A tientas encontró sus cigarrillos

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A TIENTAS ENCONTRÓ SUS CIGARRILLOS… Cuento de Fotografía por Gustavo Moya El No-ver Era cerca del final de la sesión de fotos. Por el visor de la cámara Enrico seguía el juego de gestos veloces en el rostro de la cantante. Cuando apareció una sonrisa muy linda, le dijo: -Mimí, por favor quédate como estás un momento. Sonó un clic elegante y la cámara hizo un guiño. El rostro luminoso de la chica desapareció del visor mientras la foto se tomaba y volvió a aparecer igual de bonito que antes, como en un parpadeo. Mientras terminaban con las fotos, Enrico estuvo pensando que para un fotógrafo es imposible ver el momento exacto que retrata. Cualquier manual técnico explica qué ocurre (básicamente hay un espejo que se desplaza) pero, ¿cuál es el significado de que los fotógrafos realmente no vean el momento decisivo? -Es cierto que no puedo ver ahora –se dijo, consciente del proceso fotográfico-, pero después veré la foto cuanto quiera.


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¿Será acaso la fotografía de Mimí más interesante, profunda, accesible que su persona? -Gracias mi Enrico, ¿cuándo veré los retratos? -Puedo revelarlos esta noche y tener las ampliaciones para el jueves por la tarde, si te parece. -Genial, pasa por mi casa antes de las seis –y se caló la bufanda. Más tarde, cuando apagó la luz roja del laboratorio y se quedó a oscuras, a Enrico se le ocurrió que todos los fotógrafos tienen algo de ciegos. Se puso a pensar en la visión y la ceguera, en la lucidez de los profetas ciegos de la antigüedad y en Borges, que dictaba sus escritos después de perder la vista. Un Encuentro con las Tinieblas Enrico abrió la lata de film con los dientes. Su mano tanteó el frío azulejo y dio con la tijera. Bajó los ojos para cortar la película aunque le resultaban inservibles en la penumbra. En su cuarto oscuro, el fotógrafo Enrico se guiaba por el tacto y aceptaba nuevamente el compromiso de no-ver por miedo a que la luz dañe los materiales fotosensibles.


-En la oscuridad, la luz es enemiga, la luz es la muerte, es lo peor. Si nos llegase un haz de luz, nos desintegraríamos, nos moriríamos… nos velaríamos –fantaseaba Enrico-. Al cabo de un momento de máxima concentración logró enrollar la película dentro del hermético tanque de revelado. Enrico encendió la bombilla otra vez y consultó el termómetro: 14 grados. Qué más da, le tocaría calentar agua. En otra temporada o en otro lugar tendría que poner hielo. -Tal vez Rojas, que está en Barcelona, tenga que poner hielo -pensaba Enrico mientras aumentaba agua caliente a la dilución del revelador-. Me escribe de sus compañeros que ninguno tiene las ideas claras… solo dos, un italiano desabrido y un español que ya es corresponsal para una revista. Enrico había recibido una enigmática llamada hace un par de horas y una carta de Rojas el día anterior, por coincidencia marcando el segundo mes desde la fiesta de despedida en que ambos se emborracharon y desafinaron con canciones en un francés espantoso. Antes de partir, se habían recomendado mucho de persistir en la aventura fotográfica y de llevar un epistolario internacional para detallar los avances de cada cual. Javier Teobaldo Rojas, el


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viajero, sería el hombre de avanzada, inscrito en un programa en Barcelona, seis husos horarios más temprano. Allá, en la Europa de los viejos maestros donde el sol cae menos perpendicular ambos esperaban que Rojas de con alguna información vital. Tal vez surja El Movimiento, o algo que de dinero. Pero Rojas escribía que sus compañeros no tenían las cosas claras, solo uno antipático y uno tirado a famoso, y con aquellos no habría movimiento. Cada treinta segundos Enrico agitaba dos o tres veces el frasco metálico. Lo hacía rotar sobre su eje al tiempo que suavemente lo mecía boca abajo y de vuelta boca arriba, le daba unos golpecitos contra el azulejo y lo dejaba allí. Al cabo de doce minutos de aquello vació el tanque en el lavabo, dejando correr mucha agua. Cuando estuvo seguro que la acción del revelador se había detenido se apresuró a reemplazarlo por el fijador, un maravilloso producto que vuelve a la imagen invulnerable a la luz, incluso al sol. De repente, la radio, que no se había hecho notar, se calló. La bombilla se había apagado y todo estaba en silencio. Enrico se acercó a la ventana y vio que las calles vecinas estaban a oscuras. Un apagón. Las fotografías de Mimí tendrían que esperar.


Terminó de fijar la película en la oscuridad y la dejó en el frasco bajo la llave de agua entreabierta. A tientas encontró sus cigarrillos, se echó una chaqueta sobre los hombros y salió a la noche cerrando la puerta tras suyo. El Problema con los Maestros Él no quería abrir los ojos. Soñando se estaba mejor, no quería despertar, aparte afuera hacía mal clima. Pero el despertador había sonado como él lo programó y además iba a verse con una chica. Rojas miró el reloj: 05:03am. Decidió que lo mejor sería moverse y entró en la ducha. Tres cuartos de hora después cruzaba la placita que está a la vuelta de La Sagrada Familia, edificación que a Rojas siempre le pareció inadecuada, para decir lo menos. La placita no estaba en absoluto desierta, cosa habitual en Barcelona (“la gente se vuelca a las calles” escribiría en cartas a sus amigos) pero logró descubrir a Simone, que llevaba una bufanda roja y observaba divertida un grupo de pichones que caminaban alarmados por sus pasos. -Son como ratas con alas -le dijo a Rojas con su acento afrancesado-, en Bélgica hubo tantos que el gobierno tuvo que poner algo en su alimento para que no se reproduzcan.


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Simone estaba de paso por Barcelona, había trabajado siete u ocho meses y ahora tenía quince días de vacaciones. Sus amigas, casadas ya la mayoría, no podían acompañarla como antes. Simone soñaba todavía con viajes y expediciones, quizá llegarse hasta la India o América del Sur. Al momento estaba en España otra vez poniendo en práctica sus viejos cursos de idiomas y los recién aprendidos conceptos de fotografía. De hecho, esa era la razón por la que estaba en la placita para encontrarse con Rojas. Era la primera vez de Simone en Barcelona. Cuando era estudiante de secundaria había estado en Granada y Madrid. Le dijo a Rojas que él fue la primera persona que conoció en las ramblas. Él no era catalán, sino extranjero y también estaba interesado en la fotografía, “muy interesado” había dicho él. Ambos habían bebido lo suficiente y en el barcito donde se conocieron no pudieron conversar a gusto, por eso se despidieron temprano pero concertaron una cita para salir a fotografiar otro día (él escogió la hora y ella escogió el lugar). Rojas llevaba dos meses en Barcelona y por lo tanto sería el guía. De hecho, Rojas estaba mal encarado porque en vez de haberse ido a la cama había continuado la juerga, se emborrachó, gastó dinero y habló con gente que vagamente recordaba. Por eso


durmió solamente una hora y mal. El ambiente brumoso de la mañana, en vez de la luz dorada que él había predicado, aliviaba su ebriedad pero no le permitía inspirarse frente a las retorcidas formas de la catedral. Dentro de su cabeza se preguntaba lo que se había preguntado en otras ocasiones: ¿Cuál es el secreto de los maestros como Koudelka y Marc Riboud? Sin duda Rojas había leído cuanto material pudo encontrar acerca de la fotografía. Además, había asistido a clases prácticas y teóricas y siempre hablaba del tema. Constantemente estudiaba las fotografías de los grandes maestros y se dejó influenciar por ellos, por lo que había leído en entrevistas o acerca sus vidas. Rojas era un fotógrafo habilidoso. Aprendió a encuadrar y a desarrollar un instinto por el instante decisivo, como demostró en la primera exhibición que organizó junto a Enrico. Ninguna fotografía se vendió, pero el crítico que escoge y califica la cinematografía en la ciudad, hombre entendido en el arte, les había dicho a ambos: -Bien aprendida la lección de Cartier-Bresson-. Y había elogiado principalmente el trabajo de Enrico, ¿será él quien se vuelva famoso? Pero criticar cine es radicalmente distinto a


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criticar fotografía, al menos así lo pensaba Rojas que decía, un poco a la manera de Enrico: -En una plancha de contactos cada fotograma tiene su orden temporal estricto, pero las distancias entre fotogramas son regulares en el espacio pero no el tiempo. Es diferente el cine porque cada fotograma debe seguir no sólo el mismo formato espacial sino también un mismo ritmo... A media mañana, aunque rendido y con ojeras, Rojas conversaba animadamente de este y otros asuntos con Simone. Estaban en un café poco iluminado. El ambiente allí era acogedor. Al exponer Rojas la cuestión de los maestros ella, que es muy razonable, le respondió en francés: -Travailler, travailler, travailler.


Se Debe Recurrir a las Musas del Café Enrico llegó al Café Burgeois hacia la media noche. En la vereda vio la motocicleta de Víctor y se alegró. Se sentó en la mesa de siempre y al rato salió Víctor con un menú: -Pensé que ya no ibas a venir -dijo Víctor con tono familiar-, tus amigos estuvieron por aquí hace rato. -¿Ah, sí? –dijo Enrico, interesándose-. ¿Quiénes? -Marcelo del Campo… Romario… ya sabes, bebieron unas cervezas y chao –contestó Víctor-. En esta ciudad el movimiento se acaba temprano -añadió-. ¿Y tú? -Hubo un apagón en mi barrio. Javier me llamó por teléfono. -¿Estaba borracho? -No sé -contestó Enrico sonriendo-, sólo tuvo tiempo de decir ‘hola’ y se le acabó la moneda. Pero claro que fue él. -Ya había oído que llama a los amigos cuando está borracho –dijo Víctor riendo-. ¿Qué te vas a servir? Enrico pidió un café y cuando terminaba su taza decidió pedir una segunda porque vio que en el bistró entraba Miranda Jones.


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-Vine a ver si había ‘famosos’ –dijo ella con sus grandes ojos verdes-cafés mientras se sentaba-, pero sólo estás tú. ¿Me das un cigarrillo? Él le dio dos. -A propósito de ti –continuó -, hoy pasé por la galería; estaba cerrada. No era noticia, dos veces pasó él esta semana por la galería y había estado cerrada: la primera, por ser domingo; la segunda, por ser temprano (martes 10:00am), había tenido que buscar al celador y hacerle abrir la sala a los posibles visitantes. Con la querella que le daba Miranda Jones, Enrico se sentía resuelto a escribir una indignada carta al administrador de museos; después de todo, alguien no estaba haciendo su trabajo con seriedad. Enrico sí había trabajado con seriedad y había invertido dinero en esta exhibición. Él y Rojas se habían esforzado poniendo a punto las fotografías, el discurso retórico y regalado habanos el día de la inauguración; después Javier se había marchado a Europa. Aquella era la segunda exhibición de ambos ante un público más bien escéptico, que no compraría las obras y amigos entusiastas que tampoco las comprarían. Enrico tenía bastante de qué quejarse a Miranda pero se guardó de hacerlo.


Terminaron sus cafés y se despidieron. Él se adentró en la oscuridad, cada vez más intensa, hasta su habitación que parecía el epicentro del apagón que persistía; ella se quedó en el café todavía, languideciendo con su cigarrillo. La Fracción que es Eterna Imaginemos, querido lector, que cien años pasan desde los acontecimientos aquí narrados. Ciertamente la mañana siguiente Enrico redactó una carta de reclamo contra el encargado de las salas de la galería, solamente para ganarse su enemistad y la antipatía del secretario de éste. -Entre salas nos conocemos –le aseguró el secretario mientras le hacía desalojar los cuadros-, ya vamos a hablar para que no les reciban. Aquella carta quedó como imaginamos por cien años en algún archivo burocrático, convertida ya en documento histórico, junto con las fotografías y los nombres de Miranda Jones, la poeta, muerta; Enrico, muerto; Rojas, muerto también, y primero que todos. ¿Qué final sería suficiente, cómo sería preciso escribir sus vidas para que tengan el brillo de las gemas artísticas? ¿Cómo


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deben ser sus muertes? ¿La del joven Javier Rojas, muerto mientras fotografiaba heroicamente la violencia humana? Miranda Jones, la que se adornó de flores y desapareció. Todo el espacio de una vida alcanza en ese momento de ceguera de la cámara, es un instante, pero ya permanece siempre. Por veloz o imperceptible que sea, la discontinuidad está allí, se rompe el tiempo, se le roba una fracción cada vez, y cada fracción es una eternidad. (2005-2006)


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