Halloween de Muertos presenta
Filiberto Balderrama García
Lentamente Ilustración por Abril Sánchez Espinoza
Empezó como una mancha en la esquina de mi cuarto, no le di importancia ya que parecía un bicho muerto, después una grieta. Conforme fue creciendo imaginé que era un tipo de moho expandiéndose más y más, tornándose negro como pintura mal aplicada. Traté de lavarlo, de usar artículos desinfectantes pero pareciera que solo ayuda ba a su crecimiento. Lo peor vino después, su olor. Una pútrida esencia que solamente había experimentado cuando niña, al encontrar el cadáver de mi hamster aplastado en el cajón donde guardaba mis juguetes, o más bien donde los amontonaba. El olor era penetrante y mientras las paredes se tornaban negras por el moho, el incómodo perfume invadía mi cuarto hasta asfixiarme. Una noche no pude soportarlo más, desperté con la decisión de abandonar el lugar y mover mis cosas a otro lado, pero al buscar el manojo de la puerta, este había desaparecido, el moho se había tragado y bloqueado el paso de mi cuarto. Usé mis manos para recorrer la superficie con el deseo de encontrar la salida debajo de la oscura mancha pero en su lugar sólo había pequeñas crestas afiladas, creciendo a la misma velocidad que el moho, no, que la sombra... no podía ser una sombra ya que tenía forma física. Pero ni el moho ni las sombras tienen crestas afiladas. Entonces entendí, aquellas figuras filosas eran las puntas de hileras de dientes y la oscura mancha era en realidad una boca, no creciendo sino cerrándose lentamente.
Visceral Ilustración por Susana Fabiola Tovar Chávez
Ah, por fin despertaste. ¿Cómo te sientes? No te alteres, dormiste un buen rato. ¿Dónde estás? Pues se podría decir que en mi estómago… No, no, no; estoy siendo muy serio. Te encuentras en mi estómago, mira, intenta ver tan lejos como puedas, ¿que alcanzas a ver? Pues esa oscuridad en realidad son las paredes internas de mi órgano gástrico. No te enojes, yo no bromeo y créeme soy la persona más cuerda de este lugar… bueno, persona entre comillas. Si gustas podemos caminar hasta que toques los muros para convencerte. ¿Qué? Ah, pues esos son gritos obviamente… así es, son gritos de humanos. Me temo que ellos también han quedado atrapados aquí. ¿Por qué gritan? Pues primero que nada, no es muy grato enterarse que de un momento a otro te encuentras dentro del estómago de “algo”. No llores, anímate, todavía hay esperanza. Este sistema digestivo es único en el universo, pues aquí no hay ácido como en los estómagos normales, no hay un químico que pueda derretir los organismos consumidos para absorber sus nutrientes. ¿Eh? ¿Para siempre? Eso es muy subjetivo si lo piensas, tú eres un organismo finito, en algún momento envejecerás y perecerás, así que no, no estarás aquí para siempre. Por otra parte, no me conviene que los de tu clase se queden aquí de forma indeterminada, moriría de hambre, la carne vieja no produce muchos nutrientes. Lo que nos lleva a la otra causa de esos gritos; se están matando. A falta de una forma natural, por así decirlo, de descomponer y absorber la comida, cada una de las criaturas aquí capturadas se matan entre ellas. Usan las herramientas creadas a partir de la materia orgánica de este lugar y se comienzan a cazar los unos a los otros. Destrozando huesos, abriendo pieles, derramando sangre y permitiendo que las paredes y pisos de mi estómago absorban con mayor facilidad su existencia. ¿Qué? Pues sí, supongo que sería más sencillo organizarse, no matarse y dejarme morir de hambre, pero conoces la naturaleza de tu especie; lo han intentado y ya te imaginaras los resultados. Además, la evolución es increíble. Verás, a falta de ácido, mi estómago está repleto de una particular atmósfera, el aire aquí contenido está intoxicado con un gas capaz de llevar al ser más inteligente hacia los bordes de la locura… pero solo al borde, lo suficiente para mantenerse funcional, siempre balanceándose entre la cordura y la manía, una razón más para gritar, o llorar, o reírse, depende de cada quien. Lo mejor de todo, lo único que necesito para activar sus efectos es hacer una promesa, “quien mate a todos, quien derrame más sangre sobre mis suelos, quien me alimente con los más suculentos sufrimientos… vivirá”.
El despertar de Prosperidad Ilustración por Wendy Jaquez Trejo / Margen por Magdiel Jaquez Trejo
Prosperidad era un pueblo conocido por su belleza, recursos y la galanura y personalidad de sus habitantes. Las cosechas vastas y sabrosas, la arquitectura asombrosa y cálida. Prosperidad era descrito como un paraíso terrenal por sus visitantes, quienes se regocijaban en cada una de sus maravillas como la gastronomía, música y, en general, su cultura. Fue una sorpresa para todos al despertar esa mañana y encontrar en los medios el anuncio: “el pueblo sucumbe bajo un castigo sobrenatural”. Según se había develado, en una noche cualquiera el pueblo parecía haberse marchitado. El lago Tranquilidad que era conocido por sus cristalinas aguas se había secado y ahora las algas y peces se pudrían por el sol, expulsando una horrible peste. El jardín Maravillas, el hogar de cientos de especies de plantas y pájaros, quedó reducido a matorrales secos y restos de plumas empolvadas. Las casas del pueblo, alguna vez altas y hermosas, parecían derrumbarse conforme el aire pasaba por sus techos. Las personas que lo habitaban se encontraban postradas por las calles como si al unísono se les hubiera robado el alma pero tan hermosos como siempre. En la parte central del pueblo, sede de la Fuente de la Alegría, obra arquitectónica aclamada por su escultura implacable, yacía un profundo hueco en su lugar. Las investigaciones posteriores revelaron numerosos restos humanos en el fondo de aquel gigante agujero. Algunas de las osamentas parecían tener cientos de años y a su alrededor se encontraron objetos de diferentes épocas. Algunos artilugios eran tan antiguos como la época de los
exploradores europeos y otros tan modernos como los reproductores de música de los jóvenes de ahora. Una colección de la historia humana en forma de cementerio. Las teorías iniciales planteaban un socavón que había liberado algún tipo de gas letal que rápidamente sofocó a la población entera de Prosperidad, sin embargo eso no explicaba muchas cosas. Al inspeccionar las paredes de aquel hueco se encontraron marcas que se podían interpretar como señales de que algún objeto había salido de la tierra. Lo más desconcertante se reveló después de las autopsias. Al abrir los cuerpos, los órganos estaban infestados de vegetación vibrante, musgos, líquenes y sobre todo, flores. Los gobiernos ocultaron estos hechos al público y hasta la fecha desmienten las fotos y videos que se filtraron en los diferentes medios. La opinión general no sabía cómo procesar esta información. Los conspiracionistas acusaban al gobierno de experimentar con armas químicas en Prosperidad. Los religiosos declamaban discursos del fin del mundo y castigo divino. Mientras los fanáticos aseguraban que los habitantes eran alienígenas disfrazados de perfectas figuras humanas. Sin embargo todos estaban de acuerdo en una sola cosa, dentro de los cadáveres de los Prosperidenses se encontraban las flores más hermosas que jamás hubieran visto en su vida. Ahora, ocho días después de la caída de Prosperidad, el mundo entero se pregunta ¿qué es lo que ha despertado del fondo de la Fuente de la Alegría? Al mismo tiempo, un pueblito llamado Libertad celebra la mejor cosecha que haya tenido en años.
Silencio Ilustración por Edgar Bernardo Rivas Valdés
Como cada inicio de semana aprovecho para ir a comprar la comida de la semana, prefiero los lunes que es cuando la gente decide irse directo a casa y no chingarme la vida con su existencia. Mi viaje al supermercado es sagrado, me da tranquilidad y tiempo para pasear por los pasillos. Aprecio la calma cuando está vacío; escucho música en mis audífonos y así evito los estúpidos mensajes de las cajeras en las bocinas (en serio, ¿a quién le importa si Juanita no está en su área de servicio por estar de fácil con algún zoquete de almacén?). Es difícil comprender cómo un momento de total insignificancia se puede volver tan relevante e íntimo para otros. Los detalles se vuelven de extrema importancia. Así que imagínate mi disgusto al girar en un pasillo y pisar un charco de suciedad. El primer instinto de cualquiera podría ser anunciarlo a un trabajador, el mio es maldecir en voz baja y procurar no hacer contacto visual con nada ni nadie, Dios me libre de alguien que quiera iniciar una conversación casual. Me vomitaria en ese momento, lo juro. Procuro limpiar rápidamente la asquerosa sustancia de mis zapatos, parece algún tipo de jugo pero es demasiado espeso. Puedo sentir que no soy la única persona en el pasillo, que se me observa y por consecuencia, se me incomoda. Tallo con más fuerza para terminar pronto y desaparecer entre los estantes del supermercado; no me importa cuanto necesite esa leche descremada, ya volveré por ella dentro de una hora cuando me haya calmado. La indeseada presencia me hace sobresaltar más no alzar mi mirada, solo procuró aumentar el volumen de mi música y continuar limpiando. Una lata rueda cerca de mis pies y pienso que al pobre diablo se le ha caído en un descuido, tengo que alejarme del bueno para nada. A este pensamiento le sigue una segunda lata, una tercera y de repente una cascada de objetos metálicos cuyo estruendo fue imposible para mis audífonos aislar. Me arranco el dispositivo de mi oído izquierdo, a punto de confrontar al inepto tras interrumpir mi paz y al voltear hacia la figura en cuestión, noto rápidamente su sonrisa. Dejándome en estupefacción porque al buscar una figura humana me encuentro con algo extraño que me es difícil traducir a la
realidad. Puedo sentir recorrer un chorro cálido por mis piernas, me he orinado como si tuviera cinco años, de mi boca no salen más que sonidos cercanos a tartamudeos, mis pies no reaccionan y lágrimas salen de mi al escuchar la respiración de aquella figura cada vez más cerca. En mi oído derecho se escucha la tonada de “Como la Flor” interpretada por Selena, de mi pecho un estallido que solo puedo interpretar como el crujir de mis costillas, en las bocinas una voz repite histéricamente “alejense y usen las salidas de emergencia, las autoridades vienen en camino”, de mi boca surgen chillidos de animales de matadero pero en mi mente grito un estruendoso “¡¡cállate, estúpida!!”, el desgarre de mi carne y gorgoteo de sangre que viene con cada mordisco de la criatura trae consigo el silencio… ya era hora.
Pide un deseo Ilustración por Vivian Piedra Pardavé
Margarito despertó con una jaqueca terrible, le dolía todo su cuerpo y al pasar la lengua por sus dientes notó que le faltaban algunos. Trató de levantarse pero se dio cuenta que se encontraba en una silla con los pies y las manos atadas. Obviamente, esta imagen le hizo a Margarito poca gracia, y comenzó a gritar invadido por el miedo. — ¡Ayuda, ayuda! ¡Por favor! ¡Por amor a Dios! — gritaba el católico chimuelo. — ¿Por amor a dios? — se escuchó desde la esquina oscura del lugar que fungía como prisión — No mames Margarito, que desfachatez. Ayer te estabas orinando en la tumba del conejito de tu sobrinito y hoy le pides ayuda a dios (con d minúscula) — dijo la voz mientras salía de las sombras. El personaje en cuestión era un ser alto y delgado, más nada extraordinario, parecía sacado del cubículo de alguna oficina condenado a vestir formalmente por el resto de su vida. Corbata barata, camisa blanca y pantalón negro, osease, un godínez cualquiera. — ¿Quién eres? — gritó enojado Margarito. — Soy tu Diablo de la Guarda — reveló la figura mientras desplegaba y presumía sus alas oscuras con orgullo y se le caía un tupper a la espalda. — ¿Diablo? ¿No será Ángel? — No, Diablo (con D mayúscula, por favor). — Pero… — No. — ¿Un Diablo? — Sí — ¿Y mi Ángel? — Renunció allá por cuando tenías catorce años más o menos. — Ah… ya… tiene sentido. El Diablo sacó una cajetilla de cigarrillos y comenzó a fumarse uno. Margarito algo alborotado divisó como sus ojos parecían encenderse junto con las llamas del encendedor. — ¿Entonces? — dijo el prisionero — ¿Me vas a ayudar o ya me voy a morir?
— Pues un poco de los dos, si por fin me estás viendo y escuchando tan claramente sólo puede significar que vas a morir. — No, no por favor — gimió como cerdo en el matadero Margarito. — Calmate, ya te dije que soy tu Diablo de la guarda. Lo que quiere decir que podré conceder un deseo. — ¡Chingate a mi esposa! — ¿Qué? Osea sabes que.. — ¡Chingate a mi esposa! ¡Chingate a Rogelia! ¡Castiga a la perra! — OK, ok, ok… too much drama — el Diablo se detuvo para dar una bocanada a su cigarro y por un momento el oscuro lugar se iluminó por el fuego y los ojos del lánguido demonio, revelando que sus paredes eran bastante altas para ser escaladas pero al mismo tiempo la carencia de un techo — ¿Puedo preguntar a qué se debe tan pronta decisión? — ¡¡Los caché, Diablo!! ¡¡En la cama!! ¡¡En mi cama!! — Bueno, no es la primera vez que escucho eso y además tú también estuviste de cabrón por ahí varias veces, me parece exagera… — ¡¡Con su hermano!!! ¡¡El pendejo ese de Guadalupe!! — ¡Ay cabrón! — ¡Chingátela, Diablito! ¡Chingátela, por favor! Yo no pude. Cuando los vi ahí dormidos y abrazados, quería prenderle fuego a todo. Pero me aguanté, Diablito, me aguanté vario rato; pensé que estaba muy pinches drogado, que lo soñé. Pero yo los vi, los seguí el otro día. Y se metieron al motel, al que tiene jacuzzi, ese era nuestro Motel. ¿Cómo me pudo hacer esto? — ¡Ay, we! Está cabrón… — ¡¡Yo lo amaba!! Y fue a meterse con esa perra en el mismo motel al que nos íbamos dizque a echar la peda. — ¡¡¡No mames, Margarito!!! ¿Qué pedo contigo? Eso de la represión esta cabrona, ya me habían dicho que los gays de closet pueden ocultarse hasta de la verdad misma, pero no sabía que podían ocultarse de los Diablos. — ¡¡No me llames gay, pendejo!! — Va, va, tranquilo acuérdate que yo estoy de tu parte. — Él me decía que no podía por su familia, ayer fui en la noche a su casa, había bebido vario rato. Lo veía a lo lejos por la ventana. Pinche culero, tan feliz y como si nada. Se cogió a todos y aun así sonreía, con su pinche hijo y la pendeja de su esposa.
El cielo se aclaró en ese momento, las nubes que cubrían las estrellas y la luna se movieron y dejaron pasar finalmente la luz en el hoyo que se encontraban. — ¡Chingátela, Diablito! ¡Que sufra! Que ese pendejo le llore como yo le lloré a él y no pueda explicarle a nadie por qué. — ¿Entiendes lo que eso significa para ti? Un deseo tiene un costo… — ¡No estoy pendejo! Ya sé que va a pasar, que sufran Diablito, por favor, que sufran como yo. — Va. Una nube negra cruzó de nuevo el firmamento, ocultando toda luz en el agujero por un momento que debió durar un par de segundos. Al disiparse una nueva figura se encontraba dentro del profundo lugar. — ¿Qué? ¿Dónde estoy? — preguntó Rogelia. — ¡¡Ahora sí, culera!! ¡¡Ya te cargó la chingada!!! —¡¡Margarito!! ¿Qué haces aquí? Se supone que tú… No, no, no… ¿Dónde Estoy? Rogelia estaba naturalmente desconcertada, sin embargo, la presencia del Diablo le dio algo de calma. —¿Tú? ¿Tú eres el matón que se iba a encargar de él? ¿No es así? Yo soy hermana de Guadalupe, por favor, él me dijo que se encargaría de todo. Sácame de aquí. Un silencio se hizo presente por cuestiones de segundos, Margarito se puso colorado y casi se le salían los ojos. — ¡Chinga tu zorra y barata madre, Rogelia! — ¡¡Vete a la chingada, Margarito!! — la mujer desesperada voltea con el Diablo y le ruega una vez más — Sáqueme de aquí señor, si no Guadalupe no le va a pagar nada. El Diablo nuevamente aspira su cigarro, dejando ver en sus ojos el destello de las llamas del infierno mismo. — No soy un matón, Rogelia. Soy tu Diablo de la guarda (con D mayúscula) y si estás aquí es porque Margarito así lo deseó. — ¿Cómo que eres su Diablo de la guarda? Tú eres mi Diablo de la guarda — dijo Margarito confundido. — Soy el Diablo de la guarda de muchas personas… después de tantos años de mierdeces que han hecho ustedes los humanos nos hemos visto en
la necesidad de tomar más carga administrativa de la que podemos lidiar… tres almas más y por fin me gano mis vacaciones, no puedo esperar. — ¿Que pendejada es esta? — dijo Rogelia — ¿Acaso esto es una broma? ¿Dónde está Guadalupe? ¿Por qué este cabrón está vivo? ¿Cómo llegué aquí? —Tranquila Rogelia, respira — dijo el Diablo — Yo soy tu Diablo de la guarda y estas aquí porque Margarito está a punto de morir y a cambio de su alma me pidió el deseo de hacerte sufrir igual que él está sufriendo. El hecho de que me puedas ver quiere decir que tú estás a punto de morir… tranquila, tranquila, no llores, porque eso significa que tú también me puedes pedir un deseo. ¿Cuál va a ser? El agujero nuevamente se oscureció, la luz de la luna y las estrellas se veían bloqueadas y un sonido parecido al retumbar de las nubes de lluvia se acercaba. — Llévame con él, Diablito — dijo Rogelia finalmente resignada a creer toda esta locura — llévame con Guadalupe, dejame abrazarlo una vez más. Y en ese instante una combinación de piedras de cantera y cemento aplastó a Rogelia y Margarito. Un camión mezclador conducido por Guadalupe había depositado su contenido hasta llenar totalmente el agujero. Tiene sus ventajas trabajar en una constructora. Guadalupe se bajó del camión y colocó unas cuantas piedras, tierra y pasto para cubrir la superficie. — Adiós, Margarito — musitó Guadalupe — perdóname, por favor, pero ella es mi hermana y no le podía decir que no. El cielo se oscureció nuevamente y comenzaron a llover pequeñas gotas de cemento y con ello las piedras de cantera arremetieron contra el camión. Guadalupe trató de tomar refugio pero el cemento lo hizo resbalar dejándolo a la merced de las rocas. El primer grito sucedió cuando su pierna derecha fue molida por un impacto, el segundo cuando la lluvia le rompió el brazo y hombro. El tercero cuando tendido en el suelo, el cuerpo de Rogelia le cayó encima cumpliendo su deseo de darle un último abrazo. Margarito cayó a un lado, con los ojos bien abiertos y desencajados, furiosos pero inertes. Guadalupe trató de dar un cuarto grito pero una roca le cayó en la cabeza impidiéndole emitir algo. La tormenta fue rápida y Guadalupe aún con vida tosía sangre y lloraba por su infortunio, estaba casi cubierto de cemento, rocas y Rogelia. Podía sentir cada uno de sus huesos rotos. — Tranquilo, tranquilo… — susurró el Diablo acuclillado frente al cuerpo destrozado de Guadalupe — yo estoy aquí, soy tu Diablo de la guarda y estas a punto de morir, pero tienes mucha suerte, porque eso quiere decir que me puedes pedir un deseo.
Por primera vez Ilustración por Ayari de María Caretta Jasso
Ni en mis sueños más intensos me habría imaginado lo delicioso de su cuerpo, la forma en que me hace vibrar, la textura de su piel. Me pareció que tenía una eternidad deseando este momento y es ahora que puedo deleitarme en sus brazos, su cuello, su sangre. ¡Oh, por Dios! ¡Su Sangre! Siento que no había probado gota alguna en toda mi vida. La manera en que su aroma me inunda cuando su carne se desprende de sus huesos, me hace salivar. ¡Dios mío! ¡No! No puedo detenerme. Ni aun cuando me lo implora, ni cuando grita y se retuerce. ¡Por favor! Alguien, quien quiera, lo imploro. Que me detengan, por favor que alguien me detenga. ¿Han estado enamorados?, pero verdaderamente enamorados. Yo sí. En ese entonces apenas iba en secundaria. Mi madre y padre siempre estuvieron preocupados por este momento. Ya sabes, eres muy grande para ser tratado como infante pero no lo suficiente para tomar decisiones de adulto. Así que el temor de mis padres era que cometiera el error de alguien de su edad, de esos irreparables. A veces me ofende su falta de confianza, ya voy en tercero, a punto de iniciar la prepa. Y todavía me dan esos discursos de “debes cuidarte”, “piensa dos veces”, “siempre come antes de irte a la escuela”, “no andes de mmmh”. Como si pudiera andar de “mmmh”, apenas me dan espacio para respirar. Pero entonces le ví. Apenas llegó a la escuela este año y mi mente se inundó de los pensamientos más puros e indecentes. ¿Qué no se trata de eso a esta edad? ¿De llenarse la cabeza de deseos? Debí hablarlo con ellos y tal vez así podría haberme preparado. Todas las noches mientras cenamos y hacemos nuestras oraciones, yo pido, ruego porque se me conceda la fuerza para hablar con ellos. Pero, al acabar, me sigo sintiendo tan insignificante y débil. Sólo cuando estoy en compañía de mi amor es cuando me siento fuerte, capaz de hacer cualquier cosa. Todo valió madres cuando me dió ese beso. Una cosa llevó a otra y en lugar de hacer la tarea… no pude controlarme. Mis colmillos crecieron y pronto disfruté su sangre. Sentía mi cuerpo arder y desfigurarse, cómo algunas partes crecían y se hacían fuertes. Sus lágrimas me destrozaban pero no podía, no quería detenerme, no sabía cómo. Era mi primera vez, lo siento.
Mis padres llegaron a casa y encontraron el desastre que había hecho. Mi papá se enojó, pero yo estaba llorando tan intensamente que mi mamá le paró en seco con una mirada fulminante. Les abracé muy fuerte y oramos, oramos a la oscuridad, a lo siniestro, a nuestro padre Satanás y me sentí en privilegio. Gracias, mi Dios.
Maternidad Ilustración por Alfredo Castilla Roa
Saltillo, Coahuila; 15 de diciembre de 2019. Querida Karen: Estoy encantada con la noticia de la llegada del nuevo bebé. Te envío junto a esta carta el libro y la copa que te prometí. Por favor recuerda que en todo momento tu dicción debe ser perfecta. Te Amo. Mami. *** Santiago de Querétaro, Querétaro; 22 de diciembre de 2019. Querida mamá: Espero te llegue el paquete en buen estado. Estoy fascinada, todo salió a la perfección. En cuanto derramé la sangre dentro de la copa, Él apareció. Me dijo que le encantó mi voz. Los ojos del bebé son hermosos, han dejado de ser de ese aburrido color café; espero sean de tu agrado. Carlos y yo ya estamos pensando en el siguiente hijo, espero que este no haga tanto ruido al cortarle el cuello. Te amo. Karen. PD: Recuerda poner el frasco con los otros. ***
Saltillo, Coahuila; 29 de diciembre de 2019. Querida Karen: Estoy complacida. Con el tiempo te acostumbras al ruido. El nuevo integrante de la colección luce perfecto en su vitrina junto a sus hermanos. Aunque la de tu hermana Sofía tiene más frascos, toma eso en consideración, ya casi se termina el año. Te Amo. Mami.
Receta para hacer un fantasma Ilustración por María Alma Alejandra Chavez Martínez
En una guerra siempre hay dos bandos a ser notados, el bueno y el malo. Pero existe un tercero, uno anónimo. Formado por aquellos que ni poder, ni voto tienen en las peleas. Y sin embargo, siempre firmes en la primera fila para recibir los estragos de la batalla. Conformado por diversidades de caras y pieles, de esas que hacen una muy buena fotografía, digna de ganar honorables premios en mundos suficientemente rectos para indignarse por las imágenes, pero convenientemente alejados del campo de pelea para poder hacer algo al respecto. Una de esas imágenes le pertenece a Sara, cliché ejemplar de la comunidad más vulnerable de los tiempos de guerra, porque sépase (y esto es un hecho) que si eres mujer en pleno conflicto, tus probabilidades de vivir son bajas; a menos claro, radiques en una de esas tierras que dan premios por fotografías. Sara era de esas petulantes y repugnantes personas ávidas a la compasión, a ese fastidioso y miserable hábito de bondad y estruendosa actitud caritativa. Por ello se le condenó con el peor oficio conocido o percibido por este narrador, el de niñera. Desde muy joven, fue contratada en la casa de la familia pudiente del pueblo. Trabajó de sirvienta, cocinera, mucama, de casi todo, su experiencia era muy vasta; hasta que la más joven de la familia de esa mansión, la princesa, tuvo a su primogénita. La cara de la nueva madre brilló en emoción y se dirigió a Sara, convirtiéndola en nodriza de su estirpe que con el tiempo se incrementaría. Sin embargo, a la princesa no le duró el encanto de la maternidad. Nadie le dijo que cada embarazo llevaba una dotación de arrugas, pliegues de piel y grasa como trofeo de sus esfuerzos. Ni tampoco le dijeron que estas cicatrices serían la causa del distanciamiento con su esposo; por lo que el odio por las arrugas aumentaba tanto como la cantidad de vástagos que producía, a quienes no les conservaba menos rencor solo por llevar su sangre. Para cuando nació su tercer hijo decidió dejar de dar pecho a cualquier cosa que se atreviera a salir vivo de entre sus piernas, ni una gota más de sacrificio se repetía. Dios escuchó las plegarias de tan altísima persona y le concedió la oportunidad de sofocar la causa de sus males. Con la guerra desatada en la nación, era cuestión de tiempo de que llegara al pueblo, la clase alta tendría que escapar al otro lado del océano, uno de esos lugares donde dan premios por fotografías. No tardó el señor esposo, por mandato de la princesa, en viajar a dichas tierras con la misión de encontrar un nuevo hogar. Entonces,
cuando todo estaba dispuesto para recibir a la señora y sus ocho hijos, más un puñado de sus mejores sirvientes, la madre partió con un par de maletas y el menor de sus criaturas en brazos, despidiéndose de una vida que jamás pidió y preparándose para aliviar el dolor de la pérdida de sus otros siete hijos ante una invasión imaginaria de tropas enemigas. Una muy elaborada historia que sólo creería… su marido. Porque la verdad sería pecado y como permitir a la demás gente saber que aquel pecado era verdad. Sara por su parte despertó continuando su rutina diaria, vistiendo a los niños, preparando su desayuno, asegurando que sus cuartos estuvieran limpios, y así lo hizo al siguiente día, y al siguiente. Incluso cuando escuchó rumores de otros sirvientes de que la señora los había abandonado; ya que para la joven nodriza esos rumores eran imposibles, una madre jamás haría eso y la señora era una madre. Su labor aumentó, ya que poco a poco los trabajadores se retiraban de la casa, ya no había quien les pagara y lo de valor que pudieran exprimir de aquel lugar ya se había agotado. Además la guerra se aproximaba, ya se venía escuchando desde hace un par de semanas después de que la señora se fuera. Sara se quedó sola con los niños entre paredes desnudas y pocos muebles sobrevivientes al saqueo, pero aun así ella continuó su labor, su deber. Un día notó como al pueblo le sucedía lo mismo, las personas eran más escasas, los hogares cada vez más vacíos y la comida era más cara. Con la guerra tan cerca era difícil que llegaran alimentos, las personas buscaban alejarse de esta deprimente sombra pero era imposible llevar toda una vida a cuestas, así que era común abandonar cosas como muebles, animales o niños. Cuando Sara, maldita con la virtud de la bondad, supo que el hijo del carpintero de ocho años fue abandonado, inmediatamente lo acogió. Lo mismo pasó con la niña coja que trabajaba en la elegante casa de la mejor amiga de su patrona. La fama del alma caritativa de Sara se extendió, por lo que madres desesperadas acudían a la casa suplicando refugio supuestamente temporal para sus hijos prometiendo ayudar. Sara esperaba dicha ayuda todos los días, incluso una vez se dio el lujo de emocionarse cuando tocaban a la puerta, pensó que era uno de los padres de los catorce niños que albergaba pidiendo que se le devolviera a su criatura; pero al abrir encontró a una niña, una bebé en una manta en el suelo. La nodriza quiso llorar, la infante era delgada, frágil, parecía que se iba a destrozar con un toque. Quiso llorar, pero no por el estado de ese bulto, de esa boca que alimentar. La guerra por fin llegó al pueblo y lo hizo de forma estridente. Un grupo
de personas armadas y cargadas de necesidad de combate arremetió en cada casa del pueblo y se llevó lo que pudo. Comida, armas, vidas y ¿por qué no? mujeres, estaban sedientos de compañía. La mansión no fue la excepción pero era grande y antigua. Sara sabía cómo ocultarse junto con sus quince niños… ¿o eran catorce? No, Sara estaba totalmente segura de que eran quince, entonces ¿por qué por más que contaba no podía llegar a quince? La noche y el día pasaron, entre miedo, hambre y cuentas incompletas, Sara no pudo dormir. Los niños, como nunca, habían permanecido callados y cuando el silencio fue entero, la niñera salió de su escondite para cerciorarse. Se encontró con ruinas y suciedad, nada que no pudiera arreglar o limpiar. Podía reemplazar los platos, reparar los muebles rotos, encargarse del bulto sobre la mesa, ¿Cuál bulto sobre la mesa? La joven niñera nunca pudo explicarse el por qué no la pudo reconocer desde el momento en que entró al comedor, pero ahí sobre la mesa no había un bulto, era un cuerpo, la primogénita de la dueña de esa casa. Era la niña que ella se encargó de cuidar desde su nacimiento, que sostenía cuando aún no sabía caminar, a la que les espantaba los malos sueños con cuentos, era la número quince pero la primera. Tumbada en la mesa con la ropa desgarrada con los ojos abiertos pero vacíos, y sangre corriendo de entre sus piernas. Sara no se explicaba cómo es que pudo olvidarla, de entre todos a ella, como es que por más que contaba nunca recordaba su cara o el por qué no escuchó sus gritos, como le llamaba y pedía ayuda cuando era atacada. Nunca pudo comprenderlo o más bien nunca quiso hacerlo, jamás reconocería que tenía miedo. Podría torturarse con esas ideas por mucho tiempo en lo subsecuente pero en ese momento, al escuchar los pasos de los otros niños, lo importante era ocultar esa visión, especialmente de los hermanos de la niña. Sara había perdido a su hija. Los problemas no acaban con la muerte, no para los vivos. Catorce niños seguían en la casa y ni un sólo alimento en el lugar. La hortaliza dedicada a evitar estas situaciones estaba hundida en fango y orina de soldado, nada era rescatable. Ningún animal quedaba, ni siquiera el cuerpo de algún perro para hacer un guisado especial para niños buenos como lo había hecho en otras ocasiones, una mentira piadosa se decía. Sara buscó, pero llegó un momento donde ya no quería hacerlo. Quería detenerse, pasar unos días sin cocinar, sin limpiar o cuidar, dejar a todos morir y poder irse. Ella podría soportar dos o tres días más sin bocado, esperaría sin hacer nada, no comería hasta que cada uno de ellos falleciera de inanición y con sus cuerpos podría hacer un nuevo jardín lleno de frutos y hortalizas.
Finalmente, Sara se permitió algo de humanidad, pero tan pronto escuchó a sus niños decir “tengo hambre”, interrumpió el pensamiento. Corrió a la cocina donde escondió el bulto y comenzó a destazarlo como haría con un cerdo. Entre llantos, crujidos y gritos de chiquillos rogando por alimento, Sara hizo una especie de estofado rancio que sirvió y observó consumir por cada uno de sus huérfanos… no, no eran huérfanos, aún tenían a su madre para alimentarlos. A modo de plegaria musitó una palabra, “perdón”, pero no sabía si le decía a un dios por la perversión cometida, a su hija por no protegerla o a sus catorce niños por mentirles. La guerra amenazaba con regresar, Sara sabía que aquella indeseable noche era solo la brisa de una tormenta. Instruyó a todos sus niños como resguardarse, el problema sería la bebé. Aquella vez tuvieron suerte de que no llorara tan fuerte, fue sencillo calmarla pero qué harían si su llanto alertara a los intrusos de su escondite la próxima vez que vinieran. Era algo que preocupaba a la cuidadora, tanto que constantemente olvidaba alimentar a aquella cría, era tan grande su dilema y estrés que a veces no notaba que no le había dado ni una sola gota de agua. Era algo natural, ya que tenía muchas vidas a su cargo y era muy difícil llevar registro de cada uno, o al menos eso se dijo cuando la encontró inerte en su cama una mañana y para sorpresa de Sara, se dio cuenta que funcionaba ese pensamiento. Incluso al momento de preparar aquel pequeño cuerpo, y al pedir “perdón” cuando lo consumía, se dio cuenta de lo fácil que se volvía. Cuando tuvo que hacer lo mismo con la niña coja, a quien los propios niños habían matado por accidente, apenas pudo derramar una lágrima. La pequeña había escondido un pedazo de comida y cuando fue descubierta por los demás, una pelea se desató por un una papa dura y cruda. Murió ahogada por los constantes pisotones de todos. Aunque los niños lloraron jamás supieron lo que habían hecho. Sara se encargó de que pensaran que la mamá de aquella niña había regresado por ella. Esto alegraba a los infantes, les daba fuerza para vivir; no solamente tenían que comer, ahora existía la posibilidad de que sus padres regresaran por ellos. Así como pasó con la bebé y la primogénita de la señora. Esta felicidad, falsa, pero felicidad al cabo, convenció a la nodriza de que hacía lo correcto. Desafortunadamente, el hijo del carpintero encontró entre juegos, el lugar donde Sara escondía los huesos especiales de sus criaturas. Nunca quiso enterrarlos, le gustaba mirarlos cuando se sentía triste y a veces platicaba con ellos, en ocasiones hasta le respondían. Espantada ante las preguntas constantes del menor, la niñera se vio forzada a hacer lo impensable para
callar esas dudas. Muy temprano, le dijo a todos que el carpintero había venido por su hijo por la noche y aunque se pidió “perdón” durante la cena de esa noche, Sara admitió para sí misma que era un alivio no tener que llorar otra vez por una niña. Era un descanso saber que la maldición había acabado para sus chicas y que por fin, finalmente un varón había sido llamado por Dios, era justo. Cuando volvió la guerra al pueblo, todos se refugiaron en su escondite. Por la noche buscó al tercer hijo de la dueña de la casa a quien conocía por ser muy sensible. Lo abrazó y sentía tanto miedo que posiblemente no se dio cuenta de la fuerza de su envoltura. El niño no dio queja alguna pues en su mente inocente buscaba consolar a su cuidadora tanto como ella a él, muriendo asfixiado en sus brazos. Desde entonces, Sara se dio cuenta de la paz que podría traer al mundo de esos niños, podría mitigar el miedo con sólo desearlo. Así que cada vez que la comida escaseaba y los ruegos por comida aumentaban, la nodriza insistía en que la guerra acechaba y había que ocultarse. Todos sus niños obedecían, aunque no se escuchara nada. Dormían en silencio para no llamar la atención de los malos y como recompensa a su valor y obediencia, un padre o una madre regresaba por uno de ellos por la mañana y un banquete se daba en celebración por la noche. Sólo quedaban siete niños, tres de los hijos de su antigua patrona incluyendo al mayor de los varones quien ya estaba más cerca de ser un joven que un infante. En una ocasión, en las que la guerra llegaba al pueblo, el mayor observaba entre sueños como su nodriza abrazaba a uno de sus hermanos adoptivos; entre la oscuridad y el sueño, no distinguía bien lo que pasaba, no se daba cuenta del por qué aquel niño se estremecía entre los brazos de Sara, ni de por qué sollozaba casi como si quisiera gritar. Así que se mantuvo despierto un momento más hasta que se dio cuenta que no se movían más, se habían dormido finalmente y el joven siguió su ejemplo. Las cavilaciones y sueños lo hicieron despertar una vez más y al buscar con la mirada, aquel joven se dio cuenta de la ausencia de ambas figuras. Espantado ante la idea de que los malos los hubieran encontrado, decidió recorrer sigilosamente la casa hasta que pudo escuchar ruidos metálicos y crujidos, acompañados de un rezo repetitivo que decía incesantemente la palabra “perdón”. Su miedo se disipó por un momento al notar que se trataba de Sara pero pronto regresó en olas, congelándose al no poder entender la cara de aquella mujer que alguna vez consideró madre, esa cara llena de lágrimas que decoraban una sonrisa y ojos ausentes. Le tomó tiempo y esfuerzo, pero después de ver la sangre de su hermano y los brazos separados del torso, finalmente pudo exhalar un grito. Las paredes se cerraron para ambos, para
él y Sara, el aire se volvía más difícil de respirar, pero la naturaleza hacía efecto e impulsó las piernas del joven permitiendo evadir el contacto de su cuidadora quien ya se había estirado rápidamente para sostenerle mientras blandía su cuchillo carnicero en la otra mano. El mayor de todos se apresuró a escapar pero de la bondadosa y piadosa Sara poco quedaba y como una bestia le perseguía. La mano de la nodriza era ágil y no era de extrañarse la fuerza con la que pudo alcanzar y someter al joven contra el suelo. Alzó el arma con la que antes ya había partido huesos y separado piel de carne, clavando su filo sobre la mano de su presa, aquel que llamaba hijo; porque todos eran sus hijos y antes muerta que dejarlos ir, antes muerta que abandonarlos, antes pecadora, asesina, monstruo que dejar de quererlos. Porque esa era su labor, su deber como madre y es que Sara era madre. Nunca en otro momento de su vida había estado más segura de ello, aún cuando derribó a ese hijo y le cortó una mano de una tazada, aún cuando se disponía a cortar su rostro a pesar de sus súplicas, aún lo consideraba suyo. Pero no así los hombres que le encontraron antes de dar su último golpe. El ruido creado por la pelea entre madre e hijo atrajo la atención de soldados que habían llegado al pueblo en busca de sobrevivientes. Al ver a aquella bestia a punto de matar al muchacho le dispararon, logrando herirla. La guerra llegó y se llevó a sus hijos, los vivos y lo poco que quedaba de los muertos. No hubo hombre que pudiera comprender tal crimen, aquel acto de mujer condenada a la compasión y bondad, no sabían que estaba enferma de amor y en acto de justicia, la fusilaron, cortaron y quemaron, ante la mirada de sus hijos y el eco de la palabra “perdón” repetida hasta el cansancio por Sara. Su historia sería inmortalizada en fotografías, colgadas ahora en museos de lugares que se pueden dar el lujo de dar premios. Los seis niños huérfanos, vivieron su tiempo en hogares adoptivos. Unos más afortunados que otros, pocos llegaron a formar su propia familia era muy difícil hacerlo en tiempos de guerra, la cual tardó en acabar y retirarse. Cuando finalmente lo hizo todos y cada uno de esos hijos, ya adultos, regresaron a su hogar. Buscando despedirse de aquella mansión degradada a ruinas en aquel pueblo estéril, pero sobre todo buscando a Sara. El último en hacerlo fue un hombre cuyo distintivo era la falta de una mano. La estancia era enorme, tal y como la recordaba, la falta de luz daba la impresión de una cripta y como si fuera lugar sagrado, se colocó en sus rodillas, con la cara inundada de lágrimas. Una sombra apareció y de ella el rostro de Sara, aquel lleno de amor y
compasión cuando la conoció por primera vez. Los brazos de aquella figura sobrenatural se apresuraron a sostener los hombros de aquel sujeto quebrantado por una vida carente de amor. Entre llantos, aquel hombre suplicaba por el abrazo y beso de su madre. Pronto se encontraron ambos rodeados por espejismos de siluetas familiares que clamaban, “tengo hambre”; niños que observaban pacientes mientras repetían, “tenemos hambre”; resonando una y otra vez, “cómelo”; en diferentes voces, “cómelo”. A la vez, un murmullo pequeño y débil se escuchaba proveniente de aquella figura tan benevolente; palabras ahogadas por las súplicas siniestras de sus hijos. “No más” decía el espíritu de Sara (“comelo”), “no por favor” imploraba su madre (“comelo”),”¡no me obliguen a hacerlo!” gritaba (“comelo”), “¡No me obliguen a hacerlo, por favor!” (“comelo”). Y los ojos de aquel hombre arrodillado se abrieron como quien mira el rostro de un ángel, exclamando al eco de las voces de sus hermanos, “cómeme”. El espectro angelical abrió su boca rompiendo su piel rostral, luciendo colmillos ensangrentados; sus fauces produjeron un estridente sonido parecido al de una enorme y antigua puerta, provocando un estruendoso retumbar al pesado cerrar de su quijadas sobre la cabeza del hombre. Los espectrales infantes aplaudieron y rieron ante el eco de la mordida de su madre, ya no sienten hambre y festejan porque su hermano se les une. Celebraron abrazándolo y jugando a su alrededor mientras ignoraban conscientemente los gritos de terror del espíritu de Sara, pidiendo libertad, pidiendo piedad, al mismo tiempo que su figura estaba ocupada masticando, desgarrando y devorando los restos de su último hijo. Al finalizar y tras escupir cada hueso roto o imposible de tragar, aquellas mandíbulas regresa a su lugar, a su forma original de boca. La bestia profesa una palabra, “perdón”, sin saber realmente lo que significa y como mero hábito. Sara grita llena de terror y culpa desde su interior pues su condena es su amor, porque intoxicó con su cariño a quienes jamás habían sentido tal pasión, y es que ella los amó, a todos y cada uno de ellos; los amó en su vida, así como en su muerte, mientras les consumía. Y aquellas pobres criaturas nunca conocieron otro tipo de afecto, ni en la guerra, ni después de ella; solo con Sara se saben amados, su madre, a quien todas las noches llaman, suplicando, hambrientos de más y más. ¿Qué tanto sabes de amor?, en realidad, ¿qué tanto puedes decir que sabes? Tú que desde nacimiento lo has recibido y no puedes diferenciarlo de la locura. Ahora que están todos reunidos y que ya no queda nadie para consumir, Sara piensa desde su prisión, ¿qué sucederá la próxima vez que tengan hambre?