a la sepultura como la madre que la había parido. Digo, pues, que, por estos y otros muchos respetos, es digno nuestro gallardo Quijote de continuas y memorables alabanzas; y aun a mí no se me deben negar, por el trabajo y diligencia que puse en buscar el fin desta agradable historia; aunque bien sé que si el cielo, el caso y la fortuna no me ayudan, el mundo quedará falto y sin el pasatiempo y gusto que bien casi dos horas podrá tener el que con atención la leyere. Pasó, pues, el hallarla en esta manera: Estando yo un día en el Alcaná de Toledo, llegó un muchacho a vender unos cartapacios y papeles viejos a un sedero; y, como yo soy aficionado a leer, aunque sean los papeles rotos de las calles, llevado desta mi natural inclinación, tomé un cartapacio de los que el muchacho vendía, y vile con caracteres que conocí ser arábigos. Y, puesto que, aunque los conocía, no los sabía leer, anduve mirando si parecía por allí algún morisco aljamiado que los leyese; y no fue muy dificultoso hallar intérprete semejante, pues, aunque le buscara de otra mejor y más antigua lengua, le hallara. En fin, la suerte me deparó uno, que, diciéndole mi deseo y poniéndole el libro en las manos, le abrió por medio, y, leyendo un poco en él, se comenzó a reír. Preguntéle yo que de qué se reía, y respondióme que de una cosa que tenía aquel libro escrita en el margen por anotación. Díjele que me la dijese; y él, sin dejar la risa, dijo: -Está, como he dicho, aquí en el margen escrito esto: “Esta Dulcinea del Toboso, tantas veces en esta historia referida, dicen que tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer de toda la Mancha”. Cuando yo oí decir “Dulcinea del Toboso”, quedé atónito y suspenso, porque luego se me representó que aquellos cartapacios contenían la historia de don Quijote. Con esta imaginación, le di priesa que leyese el principio, y, haciéndolo ansí, volviendo de improviso el arábigo en castellano, dijo que decía: Historia de don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo. Mucha discreción fue menester para disimular el contento que recebí cuando llegó a mis oídos el título del libro; y, salteándosele al sedero, compré al muchacho todos los papeles y cartapacios por medio real; que, si él tuviera discreción y supiera lo que yo los deseaba, bien se pudiera prometer y llevar más de seis reales de la compra. Apartéme luego con el morisco por el claustro de la iglesia mayor, y roguéle me volviese 123


Don Quijote de la Mancha aquellos cartapacios, todos los que trataban de don Quijote, en lengua castellana, sin quitarles ni añadirles nada, ofreciéndole la paga que él quisiese. Contentóse con dos arrobas de pasas y dos fanegas de trigo, y prometió de traducirlos bien y fielmente y con mucha brevedad. Pero yo, por facilitar más el negocio y por no dejar de la mano tan buen hallazgo, le truje a mi casa, donde en poco más de mes y medio la tradujo toda, del mesmo modo que aquí se refiere. Estaba en el primero cartapacio, pintada muy al natural, la batalla de don Quijote con el vizcaíno, puestos en la mesma postura que la historia cuenta, levantadas las espadas, el uno cubierto de su rodela, el otro de la almohada, y la mula del vizcaíno tan al vivo, que estaba mostrando ser de alquiler a tiro de ballesta. Tenía a los pies escrito el vizcaíno un título que decía: Don Sancho de Azpetia, que, sin duda, debía de ser su nombre, y a los pies de Rocinante estaba otro que decía: Don Quijote. Estaba Rocinante maravillosamente pintado, tan largo y tendido, tan atenuado y flaco, con tanto espinazo, tan hético confirmado, que mostraba bien al descubierto con cuánta advertencia y propriedad se le había puesto el nombre de Rocinante. Junto a él estaba Sancho Panza, que tenía del cabestro a su asno, a los pies del cual estaba otro rétulo que decía: Sancho Zancas, y debía de ser que tenía, a lo que mostraba la pintura, la barriga grande, el talle corto y las zancas largas; y por esto se le debió de poner nombre de Panza y de Zancas, que con estos dos sobrenombres le llama algunas veces la historia. Otras algunas menudencias había que advertir, pero todas son de poca importancia y que no hacen al caso a la verdadera relación de la historia; que ninguna es mala como sea verdadera. Si a ésta se le puede poner alguna objeción cerca de su verdad, no podrá ser otra sino haber sido su autor arábigo, siendo muy propio de los de aquella nación ser mentirosos; aunque, por ser tan nuestros enemigos, antes se puede entender haber quedado falto en ella que demasiado. Y ansí me parece a mí, pues, cuando pudiera y debiera estender la pluma en las alabanzas de tan buen caballero, parece que de industria las pasa en silencio: cosa mal hecha y peor pensada, habiendo y debiendo ser los historiadores puntuales, verdaderos y no nada apasionados, y que ni el interés ni el miedo, el rancor ni la afición, no les hagan torcer del camino de la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir. En ésta sé que se hallará todo lo que se acertare a desear en la más apacible; y si algo bueno en ella faltare, para mí tengo que fue por culpa del galgo de su autor, antes que por falta del sujeto. En fin, su segunda parte, siguiendo la tradución, comenzaba desta manera: Puestas y levantadas en alto las cortadoras espadas de los dos valerosos y enojados combatientes, no parecía sino que estaban amenazando al cielo, a la tierra y al abismo: tal era el denuedo y continente que tenían. Y el primero que fue a descargar el golpe fue el colérico vizcaíno, el cual fue dado con tanta fuerza y tanta furia que, a no volvérsele la espada en el camino, aquel solo golpe fuera bastante para dar fin a su rigurosa contienda y a todas las aventuras de nuestro caballero; mas la buena suerte, que para mayores cosas le tenía guardado, torció la espada de su contrario, de modo que, aunque le acertó en el hombro izquierdo, no le hizo otro daño que desarmarle todo aquel lado, llevándole de camino gran parte de la celada, con la mitad de la oreja; que todo ello con espantosa ruina vino al suelo, dejándole muy maltrecho. 124


AP Spanish Literature I ¡Válame Dios, y quién será aquel que buenamente pueda contar ahora la rabia que entró en el corazón de nuestro manchego, viéndose parar de aquella manera! No se diga más, sino que fue de manera que se alzó de nuevo en los estribos, y, apretando más la espada en las dos manos, con tal furia descargó sobre el vizcaíno, acertándole de lleno sobre la almohada y sobre la cabeza, que, sin ser parte tan buena defensa, como si cayera sobre él una montaña, comenzó a echar sangre por las narices, y por la boca y por los oídos, y a dar muestras de caer de la mula abajo, de donde cayera, sin duda, si no se abrazara con el cuello; pero, con todo eso, sacó los pies de los estribos y luego soltó los brazos; y la mula, espantada del terrible golpe, dio a correr por el campo, y a pocos corcovos dio con su dueño en tierra. Estábaselo con mucho sosiego mirando don Quijote, y, como lo vio caer, saltó de su caballo y con mucha ligereza se llegó a él, y, poniéndole la punta de la espada en los ojos, le dijo que se rindiese; si no, que le cortaría la cabeza. Estaba el vizcaíno tan turbado que no podía responder palabra, y él lo pasara mal, según estaba ciego don Quijote, si las señoras del coche, que hasta entonces con gran desmayo habían mirado la pendencia, no fueran adonde estaba y le pidieran con mucho encarecimiento les hiciese tan gran merced y favor de perdonar la vida a aquel su escudero. A lo cual don Quijote respondió, con mucho entono y gravedad: -Por cierto, fermosas señoras, yo soy muy contento de hacer lo que me pedís; mas ha de ser con una condición y concierto, y es que este caballero me ha de prometer de ir al lugar del Toboso y presentarse de mi parte ante la sin par doña Dulcinea, para que ella haga dél lo que más fuere de su voluntad. La temerosa y desconsolada señora, sin entrar en cuenta de lo que don Quijote pedía, y sin preguntar quién Dulcinea fuese, le prometió que el escudero haría todo aquello que de su parte le fuese mandado. -Pues en fe de esa palabra, yo no le haré más daño, puesto que me lo tenía bien merecido. (…)

Capítulo 74 (2ª parte)

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omo las cosas humanas no sean eternas, yendo siempre en declinación de sus principios hasta llegar a su último fin, especialmente las vidas de los hombres, y como la de don Quijote no tuviese privilegio del cielo para detener el curso de la suya, llegó su fin y acabamiento cuando él menos lo pensaba; porque, o ya fuese de la melancolía que le causaba el verse vencido, o ya por la disposición del cielo, que así lo ordenaba, se le arraigó una calentura que le tuvo seis días en la cama, en los cuales fue visitado muchas veces del cura, del bachiller y del barbero, sus amigos, sin quitársele de la cabecera Sancho Panza, su buen escudero. Éstos, creyendo que la pesadumbre de verse vencido y de no ver cumplido su deseo en la libertad y desencanto de Dulcinea le tenía de aquella suerte, por todas las vías posibles procuraban alegrarle, diciéndole el bachiller que se animase y levanta125


Don Quijote de la Mancha se, para comenzar su pastoral ejercicio, para el cual tenía ya compuesta una écloga, que mal año para cuantas Sanazaro había compuesto, y que ya tenía comprados de su propio dinero dos famosos perros para guardar el ganado: el uno llamado Barcino, y el otro Butrón, que se los había vendido un ganadero del Quintanar. Pero no por esto dejaba don Quijote sus tristezas. Llamaron sus amigos al médico, tomóle el pulso, y no le contentó mucho, y dijo que, por sí o por no, atendiese a la salud de su alma, porque la del cuerpo corría peligro. Oyólo don Quijote con ánimo sosegado, pero no lo oyeron así su ama, su sobrina y su escudero, los cuales comenzaron a llorar tiernamente, como si ya le tuvieran muerto delante. Fue el parecer del médico que melancolías y desabrimientos le acababan. Rogó don Quijote que le dejasen solo, porque quería dormir un poco. Hiciéronlo así y durmió de un tirón, como dicen, más de seis horas; tanto, que pensaron el ama y la sobrina que se había de quedar en el sueño. Despertó al cabo del tiempo dicho, y, dando una gran voz, dijo: -¡Bendito sea el poderoso Dios, que tanto bien me ha hecho! En fin, sus misericordias no tienen límite, ni las abrevian ni impiden los pecados de los hombres. Estuvo atenta la sobrina a las razones del tío, y pareciéronle más concertadas que él solía decirlas, a lo menos, en aquella enfermedad, y preguntóle: -¿Qué es lo que vuestra merced dice, señor? ¿Tenemos algo de nuevo? ¿Qué misericordias son éstas, o qué pecados de los hombres? -Las misericordias -respondió don Quijote-, sobrina, son las que en este instante ha usado Dios conmigo, a quien, como dije, no las impiden mis pecados. Yo tengo juicio ya, libre y claro, sin las sombras caliginosas de la ignorancia, que sobre él me pusieron mi amarga y continua leyenda de los detestables libros de las caballerías. Ya conozco sus disparates y sus embelecos, y no me pesa sino que este desengaño ha llegado tan tarde, que no me deja tiempo para hacer alguna recompensa, leyendo otros que sean luz del alma. Yo me siento, sobrina, a punto de muerte; querría hacerla de tal modo, que diese a entender que no había sido mi vida tan mala que dejase renombre de loco, que, puesto que lo he sido, no querría confirmar esta verdad en mi muerte. Llámame, amiga, a mis buenos amigos: el cura, al bachiller Sansón Carrasco y a maese Nicolás, el barbero, que quiero confesarme y hacer mi testamento. Pero de este trabajo se escusó la sobrina con la entrada de los tres. Apenas los vio don Quijote, cuando dijo: -Dadme albricias, buenos señores, de que ya yo no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis costumbres me dieron renombre de Bueno. Ya soy enemigo de Amadís de Gaula y de toda la infinita caterva de su linaje, ya me son odiosas todas las historias profanas del andante caballería, ya conozco mi necedad y el peligro en que me pusieron haberlas leído, ya, por misericordia de Dios, escarmentando en cabeza propia, las abomino. Cuando esto le oyeron decir los tres, creyeron, sin duda, que alguna nueva locura le había tomado. Y Sansón le dijo: -¿Ahora, señor don Quijote, que tenemos nueva que está desencantada la señora Dulcinea, sale vuestra merced con eso? Y ¿agora que estamos tan a pique de ser pastores, para pasar cantando la vida, como unos príncipes, quiere vuesa merced 126


AP Spanish Literature I hacerse ermitaño? Calle, por su vida, vuelva en sí, y déjese de cuentos. -Los de hasta aquí -replicó don Quijote-, que han sido verdaderos en mi daño, los ha de volver mi muerte, con ayuda del cielo, en mi provecho. Yo, señores, siento que me voy muriendo a toda priesa; déjense burlas aparte, y tráiganme un confesor que me confiese y un escribano que haga mi testamento, que en tales trances como éste no se ha de burlar el hombre con el alma; y así, suplico que, en tanto que el señor cura me confiesa, vayan por el escribano. Miráronse unos a otros, admirados de las razones de don Quijote, y, aunque en duda, le quisieron creer; y una de las señales por donde conjeturaron se moría fue el haber vuelto con tanta facilidad de loco a cuerdo, porque a las ya dichas razones añadió otras muchas tan bien dichas, tan cristianas y con tanto concierto, que del todo les vino a quitar la duda, y a creer que estaba cuerdo. Hizo salir la gente el cura, y quedóse solo con él, y confesóle. El bachiller fue por el escribano, y de allí a poco volvió con él y con Sancho Panza; el cual Sancho, que ya sabía por nuevas del bachiller en qué estado estaba su señor, hallando a la ama y a la sobrina llorosas, comenzó a hacer pucheros y a derramar lágrimas. Acabóse la confesión, y salió el cura, diciendo: -Verdaderamente se muere, y verdaderamente está cuerdo Alonso Quijano el Bueno; bien podemos entrar para que haga su testamento. Estas nuevas dieron un terrible empujón a los ojos preñados de ama, sobrina y de Sancho Panza, su buen escudero, de tal manera, que los hizo reventar las lágrimas de los ojos y mil profundos suspiros del pecho; porque, verdaderamente, como alguna vez se ha dicho, en tanto que don Quijote fue Alonso Quijano el Bueno, a secas, y en tanto que fue don Quijote de la Mancha, fue siempre de apacible condición y de agradable trato, y por esto no sólo era bien querido de los de su casa, sino de todos cuantos le conocían. Entró el escribano con los demás, y, después de haber hecho la cabeza del testamento y ordenado su alma don Quijote, con todas aquellas circunstancias cristianas que se requieren, llegando a las mandas, dijo: -Ítem, es mi voluntad que de ciertos dineros que Sancho Panza, a quien en mi locura hice mi escudero, tiene, que, porque ha habido entre él y mí ciertas cuentas, y dares y tomares, quiero que no se le haga cargo dellos, ni se le pida cuenta alguna, sino que si sobrare alguno, después de haberse pagado de lo que le debo, el restante sea suyo, que será bien poco, y buen provecho le haga; y, si como estando yo loco fui parte para darle el gobierno de la ínsula, pudiera agora, estando cuerdo, darle el de un reino, se le diera, porque la sencillez de su condición y fidelidad de su trato lo merece. Y, volviéndose a Sancho, le dijo: -Perdóname, amigo, de la ocasión que te he dado de parecer loco como yo, haciéndote caer en el error en que yo he caído, de que hubo y hay caballeros andantes en el mundo. -¡Ay! -respondió Sancho, llorando-: no se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni 127


Don Quijote de la Mancha otras manos le acaben que las de la melancolía. Mire no sea perezoso, sino levántese desa cama, y vámonos al campo vestidos de pastores, como tenemos concertado: quizá tras de alguna mata hallaremos a la señora doña Dulcinea desencantada, que no haya más que ver. Si es que se muere de pesar de verse vencido, écheme a mí la culpa, diciendo que por haber yo cinchado mal a Rocinante le derribaron; cuanto más, que vuestra merced habrá visto en sus libros de caballerías ser cosa ordinaria derribarse unos caballeros a otros, y el que es vencido hoy ser vencedor mañana. -Así es -dijo Sansón-, y el buen Sancho Panza está muy en la verdad destos casos. -Señores -dijo don Quijote-, vámonos poco a poco, pues ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño: yo fui loco, y ya soy cuerdo; fui don Quijote de la Mancha, y soy agora, como he dicho, Alonso Quijano el Bueno. Pueda con vuestras mercedes mi arrepentimiento y mi verdad volverme a la estimación que de mí se tenía, y prosiga adelante el señor escribano. »Ítem, mando toda mi hacienda, a puerta cerrada, a Antonia Quijana, mi sobrina, que está presente, habiendo sacado primero de lo más bien parado della lo que fuere menester para cumplir las mandas que dejo hechas; y la primera satisfación que se haga quiero que sea pagar el salario que debo del tiempo que mi ama me ha servido, y más veinte ducados para un vestido. Dejo por mis albaceas al señor cura y al señor bachiller Sansón Carrasco, que están presentes. »Ítem, es mi voluntad que si Antonia Quijana, mi sobrina, quisiere casarse, se case con hombre de quien primero se haya hecho información que no sabe qué cosas sean libros de caballerías; y, en caso que se averiguare que lo sabe, y, con todo eso, mi sobrina quisiere casarse con él, y se casare, pierda todo lo que le he mandado, lo cual puedan mis albaceas distribuir en obras pías a su voluntad. »Ítem, suplico a los dichos señores mis albaceas que si la buena suerte les trujere a conocer al autor que dicen que compuso una historia que anda por ahí con el título de Segunda parte de las hazañas de don Quijote de la Mancha, de mi parte le pidan, cuan encarecidamente ser pueda, perdone la ocasión que sin yo pensarlo le di de haber escrito tantos y tan grandes disparates como en ella escribe, porque parto desta vida con escrúpulo de haberle dado motivo para escribirlos. Cerró con esto el testamento, y, tomándole un desmayo, se tendió de largo a largo en la cama. Alborotáronse todos y acudieron a su remedio, y en tres días que vivió después deste donde hizo el testamento, se desmayaba muy a menudo. Andaba la casa alborotada; pero, con todo, comía la sobrina, brindaba el ama, y se regocijaba Sancho Panza; que esto del heredar algo borra o templa en el heredero la memoria de la pena que es razón que deje el muerto. En fin, llegó el último de don Quijote, después de recebidos todos los sacramentos, y después de haber abominado con muchas y eficaces razones de los libros de caballerías. Hallóse el escribano presente, y dijo que nunca había leído en ningún libro de caballerías que algún caballero andante hubiese muerto en su lecho tan sosegadamente y tan cristiano como don Quijote; el cual, entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu: quiero decir que se murió. Viendo lo cual el cura, pidió al escribano le diese por testimonio como Alonso 128


AP Spanish Literature I Quijano el Bueno, llamado comúnmente don Quijote de la Mancha, había pasado desta presente vida y muerto naturalmente; y que el tal testimonio pedía para quitar la ocasión de algún otro autor que Cide Hamete Benengeli le resucitase falsamente, y hiciese inacabables historias de sus hazañas. Este fin tuvo el Ingenioso Hidalgo de la Mancha, cuyo lugar no quiso poner Cide Hamete puntualmente, por dejar que todas las villas y lugares de la Mancha contendiesen entre sí por ahijársele y tenérsele por suyo, como contendieron las siete ciudades de Grecia por Homero. Déjanse de poner aquí los llantos de Sancho, sobrina y ama de don Quijote, los nuevos epitafios de su sepultura, aunque Sansón Carrasco le puso éste: Yace aquí el Hidalgo fuerte que a tanto estremo llegó de valiente, que se advierte que la muerte no triunfó de su vida con su muerte. Tuvo a todo el mundo en poco; fue el espantajo y el coco del mundo, en tal coyuntura, que acreditó su ventura morir cuerdo y vivir loco. Y el prudentísimo Cide Hamete dijo a su pluma: -Aquí quedarás, colgada desta espetera y deste hilo de alambre, ni sé si bien cortada o mal tajada péñola mía, adonde vivirás luengos siglos, si presuntuosos y malandrines historiadores no te descuelgan para profanarte. Pero, antes que a ti lleguen, les puedes advertir, y decirles en el mejor modo que pudieres: «¡Tate, tate, folloncicos! De ninguno sea tocada; porque esta impresa, buen rey, para mí estaba guardada. Para mí sola nació don Quijote, y yo para él; él supo obrar y yo escribir; solos los dos somos para en uno, a despecho y pesar del escritor fingido y tordesillesco que se atrevió, o se ha de atrever, a escribir con pluma de avestruz grosera y mal deliñada las hazañas de mi valeroso caballero, porque no es carga de sus hombros ni asunto de su resfriado ingenio; a quien advertirás, si acaso llegas a conocerle, que deje reposar en la sepultura los cansados y ya podridos huesos de don Quijote, y no le quiera llevar, contra todos los fueros de la muerte, a Castilla la Vieja, haciéndole salir de la fuesa donde real y verdaderamente yace tendido de largo a largo, imposibilitado de hacer tercera jornada y salida nueva; que, para hacer burla de tantas como hicieron tantos andantes caballeros, bastan las dos que él hizo, tan a gusto y 129


Don Quijote de la Mancha beneplácito de las gentes a cuya noticia llegaron, así en éstos como en los estraños reinos». Y con esto cumplirás con tu cristiana profesión, aconsejando bien a quien mal te quiere, y yo quedaré satisfecho y ufano de haber sido el primero que gozó el fruto de sus escritos enteramente, como deseaba, pues no ha sido otro mi deseo que poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías, que, por las de mi verdadero don Quijote, van ya tropezando, y han de caer del todo, sin duda alguna. Vale.

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8 El Burlador de Sevilla y convidado de piedra Tirso de Molina

Elenco Don Diego Tenorio (viejo), Don Juan Tenorio (su hijo), Catalinón (lacayo), El Rey de Nápoles, El Duque Octavio, Don Pedro Tenorio (tío), El Marqués de la Mota Don Gonzalo de Ulloa, El Rey de Castilla (Alfonso XI), Fabio (criado), Isabela (duquesa), Tisbea (pescadora), Belisa (villana), Anfriso (pescador), Coridón (pescador), Gaseno (labrador), Batricio (labrador), Ripio (criado), Dona Ana de Ulloa, Aminta (villana), Acompañamiento, Cantores, Guardas, Criados, Enlutados Músicos, Pastores y Pescadores.

Acto primero (En Nápoles en el palacio real) Salen Don Juan Tenorio e Isabela, duquesa. Isabela: Duque Octavio, por aquí podrás salir más seguro. Don Juan: Duquesa, de nuevo os juro de cumplir el dulce sí. Isabela: Mis glorias, serán verdades promesas y ofrecimientos, regalos y cumplimientos, voluntades y amistades. Don Juan: Sí, mi bien. Isabela: Quiero sacar una luz. 131


El burlador de Sevilla Don Juan: Pues, ¿para qué? Isabela: Para que el alma dé fe del bien que llego a gozar. Don Juan: Mataréte la luz yo. Isabela: ¡Ah, cielo! ¿Quién eres, hombre? Don Juan: ¿Quién soy? Un hombre sin nombre. Isabela: ¿Que no eres el duque? Don Juan: No. Isabela: ¡Ah de palacio! Don Juan: Detente. Dame, duquesa, la mano. Isabela: No me detengas, villano. ¡Ah del rey! ¡Soldados, gente! Sale el Rey de Nápoles, con una vela en un candelero. Rey: Isabela: Rey: Don Juan:

¿Qué es esto? ¡El rey! ¡Ay, triste! ¿Quién eres? ¿Qué ha de ser? Un hombre y una mujer. Rey: Esto en prudencia consiste. ¡Ah de mi guarda! Prendé a este hombre. Isabela: ¡Ay, perdido honor! Salen Don Pedro Tenorio, embajador de España, y guarda.

Don Pedro: ¡En tu cuarto, gran señor voces! ¿Quién la causa fue? Rey: Don Pedro Tenorio, a vos esta prisión os encargo. Siendo corto, andad vos largo: mirad quién son estos dos. Y con secreto ha de ser, que algún mal suceso creo; porque si yo aquí lo veo, no me queda más que ver. Vase el Rey.

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Don Pedro: ¡Prendelde! Don Juan: ¿Quién ha de osar? Bien puedo perder la vida, mas ha de ir tan bien vendida


AP Spanish Literature I

que a alguno le ha de pesar. Don Pedro: ¡Matalde! Don Juan: ¿Quién os engaña? Resuelto en morir estoy, porque caballero soy del embajador de España. Llegue; que solo ha de ser quien me rinda. Don Pedro: Apartad; a ese cuarto os retirad todos con esa mujer.

Vanse los otros.

Don Pedro: Ya estamos solos los dos; muestra aquí tu esfuerzo y brío. Don Juan: Aunque tengo esfuerzo, tío, no le tengo para vos. Don Pedro: Di quién eres. Don Juan: Ya lo digo: tu sobrino. Don Pedro: (¡Ay, corazón, que temo alguna traición!) ¿Qué es lo que has hecho, enemigo? ¿Cómo estás de aquesta suerte? Dime presto lo que ha sido. ¡Desobediente, atrevido! Estoy por darte la muerte. Acaba. Don Juan: Tío y señor, mozo soy y mozo fuiste; y pues que de amor supiste, tenga disculpa mi amor. Y pues a decir me obligas la verdad, oye y diréla: yo engañé y gocé a Isabela, la duquesa. Don Pedro: No prosigas, tente. ¿Cómo la engañaste? Habla quedo, y cierra el labio. Don Juan: Fingí ser el duque Octavio. Don Pedro: No digas más. ¡Calla! ¡Bast(e)! (Perdido soy si el rey sabe este caso. ¿Qué he de hacer? Industria me ha de valer 133


El burlador de Sevilla

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en un negocio tan grave). Di, vil, ¿no bastó emprender con ira y fuerza extraña tan gran traición en España con otra noble mujer, sino en Nápoles también, y en el palacio real, con mujer tan principal? ¡Castíguete el cielo, amén! Tu padre desde Castilla a Nápoles te envió, y en sus márgenes te dio tierra la espumosa orilla del mar de Italia, atendiendo que el haberte recebido pagaras agradecido, ¡y estás su honor ofendiendo, y en tan principal mujer! Pero en aquesta ocasión nos daña la dilación. Mira qué quieres hacer. Don Juan: No quiero daros disculpa, que la habré de dar siniestra, mi sangre es, señor, la vuestra; sacalda, y pague la culpa. A esos pies estoy rendido, y ésta es mi espada, señor. Don Pedro: Álzate, y muestra valor, que esa humildad me ha vencido. ¿Atreveráste a bajar por ese balcón? Don Juan: Sí atrevo, que alas en tu favor llevo. Don Pedro: Pues yo te quiero ayudar. Vete a Sicilia o Milán, donde vivas encubierto. Don Juan: Luego me iré. Don Pedro: ¿Cierto? Don Juan: Cierto. Don Pedro: Mis cartas te avisarán en qué para este suceso triste, que causado has. Don Juan: (Para mí alegre dirás.) Que tuve culpa confieso.


AP Spanish Literature I

Don Pedro: Esa mocedad te engaña. Baja, pues, ese balcón. Don Juan: (Con tan justa pretensión, gozoso me parto a España).

Vase Don Juan y entra el Rey.

Don Pedro: Ya ejecuté, gran señor, tu justicia justa y recta, e(n) hombre... Rey: ¿Murió? Don Pedro: Escapóse de las cuchillas soberbias. Rey: ¿De qué forma? Don Pedro: De esta forma aun no lo mandaste apenas, cuando sin dar más disculpa, la espada en la mano aprieta, revuelve la capa al brazo, y con gallarda presteza, ofendiendo a los soldados y buscando su defensa, viendo vecina la muerte, por el balcón de la huerta se arroja desesperado. Siguióle con diligencia tu gente. Cuando salieron por esa vecina puerta, le hallaron agonizando como enroscada culebra. Levantóse, y al decir los soldados: “¡Muera, muera!”, bañado con sangre el rostro, con tan heroica presteza se fue, que quedé confuso. La mujer, que es Isabela, —que para admirarte nombro— retirada en esa pieza, dice que es el duque Octavio quien, con engaño y cautela, la gozó. Rey: ¿Qué dices? Don Pedro: Digo lo que ella propia confiesa. Rey: ¡Ah, pobre honor! Si eres alma 135


El burlador de Sevilla del (hombre), ¿por qué te dejan en la mujer inconstante, si es la misma ligereza? ¡Hola! Sale un criado. Criado: ¿Gran señor? Rey: Traed delante de mi presencia esa mujer. Don Pedro: Ya la guardia viene, gran señor, con ella. Trae la guardia a Isabela. Isabela: ¿Con qué ojos veré al rey? Rey: Idos, y guardad la puerta de esa cuadra. Di, mujer, ¿qué rigor, qué airada estrella te incitó, que en mi palacio, con hermosura y soberbia, profanases sus umbrales? Isabela: Señor... Rey: Calla, que la lengua no podrá dorar el yerro que has cometido en mi ofensa. ¡Aquél era del duque Octavio! Isabela: Señor... Rey: (No), no importan fuerzas, guardas, criados, murallas, fortalecidas almenas, para amor, que la de un niño hasta los muros penetra. Don Pedro Tenorio, al punto a esa mujer llevad presa a una torre, y con secreto haced que al duque le prendan; que quiero hacer que le cumpla la palabra, o la promesa. Isabela: Gran señor, volvedme el rostro. Rey: Ofensa a mi espalda hecha, es justicia y es razón castigalla a espaldas vueltas. Vase el Rey.

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AP Spanish Literature I Don Pedro: Vamos, duquesa. Isabela: Mi culpa no hay disculpa que la venza, mas no será el yerro tanto si el duque Octavio lo enmienda. Vanse todos. (En el palacio del duque Octavio) Sale el Duque Octavio y Ripio, su criado. Ripio: ¿Tan de mañana, señor, te levantas? Octavio: No hay sosiego que pueda apagar el fuego que enciende en mi alma amor. Porque, como al fin es niño, no apetece cama blanda, entre regalada holanda, cubierta de blanco armiño. Acuéstase, no sosiega, siempre quiere madrugar por levantarse a jugar, que al fin como niño juega. Pensamientos de Isabela me tienen, amigo, en calma, que como vive en el alma, anda el cuerpo siempre en (vela), guardando ausente y presente, el castillo del honor. Ripio: Perdóname, que tu amor es amor impertinente. Octavio: ¿Qué dices, necio? Ripio: Esto digo: impertinencia es amar como amas. ¿(Quies) escuchar? Octavio: Prosigue (ya). Ripio: Ya prosigo. ¿Quiérete Isabela a ti Octavio: ¿Eso, necio, has de dudar? Ripio: No, mas quiero preguntar, Octavio: ¿Y tú no la quieres? Octavio: Sí. Ripio: Pues, ¿no seré majadero, y de solar conocido, 137


El burlador de Sevilla si pierdo yo mi sentido por quien me quiere y la quiero? Si ella a ti no te quisiera, fuera bien el porfïalla, regalalla y adoralla, y aguardar que se rindiera; mas si los dos os queréis con una mesma igualdad, dime, ¿hay más dificultad de que luego os desposéis? Octavio: Eso fuera, necio, a ser de lacayo o lavandera la boda. Ripio: Pues, ¿es quienquiera una lavandriz mujer, lavando y fregatrizando, defendiendo y ofendiendo, los paños suyos tendiendo, regalando y remendando? Dando, dije, porque al dar no hay cosa que se le iguale, y si no, a Isabela dale, a ver si sabe tomar. Sale un criado. Criado: El embajador de España en este punto se apea en el zaguán, y desea, con ira y fiereza extraña, hablarte, y si no entendí yo mal, entiendo es prisión. Octavio: ¿Prisión? Pues, ¿por qué ocasión? Decid que entre. Entra Don Pedro Tenorio con guardas.

Don Pedro: Quien así con tanto descuido duerme, Octavio: limpia tiene la conciencia. Cuando viene vuexcelencia a honrarme y favorecerme, no es justo que duerma yo. Velaré toda mi vida. ¿A qué y por qué es la venida? 138


AP Spanish Literature I Don Pedro: Porque aquí el rey me envió. Octavio: Si el rey, mi señor, se acuerda de mí en aquesta ocasión, será justicia y razón que por él la vida pierda. Decidme, señor, ¿qué dicha o qué estrella me ha guiado, que de mí el rey se ha acordado? Don Pedro: Fue, duque, vuestra desdicha. Embajador del rey soy; dél os traigo una embajada. Octavio: Marqués, no me inquieta nada; decid, que aguardando estoy. Don Pedro: A prenderos me ha enviado el rey; no os alborotéis. Octavio: ¿Vos por el rey me prendéis? Pues, ¿en qué he sido culpado? Don Pedro: Mejor lo sabéis que yo, mas, por si acaso me engaño, escuchad el desengaño, y a lo que el rey me envió. Cuando los negros gigantes, plegando funestos (toldos), (ya) del crepúsculo huyen, tropezando unos con otros, estando yo con su alteza, tratando ciertos negocios —porque antípodas del sol son siempre los poderosos—, voces de mujer oímos, cuyos ecos, menos roncos por los artesones sacros, nos repitieron “¡Socorro!”. A las voces y al rüido acudió, duque, el rey propio, halló a Isabela en los brazos de algún hombre poderoso; mas quien al cielo se atreve sin duda es gigante o monstruo. Mandó el rey que los prendiera, quedé con el hombre solo. Llegué y quise desarmalle, pero pienso que el demonio en él tomó forma humana, 139


El burlador de Sevilla pues que, vuelto en humo y polvo, se arrojó por los balcones, entre los pies de esos olmos, que coronan del palacio los chapiteles hermosos. Hice prender la duquesa, y en la presencia de todos dice que es el duque Octavio el que con mano de esposo la gozó. Octavio: ¿Qué dices? Don Pedro: Digo lo que al mundo es ya notorio y que tan claro se sabe, que a Isabela, por mil modos... Octavio: ¡Dejadme! No me digáis tan gran traición de Isabela. (¿Mas si fue su honor cautela?) Proseguid; ¿por qué calláis? Mas si veneno me dais que a un firme corazón toca, y así a decir me provoca que imita a la comadreja, que concibe por la oreja, para parir por la boca. ¿Será verdad que Isabela, alma, se olvidó de mí para darme muerte? Sí, que el bien suena y el mal vuela. Ya el pecho nada recela, juzgando si son antojos; que por darme más enojos, al entendimiento entró y por la oreja escuchó lo que acreditan los ojos. Señor marqués, ¿es posible que Isabela me ha engañado y que mi amor ha burlado? ¡Parece cosa imposible! ¡Oh, mujer! ¡Ley tan terrible de honor, a quien me provoco a emprender! Mas ya no toco en tu honor esta cautela. ¿Anoche con Isabela 140


AP Spanish Literature I hombre en palacio...? ¡Estoy loco! Don Pedro: Como es verdad que en los vientos hay aves, en el mar peces, que participan a veces de todos cuatro elementos; como en la gloria hay contentos, lealtad en el buen amigo, traición en el enemigo, en la noche escuridad, y en el día claridad, así es verdad lo que digo. Octavio: Marqués, yo os quiero creer. No hay (ya) cosa que me espante, que la mujer más constante es, en efeto, mujer. No me queda más que ver, pues es patente mi agravio. Don Pedro: Pues que sois prudente y sabio, elegid el mejor medio. Octavio Ausentarme es mi remedio. Don Pedro: Pues sea presto, duque Octavio. Octavio: Embarcarme quiero a España, y darle a mis males fin. Don Pedro: Por la puerta del jardín, duque, esta prisión se engaña. Octavio: ¡Ah, veleta! ¡Débil caña! A más furor me provoco y extrañas provincias toco huyendo desta cautela. ¡Patria, adiós! ¿Con Isabela hombre en palacio?... ¡Estoy loco!

Vanse todos (En la playa de Tarragona) Sale Tisbea, pescadora, con una caña de pescar en la mano. Tisbea: Yo, de cuantas el mar pies de jazmín y rosa en sus riberas besa, con fugitivas olas ola de amor exenta, como en ventura sola, tirana me reservo de sus prisiones locas. 141


El burlador de Sevilla Aquí donde el sol pisa soñolientas las ondas, alegrando zafiros las que espantaba sombras. Por la menuda arena, unas veces aljófar, y átomos otras veces del sol, que así le adora, oyendo de las aves las quejas amorosas, y los combates dulces del agua entre las rocas, ya con la sutil caña que el débil peso dobla del necio pececillo que el mar salado azota, o ya con la atarraya, que en sus moradas hondas prenden cuantos habitan aposentos de conchas, seguramente tengo que en libertad se goza el alma, que amor áspid no le ofende ponzoña. En pequeñuelo esquife y ya en compañía de otras, tal vez al mar le peino la cabeza espumosa, y cuando más perdidas querellas de amor forman, como de todos río, envidia soy de todas. ¡Dichosa yo mil veces, amor, pues me perdonas, si ya por ser humilde, no desprecias mi choza! Obeliscos de paja, mi edificio coronan nidos; si no, hay cigarras o tortolillas locas. Mi honor conservo en pajas como fruta sabrosa, vidrio guardado en ellas para que no se rompa. 142


AP Spanish Literature I De cuantos pescadores con fuego Tarragona de piratas defiende en la argentada costa, desprecio soy, encanto, a sus suspiros sorda, a sus ruegos terrible, a sus promesas roca. Anfriso, a quien el cielo (con) mano poderosa, prodigio en cuerpo y alma, (dotó de) gracias todas, medido en las palabras, liberal en las obras, sufrido en los desdenes, modesto en las congojas, mis pajizos umbrales, que heladas noches ronda, a pesar de los tiempos las mañanas remoza; pues con (los) ramos verdes que de los olmos corta, mis pajas amanecen ceñidas de lisonjas. Ya con vigüelas dulces y sutiles zampoñas músicas me consagra, y todo no le importa, porque en tirano imperio vivo, de amor señora, que halla gusto en sus penas y en sus infiernos gloria. Todas por él se mueren, y yo todas las horas le mato con desdenes: de amor condición propia, querer donde aborrecen, despreciar donde adoran, que si le alegran muere, y vive si le oprobian. En tan alegre día, segura de lisonjas, mis juveniles años amor no los malogra; 143


El burlador de Sevilla que en edad tan florida, amor, no es suerte poca no ver, tratando en redes, las tuyas amorosas. Pero, necio discurso que mi ejercicio estorbas, en él no me diviertas en cosa que no importa. Quiero entregar la caña al viento, y a la boca del pececillo (e)l cebo. ¡Pero al agua se arrojan dos hombres de una nave, antes que el mar la sorba, que sobre el agua viene, y en un escollo aborda! Como hermoso pavón hace las velas cola, adonde los pilotos todos los ojos pongan. Las olas va escarbando, y ya su orgullo y pompa casi la desvanece, agua un costado toma. Hundióse, y dejó al viento la gavia, que la escoja para morada suya, que un loco en gavias mora. (Dentro:“¡Que me ahogo!”) Un hombre a otro aguarda que dice que se ahoga. ¡Gallarda cortesía! En los hombros le toma. Anquises le hace Eneas, si el mar está hecho Troya. Ya, nadando, las aguas con valentía corta, y en la playa no veo quien le ampare y socorra. Daré voces: “¡Tirseo, Anfriso, Alfredo, hola!”. Pescadores me miran, plega a Dios que me oigan. Mas milagrosamente 144


AP Spanish Literature I ya tierra los dos toman, sin aliento el que nada, con vida el que le estorba. Saca en brazos Catalinón a Don Juan, mojados. Catalinón: ¡Válgame la Cananea, y qué salado es el mar! Aquí puede bien nadar el que salvarse desea, que allá dentro es desatino donde la muerte se fragua. ¿Donde Dios juntó tanta agua, no juntara tanto vino? Agua salada, extremada cosa para quien no pesca. Si es mala aun el agua fresca, ¿qué será el agua salada? ¡Oh, quién hallara una fragua de vino, aunque algo encendido! Si de la agua que he bebido escapo yo, no más agua. Desde hoy abernuncio della, que la devoción me quita tanto, que agua bendita no pienso ver, por no vella. ¡Ah, señor! Helado (y frío está). ¿Si (estará ya) muerto? Del mar fue este desconcierto, y mío este desvarío. ¡Mal haya aquel que primero pinos en la mar sembró, y que sus rumbos midió con quebradizo madero! ¡Maldito sea el vil sastre que cosió el mar que dibuja con astronómica aguja, causa de tanto desastre! ¡Maldito sea Jasón, y Tifis maldito sea! Muerto está. No hay quien lo crea. ¡Mísero Catalinón! ¿Qué he de hacer? Tisbea: Hombre, ¿qué tienes? 145


El burlador de Sevilla en desventuras iguales? Catalinón: Pescadora, muchos males, y falta de muchos bienes. Veo, por librarme a mí, sin vida a mi señor. Mira si es verdad. Tisbea: No, que aún respira. Catalinón: ¿Por dónde, por aquí? Tisbea: Sí; pues, ¿por dónde? Catalinón: Bien podía respirar por otra parte. Tisbea: Necio estás. Catalinón: Quiero besarte las manos de nieve fría. Tisbea: Ve a llamar los pescadores que en aquella choza están. Catalinón: Y si los llamo, ¿vernán? Tisbea: Vendrán presto, no lo ignores. ¿Quién es este caballero? Catalinón: Es hijo aqueste señor del camarero mayor del rey, por quien ser espero antes de seis días conde en Sevilla, donde va, y adonde su alteza está, si a mi amistad corresponde. Tisbea: ¿Cómo se llama? Catalinón: Don Juan Tenorio. Tisbea: Llama mi gente. Catalinón: Ya voy. Vase Catalinón. Coge en el regazo Tisbea a Don Juan. Tisbea: Mancebo excelente, gallardo, noble y galán. Volved en vos, caballero. Don Juan: ¿Dónde estoy? Tisbea: Ya podéis ver, en brazos de una mujer. Don Juan: Vivo en vos, si en el mar muero. Ya perdí todo el recelo que me pudiera anegar, 146


AP Spanish Literature I pues del infierno del mar salgo a vuestro claro cielo. Un espantoso huracán dio con mi nave al través, para arrojarme a esos pies, que abrigo y puerto me dan. Y en vuestro divino oriente renazco, y no hay que espantar, pues veis que hay de amar a mar una letra solamente. Tisbea: Muy grande aliento tenéis para venir (sin aliento), y (tras) de tanto tormento, mucho tormento ofrecéis; Pero si es tormento el mar y son sus ondas crüeles, la fuerza de los cordeles, pienso que os hacen hablar. Sin duda que habéis bebido del mar la oración pasada, pues por ser de agua salada con tan grande sal ha sido. Mucho habláis cuando no habláis, y cuando muerto venís mucho al parecer sentís, ¡plega a Dios que no mintáis! Parecéis caballo griego que el mar a mis pies desagua, pues venís formado de agua y estáis preñado de fuego. Y si mojado abrasáis, estando enjuto, ¿qué haréis? Mucho fuego prometéis, ¡plega a Dios que no mintáis! Don Juan: A Dios, zagala, pluguiera que en el agua me anegara para que cuerdo acabara y loco en vos no muriera; que el mar pudiera anegarme entre sus olas de plata que sus límites desata, mas no pudiera abrasarme. Gran parte del sol mostráis, pues que el sol os da licencia, 147


El burlador de Sevilla pues sólo con la apariencia, siendo de nieve abrasáis. Tisbea: Por más helado que estáis, tanto fuego en vos tenéis, que en este mío os ardéis. ¡Plega a Dios que no mintáis! Sale Catalinón, Coridón y Anfriso, pescadores. Catalinón: Ya vienen todos aquí. Tisbea Y ya está tu dueño vivo. Don Juan: Con tu presencia recibo el aliento que perdí. Coridón: ¿Qué nos mandas? Tisbea: Coridón, Anfriso, amigos… Coridón: Todos buscamos por varios modos esta dichosa ocasión. Di lo que mandas, Tisbea, que por labios de clavel no lo habrás mandado a aquel que idolotrarte desea apenas, cuando al momento, sin cesar, en llano o sierra, surque el mar, tale la tierra, pise el fuego (y pare) el viento. Tisbea: (¡Oh, qué mal me parecían estas lisonjas ayer, y hoy echo en ellas de ver que sus labios no mentían!) Estando, amigos, pescando sobre este peñasco, vi hundirse una nave allí, y entre las olas nadando dos hombres; y compasiva di voces, y nadie oyó; y en tanta aflicción llegó libre de la furia esquiva del mar, sin vida a la arena, deste en los hombros cargado, un hidalgo, y anegado; y envuelta en tan triste pena, a llamaros envié. Anfriso: Pues aquí todos estamos, 148


AP Spanish Literature I manda que en tu gusto hagamos, lo que pensado no fue. Tisbea: Que a mi choza los llevemos quiero, donde, agradecidos, reparemos sus vestidos y a ellos (los) regalaremos, que mi padre gusta mucho de esta debida piedad. Catalinón: ¡Extremada es su beldad! Don Juan: Escucha aparte. Catalinón: Ya escucho. Don Juan: Si te pregunta quién soy, di que no sabes. Catalinón: ¡A mí!... ¿Quieres advertirme a mí lo que he de hacer? Don Juan: Muerto voy por la hermosa (pescadora); esta noche he de gozalla. Catalinón: ¿De qué suerte? Don Juan: Ven y calla. Coridón: Anfriso, dentro de un hora (los pescadores prevén) que canten y bailen. Anfriso: Vamos, y esta noche nos hagamos rajas, y palos también. Don Juan: Muerto soy. Tisbea: ¿Cómo, si andáis? Don Juan: Ando en pena, como veis. Tisbea: Mucho habláis. Don Juan: Mucho entendéis. Tisbea: ¡Plega a Dios que no mintáis! Vanse todos. (En Sevilla, en el palacio real) Sale Don Gonzalo de Ulloa y el Rey Don Alfonso de Castilla. Rey: ¿Cómo os ha sucedido en la embajada, comendador mayor? Don Gonzalo: Hallé en Lisboa al rey don Juan, tu primo, previniendo treinta naves de armada. Rey: ¿Y para dónde? 149


El burlador de Sevilla

Don Gonzalo: Para Goa me dijo, mas yo entiendo que a otra empresa más fácil apercibe. A Ceuta o Tánger pienso que pretende cercar este verano. Rey: Dios le ayude, y premie el cielo de aumentar su gloria. ¿Qué es lo que concertasteis? Don Gonzalo: Señor, pide a Cerpa y Mora, y Olivencia y Toro; y por eso te vuelve a Villaverde, al Almendral, a Mértola y Herrera entre Castilla y Portugal. Rey: Al punto se firmen los conciertos, don Gonzalo. Mas decidme primero cómo ha ido en el camino, que vendréis cansado, y alcanzado también. Don Gonzalo: Para serviros, nunca, señor, me canso. Rey: ¿Es buena tierra Lisboa? Don Gonzalo: La mayor ciudad de España. Y si mandas que diga lo que he visto de lo exterior y célebre, en un punto en tu presencia te pondré un retrato. Rey: Gustaré de oíllo. Dadme silla. Don Gonzalo: Es Lisboa una otava maravilla. De las entrañas de España, que son las tierras de Cuenca, nace el caudaloso Tajo, que media España atraviesa. Entra en el mar Oceano, en las sagradas riberas de esta ciudad por la parte del sur, mas antes que pierda su curso y su claro nombre hace un cuarto entre dos sierras, donde está(n) de todo el orbe barcas, naves, caravelas. Hay galeras y saetías tantas, que desde la tierra parece una gran ciudad adonde Neptuno reina. A la parte del poniente 150


AP Spanish Literature I guardan del puerto dos fuerzas de Cascaes y Sangián, las más fuertes de la tierra. Está desta gran ciudad, poco más de media legua Belén, convento del santo conocido por la piedra y por el león de guarda, donde los reyes y reinas católicos y cristianos tienen sus casas perpetuas. Luego esta máquina insigne desde Alcántara comienza una gran legua a tenderse al convento de Iobregas. En medio está el valle hermoso coronado de tres cuestas, que quedara corto Apeles cuando (pintarlas) quisiera, porque miradas de lejos parecen piñas de perlas, que están pendientes del cielo, en cuya grandeza inmensa se ven diez Romas cifradas en conventos y en iglesias, en edificios y calles, en solares y encomiendas, en las letras y en las armas, en la justicia tan recta, y en una Misericordia que está honrando su ribera, y pudiera honrar a España y aun enseñar a tenerla. Y en lo que yo más alabo de esta máquina soberbia, es que del mismo castillo en distancia de seis leguas, se ven sesenta lugares que llega el mar a sus puertas, uno de los cuales es el Convento de Olivelas, en el cual vi por mis ojos seiscientas y treinta celdas, y entre monjas y beatas, 151


El burlador de Sevilla pasan de mil y doscientas. Tiene desde allí a Lisboa, en distancia muy pequeña, mil y ciento y treinta quintas, que en nuestra provincia Bética llaman cortijos, y todas con sus huertos y alamedas. En medio de la ciudad hay una plaza soberbia que se llama del Rucío, grande, hermosa y bien dispuesta, que habrá cien años y aun más que el mar bañaba su arena, y ahora della a la mar, hay treinta mil casas hechas, que, perdiendo el mar su curso, se tendió a partes diversas. Tiene una calle que llaman rua Nova o calle Nueva, donde se cifra el Oriente en grandezas y riquezas; tanto que el rey me contó que hay un mercader en ella que, por no poder contarlo, mide el dinero a fanegas. El terrero, donde tiene Portugal su casa regia, tiene infinitos navíos, varados siempre en la tierra, de sólo cebada y trigo de Francia y Ingalaterra. Pues, el palacio real, que el Tajo sus manos besa, es edificio de Ulises, que basta para grandeza, de quien toma la ciudad nombre en la latina lengua, llamándose Ulisibona, cuyas armas son la esfera, por pedestal de las llagas que en la batalla sangrienta, (a)l rey don Alfonso Enríquez dio la Majestad Inmensa. Tiene en su gran Tarazana 152


AP Spanish Literature I

Rey:

Don Gonzalo:

Rey:

Don Gonzalo:

diversas naves, y entre ellas las naves de la conquista, tan grandes que, de la tierra miradas, juzgan los hombres que tocan en las estrellas. Y lo que desta ciudad te cuento por excelencia es, que estando sus vecinos comiendo, desde las mesas ven los copos del pescado que junto a sus puertas pescan que, bullendo entre las redes, vienen a entrarse por ellas; y, sobre todo, el llegar cada tarde a su ribera más de mil barcos cargados de mercancías diversas, y de sustento ordinario: pan, aceite, vino y leña, frutas de infinita suerte, nieve de Sierra de Estrella, que por las calles a gritos, puesta sobre las cabezas, la venden. Mas, ¿qué me canso? porque es contar las estrellas querer contar una parte de la ciudad opulenta. Ciento y treinta mil vecinos tiene, gran señor, por cuenta; y por no cansarte más, un rey que tus manos besa. Más estimo, don Gonzalo, escuchar de vuestra lengua esa relación sucinta, que haber visto su grandeza. ¿Tenéis hijos? Gran señor, una hija hermosa y bella, en cuyo rostro divino se esmeró naturaleza. Pues yo os la quiero casar de mi mano. Como sea tu gusto, digo, señor, 153


El burlador de Sevilla que yo lo aceto por ella. Pero, ¿quién es el esposo? Rey: Aunque no está en esta tierra, es de Sevilla, y se llama don Juan Tenorio. Don Gonzalo: Las nuevas voy a llevar a doña Ana. (Dadme, gran señor, licencia.) Rey: Id en buena hora, y volved, Gonzalo, con la respuesta. Vanse todos (En la plaza de Tarragona) Sale Don Juan Tenorio y Catalinón.

Don Juan: Esas dos yeguas prevén, pues acomodadas son. Catalinón: Aunque soy Catalinón, soy, señor, hombre de bien, que no se dijo por mí: “Catalinón es el hombre”; que sabes que aquese nombre me asienta al revés a mí. Don Juan: Mientras que los pescadores van de regocijo y fiesta, tú las dos yeguas apresta, que de sus pies voladores sólo nuestro engaño fío. Catalinón: ¿Al fin pretendes gozar a Tisbea? Don Juan: Si burlar es hábito antiguo mío, ¿qué me preguntas, sabiendo mi condición? Catalinón: Ya sé que eres castigo de las mujeres. Don Juan: Por Tisbea estoy muriendo, que es buena moza. Catalinón: ¡Buen pago a su hospedaje desea! Don Juan: Necio, lo mismo hizo Eneas con la reina de Cartago. Catalinón: Los que fingís y engañáis las mujeres desa suerte, 154


AP Spanish Literature I lo pagaréis en la muerte. Don Juan: ¡Qué largo me lo fiáis! Catalinón con razón te llaman. Catalinón: Tus pareceres sigue, que en burlar mujeres quiero ser Catalinón. Ya viene la desdichada. Don Juan: Vete, y las yeguas prevén. Catalinón: Pobre mujer, harto bien te pagamos la posada.

Vase Catalinón y sale Tisbea. Tisbea: El rato que sin ti estoy estoy ajena de mí. Don Juan: Por lo que finges ansí, ningún crédito te doy. Tisbea: Por qué? Don Juan: Porque si me amaras mi alma favorecieras. Tisbea: Tuya soy. Don Juan: Pues di, ¿qué esperas, o en qué, señora, reparas? Tisbea: Reparo en que fue castigo de amor el que he hallado en ti. Don Juan: Si vivo, mi bien, en ti, a cualquier cosa me obligo. Aunque yo sepa perder en tu servicio la vida, la diera por bien perdida, y te prometo de ser tu esposo. Tisbea: Soy desigual a tu ser. Don Juan: Amor es rey que iguala con justa ley la seda con el sayal. Tisbea: Casi te quiero creer, mas sois los hombres traidores. Don Juan: ¿Posible es, mi bien, que ignores mi amoroso proceder? Hoy prendes con tus cabellos mi alma. Tisbea: Yo a ti me allano 155


El burlador de Sevilla bajo la palabra y mano de esposo. Don Juan: Juro, ojos bellos, que mirando me matáis, de ser vuestro esposo. Tisbea: Advierte, mi bien, que hay Dios y que hay muerte. Don Juan: (¡Qué largo me lo fiáis!) (Ojos bellos, mientras viva,) yo vuestro esclavo seré, ésta es mi mano y mi fe. Tisbea: No seré en pagarte (esquiva). Don Juan: Ya en mí mismo no sosiego. Tisbea: Ven, y será la cabaña del amor que me acompaña, tálamo de nuestro fuego. Entre estas cañas te esconde, hasta que tenga lugar. Don Juan: ¿Por dónde tengo de entrar? Tisbea: Ven y te diré por dónde. Don Juan: Gloria al alma, mi bien, dais. Tisbea: Esa voluntad te obligue, y si no, Dios te castigue. Don Juan: (¡Qué largo me lo fiáis!) Vanse, y sale Coridón, Anfriso, Belisa y Músicos. Coridón: Ea, llamad a Tisbea, y los zagales llamad, para que en la soledad el huésped la corte vea. Anfriso: ¡Tisbea, Usindra, Antandria! No vi cosa más crüel. ¡Triste y mísero de aquél que en su fuego es salamandria! Antes que el baile empecemos, a Tisbea prevengamos. Belisa Vamos a llamarla. Coridón: Vamos. Belisa: A su cabaña lleguemos. Coridón: ¿No ves que estará ocupada con los huéspedes dichosos, de quien hay mil envidiosos? Anfriso: Siempre es Tisbea envidiada. 156


AP Spanish Literature I Belisa: Cantad algo mientras viene, porque queremos bailar. Anfriso: ¿Cómo podrá descansar cuidado que celos tiene? Cantan. Músicos: A pescar sale la niña, tendiendo redes, y en lugar de pececillos, las almas prende. Sale Tisbea. Tisbea: ¡Fuego, fuego, que me quemo, que mi cabaña se abrasa! Repicad a fuego, amigos, que ya dan mis ojos agua. Mi pobre edificio queda hecho otra Troya en las llamas, que después que faltan Troyas, quiere amor quemar cabañas. Mas si amor abrasa peñas, con gran ira y fuerza extraña, mal podrán de su rigor reservarse humildes pajas. ¡Fuego, zagales, fuego, agua, agua! ¡Amor, clemencia, que se abrasa el alma! ¡Ay choza, vil instrumento de mi deshonra, y mi infamia! ¡Cueva de ladrones fiera, que mis agravios ampara! Rayos de ardientes estrellas en tus cabelleras caigan, porque abrasad(a)s estén, si del viento mal peinadas. ¡Ah, falso huésped, que dejas una mujer deshonrada! Nube que del mar salió, para anegar mis entrañas. ¡Fuego, zagales, fuego, agua, agua! ¡Amor, clemencia, que se abrasa el alma! Yo soy la que hacía siempre de los hombres burla tanta. 157


El burlador de Sevilla ¡Que siempre las que hacen burla, vienen a quedar burladas! Engañóme el caballero debajo de fe y palabra de marido, y profanó mi honestidad y mi cama. Gozóme al fin, y yo propia le di a su rigor las alas en dos yeguas que crié, con que me burló y se escapa. Seguilde todos, seguilde. Mas no importa que se vaya, que en la presencia del rey tengo de pedir venganza. ¡Fuego, zagales, fuego, agua, agua! ¡Amor, clemencia, que se abrasa el alma! Vase Tisbea. Coridón: Seguid al vil caballero. Anfriso: ¡Triste del que pena y calla! ¡ Mas vive el cielo que en él me he de vengar desta ingrata! Vamos tras ella nosotros, porque va desesperada, y podrá ser que ella vaya buscando mayor desgracia. Coridón: Tal fin la soberbia tiene, su locura y confianza paró en esto. Dice Tisbea dentro: ¡Fuego, fuego! Anfriso: Al mar se arroja. Coridón: Tisbea, detente y para. Tisbea: ¡Fuego, zagales, fuego, agua, agua! ¡Amor, clemencia, que se abrasa el alma!

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AP Spanish Literature I

Acto segundo Salen el Rey y don Diego Tenorio, el viejo

Rey: ¿Qué me dices? Don Diego: Señor, la verdad digo, por esta carta estoy del caso cierto, que es de tu embajador, y de mi hermano. Halláronle en la cuadra del rey mismo con una hermosa dama del palacio. Rey: ¿Qué calidad? Don Diego: Señor, es la duquesa Isabela. Rey: ¿Isabela? Don Diego: Por lo menos... Rey: ¡Atrevimiento temerario! ¿Y dónde ahora está? Don Diego: Señor, a vuestra alteza no he de encubrirle la verdad, anoche a Sevilla llegó con un criado. Rey: Ya sabéis, Tenorio, que o estimo, y al rey informaré del caso luego, casando a ese rapaz con isabela, volviendo a su sosiego al duque Octavio, que inocente padece, y luego al punto haced que don Juan salga desterrado. Don Diego: ¿Adónde, mi señor? Rey: Mi enojo vea en el detierro de Sevilla, salga a Lebrija esta noche, y agradezca sólo al merecimiento de su padre... Pero decid, don Diego, ¿qué diremos a Gonzalo de Ulloa, sin que erremos? Caséle con su hija, y no sé cómo lo puedo agora remediar. Don Diego: Pues mira, mi gran señor, ¿qué mandas que yo hago que esté bien al honor de esta señora, hija de un padre tal? Rey: En medio tomo con que absolverlo del enojo entiendo: mayordomo mayor pretendo hacerle. 159


El burlador de Sevilla

Sale un criado Criado: Un caballero llega de camino, y dice, señor, que es el duque Octavio. Rey: ¿El duque Octavio? Criado: Sí, señor. Rey: Sin duda que supo de don Juan el desatino, y que viene, incitado a la venganza, a pedir que le otorgue desafío. Don Diego: Mi gran señor, en tus heroicas manos está mi vida, que mi vida propria es la vida de un hijo inobediente que, aunque mozo gallardo y valeroso, y le llaman los mozos de su tiempo el Héctor de Sevilla, porque ha hecho tantas y tan extrañas mocedades. La razón puede mucho. No permitas el desafío, si es posible. Rey: Basta, ya os entiendo, Tenorio, honor de padre... Entre el duque... Don Diego: Señor, dame esas plantas. ¿Cómo podré pagar mercedes tantas? Sale el duque Octavio, de camino Octavio: A esos pies, gran señor, un peregrino mísero y desterrado, ofrece el labio, juzgando por más fácil el camino en vuestra gran presencia, Rey: ¡Duque Octavio! Octavio: Huyendo vengo el fiero desatino de una mujer, el no pensado agravio de un caballero, que la causa ha sido de que así a vuestros pies haya venido. Rey: Ya, duque Octavio, sé vuestra inocencia. Yo al rey escribiré que os restituya en vuestro estado, puesto que el ausencia que hicisteis, algún daño os atribuya. Yo os casaré en Sevilla, con licencia del rey, y con perdón y gracia suya que puesto que Isabela un ángel sea, 160


AP Spanish Literature I mirando la que os doy, ha de ser fea. Comendador mayor de Calatrava es Gonzalo de Ulloa, un caballero a quien el moro por temor alaba, que siempre es el cobarde lisonjero. Éste tiene una hija, en quien bastaba en dote la virtud, que considero, después de la beldad, que es maravilla y el sol de las estrellas de Sevilla. Ésta quiero que sea vuestra esposa. Octavio: Cuando yo este viaje le emprendiera a sólo eso, mi suerte era dichosa, sabiendo yo que vuestro gusto fuera. Rey: Hospedaréis al duque, sin que cosa en su regalo falte. Octavio: Quien espera en vos, señor, saldrá de premios lleno. Primero Alfonso sois, siendo el onceno. Vanse el Rey y don Diego Tenorio, y sale Ripio Ripio: ¿Qué ha sucedido? Octavio: Que he dado el trabajo recibido, conforme me ha sucedido, desde hoy por bien empleado. Hablé al rey, vióme y honróme, César con él César fui, pues vi, peleé y vencí, y ya hace que esposa tome de su mano, y se prefiere a desenojar al rey en la fulminada ley. Ripio: Con razón el nombre adquiere de generoso en Castilla. ¿Al fin te llegó a ofrecer mujer? Octavio: Sí, amigo, y mujer de Sevilla, que Sevilla da, si averiguarlo quieres, porque de oírlo te asombres, si fuertes y airosos hombres, también gallardas mujeres. Un manto tapado, un brío, 161


El burlador de Sevilla donde un puro sol se esconde, si no es en Sevilla, ¿adónde se admite? El contento mío es tal que ya me consuela en mi mal. Salen Catalinón y don Don Juan Catalinón: Señor, detente, que aquí está el duque, inocente Sagitario de Isabela, aunque mejor le diré Capricornio. Don Juan: Disimula. Catalinón: Cuando le vende, le adula. Don Juan: Como a Nápoles dejé por envïarme a llamar con tanta prisa mi rey, y como su gusto es ley, no tuve, Octavio, lugar de despedirme de vos de ningún modo. Octavio: Por eso, don Juan amigo, os confieso, que hoy nos juntamos los dos en Sevilla. Don Juan: ¿Quién pensara, duque, que en Sevilla os viera; para que en ella o sirviera como yo la deseara. Dejáis más, aunque es lugar Nápoles tan excelente, por Sevilla solamente se puede, amigo, dejar. Octavio: Si en Nápoles os oyera, y no en la parte en que estoy, del crédito que ahora os doy sospecho que me riera. Mas, llegándola a habitar, es, por lo mucho que alcanza, corta cualquiera alabanza que a Sevilla queráis dar. ¿Quién es el que viene allí? Don Juan: El que viene es el marqués 162


AP Spanish Literature I

Octavio:

Catalinón:

Octavio: Catalinón:

Ripio: Catalinón:

de la Mota. Descortés es fuerza ser. Si de mí algo hubiereis menester, aquí espada y brazo está. (Y, si importa gozará, Aparte en su nombre otra mujer, que tiene buena opinión). De vos estoy satisfecho. Si fuere de algún provecho, señores, Catalinón, vuarcedes continuamente me hallarán para servillos. ¿Y dónde? En los Pajarillos, tabernáculo excelente.

Vanse Octavio y Ripio y sale el marqués de la la Mota y su criado

La Mota: Todo hoy os ando buscando, y no os he podido hallar. ¿Vos, don Juan, en el lugar, y vuestro amigo penando en vuestra ausencia? Don Juan: Por Dios, amigo, que me debéis esa merced que me hacéis. Catalinón: (Como no le entreguéis vos Aparte moza o cosa que lo valga, bien podéis fïaros de él; que, en cuanto a esto es crüel, tiene condición hidalga). Don Juan: ¿Qué hay de Sevilla? la Mota: Está ya toda esta corte mudada. Don Juan: ¿Mujeres? la Mota: Cosa juzgada. Don Juan: ¿Inés? la Mota: A Vejel se va. Don Juan: Buen lugar para vivir la que tan dama nació. la Mota: El tiempo la desterró a Vejel. Don Juan: Irá a morir. 163


El burlador de Sevilla

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¿Constanza? la Mota: Es lástima vella lampiña de frente y ceja, llámala el portugués vieja, y ella imagina que bella. Don Juan: Sí, que “velha” en portugués suena “vieja” en castellano. ¿Y Teodora? la Mota: Este verano se escapó del mal francés (por un río de sudores,) y está tan tierna y reciente que anteayer me arrojó un diente envuelto entre muchas flores. Don Juan: ¿Julia, la del Candilejo ? la Mota: Ya con sus afeites lucha. Don Juan: ¿Véndese siempre por trucha? la Mota: Ya se da por abadejo. Don Juan: ¿El barrio de Cantarranas tiene buena población? la Mota: Ranas las más de ellas son. Don Juan: ¿Y viven las dos hermanas? la Mota: Y la mona de Tolú de su madre Celestina, que les enseña doctrina. Don Juan: ¡Oh, vieja de Bercebú! ¿Cómo la mayor está? la Mota: Blanca, sin blanca ninguna. Tiene un santo a quien ayuna. Don Juan: ¿Agora en vigilias da? la Mota: Es firme y santa mujer. Don Juan: ¿Y esotra? la Mota: Mejor principio tiene; no desecha ripio. Don Juan: Buen albañir quiere ser. Marqués, ¿qué hay de perros muertos? la Mota: Yo y don Pedro de Esquivel dimos anoche uno crüel, y esta noche tengo ciertos otros dos. Don Juan: Iré con vos, que también recorreré ciertos nidos que dejé en huevos para los dos.


AP Spanish Literature I ¿Qué hay de terrero? la Mota: No muero en terrero, que enterrado me tiene mayor cuidado. Don Juan: ¿Cómo? la Mota: Un imposible quiero. Don Juan: Pues, ¿no os corresponde? la Mota: Sí, me favorece y me estima. Don Juan: ¿Quién es? la Mota: Doña Ana, mi prima, que es recién llegada aquí. Don Juan: Pues, ¿dónde ha estado? la Mota: En Lisboa, con su padre en la embajada. Don Juan: ¿Es hermosa? la Mota: Es extremada, porque en doña Ana de Ulloa se extremó Naturaleza. Don Juan: ¿Tan bella es esa mujer? ¡Vive Dios que la he de ver! la Mota: Veréis la mayor belleza que los ojos del rey ven. Don Juan: Casaos, si es tan extremada. la Mota: El rey la tiene casada y no se sabe con quién. Don Juan: ¿No os favorece? la Mota: Y me escribe. Catalinón: (No prosigas, que te engaña Aparte el gran burlador de España). Don Juan: Quien tan satisfecho vive (de su amor, ¿desdichas teme? Sacadla, solicitadla, escribidla, y engañadla, y el mundo se abrase y queme.) la Mota: Agora estoy esperando la postrer resolución. Don Juan: Pues no perdáis la ocasión, que aquí os estoy aguardando. la Mota: Ya vuelvo. Catalinón: Señor cuadrado, o señor redondo, adiós. Criado: Adiós.

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El burlador de Sevilla Vanse el marqués de la la Mota y su criado.

Don Juan: Pues solos los dos, amigo, habemos quedado, los pasos sigue al marqués, que en el palacio se entró.

Vase Catalinón, habla por una reja una Mujer. Mujer: Ce, ce, ¿a quién digo? Don Juan: ¿Llamó? Mujer: Pues sois prudente y cortés, y su amigo, dadle luego al marqués este papel; mirad que consiste en él de una señora el sosiego. Don Juan: Digo que se lo daré, soy su amigo y caballero. Mujer: Basta, señor forastero, adiós. Vase la Mujer

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Don Juan: Ya la voz se fue. ¿No parece encantamiento esto que agora ha pasado? A mí el papel ha llegado por la estafeta del viento. Sin duda que es de la dama que el marqués me ha encarecido. ¡Venturoso en esto he sido! Sevilla a voces me llama el burlador, y el mayor gusto que en mí puede haber es burlar una mujer y dejarla sin honor. ¡Vive Dios que le he de abrir, pues salí de la plazuela! Mas ¿si hubiese otra cautela? Gana me da de reír. Ya está abierto el papel, y que es suyo es cosa llana, porque aquí firma doña Ana. Dice así: “Mi padre infiel


AP Spanish Literature I en secreto me ha casado, sin poderme resistir. No sé si podré vivir, porque la muerte me ha dado. Si estimas, como es razón mi amor y mi voluntad, y si tu amor fue verdad, muéstralo en esta ocasión. Porque veas que te estimo, ven esta noche a la puerta, que estará a las once abierta, donde tu esperanza, primo, goces, y el fin de tu amor. Traerás, mi gloria, por señas de Leonorilla y las dueñas una capa de color. Mi amor todo de ti fío, y adiós”. ¡Desdichado amante! ¿Hay suceso semejante? Ya de la burla me río. Gozaréla, vive Dios, con el engaño y cautela que en Nápoles a Isabela. Sale Catalinón Catalinón: Ya el marqués viene. Don Juan: Los dos aquesta noche tenemos qué hacer. Catalinón: ¿Hay engaño nuevo? Don Juan: ¡Extremado! Catalinón: No lo apruebo. Tú pretendes que escapemos una vez, señor, burlados; que el que vive de burlar, burlado habrá de escapar (a cencerros atapados) de una vez. Don Juan: ¿Predicador te vuelves, impertinente? Catalinón: La razón hace al valiente. Don Juan: Y al cobarde hace el temor. El que se pone a servir, 167


El burlador de Sevilla voluntad no ha de tener, y todo ha de ser hacer, y nada ha de ser decir. Sirviendo, jugando estás, y si quieres ganar luego, haz siempre porque en el juego quien más hace gana más. Catalinón: También quien (más) hace y dice pierde por la mayor parte. Don Juan: Esta vez quiero avisarte porque otra vez no te avise. Catalinón: Digo que de aquí adelante lo que me mandes haré, y a tu lado forzaré un tigre y un elefante. Guárdese de mí un prior que si me mandas que calle, y le fuerce, he de forzalle sin réplica, mi señor. Sale el marqués de la la Mota Don Juan: Calla, que viene el marqués. Catalinón: ¿Pues, ha de ser el forzado? Don Juan: Para vos, marqués me han dado un recado harto cortés, por esa reja, sin ver el que me lo daba allí. Sólo en la voz conocí que me lo daba mujer. Dícete al fin, que a las doce vayas secreto a la puerta, que estará a las once abierta, donde tu esperanza goce la posesión de tu amor, y que llevases por señas de Leonorilla y las dueñas, una capa de color. la Mota: ¿Qué decís? Don Juan: Que este recado de una ventana me dieron, sin ver quién. la Mota: Con él pusieron sosiego en tanto cuidado. 168


AP Spanish Literature I ¡Ay, amigo, sólo en ti mi esperanza renaciera! Dame esos pies. Don Juan: Considera que no está tu prima en mí. ¿Eres tú quien ha de ser quien la tiene de gozar, y me llegas a abrazar los pies? la Mota: Es tal el placer que me ha sacado de mí. ¡Oh sol, apresura el paso! Don Juan: Ya el sol camina al ocaso. la Mota: Vamos, amigo, de aquí, y de noche nos pondremos; loco voy. Don Juan: Bien se conoce, mas yo bien sé que a las doce harás mayores extremos. la Mota: ¡Ay, prima del alma, prima, que quieres premiar mi fe! Catalinón: (¡Vive Cristo que no dé Aparte una blanca por su prima!) Vase el marqués de la la Mota, y sale don Don Diego Don Diego: Catalinón: Don Juan: Don Diego:

¡Don Juan! Tu padre te llama. ¿Qué manda vueseñoría? Verte más cuerdo quería, más bueno, y con mejor fama. ¿Es posible que procuras todas las horas mi muerte? Don Juan: ¿Por qué vienes de esa suerte? Don Diego: Por tu trato, y tus locuras. Al fin el rey me ha mandado que te eche de la ciudad, porque está de una maldad con justa causa indignado. Que aunque me lo has encubierto, ya en Sevilla el rey lo sabe, cuyo delito es tan grave, que a decírtelo no acierto. ¿En el palacio real 169


El burlador de Sevilla

Don Juan:

Don Diego: Don Juan:

Don Diego:

Catalinón:

Don Diego:

traición, y con un amigo? Traidor, Dios te dé el castigo que pide delito igual. Mira que aunque al parecer Dios te consiente, y aguarda, tu castigo no se tarda, y que castigo ha de haber para los que profanáis su nombre, y que es juez fuerte Dios en la muerte. ¿En la muerte? ¿Tan largo me lo fiáis? De aquí allá hay larga jornada. Breve te ha de parecer. Y la que tengo de hacer, pues a su alteza le agrada, agora, ¿es larga también? Hasta que el injusto agravio satisfaga el duque Octavio, y apaciguados estén en Nápoles de Isabela los sucesos que has causado, en Lebrija retirado, por tu traición y cautela, quiere el rey que estés agora, pena a tu maldad ligera. (Si el caso también supiera Aparte de la pobre pescadora, más se enojara el buen viejo). Pues no te venzo y castigo con cuanto hago y cuanto digo, a Dios tu castigo dejo.

Vase don Don Diego Catalinón: Fuése el viejo enternecido. Don Juan: Luego las lágrimas copia, condición de viejos propia, vamos, pues ha anochecido, a buscar al marqués. Catalinón: Vamos, y al fin gozarás su dama. Don Juan: Ha de ser burla de fama. Catalinón: Ruego al cielo que salgamos 170


AP Spanish Literature I de ella en paz. Don Juan: ¡Catalinón, en fin! Catalinón: Y tú, señor, eres langosta de las mujeres; ¡y con público pregón! Porque de ti se guardara, cuando a noticia viniera de la que doncella fuera, fuera bien se pregonara: “Guárdense todos de un hombre, que a las mujeres engaña, y es el burlador de España”. Don Juan: Tú me has dado gentil nombre.

Sale el marqués de la la Mota, de noche, con Músicos y pasea el tablado, y se entran cantando Músicos: “El que un bien gozar espera cuanto espera desespera”. la Mota: “Como yo a mi bien gocé, nunca llegue a amanecer.” Don Juan: ¿Qué es esto? Catalinón: Música es. la Mota: Parece que habla conmigo el poeta. ¿Quién es? Don Juan: Amigo. la Mota: ¿Es don Juan? Don Juan: ¿Es el marqués? la Mota: ¿Quién puede ser sino yo? Don Juan: Luego que la capa vi que érades vos conocí. la Mota: Cantad, pues don Juan llegó. Músicos: “El que un bien gozar espera cuando espera desespera”.

Don Juan: la Mota: Don Juan: la Mota: Don Juan: la Mota:

¿Qué casa es la que miráis? De don Gonzalo de Ulloa. ¿Dónde iremos? A Lisboa. ¿Cómo, si en Sevilla estáis? ¿Pues aqueso os maravilla? ¿No vive con gusto igual 171


El burlador de Sevilla

Don Juan: la Mota:

Catalinón:

Don Juan:

la Mota:

Don Juan:

la Mota:

Don Juan:

la Mota:

Don Juan: la Mota:

Don Juan: la Mota: Catalinón: la Mota: Don Juan: Catalinón: Don Juan:

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lo peor de Portugal en lo mejor de Sevilla? ¿Dónde viven? En la calle de la Sierpe, donde ves a Adán vuelto en portugués; que en aqueste amargo valle con bocados solicitan mil Evas que, aunque en bocados, en efecto son ducados con que el dinero nos quitan. Ir de noche no quisiera por esa calle crüel, pues lo que de día es miel entonces lo dan en cera. Una noche, por mi mal, la vi sobre mí vertida, y hallé que era corrompida la cera de Portugal. Mientras a la calle vais, yo dar un perro quisiera. Pues cerca de aquí me espera un bravo. Si me dejáis, señor marqués, vos veréis cómo de mí no se escapa. Vamos, y poneos mi capa para que mejor lo deis. Bien habéis dicho; venid y me enseñaréis la casa. Mientras el suceso pasa, la voz y el habla fingid. ¿Veis aquella celosía? Ya la veo. Pues llegad, y decid “Beatriz”, y entrad. ¿Qué mujer? Rosada, y fría. Será mujer cantimplora. En Gradas os aguardamos. Adiós, marqués. ¿Dónde vamos? Adonde la burla agora; ejecute.


AP Spanish Literature I Catalinón: No se escapa nadie de ti. Don Juan: El trueco adoro. Catalinón: Echaste la capa al toro. Don Juan: No, el toro me echó la capa. Vanse don Don Juan y Catalinón

La Mota: La mujer ha de pensar que soy yo. Músico: ¡Qué gentil perro! la Mota: Esto es acertar por yerro. Músico: (Todo este mundo es errar, que está compuesto de errores. la Mota: El alma en las horas tengo, y en sus cuartos me prevengo para mayores favores. ¡Ay, noche espantosa y fría, para que largos los goce, corre veloz a las doce, y después no venga el día! Músico: ¿Adónde guía la danza? la Mota: Cal de la Sierpe guïad. Músico: ¿Qué cantaremos? la Mota: Cantad lisonjas a mi esperanza.) Músicos: “El que un bien gozar espera, cuando espera desespera”. Vanse, y dice doña Ana dentro Ana: ¡Falso, no eres el marqués! ¡Que me has engañado! Don Juan: Digo que lo soy. Ana: Fiero enemigo, mientes, mientes. Sale el comendador don Don Gonzalo, medio desnudo, con espada y rodela

Don Gonzalo: La voz es de doña Ana la que siento. Ana: ¿No hay quien mate este traidor, 173


El burlador de Sevilla homicida de mi honor? Don Gonzalo: ¿Hay tan grande atrevimiento? “Muerto honor” dijo, ¡ay de mí! Y es su lengua tan liviana, que aquí sirve de campana. Ana: ¡Matadle!

Salen don Don Juan y Catalinón, con las espadas desnudas

Don Juan: ¿Quién está aquí? Don Gonzalo: La barbacana caída de la torre de ese honor que has combatido, traidor, donde era alcaide la vida. Don Juan: Déjame pasar. Don Gonzalo: ¿Pasar? ¡Por la punta de esta espada! Don Juan: Morirás. Don Gonzalo: No importa nada. Don Juan: Mira que te he de matar. Don Gonzalo: ¡Muere, traidor! Don Juan: De esta suerte muero. Catalinón: (Si escapo (yo) de ésta, Aparte no más burlas, no más fiesta. Don Gonzalo: ¡Ay, que me has dado la muerte! Don Juan: Tú la vuda te quitaste. Don Gonzalo: ¿De qué la vida servía? Don Juan: ¡Huyamos! Don Gonzalo: La sangre fría con el furor aumentaste. ¡Muerto soy! ¡No hay bien que aguarde! ¡Seguiráte mi furor! ¡Que es traidor, y el que es traidor es traidor porque es cobarde! Entran muerto a don Don Gonzalo, y sale el marqués de la la Mota y Músicos

La Mota: Presto las doce darán y mucho don Juan se tarda. ¡Fiera prisión del que aguarda!

Salen don Don Juan y Catalinón

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AP Spanish Literature I

Don Juan: la Mota: Don Juan: la Mota: Don Juan:

¿Es el marqués? ¿Es don Juan? Yo soy, tomad vuestra capa. ¿Y el perro? Funesto ha sido; al fin, marqués, muerto ha habido. Catalinón: Señor, del muerto te escapa. la Mota: Burlaste, amigo, ¿qué haré? Catalinón: (Y (aun) a vos os ha burlado). Aparte Don Juan: Cara la burla ha costado. la Mota: Yo, don Juan, lo pagaré, porque estará la mujer quejosa de mí. Don Juan: Adiós, marqués. Catalinón: A fe que los dos mal pareja han de correr. Don Juan: ¡Huyamos! Catalinón: Señor, no habrá águila que a mí me alcance. Vanse don Don Juan y Catalinón

La Mota: Vosotros os (perdéis lance,) porque quiero ir solo (ya.)

Vanse los Músicos y dicen dentro Voces: ¿Vióse desdicha mayor, y vióse mayor desgracia? la Mota: ¡Válgame Dios! Voces oigo en la plaza del alcázar. ¿Qué puede ser a estas horas? Un hielo el pecho me arraiga. Desde aquí parece todo una Troya que se abrasa, porque tantas hachas juntas hacen gigantes de llamas. Un grande escuadrón de hachos se acerca a mí, porque anda el fuego emulando estrellas dividiéndose en escuadras. Quiero saber la ocasión.

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El burlador de Sevilla Sale don Don Diego Tenorio, y la guarda con hachas

Don Diego: ¿Qué gente? la Mota: Gente que aguarda saber de aqueste rüido el alboroto y la causa. Don Diego: ¡Préndedlo! la Mota: ¿Prenderme a mí? Don Diego: Volved la espada a la vaina, que la mayor valentía es no tratar de las armas. la Mota: ¿Cómo al marqués de la Mota hablan ansí? Don Diego: Dad la espada, que el rey os manda prender. la Mota: ¡Vive Dios!

Sale el Rey y acompañamiento Rey: En toda España no ha de caber, ni tampoco en Italia, si va a Italia. Don Diego: Señor, aquí está el marqués. la Mota: Gran señor, ¿prenderme manda? Rey: Llevadle luego y ponedle la cabeza en una escarpia. ¿En mi presencia te pones? la Mota: ¡Ah, glorias de amor tiranas, siempre en el pasar ligeras como en el vivir pesadas! Bien dijo un sabio, que había entre la boca y la taza peligro; mas el enojo del rey me admira y espanta. ¿No sé por lo qué voy preso? Don Diego: ¿Quién mejor sabrá la causa que vueseñoría? la Mota: ¿Yo? Don Diego: Vamos. la Mota: Confusión extraña. Rey: Fulmínesele el proceso al marqués luego, y mañana le cortarán la cabeza. Y al comendador, con cuanta 176


AP Spanish Literature I solemnidad y grandeza se da a las personas sacras y reales, el entierro se haga en bronce y piedras varias: un sepulcro con un bulto le ofrezcan, donde en mosaicas labores, góticas letras den lenguas a su venganza. Y entierro, bulto y sepulcro quiero que a mi costa se haga. ¿Dónde doña Ana se fue? Don Diego: Fuése al sagrado doña Ana de mi señora la reina. Rey: Ha de sentir esta falta Castilla. Tal capitán ha de llorar Calatrava. Vanse todos. Sale Batricio desposado, con Aminta, Gaseno:, viejo, Belisa y pastores Músicos. Cantan Músicos: “Lindo sale el sol de abril, con trébol y toronjil; y, aunque le sirva de estrella, Aminta sale más bella”. Batricio: Sobre esta alfombra florida, adonde en campos de escarcha el sol sin aliento marcha con su luz recién nacida, os sentad, pues nos convida al tálamo el sitio hermoso. Aminta: Cantadle a mi dulce esposo favores de mil en mil. Músicos: “Lindo sale el sol de abril, por trébol y toronjil; y, aunque le sirva de estrella, Aminta sale más bella.” Gaseno:Muy bien lo habéis solfeado. No hay más sone en los Kiries. Batricio: Cuando, con sus labios (tiries), (el sol al alba ha besado y su rostro nacarado) vuelve en púrpura, (las rosas) saldrán, aunque vergozosas, afrentando (este pensil.) 177


El burlador de Sevilla Músicos: “Lindo sale el sol de abril, por trébol y toronjil; y, aunque le sirva de estrella, Aminta sale más bella.” (Gaseno: Yo, Batricio, os he entregado el alma y ser en mi Aminta. Batricio: Por eso se baña y pinta de más colores el prado. Con deseos la he ganado, con obras le he merecido. Músicos: Tal mujer y tal marido viva juntos años mil. Cantan “Lindo sale el sol de abril, por trébol y toronjil; y aunque le sirva de estrella, Aminta sale más bella”. Batricio:No sale así el sol de oriente como el sol que al alba sale, que no hay sol que al sol se iguale de sus niñas y su fuente, a este sol claro y luciente que eclipsa al sol su arrebol; y ansí cantadle a mi sol motetes de mil en mil. Músicos: “Lindo sale el sol de abril, por trébol y toronjil; y aunque le sirva de estrella, Aminta sale más bella”. Aminta: Batricio, yo lo agradezco; falso y lisonjero estás, mas si tus rayos me das por ti ser luna merezco. (Tú eres el sol por quien crezco,) después de salir menguante, para que al alba te cante la salva en tono sutil. Músicos: “Lindo sale el sol de abril, por trébol y toronjil; y aunque le sirva de estrella, Aminta sale más bella”. 178


AP Spanish Literature I

Sale Catalinón, de camino Catalinón: Señores, el desposorio huéspedes ha de tener. Gaseno: A todo el mundo ha de ser este contento notorio. ¿Quién viene? Catalinón: Don Juan Tenorio. Gaseno: ¿El viejo? Catalinón: Ése no es don Juan. Belisa: Será su hijo galán. Batricio: Téngolo por mal agüero; que galán y caballero quitan gusto, y celos dan. Pues, ¿quién noticia les dio de mis bodas? Catalinón: De camino pasa a Lebrija. Batricio: Imagino que el demonio le envió; mas ¿de qué me aflijo yo? Vengan a mis dulces bodas del mundo las gentes todas. Mas, con todo, un caballero en mis bodas... ¡Mal agüero! Gaseno: Venga el Coloso de Rodas, venga el Papa, el Preste Juan, y don Alfonso el onceno con su corte, que en Gaseno ánimo y valor verán. Montes en casa hay de pan, Guadalquivides de vino, Babilonias de tocino, y entre ejércitos cobardes de aves, para que las cardes, el pollo y el palomino. Venga tan gran caballero a ser hoy en Dos Hermanas honra de estas nobles canas. Belisa: ¡El hijo del camarero mayor! Batricio: Todo es mal agüero para mí, pues le han de dar 179


El burlador de Sevilla junto a mi esposa lugar. Aun no gozo, y ya los cielos me están condenando a celos. Amor, sufrir y callar. Sale don Don Juan Tenorio

Don Juan: Pasando acaso he sabido que hay bodas en el lugar, y de ellas quise gozar, pues tan venturoso he sido. Gaseno: Vueseñoría ha venido a honrarlas y engrandecellas. Batricio: (Yo que soy el dueño de ellas Aparte digo entre mí que vengáis en hora mala.) Gaseno: ¿No dais lugar a este caballero? Don Juan: Con vuestra licencia quiero sentarme aquí. Siéntase junto a la novia Batricio: Si os sentáis delante de mí, señor, seréis de aquesa manera el novio. Don Juan: Cuando lo fuera no escogiera lo peor. Gaseno: ¡Que es el novio! Don Juan: De mi error e ignorancia perdón (pido.) Hablan aparte Catalinón y don Don Juan Catalinón: ¡Desventurado marido! Don Juan: Corrido está. Catalinón: No lo ignoro, mas, si tiene de ser toro, ¿qué mucho que esté corrido? No daré por su mujer, ni por su honor un cornado. (¡Desdichado tú, que has dado Aparte en manos de Lucifer!) 180


AP Spanish Literature I

Don Juan: ¿Posible es que vengo a ser, señora, tan venturoso? ¡Envidia tengo al esposo! Aminta: Parecéisme lisonjero. Batricio: (Bien dije que es mal agüero Aparte en bodas un poderoso.) (Don Juan: Hermosas manos tenéis para esposa de un villano. Catalinón: Si al juego le dais la mano, vos la mano perderéis. Batricio: Celos, muerte no me deis.) Gaseno: Ea, vamos a almorzar, porque pueda descansar un rato su señoría. Tómale don Don Juan la mano a la novia Don Juan: ¿Por qué la escondéis? Aminta: ¡Es mía! Gaseno: ¡Vamos! Belisa: Volved a cantar. Hablan aparte don Don Juan y Catalinón Don Juan: ¿Qué dices tú? Catalinón: ¿Yo? Que temo muerte vil de esos villanos. Don Juan: ¡Buenos ojos, blancas manos! En ellos me abraso y quemo. Catalinón: ¡Almagrar y echar a extremo! ¡Con ésta cuatro serán! Don Juan: Ven, que mirándome están. Batricio: (¿En mis bodas caballero? Aparte ¡Mal agüero! Gaseno: Cantad. Batricio: (Muero.) Aparte Catalinón: Canten, que ellos llorarán. Músicos: “Lindo sale el sol de abril, por trébol y toronjil; y, aunque le sirva de estrella, Aminta sale más bella”. Vanse todos

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El burlador de Sevilla

Acto tercero Sale Batricio pensativo Batricio: Celos, reloj de cuidado, que a todas las horas dais tormentos con que matáis, aunque andéis desconcertado; celos, del vivir desprecios con que ignorancias hacéis, pues todo lo que tenéis de ricos, tenéis de necios. Dejadme de atormentar, pues es cosa tan sabida, que cuando Amor me da vida, la muerte me queréis dar. ¿Qué me queréis, caballero, que me atormentáis ansí? Bien dije, cuando le vi en mis bodas:“Mal agüero”. ¿No es bueno que se sentó a cenar con mi mujer, y a mí en el plato meter la mano no me dejó? Pues cada vez que quería meterla, la desvïaba, diciendo a cuanto tomaba: “Grosería, grosería”. (No se apartó de su lado hasta cenar, de manera que todos pensaban que era yo padrino, él desposado. Y si decirle quería algo a mi esposa, gruñendo me la apartaba, diciendo: “Grosería, grosería”.) Pues llegándome a quejar a algunos me respondían, y con risa me decían: “No tenéis de qué os quejar. Eso no es cosa que importe, no tenéis de qué temer, 182


AP Spanish Literature I callad, que debe de ser uso de allá (en) la corte”. ¡Buen uso, trato extremado! ¡Más no se usara en Sodoma; que otro con la novia coma, y que ayune el desposado! Pues el otro bellacón, a cuanto comer quería, “¿Esto no come?”, decía. “No tenéis, señor, razón”. Y de delante, al momento me lo quitaba, corrido. ¡Esto bien sé yo que ha sido culebra, y no casamiento! Ya no se puede sufrir ni entre cristianos pasar; y acabando de cenar con los dos, ¿mas que a dormir se ha de ir también, si porfía, con nosotros, y ha de ser el llegar yo a mi mujer “Grosería, grosería?” Ya viene, no me resisto, aquí me quiero esconder, pero ya no puede ser, que imagino que me ha visto. Sale don Don Juan Tenorio Don Juan: Batricio. Batricio: Su señoría, ¿qué manda? Don Juan: Haceros saber... Batricio: (¡Mas que ha de venir a ser Aparte alguna desdicha mía!) Don Juan: ...que ha muchos días, Batricio, que a Aminta el alma le di, y he gozado... Batricio: ¿Su honor? Don Juan: Sí. Batricio: Manifiesto y claro indicio de lo que he llegado a ver; que si bien no le quisiera, nunca a su casa viniera; 183


El burlador de Sevilla al fin, al fin es mujer. Don Juan: Al fin, Aminta celosa, o quizá desesperada de verse de mí olvidada, y de ajeno dueño esposa, esta carta me escribió enviándome a llamar, y yo prometí gozar lo que el alma prometió. Esto pasa de esta suerte, dad a vuestra vida un medio, que le daré sin remedio, a quien lo impida la muerte. Batricio: Si tú en mi elección lo pones, tu gusto pretendo hacer, que el honor y la mujer son males en opiniones. La mujer en opinión, siempre más pierde que gana, que son como la campana que se estima por el son, y ansí es cosa averiguada, que opinión viene a perder, cuando cualquiera mujer suena a campana quebrada. No quiero, pues me reduces el bien que mi amor ordena, mujer entre mala y buena, que es moneda entre dos luces. Gózala, señor, mil años, que yo quiero resistir, desengañar y morir, y no vivir con engaños.

Vase Batricio

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Don Juan: Con el honor le vencí, porque siempre los villanos tienen su honor en las manos, y siempre miran por sí; que por tantas variedades, es bien que se entienda y crea, que el honor se fue al aldea huyendo de las ciudades.


AP Spanish Literature I Pero antes de hacer el daño le pretendo reparar. A su padre voy a hablar, para autorizar mi engaño. Bien lo supe negociar; gozarla esta noche espero, la noche camina, y quiero su viejo padre llamar. ¡Estrellas que me alumbráis, dadme en este engaño suerte, si el galardón en la muerte, tan largo me lo guardáis! Vase don Don Juan. Salen Aminta y Belisa Belisa: Mira que vendrá tu esposo. Entra a desnudarte, Aminta. Aminta: De estas infelices bodas no sé qué siento, Belisa. Todo hoy mi Batricio ha estado bañando en melancolía, todo en confusión y celos. ¡Mirad qué grande desdicha! Di, ¿qué caballero es éste que de mi esposo me priva? ¡La desvergüenza en España se ha hecho caballería! (Déjame, que estoy sin seso,) déjame, que estoy corrida. ¡Mal hubiese el caballero que mis contentos me quita! Belisa: Calla, que pienso que viene; que nadie en la casa pisa de un desposado tan recio. Aminta: Queda a Dios, Belisa mía. Belisa: Desenójale en los brazos. Aminta: Plega a los cielos que sirvan mis suspiros de requiebros, mis lágrimas de caricias. Vanse Aminta y Belisa. Salen don Don Juan, Catalinón y Gaseno: Don Juan: Gaseno, quedad con Dios. Gaseno: Acompañaros querría 185


El burlador de Sevilla por darle de esta ventura el parabién a mi hija. Don Juan: Tiempo mañana nos queda. Gaseno: Bien decís, el alma mía en la muchacha os ofrezco. Vase Gaseno.

Don Juan: Mi esposa decid. Ensilla, Catalinón. Catalinón: ¿Para cuándo? Don Juan: Para el alba, que, de risa muerta, ha de salir mañana de este engaño. Catalinón: Allá en Lebrija, señor, nos está aguardando otra boda. Por tu vida que despaches presto en ésta. Don Juan: La burla más escogida de todas ha de ser ésta. Catalinón: Que saliésemos querría de todas bien. Don Juan: Si es mi padre el dueño de la justicia, y es la privanza del rey, ¿qué temes? Catalinón: De los que privan suele Dios tomar venganza, si delitos no castigan, y se suelen en el juego perder también los que miran. Yo he sido mirón del tuyo y por mirón no querría que me cogiese algún rayo, y me trocase en cecina. Don Juan: Vete, ensilla, que mañana he de dormir en Sevilla. Catalinón: ¿En Sevilla? Don Juan: Sí. Catalinón: ¿Qué dices? Mira lo que has hecho, y mira que hasta la muerte, señor, es corta la mayor vida; y que hay tras la muerte imperio. Don Juan: Si tan largo me lo fías, 186


AP Spanish Literature I ¡vengan engaños! Catalinón: ¡Señor! Don Juan: Vete, que ya me amohinas con tus temores extraños. Catalinón: (Fuerza al turco, fuerza al scita, Aparte al persa, y al caramanto, al gallego, al troglodita, al alemán y al Japón, al sastre con la agujita de oro en la mano, imitando continuo a la blanca niña.) Vase Catalinón

Don Juan: La noche en negro silencio se extiende, y ya las cabrillas entre racimos de estrellas el polo más alto pisan. Yo quiero poner mi engaño por obra, el amor me guía a mi inclinación, de quien no hay hombre que se resista. Quiero llegar a la cama. ¡Aminta!

Sale Aminta, como que está acostada Aminta: ¿Quién llama a Aminta? ¿Es mi Batricio? Don Juan: No soy tu Batricio. Aminta: Pues, ¿quién? Don Juan: Mira de espacio, Aminta, quién soy. Aminta: ¡Ay de mí! Yo soy perdida. ¿En mi aposento a estas horas? Don Juan: Éstas son las obras mías. Aminta: Volvéos, que daré voces, no excedáis la cortesía que a mi Batricio se debe, ved que hay romanas Emilias en Dos Hermanas también, y hay Lucrecias vengativas. Don Juan: Escúchame dos palabras, 187


El burlador de Sevilla

Aminta: Don Juan: Aminta: Don Juan: Aminta: Don Juan: Aminta: Don Juan: Aminta: Don Juan: Aminta: Don Juan:

Aminta: Don Juan: Aminta: Don Juan: Aminta: Don Juan:

Aminta: Don Juan:

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y esconde de las mejillas en el corazón la grana, por ti más preciosa y rica. Vete, que vendrá mi esposo. Yo lo soy. ¿De qué te admiras? ¿Desde cuándo? Desde agora. ¿Quién lo ha tratado? Mi dicha. ¿Y quién nos casó? Tus ojos. ¿Con qué poder? Con la vista. ¿Sábelo Batricio? Sí, que te olvida. ¿Que me olvida? Sí, que yo te adoro. ¿Cómo? Con mis dos brazos. Desvía. ¿Cómo puedo, si es verdad que muero? ¡Qué gran mentira! Aminta, escucha y sabrás, si quieres que te lo diga, la verdad, que las mujeres sois de verdades amigas. Yo soy noble caballero, cabeza de la familia de los Tenorios antiguos, ganadores de Sevilla. Mi padre, después del rey, se reverencia y se estima, y, en la corte, de sus labios pende la muertes o la vida. Corriendo el camino acaso, llegué a verte, que Amor guía tal vez las cosas de suerte que él mismo de ellas se olvida. Víte, adoréte, abraséme, tanto que tu amor me obliga a que contigo me case. Mira qué acción tan precisa.


AP Spanish Literature I

Aminta:

Don Juan:

Aminta:

Don Juan:

Aminta: Don Juan: Aminta:

Don Juan:

Aminta:

Don Juan:

Y aunque lo murmure el (reino), y aunque el rey lo contradiga, y aunque mi padre enojado con amenazas lo impida, tu esposo tengo de ser, (dando en tus ojos envidia a los que viere en su sangre la venganza que imagina. Ya Batricio ha desistido de su acción, y aquí me envía tu padre a darte la mano.) ¿Qué dices? No sé qué diga, que se encubren tus verdades con retóricas mentiras. Porque si estoy desposada, como es cosa conocida, con Batricio, el matrimonio no se absuelve, aunque él desista. En no siendo (consumado), por engaño o por malicia puede anularse. (Es verdad; mas ¡ay Dios!, que no querría que me dejases burlada, cuando mi esposo me quitas.) Ahora bien, dame esa mano, y esta voluntad confirma con ella. ¿Que no me engañas? Mío el engaño sería. Pues jura que cumplirás la palabra prometida. Juro a esta mano, señora, infierno de nieve fría, de cumplirte la palabra. Jura a Dios, que te maldiga si no la cumples. Si acaso la palabra y la fe mía te faltare, ruego a Dios que a traición y a alevosía, me dé muerte un hombre muerto. (Que vivo, Dios no permita). Aparte 189


El burlador de Sevilla Aminta: Pues con ese juramento soy tu esposa. Don Juan: El alma mía entre los brazos te ofrezco. Aminta: Tuya es el alma y la vida. Don Juan: ¡Ay, Aminta de mis ojos!, mañana sobre virillas de tersa plata, estrellada con clavos de oro de Tíbar, pondrás los hermosos pies, y en prisión de gargantillas la alabastrina garganta, y los dedos en sortijas en cuyo engaste parezcan (estrellas las amatistas; y en tus orejas pondrás) transparentes perlas finas. Aminta:A tu voluntad, esposo, la mía desde hoy se inclina. Tuya soy. Don Juan: (¡Qué mal conoces Aparte al burlador de Sevilla!) Vanse don Don Juan y Aminta. Salen Isabela y Fabio, de camino Isabela: ¡Que me robase el dueño la prenda que estimaba, y más quería! ¡Oh, riguroso empeño de la verdad! ¡Oh, máscara del día! ¡Noche al fin tenebrosa, antípoda del sol, del sueño esposa! Fabio: ¿De qué sirve, Isabela, el amor en el alma y en los ojos, si Amor todo es cautela y en campos de desdenes causa enojos, y el que se ríe agora, en breve espacio desventuras llora? El mar está alterado, y en grave temporal, tiempoo socorre; el abrigo han tomado las galeras, duquesa, de la torre que esta playa corona. Isabela: ¿Adónde estamos, (Fabio)? Fabio: En Tarragona. 190


AP Spanish Literature I (Y) de aquí a poco espacio daremos en Valencia, ciudad bella, del mismo sol palacio, divertiráse algunos días en ella; y después a Sevilla irás a ver la octava maravilla. Que si a Octavio perdiste más galán es don Juan, y de (notorio) solar. ¿De qué estás triste? Conde dicen que es ya don Juan Tenorio, el rey con él te casa, y el padre es la privanza de su casa. Isabela: No nace mi tristeza de ser esposa de don Juan, que el mundo conoce su nobleza; en la esparcida voz mi agravio fundo, que esta opinión perdida he de llorar mientras tuviere vida. Fabio: Allí una pescadora tiernamente suspira y se lamenta, y dulcemente llora. Acá viene sin duda, y verte intenta. Mientras llamo tu gente, lamentaréis las dos más dulcemente. Vase Fabio, y sale Tisbea Tisbea: Robusto mar de España, ondas de fuego, fugitivas ondas, Troya de mi cabaña, que ya el fuego por mares y por ondas en sus abismos fragua y (ya) el mar forma por las llamas de agua. ¡Maldito el leño sea que a tu amargo cristal halló (camino), antojo de Medea, tu cáñamo primero, o primer lino aspado de los vientos, para telas de engaños e instrumentos! Isabela: ¿Por qué del mar te quejas tan tiernamente, hermosa pescadora? Tisbea: Al mar formo mil quejas. ¡Dichosa vos, que en su tormento agora de él os estáis riendo! 191


El burlador de Sevilla Isabela: También quejas del mar estoy haciendo. ¿De dónde sois? Tisbea: De aquellas cabañas que miráis del viento heridas, tan victoriosoa entre ellas, cuyas pobres paredes desparcidas van en pedazos graves, dándole mil graznidos a las aves. En sus pajas me dieron corazón de fortísimo diamante, mas las obras me hicieron de este monstruo que ves tan arrogante ablandarme, de suerte que al sol la cera es más robusta y fuerte. ¿Sois vos la Europa hermosa, que esos toros os llevan? Isabela: (A Sevilla) llévanme a ser esposa contra mi voluntad. Tisbea: Si mi mancilla a lástima os provoca, y si injurias del mar os tienen loca, en vuestra compañía para serviros como humilde esclava me llevad, que querría, si el dolor o la afrenta no me acaba, pedir al rey justicia de un engaño crüel, de una malicia. Del agua derrotado a esta tierra llegó don Juan Tenorio difunto y anegado; amparéle, hospedéle, en tan notorio peligro, y el vil huésped víbora fue a mi planta el tierno césped. Con palabra de esposo, la que de nuestra costa burla hacía, se rindió al engañoso. ¡Mal haya la mujer que en hombres fía! Fuése al fin y dejóme, mira si es justo que venganza tome. Isabela: ¡Calla, mujer maldita! ¡Vete de mi presencia, que me has muerto! Mas, si el dolor te incita no tienes culpa tú. Prosigue, (¿es cierto?) 192


AP Spanish Literature I Tisbea: ¡La dicha furia mía! Isabela: ¡Mal haya la mujer que en hombres fía! (Pero sin duda el cielo a ver estas cabañas me ha traído, y de ti mi consuelo en tan grave pasión ha renacido para venganza mía. ¡Mal haya la mujer que en hombres fía! Tisbea: ¡Que me llevéis os ruego con vos, señora, a mí y a un viejo padre, porque de aqueste fuego la venganza me dé que más me cuadre, y al rey pida justicia de este engaño y traición, de esta malicia! Anfriso, en cuyos brazos me pensé ver en tálamo dichoso, dándole eternos lazos, conmigo ha de ir, que quiere ser mi esposo.) Isabela: Ven en mi compañía. Tisbea: ¡Mal haya la mujer que en hombres fía! Vanse Isabela y Tisbea. Salen don Don Juan y Catalinón Catalinón: Todo enmaletado está. Don Juan: ¿Cómo? Catalinón: Que Octavio ha sabido la traición de Italia ya, y el de la Mota ofendido de ti justas quejas da, y dice, al fin que el recado que de su prima le diste fue fingido y simulado, y con su capa emprendiste la traición que le ha infamado. Dicen que viene Isabela a que seas su marido, y dicen... Don Juan: ¡Calla! Catalinón: ¡Una muela en la boca me has rompido! Don Juan: Hablador, ¿quién te revela tanto disparate junto? (Catalinón: ¿Disparate? Don Juan: Disparate.) 193


El burlador de Sevilla Catalinón: Verdades son. Don Juan: No pregunto si lo son, cuando me mate Octavio. ¿Estoy yo difunto? ¿No tengo manos también? ¿Dónde me tienes posada? Catalinón: En la calle oculta. Don Juan: Bien. Catalinón: La iglesia es tierra sagrada. Don Juan: Di que de día me den en ella la muerte. ¿Viste al novio de Dos Hermanas? Catalinón: También le vi, ansiado y triste. Don Juan: Aminta estas dos semanas no ha de caer en el chiste. Catalinón: Tan bien engañada está que se llama doña Aminta. Don Juan: Graciosa burla será. Catalinón: Graciosa burla, y sucinta, mas siempre la llorará. Descúbrese un sepulcro de don Don Gonzalo de Ulloa Don Juan: ¿Qué sepulcro es éste? Catalinón: Aquí don Gonzalo está enterrado. Don Juan: Éste es el que muerte di. Gran sepulcro le han labrado. Catalinón: Ordenólo el rey ansí. ¿Cómo dice este letrero? Don Juan: “Aquí aguarda del Señor el más leal caballero la venganza de un traidor”. Del mote reírme quiero. Y, ¿habéisos vos de vengar, buen viejo, barbas de piedra? Catalinón: No se las podrá pelar, que en barbas muy fuertes medra. Don Juan: Aquesta noche a cenar os aguardo en mi posada; allí el desafío haremos, si la venganza os agrada, y... aunque mal reñir podremos, si es de piedra vuestra espada. 194


AP Spanish Literature I Catalinón: Ya, señor, ha anochecido, vámonos a recoger. Don Juan: Larga esta venganza ha sido; si es que vos la habéis de hacer, importa no estar dormido. Que si a la muerte aguardáis la venganza, la esperanza agora es bien que perdáis, pues vuestro enojo, y venganza, tan largo me lo fiáis. Vanse don Don Juan y Catalinón. Ponen la mesa dos criados

Criado 1: Quiero apercibir la mesa que vendrá a cenar don Juan. Criado 2: Puestas las mesas están. ¡Qué flema tiene si (enfrena)! Ya tarda como solía mi señor, no me contenta; la bebida se calienta, y la comida se enfría. Mas ¿quién a don Juan ordena este desorden?

Salen don Don Juan y Catalinón Don Juan: ¿Cerraste? Catalinón: Ya cerré como mandaste. Don Juan: ¡Hola, tráiganme la cena! Criado 1: Ya está aquí. Don Juan: Catalinón, siéntate. Catalinón: Yo soy amigo de cenar de espacio. Don Juan: ¡Digo que te sientes! Catalinón: La razón haré. Criado : (También es camino Aparte éste, si cena con él.) Don Juan: Siéntate. Un golpe dentro

195


El burlador de Sevilla Catalinón: Golpe es aquél. Don Juan: Que llamaron imagino. Mira quién es. Criado : Voy volando. Catalinón: ¿Si es la justicia, señor? Don Juan: Sea, no tengas temor. Vuelve el Criado huyendo Don Juan: ¿Quién es? ¿De qué estás temblando? Catalinón: De algún mal da testimonio. Don Juan: Mal mi cólera resisto. Habla, responde, ¿qué has visto? ¿Asombróte algún demonio? Ve tú, y mira aquella puerta, ¡presto, acaba! Catalinón: ¿Yo? Don Juan: Tú, pues. ¡Acaba, menea los pies! Catalinón: A mi abuela hallaron muerta, como racimo colgada, y desde entonces se suena que anda siempre su alma en pena. ¡Tanto golpe no me agrada! Don Juan: Acaba. Catalinón: ¡Señor, si sabes que soy un Catalinón! Don Juan: Acaba. Catalinón: Fuerte ocasión. Don Juan: ¿No vas? Catalinón: ¿Quién tiene las llaves de la puerta? Criado 1: Con la aldaba está cerrada no más. Don Juan: ¿Qué tienes? ¿Por qué no vas? Catalinón: ¡Hoy Catalinón acaba! Mas, ¿si las forzadas vienen a vengarse de los dos? Llega Catalinón a la puerta, y viene corriendo, cae y levántase Don Juan: ¿Qué es eso? Catalinón: ¡Válgame Dios, que me matan, que me tienen! 196


AP Spanish Literature I

Don Juan: ¿Quién te tiene? ¿Quién te mata? ¿Qué has visto? Catalinón: Señor, yo allí vide, cuando luego fui... ¿Quién me ase, quién me arrebata? Llegué, cuando después ciego, cuando vile, ¡juro a Dios! habló, y dijo, ¿quién sois vos? Respondió, respondí. Luego, Topé y vide... Don Juan: ¿A quién? Catalinón: No sé. Don Juan: ¡Como el vino desatina! Dame la vela, gallina, y yo a quien llama veré. Toma don Don Juan la vela, y llega a la puerta, sale al encuentro don Don Gonzalo, en la forma que estaba en el sepulcro, y don Don Juan se retira atrás turbado, empuñando la espada, y en la otra la vela, y don Don Gonzalo hacia él con pasos menudos, y al compás don Don Juan,retirándose, hasta estar en medio del teatro

Don Juan: Don Gonzalo: Don Juan: Don Gonzalo:

¿Quién va? Yo soy. ¿Quién sois vos? Soy el caballero honrado que a cenar has convidado. Don Juan: Cena habrá para los dos, y si vienen más contigo, para todos cena habrá. Ya puesta la mesa está. Siéntate. Catalinón: ¡Dios sea conmigo, San Panuncio, san Antón! Pues ¿los muertos comen? Di. Por señas dice que sí. Don Juan: Siéntate, Catalinón. Catalinón: No señor, yo lo recibo por cenado. Don Juan: Es desconcierto. ¿Qué temor tienes a un muerto? ¿Qué hicieras estando vivo? Necio y villano temor. Catalinón: Cena con tu convidado, que yo, señor, ya he cenado. 197


El burlador de Sevilla Don Juan: ¿He de enojarme? Catalinón: Señor, ¡vive Dios que huelo mal! Don Juan: Llega, que aguardando estoy. Catalinón: Yo pienso que muerto soy y está muerto mi arrabal. Tiemblan los Criados

Don Juan: Y vosotros, ¿qué decís y qué hacéis? Necio temblar. Catalinón: Nunca quisiera cenar con gente de otro país. ¿Yo, señor, con convidado de piedra? Don Juan: ¡Necio temer! Si es piedra, ¿qué te ha de hacer? Catalinón: Dejarme descalabrado. Don Juan: Háblale con cortesía. Catalinón: ¿Está bueno? ¿Es buena tierra la otra vida? ¿Es llano o sierra? ¿Prémiase allá la poesía? Criado 2: A todo dice que sí con la cabeza. Catalinón: ¿Hay allá muchas tabernas? Sí habrá, si no se reside allá. Don Juan: ¡Hola, dadnos de cenar! Catalinón: Señor muerto, ¿allá se bebe con nieve? Baja la cabeza don Don Gonzalo

¡Así que hay nieve! ¡Buen país! Don Juan: Si oír cantar queréis, cantarán.

Baja la cabeza don Don Gonzalo Criado 1: Sí, dijo. Don Juan: Cantad. Catalinón: Tiene el señor muerto buen gusto. 198


AP Spanish Literature I

Criado 2: Es noble por cierto, y amigo de regocijo.

Cantan dentro Músicos:“Si de mi amar aguardáis, señora, de aquesta suerte, el galardón en la muerte, ¡qué largo me lo fiáis!” Catalinón: O es sin duda veraniego el seor muerto, o debe ser hombre de poco comer. Temblando al plato me llego. Bebe Poco beben por allá, yo beberé por los dos. ¡Brindis de piedra, por Dios, menos temor tengo ya! Músicos: “Si ese plazo me convida para que gozaros pueda, pues larga vida me queda, dejad que pase la vida. Si de mi amor aguardáis, señora, de aquesta suerte, el galardón en la muerte, ¡qué largo me lo fiáis!” Catalinón: ¿Con cuál de tantas mujeres como has burlado, señor, hablan? Don Juan: De todas me río, amigo, en esta ocasión. En Nápoles a Isabela. Catalinón: Ésa, señor, ya no es, (no), burlada, porque se casa contigo, como es razón. Burlaste a la pescadora que del mar te redimió, pagándole el hospedaje en moneda de rigor. Burlaste a doña Ana... Don Juan: Calla, que hay parte aquí que lastó por ella, y vengarse aguarda. Catalinón: Hombre es de mucho valor, 199


El burlador de Sevilla que él es piedra, tú eres carne, no es buena resolución. Don Gonzalo hace señas, que se quite la mesa, y queden solos Don Juan:Hola, quitad esa mesa, que hace señas que los dos nos quedemos, y se vayan los demás. Catalinón: Malo, por Dios, no te quedes, porque hay muerto que mata de un mojicón a un gigante. Don Juan: Salíos todos, a ser yo Catalinón. “Vete que viene.” Vanse, y quedan los dos solos, y hace señas que cierre la puerta

Don Juan: La puerta ya está cerrada, y ya estoy aguardando. Di qué quieres, sombra, fantasma o visión. Si andas en pena, o si buscas alguna satisfacción, para tu remedio, dilo, que mi palabra te doy de hacer lo que ordenares. ¿Estás gozando de Dios? (¿Eres alma condenada o de la eterna región?) ¿Díte la muerte en pecado? Habla, que aguardando estoy.

Paso, como cosa del otro mundo

200

Don Gonzalo: ¿Cumplirásme una palabra como caballero? Don Juan: Honor tengo, y las palabras cumplo, porque caballero soy. Don Gonzalo: Dame esa mano, no temas. Don Juan: ¿Eso dices? ¿Yo temor? Si fueras el mismo infierno


AP Spanish Literature I

Don Gonzalo:

Don Juan:

Don Gonzalo: Don Juan: Don Gonzalo:

Don Gonzalo:

Don Juan: Don Gonzalo:

la mano te diera yo. Dale la mano Bajo esa palabra y mano mañana a las diez, estoy para cenar aguardando. ¿Irás? Empresa mayor entendí que me pedías. Mañana tu huésped soy. ¿Dónde he de ir? A la capilla. ¿Iré solo? ¡No, los dos! Y cúmpleme la palabra como la he cumplido yo. Don Juan:Digo que la cumpliré, que soy Tenorio. Y yo soy Ulloa. Yo iré sin falta. Y yo lo creo. Adiós.

Va a la puerta

Don Juan: Aguarda, iréte alumbrando. Don Gonzalo: No alumbres, que en gracia estoy.

Vase Don Gonzalo muy poco a poco, mirando a don Don Juan, y don Don Juan a él, hasta que desaparece, y queda don Don Juan con pavor

Don Juan: ¡Válgame Dios! Todo el cuerpo se ha bañado de un sudor, y dentro de las entrañas se me hiela el corazón. Cuando me tomó la mano de suerte me la apretó, que un infierno parecía. Jamás vide tal calor! Un aliento respiraba, organizando la voz tan frío, que parecía infernal respiración. Pero todas son ideas que da la imaginación. 201


El burlador de Sevilla el temor ¡y temer muertos es más villano temor! Que si un cuerpo noble, vivo, con potencias y razón, y con alma, no se teme, ¿quién cuerpos muertos temió? Mañana iré a la capilla, donde convidado estoy, porque se admire y espante Sevilla de mi valor. Vase don Don Juan. Sale el Rey, don Don Diego Tenorio, y acompañamiento Rey: Don Diego: Rey: Don Diego: Rey:

Don Diego:

Rey:

Don Diego:

Rey:

Don Diego: Rey:

Don Diego: Rey:

202

¿Llegó al fin Isabela? Y disgustada. Pues ¿no ha tomado bien el casamiento? Siente, señor, el nombre de infamada. De otra causa precede su tormento, ¿dónde está? En el convento está alojada de las Descalzas. Salga del convento luego al punto, que quiero que en palacio asista con la reina, más de espacio. Si ha de ser con don Juan el desposorio, manda, señor, que tu presencia vea. Véame, y galán salga, que notorio quiero que este placer al mundo sea. Conde será desde hoy, don Juan Tenorio, de Lebrija, él la mande y la posea; que, si Isabela a un duque corresponde, ya que ha perdido un duque, gane un conde. Todos por la merced, tus pies besamos. Merecéis mi favor tan dignamente, que, si aquí los servicios ponderamos, me quedo atrás con el favor presente. Paréceme, don Diego, que hoy hagamos las bodas de doña Ana juntamente. ¿Con Octavio? No es bien que el duque Octavio sea el restaurador de aqueste agravio. Doña Ana, con la reina, me ha pedido que perdone al marqués, porque doña Ana, ya que el padre murió, quiere marido,


AP Spanish Literature I

Don Diego: Rey:

Don Diego:

Rey:

Don Diego:

porque si le perdió, con él le gana. Iréis con poca gente, y sin rüido luego a hablarle, a la fuerza de Trïana, y, por satisfacción, y por su abono, de su agraviada prima, le perdono. Ya he visto lo que tanto deseaba. Que esta noche han de ser, podéis decirle, los desposorios. Todo en bien se acaba; fácil será el marqués el persuadirle, que de su prima amartelado estaba. También podéis a Octavio prevenirle. Desdichado es el duque con mujeres, son todas opinión, y pareceres. Hanme dicho que está muy enojado con don Juan. No me espanto, si ha sabido de don Juan el delito averiguado que la causa de tanto daño ha sido.

El duque viene. Rey: No dejéis mi lado, que en el delito sois comprehendido. Sale el duque Octavio Octavio: Los pies, invicto rey, me dé tu alteza. Rey: Alzad, duque, y cubrid vuestra cabeza. ¿Qué pedís? Octavio: Vengo a pediros, postrado ante vuestras plantas, una merced, cosa justa, digna de serme otorgada. Rey: Duque, como justa sea, digo que os doy mi palabra de otorgárosla. Pedid. Octavio: Ya sabes, señor, por cartas de tu embajador, y el mundo por la lengua de la fama. Sabes que don Juan Tenorio, con española arrogancia, en Nápoles, una noche, ==¡para mí noche tan mala!== con mi nombre profanó el sagrado de una dama. 203


El burlador de Sevilla Rey: No pases más adelante, ya supe vuestra desgracia, en efecto. ¿Qué pedís? Octavio: Licencia que en la campaña defienda cómo es traidor. Don Diego: Eso no, su sangre clara es tan honrada. Rey: ¡Don Diego...! Don Diego: ¿Señor...? Octavio: ¿Quién eres, que hablas en la presencia del rey de esa suerte? Don Diego: (Soy) quien calla porque me lo manda el rey, que si no, con esta espada te respondiera. Octavio: Eres viejo. Don Diego: Yo he sido mozo en Italia, a vuestro pesar un tiempo. Ya conocieron mi espada en Nápoles y en Milán. Octavio: Tienes ya la sangre helada, no vale “fui”, sino “soy”. Empuña don Don Diego Don Diego: Pues fui, y soy. Rey: Tened, basta, bueno está. Callad don Diego, que a mi persona se guarda poco respeto, y vos, duque, después que las bodas se hagan, más de espacio (me) hablaréis. Gentilhombre de mi cámara es don Juan, y hechura mía, y de aqueste tronco rama. Mirad por él. Octavio: Yo lo haré, gran señor, como lo mandas. Rey: Venid conmigo, don Diego. Don Diego: ¡Ay hijo, qué mal me pagas el amor que te he tenido! Duque... Octavio: Gran señor... 204


AP Spanish Literature I Rey: Mañana vuestras bodas han de hacer. Octavio: Háganse, pues tú lo mandas. Vase el Rey y don Don Diego, y salen Gaseno:y Aminta

Gaseno: Este señor nos dirá dónde está don Juan Tenorio. Señor, ¿Si está por acá un don Juan, a quien notorio ya su apellido será? Octavio: Don Juan Tenorio diréis. Aminta: Sí, señor, ese don Juan. Octavio: Aquí está. ¿Qué le queréis? Aminta: Es mi esposo ese galán. Octavio: ¿Cómo? Aminta: Pues, ¿no lo sabéis siendo del Alcázar vos? Octavio: No me ha dicho don Juan nada. Gaseno: ¿Es posible? Octavio: Sí, por Dios. Gaseno: Doña Aminta es muy honrada cuando se casen los dos, que cristiana vieja es hasta los huesos, y tiene de la hacienda el interés (y a su virtud aun le aviene) más bien que un conde, un marqués. Casóse don Juan con ella, y quitósela a Batricio. Aminta: Decid cómo fue doncella a su poder. Gaseno: No es jüicio esto, ni aquesta querella. Octavio: (Ésta es burla de don Juan, Aparte y para venganza mía éstos diciéndola están.) ¿Qué pedís al fin? Gaseno: Querría, porque los días se van, que se hiciese el casamiento, o querellarme ante el rey. Octavio: Digo que es justo ese intento. Gaseno: Y razón, y justa ley. 205


El burlador de Sevilla Octavio: (Medida a mi pensamiento Aparte ha venido la ocasión.) En el Alcázar tenemos bodas. Aminta: ¿Si las mías son? Octavio: Quiero, para que acertemos valerme de una invención. Venid donde os vestiréis, señora, a lo cortesano, y a un cuarto del rey saldréis conmigo. Aminta: Vos de la mano a don Juan me llevaréis. Octavio: (Que de esta suerte es cautela). Gaseno: El arbitrio me consuela. Octavio: (Éstos venganza me dan de aqueste traidor don Juan y el agravio de Isabela.) Vanse todos. Salen don Don Juan y Catalinón Catalinón: ¿Cómo el rey te recibió? Don Juan: Con más amor que mi padre. Catalinón: ¿Viste a Isabela? Don Juan: También. Catalinón: ¿Cómo viene? Don Juan: Como un ángel. Catalinón: ¿Recibióte bien? Don Juan: El rostro bañado de leche, y sangre, como la rosa que al alba despierta la débil (carne). Catalinón: ¿Al fin esta noche son las bodas? Don Juan: Sin falta. Catalinón: Fiambres hubieran sido, no hubieras, señor, engañado a tales. Pero tú tomas esposa, señor, con cargas muy grandes. Don Juan: Di, ¿comienzas a ser necio? Catalinón: Y podrás muy bien casarte mañana, que hoy es mal día. Don Juan: Pues ¿qué día es hoy? 206


AP Spanish Literature I Catalinón: Es martes. Don Juan: Mil embusteros y locos dan en esos disparates. Sólo aquél llamo mal día, acïago y detestable, en que no tengo dineros, que los demás es donaire. Catalinón: Vamos, si te has de vestir, que te aguardan y ya es tarde. Don Juan: Otro negocio tenemos que hacer, aunque nos aguarden. Catalinón: ¿Cuál es? Don Juan: Cenar con el muerto. Catalinón: Necedad de necedades. Don Juan: ¿No ves que di mi palabra? Catalinón: Y cuando se la quebrantes, ¿qué importa? ¿Ha de pedirte una figura de jaspe la palabra? Don Juan: Podrá el muerto llamarme a voces infame. Catalinón: Ya está cerrada la iglesia. Don Juan: Llama. Catalinón: ¿Qué importa que llame? ¿Quién tiene de abrir, que están durmiendo los sacristanes? Don Juan: Llama a ese postigo. Catalinón: Abierto está. Don Juan: Pues entra. Catalinón: ¡Entre un fraile con hisopo y con estola! Don Juan: Sígueme y calla. Catalinón: ¿Que calle? Don Juan: Sí. Don Juan: (Ya callo.) ¡Dios en paz de estos convites me saque! Entran por una puerta y salen por otra

Don Juan: ¡Qué oscura que está la iglesia, señor, para ser tan grande! ¡Ay de mí! ¡Tenme, señor, porque de la capa me asen! 207


El burlador de Sevilla

Sale don Don Gonzalo como de antes y encuéntrase con ellos Don Juan: Don Gonzalo: Catalinón: Don Gonzalo:

¿Quién va? Yo soy. Muerto estoy. El muerto soy, no te espantes, no entendí que me cumplieras la palabra, según haces de todos burla. Don Juan: ¿Me tienes en opinión de cobarde? Don Gonzalo: Sí, que aquella noche huíste de mí, cuando me mataste. Don Juan: Huí de ser conocido, mas ya me tienes delante, di presto lo que me quieres. Don Gonzalo: Quiero a cenar convidarte. Catalinón: Aquí excusamos la cena, que toda ha de ser fiambre pues no parece cocina (si al convidado le mate). Don Juan: Cenemos. Don Gonzalo: Para cenar es menester que levantes esa tumba. Don Juan: Y si te importa levantaré esos pilares. Don Gonzalo: Valiente estás. Don Juan: Tengo brío, y corazón en las carnes. Catalinón: Mesa de Guinea es ésta, pues, ¿no hay por allá quien lave? Don Gonzalo: Siéntate. Don Juan: ¿Adónde? Catalinón: Con sillas vienen ya dos negros pajes. Salen dos enlutados con sillas

Don Juan: ¿También acá se usan lutos y bayeticas de Flandes? Don Gonzalo: Siéntate (tú). Catalinón: Yo, señor, 208


AP Spanish Literature I he merendado esta tarde. (Cena con tu convidado. Don Gonzalo: Ea, pues, ¿he de enojarme?) No repliques. Catalinón: No replico. Dios en paz de esto me saque. ¿Qué plato es éste, señor? Don Gonzalo: Este plato es de alacranes y víboras. Catalinón: ¡Gentil plato (para el que trae buena hambre! ¿Es bueno el vino, señor? Don Gonzalo: Pruébale. Catalinón: ¡Hiel y vinagre es este vino! Don Gonzalo: Este vino exprimen nuestros lagares ¿No comes tú? Don Juan: Comeré si me dieses áspid a áspid cuanto el infierno tiene. Don Gonzalo: También quiero que te canten.) Cantan Músicos:“Adviertan los que de Dios juzgan los castigos grandes que no hay plazo que no llegue ni deuda que no se pague”. Catalinón:Malo es esto, vive Cristo, que he entendido este romance, y que con nosotros habla. Don Juan: Un hielo el pecho me abrase. Cantan Músicos: “Mientras en el mundo viva, no es justo que diga nadie ¡qué largo me lo fiáis!, siendo tan breve el cobrarse”. Catalinón: ¿De qué es este guisadillo? Don Gonzalo: De uñas. Catalinón: De uñas de sastre 209


El burlador de Sevilla

será, si es guisado de uñas. Don Juan: Ya he cenado, haz que levanten la mesa. Don Gonzalo: Dame esa mano. No temas, la mano dame. Don Juan: ¿Eso dices? ¿Yo temor? ¡Que me abraso! No me abrases con tu fuego. Don Gonzalo: Éste es poco para el fuego que buscaste. Las maravillas de Dios son, don Juan, investigables, y así quiere que tus culpas a manos de un muerto pagues, y, si pagas de esta suerte las doncellas que burlaste, ésta es justicia de Dios. Quien tal hace, que tal pague. Don Juan: ¡Que me abraso, no me aprietes! Con la daga he de matarte, mas, ¡ay, que me canso en vano de tirar golpes al aire! A tu hija no ofendí, que vio mis engaños antes. Don Gonzalo: No importa, que ya pusiste tu intento. Don Juan: Deja que llame quien me confiese y absuelva. Don Gonzalo: No hay lugar, ya acuerdas tarde. Don Juan: ¡Que me quemo! ¡Que me abraso! Muerto soy.

Cae muerto don Don Juan Catalinón:No hay quien se escape, que aquí tengo de morir también por acompañarte. Don Gonzalo: Ésta es justicia de Dios. Quien tal hace, que tal pague. Húndese el sepulcro con don Don Juan, y don Don Gonzalo, con mucho ruido, y sale Catalinón arrastrando Catalinón:¡Válgame Dios! ¿Qué es aquesto? 210


AP Spanish Literature I Toda la capilla se arde, y con el muerto he quedado, para que le vele y guarde. Arrastrando como pueda, iré a avisar a su padre. ¡San Jorge, san Agnus Dei, sacadme en paz a la calle! Vase Catalinón. Salen el Rey, don Don Diego y acompañamiento

Don Diego: Ya el marqués, señor, espera besar vuestros pies reales. Rey: Entre luego y avisad al conde, porque no aguarde. Salen Batricio y Gaseno: Batricio: ¿Dónde, señor, se permiten desenvolturas tan grandes, que tus crïados afrenten a los hombres miserables? Rey: ¿Qué dices? Batricio: Don Juan Tenorio, alevoso y detestable, la noche del casamiento, antes que le consumase, a mi mujer me quitó, testigos tengo delante. Salen Tisbea e Isabela y acompañamiento Tisbea: Si vuestra alteza, señor, de don Juan Tenorio no hace justicia, a Dios y a los hombres, mientras viva he de quejarme. Derrotado le echó el mar, díle vida y hospedaje, y pagóme esta amistad con mentirme y engañarme con nombre de mi marido. Rey: ¿Qué dices? Isabela: Dice verdades. Salen Aminta y el duque Octavio Aminta: ¿Adónde mi esposo está? 211


El burlador de Sevilla Rey: ¿Quién es? Aminta: Pues, ¿aún no lo sabe? El señor don Juan Tenorio, con quien vengo a desposarme, porque me debe el honor, y es noble, y no ha de negarme. Manda que nos desposemos. Rey: (Prendedle luego y matadle.) Sale el marqués de la la Mota

La Mota: Pues es tiempo, gran señor, que a luz verdades se saquen, sabrás que don Juan Tenorio la culpa que me imputaste tuvo él, pues como amigo pudo él, crüel, engañarme de que tengo dos testigos. Rey: ¿Hay desvergüenza tan grande? Don Diego: En premio de mis servicios haz que le prendan, y pague sus culpas, porque del cielo rayos contra mí no bajen, siendo mi hijo tan malo. Rey: ¿Esto mis privados hacen? Sale Catalinón Catalinón: Señor, escuchad, oíd el suceso más notable que en el mundo ha sucedido, y en oyéndome matadme. Don Juan, del comendador haciendo burla una tarde, después de haberle quitado las dos prendas que más valen, tirando al bulto de piedra la barba por ultrajarle, a cenar le convidó. ¡Nunca fuera a convidarle! Fue el bulto, y le convidó y agora, porque no os canse, acabando de cenar entre mil presagios graves 212


AP Spanish Literature I

Rey: Catalinón:

la Mota:

Rey:

Octavio: la Mota: Batricio:

Rey:

de la mano le tomó y le aprieta hasta quitarle la vida, diciendo “Dios me manda que así te mate, castigando tus delitos. ¡Quién tal hace, que tal pague!” ¿Qué dices? Lo que es verdad, diciendo antes que acabase, que a doña Ana no debía honor, que lo oyeron antes del engaño. Por las nuevas mil albricias quiero darte. ¡Justo castigo del cielo! Y agora es bien que se casen todos, pues la causa es muerta, vida de tantos desastres. Pues ha enviudado Isabela, quiero con ella casarme. Yo con mi prima. Y nosotros con las nuestras, porque acabe “El convidado de piedra”. Y el sepulcro se traslade en San Francisco en Madrid para memoria más grande.

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9 Francisco de Quevedo Miré los murosde la patria mía Miré los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes, ya desmoronados, de la carrera de la edad cansados, por quien caduca ya su valentía. Salime al campo, ví que el sol bebía los arroyos del hielo desatados, y del monte quejosos los ganados, que con sombras hurtó su luz al día Entré en mi casa, ví que amancillada de anciana habitación era despojos; mi báculo más corvo y menos fuerte. Vencida de la edad sentí mi espada y no hallé cosa en que poner los ojos que no fuese recuerdo de la muerte.

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10 Sor Juana Inés de la Cruz Hombres necios que acusáis Hombres necios que acusáis a la mujer, sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis; si con ansia sin igual solicitáis su desdén, por qué queréis que obren bien si las incitáis al mal? Combatís su resistencia y luego, con gravedad, decís que fue liviandad lo que hizo la diligencia. Parecer quiere el denuedo de vuestro parecer loco, al niño que pone el coco y luego le tiene miedo. Queréis, con presunción necia, hallar a la que buscáis para prentendida, Thais, y en la posesión, Lucrecia. ¿Qué humor puede ser más raro que el que, falto de consejo, él mismo empaña el espejo y siente que no esté claro? Con el favor y el desdén 215


Sor Juana Inés de la Cruz tenéis condición igual, quejándoos, si os tratan mal, burlándoos, si os quieren bien. Opinión, ninguna gana, pues la que más se recata, si no os admite, es ingrata, y si os admite, es liviana. Siempre tan necios andáis que, con desigual nivel, a una culpáis por cruel y a otra por fácil culpáis. ¿Pues como ha de estar templada la que vuestro amor pretende?, ¿si la que es ingrata ofende, y la que es fácil enfada? Mas, entre el enfado y la pena que vuestro gusto refiere, bien haya la que no os quiere y quejaos en hora buena. Dan vuestras amantes penas a sus libertades alas, y después de hacerlas malas las queréis hallar muy buenas. ¿Cuál mayor culpa ha tenido en una pasión errada: la que cae de rogada, o el que ruega de caído? ¿O cuál es de más culpar, aunque cualquiera mal haga; la que peca por la paga o el que paga por pecar? ¿Pues, para qué os espantáis de la culpa que tenéis? Queredlas cual las hacéis o hacedlas cual las buscáis. Dejad de solicitar, 216


AP Spanish Literature I y después, con más razón, acusaréis la afición de la que os fuere a rogar. Bien con muchas armas fundo que lidia vuestra arrogancia, pues en promesa e instancia juntáis diablo, carne y mundo.

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José María Heredia

11 José María Heredia En una tempestad Huracán, huracán, venir te siento, Y en tu soplo abrasado Respiro entusiasmado Del señor de los aires el aliento. En las alas del viento suspendido Vedle rodar por el espacio inmenso, Silencioso, tremendo, irresistible En su curso veloz. La tierra en calma Siniestra; misteriosa, Contempla con pavor su faz terrible. ¿Al toro no miráis? El suelo escarban, De insoportable ardor sus pies heridos: La frente poderosa levantando, Y en la hinchada nariz fuego aspirando, Llama la tempestad con sus bramidos. ¡Qué nubes! ¡qué furor! El sol temblando Vela en triste vapor su faz gloriosa, Y su disco nublado sólo vierte Luz fúnebre y sombría, Que no es noche ni día... ¡Pavoroso calor, velo de muerte! Los pajarillos tiemblan y se esconden Al acercarse el huracán bramando, Y en los lejanos montes retumbando Le oyen los bosques, y a su voz responden. Llega ya... ¿No le veis? ¡Cuál desenvuelve Su manto aterrador y majestuoso...! ¡Gigante de los aires, te saludo...! En fiera confusión el viento agita Las orlas de su parda vestidura... ¡Ved...! ¡En el horizonte 218


AP Spanish Literature I Los brazos rapidísimos enarca, Y con ellos abarca Cuanto alcanzó a mirar de monte a monte! ¡Oscuridad universal!... ¡Su soplo Levanta en torbellinos El polvo de los campos agitado...! En las nubes retumba despeñado El carro del Señor, y de sus ruedas Brota el rayo veloz, se precipita, Hiere y aterra a suelo, Y su lívida luz inunda el cielo. ¿Qué rumor? ¿Es la lluvia...? Desatada Cae a torrentes, oscurece el mundo, Y todo es confusión, horror profundo. Cielo, nubes, colinas, caro bosque, ¿Dó estáis...? Os busco en vano: Desparecisteis... La tormenta umbría En los aires revuelve un oceano Que todo lo sepulta... Al fin, mundo fatal, nos separamos: El huracán y yo solos estamos. ¡Sublime tempestad! ¡Cómo en tu seno, De tu solemne inspiración henchido, Al mundo vil y miserable olvido, Y alzo la frente, de delicia lleno! ¿Dó está el alma cobarde Que teme tu rugir...? Yo en ti me elevo Al trono del Señor: oigo en las nubes El eco de su voz; siento a la tierra Escucharle y temblar. Ferviente lloro Desciende por mis pálidas mejillas, Y su alta majestad trémulo adoro.

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Gustavo Adolfo Becquer

12 Gustavo Adolfo Becquer Rima LIII Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar, y otra vez con el ala a sus cristales jugando llamarán. Pero aquellas que el vuelo refrenaban tu hermosura y mi dicha a contemplar, aquellas que aprendieron nuestros nombres, ésas... ¡no volverán! Volverán las tupidas madreselvas de tu jardín las tapias a escalar y otra vez a la tarde aún más hermosas sus flores se abrirán. Pero aquellas cuajadas de rocío cuyas gotas mirábamos temblar y caer como lágrimas del día.... ésas... ¡no volverán! Volverán del amor en tus oídos las palabras ardientes a sonar, tu corazón de su profundo sueño tal vez despertará. Pero mudo y absorto y de rodillas, como se adora a Dios ante su altar, como yo te he querido..., desengáñate, ¡así no te querrán!

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13 Las medias rojas Por Emilia Pardo Bazán

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uando la rapaza entró, cargada con el haz de leña que acababa demerodear en el monte del señor amo, el tío Clodio no levantó la cabeza, entregado a la ocupación de picar un cigarro, sirviéndose, en vez de navaja,de uña córnea color de ámbar oscuro, porque la había tostado el fuegocolillas. Ildara soltó el peso en tierra y se atusó el cabello, peinado a la moda de las señoritas y revuelto por los enganchones de las ramillas que se agarraban a él. Después, con lentitud de las faenas aldeanas, preparó el fuego, lo prendió, desgarró las berzas, las echó en el pote negro, en compañía de unas patatas mal troceadas y de unas judías asaz secas, de la cosechaanterior, sin remojar. Al cabo de estas operaciones, tenía el tío Clodio liadosu cigarrillo, y lo chupaba desgarbadamente, haciendo en carrillos dos hoyascomo sumideros grises entre lo azuloso de la descuidada barba. Sin duda la leña estaba húmeda de tanto llover la semana entera, y ardía mal, soltando una humareda acre; pero el labriego no reparaba: al humo, ¡bah!, estaba bien él bien hecho desde niño. Como Ildara se inclinase para soplar y activar la llama, observó el viejo cosa más insólita: algo de color vivo, que emergía de las remendadas y encharcadas sayas de la moza...Una pierna robusta, aprisionada en una media roja, de algodón... —¡Ey! ¡Ildara! —¡Señor padre! —¿Qué novidá es ésa? —¿Cuál novidá? —¿Ahora me gastas medias, como la hirmán del abade? Incorpórase la muchacha, y la llama, que empezaba a alzarse, dorada,lamedora de la negra panza del pote, alumbró su cara redonda, bonita, defacciones pequeñas, de boca apetecible, de pupilas claras, golosas de vivir. —Gasto medias, gasto medias—repitió, sin amilanarse—. Y si las gasto, no se las debo a ninguén. —Luego nacen los cuartos en el monte—insistió el tío Clodio conamenazadora sorna. —¡No nacen!...Vendí al abade unos huevos, que no dirá menos él...Y con eso merqué las medias. Una luz de ira cruzó por los ojos pequeños, engarzados en duros párpados, bajo cejas hirsutas, del labrador...Saltó del banco donde estabaescarrancado, y aga221


Emilia Pardo Bazán rrando a su hija por los hombros, la zarandeóbrutalmente, arrojándola contra la pared, mientras barbotaba: —¡Engañosa! ¡Engañosa! ¡Cluecas andan las gallinas que no ponen! Ildara, apretando los dientes por no gritar de dolor, se defendía la cara con las manos. Era siempre su temor de mociña guapa y requebrada, que el padre la mancase, como le había sucedido a la Marisola, su prima, señalada por su propia madre en la frente con el aro de la criba, que le desgarró los tejidos. Y tanto más defendía a su belleza, hoy que se acercaba el momento de fundar en ella un sueño de porvenir. Cumplida la mayor edad, libre de la autoridad paterna, la esperaba el barco, en cuyas entrañas tantos de su parroquia y de las parroquias circunvencias se habían ido hacia la suerte, hacia lo desconocido de los lejanos países donde el oro rueda por las calles y no hay sino bajarse para cogerlo. El padre no quería emigrar, cansado de una vida de labor, indiferente a la esperanza tardía: pues que quedase él... Ella iría sin falta; ya estaba de acuerdo con el gancho, que le adelantaba los pesos para el viaje, y hasta le había dado cinco de señal, de los cuales habían salido las famosas medias...Y el tío Clodio, ladino, sagaz, adivinador o sabedor, sin dejar de tener acorralada y acosada a la moza, repetía: —Ya te cansaste de andar descalza de pie y pierna, como las mujeres de bien, ¿eh, condenada? ¿Llevó medias alguna vez tu madre? ¿Peinóse como tú, que siempre estás dale que tienes con el cacho de espejo? Toma, para que te acuerdes... Y con el cerrado puño hirió primero la cabeza, luego el rostro, apartando las medrosas manecitas, de forma no alterada aún por el trabajo, con que se escudaba Ildara, trémula. El cachete más violento cayó sobre un ojo, y la rapaza vio, como un cielo estrellado, miles de puntos brillantes envueltos en una radiación de intensos coloridos sobre un negro terciopeloso. Luego, el labrador aporreó la nariz, los carrillos. Fue un instante de furor, en que sin escrúpulo la hubiese matado, antes que verla marchar, dejándole a él solo, viudo, casi imposibilitado de cultivar la tierra que llevaba en arriendo, quefecundó con sudores tantos años, a la cual profesaba un cariño maquinal, absurdo. Cesó al fin de pegar; Ildara, aturdida de espanto, ya no chillabasiquiera. Salió fuera, silenciosa, y en el regato próximo se lavó la sangre. Un diente bonito, juvenil, le quedó en la mano. Del ojo lastimado, no veía. Como que el médico, consultado tarde y de mala gana, según es uso de labriegos, habló de un desprendimiento de la retina, cosa que no entendió la muchacha, pero que consistía...en quedarse tuerta. Y nunca más el barco la recibió en sus concavidades para llevarla hacia nuevos horizontes de holganza y lujo. Los que allá vayan, han de ir sanos,válidos, y las mujeres, con sus ojos alumbrando y su dentadura completa...

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14 Nuestra América José Martí

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ree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el cielo, que van por el aire dormido engullendo mundos. Lo que quede de aldea en América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas de almohada, como los varones de Juan de Castellanos: las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra. No hay proa que taje una nube de ideas. Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como la bandera mística del juicio final, a un escuadrón de acorazados. Los pueblos que no se conocen han de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos. Los que se enseñan los puños, como hermanos celosos, que quieren los dos la misma tierra, o el de casa chica, que le tiene envidia al de casa mejor, han de encajar, de modo que sean una las dos manos. Los que, al amparo de una tradición criminal, cercenaron, con el sable tinto en la sangre de sus mismas venas, la tierra del hermano vencido, del hermano castigado más allá de sus culpas, si no quieren que les llame el pueblo ladrones, devuélvanle sus tierras al hermano. Las deudas del honor no las cobra el honrado en dinero, a tanto por la bofetada. Ya no podemos ser el pueblo de hojas, que vive en el aire, con la copa cargada de flor, restallando o zumbando, según la acaricie el capricho de la luz, o la tundan y talen las tempestades; ¡los árboles se han de poner en fila, para que no pase el gigante de las siete leguas! Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes. A los sietemesinos sólo les faltará el valor. Los que no tienen fe en su tierra son hombres de siete meses. Porque les falta el valor a ellos, se lo niegan a los demás. No les alcanza al árbol difícil el brazo canijo, el brazo de uñas pintadas y pulsera, el brazo de Madrid o de París, y dicen que no se puede alcanzar el árbol. Hay que cargar los barcos de esos insectos dañinos, que le roen el hueso a la patria que los nutre. Si son parisienses o madrileños, vayan al Prado, de faroles, o vayan a Tortoni, de sorbetes. ¡Estos hijos de carpintero, que se avergüenzan de que su padre sea carpintero! ¡Estos nacidos en América, que se avergüenzan, porque llevan delantal indio, de la madre que los crió, y reniegan, ¡bribones!, de la madre enferma, y la dejan sola en el lecho de las 223


Nuestra América enfermedades! Pues, ¿quién es el hombre?, ¿el que se queda con la madre, a curarle la enfermedad, o el que la pone a trabajar donde no la vean, y vive de su sustento en las tierras podridas, con el gusano de corbata, maldiciendo del seno que lo cargó, paseando el letrero de traidor en la espalda de la casaca de papel? ¡Estos hijos de nuestra América, que ha de salvarse con sus indios, y va de menos a más; estos desertores que piden fusil en los ejércitos de la América del Norte, que ahoga en sangre a sus indios, y va de más a menos! ¡Estos delicados, que son hombres y no quieren hacer el trabajo de hombres! Pues el Washington que les hizo esta tierra ¿se fue a vivir con los ingleses, a vivir con los ingleses en los años en que los veía venir contra su tierra propia? ¡Estos “increíbles” del honor, que lo arrastran por el suelo extranjero, como los increíbles de la Revolución francesa, danzando y relamiéndose, arrastraban las erres! Ni ¿en qué patria puede tener un hombre más orgullo que en nuestras repúblicas dolorosas de América, levantadas entre las masas mudas de indios, al ruido de pelea del libro con el cirial, sobre los brazos sangrientos de un centenar de apóstoles? De factores tan descompuestos, jamás, en menos tiempo histórico, se han creado naciones tan adelantadas y compactas. Cree el soberbio que la tierra fue hecha para servirle de pedestal, porque tiene la pluma fácil o la palabra de colores, y acusa de incapaz e irremediable a su república nativa, porque no le dan sus selvas nuevas modo continuo de ir por el mundo de gamonal famoso, guiando jacas de Persia y derramando champaña. La incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden y grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales, de composición singular y violenta, con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre en los Estados Unidos, de diecinueve siglos de monarquía en Francia. Con un decreto de Hamilton no se le para la pechada al potro del llanero. Con una frase de Sieyés no se desestanca la sangre cuajada de la raza india. A lo que es, allí donde se gobierna, hay que atender para gobernar bien; y el buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país, y cómo puede ir guiándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo, a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce, y disfrutan todos de la abundancia que la Naturaleza puso para todos en el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas. El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país. La forma del gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país. Por eso el libro importado ha sido vencido en América por el hombre natural. Los hombres naturales han vencido a los letrados artificiales. El mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico. No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza. El hombre natural es bueno, y acata y premia la inteligencia superior, mientras ésta no se vale de su sumisión para dañarle, o le ofende prescindiendo de él, que es cosa que no perdona el hombre natural, dispuesto a recobrar por la fuerza el respeto de quien le hiere la susceptibilidad o le perjudica el interés. Por esta conformidad con los elementos naturales desdeñados han subido los tiranos de América al poder; y han caído en cuanto les hicieron traición. Las repúblicas han purgado en las tiranías su incapacidad para conocer los elementos verdaderos del país, derivar de ellos la forma de gobierno y gobernar con ellos. Gobernante, en un pueblo nuevo, quiere decir creador. 224


AP Spanish Literature I En pueblos compuestos de elementos cultos e incultos, los incultos gobernarán, por su hábito de agredir y resolver las dudas con la mano, allí donde los cultos no aprendan el arte del gobierno. La masa inculta es perezosa, y tímida en las cosas de la inteligencia, y quiere que la gobiernen bien; pero si el gobierno le lastima, se lo sacude y gobierna ella. ¿Cómo han de salir de las Universidades los gobernantes, si no hay Universidad en América donde se enseñe lo rudimentario del arte del gobierno, que es el análisis de los elementos peculiares de los pueblos de América? A adivinar salen los jóvenes al mundo, con antiparras yanquis o francesas, y aspiran a dirigir un pueblo que no conocen. En la carrera de la política habría de negarse la entrada a los que desconocen los rudimentos de la política. El premio de los certámenes no ha de ser para la mejor oda, sino para el mejor estudio de los factores del país en que se vive. En el periódico, en la cátedra, en la academia, debe llevarse adelante el estudio de los factores reales del país. Conocerlos basta, sin vendas ni ambages: porque el que pone de lado, por voluntad u olvido, una parte de la verdad, cae a la larga por la verdad que le faltó, que crece en la negligencia, y derriba lo que se levanta sin ella. Resolver el problema después de conocer sus elementos, es más fácil que resolver el problema sin conocerlos. Viene el hombre natural, indignado y fuerte, y derriba la justicia acumulada de los libros, porque no se la administra en acuerdo con las necesidades patentes del país. Conocer es resolver. Conocer el país, y gobernarlo conforme al conocimiento, es el único modo de librarlo de tiranías. La universidad europea ha de ceder a la universidad americana. La historia de América, de los incas a acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria. Los políticos nacionales han de reemplazar a los políticos exóticos. Injértese en nuestras Repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras Repúblicas. Y calle el pedante vencido; que no hay patria en que pueda tener el hombre más orgullo que en nuestras dolorosas repúblicas americanas. Con los pies en el rosario, la cabeza blanca y el cuerpo pinto de indio y criollo, venimos, denodados, al mundo de las naciones. Con el estandarte de la Virgen salimos a la conquista de la libertad. Un cura, unos cuantos tenientes y una mujer alzan en México la república en hombros de los indios. Un canónigo español, a la sombra de su capa, instruye en la libertad francesa a unos cuantos bachilleres magníficos, que ponen de jefe de Centro América contra España al general de España. Con los hábitos monárquicos, y el Sol por pecho, se echaron a levantar pueblos los venezolanos por el Norte y los argentinos por el Sur. Cuando los dos héroes chocaron, y el continente iba a temblar, uno, que no fue el menos grande, volvió riendas. Y como el heroísmo en la paz es más escaso, porque es menos glorioso que el de la guerra; como al hombre le es más fácil morir con honra que pensar con orden; como gobernar con los sentimientos exaltados y unánimes es más hacedero que dirigir, después de la pelea, los pensamientos diversos, arrogantes, exóticos o ambiciosos; como los poderes arrollados en la arremetida épica zapaban, con la cautela felina de la especie y el peso de lo real, el edificio que había izado, en las comarcas burdas y singulares de nuestra América mestiza, en los pueblos de pierna desnuda y casaca de París, la bandera de los pueblos nutridos de savia gobernante en la práctica continua de la razón y de la libertad; como la constitución jerárquica de las colonias resistía la organización democrática de la República, o las capitales de corbatín dejaban en 225


Nuestra América el zaguán al campo de bota-de-potro, o los redentores bibliógenos no entendieron que la revolución que triunfó con el alma de la tierra, desatada a la voz del salvador, con el alma de la tierra había de gobernar, y no contra ella ni sin ella, entró a padecer América, y padece, de la fatiga de acomodación entre los elementos discordantes y hostiles que heredó de un colonizador despótico y avieso, y las ideas y formas importadas que han venido retardando, por su falta de realidad local, el gobierno lógico. El continente descoyuntado durante tres siglos por un mando que negaba el derecho del hombre al ejercicio de su razón, entró, desatendiendo o desoyendo a los ignorantes que lo habían ayudado a redimirse, en un gobierno que tenía por base la razón; la razón de todos en las cosas de todos, y no la razón universitaria de uno sobre la razón campestre de otros. El problema de la independencia no era el cambio de formas, sino el cambio de espíritu. Con los oprimidos había que hacer causa común, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores. El tigre, espantado del fogonazo, vuelve de noche al lugar de la presa. Muere echando llamas por los ojos y con las zarpas al aire. No se le oye venir, sino que viene con zarpas de terciopelo. Cuando la presa despierta, tiene al tigre encima. La colonia continuó viviendo en la república; y nuestra América se está salvando de sus grandes yerros -de la soberbia de las ciudades capitales, del triunfo ciego de los campesinos desdeñados, de la importación excesiva de las ideas y fórmulas ajenas, del desdén inicuo e impolítico de la raza aborigen- por la virtud superior, abonada con sangre necesaria, de la república que lucha contra la colonia. El tigre espera, detrás de cada árbol, acurrucado en cada esquina. Morirá, con las zarpas al aire, echando llamas por los ojos. Pero “estos países se salvarán”, como anunció Rivadavia el argentino, el que pecó de finura en tiempos crudos; al machete no le va vaina de seda, ni en el país que se ganó con lanzón se puede echar el lanzón atrás, porque se enoja, y se pone en la puerta del Congreso de Iturbide “a que le hagan emperador al rubio”. Estos países se salvarán, porque, con el genio de la moderación que parece imperar, por la armonía serena de la Naturaleza, en el continente de la luz, y por el influjo de la lectura crítica que ha sucedido en Europa a la lectura de tanteo y falansterio en que se empapó la generación anterior, le está naciendo a América, en estos tiempos reales, el hombre real. Éramos una visión, con el pecho de atleta, las manos de petimetre y la frente de niño. Éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España. El indio, mudo, nos daba vueltas alrededor, y se iba al monte, a la cumbre del monte, a bautizar a sus hijos. El negro, oteado, cantaba en la noche la música de su corazón, solo y desconocido, entre las olas y las fieras. El campesino, el creador, se revolvía, ciego de indignación, contra la ciudad desdeñosa, contra su criatura. Éramos charreteras y togas, en países que venían al mundo con la alpargata en los pies y la vincha en la cabeza. El genio hubiera estado en hermanar, con la caridad del corazón y con el atrevimiento de los fundadores, la vincha y la toga; en desestancar al indio; en ir haciendo lado al negro suficiente; en ajustar la libertad al cuerpo de los que se alzaron y vencieron por ella. Nos quedó el oidor, y el general, y el letrado, y el prebendado. La juventud angélica, 226


AP Spanish Literature I como de los brazos de un pulpo, echaba al Cielo, para caer con gloria estéril, la cabeza coronada de nubes. El pueblo natural, con el empuje del instinto, arrollaba, ciego del triunfo, los bastones de oro. Ni el libro europeo, ni el libro yanqui, daban la clave del enigma hispanoamericano. Se probó el odio, y los países venían cada año a menos. Cansados del odio inútil, de la resistencia del libro contra la lanza, de la razón contra el cirial, de la ciudad contra el campo, del imperio imposible de las castas urbanas divididas sobre la nación natural, tempestuosa o inerte, se empieza, como sin saberlo, a probar el amor. Se ponen en pie los pueblos, y se saludan. “¿Cómo somos?” se preguntan; y unos a otros se van diciendo cómo son. Cuando aparece en Cojímar un problema, no van a buscar la solución a Danzig. Las levitas son todavía de Francia, pero el pensamiento empieza a ser de América. Los jóvenes de América se ponen la camisa al codo, hunden las manos en la masa y la levantan con la levadura de su sudor. Entienden que se imita demasiado, y que la salvación está en crear. Crear es la palabra de pase de esta generación. El vino, de plátano; y si sale agrio, ¡es nuestro vino! Se entiende que las formas de gobierno de un país han de acomodarse a sus elementos naturales; que las ideas absolutas, para no caer por un yerro de forma, han de ponerse en formas relativas; que la libertad, para ser viable, tiene que ser sincera y plena; que si la república no abre los brazos a todos y adelanta con todos, muere la república. El tigre de adentro se entra por la hendija, y el tigre de afuera. El general sujeta en la marcha la caballería al paso de los infantes. O si deja a la zaga a los infantes, le envuelve el enemigo la caballería. Estrategia es política. Los pueblos han de vivir criticándose, porque la crítica es la salud; pero con un solo pecho y una sola mente. ¡Bajarse hasta los infelices y alzarlos en los brazos! ¡Con el fuego del corazón deshelar la América coagulada! ¡Echar, bullendo y rebotando por las venas, la sangre natural del país! En pie, con los ojos alegres de los trabajadores, se saludan, de un pueblo a otro, los hombres nuevos americanos. Surgen los estadistas naturales del estudio directo de la Naturaleza. Leen para aplicar, pero no para copiar. Los economistas estudian la dificultad en sus orígenes. Los oradores empiezan a ser sobrios. Los dramaturgos traen los caracteres nativos a la escena. Las academias discuten temas viables. La poesía se corta la melena zorrillesca y cuelga del árbol glorioso el chaleco colorado. La prosa, centelleante y cernida, va cargada de idea. Los gobernadores, en las repúblicas de indios, aprenden indio. De todos sus peligros se va salvando América. Sobre algunas repúblicas está durmiendo el pulpo. Otras, por la ley del equilibrio, se echan a pie a la mar, a recobrar, con prisa loca y sublime, los siglos perdidos. Otras, olvidando que Juárez paseaba en un coche de mulas, ponen coche de viento y de cochero a una bomba de jabón; el lujo venenoso, enemigo de la libertad, pudre al hombre liviano y abre la puerta al extranjero. Otras acendran, con el espíritu épico de la independencia amenazada, el carácter viril. Otras crían, en la guerra rapaz contra el vecino, la soldadesca que puede devorarlas. Pero otro peligro corre, acaso, nuestra América, que no le viene de sí, sino de la diferencia de orígenes, métodos e intereses entre los dos factores continentales, y es la hora próxima en que se le acerque demandando relaciones íntimas, un pueblo emprendedor y pujante que la desconoce y la desdeña. Y como los pueblos viriles, que se han hecho de sí propios, con la escopeta y la ley, 227


Nuestra América aman, y sólo aman, a los pueblos viriles; como la hora del desenfreno y la ambición, de que acaso se libre, por el predominio de lo más puro de su sangre, la América del Norte, o el que pudieran lanzarla sus masas vengativas y sórdidas, la tradición de conquista y el interés de un caudillo hábil, no está tan cercana aún a los ojos del más espantadizo, que no dé tiempo a la prueba de altivez, continua y discreta, con que se la pudiera encarar y desviarla; como su decoro de república pone a la América del Norte, ante los pueblos atentos del Universo, un freno que no le ha de quitar la provocación pueril o la arrogancia ostentosa, o la discordia parricida de nuestra América, el deber urgente de nuestra América es enseñarse como es, una en alma e intento, vencedora veloz de un pasado sofocante, manchada sólo con sangre de abono que arranca a las manos la pelea con las ruinas, y la de las venas que nos dejaron picadas nuestros dueños. El desdén del vecino formidable, que no la conoce, es el peligro mayor de nuestra América; y urge, porque el día de la visita está próximo, que el vecino la conozca, la conozca pronto, para que no la desdeñe. Por ignorancia llegaría, tal vez, a poner en ella la codicia. Por el respeto, luego que la conociese, sacaría de ella las manos. Se ha de tener fe en lo mejor del hombre y desconfiar de lo peor de él. Hay que dar ocasión a lo mejor para que se revele y prevalezca sobre lo peor. Si no, lo peor prevalece. Los pueblos han de tener una picota para quien les azuza a odios inútiles; y otra para quien no les dice a tiempo la verdad. No hay odio de razas, porque no hay razas. Los pensadores canijos, los pensadores de lámparas, enhebran y recalientan las razas de librería, que el viajero justo y el observador cordial buscan en vano en la justicia de la naturaleza, donde resalta, en el amor victorioso y el apetito turbulento, la identidad universal del hombre. El alma emana, igual y eterna, de los cuerpos diversos en forma y en color. Peca contra la humanidad el que fomente y propague la oposición y el odio de las razas. Pero en el amasijo de los pueblos se condensan, en la cercanía de otros pueblos diversos, caracteres peculiares y activos, de ideas y de hábitos, de ensanche y adquisición, de vanidad y de avaricia, que del estado latente de preocupaciones nacionales pudieran, en un período de desorden interno o de precipitación del carácter acumulado del país, trocarse en amenaza grave para las tierras vecinas, aisladas y débiles, que el país fuerte declara perecederas e inferiores. Pensar es servir. Ni ha de suponerse, por antipatía de aldea, una maldad ingénita y fatal al pueblo rubio del continente, porque no habla nuestro idioma, ni ve la casa como nosotros la vemos, ni se nos parece en sus lacras políticas, que son diferentes de las nuestras; ni tiene en mucho a los hombres biliosos y trigueños, ni mira caritativo, desde su eminencia aún mal segura, a los que, con menos favor de la historia, suben a tramos heroicos la vía de las repúblicas; ni se han de esconder los datos patentes del problema que puede resolverse, para la paz de los siglos, con el estudio oportuno y la unión tácita y urgente del alma continental. ¡Porque ya suena el himno unánime; la generación actual lleva a cuestas, por el camino abonado por los padres sublimes, la América trabajadora; del Bravo a Magallanes, sentado en el lomo del cóndor, regó el Gran Zemí, por las naciones románticas del continente y por las islas dolorosas del mar, la semilla de la América nueva!

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AP Spanish Literature I

15 Rubén Darío Cantos de vida y esperanza, VIII: “A Roosevelt” ¡Es con voz de la Biblia, o verso de Walt Whitman, que habría que llegar hasta ti, Cazador! Primitivo y moderno, sencillo y complicado, con un algo de Washington y cuatro de Nemrod. Eres los Estados Unidos, eres el futuro invasor de la América ingenua que tiene sangre indígena, que aún reza a Jesucristo y aún habla en español. Eres soberbio y fuerte ejemplar de tu raza; eres culto, eres hábil; te opones a Tolstoy. Y domando caballos, o asesinando tigres, eres un Alejandro—Nabucodonosor. (Eres un profesor de energía, como dicen los locos de hoy.) Crees que la vida es incendio, que el progreso es erupción; en donde pones la bala el porvenir pones. No. Los Estados Unidos son potentes y grandes. Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor que pasa por las vértebras enormes de los Andes. Si clamáis, se oye como el rugir del león. Ya Hugo a Grant le dijo: «Las estrellas son vuestras». (Apenas brilla, alzándose, el argentino sol y la estrella chilena se levanta...) Sois ricos. Juntáis al culto de Hércules el culto de Mammón; y alumbrando el camino de la fácil conquista, la Libertad levanta su antorcha en Nueva York. Mas la América nuestra, que tenía poetas 229


Rubén Dario desde los viejos tiempos de Netzahualcoyotl, que ha guardado las huellas de los pies del gran Baco, que el alfabeto pánico en un tiempo aprendió; que consultó los astros, que conoció la Atlántida, cuyo nombre nos llega resonando en Platón, que desde los remotos momentos de su vida vive de luz, de fuego, de perfume, de amor, la América del gran Moctezuma, del Inca, la América fragante de Cristóbal Colón, la América católica, la América española, la América en que dijo el noble Guatemoc: «Yo no estoy en un lecho de rosas»; esa América que tiembla de huracanes y que vive de Amor, hombres de ojos sajones y alma bárbara, vive. Y sueña. Y ama, y vibra; y es la hija del Sol. Tened cuidado. ¡Vive la América española! Hay mil cachorros sueltos del León Español. Se necesitaría, Roosevelt, ser Dios mismo, el Riflero terrible y el fuerte Cazador, para poder tenernos en vuestras férreas garras. Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!

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Índice de capítulos 1. Romancero viejo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4 Romance de la pérdida de Alhama . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4 2. Conde Lucanor, Ejemplo XXXV . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6 3. Garcilaso de la Vega. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 10 Soneto XXIII: En tanto que de rosa y azucena . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 10 4. Segunda carta de relación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11 5. El Lazarillo de Tormes. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 70 Prólogo ������������������������������������������������������������������������������������������������������� 70 Tratado Primero ��������������������������������������������������������������������������������������������71 Tratado segundo ������������������������������������������������������������������������������������������� 79 Tratado tercero ����������������������������������������������������������������������������������������������85 Tratado séptimo ������������������������������������������������������������������������������������������� 94 6. Luis de Góngora. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97 Mientras por competir con tu cabello. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97 7. El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 98 Capítulo I (1ª parte) ������������������������������������������������������������������������������������� 98 Capítulo II (1ª parte) ����������������������������������������������������������������������������������101 Capítulo III (1ª parte) ��������������������������������������������������������������������������������105 Capítulo IV (1ª parte) ��������������������������������������������������������������������������������� 109 Capítulo V (1ª parte) ����������������������������������������������������������������������������������114 Capítulo 8 (1ª parte) ���������������������������������������������������������������������������������� 117 Capítulo 9 (1ª parte) ��������������������������������������������������������������������������������� 122 Capítulo 74 (2ª parte) ��������������������������������������������������������������������������������125 8. El Burlador de Sevilla y convidado de piedra. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131 Elenco ��������������������������������������������������������������������������������������������������������131 Acto primero ������������������������������������������������������������������������������������������������131 Acto segundo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 159 Acto tercero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 182 9. Francisco de Quevedo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 214 Miré los murosde la patria mía. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 214 10. Sor Juana Inés de la Cruz. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 215 Hombres necios que acusáis. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 215 11. José María Heredia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 218 En una tempestad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 218 12. Gustavo Adolfo Becquer . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 220 Rima LIII. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 220 13. Las medias rojas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 221 14. Nuestra América . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 223 15. Rubén Darío. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 229 Cantos de vida y esperanza, VIII: “A Roosevelt”. . . . . . . . . . . . . . . . . . . 229

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Este libro se terminó en Madrid, España, en marzo de 2012. Está realizado en la letra Times New Roman y el programa Adobe InDesign CS 5.5


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