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Para efectos meramente introductorios, y con el ánimo de brindar un "contexto general" a los lectores, indico algunos datos geográficos y otros económicos de Nicaragua, país al cual debo mi nacionalidad y por supuesto mis aciertos y desaciertos. Nicaragua forma parte de la región mesoamericana —Centroamérica—, unos metros al sur de Honduras y a veces -al menos en ubicación- un tanto más al norte de Costa Rica. Con una extensión territorial estimada en 130 mil kilómetros cuadrados y bañada por el mar Caribe —al Este— y el océano Pacífico —al Oeste—, un número cercano a los 6 millones de habitantes gozamos o sufrimos según sea el caso de las características propias de países tropicales. Son patrimonio de la nación el lago de Nicaragua o Cocibolca — de agua potable— y una cadena de volcanes que forma parte del "cinturón de fuego centroamericano". Por motivos de interés propio, en adelante me referiré al territorio donde vivo como subcuenca Gil González; es un área costera lacustre de 34 mil hectáreas que integra 3 municipios —Belén, Potosí y Buenos Aires— con una población habitante próxima a las 35 mil personas, 34% menores de 15 años y paridad porcentual en cuanto a sexo —Censo INIDE, 2008—. La zona es mayoritariamente agrícola, con predominancia de (mono)cultivos de caña, plátano, arroz y ganadería extensiva los que ocupan en conjunto el 90% del territorio. Al igual que en muchas partes conocidas por referencia, con un balance negativo en cuanto a concentración-tenencia de tierra, solo unos pocos (8%) dominan las actividades económicas-productivas de la zona; en contraste el 37% (+-) viven en condiciones de extrema pobreza sin acceso a agua potable, hacinamiento, sin servicios de telecomunicación y energía; bajos niveles de (sin)educación y elevados índices de dependencia económica y de flujos migratorios.
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En cuanto a recursos naturales, su "mayor potencial" es hídrico, con ecosistemas de importancia nacional -y quizás internacional- asociados a humedales que han sido identificados como zonas de conectividad ecológica en el llamado “Corredor Biológico del Bosque Seco”; no obstante estos ecosistemas están seriamente amenazados y en permanente degradación: i) pérdida de biodiversidad; ii) desecación y contaminación de aguas superficiales y subterráneas; iii) sedimentación y erosión de suelos. Menos del 6% del territorio está cubierto por bosques latifoliados —estimaciones propias, basadas en información de campo levantada en conjunto con técnicos de las unidades municipales de gestión ambiental—; situación que sin duda se relaciona a las dinámicas productivas, culturales y sociales suscitadas en la subcuenca Gil González.
En este contexto, intentaré brindar mis reflexiones en torno a los tipos y niveles de consumo de la población desde una perspectiva energética, o al menos intentando aplicar alguna terminología utilizada por la economía ecológica.
I.1 Consumo Endosomático: ¡lo mencionado!, y es mi percepción al analizar la dinámica vecinal del hogar donde viví —otros sitios, igual—, existe diferencia en el consumo de energía necesaria para realizar las actividades diarias de "subsistencia metabólica" y disponibilidad para el trabajo — estudios, obras, cultivos, burocracia, tareas domésticas, juegos y recreación [...]— en función de las denominadas (sub)clases o grupos sociales. Aún sin la estimación cuantitativa necesaria para afirmar en términos de kilocalorías tal diferencia brindo "indicadores" cualitativos que espero sean comprensibles para el análisis aquí expuesto, a saber: los chigüines —niños(as) — de la casa próxima prácticamente realizan tareas de recolección — normalmente atribuidas a algunas etnias colectoras/cazadoras— para complementar los nutrientes y azucares necesarios del día, viniendo al patio a conseguir "mangos" y distribuirlos entre los numerosos hermanos(as) —cinco en total-, claro está que la “base nutricional” de esta familia proviene de alimentos cereales —arroz y maíz— y de la leguminosa “frijoles” que en conjunto son mayoritariamente aportadores de energía derivada de carbohidratos excediendo con diferencia la cantidad energética derivada de proteínas y grasas, lo cual no es necesariamente “bueno” pues se recomienda un balance nutricional entre estos; de similar práctica dos abuelitas, ¡vecinas también!. En contraposición a mí, que percibo diariamente la energía necesaria de alimentos varios —vegetales, legumbres, frutas, carnes y cereales— que brindan las proporciones “adecuadas” de carbohidratos, proteínas y grasas, sin duda sobrepasando el rango indicado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) de 2000Kcal y 3000Kcal asociado al consumo endosomático de subsistencia metabólica —es decir realizar únicamente funciones esenciales válidas en etapas de descanso corporal, tales como: ingerir y digerir alimentos estando todo el día acostado o sentado para garantizar los valores mínimos
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de los signos vitales del cuerpo humano—, y alcanzando en reiteradas ocasiones límites máximos de utilización de energía entre 6000Kcal a 7000Kcal en función de las actividades mecánica-musculares y neurocognitivas vinculadas a trabajos manuales, tareas técnicas-burocráticas y ejercicios deportivos y/o recreativos. Ni que mencionar de comunidades aledañas a menos de 4 kilómetros de distancia, en las que el cuadro variopinto de tenencia —o no— de la tierra, de otros recursos y/o factores determina la disponibilidad energética de las familias. Es posible preguntarse en términos estrictamente energéticos —kilocalorías— lo siguiente: ¡si aquí no hablamos de proteínas sintetizadoras, vitaminas y minerales que brindan calidad y eficiencia metabólica en el organismo, entonces ¿por qué expresar diferencias de consumo de energía en función de clases o grupos sociales, cuando de una u otra fuente alimenticia se recibe y se cumple con la norma energética de 2000Kcal y 3000Kcal, al menos en el pasaje expuesto en el párrafo anterior?. ¡Pues bien!, pensemos quizás, a modo de ejemplo, en la práctica culinaria y tomemos un trozo de yuca (manihot esculenta) y otro de papa (solanum tuberosum) ambos del mismo tamaño, al someterlos al mismo fuego —cantidad de calor— en condiciones similares, veremos que la papa estará "cocida" y "lista" para comer en menor tiempo que la yuca, esto se debe a que las propiedades —consistencia, textura, peso, [...], ¡masa al fin! — de las verduras o tubérculos en cuestión son distintas; a esta propiedad que se relaciona con la cantidad de calor absorbido o liberado se conoce en física como capacidad calorífica específica —véase P.Tippens; 1998—. En referencia al ejemplo anterior y considerándolo una metáfora aplicada a los niños vecinos, la diferencia en las kilocalorías consumidas por mínimas que estas sean según la fuente alimenticia y el tiempo destinado a conseguirlas, repercuten seriamente en el desarrollo neuro-psicomotor de estos niños, comprometiendo de hecho sus capacidades en relación a los constructos sociales-económicos y ecológicos futuros que vayan a generar —pues hay que destacar que un niño pequeño presenta tasas de metabolismo al menos dos veces mayor que la de un adulto en relación con su tamaño—; por tanto resulta pertinente expresar las diferencias en el consumo de energías según el contexto primeramente expuesto. Además debe considerarse que los valores definidos por la OMS son de subsistencia metabólica, y no aborda con “seriedad” el déficit proteico de aquellas poblaciones cuyos nutrimentos
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esenciales a base de maíz y arroz generan como resultados —principalmente en las etapas infantiles— retrasos en el crecimiento, letargia, discapacidad cognitiva y edema hipoproteico, ni tampoco los potenciales energéticos demandados por las poblaciones en términos de competitividad social, y aquí me refiero a aptitudes físicas-deportivas y/o rendimientos productivos en jornadas laborales de exigencia física conocida, por indicar algunas. Aún con las deficiencias energéticas alimenticias señaladas —y presenciadas— en varios documentos de tipo social-demográfico y de salud relacionados a zonas en condiciones de extrema pobreza en Nicaragua, no logro imaginar situaciones aún más inhumanas que las de grupos desplazados en zonas de conflicto como en el África Subsahariana —además de ser desérticas—, llámese Somalia, Etiopía, Costa de Marfil y muchas más que concentran el mayor número de los 800 millones de personas en el mundo que no tienen acceso real a los alimentos, situación que contrasta con el incremento del 550% del mercado de consumo de carne en los últimos 50 años. Así mismo habrá que resaltar, basado en mis análisis coetáneos de la sociedad en la que vivo y en la lectura de textos orientados al desarrollo “co-evolutivo” del ser humano, que no existen diferencias significativas en los requerimientos máximos per cápita de energía endosomática asociada al metabolismo de las personas que habitan en zonas próximas al trópico y aquellas más cercanas a los polos, ¡ja, exagero un poco!, pues se sabe de las interrelaciones entre temperaturas corporales y la ingestión de alimentos, siendo que cuando se está expuesto al frío, el hipotálamo en el cerebro activa neurotransmisores que demandan una mayor intensidad en la utilización de alimentos para corregir el estado de enfriamiento del cuerpo, en comparación a cuando estamos expuestos al calor, ambiente en el cual “tendemos” a comer menos. —Véase Guyton y Hall; 1998—. No obstante, me refiero a que no importa si experimentamos climas cálidos o muy fríos, si somos ricos o pobres, el cuerpo humano no puede alimentarse de más de 7000 kilocalorías por día suponiendo que utilizáramos toda esa energía frecuentemente, pensaría que podríamos ¡”explotar”!. Bromas aparte, nuestro calor corporal es considerado fisiológicamente normal cuando fluctúa entre los 36.5°C y los 37°C, esta condición corpórea es autoregulada por redes de sistemas homeostáticos y autoorganizada por redes de sistemas autopoiésicos en las palabras de Maturana y Varela; es decir los componentes moleculares responsables de transportar y aportar energía a los procesos
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celulares propios de la anatomía humana, cuentan con un sistema de control y monitoreo de las cantidades de nutrientes necesarios para proporcionar los azucares y el oxígeno que determinan la efectividad y eficacia neuropsicomotora del ser humano en función de las actividades que realiza. En términos menos teorizados, ejemplos vividos de estos sistemas de control, monitoreo y regulación los podemos apreciar cuando comemos en exceso y entonces el organismo activa una alerta, y si no es muy tarde nos habremos salvado de una tremenda indigestión, a la cual seguiría un proceso doloroso de excreción de desperdicios energéticos que el organismo prácticamente ha rechazado. Otro factor comúnmente conocido es la obesidad asociada a estilos de vida alimenticia —pues existen cofactores genéticos, psicógenos y neurógenos—, hoy considerada por la comunidad médica-científica como una pandemia mundial con principales repercusiones en occidente, tanto así para Latinoamérica. Por lo tanto no es posible dar constancia y continuidad a la ingesta antojadiza de alimentos por muy disponibles y sabrosos que estos sean, sin que está genere padecimientos significativos en contra de la salud y el detrimento del óptimo funcionamiento orgánico corporal, lo que seguramente se expresara en las variaciones de la temperatura corporal, medicamente registradas por las mediciones de la presión arterial del paciente —es decir cuando ya se está enfermo—. Ahora salta la pregunta ¡si las cantidades de energía endosomática requeridas por el ser humano han sido predefinidas biológicamente, entonces ¿Qué factores influyen en que unas personas posean “mayor capacidad” física-motora y cognitiva, lo que repercute en las sociedades que conforman?. Pienso que las más importantes se relacionan a las habilidades creativas de adaptación al medio y la disponibilidad en tiempo y forma de los recursos energéticos requeridos. Más concretamente los siguientes: i) la cooperación y asociación; ii) el desarrollo y uso de tecnologías; y iii) la comunicación. I.2 Consumo Exosomático: en función de las diferencias expresadas, resulta “fácil” intuir su repercusión en los niveles de consumo de energía destinada a satisfacer “necesidades materiales y requerimientos suntuarios” de las sociedades conocidas. Pienso entonces en la comunidad del Menco a la orilla del lago Cocibolca, habitada por familias de (8) ocho miembros viviendo en “hogares” armados de materiales forestales “sin procesar” y techos de plástico o cartón
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desechados sin acceso a la energía eléctrica, obteniendo el agua directamente del lago o por pozos perforados carentes de sistemas de bombeo o extracción “adecuada”, desplazándose a “escuelas” y áreas de trabajo en bicicletas y botes impulsados por remos o motores de baja potencia (1 caballo de fuerza). Por otro lado, a menos de 30 kilómetros la población habitante de la cabecera municipal de Potosí, una suerte de “centro poblado” mal llamado “casco urbano”, cuenta con calles de asfalto, un número importante circula frecuentemente en vehículos tipo sedan de 4 cilindros con rendimientos promedios de 150 a 190 kilómetros recorridos por litro de combustible — gasolina ó diesel—, y habita en viviendas de mampostería —cemento y hierro— y techo de zinc, con acceso a energía eléctrica y servicio de agua potable las 24 horas en los hogares. Sin duda las diferencias de consumo exosomático entre ambas poblaciones — el Menco y la cabecera municipal de Potosí— son considerablemente marcadas; aun cuando se estima que la elasticidad-ingreso del consumo de energía endosomática se muestra negativa en poblaciones usuarias de leña como las establecidas en comunidades similares al Menco, pienso que las “urbes municipales” que integran la subcuenca son las mayores responsables en términos porcentuales comparativos de los niveles de consumo energético destinado a la satisfacción material y suntuaria. Las tendencias socio-económicas identificadas en la subcuenca Gil González, podrían servir en la estimación exosomática territorial y definir indicadores precisos del balance de consumo energético entre dinámicas artesanales y semi-industriales de producción para evaluar sus impactos socioecosistémicos. Veamos entonces algunas reflexiones basadas en el uso de combustibles fósiles —derivados del petróleo— y a partir de biomasa. En cuanto a las dinámicas productivas-económicas los consumos de energía exosomáticas o tecno-metabólicas han de variar sustancialmente en función del tipo de cultivo y de las tecnologías utilizadas en los procesos de transformación y transporte del producto cosechado; se puede apreciar la diferencia entre la “Agricultura Moderna: cultivar con petróleo” —según la definiese el ecólogo Howard Odum— que garantiza mayor productividad económica pero menor productividad energética y la llamada “Agricultura Agroecológica” que podría garantizar el “éxito productivo” si se mide la cantidad de energía solar que es capturada y convertida en alimento por unidad de área de tierra como resultado de la manipulación de plantas,
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tierra, agua y otros recursos —véase David Pimentel y Marcia Pimentel, 2005—. Sé de las condiciones técnicas-metodológicas para realizar análisis comparativos, no obstante obviemos esas condiciones —pues no trato de esbozar un artículo científico, sino reflexivo— y entonces consideremos la subcuenca como el elemento territorial integrador del análisis energético al cual deseo hacer referencia. Tomemos de ejemplo la caña de azúcar como sistema productivo agroindustrial —centrémonos en las condiciones tecnológicas de Nicaragua— y el maíz como sistema agrícola de quema y roza. En correspondencia a la actividad de cultivo y procesamiento de la caña de azúcar, se ha estimado que en la zona el rendimiento agroindustrial es de 180 quintales por hectárea, ocupa el 25% del territorio de la subcuenca, y representa la mayor tendencia de crecimiento en cuanto a prácticas agrícolas al proyectar la duplicación del área actual utilizada en un plazo de (2) dos años a partir del 2010; en ese sentido pueden identificarse algunos elementos indicadores para la estimación de los niveles de consumo energético de este “producto”, a saber: i) uso de maquinaria pesada —camiones, tractores y palas mecánicas— para preparación del suelo, obras hidráulicas, apertura de caminos, transporte de materiales e insumos; ii) aplicación de fertilizantes y agroquímicos por medio de avionetas; iii) quema de leña y bagazo para calentamiento de hornos y calderas; iii) uso de energía eléctrica comercial para operación de la planta industrial y bombeo de agua para sistemas de riego; iv) empleo de mano de obra (+- 1600 trabajadores actualmente en tiempo de zafra azucarera con una duración promedio de 155 días). A la vez debe considerarse el balance en la concentración de “capital” — tierra, dinero, tecnología— relacionado a la actividad agroindustrial descrita, en este caso la empresa azucarera CASUR no apuesta a la colectividad local de la producción-venta o “competencia justa” sino a la tendencia oligopolica —o monopolica—; sin duda una discusión necesaria para efectos del análisis de la brecha entre ricos y pobres más allá de la afirmación divulgada por la revista National Geographic, en su edición de marzo del 2011, de que actualmente esa brecha “[…] ahora está llena de un grupo amplio de ingresos medios que apenas existía a escala global hace 50 años”, y del llamado final a asumir el reto de “[…] como compartir y preservar el planeta al mismo tiempo que mejoramos el nivel de vida de más personas”.
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En comparación a la producción agroindustrial de la caña de azúcar, el cultivo de maíz con no más de 700 hectáreas de cultivo presenta un rendimiento productivo promedio en la zona de 33 quintales por hectárea y apenas representa el 2% de la subcuenca; como sistema agrícola de quema y roza requiere de niveles de consumo energético mucho menores, si se consideran como elementos indicadores de estimación la i) fuerza de trabajo humana; ii) las herramientas agrícolas tradicionales; y iii) las semillas; inclusive pueden incluirse algunos iv) insumos como fertilizantes y plaguicidas. En los cálculos señalados por el Sr. David y la Sra. Marcia Pimentel en su artículo publicado por LEISA Revista de Agroecología en Junio del 2005; el cultivo de maíz bajo la modalidad de quema y roza presenta un rendimiento en términos energéticos de ocho unidades producidas por cada unidad de energía aportada al sistema en función de una hectárea cultivada, en contraste al rendimiento de casi tres unidades producidas por cada unidad de energía aportada en sistemas industriales. Otros aspectos a considerar son los vinculados a la “agricultura de subsistencia”, característica que describe la dinámica de cultivo de maíz en la subcuenca Gil González. En vista de la intricada red de elementos necesarios para completar la producción de azúcar, esta última destinada a la satisfacción de demandas internacionales de consumo y no internas, es posible deducir que los niveles de consumo energéticos son absurdamente elevados en comparación a la producción del maíz, este sí utilizado para satisfacción del consumo local. Allende de lo que pueda expresarse de la productividad energética — contribución humana a la disponibilidad de más energía mediante el trabajo—, la agricultura "sana ecológicamente" o "sostenible" en el contexto del sistema económico imperante de mercado, limita significativamente los niveles de calidad metabólica requerida por comunidades o poblaciones habitantes de esta subcuenca, en el sentido único del posicionamiento social de las mismas ante otras realidades vecinales. En ese contexto habrá que idear mecanismos para definir el proceso-transición de la sociedad a una civilización de “empatía biosférica y ecológica”; ¡aquí tratando de juguetear! un poco las palabras utilizadas por el Sr. Jeremy Rifkin en su libro “La Civilización Empática”. Es ampliamente aceptado que los niveles de “desarrollo” de las sociedades está determinado por factores energéticos de consumo y aprovechamiento
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asociados a la tecnología y la comunicación. Si en las condiciones expresadas en párrafos anteriores se vislumbra las brechas productivas-económicas entre las tendencias agroindustriales y las “agroecológicas de subsistencia”, entonces la encrucijada de gestión se define por los modelos que se deben impulsar en zonas con índices significativos de pobreza, cuando se procura la “competitividad” en el sistema económico-político actual por alcanzar niveles “aceptables” de vida de las familias y comunidades interactuantes. I.3 Consumo Exosomático de especies “no humanas”: resulta interesante cuestionarse sobre la participación de otras especies de seres vivos distinta a los seres humanos en los niveles de consumo energético del planeta, a propósito del Antropoceno o “Era del Hombre” según lo definiese el químico holandés Paul Crutzen —véase National Geographic, Marzo 2011—. Desde mi perspectiva —y conste que es una intuición no científica— los insectos podrían ser, en comparación a otras especies “no humanas”, los mayores consumidores de energía exosomática del planeta; es decir que son el grupo animal más representativo en cuanto a flujo energético vinculado a la satisfacción de “necesidades materiales y requerimientos suntuarios” distintos a los necesarios para el “metabolismo de subsistencia”. En mis lecturas y observaciones eventuales a los himenópteros —avispas, abejas, hormigas— en vista del interés que este orden de insectos despierta por la complejidad social de su comportamiento, he podido constatar que aquellas familias de himenópteros cuyos mecanismos de alimentación son asociadas a la depredación —entre ellas: vespidae, sphecidae, apidae y formicidae— consumen energía del medio no necesariamente para su metabolismo fisiológico de subsistencia sino para construir elaboradas infraestructuras —nidos— a partir de materiales recolectados tales como barro, fibra vegetal, resina y/o cera excretada. Como ejemplo pensemos en las abejas productoras de miel formadas por colonias de miles de individuos que utilizan “elevadas” cantidades de energía para construir sus colmenas, las cuales sirven de nidos protectores de larvas y almacenamiento de alimentos y nutrientes; esas colmenas, han maravillado a los más especializados arquitectos de la historia humana desde que las grandes civilizaciones, para efectos nuestros “la Maya”, aprovecharán la miel y la cera producida por las “meliponas” o “abejas sin aguijón” en rituales
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religiosos y en sus dietas alimenticias, según lo indicase el Sr. Jesús Ugalde en su libro titulado “Avispas, abejas y hormigas de Costa Rica”. También es posible referirse a las hormigas del género Atta o zompopos como se conocen localmente. Estas hormigas son destacadas agricultoras de hongos, mismos que sirven de alimento al enjambre —hasta 10 mil individuos—, para lo cual un colectivo numeroso de hormigas obreras traslada casi permanentemente enormes cantidades de hojas vegetales a través de redes “kilométricas” de caminos superficiales y túneles subterráneos —envidia de muchos ingenieros y arquitectos— hasta que son depositadas en zonas de procesamiento en las que otro grupo de obreras mastican las fibras como abono para preparar el sustrato del suelo fértil en el que se cultivan los hongos, base del alimento de estos himenópteros. En aspectos más globales y que resultan potencialmente comparativos en función de lo aquí expuesto, es el dato asombroso de que las hormigas y termitas representan el 30% de la biomasa de la selva amazónica; y que las cerca de 10 mil especies de hormigas conocidas, “[…] compiten con los seres humanos modernos en su alcance global: las únicas extensiones terrestres libres de hormigas son la Antártida; Islandia; Groenlandia y Polinesia. Y aunque no han inventado el aerosol, las hormigas tienen un gran impacto ambiental: mueven inmensas cantidades de tierras y distribuyen nutrientes incluso en los ambientes más adversos”, así indicado por el Sr. Steven Johnson en su libro titulado “Sistemas emergentes. O qué tienen en común hormigas, neuronas, ciudades y software”. No obstante la relevancia de los insectos en el consumo de energía exosomática, hay que señalar la participación de otros grupos tales como las aves y los mamíferos. Los primeros —las aves— varían en sus dinámicas de consumo y uso de materiales para la construcción de nidos, desde los más simples y pequeños con función única de reproducción y protección del huevo(s) hasta los más elaborados y grandes con funciones hasta pintorescas como de cortejo a la pareja con flores coloridas. En la subcuenca Gil González, es representativa la labor del Guardabarranco —Eumomota superciliosa— considerado el “Ave Nacional de Nicaragua” y que debe su nombre al hecho de construir su nido perforando huecos en laderas acantiladas de montaña o montículos de tierras arcillosas con pendientes prácticamente verticales a los que conocemos como barrancos, por lo cual expresamos que los “guarda” o “protege”. También las labores de consumo energético de las oropéndolas —
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familia Icteridae—, las que en particular me resultan atractivas por las habilidades en el diseño de sus nidos alargados, tipo bolsas colgantes de árboles altos, bolsas que han sido tejidas de fibras y tallos finos; a veces hasta de 1.8 metros de longitud, con una “puerta-hueca” de acceso en el extremo superior. ¡Ja, fascinante!. Entre los mamíferos pienso que los marsupiales y roedores son los de mayor representatividad en el consumo energético en función del número de individuos y de los volúmenes de tierras y biomasa vegetal movilizados para el establecimiento de madrigueras, nidos, cuevas y túneles subterráneos como eficientes sistemas de comunicación a distancia. En estos grupos puedo identificar al zorro cola pelada —Didelphis marsupialis y Didelphis virginiana— , las ardillas —Sciurus variegatoides—, las ratas de la caña —Sigmodon hispidus— y los conejos de monte, estos últimos “todos me parecen iguales”, ¡son bromas!. Mis intuiciones más atrevidas en relación al consumo energético no destinado para la subsistencia metabólica, se amplían —o limitan— hasta el mundo submarino de los arrecifes coralinos, específicamente los costeros al Departamento de San Juan del Sur “recién descubiertos” en el Pacífico de Nicaragua, y a mí mostrados por el compañero y paisano Fabio Buitrago — Instructor de Buceo y Ecólogo—. Sin capacidad para profundizar en el tema, intento esbozar que los corales son los cuerpos protectores de animales sencillos —pólipos— en su mayoría coloniales que mediante un sistema de autoabastecimiento interno, la fotosíntesis, producen su propio alimento a partir de energía solar, y construyen estructuras básicamente de carbonato de calcio —material parecido al cemento— que funcionan como viviendas protectoras; ¡en fin! las cadenas de estas viviendas de “cemento” forman los arrecifes los que a su vez integran los ecosistemas marinos más diversos del planeta, y que son ejemplos reales del uso y productividad energética exosomática.
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I.1 A mi parecer la urgencia política-social por garantizar la disponibilidad y diversidad de recursos asociados a la alimentación y oportunidad de consecución de estos a los distintos grupos-clases sociales, es hartamente justificada. De esto depende en gran manera que los balances de poder en las dinámicas locales de la subcuenca Gil González no se inclinen —amplíen debía escribir— negativamente a favor de unos pocos en las generaciones futuras de jóvenes nicaragüenses; lo mismo para otras latitudes, y aún más aquellas que sufren de elevados índices de morbimortalidad por falta de acceso real a los alimentos. I.2 Habría que discutir entre otras cosas, cuales parámetros aplicar —y estandarizar— cuando nos referimos al “mejoramiento de nivel de vida”; pues claramente el Producto Interno Bruto Per Cápita resulta reduccionista al momento de asumir retos socio-ecosistémicos a escala local y global. Calar el pensamiento de los distintos actores sociales involucrados en los llamados “procesos democráticos” de gobierno y gestión territorial para que asuman el reto de garantizar la perdurabilidad de las sociedades antes que estas “colapsen”, resulta ser tan importante y urgente como el descrito en el párrafo anterior. Me viene a la mente el fragmento del poema “Ozymandias” de Shelley citado por el científico Jared Diamond en su libro “Colapso”, a saber: “[…] Mi nombre es Osymandia y soy el rey de reyes. Considerad mis Obras; rabiad ¡oh Poderosos!. Nada queda a su lado. Más allá de las ruinas de este enorme naufragio, desnudas e infinitas, solitarias y llanas se extienden las arenas”. I.3 Definir las “responsabilidades” de cada reino conocido de seres vivos desde el punto de vista antrópico en función de los flujos de energía suscitados en los sistemas más complejos hasta ahora conocidos, podría significar una tarea “interminable”; más importante aún es comprender, cuanto más antes posible, que comparativamente a otras especies la consciencia y el pragmatismo humano debería obligarnos a encontrar mecanismos óptimos de consumo energético que no pongan en riesgo a los pueblos aquí referidos, al país y finalmente al planeta, único recurso a corto plazo —pensando en tiempos geológicos— disponible para efectos de la “subsistencia de la humanidad” independientemente de las condiciones económicas, tecnológicas,
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sociales y culturales a las que las sociedades estén “predeterminadas”; para lo cual la Economía Ecológica podría jugar un papel fundamental considerando, eso sí, lo expresado por el Profesor José Manuel Naredo, a saber: “[...] hay que observar si la economía ecológica se orienta sobre todo a suplir la falta de información e interpretación física de las consecuencias del comportamiento económico y a tenerlas en cuenta para orientar la gestión con conocimiento de ellas, o apunta más bien a utilizar términos de compromiso poco esclarecedores perdiéndose, junto a la economía ambiental, en los laberintos del conocimiento parcelario, mientras se sigue utilizando a diario la información monetaria como guía suprema de la gestión”. Por Gustavo Ernesto Martínez Cardenas.
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