Intempestivo
Santos Moreno
Pensamientos
A mis padres, a mis amigos y quienes me han formado. Que sepan que el viaje que emprendí no alargó la distancia entre ustedes y yo. En cuanto encuentre lo que estoy buscando, volveré a casa. Ya hace tres semanas que decidí documentar esta ciudad, buscando respuestas del pasado. Lo hice por ustedes, mamá, papá; pero también lo hice por mí. Confieso que llevo más tiempo del que quisiera sumido en un letargo, una alienación que me suspende de la realidad. Tranquilos. Estoy seguro de que la problemática no reside en mi sistema nervioso ni mi mentalidad: es un malestar del espíritu. Llegó el momento. Mañana partiré a un viaje de varios kilómetros al lugar donde, dicho de algún modo, empezó mi vida. Mi intención jamás será que se entienda mi presente como triste o improductivo. Trato de ser yo mismo, trato de explorar lo que no sabía que existía y que, irónicamente, vivía en mi interior. Algunos tildarían mi actividad de infantil o inmadura, siendo que no hay mayor acto de madurez que asumir las realidades que nos rodean y descubrir cuál fue el origen de la inercia que ahora me mueve.
Botella a la deriva
Para los ojos ajenos que puedan encontrar este registro, explicaré qué rayos son este conjunto de páginas; vitales para algunos e insignificantes para otros. El presente es un diario perteneciente a Santos Moreno hijo. Quién soy no es importante. Más bien importa de dónde vengo y dónde estuve. Nací en este lado (más bien rincón) del mundo. Atravesado por toda la cultura de un pasado que no es ni nativo ni extranjero, sino que se desarrolla a partir de un idioma, costumbres, todo un corpus de santos, ángeles, evangelios, vírgenes, creencias, festividades, leyes, conocimientos y todo tipo de prácticas culturales provenientes de la vieja España y de mucho más allá, infusionado en el territorio del nuevo mundo, y con todas las implicaciones que ello conlleva, como mi apariencia, mi zona geográfica y la identidad con este territorio que ya no es ni de la sangre heredada ni de la derramada. Y eso está bien, si tomamos en cuenta que nosotros ya no somos ni los unos ni los otros. Verás lo que yo vi y leerás lo que pensé. A partir de ahí tal vez puedas saber quién soy de un modo diferente al de ver mi rostro.
La política y su comportamiento fúngico
Te conocí en un momento de mi vida en el que aún no me había conformado al completo. Mi personalidad, quién soy, apenas se estaba construyendo. Todavía recuerdo esos precarios seres que fuimos. Solitaria, tímida… esos eran adjetivos que te describían bien. Esas ideas tan infantiles propias de adolescentes recién ingresados a la preparatoria; idealistas y hasta ingenuos. Viniste junto con tus códigos, naciste emperatriz. No te reías de mis bromas ni comprendías mi territorio. Poco a poco me adentré entre tus grietas. Fue doloroso el ver los cambios forzados por terceros en ti. Servimos de psicólogos las veces que hicieron falta, y esas sesiones de transporte público siempre fueron mis favoritas. Pasé los últimos años de mi vida apreciando tu belleza mientras recorríamos las calles del centro, el lugar donde todo comenzó. Una decepcionante sorpresa ver que la vida nos convirtió en entidades tan distintas de aquellos ingenuos extraños que se conocieron a unos metros del cruce de Pino Suárez y Miguel Hidalgo.
La política, lo político y la sociedad nos cambiaron. Y no estoy recriminándote nada, Diógenes murió desnudo, en la vía pública y rodeado sólo de los perros de la calle. Todos hemos cambiado por el territorio que habitamos, es inevitable, es que jamás pensé que serías tan irreconocible. De aquella a la que le pertenecía mi destino ahora sólo quedan las facciones, escalas que me recuerdan lo que alguna vez fuiste. Esas noches de insomnio en las que te dibujé incontables veces ya no están más, o es que sólo ya no estás tú.
Sin embargo, de las fotos que quedan he podido ver cómo la piedrecilla en la nieve que generó esta avalancha se hace presente. Tal vez pudimos hacer algo para evitarlo. Incluso antes de que fuera demasiado tarde, ahí estaban las señales. Sólo hacía falta ver a conciencia las fotos y notar cómo la política crece como un hediondo hongo en las paredes, y no se va. Esa política que nos arrastró a ti, a mí y a todos al lugar en el que estamos hoy, a los tiempos en los que estamos hoy.
Discoteca Versalles, localizada a cincuenta metros del cruce de Pino Suárez y Miguel Hidalgo. El momento que se muestra en la fotografía es la visita de Adolfo López Mateos en 1958.
Resulta irónico. A día de hoy el centro está lleno de edificios, a excepción de un hueco que se forma precisamente en el lugar que debería ocupar la disco Versalles. Demolida a inicios del nuevo milenio, cerró sus puertas con la ola de delincuencia que azotó al país por aquellos años.
Te extraño.
Representas una parte fundamental en mi propia conformación como persona. Has dejado un vacío que no se podrá llenar. El ambiente alegre y musical ahora no existe más, y es sustituido por un piso frío y gris Justo en la barrera que separa nuestro recuerdo, veo afiches pegados en los muros. Son de la protesta por los 43. Un discurso que fue censurado por nuestro gobierno años atrás. La única foto que existe de ti en el pasado es celebrando la llegada del entonces presidente a la ciudad; me alegra ver que tu discurso se orienta hoy hacia otras directrices.
Vértigo
Hace poco me invitaron a una función de cine. No intentaré fingir un estoicismo heroico. Las manos me temblaron al percibir el característico olor a comida chatarra, las luces casi festivales de la recepción, y ese tacto al caminar sobre las alfombras de las salas. Tenía meses sin entrar en una sala de cine, y por razones obvias. Ese cine fue uno de nuestros lugares especiales. Los cambios que ocurrieron en ti son tan inconsistentes. A veces paulatinos y a veces repentinos. Pensé que te conocía bien hasta que comprendí que el espíritu es más un fluido reactivo que un vapor que se escapa entre las grietas del cuerpo. El vértigo hace temblar mis cimientos y me derrumba a pedazos mientras camino, menos sobrio que de costumbre, por esas calles importantes para nosotros. El centro aparece bajo mis pies, y el cemento del que está hecho no puede cubrir lo agrietado de mi interior. Además de un alma vertiginosa también eras muy honesta. Aunque con tu protección fría y dura, dejas que cualquiera que se lo merezca conozca algunas partes de ti.
Ese cine era parte importante de nosotros, parte importante de ti. Se fue de la misma forma en la que la vida nos separó, sin preguntarnos si estábamos o no de acuerdo, sin opciones, como un barco carente de otro medio para moverse mas que sus velas, expectantes al viento. Entre las calles del centro aún veo tus fantasmas. Son formas que resaltan por su rareza insertada dentro de la realidad industrializada, dentro de las prácticas cuya única finalidad es el flujo de activos. Maneras que a primera vista podrían parecer ineficientes o hasta innecesarias pero que, sobre todo los seres más jóvenes, desconocen su función primigenia, originada en un tiempo que ya no es el nuestro.
Tu silueta es inconfundible, las actividades pasadas que te definieron aún imprimen sus réplicas en el presente.
Mientras entraba a la función de cine no dejaba de pensar en ti, tampoco pude evitar pensar en el #399 de la Avenida Juárez, lo que había ahí y lo que hay hoy. Ya te imaginarás el torrente de memorias que desataron los aromas, las texturas, las vistas del interior de un cine. Durante el largometraje, decir que me sentí a salvo sería exagerar, pero sí fue la primera vez en muchísimo tiempo en el que el dolor fue anestesiado.
Fantasma
Con cada día que pasa, la dipsomanía se infiltra en mi vida a mayores cantidades y con mayor recurrencia. No miento al decir que me esfuerzo por regular esta parte de mi vida, pero hasta ahora sólo ha funcionado deshacerme de ese vicio con otros más. Y desde luego que no es una buena idea, pero buscar alivio en el vidrio me está haciendo mucho mal. Además de las bebidas espirituosas, el autosabotaje es otro vicio que practico, no orgullosamente. Reiteradas son las ocasiones en las que, falto de sobriedad, recorro nuestros lugares especiales hasta que el dolor en las piernas se presenta con aplomo, para ese momento normalmente he terminado de caminar por el gran cuadro de la ciudad. Llegando justo a tiempo para desplomarme sobre alguna banca de la plaza. Siempre me resulta extraño el llegar ahí, sentarme, y que irónicamente jamás sea en la banca en la que te dediqué (tan cursimente) tantas canciones. Para recordar ese lugar soy capaz de sentarme incluso en la tierra, o en las alcantarillas que ahora ocupan su lugar. Siguen siendo las mismas vistas del palacio de gobierno, pero mucho más solitarias de lo que fueron en aquellos momentos.
En una de las muchas tardes en las que estuve sentado ahí, alguien que pasaba por la calle me preguntó si me mantengo en ese estado tan inconveniente porque quiero escapar de algo, y pensé que podía tener razón. Con alma haragana y mala cara, volteé a verlo y le dije que tal vez sí quería alas, para volar a cualquier lugar que no fuera aquí. Después de la conversación reflexioné sobre esa peligrosa blasfemia. Si volara tan alto sobre ti, no distinguiría otra cosa más allá de una nostalgia invasiva. Y es que en tu anatomía hay una descripción precisa de mis vivencias. Aún intento modular lo que digo; es notoria la infantilidad que intento controlar en mí. Antes tenía miedo del luto que significaba madurar, ahora que tengo jornada, jefe y barba entiendo que no hay luto ninguno, sin embargo el crecer nos convierte, en muchos casos, en esclavos laborales. Siempre supiste que yo no seguía el ritmo de la moda, que era tan sutil como un toro en una cristalería; igual que supiste que yo era un himno al amor cuando estábamos juntos; igual que yo supe, después de años, que el tipo de droga que eres no es compatible con mi corazón.
Fotografía tomada desde lo que hoy es Explanada de los Héroes.
Éstas son las vistas del lugar en que se encontraba nuestra banca.
Construcción de la Macroplaza alrededor del Palacio de Gobierno (1985). Extraído del acervo de la Fototeca Nuevo León.
Fotografía orientada hacia esa banca que ya no existe, tomada desde detrás del Palacio de Gobierno.
Aunque ese lugar que fue tan importante para nosotros ya no esté, su fantasma se distingue todavía. La gente sigue sentándose en el espacio en el que hace mucho estuvo nuestra banca. Yo veo un recuerdo intentando permanecer en el presente.
Defunción pública
Acusar a toda una comunidad sería un acto demasiado egoísta de mi parte. Pero en este caso me permito sentir los celos que generan el que no sólo yo te extrañe, sino el que toda una generación lo haga. Ya te había dicho que el cine nos marcó a ti y a mí por nuestras vivencias, y el Elizondo lo hizo en la vida de un sinfín de jóvenes y adultos entre los años de 1943 y 1982. Es quizás el recuerdo más afianzado ´ para todos ellos. La construcción de la Macroplaza trajo consigo muchas bondades, pero sería ingenuo pensar que llegó sola. Tuvo que desplazar a comercios y familias que sin deberla ni temerla hicieron caso a una política que los engañó y les dio la espalda, y en el proceso se perdió no sólo la comunicación contigo, sino también las formas en las que estábamos acostumbrados a vivir. Es difícil para mí admitirlo, pero te extraño. No soy sólo yo; estás implantada en el recuerdo de miles de personas; existen reiteradas fotografías de nuestros últimos días. De cuando nos separamos para no volvernos a ver. De entre todas las cosas que dejé atrás, creo que jamás podré mantenerme sereno al recordar esto. Quién fuera escultura para ser de piedra, y así no tener sentimientos.
Una parte de mí todavía tiene la necesidad de pedir perdón. Siento que mi vida tomado un rumbo muy diferente al que quería hace apenas unos cuantos meses. Me siento caminar en un desierto de dinero, mal humor, desilusión y desconcierto. No creo que exista una persona a la que le haya fallado más como me fallé a mí mismo.
Te ofrecí mi tiempo. Lo hubiera hecho sin dudar las veces que hicieran falta. Te lo hubiera dado para que lo usaras a tu voluntad en los días más grises, en un mero desliz y sin ningún tipo de mesura. No habría puesto resistencia si lo tomaras sin consentimiento. Cuando río intento convencerme de que estoy haciendo lo correcto, y últimamente creo haberme sentido feliz, aunque no sé si el desierto en el que estoy contempla las tierras de la superación o del arrepentimiento.
Este diario íntimo ha sido alimentado cada noche, como esta situación ocupa mucho tiempo en mi pensar. Hoy soy el sinónimo de un ser más sombrío, pero la realidad en la que estoy ahora no es de nadie más sino mía.
Supongo que algo bueno he de sacar de este lío, entonces levanto la mirada y sólo sigo. Soy libre o al menos quiero serlo, por lo que me haré responsable de mis propios pasos antes y después de darlos. Porque la libertad no se pide…
Arco que resguardaba la pantalla de proyección dentro de la sala del cine Elizondo. (1982).