Sentimientos de la guerra

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Quiero dedicar este libro a mi madre que desde el cielo me está mirando y que tuvo que soportar la intriga de no saber sobre su hijo mientras se combatía en las islas, a mi padre que también sufrió al no saber dónde estaba, a mi esposa Sandra que me ayudó mucho a sobrellevar los recuerdos de lo pasado, a mis hijos Leonel Francisco y Jazmín que ojala nunca sepan lo que es sufrir la incertidumbre de la lucha, a mis hermanos que por la gracia de Dios no conocieron el horror de la guerra, a mis amigos que me ayudaron a vivir cuando regresé a mi casa y a todos mis camaradas que vivieron la situación y que ofrecieron todo a cambio de nada


Prólogo del autor En este libro no solo cuento una historia ficticia como lo es el cuento El Héroe del Pueblo, también quiero que los lectores conozcan los sentimientos de un soldado cuando está esperando entrar en combate. Basado en mi propia experiencia durante la guerra del Atlántico Sur entre mi país Argentina y el Reino Unido de Gran Bretaña por las islas Malvinas, quiero expresar lo que sentía mientras esperaba en el continente la orden de embarcar hacia las islas. Quiero con estos poemas compartir y dar a conocer los sentimientos de todos los que estuvimos en la misma situación. Vaya también un homenaje a los que combatieron en las islas y que muchos de esos camaradas quedaron como custodios de la lejana tierra bajo una bandera extraña. Sin rencor hacia mis antiguos enemigos, creo que este libro dice también lo que sienten todos los soldados del mundo. Quisiera que la gente entienda que quienes volvimos de la guerra, haya estado en el frente o no, ofrecimos nuestras vidas en defensa de la Patria y nadie se cree más que nadie, porque todos dimos todo a cambio de nada.



A los soldados que participaron de la guerra del Atlántico Sur

Palabras Tan solo palabras Que ni siquiera sirven Para esas pobres almas Que deambulan errantes Buscando la calma. Palabras, solo eso, Tan solo palabras Que hablan de gloria, Que hablan de Patria, Que tal vez exista Como la bandera En la que nadie repara. Pequeños demonios Ríen y saltan Al ver esos fantasmas Que por el mundo vagan Buscando el eterno descanso, Buscando paz y calma. Palabras de gloria, De amor y de honor, Que no sirven de nada.


テ]geles del infierno Rテュen a carcajadas, Y hacen lo posible Porque sean eso, Simples palabras Grabadas en las tumbas De los que dieron todo A cambio de nada


Blanco silencio

Allá en el lejano sur, Hay fantasmas todavía errantes Que buscan su eterno descanso. Allá en el lejano sur, Hay almas que esperan Una oración, un padrenuestro. Los ojos lloran lágrimas de lluvia Lágrimas de nieve, lagrimas… lágrimas… Al ver que esos espíritus Continúan deambulando Recorriendo lugares Que durante la guerra Dejaran sus cuerpos, Fosas comunes, oscuras, profundas, Con solo un recuerdo Su nombre y un rosario. Ni una sola flor adorna la cruz Que allí está enclavada. Las memorias olvidan A los bravos soldados


Demonios saltarines Bailan y festejan Pidiendo a su padre Mefisto Haga lo posible porque esas almas ContinĂşen su camino Mientras sus cuerpos allĂ­ sepultados Se corroen despacio Bajo la tierra cubierta de nieve Blanca mortaja, blanco silencio.


En el olvido La nieve cae lenta, Como un manto, cubriendo Cruces olvidadas En un cementerio, Donde cuerpos aguardan Una flor, un rezo. Almas recorren Ese cementerio En oscuras noches En profundo silencio. Las armas callaron Sus mortales estruendos, Bombas ya no caen Desde el azul del cielo. Almas recorren Lugares ya muertos, Donde balas y bombas Destruyeran cuerpos De hombres que lucharon Por una bandera. Soldados que dieron Su vida sin miedo Soldados que hoy siguen En el olvido‌. En el silencio‌..


Muerte en la nieve Una flor roja Nace en la nieve, De un tallo verde Cruelmente cortado Que cae pesadamente Con solo dieciocho aĂąos Un fusil invasor Su grito ha lanzado Estruendosamente Terminando con la vida De ese joven tallo Sus ojos abiertos Reflejan la muerte Un rojo agujero Aparece en su frente Por el cual su vida Veloz ha escapado Vida muy corta De apenas dieciocho aĂąos Que entregĂł por su tierra Un joven soldado


Un joven soldado

Lentamente caen Desde las alturas Copos de algod贸n Que cubren la tierra Esa tierra quemada Por los propios hombres Tierra que sirve De lecho a un soldado Que nervioso espera Con fusil en mano La orden de ataque La nieve ya no cae El cielo se ha despejado El observa todo Con ojos asombrados El azul del cielo La nieve tan blanca Como la bandera Que defender ha jurado Comienzan los gritos De fusiles, de hombres, de bombas,


La batalla ha comenzado Un fusil ingles Su grito de muerte Feroz ha lanzado La bala certera encontr贸 el cuerpo Del joven soldado La batalla termina Vuelve a caer la nieve Cubriendo el cuerpo Como un manto helado Quedando el recuerdo De ese jovencito de apenas Dieciocho a帽os


Desesperanza El cielo se suicida en lágrimas Nubes grises cubren el cielo Desgarrándose en lluvia Llanto de mujeres se mezcla Con la suave y fina lluvia Voces de niños pidiendo comida O algo que calme a la bestia Que desgarra sus entrañas Que destroza sus estómagos Que los debilita poco a poco Tierra quemada, tierra arrasada Bajo pesadas botas de bandera extraña Tierra sin dioses, tierra asesinada Por el fuego de metralla. Tierra de muerte, tierra sembrada Con la carne de hombres, con rojas flores Flores sangrientas, flores nacidas De hombres muertos en batalla Y una pregunta nace


Nace en la mente de todos los hombres Nace en toda la humanidad Nace de la locura asesina La verdadera locura humana Pregunta sin respuesta ni esperanza ¿Habrá quizás un mañana?


Esperando

Alguien ha robado mis sueños, me los quitaron, dejándome únicamente la soledad. Alguien ha escondido mi futuro, solo miro hacia atrás donde mi alma se quedó en el pasado, donde dioses extraños la mantienen prisionera junto a un amor que ya no existe. Continúo mi búsqueda caminando sin cesar, solo quiero vivir el presente, no quiero saber si el nuevo amor es mejor o peor, solo quiero conocerlo cuando llegue y entonces sí, afrontare lo que venga, si debo reír o si debo llorar. Cuando los dioses extraños dejen libre mi alma y deje de dialogar con mi soledad, solo entonces reconoceré que es el final.


La noche fría

La noche es muy fría, las manos casi no se sienten, a mí alrededor todo es oscuridad. A lo lejos los cerros parecen gigantes que esperan el momento para acercarse. Todos estamos en silencio esperando con las manos agarrotadas de frio alrededor de los fusiles. Mientras en las cercanas islas se pelea y se muere nosotros sentimos el miedo a la muerte. Un miedo que atenaza las entrañas. Los fantasmas de la noche nos obligan a estar con los ojos muy abiertos porque nos hacen ver enemigos en cada sombra, en cada mata de vegetación que nos rodea y que parece moverse. Todos miramos hacia el fondo del camino, esperando ver aparecer en la oscuridad la fría carroza de la muerte, los ingleses.


Epitafio Quién será el que mi tumba abra Para depositar el ataúd… el cuerpo… Qué flores serán colocadas Para acompañar Mi soledad de muerto. Quién rezara por mi alma Aunque sea un padrenuestro Mientras en la cruz escriban “No lloren Lo que hay aquí Es tan solo su cuerpo Su alma y sus palabras Flotando estarán Tal vez en el tiempo”


Rumores de batallas

El viento me canta en los oĂ­dos Canciones de guerra Me trae rumores de batallas De jĂłvenes que mueren y ganan Me dice que la muerte Se lleva en su guadaĂąa Las almas de amigos Desconocidos de mi patria La tierra de mi pozo Donde se refugia mi alma Esperando la lucha Que no llega, que tarda Que dicen que no espera Que simplemente se lleva Las vidas de los soldados De una y otra patria No mide si argentinos Ingleses o sin patria Tan solo mide cuerpos Tan solo mide almas


Las armas truenan sin parar En las cercanas islas Lagrimas de sangre Derrama la nieve blanca Que se mezcla con la turba Y con las piedras heladas Mientras muchas madres Rezan por las almas De hijos que entregaron Para defender a la patria


Vi triste a la muerte

Frío, hambre, soledad. Miedo carcomiendo entrañas, frío metal cubriendo cabezas, manos congeladas aferrando el negro metal de mortales armas. Alrededor nieve blanca cobija a la negra muerte que, a mi lado, agazapada, fuma un cigarrillo entre expectante y alarmada. Enormes libélulas verdes sobre nosotros pasan llevando en sus vientres hombres y armas. Algunos quizás vuelvan, otros tal vez no lo hagan. Espero junto a mi amiga que se arrebuja en su negra capa, sus huesudas manos sostienen la fría guadaña, termina el cigarrillo, mientras se levanta me saluda con la mano, veo tristeza en su mirada, y se aleja detrás de los helicópteros con aire de cansada.


El sueño del soldado

Un soldado duerme en el suelo sentado Mientras en las manos, casi congeladas Sostiene con miedo el fusil helado. Es apenas un niño que a la guerra han llevado Haciendo cosas de hombres curtidos Hazañas que cuentan los libros de historia Que solo lo hicieron los grandes próceres Que la patria ha dado Está dando su vida con miedo Pero espera tranquilo el momento de lucha Su amiga la muerte sentada a su lado Velando sus sueños de familia, futbol, Amigos, amores que aún no han llegado El soldado duerme tranquilo, sentado


Con su fusil en las manos Esperando como todo un hombre Mientras sus sue単os se llevan Los malos momentos, los miedos El soldado duerme tranquilo so単ando No es como todos creen, un loco asesino Es un joven normal, un ser humano Que lleva la carga de ser un soldado Que duerme tranquilo junto a la muerte Que vela su sue単o en un pozo helado.


Las manos del viento

El viento me cubre con sus manos Como una bandera que se enreda n mi cara El sol lanza su grito feroz a través de las nubes Tiñendo de rojo al cielo y la tierra Hordas sombrías se acercan ligeras Tratando de matar la luz de la tierra triste Que me aloja como un vientre maternal Mis, manos se hielan sintiendo el frio De la muerte metálica Que sostengo esperando que llegue el enemigo Que quizás se atreva a llegar hasta mí Las sombras festejan la muerte del sol Y la oscuridad se adueña del mundo Mientras mis labios besan al nazareno


Que cuelga del rosario que llevo en mi cuello Pidiendo me proteja de la muerte lenta El viento me cubre con sus manos Y me trae voces, lรกgrimas y llantos lejanos


En nombre de la Patria

Instrumento de quimeras De sueños desquiciados Esperando en el pozo Con el aire helado Con la muerte amiga Sentada a mi lado Que me mira en silencio Con tristeza, esperando Mis manos se congelan Con mis dedos aferrados Al fusil que, como tabla Que sostiene a un naufrago Es mi única defensa Mi línea delgada


Entre vida y muerte Giro mi cabeza Ya no estรก a mi lado La muerte, que se ha ido Quizรกs a otros buscando Y en su lugar tan sรณlo Una lรกgrima ha quedado Tal vez de tristeza, de dolor O tal vez sea de espanto Por lo que hacemos los hombres Matarnos y matarnos En nombre de la Patria De Dios y del Diablo.


Los dioses han muerto

Los dioses han muerto Los matamos nosotros Cada dĂ­a de esta guerra Donde todo estĂĄ muerto No tenemos dioses vivos Para rezarles por nosotros Para pedirles que termine Esta locura total Dormimos con las armas Y en nuestros sueĂąos Matamos y morimos Los dioses han muerto No tenemos a quien orar Solo soldados con miedo


Que sacan coraje del mismo Para luchar, morir y matar Los dioses han muerto Rezamos a la nada Tratando de sobrevivir Esperando que nuestros nombres No sean escritos en una cruz En la tierra enclavada Los dioses han muerto Y sus nombres figuran En cruces solitarias Colgadas de los cielos Los dioses han muerto Y nosotros con ellos


El sueño del soldado

El aire helado de la noche me envuelve. Los harapos de la oscuridad hacen ver sombras y fantasmas en el campo. El ojo plateado de la luna espía nuestra posición mientras miramos el camino donde creemos ver aparecer en cualquier momento al enemigo. Mientras estoy en el pozo mis ojos se cierran. Estoy en mi casa, debe ser navidad porque esta toda mi familia, mi abuela y mi tía haciendo la comida, mis tíos junto con mi padre charlando, mi madre ayudando con la mesa y mis primos invitándome a jugar al futbol en la cancha de enfrente. De pronto mi padre se pon de pie y me apoya la mano en el hombro. Giro la cabeza para mirarlo, no veo su rostro sonriente y me rodea la oscuridad y el silencio. En mis manos ya no está la pelota sino el fusil helado y veo el rostro del cabo que me dice: -Vamos, soldado, te quedaste dormido.


Los niños perdidos

Ya todo terminó Volvemos s casa ¿Volvemos? ¿A casa? Volver es un poco irse ¿Volvemos o nos vamos? Llegamos niños, volvemos hombres Ya no somos los mismos Siempre cuando nos vamos Dejamos un poco de nosotros En el lugar que estuvimos Jugamos con la muerte Los niños se han ido con ella Los que regresan son hombres Que conocieron la tristeza


El miedo a la muerte, la guerra Ya no somos los mismos Los que llegaron de día Ahora somos otros Los que se van de noche Ya nos somos los mismos Nuestras risas se perdieron En la tierra, en los pozos, en el viento En el frío de la nieve En el miedo‌ en las sombras


Paria

Fantasma, eso soy Un paria del mundo No pertenezco a ningĂşn lado Por un lado despreciado Por no haber combatido Por otro temido Por solo haber estado La gente me teme Creen que estoy loco Que soy un asesino Que estoy desquiciado Ni lo uno ni lo otro Simplemente fui un soldado


Al que le toc贸 la guerra Que no eligi贸 el destino Pero tengo el orgullo De ser parte de la historia Por solo haber estado


El Héroe del Pueblo

Luciano Paredes era un niño precoz en el fútbol, vivaz, ligero en sus movimientos, con un cuerpo pequeño pero fuerte. Tenía una cara pecosa rodeada de rulitos pelirrojos que siempre estaba adornada por una sonrisa. Desde pequeño jugaba en uno de los dos equipos de futbol del pueblo y ya con apenas quince años estaba jugando en la primera división junto a jugadores de veinte a treinta años demostrando ser una promesa para el futbol. Cuando cumplió los dieciséis, integró la selección del pueblo y enfrentó a jugadores curtidos y rudos. Toda gente de campo acostumbrada al trabajo duro y a un estilo de juego fuerte donde no importaba la edad del contrario sino detenerle y ganar. En una final contra el equipo del pueblo vecino estuvo a punto de sufrir una quebradura cuando el defensor contrario se arrojó al piso con ambos pies por delante tratando de frenarlo, pero Luciano lo vio venir y cuando lo tuvo cerca, atrapó la pelota con sus pies, saltó y haciendo la bicicleta pasó por encima de los botines que trataban de destruir su carrera. Avanzó decidido, se enfrentó con el arquero y con un fuerte y certero derechazo venció la valla contraria anotando el gol que declaraba campeón a su equipo. Todo el pueblo estuvo de festejo y aquella vez Luciano fue declarado algo así como un héroe. Esa misma noche, el intendente habló con Don Ramiro, padre de Luciano, un hombre curtido en las cuestiones de campo y que le


daba más importancia al futuro de su hijo como persona de bien antes que en la parte económica. Don Ramiro no entendía mucho eso de darle tanta importancia o de considerar héroe a alguien que se destacaba en un juego, pero sí que fuera una buena persona, que pudiera andar por la vida con la frente en alto aunque fuera un linyera. - Don Ramiro-dijo el intendente mientras se acomodaba su enorme bigote con una mano y en la otra sostenía un vaso de vino tinto-Su hijo puede hacer carrera en el futbol pero tiene que empezar lo más pronto posible. -Vea, Santos, mi idea es que Luciano tenga algo de qué sustentarse, el futbol no es para siempre, entonces quiero que mi hijo estudie y si quiere y tiene condiciones, que juegue. Pero primero que estudie y que principalmente sea un buen hombre de quien poder estar orgulloso. -Para educarse hay tiempo, Don Ramiro, pero para el futbol no hay mucho y tiene que aprovechar ahora que es joven. Además a través de él conocerán al pueblo, se imagina cuando lo nombren Luciano Paredes del pueblo de Sauce Seco, y vengan los medios para conocer el lugar de donde salió semejante cracksoñaba Santos mientras con las manos hacía una pantalla imaginaria en el aireImagínese los programas de televisión mostrando el pueblo y a Luciano con una pelota, usando la camiseta de la selección en el mundial. ¿No le gustaría eso, Don Ramiro? Su hijo sería el héroe que queremos tener. -¿Héroe? Ni que fuera a la guerra. Hasta los dieciocho tiene tiempo, quédese tranquilo, Santos – y esbozando una sonrisa bebió un trago de vino para después colocarse el sombrero- Si quiere un héroe lo tendrá pero a su debido tiempo. Santos lo miró alejarse un tanto decepcionado pero se encogió de hombros y caminando detrás de Don Ramiro se fue a seguir disfrutando de la fiesta.


Durante dos años, Luciano continuó jugando para el equipo del pueblo y de su mano, o mejor dicho de sus pies, siguieron llegando campeonatos que hacían que fueran imbatibles. Los demás equipos intentaban estrategias que trataban de frenar sus avances y goles pero él siempre sacaba una jugada de la galera para superarlos. Así llegó el año 1982, Luciano había sido sorteado para cumplir con el servicio militar obligatorio. Santos se había ofrecido para a través de sus contactos salvarlo pero su padre y el propio Luciano decidieron que no. Finalmente llegó el día en que se despidieron padre e hijo en la estación de trenes. -M’hijo, cuídese, pórtese bien y hágase hombre. A mí me interesa que más que ser un héroe por jugar al futbol, sea un buen hombre y honesto. -Si papá, no se preocupe, yo haré que usted se sienta orgulloso del hijo que tiene. Ambos se abrazaron fuertemente y se despidieron. Mientras el joven subía al tren, Don Ramiro intentaba contener las lágrimas que pugnaban por escapar de sus ojos y rodar por sus curtidas mejillas. Ya había pasado dos meses desde la incorporación de Luciano al ejército, cuando fueron recuperadas las Islas Malvinas. Todo el pueblo fue a la casa de Don Ramiro para saber las noticias del joven futbolista. -Ahí me escribió Luciano, dice que está bien, el regimiento de ellos está en Puerto Argentino- habló el hombre con tono grave- Dice que hasta el momento todo está bien pero que no puede decir más nada porque no lo dejan decir donde está. La gente recibió la noticia con preocupación pero se retiraron conformes a sus casas. El ídolo del pueblo estaba bien y todavía se esperaba que todo terminara


pronto así el joven integraría el equipo nuevamente. La gente del pueblo vivía con ansiedad los sucesos que la televisión transmitía desde las lejanas islas, cada vez que los noticieros hablaban del tema y mostraban imágenes del lugar todos esperaban ver a Luciano, pero eran tantos los jóvenes que estaban allí que todos decían haberlo visto pero nadie estaba seguro de ello. Mientras esto pasaba en el pueblo Luciano estaba caminando por los cerros ubicados en las afueras de Puerto Argentino, junto con sus compañeros preparando las posiciones de defensa. Luego de cavar los pozos de zorro, pequeño pozo que sirve de cubierta de forma individual al soldado, el capitán Páez los hizo formar. -¡Fir-més!- gritó y se escuchó el seco sonido unánime de los tacos al chocar. -¡Des-canso!- nuevamente gritó el oficial. Los soldados separaron sus pies, quedando con sus fusiles junto a su pierna derecha. -Atender acá – ahora la voz del oficial se volvió más suave mientras sus ojos recorrían uno por uno los rostros de esos jovencitos, todos tenían la mirada de niños con la inocencia particular de los dieciocho años, jóvenes que apenas estaban comenzando a vivir y que se tendrían que preparar para morir en una hazaña para hombres curtidos. -Soldados, estamos acá para cumplir una misión y es la defender el territorio recuperado para la Patria. En Buenos Aires dicen que no va a haber guerra porque los ingleses no van a mandar tropas, que es muy caro hacerlo. Mentira. Yo soy un soldado y se lo que es el honor para un militar. Debemos prepararnos para combatir porque es seguro que lo haremos, no sé lo que harán los otros regimientos pero nosotros muertos antes que rendidos.


Su mirada recorrió con lágrimas los rostros de niños de los soldados y tomando aire dijo: -Soldados ¡Viva la Patria, carajo! -¡Viva!- se escuchó en un solo grito las voces de los reclutas, mientras el pecho del oficial se llenaba de orgullo y los ojos de lágrimas. Los días pasaron y la guerra comenzó. Los combates en las islas se hicieron más encarnizados, las noticias sobre los bombardeos en las posiciones de las tropas argentinas eran cada vez más desalentadoras, y se especulaba con el inminente ataque a Puerto Argentino. En el pueblo, Don Ramiro, estaba muy nervioso ya que no tenía noticias de donde se encontraba Luciano. Esa mañana se acercó al Palacio municipal donde lo esperaba Santos quien lo recibió enseguida. -Dígame, Don Ramiro ¿Qué necesita?- preguntó mientras cerraba la puerta y le brindaba una silla al preocupado padre. -Vea, Santos, no tengo noticias de Luciano y quería saber, ya que usted tiene gente que puede contactar en Buenos Aires, si no me haría el favor de averiguarme algo de mi hijo. -Sí, Don Ramiro-dijo Santos solícitamente- No se haga ningún problema, personalmente me encargare de averiguar sobre él, y quédese tranquilo que seguro que está bien es un joven valiente y sabe cuidarse. -Gracias, Santos – dijo Don Ramiro y levantándose se acercó a la puerta. Antes de salir miró al funcionario y le dedicó una triste sonrisa. Finalmente salió a la calle, parecía llevar en los hombros el peso de una tristeza y una incertidumbre que lo agobiaban. Santos tomó el teléfono y marcó un número. Mientras tanto en las islas el grupo de Luciano estaba recibiendo todo el fuego


de la artillería británica, los jóvenes estaban metidos en los pozos escuchando las bombas caer a su alrededor. -¡Luciano ¿Estas bien?!- gritaba uno de los soldados tratando de hacerse oír a través de las explosiones. -¡Sí!- respondió Luciano abriendo muy grande la boca para evitar que los estruendos le reventaran los tímpanos. -¡Por Dios que termine pronto todo esto!- gritaba el otro soldado en una crisis nerviosa, Luciano intentó acercarse para tratar de calmarlo cuando una bomba cayó muy cerca del pozo derrumbando una de sus paredes. Don Ramiro despertó sobresaltado sentándose en la cama, su esposa lo miró asustada. -¿Qué te pasa, mi amor?- preguntó asustada -Nada, una pesadilla, nada más que eso, quédate tranquila- respondió mientras se secaba la frente transpirada – Dormite, estoy bien. El hombre acarició el rostro de su esposa y se recostó nuevamente pero sabía que ya no se podría dormir. Al otro día, Don Ramiro recibió la visita de Santos, quien llegó con lo que había averiguado con sus contactos. -Mire, Don Ramiro, el regimiento de Luciano tuvo anoche un ataque muy bravo de parte de los ingleses y según me dijeron se defendieron como leones. Entre los muertos no figura así que está bien y sigue en la pelea. Tuvieron que retroceder unos kilómetros ya que los estaban presionando mucho pero están bien. Don Ramiro lo miró con lágrimas en los ojos. -Gracias Santos- dijo mientras le alcanzaba un mate- No sabe usted lo que es


para mí que se haya tomado el trabajo de averiguar esto. -No, Don Ramiro, no es nada, Luciano es el ídolo del pueblo y todos lo queremos. En verdad, a la gente del pueblo le interesaba lo que el chico hacia como jugador y que todos esperaban que llegara a ser un crack de futbol. Los días de guerra siguieron, todo estaba cada vez peor en las islas y finalmente al cabo de setenta y cuatro días, las tropas argentinas se rindieron ante las británicas. El pueblo continuaba esperando las cartas de Luciano y ya esperaban que si el joven estaba vivo volviera a deleitarlos con sus jugadas maravillosas. Unos días después de la rendición, el cartero llego corriendo a la casa de Don Ramiro Paredes, traía una carta que llevaba el sello del ejército y la letra era de Luciano. El hombre abrió la carta y leyó con avidez, su rostro cambió de la incertidumbre a la alegría. -¡Esta vivo! ¡Está internado en el Hospital Militar! ¡Ya tiene el alta y quiere que lo vaya a buscar! ¡Luciano está vivo! – gritaba Don Ramiro. El cartero salió corriendo por las calles del pueblo gritando: -¡Luciano está vivo y vuelve al pueblo! ¡Tenemos futbol de nuevo! La gente se asomó a las calles y se dirigieron a la casa de Don Ramiro. Santos salió y declaró día de fiesta en el pueblo y designó que se encargaran de organizar una fiesta para recibir al jugador estrella. Todos hablaban de lo que haría ese joven cuando saliera a la cancha nuevamente, de cómo sería cuando escucharan el nombre del pueblo en los medios importantes. Mientras todos se dedicaban a armar las guirnaldas y los adornos para recibir al ídolo. Don Ramiro llegó al Hospital Militar y firmó todos los papeles de salida de


Luciano. La espera se le hizo larga hasta que lo vio salir de la sala, sus ojos se llenaron de lágrimas y corrió a abrazarlo. Después de un largo momento de sentir a su hijo tomó el bolso y lo acompañó a la salida. Durante horas la gente estuvo en la estación esperando la llegada del tren que traería a padre e hijo. Finalmente se escuchó el silbato de la locomotora y la gente pudo ver a Luciano y su padre saludando desde la ventanilla. Santos sintió una gran alegría pensando en las jugadas que el joven hacía en la cancha y en el dinero que entraría al pueblo gracias al dominio de pelota que tenía en sus terribles piernas. Don Ramiro bajó primero con el bolso mientras Luciano saludaba desde la ventanilla, la gente vivaba y gritaba feliz de ver nuevamente al joven. De pronto los gritos se acallaron y toda la estación se llenó de un silencio mortal y tan pesado que parecía una nube que se colaba en todos los rincones. Luciano bajaba del tren ayudado por su padre llevando muletas ya que solo tenía una pierna, la izquierda, la otra se la había amputado una bomba que explotó muy cerca de la posición donde su compañero había quedado como un eterno custodio de la lejana tierra. Ya no sería el jugador que el pueblo quería, Santos sentía que ya no se nombraría al pueblo en los medios de Buenos Aires, la gente ya no disfrutaría de las jugadas del joven y no habría dinero por el pase para un equipo grande. Don Ramiro se acercó a Santos que lo miraba absorto y sin saber que decir. -

Vio, Santos- dijo mientras dos lágrimas se deslizaban por sus mejillas

curtidas por el viento y el sufrimiento- Le dije que Usted quería un héroe, y bueno, ahí lo tiene.




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