FOGUERA
DIPUTACIÓ-RENFE
Abdet 1973 Oleo sobre lienzo 65x81 cm.
Pintor de Diputació-Renfe
Textos: Juan María Matas Lledó 2011
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Índice Enrique Lledó ......................................................................... 3 Los paisajes ........................................................................... 5 Los retratos ............................................................................ 5 Los interiores.......................................................................... 5 Las flores ............................................................................... 5 La pintura de Enrique Lledó ..................................................... 6 La marina de Lledó................................................................. 8 Enrique Lledó ......................................................................... 9 Lledó y las Hogueras............................................................. 10 Hogueras. Tiempo de Fiesta ........................................................ 11 La mascletá en casa de Enrique ............................................. 12 Amelia es amiga mía. Amelia es hija de Enrique y Fina............. 15 La mascletá. Impresiones....................................................... 16 Un alto en la fiesta ............................................................... 17 Creando tradiciones ............................................................. 18 Enrique en su estudio de Busot Fotografías de Manuel Matas ............. 19 Enrique, una tarde en Busot................................................... 19 Pequeñas joyas. Sus primeros dibujos ............................................ 20 La casa Sevilla ..................................................................... 21 El Edificio Sevilla (1930)........................................................ 22 Fina Solbes Sevilla ................................................................ 23 Desde mi niñez. Enrique Lledó ............................................... 25 Carta de Berta ..................................................................... 26 Biografía ............................................................................. 28 Al fin salió ........................................................................... 32 Agradecimientos................................................................... 32 Bibliografía .......................................................................... 33
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Enrique Lledó Pintor de Diputació-Renfe Desde hace muchos años, por las calles de nuestro distrito ha paseado y vivido Enrique Lledó Terol, uno de los magníficos pintores perteneciente a una generación que ha marcado la pintura alicantina ya que su influencia ha representado un cambio en la estética pictórica y una referencia casi obligada en nuestras retinas. A nuestro lado ha vivido y vive Enrique y sería difícil imaginar una época concreta de la vida alicantina sin hacer referencia a los personajes que han sido sus amigos, según nos cuenta él mismo en el catálogo de la exposición en la Lonja del pescado recordando a sus amigos de la infancia y la juventud como José Bauzá, el pintor Jose Antonio Cía, inventor del reflexismo, Xavier Soler, el arquitecto Juan Antonio García Solera, y muchos otros que luego serían compañeros en sus tertulias de Miami o del hotel Carlton, en las que a veces también participaba Gastón Castelló. Como decimos eran amigos y a su vez referencia de Lledó, en una época en que Alicante "Era como una tacita
de plata, no muy grande, acogedora, entrañable, con gente simpática y un comercio interesante. Luego se quitaron las murallas y hubo polémica, como siempre. Igual que pasó cuando se construyó la fuente de Luceros. Que si los caballos eran muy altos, que cómo iban a tener unas patas tan largas y la cabeza tan grande... A unos les gustaba y a otros no, como todo en la vida. Y a mí, oye, me gustó, porque lo que hizo Daniel Bañuls no era ni más ni menos que una idealización y un compendio de elementos y símbolos levantinos, con todas sus connotaciones". Sus cuadros cuelgan de las paredes de las principales instituciones alicantinas, como el Museo de Bellas Artes Gravina (MUBAG), la Diputación de Alicante, El Ayuntamiento de Alicante, la Caja de Ahorros del Mediterraneo y de muchas colecciones particulares entre las que se ha ido repartiendo la inconfundible obra de Lledó. El mismo y sus amigos han formado parte de la memoria artística alicantina, han formado, porque de eso se lamentaba junto a su amigo José Bauzá “Sólo quedamos él y yo. Y cada vez que hablamos me lo dice: Oye, que se ha muerto éste, o el otro. La gente se va yendo, ¿sabes?”. Porque ¿Quien no ha visto nunca en Alicante una pintura de Gastón Castelló, aunque sea de paso por la estación de autobuses?, El Gran Sol sería un edificio más, casi un estorbo si no estuviera iluminado con las pinturas de Baeza y para los amantes de la música les resultaría extraño encontrarse con un programa de la Sociedad de Conciertos sin los dibujos de Xavier Soler, quedarían vacios, como aquel programa con la portada en blanco que se repartió en el concierto siguiente al fallecimiento de Xavier Soler ocurrido el 17 de noviembre 1995, también nos parecería extraño hoy en día que no existieran algunos de los edificios diseñados por Juan Antonio García Solera, compañero de instituto de Enrique. Todos ellos vivieron una época de Alicante en la que me atrevo a decir que se influenciaron unos a otros simplemente porque eran amigos “Claro que hay pintores de los cuarenta y los cincuenta que
tenemos cierta similitud, pero no porque perteneciéramos a una determinada escuela moderna, sino porque teníamos un sentimiento común y cercano de ver las cosas. Yo de Varela aprendí la emoción, el cariño que ponía cuando pintaba, y lo tengo porque sí.”, Nos dice Enrique Lledó cuando recuerda que las reuniones en la cafetería del hotel Carlton y en el Miami, junto a habituales como Xavier Soler, Manuel Baeza, Fernando Gallar o Fernando Canet, entre otros, eran algo normal, sin más objetivo que disfrutar de la complicidad que implica la tertulia. Una de las cosas que admiro de Lledó es que es un pintor auténtico, con la autenticidad de no dejarse vender por nada, de realizar los cuadros como ha querido, de la temática que ha querido, orgulloso de ser autodidacta, quizá con la convicción de que nadie debe decir a un pintor cómo debe pintar, sino que pintar hablará del pintor por un extraño mecanismo que parece plasmar directamente el alma en la superficie de un lienzo a través de un pincel, como si existiera una conexión directa entre los dos extremos, sin nada por medio. Dentro de la autenticidad de Lledó cabe resaltar su pintura introspectiva, íntima. No ha vivido para que su pintura sea conocida, sino simplemente para pintar y esa personalidad se refleja en sus cuadros, sencillos, sin ánimo de ser un pintor estridente sino callado, sin que eso le quite ni un gramo de genialidad. Esta introspección ha hecho quizá que Enrique Lledó no sea un pintor tan popular como otros, que no conocido. Como dice él mismo “Nunca he creído sentir el querer vivir de la pintura”, quizá porque no se piensa vivir de lo que amas, sino que vives para ello y Enrique Lledó vive para la pintura, sin olvidarse de todo y todos los que le rodean. No exagero si digo que ,aún sin saberlo, me faltaría algo, nos faltaría algo si no hubiéramos contemplado un cuadro de Lledó, esos vibrantes paisajes que son como una ventana a los bancales de Aitana, donde las montañas se tornan en ocasiones de un color púrpura o rosado, tan característico de sus paisajes, salpicados por algunos intensos verdes, ese verde vejiga, casi negro, y nos faltaría algo sin sus bodegones, sus delicados retratos o dibujos a tinta en los que alimentamos más, si cabe, nuestra imaginación para adentrarnos en los
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DIPUTACIÓ-RENFE colores que queramos inventar en sus paisajes, que nos devuelven la emoción de encontrarnos en él y el deseo de visitarlo. No es fácil ser pintor, o por lo menos que te reconozcan como tal. Es curioso cuando decimos que una persona es pintor. Quien realmente es pintor nunca deja de serlo, lo será siempre, independientemente de que pinte o no, pero hay que tener el valor de coger los lápices, los óleos, el gouache o las acuarelas y mostrarte al mundo, enseñando la poesía que se encuentra en tus pinturas y permitir que tus obras se separen de ti y crezcan y se encuentren abandonadas de ti en las paredes de una familia que las apreciará o de un museo que las cuidará como si fueran suyas, aunque nunca lo sean, porque siempre pertenecerán a su creador, como un hijo siempre pertenece a sus padres, por muy independiente que sea. Enrique Lledó disfruta día a día de su vida en nuestro distrito y espero que este llibret, este pequeño homenaje, sirva para que las personas que viven y trabajan en nuestro distrito y otras muchas a las que le pueda llegar disfruten también de la vida y la obra de este entrañable pintor alicantino digno de nuestra admiración, que vive y pinta a nuestro lado en su estudio de Alicante. Desde aquí empezamos un viaje que pretendo que refleje sus facetas más intimas, alguna de ellas desconocidas o complementarias a todas las aparecidas en publicaciones anteriores que nos ayuden a descubrir al pintor y a la magnífica persona que es Enrique Lledó, pintor de Diputació-Renfe. Juan María Matas Lledó
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Los paisajes Casi no me atrevo a comentar nada sobre los paisajes, porque solamente contemplándolos podremos observar su belleza, esos colores en ocasiones tan extremos, esos carmines en sus montañas y esos cielos tan azules a los que estamos tan mal acostumbrados los alicantinos, esos paisajes que han sido siempre pintados en el campo, con el frío o el calor de la época, incluso con la tierra que pisaba el propio artista formando parte de ellos, de sus texturas, de sus relieves, de ese pedazo de la montaña alicantina que consiguen arrastrar a nuestro lado.
“Yo amo la naturaleza. Quizá fueron los primeros carmines que registraron mis ojos, los de un atardecer en el Cabezón del Oro”
Los retratos No sé cuantas veces habré visto los retratos de las páginas anteriores, y muchos otros, pero siento debilidad por ellos. El retrato de Manolo Matas no solo refleja su físico, sino que también nos deja entrever su forma de ser, y ¿qué podría decir del retrato de Amelia que no se haya dicho ya? Estuve dudando si incluirlo o no, ya que ha aparecido en muchos otros catálogos y podría tornarse repetitivo, pero es que es simplemente perfecto.
“….y mi hija Amelia, con su risa de seis años, subiendo acaloradamente con unas flores para que las pintara…Pero yo, entonces, en ese momento, empecé a pintarla a ella”
Los interiores Antes de que la pintura de Lledó comenzara a salir al exterior, Enrique disfrutaba pintando cuadros en su estudio, interiores que nos ofrecen en ocasiones ese guiño exterior, ese paisaje que asoma por alguna ventana. No podemos abstraernos de esas mesas redondas, tan típicas de los cuadros de Enrique Lledó.
“Encontraba yo el campo de colores grisáceos y monótonos en Benisa, no veía la excelencia de gamas que me sugería el Valle todo de Guadalest, y me fui inclinando hacia las obras que pudiera desarrollar en casa” “El viejo quinqué, la silla isabelina, la tenue seda de la tapicera, el jarrón de Manolo, de cristal mallorquín, recuerdo suyo de las islas. Las flores cortadas por Fina, mi mujer. Todo. El interior abriéndose desde su penumbra a la esperanza del azul del mar y del cielo.”
Las flores Pueden ser el motivo central de sus paisajes interiores o simplemente otro motivo que se integra en los cuadros de Lledó, pero en todas sus épocas hemos visto flores, desde sus primeras margaritas, hasta unas efímeras amapolas, unos jazmines o sus rápidamente resueltos crisantemos.
“Siempre me ha gustado pintar margaritas, no sé si por su sencillez y humildad, o porque me resulta fácil pintarlas”
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La pintura de Enrique Lledó No poseo ningún aval para escribir estas reflexiones, pero me han pedido unas líneas sobre Enrique Lledó y voy a intentar plasmar lo que me sugieren su arte y su persona. Soy su hija desde hace… bastantes años, sí, y siempre hemos disfrutado juntos con la naturaleza. A mi me encanta, revivo cuando al dar un paseo por nuestras montañas me embriaga el penetrante aroma a tomillo, romero, lavanda, rabo de gato, cantueso, pebrella u otras muchas aromáticas por las que se caracteriza el matorral alicantino. Sí, y debo ese entusiasmo a mis padres. Muchas, muchas veces fuimos de pequeños a pintar paisajes con mi padre, bueno…, con mis padres, porque Fina siempre ha sido su fiel compañera. Enrique siempre ha pintado durante horas a plena luz del sol, con el lienzo siempre en sombra y por lo tanto con los rayos hiriéndole la cabeza. De más pequeños íbamos los seis, mis padres y los cuatro hijos que tenían entonces, luego ya dejó de venir mi hermano mayor, y por último, cuando ya las tres chicas siguientes empezamos a sentir necesidad de cierta independencia, empezó a acompañarles la pequeña, que había nacido cuando nosotros ya éramos mayores. Pero… ¿Qué se yo de la pintura de Enrique Lledó? ¿Qué se yo de su vida de artista? Nunca fue a ninguna escuela, pero a los 16 años ya pasaba las horas practicando el dibujo. La pintura le nace como necesidad de expresar esa gran vida interior que a menudo nos es difícil descubrir con sus palabras, pero que en sus cuadros fluye y embelesa. Es modesto con las menciones que ha recibido, pero alguna vez nos ha dejado ver las Palma de Plata y Oro que obtuvo en los Concursos del Sureste de los años 1962 y 1963 respectivamente, en el Hort del Xocolater. También tiene algunas medallas de plata en concursos de la Diputación provincial, pero de eso hace mucho tiempo, porque nunca ha sido una persona ambiciosa ni le gusta figurar. Muchos de sus cuadros se pueden contemplar en colecciones oficiales como las de la Exma. Diputación y el Ayuntamiento de Alicante, la Caja de Ahorros del Mediterráneo, o el Ayuntamiento de Benisa. Otro buen número de cuadros pertenecen a colecciones particulares, pero muchos están en su estudio porque le es muy difícil desprenderse de ellos. Cada cuadro es para él una vivencia inolvidable y al observarlo rememora su identificación con el lugar y el momento de plasmar ese paisaje que, tal vez, le había estado seduciendo durante años antes de pintarlo. A mi padre no le gusta hablar en público de sus premios ni de las muchas exposiciones en las que ha participado, pero si le ha gustado siempre, diciéndolo en contadas ocasiones, contar con la paciente presencia de mi madre. Con ella se ha sincerado respecto a su orgullo por lo que plasma en sus lienzos con su talento de pintor. Ella sabe de primera mano la facilidad con que éste u aquel paisaje se plasmaron sobre un lienzo virgen, pero también sabe las veces que tuvo que pintar un cielo sobre un olivo o un almendro preexistentes, que de nuevo pasó a ser un azul intenso al cabo de unas horas. Ella le ha escuchado siempre con admiración y paciencia, pues son los polos opuestos en cuanto al número de palabras que salen de sus bocas. Fina, ¿fue Fina Solbes Sevilla el motivo por el que Enrique Lledó Terol se embebeció de la montaña de Alicante? Hija de Pedro Solbes, nacido en Benimantell y hermano de otros 11 hijos de la familia, tiene (y tuvo, aún más) muchos seres queridos en este sencillo, luminoso y entrañable pueblo de la comarca de La Marina Baixa. En sus años de noviazgo, Enrique visitaba a Fina en esas tierras donde pasaba el verano. Él se alojaba en la pensión de Rosita “la del Casino” donde disfrutaba, como ahora, de la charla con familiares y amigos acerca de la cosecha, el tiempo, la forma de aliñar las aceitunas o cómo se debía pisar la uva para producir vino entre tantos otros temas. El día lo pasaba con ella en “El mas nou” que, aunque cerca del pueblo, tiene una mejor vista de toda la montaña. Lo que tendríamos que preguntarle a él, es cuándo y por quien se dejó cautivar: por el paisaje, por Fina, o tal vez fue ese conjunto tan agradable. En cualquier caso, lo que puedo asegurar es que a todos mis hermanos, y a mi, por supuesto, ambos nos han sabido transmitir el entrañable afecto que tenemos por el Valle de Guadalest. En Benimantell hemos tenido siempre casa. Mi abuela materna, viuda desde muy, muy…demasiado joven, quería disfrutar de la compañía de su familia política todo lo posible. Siempre se llevó muy bien con todas sus cuñadas, pues en ellas tuvo un refugio al morir, de muy joven, su marido. Además en Benimantell Fina y su única hermana Amelia, tenían muchos primos y primas con las que coser, ayudar en las cosechas de la almendra, dedicarse a hacer la conserva de tomate que debería durar para todo el año o ir al monte a coger lavanda, tomillo, piñones… .Más tarde éramos los nietos los que acompañábamos a mi abuela en las vacaciones de verano y también hacíamos alguna de estas actividades. Ella estaba esperando el final de mayo para empezar a hacer la maleta y su regreso a Alicante coincidía con principios de septiembre, cuando eran mis padres los que iban allí con nosotros, muchas veces trayendo con ellos a Manuel Javier, Ricardo, Juan María… o algún otro de mis primos hermanos, en los que también quedó impresa la huella de la montaña. Enrique Lledó fue septiembre tras septiembre a Benimantell. Mi padre siempre quería las vacaciones en ese mes con el objeto de aprovechar y pintar, pues la temperatura, la luz y los colores del final del verano son más
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DIPUTACIÓ-RENFE propicios para ello. Todo un mes en el que podía dejar atrás los problemas mundanos de finanzas, préstamos, inversiones o embargos, para conectar con la naturaleza. Y eran esos primeros días de septiembre los que hacíamos excursiones kilométricas. Los músculos de sus brazos, piernas, cabeza, manos, etc., debían retomar movimientos en desuso relajados durante casi el resto del año. Pero antes de coger el pincel, necesitaba llenarse de aromas a campo, distinguir los matices de la luz incidiendo sobre montañas o valles a diferentes horas del día, observar las abejas flor tras flor, libando con paciencia en diferentes especies aromáticas, distinguir el paso de un insignificante insecto sobre su torso desnudo, cuando cansados de una larga caminata por el Portet de Tagarina, la Serra de la Xortà, la Font de l’Arc, el Pas del Comptador, el penyal Diví u otras tantas que recorrimos, llegábamos a una fuente y descansábamos un poco. Y así, poco a poco se iba transformando el Enrique Lledó, empleado de la CAM, en el Enrique Lledó artista. Tras días de “descanso mental” por fin al cabo de unos días comenzaba todo su ser a sentir la necesidad de manchar lienzos, ya fuese plasmando en ellos las montañas y pueblos de la zona, sus calles o los interiores de las casas en sus numerosos bodegones. Entonces dejábamos a un lado las excursiones familiares para dar paso a sesiones de pintura largas o cortas, intensas o laxas. Recuerdo que en más de una ocasión salimos al campo dos veces en un día y pintó un paisaje por la mañana y otro por la tarde, a veces con frío, otras con calor. Pero todavía por la noche, en su estudio, miraba y volvía a mirar lo creado, borraba algún trazo o añadía algún detalle de color, y al fin, cuando ya estaba satisfecho con el resultado, todavía comenzaba o daba algún toque a un motivo de interior. Ya hace lustro y medio que Enrique Lledó cumplió los 80 y por su mente van pasando formas, colores y expresiones. En el rostro del retrato que me está haciendo debe plasmar no sólo mis facciones o el color de mi blanco cabello, sino mi interior, mi carácter, mis expectativas y reacciones ante la vida, y por ello estoy orgullosa. Y no sólo eso, en mente todavía tiene mucho trabajo, el primero, otro retrato que empezará cuando esté llegando a fin el mío. ¿Quién sabe cuanto pintará todavía?, porque ánimos no le faltan, pero sus brazos y piernas no quieren ir tan deprisa como se forjan las pinceladas en su mente. Sí. Enrique Lledó se entusiasma pintando y disfruta enormemente con los paisajes, que junto a bodegones y retratos componen su obra. Ahora ya no pinta en el campo, pero pinta, sí, y es feliz, muy feliz cuando lo hace, aunque el querer expresar algo que no consigue le atormente. Creo que eso es lo que puede resumir su biografía. Y… sí, me parezco a mi padre, porque al leer lo que he escrito para hablar de su obra, destaco lo que yo creo que pasa por su mente y lo que a mi me parece que le mueve, y hablo de mis sentimientos en lugar de lo que tal vez se esperase en estas líneas. Sin embargo, sinceramente creo que esto es lo que caracteriza a su persona como artista. Y esto creo que puede resumir la trayectoria de su vida.
Alicante, 15 de abril de 2011 María José Lledó Hija del artista
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La marina marina de Lledó En el prólogo del catálogo de la exposición de Enrique Lledó realizada en la sala de exposiciones de la CAM en el mes de enero de 1995 nos decía José Bauzá que:
“Si, como alicantinos, a este sensitivo artista cabe hacer algún amable reproche es de índole temática. Siempre pintó de espaldas al mar. ¿Por que no nos obsequió con alguna marina?” En parte es verdad, porque hasta donde yo conozco, no hay ninguna marina que se haya hecho pública en ninguna exposición de Enrique, incluso dudo que obre en poder del artista algún cuadro con esta temática. Tanto es así que se le reprocha no habernos obsequiado con una marina, pero sí que hay una, un pequeño cuadro de su muy primera época que estaba colgado en la casa de verano mis padres. Ignoraba la opión de Lledó sobre el cuadro pero se la pregunté y volvió a recordar detalles sobre el mismo. Es posible que fuera un cuadro casi olvidado, o ese pequeño lienzo que se recuerda, pero se ha despistado su paradero y hasta la fecha no ha visto la luz, pero aquí está la única marina de Lledó, esa marina que no podrá contemplar José Bauzá, que nos abandonó en julio del 2010, admirador de la obra de Enrique, de la buena música de jazz y que disfrutaba enormemente de los amigos con los que poder charlar durante largas horas. Quizá Enrique Lledó esté realizando un inconsciente homenaje a su admirado Emilio Varela, de quien Enrique ha dicho que significó para él algo así como la raíz de su concepción estética, “Ya de jovencito, con 15 ó 16
años, coincidía muchas veces con Emilio Varela en La decoradora, donde ambos acudíamos a comprar material para nuestros cuadros. Desde allí nos veníamos hablando hasta su casa en la calle Teatinos y me contaba cosas sobre pintura” (entrevista a Lledó Exposición del colegio de Médicos 2001) Curiosamente, leyendo la reseña periodística titulada “Del impresionismo y lo impresionante” de Joaquín Santo sobre la exposición antológica sobre Varela que se realizó en la Lonja del Pescado en el año 2010 me encuentro con el siguiente comentario:
“…La muestra de Varela, que ya se ha comentado sobradamente, ha supuesto un esfuerzo de años para el que yo aporté mi granito de arena, indicando quién y dónde tenía cuadros nunca antes exhibidos. La selección de Rosa Castells y Eduardo Lastres ha resultado compleja porque la producción del impresionante pintor alicantino resulta inmensa. Oí hablar a sus propietarios de obras no expuestas como su única marina, o el retrato del que fuera alcalde comunista durante la Guerra Civil Rafael Millá Santos. Indefectiblemente, no pueden estar todos los que son y aún así escuché a un experto decir que la muestra se le antojaba exhaustiva.” Es posible que ambos pintores cuenten con esa única marina nunca vista. Desde aquí queremos sacar a la luz al menos una.
Marina. Marina Óleo sobre lienzo 18x25 cm.
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Enrique Lledó Tras muchos años contemplada exclusivamente por la familia y los más cercanos al pintor, podemos por fin, y gracias a este homenaje, disfrutar de la única marina realizada por el artista. Este cuadro, regalo de Enrique Lledó a su hermana, ha estado reposando los años, cerca de 70, en espacios muy significativos, del comedor de su hermana al comedor de su sobrino. Será ésta una de las primeras obras con las que Enrique Lledó comienza a pintar al aire libre. Viviendo en Alicante, frente al parque El Palmeral aborda en esa única ocasión lo que tiene frente a sus ojos adolescentes, el mar. Cabe sospechar que, aprovechando los paseos o buscando vistas que le seduzcan, lleva consigo para su comodidad hojas o lienzos de pequeño formato. Siendo una obra de 18 x 25 cms nos hace suponer que esa marina se pinta con la intención de prueba, de apunte para una composición mayor. Finalmente lo que resulta es la concreción de un momento íntimo, sereno, la captación del vuelo de una gaviota, el movimiento algo agitado de las olas, la paciente espera del pescador… Para plasmar todo aquello en tan corto espacio de tiempo su pincelada es resuelta, fluida, las manchas de color cubren casi la totalidad del lienzo aunque delata su rápida ejecución el blanco de la tela en algunas zonas. Oportuno es comentar la anécdota sobre una mujer que admiraba sus cuadros y el propio artista saca a relucir años después: “…pues resulta que todo era decirme que lo que más le gustaba de mis cuadros eran los
desnudos. Era alemana Y hablaba un español discreto. Yo, todo era darle vueltas a qué desnudos se referiría, pues en mi exposición no había ninguno. Cuando ya no pude más le inquirí: ¿a qué desnudos se refiere? A estos del lienzo, me dijo. Y señalaba algunas partes de los cuadros en los que, como ves, aprovecho el blanco de fondo de la preparación y no cubro.”(Entrevista a Enrique Lledó. Información 28 marzo 1967) Por esa inmediatez no profundiza mucho sobre la tela, la influencia impresionista se revela desde el momento en que pinta un paisaje al aire libre y en la tentativa de captar instantes fugaces del entorno. Así mismo su confección no se detiene en perfeccionar las formas, éstas quedan imprecisas, sin línea de contorno pues la luz las difumina, no existen los detalles minuciosos. De manera efectiva las formas se sugieren, se hacen visibles gracias a las manchas de color y a la pincelada suelta a base de pequeños toques. Los colores se articulan para crear superficies generadoras de masas y texturas. Azules, grises y blancos fundidos ayudan a crear el efecto de la atmosfera en el cielo. Los ocres, tierra y grises, con pinceladas en aparente caos se ordenan sugiriendo el volumen irregular de las rocas. Diferentes tonalidades de azules y verdes se mueven en ondulantes trazos evocando el mar, cada elemento de la obra posee su correspondiente caligrafía pictórica. Parece que Enrique Lledó dando ese paseo por la costa decide reposar y se sitúa detrás del pescador, la composición tiene una perspectiva central con el punto de fuga en el horizonte y aunque la figura del pescador está muy a la derecha del encuadre, la mirada de este se dirige hacia la extensión infinita del mar lo que compensa el peso visual. En un enfoque más detallado se puede observar la huella del tiempo sobre la tela, las grietas en el lienzo surgen de los impastos del óleo, líneas finas y blancas como estrías en la piel cedida. Por una razón antagónica, siendo la pintura menos espesa, se aprecia ligeramente, el grano, la textura del lienzo y con rastros parduzcos la tela desgastada, rozada por el marco que la ceñía. Mucho tiempo ha pasado desde su manufactura para después dedicarse a otras temáticas quizás más inspiradoras, de todos modos ha sido una de las obras inaugurales en su larga trayectoria artística. Aunque esta marina ha tardado en salir a la luz no podemos por menos que alegrarnos pues llegó a nosotros la respuesta a la pregunta ¿porqué nunca una marina? Sí hubo una, esta, la primera, la única.
Natalia Díaz Martos. Licenciada en Bellas Artes y Profesora de Dibujo
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Lledó y las Hogueras Hogueras No ha sido Lledó un pintor excesivamente involucrado en las fiestas de Hogueras, pero para un alicantino que vive en Alicante resulta casi imposible desvincularse de nuestra fiesta por excelencia, nuestras Hogueras. La vida de un alicantino se divide en tres periodos básicos: Antes de Hogueras, después de Hogueras y en Hogueras. ¿Cuándo te vas de veraneo?, - Después de Hogueras. ¿Cuándo nos vemos? , ¿Te parece bien en Hogueras?, son frases que los alicantinos empleamos en multitud de ocasiones y más si vives en el centro de Alicante. Enrique Lledó ha conocido las Hogueras desde sus comienzos en el año 1928. En aquel año se plantaron 9 hogueras en total, en una época en la que se podía plantar una hoguera con un presupuesto aproximado de unas 3.000 pesetas de las de entonces (unos 18 euros), presupuesto nada despreciable si tenemos en cuenta que en esos años el salario medio de un trabajador rondaba las 2.500 pesetas anuales y que según la prensa de la época podíamos comprar un chalet en Sitges por algo menos de 40.000 pesetas y una casa de diez pisos en Barcelona en el año 1928 costaba 225.000 pesetas.
“…Iba a los almacenes de Alfonso el Sabio, donde después estuvo la imprenta de Such Serra. Allí estaba Gastón Castelló y observaba cómo trabajaba. Lo pasaba estupendamente viendo ese molde de arcilla único que luego rellenaban con la figura, cambiando la posición de los brazos y las piernas. Me quedaba entusiasmado. En ese sentido, para mí Gastón era un genio” Aún conociendo desde tanto tiempo las Hogueras nunca se ha vinculado a una. Sus caminos han ido por otros derroteros y no ha diseñado ninguna hoguera, ni ha pertenecido a ninguna hoguera ni barraca, pero tratándose de un artista alicantino, no se podía desvincular de la fiesta, de esa fiesta que había vivido tanto tiempo y de la que recordaba cuando iba a ver los monumentos con su padre y con su hermano Antonio. Ha ofrecido desinteresadamente sus obras a algunas hogueras o barracas que se lo han solicitado, bien para ilustrar el llibret o para subastar la obra y conseguir un extra de dinero, siempre necesario para afrontar los gastos propios de las fiestas. En los años 1996 y 1997 forma parte del jurado de las Hogueras especiales y aún recuerdo verlo llegar a su casa acalorado en esos días de junio y con un sombrero de paja que lo acreditaba como miembro del jurado de les Fogueres de Sant Joan, con el tiempo justo de ver la mascletá. En las recientes conversaciones que he tenido con Enrique en su casa hemos recordado esos años de jurado en los que llegaba cansado a casa y sus posteriores cambios de impresión con los otros miembros del jurado en el que cada uno resaltaba la excelencia de tal o cual hoguera hasta llegar al acuerdo, quizá no falto de polémica, que concediera los premios finales a las hogueras ganadoras. Concretamente en estos años fue la hoguera de Carolinas Altas la que se alzó con el primer premio de categoría especial con sendos monumentos realizados por el artista alicantino Paco Juan. En el año 2004, aparece un reportaje de 20 páginas dedicado a él en “Festa” la revista oficial de las Hogueras de San Juan, en el que se recogen textos de Rafael Azuar y Adrián Espí Valdés que escriben sobre él y su pintura, en textos extraídos de artículos publicados en el diario Información, en los que vuelven a resaltar la excelencia y frescura de sus cuadros, comparando su estilo con el de Benjamín Palencia o Xavier Soler y donde exponen el gusto de Lledó por el paisaje Alicantino, insistiendo en que es de los artistas a quienes le gusta quedarse en casa, no ha necesitado de grandes viajes ni de grandes aventuras para descubrir la esencia del mundo, con el gusto de apreciar lo nuestro como ya hicieron Varela o Gabriel Miró. Acompañando a este artículo aparece una selección de cuadros de diferentes épocas que había colgado recientemente en su exposición antológica de la Lonja del Pescado. Todas estas cosas las recuerda él con cariño y nos cuenta con detalle las veces que ha colaborado, nos muestra otra vez el reportaje de Festa que conserva en su casa y aún ahora sale de casa en fiestas para contemplar los monumentos y el ambiente festivo que envuelve en esos días a la ciudad de Alicante.
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Hogueras Tiempo de fiesta, calle, noches, calor, sudor, música, amigos, ruido, truenos, piulas… Hogueras. Mi primer recuerdo: una manzana. Una manzana roja, brillante, enorme, en medio de la calle, en alto, pero vista desde más alto, desde un tercero de niña de 6-7 años. Visión rota por el hierro de la barandilla. Habíamos subido a casa de mi tía-abuela a ver la hoguera. Me asombro. Ruido, petardos, piulas, mascletás. Entonces en el Mercado Central. Mi padre en primera fila, y en cada mano uno de nosotros, uno de sus hijos. Yo quería correr, escapar, pero la mano era fuerte, y me quedaba con ese gusanillo en el estómago ”si pudiera me hubiera ido”, pero sabia que si pudiera irme me hubiera quedado. Luz, color, explosión de color, noche, playa. Los niños queríamos ir a ver los castillos de fuegos. Después de cenar salimos hacia el final del Paseo de Gómis. Allí, cuando se junta con las aguas del puerto, esperamos la hora de los fuegos. Las piernas nos dolían, el cuerpo pedía cama, pero esperamos desesperados. Valía la pena los dolores, el aburrimiento de la espera, las peleas con mis hermanas por ponerte la primera delante del mar. De repente la barca lanza los tres avisos. Todo se paraba, incluso la respiración. Ahí estaba, no sabias si en el cielo o en el mar, todo se confundía en palmeras que subían y otras que bajaban, el rojo, verde, azul, amarillo, dorado y blanco, el olor a pólvora quemada, el balanceo del barco entrevisto entre los resplandores, los murmullos de asombro, con cada nuevo estallido, de todas las personas que rodean el mar del puerto. Con cada nueva forma, el murmullo crecía hasta explotar en un Oh, oh, ohhhh,…larguísimo, de asombro y los furiosos aplausos que daban paso a la rapidísima traca de La Explanada. Hasta que fui mayor, solo la entreví pasar sobre las cabezas de la gente que se agolpaba en la Explanada, que quería correr la traca, sin poder mirar si corría por encima del pavimento o de los jardines, pues el ritmo aun es frenético. Carreras, chispas, empujones, truenos, petardos, muchas chispas de la cuerda, chispas del suelo, chispas de los molinetes, y sin poder saborearla llega el gran trueno final, bueno los tres truenos finales. Aun con el sabor de la pólvora por explotar en la boca, ya ha acabado. Ya hay que esperar a la de mañana. El corazón a cien. Ahora es la hora de serenarse, de acompasar los latidos del corazón y sentarse, si tienes suerte, a tomar un helado en “Peret”, y luego seguir el río de gente que se aleja del mar, porque mañana hay mucho que hacer. Antes de salir a la calle ya oyes las bandas. Cuando mis hijos eran pequeños ya íbamos a ver las mascletás y a comer con mis padres, con Enrique y Fina. Siempre salíamos de casa siguiendo una banda, y enlazándolas con otra, haciendo zig-zags por las calles de Alicante, hasta llegar a Luceros a casa de los abuelos. La casa ya esta distinta. Después de la sonrisa y los besos y abrazos de mi madre, viene mi padre enseguida con el algodón, nos reparte un buen trozo para cada oreja y nos recuerda otro año más, que mantengamos la boca abierta para que no tengamos problemas de oído por los truenos. Mi madre ya tiene toda la casa desmantelada, figuras y cacharros de encima de los muebles, encima de las camas, y sobre todo el estante de los despertadores, vacío. Fue divertido el primer día verlos saltar en el estante acercándose al borde igual que los conguitos en el anuncio de la tele, cuando iban al tostadero. Los nervios, los niños de una habitación a otra, todos los balcones abiertos, el balcón que da a luceros lleno de gente y aun sin parar de sonar el timbre, y aun mas gente, familia, amigos, amigos de los nietos, amigos de los hijos, amigos en general. Todos recibidos igual. Con sonrisas y algodón. Con el balcón a su disposición.
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DIPUTACIÓ-RENFE Los niños se asustan, lloran. Mi madre les enciende la tele y les dice: veis, ese ruido es de la tele, sentaros aquí. Y así sin darse cuenta, viendo las mascletás en el televisor y controlando el ruido con el contador se van acostumbrando y cada año ven menos la tele y mas los truenos que explotan a sus pies Hogueras, color, truenos, humo. Los balcones llenos, los corazones saliéndose por todos los poros de la piel. Mi padre nos aconseja que nos tapemos los oídos con algodón, pero la sorpresa son los días de calma, los días en que el humo entra y no quiere salir de casa. La nariz también parece tapada. No se puede respirar pero tampoco ver y los afortunados que han visto la mascletá desde el balcón huyen hacia la galería o las ventanas interiores en busca de un poco de aire fresco y en el pasillo nos chocamos unos con otros con estallidos de risa al no vernos entre el humo y las lágrimas que nos produce. Y un rollo de celo por si se rompe un cristal. Ya lo arreglaremos, pero de momento, así aguanta. Humo, color, gente, amigos El tiempo de la mascletá se ha acabado. Ahora es el de las charlas, y entre charlar con unos y con otros mi madre saca la “coca amb tonyina” que hizo la víspera y mi padre varias botellas de vino a ver cual esta mejor. Nena trae unas copas. Y así entre coca y copa vamos haciendo mesa y cuando nos damos cuenta ya estamos en el café, algunos se han ido hoy, pero mañana quizá sean ellos los que se queden y los que hoy nos acompañan no estén aquí. Pero la conversación será amena y podremos coger fuerzas y animo para mañana resistir otro envite. Recuerdos, humo, hogueras….Mascletás, fuegos artificiales, fuego. Los adelantos traen o “destraen”. Las doce menos cuarto. Las luces de alicante se apagan por completo. Nos da tiempo a subir corriendo al terrado. Todo esta negro. De repente por encima de la cara del Moro se eleva un petardo, dos, tres. Y… El cielo de alicante se hace palmera. Palmera blanca luminosa, con cien hojas desparramándose sobre el castillo. Pierde con la ciudad iluminada. Enrique, Fina, Luceros, Mascletá. Un año fue nocturna. En la puerta de la Diputación. Las luces chocaban con los cristales del mirador. Impresionante. Mi padre controlando que no se rompieran los cristales y entrara una chispa. Emocionante encontrarte dentro, rodeada de explosiones, de fuego, de ruido, de color. Hogueras, color, sudor. Nunca hemos tenido, ninguno de nosotros, una participación muy activa en las Hogueras. Pero las llevamos dentro. Enrique ha contribuido a indultar algún ninot y una de sus nietas acompaño a una comisión en un desfile con su “Colla de Dolçainers y Tabaleters”, y Fina y yo le hicimos el traje para esa ocasión. Pero lo que si es cierto es que tanto Enrique como Fina, como sus hijos y sus nietos amamos las Hogueras y las disfrutamos. Felices fiestas. Amelia Lledó (Hija del artista)
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La mascletá mascletá en casa de Enrique Las dos menos diez y en la casa de Enrique y Fina parece que se prolongue la fiesta de hogueras que hay en la calle. En el balcón que se asoma a la avenida de la Estación nos reunimos algunos a la espera de que llegue algún rezagado que quiera subir a ver la máscletá, contemplando el gentío que se agolpa en la avenida y observando a la Bellea y Damas del foc que cada día pasan bajo el balcón, mientras que el resto de personas que se reúnen en la casa para ver la mascletá ya van buscando su ubicación idónea en el largo balcón de la Plaza de los Luceros incluso algunos niños, más o menos experimentados en este arte de contemplar máscletás buscan su escondite idóneo dentro de algún trastero o bajo las faldas de la mesa camilla de la cocina, donde poder refugiarse si el terremoto final excede de lo previsto. La casa es un constante ir y venir de gente. Llaman a la puerta y aparecen nietos, amigos y otros familiares que acuden puntuales a la cita, diaria o anual que les permitirá contemplar la mascletá en un lugar privilegiado y en buena compañía. Recuerdo un año que, al llegar como de costumbre a ver la mascletá encontré a una colla completa de dolçainers realizando un improvisado pasacalles por el recibidor y el pasillo de la casa de Fina y Enrique, saliendo al balcón y amenizando la espera a los visitantes de la casa y al público que asistía a contemplar la mascletá. En esos minutos previos, también se produce el ritual diario de reparto de algodón para los oídos. Aunque cueste creerlo os puedo asegurar que se escucha mejor la mascletá con cierta protección en los oídos, no solamente por la precaución de que el sonido final no nos dañe los tímpanos, protección casi obligada en los niños, sino porque en el terremoto final se produce tal saturación que la distorsión sonora impide apreciar adecuadamente esa estruendosa melodía que es una buena mascletá. Podemos ver a Enrique en la ventana de su comedor minutos antes de la mascletá, en una casa repleta siempre de gente que ocupa el balcón corrido al cual se accede por diversas habitaciones de la casa. Ya estamos todos y ya hemos ocupado nuestro lugar. En ocasiones mi hijo Juan se queda junto a Enrique para verla desde la ventana y comentarla con él.
“Senyor pirotècnic. Pot començar la mascletà” dicen a duo la Bellea del Foc infantil y la mayor, y comienza la mascletá, ese espectáculo imposible de describir para alguien que no haya estado en una, con los primeros morteretes que aún no podemos ver, pero sí disfrutar, los que se empiezan a disparar desde la avenida del General Marvá, habitualmente con la familia más cercana junto a mí, a la espera de que vayan acercándose más y más los sonidos y observando, a veces recelosamente, los mascléts mas grandes que se extienden bajo el balcón de Enrique. Cuando el viento es favorable la casa se empieza a inundar de humo según se van disparando los cohetes más cercanos. Caen en ocasiones algunos restos de los morteretes bastante cerca de donde estamos ubicados y va acercándose cada vez más el terremoto final, ese que hace que algunos niños y mayores decidan ponerse a cubierto de lo que se les viene encima. Y llega. Y parece que el mundo va a explotar y dudas si cuando se disipe el humo seguirá estando en pié la fuente de la Plaza de los Luceros, pero sigue ahí. Acaba la mascletá y desde el balcón, lleno de nuevo aplaudimos al pirotécnico que da la vuelta a la plaza como si de un matador de toros se tratase o lo vemos lamentarse si en alguna ocasión no ha salido todo exactamente como quería. Los asistentes comentamos la potencia, el ritmo y si nos ha gustado más o menos, puntuando cada día la mascletá para comprobar si al final coincidimos o no con el jurado que puntuará cada una de las mascletás y elegirá la ganadora. Mientras, dentro de la casa el humo se empieza a disipar con más o menos velocidad, según el día, impregnando el ambiente de ese olor tan característico a pólvora que tanto nos gusta a los que amamos las fiestas. Nos trasladamos a la cocina donde Fina ha preparado un improvisado aperitivo que compartimos a veces un grupo ya más reducido de familiares y amigos. Mientras Enrique ya ha abandonado el balcón y se dispone a poner en hora los relojes de péndulo que siempre se paran a las dos y cinco minutos aproximadamente y hay que volver a ponerlos en marcha después de la mascletá. No se detienen por ningún extraño conjuro, sino a consecuencia del terremoto final que desestabiliza su péndulo y detiene el reloj.
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DIPUTACIÓ-RENFE También es hora de realizar un breve recuento de daños, ya que no es extraño que algún elemento decorativo situado en algún estante se haya deslizado hasta el borde a causa de las vibraciones y haya caído al suelo, pero todo es una fiesta. Poco a poco se empieza a vaciar la casa. Algunos hijos o nietos se quedan a comer y nos vamos con ganas de volver, al día siguiente, al año siguiente, porque no solamente disfrutamos de las hogueras sino de la compañía de Enrique y de Fina, del reencuentro con los primos, con los amigos, con la familia y de la conversación, de la amabilidad con que todos somos siempre recibidos y que siempre encontramos en casa de Enrique y Fina, rodeados, como no, de excelentes cuadros que aumentan la belleza de la mascletá. Algunos amigos míos a los que me he permitido la libertad de invitar han quedado impresionados, no solamente por la mascletá, sino por la hospitalidad de esta casa y a algunos de ellos me he atrevido a pedirles que me escriban experiencias de su paso por esta casa, por la mascletá que se vive de esa forma tan especial en casa de Fina y Enrique.
Manolo Matas y Enrique Lledó en el balcón del comedor, minutos antes de la mascletá. 2005
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DIPUTACIÓ-RENFE Amelia es amiga mía. Amelia es hija de Enrique y Fina Gracias a la amistad con Amelia he podido disfrutar en Fiestas de Fogueres de una mascletá desde casa de sus padres. La casa está situada en la plaza de los Luceros, ya os podéis imaginar que mejor sitio en Alicante para ver la mascletá hay pocos. Era un día festivo y puede asistir al acto que es el que más gusta de la fiesta. Llegamos una media hora antes de que se disparará la mascletá. Fina nos recibió en la escalera, respira amabilidad y generosidad. Rápidamente puso en nuestras manos una cerveza. La casa esplendida. Primero por su ubicación, el interior era cálido y acogedor como el recibimiento. El edificio debe ser una construcción de los años 30 y su interior todavía conserva la estructura y diseño original. Los muebles acompañan por su antigüedad y elegancia. En la mesa de comedor está sentado Enrique, imbuido y rodeado de papeles. Nos saluda escueto y un poco distraído. El timbre de la puerta suena una y otra vez. No para de llegar gente. La prima, el sobrino, el nieto, la hija, el amigo de la nieta…. No sé el número de personas que nos juntamos en la casa, pero un minuto o dos antes de que comenzara la mascletá la casa estaba completa. Se respiraba un ambiente muy festivo y podías llegar a sentirte como un miembro más de la familia. Todo era fácil y acogedor. A las dos en punto se inicia la mascletá. Ruido, más ruido, mucho ruido; humo, el humo nos envuelve; olor a pólvora. Y la carne de gallina, emocionante, atronador. No podemos resistir seguir en el balcón, nos debemos proteger dentro de la casa. No paramos de reírnos, de gritar, es impresionante. Ha finalizado la mascletá. Comentamos entre nosotros que nos ha parecido, que hemos sentido. Apuramos la cerveza y comienza la despedida. Fina nos insiste que volvamos a su casa mañana. No es mala idea, no vamos a encontrar mejor sitio y compañía para ver la mascletá, la verdad.
Ana Puigcerver Amiga de Amelia
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DIPUTACIÓ-RENFE La mascletá Todos los años mi familia y yo vamos a las mascletás de Alicante a casa de mi tío. Para ir a una mascletá tan cerca como yo la veo hay que ir bien preparado para no correr ningún peligro. Hay que ponerse tapones en los oídos porque los petardos suenan muy fuerte, hay que llevar gafas para que no te caiga nada en los ojos y una gorra para que tampoco te caiga nada en la cabeza. A pesar de todas esas precauciones hay algunas veces que tenemos que meternos dentro de la casa, hay ocasiones que la casa tiembla y los relojes se paran o incluso se rompe alguna cosa. Las mascletás no duran más de diez minutos, pero esos diez minutos te lo pasas muy bien. Cuando acaba la mascletá la casa se llena de humo y casi no vemos nada y después cuando ya ha acabado todo, la gente aplaude y se va y así todas las mascletás de los días de Hogueras. Lucía Matas Meseguer. 12 años. Me gusta mucho ver la mascletá desde la casa de Mimi y Abu porque hace mucho ruido y se mueve la casa! Ada Turanli Lledó. 8 años Me gusta mucho el ruido y el color y que vengan mis primos y mis amigos a verla con nosotros. Como hace mucho ruido me hacen cosquillas mis oídos Bora Turanli Lledó. 6 años
Berta , yo me pasé parte de la mascletá en la habitación de al lado sin salir al balcón. Me tuve que meter en la cocina en varias ocasiones porque todo retumbaba y me daba miedo. Maria Peris Dosda
Impresionante!!!!!!!!!!! la mejor mascletá que he vivido en mis 41 años, por la mascletá en si, por la compañía y sobre todo por ese marco incomparable que es esa preciosa casa. Sin duda mejor imposible, muchas gracias. Disfrutaremos de alguna otra estas hogueras????? Jajajajajajaja. Gracias. Francisco Javier Alfonso Candela Esos días son preciosos, sol, playa, calor, y mascletá. Vas llegando, la brisa del mar te envuelve y vas contagiándote de la alegría de la gente. Una vez allí, esperas, esperas, esperas y de vez en cuando miras al balcón, porque los Lledó estarán allí. Pum, pum, pum, empieza….. el corazón se te acelera….pum, pum, me encanta. Cuando llega la gran explosión todo tu cuerpo se estremece, tu todo vibra al compas de pum, pum, pum, lo sientes en el fondo de tu alma, solo puedo gritar, fuerte, fuerte, fuerte, es una liberación, es LA MASCLETÁ. Tesa Aubin Estoy de acuerdo con Paco, ha sido la mejor mascleta vivida por mí, me sentí como un niño con zapatos a estrenar, un retroceder en el tiempo y sentirte otra vez niño el niño que tenemos dentro y que en ese momento lo sacamos para disfrutar de ese magnifico espectáculo de luz pólvora y ruido que junto con la compañía, todo el conjunto fue un batido maravilloso, que espero se repita de nuevo. Fernando Villasanta Díez Hola Berta: A mí las mascletás me parecían ruido infernal y hasta hace poco tiempo nunca me había acercado a verlas. En los últimos años y sobre todo desde casa tu casa las disfruté como música celestial. Una auténtica gozada aderezada con la mejor compañía. Gracias a tu amabilidad y la de tu familia. Besos guapa. Pedro Bonilla
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DIPUTACIÓ-RENFE El Mejor Regalo que me han hecho nunca!! Una auténtica pasada!! Eso sí que es vivir la mascletá. Lo demás son tonterías!! Cómo bien dice Paquito. La mejor compañía, una casa, bueno sin palabras, más qué Preciosa!!, sin duda alguna. El mejor lugar para poder vivirla. Abstenerse los que tengan problemas de corazón. Muchísimas gracias Berta por ese magnífico regalazo. Un besito. Mari Carmen Sánchez Fuster.
Un alto en la fiesta Hogueras de San Juan. 21 de junio. Falta poco para las dos de la tarde, el sol en su cenit, implacable solsticio de verano. Está a punto de empezar la mascletá, cientos de personas entre nuestro Racó y Luceros, camisetas de fogueres alternado con corbatas aflojadas de oficinistas, sudor y bullicio, cervezas y palometas, publicidad, gorros de paja, necesitamos hacernos hueco entre quienes acuden y los que, en sentido contrario, huyen de la orgía de ruido y humo que está a punto de comenzar, expectación ante el primer cohete que anunciará el comienzo de la mascletá. Entre empujones y perdones, nos acercamos al objetivo, la Casa Sevilla, donde vamos a ver en una situación privilegiada el espectáculo. Juanma y Pilar nos han invitado a casa de su tío, don Enrique Lledó, el eminente pintor alicantino. Es nuestro día de suerte, hay que llegar como sea. Lo hemos conseguido, cruzamos la puerta, subimos la escalera, calores y ruidos han quedado atrás. Traspasamos el umbral de la casa de don Enrique y doña Fina. En medio del corazón de nuestra fiesta y sus excesos nos encontramos con un oasis donde las palmeras y el agua han sido sustituidos por techos altos, cuadros, muebles de época, amabilidad de sus moradores. Nos enseñan algunas de las estancias; perfume a cultura, pinturas; otra época, hogar creado con el paso del tiempo. Don Enrique nos relata cuando veía aparecer a Vicente Bañuls con su bicicleta para dirigir la construcción de la fuente de Luceros. Mientras lo escuchamos nuestra mente se traslada años atrás, años sin prisas, donde el tiempo lo marcaba el trabajo bien hecho. Imaginamos al niño Enrique soñando que algún día también sería artista mientras observaba los pasos nerviosos de don Vicente supervisando su proyecto. El ruido sordo de la fiesta tras las ventanas no es capaz de interrumpir el viaje en el tiempo en el que nos hemos embarcado. Años 30, otro Alicante, el de las “Fogueres de Sant Chuan ,Alicante Atracción y José María Py, el de los Balnearios del Postiguet, el de la Aduaneta,.., qué lastima, no lo recuperaremos. ¿ por qué no lo hemos conservado?. De repente, “sr. Pirotecni pot comenzar…”, los más pequeños resguardándose en la cocina asustados ante los primeros estruendos, desde el mirador vemos a las Bellezas y Damas aguantando estoicamente sol y decibelios, la gente retrocede, los más valientes aguantan la embestida de la pólvora, vibran las ventanas,…, da igual, seguimos en nuestra abstracción. Se acaba la mascletá, agradecidos a la familia volvemos al Racó con la sensación de que a unos pocos metros hay otro mundo. Queremos esa casa, esos muebles, esas pinturas, pero, ¿quién la equiparía con todas las sensaciones que hemos vivido en apenas media hora? Nadie, no se compran, sólo las pueden crear la familia de un artista de la talla de don Enrique LLedó. José Francisco García Torres
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Creando tradiciones Según el diccionario una tradición es una costumbre que ha arraigado de generación en generación. No creo que en mi caso las Hogueras se puedan considerar tradición. Desde niños mi madre nos ha traído a casa de Fina y Enrique, mis abuelos, detrás de las bandas de música, es cierto, pero salvo esto, bien pronto las Hogueras se convirtieron únicamente en mascletás. Los masclets que de pequeños nos daban miedo fueron convirtiéndose en los mejores momentos de la fiesta alicantina. Año tras año fue creciendo este interés en todo lo que contuviera fuego o petardos, en Alicante como en Benimantell. Este interés se vio reflejado claramente en las mascletás. Desde que recuerdo voy a las mascletás. Primero con mi madre, que nos traía, y más adelante, cuando reconoció que no le gustaban los truenos, fuimos nosotros solos. Desde pequeña veía como mi abuela hacía pequeños trabajos previos a las mascletás. Sobre todo la primera. El primer día había que apartar muchos marcos con fotografías, la colección de relojes que tienen en una estantería, los candelabros de encima del piano,… en fin, todo lo que se pudiera caer por los temblores causados por la proximidad de los truenos. Y los otros días había que revisar que todo estuviera apartado de nuevo. Después de cada mascletá había que hacer “evaluación de daños”, como siempre me ha gustado denominarlo. Consistía en dar una vuelta por la gran casa para ver si algo se había caído o roto, incluidas ventanas y cuadros. Con el paso de los años, me he ido haciendo mayor. Me he ido dando cuenta que igual que yo, mis abuelos también se hacen mayores. Poco a poco he ido haciendo míos los trabajos que realizaban ellos, como por ejemplo poner la mesa o arrimar las cosas a la pared. Así he ido creando pequeñas tradiciones. Pero las mascletás tienen para mí mucho más sentido. El primer día llegamos a la plaza de los Luceros un poco antes de la hora. Estamos nerviosos. Salimos al balcón para ver hasta dónde han cerrado este año el recinto. Hasta donde echarán a la gente que está tan ansiosa como nosotros por que tiren los cohetes que darán la salida a una semana de fiesta. Nos quejamos y comparamos con otros años, pensando que llegará el día que no dejan ni un poquito de sitio para verlas. También comentamos que quizás este año sea el último año que se hagan en la plaza de los Luceros, puesto que hace tiempo que se rumorea que la cambiarán de lugar. El siguiente paso es, cómo ya he dicho, arrimar las cosas a las paredes. Cada cual empieza por una punta de la casa y lo vamos haciendo hasta encontrar al que ha empezado por el otro lado, nos cruzamos y continuamos para comprobar que no hemos olvidado mirar ningún rincón, que todo está correctamente colocado. Quizás es lo más importante. Cuando está hecho esto ya podemos hacer lo que queramos. Nos gusta mirar por el balcón para ver si viene algún conocido. A mi abuelo no le gusta y si nos ve nos envía al otro balcón, al que da a la plaza. Suena el timbre, llega la gente. Cierran las puertas. Todavía queda media hora y siempre llega alguien tarde, llaman por teléfono y tenemos que salir al balcón para decirle al guardia que sí, que viene a casa, que lo deje pasar. Mi abuelo va repartiendo algodón para quien quiera, y explicando que tenemos que abrir la boca para que los tímpanos sufran menos. Se acerca la hora. Las dos en punto. Siempre nos atrevemos a decirle a la Bellea que ya es hora, que se está retrasando. Pero ya empieza. De pequeños veíamos la parte de Marvà en la tele, pero ahora no. Ahora estamos en el balcón, emocionados, nerviosos. Hablamos entre nosotros sobre cómo será. Recordamos las de los años anteriores. Mi abuelo ha ido a su balcón y allí está. Verá todas las mascletás desde el balcón del comedor. Los más atrevidos o inconscientes nos quedamos en la parte de la pared del balcón, y dejamos las 3 puertas de acceso al balcón para niños y gente más sensata que nosotros. Se acercan los truenos y pronto sonará la traca final que hará temblar toda la casa. Es la hora de taparse los oídos. Se acaba la mascletá y aplaudimos mientras comprobamos que no ha caído ningún cartucho y ha hecho daño a alguien. La adrenalina corre por todos nosotros y se nos nota excitados. Pero tenemos que entrar en casa rápidamente para que no entre todo el humo. Enseguida pasa y podemos volver a salir a aplaudir al pirotécnico, y nos permitimos puntuar la mascletá, y continuaremos haciéndolo todos los días para crear los nuestro ranking particular. Se acaba y todo va volviendo a la normalidad. La gente se va, ponen música y nos trasladamos a la cocina. Allí mi abuela ha preparado algo para picar y la comida para todo el que se quiera quedar. La gente que tiene prisa se va y los demás comemos. Ya está todo hecho. Mañana será otro día y estaremos allí mi primo y mi tío, mi hermana, mis abuelos, yo y quien se quiera apuntar. Amèlia Martínez Lledó. Nieta de Enrique y Fina
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Enrique en su estudio de Busot Fotografías de Manuel Matas Uno de los centros donde Enrique ha establecido las bases de su pintura ha sido Busot. Durante muchos veranos, Enrique ha pintado los paisajes de Busot. Las calles del pueblo, el Cabeçó d’Or, los bancales que rodean al pueblo o el castillo que la defendió en sus días y como en otros lugares también tiene su estudio en la casa de Busot, esa casa por la que tantas veces hemos pasado, de la que recuerdo el olor a pintura y a aceite de linaza de su estudio, esa casa que aún conserva la llave original, tan diferente de las llaves actuales, de manera que cuando llegas allí parece que Enrique vaya a abrir la puerta de algún castillo de siglos anteriores.
“Tenemos una casa en Busot, antigua, bastante antigua, de gruesos muros y vigas de viejos pinos tal vez cortados de los pinares del “Cabeçó d’Or”. Sus muebles son también antiguos, que yo considero como reliquias, porque todos son regalo de mi familia y la de Fina, que ya no les cabían en sus casas. No son ostentosos ni ricos. Pero para nosotros, son reliquias, lo repito, muy queridas” Así lo puedo constatar ya que al comentar las fotografías que aparecen a continuación, tanto Enrique como Fina me van contando la historia de cada objeto que aparece en la fotografía, de dónde procedía, su estado de conservación, mejor o peor, en resumen el pedazo de vida propia o ajena que se esconde en cada objeto de esa casa. La estancia en esta casa nunca es aburrida porque cada habitación es un descubrimiento constante de objetos, cada uno con su historia particular o un redescubrimiento, desde la amplia entrada en la planta baja hasta el estudio, situado en una de sus plantas superiores, la curiosa sala de los aparadores, donde se han ido acumulando aparadores cedidos por la familia, procedentes de casas que ya no los podían contener y que han ido a reunirse allí y un sinfín más de objetos, imposible de relatar en tan pocas líneas. Tanto sus hijos como sus hermanos y los sobrinos hemos disfrutado de la casa, desde la que más de una vez hemos contemplado la entrada de moros y cristianos de la localidad, cenando toda la familia después en el comedor con su gran chimenea frente a la que es tan agradable sentarse en los fríos día de invierno y con la que tanto disfruta Enrique. Nos contaba Enrique que un día de fiestas en Busot, había bastante revuelo en la bodega de su casa, que era un constante ir y venir de amigos y de festeros. Cuando empezó a vaciarse de gente la bodega, descubrió Enrique a un matrimonio de extranjeros, completamente desconocidos, tomando un vino, como el resto de amigos y admirándose de la hospitalidad del pueblo. Por supuesto que Enrique les hizo sentirse como en casa, en grata conversación. Esa y otras muchas historias podríamos contar de la casa de Busot.
Enrique, una tarde en Busot Llevaba mucho tiempo queriendo hacerle algunas fotos a Enrique en su casa de Busot. Siempre me gustó esa casa, por la que no ha pasado el tiempo en muchos años. Cada habitación es una caja de sorpresas y recuerdos, donde es imposible aburrirse recorriéndola. Esta vez fue aún más divertido, pues entre historia, e historia, Enrique casi sin parar de hablar, posaba como un buen modelo, mirando aquí y allá, a un libro, a un cuadro, a una claraboya, a un cofre que parecía sacado de un galeón hundido,… o a la cámara de vez en cuando. Recorrimos durante un buen rato la casa de un lado a otro, buscando los lugares que más nos gustaban para intentar conseguir algunos buenos recuerdos. Cada vez que miro las imágenes, me acuerdo con cariño, de esa tarde de primavera en la que intenté sacar a Enrique, mi tío, un trocito pequeño de su alma. Con Cariño, Manolo Matas Marzo 2011.
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Pequeñas joyas joyas Sus primeros dibujos No se puede competir con los grandes cuadros al óleo, con formatos de museo, porque son los cuadros que más se prodigan en exposiciones y catálogos, pero a veces surgen casi por casualidad pequeñas joyas, dibujos olvidados, o no tanto, que no han salido a la luz, pero que se guardan como ese anillo que te regaló tu madre de pequeña, que no puede competir en precio y belleza con esa joya de pedida, pero que guardas en tu corazón el recuerdo del momento, esos pequeños tesoros cuyo valor no se mide en dinero, sino en sentimiento. Hace unos años, organizando algunos papeles de Maruja, mi madre y hermana de Enrique, aparecieron estos pequeños dibujos, sin fecha y sin firma de las muy primeras épocas de Enrique Lledó y los guardé con cuidado, como un tesoro antiguo encontrado y casi nunca visto, con el mimo que se merecen. Son dibujos pequeños, realizados en papel fino, casi como papel biblia que seguro pertenecería a alguna libreta de notas, quizá del instituto. Su tamaño es pequeño de13,5 x 10,5 cm. El tiempo ha manchado de óxido algunos, y los tisanuros, más conocidos simplemente como pescaditos o pececillos de plata se han comido parte del papel de otros, pero por eso conservan ese misterio que solo el tiempo es capaz de imprimir a las cosas. En aquellos días en los que estudiaba con Bauza, García Solera, Alfonso Solbes y otros compañeros, su profesor, Don Dionisio Jordá les hacía dibujar caricaturas que aparecían en los periódicos de la época. Quizá estos dibujos son reminiscencias de esos dibujos de los comienzos que según sus propias palabras ya realizaba con bastante facilidad. En estos apuntes ya se reconocen esas mesas circulares que luego hemos visto tantas veces en otros muchos cuadros de gran tamaño, si nos fijamos en las manos de San Estanislao de Kotcka – patrón de la Congregación Mariana de la que Enrique era miembro - ya son las características manos de sus futuros retratos al óleo, por no hablar de las flores que resumen en unos pocos trazos a lápiz la belleza comprimida en posteriores óleos, con toda la frescura que tiene un apunte de estas características. Cuando realizas un apunte, no te comprometes, eres simplemente tú, porque no piensas en quien contemplará el cuadro, porque piensas que nadie lo contemplará, por eso dejas tu mano libre, para que se exprese como quiera, sin ataduras y sin la responsabilidad de que quede perfecto. Esa dosis de responsabilidad queda para el lienzo definitivo, pero la frescura inicial queda en esos apuntes rápidos, tomados casi sin pensar. Al hablar estos días con Enrique sobre los dibujos que iban a ilustrar este artículo, me dijo que no los recordaba exactamente, pero que si que recordaba la época en que los realizaba, emulando a los pintores impresionistas que realizaban apuntes casi constantemente, para ejercitar la mano y especulaba con quién podría ser el cliente sentado en la barra del bar que, al parecer, contempla a esas muchachas de muy buen ver que salen del establecimiento, resueltas con unos breves trazos y descubrimos que el personaje retratado con toga de abogado era un conocido notario de Alicante, compañero de Enrique y ya fallecido, hablando de que yo no llegaba a entender la letra que indicaba quien era, en un “Retrato con toga de abogado”. Intuyo que le gustó volver a encontrarse con estos dibujos, se interesó de nuevo por ellos y yo me apresuré en llevarle una copia de suficiente calidad en nuestro siguiente encuentro, donde comentamos más sobre ellos y la época en que realizaba dibujos de personajes en movimiento, como hacían los pintores impresionistas que tanto admira Lledó. Aún en pequeño formato se comprime toda la expresión de los dibujos de Lledó, de esos cuadros que llegarán a ser y de esas flores que otras tantas veces hemos podido contemplar en otros tantos óleos, solamente que aquí surgieron casi sin querer, sin imaginarse que mucho tiempo después alguien recuperaría del olvido esos dibujos y los contemplaría, los admiraría y los mostraría como esas pequeñas joyas que son.
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La casa Sevilla Desde que Enrique y Fina contrajeron matrimonio y se trasladaron a Alicante, fijaron su residencia en el primer piso del Edificio Sevilla. El Edificio Sevilla se encuentra en el número 2 de la Avenida de la Estación, esquina a la plaza de los Luceros, en los límites del distrito de Diputació-Renfe y cuando se construyó, en este distrito estaba la Diputación Provincial y poco más. Todos los niños de la familia nos hemos deslizado por los escalones con bordes romos su escalera, utilizándola como si de un tobogán se tratara y aún recuerdo el olor característico del ascensor de madera con dobles puertas que las nuevas normativas obligaron a cambiar. Es el Abuelo de Fina, Don José Sevilla quien encarga la construcción de esta casa, con el expreso deseo de que tuviera los patios cuadrados y grandes, lo que obliga, dadas las características del solar, a que la casa no tenga ninguna habitación con sus paredes en ángulo recto, aunque a simple vista no se llegue a apreciar. El proyecto del edificio es obra del arquitecto alicantino Juan Vidal Ramos, el mismo que diseño el Palacio de la Diputación de Alicante, el Hospital Provincial (hoy MARQ), la sede de la Caja de Ahorros (CAM) y Casa Carbonell, entre muchos otros edificios de Alicante y quizá ha sido el arquitecto alicantino del siglo XX más apreciado de la ciudad. El Edificio se encuentra incluido hoy en día en el catálogo de bienes y espacios protegidos del Ayuntamiento de Alicante.
Plaza de los Luceros. Años 30
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El Edificio Sevilla (1930)
El Edificio Sevilla pertenece a la primera etapa del arquitecto alicantino Juan Vidal Ramos y coincide con un periodo de gran actividad en la construcción de edificios que se convertirán con el paso del tiempo y con el posterior reconocimiento en plenos referentes de la ciudad. Es el momento de la burguesía y su toma de posición en el Ensanche de la ciudad. Un periodo de crecimiento después de la Gran Guerra que busca cierta monumentalidad basada en la academia y en el clasicismo. Se inspira esta primera época del arquitecto en la sensibilidad Noucentista y sus influencias barcelonesas, queriendo dejar su impronta con un contenido cosmopolita. Contemplamos una Plaza de los Luceros por construir, una avenida prácticamente vacía y una esquina que será definición de la geometría, del sentido y la coherencia de sus formas. Juan Vidal está construyendo el Palacio de la Diputación Provincial (1928-1932) y también está levantando otros en la misma plaza - Edificios Mataix y Vigrana -. Es, por tanto, un edificio definido por su situación como vértice. Forma una de las ocho esquinas que constituyen la rotonda de la Plaza de los Luceros. Tal es el peso de esta situación que todo su formalismo gira en torno a esta ubicación, su diálogo con la avenida, con la propia plaza y con los edificios que le darán forma. La simplificación ornamental de su fachada en contraste con el clasicismo de la época, se apoya en el valor compositivo del mirador, bisagra de sus fachadas y orden jerárquico de las dependencias interiores. Este reclamo geométrico, reminiscencia medieval y torre vigía articula el conjunto, crece sobre la fachada y vuela sobre la misma. Todo el peso de la composición gravita sobre él como realce y significación del vértice. El edificio busca en el volumen y en el rigor formal la coherencia de su lenguaje y la encuentra con una solución de unidad, de orden y apariencia. Preguntar por la situación social alicantina de la época es encontrar dentro de ella una burguesía preocupada por el crecimiento y la estabilidad, por la revitalización de una nueva ciudad. La arquitectura pretenderá unir los tiempos del comienzo de siglo con un interés por la modernidad, en un renacimiento de la ciudad que cambia su centro y empieza a trazar nuevas tramas urbanas. Es además un superviviente ya octogenario que permaneciendo como centinela no acierta a contemplar a todos sus contemporáneos presa de la desaparición. El Edificio Sevilla supuso un momento ilusionante de modernidad y estabilidad con las primeras pinceladas de la ciudad moderna actual y ahora permanece en ella creando ciudad, nuestra ciudad de Alicante.
Antonio Morata Presidente del COAATIEA
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Fina Solbes Sevilla En muchas ocasiones, cuando he leído Algún texto de Enrique Lledó, allí estaba Fina, su mujer, que está a su lado durante ya bastantes años “Seguro que me pareció tan bonica que le preguntaría si quedábamos algún día para dar una vuelta” nos dice Enrique recordando aquellos años en que la conoció y se hicieron novios. En esos años ya pintaba Enrique y Fina lo acompañaba. Fina Solbes Sevilla es una persona encantadora. No es extraño que impresionara desde el primer momento a Enrique porque Fina siempre tiene una sonrisa y un gesto amable para todos los que la rodean. Nieta de Don José Sevilla, quien encargó la construcción del edificio Sevilla al arquitecto alicantino Juan Vidal, aún reside en esa casa junto a Enrique. “Hablar un rato con Lledó siempre supone un placer porque resulta un orador locuaz, bajo la atenta mirada de su discreta y encantadora mujer Fina Solbes que lo cuida desde hace seis décadas. Benimantell y todo el valle de Guadalest fueron un punto común de encuentro para ambos pintores cuya obra enaltece aquellos parajes que, a pesar del turismo, se mantienen en un grado decoroso aún de virginal pureza medioambiental”, nos cuenta Joaquín Santo en su articulo “Del impresionismo y lo impresionante” refiriéndose a Lledó y Varela. Por eso siempre aparece Fina, porque está a su lado, recordando algunos detalles de la gente y los lugares de los que hablamos, realizando un pequeño inciso sobre la siempre amplia y amena conversación de Enrique y atendiendo no solo a Enrique sino a toda la familia. Fina es una excelente cocinera. Cocina para la familia los tradicionales guisos de cuchara, algunos de ellos típicos de la montaña alicantina de donde procede su familia, elabora una exquisita “coca amb tonyina” con la que nos sorprende algunas hogueras o nos deleita con una suculenta tortada de almendras. Tanto es así que hace algunos años sus hijos recopilaron todas esas recetas que ella realiza con tanto esmero y se las regalaron en forma de libro, para que no se perdiera en la memoria esa tradición y esos guisos de los que tantas veces habían disfrutado. En ella se pone en práctica el dicho de “donde comen dos, comen tres”, o cuatro, o cinco… porque cualquier celebración en casa de Fina se vuelve multitudinaria. Podemos realizar un pequeño cálculo, porque con cinco hijos más sus respectivas parejas, sin contar a los nietos ya estamos hablando de doce personas a la mesa, y siempre hay alguien más, eso sin contar las veces en que la celebración se hace extensiva a los hermanos de ambos, primos y amigos. En más de una ocasión he comido en casa de Fina y Enrique sin tenerlo previsto, ya que amablemente han insistido en que me quedara y yo no he podido resistir la tentación, total…por uno más no pasa nada, insistía Fina. Enrique la nombra repetidas veces en los textos que ha redactado para algunas de sus exposiciones, ya habla de ella en el comentario que él mismo hace de sus cuadros en la exposición “50 oleos de Enrique Lledó” realizada en los meses de enero y febrero de 1977, la nombra en el catálogo de su exposición de Muchamiel de 2006 y es parte importante en sus diez cartas a Berta del 2004,en la que Fina aparece ya en la primera carta y es protagonista de alguna de ellas, Fina aparece como acompañante, como impulsora de sus pinturas “Mi mujer me acompañó otro día y me animó mucho a que lo hiciera”, nos dice en referencia a un cuadro de Bañeres, o también como parte de la composición de algún cuadro en el que Fina aporta unas flores que completan algunos de sus interiores, por eso podríamos afirmar que la pintura de Enrique también tiene algo de Fina, de esa serenidad que transmite y que se plasma en las bellas pinturas de Enrique Lledó.
“Es por la tarde. Yo pinto las cumbres luminosas de la parte sur de Aitana, sus laderas … Una anciana baja del pueblo, va a sus tierras, pasa cerca de mi … vuelve al rato, jadeante, resoplando por la empinada senda, y nos deja, a mi mujer y a mí, un puñado de tiernas verduras que acaba de arrancar , para que así compartamos, con ella, el jugo de su tierra...” Lejos de encasillar a Fina en las labores propias de un ama de casa tradicional, amante de los típicos quehaceres domésticos descubrimos a una mujer polifacética. Quizá empezó como un mero pasatiempo, como una necesidad o una simple recomendación de sus hijos, pero la realidad es que a día de hoy Fina Solbes es una experta usuaria de las nuevas tecnologías, algo nada usual en las personas de su generación. Ha sabido integrar a la perfección el ordenador en su vida y ahora es una herramienta más que utiliza para estar en contacto con sus hijos, estén donde estén y me sorprendió con sus ya casi dos mil fotografías familiares digitalizadas y clasificadas en una ardua labor para que esas fotografías no se pierdan en el olvido, sino que sepamos y sepan las generaciones posteriores quien es quien en cada foto y en que año se tomaron y así podamos seguir disfrutando de la familia cuando transcurran los años.
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DIPUTACIÓ-RENFE Ella fue quien me facilitó algunas de las fotografías de este llibret, para lo que no hizo falta rebuscar entre los cajones de su casa, sino en algunas carpetas de su ordenador desde donde la podemos encontrar habitualmente mandando algún correo electrónico a alguien de la familia o utilizando los típicos programas de mensajería instantánea para hablar o ver a sus hijos y saber de ellos.
“Allí impregnado de ese embrujo pinté este cuadro tratando de incorporar a mi lienzo toda la grandiosidad geológica, que nos envolvía a Fina y a mí” 2006 Cuando me plantee la redacción de estos textos, solicité la colaboración de familiares y amigos para que escribieran sobre sus impresiones sobre algún aspecto de Enrique. No les dije nada más, solamente eso. De la lectura atenta de los textos que amablemente me han enviado se puede comprobar que todos los colaboradores a los que he pedido que escribieran sobre Enrique y que conocen a la familia, han escrito también sobre Fina, como si fueran partes inseparables, porque creo que así ocurre realmente. Ahora Fina permanece activa y disfruta de las calles de nuestro distrito, acudiendo puntualmente a misa a la iglesia de los Salesianos, donde la podemos ver también el día de la típica procesión de María Auxiliadora que circula por nuestras calles el 24 de mayo o simplemente saliendo a hacer la compra o a dar una vuelta, acompañada de su hermana Amelia y a veces sin Enrique que ahora se ha hecho más casero y sale menos a la calle que antes. Cuando los primeros calores del verano empiezan a aparecer, podemos encontrarnos a Fina en la playa del Postiguet, disfrutando junto a sus amigas de los primeros baños del verano, playa que abandona los días de hogueras para poder estar pronto en casa, tenerlo todo preparado y recibir a todos los que nos acercamos por allí en esos días. Siempre me da mucha alegría encontrarme con Fina, porque me acabo contagiando de su alegría. También es un arte saber transmitir la alegría, sabiendo que no todo en la vida de Fina habrán sido buenos momentos, pero ese arte corre por las venas de Fina, por los pasillos de la casa de Fina y Enrique y lo ha sabido contagiar a sus hijos y a todos los suyos. Fina también se merece este pequeño homenaje por ser así, tan acogedora y recibirnos siempre a todos con los brazos abiertos, haciéndonos sentir que su casa también es nuestra casa.
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Desde mi niñez Enrique Lledó He tenido de pequeño, muchos amigos de mi edad. Nuestros juegos eran en plena calle de Alfonso X el Sabio, en la calzada que aún era de tierra, cuando plantaron las palmeras, y pusieron las vías para el tranvía, antes habían árboles, nuestros juegos en la calzada, adoquinada, se relajaron un poco por el miedo al trafico más intenso y peligroso, pero seguimos jugando y queriéndonos igual que antes. Empecé a ir al colegio Francés, me gustaba, pero a los cuatro o cinco días de ir me dejé deslizas por la parte de detrás del patio –no tenía tapia- que lo conformaba una pequeña colina donde había un horno de cal. Yo estuve toda la mañana de recreo subiendo aquel pequeño montículo y dejándome caer apoyando mis posaderas por la granulosa arcilla que componía el desmonte. Ya se puede imaginar cómo me puse: arañazos, heridas, casi descarnadas mis posaderas, los pantalones a jirones, etc… Cuando me vio mi padre me prohibió rotundo y enfadado que no iba a volver al colegio Francés. Y pasé entonces al colegio Ferroviario de la calle Belando. Yo era feliz, con todos mis amigos, y mi padre me dibujaba barcos y trenes, muy sencillos, como éstos que yo me copiaba muy rápido y sin esfuerzo notable.
Fue así como empecé, unos años después, a comprender que podía hacerlo mejor, y, a la vez siempre recordaba a mi padre haciendo aquellos garabatillos que yo reproducía, y que además me gustaba hacerlos siempre que me ponía a ello con mayor facilidad. No tenía pensamiento alguno de enseñarlos, pero la práctica de la pintura me subyugaba, y de esta manera empezó a entrarme las ganas de pinar, dibujar y modelar además de buscar libros y todo lo que caía en mis manos relacionado con la pintura y los grandes pintores del Xll ó Xlll siglos, sobre todo italianos y de los países Bajos. Y así según hasta casi ahora, desde que descubrí a Diego Velazques en el Prado, Madrid. Yo tenía unos seis ó siete años. Aún me acuerdo de lo emocionado que estaba de aquella visita. Pero el tiempo pasa deprisa, y cambiamos nosotros también rápidamente. Aquellos felices amigos de mis primeros tiempos hoy son unos amigos achacosos, poco a poco van muriendo no olvidándonos unos de otros: Pepe Bauzá Llorca, que tanto hablamos de Arte y Literatura, ya falta, Terio Llorca, Pepe Marco, José Ramón Ferrer López de Haro, Pepe Mingot, Antonino del Olmo, de Cuenca, Caco Sánchez….Y tantos más, Alfonso Solbes Jordá también se fue, pero sigo teniéndolos en la memoria a todos, desde el rincón más profundo de mi corazón.
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Carta de Berta En el catálogo de la exposición antológica que realizó Enrique Lledó en la Lonja del pescado en el año 2004, organizada por el Ayuntamiento de Alicante, en donde se recogían más de cien obras, desde las más antiguas hasta las recién pintadas, aparecían diez cartas a Berta, cartas dirigidas a su hija menor, en donde le hablaba de todo un poco, desde sus recuerdos de cuando era pequeño y de su juventud, hasta sus vivencias a la hora de pintar un cuadro, de su admiración por Varela o de cuanto la echaba de menos en la lejanía. Son diez cartas interesantes por lo diferentes y lo íntimas que resultan dentro de los contenidos a los que estamos acostumbrados en los catálogos artísticos. Berta es la hija pequeña de Enrique y Fina, y la menor de todos los primos Lledó, quizá es con la que más relación he tenido porque nos separa poca diferencia de edad, ya que yo soy el penúltimo en llegar a la familia. Siempre nos hace una especial ilusión volvernos a ver cuando Berta regresa a Alicante, por eso hacemos lo posible por quedar, aunque su estancia no vaya a ser prolongada. Parece que había una primera hornada de primos Lledó, un conjunto de primos que salían como una piña de excursión en los años 60 junto a sus padres y recorrían de pequeños toda la geografía alicantina, y luego llegamos otros, quizá menos excursionistas, pero igual de familiares. Aún hoy hacemos lo posible por juntarnos de vez en cuando y organizar nuestras particulares “primadas”, donde nos reunimos un buen número de primos, tíos, consortes, hijos etc. acudiendo a la cita desde muy diversos puntos de la geografía. Recuerdo nuestra primera primada, en Benimantell donde volvíamos a rememorar esas excursiones de cuando éramos pequeños. Ahora Berta es arqueóloga, a ello hace referencia su padre en la tercera carta y he de confesar que siento una sana envidia por su trabajo, en sus excavaciones submarinas, sus investigaciones en diversos puntos del planeta y los trabajos en el museo de arqueología submarina, e idealizo su trabajo, como si de una película se tratara, donde la arqueóloga descubre un gran tesoro entre los restos de un barco hundido. Debe ser emocionante volver a ver algo que ha estado oculto durante tantos años, aunque supongo que no siempre las circunstancias serán tan favorables como imaginamos y el trabajo en ocasiones se vuelva complicado. Gracias a las nuevas tecnologías podemos estar al corriente de sus últimos trabajos y del descubrimiento de algún elemento que ha estado reposando durante cientos de años en el fondo del mar, al otro lado del mundo, y ahora vuelve a ser encontrado, enterándonos casi al instante de lo que está pasando muy lejos de nosotros. Por esas casualidades del destino, Turgut Reis o el temido pirata Dragut, protegido de Barbarroja y protagonista de nuestro llibret anterior nació cerca de Bodrum, en Turquía, donde reside actualmente Berta ya que realiza trabajos de arqueología submarina en esa ciudad dentro del Proyecto Fragata Ertugrul, que se realiza gracias a una colaboración entre el Instituto de Arqueología Náutica (INA) y la fundación BOSAV. Uno de los retratos de Berta me impresiona especialmente, porque refleja aquello que muchos dicen de los retratos de Lledó y que yo personalmente corroboro, y es que sabe plasmar a la persona, despojada de adornos superfluos, de parafernalia y nos deja en el lienzo solamente a la persona y su mundo interior. Esa es Berta, así como está, acabada y es perfectamente ella y perfectamente reconocible, no podía ser otra y así quedará este entrañable retrato. “Y fue por entonces cuando comprendí que quizá pudiera, en mis cuadros, hacer ese "algo más", que una reproducción de un trozo de la naturaleza.” He intentado recoger el testigo de esas cartas remitidas por su padre hace años, y me he permitido pedirle a Berta que le devuelva no las diez cartas, pero al menos una carta en la que responda a esas diez que nos hace públicas Enrique.
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Querido Papá, Me temo que este año no vamos a poder estar en Alicante con vosotros durante las Hogueras. El año pasado disfrutamos de la fiesta observándola desde fuera, aunque de muy cerca, casi como turistas pues después de vivir 18 anos en Turquía, mis visitas han coincidido con estas fechas en contadas ocasiones. Pero cada vez que hemos tenido la suerte me da la sensación de volver al pasado y más aun cuando intento explicarles a mi marido e hijos, completamente ajenos a la fiesta, el porqué de los actos, la música, los petardos, las mascletás y las hogueras en general. La situación esta aun más acentuada por el hecho de que la disfrutamos desde la plaza de los Luceros, el centro de la fiesta. El lugar privilegiado de la casa de los Sevilla, la casa que fue de mi abuela y tías abuelas y ahora en la que vivís vosotros: Mimí y Abu. Justo el centro de la acción Foguerera, sobre todo entre la 1 y las 3 de la tarde cuando la casa tiembla con las mascletás y vosotros dos disfrutáis, tu papa, del ruido ensordecedor, y mamá con el bullicio que llena la casa y los balcones de amigos y familia e incluso desconocidos, sin saber nunca cuantos somos al aperitivo o a comer o incluso cenar, pues estas ocasiones no tienen fin. Desde el mismo balcón observamos la transformación de la plaza: tras la mascletá, la muchedumbre desaparece y un aspecto desolado da paso poco a poco a los desfiles que salen de la plaza al final de la tarde. Los numerosos participantes se concentran de nuevo bajo vuestro bacón desde donde se puede ver la espera, nerviosismo, las bromas y juegos de los niños para pasar el tiempo hasta que poco a poco desaparecen por la avenida de Alfonso el Sabio llevándose consigo el tumulto, el colorido y la imagen de la fiesta. Cuando pienso en las hogueras me pregunto porque nunca has pintado una alicantina o alicantino. A lo mejor lo tienes que poner en tu lista para cuando termines el retrato de Maria José. Aunque vosotros dos, o ninguno de mis hermanos hemos participado en la fiesta de forma activa siempre has estado interesado en su parte artística y has sido parte de los jurados que otorgan los premios a las hogueras en varias ocasiones, recorriéndote las calles en interminables caminatas analizándolas, sin perderte detalle, para poder comparar y valorar sus cualidades. Recuerdo que siempre volvías entusiasmado, con la cabeza llena de imágenes que nos trasmitías, a mí por teléfono, de lo que unos u otros habían conseguido plasmar en estos monumentos efímeros. Todavía, cuando vamos a Alicante mis hijos juegan con la colección de sombreros que andan por la casa con el titulo “Jurado de Hogueras”. Este año mis hijos van a echar de menos estar en la Avenida de la Estación con los niños y muchachos de la hoguera de la Diputación, especialmente con sus primos los Matas, Lucía y Juan, tirando petardos, algo que hicieron por primera vez el año pasado y que todavía recuerdan y añoran. Y más aun la cremá, en la que no podían creer lo que veían cuando la gente, alrededor de la hoguera, bailaba cantando y pidiendo agua a los bomberos, calándose hasta los huesos. Y el 25 de junio por la mañana somos testigos, de nuevo desde el bacón de la Avenida de la Estación, número 2, de una transformación milagrosa: Alicante vuelve a la normalidad como si nada hubiese pasado. Como si hubiese sido un sueno colectivo que se repite todos los años. Este año nos lo perdemos pero espero que nos cuentes las historias, como a ti te gusta hacer, de todo lo que pase en nuestra calle y de quien vino o no vino a ver la mascletá desde el bacón, los desfiles o simplemente a veros. Muchos besos, Berta
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Biografía Enrique Lledó nació el 30 de abril de 1923, cerca de Tángel, en el término municipal de Muchamiel, según sus propias palabras “Tan escuchimizado me vieron que me bautizaron a toda prisa en la iglesia de allí, de Tángel, que es muy pequeña, como una ermita. Algunas veces vuelvo buscando recuerdos de mi infancia”. En ese mismo año llegaba a Muchamiel el tranvía eléctrico, que sustituía al conocido “Tranvía de mulas”, propiedad de una empresa belga. La línea de tranvías que tenía asignada Muchamiel era la línea 4, conocida como “el tranvía de l’Horta” y fue el medio de transporte más utilizado por nuestros mayores. También en el año 1923, aparece para el bando moro la comparsa “Los Pacos”, en alusión a como se llamaba a los tiradores rifeños que disparaban a las tropas españolas en las campañas en Marruecos y el modo en que estos se debían mover para que no les dieran, como borrachos, de esa mezcla nace esta singular y numerosísima comparsa que hoy en día sigue desfilando por las calles de Muchamiel. En esos años en los que nacía Enrique, Muchamiel era una población con 3.266 personas censadas y en la que se registraron 83 bautizos según el archivo parroquial, entre los que se encontraría el del futuro pintor que vió la luz en esos parajes. Después de él, en 1924, nace en Novelda su hermana Maruja y dos años después, ya en Alicante su hermano Antonio. El trabajo de su padre, que es ferroviario, le obliga a tanto desplazamiento hasta que a los pocos años ya se instalan definitivamente en Alicante, donde el abuelo Salvador había construido una casa, en el número 56 de la calle Alfonso X el Sabio, a la altura de donde hoy en día está el número 42 . Allí todavía los chiquillos podían jugar en la calle y se apartaban de vez en cuando si escuchaban llegar algún coche. Cuando tiene siete u ocho años viaja a Madrid con su padre y visita el Museo del Prado. Queda impresionado al contemplar el cuadro de “Las Meninas”, de Velázquez.
“Yo he agradecido toda la vida a mi padre, al que quise mucho, y con el que, también discutía a veces algunos años más tarde de aquellos que te acabo de contar, ese viaje en el que me llevó a conocer a Velázquez” “Por aquel entonces el cuadro estaba solo en una habitación, con una ventana y un suelo idéntico a los que había pintado Diego de Velázquez. Atesoro esa imagen como si la estuviera viendo ahora” Es un viaje que le marcó, y del que nos recuerda que visitó con su padre la Plaza Mayor, donde le compraron un traje de torero a su hermano Antonio que debía tener unos cuatro años por esa época. Enrique y su familia pasa aquí, En Alicante, toda su infancia y juventud, salvo el obligado y doloroso paréntesis de la guerra civil. “Quienes teníamos casa en el campo nos fuimos rápidamente. Perdimos el curso que
iniciamos y nunca terminó, perdimos amigos, se perdió todo”. La familia de Enrique se trasladó a Tángel después del bombardeo del Mercado del 25 de mayo de 1938, del que su hermana Maruja nos contaba que se salvó milagrosamente, pues debía ir a hacer la compra al mercado a esas horas y lo dejó para más tarde. Caprichos del destino. Quizá si Maruja hubiera sido más diligente en sus quehaceres hoy yo no estaría aquí redactando estas líneas, pero eso es otra historia. La familia de Enrique vuelve a Alicante al final de la guerra y la vida sigue. Siguen los estudios, el bachillerato y su gusto y facilidad por el dibujo y la pintura. “La verdad es que los que mejor dibujábamos en el instituto
éramos Juan Antonio García Solera, el arquitecto, y yo”. Después de la guerra, exactamente el 7 agosto 1939, cuando Enrique es aún muy joven, muere su madre. Por ese motivo no le dio tiempo a pintarla, según nos cuenta él mismo, aunque sí que se conserva un dibujo a lápiz que le hizo posteriormente. Maruja, la hermana de Enrique, pasa con catorce años a convertirse en el ama de casa. Una casa con cuatro hombres a los que cuidar.
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DIPUTACIÓ-RENFE Tan joven era este ama de casa que nos contaba que al terminar las tareas domésticas, junto a una joven criada que habían contratado para que la ayudara, salían juntas a jugar a la calle. Aunque siempre ha pintado y dibujado con facilidad es a raíz de la muerte de su madre cuando empieza a tomarse más en serio su pintura “Empecé a pintar relativamente tarde, a raíz de la muerte de mi madre. Mi
padre lo estaba pasando bastante mal, estábamos mucho tiempo en casa, así que aprovechaba para estar con él y trabajar” Enrique Lledó es un pintor autodidacta, nunca acudió a ninguna escuela de arte porque nunca le ha gustado estar al dictado de nadie a la hora de pintar un cuadro Al cabo de algunos años el padre de Enrique contrae matrimonio en segundas nupcias con Dolores Gutiérrez, la abuela Lola, que los trató como a sus propios hijos y a los que siempre oí referirse a ella como “la mamá Lola” para diferenciarla de su madre María. La abuela Lola fue, por supuesto, la única abuela que conocimos los nietos y que nos quiso tanto a todos. Enrique pasa su vida en Alicante, participando de la vida de la ciudad, de esa ciudad que era mucho más pequeña del como la conocemos hoy en día. Una ciudad cuya vida discurría casi exclusivamente por la Rambla, el barrio antiguo, la placeta de San Cristóbal y el Raval Roig, sin ese aspecto de gran ciudad que tiene hoy en día. Pasan los años de Instituto y Enrique intenta estudiar arquitectura. El dibujo se le da bien, pero para acceder a Arquitectura había que aprobar dos años de Ciencias Exactas, y prueba con Químicas, con Letras y….tampoco, pero finalmente se dice “Enrique, déjate de historias, que a ti lo que te gusta de verdad es pintar”. Discurren sus años de juventud, en los que continúa pintando. Son los años de las tertulias en el Miami junto a sus compañeros, amigos de juventud como Xavier Soler, Manuel Baeza, José Antonio Cía, Juan Ignacio Trives, Pepe Bauzá, Manolo González Santana, Pancho Cossio, Benjamín Palencia, José Pérez Gil, Fernando Gallar o Fernando Canet entre otros. Conoce a Fina Solbes, que era más amiga de su hermano Antonio y hacen amistad, coinciden varias veces, paseando por la Explanada, la calle Mayor y en otros lugares, hasta que un día se hacen novios formales. Fina estudiaba Comercio y Enrique junto con su amigo Alfonso Solbes y otras amigas quedaban habitualmente para acompañar a Fina o a alguna de sus amigas a casa. Sobre el año 1949 Fina comienza a trabajar para la Caja de Ahorros del Sureste de España y Enrique empieza a trabajar en Campsa. En esos años, Enrique visita Benimantell, ya que va a ver a Fina, aún son novios y Fina pasa los veranos en el pueblo de donde procede su familia y Enrique empieza a disfrutar de los paisajes de esa zona que tanto ha pintado. En el año 1952 le ofrecen el puesto de director de la oficina que la Caja de Ahorros del Sureste de España va a abrir en Benissa. Enrique acepta, consciente de la responsabilidad que se le viene encima, agradeciendo la confianza que depositan en él. En esa época, Benissa es una población de 5.718 habitantes, según el censo. Acaba definitivamente la vigencia de las cartillas de racionamiento, que se instauraron en el 1939, estando en los cincuenta liberalizados la mayoría de los productos. Respecto a padrones de años anteriores se produce un saldo negativo, debido a un descenso de la natalidad y de la emigración a Valencia, aunque la mortalidad también será menor que en fechas anteriores. Hay un desplazamiento de la población del campo hacia el centro de Benissa y se empieza a publicar, con más entusiasmo que medios técnicos El Garbell, semanario satírico que fundó Bernat Capó y que se distribuía por los bares de Benissa con noticias recopiladas en Valencia que provenían de estudiantes, soldados y algún empleado todos hijos de Benissa y afincados en la capital. Es una época en la que aún existen en Benissa un número muy superior de carros que de automóviles. Aún con los problemas que conlleva la gestión de la oficina, que le agobiaban algunas veces, Enrique continúa pintando en sus horas libres, los domingos y los sábados por la tarde, cuando puede, realizando interiores, retratos y algunos paisajes en un entorno que todavía no le motivaba.
“Me costó mucho hacerme con los paisajes de Benissa”
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“Encontraba yo el campo de colores grisáceos y monótonos en Benissa” El 11 de marzo de 1953 se casan Enrique y Fina en la Iglesia de Santa María. La ceremonia la oficia el Padre Fontova que era por aquel entonces el director de la Congregación Mariana, Fina pide excedencia en la Caja y se traslada a vivir con Enrique a Benissa.
“Tu madre estaba preciosa ese día, con un vestido de novia blanco, un poco tostado” Al año siguiente, en 1954 nace su primer hijo, Quique y después llegarían María José, Amelia, Lucrecia y Berta que nació en el año 1971, todos ellos nacieron en Alicante. Sigue pintando retratos, interiores, y algún paisaje, ya que estaba comenzando a comprender casi sin darse cuenta los paisajes de Benissa A mediados de los 50 decide organizar su estudio en Benimantell y empezar en serio con el paisaje. Es en el año 1955 cuando realiza su primera exposición en la sala que poco antes había estrenado la Caja de Ahorros del Sureste de España en su sede de la calle San Fernando, en la capital de Alicante. A partir de este momento se empiezan a suceder las exposiciones, empieza a dar a conocer su obra en exposiciones tanto individuales como colectivas. Sería tedioso realizar un listado exhaustivo de cada una de ellas ya que deberíamos relatar bastantes más de cincuenta, cosechando gran éxito de crítica, según podemos comprobar en los diferentes artículos y críticas de los diarios que relatan estos eventos. En 1957 vuelve a Alicante, sigue trabajando en la Caja como director de la oficina de La Florida y un tiempo después en la de La Albufera y sigue pintando y exponiendo. Se instala definitivamente en la que es aún su casa actual, el Edificio Sevilla, en la avenida de la Estación esquina a la Plaza de los Luceros. En 1963 consigue la Palma de Oro en el II concurso de Pintura del Sureste de provincia de Alicante por el cuadro titulado "Interior". Se suceden las exposiciones de todas ellas podemos resaltar la celebrada en la CAM en el año 1977 “50 óleos de Lledó”. Empiezan a llegar los premios de diversa índole, los reconocimientos en muestras de pintura, sus cuadros cuelgan de las paredes de la Diputación Provincial. Participa también como jurado en diversos concursos y colabora con sus ilustraciones en libros un gran número de revistas, llibrets de hogueras, los programas de fiestas de Benimantell y Busot y muchas otras publicaciones recogen sus ilustraciones en diversos años, también ilustra con sus dibujos la portada y las páginas interiores de diferentes libros. Continúa trabajando en la CAM, pero cambia su ocupación. Pasa a trabajar en el Aula de Cultura de la Caja de Ahorros, lo que le permite desarrollar su lado artístico en el trabajo, encargándose de la organización de las exposiciones, conferencias y muestras que realiza la Caja en esos años. Coordina la revista Idealidad, una revista cultural editada por el servicio de publicaciones de la Obra Social de la Caja de Ahorros del Sureste de España, siendo esta una publicación cultural que se cuenta entre las más destacadas de la época. Después de recuperarse de un infarto, paseando junto a su amigo el escritor Rafael Azuar, se encontraron con Pedro Olivares, que había editado una serie de libros para coleccionistas y le propuso la realización de un libro sobre los castillos de Alicante. “Los castillos de la provincia de Alicante los tienes que dibujar tú, o no lo hace nadie”, le dijo Pedro Olivares a Enrique. En principio le propuso que realizara diez litografías, pero Enrique se entusiasma con el proyecto y de ello resulta un libro que incluye alrededor de cien litografías, realizadas de modo artesanal. De todo ese esfuerzo nace en 1988 el libro “Visión de los Castillos de Alicante” del cual se editan 200 únicos ejemplares numerados. En enero de 1995 se celebra una exposición en la sala de CAM, en una retrospectiva que incluye cuadros de distintas épocas, con gran repercusión en los diarios de la época. En el año 2004 llega la exposición antológica en la lonja del pescado. Se incluyen cuadros de toda su carrera, recopilados tanto de instituciones públicas como de colecciones particulares, dibujos e incluso cuadros nuevos no expuestos anteriormente y se edita algo más que un catálogo de la exposición, ya que el Ayuntamiento publica un libro que recoge gran cantidad de los más cien cuadros expuestos y una recopilación de textos, con escritos sobre la vida de Enrique Lledó, a cargo de Martín Sanz y textos del propio artista. Los asistentes a la
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DIPUTACIÓ-RENFE misma son obsequiados con una carpeta que incluye cuatro reproducciones numeradas de dibujos de Lledó que se agotan en pocos días. Es esta la primera exposición que llena por completo todas las salas de la Lonja del Pescado con obras de un solo pintor, exponiendo más de 100 óleos, además de litografías y dibujos. Para la preparación de esta exposición le ayuda su amigo, el fotógrafo alicantino Caco Sánchez que le acompaña en coche, en esta época en la que a Enrique ya no le apetece tanto conducir para ir a pintar o trasladar sus cuadros y ambos viajan de un lado a otro para preparar la exposición de la Lonja del Pescado. Caco Sánchez realiza las fotografías del catálogo de esta exposición y también colabora con Enrique en la preparación de la exposición que organiza el Ayuntamiento de Muchamiel, su lugar de nacimiento, en el 2006. La revista El Salt, editada por el Instituto Juan Gil Albert le dedica un reportaje con motivo de la preparación de esta exposición en la Lonja del Pescado y la vuelta de Lledó a la pintura que tenía apartada unos años por motivos de salud e incluye una lámina con una reproducción de uno de sus cuadros. Algunos de sus cuadros son elegidos para mostrarse en la exposición “Alicante Moderno 1900 1960”, inaugurada el 3 junio de 2010 en el MUBAG y su catálogo incluye un único texto “Carta a Emilio Varela” cuyo autor es Enrique Lledó. En octubre de 2010 Juan Manuel Bonet -doctor en historia del arte, director del IVAM entre 1995 y 2000 y del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía entre 2000 y 2004- realiza una conferencia sobre la obra Cristal, que se incluye en la muestra antes citada “Alicante Moderno 1900-1960” dentro de las actividades que con el nombre genérico de “Descubre una obra de arte en el MUBAG” que tienen lugar en el museo. Juan Manuel Bonet coordina actualmente la oferta museística de la Diputación Provincial de Alicante. Hoy en día es el único pintor vivo de todos los que cuelgan sus cuadros actualmente en el Museo de Bellas Artes Gravina (MUBAG). Enrique sigue pintando, quizá a un ritmo menor, ya que los años no perdonan a nadie y ya no puede desplazarse como antaño en los que se subía en una moto, con dos lienzos y unas botellas de agua con las que apagar su sed, pero conserva la ilusión por pintar y está realizando nuevos lienzos y dibujos, algunos de pequeño formato con los que ha obsequiado a la familia más cercana hace muy pocos días. Es una suerte poder seguir disfrutando aún de las pinturas y dibujos de Enrique Lledó.
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Al fin salió No se como fue, pero fue, o ha sido. Ha sido mi primera obra, mi primera recopilación de textos, supongo que con mucha más ilusión que acierto, con más vibración que acierto y supongo que repleta de esos errores técnicos que los técnicos deberían encargarse de corregir, pero de lo que estoy seguro es de que no hay errores en el alma. Sirvan estos textos como mi particular homenaje a un pintor que me ha hecho feliz con sus cuadros a lo largo de toda mi vida y que lo seguirá haciendo, que ha hecho que de alguna manera me sienta pintor, no sé si por influencia o por nacimiento, pero que sienta el deseo de pintar, de sentir ese olor particular de los óleos, aunque haga mucho tiempo que no lo haga por cambiar el arte por otras cosas, pero siempre me quedará la obra de Lledó en el corazón. Espero que podáis disfrutar una vez más de la obra de este genial artista y que sepáis disculpar mi torpe aunque apasionada reseña. Juan María Matas Lledó
Agradecimientos A los miembros de la comisión de la Hoguera Diputació-Renfe que se han ilusionado con este proyecto. A mis familiares y amigos que han aportado sus textos y fotografías, Amelia (madre e hija), Ana, Antonio, Berta, Manolo, María José, Natalia, Pepe y todos los que han salpicado estas líneas con sus impresiones y sentimientos. A mi familia, que me ha soportado durante la realización de estos textos. A Pilar, por robarle tiempo al sueño para sus traducciones y correcciones. Y, por supuesto, a Fina Solbes y Enrique Lledó, que me han facilitado en todo mi tarea, me han dado su ilusión y me han permitido disfrutar un poco más de su compañía. Gracias a todos. Juanma Matas
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Bibliografía GINER GONZÁLEZ, Miguel MUTXAMEL Estudio demográfico y económico de un municipio del camp d’Alacant. Ed. Ayuntamientos de Alicante y Mutxamel1981 CARDONA I IVARS, Joan Josep Els totals de la població de Benissa. 2004 Fotos del archivo municipal de Alicante. Ayuntamiento de Alicante. Web de Enrique Lledó www.elledo.com The Bodrum Museum of Underwater Archaeology http://www.bodrum-museum.com INA Institute of Nautical Archaeology (Instituto de Arqueología Nautica) http://www.diveturkey.com/inaturkey/ http://inadiscover.com/ Fundacion BOSAV (Fundación para la Promoción Cultura y Artes. Bodrum. Turquía) http://www.bosav.org CARRERAS Albert, TAFUNELL Xavier y otros. Estadísticas históricas de España: Siglos XIX – XX. Volumen 1 Fundación BBVA CATALOGOS LLEDÓ Catálogo exposición 1995. Caja de Ahorros del Mediterráneo. Fundación Cultural Catálogo exposición 2004. Ayuntamiento de Alicante. Patronato Municipal de Cultura Catálogo exposición 2006. Ajuntament de Mutxamel. Revista “El Salt”. Num. 2 Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert Festa. Revista oficial de les Fogueres de Sant Joan. 2004 Alicante Vivo. Asociación cultural http://www.alicantevivo.org
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