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EDITORIAL
Si un caníbal usa tenedor y cuchillo para comer, ¿es un progreso? Stanislaw Jerzy Lec
Sabiduría y soberanía van de la mano
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Cuando hacemos esta revista, tenemos una cosa muy clara: no podemos incluir todo lo que quisiéramos, no podemos ampliar páginas hasta el infinito. La buena pastora sabe que solo puede manejar un número concreto de animales, el que la tierra disponible logre alimentar. Después de recoger opiniones sobre esas nuevas tecnologías que aparecen como la solución definitiva para la agricultura, la alimentación y la vida rural, parece ser que, en general, los movimientos ecologistas, la academia y las grandes organizaciones campesinas del Estado no contemplan la posibilidad de rechazarlas. Nuestra conclusión es que, como sociedad, seguimos sin aceptar los límites.
Puede que sucediera algo similar cuando los extensionistas se acercaron con sus semillas híbridas: «algo bueno podremos sacar de ellas», se pensó. Y no solo se perdió el valor de mantener las semillas locales; sino que, sin poner límites, se abrió involuntariamente la puerta a los transgénicos y ahora a la edición genética que ya no podemos detener. Tal vez eso sucedió con los primeros químicos: «bien aplicados, para algunas ocasiones, seguro que pueden ser beneficiosos», se dijo. Y ahora, después de muchos años de campañas y presión política, solo podemos aspirar a lograr la sustitución de un veneno por otro. Y, de acuerdo, no demonizamos todas las tecnologías, un sensor conectado al móvil siempre puede ayudar incluso a proyectos agroecológicos, pero ¿por qué esta vez será diferente? ¿Cuántas falsas soluciones tecnológicas hemos aceptado?
De la misma manera que rechazamos las dicotomías y defendemos la sobriedad, a nuestro entender, el arte de la autolimitación debería incluirse en los preceptos de la soberanía alimentaria. La agricultura tecnológica con la digitalización de los datos no solo es una nueva maniobra del capital para apoderarse de recursos y generar más dependencias al sector, sobre todo es un seguir por la misma senda del dominio del ser humano y sus máquinas machacando, literalmente, la naturaleza. Conectados a los satélites, confiando en Google y sus servidores de datos, se conseguirá —no tenemos dudas al respecto— reducir la agricultura a algo tan simple como montar un mueble de Ikea. Y es que la tecnología de corte científico, con los transgénicos, los fertilizantes químicos o ahora con los drones, pretende desbordar los límites de la naturaleza, igual que la ganadería intensiva desborda la carga ganadera de un territorio. Cual hechiceros, buscamos dejar atrás la impredecibilidad y la complejidad de la vida. Cultivar patatas sin tierra puede funcionar perfectamente y garantizará cosechas regulares y tubérculos exactamente uniformes, pero ¿es ese nuestro objetivo? Admitámoslo, nadie necesitará ya de la sabiduría campesina, donde se almacenan la esencia del oficio y la manera de entender nuestra relación con el planeta del que somos parte. Sabiduría y soberanía van de la mano.