El tesoro de los Chimus

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EL TESORO DE LOS CHIMUS

DIARIO El cuaderno que tienes en tus manos, querido lector, conforma un diario, en el que se narran acontecimientos en los que tuve la fortuna de participar, y de los cuales, todavía me estoy recuperando. Tan grande ha sido mi asombro. Se trata, nada menos, que de la búsqueda de un antiguo tesoro. Sí, ya sé que es extraño que, en pleno siglo XXI se busquen aún tesoros antiguos, pero más extraño es que se los encuentre !!!. Como no estoy habituado a escribir, ya que no soy escritor profesional, sino sólo un técnico mecánico, trataré de ir relatando mis aventuras, de acuerdo a un orden cronológico, tal como se fueron sucediendo los hechos. Así que aquí va mi relato… Todo comenzó a fines del año 2002. Para ser exactos, el 20 de diciembre. Ese día recibí un llamado de mi jefe, en el que me instaba a presentarme con urgencia en su oficina. Dejé sobre la mesa del taller la válvula que estaba revisando, y me dirigí a la Administración. La oficina de mi jefe se encuentra en el 2° Piso, sector Administración, de la Destilería Petrolera Nastroil S.A., localizada en las afueras de la ciudad de Lima, Perú. Cómo me encontraba aquí, es muy fácil de explicar. Luego de finalizar mis estudios secundarios en la escuela industrial, en mi país, Argentina, había comenzado a trabajar en la sucursal de Nastroil Buenos Aires. Como técnico mecánico que era, pronto me especialicé en Inspección y Reparación de válvulas en tuberías petroleras. Al año y medio de estar trabajando allí, acepté un ofrecimiento para viajar a Perú, a fin de asistir a un curso, que se dictaba allí, sobre “ Soldaduras en Oleoductos Activos”. El curso lo daban expertos soldadores alemanes de la sección Nastroil Berlín. El tema era muy interesante, ya que en el proceso de reparación de válvulas, a veces hay que soldarlas y rellenarlas, mientras el petróleo corre 2


por las tuberías; y, si uno no es experto en el tema, con un líquido tan inflamable como el petróleo, se puede encontrar volando por el aire, con la soldadura y diez kilómetros de oleoducto alrededor. Por otro lado, y ya que nunca había salido de Argentina, pensé aprovechar el viaje para hacer “turismo”, por cuenta de la empresa, ya que me pagaban todos los gastos. Por lo tanto, heme aquí, en Perú, estudiando y trabajando. Mientras subía las escaleras iba pensando en cuál sería el motivo por el que me llamaba mi jefe, ya que en horas de trabajo, era extraño que me hiciera ir a su despacho. Golpeé la puerta de la oficina y salió mi jefe a recibirme. Don Maxi, como le llamo, es un hombre de mediana edad, y por lo común muy enérgico, aunque tiene muy buen sentido del humor. Pero hoy se lo veía nervioso y abatido. - Tenemos un grave problema, siéntate.- Me dijo, y se sentó frente a mí. Comenzó explicándome que había recibido malas noticias de un puesto de control petrolero, en la zona de Cajamarca, varios cientos de kilómetros al noroeste de Lima. Según parece es una zona poco poblada, donde el desierto montañoso linda con grandes e impenetrables selvas. El encargado del puesto informaba de varios problemas ocurridos en un tramo del oleoducto que cruzaba por esa zona, y que había sido tendido y puesto en funcionamiento recientemente. Se refirió a casos específicos de válvulas cerradas y golpeadas, pozos cavados bajo los terraplenes del tendido, e incluso, incendios intencionados sobre las tuberías. Todo apuntaba a que algún sabotaje se estaba llevando a cabo contra nuestro oleoducto. Ya había informado al puesto más cercano del Gobierno y de la Policía Nacional, pero le dijeron que no había personal suficiente para proteger un tendido que corría entre desiertos y selvas, a lo largo de tantos kilómetros y que, por lo tanto, no podían hacer nada. Mi jefe, que sabía cuán importante era que este oleoducto funcionara adecuadamente, había organizado una expedición, a fin de ir a observar personalmente la zona y tomar, sobre el terreno, las medidas necesarias. Al ir conformando el grupo que se trasladaría allí, pensó que, sin duda, yo podría serle útil, tanto por mis conocimientos mecánicos, como por mí gusto por la vida al aire libre y los lugares salvajes. De hecho, nuestros días libres los aprovechábamos para ir a acampar o recorrer las zonas de ruinas antiguas, de las que está lleno este país. 3


Por lo tanto, me había llamado para ver si podía incluirme en la expedición, ya que solo llevaría al campo personal voluntario. Le dije que estaba encantado de ir, y le agradecí el haberse acordado de mí a la hora de elegir al grupo. Esto lo puso muy contento y me envió temprano a casa, a fin de preparar algo de equipaje, y se dedicó a contactar a los restantes miembros de la expedición. Luego, acordó el viaje al sitio, que se llevaría a cabo en un helicóptero de la empresa. Al otro día, partimos al amanecer, mi jefe, tres compañeros y yo, junto con el piloto del aparato, que regresaría a Lima, ni bien nos dejara, pero que mantendría contacto por radio cada seis horas. El viaje duró siete horas a buena velocidad, por lo que los integrantes del grupo pudimos conocernos bien; los que aún no nos conocíamos. Conviene aquí, que haga un alto, a fin de presentar a mis compañeros de grupo, con los que conviviría en los próximos días y que formarían parte de esta aventura. El líder de la expedición era el Sr. Maximiliano Quinteros López, alto ejecutivo de Nastroil Lima; Mi jefe y amigo. Peruano, de 54 años, hombre enérgico pero bondadoso, casado y con tres hijos, cuya familia vive en un pueblito llamado Ica, y a los que visita algunos días al mes. También iba con nosotros Atahualpa Gómez Medina, de 40 años, descendiente de los antiguos Incas que dominaban estas tierras; indígena puro y guía de la expedición. Al parecer Atahualpa conocía muy bien la zona de Cajamarca a la que íbamos, por haber colaborado en el tendido de las tuberías del oleoducto. Tenía una numerosa familia y también estaba muy contento de viajar con nosotros. Trabaja en Nastroil desde hace unos años, oficiando de intérprete cuando la ocasión lo requiere, ya que conoce varios dialectos indígenas, incluyendo el quechua y el aymará. Como buen indígena es tranquilo y orgulloso, de hablar pausado y buen trato, y con cierto sentido del humor, que solo aparece en los momentos oportunos. Luego venía Johnny Walton, de 28 años, norteamericano, que habla muy bien el español y es jefe de seguridad de Nastroil Lima. Siendo el típico yanqui de las zonas rurales, es rubio y pecoso, de ancha mandíbula, y con un cuerpo fornido y atlético. Había sido “Marine” en su país y participado en algunas de sus últimas guerras. Es un experto en toda clase de armas, de las cuales había traído una colección a la expedición. Es un buen amigo y persona de confianza, por lo que, a la hora de planear la seguridad del grupo, Don Maxi hizo muy bien en pensar en él. Como dije 4


es un buen amigo, fanático de las armas y la vida al aire libre, por lo que muchas veces salimos juntos de acampada, tiempo que aprovechaba para que me enseñara a manejar todas sus armas. El quinto integrante del grupo era un desconocido para todos nosotros, menos para Don Maximiliano; y, a juzgar por como lo miraba, le resultaba sumamente desagradable. Con sus, aproximadamente, cuarentaicinco años encima, flaco, calvo y de nariz ganchuda, tiene el aspecto de ave de rapiña que da escalofríos. Es el único que aún viste traje de calle en el grupo, y parece creer que no va a ensuciarse. Solamente habló tres veces en el tiempo que duró el viaje, y lo hizo sólo para preguntar cuanto faltaba para llegar, y en forma bastante descortez. Tanto Atahualpa, como Johnny y yo, nos mirábamos de reojo y luego a este personaje, como preguntándonos cual habría sido el motivo de que viniera con nosotros. Pero no tardaríamos en enterarnos de ello, y no nos haría ninguna gracia. Cuando llevábamos siete horas de largo viaje, sándwiches y gaseosa de por medio, el piloto nos anunció que estábamos llegando al lugar de aterrizaje. El helicóptero comenzó a descender y tocó tierra enseguida, guiado por la mano experta del piloto. Abrimos la puerta y echamos pie a tierra en medio de un descampado de lo más curioso que había visto en mi vida. A la izquierda del aparato, a unos cientos de metros, terminaba, como cortada a pico, una selva tupida, casi impenetrable, que se extendía hasta el horizonte. Estaba conformada por árboles altísimos, y bajo ellos, tal cantidad de maleza y matorrales, que parecían imposibles de atravesar. Pero sobre el lado derecho, y esto es lo más curioso, a la misma distancia, se elevaban unos cerros, muy altos algunos, y otros más bajos, que llenaban el horizonte y finalizaban en una llanura desierta, a nuestros pies, sembrada de arenales rocosos. Por lo tanto, y aquí se ve la astucia de nuestros ingenieros, el tendido del oleoducto corría por esa franja despejada de trescientos metros, que se hallaba entre la selva y el desierto rocoso, franja que se extendía a lo largo de muchos kilómetros, hasta donde llegaba la vista. - Despabílate, Mark, y danos una mano! – Dijeron a mi espalda. - Ya te dije que no me llames Mark, Johnny. –Le dije a mi amigo yanqui. 5


- Te gustaría a vos que te llamara Juan ? - Hummm… No. Bien, “ Marcos”, dame una mano con el equipaje.Tomamos todas las valijas y cajas que pudimos del helicóptero, y enfilamos hacia las instalaciones que conformaban el puesto de control del oleoducto en esa zona. Un cartel grande y verde, con letras blancas decía “ Nastroil S.A.”, colocado sobre la puerta de la cabaña principal. A ésta, estaban adosadas otras dos, más pequeñas, que servían de barracones al personal. Luego se veía, por detrás de éstas, un galpón abarrotado de válvulas, acoples y tubos de cañería, restos de la construcción del oleoducto, que servirían como repuestos, para posteriores reparaciones. Como se ve, el pequeño puesto no estaba preparado para recibir la visita de cinco personas, que se quedaran unos cuantos días. Como sabíamos esto, trajimos con nosotros todos los elementos necesarios; alimentos, agua, etc. Para poder abastecernos una semana, por lo menos. Si faltaba algo, lo traerían desde Lima en helicóptero, pero sólo en caso de emergencia. Todos contribuimos a transportar el equipaje a la cabaña y lo acomodamos adentro. Bueno, todos no. Parece que nuestro amigo, “el cuervo”, no quería arrugarse el traje. Mientras íbamos al helicóptero a buscar más cosas, nos quedamos a solas, Johnny y yo, con Don Maximiliano, y le pregunté : - Don Maximiliano, ¿ quién es “el cuervo”? - Eres joven, Marcos, pero sabes conocer a la gente.- Me dijo sonriendo.- Es un enviado del Directorio de Nastroil, de la Central Sudamericana. Está aquí para “supervisar” como arreglamos este problema. En realidad, yo sé, y él sabe que lo sé, que está aquí para vigilarme y encontrar un motivo, que el Directorio tome como excusa para obligarme al retiro. El actual gerente de la central sudamericana, no le cae bien al Director General de la Compañía y me ofrecieron su puesto. Yo todavía no acepté, y él quiere aprovechar esta coyuntura para hacerme quedar mal, y que me retiren el apoyo. En realidad, ya estoy viejo y cansado y he pensado en retirarme. Como ves, tenías razón al llamarlo “cuervo”. Y ahora, terminemos con el equipaje. - dijo en voz alta.

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Terminamos de acomodar el equipaje en la cabaña y fuimos a buscar al encargado del puesto. Al poco rato lo vimos venir bajando de un cerro, armado con un rifle. Luego de presentarse Don Maximiliano, nos indicó donde podíamos acomodarnos con nuestros equipajes y dijo que había ido a los cerros a cazar algo para renovar sus provisiones de carne fresca.(No había tenido suerte). Se reunió con nuestro jefe para informarle de los últimos acontecimientos, y éste nos llamó a todos a una reunión en el comedor. Allí, el encargado del puesto nos contó que él y otro empleado de la compañía, que son reemplazados cada seis meses, controlan y revisan un tramo de tendido de 300 kilómetros de extensión, y que, para ello, disponen de dos Jeeps. Que en las últimas semanas, (el oleoducto se inauguró hace dos meses), en sus recorridos comenzaron a encontrar válvulas golpeadas y cerradas, pequeños incendios sobre las tuberías, y que incluso, una noche, hacía dos días, habían intentado incendiar el depósito. Dijo que ante estos hechos, ya no sabía qué más hacer, ya que, en ningún momento pudieron sorprender a los saboteadores, ni siquiera encontrar sus huellas, y que estaba muy aliviado de pasar el problema a un nivel superior. Llegado a este punto, el “cuervo” fue a abrir la boca, pero al ver que todos lo miramos, se lo pensó mejor y no dijo nada. Como era ya bastante pasado el mediodía, y todos teníamos hambre, el encargado, llamado José, se ofreció a cocinar para nosotros, pero de nuestras provisiones. Su compañero se encontraba revisando el lado sur del tendido y no volvería hasta mañana por la tarde. El hombre agradecía no tener que comer solo. Cuando fue a colocar algo de carne en un asador que tenía afuera, Johnny y yo aprovechamos para hablar a solas con él. Johnny le preguntó, si aunque no habían encontrado ninguna huella, él o su compañero, habían notado algo extraño o inusual en los últimos días. - Sí,- Dijo el hombre. - Bueno, no sé si es extraño, pero sí es inusual. La semana pasada estaba cazando y encontré un venado herido, en el borde mismo de la selva. Lo inusual es que tenía una flecha clavada y, por esta zona no se conocen asentamientos indígenas. - No se conocen o no hay? – Preguntó Johnny. 7


- No hay. Por lo menos, nosotros nunca vimos indios, y cuando se hizo la prospección para el tendido del oleoducto, no se localizó ninguna tribu que viva en cientos de kilómetros a la redonda. En caso contrario, deberíamos haber pedido autorización al gobierno y al Jefe de la tribu para realizar el tendido y haber calculado el impacto ecológico y ambiental. Pero no fue el caso. Por aquí no hay ni un alma. - Por casualidad, guardó esa flecha que estaba en el venado ?- Pregunté yo, súbitamente inspirado. - Sí, la guardé de recuerdo porque me pareció muy bonita. Es de madera muy pulida y recta, y tiene muchas plumas de diferentes colores. - Podría prestármela un momento – Agregué, mientras Johnny me miraba curioso. - Ahora se la traigo.-Dijo, y entró en su cabaña a buscarla. Johnny abrió la boca como para decir algo y le dije: - Esperá, yanqui curioso, que vos no sos acá el único astuto.- Cerró su ancha mandíbula de golpe y se quedó mudo. Al poco rato apareció José, mostrando la flecha orgullosamente, y me la alcanzó. - Che, Atahualpa, vení.- Le dije a nuestro amigo indígena, que estaba masticando un pedazo de charque en la ventana. - Decime, vos sabes de qué tribu puede ser esta flecha ? Atahualpa tomó la flecha en sus manos, la hizo girar, jugó con sus coloridas plumas, miró la punta, la olió y hasta mordió la madera. Puso cara extraña, agrandó los ojos muy asombrado, y dijo: - De qué tumba la sacaron ?. Está muy bien conservada. Tanto José, como Johnny y yo, nos quedamos de una pieza. No entendíamos que quería decir Atahualpa con lo de “tumba”, y le pedimos una aclaración. Antes de seguir con el relato debo aclarar que Atahualpa era un hombre culto, que tenía grandes conocimientos sobre temas indígenas, no solamente por haber recibido, desde niño, las tradiciones de sus antepasados, sino que, interesado por el pasado de su pueblo, no perdía ocasión de estudiar y visitar museos y sitios arqueológicos, siempre apasionado por sus raíces. Volviendo al relato, Atahualpa nos explicó que esa flecha solo podría haber sido sacada de una tumba antigua, ya que, él estaba seguro, pertenecía a la ya desaparecida tribu de los Chimús. Tan antigua era, que aquella civilización 8


prácticamente se había extinguido doscientos años antes de la llegada de los españoles a América. - Pero, -dije yo,- no podría haber descendientes de aquellos Chimús, por esta zona, que conservaran sus costumbres ? - No, dijo Atahualpa.- Como les dije, doscientos años antes de la llegada de los españoles, los Incas atacaron el Reino del Gran Chimú. Luego de varias batallas, su fortaleza principal, Paramonga; cayó. Los sobrevivientes fueron capturados y desterrados a distintas provincias del Inca, otros sometidos a crueles gobernadores incásicos fallecieron por cientos y, aunque esta zona formaba parte del Reino Chimú, estos indígenas desaparecieron por completo. En quinientos años, nada se ha sabido de ellos. - ¿Quién clavó esta flecha en un venado, entonces ?.- Dijo Johnny, tan asombrado como yo. - ¿ En un venado ?.- Eso sí que no lo entiendo,- murmuró Atahualpa. - Bien, aquí hay un misterio y tenemos que resolverlo. Para eso vinimos, no ?- Dijo Johnny. A continuación, nos llevó con Don Maxi, al cual le informó de la conversación que tuvimos con José y Atahualpa sobre la flecha y le solicitó permiso para salir en jeep, Johnny y yo, a recorrer los alrededores. Cuando nos estaba autorizando, el “cuervo”, que estaba escuchando atentamente detrás nuestro, exigió formar parte del grupo; para disgusto de nosotros dos. Don Maxi, con una sonrisa en los labios, le agradeció el ofrecerse voluntario, elogiando su valentía al formar parte de un grupo que podía encontrarse con tiros y flechazos. Entonces, el “cuervo” se lo pensó mejor, y dijo que lo dejaría para mañana, porque estaba muy cansado por el viaje. Sin poder, casi, contener las carcajadas por la cara que puso, nos acomodamos en la mesa para dar cuenta de la buena comida que nos había preparado José. Luego de acabar con toda la carne de venado asada y las verduras que nos fueron servidas amablemente por nuestro anfitrión, Johnny y yo, tomamos unas cantimploras con agua, un par de pistolas y un rifle de su colección, y partimos en dirección norte, siguiendo las tuberías. Después de recorrer varios kilómetros, charlando animadamente y disfrutando del paisaje, nos detuvimos en un sector del oleoducto en el que se 9


veían algunas ramas quemadas sobre las tuberías y cenizas en el suelo. Bajamos del jeep con las armas preparadas, pero no se veía a nadie por los alrededores. Revisamos el suelo en busca de huellas. Ni una sola. Sólo ramas quemadas y ceniza. Johnny comentó: - Nuestros saboteadores son algo infantiles. Creen poder afectar las tuberías quemando algunas ramas verdes sobre ellas.- Sí, y mira acá,- dije yo- Estuvieron golpeando esta válvula con esa piedra-. En efecto, en el suelo había una roca, del tamaño de una pelota de futbol, con marcas de haber golpeado algo muy duro. - Esto, más que sabotaje, parece como una expresión de descontento hacia las tuberías, por parte de alguien- dijo Johnny. - Sí, revisemos unos kilómetros más, y volvamos al campamento-dije yo. Anduvimos un par de horas más, pero no encontramos otra cosa extraña. Hicimos un alto para estirar las piernas y tomar un poco de agua. Cuando nos preparábamos para volver, Johnny dijo: - No te des vuelta, pero nos están observando. - ¿Dónde?- dije yo. - En el límite de la selva, como a cuarenta metros, a la izquierda de ese árbol grande que sobresale de los otros. Vuélvete lentamente. Di la vuelta con naturalidad, tomé la cantimplora y miré al lugar indicado por mi compañero, mientras tomaba otro trago de agua. En efecto, se alcanzaba a ver, entre las ramas de un matorral, a la sombra de un árbol, una cara y hombro humanos, y otra cara más, con las piel pintada con líneas blancas. - ¿Qué hacemos, Johnny ?.- pregunté. - No lo sé,- dijo Johnny. - Creo que deberíamos tratar de comunicarnos- dije por lo bajo. - Ok. Go.- dijo mi amigo en su idioma. Levantando las manos y mirando directamente a quienes nos observaban, grité : - Hola, cómo están ? Acérquense. La reacción que produjeron mis palabras fue instantánea. Quienes fueran, se deslizaron lentamente a la izquierda y desaparecieron sin mover una rama.

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Nos acercamos al lugar, tomando precauciones y, por más que revisamos, no encontramos ninguna huella. Como si nadie hubiera estado allí. - Pero había alguien acá, no ?- pregunté a Johnny. - Sí, eran dos indios, a juzgar por su vestimenta, pero ya se fueron. Es una lástima. Podrían haber sido de ayuda, pero no quisieron comunicarse con nosotros. - La próxima vez, tenemos que venir con Atahualpa. Él puede hablar con cualquier compatriota suyo.- acoté. - Sí, -dijo Johnny- Volvamos. Hicimos el camino de regreso charlando animadamente, y, cuando llegamos al campamento encontramos a Don Maximiliano que discutía acaloradamente con el “cuervo”. Al parecer dicho personaje quería solucionar rápidamente el problema para volver a la “civilización”, e instaba al Jefe a “hacer algo”. Cuando Don Maxi nos vio, lo dejó hablando solo y se reunió con nosotros. Y, frotándose las manos, preguntó: -

Muchachos, que me tienen ? Vimos a dos indios.Pero huyeron cuando les hablamos.- contestamos. Indios. Se supone que no hay por aquí. Bien. Es prioritario comunicarse con ellos. Prepárense para cenar y descansen temprano. Mañana, a primera hora, irán con Atahualpa a recorrer el lugar. Lleven comida y agua. Deben encontrar a esos indios y hablar con ellos. Me temo que si están por aquí, sean los causantes de los disturbios y quiero saber el motivo. Vayan bien armados y, por favor, tengan cuidado. - Bien, señor.- dijo Johnny. - Bueno, Don Maxi.- dije yo. - Ah.- añadió Don Maxi.- Por favor, llévense al “cuervo”, que me está volviendo loco. Durante la cena, que no dio motivo de queja, tanto por lo abundante, como por la calidad de la cocina de José, todos nos pusimos de acuerdo sobre la exploración que haríamos al otro día. Al “cuervo” no le gustó ni pizca la idea de acompañarnos,(y a nosotros tampoco), pero, como el Jefe le dijo que si quería “supervisar” lo que hacíamos, tenía que ir, no le quedó otra opción que callarse la boca. Al fin, cuando todo estuvo organizado, nos fuimos a dormir. Don Maxi, que sabía de la amistad que nos unía, hizo arreglos para que estuviéramos 11


Atahualpa, Johnny y yo, solos en un barracón, librándonos así, de la presencia del odioso “cuervo”, al que colocó en otro barracón, con José y su compañero, al que todavía no conocíamos. Por fin, después de charlar, fumar unos cigarros de Johnny y tomar unos tragos de pulque que trajo Atahualpa en su macuto, nos dormimos muy placenteramente, pensando en qué nos depararía el día de mañana.

LA EXPLORACIÓN En estas latitudes, en el mes de diciembre, es pleno verano, por lo que amanece bien temprano. A las 6 de la mañana, apenas hubo amanecido, vino José a despertarnos. Ya nos había puesto comida y cantimploras con agua, en unas mochilas, dentro del jeep. Johnny revisó y controló la carga de las armas que llevaríamos. Tres pistolas y dos rifles y abundante munición. De paso, aprovecharíamos, al regreso, para cazar algo que se nos cruzara en el camino. José nos invitó con un exquisito guiso de conejo, su “especialidad”, según dijo; si nosotros poníamos los conejos. El pobre era un excelente cocinero, pero muy mal cazador. Entonces apareció el “cuervo”. Se había quitado el traje y vestido con una chaqueta y pantalón color caqui, de explorador, e inclusive se puso un sombrero a tono. Las ropas eran nuevas, tenían, todavía colgando, las etiquetas de la tienda y, más que vestido, parecía disfrazado. Subió al jeep, se sentó en el asiento de adelante, y muy campante, pidió su rifle y su pistola. Johnny lo miró con cara de pocos amigos y dijo : - No mientras yo esté a cargo.- Y siéntese atrás. El “cuervo” fue a protestar, pero al ver la cara de Johnny, cerró la mandíbula con un golpe seco. Nos miró a nosotros, que apenas podíamos mantenernos serios, y fue a sentarse atrás, junto a Atahualpa, con la cabeza baja. Nos acomodamos todos en el jeep y enfilamos otra vez rumbo al norte, despidiéndonos de los que se quedaban. Íbamos a empezar la búsqueda de los indios en el mismo lugar en que los vimos el día anterior. Luego de unas horas de viaje, en las que hablamos poco, llegamos al lugar indicado y descendimos todos del jeep, revisando los alrededores. Enseguida nos dimos cuenta que los indios sólo podían estar dentro de la selva, ya que, por el lado de los cerros no se veía a nadie, hasta donde alcanzaba la vista. 12


Nos reunimos junto al jeep y luego de discutir el asunto un rato, cargando Atahualpa y el “cuervo” las mochilas, y Johnny y yo los rifles, enfilamos hacia los árboles más cercanos para penetrar en la selva. Mientras caminábamos, observábamos de reojo al “cuervo”, que se retrasaba, haciendo malabares con la mochila. La que le dimos estaba realmente pesada. Esto nos puso de buen humor, tanto que Johnny sacó el machete y se puso a canturrear, mientras abría el camino. La selva era mucho más tupida de lo que imaginamos. No se podía dar un paso sin abrir camino con el machete, lo que cansó rápidamente a Johnny. Incluso, había matorrales con grandes espinas, que formaban como una muralla, y hasta parecían plantados allí a propósito. Luego de entrar unos centenares de metros en la maleza, hicimos un alto para descansar diez minutos y tomar agua. Johnny estaba con el brazo cansado y el “cuervo” ya se arrastraba, pero no se quejaba. Le quité un poco de peso al “cuervo”, las cantimploras y se las di a Johnny, y tomando el machete, comencé a abrir paso. Durante el descanso acordamos seguir andando rumbo al oeste, guiados por la brújula de Johnny, ya que algunas señales denotaban el paso de gente en aquella dirección. Pasada una hora, hicimos otro alto. El brazo del machete me ardía y los músculos estaban acalambrados. Como estaba cercano el mediodía decidimos comer ahí y descansar una hora. Mientras dábamos cuenta de un almuerzo liviano, tratamos de decidir qué haríamos en caso de no encontrar a los indios en las próximas horas. Atahualpa, Johnny y yo decidimos hacer noche en la selva y seguir rumbo al oeste a la mañana siguiente. El “cuervo” quería volver a la zona despejada donde estaba el jeep, pero tuvo que avenirse a nuestras razones. Era más fácil quedarse y seguir por la mañana, que hacer todo el camino de vuelta. Al fin continuamos. Esta vez Atahualpa hacía trabajar el machete, con gran destreza, mientras nos contaba una historia que conocía sobre la selva que estábamos atravesando. Según unos parientes suyos que vivían en un pueblito a varios cientos de kilómetros, al suroeste de allí, aquella selva no había sido explorada nunca. Sí, algunos indios entraban y salían de ella, allá en el sur, pero no se internaban más que unos cientos de metros, mientras que la misma selva tenía una extensión, según los mapas, de varios cientos 13


de kilómetros de largo y ancho.Y, además, de acuerdo con los mapas que había en el puesto de Nastroil, la selva figuraba como “selva”. Un lugar ciego en el que solo había árboles por miles de kilómetros cuadrados. Esta historia nos preocupó un poco, pero seguimos andando animadamente. Luego de varias horas de caminata, sin ver ni un solo indio y, a pesar de varios descansos, pasó la tarde y el anochecer nos encontró agotados y sudorosos. Antes de que oscureciera, buscamos un lugar un poco despejado, armamos la tienda de campaña y preparamos el primer campamento dentro de la selva. Preparamos un gran fogón, juntamos leña e hicimos un buen fuego, todo por consejo de Atahualpa, que nos dijo que si veían fuego u olían el humo, los indios se acercarían y podríamos hablarles. Además, el fuego alejaría a cualquier animal salvaje que estuviera rondando. Luego calentamos la cena. Un guiso de arroz y lentejas, con trozos de carne, que José nos había preparado en una marmita, y que comimos mientras charlábamos alegremente. El único que no charlaba mucho era el “cuervo”. Estuvo una hora descansando, antes de poder comer, ya que estaba tan agotado, que ni hambre tenía. Luego de su descanso y comer con apetito, y unos tragos del pulque de Atahualpa, nos enteramos de su nombre y algunas cosas más. El alcohol afloja la lengua, decía mi abuela. Se llamaba Sebastián Gomez Furón, de los Gomez Furón de Bogotá, Colombia, y estaba trabajando como asesor de Relaciones Públicas del Gerente de la Central Sudamericana de la Petrolera Nastroil. Confidencialmente nos contó, con los grandes gestos elocuentes de los borrachos, el motivo por el cual su jefe lo mandó a “supervisar” a Don Maxi. (Don Maxi tenía razón). Y también nos contó que su jefe no le gustaba; que no era, para nada, un caballero como Don Maximiliano. - A mi jefe, que lo tomen por el saco- Soltó con una carcajada, contagiándonos a nosotros también. Después de esta charla, empezamos a ver con otros ojos al “cuervo”, sobre todo recordando cómo, a lo largo del día, nos había seguido el paso con la pesada mochila al hombro, máxime siendo un hombre de ciudad, poco 14


habituado a estos trotes. Anduvo a la par nuestra, aguantándose las quejas y mostrando un amor propio que no creímos que tuviera. Terminada la cena, acordonamos y echamos más leña al fuego, nos metimos en la carpa y dormimos como troncos hasta el amanecer. Tan cansados estábamos, que ni guardia hicimos, aunque teníamos las armas a mano por cualquier contingencia. Por la mañana, con el amanecer, nos levantamos y recogimos el campamento. Atahualpa nos contó que, al levantarse por la noche a hacer sus necesidades, creyó oír voces, pero no entendió lo que decían, y que al gritarles en varios dialectos, no le respondieron. Sólo supo que venían del oeste. Como esperó un rato y no pasó nada, creyó oportuno dejarnos dormir. Por lo tanto, luego de desayunar a base de charque y agua con algo de pulque, partimos hacia el oeste, en busca de los huidizos indios. Johnny llevaba el machete y los demás lo seguíamos, avanzando muy lentamente. Luego de varias paradas para descansar y comer, a media tarde llegamos a la rivera de un río que corría hacia el sur, y era bastante caudaloso. -

Un río,- dijo Johnny.- Alguien sabe cómo se llama ? Como vamos a saber si en los putos mapas no figura .- dije yo. Es cierto, llamémosle Río Desconocido.- dijo Atahualpa. Qué original !!! – Dijo alegremente Sebastián, a quien ya no llamábamos más el “cuervo”. Y todos largamos la carcajada.

Luego de explorar un poco por los alrededores, Johnny halló un tronco que había caído cruzado sobre el cauce del río, en una parte angosta, y que parecía un puente. - A este tronco lo usan de puente. Nosotros también lo haremos y armaremos campamento del otro lado del río.- Dijo Johnny. Así que cruzamos por el tronco y en un pequeño claro armamos el campamento. Renovamos nuestra provisión de agua con la del río, que era fresca y transparente y encendimos un buen fuego. Como se acercaba el atardecer, decidimos seguir andando al otro día y aprovechar estas horas para descansar. Era agotador atravesar la selva abriendo a cada paso espacio con el machete, metro tras metro. Con razón nadie quería entrar aquí. Sólo hay árboles, árboles y más árboles. Esto será así, hasta que venga una empresa maderera y arrase con todo, dejando la tierra pelada. 15


Preparamos la cena temprano. Comimos y nos fuimos a dormir al rato, demasiado cansados para charlar o hacer otra cosa. Al día siguiente decidiríamos lo que teníamos que hacer. Apenas apoyamos las cabezas en los bultos que servían de almohada, nos dormimos profundamente hasta el otro día.

LA TRAMPA - Muchachos, muchachos, despierten !!! Nos despertamos los tres juntos y nos miramos a la poca luz del amanecer. La voz de Sebastián había sondo tensa y como previniéndonos de algún peligro. Tomamos las armas y asomamos nuestras cabezas por la entrada de la carpa. Sebastián estaba parado en el centro del claro del campamento, rodeado de indios que le apuntaban con sus arcos en forma poco amistosa. Tenían la piel de la cara y el cuerpo pintada con líneas blancas que se cruzaban, horizontales y verticales. Los arcos eran largos y estaban muy tensos. Las flechas, exactamente iguales a la que nos mostrara José. Vestían unas faldas largas como de algodón y llevaban el pelo adornado con plumas de colores. Parecían guerreros. Al fin los habíamos encontrado. - No podemos hacer nada, o matarán a Sebastián.- dijo Johnny. - Chimús!!! .- Gritó Atahualpa, y mostrando las manos vacías, se levantó y salió de la carpa. - Pachacuti teocalli.- Dijo el indio que parecía ser el jefe del grupo, ya que era el único que llevaba en la cabeza el tocado de plumas con adornos dorados. - Qué dijo, Atahualpa ?.- murmuré por lo bajo. - Es aymará antiguo. Dijo soltar armas y mostrar manos.- comentó mi amigo. - Hagámoslo. dijo Johnny. Los dos levantamos las manos y mostramos que estaban vacías, mientras salíamos de la carpa. El indígena pareció satisfecho y la tensión del ambiente se relajó un poco. - Techatanga quipocamayo.- (somos amigos), dijo Atahualpa en voz alta y con la cara seria. Los indios parecieron asombrados de que uno de nosotros hablara su idioma y cuchichearon entre ellos. El Jefe se acercó a Atahualpa, hasta casi tocar su 16


nariz con la de él y lo miró directamente a los ojos. Atahualpa sostuvo tranquilamente la mirada y, durante un momento, dos magníficos exponentes indígenas se enfrentaron. Finalmente, y sin retirar la mirada, Atahualpa dijo en voz baja: - Raimi inca huasi.- (Llevadnos con vuestro Jefe). - Rimu inca huasi pacata.- (La residencia del Gran Chimú está vedada a los extranjeros), a lo que Atahualpa respondió: - Pacata moi, pacha cuti Intihuasi, raimi.- ( Extranjero yo, que soy descendiente de La Casa del Sol?. Llevadnos !!! El indio pensó un momento, y luego hizo señas para que lo sigamos. Nos colocaron en medio del grupo y, mientras algunos tomaban nuestros rifles y mochilas, nos empujaron en dirección oeste. Mientras caminábamos, y sin sobresaltar a los indios, aproveché para anotar la conversación anterior en mi libreta de notas. Atahualpa la tradujo para mí. Como venía haciendo desde que partimos del campamento de Nastroil, tomaba notas de todos los pormenores del viaje, a fin de que Don Maxi completara luego el informe a sus superiores. Caminamos más de cuatro horas sin parar, atravesando otra porción de selva. La travesía era ahora mucho más rápida, ya que los indios conocían senderos libres que nos hicieron recorrer muchos kilómetros en poco tiempo. Al fin llegamos a un parapeto formado por grandes piedras, que más parecía una muralla, ya que tenía tres metros de altura, y que marcaba como el fin de la selva, ya que por los costados y detrás de dicha muralla se veían extensos campos de cultivo de cientos de metros de extensión. Mucho más allá, comenzaba de vuelta la selva. Empujándonos hacia la derecha de la senda, nos llevaron hasta una “puerta” en la muralla que tenía la típica forma trapezoidal de los incas. Al llegar a la puerta, por señas nos indicaron que pasáramos, y ellos lo hicieron detrás nuestro.

LA CIUDAD Al traspasar la muralla de piedra, que tenía como un metro de espesor, miramos hacia adelante y quedamos mudos de asombro. Ante nuestros ojos se extendía una ciudad antigua, del tipo de ciudades como Machu Pichu, Sacsayhuaman, etc. Con sus casas de piedra con techo 17


de paja, pirámides escalonadas y fastuosos templos, ordenados como en una urbanización moderna. Pero había una diferencia con todas las ciudades antiguas que conocíamos. Ésta NO estaba en ruinas !!! Las casas de piedra, bien separadas por calles paralelas y amplias avenidas tenían sus paredes en pie. Sobre ellas se apoyaban techos de paja bien alisados y se veían puertas y ventanas de madera en las aberturas de las paredes, y, hasta plantas con flores en los alféizares de algunas ventanas. A la izquierda de nuestro grupo, como a sesenta metros, se erguía una pirámide escalonada, no tan grande como otras que conocíamos, pero se destacaba dentro de la ciudad. En cada escalón gigante había árboles en macetas de arcilla, los cuales estaban adornados con paños de color azul y rojo, que ondeaban al viento. Sobre la escalinata central, a modo de pasamanos, se hallaban tendidas cuerdas doradas, casi del grosor de un puño, que iban desde el nivel del suelo hasta el último escalón, en el que se hallaba el templo. Éste estaba construido, al parecer, con paredes de piedra, como toda la pirámide, pero habían puesto estuco blanco todo alrededor y estaba adornado con frisos de colores que representaban quién sabe qué escenas. Alrededor del templo, cuatro mástiles de madera desplegaban al viento estandartes de tela con adornos de diferentes colores. A la derecha, se encontraba una especie de templo, construido también en piedra, de forma cuadrada y una altura de dos pisos. Todo alrededor estaba revestido con estuco blanco, sobre el cual se habían pintado, con verdadero arte, y usando todos los colores del arco iris, escenas de la vida cotidiana de las tribus indígenas de épocas pretéritas. No pudimos ver mucho más, ya que nos volvieron a la realidad los empujones de nuestros captores para hacernos caminar. Avanzamos por una amplia avenida, siendo rodeados, al instante, por los pobladores de la ciudad, que fueron siguiendo nuestros pasos. Estos estaban vestidos a la usanza de los antiguos Incas, con pecheras de algodón y túnicas de brillantes colores, y se calzaban con sandalias de cuero trenzado. Las mujeres usaban vestidos de vivos colores, también de algodón, al parecer, con adornos de plumas y diademas en el cabello. Todos, hombres y mujeres, llevaban brazaletes y collares de lo que parecía ser oro, y también vimos, de pasada, algunos que llevaban diademas y pectorales del mismo metal, con el agregado de piedras preciosas. Ninguno de nosotros podíamos creerlo. Parecíamos los conquistadores españoles que vinieron con Pizarro, y que tuvieron la oportunidad de 18


contemplar, ( fueron los últimos), la antigua civilización Inca en todo su esplendor, en su período más floreciente. Todo a nuestro alrededor parecía un mundo antiguo. No se veía, a simple vista, ninguno de los avances tecnológicos que gozan y sufren los hombres “civilizados” de nuestros días. Al traspasar aquella muralla era como si hubiéramos viajado en el tiempo quinientos años atrás, o a un mundo diferente, en donde la civilización Inca no hubiera desaparecido por completo, sino que se hubiera conservado igual a como estaba antes de la llegada de los “civilizadores” españoles. Sin darnos cuenta, nos encontramos frente a una especie de castillo. Esta construcción era mayor, y de una arquitectura más esmerada que todas las otras que pudimos ver. Constaba, aparentemente de tres pisos superpuestos. En el frente se veían columnas de piedra esculpidas con escenas de caza y de batalla, con guerreros, pumas y llamas. Las grandes ventanas estaban adornadas con pesados cortinados de colores. En el centro había una amplia escalinata que llevaba a una gigantesca puerta de madera tallada, también con escenas de batallas. Hacia los lados las paredes de la construcción se extendían por muchos metros, formando dos alas, y estaban cubiertas con frisos de estuco trabajado y pintado de diferentes y vivos colores. Miré directamente a Atahualpa, y cuando él me miró, le dije:

-

Como en casa, eh ?

Y, con una sonrisa de oreja a oreja, asintió con la cabeza, con los ojos húmedos por la emoción. Enfilamos la escalinata y el jefe de nuestros captores golpeó las hojas de madera. Le abrieron desde dentro y mantuvo una corta conversación con el guardián de la puerta, que nos miró de arriba abajo. Éste cerró y tardó en volver. Al rato, abrió y llamó al jefe otra vez. Otra conversación y el guardián nos miró, se acercó a nosotros y nos sacó las pistolas de las fundas, y se las pasó al jefe de la patrulla que nos había capturado. Nos quedamos asombrados otra vez. Creíamos que no conocían las pistolas, ya que antes no les llamaron la atención y solo nos quitaron los rifles. Y nosotros nada dijimos. Mientras tuviéramos las pistolas, y en caso de peligro, podríamos usarlas, pero, hete aquí, que en la ciudad alguien sabía qué eran. De todas formas, no pensábamos usarlas, ya que sólo veníamos a hablar; pero su peso al costado, nos reconfortaba un poco.

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En fin, ya desarmados del todo, incluso a Johnny le sacaron su cuchillo y machete, nos hicieron pasar por la puerta y nos encontramos en un gran salón. La fastuosidad allí era increíble. Por todos lados se veían muebles de madera ricamente tallada, repletos de adornos de oro, plata y piedras preciosas. Las paredes estaban forradas de tapices bordados con diferentes motivos y vivos colores, con mosaicos de plumas y materiales preciosos. El suelo estaba cubierto con alfombras de lana de llama, posiblemente, también adornadas con dibujos. Contra la pared del fondo de la sala había un “trono”, de madera negra tallada y lustrada, con refuerzos de oro trabajado en diferentes lugares, y con incrustaciones de plata y piedras preciosas en el frente del respaldo. En la pared, detrás y sobre el trono estaba colocado un sol, construido totalmente en oro, con un diámetro de, al menos sesenta centímetros. Nos colocaron, unos metros delante del trono y nos rodearon varios guardias, con miradas amenazadoras, mientras esperábamos ver qué pasaría a continuación.

EL GRAN CHIMÚ Al poco tiempo de esperar, se abrió un tapiz en la pared, por detrás del trono, y apareció un indígena vestido de manera espectacular. Tenía una túnica azul oscura que le llegaba a los tobillos. Sobre ésta, un pectoral de oro repujado, refulgía con la luz. Dicho pectoral tenía talladas, en grueso relieve, figuras de hombres y animales, y estaba compuesto por varias placas enlazadas entre sí, con hilos de oro, y calzaba unas sandalias tejidas con hilos de oro y plata. En su cabeza, un tocado en abanico, de plumas multicolores engarzadas con hilos de plata, terminaba de completar un atuendo digno del que Moctezuma debió usar cuando recibió a Cortez, allá en México. Aparentaba tener unos cincuenta años, pero lo que nos preocupó un poco era lo que traía en la mano derecha. Era un hacha; pero no un hacha común, sino que su mango era de plata tallada, largo y grueso, y su filo de oro, con incrustaciones de plata y piedras preciosas, y parecía muy pesada. La visión de tan terrible arma, hizo murmurar a Sebastián, que no había hablado hasta ahora: - Eh, Don Atahualpa, los Chimús hacían sacrificios humanos ? 20


- Se supone que no.- contestó Atahualpa en voz baja. - Porqué eso no me tranquiliza ni pizca?.- dijo Johnny en voz alta. El Emperador, pues esto era el indígena tan ricamente ataviado, dio dos pasos blandiendo el hacha y se plantó frente a aquel extranjero que osaba hablar antes que él y lo miró directamente a los ojos. Johnny sostuvo la mirada, como invitándolo a que le partiera la cabeza, y Atahualpa y yo empezamos a pensar que esta aventura iba a terminar mal, cuando el emperador dijo: - Los guerreros extranjeros que se presentan ante el Gran Chimú, no deben temer nada, Todavía.Todo esto en idioma español, y muy bien pronunciado. El asombro hizo presa de nosotros una vez más. Parecía que, desde que llegamos aquí, vivíamos de asombro en asombro. Con una sonrisa bailándole en los ojos, y una forma muy moderna de hablar el español, el Gran Chimú dijo: - Primero deben alimentarse y descansar. Yo sé porqué están aquí. Luego habrá tiempo para hacer aclaraciones. En cuanto a ti, hermano de raza, descendiente de La Casa del Sol, hablaremos ahora.Nos indicó, a Johnny, a Sebastián y a mí, que siguiéramos a unas chicas indias que habían aparecido por una puerta lateral, y se fue charlando con Atahualpa en idioma aymará. Seguimos a las chicas, que no hablaban nuestro idioma, hasta una habitación grande que tenía una pileta inmensa con agua caliente. Por gestos nos indicaron que podíamos bañarnos allí y nos mostraron tres túnicas con las que debíamos vestirnos. Luego salieron y nos dejaron solos. -Bien, si nos piden que nos bañemos y vistamos con esto, ¿Por qué no ?-dijo Sebastián. - A donde fueres, haz lo que vieres.- Dijo filosóficamente Johnny. - Así es.- dije yo- A propósito, Johnny, que te parece todo esto. Podremos confiar en el Emperador y estar tranquilos?

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- Como él mismo dijo. No debemos temer nada, todavía. Aunque, por lo que conozco de la gente, parece un tipo honesto, inclusive con sentido del humor, y no creo que nos haga una cochinada.- dijo mi amigo yanqui. Nos metimos en el agua. Las chicas entraron otra vez, entre risas y chanzas, supongo, en su idioma, y nos dejaron una especie de jabones y toallas de puro algodón coloreado. Haciendo olitas con la mano en el agua caliente, Sebastián comentó: -Los indios no la pasaban tan mal hace quinientos años, eh? - Por supuesto que no.- agregó Johnny, que estaba mirando hacia la puerta entornada, desde donde una indiecita joven, bonita y rubia lo estaba espiando sonriente. - No, lo pasaban bastante bien- dije pensativo- Pero aquí hay algunos signos de modernismo que no concuerdan con las civilizaciones antiguas, por más “modernistas” que fuesen. - Pero, en tantos años, tienen que haber avanzado bastante, no les parece.acotó Sebastián. - Puede ser. Además, os habéis dado cuenta que entre los pobladores hay personas de piel muy clara y hasta cabellos rubios.- Dijo Johnny mirando hacia la puerta. - Sí.- contesté- En antiguas crónicas de la época de la conquista española, se cuentan historias de que los españoles, al llegar a américa encontraron muchos indios de tez blanca y cabellos rubios. - Y qué me dicen de las cantidades de oro, plata y piedras preciosas que esta gente posee? Agregó Sebastián. - Sí, en mucha cantidad. Bien, no nos rompamos la cabeza tratando de desentrañar estos misterios.- dijo Johnny.- Disfrutemos. El Gran Chimú, seguramente aclarará todo cuando lo crea conveniente. El espíritu práctico de Johnny se impuso, y disfrutamos largamente de nuestro baño de inmersión. En el agua había una hojas de plantas extrañas que aromatizaban el agua, y parecían quitarnos, tanto el sudor y la tierra, como el cansancio de nuestros cuerpos. Salimos del agua y terminábamos de vestirnos cuando aparecieron, de nuevo, las chicas, dando saltitos y carcajadas, y nos guiaron por diferentes 22


pasillos y salas, hasta llegar a una, que estaba a continuación del salón del trono. La indiecita rubia, parecía haberse convertido en la guía personal de Johnny, al que llevaba del brazo. Esta sala parecía un comedor. En el centro de la estancia había una gran mesa, de madera tallada y lustrada. Algunas sillas de factura bastante moderna, le hacían juego. Sobre la mesa había diversas fuentes con alimentos, como carne asada, verduras hervidas, frutas y pan. A la cabecera de la mesa estaba sentado el Gran Chimú. A su derecha se sentaba Atahualpa, ataviado con una vestimenta muy parecida a la de él, con pectoral y brazaletes de oro, inclusive. Sobre la mesa, OH sorpresa, se habían colocado seis platos, con sus correspondiente cubiertos de plata. Cucharas, cuchillos y tenedores !!!. Seis vasos de oro labrado completaban la vajilla para los comensales, junto con una gran jarra de plata Cuando entramos al comedor, el Emperador y mi amigo Atahualpa charlaban animadamente. Apenas nos vió, hizo señas para que nos acercáramos, mientras algunas muchachas se retiraban discretamente. La hermosa indiecita rubia que nos había espiado, tomó del brazo a Johnny y lo llevó a sentarse a la izquierda del Emperador. Éste, miró a la muchacha con una sonrisa disimulada en su semblante, mientras el pícaro de Johnny se dejó llevar complacido, poniendo su mano sobre la de ella hasta llegar a la mesa. Allí la soltó y separó una silla para que se sentara. Ella, muy complacida de dedicó una sonrisa radiante a Johnny y una mirada sonrojada al Emperador. A continuación, nos sentamos los demás, y nos quedamos mirando a nuestro anfitrión, en espera de respuestas. -Por favor, coman tranquilos, que ahora voy a ir aclarando todas sus dudas.dijo el Emperador.- Ya estuve hablando con vuestro amigo, y mi hermano de raza, Atahualpa, y él me confirmó lo que yo ya sabía. Ustedes vienen por los problemas que mis súbditos causaron en su oleoducto.-agregó. A continuación, nos contó que unos meses antes se había enterado de que unos extranjeros estaban tendiendo tuberías al borde de la selva. Fuera de los límites de sus dominios, pero demasiado cerca. En los cerros que se hallan más allá del tendido, nos explicó, hay túmulos funerarios antiguos de su raza, cementerios antiguos, pero tierra sagrada, al fin, para los guerreros de su tribu, y que algunos de éstos, enojados con los extranjeros que invadían sus tierras, habían atentado contra el tendido. Lo hicieron a espaldas del 23


Emperador, pero él, hacía unos días se había enterado y estaba esperando, ya que sabía que alguien vendría a investigar por la zona. Por los espías que envió, se enteró que un grupo de “guerreros” extranjeros, de diferentes “tribus” ya que hablaban diferentes idiomas, había llegado a la selva, y que, con ellos, venía un hermano que hablaba el idioma sagrado. Así, que nos mandó vigilar y ver cómo nos comportábamos. Luego de recibir muchas informaciones de sus espías sobre nosotros, y al ver que avanzábamos obstinadamente hacia el oeste, y que al fin, descubriríamos su ciudad, nos mandó capturar, aunque dijo a sus guerreros que lo hicieran sin violencia. Por lo tanto, aquí estábamos frente a él, que nos iba a aclarar nuestras dudas, y que estaba dispuesto a acabar, ya lo había hecho, con los ataques al tendido. -Bien.-dije yo.- Ya está aclarado lo de los atentados y creemos en su palabra de que han acabado. Ahora quisiéramos, si esto es posible, que nos explique cómo es que conserva usted esta ciudad en pie, como una “isla de civilización”, cuando todo alrededor las civilizaciones antiguas, como la suya, se extinguieron hasta tal punto, que de ellas sólo quedan ruinas.Esta pregunta debió hacerla Johnny, que era quién estaba a cargo del grupo. Pero él estaba muy ocupado con la chica india, probando un trozo de carne que ella le ponía en la boca con el tenedor. Miré fijo a Johnny. Él se atragantó con el trozo de carne, sonrió y levantó las cejas, con un gesto que decía: ¿ Qué quieres que haga? - Está bien,- Dijo el Emperador.- Ya es hora de que mi gente confíe en alguien del mundo exterior. Les voy a contar la historia de mi pueblo, que es larga y por lo tanto muy antigua. Pero como sé, por Atahualpa, que ustedes poseen ciertos conocimientos de la antigüedad de estas tierras, empezaré por los acontecimientos que afectaron a mi pueblo por, aproximadamente, el año mil trescientos después de cristo, según vuestra cronología. En ese momento, le pedí al Emperador que me dejara tomar algunas notas en mi libreta, a fin de no perder ningún detalle de esta, seguramente, fascinante historia. - Bueno, hazlo .-dijo.- Después veremos.

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Esta es la historia que nos contó Pachacutec XIV, como se llama oficialmente. Decimocuarto emperador del nuevo Reino Chimú.

LA INCREÍBLE HISTORIA Por el año 1.300 d.c., las tropas del emperador Inca del momento, rodearon y atacaron la ciudad amurallada de Paramonga, capital y último bastión del Reino del Gran Chimú. Desde hacía años, los Incas, que no querían competencias de dominio con otras tribus, venían atacando y dominando una a una las ciudades del reino Chimú. Paramonga era la última que quedaba, pero el emperador, Pachacutec I, sabía que no resistiría mucho tiempo, así, que con la colaboración y sacrificio de una cierta cantidad de sus súbditos, que se quedarían, abandonó la ciudad, por túneles secretos, y se dirigió, con la mayor parte de su pueblo, hombres, mujeres, niños y tesoros, hacia la selva más impenetrable que se conocía en su imperio. Se internaron todo lo más que pudieron en ella, con la esperanza de que nadie sabría que estaban allí, y que nadie querría entrar en ella, por lo impenetrable de la misma. Muchos días de sufrimientos y pesares les llevó penetrar en la selva. Los tesoros iban a lomo de llama, pero las mujeres y los niños, y todos debían caminar. Grandes trabajos les costó abrir senderos para pasar, y cuando pasaron, éstos debieron ser borrados, junto con todas sus huellas, a fin de que ningún inca los encontrara. Luego de andar muchos días, siguiendo el sol poniente (oeste), llegaron a un río y pudieron renovar su agotada provisión de agua. Continuaron andando varios días más. Algunas mujeres y niños murieron durante esta agotadora marcha a través de la selva. Pero, al fin, llegaron a un inmenso claro, casi en el centro de la misma, y allí decidieron levantar una nueva ciudad. Había arroyos cercanos , lo que les aseguraba la provisión de agua necesaria, y, además, era un valle fértil que les permitiría sembrar las semillas que habían traído y hacer prosperar su agricultura. Inclusive, en un sector alejado encontraron un roquedal, que les permitió construir una cantera y obtener piedra de construcción. Las llamas, machos y hembras, tuvieron su descendencia, así como otros animales domésticos que habían traído, y con el tiempo, fue aumentando su ganadería. Cazaron en la selva lo necesario para subsistir los primeros tiempos, e inclusive criaron una especie de venados “domésticos”, que abastecieron sus necesidades de carne.

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Pasaron muchos años, los emperadores se sucedieron unos a otros, y la ciudad fue creciendo y tomando la grandiosidad que ahora tenía. Cada cierto tiempo, el emperador de turno enviaba espías al mundo exterior, más allá de la selva, para saber qué estaba ocurriendo. Así, se enteraron que los Incas dominaron a todas las demás tribus. La historia de este pueblo olvidado se fue escribiendo en “códices”, hechos con hojas de diversas plantas enlucidas con cal, y narrados los acontecimientos. Con el correr del tiempo llegaron los españoles. Destronaron a los Señores Incas y fueron ellos los que dominaron el mundo. Por tres veces, los conquistadores españoles entraron a la selva en su búsqueda de tesoros escondidos. Jamás volvió a salir, ni uno solo. Los guerreros chimús no habían olvidado como pelear. Sus corazas, armas y cascos están guardados en nuestro templo, como recordatorio de nuestro pasado guerrero. (Con el tiempo, Johnny y yo, vimos las armaduras, y eran realmente muchas.) En una de sus correrías por la zona, y escapando de los españoles, cierta vez pasó un numeroso grupo de guerreros incas, con muchas llamas cargadas con bultos muy pesados, y penetró en la selva con ánimo de esconderse. Inmediatamente fueron atacados por los guerreros chimús, que no olvidaban los sufrimientos pasados. Los incas fueron exterminados. Ni uno solo se salvó. Cuando revisaron los bultos, los encontraron llenos de tesoros. Platos, vasos y estatuas y barras de oro y plata, paños finos y piedras preciosas. (Sin saberlo ellos mismos, el Tesoro Perdido de los Incas, pasó a manos de los chimús, como si fuese una reparación histórica propiciada por los Dioses. Los conquistadores españoles jamás pudieron encontrar el grueso de los tesoros del Imperio Inca. Sus grandes reservas de oro y plata. Lo buscaron por más de quinientos años y, algunos, aún lo siguen buscando. El último emperador inca, Manco Capac, fue torturado ferozmente hasta morir, sin embargo jamás reveló a dónde lo había enviado. Este ha sido uno de los misterios de la humanidad que nunca se pudo resolver. El Oro Perdido de los Incas. Un enigma del cual, nosotros, al fin teníamos la respuesta). Continuando con la historia, cada cierto tiempo, los emperadores seguían enviando espías al exterior, para saber cómo seguía el mundo. Por ellos se enteraron que los españoles se asentaron en estas tierras, levantaron ciudades, iglesias y misiones, y comenzaron a poblar el territorio, trayendo regularmente inventos extraños que asombraban a los indios. 26


Por esos tiempos, fue coronado Emperador un señor muy inteligente e instruido, que en sus tiempos de juventud había servido como espía recorriendo muchos territorios lejanos. Éste, pensó que el mundo exterior progresaba muy rápidamente, mientras que su pueblo se mantenía atrasado y al borde de la exclusión total de la humanidad. Por lo que estableció la costumbre, mantenida por cientos de años, hasta ahora, de enviar a su hijo y heredero, llegada cierta edad, a vivir unos años en el mundo exterior. A viajar por él, conocer y estudiar diferentes culturas y adquirir nociones de utilidad para “modernizar” a la vez nuestra civilización y modo de vida; de esta forma, viendo llegado el momento, podríamos dar a conocer al mundo nuestra civilización, sin correr el riesgo de que sea absorbida por otras de mayor poder cultural o tecnológico. Cuando mi padre murió hace seis años, yo volví del mundo exterior a hacerme cargo de mi herencia. Creo que se acerca el día que mi visionario antecesor soñó en su momento. Ahora, los países que nos rodean están establecidos y organizados, y sus ciudadanos viven pacíficamente. Ya no nos rodean conquistadores buscando riquezas y trayendo destrucción. Creo llegado el momento de dar a conocer a mi pueblo e incluirlo nuevamente entre los ciudadanos de esta humanidad. El hombre caminó por la Luna y marcha hacia otros planetas. Es hora de que vuelva la vista hacia aquí abajo y descubra a nuestra civilización, que resurge de sus propias cenizas como un ave Fénix. - Permítame.- dije yo.- Pero, cómo resolvieron el problema de la consanguinidad?, que, según dicen, acabó o pudo acabar con otras culturas. Setecientos años es mucho tiempo en una comunidad de unos centenares de personas. - Oh, eso fue fácil. Todos los hombres que sirvieron como espías a lo largo de nuestra historia, debían conseguir una esposa del mundo exterior y traerla aquí a vivir y tener descendencia. Además, muchos futuros emperadores consiguieron y trajeron esposas de fuera. Habrán visto que entre mis súbditos hay algunos de cabellos rubios -. Dijo con una sonrisa, y agregó : - Mis queridos amigos, les cuento todo esto porque necesito vuestra ayuda. Ha llegado el momento de enviar a mi sucesor al mundo exterior a conocer y aprender cómo es realmente. Es mi única hija, aquí presente, sentada al lado del señor Walton.- Dijo el Emperador con una sonrisa, y todos nos miramos atónitos.

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- Pero - continuó- No la enviaré de incógnito, ni sola. Irá como embajadora de mi pueblo y yo pronto la seguiré. Si ustedes me presentan al enviado de vuestra empresa, podré hablar con él inicialmente y luego con vuestro Consejo Directivo y, mediante un convenio con el gobierno de este país, colocar este territorio como Reserva Indígena, lo que lo protegerá de toda intrusión extraña. Y quizá, con el tiempo, y ya incluida mi gente entre el resto de la humanidad, le podré dejar a mi sucesora las riendas de mi pueblo y retirarme tranquilamente a descansar. Incluso creo que ella ya ha elegido esposo.- dijo con una sonrisa cómplice. Ella, que sostenía entre las suyas la mano de Johnny, miró e éste a los ojos y dijo dulcemente, en español: - Si él quiere… Johnny se atragantó y luego de balbucear algunas palabras en inglés, alcanzó a articular: - Por supuesto, mi querida Princesa !!! - Bien.- dijo el Emperador. La boda se llevará a cabo en cuanto hallamos arreglado nuestro asunto. Propongo salir mañana mismo hacia vuestro campamento a ver a vuestro superior. Cuanto más pronto me ponga en contacto con el gobierno, tanto más pronto todo se habrá arreglado y nuestros dos tórtolos podrán casarse. A partir de ese día, todos los acontecimientos se precipitaron. Luego de una reunión entre Don Maxi y Pacha Cutec XIV, este y su hija fueron llevados a una reunión convocada urgentemente con el Directorio General de Nastroil S. A. Asumiendo su responsabilidad, ya que el oleoducto pasaba por sus tierras, los directivos de la empresa visitaron la ciudad de Gran Chimú, y todavía muy asombrados, solicitaron una reunión con el mismísimo Presidente de la República de Perú; Al que ya conocían de cuando firmaron los contratos petroleros. El presidente, más asombrado todavía, visitó la ciudad con una pequeña comitiva y, en pocos días, la zona era declarada Reserva Indígena, quedando así, protegida por las leyes federales. Urgentemente, dado que esta cultura formaba un ecosistema natural y social muy frágil, se tomaron algunas medidas como: Se acordó con el gobierno que una pequeña comisión científica integrada por arqueólogos, etnólogos, historiadores, etc. Se radicaría en la misma ciudad, a fin de estudiar “in situ”, la increíble civilización que aparecía viva, luego de tanto tiempo y cuando todos la creían enterrada y olvidada. 28


También se estableció una zona vedada, bajo custodia del gobierno, todo alrededor de la selva, para evitar que la llegada descontrolada de turistas y curiosos afectara el normal desenvolvimiento de esta civilización, para que la misma vaya adaptándose gradualmente al ritmo acelerado de nuestra humanidad. En fin. Luego de una etapa inicial de adaptación, el pueblo Chimú se fue acomodando fácilmente a su nuevo status mundial, no viéndose seriamente perjudicado. Al tiempo, asistimos a la boda de nuestro amigo Johnny, con su adorada princesa y a la vez, éste fue coronado Emperador. Su antecesor en el cargo, su suegro, Pacha Cutec XIV, libre ya de la carga, pudo dedicarse a recorrer el mundo, invitado por diferentes naciones, como embajador de su pueblo, dando conferencias y enseñando su cultura a las gentes ansiosas por conocer su historia. En cuanto a los demás del grupo, cada cual siguió su camino. Sebastián mandó al diablo a su jefe, y al final, le dieron su puesto, que aún ocupa, desempeñándose con honestidad y decencia. Don Maxi, se retiró al poco tiempo, y, debido a la amistad que tenía con Johnny, se fue a vivir a la Ciudad del Gran Chimú, junto con toda su familia, y allí, desempeña el cargo de “Ministro Plenipotenciario del Imperio”. Según dice él: “Es más cargo que trabajo”. Atahualpa, a instancias de Johnny y Don Maxi, también se fue a vivir allí, donde al poco tiempo se casó con una bella señorita de su raza, y tomó el cargo de” Ministro de Relaciones Públicas del Imperio”. Y yo, por fin, volví a Argentina a escribir este libro que, como dije al principio, trata de la búsqueda de un antiguo tesoro. No del perdido y al fin encontrado Tesoro de los Incas. Trata de un antiguo Tesoro de Civilización, finalmente encontrado, y un nuevo Tesoro de Amistad Compartida. Y ahora, los dejo. En unos días viajaré a Perú, a una fiesta en el Reino del Gran Chimú. Allí estarán mis amigos, Sebastián, Don Maxi, Atahualpa y también Johnny. Vamos a festejar el nacimiento de Pacha Cutec XVI. El hijo de Johnny.

FIN 14 DE JULIO DE 2.003. Sergio Gustavo Ojea 29


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